Sentido y percepción : reconstruido a partir de las notas manuscritas por G.J. Warnock 9788430908813, 8430908811

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Sentido y percepción : reconstruido a partir de las notas manuscritas por G.J. Warnock
 9788430908813, 8430908811

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J. L. AUSTIN

SENTIDO PERCEPCION R EC O N ST R U ID O A PARTIR DE LAS NOTAS M ANU SCRITAS POR

G. J. WARNOCK

PRESENTACION DE

A L F O N S O G A R C IA S U A R E Z

técños

Los derechos para la versión castellana de ta obra Sense and Sensibilia publicada originariamente en inglés por Oxford University Press, Londres, C Oxford University Press, 1962 son propiedad de Editorial Tecnos, S. A.

Traducción de ALFONSO GARCIA SUAREZ

y LUIS MI. VALDES VILLANUEVA

Cubierta de J. M DOMINGUEZ y J. SANCHEZ CUENCA

©

EDITORIAL TECNOS, S.A., 1981 O ’donnell, 27 Madrid-9 ISBN: 84-309-0881-1 Depósito Legal: M. 27.499-1981

Printed in Sp»n - impreso en España por Gnfftcaa Vdogntf. Trata a. I?. Madrid-17

INDICE

Pág.

Presentación de la versión española ................. ....................... Prólogo................................................................................................ I ...................................................................................................... I I ...................................................................................................... III ........................................................................................................ I V .................................................................................................... V .................................................................................................... VI ........................................................................................................ VII ...................................................................................................... VII I ................................................ ..................................................... I X .................................................................................................. X ............... ,.................................................................................... X I ..................................................................................................... Indice analítico

9 37 41 45 56 66 76 85 91 104 109 125 147

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a u s t in

y l a d e c a d e n c ia d e l o s d a t o s

SENSORIALES I Hubo un tiem po en que en el im perio de los datos sensoriales no se ponía el sol. La filosofía de la percepción, en el período que inedia entre las dos guerras m undiales, estuvo dom inada por la teoría de los datos sensoriales y, en especial, por el program a fenomenista de reducción de enunciados sobre objetos m ateriales a enunciados sobre perceptos. El filósofo austríaco Friedrich Waismann llegó a describir este program a com o «el deporte na­ cional de los filósofos británicos». Pero a las E dades de Oro suceden períodos de decadencia. En nuestro relato, la figura de Austin juega el papel de agente esparcedor de las ideas disolven­ tes. John Langshaw Austin (1911-1960) es, ju n to con W ittgenstein y Ryle, el filósofo más influyente en el pensam iento inglés de post­ guerra. E sta influencia se debe cuando m enos tanto a su persona­ lidad com o a sus escritos. D urante su vida, A ustin sólo publicó un puñado de ensayos, casi todos los cuales fueron recogidos bajo el título de Philosophical Papers Sus volúm enes postum os inclu1 London: Oxford Univcrsity Press, 1961: 2nd ed., 1970. (Traducción caste­ llana y presentación de Alfonso G. Suarez, Ensayos filosóficos, en Madrid: «Re­ vista de Occidente», 1975.) Las referencias a los ensayas de esta colección consis­ ten en el titulo del ensayo, o una abreviatura suya, seguida de una cifra que indica el número de la página de la edición castellana. El único ensayo de Austin no recogido aquí es «Performatif-Constatif», su contribución al Coloquio de Royaumonl sobre la filosofía analítica: Cahiers de Royaumont. PhOosophie No. IV. La Philosophie Analytiqiie. París: Les Editions dii Mi nuil. 1962. (Citado como O?). Sense and Sensibilia (London: Oxford University Press. 1962) es referido con las siglas 5 5 seguidas del número de página de la edición inglesa. How lo Do Thiags tvith Words (London: Oxford University Press, 1962. Traducción de Ge­ naro R. Car rió y Eduardo A. Rabossi, Palabras y Acciones, en Buenos Aires:

