Sentido interno y subjetividad : un análisis del problema del auto-conocimiento en la filosofía trascendental de I. Kant
 9789875741867, 9875741868

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Claudia Jáuregui

Sentido intemo y subjetividad: Un análisis del problema del auto-conocimiento en la filosofía trascendental de 1. Kant

Jáuregui, Claudia Sentido interno y subjetividad : un análisis del problema del auto-conoci­ miento en la filosofía trascendental de Kant - la ed. - Buenos Aires : Prometeo Libros, 2008. 176 p. ; 21x15 cm. ISBN 978-987-574-186-7 190.43 Filosofía alemana., 190 Filosofía moderna occidental. CDD 193

La publicación de este libro ha sido posible gracias a un subsidio otorgado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (PMT III, Contrato Préstamo BID 1728/OC-AR) en el marco del Proyecto "La imaginación en Kant: antecedentes, aspectos sistemáticos y proyección hasta nuestros días" (PlC f 2005)

® De esta edición, Prometeo Libros, 2008 Pringles 521, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina ■fel.: (54-11) 4862-6794/Fax: (54-11) 4864-5297 e-mail: [email protected] http.www.prometeoeditorial.com

I lecho el depósito que marca la Ley 11.723 l'rohibida su reproducción total o parcial

índice Prefacio ........................................................................................................................... 9 Abreviaturas em pleadas...............................................................................................11 Introducción .................................................................................................................13 Capítulo I: La doctrina del sentido interno en la "Deducción trascendental de las categorías" (A ) .................................... 27 1.1 Consideraciones generales ..........................................................................27 1.2 El tiempo como forma universal de todos los fen ó m en o s...............31 1.3 El carácter múltiple de la intuición ........................................................ 34 1.4 La aprehensión como síntesis de lo m ú ltip le .......................................37 1.5 La síntesis reproductiva de la imaginación ............................................ 40 1.5 La necesidad de una síntesis a p r í o r í .......................................................42 1.7 Algunas conclusiones acerca de la naturaleza del sentido interno .............................................................................................. 50 Capítulo II: Sentido interno y juicios de percepción .......................................53 2.1 E rschein u n gy P h á n om en on ..................................................................... 53 2.2 Juicios de percepción y juicios de experiencia....................................... 59 Capítulo III: Sentido interno y auto-afección ..................................................... 73 3.1 La doctrina de la auto-afección...................................................................73 3.2 Auto-afección y síntesis de lo múltiple en el espacio ......................... 81 3.3 Auto-afección y sentido in te rn o .................................................................85 Capítulo IV: La "Refutación de! Id ea lism o "..........................................................89 4.1 Antecedentes del argumento en la "Crítica al cuarto paralogismo" (A) y en el § 49 de P ro leg ó m en os .................................................................. 89 4.2 El argumento de la "Refutación del Idealismo" .................................. 95 4.3 Algunas conclusiones parciales acerca de los argumentos anticartesianos..................................................................................................... 100

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Capítulo V: El carácter subjetivo de la "experiencia" interna .......................103 5.1 Distintas interpretaciones acerca del significado de la noción de "experiencia interna" implícito en el argumento de la "Refutación del Idealismo" ......................................................................................................103 5.2 Algunas conclusiones acerca de la "Refutación del Idealismo" como argumento antiescéptico ......................................................................111 5.3 Una posible interpretación sobre el carácter subjetivo de los juicios de p ercep ció n ............................................................................ 117 Capítulo VI: El caráaer no sustancial del y o .....................................................123 6.1 El problema de la auto-objetivación en el capítulo de los "Paralogismos de la razón pura" ........................................................... 123 6.2 El carácter sustancial del alma. Primer paralogismo ....................... 126 6.3 La simplicidad del alma. Segundo paralogism o................................ 133 6.4 El alma como persona. Tercer paralogismo ........................................136 Capítulo VII: La primacía de la experiencia externa .......................................145 Capítulo VIH: Sobre la posibilidad del auto-conocim iento.......................... 153 Bibliografía ................................................................................................................. 167

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Prefacio El análisis de la concepción kandana del yo, que desarrollo a lo largo de este libro, es el resultado de una investigación que com encé ya hace varios años, cuando la lectura del pasaje de la "Refutación del Idealismo", que Kant agrega en la segunda edición de la Crítica d e la razón pura, me sugirió la idea de la existen­ cia de ciertos problemas que su teoría presenta a la hora de dar cuenta de las con­ diciones de posibilidad del conocim iento de nosotros mismos. Esta inquietud dio lugar a un rastreo de la cuestión a través de la obra kantia­ na, y a un intento de reconstrucción del itinerario que el autor desarrolla, parti­ cularmente en la transición que va de la primera a la segunda edición de la Crítica d e la razón pura. Dada la especificidad del tema, he escrito estas páginas pensando en un públi­ co conocedor de los lineamientos generales de la filosofía crítica. No obstante ello, he procurado, a través de la Introducción y a través de diversas aclaraciones terminológicas y conceptuales que se encuentran particularmente en las notas, acercar el texto a quienes, aun estando poco familiarizados con la filosofía kantia­ na, se hallan interesados en una cuestión tan intrincada y, a la vez, apasionante, como es la del auto-conocimiento. Quiero expresar, en estas pocas líneas, mi gratitud a todos aquellos que hicie­ ron posible la publicación de este volumen. Agradezco a los numerosos colegas con quienes, formal e informalmente, he tenido la oportunidad de discutir las di­ versas cuestiones que aquí se analizan. Agradezco especialmente la invalorable orientación que el Dr. Roberto J. Walton me brindó, durante años, como director de los proyectos que desarrollé para el Consejo Nacional de Investigaciones Cien­ tíficas y Técnicas (CONICET) y como director de la tesis doctoral que sirvió de ba­ se para la elaboración de este libro. A él le debo, sin duda, mi formación en la investigación filosófica. Quiero agradecer también muy especialmente al Dr. Ma­ rio R Caimi por las valiosas sugerencias vertidas a partir de la lectura atenta y ri­ gurosa de una primera versión del texto, y por el particular m odo en que ha enriquecido mis conocimientos sobre la filosofía kantiana a través del trabajo compartido, durante más de una década, en la Universidad de Buenos Aires.

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Agradezco también a las diversas instituciones que han hecho posible la inves­ tigación a partir de la cual el libro fue elaborado: mi especial reconocimiento pa­ ra el CONICET, en cuyo marco he realizado la totalidad de dicha investigación, y también para la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Quilmes y la Fundación Antorchas que han subsidiado aspectos parciales de la misma. Quiero agradecer también particularmente a la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que a través de la subvención otorgada en el marco del PMT III, Contrato Préstamo BID 1728/OC-AR, ha solventado parte de los gastos relativos a la publicación de este libro y a la investigación que le dio origen. Algunas partes del texto que aquí presento son reelaboraciones de artículos que he publicado en diversas revistas tales como: D iálog os (Puerto Rico), Revis­ ta V enezolana d e F ilosofía, D ian oia (México), D aim on (España), Kant-Studien (Alemania), Escritos d e Filosofía (Argentina) y Revista Latin oam erican a d e F ilo­ sofía (Argentina). Agradezco pues a los respectivos editores la posibilidad de ha­ cer uso de ese material. Por último, y muy especialmente, quiero expresar mi agradecimiento a mi fa­ milia y a mis amigos, quienes con su incondicional afecto me alientan día a día a transitar el complejo y fascinante camino de la investigación filosófica. Claudia Jáuregui Abril, 2007

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Abreviaturas empleadas A k.: Kants g esam m elte Schññen, h erau sg eg eben von d er Preussischen A kad em ie d er W issenschaften, Berlin 1902 ss. (Todas las referencias a los textos kantia­ nos, con excepción del de la Crítica d e la razón pura, se han hecho tomando en consideración esta edición de las obras de Kant patrocinada por la Acade­ mia de Ciencias de Berlin. A la abreviatura correspondiente, se agrega, en ca­ da caso, el número de volumen en números romanos, y el número de página en números arábigos.) Diss. : Kant, D e m u n d i sensibiUs atq u e intelligibilis form a et p rín cipiis {S obre la form a y lo s p rin cip ios d el m u n d o sen sib le y el m u n d o in telig ible - 1770) DT: "Deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento" (en Kant, Crítica d e la razón pura) DTA: "Deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento" (en Kant, Crítica d e la razón pura, edición de 1781) DTB: "Deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento" (en Kant, Crítica d e la razón pura, edición de 1787) KrV: Kant, Kritik d er rein en Vernunñ {Crítica d e la razón pu ra - 1781/1787) KrVA'. Kant, Kritik d er rein en Vernunñ {Crítica d e la razón pu ra - 1781) KrVB: Kant, Kritik d er reinen Vernunñ {Crítica d e la razón pura- 1787) L: Kant, Vom inneren Sinne {Acerca d el sen tid o interno - Reflexión escrita apro­ ximadamente entre los años 1788 y 1793)

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Proleg. ; Kant, P roleg om en a zu ein er je d en künftigen M etaphysik, d ie als Wis­ sen sch aft wird auftreten k ö n n en {P ro leg ó m en o s a todg m etafísica futura q u e p u ed a presen tarse c o m o ciencia - 1783) RI: "Refutación del Idealismo" (en Kant, Crítica d e la razón pura- 1787)

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Introducción Kant se encuentra, sin duda, entre los autores cuyo pensamiento ha dejado una profunda huella en la historia de la filosofía. Su sistema -que comienza a vis­ lumbrarse ya en la Disertación' que presenta en 1770 en la Universidad de Kö­ nigsberg al tomar posesión de su cargo académico de profesor de la cátedra de Lógica y Metafísica- halla su formulación definitiva a partir de la publicación de la Crítica d e la razón pura^, desarrollándose luego en toda su riqueza en las di­ versas obras que sigue escribiendo hasta el momento de su muerte. Las revolucionarias ideas que presenta en estos textos coronan, en las postri­ merías del siglo XVIII, doscientos años de filosofía moderna. En este fascinante período, convergen diferentes acontecimientos que han de marcar para siempre la historia de la humanidad, entre los que se destacan —por nombrar sólo algu­ nos de ellos— la crisis intelectual generada por la reforma protestante y la consi­ guiente necesidad de encontrar un nuevo criterio que permita diferenciar lo verdadero de lo falso, el nacimiento de la ciencia moderna con sus peculiares ma­ neras de conceptualizar la naturaleza, y los profundos cambios acaecidos en la vida política europea que culminan finalmente con la revolución francesa. Los fi­ lósofos asisten a esta profunda transformación del mundo debatiendo incansa­ blemente acerca de problemas tales com o el de la posibilidad del conocimiento, la existencia de la libertad o el papel de Dios en una realidad en la que se ha des­ dibujado la impronta religiosa propia del medioevo. Es en este escenario donde el quehacer filosófico adquiere « n a nueva moda­ lidad que lo aleja simultáneamente tanto de las características del pensamiento antiguo como de aquéllas propias del pensamiento de la Edad Media. El "pien­ so, luego existo" (cogito, ergo su m ) de Descartes —quien es frecuentemente con­ siderado como el padre de la filosofía moderna— coloca la subjetividad en el

' D e m undi sensibilis atque intelligibilis form a et principiis (1770) (Ak. II). En adelante, emplearé la abreviatura Diss. para referirme a esta obra. ^ En adelante emplearé, para referirme a esta obra, la abreviatura KrVseguida de la letra A en caso de que se trate de la primera edición, o de Ta letra B, en caso de que se trate de la segunda. 13

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centro de la reflexión filosófica. Ya no se trata de volcar en un esquema racional una verdad revelada a través de las Escrituras, sino de descubrir la verdad a través de la sola fuerza de la razón misma. Y el punto de partida no es otro que el yo, cuya indubitable existencia se hace patente en la propia actividad de pensar. To­ da otra existencia puede ser puesta en duda. Ciertamente nos representamos un mundo com o existiendo independientemente de nuestro pensamiento, y un Dios infinito com o fuente de toda existencia. Pero no sabemos si esto es un pro­ ducto del mero juego de nuestra imaginación o si es el resultado de una realidad independiente que, de alguna manera, se nos hace presente. Podría suceder que existieran sólo el yo y sus ideas. Y es a partir de esta magra posibilidad que Des­ cartes intenta, de una manera trabajosa y tal vez cuestionable, recuperar la con­ fianza en una realidad que nos trasciende. La filosofía moderna deja resonar, a partir de allí, este eco cartesiano que mar­ ca sus comienzos. El yo y sus ideas se transforman en lo más inmediato, lo más originario. La gran mayoría de los filósofos pertenecientes a este período, aun aquellos que sustentan presupuestos decididamente contrarios a los de Descartes, colocan la subjetividad como punto de partida. Ya sea para afirmar la razón o pa­ ra debilitar sus pretensiones, ya sea para poner énfasis en la actividad teorética o en la dimensión práctica del sujeto, a partir de ese momento la autoconcienda y la certeza que acompaña el acceso a nosotros mismos quedan ubicadas en un pri­ mer plano como fundamento último en el que se apoya la reflexión filosófica. Pero la inmediatez de este sujeto moderno abre una brecha con la objetivi­ dad que, de alguna manera, ha de ser salvada. La relación sujeto— objeto, en la que se basa toda explicación de la posibilidad del conocimiento, se torna proble­ mática, ya que es preciso justificar por qué aquellas representaciones, que se nos muestran como lo más originario, se corresponden efectivamente con los obje­ tos a los que se hallan referidas. Dicho de otra manera, la preponderancia del 'yo pienso' que Descartes instaura en los comienzos mismos de la filosofía moderna genera la necesidad de evitar un quiebre entre pensamiento y realidad que con­ duzca finalmente al escepticismo. Este es el contexto filosófico en el que se desarrolla la teoría kantiana del co­ nocimiento. La razón debe investigarse a sí misma a fin de llegar a establecer sus propios límites, y de recuperar, a partir de ellos, la posibilidad de justificar el ca­ rácter objetivo de las representaciones. Kant intenta alejarse tanto de las solucio­ nes dogmáticas del racionalismo, que salvan la posibilidad del conocim iento apelando a hipótesis metafísicas, como de las conclusiones escépticas de aque­ llas posiciones empiristas que, en su firme decisión de no hacer metafísica, ter­ minan resquebrajando también la posibilidad de una ciencia empírica objetiva. La tarea no es sencilla. La relación sujeto— objeto debe quedar fundadamente establecida sin un Dios que, como había imaginado Descartes, garantice la corres­ pondencia entre el pensamiento y lo real. Kant demora largos años en encontrar

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Introducción

un modo de dar respuesta a este problema, presentandolo finalmente, en toda su complejidad y riqueza, en la KrV, y produciendo en la historia de la filosofia una revolución parangonable con aquella que Copernico había provocado dos siglos antes en la historia de la astronomía al desplazar la tierra del centro del universo. Tal es la razón por la que se describe generalmente como "giro copernicano" la novedosa concepción que Kant presenta sobre el modo en que ha de entender­ se la relación sujeto—objeto. Hasta ese momento, se había considerado que el conocimiento debía conformarse con los objetos. Dicho de otra manera, se ha­ bía supuesto que, en el acto de conocer, lo determinante era el objeto, y que con él debían corresponderse nuestras representaciones. Pero a partir de este supues­ to, habían surgido un sinnúmero de dificultades respecto de la posibilidad de justificar tal correspondencia, particularmente en el caso de que la misma preten­ diera establecerse a priori, es decir, independientemente de la experiencia, tal co­ mo sucede en el conocimiento metafisico. Kant propone pues, en un intento por resolver tales dificultades, invertir el modo en que la relación sujeto— objeto ha­ bía sido concebida hasta ese momento. Sin desestimar el papel determinante que los objetos tienen en el conocimiento, la novedad propuesta consiste ahora en considerar que también el sujeto desempeña un papel determinante, y que al me­ nos algunas de sus representaciones son de tal índole que los objetos, para ser ta­ les, han de adecuarse a ellas. Tales representaciones no tendrán, por cierto, un origen empírico. Lejos de derivarse de una experiencia ya constituida, ellas serán representaciones a p rio ri que condicionarán toda experiencia posible confirién­ dole un carácter propiamente objetivo. Así pues, Kant introduce por primera vez la revolucionaria idea de que, al conocer, el sujeto condiciona al objeto, y lo ha­ ce, al menos en alguna medida, ser lo que es. Esto supone, por cierto, no sólo la idea de que el sujeto desempeña un papel determinante, sino también una profunda transformación en las nociones mis­ mas de 'subjetividad' y 'objetividad'. El sujeto se convierte en el fundamento del carácter objetivo de los objetos; y esta subjetividad fundante — lo que Kant deno­ mina el sujeto trascendental— ya no se contrapone a la objetividad, sino que, por el contrario, la hace posible. Los objetos, así condicionados por el sujeto, no se­ rán, por otra parte, las cosas tal como son en sí mismas. Kant renuncia a la preten­ sión de conocer aquello que está más allá de los límites de lo que se nos muestra. Lo único cognoscible es el fenómeno: el objeto en su aparecer, condicionado por nuestras propias maneras —universales y necesarias— de representárnoslo. Esta objetividad subjetivamente constituida no es, en absoluto, sin embargo, una "creación" del sujeto. La filosofía kantiana nunca pierde de vista nuestra finitud. Y ella se manifiesta, en su teoría gnoseològica, en la idea de que sólo co­ nocemos en tanto los objetos se nos hacen presentes. Para que el conocimiento se produzca, los objetos nos tienen que ser dados. Y este aparecer del objeto ja­ más es el resultado de la actividad de nuestro entendimiento finito; motivo por

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el cual Kant decididamenle niega la posibilidad, que el racionalismo defendía, de conocer a través de meros conceptos. El darse del objeto requiere, por un la­ do, siempre una afección —de la cual nada podemos decir ya que proviene segu­ ramente de la cosa en sí, y la cosa en sí es incognoscible— y, por otro lado, una facultad pasiva que, en su carácter receptivo, se abra a tal afección y deje aparecer el objeto que se nos está dando. Tal facultad no es otra que la sensibilidad. Esta juega un papel decisivo en la teoría que Kant está proponiendo. Sólo es cognos­ cible lo sensiblemente dado. Dicho de otra manera, lo suprasensible es absolu­ tamente incognoscible. Unicamente la sensibilidad proporciona intuiciones que nos ponen en contacto inmediato con el objeto. No hay intuición intelectual co­ mo el racionalismo suponía. Y no existe, por ende, la posibilidad de un conoci­ miento metafísico, es decir, de un conocimiento a p ríori que pueda traspasar los límites de lo empíricamente dado. Es precisamente nuestra finitud, nuestra nece­ sidad de que los objetos se nos hagan sensiblemente presentes, la que nos impi­ de tener conocimiento de cuestiones tales como la de la existencia de Dios, la de la inmortalidad del alma o la del carácter libre de nuestras acciones. Kant no es, sin embargo, un empirista. La importancia conferida a la sensibi­ lidad, como facultad que deja aparecer los objetos, no supone la tesis de que to­ das nuestras representaciones tienen, en última instancia, un origen empírico. Uno de los aspectos más novedosos de su teoría consiste precisamente en afirmar la existencia de representaciones intuitivas —y, por ende, sensibles— que son pu­ ras, es decir, que son absolutamente a príori. Tras largos años de haberse involu­ crado en las controversias entre leibnizianos y newtonianos acerca de la naturaleza del espado y el tiempo, y de haber por momentos adoptado y por m om entos rechazado cada una de las posturas por ellos sustentada, Kant de­ muestra, ya en la Diss., la controvertida tesis de que el espacio y el tiempo no son cosas que existan en sí mismas, ni propiedades de cosas que existan en sí mismas independientemente de nuestras facultades de conocimiento, sino que son las formas puras de nuestra sensibilidad. Ella recibe la afección bajo las formas del espacio y el tiempo, y sólo de esta manera los objetos se nos pueden hacer pre­ sentes. Todo conocimiento empírico, aun la más simple percepción, supone pues condiciones a príori que lo hacen posible. Las representaciones del espacio y el tiempo no son a posteríorí, es decir, no son derivadas de la experiencia, sino que, por el contrario, son ellas representaciones, a la vez sensibles y puras, que condi­ cionan la posibilidad de la experiencia misma. Si hacemos abstracción de nues­ tra sensibilidad, el espacio y el tiempo no son nada. Tal es la razón por la cual Kant los considera como "trascendentalmente ideales" Pero esta idealidad del es­ pacio y el tiempo no excluye su realidad. Todo lo empíricamente dado, todo ob ­ jeto dado a la sensibilidad, aparece bajo las formas que ella posee. Universal y necesariamente todo lo real se muestra bajo estas formas, y ellas mismas son, por ende, empíricamente reales.

