Sociología y Género (Derecho - Biblioteca Universitaria De Editorial Tecnos) (Spanish Edition)

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Capitolina Díaz Martínez Sandra Dema Moreno (Editoras)

Sociología y género

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AUTORAS/ES TERESA MALDONADO BARAHONA SILVIA L. GIL CAPITOLINA DÍAZ MARTÍNEZ SANDRA DEMA MORENO MARÍA JESÚS IZQUIERDO ANTONIO ARIÑO VILLARROYA MARIE WITHERS OSMOND BARRIE THORNE TERESA TORNS CAROLINA RECIO CÁCERES MARÍA-ÁNGELES DURÁN MARINA SUBIRATS MARTORI EULALIA PÉREZ SEDEÑO ANTONIO FCO. CANALES SERRANO MARÍA ISABEL MENÉNDEZ MENÉNDEZ MARIÁN LÓPEZ FDEZ. CAO MARIAN URÍA URRAZA CARMEN MOSQUERA TENREIRO MARCELA LAGARDE Y DE LOS RÍOS ROSA COBO VIRGINIA GUZMÁN CLAUDIA BONAN JANNOTTI SASKIA SASSEN

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Contenido Introducción Capítulo 1. Perspectivas teóricas feministas 1. Apuntes para una introducción a la teoría feminista, por Teresa Maldonado Barahona 1.1. Presentación. La teoría feminista como teoría crítica 1.2. Primeros pasos: orígenes ilustrados de la vindicación feminista y feminismo decimonónico 1.3. Simone de Beauvoir y Le Deuxième Sexe 1.4. La tercera ola: el arranque de los feminismos de la segunda mitad del siglo XX

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica 2. Feminismos contemporáneos en la crisis del sujeto. Hacia una política de lo común, por Silvia L. Gil 2.1. Interrogando al sujeto del feminismo 2.2. Empujando las diferencias: cuatro factores sociopolíticos clave 2.3. El contexto posestructuralista 2.4. Salir de la encrucijada diferencia sexual versus construccionismo de género 2.5. Pensar desde la diferencia 2.6. Hacia la búsqueda de lo común

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas Capítulo 2. Metodología no sexista en la investigación y producción del conocimiento 1. El concepto de género y el debate sexo/género 2. ¿De qué manera influye la perspectiva de género en la ciencia y en los procesos de creación de conocimiento? 3. La crítica a la ciencia tradicional desde la perspectiva de género 4. Los principales sesgos sexistas en los que incurren las investigaciones sin perspectiva de género 5. El debate acerca de la existencia de una metodología feminista 5.1. El debate sobre el uso de técnicas cuantitativas y cualitativas y las nuevas técnicas feministas

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica Capítulo 3. La socialización de género 1. La construcción social del género, 1.1. La biología como disciplina explicativa de lo social y de lo psíquico

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1.2. El uso abusivo de los reduccionismos: biologismo y culturalismo 1.3. La mujer y el hombre como resultados 1.4. Cómo se construye la noción de que la mujer no se construye sino que es: el regreso de la biosociología 1.5. Orígenes del concepto de género 1.6. Desarrollo del concepto de género 1.7. La socialización de género

Bibliografía Lecturas recomendadas Actividad práctica 2. La cultura y el género. Perspectivas contemporáneas, por Antonio Ariño Villarroya 2.1. Dimensión constitutiva y género 2.2. La democratización cultural 2.3. La democracia deliberativa

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica Capítulo 4. Las familias y la sociedad en la construcción social del género 1. La sociología de la familia en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX 1.1. Críticas feministas a otras perspectivas teóricas de la familia 1.2. Las críticas feministas a los estudios del «poder familiar»

2. Construyendo teoría feminista: la desmitificación de la dicotomía entre «lo público» y «lo privado» 2.1. Las sociedades preindustriales y la división del trabajo 2.2. La industrialización temprana y las esferas separadas

3. Aplicaciones fundamentales: maternidad y sexualidad 3.1. Maternidad 3.2. Sexualidad

4. La producción de teoría feminista: limitaciones y desafíos 5. Conclusiones Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas Capítulo 5. Género, trabajo y vida económica 1. La división sexual del trabajo: las desigualdades en el empleo y en el trabajo doméstico y de cuidados, por Teresa Torns y Carolina Recio Cáceres 1.1. Introducción 1.2. La división sexual del trabajo 1.3. El trabajo y las mujeres: las aportaciones teóricas 1.4. Las mujeres en el mercado de trabajo 1.5. Los indicadores básicos: actividad e inactividad, empleo y desempleo 1.6. Las características del empleo femenino 1.7. El trabajo doméstico y de cuidados 1.8. Reflexiones finales sobre el futuro del trabajo y las mujeres

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Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad Práctica 2. El desafío económico de las mujeres, por María-Ángeles Durán 2.1. El desafío económico 2.2. La innovación de la investigación en economía y sociología económica 2.3. El marco normativo para la innovación: la ley de la ciencia 2011

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica Capítulo 6. Género y educación 1. La educación androcéntrica: de la escuela segregada a la coeducación, por Marina Subirats Martori 1.1. Introducción 1.2. La aparición del pensamiento feminista y sus consecuencias en la sociología de la educación: el descubrimiento de una nueva problemática 1.3. Las principales líneas de investigación 1.4. Los modelos de educación femenina en el pasado 1.5. Una escuela androcéntrica: el sexismo en la escolarización mixta

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas 2. Educación superior e investigación científica: historia, sociología y epistemología, por Eulalia Pérez Sedeño y Antonio Fco. Canales Serrano 2.1. Introducción 2.2. El acceso de las mujeres a la educación superior 2.3. La nueva mujer del siglo XX 2.4. El franquismo 2.5. La transición a la democracia y la situación actual 2.6. Más allá de las cifras 2.7. Algunas reflexiones feministas sobre el conocimiento

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica Capítulo 7. Medios de comunicación, género e identidad 1. Introducción: los medios de comunicación y la identidad de género 2. Mujeres de los medios 2.1. Presencia y capacidad de decisión en los medios de comunicación 2.2. Invisibilidad de lo femenino en la prensa de calidad 2.3. Entre la estereotipia y la agencia femenina

3. Mujeres en los márgenes 3.1. Segmentación del público en función del género 3.2. Características de «lo femenino» en la prensa 3.3. El protagonismo femenino en la ficción seriada

4. Para saber más: de la teoría a la práctica 4.1. Claves de análisis desde el punto de vista de género

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Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas Capítulo 8. El mundo del arte, la industria cultural y la publicidad desde la perspectiva de género 1. La in/visibilidad de las mujeres en la creación 2. El arte como paradigma masculino occidental 3. El tratamiento de la creación de las mujeres 4. La construcción de un/a artista 5. La representación: elementos de análisis feminista 5.1. Elementos visuales del nivel formal o icónico 5.2. La representación iconológica de estereotipos y conductas y su importancia para la educación visual 5.3. Algunos modelos masculinos para los hombres

6. Conclusión Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas Capítulo 9. Las mujeres en la historia de los cuidados de la salud y la enfermedad 1. Las tareas de cuidar y sanar 2. La medicina se abre camino como profesión 3. Autoridad frente a poder 3.1. La situación actual de las profesionales sanitarias en el sistema nacional de salud

4. Los estudios de ciencias de la salud: mujeres y hombres en el alumnado y profesorado 5. La situación en los colegios profesionales y sociedades científicas 6. Los servicios sanitarios: mujeres y hombres ocupan distintas profesiones y están en ámbitos de poder diferentes 7. Algunas causas de esta situación 8. De la medicalización... a la invención de enfermedades 9. El desempoderamiento de las mujeres: la medicalización del parto 10. Las organizaciones de mujeres por la salud y las redes de profesionales sanitarias 11. Algunas conclusiones Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad Práctica Capítulo 10. La violencia contra las mujeres 1. Cambio de paradigma de género 2. Ideologías sobre la violencia de género de los hombres contra las mujeres 7

3. Las condiciones de país y la violencia contra las mujeres 4. Violencia y desigualdad 5. El desarrollo humano por país y la violencia de género contra las mujeres 6. La violencia contra las mujeres en España, México y Guatemala 7. Investigar, medir y sistematizar la violencia de género 8. Cultura global de la violencia masculina contra las mujeres 9. La igualdad y la violencia de género contra las mujeres 10. Las leyes de España, México y Guatemala 11. Críticas a las leyes contra la violencia Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica Capítulo 11. Las políticas de género y el género en la política 1. Democracia y crisis de la legitimación patriarcal, por ROSA COBO 1.1. Introducción 1.2. La primera ola feminista. El siglo XVIII: contrato sexual y democracia 1.3. La segunda ola feminista. El siglo XIX: el movimiento sufragista 1.4. La tercera ola feminista. El siglo XX: los feminismos 1.5. El debate sobre el poder. La paridad y el techo de cristal 1.6. Algunas estructuras del entramado patriarcal 1.7. El principio ético y político de la igualdad 1.8. Género y feminismo en la sociología

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica 2. Políticas de género: modernización del estado y democratización de la sociedad, por Virginia Guzmán y Claudia Bonan Jannotti 2.1. Herramientas teóricas y conceptuales 2.2. Bases sociohistóricas de la institucionalización de la perspectiva de género 2.3. La formación de los órganos de coordinación de políticas de género en España 2.4. El aporte de los órganos de coordinación de políticas de género a la modernización del estado y la participación ciudadana 2.5. Conclusiones

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica Capítulo 12. Actores y espacios laborales de la globalización 1. Los programas del FMI y la necesidad de contar con circuitos de supervivencia alternativos 1.1. «Contrageografías» de la globalización

2. Las migraciones y sus remesas: una opción de supervivencia 3. La feminización de la supervivencia 3.1. Cuando los estados exportan su mano de obra

4. La nueva demanda de mano de obra en las ciudades globales 4.1. Generando una demanda de trabajadores de bajos salarios

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4.2. Mercados laborales globales emergentes

Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica Créditos

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Introducción

La expansión de los Estudios de las Mujeres, Feministas y de Género en nuestro país ha llevado al florecimiento de un importante número de publicaciones sobre este tema. Han aparecido buenas monografías e interesantes presentaciones generales del feminismo, pero como sociólogas y profesoras de diversos máster y doctorados en estudios de las mujeres echamos en falta un libro que presente los grandes temas sociales con la doble perspectiva de género y sociológica. Cubrir ese hueco es lo que nos ha llevado a preparar Sociología y Género, que pretende ofrecer un análisis de las sociedades contemporáneas (la educación, el empleo, la salud, etc.), distinto al convencional. La perspectiva clásica o convencional, aunque reivindica neutralidad, ha resultado ser manifiestamente androcéntrica ya que, entre otras cosas, no ha sido capaz de mostrar el persistente problema de la desigualdad y la discriminación de las mujeres. Habida cuenta de la variedad de temas sociales abordados desde el feminismo y la pluralidad de enfoques feministas, hemos pensado que una obra colectiva cubriría mejor nuestros objetivos. Así, cada uno de los capítulos ha sido elaborado por personas expertas en esa particular parcela del saber y lo hacen desde su propia perspectiva feminista. Este libro, sin duda, tiene limitaciones. Nos hemos debatido entre incluir casi el doble de temas de los que actualmente incluye o tratar con mayor profundidad cada uno de ellos. Finalmente hemos optado por reducir la variedad temática en aras de una mayor profundidad. Lamentamos haber dejado fuera ciertas cuestiones particularmente vivas y objeto de debate en el feminismo y la sociología actuales, que intentaremos tratar en futuras investigaciones. Ofrecemos un texto con vocación de manual para ser usado en cursos de Estudios de Género, Feministas y de las Mujeres y en estudios de Sociología y Ciencia Política. Como manual, incluye al final de cada capítulo unas sugerencias de lecturas recomendadas, varias páginas web de referencia y algún ejercicio práctico. Los ejercicios, que siempre han tenido utilidad pedagógica, ahora son especialmente demandados por las nuevas técnicas y normativas docentes. Sociología y Género consta de doce capítulos, algunos a su vez compuestos por otros dos, siendo los dos primeros de carácter general y el resto específicos. El capítulo primero aborda las perspectivas teóricas feministas. En su primera parte, Apuntes para una introducción a la teoría feminista, TERESA MALDONADO BARAHONA ofrece una visión panorámica del surgimiento del feminismo. Presenta la teoría feminista como teoría política y como punto de interlocución entre la teoría política y la ética contemporáneas. Nos lleva desde los orígenes ilustrados de la vindicación feminista y del feminismo decimonónico a la segunda ola del feminismo, 10

ejemplarizada en el trabajo de Simone de Beauvoir, para concluir con los feminismos liberal y radical del último tercio del siglo XX. En el Capítulo 1.2, SILVIA L. GIL, con los Feminismos contemporáneos en la crisis del sujeto, nos presenta los principales debates de los feminismos contemporáneos enmarcados en las corrientes de pensamiento posestructuralistas. Desde estos planteamientos se cuestiona la existencia de categorías universales como el sujeto mujer, así como la dicotomía sexual y la dicotomía sexo/género y se reivindican las múltiples identidades que los seres humanos podemos adquirir. El Capítulo 2, dedicado a metodología, lo hemos realizado las dos coeditoras de este manual, CAPITOLINA DÍAZ MARTÍNEZ y SANDRA DEMA MORENO. En Metodología no sexista en la investigación social se cuestionan algunos planteamientos sobre la construcción de la ciencia (en línea con lo que más adelante se tratará en el Capítulo 6.2) y la importancia de la inclusión de la perspectiva de género en el análisis científico. Se presentan los principales sesgos sexistas en que incurren las investigaciones convencionales y se finaliza con una presentación del debate sobre la existencia o no de una metodología feminista. El Capítulo 3, dedicado al proceso de Socialización de género, exigía un doble tratamiento. Por una parte, el conocimiento de la socialización humana y la producción de género(s) de la humanidad y, por otra parte, explicar el papel de la cultura en las relaciones de género. En la primera parte (3.1), La construcción social del género, MARÍA JESÚS IZQUIERDO deshace las confusiones entre determinismo biológico y social, planteando y mostrando que las mujeres no son objeto de discriminación, sino su producto. Revela el papel que han tenido y tienen los viejos prejuicios —falsamente profemeninos— acerca del peso de la biología en los seres humanos, como especie y como género. De manera fundada, Izquierdo niega los reduccionismos tanto biologicistas como culturalistas. Revisa los esencialismos femeninos y concluye con una muy cabal explicación sobre la socialización de género. En la segunda parte (3.2), La cultura y el género. Perspectivas contemporáneas, ANTONIO ARIÑO VILLARROYA comienza desvelando cómo las supuestas pautas culturales generales no son tan generales como se pretende sino que están generizadas. Esta generización de la cultura supone, además de su intrínseca discriminación, un acceso desigual a los recursos y produce, según algunas corrientes feministas, una cultura distintiva femenina. La última parte de este capítulo se dedica a analizar la relación entre multiculturalismo y feminismo, centrándose en la consideración de las mujeres como «sitios simbólico-culturales» en los que las distintas sociedades inscriben su orden moral. El Capítulo 4 es la adaptación y traducción de un capítulo previamente publicado por MARIE WITHERS OSMOND y BARRIE THORNE. En Las familias y la sociedad en la construcción social del género, las autoras realizan una crítica a los tres enfoques sobre la familia dominantes en Sociología, a la vez que desmitifican la falsa dicotomía entre espacio público y privado, que es la base de la pretendida naturalización del familismo femenino. Analizan también el proceso de construcción 11

de la maternidad y la sexualidad en las sociedades industriales y concluyen argumentando la importancia de colocar el género, y no la familia, en el centro de los análisis de las ciencias sociales. El Capítulo 5 está dedicado a Género, trabajo y vida económica y tiene también dos partes. En la primera de ellas, La división sexual del trabajo: las desigualdades en el empleo y en el trabajo doméstico y de cuidados, TERESA TORNS y CAROLINA RECIO CÁCERES presentan la división sexual del trabajo como elemento fundante de la división y diferenciación de las actividades sociales humanas y de las desigualdades y discriminaciones sociales consiguientes. Establecido este marco, introducen el trabajo de cuidados no pagado desde las diversas teorías que lo interpretan, a la vez que ponen de manifiesto la situación de los cuidados y las cuidadoras en nuestro país. Este estudio del trabajo de cuidados no remunerado se complementa con un análisis sobre la realidad del empleo de las mujeres en España en la actualidad, poniendo de manifiesto la situación y características del empleo femenino. Cierran el capítulo con unas reflexiones sobre el futuro del trabajo de las mujeres. En la segunda parte del Capítulo 5, MARÍA-ÁNGELES DURÁN reflexiona sobre El desafío económico de las mujeres en una sociedad en la que el mayor sector en expansión son los servicios y, particularmente, los servicios dedicados al cuidado de las personas. Quizá lo más destacable de este capítulo sea el cuestionamiento de la teoría económica convencional que, al escamotear la importancia económica y contable de los trabajos no pagados realizados por las mujeres, ofrece una imagen distorsionada de la realidad económica y laboral. Esta imagen distorsionada es a la vez distorsionadora, ya que pasa a ser aquella sobre la que se elaboran y operan los indicadores económicos. El Capítulo 6, Género y educación, combina un primer trabajo sobre educación y coeducación con otro sobre el papel de la perspectiva de género en la ciencia. En la primera parte (6.1), La educación androcéntrica: de la escuela segregada a la coeducación, MARINA SUBIRATS MARTORI comienza revelando cómo la perspectiva feminista pone de manifiesto la discriminación educativa que sufren las niñas. Sigue la autora con una revisión de los viejos programas de educación femenina, diferenciados y menos valorados que los correspondientes programas de educación masculina. Muestra, a continuación, la pervivencia de los modelos androcéntricos en la educación mixta y hace una reflexión sobre el concepto de coeducación. Finaliza el capítulo con una panorámica de la situación de las mujeres en relación a los hombres en el mundo actual. EULALIA PÉREZ SEDEÑO y ANTONIO FCO. CANALES SERRANO dedican el Capítulo 6.2 a La educación superior y la investigación científica. Abordan el análisis del acceso de las mujeres a la educación superior en el mundo para pasar a concretarlo en nuestro país, dedicando una sección al franquismo y otra a la transición a la democracia y al momento actual. Ofrecen un claro panorama de la situación de las mujeres en la enseñanza superior y en la ciencia, mediante la comparación de datos sobre la posición de mujeres y hombres en ambas esferas. Finalizan el capítulo con una reflexión sobre la ciencia sin sesgos de género, ejemplificada con el caso de las 12

mujeres científicas dedicadas a la primatología. Nos previenen de este modo del peligro de los sesgos culturales y de género en la producción científica. En el Capítulo 7, Medios de comunicación, género e identidad, MARÍA ISABEL MENÉNDEZ MENÉNDEZ se enfrenta, por una parte, al análisis del papel de los medios de comunicación en la creación y refuerzo de ciertas identidades femeninas consideradas apropiadas y plausibles. Por otra parte, revisa la situación de las mujeres profesionales del periodismo en los medios de comunicación. La autora pone de manifiesto la invisibilidad de las mujeres como sujetos de la información y como fuente informativa. Ambas deficiencias conllevan una lógica sobrerrepresentación masculina. Menéndez analiza, así mismo, la presencia marginal de las mujeres y su representación estereotipada, concretándose en el caso de las mujeres en las series televisivas de ficción. MARIÁN LÓPEZ FDEZ. CAO, autora del Capítulo 8 dedicado al Mundo del arte, la industria cultural y la publicidad desde la perspectiva de género, aborda en el mismo la invisibilidad de las mujeres en el proceso de creación artística, el dominio del paradigma masculino en el arte occidental y el tratamiento subordinado de las mujeres artistas. La creación y difusión de estereotipos en el arte y su importancia en la educación visual es una parte importante del capítulo al explicar cómo se ofrecen modelos masculinos y femeninos estereotipados que educan y condicionan la percepción, de manera diferenciada, por género. Los argumentos sostenidos en este capítulo están referenciados a obras de arte que los ejemplifican. CARMEN MOSQUERA TENREIRO y MARIAN URÍA URRAZA, en el Capítulo 9, Las mujeres en la historia de los cuidados de la salud y la enfermedad, comienzan explicando la exclusión de las mujeres en los saberes médicos y en el proceso de configuración de la profesión médica. Muestran cómo esta exclusión se manifiesta, entre otras cosas, en la situación actual de las profesionales sanitarias en el sistema nacional de salud español y en una diferenciación por género en la atención médica. Las autoras analizan la segregación horizontal y vertical en la profesión médica y la comparan con la paralela escasa representación de las mujeres en los colegios profesionales y sociedades científicas. La segunda parte del capítulo está dedicada a los sesgos de género en el diagnóstico, tratamiento, medicalización y «creación» de ciertas enfermedades, partiendo de ejemplos como la cardiopatía isquémica y el tratamiento hormonal sustitutivo. La violencia contra las mujeres es tratada en el Capítulo 10 por MARCELA LAGARDE y DE LOS RÍOS. Introduce el tema del cambio de paradigma en lo que a violencia contra las mujeres se refiere, relacionándolo con la globalización y la expansión de los derechos humanos. Critica una serie de ideologías justificativas de la violencia de género y denuncia la existencia de una cultura global que favorece dicha violencia. Realiza un análisis comparado del fenómeno de la violencia contra las mujeres en tres países: España, México y Guatemala. Argumenta que la violencia contra las mujeres tiene su fundamento en la desigualdad social de género y en otras desigualdades sociales, y finaliza con un análisis sobre la importancia y limitaciones de las leyes para atajar el fenómeno. 13

El Capítulo 11, divido en dos, engloba la participación política y ciudadana de las mujeres y las políticas públicas dirigidas a las mismas. De la primera parte (11.1) se hace cargo ROSA COBO con Democracia y crisis de la legitimación patriarcal. Este capítulo empieza mostrando cómo los cimientos de la democracia y la ciudadanía descansan en el contrato sexual y cómo el movimiento sufragista se presenta como el primer cuestionamiento de masas de las diferencias consagradas en dicho contrato sexual. Con el análisis de la tercera ola feminista se descubre la variedad de aproximaciones teóricas al fenómeno de la igualdad de las mujeres y finaliza abordando el debate sobre la paridad, el techo de cristal y las resistencias de algunas estructuras políticas del entramado patriarcal al avance del planteamiento ético y político del feminismo. La segunda parte del Capítulo 11, firmada por VIRGINIA GUZMÁN y CLAUDIA BONAN JANNOTTI, aborda las Políticas de género, la modernización del Estado y la democratización de la sociedad. Las autoras revisan las bases históricas de la institucionalización de las políticas públicas de igualdad, la creación de órganos para el desarrollo y la coordinación de las políticas de género en los Estados y cómo se convierten en factores de modernización de los propios Estados y en vehículos de participación ciudadana. Los argumentos se sustancian con referencias al caso español y a algún otro del ámbito latinoamericano, en particular, al caso de Chile. El Capítulo 12 y último, Actores y espacios laborales de la globalización, escrito por SASKIA SASSEN, se centra en los actores y los espacios laborales en la globalización. Evidencia las «contrageografías» de la globalización y la tendencia a la búsqueda de rentabilidades ilícitas por parte de empresas y organizaciones y sus repercusiones en las mujeres de los países más pobres. Plantea Sassen las migraciones y sus remesas como una opción de supervivencia, así como la creciente feminización de dicha supervivencia. Explica cómo la nueva demanda de mano de obra de las grandes ciudades globales atrae migrantes para trabajos con bajos salarios y cómo se articula la cadena global de cuidados. Confiamos en que estos doce capítulos y subcapítulos cumplan, como mínimo, una doble función. Por una parte, esperamos que sirvan de soporte de los temarios de los estudios de Sociología, Ciencias Políticas y disciplinas afines, a los que se les quiera dar una perspectiva de género, y, por otra parte, confiamos en que sirvan también para aportar una perspectiva sociológica a los Estudios de Género, Feministas y de las Mujeres. CAPITOLINA DÍAZ MARTÍNEZ y SANDRA DEMA MORENO

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Capítulo 1 Perspectivas teóricas feministas TERESA MALDONADO BARAHONA SILVIA L. GIL

1. Apuntes para una introducción a la teoría feminista, por TERESA MALDONADO BARAHONA 1.1. PRESENTACIÓN. LA TEORÍA FEMINISTA COMO TEORÍA CRÍTICA No es posible tratar ningún problema humano sin tomar una actitud; la misma manera de plantear los problemas y las perspectivas adoptadas suponen una jerarquía de intereses; toda cualidad envuelve valores; no hay descripción pretendidamente objetiva que no se levante sobre un plan ético. SIMONE DE BEAUVOIR El pensamiento feminista trata de dar articulación teórica a un movimiento social que está provocando cambios antropológicos de dimensión insólita. CELIA AMORÓS Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras; de lo que se trata es de transformarlo. KARL MARX

Si bien toda teoría política tiene nexos con determinadas praxis sociales y políticas, en el caso de la teoría feminista es evidente: se trata de una teoría indisociablemente vinculada a una práctica, la práctica política del movimiento feminista. La teoría feminista es el corolario de la elaboración conceptual llevada a cabo y favorecida por dicho movimiento, cuyo objetivo es la transformación social, transformación social que tiene, como ha explicado Celia Amorós, consecuencias y repercusiones en todos los ámbitos de la existencia humana. Se trata, en definitiva, de una teoría fuertemente vinculada al activismo militante (AMORÓS y DE MIGUEL, 2005: 17) y que descarta por inapropiado el tratamiento aséptico y presuntamente neutral de cualquier cuestión relacionada con la desigual inserción de hombres y mujeres en la sociedad. Como afirma Amorós, la tematización del sistema sexo/género es inseparable de su cuestionamiento (AMORÓS, 2000: 98-99). No puede caber por tanto una aproximación meramente erudita al saber feminista, 15

una aproximación que se pretenda al margen del compromiso político que el feminismo implica con la transformación más o menos radical —según las versiones — de la sociedad. Para las feministas no se trata únicamente de analizar el mundo, de describirlo, de entenderlo, de saber cómo funciona, sino de hacer todo eso para transformarlo. Y es que no hay escapatoria: el sistema sexo/género que subordina a las mujeres es un sistema normativo y, al analizarlo, o bien lo refutamos o bien lo reforzamos. Como ha explicado Rosa Cobo, la teoría feminista cuestiona tanto los mecanismos de poder patriarcales como los discursos teóricos que pretenden legitimar el poder patriarcal pero, añade, el discurso feminista está orientado, sobre todo, a la destrucción del sistema de dominación patriarcal (COBO, 1995a: 62). Sin embargo, si bien efectivamente no debemos caer en el academicismo presuntamente desentendido del compromiso político, tampoco el feminismo puede ser mero activismo irreflexivo. Teoría y praxis, acción y reflexión, son dos polos indisolublemente enlazados, y el grado de elaboración teórica feminista en las distintas ramas del saber es en la actualidad abrumador. Es difícil estar al día en todos los terrenos abarcados por la teoría feminista, por eso resulta irritante tener que discutir sobre feminismo con alguien que no sabe nada de feminismo. Ciertamente, no se trata de física cuántica ni de arte mozárabe, asuntos en los que la erudición y el conocimiento especializado pueden tener gran relevancia, sino de cuestiones ético-políticas que nos afectan a todas las personas y en cuya discusión toda la ciudadanía ha de participar. Ahora bien, eso no significa que no sea necesario conocer mínimamente las aportaciones teóricas feministas para poder opinar con mínima solvencia al respecto: la democracia deliberativa necesita de una ciudadanía que no sea funcionalmente analfabeta. Por eso, si bien en un contexto académico es necesario recordar el aspecto de compromiso con la transformación social que la teoría feminista ineludiblemente conlleva, no podemos dejar de señalar tampoco la complejidad alcanzada por sus análisis. Porque no siempre el problema es el academicismo: asistimos en determinados ámbitos a una sobrevaloración de lo práctico (frente a lo «meramente» teórico, que parece, sin más, una descalificación, por ejemplo cuando se solicita «menos palabras, más hechos»), sobrevaloración a la que, a veces, no es ajena, paradójicamente, la Academia: decir de un curso o de un manual que «es muy práctico» suele convertirse en una manera (acrítica) de elogiarlo, mientras que afirmar que «es muy teórico» es casi siempre una objeción (viene a significar demasiado teórico). En palabras de nuevo de Rosa Cobo: no puede haber una buena práctica política que no esté sustentada en un adecuado análisis teórico, es decir, tanto necesita la elaboración teórica feminista de una u otra forma de vinculación con la práctica activista, como ésta de desarrollos teóricos rigurosos 1 . Amorós ha insistido a menudo en la etimología de la palabra «teoría», especialmente pertinente en el caso que nos ocupa, recordándonos el significado originario del vocablo theoria: «hacer ver» (AMORÓS, 2000: 98). La conceptualización que el feminismo lleva a cabo permite desvelar una realidad hasta ese momento oculta a la percepción social: nombrar las cosas es hacer luz sobre ellas, 16

los conceptos alumbran la realidad, en el doble sentido de que la iluminan y le dan ser, la tornan concebible, es decir, pensable. Lo inconcebible es —precisamente— lo que no tiene concepto. «Feminización de la pobreza», «doble jornada», «acoso sexual», «género» y otras muchas son expresiones hoy ya de uso común acuñadas por el feminismo que han permitido sacar de la invisibilidad fenómenos sociales que remiten a la subordinación de las mujeres (AMORÓS, 2000: 100). Durante mucho tiempo tanto la elaboración teórica como la práctica militante y activista orientada a la transformación social se llevaron a cabo en o desde el mismo lugar: el movimiento feminista. El segundo sexo de Simone de Beauvoir sería una excepción a esa regla. Las grandes teóricas feministas eran las propias activistas, las militantes de las organizaciones políticas feministas (cosa especialmente clara en el feminismo radical de los sesenta: K. Millet, S. Firestone...). Pero, de un tiempo a esta parte, la circunstancia de que el movimiento feminista sea el lugar tanto de la elaboración teórica como del activismo político está viéndose trasformada. Por un lado, asistimos a la desmovilización social general que afecta también al feminismo militante 2 ; por otro, los propios logros del feminismo hacen que el compromiso político feminista sea percibido por las propias mujeres como algo que es menos urgente que en otras épocas. El feminismo se ve afectado por el repliegue en lo privado. Propiciado por tendencias despolitizadoras triunfantes en nuestros días, lo privado es un ámbito de la vida que ofrece cada vez más posibilidades de actividad gratificante aunque, desde luego, no todavía de forma igualitaria para hombres y mujeres. Si a todo ello añadimos la complejidad que por su parte ha adquirido la teoría, el resultado es que ésta se va convirtiendo cada vez más en un asunto de especialistas, todavía está por ver con qué consecuencias (MÉNDEZ, 2007: 233-235). La teoría feminista tiene sus propios desarrollos, implicaciones y derivaciones en numerosas ramas del saber (Antropología, Sociología, Psicología, Economía...) pero, como toda teoría política, encuentra la matriz de los conceptos que elabora y maneja en el campo de la Filosofía, particularmente en el de la Filosofía Política. Los análisis de las teóricas feministas se han convertido en puntos de referencia e interlocución inexcusables en la teoría política y en la ética contemporáneas pero no tenemos espacio aquí para referirnos a todos ellos: habremos de elegir solo alguno de los posibles contenidos a la vez que muchos más habrán de ser descartados. Otros serán tratados en diversos capítulos de este manual. Conviene añadir, por último, que la teoría feminista está cuajada de debates entre las distintas corrientes y planteamientos feministas, que son hoy considerablemente plurales (unas veces polémicos entre sí; otras, simplemente complementarios). En ese sentido, inevitablemente, optamos por determinadas concepciones feministas en detrimento de otras. Pero explicitar la parcialidad del propio punto de vista no tiene que suponer ignorar los demás sino, al contrario, plantear los términos de un debate intrafeminista que sigue siendo, y cada vez lo es más, la «marca de la casa» de un movimiento social y político que ha cambiado y está cambiando la faz de la tierra como ningún otro lo ha hecho.

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1.2. PRIMEROS PASOS: ORÍGENES ILUSTRADOS DE LA VINDICACIÓN FEMINISTA Y FEMINISMO DECIMONÓNICO

A pesar de que siempre hubo mujeres que se revelaron contra la situación de subordinación que padecían, el feminismo como movimiento filosófico y político, como corpus articulado de análisis —descriptivo— y reivindicación —valorativa y performativa—, nace vinculado a las ideas ilustradas, al gran movimiento filosófico de crítica y cuestionamiento de las costumbres y las ideas heredadas que acontece en el siglo XVIII en Europa y que tiene sus raíces más inmediatas en el humanismo renacentista y en el racionalismo y el empirismo de los siglos anteriores 3 . La Ilustración es un momento o, mejor, un período de la historia que suele definirse por su confianza en las capacidades de la razón para explicar el mundo natural y para organizar el social. Frente a periodos anteriores en los que la justificación del poder político se había remitido a la trascendencia y a la divinidad, la legitimidad política se irá haciendo poco a poco inmanente. Progresivamente «Dios» irá perdiendo peso como instancia legitimadora del poder político y el derecho divino de los reyes, que suponía una relación vertical y de desigualdad entre divinidad y criaturas y, de paso, entre el soberano (que lo era «por la gracia de Dios») y sus súbditos y se verá sustituido por las teorías del contrato que, por lo menos formalmente implican horizontalidad e igualdad entre las partes contratantes y dejan al margen lo sobrenatural. El siglo XVIII es también conocido como «el Siglo de las Luces», metáfora con la que se expresa el rechazo al «oscurantismo» medieval que se pretende combatir y superar con la «luz» de la razón. De la misma manera la tradición y la autoridad irán progresivamente dejando de ser fuentes de conocimiento y se establecerá con más claridad la línea de demarcación entre conocimiento y fe. La Ilustración afirmará también la unidad básica del género humano, desacreditará como ilegítima la desigualdad y gestará la idea de ciudadano y sujeto de derechos en oposición a los estamentos del Antiguo Régimen, regidos por legislaciones diferentes. Sin embargo, todo esto se plantea... en teoría, porque de facto se excluirá de la ciudadanía (e incluso de la humanidad misma, como ocurre con las poblaciones sometidas a esclavitud) a millones de seres humanos, entre ellos las mujeres, la mitad de la humanidad (BESSIS, 2002; LOSURDO, 2007). Aun así, en el contexto de revolución y cambio del siglo XVIII, tan henchido de retórica a favor de los derechos, la igualdad etc., poner de manifiesto la incoherencia revolucionaria, la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, o las contradicciones ad intra de muchos de los discursos que proclaman la igualdad de todos los seres humanos pero dejan fuera a las mujeres, a los esclavos de ambos sexos y a las clases subalternas 4 , en este contexto, decimos, hablar de cosas como «privilegios de cuna», «derecho divino», «aristocracia», etc., comportará una considerable carga despectiva. Las pensadoras y activistas feministas aprovecharán ese estado de opinión generalizada según el cual, y de forma novedosa, la desigualdad es ilegítima para, como ha explicado Amorós, apelar a la coherencia y no permitir que se deje fuera del 18

efecto y la influencia de esas ideas a la mitad de la humanidad, las mujeres (y a otros grupos sociales). Lo harán mediante el procedimiento de la resignificación. No se trataba tanto de modificar el contenido semántico (o significado) de conceptos como «igualdad», «ciudadanía», «derechos», etc., o de que esas palabras pasaran a significar algo distinto, sino, más bien, de poner de manifiesto que el referente extralingüístico (aquello que la palabra designa) es más amplio de lo que los revolucionarios estaban errónea e interesadamente suponiendo, y abarca, debe abarcar, también a las mujeres. Ciertamente, al hacerlo así, el contenido de la definición misma de los conceptos de referencia se ve modificado, es decir, los conceptos se redefinen en alguna medida y, en ese sentido, se «resignifican». Cuando los revolucionarios pretendan que las ideas igualitaristas y universalistas no afecten a las mujeres, las feministas los increparán por no ser racionales ni universalistas a pesar de proclamarse tales, y, por tanto, por incoherentes 5 . Desde sus orígenes, la teoría y el activismo feministas se propondrán tanto defender los derechos de las mujeres como denunciar la incoherencia y falta de razón de quienes no quieren reconocerlos. Esta primera ola del feminismo se dedicará en buena medida a rebatir los planteamientos de la reacción antifeminista del momento: cada vez que en adelante el feminismo salga a la palestra y consiga la más mínima repercusión social, influya en la modificación de las costumbres o tenga éxito en la defensa de sus planteamientos, la reacción en contra no se hará esperar. 1.2.1. Una Ilustración «consecuente» vs. una Ilustración «misógina» La relación entre feminismo e Ilustración está fuera de toda duda 6 . Sin embargo, como venimos viendo, no se trata de una relación exenta de ambigüedades y tensiones (COBO, 1992: 119). El feminismo ha sido un «hijo no deseado» de la Ilustración según Amelia Valcárcel; el «punto ciego de las luces» para Cristina Molina; Oliva Blanco hablará de la Ilustración «deficiente» y Amorós se preguntará si el feminismo no es el «Pepito Grillo» o, más bien tal vez, la «Cenicienta» de la Ilustración y se referirá a la relación feminismo/Ilustración como «amor ambivalente» cuando no directamente «ingrato» 7 . En todo caso, Occidente se ha caracterizado por violar sistemáticamente de hecho los valores que de palabra proclamaba y no solo por lo que respecta a la exclusión de las mujeres de la ciudadanía (BESSIS, 2002: 19). Ya hemos apuntado más arriba que poblaciones enteras de América, África y Asia fueron despojadas no ya de sus derechos civiles sino directamente de su condición humana. Tan sangrantes incoherencias generaron a su vez considerables cantidades de teoría que, haciendo un encaje de bolillos más o menos complicado a veces o con brocha gorda y sin rubor epistemológico otras, pretendieron legitimar tales operaciones de exclusión. Hoy, dos siglos y medio después de las revoluciones norteamericana y francesa, la lucha por que la humanidad deje de ser, en la expresión de Sartre, «ese club tan restringido» 8 continúa vigente. El debate que retomarán algunas corrientes feministas de la segunda mitad del 19

siglo XX se podría plantear precisamente en estos términos: ¿es la Ilustración intrínsecamente excluyente para con las mujeres (y otros grupos sociales) o solamente lo ha sido de hecho, históricamente, sin que se trate de una característica inherente a la Ilustración? De cómo concibamos la relación entre feminismo e Ilustración dependerá en gran medida la postura que adoptemos en debates como el que versa sobre la multiculturalidad o sobre la existencia de «valores femeninos». ¿Habría el feminismo de renunciar a las claves y los conceptos ilustrados como «ciudadanía», «derechos», «igualdad», «libertad», etc., por ser éstos intrínsecamente masculinos y patriarcales? ¿Es el feminismo una radicalización consecuente de los valores ilustrados o, más bien al contrario, ha de ser una crítica antiilustrada de la Ilustración (valga el trabalenguas)? En ocasiones se ha planteado la coexistencia y competencia entre una Ilustración «coherente» frente a otra «misógina». Representantes de la primera serían Olimpia de Gouges, escritora y activista durante la Revolución francesa, crítica con Robespierre y autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana que, como es sabido, fue guillotinada en lo que se ha visto como una suerte de presagio de cómo acabarían las esperanzas que las mujeres habían puesto en el proceso revolucionario; el marqués de Condorcet, uno de los pocos filósofos ilustrados que participó activamente en la Revolución francesa y que defendió el derecho de las mujeres a participar en la Asamblea 9 ; y la autora de la que se considera obra cumbre del feminismo ilustrado, Vindicación de los derechos de la mujer (1792), Mary Wollstoncraft, quien pensó, por ejemplo, que cabía esperar que «el derecho divino de los maridos, al igual que el derecho divino de los reyes, puede ser combatido sin peligro en este Siglo de las Luces». Pero esa Ilustración coherente se da al mismo tiempo que (y en pugna con) la Ilustración misógina, en la que hay que destacar el papel que desempeñó la obra de Jean-Jacques Rousseau (COBO 1995b). Ya hemos apuntado que las reivindicaciones y los planteamientos feministas producen siempre una reacción en contra, la reacción misógina y antifeminista del periodo ilustrado y revolucionario echará mano de los planteamientos de Rousseau, gran inspirador de muchas de las ideas revolucionarias, a la vez que, paradójicamente, uno de los críticos más antiilustrados de la Ilustración. Pensador complejo, ciertamente, pero que no tendrá empacho en aparcar toda sofisticación para considerar simple y llanamente que los planteamientos igualitarios por él defendidos no afectan al género femenino. En la labor antifeminista de Rousseau y de todos los que le seguirán después, el concepto de naturaleza cumplirá un papel esencial. 1.2.2. El concepto de «Naturaleza» Todos los sistemas de dominación suelen mostrar una imperiosa necesidad de legitimación. Aunque dispongan de un poder no discutido, parece que necesitan convencer de que lo que hacen está de alguna forma justificado. Ello es especialmente conveniente en momentos como el que estamos abordando, en los que 20

la subordinación y la desigualdad están siendo deslegitimadas y puestas en tela de juicio. El concepto de naturaleza ha sido probablemente uno de los más utilizados para dar legitimidad a lo que es «de hecho» queriéndolo convertir en «de derecho», en lo que «deber ser». Ya Aristóteles afirmaba que las mujeres y los esclavos eran «por naturaleza» inferiores a los varones libres. Y lo hacía frente a algunos sofistas que habían defendido que la situación de unas y otros respondía a una mera convención establecida por los seres humanos y, por tanto, por ellos mismos revocable. Es decir, que mujeres y esclavos, más que ser inferiores «por naturaleza», habían sido convertidos en inferiores por otros seres humanos: solo era una contingencia histórica, algo que de hecho había sucedido pero que no respondía a ninguna fatalidad natural, no tenía por qué ser así, no era un destino irremediable. Después fue la idea de Dios la que ocupó el lugar preferente en la legitimación de las injusticias: las cosas eran así o asá porque Dios así lo quería, porque tal era su (santa) voluntad. Pero con el proceso de secularización de la Modernidad volvió la naturaleza a ocupar el lugar central en la legitimación de los hechos. La acusación de ir contra la naturaleza será decisiva para neutralizar cualquier programa político transformador: la naturaleza se supone no puede ser modificada por la política (VALCÁRCEL, 1997: 75; 1994: 43, 70, 140). Celia Amorós ha explicado con detalle cómo en la Ilustración la categoría de naturaleza adoptó un carácter paradójico y contradictorio (AMORÓS, 1985: 29-30; 2000: 27, 35, 162): la naturaleza era lo que la cultura debía transformar y domesticar pero también aquello a lo que regresar como se aprecia en el mito del buen salvaje tan vigente en esta época, por obra entre otros del propio Rousseau; por naturaleza puede entenderse tanto aquello de lo que escapamos como aquello a lo que aspiramos, según la idea de naturaleza que suscribamos. En todo caso está claro que caben distintas concepciones de naturaleza, concepciones que serán históricas, cambiantes, culturales: todo, menos naturales. Pero también quedaba claro que las mujeres concebidas como «naturaleza» (frente a los varones, representantes de la «cultura») no se verían favorecidas por los cambios valorativos a favor de la naturaleza que, en determinados contextos, ya no es aquello que la cultura ha de dominar, controlar y domesticar, sino el paradigma de la humanidad pura y libre, no contaminada ni corrompida por las instituciones sociales. La misoginia y el sexismo no se caracterizarán nunca por la coherencia. Mary Wollstonecraft, gran conocedora y admiradora de la obra de Rousseau, considerando inaceptables los planteamientos rousseaunianos respecto al lugar y el papel de las mujeres en la república, se vio obligada a denunciar la falta de coherencia del ginebrino con sus propias pretensiones igualitaristas. Wollstonecraft pone de manifiesto esa incoherencia revelando la insistencia del filósofo en defender una educación diferenciada para hombres y mujeres, que inculque en ellas el sometimiento al varón, su papel secundario y subordinado. En efecto: si las mujeres son sumisas y pasivas por naturaleza, como afirmará Rousseau repetidamente, ¿por qué hay que insistir tanto en educarlas cuidadosamente para que lo sean? 21

La postura de Wollstonecraft prefigura ya elaboraciones teóricas posteriores que, mucho después, en el feminismo del siglo XX, se desarrollarán mediante el concepto de género (a su vez, avanzado también por Simone de Beauvoir en El segundo sexo con su idea de que «no se nace mujer, [sino que] llega una a serlo»). La polémica sobre si la situación y la condición de las mujeres responde a la (y a su) naturaleza, hoy hablaríamos directamente de biología o de genética, o, al contrario, es inducida o directamente creada por una determinada educación, hoy diríamos «socialización de género», será recurrente en adelante: se trata del famoso debate nature vs. nurture, biología vs. ambiente, determinismo biológico vs. constructivismo social, que ha enfrentado al feminismo sobre todo con teorías que pretenden deslegitimarlo en su conjunto pero, también, en alguna medida, a distintas corrientes feministas entre sí. Si bien ninguna de ellas aceptará que la desigualdad social pueda fundamentarse en la naturaleza o la biología, sí habrá quien plantee desde el feminismo que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, ligadas a la función reproductiva, pueden tener repercusión en algunos aspectos de las identidades y subjetividades diferentes de unos y otras. Hoy el desarrollo de las neurociencias parece estar contribuyendo con nuevas aportaciones al debate. Con toda la cautela necesaria (que es mucha) nos atrevemos a señalar tímidamente que lo que están haciendo algunos de los desarrollos más solventes en ese campo es mediar entre las posturas más deterministas defendidas en su día por la sociobiología (según las cuales «biología es destino») y el excesivo menosprecio hiperconstructivista para con las ciencias naturales presente en algunos planteamientos de los estudios sociales y culturales y en muchos análisis feministas, según los cuales «todo [sic] es construcción social». Nadie puede discutir hoy que el ambiente en que nos socializamos, las expectativas sociales y familiares y la educación recibida son decisivos a la hora de configurar lo que somos. Ni, desde luego, que lo que el feminismo ha llamado «socialización de género» nos convierte en hombres y mujeres. La discusión, en todo caso, versará en torno a cómo armonizar lo antedicho con lo que la teoría de la evolución nos enseña acerca de la formación y el desarrollo de las especies (HABERMAS, 2006: 160-161). Esta cuestión se ha planteado también al hilo de las discusiones sobre la condición transexual y/o transgénero. Así, se ha defendido que ya no es posible afirmar que la clave esté o bien en la naturaleza o bien en la socialización de forma exclusiva y excluyente: ambos aspectos inciden en la configuración de lo que llamamos hombre o mujer (WHITTLE, 2000: 8). La categoría de naturaleza, en todo caso, y antes de llegar al siglo XX, será el talismán de la reacción antifeminista en la misoginia romántica, seguidora en grandísima medida de Rousseau, en autores como Hegel, Schopenhauer o Kierkegaard. Estos autores, como sucede en la dicotomía naturaleza/cultura, ubican a las mujeres del lado de la naturaleza y negarán que el principio de individuación afecte al colectivo femenino: más que como individuos, las mujeres serán percibidas por la misoginia romántica como representantes (irrelevantes en tanto que individuos) de un género esencializado 10 , el gallinero en el que lo mismo da una que otra. Por lo demás, a partir de ahora será recurrente la imputación contra las feministas de 22

pretender actuar contra natura lo cual, como dice Valcárcel con sorna, no es demasiado grave (VALCÁRCEL, 1994: 439). 1.2.3. El feminismo decimonónico En el siglo XIX los grandes movimientos emancipatorios buscarán radicalizar las demandas ilustradas y sacar todas las consecuencias de las ideas alumbradas el siglo anterior, sobre todo de la idea de igualdad. Pero conviene ir señalando que entre los ideales políticos de la Ilustración, paradójicamente entre aquellos que conforman el tríptico revolucionario («Libertad, Igualdad, Fraternidad») no se da una armonía preestablecida sino, más bien al contrario, numerosas tensiones y contradicciones. Así, las diversas concepciones políticas que se desarrollarán a partir de ellas pondrán el énfasis en una u otra al precio de relegar inevitablemente el resto (VALCÁRCEL, 1993: 113 ss.). Los liberalismos pondrán el acento en la libertad, sacrificando la igualdad, de la misma manera que los igualitarismos verán en la igualdad condición sine qua non para la realización de una verdadera libertad que no será considerada, de entrada, prioritaria 11 . En los países anglosajones (estamos pensando aquí fundamentalmente en los Estados Unidos de América y en Gran Bretaña) surgirán numerosas asociaciones que conformarán un activo movimiento sufragista. Las sufragistas pondrán todas sus energías en conseguir que los hoy llamados «derechos de primera generación» —los derechos civiles— amparen a las mujeres, excluidas de la ciudadanía desde su nacimiento el siglo anterior. No solo el derecho al voto, como su misma denominación de sufragistas indica, sino también el derecho a la educación, retomando una reivindicación en la que ya insistió Wollstonecraft, al trabajo, a la propiedad y a la administración de sus propios bienes. En esta segunda ola feminista el quehacer teórico y activista ya no se dirigirá únicamente a rebatir los planteamientos antifeministas, sino que se irá sumergiendo también poco a poco en debates intrafeministas que empezarán a configurar distintas corrientes en el interior del movimiento. La diversificación de planteamientos feministas y de debate entre ellos no dejará de crecer a partir de este momento. El sufragismo norteamericano estuvo fuertemente vinculado a las organizaciones antiesclavistas y las activistas sufragistas participaron desde el principio en las luchas por la abolición de la esclavitud. Pero cuando algunas de ellas acudieron como delegadas a la Convención Antiesclavista Mundial, celebrada en Londres en junio de 1840, se les negó la participación. Unos pocos varones intervinieron a favor del derecho de las mujeres a participar, pero la mayoría planteó que las mujeres no eran aptas para la vida pública. Ello debió ser un golpe considerable para las feministas, que de esta abrupta manera supieron que lo eran. En 1848 un grupo de alrededor de trescientas mujeres y algunos hombres reunidos en la primera Convención Norteamericana por los Derechos de la Mujer, en Seneca Falls (Nueva York), presentan una Declaración de Sentimientos y Resoluciones. A diferencia de la Declaración de Olimpia de Gouges y de la Vindicación de Mary 23

Wollstonecraft, estamos ahora ante un texto de elaboración colectiva. En su redacción intervienen sufragistas famosas como Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton, entre otras. Las sufragistas norteamericanas redactan la Declaración de Seneca Falls según el modelo de la Declaración de Independencia norteamericana: si ésta había acusado al rey del Reino Unido como responsable de una historia de «repetidas injurias y usurpaciones», la Declaración de Seneca Falls acusará a los hombres de negar a las mujeres el derecho al sufragio, de obligarlas a obedecer leyes en cuya elaboración no han participado y de condenarlas a una suerte de «muerte civil» tras el matrimonio. Se ha discutido hasta qué punto el movimiento por los derechos de las mujeres en Estados Unidos tuvo que ver solo con el machismo existente en el interior del movimiento antiesclavista. La Declaración de Seneca Falls, según la teórica y activista Angela Davis, ignoraba la situación de las mujeres blancas de clase obrera así como la de todas las mujeres negras (DAVIS, 2004: 62). Desde este momento se pone de manifiesto que las mujeres blancas que luchan por sus derechos pueden no tener en cuenta (de manera consciente o no) el problema del racismo. El famoso discurso de Sojourner Truth en una convención de mujeres celebrada en Ohio en 1851 es uno de los primeros exponentes de la conciencia feminista sobre las desigualdades y diferencias entre mujeres. En la convención, con ánimo de boicotearla, tomaron la palabra algunos hombres contrarios a los derechos de las mujeres. Uno de ellos defendió que era impensable que las mujeres pretendieran votar cuando no eran capaces de cruzar un charco o subir a un carruaje sin la ayuda de un varón. Sojourner Truth tomó la palabra para poner de manifiesto que ella, nacida esclava y madre de trece criaturas vendidas la mayoría de ellas a la esclavitud, nunca había sido ayudada para esos menesteres sino que, al contrario, había trabajado tanto como cualquier hombre, igual que había soportado como ellos el látigo y, como repetía la muletilla que hizo famoso su discurso, «¿Acaso no soy una mujer?» 12 . En Gran Bretaña, después de que en 1866 el filósofo John Stuart Mill presentara la primera solicitud a favor del voto femenino en el Parlamento y de que todas las acciones legales fracasaran y solo generaran burlas, el movimiento sufragista se radicalizó y se hizo más combativo 13 . Emmeline Pankhurst, la líder del ala más radical, las «suffragettes», fundó en 1903 la Unión Política y Social de las Mujeres. Pero el movimiento sufragista no será el único proyecto feminista que conocerá el siglo XIX. En el interior del movimiento obrero surgirán voces que pondrán de manifiesto la desigual inserción de mujeres y hombres en la clase trabajadora. El socialismo utópico, el marxismo, el anarquismo, todos ellos se verán obligados a abordar «el problema de la mujer», inaugurándose un debate, tanto en el seno de la izquierda como en el del feminismo, sobre cuál es la relación entre ambos, izquierda y feminismo o, utilizando una terminología posterior, cuál es la vinculación entre opresión patriarcal y opresión de clase, entre patriarcado y capitalismo. Con otras palabras, por lo que se refiere al debate entre feministas, cuál es el origen de la opresión de las mujeres. Porque si consideramos que tal origen está en la propiedad privada, como había defendido Engels 14 , la conclusión será que acabando con ésta acabaremos con la subordinación de las mujeres, de manera que la lucha feminista se 24

vería relegada y subordinada a la lucha de clases, más amplia, y que incluiría a aquélla. «Luchemos por el socialismo, y la emancipación de las mujeres se dará sola», viene a ser el planteamiento. Las feministas socialistas del momento (Alejandra Kollontai, Clara Zetkin, entre otras) pensarán sin duda que la liberación de las mujeres no puede darse en el marco de un sistema capitalista, pero no verán tan claro que sea una consecuencia automática de la revolución socialista. La historia confirmará, por lo demás, que socialismo no implica necesariamente liberación de las mujeres (y desde luego, está por ver que liberación de las mujeres implique «socialismo» o, en general, abolición de las clases sociales). De la misma manera que el primer feminismo tuvo que enfrentarse al hecho de que todas las mujeres (aristócratas, burguesas, plebeyas y clero femenino) fueran excluidas de la ciudadanía, el feminismo decimonónico hubo de hacerlo a las acusaciones de las fracciones más antifeministas del movimiento obrero, según las cuales el feminismo rompe la unidad de clase y establece una suerte de alianza contra natura entre proletarias y burguesas. A este respecto hay que subrayar el análisis de Heidi Hartman 15 según el cual lo que en realidad sucedió fue justamente lo contrario, que son los varones (burgueses y proletarios) quienes establecen un verdadero «pacto patriarcal interclasista» mediante la instauración del salario familiar; esto es, un salario para el obrero que le permita sostener a su familia manteniendo a la mujer en casa para que atienda las tareas domésticas sin remuneración a cambio de la manutención y el alojamiento (HARTMANN, 1980). No queremos terminar este apartado sin hacer una referencia, aunque sea sumaria, a la lucha que por el derecho al voto de las mujeres lleva a cabo en España Clara Campoamor. A finales de la segunda década del siglo XX, en un contexto de asociacionismo femenino y feminista creciente, avivado por el reconocimiento del derecho al voto de las mujeres en algunos países, el debate sobre el sufragio femenino está también presente en la calle y en la prensa españolas (DURÁN y LALAGUNA, 2007: 13-20). Proclamada la República en abril de 1931, en mayo se modifica la Ley electoral estableciéndose que las mujeres puedan ser elegibles. Se convocan elecciones a Cortes Constituyentes y Clara Campoamor resulta elegida diputada en las listas del Partido Radical. Veintiún diputados toman parte en la Comisión encargada de la redacción del proyecto de Constitución, entre ellos una sola mujer, Clara Campoamor. La comisión presenta a la Cámara el texto para que sea debatido. Campoamor defiende apasionadamente el sufragio femenino en el debate constitucional. Como es sabido, el argumento de la izquierda contraria al voto femenino es que las mujeres, bajo la influencia de los confesores y por tanto de la Iglesia, votarán a la derecha. Campoamor argumentará insistentemente que el derecho al voto de las mujeres no es una cuestión de conveniencia política sino de principio (casi se diría ético y prepolítico) y, por tanto, irrenunciable. En definitiva, que no se trata de una mercadería política con la que negociar.

1.3. SIMONE DE BEAUVOIR Y LE DEUXIÈME SEXE 25

A partir del reconocimiento del derecho al voto de las mujeres (que no se completará en Europa hasta fecha tan tardía como 1971, año en que se reconoce tal derecho en Suiza) el movimiento feminista entra en una fase que podríamos caracterizar como de repliegue de velas. El debate y la lucha por los derechos de las mujeres no volverán a la palestra hasta después de la segunda mitad del siglo XX, con la irrupción de la tercera ola feminista en los años sesenta. Sin embargo, en la particular travesía del desierto de las reivindicaciones feministas a mediados del siglo pasado, ocupa un lugar sin parangón la filosofía existencialista de la pensadora francesa Simone de Beauvoir (1908-1986), cuya obra El segundo sexo, publicada en 1949 (solo cuatro años después de que las mujeres consiguieran el derecho al voto en Francia), tendrá una relevancia capital para el desarrollo y la evolución de la teoría feminista posterior (PULEO, 2000: 110). Según afirma María Teresa López Pardina, El segundo sexo sigue siendo el más exhaustivo análisis de cuantos se han hecho sobre la condición de la mujer en las sociedades occidentales, que abarca todos los aspectos del problema y del cual son deudores (bien para confirmarlo, bien para discutirlo) todos los planteamientos posteriores (LÓPEZ PARDINA, 1999). No podemos ni pretendemos hacer más que una muy sumaria (y simplificadora) aproximación a la obra de Beauvoir. A partir de la constatación de que históricamente la mujer ha sido convertida en el Otro absoluto por el hombre, Beauvoir indaga en la biología, la antropología, el psicoanálisis, el materialismo histórico..., es decir, en todos los campos del saber, buscando porqués, analizando todo lo que ha sido dicho para explicar y justificar la situación de las mujeres. Porque «para probar la inferioridad de la mujer, los antifeministas han apelado no solo a la religión, a la filosofía y a la teología como antes, sino también a la ciencia: biología, psicología, etc.» (DE BEAUVOIR, 1962: 29). 1.3.1. El «feminismo existencialista» de Simone de Beauvoir Según Jean-Paul Sartre todos los existencialismos coinciden en afirmar que en el ser humano la existencia precede a la esencia (SARTRE, 1982: 15-16). Eso no pasa con las cosas 16 . Cuando alguien fabrica un libro, por ejemplo, ya tiene una idea de cómo va a ser ese libro que todavía no existe. De hecho, lo fabrica conforme a ese modelo que previamente tiene en la cabeza. Con el ser humano parecía que ocurría lo mismo: Dios era el creador que había hecho a los seres humanos (sus «criaturas») conforme a una idea o modelo. Pero a partir de la idea de que «Dios ha muerto» podemos afirmar que el ser humano no tiene una esencia (pre-establecida, inmutable). Cuando estamos ante un recién nacido no sabemos qué va a ser de él o de ella, lo que vaya a ser no está definido de antemano. ¿Será cobarde? ¿Será valiente? Será lo que haga de sí mismo. Es decir, para los existencialistas el ser humano primero existe y después se va definiendo, va construyendo lo que es «eligiéndose con sus compromisos». Pero, planteará Beauvoir, en el caso de la mujer ¿es esto así? Para la mujer se ha troquelado una esencia (desde los mitos del eterno femenino) que define con precisión en qué consiste ser mujer, qué es lo femenino, una definición que prefigura un lugar práctico 26

y simbólico para las mujeres desde construcciones hechas por los hombres. Y si las mujeres concretas de carne y hueso no cumplen con ese modelo de feminidad no es el modelo lo que se modifica (el mito), sino que son ellas las penalizadas. Es decir, en el caso de la mujer hay una esencia que es operativa en las existentes individuales, de manera que la existencia concreta de las mujeres es lo de menos (por eso las mujeres son en el patriarcado intercambiables, indiscernibles... idénticas, utilizando la terminología acuñada por Celia Amorós: tanto da una que otra). En el vocabulario de la teoría feminista contemporánea diríamos que aunque existen dos géneros (masculino y femenino) estos no son simétricos. En El segundo sexo Beauvoir explica que el hombre es libertad, existencia, no hay una «esencia masculina» prefigurada como en el caso de la mujer (y, si existe una definición de qué es ser hombre, ésta incluye la libertad, no existe el «eterno masculino»). 1.3.2. Excursus: el concepto de género avant la lettre Ahora bien, esta esencia femenina que a menudo ahoga a las mujeres concretas no responde a una secreción hormonal. Con su famosa afirmación, en el arranque mismo del segundo volumen de El segundo sexo, de que «No se nace mujer, [sino que] llega una a serlo», Beauvoir se adelanta en décadas a los desarrollos del que será después concepto central en la teoría feminista, el concepto de género: esa suerte como es sabido de «construcción cultural operada a través de la educación y el adiestramiento desde la más temprana edad» (LÓPEZ PARDINA, 1994: 121). Hoy entendemos con cierta rapidez que género y sexo no son sinónimos, por mucho que los entes extralingüísticos denotados por esas dos palabras, es decir, la extensión de ambos conceptos, casi coincida. El feminismo ha conseguido que se distingan las diferencias entre hombres y mujeres que responden a la naturaleza (la biología, la genética) de aquellas que son establecidas por la sociedad y que no son por tanto ni irremediables ni inamovibles. Y se trata de distinguirlas porque confundiéndolas, de forma nada ingenua por cierto, se ha querido presentar como natural lo que tiene de hecho un origen y una génesis social. A lo que se basa en la naturaleza lo llamamos «sexo» y a lo que tiene origen social «género». Ser macho o hembra sería una cuestión biológica, de nacimiento. Devenir hombre o mujer sería producto de una determinada socialización, de una educación persistente y tenaz interiorizada inadvertidamente. Claro que la mayoría de los seres humanos nacidos varones acaban siendo, por efecto de la educación diferenciada, hombres y masculinos, igual que la mayoría de las nacidas hembras se convierten en mujeres y femeninas. Pero no siempre es así. Ni siquiera es oportuno añadir mecánicamente al sexo y al género una determinada orientación sexual, que es lo que a muchas personas les vendrá a la cabeza al admitir que efectivamente hay mujeres masculinas y hombres femeninos: identidad sexual (cromosomas, gónadas, genitales), identidad de género (sentirse hombre o mujer) y orientación o preferencias sexuales, casi siempre se superponen de forma lineal, pero no siempre, porque la feminidad y la masculinidad no se hallan exclusivamente bajo la tutela de la anatomía, de lo biológico. Masculinidad y feminidad son modelos ideales que se realizan en las 27

personas concretas como características de grado, no absolutas: se puede ser más o menos femenina o masculina, cosa que es algo más difícil afirmar respecto de hembra o macho (cuando se afirma de un hombre que es «muy macho» se está diciendo precisamente que cumple con el estereotipo de masculinidad). Pero a partir de este punto la teoría feminista dejará de ser unánime en lo que se refiere al género. Partiendo del rechazo de las formas tradicionales de feminidad y masculinidad compartido por todas las feministas, caben dos planteamientos feministas al respecto: para unas se tratará de crear modelos de feminidad y masculinidad no jerárquicos, de redefinir qué es ser mujer y qué ser hombre manteniendo ambos polos; para otras, el objetivo será disolver todo modelo de género y dejar aflorar una individualidad no marcada genéricamente, porque no cabe división en dos géneros de los seres humanos que no sea jerárquica. Lo segundo parece más difícil (lo cual no significa necesariamente que sea menos deseable); a lo primero, en cambio, estamos asistiendo de un tiempo a esta parte, lo cual muestra que feminidad y masculinidad no son secreciones hormonales. A pesar de su capacidad explicativa, sin embargo, el concepto de género presenta una carencia: no alude a la organización jerárquica de los géneros, condición ésta que es necesario hacer explícita hablando de desigualdades de género. No hacerlo puede llevar a considerar erróneamente que la diferencia entre los géneros responde y se limita a atributos «complementarios» que no comportan desigual reparto de poder o de reconocimiento simbólico y material. Como queda dicho más arriba, algunas corrientes feministas plantearán, sin embargo, que no es posible una organización social igualitaria y no jerárquica de los géneros, dado que la subordinación de las mujeres es intrínsecamente atribución de un género social al sexo biológico. Retomando los planteamientos existencialistas de Simone de Beauvoir, añadiremos que tanto para Sartre como para Beauvoir no hay libertad sin situación, concepto fundamental en ambos autores pero entendido de manera diversa por cada uno de ellos (AMORÓS, 1997: 382-383). Para Sartre la situación, producto de la contingencia, es «aquello con lo que tiene que cargar mi libertad para realizarme como proyecto»: si quiero escalar una montaña y soy asmática tendré que cargar con ese hecho... pero según Sartre soy tan libre de hacerlo como el alpinista. Para él la situación es siempre construida de diferente forma según el modo en que es asumida (rebelándose, aceptándola, justificándola...). Si la libertad es, como quería Sartre, «lo que nosotros hacemos de lo que han hecho de nosotros», para Beauvoir, sin embargo, «la libertad de los humanos es infinita, pero las posibilidades que se les ofrecen de encarnarla («situaciones») son finitas y pueden aumentar o disminuir la libertad desde el exterior del sujeto (...), no podemos incidir en la libertad de los otros, solo en su situación» (LÓPEZ PARDINA, 1999: 30). Ella pondrá en cuestión el margen de maniobra que tiene un esclavo o una mujer en un harén. Hay situaciones de tal calibre que pueden llegar a bloquear la libertad de forma que esta resulte prácticamente desactivada. Sobre esta base es posible hablar de una jerarquía de situaciones (LÓPEZ PARDINA, 1999: 31). «Lo que han hecho de nosotras», en el caso de las mujeres tiene un peso enorme, del que no 28

siempre es fácil librarse. En definitiva, para Beauvoir la situación, ese marco en el que se ejerce la libertad, no es en todos los casos del mismo grosor, las posibilidades de todos los seres humanos no son las mismas, algunos, los desfavorecidos, necesitan hacer ingentes esfuerzos para llegar a lo que para los más favorecidos es el punto de partida. Todo ello no evita, sin embargo, que Simone de Beauvoir se pronuncie respecto a la complicidad que en ocasiones las mujeres muestran para con la propia situación (AMORÓS, 1997: 383). Al fin y al cabo el existencialismo es una filosofía de la libertad... y de la responsabilidad.

1.4. LA TERCERA OLA: EL ARRANQUE DE LOS FEMINISMOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

Después de El segundo sexo el feminismo reaparecerá a partir de la segunda mitad del siglo veinte como movimiento social articulado en organizaciones con agenda política y reivindicativa. A partir de ese momento la pluralidad de concepciones feministas ya anteriormente insinuada se profundizará hasta niveles insospechados. La maraña de planteamientos, los desarrollos que cada uno de ellos va propiciando e incluso las en ocasiones, desde nuestro punto de vista, nada felices derivas que irrumpirán en el panorama teórico y político a partir sobre todo de los años sesenta, son de tal complejidad y variedad que no podemos aspirar siquiera a mencionar cada una de las corrientes feministas contemporáneas. A partir de ahora cabrá etiquetar al feminismo no solo como liberal, socialista o radical: se podrá hablar también de feminismo de la igualdad frente a feminismo de la diferencia 17 , de feminismo ilustrado y feminismos posmodernos o poscoloniales, cultural, materialista, comunitarista, multiculturalista, serán algunos otros adjetivos que cabe aplicar a los análisis feministas. Los planteamientos de la ética del cuidado, del pensamiento maternal o del lesbianismo político se cruzarán con los anteriores y también con los planteamientos del feminismo queer, dibujando un tupido panorama de perspectivas feministas sobre cuestiones tan controvertidas como la sexualidad, la pornografía, la prostitución o la violencia contra las mujeres, entre otras muchas. Retomando debates ya presentes en el feminismo decimonónico, dilucidar de qué manera se cruzan e interactúan los sistemas sociales que subordinan a las mujeres con los que propician la explotación económica o la relegación de las culturas no hegemónicas serán algunas de las cuestiones también sujetas a debate y a controversia. Debate que se amplía con la discusión sobre cuál debe ser la relación del movimiento feminista (en los sesenta etiquetado como Women’s Lib.: Movimiento de Liberación de la/s Mujer/es 18 ) con los otros movimientos de liberación. Pero vayamos por partes. Se puede decir que, de alguna forma, el feminismo contemporáneo arranca de la lectura de El segundo sexo y la reflexión a que da lugar entre sus protagonistas, en gran medida «hijas de Beauvoir» (VV.AA. 1988; PULEO, 2000: 110-111). Si bien lo que suele denominarse «tercera ola» feminista se vincula a menudo al feminismo radical que surgirá en los años sesenta y setenta, no podemos 29

olvidar que este es en alguna medida una respuesta al feminismo liberal que también se gesta en este momento abundando, como decimos, en la variedad de planteamientos y perspectivas políticas feministas. 1.4.1. El feminismo liberal: Betty Friedan y The Feminine Mystique (1963) Betty Friedan con su obra La mística de la feminidad retoma el hilo e incide en algunas cuestiones planteadas en El segundo sexo pero no ya en clave filosófica, sino de análisis social. Friedan, considerada una de las representantes más importantes del feminismo liberal, analiza con detalle la ingente y persistente producción de mensajes lanzados por la maquinaria mediática y publicitaria que después de la Segunda Guerra Mundial se puso en marcha contra el discurso feminista, buscando la vuelta al hogar de las mujeres estadounidenses. A diferencia de lo que ocurrió en la época ilustrada, en la que, como hemos visto, hubo un autor clave en la elaboración del discurso reactivo y reaccionario misógino (Rousseau), en los años que Friedan analiza, lo que aparece es un enorme complejo de diversos discursos que se complementan y reafirman sin foco principal localizado: revistas de divulgación, programas de radio y televisión, discursos «científicos» más o menos divulgativos. El elogio, la promoción y la machacona insistencia en la «mística de la feminidad» es la reacción patriarcal contra el sufragismo y la incorporación de las mujeres a la esfera pública y al trabajo asalariado durante la Segunda Guerra Mundial. Es un discurso que identifica a la mujer en exclusiva como madre y esposa, cercenando toda posibilidad de realización personal y culpabilizando a todas aquellas que no son felices viviendo solamente para los demás 19 . La manifiesta y notoria insatisfacción de las mujeres con su papel de amas de casa, esposas y madres será caracterizada por Friedan como «el problema que no tiene nombre». Nuestra autora proporcionará nuevas claves para comprender dicho problema, que tienen que ver no con que las mujeres no cumplan bien el rol que se les impone, sino con las propias características de dicho rol, que concibe a las mujeres como seres humanos castrados e incompletos, sin proyecto vital propio. La obra de Betty Friedan en general y La mística de la feminidad, en particular, es considerada un hito en el desarrollo de las ideas feministas y no creemos exagerar al afirmar que se trata de un clásico dentro del feminismo, pero también ha recibido numerosas críticas desde determinadas corrientes feministas. Si bien no la única, una de las más radicales y contundentes es la que hace bell hooks (1984). Según hooks el análisis de Friedan «se refería de hecho a un grupo selecto de mujeres blancas, casadas, de clase media o alta y con educación universitaria: amas de casa aburridas, hartas del tiempo libre, del hogar, de los hijos, del consumismo, que quieren sacarle más a la vida. [...] [Friedan] no hablaba de las mujeres sin hombre, ni hijos, ni hogar. Ignoraba la existencia de mujeres que no fueran blancas, así como de las mujeres blancas pobres. No decía a sus lectoras si, para su realización, era mejor ser sirvienta, niñera, obrera, dependienta o prostituta que una ociosa ama de casa» (HOOKS, 1984: 33-34). Sin embargo, desde nuestro punto de vista, esta constatación, con ser 30

pertinente, no invalida completamente la relevancia de la obra de Friedan para el feminismo: la limita, la sitúa, denuncia incluso que dicha obra no tiene como referente a todas las mujeres, como pretende, sino solo a una parte de ellas. No podemos extendernos sobre el particular, pero no queremos dejar de apuntar que una crítica similar a la que bell hooks hace a Betty Friedan la han hecho también otras muchas mujeres pertenecientes a grupos que no se han sentido representados en el discurso feminista hegemónico (por ejemplo, las lesbianas, las mujeres con discapacidad, las jóvenes, las migrantes 20 ). Ello ha ocurrido además en un contexto filosófico-político de crítica a la Ilustración y al valor ilustrado de la igualdad y de reiterado énfasis posmoderno o comunitarista de las diferencias. Hasta tal punto que a veces hemos asistido a una alabanza indiscriminada de toda diferencia, a una celebración acrítica de lo diferente. No se nos debería olvidar, en este punto, que hay diferentes diferencias: no todas deben ni pueden ser reivindicadas. Desde una perspectiva emancipatoria hay algunas diferencias con las que hay que acabar. Por ejemplo, las desigualdades. Por eso fue preciso aclarar que lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la desigualdad, que la reivindicación de las diferencias (o de la diferencia) no invalida ni contradice la reivindicación de igualdad. De lo que se trata es de que las diferencias (aquellas que son reivindicables) convivan, en todo caso, en un plano de igualdad irrenunciable (MALDONADO, 2009). 1.4.2. El feminismo radical y los nuevos movimientos sociales: «lo personal es político» El contexto en el que aparece el feminismo radical de la tercera ola son las revueltas sociales de los sesenta, de las que se puede decir que en buena medida el feminismo contemporáneo arranca. En Europa (aunque no solo, también por ejemplo en México) el momento álgido de tales revueltas tendrá lugar durante mayo de 1968 (el mayo francés). Los teóricos de la revuelta estudiantil del 68, las consignas y la retórica de ese movimiento están en estrecha relación con el freudomarxismo (deudor crítico del marxismo y del psicoanálisis y también con numerosos ecos románticos) de autores como Herbert Marcuse, entre otros. Pero no solo el mayo francés es reflejo de y tiene su eco en el feminismo radical, también las luchas al otro lado del Atlántico (cierto que seguimos en el hemisferio norte) por los derechos civiles de las personas negras, por los derechos de los homosexuales (STONEWALL), la oposición a la guerra de Vietnam, etc., están de alguna manera presentes en el feminismo radical. Este es el caldo de cultivo de la llamada Nueva Izquierda que, como los movimientos sociales de su órbita (además del feminista, el antirracista, el estudiantil, el pacifista), tendrá una de sus características fundamentales en su marcado carácter contracultural (DE MIGUEL, 1995: 239). Del mismo modo que en su día el sufragismo nació vinculado a la decepción que las mujeres sufrieron en el movimiento abolicionista, también ahora será decisivo el descontento de las militantes de los nuevos movimientos sociales por el trato que reciben de sus compañeros de lucha y la perpetua relegación de sus propios intereses 31

ante reivindicaciones consideradas (por los varones) «más importantes». A la vez, igual que las pioneras de la revolución francesa utilizaron el lenguaje y los términos revolucionarios para poner de manifiesto la incoherencia de quienes pretendían excluirlas, también ahora las feministas radicales utilizarán el lenguaje político en boga en este momento para denunciar, por ejemplo, la colonización de los cuerpos de las mujeres, la explotación sexual, la supremacía masculina o la dominación patriarcal... (MILLET, 1995; VALCÁRCEL, 2008). La «revolución sexual» que presuntamente acontece en esos momentos no se librará tampoco de la visión crítica de las feministas, que pondrán en cuestión que las mujeres se vean beneficiadas por la (digamos) liberalización de costumbres que dicha supuesta revolución sexual trajo consigo. Las feministas denunciarán los componentes sexistas y androcéntricos de las nuevas (aunque no tanto) concepciones sobre sexualidad. Precisamente, otro de los textos fundamentales de este momento, La dialéctica del sexo, de Shulamith Firestone (dedicada por su autora a Simone de Beauvoir) incluye nada menos que un capítulo de análisis político del amor, «baluarte de la opresión de las mujeres» (FIRESTONE, 1976: 159). Áreas de la vida que tradicionalmente se habían considerado ajenas a lo político son escudriñadas ahora desde esta óptica. Las radicales, en consonancia con algunos autores de la escuela de Fráncfort, propician una redefinición de lo político. Según ellas, el análisis político es pertinente allí donde el poder entre en juego (PULEO, 2005: 51) y eso no sucede solo en el ámbito público, sino también (especialmente en una sociedad de dominación patriarcal) en las relaciones personales entre hombres y mujeres. Con la consigna de que «lo personal es político» (que recuerda a algunas de las boutades paradójicas del 68 tipo «seamos realistas, pidamos lo imposible») las radicales resumirán de forma contundente y provocativa una buena parte de sus planteamientos. Afirmando que lo personal es político el feminismo radical rompe además con la dicotomía típicamente liberal de las esferas privada y pública (PULEO, 1995: 24). Y es que otro componente relevante del feminismo radical al que ya hemos aludido hay que buscarlo precisamente en la crítica que las radicales hacen al feminismo liberal. Así, Kate Millet había sido primero militante de NOW pero se incorporará después al grupo de feministas radicales «New York Radical Women», fundado en 1967 por Pam Allen y Shulamith Firestone (PULEO, 1994: 143-144). Según ellas, el feminismo liberal no era lo suficientemente contundente en sus análisis de la situación de las mujeres ni en sus propuestas políticas para acabar con la subordinación femenina. El feminismo liberal consideraba suficiente el reconocimiento de una serie de derechos formales para las mujeres pero no pretende cambiar de raíz el sistema que las oprime, con lo cual revelaba la insuficiencia de su planteamiento: la opresión de las mujeres, en la perspectiva radical, afecta a cosas mucho más graves y profundas que aquellas que son susceptibles de modificación vía reforma. No solo lo que hombres y mujeres hacemos (susceptible de regulación legal) sino aquello que somos (difícilmente regulable legalmente), es decir, nuestra identidad, nuestra subjetividad, nuestros deseos y anhelos, han sido troquelados por la opresión patriarcal.

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Lecturas recomendadas • AMORÓS, C., y DE MIGUEL, A. (eds.) (2005): Teoría Feminista: de la Ilustración a la globalización [vol. I: «De la Ilustración al Segundo Sexo», vol. II: «Del feminismo liberal a la posmodernidad» y vol. III: «De los debates sobre el género al multiculturalismo»], Minerva, Madrid. Los tres volúmenes que componen esta obra editada por las filósofas Celia Amorós y Ana de Miguel son, sin duda, el mejor y más exhaustivo panorama en castellano del estado de la cuestión, por lo que a teoría política feminista se refiere 21 . Entre las autoras se encuentran (además de las propias editoras) otras teóricas, formadas muchas de ellas en la estela de Celia Amorós desde los años del pionero seminario «Feminismo e Ilustración». La obra cuenta también con sendas aportaciones de dos autoras muy reconocidas del ámbito anglosajón (sin duda dominante y hegemónico en la producción teórica feminista): Seyla Benhabib y Kathleen Barry. La primera, con un planteamiento que aceptando algunas aportaciones de la posmodernidad, no deja de señalar los problemas que supone para el feminismo una adopción desproblematizada y acrítica de los postulados posmodernos, cosa que también hace, aunque desde otro planteamiento, Nancy Fraser, cuya obra se aborda también en uno de los capítulos. Por su parte, Barry ha aparecido con una postura contundentemente abolicionista en el debate feminista sobre prostitución, debate que divide de forma drástica al movimiento feminista sobre todo (pero no solo) en Estados Unidos. Contamos también con la visión de Raquel Osborne, una de las mejores conocedoras de ese debate (y, en general, de las perspectivas feministas sobre sexualidad) que defiende, sin embargo, una postura radicalmente distinta a la de Barry. • DAVIS, A. Y. (2004): Mujeres, raza y clase, Akal, Madrid. Este clásico de Angela Davis, cuya edición original es de 1981, no se vertió al castellano hasta una fecha tan tardía como 2004. En la obra, Davis aborda la intersección a finales del siglo XIX y principios del XX de las luchas por los derechos de las mujeres (principalmente el derecho al sufragio), las reivindicaciones antiesclavistas y antirracistas y la cuestión de la clase social. Nuestra autora, cuya biografía hace de ella una leyenda viva de la lucha por la igualdad y la justicia, no deja de poner de manifiesto que en dicha intersección hubo tensiones y desencuentros. A diferencia de los planteamientos de algunas autoras encuadradas en los Black Women’s Studies para las que el racismo prevaleció sobre las alianzas sexuales entre hombres anglosajones, amerindios y afroamericanos, borrando cualquier vínculo entre mujeres blancas y negras (como sostiene por ejemplo bell hooks), para Davis «el hombre negro, desde una perspectiva política, todavía está muy por encima de las mujeres blancas y educadas», según afirma en el arranque del capítulo cuarto de esta obra, por lo demás, titulado «El racismo en el movimiento 36

sufragista de mujeres». • COBO, R. (2011): Hacia una nueva política sexual. Las mujeres ante la reacción patriarcal, Los Libros de la Catarata, Madrid. Con un título que incluye por lo menos dos guiños a sendos clásicos feministas como son Política Sexual (de Kate Millet) y Hacia una crítica de la razón patriarcal (de Celia Amorós), se adentra Rosa Cobo en una suerte de puesta al día (que tiene algo también de balance y perspectivas) de algunos debates centrales en el feminismo de las últimas décadas cual son la relación entre multiculturalismo y feminismo, la perpetua y renovada violencia patriarcal o la cuestión de la globalización neoliberal y las nuevas servidumbres que esta acarrea para las mujeres. La referencia del subtítulo a la «reacción patriarcal» evoca también otra veta clásica del feminismo dedicada a analizar con detalle las sucesivas reacciones patriarcales antifeministas ante la constatación del avance de los derechos de las mujeres: Susan Faludi lo hizo en su obra Reacción, en la que abordó la que tuvo lugar en la década de los ochenta; Betty Friedan lo había hecho antes en La mística de la feminidad, donde denunció las maniobras por medio de las cuales la reacción patriarcal de después de la Segunda Guerra Mundial buscó la vuelta al hogar de las mujeres, que se habían incorporado en gran medida al ámbito público debido a que los hombres se encontraban en el frente. Sin duda, en la actualidad, como afirma Cobo, las mujeres han ganado protagonismo social, y por ello los que denomina «nuevos bárbaros del patriarcado», es decir, sus sectores más intolerantes y fanáticos, consideran que (las mujeres) han llegado demasiado lejos (bien podríamos decir que ladran, luego avanzamos). En su idea de vincular siempre la reflexión con la acción feminista no deja Rosa Cobo de abordar en el último capítulo las «Estrategias feministas para el siglo XXI». La lucha continúa.

Páginas web recomendadas • Las entradas relativas a la teoría feminista de la Standford Encyclopedia of Philosophy 22 : http://plato.stanford.edu/search/searcher.py?query=feminist • La web de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas: http://www.feministas.org/ • El periódico feminista on line Mujeres en red: http://www.mujeresenred.net/ • La revista feminista on line Píkara: http://www.pikaramagazine.com/ • La web de la Campaña por una Convención Interamericana de los Derechos Sexuales y los Derechos Reproductivos: http://www.convencion.org.uy/ 37

• El blog Feminist Philosophers http://feministphilosophers.wordpress.com/category/uncategorized/

Actividad práctica Toda persona que haya recibido una formación solvente en teoría feminista debería poder explicar, entre otras, estas cuestiones: 1. ¿En qué sentido es polémica, es decir, no acrítica o desproblematizada, la vinculación del feminismo con la Ilustración? 2. El discurso y la práctica feminista se mueven en un equilibrio precario, entre el énfasis en la identidad (de género) y el énfasis en las diferencias y desigualdades entre las mujeres (y correlativamente entre los hombres) que disolverían aquella identidad. Ambos extremos nos abocan a paradojas y problemas de difícil resolución, de ahí la necesidad de equilibrio entre ambos. ¿Cuáles son y en qué consisten esos problemas?

2. Feminismos contemporáneos en la crisis del sujeto. Hacia una política de lo común, por SILVIA L. GIL 2.1. INTERROGANDO AL SUJETO DEL FEMINISMO A partir de la década de los años ochenta tienen lugar una serie de debates en el seno del feminismo que giran en torno al problema de la identidad. Hasta entonces, el sujeto «Mujer», de raíces ilustradas y humanistas, articula la identidad colectiva del movimiento. En los años sesenta y setenta, las preocupaciones eran el redescubrimiento y la valoración de lo femenino, la reivindicación de un amplio abanico de libertades restringidas, desde derechos reproductivos a sexuales, laborales o económicos, y la apropiación de espacios de autonomía personal y colectiva. Pero poco a poco, con la aparición de las diferencias, fue discutiéndose su capacidad y pertinencia para representar a todas las mujeres. La presencia de sujetos periféricos o fronterizos como las mujeres negras y mestizas en EE.UU., o las lesbianas, transexuales y queer 23 en el Estado español, señalaba las dificultades del sujeto «Mujer» para nombrar otras realidades, así como las exclusiones que producía. Junto a otros factores, y en el contexto de una reflexión filosófica crítica acerca de los límites y desplazamientos de la razón moderna, este debate desemboca en la crisis del sujeto del feminismo en los años noventa. Veremos que al calor de esta crisis nacen propuestas que no niegan sino que permiten, desde otras gramáticas y coordenadas, 38

pensar los feminismos en un contexto de cambio. La teoría feminista goza de un carácter ético y político singular debido a su origen en la lucha contra la opresión de las mujeres. En ella, teoría y práctica, ideas y cuerpos, no pueden ser delimitados como si se tratase de esferas escindidas, sino que se trata de territorios retroalimentados mutuamente. De este modo, al hablar del movimiento feminista hablamos no solo de prácticas y acciones reivindicativas sino, también, de producción de conocimiento colectivo. Si los movimientos participan en la creación de herramientas teóricas, por su parte la teoría discute con la realidad de las mujeres y las minorías sexuales, tendiendo a desbordar la frontera académica. En este sentido, cuando se da cuenta de algo tan aparentemente abstracto como la crisis del sujeto del feminismo, cabe echar una mirada que conecte la realidad de las prácticas políticas, las transformaciones sociales y las reivindicaciones surgidas en las últimas décadas. En ellas, observamos que las formas políticas de organización han mutado de los movimientos de masas a los colectivos minoritarios, a las prácticas situadas y a grandes movilizaciones protagonizadas por personas anónimas 24 . También cabe observar que el mundo en el que vivimos se ha visto sometido a fuertes cambios socioeconómicos con el paso de la sociedad-fábrica (la sociedad organizada en torno a la producción fabril) a la empresa global (la sociedad convertida en una gran fábrica de consumo y de producción capitalista); o que el neoliberalismo ha expandido el ideal de independencia por el que la vida es desposeída de su dimensión colectiva y común, privatizándola y ofreciendo, como única salida a la organización social, la hegemonía de los mercados. Algunos de los desafíos a los que se enfrentan los feminismos en este nuevo escenario son: la relación con lo diferente en contextos en los que el «otro» ya no es exterior a la cultura propia, sino parte de la misma (no es quien está más allá, sino quien vive entre nos-otros y nos-otras); la posibilidad de crear lazos y alianzas desde la fragmentación y la precariedad en un mundo decidido a separar vidas y levantar muros, alimentar un estado de separación social, distribuyendo de manera diferencial el valor de las mismas 25 ; la capacidad para incidir en el espacio simbólico, atravesando la amalgama de imágenes que invaden la visión contemporánea; la ruptura con los dispositivos biopolíticos que capturan la diversidad de los cuerpos (visibilizando la existencia de las minorías sexuales); o la necesidad de replantear el sentido contenido en la palabra «vida», tan desgastado por su uso vinculado a la producción y al consumo, y abrir el debate sobre la vida que merece la pena ser vivida, a riesgo de quedarnos en una defensa a ultranza de una noción de «vida» tan vaga como cargada de sentidos preestablecidos que es preciso discutir 26 .

2.2. EMPUJANDO LAS DIFERENCIAS: CUATRO FACTORES SOCIOPOLÍTICOS CLAVE Existen, además, otros factores clave en la década de los años ochenta que contribuyen a cuestionar la unidad y universalidad del sujeto «Mujer». El primero de 39

ellos es la complejización de las reivindicaciones, una vez logradas las primeras victorias urgentes del movimiento feminista de las décadas de los sesenta y setenta, en la que reinaba, con matices, el consenso en aspectos fundamentales (pensemos en el aborto, la legalización de anticonceptivos o del divorcio, etc.) 27 . A partir de entonces, aparece el problema en relación a las prioridades, diferencias de intereses y objetivos. Si bien hasta entonces se presuponían intereses comunes, basándose en la idea marxista de la conciencia como determinación social, la fragilidad visible de este presupuesto cuestionó su racionalidad implícita: no es posible señalar unos intereses objetivos para todas las mujeres derivados de su condición social. En este contexto, cómo no, establecer jerarquías solidificadas entre prioridades e intereses constituye una preocupación, sobre todo, de los colectivos minoritarios a los que se tiende más fácilmente a subsumir en el interior de las demandas generales. El segundo factor tiene un peso significativo en sociedades como la española, donde se produce un veloz cambio político y económico como consecuencia del final de la dictadura, cambio que empuja a pasar de una experiencia social uniforme a una experiencia social diversificada. El modelo mujer-ama de casa/ hombre-proveedor del pan, modelo que había servido al feminismo socialista como justificación de la opresión universal de las mujeres y, por tanto, de la necesidad de una teoría y práctica específicas 28 , deja de ser el único: aparecen nuevas figuraciones del ser-mujer ligadas al acceso al mercado laboral, a la posibilidad de viajar, a la entrada en la universidad y al desplazamiento parcial de las obligaciones del cuidado vinculadas al entorno familiar 29 . Se disfruta de cierta libertad e independencia, y eso se traduce en una capacidad de elección más amplia, así como en la visibilidad y en la expresión de formas de vida alternativas (otras sexualidades, otros esquemas de convivencia, otras formas de relación). En tercer lugar, cabe considerar los efectos del despegue del neoliberalismo y la reestructuración del mercado de trabajo sobre el conjunto de la vida. Por una parte, el mercado laboral al que acceden las mujeres es un mercado desregulado. La flexibilidad modifica los tiempos clásicos de producción: de la estabilidad a la intermitencia, de la rutina a la incertidumbre. Por otro, los mercados penetran en ámbitos de la vida que anteriormente quedaban fuera, como el ocio, la cultura, el conocimiento o los cuidados. Se asiste a un fenómeno creciente de mercantilización de la existencia, con el que se pasa de un modelo de acceso social colectivo basado en los pilares del Estado de bienestar a un modelo de acceso individualista dependiente de las posibilidades de consumo. Esto influye en el cuarto factor a señalar: la fabricación contemporánea de una subjetividad que se despliega en una doble dimensión: el ideal de independencia y el estado de deuda. El ideal de independencia se articula en tres puntos clave: la negación del vínculo con los otros, que genera la ilusión de autosuficiencia, la ilusión de que una vida separada de los demás es posible; un estado de competitividad social permanente asociado a la obligación de un proceso inacabado de formación, a la interiorización de la lógica del éxito y del fracaso en la que el último responsable es el individuo, y a la visión de los otros como obstáculo en la realización del proyecto personal; y el rechazo de la 40

vulnerabilidad de la vida, que impide pensar la dañabilidad de los cuerpos, los límites de la existencia (en relación con la enfermedad, la muerte o el encuentro con lo diferente), entre los que cabe destacar los límites de nuestros actos (por ejemplo, en relación con el consumo ilimitado de recursos naturales o con el abuso y el uso de la violencia sobre los otros). Por otra parte, la subjetividad contemporánea está vinculada a la deuda. El control ya no pasa tanto por las instituciones disciplinarias (el Estado, la familia, la escuela, etc.), como por un estado permanente de deuda provocado por el modelo de consumo. Este régimen diluye falsamente las fronteras desde la promesa de un acceso igualitario a los mercados, escondiendo las diferencias estructurales de partida y legitimando un sistema esencialmente injusto. La procedencia, el sexo, el género o la clase social son, en cierto modo, veladas por la capacidad de endeudamiento. Esto significa que por sí mismas las diferencias no suponen una amenaza para el poder, en la medida en que puedan ser capitalizadas, ampliando territorios para la actuación de los mercados. Como afirma Gilles Deleuze, el hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado 30 . Aunque también señala que siempre habrá una parte de la población demasiado pobre siquiera para endeudarse o demasiado numerosa para ser encerrada: se trata de vidas prescindibles. Hasta qué punto la posibilidad de endeudamiento se apoya en el trabajo invisible de bolsas de población a nivel global que aseguran las condiciones de reproducción de la vida es algo a analizar. En cualquier caso, ambas cuestiones, ideal de independencia y deuda, contribuyen a deshacer instituciones e imaginarios de vida en común, lo cual tiene efectos importantes en la capacidad para articular un pensamiento colectivo, también en los movimientos. Estos cuatro factores (reivindicaciones ya no de lo urgente, sino de lo posible; experiencia social diversificada; despegue del neoliberalismo; y subjetivación en torno al ideal de independencia y la deuda) contribuyen a desestabilizar la identidad colectiva «Mujer» y abonan el terreno filosófico y teórico feminista. Aparecen las diferencias entre mujeres. Este fenómeno se produce paulatinamente en distintos momentos y en diferentes partes del mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos este estallido tiene lugar muy tempranamente, a inicios de la década de los ochenta, debido a la sociedad multirracial y de fuertes desigualdades sociales en la que se gesta. En este contexto, las mujeres de color criticaron las pretensiones de las mujeres blancas de representarlas bajo presupuestos similares, cuando, además de partir de lugares radicalmente distintos, los intereses no solo no coincidían, sino que, en ocasiones, chocaban. Los primeros escritos en los que se oyeron las voces de las outsider, las «otras», fueron dos antologías: la primera, editada en 1981 por Cherrie Moraga y Gloria Anzaldúa y, la segunda, en 1982, por Gloria Hull, Patricia Bell Scott y Barbara Smith, con el significativo título Todas las mujeres son blancas, todos los hombres son negros, pero algunas de nosotras somos valientes 31 . Estos textos, así como la actividad de grupos como Combahee River Collective, activo en Boston desde 1974 a 1980, ponían en tela de juicio los presupuestos blancos, heterosexuales y burgueses del feminismo liberal, y obligaron a cuestionar la aparente armonía de la 41

identidad femenina (DAVIS, 1981; HOOKS, 1984; SPIVAK, 1988; ALEXANDER y MOHANTY, 1997): ¿qué experiencias estaban siendo invisibilizadas?, ¿qué relatos desde el feminismo eran considerados periféricos?, y, sobre todo, ¿en qué medida la identidad «Mujer» ignoraba la realidad diversa de las mujeres? En el Estado español el proceso fue distinto. El movimiento no tenía las raíces burguesas que las mujeres de color denunciaban en Estados Unidos, pues surgió muy ligado a los procesos de politización en barrios y fábricas en el contexto de las luchas antifranquistas. Las diferencias entre mujeres se pusieron sobre la mesa de mano de las lesbianas en la década de los ochenta, quienes criticaron la identificación entre sexualidad y heterosexualidad del discurso feminista, y señalaron la necesidad de ensanchar el abanico de problemáticas planteadas (MÚJIKA, 2007; PLATERO, 2008; TRUJILLO, 2009). Pero esta crítica se lanzó desde dentro del propio movimiento, no en oposición. El debate interno permitió repensar categorías como patriarcado o sexualidad: cuando hablamos de un sistema de opresión hacia las mujeres, ¿se tienen en cuenta otros ejes de poder como la sexualidad o la raza?; cuando hablamos de diversidad sexual, ¿lo pensamos como un problema de minorías o como una desestabilización de toda norma sexual? Con la organización de las mujeres transexuales a finales de los ochenta, y su participación en el movimiento feminista desde inicios de los noventa, estas preguntas se radicalizan al enfocar una de las cuestiones clave: ¿qué es ser una mujer?, ¿se trata de un hecho biológico o de una posición social, elegida o impuesta?, ¿existe una única manera de definir a la Mujer o existen múltiples y contradictorias posiciones?, ¿cómo puede el feminismo seguir siendo una teoría y una práctica frente a la desigualdad de género sin construir nuevas exclusiones y narraciones totalizantes? Las políticas queer, que nacen a primeros de los noventa, siguen tensando estas preguntas, al cuestionar la naturalización de cuerpos y deseos diversos bajo esquemas normativos. Progresivamente, la literatura de los ochenta y, más específicamente, la de los noventa, pasa del singular, Mujer, al plural, Mujeres; de la definición de la identidad en torno a una única categoría a insistir en su multiplicidad (BUTLER, 1990; HARAWAY, 1991; BRAIDOTTI, 1994); del feminismo a los feminismos o multitudes queer (PRECIADO, 2004); del género como contradicción fundamental entre hombres y mujeres a las relaciones de producción del género, clase, sexo, raza, etnia, edad (RUBIN, 1975; LAURETIS, 1987; FUSS, 1989); de la (hetero)sexualidad indiferenciada al cuerpo situado y el deseo lesbiano (WITTIG, 1977; RICH, 1986); y de la noción de patriarcado como sistema único, monolítico y totalizante explicativo de la opresión de las mujeres, a la necesidad de repensar las conexiones con otros sistemas de opresión, como el heterosexismo, el clasismo o el racismo (DAVIS, 1981; SPIVAK, 1988; COULSON y BAHBVANI, 2001, entre otras) 32 . Este giro de la unidad a las diferencias y de lo material a lo discursivo ha llevado a algunas a hablar de feminismo posmoderno (BRAIDOTTI, 2004) o posfeminismo, aunque, en ningún caso, debe confundirse con una vuelta al relativismo (FUSS, 1989), o con una superación del feminismo (BUTLER, 1990), sino que se trata de un intento fecundo por pensar las consecuencias políticas, 42

ontológicas y epistemológicas de la aparición de las diferencias en el interior del feminismo.

2.3. EL CONTEXTO POSESTRUCTURALISTA Estas preguntas se enmarcan en un contexto filosófico más amplio que interroga a la razón en Occidente. Las obras de Michel Foucault, Gilles Deleuze y Jacques Derrida giran en torno al problema de la diferencia: en qué medida es posible pensar de otro modo, más allá de la lógica de la identidad. Una gran parte de las autoras feministas desde la década de los ochenta comparten esta preocupación y dialogan activamente con la filosofía de la diferencia 33 . Mencionaremos tres grandes líneas al respecto. En primer lugar, se rechaza la identificación del sujeto con la conciencia. Con esta identificación, el cuerpo, los afectos y la sensibilidad eran considerados elementos menores, poco significativos e, incluso, prescindibles. A lo largo de la historia de la filosofía, razón y emoción han sido dimensiones escindidas: de un lado, el mundo del logos y de la palabra, de otro, el mundo de los sentidos y del cuerpo. De esta división fundamental surgen otras como naturaleza/cultura, objeto/sujeto, pasivo/activo, que afectan a las mujeres, situadas a través de diferentes mecanismos específicos de control como la división sexual del trabajo en el primer polo de la dicotomía. Pero, según Derrida, este sistema dualista de oposiciones, estructura del pensamiento en Occidente, se apoya en la sumisión oculta de uno de los términos aparentemente autosuficiente que, sin embargo, solo cobra sentido en relación con el otro (DERRIDA, 1967). Si la conciencia es representada como una entidad autónoma, es a costa de negar otros aspectos de la subjetividad que escapan al control del individuo. Sin embargo, el descubrimiento del inconsciente, hecho con el que se enfrentan toda teoría y filosofía a partir del siglo XX, y la relación con la alteridad que supone remarcarán la posición parcial y no absoluta del sujeto. Desde algunos feminismos, se ha señalado la importancia de lo femenino para desarrollar otros modos de reconocimiento y empatía (IRIGARAY, 1977) que no pasan por la razón, sino por el cuerpo, la imaginación, el deseo o la memoria (BRAIDOTTI, 2004). Por otro lado, se critica interpretar el ser como una sustancia que preexiste a la realidad social. Desde Nietzsche, la idea de que detrás del ser existe una esencia (Dios, Naturaleza, Sujeto, Razón) que es su fundamento ontológico, ha sido cuestionada. Como oposición al platonismo, a la concepción de que las sombras de la caverna no nos dicen la verdad del mundo, Nietzsche afirma la plenitud del devenir: detrás de lo que cambia no debemos buscar fundamentos sólidos, no encontraremos más que construcciones que los hombres, a lo largo de la historia, han ideado como verdades inmutables: las sombras son la realidad 34 . Para Foucault, en un sentido similar, la verdad es el resultado de la lucha de diferentes fuerzas de poder (discursos, prácticas, instituciones); en el caso de Deleuze, se trata de la corriente de flujos de deseo variables que permean el cuerpo social, nunca de sustancias inmutables. De 43

aquí no se deduce necesariamente una comprensión más volátil o líquida de las cosas, sino la modificación de una estructura ontológica basada en presupuestos metafísicos. Para algunas autoras, esto implica un punto de sutura en la naturalización del género, el sexo y la sexualidad, y su comprensión como categorías sociales, históricas y políticas (WITTIG, 1978; BUTLER, 1990; HARAWAY, 1991). Por último, se profundiza en un sujeto atravesado por las diferencias. A principios del siglo XX, el estructuralismo cuestionó profundamente la autonomía del sujeto desplazándolo de la posición privilegiada que había mantenido hasta entonces. Según Ferdinand Saussure (1916), por el hecho de hablar, el sujeto no posee la lengua; muy al contrario, se encuentra inscrito en una cadena de significantes que le viene impuesta, que no decide. Si entendemos, además, que la relación que une significante y significado no es necesaria, sino arbitraria, sometida a convenciones, entonces el sujeto será resultado de disposiciones sociales. La filosofía posterior interpretará al sujeto desde la perspectiva del poder (Foucault) 35 o desde la contingencia y parcialidad (Derrida). Ya no se trata de un sujeto plegado sobre su conciencia, sino parte de una relación, expuesto al afuera (BUTLER, 2005). Este salir de sí implica la multiplicación de la identidad, que no pueda ser definida de manera única y estática. Para el feminismo, esta noción no unívoca es clave: como afirman las lesbianas chicanas y negras de la antología de 1981 de Moraga y Anzaldúa, es imposible separar la opresión por el hecho de ser mujer de otras opresiones provenientes de la opción sexual, la clase social o la condición racial y étnica. Presuponer la prioridad de alguno de estos elementos es fragmentar una identidad que se vive de manera compleja, múltiple e incluso contradictoria (LAURETIS, 1987). Aunque no sea este el lugar del desarrollo en profundidad de estas cuestiones, es importante señalar que La historia de la sexualidad de Foucault, su noción de poder como control biopolítico de los cuerpos o el concepto de discurso (FOUCAULT, 1976; 1975 y 1969), las máquinas deseantes, los sujetos nómadas y el «devenir mujer» de Deleuze (1972 y 1980), así como la crítica al falogocentrismo o los conceptos de Différence e iterabilidad lingüística en Derrida (1967), han sido herramientas fundamentales con las que los feminismos han continuado su elaboración teórica y filosófica desde la década de los ochenta en adelante.

2.4. SALIR DE LA ENCRUCIJADA DIFERENCIA SEXUAL VERSUS CONSTRUCCIONISMO DE GÉNERO

Durante mucho tiempo, el debate en el seno del feminismo estuvo polarizado entre la postura de las teóricas de la diferencia sexual y las del género. Según las primeras, lo femenino no puede comprenderse sin atender a su inscripción en el lenguaje, lo simbólico y la sexualidad. Tampoco puede obviarse el hecho biológico determinante de la reproducción. El cuerpo femenino tiene un papel fundamental: en él se reúnen biología y cultura. Para la filósofa Luce Irigaray, tomando en cuenta estos elementos, la emancipación de las mujeres pasa por escribir de nuevo lo femenino, la Écriture 44

Féminine 36 , reconstruir un lugar propio, velado por el falogocentrismo, el sistema de pensamiento que hace del discurso masculino, identificado con la razón, el discurso hegemónico omnipresente. Según Irigaray, la Mujer es el sexo que no es Uno, es decir, el sexo que queda fuera de la razón abstracta. Pero, también, el sexo que muestra la invalidez de todo el sistema, al exhibir su incapacidad de dar cuenta de la diferencia (IRIGARAY, 1977). Las teóricas del género, siguiendo la línea abierta por Simone de Beauvoir (1949), enfatizan los aspectos sociales de la diferencia sexual. Desde el existencialismo, Beauvoir argumenta que la sujeción de la mujer se apoya en la conversión de su proyecto vital en un hecho natural que predetermina su contenido. Esta negación primordial de la libertad, la cualidad más propia de lo humano, impensable en el caso de los hombres, es inexplicable en un contexto en el que las esencias han sido cuestionadas. ¿Cómo es posible seguir presuponiendo una naturaleza fija e inmutable de lo femenino? Por eso Beauvoir, en medio de los condicionantes sociales, reclama un espacio de libertad. Sin embargo, teorizaciones posteriores señalarán que ambas posturas son presa del esencialismo. En un caso, se trataría de un esencialismo ontológico y, en el otro, de un esencialismo social. En el primero, lo femenino es un destino derivado de la condición biológica; en el segundo, un destino derivado de la condición social (CASADO, 1999). O, en palabras de Rosi Braidotti, «por un lado, una forma idealista que reduce todo a lo textual y, por otro, una forma materialista que reduce todo a lo social» (BRAIDOTTI, 2004: 137). Y, en ambas, el género se entiende como una contradicción fundamental entre sexos que iguala a todas las mujeres frente a los hombres. Lo que sostiene esta contradicción es la lógica que eleva la diferencia sexual a diferencia fundamental, por encima de otras que, en cierto sentido, quedan subordinadas. En 1975, Gayle Rubin proponía hablar de sistema sexo/género en lugar de patriarcado. Para la autora, esta noción totaliza la experiencia y sustantiva la realidad social opresiva: al presentarse como una explicación monolítica de la realidad, resulta imposible esbozar una alternativa más allá de una posición victimista. Sin embargo, la identidad no es independiente de las relaciones sociales en las que se produce. Igual que Marx explica que un hombre solo llega a convertirse en esclavo en determinadas relaciones, hay que saber por cuáles la hembra llega a ser una mujer oprimida (RUBIN, 1975: 96). Según Rubin, en las estructuras de parentesco analizadas por Lévi-Strauss podemos visualizarlas; en ellas se presupone la división de los sexos, la heterosexualidad obligatoria y la constricción de la sexualidad femenina. El sistema sexo/género no se refiere a la identidad femenina, sino a un conjunto de relaciones específicas: es el modo en que una sociedad transforma la sexualidad humana, convirtiéndola en un producto determinado. Las aportaciones de Rubin profundizaron en el alcance de los efectos perversos de la producción del género, y situaron el régimen heterosexual en el epicentro del debate. No obstante, para algunas autoras, el sistema sexo/género permanece dentro de las creencias metafísicas, pues deja intacta la distinción entre naturaleza y cultura. Según 45

Haraway, no habría habido suficiente inspiración para «historizar y revitalizar culturalmente las categorías “pasivas” de sexo y de naturaleza» (HARAWAY, 1991: 227). El cuerpo no es una superficie plana y neutra a partir de la que levantar el edificio cultural, sino una instancia del conocimiento socialmente investida. Ya no se trata del cuerpo femenino (cuerpo que comparte una naturaleza, experiencia o simbólico), sino del cuerpo singular, materialista y diverso. En la década de los noventa, cabe hablar de un desplazamiento del debate de la opresión universal de todas las mujeres, a las técnicas de colonización, normalización y producción del cuerpo singular. Siguiendo a Foucault (1975, 1976), el poder biopolítico contemporáneo logra crear barreras entre lo normal y lo anormal, entre lo igual y lo diferente, entre lo aceptado y lo repudiado 37 . La tarea que emerge en ese momento es dar cuenta de subjetividades y formas de vida que expresan una ruptura con lo dado. En este sentido, observamos que, por ejemplo, el cuerpo se convierte en el elemento central del arte feminista 38 . La noción de «género» de Joan Scott fue clave en la discusión. Para esta historiadora, el género ya no es lo opuesto a la naturaleza. Igual que Foucault entiende el discurso articulado en realidades históricas concretas, el género no es una ideología que funciona sobre el hecho de la diferencia sexual, sino una categoría específica que entra en relación con otros ejes de poder como el sexo, la raza, la etnia o la clase. No es unívoca, sino múltiple; tampoco abstracta, sino encarnada; y no describe una identidad fija, sino una relación. De este modo, aunque el género sea un discurso, no puede entenderse sin la realidad corporal, singular, en la que se inscribe. En palabras de Braidotti, se trata de una poderosa manera de reunir «el texto con la realidad, lo simbólico con lo material y la teoría con la práctica» (BRAIDOTTI, 2004: 138). En este sentido, la deconstrucción feminista del sexo no constituiría tanto una renuncia a señalar las relaciones implícitas de poder, como de comprender las conexiones inherentes a las palabras y a los cuerpos, a los discursos y a los objetos, con especial cuidado de no caer en ninguno de los dos mayores peligros de los feminismos: el esencialismo y el relativismo (BRAIDOTTI y BUTLER, 1997).

2.5. PENSAR DESDE LA DIFERENCIA Para la teoría queer, así como para los feminismos que nacen en los márgenes en la década de los ochenta, puede decirse que la fijeza del significante Mujer genera exclusiones en dos sentidos: mantiene intactos los privilegios de clase y raza (BUTLER, 1991: 41) y prioriza el género frente a otros ejes de poder 39 . Teresa de Lauretis, en su artículo La tecnología de género de 1987, criticó de manera contundente el esquema de la diferencia sexual. Su argumento es doble: por una parte, denuncia el fortalecimiento de la oposición universal de los sexos al que ha servido, que equipara a las mujeres e invisibiliza sus diferencias internas. Por otra parte, impide pensar la experiencia diversa en la que se desarrolla la subjetividad. En 46

lugar del esquema de la diferencia sexual, Lauretis propone pensar el género como una tecnología de poder específica, aludiendo al trabajo de Foucault, pero con el claro objetivo de trascender la neutralidad con que éste aborda el dispositivo de la sexualidad 40 . Para Lauretis, la tecnología de género es un proceso múltiple en el que participan «varias tecnologías sociales, como el cine, y de discursos institucionales, epistemologías y prácticas críticas, además de prácticas de vida cotidiana» (LAURETIS, 2000: 34-35). Judith Butler, en El género en disputa, critica el reduccionismo del marco de la diferencia sexual. A través de éste, se ontologiza el género al presuponer que hay algo esencial, corporal e innato que predefine la diferencia sexual. Y, además, se sostiene la heterosexualidad en un esquema de inteligibilidad cultural en el que lo masculino y lo femenino, interpretados como categorías fijas, se oponen y complementan. Monique Wittig cuestiona la diferencia sexual en un sentido similar: las categorías masculino/femenino solo cobran significado dentro del esquema heterosexual en el que se construyen como entidades opuestas naturalizadas. Por ello, afirma provocativamente que «las lesbianas no son mujeres», enfatizando la necesidad de elaborar la conexión entre sexo, género y sexualidad (WITTIG, 1978). Braidotti, por el contrario, discute que la heteronormatividad sea el principal modelo de poder. No considera que el poder tenga matriz única alguna: su modo de ser se basa en conexiones y en un tipo determinado de reducción de las múltiples potencias de nuestros cuerpos y deseos, como argumentan Deleuze y Guattari (1980). Frente a las concepciones humanistas 41 , que se apoyan en presupuestos metafísicos, Butler interpreta el género desde la performatividad. La novedad de esta explicación radica en no concebir, por un lado, el sexo y, por otro, el género. El género se produce a través de la reiteración de actos que producen la ilusión de la verdad del sexo, la idea de que existe algo anterior, una sustancia preexistente más primordial. En efecto: no solo el género es construido, sino que también lo es el sexo. La lógica es la siguiente: se parte de la idea de que la anatomía del sexo dice algo del género, de modo que permite deducir naturalmente un género. Esta correspondencia produce un cuerpo socialmente inteligible. Pero ese cuerpo inteligible requiere un sistema binario: el deseo debe forzosamente dirigirse al sexo opuesto. La correlación entre sexo/género/deseo solo es posible habiendo previamente naturalizado el sexo, presuponiéndolo como sustancia dentro de un sistema dualista de oposición (BUTLER, 1991: 50). Según la filósofa, el éxito de la unidad sexo/género/deseo nace de la capacidad social para alejar, a través de la prohibición fundamental de la homosexualidad, fantasmas de discontinuidad. Sin embargo, en la propia encarnación del género, tienen lugar discontinuidades ocasionales que ponen de relieve la imposibilidad de repetir satisfactoriamente las normas de género (BUTLER, 1991: 172). Pero no se trata de rupturas gratuitas: la transexualidad, la intersexualidad o las prácticas sexuales no normativas pueden comportar exclusiones de la misma categoría de lo humano (BUTLER, 2006). Por eso, para Butler, se trata de comprender cómo lo que es solo es inteligible dentro de un marco estricto de normas sociales. Dicho de otro modo: el proceso de subjetivación, 47

en sentido estricto, el proceso de devenir sujeto, está sometido a normas de género sin las que no se puede llegar a ser. De ahí que, según Butler, la consideración de las vidas precarias, las vidas que se sitúan fuera de este marco normativo, sea de crucial importancia, en la medida en que se trata de una cuestión fundamental que pone en juego el reconocimiento y la supervivencia (BUTLER, 2009). Al enfatizar las diferencias, se corre el peligro de ceder a posiciones excesivamente antiesencialistas o escépticas. Ciertamente, por una parte, el contexto de diferencias muestra la fragilidad de todo «nosotros». Por otra, siempre se producen exclusiones que nos recuerdan la violencia de las palabras sobre las cosas. Sin embargo, para Donna Haraway, la explosión de las diferencias, lejos de suponer un problema para los feminismos, constituye una oportunidad sin precedentes. La aparición de la tecnología en todos los ámbitos de la vida (no solo está imbricada en el trabajo, sino que forma parte del cuerpo y se confunde con él por medio de la cirugía, implantes, estética, extensión de las manos en el teclado, etc.) cuestiona cualquier pretensión de postular una naturaleza femenina. Naturaleza que ha estado al servicio de tradiciones caracterizadas por «las lógicas y las prácticas de dominación de las mujeres, de las gentes de color, de la naturaleza, de los trabajadores, de los animales, en unas palabras, la dominación de todos los que fueron constituidos como otros, cuya tarea es hacer de espejo del yo» (HARAWAY, 1991: 304). Haraway ofrece una poderosa herramienta para huir del relativismo epistemológico. Para la autora, no se trata de negar que todo punto de partida sea parcial e inestable. No existe, de hecho, una posición neutra del saber: «solo aquellos que ocupan posiciones de dominación son autoidénticos, no marcados, desencarnados, no mediados, trascendentes, nacidos de nuevo» (HARAWAY, 1991: 332). El conocimiento, también la ciencia, se construye sobre una falacia de objetividad y neutralidad con pretensiones universalistas. Esto, en lugar de ser acicate para una vuelta a posturas más conservadoras, Haraway lo entiende como una posibilidad de restituir formas de conocimiento más justas. Frente a la pretensión de la mirada sin límites, el conocimiento situado pone en marcha un sistema de responsabilidades a partir de los cuerpos y sus metáforas: todas las miradas construyen maneras específicas de ver; se trata de asumir desde dónde se habla y cómo se elaboran los discursos que forman parte activa en la construcción de las ficciones que rigen los ensamblajes humanos. Lo que Haraway llama una versión feminista de la objetividad (HARAWAY, 1991: 320). En un contexto de diferencias, los conocimientos situados permiten conexiones, llamadas a la solidaridad y conversaciones compartidas (HARAWAY, 1991: 329). Con esta vocación de apertura, Sandra Harding piensa que es imprescindible incluir los puntos de vista periféricos que han sido siempre omitidos y que consiguen desestabilizar los presupuestos del saber hegemónico totalizador. Las denuncias de las distorsiones producidas por el eurocentrismo, el androcentrismo, el racismo y el heterosexismo son clave. Por eso, no es la identidad, sino el sujeto dividido y contradictorio el que puede (y debe) interrogar el punto de vista del amo (HARDING, 1986).

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2.6. HACIA LA BÚSQUEDA DE LO COMÚN Ante el hecho inesquivable de la aparición de las diferencias, los feminismos se encuentran ante una doble tarea en relación a la acción emancipadora: por un lado, pensar cómo es posible cuando ya no puede ser derivada de la identificación a priori con las condiciones materiales de existencia de un colectivo determinado; por otro, cuando la centralidad del sujeto como agente racional, transparente para sí, que precede a la acción, ha sido desplazada. Es decir, de pensar el paso de la política de la identidad a la política que se puede con un sujeto que ya no es Uno. La crisis del sujeto del feminismo tiene una doble lectura. Por una parte, comporta aspectos negativos: al no contar con grandes estructuras que aglutinen las prácticas políticas diversas, existe una disminución acuciante de la capacidad organizativa y de enunciación colectiva. Vista desde aquí, la crisis puede ser interpretada como falta o déficit y, en ese sentido, implicar una posición nostálgica. Pero, por otra parte, la crisis comporta aspectos positivos: obliga a reinventar los antiguos modos de organización política en un contexto de crisis de representación 42 . En lugar de ceder a uno de los dos polos, cabe hablar de la ambivalencia de la crisis: la conciencia de una pérdida que implica la dificultad de un terreno fragmentado, de complejidad creciente, pero que exige imaginar nuevas maneras políticas de hacer. Por eso, diremos que la crisis tiene un carácter eminentemente creativo, impone imaginar nuevos procesos, y hacerlo, además, sin recetas preestablecidas. Desde los feminismos, se han puesto a prueba diferentes y enriquecedoras propuestas. La articulación en red es una de las herramientas más potentes desarrolladas en la década de los años noventa. Colectivos de mujeres de carácter internacional, como Women in Black, fueron pioneros, anticipando la estructura de las sociedades de la información: en lugar de partir de un centro desde el que tomar decisiones, se trata de actuar en red. El objetivo entre los diferentes grupos no es unificar, sino estar en conexión y pensar un problema común (en este caso la imposición de la lógica de guerra sobre la vida) desde diferentes contextos sociopolíticos. En un sentido similar, las coaliciones son figuras clave en la recomposición política de la década de los noventa 43 . Éstas exigen un sistema de afinidad y cercanía, de solidaridad y contagio que se pone en marcha en momentos puntuales (BUTLER, 1990). De modo parecido, las alianzas permiten un trabajo a largo plazo entre diferentes realidades. Aquí no se trata de ver hasta qué punto cada realidad acaba siendo realmente modificada por el trabajo conjunto, entendido como el establecimiento de conexiones que permiten incorporar otros puntos de vista y cambiar el propio. A estas figuras organizativas contemporáneas cabe sumar la política de la localización de Adrienne Rich (1986), que exige abandonar presupuestos abstractos y partir del cuerpo propio; la casa de la diferencia de Audre Lorde (1982) 44 , que hace a todo sujeto extranjero de sí mismo; la conciencia opositiva de Chela Sandoval (1995), como metodología nacida de los feminismos del Tercer Mundo estadounidense, que permite formas de agencia y conciencia de las oprimidas; el Cyborg de Haraway, que se conecta por afinidades y no por 49

pertenencia; y, también, la micropolítica feminista, una política que problematiza desde los cuerpos, los gestos y lo cotidiano, que no se divide a sí misma entre lo importante y lo real. En todas estas figuraciones vemos una sensibilidad que nace desde la profunda preocupación por hacer con/desde las diferencias. Sin embargo, el aumento de las desigualdades socioeconómicas con la expansión del capitalismo global nos interpela a ir más allá de la política de la diferencia, en la que las conexiones son minoritarias, parciales e inestables y, por lo general, se producen en circuitos homogéneos preconcebidos ideológicamente. En un contexto en el que las diferencias se convierten en indiferencia en el interior de una maquinaria de mercado que mercantiliza la existencia; en un contexto en el que el poder se dedica a separar la vida, fragmentándola, insistiendo en la soledad; en el que los cuerpos son sujetados a través del ideal imposible de independencia y en el que las enfermedades del alma, como expresiones anímicas de un sistema que se ha vuelto insostenible, serpentean nuestra realidad; en este contexto, en el que lo contingente y lo precario no son ruptura, sino norma, redundar en las diferencias no deja de ser un modo de ahondar en la brecha abierta por el capitalismo global. En este sentido, ya no se trata de buscar lo que nos separa, sino lo que nos une, «no partir de lo que somos, sino de lo que podemos llegar a ser» 45 . Es decir, de una apuesta difícil, pero apasionante, en busca de lo común. El significado de la búsqueda de lo común es complejo y contradictorio. Por lo pronto, requiere preguntar qué entendemos por lo «común». Existen dos posibles respuestas. La primera, en la que lo común es una suma de lo que ya hay que permite construir una nueva unidad entre diferentes. Se trata de una adición de identidades o realidades preexistentes con la que se corre el peligro de constituir una comunidad cerrada sobre sí misma; una comunidad acomodada en una nueva identidad. La segunda, en la que lo común es un proceso en el que entramos en contacto con otros, y en el que necesariamente nos vemos afectados, transformados, y cambiamos en el transcurso del propio trayecto compartido. De este proceso no salimos incólumes: dejamos de ser lo que éramos y llegamos a ser algo que no nos esperamos, algo incierto. Esta segunda acepción exige un acto de generosidad política que muestra que lo más importante no es mantener la fijeza de la identidad previa, sino estar abiertos a la relación real con la diferencia, a la transformación. Esta noción es más cercana a la «comunidad de los que no tienen comunidad» de Maurice Blanchot, a una comunidad inacabada, inconclusa, que exige una relación constante con el otro, que a cualquier comunidad plena. En esta relación con lo diferente, no se trata exactamente de abandonar todo lo que somos, sino de la posibilidad de abrir procesos que, al tiempo que respetan la singularidad, no desmerezcan la construcción de un espacio de resonancias compartidas. Siguiendo a Deleuze, la cuestión es cómo un ser puede apoderarse de otro en su mundo, conservando o respetando las relaciones y mundos que le son propios (DELEUZE, 1984). El modo en que se produce ese nuevo vínculo es, por tanto, determinante para permitir un viaje compartido que nos transforma para siempre: 50

exige escucha, atención, aprendizaje, precisa de una micropolítica, también de la práctica en red. Pero, además, obliga a no quedarse fijados en lo que hay, a riesgo de naturalizar un estado social contingente, y ser capaces de imaginar qué queremos que sea eso común. Obliga a hacer el esfuerzo de pensar, de manera conjunta, cómo queremos vivir, es decir, preguntar una y otra vez, qué vida es esa que merece la pena ser vivida.