yen el presente libro que, con el título original de Sense and Sensibilia, recoge sus lecciones de teoría del conocim iento desde 1947 a 1959 en Oxford y en la U niversidad de California, y H ow to Do Things with W ords, que recoge las lecciones de filosofía del lenguaje que constituyeron el tem a de sus William Jam es L ectures en 1955, invitado por la U niversidad de H arvard. Austin estaba dotado de grandes cualidades para la filosofía. Tenía una gran pasión por la precisión y por la objetividad. Quie­ nes lo conocieron p erso n alm e n te 1 coinciden en atribuirle una autoridad natural, socrática, sobre sus colegas y discípulos. Una prueba de ello fueron las Saturday mornings, en las que se puso en práctica su arraigada convicción de que la filosofía debiera ha­ cerse com o una actividad cooperativa. En ellas se exam inaba un tópico filosófico com o un trabajo de cam po distribuido en áreas que se asignaban a cada uno de los participantes. Austin creía que de la misma m anera que la cooperación y la planificación resultan indispensables en las ciencias em píricas y en los asuntos m ilitares, valdría la pena aplicar los mismos procedim ientos en filosofía. ¿Por qué habríam os de avanzar más hacia la naturaleza del cono­ cim iento o de la verdad por el «método» de tener una brillante idea una buena tarde? E sta actitud hacia el hacer filosófico con­ trasta con la visión existencialista y w ittgensteiniana del filósofo com o un hom bre moral e individualm ente com prom etido con su pensam iento. A Austin le repelían tanto lo que Cavell ha denom i­ nado las estrategias del sabio y asceta de W ittgenstein 1 com o al propio W ittgenstein le disgustaba el am biente académ ico británico y la frivolidad de la inteligencia cantábrica. Austin fue durante toda su vida un profesor, un profesor de filosofía de Oxford. C reía en el valor educativo de la filosofía tal Paidós, 1971) es referido con las siglas WD («Words and Deeds») seguidas del número de página de la edición inglesa. 1 Breves bosquejos biográficos se encuentran en G. J. Warnock, «John Langshaw Austin, A Biographical Sketch», en K. T. Fann (ed.), Sympositim on J. L. Austin (London: Routledge and Kegan Paul, 1969); I. Berlín, «Austin and the Early Beginnings of Oxford Ptiilosophy», G. Pitcher, «Auslin: apersona! memoir» y G. J. Warnock, «Saturday mornings»: estos tres en I. Berlín el al., Essays on J. L. Austin (Oxford: Ciaren don, 1973). Véase también la entrevista con los profeso­ res Hampshire y Searle en Teorema VI 3/4, 1976. > S. Cavell: «Austin at Criticism.» En K. T. Fann, op. cit., p. 74.

PRESENTACION DE LA VERSION ESPAÑOLA

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como se im parte en las viejas universidades inglesas. L a filosofía debiera inculcar una actitud crítica, hábitos de pensam iento rigu­ roso y respeto por los hechos, constituyendo una salvaguarda contra la confusión, la exageración y el entusiasm o doctrinario, contra el abandono irracional que nos tienta «en la ivresse des grandes profondeurs» («E xcusas», 172): «¡n vino, posiblem ente, 'ventas', pero en un sobrio sim posio, 'verum ’» («V erdad», 119). No obstante, Austin creía que el fanatism o es preferible a la cobardía y la im aginación a un buen sentido ram plón. Sus ejem­ plos de virtud intelectual fueron Darwin y Freud en tanto que ambos tuvieron el valor de llevar sus hipótesis a sus últimas consecuencias, sin m iedo a parecer excéntricos o fanáticos y sin plegarse al filisteísm o del sentido com ún. Austin recibió una educación literaria y clásica que dejaría huella sobre su ulterior producción. Fue un buen conocedor de los clásicos, especialm ente de Platón, A ristóteles, Leibniz y K ant, así como de los em pirístas británicos. Adm iraba en especial el rigor analítico del estagirita. A Austin se debe la traducción inglesa de los Grundlagen der A rithm etik, de Frege. De entre sus contem po­ ráneos recibió la influencia de H. A. Prichard, su profesor y antecesor en la cátedra, y de G. E. M oore. Al m ovim iento re­ presentado por el Círculo de V iena lo consideró una sangría sa­ ludable conducente al punto de vista, «no siem pre expuesto sin un infortunado dogm atismo» (W D 2), de que m uchas de las em isiones lingüísticas que los filósofos habían dejado pasar por enunciados eran en realidad sinsentidos de una u otra va­ riedad. El nom bre de Austin va unido a la U niversidad de O xford, en la que ingresó en 1929 com o estudiante y en la que continuó toda su vida com o profesor. Durante los años 30 se movió en un am biente académ ico en el que, tras el prim er em bate de M oore y RusseU contra el neohegelianism o de M acTaggart y Bradley, los últimos de la vieja guardia idealista —Joseph, Joachim — sucum ­ bían ante los jóvenes turcos em pirístas —A yer, W isdom, Ryle— . Durante la segunda guerra m undial, Austin sirvió en las fuerzas de Inteligencia, dirigiendo una sección cuyo com etido era acum ular información sobre las defensas alem anas en la costa norte de

