Si me escuchara, me entendenderia

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Jacques Salomé Sylvie Galland

SI ME CUCHAR ENTENDER o

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Si me escuchara, me entendería

Colección «PROYECTO»

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Jacques Salomé/ Sylvie Galland

SI ME ESCUCHARA, ME ENTENDERÍA

Editorial SAL TERRAE Santander

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Título del original francés: Si je m 'écoutais, je m 'entendrais © 1990 by Les Éditions de:: l'Homme Montréal (Canadéí) Traducción: María del Pilar Fernán Gómez y Blanca Román Diseño de cubierta: Eduardo van den Eynde © 1996 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: (942) 36 92 01 Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1189-0 Dep.Legal: BI - 934 - 96 Fotocomposición: Textos - Santander Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. - Bilbao

A todos aquellos cuya libertad de ser se basa en el respeto, la escucha y la tolerancia.

Índice

l.

2.

3.

Introducción

11

La comunicación.

13

La anti-comunicación.

13

Decir

17

No decir

23

Escuchar .

26

Entender.

28

Los desfases.

31

Metacomunicar.

33

Comunicar consigo mismo.

34

Las relaciones.

37

Los vínculos.

38

Dar.

41

Recibi.

46

Pedir.

51

Rechazar.

53

Hacia el equilibrio posible.

55

Los deseos, las demandas, las necesidades y las carencias.

4.

56

Los deseos.

57

Las demandas.

64

Las necesidades y las carencias.

69

Los encadenamientos reactivos.

75

La dinámica de la esponja.

79

Los falsos compromisos.

82

La necesidad de responder a las expectativas del otro. Los «impasses» amorosos.

84 95

8

5.

6.

7.

SI ME ESCUCHARA, ME ENTENDERÍA Las mitologías personales.

109

Algunas creencias. . . Lo debido y la justicia. El «creer deber». Las ficciones. La evolución.

110 117 121 123

Los grandes saboteadores.

130

La autoprivación. . . . . . . El resentimiento, o cuando lo sentido miente. Los celos. La culpabilización. El juicio. La comparación. . . . . . . La proyección y la apropiación.

132 138 143 154 164 166 168

La queja.

178

128

Quejarse de sí mismo. . . . . Quejarse de los demás o de la suerte.

179 180

Cuando el silencio de las palabras despierta la violencia de los males.

189

¿Qué dicen nuestros males? . La causa o el sentido de la enfermedad. Las prescripciones simbólicas .

195 205 211

El terrorismo relacional.

215

Un arsenal variado. Las somatizaciones. La colaboración. Para superar el terrorismo relacional. La autodefinición. La resistencia al terrorismo.

216 228 229 232 238 239

.

8.

9.

10. Las responsabilidades. «El otro es responsable de lo que yo siento». Quiero cambiar al otro . «Me siento responsable de lo que siente el otro». Yo no soy responsable de lo que el otro siente. Soy responsable de los sentimientos que experimento. Intrarrelaciones e interrelaciones.

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ÍNDICE

11. Ser mejor compañero para uno mismo. Manejar la inevitable contaminación relacional. . . . Controlar el impacto de los mensajes de los demás. Reenfocar los acontecimientos y los sentimientos. Asumir las propias necesidades. . . . . . . . . Ser un buen padre y una buena madre para uno mismo. . . . . . . . . . . . . . . . Aceptar ser mejor compañero para uno mismo.

12. La diferenciación. . . . . . . . . Cuando el otro nos define. . . . . Diferenciarse . . . . . . . . . . . Distinguir entre «entendido» y «de acuerdo». Distinguir los actos de las intenciones y de las reacciones. . . . . . . . . . . . . El enfrentamiento o la confrontación. . . . . La autodefinición. . . . . . . . . . . . . Las resistencias del otro al cambio. . . . . Sentimientos y relaciones. . . . . . La mutación de los sentimientos. . . . . Las relaciones paterno-filiales. . . . . . Las situaciones inconclusas. . . . . . . El amor enamorado . El cambio. . . . . . . . . . . . . . . .

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Introducción

Comunicar, relacionarse, compartir. . . : nada nos parece más importante ni más esencial para la existencia. Una de nuestras aspiraciones más vitales y más profundas es tener la sensación de estar vinculados a un conjunto más amplio, de ser reconoci­ dos e identificados, de pertenecer a un grupo, a una comunidad de lengua . . . Pero e n ninguna parte aprendemos a comunicamos: ni en la familia ni, sobre todo, en la escuela. El sistema escolar basa su comunicación en una dinámica específica: la de pregunta-respuesta. El niño no puede dar su propia respuesta, pues sabe que sólo será recibida la respuesta del libro o la que espera el profesor. Durante quince o veinte años, la mayoría de nosotros nos vemos condicionados a produ­ cir respuestas acordes con las expectativas del otro. De este modo, acabamos siendo minusválidos, enfermos de relación. Cuando tomamos conciencia de nuestras lagunas, necesita­ mos mucho tiempo para reaprender y reinventar medios concre­ tos para existir mejor, para compartir mejor con los demás y para mejor entenderles. Nos proponemos con estas páginas comunicar algunos de nuestros descubrimientos, que son otros tantos indicadores que pueden ayudarnos a entender a los demás y hacemos entender por ellos; otros tantos caminos que nos conduzcan a una comu­ nicación viva y a unas relaciones sanas que nos permitan, sobre todo, entendernos a nosotros mismos, vincularnos con lo que de mejor e insospechado hay en cada uno de nosotros. Vamos a desarrollar la idea de que todos necesitamos asumir la responsabilidad de mejorar la relación que mantenemos con