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Lecturas recomendadas • BRAIDOTTI, R. (2004): Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, Gedisa, Barcelona. Este libro, editado por Amalia Fischer Pfeiffer, recoge y traduce al castellano una decena de trabajos de Rosi Braidotti (catedrática del Departamento de Estudios de la Mujer de la Universidad de Utrecht). En ellos, la filósofa rastrea algunos de los 53

debates contemporáneos más relevantes desde la década de los noventa. Explora las consecuencias políticas para los feminismos de la deconstrucción posmoderna del sujeto, abordando el problema de la subjetividad, las políticas de la identidad y la diferencia sexual. Y lo hace tomando como escenario un mundo cambiante protagonizado por las nuevas tecnologías presentes en la era de la información. Para la autora, los feminismos no son ajenos a estos cambios, experimentan, al contrario, una nueva realidad de diferencias y conexiones rizomáticas, como muestra el cyberfeminismo. La defensa de un pensamiento de lo múltiple de la mano de filósofos como Deleuze o Foucault, no impide que la diferencia sexual mantenga una posición prioritaria en el trabajo de Braidotti. Esta posición es el punto de discusión central en la entrevista con Judith Butler que se recoge en este mismo volumen. • BUTLER, J. (1990/1999): Gender trouble. Feminism and the subversion of identity, Routledge, Nueva York. [Trad. cast. de M.ª Antonia Muñoz: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, Barcelona, 2001/ 2007.] Este libro constituyó un hito en la teoría queer y un revulsivo en el seno de los debates feministas. En él se plantea una contundente crítica filosófica al esquema de la diferencia sexual motivado por la invisibilidad de las diferencias y sus presupuestos heterosexuales. Butler, heredera de la filosofía posestructuralista, se arma de las herramientas críticas con la metafísica de la sustancia para desustancializar el sexo. Propone una noción performativa del género, y la necesidad de interpretarlo dentro del proceso abierto de la significación. • HARAWAY, D. (1985): A Cyborg Manifesto: Science, Technology and SocialistFeminism in the late Twentieth Century. [Trad. al cast.: «Manifiesto Cyborg: Ciencia, Tecnología y Feminismo Socialista en el Siglo Veinte Tardío»] en Ciencia, cyborg y mujeres, la reinvención de la naturaleza, Cátedra, Madrid, 1995, pp. 251-311. Donna Haraway realizó sus estudios entre la zoología, la biología y la filosofía. Su formación, aliñada con los estudios de género, le ha permitido desarrollar una crítica feminista a la ciencia «desde dentro». Por una parte, Haraway propone una revisión de las identidades femeninas a la luz de los avances tecnológicos que cuestionan la idea de una naturaleza pura. Para la autora, la tecnología puede constituir una poderosa herramienta de liberación de las mujeres, expresada en la figura del cyborg. Por otra, critica las pretensiones universalistas del conocimiento científico. El Manifiesto Cyborg supuso una verdadera revolución en una novedosa concepción de la relación entre las mujeres y la tecnología en los años noventa, al tiempo que proponía una mirada feminista crítica con el relativismo.

Páginas web recomendadas • En esta web se recogen algunos de los textos más relevantes en la producción de 54

la teoría queer a nivel internacional y en el Estado español: http://www.hartza.com/QUEER.html • Este blog reúne textos fundamentales de la teoría feminista: http://inquietudesfeministas.wordpress.com/ • En la web de la antigua Casa Okupada de Mujeres La Eskalera Karakola (Madrid, 1996-2005) pueden encontrarse textos feministas sobre urbanismo y okupación, globalización, precariedad, violencia, trabajo-no trabajo, sexualidad y teoría queer, transexualidad o tecnologías y conocimiento: http://www.sindominio.net/karakola/antigua_casa/textos.htm

Actividades prácticas 1. Desarrolla y argumenta las consecuencias teóricas y prácticas de la crisis del sujeto del feminismo. ¿De qué modo piensas que es posible mantener las luchas feministas en la actualidad? 2. Visualiza el film Criadas y Señoras (The Help), de Tate Taylor, protagonizada por Emma Stone y Viola Davis. Apoyándote en la teoría feminista contemporánea estudiada, explica las diferencias que aparecen entre mujeres. ¿De qué modo el construccionismo de género y el feminismo de la diferencia sexual impiden pensar el problema de desigualdad entre mujeres que se plantea en el film?

1 Dicho sea todo ello sin perjuicio de la crítica que también merecerían determinados desarrollos teóricos feministas (aunque no solo feministas) innecesariamente oscuros y esotéricos como los que se hacen a veces desde las posiciones posmodernas. Aurora Levins Morales se ha referido al «elitista galimatías de la jerga posmoderna que hace que sea cada vez algo menos aceptable hablar de forma comprensible» (LEVINS, 2004: 66). 2 Estando ya escritas estas líneas entra en escena el Movimiento 15-M con presupuestos y consecuencias por lo menos ambiguos, desde el punto de vista feminista, pero cuyo alcance y sentido están todavía por definir. 3 Habría que añadir, tal vez, en la nómina de los precursores de la Ilustración a los libertinos barrocos, tal como lo plantea Michel Onfray (ONFRAY, 2009). 4 En la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert se excluía expresamente del título de «ciudadano» a las mujeres, a los niños y a la servidumbre. 5 No serán sin embargo las feministas las únicas que pondrán en marcha el procedimiento de la resignificación: según refiere Losurdo «el jacobino Sonthonax señala al liberal y portavoz de los colonos esclavistas Barnave como «protector de la aristocracia de la epidermis», igual que antes el abate Grègoire se había pronunciado contra la «nobleza de la piel» (LOSURDO, 2007: 149). 6 Así, afirma Amorós: «de savia ilustrada se nutrió el feminismo desde sus inicios» (AMORÓS, 2005: 457). Pero también ha habido quien ha dudado de la vinculación feminismo-Ilustración (FLAX, 1992). 7 Cfr., respectivamente: VALCÁRCEL (2008: 20-21), MOLINA (1994: 20-21; 1995: 189-216), BLANCO (1994: 31-48), AMORÓS (1997: 137 ss.; 2000: 23 ss.; 1992: 158-159). 8 SARTRE, 1961.

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9 Condorcet se muestra coherente al solicitar que se reconozcan los principios ilustrados (y los derechos de ellos emanados) no solo a las mujeres sino también a los esclavos (LOSURDO, 2007: 148). 10 Cfr: AMORÓS (1987; 1997: 427-428), PULEO (2000: 68), VALCÁRCEL (1994: 141; 2008: 78 ss.). 11 La fraternidad se convertirá pronto en el patito feo de la tríada revolucionaria, vagamente retomada en nuestros días con el nombre de solidaridad. A este respecto el filósofo político Antoni Doménech discute el planteamiento de la teórica feminista Carole Pateman según la cual la fraternidad, durante la Revolución francesa, funcionó como divisa machista en la medida en que solo pretendía la incorporación a la sociedad civil de los padres de familia (DOMÉNECH, 2004; PATEMAN, 1995). 12 Truth, Sojourner: «Ain’t I a woman?» discurso disponible http://www.feminist.com/resources/artspeech/genwom/sojour.htm [acceso 16/10/2010].

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13 En relación al sufragismo se puede consultar: VALCÁRCEL (2008: 77-91); SÁNCHEZ (2001: 17-73); DE MIGUEL (2000: 226-235); MIYARES (1994: 71-85); DAVIS 2004. 14 En su famosa obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (existen numerosas ediciones en castellano, en la Bibliografía se proporcionan las referencias de una de ellas). 15 Cfr. también: AMORÓS (2000: 34; y 2005: 318 ss.), quien explica cómo H. Hartman «brinda relevantes elementos de reflexión para desmontar el tópico patriarcal, esgrimido tantas veces por cierta izquierda tradicional, de que es el feminismo lo que divide a la clase obrera» (AMORÓS, 2005: 322). 16 En el caso de los animales la «esencia» la configuraría la naturaleza, la especie a la que pertenecen y el instinto. 17 En un primer momento el debate girará en torno a si los objetivos del feminismo («cómo queremos ser») han de entenderse en términos de igualdad o de diferencia respecto a los varones; en un momento posterior, en torno a si el diagnóstico («cómo somos») debe hacer énfasis en la identidad (compartida por todas) o en la diversidad (y las desigualdades) entre las propias mujeres y, correlativamente, entre los hombres (MALDONADO, 1999). 18 En un primer momento una concepción más esencialista y menos consciente de la diversidad constitutiva de la categoría «mujeres», atravesadas tanto por diferencias enriquecedoras como por desigualdades menos presentables, hizo que se hablara, al menos en castellano, de Movimiento de Liberación de la Mujer (Cfr. al respecto MALDONADO, 2009). 19 DE MIGUEL (2000: 236 ss.); PERONA (1994: 126 ss.); BELTRÁN (2001: 89 ss.). 20 En realidad, para no caer en un esencialismo similar al que se pretende denunciar sería más apropiado decir algunas lesbianas, algunas mujeres con discapacidad, algunas jóvenes, algunas migrantes, dado que ninguno de estos grupos de mujeres hablan con una sola voz ni dejan de estar, a su vez, atravesados por diferencias y desigualdades. 21 Subrayo «política» porque la teoría feminista (el singular no debe llevarnos a engaño, se trata indudablemente de una teoría en la que las posiciones son plurales y que está cuajada de debates entre las diversas perspectivas feministas) siendo eminentemente teoría política, abarca, compete y tiene incidencia en otras ramas del saber. 22 Todos los artículos sobre feminismo (y en general sobre Filosofía Política) de este sitio me parecen altamente recomendables. En ellos se da cuenta tanto del estado actual como del desarrollo histórico de cada cuestión abordada. Por lo general, son muy buenas explicaciones de los debates intrafeministas. No obstante, si bien se trata de una obra muy interesante y aconsejable, adolece de un defecto no menor (una constante por lo demás repetida en el debate internacional entre perspectivas feministas), a saber, la absoluta preponderancia de la lengua inglesa a la que responden la mayoría de las referencias a las que alude y en que se basa —si no todas—. Este predominio indiscutido del inglés (en ámbitos tanto académicos como activistas) es el responsable de que se ignoren las aportaciones hechas en otros idiomas, inclusive aquellas que se refieren (como crítica o como apología) a obras, autoras o planteamientos originalmente expresados en inglés. 23 «Queer», en inglés, torcido, extraño, marica, rarito, es un insulto del que las minorías sexuales se reapropian, afirmando la experiencia de determinados sujetos situados en los márgenes del movimiento

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homosexual de EE.UU. A través de lo queer, se plantea que la identidad sexual no puede ser codificada de manera definitiva debido a su multiplicidad irreductible. En torno a lo queer existe una enorme producción académica, artística y cultural que se centra en el problema de la subjetividad. La primera en utilizar el término «Teoría Queer» fue Teresa de Lauretis en 1986; posteriormente, la publicación de El género en disputa de Judith Butler (1990) hizo saltar el debate a nivel internacional. Estos estudios han producido una interesante discusión en el seno del feminismo en torno a la identidad del sujeto del feminismo al cuestionar lo femenino como esencia. 24 Para una lectura coral de la fuerza de las luchas del anonimato ver: Spai en Blanc, «La fuerza del anonimato», n. os 5 y 6, Bellaterra, Barcelona, 2009. 25 Judith Butler habla de una distribución diferencial de la vulnerabilidad para señalar que unas vidas valen más que otras, unas merecen ser lloradas y otras son olvidadas. BUTLER, Judith, Marcos de guerra, las vidas no lloradas, Espasa Libros, 2010 [2009]. 26 Amaia P. Orozco lanza esta pregunta afirmando lo siguiente: [para evitar riesgos de esencializar la vida] «necesitamos entender qué se entiende por vida que merece la pena en el capitalismo heteropatriarcal; y preguntarnos qué vida nos merece la pena bajo nuestros propios (otros) criterios éticos. Es un debate ético, en ningún caso técnico; y no ha de ser respondido por ninguna clase de expertos en ética, sino por el conjunto de la sociedad». OROZCO, Amaia P., «De vidas vivibles y producción imposible», en Investigaciones Feministas, Vol. 1, UCM, Madrid, pp. 29-53. 27 Para una historia completa del movimiento feminista en el Estado español ver hasta la década de los ochenta: Agustín Puerta, M., Feminismo: Identidad personal y lucha colectiva (Análisis del movimiento feminista español en los años 1975 a 1985), Universidad de Granada, Granada, 2003. 28 En torno a este debate pueden verse: PINEDA, Empar; OLIVÁN, Montserrat, y URÍA, Paloma, Polémicas Feministas, Revolución, Madrid, 1985; y VVAA, Aportaciones a la cuestión femenina, Akal, Madrid, 1977. 29 Es precisa la cautela en este punto. Si bien es cierto que los núcleos de convivencia se transforman y que el modelo referido deja de ser el único, de facto la responsabilidad del cuidado sigue recayendo casi en su totalidad en manos femeninas. Resulta fundamental ver cómo la división sexual del trabajo se rearticula con esta nueva realidad social. 30 DELEUZE, Gilles, Pourparlers, Éditions de Minuit, París, 1995 [trad. al cast.: José Luis Pardo, «Postscriptum sobre las sociedades de control», en Conversaciones, Pre-textos, Valencia, 2006, pp. 277-286, especialmente, p. 284]. 31 HULL, Gloria T., BELL SCOTT, P., y SMITH, B. (eds.), All the Women are White, All the Blacks are Men, But Some of Us Are Brave, The Feminist Press, Nueva York, 1982. MORAGA, Ch., y ANZALDÚA, G. (eds.), This Bridge Called my Back: Writings by Radical Women of Color, Third Woman Press, Berkeley, 2002. 32 Existen dos importantes compilaciones de textos feministas fronterizos y del pensamiento postcolonial en castellano: VV.AA., Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Traficantes de Sueños, Madrid, 2004, y VVAA, Estudios postcoloniales. Ensayos fundamentales, Traficantes de Sueños, Madrid, 2008. 33 La filosofía de la diferencia comúnmente se conoce como posestructuralismo, sobre todo en la orilla estadounidense. Dadas las reticencias de los filósofos mencionados a ser clasificados en dicha corriente (igual que bajo la etiqueta «posmodernidad»), utilizamos la noción «filosofía de la diferencia» con la que nos referimos de manera amplia al conjunto filosófico que presta especial interés a pensar la diferencia en el corazón del ser. 34 NIETZSCHE, Friedrich, Genealogía de la moral, traducción de Andrés Sánchez Pascual, Alianza, Madrid, 2009 [1887]. 35 Ya no se pregunta por el ser del sujeto, su esencia o sustancia, sino por los procesos de subjetivación que lo hacen posible dentro de unos parámetros de inteligibilidad cultural: «La cuestión es determinar lo que debe ser el sujeto, a qué condición está sometido, qué estatuto debe tener, qué posición ha de ocupar en lo real o en lo imaginario, para llegar a ser un sujeto legítimo de tal o cual tipo de conocimiento; en otras palabras, se trata

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de determinar su modo de subjetivación.» FOUCAULT, Michel, «Foucault», en HUISMAN, D. (comp.), Dictionnaire des philosophes, PUF, París, 1984, pp. 942-944 [trad. al cast. de Gabilondo, Ángel: «Foucault», en GABILONDO, Ángel (ed.), Estética, ética y hermenéutica, vol. III, Paidós, Barcelona, 1999, pp. 363-368, especialmente, p. 364]. 36 La Écriture Féminine nace con la convicción de que el problema de la opresión de las mujeres no es un problema solo de desigualdad económica, sino que también es cultural, tiene que ver con la producción y reproducción de un orden social y sexual determinado. Por ello, la transformación pasa por la experimentación y creación de un lugar para lo femenino que permita subvertir el mismo orden de la lengua. Hélène Cixous, Luce Irigaray o Julia Kristeva se inscriben en esta corriente. 37 No deben entenderse las diferentes conceptualizaciones foucaultianas del poder de manera excluyente. En un mismo espacio-tiempo histórico pueden convivir el poder soberano, el poder biopolítico o las sociedades de control descritas por Deleuze. La diferencia radica en el predominio de una forma sobre otra. 38 Ana Mendieta, María Núñez, Cindy Sherman, Laurie Anderson, Orlan o las performances posporno y transgénero de Annie Sprinkle, así como las fotografías de Diane Torr o De Lagrace Volcano son algunos ejemplos. 39 El problema al que Butler insta a responder a Braidotti en su defensa de la diferencia sexual es si esa prioridad le concede al feminismo una ventaja también sobre otros movimientos sociales. 40 Para una crítica en profundidad al trabajo de Foucault en este sentido ver: RODRÍGUEZ MAGDA, Rosa M.ª, Foucault y la genealogía de los sexos, Anthropos, Madrid, 2003. 41 La concepción humanista del género presupone: a) Una noción universal de persona sustantiva que antecede al género; b) El género como un atributo sostenido por dicha sustancia; c) Un concepto de persona en el que se iguala capacidad universal para el razonamiento, la deliberación moral o el lenguaje, desatendiendo otros factores de la subjetividad como los afectos, la memoria, el deseo o el inconsciente. Como sostiene Butler, la concepción universal de la persona ha sido desplazada como punto de partida para una teoría social del género por impedir dar cuenta del género como una relación entre sujetos socialmente constituidos en contextos específicos (BUTLER, 1991). 42 La crisis de representación se expresa de tres modos: 1) como distancia entre la población y el poder político provocada por el desencanto y la imposibilidad de intervenir en las decisiones que determinan el rumbo de los acontecimientos; 2) como crisis de partidos y sindicatos, cada vez más alejados de los intereses de la «gente», cuando no directamente contrarios; y 3) como crisis de los movimientos sociales que habían definido sus luchas en torno a una identidad estable (el sujeto obrero o el sujeto mujer), que asfixia experiencias cada vez más complejas y dispares. 43 Haraway lo explica a propósito de la reflexión de Chela Sandoval: «Una mujer negra no ha podido nunca hablar en tanto que mujer o que persona negra o perteneciente al grupo chicano. Por lo tanto estaba en la parte más baja de identidades negativas, dejadas fuera incluso por las privilegiadas categorías autoriales de oprimidos llamados “mujeres y negros” que reclamaban importantes revoluciones. Pero tampoco había un ella sino un mar de diferencias entre las estadounidenses que han afirmado su identidad histórica como mujeres estadounidenses de color. Esta identidad marca un espacio autoconscientemente construido que no puede afirmar la capacidad de actuar sobre la base de la identificación natural, sino sobre la coalición consciente de afinidad, de parentesco político» (HARAWAY, Donna, Ciencia, cyborg y mujeres, la reinvención de la naturaleza, Cátedra, Madrid, 1995, p. 266 [1991]). 44 «Estar juntas las mujeres no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres gay no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres negras no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres lesbianas negras no era suficiente, éramos distintas. Cada una de nosotras tenía sus propias necesidades y sus objetivos y alianzas muy diversas. La supervivencia nos advertía a algunas de nosotras que no nos podíamos permitir definirnos fácilmente, ni tampoco encerrarnos en una definición estrecha… Ha hecho falta cierto tiempo para darnos cuenta de que nuestro lugar era precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de una diferencia particular» (LORDE, Audre, Zami: A new spelling of my name; NY, The Crossing Press, 1982). 45 L. GIL, Silvia, Nuevos feminismos. Sentidos comunes en la dispersión, Traficantes de Sueños, Madrid, 2011, p. 226.

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Capítulo 2 Metodología no sexista en la investigación y producción del conocimiento CAPITOLINA DÍAZ MARTÍNEZ SANDRA DEMA MORENO El centro de la metodología feminista es una crítica que considera el aparato de producción del conocimiento como un espacio que ha construido y sostenido la opresión de las mujeres. MARJORIE L. DEVANT (1999: 30).

En el primer capítulo de este manual se ha abordado el origen y el desarrollo de las teorías feministas en la comprensión de la realidad. A pesar de la pluralidad de planteamientos de dichas teorías y de sus divergencias, tanto en el ámbito teórico como en la práctica social y política en la que se inspiran, dichas teorías han sido claves a la hora de desafiar la supremacía masculina de nuestras sociedades. Supremacía que se manifiesta, entre otras cosas, en una metodología de investigación sesgada por los valores masculinos y masculinizados dominantes en nuestras sociedades. En este capítulo nos aproximaremos a las cuestiones metodológicas desde una perspectiva feminista, sin perder de vista el vínculo entre teoría y metodología. Esto es, al revisar la metodología de la investigación y de la producción de conocimiento, prestaremos atención no solo a las cuestiones de tipo técnico, sino también a la teoría de la ciencia y las relaciones entre conocimiento y poder. Efectivamente, al incorporar la perspectiva feminista o de género 1 a la ciencia se desarrolla un nuevo marco de interpretación de la realidad desde el que comprender los fenómenos objeto de estudio a la vez que se lleva a cabo una crítica de la producción científica tradicional. Desde el punto de vista metodológico, se trata de analizar los métodos y técnicas existentes con el fin de determinar si son adecuados para desvelar las relaciones de género y para evitar los sesgos sexistas, produciendo un conocimiento científico menos contaminado por valores masculinizados, con más calidad y socialmente más responsable. La perspectiva feminista afecta a los tres niveles de la investigación, el nivel teórico, el metodológico y el técnico. Entre ellos hay una clara relación ya que la perspectiva teórica, en este caso la/s teoría/s feminista/s, que utilicemos sin duda influye en la propia elección del tema de estudio y condiciona, en buena medida, la forma de investigarlo, la técnica utilizada, su análisis y la difusión de sus resultados.

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1. El concepto de género y el debate sexo/género El sexo ha sido considerado tradicionalmente una variable más en buena parte de las investigaciones científicas. Por cierto, variable dicotómica: mujer u hombre, con la que identificamos los rasgos físicos que diferencian a varones y mujeres. En disciplinas como la Biología, la Medicina, la Psicología o la Sociología, entre otras, a veces, se tiene en cuenta esa variable para explicar, por ejemplo, las diferencias biológicas de mujeres y hombres, su esperanza de vida, o las formas en que unas y otros afrontan determinadas experiencias vitales, de tal manera que es habitual encontrar en la información sobre un determinado fenómeno las características del mismo desagregadas por sexos. Así es frecuente ver en los libros de medicina que la grasa se acumula en zonas diferentes del cuerpo de hombres y mujeres, o en los estudios literarios, que las mujeres leen más obras de ficción que los varones. El concepto de género, como ya ha explicado Teresa Maldonado en el capítulo anterior, va más allá de la mera diferencia física. Este concepto ha sido controvertido para el pensamiento más convencional y más conservador y no ha estado exento de debate dentro de las propias teorías feministas. El género, frente al sexo, se entendió en un primer momento como una categoría analítica que pone el acento en las características que una sociedad o cultura en particular atribuye a mujeres y hombres. Desde la teoría feminista se ha tratado de entender hasta qué punto el género es innato o socialmente construido y, por tanto, en qué medida nuestros comportamientos son aprendidos o inherentes a nuestra condición biológica de hombres o mujeres. Es decir, si el sexo nos lleva a tener inevitablemente un género determinado o es una construcción social, como sostenía la filósofa francesa Simone de Beauvoir. En este debate han aparecido dos posturas opuestas, una más ligada al esencialismo biológico y otra más cercana al constructivismo. Recientemente, se han llevado a cabo algunos estudios que tratan de superar este debate acerca de en qué medida el género es innato o socialmente construido, como los de Connell (2000), que critican ambas perspectivas por reduccionistas. La primera sería reduccionista por considerar el género determinado por la biología y la segunda por contemplar el sexo obviando la importancia del cuerpo. Para esta autora no se puede ignorar ni el elemento cultural ni el corporal, algo que Gayle Rubin, ya en la década de los setenta del siglo XX, apuntaba. Esta antropóloga concibe el sexo y el género no como dos realidades separadas, sino como elementos interconectados, que conformarían el sistema sexo/género, entendiendo como tal el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos humanos (RUBIN, 1975). Cabe añadir a este análisis que cada ser humano en particular, mujer u hombre, como ente dinámico que es, también transforma, hasta un cierto punto, su sexualidad biológica y las marcas de comportamiento del sistema sexo/género dominante que le ofrece y trata de imponerle la sociedad de la que forma parte. Cada cual busca una forma particular e identitaria de generarse (en la doble acepción de hacerse a sí mismo/a y de autoidentificarse en términos de género). Esto es, con las 60

limitaciones (de diversa intensidad según sociedades) que tanto natura como cultura imponen, cada ser humano tiene un margen para definir, en su práctica social diaria, su propio sistema sexo/género.

2. ¿De qué manera influye la perspectiva de género en la ciencia y en los procesos de creación de conocimiento? La introducción de la perspectiva de género o feminista en la ciencia ha llevado a desarrollar nuevos marcos de interpretación de la realidad, desde los que comprender mejor y con menos sesgos los fenómenos humanos, y por ende sociales, a partir del análisis de las relaciones entre hombres y mujeres. De ahí que haya quienes sostengan que nos encontramos ante un nuevo paradigma: «La teoría feminista constituye un paradigma, un marco interpretativo que determina la visibilidad y la constitución como hechos relevantes de fenómenos que no son pertinentes ni significativos desde otras orientaciones de la atención» (AMORÓS, 1998: 22). Efectivamente, con la incorporación de la perspectiva de género al análisis de la realidad social se revelan dimensiones que no habían sido consideradas por la ciencia tradicional. Con ello, se transforma la manera de entender los fenómenos objeto de estudio y se añaden nuevos conceptos para referirse a los mismos, así como a las relaciones que se van desvelando. En el ámbito de las ciencias sociales, al aplicar la categoría género al estudio de las sociedades pasadas y presentes se constata que a partir de las diferencias biológicas se han construido unas relaciones sociales en las que mujeres y hombres asumen papeles, se mueven en espacios y establecen identidades diferentes. El género, por tanto, es una categoría analítica que permite descubrir las diferencias construidas socialmente entre hombres y mujeres y las dinámicas de esta construcción. Diferencias que con las categorías de análisis tradicionalmente utilizadas en las ciencias sociales, como la clase social, la etnia o la edad, quedaban ocultas. La inclusión de la perspectiva de género no solo revela la dinámica de producción de identidades de género diferenciadas, sino el hecho de que las relaciones entre mujeres y hombres se traducen en relaciones de desigualdad, poder, exclusión, dominación, etc. Las características de estas situaciones de subordinación, exclusión o falta de poder, se interpretan de forma distinta según las diferentes teorías feministas; sin embargo, todas ellas afirman que la situación social de las mujeres, tanto en el ámbito público como en el privado, es fruto de un orden social injusto que privilegia a los varones sobre las mujeres. Así, desde las posturas constructivistas, a las que hacíamos referencia anteriormente, se entiende que la subordinación de las mujeres no deriva de la naturaleza ni de la biología y, por tanto, se cuestiona la naturalización de la diferencia 61

sexual (CASTAÑEDA, 2008: 35). Naturalización desde la que se han construido buena parte de las principales explicaciones científicas, tanto en ciencias experimentales como sociales, y que además permite legitimar y justificar las desigualdades sociales entre hombres y mujeres. La utilización de la perspectiva de género en la ciencia es un proceso que se inició en la década de los sesenta y, desde entonces, se ha ido enriqueciendo progresivamente, tanto en resultados como en recursos públicos dedicados 2 . La filósofa de la ciencia Sandra Harding ha estudiado la evolución del proceso de incorporación de la perspectiva feminista a la investigación y distingue tres estadios (HARDING, 1996: 28-29). El primero de ellos consiste en incluir mujeres en el análisis, el segundo, en rescatar las aportaciones de las mujeres y el tercero, en centrarse en la posición de las mujeres como víctimas. Estos tres tipos de enfoque, aunque bastante utilizados, tienen importantes limitaciones. Por un lado, restringir las investigaciones al estudio de las mujeres relevantes (pintoras, escritoras, científicas, políticas, etc.) no ayuda a comprender la vida cotidiana de la mayoría de las mujeres, de la misma manera que estudiar a los grandes hombres no nos permite entender cómo es la vida de la mayoría de los varones. Por otro lado, las investigaciones que rescatan las aportaciones de las mujeres, suelen circunscribirse a aquellas aportaciones que dentro de la historia y la cultura sexista se consideran relevantes. Y finalmente, los estudios que se realizan situando a las mujeres en una posición de víctimas suelen ocultar las formas que éstas utilizan para luchar contra la desigualdad y la explotación, ignorando su capacidad como sujetos agentes. La incorporación de la perspectiva de género en la ciencia parte del reconocimiento de estas limitaciones y va más allá, dando lugar a la aparición de modelos científicos menos distorsionados y de teorías que permiten entender la realidad desde una óptica nueva y más abarcadora. Las investigaciones no sexistas exigen que las relaciones de género se hagan visibles, para ello es preciso tener en cuenta a las mujeres, sus experiencias y su diversidad, así como considerar el papel de las relaciones de género en cualquier análisis social que se vaya a realizar. A la vez, las investigaciones no sexistas suponen un importante cuestionamiento del método de producción científico, ya que cualquier investigación que trate de «hacer visibles a las mujeres» (ANN OAKLEY, 1981), tendrá que desafiar tanto las presunciones, lo que damos por supuesto, como los métodos de trabajo. En resumen, la introducción de la perspectiva de género en el sistema de ciencia y conocimiento ha llevado, por una parte, a cuestionar la naturalización de la diferencia sexual; por otra, a poner de manifiesto la jerarquía, las relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres y el vínculo entre conocimiento y poder, y por último, ofrece una perspectiva de análisis que permite la crítica al conocimiento tradicional y un marco de estudio diferente desde el que abordar la investigación de los fenómenos científicos.

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3. La crítica a la ciencia tradicional desde la perspectiva de género Las investigaciones con perspectiva de género, y el replanteamiento metodológico que conllevan, surgen a raíz de la crisis del paradigma positivista. Dicho paradigma, dominante hasta la mitad del siglo XX, se basa en la creencia de que es posible un conocimiento absoluto y verdadero al que podemos llegar a través de la aplicación de las reglas del método científico: Tradicionalmente se ha medido el conocimiento en función de cuán objetivo se considera, en la creencia de que si se siguen «las reglas» de la fiabilidad, la objetividad y la validez, «la verdad» será descubierta. Si la investigación no sigue las reglas a menudo es criticada y descartada por ser metodológicamente defectuosa y por lo tanto «falsa» (WESTMARLAND, 2001: 2).

Desde este paradigma, el objetivo de las investigaciones es predecir o controlar los eventos y solo es válido el conocimiento que se puede fundamentar sobre datos empíricos que cumplan las reglas de fiabilidad, objetividad y validez. Asimismo, se entiende que cuanta mayor objetividad se alcance en la investigación mejor y, de ahí, la importancia de lograr la mayor desconexión posible entre quien investiga (que adquiere la condición de sujeto) y quien es investigado (objeto). Esta separación entre objeto y sujeto ha sido criticada desde el feminismo puesto que considerar a las mujeres como mero objeto (no sujeto) de estudio no favorece la capacidad de sujeto agente a las mujeres estudiadas. Al incluir la perspectiva de género o feminista en la investigación se cuestionan las bases del positivismo y se replantean en buena medida sus fundamentos teóricos. Las críticas al positivismo, sin embargo, no son exclusivas del feminismo sino que comparten las realizadas en el ámbito de la ciencia a partir de Kuhn (1962) y de los movimientos contraculturales de la década de los sesenta del siglo XX. Estas críticas parten de la idea de que el conocimiento es relativo e incluye tanto a la persona que investiga como a la que es investigada. El propio objeto de estudio es una construcción del sujeto investigador, es una creación subjetiva. Como sostiene von Foerster, dado que el conocimiento siempre es producido por un sujeto, no puede establecerse una separación nítida entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. Ambos son influenciados por el propio proceso de observación-conocimiento, como en el célebre caso del «gato de Schrödinger» 3 . Como se ha dicho anteriormente, otro de los fundamentos de la tradición científica positivista más cuestionado ha sido la noción de objetividad. Desde el positivismo se considera que las propiedades de quien observa no deben entrar en la descripción de sus observaciones. Las investigaciones feministas cuestionan la objetividad así entendida. De hecho, consideran que en todas las fases del proceso investigador se pueden dar circunstancias que contradicen la pretendida objetividad: desde la fuente de financiación del proyecto, el nombramiento del personal investigador, pasando por la selección de la muestra, hasta la interpretación de los datos y la divulgación de los resultados. 63

En primer lugar, no se podría hacer observación alguna si quien observa no tuviera capacidades que le permitieran observar y dichas capacidades son exclusivamente personales (aunque se puedan homologar o pautar), así pues, cualquier investigación depende de las personas que la realizan. Y la participación de las mismas está condicionada por el tipo de proyecto que se ponga en marcha y los recursos con que cuente dicho proyecto. Asimismo, el sexo/género de la/s persona/s que investiga/n, su sensibilidad y formación en cuestiones de género, son aspectos esenciales para que se elija un tema de investigación u otro y se diseñen las investigaciones con o sin sesgos sexistas. Por otro lado, las investigaciones dependen de los equipamientos y recursos materiales o de otro tipo disponibles y no todos los proyectos se realizan en las mismas condiciones. Los proyectos con pocos recursos parten, en principio, de una peor situación que les puede llevar a tener que bajar la calidad o a exigir una mayor dedicación personal para alcanzar una calidad igual o superior a otros proyectos mejor dotados. En este sentido, no es lo mismo solicitar fondos para realizar una investigación desde una universidad de prestigio o desde otra apenas conocida; realizarlos en un laboratorio bien equipado o en otro con escasez de medios. Además, el uso del lenguaje, de los conceptos y de los métodos, así como la interpretación de los resultados dependerá, en buena parte, de las concepciones de quien investiga. Concepciones que, con mucha frecuencia, están teñidas de sesgos sexistas. Lo mismo ocurre con la publicación de los resultados y su divulgación pues quienes deciden qué es o no publicable en una determinada revista o editorial, son también sujetos condicionados por sus propias percepciones sobre qué constituye o no un avance científico relevante. En definitiva, lo que se pretende poner de manifiesto es que el contexto en el que se desarrolla la actividad científica, las condiciones de trabajo, las propias experiencias y la visión personal del mundo que tienen investigadores e investigadoras se incorporan, quiérase o no, a la investigación que se realiza. Aunque no corresponde exactamente al campo de la ciencia, pero sí a un tipo de poder que puede controlar la ciencia, pondremos un ejemplo que alcanzó cierta fama hace unos años. Es el caso de un alcalde de una ciudad extremeña que hizo quitar de un escaparate una reproducción de «La maja desnuda» de Goya por pornográfico e indecente. ¿La pornografía y la indecencia eran propiedades del cuadro o del observador? Al margen de este caso, circulan por la comunidad científica ejemplos bastante notables de artículos redactados bien como bromas 4 , bien con ánimo de falsear los resultados de las investigaciones, que han conseguido ser publicados en algunas de las revistas de ciencias experimentales más prestigiosas del mundo. Lo que se sostiene aquí es que la realidad se construye en una relación de mutua interacción entre el objeto y el/la sujeto. Ni quien investiga crea de la nada, no se inventa arbitrariamente el objeto, ni el objeto existe ya constituido en todas sus determinaciones al margen de la persona que investiga. Ésta no se limita a descubrirlo, sino que lo define o redefine. Una investigación es siempre una «lectura» relativamente arbitraria del objeto. Y en esa lectura los valores juegan un papel fundamental, este planteamiento, tal como señala Pérez Sedeño (2010: 565), desafía 64

uno de los supuestos básicos de la filosofía de la ciencia, la objetividad entendida como neutralidad valorativa. Esto es, la ciencia entendida como imparcial, autónoma y neutra. A pesar de la crítica a la objetividad, entendida en sentido absoluto, en las investigaciones feministas no se rechaza este concepto, sino que adquiere una nueva dimensión. Así, autoras como Pérez Sedeño entienden que la objetividad viene dada por la práctica de la comunidad científica, que debe evaluar los supuestos implícitos en las observaciones y en los razonamientos, la plausibilidad de unas hipótesis sobre otras y la consideración de que ciertos métodos son los adecuados para resolver determinados problemas (2010: 574). Otras autoras han planteado la necesidad de buscar la evidencia en contrario (HARDING, 1987: 10) de basarse en la veracidad y de garantizar el máximo de replicabilidad. Si bien esta última condición no es compartida por todas las corrientes feministas. Así el empiricismo feminista entiende que las investigaciones deben ser transparentes, de manera que cualquier persona pueda llevar a cabo una réplica de una investigación dada y llegar a resultados similares a los del equipo que la haya realizado inicialmente. Sin embargo, desde otros planteamientos como el llamado «punto de vista feminista» o el posmodernismo feminista, la replicabilidad no sería posible, ya que la experiencia subjetiva de quien investiga es central en la producción del conocimiento, por tanto no cabrían dos investigaciones iguales. Finalmente, otras investigadoras señalan que es necesario hacer explícitos los valores que subyacen a la investigación, ya que como señala Gisela Kaplan, la investigación humana, sea de la clase que sea, no está libre de valores (GISELA KAPLAN, 1995: 98), y la forma de no incurrir en el subjetivismo es explicar, de la manera más explícita y detallada que podamos, el punto de partida que guía nuestro análisis. En esta dirección, Dona Haraway da un paso más y propone redefinir la noción de objetividad y reemplazarla por la de conocimiento situado, desde el cual se reconoce que ningún conocimiento puede ser considerado como universal. Sostiene que «el conocimiento situado requiere que el objeto de conocimiento sea descrito como un actor y un agente» (HARAWAY, 1991: 198, citada en WESTMARLAND, 2001). A partir de esta concepción de conocimiento, porporcionada por otras investigadoras feministas (STANLEY y WISE, 1990), incluyen en sus publicaciones una «biografía intelectual» para explicar tanto el proceso de producción del conocimiento como ciertas características de la propia investigadora. La crítica a la ciencia tradicional no solo se sitúa en el nivel metodológico sino que, como han hecho numerosas investigadoras, pone de manifiesto la relación entre poder y conocimiento (HARDING, 1996; PÉREZ SEDEÑO, 2010; CASTAÑEDA, 2008). La ciencia es un producto social que no se limita a explicar una supuesta y preexistente realidad, la condiciona y es condicionada por ella. Además no juega un papel neutro dentro de la sociedad, sino que a menudo se comporta como institución transmisora y legitimadora de prejuicios sexistas, racistas, clasistas, etc., y sirve y ha servido como fundamento de la hegemonía de las élites (masculinas, blancas, etc.). En palabras de Castañeda: «el yo pienso consecuencia del yo domino» (CASTAÑEDA, 2008: 24). 65

Otra dimensión evidenciada no solo desde las investigaciones feministas, sino también desde los movimientos contraculturales y los planteamientos posmodernos, se refiere a los usos y abusos de la tecnología para proyectos sexistas, racistas, homófobos, clasistas, etc. Este vínculo entre la ciencia tradicional y el sexismo, el etnocentrismo, el poder militar, económico, etc., nos lleva a preguntarnos al igual que Harding: ¿Es posible utilizar con fines emancipadores unas ciencias que están tan íntima y manifiestamente inmersas en los proyectos occidentales, burgueses y masculinos? (1996: 11).

Ciertamente, no es fácil producir una ciencia emancipadora y socialmente responsable y muchas investigadoras han tenido que luchar por el derecho a producir un conocimiento nuevo sin ser atrapadas en el sistema de ciencia y técnica convencional y de claro predominio masculino. Algo similar sucede con las aplicaciones tecnológicas de la investigación. Así nos hemos encontrado con aparatos de reconocimiento de voz, que han tenido que ser reprogramados desde su comienzo porque todas las voces con las que se probaron eran las del equipo de investigación, que no sorpresivamente, era completamente masculino. Pero podemos responder afirmativamente, aunque con cautela, a la retórica pregunta de Sandra Harding, ya que la tecnología también va adoptando la perspectiva de género y produciendo artefactos de más calidad y socialmente más útiles. Así por ejemplo, el uso de maniquíes con forma de mujer embarazada en la simulación de accidentes automovilísticos ha mejorado la seguridad general (para cualquier persona, de cualquier tamaño) en el diseño de coches.

4. Los principales sesgos sexistas en los que incurren las investigaciones sin perspectiva de género Como ya hemos tenido ocasión de mostrar, una de las fases clave en la incorporación de la perspectiva de género a las investigaciones científicas tradicionales consiste en desenmascarar los valores sexistas que aparecen entremezclados con el saber científico. La socióloga Margrit Eichler (1991) ha analizado numerosos estudios e investigaciones de diferentes disciplinas científicas y ha detectado numerosas manifestaciones de sexismo bajo diferentes formas en aquellas investigaciones que no han incorporado la perspectiva de género. Ella ha identificado y analizado en detalle siete grandes formas de sexismo. En el desarrollo de este apartado, nos apoyaremos en su obra Nonsexist research methods a partir de la cual nos detendremos a analizar en qué consisten esas formas de sexismo o sesgos sexistas de la investigación. 1.ª Androcentrismo: El primero de estos sesgos, el androcentrismo, consiste en entender el mundo en términos masculinos. Las investigaciones androcéntricas 66

reconstruyen la realidad desde una perspectiva masculina e ignoran o minusvaloran las experiencias de las mujeres. Son estudios que se centran en los varones y en sus experiencias, las cuales mediatizan el análisis. A las mujeres no se las considera como sujetos con agencia, sino como sujetos que aparecen casi siempre en una posición pasiva e incluso como objetos. Los varones son la referencia, son el modelo a seguir, mientras que las mujeres son «el otro». De esta manera, se trivializan los problemas y las experiencias de las mujeres, a la vez que se sobrevalora el punto de vista y las experiencias de los varones. Si se produjera el caso contrario, estaríamos ante una investigación ginocéntrica, en la que las experiencias de las mujeres se situarían como la experiencia del conjunto de la sociedad. Sin embargo, este tipo de investigaciones son mucho más escasas y no son comparables a aquellas que tienen un sesgo androcéntrico, ya que estas últimas son consecuencia del mundo androcéntrico en el que vivimos, que se refleja en todos los ámbitos sociales incluido el intelectual (MARGRIT EICHLER, 1991: 5). El androcentrismo en la ciencia adopta diferentes modalidades: — El punto de vista o marco de referencia masculino. Consiste en asumir que los varones son el sujeto social en lugar de que dicho sujeto esté compuesto de varones o mujeres indistintamente, o ambos a un tiempo. Este punto de vista o marco de referencia masculino lleva a la invisibilidad de las mujeres y a entender que los intereses los varones tienen prioridad sobre los intereses femeninos o dar por hecho que son idénticos. Este tipo de androcentrismo se da, por ejemplo, cuando se analizan los efectos de cualquier fenómeno social exclusivamente en los varones. Cuando se estudia un fenómeno como el trabajo y se aborda exclusivamente el empleo, sin considerar la existencia de otro tipo de trabajo, como el trabajo doméstico no remunerado, desempeñado fundamentalmente por las mujeres y sin tener en cuenta el impacto que el trabajo doméstico de las mujeres tiene en las posibilidades de empleo de éstas. Si además se considera que el resultado de dicho análisis es generalizable para el conjunto de la sociedad, como ocurre con frecuencia, estaríamos ante otro de los sesgos sexistas identificados por Eichler, la sobregeneralización. — La construcción de los varones como sujetos activos y las mujeres como sujetos pasivos. En este caso, se estudia a los hombres como actores sociales y a las mujeres como meros objetos. Por ejemplo, si en un libro de historia nos encontramos algo así como «algunas tribus utilizaban la guerra como medio para conseguir alimentos, mujeres y esclavos» o «algunos pueblos primitivos se trasladaban junto con sus animales, sus enseres y sus esposas». Ambos ejemplos cosifican a las mujeres y no las consideran como sujetos o actores sociales. — La ginopía o invisibilidad de las mujeres. La ginopía se produce cuando las mujeres son directamente omitidas en la investigación. Cualquier indicador social incurre en ginopía si no está desagregado en función del sexo. Ginopía es un término creado por Shulamit Reinharz (1985) para referirse a la mencionada discapacidad de percibir a las mujeres. Si la miopía es la discapacidad que impide ver de lejos, la 67

ginopía es el no ver a las mujeres. — La trivialización de los intereses de las mujeres. La sobrevaloración de los intereses masculinos sobre los femeninos adquiere diversas formas, una de ellas es la trivialización de los intereses de las mujeres. Un ejemplo de trivialización lo encontramos cuando no se percibe la magnitud de problemas como el maltrato hacia las mujeres o la violación de mujeres como arma de guerra, a los que no se da la importancia social que merecen, frente a otro tipo de violencia social, como puede ser el terrorismo, que se observa como un problema social de mayor trascendencia a pesar de que cuantitativamente genere menos víctimas. — La misoginia u odio hacia las mujeres y la culpabilización de las mismas. La preponderancia de los intereses de los varones sobre las mujeres alcanza, en ocasiones, la forma extrema de misoginia (odio hacia las mujeres), que generalmente va asociada a culparlas de su situación de dependencia, subordinación o incluso maltrato. Desde una perspectiva misógina la violencia sexual sobre las mujeres está implícitamente justificada (las víctimas son víctimas porque se dejan y lo toleran). Se acusa a la mujer de su condición de víctima y con esa acusación deja de ser una víctima para convertirse en culpable. Estaríamos ante el caso de algunas sentencias judiciales que al enjuiciar una violación tomaron en consideración el tipo de ropa que llevaban las mujeres violadas. En uno de esos tristemente famosos casos la mujer llevaba minifalda y eso condujo a la rebaja de condena del violador, ya que el juez entendió que la culpa era de la mujer que con su atuendo había provocado la agresión. — La defensa de la dominación masculina y el sometimiento femenino. Consiste en la justificación de formas extremas de sometimiento femenino como la mutilación genital, la práctica de quema o aislamiento de viudas en la India, la imposición del burka, entre otras, por razones culturales a la vez que se argumenta que las mujeres realizan este tipo de prácticas voluntariamente. 2.ª Sobregeneralización: La sobregeneralización se presenta cuando se realizan investigaciones tomando como referencia a un sexo y se generalizan sus resultados como si fueran aplicables a ambos sexos. Este sesgo es muy frecuente en las ciencias sociales y aparece al tomar como modelo la experiencia masculina y explicar todo tipo de fenómenos sociales generalizando dicha experiencia al conjunto de la sociedad. Por el contrario, ninguna teoría que se base exclusivamente en el análisis de las mujeres considera que sus hallazgos son generalizables al conjunto de la población, salvo aquellas relacionadas con la vida reproductiva. Un ejemplo de sobregeneralización sería la afirmación de que el deporte preferido por la mayoría de los españoles es el fútbol, cuando obviamente se refiere a la mayoría de los varones españoles, pero se generaliza a la mayoría de la población. 3.ª Insensibilidad de género: El tercer sesgo sexista consiste en ignorar que el sexo y/o el género es una variable socialmente relevante en las investigaciones de las ciencias sociales. Esta es una práctica frecuente, de hecho no hay más que analizar cualquier revista especializada para darse cuenta de que buena parte de sus artículos ignoran el sexo y/o el género como variables relevantes y explicativas del problema 68

social que se vaya a estudiar. En otras ocasiones, a pesar de disponer de datos desagregados por sexos, estos no se utilizan en las explicaciones de los fenómenos que se están investigando. Desde estudios sobre la intención de voto a estudios sobre las actitudes del empresariado, por mencionar algunos, generalmente no ofrecen datos desagregados por sexos que nos permitan saber si mujeres y varones tienen comportamientos similares o diferentes, o si el fenómeno estudiado impacta de un modo o con una intensidad distinta a unas y otros. Lamentablemente, la insensibilidad ante la variable sexo/género no es exclusiva de las ciencias sociales. Así, la Dra. Yolande Appleman, Directora del Departamento de Cardiología Invasiva VU del Medical Centre de Amsterdam sostiene que: Las enfermedades cardiovasculares son la causa principal de la muerte entre las mujeres. Pero, a pesar de las claras diferencias de género, las enfermedades cardiovasculares no son reconocidas, diagnosticadas o tratadas de forma específica en las mujeres. Ni en la investigación científica, ni en la formación y práctica del alumnado de medicina se presta suficiente atención a las diferencias de género 5 .

Otra forma menos obvia de insensibilidad de género consiste en tratar las opiniones que un sexo expresa sobre el otro como hechos, en vez de entenderlos como lo que son: opiniones. Esto podría ocurrir, por ejemplo, si en un estudio sobre la toma de decisiones en la pareja, escuchamos exclusivamente la opinión de uno de los miembros, la mujer o el hombre, aunque la exprese delante del otro, y tomamos sus respuestas como hechos, sin contrastarlo con lo que pueda decir el otro cónyuge. La fuente de información en las investigaciones sociales es muy importante y tener información proveniente de un sexo no nos autoriza a generalizar los resultados al conjunto de la población. Asimismo, no cabe presuponer que la opinión sobre un hecho social determinado sea ajena a la experiencia derivada del sexo/género del/a analista social. Un problema derivado de la insensibilidad de género consiste en no considerar el sexo de todas las personas participantes en la investigación: sujetos investigados, investigadores/as, informantes, estímulos o inputs con identificación sexual (por ejemplo, tarjetas en las que aparezcan mujeres o varones en diferentes situaciones, muñecas o muñecos, animales machos o hembras, etc.). El sexo de los miembros del equipo investigador es especialmente importante cuando hay una interacción directa entre éstos/as y las personas que van a ser investigadas. De la misma manera, hay temas de investigación sobre los que las respuestas pueden variar en función del sexo de quien investigue (prostitución, incesto, malos tratos, relaciones entre mujeres y varones, etc.). El efecto del sexo/género de la persona investigadora debe ser tenido en cuenta y si no se puede triangular la información, al menos en la presentación metodológica de la investigación, deben explicitarse las condiciones del contexto (incluido el género del equipo investigador) en las que ésta se ha llevado a cabo. La insensibilidad de género también puede producir otro sesgo conocido como descontextualización; esto es, dado que la posición social de varones y mujeres es significativamente distinta, hay que tener en cuenta que una situación dada puede tener diferentes significados e implicaciones para los miembros de uno y otro sexo 69

implicados en la misma. Así, el matrimonio, el hogar, el divorcio, la participación política, el significado del dinero, etc., tienen implicaciones y efectos distintos para unas y otros. No ver estas diferentes implicaciones para cada género de un mismo contexto es también otra forma de insensibilidad de género. 4.ª Doble rasero: Eichler identificó en numerosas investigaciones una mala práctica analítica, un sesgo de género que podemos denominar el doble rasero. Este problema se produce al analizar, tratar, medir o evaluar conductas o situaciones idénticas para ambos sexos con criterios diferentes. El doble rasero a veces es difícil de reconocer, ya que no siempre se presenta abiertamente. El descubrimiento del doble rasero exige, en primer lugar, determinar si la situación a analizar es comparable, y en segundo lugar, determinar si el trato distinto por razón de sexo está presente directa o indirectamente. Un ejemplo de doble rasero podría ser la diferente conceptualización de un mismo desequilibrio psiquiátrico cuando lo sufren las mujeres o los varones, por ejemplo, el diagnóstico freudiano de la histeria referido solo a las mujeres. Otro ejemplo de doble rasero puede ser el de algunos análisis politológicos como aquellos que prestan una inmerecida importancia al aspecto externo (vestimenta, apariencia, edad, etc.) de las mujeres políticas, mientras que apenas se repara en el aspecto de los políticos. Como si la indumentaria condicionara las decisiones de las políticas, pero no las de los políticos. Evitar el doble rasero en los métodos no significa dar un trato metodológico idéntico a varones y mujeres, sino tratar de evitar el sexismo metodológico que proviene de una consideración no igualitaria de unas y otros. Y precisamente para garantizar la igualdad, en ocasiones, tendremos que utilizar métodos diferenciados que nos permitan averiguar cómo las relaciones de género influyen en los fenómenos sociales o cómo estos afectan de manera distinta a mujeres y hombres. 5.ª «Propio de su sexo»: Margrit Eichler se refiere asimismo a un sesgo sexista que podríamos denominar «propio de su sexo» y que en realidad es un tipo de doble rasero. Consiste en naturalizar, en dar por sentado, que hay cosas, acciones y/o actitudes más apropiadas para un sexo que para otro. Así, por ejemplo, buena parte de las investigaciones de la Sociología, Antropología o Psicología aceptan la existencia de los roles sexuales como naturales, no problemáticos. Se produce una combinación de la variable biológica «sexo» con el concepto teatral «rol» de forma acrítica y a partir de ahí se acepta acríticamente que unos roles son más propios de un sexo que de otro y sus diferencias no constituyen siquiera una pregunta de la investigación. Una de las formas más comunes en las que lo «propio de su sexo» distorsiona nuestra comprensión de los problemas sociales consiste en asumir la tradicional división sexual del trabajo, entendiendo que las mujeres son las responsables del cuidado del hogar y de las personas dependientes. Por ejemplo, cuando se pregunta: «Está a favor o en contra de que una mujer casada trabaje si tiene hijos en edad preescolar y un marido que la pueda mantener». Esta pregunta asume la división sexual del trabajo como no problemática y a la mayoría de los y las analistas no se le ocurre plantear la situación contraria. Tampoco parece que se le ocurra a nadie preguntarse «¿Cómo es posible que dos jornadas de trabajo, una de ellas no 70

remunerada, sea considerada normal y deseable para las mujeres pero no para los hombres?» (HARDING, 2010: 47). Realizar ciertas preguntas u obviar otras produce un conocimiento más sesgado y, por tanto, de peor calidad, deformante de la realidad. Por un lado, impide generar información que permita comparar las potencialmente diferentes respuestas de ambos sexos; por otro lado, y según indica Margrit Eichler (1991: 111), existen evidencias de que las respuestas a preguntas no sexistas producen diferentes resultados que las respuestas a preguntas sexistas. 6.ª Dicotomía sexual: La dicotomía sexual es una forma extrema de doble rasero. Consiste en tratar a los dos sexos como categorías separadas, segregadas, sobreexagerando las diferencias de género en lugar de considerar a mujeres y varones como dos grupos con muchas características coincidentes y algunas distintas. La dicotomía sexual se da cuando un atributo humano se identifica en exclusiva con uno u otro sexo. Esto ocurre con la asociación de los estrógenos a las mujeres y la testosterona a los varones, ignorando que varones y mujeres tenemos estrógenos y testosterona, aunque en diferentes proporciones, o cuando se asocia la independencia o capacidad de liderazgo a los varones y las emociones o la sensibilidad a las mujeres. Tanto mujeres como hombres desarrollan esas actitudes, aunque en diferentes proporciones, sin embargo, la categorización de esos rasgos como masculinos o femeninos lleva a entender como «antinatural» la aparición de una de las actitudes consideradas masculinas en el sexo femenino y viceversa. 7.ª Familismo: El familismo es una manifestación exacerbada de insensibilidad de género. Consiste en tratar a la familia como una unidad de análisis, ignorando a los individuos que la componen y las diferencias intrafamiliares. El uso de las familias o los hogares como unidades sociales de análisis no siempre es sexista. El sesgo aparece cuando una acción o experiencia que llevan a cabo los individuos que componen la unidad familiar se atribuye a toda la familia por igual, presuponiendo que a todos los integrantes de la misma les afectan del mismo modo los eventos estudiados e ignorando el impacto diferenciado que puede tener cualquier fenómeno social en cada uno de ellos. El familismo suele darse cuando se habla de los ingresos y los gastos de la unidad familiar. El análisis de la familia es clave para entender tanto el comportamiento de compra como el proceso de toma de decisiones en el hogar. Sin embargo, es frecuente que las investigaciones ignoren que dentro de la unidad familiar puedan existir intereses diversos y posiciones distintas. Así, por ejemplo, en nuestro país las dos principales encuestas que proporcionan dicha información, la Encuesta de Condiciones de Vida y la Encuesta de Presupuestos Familiares, utilizan como unidad de análisis el hogar y apenas ofrecen información de lo que ocurre en el interior de los hogares. Ambas encuestas proporcionan una información muy detallada sobre la cuantía de las rentas y las pautas de consumo en los hogares, pero parten de la ficción de que cada hogar se comporta como una unidad. Se estiman los ingresos como si fueran de la unidad familiar, sin diferenciar lo que aportan varones y mujeres, a pesar de que la Encuesta de Condiciones de Vida permite hacerlo, y se utiliza la presunción 71

de que todas las personas en la familia gastan por igual, haciendo una estimación del gasto familiar conjunto sin diferenciar el sexo ni la edad, variables imprescindibles para poder entender los comportamientos de gasto de las personas (DEMA y DÍAZ, 2012).

5. El debate acerca de la existencia de una metodología feminista Los métodos empleados tienen una importancia decisiva en la investigación de los fenómenos científicos. Los métodos convencionales han invisibilizado las relaciones de género, lo cual ha llevado al feminismo a una búsqueda metodológica propia. Ahora bien, dada la pluralidad de las teorías feministas, los métodos de trabajo en los estudios de género son necesariamente variados. Una de las primeras preocupaciones metodológicas de los análisis con perspectiva de género consistió en averiguar en qué medida debían desarrollarse métodos específicos o bastaba con adaptar los métodos tradicionales al nuevo objeto de estudio. En el debate generado sobre este asunto, que tuvo lugar en las décadas de los ochenta y noventa, aparecen una pluralidad de posiciones. En un extremo podríamos situar a quienes rechazan la investigación planteada desde una epistemología tradicional, sosteniendo la necesidad de contar con métodos de investigación que sean específicamente no sexistas (SMITH, 1992; CLOUGH, 1993). En el extremo opuesto se encuentran aquellas autoras, como Gisela Kaplan (1995), que afirman que ni hay ni sería bueno que hubiera una metodología propiamente feminista. En una posición intermedia estarían quienes, como Keller (1985), plantean que la ciencia tradicional contiene sesgos sexistas y, por tanto, hay que adaptar los métodos a usos no sexistas. Y efectivamente, son numerosos los ejemplos de investigaciones de género que han utilizado técnicas convencionales y que, a pesar de ello, han conseguido poner la técnica al servicio de una determinada perspectiva o enfoque de género. Desde este punto de vista, Harding (1987) sostiene que lo que distingue a las investigaciones de género de las demás sería no tanto el método como el objeto de estudio, el marco de partida en el que se plantean las hipótesis y el procedimiento de producción de los datos —y tal vez deberíamos añadir el análisis de los mismos—. Coincidimos con Sandra Harding en entender que lo que distingue a una investigación feminista es su marco teórico. El marco teórico, esto es, la teoría feminista, es una forma nueva y diferente de explicar la realidad social que mira y define su objeto de estudio a partir de nuevos conceptos o reconceptualizaciones propias. Desde esa teoría se dirige el proceso investigador (selección y entrenamiento del personal, procedimientos para la producción y análisis de los datos, selección de la muestra, difusión de los resultados, ética del proceso, etc.). Puesto que el método es el conector entre la teoría y las técnicas concretas aplicadas, cabría decir que aunque se usen técnicas convencionales (encuestas, entrevistas, observación 72

etnográfica, grupos focales, etc.), al ser nueva la teoría y las hipótesis y preguntas de ella dimanadas, el método también lo es, aunque se exprese en una técnica convencional, usada también en investigaciones sexistas. En cualquier caso, al menos por el momento, podemos sortear este debate, ya que una vez asumido que el método de investigación tiene una importancia decisiva en la explicación de los fenómenos a estudiar, lo que resulta imprescindible es que, sea éste un método genuinamente feminista o sea convencional adaptado, nos tiene que permitir revelar las relaciones de género y las diferencias, si las hubiera, entre hombres y mujeres en relación al fenómeno que se esté considerando.

5.1. EL DEBATE SOBRE EL USO DE TÉCNICAS CUANTITATIVAS Y CUALITATIVAS Y LAS NUEVAS TÉCNICAS FEMINISTAS

En los estudios con perspectiva de género se ha dado también el tradicional debate que ha recorrido las ciencias sociales acerca de los métodos cuantitativos y cualitativos. Las investigadoras feministas partidarias del uso de nuevos métodos específicamente feministas rechazan de plano las técnicas cuantitativas por estar relacionadas con una concepción de la ciencia tradicional, positivista, centrada en los criterios de objetividad científica a los que hacíamos referencia anteriormente. Un buen número de sociólogas feministas entienden que la metodología cuantitativa es un reflejo del androcentrismo que impera en el trabajo científico. Se han criticado los métodos cuantitativos, entre otras razones, por ignorar y excluir a las mujeres (OAKLEY, 1974); por «sumar» a las mujeres a los resultados obtenidos solo a partir de los varones de tal manera que los resultados de los hombres se generalizan a las mujeres (STANLEY y WISE, 1993); por utilizar referentes masculinos para investigar las experiencias de mujeres (MIES, 1986); o por estar en conflicto directo con los objetivos de la investigación feminista (GRAHAM, 1983). Como resultado de estas críticas, buena parte de los estudios de género han optado por métodos de carácter cualitativo. El interés por estos métodos presenta similitudes notables con la sociología interpretativa, que destaca la necesidad de incorporar el punto de vista de los actores y su propia definición de la situación en la que están involucrados. Precisamente una de las principales críticas que se realizan desde la Sociología del Género a la técnica de encuesta es la pretendida neutralidad y el distanciamiento que debe de existir entre la persona que realiza la encuesta y la persona encuestada. Dicha separación se realiza con la pretensión de lograr la mayor homogeneidad posible a la hora de formular las preguntas y evitar influencias no deseadas por parte de la persona encuestadora. Pero para autoras como Oakley (1981) este tipo de práctica conlleva la utilización del sujeto como un objeto y no como un interlocutor o interlocutora. Se le demanda una información que debe proporcionar, sin importar si esa persona desea y/o puede ofrecer más información y es, por tanto, un claro ejemplo de relación asimétrica, jerárquica y subordinada. 73

Por el contrario, explica la autora, desde las entrevistas no sexistas se genera una relación igualitaria en la que se asume que todas las personas participantes tienen algo que aprender. Las recomendaciones de no involucrarse emocionalmente o de no responder a las preguntas de las personas entrevistadas que proponen la mayoría de los manuales de Sociología y Psicología convencionales, según Oakley, dan lugar a respuestas de muy dudosa validez, pues son obtenidas en un contexto antinatural con el que las personas entrevistadas no se identifican y que inevitablemente repercuten de forma negativa en la sinceridad de las respuestas. Añade también que un modelo de entrevista en el cual la persona que persigue la información se centra en sus propias necesidades y olvida las necesidades que la propia entrevista genera para la persona entrevistada sería éticamente cuestionable. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, centrar el debate en la división entre métodos cuantitativos y cualitativos es un tanto excesivo y estéril, ya que dicha división se ha planteado con demasiada frecuencia como una disyuntiva, y no como técnicas potencialmente complementarias. Como bien sabemos, las investigaciones realizadas desde una perspectiva de género no pueden limitarse al uso de técnicas cualitativas, ya que, de ser así, una gran cantidad de fenómenos sociales pasarían inadvertidos para el análisis feminista. El análisis de los cambios macrosociales, las grandes tendencias demográficas y económicas, por ejemplo, no puede ser abordado con técnicas cualitativas exclusivamente. Jesús Ibáñez (1979) señala que hay una relación analógica entre las características de ciertos fenómenos y las técnicas a emplear. Un fenómeno como la decisión de voto tiene preguntas y respuestas típicamente cuantificables. Sabemos lo que cabe preguntar y conocemos todo el rango de respuestas posibles. La investigación se realiza solo para saber cómo se distribuyen las respuestas: cuántas personas votarán a A, cuántas a B o a C o cuántas se abstendrán. Pero hay otras investigaciones, las razones de la preferencia de voto, por ejemplo, de las cuales lo desconocemos casi todo y solo podremos llegar a conocerlas en un contexto de tipo conversacional o de observación directa, lo más natural posible. Para ello, las técnicas requeridas son cualitativas. Ahora bien, como señala Lorraine Gelsthorpe (1990: 91) «el problema quizás no sea la cuantificación en sí misma, sino la cuantificación insensible». Por eso nos gustaría señalar algunas de las muchas investigaciones que han utilizado datos de encuestas para conocer la incidencia y distribución de determinados fenómenos sociales. Así, por ejemplo, Betty Friedan usó datos de encuestas en su estudio, rompedor e incuestionable como feminista, La mística de la feminidad (1963). El Observatorio de Género de la CEPAL 6 , el Índice de Desigualdad de Género del Fondo de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD), por poner otros dos ejemplos bien distintos del anterior, son la quintaesencia de lo cuantitativo, pero realizados con sensibilidad de género y, consecuentemente, son muy útiles e ilustrativos de la situación de las mujeres en el mundo o en una parte de él y sirven de base para el diseño de políticas que pueden ayudar a mejorar las situaciones en las que se encuentran. Dicho esto, y aceptando que conviene utilizar técnicas diversas porque son 74

diversos el objeto y los objetivos de los estudios, las investigaciones con perspectiva de género se caracterizan, entre otras cosas, por tener un componente crítico y transformador. No se trata exclusivamente de comprender la realidad social, sino de transformarla, ofreciendo las claves a partir de las cuales se puede modificar dicha realidad, a través de la acción individual y/o colectiva. Esta cuestión ha llevado a muchas investigadoras a replantearse las relaciones de poder entre la/s persona/s que investiga/n y la/s investigada/s. Con el fin de reducir esa jerarquía se han desarrollado varias técnicas, por ejemplo, las técnicas de investigación participativa, como la observación participante, la investigación-acción, la entrevista conversacional, el autodiagnóstico, la producción colectiva de conocimiento o la consideración de las emociones como fuente de conocimiento, entre otras. Este tipo de técnicas tratan de incorporar a las personas que participan en la investigación como sujetos que exponen sus propios planteamientos y experiencias y no como meros objetos de estudio. Asimismo, hay una tendencia creciente a experimentar con nuevas técnicas en las que el cuerpo de las mujeres adquiere un lugar central en su diseño y aplicación, puesto que se parte de la idea de que la experiencia, las vivencias y el conocimiento de las personas se realiza desde el propio cuerpo (CASTAÑEDA, 2008: 95). Es el caso de técnicas espontáneas e informales como recorrer con las mujeres lugares significativos; ver juntas fotos, vídeos, películas u otro tipo de productos audiovisuales; preparar alimentos; someter las transcripciones de entrevistas al parecer de las entrevistadas, etc. En estas prácticas, como señala Castañeda, se trata de establecer una relación de investigación en el propio contexto vital de las mujeres, otorgando valor epistemológico al conjunto de elementos que constituyen su mundo cotidiano (CASTAÑEDA, 2008: 95). A modo de resumen podríamos decir que el feminismo no ha sucumbido al esencialismo metodológico en la investigación ni se ha limitado a un solo enfoque. Las feministas, a veces, usan las mismas técnicas que otras y otros investigadores sociales. En otras ocasiones adaptan técnicas convencionales para que sean más consistentes con las teorías feministas. Y con frecuencia innovan, creando nuevas formas de aproximación técnica a la realidad social según su objeto de estudio se lo demanda. El feminismo y el rigor de las investigaciones ni siquiera exige optar por alguna de estas tres posibilidades. También cabe utilizar un método híbrido. Lo importante es generar un cuerpo de conocimiento des/generado. Esto es, no sesgado por el género y que dé cuenta, de la mejor manera posible, de una sociedad marcada por las relaciones de género.

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Lecturas recomendadas • HARDING, Sandra (1996): Ciencia y feminismo, Ediciones Morata, Madrid. Este ensayo es una traducción al castellano de una obra clásica sobre metodología de género. En él su autora analiza las críticas feministas a la ciencia y a las investigaciones realizadas con ópticas androcéntricas. Asimismo, sintetiza y critica los fundamentos del pensamiento científico hegemónico, a la vez que incorpora otros pensamientos científicos más marginales y recientes (feminismo, posmodernismo) y plantea la posibilidad de utilizar la ciencia con fines emancipadores, a pesar de estar inmersa en un entramado occidental, masculino y burgués. • EICHLER, Margrit (1991): Non-sexist Research Methods, Routledge, Londres. En esta obra, escrita con un lenguaje accesible, ya que se diseñó para ser utilizada como libro de texto, Margrit Eichler plantea una aproximación sistemática a los principales sesgos sexistas que tiene la investigación social. Este libro, con una utilidad eminentemente práctica, incluye numerosos ejemplos reales de investigaciones sexistas que la autora se encarga de explicar y analizar. • CASTAÑEDA SALGADO, Martha Patricia (2008): Metodología de la investigación feminista. Fundación Guatemala, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México, Fundación Guatemala, Antigua Guatemala. Este libro surge de los cursos sobre Metodología Feminista que la autora ha impartido en Guatemala en sucesivas ocasiones, de modo que tiene un carácter introductorio, pero muy completo, sobre el tema que nos ocupa. En esta obra la autora compila las principales cuestiones y debates que han sido objeto de análisis desde la metodología feminista en las últimas décadas, desde las críticas a la investigación convencional hasta los debates sobre los métodos de investigación y acerca de las contribuciones feministas al conocimiento científico. En su exposición utiliza algunas investigaciones propias y ajenas para ilustrar y concretar en la práctica sus consideraciones teóricas.

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Páginas web recomendadas • Innovaciones de género. Universidad de Stanford y Comisión Europea: http://genderedinnovations.stanford.edu/ • Instituto de la mujer. Mujeres en cifras: http://www.inmujer.es/ss/Satellite? c=Page&cid=1264005600670&pagename=InstitutoMujer%2FPage %2FIMUJ_Generico • Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas. UNECE: http://www.unece.org/stats/gender

Actividad práctica 1. Cada estudiante debe seleccionar un artículo de una revista científica vinculada a su área de conocimiento, del que analizará su metodología desde una perspectiva de género. Resulta más fácil, y a la vez más interesante, un estudio empírico (se puede conseguir el artículo en Dialnet: http://dialnet.unirioja.es). La resolución de la actividad debe incluir: • Resumen breve del contenido del artículo elegido. • Descripción breve de la metodología empleada. • Enumeración y análisis de los sesgos de género utilizados en el estudio analizado (apoyándose en ejemplos concretos del artículo). 2. Una vez completada la actividad 1 se trataría de replantear la metodología del artículo desde una perspectiva de género, para evitar incurrir en los sesgos sexistas detectados.

1 Una nota al pie puede ser considerada poca cosa para referirse a un debate de varias décadas sobre si lo que las académicas feministas hacen al investigar para conocer la situación de las mujeres y ayudar a mejorarla debe denominarse teoría feminista, punto de vista feminista, perspectiva de género, o adoptar alguna otra denominación. Pero no vamos a entrar en ese debate en este punto ya que a lo largo de este capítulo iremos mostrando, más en detalle, algunas de estas posiciones y sus fundamentos, sobre todo en lo relativo a la metodología de investigación. Con esta nota únicamente queremos aclarar que, en este capítulo, utilizaremos indistintamente los términos «feminista» o «perspectiva de género» dando a ambos el mismo significado. 2 La Comisión Europea, numerosos países europeos, la National Science Fundation de Estados Unidos, entre otros organismos, llevan más de una década financiando específicamente proyectos científicos con perspectiva de género y, en algunos casos, han creado programas exclusivos para financiar este tipo de investigaciones. 3 El experimento imaginario de física cuántica diseñado por Schródinger consiste en que un gato encerrado en una caja con una ampolla de gas venenoso tiene un 50% de probabilidades de estar vivo y otras tantas de estar muerto. Según la mecánica cuántica el gato estará vivo y muerto hasta que abramos la caja. Ambos estados están superpuestos. Es el hecho de observar, de abrir la caja, el que hace que se pase de la superposición de estados a un estado definido. Es, por tanto, la actividad de la persona observadora con intención de medir el estado del gato la que define tal estado. 4 Por ejemplo, el artículo de Alan Sokal «Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative

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Hermeneutics of Quantum Gravity», publicado en 1996 en la revista Social Tex, 46/47, pp. 217-252, que organizó un verdadero escándalo. Varios más se pueden ver en la recopilación de Diego GOLOMBECK, Demoliendo Papers, publicada por Siglo XXI en 2005. 5 Prefacio de «Report of the 24-hour Hear for Women Working Conference», Woudschoten Conference Centre, Zeist, enero de 2011, http://www.hartstichting.nl/professionals/programmas/hart_voor_vrouwen/. 6 http://www.eclac.cl/oig/.

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Capítulo 3 La socialización de género MARÍA JESÚS IZQUIERDO ANTONIO ARIÑO VILLARROYA

1. La construcción social del género 1 , por MARÍA JESÚS IZQUIERDO Una pregunta que se plantea sistemáticamente en contextos interesados en la situación social de las mujeres es la siguiente: ¿Pero... esto es natural o social? Subyacen por lo menos dos supuestos en esta manera de plantear las cosas. En primer lugar, está implícita la idea de que lo natural y lo social son factores independientes. En segundo lugar, se supone que si la causa de la desigualdad entre mujeres y hombres es la naturaleza, determinismo biológico, el modo en que se producen las relaciones sociales no puede cambiar, la situación es inmutable. En cambio, si la respuesta es que en el origen de la situación se hallan factores de carácter social, determinismo social, se da por entendido que los cambios son posibles. Respecto del primer a priori, Helen Lambert deshace esta confusión en los siguientes términos: Se denomina con frecuencia «determinismo biológico» a la noción de que los factores «innatos», como los genes y las hormonas, influyen sobre el comportamiento humano (generalmente de forma negativa). Equiparar lo biológico con lo intrínseco, inflexible o preprogramado es un abuso desafortunado del término biológico. El comportamiento es un fenómeno biológico en sí mismo, una interacción entre el organismo y el medio. Las influencias extrínsecas al individuo afectan a los hechos biológicos en el interior del organismo —hechos mediante los cuales, en muchos casos, se desarrollan en el organismo las entidades estructurales y los mecanismos funcionales—. Decimos con frecuencia que esas estructuras y mecanismos internos se modifican por una entrada (input) del exterior. Pero en este caso el concepto de modificación es marrullero, puede tomarse falsamente para implicar una desviación inducida extrínsecamente del curso de desarrollo hipotético «normal» que tendría lugar en total ausencia de influencias extrínsecas. De hecho, la situación anormal la constituiría precisamente tal ausencia. Las estructuras y funciones determinadas de forma innata se desarrollan normalmente en interacción con el medio (LAMBERT, 1978). (La cursiva es mía.)

En definitiva, el organismo —en este caso la mujer y el hombre— es el resultado de su relación con el medio, las características físicas, los niveles hormonales, o la configuración de los circuitos neuronales, por poner tres ejemplos, son a la vez naturaleza y sociedad, no lo uno o lo otro. Porque la peculiaridad que tenemos los seres humanos es que tenemos la capacidad de producir el medio en que vivimos y, por tanto, las condiciones que nos configuran como lo que somos. 81

En cuanto al segundo a priori sobre la posibilidad del cambio, las evidencias nos permiten afirmar que es más fácil modificar las características naturales que la organización de la sociedad. Solo hay que considerar el espectacular incremento de la esperanza de vida que se ha producido en el último siglo, el hecho de que la carencia de alas no nos impide volar incluso con más eficacia que los propios pájaros, ni la ausencia de branquias nos impide sumergirnos en las profundidades marinas. En cambio, el pasmoso incremento de la productividad no ha contribuido a eliminar el hambre en el mundo, así como los conocimientos sobre el tratamiento de las principales enfermedades no se ha traducido en la erradicación de las mismas entre una buena parte de la población mundial. La estrategia más generalizada entre las teóricas de la igualdad de las mujeres, particularmente en los inicios del movimiento feminista, ha sido insistir en dos aspectos: que la biología no permite explicar las causas ni el origen de la desigualdad de las mujeres, por lo tanto se rechaza el determinismo biológico; y que éstas no son inferiores a los hombres desde el punto de vista biológico. Esa preocupación por evidenciar la igualdad de capacidades de mujeres y hombres parece alimentarse del principio de que la posición y reconocimiento sociales han de depender de los méritos de los sujetos y no del trato preferencial de unos, los hombres, respecto de las otras, las mujeres. Esta estrategia se ha traducido en la exigencia de igualdad de oportunidades. Sin embargo, la tesis de que las características físicas, no solo las culturales o sociales, son el resultado del desarrollo del sujeto en su relación con el medio, nos permite afirmar que las mujeres no son objeto de discriminación, sino que son su producto, que las condiciones en que se desarrollan como organismos vivos las construyen inferiores y que su inferioridad es el efecto del sexismo. Al contemplar la cuestión desde esta perspectiva, la reivindicación de igualdad de oportunidades cae por su propio peso, dado que la justicia basada en el mérito (en lo que el agente puede hacer) ignora que la desigualdad genera distintos méritos, a los que es ajena la voluntad de la persona, por lo que el criterio de justicia pasa a ser la necesidad (qué es lo que el agente necesita para poder hacer). El propósito de este capítulo es presentar las implicaciones teóricas y prácticas de la distinción analítica sexo/género, así como el proceso histórico que llevó al desarrollo de esos conceptos. Debemos advertir que hemos sacrificado a la profundización del concepto de género, la consideración de otras dimensiones de la desigualdad social como son la de clase, o la raza. No debe olvidarse que cada persona es el resultado de la intersección de un número de factores, de entre los cuales el género, la clase y la raza 2 son de primera consideración.

1.1. LA BIOLOGÍA COMO DISCIPLINA EXPLICATIVA DE LO SOCIAL Y DE LO PSÍQUICO Partiremos señalando que los humanos no somos seres dotados de cuerpo, sino seres corporales. La expresión inmediata de nuestra corporeidad es la práctica de 82

vivir. Ahora bien, somos seres corporales capaces de reflexión, con conciencia de sí mismos. Es así como la práctica de vivir se hace conciencia de vivir. Sin embargo, no hay una correspondencia unívoca entre la reflexión y la vivencia, ya que la conciencia nace en un sujeto histórico. Una misma vivencia se puede traducir en una multiplicidad de experiencias, el mismo hecho o acontecimiento puede ser interpretado en una diversidad de formas, las cuales dependen del momento, el lugar, el contexto, el sistema de creencias, el estado emocional, o de salud, por citar algunos de los elementos que inciden en la reflexión. Finalmente, vivencias muy similares pueden dar lugar a experiencias muy dispares, y viceversa, vivencias muy dispares a experiencias muy similares. Las distintas posiciones frente a una misma actividad, el trabajo doméstico por ejemplo, dan lugar a experiencias muy distintas. Para un ama de casa, el trabajo doméstico es el centro de su vida, para un hombre es una actividad de importancia secundaria o con la que no se identifica, para una profesional, se vive como un obstáculo que interfiere en su carrera. Aun cuando la práctica de barrer y fregar el suelo o de cuidar la ropa sea la misma en los tres casos, la experiencia de esa práctica es distinta. Inversamente, no podemos afirmar que un hombre y una mujer experimentan algo muy distinto cuando el uno se ocupa del mantenimiento del coche que prepara para las vacaciones familiares mientras la mujer organiza la ropa. La experiencia no es anterior a la ideología, sino que es un producto ideológico 3 . Cuando fijamos nuestra atención en las cosas lo hacemos mediatizados por un lenguaje y unos significados ya existentes, y con este material construimos los significados nuevos. Por ello se hace muy difícil hablar del cuerpo como si fuera un punto de partida ajeno a las relaciones de poder, anterior a las condiciones sociales, algo dotado de existencia en sí mismo. Lo que podamos decir del cuerpo, o de las diferencias corporales, no es pura descripción de cómo es o de cómo funciona o en qué se distingue de otros cuerpos. Quien habla sobre el cuerpo lo hace con un modo de ver el mundo, con unos intereses definidos, con unas capacidades cognitivas que dependen del lugar y del momento en el que ha nacido y de las vivencias por las que ha pasado. Si tenemos en cuenta el teorema de Thomas según el cual si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias 4 , las significaciones que se hacen del cuerpo se materializan en el mismo. Por las razones expuestas y tal como lo desarrollaremos en este capítulo, no se puede tomar el sexo como la base física y el género como la psicosocial. Esa división es inadecuada por dos motivos. En el momento mismo en que el cuerpo es hablado, se convierte en un hecho psicosocial. Además, y como ya se ha señalado al inicio de este capítulo, el desarrollo corporal no es un hecho puramente orgánico, sino el resultado de la relación del organismo con el medio. En cuanto al medio, no es neutro ni igual para todas las personas, sino que está organizado en función de relaciones de poder, e imprime sus huellas en los cuerpos en función del sexo, la clase, la jerarquía social, el momento de la historia en que se vive, por citar factores sociales de gran relevancia para el desarrollo físico y psíquico. En cierto modo, no tiene demasiado sentido decir que el sexo se contrapone al género, sino más bien tomar el sexo como 83

la significación física del género, porque el sexo no precede al género sino que es su resultado. El sexo es significativo a causa del género y se ve afectado por el mismo. Cuando se apela a la perspectiva biológica como punto de partida para esclarecer los contenidos de las categorías clasificatorias mujer/hombre, propongo que lo hagamos conscientes de los procesos históricos de los que forma parte el desarrollo de la biología, la cual no es conocimiento inmediato del hecho vital, sino experiencia y experimentación respecto de ese hecho. Las categorías mujer y hombre se apoyan en: — Dos categorías sexuales. — La suposición de diferencias entre ambas. — La relación entre ámbitos de la vida humana que no son orgánicos, sino sociales y psíquicos, y la conceptualización de esas diferencias. Tomaremos provisionalmente esta idea para anticipar a qué concepto remite el término género. Para las categorías clasificatorias mujer/hombre, se toma como fundamental el reconocimiento de diferencias físicas. Ahora bien, el cuerpo no es un dato anterior a la historia, ya que tanto la percepción y el conocimiento que tenemos del mismo, como su propio desarrollo se construyen en condiciones históricas. La producción de conocimiento sobre el cuerpo no se hace a partir de capacidades intelectuales o perceptivas neutras, sino que es expresión histórica de esas capacidades. La atención a las diferencias físicas, organizándolas en categorías sexuales, generacionales, raciales e incluso morales, es el resultado de un cúmulo de circunstancias en un período de tiempo relativamente corto. El tránsito de una organización de la vida social fundamentada en los lazos personales y el deber, a otra en que el interés es el principal vínculo entre las personas y el dinero el medio de relación más generalizado, origina cambios considerables en la percepción y construcción de significados. En el orden social previo, las desigualdades estaban legitimadas, ya que las jerarquías temporales, la del rey, el señor, o el cabeza de familia, procedían de las espirituales, el fundamento último del orden jerárquico se atribuía a la voluntad divina y a la tradición. En cambio, el nuevo orden se presenta como si fuera el fruto de acuerdos, contratos y pactos entre sujetos libres e iguales. En esas condiciones, la ausencia de libertad o de igualdad requiere ser explicada, dado que se toma la libertad como el fundamento mismo de las relaciones sociales. De una actitud predominantemente contemplativa ante el orden del universo, en que los saberes no se adquieren sino que supuestamente se revelan, se pasa a una actitud ingenieril. El ser humano no se subordina al orden sino que lo construye mediante la razón y el cálculo. En cuanto a los saberes, ya no se consideran originados en la revelación divina ni herencias del pasado, sino que son producto de la mente humana. Este es el contexto en el que se construyen ideológicamente los cuerpos sexuados y de su mano, las nuevas formas de desigualdad entre las mujeres y los hombres. Las diferencias sexuales se levantan al ritmo en que se construye un nuevo orden de relaciones sociales, cuya base de legitimación es la libertad y la igualdad 5 . 84

El nuevo orden social no genera una tensión entre el ideal de igualdad y el de libertad, como si fueran aspiraciones mutuamente excluyentes. Bien al contrario, se trata de hacer compatible la consecución de la igualdad y de la libertad. La libertad es un derecho individual y la igualdad también, pero no todos son ciudadanos, por tanto libres e iguales. Unos, entre los que se encuentran las mujeres, no está previsto que lleguen a serlo y otros, los niños, lo serán con el tiempo. Dado que la desigualdad no es legítima, en un marco social democrático solo es admisible, incluso base de la organización social, en la medida en que no sea atribuible a la sociedad, sino que sea el resultado de deficiencias físicas o morales. El orden democrático se debilitaría si se atribuyera a causas sociales la desigualdad entre la gente. La inferioridad de los desiguales, o en todo caso su déficit moral, ha de tener su origen en las características naturales. La exclusión social queda naturalizada, ya que la situación de excluido se asocia con alguna característica física: patologizada, al entender que el excluido es un enfermo físico o psíquico; o criminalizada, al entender que el excluido es un delincuente, por ello un enfermo social; o normalizada, al entender que es inmaduro inferior. De ahí que características puramente fisiológicas que diferencian a la mujer del hombre, como son la menstruación, el embarazo o la menopausia, se traten como si fueran patologías y se medicalicen, o se consideren determinantes de su rendimiento intelectual y de su estado emocional. ¿Qué es un ser humano? ¿Qué tienen en común los humanos? ¿Cuáles son las diferencias más significativas? ¿Qué se puede cambiar y qué no? Se busca explicar qué es un ser humano en términos de individualidad orgánica anterior a la sociedad. La concepción de la inferioridad mental y física de «la mujer», corre paralela a la creación de la figura del ama de casa. Desde el siglo XIX la literatura sobre el tema ha sido abundante. Particularmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX y como resultado de la lucha de las mujeres, también se ha producido abundante literatura en la que se reconocen las diferencias físicas entre los sexos, y al propio tiempo se niega que las mismas sean base justificativa de la desigualdad social de las mujeres 6 . Los planteamientos de Beauvoir constituyen un buen ejemplo de esta posición: Pero tampoco él [cuerpo] basta para definirla [a la mujer]; ese cuerpo no tiene realidad vivida, sino en la medida en que es asumido por la conciencia a través de sus acciones y en el seno de una sociedad; la biología no basta para proveer una respuesta a la pregunta que nos preocupa: ¿por qué la mujer es el Otro? Se trata de saber de qué modo la Naturaleza ha continuado en ella en el transcurso de la historia; se trata de saber qué ha hecho la humanidad de la hembra humana (DE BEAUVOIR, 1977, vol I: 60).

Ahora bien, desde el propio pensamiento feminista también hay quien afirma que la desigualdad social de las mujeres tiene su base material en las diferencias físicas, principalmente el papel distinto de hombres y mujeres en la procreación. Shulamith Firestone, en un libro de fuerte impacto en el feminismo radical de la década de 1970 7 , propone una aproximación materialista de carácter biológico que defiende la disolución de las clases sexuales mediante la substitución de la reproducción sexual por reproducción artificial, ya que, como ella dice, lo natural no es necesariamente un 85

valor humano: El materialismo histórico es aquella concepción del curso histórico que busca la causa última y la gran fuerza motriz de todos los acontecimientos en la dialéctica del sexo; en la división de la sociedad en dos clases biológicas diferenciadas con fines reproductivos y en los conflictos de dichas clases entre sí; en las variaciones habidas en los sistemas de matrimonio, reproducción y educación de los hijos creadas por dichos conflictos; en el desarrollo combinado de otras clases físicamente diferenciadas [castas]; y en la prístina división del trabajo basada en el sexo y que evolucionó hacia un sistema [económico-cultural] de clases (FIRESTONE, 1970: 22).

Más recientemente, de la mano del posestructuralismo, se ha realizado un trabajo de deconstrucción del sexo y del cuerpo 8 . Tomando como punto de referencia la obra de Foucault —particularmente su Historia de la sexualidad—, donde se examina la dimensión productiva del poder, se estudia el modo en que los discursos y las prácticas constituyen ciertos tipos de cuerpo con tipos particulares de poder y capacidades. Siguiendo esa línea, no solo el género es una construcción, sino que, en realidad, todo es género, dado que el propio sexo es construido. Esa es la posición de Moira Gatens cuando se plantea que: [...] ya no se puede continuar concibiendo el cuerpo sexuado como la base factual y biológica no problemática sobre la que se inscribe el género, sino que debe reconocerse como construido por discursos y prácticas que toman al cuerpo como su objetivo, tanto como su vehículo de expresión. Entonces, el poder no es algo que se pueda reducir a lo impuesto, desde arriba, en los cuerpos macho y hembra diferenciados naturalmente, sino que también es constitutivo de esos cuerpos, en la medida en que han sido constituidos como macho y hembra (GATENS, 1996: 96).

1.2. EL USO ABUSIVO DE LOS REDUCCIONISMOS: BIOLOGISMO Y CULTURALISMO El determinismo reduccionista, que implica estudiar la realidad ordenando los acontecimientos en secuencias de causas/efectos, suponiendo que un conjunto de efectos es producto de una causa última común, es una característica fundamental de la ciencia moderna. Hay dos tipos de reduccionismo que tienden a presentarse como vías de explicación alternativas, y por tanto incompatibles. El determinismo biológico ha sido contestado con los argumentos, también reduccionistas, del culturalismo o del determinismo cultural. La respuesta culturalista tiene dos vertientes. La que concede primacía a lo social sobre lo individual, ejemplos destacados de lo cual son el marxismo vulgar y el relativismo sociológico. Otra de sus vertientes es la que toma la oposición individuo-sociedad atribuyendo a las experiencias tempranas un papel determinante, un ejemplo de esta posición sería la freudiana vulgar, o los planteamientos skinnerianos según los cuales el ser humano estaría directamente determinado por los estímulos, recompensas y castigos, a que haya estado sometido desde su nacimiento 9 . Juntamente con el determinismo cultural también el pensamiento posmoderno favorece que se deje de lado la realidad física ya que se centra en el proceso de construcción de significados. El interaccionismo es una respuesta crítica a los determinismos de una u otra índole. No puede afirmarse que los comportamientos sociales de los humanos estén determinados genéticamente, en el sentido de que no puedan ser modificados por 86

condicionamientos sociales. Tampoco se puede afirmar lo contrario, que los individuos sean el puro reflejo del contexto familiar o social. Desde el punto de vista interaccionista se considera que ningún factor de los que intervienen en las características individuales puede tomarse a priori. Por ello genotipos —herencias genéticas— muy similares, darían lugar a fenotipos —manifestaciones de la relación entre la herencia y el medio— muy distintos, mientras que con genotipos muy distintos pueden darse fenotipos muy similares. Hay que añadir que no se produce un mero proceso de adaptación al medio, sino que el propio medio también está sometido a modificaciones. Por ello, se da la contradicción de que ese medio que contribuye a que seamos lo que somos es a su vez obra nuestra. En otras palabras, tanto el organismo como el medio son sistemas abiertos 10 . Lo biológico y lo social no son ni separables, ni antitéticos, ni alternativos, ni complementarios. Todas las causas del comportamiento de los organismos son, en el sentido temporal al que deberíamos limitar el término causa, simultáneamente sociales y biológicas, y todas ellas pueden ser analizadas a muchos niveles. Todos los fenómenos humanos son simultáneamente sociales y biológicos, del mismo modo que son al mismo tiempo químicos y físicos. Las descripciones holísticas y reduccionistas de los fenómenos no son «causas» de estos fenómenos, sino simples «descripciones» de los mismos a niveles específicos. (LEWONTIN et al., 1987: 324 ss.). Este planteamiento pone en cuestión el modelo aditivo, justamente el más generalizado en las aproximaciones a la desigualdad social de las mujeres, en buena parte de las formulaciones realizadas en términos de sistema sexo/género. Para la perspectiva aditiva, una mujer sería una hembra (sexo) con identidad femenina (género), conducta femenina (género) y ocupando posiciones sociales femeninas (género). Esta misma postura supone que la estructura orgánica no cambia, o cambia poco, y puesto que implica una perspectiva reduccionista cultural o económica, se considera que lo más modificable son las condiciones ambientales.

1.3. LA MUJER Y EL HOMBRE COMO RESULTADOS Nuestra condición de seres vivos de reproducción sexuada, de mamíferos, más que una tabla rasa, un punto de partida neutro, es un marco y una base para la construcción del orden social y el orden psíquico. Es un marco, porque fija límites a lo que podemos hacer de nuestras vidas, y es una base, porque es el primer recurso material con que contamos para vivir. Nuestras características físicas no causan el orden social sino que lo apuntalan. La diferencia entre causa y apuntalamiento reside en que atribuir causas comporta suponer que de un hecho, «ser una especie sexuada», se sigue necesariamente otro hecho, «vivir en un orden patriarcal». Tomo la noción de apuntalamiento como condición de posibilidad o imposibilidad de algo, en este caso el patriarcado y el sexismo. Esas condiciones de posibilidad del sexismo lo son también para otro tipo de relaciones sociales, en las que se potencie la diversidad entre los individuos y las 87

culturas y no la división sexual, por ejemplo. El marco que proporcionan nuestras características físicas tiene hasta el momento un límite rígido de gran transcendencia: cualquier forma de organización social que pretenda tener continuidad ha de resolver de algún modo la procreación y el cuidado de las criaturas. Habida cuenta de nuestra extrema dependencia en los primeros años de vida, esa es una condición de posibilidad/imposibilidad, un límite físico. Sin embargo, son numerosos y muchos inimaginados, los órdenes sociales compatibles con esa exigencia vital. La mujer, como el hombre, no son un punto de partida, sino un resultado. Esto significa que la mujer y el hombre, es decir, las construcciones históricas, económicas, sociales y psíquicas mujer y hombre, son la respuesta que hemos dado al hecho de que en nuestra especie la procreación sea sexuada y las criaturas totalmente dependientes en los primeros años de vida. Paralelamente, constatamos que nuestro orden social se fundamenta en la subordinación de quienes cuidan de las personas dependientes desde el punto de vista físico o psíquico, y las tipifica como femeninas; respecto de quienes producen y transforman el medio, y administran las relaciones sociales, políticas y económicas, y los tipifica como masculinos. No obstante, el sistema sexo/género no es un orden caracterizado por relaciones de complementariedad, en que se reconozca la igual importancia de mujeres y hombres, sino de desigualdad, mujeres y hombres tienen distinto valor, así como las actividades que desarrollan conforme a la división sexual del trabajo. La complementariedad solo es una apariencia que contribuye a legitimar la desigualdad al confundirla con la diferencia. Al hacerlo, dota de estabilidad un orden sexista y patriarcal. Orden sexista, porque regula las relaciones entre los individuos a partir de las diferencias anatómicas y fisiológicas referidas al aparato genital. Orden patriarcal, porque establece el gobierno de los patriarcas, respecto del patrimonio: la mujer 11 y los hijos. La regulación de las relaciones sociales es tal que hace significativas las categorías hombre y mujer y las categorías de edad: viejo, adulto y niño.

1.4. CÓMO SE CONSTRUYE LA NOCIÓN DE QUE LA MUJER NO SE CONSTRUYE SINO QUE ES: EL REGRESO DE LA BIOSOCIOLOGÍA

Cada vez son más frecuentes los trabajos que sostienen la importancia de las diferencias sexuales y la necesidad de que reciban reconocimiento, así como el impacto que las mismas pueden llegar a tener en el mundo. Estas posiciones encarnan contenidos esencialistas sobre la naturaleza de las relaciones hombre/mujer, o cuanto menos reduccionistas, siendo el reduccionismo más frecuente, el biológico. Un ejemplo de reduccionismo biológico es el libro de Helen Fisher, El primer sexo. Las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo (2000). La obra se inicia con la pregunta «¿Qué es la mujer?» y recuerda a Simone de Beauvoir, quien se la formuló en El segundo sexo, concluyendo que la mujer no nace sino que se hace. La respuesta de Fisher es que la mujer nace. ¿Qué cambio expresa que El segundo sexo sea contestado con El primer sexo? 88

¿Qué ha pasado entre finales de los años setenta, década en que El segundo sexo se popularizó especialmente en el movimiento feminista, e inicios de este siglo? FICHER dice reconocer que «el medio y la herencia están eternamente entrelazados» (2000: 13). Sin embargo, la tesis central del libro es que la confluencia de dos factores acelerará el impacto que la mujer tendrá en el futuro. El primer factor es que la generación del baby boom, un contingente muy amplio de población, está llegando a la mediana edad. Y el segundo factor es el impacto de la menopausia sobre el equilibrio hormonal: Con la menopausia, descienden los niveles de estrógeno, dejando al descubierto los niveles naturales de andrógenos y otras hormonas sexuales masculinas del organismo femenino. Los andrógenos son potentes sustancias químicas generalmente asociadas con la autoridad y el rango en muchas especies de mamíferos, entre ellas la humana. A medida que la marea de mujeres de la generación del baby boom llegue a la madurez, se encontrarán equipadas no solo económica y mentalmente sino también hormonalmente para efectuar cambios sustanciales en el mundo (FISHER, 2000: 18). (La cursiva es mía.)

Dicho de otro modo, cuando las mujeres llegan a la menopausia se virilizan, porque se modifica el equilibro hormonal a favor de las hormonas masculinas 12 . Como las hormonas masculinas explican la autoridad y el rango, y en las mujeres menopáusicas aumenta el peso relativo de esas hormonas, las mujeres que llegan a esa edad ganan en poder de intervención en el mundo. Podemos esperar según Fisher un gran impacto en la sociedad, derivado del acercamiento a la menopausia de la cohorte de mujeres de la generación del baby boom. Si muchas mujeres se virilizan a la vez, su autoridad va a producir un impacto visible en el mundo. ¿Es aceptable la afirmación de que las modificaciones del equilibrio hormonal que tienen lugar en la menopausia lleva a que las mujeres aumenten su autoridad y rango como afirma Fisher? ¿No tendrá que ver con la situación de las mujeres maduras con la lucha feminista por la igualdad de derechos? ¿Podemos esperar que esa alteración de los equilibrios hormonales afecte de igual modo la situación de las mujeres en Afganistán, Etiopía o Somalia? A menos que se suponga que las mujeres menopáusicas de los países occidentales, más bien Estados Unidos (ignoro si la autora nos autorizaría a incluir en este grupo a las chicanas, las negras, las disminuidas físicas y psíquicas, las viejas, las enfermas de Alzheimer), incidan en la totalidad del planeta. ¿Por qué tales afirmaciones no levantan una respuesta crítica por parte de las mujeres? El elogio de la diferencia, acompañado de la invisibilización de la desigualdad, es una salida a «la cuestión de la mujer» que tiene bajo coste para una parte de las mujeres, las que gozan de privilegios de clase, étnicos, de edad o raciales. Helen Fisher no está sola, sus planteamientos no están tan alejados de los de Sylviane Agacinski (1998), defensora de la representación política paritaria de las mujeres y de los hombres, quien usa argumentos reduccionistas cuando dice: La especie humana se divide en dos, y solamente en dos, como la mayoría de las otras especies. Esta división, que es la de todos los seres humanos, sin distinción, es ya una dicotomía o, dicho de otra manera, todo individuo que no es mujer es hombre y todo aquel que no es hombre es mujer. No existe una tercera posibilidad (AGACINSKI, 1998: 15).

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Ambas autoras retroceden en el túnel del tiempo para regresar con un lenguaje más sofisticado que el habitual a principios del siglo pasado, cuando MOEBIUS publicaba La inferioridad natural de la mujer. Las dos autoras coinciden en partir de unas diferencias anteriores a la sociedad, como lo hace el propio Moebius, solo que no las connotan negativamente. Se busca un orden de la naturaleza del que aparentemente no se puede escapar. Pero la naturaleza no es sabia ni tonta, no tiene un plan, la naturaleza tampoco es el fruto de un proceso planificado. Es lo que sucede como fruto de la concatenación de casualidades. De qué otro modo se explica la inadecuada disposición de la uretra en las mujeres, que por su cercanía a la vagina favorece infecciones frecuentes de las vías urinarias, o los problemas que origina la cercanía entre la tráquea y el esófago, que frecuentemente hace que nos atragantemos, o la bifuncionalidad del pene, micción y eyaculación. Las características físicas que tenemos al nacer son el fruto de la casualidad, en cambio, es fundamental reconocer los distintos modos en los que se han significado las características sexuales, y el modo en que se ha usado para construir un orden de relaciones sociales. Importa desenmascarar la violencia simbólica contenida en la defensa de las diferencias. Cuando decimos sexo nos estamos refiriendo a una dimensión del género, a la operación de reducir la diversidad individual, a un solo conjunto de características que comparten con otras personas, los caracteres sexuales primarios: los que intervienen en la procreación. Reducir a las personas a sus diferencias respecto de los caracteres sexuales primarios es un modo de negar la diversidad individual, lo que tenemos de específico cada ser humano. Ese reduccionismo, con ser grave, solo es una parte del problema. Si aceptamos que los seres humanos nos modificamos en función de las circunstancias y relaciones en las que nos hallamos inmersos y que en parte son producto nuestro, si adicionalmente aceptamos que las relaciones sociales son fundamentalmente desiguales, estamos en condiciones de sostener que no conocemos las diferencias propias de cada persona. La desigualdad social las ahoga, no permite que afloren. No tenemos base para afirmar cuáles son las características de las mujeres en sí mismas, porque no podemos aislar a las mujeres del contexto en el que viven y se forman, forman sus deseos y aspiraciones. Por tanto, cuando hablamos de las mujeres, no nos referimos a personas en sí mismas, sino a un sistema de relaciones que toma las capacidades relativas a la procreación como punto de partida para la ordenación de las relaciones sociales.

1.5. ORÍGENES DEL CONCEPTO DE GÉNERO Separar las características y capacidades físicas respecto de las sociales, psíquicas o históricas tiene ya una trayectoria larga, particularmente en el pensamiento feminista. En cambio, el término género tiene un origen relativamente reciente. Para hablar de su significado y uso hay que tener en cuenta las circunstancias que han dado origen al mismo, ya que son condiciones históricas y sociales las que explican el 90

desarrollo de la diferenciación sexo/género. En su práctica clínica, los psiquiatras Stoller y Money recogieron la queja de personas que decían sentirse encerradas en un cuerpo de hombre cuando en realidad eran mujer. Su cuerpo, según narraban, estaba equivocado, y manifestaban la necesidad de reparar el error. Reclamaban que se les practicara una operación de cambio de sexo, y no querían que se les identificara como hombres, sino como mujeres. Tal demanda de que el cuerpo se correspondiera con su verdadero ser llevó a considerar que se debían separar, al menos conceptualmente, dos aspectos de la persona: — El sexo. Relativo a los aspectos anatómicos y fisiológicos, lo corporal. Que daría lugar básicamente a dos posibilidades: hembra y macho. — El género. Relativo a los aspectos psíquicos y sociales. Cuyas dos posibilidades serían: femenino y masculino. Este planteamiento implicaría dividir a la mujer y al hombre en dos componentes, ser mujer u hombre sería el resultado de una adición: Mujer = sexo hembra + género femenino Hombre = sexo macho + género masculino La preocupación de Stoller y Money se centró en desarrollar procedimientos de diagnóstico que permitieran identificar el género de aquellos pacientes que reclamaban una operación de cambio de sexo. Tal medida era prescrita, y continúa siéndolo en la actualidad 13 , cuando se obtienen supuestas evidencias de que el sexo de la persona no corresponde con su género. Con tal intervención quirúrgica se persigue la correspondencia entre el sexo y el género según el esquema que se presenta un poco más arriba. Es más, la prescripción de la intervención quirúrgica o el tratamiento hormonal no hace sino afirmar la exigencia de que haya una correspondencia entre las características físicas de un lado, y la psíquicas y sociales del otro. Se da el contrasentido de que las operaciones de cambio de sexo, lejos de cuestionar el sistema sexo/género, lo afirman, ya que dan por supuesto que una persona no se puede sentir femenina o desarrollar las funciones socialmente asignadas a las mujeres si no tiene un cuerpo que se corresponda a esa identidad psicosocial. Parece más aceptable mutilar el cuerpo que contravenir los principios de la división sexual del trabajo. Así pues, en el origen del concepto de género y de la separación conceptual entre sexo y género se encuentra el reconocimiento y aceptación de la división sexual del trabajo y de identidades unitarias diferenciadas para las mujeres y para los hombres. Y esa afirmación del sexismo se disfraza de derecho a la realización personal. También hallamos en otras culturas la aspiración de llegar a ser una verdadera mujer o un verdadero hombre, corrigiendo a la naturaleza mediante las mutilaciones sexuales. La ablación del clítoris es una práctica extendida en las culturas subsaharianas. En los países occidentales esta intervención ha provocado gran 91

rechazo social, al punto de haberse llegado a penalizar, por considerarla, a diferencia de la mal llamada operación de cambio de sexo, mutilación sexual. Las inmigrantes procedentes de culturas en las que se practican este tipo de mutilaciones hallan, no solo la incomprensión, sino también el rechazo y la represión legal de sus prácticas culturales. Ante tal situación optan por desplazarse a sus lugares de origen, con el fin de someter a sus hijas a estas intervenciones en condiciones sanitarias deplorables que, en muchos casos, dejan secuelas de por vida, como recurrentes infecciones de las vías urinarias. Sería abusivo afirmar tajantemente que las mutilaciones sexuales sean prácticas que los hombres imponen a las mujeres, buscando suprimir toda posibilidad de obtener placer sexual. Es cierto que las mutilaciones genitales contribuyen a perpetuar la dominación de los hombres sobre las mujeres. Pero sería muy desajustado suponer que los hombres o las mujeres sean conscientes del impacto de estas prácticas sobre las relaciones entre los unos y las otras. Hay que tener presente que la desigualdad social no se impone única y fundamentalmente mediante la represión abierta, sino que, en buena medida, los propios oprimidos contribuyen a sostenerla con sus creencias. Creer que aquello que nos es impuesto es lo mejor que nos puede pasar, o lo único posible, tiene como resultado que seamos nosotros mismos quienes contribuyamos a mantener las cosas como están. Pero, al mismo tiempo, no puede decirse que los actos de sumisión o de dominación se realicen con plena conciencia de su significado y consecuencias. Las propias mujeres defienden las mutilaciones sexuales entendiendo que el clítoris es un signo de masculinidad y que una mujer verdaderamente femenina no debe tenerlo, dicen sentirse más femeninas después de la intervención. Esa respuesta se asemeja sospechosamente a los argumentos que aportan quienes desean que se les elimine el pene para poder ser verdaderas mujeres. Ambas situaciones, correspondientes a distintas culturas, son síntomas de un problema común: la feminidad, la división del trabajo, la diferenciación y separación entre las tareas femeninas y las masculinas se ha venido justificando sobre la base de las diferencias innatas entre las mujeres y los hombres. Paradójicamente, por más que se defiende tajantemente la idea de que el cuerpo, el sexo, determina el género, lo que acaba ocurriendo en los ejemplos que acabamos de mencionar confirma que el género se impone al cuerpo, y legitima transformaciones del mismo, corrigiendo a la naturaleza, cuya sabiduría se usa como argumento para defender el sexismo. Se le somete a mutilaciones para que su apariencia corresponda a la establecida culturalmente para la realización de ciertos modos de vida. Si alguien quiere ser mujer, su cuerpo ha de tener una apariencia hembril, y, si quiere ser hombre, el cuerpo debe amoldarse a tal aspiración, adquiriendo una apariencia machil. Podemos denominar dictadura de género al rechazo social de las transgresiones en la relación sexo/género. La dictadura de género implica que las aspiraciones de las personas, el tipo de actividades que desarrollan, el lugar que ocupan en la familia, han de corresponderse con el sexo al que culturalmente se atribuyen. Esa dictadura rechaza y penaliza socialmente las orientaciones de la propia vida que no se ajusten al 92

patrón según el cual las hembras están obligadas a ser femeninas y los machos a ser masculinos.

1.6. DESARROLLO DEL CONCEPTO DE GÉNERO En el seno del pensamiento feminista, la referencia más directa a la noción de género es el trabajo de Gayle Rubin. Esta autora, partiendo de los planteamientos de Marx, Lacan y Lévi-Strauss, define el sistema sexo/género como el sistema de relaciones sociales que transforma la sexualidad biológica, que no debe confundirse con el sexo, en un producto de la actividad humana: en cuanto a la división sexual del trabajo y la orientación heterosexual del erotismo. En una línea afín, Monique Wittig advierte que aquello tomado como origen de la opresión de las mujeres, el sexo, solo es una marca: [...] lo que creemos que es una percepción física y directa solo es una construcción mítica sofisticada, una formación imaginaria, que reinterpreta las características físicas (que en sí mismas son neutras como cualquier otras por más que marcadas por los sistemas sociales) mediante la red de relaciones en que son percibidas (WITTIG, 1992: 11-12).

A diferencia de Gayle Rubin, que pone el acento en las características estructurales de la relación sexo/género, Judith Butler lo pone en la acción. En el proceso de constitución de la subjetividad intervienen relaciones de poder que nos constituyen como lo que somos: mujer u hombre. Del planteamiento de Butler se deduce que ser mujer o ser hombre es el resultado de un acto de sujeción. Pero una vez sujetados mediante las relaciones de poder intrínsecas a los procesos de socialización, podemos confirmar o negar el poder que nos da forma, mediante acciones que lo contradicen. Una vez formadas como amas de casa, o como cabezas de familia, podemos negarnos a ocupar ese lugar. El precio de la subversión es, cuanto menos, la pérdida de reconocimiento, o el riesgo físico, ya que la última instancia del poder y la manifestación de su fracaso es la destrucción física de quien se le opone. Por otra parte, para Butler el género no es la interpretación cultural del sexo, ni la interpretación cultural del cuerpo, ni se construye culturalmente sobre el cuerpo. En cualquiera de estos casos estaríamos tomando el sexo y el cuerpo como lo dado, lo innato. El cuerpo no es un producto natural sino que se produce como nudo de relaciones sociales. Tampoco podemos tomar el género como un a priori, sino como algo que se hace: El género siempre es un hacer, aunque no un hacer por parte de un sujeto que se pueda considerar preexistente a la acción (BUTLER, 2001: 56).

Nos hace mujeres u hombres someternos a las reglamentaciones de género. Nuestra interpretación de esas reglamentaciones, obedecerlas solo parcialmente o desobedecerlas deshace el género, lo vuelve problemático, pone en evidencia su carácter contingente. La mujer y el hombre no tienen existencia anterior a las 93

relaciones sociales. La mujer es hacer de mujer y el hombre hacer de hombre, pero uno y otro hacer se requieren mutuamente. La existencia de la mujer es condición de necesidad de la existencia del hombre y viceversa. Si estudiamos la situación social de las mujeres sin tener en cuenta la de los hombres, no podemos saber si lo que nos ocurre tiene lugar por el hecho de ser mujeres, o se trata de algo de alcance general. Lo que denominamos mujer y hombre no son sujetos sometidos a relaciones desiguales, sino efectos del poder, materializaciones de la desigualdad social. De entre las múltiples relaciones de poder, las económicas son fundamentales, como también es fundamental la constitución psíquica asociada a las mismas. Por el impacto de lo económico sobre otros ámbitos y dimensiones de la vida puede afirmarse que la división sexual del trabajo tiene un efecto constituyente de subjetividades. — La división sexual del trabajo. Es la primera forma de división social del trabajo. Comporta que ninguna persona sea autosuficiente, porque depende para su subsistencia de la producción de otras personas, lo que genera vínculos que se pueden definir como de complementariedad, de dependencia, de subordinación, o de explotación. El modo en que se califican tiene consecuencias trascendentales. Se pueden valorar positivamente, como vínculos de complementariedad. Mientras que si se adopta una visión crítica respecto de las características y consecuencias de la división del trabajo, el resultado es proponer que la misma desaparezca o se modifique por la dependencia, subordinación y explotación que contiene. — La construcción psíquica del deseo. Una característica de la especie humana es que no tiene programada genéticamente la conducta. Los impulsos no se traducen en conductas estereotipadas ni constantes. Por eso, los estereotipos culturales deben tomarse como una forma de violencia. La salida de los impulsos y, por tanto, la orientación de la conducta son directamente dependientes del proceso de socialización, que consiste fundamentalmente en la huella que dejan en la persona las experiencias pasadas de satisfacción. Esas huellas funcionan a modo de cauces que, teniendo su origen en el pasado, orientan las conductas futuras. El sistema sexo/género organiza y rige la asignación de posiciones sociales conforme a la lógica de la división sexual del trabajo. Mediante la misma se da por sentado que las actividades de cuidado inmediato de la vida humana, sea en el ámbito doméstico o en el mercado, sean propias de mujeres, y las actividades relativas a la producción de bienes, a la administración de la riqueza y a la defensa o el ataque, sean asignadas a los hombres. En ausencia de información se da por supuesto que su posición social es femenina porque se toman sus características anatómicas como marcas, y por ello se la toma como objeto erótico. Pero, si se descubre que se encuentra en posición masculina¸ cambia inmediatamente la naturaleza de la relación. Una mujer dotada de una apariencia física atractiva, en un bar o paseando por la calle, en principio es un objeto de deseo para cualquier hombre que se cruce con ella, pero esa misma mujer deja de ser objeto a disposición de los hombres cuando cruza la puerta de la empresa en que 94

trabaja como gerente o como ingeniera de desarrollo, los hombres subordinados a su autoridad profesional se convertirán en seres solícitos, atentos a satisfacer sus exigencias. La sabiduría popular ha tomado nota de este hecho. En la vida cotidiana es frecuente oír expresiones como «Fulanita es muy poco mujer», «Menganita es muy femenina», «No tiene nada de hombre quien hace tal o cual cosa». La conciencia de que la gente no nace hombre o mujer sino que hay que convertir a las criaturas en lo uno o lo otro se manifiesta también en que se diferencia la ropa que llevan los niños de la que llevan las niñas, el tipo de juguetes que se les regalan o la decoración de su habitación. Es como si se temiera que, si no se tiene cuidado, los niños pudieran acabar feminizándose y las niñas masculinizándose. La asignación de género implica atribuir a las mujeres un lugar distinto del que ocupan los hombres, cosa en la que no interviene su voluntad, se da por descontada, se toma como natural. Pero los sistemas sociales no solo son formas pautadas de relación entre las personas, y formas de resolver los problemas de la vida en común, la creación y satisfacción de necesidades. Entrañan relaciones de poder, desigualdades y privilegios que en principio son una amenaza a la convivencia. Las relaciones de poder se hacen más estables cuando el proceso de asignación de posiciones sociales va acompañado de un proceso de socialización paralela que hace deseable aquello que nos ha sido impuesto, por ejemplo, o nos condena a elegir aquello que se ha predeterminado nos corresponde socialmente. Como, por ejemplo, ser amas de casa o mantener a una familia. Por eso, cuando nos referimos al género, no podemos dejar de considerar la doble dimensión del mismo, la social y la psíquica.