Francia. Tuvo ocasión de aplicar a tal objetivo la extrem a minu­ ciosidad que caracteriza su obra. Con la inform ación obtenida se com piló un libro, Invade M ecum , para uso d e las tropas que desem barcaron en N orm andía. Tras el paréntesis de la guerra com ienza el período más fructífero de su producción filosófica. Es la época de la que proceden sus trabajos más característicos y elaborados. Además de Sense and Sensibilia y H ow to Do Things m th W ords, si tuviera que destacar sus m ejores ensayos, citaría: «Other M inds», *A Plea for Excuses» e «Ifs and C ans». La prem atura m uerte de Austin en 1960, víctim a de un cáncer, privó a la filosofía de uno de sus cultivadores más brillantes en la plenitud de sus fuerzas.

II Probablem ente pocos autores susciten tantos escrúpulos a la hora de caracterizar su concepción de la filosofía. Austin no gustaba de la expresión 'm étodo filosófico'; prefería hablar de técnicas. Con palabras de U rm son, Austin profesó sobre la base de una «técnica de laboratorio» más que de una «m etodología científica» 4. Sea com o fuere, lo cierto es que sus aserciones acerca del asunto se hallan siem pre rodeadas de cláusulas y m odi­ ficadores que atem peran sus pretensiones. U nas notas fragm enta­ rías sobre el tem a llevan el título, característicam ente austiniano, de «Algo sobre un modo de posiblem ente hacer una parte de la filosofía» s. Sus pronunciam ientos más extensos se encuentran en «A Plea for Excuses» y en la D iscusión general del C oloquio de R oyaum ont. L a receta austiniana aconseja acotar un cam po conceptual restringido. El tem a de las excusas o la noción de fingir propor-

* J. O. Urmson: «J. L. Austin.» En Paul Edwards (ed.), The Encyclopedia o f Philosophy. London: Macmilian, 1967. Reimpreso en el colectivo de Fann citado. 5 Ürmson hace uso de ellas en «A Symposium on Austin's Method», reim­ preso en Fann, op. cit. (Hay traducción en J. Muguerza (ed.); La concepción analítica de la filosofía, vol. 2. Madrid: Alianza Universidad. 1974. con el lílulo «La filosofía de J. L. Austin».)

d o n an dos ejem plos. A ser posible debe ser un área lingüística en la que el lenguaje ordinario sea rico y un área que «no esté dem asiado pateada con el barro o las roderas de la filosofía tradicional, pues en este caso el lenguaje ‘ordinario’ se habrá a menudo infectado con la jerga de las teorías extintas» («Excu­ sas», 175). Ya hem os visto que Austin creía que el trabajo debía realizarse preferiblem ente en equipo. Un equipo de una docena de personas sería óptimo. U na vez elegido un tem a restringido, se debe hacer un inven­ tario de todas las palabras y expresiones relevantes. E sto no incluye sólo sustantivos, adjetivos y verbos, sino tam bién partes de la oración que han recibido tan escasa atención por parte de los filósofos com o son los adverbios y las preposiciones. El procedi­ miento m ás sencillo consiste en consultar el diccionario. Pero los m ateriales previos se extraen tam bién de otras fuentes docum en­ tales. Así, en el caso de las excusas, Austin apela a la jurispru­ dencia y a la psicología. La etapa siguiente consiste en imaginar o coleccionar anécdo­ tas en las que se haga uso de Jas expresiones de la lista. De nuevo aquí podem os acudir a docum entos o apelar a nuestra fantasía. El caso judicial «La Corona contra Finney», que aparece en «Un alegato en pro de las excusas», es un ejem plo de lo prim ero; ejemplos de lo segundo abundan en sus escritos. Se trata de ver qué diríam os y qué no diríam os en una determ inada situación, y por qué. Ello puede llevarnos a advertir que expresiones que a prim era vista consideraríam os sinónim as no se aplican intercam ­ biablem ente en determ inadas situaciones. Así en «Three Ways of S pilling In k » , A u stin c o n s id e ra las e x p re sio n e s 'in te n ­ cionadam ente', 'deliberadam ente' y 'a p ropósito’, m ostrando las diferencias sutiles que hay entre ellas m ediante una serie de anéc­ dotas im aginarias. La sección IV de Sense and Sensibilia inves­ tiga las diferencias que hay entre los verbos ingleses look. appear y seem , utilizados intercam biablem ente por A yer en su form ula­ ción del argum ento de la ilusión. Las respuestas a la pregunta general '¿Qué diríam os cuándo?' proporcionan entonces un dato inicial, un punto de partida que puede servirnos para llegar a un acuerdo sobre las circunstancias de aplicación de un concepto, y