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Introducción

Este es uno de los modos en que el sujeto es determinante respecto del obje­ to. Espado y tiempo, como formas de nuestra sensibilidad, son subjetivos; pero desde el momento en que condicionan la manera en que todo objeto se mues­ tra, son también objetivos. Los objetos dados al sentido externo — i.e. los obje­ tos físicos— aparecen necesariamente bajo la forma del espacio. El objeto dado al sentido interno, es decir, el yo sensiblemente dado como fenómeno psíquico, aparece necesariamente bajo la forma del tiempo. En la medida en que las for­ mas de nuestra sensibilidad condicionan este aparecer, lo que aparece — el ob je­ to— ya no será la cosa tal com o es en sí misma. Y esto, paradójicamente, no vale sólo para los objetos físicos, sino también para el yo como objeto del sentido in­ terno. Según la teoría crítica kantiana, únicamente podemos conocer lo fenomé­ nico. Así pues, no sólo es incognoscible lo nouménico^ que subyace al aparecer del mundo físico, sino también el noúmeno que subyace al aparecer del yo. No podemos auto-conocernos tal com o somos en nosotros mismos, sino sólo en tanto aparecemos fenoménicamente en nuestra propia sensibilidad. Vemos así que, si bien Kant no escapa a la tradición moderna que coloca la subjetividad en el foco de la atención del quehacer filosófico, ésta adquiere, en el seno de su teoría, características con las que nunca antes había sido descrita. Tenemos, por un lado, un sujeto trascendental que es determinante en la relación de conocimiento, y que, en tanto es el fundamento de toda objetividad, perma­ nece siempre no objetivado. Kant lo describe a veces como el sujeto absoluto de todos nuestros juicios,^ porque está siempre ya presupuesto de antemano en to­ da actividad de conocer y en todo discurso, aun en aquel a través del cual inten­ tamos describirlo. Por otro lado, tenemos también una subjetividad empírica, un yo auto-objetivado a través del sentido interno, que se muestra como yo fenomé­ nico o yo psicológico, y que, como todo otro objeto, presupone ya la subjetivi­ dad trascendental a la manera de fundamento. La teoría crítica presenta pues, respecto de esta cuestión, una riqueza y com­ plejidad que la alejan paulatinamente de la tradición moderna en la que se inscri­ be, y que la colocan en una mejor posición para resolver los problemas que allí se suscitan. La posibilidad del conocimiento queda asegurada por aquel giro coperni­ cano gracias al cual queda establecido que al menos algunas de nuestras represen­ taciones, como ser por ejemplo las del espacio y el tiempo, son determinantes respecto del objeto. La insalvable escisión entre sujeto y objeto, que se sigue de las distintas formas que adopta el escepticismo, queda definitivamente salvada a tra­ vés de una teoría para la cual la subjetividad —considerada como subjetividad tras­ cendental— es condición última y fundamento de toda objetivación. Pero, en el

3 Kant utiliza habitualmente el término 'noúmeno' para hacer referencia a la cosa en sí que nos es absolutamente desconocida. 4 C f KrV, A 349 y ss. 17

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marco de una teoría así concebida, el problema del auto-conocimiento ha de ha­ llar, en el mejor de los casos, una respuesta sumamente peculiar. Si el modo de sal­ var la posibilidad del conocimiento de cualcjuier objeto reside en establecer que este último no es la cosa en sí, sino un fenómeno subjetivamente condicionado por nuestra manera de representárnoslo, la posibilidad del auto-conocimiento no pue­ de escapar a esta estrategia; el yo-objeto ha de ser también un fenómeno así condi­ cionado. De ello se sigue que el yo en sí como entidad suprasensible, el alma de la cual hablan las teorías metafísicas, es absolutamente incognoscible. Así pues, aquel yo que, en los comienzos de la modernidad, había adquirido una preponderancia antes nunca vista, puede ser considerado ahora, a la luz de la teoría kantiana, desde una triple perspectiva; 1 ) como subjetividad trascendental que fun­ da la posibilidad del conocimiento, 2) como yo fenoménico auto-objetivado a tra­ vés del sentido interno, y 3) como yo nouménico que, en su carácter suprasensible, permanece siempre más allá de los límites de lo que es posible conocer. De existir la posibilidad del auto-conocimiento, el objeto del mismo ha de ser el yo considerado desde la segunda perspectiva. Sólo en ese caso, hay una intui­ ción sensible sobre la base de la cual puede ser constituida una auténtica experien­ cia interna. Tal posibilidad, sin embargo, no sólo es problem ática por lo paradójica que pueda resultar la idea de que el auto-conocimiento es meramente fenoménico, y que, por ende, el yo, que se supone absolutamente cercano para sí mismo, en realidad nunca puede saber como es en sí, sino que es problemática también por los aspectos oscuros que presenta la doctrina kantiana del sentido in­ terno, los cuales podrían llevarnos a pensar que, incluso dentro de estos estrechos límites de lo fenoménico, el auto-conocimiento es imposible. Tal es la cuestión que intentaré elucidar a lo largo de los capítulos que siguen. La teoría gnoseològica kantiana parece estar pensada para dar especialmente cuen­ ta de la posibilidad del conocimiento del mundo exterior. Su génesis misma está atravesada por el interés, por parte de Kant, de justificar el carácter objetivo de la fí­ sica newtoniana. Pero cuando las condiciones que hacen posible el conocimiento de los fenómenos en el espacio se trasladan sin más al ámbito de lo psíquico, la teoría comienza a presentar ciertas fisuras difíciles dé subsanar, y surge inmediata­ mente la duda acerca de si es posible seguir sosteniéndola en su conjunto. Dos son particularmente los problemas que me detendré a analizar. El prime­ ro de ellos concierne al modo en que el sentido interno y el sentido externo se relacionan entre en sí. Había mencionado anteriormente que la sensibilidad es aquella facultad que nos pone en contacto inmediato con el objeto. Ella es la que recibe la afección, y permite, al hacerlo, el aparecer del objeto. En el sentido ex­ terno, los objetos físicos se hacen presentes bajo la forma del espacio. El sentido interno, por su parte, deja aparecer, bajo la forma del tiempo, nuestra propia vi­ da psíquica, la cual se muestra como un fluir de estados en el que nada perma­ nece. El yo fenoménico —también denominado yo empírico o yo psicológico—

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Imioducción

no es dado espacialmeme, sino que aparece a través de uiia serie de representa­ ciones que se suceden en el tiempo. Pero tales representaciones son en gran ntedida representaciones del mundo exterior. Kant sugiere en algunos textos que el contenido del sentido interno interviene, de algún modo, en el conocim iento que tenemos de los objetos espaciales. Pero si esto es así, no se comprende-bien cuál es el papel que desempeña la intuición externa, y no queda claro, por tanto, cómo se relaciona la experiencia de nosotros mismos con la experiencia de aque­ llo que no somos nosotros. La segunda cuestión que analizaré concierne a las dificultades que la teoría presenta para dar cuenta de la posibilidad de que el yo fenoménico se constitu­ ya com o objeto en sentido estricto. Para aclarar un poco más esta cuestión es pre­ ciso volver sobre el "giro copernicano" y algunos aspectos del mismo que se dejaron de lado en un primer memento. Había mencionado anteriormente que lo novedoso de la teoría que Kant está proponiendo reside en la idea de que, en el acto de conocer, el sujeto es determinante respecto del objeto. Y había desta­ cado también el papel que desempeña la sensibilidad, en tanto facultad que per­ mite el aparecer de los objetos, y cómo este aparecer está condicionado por las formas a p riori del espacio y el tiempo que son propias de nuestra sensibilidad, determinando el sujeto, de este manera, ciertas características con las que han de mostrársenos necesariamente los objetos, pero que ellos en sí mismos, indepen­ dientemente de nuestra manera de representárnoslos, no poseen. Presentadas así las cosas, podría llegar a pensarse, por un lado, que el sujeto sólo es determinante en cuanto la sensibilidad, de alguna manera, le "impone" sus propias formas al fenómeno, y, por otro lado, que este aparecer sensible pue­ de dar, por sí mismo, cuenta de la posibilidad de la experiencia. Sin embargo, la teoría del conocimiento que Kant está proponiendo es bastante más compleja, y es preciso seguir avanzando en la presentación de sus aspectos medulares para llegar a comprender cuáles son los problemas más específicos que conciernen a la posibilidad de la experiencia de nosotros mismos. Se dijo anteriormente que el conocimiento sólo es posible en la medida en que poseemos una facultad receptiva capaz de ponernos en contacto inmediato con el objeto. Pero lo que se le presenta a esta facultad — que no es otra que la sensibili­ dad— es una multiplicidad intuitiva desplegada en el espado y en el tiempo; y tal multiplicidad sólo puede llegar a constituir propiamente un objeto en la medida en que es, de alguna manera, unificada. Ahora bien, la sensibilidad es una facultad pasiva, y no puede ella misma realizar esta actividad de enlace de lo múltiple. Sus formas — el espado y el tiempo— son tan pasivas como ella misma, y no pueden, por tanto, poseer una función ordenadora de lo sensiblemente dado. Es necesario, para que la experiencia tenga lugar, la intervención de alguna otra facultad, además de la sensibilidad, que sea propiamente activa, y que pueda conferirle unidad al múltiple que la sensibilidad recibe. Tal facultad es el entendimiento.

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Así pues, la sensibilidad carece de autojiomía para conocer. Si sólo poseyéra­ mos sensibilidad, no tendríamos experiencia, sino una suerte de caos de sensa­ ciones, que por sí mismo no podría llegar jamás a convertirse en un mundo de objetos. Pero el entendimiento, por su parte, tampoco puede funcionar en forma aislada. Si así fuera, su actividad unificadora de lo múltiple, o, dicho de una ma­ nera más técnica, sus operaciones de síntesis, no tendrían un material intuitivo sobre el cual aplicarse. Las dos facultades, concebidas como radicalmente hete­ rogéneas y recíprocamente irreductibles, deben intervenir en forma complemen­ taria para que tenga lugar un conocimiento objetivo. Ahora bien, esta intervención complementaria de ambas facultades debe ser comprendida sobre el trasfondo del giro copernicano. No sólo el sujeto es determi­ nante del objeto en tanto la sensibilidad le impone a este último sus formas a prio­ ri, sino también en cuanto el entendimiento lo piensa a través de ciertos conceptos puros que Kant denomina categorías. l,as categorías son conceptos a priori, es decir, no derivados de la experiencia, que tienen su origen en el entendimiento mismo. En ellas se conciben las distintas formas de síntesis de representaciones que deben es­ tar presentes en todo objeto para que se lo considere como tal. Al conocer, el enten­ dimiento opera sintéticamente sobre la multiplicidad intuitiva sensible, y, al hacerlo, le impone a la experiencia ciertos aspectos formales que conciernen al mo­ do en que tal multiplicidad debe ser reunida para que se la considere una represen­ tación objetiva. Así pues, no hay objeto sin una facultad pasiva—la sensibilidad— que per­ mita su aparecer, ni sin una facultad activa — el entendimiento— que, al pensar­ lo según ciertos conceptos a priori, le confiera su carácter objetivo. Tal es la razón por la cual Kant describe las categorías como "conceptos de un objeto en gene­ ral". Ellas resumen los aspectos formales que ha de poseer todo fenóm eno para que se lo considere propiamente como un objeto. Al aplicar las categorías, el en­ tendimiento constituye — no crea— el ámbito de lo objetivo. Es así que ciertos conceptos, como por ejemplo el de "sustancia" o "causa", que a lo largo de la historia de la filosofía habían desempeñado un papel central en las diversas teorías, y a los que, en general, se les había conferido un decisivo peso ontològico,^ pasan ahora a ser considerados como categorías que el enten­ dimiento impone, necesaria y universalmente, a los objetos para representárselos como tales. Cuando percibo un objeto, tomemos por caso un libro, éste, en prin­ cipio, se me debe hacer presente a través a la sensibilidad, y no podrá hacerlo más

^ Ya algunos empiristas, antes de Kant, habían cuestionado tal peso ontològico, al llamar la atención sobre la posibilidad de que estos conceptos no hicieran referencia a propiedades que las cosas tienen en sí mismas, sino a nuestra manera de representárnoslas. En este sen­ tido, son paradigmáticas las posiciones de 1. Locke y D. Hume. 20

Introducción

que bajo las formas c[ue ella posee, es decir, aparecerá bajo las formas del espacio y el tiempo.'’ Pero además, para ser estrictamente representado como un objeto, habrá de ser pensado como substrato de ciertas propiedades, y como inserto en una cadena causal, de modo tal de formar, con el resto de los fenómenos, parte de una experiencia posible. De la misma manera, para que el fenómeno del libro sea una representación propiamente objetiva, deberán serle aplicadas el resto de las doce categorías que Kant presenta. Estas son, al igual que las formas puras del es­ pacio y el tiempo, condiciones de posibilidad de la experiencia. El 'libro en si" es absolutamente incognoscible. Lo único que podernos conocer es lo que se nos muestra, condicionado por nuestro propio modo de representárnoslo, es decir, por esta suerte de "aparato a príori" que el sujeto le impone necesariamente al ob­ jeto, en tanto lo deja aparecer bajo las formas del espacio y el tiempo, y en cuan­ to lo piensa como objeto por medio.de ciertos conceptos puros. Dentro de este esquema teórico ha de insertarse la explicación acerca de la posibilidad del auto-conocimiento. Había ya mencionado uno de los problemas que me detendré a analizar a lo largo de este libro, y que concierne al oscuro m o­ do en que Kant da cuenta de la relación entre el sentido interno y el sentido ex­ terno, generando asimismo dificultades en la comprensión del modo en que se relaciona el conocimiento de nosotros mismos con el conocimiento de aquello que no somos nosotros. Había mencionado también un segundo problema que me detendré a anali­ zar, y que se refiere a ciertas dificultades relativas a la posibilidad de que el yo fe­ noménico se convierta en un objeto en sentido estricto. Esta cuestión, que había dejado en suspenso hasta tanto no se completara la explicación del modo en que la sensibilidad y el entendimiento cooperan para hacer posible la experiencia, puede ahora ser, al menos, delineada en sus aspectos más generales. Si todo ob­ jeto para ser tal requiere tanto de la sensibilidad, que hace posible su aparecer, com o del entendimiento que, al pensarlo bajo la unidad de las categorías, lo constituye propiamente com o objeto, entonces el yo deberá responder a estas mismas condiciones a fin de convertirse en un objeto para sí mismo. Queda cla­ ro, dentro de la teoría kantiana, que el yo se muestra sensiblemente a través del sentido interno, y que, al menos como yo fenoménico, responde pues a la prime­ ra de las condiciones. Sin embargo, no está tan claro que ese yo fenoménico se deje subsumir bajo todas las categorías. El hecho de que su aparecer se dé sólo bajo la forma del tiempo —y no espacio-temporalmente como los fenómenos fí­ sicos— genera una serie de dificultades respecto de la posibilidad de aplicarle al-

® Si bien el tiempo es la forma propia del sentido interno, los objetos físicos también se presentan temporalmente, ya que son objetos representados, y las representaciones son parte del sentido interno. Volveré sobre esta problemática cuestión en el capítulo 1.

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güilas de las categorías, que podrían conducir a la conclusión de que sólo los fe­ nómenos externos son propiamente objetivos. El yo empírico o fenoménico se­ ría, en cambio, una suerte de pseudo-objeto, ya que no respondería, en rigor, a las condiciones que, según Kant, hacen posible la experiencia. A fin de hallar algún tipo de respuesta a los problemas mencionados, me pro­ pongo, en el primer capítulo de este libro, desentrañar la concepción del sentido interno que está implícita en los pasajes de la K rV (A) referidos a la doctrina de la triple síntesis. Particularmente analizaré los caracteres Cjue presenta la síntesis de la aprehensión, ya que es ella la que da cuenta del enlace contingente y subjetivo de las representaciones entendidas como meras representaciones, es decir, como esta­ dos internos del sujeto carentes aún, en este primer nivel de la síntesis, de referen­ cia objetiva. A partir del análisis de la relación que Kant establece entre la aprehensión y la síntesis a príori llevada a cabo de acuerdo con los conceptos pu­ ros del entendimiento, es posible derivar una primera conclusión acerca de los ca­ racteres que presenta la experiencia interna: la multiplicidad sensible dada en el sentido interno y enlazada de un modo contingente y subjetivo (aprehensión) se muestra como insuficiente para dar cuenta por sí misma de un conocimiento ob­ jetivo, pero, a la vez, parece ser un prerrequisito para que la experiencia tenga lugar. La misma idea aparece en los textos referidos a la diferenciación entre juicios de percepción y juicios de experiencia que Kant presenta en los §§18-20 de una obra publicada entre las dos ediciones de la KrV: los P roleg óm en os a toda m eta ­ física futura q u e p u ed a presen tarse c o m o ciencia^, cuyo análisis abordaré en el capítulo II. El juicio de percepción, según mi lectura del texto, no es otra cosa más que la expresión de aquel enlace subjetivo de las representaciones en el sentido interno, que Kant había caracterizado, en la doctrina de la triple síntesis, como "síntesis de la aprehensión". Este tipo de juicio es también considerado com o in­ suficiente para dar cuenta de una conexión objetiva de representaciones; pero por otro lado, Kant afirma que todos nuestros juicios son primero juicios de per­ cepción para luego convertirse en juicios de experiencia gracias a la intervención de las categorías. Así pues, encontramos nuevamente en P roleg ó m en o s aquella doble caracterización de la experiencia interna que aparecía en la doctrina de la triple síntesis; es decir, que ella se muestra una vez más como insuficiente para dar cuenta del conocimiento objetivo pero, al mismo tiempo, como una precon­ dición para que éste tenga lugar. En el contexto de la doctrina de los juicios de percepción, se evidencian, sin embargo, tal vez con más claridad que en la doctrina de la triple síntesis, los pro-

^ Prolegom ena zu einer jeden künftigen Metaphysik, d ie als Wissenscha ft wird auftreten kön nen (1783) (Ak.IV). 22

Imroducdón

blemas que surgen de esta forma de concebir la experiencia interna, ya que el co­ nocimiento de los objetos en el espacio parecería "derivarse", de algún modo, de aquella autocaptación que tenemos de nuestros propios estados internos. Por otra parte, si la experiencia presupone siempre un enlace subjetivo de representa­ ciones en el sentido interno, entonces tal enlace aparece gozando de una auto­ nomía que es inettplicable a la luz de la teoría del idealismo trascendental. Creo que es posible dar algún tipo de respuesta a estas cuestiones si se tienen en cuenta algunos textos agregados en la segunda edición de la KrV, particular­ mente los que se refieren a la doctrina de la auto-afección y a la refutación del idealismo, a cuyo análisis dedicaré los capítulos 111, IV y V. En estos pasajes, se produce una inversión en el modo de concebir la relación entre el sentido inter­ no y el externo, por la cual la experiencia interna, lejos de ser una precondición para que tenga lugar el conocinliento objetivo, se presenta más bien como de­ pendiendo de la experiencia externa, tanto en lo que hace, al origen de su conte­ nido intuitivo (doctrina de la auto-afección), com o en lo que se refiere a la posibilidad de estructurar temporalmente el mismo (refutación del idealismo). La teoría crítica se muestra pues como superadora de aquella tradición moderna, inaugurada por Descartes, según la cual lo más originario son las representacio­ nes mismas como estados internos. El planteo kantiano pone de manifiesto, con­ tra esta tradición, que lo más inmediato es la conciencia de los objetos en el espacio; y que, en consecuencia, sólo por mediación de la experiencia externa po­ demos volvernos empíricamente conscientes de nosotros mismos. Si bien esta inversión en el modo de concebir la relación entre sentido exter­ no e interno permite resolver algunos puntos oscuros que aparecen tanto en la doctrina de la triple síntesis com o en la de los juicios de percepción, ella condu­ ce, no obstante, directamente a una nueva problemática no menos difícil de re­ solver. El yo sólo puede ser objetivado a través del sentido interno. Como ya se mencionó anteriormente, no es posible conocer el sujeto trascendental que está a la base de toda objetivación, y menos aún es posible conocer nuestra alma, en­ tendida como entidad metafísica (capítulo VI). De haber algún tipo de autoconocim iento, éste únicam ente puede tener lugar en la medida en que la sensibilidad nos hace aparecer fenoménicamente ante nosotros mismos. Pero el sentido interno presenta la peculiaridad de que nuestros estados subjetivos de conciencia se ordenan siempre en forma de sucesión. No hay en la intuición in­ terna nada permanente que haga posible la aplicación de la categoría de sustan­ cia; y el yo fenom énico no es, por tanto, un substrato respecto del cual sus estados puedan determinarse como sucesivos. Pero la aplicación de la categoría de sustancia es condición de posibilidad de la experiencia. Si ella es inaplicable en el ámbito de lo psíquico, entonces se cierra la única vía a través de la cual po­ dría llegar a tener lugar algún tipo de auto-conocimiento. En efecto, las caracte­ rísticas temporales propias de la intuición interna, particularmente el hecho de