1.7. LA SOCIALIZACIÓN DE GÉNERO Una cara de la socialización son los procesos de constitución de la subjetividad, la otra cara son los procesos de cooperación en la actividad básica de hacer que nuestras vidas sean viables. La socialización ocurre fundamentalmente por dos caminos, la identificación con las personas significativas de nuestro entorno, especialmente nuestros padres: queremos ser y hacer lo que son y hacen. También nos socializa la práctica misma del vivir, particularmente las actividades que realizamos en la producción de nuestra existencia. En ese sentido, el trabajo, sea remunerado o no lo sea, es un factor de socialización de primer orden. El amor por los motores se adquiere arreglándolos. La importancia del orden se reconoce ordenando. Se aprende a no pisar el suelo recién fregado, fregando suelos. Uno se hace guerrero yendo al combate y madre cuando tiene una criatura entre los brazos de la que ocuparse. La división sexual del trabajo es una característica de la organización de las actividades productivas, y es también un mecanismo básico de socialización. En condiciones sexistas la elección de objeto de identificación está orientada hacia el progenitor del mismo sexo y las actividades que se realizan están marcadas por el género, dado que se toma el sexo como un punto de referencia básico. Si tomamos a la mujer como tipo ideal, como concepto con que abordar la división 95

sexual del trabajo, una característica principal del trabajo femenino es que el valor de lo producido depende del uso. La producción de la mujer adquiere su valor de un modo contextual y concreto. En un cierto momento, en un cierto lugar, personas concretas hallan satisfacción al usar o consumir aquello que produce la mujer. La medida de las virtudes del trabajo solo se halla cuando alguna persona concreta se beneficia. En el caso de las actividades femeninas, la producción y el consumo son expresiones por excelencia de la subjetividad, razón por la cual no es posible hallar una medida universal de su valor. Al ocupar la posición femenina en la división del trabajo se configura una subjetividad para la cual es cuestión de primordial importancia ser aceptada y valorada por las actividades que se realizan. La mujer obtiene satisfacción principalmente de ser querida y valorada y solo es capaz de valorarse en la medida en que se siente valorada 14 . Conectada con el otro, receptiva a sus necesidades, relacionando su valor social con la capacidad de cuidar de los demás, tiene dificultades para enfrentar los conflictos, las oposiciones de intereses, los desencuentros, como las tiene también para reconocer el valor de lo que hace. Orientada a la relación cara a cara, las estimaciones que le hacen han de ser necesariamente parciales y subjetivas. Sabe, aunque no lo ponga en palabras, que las reacciones que suscita, sean de agradecimiento o de rechazo, no son una medida adecuada o cuanto menos suficiente de su valor. Tiene acceso a visiones particulares de sí misma construidas a partir de la respuesta de personas próximas. No puede conocer lo que es en sí a partir de la información de quienes la rodean porque la información que recibe no se refiere a ella sino a la relación, según sea la calidad de la relación será mejor o peor valorado su trabajo 15 . Es más, cuando las atenciones son constantes, cuando siempre está a punto aquello que se necesita, hay una mirada atenta, una receptividad dispuesta, una necesidad colmada, el cuidado deja de percibirse como el don del bienestar. Se vuelve natural, como es natural respirar y no concedemos ninguna importancia a esa actividad constante, hasta que falta el aire o nuestros pulmones no responden. Esas prácticas vitales y la subjetividad que se construye en las mismas da pie a una cierta disposición ética. Las condiciones son favorables para que se considere que la buena vida tiene mucho que ver con el compromiso en las relaciones, la responsabilidad por los otros, el reconocimiento y respeto recíproco. Esta posición ética desarrolla receptividad a las necesidades de los otros, y una gran preocupación por el impacto que se produce en las personas con las que nos relacionamos. Diemut Bubeck (1995) denomina esa disposición «other directed» 16 , capacidad de identificar qué es lo que les podemos aportar a los otros para que sus condiciones de vida mejoren. Como Bubeck advierte, la atención y respuesta a los demás hace que la mujer sea incapaz de defenderse de la explotación porque cuando alguien está necesitado antepone esa necesidad a sus propios intereses, incluso cuando no es ella la responsable de satisfacerla. A título de ejemplo, es frecuente que las mujeres, además de cuidar de sus hijos y padres, cuiden de los hijos de su marido habidos en un matrimonio anterior, o de los padres de su marido. Este tipo de disposición ética 96

hace que las mujeres sean muy vulnerables. Gilligan (1982), punto de referencia obligado cuando se trata la relación entre cuidado y género, señala que las mujeres, contradiciendo el supuesto de un desarrollo moral universal, tienen un desarrollo moral propio. Plantean los problemas morales en términos de cuidado y responsabilidad, siendo central en esa disposición ética la consideración de las personas concretas en situaciones concretas. En cambio, los hombres plantean los problemas como objetivos a realizar, problemas a resolver, obstáculos a eliminar, normas a respetar, entendidos como principios universales. La disposición ética hacia el cuidado tiene su lado obscuro. La realización de la cuidadora solo tiene lugar en el cuidado, razón por la que puede adoptar una actitud abusiva, descubriendo dependencias donde no las hay, creándolas, impidiendo que el otro se haga cargo de sí mismo, ya que cuanto más autosuficiente sea este más desrealizada deviene ella. El cuidado está íntimamente relacionado con el maltrato y de hecho las relaciones de cuidado tienen un carácter fuertemente ambivalente. Del lado de la mujer, por el hecho de tender a la conexión con el otro, por suponer que debe y es capaz de anticipar lo que desea y que debe anteponer las necesidades de quien requiere cuidados a las propias, se enfrenta a un conflicto. Se mueve entre la afirmación de su identidad, forzando a que el objeto de sus cuidados tenga para con ella actos de reconocimiento por la atención y cuidados recibidos, y la negación de la propia subjetividad por anteponer al otro y sus necesidades a lo que ella misma desea o necesita, que siempre queda en segundo término. El otro y su bienestar es un fin para quien le atiende, la mujer, pero al mismo tiempo es un instrumento, el medio del que se dota para confirmar su propia potencia e invulnerabilidad. La posición de cuidadora o cuidador requiere encontrar el equilibrio entre dos estados emocionales. De una parte, ese sentimiento de poder y capacidad que genera una satisfacción difícilmente equiparable a la que proporciona cualquier otra actividad, ya que se tiene la vida de otra persona, o como poco su bienestar, en las propias manos. Si el sentido de agencia solo lo experimenta en las actividades de cuidado, estando marginada de otros ámbitos de la realidad como el político, hay que buscar la persona dependiente, y encontrarla o inventarla, proyectando sobre los demás las propias necesidades, realizándose al proyectar en el otro las necesidades cuya satisfacción requiere cualidades que una misma cree poseer. Por otra parte, en contradicción con esos sentimientos de realización, poder, responsabilidad, la receptividad al otro y sus necesidades, el hecho de que la relación sea asimétrica, genera desgaste físico y emocional. No puede evitar el sentirse comprometida pero al mismo tiempo la cuidadora se percibe a sí misma como una inmensa ubre 17 . Está a disposición de cualquiera que quiera absorber de ella no simplemente alimento y atención, sino la propia vida, que orientada a los demás se vive como agotada. El objeto de los desvelos se vive como si fuera un tirano, y tal vez lo sea, porque, la una frente al otro, ambos carecen del elemento de contención que es reconocer capacidades y autonomía en quien requiere cuidados, y necesidad de cuidados y carencias en quien cuida. En suma, se sienten simultáneamente poderosas, explotadas, desgastadas, no tenidas en cuenta y el centro del mundo. 97

Quienes son objeto de cuidados también desarrollan sentimientos contradictorios, de gratitud y resentimiento, la necesidad de atenciones les pone en contacto con su precariedad y dependencia, contrayendo una pesada deuda personal que no se llegará a saldar, a la que se responde devaluando los cuidados que reciben y quien los proporciona, y reaccionando con hostilidad a las atenciones. Probablemente el escaso valor social de las mujeres se gesta en la ambivalencia de las relaciones de cuidado. En cuanto al hombre, cuando examinamos su posición en la división sexual del trabajo, también lo tomamos como tipo ideal. No pretendemos describir la realidad de los hombres en toda su diversidad, sino aquellos aspectos de sus vidas que nos permiten reconocer la existencia de sexismo. El primer aspecto a destacar del trabajo de género masculino es que el valor de lo producido se realiza fundamentalmente en el mercado, en el momento en que los bienes o servicios que genera entran en relación con otros bienes y servicios, lo cual permite establecer relaciones de equivalencia. Su trabajo se vuelve social por el hecho de que se intercambia con otros trabajos, y esto es lo que permite establecer cuál es su propio valor social, no ya para personas concretas, sino para el conjunto de la sociedad. Esto implica que el valor se convierte en un universal de la sociedad, no remite a relaciones interpersonales concretas, sino al acto genérico de producir y consumir. La medida de las virtudes de su trabajo es universal cuando el producto se intercambia en el mercado y al margen de cuál sea la persona concreta que haga uso del mismo. Si en el caso de la mujer la relación de cuidado puede llegar a despersonalizarla, en el caso del hombre, dadas las relaciones de intercambio en las que se mueve, es su actividad la que queda despersonalizada. La subjetividad del hombre se expresa en lo que consigue por el hecho de trabajar, solo secundariamente en el producto de su trabajo. Es cierto que cada hombre tiene su modo de trabajar, pero lo hace dentro de un marco de relaciones mucho más rígido del que delimita el trabajo de la mujer. En la lógica mercantil de la organización productiva, el hombre se convierte en fuerza de trabajo y como tal es utilizado, la orientación de la actividad nace de las relaciones entre oferta y demanda, y más cercanamente en los consejos de administración de las empresas. El hombre difícilmente puede orientar su trabajo por su conexión con quien usará lo que produce, no conoce a quién consumirá el fruto de su esfuerzo, y muchas veces desconoce el producto final a cuya realización está contribuyendo. En conjunto, el hombre queda inconexo de aquellos para los que produce mientras que sus productos se relacionan entre sí vinculados por el dinero, establecen una conexión universal mediante el mercado. Estas condiciones de socialización desarrollan en los hombres concepciones universalistas, mientras que el trabajo de la mujer favorece la socialización en concepciones particularistas, por su orientación a satisfacer las necesidades inmediatas de personas concretas en relaciones cara a cara 18 . En cuanto al componente emocional de la actividad, la posición masculina en la división sexual de trabajo entraña desapego respecto del hipotético beneficiario de su actividad. La vinculación afectiva tiene lugar más bien respecto de los compañeros de 98

trabajo, tanto en el sentido de experimentar amistad y cercanía como en el sentido de rechazarlos como rivales u obstáculos en su carrera profesional. Respecto de la actividad misma, no tenemos bases para negar que se produzca una vinculación con los objetos de su actividad, el cariño, orgullo, preocupación, que una mujer puede experimentar en su relación con las personas que son objeto de sus cuidados, mientra en el caso de los hombres se produce respecto de los instrumentos de trabajo o los productos de su actividad. Desde el punto de vista psíquico, se configura una subjetividad asertiva, orientada a la consecución de objetivos, no tan dependiente de las valoraciones que los demás puedan realizar de su persona, como de hacer lo que se propone. Las actividades productivas son más un medio para conseguir lo que quiere y menos el modo de despertar el amor y respeto de los demás. Lo que proporciona afirmación personal es el dominio de la realidad, no la opinión de los demás sobre lo que hace o es. En la posición de ganador del pan, los ingresos son la contribución inexcusable a la vida en común del conjunto de la familia, como el cuidado lo es en la posición de ama de casa. Pero el dinero que aporta se da por supuesto, se disfruta con escasa conciencia de las penalidades que supone obtenerlo de un modo regular y suficiente. Su ausencia del hogar, que en principio se justifica por las responsabilidades derivadas de su posición, se vive como abandono, huida o falta de compromiso con la familia. Al mismo tiempo, a su diario regreso a casa, se encuentra con un lugar en parte extraño y ajeno, donde ocurren cosas en las que no ha intervenido, y que le hacen sentir que no cuenta para los suyos o es un cero a la izquierda. En cuanto a los miembros de su familia, sienten que con su llegada se interrumpe la actividad cotidiana. También ocurre lo contrario, la distancia y la ausencia hacen que el poder y el poderoso se magnifiquen, por lo que su llegada al hogar puede ser vivida con temor a sus reacciones, a que no encuentre bien las cosas, a que los niños le molesten y los abuelos le estorben. Las prácticas vitales y la subjetividad que se construyen en las prácticas dan pie a una disposición ética distinta y complementaria respecto de la que desarrolla el ama de casa. Para quien ocupa la posición de ganador de pan, la buena vida tiene mucho que ver con proporcionar a la familia todo lo que necesite, defenderla de las amenazas exteriores, triunfar ante las adversidades, vencer a los rivales, ser capaz de realizar los propios objetivos. La orientación que se adquiere cuando se ocupa la posición hombre es la ética del trabajo y el valor con que se han de encarar las amenazas o el riesgo 19 . Las virtudes cívicas de esta ética ya no son solo la capacidad de resolución, de lucha, de eliminación de obstáculos, de riesgo y de fracaso y la búsqueda de la justicia cuando los conflictos amenazan con destruir la vida social. La agresividad, la separación, la anulación, forman parte de la experiencia humana tanto como la conexión, la responsabilidad, la compasión, la empatía. Negar la parte hombre es no tener en cuenta que en la vida hay conflictos, no solo porque nos negamos espacio los unos a los otros, sino porque en ocasiones el otro se convierte en un obstáculo a eliminar por el hecho de desear las mismas cosas que nosotros. No podemos tomarnos la ley en serio si no nos tomamos en serio los conflictos de 99

intereses, y nuestro deseo de eliminar al otro. Tomarnos la ley en serio quiere decir que los conflictos van en serio, que la alternativa a la resolución de los conflictos fuera de la ley implica un daño mayor de lo que supone someterse a la ley o luchar para cambiarla 20 . Al mismo tiempo, y siguiendo el planteamiento de Sevenhuijsen (1998), tomarnos el cuidado en serio significaría que es necesario «juzgar con cuidado» y una «justicia del cuidado». La cara oscura de esa manera de estar en el mundo es la guerra, la escasa medida de las consecuencias de las acciones para las personas, la facilidad para agredir físicamente y tomar al otro como un objeto a poseer o un obstáculo a vencer.

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Lecturas recomendadas • LEWONTIN, R. C., STEVEN, R. y KAMIN, Leon J. (1987): No está en los genes. Racismo, genética e ideología, Crítica, Barcelona. Se trata de un libro escrito por un genetista evolucionista, un neurobiólogo y un psicólogo. Según sus propios autores en el mismo se realiza una revisión de las raíces científicas y sociales del determismo biológico, para explorar sus funciones sociales. A través de sus páginas se defiende el principio de la interacción entre la naturaleza y la sociedad, por lo que ofrece una crítica fundamentada tanto al determinismo biológico como al cultural. Merecen particular atención los siguientes capítulos: «La política del determinismo biológico», «La legitimación de la desigualdad», «Sobre la naturaleza humana» y especialmente «El determinismo del patriarcado». Puede consultarse la reedición del texto de 2009 a cargo de Drakontos bolsillo en: http://books.google.es/books/about/No_está_en_los_genes.html? hl=es&id=GdXcWbgpDuYC • RUBIN, G. (1978): «The trafic of women: notes on the political economy of sex», en Reiter (ed.), Toward an anthropology of women, Monthly Review Press, Nueva York. Esta antropóloga activista feminista tiene una amplia obra en la que se centra en la sexualidad haciendo un crítica radical de las visiones canónicas de la sexualidad. El artículo recomendado es su primer trabajo, de tal transcendencia que es una referencia inexcusable en lo relativo al concepto sexo/género, en el que desvela los mecanismos histórico-sociales por los que se producen el género y la obligatoriedad de la heterosexualidad. La reedición del artículo ha sido publicada por la revista Nueva antropología el año 1986, es posible bajarlo de Internet: http://redalyc.uaemex.mx/pdf/159/15903007.pdf • BUTLER, J. (1998): «Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista», Debate Feminista, vol. 18. La autora, filósofa posestructuralista, se ha convertido en un punto de referencia de la teoría queer. En este artículo la autora desarrolla la idea de que somos un cuerpo que se hace y no un yo que hace cuerpo. Con su visión performativa del género permite superar la reificación de la sociedad dado que el género es «hacer género», algo que ocurre mediante la participación de sus víctimas. Puede consultarse una versión reducida del artículo en: http://es.scribd.com/doc/23841446/Actosperformativos-y-constitucion-del-genero-Butler

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Actividad práctica La película Pretty Woman es un buen material para aplicar los contenidos de este capítulo al análisis de la realidad social. 1. Identificar en la misma los rasgos de género de ambos protagonistas, refiriéndose a las distintas dimensiones a las que se hace referencia en el capítulo. 2. Hacer referencia a otros personajes en que se manifiestan rasgos de género. 3. Ver la relación entre rasgos de género y contexto en el que se produce la acción.

2. La cultura y el género. Perspectivas contemporáneas, por ANTONIO ARIÑO VILLARROYA Los movimientos sociales que se han desarrollado de manera especial en la segunda mitad del siglo XX (aunque casi todos tienen raíces en dinámicas previas) han girado en torno a la identidad cultural específica de un grupo o categoría y han planteado la necesidad del reconocimiento de los mismos. En particular, el movimiento de las mujeres ha desafiado la idea de un concepto neutro de cultura, abstracto y universalista, por su tendencia a la naturalización (considerar la división del trabajo en función del sexo como una consecuencia de las diferencias biológicas) y la universalización (confundir lo específico de un sector de la sociedad —los varones— con lo propio de la totalidad). El movimiento feminista se ha interrogado por el carácter histórico e ideológico de aquellas reglas que aparecen como universales y generales, siendo particulares —generizadas— en su origen y en su función (legitimar la dominación masculina); por la distribución asimétrica de los recursos y en particular de los bienes culturales (el derecho a la educación, por ejemplo, y la democratización de la cultura); y por la conformación autónoma de la identidad de las mujeres. Estos cuestionamientos afectan a las dimensiones básicas de toda cultura: — la ontológica, constitutiva y general (es decir, la cultura como un conjunto de reglas, principios o lógicas fundamentales que subyacen transversalmente en la organización de la vida social y la interpretación del mundo); — la fenomenológica, grupal o categorial (en tanto que identificamos la cultura con el modo o estilo de vida de un nicho social: pueblo, grupo o categoría); — la individual (con su dimensión carismática); y — la sectorial (en tanto que considera la cultura como una esfera, ámbito o subsistema especializado de la actividad humana); No se pretende aquí desarrollar todas ellas, sino efectuar una introducción a los aspectos más relevantes. 103

2.1. DIMENSIÓN CONSTITUTIVA Y GÉNERO Al hablar de una dimensión transversal u ontológica estamos subrayando la existencia de pautas o lógicas que tienen un carácter constitutivo del orden social y que subyacen a las actividades fundamentales de toda sociedad: reproductivas, económicas o políticas. En las sociedades que se han estructurado de acuerdo con una lógica patriarcal actúan lógicas que producen la subordinación de la mujer: de un lado, se produce una división del trabajo en función del sexo que confina a la mujer al trabajo doméstico, mientras que otorga al varón la gestión del espacio público y, de otro, produce una diferenciación de perspectivas sobre el mundo (dimorfismo sexual de las prácticas y los gustos culturales), al tiempo que genera una confusión entre los valores masculinos (dominantes) y los valores objetivos generales. Cuando, en las sociedades industriales, las mujeres se incorporan al mercado laboral, esta lógica se traduce en discriminación laboral, en una doble carga de trabajo y en una confusión desventajosa entre espacio doméstico y tiempo privado. Mirar el mundo con perspectiva masculina y confundir ésta con una visión universal es algo que se halla presente en el lenguaje ordinario, pero también en el lenguaje jurídico o en el científico. Por ejemplo, en el Libro del Éxodo (tradición judeocristiana) uno de los preceptos básicos de la Ley Judía —«No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo»— clasifica a las mujeres entre las propiedades del varón y las supone —solo a ellas— objeto de codicia y deseo. Una de las batallas culturales más relevantes de la lucha por la equidad se halla en la conquista de un lenguaje no cosificador ni discriminatorio. Como señaló con tino Georges Simmel, con la excepción de unas pocas áreas, la cultura objetiva ha sido completamente masculina: «Las necesidades artísticas y patrióticas, la moralidad general y las ideas sociales particulares, la equidad del juicio práctico y la objetividad del conocimiento teorético, la fuerza y la profundidad de la vida —todas estas categorías son, sin duda, por igual humanas en su forma y en sus exigencias, pero íntegramente masculinas en su aspecto histórico y efectivo—. Si a estas ideas que nos aparecen como absolutas les damos el nombre de «lo objetivo» puede considerarse como válida, en la vida histórica de nuestra especie, la ecuación siguiente: objetivo = masculino» (1984: 67). Aunque se trate de un caso singular, puede resultar ilustrativo observar qué ha sucedido durante algo más de un siglo con la concesión de los premios Nobel. Desde el año 1901 hasta el 2009, solo lo han recibido cuarenta y tres mujeres. De ellas, quince lo han conseguido por su contribución a la paz; doce en la categoría de literatura y 10 en la de medicina. Durante un periodo en que tantas transformaciones estructurales se han producido en otros campos, aquí no ha habido un cambio significativo en los porcentajes anuales: de hecho, en 2009 fueron cinco, en 2010 ninguna y tres en 2011 21 . El análisis de la situación de las mujeres en el mercado laboral arroja luz sobre su subordinación y discriminación en éste y en otros ámbitos. Veamos los resultados que 104

se obtienen al estudiar el mercado laboral español 22 : la oferta laboral para las mujeres es más reducida, si bien la diferencia por sexo desciende al aumentar la educación formal; las mujeres son más propensas a experimentar periodos de desempleo y estos son más largos; sufren más cambios y transiciones entre inactividad, paro, ocupación, etc.; el salario recibido es claramente inferior al de los hombres. Existen ocupaciones en las que la representación de las mujeres excede con largueza su importancia media en la fuerza laboral (profesorado, dependientes, personal doméstico, etc.) y otras en las que están poco representadas (industria y construcción). Las diferencias salariales por sexo son mayores en las ocupaciones con menor representación femenina (el sector más masculinizado tiene diferencias salariales por sexo más elevadas); también se dan mayores oportunidades en el caso de los hombres de experimentar movilidad ascendente y en el de las mujeres de empeorar su posición relativa. El fenómeno de la discriminación salarial no radica en las distintas dotaciones de capital humano. En términos medios, el salario masculino es un 35 % superior al femenino, manteniendo el resto de variables constantes. Hay sectores donde esas diferencias pueden llegar al 40 %. Los salarios femeninos, en comparación con los masculinos, empeoran al aumentar la educación, la experiencia y la antigüedad laboral. Por el contrario, el grado de discriminación es inferior entre las solteras, mientras que el hecho de trabajar en el sector público reduce por sí mismo la discriminación, a pesar de que parece estar asociado a otras características (como la educación) que la aumentan. El que variables que aumentan los salarios (como es el caso de la educación o de la experiencia) también aumenten el grado de discriminación, sugiere que las inversiones en capital humano amplifican el trato desigual sufrido por las mujeres en el mercado de trabajo (RUEDA, 2010: 220). Estas diferencias reflejan desigualdades de género. El factor más decisivo implicado en las pautas discriminatorias del trabajo y el salario se encuentra en la división desigual de las responsabilidades familiares. La teoría social crítica ha mostrado que las reglas más generales que organizan el sistema social instauran la desigualdad y subsumen en un universalismo abstracto las diferencias. Allí donde existe la desigualdad, las mujeres se encuentran socialmente devaluadas y se les asignan roles menos valorados, reconocidos y pagados. El trabajo necesario que las mujeres hacen —producción y reproducción del hogar, cuidado físico y emocional, empleos en sectores devaluados— no suele ser reconocido ni remunerado como tal (invisibilidad) o suele ser pagado a un precio menor. Una prueba de ello se encuentra en cómo se comportan los hombres ante la realización de las tareas domésticas y actividades que han sido identificadas como femeninas. Así, cabría pensar que el proceso de incorporación de las mujeres al mercado de trabajo conllevaría un reparto equitativo de las cargas familiares. Sin embargo, no es el caso. Y ello se debe, como en otras prácticas de la vida cotidiana, porque dichas actividades están «generizadas», es decir, marcadas por un sello invisible que las convierte en propias de mujeres y menos valiosas que las demás prácticas. Esta generización constituye lo que aquí se denomina una lógica o regla cultural constitutiva. 105

¿Qué entendemos por género? La investigación antropológica ha mostrado que si bien la diferencia sexual es una de las primeras diferencias humanas, ésta no constituye un dato biológico fijo, sino que es socialmente interpretable e históricamente cambiante. Por ello, Ann Oakley introdujo en 1972 la distinción sexo/género 23 para mostrar la existencia de rasgos atribuidos e inculcados por la socialización a hombres y mujeres, que no derivan de la biología, sino de factores políticos, económicos y/o socioculturales 24 . Aunque el término género se viene utilizando trivialmente como un sustituto de sexo o de mujeres, se introdujo como una herramienta analítica para mostrar que lo que es visto como masculino o como femenino no depende de diferencias biológicas sino de una construcción desarrollada por la sociedad, reproducida e inculcada en la socialización. Esta herramienta permite identificar y explorar desigualdades materiales persistentes y sus referentes simbólico-ideológicos (PLATT, 2011: 51).

2.2. LA DEMOCRATIZACIÓN CULTURAL La crítica feminista ha mostrado cómo el carácter generizado de las reglas constitutivas básicas de la sociedad ha conllevado la distribución asimétrica del acceso a los recursos. No nos detendremos aquí a documentar las dificultades que las mujeres han experimentado en el acceso a la educación formal, cuando todavía hoy resultan patentes sus huellas en su presencia minoritaria en determinadas carreras universitarias y en la feminización de otras que prolongan tareas históricamente relacionadas con la división del trabajo en función del género y con las funciones de socialización y cuidado. Resulta de mayor interés observar en qué medida las estadísticas culturales en la actualidad reflejan la existencia de desigualdades que pueden ser entendidas en función del género. Dos conclusiones fundamentales arrojan las encuestas realizadas en países como Inglaterra, Francia o España: existe un dimorfismo sexual en las prácticas culturales y se ha producido una creciente feminización de la cultura. Dicha feminización (que en numerosos casos puede considerarse como un proceso de democratización) se muestra en que el interés de las mujeres por el arte y la cultura en general supera al de los varones: el porcentaje de lectoras frecuentes es superior al de lectores y además aquellas leen más libros; privilegian los contenidos culturales en la televisión o en los medios de comunicación; presentan una frecuentación de los equipamientos culturales más diversificada y asidua y se hallan más implicadas en las actividades amateurs (DONNAT, 2005) 25 . El dimorfismo sexual se plasma en numerosos ámbitos. Basta con observar la indumentaria de las cohortes más jóvenes (infantiles y adolescentes), las preferencias para el tiempo de ocio y las actitudes escolares, los tipos de juguetes y juegos preferidos, las actividades que se realizan con teléfonos móviles, con tabletas y ordenadores y los usos de Internet, los gustos musicales, las estrategias corporales y 106

la presentación de la persona en la vida cotidiana (cosmética, tatuaje, cirugía estética 26 , actividad física y fitness, etc.). Como sostiene Sylvie Octobre, incluso cuando las mujeres se enfrascan en las mismas actividades que los hombres, las formas de realizarlas y de consumir —en grupo/en solitario...—, la selección de contenidos —géneros musicales, tipos de revistas...— las distinguen netamente (OCTOBRE, 2005). Un ámbito de indudable interés para este tipo de análisis lo proporciona la práctica de la actividad física y deportiva. Vamos a abordarla desde las cohortes más jóvenes para eludir las consecuencias del efecto generación. Durante 2011 se ha realizado en España una encuesta a jóvenes de entre seis y dieciocho años. Los resultados obtenidos arrojan diferencias significativas en múltiples aspectos. En primer lugar, existe una distancia de veinte puntos entre los chicos (73 %) y las chicas practicantes (53 %). Pero además, si bien la práctica disminuye con la edad, lo hace especialmente entre las chicas (la diferencia entre quienes tienen dieciséis y dieciocho años es de veintinueve puntos) y éstas en general practican con menor frecuencia. Ahora bien, las diferencias fundamentales tienen que ver con el tipo de deporte que se realiza y con el abanico de motivos: los deportes practicados por un mayor porcentaje de chicos son el fútbol y el fútbol sala, mientras que en el caso de las chicas son la danza y la natación. El principal motivo por el que hacen deporte, unos y otras, es porque les gusta, pero un porcentaje significativo de chicos se siente más motivado por la competición profesional, mientras que en las chicas se incorpora como un motivo relevante guardar la línea. También los datos que ofrece la encuesta sobre los Hábitos deportivos en España 2010, basada en una amplia muestra de población de quince y más años, muestran el dimorfismo sexual de las prácticas deportivas. Los hombres muestran mayor interés y práctica que las mujeres, pero además entre 1980 y 2010 ha crecido significativamente más el porcentaje de varones que el de mujeres practicantes. TABLA N.º 1 Prácticas deportivas de hombres y mujeres en España, 2010 (%) Hombres

Mujeres

Interés (mucho interés)

28

13

Practican 2010

49

31

Practican 1980

33

17

Practican varios deportes 2010

24

11

Pertenencia a clubes privados

11

5

Pertenencia a gimnasios

11

9

Pertenencia a asociaciones privadas

6

2

Competir en ligas

18

5

Competir con amigas

16

5

Práctica recreativa

65

87

Realizar paseos

56

63

107

Actividades de aventura

19

9

Para hacer ejercicio físico

67

75

Por diversión y pasar el tiempo

56

41

Para mejorar salud

41

69

Porque le gusta

50

30

Por encontrarse con amigos

34

19

Por mantener la línea

15

35

Porque le gusta competir

7

2

FUENTE: Elaboración propia a partir de los datos de GARCÍA FERRANDO y LLOPIS, 2011.

Las mujeres destacan en actividades recreativas y de baja intensidad, como el paseo. En cuanto a las motivaciones, también se dan diferencias que son significativas: un porcentaje de mujeres deportistas más elevado que el de los varones dicen que realizan esta actividad para hacer ejercicio, mejorar la salud y mantener la línea, mientras que los hombres destacan en pasar el tiempo, porque les gusta, para encontrarse con amigos y porque les gusta competir. Otro ámbito donde puede hallarse abundante evidencia empírica de este dimorfismo es el de los juguetes infantiles. La casa Lego ha suscitado una interesante polémica al sacar en 2012 un set de juguetes denominado Friends, dirigido exclusivamente a niñas. Desde sus orígenes en los años sesenta, esta casa comercial se había presentado con un producto mixto, que servía por igual, según rezaba la publicidad, «para niñas y niños». Ahora, sin embargo, dice la compañía que tras una amplia investigación antropológica han descubierto que «los sexos juegan de manera diferente». Las niñas prefieren juegos lindos, que rezumen «armonía», que les permitan construir una historia, conversar y participar cooperativamente. La apuesta de Lego se produce tras años de éxito de la revolución rosa, es decir del auge de las telenovelas y las revistas rosa. Esta persistencia de diferencias no solo en cohortes de edad madura y avanzada, sino especialmente en generaciones muy jóvenes, como acabamos de ver, suscita numerosos interrogantes. ¿Cómo se produce este dimorfismo?, ¿cómo se fabrica el género en la cultura? La explicación sociológica sostiene que las preferencias diferentes son resultado de la impregnación implícita que realizan los modelos parentales y de la orientación explícita que resulta de las estrategias familiares adoptadas por progenitores y educadores, en un momento vital en el que el entorno en que juegan y crecen puede potenciar determinadas aptitudes o impedir su desarrollo. En Pink Brain, Blue Brain, Lise Eliot defiende que los cerebros infantiles son tan maleables que pequeñas diferencias pueden ser amplificadas con el tiempo, a medida que familiares, educadores y pares y la cultura en general, involuntariamente, refuerzan los estereotipos de género. En una sociedad patriarcal, las diferencias sistemáticas entre mujeres y hombres están relacionadas con esta lógica subyacente del sistema. Aun así, la persistencia de determinadas diferencias categoriales en las preferencias y las prácticas, permite 108

seguir interrogándonos sobre si no habrá algo más, si las diferencias no tendrán un fundamento bio-psicológico 27 . No siempre han de ser resultado de procesos de desigualdad y no son reductibles en todos los casos a asimetrías en la distribución de los bienes, pues de hecho muchos de los bienes culturales —aquellos que son intangibles— no se comportan como otros recursos cuya posesión siempre es excluyente y cuyo valor general resulta indiscutible. Y por otro lado, el campo de la cultura es por antonomasia un ámbito de las preferencias plurales. En el propio movimiento feminista se ha dado una corriente que ha subrayado la existencia de elementos específicos para afirmar una identidad y una solidaridad femeninas en positivo. Así, Anne Phillips sostiene que hay una cultura distintiva de las mujeres, que ningún cambio podrá eliminar, que pertenece a un dominio específico y que no puede ser reducida a los valores hegemónicos: «existen diferencias que siempre estarán ahí, y muchas de estas diferencias debemos valorarlas y resulta deseable su perduración» (PHILLIPS, 2010: 19) 28 . Pero, ¿qué alcance tienen estas diferencias y cómo deben ser gestionadas?

2.3. LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA El pluralismo cultural es un hecho central de todas las comunidades humanas. Pero en las sociedades contemporáneas, de movilidad generalizada, también se ha convertido en un valor, un derecho y una política. Las corrientes multicultural-istas no solo reconocen la existencia de sistemas de significados y códigos de conducta específicos de cada grupo, sino que también defienden los derechos culturales colectivos, siendo uno de ellos —la preservación de los rasgos supuestamente distintivos de cada grupo— especialmente importante, y pretenden regular, mediante normas o leyes, el comportamiento de los miembros de la comunidad. La convergencia histórica en las últimas décadas de ambos movimientos (feminista y multiculturalista) y el despliegue de las políticas correspondientes ha permitido abordar diversas alternativas relacionales: de un lado, se ha postulado una alianza, dado que ambos movimientos plantean reivindicaciones de grupos marginados o excluidos en un horizonte de relaciones asimétricas de poder y de cultura hegemónica; de otro, se ha defendido la absoluta incompatibilidad entre unas políticas y otras. Ciertamente, ambos movimientos pueden firmar una alianza táctica dado que comparten una crítica al universalismo abstracto y la convicción de que un mayor respeto y mejor reconocimiento de las diferencias puede contribuir al logro de la igualdad 29 . Pero dicha alianza no puede tener un recorrido muy largo dado que —se afirma— en el multiculturalismo subyace una concepción reificada de cultura que obstaculiza a las mujeres el desafío y la oposición a las prácticas opresivas fundadas en la diferencia simbólica. Susan Okin lo ha planteado de manera directa y provocativa: ¿es malo el multiculturalismo para las mujeres? «La mayoría de las culturas —afirma— son patriarcales y muchas (aunque no todas) de las minorías 109

culturales que reivindican derechos como grupo, son más patriarcales que las culturas en las que están inmersas» (1999). Por su parte, Seyla Benhabib sostiene que «las mujeres y sus cuerpos son sitios simbólico-culturales sobre los que las sociedades humanas inscriben su orden moral. En virtud de su capacidad de reproducción sexual, las mujeres median entre la naturaleza y la cultura», y añade que el estatus de la vida privada, que en un sentido amplio incluye a mujeres, niños y niñas y la regulación del sexo, el nacimiento y la muerte, provocan «algunas de las luchas más amargas y profundamente divisorias» (BENHABIB, 2006: 148). Por ello, el estatus social de las mujeres y de los niños y niñas «constituye una prueba de fuego para las aspiraciones multiculturalistas y sus defensores teóricos, porque la tensión entre una perspectiva universalizante de derechos humanos y la defensa de prácticas culturalmente específicas llega a su punto máximo en estos temas». El estatus de las categorías sociales discriminadas, vulnerables o frágiles, constituye la piedra de toque, el experimentum crucis, de toda teoría social y de toda práctica política. En este mismo sentido, Bhikhu Parekh ha mostrado que, si se confecciona una lista de las prácticas que provocan choques interculturales más frecuentes, se encuentra que la mayoría de ellas están relacionadas con cuestiones de género y con el estatus de las mujeres: circuncisión femenina, poligamia, matrimonios arreglados, matrimonios prohibidos dentro de ciertos grados de parentesco, laceración de las mejillas de niños y niñas o de otras partes del cuerpo, práctica musulmana de retirar a las niñas de ciertos ámbitos de educación mixta, insistencia musulmana para que las niñas usen el hijab o pañuelo islámico cubriendo el cabello, negativa de los gitanos y de los amish a enviar a sus niños y niñas a escuelas públicas, estatus subordinado de las mujeres, etc. (2000: 264-265). Frecuentemente, la defensa de la libertad cultural como derecho colectivo de los pueblos o de los grupos sirve para ocultar la opresión de determinadas categorías que tienen un estatus subordinado, como es el caso de las mujeres. Y los debates sobre la libertad cultural —como en el caso del velo en Francia— son batallas religiosas sobre la tolerancia, que hacen invisibles los problemas de las mujeres. Esta problemática puede abordarse eficazmente de acuerdo con los planteamientos de Benhabib. Dos son los rasgos que caracterizan en especial su obra: su pretensión de renovar la teoría crítica y la contemporaneidad de su pensamiento. Para renovar la teoría crítica ha aceptado los desafíos del feminismo, el multiculturalismo, el comunitarismo y el posmodernismo, sin renunciar al proyecto emancipatorio de la Ilustración, pero operando un cambio de paradigma. El éxito de este giro se produce merced a un esfuerzo constante y una sensibilidad extraordinaria hacia la dimensión concreta, contextual y empírica de la condición humana. Benhabib ha rechazado con una rotundidad inusual todas las versiones teóricas contemporáneas que han asumido explícita o implícitamente una visión de las culturas como totalidades integradas, compactas y clausuradas en sí mismas. Por el contrario, no se ha cansado de subrayar su porosidad, su fluidez, su carácter esencialmente controvertido, negociado, híbrido y mestizo. 110

«Las teorías que propugnan la inconmensurabilidad fuerte —es decir, que las prácticas culturales no pueden ser comparadas y evaluadas unas con otras— nos distraen —dice— de las numerosas y sutiles negociaciones epistémicas y orales que ocurren entre las culturas, dentro de ellas, entre las personas e, incluso, en el interior de cada uno de nosotros cuando debemos lidiar con la discrepancia, la ambigüedad, la discordancia y el conflicto». Este aprecio por lo concreto bien puede estar relacionado con su propia historia de hija de una familia sefardí, expulsada de España y que sufre durante su infancia los estereotipos del «judío como cobarde, avaricioso y sucio» o con el hecho de ser a un tiempo mujer y sefardí. Su sentido de la contemporaneidad hace que en toda su obra la perspectiva y enfoque feminista siempre se halle engastada en los debates más acuciantes, como el cosmopolitismo, desafiando a partir de ellos cualquier concepción esencialista de la diferencia. Para ella, la política redistributiva, propia del Estado de bienestar, no puede ser ajena ya a la política del reconocimiento de las diferencias de grupos y categorías sociales. Pero Benhabib no ha sucumbido por ello a los encantos del «pensamiento débil» ni se ha dejado seducir por los «mosaicos coloristas» de la diversidad multicultural y la exaltación de las diferencias en tanto que diferencias. Bien podría decirse que Benhabib reconoce que la diversidad en la sociedad contemporánea es a un tiempo un hecho con el que hemos de lidiar y puede ser un valor, un derecho y una política, pero no comparte en absoluto el salto teórico y práctico, sin red, desde el hecho de la pluralidad al valor del pluralismo, a la legitimidad de los derechos culturales de los grupos y a la política multicultural. Su propuesta de un modelo de democracia deliberativa universalista plantea como condiciones al multiculturalismo (es decir, a las teorías del reconocimiento de las diferencias y de los derechos culturales de los grupos): reciprocidad igualitaria, autoadscripción voluntaria, libertad de salida del grupo de pertenencia y libertad de asociación. Si las culturas no son totalidades, tampoco pueden serlo los grupos para los individuos, quienes deben poder entrar y salir sin restricción alguna de los mismos. En relación con este modelo de democracia se hallan sus conceptos de universalismo interactivo, constitución narrativa del sujeto, modelo de diálogo cultural complejo, comunidad de interdependencia, iteratividad democrática o deber de hospitalidad. Nacemos en redes de interlocución o redes narrativas, desde relatos familiares y de género hasta relatos lingüísticos y los grandes relatos de la identidad colectiva. Somos conscientes de quién somos aprendiendo a ser socios conversacionales en esos relatos. Aunque no escogemos estas redes en cuyas tramas nos vemos inicialmente atrapados, ni seleccionamos a aquellos con los que deseamos conversar..., la socialización y la aculturación tampoco determinan la historia de vida de una persona o su capacidad para iniciar nuevas acciones y nuevos enunciados en la conversación (BENHABIB, 2006).

¿Qué propone Benhabib? Puertas abiertas, frente a totalidades clausuradas; interacción e interdependencia, frente al solipsismo individualista. La política del diálogo cultural complejo implica una constante revisión de las fronteras del sistema de gobierno mediante el reconocimiento de las reivindicaciones de grupos que han 111

sido denostados históricamente. Este proceso opera con lo que denomina una reconstitución reflexiva de las identidades colectivas, que permiten el disenso, el debate y el cuestionamiento de una estructura de poder dada. En tal sentido, el movimiento feminista, y como él muchos otros, no hacen sino ampliar la ciudadanía (el demos) y las identidades. Como ella misma afirma con rotundidad, «el “otro” siempre está también dentro “nuestro” y es uno de “nosotros”». Afirmación que cobra un relieve singular en esta época de incertidumbre y desorientación, donde la dura crisis económica provoca tantas tentaciones de cierre y repliegue social. Benhabib nos alienta con esa visión histórica y dinámica de los procesos políticos, donde nada está cerrado para los sujetos y siempre es posible la incorporación de derechos y categorías sociales en la ley positiva de los estados democráticos. En una época de migraciones generalizadas y fronteras porosas, Benhabib invita a escuchar al que llama a la puerta para entrar, del mismo modo que propugna el derecho de salida y postula un deber de hospitalidad. Si no diferenciamos entre lo moral y lo ético, no podemos criticar la ciudadanía y las prácticas de pertenencia de comunidades religiosas, étnicas y culturales que son excluyentes; si no diferenciamos entre moralidad y legalidad, no podemos criticar las normas legalmente aprobadas de mayorías democráticas aunque se opongan a admitir a los refugiados, devuelvan a quienes solicitan asilo a la puerta y cierren las fronteras a los inmigrantes. Si no diferenciamos entre moralidad y funcionalidad, no podemos desafiar las prácticas de inmigración, naturalización y control de fronteras por violar nuestras creencias morales, constitucionales e incluso éticas.

Finalmente, la tarea de la igualdad democrática consiste en crear instituciones imparciales en la esfera pública y en la sociedad civil en las que la lucha por el reconocimiento de las diferencias culturales puedan llevarse a cabo sin dominación. Seyla Benhabib y las autoras anteriormente citadas convergen con quienes han insistido en que el ideal de igualdad del universalismo europeo abstracto conllevaba implícita la exclusión de las mujeres y otros grupos sociales; pero, en vez de renunciar a ese ideal y lanzarse a un multiculturalismo autocomplaciente, se plantean la necesidad de utilizar un concepto de cultura, de igualdad, de individuo y de grupo, que permita ampliar constantemente el demos. Las sociedades multiculturales necesitan asegurar una mayor participación equitativa de la gente de los diversos grupos culturales para establecer las leyes y las prácticas; las desventajas culturales deben ser identificadas y superadas. Pero del mismo modo es ineludible que las acciones de las personas, sus valores y actitudes, no estén constreñidas por la pertenencia a un grupo cultural (PHILIPS, 2010: 68). En este debate no se halla solo en juego la validez de un concepto descriptivo de cultura, que sea lo suficientemente extenso como para no excluir a nadie, sino sobre todo un concepto normativo (resistente al relativismo), que se ocupa y preocupa de cuestiones de justicia, igualdad y autonomía. Dos elementos, para concluir, se derivan de aquí: el universalismo concreto y el reconocimiento de la especificidad de la diferencia entendida como variación. Una política de igualdad debe reconocer que ciertos grupos pueden necesitar diferentes garantías y derechos con la finalidad de alcanzar el mismo tipo de 112

igualdades de que disfrutan otros grupos. La igualdad de derechos que no presta atención a las desigualdades de condición genera nuevas desigualdades. Una forma de atajar las disparidades es tratar de modo diferente a grupos distintos. No hay razones para ignorar la existencia de una cultura distintiva de las mujeres. Igualdad y diferencia deben ser compatibles. El universalismo se halla más claramente asociado con la idea de que todos los individuos tienen los mismos derechos, protecciones y prestaciones que con la visión de que todos los individuos tienen que convertirse en idénticos y homogéneos. La diferencia cultural es interpretada con mayor frecuencia como jerarquía cultural que como variación cultural. El fracaso para reconocer a las personas como iguales parece fundado en la incapacidad para reconocer la diferencia 30 .

Bibliografía ARIÑO, A. (1997): Sociología de la Cultura. La constitución simbólica de la sociedad, Ariel, Barcelona. — (2003): «Sociología de la cultura», en S. Giner (dir.), Teoría Social Moderna, Ariel. — (2010): Prácticas culturales en España. Evolución desde los años sesenta hasta la actualidad, Ariel, Barcelona. BENHABIB, S. (2006): Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, Katz ediciones, Buenos Aires. BOURDIEU, P. (1988): La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Taurus. CUCHE, D. (1996): La notion de culture dans les sciences sociales, La Decouverte. DEL GIUDICE, M., y TOM BOOTH, P. I. (2011): «The Distance Between Mars and Venus: Measuring Global Sex Differences in Personality», en PLOS ONE, http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0029265 DONNAT, O. (2005): Le féminisation des pratiques culturelles, Développement Culturel, Ministère de la Culture, en http://www.culture.gouv.fr/dep. ELIOT, L. (2009): Pink Brain, Blue Brain: How Small Differences Grow Into Troublesome Gaps — And What We Can Do About It, Houghton Mifflin Harcourt, Boston. GARCÍA FERRANDO, M., y LLOPIS, R. (2011): Ideal democrático y bienestar personal. Encuesta sobre los hábitos deportivos en España 2010, CIS. FERRARI, M., y NOCENZI, M. (2009): «Gender inequalities: the integrated approach to the gender dimensión in Europe», en International Review of Sociology, vol. 19, n.º 1, 155-169 HALL, J. R., NEITZ, M. J., y MARSHAL, B. (2003): Sociology of Culture, Routledge, Londres. LORBER, J., y FARREL, S. A. (1991): The Social Construction of Gender, Sage. 113

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Lecturas recomendadas • ARIÑO, A. (2010): Prácticas culturales en España. Evolución desde los años sesenta hasta la actualidad, Ariel, Barcelona. El autor sostiene la existencia de un nuevo paradigma comunicativo a partir de la evolución de los equipamientos culturales de los hogares españoles en las últimas décadas. Entiende Ariño que estamos en un proceso de transición al régimen de comunicación audiovisual-digital, que modifica los procesos de participación cultural y socava el nexo histórico entre cultura y cultura letrada y entre ésta y la alta cultura. A partir de encuestas estudia el tránsito cultural de los sesenta hasta finales de la primera década del siglo XXI. Presta especial atención a las trayectorias de la lectura y de la audición musical y sostiene que se han convertido en el nuevo modo de comunicación hegemónico que está transformando la cultura al producir un desplazamiento del locus social central de apropiación de los bienes simbólicos. • BENHABIB, S. (2006): Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, Katz ediciones, Buenos Aires. Esta obra analiza los desafíos que los movimientos por la identidad/diferencia, los movimientos por los derechos culturales y la ciudadanía multicultural plantean al ejercicio de la democracia liberal y a su teorización. A partir de una combinación de las teorías feministas con los planteamientos de la Escuela de Fráncfort intenta encontrar el ajuste entre el particularismo cultural y el universalismo ético. La autora sostiene la idea de un «modelo democrático deliberativo que permita la máxima controversia cultural». Benhabib plantea el debate sobre las dificultades para preservar las identidades culturales simultáneamente con los derechos individuales y lo analiza a partir de tres hechos que ejemplifican las dificultades de ejercer la ciudadanía de género. • OSBORNE, R. (1987): «Simmel y la “cultura femenina”. Las múltiples lecturas de unos viejos textos», en REIS, n.º 140, 97-112. En este artículo Osborne revisa algunos ensayos de Georg Simmel de 1911 que tratan la «cuestión femenina» y el escaso efecto que dicha temática tuvo en los intelectuales que estudiaron a Simmel en la época en la que los escribió o en la que fueron traducidos. Destaca la autora algunos aspectos clarividentes y todavía hoy actuales del pensamiento de Simmel (peligro de la la equiparación de lo «objetivo» con lo «masculino» y lo «subjetivo» con lo «femenino», trato de las mujeres como objetos para otros, etc.) junto con otros análisis más conservadores como la descalificación de los movimientos emancipatorios de las mujeres como procesos de masculinización.

PÁGINAS WEB RECOMENDADAS 115

• http://fora.tv/2009/09/29/Lise_Eliot_Pink_Brain_Blue_Brain#fullprogram (Conferencia de Lise Eliot). • http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0029265 (M., Del Giudice, T. Booth y P. Irwing, 2011, The Distance Between Mars and Venus: Measuring Global Sex Differences in Personality.) • http://www.mcu.es/estadisticas/MC/EHC/2010/Presentacion.html (esta es la página donde se contienen los datos de la última encuesta del Ministerio de Cultura, sobre las prácticas culturales de la población española en 2010-2011).

Actividad práctica Comenta cómo se concreta en tu medio cultural el planteamiento de Seyla Benhabib de que «las mujeres y sus cuerpos son sitios simbólico-culturales sobre los que las sociedades humanas inscriben su orden moral». Explícalo con ejemplos del mundo de la televisión, de las artes plásticas, de la literatura infantil y de las costumbres familiares.

1 Para el desarrollo de este capítulo se parte de obras anteriores de la autora como: «¿Son las mujeres objeto de estudio para las ciencias sociales?», «Uso y abuso del concepto de género», El malestar en la desigualdad, Sin vuelta de hoja y «Del sexismo y la mercantilización del cuidado a su socialización». 2 Debe señalarse que la clasificación por razas, que es la base del racismo, no se fundamenta en la existencia de diferencias raciales, por lo tanto, el concepto de raza carece de fundamento científico, la raza es únicamente un criterio clasificatorio social, no biológico. 3 Ver el artículo de SCOTT, Joan W., Experience (1992) sobre la relación entre experiencia e ideología. 4 The child in America: Behavior problems and programs (1928) (Los niños en América: problemas conductuales y programas). 5 Sobre el particular son aportaciones imprescindibles la de FOUCAULT (1980) y la de LAQUEUR (1994). 6 Ver, por ejemplo, de BEAUVOIR (1977), OAKLEY (1977), SULLEROT (1968), REUCHLIN (1980), PIRET (1968), MILLET (1975), CHAFETZ (1978), JANSSEN-LURRET (1976) y WALUM (1977). 7 La dialéctica del sexo (1977). 8 De esta posición son ejemplo los trabajos de BUTLER (1990), MOORE (1994), LAQUEUR (1994), AOKI (1996), HUGHES y WITZ (1997), CELARY HARRISON y HOOD-WILLIAMS (1997) y GATENS (1996). 9 Ver LEWONTIN (1987). 10 LEWONTIN (1987). 11 Obsérvese que es frecuente que los hombres al referirse a su esposa dicen, no ya «mi mujer», sino «la mujer». También es muy significativo el hecho de que para referirse a la esposa se use «mujer», mientras que para referirse al esposo se dice «marido». Mujer y esposa son sinónimos, mientras que hombre es un sinónimo muy poco usado para «esposo». Esta asimetría parece señalar que la mujer lo es en tanto que esposa, mientras que el hombre lo es en cualquier caso.

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12 Es cuestionable que se denomine masculinas o femeninas a hormonas que no son patrimonio exclusivo de las mujeres o de los hombres. Esa es la traslación de nociones sociales al lenguaje de la biología, los andrógenos no son ni masculinos ni femeninos, como tampoco los estrógenos, si lo fueran estaríamos diciendo que un tipo de hormonas solo están presentes en personas dotadas de caracteres sexuales machiles y otras en las personas dotadas de caracteres sexuales primarios hembriles. Lo que no es el caso. Ambos tipos de hormonas están presentes tanto en los hombres como en las mujeres, y el peso relativo de las distintas hormonas se modifica con el sexo y con la edad, y con otras circunstancias vitales. Además hay importantes diferencias de persona a persona lo que origina por ejemplo, que algunas mujeres tengan los pechos más pequeños que algunos hombres, o algunos hombres las caderas más redondeadas que algunas mujeres. Con la llegada a la menopausia y la modificación del equilibrio hormonal, es frecuente que aumente la cantidad de vello en la cara. Es una lectura muy sexista de este fenómeno decir que la mujer se viriliza, dado que los cambios que se han producido en ella son de carácter cuantitativo —más o menos presencia de tal o cual hormona—, y no cualitativos —ausencia de ciertas hormonas y presencia de otras—. 13 En nuestro país, incluso hay un movimiento orientado a demandar que tal operación corra a cargo de la Seguridad Social. 14 Esta definición de la subjetividad «tipo mujer» la podemos hallar en Freud, Introducción al narcisismo. 15 En el caso de personas adultas con disminuciones físicas afirman que el aspecto del cuidado que valoran más es la calidad de la relación (JECKER y SERF, 1997). 16 Expresión que se podría traducir como «dirigido a los otros». 17 Muchas mujeres durante la lactancia expresan esa imagen refiriéndose a sí mismas como «una teta con patas». 18 Recordemos que la aproximación que se está realizando es de carácter analítico, por tanto se está prestando atención a los grandes rasgos del funcionamiento de la división sexual del trabajo. En modo alguno estoy sugiriendo que ningún hombre concreto tenga un trabajo que implique conexión concreta con los demás. 19 Como sabemos, las largas luchas y resistencia contra el servicio militar obligatorio abocaron a la profesionalización de las fuerzas armadas. Ahora bien, eso no exime del mandato constitucional de estar a disposición de defender y proteger en caso de amenazas de diversa índole. 20 Ver el capítulo 5, «Ley del deseo, elección del deseo y deseo de ley», de El malestar en la desigualdad. 21 Ver en http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/lists/year/?year=2010. 22 Seguimos los datos que proporciona un estudio sobre la discriminación salarial por razón de sexo mediante el Panel de Hogares de la Unión Europea para España (1994-2000). Véase Rueda (2010). 23 Una publicación reciente en la que se ofrece un debate sobre estas distinciones y sus implicaciones en distintos campos, puede verse en Tubert, 2003. 24 La desigualdad no puede reducirse a la clase social, porque existen diferencias sistemáticas entre hombres y mujeres derivadas del control patriarcal del poder. Éste es un fenómeno que se da en todas las sociedades. Pese a las diferencias transculturales, la construcción social del género se halla frecuentemente conectada a otras dimensiones de estratificación (HALL, NEITZ y BATTANI, 2003: 59). 25 Entre los factores que se aducen para explicar este proceso de feminización, se encuentran los siguientes: en las generaciones nacidas después de los años sesenta, hay más tituladas universitarias que titulados; y las mujeres se han especializado en titulaciones del ámbito de las humanidades y las artes. 26 El descubrimiento de los problemas que han creado los implantes mamarios PIP a medio millón de mujeres en distintos países muestra dramáticamente la existencia de pautas bien diferenciadas, en relación con el cuerpo y la imagen de sí, que quieren tener muchas mujeres seducidas por los ídolos mediáticos. Ver el libro de Françoise MILLET-BARTOLI, 2008, La beauté sur mesure. Psycologie et chirurgie esthétique, Odile Jacob y el de Hélène Parat, 2011, Sein de femme, sein de mére, PUF. 27 Desde hace años, en el ámbito de la psicología se vienen realizando estudios basados en el modelo de los Cinco Grandes rasgos de personalidad que abordan esta problemática, desde una perspectiva intercultural.

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Veáse por ejemplo DE GIUDICE et alii, 2011, y Weisberg et alii, 2011. 28 Ver también HALL, NEITZ y BATTANI (2003: 59). 29 La igualdad no supone homogeneidad de trato. 30 La reificación cultural obscurece la interna diferenciación por edad, género, sexualidad o clase.

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Capítulo 4 Las familias y la sociedad en la construcción social del género 1 MARIE WITHERS OSMOND BARRIE THORNE

1. La sociología de la familia en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX A finales de los años sesenta y durante la década de los setenta, la Sociología dominaba los estudios académicos sobre la familia. La mayoría de sus trabajos incluían microestudios sobre el matrimonio y la interacción familiar y asumían que la familia es algo separado y cualitativamente diferente de otras instituciones. Esto es, no cuestionaban la separación ideológica entre lo «privado» y lo «público» que continúa calando en la idea estadounidense de familia (OSMOND, 1987). Además, aunque gran parte de la Sociología de la Familia argumentaba que su trabajo era «apolítico», este estaba constantemente orientado a fortalecer el matrimonio y la familia más que a cuestionar o criticar las instituciones familiares en sí mismas o la división normativa del trabajo según el género (como notable excepción, véase WALLER y HILL, 1951). Estas fueron precisamente las líneas de cuestionamiento que desarrollaron las académicas feministas. Al igual que en otras especialidades de la Sociología, el campo de la familia había sido dirigido básicamente por hombres desde puestos electos y publicaciones prestigiosas [por ejemplo, en Burr et al. (1979a) dos de los veinticuatro capítulos tienen a mujeres como autoras, pero en Burr et al. (1979b) no se incluye a mujeres, ni siquiera como coautoras]. En la Sociología de la Familia lo que necesita ser documentado, además del tratamiento habitual de los «padres fundadores», son los trabajos de nuestras «madres fundadoras». Jessie Bernard (1968, 1972), Mirra Komarovsky (1962), Alice Rossi (1969), y Constantina Safilios-Rothschild (1969, 1970), por ejemplo, estaban entre los/as sociólogos/as de las familias más influyentes que publicaron en los sesenta y setenta. Las mujeres y hombres «fundadoras/es» trabajaban en el mismo campo académico, en cuestiones similares y con las mismas limitaciones de las teorías dominantes, pero las mujeres mostraron mayor comprensión sobre la naturaleza de género del matrimonio y de la familia porque, como mujeres, escucharon de cerca las experiencias de otras mujeres. 119

1.1. CRÍTICAS FEMINISTAS A OTRAS PERSPECTIVAS TEÓRICAS DE LA FAMILIA Las feministas han sostenido que los marcos habitualmente más empleados en los estudios de la familia (la teoría de roles, la teoría del intercambio y la teoría general de sistemas) desatendían o distorsionaban las experiencias de las mujeres y las relaciones de género dentro de los matrimonios y las familias. Dos cuestiones se repiten en estas críticas: primero, las aproximaciones teóricas dominantes o bien las ignoraban o bien proponían conceptualizaciones problemáticas del poder y, segundo, no prestaban suficiente atención a los contextos socioculturales e históricos. 1.1.1. La teoría de roles A finales de los años cincuenta y a lo largo de los sesenta la teoría social prestó escasa atención a la cuestión de los «roles sexuales». La notable excepción fue el destacado teórico funcionalista Talcott Parsons, quien consideraba los roles sexuales estrechamente asociados a la familia. Él y sus seguidores sostenían que un tipo concreto de familia (la familia nuclear, aislada, de clase media, con un padre proveedor, una madre ama de casa e hijos dependientes) era una necesidad funcional de la sociedad contemporánea urbana e industrial (PARSONS, 1942). En trabajos posteriores, Parsons se basó en la bibliografía sobre experimentos con grupos pequeños para afirmar que la familia nuclear es también un grupo pequeño con división de tareas en el que el marido desarrolla el «rol instrumental» y la esposa el «rol expresivo» (PARSONS y BALES, 1955). Aunque los y las sociólogos/as de la familia fueron los/as primeros/as que criticaron la teoría de Parsons acerca de la ubicuidad de la familia nuclear y su aislamiento estructural en la sociedad de los Estados Unidos, aceptaron de manera acrítica la idea de los «roles sexuales». Resulta irónico que a finales de los años sesenta, por regla general, se rechazara el funcionalismo parsoniano cuando la Sociología de la Familia se centraba en los roles sexuales; pero sus definiciones seguían siendo más funcionalistas (haciendo hincapié en la realidad objetiva de la estructura de roles) que interaccionistas (enfatizando en la construcción subjetiva de la experiencia de roles). Cuando surgió el movimiento moderno de liberación de la mujer a finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX muchas/os de sus integrantes (incluidas/os las/os científicas/os sociales) adoptaron el lenguaje de los «roles sexuales», «el rol femenino» y el «rol masculino» —lenguaje originado en las teorías de la familia parsonianas—. Las feministas fueron atraídas por el concepto de rol social porque implica que el dualismo sexo/género tiene una base sociocultural más que biológica. Además, la teoría de los roles sexuales encaja con el modo americano clásico de acometer reformas: centrarse en cambiar las actitudes individuales antes que las estructuras políticas o económicas (a menudo se ha observado que el lenguaje de «roles sexuales» y «socialización» se ajusta bien a los supuestos individualistas del liberalismo). A principios de los años setenta, las académicas feministas criticaban la teoría de 120

los roles sexuales pero no el concepto de «rol sexual» en sí. Por ejemplo, criticaban la dicotomía instrumental-expresiva y el hecho de que implicara que el ámbito de la mujer debería limitarse al hogar, e hicieron una labor muy importante extendiendo el concepto de los «roles sexuales» a otras instituciones como el trabajo y la educación. Las feministas también observaron que, en contra de los supuestos de Parsons, las esposas, con más frecuencia que los maridos, establecen fuertes vínculos entre las familias y las instituciones externas como la escuela y el sistema sanitario (WEINBAUM y BRIDGES, 1976). Además, el trabajo de la esposa en casa, así como el del mercado laboral, contribuía al bienestar económico de la familia (BARRETT, 1980). El feminismo cuestionó la supuesta complementariedad del «rol masculino» y del «rol femenino» (LAWS, 1979; THORNE, 1978), un supuesto que oculta la realidad del poder. Las autoras feministas también desvelaron cierto doble rasero en la bibliografía sobre la familia: las aplicaciones de la teoría de roles a las relaciones marido-esposa se concentraban casi por completo en el rol femenino (por ejemplo, las abundantes investigaciones sobre las «madres trabajadoras» y sobre las «tensiones de rol» en las mujeres). El rol masculino (por ejemplo, como proveedor) se daba por sentado como algo evidente y explicativo por sí mismo. El mensaje subyacente era que si tenía que haber algún cambio no podía ser en el rol sexual del marido (un hecho), sino que debía tener lugar en el de la esposa (dado que ella tenía aparentemente más margen para los «ajustes»). Estas críticas a los conceptos de «roles sexuales» acumuladas a principios de los setenta y extendidas como teorías feministas hicieron salir a la palestra otra aproximación conceptual —plantearse las relaciones de género (analogía de los conceptos marxistas de relaciones de clase)—. Las académicas feministas continuaron criticando el marco del «rol sexual» (o de género) y muchas rompieron por completo con él. En 1979 la sección de Roles Sexuales de la Asociación Americana de Sociología votó para cambiar el nombre de la sección por el de Sexo y Género. Algunas autoras feministas (BARRETT, 1980; BARRETT y MCINTOSH, 1982; CONNELL, 1987; LOPATA y TORNE, 1978; STANLEY y WISE, 1983; THORNE, 1978) han señalado al menos tres puntos débiles interrelacionados de la teoría de los roles sexuales. Primero, se cuestiona si la teoría de roles sexuales es realmente una teoría social. El «rol sexual» enlaza un término biológico (sexo) con otro dramatúrgico y social (rol) dando a entender que la sociedad sencillamente sigue tendencias naturales y que los restos de las diferencias sexuales siempre se evidencian en los aspectos más superficiales de los roles sociales. Muchos de los estudios sobre los roles sexuales se han centrado en cuestiones de diferencias entre sexos, cayendo en un marco dualista (el rol masculino frente al rol femenino) que oculta las diferencias entre las propias mujeres y entre los propios hombres. Una segunda dificultad es que la teoría de roles no cumple la promesa de ligar de manera fructífera a la persona con la sociedad. Hace hincapié en el determinismo social (las personas son forjadas por sus roles) y asume que el rol sexual convencional es lo mayoritario, lo que convierte las excepciones en anomalías 121

(STANLEY y WISE, 1983). Bien por conformidad o por anomalía la teoría de los roles sexuales culpa con frecuencia a la víctima y rara vez al sistema. R. W. Connell (1987), que aborda el estudio de género desde una perspectiva estructural, cuestionaba por qué los así llamados «agentes de socialización» premian el conformismo y castigan las salidas de los roles sexuales. La única respuesta hallada en la teoría de roles sexuales es que los socializadores escogen hacerlo por las expectativas de su propio rol sexual. De este modo, la teoría de roles «se reduce a una regresión infinita» y evita la relación entre el organismo personal y la estructura social mediante «la disolución de la estructura en agencia» (CONNELL, 1987: 50). En consecuencia, la teoría de los roles sexuales está limitada a la hora de explicar el cambio social. Aplicando el funcionalismo, la teoría de roles contempla los cambios como algo que menoscaba las expectativas del rol (por ejemplo, el cambio técnico exige un cambio en el rol masculino) o de la persona (por ejemplo, el «deseo real» exige expresarse). La teoría de roles no puede explicar el cambio que surge dentro de las propias relaciones de género (CONNELL, 1987). Además, al conceptualizar el movimiento feminista sencillamente como una reforma del rol para liberar las tensiones y las limitaciones del rol individual, excluye no solo el análisis del movimiento en sí, sino también el contexto histórico, político y económico. A ojos de las autoras feministas la principal debilidad de la teoría de roles reside en que no puede justificar el poder, la desigualdad y el conflicto en las relaciones de género. La teoría de roles supone que unas «fuerzas normativas» imparciales e impersonales definen la clasificación de estatus y las expectativas de rol. Esto ignora la probabilidad obvia —elaborada en la obra de Simone de Beauvoir— de que quienes detentan el poder tienen más capacidad para definir las normas de acuerdo con sus propios intereses. ¿Por qué, se preguntan varias autoras feministas, la ciencia social no emplea los términos de «roles raciales» o «roles de clase»? La Sociología reconoce la raza y la clase como macroestructuras que estratifican jerárquicamente la sociedad como un todo. Las estudiosas feministas conciben el género como otra estructura de ese tipo y como principio organizador en todas las relaciones sociales. En vez de confiar en el inapropiado concepto de «rol», las autoras feministas contemporáneas emplean el vocablo «género» por ser un término global y lo adaptan para hacer referencias específicas, por ejemplo, relaciones de género, simbolismo de género, organización de género o identidad de género. 1.1.2. La teoría del intercambio social La teoría del intercambio viene a aportar un elemento vital del que carecía la teoría de roles: enfatizar las relaciones de poder pero, dado que la perspectiva del poder es «de arriba abajo», la teoría del intercambio fracasa a la hora de analizar por qué algunas personas tienen más recursos que otras. Como modelo utilitario y económico, la teoría del intercambio concibe a las personas como actores racionales y calculadores que intercambian recursos para maximizar sus satisfacciones. Este modelo, tal y como han planteado muchas críticas, procede del capitalismo actual —y 122

en mayor medida de las experiencias masculinas que de las femeninas—. Desde una crítica feminista integral, Nancy Hartsock (1983) señala tres grandes deficiencias en los conceptos del intercambio. La primera es que la teoría del intercambio se centra en lo interpersonal y obvia las limitaciones de las instituciones y estructuras sociales superiores (por ejemplo, las estructuras ideológicas, económicas, legales y religiosas que legitiman el poder masculino en la familia). En segundo lugar, la teoría del intercambio supone que las personas aceptan todas esas interacciones de manera voluntaria para lograr beneficios personales. Este énfasis en la reciprocidad y la «libre elección» no tiene en cuenta la manera en que las diferencias ideológicas y materiales influyen en dichas elecciones a la vez que limitan la capacidad individual para buscar el beneficio propio. Mientras las clases dominantes viven las relaciones de intercambio de un modo voluntario y cooperativo, las subordinadas las viven más bien de una manera conflictiva, coercitiva y de explotación. En tercer lugar, la teoría del intercambio tiene una concepción benévola del poder puesto que la «conformidad» es sencillamente la moneda con la que pagan sus deudas quienes tienen menos recursos. El modelo del intercambio no cuestiona los acuerdos sociales existentes que institucionalizan la dominación ni propone la necesidad (o la posibilidad) de un cambio social. Es decir, la teoría del intercambio acepta la sociedad tal y como es, incluyendo sus desigualdades estructurales en cuestiones de género, raza y clase. El modelo de intercambio ilustra de manera vívida supuestos que no se darían si la investigación se centrara en las mujeres. Las experiencias de las mujeres como proveedoras de servicios pagados o no, que crían a las/os hijas/os y cargan con ellas/os, ponen el énfasis en las relaciones humanas, en lugar de hacerlo en los individuos aislados que negocian por su propio interés. Esto es, el intercambio y el análisis centrados en la mujer ofrecen interpretaciones bastante dispares de las mismas situaciones.

1.2. LAS CRÍTICAS FEMINISTAS A LOS ESTUDIOS DEL «PODER FAMILIAR» Las teorías dominantes sobre estratificación social consideran «la familia» como unidad básica de análisis y obvian las relaciones de poder dentro de las familias. Las autoras feministas cuestionan este supuesto por entenderlo como un ejemplo más de la continua influencia de la ideología de «esferas separadas» (que defiende la existencia de relaciones de poder desiguales en las instituciones «públicas» pero no en las «privadas») y de la nula atención al género como dimensión central de estratificación (ACKER, 1973). Sin embargo, en las dos últimas décadas, las y los estudiosas/os de la familia han realizado una amplia investigación sobre el poder en las relaciones entre maridos y esposas, en su mayor parte articulada sobre la teoría del intercambio. Este interés por estudiar el poder marital no vino desde una perspectiva feminista [por ejemplo, escritos tempranos, como los de Safilios y Rothschild (1970) y Gilliespie (1971), fueron enormemente ignorados por quienes estudiaban la 123

familia], sino por el apreciable aumento del número de mujeres casadas con trabajo asalariado. La inquietud subyacente en los estudios sobre el poder familiar parecía ser la amenaza que la esposa asalariada podía suponer para el poder de su marido. Es decir, el enfoque principal ha incidido en el poder «de arriba abajo» preguntándose qué cónyuge —según sus ingresos externos— ostenta la mayor porción del pastel marital. Por el contrario, las académicas feministas han examinado con mayor frecuencia el poder marital desde «abajo arriba» preguntándose quién no ostenta el poder y por qué. Tienden también a centrarse más en la calidad del poder y en los procesos de poder subyacentes que en la cantidad de poder y el comportamiento visible, que suele ser habitual. En un ejemplo de claro enfoque feminista, Colin Bell y Howard Newby (1976) defendieron que los procesos de respeto que las esposas tienen hacia sus maridos (a cambio de «regalos» como el apellido y la casa), ayudan a sostener la autoridad de los maridos. Y al analizar las entrevistas en profundidad con matrimonios de clase baja y alta, Aafke Komter (1989) diferenció el poder manifiesto (resultados apreciables de decisiones y conflictos), el poder latente (las esposas no expresan sus deseos, anticipándose a las reacciones negativas de sus maridos) y el poder invisible (predisposiciones de percepción en la vida cotidiana, por ejemplo, los maridos sobrevaloran su contribución a las tareas domésticas y al cuidado de los/as hijos/as e infravaloran la aportación de sus esposas). Muchas parejas del estudio de Komter estaban a favor del matrimonio igualitario pero las formas de poder manifiesto, latente e invisible favorecían a los maridos. La existencia de estos mecanismos de poder más sutiles ayudan a explicar por qué la desigualdad en el matrimonio es tan difícil de cambiar. En síntesis, las autoras feministas destacan la influencia que tiene el contexto social más amplio sobre las relaciones de poder entre los maridos y las esposas. La dominación del hombre en el matrimonio no surge sencillamente de las «relaciones interpersonales» y los «recursos» individuales (como defiende la teoría del intercambio), sino que está fuertemente condicionada por la dominación masculina en las estructuras sociales y las ideologías culturales de la sociedad en toda su amplitud. Por ejemplo, la asombrosa pervivencia de lo que Arlie Hochschild (1989) denomina la «doble jornada» de la mujer (las mujeres llevan el peso del trabajo doméstico aun estando empleadas a tiempo completo) resulta solo sorprendente desde una perspectiva que ignore el contexto social. La cuestión, desde un punto de vista feminista, es ¿por qué debería cambiar la supremacía masculina en el matrimonio cuando los hombres continúan dominando la economía, la política, la educación, la religión y las principales instituciones? Las feministas defienden, en esencia, que no existe una dicotomía entre lo público y lo privado: las relaciones de poder en la familia interactúan con estos conceptos en las restantes instituciones. 1.2.1. Teoría general de sistemas La teoría general de sistemas ha sido particularmente influyente en el campo de la terapia de familia. Las terapeutas feministas de familia, cuyo número aumentó 124

enormemente en los años ochenta, han desarrollado una crítica importante de la teoría cibernética de sistemas. Esta crítica, como las de las teorías de roles o del intercambio, se centra en cuestiones relativas al contexto social y a las relaciones de poder. La crítica a menudo comienza con el hecho de que la teoría de sistemas no contempla a la familia en su contexto sociocultural e histórico. Las terapeutas feministas señalan que la teoría de sistemas ignora aquellas premisas sobre las que afirma ser experta: el poder de un sistema mayor (como el barrio o la comunidad) para moldear uno más pequeño (la familia o las relaciones terapéuticas) (MACKINNON y MILLER, 1987). En lugar de eso, la teoría general de sistemas defiende que puede comprender a la familia con solo examinar la interacción en un nivel micro, observando a las personas que forman la familia (HARE-MUSTIN, 1978). Parecida a la teoría del intercambio, la teoría cibernética de sistemas intenta comprender el funcionamiento interno de la familia sin analizar el grado en que las estructuras disfuncionales son requeridas y sostenidas por un contexto social, económico y político más amplio (véase LUEPNITZ, 1988, en la epistemología cibernética); no pone suficiente énfasis en las constricciones sociales, en las presiones generadas desde el exterior, o en el sistema social de género y su influencia en las relaciones de género dentro de la familia. Esto es, la teoría de sistemas de familia (particularmente la cibernética) concibe la familia como una forma abstracta, determinada y objetiva (JAMES y MCINTYRE, 1983). Por ejemplo, James y McIntyre señalan el caso de una familia en la que la madre se siente desbordada con los/as hijos/as y en la que el padre no se involucra en la interacción familiar. La teoría de sistemas de familia no se pregunta por qué esto es un patrón recurrente. ¿Qué hay en las experiencias socioeconómicas e históricas de las madres y los padres que produce este patrón recurrente de desbordamiento y desentendimiento? La teoría general de sistemas normalmente se centra nada más en la circularidad de las interacciones del proceso presente (cómo cambiar el modo actual de funcionamiento de la familia) y delega toda la responsabilidad de la disfunción en los miembros de la familia. La aceptación acrítica de las ideologías de género contemporáneas oculta las desigualdades socialmente estructuradas. Además de desatender el contexto social, la teoría general de sistemas obvia las relaciones de poder que se dan dentro de las familias y los modos en que estas relaciones están influenciadas por la construcción del género en todas las instituciones sociales. Mientras que la mayoría de terapeutas de la familia no negarían que las mujeres se enfrentan a una discriminación económica y política, muchas y muchos continúan convencidas/os de que, en la esfera privada del hogar, los hombres y las mujeres son iguales (GOLDNER, 1988). Esto es, claramente, una versión actualizada de la ideología basada en la dicotomía público-privado. Aplicada fuera de contexto, la teoría de sistemas supone que las esposas y los maridos son igual de poderosos e igual de responsables en el mantenimiento de los patrones disfuncionales de la familia (MCKINNON y MILLER, 1987; WHEELER et al. 1986). Este punto de vista, sostienen las feministas, funciona en contra de las esposas. 125

Fuera de la sesión de terapia, las esposas no tienen tanto poder o tantos recursos como sus maridos y, aun así, las y los terapeutas han sostenido tradicionalmente que las mujeres son especialmente responsables de aquellas cuestiones que afectan de forma negativa a la familia. Incluso en situaciones en las que las mujeres sufren abusos o son discriminadas se evoca a la igualdad al hacer referencia al «poder oculto» de la indefensión y a la «fuerza paradójica» de la debilidad (GOODRICH et al. 1988: 16). Desde una perspectiva feminista, Deborah Luepnitz (1988: 163) afirma: «las mujeres participan de su propio abuso, pero no como iguales». No nos parece que las terapeutas feministas de la familia aboguen por abandonar la teoría general de sistemas, más bien son críticas, específicamente, con aquellas aproximaciones de los sistemas cibernéticos que ignoran el contexto. Las feministas subrayan que el pensamiento sistémico es útil para comprender las interacciones familiares pero que debe incorporar tanto puntos de vista teóricos como formación y prácticas contextuales y sensibles al género.

2. Construyendo teoría feminista: la desmitificación de la dicotomía entre «lo público» y «lo privado» La dicotomía público-privado resulta particularmente importante porque es uno de los supuestos de la teoría de la familia más básicos y menos cuestionados. Aunque esta dicotomía tiene una historia larga e internacional, la ideología de las «esferas separadas» que identifica a los hombres con la sociedad (esfera pública) y a las mujeres con la familia (esfera privada) estaba particularmente extendida en los Estados Unidos de mediados del siglo XIX. Fue también en este momento cuando se originó la Sociología de la Familia como disciplina. Aunque en diferentes grados, los fundadores de la sociología de la familia (ERNEST BURGESS, ALBION SMALL, W. I. THOMAS y LESTER WARD) aceptaron este dualismo como inevitable en las sociedades industriales avanzadas. Estos autores, críticos con la esfera pública, particularmente con el mundo del trabajo por ser altamente competitivo e individualista, centraron su atención analítica hacia lo que conceptualizaron como su polo opuesto: la «nueva» familia igualitaria y la intensificación de su función para satisfacer las necesidades emocionales o socio-psicológicas de sus miembros. El legado de este dualismo podría ayudar a explicar la marginación de la Sociología de la Familia en relación con otras áreas más «importantes» y sustanciales («públicas») tales como la Sociología del Trabajo y las Ocupaciones, la Estratificación Social y la Economía Política (YEATMAN, 1986). En este apartado integramos un gran número de obras feministas dentro de una síntesis coherente (una «miniteoría») que describe y explica la dicotomía públicoprivado en términos de relaciones de género (véase BRENNER y RAMAS, 1984, y LASLETT y BREENER, 1989, para planteamientos similares). Tal teorización es el 126

resultado de entrelazar no solo planteamientos teóricos fundamentales, sino también líneas específicas de investigación (por ejemplo, la historia de la legislación protectora) que enriquecen la teoría en desarrollo. Nótese que el modo de pensamiento, análisis y discurso no es la teorización formal y deductiva característica de otras tradiciones de teoría de la familia, sino más bien una relación sustancial y permanente entre teoría y experiencia vivida. La teoría feminista pretende mostrar una visión compleja de los patrones históricamente contextualizados de la estructura y de la agencia sociales y no la construcción de «leyes invariables de la conducta humana». Las teorías feministas reflejan continuamente las circunstancias en las que han sido creadas y tratan de informar acerca de las acciones que permiten mejorar la libertad humana (GROSS, 1986). En este caso, las teorías intentan reflejar el origen histórico de una profunda división ideológica y material entre «lo público» y «lo privado», una división fundamental para la organización de las relaciones de género y la subordinación de las mujeres.

2.1. LAS SOCIEDADES PREINDUSTRIALES Y LA DIVISIÓN DEL TRABAJO En su intento por comprender la desigualdad de género inherente a la separación de lo público y lo privado, las y los autoras/es feministas han tenido que superar la suposición persistente en las ciencias sociales de que la familia es una unidad natural, biológica y universal que existe separada de otras estructuras y procesos sociales. Por ejemplo, a menudo se ha argumentado que la subordinación de las mujeres en las sociedades preindustriales se puede atribuir a su papel en la reproducción (embarazo, parto) y de ahí la división del trabajo por sexos y la dominación masculina. Pero las investigaciones de las y los académicas/os feministas sobre las sociedades tradicionales no muestran una relación directa entre los cuidados maternales biológicos y la subordinación cultural (RAPP, 1975). Además, la dominación masculina no es natural, sino una construcción social que varía en grado y forma; y es, por tanto, susceptible de cambio (PETCHESKY, 1979). En resumen, ni la división sexual del trabajo, ni la separación de roles en la familia, ni la dominación masculina tienen un contenido o una forma universales (ROSALDO, 1980). Las y los académicas/os feministas han mostrado de forma detallada el crítico paso de un sistema de división del trabajo en el que el trabajo de las mujeres y hombres era igual de importante, a otro en el que se da un valor mayor al trabajo de los hombres y que se sustenta en una separación estructural entre lo público y lo privado (BLUMBERG, 1978; CHAFETZ, 1984; FRIEDL, 1967; LEAVITT, 1972; OSMOND, 1980). Siglos antes de la industrialización, la esfera privada (familia-parentesco) se fue devaluando y la esfera pública (los estados y los mercados) se fue idealizando; de este modo, las ideologías predominantes legitimaron una división estructural de lo público y lo privado. El periodo histórico de la democracia ateniense, iniciado en el siglo V a.n.e. en Grecia, nos da a la vez el ejemplo más claro de idealización de la escena pública y de la consiguiente subordinación de las mujeres (KELLY-GODOL, 127

1977) 2 .

2.2. LA INDUSTRIALIZACIÓN TEMPRANA Y LAS ESFERAS SEPARADAS Los análisis históricos comparados indican que, en las sociedades occidentales en la época de la industrialización temprana, tuvo lugar un segundo cambio decisivo en la conceptualización de las esferas de lo público y lo privado y en el estatus de las mujeres 3 . Las explicaciones hegemónicas describen un cambio en la producción económica de la familia a la fábrica en el que los hombres asumen el trabajo asalariado y las mujeres se quedan en casa para cuidar del hogar y de las criaturas. Esta interpretación supone que los varones y las mujeres comenzaron a vivir en esferas separadas pero iguales y complementarias. Las explicaciones marxistas hacen hincapié en la clase social como la dimensión más importante de la industrialización capitalista y, aunque suelen reconocer la subordinación de las mujeres, la definen, a lo sumo, como secundaria. Por el contrario, los análisis feministas que estudian la transición a la industrialización capitalista conceden una importancia igual (e interconectada) a los cambios en las relaciones de género y de clase social. Una de las características distintivas de la industrialización capitalista en Estados Unidos e Inglaterra fue el desarrollo de diferencias sociales entre una clase media cuya riqueza se basaba en el comercio y la industria, y una clase obrera industrial cuyo trabajo producía esa riqueza (EHRENREICH y ENGLISHT, 1978). Las experiencias de las mujeres de estas dos clases influían claramente las unas en las otras, a pesar de que sus modos de vida eran completamente distintos. Para las mujeres acomodadas, las actividades socialmente prescritas eran la maternidad, el cuidado del hogar y la personificación de las virtudes femeninas de beatería, moralidad y crianza. Por el contrario, la necesidad económica obligaba con frecuencia a las mujeres de clase obrera a unirse a sus maridos (y a menudo a sus hijos/as) para ganar dinero y contribuir a la supervivencia familiar. Debido a estas diferencias reales en sus experiencias vitales, las investigaciones sobre las mujeres de clase obrera se centran principalmente en sus luchas relacionadas con el trabajo asalariado; unas luchas que también afectan a las oportunidades de empleo de las mujeres de clase media. Las investigaciones sobre las mujeres de clase media, por su parte, ponen el acento en los cambios en la ideología familiar, cambios que a su vez afectaron a las normas familiares y a las responsabilidades de las mujeres de la clase obrera. El desarrollo y afianzamiento de un tipo radicalmente diferente de ideología de lo público y lo privado influyó en las experiencias de las mujeres de ambas clases sociales. Consecuencia del cambio revolucionario que supuso la división sexual del trabajo, la familia nuclear (esfera privada) se idealizó en fuerte contraste con la devaluación de las familias y de las tareas domésticas propias de los tiempos previos a la industrialización. Más aún, las mujeres comenzaron a equipararse a la familia. Todas estas transformaciones tuvieron diferentes implicaciones para las mujeres y los 128

hombres de las diferentes clases sociales. 2.2.1. Las experiencias de la clase obrera Heidi Hartmann (1979), desde la tradición de la teoría socialista-feminista, exploró las dinámicas un tanto contradictorias del capitalismo y el patriarcado en su evolución histórica. Hartmann plantea que el capitalismo industrial representaba una amenaza para el control patriarcal en las familias, en tanto que las mujeres y las hijas e hijos mayores podían entrar potencialmente en el mundo laboral, ganar sus propios salarios y llegar a ser independientes. ¿Por qué esto no ocurrió? Hartmann concluye que la segregación por género y el consiguiente desarrollo del salario familiar y de la legislación protectora perpetuaron la subordinación patriarcal tradicional de las mujeres en la sociedad capitalista industrial 4 . Hartmann se apoya en la evidencia histórica para explicar su tesis de que los trabajadores varones, con la ayuda de sus sindicatos, tuvieron una influencia destacable en, primero, retirar a las trabajadoras de las fábricas (donde se las veía como una amenaza para los empleos masculinos) o desplazarlas a puestos mal pagados y poco cualificados y, segundo, asegurarse de que las mujeres continuaran siendo las responsables del trabajo doméstico en sus propias familias (de ahí que la mayor oposición fuera dirigida a impedir que las mujeres casadas trabajaran en las fábricas). 2.2.2. Diversas respuestas a la ideología de las esferas público-privado Las mujeres y los hombres de las diferentes clases sociales tenían razones diversas para apoyar la separación de los ámbitos público-privado (KESSLER-HARRIS, 1982). En el siglo XIX las mujeres de clase obrera cargaban con las/os hijas/os y las/os criaban durante la mayor parte de sus vidas. Por necesidades económicas también se incorporaban al trabajo asalariado, principalmente en empleos desagradables y a menudo peligrosos en fábricas y talleres. Por aquel entonces, al igual que hoy, la vida de una familia con ingresos bajos necesitaba de la cooperación y el compartir entre sexos y generaciones. La familia era, y sigue siendo, la defensa primordial frente a la opresión de las clases marginadas. De este modo, a muchas mujeres trabajadoras les parecía muy deseable que fuera el hombre el que asumiera el papel de principal proveedor de la familia. Los trabajadores varones aceptaban la ideología de lo público y lo privado porque reconocían las ventajas materiales de ser el «sustentador nato» de la familia y de que la esposa fuera el «ama de casa» nata. Los hombres a menudo se reservaban parte del dinero de sus salarios para sus gastos; ganar el sueldo era su única responsabilidad familiar y el hogar su espacio de descanso y ocio fuera del trabajo. El hombre de clase obrera no adoptaba la ideología de la esfera privada únicamente por imitar el estilo de vida de la clase media, sino también por estar directamente relacionada con la imagen preindustrial de masculinidad del cabeza de familia (ROSE, 1988). La clase media del siglo XIX ofrece la imagen más clara de separación estructural de las esferas pública y privada y al mismo tiempo desarrolla una ideología de la 129

familia que declara que esta separación es normativa. Los estudios dominantes sobre este periodo histórico se centran en la construcción de familia (conyugal) moderna en los Estados Unidos, en el paso de la familia como institución a la familia como espacio de vida en común, en la pérdida de las funciones económicas de la familia y en los roles complementarios del marido y la esposa (BURGESS y LOCKE, 1945; DEGLER, 1980). Las y los académicas/os feministas ofrecen nuevas visiones de familia al centrarse en las relaciones de poder vinculadas a la construcción de dos imágenes jerárquicas y diametralmente opuestas de la naturaleza masculina y femenina y en las actividades prescritas para varones y mujeres. Las feministas cuestionan el supuesto de que la familia es una institución diferente y al margen de las relaciones de poder existentes en la sociedad en su conjunto. Argumentan que la dicotomía público-privado ofrece una visión del mundo equilibrada, visto a través de los ojos de los hombres. Las mujeres, por su parte, ni eran sujetos pasivos ni se comportaron como tales, muchas reaccionaron, algunas aceptaron dicha dicotomía y unas pocas se rebelaron. Pero ni fueron ellas quienes crearon tal separación ni se les permitió jamás experimentar los beneficios de la dicotomía público-privado. Mientras que la visión idealizada de las mujeres tenía sus precedentes en los tiempos preindustriales, lo que parece más característico de la «familia moderna» es la visión idealizada de la esfera privada y la concesión a las mujeres del dominio sobre lo doméstico y el cuidado de los hijos e hijas. Al abordar las relaciones de poder, las feministas subrayan dos puntos. Primero, la idealización de las mujeres se acentuó justo en el momento en el que sus posibilidades de competir en el ámbito público se convertían en una opción real. Particularmente en el caso de las mujeres de clase media, dicha idealización justificaba su educación separada y desigual, y su exclusión de las profesiones emergentes y de las instituciones políticas asociadas a ellas. Segundo, aunque pudiera parecer que ese pedestal elevaba a las mujeres, no les garantizaba su estatus como individuos; como grupo, se las equiparaba literalmente con el hogar y la familia. ¿Por qué las mujeres de clase media aceptaron y algunas incluso promovieron activamente esta ideología de pertenencia a la vida doméstica? Una razón básica es que dado que el matrimonio era económica y normativamente imperativo, no tenían alternativas deseables (POPE, 1977). El culto a los asuntos domésticos parecía ofrecer a las mujeres de clase media un propósito en la vida y un estatus respetable, y la idea de la superioridad moral de las mujeres era seductora. A las mujeres les atraía la idea de que no solo eran diferentes a los hombres, sino «mejores». Básicamente, la lógica era: ¿por qué las mujeres deberían esforzarse por alcanzar la igualdad cuando ya se les había concedido la superioridad? Por último, la clase media era bombardeada con artículos de revistas, manuales y libros exaltando la «verdadera condición de la mujer» y las virtudes de la vida doméstica. ¿Cuáles fueron las consecuencias de esta separación radical de la esfera pública y privada para las mujeres de clase media? Por un lado, la ideología que exageraba de forma extrema las diferencias de género creó barreras para las mujeres y aumentó la dominación masculina. Las mujeres perdieron los pocos derechos legales que habían 130

conseguido en los tiempos del puritanismo; se las excluyó de los tribunales, perdieron sus derechos de propiedad y se las definió explícitamente como dependientes legales de sus maridos (COTT, 1983; EASTON, 1976). Por otro lado, la afirmación ampliamente difundida de la superioridad moral de las mujeres les concedió la promesa de un nuevo papel en la sociedad. Paradójicamente, este nuevo papel fue la llave para liberar a algunas mujeres de clase media-alta del confinamiento de sus hogares. Permitió de una manera bastante directa el establecimiento de la educación superior para las mujeres y su participación en actividades de caridad en la comunidad. Posteriormente, las mujeres con educación universitaria y socialmente activas adquirieron conciencia y participaron en movimientos de ámbito nacional en torno a asuntos como la esclavitud, la abstinencia en la bebida, el desarrollo de la infancia y el bienestar social. Estas actividades culminaron con la aparición del movimiento por los derechos de la mujer en los Estados Unidos (FOX-GENOVESE, 1987). ¿Qué ofreció a los hombres de clase media la idealización de las mujeres, la maternidad y el hogar? El sistema de creencias en lo público y lo privado les ofrecía una solución multifacética para el complejo dilema al que se enfrentaban en un periodo de cambio social sin precedentes: ¿cómo mantener la estabilidad y la seguridad asociadas a un pasado agrario en el mundo urbano, competitivamente hostil, de la primera industrialización? «El hogar» se idealizó como un refugio de paz, seguridad, crianza, cordialidad y orden en un mundo caótico. Los hombres fueron arrastrados a la ideología de «verdadera feminidad» como antítesis de un nuevo ideal masculino de ser despiadado, duro y realista (WILKINSON, 1986). Los hombres de clases privilegiadas pudieron preservar las cualidades que valoraban y necesitaban para mantener el equilibrio (un hogar bien cuidado y una esposa-madre criadora) a la vez que disfrutaban de las ventajas de una nueva era que exigía lealtad a la esfera del trabajo (BLUMBERG, 1978). En síntesis, la dicotomía de lo público y lo privado del siglo XIX tenía a la vez una base material e ideológica. La base económica reducía la amenaza de la competencia de las mujeres en la esfera pública. La base ideológica, sin embargo, explica por qué la idealización de una separación entre lo público y lo privado se volvió tan persistente y omnipresente. La incorporación a la cultura de las esferas separadas por género permitió una solución aparente a la contradicción existente entre los valores masculinos del individualismo egoísta y la comunidad protectora. 2.3. Más allá del dualismo público-privado Los estudios feministas sobre el desarrollo histórico de la dicotomía públicoprivado ofrecen a las y los académicas/os gran cantidad de teorías e investigaciones acerca de las complejas interrelaciones entre la familia y la economía. En este proceso las feministas redefinen conceptos muy utilizados en las ciencias sociales, como el concepto de trabajo (tradicionalmente definido a partir de las ocupaciones y de las formas de organización masculina) y el de familia (concepto tradicionalmente 131

definido en torno «al» modelo nuclear, de clase media, estadounidense y fundamentado en los roles sexuales). En definitiva, los estudios feministas, primero, entienden que la organización del trabajo, tanto dentro como fuera de las familias, está conformada por un sistema de género patriarcal y por un sistema económico capitalista; segundo, rechazan los estereotipos asociados a la familia, que conciben al varón como único proveedor y sostén económico y a la mujer como dependiente y económicamente improductiva (este argumento no es ni una idea útil que justifica la subordinación de las mujeres, ni es una descripción del modo de vida de la mayoría de las personas); tercero, demuestran que la subordinación de las mujeres no existe solo en la economía o en la familia, es decir: en la vida diaria de las mujeres (o de los hombres) las «esferas separadas» no existen; y cuarto, reconocen un sistema social de género que no está vinculado a una única institución específica, sino a todas las grandes instituciones. Estos avances conceptuales permiten seguir «produciendo teoría» en los ámbitos interconectados de las relaciones de género, el trabajo y la familia. Por ejemplo, en algunos estudios recientes sobre el trabajo y la familia (SACKS, 1989; ZINN, 1990, entre otros) las feministas dan una particular importancia a las implicaciones que tiene la dicotomía entre público y privado sobre las estructuras de desigualdad vinculadas a la raza, el género o la clase social. En el siguiente apartado, dedicado a las aplicaciones fundamentales, se analizan dos ámbitos adicionales en los que el enfoque feminista en el estudio de la familia ofrece un efecto catalizador. Hemos seleccionado la maternidad y la sexualidad de entre diversos temas vinculados a la familia porque en ambos campos los trabajos feministas desafían los argumentos establecidos y suscitan nuevas preguntas de investigación y nuevos métodos de estudio.

3. Aplicaciones fundamentales: maternidad y sexualidad Aunque las feministas han explorado muchas dimensiones de la vida familiar le han prestado una atención especial y recurrente a dos grandes cuestiones: la maternidad y la sexualidad. Estos ámbitos de experiencia de las personas han sido definidos habitualmente desde la biología y el instinto, pero las feministas insisten en que tanto la maternidad como la sexualidad se construyen socialmente y están sujetas a los cambios históricos. Es más, las experiencias reales de las mujeres a menudo se han mostrado en desacuerdo con las definiciones generales de maternidad y sexualidad; las feministas se han propuesto desarrollar una teoría que explique esas diferencias. Los asuntos relacionados con la maternidad y la sexualidad también se han convertido en terreno de controversia entre las feministas que discrepan sobre la naturaleza y la importancia de la «diferencia sexual», y debaten sobre la relación entre la victimización de las mujeres y su agencia o capacidad para resistir a la opresión. Sin embargo, por encima de estos debates está la creencia generalizada de 132

que la organización de la maternidad y de la sexualidad debería modificarse, puesto que en sus formas actuales están vinculadas con la subordinación de las mujeres y las teorías feministas tienen una preocupación constante por la acción política.

3.1. MATERNIDAD La cuestión de la maternidad viene repleta de ideales y expectativas desmesuradas, de anhelos, de alegrías, de frustraciones y de ira. Concebir la maternidad como un «rol», como han hecho algunas y algunos científicas/os sociales, es allanar y simplificar en exceso una actividad contradictoria y cargada de emotividad. Asimismo, más que ver la organización contemporánea de la maternidad como un problema (por ejemplo, por la asignación de la mayor parte del cuidado de las/os hijas/os a la madre), muchas/os científicas y científicos sociales lo dan por hecho. Las teóricas feministas no han dejado de cuestionar la naturalización de la maternidad, lidiando con las cuestiones emocionales, las ideologías persistentes y las experiencias actuales de las madres. Aunque trataron de conseguir una mayor autonomía para las mujeres, las feministas del siglo XIX no cuestionaron en líneas generales la ecuación mujeres adultas = maternidad. Pero el movimiento feminista contemporáneo ha sido crítico desde el principio con las ideologías dominantes sobre la maternidad. Betty Friedan (1963) denunció la situación de aislamiento y malestar sufrida a tiempo completo por muchas madres de los barrios residenciales. A principios de los años setenta del siglo XX, la socióloga feminista Ann Oakley (1974: 186) cuestionó la creencia extendida de que «todas las mujeres necesitan ser madres, todas las mujeres necesitan niños/as, todas las criaturas necesitan una madre». Oakley, como otras teóricas feministas, era consciente de las diferencias interculturales e históricas en la organización del cuidado de las/os hijas e hijos. Aunque no hay sociedades conocidas en las que los hombres asuman más que las mujeres el cuidado de las criaturas, en algunas culturas los varones participan en un alto grado y, a menudo, dicho cuidado es o era socialmente compartido por mujeres, hombres, hermanas y hermanos mayores, abuelas y abuelos y/o cuidadores especializados. Además, la definición de las mujeres en términos de maternidad (definición que se consolidó en el siglo XIX) es sorprendentemente única en la historia de las culturas humanas.

3.2. SEXUALIDAD Al igual que la maternidad la sexualidad, tiene también una carga simbólica, profundamente incrustada en las instituciones sociales, y constituye un terreno fuertemente vinculado a los sentimientos. Y, al igual que la maternidad, a menudo se da por supuesto que la sexualidad es «natural» o «instintiva». El movimiento moderno de mujeres —junto a los movimientos gay y lésbico y el trabajo de 133

documentación de un amplio abanico de prácticas sexuales por parte de la sexología, la historia y la antropología— ha consolidado un punto de vista alternativo: la sexualidad está profundamente cimentada sobre fuerzas y prácticas sociales e históricas (GAGNON y SIMON, 1973; WEEKS, 1985). Las feministas, en particular, llaman la atención sobre la centralidad del género y el poder en la construcción social de la sexualidad. Desde finales de los años sesenta feministas radicales como Kate Millet (1970), que acuñó el término «políticas sexuales», han señalado las muchas maneras que tienen los hombres para controlar los cuerpos de las mujeres. Como se ha explicado anteriormente, las feministas radicales creen que la opresión de las mujeres continuará a menos que la sexualidad sea reconstruida desde la base. El poder de los hombres para definir las experiencias de las mujeres no es en ningún ámbito tan evidente como en el campo de la sexualidad. El modelo occidental imperante de deseo se basa en las experiencias específicas de los hombres heterosexuales. La heterosexualidad se ha asumido durante mucho tiempo como la norma y el resto de prácticas sexuales se han definido como desviaciones o patologías; este planteamiento ha calado en las teorías tradicionales de familia. La heterosexualidad normativa es básicamente masculina, como se puede ver en la utilización del término «penetración» para describir el coito (DWORKIN, 1987) y el clásico énfasis en el orgasmo vaginal en vez de en el clitoriano. En un influyente artículo, «Heterosexualidad obligatoria y experiencia lésbica», Adrienne Rich (1980) desafió la heterosexualidad masculina dominante por ser una institución política que ha reprimido a las mujeres y los vínculos afectivos entre ellas. Si la heterosexualidad fuera «natural», argumentó, no serían necesarios tantos esfuerzos deliberados e incluso coercitivos para encauzar a las personas en esa dirección. Dado que el primer lazo intenso emocional y erótico de una chica normalmente es con su madre, ¿cómo es que ese amor por una mujer se reorienta hacia los hombres? Es decir, ¿por qué las mujeres se vuelven heterosexuales? De este modo, Rich da la vuelta a la pregunta habitual y patológica de «¿Por qué la gente se vuelve homosexual?». Rich y otras feministas han ayudado a poner sobre la mesa la estructura de la heterosexualidad, una estructura sencillamente dada por supuesto por muchas/os otras/os teóricas/os de la vida familiar. Adrianne Rich y otras feministas como Audre Lorde y la artista Judy Chicago han roto con el modelo heterosexual masculino y han tratado de nombrar y explorar la sexualidad en los términos propios de las mujeres. Esto ha llevado a reafirmar los vínculos íntimos y sexuales femeninos, tanto en la historia como en el presente (VALVERDE, 1987). Las feministas han escrito y creado obras de arte no solo sobre las experiencias eróticas lésbicas, sino también sobre la masturbación, el celibato, las formas no genitales de placer sensual y la heterosexualidad basada en la reciprocidad más que en la dominación masculina. También han desarrollado fuentes de información como Our bodies/Ourselves (Nuestros cuerpos/Nosotras mismas, Boston Women´s Health Book Collective, 1984) para ayudar a las mujeres a aprender y reclamar sus propias experiencias sexuales y reproductivas. Estos esfuerzos, junto a otros movimientos organizados para compartir información sobre el control de la 134

natalidad y para legalizar y (después de la sentencia «Roe contra Wade» en 1973) apoyar el derecho al aborto, han sido parte de los esfuerzos feministas para fomentar la autonomía sexual de las mujeres.

4. La producción de teoría feminista: limitaciones y desafíos Los trabajos feministas han recibido pocas críticas documentadas o serias de los/as teóricos/as tradicionales de la familia. La respuesta más habitual ha sido ignorarlos, burlarse, marginarlos o tratar de «asimilar» las perspectivas feministas, por ejemplo, incluyendo el género como una variable, más que como un concepto teórico básico (STACEY y THORNE, 1985). En la larga y amplia historia del feminismo ha habido muchos debates, por ejemplo, sobre cómo analizar las diferencias de género y cómo equilibrar las cuestiones del individualismo y la comunidad (HIRSCH y KELLER, 1990, es una magnífica fuente sobre los conflictos en el feminismo). Estos debates, sobre los que hemos discutido a lo largo de este capítulo, señalan las limitaciones de algunas ramas de la teorización y los desafíos para el futuro de los trabajos feministas. El mayor desafío de los estudios feministas sobre las familias ha sido poner en el centro de la investigación las cuestiones de género y las conexiones entre género y poder. Las académicas feministas han hecho hincapié reiteradamente en el problema de la dominación masculina y el conflicto de intereses entre hombres y mujeres. Pero hay otra vertiente significativa de la experiencia familiar, una vertiente especialmente rica en los trabajos de mujeres afro-americanas, latinas, asiático-americanas y de clase obrera en los Estados Unidos (véase GLENN, 1986, 1987). Las relaciones de género abordan fundamentalmente el poder y el conflicto pero tienen también otras dimensiones que las feministas, hasta fechas recientes, han tendido a descuidar. Al sufrir la dominación masculina dentro y fuera de sus casas, muchas mujeres sienten sus familias —sus vínculos con los hombres, con las/os hijas/os, con los familiares, con las amistades más cercanas y con la comunidad— como una gran fuente de apoyo en la lucha contra la pobreza y la realidad degradante que sufren al estar subordinadas por razones raciales y de clase social. Aquí reside una aparente contradicción: las familias son a la vez un lugar de opresión y conflicto y una fuente de fortaleza, solidaridad y capacidad colectiva para sobrevivir. El trabajo de las mujeres de minorías étnicas y raciales sigue siendo crucial para aclarar esta contradicción que apenas puede ser comprendida si mantenemos la imagen alegre y optimista de la «familia basada en la vida en común» que tanto ha influido en la ciencia social de la familia. Necesitamos más trabajos teóricos sobre la contradicción entre la familia como lugar de conflicto y subordinación y como lugar de cooperación y solidaridad. Trabajos que presten atención a los aspectos positivos de la intimidad heterosexual y a las familias y 135

hogares como unidades de experiencia —un tema a menudo eclipsado por el interés feminista en deconstruir «la» familia—. Con frecuencia se dice que las familias están organizadas en torno a dos ejes estructurales: el género y las generaciones. Las feministas han promovido el análisis del género pero, incluso durante la década de los ochenta, cuando se tomó conciencia de las múltiples desigualdades de raza, etnia, clase social y sexualidad se dejaron de lado las diferencias generacionales o etarias. Se necesitan más estudios feministas sobre la construcción social de las divisiones y las desigualdades de edad que van en paralelo, interactúan y modifican los significados del género y de otros tipos de diferencias sociales. En particular, las feministas deberían prestar más atención teórica y empírica a la tercera edad y a la infancia (ABEL, 1986; THORNE, 1987).

5. Conclusiones Durante las décadas de los ochenta y noventa, las y los académicas/os de la familia (que trabajaban fundamentalmente en departamentos de Sociología, Estudios de la Familia y Economía Doméstica) hicieron grandes esfuerzos para producir teorías sistemáticas. Las feministas (de diferentes disciplinas, tanto dentro como fuera del ámbito académico) también produjeron un amplio desarrollo teórico, gran parte del cual abordaba cuestiones relacionadas con las familias. Pero estas dos líneas de trabajo continúan enormemente separadas. ¿Por qué? Por una razón: ha sido difícil que las y los científicas/os de la familia convencionales reconocieran que todavía no estaban «liberadas/os». Desde su punto de vista la ciencia social de la familia ya incluye el estudio de las mujeres, el conflicto y el poder en el matrimonio así como los roles sexuales y, cada vez más, temas contemporáneos avanzados como las formas alternativas de familia, la revolución sexual, la violencia de género, el divorcio y las segundas nupcias. Es más, comparado con otras áreas de las ciencias sociales (como las Organizaciones o la Sociología Política) y con otros campos (como la Historia y la Literatura), incluso los estudios de la familia más convencionales han prestado cierta atención a los «roles sexuales». De hecho, antes de la década de los años setenta del siglo XX la mayor parte de las investigaciones en las ciencias sociales sobre las mujeres se encontraba en los estudios de la familia (EPSTEIN, 1988). Sin embargo, ya desde sus primeras críticas (por ejemplo, BART, 1971) las feministas han argumentado que, aunque parezca que esos trabajos incluyen totalmente a las mujeres, la mayoría de los estudios sobre familia están marcados por los puntos de vista y por los intereses privilegiados de los hombres. Gran parte de la Sociología de la Familia tradicional presupone que las mujeres son inseparables de la familia, algo que difiere bastante de la insistencia de las feministas en centrar el análisis en las propias experiencias de las mujeres y en reconocer el género como un rasgo básico estructural no solo de las familias, sino de todas las demás instituciones 136

sociales. La ecuación mujer = familia impide básicamente considerar a las mujeres como miembros individuales de la sociedad, como personas implicadas activamente en las distintas instituciones. Como Evelyn Nakano Glenn afirma (1987: 349): «solo cuando separamos conceptualmente a las mujeres de la familia podemos hacernos esta importante pregunta: ¿qué hacen las mujeres en la familia?» (véase también BRIDENTHAL, 1982). Desafiar la ecuación de «las mujeres» y «la familia» también hace que los hombres sean más visibles en las familias y en los hogares (FERREE, 1990). Las experiencias de los hombres en áreas como el cuidado de las hijas y los hijos, las relaciones sexuales, las tareas domésticas y las decisiones reproductivas comienzan a aflorar como un eje importante en las investigaciones de género en los años noventa (véanse los artículos de KIMMEL y MESSNER, 1989). Las autoras feministas cuestionan los mismos conceptos que las/os científicas/os sociales daban por supuesto: el matrimonio, la familia, los roles, el poder y el trabajo (BARRETT y MCINTOSH, 1982; MORGAN, 1985; THORNE y YALOM, 1982). Este cuestionamiento surge, en parte, de demostrar que la profunda división ideológica entre «lo público» y «lo privado» es, fundamentalmente, una división de género (que equipara a los hombres con las instituciones «públicas», como el mercado y el Estado, y a las mujeres con la institución «privada» de «la familia»). El concepto de género —entendido como un rasgo estructural e ideológico de cada institución— resulta fundamental para las nuevas líneas de pensamiento que, por ejemplo, relacionan cuestiones como el parentesco, las relaciones sexuales y la sexualidad con las dinámicas de las ocupaciones, las organizaciones y el Estado. Las diversas realidades presentes en los hogares han socavado la ideología monolítica de «la familia». Una ideología criticada desde hace bastante tiempo por las feministas, que se percataron en los debates contemporáneos de lo que puede ser considerado como «familia» (STACEY, 1990). Estos debates (por ejemplo, sobre la maternidad de alquiler, el control de la reproducción, la custodia de los/as hijos/as y las disposiciones legales sobre las parejas de hecho) se relacionan con las políticas de género así como con cuestiones vinculadas a la sexualidad, a la raza y a la clase social. La distinción entre familia y hogar, crucial en algunos estudios feministas, contribuye a poner en orden la diversidad y las contradicciones en las maneras de vivir de las personas y nos lleva a una mejor comprensión tanto de la ideología como de la estructura. Por el contrario, el tradicional lenguaje de la familia de la ciencia social perpetúa el imaginario monolítico. Estos son, por tanto, los mayores problemas para el diálogo entre las feministas y otras/os analistas de la familia. Las cuestiones de género se hallan en el núcleo de la conceptualización de la familia. Cambiar la preocupación por los dualismos (los hombres frente a las mujeres, lo público frente a lo privado) por una concepción de las relaciones de género a distintos niveles (personal, organizativo y simbólico) es un gran paso hacia delante. Si examinamos las relaciones de género en relación con otros elementos diferenciadores y teniendo en cuenta otras desigualdades como las de clase social, raza, etnia, sexualidad y edad, se logra una comprensión más profunda de la realidad. Las visiones feministas no solo añaden nuevos temas a los estudios de la 137

familia sino que remodelan profundamente los modos básicos de entender las familias y los hogares y sus interconexiones con la sociedad.

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Lecturas recomendadas • CATHERINE, H., y CASADO, M. T. (2008): Modelos de familia en las sociedades modernas: Ideales y realidades, CIS, Madrid. Las autoras comparan familias del Reino Unido y de España a partir de los estilos de vida de las mujeres y de sus pautas de empleo, basándose en un extenso cuestionario. Realizan una buena combinación de los niveles micro y macro, resaltando la forma en la que las condiciones del nivel macro influyen en las decisiones individuales de las mujeres. Hackhim y Casado sostienen el controvertido planteamiento «las mujeres eligen» basado en la teoría de las preferencias. No se limitan a defender la diversidad de preferencias de las mujeres sino que sostienen que las políticas públicas debieran atender por igual esta diversidad.

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• DEMA MORENO, S. (2006): Una pareja, dos salarios. El dinero y las relaciones de poder en las parejas de doble ingreso, CIS, Madrid. Este libro aborda una cuestión poco investigada en nuestro país, las relaciones de género en las parejas con dos salarios. Como es sabido, el aumento de la presencia de las mujeres en el mundo laboral es uno de los cambios sociales más importantes de las últimas décadas. Pero el hecho de que varones y mujeres trabajen fuera del hogar y ganen su propio dinero ¿genera una situación doméstica igualitaria? ¿El dinero garantiza la autonomía de las mujeres y acaba con la desigualdad en el hogar? En este libro, basado en entrevistas en profundidad a ambos miembros de las parejas, juntos y por separado, se analizan fundamentalmente tres cuestiones. Por un lado, el significado del dinero y cómo los recursos económicos se concretan o no en elementos de poder dentro de las relaciones de pareja. Por otro, los procesos a través de los cuales se produce y reproduce el poder en la pareja, tales como los modelos de gestión y administración del dinero en el hogar y el uso del dinero por parte de varones y mujeres. Y, finalmente, las fórmulas de negociación y la toma de decisiones dentro de las parejas de doble ingreso. • TOBÍO, C. (2005): Madres que trabajan. Dilemas y estrategias, Cátedra, Madrid. En este libro la autora indaga sobre el problema de la conciliación entre la vida familiar y laboral. Un problema que deriva de la contradicción entre un modelo laboral, caracterizado por la masiva incorporación de las mujeres al mercado laboral, y un viejo modelo, basado en la división sexual del trabajo, por el que las mujeres siguen asumiendo la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado en el interior del hogar. El libro muestra las estrategias que utilizan las madres con empleo remunerado para hacer compatible una doble presencia y responsabilidad en ambos mundos.

Páginas web recomendadas

• INEbase (Nivel, calidad y condiciones de vida): www.ine.es/inebmenu/mnu_nivel_vida.htm • Centro de Investigaciones Sociológicas: www.cis.es • Eurostat: http://epp.eurostat.ec.europa.eu/portal/page/portal/eurostat/home/ • Mujeres y Hombres en España: http://www.ine.es/ss/Satellite? L=0&c=INEPublicacion_C&cid=1259924822888&p=1254735110672&pagename=ProductosYSe

Actividades prácticas 1. De tu entorno y tu generación, ¿cuál es la opción familiar más generalizada? ¿Qué razones la fundamentan? 2. Utilizando los datos del INE, recopila al menos la siguiente información, 143

analízala y explica cuáles son los principales cambios familiares experimentados en España, en qué medida los han protagonizado las mujeres y cómo les afectan. • Porcentaje de hogares que existen en nuestro país. • Porcentaje de hogares unipersonales y monoparentales encabezados por varones y mujeres. • Evolución de la edad media para contraer matrimonio en los últimos años desagregada por sexo. • Porcentaje de matrimonios civiles sobre el total. • Porcentaje de hijos/as nacidos/as fuera del matrimonio en los principales países de la UE y en España. • Número de parejas homosexuales que han contraído matrimonio en los últimos años. • Evolución de las separaciones y divorcios en España a lo largo de los últimos años.

1 Este capítulo ha sido adaptado por las editoras de este libro del original «Feminist Theories. The Social Construction of Gender in Families and Society» publicado en Sourcebook of Family Theories and Methods: A Contextual Approach. P. G. BOSS, W. J. DOHERTY, R. LAROSSA, W. R. SCHUMM y S. K. STEINMETZ (eds.), Prenum Press, Nueva York, 1993: 591-623, y traducido al castellano por Daniel Alvárez Prendes. 2 Seleccionamos la sociedad ateniense porque ofrece a la vez un ejemplo extremo de separación de las esferas de lo público y lo privado y porque es fuente (por ejemplo, a través de los escritos de Platón y Aristóteles) de muchas ideas occidentales sobre política, filosofía y ciencia, así como de definiciones de género (ARTHUR, 1977; KELLY-GADOL, 1987). 3 Hay un salto enorme desde las sociedades preindustriales tempranas a los Estados Unidos del siglo XIX. Las limitaciones de espacio nos obligan a omitir la rigurosa y perspicaz investigación feminista sobre el vínculo entre las transformaciones en el estatus de las mujeres y la creciente separación de las esferas públicas y privadas en las principales civilizaciones y periodos históricos. Las referencias clave incluyen: primero, las sociedades preagrarias (ZILHMANN, 1978); segundo, las sociedades agrarias tempranas (PAIGE y PAIGE, 1981; STANLEY, 1981); tercero, las sociedades agrícolas avanzadas y las sociedades-estado (LERNER, 1986; SACKS, 1975). Hubo, por supuesto, planteamientos variados y complejos acerca de la separación de lo público y lo privado, así como en las ideas masculinas de la mujer a lo largo de este prolongado periodo histórico (para análisis generales, véase OSMOND, 1980, 1981). Sin embargo, partiendo de los documentos escritos más antiguos, los hombres percibían a las mujeres con imágenes duales: pasivas y buenas o poderosas y malvadas. El surgimiento del amor cortés en los siglos XII y XIII y la persecución de las brujas en el XV nos ofrece una evidencia gráfica de estas imágenes polarizadas (KELLY-GADOL, 1977; MONTER, 1977). Lo que brilla por su ausencia es cualquier concepción de la individualidad de la mujer durante los periodos históricos (como el Renacimiento o la Reforma) que celebran el crecimiento del «individualismo» entre los hombres (FOX-GENOVESE, 1987). 4 El concepto de salario familiar se basaba en el argumento de que los hombres debían tener mayores ingresos debido a sus responsabilidades familiares. Es importante destacar que el salario familiar ha sido siempre más ideología que realidad, ya que en la práctica el mayor salario solo se concedía a algunos sectores de trabajadores cualificados o sindicados. Detrás de la ideología del salario familiar está la suposición de que los hombres debían ser quienes mantuviesen a la familia, lo que convirtió a la familia económicamente dependiente en algo fundamental para el concepto de «masculinidad normal» (MAY, 1987). Dado que esto también supone que todas las mujeres debían convertirse en esposas, más tarde o más temprano, la ideología del salario familiar legitimó la exclusión de las mujeres del mercado laboral. Asimismo, la legislación protectora estableció un estatus legal especial para las mujeres trabajadoras, restringiendo su libertad para desempeñar algunos empleos y limitando en otros las horas que podían trabajar. Esta legislación reforzó además la suposición dominante de que todas las mujeres eran madres (o madres potenciales) y que el «lugar»

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de las mujeres estaba en casa (KESSLER-HARRIS, 1986).

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Capítulo 5 Género, trabajo y vida económica TERESA TORNS CAROLINA RECIO CÁCERES MARÍA-ÁNGELES DURÁN

1. La división sexual del trabajo: las desigualdades en el empleo y en el trabajo doméstico y de cuidados, por TERESA TORNS y CAROLINA RECIO CÁCERES 1.1. INTRODUCCIÓN Especialistas y saber popular coinciden en afirmar que el cambio protagonizado por las mujeres en el siglo XX constituye el más notable de los cambios acaecidos en nuestra historia reciente. Ese cambio resulta innegable en las denominadas sociedades del bienestar contemporáneas. Y resulta especialmente evidente en la sociedad española, a pesar de que hubo que esperar a que la dictadura franquista colapsara, tras la muerte del dictador Francisco Franco en 1975. El aumento de la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo es uno de los rasgos que confirman la existencia e importancia de ese cambio, al igual que el reconocimiento de los saberes que han hecho posible mostrar cómo las mujeres trabajan desde que la humanidad existe y no solo desde que los datos estadísticos dan fe de ello. Esos saberes han permitido nombrar, contar y facilitar el reconocimiento de las aportaciones de las mujeres al trabajo y a la vida económica. Asimismo, han dado cuenta de las desigualdades que afectan a las mujeres en relación con los hombres, tanto en el mercado de trabajo como en la vida cotidiana. Desigualdades que no son las únicas existentes pues las relacionadas con la clase social y la etnia, junto a las de generación, están lejos de desaparecer. Esos mismos saberes han clarificado cómo y por qué tanto el trabajo doméstico no pagado como el trabajo asalariado han devenido referentes obligados para los movimientos sociales que las mujeres han impulsado a lo largo de este último siglo. Y han orientado las propuestas teóricas y las actuaciones públicas y cotidianas hacia el trabajo de cuidado, única forma de trabajo que parece tener un futuro asegurado. Este texto y el detalle de lo que se relata seguidamente presentan un breve 146

resumen de esos saberes en torno a la relación entre las mujeres y el trabajo, así como de lo mucho que queda por saber y el largo camino por recorrer.

1.2. LA DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO Según explican las ciencias sociales, la especie humana ha dividido las actividades necesarias para su supervivencia de modo tal que las tareas de reproducción y cuidado de la vida han sido atribuidas a las mujeres y las de producción de bienes a los hombres. Esa división ha supuesto que las sociedades humanas a lo largo de la Historia han convertido y organizado las diferencias biológicas de tipo sexual en actividades humanas diferenciadas y que, hoy en día, tal división de tareas sea visible en la organización socioeconómica capitalista que rige en la mayor parte de las sociedades contemporáneas. En estas sociedades existe una división social del trabajo que preside la producción de bienes, y se ignora o subestima la división sexual del trabajo que caracteriza las tareas de reproducción y cuidado de la vida. Tal diferenciación social y sexual, así organizada, provoca desigualdades sociales entre hombres y mujeres al ir acompañada de una jerarquización que ensalza y encumbra las actividades productivas, así como los escenarios y los sujetos en su mayoría masculinos que las realizan. Al tiempo que devalúa, oculta o no toma en suficiente consideración las actividades de reproducción, así como los escenarios y sujetos femeninos en su cuasi totalidad que las llevan a cabo. En la actualidad, esas desigualdades sociales entre hombres y mujeres, conocidas también como desigualdades de género, lejos de desaparecer persisten, como si fueran un rasgo constante de las culturas humanas. En palabras de Margaret Maruani, estamos ante unas desigualdades «impertinentes» (MARUANI, 2000) dado que no suelen ser reconocidas por quienes solo aceptan la clase social como eje estructurador de las desigualdades sociales. Y además porque su persistencia se da incluso en las sociedades del bienestar, donde tras casi tres décadas de políticas a favor de las mujeres no parece haberse encontrado el camino apropiado hacia su desaparición (CROMPTON et al., 2005; RUBERY et al., 2007). Las razones que explican la persistencia de la división sexual del trabajo deben rastrearse en la alianza de poderes entre el capitalismo y el patriarcado que configura la organización socioeconómica, política y cultural de tales sociedades. Deben buscarse en el pacto o contrato entre hombres y mujeres que subyace en esa división sexual del trabajo. Contrato sexual (PATEMAN, 1995) que encuentra su expresión en el lema «hombre cabeza de familia/mujer ama de casa» y todavía mantiene un fuerte peso simbólico. Por último, deben reconocerse como fruto de la separación de espacios generada por el capitalismo industrial al establecer que la producción ocupase el centro del espacio público (la fábrica o la empresa) y de la vida personal, conformando el lugar propio de lo masculino, y que la reproducción fuese relegada al espacio privado, asumido también como ámbito doméstico-familiar y, como tal, lugar natural de lo femenino y de menor importancia o irrelevante tanto para la vida 147

personal como para la sociedad.