tam bién sobre los límites de su aplicación. De este m odo, vam os adquiriendo el dom inio de un arte que Roderick Firth ha caracte­ rizado com o «topografía de los conceptos» 6. C onceptos filosóficos «im portantes» — realidad, verdad, cono­ cim iento, acción, libertad, etc.— pueden ser esclarecidos me­ diante el exam en detallado y paciente de un conjunto de térm inos que los rodean y que, con su hum ilde apariencia, han pasado inadvertidos para los filósofos. Austin creía que los grandes pro­ blem as que han resistido todos los ataques frontales pueden ceder si los atacam os dando un rodeo. Del mismo modo que la física com enzó a avanzar cuando experim entos concretos sustituyen a vagas preguntas del tipo '¿De qué se com pone el U niverso?', la filosofía avanzaría sustituyendo grandiosas preguntas: ¿Q ué es la L ibertad? — por exám enes m inuciosos— , ¿cuándo y cóm o nos excusam os? En su opinión, este «tipo de investigación intros­ pectiva en sem ántica realizada por hablantes nativos en grupos», com o Quine la c a ra c te riz ó 1, en nada fundam ental se diferencia de los procedim ientos utilizados en física o en ciencias naturales. Ahora bien, ¿es ésta la verdad, y toda la verdad, sobre el asunto? C reo que no. Ante todo, ¿por qué elegir el tem a de las excusas y no, pongam os por caso, el de los utensilios de cocina? O bvia­ mente hay una intención filosófica tras la elección. L as excusas son filosóficam ente relevantes por su conexión con los problem as de la responsabilidad y la libertad, conexión que Austin retrotrae a A ristóteles {«Tres m odos», 250). No sería acertado, por otra parte, negar que hay una conexión entre el cultivador de la gramá­ tica lógica o filosófica y el lingüista. C laram ente, por ejem plo, la teoría de los actos del habla que Austin desarrolló tiene una im portancia que desborda el ám bito de la filosofía y puede contri­ buir al desarrollo de una verdadera y exhaustiva ciencia del len­ guaje. Pero tam poco es ésta toda la verdad. L a noción del realizativo tiene una relevancia filosófica muy concreta — relevancia que Austin vio— en la m edida en que, por ejem plo, puede corregir la falsa im presión de que ' Yo sé que p ' afirm a que he realizado una * R. Firth: «Austin’s Argument from Illusion», En Fann. op. cit., p. 254. 1 W. V. Quine: «A Symposium on Austin’s Method». Se trata de un simposio al que contribuyeron Urmson, Quine y Hampshire. Véase la nota 5.

hazaña cognitiva superior a estar com pletam ente seguro. Es la contribución a la clarificación de estructuras conceptuales el crite­ rio que nos sirve para aquilatar el valor filosófico de una distin­ ción gram atical. Y en este punto la teoría de Austin, pero no su práctica, nos dejan desasistidos. En cualquier caso, Austin jam ás sostuvo ninguna teoría espe­ cial acerca de la estru ctura y solución de los problem as filosófi­ cos. M antenía una ruda concepción según la cual «la filosofía es el nom bre que dam os a todos los problem as residuales que escapan todavía a los m étodos probados de la ciencia» (C R, 375-6). Esta concepción de la filosofía es desarrollada en el párrafo final de «Ifs and C ans», en el que, con pose de enfant terrible, Austin condesciende a dedicar una breve perorata al sector de su audien­ cia formado p or los «que prefieren que las cosas sean im portantes (...) en el caso de que haya alguno presente»: En Ea historia de la investigación humana, la filosofía ocupa el lugar del sol central inicial, seminal y tumultuoso: de tiempo en tiempo se desprende de alguna porción de sí mismo que toma posición como una ciencia, un planeta, tibio y bien regulado, que progresa regularmente hacia un distante estado final. Esto sucedió hace tiempo con el nacimiento de la matemática, y después con el nacimiento de la física; tan sólo en el siglo pasado hemos presenciado el mismo proceso, una vez más, lento y, en su momento, casi imperceptible, con el nacimiento de la ciencia de la lógica matemática, mediante la labor conjunta de filósofos y matemáticos. ¿No es posible que el siglo venidero pueda ver el nacimiento, mediante la labor conjunta de filósofos, gramáticos y otros muchos estudiosos del lenguaje, de una verdadera y exhaustiva ciencia deI lertguqjel Entonces nos libraremos de una parte más de la filosofía (aún quedarán muchísimas) de la única manera en que podemos siempre libramos de la filosofía, lanzándola hacia arriba («Sis y puedes», 215).