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presentar io mtiltipie siempre en forma sucesiva, determinan que la misma no se ajuste, en rigor, a las condiciones de una experiencia posible. Fd yo empírico o fe­ noménico sería un yo "desustancializado", es decir, un fenómeno no categorizable del mismo modo en que lo son los objetos en el espacio. Dicho con otras palabras, el yo fenoménico — el único que en principio podría llegar a ser cog­ noscible— no sería un objeto en sentido estricto. Este problema se pone aún más de manifiesto en otro pasaje agregado en la segctnda edición de la KrV. Se trata de la "Nota general sobre el sistema de los prin­ cipios", cuyo análisis abordaré en el capítulo VII. Allí Kant establece que la demos­ tración de la realidad objetiva de las categorías requiere intuiciones que sean en todos los casos externas. Ahora bien, si esto es así, el problema del auto-conoci­ miento no reside meramente en la dificultad para aplicar la categoría de sustancia y, por ende, también las otras categorías de relación en el ámbito de lo psíquico, sino más bien en la posibilidad incierta de aplicar allí cualquiera de las categorías. De estas reflexiones se sigue que el yo empírico o fenoménico no puede, en rigor, constituirse como objeto; no al menos de la misma manera en que lo ha­ cen los objetos en el espacio. Los caracteres temporales que presenta la experien­ cia interna dificultan la aplicación de las categorías a la multiplicidad dada en el sentido interno, con lo cual se quiebra el aparente paralelismo entre este último y el sentido externo. Si esto es así, la experiencia es, en sentido estricto, siempre experiencia exter­ na. Sólo en el ámbito de los objetos físicos es posible hablar de un auténtico co­ nocimiento objetivo. La autocaptación de nuestros estados subjetivos internos, si bien nos vuelve empíricamente conscientes de nosotros mismos, no da lugar a un genuino auto-conocimiento. Y el giro copernicano se muestra finalmente co­ mo inoperante para resolver, aun dentro de los límites de lo fenoménico, el pro­ blema del escepticismo en todas sus vertientes. Creo, sin embargo, que la teoría crítica ofrece cierto margen, sin duda estre­ cho pero aun así transitable, para escapar de una conclusión tan radical como la presentada en párrafo anterior. Para ello, es necesario rescatar algunas ideas que aparecen en las reflexiones que Kant escribe entre los años 1788 y 1793, a cuyo análisis dedicaré el último de los capítulos. Allí se reiteran algunas tesis que ya habían sido desarrolladas en la 'Refutación del Idealismo' de la KrV, particular­ mente la de la relación de dependencia de la experiencia interna respecto de la externa; pero se agrega ahora, por un lado, la idea de que somos, antes que na­ da, para nosotros mismos, objetos del sentido externo, y por otro lado, la idea de que la autoconciencia empírica debe entenderse como "apercepción cosmológi­ ca". Esta curiosa expresión hace referencia a la original apertura al mundo que su­ pone la autoconciencia empírica, y pone en evidencia que el intento por explicar la posibilidad del auto-conocimiento desde los estrechos límites del sentido in­ terno está necesariamente condenado al fracaso. La conciencia de poseer un cuer-

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Introducción

po, que iiueractúa con el resto de los objetos en el espacio, forma parte de la cotí ciencia empírica de nosotros mismos. El yo como mero objeto del sentido inter­ no es rma abstracción que muestra su esterilidad cuando se intenta constniir sobre ella alguna explicación que dé cuenta de la posibilidad del auto-conoci­ miento. Sólo podemos ser objetos para nosotros mismos en tanto nos conside­ ramos com o seres psicofísicos que, en relación con el mundo, aparecemos fenoménicamente dentro de la trama total de la experiencia.

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Capítulo I LA DOCTRINA DEL SENTIDO INTERNO EN LA "D ED U CCIO N TRASCENDENTAL DE LAS CATEGORÍAS" (A)

1.1 Consideradones generales

El primer paso en nuestra investigación acerca del modo en que Kant conci­ be el sentido interno, y la función que el mismo desempeña a la hora de dar cuenta de la posibilidad del conocimiento, consistirá en el análisis de un pasaje que sin duda constituye el corazón de la KrV, ya que en él se intenta demostrar la tesis medular que atraviesa la obra, i. e. la necesaria complementariedad con la que se relacionan la sensibilidad y el entendimiento. El problema que Kant está intentando allí resolver es el de la justificación de la legítima aplicación de las categorías a los objetos de la experiencia. Como se men­ cionó en la Introducción, éstas son conceptos que se originan en el entendimien­ to, y que son absolutamente a priorí, es decir, que no se derivan de la experiencia. Pero el carácter puro de tales conceptos resulta problemático, ya que su legítima aplicación a los objetos de la experiencia no puede establecerse a partir de su ori­ gen. En el caso de los conceptos empíricos — como ser, por ejemplo, los conceptos de 'mesa' o 'silla'— el hecho mismo de haberse derivado de la experiencia legitima la posibilidad de que sean aplicados a los objetos de la misma. Si el concepto de 'mesa' se forma a partir de la experiencia que poseemos de las mesas particulares, no parece en principio problemático que luego se aplique a ellas de manera legíti­ ma. Pero ¿cómo justificar la legítima aplicación, por ejemplo, de un concepto co­ mo el de 'sustancia' a los objetos de la experiencia, siendo que el mismo tiene un origen absolutamente a príorP. Podría suceder que las categorías carecieran total­ mente de validez objetiva, es decir, que los objetos de la experiencia no se confor­ maran con tales representaciones originadas a priorí en el entendimiento mismo.

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En el § 14 de la "Deducción trascendental de los conceptos puros del enten­ d im iento"', Kanl plantea que sólo hay dos formas en que la representación pue­ de coincidir con su objeto: o bien el objeto hace posible la representación, o bien la representación hace posible el objeto. En el primer caso, la relación es empíri­ ca, y también lo es, por ende, la representación misma. La intuición empírica^ de una mesa, por ejemplo, tiene lugar gracias al aparecer del objeto mesa que la ha­ ce posible; de la misma manera, el concepto empírico de 'mesa' se origina, por abstracción, a partir del aparecer de las mesas particulares. Pero cuando la coin­ cidencia se funda en que la representación hace posible el objeto, ésta no puede ser más que una representación a p riori que, lejos de derivarse de la experiencia, constituye su condición de posibilidad. No se trata, por cierto, de que la repre­ sentación le confiera existencia al objeto, sino más bien de que lo haga posible en cuanto tal. El espacio y el tiempo ilustran esta situación, ya que ellos hacen posible el objeto en tanto permiten el aparecer de lo fenoménico. Podría suceder, pues, que la legítima aplicación de las categorías a los obje­ tos de la experiencia se fundase en que ellas son representaciones a p riori que ha­ cen posible la objetividad del objeto. Tal es precisamente la estrategia que Kant va a seguir para probar la validez objetiva de los conceptos puros del entendi­ miento. La deducción^ deberá ser, en este caso, trascendental,'* ya que una de­ ducción empírica no puede legitimar la aplicación de conceptos que son a priori. La DT es uno de los pasajes más complejos de la KrV. No es mi intención de­ tenerme en la elucidación de los problemas puntuales que aparecen a lo largo de la argumentación, ni llevar a cabo una detallada reconstrucción de la misma. La tarea consistirá más bien en analizar cuál es la noción de 'sentido interno' que se desprende de este pasaje, tal como se lo presenta en la primera edición de la KrV. Para ello, será, de todos modos, imprescindible reconstruir el argumento, al me­ nos en sus aspectos más generales.

' En adelante, haré referencia al capítulo de la "Deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento" a través de la abreviatura DTA, en caso de que se trate de la ver­ sión que aparece en la primera edición de la KrV, o la abreviatura DTB, en caso de que se trate de la versión de la segunda edición. 2 Kant llama 'intuición' a aquella representación en que la relación con el objeto es inme­ diata. La intuición es empírica cuando está involucrada alguna sensación. Esta última es el resultado de una afección que presumiblemente proviene de la cosa en sí. Las intuiciones son siempre sensibles, pero no siempre son empíricas. El espacio y el tiempo son intuiciones puras, y constituyen las formas en que la afección es recibida (cf KrV, A 19 = B 33 y ss.). ^ En este contexto, el término 'deducción' significa demostración del derecho o de la legi­ timidad (cf. KrV, A 84 = B 117). '* Trascendental es aquel conocimiento por el que sabemos que, y cómo, ciertas repre­ sentaciones son posibles puramente a priori (cf KrV, A 56 = B 80 y ss.). 28

La docliiiia del sentido interno en la "Deducción trascendental de las categorías"

Antes cié abordar esta tarea, es preciso, tío obstante, delinear cuál es la estra­ tegia argumentativa que Kant implementa, y que, en lo medular, se repite en las versiones de la DT que aparecen respectivamente en las dos ediciones de la KrV. La finalidad del texto es, como mencioné anteriormente, la demostración de que las categorías, a pesar de no tener su origen en la experiencia, tienen una le­ gítima aplicación a los objetos empíricos. Y para ello, será preciso demostrar que ellas son condiciones de posibilidad de la experiencia misma. Ahora bien, ¿por qué ha de ser condición de una experiencia posible que sus objetos sean pensa­ dos bajo conceptos puros originados en el entendimiento? Kant parte de la tesis de que la sensibilidad deja aparecer siempre una multiplicidad de representacio­ nes. Pero éstas no llegarían a constituir un conocimiento objetivo —y esto es lo que el autor está entendiendo por 'experiencia'— si no tuvieran unidad. Una multiplicidad de representaciones desconectadas unas de las otras no llegaría si­ quiera a constituir una multiplicidad de representaciones. Si mi experiencia estu­ viera conformada por representaciones carentes de todo enlace, no podría hablar de una experiencia, y mucho menos de una experiencia que sea toda ella mía. Una experiencia inconexa tendría como correlato un 'yo' absolutamente disper­ so: algo prácticamente inimaginable. Así pues, es una condición necesaria de to­ da experiencia posible la autoconciencia de que el 'yo' que acompaña todas y cada una de mis representaciones es siempre el m ism o. La introducción de esta peculiar forma de autoconciencia de nuestra propia identidad — lo que Kant denomina 'apercepción trascendental'— es central tanto en el argumento de la DT como en la teoría crítica en su conjunto. No se trata de un cierto tipo de auto-conocimiento cuyo objeto es el yo considerado como 'algo' o 'alguien' que subyace al curso de sus pensamientos. Se trata de algo todavía más originario que, a la manera de fundamento, está presupuesto en todo conoci­ miento, aun en el conocimiento de nosotros mismos: es la mera autoconciencia de que todas mis representaciones n ecesariam en te me pertenecen. Dicho con otras palabras: una representación, para ser tal, ha de poder estar acompañada por el 'yo pienso'. De no ser así, ella sería para mí lo mismo que nada. La apercepción trascendental es condición, pues, de toda representación consciente. Pero esta auto-conciencia de la propia identidad es inseparable de la concien­ cia de la unidad sintética de las representaciones. En efecto, para ser consciente de que el yo es el elemento idéntico a través de todas ellas, es decir, de que yo soy aquello que todas ellas tienen en común, mis representaciones tienen que estar necesariamente reunidas. La auto-conciencia de la unidad de la propia concien­ cia, por un lado, y la conciencia de la unidad de las representaciones en un mis­ mo objeto, por otro, son dos polos inseparables, cuya correlación constituye la condición última de toda experiencia posible. Ahora bien, esta necesaria unidad de la experiencia no es aportada por la sen­ sibilidad ni es el resultado tampoco de los mecanismos de asociación que la ima-

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ginación lleva n cabo. La sensibilidad, por una parte, es una facultad pasiva. L.os enlaces de las representaciones no provienen del contenido sentido ni tampoco de las formas del espacio y el tiempo, ya que estas últimas no constituyen funcio­ nes de unidad. La imaginación empírica, por otra pane, si bien opera enlaces de representaciones, lo hace por medio de leyes de asociación que son contingen­ tes, es decir, reúne representaciones que, d e h ech o , se dan habitualmente juntas; y siendo esto así, la unidad de las mismas carece totalmente de necesidad. La necesaria unidad de la experiencia debe ser pues el resultado de la aplica­ ción de reglas de síntesis que sean ellas mismas universales y necesarias, es decir, que sean a priori.^ Tales reglas de síntesis son precisamente las categorías. En ellas se conciben los diversos tipos de enlace que universal y necesariamente de­ be contener todo objeto para ser tal. Kant demuestra, pues, de esta manera, que los conceptos puros del entendi­ miento, aun no habiéndose originado en la experiencia, tienen una legítima aplica­ ción a los objetos de la misma. La experiencia, para ser tal, requiere operaciones de síntesis a priori que le confieran unidad necesaria, y que, al hacerlo, permitan refe­ rir lo múltiple dado en la intuición sensible a la unidad del 'yo pienso'. La receptivi­ dad de la sensibilidad y la actividad del entendimiento deben ftmcionar así en forma complementaria para que tenga lugar una conciencia propiamente objetiva. Éste es, a grandes rasgos, el modo de argumentar kantiano en la DT. Para ana­ lizar la cuestión que nos ocupa, es decir, para elucidar cuál es la función que el sentido interno desempeña en la conformación de esta conciencia de objetos, habremos de recorrer, con cierto detalle, la versión de este texto tal como apare­ ce expuesto en la primera edición de la KrV, porque precisamente en ella se hace patente una peculiar manera de concebir la auto-captación de nuestros propios estados internos c]ue luego Kant modificará drásticamente en la segunda edición de la obra. Estos contrastes en el abordaje de la cuestión nos permitirán introdu­ cirnos en los intrincados aspectos que presenta el problema del auto-conoci­ miento dentro de la teoría crítica. Nos enfrentamos, sin embargo, todavía, con una dificultad adicional. El tex­ to de la DTA —a diferencia del de la DTK— presenta la particularidad de que la argumentación tendiente a probar la validez objetiva de las categorías se desarro­ lla en forma sumamente discontinua, a tal punto que algunos intérpretes han considerado este pasaje como un mosaico de fragmentos, pertenecientes a dife­ rentes períodos, que es necesario reordenar para que el argumento resulte cohe-

5 La universalidad y la necesidad son los caracteres distintivos de lo a priori (cf. KrV, B 3-4). ^ Vaihinger, por ejemplo, reconstruye el texto distinguiendo cuatro estratos: el estrato del objeto trascendental, en el que aún no se habla de las categorías; el de las categorías, en el que aún no aparece la imaginación trascendental; el de la imaginación trascendental, pero aún sin la triple síntesis; y el e.strato de la triple síntesis (cf H. Vaihinger, "Die trarrszen30

I,a doctrina del sentido interno en la "Deducción trascendental de las categorías'

rente.® Kant mismo era consciente de los problemas que presentaba la DTA, y en varias ocasiones encontramos pasajes en los que advierte al lector sobre las difi­ cultades de comprensicín que pueden suscitar las cuestiones que allí se investi­ gan.^ Particularmente en el prefacio a la primera edición de la KiV, se llama la atención sobre las limitaciones que presenta lo que frecuentemente se denomi­ na "deducción subjetiva". En efecto, la DTA presenta dos lados, uno objetivo y el otro subjetivo; el primero procura determinar la validez objetiva de las catego­ rías; el otro se propone investigar el entendimiento puro en sí mismo, su posibi­ lidad y las facultades en las que descansa {c f KrV, A XV llI). En este último, la deducción subjetiva investiga pues los procesos sintéticos generativos de la expe­ riencia, y al hacerlo, emplea un lenguaje excesivamente psicologista que hace di­ fícil discernir entre el nivel meramente empírico y el trascendental dentro de la demostración. Por otra parte, estos procesos sintéticos no son parte constitutiva de la experiencia y operan en un nivel inconsciente. Su tematización supone pues postularlos hipotéticamente. Kant advierte que este carácter hipotético de la in­ vestigación podría debilitar sus resultados, razón por la cual considera que sólo la deducción objetiva mantiene toda su fuerza probatoria. I,a deducción subjeti­ va, en cambio, no constituiría una parte esencial de la demostración. Más allá de estas dificultades que presenta la DTA, el análisis del texto resulta sumamente significativo para comprender la doctrina kantiana del sentido inter­ no, ya que la conciencia de la temporalidad desempeña un papel preponderante en la demostración. En efecto, el punto de partida de la deducción subjetiva es, co­ mo veremos en seguida, el carácter sucesivo de la experiencia, es decir, el hecho de que las representaciones se presentan en el sentido interno en forma de serie.

1.2 El tiempo como forma universal de todos los fenómenos Todas las representaciones, cualquiera sea su origen, externo o interno, a priori o empírico, pertenecen, en tanto modificaciones de la mente, al sentido in-

dentale Deduktion der Kategorien" aparecido originalmente en el homenaje a Rudolf Haym, Halle 1901, y luego como separata en 1902. Vaihinger lo resume en su artículo "Aus zwei Festschriften", Kant-Studien, Vil 1902). Kemp Smith adopta la hipótesis de Vaihinger con algunas modificaciones (cf N. Keinp Smith, A Com m entary to Kant's "Critique o f Pure Reason ", Humanities Press, New York 1962^, pp. 203-234). De Vleeschauwer resume otras reconstrucciones posibles del texto en La déduction transcendentale dans l'oeuvre d e Kant, (Paris: Librairie Ernest Leroux, 1936) ed. por L. Beck, New York & London: Garland Publishing, 1976, 11, pp. 208-210. ^ C f KrV, A 98; M etaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft {Principios metaftsicos d e la ciencia natural), Ak. [V, 476. 31

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temo cuya forma es el tiempo (cf. KrV, A 99). l'i tiempo es pues la forma univer­ sal de todos los fenómenos. Esta tesis constituye el punto de partida y presupitesto fundamental de la DTA, La estrategia para demostrar la validez objetiva de las categorías residirá en establecer la insuficiencia de lo sensiblemente dado para constituirse en una ex­ periencia propiamente dicha, es decir, la necesaria colaboración que la actividad sintética del entendimiento ha de prestar para que tenga lugar un conocimiento de objetos. Y el punto de partida para implementar esta estrategia no es otro que la concepción de la sensibilidad presentada en la "Estética Trascendental" de la KrV. Allí Kant ha demostrado que espacio y tiempo no son cosas que existan en sí mismas, independientemente de las condiciones subjetivas que hacen posibles nuestras representaciones. Habiéndose establecido que ellos tienen un carácter, a la vez, intuitivo y a p riori (cf. KrV, A 22 = B 37/ A 25 = B 40 y A 30 = B 46/ A 32 = B 48), y habiendo supuesto, desde las primeras líneas de la "Estética...", que toda representación intuitiva es sensible (c f KrV, A 19 = B 33), no parece, por cierto, quedar otra alternativa más que admitir que espacio y tiempo son formas de la sensibilidad. En efecto, si una representación es sensible, pero no es un da­ to (porque es a priori), entonces tendrá que ser la forma en que los datos son re­ cibidos; y revestirá, por tanto, un carácter subjetivo. Así pues, el espacio y el tiempo no son nada si hacernos abstracción de la constitución subjetiva de nues­ tra sensibilidad, lo cual no excluye que sean, a la vez, objetivos, ya que los obje­ tos no pueden aparecérsenos más que espacio-temporal mente. La caracterización kantiana del espacio y el tiempo como formas de la sensi­ bilidad, tal como se la presenta en la KrV, no deja, sin embargo, de ser problemá­ tica. El espacio es la forma de los fenómenos externos y precede necesariamente a su intuición. El tiempo, por otra parte, es la forma del sentido interno, es decir, de la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interior.^ Pero en tanto los objetos físicos poseen también un carácter temporal, es preciso dar cuenta de las razones por las cuales ellos son dados bajo una forma que no les es propia, adquiriendo el tiempo así una universalidad que el espacio no posee. Kant re­ suelve la cuestión aduciendo que todas las representaciones, aun aquellas del mundo exterior, pertenecen, en tanto determinaciones de la mente, al sentido in-

® La caracterización del tiempo como forma del sentido interno no aparece en la Disertación de 1770. Allí se establece, por un lado, que el espacio es el principio de coor­ dinación de los datos sensibles externos y, por otro lado, que "el tiempo es el principio for­ mal absolutamente primero del mundo sensible. Pues todo lo sensible, como quiera que pueda percibirse, no puede ser representado sino como mutuamente simultáneo o sucesi­ vo..." (Diss. § 14.7). La idea de contrastar tiempo y espacio como formas del sentido inter­ no y externo respectivamente aparece por primera vez en la carta a Herz del 21 de febrero de 1772 en donde Kant responde a la objeción de Lambert y Schultz con respecto al carác­ ter ideal del tiempo (cf Ak., X 134). 32

I.n doctrina ilei sentido interno en la "Dedticción trascendental de las categorías"

temo ntya forma es el tiempo. Éste es pues la forma inmediata de leas fenómenos internos y la forma mediata de los externos, constituyéndose en condición for­ mal a p ríorí de todos los fenómenos, de cualquier tipo que sean. Pero con tal ex­ plicación, el autor no logra dejar en claro cóm o ciertas determ inaciones temporales, por ejemplo la permanencia^ y la simultaneidad, pertenecen sólo a los objetos espaciales y no son aplicables a la multiplicidad dada en el sentido interno. Por otra parte, si las representaciones externas, cuya forma es el espado, pertenecen al sentido interno, cuya forma es el tiempo, entonces, o bien el tiem­ po es una condición formal de las representaciones espaciales, lo cual contradi­ ce lo expresado en A 33 = B 50, o bien las representaciones externas, en cuanto representaciones, no son espaciales, con lo cual resulta problemático explicar có­ mo puede sobrevenirles la espacialidad, y cómo, una vez adquirido este nuevo estado, pueden retener aquella temporalidad característica exclusiva de lo que pertenece al sentido interno.''^ Esta problemática noción de tiempo, como forma inmediata del sentido in­ terno y forma mediata de los fenómenos externos, es precisamente la que subya­ ce al argumento de la DTA. La tem p oralid ad d e la experiencia se fu n dam en ta en el h e c h o d e q u e toda representación d e o b jeto s en cuanto tal p erten ece al flu jo in ­ terno d e la conciencia. El punto de partida de la argumentación será pues esta di­ mensión temporal de lo sensiblemente dado: las representaciones como meros estados internos dados bajo la forma del tiempo. Y éste es el punto de partida del argumento porque, al parecer, aquello que se nos presenta de un modo más in­ mediato es precisamente este despliegue temporal de los estados internos. Ellos constituyen pues la base intuitiva a partir de la cual tendrá lugar la experiencia. Pero el argumento intentará demostrar, a la vez, que tal base intuitiva es en sí misma insuficiente para dar cuenta de un conocimiento objetivo. Esta doble con­ sideración del sentido interno —com o punto de partida y como condición que resulta insuficiente para dar cuenta de la objetividad— recorrerá todo el argu­ mento de la DTA. Veremos en los capítulos siguientes que la idea de esta suerte de derivación de la experiencia a partir de la conciencia inmediata de las repre­ sentaciones, consideradas como estados internos temporalmente desplegados, conduce a ciertas dificultades por las cuales la relación entre sentido interno y sentido externo se vuelve difícilmente inteligible.