1.3. EL TRABAJO Y LAS MUJERES: LAS APORTACIONES TEÓRICAS Las diversas perspectivas teóricas que permitieron analizar la existencia de la división sexual del trabajo así como la relación de las mujeres con el trabajo encuentran su origen cronológico en los años setenta del siglo XX, momento en el que con el renacer del movimiento de mujeres y las aportaciones de las científicas sociales feministas se elaboraron los fundamentos epistemológicos que hicieron posible nuevos análisis sobre esa problemática. El fruto de aquellas contribuciones cristalizó, en un primer momento, en el reconocimiento de la existencia del trabajo doméstico. Poco después, la necesidad de analizar la actividad laboral femenina teniendo en cuenta su especificidad se volvió evidente. Y esas primeras aportaciones fructificaron en la reconceptualización del propio concepto de trabajo (DURÁN, 1991). En ese mismo periodo, las historiadoras desarrollaron las primeras revisiones del proceso de industrialización, mostrando cómo las mujeres tuvieron una presencia activa en los comienzos del trabajo industrial. Y cómo el ama de casa fue asimismo una figura construida en aquella época para que, cual ángel del hogar, pudiera hacerse cargo del cuidado de la fuerza de trabajo presente y futura. Posteriormente, se abrieron paso los análisis de las desigualdades de género en el mercado de trabajo que cuestionaban los estudios convencionales sobre ese mercado. Y, en la última década del siglo XX, los análisis sobre la relación del trabajo y las mujeres sirvieron para destacar tanto la importancia del trabajo de cuidados como su contribución al bienestar de las personas y al conjunto de la sociedad. A día de hoy, tales aportaciones y enfoques incluyen una diversidad de propuestas teóricas, en su mayoría amparadas por la comunidad académica, que oscila entre los denominados estudios de género y las corrientes feministas. Los primeros referentes teóricos de esas rupturas conceptuales, cuyos textos más representativos en España están recogidos en el libro de Borderías, Carrasco y Alemany (1994), Las mujeres y el trabajo: Rupturas conceptuales, deben buscarse en el debate que en la década de los años setenta del siglo XX tuvo lugar entre el feminismo y el marxismo 1 . Debate en el que surgieron distintas aproximaciones al estudio del trabajo femenino entre las autoras que priorizaron en sus análisis el conflicto entre el capital y el trabajo —la lógica del capital— y las que destacaron el conflicto entre hombres y mujeres, la lógica patriarcal. Con posterioridad, el alcance del debate acabó incidiendo más en la teoría y la praxis feministas, desarrolladas desde aquellas fechas, que en los especialistas del mundo académico. La necesidad de analizar la especificidad de la actividad laboral femenina teniendo en cuenta la división sexual del trabajo fue mostrada por Benería (1981). Esta autora recordó la incidencia que la función reproductora tiene en la actividad laboral de las mujeres al serles atribuida la reproducción por razón de su sexo. Atribución que trasciende la dimensión puramente biológica y comprende las actividades que otorgan 148

contenido social, cultural e ideológico a la reproducción. Tales actividades son consideradas nulas o invisibles social, económica y políticamente, a pesar de ser las que mejor explican la ocultación o negación del trabajo doméstico y de cuidados, las que configuran las desigualdades de género en el mercado de trabajo y las que facilitan la visualización de la desigual distribución de la carga total de trabajo que la mayoría de mujeres adultas soporta en su vida cotidiana. Una distribución claramente observable a través de las encuestas y diarios de tiempo realizados en estas últimas décadas 2 . La perspectiva teórica que en un principio pareció más adecuada para dar cobertura a todos los trabajos realizados por las mujeres fue la que trataba de contemplar la conjunción de la producción con la reproducción. Enfoque globalizador que a nivel macroeconómico asume la existencia socioeconómica de dos ámbitos o subsistemas (el de la producción de mercancías y el de la reproducción de la vida humana) a la hora de dar cuenta de la complejidad de las relaciones que hombres y mujeres mantienen en lo relativo al trabajo. Deducir de ahí, con la colaboración de las relaciones de género, que las mujeres se ubican mayoritariamente en la reproducción y los hombres en la producción parece razonable, del mismo modo que parece lógico asumir que la reproducción social es fundamental y prioritaria, dado que sin ella la producción no tendría lugar. Las investigadoras de la llamada «Escuela de Cambridge» (HUMPHRIES y RUBERY, 1994) y, en particular, Antonella Picchio (1992), fueron las referencias utilizadas en España por Cristina Carrasco (1991) para mostrar la bondad de tales argumentos. Desde planteamientos cercanos, la Sociología defendió la existencia de ambos subsistemas sin olvidar que la presencia de las relaciones sociales por razón de género y clase provocan, a su vez, la subordinación de la reproducción con respecto a la producción (COMBES y HAICAULT, 1994). Argumentos que también se utilizaron para mostrar cómo el trabajo asalariado resulta ser el económicamente y socialmente dominante, al tiempo que constitutivo de la hegemonía masculina, mientras que el trabajo doméstico y de cuidado permanece minusvalorado u olvidado y conforma, además, la subordinación femenina (CARRASQUER et al., 1998). Otros enfoques que han favorecido el análisis de la diferencia entre hombres y mujeres son muestra de la diversidad de perspectivas teóricas que han analizado la relación del trabajo y las mujeres. En dichos enfoques se prioriza la importancia de factores como la identidad, las actitudes y la cultura. De este modo se destacan aspectos como la ambigüedad femenina con la que muchas mujeres adultas afrontan su proyecto de vida en las sociedades industrializadas (BORDERÍAS, 1996). Un proyecto habitualmente presidido por la doble presencia (BALBO, 1978) que las obliga a asumir el empleo y el trabajo doméstico y de cuidado, con las dificultades propias de una organización social que las atrapa en una lógica temporal sincrónica y cotidiana que solo a ellas parece importar. Esa doble presencia, tildada coloquialmente de doble jornada, es una expresión de la especial imbricación que se da entre el tiempo y el trabajo en las sociedades del bienestar, en las que el trabajo de cuidado conforma el núcleo duro de las principales diferencias y desigualdades de 149

género. La doble presencia se piensa solo como una situación propia de las mujeres madres, vinculada al cuidado de las criaturas, y se olvida que perdura a lo largo de todo el ciclo de vida y que, lejos de desaparecer, aumenta, tal como en la actualidad se puede apreciar ante el incremento de las necesidades de cuidado procedentes de las personas mayores consideradas dependientes. Se trata de un fenómeno que afecta a las mujeres, en particular a las de la generación sándwich (WILLIAMS, 2004), pues ellas son las que deben cuidar de la generación precedente, contigua y descendiente, en un escenario que la crisis económica y financiera no hace sino reforzar. Sea cual sea la perspectiva teórica utilizada, parece que los análisis centrados en el mercado de trabajo bajo la denominada perspectiva de género son los que cuentan con mayor consenso y reconocimiento en el mundo académico, pudiendo decirse que la construcción social de la categoría «trabajo», asumida exclusivamente como empleo, es el eje que mueve el éxito y la pertinencia de tales análisis. La mayoría de ellos nacen al calor de las insatisfacciones y críticas a las teorías del capital humano y de la segmentación del mercado de trabajo, teorías hegemónicas en el estudio del mercado de trabajo. Los estudios desde la perspectiva de género muestran la ceguera de esos análisis convencionales en cuanto al género y, como alternativa, hacen evidente la existencia de la segregación ocupacional horizontal y vertical que afecta a las mujeres ocupadas, así como la no desaparición de las discriminaciones laborales indirectas tales como la discriminación salarial o el acoso sexual. Estudios similares constatan también la creciente precarización del empleo femenino, dada la mayor presencia de mujeres en los contratos temporales, en los de tiempo parcial, en los horarios atípicos y en los sectores con bajos salarios o peor considerados. En España, tal como se detalla en apartados posteriores, la situación de precariedad se ha acrecentado en este último periodo produciendo una fuerte polarización entre las mujeres ocupadas. Dicha situación coloca en uno de los polos a las mujeres inmigradas y a las jóvenes, incluidas las más cualificadas, que afrontan enormes dificultades para encontrar un empleo decente y permanecer en él (TORNS, 2011), y, en el polo opuesto, a las mujeres mayores de cuarenta y cinco años, especialmente aquellas que aprovecharon el crecimiento de los servicios públicos a finales de la década de los ochenta del siglo XX. Análisis similares sobre el mercado de trabajo femenino han destacado la incidencia de la cultura patriarcal en las organizaciones empresariales, cultura que también comparten en buena medida las organizaciones sindicales. Otros estudios han señalado cómo esa misma cultura patriarcal impregna también los sectores emergentes derivados de la innovación tecnológica. Los primeros ponen de manifiesto cómo las cúpulas directivas son opacas y masculinas mientras que los segundos muestran cómo las TIC son, también, territorio vedado para el género femenino o poco amable con él. En estas últimas décadas, nuevos estudios se han orientado hacia el diseño y la aplicación y evaluación de las políticas de promoción de la igualdad en el empleo entre hombres y mujeres (RUBERY et al., 2004), y esa misma lógica laboral es la que ha permeado el estudio de las dificultades derivadas de las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar, en un escenario donde tales 150

actuaciones parecen tener como único destinario a las mujeres madres (TORNS, 2005; TOBÍO, 2005). En España, el balance del seguimiento de las diversas perspectivas teóricas aquí mencionadas ha dado lugar, durante estos últimos treinta años, a numerosos estudios que dan fe tanto de la consolidación de la especialidad de los estudios sobre las mujeres y el trabajo, como de la diversidad con la que pueden abordarse. Así, desde el temprano estudio sobre el trabajo de las mujeres de M.ª Ángeles Durán (1972) hasta el último informe sobre los indicadores laborales del mercado laboral femenino realizado por Cecilia Castaño (2004) y otros estudios más específicos posteriores, se han llevado a cabo numerosas investigaciones en el ámbito académico, pero también en las organizaciones sociales (sindicatos, asociaciones de mujeres, etc.). Tales aportaciones han sido posibles, en buena medida, por el impulso político y financiero que hizo posible el Instituto de la Mujer, creado en 1983 durante el primer gobierno socialista, así como por el de otros organismos estatales y autonómicos de rango similar y el de fundaciones y entidades financieras 3 .

1.4. LAS MUJERES EN EL MERCADO DE TRABAJO El mercado de trabajo ha sido el escenario que mayores certezas ha proporcionado sobre la relación entre las mujeres y el trabajo. Ello ha sido posible gracias a la ruptura conceptual vivida por la noción de trabajo, expuesta en apartados anteriores, y a las dinámicas de cambio que han marcado la realidad del trabajo femenino desde la segunda mitad del siglo XX en la mayor parte de países europeos. En España puede decirse que la mayor presencia de mujeres en el mercado laboral representa el mayor cambio habido en la sociedad española una vez recuperada la democracia, tras los cuarenta años de dictadura franquista. Proceso de cambio que, sin embargo, ha sido muchas veces explicado a través de algunos mitos que conviene deshacer. En primer lugar, es necesario aclarar que tal incorporación ya se había dado previamente en algunas zonas de España (ver tabla n.º 1). En general, la actividad laboral femenina se concentró en los territorios con tradición industrial, especialmente en la industria textil y del calzado, agroalimentaria o tabacalera. Esta realidad convivió con una alta presencia femenina en la economía sumergida, una forma de empleo que el aumento de mujeres en el mercado laboral formal hizo disminuir pero no desaparecer. En este punto debe precisarse que la economía informal fue una vía de acceso al empleo de muchas mujeres del ámbito rural que emigraron a las ciudades para trabajar en el servicio doméstico, situación de informalidad en la que muchas de ellas permanecieron, trabajando a domicilio, limpiando y cuidando, ayudando en los negocios familiares o en las tareas del campo, dadas las dificultades que el franquismo impuso a la actividad laboral de las mujeres casadas. Asimismo es obligado precisar que el aumento masivo de mujeres en el mercado de trabajo español, acaecido a partir de 1985, comportó la aparición de un desempleo 151

femenino que, a día de hoy, está lejos de desaparecer, dado su carácter estructural, y que tal situación permaneció incluso en la denominada década dorada del empleo español (1995-2005), etapa en la cual el desempleo femenino se mantuvo a pesar de la creación de una gran cantidad de empleo de escasa o nula calidad. Desde entonces, el abundante desempleo y el empleo de baja calidad dibujan el rostro de una precariedad laboral femenina que ha sido considerada como la norma social de buena parte del empleo de las mujeres en España (CARRASQUER y TORNS, 2007).

1.5. LOS INDICADORES BÁSICOS: ACTIVIDAD E INACTIVIDAD, EMPLEO Y DESEMPLEO Los indicadores laborales básicos permiten conocer los datos relativos a los cambios y tendencias del mercado de trabajo. En España, tales datos proceden de la Encuesta de Población Activa (EPA) 4 , que se lleva a cabo con periodicidad trimestral. Estos indicadores son los utilizados posteriormente para elaborar las estadísticas europeas recopiladas en EUROSTAT con el fin de facilitar los análisis comparativos sobre el mundo del trabajo. La EPA, a pesar de su validez oficial, tiene limitaciones a la hora de medir la actividad y la inactividad femeninas que ya fueron señaladas por Carmen de Miguel (1981). Limitaciones que, con posterioridad, Cristina Carrasco ha tratado de paliar proponiendo una medición no androcéntrica de esa relación de las mujeres con el trabajo (CARRASCO et al., 2004). A día de hoy, los datos de la EPA revelan que la tasa de actividad femenina 5 crece claramente a partir del año 1985, tal como ya se ha dicho, y no ha dejado de hacerlo desde esa fecha. Según el detalle de los datos de la tabla n.º 1, en ese año dicha tasa era del 28,5 % y en el año 2010 la tasa se sitúa en el 52,2 %. Asimismo se perciben claras diferencias territoriales por Comunidades Autónomas, dándose el caso de que algunos territorios están por debajo de la media española. Tales diferencias se explican por las distintas tradiciones de los sistemas productivos del territorio, por la mayor o menor presencia de grandes ciudades y por los distintos regímenes de propiedad de la tierra. Luis Garrido (1993) no dudó en hablar de la existencia de dos biografías femeninas, tratando de explicar las razones de este cambio, pues resultaba evidente que el cambio fue protagonizado por las mujeres casadas que ya no abandonaban el mercado laboral al casarse y que dicho cambio, tal como ya se ha comentado, no fue capaz de terminar con la economía sumergida ni hizo desaparecer el modelo de ausencias masculino del trabajo doméstico-familiar y de cuidado. TABLA N.º 1 Tasa de Actividad Femenina. España y Comunidades Autónomas. 1976-2010

152

* Los datos de 1976 a 2000 solo pueden obtenerse para Ceuta y Melilla conjuntamente. FUENTE: Datos EPA-INE.

El estado civil, la edad y el nivel de estudios son factores que inciden en la actividad laboral femenina. Esos tres factores marcan siempre diferencias entre hombres y mujeres, y dentro del propio colectivo femenino. El estado civil provoca que las mujeres casadas presenten menores tasas de actividad que las solteras (ver tabla n.º 2), fenómeno que se explica por el efecto disuasorio que el matrimonio y la maternidad tienen en la actividad laboral femenina, olvidando la incidencia que tiene en esa menor actividad de las casadas la amplia tolerancia social con la que se contemplan las ausencias masculinas de las tareas de cuidado de las criaturas y/o personas mayores dependientes. En relación con la edad, se observa cómo las diferencias de género no aparecen hasta el comienzo de la edad adulta. En este caso, los datos españoles muestran cómo los cambios sucedidos desde 1976 hasta la fecha afectan por igual a hombres y mujeres puesto que ambos sexos alargan su presencia en el sistema educativo y no se incorporan masivamente al mercado laboral hasta pasados los veinte años. A partir de esa edad, existen ya claras diferencias entre las tasas de actividad femeninas y masculinas, siendo las edades centrales (entre veinticinco y cincuenta y cuatro años), donde esas diferencias son mayores, tal como 153

se observa en el gráfico 1, porque a pesar de la enorme reducción habida desde 1976, la diferencia alcanza en el año 2010 casi veinte puntos. Ese mismo gráfico señala la caída experimentada por la actividad masculina a partir de los cincuenta y cinco años, probablemente fruto de los procesos de jubilación anticipada que han tenido lugar en las grandes empresas españolas en la etapa reciente. TABLA N.º 2 Tasas de actividad por sexo y estado civil. España 1987-2010

FUENTE: Datos EPA-INE.

La inactividad en España sigue teniendo rostro femenino, aunque ha ido disminuyendo, tal como indica la tabla n.º 3. En el año 2010, la mayoría de las personas inactivas eran mujeres; lo más significativo es que los motivos de dicha inactividad encuentran su mejor explicación en la persistencia de la división sexual del trabajo. GRÁFICO N.º 1 Tasa de actividad por sexo y grandes grupos de edad. España 1976 y 2010

FUENTE: Elaboración propia a partir de datos EPA.

154

Las mujeres inactivas lo son mayoritariamente porque trabajan en su hogar 6 , realizando el trabajo doméstico-familiar y de cuidado, si bien puede observarse, de nuevo, el cambio acaecido a partir de 1985, año en el que el porcentaje de mujeres dedicadas a las «labores del hogar» era mucho más elevado. En cualquier caso, la inactividad sigue marcando importantes diferencias entre hombres y mujeres, tal como se observa en esa misma tabla n.º 3. TABLA N.º 3 Inactividad por sexo y motivos de inactividad (% respecto a cada sexo). España. 1985-2010

FUENTE: Datos EPA-INE.

La tasa de empleo, tal como puede observarse en el gráfico n.º 2, permite medir el volumen de mujeres que efectivamente tienen un empleo regulado por el mercado de trabajo. En este punto, los datos de la EPA muestran cómo en España la tasa de empleo femenina ha crecido, incluso en los periodos de crisis económica. Los datos actuales reflejan que esa tasa femenina no ha experimentado caída alguna desde el año 2005, a pesar de no haber crecido al ritmo que lo hizo en el quinquenio anterior. En cambio, en ese mismo periodo la tasa de empleo masculino ha caído nueve puntos. Las posibles explicaciones a tal cuestión deben buscarse en el hecho de que los sectores productivos con más empleo masculino (construcción e industria) son aquellos donde la crisis ha tenido un mayor impacto negativo, mientras que, por el contrario, las mujeres están sobrerepresentadas en el sector servicios, en especial en los servicios relacionados con el cuidado de personas, en los cuales, en ese periodo de recesión, lejos de perderse empleo, se ha creado, a diferencia de muchos otros, si bien tales razonamientos posiblemente deban matizarse hasta ver cuál va a ser la duración y dureza de la actual crisis. GRÁFICO N.º 2 Tasa de empleo por sexo. España 1976-2010

155

FUENTE: Elaboración propia a partir de datos EPA.

Las diferencias más notables entre hombres y mujeres surgen al comparar la tasa de empleo en función de la presencia de cargas familiares en el hogar. Según los datos en este caso de EUROSTAT, la aparición de cargas familiares determina la relación de unos y otras con el empleo. Los hombres aumentan la tasa de empleo cuando aparece la pareja y/o los hijos, mientras que las mujeres tienen menores tasas de empleo, cuando tienen hijos o hijas si además viven en pareja. La tabla n.º 4 muestra los datos europeos de empleo en las edades centrales de la vida laboral, etapa que resulta crucial para el cuidado de las hijas e hijos. En ella puede observarse el patrón mencionado: las tasas de empleo femeninas decrecen con la aparición de cargas familiares, especialmente si hay hijos e hijas; mientras que la tasa de empleo masculina presenta una tendencia inversa, incrementándose con la aparición de cargas familiares. El dato resulta especialmente significativo porque es un nuevo ejemplo del carácter estructural de la división sexual del trabajo, que resulta particularmente notoria en España e Italia, países donde la tasa de empleo de mujeres que viven en pareja y tienen hijos o hijas disminuye de manera más que evidente, si se la compara con el resto de situaciones familiares. TABLA N.º 4 Tasa de empleo. Población de 20-49 años, por sexo y composición del hogar. Países UE 2010

156

FUENTE: Elaboración propia a partir de EUROSTAT.

El desempleo en España ha tenido y tiene perfil femenino, pero debe precisarse que, además de seguir siendo el más elevado de Europa, presenta también un fuerte carácter estructural (TORNS et al., 1995). Desde la repetida fecha de 1985, el desempleo femenino ha sido siempre superior al masculino, incluso en periodos de gran crecimiento económico, como en la ya mencionada década dorada (1995-2005), tal como puede observarse en el gráfico n.º 3. En la actualidad, la situación parece haber cambiado, no por el descenso del desempleo femenino sino porque la tasa de desempleo masculino, por primera vez, ha aumentado hasta prácticamente igualar a la de las mujeres. Desde el inicio de la crisis actual en 2007, el Índice Laboral Manpower destaca cómo el desempleo femenino supone incluso menos de la mitad del total de parados, en el periodo que va de enero a junio de 2010. Una situación que, lejos del optimismo, podría explicarse, en principio, por la mejora general del nivel educativo de las mujeres, pero que probablemente deriva de la mayor presencia femenina en los contratos temporales y del aumento de la contratación en el sector servicios. Aumentos ambos que podrían indicar cómo, paradójicamente, la «terciarización» y precarización del mercado de trabajo actual parecen hacer a las mujeres más resistentes ante el empleo (TORNS, 2011). GRÁFICO N.º 3 Tasa de desempleo. España 1976-2010* 157

* Los datos de 1976 corresponden al tercer trimestre del año; de 1980 a 2010 los datos se refieren al segundo trimestre del año. FUENTE: Elaboración propia a partir de datos EPA.1.6.

1.6. LAS CARACTERÍSTICAS DEL EMPLEO FEMENINO Más allá de la cantidad de ausencias y presencias de las mujeres en el mercado laboral cabe tener en cuenta las características propias del empleo femenino. Tal como ya se ha comentado, el empleo femenino suele ser de menor calidad que el masculino, aunque la sutileza de tales diferencias sea más difícilmente observable que las relativas a la cantidad. La temporalidad (porcentaje de contratos que tienen una duración determinada) y el tiempo parcial (porcentaje de contratos que tienen un horario por debajo de la jornada laboral total) son los rasgos laborales que tienen perfil femenino mayoritario y marcan las principales diferencias de esa calidad. La temporalidad, devenida un rasgo estructural del mercado laboral español, presenta una tasa femenina superior a la masculina. De tal modo que supone un claro atrapamiento (TOHARIA y CEBRIÁN, 2007) para determinados colectivos, entre los que sobresalen las mujeres, en particular, las jóvenes e inmigradas. TABLA N.º 5 Tasa de temporalidad por sexo. Países UE 2010* Países

Ambos sexos

H

M

UE-27

13,3

12,5

14,2

Dinamarca

8,1

7,9

8,2

Alemania

14,3

14,0

14,6

Grecia

11,5

10,0

13,6

España

24,4

23,3

25,8

Francia

14,3

13,1

15,5

158

Italia

12,1

10,7

13,9

Portugal

23,2

22,6

16,3

Suecia

13,6

11,5

15,7

Reino Unido

5,5

5,1

6,0

Noruega

7,7

6,4

9,2

* Datos correspondientes al primer cuatrimestre de 2010. FUENTE: Elaboración propia a partir de datos Eurostat.

Asimismo, la mayor presencia de mujeres en el tiempo parcial señala diferencias significativas en la calidad del empleo y es una constante que atraviesa Europa. De hecho, puede decirse que el tiempo parcial constituye la ausencia femenina del mercado laboral mejor considerada. Ha sido y es la solución utilizada por la mayoría de mujeres madres europeas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En España, la tasa de ocupadas a tiempo parcial es del 23,6 % frente al escaso 5,3 % de los hombres. Ambos porcentajes están por debajo de la media europea, donde los Países Bajos representan el polo opuesto, tal como se observa en la tabla n.º 6. Tal predominio femenino se explica, entre otras razones, porque, hasta el presente, las políticas europeas de empleo promueven activamente el tiempo parcial femenino como solución especialmente pensada para que las mujeres puedan conciliar la vida laboral y familiar. Esta solución goza de un amplio consenso social, pero no debe confundirse con la reducción de jornada laboral. Debe precisarse además que no solo proporciona menores ingresos y nulas posibilidades de promoción profesional sino que contribuye al reforzamiento de la división sexual del trabajo. TABLA N.º 6 Ocupados con contrato a tiempo parcial por sexo (%). Países UE 2010 Países

Ambos sexos

H

M

UE-27

18,7

7,9

31,6

Dinamarca

26,3

14,0

39,3

Alemania

25,7

8,7

45,5

Grecia

6,1

3,2

10,3

España

13,4

5,3

23,6

Francia

17,6

6,2

30,2

Italia

14,8

5,2

28,8

Portugal

8,5

4,8

12,6

Finlandia

13,6

8,4

19,1

Suecia

25,4

12,4

39,7

Reino Unido

25,7

11,1

42,4

Países Bajos

48,5

24,3

76,7

159

Noruega

28,2

14,9

42,8

FUENTE: Elaboración propia a partir de datos Eurostat.

Otras características de la baja calidad del empleo femenino son las relacionadas con la segregación ocupacional que, por razón de género, atraviesa el mercado de trabajo. En este punto, los datos hacen evidente una segregación horizontal, observada a través de la concentración del empleo femenino en los sectores de actividad con menor prestigio y peores condiciones laborales, y una segregación vertical, expresada a través de la desigual presencia de mujeres y hombres en la jerarquía empresarial, con una presencia femenina prácticamente nula en las cúpulas directivas (ABAY, 2011). A ello se debe añadir que esa menor calidad también se caracteriza por un aumento de las discriminaciones laborales indirectas a medida que aumenta el empleo femenino y que dichas discriminaciones se concretan en la existencia de la discriminación salarial y el acoso sexual. La segregación horizontal resulta evidente en la distribución de la población asalariada según la rama de actividad. Las mujeres están mayoritariamente ocupadas en los servicios, especialmente en los relacionados con la atención y cuidado de las personas. Los datos de la n.º 7 permiten observar cómo en el año 2010 los sectores con un mayor Índice de Feminización 7 fueron: las actividades del hogar como empleadores de personal doméstico y como productores de bienes y servicios para uso propio (91,1 %); las actividades sanitarias y de servicios sociales (76,7 %); la educación (66,0 %) y otros servicios (69,8 %). Esta distribución tiene carácter estructural y se debe principalmente a la construcción sexuada de las categorías profesionales 8 , sin olvidar por ello la incidencia de las diversas tradiciones de la cultura del trabajo existentes en familias y territorios, tal como han señalado diversos estudios sobre la segregación horizontal (TORNS, 1995; TORNS, 1999; CASTAÑO et al., 2004; TORNS et al., 2007). TABLA N.º 7 Personas ocupadas por rama de actividad. España 2010*

160

* Los datos corresponden al segundo trimestre de 2010. ** Datos en miles. FUENTE: Elaboración propia con datos EPA.

La segregación vertical muestra las dificultades que las mujeres ocupadas tienen para acceder a cargos directivos y es también un buen ejemplo de los límites de los discursos que abogan por aumentar el nivel educativo de las personas como la mejor vía para proyectar una trayectoria laboral ascendente. En este caso, las mujeres españolas, en particular las jóvenes, poseen un mayor nivel formativo que los hombres y tan solo un 26 % de ellas ocupan puestos de dirección y gerencia. Esta situación ha sido denominada techo de cristal. Las mujeres ocupan mayoritariamente puestos técnicos; por ejemplo, constituyen una mayoría en ocupaciones vinculadas a trabajos técnicos, científicos e intelectuales (54 %), ocupaciones en las que se dan las mayores desigualdades salariales entre hombres y mujeres. Sin embargo, no debe ignorarse que tal situación, a pesar de su importancia, afecta a la mayoría de mujeres, 161

las cuales permanecen atrapadas y adheridas al suelo pegajoso de la base de la jerarquía laboral, donde los bajos salarios, los peores empleos, los horarios atípicos, las condiciones laborales penosas y la rotación entre el desempleo y la inactividad son la norma que construye su relación con el empleo. TABLA N.º 8 Ocupados por tipo de ocupación y sexo. España 2010*

* Los datos corresponden al segundo trimestre de 2010. ** Datos en miles.

FUENTE: Elaboración propia con datos EPA. En la calidad del empleo femenino también inciden las discriminaciones indirectas que, como su nombre indica, son mucho menos visibles. La más reconocida es la discriminación salarial, de la cual se dispone de algunos datos estadísticos que, aunque insuficientes 9 , permiten constatarla. Menos evidente resulta el acoso sexual, si bien los últimos estudios (INMARK, 2006), permiten atisbar la amplitud de un fenómeno que cuenta con una larga tradición de silencios y complicidades. Según datos del Instituto de la Mujer, la discriminación salarial entre hombres y mujeres habría descendido del 26 % en 1995 al 18 % en 2006 10 . De manera similar, los datos de la Encuesta de Estructura Salarial de 2009 señalan que esa diferencia salarial se ha reducido a un 13,4 %. Esa disminución podría deberse al aumento del desempleo masculino conocido estos últimos años, así como a las peores condiciones laborales que la crisis ha provocado. Factores negativos que, paradójicamente, habrían 162

contribuido a estrechar una brecha salarial entre hombres y mujeres que, en cualquier caso, se resiste a desaparecer, pues tales diferencias salariales permanecen, aunque con distintas oscilaciones, como una constante en todos los países europeos. Esas mismas desigualdades salariales pueden interpretarse a la luz de otros factores que también intervienen en los salarios y sirven, al mismo tiempo, para constatar la existencia de la mencionada polarización en el colectivo femenino. Si se atiende a los salarios en función del sector de actividad se observa, en primer lugar, cómo las actividades con salarios más bajos incluyen tres de las actividades más feminizadas (hostelería, actividades administrativas y servicios auxiliares, y otros servicios). Y cómo, por el contrario, en las actividades con salarios significativamente por encima de la media española la presencia de mujeres no supera el 30 % del total de la población ocupada en ese sector (suministro de energía eléctrica, gas, vapor y aire acondicionado; actividades financieras y de seguros; información y comunicaciones). Si, además, se observa la diferencia salarial entre hombres y mujeres dentro de cada ocupación, lo primero que se constata es que en todas las ocupaciones las mujeres perciben un salario inferior al de los hombres. Asimismo es evidente que la menor disparidad salarial se da en aquellas actividades que cuentan con una fuerte presencia del sector público (administración pública, sanidad y educación). Por último, en el polo opuesto destaca el grupo de actividades profesionales, científicas y técnicas como aquel donde se da el mayor porcentaje de discriminación salarial (las mujeres ganan un 19,3 % menos que los hombres). En dicho grupo, las mujeres representan ya la mitad de las personas ocupadas, como claro efecto del aumento de su nivel educativo. TABLA N.º 9 Salarios por sexo y sector de actividad. España 2009 (en euros anuales)

163

FUENTE: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de estructura salarial-INE.

1.7. EL TRABAJO DOMÉSTICO Y DE CUIDADOS 11 La definición y el contenido del trabajo doméstico y de cuidados, así como su medición, también han sido objeto de debate, que parece haber alcanzado mayores cotas de notoriedad que el desarrollado hace ya casi treinta años en torno al concepto de trabajo. Probablemente la falta de acuerdo acerca del nombre, contenido o valor de este tipo de trabajo haya estado marcada por tratarse de un objeto de estudio con poca 164

legitimación académica y con poco o nulo reconocimiento social y económico. En relación a este último punto, conviene recordar que existen pocas dudas acerca del rechazo y malestar femenino ante la realización de las tareas doméstico-familiares, más allá de las que pudieran atribuirse al cuidado (de las criaturas, claro está), siendo la principal razón, tal como señala Fraisse (2000), el que tal tipo de tareas tienen un referente simbólico ligado al mundo de los sirvientes. Con gran acierto, la especialista francesa señala que tal rechazo se enmarca en una paradoja: a pesar de que las luchas feministas, en su vertiente más académica, facilitaron la emergencia del trabajo doméstico y mostraron que se trata de un trabajo socialmente necesario, e incluso a pesar de haber sido reivindicado como un trabajo que hombres y mujeres deben realizar, el imaginario servil que lo acompaña lo convierte en un trabajo que nadie quiere hacer, o cuando menos en un trabajo solo bueno para sirvientes. No obstante, el cuidado existe, y la falta de acuerdo a la hora de nombrarlo o de pactar su definición no ha impedido que los estudios y análisis sobre el mismo fuesen en aumento. Aquellos dedicados a determinar el contenido de este tipo de trabajo muestran repetidamente que se trata de una actividad que tiene como escenario físico y simbólico no solo el hogar o ámbito doméstico sino la familia. Y que los resultados más inmediatos de esa actividad, a pesar de no contar con una evaluación homologada y prestigiada, son: facilitar la disponibilidad laboral de los adultos masculinos del hogar-familia, en particular, y proporcionar bienestar cotidiano a los convivientes del núcleo familiar, en general. Todo ello supone que este trabajo incluye, además de las tareas más evidentes (compra, limpieza, preparación de alimentos, cuidado y atención de criaturas y personas dependientes), otras que no lo son tanto. En concreto, y sin ánimo de exhaustividad, se deben reseñar las tareas relacionadas con la gestión y organización del hogar y el núcleo familiar, las tareas de mediación (emocionales o entre los servicios y la familia), y las tareas de representación conyugal (CARRASQUER y otros, 1998). Un conjunto de tareas y una definición que, de manera prioritaria, acotan un trabajo de reproducción y cuidado de la vida humana que es realizado mayoritariamente por las mujeres, en el entorno doméstico-familiar, de las sociedades urbanas e industriales. Concreción esta última que si bien señala las pautas y valores culturales hegemónicos que lo amparan y lo han hecho viable (los de la cultura occidental), suele esconder la variabilidad de tradiciones de clase social, de etnia y aun de culturas y tradiciones familiares que lo enmarcan cotidianamente. Y que muestran como dato recurrente que aunque no todas las mujeres lo ejercen o desarrollan por igual, ese trabajo siempre está enmarcado en unas relaciones de subordinación, donde la disponibilidad femenina hacia sus familiares masculinos y su actividad laboral es amplia y mayoritaria. O, para decirlo en términos opuestos, son unas tareas donde las ausencias masculinas cuentan con un amplio consenso y prestigio social. Además de las investigaciones que desde la década de los ochenta del siglo XX trataron de mostrar la existencia e importancia del contenido del trabajo doméstico 12 se ha planteado cómo se podría medir este tipo de trabajo y de qué manera se le 165

podría atribuir valor económico. También se han llevado a cabo análisis orientados a mostrar su aporte al bienestar cotidiano de las personas y de qué forma se tendrían que reorientar las políticas que, hoy en día, se proclaman a favor de las mujeres. Por ejemplo, está suficientemente probado que el trabajo doméstico, sea cual sea el apelativo que finalmente lo nombre, es un trabajo del que no se obtiene un salario y que no es reconocido como trabajo ni por quienes lo llevan a cabo. Cuando sí es reconocido como tal, suele estar muy poco valorado socialmente. Tanto es así que el trabajo de las amas de casa es una actividad que, en la actualidad, la mayoría de mujeres jóvenes ni están dispuestas ni desean realizar de manera exclusiva. Y, si se ven obligadas a ello, solo lo aceptan bajo el manto de las tareas de crianza de las criaturas que, al menos en la España actual, está conduciendo a una idealización de la maternidad insospechada en etapas anteriores. Otra característica que acompaña al trabajo doméstico es que se trata de una actividad constante que está presente a lo largo de todo el ciclo de vida. Y que el principal factor definidor de su variabilidad es el volumen de tareas de cuidado de personas dependientes (criaturas, personas ancianas, discapacitadas, etc.). Tal variación también debe ser estimada atendiendo a los diversos contenidos, pautas y relaciones debidas a la clase social y a la etnia. Siendo, en cualquier caso, las mujeres de clase trabajadora quienes soportan la mayor carga total de trabajo y padecen los peores inconvenientes de tal situación de subordinación. Si se trata de un trabajo doméstico salarizado, se entra de lleno en el denominado servicio doméstico que está, además de mal pagado, llevado a cabo en condiciones laborales deficientes o dentro de la economía sumergida. Una situación que, hoy en día, afecta mayoritariamente a mujeres inmigradas de otros países que han substituido a las que, en otras épocas, llegaron a la ciudad desde el mundo rural. En este punto, resulta obligado precisar además que en España el servicio doméstico es todavía la actividad laboral femenina mayoritaria, tanto si se contabiliza el empleo formal como el informal. Por último, es imprescindible mostrar que el trabajo doméstico constituye un elemento fundamental del bienestar en la vida cotidiana de las personas: resulta prioritario poner en evidencia que de su existencia depende la disponibilidad laboral de la población ocupada. Debe quebrarse, por tanto, el argumento según el cual el único trabajo básico para la sociedad es la actividad laboral. En concreto, en este punto, se debe hacer alusión a las tareas relacionadas con el logro de la autonomía personal y el cuidado de las personas dependientes en el entorno del hogar-familia. Tareas que son especialmente notables y escasamente reconocidas en los países mediterráneos donde el Estado de bienestar, debido a su debilidad, no las afronta cuando aparecen situaciones de dependencia en la vida cotidiana. Situación que obliga a las mujeres a suplir esa debilidad con trabajo doméstico, dada la fuerte tradición familista existente. 1.7.1. La medición del trabajo doméstico y de cuidados La medición del trabajo doméstico y de cuidados no está exenta de controversia. Las economistas recuerdan que Margaret Reid, ya en el año 1934, desde una visión 166

neo-clásica, fue pionera en denunciar la exclusión de la producción doméstica de la contabilización de la renta nacional. Al parecer, ideó incluso un método para estimar el trabajo no remunerado realizado en el hogar. Pero su voz no tuvo eco y hubo que esperar hasta finales del mismo siglo XX para encontrar los primeros intentos reconocidos. Benería (1999) ha sido una de las primeras voces en denunciar, internacionalmente, cómo esa contabilización no ha alcanzado los éxitos esperados, dado lo muy infravalorado que está ese trabajo de las mujeres. En España, M.ª Angeles Durán de nuevo ha sido pionera en llevar a cabo este tipo de mediciones 13 . Siendo la propuesta de Cristina Carrasco y otros (2004) de realizar una EPA alternativa (EPANA) una de las apuestas a destacar en este último período. El tiempo, percibido en su dimensión social, se ha convertido en la clave para lograr la mejor visualización del trabajo doméstico, bien que de manera indirecta. Los estudios que miden el uso social del tiempo y los denominados «presupuestostiempo», aunque no nacieron con ese fin 14 , han sido y son las herramientas más utilizadas. La década de los pasados noventa representó la consolidación y oficialización de estos estudios en Europa. Recientemente se han alcanzado las primeras homologaciones de este tipo de medida, bajo los criterios amparados por EUROSTAT, con el fin de obtener estadísticas sobre el uso del tiempo en cada uno de los países de la UE. Los datos de las dos últimas Encuestas de Empleo del Tiempo (2002-2003 y 20092010), producidas en España por el INE, nos permiten analizar y comparar de qué manera varones y mujeres asumen el trabajo remunerado y no remunerado, así como el tiempo del que disponen para sus actividades de ocio o sus cuidados personales. TABLA N.º 10 La distribución del tiempo de mujeres y hombres (horas y minutos diarios)

FUENTE: INE, Encuesta de Empleo del Tiempo 2002-2003 y 2009-2010.

Estos datos muestran que la carga total de trabajo está desigualmente distribuida. Las mujeres dedican más de cuatro horas diarias al trabajo doméstico y de cuidados, más del doble de tiempo de lo que dedican los varones. Y si tenemos en cuenta el trabajo remunerado, los varones destinan a esta actividad una hora y cuarto diaria más que las mujeres. Las mujeres, por tanto, soportan una mayor carga global de trabajo: 167

de media dedican diariamente seis horas y dieciséis minutos a trabajar frente a las cinco horas y diecinueve minutos de los varones, esto es, una hora más que los varones. La variación entre los datos de 2002-2003 y los de 2009-2010 revela un aumento de la implicación de los varones en el trabajo doméstico y de cuidados en veinticuatro minutos, mientras que se ha producido una reducción de la dedicación femenina en diecisiete minutos. Y al contrario, ha aumentado la implicación de las mujeres en el trabajo remunerado en doce minutos mientras que se ha reducido la de los varones en treinta y nueve minutos diarios. Los datos comparados de la Unión Europea revelan que la desigual implicación de varones y mujeres en el trabajo doméstico y de cuidados es especialmente notoria en los países del sur de Europa, donde las mujeres deben dedicar más horas al trabajo doméstico, dada la baja dedicación de los hombres a ese tipo de tareas. Siendo este último dato una característica no compartida por los demás hombres europeos, en especial por los escandinavos, que son quienes más horas dedican al trabajo doméstico (ALIAGA, 2006).

1.8. REFLEXIONES FINALES SOBRE EL FUTURO DEL TRABAJO Y LAS MUJERES Los análisis realizados desde la perspectiva de género han mostrado repetida y certeramente la necesidad de incluir las tareas necesarias para aportar bienestar cotidiano a las personas, que deben ser afrontadas socialmente, como una dimensión clave del replanteamiento de las políticas sociales. Tras comprobar la situación del empleo femenino en España no parece aventurado sostener que el futuro del empleo puede ser femenino. Afirmación no gratuita si se constata, en primer lugar, que el escenario europeo parece abocado a un aumento de la terciarización; y, en segundo lugar, que pese a la escasa o nula calidad del empleo que se está creando, son los servicios a las personas donde se está y/o va a crearse mayor volumen de empleo. Las TIC, la sociedad del conocimiento y otro tipo de sectores como el medio ambiente o similares, probablemente también entran en ese escenario pero el empleo creado es poco cuantioso, si bien de mayor calidad. En cualquier caso, las mujeres, en particular las jóvenes, incluidas las muy cualificadas, no parecen entrar en este tipo de empleos fácilmente. El problema de todas ellas, compartido además por sus colegas masculinos de generación, continúa siendo no solo cómo entrar sino cómo permanecer en el empleo, sea o no estable y de calidad. La mejor formación parece ser solo la condición necesaria pero no suficiente para garantizarles unas buenas condiciones laborales, traducibles en un buen contrato, un buen salario y un horario laboral diario aceptable que les permita compatibilizar su actividad laboral con la atención y el cuidado de los suyos. Cabe esperar, asimismo, que en ese futuro continúen jugando un papel primordial las leyes, actuaciones y propuestas a favor de las mujeres, que forman parte ya de todas las agendas políticas. En España, los resultados de la Ley de Igualdad (3/2007) 168

para lograr la igualdad efectiva entre mujeres y hombres son pauta de referencia y garantía tanto para determinados aspectos del ámbito laboral 15 , como para lograr un mejor reparto del trabajo doméstico y de cuidados. Y aunque las leyes no cambian por sí solas la realidad, sí resultan imprescindibles para dar amparo y soporte a cuantas mujeres luchan cada día para que su empleo y su vida cotidiana sean mejores y compatibles. Aquí es preciso recordar la dura tarea que las mujeres sindicalistas llevan a cabo, ya que no suele ser reconocida ni por sus propios compañeros de sindicato ni por las mujeres feministas, que acostumbran a no tener las cuestiones laborales entre sus preocupaciones principales (TORNS y RECIO CÁCERES, 2011). Las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar son las más celebradas aunque haya voces que las cuestionen, poniendo en evidencia los mitos que las sustentan, Macinnes (2005). Manifestando reticencias ante el hecho de que sean actuaciones pensadas como si el problema fuesen las mujeres en su relación con el trabajo, Torns (2005). O considerando que el cuidado cotidiano de las personas es estrictamente una cuestión privada que afecta únicamente a la familia, Crompton (2005). El cuidado y los servicios públicos necesarios para afrontarlo, es decir la organización social del cuidado, parecen ser una de las claves para alcanzar una mayor equidad democrática, entre hombres y mujeres y también entre las diversas etnias cada vez más presentes en el espacio europeo. Una apuesta que, lejos de ser la única, parece a todas luces necesaria. Debe esperarse también por los resultados de las actuaciones de aquellos hombres que han empezado a cuestionar la hegemonía masculina en la que han sido educados. Tanto porque ello les permite desvelar el sustrato patriarcal del mundo laboral como porque les facilita el camino hacia lo que de positivo tiene el trabajo doméstico y de cuidado de sí mismo y de los demás. Dadas las dificultades del momento, parece oportuno pensar que todos los esfuerzos son pocos y que un mínimo horizonte común puede quedar claro: conocer y reconocer que todo el trabajo, y no solo el empleo, es fundamental para lograr el bienestar cotidiano en nuestras sociedades. Y ahí no debe olvidarse: las mujeres sí tienen el futuro asegurado.

Bibliografía ABAY. ANALISTAS ECONÓMICOS Y SOCIALES (2011): Trayectorias laborales de las mujeres que ocupan puestos de alta cualificación, Secretaría de Estado de Igualdad, Madrid. ALIAGA, C. (2006): «How is the time of women and men distributed in Europe?», Statistics in focus, 4/2006, Eurostat. ASTELARRA, J. (1982): «Marx y Engels y el movimiento de mujeres. ¿Es posible una lectura feminista de Marx?», A Priori, n.º 1, 41-53. BALBO, L. (1978): «La doppia presenza», Inchiesta, n.º 32 [traducción castellana en 169

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Lecturas recomendadas • MARUANI, M., ROGERAT, C., y TORNS, T. (2000): Las nuevas fronteras de la desigualdad: mujeres y hombres en el Mercado de trabajo, Icaria, Barcelona. El libro es una compilación de artículos de investigadoras impulsado por científicas del grupo de investigación «Mercado de Trabajo y Género» (MAGE) del CNRS francés. La obra versa sobre las transformaciones de los mercados de trabajo, subrayando la persistencia de desigualdades laborales entre hombres y mujeres. A lo largo de sus páginas se defiende la investigación sobre el empleo femenino como una vía de análisis para entender los procesos de transformación de los mercados laborales europeos. Las nuevas fronteras de la desigualdad es una obra que hace visible las desigualdades que afectan al colectivo femenino respecto al masculino, entendiendo el poder que tiene este análisis para entender las dinámicas de cambio del empleo en general. La premisa de partida en palabras de una de las editoras es que «las mujeres no son específicas en lo que se refiere al paro y la precariedad, el subempleo, la subcualificación, la flexibilidad y el reparto del trabajo. Al contrario, son sintomáticas de los movimientos que sacuden el mercado laboral, su situación no es particular, es significativa». Las aportaciones del libro son diversas, pero todas ellas parten de unos supuestos comunes proclamados por Margaret Maruani en su Introducción a la obra. El punto de partida es la certeza de cambios significativos en relación con la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo, a saber, mayores tasas de mujeres asalariadas, la terciarización de la economía que ha facilitado la entrada de muchas mujeres al mercado laboral formal, la tendencia creciente a la continuidad en el mercado a lo largo de toda la vida activa y el incremento de los niveles formativos de las mujeres. Sin embargo, estos cambios no tienen una traducción clara en la desaparición de las desigualdades entre hombres y mujeres. Las autoras demuestran que la subordinación sigue definiendo la posición de las mujeres en el mercado de trabajo. Una posición que tiene lugar en unos mercados laborales en transformación, donde la precariedad y el desempleo son una constante para la vida de muchas personas, especialmente para el colectivo femenino. Este es un trasfondo compartido por todas las autoras, que también comparten el afán de plantear unos marcos conceptuales que permitan desenmascarar las desigualdades por razón de género, tan comúnmente ajenas a los análisis convencionales del mercado de trabajo. Finalmente todas ellas comparten el convencimiento de que el único camino posible es la denuncia de la desigualdad y la defensa de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. • BORDERÍAS, C., CARRASCO, C., y ALEMANY, C. (1994). Las mujeres y el trabajo: rupturas conceptuales, Icaria, Barcelona. Es el libro de cabecera para aquellas personas que quieren estudiar el trabajo de las mujeres. En un solo volumen se aglutinan los artículos que fueron pioneros y que han contribuido a afianzar el estudio de las mujeres y el trabajo en el campo de las Ciencias Sociales. El subtítulo de rupturas conceptuales es la mejor síntesis de los 172

contenidos y los fines de la obra: plantear y defender la ruptura epistemológica del concepto de trabajo. Los artículos provienen de científicas de diversas disciplinas sociales, especialmente historiadoras, economistas y sociólogas que se han preocupado por dar visibilidad a una esfera invisible, como es la doméstica, y a partir de ahí han ofrecido nuevos marcos conceptuales para el estudio del trabajo en las sociedades. En la introducción, las editoras realizan una estupenda aproximación general a las distintas posiciones teóricas, a veces contrapuestas y a veces complementarias, que han planteado la relación específica entre las mujeres y el trabajo. Tras esta revisión se suceden los artículos que permiten reconstruir los debates pioneros de los años setenta sobre la relación entre el marxismo y el feminismo, considerados el germen de la ruptura conceptual. Científicas sociales integrantes de las filas de partidos de afiliación marxista protagonizaron un debate fructífero sobre la relación entre el capitalismo y el patriarcado. Más allá de la controversia entre las autoras —que es posible captar mediante la lectura de los diversos capítulos que nos proponen las editoras de la obra— lo importante es que todas ellas contribuyeron activamente a la consolidación de un nuevo objeto de estudio. El libro también incorpora artículos que, desde distintas disciplinas, han buscado nuevos marcos conceptuales para el análisis de la posición de las mujeres en el mercado laboral y para ofrecer respuestas a la aparente problemática ausencia de las mujeres del mundo productivo. • CASTAÑO, C. (dir.) (2004): Indicadores Laborales Básicos de la situación de la mujer en España y sus regiones, Instituto de la Mujer, Serie Observatorio, n.º 1, Madrid [http://www.inmujer.es/documentacion/Documentos/DE0263.pdf] El texto es fruto de un proyecto que construye indicadores con el objetivo de evaluar la situación laboral de las mujeres en España. Elaboran indicadores en base a datos que provienen de la Encuesta de Población Activa (para los años 1994, 1998 y 2001) y la Encuesta de Estructura Salarial (para los años 1999 y 2000), ambas realizadas por el Instituto Nacional de Estadística. A través de los indicadores construidos podemos obtener resultados sobre los perfiles de las mujeres laboralmente activas y su situación en el mercado de trabajo español (segregación, niveles salariales, condiciones de empleo) y la influencia de algunas variables como la edad, el estado civil y el nivel de estudios. Los resultados se ofrecen desagregados por comunidades autónomas con la intención de evidenciar que la situación laboral de las mujeres no es igual en todos los territorios. Las distintas comunidades autónomas no comparten la misma tradición productiva, ni la misma estructura productiva, ni los mismos patrones de desarrollo económico, etc. Unas características territoriales que contribuyen en la explicación del cómo y el porqué en España coexisten distintos modelos de presencia laboral femenina.

Páginas web recomendadas 173

• Instituto de la Mujer: http://www.inmujer.gob.es • Instituto Nacional de Estadística: http://www.ine.es • European Foundation for the Improvement of Living and Working Conditions: http://www.eurofound.europa.eu/about/index.htm • EUROSTAT: http://epp.eurostat.ec.europa.eu/portal/page/portal/labour_market/introduction

Actividad Práctica Completa la tabla siguiente con los datos de empleo, desempleo, actividad de tu comunidad autónoma (desde el año 1985 hasta la actualidad) y explica los resultados. Explica los datos obtenidos utilizando algunos de los elementos teóricos que se han expuesto a lo largo del capítulo (nivel de estudios, estructura productiva del territorio, presencia de la economía sumergida, etc.). También puedes buscar algún dato estadístico complementario que te ayude a explicar mejor los resultados. [Para hallar los datos puedes recurrir a algunas fuentes de datos y recursos electrónicos de los que te hemos ofrecido.] Tasas de actividad, empleo y paro de las mujeres.

2. El desafío económico de las mujeres, por MARÍA-ÁNGELES DURÁN 2.1. EL DESAFÍO ECONÓMICO Inicialmente, este texto iba a haberse titulado «El papel económico de las 174

mujeres», pero a medida que iba tomando cuerpo se hacía más evidente la necesidad de sustituir el tranquilo y descriptivo concepto de «papel» por el más inquietante de «desafío». Según la Academia de la Lengua, desafiar es «retar, provocar a singular combate, batalla o pelea». También significa «competir con alguien en cosas que requieran fuerza, agilidad o destreza, enfrentarse a las dificultades con decisión», o, lo que no es menos relevante en este caso, «afrontar el enojo o la enemistad de alguien contrariándolo en sus deseos o acciones» 16 . Todos los componentes de reto, competición, dificultades afrontadas con decisión y riesgo consecuente por contrariar deseos o acciones ajenas se encuentran profusamente en los cambios en los papeles económicos asumidos por las mujeres a lo largo de los siglos XX y XXI. No solo en los cambios efectivamente producidos, sino en los que todavía no se han producido pero las mujeres desean que se produzcan. Lo que esta definición de la Academia no desvela es si, en los retos o desafíos, todos los protagonistas disponen de los mismos recursos y reglas de juego, ni la medida en que sus actuaciones son espontáneas o responden a situaciones anteriores. En resumen; en el siglo XXI los cambios en los papeles económicos de las mujeres constituyen un desafío para el conjunto de la sociedad y para los propios movimientos sociales que tratan de llevarlos a la práctica, porque si difícil es para la sociedad integrar a las mujeres en estructuras que no fueron diseñadas para albergarlas, no menos difícil es para las mujeres redefinir sus papeles sociales y sus propias identidades, careciendo en tantos casos de modelos y luchando contra la inercia, el desinterés o la franca hostilidad de algunos sectores o instituciones sociales. En cuanto a la economía, poca gente, incluidos los economistas, recuerda su origen. Viene del griego oikos, significa hogar y probablemente el primero en utilizarla de modo sistemático fue Jenofonte hace dos mil quinientos años, aunque ya la habían acuñado otros filósofos griegos anteriores. La obra de Jenofonte que llevaba por título Económico era una reflexión dialogada sobre la buena administración de los hogares y su contribución a la riqueza general, y contenía un análisis de las relaciones sociales y económicas entre hombres y mujeres. A diferencia de los hogares del siglo XXI en las sociedades desarrolladas, en los que predominan las familias nucleares de reducido tamaño y rentas principalmente salariales, los hogares griegos eran unidades económicas más amplias que incluían familias vinculadas tanto por parentesco como por servidumbre. Su subsistencia se basaba en la explotación agrícola/ganadera, además de la inmobiliaria y comercial. El objetivo de esta referencia erudita a los orígenes de la Economía no es otro que dar profundidad y recorrido histórico a la reflexión sobre las relaciones entre mujeres y hombres, mostrando lo intrincado de la conexión entre lo privado y lo público, lo material y lo inmaterial. Y también, resaltar la dimensión mediterránea de la historia y el pensamiento económico y, más específicamente, del pensamiento económico sobre las mujeres. Solo en aras de la brevedad se ahorrará al lector/a una exposición más detenida de la trayectoria posterior del Económico de Jenofonte, las discusiones sobre la Economía de Aristóteles o el impacto social de su adaptación renacentista a 175

través de la economía moral, de la que la obra La perfecta casada, de fray Luis de León (siglo XVI) es el mejor exponente y el que más ha influido en la cultura española (DURÁN, 2000). En la actualidad, la palabra economía se utiliza en un sentido muy restringido, ciñéndola casi en exclusiva a la producción y distribución de bienes y servicios que tienen un valor de mercado. Con esta limitación de contenido se desvirtúa y empequeñece la visión amplia de la Economía como ciencia o disciplina, que en teoría se abre al análisis de todos los procesos de producción de bienes y servicios escasos susceptibles de uso alternativo, aunque no tengan precio ni estén dirigidos o mediatizados por el mercado. Debido a las dificultades teóricas y prácticas del análisis de otras formas de producción en el contexto de la economía capitalista y monetarizada que hoy constituye el paradigma dominante, los papeles económicos de gran parte de las mujeres del mundo se han invisibilizado. Estas páginas tratarán de contribuir a visibilizarlos, haciendo más realista y compleja la visión de la Economía que habitualmente se maneja en los entornos académicos y en los medios de comunicación. La influencia desigual de hombres y mujeres en el desarrollo de la ciencia económica ha dejado huella en la selección de temas que han recibido atención, y se nota especialmente en la preeminencia de algunas especialidades y el desinterés hacia otras. La inercia de la ciencia institucionalizada (planes de estudio e institutos de investigación), de la acumulación de conocimientos previos, del diseño de los grandes instrumentos estadísticos y la debilidad o fragmentación de los movimientos sociales hace muy difícil la creación y difusión de pensamiento original que integre las perspectivas de análisis que mejor podrían interpretar la situación económica de las mujeres. Desde los años ochenta, los movimientos de mujeres reclaman no solo cambios legales y sociales, sino también la reconstrucción de todo el conocimiento. Y puesto que la ciencia económica, gerencial y contable es sin duda la ciencia orgánica de las sociedades capitalistas desarrolladas, la ciencia económica actual tiene que ser revisada, y ha de desarrollar campos invisibilizados hasta ahora por la escasa capacidad que han tenido las mujeres para crear conocimiento sistemático desde su perspectiva y sobre las actividades que les vinculan con el conjunto de la colectividad y con el sistema económico. Cada época produce sus propios objetos culturales, y la estadística es un producto cultural tan característico del siglo XXI como los coliseos o las catedrales góticas lo fueron en siglos anteriores. La comparación no es casual. También las estadísticas se producen gracias a enormes esfuerzos colectivos, y la síntesis de estadísticas económicas que sirve de base a la Contabilidad Nacional es un espejo en que todos y cada uno de los componentes de la sociedad se reflejan. Nadie está condenado, en principio, a la invisibilidad o la ausencia. La decisión sobre qué vale la pena medir es un acto político, y también lo es la asignación de recursos a la medición. La Contabilidad Nacional puede publicarse porque millones de personas producen información sobre sí mismos, sobre sus hogares, sobre sus empresas, y sobre otras 176

instituciones, y porque otros muchos miles de personas se dedican a la elaboración y síntesis de los datos. La conversión contable de un bien en su valor entraña una operación conceptual complicada, que necesita —para ser aceptable por otros— la coincidencia en múltiples supuestos tácitos que no llegan a hacerse explícitos. Desde finales de la década de los ochenta, y en los noventa, las peticiones de cambios importantes en la Contabilidad Nacional cuentan con el apoyo de organizaciones que nada tienen que ver con las empresas o el Estado. Forman parte del conjunto de reivindicaciones de algunos movimientos sociales, fundamentalmente de los movimientos de mujeres y de los ecologistas, pero también de algunos movimientos radicales (MATHEWS, 1994), cooperativos y de instituciones sin ánimo de lucro. El problema conceptual en que coinciden es la crítica a los conocimientos dominantes como verdaderos (ARKHIPOFF, 1986). ¿Qué clase de «verdad» hay, por poner algunos ejemplos, en la contabilización del producto interior bruto, de la renta per cápita, o de los impuestos corrientes sobre la renta y el patrimonio? ¿Cuáles son las consecuencias sociales de definir y clasificar de una manera y no de otra? S. Jönsson ha puesto el dedo en la llaga sobre los problemas de poder que surgen en torno a las operaciones contables. En Accounting regulation and elite structures planteó muy vívidamente los conflictos soterrados que subyacen en una actividad tan aparentemente técnica y neutral como la contabilidad (JÖNSSON, 1988): una contabilización es un relato, un modo de mostrar algunas de las relaciones entre los sujetos implicados, y no todos los sujetos quieren exhibir la información que otros le solicitan o se resignan a que no se exhiba la información que están interesados en mostrar. Y si no hay unanimidad: ¿quién actúa como árbitro para decidir lo que vale la pena contar? ¿Quién fija las reglas del juego, y paga los costes de su montaje? Aunque la contabilidad sea una ciencia, también actúa como fuente de normas. Los procesos de contabilización son procesos sociales altamente regulados, tanto más cuanto mayores puedan ser las diferencias de intereses entre todas las partes implicadas: sin embargo, los intereses de las partes no tienen posibilidad de hacerse patentes a menos que dispongan del poder suficiente para ello. No ya para dominar el sentido del proceso contable sino, como mínimo, para hacer notar sus propios intereses. De ahí que el silencio que trasluce la absoluta falta de poder de los disidentes pueda interpretarse erróneamente como una señal de aquiescencia. Si el temor a que la inexistencia de contabilidad lleve a crear desigualdad en la distribución de la información es relevante para las empresas, más aún para los restantes agentes económico-sociales. Y, finalmente, si en la contabilidad empresarial puede esperarse que los gestores sean reacios a suministrar la información que pueda resultarles desfavorable, este temor es igualmente fundado respecto a la gestión de los recursos globales, sobre todo respecto a los recursos que actualmente no contabiliza la Contabilidad Nacional. Existe, igual que una democracia en el acceso al voto, una posible democracia en el acceso a la producción de información, que raramente se lleva a término. Los temas descuidados por la información estadística, como el trabajo no remunerado, son los que menos probabilidad tienen de ser rescatados de su penuria 177

informativa, precisamente por la debilidad de su posición de partida. En cambio, indicadores de crecimiento y progreso tan discutibles como el Producto Interior Bruto mantienen una supremacía absoluta y sirven de base a la adopción de medidas políticas que afectan a toda la población. Probablemente las instituciones estadísticas no tienen muchas posibilidades reales de introducir innovaciones sustantivas, de perspectiva, en su trabajo de conjunto, porque sus programas de trabajo resultan de convenios y tienen que mantener los compromisos ya adquiridos de suministro de información a los propios gobiernos y a las entidades internacionales, que les vinculan en fondo y forma. También es cierto que la innovación estadística es difícil de introducir si no va acompañada de reducción de otros objetivos o de la ampliación de las dotaciones presupuestarias y del personal fijo. Esta dificultad es comprensible; pero si la innovación en nuevas formas de observación no se promueve decididamente desde las grandes instituciones nacionales e internacionales productoras de datos, ¿a quién le corresponde arriesgarse a hacerlo? (DURÁN, 2005).

2.2. LA INNOVACIÓN DE LA INVESTIGACIÓN EN ECONOMÍA Y SOCIOLOGÍA ECONÓMICA El campo abierto a la innovación en la investigación, motivado por la nueva visilibilidad del papel económico desempeñado por las mujeres, es inmenso. Para las próximas décadas se dirigirá a estos temas: 2.2.1. La Economía como rama del conocimiento y disciplina académica — Innovaciones teóricas que visibilicen e integren en el marco general de la estructura económica los papeles actualmente desempeñados por las mujeres. — Creación y asentamiento de nuevo vocabulario, información estadística y nuevos sistemas de indicadores. — Aportaciones innovadoras a la Historia Económica, que visibilicen la dimensión económica de los papeles sociales desempeñados históricamente por las mujeres. — Innovación en el análisis de la posición ocupada por las mujeres en tanto que receptoras, transmisoras y productoras de conocimiento e ideología económica. — Análisis crítico e innovación en los contenidos de la docencia en Economía (curricular, organizativo, pedagógico, etc.). — Difusión de las innovaciones. Sistemas de fomento, rechazo, selección, recompensas. Divulgación a través de los medios de comunicación y de las asociaciones profesionales y científicas. A título de ejemplo puede citarse la innovación en el análisis crítico de la mayor fuente estadística disponible en muchos países, entre ellos España, sobre condiciones de trabajo, la EPA (Encuesta de Población Activa), también conocida por sus siglas en inglés LFS (Labour Force Survey) 17 . Aunque aparentemente la EPA sea un simple 178

instrumento estadístico, su contribución a la creación de ideología es considerable. Paradójicamente, y aunque no sea su propósito, la mayor fuente mundial de información sobre el trabajo es también un fuente de invisibilización de las formas de trabajo que no se ajustan a una definición restrictiva del mismo. La EPA se convierte en un agente de creación de opinión indirecto al atribuir la condición de inactivos a quienes no tienen relación personal directa con el mercado laboral, independientemente de la utilidad social de su trabajo. Todas las personas mayores de dieciséis años resultan clasificadas de acuerdo con la visión que esta macroencuesta proyecta sobre el mundo del trabajo, segmentándolo en ocho categorías: — Las personas que trabajan. — Las personas paradas (disponibles y buscando empleo). — Las personas que estudian. — Las personas jubiladas o retiradas del trabajo. — Las personas incapacitadas permanentes. — Las personas dedicadas a las labores del hogar. — Las personas que realizan, sin remuneración, trabajos sociales, actividades benéficas. — Otras. La adjudicación a cada categoría se realiza mediante la información recogida por la EPA sobre el año anterior, matizada y complementada por la referente a la semana anterior a la encuesta, que introduce algunas variaciones. Respecto a las personas paradas, la EPA limita su identificación a los que estén «buscando empleo». Refuerza la categoría de las personas que estudian al añadir que así los identifica «aunque estén de vacaciones». Respecto a las personas jubiladas o retiradas del trabajo, introduce un cambio conceptual importante frente a otros grupos, ya que no los define por su situación sociolaboral sino por la económica, convirtiéndolos en «quienes perciben unos ingresos por jubilación o prejubilación». Además, añade una nueva categoría, que es la de quienes «perciben una pensión distinta de la jubilación o prejubilación». En realidad, las EPAs no tienen por objetivo principal el trabajo sino, como se dice en su marco conceptual introductorio, la «situación laboral del entrevistado», su «relación con la actividad económica». La delimitación de las fronteras entre el trabajo y el no-trabajo es a menudo difícil, y la EPA dedica un considerable esfuerzo metodológico a dos criterios: el de la remuneración y el de la interrupción de actividad. En su introducción metodológica indaga sobre si en el trabajo se recibe un pago o beneficio económico (punto B2) y sobre si el trabajo no remunerado se realiza en la empresa o negocio de un familiar conviviente (punto B3). Asimismo trata de averiguar si las personas trabajadoras que no trabajan reciben ingresos procedentes de su empleo y estima su cuantía en términos proporcionales. La existencia de un instrumento de observación tan formidable como la EPA ha oscurecido otras formas de trabajo no observadas por la encuesta. Además, su capacidad de conferir existencia simbólica a los sujetos es extraordinaria. Por poner un ejemplo, para recibir la condición de «trabajador» según la encuesta, basta con 179

haber dedicado una hora la semana anterior a la actividad definida como tal. Si tal capacidad identificante se aplicase a la dedicación a otras actividades, prácticamente la totalidad de la población adulta podría identificarse con la condición de «trabajador doméstico no remunerado», y una buena parte debería considerarse asimismo como «estudiante». La visibilización prioritaria del trabajo remunerado no solo se produce en la Encuesta de Población Activa. La mayoría de las investigaciones adoptan el trabajo remunerado como perspectiva principal de las actividades, oscureciendo otras formas de trabajo. Así sucede, por ejemplo, en los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas, a pesar de que esta fuente ha sido pionera en la introducción de la categoría de trabajo doméstico no remunerado. 2.2.2. Innovación en el análisis de las actividades económicas La definición de las actividades económicas está supeditada a la previa definición de qué es economía. Si se adopta una definición amplia de economía como la «producción, intercambio y acumulación de bienes escasos susceptibles de uso alternativo», se confiere carácter económico a actividades sin ánimo de lucro como el trabajo doméstico y el voluntariado. Asimismo adquieren consideración de económicas las actividades de consumo de bienes comunes que no tienen precio (agua, aire, etc.), tal como reclaman los movimientos ecologistas. Hasta ahora la actividad económica de las mujeres que ha concitado más investigación es el trabajo asalariado. Se trata de una actividad característica de las sociedades desarrolladas, fuertemente reglamentada, en la que diversas entidades y organizaciones median para arbitrar los conflictos potenciales entre el capital y el trabajo, así como entre distintos tipos de personas trabajadoras. Fuera de las economías industriales y desarrolladas, el trabajo asalariado es menos frecuente que otras situaciones laborales. Y dentro de países desarrollados como España, el tiempo total dedicado por el conjunto de la población al trabajo no remunerado en los hogares (INE, Encuesta de Uso del Tiempo 2009) es mayor que el dedicado al trabajo remunerado, tanto asalariado como autónomo. Es previsible que en las próximas décadas se produzcan avances en la investigación sobre otros papeles económicos desempeñados por las mujeres, dentro de la definición restringida de economía. Entre ellos, los siguientes: — Contribuyentes. — Consumidoras individuales. — Gestoras del consumo en los hogares. — Propietarias. — Tenentes de créditos e hipotecas. — Donantes. — Usuarias de bienes y servicios públicos. — Empleadoras. — Empresarias. 180

— Gestoras y directivas. La investigación sobre estos papeles económicos no se sale del marco interpretativo dominante sobre qué sea economía. Más arriesgado, pero también más prometedor, es el análisis de los papeles económicos que juegan las mujeres en la economía extendida, la que actualmente no recoge el marco macroeconómico de la Contabilidad Nacional pero viene siendo reclamado por las Naciones Unidas desde 1995 (Conferencia de la Mujer, Pekín). Lentamente va haciéndose paso la idea de que el trabajo no remunerado que se produce en los hogares tiene un valor económico de primera magnitud. Las encuestas de Uso del Tiempo son el instrumento metodológico imprescindible para proporcionar las bases estadísticas elementales sobre trabajo no remunerado, un paso previo a la preparación de las Cuentas Satélites que complementan a las Cuentas Nacionales tradicionales y permitan finalmente una integración de unas y otras. Sin embargo, la definición, clasificación y medición de las actividades del trabajo no remunerado es casi tan compleja como la del trabajo remunerado, y está en gran parte todavía sin hacer y consensuar. La gestación, curiosamente, es una actividad que genera polémica si se define como trabajo, pero es la única remunerada en muchos países desarrollados, por la vía de los permisos de maternidad. Las actividades más difíciles de medir no son las de transformación material del entorno o los bienes, como limpiar o cocinar, que por otra parte son las más fáciles de delegar o transferir al mercado, sino las más sutiles e inmateriales, como las de gestión y cuidado. 2.2.3. Innovación en el análisis de las estructuras y formas de organización económica En este campo destacan tres grandes temas: — La participación y efectos específicos sobre las mujeres de las políticas sectoriales. — La participación y efectos específicos sobre las mujeres de las políticas de desarrollo. — La participación y efectos específicos sobre las mujeres de las políticas anticrisis. A) Las políticas sectoriales Las políticas públicas se dirigen a la población, pero no siempre, ni todas afectan por igual a todos los grupos sociales. Las políticas públicas no solo conllevan declaraciones de intenciones, también requieren consignaciones presupuestarias. El modo en que cada política sectorial obtiene los recursos necesarios para aplicarse (recursos de dinero, de tiempo, de tecnología, etc.) y la determinación de quién los sufraga (cómo, cuánto) no es ajeno a la cuestión de género, como tampoco lo es la de 181

sus beneficiarios explícitos y reales. Por ello son imprescindibles los análisis previos y de seguimiento de costes/beneficios, no solo de dinero sino del tiempo complementario no remunerado requerido para su implementación. Aunque todas las políticas públicas puedan analizarse desde la perspectiva de género, el impacto económico diferencial para las mujeres es más intenso en unas que otras. Tampoco es homogéneo su efecto para todas las mujeres de una población, no solo por los grupos-diana a los que cada política va dirigida sino por las diferencias en el tejido económico y social (heterogeneidad territorial, grado de desarrollo, etc.). Producen impacto económico diferencial de género las políticas agrarias, ganaderas y pesqueras (acceso de las mujeres a la propiedad de la tierra, titularidad de las explotaciones, derechos de quienes trabajan como ayudas familiares, formas de organización y tipos de cultivos priorizados, etc.), especialmente en los países o regiones donde la agricultura de subsistencia es la principal fuente de alimentación para gran parte de la población. El impacto económico de género ha de medirse en el momento de aplicación de las políticas y en sus efectos a medio y largo plazo. El más analizado es el de las políticas laborales (promoción o rechazo del acceso de las mujeres al empleo, condiciones de trabajo, retribución, medidas de conciliación, etc.). No se ha dedicado hasta ahora tanto esfuerzo ni se ha hecho tan visible la dimensión económica de las políticas fiscales, educativas, sanitarias, migratorias, urbanísticas, asistenciales y de transporte. En todas ellas es previsible que se produzcan importantes avances en los próximos años. Por ejemplo, las políticas fiscales tienen un inmediato efecto de género según permitan o no la tributación individual de las parejas casadas. En las educativas, tienen impacto inmediato de género la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza, los calendarios escolares, los servicios ofrecidos por los centros docentes, la organización y contenido de la enseñanza, el sistema de becas, la dependencia del sistema formal educativo respecto al complemento de dedicación requerido a los hogares, etc. En las políticas sanitarias el impacto económico de género es también inmediato y muy evidente, aunque poco analizado; no solo por el grado de gratuidad del sistema y los requisitos de acceso, sino por el tratamiento otorgado a la salud sexual y reproductiva, la gerontológica, la cobertura de las personas no incorporadas al mercado de trabajo y, sobre todo, por la medida en que requiera de la contribución del trabajo no remunerado del cuidado producido en los hogares (higiene, detección de la enfermedad, transporte de los enfermos, atención a enfermos y dependientes). En las políticas urbanísticas y de transporte, el impacto de género ha comenzado a visibilizarse desde hace varias décadas; ya que hombres y mujeres usan de modo diferente el espacio de las ciudades y de las viviendas, la inversión en equipamientos e infraestructuras tienen distintos resultados para unos y otras. A título de ilustración pueden señalarse los estudios sobre el impacto económico diferencial de la Ley de Dependencia en España, dado que más del 80 % de los cuidadores familiares de dependientes son mujeres. El crecimiento de la población entre 1950 y 2010 ha sido de un 62 %, y para 2050 se espera que se ralentice hasta el 13 %, siempre que la crisis económica no restrinja el saldo migratorio y deje la 182

población reducida a su saldo vegetativo, en cuyo caso el crecimiento podría ser negativo. Las predicciones de demanda de cuidados son de especial relevancia por la urgencia de encontrar alternativas a problemas que, tal como ahora están planteados, no podrán resolverlos por sí solos ni el mercado ni los hogares ni el Estado. O, cuando menos, tendrán que innovar extraordinariamente su sistema organizativo. En 2010 la ratio de unidades de cuidado respecto a la población de quince a sesenta y cuatro años es 2,1 unidades por persona, una demanda ligeramente inferior a la de 1950. Sin embargo, para 2050 se prevé que la demanda aumente a tres unidades por persona, casi un 50 % más alta que en la actualidad. Si se mantiene la tendencia a la incorporación de las mujeres al empleo, algo que todas las encuestas muestran como un deseo mayoritariamente expresado por la población e imprescindible para lograr el acercamiento a los estilos productivos y la renta media de la Unión Europea, los cuidadores potenciales escasearán. La demanda infantil es baja en la actualidad, solo significa el 21 % de la demanda total, pero la demanda de los mayores ha pasado del 11 % en 1950 al 27’5 % de la demanda total en la actualidad, y para 2050 absorberá el 46 % de la demanda total de cuidados. No hay recursos disponibles para atender una demanda tan rápidamente creciente y su satisfacción exigirá una profunda reforma de los servicios públicos, del sistema fiscal, del mercado y de las formas de organización social. También obligará a reescribir el contrato social implícito entre hombres y mujeres, así como el que vincula entre sí, por medio de derechos y obligaciones, a las generaciones jóvenes con las de edad intermedia y avanzada. Por ahora, no parece que la sociedad española sea consciente del alcance de sus transformaciones demográficas. En el más reciente barómetro del CIS, entre los papeles principales asignados a la familia destacaba el de «criar y educar a los niños», que era citado en primer lugar por el 49’3 % de los entrevistados. En cambio, muy pocos señalaban como primera opción la de cuidar enfermos (5’9 % de citas, aunque entre las citas en segundo lugar alcance un 16’9 %) o hacerse cargo de las personas mayores. Con tan baja tasa de natalidad y tal tendencia al envejecimiento y sin más servicios públicos de cuidado desarrollados, será necesario un cambio profundo en la opinión pública antes de que se adopten medidas legales, económicas y de todo tipo que permitan hacer frente a las necesidades de la población en el medio plazo (CIS, 2010; RODRÍGUEZ, M.-X., 2010). B) Las políticas de desarrollo El análisis de las implicaciones de género en las políticas de desarrollo se ha hecho hasta ahora sobre todo en dos aspectos instrumentales: cómo conseguir que el crecimiento económico y el desarrollo beneficie y/o al menos no perjudique a las mujeres, y cómo conseguir que las mujeres aporten su capacidad de trabajo al crecimiento económico. Es abundante la literatura y legislación en torno a este tema, así como las declaraciones programáticas, tanto en países en vías de desarrollo como en países desarrollados. No puede ser de otro modo, ya que los indicadores más 183

comunes de desarrollo (PIB, renta per cápita, etc.) no pueden crecer sustantivamente si no se acompañan de una paralela incorporación de las mujeres al mercado laboral. A su vez, esta incorporación está condicionada por el acceso de las mujeres a la educación y tecnología, así como a las políticas reproductivas, lo que en algunos países ha ocasionado fortísimas presiones y coacciones sobre las mujeres para lograr la llamada «familia de hijo único», y el consiguiente aborto masivo de los fetos femeninos. Sin embargo, no se han debatido suficiente, desde la perspectiva de género, los propios modelos de desarrollo, y es en este plano general donde pueden esperarse las principales y muy importantes innovaciones en los próximos años. En cualquier caso, es urgente el análisis crítico del propio concepto de desarrollo y de conceptos como el PIB. El crecimiento, en algunos casos, no es tal, sino mero traslado de recursos desde los sectores de la economía no visibilizados por el sistema de cuentas nacionales, a los sectores incluidos en la misma. Tampoco se recogen actualmente las transferencias de costes desde estos sectores incluidos en la Contabilidad Nacional hacia los sectores considerados no productivos (hogares, voluntariado), por lo que contablemente aparecen como beneficios o mejoras algunos resultados que simplemente se han desplazado hacia las zonas opacas del sistema contable. En España, los informes trimestrales del Banco de España sobre la situación de la economía, que incluyen referencias al papel de los hogares en la recepción de rentas, créditos, acceso a propiedad inmobiliaria o mobiliaria y generación de ahorro, son un filón no explotado todavía para el análisis sistemático desde la perspectiva de género. C) Crisis económica y políticas anticrisis El análisis económico de género de las políticas anticrisis trata de dilucidar qué medidas evitan que la crisis resulte especialmente dañina para las mujeres, y cuáles conducen a que se cebe con ellas. En España, durante la profunda crisis económica iniciada en 2007 y todavía no resuelta en 2012, han sido muy escasas las contribuciones económicas desde esta perspectiva, debido en parte a que en sus inicios la crisis se manifestó en un sector, la construcción, en el que existía poca implantación de asalariadas o autónomas. Posteriormente, en la crisis financiera, tampoco tuvo especial visibilidad la dimensión de género, tal vez por el predominio absoluto de varones entre los propietarios y altos ejecutivos del sector bancario. Sin embargo, son muy necesarios los análisis de la crisis desde la perspectiva de género, y es previsible que se produzcan innovaciones y aportes importantes a corto plazo. Para ello existen algunos materiales disponibles y poco explotados, que son los proporcionados por los estudios periódicos del Centro de Investigaciones Sociológicas, especialmente los barómetros mensuales de opinión. Estos barómetros recogen desagregadamente por género las expectativas hacia la economía, las medidas adoptadas por el Gobierno, el temor a la pérdida del propio empleo, los aspectos de la economía con los que se siente mayor identificación, la expectativa de recuperación del empleo en caso de pérdida y otros datos relevantes. Las diferencias entre hombres y mujeres son suficientemente significativas respecto al ámbito 184

público, y considerables respecto a la gestión económica de los hogares; estas diferencias permiten un análisis de las consecuencias diferenciales de la crisis al nivel de las percepciones individuales. No obstante, la innovación más importante en el análisis de la crisis vendrá de la mano de la reflexión teórica, a la que los datos de opinión sirven sobre todo como indicio y estímulo a la reflexión y el debate.

2.3. EL MARCO NORMATIVO PARA LA INNOVACIÓN: LA LEY DE LA CIENCIA 2011 Actualmente son centenares, probablemente miles, los investigadores de todo el mundo dispuestos a introducir, al menos parcialmente, una perspectiva de género en su investigación. Facilita esta disponibilidad el aumento del número de mujeres entre los estudiantes de Economía, así como en el profesorado universitario y en los centros de investigación. A ello se une que numerosas entidades políticas nacionales e internacionales han reconocido la necesidad de este cambio, legitimándolo y reduciendo el riesgo de descalificación y sanción que históricamente han sufrido los investigadores innovadores, tan fácilmente acusados de heterodoxia. En España, la Ley de la Ciencia promulgada en 2011(Ley 14/2011, de 1 de junio, de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación) proporciona un respaldo normativo a la innovación desde las perspectivas de género. Con carácter general, la Ley señala la necesidad de equipos interdisciplinares, algo casi imprescindible cuando se trata de innovar en los mismos procesos de producción de la Ciencia, y en los que las Ciencias Sociales (Sociología, Economía, Demografía, Antropología, etc.) aportan una dimensión complementaria a otras disciplinas más experimentales o tecnológicas. La Ley insiste hasta la saciedad en que el conocimiento y la Ciencia han de servir a la sociedad, y evidentemente las mujeres tienen tanto derecho a la atención y el beneficio de la Ciencia Económica como cualquier otro grupo social. La Ley de la Ciencia define la investigación científica y técnica como «el trabajo creativo de forma sistemática para incrementar el volumen de conocimientos, incluidos los relativos al ser humano, la cultura y la sociedad, el uso de esos conocimientos para crear nuevas aplicaciones, su transferencia y su divulgación». Que el objetivo de la ciencia y la investigación ha de ser la contribución al desarrollo económico sostenible y al bienestar social mediante la generación, difusión, transferencia del conocimiento y la divulgación, lo expresa con toda claridad el punto III del Preámbulo de la Ley. De lo que se trataría en la investigación económica y socioeconómica es de mostrar el papel económico que juegan las mujeres en relación con el bienestar social y el desarrollo sostenible, dos conceptos que no son autónomos ni excluyentes sino, todo lo contrario, interdependientes. Algunos aspectos del articulado de la Ley que merecen especial atención desde la perspectiva de la Sociología Económica son los siguientes: — El apoyo a la transferencia inversa de conocimiento [art. 33, punto d)]. Por ello 185

se potenciará que sean los agentes del sector productivo —de nuevo, la urgencia de innovación en el propio concepto de sector productivo— quienes pongan de manifiesto sus necesidades con el fin de contribuir a orientar las líneas y objetivos de investigación, de cara a alcanzar un mayor impacto socioeconómico. A efectos de la investigación económica, la transferencia inversa de conocimiento significa que las mujeres están explícitamente legitimadas por la Ley a demandar el tipo de conocimiento que consideren necesario para mejorar su propia situación socioeconómica. — El fomento de entornos que estimulen la demanda de conocimientos, capacidades y tecnologías generadas por las actividades de investigación, desarrollo e investigación [art. 35.2 punto f)]. El estímulo a la demanda de conocimientos no es solo respecto a la tecnología industrial, algo que esta Ley favorece abiertamente, sino a todo tipo de conocimiento. Aunque no los mencione la Ley, la innovación en las capacidades organizativas y en el sector servicios son también objetivo de los citados entornos estimulantes, y del mayor interés para las mujeres. La Ley insiste en la necesidad de incorporar las empresas a la innovación e investigación [art. 35.2, puntos c), d), e) y g), y otros artículos]. Hasta ahora, las empresas no han sido suficientemente analizadas como un activo por los movimientos de mujeres, más centrados en perspectivas macro o abiertamente críticas y reivindicativas, pero es un sesgo que estratégicamente habrá de corregirse sin esperar al medio ni largo plazo. — La inclusión de la cultura científica, tecnológica y de innovación como eje transversal en todo el sistema educativo [art. 38.2, punto f)]. En el mismo sentido que el punto anterior, la Ley pretende la mejora de la formación científica e innovadora de la sociedad, al objeto de que «todas las personas pueden en todo momento tener criterio propio sobre las modificaciones que tienen lugar en su entorno natural y tecnológico» [art. 38, punto e)]. Para las mujeres, tradicionalmente asimiladas a la naturaleza por su capacidad gestante y nutricia, lo más inmediato del «entorno natural» es su propio cuerpo, especialmente sensible a todas las alteraciones o innovaciones en el sistema sanitario. Lo que la investigación económica y socioeconómica puede aportar a este objetivo es el análisis de las implicaciones para las mujeres de los cambios sociológicos y de las principal innovaciones en medicina y farmacología. La Ley dice con claridad que la innovación no se limita a los círculos académicos, sino a todo el sistema educativo, por lo que incluye las etapas escolares, la formación profesional y las enseñanzas no regladas. — Internacionalización del conocimiento. Las Administraciones Públicas se obligan a fomentar la transferencia de conocimiento «para mejorar las condiciones de vida, el crecimiento económico y la equidad social» en los países prioritarios para la cooperación española (art. 40.1). — Transformación del conocimiento en valor económico (art. 43.1). El principal reto y dificultad para conseguirlo, desde una perspectiva de género, es precisamente la de consensuar en qué consiste el «valor económico», puesto que gran parte de las actividades económicas de las mujeres se producen fuera del mercado y no tienen precio. A destacar de este artículo es que establece como ejes prioritarios de la 186

Estrategia Española de Innovación no solo los mercados y el entorno financiero sino «las personas, la internacionalización de las actividades innovadoras y la cooperación territorial...». Si solo se utiliza la perspectiva del mercado, es poco probable que la investigación económica «desde» o «para» las mujeres pueda transformarse fácilmente en valor económico, ya que requiere de un marco de análisis más amplio. La cooperación entre investigadores y entidades ubicadas en diversos territorios es clave para el estímulo y la expansión de la investigación; sin embargo, la cooperación requiere recursos a los que las mujeres, como grupo social, tienen mayores dificultades para acceder que los varones. Solo el compromiso y la convicción personal pueden neutralizar las carencias materiales y de tiempo disponible para sí que mayoritariamente merman la capacidad de movilización de las mujeres. Por ello son de la mayor importancia las entidades (asociaciones científicas, organismos de Naciones Unidas, convenios interinstitucionales) que fomentan las redes internacionales de cooperación entre investigadores e innovaciones sociales. La Ley de la Ciencia detalla de modo más explícito la incorporación de la perspectiva de género en los seis puntos de la disposición adicional decimotercera. El primero se refiere a la composición equilibrada por género de los órganos, consejos, comités y mecanismos de evaluación y selección en el Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación; se refuerza en el segundo punto, que explicita criterios para eliminar discriminaciones en los procedimientos de selección o evaluación de personal investigador y en la concesión de ayudas y subvenciones para investigación. En el mismo sentido se pronuncian el punto tercero y cuarto, que obligan a presentar los datos desagregados por sexo, con indicadores de precisión y probabilidad. Asimismo, el punto quinto obliga a los Organismos Públicos de Investigación a adoptar Planes de Igualdad con seguimiento anual. Este articulado configura los aspectos más externos y organizativos del proceso de producción de ciencia, y sin duda tendrá efectos importantes. Sin embargo, donde la Ley se refiere a la innovación del contenido de la ciencia es en el sexto punto, de calado más profundo y difícil de alcanzar que los restantes. Por su enorme importancia se reproduce aquí íntegramente: La Estrategia Española de Ciencia y Tecnología y el Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica promoverán la incorporación de la perspectiva de género como una categoría transversal en la investigación y la tecnología, de manera que su relevancia sea considerada en todos los aspectos del proceso, incluidos la definición de las prioridades de la investigación científico-técnica, los problemas de investigación, los marcos teóricos y explicativos, los métodos, la recogida e interpretación de datos, las conclusiones, las aplicaciones y los desarrollos tecnológicos, y las propuestas para estudios futuros. Promoverán igualmente los estudios de género y de las mujeres, así como medidas concretas para estimular y dar reconocimiento a la presencia de mujeres en los equipos de investigación.

Esta ley es un magnífico punto de partida en la innovación de la investigación económica. Pero para su desarrollo y puesta en práctica hacen falta recursos, presupuestos de tiempo y dinero y compromiso de los movimientos sociales. Si los movimientos sociales asumieran el riesgo de implantarla, si se generase un tejido 187

social dentro de las universidades y centros de investigación que la hiciera suya, el avance podría ser espectacular en muy poco tiempo. Podrían montarse, con no mucho dinero, equipos que parcelen áreas de investigación y trabajen coordinadamente, al modo en que ya lo están haciendo algunos observatorios de astrofísica y otros centros de investigación, sumando infraestructuras y recursos modestos para lograr metas más ambiciosas (DURÁN, 2012). Desde estas líneas propongo ya este objetivo, una gran coalición entre equipos diversos, ubicados en territorios dispares, para construir un nuevo mapa de los sistemas de cuentas nacionales que integren mediante cuentas satélites el trabajo invisible de las mujeres y mejoren en cada país la operatividad social de las políticas públicas. Un desafío, sin duda, para la estructura económica y para las mujeres, por el que vale la pena apostar.

Bibliografía ARKHIPOFF, O. (1986): «Sobre algunos paradigmas de la ciencia económica», en Información Comercial Española, 634, 9-19. CIS (2010): Estudio n.º 2844, septiembre. DURÁN, M. A. (2000): Si Aristóteles levantara la cabeza. Quince ensayos sobre las ciencias y las letras. Cátedra, Madrid. — (2005): «El mercado de las palabras», prólogo al libro de M. J. Vara, Estudios sobre género y economía, Akal, Madrid. — (2012): El trabajo no remunerado en la economía global, Fundación BBVA, Bilbao. JÖNSSON, S. (1988): Accounting regulation and elite structure, John Wiley and Sons, Chichester (Reino Unido). MATHEWS, M. R. (1994): Socially responsible accounting, Chapman and Hall, Londres. RODRÍGUEZ, M. X. (dir.) (2010): Familia y usos del tiempo. Dinámica sociodemográfica y trabajo no remunerado de los hogares de Galicia, Andavira, A Coruña, 87 ss.

Lecturas recomendadas •DURÁN, M. A. (2012): El trabajo no remunerado en la economía global, Fundación BBVA, Bilbao. M. A. Durán sostiene que existe un «gigante escondido» en las magnitudes macroeconómicas, no incluido en la Contabilidad Nacional española por la falta de una clara definición conceptual y por las dificultades metodológicas para medir su extensión. Se trata del trabajo no remunerado. Trabajo que se define, identifica y 188

cuantifica en la presente obra. El estudio de Durán cifra en 730 horas el tiempo que la mayoría de los varones españoles (un 72 %) dedica anualmente al trabajo no remunerado de carácter material, esto es, excluyendo el cuidado de otras personas. El 46 % de las mujeres le dedica ese tiempo, pero el resto, la mayoría, le dedica más horas. En el grupo específico de las amas de casa, la dedicación al trabajo no remunerado, excepto el cuidado, está entre las 1.461 y las 2.190 horas al año para el 29 % de las mismas.

Páginas web recomendadas Encuesta del Uso del Tiempo del Instituto Nacional de Estadística: http://www.ine.es/prensa/np669.pdf

Actividad práctica La última Encuesta de Empleo del Tiempo del INE, correspondiente a 2009-2010, revela que aunque la participación de la mujer en el trabajo remunerado había aumentado tres puntos y la del hombre había bajado en cuatro puntos, la diferencia del porcentaje de empleados remunerados sigue estando a favor de los hombres con un 38,7 %, frente al 28,2 % de las mujeres. En cambio, cuando se trata de trabajo no remunerado, la misma encuesta cifra en un 91,9 % las mujeres que participan en él, frente a un 74,7 % de los hombres. En tiempo, se estima que como media las mujeres españolas dedican dos horas diarias más al trabajo del hogar que los hombres. Teniendo esto en cuenta y aunque hay una diferencia de cinco años con los datos de la tabla, analiza esta tabla teniendo en cuenta la desproporcionada dedicación de mujeres y varones al trabajo remunerado y no remunerado. Horas semanales de dedicación a diferentes actividades, según comunidad autónoma, 2003 (INE) (mayores de dieciocho años, expresado en horas y centésimas de hora)

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* Se refiere a los tiempos medios reales de dedicación por toda la población mayor de dieciocho años. FUENTE: Elaboración de Durán y Rogero sobre los microdatos de la Encuesta de Empleo del Tiempo en España 2002-2003 (Instituto Nacional de Estadística).

1 Véase una síntesis de este debate en ASTELARRA (1982) y en la introducción escrita por Cristina BORDERÍAS y Cristina CARRASCO (1994). 2 Véase las encuestas del uso del tiempo elaboradas en España por el INE desde comienzos de este siglo que posteriormente se han homologado en la mayoría de países europeos, consultables en EUROSTAT. Ver también los trabajos pioneros de M.ª Ángeles Durán y Cristina Carrasco para el caso español. 3 A los nombres citados hasta ahora cabe añadir los de la mayoría de historiadoras, sociólogas, economistas, antropólogas, psicólogas y algunos colegas masculinos que en estos últimos treinta años se han ocupado del trabajo de las mujeres. Buena parte de sus escritos pueden localizarse en las revistas de ciencias sociales, en el catálogo de publicaciones del Instituto de la Mujer. 4 Ver http://www.ine.es. Existen asimismo otras fuentes de datos que suelen ser utilizadas en los análisis del mercado de trabajo, a saber, la Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo y la Encuesta de Coyuntura laboral del Ministerio de Trabajo e Inmigración. También se puede utilizar la base de datos de Afiliación a la Seguridad Social y los datos de paro registrado que recopila el Ministerio de Trabajo a través de las Oficinas de Empleo.

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5 Como se recordará, la tasa de actividad mide el número de personas que tienen empleo o están en situación de búsqueda de empleo. 6 Ver, además de los datos de EPA, estudios cualitativos como el realizado en la tesis doctoral de Laia Castelló, La gestió quotidiana de la cura. Una qüestió de gènere i clase, presentada en el Dpto. de Sociología de la UAB en abril de 2011. En su tesis la autora comprueba cómo muchas mujeres de clase trabajadora, consideradas estadísticamente como amas de casa, y por lo tanto inactivas,continúan realizando trabajos remunerados en el mercado informal, principalmente en el ámbito de la limpieza de hogares y escaleras. 7 Índice de Feminización: total de mujeres ocupadas en un sector/total de personas ocupadas en un sector (*100). 8 Como en 2009 se produjo un cambio en el sistema de clasificación de ocupaciones (CNAE) no se dispone de datos anteriores a ese año diferenciados por género con la nueva clasificación. Como ello plantea dificultades para establecer una serie comparativa entre diversos años, se ha optado por incluir únicamente el año 2010. Por otra parte, el saber acumulado por las estudiosas del empleo permite certificar que dicha segregación no es un hecho puntual sino que tiene carácter estructural. 9 Las dificultades de cálculo de la discriminación salarial provienen del hecho de que en la fijación del salario intervienen un conjunto de factores (incentivos, tipos de sector y ocupación o antigüedad) que dificultan el análisis del alcance y de los porqués de la discriminación salarial. 10 Véase la sección de estadísticas del Instituto de la Mujer: http://www.inmujer.gob.es. 11 Las ideas que se plantean en este apartado se encuentran desarrolladas en Torns (2008). 12 Véase uno de los primeros y mejores análisis realizados por las sociólogas francesas D. CHABAUDRYCHTER; D. FOUGEYROLLAS-SCHWEBEL; F. SONTONNAX (1985), Espace et temps du travail domestique, París, Librairie des méridiens, o el llevado a cabo por las colegas italianas L. BALBO, M. P. MAY y G. A. MICHELI (1990), Vincoli e strategie nella vita quotidiana, Franco Angeli, Milán. 13 Véase, por ejemplo, DURÁN, M.ª A. (1995), «Invitación al análisis sociológico de la contabilidad nacional» en Política y Sociedad, n.º 19, pp. 83-99. El interesante trabajo de Cristina GARCÍA SAINZ y Susana GARCÍA DÍEZ (2000), «Para una valoración del trabajo más allá de su equivalente monetario» en Cuadernos de Relaciones Laborales, n.º 17, pp. 39-64. O el último estudio realizado por Cristina CARRASCO y Mónica SERRANO (2006) por encargo del Institut Català de les Dones: Compte satèl·lit de la producció domèstica (CSPD) de les llars a Catalunya, 2001, Barcelona, Generalitat de Catalunya-OCD. 14 Las primeras medidas de este tipo nacieron a comienzos del siglo XX en los Estados Unidos y los soviéticos también estuvieron interesados en ello a la hora de establecer sus planificaciones. Tras la crisis del 29, y el consiguiente aumento del paro, tales mediciones supusieron una forma de conocer qué usos sociales tenía el tiempo de aquellos que no estaban estrictamente ligados a la jornada laboral. El sociólogo Pitirim Sorokin, de origen ruso, fue uno de los pioneros en los EEUU. 15 La Ley establece los conceptos y categorías jurídicas básicos relativos a la igualdad, como discriminación directa e indirecta, acoso sexual y acoso por razón de sexo y acciones positivas. La Ley afecta principalmente a las empresas de ≥ 250 trabajadores, que deben promover la igualdad entre su personal, e incluir medidas para que sus cúpulas directivas sean paritarias, si bien sin carácter obligatorio. 16 Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. 17 El Instituto Nacional de Estadística de España traduce la EPA al inglés como EPAS, Economically Active Population Survey.

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Capítulo 6 Género y educación MARINA SUBIRATS MARTORI EULALIA PÉREZ SEDEÑO ANTONIO FCO. CANALES SERRANO

1. La educación androcéntrica: de la escuela segregada a la coeducación, por MARINA SUBIRATS MARTORI 1.1. INTRODUCCIÓN Como casi toda la Sociología anterior a los años setenta, la Sociología de la Educación no se ocupó, antes de esta fecha, de la educación de las mujeres. Igual que al abordar el trabajo, la política, las clases sociales, y tantos otros temas que han ido configurando la construcción de un saber sobre la sociedad, los únicos aspectos relevantes para la Sociología de la Educación fueron aquellos que se referían a la vida de los hombres, a sus relaciones, intereses, obras, instituciones y formas de vida. Así, desde Durkheim, que en cierto modo podemos considerar como padre fundador, hasta Bernstein, Bourdieu y los sociólogos mayores de los años sesenta en este ámbito, el trabajo de la Sociología sobre la Educación ignoró la existencia de las mujeres. La Sociología trataba de lo que ocurría en el mundo público, del que las mujeres, por principio, estaban excluidas, incluso en aquellos casos en los que alguna había alcanzado notoriedad o protagonismo. Apenas en algunos ámbitos del estudio de las sociedades, como la familia, las mujeres adquirían cierta presencia. La Sociología de la Educación las ignoraba incluso mucho más de lo que las propias instituciones educativas las habían ignorado. La educación formal había sido construida para los hombres, especialmente para los hombres de las clases altas y medias, y los estudios sobre la educación, sus efectos, sus consecuencias, sus formas de organización, sus cambios, etc., estaban siempre referidos a lo que ocurría en relación a los varones, aunque a menudo ello no fuera mencionado, sino que se presentara como una institución referida al conjunto de la humanidad.

1.2. LA APARICIÓN DEL PENSAMIENTO FEMINISTA Y SUS CONSECUENCIAS EN LA

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SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN: EL DESCUBRIMIENTO DE UNA NUEVA PROBLEMÁTICA

En los inicios de los años setenta, y como consecuencia de la aparición de los movimientos de mujeres, comienza a surgir con fuerza el pensamiento feminista en el mundo occidental: el interrogante sobre la condición de las mujeres, las razones de la dominación a la que se las ha sometido, se generalizan entre las mujeres, especialmente entre muchas académicas que comienzan a utilizar sus conocimientos en determinados campos del saber para tratar de entender la condición femenina. Posteriormente, la formulación de algunos conceptos, como la distinción entre sexo y género, indispensables para poder pensar la situación de las mujeres en el mundo no como una consecuencia derivada de su naturaleza o su esencia sino como una construcción social y cultural, derivada, por lo menos parcialmente, de unas condiciones de dominio de un sexo sobre el otro, va creando los instrumentos básicos para la formulación de un pensamiento feminista estructurado, aplicable a diversos campos del saber. De modo que, en pocos años, un gran número de mujeres académicas comienzan a aplicar este punto de vista al análisis que llevan a cabo en sus diversos ámbitos profesionales, descubriendo un vasto territorio ignoto o apenas intuido que necesita ser investigado y que permite poner de relieve un conjunto de fenómenos sociales que hasta el momento habían permanecido prácticamente ocultos. La Sociología será uno de los primeros ámbitos del conocimiento en los que se introduce la mirada feminista. Las teorías y metodologías sociológicas han forjado un conjunto de instrumentos y de hábitos de trabajo que permiten a las sociólogas detectar con relativa facilidad la existencia de mecanismos de discriminación en la sociedad, en sus instituciones y organizaciones. Si durante años tales instrumentos han sido aplicados a la detección de mecanismos discriminatorios en función de la existencia de clases sociales, la teoría feminista permite formular rápidamente la hipótesis de que existen igualmente mecanismos discriminatorios y condicionantes por razón de género. De modo que la transposición de una problemática creadora de unas determinadas desigualdades a otra creadora de otro tipo de desigualdades se hace con relativa facilidad. Nace así una Sociología del Género que podrá ser aplicada en los distintos ámbitos de la Sociología, o de modo más preciso, en las distintas especialidades en que la Sociología contribuye a la comprensión de campos específicos de la realidad social. Entre estos distintos campos, no podía faltar la educación, que tanta importancia tuvo en el desarrollo de las sociedades avanzadas en la segunda mitad del siglo XX. Nace así una Sociología de la Educación casi siempre elaborada por mujeres, que pone en el centro de su indagación el análisis de los modelos educativos relativos a las niñas y a los niños, el de los mecanismos de diferenciación y desigualdad entre los sexos que utilizan los sistemas educativos y las desigualdades existentes en los resultados académicos obtenidos. Uno de los primeros libros que plantean la situación educativa de las niñas fue, hacia mitad de los años setenta, A favor de las niñas, de ELENA BELOTTI (1978). Belotti visitó un gran número de escuelas y observó las diferencias de 193

comportamiento entre los niños y las niñas en las aulas mixtas. Tras su indagación, dice: «Estúpidas. No hay lugar en que las niñas no reciban en cada momento la confirmación de que se las prefiere estúpidas, salvo para reprocharles de serlo. Aun cuando manifiesten curiosidad e inteligencia, son continuamente descorazonadas por el desinterés hacia sus preguntas, por las respuestas evasivas, diferidas, falsas y no salvadoras o directamente por la relación explícita de que no son cosas que deberían interesarlas...» (BELOTTI, 1978: 201). El punto de vista de Belotti, el espontáneo desprecio a la actitud «aplicada» de las niñas en el aula que ella señala, muestra cuál era la situación en los años setenta: todavía no se había configurado una problemática que, prescindiendo de los prejuicios sexistas propios de una sociedad androcéntrica, permitiera entender los comportamientos de niños y niñas como resultado de un moldeado social y cultural, y no como expresión de una naturaleza diferenciada. Sin embargo en aquella década y en la siguiente se llevará a cabo un trabajo considerable: sociólogas e historiadoras inglesas, norteamericanas, francesas, italianas y, algo después, españolas, nórdicas y australianas construirán una problemática diferenciada, pero vinculada a la voluntad de descubrir qué ha ocurrido y qué ocurre en la educación de las mujeres; una problemática que ha ido iluminando fragmentos de este gran continente prácticamente ignorado hasta aquel momento. El avance en el conocimiento de los dispositivos educativos por los que transitan y han transitado las mujeres se produce, de hecho, paralelo a una etapa de cambio en la educación, cambio que afecta en todo el mundo, pero muy especialmente en el mundo occidental, a hombres y a mujeres, pero que es todavía mucho más intenso para ellas que para ellos. Así, por ejemplo, en el caso de España —en un proceso análogo al que tiene lugar en los mismos años en la mayoría de países europeos— las mujeres pasan de ser muy minoritarias como estudiantes en la educación media y superior, a ser mayoritarias en la media en los años setenta, y en la superior en los ochenta. Ha comenzado la gran promoción educativa de las mujeres que en la primera década del siglo XXI ha invertido las proporciones clásicas de asistencia de hombres y mujeres a las universidades, haciendo que el número de tituladas sobrepase ampliamente, en las generaciones jóvenes, al de titulados.

1.3. LAS PRINCIPALES LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN Las líneas de investigación seguidas por las académicas que configuraron esta Sociología de la Educación en la que el género se convierte en el eje central de referencia no emplean una perspectiva única, aunque mantienen elementos de similitud. De hecho, se trataba, hacia mitad de los ochenta, de un campo de investigación en construcción, que carece de teoría consolidada. La gran desigualdad numérica entre hombres analfabetos o no escolarizados y mujeres en la misma situación, muestra que existen obstáculos a menudo no explícitos para el acceso de las mujeres al sistema educativo. El análisis de los hábitos lingüísticos, de los libros 194

de texto, de la distribución del profesorado por sexos en cada nivel educativo, etc., ponen de manifiesto, de igual modo, el lugar secundario de las mujeres en la educación. Las explicaciones dadas a dichos fenómenos constatados oscilan: las niñas parecen estar menos dotadas para el pensamiento abstracto, para las matemáticas y la física, para los estudios de carácter técnico... Todo ello abre un abanico de hipótesis que irán confirmándose o mostrando su falsedad a través de los diversos procesos de investigación empírica emprendidos. Las académicas inglesas, y especialmente las sociólogas de la educación de aquel país, formaron uno de los primeros núcleos importantes en relación a la configuración de esta Sociología de la Educación. En fecha tan temprana como 1983, Walker y Barton sintetizaron, en la introducción a un libro colectivo, las líneas de investigación que se habían seguido hasta aquel momento, entre las que señalan como más relevantes: 1) los trabajos sobre ideología y patriarcado, que tratan de determinar, en forma teórica, el impacto del patriarcado sobre el sistema educativo; 2) los trabajos sobre inculcación y transmisión de las pautas de género en los centros educativos, trabajos que a su vez dan lugar a tres líneas diversas de observación: el análisis de las expectativas del profesorado respecto a niñas y niños, el análisis de la práctica en las aulas y el de los ritos escolares; 3) el estudio sobre la diferenciación del currículum entre niños y niñas; y 4) la posición y características de las mujeres enseñantes [WALKER, S., y BARTON, L. (ed.) (1983)]. Entre los primeros cabe señalar todo el esfuerzo investigador, debido en gran parte a historiadoras, realizado para restablecer la historia de la educación de las mujeres, en sus diferentes aspectos: los discursos educativos que, en distintas etapas históricas, se han formulado en relación a cómo debían ser educadas las personas en función de su sexo, el reflejo de estos discursos en la legislación educativa, en el tipo de centros escolares, en los currículos, la historia de las maestras y de su difícil acceso a la educación que en cada etapa se consideraba adecuada para los maestros, etc. Aunque las diferencias en distintos países y continentes son notables, existen unos componentes generales que hoy son bastante conocidos ya para el mundo occidental, y que tienen importancia porque han sido utilizados como modelos a seguir también para muchos países en desarrollo en los que, aun introduciendo matices diferenciales, se han seguido las pautas occidentales.

1.4. LOS MODELOS DE EDUCACIÓN FEMENINA EN EL PASADO ¿Qué es lo que descubrimos cuando, siguiendo a las historiadoras, como Capel o Ballarín en el caso español, recorremos la historia de la educación desde el punto de vista de las diferencias de género? Pues bien, la primera constatación es la siguiente: los sistemas educativos, en sus distintas etapas —primaria, secundaria, superior— han sido diseñados en función de las necesidades masculinas, sea las referidas al mercado de trabajo, sea las que se derivan de la idea de un nivel de instrucción de los ciudadanos que en cada momento son consideradas adecuadas para el conjunto de la 195

población. Conjunto que, a partir de una determinada época —finales del siglo XVIII, con la Ilustración, principios del siglo XIX, según los países—, se presenta como un universal —la educación para todos— y que sin embargo, cuando queda explicitado, aparece como una referencia exclusiva a los individuos del sexo masculino. La ambigüedad de este universal masculino que, tal como ocurre también en el lenguaje, es considerado a veces como un universal inclusivo de los dos sexos y en otros casos como un específico masculino, repercute también en las leyes educativas y en los modelos de educación que se proponen para las niñas. En efecto, en determinados casos, no hay mención específica de estas, de modo que los textos llevan a la creencia de que aquello que fue estipulado como normativo u obligatorio en relación a la educación de los niños queda también prescrito para las niñas. Sin embargo, en otros casos no es así, y existen referencias explícitas a la educación de las niñas. Y es entonces cuando se descubre que muchas sociedades han diseñado para ellas un modelo educativo propio que presenta, al mismo tiempo, una reducción y una variación del modelo masculino considerado general. En efecto, como no podía ser de otro modo en sociedades androcéntricas en las que la cultura aparece dominada por la figura y los intereses masculinos, y las mujeres son consideradas como seres destinados al cuidado y al servicio de los hombres, los escasos modelos educativos femeninos del pasado muestran una notable diferencia respecto de los masculinos. Justificados por las religiones, por la naturaleza o la tradición, suelen incidir en el distinto destino social de hombres y mujeres, y delimitar para éstas la inadecuación de los estudios y de las actividades de naturaleza intelectual. Uno de los autores más explícitos en este sentido, y también más citados en este contexto, es Rousseau, filósofo tenido, durante gran parte del siglo XIX y aún del XX, por el modelo de pedagogo avanzado, puesto que, frente al pensamiento anterior, puso las bases de una filosofía moral relativa al hombre de la Ilustración, constituido en sujeto, y sujeto capaz de decidir y de tener criterio propio, frente al individuo falto de subjetividad decisoria del período anterior. Pues bien, frente a este concepto liberador de la subjetividad expresado por Rousseau como un universal, descubrimos —tardíamente, puesto que con anterioridad su concepto de la educación de las mujeres fue mucho menos divulgado — que la opinión que expresa en relación a la educación adecuada para las mujeres es totalmente distinta. Las mujeres están destinadas a obedecer, servir y cuidar a los hombres y, en consecuencia, no deben poseer criterio propio, pues de lo contrario les sería más difícil llevar a cabo su misión. Por ello, su educación debe consistir, no en un desvelamiento de su inteligencia, en una potenciación de su capacidad, como se propugna para los muchachos, sino todo lo contrario: debe consistir en una suerte de doma, que las convenza de su incapacidad para discernir lo adecuado en cada situación, para dedicarse a tareas distintas de las del hogar y el cuidado que les son propias y para acercarse a formas de saber que no sean las relativas a su entorno y a sus hábitos cotidianos. Este concepto educativo tiene dos consecuencias inmediatas: por una parte, la inadecuación de una escuela transmisora de saberes para las mujeres y, por 196

consiguiente, sus mayores dificultades de acceso a cualquier forma de educación. Y por otra, la formulación de un programa escolar específico, en el caso de que lleguen a la escuela primaria. El ingreso en la escuela primaria se produce, para algunas mujeres y con diferencias según los países, hacia finales del siglo XVIII o principios del siglo XIX, a impulsos de la Ilustración, de las declaraciones de los Derechos Humanos pretendidamente universales y de la necesidad de facilitar a las muchachas pobres algún conocimiento que les permitiera ganarse la vida. De aquí que a partir del siglo XIX asistamos a una tendencia creciente, en el mundo occidental, a la escolarización primaria de las niñas. Pero, al mismo tiempo, se produce un rechazo frontal a su admisión en la educación secundaria y superior, a las pocas que lo demandan y que, a medida que avanza el siglo XIX, se plantea con mayor virulencia, en la mayoría de países del mundo occidental, el debate sobre la conveniencia o no de que las mujeres puedan acceder a todas las instituciones educativas, obtener títulos universitarios, y que puedan ejercer el magisterio en las mismas condiciones y con la misma formación con las que lo ejercen los hombres. En el siglo XX el acceso de las mujeres a todos los niveles educativos queda resuelto, desde el punto de vista legislativo, aunque a diversos ritmos según países, pero ello no supone, como veremos más adelante, que el acceso de todas las niñas a la educación esté asegurado ni siquiera a principios del siglo XXI. Pero conseguir la igualdad en la educación de hombres y mujeres es una tarea que no se agota al igualar las posibilidades de acceso de ambos sexos al sistema educativo. Una vez que este paso está dado —e insisto en que no lo está todavía totalmente, como veremos más adelante al considerar las cifras del analfabetismo y de la escolarización femeninas— quedan todavía muchas cuestiones por resolver. Y especialmente la referida a la pregunta ¿Se educa de manera igual a niños y a niñas? ¿Qué significa «educarlos igualmente»?¿Les confiere la educación recibida las mismas posibilidades a ambos sexos? Sabemos que en las etapas en que ha existido un distinto modelo genérico para hombres y mujeres, ello ha supuesto apartar a las niñas de la educación o, en el mejor de los casos, crear para ellas un tipo de escuelas con muy bajo nivel de contenidos, centrado sobre todo en el aprendizaje de labores del hogar y en los rezos y prácticas religiosas. En muy pocos casos se han producido excepciones y se han creado escuelas para mujeres con alto nivel cultural y, cuando ha sido así, han ido habitualmente dirigidas a mujeres de clase alta ilustrada, sin que se generalizaran al conjunto de la población femenina 1 . Por ello, fue un gran avance, conseguido tan solo a partir de importantes luchas, la generalización de la escuela mixta. Las escuelas mixtas son propugnadas por algunos sectores avanzados desde finales del siglo XIX —en el caso español por la Institución Libre de Enseñanza—, pero muy poco generalizadas en aquella etapa. A principios del siglo XX, la lucha de las sufragistas en Inglaterra y una nueva conciencia surgida entre las mujeres europeas y norteamericanas más ilustradas hace que se propague la idea de que la escuela mixta es el camino adecuado para la escolarización de las 197

niñas, y de que se trata de una medida avanzada, progresista, que deben adoptar las formas pedagógicas más innovadoras. Esta línea de avance es la que se conoce en aquel momento como «coeducación» y es propugnada, desde principios del siglo XX, por las corrientes pedagógicas más innovadoras. En España es la segunda República, durante los años treinta, la que reconoce su necesidad y la que, en los pocos años de su mandato, hace avanzar el porcentaje de escuelas mixtas, en las que conviven niños y niñas, hasta aproximadamente un tercio de las escuelas públicas del país. Las escuelas mixtas avanzaron mucho numéricamente a lo largo del siglo XX en todo el mundo occidental y fueron la base de un impresionante salto adelante en el nivel educativo de las mujeres. Ello no supone, de todos modos, que estén totalmente afianzadas, ni que podamos considerarlas como igualitarias y neutras en relación al género y en relación al trato y posibilidades que ofrecen a los niños y a las niñas. Se producen, con cierta regularidad, ataques a la escuela mixta que propugnan la vuelta a una escuela segregada de niños y niñas. Son, básicamente, ataques lanzados por los grupos ideológicamente más conservadores, sobre todo los vinculados a la Iglesia Católica; pero en algunos casos la propuesta se deriva también de autoras feministas que consideran que la escuela mixta es negativa para la educación de las niñas. La mayoría de autoras feministas que se han ocupado de la educación no adoptan, sin embargo, esta posición, sino que, a partir de los años ochenta, comenzaron ya a investigar cuál es el funcionamiento de la escuela mixta en relación a los géneros, cómo ello afecta a niños y niñas, y a tratar de ver si la escuela mixta es realmente igualitaria respecto de las posibilidades que ofrece a varones y mujeres, y respecto a los valores y formas de comportamiento que les inculca y les transmite. Pero no para eliminar la escuela mixta, sino para transformarla en una escuela no androcéntrica, que sirva por igual al derecho a la educación de los niños y de las niñas. Se inicia así una etapa de análisis empíricos realizados a nivel micro, que comienzan a librarnos los secretos de la famosa caja negra escolar, y a permitirnos comprender las formas internas de discriminación de los géneros que siguen produciéndose en un tipo de instituciones aparentemente neutras y basadas en valores universales.