Pero esta concepción de la filosofía parece inconsistente con la práctica del propio A ustin. ¿Puede acaso el desarrollo de alguna ciencia, o de varias ciencias, dar una respuesta a la cuestión de si lo que percibim os son datos de los sentidos? Austin procedió a resolver esta cuestión m ediante un estudio detallado y m inucioso de los usos de nuestras palabras y expresiones ordinarias, y de las distinciones que ellas m arcan. Tam bién — y si se quiere, por implicación— m ediante una atención a los hechos de la percep­ ción. Pero, adviértase que no adujo nuevos hechos sobre la cues­

tión, sino solam ente reordenó y trajo a colación los hechos que todos conocem os. A dem ás, ¿por qué servirnos del lenguaje para nuestras investigaciones? Y, en particular, ¿por qué servirnos del lenguaje ordinario? Por qué habría de tener alguna relevancia filosófica el estudio de qué diríam os cuándo? 8 Las respuestas a estas preguntas han constituido un tem a de debate. Stuart H am pshire, en un influyente artículo 9, se aventura a distinguir dos tesis —fuerte y débil— plausiblem ente atribuibles a Austin. L a tesis fuerte afirm a que todas las finas distinciones verbales que una investigación detallada del lenguaje ordinario revela son distinciones bene fu n d a ta e y suficientes para resolver los problem as filosóficos; la introducción de nuevas distinciones po r parte de los filósofos constituye un delito de lesa economía lingüística. L a tesis débil afirma que, aunque puede resultar con­ veniente e incluso necesario introducir distinciones filosóficas, ello no debe hacerse sin un cuidadoso estudio previo de las distinciones de la usanza com ún que aquéllas vienen a com pletar; ello supone una paciente, y preferiblem ente cooperativa, labor a la que los filósofos no han sido dados hasta el m om ento. Urm son y W arnock, en sus com entarios sobre el artículo de H am pshire, rechazaron rotundam ente am bas tesis. L a tesis fuerte porque el propio Austin introdujo distinciones de su propia cose­ cha y no afirmó que todas, sino sólo algunas, de las cuestiones filosóficas pueden resolverse atendiendo a las distinciones del habla corriente; la tesis débil sobre la base de que se trata de una «formulación poco am biciosa» que no puede «m agnificarse com o una doctrina guía de su práctica filosófica o com o una receta para la de cualquier otro». Y concluyen sus com entarios diciendo que Austin habría repudiado y considerado inútiles «amplias asercio-* nes» com o las que H am pshire propone: «Austin dio a veces, en térm inos mucho m enos am biciosos, sus propias explicaciones. ¿Por qué no habrían de interpretarse éstas significando justam ente lo que dicen?» A hora bien, la ausencia de «amplias aserciones», por parte de * Stanley Cavelt, op. cit.. ha visto este punto claramente. 9 S. Hampshire: «J. L. Austin, I9M-I960». En Fann, op. cit.

Austin, acerca de la naturaleza de la filosofía, m ás que algo en lo que com placernos me parece algo que nos invita a ir más allá de lo que dijo y de lo que significó tratando de colocar lo que hizo bajo una luz apropiada que revele su relevancia para nosotros, com o resultado y com o propuesta de una ruta a seguir. Y en este punto parece que, tras el uso que Austin hace del lenguaje ordina­ rio, hay dos presuposiciones generales. L a prim era de ellas equi­ vale a lo que podem os denom inar un darwinismo lingüístico o conceptual: El gran principio que hay que reiener es que toda lengua que ha sobrevivido hasta nuestros dias, y todaslus expresiones que han sobrevivido en et seno de cada lengua, testimonian por la misma razón que merecían sobrevivir, si aceptamos la ley de la evolución que no respeta sino a tos más fuertes (CR, 351).