^ En algunos pasajes, la permanencia aparece como un modo del tiempo junto a la suce­ sión y la simultaneidad {cf. KrV, A 177 = B 219), mientras que en otros aparece más bien como la condición de posibilidad de las determinaciones temporales (cf KrV, B 226). C f sobre esta cuestión R. Torretti, Kant, Charcas, Bs. As. 1980A p. 213. 33

Claudia láuregui

1.3 El carácter múltiple de la intuición "Cada intuición contiene en sí misma una multiplicidad la cual no sería representada como tal, si la mente no distinguiera el tiem­ po en la secuencia de una impresión tras otra, pues cada represen­ tación, en tanto está con ten ida en un m o m en to sim ple, no puede ser nunca otra cosa más que una unidad absoluta." {A 99)

El primer supuesto de la DTA es, como vimos anteriormente, el carácter uni­ versal del tiempo. Nos encontramos ahora con un segundo supuesto: lo que nos es dado en la intuición sensible se nos presenta siempre como múltiple. Ambos supuestos se encuentran estrechamente vinculados. La intuición es múltiple pre­ cisamente en tanto podemos distinguir el tiempo en la secuencia de una impre­ sión tras otra. Dicho con otras palabras, la intuición es m últiple porque es temporal. En cuanto contenida en un momento simple, cada representación no puede ser más que una unidad absoluta. Este segundo supuesto del argumento no es menos problemático que el prime­ ro. En efecto, si la multiplicidad sólo está dada por la distinción del úempo en la se­ cuencia de representaciones, parecería que no fuera posible la intuición de una multiplicidad coexistente. Por otra parte, si cada representación contenida en un mo­ mento constituyera una unidad absoluta, entonces habría representaciones simples, lo cual estaría en contradicción con la afirmación de que toda intuición es múltiple. Algunos autores han intentado resolver la cuestión estableciendo una distin­ ción entre la conciencia psicológica y la trascendental. Cuando observamos una casa desde una gran distancia, podría pensarse que sus partes son percibidas simul-

La combinación de estos dos supuestos determina una profunda diferencia entre la estrate­ gia argumentativa queKant implementa en la DTA y aquella que empleará en la segunda edi­ ción de la KrCpara demostrar la validez objetiva de las categorías. En efecto, el argumento de la DTB parte del carácter múltiple de una intuición sensible en generai, haciendo abstracción de que la misma tenga o no una forma espacio-temporal como la que es propia de la sensi­ bilidad humana. Pero al hacer abstracción de estas formas, el carácter múltiple de la intuición no puede ser más que un supuesto, ya que son, al parecer, ellas las que dispersan el dato y lo hacen aparecer como múltiple. Ésta es la razón por la cual la primera parte de la DTB puede ofrecer sólo una conclusión provisoria que requiere ser completada con la segunda parte del argumento. En efecto, los §§ 15-20 únicamente pueden establecer que si la intuición es múltiple, entonces la aplicación de las categorías es necesaria. Sólo la segunda parte del argumento podrá tener una conclusión que no sea meramente condicional: al establecer que la intuición es efectivamente múltiple (al menos la nuestra) porque es espado-temporal, es posible concluir que las categorías deben necesariamente aplicársele, y que ellas sott, por ende, condiciones de posibilidad de nuestra experiencia. He desarrollado más extensamente esta cuestión en C. láuregui, "Finitud y multiplicidad: una lectura posible de la deducción trascendental de las categorías". Escritos d e Fiiosofía, N° 46 (2006), pp. 53-66. ^^ Cf. por ejemplo, A. De Muralt, La conscience transcendentale dans le criticisme kantien, Paris, Montaigne, 1958, pp. 49 y ss. 34

I.a docirina del sentido imenio eii la "Deducción trascendental de ias categorías"

táneamente. Sin embargo, tío se trata ac]uí de cómo percibimos d e h ech o, sino que se trata más bieti de una cuestión d e derecho. Así como ei tiempo que separa la cau­ sa del efecto puede desvanecerse al punto de que parezcan simultáneos, del mismo modo, el tiempo t]ue separa dos aprehensiones sucesivas puede escapar a la con­ ciencia psicológica prodttdendo la ilusión de una aprehensión simultánea. Pero aunque el tiempo entre dos aprehensiones pueda volverse imperceptible, nunca puede desaparecer completamente. De hecho, las circunstancias psicológicas y, por tanto, contingentes puedeti hacernos creer que la aprehensión es simultánea; sin embargo, de derecho toda aprehensión es sucesiva. La distinción entre conciencia de hecho y conciencia de derecho es el resultado del análisis trascendental que po­ ne de manifiesto los elementos imperceptibles a la conciencia psicológica. Este modo de interpretar el planteo kantiano no parece, sin embargo, alcan­ zar el problema de fondo que aquí se presenta. No se trata de cuán limitada pue­ da, de hecho, ser la conciencia psicológica, sino más bien de una cierta manera de concebir el sentido interno, según la cual no puede nunca darse en él un múl­ tiple bajo la determinación temporal de la simultaneidad. Y esto es así porque en el sentido interno no hay partes que sean exteriores unas a las otras y, por tan­ to, no puede haber una pluralidad coexistente. Sólo hay pluralidad en tanto po­ demos distinguir el tiempo en la sucesión de impresiones. La multiplicidad interna, dada en la intuición, es múltiple, pues, en tanto se despliega temporal­ mente. Dicho de otra manera: es múltiple en la medida en que dura. Las dificultades respecto de esta cuestión se plantean particularmente cuan­ do se toma como ejemplo la percepción de objetos en el espacio. Una vez que se parte de este tipo de ejemplos, surge inmediatamente la contradicción entre la afirmación kantiana de que lo múltiple sólo es tal en tanto se da en forma de su­ cesión y la observación de que de hecho percibimos multiplicidades coexisten­ tes. Sin embargo, la contradicción desaparece si tenemos en cuenta que, en este nivel del análisis, Kant se refiere a la multiplicidad dada en el sentido interno. No se trata aquí de la percepción de objetos espaciales, sino de la representación mis­ ma como estado subjetivo. La determinación de una multiplicidad como coexis­ tente supone que las representaciones sean referidas a objetos, y que ellos mismos, o al menos sus partes, sean pensados como interactuando recíproca­ mente en el espacio. Tal determinación supone, por tanto, la aplicación de las ca­ tegorías, particularmente la de comunidad. 1'* Si hacemos, pues, abstracción de

"Además, ya que los predicados a través de los cuales pienso este objeto (yo) son mera­ mente intuiciones del sentido interno, nada puede allí encontrarse que muestre una mul­ tiplicidad (de elementos) externos uno al otro, y, por tanto, composición real" {KrV, A 443 = B 471). Kant desarrolla esta cuestión cuando presenta la tercera analogía de la experiencia en el capítulo acerca de los Principios del Entendimiento Puro {KrV, A 211 = B 256/A215 = B 262). 35

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toda refereiida a objetos, y si consideramos que la coexistencia de partes simul­ táneas supone una conceptualización de lo intuido, de la que todavía no se ha dado cuenta aqtií,'-'’ nos queda sólo, en este punto de partida de la argumenta­ ción, el flujo de representaciones en el sentido interno, en el cual no puede ha­ ber simultaneidad, ni composición en el sentido de exterioridad de unas partes con respecto a las otras, y cuya multiplicidad sólo es tal por el hecho de respon­ der a la forma del tiem po.'^ Este despliegue temporal de lo dado, este mero fluir de representaciones en el tiempo subjetivo, carente de concepto, no es, sin duda, otra cosa más que una abstracción presentada a los fines de demostrar precisamente que ella no consti­ tuye en sí misma conocim iento alguno, y que la experiencia, por mínima que sea, supone siempre, en toda percepción de objetos, algo más que un múltiple desplegado en forma de serie. El objetivo de la DTA es demostrar precisamente que las categorías son condiciones de posibilidad de toda experiencia. Ésta su­ pondrá pues un múltiple intuitivo, es decir, una serie temporal de representacio­ nes en continuo fluir; pero supondrá también que ese múltiple intuitivo esté pensado siempre bajo conceptos puros. Más allá de las dificultades que conlleva el acento puesto en este primer m o­ mento intuitivo carente de referencia objetiva, cabe destacar que el hecho mismo de que se adopte en la DTA, como punto de partida de la argumentación, el fluir de las representaciones com o meros estados subjetivos, inscribe la concepción kantiana del sentido interno tal com o se la presenta en la primera edición de la K rV en el marco de una tradición representacionista, para la cual las representa­ ciones, en tanto tales, constituyen lo más inmediato, indubitable y primero, a partir de lo cual se explica "luego" el conocimiento de un mundo público y ob ­ jetivo. Kant seguramente advirtió los problemas con los que tropiezan tales po­ siciones, razón por la cual se vio llevado a modificar su modo de concebir el sentido interno en la segunda edición de la obra.

Kant comienza a hablar de la conceptualización de lo intuido, y su referencia a objetos, recién en relación con el tercer momento de la síntesis: la síntesis del reconocimiento en un concepto. En apoyo de la tesis kantiana, podría pensarse que aun en el caso de que, por ejemplo, se perciba un acorde musical, la posibilidad de que el mismo represente una multiplicidad coexistente supone que los sonidos involucrados sean, de alguna manera, discriminados y referidos a distintos objetos (por ejemplo, las distintas cuerdas de un instrumento); todo lo cual puede tener lugar gracias a algún tipo de operación intelectual. Pero si dejamos de lado esta última, como así también toda referencia a objetos, y consideramos la percepción del acorde como estado interno, probablemente lo que tengamos en cada momento sea una totalidad indiferenciada, que sólo puede considerarse como múltiple en tanto distin­ guimos el tiempo en la secuencia de una impresión tras otra. 36

I,.ì doclrina del sentido interno en la "Deducción trascendental de las categorías

1.4 La aprehensión como síntesis de lo múltiple Una vez establecido que toda intuición se presenta como múltiple, precisa­ mente por estar dada bajo la forma del tiempo, el argumento de la DTA avanza hacia el establecimiento de las condiciones de posibilidad de la unidad de esa multiplicidad. Habiendo supuesto, en primer lugar, que la intuición nos presen­ ta una multiplicidad y, en segundo lugar, que la unidad de dicha multiplicidad no nos es sensiblemente dada, Kant va a mostrar que la experiencia requiere ne­ cesariamente la intervención de una función espontánea del sujeto, por la cual tenga lugar cierta actividad unificadora, que la sensibilidad por sí misma es inca­ paz de realizar. "[...] la receptividad hace posible el conocim iento solamente cuando está combinada con la espontaneidad." (KrV, A 97) De este modo, el texto se muestra como un complemento de la "Estética tras­ cendental". Allí espacio y tiempo se presentaban como formas puras de la intui­ ción; pero en tanto no eran en sí mismos principios sintéticos, resultaban insuficientes para dar cuenta de la posibilidad de una intuición consciente. Ahora Kant establece que toda intuición requiere el concurso de una función sintética y, por tanto, la colaboración del entendimiento, ya que toda toma de conciencia tie­ ne sus raíces últimas en la apercepción trascendental. Sólo a través del operar sin­ tético que el entendimiento lleva a cabo, lo múltiple dado bajo las formas puras del espacio y el tiempo quedará referido a la unidad del yo, dando lugar a la posi­ bilidad de una representación intuitiva, que sea, a la vez, consciente y objetiva. El texto está dirigido contra la concepción empirista según la cual la sensibi­ lidad es autosuficiente para hacer inteligible la experiencia. Kant llama la aten­ ción sobre la insuficiencia de este tipo de posiciones, intentado llevar a cabo una suerte de descripción de las operaciones de síntesis a p ríori que hacen posible la objetividad, y oscureciendo, lamentablemente, al hacerlo, en gran medida, la cuestión. En efecto, las condiciones de posibilidad de la experiencia no son ellas mismas experimentadas. Los enlaces a priori, cuya necesidad Kant se propone demostrar, operan presuntamente en un nivel inconsciente. Hablar de ellos, in­ tentar describir cuál es el "proceso" generativo de la experiencia, parece conducir indefectiblemente a ciertas distorsiones.^^

Podemos por cierto ser conscientes de tales enlaces en cuanto los encontramos, por decirlo de alguna manera, plasmados en la experiencia. Pero la fundón trascendental que les dio origen no es parte de la experiencia misma. Las connotaciones temporales que supone el término "proceso" dan cuenta precisa­ mente de tales distorsiones, ya que las operaciones de síntesis a príori no se realizan en el tiempo, sino que fundan ellas la posibilidad de la unidad de tiempo mismo.

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Rsta es una dificulLad ron la que habremos de enfrentarnos en el análisis de la DTA. Kant menciona allí tres tipos de síntesis'^ tiue presumiblemente no son más que tres aspectos de una única actividad cuyas funciones parecen, por mo­ mentos, superponerse. Fdlos son: la ap reh en sión de las representaciones como modificaciones de la mente en la intuición, su rep rod u cción en la imaginación, y su recon ocim ien to en un concepto. Fd primer tipo de síntesis es caracterizado, en el parágrafo que nos ocupa, de la siguiente manera: "Ahora bien, para que de esta multiplicidad resulte la unidad de la intuición (como por ejemplo en la representación del espacio), es necesario, en primer lugar, recorrerla multiplicidad y luego reunirla. Uamo a este acto síntesis de la aprehensión porque está dirigido in­ mediatamente sobre la intuición, la cual sin duda ofrece una multi­ plicidad aunc]ue ella no pueda jamás, sin una síntesis preliminar, producir esto diverso como tal y como contenido en una representa­ ción." {KrV, A 99) F1 pasaje destaca tres aspectos de esta forma de síntesis, como los rasgos que le son más característicos. En primer lugar, la función de recorrer (du rchiau fen ) sucesivamente la multiplicidad y hacer, de este modo, posible que lo diverso se presente como tal; en segundo lugar, la unión propiamente sintética que hace posible la reunión (Z u sam m en n eh m u n g ) de la multiplicidad en una representa­ ción; y por último, la relación de la aprehensión con la intuición, relación que, en cierto sentido, se presenta coino problemática, ya que por momentos se vuel­ ve borroso, en este primer nivel de síntesis, el límite entre lo que es propiamen­ te atribuible al entendimiento y lo que es atribuible a la sensibilidad. La doble función que se describe como durchiaufen y zu sam m en n eh m en , es decir, el doble movimiento por el cual lo múltiple sensible se despliega temporal­ mente y se lo sostiene reunido en ese despliegue, presenta también dificultades. Por una parte, la actividad de reunir la multiplicidad pone la aprehensión en es­ trecha conexión con el segundo tipo de síntesis — la síntesis de la reproducción— al punto en que se podría pensar en una síntesis aprehensivo-reproductiva.^® En

La doctrina de la triple síntesis desaparece en la segunda edición de la KrV. En algunos pasajes, Kant presenta la aprehensión como el resultado de la síntesis de la reproducción. Por ejemplo, en KrV A 121 establece que "|...] es claro que aun esta apre­ hensión de la multiplicidad no produciría por sí misma una imagen y una conexión de las impresiones, si no existiera un fundamento subjetivo capaz de evocar una percepción des­ de la cual el espíritu pase a otra, a la siguiente, y así, representar toda la serie de estas per­ cepciones, es decir, un poder reproductivo de la imaginación, el cual es siempre empírico". C f También KrV A 102; H. ]. Patón, Kant's M etaphysic o f Experience, London/New York, George Allen & The Macmillan Company, 1936, I pp. 361-362; R. P. Wolff, Kant's Theory o f Mental Activity, Harvard University, Cambridge, Massachussets, 1963, p. 151. 38

La doctrina del sentido interno en la "Deducción trascendental de las categorías"

efecto, la aprehensión de lo sucesivamente dado como una representación unita­ ria requiere que cada tnometito de la serie sea reproducido a medida que se avan­ za hacia los siguientes. Y si esto es así, el carácter propiamente sintético de la aprehensión supone que la misma se encuentre en una relación tan estrecha con la reproducción que podría llevarnos a la paradoja de que el primer momento de síntesis sea finalmente el resultado del segundo. Por otra parte, si lo específico de la aprehensión, es decir, aquello que permite distinguirla de la reproducción, es el recorrer la multiplicidad, entonces la aprehensión quedaría caracterizada por una actividad que consistiría más en desplegar el múltiple sensible que en reunir­ lo y, por tanto, no parecería justificado considerar la aprehensión como una for­ ma de síntesis. Ninguna de las dos funciones por separado parece agotar el carácter propio de la síntesis aprehensiva. Es preciso pues considerarlas como aspectos comple­ mentarios de una actividad, que se caracteriza, además, por estar dirigida inme­ diatamente sobre la intuición. Llama la atención que Kant destaque esto último como rasgo distintivo de tal tipo de síntesis. En efecto, toda multiplicidad sensi­ blemente dada requiere de una función sintética por la cual las representaciones sean llevadas a la unidad de la conciencia; y si esto es así, la síntesis, considerada como un acto único con sus tres m om en tos, debe estar dirigida hacia la intui­ ción, a fin de c^ue ésta pueda ofrecer una multiplicidad consciente. Sin embargo, el modo en que Kant describe la aprehensión parece colocar este primer momen­ to de la síntesis en una relación especialmente estrecha con lo desplegado tem­ poralmente en la intuición, a punto tal que algunos autores la han considerado como una actividad sintética que no depende de los sentidos, pero que se ejerce a nivel de é s t o s .L a aprehensión pura^2 hace posible la conciencia del tiempo como una multiplicidad de ahoras que se suceden en forma continua;^^ y lo que

Cf. por ejemplo ]. Moreau, “Intuition et appréhension", Kant-Studien, 3 (1980), pp. 282-298. Curiosamente Kant hace referencia, en el texto, a una síntesis a priori de la aprehensión (cf KrVA 190 = B 235 y ss.). Esto marca una diferencia con la DTB en la que se describe la aprehensión como una combinación de la multiplicidad en la intuición empírica, por la cual es posible la percepción (cf. KrV, B 160). Las representaciones a priori del espacio y el tiem­ po ya no se deben, según el texto de la DTB, a una síntesis pura de la aprehensión, entendi­ da como síntesis preparatoria, sino a una síntesis catégorial. En el caso del espacio, su unidad está dada por la síntesis de lo homogéneo en la intuición en general, es decir, por la categoría de cantidad (cf KrV, B 162). En el caso del tiempo, la representación de la unidad sintética de la multiplicidad está determinada por la categoría de causalidad (cf KrV, B 163). 23 Según A. Rosales, en la medida en que la aprehensión pura revela cada tramo temporal como una limitación dentro del continuo que se extiende más allá del respectivo límite, revela ella, a la vez, el carácter infnrito el tiempo (cf A. Rosales, Sein und Subjektivität bei Kant, Berlin; Walter de Gruyter, 2000, p. 145). 39

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fluye en el tiempo constituye precisamente im flujo en la medida en que la serie es aprehendida como una representación unitaria. Sin esta unidad, no podría­ mos ni siquiera decir que la sensibilidad nos presenta una multiplicidad. La ab­ soluta dispersión del dato nos impediría hablar de un múltiple. Para hacer inteligible la fundón receptora de la sensibilidad es preciso ponerla en relación con una función espontánea que de alguna manera "prepare" lo múltiple para ser reunido en la unidad del objeto. La aprehensión desempeña, al parecer, esta función preparatoria. Kant se muestra, sin embargo, reacio a hablar todavía, en este primer momento, de la constitución de objetos. Frecuentemente al referirse a la aprehensión la describe com o una síntesis subjetiva contrapuesta a aquella que da lugar a la constitución de un mundo objetivo;^^ lo cual nos lleva a pen­ sar en una suerte de enlace precategorial por el cual las representaciones, como meros estados internos, se insertan en el tiempo subjetivo y son reunidas conjun­ tamente como conformando una serie unitaria. El carácter a la vez preparatorio y subjetivo de la síntesis aprehensiva consti­ tuye una de las tesis de la DTA que más me interesa destacar, ya que nos lleva di­ rectamente a la idea de que la experiencia, como conocimiento objetivo, supone, de algún modo, un enlace no categorial de representaciones en el sentido inter­ no. La misma idea reaparece, con diferentes matices, en la doctrina de los juicios de percepción que Kant presenta en los P roleg óm en os, y que analizaré en el pró­ ximo capítulo. Este modo de entender la función que desempeña el sentido in­ terno dentro del proceso de constitución de la objetividad conduce, sin embargo, a una interpretación subjetivista del idealismo trascendental, que Kant mismo se esforzará por evitar, tal como lo demuestran distintos pasajes agregados en la se­ gunda edición de la KrV en los que se establece una relación de dependencia del sentido interno con respecto al externo que le quita a la experiencia interna el lu­ gar de privilegio que ocupa dentro de la tradición subjetivista.