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nosotros mismos y con los demás. Para lo cual debemos, no sólo comprender determinados mecanismos que gobiernan la comu­ nicación y las relaciones íntimas, sino también evitar una doble trampa: la de acusar a los demás de lo que no funciona y la de autoacusamos y descalificamos a nosotros mismos. Y vamos a describir, además, las trampas relacionales más frecuentes y a proporcionar los puntos de referencia y los ancla­ jes que nos parecen importantes, no para encontrar soluciones, sino para mantener el debido rumbo en la gestión de nuestras vinculaciones.

1 La comunicación

«Antes de llenarse de palabras, la voz debe remansarse, cual mamífero dolorido, en el fondo de un vientre, donde adquiere el derecho a tener un sentido, un sonido y una sangre»

ALAIN BOSQUET

¿Quié n no co noce esa difusa sensación de comu nicarse mal con­ sigo mismo y co n los demás? ¿Quié n no topa a diario con la difi­ cultad de expresarse y de ser entendido? Si deseo mejorar mi comunicaci ón, lo primero que debo hacer es pregu ntarme por el modo en que he aprendido a comu­ nicarme. Probableme nte perciba que he apre ndido a incomuni­ carme, y descubriré que desde muy tempra na edad fui despo­ seído de mi palabra por las personas que me querían y que, cre­ yendo compre nderme, hablaban por mí. La anti-comunicación

Los padres y los pedagogos no sólo tienden más a censurar que a favorecer la libertad de expresión, si no que se apropian de nuestra palabra para hablar por nosotros 1, en nuestro lugar. Peor aún: niegan nuestra propia expresión. 1. Con la expresión hablar por uno queremos describir un discurso hecho de conminaciones («¡Tienes que ser de otra manera!»), de explicaciones («Si no vienes, es porque tienes miedo») y de negaciones («No eres desdichado: tie­ nes todo lo que necesitas»). Un discurso, por tanto, diferente del que emplea quien me dice cómo me ve y que pone ante mis ojos un espejo, ciertamente deformado, pero un espejo al menos. Este segundo tipo de discurso puede ser estructurador, es decir, puede ayudarme a conocerme mejor. La diferencia está, sobre todo, en la intención de quien me habla de mí mismo.

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- Tengo miedo, dice el niño. - No tienes por qué tenerlo, responde el padre». - Me duele, dice el niño agarrándose la rodilla. - No es nada, responde la madre. Esos mensajes parecen anodinos, pues responden a la bieninten­ cionada pretensión de tranquilizar al niño (querer quitar los mie­ dos a los niños es una deformación habitual en los padres); pero el verdadero significado de tales mens ajes es: «No debes confiar en lo que tú sientes; soy yo quien sabe lo que tienes que sentir». Los padres dictan al niño las emociones y sentimientos que debe tener. . . y que no tiene. Es posible (si la relación de fuerzas lo per­ mite) ordenar o prohibir una acción -«No quiero que golpees al bebé en l a cabeza»-; pero pretender mandar sobre los senti­ mientos -«Debes quererlo»- es absurdo, además de ser causa de con fusión. Quien experimenta una emoción dudará de su pro­ pia vivencia cuando una persona signi ficativa (uno de los padres, por ejemplo) descalifique, niegue o intente dictarle a uno su vivencia y sus sentimientos. «Debes quererlo, porque es tu hermano y no sabía lo que hacía cuando ha roto tu juguete . . . >:> «Cielo mío, sabes que os quiero igual a los dos y que no hago ninguna diferencia entre tú y tu hermana . . . » «Tú sabes que, aunque se enfade, te adora. Además, deberías dejar de llevarle la contraria: ya sabes que eso no le gusta . . . » Aprendemos a comunicarnos, por tanto, viendo cómo las perso­ nas que nos quieren niegan lo que sentimos . . . y lo que ellos mis­ mos sienten. - ¿Por qué lloras, mamá?; ¿estás triste? - No es nada, hijo; no te preocupes,

¿Nada ? - Mamá no quiere a papá. ¿Qué tendrá contra él? - ¿Qué dices? Le quiere mucho, y lo sabes . . . S i no hacemos el esfuerzo de procuramos una serie de reglas fundamentales para una