1.5. UNA ESCUELA ANDROCÉNTRICA: EL SEXISMO EN LA ESCOLARIZACIÓN MIXTA Si en una primera etapa de lucha por la igualdad educativa entre hombres y mujeres la escolarización conjunta a través de unos mismos establecimientos y unas mismas aulas podía aparecer como la solución definitiva al problema de la discriminación educativa de las mujeres, el análisis más detallado que se ha ido realizando a partir de los años ochenta del siglo XX ha mostrado ampliamente que la escuela mixta solo es un primer paso para la igualdad educativa de los géneros. Y que existe un conjunto de dimensiones en las que es posible detectar elementos discriminatorios que hacen que los mensajes dirigidos a los niños y a las niñas, a las muchachas y muchachos ya en la secundaria o en la educación superior, no sean equivalentes y estén encaminados, aunque el profesorado pueda no ser consciente de 198

ello, a transmitir unas normas de género diferenciadas para hombres y para mujeres. Formas de género no solo diferenciadas, sino portadoras de una jerarquía cuyo mensaje intrínseco es que todo lo referido a los hombres tiene un rango superior, una importancia mayor, que aquello relativo a las mujeres. Pero ya no existe una prescripción clara respecto a la necesidad de tal jerarquía y de tal diferenciación. Antes al contrario, la ideología que preside la escuela mixta es la de la igualdad y las discriminaciones solo llegan a ser visibles a través de la investigación planteada de un modo adecuado y encaminada a descubrir y no a ignorar la existencia de desigualdades en el funcionamiento de las instituciones educativas. A partir de los años ochenta, un elevado número de estudios empíricos nos van mostrando cómo se produce el aprendizaje de perdedoras para las muchachas, incluso en un sistema educativo que aparentemente les da todas las posibilidades (SPENDER y SARAH, 1980). Veamos algunas de las dimensiones de los hábitos generalizados en los centros educativos y de las que conocemos las principales formas mayores de introducir la discriminación de las mujeres. 1.5.1. En relación a la cultura reconocida y legitimada a) La cultura codificada en los libros de texto: el análisis de los libros de texto ha ido mostrando cómo la cultura escolar que se transmite en ellos es una cultura regida por el androcentrismo y por el silencio y la ausencia de figuras femeninas, la ausencia de elementos característicos de la cultura de mujeres, sea en relación a las actividades que les han sido atribuidas como propias, sea en el ejercicio de actividades generalmente atribuidas a los hombres, la ausencia de obras realizadas por mujeres, la ausencia de referencia a las mujeres como grupo, etc. b) Las discriminaciones curriculares: ausencia, en el currículo oficial, de referencias a conocimientos relativos a la esfera del cuidado y, en general, a todos los ámbitos que tradicionalmente han sido conceptualizados como propios de las mujeres. Uso de ejemplos procedentes de actividades características de los hombres, según la atribución de género de cada cultura. 1.5.2. En relación al currículo oculto — Lenguaje dominado por el género masculino como género universal Dada la importancia de este aspecto, veamos con más detalle cómo ha sido abordado en el contexto educativo. El lenguaje, como la totalidad de la cultura, tiene un carácter androcéntrico. De una manera general podemos decir que el masculino es la norma tomada como universal, de la que se supone que comprende y designa también a las mujeres. Sin embargo, es fácil demostrar que la ambigüedad persiste, dado que este universal en determinados casos hace referencia a la totalidad del género humano, mientras en otros no. Los ejemplos, tan abundantes en los libros de texto, del tipo: «Los romanos fueron un pueblo de conquistadores. Eran guerreros y 199

violentos con los pueblos sometidos» dejan perfectamente claro que, si en la primera frase es posible pensar que se hace referencia a todas las personas que formaban el pueblo romano, en la segunda se ha excluido a las mujeres, que no eran guerreras. Esta inclusión/exclusión en el lenguaje tiene como consecuencia dejar a las mujeres en un terreno marginal, sin saber nunca si efectivamente se hace referencia a ellas o no. Pero dado que el género gramatical se toma como una norma superior, hay que romper la naturalidad de este género para que las y los estudiantes comprendan que efectivamente el lenguaje refleja también una forma de dominación. Esta demostración no es fácil y a menudo hay que trabajar en profundidad en las aulas para que el concepto quede claro. Spender fue una de las primeras investigadoras que analizó a fondo la importancia del lenguaje sexista en la educación de las mujeres (SPENDER, 1980). — Mayor atención del profesorado a los niños que a las niñas El análisis del género gramatical no agota los dispositivos sexistas usados en los centros educativos y detectables a través del lenguaje. De nuevo, el androcentrismo, como norma cultural, tiene como efecto el que el sujeto de la educación sea el niño y no la niña, y, en consecuencia, que la mayoría del profesorado —incluyendo a las maestras y profesoras— se dirija con mayor frecuencia a los alumnos que a las alumnas, esté más pendiente de los comportamientos de aquellos, de sus dificultades, de sus intervenciones, de su atención, etc. La cantidad de palabras dirigidas a los niños y a las niñas de una forma específica y en los diversos contextos da la medida de la atención dedicada por el maestro o maestra a los individuos de cada uno de los sexos (SUBIRATS y BRULLET, 1988) y muestra de forma inequívoca, en las diversas investigaciones empíricas que se han llevado a cabo, la mayor atención del profesorado a los niños, el mayor estímulo que dirigen a su trabajo, la mayor permisividad e incluso indicación a los niños para que adopten una posición activa, el mayor control y la mejor evaluación de las producciones de estos, etc. Del mismo modo, el análisis de las cantidades de palabras que chicos y chicas dicen en el aula sigue una cierta regularidad, y permite observar cómo la estimulación a la actividad dirigida a los chicos acaba dando sus frutos, y genera en las niñas posiciones mucho más pasivas y retraídas, producto de una mayor inseguridad vinculada a la percepción de no ser los destinatarios principales de la educación. — Protagonismo de los niños en el uso del espacio Se trata de una dimensión interesante, porque es mucho menos conocida que la del lenguaje y, en general, no se tiene en cuenta a la hora de educar o de planificar la educación, cuando en realidad tiene una extraordinaria importancia en la formación de hábitos en las edades jóvenes. A medida que se profundizaba en el conocimiento del sexismo en el ámbito educativo se ha puesto de manifiesto el carácter androcéntrico de la propia conceptualización relativa al uso del espacio y a las diferencias que se establecen 200

según los géneros en relación al dominio del espacio y al protagonismo que es posible desarrollar en él, así como a la disposición del cuerpo en todo lo que se refiere a los movimientos en el espacio. Siguiendo el texto de BOURDIEU (BOURDIEU, 2005) sobre la dominación masculina y los ejemplos que él utiliza relativos a las sociedades del norte de África, es posible introducir al alumnado en una cuestión que de otro modo no le parece relevante: el distanciamiento que conlleva la mirada antropológica, al referirse a una sociedad que no es la nuestra, permite descubrir hechos que, si tomamos como ejemplo nuestra propia sociedad, aparecen como naturales. Las disposiciones genéricas que rigen el porte del cuerpo para hombres y mujeres en la sociedades de la Cabilia, por ejemplo, son sorprendentes para el estudiantado: la mujer debe caminar lentamente, mirando a sus pies, haciéndose todo lo invisible que pueda, no hablar en público, etc., mientras que las reglas que rigen la adquisición de la masculinidad son precisamente las opuestas. También en nuestra sociedad, y aunque en este momento no existan reglas explícitamente formuladas para hombres y mujeres, los hábitos y las prácticas tienen como consecuencia una distinta manera de moverse de niños y de niñas en las aulas, en los patios..., así como una distinta atención concedida a los juegos y deportes de los niños, que ocupan los centros de los patios, mientras las niñas permanecen en los extremos y en los rincones. Incluso la disposición física de los patios ha ido transformándose cada vez más, adaptándose a los deportes practicados por los niños —especialmente el fútbol— mientras que lo que podemos considerar como espacios más adecuados para los juegos de las niñas —jardines, rincones arbolados, bancos, espacios que invitan a una cierta intimidad, a un juego tranquilo— han ido reduciéndose e incluso desapareciendo en los patios de los centros educativos. La observación de los comportamientos en los centros educativos permite la detección de este uso desigual del espacio (SUBIRATS y TOMÉ, 2007). Para ello, hay que construir los dispositivos apropiados y observar lo que ocurre en los centros escolares, grabar en vídeo, analizar los movimientos de niños y niñas, hacerles dibujar en qué espacios de sus casas juegan, observar cómo se mueven en el aula, etc. Todo ello permite ver que niños y niñas utilizan en forma diferente el espacio, y que las normas escolares subyacentes a la disposición de los espacios promueve y favorece un mayor protagonismo de los niños y de sus actividades y un mayor inmovilismo e invisibilidad de las niñas. 1.5.3. En relación a la evaluación Tendencia a evaluar en forma desigual a los chicos y a las chicas, atribuyendo mayor valor a las producciones masculinas y dedicando menor atención a las femeninas. 1.5.4. En relación al profesorado a) Asociación de las figuras masculinas a la detección de poder y de cargos jerárquicamente más importantes: «el director»... e incluso «el profesor» frente a «la 201

profe», la «seño» o simplemente «la Juana». b) Atribución de tareas jerárquicamente diferentes al profesorado según se trate de hombres o mujeres, con predominio de los hombres en los cargos directivos o que comportan un mayor nivel de mando y predominio de las mujeres en los puestos que comportan ejecución de tareas consideradas de menor nivel. Estas dimensiones son las más habituales en los centros educativos mixtos en el mundo occidental, aunque probablemente a ellas podríamos añadir muchas otras que pertenecen a edades o culturas más específicas. Y, al mismo tiempo, hay que tener siempre en cuenta si se produce un acceso igualitario de niñas y niños a los centros educativos en las diversas edades o si, por el contrario, las niñas tienen un menor acceso por razones de prescripciones culturales. Hay que poner de relieve, de todos modos, que a pesar de la demostración de que las escuelas mixtas siguen un patrón androcéntrico, perjudicial, a priori, para el progreso académico de las mujeres, la generalización de este tipo de centros ha supuesto un gran avance educativo femenino y la llegada masiva de mujeres a la universidad, en proporciones superiores a las de los hombres, para la mayoría de estudios universitarios. Ello parece contradecir el carácter sexista de la educación actual y, en algunos casos, así ha sido considerado, pero de modo inverso, como un elemento que perjudica el desarrollo personal de los niños, al ponerlos en contacto con las niñas que, en algunos aspectos, parecen desarrollar, hoy en día, más rápidamente sus facultades intelectuales. En realidad, todo indica que el gran salto educativo de las mujeres se debe precisamente a su esfuerzo por adquirir conocimientos en un ámbito en principio hostil; y que, si bien las notas medias de las chicas son hoy generalmente superiores a las de los chicos, el sistema educativo sigue transmitiendo toda una serie de prejuicios derivados de su carácter androcéntrico, que explican que las mujeres, a igualdad de nivel educativo, obtengan menores rendimientos económicos, tengan menor autoestima y mayor inseguridad, elijan en muy pequeña proporción los estudios de carácter técnico, etc. Enfrentadas al reto de competir a través de mecanismos que ofrecen cierta neutralidad, como son los exámenes, la obtención de conocimientos académicos, etc., las muchachas muestran una muy alta capacidad de interés y de esfuerzo. Pero frente al difuso modelo androcéntrico que ignora otras dimensiones de la vida, como por ejemplo todo el ámbito de las relaciones personales, del cuidado, de la reproducción cotidiana, que todavía se presenta en gran medida como un ámbito importante para las mujeres, estas tienen dificultades para reconocerse como sujetos de la educación y de la vida pública, y siguen en gran parte adoptando actitudes de género dominado. A) La educación superior Me he referido hasta aquí al conjunto de características que afectan a la educación formal en la actualidad, sin distinción de niveles educativos o de edades determinadas. Por supuesto cada etapa educativa tiene sus peculiaridades, y al 202

analizar cada una de ellas en concreto es necesario observar con mayor detenimiento algunos de tales aspectos, pero en líneas generales no hay grandes diferencias entre ellas. Sin embargo, es necesario hacer una referencia explícita a la educación superior, dado que ésta no solo tiene la función de otorgar títulos académicos que en el momento actual constituyen la puerta de entrada a muchos de los empleos más prestigiosos, sino que tiene también otra función: la de establecer los contenidos de la cultura que serán considerados como fundamentos básicos del conocimiento, legitimar determinados temas y figuras que quedarán inscritos en la historia y separar, en cierto modo, los saberes que van a constituir el corpus básico y consensuado de aquellos que van a tomarse como algo secundario, desprovisto de una importancia de primer orden. Es evidente que, en este aspecto, el saber académico ha ignorado la relación entre las mujeres, los valores y saberes considerados femeninos, las creaciones culturales realizadas por ellas, etc. Si la academia no legitima tales conocimientos, no los reconoce como parte del acervo universal, su continuidad en la memoria colectiva será breve, su influencia en las futuras generaciones será escasa o inexistente. En el momento actual y una vez superada la dificultad del acceso diferencial de hombres y mujeres a los estudios superiores, la educación universitaria presenta una triple problemática en relación a las mujeres, una triple problemática que aunque mantiene puntos de contacto con todo lo expuesto anteriormente, merece una mención específica: — Un primer nivel de problemas específicos es el referido a la seguridad de las mujeres y al acoso sexual que puede darse tanto entre profesores y alumnas como entre profesores y profesoras. Aunque ello puede ocurrir también en centros de primaria y enseñanza media —probablemente con formas de acoso de distinto tipo— es en las universidades donde el peligro de sufrir acoso por parte de las mujeres es más acusado y donde, al mismo tiempo, existen todavía un gran número de reticencias a tratarlo abiertamente. — Un segundo tipo de problemas, mucho más conocido y, en cierto modo, más discutido en el momento actual, es la desigual promoción de profesores y profesores a categorías y cargos de nivel superior dentro de las plantillas universitarias. Todos los estudios realizados sobre los porcentajes de hombres y mujeres que ocupan cátedras universitarias, incluso en los países nórdicos, los primeros en haber iniciado un cambio en este sentido, muestran la persistencia de un acusado menor número de mujeres profesoras y sobre todo catedráticas, sin que ello tenga ya relación con los porcentajes de alumnas en los mismos centros: los detallados análisis que se están llevando a cabo en las distintas universidades en España durante los últimos años ponen de manifiesto que el porcentaje de mujeres que ocupan cátedras universitarias es del orden de un 15 %, aproximadamente, mientras el porcentaje de varones es del 85 %. Y, lo que es más preocupante todavía, este porcentaje permanece estancado desde hace casi una década. 203

— El tercer aspecto a destacar en relación a los estudios universitarios es la necesidad de una amplísima crítica a lo que se conoce como «el androcentrismo de la ciencia». Efectivamente, he puesto ya de relieve el carácter androcéntrico del conocimiento, derivado de una cultura que durante siglos y milenios se ha basado en las creaciones masculinas y ha dado importancia a las pautas de género masculino. Pero esta pauta no se refiere solo al pasado: sigue vigente en nuestras universidades, aunque a menudo se difunda la idea de que la cultura es universal y que, por tanto, no se puede hablar de una cultura masculina y otra femenina, cosa que implica, de hecho, que consideremos como universal la cultura masculina y como no cultura la femenina, inferiorizada en todos los aspectos y carente de mecanismos de difusión y legitimación. Sin embargo, el conocimiento necesario para la vida de la humanidad depende de ambos tipos de creaciones, y en el momento actual es urgente poder incorporar los valores y saberes femeninos, más centrados en el mantenimiento y cuidado de la vida, en el pacto, en la negociación y la cooperación, que en la competición y el enfrentamiento como principios vitales. De aquí la urgencia de emprender una revisión amplísima de los saberes académicos legitimados, que permita incorporar la visión de las mujeres, la memoria de sus hechos y capacidades y la continuidad de sus nombres, como parte de un saber universal que necesitamos conocer y difundir para resolver satisfactoriamente gran parte de los problemas que plantea la vida en el planeta en la etapa actual. B) La coeducación El balance de más de treinta años de investigación y experimentación en las escuelas mixtas es muy rico. Nos informa de unos logros extraordinarios en los niveles educativos de las mujeres que, en el mundo occidental y siempre que encuentran condiciones para ello, sobrepasan los niveles educativos masculinos excepto en los estudios técnicos. Así mismo, nos ofrece un conocimiento mucho más preciso de lo que ocurre en las aulas, en los patios, en los centros educativos, en las elecciones profesionales, en los aprendizajes, en los comportamientos y hábitos del profesorado y del alumnado. Este cuerpo de investigación y experiencia sobre coeducación ha ido en paralelo con la creación de un conjunto de movimientos de profesorado, sobre todo de mujeres maestras y profesoras, que han ideado materiales, investigaciones, experimentaciones, metodologías, talleres, para hacer surgir una nueva escuela, una escuela en la que niños y niñas tengan, como personas, las mismas oportunidades, y en que los valores y comportamientos femeninos y masculinos sean considerados y transmitidos a partir del reconocimiento de su igual valor para la humanidad y su bienestar y continuidad. El objetivo es que estos valores sean transmitidos no como específicos de un género, sino como modalidades de vida abiertos a personas de los dos sexos. Sin embargo, esta posibilidad no se ha alcanzado todavía. A pesar del enorme progreso de las mujeres en el ámbito educativo, es muy evidente que se ha avanzado, precisamente, hacia una mayor igualdad de sexo, en la medida en que niñas y niños son admitidos en los mismos centros y tienen acceso al mismo tipo de currículo, 204

materiales, etc. Pero, en cambio, la educación no se ha transformado en profundidad: sus valores siguen siendo androcéntricos, con mayor énfasis en el aprendizaje realizado por los niños que en el realizado por las niñas, con una cultura que las olvida y las niega y que olvida y niega las obras de las mujeres, no solo del pasado sino también del presente. De aquí que sea necesario un cambio cultural que equilibre los aportes de los dos géneros y que los ponga al alcance de las niñas y los niños de las nuevas generaciones para que sea cada uno y cada una de ellos y de ellas quien construya el conjunto de sus valores y conductas. Esta transformación, cuya necesidad aparece desde el momento en que se comienza a constatar la insuficiencia de la escuela mixta como escuela igualitaria 2 , ha dado lugar a una gran corriente de experimentación y de soluciones concretas para trabajar de otra manera en las escuelas (SIMÓN, 2010; RYAN y DE LEMUS, 2010). Especialmente, en los últimos años se ha centrado el trabajo, en gran parte, en el intento de evitar la violencia sobre las mujeres y de educar a los hombres de una manera diferente, para reducir la violencia de género que finalmente ha aflorado y sido reconocida como tal, con todas sus secuelas de dolor y muerte para las mujeres. En el mundo anglosajón esta línea de trabajo se conoce, sobre todo, como «la construcción de una escuela no sexista», dado que el nombre de «coeducación» quedó ligado a la etapa de lucha por la escuela mixta y, por tanto, la coeducación parece agotada una vez conseguida la escolarización conjunta. En el mundo hispano, sin embargo, no fue así: el término «coeducación» fue utilizado para designar un modelo que podía ir desplegándose en el tiempo, que en una determinada etapa pasaba por la consecución de la escuela mixta y, posteriormente, por la transformación paulatina de esta hacia una escuela que tuviera en cuenta las aportaciones seculares de hombres y mujeres a la cultura, en sus distintas formas, y no únicamente la cultura creada por aquellos. Este movimiento forma parte de una tendencia mucho más amplia en Sociología de la Educación, consistente en poner entre paréntesis la superioridad de las formas culturales propias de la clase alta y media alta y de los grupos dominantes en la economía, la política y la historia; y en impugnar la creencia tradicional de que estas formas culturales deben constituir la cultura universal, borrando cualquier otra forma de cultura mediante su desaparición de la transmisión generacional organizada, que es la que se lleva a cabo a través del sistema educativo. Posición que, ciertamente, choca con un considerable número de contradicciones, pero que en una etapa de profunda democratización de la sociedad y de ampliación de las bases de creatividad y de conocimiento, corresponde a una necesidad básica y a un descrédito generalizado de formas culturales que no puedan demostrar su superioridad real en tanto que instrumentos de comprensión y de actuación en la vida, sino que derivan su imposición de formas de dominación de unos grupos sobre otros. El impulso hacia la coeducación fue básicamente obra de mujeres educadoras, en los diversos niveles de la escolarización, desde la primaria a la universitaria. A partir de un cierto momento aparecieron algunas divergencias en la dirección que debía tomar la coeducación, sustentadas, básicamente, en una polémica interna al 205

feminismo, la contraposición entre los llamados «feminismos de la igualdad» y «feminismos de la diferencia». En esta polémica, el feminismo de la diferencia utiliza en menor medida el doble concepto de «sexo/género» y pone el acento en lo que denomina «la diferencia sexual», regresando, hasta cierto punto, a un elemento de carácter «natural» o biológico para explicar las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres y las distintas necesidades de unos y otras. Esta polémica, aunque relativamente aguda en algunos momentos, no llegó a dividir los intentos de hacer avanzar la coeducación que, sobre todo entre las maestras, no se basa tanto en formulaciones de carácter filosófico muy matizadas, sino en la necesidad de encontrar materiales y formas alternativas de educar a niños y niñas y de que tales intentos sean reconocidos y bien recibidos por la comunidad educativa. En cualquier caso, desde el llamado «feminismo de la diferencia» se profundizó en la idea de la existencia de una cultura femenina transmitida marginalmente a través de la historia y que debe ser tenida en cuenta, explorada e incorporada a la educación escolar. Un elemento básico en los avances educativos de las mujeres y de la coeducación fueron también las formulaciones de políticas públicas que contribuyeron a la difusión de tales ideas, a la financiación de investigaciones que permitieran conocer mejor los mecanismos de transmisión del sexismo, el carácter androcéntrico de muchos textos, hábitos, etc. Disponemos así de un abanico amplio de modelos de actuación, de textos, materiales y experiencias. Sin embargo, la transformación de la cultura escolar a partir de los planteamientos coeducativos no ha llegado a generalizarse en ningún país, y sigue manteniéndose como un principio de experimentación, avanzado ya en algunos centros de referencia, pero casi desconocido en otros. En algunos países, como es el caso de España, los principios coeducativos han pasado a formar parte de la legislación estatal, dado que están insertos en diversas leyes, como la Ley Contra la Violencia de Género o la Ley de Igualdad. Aunque la inclusión en la legislación no parece acarrear de inmediato grandes avances en los textos, formas de funcionamiento de los centros, promoción de las maestras y profesoras, etc., todo hace suponer que acabará determinando la consolidación de las políticas públicas dirigidas a implantar una forma de coeducación avanzada y que todo retroceso hacia una escuela que de nuevo pretenda rebajar el nivel educativo de las mujeres quedará excluido. La batalla por la educación igualitaria de las mujeres no ha terminado aún. Para comprender dónde nos hallamos todavía en el momento actual, echemos un vistazo a la situación educativa de las mujeres en el mundo, durante la década de 2000 a 2010, principio de un siglo aparentemente marcado por el conocimiento y el desarrollo científico. C) Los niveles educativos de las mujeres en el mundo, a principios del siglo XXI Una vez analizada la evolución reciente de las ideas y cambios que presidió la educación de las mujeres en los últimos años del siglo XX y principios del XXI,

206

veamos, en una forma muy resumida, cuál es la situación educativa de las mujeres en el mundo a principios del nuevo milenio, para constatar, por una parte, el mantenimiento de formas discriminatorias anteriores y, por otra, los grandes avances que se han producido. Para ello, vamos a considerar tres indicadores básicos: — Las tasas de alfabetización femenina en comparación con la masculina — Las tasas de escolarización primaria y secundaria de las mujeres en comparación con los hombres. — El acceso de las mujeres a la educación superior, en comparación con los hombres. Veamos la situación en cada uno de estos apartados: — Las tasas de alfabetización femenina en comparación con la masculina Tal como indica la tabla n.º 1 3 , las tasas de alfabetismo femenino son enormemente diversas según países: mientras en el mundo occidental se encuentran ya cercanas al 100 % —y probablemente llegarán a él en pocos años, puesto que las carencias se deben básicamente a generaciones ya muy mayores, que difícilmente mejorarán su nivel— hay otros países en los que se encuentran todavía por debajo del 30 % y aun del 20 %. En general, se trata de países con un bajo nivel de desarrollo humano, en los que la escolarización masculina es también deficitaria; sin embargo, el hecho de ser mujer agrava enormemente la situación, especialmente en los países musulmanes, en los que la tasa de alfabetismo femenino se muestra muy por debajo de la posición alcanzada en relación al Índice de Desarrollo Humano. Así, países como Libia, Irán o Egipto muestran una especial carencia en relación a la alfabetización de las mujeres, si se tiene en cuenta el lugar que ocupan en el ranking relativo al desarrollo humano tomado en su conjunto. Por el contrario, América Latina no parece especialmente mal situada en este aspecto: los grandes países se encuentran por encima del 90 % de alfabetismo femenino, y el peor situado, Haití, con un 64 % de mujeres alfabetizadas, corresponde efectivamente a uno de los países más pobres del continente. TABLA N.º 1 Tasas de alfabetización de las mujeres mayores de quince años según orden de posición de cada país en el índice de desarrollo humano (1997-2007) Países con tasas de alfabetización superiores al 90,1 % de las mujeres de quince años y más(*)

207

* Los países que han alcanzado niveles de alfabetización superiores al 99 % dejan de recoger estadísticas sobre el tema. Se les aplica el 99,0 %

Países con tasas de alfabetización entre el 70,1 y el 90 % de las mujeres de quince años y más. Israel

88,7

Bahrein

86,4

Libia

78,4

208

Oman

77,5

Arabia Saudí

79,4

Malasia

89,6

Perú

84,6

Turquía

81,3

Ecuador

89,7

Mauritania

84,7

Líbano

86,0

Irán

77,2

Jordania

87,0

Rep. Dominicana

89,5

China

90,0

El Salvador

79,7

Siria

76,5

Indonesia

88,8

Honduras

83,5

Bolivia

86,0

Vietnam

86,9

Guinea Ecuatorial

80,5

Cabo Verde

78,8

Nicaragua

77,9

Botsuana

82,9

Vainatu

76,1

Namibia

87,4

Sud África

87,2

Santo Tomé

82,7

Congo

71,8

Myanmar

86,4

Suazilandia

78,3

Kenia

70,2

Zimbabue

88,3

Países con tasas de alfabetización entre el 50,1 y el 70 % de las mujeres de quince años y más Tunisia

69

Argelia

66,4

Guatemala

68

Egipto

57,8

Laos

63,6

India

54,5

Camboya

67,7

Comores

69,8

Angola

54,2

209

Madagascar

65,3

Papúa Nueva Guinea

53,4

Haití

64,0

Sudán

51,8

Tanzania

65,9

Ghana

58,3

Camerún

59,8

Uganda

65,5

Nigeria

64,1

Malawi

64,6

Zambia

60,7

Eritrea

53,0

Rwanda

59,8

Liberia

50,9

Guinea Bissau

54,4

Burundi

52,2

Congo

54,1

Irak

64,0

Países con tasas de alfabetización entre el 30,1 y el 50 % de las mujeres de quince años y más Marruecos

43,2

Bután

38,7

Nepal

43,6

Yemen

40,5

Pakistán

39,6

Togo

38,5

Costa de Marfil

38,6

Senegal

33,0

Mozambique

33,0

República Africana central

33,5

Países con tasas de alfabetización entre el 10,1 y el 30 % de las mujeres de quince años y más Benin

27,9

Guinea

18,1

Etiopía

22,8

Chad

20,8

Burkina Faso

21,6

Mali

18,2

Sierra Leona

26,8

210

Afganistán

12,6

Níger

15,1

FUENTE: NN.UU. Informe sobre Desarrollo Humano 2009 y elaboración propia.

— Las tasas de escolarización primaria y secundaria de las mujeres en comparación con los hombres Las tasas de alfabetización nos dan una imagen de los niveles de educación que han recibido las mujeres del mundo a lo largo de sus vidas. Ahora bien, para saber si existe un progreso en la alfabetización y en la escolarización de las mujeres, hay que ver cual es la dinámica según edades, puesto que hasta aquí se consideraban mujeres de todas las edades a partir de quince años y, por tanto, pertenecientes a diversas etapas históricas. Pero ¿qué ocurre con las niñas? ¿Está progresando la escolarización primaria, que es la que nos indica si ha habido acceso a la escuela, en los últimos años? Para responder a esta pregunta analizaremos los datos de Naciones Unidas contenidos en el gráfico n.º 1 que muestra la evolución en la matrícula de niñas en la educación primaria, en comparación con los niños, para tres momentos del período que va de 1990 a 2006 y para las grandes regiones del mundo. El mundo desarrollado ha alcanzado la igualdad entre los sexos en cuanto al acceso a la educación primaria: la matrícula de niñas representa el 100 % de la de niños, o se acerca mucho a él 4 . No así en las zonas que consideramos en desarrollo, las cuales en 2006 alcanzaban tan solo el 94 % de escolarización de niñas en primaria en comparación con los niños. El progreso, sin embargo, en el transcurso de los quince años analizados, es evidente: la matrícula de las niñas en primaria aumentó más rápidamente que la de los varones en todas las áreas entre 2000 y 2006, y se considera que dos de cada tres países han logrado la igualdad entre los sexos en este tramo de la educación. Ahora bien, quedan todavía muchas situaciones de marcada desigualdad y exclusión de las niñas: si para el conjunto de los países en desarrollo se ha alcanzado el 94 % de matrícula femenina en primaria, en el África subsahariana la matrícula era solo de 89 % en 2006, en Asia occidental no alcanza el 90 % y en Oceanía se observa un ligero retroceso. Estamos, pues, lejos de la paridad, de modo que el objetivo número 3 dentro de los objetivos del Milenio de Naciones Unidas, «Promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer», que se fijaba, entre otras metas, «Eliminar las desigualdades entre los sexos en la enseñanza primaria y secundaria, preferiblemente hacia el año 2005 y en todos los niveles de la enseñanza hacia el año 2015», no ha sido cumplido para el 2005. El 2006 mostraba ciertamente avances, pero también importantísimos déficits en las zonas del mundo más atrasadas. GRÁFICO N.º 1 Matrícula de niñas en la enseñanza primaria en comparación con la de niños, 1990/1991, 1999/2000 y 2005/2006 (niñas por cada cien niños)

211

FUENTE: NN.UU., Objetivos de desarrollo del Milenio. Infome 2008.

No hay que olvidar que en muchos de estos países tanto la enseñanza primaria como la secundaria siguen siendo reducidas también entre los varones, de modo que no estamos hablando de una escolarización masiva entre las niñas sino tan solo de un déficit comparativo. El gráfico n.º 2 nos muestra los niveles de escolarización primaria de niños y niñas según niveles de riqueza de los países: la relación entre porcentaje de la población escolarizada y nivel de riqueza es muy evidente, así como también la menor escolarización de las niñas en todos los quintiles. La discriminación de género sigue vigente, aunque esté matizada por los niveles de riqueza y que, de modo general, podamos afirmar que se produce un progreso de las mujeres en la escolarización primaria y secundaria en casi todo el planeta. Las diferencias entre los ámbitos rural y urbano son asimismo muy evidentes: téngase en cuenta que, en los llamados ámbitos rurales, trasladarse a la escuela puede significar caminar durante varias horas en condiciones que pueden ser muy inseguras, de modo que no siempre las niñas pueden recorrer estos caminos sin afrontar riesgos importantes. GRÁFICO N.º 2 Tasa neta de asistencia a la escuela primaria de niños y niñas en las regiones en desarrollo, por lugar de residencia y nivel económico del hogar, 2000/2006 (%)

FUENTE: Elaboración propia en base a los datos de NN.UU., Objetivos de desarrollo del Milenio. Informe 2008.

En la enseñanza secundaria las diferencias entre zonas del mundo son algo más acusadas (gráfico n.º 3). Globalmente se observa la misma situación: 100 % o superior de matrícula de niñas en la secundaria en el mundo desarrollado, con tendencia incluso a superar la matrícula de niños, puesto que en bastantes casos los niños comienzan a trabajar antes; 94 % de matrícula de niños en relación a la de niñas 212

en los países en desarrollo, con tan solo un 80 % en el África subsahariana, y, lo que es más grave, una cierta tendencia a la disminución, que se observa también en Oceanía. En el resto de partes del mundo el progreso entre 1990-1991 y 2005-2006 ha sido evidente, respecto del crecimiento de la matrícula femenina en comparación con la masculina. GRÁFICO N.º 3 Matrícula de niñas en la enseñanza secundaria en comparación con la de niños, 1990/1991, 1999/2000 y 2005/2006 (niñas por cada cien niños)

* No existen datos disponibles para 1998. FUENTE: NN.UU., Objetivos de desarrollo del Milenio. Informe 2008.

— El acceso de las mujeres a la educación superior, en comparación con los hombres Hasta aquí los datos que muestran, sobre todo, las diferencias entre países pobres y países ricos, y el retraso en escolarización primaria y secundaria en algunas zonas del mundo, mayor en las mujeres que en los hombres. Pero la gran novedad que se plantea en el siglo XXI está vinculada al extraordinario avance de las mujeres en la educación superior que se ha producido en los países que el IDH clasifica como de desarrollo alto, e incluso en bastantes países con una tasa de desarrollo medio. En efecto, en los países de desarrollo alto, la situación generalizada es la de una tasa de matriculación femenina en la educación terciaria superior a la masculina en 2005, según el Informe de Desarrollo Humano de 2007-2008. Como al mismo tiempo se trata de países en los que los porcentajes de población joven que se inscriben en la educación superior —aunque no todos terminen con un título académico— son ya muy elevados, ello nos indica que las mujeres jóvenes están llegando en proporciones muy elevadas a la educación terciaria y que han sobrepasado a los hombres en número de estudiantes universitarias. Esta tendencia parece ir generalizándose, aunque por supuesto encontremos distancias enormes cuando comparamos entre países según su nivel de desarrollo. También en muchos países clasificados como de desarrollo humano medio se observa el mayor aumento de las estudiantes universitarias, incluso cuando la tasa bruta de matriculación en la enseñanza terciaria sigue siendo todavía baja, como en los casos de Colombia, Armenia, Perú, Filipinas, etc., que, con tasas de matriculación femenina 213

situadas en torno a un tercio de la población de la edad correspondiente, sobrepasan ya el índice de matriculación masculina. Otros países, en cambio, y de nuevo hay que referirse a aquellos vinculados al islam, mantienen tasas de matriculación universitaria femenina más bajas, como el caso de Turquía. A medida que disminuye la posición de un país en el ranking de desarrollo humano, disminuye drásticamente el porcentaje de población que llega a la educación superior y ello contribuye a mantener a las mujeres en una posición de casi exclusión de las universidades; en efecto, los países con IDH bajo, que como hemos visto experimentan aún fuertes dificultades para la escolarización primaria, tienen tasas bajísimas de matriculación de las mujeres en la educación superior: del orden del 1 % en países como Togo, Tanzania, Guinea, etc., en los que el porcentaje de estudiantes universitarias es apenas un 20 % del de los universitarios. Así pues, el objetivo para los países en desarrollo que experimentan más dificultades es conseguir el 100 % de alfabetización y escolarización primaria y secundaria; pero en los países desarrollados está surgiendo una situación nueva: aquella en la que las mujeres jóvenes tienen, en su conjunto, un mayor nivel educativo que los hombres de sus mismas generaciones. Este fenómeno crece con rapidez, vinculado sobre todo a las clases medias urbanas, de modo tal que en algunos países no se ha completado aún la escolarización primaria de las niñas y al mismo tiempo ha aparecido el fenómeno de su mayor nivel educativo en educación superior. Pero es sumamente importante subrayar que, frente a una marginación secular de las mujeres en relación a la educación y en especial a la educación universitaria, se ha producido un avance extraordinario, que ha desmentido todas las teorías que atribuían una menor inteligencia a las mujeres, y que ha transformado por completo el panorama educativo de los países avanzados, al establecer una innegable superioridad numérica —y a menudo no solo numérica— de las mujeres en las aulas universitarias y en algunos estudios que siempre fueron vistos como típicamente masculinos, como por ejemplo la medicina o la abogacía. El camino hacia una educación igualitaria ha sido iniciado. Es fundamental completarlo con una escolarización total de niñas y niños en el mundo, con un cambio cultural que reconozca la existencia y aportaciones de las mujeres, y con una consolidación de éstas en todos los niveles de la creatividad cultural y la educación.

Bibliografía BALLARÍN DOMINGO, P. (2001): La educación de las mujeres en la España contemporánea (siglos XIX y XX), Síntesis, Madrid. BELOTTI, E. (1978): A favor de las niñas, Monte Ávila Editores. BOURDIEU, P. (2005): La dominación masculina, Anagrama, Barcelona. CAPEL, R. M. (1982): Mujer y Sociedad en España (1700-1975), Ministerio de Cultura, Madrid. 214

NN.UU. (2008): Objetivos de desarrollo del milenio. Informe 2008. ROUSSEAU, J. J. (2007): Emilio o de la educación, Alianza Editorial, Madrid. RYAN, E., y DE LEMUS MARTÍN, S. (coord.) (2010): Coeducación. Propuestas para alcanzar la igualdad de género desde las aulas, Universidad de Granada. SIMÓN, E. (2010): La igualdad también se aprende. Cuestión de educación, Narcea, Madrid. SPENDER, D. (1980): Man Made Language, Routledge and Kegan Paul, Londres. SPENDER, D., y SARAH, E. (ed.) (1980): Learning to Lose: Sexism and Education, The Women Press, Londres. SUBIRATS, M., y TOMÉ, A. (2007): Balones fuera. La reconstrucción de los espacios desde la coeducación, Octaedro, Barcelona. SUBIRATS, M., y BRULLET, C. (1988): Rosa y Azul. La transmisión de los géneros en la escuela mixta, Instituto de la Mujer, Madrid. WALKER, S., y BARTON, (ed.) (1983): Gender, Class and Education, The Falmer Press, Sussex. VV.AA.(2006): Guía de buenas prácticas para favorecer la igualdad entre hombres y mujeres en educación, Colección Plan de Igualdad, n.º 2, Consejería de Educación, Junta de Andalucía.

Lecturas recomendadas • BALLARÍN DOMINGO, P. (2001): La educación de las mujeres en la España contemporánea (siglos XIX y XX), Síntesis, Madrid. La autora cuestiona el modelo androcéntrico tradicional de la historia de la educación. Se sirve para ello de la consideración de la variable género como una categoría analítica. En ese marco y tratando de superar la dicotomía «victimización/logros femeninos», presenta la educación como un instrumento de control social de clase y género al servicio de la reproducción de las desigualdades. Pero, al descubrir la construcción educativa de las diferencias de género, pone de relieve la capacidad de la educación como instrumento de liberación y de control de las mujeres de su propio destino. • SUBIRATS, M., y BRULLET, C. (1988): Rosa y Azul. La transmisión de los géneros en la escuela mixta, Instituto de la Mujer, Madrid. Con este libro las autoras abren un campo de investigación educativa en España y crean escuela con su minuciosa técnica de observación del aula. Se trata de una investigación de nivel micro en la que, de forma sistemática y detallada, se registran las diferencias en la atención prestada por el profesorado de las escuelas infantiles a las niñas y a los niños que tienen en sus aulas. Es un libro que revela cómo de forma más o menos sutil, más o menos consciente, el profesorado transmite a través de sus expectativas los roles de género y cómo estos condicionan la autopercepción y la 215

identidad de niñas y niños. • VV.AA. (2006): Guía de buenas prácticas para favorecer la igualdad entre hombres y mujeres en educación, Colección Plan de Igualdad, n.º 2, Consejería de Educación, Junta de Andalucía. Como su nombre indica, es una guía de buenas prácticas, dirigida fundamentalmente a enseñantes que quieran trabajar en las aulas bajo el principio de la coeducación, pero la metodología de trabajo que plantea es de amplio espectro. Esto es, puede generalizarse a la planificación de acciones para impulsar la igualdad entre hombres y mujeres en cualquier otro ámbito, sanidad, medios de comunicación, administraciones públicas, empresas, etc. Comienza con un diagnóstico a partir del cual se proponen intervenciones alternativas para áreas específicas (ámbito científicotecnológico, ciclos formativos, TIC).

Páginas web recomendadas • Principado de Asturias: www.educastur.princast.es/proyectos/coeduca/ • Lenguaje no sexista: www.educarenigualdad.org/.../old/ • Junta de Andalucía Coeducación: .www.juntadeandalucia.es/averroes/ ~cepal2/.../view.php?id • Mujeres en Red. Coeducación: www.nodo50.org/mujeresred/coeducacion.htm

Actividades prácticas 1. Presenta dos argumentos a favor y dos en contra de por qué la educación de las mujeres sirve a los intereses de la economía y de las clases políticas. 2. Realiza el análisis de contenido de un manual de una asignatura de ciencias experimentales o tecnología de educación secundaria. Tienes que identificar el número de veces que las mujeres aparecen en el texto o en los gráficos y los roles en los que aparecen, el sexo de los y las científicas/os que aparecen y hasta qué punto los ejemplos son neutrales respecto al género.

2. Educación superior e investigación científica: historia, sociología y epistemología, por EULALIA PÉREZ SEDEÑO y ANTONIO FCO. CANALES SERRANO

216

2.1. INTRODUCCIÓN El interés por la interacción entre género 5 y ciencia surge de investigaciones acerca del escaso número de mujeres conocidas a lo largo de la historia de las ciencias y sobre las barreras institucionales y socio-psicológicas que han obstaculizado, y siguen dificultando, el acceso de las mujeres a la ciencia y la tecnología. Estas investigaciones han originado el interés por la recuperación de figuras femeninas olvidadas por la historia tradicional, pero también por la situación real y actual de las mujeres en los distintos sistemas nacionales de ciencia y tecnología, así como por la relevancia de la variable «género» en los contenidos de la ciencia. Los estudios sobre los sistemas de Educación Superior (ES) y de Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+I) que se han institucionalizado y generalizado en las últimas décadas atienden a diversas variables. Sin embargo, adolecen de cierta parcialidad y suelen ser incompletos, pues apenas discriminan entre las diferentes situaciones que se dan en los distintos actores que componen el sistema, que quedan diluidas en las cifras globales. Pero cuando se toma en cuenta la variable «sexo», la radiografía que se obtiene del sistema es diferente y puede ofrecer indicaciones de dónde fallan los sistemas, de modo que se pueden apuntar soluciones para favorecer la calidad y excelencia de toda la comunidad científica. El Informe Mundial sobre la Ciencia de UNESCO (1996) incluía un capítulo, coordinado por Sandra Harding y Elizabeth McGregor, en el que se establecía un marco conceptual para el análisis y se ofrecían datos estadísticos a nivel mundial y de algunos países concretos en la educación formal y no formal, la enseñanza universitaria y los puestos profesionales. Ahí ya se señalaba la necesidad de tener mejores datos: sin ellos no se podía establecer un diagnóstico adecuado y sin éste era imposible determinar prioridades. La Unión Europea, en su informe Política Científica de la Unión Europea, que lleva por subtítulo Promover la excelencia mediante la integración de la igualdad entre géneros, que se conoce popularmente como Informe ETAN, estudió la situación de la mujeres en la ciencia y la tecnología de diversos países europeos y concluyó que la «infrarrepresentación de las mujeres amenaza los objetivos científicos de alcanzar la excelencia, además de ser un derroche y una injusticia». Aunque dicho informe tiene muchas virtudes, puso de manifiesto, una vez más, la dificultad de obtener datos fiables en el campo de la ciencia y la tecnología. Por ese motivo, una de las recomendaciones del grupo ETAN fue que todos los Estados miembros de la Unión Europea elaboraran estadísticas desglosadas por sexo, aunque la Comisión Europea ya había efectuado la misma recomendación en 1993, y en esos cinco años no había habido mejoras sustanciales. Este problema se está intentando solucionar mediante la publicación periódica de la serie She Figures (2003, 2006, 2009). Los datos muestran que, con pequeñas variaciones, las mujeres se han incorporado plenamente a la ES y a la I+D+I, y que en todos los países persiste la discriminación jerárquica o vertical, es decir, la que relega a la mayoría de las mujeres a los grados 217

inferiores del escalafón, produciéndose así esa pérdida paulatina que supone una auténtica sangría para el sistema de ciencia y tecnología; pero la discriminación territorial u horizontal, que hace que las mujeres se concentren en cierta áreas, parece diluirse, aunque quedan pequeños núcleos pertinazmente resistentes como las ingenierías (FECYT, 2007) o la física (PÉREZ SEDEÑO y KICZKOWSKI, 2010). Algunas de las razones que suelen esgrimirse para explicar esta situación apelan a la historia de las mujeres en la educación, en concreto a la nuestra, por lo que puede resultar iluminador saber de dónde venimos y cómo hemos llegado a la situación actual.

2.2. EL ACCESO DE LAS MUJERES A LA EDUCACIÓN SUPERIOR Las oportunidades educativas para las mujeres en el mundo occidental se ampliaron de manera notable desde finales del siglo XVIII, si bien con considerable retraso respecto a los varones (ROGERS, 2006). Hasta la segunda mitad del XIX no empezó a definirse, especialmente en los países anglosajones, un tipo de estudios femeninos con cierta similitud a la educación secundaria masculina. El acceso de las mujeres a las universidades fue todavía más tardío, prácticamente en el último cuarto de siglo. En realidad, resulta difícil ofrecer una cronología homogénea, pues se trata de un proceso complejo repleto de situaciones particulares y contradictorias. Muchas de las primeras universitarias asistían a las clases meramente como oyentes, sin derecho a examen, ni título; otras se examinaban, pero no podían acceder a las aulas. Bastantes mujeres frecuentaban las lecciones de Oxford desde mediados del siglo XIX, aunque esta universidad no permitió graduarse a las mujeres hasta nada menos que 1919, en todo caso casi treinta años antes que Cambridge, que no lo hizo hasta 1947. Por el contrario, las primeras doctoras españolas de finales del siglo XIX apenas habían pisado un aula universitaria a pesar de su doctorado. Pero, incluso para aquellas jóvenes que lograron el derecho a examinarse, quedó durante bastante tiempo en el aire el derecho a título y la validez de éste. Las universidades escocesas, por ejemplo, crearon títulos específicamente femeninos. Las diferentes estructuras universitarias según los países complica todavía más la comparación. El mundo anglosajón se caracterizaba por la enorme variabilidad y flexibilidad de sus instituciones de educación superior, que en muchos casos incluían la formación del magisterio. En la Europa continental, por el contrario, la Universidad se separaba rígidamente del resto del mundo educativo a través de sus exámenes de ingreso que certificaban la culminación de una larga educación secundaria académica. Estos exámenes constituían una barrera insuperable para las mujeres que no fueron autorizadas a participar en ellos hasta finales del siglo XIX (1861 en Francia, 1872 en Austria, 1895 en Alemania), sin que tal autorización implicara la creación de instituciones educativas en las que prepararlos. Por el contrario, el establecimiento de institutos femeninos de bachillerato tendió a postergarse como mínimo dos décadas según los países. Estados Unidos fue el país pionero en el acceso de las mujeres a la educación 218

superior. La primera universidad que admitió mujeres fue la de Oberlin. Fundada en 1833 como Oberlin Collegiate Institute, ese mismo año se matricularon en ella veintinueve hombres y quince mujeres y en 1837, ya como Oberlin College, se matricularon cuatro mujeres para obtener el grado, de las cuales tres obtendrían la titulación. No obstante, la educación superior de las mujeres en este país recibiría el impulso definitivo gracias a la creación de instituciones específicamente femeninas. Tras el precedente de Mount Holyoke (Massachusetts, 1837), en la segunda mitad del siglo se consolidaron las Seven Sisters, un grupo de siete colleges femeninos (ALCALÁ, 2009) 6 . El modelo americano no cuajó en la Europa continental, donde las mujeres se vieron forzadas a pugnar por acceder a las tradicionales universidades masculinas. Las universidades suizas y, destacadamente, la de Zúrich, fueron las primeras en abrir sus aulas y grados. La rusa Nadejda Souslova obtuvo un doctorado en medicina en esta última en 1867. Así, las instituciones de educación superior suizas se convirtieron en un polo de atracción para mujeres que tenían cerrada la vía universitaria en sus países: alemanas, austriacas y especialmente rusas. De hecho, el elevado número de estudiantes rusas en Suiza alarmó al Zar, quien, temiendo por su rectitud moral y política, las conminó en 1873 a abandonar el país bajo la amenaza de impedir su retorno a Rusia (JOHANSON, 1987: 55). Muchas de estas estudiantes rusas intentaron esquivar la disyuntiva zarista de dejar de estudiar o convertirse en exiliadas solicitando el acceso a las universidades alemanas, austriacas y francesas. Con ello, añadieron presión sobre las autoridades de estos países que debatían en esas mismas fechas qué respuesta ofrecer a las solicitudes de sus propias súbditas. En ese mismo año, 1873, la rusa Johanna Evreinova obtuvo una licenciatura en leyes en Leipzip, aunque las universidades alemanas no admitieron mujeres hasta la última década del siglo, cuando permitieron la obtención del doctorado tras seguir cursos universitarios como oyentes. Con cierto retraso, el proceso fue similar en el Imperio AustroHúngaro, donde las universidades checas venían admitiendo mujeres como oyentes desde la década de los setenta (ALBISETTI, 1996). En Francia, Madeleine Brés obtuvo un doctorado en medicina en 1875, si bien parece haber existido el precedente de una licenciada en letras en 1861 (TIKHONOV, 2009: 53). En Italia, una estudiante rusa que había frecuentado previamente la Universidad de Zúrich se licenció en medicina en 1877 (POLENGHI, 2008: 297). El Reino Unido presentaba un modelo híbrido entre el continental y el estadounidense basado en colleges femeninos que, si bien ofrecían a las mujeres educación superior, las mantenían al margen de la vida universitaria sin siquiera garantizarles en todos los casos el acceso a los mismos exámenes y grados que los varones. La Universidad de Londres fue la primera universidad inglesa en admitir una mujer en sus grados en 1878, pero desde unos años antes las universidades escocesas venían concediendo grados específicamente femeninos a las mujeres que estudiaban en colleges segregados. Así, mientras que el University College London no admitió a una mujer en medicina hasta 1917, la Universidad de Glasgow graduaba médicas desde principios de siglo (DYHOUSE, 1995: 11-15). Desde 1881 la Universidad de 219

Cambridge permitía a las mujeres presentarse a su examen de grado; eso sí, como ya se indicó, no concedió el título de graduadas a las que lo superaban hasta casi setenta años después, en 1947 (PURVIS, 1991). En Irlanda las mujeres obtuvieron el derecho a examinarse en 1879, aunque no existían instituciones en las que pudieran recibir la formación necesaria para hacer efectivo tal derecho. La nueva Ley de 1908 bloqueó en la práctica la vía de los colleges femeninos al establecer, además de la igualdad en la validez de los títulos, la obligación de asistir a clase (BREATJNACH, 1987). No puede afirmarse que España marchara con retraso en este proceso de incorporación de las mujeres a las universidades. En fecha tan temprana como 1872 María Elena Maseras Ribera se convirtió en la primera universitaria española al acceder a la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. Siguieron su estela otras cinco mujeres en el siguiente quinquenio, cuatro de las cuales optaron también por medicina. Y en medicina se doctoraron también en 1882 María Dolores Aleu Riera y Martina Castells Ballespí, tras batallar por la validez de sus títulos de licenciatura. Existieron, por tanto, doctoras españolas muy poco después de las primeras doctoras suizas y francesas y, en todo caso, antes que alemanas, inglesas o austriacas. Ahora bien, el gobierno no estuvo dispuesto a que tal precocidad cuajara. En 1882, el mismo año en que se doctoraban las primeras españolas, prohibió la admisión de nuevas estudiantes en la universidad. Finalmente, en 1888 se reconoció el derecho de las mujeres a matricularse, pero no como alumnas oficiales y tras solicitar permiso al ministerio. A pesar de estas restricciones, una media de una decena de alumnas por curso siguió estudios universitarios en los siguientes años y seis de ellas se doctoraron antes de 1910 (FLECHA, 1996). La cronología no difiere en exceso en Iberoamérica. El primer caso, aunque incierto, aparece referenciado en La Gaceta de México en 1877. Zenaida Ucounkoff obtuvo ese año su título de médica, aunque no se sabe si ejerció. Una década después conseguiría su título en medicina Matilde Montoya. En 1877, Chile permitió el acceso de las mujeres a la universidad y, en la siguiente década, Eloísa Díaz y Ernestina Pérez se matricularon en la Facultad de Medicina. Eloísa Díaz, quien se licenció en medicina y farmacia en 1886 y obtuvo en 1887 el título de Doctora en Medicina y Cirugía, fue la primera mujer doctorada en una universidad iberoamericana. También en 1887 lograba graduarse en medicina la brasileña Rita López y, en 1888, la cubana Laura Martínez Carbajal y del Camino López obtuvo la licenciatura en Ciencias Físico-Matemáticas. La primera argentina en obtener un título superior en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, en 1889, fue Cecilia Grierson (PALERMO, 2006; PÉREZ SEDEÑO, 2009). El acceso de las mujeres a la universidad fue, pues, un proceso sorprendentemente coincidente en el tiempo a pesar de los enormes contrastes de todo tipo existentes entre los países mencionados. Con apenas dos décadas de diferencia, entre los años setenta y ochenta del siglo XIX, las mujeres comenzaron a licenciarse y a doctorarse en el mundo occidental. Otra coincidencia especialmente significativa fue la aplastante predilección por los estudios médicos, con la excepción del ámbito anglosajón y francés. Esta estrecha vinculación entre el acceso a la educación 220

universitaria y la medicina pulveriza la tópica asociación entre estudios humanísticos y mujeres universitarias. Las pioneras, aquellas que desafiaron el monopolio universitario de los varones enfrentándose a todo tipo de dificultades, batallaron por acceder al más prestigioso, y por tanto al más masculino, de los saberes del momento: el conocimiento científico.

2.3. LA NUEVA MUJER DEL SIGLO XX El acceso de las mujeres a los estudios universitarios en condiciones básicamente similares a las de los varones tendió a quedar establecido a principios del siglo XX. Tras las pioneras, la proporción de mujeres universitarias aumentó de manera lenta, pero continua. En torno al cambio de siglo, las mujeres representaban el 16 % de los universitarios en Inglaterra (incluyendo la formación para el magisterio), el 7 %, en Alemania y Francia y el 6 %, en Italia. Sin embargo, el salto significativo no se produjo hasta la primera posguerra mundial, cuando las universitarias contribuyeron a forjar el nuevo modelo de la moderna mujer de los años veinte y treinta. En esta década las mujeres representaban un cuarto de la matrícula universitaria en Francia y Reino Unido, un 15 %, en Italia (ROGERS, 2006: 119) y un 17,5 %, en Alemania (STEPHENSON, 1975: 43). En España, 1910 resultó una fecha clave para la incorporación de mujeres a la universidad. En este año coincidieron dos medidas legislativas que resultarían trascendentales. De un lado, se normalizó el acceso de las mujeres al suprimir el requisito del permiso de la autoridad 7 . De otro, se abrieron las oposiciones del Ministerio de Instrucción Pública a ambos sexos en igualdad de condiciones y retribución. En los años que siguieron a estas medidas se observa un constante crecimiento en el número de matriculadas. En 1917 casi setecientas alumnas cursaban estudios en la universidad española y en 1927 eran más de tres mil, cifra que suponía más del 8 % de la matrícula 8 . Desde la segunda década del siglo, pues, existía un creciente número de jóvenes españolas dispuestas a entrar en los ámbitos académicos tradicionalmente reservados a los varones. Esta pretensión incluía no solo la universidad, sino también las instituciones de investigación científica como era el caso de la Junta para la Ampliación de Estudios. La influencia de la Institución Libre de Enseñanza convertía a la JAE en un organismo favorable a la educación de las mujeres y, de hecho, en 1915 se creó la sección femenina de la Residencia de Estudiantes. La Residencia de Señoritas, como se conoce habitualmente a esta sección, constituyó un importante hito en el acceso a la educación superior de las mujeres españolas, pues ofrecía un entorno favorable al estudio a la vez que socialmente aceptable. Pero sobre todo suponía la inclusión de las mujeres en el proyecto de la JAE de consolidar una élite académica y cultural, moderna y europea. Así, al igual que en el caso de los varones, la Residencia de Señoritas diseñó un programa formativo integral para sus estudiantes que incluía cursos de idiomas, laboratorios, biblioteca y conferencias. 221

La Residencia de Señoritas jugó un importante papel en la formación de las primeras científicas españolas. María de Maeztu, su directora, no deseaba que la Residencia se convirtiera en «una academia preparatoria para el Magisterio» (CUEVA, 2010: 49) y gracias a sus estrechas relaciones con el Internacional Institute amplió los horizontes educativos de las residentes hacia la ciencia. Así, se estableció un laboratorio dirigido por la profesora norteamericana Mary Louise Foster y desde 1920 se puso en marcha un programa de intercambio con colleges americanos. De 1919 a 1934, veintidós mujeres se beneficiaron de estas becas, dieciocho de ellas universitarias, destacadamente licenciadas en ciencias (MAGALLÓN, 2009). La evolución de los estudios que cursaban las residentes se ajustaba también a las expectativas de María de Maeztu. En 1915 la mayoría de las residentes estudiaba en la Escuela Normal o en la Escuela Superior del Magisterio; en 1933 casi las dos terceras partes lo hacían en las facultades universitarias (ALCALÁ y MAGALLÓN, 2008: 146). Las mujeres se beneficiaron también de la política general de becas para estudiar en el extranjero de la JAE. Hasta los años veinte obtuvieron el 4 % de las pensiones concedidas, un porcentaje que aumentaría hasta el 13 % en los años treinta. En total, se concedieron ciento trece pensiones individuales a mujeres, el 16 % de las cuales lo fueron para estudios de tipo científico. Entre las becarias que marcharon al extranjero para recibir formación científica destacan Margarita Comas Camps, Jimena Fernández de la Vega y Díez Lombán y Felisa Martín Bravo. La presencia de las mujeres españolas en la universidad se consolidó en los años treinta. A partir de 1928, el ministerio excluyó las enseñanzas de practicantes, matronas, odontólogos y enfermeras del cómputo universitario y restringió las estadísticas a las cinco licenciaturas clásicas (Filosofía y Letras, Farmacia, Ciencia, Derecho y Medicina). Con estos criterios más restrictivos, el número de universitarias se redujo a 1.853, el 4,5 % de la matrícula. Este porcentaje era ya del 9 % en el último curso republicano. En paralelo a este aumento de la presencia femenina en las facultades españolas, se produjo una diversificación de las carreras elegidas (CANALES, 2006). En los años treinta, Medicina perdió su inicial hegemonía y se convirtió en la opción del 10 % de las universitarias, mientras que Farmacia se perfilaba en 1932 como la opción preferida, con cerca del 30 %. Pero quizás el fenómeno más destacable de los primeros años treinta era el creciente atractivo de derecho, que recibía ya el 15 % de las matrículas femeninas. Las facultades de ciencias y letras, por su parte, atraían cada una de ellas al 20 % de las estudiantes. Estas facultades resultaban crecientemente atractivas para las mujeres desde que en 1910 se ofreció a las licenciadas una salida profesional a través de las oposiciones del Ministerio de Instrucción Pública. En 1918 Julia Gómez Llopis se convirtió en la primera catedrática de instituto española, aunque hubo que esperar a 1923 para contar con la primera catedrática licenciada, María Luisa García-Dorado (MARTÍN y GRANA, 1999: 323). A partir de 1928 se hizo habitual la presencia de mujeres en el escalafón de catedráticos. Con anterioridad a la guerra, veintinueve mujeres ejercían como 222

catedráticas, lo que suponía un escaso 3,6 % del escalafón, aunque la presencia femenina se elevaba hasta el 9 % entre los catedráticos nombrados a partir de 1928 (ESCALAFÓN, 1935), un porcentaje similar al de estudiantes universitarias, aunque notablemente inferior a la presencia femenina en las facultades de Letras que, como se indicó, era de un 20 %. A pesar de su prestigio y retribución, la docencia en educación secundaria no constituía el único horizonte profesional de las licenciadas españolas. En los años treinta las mujeres se incorporaron también al profesorado universitario. En 1931 existían diecinueve profesoras de universidad, abrumadoramente en el campo de las ciencias. Las facultades de ciencias y medicina contaban con seis profesoras cada una de ellas y la de farmacia, con tres. El ámbito científico, que atraía a la mayoría de las estudiantes, mantenía también su atractivo para las mujeres como campo de ejercicio profesional. La consolidación de un grupo de científicas profesionales puede constatarse en el Instituto Nacional de Física y Química. De 1931 a 1937, treinta y seis mujeres investigaron en las diversas secciones de esta institución científica, cifra que supone aproximadamente un 20 % del total de investigadores (MAGALLÓN, 2009). Se trataba de un porcentaje importante teniendo en cuenta que en 1932 las mujeres apenas suponían el 11 % del alumnado de Ciencias y el 20 % de Farmacia. Esta incorporación de las mujeres a la actividad científica no incluía, sin embargo, el ámbito tecnológico. En 1929 Pilar de Careaga Basabe, quien sería alcaldesa de Bilbao en 1969, se convirtió en la primera ingeniera industrial española. Por las mismas fechas la presencia femenina en Arquitectura se limitaba a dos alumnas y se elevaría a siete en 1932 frente a prácticamente un millar de varones. En el resto de las ingenierías la proporción era igualmente marginal, cuando no inexistente. En definitiva, durante los años de la Segunda República se consolidó en España el acceso de las mujeres a la educación superior. Aunque el porcentaje de universitarias era relativamente bajo comparado con otros países europeos, las licenciadas españolas constituían ya una masa crítica que rompía con los prejuicios tradicionales y, sobre todo, establecía una pauta social: comenzaba a ser normal que las jóvenes de clase alta y media siguieran algún tipo de estudios académicos. Esta normalización social resultaría determinante en los años siguientes, cuando las circunstancias políticas y los discursos se trocaran abiertamente contrarios a las mujeres universitarias.

2.4. EL FRANQUISMO La ideología franquista era explícitamente contraria a la educación universitaria de las mujeres (MOLINERO, 1998). El destino natural de la mujer era el de convertirse en esposa sumisa y madre diligente y tal cometido no requería de formación académica, sino básicamente moral y religiosa. Las declaraciones de jerarcas, ideólogos y eclesiásticos en contra de la presencia de las mujeres en la universidad se 223

multiplicaron en la posguerra e incluso se desempolvaron las tradicionales afirmaciones sobre la inferioridad intelectual femenina. Así, Pilar Primo de Rivera, jefa de la Sección Femenina, sentenciaba nada menos que ante el Servicio Nacional del Magisterio que «las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles» (FOLCH, 2001). No obstante, la brecha abierta por las universitarias de preguerra no era fácil de cerrar. Resulta muy significativo, en este sentido, que la mayoría de las apologías sobre el destino natural de las mujeres admitiese ya la excepcionalidad. De este modo, a pesar de defender que, como norma, la universidad no era lugar para las mujeres, se reconocía implícitamente que no cabía prohibir la presencia a algunas de ellas. Para las autoridades franquistas, la cuestión no era prohibir por decreto el acceso de las mujeres a la universidad, sino evitar que llegaran, reconduciéndolas hacia otras opciones formativas y profesionales. Con esta finalidad, se especuló a lo largo de los cuarenta sobre una educación secundaria específicamente femenina que preparara a las jóvenes para sus funciones naturales y las alejara de la universidad, al menos de buena parte de la facultades, o al menos a la mayoría de ellas. En similares términos se expresaban los fascistas italianos, los nazis alemanes y buena parte de la opinión conservadora europea. La cuestión era que, una vez que las mujeres habían accedido en proporción significativa a la educación superior, no había de resultar tan fácil revertir la tendencia, con independencia de la adscripción ideológica de las familias o de las propias alumnas (CANALES, 2006a). Ni siquiera el nazismo, que limitó por decreto la presencia femenina en la universidad al 10 %, consiguió su objetivo (STEPHENSON, 2001: 70-75, y STIBBE, 2003: 108-113). En el caso español, finalmente, las medidas sobre el bachillerato femenino se limitaron a la segregación institucional a través de la creación de los institutos femeninos, pero no se estableció un currículum diferenciado para las chicas más allá de la adición de las asignaturas de Labores y Hogar. En consecuencia, a diferencia de la Alemania nazi o del mundo anglosajón, las jóvenes españolas continuaron accediendo a prácticamente el mismo currículo que los varones y, por tanto, a los mismos títulos y a las mismas facultades. A pesar de la radical ruptura que supuso la Guerra Civil en todos los órdenes, en el caso de la educación de las mujeres las tendencias de preguerra se mantuvieron bajo el franquismo. Las jóvenes españolas no abandonaron el bachillerato, aunque el franquismo restauró la tradicional rama paralela del magisterio que habían cursado mayoritariamente las mujeres hasta los años treinta. Tampoco dejaron de frecuentar las aulas universitarias. Por el contrario, a lo largo de los cuarenta, la matrícula femenina se mantuvo en torno al 15 % y a finales de los cincuenta había superado el 20 %. Más significativo todavía resulta que también se mantuviera la preferencia de las universitarias por el ámbito científico. Farmacia mantuvo su liderazgo entre las opciones de las jóvenes estudiantes y llegó a congregar al 35 % de las universitarias a mediados de los años cincuenta. Ciencias, por su parte, atraía a un cuarto de las estudiantes en los años cuarenta. Por contraste, los estudios médicos, que habían sido la preferencia de las pioneras, perdieron súbitamente peso entre las elecciones 224

femeninas en la posguerra y apenas representaban el 13 % del total de la matrícula femenina a comienzos de los años setenta. En todo caso, hasta la década de los sesenta, las universitarias españolas siguieron apostando mayoritariamente por estudios de tipo científico (CANALES, 2006). Esta preferencia femenina por la ciencia se veía reforzada en el profesorado universitario. A mediados de los años cuarenta, un centenar de mujeres enseñaba en las universidades, apenas el 5 % del profesorado universitario. No obstante, su distribución por facultades resultaba muy significativa. Prácticamente la mitad de estas profesoras trabajaba en facultades de ciencias. Si a este porcentaje se añade el de profesoras de Farmacia (en torno al 10 %) y el de Medicina (con bruscas variaciones, pero sobre un 5 %), se confirma que como mínimo hasta 1959, fecha en que dejan de publicarse estadísticas segregadas, la mayoría del profesorado universitario femenino ejercía en el ámbito científico, con porcentajes superiores al 60 % en algunos cursos. Este porcentaje era del 56 % a principios de los años setenta. Así pues, en los años más duros del régimen, en pleno apogeo del nacionalcatolicismo fascistizante, más de la mitad de las profesoras universitarias trocaban los ámbitos en principio más acordes con su pretendida naturaleza por el laboratorio. Las profesoras universitarias de posguerra contradecían abiertamente la máxima del inspector y divulgador pedagógico de éxito Agustín Serrano de Haro: «nada de conocimientos científicos para estas niñas. La cocina —¡sí la cocina!— debe ser su gran laboratorio» (COSTA, 1990: 115). Obviamente, en la jerarquizada universidad franquista, estas profesoras ocupaban puestos auxiliares. Sin embargo, el perfil de las primeras catedráticas españolas no desmiente la estrecha vinculación entre mujeres universitarias y ciencia. La primera catedrática española, Ángeles Galino Carrillo, ganó en 1953 la cátedra de Pedagogía, un ámbito, en principio, más adecuado para las mujeres. No obstante, las siguientes, una década después, ocuparon cátedras científicas. Concretamente, Asunción Linares Rodríguez, quien ganó la cátedra de Paleontología en Granada en 1961, y Carmen Virgili Rondón, quien en 1963 obtuvo la de Estratigrafía y Geología Histórica en Oviedo. La situación era muy diferente en los institutos de investigación no universitarios. La JAE fue desmantelada y el nuevo organismo con el que se pretendió sustituirla, el CSIC (CANALES, 2009), se reveló bastante menos favorable a la participación femenina. De entrada, el diseño del CSIC, basado prácticamente en catedráticos en sus primeros años, dejaba poco espacio a las mujeres. Entre el personal que integró las juntas directivas de los institutos solo figuraban dos mujeres: la antropóloga Mercedes González Gimeno y la pedagoga Julia Ochoa Vicente. La única científica presente en la nómina de colaboradores de 1940 era Dolores Ayestarán Tafalla, quien figuraba como becaria en la sección de química orgánica del Instituto Alonso Barba de Sevilla (FERNÁNDEZ, 2002). Las científicas de preguerra que habían trabajado en la JAE desaparecieron. Algunas se exiliaron como dos de las hermanas Barnés o Margarita Comas; otras fueron depuradas o incluso encarceladas, como María Teresa Toral Peñaranda; pero la mayoría abandonó el ejercicio científico profesional y pasó 225

al olvido (ALCALÁ y MAGALLÓN, 2008: 163-165). Hubo de transcurrir más de una década para que algunas mujeres volvieran a integrarse en la investigación científica del CSIC. Entre ellas destacan la bioquímica Gertrudis de la Fuente, una de las primeras firmas españolas en la prestigiosa revista Nature, quien se integró en el equipo de investigación de Alberto Sols (MARTÍNEZ, 2003); la también bioquímica Sara Borrell, quien realizó cinco estancias de investigación en el extranjero; y la italiana Gabriella Morreale (PABLO, 2002). Estas científicas reanudaron el camino truncado por la Guerra Civil y contribuyeron a reabrir la brecha en el ámbito científico por la que accedieron desde los años sesenta un número creciente de científicas (SANTESMASES, 2000). En el ámbito tecnológico, la presencia femenina siguió siendo marginal. A mediados de los cincuenta solo cuatro mujeres cursaban estudios técnicos frente a nada menos que 3.300 varones. La incorporación de las mujeres a las carreras técnicas fue un fenómeno de los años sesenta. A mediados de esta década existían cerca de quinientas estudiantes y a partir de 1968 este número superaba el millar. No obstante, estas estudiantes apenas suponían el 6 % de la matrícula a mediados de los años setenta.

2.5. LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA Y LA SITUACIÓN ACTUAL Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975 y en 1978 se aprobó la nueva Constitución democrática, según la cual ninguna persona puede ser discriminada por razón de sexo. En octubre de 1982 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) obtuvo la mayoría, por vez primera desde la Guerra Civil. El gobierno socialista, con la presión de las asociaciones feministas y de mujeres, comenzó una suerte de «acción afirmativa»: en 1983 se fundó el Instituto de la Mujer, aunque aún tuvieron que pasar cuatro años para que se aprobara el primer Plan para la Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres. Los dos primeros planes contenían una serie de estrategias para mejorar la situación social de las mujeres a través de un conjunto de medidas, entre las cuales, las educativas eran, sin duda, las más importantes. En 1986 se promulgó la popularmente denominada «Ley de la Ciencia» 9 , que supuso un importante empuje para el desarrollo de la educación superior y la investigación científica en España. En la exposición de motivos de dicha Ley se hacía hincapié en la «necesidad de corregir los tradicionales males de nuestra producción científica y técnica» (insuficientes recursos económicos y humanos, desordenada coordinación y gestión de programas, etc.). Se pretendía terminar con el «clima de atonía y falta de estímulos sociales» de la investigación científica en España y se intentaba garantizar «una política científica integral, coherente y rigurosa en sus distintos niveles de planificación, programación, ejecución y seguimiento» para conseguir aumentar los recursos necesarios para la investigación, de modo que fueran rentables económica, social y culturalmente. 226

La Ley de la Ciencia supuso una buena identificación, en esos momentos, de problemas e indicadores, aunque no completa. Los legisladores eran conscientes de que la promoción de la investigación científico-tecnológica en los años subsiguientes a la promulgación de la Ley exigía un aumento en el número de nuevos investigadores, así como el aprovechamiento de la experiencia de los ya existentes. Ahora bien, siendo como era una Ley volcada en las personas componentes de la comunidad científica, en los individuos, no en las instituciones, la Ley de la Ciencia no hacía referencia alguna, ni explícita ni implícita, a las mujeres, su situación o la necesidad de incorporarlas sin ningún tipo de matices, a pesar de que algunos países en los que se inspiraba, como EE.UU., ya estaban llevando a cabo políticas de acción afirmativa. Los datos de 1986 mostraban de manera clara la pérdida que se producía a partir del doctorado. Si del alumnado universitario que se licenciaba, algo más de la mitad eran mujeres, en el doctorado y en la lectura de tesis de cada diez apenas cuatro lo eran; en el profesorado, las mujeres quedaban reducidas a la cuarta parte: de cada diez titulares, 2,5 eran mujeres y, como colofón, en el estamento de más prestigio y poder, que es el de cátedras de universidad, la proporción no llegaba a una mujer por cada nueve hombres (0,7 mujeres por cada nueve hombres). TABLA N.º 1 Porcentaje de mujeres/hombres en las universidades españolas (1986) Mujeres

Hombres

Matrícula

49,4

50,6

Licenciatura

54,6

45,4

Matrícula doctorado

38,3

61,7

Tesis doctorado

36,4

63,6

Profesorado funcionario

26,7

73,3

Cátedras

7,9

92,1

Hoy en día, la presencia de mujeres en las instituciones de conocimiento varía según los países y, dentro de éstos, según las áreas y categoría profesional, pero suele seguir pautas similares. Así, por ejemplo, en el curso 2009-2010 en España las mujeres constituían el 54,4 % de las personas matriculadas en licenciaturas y grados universitarios, el 59,7 % de quienes alcanzaban la licenciatura, el 51,4 % de las personas matriculadas en los estudios de doctorado y el 48,7 % de quienes se doctoraban. Las matriculadas se distribuyen por áreas de la siguiente manera: TABLA N.º 2 Porcentaje de matrículas por área y sexo (curso 2008-2009) Mujeres

227

Hombres

Ciencias

39,01

60,99

Ciencias de la Salud

69,70

30,30

Ciencias Jurídicas y Sociales

53,60

46,40

Arte y Humanidades

63,30

36,70

Ingenierías

23,80

76,20

Por áreas, las estudiantes de doctorado se repartían de la siguiente manera: TABLA N.º 3 Matrícula de doctorado por área y sexo (2009) Mujeres

Hombres

Ciencias experimentales y de la Salud

61,40

38,60

Ciencias Sociales y Jurídicas

51,00

49,00

Humanidades

57,04

42,96

Ingenierías y tecnología

29,70

70,30

No distribuido por áreas

43,50

56,50

El porcentaje de mujeres que aprobó su tesis doctoral en ese mismo curso fue del 48,7 %, distribuyéndose de la siguiente manera: TABLA N.º 4 Porcentaje de tesis aprobadas por área y sexo (2009) Mujeres

Hombres

Ciencias experimentales y de la Salud

56,1

43,9

Ciencias Sociales y Jurídicas

50,6

49,4

Humanidades

49,1

50,9

Ingenierías y tecnología

28,1

71,9

No distribuido por áreas

43,1

56,9

Como se ve (y esa es una muestra más de las dificultades con que se enfrentan este tipo de trabajos), el tipo y número de áreas en que se clasifica al estudiantado es diferente en los estudios de licenciatura y en los de doctorado, por lo que no se pueden hacer comparaciones muy precisas. Por otro lado, al unir ciencias experimentales con Ciencias de la Salud en los estudios de doctorado y en las tesis doctorales, la distorsión es clara. También disponemos de datos de las becas y contratos para ese mismo curso, donde encontramos que las mujeres tienen el 52,3 % de las becas/contratos de Formación de Profesorado (FPU), el 48,3 % de las de Formación de Personal Investigador (FPI), el 51,6 % del programa Juan de la Cierva y el 65,9 % del Ramón 228

y Cajal. Los datos que tenemos del profesorado son los siguientes: en 2009-2010, la universidad española contaba con 105.245 profesores y profesoras, de los cuales 39.539 son mujeres, esto es un 37,5 %, distribuido por categorías según la tabla n.º 5: TABLA N.º 5 Profesorado universitario por categoría y sexo, 2009-2010 (% y valores absolutos)

El siguiente gráfico es muy ilustrativo del escaso aumento de mujeres en los puestos más elevados de la carrera universitaria: GRÁFICO N.º 1 Evolución mujeres/hombres en la Universidad Española (1986-2009)

229

FUENTE: INE: elaboración propia.

Las series históricas disponibles muestran un avance lento, sin garantía alguna de que no haya retrocesos. La gráfica revela que en los últimos veinte años el momento en que los hombres superan a las mujeres ha pasado de justo después de la licenciatura a después de la tesis. Se trata de un avance, pero significativamente las barreras comienzan cuando la carrera de las mujeres deja de depender de su esfuerzo personal y pasan a depender de otras personas que las incorporen a través de contratos a la actividad profesional. A este ritmo necesitaríamos más de cien años para lograr la plena incorporación de las mujeres en nuestro sistema de I+D, si no se tomaran medidas adecuadas 10 . Pero la investigación, en nuestro país, no se desarrolla solo en las universidades, sino también en los Organismos Públicos de Investigación (OPI). Tomemos el ejemplo del mayor OPI, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que cuenta aproximadamente con 14.000 personas, de las cuales más de 4.000 son investigadores de plantilla y unas 2.000 poseen el doctorado o están en formación. Pues bien, la situación en el CSIC es algo diferente. Desde la creación de la Comisión Mujeres y Ciencia en 2002, esta institución ha estado comprometida con la igualdad y elabora informes periódicos sobre su situación. Como se puede ver, las circunstancias han mejorado considerablemente en este organismo, mucho más que en las universidades, pues las Profesoras de Investigación han pasado de ser el 13,3 % en 2001 al 23,4 % en 2009. GRÁFICO N.º 2 Personal Investigador del CSIC, 2009

230

FUENTE: Comisión Mujeres y Ciencia del CSIC.

Por otro lado, es manifiesta la dificultad de las mujeres para acceder a los puestos directivos y de toma de decisiones: en los rectorados, como directoras de los OPIs, etc. Por ejemplo, de los seis OPIs que dependen del Ministerio de Ciencia e Innovación, ninguno está dirigido por una mujer. El número de rectoras (10 entre 75, aunque solo 5 son rectoras de universidades públicas) es testimonial, a pesar de que la primera mujer en dirigir una universidad española y también europea, Elisa Pérez Vera, fuera rectora de 1982 a 1987; y la primera mujer que dirigió una Facultad española, Gloria Begué, fue decana de 1969 a 1972. Por lo que se refiere a las Reales Academias, el número de mujeres es testimonial. En la Real Academia de la Historia, la primera que se funda como tal en el año 1738 y admite a la primera mujer, Mercedes Gabrois, en 1932 (aunque leyó su discurso de aceptación en 1935), solo hay 3 mujeres entre los 36 miembros; en la de Ciencias Exactas, Física, Química y Naturales (fundada en 1847, admitió a Margarita Salas en 1988) tan solo 2 entre 55, al igual que en la de Ingeniería (fundada en 1994) aunque ésta cuenta con menos miembros (44 en total). El Real Colegio de Farmacéuticos, que en 1932 pasaría a ser Real Academia de Farmacia, se crea en 1589 y admite a la primera mujer, María Cascales, en 1987, cuenta con 5 mujeres; y en la Real Academia de Medicina, a la que pertenecen 46 personas, solo una es mujer. En total, de los 654 miembros que componen las 10 Reales Academias, las mujeres solo constituyen el 5,5 % 11 .

2.6. MÁS ALLÁ DE LAS CIFRAS Pero la incorporación de las mujeres a la educación superior y a la I+D+I no se ha 231

traducido solo en un aumento de recursos humanos, aunque éste no se dé en todos los niveles. De hecho, una de las preguntas más formuladas desde el feminismo es si la mayor presencia de mujeres ha supuesto o supondría cambios teóricos o procedimentales, esto es de los contenidos de la ciencia. Por eso, el caso de la primatología ha despertado un interés inusitado. En efecto, si en 1960 no había ninguna mujer doctorada en primatología, en los años setenta el 50 % de los doctorados en esta materia lo habían logrado mujeres, alcanzando en 1999 el 78 %. Las preguntas que surgen inmediatamente son evidentes: ¿Han hecho contribuciones relevantes y cuáles han sido? ¿Hay algo especial en la disciplina que la hace especialmente adecuada para las mujeres? ¿Se han dedicado las mujeres a esta disciplina porque es la que mejor sirve a la causa de la igualdad de las mujeres? ¿Es esa incorporación espectacular el resultado de apoyos a las mujeres por parte de las jerarquías académicas dominantes (por ejemplo, los paleoantropólogos/as Louis, Mary y Richard Leaky) y, por tanto, resultado de prácticas sociales académicas no discriminatorias? Veamos un poco de historia. Después de la Segunda Guerra Mundial, los primatólogos/as solían dividir los primates en tres grupos: machos dominantes, hembras y jóvenes (estos dos estudiados conjuntamente y, a menudo, como una sola unidad reproductiva), y machos periféricos. Esa clasificación reforzaba la idea de que las sociedades de primates estaban regidas por la competición entre machos dominantes que controlaban un territorio y los machos inferiores. Las hembras apenas tenían relevancia social, ni siquiera cuando se las presentaba como madres dedicadas a la prole y disponibles sexualmente para los machos, de mayor a menor rango. Se las presentaba como criaturas dóciles, no competitivas, que cambiaban sexo y reproducción por comida y protección. Entre los años cincuenta y los setenta, los simios más estudiados fueron los mandriles o babuinos de la sabana, debido a varios motivos. En primer lugar, por su accesibilidad, pues son terrestres, cuando el 90 % de las especies de primates son arbóreas. En segundo, habitan la sabana africana, donde se cree que se originó la humanidad, y, por tanto, se supone que comparten presiones selectivas semejantes a las que experimentaron los protohomínidos. Finalmente, porque la imagen de la «sociedad» de los mandriles como agresiva, competitiva y dominada por el macho se adecuaba y daba una explicación del carácter violento, belicoso y agresivo masculino humano 12 . En este punto intervinieron Louis y Mary Leaky, quienes consideraban que el estudio del comportamiento primate ayudaría a conocer la conducta de los primeros homínidos y entender nuestras conductas actuales y que las mujeres están mejor dotadas para el trabajo de campo con primates. Una de las primeras en ser contratada por los Leaky fue Jane Goodall quien comenzó sus investigaciones en 1960. Durante los primeros días, vio a los chimpancés alimentarse en la zona y, poco a poco, comenzaron a acostumbrarse a su presencia. Goodall les puso nombres y los identificó por sexo, lo que le acarreó serias críticas. Los observó jugando, acicalándose o haciéndose los nidos para dormir. Pero, 232

lo más importante, descubrió que usaban utensilios primitivos, de tallos, ramas y hojas, que incluso fabricaban ellos mismos. No cabe duda de la importancia de sus observaciones: durante años, se había considerado que lo que distinguía a los humanos de los simios era el uso de herramientas, luego, su manufactura 13 . Los descubrimientos de Jane Goodall obligaron a modificar estas y otras muchas ideas (MARTÍNEZ PULIDO, 2003). Otra de las primatólogas que más influjo han tenido en este área es Jeanne Altmann, que estudió los papiones en Kenia, en el Parque Nacional de Amboseli. Pronto se dio cuenta de que no todos los biólogos/as o primatólogas/os de campo utilizaban las mismas técnicas para recoger los datos, sino que la mayoría registraba solamente lo que más les llamaba la atención. Como los datos recogidos suponían una muestra subjetiva de cada investigador o investigadora, no podían compararse entre sí, pues había numerosas diferencias en los ítems registrados. Por otro lado, algo que no llamara inmediatamente la atención a un determinado investigador o investigadora podría ser muy significativo, como hemos visto en el caso de Goodall. Como el campo de la primatología aumentaba a un ritmo muy elevado, Altmann consideró necesario establecer una norma que estableciese los mismos métodos y el mismo tipo de observaciones para todos, de modo que pudiera compararse el trabajo de científicos y científicas de diferentes lugares y sobre distintas especies. Hoy en día, los protocolos establecidos por Altmann (1975) son algo estándar y en ellos se establecen como ítems a observar el tamaño del grupo, la composición, la proporción entre sexos, tipo de hábitat, estatus, interacción entre individuos o conducta individual (descanso, alimentación y bebida, sueño, acicalamiento, saltos, gritos, aullidos, gruñidos, etc.). Incluso hizo que se prestara atención a «conductas» que antes no eran consideradas como tales: por ejemplo, si el animal estudiado no presentaba actividad durante un periodo de observación, también había que registrarlo. Jeanne Altmann también estudió la vida de las hembras de papiones y señaló la importancia de las relaciones entre madre y cría lactante, pues es ahí donde existen las mayores presiones ecológicas. Examinando la cantidad de tiempo que una madre puede dedicar a sus crías, a sí misma y a su posición social, que afecta directamente a su bienestar y al desarrollo de la generación siguiente, Altmann estableció el concepto de «distribución del tiempo materno» que hace referencia a la valoración que las hembras de papión hacen, de manera instintiva, de los costes y beneficios de cada tarea, estableciendo cuánto tiempo le podrían dedicar a cada una de ellas: espulgar y dar de mamar a la cría, buscar comida, espulgar amigos poderosos, ser espulgada, o defender un buen sitio para dormir, etc. 14 . Podemos decir que la triple jornada o la contraposición de intereses de la mujer/hembra estaba ya inventada. Altmann también se dio cuenta del carácter matrilineal de esta sociedad primate: el rango social pasa directamente de madre a hija y es el macho quien abandona el grupo. Estas primatólogas son una pequeña muestra de las que trabajaron con los Leakey, pero hay muchas más: Diane Fossey (gorilas de montaña en Virunga), Biruté Galdikas (orangutanes de Borneo), Thelma Rowell (papiones de bosque en Uganda) o 233

Rosalie Osborn (gorilas de Uganda) son algunas otras de las más famosas 15 . Desde luego, no cabe duda de que el apoyo, en muchos casos incondicional, de profesionales como los Leaky fue muy importante a la hora de iniciar y continuar los trabajos de éstas y otras muchas primatólogas, todas ellas bien conocidas por el público general gracias a sus trabajos con los grandes simios. Por lo que se refiere al carácter especialmente adecuado de la disciplina para las mujeres, lo que se suele querer decir con ello es que su objeto, métodos de investigación, etc., se ajustan a la «naturaleza femenina» (entendiendo por «naturaleza femenina» cosas muy diferentes, según las distintas posturas, pero que en parte se adecua al estereotipo de «lo femenino»). Sin embargo, algunas de las grandes innovaciones, como la invención de protocolos de observación y muestreo por parte de Jeanne Altmann, tuvieron su origen en su búsqueda de exactitud y comparabilidad de datos observados, algo a lo que seguramente le animaba su formación como matemática. Por otro lado, muchas de estas científicas no se ajustan al estereotipo de mujeres gentiles y pacientes, ni admiten que las mujeres sean más sensibles para tratar a otros animales o que éstos sean un objeto de estudio querido por ellas. Algunas afirman que, en todo caso, eso se debe a que las mujeres han sido educadas en la paciencia de observar, sin necesidad de experimentar (recuérdese que históricamente no podían entrar en las sociedades, laboratorios o gabinetes de experimentación y academias y que el acceso a éstas y a las universidades es muy reciente). Se diría, más bien, que el gusto por el trabajo de campo es propio de «naturalistas», de personas a las que no les gusta trabajar en sitios cerrados, ni las relaciones jerárquicas. La afirmación de que la primatología es la que mejor sirve a los intereses feministas también ha sido objeto de gran discusión y debate. En primer lugar, por parte de las propias primatólogas, muchas de las cuales no se reconocen como feministas, aunque conocen y entienden el interés de las feministas por sus trabajos. Dicho interés viene dado porque las disciplinas biosociales han servido tradicionalmente para fundamentar el sometimiento de la mujer y su consideración como sexo inferior, porque en ellas es donde mejor se aprecian los sesgos y porque, si se logra disponer en ellas de teorías no sexistas, se puede fundamentar una sociedad en la que no exista discriminación alguna por razón de sexo. La incorporación de mujeres a la primatología supuso una reelaboración de la disciplina que muestra algo bastante aceptado hoy en día en historia y filosofía de la ciencia: qué se elige como objeto de estudio puede influir enormemente en los resultados y contenidos de la investigación. En este caso, el hecho de elegir otras especies como objeto de estudio permitió reconsiderar muchos aspectos y supuestos que se daban por sentado. Por ejemplo, una de las primeras cosas que se hizo fue reevaluar la actuación y el papel de las hembras y darle la vuelta al estereotipo de la hembra pasiva y dependiente. Otra fue reexaminar la diferencia sexual, poniendo en cuestión muchos supuestos de la primatología: la alianza, dominación y agresión del macho con la connivencia de la hembra. Así, se analiza la importancia de los vínculos establecidos a través de las redes matrilineales, la asertividad sexual, las estrategias sociales, las habilidades cognitivas y la competitividad por el éxito reproductivo de 234

las hembras.

2.7. ALGUNAS REFLEXIONES FEMINISTAS SOBRE EL CONOCIMIENTO Las lecturas feministas de la historia de la filosofía, la investigación sobre psicología educativa y los análisis de los supuestos y presuposiciones de la epistemología analítica han permitido analizar y criticar métodos, hipótesis, teorías y prácticas científicas concretas. Todo ello ha conducido a adoptar una postura escéptica respecto de la posibilidad de una teoría general del conocimiento que ignore el contexto social y el estatuto de los sujetos que conocen (PÉREZ SEDEÑO, 2008). La teoría del conocimiento tradicionalmente se ha fundamentado en la posibilidad de un sujeto cognoscente individual, genérico y autosuficiente, es decir, «aislado» de condicionamientos externos (su cuerpo y sus relaciones biológicas y socioculturales con los otros) para quedarse en pura consciencia abstracta. Este agente epistémico ideal o «sujeto universal», implica que todos los sujetos son intercambiables, por lo que quién sea el sujeto «concreto» pasa a ser irrelevante para el resultado del conocimiento. Ese sujeto incondicionado y universal no solo es un ideal inexistente sino también engañoso y peligroso en lo que a sus consecuencias prácticas se refiere, pues ha incorporado rasgos epistémicos de ciertos sujetos concretos y ocultado o marginado los de otros, con ciertas consecuencias materiales y de distribución de poder. La pretendida imparcialidad esconde en el fondo una parcialidad que ha dado primacía a los intereses, objetivos y valores de cierto/s grupo/s sobre los de otros. El feminismo niega la existencia de ese sujeto abstracto e incondicionado, pues cualquier sujeto epistémico lleva a cabo su actividad de conocer en un tiempo y en un lugar y a través de ciertas relaciones tanto con «lo que conocen» como con otros sujetos cognoscentes: la práctica científica la realizan individuos que colaboran entre sí, de una manera socialmente organizada, y se desarrolla en contextos sociales, políticos e históricos concretos con los que interactúa. No existe, pues, un conocimiento objetivo proveniente «de ninguna parte», sino que todo conocimiento lleva la marca de su autor/a, es un conocimiento situado. Y la localización social del agente cognoscente afecta a qué y cómo se conoce, es decir, a lo que cuenta como conocimiento autorizado. Por eso el género del sujeto cognoscente es epistemológicamente significativo y las relaciones políticas y sociales pueden afectar la capacidad de conocer y el contenido del conocimiento (HARAWAY, 1991). Si la actividad científica es un conjunto de prácticas sociales, la exclusión de ciertos grupos sociales supone necesariamente una limitación no solo epistemológica, sino también política. Como todo movimiento político, el feminismo siempre ha tenido entre sus principales preocupaciones el rol del poder y sus conexiones con todos los aspectos de la vida social. Si en la epistemología tradicional el carácter neutral de la ciencia se derivaba del carácter objetivo del conocimiento, la afirmación del carácter situado del 235

conocimiento implica la imposibilidad de desligar el conocimiento sobre «los hechos» de los valores que ostentan los sujetos que conocen y, con ello, la introducción inextricable de lo político en el conocimiento. Ese carácter político no se observa solamente en las aplicaciones del conocimiento o en el modo en que se organizan las instituciones de la ciencia, sino también en los contenidos y afirmaciones de conocimiento. Eso no significa que desde el feminismo se abogue por el relativismo o por una epistemología del «todo vale», pues le interesa tener criterios para defender unas teorías o prácticas frente a otras. En este caso, la objetividad viene dada por la práctica de la comunidad, de la cual forma parte, precisamente, la crítica intersubjetiva, que debe evaluar los supuestos implícitos en las observaciones, en los razonamientos, en la consideración de plausibilidad de cierta hipótesis y no otra, o en la consideración de que ciertos métodos, y no otros, son los adecuados para resolver ciertos problemas (LONGINO, 1990, 2001). Para ello nuestra ciencia debe ser sensible al contexto y a los sesgos culturales en el trabajo científico, debe estar alerta ante el antropomorfismo y el etnocentrismo. Tiene que respetar la naturaleza y desarrollar una ética de la cooperación con ella, a la par que tiene que alejarse del reduccionismo. Solo así se logrará una comunidad científica diversa, accesible e igualitaria que efectúe sin trabas la crítica intersubjetiva que nos proporcione un conocimiento fiable y eso no es posible, si deja de lado a la mitad de la humanidad.

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Lecturas recomendadas • ALCALÁ CORTIJO, P., PÉREZ SEDEÑO, E., y SANTESMASES, M. J. (coords.)(2007): Mujer y ciencia. La situación de las mujeres investigadoras en el Sistema Español de Ciencia y Tecnología, FECYT. Informe sobre la situación de las mujeres españolas en educación superior y en I+D, disponible en http://www.fecyt.es/fecyt/docs/tmp/1533789300.pdf • FLECHA, C. (1996): Las primeras universitarias en España, 1872-1910, Madrid, Narcea Ediciones. La autora describe y analiza la peripecia personal, académica y profesional de las pioneras que, a finales del siglo XIX, accedieron a la Universidad en España, lugar masculino vetado «por naturaleza» y por costumbre a las mujeres.El libro expone las enormes dificultades e injusticias en que se vieron implicadas mujeres desde 1872, en que se matricula oficialmente una mujer en la Universidad de Barcelona, hasta 1910 en que se publican las Reales Órdenes que regulan la admisión de hombres y mujeres en la Universidad en igualdad de circunstancias. Además se muestra cómo surge y se desarrolla en España la «cuestión femenina» y se completa con unos apéndices documental y bibliográfico completos y complementarios. • GONZÁLEZ GARCÍA, M., y PÉREZ SEDEÑO, E. (2002): «Ciencia, Tecnología y Género», Revista CTS+I, n.º 2. Introducción a los estudios de ciencia, tecnología y género que recoge la amplia variedad de temas e investigaciones que se desarrollan bajo este rótulo. En primer lugar se presenta una breve introducción histórica y después una exposición sistemática de los mismos. Disponible en http://www.oei.es/revistactsi/numero2/varios2.htm • PÉREZ SEDEÑO, E. (2008): «Mitos, creencias, valores: cómo hacer más “científica” la ciencia; cómo hacer la realidad más “real”», Isegoría, vol. 38. Se presenta una revisión de los diferentes tipos de críticas hechas a la ciencia desde el feminismo. Se aborda el tipo de articulaciones que el feminismo ha elaborado en los procesos ligados a la producción del conocimiento científico, que ha sido posible gracias a las diferentes olas del feminismo y su contribución en los 239

procesos de construcción del conocimiento, en la accesibilidad de las mujeres a las instituciones y determinadas áreas o en la propia elaboración de nuevos modelos de referencia. Pero la crítica feminista es fundamental pues aporta nuevos enfoques filosóficos que dan cuenta de la ciencia de un modo más científico y real, reconceptualizando la objetividad científica a la luz de los sesgos detectados de género. Disponible en http://isegoria.revistas.csic.es/index.php/isegoria/issue/view/26

Páginas web recomendadas • http://www.csic.es/web/guest/mujeres-y-ciencia Página del CSIC donde se presentan datos e informes sobre este Organismo Público de Investigación, algunas biografías de investigadoras destacadas, informes, estudios, propuestas internacionales y nacionales y enlaces a webs y portales sobre mujeres, educación e investigación (incluye enlace a la página web del la Unidad Mujer y Ciencia del MICINN) • http://www.oei.es/salactsi/docgen.php Sección de la Sala de Lecturas de la OEI donde aparecen diferentes artículos sobre género, ciencia y educación. • http://ec.europa.eu/research/science-society/index.cfm? fuseaction=public.topic&id=1406 Página del Portal Science in Society de la Unión Europea donde se ofrecen informes, estudios y propuestas de toda la UE. Incluye las series estadísticas She Figures (2003, 2006, 2009) con indicadores de todos los países de la UE (en inglés). • http://www.astr.ua.edu/4000WS/4000WS.html Mucha información sobre mujeres científicas a lo largo de la historia (en inglés). • http://www.nodo50.org/mujeresred/ Portal sobre temas feministas. Incluye amplias informaciones sobre mujer y ciencia, ecofeminismos, ciberfeminismos...

Actividad práctica Elabora y comenta una tabla estadística desagregada por sexos de algún grupo de tu entorno educativo o laboral en la que se refleje la situación de hombres y mujeres en los puestos más altos y más bajos de la jerarquía.

1 Aunque siempre existieron escuelas a las que acudían niños y niñas, pero no por un designio pedagógico avanzado sino por la pobreza de las escuelas rurales. Muchos pueblos no podían permitirse una escuela de niños y otra de niñas, y las pocas niñas escolarizadas acudían a la escuela de niños.

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2 Una educación igualitaria no significa homogeneizadora en relación a un único modelo, sino una educación en la que se dé la misma importancia a los distintos modelos sociales y culturales que están presentes entre el alumnado. En este aspecto, la confusión del feminismo de la igualdad o la educación igualitaria con un modelo que niega la diferencia es absurda, y debe ser aclarada siempre que sea posible. Una escuela igualitaria no es la que quiere educar a las niñas como niños, sino la que da la misma importancia a los valores y saberes de las niñas que a los de los niños, y que permite que ambos grupos sexuales puedan adoptar hábitos, comportamientos y saberes pertenecientes al modelo anteriormente considerado femenino y al anteriormente considerado masculino, con independencia del sexo de cada criatura. 3 Por supuesto, la fiabilidad de los datos está sujeta a dudas, especialmente en casos de países en vías de desarrollo con grandes dificultades para registrar regularmente datos sobre su población. Pero son los datos de que disponemos, y con los que trabaja el PNUD para elaborar los Informes sobre Desarrollo Humano, de modo que no entraremos aquí en la consideración de su calidad. 4 Hay que recordar que pueden existir pequeñas diferencias debidas al distinto número de nacimientos entre hombres y mujeres, con una superioridad numérica masculina que suele estar en torno a un 2%, aunque posteriormente quede rápidamente reducida como consecuencia del mayor número de muertes de niños. Sin embargo, a la edad del ingreso en la escuela primaria, el porcentaje de niños suele superar al de niñas y puede explicar cierta desviación en las cifras. 5 La distinción sexo/género, muy útil, aunque simplificada en los inicios de estos estudios, ha sido objeto de diversas discusiones (por ejemplo, BUTLER, 1990 o TUBERT, 2003). Para una caracterización de dichos términos y sus diversos aspectos, véanse, por ejemplo, ANDERSON (2003) y PÉREZ SEDEÑO (2006). 6 Además del ya mencionado, los otros collleges eran Vassar, Wellesley, Smith, Radcliffe (que originariamente era un anexo de Harvard), Bryn Mawr y Bernard. 7 Real Orden de 8 de marzo de 2010, publicada en la Gaceta de Madrid en la sección del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, el 9 de marzo de ese mismo año. 8 Mientras no se indique lo contrario, las cifras y porcentajes ofrecidas en este capítulo para el caso español proceden de las estadísticas publicadas por el Instituto Nacional de Estadística. 9 Ley 13/1986 de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica, 14 de abril de 1985, publicada en el BOE el 18 de abril de 1986. 10 PÉREZ SEDEÑO, dir. (2003), PÉREZ SEDEÑO y ALCALÁ CORTIJO (2006), FECYT (2007). 11 Datos del Instituto de la Mujer del extinto y efímero Ministerio de Igualdad, actualizados mediante datos de la web del Instituto de España el 15 de noviembre de 2009: http://www.insde.es. 12 Según FEDIGAN (1986), el estudio de los mandriles o babuinos de la sabana dio origen al mito del «mono asesino», imbuido de la idea hobbesiana de la guerra de todos contra todos. El babuino, pues, sería un animal solo ocupado de «violar» a la hembras y luchar violentamente con los machos. 13 También observó la importancia de la comunicación no verbal (tocarse, abrazarse, acicalarse, besarse, etc.), los prolongados periodos de dependencia de las crías con respecto a sus mayores, la capacidad de engañar a los de su propia especie y cómo se organizan en «comunidades guerreras», compiten por el liderato, la comida o las hembras y cómo defienden a un miembro de la familia o amigo. 14 Sobre éstas y otras primatólogas, véase JAHME (2000). 15 Véase, por ejemplo, JAHME, 2000. En la Asociación Primatológica Española (APE), el 66,4% de sus miembros eran mujeres en 2002 (TEIXIDOR, 2002).

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Capítulo 7 Medios de comunicación, género e identidad MARÍA ISABEL MENÉNDEZ MENÉNDEZ

1. Introducción: los medios de comunicación y la identidad de género En la actualidad parece existir consenso respecto a que los acontecimientos sociales únicamente existen en la medida en que los medios de comunicación los constituyan como tales. Los medios, al menos aparentemente, se han convertido en agentes privilegiados para la formación de opinión pública y, desde una perspectiva individual, para la creación de identidad. En consecuencia, su discurso no puede ser indiferente al análisis social. Pero estos agentes no operan en un espacio vacío sino que interactúan con los distintos poderes para elaborar un mensaje que, de forma cada vez más evidente, suele buscar la sintonía con sus objetivos económicos y políticos. La supuesta neutralidad de los medios de masas consiste, de hecho, en noticias que hablan casi en exclusiva de las élites y de aquellos aspectos de la sociedad que no ponen en peligro sus intereses. Así, relegan a la invisibilidad o la exclusión a aquellas personas, espacios o acontecimientos que no tienen que ver con dichas élites. Un efecto fácilmente verificable es la ausencia de las mujeres como sujeto en el discurso de la prensa de calidad o referencia, donde apenas existen protagonistas femeninas más allá de las que ocupan representación parlamentaria o algunas del mundo del espectáculo. Ello es así porque la representación que los medios de masas elaboran obedece a una lógica que el feminismo ha denominado androcéntrica 1 . Sin embargo, la prensa está segregada. Existen otros productos, destinados explícitamente a audiencias conformadas por mujeres, que sí ofrecen espacio a los contenidos que históricamente se han considerado femeninos y también a las mujeres como protagonistas de la información. Es, no obstante, un espacio separado, sexuado, jerárquicamente inferior, bien distinto de la prensa masculina. Y su discurso es altamente complejo porque se sitúa con gran habilidad entre los estereotipos más conservadores y el propio mensaje feminista. Con todo, las revistas y también algunas series de televisión contemporáneas, son un espacio privilegiado de creación de identidad, cuya fuerza no solo no ha disminuido con el paso del tiempo, sino que se ha ampliado con nuevas estrategias y mensajes.

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2. Mujeres de los medios 2.1. PRESENCIA Y CAPACIDAD DE DECISIÓN EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN El análisis de la situación y posición que ocupan las profesionales de la comunicación en las empresas periodísticas es un tema que ha interesado a la mayoría de estudios desde la perspectiva de género, sobre este campo. Es un interés que se explica por la necesidad de comprobar, cuantitativa y cualitativamente, dónde están las mujeres que se dedican a esa profesión, para analizar si las periodistas españolas han superado o no la situación de discriminación laboral 2 . El estudio pionero sobre la capacidad de decisión de las periodistas españolas en la prensa fue realizado en 1983 y, en él, sus autoras habían observado la composición del staff de los cinco principales diarios que se publicaban en España. En general, las periodistas estaban subrepresentadas en los niveles superiores de las empresas informativas, a pesar de las diferencias de instrucción, antigüedad y experiencia (FAGOAGA y SECANELLA, 1983: 13). Los estudios que se han ido elaborando en las dos décadas siguientes no han encontrado cambios significativos: la presencia de mujeres en puestos de decisión sigue siendo escasa, a pesar de que las redacciones han consolidado la presencia femenina en los puestos bajos. Además, ellas tienen menos posibilidades de promoción dentro de las empresas, firman menos contratos fijos o estables y para el acceso a los puestos de trabajo es necesario que dispongan de mayor cualificación que la exigida a los varones. Con frecuencia, las propias mujeres reconocen sentirse discriminadas en su empleo (PRECIADO, 1993; BATCH, 1998; MENÉNDEZ, 2003; VERA, 2004; PRIETO, 2005; HERVÁS, 2006). La estructura laboral de los medios en la actualidad revela que las redacciones se han feminizado y también rejuvenecido. Sin embargo, el 81 % de quienes cuentan con estabilidad laboral son varones. Por otro lado, si bien la mayoría de mujeres que acceden a los puestos de trabajo de las empresas de comunicación son licenciadas universitarias, los hombres, con frecuencia, no están graduados. Esta realidad demuestra la necesidad que tienen las mujeres de disponer de mayor cualificación para acceder a peores puestos de trabajo. Los espacios de toma de decisión y autoridad (además del prestigio) en la empresa periodística siguen siendo masculinos. Así lo demuestran los diferentes análisis que se vienen realizando desde espacios académicos, políticos, corporativos y asociativos.

2.2. INVISIBILIDAD DE LO FEMENINO EN LA PRENSA DE CALIDAD Los estudios sobre representación mediática demuestran que las mujeres están definidas desde la invisibilidad. Se trata de una definición caracterizada por el no ser. Las mujeres aparecen muy poco como sujeto de la información y menos aún como 243

fuente informativa; cuando aparecen como personajes referenciales, lo hacen de una forma desequilibrada que, con frecuencia, ni siquiera responde a los criterios profesionales de redacción periodística (noticias en las que aparecen sin nombre o con un tratamiento coloquial, mencionadas por su relación con algún hombre, etc.). El protagonista de la información suele ser un varón y las mujeres tienen que resignarse a aparecer de forma anecdótica y esporádica, según un patrón de excepcionalidad. La búsqueda de un retrato global de la situación se obtiene regularmente a través del Proyecto Mundial de Monitoreo de Medios, impulsado por la WACC (The World Association for Christian Communication) y que se celebra cada cinco años a escala mundial bajo el título Who makes the News? [¿Quién hace/figura en las noticias?] 3 . El estudio (denominado monitoreo) analiza unas quince mil noticias procedentes de todo el mundo mediante un conjunto de herramientas estandarizadas. Sus conclusiones destacan que, aunque muchas profesionales están informando y presentando las noticias, rara vez son sujeto de esas informaciones, constatando la invisibilidad de las mujeres como protagonistas de la información: en 1995, eran sujeto informativo en un 17 % de las noticias. Cinco años más tarde su presencia se había incrementado únicamente en un punto porcentual y se ha mantenido aproximadamente igual en los años siguientes. También en España se han realizado estudios a escala local. Y los resultados son similares (LÓPEZ, 2005: 65). La mayoría de mujeres que aparecen lo hacen sin mención a su profesión, a veces de forma completamente anónima, lo que demuestra el desinterés por buscar voces femeninas expertas o autorizadas. En línea con lo antedicho se sitúan otros trabajos, como el realizado con prensa de Argentina, Brasil, Chile, España, México y Venezuela y que reveló que tan solo un 2,2 % de los contenidos estaban protagonizados por mujeres (BLANCO et al., 2008). También constataron que las informaciones protagonizadas por mujeres se caracterizaban por ser textos cortos y con mala ubicación en el periódico: solo el 10 % aparecía en primera página o en la apertura de las secciones. Esta subrepresentación femenina produce otro efecto: el superprotagonismo de los varones. «El efecto socializador que se deriva de este hecho es, en definitiva, ideológicamente regresivo para con los roles de género» (RADL, 2001: 119). La invisibilidad de las mujeres como sujeto informativo, en una sociedad cada vez más dependiente de los medios de comunicación para elaborar la concepción de la actualidad y el estado del mundo, produce efectos perjudiciales como la no existencia simbólica (DIEZHANDINO, 2002: 680). Esta aniquilación simbólica se reproduce mediante la existencia de una serie de prácticas que se apoyan, básicamente, en la adscripción de lo femenino, casi en exclusiva, al mundo doméstico, íntimo y familiar, además de la definición casi exclusiva como objeto visual erotizado. Es lo que Mercedes Bengoechea (2006: 25-41) denomina liturgia de la humillación, que se consolida a través de rituales denigrantes y degradantes como la utilización de imágenes que humillan, simbólica o realmente, a las mujeres: desde la forma de nombrarlas hasta su consideración como objetos. Las consecuencias de esta 244

situación son varias: por una parte, se perpetúa la impresión de que los asuntos femeninos son irrelevantes o intrascendentes, lo que explica su no presencia mediática. Asimismo, se niega el verdadero rol que las mujeres han asumido en la construcción de la sociedad, ofreciendo una imagen falsa en la que no aparecen las mujeres en sus puestos de trabajo ni tampoco aquellas que ocupan posiciones de responsabilidad y poder. Cuando estas dinámicas se incorporan a las rutinas productivas, se traducen en un desinterés endémico por estos aspectos, situación que cierra un círculo vicioso que se niega a ver, reconocer y valorar los temas que están relacionados con lo femenino y las mujeres mismas. Por último, las propias féminas, que no encuentran modelos positivos más allá de los tradicionales, considerarán que no están capacitadas, o que no deben aspirar a otros proyectos vitales, reforzando así los mecanismos de autoexclusión que ayudan a perpetuar la discriminación.

2.3. ENTRE LA ESTEREOTIPIA Y LA AGENCIA FEMENINA Una vez analizada la invisibilidad de las mujeres en los medios, es el momento de abordar la estereotipia. Un estereotipo «es una imagen fija (sobre algo o sobre alguien) que predomina en un ambiente social. Esa imagen puede contener ciertos prejuicios socialmente compartidos» (JUAN HERRERO, 2006: 1). Es decir, los estereotipos son el conjunto de reconocimientos que un grupo humano crea y comparte sobre los atributos, cualidades o comportamientos de otro. Esa elaboración es reduccionista y simplificadora, por lo que quien usa un estereotipo tendrá el total convencimiento de que todas las personas que integran el grupo en cuestión responderán a esas características en la misma medida, independientemente de la individualidad de cada cual (MAZZARA, 1999: 16). Sobre los estereotipos transmitidos por los medios de comunicación, hay que decir que presentan modelos ideales, con los cuales las personas tienden a compararse o a quienes se imita, constituyendo una estrategia eficaz para preservar la desigualdad entre hombres y mujeres. En la literatura especializada, hay consenso sobre la definición del estereotipo femenino. Se perfila a través de características como la pasividad, la obediencia, la actitud maternal, la amabilidad, la discreción, la ausencia de iniciativa o el miedo. Los papeles principales que adoptan las mujeres, por consiguiente, son el de ama de casa eficiente, madre amantísima y compañera perfecta del hombre proveedor de medios. El tercer grupo de cualidades tiene que ver con el cuerpo: mujeres eternamente jóvenes y muy atractivas. El estereotipo masculino, por su parte, se construye como la antítesis del femenino. El varón que aparece en los medios es fuerte, valiente, independiente, agresivo, con un punto de rebeldía, trabajador, con iniciativa y sexualmente potente. Esta dualidad no permite la trasgresión. Las mujeres que adoptan actitudes propias del estereotipo masculino, por ejemplo tomar iniciativas, son catalogadas como masculinas. La misma sanción, a la inversa, es aplicable para ellos. Eso quiere decir que los estereotipos son, en esencia, sexistas. 245

Los estudios más recientes sobre medios de comunicación aseguran que se ha roto la estereotipia monolítica que aparecía en los textos de los años setenta y ochenta del siglo XX. Sin embargo, la mayor pluralidad en la representación no necesariamente se ha traducido en una imagen más equilibrada sino que, junto a imágenes de mujeres bajo un prisma menos convencional, coexisten las representaciones sexistas (ULLAMAIJA KIVIKURU, 2000: 21). Además, con la aparición de la multiplicidad en la oferta televisiva, se han creado nuevos canales cuyo público objetivo son las mujeres pero que difunden, casi en exclusiva, contenidos de entretenimiento, sin interés por temas culturales, políticos o sociales. Para ejemplificar esta estereotipia podemos detenernos brevemente en la representación mediática de las mujeres que ocupan puestos de representación política pues, la desigual valoración que recibe socialmente todo lo femenino se traduce en mayores problemas para la imagen pública de las mujeres políticas (M.ª ÁNGELES VILADOT, 1999: 1). Los medios presentan a las mujeres de forma distinta a los hombres: a ellas se las refleja como menos competitivas, de forma que se perciben como candidatas menos viables. Además, los temas que tratan son menos numerosos y/o complejos que los que se atienden con los varones. Por otra parte, los asuntos tradicionalmente femeninos son discutidos únicamente por candidatas de ese sexo. De forma similar, también se ha probado en los trabajos de campo que los propios periodistas, hombres y mujeres, son menos receptivos a las temáticas que las políticas tratan en sus campañas, lo que permite aumentar la credibilidad de lo masculino. Asimismo, cuando las mujeres políticas aparecen en las páginas de los diarios, lo hacen de forma secundaria, incluso cuando son ministras, pues siempre se da preferencia al trabajo de sus colegas varones (RUIZ, 2001: 1). Existe, por otra parte, cierta insistencia en enfatizar aspectos relacionados con la forma de vestir, el estado civil o la familia. Este tipo de sesgo se ve reforzado con otros elementos, especialmente las fotografías y sus pies de foto, casi siempre valorativos y cargados de connotaciones que evidencian un trato diferenciado por género. La alusión al cuerpo, el adorno y el aspecto físico en general es uno de los aspectos más recurrentes sobre la imagen mediática de las mujeres en puestos con capacidad de decisión, además de la insistencia en recoger datos sobre la vida privada que, por otro lado, exige una imagen pública intachable; un voto de castidad, como dice Amelia Valcárcel (1997: 122). Todo ello se convierte en una forma de invisibilizar o diluir la agenda de estas gestoras así como el resultado de su trabajo, que queda oculto bajo una información superficial sobre vestidos y peinados. Además, el insistir en los elementos de conciliación de la vida profesional y personal, y a pesar de su posible valor pedagógico, reitera el conflicto para conciliar ambas esferas, la privada y la profesional, lo que compromete las ventajas de incorporar mujeres a puestos de responsabilidad, es decir, argumenta a favor de la exclusión femenina.

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3. Mujeres en los márgenes 3.1. SEGMENTACIÓN DEL PÚBLICO EN FUNCIÓN DEL GÉNERO La invisibilidad y la estereotipia de la que venimos hablando pone en relación el discurso mediático con otra variable: la segmentación de las audiencias. Existe una división en los productos mediáticos, que separa a los varones y a las mujeres como audiencia, dejando a éstas en un lugar diferente y de menor relevancia. Se trata de una discriminación no explícita, «formas invisibles de exclusión de la participación de las mujeres» (ANTÓN et al., 1994: 42) que se puede denominar periferia informativa. De la misma forma, y tal como se abordará en el epígrafe siguiente, también la ficción seriada reciente ha recogido esta dicotomía entre discurso masculino (pretendidamente universal) y discurso para las mujeres. En esa periferia destaca la prensa dirigida a mujeres, habitualmente llamada femenina, aunque existe una enorme dificultad conceptual para definir la prensa femenina desde una perspectiva no androcéntrica 4 . Juana Gallego, en una obra de referencia publicada en 1990, explicaba que, junto a la prensa dedicada al espacio público —lo que suele conocerse como prensa de información general— y dirigida mayoritariamente a los varones, coexiste un sector de prensa dedicado al ámbito de lo privado, una prensa que no es una subdivisión ni tampoco un tipo de prensa especializada: la prensa femenina (GALLEGO, 1990: 21). La prensa de calidad sigue centrando su atención en los escenarios públicos y resulta ser la más resistente a recoger las aportaciones de las mujeres en el último siglo. Por el contrario, la prensa del corazón, la prensa femenina y, en general, aquella que se considera frívola, «sí que dan cuenta al menos de la mayor presencia de mujeres en más y más espacios sociales, realizando nuevas actuaciones y comportamientos, aunque a menudo lo hace porque las considera no tanto como ciudadanas sino como consumidoras» (MORENO et al., 2007: 15). Aunque se conocen precedentes de esta prensa desde el siglo XVII, el modelo que conocemos hoy se consolidaría en otros países de nuestro entorno tras el periodo de entreguerras del siglo XX y, en España, experimentó un verdadero crecimiento en la década de los ochenta, tras el final de la dictadura. El mercado de revistas en España hoy es estable, aunque no ha habido muchos lanzamientos significativos desde 2005. La concentración empresarial tiende a seguir creciendo y las revistas femeninas continúan siendo las líderes entre todo el mercado de revistas, que alcanzaba en 2008 las 273 cabeceras (IPMARK, 2008: 1) 5 .

3.2. CARACTERÍSTICAS DE «LO FEMENINO» EN LA PRENSA Las revistas que suelen denominarse como femeninas se distinguen por la materia 247

que abordan, el estilo de comunicación que utilizan y el uso de nombre y portadas diferenciadoras, entre las variables más significativas. En cuanto a la materia, el contenido de las revistas se apoya en cuatro pilares: belleza, amor, hogar y sexualidad (GALLEGO, 1990; PLAZA, 2004; PLAZA, 2005), que son las temáticas que se relacionan con la socialización diferencial. Es ésta una de las explicaciones de su éxito, pues recogen contenidos que tradicionalmente interesan a las mujeres y cuya importancia es innegable pero que el androcentrismo ha despreciado o invisibilizado. Sin embargo, también estas temáticas están en consonancia con los estereotipos de género, que contribuyen a la discriminación de las mujeres. Por consiguiente, entre estos dos polos se sitúa la tensión ya que las revistas presentan fascinación y rechazo al mismo tiempo: se trata de un discurso que sabe situarse hábilmente entre el estereotipo más convencional y ciertas actitudes progresistas, a veces abiertamente feministas. Las publicaciones para mujeres adoptan dos funciones: por un lado, ayudan a comprender la realidad (ofrecer un modelo cognitivo) mientras que, por otra, construyen un modelo fijo e inmovilizador (ARESTE, 2003: 77). La temática de las revistas femeninas está relacionada con la socialización diferencial de las mujeres, al tiempo que sugiere cómo ser mujer en la cultura de referencia, una identidad estrictamente establecida y que responde a un modelo conservador en lo esencial aunque actualizado en las formas. Se trata de una imagen colectiva e inmóvil que choca con el sentimiento de libertad que sienten las lectoras mediante su consumo. Es una definición de la feminidad normativa. No obstante, las revistas femeninas son algo más que una selección de temáticas cercanas a la experiencia de las mujeres. Así, hay que destacar el uso de elementos discursivos propios del estilo de comunicación femenino que se refuerza con la organización de contenidos, el soporte gráfico, etc. En efecto, estas publicaciones utilizan varios recursos que, de forma simultánea, contribuyen a la elaboración de la identidad de género, entre ellos, el uso de estrategias discursivas que ofrecen, por un lado, el modelo que se propone para las mujeres, y, por otro, una perspectiva concreta sobre el mundo y la realidad (PLAZA, 2005: 108). Son publicaciones de carácter lúdico y hedonista, cuyos contenidos son de carácter atemporal pues no responden a los criterios estrictos de actualidad y suelen seguir ciertos ciclos (como ocurre con la moda, por ejemplo). Ello explica que las diferentes cabeceras apenas se diferencian entre sí (GAUDINO-FALLEGGER, 1996: 299). La prensa femenina ofrece una dicotomía entre la imagen inmóvil y eterna de la mística femenina (BETTY FRIEDAN, 2009) y las preocupaciones de las mujeres contemporáneas. Además, el mensaje actual ha dejado de considerar a las mujeres como ciudadanas, para pasar a contemplarlas únicamente como consumidoras. Por ello, los reportajes son solo una excusa narrativa para promover el consumo y toda la revista se descubre interesada en mantener una atmósfera editorial favorable a las firmas anunciantes. Salvo algunas excepciones, no existe lugar ni tiempo para la política, para la economía, para el derecho, para la filosofía... Esta prensa es afín a la socialización de las mujeres y su cultura genérica —lo que en principio es positivo, 248

pues dota a las mujeres de un espacio común en el que reconocerse— pero, al mismo tiempo, parece tener aversión por todo lo relacionado con el poder, el prestigio o la autoridad. Desde este punto de vista, es un discurso problemático porque sitúa a las mujeres fuera del núcleo de decisión, de los puntos geográficos y simbólicos que deciden el futuro del mundo y de la humanidad. Los temas que interesan a las publicaciones para mujeres no tienen interés —o se sienten incapaces de hacerlo— en superar la dualidad varón-mujer, y por consiguiente, la jerarquía masculino sobre femenino. Aunque no es necesariamente censurable la exaltación de ciertos modelos femeninos que han acompañado la vida de las mujeres desde antiguo, sí parece problemático el enraizamiento en las dimensiones íntimas y afectivas además del cultivo de la apariencia como el máximo valor femenino. Hay que insistir también en el carácter atemporal (además de orientado al consumo) de estas cabeceras, que apenas se han sensibilizado ante los problemas de actualidad, tales como la desigualdad, probablemente por su necesidad de crear cierto paraíso de glamour y felicidad. La consecuencia es que todas las cabeceras se parecen entre sí porque todas ellas comparten las mismas prioridades: prescripción de consumo, consolidación del eterno femenino, carácter evasivo e intrascendente de los contenidos y poco espacio para las ideas feministas. A pesar de su capacidad de identificación, desde el punto de vista objetivo y considerando las funciones de la comunicación social, se puede asegurar que todo ello culmina en un discurso que aparta a las mujeres de la agenda política, al situarlas en un mensaje despolitizado respecto a lo social. Por ello no es fácil ofrecer ideas cerradas sobre esta prensa que se sitúa sin disimulo entre el eterno femenino y cierto (moderado) discurso feminista. Su análisis sigue ofreciendo interesantes retos intelectuales, pues es indefendible que las altas cifras de audiencia que alcanza estén formadas por una masa acrítica, a pesar de que las revistas femeninas son, sin duda, uno de los lugares (probablemente el más influyente) en el que se concreta la opresión simbólica contemporánea de las mujeres. Es cierto que no se han hecho muchos estudios de recepción, pero las altísimas cifras de consumo de estos títulos indican que las lectoras no las rechazan.