1.5. La síntesis reproductiva de la imaginación La síntesis de la aprehensión, en su doble función de durchlaufen y zusam m en n eh m en , tiene por objeto recorrer sucesivamente la multiplicidad dada en el sentido interno y, al mismo tiempo, enlazar los diversos momentos de dicha su­ cesión. Pero la unidad del flujo de impresiones no sería, sin embargo, posible, si no fuéramos capaces de rep rod u cirlas representaciones precedentes a medida que avanzamos hacia las siguientes. Kant atribuye esta función a la facultad reproduc-

Esto aparece especialmente subrayado en la Segunda Analogía de la Experiencia (cf. KrV A 190 = B 2 3 5 y ss.) 40

l a doctrina del sentido interno en la "Deducción trascendental de las categorías"

tiva de la imaginadeín. El segundo tipo de síntesis está pues inseparablemente li­ gado al primero (cf. KrV, A 102). La aprehen sión sucesiva de la multiplicidad da­ da en el sentido interno no sería posible si la imaginación no reprodujera en el momento presente las impresiones pasadas.^^ Se plantea en este punto nuevamente el problema de la relación entre la su­ cesión y la simultaneidad. Habíamos visto anteriormente que toda intuición es múltiple en tanto la mente puede distinguir el tiempo en la secuencia de una im­ presión tras otra. Por el contrario, cada representación, en tanto está contenida en un momento simple, no puede ser más que una unidad absoluta. Sin embar­ go, la unidad del flujo de impresiones por medio de la función reproductiva de la imaginación supone que cada momento contenga, además de la impresión ac­ tual, una multiplicidad de impresiones pasadas retenidas. Dicho con otras pala­ bras, la representación unificada de la serie supone la sim u ltan eid ad d e las partes que la constituyen. Y si esto es así, en cada unidad temporal está contenida una pluralidad de representaciones; lo cual nos conduce, una vez más, al problema de la existencia de una aprehensión simultánea. La dificultad concerniente a la relación entre sucesión y simultaneidad podría resolverse, sin embargo, si se tiene en cuenta que no se trata aquí de la aprehen­ sión de cualquier tipo de imagen. El problema se plantea exclusivamente con res­ pecto a la rep resen ta ció n u n ifica d a d e la su cesió n en el se n tid o in tern o, representación que, en tanto el tiempo no puede ser percibido en sí mismo, de­ be valerse de la imagen de una línea recta trazada en el espacio. No está pues aquí en juego la aprehensión de la diversidad contenida en otro tipo de imágenes es­ paciales para las cuales es, sin duda, necesario suponer la posibilidad de una re­ presentación simultánea de sus partes. La línea recta —que Kant caracteriza como "representación figurativa externa del tiempo" (KrV, B 154)— se presenta, sin embargo, también como conjunto de puntos dados en forma simultánea a la intuición. La unidad de esta imagen, al igual que la unidad de la serie de impresiones en el sentido interno, supone la si­ multaneidad de lo sucesivo. Sin embargo, Kant subraya que lo que representa al tiempo no es la línea trazada en el espacio, sino el acto d e trazarla. El concepto de sucesión se genera cuando atendemos al acto de síntesis de la multiplicidad espacial haciendo abstracción de esta multiplicidad misma [KrV, B 154-155). Así pues, la contradicción entre el carácter, a la vez, sucesivo y simultáneo de la serie de impresiones en el sentido interno surge cuando la unidad de la sucesión de estados es concebida espacialmente, es decir, cuando tomamos como modelo la imagen acabada de una línea recta. La línea trazada en el espacio convierte el de-

Kant define precisamente la imaginación como la "facultad de representar en la in­ tuición un objeto cuando no está presente" [KrV, &-151). 41

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venir en yuxtaposición y ia sucesión en simultaneidad. Es el movimiento de sín­ tesis, i. e., la unidad de la serie de puntos concebida en forma dinámica, lo que nos permite representarnos la unidad de estados en el sentido interno.

1.6. La necesidad de una síntesis a príorí La imaginación reproductiva asocia los estados sucesivos en el sentido inter­ no, de modo tal que la unidad de la multiplicidad dada en la intuición sea posi­ ble. Dicho enlace carece, sin embargo, en este nivel, de un fundamento objetivo. Las representaciones se enlazan entre sí, no por referencia a un objeto, sino por su pertenencia a un mismo curso temporal subjetivo. La unidad de la multiplicidad intuitiva se muestra, por tanto, como insuficiente para dar cuenta de la posibili­ dad de la experiencia como conocimiento de objetos. Para constituir el ámbito de ia objetividad será necesario otro tipo de síntesis no empírica, sino a príorí, lleva­ da a cabo no por la imaginación reproductiva, sino por la productiva. Para demostrar que la asociación empírica de representaciones requiere un fundamento que no sea él mismo empírico sino a príorí, Kant propone en DTA distintos argumentos, cuyos desarrollos respectivos se presentan en forma dis­ continua a lo largo del texto. A fin de seguir elucidando cuál es la noción de "sen­ tido interno" presupuesta en el pasaje, intentaré, a continuación, reconstruir a grandes rasgos estas líneas de argumentación. El primer argumento lo encontramos en A 100-103. Allí se toma com o pun­ to de partida la afirmación de que la imaginación empírica asocia los fenóm enos

En rigor, sólo el carácter unidimensional del tiempo puede ser representado por la línea en el espacio. La sucesión, por el contrario, es absolutamente irreductible a las determina­ ciones de éste (c f.). Moreau, "Le temps, la sucesión et le sens interne", Kant-Studien, Akten des 4. ihternationalen Kant-Kongresses, Mainz 1974, Teil 1, p. 196; De Vleeschauwer, op.cit., II p. 211 y Vaihinger, op.cit. II p. 393). Esto pone de manifiesto ciertas limitaciones en el modo en que Kant da cuenta de la conciencia de la temporalidad. El tiempo es con­ cebido como una secuencia de "ahoras" homogéneos, a la manera de los puntos que con­ forman una línea. Aun considerada en forma dinámica, la continuidad de dicha secuencia supone, de alguna manera, la co-presencia de los "ahoras" pasados con el "ahora" presente, con lo cual es difícil evitar que lo sucesivo termine siendo representado como simultáneo. Resulta significativo, respecto de este problema, el aporte que Husserl ha hecho para dar cuenta de la conciencia de la sucesión. El descubrimiento de la conciencia de horizonte, por la cual es posible explicar la co-presencia del pasado y del futuro con el presente, sin que de esto resulte una superposición de momentos, permite dar cuenta de una concien­ cia temporalmente extendida más allá del ahora presente, en la cual el futuro y el pasado son intencionados de una manera vacía sin que pierdan su modo de darse originario. He desarrollado más detalladamente esta cuestión en C. jáuregui, "Sucesión y simultaneidad. Análisis comparativo de algunas tesis sobre el tiempo presentadas por Kant y Husserl", Revista Venezolana d e Filosofía, 39/40 (1999), pp. 69-101. 42

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que con frecuencia se siguen utios a otros. Esta funcirán de la imaginacitán había ya sido destacada por I lunie, estableciendo tres principios de asociación de ide­ as a través de los cuales esta facultad tiende a repetir enlaces de representaciones que habitualmente se han presentado en forma c o n ju n t a .S i bien Kant susten­ tará una posición completamente diferente de la humeana, de todos modos, to­ rna com o punto de partida de su argumentación la admisión de este tipo de mecanismos de asociación. Pero a fin de demostrar que tales asociaciones empí­ ricas han de tener un fundamento a príorí, Kant llama la atención sobre el hecho de que los fenómenos empíricamente asociados no son cosas en sí, sino que son meramente representaciones, y se reducen, por tanto, a determinaciones del sen­ tido interno cuya forma es el tiempo (cf. KrV, A 101). Ahora bien, la intuición a p riori del tiempo contiene en sí una multiplicidad pura que no puede dar lugar a conocimiento alguno si no es, a su vez, sintetizada. En efecto, si los momentos antecedentes no pudieran ser reproducidos a medida que avanzamos hacia los siguientes, la representación pura del tiempo no tendría lugar (cf. KrV, A 102). Es­ ta síntesis reproductiva, que la imaginación lleva a cabo y que hace posible la unidad del tiempo, ha de ser ella misma pura, y debe estar, por ende, fundada so­ bre principios a priori. Y como todos los fenómenos están en el tiempo, dicha síntesis será condición de posibilidad no sólo de la representación del tiempo mismo, sino también de todo lo que en él se halla y de toda experiencia en ge­ neral. La síntesis reproductiva de la imaginación debe contarse pues entre los ac­ tos trascendentales de la mente (cf. KrV, A 102), razón por la cual, esta facultad es designada con el nombre de 'imaginación trascendental'. Tal síntesis a p riori constituye la condición necesaria de toda síntesis empírica entre los fenómenos,^^ ya que cualquier enlace contingente y a p osteriori entre los mismos supo­ ne el aparecer de éstos en un tiempo unitario. Queda demostrado así que no se puede dar cuenta de una experiencia posible si sólo se toman en consideración

D. Hume, A Treatise o f Human Nature, (1739-40), Book I, Part 1, Sec. IV (ed. por L.A. Selby-Bigge y revis. por P. H. Nidditch, Oxford, 19782) y ^,¡ Enquiry C oncerning the Human Understanding, (1758), sec. Ill, (ed. by L.A. Selby-Bigge, revised by P.H. Nidditch. Oxford; Clarendon Press, 19753). La atribución de una función trascendental a la imaginación reproductiva no concuerda con otros pasajes de la KrVen los que Kant establece que este tipo de síntesis es siempre empíri­ ca (cf. KrV, A 118; A 123; B 152). Esta ambigüedad terminológica ha recibido muy diferentes interpretaciones. Riehl, por ejemplo, corrige el texto y atribuye la utilización del término "reproductiva" a un lapsus (cf. A. Riehl "Korrekturen z. Kant", Kant-StudienN, p. 268). Patón, por otra parte, cree que el texto podría pertenecer a un período anterior a aquel en el que fueron redactados los pasajes en que la síntesis trascendental de la imaginación se considera produaiva. La diferencia terminológica no tendría, sin embargo, según este autor, tanto peso, ya que en ambos casos la síntesis trascendental de la multiplicidad pura del tiempo se presen­ ta como condición necesaria de todo conocimiento (cf. Patón, op.cit., 1 pp. 364-365). 43

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ciertos principios de enlace de representaciones — com o es el caso de las leyes de asociación— que no son universales y necesarios. Cualquier asociación empírica supone, de antemano, la unidad necesaria de los fenóm enos en un tiempo úni­ co. Y esta unidad de la intuición pura del tiempo ha de estar fundada a priorí en operaciones de síntesis que sean también ellas puras. El segundo argumento comienza estableciendo que la experiencia necesaria­ m e n te debe poseer unidad, para concluir finalmente que tal necesidad debe te­ ner un fundamento a príori. El primer paso consiste en mostrar que la unidad de la serie de impresiones es sólo posible si somos con scien tes de que lo que pen­ samos ep este momento es lo m ism o que lo que habíamos pensado en el m o­ mento anterior. La conciencia es lo único que puede impartir unidad a la serie de impresiones (c f KrV, A 103). Si al contar, por ejemplo, olvidáramos que las uni­ dades que ahora se nos presentan han sido adicionadas una a la otra en la suce­ sión, no podríamos tener nunca un conocim iento de la totalidad y, por tanto, reconocer el número, "puesto que este concepto se origina únicamente en la con­ ciencia de la unidad de la síntesis" (loc.cit.). Kant se desliza desde esta necesaria conciencia de la identidad de lo repro­ ducido, por la cual lo múltiple sensible adquiere el carácter de una representa­ ción completa, a la necesidad de una conciencia unitaria que no puede dejar de estar presente, ya que sin ella sería imposible todo concepto y todo conocimien­ to de objetos (KrV, A 103-104). La inseparable correlación entre la conciencia de la unidad y la unidad de la conciencia recorre y articula los argumentos de la DT que se presentan tanto en la primera edición de la KrV, como en la segunda. Es­ ta conciencia unitaria aparece, en el contexto de la doctrina de la triple síntesis, en estrecha conexión con el tercer momento sintético, es decir, con el acto de re­ conocer en un concepto la mismidad de lo reproducido. "El concepto es, en efec­ to, esta conciencia una que reúne en una representación lo diverso percibido sucesivamente y luego reproducido" (KrV, A 103). ,Es así que, en este juego de interrelaciones entre la conciencia de la unidad y la unidad de la conciencia, Kant se encamina paulatinamente a la demostración de que la experiencia no sólo requiere, por un lado, una síntesis aprehensiva que recorra y reúna la multiplicidad sensible temporalmente desplegada, y, por otro, una reproducción pura que dé cuenta de la unidad del tiempo mismo y de lo que en él se encuentra, sino además una síntesis a p río ri que funde la posibilidad de que la multiplicidad de las representaciones se reúna en un mismo objeto que permanezca idéntico a través del fluir temporal de estas últimas. Se hace indispensable pues, a esta altura de la argumentación, detenerse por un momento en la noción de 'objeto' que la teoría está poniendo en juego. A tal fin, Kant introduce aquí la doctrina del objeto trascendental. Los fenóm enos (E rscheinungen) no son más que representaciones sensibles y, en sí mismos, no deben ser considerados com o objetos capaces de una existencia fuera de nuestro

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La doftrina del sentido imeino en la "Deducción trascendental de las categorías"

poder de representación (cf. KrV, A 104). Pero, por otra parte, estos fenómenos tienen un objeto al cual quedan referitlos y en el cual se realiza la unidad de lo múltiple. Este objeto no puede, sin embargo, a su vez, ser intuido. Por lo tanto, debe ser caracterizado como no-empírico (cf. KrV, A 109). El polo en el cual las representaciones se reúnen es, pues, el objeto trascendental que debe ser pensa­ do solamente como "algo en general = x" (c f KrV, A 104). Así como la unidad de la conciencia se presenta como necesaria, la relación del conocimiento con su objeto conlleva también un elemento de necesidad. El objeto "se considera como aquello que impide que nuestros conocimientos sean azarosos o arbitrarios y hace c]ue sean determinados a p rio ri de una manera de­ finida. Pues en tanto ellos deben relacionarse con un objeto, deben necesaria­ mente concordar unos con otros, es decir, deben poseer aquella unidad que constituye el concepto de un o b j e t o . ( c f KrV, A 104-105). La unidad necesa­ ria de la conciencia encuentra, pues, como contrapartida, la unidad necesaria de las representaciones en el objeto. Este último no es, sin embargo, una representación más. El objeto, como x a la cual queda referida la multiplicidad dada en la intuición, trasciende, de alguna manera, las representaciones mismas. Esta 'trascendencia' es, ciertamente, proble­ mática, ya que podría llegar a interpretarse que el objeto se identifica con la cosa en sí;^*^ identificación que resulta absolutamente incompatible con el resto de la teoría crítica. En efecto, si el punto de unificación de las representaciones es la co­ sa en sí, entonces no hay objeto empírico que medie entre lo nouménico y las re­ presentaciones com o estados subjetivos. La doctrina del objeto trascendental, entendida de esta manera, conduce o bien a un subjetivismo extremo, o bien su­ pone, en tanto la cosa en sí se presenta como el único objeto de representación, la posibilidad de aplicar las categorías en el ámbito de lo n o u m é n ic o .S i bien en

"l...| da nämlich dieser als dasjenige angesehen wird, was dawider ist, dass unsere Erkenntnisse nicht aufs Geratewohl, oder beliebig, sondern a proti auf gewisse Weise bestimmt seien [...|" {KrV, A 104). En este pasaje, la expresión "was dawider ist” da lugar a diferentes interpretaciones. A. Tremesaygues y B. Pacaud traducen: ".. .que cet objet est consideré comme ce qui est posé devant la connaissance et que nos connaissances ne sont pas déterminées au hasard ou arbitrairement mais a priori d'une certaine manière... ». Kemp Smith, por otra parte, traduce : « ...the object viewed as that which prevents our modes of knowledge from being haphazard or arbitrary, and which determines them a priori in some definite fashion." 30 Cf. KrV, A 358, A 361, A 366, A 379-80, A 390-91, A 393-94, A 478, A 495, A 538, A 53941, A 557, A 565, A 613, A 679 y A 698. 31 Kemp Smith sostiene que la doctrina del objeto trascendental pertenece a una etapa pre­ crítica del pensamiento kantiano. Muchos de los pasajes en los que aparece mencionado el objeto trascendental fueron omitidos en la segunda edición de la KrV. Por otra parte, resul­ ta llamativo para este autor que ninguno de los textos agregados en ia segunda edición haga referencia a la doctrina del objeto trascendental (cf Kemp Smith, op.cit., pp. 204-219). 45

(;lnudia láuiegui

muchos textos de la KrV]os términos "cosa en sí" y "objeto trascendental" se pre­ sentan como sinónimos, creo que las afirmaciones que se encuentran en la DTA no justifican por sí mismas dicha sinonlmia.^^ El objeto trascendental, tal romo queda caracterizado en el texto, no es más que el concepto de un objeto en gene­ ral, es decir, el pensamiento de las relaciones formales que las representaciones de­ ben poseer para ser objetivas. La objetividad, pues, no está dada por la referencia de las representaciones a un objeto independiente, sino por la necesidad de las re­ laciones que las representaciones guardan entre sí. La unidad de las mismas en el objeto no es otra cosa más que la "unidad formal de la conciencia en la síntesis de la multiplicidad de las representaciones" {KrV, A 105). Aquí concluye lo que considero el primer paso del segundo argumento en la DTA. El mismo consiste en establecer la unidad necesaria de la experiencia sobre la base del presupuesto de que el conocimiento objetivo es sólo posible cuando las representaciones son, por un lado, referidas a una única conciencia y, por otro, reunidas en un mismo objeto. El paso siguiente consistirá en mostrar que la unidad necesaria de la concien­ cia no puede fundarse en la conciencia subjetiva y que, a su vez, la unidad necesa­ ria del objeto no puede explicarse por medio de una síntesis e m p ír ic a .K a n t comienza diciendo que "aquello que necesariamente debe ser representado como numéricamente idéntico, no puede ser pensado como tal a través de los datos em­ píricos." {KrV, A 107) En efecto, el sentido interno nos presenta un flujo continuo de representaciones en el ciue nada permanece. La auto-conciencia empírica es, por tanto, siempre cambiante. "No puede haber en este flujo de representaciones inter­ nas ningún yo fijo y permanente." {KrV, A 107). La unidad de la conciencia empí-

32 De VIeeschauwer llama la atención sobre otra dificultad que se plantea si consideramos el objeto trascendental como cosa en sí. Kant afirma en A 104 que el objeto es aquello que a) impide que construyamos nuestras representaciones en forma arbitraria y b) hace que sean determinadas a príorí. Ahora bien, si suponemos que el objeto es la cosa, entonces debemos admitir: a) que esta última actúa sobre nuestras representaciones imprimiéndoles un elemento de necesidad y b) que las determina a priori. Si bien podríamos aceptar el primer punto, el segundo, en cambio, parece inadmisible. De VIeeschauwer concluye, por tanto, que el objeto en cuestión no puede ser la cosa en sí (cf. De VIeeschauwer, op.cit. 11, pp. 272-273). 33 Según Brook, el argumento da aquí un giro de 90°. Mientras que hasta A 106 no se han mencionado las categorías de relación, y se ha hecho referencia sólo a la unificación de obje­ tos individuales, a partir de este momento se comienza a tomar en consideración un tipo de reconocimiento requerido en la unificación de múltiples objetos que existen al mismo tiem­ po (cf. A. Brook, Kant and the Mind, Cambridge University Press, 1994, pp.l32 y ss.) No creo que Kant esté estableciendo tal diferenciación entre tipos de reconocimiento. Aun en el caso de que estemos en presencia de un objeto individual, su representación sólo será posible en tanto sea pensado como parte de una experiencia posible, i.e. puesto en relación con otros objetos.