E sto no significa que Austin crea que el lenguaje ordinario es sacrosanto y que la innovación lingüística es rechazable por prin­ cipio. Austin mismo es responsable de la introducción de un buen núm ero de tecnicism os filosóficos. El ensayo «How to Talk» está plagado de ellos, y de sus conferencias de filosofía del lenguaje hemos heredado toda una hueste de realizativos, constatativos, actos réticos, fuerzas ilocucionarias, etc. Lo que Austin creía es que los filósofos han tendido a introducir distinciones torpes y sim plificadoras que sepultan las más finas, realistas y fructíferas distinciones que el habla com ún lleva incorporadas. Estas últim as serán: más numerosas, más razonables, dado que han soportado la larga prueba de la supervivencia del más apto, y más sutiles, al menos en todos los asuntos ordinarios y razonablemente prácticos, que cualesquiera que plausiblemente usted o yo excogitásemos en nuestros sillones durante una tarde —el método alternativo más socorrido («Excusas». 174).

Pero los conceptos incorporados en los usos ordinarios no son definitivos e inapelables. El lenguaje ordinario conlleva «algo mejor que la metafísica de la Edad de Piedra», pero: no se ha alimentado de los recursos que proporcionan el microscopio y sus su ceso r^. Y debe añadirse también que la superstición y el error y la fantasía

de lodos los géneros se han incorporado al lenguaje ordinario e incluso a veces soportan la prueba de la supervivencia (sólo que, cuando lo hacen, ¿por qué no habríamos de detectarlo?). Ciertamente, pues, et lenguaje ordinario no es la última palabra: en principio, en lodo lugar puede ser complementado y mejorado y suplantado. Pero recordemos, es la primera palabra («Excusas», 177).

La segunda presuposición que subyace ai m étodo austiniano de partir del lenguaje ordinario es que la estru ctu ra del lenguaje revela la estructura de la realidad. Utilizam os la multiplicidad de expresiones que nos sum inistra la riqueza de nuestro lenguaje para lograr claridad sobre la multiplicidad y riqueza de nuestras experiencias. La hipótesis que gobierna nuestro trabajo es que: si existen dos giros en la lengua, se descubrirá alguna cosa en la situación en que nos vemos atraídos por el empleo de la una o de la otra, que explique nuestra elección (...) nos fundamos en la hipótesis de que, si existe esta preferencia, debe haber alguna cosa en la situación global circundante que explicaría, si se la descubriese, por qué en tal caso preferimos la una y en tal otro caso preferimos la segunda (O f 333).

De este m odo, su investigación no se dirige a las palabras, sino que utilizamos las palabras com o vehículo para com prender la totalidad de la situación en que las em pleam os. Austin ofrece la expresión 'fenom enología lingüística' com o nom bre para este modo de hacer filosofía, aunque la em plea más bien pour épater l'analyste; de hecho, en sus últim as declaraciones en Royaum out, señala que «nadie ha inventado hasta aquí un térm ino más satis­ factorio» que la etiqueta 'm étodo analítico'.

III Una de las presuposiciones com únm ente aceptadas en la filo­ sofía de la percepción desde los tiem pos de D escartes es que entre la experiencia de los sentidos y los objetos físicos hay una laguna — o abism o— y que la tarea de la filosofía es explicar cómo podem os pasar de lo dado en la percepción a los juicios ordinarios sobre cosas m ateriales. Pues, se supone, no tenem os experiencia, o al m enos no tenem os experiencia directa, del m undo externo.