3.3. EL PROTAGONISMO FEMENINO EN LA FICCIÓN SERIADA Cambiando de formato mediático, detenerse en el protagonismo de la ficción televisiva permite observar el predominio de los personajes de sexo masculino que, como en otros discursos, es el sujeto significante. Tan habitual es su preeminencia que le parece normal a una audiencia que asume con aparente normalidad la ausencia de mujeres. Esta circunstancia, explica Aguilar, se traduce en la existencia de un mundo de ficción donde los varones poseen múltiples y ricas facetas y en el que se consolida un modelo de seducción apoyado en la agencia masculina frente a unas mujeres dibujadas únicamente como cuerpo para ser mirado (PILAR AGUILAR, 2001: 249

224). Todo ello contribuye al mantenimiento de cierta trivialización de todo lo femenino y, probablemente, a convertir en audiencias segmentadas los productos que están interpretados por mujeres. Por ello, la aparición de productos televisivos protagonizados por mujeres (rompiendo así la presencia monolítica de los varones) puede considerarse una forma de trasgresión. En primer lugar, porque visibiliza lo oculto en las industrias culturales pero, además, porque es frecuente observar que ese protagonismo no solo utiliza mujeres como sujetos significantes sino que, además, se atreven a romper algunos estereotipos de género. Son series que no se quedan en la proposición de autonomía de las mujeres sino que abordan temas tabú y que se interesan por asuntos de la esfera femenina. No es menos importante el retrato de los varones que las acompañan, pues a menudo sugieren nuevas lecturas que contribuyen a elaborar imaginarios sociales más equitativos y en consonancia con los cambios que se han producido en las últimas décadas. Todo ello, no obstante, sin negar algunos elementos más convencionales que también aparecen en los guiones de televisión. Esta idea es, precisamente, la perversidad de un modelo en el que las mujeres siguen buscando un príncipe azul, mujeres incompletas si no encuentran pareja (GEMA GALÁN, 2007: 30). Una de las variables de diferencia que pueden observarse en este nuevo protagonismo femenino es, sin duda, la ruptura del rol tradicional o mística femenina que asocia a las mujeres con el papel de madre y esposa casi en exclusiva. Mientras que, históricamente, para los varones era el espacio público, caracterizado por la autonomía y la pluralidad de papeles, para las mujeres únicamente existía el mundo de los afectos, la ética del cuidado y el espacio doméstico. El cambio, en las series rodadas durante la última década, nos ha permitido pasar de la invisibilidad total o bien la aparición de mujeres solo como consortes de los hombres, a un protagonismo mucho más activo, profesional y especializado, muchas veces en pie de igualdad con sus compañeros de sexo masculino. Es el caso de series profesionales, con abogadas o cirujanas, o de series protagonizadas por grupos de amigas, entre las que su relación es quizá el hilo argumental más importante, tal y como ocurre en Sexo en Nueva York (Isabel MENÉNDEZ, 2008). En estos aspectos se profundizará en el apartado práctico.

4. Para saber más: de la teoría a la práctica En este epígrafe vamos a realizar una actividad práctica en la que trabajar los contenidos teóricos desarrollados en los capítulos anteriores. Esta actividad está pensada a partir de la serie Sex and the City (Sexo en Nueva York) sobre la que se analizarán las líneas narrativas que, desde la perspectiva de género, pueden considerarse trasgresoras y/o feministas. En primer lugar se sugiere una serie de actividades y, finalmente, se incluye un análisis desde el punto de vista de género, con el que situar las cuestiones relevantes 6 . 250

4.1. CLAVES DE ANÁLISIS DESDE EL PUNTO DE VISTA DE GÉNERO 4.1.1. Aproximación al discurso feminista y/o emancipador Esta serie norteamericana, estrenada en 1998 por la cadena de cable HBO, lograría «desde un punto de vista cómico, introducir temas poco habituales o prohibidos en la televisión durante años» (ELENA GALÁN, 2007: 29). La serie marcó un antes y un después en los papeles femeninos de la ficción seriada televisiva. Conquistó múltiples premios y contó con más de tres millones de espectadores/as en Norteamérica a lo largo de sus seis temporadas. Casi una década más tarde daría el salto al cine con dos películas que continuaban la historia de sus protagonistas, aunque perdiendo muchas de las señas de identidad de la serie original (especialmente las más transgresoras). Es una serie innovadora desde el punto de vista de género porque, en primer lugar, cede el protagonismo a un grupo de mujeres. Además, se atreve a romper la perspectiva androcéntrica, al ofrecer una mirada desde la experiencia femenina, casi siempre ausente en el discurso televisivo. En tercer lugar, porque decide utilizar la ironía y el humor para presentar unos personajes que gozan de miedos, obsesiones y defectos, como la mayoría de las personas, características ofrecidas desde un punto de vista constructivo y desmitificador. Por último, la trasgresión se concreta en el uso y disfrute de una voz propia que permite la identificación de la audiencia, una voz que se atreve a nombrar y ser nombrada, tanto en lo cotidiano como en lo habitualmente reservado, oculto e invisible (prácticas sexuales, juguetes, masturbación, lesbianismo, etc.). Por último, su hilo argumental está apoyado en la solidaridad femenina, algo realmente escaso hasta entonces en la ficción seriada. Es cierto que la serie ha tenido otras críticas, también feministas, sobre algunos detalles de sus guiones. Las protagonistas pertenecen a una clase social media/alta, son guapas y con estilo y, probablemente, están demasiado sometidas a la moda, además de disponer de trabajos y vidas elitistas. Asimismo, la serie fue adquiriendo un tono cada vez más conservador y la última temporada eligió un cierre totalmente previsible, dejando de lado gran parte de la libertad de la que habían gozado hasta entonces (y que culminaría en las versiones cinematográficas). Pero ello no invalida la lectura feminista pues es mucho más relevante la clave emancipatoria que se desprende de sus capítulos. El valor principal de toda la serie es, junto a la desmitificación del sexo, la relación de complicidad y cariño que, por encima de todo, han establecido entre ellas. Sin renunciar a nada (parejas, maternidad, sexualidad, ocio) y demostrando así que la libertad de los individuos nunca resta sino que suma a los proyectos individuales y colectivos. 4.1.2. Voz propia y autonomía: elogio de la soltería y libertad sexual La serie habla de sexo desde las relaciones dialógicas y no desde las sexuales. Se apoya en diálogos ingeniosos y altamente simbólicos, en los que la ironía, la connotación y el sarcasmo son los principales integrantes. Es un producto puramente 251

oral, porque se trata de una serie enunciada, hablada. Ese es el principal ingrediente de un producto comercial en el que por primera vez se ofrece un discurso que privilegia la soltería femenina, en lugar de considerarlo como un problema. Esa voz propia de los personajes de Sexo en Nueva York, tan ausente del discurso hegemónico en las industrias culturales, es el primer tabú que rompe esta ficción. Otra novedad es, sin duda, la autonomía de la opinión femenina y también de las actitudes, más específicamente las sexuales. Los personajes asumen una actitud activa que incluye algunas estrategias reservadas hasta ahora a los varones, como la valoración puramente sexual de las parejas o la necesidad/opción de practicar sexo sin que intervengan los sentimientos amorosos o sin pretensiones de estabilidad y/o futuro sentimental. La soltería se escribe en Sexo en Nueva York como un estigma contra el que las protagonistas desean revelarse. Por eso, a menudo, ofrecen reflexiones sobre la desigual posición de hombres y mujeres ante el mismo acontecimiento o suceso. Un segundo nivel en la capacidad de ruptura de la serie nortemericana tiene que ver con los estilos discursivos, es decir, con las diferencias en el uso de la lengua y que, fruto de la socialización diferencial, culmina en tabúes lingüísticos y expresiones recomendadas/prohibidas para uno y otro sexo. La dificultad o imposibilidad de nombrarse es común a la experiencia de muchas mujeres y este tabú se rompe en la serie, cuando se nombra sin pudor el cuerpo femenino (y el masculino), trasgrediendo la norma social. Otro aspecto significativo tiene que ver con la sexualidad normativa, con la visibilización de aspectos que, según la socialización diferencial, no existen para las mujeres. Es el caso de la masturbación y el uso de juguetes sexuales. En cuanto a la primera, forma parte del discurso público masculino y la mayoría de varones no tiene problemas en hablar sobre una práctica habitual en la mayoría de las personas. Las mujeres, sin embargo, han tenido negada no solo la mención sino también la práctica en sí misma, tabú que persiste hasta la actualidad. «El deseo sexual solitario aparece representado desde lo más elevado hasta lo más bajo de la cultura» recuerda Naomi Wolf (1991: 201) pero no existe para las mujeres. Algo similar ocurre con el uso de juguetes sexuales, protagonistas en numerosas ocasiones, casi siempre poniendo una nota humorística a alguna situación e ilustrando algunos fantasmas masculinos como el tamaño del pene, la eyaculación precoz o la impotencia. Y es que la serie también se atreve a poner nombre a facetas de la sexualidad masculina que las mujeres, quizá por cortesía, casi nunca cuestionan. Por ejemplo, Sexo en Nueva York se aventura, sin disimulo, a asegurar que el tamaño sí importa. 4.1.3. Trasgresión y solidaridad como hilos argumentales Las mujeres de Sexo en Nueva York son, sobre todo, amigas, compañeras y cómplices; establecen una relación entre ellas tan sólida que la crítica más sexista las ha juzgado, erróneamente, como enemigas de los varones. Nada más lejos de la realidad. Justamente, el elemento más conservador del argumento es la búsqueda, por parte de las protagonistas, del amor heterosexual convencional. Ellas no odian a los 252

hombres, lo que desean es encontrar al compañero, pero no alguien superior sino un individuo igual a ellas, con quien compartir su proyecto vital. En Sexo en Nueva York se rompe con el mandato de sexualidad pasiva que la sociedad tradicional ha pensado para las mujeres y otros roles, como la maternidad, se ofrecen de forma más realista de lo que suele hacerlo la ficción audiovisual, repleta de madres-coraje, madres-castradoras o madres-mistificadas como única representación. Por todo ello, es importante detenerse en la aparición de la solidaridad como eje vertebrador de todo el discurso. Las protagonistas están siempre disponibles para sus amigas, tanto para celebrar un buen novio, como para llorar juntas un diagnóstico médico; tanto para recabar información íntima sobre prácticas sexuales, como para saber reírse de sí mismas y del mundo ante un nuevo y humano error en sus relaciones interpersonales.

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Lecturas recomendadas • SANGRO, P., y PLAZA, J. F. (eds.) (2010): La representación de las mujeres en el cine y la televisión contemporáneos, Laertes Barcelona. Este libro analiza la mirada de algunos de los creadores y creadoras contemporáneos más relevantes que han centrado su interés en el protagonismo femenino, así como las representaciones sobre las mujeres a través de distintas obras audiovisuales contemporáneas. Su contenido incluye reflexiones sobre la imagen contemporánea de la heroína en el cine épico, la obra de cineastas interesados en la figura femenina, la presencia de las mujeres mayores en la pantalla, la imagen de la mujer en el cine español pretérito, el abuso sexual de la mujer en los filmes, la renovación de la protagonista romántica, el papel asumido por las presentadoras en el entretenimiento de la pequeña pantalla, los estereotipos de género que fragua el spot publicitario y los roles desempeñados por los personajes femeninos en la ficción televisiva de nuestros días. • MENÉNDEZ MENÉNDEZ, M. I. (2008): Discursos de ficción y construcción de la identidad de género en televisión, Universitat de les Illes Balears Palma de Mallorca. El texto explora los contenidos ideológicos que sustentan algunas producciones recientes de ficción televisiva, analizadas desde la perspectiva de género. Incluye un marco teórico sobre las series de ficción televisiva que es ilustrado con series que se han considerado relevantes para el objeto de estudio: Las chicas de oro, Sexo en Nueva York, Las chicas Gilmore, Ally McBeal y Anatomía de Grey. El resultado es un texto que reflexiona sobre el rol narrativo de los personajes, además de poner de relieve los contenidos dramáticos interesantes al análisis de 255

género. Por último, se identifican los elementos más arriesgados y trasgresores que, desde una perspectiva feminista, pueden observarse en algunas producciones de ficción contemporáneas. • LOSCERTALES, F., y NÚÑEZ, T. (coords.) (2008): Los medios de comunicación con mirada de género, Instituto Andaluz de la Mujer Sevilla. Los estudios de género, implantados en las universidades españolas desde los años ochenta, removieron los fundamentos del saber patriarcal y evidenciaron cómo las teorías del conocimiento estaban llenas de preconceptos y negaban la presencia y aportaciones de las mujeres, según declara la directora del Instituto Andaluz de la Mujer en la introducción de este libro, cuyo objetivo es precisamente manifestar las discriminaciones y desigualdades que todavía existen en nuestra sociedad, y contribuir a transformar esas realidades. Los distintos autores y autoras que firman los capítulos abordan cuestiones como la mirada de las mujeres que trabajan en los medios o los estereotipos sexistas que se difunden desde la prensa, tanto como sujeto informativo, como en películas, series, TIC o radio. El volumen termina con recomendaciones para un tratamiento más adecuado de la información.

Páginas web recomendadas • Who makes the news?: http://www.whomakesthenews.org/ Desde 1995, el Proyecto de Monitoreo Global de Medios (GMMP) ha documentado la profunda negación de la voz de las mujeres en los medios de comunicación de todo el mundo, es decir, el proyecto se preocupa por la política de la representación. La web recopila todos los informes realizados hasta el momento, incluyendo el de 2010, así como información sobre el proyecto, la forma de participación, etc. • Cimac. Comunicación e información de la mujer: http://www.cimac.org.mx/ Página web de la agencia de noticias mexicana pionera en elaborar y difundir información con perspectiva de género. Fue fundada en 1988 por un grupo de comunicadoras. Su misión es generar y publicar información sobre la condición social de las mujeres, asegurar que las y los periodistas incorporen los derechos humanos de las mujeres en su trabajo cotidiano, así como promover los medios como una herramienta de transformación educativa y social que sirva como estrategia para que las organizaciones civiles transmitan sus actividades, demandas y propuestas. • Cátedra regional UNESCO: mujer, ciencia y tecnología en América Latina: http://catunescomujer.org/catunesco_mujer/catedra.php?idc=5 Es un centro de formación, creación y difusión de conocimientos sobre la participación, contribuciones, usos y demandas de las mujeres en la ciencia y la tecnología. Realiza programas y proyectos a nivel nacional, regional e internacional que articulan la perspectiva de género con la educación, la ciencia, la cultura y la 256

comunicación. Opera a través de redes colaborativas de trabajo e innovación.

Actividades prácticas 1. Un crítico de televisión ha escrito sobre la serie: «Cuatro amigas solteras neuróticas, con todo el tiempo del mundo para aburrirse, [...] cotorreando sentadas en la mesa de una cafetería». ¿Estás de acuerdo con la afirmación?, ¿en qué ideas crees que se ha apoyado para hacer su crítica? 2. ¿Crees que la audiencia de la serie ha sido fundamentalmente femenina, masculina o ha interesado a ambos sexos por igual?, ¿por qué? Análisis fílmico: a) Visiona el capítulo 11 de la primera temporada («La sequía») y reflexiona: ¿por qué puede considerarse a la serie trasgresora desde un punto de vista de género? b) El enfoque que usa este capítulo para abordar el asunto al que se refiere, ¿es «desempoderante» o humillante hacia los personajes femeninos?, ¿es habitual ese enfoque en la ficción televisiva hegemónica?, ¿cuál es tu opinión respecto a la imagen femenina que presenta?

1 Androcentrismo es el término que explica una concepción del mundo desde una «universalidad abstracta, que plantea de hecho lo masculino como norma de referencia. Muestra que detrás del contrato social se perfila un contrato sexuado» (MARQUES-PEREIRA, 2002: 48). La perspectiva androcéntrica en los medios de comunicación, permite su instrumentalización «como soporte de la reproducción ideológica de la cultura dominante masculina» (ANTÓN et al., 1994: 41). 2 Las actitudes discriminatorias en el mundo del empleo, basadas en el género, demuestran que las personas trabajadoras, hombres y mujeres, disfrutan de oportunidades distintas cuando se integran en el mercado laboral, cuando alcanzan estabilidad dentro de él, cuando llega el momento de ascender a puestos superiores en el organigrama empresarial, a la hora de incorporarse a algunas profesiones y también en cuanto a las retribuciones recibidas por trabajos de similar valor. Es decir, no son las características personales o de cualificación las que deciden qué puesto es óptimo para una persona y cuál es el salario que merece sino que es su sexo la variable más significativa (CORAL DEL RÍO, 2004: 4). 3 La WACC es una organización no gubernamental creada en 1975 que considera que una comunicación genuina es la base para el entendimiento entre los pueblos, las diferentes culturas y las distintas religiones. Promueve la libertad de expresión y de información, como también la democratización de las comunicaciones. WACC está integrada por 850 miembros corporativos y personales, de 115 países. 4 La principal dificultad proviene de la misma definición de las revistas como femeninas, pues se trata de un argumento que propone uniformidad y, por consiguiente, esencialismo. Identificar un público objetivo, en este caso las mujeres, supone categorizarlas a partir de elementos que —se supone— todas comparten. Si los soportes mediáticos orientados a una audiencia femenina plantean que las mujeres son diferentes a los varones en alguna cuestión, de facto están definiendo a las mujeres de una forma establecida: las mujeres son de una determinada manera y, por ello, necesitan discursos mediáticos que recojan su especificidad. Teniendo en cuenta que quienes crean las categorías son quienes ocupan los poderes, habrá que asumir que «las caracterizaciones suelen reflejar, a su vez, el sesgo ideológico de tales grupos» (NICHOLSON, 2003: 67). Es decir, la definición de lo femenino no se realiza desde el propio grupo femenino sino que son especificadas desde la estructura social patriarcal y, en concreto, desde quienes ocupan las élites. Se trata, por consiguiente, de una enunciación sexista que excluye la propia construcción de identidad de las mujeres y su iniciativa; una

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expresión delimitada desde el esencialismo patriarcal que ha definido previamente lo que significa ser mujer y la función como tal en el escenario social (Isabel MENÉNDEZ, 2009). 5 En la actualidad, cinco grandes grupos controlan el 90% de la difusión de revistas: Hachette (AR, Elle, Psychologies); Edipresse/Hymnsa (Clara); G+J (Cosmopolitan, Mía, Marie Claire), Condé Nast (Vogue, Glamour) y el Grupo Zeta (Woman), una concentración mediática que no se corresponde con la pluralidad de títulos disponibles en el mercado y con una audiencia estimada en más de cuatro millones de lectoras (Ganzábal, 2006a: 417). 6 Para profundizar estos aspectos véase Isabel MENÉNDEZ (2006 y 2008) donde se puede realizar un recorrido más exhaustivo sobre las principales características de esta ficción desde una perspectiva de género.

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Capítulo 8 El mundo del arte, la industria cultural y la publicidad desde la perspectiva de género 1 MARIÁN LÓPEZ FDEZ. CAO

1. La in/visibilidad de las mujeres en la creación La historia de las formas artísticas que ha sido transmitida por occidente, la «Historia del Arte» que se estudia en escuelas, centros de secundaria y bachillerato y, en general, en las facultades de Arte de prácticamente todo el mundo, tal y como hemos estudiado, está plagada de plasmaciones femeninas pero no por ello se refiere a la creación de las mujeres. Las mujeres han sido dichas, han sido conceptualizadas de todas las maneras posibles, de acuerdo con los distintos modelos acordados entre aquellos hombres señalados como relevantes para caracterizar los cánones de belleza en las distintas épocas. Por ello, hacer una visita a la Historia del Arte desde sus representaciones femeninas es ver cómo se ha significado a la mujer como todo unitario frente al espectador masculino, en general, y otras veces, las menos, como ejemplo para las mujeres de carne y hueso. En cualquier caso, estamos frente a un discurso que no ha sido pergeñado por un pensamiento autónomo femenino sino siempre a partir de una cultura que conceptualiza lo ajeno, lo Otro, como bien señaló Simone de Beauvoir, que lo carga de significación y lo convierte en objeto de transacción como propiedad o, en este caso, de propiedad a través de la contemplación. Lo convierte en un topos, en un lugar común de designación, en un espacio. Llama la atención el hecho aparentemente paradójico de que, entre tanta representación femenina, tanto topos, no haya creadoras. Llama la atención quizá por su carácter de imagen —porque las vemos vestidas, desnudas, solas, en grupo, altas y bajas— pero llama también la atención el constatar el elevado número de volúmenes sobre educación, filosofía, ciencia, medicina, psicología, etc., sobre las mujeres sin las mujeres, que confirma esa heterodesignación (son los otros los que designan el concepto) del espacio o topos femenino. Como parte de un grupo social marginado pero presente, del grupo se habla pero sin dejar que algún o alguna participante se exprese por sí mismo/a sobre sí mismo/a o su interpretación del mundo. El silenciamiento, la falta de genealogía y memoria de la creación de las mujeres obliga a la reflexión de las causas, los procesos, los actores y los fines. Es cierto que el sistema de aprendizaje del oficio del pintar, esculpir, dibujar, 259

estaba reservado al género masculino pero es ya conocido y divulgado en determinados ámbitos del conocimiento la existencia de mujeres pintoras, escultoras, tejedoras, ceramistas, orfebres, calígrafas y un largo etcétera. Están ya documentados suficientemente (ver Estrella de Diego, Beatriz Porqueres, Patricia Mayayo...) los motivos que hicieron que las mujeres, en las distintas épocas históricas, tuvieran un menor si no nulo acceso a la educación, fuera ésta a través de la propia familia, fuera a través del sistema de aprendices, fuera en escuelas o talleres ajenos al ámbito familiar. Los motivos coinciden con los de la exclusión de otras áreas de conocimiento: la sempiterna exclusión de las mujeres de los ámbitos del saber oficial para garantizar su permanencia en el ámbito doméstico, en la crianza de los hijos y en el terreno de la inmanencia, al servicio del cabeza de familia varón, y que ha sido vastamente analizada y documentada tanto en nuestro país como en otros. Me interesa sin embargo subrayar el hecho de que aquellas mujeres que, desafiando el orden impuesto por la cultura androcéntrica, iniciaron y desarrollaron labores y trabajos creadores, han sido también silenciadas y no existen ni en los manuales que hoy se utilizan en escuelas y universidades, ni en los grandes tratados de arte. El ejercicio de borrado de huellas de los efectos de la decisión, la autodesignación y la creación femenina es sistemático. Cuando rastreamos alguna creadora a través de los pocos indicios que la documentación histórica permite, observamos cómo a las pocas décadas de su muerte su nombre deja de aparecer en los manuales y recopilaciones. Los mecanismos son diversos: las obras pasan a ser anónimas, se refuerza su existencia a una creación vicaria como discípula de un hombre, se refuerzan los aspectos corporales que la ligan a una existencia poco trascendente, entre otros mecanismos. Uno de los primeros textos que cuestiona e indaga la inexistencia de mujeres en la historia de la creación aparece en 1971, cuando LINDA NOCHLIN publica el hoy considerado texto fundacional de la crítica feminista dentro de la historia del arte bajo el título «¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?» (Why there have not been women artists?). En este texto Nochlin cuestionaba los criterios existentes que hasta la fecha validaban a los creadores universales: John Stuart Mill sugiere que tendemos a aceptar las cosas que nos vienen dadas como «naturales». En primer lugar, debemos cuestionar esos supuestos «naturales» y traer a la luz esas bases míticas que los conforman. En el campo de la historia del arte, el punto de vista blanco y masculino, aceptado inconscientemente como el punto de vista del Historiador del Arte, puede y se ha probado que es inadecuado no solo por motivos éticos o morales, sino también por motivos elitistas y por motivos sobre todo intelectuales. Revelando este error que se ha cometido en la mayoría de la historia del arte, descubrimos la falta de reconocimiento del sistema, la clara presencia de un sujeto introducido en la investigación histórica. En este momento en que las disciplinas toman conciencia cada vez más de la naturaleza de sus presupuestos, la aceptación de lo que existe como natural es inaceptable. Del mismo modo que Stuart Mill pudo ver en la dominación masculina una de las principales injusticias que se han cometido en un orden social justo y verdadero, así nosotros podemos ver en el estatuto de dominación de la subjetividad blanca y masculina una de las series de distorsiones intelectuales que deben ser corregidas para llegar a conseguir un punto de vista más acertado de las situaciones históricas (NOCHLIN, 1989: 145-146).

A la pregunta de si habían existido grandes mujeres artistas, Nochlin contestaba 260

que si no han existido equivalentes femeninos de Pollock, Picasso o Miguel Ángel no es porque las mujeres carezcan de talento artístico, sino porque a lo largo de la historia todo un conjunto de factores sociales e institucionales han impedido que ese talento se desarrolle de forma libre: El error no recae sobre nuestras estrellas, nuestras hormonas, nuestro ciclo menstrual o en nuestros vacíos espacios internos, sino en nuestras instituciones y educación, educación entendida como aquello que incluye todo lo que nos ocurre desde el momento en que entramos en este mundo de símbolos, signos y señales significativas (NOCHLIN, 1989: 150).

Para ejemplificar esta cuestión la autora analizaba el problema de las artistas en el acceso al estudio del desnudo. Desde el Renacimiento hasta el siglo XIX el estudio del cuerpo humano constituía un estadio fundamental en la formación de cualquier artista. Sin embargo, hasta fines del XIX no se permitía el acceso de mujeres a estas sesiones. Esto significaba, al fin y a la postre, no poder consagrarse en la pintura histórica o en la mitológica, pintura «mayor» por excelencia, teniendo que dedicarse a otras artes menores como el bodegón, el paisaje o el retrato. A partir de esta pregunta, Nochlin propone tres posibles respuestas: 1) Añadir sujetos a la historia Excavando y sacando a la luz ejemplos de mujeres artistas con talento y valiosas a través de la historia, rehabilitando algunas carreras de mujeres artistas que han sido productivas e interesantes, «redescubriendo» pintoras de flores o seguidoras de David, etc. En otras palabras, tratar de seguir con el trabajo tradicional pero incluyendo algunas personalidades femeninas que habían sido rechazadas. Estos estudios presentan un indudable valor, tanto al añadir conocimiento sobre los logros de las mujeres como para la historia en general. Pero no contestaban a la pregunta. Por el contrario, tratando de contestar a esta pregunta, reforzaban sus implicaciones negativas. Esta tarea se está llevando a cabo en prácticamente todos los países donde se desarrolla teoría y crítica de arte. Desde los años setenta han surgido estudios (monografías, diccionarios de artistas, catálogos, etc.) destinados a rescatar del olvido y sacar a la luz la obra de artistas del pasado. En 1976 Nochlin y Ann Sutherland Harris organizaron en Los Ángeles una exposición con el título Mujeres Artistas: 1550-1950, en la que se proponían dar mayor difusión a los logros de algunas excelentes mujeres artistas cuya obra ha sido ignorada debido a su sexo. Sin embargo, se ha detectado, al menos en las biografías iniciales, un cierto victimismo, una impresión de que la trayectoria de las mujeres creadoras era una «carrera de obstáculos», como se hizo evidente en las Jornadas de Mujeres y Artes Plásticas celebradas en noviembre de 1998 en la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Este aspecto no era el acicate más alentador para las jóvenes que pretendían encaminar su carrera profesional en el camino del arte. Habían encontrado una genealogía en femenino pero era una genealogía que mostraba unas vidas de mujeres plagadas de dificultades y de sufrimiento para poder desarrollar su creación. Podían de hecho suponer un freno al no contar experiencias positivas por parte de aquellas 261

creadoras del pasado sino, más bien, aumentar la larga lista de discriminaciones, depresiones y locuras. Por ello, la reescritura de biografías se ha reajustado a su vez buscando la parte positiva, el coraje que hizo que muchas creadoras, a pesar de una sociedad hostil, una familia adversa a su vocación y una institución reacia a admitirlas, pudieran y supieran, con ingenio y creatividad, salvar obstáculos y demostrar a la historia no solo la calidad de un producto creador sino una trayectoria personal que ha contribuido al cambio y la igualdad social. 2) Señalar el carácter femenino como específicamente diferente al masculino y por tanto los criterios establecidos tradicionalmente se veían invalidados cuando juzgábamos una obra hecha por mujeres. Otro intento de contestación es el que han formulado algunas contemporáneas señalando que hay un tipo de «genialidad» diferente para las mujeres artistas y otro para los hombres postulando la existencia de un estilo femenino diferente y reconocible, tanto en sus cualidades formales como expresivas y basado en el carácter especial de la situación y las experiencias de la mujer. Esta postura ha sido defendida por el feminismo de la diferencia y por teóricas de la talla de Ely Bartra y de la crítica Lucy Lippard, que dio lugar al arte feminista de los setenta, encabezado por Judy Chicago y Miryam Schapiro, que incidía en las formas circulares, que partían de un centro y que se definían, frente a las verticales masculinas, como específicamente femeninas. Virginia Woolf pensaba que en la literatura la diferencia esencial radicaba en los temas para tratar, el lenguaje en el cual se expresa y en la visión distinta al describir a los personajes de género masculino o femenino. Bartra afirma que existe un arte femenino diferente del arte masculino porque su lugar específico dentro de la sociedad les hace tener una visión del mundo diferente. Esta teórica propone buscar las constantes en la creación femenina para mostrar su especificidad. Propone una doble vía de análisis: por un lado, el análisis de la condición socio-histórica de las mujeres en general y de las mujeres que producen arte, en particular y, por otro, el análisis de las constantes dentro de la creación misma: la forma misma de expresión, el lenguaje (forma y contenido). Linda Nochlin respondía sin embargo de este modo a esta posibilidad: Mientras los miembros de la Danube School, los seguidores de Caravaggio, los pintores alrededor de Gauguin en Pont-Aven, El Jinete Azul o los cubistas pueden ser reconocidos por sus cualidades expresivas o estilísticas, parece que no hay cualidades de «feminidad» que puedan buscarse para agrupar los estilos de las mujeres artistas. No hay ninguna esencia de feminidad que pueda unir el trabajo de Artemisia Gentileschi, Mme. Vigée-Lebrun, Angelica Kauffmann, Rosa Bonheur, Berth Morisot, Suzanne Valadon, Käthe Kollwitz, France, Jane Georhia O´Keefe, Helen Frankenthaler o Louise Nevelson y tampoco en Sapho, Marie de Austen, Emily Brontë, George Sand, George Eliot, Virginia Woolf, Gertrude Stein, Anïs Nin, Emily Dickinson, Sylvia Plath y Susan Sontag. En cada momento las mujeres artistas y escritoras parecen estar más cerca de sus colegas masculinos de su período que entre ellas. Se ha dicho que el trabajo de las mujeres mira más hacia dentro, es más delicado. Pero ¿cuál de las artistas antes citadas mira más hacia el interior que Redon, es más sutil al trabajar el pigmento que Corot? ¿Es Fragonard más o menos femenino que Mme. Vigée Lebrun? O ¿no será más que una cuestión por la cual todo el Rococó francés del siglo XVIII era «femenino» si lo juzgamos en términos de la escala binaria de «masculinidad» versus «feminidad»? Ciertamente, si la delicadeza, el preciosismo, ... se cuentan en las marcas definitorias del estilo femenino, no hay nada frágil en la

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«Feria de Caballos» de Rosa Bonheur, nada introvertido o fino en los grandes lienzos de Helen Frankenthaler. Si las mujeres se concentran en las escenas de la vida doméstica o en los niños, también lo hizo Jan Steen, Chardin y los Impresionistas —Renoir y Monet así como Mary Cassat y Berthe Morisot—. En cualquier caso, la simple elección de un tema u objeto o el restringirse a determinados elementos no está en relación con el estilo y mucho menos con una especie de quintaesencia de lo femenino (NOCHLIN, 1989: 148-149).

Es decir, Nochlin misma deconstruía y anulaba esa posibilidad. 3) Deconstruir el paradigma de la historia del arte En los años ochenta la historiadora Griselda Pollock planteaba y apelaba a la necesidad de deconstruir las bases metodológicas sobre las que se asienta la historia del arte (la concepción evolucionista como sucesión de grandes nombres, etc.) y a la búsqueda de la diferencia de la expresión no en bases biológicas —como Chicago y Schapiro— sino en bases históricas: cómo las condiciones históricas concretas han marcado la capacidad creadora de las mujeres y dilucidar cómo las artistas se han labrado un espacio dentro del mundo del arte. Nochlin, como Pollock, termina por afirmar que, a pesar de la gran tarea de la reescritura de biografías, la revisión de los conceptos latentes en la Historia del Arte tales como la idea del genio, la distinción arte/artesanía, etc., así como las variables clase/raza/género/procedencia son algunos de los pilares sobre los que descansa una visión sesgada y discriminatoria de la Historia del Arte que silencia no solo a las mujeres sino al arte de otras culturas y movimientos no oficiales. Así pues, la pregunta ¿por qué no ha habido grandes mujeres artistas? ha llevado a la conclusión de que el arte no es una actividad libre y autónoma del individuo superdotado, «influenciado» por previos artistas y, más vaga y superficialmente, por «fuerzas sociales», sino más bien que la completa situación de la actividad artística, tanto en términos de desarrollo del productor artístico como de la naturaleza y calidad de la obra de arte en sí misma, ocurre en una situación social y forma parte de elementos integrales de esta estructura social que son mediados y determinados por instituciones sociales específicas y definibles, pudiendo ser por ejemplo academias de arte, sistemas de patronaje, mitologías del creador divino, etc.

2. El arte como paradigma masculino occidental A partir de este punto, se plantea como hipótesis de trabajo, relacionado con todo lo anterior, que lo que entendemos por arte se ha definido a partir de unos términos que excluyen la participación femenina y, en los casos en los que está presente, viene minimizada precisamente por no ajustarse a los patrones del arte. Sabemos que la crítica de arte se fundamenta en un grado de convención, en un canon de belleza, de «artisticidad», de grandeur que cada sociedad, cada cultura, decide en un momento determinado. Del mismo modo que se constituye el paradigma tan bien señalado por Kuhn, se articula la crítica artística que decide lo que es genial, lo que es mediocre, lo que es extraordinario. El consenso interpares prima antes que 263

los motivos para justificar la grandeza de un artista o un movimiento. Si recordamos la tesis de Kuhn podríamos señalar que para que una teoría exista, por ejemplo, una teoría sobre lo artístico, ha de haber un consenso entre los que la emiten. La teoría elegida es, siguiendo a Kuhn, resultado no tanto de consideraciones en relación a la simplicidad, la consistencia o la fecundidad de la misma sino de una elección comunitaria donde también intervienen variables sociales y subjetivas. El grado de objetividad de las teorías depende de un proceso de consenso donde, además de los factores epistémicos, intervienen valores subjetivos o motivacionales y valores personales. Cuando los que la enuncian se hallan influidos —consciente o inconscientemente— por determinadas ideas políticas, religiosas, etno o androcéntricas —esto ya no lo señala Kuhn—, el consenso irá alejando a todos aquellos elementos perturbadores, por molestos, que no se ajustan y la teoría se rediseñará y perfeccionará una y otra vez de modo que excluya per se a aquellos elementos ajenos a su sistema de creencias, el cual acaba siendo disfrazado de conocimiento racional, universal, universalizable y neutro. Es decir, aducir motivos ajenos a las ideologías para excluir, curiosamente, a aquellos pertenecientes a una determinada ideología non grata. Las creadoras han sido excluidas de los grandes manuales del arte no por ser mujeres, sino, dice la crítica, por no ser buenas artistas. Cerrado el círculo, parece que el empeño es inútil. Es el mismo mecanismo por el que se desalienta a los grupos excluidos a salir de su marginación: porque, de algún modo, se les señala a éstos como causantes de su propia marginación. La atención selectiva —señalar los errores en quienes queremos excluir y obviar sus virtudes y, a la inversa, señalar las virtudes y obviar los defectos en quienes queremos elogiar— es un mecanismo que se utiliza una y otra vez para que se ajuste al paradigma de la crítica artística. Por ello es fácil y entra dentro de la lógica de la cultura occidental no encontrar creadoras. Algunas no emprenden siquiera el desempeño de una labor que se pueda considerar arte porque para ello se excluyó previamente ese tipo de prácticas de la categoría de arte. Y otras no pasan por el consenso interpares. Simplemente, como señaló en su momento Lévi-Strauss cuando se opuso al acceso de Simone de Beauvoir a la Academia Francesa: no se contradicen las leyes de la tribu.

3. El tratamiento de la creación de las mujeres Cuando leemos sobre Frida Kahlo o sobre Artemisia Gentileschi, los datos luctuosos suelen anteponerse a la definición de sus obras. De algún modo, es necesario adaptarlas al paradigma, minimizando sus logros y maximizando el carácter corporal, contextual, de inmanencia y vincular —ajeno al canon— que el de trascendencia, individualidad, excepcionalidad, necesario para asumir el rango de artistas: accidentes, violaciones, enfermedades, son más importantes que su producción artística. 264

Veamos qué se decía de Artemisia Gentileschi en la exposición antológica hecha en Florencia en 1991: «maestría verdaderamente constatable y absolutamente excepcional para un pincel mujeril» o, lo que decía WITTOKER (Nacidos bajo el signo de Saturno, Cátedra 1988), «Artemisia, joven lasciva y precoz, tuvo una carrera distinguida como artista». En un artículo que apareció en El País al respecto de la exposición homenaje a Sofonisba Anguissola en Cremona, tanto PERU EGURBIDE como FRANCISCO CALVO SERRALLER aluden a lo injusto de su fama más como una curiosidad, como una excepción, que como artista. Son pocas las líneas que dedican a su obra y prácticamente todo el artículo versa sobre su vida y relaciones con los hombres: «La vida de Sofonisba [...] estuvo a la altura de la imaginación de un padre que bautizó con el nombre de Asdrúbal a su único hijo, y dio los nombres de Minerva, Elena, Europa, Lucía Ana María y Sofonisba (hija de Asdrúbal, el general cartaginés) [...] nació en el seno de un familia noble, pobre y atípica que la orientó hacia los pinceles...» A principios del siglo XIX leemos de un crítico: «la pintura de Sofonisba posee algo de ese sentimentalismo al agua de rosas, de esa sosería propia de las pintoras, tanto ayer, como hoy» (citado en la obra de Porqueres, Reconstruir una tradición). Incluso cuando hablamos de una mujer como Käthe Kollwitz —grabadora alemana y una de las predecesoras del expresionismo alemán, exponente del arte social y comprometido— los datos de la muerte de su hijo y su nieto suelen estar presentes como causas de sus obras, no de una «capacidad espiritual innata» o de «la individualidad del artista». Son hechos causa y motivo de sus obras. Pocos mencionan y si lo hacen es un reglón que no define al artista, que Toulouse-Lautrec tenía una deformación física. Sin embargo, parece que las mujeres artistas debían ser o tener algo extraño para ser artistas, es decir, debían salirse de la norma. Parece sin embargo que estas artistas no pueden desasirse de su feminidad, a la cual están atadas más allá de su identidad como artistas. «Blanchard, María, se distinguió por una fina sensibilidad que aplicó a temas de niños», señala un diccionario sobre esta autora. Si no se conoce la obra de Blanchard se puede pensar en un gran repertorio de niños suaves traspasados a lienzos y se olvida toda su etapa cubista donde la fuerza de su trazo poco tiene que ver con esa «fina sensibilidad» adjudicada y, si la hay, sería equiparable a la fina sensibilidad de un Juan Gris o un Braque. Para dar importancia a la artista, escribiría Ramón Gómez de la Serna sobre María Blanchard «María no es femenina, sino varonilmente maligna». Y no se debe eludir, centrándonos en esta autora, una biografía de María Blanchard en la que en cada ciertas líneas se refieren a ella como: «la pobrecita María conoció pronto recompensas y halagos en su carrera artística» «la pobre María, por su deformidad, estaba sentenciada a no despertar amor». «Allí está María Blanchard. Pobrecita, débil, contrahecha, pero locamente enamorada de ese arte que es su único amante posible». O «En París encontró María lo que tan necesario suele ser a una fémina sin esposo y sin familia: la amistad firme de otra mujer» o: «muchos altos nombres del arte más nuevo —André Lhote, Juan Gris, Jacques Lipchitz — se sintieron honrados con la amistad de aquella mujercita», mujercita que por esos años superaba la cincuentena (FERNÁNDEZ, A.; JULIANO, D.; LÓPEZ, M., y MARTÍNEZ, N., 2001: 102).

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Del mismo modo o similar se describe la obra de las impresionistas Berthe Morisot y Mary Cassat: «Berthe Morisot se complacía en acumular destello sobre los tocados y en destilar astros sobre los lindos rostros». «Mary Cassat convertía en color su dulzura maternal y se las ingeniaba para que los tiernísimos grupos de madres guapas y niños guapísimos fuesen algo más que una emotiva anécdota» (FERNÁNDEZ, A., et al., 2001: 102).

Con respecto a la crítica dirán de Blanchard: «Es una gran pintora de niños a cuyo mundo se acercó con sensibilidad verdaderamente maternal» (CHUECA GOITIA, 1962, en FERNÁNDEZ, A., et al., 2001: 102). «María Blanchard no podía igualar, como fémina, a su contemporáneo Picasso, pues le faltaba empuje creador... Deliciosos, sublimes, de un color más que femenino porque la sufrida María casi acabó olvidando su condición de mujer, a la que nada grato debía» (JUAN ANTONIO GAYA NUÑO, en FERNÁNDEZ, A., et al., 2001: 103). «María Blanchard, deforme, eliminada del banquete de la vida por no tener un cuerpo bello, se enamora apasionadamente de la belleza. Y la logra por el camino del Arte (...) María Blanchard encuentra la emoción en sí misma, en la amargura de su inutilidad como mujer, en una maternidad frustada que los propios temas de sus cuadros ayudan a comprender» (LEOPOLDO CORTEJOSO, en FERNÁNDEZ, A., et al., 2001: 103).

Sería interesante poder invertir los términos y adjudicar estas críticas a cualquier pintor hombre: «Juan Gris (por ejemplo) no podía igualar, como macho, a su contemporánea Blanchard, pues le faltaba empuje creador... Deliciosos, sublimes, de un color más que masculino, porque el sufrido Juan casi acabó olvidando su condición de hombre, a la que nada grato debía». O bien: «Pintor indudablemente masculino pero realizado por un hombre tenaz que se iba dejando un jirón de vida en cada cuadro, este pobre y magnífico ToulouseLautrec, feo, jorobado, habituado a todas las torturas llegó al término de su calvario...». O: «Toulouse-Lautrec, deforme, eliminado del banquete de la vida por no tener un cuerpo bello, se enamora apasionadamente de la belleza. Y la logra por el camino del arte (...) Henry Toulouse-Lautrec encuentra la emoción en sí mismo, en la amargura de su inutilidad como hombre, en una paternidad frustrada que los propios temas de sus cuadros ayudan a comprender». O: «El pobrecito Henry conoció pronto recompensas y halagos en su carrera artística». En fin, podríamos continuar con los ejemplos y la imposibilidad de inversión genérica. Todo ello sirve para confirmar las premisas de las que partíamos: las creadoras que entran en la historia de la creación son antes mujer —que no mujeres— que sujetos y toda su obra —nunca genial a juicio de sus críticos o comentaristas— estará marcada más por su cuerpo que por su talento creador. Por ello no entran ni pueden entrar en el paradigma del creador occidental.

4. La construcción de un/a artista 266

Como los fundamentos del arte y la creación son androcéntricos los manuales sobre la creatividad, que estudia los procesos que llevan a las personas a ser creativas, también lo son. No se pone jamás en entredicho ni nadie se sorprende de que entre las personas con capacidad creativa mencionadas en los ingentes manuales de creatividad nunca, o muy raramente, aparezcan mujeres. Es un territorio masculino donde el análisis desgranado de los componentes de la personalidad del creador no hace sino, al fin y a la postre, refrendar las mitologías del genio demiurgo de los siglos precedentes, pero dándoles ahora carta y base científico/psicológica en la que se excluyen, por «selección natural», las clases desfavorecidas, las mujeres y las procedencias no occidentales, como tan sabiamente señalaba Linda Nochlin en su artículo Why there have not been great women artists? en 1971 y que ya hemos mencionado. Mihaly Csikszentmihalyi es de los pocos especialistas en creatividad que no solo incluye, aunque sea mínimamente, el aspecto de género en el análisis del desarrollo de la capacidad creativa, sino que incluye a un grupo representativo de mujeres en su investigación. En su obra Creatividad. El fluir y la psicología del descubrimiento y la invención, entrevista a veintiocho mujeres de un total de noventa y una personas creadoras, un encomiable 30 %. Ese giro supone, desde nuestro punto de vista, que, por primera vez en los tratados, se comienza a pensar en la persona creadora también como mujer. Porque, además, dentro de su elenco están representadas no solo profesiones tradicionalmente asociadas a lo femenino, sino una amplia variedad: astrónomas, periodistas, antropólogas, productoras de televisión, escritoras, escultoras, economistas, químicas, matemáticas, sociólogas, pintoras... entre otras. Es cierto que no hace un análisis exhaustivo de cómo influye la educación segregada, los prejuicios machistas (interiorizados y externos) en el desarrollo creador, pero señala varios puntos que son importantes. Por un lado, Csikszentmihalyi abre una vía muy interesante desde el punto de vista social, por la cual una persona creativa es «alguien cuyos pensamientos y actos cambian un campo o establecen un nuevo campo» pero, como continúa, «un campo no puede ser modificado sin el consentimiento explícito o implícito del ámbito responsable de él». Personalidad, campo y ámbito (CSIKSZENTMIHALYI, 1998) son, pues, tres componentes que interactúan dentro del sistema creativo. Veamos. — La personalidad: Csikszentmihalyi señala por primera vez de un modo más complejo qué es eso de la «feminidad» como rasgo creativo que otros autores habían paradójicamente señalado solo para los creadores varones. En su capítulo sobre la personalidad señala que los individuos creativos escapan a los rígidos estereotipos de los papeles por razón de género, es decir, son seres que intentan escapar de sus respectivos destinos identitarios y, entre ellos, el género es de vital importancia. Esta tendencia a la androginia no es necesariamente responsable de una homosexualidad masculina o femenina, sino que responde a un rechazo a aceptar per se los rasgos que se les tenía destinados: así, los hombres entrevistados, señala Csikszentmihalyi, mostraban «sensibilidad ante aspectos sutiles del entorno que otros hombres tienden a 267

desechar» y las mujeres entrevistadas tendían a ser «fuertes (y) seguras de sí mismas» (CSIKSZENTMIHALYI, 1998: 94). — Los primeros años como constituyentes de la personalidad: Dentro de los primeros años, comenta Csikszentmihalyi, «cada niño se interesa en ejercitar aquella actividad que le proporciona una superioridad en la competencia por los recursos (de los cuales el más importante es la atención y admiración de los adultos significativos...), lo que importa no es necesariamente la cantidad absoluta de talento, sino la ventaja competitiva que uno tiene en un ambiente particular» (ibídem, 189). Señala, por otro lado «está claro que ayuda nacer en una familia que valora la educación como vía de movilidad social» (ibídem, 203). Si la familia y los adultos significativos no valoran la educación de las niñas, está bien claro que la capacidad creativa tendrá un cada vez más estrecho camino por donde hacerse hueco. Señala Csikszentmihalyi, por otro lado, el concepto de «profesores influyentes», refiriéndose a aquellos que se convierten en influyentes porque «prestaron atención» al niño o la niña y mostraron «atención extra». En definitiva, lo que fue determinante de los primeros años consistió en que «en vez de quedar configurados por los acontecimientos, configuraron los acontecimientos para ajustarlos a sus propósitos». Csikszentmihalyi se pregunta de dónde viene esa determinación. La psicoanalista Nora Levinton, analizando los primeros años de Simone de Beauvoir señala que, «a pesar de que puedan ser unos recuerdos considerablemente idealizados y encubridores subyace a sus reflexiones la vivencia de alguien que se ha sentido inicialmente aceptada, valorada, fortalecida narcisísticamente, diríamos desde la perspectiva psicoanalítica, y que se incorpora a un mundo emocional donde en los primeros años no encontrará particulares ingredientes de conflictividad en cuanto al medio familiar: “Cada vez que me ocurría algo tenía la impresión de ser alguien”. “En casa, el menor acontecimiento suscitaba vastos comentarios; escuchaban con gusto mis historias, repetían mis ocurrencias. Abuelos, tíos, tías, primos, una abundante familia me garantizaba mi importancia [...] mi cielo estaba estrellado de una constelación de ojos benévolos. Protegida, mimada, divertida con la incesante novedad de las cosas, yo era una niña muy alegre”» (BEAUVOIR, 2004: 18, en LEVINTON DOLMAN, N., Llegar a ser Simone de Beauvoir, 2010: 81).

Quizá una buena seguridad primaria ontológica pueda ser la base de ese empeño en que no nos configuren los acontecimientos —la situación, diría Beauvoir— sino, al menos, de construir el propio proyecto sin ingenuidad. — Los cónyuges sostenedores: un elemento importante de la vida de los y las creadores/as es —y debemos alabar a Csikszentmihalyi— lo que él llama «cónyuges sostenedores», por la cual no solo desmonta la «vida sexual pujante» que caracterizaba a los creadores (masculinos, porque la sexualidad femenina no se ha visto como fuerza motora en los casos de la creación sino que, simplemente, no se ha visto), sino que reconceptualiza el aspecto señalando la importancia en su lugar de una vida afectiva satisfactoria, también para los hombres. Y con respecto a las mujeres señala cómo muchas de ellas «creían que sus maridos las habían liberado para que se concentraran en su trabajo» (p. 222), aunque a nuestro autor se le deslice en ocasiones una visión paternalista y patriarcal en la que sitúa a los maridos de 268

«mentores» o a las creadoras como trabajadoras por destino de doble jornada: «mi marido era muy comprensivo acerca de esto. Decía: “Haz como gustes, cualquier cosa que yo pueda hacer para ayudar. Siempre y cuando los chicos estén atendidos no tengo problemas al respecto, usa tu tiempo como quieras”. Y eso era muy importante» (NEUGARTEN; BERNICE, en op cit., 223) (la cursiva es mía). Por otro lado, también señala cómo para algunas mujeres alcanzar el éxito supone celos e incomprensión por parte de su pareja, como el caso de la poeta Hilde Domin cuando la primera vez que enseña sus poemas a su marido éste le dice «¡bueno, pero qué desastre tenemos aquí!». Solo, señala Csikszentmihalyi, después de que su marido muriera comenzó ella plenamente a dedicarse a escribir, convirtiéndose en una de las poetas más leídas de Alemania. De tal modo que ese cónyuge sostenedor ideal es mucho más difícil de encontrar si ese individuo creador es una mujer. — El ámbito: Csikszentmihalyi dedica un capítulo inicial a la interacción del campo —o área de conocimiento o trabajo creador—, la personalidad y el ámbito. Y es de gran ayuda la introducción de variables que tienen que ver con la autoridad, los estratos sociales y el género, aunque no los señala explícitamente, para comprender el fenómeno de la actividad creadora en el ámbito de la creatividad. Que un ámbito permita reconocer algo como novedoso, de calidad o digno de entrar en la historia es algo que hemos esbozado en el capítulo primero de este libro y que tiene que ver, entre otras cosas, con la constitución del patriarcado, en el caso de la sistemática exclusión de las mujeres en el arte, la literatura y la creación «normativa» y con la minimización de las actividades realizadas por mujeres en la cultura en general, considerándolas como «no normativas», marginales, menores o populares. Como señala nuestro experto en creatividad «los diversos ámbitos actúan como filtros para ayudarnos a seleccionar entre la avalancha de nuevas informaciones, aquellos memes —o unidades de información cultural— a los que merece la pena prestar atención». El ámbito selecciona, filtra, elimina o desprestigia aquellos memes «non gratos». Del mismo modo que Marcelino Sanz de Sautuola tuvo que sufrir la burla, el escarnio y la difamación de los expertos al ser tildado de impostor tras haber presentado su descubrimiento de las pinturas rupestres de Altamira ante la Sociedad científica francesa de la época, muchas mujeres de un campo determinado fueron olvidadas, minimizadas o, simplemente, no elegidas como memes dignos de visibilidad. En otras ocasiones toda una actividad —por estar realizada por otras procedencias, otros estratos sociales u otro género diferente al normativo— es alejada a los márgenes de la subcultura. Concluyendo: además de tener una personalidad creativa y la formación que implica los conocimientos necesarios para traducir esa energía creativa en algo más, hay que conocer las reglas del ámbito, del establishment. Para las mujeres supone una triple dificultad: por una lado, asegurarse una infancia que ayude a construir una buena seguridad y autoestima; por otro lado, afianzar una buena formación, formación que a veces ha sido poco apoyada por el sistema educativo; y por último, conocer «las leyes de la tribu» por las que, amén de conocer los criterios de valoración y éxito, conocer también el currículum oculto que pone a las mujeres en 269

un porcentaje de éxito poco superior al 20 %. Ampliar la creatividad a la interacción entre el ámbito y la persona ofrece, cuando menos, una arena de trabajo más compleja que explica, entre otras cosas, cómo el trabajo de la igualdad y la democracia en la cultura ha de hacerse, cuando menos, en estos tres niveles. Alejadas las mujeres de la creación veamos qué ocurre cuando observamos cómo nuestra mirada también se ajusta a un paradigma visual que categoriza, excluye, jerarquiza y silencia. En este caso, ciega.

5. La representación: elementos de análisis feminista A partir de los análisis de Frutiger, Arnheim y otros autores especializados en la percepción visual podemos señalar varias características de la imagen que mediatizan de modo singular nuestra recepción y la construcción simbólica de significados, y ponen en marcha respuestas psicológicas y simbólicas en nuestro cerebro. Cosas tan básicas como la percepción de la verticalidad u horizontalidad marcan de modo determinante nuestra interpretación visual y, en consecuencia, social. Veamos algunos aspectos.

5.1. ELEMENTOS VISUALES DEL NIVEL FORMAL O ICÓNICO — Horizontal-vertical La superficie blanca es recibida como vacía, como superficie inactiva, preñada de posibilidades. El movimiento humano es casi exclusivamente horizontal, paralelo a la línea de tierra, línea de base sobre la cual nos movemos. En este sentido, la Tierra es percibida como plana y el horizonte se nos aparece como un concepto perceptivo fundamental. Por el contrario, cualquier cosa que cae en la Tierra sigue un movimiento vertical y es algo que sucede en vertical frente a algo que está en horizontal. Los fenómenos naturales nos han configurado desde un principio y de ellos resulta que todo aquello que crece parece crecer en vertical, los fenómenos naturales como los rayos, etc., suceden en vertical, mientras que la horizontal suele asociarse a aquello sobre lo que estamos y lo configuramos como un estado donde nada sucede y todo permanece. Frutiger (1991, 25) añade a su vez que la configuración de la forma del ojo humano de modo apaisado, al contrario que el de los peces que es redondo, hace que percibamos con mayor facilidad la horizontal, en tanto que nuestro ojo abarca mayor superficie horizontal que vertical sin necesidad de mover la cabeza. Por ello, trescientos metros horizontales nos parecen insignificantes en relación con trescientos metros verticales. Así pues, la horizontal provoca sensación de inactividad, de permanencia. Si aplicamos además la comparación con nosotros/as mismos/as, parece que a los 270

humanos nos gusta compararnos con la vertical, el elemento activo en un plano dado y símbolo de vida que crece hacia arriba. Por ello la vertical adquiere primacía simbólica sobre la horizontal, lo inactivo. Esta percepción de lo vertical y horizontal es determinante en la percepción de los géneros. Porque la identificación del humano con la vertical se ha realizado siguiendo los erróneos parámetros del paradigma del sujeto masculino occidental: se ha identificado con la vertical al ser humano varón, frente a la horizontalidad femenina que convenía a los criterios patriarcales de sumisión, inactividad, permanencia y pasividad. Ello es evidente tanto en las obras de arte en general como en la publicidad y en las escenas cinematográficas en general. Pero en las escenas mitológicas donde la figura humana desnuda aparece con cierta frecuencia, la horizontalidad asociada al simbólico mujer resulta una constante. Comparando las figuras masculinas y femeninas en relación con la verticalidad y horizontalidad parece como si nos halláramos ante dos especies diferentes de animal humano: aquel que hace uso de la columna vertebral y se yergue, y aquella invertebrada que no tiene fuerzas para erguirse frente a la naturaleza. Parece decirnos: soy como la Tierra, horizontal, inactiva, dependiente, en germen, pero sin acción. De ahí una de las vinculaciones que se ha hecho con frecuencia: la mujer es naturaleza mientras que el hombre se eleva por encima de ella. Desde el o la espectador/a la recepción es evidente. Los artistas masculinos se han ocupado muy mucho en marcar esa constante por la cual el único que parecía encarnar la fuerza, la agilidad, la acción y la posesión ha sido la figura masculina occidental. — Arriba-abajo De la misma manera y asociado a lo anterior, los conceptos arriba y abajo han determinado nuestra visión en términos de poder/sumisión, acción/inacción, o positivo/negativo. Harry Pross (1983), en su obra La Violencia de los símbolos sociales, es tajante al respecto. Estos dualismos configuran nuestra percepción de la sociedad en bandos diferenciados en los que es obligado situarse; por regla general suelen ser antagónicos y se estructuran en términos de poder. El habla y las imágenes nos construyen, educan y reeducan en estas configuraciones: las representaciones del cielo, del paraíso, de aquello que debemos conseguir, nuestras aspiraciones, la utopía, etc., se sitúan simbólicamente en lo alto, mientras que en lo bajo se sitúan nuestras carencias, nuestros despojos y nuestros pecados. Porque el sacrificio siempre ha formado parte de la ideología occidental, desafiar la ley de la gravedad —ergo, ir hacia arriba— supone situarse por encima de la masa y dejar abajo, donde todo cae por su propio peso, aquello que no ha conseguido despegarse de la horizontalidad pesada y amorfa. Abajo está el infierno, los «bajos» instintos, las «bajas» pasiones, las clases «bajas» y un largo etcétera. Entre el arriba y el abajo se sucede toda una estructurada ley de jerarquías donde todos sabemos quién está abajo y quién arriba. Las clases medias se piensan a sí mismas en ascenso y las clases altas las piensan siempre en una posición inferior. Los planos cinematográficos, también usados en arte, publicidad, cómic, etc., de 271

picado y contrapicado son elucidatorios en este sentido. Cualquiera que se inicia en este ámbito sabe que, para dar sensación de poder nada como un contrapicado donde la cámara, sustituto del ojo, sitúa al/a espectador/a abajo, en una situación de falta de poder y sumisión, luego su percepción será desde abajo y encontrará como resultado una imagen de superioridad en torno a lo que ve, que lo confronta con su situación de desventaja. De manera inversa, el picado nos sitúa a los y las espectadores/as arriba, nuestra mirada se configura como mirada de poder y prepotencia, de dominio absoluto. En las imágenes y en relación con la representación de los géneros, la mujer aparece siempre, si no tumbada, reclinada, etc., en posición siempre inferior a la del hombre. Cuando nos encontramos con la representación de los dos géneros las figuras masculinas aparecen siempre en un plano superior, en claro establecimiento de dominio/sumisión, necesario/contingente, infancia/vida adulta. Y en el caso excepcional en que encontramos a la mujer situada en contrapicado, es decir, en situación de poder, nos inquieta ese poder inusual que identificamos casi inmediatamente como poder negativo. — Picado-contrapicado Se refiere al epígrafe anterior, en relación con el concepto arriba-abajo. En tanto que, como se verá más adelante, el/la espectador/a se identifica con la cámara y su punto de vista, cuando la cámara se sitúe debajo, el espectador, de modo simbólico, también lo hace. Y a la inversa. Miramos por donde la creadora o el creador quiere que miremos, sea la representación fotográfica, fílmica o artística. El autor —o la autora— pone el punto de mira. En este caso, en concordancia con los anteriores, las mujeres suelen ser representadas en arte desde un picado, donde parece que el espectador, supuestamente masculino, mira a la mujer y desarrolla ese placer escópico, placer de mirar-dominar. — Primer plano-segundo plano Sobre todo en publicidad, los personajes en primer plano, en primera posición con respecto al plano de cuadro, suelen ser representantes del género masculino. Esto sucede sobre todo en representaciones de pareja. El primer plano, sobre todo en el ángulo izquierdo, suele ser un lugar destacado para el protagonista y que, como se irá comprobando, está reservado en el ámbito de la visión al sujeto decidido por esta sociedad, al masculino occidental. — Blando-duro A partir del texto de KLAUS THEWELEIT, Fantasías masculinas (1991), podemos observar cómo el cuerpo masculino ha tendido a identificarse con lo duro, con la máquina, con el músculo fuerte, con todas las connotaciones simbólicas que ello puede conllevar, implicaciones que parten en gran medida de la educación física militarizada y que se relacionan con el poder, la fuerza y el ascenso, así como con el exterior simétrico y tranquilizador del cuerpo humano. Por contra, el cuerpo femenino ha sido asociado, por exclusión, con lo asimétrico, con los órganos internos, 272

blandos, fluidos, cercanos a la sangre, a los humores internos. De ahí tal vez que las representaciones masculinas tiendan a representar la antropometría atlética, mientras que las representaciones femeninas tiendan al prototipo asténico, blando y sin fuerza, débil, al cual no se le permite el menor atisbo de dureza a través de sus músculos. Este punto es de vital importancia en el tratamiento de los cuerpos desnudos masculinos en publicidad. El binomio cuerpo-máquina, tan alabado en el futurismo fascista en la primera mitad del siglo XX a través del culto al soldado, guerrero y luchador, se retoma nuevamente creando una utopía de cuerpo perfecto-duro-de acero, para contrastar con la blandura y la molicie de los cuerpos sin control, entre los que se encuentran los seres sin voluntad y los cuerpos femeninos. El cuerpo masculino se militariza una vez más como modelo masculino, se doma a través del ejercicio físico para responder, como una máquina de precisión, a la propia exigencia masculina interiorizada. — Mirada frontal-mirada segunda En la civilización occidental la mirada o el acto de mirar ha sido atribuida al hombre como sujeto universal. El acto de mirar tiene, en palabras de Susan Sontag, cierta carga de poder, de dominio, del mismo modo que nombrar es atrapar la realidad a través de las palabras. El acto de mirar nos devuelve la objetualización de lo mirado, nos devuelve una realidad poseída, comprendida. De este modo, el espectador se ha configurado como masculino y el ser observado como femenino, como objeto de contemplación. Incluso en las representaciones de figuras que a su vez miran, los personajes masculinos lanzan miradas frontales —de igual a igual— a los espectadores, mientras que las figuras femeninas parecen devolver la mirada —de soslayo, desde abajo, de tres cuartos— pero muy raramente de modo frontal. Es esa una mirada segunda, de asentimiento, de aprobación, no de dominio.

5.2. LA REPRESENTACIÓN ICONOLÓGICA DE ESTEREOTIPOS Y CONDUCTAS Y SU IMPORTANCIA PARA LA EDUCACIÓN VISUAL

Los medios de comunicación visual plantean representaciones verosímiles de la realidad que, construidas en forma de narrativas, resultan en relatos coherentes, a veces mucho más que los de nuestra propia vida, y se nos presentan como posibles modelos de existencia. La selección del tema, encuadre, escenario, luz, figuras, punto de vista, ángulo, toma, etc., no se hace sin prejuicio y, consecuentemente, las imágenes que resultan de tal proceso de selección tampoco están libres de prejuicio. El término representación parece referirse a lo «representativo», algo que es típico o característico de la persona o grupo representado. Cuando una serie limitada de elementos se representa repetidamente como algo típico del grupo pasamos a la cuestión de la creación de estereotipos: ¿Representan los medios al ama de casa como la mujer con características típicas de todas las mujeres? ¿El uso de la droga como típico de la juventud? ¿Una característica como propia de una raza o procedencia? 273

Por otro lado, la palabra representación abarca el significado por el cual una imagen «representa» algo en el sentido de que habla por un grupo. Muchas imágenes que vemos en los medios podrían interpretarse erróneamente como algo que habla por parte de un grupo. Debemos preguntar si la imagen que nos presentan es la misma que el grupo hubiese elegido para representarse a sí mismo o si fue elegida por otros. En el caso de la propaganda y la publicidad, habla quien hace la publicidad y quien selecciona la imagen para vender el producto. Por último, el término representación se aclara con la pregunta ¿qué representa la imagen para mí? Nuestro sexo, raza, cultura, política y experiencia de la vida nos hace ver el mundo de un modo diferente. El acto de representación proporciona preguntas claves sobre qué puede decirnos una imagen acerca del mundo y, en nuestro caso, acerca de las mujeres. El estudio de estereotipos en los medios es un modo útil de estudiar el nexo entre imagen e ideología. Los estereotipos indican qué consideramos típico o característico de un grupo y nos ofrecen ejemplos concretos y accesibles de la ideología en la práctica (ROBYN QUIN, en Aparici, 1993: 224). 5.2.1. El estereotipo Un ejemplo que revela los conceptos caducos y erróneos presentes en el estereotipo es aquel que señala Aparici, por el cual tenemos conocimientos estereotipados de cosas que nos retrotraen al siglo pasado y hablan de la distorsión de su significado: Si le propusiéramos que represente en una imagen a los esquimales, es muy probable que usted realice el dibujo en un iglú cuando, precisamente, en este fin de siglo los esquimales ya no viven en iglúes ¿Por qué persiste esa forma de representación frente a la realidad que viven día a día? (APARICI, 1993: 222).

Un estereotipo es una representación repetida frecuentemente que convierte algo complejo en algo simple. Es un proceso reduccionista que suele causar, a menudo, distorsión porque depende de su selección, categorización y generalización, haciendo énfasis en algunos atributos en detrimento de otros. Los estereotipos son conceptos de grupo, lo que un grupo piensa de otro. El estereotipo es una manera de categorizar y describir a un grupo y es predominantemente evaluativo. Su función es justificar la conducta del grupo que cree en él en relación al grupo que se valora. A través de la simplificación y la generalización los estereotipos nos permiten organizar la información sobre el mundo. Sirven para establecer marcos de referencia y maneras de orientar nuestras percepciones. Para establecer los estereotipos se seleccionan algunas características que categorizan a un grupo social de una larga lista, pero se produce, como hemos dicho, una selección. Esta selección se basa en una serie de prejuicios sobre el grupo. Muy a menudo se crean como respuesta a una amenaza percibida contra el grupo dominante social. 274

El proceso de la construcción del estereotipo, por otro lado, es dinámico porque las condiciones sociales cambian y, consecuentemente, el estereotipo se modifica de acuerdo al cambio. Los medios de comunicación refuerzan las opiniones generales de la gente y sirven para definir el contenido del estereotipo para su público recurriendo a la presentación y repetición de las representaciones coexistentes. Por regla general, el estereotipo llega a ser conocido por la comunidad aunque no todos lo adopten como verdad. Veamos ahora el estereotipo femenino en diferentes soportes de la creación visual. 5.2.2. Estereotipos en el arte El arte nos ha presentado diversas tipologías de mujer en singular que nada tienen que ver con la heterogeneidad de mujeres y su diversidad. No obstante, se ha construido un modelo de mujer, a partir del cual veremos las distintas tipologías, que afirma la exclusión del concepto de sujeto, de la acción, de la independencia. Esas tipologías se pueden considerar estereotipos pues hallan su fundamento en el prejuicio, son de carácter evaluativo, basan su juicio en la emoción y son decisiones categoriales. Han pasado de un estilo a otro, de una vanguardia a otra a través de la iconografía y la iconología, y del lienzo han pasado —porque los creadores seguían manteniendo los mismos prejuicios con respecto a las mujeres— a la publicidad, al cine y a la imagen documental. Las conexiones temáticas se mantienen en las distintas épocas y soportes, sean estas catalogadas como obras de arte, mera publicidad, videoclip o documentos «imparciales». Como se sabe, no hay imágenes imparciales, dependen del ojo que lo representa como del ojo que observa y sabemos de las posibilidades de la psicología de la imagen para modificar la realidad y adaptarla a la ideología conveniente. Dependiendo de las características específicas de la imagen, cualquiera que sea su uso —el modo en que disponemos las figuras, su composición, los planos, la escala —, nuestra recepción varía de modo considerable. Se ha constatado la gran cantidad de figuras femeninas mitológicas desnudas que ocupan fundamentalmente la posición horizontal, frente a las imágenes masculinas homólogas que ocupan la posición vertical. Además, las imágenes masculinas mitológicas desnudas son mucho menos abundantes, de lo cual se puede inferir la relación mujer/desnudez más habitual que hombre/desnudez. De este modo son comunes las representaciones de las mujeres desnudas —integrantes de una naturaleza bucólica inventada por el autor— frente al hombre vestido —perteneciente a la cultura— (lo que implica un determinismo femenino frente a una capacidad de reinventarse y construirse masculina). Asimismo la posición de las figuras femeninas suele ser pasiva frente a la actividad de las figuras masculinas. Todo ello hace que se configure una imagen de la mujer que: 1. Pertenece a la naturaleza y queda excluida de la cultura y el progreso; 2. Se relaciona con el sexo mientras el hombre aparece neutro, sin sexo; 275

3. Está cercana a la infancia, sin experiencia, frente a un modelo masculino representante de la cultura, de la capacidad de aprendizaje, de la experiencia continua y de la edad adulta; 4. Es dependiente frente a la independencia masculina; 5. Es intercambiable u ornamental, espectáculo frente a las otras representaciones singulares masculinas. Además, 6. Se comprueba que la mayoría de las obras parecen ir dirigidas a un supuesto espectador masculino, excluyendo a las mujeres como posibles espectadoras. Las mujeres han de ponerse en el lugar del varón para asumir el rol de espectador. 1. La mujer: el fantasma de la disponibilidad sexual Tomado de un texto sobre la relación de Picasso con sus modelos podemos deducir la desigual relación entre el creador y la mujer modelo, que nos sirve de metáfora para explicar la relación masculino-femenino en algunas parcelas del arte: (se refiere a la serie de Picasso de pintor y modelo realizada en 1953-1954). «Ella es un animal satisfecho, una obra de la naturaleza, más graciosa y viva que nada de lo que él pueda producir en arte. Él la observa ansiosamente, con miopía, con la esperanza de calcular la curva exacta de su trasero» (CLARK, 1984: 351, 352). Tomando un ensayo del crítico de arte y escritor inglés, John Berger (2010), podemos establecer varias características atribuidas a las mujeres a través de la representación artística: así como la presencia masculina sugiere la capacidad de hacer algo para el espectador, es decir, supone un potencial o un poder sobre los otros (véase la Coronación de Napoleón o la multitud de retratos renacentistas y posteriores al Renacimiento en los que los retratados miran fijamente al espectador como inquiriendo de modo frontal), la presencia femenina expresa en las imágenes su actitud hacia ella misma. De algún modo ella es presencia. En este sentido, la mujer representada «aparece» y expresa la feminidad o la sexualidad femenina, mientras que la representación masculina «actúa». Desde el punto de vista de su creador, los hombres miran a las mujeres, mientras que las mujeres se observan a sí mismas mientras son observadas. Hay numerosos ejemplos al respecto: La Venus del espejo de Velázquez es un caso entre tantos. En esta obra, ella se observa mientras se sabe observada. Susana y los Viejos, tema recurrente en el Renacimiento y en el siglo XVI, es también ejemplificador. Susana se desnuda para un baño y, no sabemos por qué, se mira en un espejo, mientras además dos viejos la observan. Toda la trama está al completo. Ella parece consciente de la presencia de los voyeurs, con quienes se identifica el espectador. La historia o leyenda es significativamente distinta de su representación. Porque en la representación ella, de alguna manera, es también cómplice de las miradas y responsable de su sensualidad. El uso del espejo es común en las utilizaciones del desnudo femenino para demostrar la presencia y la importancia del acto de observar. La representación femenina es concebida por tanto como paisaje (como topos, tal y como señalábamos al inicio). Es por ello por lo que el tema de voyeur, de mirón, se ha repetido a lo largo de la historia en la pintura, 276

desde Susana y los viejos a las Etant Donnés, de Marcel Duchamp. En esta obra de Duchamp, Etant donnés (1946-1966), es quizás donde aparece más claramente reflejada la relación entre obra plástica y mirón. La obra consiste en una puerta con dos agujeros a través de los cuales se observa el cuerpo yacente de una mujer desnuda, con las piernas abiertas y el vello eliminado (la presencia de éste en general se asocia con la fuerza, por ello feminidad se identifica con ausencia de pelo al asociarse a debilidad, disponibilidad y falta de madurez). En su mano izquierda porta un candil que ilumina la escena. El paisaje sobre el que se encuentra la mujer recuerda a los paisajes del Renacimiento. Esta obra desvela el carácter sexual masculino de gran parte del arte occidental y lo lleva a sus últimas consecuencias (JONAS, 1994: 200). La mujer, en la mayoría de los casos, permanece ensimismada mientras es observada y, cuando nos mira, invita al espectador a acercarse a ella. Mujeres que están para procurar el placer del hombre que mira, no para disfrutar de su propio sexo. Este conciliábulo entre mujer representada y espectador es fundamental si queremos penetrar en su comprensión. De alguna manera la mujer representada es consciente de sus poderes de atracción, no es en absoluto inocente acerca de su poder de seducción y por lo tanto los actos que contra ella se cometan son consecuencia de su arrogancia. Aunque los textos dicen, por ejemplo, que Susana era inocente de incitar sexualmente a los ancianos que la contemplaban, las imágenes nos dicen otra cosa bien distinta, es decir, nos hablan de su provocación y complicidad en el hecho. Este aspecto puede ser también analizado a través de la mirada que estas mujeres de lienzo o de papel dirigen al espectador. La mujer representada suele ocupar una posición de tres cuartos y a la vez mira de reojo pero claramente al espectador. Es una mirada de invitación. Este escorzo ha sido utilizado a menudo en la pintura desde el Renacimiento hasta las imágenes de la publicidad. Es la mirada de aceptación del envite. El diálogo con el espectador —masculino— es evidente. Las obras que representan violaciones famosas son también muy útiles para reflejar el tratamiento dado a las mujeres que son víctimas de violencia sexual, porque el arte parece negarles su inocencia. La violación o Rapto de las hijas de Leucipo, de Rubens, de 1619, no representa a unas mujeres enfurecidas que se resisten a sus agresores. Son mujeres abandonadas y Rubens tiene buen cuidado en presentarlas no solo desnudas, sino con unos difíciles escorzos que facilitan la visión de sus voluptuosos cuerpos por parte del espectador —masculino—. Además, en un flanco, aparece Cupido, el dios del erotismo. Un cambio de sentido elucidatorio y que nos lleva a pensar que nos hallamos en la mente del violador y no en la de la violada. Otro tanto sucede con el Rapto de Europa, el Rapto de las Sabinas, La violación de Lucrecia y un largo etcétera. El porqué de la elección de estos lúgubres temas, desde nuestro punto de vista, debe remitir a tres: ¿quién es el autor?, ¿quién el espectador?, ¿cuáles son los modelos legitimados de relación hombre-mujer?, aspecto que podemos preguntarnos acerca de la elección por parte de Boticelli de la obra del Decameron sobre Nastagio degli Onesti que advierte del destino de aquellas mujeres 277

que rechazan al varón que las elige. Nos remite también a la relación que une placer patriarcal de dominio ante el doblegamiento y el sufrimiento del dominado, unido a su vez al placer escópico de poseer a través de la mirada. Es interesante observar cómo una pintora del siglo XVI, Artemisia Gentileschi, mujer violada en su adolescencia y fruto de escarnio, trata esos temas de manera bien distinta. 2. La mujer como naturaleza Este tema sería tratado en las Evas y posteriormente en el Romanticismo: la mujer unida a la naturaleza como fuerza poderosa e inextricable. La unión naturaleza/mujer, que entra dentro de las características de la conceptualización femenina, es un tema recurrente tanto en su vertiente positiva como negativa (la naturaleza para ser disfrutada o la naturaleza como fuente de destrucción). A finales del siglo XIX y a partir de la obra de Pubis de Chavannes, entre otros, el tema de la naturaleza perdida, de la Arcadia, comienza a tomar forma en la iconografía artística. De él los fauvistas tomarán el tema de la naturaleza como lugar donde huir de la civilización hostil. En esa naturaleza, sitúan a la mujer como una especie distinta a la masculina que parece habitar y disfrutar de la naturaleza, fresca, irracional, sin dominio de la cultura. Las figuras masculinas, cuando aparecen, suelen hacerlo vestidas, adoptando la posición vertical frente a la horizontal de las mujeres y contraponiendo hombre-cultura/mujernaturaleza. Más adelante, las mujeres de Gauguin con sus cestos de frutas situados a la altura del pecho nos presentan estos, sus pechos, como un fruto más dispuesto a ser consumido. La utilización de frutas, sean manzanas, membrillos o naranjas, es común en la pintura europea, incluso en la del español Julio Romero de Torres. Cambiar en esta representación a la figura femenina por la masculina en nuestra mente puede darnos idea de lo fuertemente anclados que se hallan los modelos y cómo no son en absoluto intercambiables (imaginar a un hombre ofreciendo plátanos a la altura de sus genitales es bastante ridículo, pero debería serlo tanto como imaginar a una mujer ofreciendo manzanas, naranjas u otras frutas a la altura de sus pechos). 3. El fantasma de la vagina dentada, de la destrucción y la decadencia Es interesante observar también cómo, incluso en aquellos temas en los que la mujer podría ser representada como salvadora de un pueblo, caso de Judith y Holofernes, el tratamiento de la mujer no es el habitual respecto a los héroes. No es posible que haya heroínas. Judith no es vista como una salvadora, sino que su victoria sobre Holofernes se ha visto como fruto de la seducción y el engaño, estrategias que emplean las «malas mujeres» contra los hombres. Los artistas se han preocupado de sugerir de Judith una figura negativa. Todo en la representación femenina se halla ligado a la seducción. Seducción positiva en los primeros casos, aunque se trate de violaciones, y seducción negativa en los casos de las Judiths. La mayoría de estas representaciones han utilizado figuras bíblicas, míticas o literarias como Pandora, Astarté Syriaca, Proserpina, Circe, Helena de Troya, Eva, 278

Salomé, Judith, Dalila, Lorelei, Cleopatra, Mesalina o Lucrecia Borgia, entre tantas otras. La Esfinge, la Medusa, la sirena, vampiros murciélagos y otras alimañas son temas que se incluirían en este estereotipo. Las representaciones de prostitutas también aparecerán con frecuencia, como otro grupo más, caracterizador de la mujer por los artistas. Este terror que parecían sentir también los surrealistas hacia la mujer queda manifiesto en la obra Mujer desnuda y tela de araña, en la que una tela de araña tiene el centro en el sexo de una mujer desnuda. El movimiento expresionista cae de nuevo en los mismos arquetipos establecidos sobre la mujer por los artistas de finales del siglo pasado. Los grupos El Puente y El Jinete Azul continúan la línea de Munch, donde la mujer vampira de largos cabellos sigue la estela de Klimt. Son mujeres que tienen poder, la capacidad de mirar (recordemos los poderes de la Medusa o las capacidades de la Esfinge de cegar), pero, a diferencia de los varones con estas capacidades, no se las admira como heroínas o como sabias, sino que se han construido para temerlas y aproximarlas a la irracionalidad. Una vez más, tenga o no poder la mujer, nunca parece estar del lado de la mente y la razón. Su ser está íntimamente ligado a la naturaleza y a su sexo, del cual parece que no se puede deslindar. Casi todas las representaciones nos llevan a la conceptualización de la mujer del siguiente modo: 1. Como disponibilidad sexual: la mujer como naturaleza objeto de uso, la mujer como paisaje para ser observada, la mujer fuente de placer, dispuesta al otro, pero no a sí misma. 2. La mujer como representación del miedo a la destrucción. La vagina dentada de la Edad Media, la representación de Eva, Salomé, Judith, las extensas representaciones de la mujer vampira de fin de siglo o las prostitutas del expresionismo del siglo XX que representaban la decadencia de Europa. Es también la representación de la guerra. Frente a estos modelos, encontramos también modelos didácticos de feminidad. Como modelo a seguir, en su representación de la Virgen María, observamos que no son ya imaginarios o mitológicos, son modelos racionales y didácticos: 1. Como madre. Infinitas representaciones de la mujer como mujer desexualizada, como madre, cuidadora, aseguradora de la progenie, con cualidades próximas a la abnegación o inmolación, como modelo legitimado de comportamiento social a la sombra siempre del poder del cabeza de familia. 2. Como esposa. Acompañante desexualizada del protagonista que asegura también continuidad de la progenie y la educación de los hijos y, o bien representa un linaje, o bien el poder económico del marido. Estos dos últimos sí buscan a la espectadora tanto como al espectador, son 279

modelos a seguir o imitar. Un cuadro que marca un hito en este sentido es el Juramento de los Horacios, de David, a través del cual podemos ver cómo los roles quedan perfectamente definidos: los hombres juran de pie, en vertical, pertenecen al espacio público, al cual dominan, mientras las mujeres, más pequeñas y sentadas, se recogen temerosas en el espacio doméstico. Es la ejemplificación del deber ilustrado a través de la imagen. Recordemos la profusa utilización en el siglo XVIII de las mujeres como madres felices. Estas obras formaban parte del cambio de valores que se producía en la sociedad francesa de la época, en la que se instaba a las mujeres a dar el pecho a sus hijos en vez de confiarlos a las amas de cría, y a tener un sentido «moderno» de la concepción de la familia. Así, la mujer, esa forma inventada y poco cambiante, a la que siempre se ha hecho oscilar de un extremo a otro, de la bondad suprema a la maldad suprema, de la naturaleza benigna a la terrible naturaleza, es una construcción masculina de un imaginario colectivo que ha pasado por ser universal. No es por ello extraño que los primeros artistas que comenzaron a descomponer la figura lo hicieran precisamente a partir de la figura femenina, porque esa figura femenina, la mujer, es algo manipulable. El cuadro de las Señoritas de Avignon tenía que ser un retrato en piezas de mujeres y los seres máquina surrealistas, no ya seres, sino la mujer simplemente en pedazos. Las obras de Bellmer, ese artista tan de moda hoy en día, recuperado y maldito, es uno de los últimos eslabones de esa cadena. El arte contemporáneo ha realizado un juego retórico con los fantasmas masculinos y los ha llevado, de algún modo, a su mínima expresión. Las obras pop de Rosenquist reducen la mujer al pecho, a la vagina o a los labios. Las obras de Renau igualan el fantasma de la destrucción al imperialismo americano, en el cual la mujer encarna la decadencia y el engaño. Sería interminable analizar cómo estas construcciones se matizan de un movimiento a otro, oscilan de un extremo al otro, se revuelven y coinciden pero no varían ni deconstruyen estos estereotipos.

5.3. ALGUNOS MODELOS MASCULINOS PARA LOS HOMBRES No hay que olvidar, no obstante, que las representaciones masculinas son también modelos y estereotipos que encasillan, limitan y encorsetan al ser humano nacido en cuerpo de hombre. Las representaciones a ellos dedicadas, desde las imágenes dirigidas a los más pequeños, muestran en clave epopéyica y heroica, todos los destinos en los que son protagonistas. El individuo de género masculino en ciernes encuentra en sí, a partir de los patrones que le circundan y las imágenes que lo rodean, la necesidad de su existencia frente a la contingencia del mundo y de los otros. La misma construcción del lenguaje le da la razón: su sola presencia frente al grupo cambia radicalmente el género con el que hace hablar al otro. Las imágenes le devuelven su propia y necesaria centralidad a través de los contrapicados, los primeros planos, las miradas de poder, la configuración como máquinas a su disposición, etc. Los otros están para sí, para su 280

uso y/o intercambio. La percepción gestáltica, fondo-figura, torna simbólicamente activa su relación con los otros, sobre los otros. Y la imagen de la masculinidad que recibe agranda su posible sensación de omnipotencia y singularidad, aunque esta se vea frustrada, una y otra vez, en la vida real en la que tiene que pactar, una y otra vez, con el deseo y la voluntad de los otros y en la que tienen que estar continuamente entrenando e impidiendo que la debilidad les haga mella. Esta percepción viene acompañada de instrumentos que garantizan o ayudan a dar la sensación de control y dominio sobre «lo otro», lo que está ya frente a ellos, y del cual ellos no forman parte pero sí pueden medirlo, conocer sus extremos y domeñar sus contornos. Todos los sujetos disponen de instrumentos para conocer el mundo y/o para dominarlo a su antojo, aunque este antojo responda siempre a una suerte de misión. El personaje romántico arquetípico es el héroe. El héroe vive, como todos nosotros, dentro de los límites del mundo cotidiano; sin embargo, a diferencia de nosotros, consigue de alguna manera trascender esos límites. Los héroes captan el interés de los niños y varones adultos porque «encarnan», en una medida inusual, una virtud humana que les permite trascender los límites convencionales. La atracción que ejercen en ellos los héroes y sus hazañas procede de la asociación con sus cualidades humanas trascendentales; todos compartimos esas cualidades aunque, muy a pesar nuestro, en una medida mucho menor. Además, aunque el héroe arquetípico de la tradición occidental es un varón con sed de poder y con tendencias violentas —próximo al soldado—, existe una gama amplia de cualidades que también atribuimos a todo tipo de héroes: bondad, compasión, desinterés, elegancia, inteligencia, ingenio, paciencia, etc. La asociación romántica ofrece un mecanismo sólido para forjar una nueva seguridad ante la realidad amenazadora salvaguardando la propia identidad dentro de ella. El concepto de dominio como única relación posible parece imbuir muchas de las imágenes actuales dirigidas a niños y adolescentes, y las superproducciones. Todo el mensaje relativo al crecimiento sostenible y la fragilidad de la coexistencia se encuentra absolutamente excluido. Todo el pensamiento que suponga en la acción humana la paciencia, la valoración de errores, la lentitud como elemento positivo, es alejado por completo del modelo transmitido. Aprender a analizar nuestras reacciones en la posible construcción de nuestra identidad cambiante, a observar los mecanismos de configuración de nuestro modo de ver, sea desde la historia del arte o la publicidad, nos ofrece pautas para formarnos como personas libres que eligen relacionarse con el otro como igual, en su singularidad y especificidad, disfrutando de la polisemia y la duda que ofrece el mundo, y de las múltiples narrativas que cada ser ofrece con su mirada.

6. Conclusión

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Como hemos podido entrever, la revisión de los fundamentos del Arte, la revisión de las características que hacen de una obra un artefacto artístico, digno de pasar a la memoria colectiva y a la cultura, es una tarea sumamente necesaria. El trabajo de valorización de prácticas diferentes implica un cambio de mirada canónica, que debe pasar por una posición de análisis y reflexión feminista sobre la construcción de género. Por otro lado, es vasta pero sumamente necesaria la labor de educación visual que permita reconocer los elementos que categorizan y jerarquizan a los seres humanos, que parten de la historia de las formas artísticas que se nos ha transmitido y se nutren actualmente de las imágenes de los medios de comunicación. Pensar la creación en otros términos, es pensar también el Arte y las artistas en otros términos. La capacidad de imaginarse el mundo de otro modo, de dejar huella, es un derecho y una necesidad universal que nos liga con el pasado. Saber dónde estamos y conocer la posibilidad de reinventarse debe llevarnos a una decodificación de mensajes interiorizados y a tener la capacidad de desplegar nuevas alternativas, nuevas imágenes, nuevas posibilidades de existencia más allá de las establecidas. Esa es una de las funciones del Arte, imaginarse otra realidad, trascender la propia.

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Lecturas recomendadas • NEAD, L. (1992): El desnudo femenino. Arte, obscenidad y sexualidad, Tecnos, Madrid, 1998. Es una obra clásica en la que Linda Nead analiza cómo el cuerpo de la mujer ha sido conceptualizado, heterodesignado y ha servido, en muchos casos, para marcar la norma y el canon artístico. • NOCHLIN, L. (1989): «Why Have There Been No Great Women Artists?», Art News, enero de 1971, pp. 22-39; reimpr. en Women, Art, and Power and Other Essays, Thames and Hudson, Londres, 145-177. Obra pionera. Para las personas que comenzamos a interesarnos por la misoginia y la desigualdad en el ámbito artístico, esta obra supuso un descubrimiento, en clave sutil, irónica pero extremadamente rigurosa, de algunas de las claves de la exclusión de las mujeres de la Historia del Arte y una deconstrucción de los motivos esgrimidos desde el patriarcado para ello. • PORQUERES, B. (1992): Reconstruir una tradición, Horas y Horas, Madrid. Obra pionera también en España, una de las primeras que analiza ausencias y presencias. Beatriz Porqueres, excelente historiadora, analiza y denuncia muchas de las exclusiones de las mujeres en la Historia. • LÓPEZ FDEZ. CAO, M. (2009): Creación, educación y equidad, Eneida, Madrid. Esta obrita es la introducción de una colección dedicada a educadoras y educadores coeducativas/os que deseen introducir la igualdad en sus clases de arte y expresión artística. Desgrana los principios que animan a las propuestas didácticas que plantea la colección, en la que se incluyen artistas como Hildegarda de Bingen, Ende, Ana Mendieta, Marianne Sybile Meriam, Hannah Höch, Carmen Calvo, Paloma Navares, Loïe Fuller, Remedios Varo, Ouka Lele, entre otras. • GARRARD, M. D (1989): Artemisia Gentileschi: the Image of the Female Hero in 283

Italian Baroque Art., Princeton University Press, Princeton. Esta obra es un estupendo ejemplo del análisis en profundidad de una artista como Artemisia Gentileschi y puede servir como modelo de análisis desde una perspectiva feminista del trabajo de deconstrucción de estereotipos y análisis de una obra de magnitud como la que se refiere a esta artista.

Páginas web recomendadas • Patrimonio en femenino: http://www.mcu.es/museos/MC/PatrimonioFemenino/index.html En este enlace podréis encontrar un catálogo que revisa el protagonismo de las mujeres en el Patrimonio español, tanto desde la labor de sus directoras como desde las distintas instancias culturales. Encontraréis asimismo un directorio sobre museos de mujeres en todo el mundo y una exposición virtual «en femenino» por diecisiete museos españoles desde una perspectiva de género y con la intención de analizar y poner en valor el protagonismo de las mujeres en la Historia. • Las mujeres y el poder en el Museo Nacional del Prado: http://www.museodelprado-es/educacion/educacion-propone/itinerarios/lasmujeres-el-poder/ En este enlace podréis hacer un recorrido virtual sobre el protagonismo de las mujeres en la Corona española. Las figuras representadas aparecen representadas en su justo valor, huyendo de estereotipos que las unían como esposas, madres, amantes, minimizando su poder y responsabilidad política en la Historia de España. • Mujeres en las Artes Visuales: — http://www.mav.org.es/ Asociación Clásicas y modernas: — http://www.clasicasymodernas.org Asociación de Mujeres cineastas y de medios audiovisuales Cima: — http://www.cimamujerescineastas.es Estos tres enlaces son de gran interés porque ponen en contacto las tres asociaciones españolas que actualmente están realizando una importante función social y cultural hacia la igualdad democrática en la cultura. En sus webs se puede encontrar bibliografía, encuentros, más enlaces e información general sobre el tema.

Actividades prácticas 1. Propón un repertorio iconográfico (desde el arte a la publicidad) sobre 284

representación femenina donde haya permanencias en el modelo de feminidad y otro donde haya cambios. Trata de explicar por qué las permanencias continúan y por qué y en qué casos varían. Ejemplos: modelo de maternidad, modelo de pareja, lactancia, sexualidad. 2. Toma un periódico y cuenta cuántas mujeres y hombres aparecen representados. De ellos, analiza los que aparecen con nombres propios. Analiza protagonismos, profesiones y categorías sociales. ¿Aparece igual número? ¿Concuerda con la realidad que vives cotidianamente? Explica causas y consecuencias en la percepción continuada.

1 Para realizar este capítulo he recogido parte de las ideas desarrolladas en mi libro Crear y vivir, de la Editorial Síntesis, en concreto de los capítulos 1, 2 y 5 (en prensa).

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Capítulo 9 Las mujeres en la historia de los cuidados de la salud y la enfermedad MARIAN URÍA URRAZA CARMEN MOSQUERA TENREIRO

1. Las tareas de cuidar y sanar Desde tiempos remotos, las mujeres se han dedicado a cuidar y preservar la salud de las personas de su entorno más cercano, pero también ha sido tarea de mujeres el elaborar y procurar remedios y realizar prácticas específicas para sanar a otros miembros de sus comunidades. Sin embargo, al igual que ha ocurrido en otros campos de la ciencia, su labor ha sido invisibilizada y su actividad llegó a ser prohibida con el establecimiento de la medicina como profesión ligada a las universidades, a partir del siglo XIII. Tuvo que llegar el siglo XX para que algunas de las primeras médicas universitarias, tanto europeas como americanas, realizaran una labor de investigación histórica para reconstruir los saberes y las prácticas de las mujeres en el ámbito de la salud. En nuestro país, esta labor ha sido más reciente y merece la pena señalar los trabajos aparecidos en la revista de historia de la medicina que edita la Universidad de Granada, Dynamis, y las aportaciones de Teresa Ortiz y Montserrat Cabré tanto en dicha revista como en otras publicaciones, entre ellas el libro Sanadoras, matronas y médicas en Europa. Siglos XII-XX 1 . Como fruto de estas investigaciones podemos decir que las mujeres han conocido y manejado hierbas (algunas de las cuales aún hoy siguen siendo utilizadas, como la digital) 2 y elaborado remedios a partir de ellas y de otros elementos, siendo este conocimiento transmitido de unas mujeres a otras a lo largo de generaciones. Eran ellas las que se encargaban preferentemente de la atención a las mujeres en procesos como los embarazos, abortos y partos, y del cuidado de las criaturas recién nacidas. Pero no solo se dedicaban a estas prácticas sino que, además, atendían a otros problemas de salud de mujeres y hombres, habitualmente de las clases populares, aunque no era extraño que sus saberes fueran requeridos por la nobleza, en algunos casos, tras el fracaso de la práctica de hombres acreditados 3 . Los conocimientos de las que denominaremos «sanadoras» estaban basados en la evidencia, en el empirismo, y eran el resultado de la experiencia de años y de la 286

aplicación del saber compartido y transmitido, fundamentalmente de forma oral, de unas a otras. Eran el único alivio al que tenía acceso el campesinado y las personas pobres, ya que la Iglesia mantenía (ante ellos) que la enfermedad era consecuencia del pecado, que se debía penar en esta vida, mientras que no se oponía a los cuidados y tratamientos para la nobleza 4 . Algunas de estas mujeres llegaron a ser reputadas sanadoras en las ciudades, como fue el caso de Trota o Trótula (siglo XII) que fue médica en la Escuela de Salerno y autora del tratado De curis mulierum, o de Jacoba Felicié (siglo XIV), con una afamada y extensa práctica en París, ciudad que fue obligada a abandonar por imposición del Arzobispado, bajo pena de excomunión. Otras mujeres, recluidas en los conventos, tuvieron acceso al conocimiento a través de los libros y se instruyeron en el manejo de remedios que ofertaban a quienes solicitaban su ayuda. La abadesa Hildegarda von Bingen (siglo XII) no solo fue una gran teóloga, miniaturista y compositora de música, sino que llegó a escribir varios tratados sobre el uso de hierbas y sobre el origen y forma de sanar numerosas dolencias adelantándose en cuestiones que fueron comprobadas varios siglos después, como señala Mónica Green, una de las grandes estudiosas del papel de las mujeres como sanadoras durante la Edad Media y colaboradora de la influyente revista Dynamis 5 .

2. La medicina se abre camino como profesión Como señala el sociólogo ELIOT FREIDSON en su libro La profesión médica 6 , hasta la Edad Media la medicina no constituyó un grupo organizado ni reconocido. Con la formación de las primeras universidades en el siglo XIII, comenzó a tener un carácter académico imponiéndose el uso del latín y avivando la persecución y discriminación de las obras de prestigiosos médicos hebreos y musulmanes como Rhazes o Avicena, que habían realizado versiones de los textos de Galeno 7 y que fueron previamente utilizados en la Escuela de Salerno y otras. A estas universidades, siempre bajo el control de la Iglesia, tuvieron acceso jóvenes varones nobles y la medicina fue convirtiéndose en una profesión erudita, para lo cual fue necesario deshacerse de «intrusos/intrusas». Sin embargo, en esta primera época, poco tenía que ver con la Ciencia. Raramente se veían pacientes, no se utilizaba la experimentación y las disecciones no comenzaron a realizarse hasta finales de ese mismo siglo, las primeras en la Universidad de Bolonia. Aun así, en un periodo en el que el desarrollo de los conocimientos médicos era aún tan precario, ya se argumentaba la dicotomía: «hombre–médico–universitario– científico»/«mujer–curandera–lega–supersticiosa». El conflicto entre el saber tradicional de las mujeres (y de algunos hombres que también practicaban al margen de la formación académica) y el de los hombres expertos se centró en conseguir «el derecho a curar». La cirugía, a cargo de los barberos, no interesó en un principio a la nueva profesión médica, al igual que la matronería, considerada como algo sucio, que 287

siguió durante años siendo ejercida por mujeres, no sin correr riesgos. Las matronas, con su conocimiento de métodos de control de la fecundidad, suponían un peligro para los ideólogos pronatalistas. Las muertes de criaturas y madres en los partos comenzaron a ser achacados a sus malos oficios y ellas a ser acusadas de brujería 8 .

3. Autoridad frente a poder 9 Barbara Ehrenrich y Deirdre English 10 mantienen que mientras la sanadora operaba dentro de un entramado de información compartida y de mutuo apoyo, el profesional médico consideraba su conocimiento como una clase de propiedad para ser dispensado a los ricos patronos o vendido en el mercado como una mercancía. Su meta no era diseminar los conocimientos sobre salud, sino concentrarlos dentro de la élite a la que la profesión vino a representar. Para ello necesitaban conseguir una clientela (nobles y clases acomodadas) y, como señala Freidson, el monopolio de los cuidados de la salud. Consiguieron este propósito alejando a quienes podían ejercer competencia, tanto al impedir la entrada de mujeres y «advenedizos» en las universidades, como deshaciéndose de un amplio número de sanadoras que llevaban a cabo labores curativas. En el siglo XIV, cuando el proceso de exclusión de las sanadoras comenzó, este cuestionamiento no pudo basarse en la superioridad científica ni tecnológica de los nuevos médicos, pues el desarrollo de la moderna medicina fue muy posterior. Por el contrario, la formación y las prácticas médicas estaban más ligadas a la religión y a los rituales que a un conocimiento riguroso del cuerpo humano y de la etiología de las enfermedades, como ya se ha señalado 11 . De crucial importancia en todo este proceso fue el papel de la Iglesia. Esta tomó parte por los poderosos y por la emergente profesión médica. Con el apoyo de la Inquisición, llevaron a juicio y prohibieron la práctica de curar a reputadas sanadoras de las ciudades y los pueblos como la ya mencionada Jacoba Felicié. Y tras la publicación del Malleus Maleficarum 12 en 1486 se desató una «epidemia de brujería» que duró cuatro siglos, durante los cuales miles y miles de mujeres fueron asesinadas, muchas de ellas sanadoras y matronas o simplemente mujeres que generaban sospechas. Según Ehrenreich y English el triunfo de la profesión médica significó la destrucción de los lazos de apoyo mutuo entre mujeres y estableció un modelo de «experto» como prerrogativa de una élite social. El análisis del juicio de expulsión de la práctica de sanar a Jacoba Felicié ilustra, según Montserrat Cabré (2001), la diferencia entre la relación sanadora/paciente (basada en la autoridad) frente a la relación médico/paciente (basada en el poder). Mientras esta última exigía un vínculo jerárquico, en la experiencia de Jacoba Felicié prevalecía el pacto de curación y la relación de autoridad femenina. Mónica Green 13 señala que, aunque la relación de las sanadoras con la formación 288

académica fue casi inexistente y el acceso al conocimiento a través de los libros limitado (incluso en el caso de nobles o religiosas), esto no las inhabilitaba para acceder a los mismos de forma oral, con probabilidad a través de la redes establecidas entre ellas, y de haberlo asimilado y asentado en su práctica empírica. Montserrat Cabré y Teresa Ortiz (2001) nos muestran que las mujeres tuvieron un cometido claro, tanto en la elaboración de teoría (como fue el caso de Hildegarda o Trota) como en la asistencia y en la curación, en las que aplicaron conocimientos rigurosos a los que pudieron acceder con el apoyo de un entramado de redes de mujeres y contando con el reconocimiento de la comunidad. Y estas prácticas fueron realizadas durante siglos sin ser cuestionadas, hasta que fue configurándose un grupo social de hombres con deseos de establecerse como profesión acreditada y excluyente. Así, a partir del siglo XIV y en el marco de una estrategia más amplia contra las mujeres, la «caza de brujas», se pudo llevar a cabo el proceso de exclusión de las sanadoras, a muchas de las cuales no solo se les prohibió la práctica de sus saberes, sino que fueron sometidas a denuncias, torturas, juicios y muerte en la hoguera. No es fácil encontrar una definición totalmente aceptada de «caza de brujas». Hay posturas que señalan la caza de brujas como una «epidemia de histeria colectiva». Así, Thomas Szasz sostiene tras la publicación del Malleus Maleficarum (...) apareció una epidemia de brujería: creció el número de brujas alentada encubiertamente su aparición por las mismas autoridades encargadas de su exterminio... Durante siglos luchó la Iglesia por mantener su papel dominante en la sociedad. Durante siglos la bruja representó el papel que le había sido designado de víctima propiciatoria de la sociedad (SZASZ, 1974: 20).

Otras fuentes la entienden como un proceso de utilización de las mujeres como chivos expiatorios, en un momento histórico de grandes confrontaciones sociales y religiosas. Entre las brujas se encontraban sanadoras, comadronas, curanderas, hechiceras, mujeres viejas o cualquiera que tuviera conductas que se salían de la norma, como bien explica la psiquiatra española Carmen Saez Buenavetura: el sexocidio que supuso la caza de brujas no fue sino una inmensa campaña orquestada por el poder civil y eclesiástico que culminó en la masacre de cientos de miles de mujeres. Estas sirvieron de chivos expiatorios a una sociedad eminentemente sexista (...) que descargó el peso de sus errores sobre las espaldas de aquellas infelices que, con su conducta, ponían en entredicho la cuestionabilidad de las reglas del juego (SÁEZ BUENAVENTURA, 1979: 20).

En cualquier caso, se estima en millones el número de personas quemadas por brujería, siendo mujeres el 85 % (EHRENREICH y ENGLISH, 1979).

3.1. LA SITUACIÓN ACTUAL DE LAS PROFESIONALES SANITARIAS EN EL SISTEMA NACIONAL DE SALUD

La eliminación de las mujeres médicas o sanadoras como base para la apropiación de los conocimientos y su formalización en las universidades, vedadas a las mujeres, impide de facto a estas la práctica sanitaria reglada hasta el siglo XIX como 289

enfermeras y hasta el XX como médicas. De esta expulsión de las mujeres de las prácticas de curar/sanar solo se mantuvieron algunas matronas en la atención domiciliaria, a pesar de que la ginecología fue paulatinamente acaparando la asistencia a los partos y trasladando estos al ámbito hospitalario. La reentrada de las mujeres en la profesión sanitaria no se producirá en las mismas condiciones de las que disfrutaban los varones y ni siquiera la sociología de la salud ha sido capaz de reconocer este hecho discriminatorio. Así, Eliot Freidson, catedrático de Sociología de la Universidad de Nueva York y considerado como uno de los fundadores de la Sociología de la Medicina, al analizar el surgimiento de la medicina como profesión, las funciones de la profesión médica dentro del sistema sanitario, la creación de asociaciones para la defensa de los intereses de sus miembros, la relación médico/paciente y la construcción social de la enfermedad, ha ocultado la práctica y el saber centenarios de las mujeres médicas y sanadoras, a la vez que ha obviado el reconocimiento de otros saberes paralelos y externos a la práctica sanitaria oficial y formalizada. Esto último le ha valido no pocas críticas, entre otras las de Vicente Navarro, Ivan Illich o Michel Foucault que, desde distintos planteamientos ideológicos cada uno de ellos, han elaborado diversos modelos de la profesión/profesiones sanitarias diferentes a los establecidos por Freidson. Sin embargo, como señala Teresa Ortiz 14 , los modelos que presentan todos ellos coinciden en una perspectiva androcénctrica que no tiene en cuenta la existencia de hombres y mujeres en medicina y otras profesiones ni la posición que ocupan en ellas. Este análisis androcéntrico se agrava con la utilización de un lenguaje sexista que coloca a mujeres y hombres en distintos ámbitos, al hablar de «el médico y la enfermera», invisibilizando así la presencia de muchas profesionales médicas bajo el pretendidamente neutro masculino. Así pues, está todavía pendiente la realización de un análisis de género de las profesiones sanitarias de manera que se visibilicen los espacios que ocupan mujeres y hombres, y las relaciones de poder y jerarquía que se dan dentro o entre las distintas profesiones sanitarias. Hasta el siglo XIX no comenzaron a recibir formación académica en Ciencias de la Salud. En España la primera Escuela de Enfermería data de finales de dicho siglo y en 1910 se permitió, por primera vez, la entrada de las mujeres en las universidades, comenzando poco después a titularse las primeras médicas. Con la progresiva (re)incorporación de las mujeres a la profesión médica, esta vez con el aval de la formación universitaria, comenzaron a producirse procesos de segregación horizontal y vertical dentro de la misma, y se fueron creando espacios ligados a valores sociales de género. Por un lado los hombres trataron de mantener a las mujeres en ciertas áreas y especialidades, y las propias mujeres fueron también construyendo sus propios espacios, en los cuales pudieron generar una identidad propia, como es el caso de la enfermería. Por otro lado, las áreas en las que se han concentrado las mujeres y el tipo de práctica que suelen desempeñar las aleja de los puestos de toma de decisión y de representación, así como de la investigación. Veamos cómo se concreta esta segregación en la actualidad.

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4. Los estudios de ciencias de la salud: mujeres y hombres en el alumnado y profesorado En el curso 2009-2010, la proporción de mujeres en estudios universitarios de Ciencias de la Salud en España alcanzaba el 72 % 15 , apreciándose un leve descenso, después de haber llegado a representar entre 2003 y 2005 un 74 %. Su presencia fue aún mayor dentro de las personas tituladas en 2009: 77 %. Según datos del curso 2008-2009 (último año para el que se cuenta con información), las mujeres representaban el 61 % del alumnado matriculado en cursos de doctorado de Ciencias Experimentales y de la Salud (no se cuenta con datos desagregados para Ciencias de la Salud). En las tesis doctorales presentadas en 2009, la presencia de mujeres sigue siendo mayor que la de los varones, pero desciende al 54 %. Entre el profesorado de Ciencias de la Salud, la presencia de mujeres disminuye de forma importante en relación al número de alumnas y licenciadas, y va decreciendo a medida que aumenta la categoría profesional. Las mujeres representan el 39 % del profesorado titular de universidad, mientras que en la titularidad en escuelas universitarias asciende al 68 %. El porcentaje de catedráticas es aún menor, solo el 16 % y el 33 %, respectivamente. Comparando estos datos con la presencia de profesoras en el conjunto de las áreas de conocimiento se observa que, entre el profesorado titular y en las cátedras universitarias, su proporción es similar. Sin embargo, en el caso de las escuelas universitarias la proporción era ligeramente mayor en las cátedras y sensiblemente más alta (68 % frente a 41 %) en las titularidades. Esta mayor presencia de profesoras en escuelas universitarias ligadas a ciencias de la salud está propiciada por los estudios de enfermería, una profesión muy feminizada y con una trayectoria de mujeres enseñantes en dichas escuelas. Llama la atención que dentro de las especialidades de obstetricia y ginecología, solo son mujeres el 13 % del profesorado titular y en pediatría lo son el 23 %, y el hecho de que en ninguna de dichas especialidades hay o haya habido catedráticas. En cirugía, la especialidad más masculinizada, solo el 6 % entre el profesorado titular y el 3 % en las cátedras son mujeres. Es en medicina preventiva y salud pública donde hay una mayor presencia de profesoras titulares (36 %) y de catedráticas (20 %). La presencia de investigadoras en Ciencias Médicas era del 40 % en 2006 16 , mientras que en el conjunto del sector público, llegaban a representar el 50 %. Estas cifras nos permiten concluir que, a pesar de que el peso de las mujeres en los estudios de Ciencias de la Salud es realmente importante y muy superior al de los varones, su presencia va descendiendo según se eleva el nivel de formación. También desciende la presencia de mujeres en la docencia y lo hace más a medida que sube la jerarquía. Sucede algo similar en la investigación, aunque se observe una tendencia positiva. 291

Así pues, aunque las mujeres han llegado a superar a los hombres en los estudios universitarios, tras la terminación del doctorado se produce lo que se ha dado en llamar «un agujero negro» o «tubería que gotea», por los que muchas mujeres se pierden. Esta importante segregación vertical en la carrera académica, queda patente en la conocida como «gráfica de la tijera» que se presenta en la Figura n.º 1 de la página siguiente.

5. La situación en los colegios profesionales y sociedades científicas Según el informe del Observatorio de Salud de las Mujeres, Mujeres y hombres en las profesiones sanitarias 17 , aunque las mujeres suponen actualmente el 64 % del total de profesionales sanitarios colegiados/as, su representación en las juntas directivas es muy limitada: 17 % en los colegios de medicina (43 % de la colegiación), llegando a un 55 % en los de enfermería (aunque representan el 80 % de la colegiación). Así pues, la feminización de una profesión no garantiza su presencia en puestos de dirección, estando además estos en las secretarías, tesorerías, etc., y en pocas ocasiones en las presidencias. FIGURA N.º 1 Proporción de mujeres y hombres en CC de la Salud Alumnado y profesorado. España 2009-2010

FUENTE: Elaboración propia a partir de la Estadística de la Enseñanza Superior en España. INE curso 2009-2010.

En las sociedades científicas ocurre algo similar: aunque representan el 33 % de 292

las juntas directivas están claramente subrepresentadas en especialidades ya muy feminizadas, como es el caso de la medicina familiar y comunitaria (34 %) y su presencia es casi simbólica en medicina hospitalaria quirúrgica (más masculinizada) donde su peso en las juntas solo alcanza el 11 %.

6. Los servicios sanitarios: mujeres y hombres ocupan distintas profesiones y están en ámbitos de poder diferentes Según datos del informe del Observatorio de Salud de las Mujeres en el sistema público de salud, en la atención hospitalaria, el 70 % del personal sanitario son mujeres, sin embargo tienden a estar en mayor proporción en puestos menos cualificados y con contratos de menor horario. Por el contrario, la mayoría de los puestos cualificados están ocupados por hombres: solo un 30 % de los puestos cualificados, con más de treinta y seis horas de trabajo, están ocupados por mujeres, ascendiendo el porcentaje a un 45 % en los puestos cualificados pero con un horario reducido. Respecto a la presencia de mujeres en las distintas especialidades, se señala que se pueden configurar tres grandes grupos. El primero, está muy masculinizado y las mujeres no llegan a representar el 40 %. Comprende las especialidades de cirugía, traumatología, obstetricia y ginecología, pediatría, psiquiatría, UCI, urgencias, servicios centrales y dirección y gestión de titulación superior. En el segundo grupo, la representación de mujeres alcanzaría la paridad (entre el 40 % y el 60 %) y las especialidades son: rehabilitación, farmacia, fisioterapia y dirección y gestión de titulación media. El tercer grupo, en el que las mujeres representan más del 60 %, concentra el mayor volumen del personal sanitario hospitalario y se compone de: enfermería y ATS/DUE, ayudantes sanitarios/as, auxiliares de clínica y matronería. En la atención primaria, las mujeres son también mayoría y representan el 63 % del personal, llegando a un 80 % en enfermería y casi al 70 % en personal administrativo, representando estos dos tipos de ocupación las dos terceras partes del total del personal de atención primaria. La pediatría está también feminizada (58 %). En medicina de familia, las mujeres representan ya prácticamente la mitad de este personal (48 %). Aunque no vamos a detenernos en ello, en las revistas científicas ocurre algo similar. No solo las mujeres están menos presentes en los equipos editoriales y en las listas de especialistas para la revisión de originales, sino que tienen mayores dificultades para que se publiquen sus artículos.