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I.a doctrina del sentido interno en la "Deducción trascendental de las categorías"

rica no está dada por la referencia de la multiplicidad intuitiva a un yo que perma­ nece idéntico, sino por el enlace de lo múltiple en un mismo tiempo subjetivo. El flujo de representaciones se asemeja, en este sentido, al haz humeano de percep­ ciones a través del cual no es posible determinar la permanencia del yo.^'* Sin em­ bargo, el planteo kantiano pone precisamente de manifiesto el carácter insuficiente de la explicación que Hume propone. Toda asociación empírica realizada por la imaginación reproductiva supone n ecesariam en te que las representaciones asocia­ das pertenezcan a una misma conciencia. Para que las representaciones A y B sean empíricamente asociadas, ambas tienen que ser necesariamente mías. Ha de haber pues una unidad necesaria de la conciencia que no sea un mero resultado de la apli­ cación de principios de asociación contingentes —como lo es la unidad subjetiva de la conciencia— sino que, por el contrario, esté ya siempre presupuesta en toda aplicacióti de los mismos. La identidad del yo no puede fundarse en el operar de la imaginación empírica que enlaza a posteriori la secuencia de mis estados internos, sino que, por el contrario, tales estados sólo podrán ser empíricamente enlazados en la medida en que pertenezcan todos ellos a un yo ya presupuesto desde un prin­ cipio necesariamente como idéntico. Así pues, el planteo kantiano recoge en alguna medida la concepción humeana del yo, pero, a la vez, se propone ir más allá de esta última, ya que intenta po­ ner de m anifiesto que aquella conciencia unitaria que está presupuesta necesariamente en todo conocimiento de objetos —y de la cual nos hablaba el primer paso de la argumentación— no puede ser la unidad subjetiva de la con­ ciencia que resulta de la aplicación de mecanismos de asociación contingentes, si­ no que ha de ser una conciencia unitaria que, en su carárter fundante y originario, empuje indefectiblemente la investigación más allá del terreno de lo empírico. Ahora bien, así como los enlaces a p osteriori de representaciones no pueden fundar la unidad necesaria de la conciencia, tampoco pueden ellos dar cuenta de la unidad necesaria del objeto al cual las representaciones quedan referidas. Estas últi­ mas sólo pueden ser contingentemente asociadas en tanto pertenecen necesaria-

En el Tratado d e la naturaleza hum ana. Hume arriba a conclusiones sumamente paradójicas acerca del problema de la identidad personal. Habiendo partido del supuesto de que toda idea simple se deriva de una impresión, el autor indaga cuál puede ser el origen de la idea de 'yo'. De existir alguna impresión que la haya originado, ésta deberia ser inva­ riablemente idéntica durante toda nuestra vida. Pero no hay ninguna impresión que sea constante e invariable. Mis percepciones fluyen unas tras otras; y cuando intento penetrar en eso que llamo 'yo mismo', sólo encuentro ese incesante fluir. Hume concluye que el 'yo' no es, pues, más que un haz o colección de percepciones, que se suceden con rapidez inconce­ bible y están en continuo flujo. La idea de una identidad personal se origina en ciertos mecanismos de asociación que la imaginación lleva a cabo, por los cuales se facilita la tran­ sición de una percepción a otra a lo largo del flujo, y se genera la ficción de un 'yo' que per­ manece idéntico (cf. D. Hume, A Treatise o f Human Nature, Book 1, Part IV, Sec. VI). 47

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¡v en tea una única experiencia. Sólo sobre el trasf'ondo de una experiencia unitaria, A y B pueden ser empíricamente asociados. Una experiencia inconexa jamás podría dar lugar a una repetición de fenómenos que, apareciendo habitualmente en forma conjunta, conduzcan a la imaginación a asociarlos de un modo contingente. Toda experiencia, todo conocim iento de objetos, requiere pues la unidad ne­ cesaria de los mismos; unidad que, por cierto, no puede ser el resultado de enla­ ces em píricos de representaciones, sino que, por el contrario, ha de ser el fundamento a p ríorí de los mismos. "Toda necesidad está fundada siempre en una condición trascendental. Debe haber, por tanto, un fundamento trascenden­ tal de la unidad de la conciencia en la síntesis de la multiplicidad de todas nues­ tras intuiciones y, consecuentemente, de los conceptos de objetos en general, y así de todos los objetos de la experiencia, fundamento sin el cual sería imposible pensar cualquier objeto para nuestras intuiciones; pues este objeto no es más que aciuello cuyo concepto expresa tal necesidad de la síntesis." (KrV, A 106) Esta condición original no es otra que la apercepción trascendental (c f KrV, A 107). La conclusión del segundo argumento consiste pues en establecer que, ya que el conocimiento objetivo supone la unidad necesaria de la conciencia, por un lado, y la del objeto, por otro, y esta necesidad no puede estar fundada en la con­ ciencia empírica cuya unidad es meramente contingente, debemos entonces bus­ car para tal necesidad un fundamento trascendental que no es otro que la unidad trascendental de la apercepción. Todo conocimiento objetivo se funda así en una peculiar forma de auto-conciencia por la cual debe ser posible referir todas y cada una de nuestras representaciones a un yo que es necesariamente consciente de su propia identidad. No se trata aquí, por cierto, de la identidad numérica de un ob­ jeto en el tiempo, a la manera en que son numéricamente idénticos los objetos empíricos. El yo de la apercepción trascendental no es el yo fenoménico o psico­ lógico que aparece temporalmente bajo la forma del sentido interno, sino que es más bien una x vacía, el mero pensamiento de que todas mis representaciones ne­ cesariamente me pertenecen, la conciencia de que todas ellas quedan necesaria­ mente reunidas en un mismo punto: yo, y en una misma experiencia: la mía. El enlace contingente de las representaciones en un mismo curso temporal subjetivo, que nos había servido como punto de partida de la argumentación, se muestra pues como insuficiente para dar cuenta de la posibilidad de la experien­ cia. Todo conocimiento objetivo conlleva un elemento de necesidad que ningu­ na síntesis a p o sterío ri puede explicar. La auto-conciencia de la necesaria referencia de las representaciones a un yo idéntico supone la conciencia de la identidad de la función por la cual la multiplicidad sensible es reunida sintética­ mente. Y en tanto la unidad de la conciencia y correlativamente la unidad del ob­ jeto son necesarias, las síntesis que estarán en juego no podrán ser más que a príorí. Es pues sobre la base de una experiencia ya necesariamente unificada que tendrán lugar los enlaces de representaciones empíricamente fundados. Todo en-

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I a (.loclriiia del sentido iiuerno cn la "Oeduccion trascendental de las categorías"

lace empírico de representaciones tendrá, por tanto, en la base la unidad necesa­ ria de la experiencia, unidad cuya posibilidad descansará en la aplicación de re­ glas de síntesis a priori. Así pues, la asociabilidad de los fenómenos que está supuesta en su asocia­ ción empírica no descansa solamente en cierta regularidad de hecho que la natu­ raleza presenta. Kant, por cierto, no niega tal cegularídad, y, aunque no lo dice explícitamente, ella seguramente se funda en condiciones nouménicas.^-“’ Así por ejemplo, la asociación de la Navidad con el aroma a jazmines, responde, en prin­ cipio, al hecho de que ellos florecen regularmente en algunos lugares de la tierra en esa época del año. Este hecho es un aspecto material de la experiencia que no puede, desde luego, ser determinado a priori. Pero para que estos fenómenos sean empíricamente asociados, ellos deben ser parte, necesariamente, de una misma experiencia. Su enlace a p osterio ri supone una asociabilidad a p riori que descansa en su necesaria sujeción a reglas de síjitesis que no son meramente em­ píricas. Tales reglas de síntesis a p rio ri son precisamente las categorías. La asocia­ bilidad o afinidad empírica, que permite el enlace de los fenómenos a través de las leyes de asociación, supone pues una afinidad trascendental de los mismos, por la cual ellos quedan necesariamente reunidos en una misma conciencia y son necesariamente parte de una misma experiencia.^'i Toda legalidad empírica se

Según í’indlay, habría en los fenómenos un elemento de control y necesidad externa que tendría por fundamento la cosa en sí. La experiencia, según su interpretación, es siem­ pre una traducción de caracteres y ordenaciones metaempíricas y nunca una creación libre (cf. J.N. Findlay, Kant an d the Transcendental Object. A H erm en eu tic Study, Oxford Clarendon Press, 1981, p. 139). Según Westphal, el análisis que Kant realiza de la afinidad trascendental sugiere, más que un idealismo trascendental, un realismo o naturalismo trascendental, según el cual las condiciones trascendentales, que hacen posible el conocimiento, no son subjetivas, sino que son propiedades reales de las cosas, independientes de la mente (c f K. Westphal, "Affinity, Idealism, and Naturalism. The Stability of Cinnabar and the Possibility of Experience", Kant-Studien, H 2 (1997), pp. 139-189). Creo, contra esta interpretación de Westphal, que el análisis kantiano de la "afinidad trascendental" presupone una naturaleza conformada, no por "cosas en sí", sino por fenó­ menos; y que por tal motivo, la unidad de los mismos, i.e. su necesaria pertenencia a una misma conciencia, no puede ser explicada más que por su sujeción a-una legalidad a priori impuesta por la mente. Esto no excluye que la regularidad empírica, que de hecho tales fenómenos presentan, halle su fundamento en ciertas propiedades o comportamien­ tos de las cosas en sí mismas que sólo podemos conocer a través de sus manifestaciones fenoménicas. Pero la aceptación de esta última tesis no nos conduce a ninguna forma de realismo, sino precisamente a una forma de idealismo, como el trascendental, que en ningún momento pierde de vista nuestra finitud como sujetos cognoscentes, y el hecho de que los aspectos materiales de la experiencia, de alguna manera, se nos imponen y no pueden ser conocidos más que a posteriori.

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funda, por ende, en ujia legalidad a p rio ii que el entendimiento prescribe a la na­ turaleza (cf. KiV, A 113 y ss.).-^'

1.7. Algunas conclusiones acerca de la nattiraleza del sentido interno Teniendo en cuenta el análisis de la DTA que hemos realizadct, podemos ex­ traer algunas conclusiones acerca de la doctrina del sentido interno que está allí implícita: a) Todas las representaciones, aun aquellas que tienen un origen externo, per­ tenecen, en tanto representaciones, al sentido interno. Este último ofrece pues una multiplicidad intuitiva a partir de la cual tiene lugar toda experiencia. b) El enlace de estas representaciones internas se lleva a cabo por medio de una síntesis preparatoria, no categorial (síntesis de la aprehensión), por la cual lo múltiple dado en el sentido interno se ordena en forma sucesiva. c) En este primer nivel de la síntesis, no hay todavía referencia a un objeto. El enlace de las representaciones se da sólo en la medida en que ellas pertenecen a un mismo curso temporal subjetivo. Las representaciones se ordenan pues de un modo contingente y carente de validez objetiva. El producto de esta síntesis es la unidad subjetiva de la conciencia. d) Por ser meramente subjetivo, este enlace contingente de las representacio­ nes se muestra, en sí mismo, insuficiente para dar cuenta de la necesaria unidad de la experiencia; y es preciso, por tanto, remitirse a un fundamento a p riori c o ­ m o condición de posibilidad del conocimiento. Si bien los objetos son siempre fenoménicos, es decir, son objetos representados y no cosas en sí, esto no signi­ fica que queden reducidos a estados subjetivos de conciencia. Se requiere pues una síntesis a p riori por la cual lo múltiple dado en la intuición quede necesaria­ mente referido a un mismo objeto, y necesariamente también reunido en una única conciencia (unidad trascendental de la apercepción). De este análisis de la DTA se desprende pues la idea de que el contenido intui­ tivo del sentido interno (es decir, nuestros propios estados subjetivos de concien­ cia) constituye lo más originario e inmediato a partir de lo cual tiene lugar "luego", por intervención de las categorías, la constitución del mundo objetivo. La experien­ cia externa parece, de algún modo, derivarse de la experiencia interna. Esta última

A continuación, en la sección 111 de la DTA, Kant recogerá las tesis ya establecidas, y las presentará nuevamente a través de un argumento progresivo que parte de la apercepción trascendental (cf. KrV, A 116 y ss.), y más tarde a través de una argumento regresivo que parte de los fenómenos empíricamente dados (cf KrV, A 119 y ss.). No tomaré en consi­ deración esta sección del texto, ya que la misma no aporta nuevos elementos que echen luz sobre la concepción kantiana del sentido interno.

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l.a doctrina del scnlido inu rno en la “Deducción trascendental de las categorías'

presenta, no obstante, la peenliaridad de c|ue, si bien se muestra como una especie de precondición para la constitución de la objetividad, ella, por sí misma, carece de un valor estrictamente objetivo. 1.a aprehensión siempre subjetiva y contingente de estados internos no alcanza para dar cuenta de la experiencia propiamente dicha. Se da pues una doble caracterización del sentido interno. La auto-captación de nuestros estados subjetivos de conciencia parece ser lo más originaritt, lo primero, a partir de lo cual tiene lugar el conocimiento objetivo; pero, a la vez, ella por sí misma no llega, en rigor, a constituirse en una auténtica experiencia. lina idea semejante aparece en la doctrina de los juicios de percepción que ana­ lizaré en el capítulo siguiente. A través de la controvertida distinción entre este tipo de juicios, por un lado, y los juicios de experiencia, por otro, Kant reitera allí la tesis de que todo conocimiento objetivo, es decir, todo conocimiento fundado en opera­ ciones de síntesis a príori realizadas de acuerdo con las categorías, se deriva, en de­ finitiva, del enlace contingente de las representaciones, entendidas como meros estados subjetivos. Estos son, una vez más, lo más inmediato, lo primero, el punto de partida desde el cual se originará la constitución de la objetividad.

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Capítulo II SENTIDO INTERNO Y JUICIOS DE PERCEPCIÓN

2.1. Erscheinungy Phánom enon

En ei capítulo II de la "Analítica de los principios" de la KrV, y con ocasión de la explicación del modo en que opera el principio puro de la'segunda analogía de la experiencia, Kant retoma la idea de un contraste entre la síntesis de la apre­ hensión, que no da lugar a conocim iento alguno (cf. KrV, A 195 = B 240), y la síntesis realizada siguiendo una regla a p riorí que hace posible el enlace de lo múltiple en un objeto. Tenemos en principio representaciones de las que somos conscientes y que guardan entre sí ciertas relaciones temporales. En tanto determinaciones internas de nuestro espíritu, las representaciones tienen sólo realidad subjetiva (cf, KrV, A 195 = B 240 y A 197 = B 24 2), Podemos, por cierto, de algún modo llamar "ob­ jetos" a dichas representaciones en la medida en que tenemos conciencia de ellas; pero esto no es en absoluto lo mismo que decir que ellas designan un ob­ jeto (c f KrV, A 190 = B 234-5), Kant se pregunta cómo es que tales representaciones adquieren una realidad objetiva más allá de la realidad subjetiva que poseen por ser determinaciones de nuestro sentido interno, es decir, cóm o van de algún modo más allá de sí mismas y quedan referidas a un objeto (c f KrV, A 197 = B 242), Si este último fuera la co­ sa en sí, entonces no podríamos nunca, a partir del orden subjetivo de nuestras representaciones en la aprehensión, determinar cuál es el orden objetivo de los fenómenos. Dicho de otra manera: no habría modo de justificar por qué las co­ sas en sí mismas habrían de responder a las características que presentan las re­ presentaciones entendidas como estados subjetivos internos, Pero la cosa en sí se encuentra totalmente fuera de la esfera de nuestro conocimiento. El objeto es siempre un objeto representado, y nuestras representaciones son, en definitiva, 53

C;iaudia láuifgui

lo único de que disponemos para conocer, l a referencia de las mismas al objeto no supondrá pues una trascendencia respecto del campo de lo fenoménico, sino que tendrá lugar cuando este ámbito sea pensado de acuerdo con los conceptos puros del entendimiento. F,n tanto quedan subsumidas bajo reglas de síntesis a priori, las representaciones adquieren valor objetivo, ya que el carácter universal y necesario de la regla traza un horizonte de objetividad que, sin dejar de ser un ámbito representado, "trasciende”, en algún sentido, el carácter subjetivo y con­ tingente de la representación entendida com o estado interno. La aplicación de las categorías permite, en consecuencia, la constitución de objetos fenoménicos, i.e. objetos que no se identifican con la cosa en sí, que se inscriben en un orden de relaciones temporales objetivas, contrapuestas al orden contingente en que son aprehendidas las representaciones entendidas como es­ tados subjetivos. Tenemos, así pues, en principio, el contraste entre dos formas de enlace de re­ presentaciones: el de la síntesis aprehensiva, que reúne lo múltiple dado en el sentido interno en una serie ordenada de un modo subjetivo y contingente, y el de la síntesis a p riori q u e confiere a las representaciones un valor objetivo, en tan­ to las refiere a un orden, que no vale sólo para mí, sino que tiene un carácter uni­ versal y necesario. De la misma manera y correlativamente, tenemos el contraste entre dos ma­ neras de entender la objetividad. Kant establece que las representaciones enlaza­ das sucesivamente en la aprehensión carecen, en principio, de realidad objetiva. Pero en la medida en que son modificaciones de nuestro estado interno y tene­ mos conciencia de ellas podemos, de algún modo, considerarlas "objetos" (cf. KrV, A 190 = B 234-5). Existe, sin embargo, una clara distinción entre esta pseudo-objetividad de nuestros estados subjetivos y la objetividad entendida en sentido estricto, es decir, aquella que es propia del objeto categorialmente consti­ tuido. Las representaciones, com o modificaciones del sentido interno, son "ob­ jetos" desde el momento en que son conscientes, pero sólo designarán un objeto en la medida en que sean pensadas bajo la unidad de los conceptos puros del en­ tendimiento. Así por ejemplo, cuando aplicamos la categoría de sustancia, el objeto es pen­ sado como algo otro, diferente de nosotros mismos, que se nos aparece bajo una determinada configuración temporal, la de la permanencia, contrapuesta al fluir temporal de nuestros estados internos. Del m ism o modo, cuando aplicamos las categorías de causalidad y acción recíproca, los objetos se nos aparecen en órde­ nes temporales objetivos diferentes de la temporalidad subjetiva de nuestras re­ presentaciones internas. La aplicación de las categorías determina, pues, la constitución de un mundo de objetos espacio-tem porales contrapuesto a la pseudo objetividad de nuestros estados subjetivos.