N uestra percepción de los objetos físicos está, en el mejor de los casos, m ediada por la percepción inm ediata, directa, por presencialidad, de ciertas entidades vicarias. Tales entidades han reci­ bido diversos nom bres: ’i d ées' en D escartes, 'ideas o f se n se ’ en Locke, 'ideas' o 'sensible qttalities’ en B erkeley, ’im pressions' en Hume, ’sen sa ', ’sense-data' o 'sense-percepiions' en el em pirism o inglés contem poráneo. L a teoría de los datos sensoriales ha gozado de amplio con­ senso entre los filósofos en la prim era mitad de nuestro siglo. El térm ino ’sense-datum ' fue introducido por B ertrand Russell en 1912, en sus P roblem s o f Philosophy l0. Fue luego utilizado por las teorías de la percepción de G. E. M oore, C. D. B road, H. H. Price y A. J. A yer, entre otros. Los datos sensoriales son caracte­ rizados, en contraposición a los objetos físicos, com o percibidos directam ente — los objetos m ateriales son inferidos o construidos a partir de ellos— ; ciertos — los datos sensoriales poseen siem pre las cualidades que parecen tener, mientras que no ocurre así necesariam ente con los objetos físicos— ; fu g a c e s — los objetos m ateriales son persistentes— , y privados — siendo aquellos públi­ cos, esto es, observables al mismo tiem po por una persona diferente. Los m edios que son em pleados por los filósofos para la intro­ ducción de estas entidades vicarias son diversos. Pero las varie­ dades pueden reducirse a dos. En el prim er caso se trata de darnos instrucciones o direcciones que nos perm itan distinguir por nosotros mismos datos sensoriales. Es el procedim iento m ostrativo que M oore utiliza en su «Defensa del sentido com ún» M. Pero la alternativa más socorrida es de carácter dem ostrativo. El lla­ mado argum ento de la ilusión postula la existencia de datos senso­ riales para dar cuenta de ciertos casos anorm ales, excepcionales, de percepción: ilusiones, alucinaciones, espejism os, etc. Así un palo recto en el agua se ve torcido. Lo que vem os no es entonces 10 Lcindon: Home University Library, 1912. (Traducción castellana de J. Xirau. Los problemas de la filosofía. Barcelona: Labor, 1928; reimp, 1970.) 11 G. E. Moore: «A Defence of Commom Sense», en sus Philosophical Papers. London: Alien and Unwin, 1959. (Traducción castellana de Carlos Sotís, Defensa del sentido común y otros ensayos, en Madrid: Taurus, 1972.)

una cualidad real del objeto; pero con todo, vem os algo, y este algo, postula el argum ento, es un dato sensorial. El segundo estadio del argum ento trata de explotar la supuesta indistinguibili­ dad cualitativa entre percepciones verídicas y delusivas para ob­ tener la conclusión de que siem pre percibim os un dato sensorial, incluso en los casos norm ales. L a doctrina de los datos sensoriales es susceptible de ser acom odada tanto en una teoría representativa de la percepción com o en una teoría fenom enista. Las teorías representativas o causales, descendientes de Locke, suponen que la conexión entre la experiencia sensorial y los objetos físicos es de índole contin­ gente, causal. Los contenidos de la experiencia de los sentidos nos proporcionan una evidencia inductiva para las creencias sobre objetos. Percibir un objeto m aterial es tener un dato sensorial que es causado por el objeto en cuestión, de m anera que la conscien­ cia perceptiva es una inferencia desde el efecto a la causa. De este m odo, las creencias sobre objetos se interpretan com o hipótesis cuyo estatuto es sim ilar al de las hipótesis científicas que postulan inobservables tales com o electrones o crom osom as. Pues bien, los críticos de este tipo de teorías han apuntado hacia una desem e­ jan za crucial entre hipótesis científicas y creencias sobre objetos. Pues una inferencia causal sólo es legítima si es en principio posible obtener en favor de la existencia de la causa una evidencia que sea independiente de los eventos para cuya explicación se postula. Pero en el caso que nos ocupa no hay ningún control independiente que nos perm ita exam inar los objetos físicos para ver si son representados fidedignam ente o no por los datos de los sentidos. Como consecuencia, los críticos de la teoría representativa, desde los tiem pos de B erkeley y H um e, se han visto obligados a afirm ar una conexión necesaria entre experiencia sensorial y obje­ tos: hablar de objetos es hablar de m odo abreviado de ciertas regularidades o pautas que presenta nuestra experiencia. Para Hum e los objetos no son más que grupos de datos sensoriales. Dada la naturaleza hum ana, nuestra im aginación tiende a llenar los huecos que existen en la serie de nuestras im presiones y de este m odo fingimos la existencia de objetos continuos y persisten-