7. Algunas causas de esta situación 293

El conocido como Informe ETAN de la Unión Europea 18 analiza las dificultades que tienen las mujeres en el ámbito de la Ciencia y señala una serie de razones para esta decreciente presencia de mujeres, como son: a) la edad de crianza y la falta de corresponsabilidad de los hombres en las tareas domésticas y de recursos sociales; b) que los tribunales para la concesión de becas de investigación, para puestos en organismos científicos y similares, están formados fundamentalmente por hombres que «cooptan» a otros hombres y tienden a baremar más alto los currículos de estos; c) la orientación de las mujeres hacia una formación encaminada a mejorar su práctica profesional (varios estudios señalan esta tendencia en médicas y enfermeras) y no hacia la consecución de amplios currículos como hacen muchos de sus compañeros; y d) a la distinta forma de valorar las repercusiones para la vida personal y profesional de la asunción de cargos de dirección, entre otras. — La atención a la salud de las mujeres: de la invisibilidad a la medicalización La invisibilidad y la medicalización no justificadas de las mujeres son dos fenómenos extremos que se practican en y desde el sistema sanitario. Por una parte, se da una desatención a necesidades, patologías o formas específicas de enfermar de las mujeres y, por otra, se realizan intervenciones sanitarias innecesarias —y a menudo iatrogénicas— sobre procesos naturales del cuerpo y la vida de las mujeres. Algunos factores relacionados con ello son la anteriormente descrita conformación histórica del sistema sanitario, el sistema de valores patriarcal dominante que lo impregna y que concibe a la mujer como cuerpo, fundamentalmente ginecoobstétrico, mientras que entiende al varón en su totalidad y como tal ocupa el centro de la investigación y de las actuaciones clínicas derivadas (androcentrismo). A estas dos situaciones vamos a referirnos a continuación tomando como ejemplo de invisibilización la (des)atención a la cardiopatía isquémica y, como paradigma de medicalización, la epidemia provocada por la prescripción inadecuada y abusiva del «tratamiento hormonal sustitutivo». — La atención sesgada: el ejemplo de la cardiopatía isquémica La cardióloga BERNARDINE HEALY hizo referencia por primera vez en 1991 al Síndrome de Yentl 19 para nombrar el hecho de que las mujeres tienen que mostrar que sus síntomas son iguales a los de los varones para ser diagnosticadas de infarto. Esto es, tienen que presentar su misma sintomatología y la misma forma de expresarla y mostrar que tienen los mismos factores de riesgo 20 . En aquella época se estudiaban las consecuencias de la exclusión de las mujeres en edad fértil de los ensayos clínicos, realizada por la Food and Drug Administration de EE.UU. 21 . Las consecuencias de la exclusión de las mujeres por razones de «protección de la salud reproductiva» fueron, y aún son, enormes. Se define el cuadro típico de infarto en base a un patrón masculino y se aplica a la mujer dicho patrón. Tanto los métodos diagnósticos como los mecanismos de acción de los tratamientos farmacológicos son investigados y definidos en cohortes masculinas. Lo cual origina errores diagnósticos y sesgos en el tratamiento, con el consiguiente peligro para las mujeres que no 294

presentan síntomas parecidos a los de los varones (la mayoría). En nuestro país, son escasas las investigaciones sobre el infarto que incorporan un análisis diferencial por sexo y la perspectiva de género. Un estudio realizado en Asturias en 2002 puso de manifiesto el diferente perfil epidemiológico del infarto agudo de miocardio (IAM) registrado en los hospitales en hombres y en mujeres. La frecuencia registrada fue 2,8 veces superior en hombres (sesenta y cuatro casos por cien mil en mujeres y 178 en hombres). Los varones experimentaban el primer infarto a una edad más temprana (en torno a los treinta años) mientras que en las mujeres la frecuencia registrada se mantenía baja hasta los sesenta años. La letalidad (probabilidad de morir) durante el primer mes de estancia hospitalaria de las personas que sufrieron infarto era del 10 % en los hombres y del 24 % en las mujeres. Esta sobremortalidad femenina se producía independientemente de la edad. Probablemente tuviera algo que ver con el tiempo de demora, esto es, el tiempo transcurrido entre el inicio de los síntomas y la llegada a urgencias. Era una hora superior en las mujeres. La media de demora para las mujeres era de 180 minutos y de 120 para los hombres. Respecto a los «factores de riesgo», las mujeres presentaban con mayor frecuencia hipertensión arterial, dislipemia y diabetes; los hombres acumulaban más factores de riesgo que las mujeres, siendo los más frecuentes el ser o haber sido fumador (87 %), la hipertensión arterial y las dislipemias. Este patrón epidemiológico diferencial entre mujeres y hombres —frecuencia, letalidad, tiempo de demora y factores de riesgo— fue descrito en otros estudios realizados en nuestro país 22 y en otros países de nuestro entorno 23 . La literatura científica también muestra diferencias en el esfuerzo diagnóstico y terapéutico. Las mujeres presentan un cuadro de IAM al ingreso más severo que los hombres, reciben con menor frecuencia trombolíticos, tratamiento en la UVI, cateterismo o angioplastia. Estas diferencias persisten aún cuando los datos se comparan controlando la variable «severidad de los casos». Estos hallazgos, publicados mayoritariamente a partir de 1990, merecen unos comentarios: la frecuencia «registrada» de infarto en las mujeres podría estar afectada por un infradiagnóstico de la enfermedad y por posibles diagnósticos erróneos (gastrointestinales, musculoesquelético o psicosomáticos, entre otros), lo que señalaría la necesidad de una mejora del conocimiento epidemiológico y clínico del IAM en las mujeres, tanto por parte de los y las profesionales como de las propias mujeres, reconociendo que el IAM es un problema que también afecta a las mujeres (no es solo «cosa de hombres»). Clásicamente se consideró que las mujeres contábamos con una «protección natural por los estrógenos» frente a la cardiopatía isquémica, por lo que se suponía que la enfermedad aparecería más allá de la menopausia. Esa hipótesis, no basada en estudios científicos, fue puesta en cuestión en 1998 por el estudio de Tunstall-Pedoe «Myth and paradox of coronary risk and the menopause» y en estudios posteriores y rebatida definitivamente por el estudio Women’s Health Initiative 24 en 2002, que demostró que los estrógenos del tratamiento hormonal sustitutivo no solo no 295

protegían del infarto sino que aumentaban el riesgo de padecerlo. Este mito sobre la menopausia expuso a las mujeres a una menor atención en relación con dicha enfermedad, pues no se las consideraba susceptibles de padecerla en edades tempranas. La diferencia en la edad de aparición del infarto entre hombres y mujeres está relacionada con el diferente patrón de los factores de riesgo, sobre todo con el tabaquismo. La edad media de empezar a fumar en los varones se sitúa en torno a los trece o catorce años y se cobra sus primeras víctimas a partir de la treintena. Hay que mencionar que el modelo biomédico dominante en el sistema sanitario no tiene en cuenta los factores psicoemocionales asociados al IAM, más presentes en la mujeres, que han sido analizados en excepcionales estudios de investigación bio-psico-social. Como se ha dicho arriba, la mayor letalidad hospitalaria en mujeres está relacionada, en primer lugar, con la mayor demora en llegar a urgencias. Esta mayor demora tiene que ver con alguno de los sesgos de género del sistema sanitario. Nos referimos a la sesgada formación recibida y a la insuficiente actualización e investigación por parte del personal médico. El modelo androcéntrico en el cuadro clínico «dolor precordial en varón, mediana edad, fumador...» hace que los y las profesionales mantengan la creencia de que el infarto es un problema fundamentalmente masculino. Además, el relativo desconocimiento de la sintomatología específica en la mujer —la falta de investigación científica y sin sesgos de género— puede retrasar la sospecha de infarto, el consiguiente diagnóstico y la derivación hacia el hospital o, simplemente, producir un diagnóstico erróneo. Estas erróneas creencias médicas se han trasladado a la población, de manera que las propias mujeres ponen en peligro sus vidas al tener una menor percepción de su riesgo frente a la enfermedad coronaria. Y no solo esto, sino que hay una actitud diferente de las mujeres y su entorno cuando los síntomas del supuesto cuadro coronario los presenta un varón (marido, hijo, padre) a cuando los presenta ella misma. En el caso de que sea un varón el que experimenta los síntomas del infarto, la reacción de las mujeres, acostumbradas a cuidar de la salud de sus familiares, suele ser la propia de las urgencias, esto es, la búsqueda inmediata de los servicios sanitarios. Pero si es ella la que los padece, las mujeres suelen esperar más, dando tiempo para que se les pase el dolor y anteponiendo «sus» tareas y compromisos familiares al cuidado de su propia salud, poniendo en peligro, inadvertidamente, su propia vida. Los sesgos de género del sistema sanitario y el diferente rol de hombres y mujeres en el cuidado de la salud propia o ajena son determinantes esenciales en el resultado de un ataque al corazón, en el cual la variable con mayor valor predictivo para la supervivencia es la respuesta rápida y adecuada. Ambos factores resultan ser barreras de una importancia trascendental para la prevención y atención adecuadas a las mujeres. De gran interés en esta materia son las publicaciones (recomendadas al final del capítulo) de CARME VALLS-LLOBET y de SARA VELASCO ARIAS, así como el Informe del OSM 25 . Después de quince años de haberse descrito el síndrome de Yentl y de la gran 296

producción científica publicada al respecto —mucha de ella liderada por mujeres—, en 2006 la revista de la Sociedad Española de Cardiología se hace eco de este problema con un editorial titulado «Enfermedades Cardiovasculares en la Mujer». Bienvenida sea esta preocupación que, aunque tardía, seguramente favorecerá los cambios esperados. Las mejoras en salud necesitan un abordaje más allá del hospital. Un abordaje que empiece en la atención primaria y en la misma sociedad, en las propias mujeres, las cuales han de conocer que esta enfermedad les afecta y han de saber reconocer sus primeros síntomas, su prevención y su rehabilitación, a la par que saber buscar ayuda a tiempo, ya que no darse importancia y anteponer su dedicación a la familia les está costando la vida. — La medicalización de la vida: el ejemplo de la epidemia producida por la THS El llamado «tratamiento hormonal sustitutivo» (THS) ha sido recetado a las mujeres en las últimas décadas como un remedio para los trastornos asociados al descenso de estrógenos en la menopausia. ¿Qué «tratamiento»? «¿Sustitutivo de qué?» Esta terminología responde al interés en convertir en enfermedad la menopausia (y la andropausia), que son procesos naturales. Son procesos en los cuales la producción de hormonas sexuales va disminuyendo paulatinamente de forma natural. Tratar farmacológicamente un proceso natural como éste es lo que llamamos «medicalización» y supone patologizar innecesariamente un fenómeno normal, prescribiendo intervenciones (pruebas, tratamientos, fármacos) inadecuadas e innecesarias. El marketing farmacéutico para generalizar estos tratamientos hormonales (estrógenos combinados o no con progestágenos para evitar la inducción al cáncer de útero) fue y sigue siendo tan agresivo como acientífico. Un buen ejemplo de ello es el anuncio del fármaco Boltín: «Trata los síntomas climatéricos. Mejora el humor y la líbido. Recupera el trofismo vaginal. Efectos positivos sobre el hueso. Efectos positivos cardiovasculares. Sin efecto estrogénico en mama. No estimula el endometrio. Sin sangrados. Buen cumplimiento. Sin contraindicación para uso a largo plazo». Es decir, la panacea. Después de treinta años de uso de la THS sin ensayos clínicos sobre su seguridad, en 2002 se publican los resultados del, anteriormente mencionado, Women´s Health Initiative y en 2003 los del Million Women Study 26 . Son los dos primeros ensayos clínicos sobre estos fármacos que establecen los riesgos asociados a su uso: aumento del cáncer de mama, del cáncer de endometrio, del infarto de miocardio, del ictus y tromboembolismo venoso, fundamentalmente. En enero de 2004 la Agencia Española del Medicamento (AEM), teniendo en cuenta estos riesgos, emitía una hoja informativa para profesionales 27 y otra dirigida a las mujeres 28 restringiendo su recomendación de uso a «aquellas mujeres que, adecuadamente informadas, consideran afectada su calidad de vida de forma importante, utilizando la dosis mínima efectiva durante el tiempo más corto posible». Carecemos de estudios de ámbito nacional sobre este fenómeno, pero podemos 297

tomar como ejemplo uno de los pocos realizados en el nivel regional, el realizado en Asturias 29 en el año 2000 y que nos muestra el impacto que tiene la investigación médica y la buena difusión de la misma. En el 2000, el 17 % de las mujeres en edades entre cincuenta y cincuenta y nueve años de Asturias usaban la THS, con una tendencia al ascenso. Sin embargo, tras la publicación de los estudios mencionados y la emisión de las nuevas recomendaciones de la AEM y después de acciones de información intensiva dirigida a profesionales sanitarios y a las mujeres, la utilización de THS bajó a un 4,1 %. La evolución del gasto en THS para el sistema sanitario y/o para las mujeres —y de los beneficios para aquellos que los reembolsan— presentó un comportamiento similar al de las ventas, pasando de 1,7 millones de euros en el año 2000 a tan solo 475.514 euros cuatro años más tarde. FIGURA N.º 2 Evolución del número de mujeres con THS. Asturias, 1996-2005

FUENTE: WHI: Women´s Health Initiative. MWS: Million Women Study. AEM: Agencia Española del Medicamento

Este importante descenso en la prescripción y uso de la THS muestra la necesidad y factibilidad de poner a disposición de los y las profesionales del sistema sanitario público los conocimientos científicos de forma continuada e independiente de intereses ajenos, así como la de informar adecuadamente a las mujeres para que tomen sus propias decisiones tras una información veraz y no sesgada de la que no dispusieron durante décadas. Esta es una tarea que corresponde a las autoridades sanitarias. En el año 2008, MELISSA SWEET en un artículo del British Medical Journal 30 , 298

muestra el descenso en la frecuencia del cáncer de mama en mujeres mayores de cincuenta años en Australia, asociado al descenso en el uso de la THS posterior a 2002. Estudios ulteriores realizados en EE.UU., Nueva Zelanda y Australia confirman estos hallazgos y muestran que el riesgo aumentado de cáncer de mama asociado a la THS es reversible tras el abandono de dicha terapia. A pesar de estos alentadores resultados, los representantes de la pseudociencia, junto con la industria farmacéutica, insisten en las bondades de la TSH con sus campañas de marketing en los congresos médicos (financiados por la misma industria que vende la THS y que ve disminuidas sus millonarias ganancias), en los medios de comunicación y en las visitas diarias a los y las profesionales de medicinaginecología. Sirvan de muestra las afirmaciones del Presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Menopausia (3 de mayo de 2004) inmediatamente después de que la AEM hiciera públicas sus recomendaciones: «El 20 % del 7,5 millones de mujeres españolas con menopausia podrían requerir THS» y otras afirmaciones similares que solo muestran ignorancia y/o intereses ocultos. En el artículo mencionado, MELISSA SWEET (2008) también denuncia que la Sociedad Internacional de la Menopausia estaba preparando un macrocongreso financiado por Farmaindustria con el objetivo de «corregir las percepciones negativas acerca de la THS por parte de los medios de comunicación, el público general y los profesionales y con el fin de destacar los beneficios de la THS y quitar importancia a sus riesgos». El congreso se realizó en Madrid, en mayo de 2008, con la participación de miles de ginecólogos. Aunque en octubre de 2008 la AEM saca nuevamente una nota informativa 31 en la que ratifica las restricciones expresadas en 2004, simultáneamente, ese mes de octubre es elegido como «Mes Mundial de la Menopausia» por las mencionadas sociedades de la (medicalización de la) menopausia. Es evidente que hay dos formas muy distintas de enfocar la salud y la vida de las mujeres, y una de ellas está muy relacionada con intereses económicos de la industria farmaceútica.

8. De la medicalización... a la invención de enfermedades Los efectos secundarios producidos por el inadecuado uso de la THS, la denominada «epidemia de la THS» (casos adicionales sobre los esperados de cáncer de mama, cáncer de endometrio, infarto de miocardio, enfermedad cerebro-vascular y tromboembolismo venoso) es una investigación aún pendiente en nuestro país. Ni el Ministerio de Sanidad ni las sociedades científicas de salud pública han prestado atención a ella como lo hicieron en su momento con otras epidemias, como la del aceite de colza o la de las vacas locas. La epidemia de la THS, estimada por algunos autores en decenas de miles de casos de enfermedad y muerte, es una epidemia silenciada, no investigada, como lo fue en su día la producida por otro fármaco, el Agreal. 299

El Agreal estaba «indicado en el tratamiento de los sofocos (crisis vasomotoras) y de las manifestaciones psicofuncionales de la menopausia confirmada» 32 . La comercialización de este fármaco fue suspendida en España en mayo de 2005 y en Europa en 2007 debido a sus efectos adversos de tipo psiquiátrico (depresión, ansiedad, etc.) y neurológico (discinesias, parkinsonismo, etc.), algunos de ellos graves. Las mujeres afectadas por el Agreal nunca fueron reconocidas como tales ni estudiadas por la autoridad sanitaria. La dimensión de la epidemia en España se estima en cuatro mil afectadas, según cifras de la Asociación de Afectadas por el Agreal. En noviembre de 2007, la Audiencia Provincial de Barcelona confirma la sentencia condenatoria al laboratorio farmacéutico Sanofi-Aventis por el daño causado por el medicamento en tres demandantes (una de ellas se había suicidado tras tomar el fármaco). El medicamento sigue comercializado por Sanofi-Aventis en treinta países, varios de ellos en América Latina. Las amenazas para la salud de las mujeres desde algunas sociedades profesionales acientíficas coaligadas con Farmaindustria son numerosas: el Librel, para «vivir sin regla» como vende la propia industria farmacéutica; los anticonceptivos orales femeninos —ya que los masculinos no están comercializados—; el parche de testosterona para esa invención llamada «trastorno del deseo sexual hipoactivo» en la mujer; y otros muchos ejemplos que nos hacen preguntarnos si realmente «Nos han convencido de que nuestros procesos fisiológicos son patológicos y que, por tanto, necesitan cura», en palabras de la feminista Leonor Taboada 33 .

9. El desempoderamiento de las mujeres: la medicalización del parto El cuerpo de la mujer-madre y de la mujer-objeto sexual ha sido la guía y la diana en las actuaciones de la medicina oficial hacia las mujeres. La apropiación del área embarazo-parto por la especialidad médica de obstetricia-ginecología, con la consiguiente relegación de las matronas-enfermeras y la generalización del parto hospitalario, trae consigo una brutal medicalización de estos, pasando de ser procesos naturales y una experiencia de goce propio a una carrera de pruebas diversas y controles continuos durante el embarazo —muchas de ellas sin evidencia científica sobre su utilidad— para culminar en un parto intervenido con aplicación de oxitocina externa, episiotomías sistemáticas, cesáreas añadidas, epidurales al gusto, etc. Sin valorar los efectos adversos, tanto físicos como psico-emocionales, sobre las mujeres y sobre las criaturas. España lleva más de veinte años de retraso respecto a las recomendaciones de la OMS en relación con la atención al parto. A saber, unas tasas muy elevadas de cesáreas, de anestesia epidural y de episiotomías sistemáticas. Todo ello es consecuencia de la intervención sanitaria innecesaria sobre los partos fisiológicos sin riesgo conocido, que son la inmensa mayoría de los partos (más del 80 %). Las 300

consecuencias para la mujer de esta sobreintervención del sistema sanitario en procesos naturales son diversas: un desempoderamiento paralizante, un periodo lleno de temores, angustias, inseguridades, su anulación como protagonista del embarazo y el parto, su delegación en otros, el ponerse en manos del que (supuestamente) sabe. Además, las intervenciones innecesarias, como la episiotomía sistemática o la administración sistemática de la hormona oxitocina sintética, pueden causar más problemas de los que pretenden evitar como son la incontinencia de esfínteres, problemas del suelo pélvico o más dolor perineal, por mencionar solo algunos de los efectos adversos. Afortunadamente, y gracias a la presión de las asociaciones de mujeres como la «Asociación el Parto es Nuestro» o la «Asociación Nacer en Casa» u otras que como estas trabajan por la defensa de un embarazo y parto en el que se respete a sus protagonistas y estas lo hagan propio, las cosas empiezan a cambiar, aunque lentamente, en nuestro atrasado, patriarcal y medicalizador sistema sanitario. Estas asociaciones, además de atender a las mujeres, ofrecen en sus páginas web información científica de gran valor. Las sociedades médicas profesionales —que no necesariamente científicas— siguen teniendo un poder muy preocupante y disputan sistemáticamente a la matronería profesional el acompañamiento de las mujeres embarazadas. Es importante investigar y visibilizar la iatrogenia del sistema sanitario como forma de evaluación y mejora del propio sistema, y para conocimiento y protección de la población. Más si cabe cuando afecta a población sana en procesos naturales de su vida, y cuando cada día hay más intervenciones supuestamente «preventivas» dirigidas a esta población. La estrategia para la medicalización siempre es la misma: definir/inventar supuestas «enfermedades» e inmediatamente vender el «remedio» para las mismas. Es el llamado por Ray Moynihan «disease mongering» o «inventando enfermedades» 34 . ¿Estamos las mujeres más expuestas a este enfermante fenómeno? Asumir el rol de cuidadora de los demás (hijos e hijas u otras personas de la familia), la preocupación por nuestra imagen y por nuestro cuerpo como objeto para los demás y la pérdida de nuestra capacidad-poder para el autocuidado, nos hacen más vulnerables en una sociedad consumista —también de productos de «salud»— y con una creciente desregulación neoliberal del mercado sanitario-fármaco-tecnológico.

10. Las organizaciones de mujeres por la salud y las redes de profesionales sanitarias En la actualidad, son muchas las mujeres organizadas en torno a temas y preocupaciones relativas a la salud. El antecedente más identificable en nuestro entorno sociocultural, afectado por el predominio estadounidense sobre nuestra cultura, podría ser el Boston Women’s Health Book Collective, que en 1973 publica el 301

libro Our Bodies, Ourselves, un referente moderno para los movimientos de mujeres por la salud. En mayo de 2000 se publica en castellano con el título Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas y la novena edición se prepara para el año 2011. Aún siendo el más conocido e influyente hay otros muchos e interesantes ejemplos. Por ejemplo, en los años setenta, época muy fructífera en el movimiento de mujeres, la periodista feminista Leonor Taboada publicó una obra para el autoconocimiento del propio cuerpo de las mujeres Cuaderno Feminista. Introducción al Self Help. En el ámbito profesional, la Red de Mujeres Sanitarias por la Salud agrupa a más de cien profesionales de diferentes disciplinas que se constituyen en red permanente en el año 1998, favoreciendo el contacto, el trabajo multidisciplinar, el intercambio de preocupaciones e información científica con un enfoque feminista noandrocéntrico. La revista Mujeres y Salud (MyS) nace en 1996 y, como se puede leer en su presentación, «cultiva el arte de ofrecer información científica en lenguaje comprensible porque pretende ser una verdadera escuela de salud tanto para profesionales como para las destinatarias de los conocimientos, las mujeres». Otra fuente de conocimiento y apoyo son las anteriormente mencionadas asociaciones relacionadas con la defensa de un parto natural no intervenido innecesariamente, que suponen un valioso activo en este campo de desmedicalización del embarazo-parto. Las asociaciones feministas han jugado un papel primordial en la defensa de los derechos de salud de las mujeres en aspectos tales como la legalización de los anticonceptivos, la despenalización del aborto o el derecho al propio cuerpo. También han realizado una fuerte crítica a la medicalización innecesaria del cuerpo de las mujeres, por ejemplo, contra la THS o contra la vacunación del VPH. No han descuidado estas asociaciones tampoco la lucha contra las diferentes formas de violencia y merma de derechos a las que estamos expuestas, ni los enormes y fatales problemas de salud derivados de esta violencia. En conjunto, lo que ponen de manifiesto las citadas asociaciones y los análisis realizados es que tiene una importancia fundamental la apropiación por parte de las mujeres de su propio cuerpo, de su salud, de sus decisiones, desenmascarando y huyendo de los permanentes y poderosos intentos domesticadores, paternalistas y medicalizadores de una parte del sistema farmacológico y médico.

11. Algunas conclusiones — Las mujeres fueron expulsadas de las tareas de sanar al formalizarse los estudios de medicina y trasladarse a las universidades donde solo estudiaban los hombres. Las mujeres no pudieron volver a incorporarse a estas tareas con una formación reconocida hasta comienzos del siglo XIX, las enfermeras, y del siglo XX, las médicas. 302

— El proceso de incorporación ha sido lento y las mujeres han sido empujadas y se las ha dirigido hacia ciertas profesiones sanitarias o determinados ámbitos dentro de ellas. — A pesar de que actualmente las mujeres son mayoría en las carreras de Ciencias de la Salud, su presencia en las cátedras y otros cargos de dirección en las universidades es mucho menor del que corresponde a esas mayorías. — Las mujeres están infrarrepresentadas en los colegios y sociedades profesionales, incluso en profesiones tan feminizadas como es la enfermería, y en las revistas científicas y profesionales. — Sigue habiendo unas especialidades feminizadas y otras masculinizadas, ya que los estereotipos de género continúan funcionando. Aún se considera que las mujeres tienen asignada la tarea de cuidar (enfermería o pediatría), mientras que los hombres están más ligados a la tecnología y a la investigación (cirugía o neurología). Así mismo, tienen mayor dificultad para acceder a cargos de dirección dentro de la profesión médica e incluso en la de enfermería. — En los albores del siglo XXI, la medicina oficial padece de importantes sesgos en la atención a las mujeres, consecuencia de su carácter androcéntrico y de sobredimensionar el aspecto reproductor de las mujeres, relegando e invisibilizando otros aspectos de la salud femenina. — Estos sesgos tienen consecuencias medibles y a menudo fatales (mortalidad, morbilidad o malestar y sufrimiento innecesarios) para la salud de las mujeres. Deben ser identificados, denunciados y evitados. — Las mujeres somos una población diana para el fenómeno medicalizador, que es un fenómeno en progresión en las sociedades neoliberales de consumo, donde el sistema sanitario es cautivo y cómplice, hasta un cierto punto, de la industria farmacéutica y donde la ciudadanía carece de información y de la suficiente protección pública ante las consecuencias que esta medicalización produce. — El movimiento feminista por la Salud y los Derechos de las Mujeres es, si cabe, más necesario que nunca ante amenazas tan globalizadas e intereses tan entretejidos con las estancias de poder dentro del sistema sanitario.

Bibliografía AGENCIA ESPAÑOLA DEL MEDICAMENTO y PRODUCTOS SANITARIOS (2004): Información de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios para el profesional sanitario. Restricción de las indicaciones terapéuticas de la Terapia Hormonal de Sustitución, Ministerio de Sanidad y Consumo, Madrid. — (2004): Nota de la Agencia Española del medicamento y Productos Sanitarios dirigida a usuarias de Terapia Hormonal de Sustitución utilizada en la Menopausia. Ministerio de Sanidad y Consumo, Madrid. — (2005): Nota Informativa: suspensión de comercialización de Veraliprida 303

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Lecturas recomendadas • CABRÉ, M., y ORTIZ, T. (2001): Sanadoras, matronas y médicas en Europa, Siglos XII-XX, Icaria Editorial, Barcelona. Las autoras/editoras realizan una labor de recuperación y visibilización de las prácticas y saberes sanitarios de las mujeres desde el siglo XII al XX. Es una recopilación de artículos de distintas autoras, especialistas reconocidas en historia de las mujeres e historia de la medicina. Estas autoras comparten los recursos conceptuales desarrollados por la teoría feminista, lo que les permite complementar una historia de la medicina que ha marginado o incorporado subsidiarimente los saberes femeninos en el ámbito de la salud, escribiendo una historia en la que las mujeres son protagonistas por derecho propio. • VALLS-LLOBET, C. (2009): Mujeres, salud y poder. Cátedra, Madrid. 305

En este libro la autora pone en evidencia y denuncia cómo las enfermedades de las mujeres son marginadas, poco estudiadas y cómo se psiquiatrizan sus quejas y demandas de atención siendo, con frecuencia, sobremedicadas. Por ello, anima a las mujeres a recuperar el cuerpo como lugar de libertad potencial y el papel de protagonistas de su propio destino, e invita a las profesionales sanitarias y al conjunto de mujeres a crear redes de mujeres saludables, que no sean solo de resistencia, sino de propuesta social, de reflexión y de debate. • VELASCO ARIAS, S. (2008): Recomendaciones para la práctica clínica con enfoque de género, Ministerio de Sanidad y Consumo, Madrid. La autora ha trabajado rigurosamente sobre cómo incorporar la perspectiva de género para corregir las inequidades en la atención sanitaria mediante una clínica no sesgada, es decir, que sea sensible a la morbilidad diferencial. Igualmente, plantea la necesidad de incorporar el concepto de salud integral que permita contemplar la influencia del contexto social y de la experiencia subjetiva en las formas de enfermar.

Páginas web recomendadas • http://mys.matriz.net/presentacion.htm Mujeres y Salud, Revista de comunicación interactiva. Dirección: Leonor Taboada • http://www.elpartoesnuestro.es/index.php?option=com_frontpage& Itemid=1 • http://www.nacerencasa.org/ • http://www.ugr.es/~dynamis/completo19/mono19.htm Revista Dynamis. Monográfico, vol. 19 (1999): Mujeres y salud: prácticas y saberes • http://www.ods-ciberesp.es/ Observatorio de desigualdades en salud, desarrollado por el Programa Transversal de Desigualdades en la Salud y el Centro de Investigación Biomédica en red de Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP) y dirigido al ámbito académico y científico y la sociedad en general.

Actividad Práctica Las mujeres tradicionalmente han trabajado en el ámbito de la salud y desde el siglo XIX la profesión de enfermería ha sido configurada como formación académica. Desde el comienzo fue una profesión totalmente feminizada y aún en la actualidad lo es mayoritariamente. Como se ha visto, en la asistencia sanitaria las mujeres suponen en torno al 80 % del personal de enfermería y están en la misma proporción en sus colegios profesionales, sin embargo solo representan el 55 % de las juntas directivas de estos colegios y su presencia disminuye más aún en las presidencias de los mismos: 36 %. En las juntas directivas de las sociedades científicas de su especialidad llegan a suponer el 68 %. Es también frecuente que los enfermeros 306

ostenten cargos de dirección en la asistencia sanitaria. — Plantear por qué la enfermería ha sido y es aún una profesión feminizada. — Describir cuáles son las causas de segregación vertical en órganos de dirección y puestos de representación y por qué se perpetúa. — Aportar alternativas para modificarla y caminar hacia la equidad.

1 CABRÉ, Montserrat, y ORTIZ, Teresa (eds.), Sanadoras, matronas y médicas en Europa. Siglos XII-XX, Icaria Editorial, Barcelona 2001. 2 Digitalis purpurea y digitalis lanata: utilizadas en la preparación de la digoxina y la digitalina, usadas para el tratamiento de la insuficiencia cardiaca. 3 URÍA URRAZA, Marian, El proceso de exclusión de las sanadoras en el contexto de la caza de brujas, Trabe, Oviedo, 2009. 4 EHRENRECIH, Barbara, y ENGLISH, Deirdre, Witches, Midwives and Nurses: A history of Women Healers, The Feminist Press, Nueva York, 1973. 5 GREEN, Mónica, «En busca de una ‘auténtica’ medicina de mujeres: los extraños destinos de Trota de Salerno e Hildegarda von Bingen» en CABRÉ, Montserrat, y ORTIZ, Teresa (obra citada). 6 FREIDSON, Eliot, La profesión médica, Península, Barcelona, 1978. 7 Galeno de Pérgamo (Pérgamo, Grecia, 130-Roma, 200), médico griego cuyos puntos de vista dominaron la medicina europea a lo largo de más de mil años. 8 SÁEZ BUENAVENTURA, Carmen (ed.), Mujer, locura y feminismo, Dédalo Ediciones, Madrid, 1979. 9 El titulo del párrafo está tomado del capítulo «Poder académico versus autoridad femenina» del libro de Montserrat Cabré y Teresa Ortiz ya citado y en el que se explica cómo las mujeres sanadoras curaban con la autoridad de su experiencia y de sus conocimientos. Conocimientos transmitidos fundamentalmente de forma oral a través de un entramado de redes de mujeres que gozaban del reconocimiento de la comunidad, como también señala Mónica Green. Por su parte, la profesión médica se apoyaba en el poder que le confería la formación académica universitaria, a la cual no permitieron entrar a las mujeres hasta el siglo XX. Las autoras argumentan, siguiendo a Hanna Arendt, que la relación de autoridad no es, a diferencia de la de poder, una relación necesariamente coercitiva, mientras que la de poder genera y se nutre de la desigualdad. 10 EHRENREICH, Bárbara, y ENGLISH, Deirdre, For her own good, 150 years of the experts´advise to women, Pluto Press, London, 1979. 11 Al cuestionar si los médicos de aquella época eran realmente más eficaces que los curanderos con los que competían, Freidson señala que es a finales del siglo XIX cuando los médicos, unidos en una situación de monopolio en el mercado de los cuidados, dejan de ser una profesión erudita para convertirse en «una verdadera profesión de consulta» (obra citada, p. 23). 12 Malleus Malerficarum o Martillo de las Brujas, escrito por Heinrich Krämer y Jacob Sprenger, –monjes inquisidores dominicos– en 1486, fue la obra más importante publicada en el contexto de la caza de brujas y tuvo un profundo impacto en los juicios que se celebraron contra las brujas en Europa durante doscientos años. Esta obra y su impacto son citados, entre otros, por SZASZ, Thomas, La fabricación de la locura, Kairós, Barcelona, 1974. 13 GREEN, Mónica, «Books as a Source of Medical Education for Women in the Middle Ages», Dynamis: Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2000, 20, 331-369. Consultado en: http://monasticmatrix.usc.edu/MatrixTextLibrary/14Text.pdf (8-12-2011). 14 Teresa ORTIZ-GÓMEZ, Johanna BIRRIEL-SALCEDO, Rosa ORTEGA DEL OLMO, «Género, profesiones sanitarias y salud pública», Gac. Sanit. 2004; 18 (Supl. 1): 189-194.

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15 Mujeres en Cifras, Instituto de la Mujer. Datos elaborados a partir de la Estadística de la Enseñanza Universitaria en España, Curso 2009-2010. Instituto Nacional de Estadística (INE) http://www.inmujer.es/ss./Satellite? c=Page&cid=1264005678200&language=cas_ES&pagename=InstitutoMujer%2FPage%2FIMUJ_Estadisticas 16 European Commission, She Figures 2009. Statistics and Indicators on Gender Equality in Science, http://ec.europa.eu/research/research-eu. 17 Informe Salud y Género 2007-2008. Mujeres y hombres en las profesiones sanitarias. Observatorio de Salud de las Mujeres, MSC, Informes, estudios e investigación, Madrid, 2009. 18 Informe ETAN. Política científica de la Unión Europea. Promover la excelencia mediante la integración de la igualdad entre géneros, Comisión Europea, Dirección General de Investigación, 2001, en: http://www.cordis.lu/rtd2002/science-society/women.htm. 19 Tomó el nombre del título de la película dirigida y protagonizada por Bárbara Streisand en la que ella, joven judía de nombre Yentl, se hace pasar por varón como única forma de poder estudiar las Escrituras. 20 HEALY, Bernardine, «The Yentl Syndrome», N Engl J Med 1991; 325: 221-225. 21 Inclusion of women in study populations, NIH Guide Grants Contracts/1986 Nov 28;15(27):1, y US General Accounting Office, National Institutes of Health: Problems in Implementing Policy on Women in Study Populations. July 1990, GAO/THRD-90-50. 22 MARRUGAT, J., GARCÍA, M., ELOSÚA, R., ALDASORO, E., TORMO, M. J., ZURRIAGA, O., AROS, F., MASÍA, R., SANZ, G., VALLE, V., LÓPEZ DE SA, E., SALA, J., SEGURA, A., RUBERT, C., MORENO, C., CABADES, A., MOLINA, L., LÓPEZ-SENDÓN, J. L., GIL, M.; IBERICA Investigators; PRÍAMO Investigators; RESCATE Investigators; PEPA Investigators; REGICOR Investigators: «Short-term (28 days) prognosis between genders according to the type of coronary event (Q-wave versus non-Q-wave acute myocardial infarction versus unstable angina pectoris)», Am J Cardiol. 2004, Nov 1, 94(9): 1161-1165. 23 BELLO, N., MOSCA, L., Epidemiology of coronary heart disease in women. Prog Cardiovasc Dis. 2004, Jan-Feb, 46(4): 287-95. 24 Writing Group for the Women´s Health Initiative Investigators, «Risk and Benefits of estrogen plus progestin in healthy postmenopausal women. Principal results from de Women´s Health Initiative Ramdomized Controlled Trial», JAMA, 2002, 288: 321-333. 25 Observatorio de Salud de las Mujeres. Informe Salud y Género 2007-2008. Mujeres y Hombres en las profesiones sanitarias, Ministerio de Sanidad y Política Social, Madrid, 2009. 26 Million Women Study Collaborators, «Breast cancer and hormone-replacement therapy in the Million Women Study», Lancet, 2003, 362: 419-427. 27 Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, Información de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios para el profesional sanitario. Restricción de las indicaciones terapéuticas de la Terapia Hormonal de Sustitución, Ministerio de Sanidad y Consumo, Madrid, 2004. 28 Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, Nota de la Agencia Española del medicamento y Productos Sanitarios dirigida a usuarias de Terapia Hormonal de Sustitución utilizada en la Menopausia, Ministerio de Sanidad y Consumo, Madrid, 2004. 29 Carmen MOSQUERA, «Cambios en el uso de Terapia Hormonal Sustitutiva después de una intervención informativa dirigida a mujeres y prescriptores», Gac. Sanit., 2008. 30 Melissa SWEET, «Fall in hormone replacement therapy associated with fall in breast cancer», BMJ, 2008. 31 AEM, Terapia Hormonal Sustitutiva: actualización de la información, Madrid, octubre de 2008. 32 Agencia Española del Medicamento, Nota Informativa: suspensión de comercialización de Veraliprida (Agreal), 20 de mayo de 2005, Madrid. 33 Leonor TABOADA, «El contubernio de la medicalización al desnudo», MyS n.º 15, 2005.

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34 Ray MOYNIHAN y Alan CASSELS, Medicamentos que nos enferman e industrias farmacéuticas que nos convierten en pacientes (el gran engaño), Barcelona, 2006.

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Capítulo 10 La violencia contra las mujeres 1 MARCELA LAGARDE y DE LOS RÍOS La convocatoria a la sinergia por los derechos humanos de las mujeres parte de un análisis preliminar sobre las leyes para enfrentar la violencia contra las mujeres en España, México y Guatemala con la finalidad de comprender sus peculiaridades, sus semejanzas y sus aportes y, ante la gravedad relativa a cada país, potenciar nuestra incidencia en su erradicación.

1. Cambio de paradigma de género En las últimas décadas los movimientos feministas y las mujeres que exigen el derecho al bienestar han hecho visibles las variadas formas de violencia contra las mujeres y han influido en la conciencia de que es un grave problema social que atenta contra el desarrollo de las mujeres y la igualdad entre mujeres y hombres. Las denuncias y las exigencias han sido tan significativas que, a pesar de la tenaz oposición y el sinfín de obstáculos, en algunos países se ha logrado que los gobiernos asuman su responsabilidad y generen políticas para enfrentarla y eliminarla. A la luz de este cambio han renovado y creado instituciones civiles y gubernamentales, destinado presupuestos y movilizado cambios socioculturales. Estoy segura que gracias a ello centenas de miles de mujeres salieron de situaciones violentas y salvaron la vida y que otras no la padecen directamente. Es evidente también que las relaciones entre mujeres y hombres han mejorado. Sociedades enteras hoy se esfuerzan por eliminar la violencia y hay cambios importantes en las mentalidades y la cultura global marcados por la empatía hacia las mujeres y la valoración de una condición masculina no violenta. En la causa por generar las condiciones que permitan una vida libre de violencia para las mujeres y la vigencia de sus derechos humanos hay avances importantes favorecidos por la globalización, inimaginables sin esta dimensión contemporánea. Virginia Maquieira considera que «la apelación a los derechos humanos de las mujeres es una cuestión global porque es tanto una respuesta a los fenómenos y condiciones degradantes, que conlleva la globalización como una consecuencia de las nuevas formas de comunicación. De organización social y de acción colectiva junto a la creación de instituciones multilaterales que le dan expresión práctica» 2 . 310

La perspectiva feminista tiene como objetivo enfrentar y erradicar la violencia contra las mujeres y vincular este proceso al avance de la democracia en la vida cotidiana, al mejoramiento de la calidad de la vida y la democratización de las instituciones y de la cultura, en el marco paradigmático de la modernidad. La crítica radical feminista a este paradigma ha conducido al anhelo ético y al objetivo político de construir una modernidad democrática que albergue una vida pacífica para las mujeres y para todos. Concepciones políticas feministas generadas en diversos países han arraigado en organismos como la ONU, la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos, que han convertido en política institucional la causa de las mujeres y la igualdad entre mujeres y hombres. Movimientos feministas y de mujeres, de derechos humanos y pacifistas, incidieron en convenciones y conferencias internacionales tales como la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, CEDAW, la Convención de Viena sobre los Derechos Humanos, la Conferencia Mundial de Pekín y las tres conferencias mundiales anteriores y, en el marco de la OEA, la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra La Mujer, conocida como Belém Do Pará 3 . Por la exigencia de organizaciones civiles se han creado espacios internacionales de investigación, denuncia, formación, normatividad y justicia de género. De manera simultánea, desde lugares remotos, movimientos locales se apoyan en la autoridad de los organismos internacionales. En este ir y venir se han movilizado recursos y trasladado ideas y prácticas para apoyar y fortalecer procesos locales y regionales. Los estándares contemporáneos y la globalización exigen elevar la calidad de la vida de las mujeres en todas las regiones del mundo y construir un piso estructural de sus derechos humanos. En la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer la ONU define: ... se entiende por violencia contra la mujer todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada 4 .

2. Ideologías sobre la violencia de género de los hombres contra las mujeres Hasta la segunda mitad del siglo XX, de manera hegemónica, la violencia de los hombres contra las mujeres se consideraba inevitable y natural. Incluso estaba normada por los usos, las costumbres y las leyes, y era aceptada. En el ámbito científico desde el siglo XIX, y aún ahora, ideologías biologicistas han aseverado que dicha violencia es parte sustantiva de una naturaleza masculina animalesca y perversa, muestra de la cercanía de nuestra especie con otras especies animales. 311

Creencias basadas en ideologías científicas deterministas se han articulado con otras de tipo religioso que ven el origen y la permanencia de la violencia de los hombres contra las mujeres en castigos divinos misóginos y otras calamidades. Asimismo se ha ubicado la violencia contra las mujeres como un asunto privado en el que no debe intervenir nada ni nadie externo. Creencia funcional a los tiempos en que el espacio público era monopolizado por hombres y la ausencia de mujeres era notoria, a la par que el poder doméstico de los hombres era absoluto y se justificaba dicha violencia como legítimamente correctiva, punitiva o vengativa. En el Occidente ilustrado, en diversos procesos sociales emancipatorios, se produjeron cambios en la interpretación de la violencia contra las mujeres que permitieron desarrollar nuevos análisis definidos por una epistemología histórica. El profundo cambio de mentalidades ha emanado de los avances parciales educativos, laborales y sociales de las mujeres y de la incidencia política de su punto de vista crítico frente a la opresión de género patriarcal, la falta de libertad y la injusticia, así como la exigencia de remontarla con el acceso al desarrollo y la construcción de la igualdad. La crítica feminista del sujeto de la modernidad y del androcentrismo en las esferas científica y académica, jurídica y política, ha conducido a un viraje radical en las concepciones sobre las relaciones entre los géneros y la democracia. Esta perspectiva epistemológica permite comprender que ninguna violencia es neutra, que la violencia de los hombres contra las mujeres es histórica, específica, producto y fundamento, a la vez, de formas de organización social de dominación patriarcal 5 . Es un mecanismo de dominación de género. El cambio teórico se deriva de concepciones histórico-críticas feministas que han desmontado mitos a través de la investigación científica. Han aportado el análisis y han probado que es un problema social derivado de la desigualdad y la injusticia de género. Desde una perspectiva democrática la violencia contra las mujeres es la expresión más visible de la persistencia o el surgimiento de procesos que atentan contra la democracia en su totalidad y, desde una perspectiva de desarrollo, es signo de atraso social. Este cambio de perspectiva se debe, también, a la contundencia de los movimientos civiles de mujeres y feministas que, al denunciar la violencia y protestar, han mostrado los estragos que produce: obstáculos, desventajas, carencias, daños y sufrimiento a las mujeres, incluso la pérdida de la vida, y conflictos en la convivencia social y la gobernabilidad democráticas. La han considerado injusta e inaceptable. Al constreñirla históricamente se ha tornado evitable y erradicable. Las feministas han hecho énfasis en contrastar la débil y fragmentaria democratización de las relaciones entre mujeres y hombres y, por ende, la persistencia de la violencia de género, con los esfuerzos por eliminar otras dimensiones opresivas que, al parecer, importan más. Por eso reclaman mayor compromiso de la sociedad y la intervención de los Estados 6 y de los organismos internacionales en el enfrentamiento y la eliminación de dicha violencia, y a que dicha intervención quede normada jurídicamente. Diversos procesos civiles y políticos democratizadores en España, México y 312

Guatemala condujeron a la aprobación de leyes enmarcadas en instrumentos internacionales: la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, vigente en España, la Ley General de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, 2007, vigente en México, y la Ley contra el Femicidio y la Violencia contra la Mujer, vigente en Guatemala. Las leyes son producto de procesos de innovación social emanados de la crítica política al orden patriarcal y la creación de alternativas paradigmáticas. Forman parte de la gran reforma jurídicopolítica de nuestro tiempo para garantizar vías para la vigencia y normalización de los derechos humanos de las mujeres 7 .

3. Las condiciones de país y la violencia contra las mujeres En su diversidad, España, país europeo, y México y Guatemala, países latinoamericanos, comparten intersecciones históricas recónditas. México y Guatemala fueron conquistados y quedaron sometidos al imperio español durante tres siglos, de mitad del siglo XVI hasta su independencia a principios del XIX. Comparten formas sincréticas de organización social, destacan, en particular, la organización de la sexualidad y de género, familiar y comunitaria, el idioma, creencias religiosas y múltiples dimensiones de la cultura. Confluyen en los tres países tradiciones judeo-cristianas patriarcales y la incidencia política del Vaticano es muy importante, en particular para evitar avances relativos a la sexualidad y a las mujeres, lo que ha conducido a confrontaciones sociales de ideologías y proyectos políticos partidistas y gubernamentales que se alinean o se distancian de sus mandatos. En los tres países se han abierto cauce tendencias secularizantes y modernas, y asumen en diversos grados y maneras el derecho internacional democrático. Se trata de países capitalistas que confluyen en la economía global. Comparten el mercado con sus peculiaridades y la institucionalidad democrática en la que se asemejan en dimensiones insondables de acuerdo con su nivel de desarrollo y el establecimiento de la democracia. Cada país tiene un perfil propio e inconfundible y una cultura nacional hegemónica y es a la vez multicultural, con una importante diversidad lingüística. En España conviven diversos pueblos con marcas de identidad propias, México y Guatemala están conformados por una diversidad étnica mesoamericana de origen prehispánico. Sin embargo, la historia centenaria de expoliación de los pueblos indígenas hace que la discriminación étnica y el racismo socaven su desarrollo, su libertad y su autonomía. A pesar de sus enormes diferencias en desarrollo y democracia y sus signos socioculturales propios y por lo que tienen en común, los tres países se asemejan por los altos índices de discriminación y violencia de género contra las mujeres. Por un marcado androcentrismo y por la supremacía y el monopolio político de género de los 313

hombres, en su beneficio, ejercidos sobre las mujeres. Son países patriarcales con distintos grados, tipos, niveles y estilos de conservadurismo e innovación. En los tres se dan procesos tendentes a eliminar la discriminación de género y la violencia de género contra las mujeres. Los avances y los esfuerzos hacia la igualdad son muy distintos en contenidos, ritmos y logros. Veamos algunas características de cada país: España es una monarquía parlamentaria desde 1978. Es un Estado aconfesional y, aunque la mayor parte de la población profesa alguna religión, la principal es la católica. Es el país europeo con más católicos y el Estado subsidia a la Iglesia Católica. El islam le sigue con varios millones de fieles. En España hay una diversidad social, cultural y lingüística que se concreta en una cuasi federación de diecisiete comunidades autónomas, con gobiernos y marcas propias articuladas en el Estado Español. Con todo, se han dado debates y conflictos relativos al grado de autonomía, incluso hay corrientes independentistas, y España ha enfrentado internamente una guerra terrorista. A España migran de América Latina (Ecuador, Colombia, Argentina, Bolivia, Perú, República Dominicana), de Asia, África y Europa. Las formas más ostensibles de discriminación se dan contra personas migrantes norafricanas, subsaharianas, latinoamericanas y asiáticas llegadas en gran cantidad a fines del siglo XX y principios del siglo XXI. Hay una evidente discriminación contra personas y comunidades gitanas, y contra quienes hacen manifestaciones públicas de identidad islámica e incluso solo por tener origen árabe o ser fieles del islam y tener costumbres propias. Después de la Segunda República de 1931, establecida democráticamente, España vivió una guerra civil tras un golpe de estado, a partir de 1936. Tras el triunfo de los sublevados, en 1939 se estableció una dictadura con más de un millón de víctimas mortales, presos y exiliados. Con la muerte del dictador y la proclamación de la monarquía, en 1975 se inició la transición y en 1978 se aprobó la Constitución y se inició la democracia. En los últimos años se ha dado un proceso tortuoso de memoria histórica en busca de justicia y dignificación de las víctimas. Con una población de cuarenta y siete millones de habitantes, España es la duodécima potencia económica mundial y ocupa el lugar veinte por su Muy Alto Índice de Desarrollo Humano. Con todo, en la actualidad, casi seis millones de personas están desempleadas y diecisiete millones están ocupadas. Décadas atrás, decenas de miles de españoles migraban por motivos económicos y políticos. En la última década del siglo XX y en esta, España se convirtió en país receptor de migrantes en busca de oportunidades laborales y educativas. España ha firmado y ratificado los acuerdos de derechos humanos incluyendo la CEDAW y, en la Unión Europea y en la ONU, se ha significado por la promoción de los derechos humanos de las mujeres y la igualdad entre mujeres y hombres. Desde 1917, México es una república federal representativa y democrática denominada Estados Unidos Mexicanos. La conforman treinta y dos entidades federativas. El sistema de gobierno es presidencialista. Es un Estado laico. La separación entre la Iglesia y el Estado se dio desde 1857. Después de Brasil, es el 314

segundo país con más católicos en el mundo; hay también protestantes, evangélicos y judíos. La Constitución mexicana reconoce que México es un país pluricultural conformado por una enorme diversidad étnica. El español y sesenta y tres lenguas indígenas son lenguas nacionales, aunque el idioma oficial es aquel. Es el país con más hablantes de español en el mundo. Son indígenas doce millones de un total de ciento diez millones de habitantes. México es la decimocuarta economía más grande del mundo y la duodécima por paridad de poder adquisitivo. Ocupa el lugar cincuenta y seis entre los países de Alto Desarrollo Humano, tiene el ingreso nacional bruto per cápita más alto de América Latina, lo caracterizan enormes desigualdades entre ricos y pobres y se dan muy diversas formas de discriminación étnica y racismo. La población económicamente activa es de cuarenta y cuatro millones, hay dos millones de desempleados y la mitad de las personas ocupadas trabaja en actividades económicas informales e invisibles. El país es expulsor de migrantes económicos, el 10 % de mexicanos vive en Estados Unidos y envía remesas que constituyen el tercer ingreso de divisas al país, después del petróleo y el turismo. También es receptor de migrantes de Centroamérica que van a EE.UU. y lo ha sido de diversas migraciones políticas, de exiliados de España, Guatemala, Chile, Argentina, Uruguay, Honduras, El Salvador, así como de otros migrantes de EE.UU., Alemania, Francia, etc. Tras una dictadura de treinta y cuatro años, de 1876 a 1910, se inició la lucha armada de la revolución mexicana que duró alrededor de una década, de 1910 a 1920, o hasta 1940 según algunos autores 8 . El Congreso Constituyente aprobó en 1917 la Constitución vigente. No hubo procesos de reparación a las víctimas y se calcula en un millón el número de muertos por la violencia, de una población de 15.160.000 habitantes, y medio millón más por hambrunas, descenso de la natalidad y migración. Aunque ha pasado más de medio siglo de su término, ha habido otros conflictos violentos, movimientos guerrilleros, alzamientos, represiones y la llamada guerra sucia. La violencia mítica es nodal en la ideología de la revolución mexicana. México no ha cumplido de manera suficiente con los Objetivos del Milenio. Ha suscrito y ratificado los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, incluyendo la CEDAW. Se le conoce por el emblemático feminicidio en Ciudad Juárez. Por ello y por la impunidad prevaleciente ha recibido numerosas recomendaciones de organismos internacionales y una sentencia de un tribunal interamericano en materia de violación de los derechos humanos en general y, en particular, de las mujeres. La inseguridad y un clima de violencia caracterizan la vida en México. El gobierno ha declarado una guerra cruenta e inconstitucional contra el narcotráfico y reconoce que en cuatro años esa política ha costado 40.000 víctimas mortales civiles. La Constitución Política de Guatemala de 1985, reformada en 1994, afirma que es un Estado libre, independiente y soberano, con un sistema de gobierno republicano, democrático y representativo. Guatemala está conformada por veintidós departamentos. Su población es de poco más de trece millones de habitantes. El 25 % de la población es mestiza, el 65 %, indígena (grupos mayas y garifuna), la mayoría 315

es bilingüe; el 10 % es descendiente de europeos. El idioma oficial es el español y el 75 % tiene otra lengua materna. La religión católica predomina en un 60 %, las protestantes evangélicas, en un 30 %, y otras llegan al 5 %. Es la décima economía de América Latina. Guatemala tiene el Índice de Calidad de Vida más bajo de América Latina, solo por encima de Haití. Como país de Desarrollo Humano Medio ocupa el lugar ciento dieciséis. Prevalecen una enorme desigualdad y pobreza. Guatemala está en plena posguerra. Vivió recientemente una guerra civil entre grupos guerrilleros y el ejército, y otras fuerzas de seguridad y paramilitares, que duró treinta y seis años. A partir de 1954 se eliminó la democracia y se estableció una dictadura. Tras el genocidio de 250.000 personas, 45.000 personas están aún desaparecidas, 450.000 campesinos fueron desplazados, miles de ellos refugiados en México, hubo 667 masacres y 445 aldeas desaparecidas. En 1996 se firmaron los Acuerdos de Paz. Se calcula que hay más de un millón de hombres armados ilegalmente. Por motivos políticos o económicos, decenas de miles migran a otros países como Estados Unidos y México y envían millones de dólares en remesas. Los crímenes de guerra siguen impunes aunque ha habido esfuerzos por impulsar la memoria histórica. Prevalece la inseguridad, así como la violencia de paramilitares, maras y otras organizaciones delincuenciales. En 1985 se aprobó una nueva Constitución, en 1986 se realizaron elecciones y se eligió al primer gobierno democrático. La posguerra está marcada por la impunidad y no se ha hecho justicia. Guatemala no ha cumplido con los Objetivos del Milenio y en la actualidad pasa por una crisis alimentaria severa que afecta a decenas de miles de personas. Ha firmado y ratificado solo parte de los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos y ha ratificado la CEDAW. Ha recibido numerosas recomendaciones de organismos internacionales por violaciones a los derechos humanos en general y en particular de las mujeres. La inseguridad y un clima de violencia caracterizan la vida en Guatemala.

4. Violencia y desigualdad Desde una perspectiva científica feminista, plasmada en el derecho y la práctica internacional de los derechos humanos, la violencia contra las mujeres tiene su fundamento en la desigualdad social de género y en otras desigualdades sociales 9 . Por ello, desde esta perspectiva epistemológica, para comprender las determinaciones de la violencia contra las mujeres es preciso analizar el grado de desarrollo, la posición y la situación de las mujeres y su relación con los hombres, así como el papel de dominio de género de los hombres, la violencia, el machismo y la misoginia en la condición masculina, el papel del Estado en la organización social de género y en la garantía de los derechos de las mujeres, así como el de instituciones sociales y civiles, del mercado, de las instituciones religiosas y políticas. Es preciso, asimismo, analizar la cultura en la que conviven mujeres y hombres. 316

La visión feminista parte de ubicar la violencia de los hombres contra las mujeres en la situación de género prevaleciente en cada país porque el género siempre está presente, siempre determina la experiencia y la situación de las mujeres y de los hombres. Omitir esta condición estructural conduce a desvirtuar las cosas y a alejarse de un análisis de mayor aproximación a los hechos. Es indispensable reconocer, además, que mujeres y hombres están definidos socialmente por otras condiciones sociales que impactan a su vez su condición de género, su modo y calidad de vida, su acceso al bienestar y el grado de desventaja social y de riesgo para su seguridad. Además de la condición de género, las otras condiciones y desigualdades propician discriminación y también se reproducen mediante violencia contra las mujeres por su edad, clase y grupo socioeconómico, etnia, nacionalidad y raza, estado de salud y de capacidades físicas y mentales, lingüística, religiosa, política, ideológica y de legalidad, cultural, así como el peso del encuadre regional en que viven. Todas las condiciones sociales pueden implicar para las mujeres acceso a derechos, recursos, bienes y oportunidades que contrarrestan las dimensiones opresivas de su vida y pueden funcionar también como dique, atenuante o mecanismo de eliminación de tipos y modalidades de violencia.

5. El desarrollo humano por país y la violencia de género contra las mujeres Para fines comparativos cuyo objetivo es especificar las condiciones detonantes, causales y reproductoras de la violencia contra las mujeres desde una perspectiva integral de género y derechos humanos de las mujeres, acudo al marco analítico del paradigma del Desarrollo Humano Sustentable 10 y a los informes anuales que realiza el PNUD. De acuerdo con el PNUD 11 los tres países presentan diferentes niveles de desarrollo, cifrados en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) 12 . España tiene un Índice de IDH muy alto, de 0,863, México alto, de 0,750, y Guatemala, medio, de 0,560. Sin embargo, cuando se ajusta el IDH por desigualdad, los tres países bajan. España a 0,779, México a 0,593 y Guatemala a 0,372. En España es mucho menor la desigualdad social que en México y Guatemala, ambos países caracterizados por un alto índice de pobreza. España tiene el índice más bajo de pobreza comparado con México y Guatemala, pero su tasa de pobreza es la tercera mayor de Europa 13 . En el año 2010, el 20,8 % de la población residente en España, el umbral de pobreza relativa 14 . Si se aplica el Índice de Desigualdad de Género 15 , España sube de la posición 20 del IDH a la 14, con 0,280, Guatemala sube de la 116 a la 107, con 0,713, y México baja de la posición 56 a la 68, con 0,576. Es evidente que la desigualdad de género es 317

mayor en México y, en cambio, España y Guatemala mejoran su posición por los indicadores de género. Un índice fundamental es el de bienestar cívico y de la comunidad 16 , uno de cuyos indicadores son los homicidios. La tasa de homicidios de España es de 0,9 con una percepción de seguridad del 58 %, México tiene una tasa de homicidios de 11,6 y una percepción de seguridad de 44 %, y Guatemala una tasa de homicidios de 45,2 y una percepción de seguridad de 41 %. Sin embargo, el informe no desagrega estos datos por sexo, lo que sería fundamental en el análisis de género de los homicidios cometidos contra mujeres y hombres. En cuanto a las Metas del Milenio, México y Guatemala distan muchísimo de cumplir con los objetivos planteados. La pobreza no solo no ha disminuido en términos absolutos, sino que ha aumentado en Guatemala con la crisis alimentaria vigente. En España no hay crisis alimentaria, ni mortalidad materna relevante. La mortalidad materna es grave en algunas regiones de México y en mayor medida en Guatemala. España es uno de los países europeos que, según se reporta, han cumplido con los Objetivos del Milenio y, aunque hay avances muy importantes en la disminución de la violencia de género, aún registra problemas relativos a los homicidios de mujeres perpetrados por sus parejas. En los tres países ha habido avances en los derechos aún recientes y frágiles de las mujeres pero al mismo tiempo ha habido retrocesos o pérdida. Asimismo, los cambios institucionales para hacer avanzar la igualdad o la eliminación de la discriminación y la violencia son lentos, sobre todo en lo que se refiere a la impartición y administración de justicia. En general, las instituciones se muestran poco flexibles para asumir como un mecanismo normalizado la perspectiva de género indispensable para esos objetivos. Todas las mujeres reciben violencia jurídica, judicial, institucional, también están expuestas a formas de violencia económica, patrimonial, laboral. Pero las violencias que más problemas causan y son reconocidas como un problema social son la violencia física, sexual y psicológica, particularmente en las relaciones de pareja y familiares.

6. La violencia contra las mujeres en España, México y Guatemala En España se registran, más o menos, 32.000 denuncias por violencia machista cada trimestre, un total de 128.000 al año. Lo notable en cuanto al avance en la impartición de justicia, es que el 26 % de las denuncias concluyeron en condenas con suspensión, sin prisión, pero con la llamada terapia de rehabilitación para los agresores. La Fundación Mujeres señala que el análisis de víctimas mortales por violencia de 318

género de 1999 a 2003 está basado en información recopilada por organizaciones de mujeres dado que «hasta el año 2002 el Ministerio del Interior español no recogía los asesinatos de mujeres que no tuvieran relación formalizada con el agresor (por ejemplo, mujeres asesinadas por compañeros sentimentales o sus novios no eran incluidas en las estadísticas oficiales). Esto no solo ha producido una evidente disminución del número de víctimas mortales computadas, sino que se ha perdido en las estadísticas oficiales una parte importante de la secuencia estadística que nos permitiría poder realizar este análisis» 17 . España está por debajo de la media europea y mundial en muertes por violencia de género 18 . Con todo, en cinco años fueron asesinadas 344 mujeres. En 2011 han sido asesinadas 12 mujeres; en 2010, 73; en 2009, 55; en 2008, 76; en 2007, 71; en 2006, 69. Hay 3.821 hombres en prisión por violencia de género como principal delito y llegan a un total de 6.517 hombres condenados además por otros delitos. De quienes quedan libres, reingresa el 10 % por violencia de género 19 . El Delegado del Gobierno para la Violencia, Miguel Llorente, analiza que en 2009 los asesinatos de mujeres disminuyeron un 20 % aunque en 2010 subió el número y en 2011 bajó a 67. Insiste en que el Gobierno solo no puede enfrentar el problema. El Observatorio de Violencia apunta que después de aprobada la Ley entre 2003 y 2009 pasó de 71,5 homicidios a 65,6 con una diferencia de 8,3 %. La tasa de violencia machista en el ámbito familiar fue de 16,6 denuncias por cada 10.000 habitantes en 2009 y bajó, por primera vez, a 16,4 en 2010 20 . El Ministerio de Igualdad señalaba en 2008 que «se puede afirmar, conforme a los datos, que las mujeres ahora disponen de más información y recursos para salir del problema de la violencia, cuentan con derechos sociales y económicos para abordar el futuro y de manera paralela, se ha trabajado contra la impunidad del agresor. Más de 53.000 hombres han sido condenados a penas de prisión por violencia de género en estos años» 21 . En México se considera, en una estimación sospechosamente baja, que más del 50 % de las mujeres ha vivido violencia una vez en su vida. Que la violencia sexual, física y psicológica están presentes en el 45 % de las parejas. Que para el año 2001 hubo más de 10.679 muertes violentas de mujeres (20,8 % del total), el 78 % por accidentes, el 12 % a homicidios y el 6,3 % por suicidios Y que uno de cada cinco homicidios ocurre en el hogar 22 . Para 2005 se consideró que 30 mujeres murieron al día de manera violenta, 23 por accidentes y 6 por homicidios y suicidios. El año 2004 se atendió a 17.645 niñas maltratadas, el 56 % del total de menores agredidos. Las mujeres sufrieron el 42,1 % del secuestro exprés. La mayoría de los delitos sexuales se cometió contra mujeres, un 92,9 %. En 2005 hubo 10.949 muertes violentas, 77,6 % por accidentes, 12,2 % por homicidios y 6,4 % por suicidios 23 . En la última década se crearon Fiscalías Especiales para atender casos de violencia contra mujeres en Ciudad Juárez, durante cuatro años funcionó una Comisionada Federal para atender la violencia contra las mujeres en esa entidad. Se creó para todo el país una Fiscalía Federal Especializada en Delitos Violentos contra las Mujeres y más tarde se le asignó también la Trata de Personas. Se han creado fiscalías similares 319

en varias entidades. El gobierno federal creó en la Secretaría de Gobernación una Comisión Nacional para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres. La Cámara de Diputados ha destinado millones para impulsar la armonización legislativa, investigaciones y programas. Los resultados son desalentadores. La formación profesional de operadores de justicia es insuficiente, incluso quienes hacen investigaciones para fundamentar las acciones y quienes deben instrumentar la transversalidad de género en las políticas de gobierno, así como legislar y gobernar, no conoce, no comprende y no acepta, en su mayoría, la perspectiva de género. La Comisión Especial de Feminicidio de la Cámara de Diputados, que investigó por primera vez en 2005 la magnitud del feminicidio y la violencia feminicida en el país, calculó que en el año de 2004 fueron asesinadas en diferentes entidades del país 1.205 niñas y mujeres. Lo que hace un total de cuatro mujeres asesinadas cada día, una cada seis horas. Se estimó que entre 1999 y 2005 fueron asesinadas más de 6.000 niñas y mujeres, y que en diez años han sido asesinadas más de 14.000 mujeres en México 24 . La actual Comisión Especial de Feminicidio consideró que, además de mantenerse las cifras, en los últimos cuatro años se han sumado nuevos homicidios contra más de 300 mujeres (levantadas, secuestradas y asesinadas) ligados a la violencia del crimen organizado y a la violencia represiva de cuerpos de seguridad del Estado. Se reportan miles de casos de mujeres desaparecidas, extraviadas y secuestradas, así como de mujeres víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual y laboral. En Guatemala, Amnistía Internacional en 2005 informó de que «Muchas mujeres y niñas viven sometidas a violencia de género: la violencia contra las mujeres en el ámbito familiar, la violación, el acoso sexual en el trabajo son fenómenos comunes. Asímismo las mujeres y las niñas son víctimas de trata de personas y explotación sexual. También ha habido agentes de policía implicados en casos de violencia sexual. Un gran número de las víctimas de homicidio eran menores de dieciocho años. Entre las mujeres víctimas de homicidio ha habido estudiantes, amas de casa, profesionales, empleadas domésticas, trabajadoras no cualificadas, miembros o exmiembros de maras y trabajadoras del sexo» 25 . En cuanto a los homicidios de mujeres, Guatemala sobrepasa los 10 homicidios por cada 100.000 mujeres. En Guatemala fueron asesinadas 5.027 mujeres entre 2000 y 2009 26 . El Ministerio de Gobernación reconoció que en 2009 se registraron 847 muertes violentas de mujeres y aproximadamente 4.300 casos de violencia sexual, en lo que va del 2010, se han conocido 152 27 . La Suprema Corte de Justicia creó en 2010 los Tribunales de Sentencia de Femicidio y otras Formas de Violencia contra la Mujer. Según cifras del organismo judicial, ha habido 92 procesos por femicidio, 13.650 de violencia contra las mujeres, dos por violencia física, 14 por violencia sexual, 7 por violencia psicológica y 278 por violencia económica 28 . Es significativo, en relación con la violencia de género contra las mujeres, que la 320

historia de los tres países esté marcada de maneras diferentes, por procesos bélicos, dictaduras, golpes de estado, guerras civiles, revoluciones, represión política, centenas de miles de víctimas mortales y posguerras, con procesos de memoria histórica y acceso a la justicia muy distintos entre sí. Con todo, prevalecen percepciones de impunidad relativas o de insuficiencia de las políticas gubernamentales. Los tres países han vivido bajo dictaduras y han transitado a la democracia. España es el país con una democracia más consolidada, hay mayor estabilidad del Estado de derecho, aunque se denuncia corrupción por parte de funcionarios y gobernantes y críticas a la democracia real, como la distancia entre gobernantes, políticos y ciudadanía. Sin embargo, la prevalencia de la legalidad, la participación ciudadana civil y política, un desarrollo social marcado todavía por la orientación del estado de bienestar que incluye una política de género, menores brechas entre clases y grupos sociales y un mayor acceso a bienes y servicios, se plasma de manera positiva en el desarrollo y avance personal y grupal de las mujeres, la disminución de las brechas de desarrollo entre mujeres y hombres y el establecimiento de pautas hacia la igualdad, no exento de obstáculos. Los periodos en los que las políticas de gobierno han tenido una más clara orientación democrática de género, han mejorado las condiciones de vida de las mujeres y se han fortalecido institucionalmente mejores acciones gubernamentales para enfrentar la violencia contra las mujeres. Esas son las condicionantes que permiten explicar que la violencia de género contra las mujeres sea notablemente menor a la que se da en México y Guatemala, y sea menor, también, en relación con otros países europeos de Muy Alto Desarrollo. En la escala del desarrollo y la democracia, sigue México y por último Guatemala. El que México sea un país de Alto Desarrollo Humano ha permitido el avance de las mujeres y la disminución de brechas entre mujeres y hombres. Sin embargo, los estándares altos son para las clases sociales altas y medias, y los estándares que corresponderían a un país de Bajo Desarrollo Humano se concentran entre clases sociales y grupos étnicos y otras categorías sociales (como migrantes) que viven en la marginación y la pobreza, en condiciones urbanas y rurales. El modelo es muy desequilibrado y tiene además pautas regionales de desigualdad y discriminación. Los avances se dan de manera interclasista, aunque el modelo de desarrollo de bienestar también ha dejado una capacidad instalada de acceso generalizado a la educación y a la salud y, en menor grado, al empleo. Guatemala es un país de Desarrollo Humano Medio, y el modelo de desigualdad y discriminación género-clase-etnia da cuerpo a la vida social y genera enormes problemas al desarrollo. El avance de las tendencias actuales neoliberales y reaccionarias y la crisis hacen prever para los tres países que la privatización, así como el adelgazamiento del Estado, el desmontaje del Estado de bienestar donde lo ha habido (España y México) y el sentido neoliberal impreso en la economía, repercuten en la pérdida de instituciones, presupuestos y políticas de gobierno con perspectiva de género. El diagnóstico es el aumento de brechas, la disminución de la equidad y el estancamiento o el aumento de la violencia de género contra las mujeres. 321

En México y Guatemala hay situaciones graves de violencia, como la presencia criminal en la vida social y las acciones criminales de la delincuencia organizada, el uso represivo anticonstitucional del ejército y otras fuerzas de seguridad cuya inefectividad y su contribución al incremento de la violencia son reconocidas. Es grave la impunidad social y del Estado en la procuración y administración de justicia, y la violación de los derechos humanos es cotidiana. Los resultados electorales son puestos en duda por amplias franjas de la ciudadanía. Hay desconfianza en las instituciones y una enorme distancia entre gobernantes, políticos y ciudadanía. A pesar de los altos índices de violencia no hay acciones efectivas para enfrentarla, la corrupción atraviesa los cuerpos de seguridad, los cuales no son confiables ni profesionales. En muchos casos sus integrantes, además, están involucrados en delitos. El bajo grado de desarrollo orientado al beneficio de algunos grupos sociales y la privación de bienestar social de las mayorías, la presencia de estructuras sociales estamentarias casi de castas, la segregación y la discriminación múltiple, la antidemocracia (gobierno de y para las élites), el autoritarismo, la falta de participación ciudadana, los poderes fácticos, así como la presencia previa o simultánea de violencias políticas y sociales, contribuyen a la ruptura de la legalidad. Una de las marcas de ese «modo de país» es la violencia de género contra las mujeres, que dota de enormes poderes a los hombres y es funcional al modelo de desarrollo excluyente y al Estado patriarcal. La rispidez violenta machista y misógina de género tiñe al tejido social y genera un ambiente de exaltación simbólica de la violencia y de realización de hechos violentos con impunidad. Todo ello, legitima y favorece la violencia de género contra las mujeres. Sin embargo, es necesario precisar que aunque la violencia de género contra las mujeres se da en esos contextos, sus causas directas no están en esas otras violencias sino en la dominación de género que produce desigualdad entre mujeres y hombres y discriminación contra las mujeres. La violencia de género es un recurso de dominación. La especificidad de la violencia de género contra las mujeres y sus determinaciones específicas se aprecia en las diferencias existentes entre los países en cuanto a convivencia, seguridad y bienestar social. La distancia de desarrollo y bienestar entre España, México y Guatemala se corresponde con el monto de la violencia de género. En España es mucho menor que en México y en México es relativamente menor que en Guatemala.

7. Investigar, medir y sistematizar la violencia de género El PNUD reconoce que la violencia de género es un hecho demasiado frecuente, que «no está suficientemente documentado, de manera tal que permita hacer comparaciones internacionales. La OMS calcula que el porcentaje de mujeres que han 322

vivido violencia física o sexual es del 71 % en algunos países» 29 . Como los gobiernos son los encargados de suministrar datos para la realización del Informe de Desarrollo Humano, que no haya cifras implica que los gobiernos no las generan, lo que coincide con países cuyos gobiernos no están comprometidos con la seguridad y los derechos humanos de las mujeres y consideran la violencia como algo no investigable ni publicable. Hay gobiernos que sí generan información pero no es confiable y otros más que, aun cuando generan información confiable, no es posible incorporar dicha información porque el Informe de Desarrollo Humano no la contiene. A pesar de haber sido la ONU el espacio de investigación mundial sobre la violencia contra las mujeres, aún no la incorpora como parte estructural del IDH. En concordancia con la defensa de los derechos humanos de las mujeres que se ha dado en la ONU, es inaplazable incluir la modificación del IDH por la Violencia de Género como hoy se hace con la desigualdad entre mujeres y hombres, a través del IDG. Muchos países descenderían abruptamente en su calificación debido a que la violencia de género es estructural y a la gravedad que alcanza. La visión que tenemos sobre su desarrollo se transformaría y la planeación exigiría cambios radicales en las políticas gubernamentales e internacionales. El compromiso de la ONU con la eliminación de la violencia ha permitido avances impulsados bajo su autoridad. La ONU auspició la primera investigación realizada sobre la violencia contra las mujeres que alimentó el Informe del que fue Secretario General, Kofi Annan, a la Asamblea General 30 . Dicha investigación se basó en el trabajo Faltan cien millones de mujeres en el mundo realizado diez años antes por Amartya Sen 31 . En él demostró que la desigualdad de atención al desarrollo de las mujeres por discriminación de género culminó en un déficit de más de 100 millones de mujeres en Asia y África. Mujeres muertas por desatención de su salud y, en muchos casos, por enfermedades curables, por desnutrición, por muerte materna (aborto, parto, puerperio, asesinadas por honor, muertes por secuelas de explotación sexual, por abandono en la viudez, incluso por selección y eliminación de fetos XX y por otros motivos). El cálculo es de 100 millones faltantes 32 . En el Informe del Secretario General se creó el concepto de mujeres desaparecidas 33 para dar cuenta de todas las que deberían estar, y se incluyó además el resultado de la primera investigación y el análisis de las violencias contra las mujeres en el mundo y su gravedad en muchos países. En el informe se destaca que la violencia contra las mujeres, además de atentar contra sus derechos humanos y dañar a las mujeres, afecta al desarrollo social y la convivencia pacífica. El Secretario General Ban Ki Moon encabeza la campaña mundial Unidos contra la violencia contra las Mujeres y Michelle Bachellet ha colocado como prioridad de ONU-Mujeres su intervención activa. La ONU misma se reforma para potenciar sus políticas y sus recursos financieros y técnicos en pro de los derechos humanos de las mujeres, al agrupar varias instancias en ese nuevo organismo.

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8. Cultura global de la violencia masculina contra las mujeres Sin embargo, proliferan ideologías que buscan las causas de la violencia fuera del género, lo omiten y además consideran causas de la violencia esas otras violencias, el alcohol y las drogas, la violencia del narcotráfico, de las bandas organizadas, la explotación laboral y la inseguridad en general. Además, se culpabiliza a las mujeres de haber provocado la violencia de la que son víctimas por faltas a la moral, a los usos y costumbres, incluso por trabajar, estudiar o progresar. Además, se tiende a disminuir el grado de violencia o el grado del daño infligido y se exime de responsabilidad a los hombres y se exculpa a los agresores. Con todo ello se fomenta una enorme tolerancia social a la violencia. La cultura global y las culturales nacionales y locales exaltan la violencia en general y la de los hombres en particular a través de ideologías, discursos y representaciones simbólicas. La fomentan y realizan una eficaz pedagogía masiva de la violencia a través de los medios. Incentivan una afectividad que combina el horror y el placer de la violencia, en relación con una mítica específica: sus discursos e imágenes corresponden con las ideologías sexistas, machistas y misóginas que enmarcan y expresan la violencia de género contra las mujeres. La cultura machista armoniza la exaltación de la violencia heroica de los hombres y la convierte en admirable, honorable y venerable, la fomenta y exalta. Se complementa con la misoginia que desvaloriza a las mujeres y exalta la violencia en su contra 34 . Articula en ese discurso supremacista y violento de la condición masculina la violencia contra las mujeres quienes, debido a la misoginia, no cuentan con la necesaria empatía social ante la violencia de la que son víctimas. En cambio, sus agresores tienen un plus de valoración precisamente porque forman parte del género masculino y comparten el estereotipo positivo y admirado de hombres violentos, componente dominante en la condición masculina contemporánea.

9. La igualdad y la violencia de género contra las mujeres En grados distintos, en España, México y Guatemala se ha abierto paso la igualdad en algunas de sus modalidades: ante la ley, de oportunidades y de trato. Sin embargo, en ningún país los avances en torno a la igualdad se dan de manera homogénea en todos los grupos y categorías sociales, ni en todas las esferas de la vida social y cultural, y aún falta mucho para la igualdad real, sustantiva y efectiva. En todo caso, las sociedades se manifiestan a favor de la igualdad de género y en contra de ella 35 y contra los derechos humanos de las mujeres. Se aceptan algunos derechos civiles, políticos o sociales formales, pero más atacados son los derechos sexuales y reproductivos, en especial el derecho a decidir en torno a la maternidad, el 324

embarazo y el aborto, indispensables para la autonomía y la libertad de las mujeres. Se hace aparecer a la opinión pública partida, mitad y mitad, como en algunas confrontaciones por el aborto en España o en México. En México se avanzó en la legislación sobre la igualdad y el acceso de las mujeres a una vida libre de violencia en todo el país. En el Distrito Federal, entidad más democrática, se avanzó aún más, al legislar el derecho al aborto libre y gratuito, el derecho al matrimonio en igualdad, sin mediar el sexo. Y, a la par que acudían miles de mujeres a solicitar atención en la interrupción libre del embarazo y se realizaban las primeras bodas de lesbianas y de gays, la reacción política para contrarrestar los avances fue legislar de la mano del Vaticano en dieciocho entidades en las que la derecha tenía mayoría en los congresos estatales, el derecho a la vida desde la concepción. Un atentado contra las mujeres. Como es evidente, hay una confrontación política severa en torno a los derechos humanos de las mujeres que además es manipulada para otros fines. En España, han avanzado mucho más que en México y Guatemala los derechos de las mujeres con discapacidades físicas y mentales, así como la garantía de derechos educativos y laborales provenientes del estado de bienestar, que se expresa en políticas sociales de gobierno y un sinfín de servicios sociales para lograr empleo, atención a la salud, formación cívica y política con perspectiva de género y empoderamiento de las mujeres, aun en la situación actual de crisis. La disputa por eliminar el Estado de bienestar es parte de la confrontación con perspectivas políticas de género antagónicas que fragilizan los derechos de las mujeres. España es el país con más alta participación política de las mujeres. En México, la estimación oficial es que se ha alcanzado la universalidad de la educación básica pero no en los otros niveles, y Guatemala dista mucho de tener cubierto ningún nivel educativo.

10. Las leyes de España, México y Guatemala La dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI se han significado por avances en la legislación nacional de diversos países para enfrentar la violencia de género contra las mujeres. Prevalecían leyes para enfrentar la violencia familiar o intrafamiliar sin perspectiva de género y sin particularizar en la violencia contra las mujeres, a pesar de ser la mayoría de las víctimas y de quienes se acogieron a las instituciones creadas entonces. Ligadas a la ola feminista de la última década del siglo XX en el mundo, en los primeros años del siglo XXI en América Latina ha habido una oleada legislativa que incluye, entre otros países, a México y Guatemala y, en Europa, los avances legislativos y de políticas de gobierno de España han sido precursores y notables. En España se aprobó la Ley en septiembre de 2004, en México, en febrero de 2006 y en Guatemala, en mayo de 2008. Es importante observar que las leyes forman parte de la ola feminista legislativa de entre siglos, fueron diseñadas bajo la filosofía 325

jurídica del derecho internacional de los derechos humanos de las mujeres y comparten, en términos generales, definiciones y objetivos, y, con todo, presentan diferencias significativas. La Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género 36 de España contiene una política integral de Estado de sensibilización, prevención, detección, asistencia social y jurídica, y tutela institucional y judicial para enfrentar el maltrato familiar contra la mujer. Agrava tipos penales del Código Penal y amplía la cobertura penal al considerar delitos faltas como lesiones, amenazas y coacciones. La política contenida en la Ley conforma organismos especializados como los Juzgados de Violencia sobre la Mujer, la Fiscalía contra la Violencia sobre la Mujer y la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. La Ley establece diversos programas y crea medidas de protección como órdenes de alejamiento, suspensión de las comunicaciones, privación de la patria potestad, etcétera, se crea una línea telefónica de atención de emergencia. Se mejoran los refugios, etc. El sujeto de la Ley es la mujer en relación específica con el agresor. Se define al considerar los delitos: ... en el caso en que el sujeto activo del delito sea varón y el sujeto pasivo sea o haya sido su mujer o haya mantenido una relación analógica de afectividad, haya existido convivencia o no, o sea persona específicamente vulnerable que conviva con el agresor.

Como se trata de una Ley Orgánica aprobada por el Congreso, las Autonomías han debido legislar en concordancia. En España está vigente también la Ley Orgánica para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres. La Ley General de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia, de México, lleva el nombre del primer derecho humano de las mujeres y contiene el marco jurídico de una política integral de Estado para prevenir, atender, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Tutela el derecho de todas las mujeres a una vida libre de violencia. La Ley crea mecanismos interinstitucionales como el Sistema Nacional para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, así como mecanismos de investigación e información como el Diagnóstico Nacional sobre Tipos y Modalidades de la Violencia contra las Mujeres, el Banco Nacional de Datos de Delitos Violentos contra las Mujeres. Establece la transversalidad de la perspectiva de género en la ejecución de la política de Estado y la profesionalización y especialización de quienes deben garantizar el derecho. Define las líneas de los programas preventivos, de atención y erradicación de la violencia. La Ley establece medidas de protección civiles, preventivas y de emergencia innovadoras como la Alerta de Violencia de Género asociada a la violencia feminicida, a la que define como «la forma extrema de violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, en los ámbitos público y privado, conformada por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado y puede culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres» (Capítulo V, art. 21). 326

Como se trata de una ley marco, cada una de las treinta y dos entidades federativas ha debido aprobar su ley local concordante con la Ley General. La Ley contra el Femicidio y otras Formas de Violencia contra La Mujer de Guatemala abarca a todo el país y no requiere leyes locales (departamentales), es normativa y punitiva a la vez: «Tiene como objeto garantizar la vida, la libertad, la integridad, la dignidad, la protección y la igualdad de todas las mujeres ante la ley». También tiene «el fin de promover e implementar disposiciones orientadas a erradicar la violencia física, psicológica, sexual, económica, o cualquier tipo de coacción en contra de las mujeres, garantizándoles una vida libre de violencia» (Capítulo I, Disposiciones Generales). Queda establecido en la Ley el derecho a la asistencia integral a las mujeres víctimas y sus hijas e hijos (atención médica y psicológica, apoyo social, seguimiento legal, formación e inserción laboral, asistencia de un intérprete) [Capítulo II, art. 3.d)]. La Ley reconoce y define la violencia contra la mujer, la violencia económica, la física, la psicológica o emocional y la sexual. Entre sus definiciones destaca la de femicidio como «muerte violenta de una mujer ocasionada en el contexto de las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, en ejercicio del poder de género en contra de las mujeres» [Capítulo II, art. 3.e)]. El sujeto de la Ley son todas las mujeres. No es restrictiva. «Víctima: Es la mujer de cualquier edad a quien se inflinge cualquier tipo de violencia» [Capítulo II, art. 3.i)]. En Guatemala está vigente también la Ley de Dignificación y Promoción integral de la Mujer que se propone «promover el desarrollo integral de la mujer y su participación en todos los niveles de la vida económica, política y social de Guatemala». [Capítulo I, art. 2.a)]. En cuanto al ámbito de aplicación: «Tomar las medidas necesarias para garantizar el bienestar general de todas las mujeres en condiciones de equidad de derechos» [Capítulo I, art. 5.a)].

11. Críticas a las leyes contra la violencia Detractores de la Ley Orgánica de Violencia de Género, de España, afirman que es injusta y rompe el principio de igualdad, que no se han abatido las conductas violentas y se ha gastado mucho. Se argumenta también que las mujeres mienten y denuncian falsamente a hombres, movidas por perversas intenciones y que la Ley propicia ese engaño y ataque a los hombres. Se concluye que es fallida y debe eliminarse. Beatriz Gimeno y Violeta Barrientos consideran que «a pesar de su extenso contenido, a pesar de que la Ley tiene 72 artículos, modifica más de 15 importantes leyes y prevé importantes cambios en la legislación general, fueron las medidas penales que contempla las únicas que suscitaron y suscitan debate. Estas medidas penales fueron objeto de enconados debates teóricos por dos motivos: el contenido de 327

las mismas, es decir el tipo de penas que contempla la Ley para los maltratadores, y a quién se aplican estas penas, es decir, a quién considera la Ley maltratador, cómo delimitar el ámbito de la violencia, qué considera la Ley violencia de género, que lo que ésta contempla como delito se refiere no solo a la violencia extrema, el asesinato o las lesiones graves, sino que incluye las lesiones leves, las amenazas, las coacciones y las vejaciones» 37 . Se discute también que rompe con el principio de igualdad, al crear una política solo para las mujeres, y se asevera que es discriminatoria de los hombres. Se descalifica a los juzgados específicos de violencia contra las mujeres, con el mismo argumento de discriminación a los hombres. Se desautoriza a las mujeres que denuncian y algunos medios hacen una campaña de acusación a las mujeres de hacer declaraciones falsas, y generalizan el hecho como un estereotipo. Asimismo, se trata de descalificar la Ley por el incumplimiento de las medidas de protección (alejamiento, frecuencia de visitas a hijos e hijas, por parte del agresor, etc.), se alienta la desconfianza hacia las mujeres y se refuerza la misoginia social. Pero el argumento más esgrimido es que, a pesar de que han pasado varios años desde la aprobación de la Ley, no bajan los homicidios, o se sigue matando mujeres y, a pesar del breve tiempo de vigencia de la Ley y de la dificultad de construcción del andamiaje institucional y social para que funcione, quienes están en contra la valoran como inservible y no ponderan la situación de otros delitos, ni la eficacia real de las medidas de prevención, protección y atención, ni el acceso de las mujeres a la justicia en la mayoría de los casos. Acusan a la Ley de criminalizar conductas que legitiman como costumbres identitarias y aseguran que no alcanzarían las cárceles. En México, se dice que la Ley General es inconstitucional porque atenta contra la igualdad ante la ley al considerar solo a las mujeres como víctimas de la violencia, está mal redactada y habría que corregirla, es inaplicable, no tiene dientes, lo que significa que debería ser punitiva, cuando es garantista y preventiva. La descalifican y además la ven innecesaria. En cambio, organizaciones feministas denuncian que el gobierno incumple con el desarrollo progresivo del marco jurídico de la Ley, que sus operadores actúan con resistencia y no promueven su cumplimiento, lo acusan de falta de voluntad política y le exigen acciones para desarrollar la política de Estado que contiene. Sobre la Ley de Guatemala, las diputadas recibieron quejas de su no aplicación e inclusive hicieron una gira por diversos departamentos para saber qué pasaba. Concluyeron que hay un gran desconocimiento de la Ley por parte de operadores de justicia, organizaciones civiles y las mujeres mismas ya que la Ley no ha sido difundida ni se ha formado en ella a quienes deben aplicarla. Tampoco se han establecido mecanismos gubernamentales de verificación de su cumplimiento. Se han dado casos, en que autoridades se han negado a considerar feminicidio a homicidios cometidos por razón de género. En los tres países se considera que se trata de leyes intervencionistas y que el Estado no debe criminalizar a los hombres por los malos tratos, que seguramente fueron propiciados por las mujeres, y se deben a problemas y conflictos cotidianos. 328

Atenta contra la libertad de las personas que deben decidir cómo se relacionan, sin ingerencia del Estado. En un mismo atado ideológico, rechazan la protección del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, con su rechazo a la legislación que protege espacios libres de humo de tabaco o de ruido, a la que acusan de intromisión en decisiones personales de fumar o de hacer escándalo. Incluyen lo políticamente correcto en cuanto a igualdad de trato y respeto a la integridad de las mujeres y de otros grupos discriminados. Acusan al Estado de totalitario. Descalifican la Ley intelectuales, jueces, magistrados, abogados, constitucionalistas, penalistas, expertos en derechos humanos y un sinfín de políticos, periodistas y comunicadores, administradores, funcionarios y gobernantes que consideran aberrante considerar a las mujeres como sujetas sociales, sujetas jurídicas, sujetas de derecho. Argumentan con horror destemplado que entonces habría que legislar por edades, etnias y capacidades, y que eso sería una locura. No se acepta que haya una legislación para erradicarla, en consonancia con la negativa a reconocer causas de género, es decir, que la violencia se origina y reproduce como parte de la dominación generalizada de los hombres sobre las mujeres, su supremacía sexual, física, intelectual, económica y política, y la desvalorización de las mujeres frente a ellos. En nombre de la igualdad se elimina la real desigualdad integral de las mujeres, su especificidad en la sociedad (condición, situación y posición de género) y absolutizan la igualdad enunciativa ante la ley. O se acusa de valorar más la vida de las mujeres que la de los hombres, solo por definir una política de Estado específica dirigida a resolver una problemática de género de las mujeres y de la sociedad. Cometen una gran injusticia y muestran una profunda ceguera ante los condicionantes específicos de la violencia de los hombres contra las mujeres relativos a las vías masculinas de perpetuar su poder de dominio de género sobre las mujeres y su supremacía. Quienes se oponen a que las mujeres sean sujeto de derecho, tampoco asumen la relación de la violencia con la vigencia de tipos de organización social antidemocrática y patriarcal en la sociedad, la economía, el mercado, la política y la cultura. Desde luego no reconocen que los hombres monopolizan posiciones, espacios, recursos y bienes, ni la expropiación sexual, económica, política y social de los hombres y la sociedad, a las mujeres. Quienes se oponen a la legislación que tutela y garantiza derechos de las mujeres como sujeto jurídico en igualdad, tales como el derecho a la vida, a la integridad, a la dignidad, a la igualdad y a la seguridad, no reconocen que la violencia de género atenta contra esos derechos. Se acusa a las Leyes de las faltas y fallas en su aplicación. Poco se analiza la necesidad de cambios institucionales para que puedan ser aplicadas y la necesidad de destinar el presupuesto suficiente para ello. Los rezagos en la atención de denuncias en los juzgados son utilizados como prueba de la ineficacia de la Ley y no de la obsolescencia de los sistemas de administración de justicia. En México y Guatemala hay quienes consideran que la Ley es letra muerta porque se piensa que cualquier ley lo es. Y, en lugar de procurar que no lo sea y superar la 329

debilidad institucional y la simulación en su aplicación, se corrobora que la legalidad no es el camino en la construcción de los derechos humanos de las mujeres y de la igualdad entre los géneros. Se afirma, además, que eso se logra en la práctica. Las objeciones a la Ley se complementan con la enorme dilación en la puesta en práctica de las respectivas leyes por parte de los gobiernos, y con la enorme resistencia pasiva y activa para impedir el diseño de las políticas gubernamentales y los mecanismos para su ejecución. Diversos organismos internacionales han emitido recomendaciones a los gobiernos de México y Guatemala para poner fin a la impunidad y realizar acciones que conduzcan al acceso de las mujeres a la justicia. Han recomendado el desarrollo de políticas de gobierno, la creación de instancias especializadas, así como la revisión del marco jurídico con la eliminación de todas las normas que atenten contra los derechos de las mujeres. Señalan la urgencia de realizar la armonización legislativa integral contenida en los compromisos internacionales de esos países con la ONU y la OEA, al suscribir la CEDAW y Belém Do Pará. El emblemático caso del feminicidio en Ciudad Juárez, Chihuahua, tuvo una respuesta judicial que es un hito histórico en la justicia a las mujeres víctimas de violencia y feminicidio. Asimismo, es un hito en el derecho internacional. Es el Caso Campo Algodonero vs. México y su materia son los feminicidios de la joven Claudia Ivette González y las niñas Esmeralda Herrera Monreal y Laura Berenice Ramos Monarez, cuya familia solicitó asilo a EE.UU. La Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió una condena de culpabilidad al Estado mexicano por incumplir su responsabilidad internacional de garantizar los derechos humanos en tres casos de mujeres desaparecidas, torturadas y asesinadas en Ciudad Juárez, además de violaciones a derechos humanos de sus familiares: «El Estado violó los derechos humanos de las tres, así como los de sus familiares, por lo que serán considerados parte lesionada y serán objeto de las reparaciones» 38 . La falta en que incurrió el Estado consistió en no haber diseñado e impulsado la política derivada de la Convención Belém Do Pará. No se le acusa de la muerte de las tres mujeres, sino de no garantizar la vida de las mujeres y de la violación de sus derechos humanos 39 . La culpabilidad del Estado mexicano no solo se ha evidenciado en torno a la violencia feminicida en Ciudad Juárez, ni solo en tres de los más de 800 feminicidios reportados en ese municipio. La condena es por violar los derechos humanos de todas las víctimas de feminicidio en México, al no haber desarrollado una política nacional de género efectiva para garantizar los derechos humanos de las mujeres en cumplimiento de sus compromisos internacionales. Después de varios años de vigencia de la Ley en México se continúa en el proceso de armonización legislativa. Se han presentado iniciativas federales y locales para reformar de manera integral los Códigos Penales y Civiles, así como los respectivos códigos de procedimientos, en concordancia con diversas leyes: la LGAMVLV, la Ley de igualdad entre Mujeres y Hombres, la Ley de Protección de los Derechos de las Niñas, los Niños y los Adolescentes, la Ley de Prevención y Erradicación de la 330

Discriminación, La Ley de Prevención y Erradicación de la Trata de Personas 40 . Incluye la creación de tipos penales como el feminicidio y otros, la formulación de sanciones, la eliminación de las normas discriminatorias contra las mujeres como el estupro y la consideración del honor y la moral en conductas delictivas, y la equidad de las penas. En España se ha generado una mayor conciencia civil y gubernamental en torno a la violencia, la cual es repudiada públicamente por personas, organizaciones civiles, comunidades, ayuntamientos, gobiernos autonómicos y por el Gobierno español. De hecho, el país que ha desarrollado una política integral más articulada, frente a la violencia de género, es España. Destaca la aplicación de medidas integrales de protección a las mujeres, así como su acceso a la justicia, con la intervención de los tribunales, el alto número de sentencias a los maltratadores, la formación profesional de operadores de justicia y el diseño de políticas específicas para mujeres en situación de riesgo. Por ejemplo, el Plan de Prevención y Atención de la Violencia de Género en Población Migrante Extranjera y, en general, los logros en la transversalidad de la Ley de Igualdad en las políticas de los gobiernos. Solo la Ley española ha sido evaluada hasta ahora 41 . Y la evaluación institucional es muy positiva. Las Leyes de México y Guatemala navegan en un mar de calificaciones negativas y positivas desinformadas, y superficiales, y por ende desautorizadas. Son solo opiniones. Las instituciones no actúan con transparencia y no han informado sobre la aplicación de las leyes y las políticas de gobierno, como es su obligación. En ambos países, organismos civiles se pronuncian permanentemente sobre aspectos puntuales y exigen la aplicación de la ley, pero eso no es una evaluación. Las Leyes de México y Guatemala deben ser sometidas a evaluación a partir de una metodología de investigación científica con perspectiva integral de género. Para ello se requiere un diagnóstico a nivel nacional y local de la evolución de la violencia antes y después de las Leyes, realizado con la misma metodología e indicadores que permitan identificar el grado y la eficiencia de la implementación institucional de la Ley y de la aplicación de su presupuesto. En ninguno de los dos países se ha realizado el diagnóstico que permita evaluar. Es ineludible hacerlo sin dilación. Se requiere asimismo incorporar los resultados de un seguimiento independiente realizado por las organizaciones, redes y observatorios civiles. Es indispensable una evaluación por parte de ONU-Mujeres y del Comité Belém Do Pará, realizada por un grupo de expertas internacionales. El cometido es señalar las insuficiencias y los aciertos, y emitir recomendaciones con prioridades y nuevas metas temporalmente limitadas. Construir una planeación institucional calendarizada por objetivos, con fines correctivos y de verdadera incidencia. Ante la gravedad de la violencia contra las mujeres es urgente lograr una sinergia internacional, nacional y local en cada país, y concertar la articulación y el fortalecimiento de movimientos, instituciones académicas, civiles y políticas, con gobiernos e instituciones internacionales para aprender de las experiencias, potenciar acciones conjuntas, avanzar con cambios estructurales en la organización social de 331

género, dar vuelta a la hoja y avanzar en la garantía del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, parte sustantiva de los indivisibles, intransferibles, irrenunciables, universales derechos humanos.

Lecturas recomendadas • RUSSELL, D. E., y RADFORD, J. (edit.) (2006): Feminicidio. La Política del Asesinato de las Mujeres, CEIICH-UNAM, México D.F. El libro es una traducción al castellano, de la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, del editado en 1992 en Estados Unidos por una de las autoras, Diana Russel, que acuñó por primera vez el término de feminicidio en 1976 (en el Tribunal Internacional de Crímenes contra las Mujeres que tuvo lugar en Bruselas) como el asesinato misógino de mujeres por parte de hombres por el hecho de ser mujeres. La obra ilustra a lo largo de 700 páginas numerosos y variados ejemplos de la violencia feminicida que propicia el sistema patriarcal como un medio para mantener la opresión de las mujeres, más allá de imaginarias fronteras espaciales o temporales. El libro analiza también las conexiones de dichas violencias con el racismo, la prostitución y la pornografía o la administración de justicia para las mujeres, además de algunas de las respuestas organizadas desde los movimientos feministas frente al problema y futuras estrategias a seguir. • BIGLIA, B., y SANMARTÍN, C. (coords.) (2007): Estado de Wonderbra. Entretejiendo narraciones feministas sobre las violencias de género, Virus, Barcelona. Se trata de un interesante trabajo colectivo en el que diferentes autoras y autores hablan de las violencias que se ejercen sobre las identidades, los cuerpos y la sexualidad de las mujeres (incluidas inmigrantes, gitanas, presas, «enfermas mentales», lesbianas o transexuales) junto con otros ejemplos de lo que consideran violencias biopolíticas desde el propio Estado, como una propuesta de ir más allá del discurso generalizado que aborda la violencia contra las mujeres solo en el ámbito doméstico o familiar y en tanto que fenómeno morboso y de nota roja. El libro aborda el estudio de estas violencias poniéndolo en relación con el lugar que las mujeres ocupan en la historia, en los medios de comunicación, en la educación o en el poder, incluyendo también una autocrítica a las, a veces, limitadas prácticas y políticas feministas. En la última parte se recogen además algunas experiencias de acción y resistencia para la construcción de alternativas. • MARUGÁN, B., y VEGA, C. (2002): «Gobernar la violencia: apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado», Política y Sociedad, 39, 2: 415-435. En este artículo las autoras analizan temas tan interesantes como la emergencia pública de la violencia contra las mujeres y su gobernabilidad en un periodo de redefinición de los términos del contrato sexual (PATEMAN, 1993), por el retroceso de 332

la familia tradicional y el descenso de la natalidad. Asimismo se aborda el análisis histórico de las relaciones intersexuales en España, reivindicando el papel esencial que ha tenido el feminismo, al que debemos la primera enunciación del problema de la violencia contra las mujeres y la consiguiente modificación de los umbrales de conformidad en que se expresa y/o concibe la subordinación femenina. Por último, se analizan ejemplos de lo que las autoras consideran la actual biopolítica sobre el fenómeno, como serían la gestión por una empresa privada del servicio de atención a la violencia doméstica (Ayuntamiento de Madrid), o el uso de pulseras que sustituyen las casas de acogida, abaratando costes y convirtiendo a las mujeres (y no a los agresores) en receptoras de la intervención «extitucional» (caso de Cataluña).

Páginas web recomendadas

• http://www.mujeresdejuarez.org/ Nuestras Hijas de Regreso a Casa, AC. • http://www.poderjudicial.es/cgpj/es/Temas/Violencia_domestica_y_de_genero/El_Observatorio_c El Observatorio Contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial. • http://www.un.org/es/women/endviolence/index.shtml Campaña del Secretario General de las Naciones Unidas: Unidos para poner fin a la violencia contra las mujeres.

Actividad práctica Realiza un breve ensayo sobre la institucionalización de las políticas contra la violencia de género en España. Si prefieres, puedes concretarlo en una comunidad autónoma.

1 LAGARDE, Marcela, «Sinergia por nuestros derechos humanos. Ante la violencia contra las mujeres en México, España y Guatemala», en Marcela Lagarde y Amelia Valcárcel (coords.), Feminismo, género e igualdad, Pensamiento Iberoamericano, AECID y Fundación Carolina, Madrid, 2001, 63-84. 2 MAQUIEIRA, Virginia, Mujeres, globalización y derechos humanos, Cátedra, Madrid, 2010. 3 LAGARDE, Marcela: «El derecho humano de las mujeres a una vida libre de violencia», en, Maquieira, Virginia, op. cit.: 477-525. 4 Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ONU, 1993. 5 El orden o la organización social patriarcal es un orden de propiedad social y privada de las mujeres a través de la expropiación-apropiación, posesión, usufructo y desecho de sus cuerpos vividos, su subjetividad,

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sus recursos, bienes, productos y obras. Las normas regulan el control de su sexualidad, sus capacidades reproductivas, su erotismo, su maternidad, su capacidad amatoria, su trabajo, incluso su salud. Los controles permiten que otros se apropien de la atención y de las capacidades de las mujeres y aseguran que las mujeres sientan que no tienen control sobre sus cuerpos y sus vidas, plenamente enajenados. LAGARDE, Marcela, Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia, Horas y horas, Madrid, 1996. 6 MACKINNON, Catherine A., Hacia una teoría feminista del Estado. Cátedra, Madrid, 1995. 7 BUNCH, Charlotte, HINOJOSA, Claudia, y REILLY, Niamh, Los derechos de las mujeres son derechos humanos. Crónica de una movilización mundial, Rutgers-Edumex, México, 2000. 8 Knight, Alan, The Mexican Revolution, Cambridge University Press, Cambridge, 1986. 9 Declaración Belem Do Pará. 10 Mahbub ul Haq, uno de los creadores de este paradigma, con Martha Nussbaum y Amartya Sen, sostiene que «La dimensión humana del desarrollo no es un agregado más al diálogo sobre el desarrollo. Es una perspectiva completamente nueva, una manera revolucionaria de redefinir nuestro acercamiento convencional al desarrollo. Con esta transición en el pensamiento la civilización humana y la democracia deberían alcanzar otro peldaño. Más que residuos del desarrollo los seres humanos podrían convertirse en su principal objeto y sujeto. No una olvidada abstracción económica sino una viviente realidad operativa, no víctimas indefensas o esclavas de los mismos procesos de desarrollo cuyo control no ha estado en sus manos sino en la de sus amos, que ellas no han controlado, sino sus amos. Tras muchas décadas de desarrollo, establecer la supremacía de la gente en el desarrollo económico es un apasionante desafío, implica ir hacia un nuevo paradigma del desarrollo humano…», 11-12, HAQ, Mahbub ul, Reflections on human development, Oxford University Press, Oxford, 1995. 11 Los datos siguientes están tomados del Informe de Desarrollo Humano: La verdadera riqueza de las naciones, PNUD, 2010. 12 El Índice de Desarrollo Humano está constituido por el Índice de esperanza de vida al nacer, el Índice de educación y el Índice de ingresos. 13 En 2005 era la quinta, de acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida, 2005. La pobreza relativa de los españoles, El País, 11/12/2006. 14 Encuesta de Condiciones de Vida. Datos provisionales 2010, Instituto Nacional de Estadística. 15 El Índice de Desigualdad de Género, IDG, se conforma por: la tasa de mortalidad materna, la tasa de fecundidad adolescente, el tanto por ciento de escaños ocupados por mujeres en el parlamento, la población (mujeres y hombres) con al menos secundaria completa, el tanto por ciento de mayores de veinticinco años, la tasa de participación en la fuerza de trabajo, la tasa de uso de anticonceptivos (de mujeres casadas de entre 15 y 49 años), la cobertura prenatal (al menos una consulta), el tanto por ciento de partos atendidos por personal sanitario especializado, PNUD, 2010. 16 El Índice de Bienestar cívico y de la comunidad tiene dos apartados: a) delincuencia y seguridad: la tasa de homicidios (por cada cien mil personas), la tasa de robos (por cada cien mil personas), el tanto por ciento de víctimas de asalto que informa haber sido víctima, el tanto por ciento de percepción de seguridad, y b) la satisfacción con los índices de bienestar: comunidad, vivienda asequible, calidad de la atención de salud, sistemas educacional y escuelas, calidad del aire, calidad del agua. 17 Fundación Mujeres, Informe sobre violencia contra las mujeres en España. Tasas y tendencias de homicidios /asesinatos 1999-2003. 18 La tasa más alta es la de Chipre (12,5) y la más baja, la de Mónaco (0,00). España, con 2,81, ocupa el lugar 14, más bajo que Francia (5,22), Inglaterra (4,20), Noruega (3,07), o Italia (3,68). Violencia contra la mujer en las relaciones de pareja. Estadísticas y legislación, Instituto de Estudios sobre Violencia, Centro Reina Sofía, Universidad Internacional Valenciana, 2011. 19 Fundación Mujeres, ídem. 20 Observatorio de Violencia de Género, Fundación Mujeres.

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21 Evaluación de la Aplicación de la Ley Orgánica 1/2004, 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de género, Informe ejecutivo, Ministerio de Igualdad, Gobierno de España, 2008. 22 Estadísticas a Propósito del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, INEGI, México, 2003. 23 Estadísticas a Propósito del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, INEGI, México, 2005. 24 LAGARDE, Marcela (coord.), Investigación Diagnóstica sobre la violencia Feminicida en la República Mexicana, Comisión Especial para Conocer y Dar Seguimiento a los Feminicidios en la República Mexicana, H. Congreso de la Unión, Cámara de Diputados, LIX Legislatura, México, 2006. 25 Amnistía Internacional, Ni protección ni justicia: homicidios de mujeres en Guatemala, Amnistía Internacional, 2005. 26 CARCERO, Ana (coord.), No olvidamos ni aceptamos: feminicidio en Centroamérica, CEFEMENINA, San José de Costa Rica, 2010. 27 Cerigua, Ley contra el femicidio: Dos años después aún no hay justicia para las víctimas, 2010. 28 Ibíd. 29 PNUD, Informe de Desarrollo Humano 2010, p. 102. 30 ANNAN, Kofi, Informe del Secretario General a la Asamblea General, 2008. 31 SEN, Amartya «Faltan cien millones de mujeres», en BUNSTER, Ximena, ENLOE, Cynthia, RODRÍGUEZ, Regina (eds.), La mujer ausente. Derechos humanos en el mundo, Isis Internacional, n.º 15; 96-108, Santiago de Chile, 1996. Véase también: MANIER, Benedict, Cuando las mujeres hayan desaparecido, Feminismos, Madrid, 2007. 32 ANNAN, Kofi, op. cit. 33 La expresión mujeres desaparecidas se refiere a la condición desfavorable de la mujer que resulta de los patrones de mortalidad femenina y el cociente entre niños y niñas al nacer. Según estimaciones de la ONU, esta razón ha aumentado en el mundo de 1,05 a comienzos de 1970 al nivel máximo de 1,07 en los últimos años, ibíd., p. 86. 34 LAGARDE, Marcela, «La construcción de las humanas», en GUZMÁN STEIN, Laura: Estudios Básicos de derechos Humanos IV: 83-124, IIDH, Comisión de la Unión Europea, San José de Costa Rica, 1996. 35 Muestra de ello fue la votación solo mayoritaria de la Ley de Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres en el Congreso de los Diputados. El partido de la derecha votó en contra. 36 La Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género también es llamada Ley Integral contra la Violencia de Género. Hay leyes específicas como la Ley Orgánica de medidas concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros, 11/2003, del 29 de septiembre, que introdujo modificaciones al Código Penal. JARABO-QUEMADA, CONSUE-RUIZ y Pilar BLANCO (dirs.), La violencia contra las mujeres, prevención y detección, 211-224, Díaz Santos, Madrid, 2007. 37 GIMENO REINOSO, Beatriz, y BARRIENTOS SILVA, Violeta, Violencia de género versus violencia doméstica: la importancia de la especificidad, Ciudad de las Mujeres, http://www.ciudaddemujeres.com. 38 Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y Peritaje del Caso Campo Algodonero vs México. Red de Investigadoras Por la Vida y la Libertad de las Mujeres / UNIFEM, México, 2010. 39 LAGARDE, Marcela, op. cit. 40 LAGARDE, Marcela, «Epistemología de los derechos humanos de las mujeres», en Marco jurídico de los derechos humanos de las mujeres, Red de Investigadoras por la Vida y la Libertad de las Mujeres, México, 2010.

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41 Evaluación de la Aplicación de la Ley Orgánica 1/2004 de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, op. cit.

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Capítulo 11 Las políticas de género y el género en la política ROSA COBO VIRGINIA GUZMÁN CLAUDIA BONAN JANNOTTI

1. Democracia y crisis de la legitimación patriarcal, por ROSA COBO 1.1. INTRODUCCIÓN La democracia se ha convertido en objeto de debate en estos últimos años, pues los intensos y acelerados cambios sociales, de un lado, y las dificultades de las democracias para representar a los colectivos sociales marcados por la desigualdad, de otro, están empujando a las feministas a reflexionar sobre los límites de las democracias contemporáneas. En efecto, la aparición de un nuevo orden internacional tras la caída del muro de Berlín, el intento de derribo del modelo de bienestar europeo, la pérdida de legitimidad del conflicto social, la globalización de las políticas neoliberales, el enriquecimiento de las élites económicas a escala global, la separación creciente norte/sur y el aumento de la pobreza en todo el mundo, ha empujado a la Sociología a reflexionar sobre estos recientes cambios en el escenario mundial y a analizar su influencia sobre las democracias representativas. En este contexto de absorción de la política por la economía, de debilitamiento de las instituciones democráticas, de pérdida de parcelas de soberanía de los estados nacionales a favor de las grandes instituciones multilaterales y de los mercados y de aumento de las desigualdades, la reflexión sobre la democracia es una tarea intelectual ineludible. Pues bien, en medio de esta intensa reflexión sobre la crisis de la democracia representativa, las feministas han iniciado un nuevo debate en torno a la baja participación de las mujeres en el poder político 1 y, en general, sobre el carácter defectivo de la democracia para las mujeres. Y muchos datos ponen de manifiesto que el debate sobre la democracia paritaria va a ser una de las grandes discusiones políticas del siglo XXI, pues en todos los países del mundo en los que existe un movimiento feminista se está proponiendo un nuevo reparto de poder entre varones y mujeres. 337

La reflexión inevitable desde la Sociología del Género es cómo se puede avanzar en la construcción de una sociedad democrática en la que la ciudadanía pueda ser ejercida plenamente por las mujeres sin recortes ni insuficiencias. El primer supuesto sobre el que es necesario tomar conciencia es el de reconocer el carácter defectivo de la democracia. En efecto, sin reconocer los déficits de democracia para ciertos sectores de población y para determinados grupos sociales, es decir, sin conceptualizar la existencia de «agujeros negros de desigualdad» no se puede transformar la sociedad. Para ello, es necesario reflexionar sobre la relación entre la ciudadanía y otras variables sociales como el género, la ubicación social y económica o la pertenencia cultural o racial, entre otras. En este texto se parte de la hipótesis de que una democracia justa e igualitaria y una ciudadanía plena no pueden detenerse en los aspectos procedimentales. Por el contrario, tiene que desarrollar derechos y políticas sociales y económicas que desactiven las desigualdades y especialmente aquellas que tienen causas estructurales. Dicho en otros términos, una democracia y una ciudadanía no defectivas tienen que aplicar necesariamente políticas de redistribución y de reconocimiento —no identitarias ni esencialistas— para deshacer aquellas desigualdades que recortan de hecho el ejercicio de la ciudadanía. La idea de fondo es que los sistemas sociales y políticos democráticos están necesariamente vinculados a la estratificación y al tipo de políticas que se aplican en su interior. Si una sociedad distribuye desigualitariamente los recursos entre hombres y mujeres, si el trabajo gratuito —tareas domésticas y de cuidados— no está repartido paritariamente, si el mercado laboral está segregado por sexo, si existe violencia de género, si el poder político es básicamente masculino y si la pobreza golpea en mucha mayor medida a mujeres, entonces no parece plausible dudar de que nuestras democracias esconden mecanismos que crean y recrean jerarquías de género y distribuciones asimétricas de recursos. Pues bien, los sistemas democráticos toleran —no formalmente pero si de facto— la desigualdad de género. Una mirada lúcida e interesada desde este punto de vista nos muestra una distribución de recursos políticos, económicos, culturales, simbólicos, de autonomía o de autoridad, entre varones y mujeres desproporcionada a favor de los primeros.

1.2. LA PRIMERA OLA FEMINISTA. EL SIGLO XVIII: CONTRATO SEXUAL Y DEMOCRACIA Las democracias contemporáneas no pueden ser explicadas sin analizar previamente su origen. Para entender las actuales democracias hay que remitirse al siglo XVIII, donde se construye una epistemología basada en una razón universal accesible a todos los individuos y una ética basada en principios y derechos universales. El sistema cognitivo que se construye en Occidente en el siglo XVIII se fundamenta en una razón que no solo no jerarquiza a los grupos humanos sino que se muestra crítica con las jerarquías no fundadas en el mérito. Su característica principal es la universalidad. La Ilustración formula la razón como una facultad humana ciega 338

a las culturas, a las razas o al sexo. La ética que acompaña a esta epistemología, al igual que la razón, es universal. Todos los individuos, por el solo hecho de ser humanos, tienen los mismos derechos, por lo que la ética ilustrada tampoco propone jerarquizar a los grupos humanos. Estas construcciones culminan en la noción de democracia como el mejor sistema de organización política. La democracia, tal y como es conceptualizada en la Ilustración, sea en la tradición liberal —Locke— o en la de la democracia radical —Rousseau—, también encuentra su fundamento en la universalidad. La democracia se instalará lentamente a lo largo de la Modernidad, es decir, a partir del siglo XVIII, con interrupciones y sobresaltos en una parte del mundo y se convertirá en un espejo en el que se mirarán muchas sociedades no occidentales. La democracia se ha edificado sobre los individuos, frente al mundo medieval, cuyo fundamento fueron los estamentos. En efecto, la noción de individuo se construye en medio de la crisis y descomposición del estamento: se debilitan las entidades colectivas que habían articulado la vida social y política en la Edad Media y se refuerza la subjetividad individual. El individuo se convierte en un sujeto político con más derechos que obligaciones. La democracia, por tanto, se concibe como un sistema social y político que no reconoce grupos, sino individuos. Y esos individuos adquieren la condición de la ciudadanía tras descomponerse la condición de súbdito de la Edad Media. Pues bien, el principio de individuación es la condición de posibilidad de la democracia. La idea de universalidad es el pilar sobre el que reposan la democracia y la ciudadanía. La democracia se convertirá en el modo de organización social y político que defiende los mismos derechos para todos los individuos, que se basa en la igualdad de todos los sujetos ante la ley, y en la imparcialidad de la misma con todos y cada uno de los ciudadanos. Esta concepción de la igualdad excluye la arbitrariedad del Estado respecto a quienes están definidos como iguales. Precisamente por eso la universalidad es la noción central de la modernidad. Es una imagen regulativa fundamentada en la idea de que todos los individuos poseemos una razón que nos empuja irremisiblemente a la libertad, que nos libera de la pesada tarea de aceptar pasivamente un destino no elegido y nos conduce por los sinuosos caminos de la emancipación individual y colectiva. La universalidad abre el camino a la igualdad al señalar que de una razón común a todos los individuos se derivan los mismos derechos para todos los sujetos. El universalismo moderno se fundamenta en una ideología individualista que defiende la autonomía y la libertad del individuo, emancipado de las creencias religiosas y de las dependencias colectivas. En definitiva, la ideología racionalista ilustrada se asienta en la idea de una única humanidad en la que todos los individuos tienen el mismo valor y los mismos derechos. La idea es que la democracia debe fundarse en la igualdad y para ello será necesario despojar a los individuos de características como las variables raciales, étnico-culturales o económicas. La imparcialidad del Estado y de la ley debe ser tan radical que no debe tener en consideración ningún atributo social de los individuos. Sin embargo, en las dos últimas décadas del siglo XX comenzó un proceso crítico 339

al sujeto de la modernidad precisamente por eso, por desconocer variables que actuaban como elementos de desventaja social. Las críticas a ese sujeto inverosímil señalaban que las desigualdades no se pueden deshacer a no ser que actuemos concretamente sobre aquellas estructuras que producen desigualdad. La conclusión, por tanto, es que la democracia no puede actuar como si desconociese la raza, la clase o el género porque entonces se priva de instrumentos para desactivar esas desigualdades. Libertad, igualdad y fraternidad son las señas ideológicas de la Revolución Francesa y de una nueva manera de entender las relaciones sociales y políticas. Sin embargo, muy pronto esos derechos que son definidos en términos de universalidad, cuando han de ser concretados políticamente, se van a restringir para las mujeres. Paradójicamente, todos los grandes autores contractualistas —Hobbes, Locke, Rousseau— que postulan la libertad y la igualdad como derechos naturales para todos los individuos legitimarán el recorte político de esos derechos para las mujeres. A veces en nombre de una ontología femenina inferior o «diferente» a la masculina y otras veces en nombre de la tradición o de la oportunidad política 2 . Luisa Posada, refiriéndose a Kant, señala su «despiadada voluntad de “descolgar” a todo el género femenino del proceso de ilustración, excluyéndolo del ámbito de la cultura y del conocimiento» 3 . Esta posición intelectual y política no es exclusiva de Kant; por el contrario, es extensible a los grandes autores contractualistas, aunque será Rousseau quien elaborará una teoría de la inferioridad ontológica de las mujeres más acabada, pues no solo las excluye de lo público y político sino que también definirá una normatividad femenina basada en el férreo control sexual, la domesticidad, la exaltación de la maternidad y la sumisión al esposo, todo ello en el contexto de la familia patriarcal. La exclusión de las mujeres que reclama Rousseau es de las más elaboradas, pues se fundamenta en argumentaciones ontológicas y también de oportunidad política. El teórico de la democracia radical, tan crítico con el pacto de sujeción para los varones, lo postulará en todas sus variantes para las mujeres. Y la exclusión de la razón y del conocimiento es la condición de posibilidad para su posterior exclusión de la ciudadanía. No se puede ser sujeto político si previamente no se es sujeto de razón. La política es el terreno de la gestión de lo público y no se puede gestionar la «cosa pública» desde el desorden que proporcionan los sentimientos. En todo caso, desde los principios de igualdad y universalidad, la exclusión de lo público-político de cualquier colectivo social requiere argumentaciones convincentes acerca de esa exclusión. Hobbes, Locke y Rousseau, como defensores de la idea moderna de que todos nacemos libres e iguales, no podían excluir a las mujeres de esos conceptos políticos sin argumentarlo. La legitimación, como siempre en estos casos, hubieron de buscarla en la ontología. Es decir, argumentaron que la constitución de la naturaleza femenina colocaba a las mujeres en una posición de subordinación en todas las relaciones sociales en que participaban 4 . Como señala Geneviéve Fraisse, «todo periodo de conmoción política vuelve a cuestionar la relación entre los sexos a través de la reformulación del lazo social en su conjunto. 340

Esta redefinición es al mismo tiempo un análisis de la naturaleza de cada sexo y una reinterpretación de la diferencia y, por tanto, de la relación» 5 . Carole Pateman analiza minuciosamente las teorías contractualistas y pone de manifiesto la contradicción principal de estas teorías fuertemente universalistas en sus planteamientos originales y decididamente excluyentes en su concreción política 6 . No se entiende cómo los relatos de los estados de naturaleza en los que se descubre la «natural» igualdad y la libertad de los seres humanos excluyan a las mujeres de la libertad civil y de la ciudadanía política. Y no se entiende porque la mitad de la historia está sin contar. Dicho de otro modo: faltan categorías que den cuenta de esa quiebra analítica y de esa exclusión política. Por eso, el concepto de contrato sexual de Pateman tiene una gran capacidad explicativa, pues visibiliza esa mitad del relato que no se había querido narrar 7 . El contrato sexual explica que las mujeres fueron pactadas fraternalmente por los varones y que dicho pacto las apartaba de los derechos civiles y políticos y las confinaba al territorio de lo doméstico. Al mismo tiempo, el contrato sexual reaparece en el estado social en forma de contrato de matrimonio y de nuevo ideal de feminidad. La quiebra de la universalidad ética, política y epistemológica no ha sido solo una incoherencia de la Ilustración sino uno de los elementos más potentes de deslegitimación política de las democracias modernas, pues ha excluido de la lógica democrática y del principio del mérito a las mujeres y les ha aplicado la lógica estamental: democracia para los varones y estatus adscriptivo para las mujeres 8 . Semejante operación requería construir una ontología femenina inferior (diferente o complementaria en terminología patriarcal) a la masculina que pusiese las bases de su exclusión política. Ni sujeto de razón ni sujeto político. O dicho de otra forma, como no era conveniente que las mujeres fuesen sujetos políticos el requisito necesario fue el negarles el carácter de sujetos de razón. Sin embargo, hay que decir que en el siglo XVIII, los contractualistas no solo tuvieron la oportunidad de observar posiciones intelectuales coherentes con los ideales ilustrados de igualdad sino también de polemizar con aquellos autores y autoras que exigían el cumplimiento de la universalidad para todos y todas las ciudadanas 9 . Es decir, esta Ilustración patriarcal fue interpelada por otra Ilustración plenamente universalista que asume que la igualdad y la libertad pertenecen a la humanidad en su conjunto y no solo a los varones. En el contexto de la Ilustración feminista y en el corazón mismo del principio de igualdad se fabrica lo que Celia Amorós define como el «género vindicación». Esta filósofa entiende la «vindicación» como una crítica política a la usurpación que han realizado los varones de lo que ellos mismos han definido como lo genéricamente humano y por ello se reclama la igualdad a partir de una irracionalización del poder patriarcal y una deslegitimación de la división sexual de los roles 10 . Y es que el feminismo es un fenómeno social surgido en el siglo XVIII, tematizado conceptualmente en la Ilustración y, al mismo tiempo, una de las manifestaciones reflexivas más significativas de la modernidad. François Poullain de la Barre, Mary Wollstonecraft, Diderot, Condorcet o Von Hippel, entre otros, exigieron coherencia 341

epistemológica y política a esa Ilustración patriarcal que se había autodesignado como universal. Estos autores y autoras definieron la subordinación social de las mujeres como el resultado de prejuicios que se remontaban a la noche de los tiempos. En definitiva, hay que señalar la profunda contradicción que se desprende de un discurso, el de la igualdad, cuya vocación es la universalidad, y, sin embargo, cuya aplicación práctica produce exclusiones de ciudadanía para diversos sectores sociales, entre ellos la totalidad de las mujeres, es decir, la mitad de la población. El feminismo no es un movimiento social surgido al calor de la revolución de mayo del sesenta y ocho. Por el contrario, tiene un sólido pasado de casi tres siglos, pleno de luchas por conquistar nuevos espacios de libertad e igualdad para las mujeres. Su fecha de nacimiento se remonta al siglo XVII, cuando François Poullain de la Barre, en el año 1673, publicó un libro, De l´égalité des sexes, en el que sostenía que la subordinación de las mujeres no tenía su origen en la naturaleza sino en la sociedad. Un siglo más tarde, las mujeres de la Revolución francesa se articularon políticamente para reclamar los derechos de ciudadanía que ya poseían los varones. En 1792, la inglesa Mary Wollstonecraft publicó Vindicación de los Derechos de la Mujer, donde denunciaba que la sujeción de las mujeres no era el resultado de una naturaleza inferior a la masculina sino de prejuicios y tradiciones que se remontaban a la noche de los tiempos. Estos textos, además de ser las actas fundacionales del feminismo, ponen de manifiesto que el género, como construcción social, lejos de ser un hallazgo reciente, fue descubierto en la época ilustrada. Estas obras inauguran una tradición intelectual de impugnación moral de la sujeción de las mujeres y de lucha contra el prejuicio, y se inscriben en un discurso más amplio sobre la igualdad. La singularidad de estas reflexiones radica en que por primera vez en la historia del pensamiento moderno se habla, con el lenguaje de la época, de una desigualdad no tematizada hasta entonces, la de los géneros, y se señala la existencia de una estructura de dominación masculina como responsable de una de las desigualdades medulares de la sociedad moderna.