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Sentido interno y juicios de percepción

La idea de la existencia de dos tipos de objetividad aparece esbozada no sólo en la Segunda Analogía de la Experiencia, sino también en otros textos de la Ki V, a través de la distinción entre los conceptos de E rscheinungy P hänoinenon. El primero de ellos es caracterizado como el o b je to in d eterm in ad o d e una in­ tuición empírica (cf. KrV, A 20 = B 34). Podría, tal vez, entenderse por esto que se trata meramente de un objeto cuak]uiera en general, sin ninguna determina­ ción especial.' Algunos pasajes de la /érkparecen indicar, sin embargo, que aque­ lla indeterminación significa que la Erscheinung es una representación carente de concepto.2 Considerada en sí misma no es aún, pues, un objeto categorialmente constituido. Esta idea aparece explicitada en A 249 donde se establece la diferencia entre Erscheinungen y P hän om ena. Allí Kant afirma que el fenómeno (P h ä n o m en o n ) es la Erscheinung en cuanto es pensada como objeto según la unidad de las categorías. La Erscheinung, como objeto indeterminado, se opone, pues, al P hän om en on , com o objeto determinado categorialmente. Siguiendo la terminología de Prauss, podríamos denominar a este último "objeto objetivo" (o b jek tiv er G egen stan d) y al primero "objeto subjetivo" (su b jektiv er G egens­ tand). Los objetos objetivos serían los del sentido externo, es decir, aquellos que están dentro del dominio de la física. Los objetos subjetivos, por el contrario, se­ rían las representaciones del sentido interno, es decir, aquellos objetos que se en­ cuentran dentro del dominio de la psicología empírica.^ La distinción entre estas dos clases de objetos empíricos plantea, sin embargo, algunas dificultades que reaparecerán luego, en otro contexto, en la controvertida doctrina de los juicios de percepción cuyo análisis abordaré en este capítulo.'' En primer lugar, si la síntesis categorial es condición de posibilidad de la constitución de la objetividad misma, cabe preguntarse entonces en qué medida es lícito llamar objetos a las Erscheinungen. Los objetos subjetivos no serían objetos en sentido es­ tricto y sólo podría atribuírseles objetividad a los objetos del sentido externo. Con respecto a este punto es significativo un texto del § 13 de la DT en el que se establece que las categorías no son condiciones de posibilidad del aparecer (ersch ein en ) de los fenómenos. Los objetos nos pueden ser dados sin necesidad de relacionarse con los conceptos puros del entendimiento (cf. KrV, A 89 = B 122). Frecuentemente los intérpretes han considerado que este pasaje contradi-

' Cf. Vaihinger, op.cit. il p.31. 2 C f A 69 = B 94, A 108, A 267 = B 323 y A 374. 2 C f G.Prauss, Erscheinung b ei Kant, Walter de Gruyter & Co., Berlín, 1971, p.l7. '' El contraste entre el objeto objetivo y el objeto subjetivo se da siempre dentro de los límites de la experiencia. Ambos se contraponen, por otra parte, al objeto trascendente (= cosa en sí) que debe ser presupuesto como "causa" inteligible de las afecciones y que no puede, en ningún caso, ser experimentado. 55

C;laudia l.iurcgui

ce las enseñanzas lundamentales de la KrV,^ particularmente ac|uellas que se en­ cuentran en los parágrafos siguientes de la Df. Fm efecto, allí se establece qtie el enlace de las representaciones en un mismo objeto requiere la unidad de la con­ ciencia (c f KrV, B 137). Ella es la condición a la cual debe sujetarse toda intui­ ción para llegar a transformarse en un objeto para nosotros (c f KrV, B 138). Esta unidad necesaria de la conciencia objetiva, contrapuesta a la unidad contingen­ te de la conciencia empírica llevada a cabo por las leyes de asociación, se mues­ tra, pues, como el contrapolo de la unidad de las representaciones en un mismo objeto. Ahora bien, las categorías —como habíamos visto ya en el capítulo 1— son precisamente aqtiellas reglas de síntesis que permiten referir la multiplicidad de la intuición a la unidad objetiva de la conciencia, y que hacen posible a su vez el enlace objetivo de las representaciones. Si esto es así, todo objeto, para ser tal, debe ser un objeto categorialmente constituido, y es, por tanto, un contrasenti­ do considerar a la E rsch ein u n g com o un objeto indeterminado. Por otra parte, junto al problema de la objetividad de los objetos subjetivos, se plantea una segunda cuestión y es la de la posibilidad de que los mismos lle­ guen a ser un contenido para nuestra conciencia. F.n efecto, la síntesis categorial no sólo es la condición que hace posible la reunión de las representaciones en un mismo objeto, sino que se presenta además como la condición de posibili­ dad de la conciencia misma (cf. KrV, B 143); es decir, que si un objeto no estuvie­ ra determinado categorialmente, no podríamos llegar a hacerlo consciente. Esta idea aparece en KrVA 111 donde se establece que aun no habiendo un enlace uni­ versal y necesario de representaciones, podría, de todos modos, darse una multi­ plicidad de fenóm enos (E rscb ein u n g en ), pero los mismos no llegarían a constituir experiencia alguna y serían para nosotros, en definitiva, lo mismo que nada. Otros pasajes de la A'rV'parecen sugerir, sin embargo, la posibilidad de que un objeto sea consciente aun en el caso de no estar determinado por las catego­ rías. Así por ejemplo, en KrV, A 90-91 = B 123, Kant afirma que las Erscheinungen podrían ofrecer objetos a nuestra intuición aun no estando presente ninguna regla de síntesis en la serie de los fenómenos, ya cjue la intuición no necesita en

5 Según Prauss tal contradicción se origina al no distinguir las nociones de G egebenheit (el darse) y Gegenständlichkeit (objetividad). En la medida en que los objetos nos son dados a través de la sensibilidad, las condiciones del darse serán sólo las formas puras del espa­ cio y el tiempo. La facticidad de lo dado no depende en absoluto de la espontaneidad del pensamiento. Las categorías no son, pues, condiciones de posibilidad de la Gegebenheit de los fenómenos, sino de su Gegenständlichkeit, es decir, de su objetividad. Esta distinción que Prauss establece entre G egebenheit y Gegenständlichkeit resuelve el problema de cómo los objetos subjetivos pueden darse sin ser pensados bajo la unidad de las categorías, pero no resuelve, a mi entender, el problema de cómo pueden ellos mismos, independientemente de la síntesis categorial, convertirse en una suerte de objetos (cf. G. Prauss, op. cit. p. 119). 56

Semicio imcrno y ¡uicios de percepción

absoluto ele las l'unciories del pensamiento. F.ncontrajiios, pues, por una parte, ciertos pasajes tiue indican C]ue si la multiplicidad intuitiva dada en el sentido in­ terno no está referida a la unidad de la apercepciern, tal multiplicidad es para no­ sotros lo mismo que nada, lo cual implica, al parecer, que no podría haber ningún tipo de conciencia al margen de la síntesis catégorial; pero, por otra par­ te, al mismo tiempo, algunos textos parecen sugerir la posibilidad de una suerte de conciencia subjetiva que se constituiría con cierta autonomía. En este caso, las Erscheinungen conformarían una multiplicidad confusa y desordenada, sin lle­ gar a constituir objeto alguno; pero a pesar de ello seguirían siendo conscientes. Esta conciencia de las E rschein u n gen es lo que se denom ina percepción (W ahrn ehm u n g) (c f KrV, A 120). En A 374 Kant afirma que la sensación, en tan­ to se relaciona con un objeto en general sin determinarlo, se llama percepción. La W ahrnehm ung parece, pues, constituir el modo de conciencia que correspon­ de a la Erscheinung er\ cuanto objeto indeterminado o subjetivo (cf. KrV, B 220 y B 422 nota), en contraposición a la experiencia (Erfahrung) que corresponde­ ría más bien a una forma de conciencia objetiva.*^ El empleo del término W ahrn ehm u n g no es, sin embargo, regular a lo largo de la KrV. Su significado se superpone, en algunos pasajes, con el de otros térmi­ nos. Así por ejemplo, en A 145 = B 184, A 180 = B 223 y A 234 = B 286 se iden­ tifica la percepción con la materia de los fenómenos, es decir, con la sensación (E m pfindung). En otros pasajes se la caracteriza más precisamente, como una re­ presentación acompañada de sensación (cf. KrV, B 147). También, por momen­ tos, se la identifica con el fenómeno mismo (c f A 493 = B 521). La noción de W ahrnehm ung está, pues, estrechamente vinculada con la de "sensación", "in­ tuición empírica" y "fenómeno" (Erscheinung), y no queda claro, a veces, qué significado específico posee el término que permita diferenciarlo de estos otros. Algunos textos parecen, sin embargo, indicar que la percepción es más bien la conciencia empírica que acompaña el proceso por el cual una intuición empíri­ ca se relaciona, a través de la sensación, con un objeto indeterminado.^ Lo espe­ cífico de la percepción consiste, pues, en ser una forma de conciencia: aquella que corresponde a la multiplicidad empírica dada en la intuición. La W ahrneh­ m u n g es el modo en que somos conscientes de lo dado. Por lo que se ha dicho hasta aquí, tenemos, por un lado, el contraste entre el objeto indeterminado de una intuición empírica (Erscheinung) y el objeto deter­ minado categorialmente (P h án om en on ), y, por otro lado, tenemos el contraste entre una forma de conciencia subjetiva — la percepción— que corresponde, se­ gún los textos que hemos citado, a la primera de estas dos clases de objetos, y una

^ Cf. Prauss, op.cil. pp. ¡20-137. ^ C f KrV, B 160; A 166 = B 207 y B 220. 57

Claudia láurcgui

forma de conciencia o conocimienlo objetivo —la experiencia— que correspon­ de al objeto pensado bajo la unidad de las categorías. Por otra parte, en el primer capítulo cuando analizamos la doctrina de la triple síntesis, establecimos que la síntesis catégorial supone, de algún modo, una forma de enlace precategorial que constituye un prerrequisito para la constitución de la objetividad, pero que se muestra a la vez insuficiente para dar cuenta de la experiencia como conocimien­ to objetivo. Esta forma de enlace que Kant denomina aprehensión es precisamen­ te la cine hace posible la percepción. La síntesis aprehensiva reúne lo múltiple dado en la intuición empírica y hace, por tanto, posible la conciencia empírica (percepcit'rn) de aciuella multiplicidad (cf. KrV, B 160). Así pues, esta forma de conciencia subjetiva la percepción que corresponde a la Erscheiming, es decir, al objeto no determinado categorialmente, es el resultado de una síntesis también subjetiva y contingente que es insuficiente para dar cuenta por sí misma de la po­ sibilidad de la experiencia. Kant establece en reiteradas ocasiones, particularmen­ te en la Segunda Analogía de la Experiencia,^ t|ue en la percepción el orden objetivo de los fenómenos ciiteda indeterminado. La aprehensión, como dijimos anteriormente, es una forma de síntesis meramente subjetiva por la cual no se puede saber si la conexión de las representaciones se corresponde con la relación c|ue las mismas guardan en el objeto. Para cinc las Erscheinungen se conviertan en l’hniiom eihi, y para que de la percepción resulte experiencia, es preciso una sínte­ sis no meramente subjetiva y contingente, como la aprehensiva, sino una síntesis necesaria y objetiva como lo es la síntesis catégorial. Según este análisis, pues, la percepción, como conciencia subjetiva de "objetos" indeterminados o subjetivos, es una precondición para ciue tenga lugar la experiencia, es decir, el conocim ien­ to de objetos constituidos categorialmente. En efecto, ésta parece ser la idea que se desprende de ac]uellos textos en los ciue Kant describe la experiencia como la unidad sistemática de las percepciones.^ La experiencia consistiría, pues, en pen­ sar estas percepciones o el contenido indeterminado de una intuición empírica bajo la unidad de las categorías. El conocimiento objetivo resultaría de considerar la multiplicidad de representaciones dadas y aprehendidas en el sentido interno como sttbsumidas bajo diferentes reglas de conexión necesaria, por las cuales la sucesión contingente de estados subjetivos quedaría referida a un objeto. El senti­ do interno proveería pues el material intuitivo a partir del cual se constituiría "lue­ go", por intervención de las categorías, el mundo objetivo. Los textos en los que se describe la relación entre Erscheinung y P h án om enon, así como también aquellos en los que se habla de la relación entre percep­ ción y experiencia, o entre aprehensión y síntesis catégorial, parecen sugerir que

V . ^ Cf. KrV, A 19,á-198 = B 238-243, A 202 = B 247. ^ Cfr. por ejemplo A 183 = B 226 y A UO. 58

Sentido interno y juicios de percepción

lo "primero" es el contenido del sentido interno como estado subjetivo, y que "luego" dicho conienido se convertiría en representación de un objeto al ser pen­ sado bajo la unidad de los conceptos puros del entendimiento. Este modo de entender la relacióir entre percepción y experiencia conduce, sin embargo, a serias dificultades particularmente en el contexto de la doctrina de los juicios de percepción que se etrcuentra en P rolegóm en os. Allí la percep­ ción aparece no sólo como prerrequisito para que la experiencia tenga lugar, sino que se la presenta como gozando de cierta autonomía que resulta ininteli­ gible en el marco de la teoría del idealismo trascendental. En el parágrafo siguiente, analizaré algunas de las dificultades que presenta la distinción entre juicios de percepción y juicios de experiencia, y más adelante, en el capítulo V, propondré una interpretación de esta doctrina por la cual creo que es posible dar respuesta a algunos de los problemas que presenta.

2.2. Juicios de percepción y juicios de experiencia Eos problemas que se han señalado en el parágrafo anterior respecto de la na­ turaleza de los crbjetos subjetivos reaparecen en relación con la doctrina de los juicios que encontramos en P roleg óm en os (cfr. Ak. IV 297-301).'® En el § 18 de esta obra, Kant presenta una caracterización de los juicios empíricos, de acuer­ do con la cual los mismos suponen siempre, como fundamento, la percepción in­ mediata de los sentidos. Dentro de esta clase de juicios encontramos, a su vez, una subdivisión que se origina en el tipo de validez que posee el enlace de las repre­ sentaciones. El juicio de percepción expresa sólo la referencia de dos sensaciones al mismo sujeto en su actual estado perceptivo. En esta conexión subjetiva de per­ cepciones no hay todavía relación con objeto alguno. No se trata de una síntesis categorial, sino simplemente del enlace de las percepciones entendidas como es­ tados del sujeto. Estas no son aquí percepciones de un objeto constituido categorialmente, sino c]tte, dejando de lado la referencia objetiva, se las toma en sí mismas como estados de conciencia subjetivos. En tal sentido, el juicio de percep­ ción podría considerarse como la expresión de aquella conciencia de las Erschei­ nungen en cuanto tales, tomadas en sí mismas como objetos indeterminados. Por otra parte, tenemos un segundo tipo de juicios empíricos: los juicios de ex­ periencia. Estos pueden considerarse como la expresión de la conciencia de obje­ tos constituidos categorialmente o, más precisamente, como la expresión de un conocimiento objetivo. El enlace de las representaciones allí presente es producto

Me he referido a esta cuestión en C. láuregui, "Inicios de percepción y juicios de experi­ encia", D iálogos 60 (julio 1992), pp.101-118,

CInuclia láuiegui

de la síntesis operada por el eiitendimienio a través de las categorías. Tales repre­ sentaciones no son consideradas ahora corno meros estados subjetivos, sino como representaciones de un objeto cuya síntesis tiene validez universal y objetiva. Tanto en el caso del juicio de percepción como en el del juicio de experien­ cia, tiene lugar un enlace de representaciones en la conciencia. Éste es precisa­ mente el modo en que Kant caracteriza la noción de juicio en P rolegóm en os. La unión de representacitanes en una conciencia es el jtiicica. Luego es lo mismo juz­ gar que pensar (cfr. Ak. IV 307). Tal unión de representaciones no reviste, sin em­ bargo, en los dos casos las mismas características. En el juicio de percepción, comparo las percepciones y las enlazo meramente en una con cien cia d e m i esta­ do. En el juicio de experiencia, por el contrario, se agregan a la intuición sensible ciertos conceptos t)tie tienen su origen enteramente a p riori en el entendimiento puro, gracias a los cuales las representacioties c|uedan reunidas necesariamente en una con cien cia en gen eral y, correlativamente, quedan referidas a la unidad del objeto. Por ejemplo, si decimos "Cuando el sol baña la piedra, ésta se calien­ ta", cstatnos en presencia de un juicio de percepción en el cual el enlace de las re­ presentaciones no reviste necesidad alguna. F.l juicio describe que, en mi conciencia subjetiva, la representación de la luz del sol sobre la piedra va habi­ tualmente acompañada por la del calor de la piedra. Esta unión es meramente contingeirte y no pretende tener validez objetiva. El juicio expresa sólo la referen­ cia de dos sensaciones al mismo sujeto, y no la referencia de dos representacio­ nes al mismo objeto. Pero si decimos "El sol calienta la piedra", se agrega a la percepción la categoría de causalidad por la cual se conecta n ecesariam en te la re­ presentación del calor de la piedra con la del brillo del sol, y el juicio se vuelve entonces o b jetiv o y tm iversalm en te válido, y no expresa ya meramente una per­ cepción, sino una experiencia (cfr. Ak. IV 301 n o ta )." Esta misma distinción entre dos formas de enlace de representaciones en la conciencia la encontramos en la DTB de la KrV. En este pasaje, se establece que la unidad trascendental de la apercepción es el fundamento de la reunión de la multiplicidad dada en la intuición en el concepto de un objeto. Por tal motivo, se la denomina objetiva y se la contrapone a aquel enlace de representaciones

" Además de este ejemplo, en cuya formulación se puede ver cómo el juicio de percepción se transforma en juicio de experiencia gracias a la aplicación de las categorías, Kant pro­ pone otros ejemplos en los cuales el contraste entre ambas clases de juicio se expresa de un modo sumamente oscuro. Por un lado, encontramos la referencia a un primer tipo de juicios de percepción —"La habitación está caliente", "El azúcar es dulce", "El ajenjo es desagradable"— que no pueden llegar a transformarse en juicios de experiencia, ya que, en tanto aluden al sentimiento, no pierden nunca su valor meramente subjetivo (cf. Ak. IV 299 nota). Por otro lado, encontramos un segundo tipo de juicio de percepción -"El aire es elástico"— que puede transformarse en juicio de experiencia, pero al hacerlo no cambia su formulación (cf Ak. IV 299). 60

Sentido interno y ¡uicios de pcrceprión

que se lleva a rabo por las leyes de asociación y que tiene un valor meramente contingente y subjetivo (d. KrV, B 139-40). bcrs ejemplos c[ue Kant propone en este contexto nos recuerdan aquellcrs de P ro leg ó m en o s recién mencionados. Si digo "Cuando sostengo un cuerpo, tengo la impresión de peso", afirmo solamente ciue estas dos representaciones se conectan habitualm ente en mi per­ cepción. Si digo, en cambio, "El cuerpo es pesado", establezco q ue las represen­ taciones se combinan en el objeto , no importa cuál sea mi estado subjetivo. La cópula "es" indica precisamente la unidad necesaria de las representaciones (cf. KrV, B 142). Esto no impide que el juicio pueda ser en sí mismo empírico y con­ tingente. Cuando digo "El cuerpo es pesado" no afirmo que estas representacio­ nes se relacionan necesariamente una con otra en la intuición empírica (cf. KrV, loc.cit.). La relación del cuerpo con la pesantez es empírica y contingente, y sin embargo está afirmada como una relación o b je tiv a .D e s d e el m om ento en que el juicio establece la conexión de representaciones tal como se da en el objeto, cualquier otro juicio que yo formule sobre el mismo objeto deberá concordar con éste, así como también deberán concordar con èidos juicios que otros for­ mulen sobre el mismo objeto (cf. Ak. IV 298). En este sentido, el juicio tiene va­ lidez universal, y, a pesar de afirmar una relación contingente entre el sujeto y el predicado, dicha relación está necesariamente fundada ya que su objetividad se basa en la aplicación de un concepto puro del entendimiento, es decir, de un concepto universal y necesario.'^ Si bien el planteamiento de este tema en la KrV presenta semejanzas con aquel que encontramos en P roleg óm en os, existe una diferencia fundamental y es la noción de juicio de la cual se parte. Como dijim os anteriorm ente, en P roleg óm en os se establece que juicio es la unión de representaciones en una con­ ciencia, ya sea que dicha unión tenga un valor objetivo o meramente subjetivo. En la KrV, por el contrario, la noción de juicio recibe una caracterización más res­ tringida, ya que se lo considera como el modo en que las representaciones son traídas a la unidad objetiv a de la apercepción (cfr, KrV, B 143). Esto ha llevado a algunos intérpretes a afirmar que o bien el juicio de percep­ ción no puede ser un juicio, o bien, si es un juicio, es objetivo y, por tanto, debe suponer, de algttn modo, el empleo de las categorías.