PRESENTACION DE LA VERSION ESPAÑOLA

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tes. E sta explicación fenom enista fue adoptada por J. S. Mili definiendo los objetos com o «posibilidades perm anentes de sen­ sación». En nuestro tiem po A yer y otros ofrecen una reform ula­ ción lingüística de la teoría. H abrá un «lenguaje de objetos físieos» y un «lenguaje fenom enista». Puesto que los objetos físicos no son sino colonias de datos sensoriales, actuales y posibles, el program a fenom enista se propone tratarlos com o «construcciones lógicas» a partir de aquéllos. Am bos lenguajes no son sino dos modos diferentes de describir el mismo conjunto de hechos. L a teoría de los datos sensoriales y el program a fenom enista asociado con ella recibieron hacia la mitad del siglo ataques pro­ cedentes de una nueva generación de filósofos ingleses que, si bien com parten con la prim era ola analítica una sana actitud an ti m etafísica y una com unidad de problem as y enfoques, recha­ zaron los dogmas del positivism o y del em pirism o. En prim er lugar, se encontraron dificultades insalvables en el intento de traducción de los enunciados sobre objetos a enunciados sobre apariencias. E ntre estas dificultades no era la m enor el que los resultados ofrecidos nunca lograban expurgar de la traducción la referencia a cosas m ateriales. Así la traducción de 'H ay un jarrón en la habitación de al lado' sería de la forma condicional 'Si yo estuviera en la habitación de al lado, tendría la im presión de un jarró n ', en donde la prótasis hace referencia a cuando m enos dos objetos físicos — el observador y la habitación de al lado— . Más grave aún es el hecho de que, puesto que los enunciados del lenguaje de apariencias hacen referencia a entidades privadas, el lenguaje público de objetos parece lógicam ente dependiente de los lenguajes privados de cada uno de nosotros. A hora bien, Wittgenstein dem olió con su crítica a la idea de un lenguaje privado esta Ilusión gram atical 12. El lenguaje en el que describim os y nom bram os nuestras sensaciones es un lenguaje público. El uso de térm inos referentes a la m ente está conceptualm ente ligado a la existencia de criterios públicos para su aplicación. No obstante, en la práctica W ittgenstein no se inclina tanto a rechazar totaí12 Sobre la critica wittgensteinianu a la idea de un lenguaje privado, véase mi Lógica de la experiencia. Madrid: Tecnos, 1976.

m ente la noción de dato sensorial com o a neutralizarla inviniendo la dependencia entre el juego de lenguaje con objetos y el juego de lenguaje con im presiones sensoriales. Sería el último el lógica­ m ente dependiente del prim ero. El error de los filósofos ha sido, según W ittgenstein, malenten d er la gram ática de las expresiones que se refieren a las apa­ riencias, m odelándolas sobre la base de las referentes a objetos. Gilbert Ryle ha som etido a crítica esta reificación de las aparien­ cias en The C oncept o f M ind 13. El truco del teórico de los datos sensoriales consiste en introducir expresiones tales com o 'apa­ riencias1, 'sonidos', 'olores', etc., com o los acusativos de verbos de observación, 'v e r', 'o ír', 'o ler’, etc. Al hacerlo así el teórico oblitera la distinción entre sensación y observación. O bservar es una tarea, m ientras que percibir es un logro. Percibir no es un proceso, y a fortiori no es un proceso mental. En «The Problem of Perception», A nthony Quinton 14 distin­ gue dos usos fundam entales de los enunciados que versan sobre apariencias. En su uso prim ario tales enunciados ejemplifican el sentido epistém ico de verbos tales com o 'tiene aspecto', 'aparece' y 'parece'. E n este sentido, decir 'M e parece que p ' no es descri­ bir el estado de mi cam po visual o sensorial sino hacer un enun­ ciado tentativo, m atizado, acerca del m undo m aterial. El uso fenom enológico de esos verbos es derivado o secundario. En tal uso se em plean con ciertos propósitos más bien especializados para describir el carácter actual de nuestros cam pos sensoriales. A fin de dar una descripción fenom enológica hem os de hacer un esfuerzo de atención, tenem os que ver las cosas com o sabem os, o tenem os buenas razones para creer, que no son. L a habilidad de ado p tar este fra m e o f m ind fenom enológico debe ser aprendida después de que ya ha sido dom inada la necesaria para la percep­ ción del m undo m aterial. 13 G, Ryle: The Concept o f Mind. London: Hutchinson. 1949. (Traducción castellana de Eduardo Rabos si, El concepto de lo menta!, en Buenos Aires: Paidós. 1967.) Véase también su artículo «Sensations» en H. D. Lewis