1.3. LA SEGUNDA OLA FEMINISTA. EL SIGLO XIX: EL MOVIMIENTO SUFRAGISTA El siglo XIX presenció en su primera mitad, y de la mano del Romanticismo, una respuesta reactiva frente a las posibilidades que abrió para las mujeres el discurso ilustrado de la igualdad 11 . En efecto, en la primera mitad de este siglo se desarrollará un contradiscurso antifeminista teñido de misoginia. La misoginia romántica dará lugar a un discurso cuyo eje central será la ontologización de lo femenino y, por ello mismo, se naturalizará la normatividad femenina, en la línea desarrollada por Rousseau en el siglo XVIII. Las mujeres tendrán asignadas naturalmente las tareas domésticas y de cuidados. Y los sentimientos serán el territorio natural de las mujeres frente a la razón, que aparecerá como un dominio masculino. En el siglo XIX germina un pensamiento feminista vindicativo que se hace eco de las promesas incumplidas de la Ilustración y desvela el expolio masculino de unos derechos que habían sido 342

definidos como universales. Esta apropiación no legítima creó un malestar que fue creciendo subterráneamente y que explotó en la segunda mitad del siglo XIX con el movimiento sufragista. Si bien en el siglo XVIII el feminismo pondrá cimientos firmes a su desarrollo intelectual, en el siglo XIX el feminismo se desarrollará, sobre todo, como un poderoso movimiento social. El siglo XIX presenció el mayor movimiento de masas de la historia del feminismo, el movimiento sufragista. Durante más de medio siglo las mujeres lucharon por el voto con todas las armas a su alcance, salvo la de la violencia. El sufragismo puso en práctica acciones políticas imaginativas, pero siempre pacíficas, que después han copiado otros movimientos sociales. Este movimiento duró más de medio siglo, desde 1848, fecha de la Declaración de Seneca Falls y acta fundacional del sufragismo, hasta la Primera Guerra Mundial, y desembocó en la conquista del voto para las mujeres. Las mujeres que fundaron el sufragismo en EE.UU. habían militado políticamente en el movimiento abolicionista y en la lucha por el voto para la población masculina negra. Y ahí aprendieron a hablar en público y a organizarse políticamente en torno a la reivindicación de derechos. Fue un periodo largo y políticamente complejo en el que las mujeres feministas intentaron persuadir a los varones, con argumentos racionales y con movilizaciones políticas, sobre la necesidad de que los derechos políticos universales robados fuesen devueltos a sus legítimas titulares. Y así fue, pero solo en parte, pues desde la Primera Guerra Mundial hasta los años sesenta del siglo XX las mujeres pudieron votar, tener acceso a la educación superior y el derecho a la propiedad —en Occidente, por supuesto, y en otros pocos países—, pero permanecieron cerrados para ellas el mercado laboral, los parlamentos, los gobiernos, los tribunales de justicia, el ejército, el poder financiero e industrial y todos aquellos entramados institucionales y fácticos en los que hay recursos y poder. Hubo que esperar hasta el resurgimiento del feminismo radical de los años setenta para que las vindicaciones feministas adquiriesen nuevas fuerzas e influyesen en la opinión pública y en la conciencia colectiva.

1.4. LA TERCERA OLA FEMINISTA. EL SIGLO XX: LOS FEMINISMOS En los años setenta, en el marco de mayo del sesenta y ocho, resurge con fuerza el movimiento feminista en EE.UU., en casi toda Europa, en América Latina y en otras partes del mundo. Este resurgimiento tendrá lugar en el contexto de la nueva izquierda, surgida tras un periodo de crisis y de autocrítica del marxismo. La nueva izquierda propondrá cambios sociales profundos en la dirección de la crítica al capitalismo y, al mismo tiempo, pondrá en cuestión la propuesta marxista del movimiento obrero como el sujeto político de transformación social. Y en esa misma dirección cuestionará tanto la democracia representativa como el funcionamiento autoritario y poco democrático de los viejos partidos de izquierdas. Su propuesta de democratización del sistema político y de la sociedad tendrá como actor político fundamental los nuevos movimientos sociales. El asambleísmo y las estructuras 343

horizontales están en el núcleo de este proyecto y estos valores permearán al movimiento. La política sexual de Kate Millett y la Dialéctica del sexo de Sulamith Firestone serán los textos emblemáticos del feminismo radical norteamericano. Desde los años sesenta hasta los noventa, el movimiento feminista agitó la conciencia colectiva y espoleó a la opinión pública dando nombre a realidades que permanecían invisibles para la mayoría de la población. Los conceptos de género y patriarcado se abren paso en este periodo con algunos mensajes políticos e intelectuales inequívocos. En efecto, en primer lugar, se conceptualiza la categoría de género como una construcción social e histórica que revela la profunda desigualdad entre varones y mujeres, pues señala dos normatividades, la masculina y la femenina, construidas asimétricamente; es decir, la normatividad masculina se inscribe en una red de relaciones sociales e institucionales hegemónicas, mientras que la normatividad femenina está inscrita en espacios sociales ajenos al poder y, por ello mismo, devaluados, como la domesticidad, la familia y los cuidados; todos ellos, por supuesto, trabajos no remunerados. En segundo lugar, se conceptualiza el patriarcado como un sistema de relaciones sociales presente en todas las sociedades que coloca a los varones en una posición de dominio. El feminismo radical de los años setenta denuncia la apropiación ilegítima por parte de los varones tanto del mercado laboral como del poder político, y coloca en el centro de la agenda política la cuestión de la sexualidad y lo íntimo y familiar como terrenos políticos en los que se desarrollan relaciones de poder entre hombres y mujeres. En efecto, la tesis central del feminismo radical, tal y como sostuvo Kate Millett, es que lo personal es político. Pese a esta llamada de atención del feminismo radical, hubo espacios que se fueron abriendo mientras que otros permanecieron cerrados. Por ejemplo, el mercado laboral permitió el acceso de las mujeres al trabajo remunerado, pero el poder político, por el contrario, se mostró impermeable a la entrada de las mujeres. Por ello, no es de extrañar que el feminismo reclamara espacios institucionales de acción política algunos años más tarde 12 .

1.5. EL DEBATE SOBRE EL PODER. LA PARIDAD Y EL TECHO DE CRISTAL Como ha señalado Joan Scott, el aspecto más interesante del debate sobre la crisis de la política contemporánea radica en que por primera vez se ha centrado en la relación entre sexo y poder 13 . Y también por primera vez, el sector más numeroso del feminismo ha considerado que la conquista del poder político puede traducirse en alteraciones reales en la jerarquía de género. El feminismo cuestiona la legitimidad de una democracia en la que la mayoría de sus instituciones representativas excluyen a las mujeres, no legalmente pero sí de hecho. El feminismo que se inscribe en la tradición igualitaria sostiene que no hay democracia política legítima que excluya a la mitad de la población. Y, por ello, plantea la paridad como un proceso estratégico de lucha contra el monopolio masculino del poder. El movimiento por la paridad surge a principios de la década de los noventa, 344

extendiéndose por la Europa comunitaria 14 y por otras regiones del mundo. El manifiesto de Atenas contiene una vindicación política de participación paritaria de las mujeres en el poder político y una exigencia de renegociación del contrato social. Las feministas parten del supuesto de que el contrato social, pese a su formulación ética y política universal, se ha desarrollado a lo largo de la Modernidad en la dirección de satisfacer las aspiraciones de ciudadanía de los varones. El feminismo sostiene que la exclusión de las mujeres del contrato social exige ser redefinido a fin de transformar las actuales democracias patriarcales en democracias más representativas y más legítimas. El ejemplo más obvio de este contrato social patriarcal es Francia. Las feministas francesas subrayan la incoherencia de una democracia antigua y consolidada que tiene en su haber varias revoluciones contra diversas desigualdades sociales a lo largo de los dos últimos siglos, incluida la primera articulación política feminista durante la Revolución francesa, con el paradójico resultado de la ausencia de mujeres del poder político y de la mayoría de los espacios de decisión. La representación de las mujeres en el parlamento francés no ha pasado, desde el año 1945 en que las mujeres conquistaron el voto, del 6 %. Solo tras surgir e intensificarse el debate sobre la paridad, a partir de las elecciones legislativas de 1997, se ha incrementado la representación de las mujeres en el poder legislativo, ejecutivo y municipal 15 . El debate sobre la paridad está ganando cada vez más legitimación en muchas sociedades, aun en medio de resistencias masculinas, a veces explícitas y a veces disfrazadas o enmascaradas detrás de otros debates que aparentemente nada tienen que ver con esta vindicación. La paridad es una propuesta política discutida porque ataca el núcleo básico de la democracia patriarcal al proponer una nueva distribución de poder entre varones y mujeres. El objetivo último de esta propuesta política es alterar la estructura del poder entre varones y mujeres. Tal y como señala Ana Rubio, la cuestión de la paridad no es un problema técnico sino político 16 . Lo que se discute no es solo la confección de las listas electorales o la distribución de puestos en determinadas instituciones. Lo que está en juego con esta política son las relaciones de dominación y subordinación entre hombres y mujeres. Las políticas feministas de la paridad no están dirigidas solo a transformar las leyes electorales o las constituciones: su objetivo es cambiar la estructura profunda de poder entre los géneros que subyace a las democracias y que sitúa a las mujeres en una posición de permanente discriminación. El concepto de paridad, y de democracia paritaria, tal y como señalamos anteriormente, se inscribe en un género que Celia Amorós denomina «vindicación» 17 , cuyo objetivo es irracionalizar el monopolio masculino del poder y, por ello mismo, repartir paritariamente el poder político. La vindicación política de democracia paritaria se inscribe en la historia de las vindicaciones feministas a favor de la igualdad y desde ese punto de vista es la prolongación de la lucha por el voto del movimiento sufragista. La paridad plantea que el interés por lo público y lo político, y la tarea que se deriva de ese interés, debe recaer igualmente en varones y mujeres. La noción de democracia paritaria nace de la contradicción entre el aumento 345

de mujeres en muchos de los ámbitos de la vida social y su ausencia de los espacios donde se votan las leyes y se toman decisiones que afectan al conjunto de la sociedad y, muy particularmente, a las vidas de las mujeres. Ahora bien, el poder político no está aislado del conjunto de la sociedad, más bien forma parte de un orden estructural. El poder político es causa y efecto de los sistemas sociales en los que está inscrito y en muy buena medida está al servicio de la reproducción de los sistemas sociales. Y esta condición de causa y efecto influye decisivamente en el debate teórico en torno a la democracia paritaria y en torno a las estrategias para concretar las políticas de la paridad. Para que las estrategias vindicativas de paridad puedan tener resultados a largo plazo y no se conviertan en medidas políticas estériles, deben identificarse analíticamente las raíces de la subordinación y exclusión de las mujeres. Para ello es imprescindible entender que la inferioridad social de las mujeres está asentada sobre fenómenos estructurales profundos, algunos de los cuales veremos a continuación. Resulta fácil observar que los países con sistemas constitucionales basados en la igualdad de derechos para ambos sexos tienen mecanismos subterráneos para reproducir la desigualdad de género. Estos mecanismos subterráneos desembocan inevitablemente en lo que el feminismo ha tematizado como «techo de cristal». El techo de cristal es una metáfora acuñada por el feminismo para explicar precisamente las dificultades que existen en el tránsito entre los derechos formales y los derechos materiales. En ese tránsito aparecen mecanismos difíciles de visibilizar que obstaculizan el ejercicio de la ciudadanía para las mujeres y las apartan de los espacios de poder y, por ello, no es fácil detectar esos filtros que operan subterráneamente para expulsar a las mujeres de los espacios de más poder, recursos y jerarquía. El término techo de cristal se acuña para mostrar que existe una poderosa barrera de entrada para las mujeres en todos aquellos espacios en los que se acumulan más poder y recursos.

1.6. ALGUNAS ESTRUCTURAS DEL ENTRAMADO PATRIARCAL En efecto, la separación de la sociedad en un ámbito público-político y otro privado-doméstico, es decir, la división sexual del trabajo y la existencia de una esfera productiva y masculina y otra reproductiva y femenina (con el consiguiente efecto de que el trabajo de los varones es retribuido y el de las mujeres es gratuito), y la valoración cultural y simbólica derivada de esa división nuclear de la sociedad, es la médula sobre la que se asientan las sociedades patriarcales. La división de la sociedad en dos espacios es la estructura que más facilita la reproducción del sistema patriarcal. Y así mismo, la estructura familiar, dimensión fundamental de lo privado, es una instancia crucial de reproducción del patriarcado y de dominación y explotación de las mujeres. A los dos espacios sociales 18 , el privado-doméstico y el público-político, les corresponden dos «naturalezas» sociales, una masculina dominada por un yo que 346

quiere intervenir activamente en el mundo, y otra femenina marcada por el amor y los cuidados a la familia y que está destinada a desplegarse en el interior de la familia patriarcal. Son dos formas sociales de definir lo femenino y lo masculino que se concretan en roles y espacios sociales diferentes y que exigen una ontología específica para cada sexo. Esta ontología define lo femenino en términos de sexualidad, pasividad y falta de interés por todo aquello que está fuera de los límites de la familia. Los sentimientos dominan la vida de las mujeres. De ahí que se derive cierta predisposición para el ejercicio de los papeles de esposa y madre 19 . La ontología masculina, sin embargo, está definida por la actividad, el autodominio y control de los sentimientos. Esta ontología empuja a los varones a la acción en el mundo y a intervenir en la comunidad. El mundo de las mujeres muere en la inmediatez de lo privado y el de los varones comienza en la actividad de lo público. Para las mujeres, el amor, y para los varones, el poder. Para los hombres, la razón, y para las mujeres, los sentimientos. La Modernidad ha asumido complacientemente este esquema social porque quienes han ocupado posiciones de privilegio y se han beneficiado de dicha posición han sido los varones. Dicho en otros términos: el sistema de dominación patriarcal funciona como tal en la medida en que los varones han pactado como genérico 20 , independiente de su estatus, del color de su piel, de su cultura o de su sexualidad, la subordinación de las mujeres, tal y como explica CAROLE PATEMAN en El contrato sexual 21 . A los varones, pobres o ricos, del norte o del sur, les interesa como colectivo el dominio sobre las mujeres y el espacio privado-doméstico es un ámbito que convierte en iguales a los varones. Pueden ser ricos o pobres, del tercio rico del mundo o de los dos tercios pobres, que todos tienen poder y autoridad sobre sus esposas, pues las jerarquías que diferencian a los varones se detienen a las puertas de la familia, lugar en el que todos ejercen su dominio de una forma natural.

1.7. EL PRINCIPIO ÉTICO Y POLÍTICO DE LA IGUALDAD ¿Por qué el feminismo, casi hasta los ochenta, ha construido su discurso y su práctica política sobre el principio de igualdad? La razón es que de este principio se infiere una fuerte crítica a aquellas realidades sociales y culturales que segregan a los individuos y a los grupos humanos en categorías, clases, estatus o géneros que, a su vez, se traducen en relaciones sociales de dominación y subordinación. Los diversos feminismos, que han tomado la igualdad como eje de su discurso intelectual y de su práctica política, han analizado la realidad del género como un principio de segregación asimétrica en términos de recursos y a partir del cual se estructura toda la sociedad. De ahí que los pensamientos feministas que asumen la igualdad reconocen la diferencia sexual como un hecho social empíricamente indiscutible y socialmente construido, pero sostienen que esa diferencia sexual ha sido históricamente fuente de opresión y discriminación para las mujeres. En esta dirección, hay que hacer un esfuerzo por clarificar el concepto de igualdad 347

y no hacerlo sinónimo del de «identidad» o «uniformidad». La igualdad no presupone la uniformidad social ni se basa en la identidad entre todos los individuos ni tampoco en la idea de que todas las personas deben ser tratadas exactamente igual. La igualdad no es enemiga de la diversidad ni de las diferencias sino de los privilegios de determinados colectivos y grupos sociales. La igualdad es un principio ético y político que rechaza la discriminación, la explotación, la exclusión, la subordinación y en general todas las opresiones. Descartar la igualdad como principio medular de las relaciones sociales es renunciar a una herramienta que en manos de los y las oprimidas es fuente de transformaciones sociales. Quizá no sea casualidad que la ideología que subyace a la globalización neoliberal trate de difundir la idea de que la desigualdad forma parte de la condición humana. La igualdad es un principio político y ético que germina en la Ilustración y que tiene una base sólida, como hemos dicho anteriormente, en la noción de universalidad. Ambos conceptos, universalidad e igualdad, presuponen normativamente la idea de una única humanidad y excluyen cualquier segregacionismo y jerarquización entre individuos y grupos. Estas nociones tienen un carácter normativo pues señalan aquello que es ética y políticamente deseable: todos los individuos, en cuanto tales (hombres y mujeres, blancos y negros, homosexuales y heterosexuales, etc.), merecen la misma consideración política. El principal mérito político de las ideas de universalidad e igualdad es su capacidad de impugnación de las injusticias sociales y políticas. Ambas ideas constituyen poderosos principios de deslegitimación de cualquier relación social fundada en privilegios. Si asumimos que el objetivo del feminismo es el establecimiento de la universalidad no realizada y la extensión de la igualdad para la mitad de la humanidad, entonces las políticas correctivas y compensatorias no son otra cosa que estrategias políticas de carácter provisional orientadas a establecer la igualdad entre los géneros. En efecto, la acción afirmativa, la discriminación positiva y la paridad se concretan en políticas institucionales de género. Todas las políticas de discriminación positiva, tanto si están dirigidas a las mujeres o a otros grupos oprimidos, pueden tener efectos perversos en la medida en que pueden discriminar positivamente a quien no tiene suficientes méritos y negativamente a quien los tiene. Sin embargo, la ausencia de políticas de cuotas produce más efectos negativos que positivos, pues propicia la reproducción de los esquemas de dominación-subordinación. Y aun con la puesta en práctica de políticas de igualdad y con el compromiso activo de las instituciones democráticas, la alteración jerárquica en las relaciones de dominaciónsubordinación es lenta, pues, de una parte, las transformaciones sociales tienen lugar en procesos históricos muy amplios y, de otra, suele ser muy difícil interrumpir los procesos de reproducción social. Esta filosofía, es decir, la de la acción afirmativa, es la que sostenemos que debe inspirar las políticas públicas y las estrategias de intervención para desactivar la desigualdad de género.

1.8. GÉNERO Y FEMINISMO EN LA SOCIOLOGÍA 348

La teoría feminista es una teoría crítica y se inscribe por tanto en el marco de las teorías críticas. Todo pensamiento crítico se desarrolla a partir de una reflexión normativa derivada de la investigación y descripción social y política. La teoría crítica no acepta que el pensamiento social y político desemboque en la mera descripción empírica de las estructuras sociales y políticas ni tampoco acepta sin más las estructuras sociales, sino que indaga en sus instituciones más arraigadas y enjuicia normativamente la realidad social dada. La teoría crítica formula preguntas acerca de lo «que ocurre en la sociedad y por qué, quién se beneficia y a quién se daña» 22 . Identifica los sistemas de opresión y dominación, analiza los procesos de distribución de recursos y cuestiona las estratificaciones sociales. Por ello mismo, toda teoría crítica desemboca en un proyecto de transformación social. Y eso es precisamente el feminismo: un discurso crítico con una inequívoca teoría del cambio social y un movimiento político crítico con la estructura de dominación patriarcal. La Sociología tiene una deuda notable con el feminismo al mostrar éste algunos de los límites de las actuales democracias y visibilizar algunas de las fuentes de malestar producidas por la ausencia de igualdad. La contribución feminista al diseño de un proyecto democrático radica en su concepción de las mujeres como sujetos autónomos, críticos y reflexivos. Una democracia en la que la mitad de la población no posee el estatus de ciudadanía carece de legitimidad. Una sociedad liberada de la «jerarquía oprimente de los géneros» implica la ampliación de la autonomía individual y la disminución de los espacios asignados 23 . La contribución de las mujeres para ensanchar las fronteras de la libertad y la igualdad, y en consecuencia de la democracia, ha sido realizada desde los valores universalistas de la modernidad. Sin embargo, hay que subrayar que no solo las ciencias sociales tienen una deuda inmensa con la tradición feminista y con los estudios de género por haber ampliado los límites de la objetividad científica y por haber hecho posible investigaciones que expliquen con más precisión y exactitud la sociedad. También las teorías críticas de la sociedad tienen una deuda inconmensurable con el feminismo, pues éste les ha proporcionado un marco interpretativo de la realidad social que identifica analíticamente los mecanismos de la dominación masculina y propone la interrupción política de los filtros que impiden el desarrollo de relaciones sociales libres de subordinaciones y asentadas en la igualdad. Una teoría crítica de la sociedad que no incorpora la perspectiva feminista es un pensamiento débil porque no tematiza una de las fuentes medulares de la desigualdad social como es la desigualdad de género.

Bibliografía AMORÓS, C. (2006): La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias para las luchas de las mujeres, Cátedra. — (1999): «Interpretaciones a la democracia paritaria», en VV.AA., Democracia paritaria, Tertulia Feminista les Comadres Gijón. 349

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Lecturas recomendadas • MILLETT, K. (2010): La política sexual, Cátedra, Madrid. En este libro emblemático del feminismo radical de los años setenta se identifican 350

nuevos mecanismos de dominación masculina que no habían aparecido en la historia de la tradición intelectual feminista. El núcleo del libro es que lo personal es político. Esto significa que, por primera vez en la historia del feminismo, se colocan en el centro del escenario político el amor y la sexualidad como relaciones de dominación y subordinación. Esta autora será quien acuñará el término patriarcado como un sistema de pactos entre los varones a fin de dominar a las mujeres. • PATEMAN, C. (1995): El contrato sexual [traducción de María Luisa Femeninas revisada por María-Xosé Agra], Anthropos, Madrid. La hipótesis de la que parte esta investigación es que todas las modalidades de contrato social están fundadas sobre un contrato sexual. Este contrato es un pacto que establecen los varones entre sí para que cada varón pueda acceder sexualmente al cuerpo de una mujer, la suya, y todos ellos puedan acceder sexualmente al cuerpo de unas pocas. De este contrato se derivarán dos de las instituciones centrales de la Modernidad que regulan la sexualidad: el matrimonio y la prostitución. Sin embargo, las investigaciones de este libro tienen mayores dimensiones y explican también el origen de la democracia moderna. • AMORÓS, C. (1997): Tiempo de feminismo, Cátedra, Madrid. Una de las ideas centrales de este libro es que el feminismo debe establecer una alianza intelectual con la Modernidad y reelaborar teórica y políticamente un sujeto político verosímil que no sea ciego al género ni a otras variables de opresión. La constitución de este sujeto se presenta como una alternativa no solo frente al sujeto político de las democracias representativas liberales sino también como una crítica al sujeto por parte de las teorías posmodernas.

Páginas web recomendadas • www.ciudaddemujeres.com • www.e-mujeres.net

Actividad práctica Relacionar la paridad con las políticas de acción afirmativa: ¿es la paridad una política afirmativa?

2. Políticas de género: modernización del estado y 351

democratización de la sociedad 24 , por VIRGINIA GUZMÁN 25 y CLAUDIA BONAN JANNOTTI 26 El presente capítulo se propone analizar los procesos de institucionalización del tema de la equidad de género en los Estados y el papel que han jugado los órganos de coordinación de la equidad de género en el poder ejecutivo y las políticas de igualdad de género en los procesos de modernización y democratización del Estado y la sociedad. Estos órganos asumen diversas modalidades y ocupan posiciones jerárquicas diferentes dentro del poder ejecutivo: secretarías de la mujer, consejos presidenciales, institutos o ministerios, de acuerdo a las dinámicas sociales y políticas de cada país. Los procesos de institucionalización del género, objeto de nuestro análisis, son parte de dinámicas sociales y políticas más amplias por las cuales son afectados y a las cuales afectan en un movimiento permanente de ida y vuelta. La influencia de los procesos políticos institucionales sobre la igualdad de género se va a reflejar no solo en la capacidad de incidencia del campo político de la equidad de género sino también en la relación de este campo con otros campos políticos. Al mismo tiempo, las nuevas ideas sobre el orden de género movilizadas por nuevos actores sociales en los procesos de institucionalización de género en el Estado van a impactar los marcos interpretativos de otros actores e instituciones sobre la sociedad, los discursos y prácticas socio-culturales así como los paradigmas y modelos de acción del Estado. Los contenidos de este capítulo son producto de la reflexión de sus autoras sobre resultados de estudios previos que analizan las relaciones entre los idearios e instituciones de la modernidad y el orden de género, la contribución de la segunda ola de movimientos feministas a los procesos de modernización y democratización de las sociedades, así como del seguimiento de una de las autoras de los procesos de institucionalización del género en el Estado en distintos países de la región latinoamericana.

2.1. HERRAMIENTAS TEÓRICAS Y CONCEPTUALES Los desarrollos teóricos de la Sociología de la modernidad y de especialistas en el tema de las políticas públicas ayudan a entender el sentido de los procesos de institucionalización de género iniciados por la emergencia de nuevos actores y subjetividades colectivas y la circulación de nuevas ideas sobre los sistemas de género en los debates públicos e institucionales. Sus análisis permiten interpretar los procesos de institucionalización de género en el Estado como expresiones empíricas y materiales de relaciones políticas, prácticas sociales y visiones del mundo que se legitiman, cristalizan e institucionalizan como cosas públicas y/u oficiales, por medio de procesos históricos que involucran luchas políticas. En este marco conceptual son consideradas instituciones, las leyes, las 352

normas, organismos estatales, mecanismos institucionales de mediación política, programas de políticas públicas, servicios, organizaciones sociales, áreas de conocimientos legitimadas, etc. 2.1.1. La dialéctica del cambio institucional Las instituciones juegan un papel relevante en la reproducción de los sistemas de desigualdad social, incluidas las desigualdades de género. Distribuyen las oportunidades y, por otro lado, imponen restricciones que los individuos y grupos enfrentan en su relación con los otros en distintos ámbitos institucionales. De esta manera, condicionan no solo la interacción entre las personas sino también la posición de ellas dentro de las relaciones sociales, a la vez que moldean la subjetividad personal y las expectativas de lo que ellas pueden esperar en las interacciones con los demás (GUELL, 2002). Si bien las instituciones preceden a cada uno de los individuos concretos, han sido creadas en virtud de acciones humanas y solo pueden seguir existiendo cuando son continuamente recreadas mediante nuevas acciones. En términos históricos, esto significa que las «estructuras» a las que las personas se refieren en sus actos son consecuencias —también materiales— de otras acciones humanas: son las formas en que cristalizan los hábitos y los acuerdos sociales. Se trata de prácticas convertidas en hábitos, cuyos acuerdos se transmiten a través de las interacciones, básicamente en virtud de los procesos de socialización y educación, pero también, en general, por medio de las restantes prácticas cotidianas. Sin embargo, las instituciones son productos de procesos históricos, políticos y sociales. En suma, son prácticas sociales históricamente institucionalizadas que se transforman en hábitos y en reglas formales e informales (WAGNER, 1997). El concepto de «ofensiva modernizadora» propuesto por Wagner permite analizar la inevitable dialéctica entre las posibilidades y las limitaciones inscritas en las instituciones modernas y desvelar el papel de los sujetos sociales en la introducción de nuevos discursos y reglas sociales 27 . Wagner distingue entre ofensivas modernizadoras desde arriba y ofensivas modernizadoras desde abajo. En el caso de las primeras, los agentes de modernización utilizan el diferencial de poder existente a su favor para crear instituciones que les abran oportunidades, de las que con el tiempo participarán otras personas, incluso en contra de los intereses de quienes fueron sus fundadores y fundadoras. Las ofensivas modernizadoras desde abajo son los movimientos de oposición que buscan defender a los grupos de los efectos de exclusión que las ofensivas modernizadoras desde arriba llevan consigo. Incluyen de ordinario formas de acción colectiva y movilizan a las personas que aspiran a ser reconocidas como iguales en condición e igualmente sujetas a las reglas que rigen al conjunto de grupos que conforman una sociedad. El concepto teórico de subpolítica (BECK, 1999) permite profundizar en el análisis de las modalidades y cursos que sigue el proceso de incorporación de problemas derivados de las desigualdades de género en la agenda pública y en la elaboración de 353

las políticas públicas, programas y proyectos implementados por distintos gobiernos. Por subpolítica se entiende la iniciativa política surgida desde fuera de las instituciones políticas tradicionales, a nuevos sujetos políticos y nuevos contenidos de la política y nuevas formas de participación. La subpolítica se distingue de la política al permitir que agentes externos a los sistemas políticos y corporativos tradicionales aparezcan en el escenario de las decisiones políticas y del planeamiento social. Sin embargo, el proceso de institucionalización no puede explicarse solo a partir del concepto de la subpolítica. Es de suma importancia el análisis de los procesos desplegados por la interacción e interlocución —conflictiva y/o cooperativa— entre la subpolítica y las instituciones, en el contexto de globalización acelerada y cambios sociales intensos y veloces. Finalmente, el concepto de reflexividad ha sido propuesto por sociólogos como Anthony Giddens, Ulrich Beck y José Mauricio Domíngues, para designar una de las tendencias más característica de las dinámicas institucionales modernas. Pese a los matices, el concepto de reflexividad se refiere al hecho de que en el proceso de modernización, de modo creciente, individuos, colectivos e instituciones son impelidos continuamente a reflejar/reflexionar sobre sus condiciones de existencia y sobre los fundamentos de sus prácticas —donde reflexionar quiere decir estar expuesto/a al autoreflejo o a la autoconfrontación—, de tal modo que esa reflexión/reflejo, que es la reflexividad, devuelve a los agentes elementos cognitivos, prácticos e inconscientes que cambian esas mismas condiciones y prácticas (BONAN, 2003). La reflexividad institucional, como auto-transformación reflexiva, involucra tanto procesos inconscientes y no intencionales (BECK, 1995, 1996), como procesos cognitivos que pasan por la conciencia práctica y la conciencia discursiva y racionalizada (GIDDENS, 1992, 1995). 2.1.2. La fuerza de las ideas y esquemas de interpretación de la realidad en la transformación de las instituciones Las políticas públicas operan como un vasto sistema de interpretación de la realidad, en el curso del cual una visión del mundo se va a imponer y va a ser aceptada como verdadera por la mayoría de los actores que participan en la definición de los problemas de las agendas públicas e institucionales y en la formulación de políticas. Esta visión del mundo orienta la comprensión de las transformaciones de su medio, al ofrecerles un conjunto de relaciones e interpretaciones causales que les permiten decodificar y descifrar los sucesos a los cuales son confrontados (MULLER 1998). Es en el interior de procesos de interacción donde se va configurando una representación de los problemas, de sus causas, sus soluciones y sus consecuencias (MULLER y SUREL, 1998). Las visiones del mundo se diferencian en distintos aspectos; entre ellos, en el rol atribuido al Estado, al mercado y a la familia en la solución de los problemas del bienestar social; en las modalidades particulares de sus sistemas políticos, y en las distintas formas en que conciben la relación entre Estado y sociedad. 354

Pero, la producción de una matriz cognitiva no es un proceso puramente discursivo, sino que está permeada por las correlaciones de fuerzas e intereses de los actores y organizaciones. La producción de una matriz es, a la vez, un proceso de toma de palabra (producción de sentido) y de toma de poder (estructuración de un campo de fuerza). Los diferentes actores que interactúan a lo largo del ciclo de las políticas tienen diversos intereses, controlan distintos tipos de recursos asociados a su grado de organización interna y su capacidad de movilización externa. Los recursos movilizados pueden ser de distinto tipo: recursos de infraestructura (patrimonio), recursos políticos (apoyo político, mayoría), recursos de violencia (fuerza), recursos jurídicos (derecho), recursos humanos (personal), recursos económicos (dinero), recursos cronológicos (tiempo), y recursos de confianza (consenso).

2.2. BASES SOCIOHISTÓRICAS DE LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

En las últimas décadas del siglo XX, los movimientos feministas recuperaron y articularon de una nueva manera las nociones próximas al ideario moderno, en especial, libertad, autonomía, igualdad y derechos. Sus prácticas políticas y culturales interpelaron los fundamentos de las instituciones modernas, el imaginario de lo público y lo privado fundado en una noción dual del poder —poder político y poder jerárquico—, los criterios de inclusión y exclusión que moldearon las modalidades históricas de la ciudadanía en América Latina y el orden cultural de género fuertemente asimétrico y discriminatorio que ha estructurado y permeado la experiencia moderna en la región. El trabajo, la familia, la educación, las normativas de la sexualidad y de la reproducción, las estructuras de representación política, de los derechos económicos y de las libertades civiles fueron blancos de la crítica y proyectos de cambio feministas. Desde una lectura institucional, la teoría y la práctica feministas esclarecieron cómo las relaciones de género están organizadas a través de patrones recurrentes que operan en el nivel simbólico, normativo y práctico, en distintos espacios sociales e institucionales. El sistema social de relaciones de género es básicamente un orden institucional, es decir, se trata de un conjunto de normas y convenciones que cristalizan determinadas concepciones y mentalidades e inciden en las percepciones que hombres y mujeres tienen de sí mismos, así como en sus aspiraciones. Estas normas y convenciones condicionan su acceso a oportunidades, al mismo tiempo que limitan el campo posible de sus elecciones. Condicionan, además, la construcción de la autopercepción de hombres y mujeres y de sus motivaciones, y explican su aceptación de la posición que ocupan en el interior de las relaciones sociales. Son las normas y concepciones naturalizadas las que construyen a las mujeres como un grupo subordinado, al mismo tiempo que disfrazan las operaciones de poder al construir, a través de su acatamiento, la ilusión de consenso y complementariedad (KABEER, 1998). Estos patrones han sido construidos, reconstruidos y modificados a lo largo de 355

la historia, en procesos de interacción cruzados por la dominación y la resistencia. Al abarcar la casi totalidad de espacios sociales, y dado su amplio horizonte temporal, el sistema social de género tiene una gran capacidad de impacto en otros sistemas sociales, y también la posibilidad de ser impactado por ellos (VALCÁRCEL, 1997; BONAN, 2002; ASTELARRA, 2003). Este sistema está imbricado con otros órdenes institucionales, de manera tal que la modificación de cualquiera de ellos, la familia, la economía, la política o la cultura, afecta el orden de género, así como también los cambios en el sistema de relaciones de género afectan las otras instituciones. Las normas y convenciones de género no solo organizan las relaciones entre hombres y mujeres; también estructuran las interacciones que se dan en distintos ámbitos, como la política, la economía, el sistema jurídico legal, las instituciones del Estado, la vida privada, la intimidad, las ideologías, las ciencias y otros sistemas de conocimiento. La teoría y la práctica feministas desvelaron el papel del Estado en la producción y reproducción de las desigualdades de género, al esclarecer las complejas relaciones que existen entre el orden de género y el orden institucional, en la medida en que el género es, al mismo tiempo, una dimensión constitutiva de las instituciones y una realidad jurídicamente constituida 28 . Ballmer-Cao y Bonvin (2008) pusieron de manifiesto que la acción del Estado nunca es neutra y, por acción u omisión, es omnipresente en la construcción del orden de género. El Estado no solo actúa sobre una sociedad estructurada por relaciones desiguales de género sino que las reproduce a través de los mensajes y representaciones que devuelve a la sociedad, del orden jurídico-legal y de las políticas públicas (MULLER y SUREL, 1998), contribuyendo de esta manera a legitimar y naturalizar las desigualdades de género. La necesidad de transformar los paradigmas de acción del Estado y de incidir en las políticas públicas llevó a parte importante del movimiento feminista a demandar la creación de órganos de género en el Estado. En el caso de la región, la demanda tuvo lugar en un contexto de recuperación de la democracia, de modernización de los países o de recuperación de la paz luego de los conflictos armados en Centroamérica. La aprobación de marcos jurídicos internacionales sobre la igualdad de género, entre los que destaca la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación de la mujer (CEDAW, 1979) 29 y la suscripción de las plataformas, dotaron de legitimidad a la argumentación feminista a favor de la inclusión de nuevas concepciones e ideas sobre las relaciones de género en la acción del Estado. La primera conferencia mundial sobre la condición jurídica y social de la mujer fue convocada en México DF en 1975 para concentrar la atención internacional en la necesidad de elaborar estrategias y planes de acción para lograr los siguientes objetivos de plena igualdad de género y la eliminación de la discriminación por motivos de género: la integración y plena participación de la mujer en el desarrollo y una contribución cada vez mayor de la mujer al fortalecimiento de la paz mundial. La conferencia aprobó un plan de acción. De las 133 delegaciones de Estados miembros reunidos allí, 113 estaban encabezadas por mujeres. Las mujeres también organizaron 356

paralelamente un foro de organizaciones no gubernamentales, que atrajo aproximadamente a 4.000 participantes. Este foro también desempeñó un papel decisivo en la apertura de las Naciones Unidas a las organizaciones no gubernamentales, lo que ha permitido que las voces de las mujeres tengan acceso al proceso de elaboración de políticas de la Organización. En la Conferencia de Copenhague (1980) se aprobó un programa de acción que identificaba los factores responsables de la discrepancia entre los derechos jurídicos y las posibilidades de la mujer para ejercer esos derechos. Los factores identificados fueron: la insuficiente voluntad política, la baja presencia de mujeres en cargos de decisión y la ausencia de recursos financieros. En 1985 se convocó la Tercera Conferencia Mundial en Nairobi a la que asistieron 15.000 representantes de ONG que se reunieron en una conferencia paralela. Las Estrategias aprobadas en Nairobi se organizaron en torno a tres categorías básicas: medidas constitucionales y jurídicas, igualdad en la participación social e igualdad en la participación política y en la adopción de decisiones. La conferencia de Nairobi elaboró un nuevo marco interpretativo de las desigualdades de género que reconocía que la igualdad de género competía a toda la sociedad. La Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing en 1995 hizo suya la perspectiva de género para abordar la igualdad de la mujer. Se afirmó que el género es una estructura de la sociedad y que todas las relaciones entre los hombres y las mujeres en el interior de esa estructura tenían que ser reevaluadas. En la Plataforma de Acción se identificaron doce esferas de especial preocupación que se consideraba que representaban los principales obstáculos al adelanto de la mujer y que exigían la adopción de medidas concretas por parte de los gobiernos y la sociedad civil. Al aprobar la Plataforma de Acción de Beijing, los gobiernos se comprometían a incluir de manera efectiva una dimensión de género en todas sus instituciones, políticas, procesos de planificación y de adopción de decisiones. Esto significaba que, antes de que se adoptaran las decisiones o se ejecutaran los planes, se debería hacer un análisis de sus efectos sobre los hombres y las mujeres, y de sus necesidades. Al respaldar la plataforma de Acción, la Asamblea General de las Naciones Unidas exhortó a todos los Estados, a las organizaciones del sistema de las Naciones Unidas y a otras organizaciones internacionales, así como a las organizaciones no gubernamentales y al sector privado, a que adoptaran medidas para aplicar sus recomendaciones. En el interior de los Estados miembros, se asignó a los mecanismos nacionales que se habían establecido para promover la condición jurídica y social de la mujer, una nueva función. Estos mecanismos debían funcionar como la dependencia central de coordinación de las políticas orientadas a incorporar una perspectiva de género en la corriente principal de la sociedad, mediante la acción de todos los programas e instituciones. Fue la reunión más masiva de representantes gubernamentales y de organizaciones no gubernamentales que se hubiera celebrado nunca, pues participaron 17.000 personas, entre ellas los representantes de 189 gobiernos. El Foro de Organizaciones No Gubernamentales que se celebró paralelamente a la Conferencia también contó con una asistencia sin precedente de 35.000 personas, por lo que el número total de participantes ascendió a más de 357

47.000. Simultáneamente a estas actuaciones internacionales en el ámbito de la igualdad de género, la expansión del modelo neoliberal y de la acción de los bancos de desarrollo y entidades financieras internacionales, obligaron a los distintos Estados nacionales a reformar su institucionalidad, a fin de garantizar la estabilidad de los acuerdos económicos y facilitar la incorporación de las economías nacionales al mercado global. Los procesos de reformas abrieron el debate sobre los principios y marco de referencias que deberían ser considerados, las formas de organización y gestión y las nuevas modalidades de relación del Estado con la ciudadanía. En esta coyuntura, los movimientos feministas encontraron una nueva oportunidad de argumentar a favor de la inclusión de la equidad de género como uno de los principios que debían orientar las reformas del Estado y sus políticas. El carácter transformador de las nuevas ideas sobre el orden de género suscitaron (y suscitan) fuertes resistencias institucionales, culturales y políticas. Las nuevas agendas de género politizaban temas considerados privados: la violencia contra las mujeres, la apropiación del cuerpo reproductivo, la dependencia económica de las mujeres y la autoridad del jefe de familia. Cada uno de estos temas hacía visible los mecanismos de discriminación de género que operaban en las esferas de la economía y la política, y ponían de manifiesto los problemas que se originaban en la articulación de las esferas privada y pública (MULLER y SÉNAC-SLAWINSKI, 2010). La circulación de las nuevas ideas y agendas de género empezó a ser definida como «una suerte de zambullida en los mecanismos de producción del orden social y político, y de procesos a través de los cuales nuestras sociedades modernas se fabrican, crean sentidos, se transforman y actúan entonces sobre sí mismas» (MULLER, SÉNACSLAWINSKI et al., 2010). Desde esta perspectiva, en procesos políticos de modernización y/o democratización las luchas de los movimientos feministas y de mujeres, primero, y luego las institucionalidades de género pueden considerarse como una ofensiva modernizadora y democrática desde abajo que aportó sustantivamente a los procesos de democratización de la sociedad y al quehacer del Estado.

2.3. LA FORMACIÓN DE LOS ÓRGANOS DE COORDINACIÓN DE POLÍTICAS DE GÉNERO EN ESPAÑA La creación del Instituto de la Mujer de España en 1983 por el primer Gobierno socialista de la democracia, fue un modelo referencial para la formación de nuevas institucionalidades de género en el Estado, en América Latina. El Instituto de la Mujer, organismo autónomo adscrito a diversos ministerios en distintos equipos de gobierno, tiene como función la promoción y el fomento de las condiciones que posibiliten la igualdad social de ambos sexos y la participación de las mujeres en la vida política, cultural, económica y social. Los objetivos de esta institución y la mayor radicalidad del contenido de las políticas de igualdad delinearon un horizonte 358

deseado y posible de alcanzar en materia de políticas de igualdad de género. Sus propuestas de políticas agrupadas en sucesivos planes de igualdad y sus estrategias de acción inspiraron las estrategias de los movimientos e institucionalidades de muchos países latinoamericanos. La trayectoria del Instituto y su posición jerárquica es un ejemplo del carácter no lineal de los procesos de institucionalización y su dependencia de los procesos políticos más amplios. El Instituto estuvo adscrito al Ministerio de Cultura hasta 1988, año en el que pasó a formar parte del Ministerio de Asuntos Sociales, y se unió al de Trabajo posteriormente. A partir de 2004 se vinculó a éste, a través de la Secretaría General de Políticas de Igualdad. Desde marzo de 2008 formó parte del Ministerio de Igualdad, creado por el gobierno surgido de las elecciones generales de marzo de ese mismo año y suprimido por el mismo gobierno en noviembre de 2010. Como en el caso del Instituto de la Mujer, muchos de los mecanismos de igualdad en América Latina fueron creados en coyunturas extraordinarias, en las cuales las demandas de la sociedad civil y en particular de los distintos movimientos feministas tuvieron una mayor receptividad de parte de los actores políticos y de las autoridades públicas. Los órganos de género se crearon en circunstancias específicas en que hubo un cambio significativo del clima político nacional, alternancias parlamentarias o de gobierno y campañas de fuerte presión por parte de grupos de mujeres. Sin embargo, una vez creadas estas instituciones en coyunturas de apertura democrática o en respuesta a intereses modernizadores, la posibilidad de que el Estado y los gobiernos incorporen nuevas orientaciones y problemas de género en sus agendas, no depende solo de la voluntad inicial de las autoridades públicas ni de la fuerza momentánea alcanzada por el movimiento de mujeres. En la medida que son institucionalidades recién llegadas al Estado su estabilidad es muy dependiente de los cambios en las dinámicas sociales y en los alineamientos de las fuerzas políticas. Por otra parte, la inclusión de nuevos discursos sobre el orden de género y de nuevas formas de gestión de acción pública para responder a los problemas derivados de la desigualdad de género está condicionada por las reglas formales e informales de distintas jerarquías, los procedimientos y la cultura y formas de organización de la administración pública. Los contenidos de los textos constitucionales y reglamentarios, las formas y lógicas institucionales de funcionamiento del aparato político administrativo, a veces obligan a cambios más o menos sustantivos de las políticas propuestas. Las características propias de los funcionarios administrativos, en particular las lógicas que rigen sus acciones, pueden tener un impacto singular en la inscripción de los problemas en las agendas. Las decisiones políticas no solo se toman dentro de los círculos de decisión localizados en la administración pública (presidencia, gabinete de ministros, ministerios, entre otros) sino también en los círculos de decisión que se sitúan en los espacios de interacción e interlocución que establece el gobierno con distintos actores privados, sociales, gremiales y políticos. Estas decisiones están condicionadas por los recursos, la visibilidad y la fuerza de los distintos actores concernidos en las políticas. Para elevar su fuerza política los órganos de género también deben concitar el apoyo de las organizaciones de mujeres 359

y de diversos actores —centros académicos, sistema político, medios de comunicación, etc.— para fortalecerse en sus negociaciones con el Estado. El grado de organización de los movimientos de mujeres, las características de sus liderazgos y la capacidad de definir, de manera más o menos autónoma, su identidad condicionan la calidad de su participación en estos círculos de decisión. En este punto, resulta útil recordar la importancia que adquieren las estructuras de intermediación entre el Estado y la sociedad, ya que pueden constituirse en lugares privilegiados desde donde los actores interesados pueden fortalecerse para incorporar nuevos problemas a las agendas y mantenerlos como objeto de políticas. El carácter dinámico de los procesos políticos y las mencionadas restricciones normativas, simbólicas y políticas que encuadran la acción de estos órganos explican que no todos los temas de género se incluyen en las agendas, y los que se incluyen no lo hagan de una vez para siempre. La historia de muchos de los organismos de género es zigzagueante al estar más expuestos que otros órganos del Estado a la inestabilidad, a los efectos del cuoteo político en momentos de cambio de correlaciones de fuerza o en las coyunturas de cambio de gobierno. En estos últimos momentos, existen presiones para redefinir sus misiones, sus posiciones jerárquicas y discontinuar las políticas puestas en marcha, abriendo nuevamente el debate de la responsabilidad que le cabe al Estado en crear las condiciones para que se respeten los derechos de las mujeres y para que accedan en forma equitativa a recursos y oportunidades sociales. Estas consideraciones permiten comprender que la permanencia de los problemas de género en las agendas públicas e institucionales está asociada al incremento de la legitimidad de la igualdad de género en la sociedad y el Estado, y del número de actores que desde dentro y fuera de este último están concernidos con la superación de las desigualdades.

2.4. EL APORTE DE LOS ÓRGANOS DE COORDINACIÓN DE POLÍTICAS DE GÉNERO A LA MODERNIZACIÓN DEL ESTADO Y LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA Las agendas institucionales de estos organismos son resultado de una negociación a varias bandas, con la agenda de género de la sociedad civil, con la agenda de partido de donde provienen las autoridades, así como también con la agenda de gobierno. Sus autoridades y el funcionariado no solo deben legitimar esta nueva agenda en el Estado, sino estar atentos a la emergencia de nuevos problemas de inequidad de género derivados de las propias resistencias que su tratamiento suscita en las nuevas dinámicas sociales. Para definir los problemas de género como problemas públicos deben producir conocimientos, argumentaciones, proponer cambios en la producción y análisis de la información dentro del Estado a fin de situarse en una mejor posición para incidir en los procesos de decisión de las políticas. Como los recursos humanos capacitados en teoría y las políticas de género están fuera del gobierno y del Estado, han tenido que establecer relaciones de 360

cooperación —no sin conflicto— con organizaciones de la sociedad civil y de la académica en la producción e intercambio de conocimientos. La necesidad de contar con fuerza política les ha impulsado a crear órganos de interlocución entre ellos y la sociedad: consejos, mesas de trabajo, cabildos, invitando a las organizaciones y miembros de la sociedad civil a sus debates. Los órganos de género se han visto entonces obligados a transitar nuevos caminos en el proceso de formulación y gestión de políticas. La solución de los problemas derivados de las desigualdades de género, como es el caso de la violencia contra las mujeres, la eliminación de la discriminación de las mujeres en el mercado de trabajo, la articulación de las actividades reproductivas y productivas, entre otros problemas, exigen la acción coordinada de distintos sectores de la administración pública y la implementación de formas de planificación y evaluación de carácter horizontal. Debido a las atribuciones que les son concedidas, los órganos de género actúan a través de otros grupos de autoridades y funcionarios de distintos sectores, a los que Subirats (2008) denomina grupos objetivos, con los cuales las autoridades y el funcionariado de los órganos deben vincularse para incidir sobre procesos que no están bajo su control pero que afectan a las relaciones de género. Estos grupos objetivos, suelen orientar sus acciones a partir de sus propias concepciones de género y actuar con una lógica sectorial que define líneas de mando muy jerárquicas. Es por esta razón por la que parte importante de las energías de las autoridades y funcionarios/as de los órganos de género se ha dirigido a sensibilizar y capacitar a los y las funcionarios/as públicos para generar un canal de comunicación e intercambio en torno a la necesidad y ventajas de incorporar la equidad de género en las políticas públicas, en los programas, proyectos y servicios. Deben identificar las distintas contrapartes de gobierno y a las personas que deciden y ejecutan las políticas, aquellas que tienen mayor legitimidad y autoridad política, conocer sus concepciones, evaluar su voluntad, conocer la organización, las reglas y los procedimientos propios de cada sector. En el contacto cotidiano atraviesan barreras ideológicas, políticas, procedimentales, organizacionales y administrativas, antes de poder establecer una red de vínculos en el interior de la administración pública y de los distintos poderes del Estado. Les es necesario articular tiempos y espacios de gestión diferentes, apropiarse del contenido de las reglas, formales e informales, para ver sus posibilidades de cambio, de la cultura institucional, y simultáneamente ir legitimando la institución frente a sus interlocutores/as. Solo de esta manera, les es posible permear las actividades de los distintos sectores, afectar la cultura organizacional, sugerir cambios en reglas y procedimientos, y promover nuevas modalidades de entrega de servicios que aseguren no solo la redistribución de recursos entre mujeres y hombres, sino también que las mujeres sean reconocidas como interlocutoras en la elaboración e implementación de las políticas en los distintos servicios y ministerios. La creación y reiteración de estas redes de interacción y la profundidad de las nuevas ideas asegura la estabilidad y recurrencia de las acciones institucionales, permite contrarrestar la tendencia de las instituciones a reproducirse permanentemente sin introducir cambios. 361

Junto a los órganos de género responsables de la coordinación de políticas en los estados, se han creado otras instituciones de género a nivel sectorial, regional y local. Estas mismas instituciones han sido producto de la iniciativa de los órganos de género central y/o el resultado de la interacción de actores políticos y sociales con el Estado a distintos niveles, central, regional o local. La existencia de una trama institucional ha posibilitado, en la mayoría de los casos, a los órganos centrales de género enriquecer su gestión con estrategias de red y movilizar recursos de distintos órganos del Estado en torno a los objetivos propuestos, lo que dota de flexibilidad el accionar institucional. La elaboración de planes de igualdad por el Instituto de la Mujer de España fue un impulso para que los variados órganos coordinadores de políticas de género en América Latina elaboraran los propios. Los planes de igualdad se constituyeron en marcos referenciales para la acción que amplió el tiempo institucional al proponer un horizonte de futuro y permitió a los distintos órganos reinterpretar los sentidos de las acciones específicas realizadas hasta ese momento, y trascender la inmediatez de la acción presente y contrarrestar la desmotivación que suelen suscitar las resistencias arbitrarias y/o la lentitud de los procesos de incorporación de la igualdad de género en el Estado (GUZMÁN, 2011). Por esta razón, es posible afirmar que, con todas sus limitaciones y diferencias, la mayoría de órganos de género son un polo de iniciativas y de tensión dentro del Estado. Sus marcos interpretativos proponen una nueva conceptualización de la igualdad entendida como producto de procesos sociales atravesados por conflictos de poder. Amplían los contenidos de la igualdad afirmando sus distintas dimensiones: distributivas, de reconocimiento y políticas (FRASER, 2010). En la medida que el objetivo de la igualdad es asegurar las posibilidades de ser y hacer de las mujeres, promueve la autonomía física, económica, social y política de las mismas. Finalmente, la articulación de la libertad e igualdad implica avanzar un paso más y reconocer la capacidad ética de las personas para tomar decisiones en las esferas de la intimidad y la privacidad: derecho a la autenticidad y a la expresividad. Las estrategias implementadas por los mecanismos de género en coordinación con un conjunto de actores situados en el Estado y la sociedad civil, han dado lugar a nuevos marcos jurídicos, a la elaboración de planes de igualdad de oportunidades asumidos como políticas de gobierno, a la constitución de órganos de coordinación a distintos niveles, consejos de ministros por la igualdad de oportunidades, comisiones de igualdad de oportunidades, programas nacionales y órganos de coordinación interministerial en torno a problemas específicos tales como la violencia de género, la salud sexual y reproductiva, etc. También se han expresado en cambios de las normativas y procedimientos administrativos, de planificación y evaluación de políticas y la generación de un conjunto de herramientas tales como indicadores de género, sistemas de capacitación y seguimiento y sistemas de producción y difusión de información.

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2.5. CONCLUSIONES La institucionalización de género es un proceso político e institucional complejo, que enlaza dimensiones discursivas sobre el orden de género con la construcción de sistemas interactivos dentro y fuera del Estado, en contextos institucionales preestablecidos. Al interior de distintos espacios se vinculan actores con marcos interpretativos de la realidad, valores e intereses diferentes, se producen conocimientos, se difunden ideas de distinto nivel de profundidad, al mismo tiempo que se van transformando o construyendo nuevas normas y reglas de interacción. Los procesos de institucionalización del tema de género no son lineales, ni alcanzan necesariamente los resultados predeterminados en la planificación. Los resultados —es decir, la efectiva consolidación de estas institucionalidades— están condicionados por las estructuras de oportunidades que ofrecen procesos sociopolíticos y culturales más amplios, en cuyas dinámicas logran incidir con más o con menos fuerza y visibilidad los actores del campo político organizado en torno a la equidad de género. Desde esta perspectiva, se impone la necesidad continuada y siempre más ampliada de participación de los actores sociales e institucionales comprometidos con la equidad de género en las negociaciones en torno al establecimiento de nuevas normas de funcionamiento del Estado, y de relación entre el Estado y la sociedad. De la ampliación de la cultura democrática y las formas de participación política depende mucho el éxito de los mecanismos de promoción de equidad. Pese a las particularidades de las experiencias nacionales, en América Latina, los órganos de género y el campo político que los sustenta han jugado un papel de ofensivas modernizadoras desde abajo, insertándose en un campo institucional más amplio de debates y lucha política, donde entran en disputa proyectos de modernización de distintos matices políticos e ideológicos. En ese proceso, no es raro que se articulen con otros órganos institucionales de promoción de equidad y justicia social que nacieron en las tramas de la subpolítica latinoamericana, con aquellos que luchan por los derechos de los indígenas, negros, homosexuales, causas ambientales, derechos sociales y económicos y otros. De ese modo, los órganos de género —así como los otros impulsados por la sub-política— han llegado a ser un importante motor de la reflexividad institucional del Estado. Por medio de esos nuevos órganos institucionales, la subpolítica de la equidad de género presiona por cambios en las tradicionales formas de decisión política, en la cuales las lógicas de las autoridades, las administraciones, el personal técnico y especialista tienen primacía y promueven el desarrollo de dispositivos de mediación política que comportan otros discursos y otras lógicas y, por ello, pueden ser áreas de incidencia para un espectro más amplio de sujetos políticos y canales para demandas políticas formuladas desde distintos grupos y espacios de la sociedad. Un hecho importante, que marca la acción futura de los mecanismos de igualdad de género, es la emergencia de movimientos culturales que afirman su identidad y plantean el carácter multicultural de sus sociedades. Esta situación exige, a los 363

órganos de género en el Estado y a la sociedad civil, emprender un diálogo intercultural sobre los diversos caminos que a partir de horizontes culturales diversos se deben recorrer para acceder a la autonomía e igualdad de las mujeres. Asimismo, esto exige pensar en nuevas modalidades de participación más equilibrada entre las distintas comunidades para construir un horizonte político común. Los órganos se enfrentan al reto de construir las políticas de género a partir de la diversidad cultural, evitando la fragmentación, el encapsulamiento y el reforzamiento de las dimensiones identitarias de las mujeres contrarias a su autonomía e igualdad.

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Lecturas recomendadas • GUZMÁN, V.: «Gobernabilidad democrática y género. Una articulación posible». Serie Mujer y desarrollo, n.º 48, CEPAL. 365

El documento presenta un panorama de los cambios sociales e institucionales en la América Latina de las últimas décadas y reflexiona sobre las relaciones que deberían existir entre la gobernabilidad democrática y las transformaciones del sistema social de género. Postula que avanzar en nuevas formas de gobernabilidad democrática hace necesario cambios institucionales, es decir, de las reglas y normas que organizan las relaciones entre actores en distintos escenarios, en particular, entre el Estado y la sociedad, y entre el Estado, el mercado y la familia. El debate sobre estos cambios abre la oportunidad para incluir en este debate la transformación de las normas y patrones de acción recurrente que reproducen las desigualdades de género. Complementariamente, este trabajo muestra cómo el cambio en las relaciones desiguales entre hombres y mujeres amplía las bases de sustentación democrática de la gobernabilidad, al integrar en los procesos de cambios y en la construcción de nuevas reglas, la experiencia y la superación de los problemas derivados de la inequidad de género. • ASTELARRA, J.: «Políticas de género en la Unión Europea y algunos apuntes sobre América Latina», Serie Mujer y desarrollo, n.º 57, División de Asuntos de género, CEPAL. En el documento se describen los principales tipos de políticas antidiscriminatorias y las estrategias de intervención que cada una de ellas comporta. Su aplicación depende de las distintas concepciones políticas y las diferencias entre los sistemas políticos y sus tradiciones en cada país, tanto en Europa como en América Latina. Las estrategias más importantes que se han implementado son: (i) la igualdad de oportunidades; (ii) la acción positiva; y (iii) la transversalidad.En las políticas de la Unión Europea, plasmadas en sus Programas de Acción Comunitaria, los datos muestran que ha existido un incremento en las políticas, desde las de igualdad de oportunidades, pasando por la acción positiva, hasta las políticas de transversalidad y paridad. Para América Latina, se analizan los informes de la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), y los planes de igualdad de oportunidades de algunos países. Los datos muestran que el énfasis de actuación ha estado en las medidas de conocimiento, información, sensibilización y formación sobre la desigualdad de las mujeres. Han existido, en cambio, pocas actuaciones estructurales contra la discriminación excepto en los cambios legislativos. • GONZÁLEZ VÉLEZ, A. C.: «Una mirada analítica a la legislación sobre interrupción del embarazo en países de Iberoamérica y el Caribe», Serie Mujer y desarrollo, n.º 110, CEPAL. El presente documento contiene un análisis de la legislación sobre aborto desde tres perspectivas: la legalización (estudio de normas nacionales que han legalizado el aborto y la reglamentación existente para su aplicación), la despenalización (estudio de los códigos penales de los Estados donde el aborto es delito pero en los que hay excepciones / causales excluyentes de responsabilidad) y atenuantes de la pena. Pese 366

a que este estudio está centrado en los países que están incluidos en el Observatorio de igualdad de género de América Latina y el Caribe, resulta relevante entender su situación en el contexto de la situación mundial de las leyes relativas al aborto. El 97 % de los países del mundo permiten el aborto para salvar la vida de la mujer y solo un 3 % de países lo mantiene completamente penalizado.

Páginas web recomendadas • CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe): http://www.cepal.org/ • Instituto de la Mujer: www.inmujer.gob.es/ • Instituto Europeo para la Igualdad de Género: http://www.eige.europa.eu/

Actividad práctica Comparar planes de igualdad de oportunidades de distintas autonomías, lo más diversas posibles. Comparar su estructura, objetivos y metas perseguidas teniendo en cuenta el contexto político-institucional y cultural de las autonomías.

1 MIYARES, A., Democracia feminista, Cátedra, col. Feminismos, Madrid, 2003. 2 COBO, Rosa, Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau, Cátedra, col. Feminismos, Madrid, 1995. 3 POSADA KUBISSA, Luisa, Sexo y esencia. De esencialismos encubiertos y esencialismos heredados: desde un feminismo nominalista, Horas y horas, Madrid, 1998: p. 15. 4 COBO, Rosa, «La democracia moderna y la exclusión de las mujeres», en Mientras tanto, n.º 62, 1995, pp. 107-108. Véase también FRAISSE Geneviéve, Les deux goubernements: la famille et la Cité, Folio, Essais, París, 2000. 5 FRAISSE, Geneviéve, Musa de la razón, Cátedra, Madrid, 1991, p. 90. 6 PATEMAN, Carole, El contrato sexual, traducción de María Luisa Femeninas revisada por María-Xosé Agra, Anthropos, Madrid, 1995. 7 AGRA, María-Xosé, «Introducción», en PATEMANT Carole, El contrato sexual, op. cit. 8 AMORÓS, Celia, «Interpretaciones a la democracia paritaria», en VV.AA., Democracia paritaria, Gijón, Tertulia Feminista les Comadres, 1999. 9 CONCORCET, DE GOUGES, DE LAMBERT y otros, La Ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII, Edición de Alicia H. Puleo, Madrid, Anthropos, 1993. 10 AMORÓS, Celia, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Cátedra, col. Feminismos, Madrid, 1997: p. 56.

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11 AMORÓS, Celia, Kierkegaard o la subjetividad del caballero, Barcelona, Anthropos, 1987. 12 Para profundizar en estas cuestiones, revisar el capítulo primero de este mismo libro. 13 SCOTT, Joan, «La querelle de las mujeres a finales del siglo XX», New Left Review, Madrid, n.º 3, 2000, p. 105. 14 GASPARD, Françoise, LE GALL, Anne, SERVAN-SCHREIBER, Claude, Au pouvoir citoyennes! Liberté, égalité, parité, París, Le Seuil, 1992. Ver también Françoise COLLIN, «La parité: une autre démocratie pour la France?», en Les Cahiers du Grif, n.º 47 (París), junio de 1993. 15 Hay que señalar que las elecciones presidenciales y legislativas francesas de 2007 que dieron el triunfo a la derecha están traduciéndose en un retroceso para las mujeres en términos de representación política, hasta el extremo de que la «ola conservadora que anega Francia abre un interrogante sobre los nuevos derechos conquistados por las mujeres». Véase Joaquín PRIETO: «Adiós al sueño de la paridad», El Pais, 2 de junio de 2002. 16 RUBIO, Ana, Los derechos humanos de las mujeres. Un nuevo contrato social, en prensa. 17 AMORÓS, Celia, Tiempo de feminismo, op. cit., p. 56. 18 MURILLO, Soledad, El mito de la vida privada, Siglo XXI, 1996. 19 Véase el capítulo 4 de esta obra para profundizar en el tema de la familia y los afectos. 20 AMORÓS, Celia, La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias para las luchas de las mujeres, Cátedra, col. Feminismos, 2006. 21 PATEMAN, Carole, El contrato sexual, op. cit. 22 YOUNG, Iris Marion, op. cit., p. 15. 23 AMORÓS, Celia, Tiempo de feminismo, op.cit., véase capítulo I. 24 Este capítulo se ha redactado en el marco del proyecto Desigualdades: tendencias y procesos emergentes en la estratificación social (Proyecto Anillos Soc 12). 25 Investigadora y subdirectora del Centro de Estudios de la Mujer de Chile; doctora en sociología, académica de la maestría en Género, sociedad y política del Programa Regional de Formación en Género y Políticas Públicas (PRIGEPP); titular proyecto desigualdades.cl y del proyecto anillos (conicyt soc 12). 26 Investigadora del Instituto Fernandes Figueira de la Fundación Oswaldo Cruz (FIOCRUZ) de Brasil. Médica y doctora en sociología especialista en políticas de salud y sexualidad. 27 Su noción de modernización está desvinculada de cualquier idea de progreso, sea este económico o tecnológico, y no se confunde con la noción de democracia o de democratización. La historia moderna ha conocido ofensivas modernizadoras de distintas orientaciones: liberales, comunistas, socialistas, fascistas o en forma de estado de bienestar keynesiano, con una enorme variedad de combinaciones entre los extremos del eje, libertad y disciplina. 28 El género es utilizado como criterio y justificación de decisiones de políticas para proteger los intereses y poder de unos grupos sobre otros. 29 La CEDAW es uno de los instrumentos más poderosos en la lucha por la igualdad de la mujer. La Convención ha sido denominada «la carta de los derechos humanos de la mujer».

368

Capítulo 12 Actores y espacios laborales de la globalización 1 SASKIA SASSEN Existen emplazamientos en los que se producen múltiples intersecciones entre diferentes circuitos globales. Me centraré en tres emplazamientos de este tipo, uno en el Norte y otro en el Sur global, respectivamente, y un tercero que los une. Un lugar donde se producen estas intersecciones es la ciudad global, sobre todo las cerca de cuarenta ciudades globales que hoy en día representan prácticamente una plataforma organizativa para la economía global. El otro emplazamiento se ubica en una serie de países del Sur global, sujetos al régimen internacional de financiación de la deuda externa, que sitúa a los gobiernos, empresas y hogares bajo tremendas restricciones para su supervivencia. En este contexto, las migraciones globales de mano de obra surgen como un proceso de conexión. Ésta es una estrategia de supervivencia para los habitantes de países fuertemente endeudados y para los gobiernos, cada vez más dependientes de las remesas de los emigrantes, en muchos casos mujeres, sobre todo en Latinoamérica y ciertos países asiáticos. Sin embargo, las migraciones también se han convertido en una fuente de trabajadores con bajos salarios en las ciudades globales más ricas, en las que se observa una demanda creciente tanto de trabajadores con elevada remuneración como de trabajadores con bajos salarios.

1. Los programas del FMI y la necesidad de contar con circuitos de supervivencia alternativos Los problemas y el servicio de la deuda se han convertido en una característica del mundo en vías de desarrollo desde la década de los ochenta 2 . Múltiples investigaciones sobre países empobrecidos documentan el vínculo entre gobiernos altamente endeudados y recortes en el gasto para la educación, la salud, las infraestructuras y una amplia gama de componentes claramente necesarios para asegurar un futuro mejor 3 .

1.1. «CONTRAGEOGRAFÍAS» DE LA GLOBALIZACIÓN

Es en este contexto donde surgen los circuitos alternativos de supervivencia. El 369

contexto puede determinarse como una condición del sistema conformado por una serie de interacciones específicas entre una elevada tasa de desempleo, pobreza, bancarrotas generalizadas y unos recursos estatales (o una asignación de recursos) menguantes para cumplir con las necesidades sociales. Una elevada tasa de desempleo junto con una fuerte deuda gubernamental conlleva una necesidad de buscar alternativas de supervivencia, no solo para las personas, sino también para los gobiernos y las empresas. Además, una economía regular menguante, en un número creciente de países empobrecidos, ha traído consigo una extensión en la búsqueda de rentabilidades ilícitas por parte de empresas y organizaciones. Por consiguiente, podemos afirmar que, a través de su contribución a las elevadas cargas de la deuda, los Programas de Ajuste Estructural han desempeñado un papel de gran importancia en la formación de «contrageografías» de supervivencia, de rentabilidad y de mejora de los ingresos públicos 4 . Utilizo el término «contrageografías» para plasmar el hecho de que la globalización ha brindado una infraestructura institucional para los flujos transfronterizos y los mercados globales que puede emplearse para fines distintos a aquéllos previstos originalmente: por ejemplo, las redes de tráfico de seres humanos pueden utilizar los sistemas financieros y de transporte creados para las empresas globales. Es decir, los componentes desarrollados para la globalización económica empresarial han facilitado el desarrollo de estas «contrageografías». Además, una vez que se forma una infraestructura para la globalización, se pueden trasladar al nivel global varios procesos que en el pasado han operado en los ámbitos nacional o regional. Esto contrastaría con procesos que son globales por su propia naturaleza, como puede ser la red de centros financieros que subyacen a la formación de un mercado global de capitales. La implicación fundamental es que la lucha por la supervivencia se extiende más allá de los hogares domésticos alcanzando a las empresas y a los gobiernos. El violento impacto que estos Programas de Ajuste Estructural ha supuesto para las economías en su conjunto ha engendrado una gama de posibilidades con fines lucrativos y de ingresos públicos basada en el trabajo de los emigrantes, así como para las redes globales de comercio sexual de mujeres y niños. A continuación, trataremos el asunto de los beneficios generados por estas formas de tráfico, además de las remesas de los emigrantes, de una forma más general. Estos mecanismos son un prisma (y solo uno) con el cual podemos analizar el tema más amplio de la formación de economías políticas alternativas de supervivencia, marcadas en muchos casos por formas particulares de violencia contra las personas.

2. Las migraciones y sus remesas: una opción de supervivencia 370

Los inmigrantes se incorporan a las estrategias de desarrollo a nivel macro mediante las remesas que envían a sus países de origen. Estas remesas suponen una fuente importante de reservas en divisa extranjera para los gobiernos de muchos países del mundo. Aunque los flujos de remesas puedan ser relativamente menores comparados con los enormes flujos de capital que circulan a diario por los mercados financieros globales, pueden ser tremendamente importantes para economías con dificultades o en vías de desarrollo. El Banco Mundial estima que las remesas en el ámbito global alcanzaron en 2006 los 230.000 millones de dólares, respecto a los 70.000 millones de 1998 5 . De esta cuantía, 168.000 millones fueron encauzados hacia países en vías de desarrollo, un 73 % más que en 2001. Las empresas de los países receptores de inmigrantes también pueden resultar beneficiadas del envío de remesas. De hecho, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estima que, en 2003, las remesas de inmigrantes generaron 2.000 millones de dólares en comisiones de gestión para el sector financiero y bancario, sobre los 35.000 millones enviados por la población hispana en EE.UU., a sus países de origen 6 . El BID también detectó que, para América Latina y el Caribe en su conjunto, estos flujos de remesas superaron, en 2003, los flujos combinados de todas las inversiones extranjeras directas y toda la Ayuda al Desarrollo Oficial neta 7 . Para comprender el significado de estas cifras, deberían cotejarse con el PIB y las reservas de divisas de los países específicamente involucrados, y no tanto con el flujo global de capital. Por ejemplo, en Filipinas, que es un país de origen de inmigrantes, y principalmente de mujeres para la industria del entretenimiento, las remesas suponen la tercera mayor fuente de divisas extranjeras a lo largo de los últimos años. En Bangladesh, otro país con un alto número de nacionales trabajando en Oriente Medio, Japón y varios países europeos, las remesas representan una tercera parte de las divisas extranjeras. En México, las remesas son la segunda mayor fuente de divisas extranjeras, por debajo del petróleo pero por encima del turismo, y superan las inversiones extranjeras directas 8 . Las remesas no son un factor especialmente significativo para la mayoría de los países. Una vez más, esto subraya la especificidad de las geografías de la migración. Éste es un elemento crítico en mi interpretación de estos procesos, debido a sus implicaciones políticas: pocos son los que realmente desean tener que ir a trabajar a otro país. Las remesas se sitúan entre un 0,2 % en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con rentas elevadas y un 3,7 % para los países de renta media, mientras que para Oriente Medio y el norte de África están en un 4,1 %. Estas cifras cambian radicalmente cuando se establece una jerarquía de países con respecto a la proporción de las remesas en el PIB. Las remesas superan una cuarta parte del PIB en varios países empobrecidos o países con dificultades: Tonga (31,1 %), Moldavia (27,1 %), Lesotho (25,8 %), Haití (24,8 %), Bosnia-Herzegovina (22,5 %) y Jordania (20,5 %). Sin embargo, si clasificamos a los países en términos del valor total, el resultado cambia otra vez. Los principales receptores de remesas en 2004 incluyen a países ricos como Francia, España, Alemania y Reino Unido. Los principales receptores son la India (21.700 millones de 371

dólares), China (21.300 millones), México (18.100 millones), Francia (12.700 millones) y Filipinas (11.600 millones).

3. La feminización de la supervivencia Las mujeres se han convertido en una fuerza importante en estos procesos, tanto porque suelen absorber la mayor parte del impacto de los Programas de Ajuste Estructural, como por ser un elemento clave en los nuevos circuitos globales de tráfico. Se está empezando a observar una feminización de la supervivencia de los hogares, pero también en relación a las empresas de tráfico ilícito de seres humanos y a los ingresos públicos. La feminización de la supervivencia de los hogares es medida a través de las características particulares de la deuda gubernamental (y no tanto por el hecho de la deuda en sí). Entre estas características podemos citar los recortes en programas gubernamentales específicos dirigidos directa, o indirectamente, a las mujeres y a los niños, además de programas sociales y programas de apoyo para los hogares. Asimismo, se observa una tendencia según la cual son los hogares los que tienen que absorber los costes del desempleo masculino. Hoy en día existe una amplia literatura al respecto en varios idiomas, incluyendo un gran número de textos de circulación limitada realizados por diversas organizaciones activistas y de apoyo. Una literatura anterior sobre las mujeres y la deuda, surgida en varios países en vías de desarrollo durante la primera generación de los Programas de Ajuste Estructural en la década de los ochenta (como reacción a la creciente deuda gubernamental), también documenta la carga excesiva que estos programas imponen a las mujeres 9 . El desempleo, tanto femenino pero más generalmente de los hombres, ha incrementado la presión sobre las mujeres para encontrar modos de asegurar la supervivencia de sus hogares 10 . La producción de alimentos de subsistencia, el trabajo informal, la emigración y la prostitución se han convertido en opciones de supervivencia para las mujeres y, por extensión, en muchos casos para sus hogares 11 .

3.1. CUANDO LOS ESTADOS EXPORTAN SU MANO DE OBRA A menudo los gobiernos consideran que la exportación de mano de obra y la recepción de remesas suponen un modo de hacer frente al desempleo y a la deuda externa. Aunque el segundo aspecto pudiera ser cierto, el primero no lo es. De hecho, la emigración podría estar contribuyendo a ralentizar el desarrollo, al ser casi siempre las personas más emprendedoras y a veces más formadas las que salen al extranjero. Algunos países han desarrollado programas formales de exportación de mano de obra. De forma sistemática, esto se inserta en un proceso de reorganización de la economía mundial que se inició en la década de los setenta y que despegó en los años 372

ochenta. Probablemente, los ejemplos más reveladores sean los de Corea del Sur y Filipinas 12 . En la década de los setenta, Corea del Sur desarrolló programas extensivos para promocionar la exportación de sus trabajadores como una parte integral de su creciente industria de construcción en el extranjero, empezando con los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en Oriente Medio, antes de mundializarse posteriormente. Al arrancar el propio boom económico de Corea del Sur, la exportación de trabajadores fue resultando una opción cada vez menos necesaria o atractiva. Por su parte, el Gobierno de Filipinas amplió y diversificó el concepto de exportación de ciudadanos como una vía para atender al incremento del desempleo y conseguir las necesarias reservas de divisas extranjeras mediante las remesas de sus emigrantes. En 1998, Tailandia inició una campaña, tras el periodo de crisis financieras comprendido entre 1997 y 1998, para promocionar la emigración por trabajo y el reclutamiento de trabajadores tailandeses por parte de empresas en el extranjero. El Gobierno intentó exportar trabajadores a Oriente Medio, EE.UU., Gran Bretaña, Alemania, Australia y Grecia. Por otro lado, el Gobierno de Sri Lanka ha intentado exportar 200.000 trabajadores al margen del cerca de un millón de ciudadanos que ya tiene trabajando en el extranjero. Las mujeres de Sri Lanka aportaron 880 millones de dólares en concepto de remesas en 1998, principalmente de sus ahorros como empleadas domésticas en Oriente Medio y el Lejano Oriente. En la década de los setenta, Bangladesh ya organizaba importantes programas de exportación de mano de obra hacia países de la OPEP en Oriente Medio. Estos esfuerzos siguen en pie y, junto con las emigraciones individuales hacia estos y otros países, principalmente EE.UU. y Gran Bretaña, se han convertido en una fuente importante de divisas extranjeras. Las remesas anuales de sus ciudadanos que trabajan en el extranjero se estiman en unos 1.400 millones de dólares, en la segunda mitad de la década de los noventa. Filipinas es el país con el programa de exportación de mano de obra más desarrollado. El Gobierno filipino ha desempeñado un papel importante en la emigración de mujeres filipinas hacia EE.UU., Oriente Medio y Japón, a través de la Philippines Overseas Employment Administration (POEA). Establecida en 1982, ha organizado y supervisado la exportación de enfermeras y empleadas domésticas a países con una elevada demanda. La combinación de una alta deuda externa y una importante tasa de desempleo, convirtieron esta política en una alternativa interesante para muchos. En estos últimos años, los trabajadores filipinos en el mundo enviaron cerca de 1.000 millones de dólares de media cada año. Los diferentes países importadores de mano de obra consideran esta política positiva por sus propios motivos específicos. Los países de la OPEP en Oriente Medio registraron un importante repunte en la demanda de trabajadores domésticos tras la bonanza petrolera de 1973. Ante una escasez de enfermeras, una profesión que exigía varios años de formación pero que no aportaba grandes salarios, ni gran prestigio o reconocimiento, EE.UU. aprobó la Immigration Nursing Relief Act en 1989, que permitía la importación de personal de enfermería; aproximadamente un 80 % del 373

personal de enfermería que se benefició de esta legislación provino de Filipinas 13 . El Gobierno filipino también aprobó reglamentos que permitían el reclutamiento en el país de jóvenes filipinas por parte de agencias matrimoniales especializadas en novias por catálogo, para casarse con hombres extranjeros como una cuestión de acuerdo contractual 14 . El rápido auge de este comercio se debió en parte al esfuerzo del Gobierno 15 . Entre los principales clientes se encuentran EE.UU. y Japón. Las comunidades agrícolas de Japón fueron destinos clave para estas jóvenes novias debido a las grandes carestías de habitantes, sobre todo de mujeres jóvenes, en las zonas rurales en una época en la que la economía era pujante y la demanda de mano de obra en las grandes áreas metropolitanas era extremadamente elevada. Los gobiernos municipales se adhirieron a la política de aceptación de las novias filipinas. La mayor parte de las filipinas que siguen estos cauces trabajan en el extranjero como empleadas domésticas, especialmente en otros países asiáticos 16 . El segundo mayor grupo, y el que crece más velozmente, se centra en las actividades de espectáculo, que se encaminan principalmente hacia Japón 17 . En la década de los ochenta, Japón aprobó leyes que permitían la entrada de «trabajadores del sector del entretenimiento» a su pujante economía, marcada por el incremento de las rentas consumibles y fuertes déficits de mano de obra. El rápido aumento en el número de trabajadores inmigrantes en el sector del entretenimiento se debe en gran medida a los más de 500 «intermediarios del espectáculo» establecidos en Filipinas y que operan fuera del marco estatal —aunque el Gobierno sigue beneficiándose de las remesas de estos trabajadores—. Estos intermediarios trabajan para suministrar mujeres para la industria sexual en Japón, que está controlada o patrocinada principalmente por bandas de crimen organizado, en vez de pasar por el programa de entrada de trabajadores del sector del entretenimiento que controla el Gobierno. Las mujeres son reclutadas para cantar y entretener, pero, en muchos casos, posiblemente en la mayoría, se ven forzadas a ejercer la prostitución.

4. La nueva demanda de mano de obra en las ciudades globales La globalización también ha producido emplazamientos que presentan una creciente demanda de diferentes tipos de mano de obra. Entre estos, las ciudades globales tienen un papel estratégico, teniendo en cuenta su fuerte demanda de profesionales internacionales de alto nivel y de trabajadores con salarios modestos, muchas veces mujeres del Sur. Estos lugares concentran algunas de las funciones y recursos claves de la coordinación y gestión de procesos económicos globales. El crecimiento de estas actividades ha producido un fuerte aumento de la demanda de profesionales altamente remunerados. Asimismo, tanto las empresas como los modos de vida de los profesionales que trabajan en ellas generan una demanda importante de trabajadores del sector servicios con bajos sueldos. De esta forma, las ciudades 374

globales son centros para la incorporación de un gran número de inmigrantes mal remunerados en sectores económicos estratégicos. Esta incorporación ocurre directamente, mediante la demanda de trabajadores de oficina y trabajadores manuales en el sector servicios, como conserjes y técnicos de reparación, generalmente mal pagados. Pero también sucede de forma indirecta, a través de las prácticas de consumo, tanto en sus trabajos como en sus hogares, de profesionales con grandes sueldos. Este consumismo genera la necesidad de trabajadores con bajos sueldos en restaurantes caros y tiendas exclusivas, además de empleadas domésticas y niñeras en el hogar. De este modo los trabajadores de bajos sueldos son incorporados a sectores punteros de la economía, pero lo hacen bajo condiciones que los hacen invisibles, socavando, por tanto, aquello que históricamente había funcionado como fuente de empoderamiento para los trabajadores: estar empleados en sectores de crecimiento. Esta combinación de circuitos para la oferta y la demanda de mano de obra está profundamente unida a otras dinámicas de la globalización: la formación de mercados globales, la intensificación de redes transnacionales y translocales, y el redespliegue geográfico de un número creciente de operaciones económicas y financieras. El fortalecimiento, y en algunos casos la formación de nuevos circuitos globales de trabajo, está inextricablemente arraigado en el sistema económico global y el consiguiente desarrollo de diferentes apoyos institucionales para los mercados y flujos de dinero transfronterizos. Estos circuitos son dinámicos y cambiantes en cuanto a sus características situacionales. Algunos de estos circuitos forman parte de la economía sumergida, pero recurren a elementos de la infraestructura institucional de la economía regular. La mayoría de estos circuitos forman parte de la economía formal y dan servicio a los sectores económicos punteros y a las principales plazas económicas del mundo. La combinación de circuitos de la oferta y demanda de mano de obra es dinámica y «multilocacional». Los cambios fundamentales en la organización de la actividad económica ocurridos desde la década de los ochenta están contribuyendo a un crecimiento de empleos de bajos salarios en los centros económicos más desarrollados y estratégicos del mundo, tanto en el Norte como en el Sur global. Tales tendencias contribuyen, por su parte, a una inseguridad económica generalizada y a nuevas formas de pobreza entre los trabajadores, incluso cuando están empleados 18 . Este es un amplio tema que incluye, significativamente, el hecho de que también están apareciendo estos centros económicos estratégicos con cierta pujanza en el Sur global, aunque no en las economías más empobrecidas. Cuestiones de racismo, colonialismo y resistencia se vislumbran en algunas de estas configuraciones, tanto en el Norte como en el Sur 19 . Existen al menos tres procesos en estos centros estratégicos que constituyen nuevas formas de desigualdad, entre las que podemos situar la creciente demanda de trabajadores de bajos salarios, incluyendo una elevada proporción de mujeres nacidas en el extranjero. Aunque no sean necesariamente excluyentes mutuamente, distinguirlos puede resultar útil. Estos procesos son: a) la creciente desigualdad en las capacidades de generación de ganancias de los diferentes sectores económicos y las 375

desigualdades en las capacidades de las rentas de distintos tipos de trabajadores y hogares; b) las tendencias hacia la polarización socioeconómica que resultan de la organización de las industrias de servicios y la precariedad de las relaciones de empleo, y c) la generación de marginalidad urbana, sobre todo como resultado de los nuevos procesos estructurales del crecimiento económico, y no de aquellos que generan marginalidad mediante el declive y el abandono.

4.1. GENERANDO UNA DEMANDA DE TRABAJADORES DE BAJOS SALARIOS En el trabajo cotidiano de los sectores punteros de las ciudades globales, una importante proporción de los empleos disponibles es de tipo manual y con bajo salario, muchos ocupados por mujeres inmigrantes. Incluso los profesionales más avanzados requerirán trabajadores administrativos, de limpieza o de mantenimiento para sus oficinas vanguardistas, además de necesitar camioneros para transportar su software o el papel higiénico. Aunque este tipo de trabajadores y empleos nunca están representados como parte de la economía global, son de hecho parte de la infraestructura necesaria para gestionar e implementar dicha economía, incluyendo una forma tan avanzada de ésta como pueden ser las finanzas internacionales. No se suelen analizar los procesos de trabajo de los servicios empresariales de alto nivel, desde la contabilidad a los conocimientos necesarios para la toma de decisiones. Estos servicios suelen ser vistos como un tipo de output, por ejemplo los conocimientos técnicos de alto nivel. Por tanto, se le ha prestado poca atención a la gama real de empleos, desde los empleos con altos salarios a los de bajos salarios, implicados en la producción de estos servicios. La atención sobre el proceso de trabajo vuelve a poner al descubierto la cuestión del empleo. La información debe difundirse, y los edificios en los que los trabajadores desempeñan sus labores deben ser construidos y limpiados. El rápido crecimiento de la industria financiera y de servicios altamente especializados genera no solo empleos técnicos y administrativos de alto nivel, sino también múltiples empleos no cualificados con salarios reducidos. En mis investigaciones sobre Nueva York y otras ciudades, he observado que entre un 30 % y un 50 % de los trabajadores en los sectores más punteros son, en realidad, trabajadores con bajos salarios 20 . Estas tendencias forman parte de una reconfiguración más amplia del empleo en las ciudades globales del Norte, pero también, y crecientemente, en las ciudades del Sur global 21 . Además, los estilos de vida similares, y de alto nivel, de los profesionales en estos sectores han creado una nueva demanda para una amplia relación de profesiones domésticas, sobre todo empleadas domésticas y niñeras. La presencia de un sector muy dinámico, con una distribución de rentas extremadamente polarizadas, tiene su propio impacto en la creación de empleos de bajos salarios en la esfera del consumo (o, en términos más generales, de la reproducción social). El rápido crecimiento de industrias con importantes concentraciones de empleos, con altos y bajos salarios, ha adoptado formas concretas en la estructura del consumismo, que a su vez ha tenido 376

un efecto de retroalimentación sobre la organización y los tipos de empleo que se están creando. La expansión de la mano de obra de elevados ingresos, junto con la emergencia de nuevos modos de vida, ha generado un proceso de aburguesamiento consecuencia de los altos ingresos, que descansa, en último término, en la disponibilidad de una amplia oferta de trabajadores con salarios reducidos 22 . Restaurantes de precios exorbitantes, viviendas y hoteles de lujo, tiendas gourmet, boutiques, tintorerías y servicios de limpieza especiales, todos utilizan la fuerza de trabajo de forma más intensiva que sus equivalentes más baratos. Esto ha reintroducido —hasta un punto desconocido desde hacía mucho tiempo— la noción de «clases sirvientes» en los hogares contemporáneos de elevadas rentas 23 . Las inmigrantes que sirven a las mujeres blancas profesionales de clase media han sustituido la imagen tradicional de la sirviente de raza negra que sirve a la señora blanca. Todas estas tendencias empujan a estas ciudades hacia una polarización social cada vez más aguda.

4.2. MERCADOS LABORALES GLOBALES EMERGENTES Estamos empezando a observar la formación de mercados globales de trabajo, tanto en la cima como en la base del sistema económico. En la base, gran parte de la ocupación laboral proviene de los esfuerzos de individuos, principalmente inmigrantes, aunque se empieza a detectar una red creciente de organizaciones que participan en este nivel. La subcontratación de empleos manuales de bajo nivel, administrativos y en el sector servicios se produce principalmente a través de empresas. El reclutamiento o, en términos más generales, la satisfacción de la demanda de trabajo doméstico, tiene lugar mediante el proceso de migración, pero cada vez es más notable la labor de las agencias en este sentido. Finalmente, un sector en auge es el de empresas globales de colocación de personal, que proveen a las empresas de una amplia gama de trabajadores, para, principalmente, empleos estandarizados. Algunas de éstas han incluido el trabajo doméstico para servir a la fuerza laboral profesional transnacional. Por ejemplo, Kelly Services, una empresa de servicios incluida en la lista Fortune 500 24 , centrada en la colocación de personal a nivel global, que mantiene oficinas en veinticinco países, acaba de añadir una división de asistencia doméstica que suministra empleos de amplio espectro en este terreno. Está especialmente diseñada para personas que necesitan asistencia en las actividades de la vida diaria, pero también para aquellos que no tienen tiempo para cuidar de la casa, actividad que antaño hubiera sido ocupada por la figura de la «mujer/ madre» en el hogar 25 . Aún más pertinente para los hogares profesionales de los que hablamos es que hay un número creciente de organizaciones globales de colocación de personal cuyos servicios publicitados cubren varios aspectos de los trabajos domésticos diarios, incluyendo llevar, recoger y el cuidado de los niños, la limpieza y la cocina 26 . Una agencia internacional de niñeras y au pairs (EF Au Pair Corporate Program) hace 377

publicidad directamente dirigida a las empresas para intentar convencerlas de que incluyan sus servicios como parte de sus ofertas de empleo a potenciales empleados, ayudándoles así a conciliar (con el trabajo fuera de casa) las necesidades de cuidado de los niños y del hogar. La tendencia emergente apunta cada vez más a que los componentes de la clase profesional transnacional puedan acceder a estos servicios en la creciente red de ciudades globales, entre las cuales es probable que circulen 27 . En la cumbre del sistema, varias empresas importantes de colocación de personal global, e incorporadas a Fortune 500, ofrecen a las otras empresas expertos y talentos para empleos técnicos y profesionales de alto nivel. En el año 2001, la mayor de estas empresas fue la multinacional suiza Adecco, con oficinas en cincuenta y ocho países; en 2000, suministró un total de tres millones de empleados a empresas en todo el mundo. Manpower, con oficinas en cincuenta y nueve países, proporcionó dos millones de empleados. Kelly Services, suministró 750.000 empleados en 2000. Todavía más importante es el hecho de que hay un sistema emergente que protege los derechos de la mano de obra transnacional profesional y de gestión. Este sistema está incrustado tanto en los principales acuerdos de libre comercio actuales, como en una serie de nuevos tipos de visados emitidos por distintos gobiernos 28 . Por consiguiente, se puede observar el surgimiento de la internacionalización del mercado de trabajo, tanto en la cima como en la base de la distribución ocupacional. Los empleos de categoría media han sido menos proclives a la internacionalización de su oferta, aunque también estén cada vez más incorporados a las agencias de empleo temporal. Estas ocupaciones de rango medio abarcan una amplia variedad de empleos profesionales y de supervisión; muchos de ellos están sujetos a la automatización, pero bastantes son lo suficientemente específicos a la organización político-económica de cada país y a su cultura como para ser candidatos poco probables para la deslocalización. En esta línea también se incluyen un amplio abanico de empleos de nivel medio y alto, sobre todo en la función pública 29 . Los tipos de ocupación involucrados, tanto en la cima como en la base del sistema, son de formas distintas pero paralelas, sensibles a las dinámicas globales. Las empresas requieren profesionales de confianza, y con algo de talento —si hay suerte —, y necesitan que sean especializados pero estandarizados al mismo tiempo, para poder utilizarlos globalmente. Además, los profesionales quieren lo mismo en cuanto a los trabajadores que emplean para sus hogares. El hecho de que ahora las empresas de colocación de personal provean de servicios domésticos, indica tanto la emergencia de un mercado global del trabajo, como los esfuerzos por estandarizar los servicios prestados por empleadas domésticas, niñeras y enfermeras de atención a domicilio en todo el mundo. En la cumbre de la economía empresarial, los profesionales altamente remunerados y las grandes corporaciones empresariales que proyectan conocimientos de ingeniería y precisión tecnológica se identifican mucho más fácilmente como necesarios, para un sistema económico avanzado, que los camioneros y otros trabajadores del sector servicios industriales, o que las empleadas domésticas y niñeras, aunque todos sean ingredientes necesarios. Las empresas, sectores y 378

trabajadores que pueden aparentar tener un vínculo muy tenue con la economía urbana, dominada por las finanzas y los servicios especializados, pueden ser de hecho una parte integrante de esta misma economía. Sin embargo, se incorporan a ella bajo condiciones de agudas segmentaciones sociales, de ingresos y, a menudo, sexuales y raciales/étnicas. Se incorporan a un circuito global inferior del capital, cada vez más dinámico y multifacético, que se desarrolla casi en paralelo al circuito superior de profesionales y empresas de servicios empresariales punteras —los abogados, contables y expertos de telecomunicaciones que dan servicio al capital global—.

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Lecturas recomendadas • BENERÍA, L.: Mercados globales, género y el hombre de Davos, en http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/laventan/Ventana10/ventana101-1.pdf Benería parte de la idea expresada por Polanyi en La gran transformación acerca de la necesidad de subordinar el mercado a las prioridades establecidas por las sociedades democráticas. Además de ello «generiza» buena parte de los supuestos de Polanyi, argumentando que esta transformación tiene dimensiones de género, y señalando que existe una tensión entre los supuestos de la racionalidad económica asociada con el comportamiento del mercado y las experiencias de la vida real de mujeres y hombres. Critica el planteamiento de la economía neoliberal, basándose en que un pensamiento que solo considera el comportamiento regido por la «racionalidad económica» deja fuera del análisis todas aquellas fuerzas y prácticas sociales que animan el comportamiento basado en otros tipos de conducta, tales como el altruismo, la empatía hacia otros, el amor y el afecto, la búsqueda del arte y la belleza por sí mismas, la reciprocidad, la solidaridad y el cuidado del prójimo. Coincide también con Polanyi en la crítica a esa tendencia que hace de la sociedad un 381

mero accesorio del sistema económico en lugar de su inverso. Argumenta Benería que la globalización erosiona la cohesión social, y ello requiere de políticas compensatorias y del diseño de nuevas políticas sociales. • COBO, R.: «Globalización y nuevas servidumbres de las mujeres», en Celia Amorós y Ana de Miguel (eds.), Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización. De los debates sobre el género al multiculturalismo (Tomo 3), Minerva Ediciones, Madrid, 265-300. En este capítulo, Rosa Cobo reflexiona acerca de las consecuencias sociales que genera la globalización, en particular sobre la vida de las mujeres. Aborda transformaciones como la crisis de la familia patriarcal y el surgimiento de nuevos modelos familiares, la sustitución de la ética del trabajo por la ética del consumo, la flexibilización del mercado de trabajo y la pérdida de derechos sociales, el debilitamiento de la política frente a los poderes financieros, las nuevas formas culturales, políticas e ideológicas y la precarización de la ciudadanía, entre otras. En este contexto de cambios a escala planetaria, la autora se refiere al diferente acceso de varones y mujeres al mercado laboral, en buena medida, debido al trabajo no remunerado que realizan las mujeres en el ámbito doméstico y que las sitúa en una posición de subordinación en los diferentes espacios sociales. A esto se une un análisis de la denominada segregación genérica del mercado global de trabajo. Se profundiza además sobre las consecuencias que los recortes en las ayudas sociales, unas medidas muy habituales en la actual situación de crisis económica, tienen sobre las mujeres y se plantea la cuestión de la feminización de la pobreza y de la «supervivencia». Por último, se reflexiona acerca de las herramientas que pueden favorecer la construcción de la libertad y la autonomía de las mujeres, desde las formas de resistencia de los colectivos de mujeres a las políticas públicas de igualdad. • SASSEN, S. (2003): Contrageografías de la globalización, Traficantes de Sueños, Madrid. Esta obra se compone de cuatro artículos en los que la autora presenta las cuestiones clave de la migración, la feminización de la pobreza y los circuitos mundiales de trabajo, entre otros, como elementos dinámicos dentro de ciertos patrones complejos globales que los conforman a la vez que contribuyen a su conformación. El capítulo tercero, «Lo que no se ve. Hacia un análisis feminista de la economía mundial», plantea, entre otras cosas, cómo la participación de las mujeres en la economía de la «ciudad global» ha reemplazado a la categoría fordista del salario familiar. Revisa también el carácter «informal» de buena parte del trabajo de las mujeres en la economía mundial y sus consecuencias, entre otras las posibilidades, aunque sean limitadas, de autonomía y fortalecimiento de las mujeres.

Páginas web recomendadas 382

• Banco Mundial: http://web.worldbank.org/ • Agencia Internacional de Aupairs: http://www.findaupair.com/index.asp • Secretaría de Estado de Emigración e Inmigración: http://www.mtin.es/es/sec_emi/index.htm

Actividad práctica Ver la película Frozen River dirigida por Courtney Hant en 2008. Explicar las características de los personajes en relación al empleo, a los conflictos gobales/locales y la incidencia de la globalización en el movimiento mundial de trabajadoras y trabajadores.

1 Este capítulo es una versión adaptada del artículo que con el mismo título fue publicado en 2008 en Papeles, n.º 101. La traducción para Papeles ha sido realizada por Leandro Nagore y Silvina Silva. 2 Los Programas de Ajuste Estructural se convirtieron en una nueva norma para el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), con el argumento de que ofrecían una forma prometedora para asegurar un crecimiento seguro y a largo plazo, además de políticas de gobierno coherentes. No obstante, todos estos países siguen estando fuertemente endeudados, tanto que 41 de ellos son considerados en la actualidad como Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC, por sus siglas en inglés). El objetivo de estos programas es el de mejorar la «competitividad» de los Estados, conllevando, habitualmente, recortes radicales en varios programas sociales. Para el año 1990 existían unas 200 deudas de este tipo. En la década de los noventa, el FMI logró que otros países endeudados implementasen Programas de Ajuste Estructural. La mayor parte de esta deuda está en manos de instituciones multilaterales (FMI, BM y bancos de desarrollo regional) y bilaterales, países individuales y el Grupo de París. Ver G. DATZ, «Global-National Interactions and Sovereign Debt-Restructuring Outcomes», en Deciphering the Global: Its Spaces, Scales and Subjects, S. SASSEN (ed.), Routledge, Nueva York y Londres, 2007, pp. 321-350, para una perspectiva basada en la soberanía estatal. 3 Para un análisis de los datos, ver Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), A Time For Bold Ambition: Together We Can Cut Poverty in Half, Informe Anual del PNUD 2005; Banco Mundial, «Increasing Aid and Its Effectiveness», en Global Monitoring Report: Millennium Development Goals: from Consensus to Momentum, Banco Mundial, 2005a, pp. 151-187, en http://siteresources.worldbank.org/; S. SASSEN, The Global City: New York, London, Tokyo, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 2001, Tabla 4.5, 2006, cap. 5. 4 La estructura actual de estas deudas, su servicio y el modo por el que se integran en las economías de los países deudores, sugieren que, bajo las condiciones actuales, la mayoría de estos países no podrán pagar sus deudas en su totalidad. Los Programas de Ajuste Estructural parecen haber incrementado esta posibilidad aún más, al exigir reformas económicas que han exacerbado el desempleo, junto con la bancarrota de numerosas pequeñas empresas centradas en el mercado nacional. Un indicador del fracaso de estos programas para lograr los objetivos deseados se observa en el hecho de que, a principios de 2006, las principales economías del mundo votaron formalmente por cancelar la deuda de los 18 países más empobrecidos del mundo, y propusieron extender la cancelación de la deuda a varios otros países empobrecidos. 5 Banco Mundial, Global Economic Prospects: Economic Implications of Remittances and Migration, Banco Mundial, Washington D.C., 2006. 6 S. ROBINSON, Towards a Neoapartheid System of Governance with IT Tools, SSRC IT & Governance Study Group, Nueva York, 2004, en http://www.ssrc.org. 7 M. OROZCO, B. L. LOWELL, M. BUMP y R. FEDEWA, Transnational Engagement, Remittances and

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their Relationship to Development in Latin America and the Caribbean, Institute for the Study of International Migration, Universidad de Georgetown, Washington D.C., 2005. Ver también OXFAM, 1999, op. cit. 8 Banco Mundial, 2006, op. cit. Ver también el dinero generado por el tráfico ilegal en el informe del Departamento de Estado de EEUU, Trafficking in Persons Report, publicado por la Office to Monitor and Combat Trafficking in Persons, Departamento de Estado de EEUU, Washington D.C., 2004, y D. KYLE y R. KOSLOWSKI, Global Human Smuggling, Johns Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 2001. 9 L. BENERIA y S. FELDMAN (eds.), Unequal Burden: Economic Crises, Persistent Poverty, and Women’s Work, Westview Press, Boulder, Co, 1992. Ver también C.E. BOSE y E. ACOSTA-BELÉN (eds.), Women in the Latin American Development Process, Temple University Press, Filadelfia, 1995, I. TINKER (ed.), Persistent Inequalities: Women and World Development, Oxford University Press, Nueva York, 1990, y K. WARD, Women Workers and Global Restructuring, Cornell University Press, Ithaca, Nueva York, 1991. 10 M. CHOSSUDOVSKY, The Globalization of Poverty, Zed/TWN, Londres, 1997, L. LUCAS (ed.), Unpacking Globalisation: Markets, Gender and Work, Makerere University Press, Kampala, Uganda, 2005. 11 D. ALARCÓN-GONZÁLEZ y T. MCKINLEY, «The adverse effects of structural adjustment on working women in Mexico», Latin American Perspectives, vol. 26, n.º 3, 1999, pp. 103-117; C. BUCHMANN, «The debt crisis, structural adjustment and womenís education», International Journal of Comparative Studies, vol. 37, n. os 1-2, 1996, pp. 5-30; H. SAFA, The Myth of the Male Breadwinner: Women and Industrialization in the Caribbean, Westview Press, Boulder, CO, 1995; J. L. PYLE y K. WARD, 2003, op. cit., y L. Lucas, 2005, op. cit. 12 S. SASSEN, The mobility of labor and capital: a study in international investment and labor flow, Cambridge University Press, Cambridge (Inglaterra) y Nueva York, 1988. 13 S. YAMAMOTO, «Democratic Governmentality: The Role of Intermediaries in the Case of Latino day Laborers in Chicago», presentado ante la reunión anual de la American Sociological Association, Montreal, Quebec, Canadá, 13 de agosto de 2006. 14 Hay pruebas crecientes de un grado significativo de violencia contra las novias por catálogo en varios países, sea cual sea la nacionalidad de origen. En EEUU, el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) ha informado recientemente de que la violencia doméstica contra las novias por catálogo es ahora aguda (ibídem, 2006). Una vez más, la ley obra en contra de estas mujeres, ya que se exponen a ser detenidas si intentan recurrir en un plazo inferior al cumplimiento de dos años de matrimonio. En Japón las novias por catálogo extranjeras no tienen un estatus legal plenamente igualitario, y hay pruebas suficientes de que muchas son sometidas a abusos, no solo por parte del marido, sino también por parte de la familia extendida. 15 El Gobierno filipino aprobó la existencia legal de la mayor parte de las organizaciones dedicadas a la oferta de novias por catálogo hasta el año 1989. Bajo el Gobierno de Corazón Aquino, las historias de abusos por parte de maridos extranjeros empujaron al Ejecutivo a prohibir el negocio de las novias por catálogo. No obstante, es prácticamente imposible eliminar a estas organizaciones, que siguen operando en clara violación de las leyes establecidas. 16 YAMAMOTO, 2006, op. cit. Ver también R. PARRENAS (ed.), Servants of Globalization: Women, Migration and Domestic Workers, Stanford University Press, Stanford, CA, 2001. 17 S. SASSEN, 2001, op. cit., cap. 9. 18 Para la diversidad de perspectivas sobre esta cuestión, ver, por ejemplo, F. MUNGER (ed.), Laboring Under the Line, Russell Sage Foundation, Nueva York, 2002; L. ROULLEAU-BERGER (ed.), Youth and Work in the Postindustrial Cities of North America and Europe, Brill, Leiden, Países Bajos, 2003; M. P. FERNÁNDEZ KELLY y J. SHEFNER, Out of the Shadows, Penn State University Press, College Station, Pennsylvania, 2005; J. HAGEDORN (ed.), Gangs in the Global City: Exploring Alternatives to Traditional Criminology, Universidad de Illinois, Chicago, 2006; N. RIBAS MATEOS, The Mediterranean In The Age Of Globalization: Migration, Welfare, And Borders, Transaction, Somerset, Nueva Jersey, 2005; M. KIRSCH (ed.), Inclusion and Exclusion in the Global Arena, Routledge, Nueva York, 2006. 19 M. MAMDANI, Citizen and Subject: Contemporary Africa and the Legacy of Late Colonialism, Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1996; E. BONILLA-SILVA, Racism without Racists: Color-blind

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Racism and the Persistence of Racial Inequality in the United States, Rowman & Littlefield, Lanham, MD, 2003; X. BADA, J. FOX y A. SELEE, Invisible No More: Mexican Migrant Civic Participation in the United States, The Woodrow Wilson International Center for Scholars, Washington D.C., 2006; C. CHASE-DUNN y B. GILLS, «Waves of globalization and resistance in the capitalist world system: social movements and critical globalization studies», en R. APPELBAUM y W. ROBINSON (eds.), Critical Globalization Studies, pp. 45-54; R. SENNETT, Respect in an Age of Inequaliy, Norton, Nueva York, 2003; «Inmigración, Estado y Ciudadanía. Simposio», Revista Internacional de Filosofía, 27 de julio de 2006. 20 S. SASSEN, 2001, op. cit., caps. 8 y 9, sobre todo las tablas 8.13 y 8.14; C. ZLOLNISKI, Janitors, Street Vendors, and Activists: The Lives of Mexican Immigrants in Silicon Valley, University of California Press, Berkeley, 2006. 21 Ver, por ejemplo, S. BUECHLER, «Deciphering the Local in a Global Neoliberal Age: Three Favelas in Sao Paulo, Brazil», en S. SASSEN (ed.), Deciphering the Global: Its Scales, Spaces, and Subjects, Routledge, Nueva York y Londres, 2007; J. GUGLER, World Cities Beyond the West, Cambridge University Press, Cambridge, 2004; J. P. KOVAL, L. BENNETT, M. BENNETT, F. DEMISSIE, R. GARNER y K. KIM, The New Chicago. A Social and Cultural Analysis, Temple University Press, Filadelfia, 2006. S. A. VENKATESH, Off the Books: the Underground Economy of the Urban Poor, Harvard University Press, Cambridge, MA, 2006. 22 En cuanto a las necesidades de consumo de la creciente población con rentas bajas en las grandes ciudades, éstas también están siendo colmadas gradualmente por formas de producción de bienes y servicios que utilizan la mano de obra de forma intensiva, y no tanto por formas estandarizadas y sindicadas: pequeños establecimientos de manufactura y de comercio minorista, que dependen del trabajo familiar, que a menudo no cumplen los estándares mínimos de salud y seguridad. Ropa de vestir o ropa de cama, producida local y económicamente en fábricas que explotan a los obreros, puede competir con las importaciones asiáticas de bajo coste. Una gama de productos y servicios, cada vez mayor, desde muebles de bajo coste manufacturados en sótanos, a «taxis piratas» y servicios de asistencia familiar a diario, están disponibles para colmar la demanda creciente de la población con bajas rentas. Hay numerosos casos de cómo el incremento en la desigualdad de ingresos transforma la estructura del consumo, y los efectos de retroalimentación que esto puede tener en la organización del trabajo, tanto en la economía formal como en la informal. 23 Algunas de estas cuestiones están bien ilustradas en la emergente literatura de investigación sobre el servicio doméstico (ver, entre otros, R. PARRENAS, 2001, op. cit., y N. RIBAS MATEOS, 2005, op. cit.), así como en el rápido crecimiento de organizaciones internacionales que proveen a varias tareas del hogar, como se tratará a continuación. Ver también H. Hindman, «Outsourcing Difference: Expatriate Training and the Disciplining of Culture», en S. SASSEN (ed.), Deciphering the Global: Its scales, spaces and subjects, Routledge, Nueva York y Londres, pp. 153-176, para el caso de los expatriados. 24 Publicación anual de la revista Fortune que contiene las 500 compañías industriales más grandes de EEUU en términos de activos. 25 Los servicios de asistencia en el hogar incluyen ayuda para la higiene personal y el vestir, la preparación de alimentos, ayuda para caminar, salir de la cama y acostarse, recordatorios para la toma de medicamentos, transporte, cuidados generales del hogar, conversación y compañía. Aunque menos directamente relacionado con las necesidades de hogares profesionales de elevadas rentas, ocurre que muchas de estas tareas solían estar a cargo del ama de casa tradicional de los países del Norte global. 26 Muy importantes en este mercado son: International Nanny and Au Pair Agency, con sede en Gran Bretaña, Nannies Incorporated, con sedes en Londres y París, e International Au Pair Association (IAPA), con sede en Canadá. 27 Ver S. SASSEN, 2006b, op. cit., cap. 6. 28 Para un análisis detallado, ver S. SASSEN, Territory, Authority, Rights: From Medieval to Global Assemblages, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 2006a, caps. 5 y 8. 29 Debe destacarse que, aunque el suministro de personal gubernamental no se está internacionalizando, hay dos tendencias en auge que constituyen un tipo de internacionalización. Por una parte está el reclutamiento de extranjeros distinguidos, que con anterioridad hayan desempeñado altos cargos en sus propios gobiernos nacionales, para altos puestos de gobierno. Un ejemplo muy conocido fue el reclutamiento en Londres de un

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antiguo alto cargo público responsable del transporte público en el gobierno de la ciudad de Nueva York, para gestionar el sistema de transporte público londinense. Por otra parte, tenemos la intensificación de las redes globales de funcionarios gubernamentales especializados, ya sea en la política de la competencia, la lucha antiterrorista o la inmigración (ibídem, caps. 5 y 6); estas redes pueden ser bastante informales o traspasar los acuerdos institucionales formales.

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Edición en formato digital: noviembre de 2013 © Teresa Maldonado Barahona, Silvia L. Gil, Capitolina Díaz Martínez, Sandra Dema Moreno, María Jesús Izquierdo, Antonio Ariño Villarroya, Marie Withers Osmond, Barrie Thorne, Teresa Torns, Carolina Recio Cáceres, María-Ángeles Durán, Marina Subirats Martori, Eulalia Pérez Sedeño, Antonio Fco. Canales Serrano, María Isabel Menéndez Menéndez, Marián López Fdez. Cao, Marian Uría Urraza, Carmen Mosquera Tenreiro, Marcela Lagarde y de los Ríos, Rosa Cobo, Virginia Guzmán, Claudia Bonan Jannotti y Saskia Sassen, 2013 Diseño de cubierta: J. M. Domínguez y J. Sánchez Cuenca © De esta edición: Editorial Tecnos (Grupo Anaya, S.A.), 2013 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15 28027 Madrid [email protected] ISBN ebook: 978-84-309-5829-0 Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro electrónico, su transmisión, su descarga, su descompilación, su tratamiento informático, su almacenamiento o introducción en cualquier sistema de repositorio y recuperación, en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, conocido o por inventar, sin el permiso expreso escrito de los titulares del Copyright. Conversión a formato digital: REGA www.tecnos.es

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Índice Introducción Capítulo 1. Perspectivas teóricas feministas 1. Apuntes para una introducción a la teoría feminista, por Teresa Maldonado Barahona 1.1. Presentación. La teoría feminista como teoría crítica 1.2. Primeros pasos: orígenes ilustrados de la vindicación feminista y feminismo decimonónico 1.3. Simone de Beauvoir y Le Deuxième Sexe 1.4. La tercera ola: el arranque de los feminismos de la segunda mitad del siglo XX Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica 2. Feminismos contemporáneos en la crisis del sujeto. Hacia una política de lo común, por Silvia L. Gil 2.1. Interrogando al sujeto del feminismo 2.2. Empujando las diferencias: cuatro factores sociopolíticos clave 2.3. El contexto posestructuralista 2.4. Salir de la encrucijada diferencia sexual versus construccionismo de género 2.5. Pensar desde la diferencia 2.6. Hacia la búsqueda de lo común Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas

Capítulo 2. Metodología no sexista en la investigación y producción del conocimiento 1. El concepto de género y el debate sexo/género 2. ¿De qué manera influye la perspectiva de género en la ciencia y en los procesos de creación de conocimiento? 3. La crítica a la ciencia tradicional desde la perspectiva de género 4. Los principales sesgos sexistas en los que incurren las investigaciones sin perspectiva de género 5. El debate acerca de la existencia de una metodología feminista 5.1. El debate sobre el uso de técnicas cuantitativas y cualitativas y las 388

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nuevas técnicas feministas Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica

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Capítulo 3. La socialización de género 1. La construcción social del género, por MARÍA JESÚS IZQUIERDO 1.1. La biología como disciplina explicativa de lo social y de lo psíquico 1.2. El uso abusivo de los reduccionismos: biologismo y culturalismo 1.3. La mujer y el hombre como resultados 1.4. Cómo se construye la noción de que la mujer no se construye sino que es: el regreso de la biosociología 1.5. Orígenes del concepto de género 1.6. Desarrollo del concepto de género 1.7. La socialización de género Bibliografía Lecturas recomendadas Actividad práctica 2. La cultura y el género. Perspectivas contemporáneas, por Antonio Ariño Villarroya 2.1. Dimensión constitutiva y género 2.2. La democratización cultural 2.3. La democracia deliberativa Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica

Capítulo 4. Las familias y la sociedad en la construcción social del género 1. La sociología de la familia en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX 1.1. Críticas feministas a otras perspectivas teóricas de la familia 1.2. Las críticas feministas a los estudios del «poder familiar» 2. Construyendo teoría feminista: la desmitificación de la dicotomía entre «lo público» y «lo privado» 2.1. Las sociedades preindustriales y la división del trabajo 2.2. La industrialización temprana y las esferas separadas 3. Aplicaciones fundamentales: maternidad y sexualidad

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3.1. Maternidad

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3.2. Sexualidad 4. La producción de teoría feminista: limitaciones y desafíos 5. Conclusiones Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas

Capítulo 5. Género, trabajo y vida económica 1. La división sexual del trabajo: las desigualdades en el empleo y en el trabajo doméstico y de cuidados, por Teresa Torns y Carolina Recio Cáceres 1.1. Introducción 1.2. La división sexual del trabajo 1.3. El trabajo y las mujeres: las aportaciones teóricas 1.4. Las mujeres en el mercado de trabajo 1.5. Los indicadores básicos: actividad e inactividad, empleo y desempleo 1.6. Las características del empleo femenino 1.7. El trabajo doméstico y de cuidados 1.8. Reflexiones finales sobre el futuro del trabajo y las mujeres Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad Práctica 2. El desafío económico de las mujeres, por María-Ángeles Durán 2.1. El desafío económico 2.2. La innovación de la investigación en economía y sociología económica 2.3. El marco normativo para la innovación: la ley de la ciencia 2011 Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica

Capítulo 6. Género y educación

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1. La educación androcéntrica: de la escuela segregada a la coeducación, por Marina Subirats Martori 1.1. Introducción 1.2. La aparición del pensamiento feminista y sus consecuencias en la 390

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problemática 1.3. Las principales líneas de investigación 1.4. Los modelos de educación femenina en el pasado 1.5. Una escuela androcéntrica: el sexismo en la escolarización mixta Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas 2. Educación superior e investigación científica: historia, sociología y epistemología, por Eulalia Pérez Sedeño y Antonio Fco. Canales Serrano 2.1. Introducción 2.2. El acceso de las mujeres a la educación superior 2.3. La nueva mujer del siglo XX 2.4. El franquismo 2.5. La transición a la democracia y la situación actual 2.6. Más allá de las cifras 2.7. Algunas reflexiones feministas sobre el conocimiento Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica

Capítulo 7. Medios de comunicación, género e identidad 1. Introducción: los medios de comunicación y la identidad de género 2. Mujeres de los medios 2.1. Presencia y capacidad de decisión en los medios de comunicación 2.2. Invisibilidad de lo femenino en la prensa de calidad 2.3. Entre la estereotipia y la agencia femenina 3. Mujeres en los márgenes 3.1. Segmentación del público en función del género 3.2. Características de «lo femenino» en la prensa 3.3. El protagonismo femenino en la ficción seriada 4. Para saber más: de la teoría a la práctica 4.1. Claves de análisis desde el punto de vista de género Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas

Capítulo 8. El mundo del arte, la industria cultural y la 391

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publicidad desde la perspectiva de género 1. La in/visibilidad de las mujeres en la creación 2. El arte como paradigma masculino occidental 3. El tratamiento de la creación de las mujeres 4. La construcción de un/a artista 5. La representación: elementos de análisis feminista 5.1. Elementos visuales del nivel formal o icónico 5.2. La representación iconológica de estereotipos y conductas y su importancia para la educación visual 5.3. Algunos modelos masculinos para los hombres 6. Conclusión Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividades prácticas

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Capítulo 9. Las mujeres en la historia de los cuidados de la salud 286 y la enfermedad 1. Las tareas de cuidar y sanar 2. La medicina se abre camino como profesión 3. Autoridad frente a poder 3.1. La situación actual de las profesionales sanitarias en el sistema nacional de salud 4. Los estudios de ciencias de la salud: mujeres y hombres en el alumnado y profesorado 5. La situación en los colegios profesionales y sociedades científicas 6. Los servicios sanitarios: mujeres y hombres ocupan distintas profesiones y están en ámbitos de poder diferentes 7. Algunas causas de esta situación 8. De la medicalización... a la invención de enfermedades 9. El desempoderamiento de las mujeres: la medicalización del parto 10. Las organizaciones de mujeres por la salud y las redes de profesionales sanitarias 11. Algunas conclusiones Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad Práctica

Capítulo 10. La violencia contra las mujeres 1. Cambio de paradigma de género

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1. Cambio de paradigma de género 2. Ideologías sobre la violencia de género de los hombres contra las mujeres 3. Las condiciones de país y la violencia contra las mujeres 4. Violencia y desigualdad 5. El desarrollo humano por país y la violencia de género contra las mujeres 6. La violencia contra las mujeres en España, México y Guatemala 7. Investigar, medir y sistematizar la violencia de género 8. Cultura global de la violencia masculina contra las mujeres 9. La igualdad y la violencia de género contra las mujeres 10. Las leyes de España, México y Guatemala 11. Críticas a las leyes contra la violencia Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica

Capítulo 11. Las políticas de género y el género en la política 1. Democracia y crisis de la legitimación patriarcal, por ROSA COBO 1.1. Introducción 1.2. La primera ola feminista. El siglo XVIII: contrato sexual y democracia 1.3. La segunda ola feminista. El siglo XIX: el movimiento sufragista 1.4. La tercera ola feminista. El siglo XX: los feminismos 1.5. El debate sobre el poder. La paridad y el techo de cristal 1.6. Algunas estructuras del entramado patriarcal 1.7. El principio ético y político de la igualdad 1.8. Género y feminismo en la sociología Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica 2. Políticas de género: modernización del estado y democratización de la sociedad, por Virginia Guzmán y Claudia Bonan Jannotti 2.1. Herramientas teóricas y conceptuales 2.2. Bases sociohistóricas de la institucionalización de la perspectiva de género 2.3. La formación de los órganos de coordinación de políticas de género en España 2.4. El aporte de los órganos de coordinación de políticas de género a la modernización del estado y la participación ciudadana 2.5. Conclusiones 393

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Bibliografía

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Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica

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Capítulo 12. Actores y espacios laborales de la globalización 1. Los programas del FMI y la necesidad de contar con circuitos de supervivencia alternativos 1.1. «Contrageografías» de la globalización 2. Las migraciones y sus remesas: una opción de supervivencia 3. La feminización de la supervivencia 3.1. Cuando los estados exportan su mano de obra 4. La nueva demanda de mano de obra en las ciudades globales 4.1. Generando una demanda de trabajadores de bajos salarios 4.2. Mercados laborales globales emergentes Bibliografía Lecturas recomendadas Páginas web recomendadas Actividad práctica

Créditos

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