Sobre esta cuestión cf. Kemp Smith, op.cit. pp. 286-289. No creemos, como sostiene López Fernández, que los juicios de experiencia puedan valer como juicios sintéticos a príori (cf A. López Fernández, "luicios de percepción y de experiencia en Kant. El tránsito de la conciencia de mis estados particulares a la conciencia en general”. Diálogos 58, 1991, p. 92). Kant sostiene en el § 18 de Proleg. que tanto los juicios de percepción como los de experiencia tienen su fundamento en la percepción inmediata de los sentidos (cf Ak. IV 297). Consideramos, pues, que si bien el juicio de experiencia expresa un enlace objetivo de representaciones, constituye, de todos modos, en tanto juicio empírico, siempre un juicio sintético a posteriori. 61

(Jl.uidia l.íurcgui

Así por ejemplo, Keinp Smith sostiene que la distinción entre juicios de per­ cepción y juicios de experiencia carece totalmente de sentido y es ilegítima. No se trata de establecer la diferencia entre juicios subjetivos y jtiicios objetivos, sino de distingtiir entre las asociaciones subjetivas de ideas y las relaciones indicativas que son, según este autor, siempre objetivas. Kemp Smith afirma que la distinción pre­ sente en P roleg óm en os tiene su antecedente en la diferenciación c'irle se establece en la primera edición de la K rV eniie el objeto indeterminado y el objeto determi­ nado de la conciencia, fd intento de formular esta distinción de un modo más pre­ ciso conduce, sin embargo, a Kant a establecer la diferencia entre juicios de percepción y juicios de experiencia con lo cual el argumento se vuelve confuso y se socavan, en definitiva, los fundamentos mismos del idealismo trascendental. I,. W. Beck, por su parte, considera también c]ue todo jtiicio pretende ser siem­ pre objetivo, y que si esto es así, el juicio de percepción no puede tener una vali­ dez meramente s u b je tiv a .E s te autor analiza la doctrina de los juicios presente en P roleg óm en os partiendo del doble significado que el término "experiencia" posee en la KrV: en algunos pasajes, este término designa las impresiones sensi­ bles, la multiplicidad de las aprehensiones (independientemente de la actividad conceptualizadora del entendimiento) o lo que podríamos llamar "ideas", de acuerdo con el significado que Locke le atribuye a este término; otras veces, por el contrario, el término "experiencia” designa el conocim iento objetivo y supone, por tanto, la síntesis categorial operada sobre la multiplicidad sensible. Beck hace referencia a estos dos significados del término con los nombres respectivos de "ex­ periencia lockeana" (experiencia L) y "experiencia kantiana" (experiencia K). To­ da la JérVpodría leerse como una respuesta a la pregunta sobre cómo es posible pasar de la experiencia L a la experiencia K. Los §§ 18-20 de P roleg óm en os de­ sarrollan precisamente esta problemática a partir de la distinción entre el juicio de percepción y el juicio de experiencia. El primero sería la expresión de la experien­ cia L, mientras que el segundo daría cuenta más bien de lo que Beck llama expe­ riencia K. A pesar de esta distinción, sin embargo, el autor considera que los juicios de percepción tienen validez objetiva desde el momento en que son jui­ cios. En efecto, ellos pueden ser verdaderos o falsos. El juicio "Cuando veo que el sol brilla sobre la piedra, siento que ésta se calienta" es, desde luego, verdadero só­ lo respecto d e m í m ism o, pero esto no implica que sea sólo verdadero para mí. El juicio no afirma que "cuando tú veas brillar el sol sobre la piedra, sentirás que és­ ta se calienta", pero sí afirma que tú tendrías razón si dijeras que "cuando yo veo el sol brillar sobre la piedra, siento que ésta se calienta". El juicio es subjetivo en

Cf. K. Smith, op.cit, pp. 286-289. C f L.W.Berk, "Hatte denn der Philosoph von Königsberg keine Träume?", en Akten des 4.Internationalen Kant-Kongresses, Teil 111, Berlin, ed. G. Funke, 197.5, pp. 27-28 y 34-.3S.

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Senlido inlcrno y jiiirios de percepción

cuanto al contenido en la medida en c]iie podría considerárselo como un juicio sobre mi experiencia subjetiva L; pero es objetivo, sin embargo, en cuanto a lo que pretende de la afirmación que alguien más pueda hacer acerca de lo que yo sien­ to. Esta tesis vale también para los juicios que expresan cualidades secundarias co­ mo por ejem plo "La habitación está caliente" o "El azúcar es dulce".'** Beck considera, con respecto a este punto, que por ejemplo el juicio "La habitación es­ tá caliente (para m í)" es válido para mí en la medida en que es verdadero de mí mismo. Sin embargo, este juicio es, al mismo tiempo, objetivamente válido, ya que el juicio equivalente "La habitación está caliente para Beck" es un juicio de ex­ periencia que puede ser evidente para otros y al cual deben adherir en caso de que sea verdadero. Así pues, lo que yo siento no es parte de la experiencia K, pero sí es parte de la experiencia K que yo siento lo que tal vez nadie siente. Los juicios de percepción, en la medida en que son juicios y tienen validez objetiva, suponen, según este autor, la aplicación de las categorías. Así por ejem­ plo, la sucesión objetiva "sol-brillar-piedra-calentarse" exige el principio causal de la segunda analogía. Asimismo "sol" y "piedra" son nombres de sustancias. Y aun suponiendo que los juicios de percepción carecieran de toda referencia obje­ tiva, de todos modos, seguirían valiendo para ellos las categorías matemáticas,'^ ya que la luz del sol que veo o el calor que siento cuando toco la piedra tendrían una determinada intensidad. Las anticipaciones de la percepción valen no sólo para la experiencia K, sino también para la experiencia L .'" Sobre la base de este análisis de la naturaleza de los juicios de percepción, Beck concluye que los mismos no constituyen meras asociaciones de ideas sin va­ lidez objetiva. Ellos podrán ser juicios sobre mis asociaciones de ideas, pero si son verdaderos, lo son para cualquiera. Los juicios de percepción informan sobre los estados subjetivos de nuestro espíritu, pero tienen lugar de acuerdo con las reglas de síntesis concebidas en las categorías. Ellos no se refieren, desde luego, a ciertos objetos de la experiencia K como ser los objetos del sentido externo u ob­ jetos objetivos. Sin embargo, los juicios de percepción pueden ser auténticamen-

Beck llama la atención sobre el hecho de que en Vorlesung über Ixtgik § 40 nota (Ak. IX 113), Kant considera que los juicios "La piedra está caliente" o "Esta torre es roja" son juicios de experiencia. Kant denomina categorías matemáticas a las de cualidad y cantidad (cf. KrV, B 110). '® Las anticipaciones de la percepción son los principios puros del entendimiento por los cuales se ponen en relación las categorías de cualidad con el tiempo (cf. KrV, A 166 = B 207 y ss.). Los juicios de percepción, que son siempre juicios empíricos y, por ende, juicios sin­ téticos a posterior!, supondrían, según la opinión de Beck, la aplicación de, al menos, algu­ nas de las categorías, como ser, por ejemplo, las categorías de cualidad. Ellos serían pues la expresión de cierto tipo de experiencia (la experiencia L), para la cual valdría el principio puro de las anticipaciones de la percepción, es decir, el juicio sintético a priori según el cual, en todos los fenómenos, lo real que es objeto de percepción tiene magnitud intensi­ va, i. e. un grado (cf KrV, B 207). Beck toma esta idea de Prauss (cf Prauss, op.cit., p.l63). 63

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te objetivos en la medida en que se refieren a lo que Kanl llama objetos del sen­ tido interno o lo que anteriormente denominamos objetos subjetivos. Untre ios autores que consideran t]ue el juicio de percepción tiene validez ob ­ jetiva encontramos también a J. Bennett.''^ Este autor hace referencia a la distin­ ción entre juicios de percepción y juicios de experiencia en el marco del análisis de la tesis kantiana según la cual la auto-conciencia es posible sólo para quien tie­ ne experiencia de un mundo objetivo. En primer lugar, Bennett llama la atención sobre las dos nociones de objetividad presentes en el pensamiento kantiano, a las que hicimos referencia anteriormente. Kant emplea el término "objeto" de un mo­ do ambiguo: a veces se lo aplica a los datos o, en general, a cualquier representa­ ción consciente (objeto en sentido débil) y otras veces lo utiliza para designar aquello de lo cual las representaciones son representaciones (objeto en sentido fuerte) (cf. KrV, A 189-90 = B 234-5). Decir que la experiencia supone la referen­ cia a objetos en sentido débil es absolutamente trivial. Lo que Kant pretende pro­ bar, por el contrario, es, según este autor, que tenemos experiencia de un mundo objetivo, es decir, de un mundo de cosas que pueden diferenciarse de nosotros mismos y de nuestros estados internos. Es la objetividad entendida de este modo la que se vincula, en la tesis kantiana, con la posibilidad de la auto-conciencia. De acuerdo con la lectura que Bennett realiza de los textos, esta tesis parece implicar que la unidad de la conciencia supone necesariamente la posesión del concepto de un objeto. Ahora bien, es precisamente la posesión del concepto de un objeto lo que determina, según este autor, la diferencia entre juicios dé per­ cepción y juicios de experiencia. En efecto, mientras que el juicio de percepción consiste en la reunión de representaciones en mi actual estado perceptivo, el jui­ cio de experiencia establece, por el contrario, el enlace de las representaciones en el objeto. Sin embargo, Bennett advierte que también se hace uso del concepto de un objeto en aquellos juicios que Kant propone como ejemplos de juicios de percepción. "Cuando sostengo un cuerpo, siento la impresión de peso" es un jui­ cio objetivo porque emplea el concepto de cuerpo y afirma algo acerca del mun­ do objetivo. Lo máximo que podemos decir para mantener la distinción entre juicios de percepción y juicios de experiencia es que estos últimos poseen un ma­ yor compromiso causal. Los juicios de percepción son pues, según esta interpre­ tación de Bennett, también juicios objetivos y sólo puede establecerse entre ellos y los juicios de experiencia una diferencia de grado. Creo que el modo en que Bennett entiende los juicios de percepción se fun­ damenta en una lectura errónea de las características que Kant les atribuye en P roleg óm en os. Kant no caracteriza los juicios de percepción como aquellos en los que no está presente el concepto de un objeto, sino como aquellos en los que

C f |. Bennett, Kant's Analytic, Cambridge University Press, 1966, reimp. 1986, pp.l 30-133. 64

Sentido interno y juicios de percepción

el enlace de las representaciones no es categorial. Son los conceptos puros del en­ tendimiento los que no se aplican en este tipo de juicio, y es el concepto de o b ­ jeto en gen eral el que está attsente en esta forma de enlace de representaciones, precisamente porque dicho enlace no pretende tener una referencia objetiva, si­ no que meramente expresa el modo en que las percepciones se reúnen en la conl iencia subjetiva. Los juicios de percepción no dicen pues nada acerca del mundo, a pesar de que su formulación pueda hacernos pensar en la aplicación tic algún concepto de objeto. Entre los autores que consideran que las categorías intervienen en ambos ti­ pos de juicio, encontramos, por otra parte, a ). Dotti. En su artículo "La distinción kantiana entre juicios de percepción y de experiencia; problemas y sugestiones'',^® este autor presenta una interpretación de los §§ 18-20 de P roleg óm en os según la cual la transformación del juicio de percepción en juicio de experiencia no da cuenta de otra cosa más que del pasaje de la experiencia vulgar a la formulación de las leyes científicas. Según su opinión, ambos tipos de juicio suponen la sínte­ sis categorial. Siempre estamos ante juicios respetuosos de la objetividad en gene­ ral, tanto cuando nos parece que la conexión es com o la percibimos, com o cuando afirmamos que es como la percibimos. La diferencia radica más bien en ejue el juicio de percepción expresa un primer momento en la formación del sa­ ber particular: aquel que consiste en la captación subjetiva de rasgos de tal o cual fenómeno y en la expresión de mi opinión personal sobre ellos; el juicio de expe­ riencia alude, por el contrario, al momento de la enunciación de una proposición que ofrece la explicación científica de aquello que fue observado en un principio. I,a diferencia entre ambos juicios o, si se quiere, la transformación de uno en otro, no se produce pues por la intervención de las categorías, ya que la síntesis catego­ rial opera desde un primer momento. Dotti advierte que el modo que Kant elige para abordar la cuestión introdu­ ce ciertos problemas en la Deducción Trascendental de P roleg óm en os, puesto c|ue la función del texto es la de legitimar la aplicación de las categorías como condiciones de posibilidad de la objetividad en general. No es éste, en conse­ cuencia, el lugar adecuado para llevar a cabo una justificación del contenido p a r­ ticular de los juicios científicos. Estoy de acuerdo con Dotti respecto de esta última cuestión. En efecto, si lo que se intenta, en este texto, es una explicación del pasaje del saber vulgar al sa­ ber científico, se produce ciertamente una confusión entre distintos planos de le­ gitimación del conocimiento. Creo, sin embargo, que no es ésta la intención de Kant. Si bien algunos de los ejemplos que se proponen como juicios de experien-

C f |. Dotti, "La distinción kantiana entre juicios de percepción y de experiencia; proble­ mas y sugestiones", Diálogos, 51 (1988), pp. 51-67. 65

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cía podrían ser interprelados como leyes científicas, no necesariamente se des­ prende del texto que el pasaje del juicio de percepción al juicio de experiencia de­ ba aludir al pasaje de la doxa a la ep istew e. El juicio "El sol calienta la piedra" no parece, por ejemplo, expresar ninguna ley científica, sino describir un hecho par­ ticular observable. La diferencia con el juicio de percepción correspondiente radicaría en que, en un caso, juzgo sobre mi observación como estado de con­ ciencia y, en el otro, juzgo sobre lo que observo, es decir, le confiero a mi percep­ ción una referencia objetiva. El pasaje de un juicio al otro no parece, por tanto, ser aquel que se daría de la observación de un caso particular a la generalización que permite formular una ley que lo explique. El § 29 evidencia que no se está hablando de las leyes particulares de la naturaleza. Kant, en efecto, expresa que "la regla empírica mencionada precedentemente se considerará, en adelante, co­ mo ley, y no como una ley que valga sólo para los fenómenos, sino C)ue valga pa­ ra ellos en co n sid era c ió n a una ex p erien cia p o s ib le , la cual requiere reglas universales y por tanto necesariamente válidas" (subrayado mío). Este pasaje no está hablando, a mi entender, de la conformación de una ley empírica, sino de las conexiones necesarias que debe haber entre los fenómenos para que los mis­ mos constituyan un mundo objetivo. La legalidad que está en juego es aquella que hace posible la experiencia misma; y es necesaria y universal porque es la condición de posibilidad de la objetividad en general. En contraste con estos autores que defienden, por diversas razones, la objeti­ vidad del juicio de percepción, Prauss subraya la diferencia entre ambos tipos de juicio respecto de su validez.^' A su entender, tal diferencia no es, además, mera­ mente de grado, sino cualitativa. Por cierto, las palabras c[ue Kant emplea pare­ cen sugerir la idea de que los juicios de percepción son válidos en m e n o r m ed id a, ya que se los describe como so la m en te o meramenfe s u b je tiv o s .S in embargo esto no puede entenderse como una diferencia cuantitativa, ya que, si así fuera, es decir, si hubiera distintos grados de validez, debería haber también diferentes grados de verdad o falsedad, a lo cual Kant se opone explícitamente.23 Prauss concluye, pues, c|ue la validez meramente subjetiva de los juicios de percepción debe ser entendida de algún otro modo. En P rolegóm en os, aparece generalmente descrita de un modo negativo, por contraposición a la validez de los juicios de experiencia. En efecto, esta última no significa otra cosa que la va­ lidez universal y necesaria de tales juicios. En la medida en que las Erscbeinun-

Cf. Prauss, op.dt. pp.156-174. Esta opinión es defendida entre otros por Simmel (cf. G. Simmel, "Über den Unters­ chied der Wahrnehmungs und Erfahrungsurteile", Kant-Studien, Bd. I, 1897, pp. 421 y ss.) y por Cassirer (cf E. Cassirer, Substanzbegriff und Funktionsbegriff, Berlin 192.3, p. 325) (citados por G. Prauss, loc. cit.). 23 C f Reflex. 2210 (Ak. XVI 272). 66

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gen son subsuinidas bajo un concepto puro del entendimiento, el juicio de ex­ periencia pretende afirmar algo sobre un objeto que es accesible para cualquie­ ra, es decir, c]ue es intersubjetivo; y el juicio, por tanto, debe también ser válido para cualquiera, concordando, si es verdadero, con cualquier otro juicio verdade­ ro que se enuncie sobre el mismo objeto. El juicio de percepción, por el contra­ rio, enuncia algo sobre mis percepciones entendidas com o determinaciones internas que se me dan en forma inmediata y que son, por tanto, siempre priva­ das y subjetivas. El juicio no hace referencia, en este caso, a un objeto accesible para otros, sino que se refiere a mi propia subjetividad, y es válido, en consecuen­ cia, solamente para mí. La validez subjetiva de los juicios de percepción no debe pues ser interpreta­ da, según Prauss, como un grado de validez inferior, sino como un tipo especial de validez. La diferencia entre validez subjetiva y validez objetiva no es cuantita­ tiva, sino cualitativa, y tiene que ver, de algún modo, con los diferentes ámbitos de "objetividad" a los cuales los juicios hacen referencia: el de las Erscheinungen u objetos subjetivos, en el caso de los juicios de percepción, y el de los objetos constituidos categorialmente, en el caso de los juicios de experiencia.^'* La distinción entre juicios de percepción y juicios de experiencia plantea, co­ mo lo evidencian estas diferentes interpretaciones, serias dificultades de compren­ sión, ya que la ausencia de síntesis categorial en los primeros, y en consecuencia su falta de objetividad, parecen entrar en contradicción con las tesis básicas de la KcV. La caracterización kantiana del juicio de percepción plantea asimismo un se­ gundo problema: si las representaciones presentes en este tipo de juicio no son enlazadas categorialmente, entonces no se entiende cómo pueden quedar referi­ das a la unidad trascendental de la apercepción y cómo puedo llamarlas a todas ellas "mías". Nos reencontramos aquí con el problema, antes mencionado, de la conciencia de las Erscheinungen. Estas últimas, como dijimos más arriba, son ca­ racterizadas como objetos indeterminados de una intuición empírica, en contra­ posición al objeto determinado categorialmente o P h ä n o m en o n . El juicio de percepción no parece ser otra cosa más que la expresión del enlace subjetivo y contingente de las representaciones en el sentido interno a través de la síntesis de la a p re h e n s ió n ,2 5 y se presenta nuevamente entonces, en esta doctrina de los

^'* En el capítulo V propondré una interpretación de la diferencia entre ambos tipos de jui­ cio, alineada en parte con la posición de Prauss. Es preciso, sin embargo, que analice pri­ mero algunos textos agregados en la segunda edición de la KrV, a fin de poder relacionar las características del juicio de percepción con las razones por las cuales nuestros estados internos no pueden alcanzar el status de fenómenos objetivos. Algunos autores consideran que el enlace presente en el juicio de percepción correspon­ de a la sinopsis de la cual habla Kant en la DTA (cf. por ejemplo H. Lde Vleeschauwer, op. cit. il pp. 494 y ss. y M. Caimi, "El aire es elástico" Revista d e filosofía, N° 2 Ed. Univ. Com­ plutense, Madrid 1989 pp.111-113). Creo, sin embargo, que corresponde más bien relacio­ nar el juicio de percepción con la síntesis de la aprehensión, ya que la sinopsis, si bien se 67

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P rolegóm en os, tanto el problema de la objetividad de las Erscheinungen, como el problema de la posibilidad de c:|ue ellas puedan ingresar en la conciencia. Con respecto a este punto, Patón considera que no entraría en contradicción con el idealismo trascendental suponer, sobre la base de algunos pasajes de la KrV, que puedan existir rep resen ta cio n es co n scien tes con independencia del operar del e n te n d im ie n to .L a experiencia, en tanto conocimiento objetivo, re­ quiere la intervención tanto de la intuición cttmo del pensamiento, y supone ne­ cesariamente la aplicación de conceptos a priori. Esto no implica, sin embargo, que las intuiciones mismas no puedan ser de algún modo conscientes inde­ pendientemente de la síntesis categorial. En tal sentido, no toda conciencia, se­ gún Patón, se identificaría con la conciencia objetiva. Patón advierte, sin embargo, que tampoco podemos inferir necesariamente a partir del texto de la fOVque deban existir representaciones conscientes sin intervencicrn de las categorías. Si bien Kant establece en algunos pasajes que los obje­ tos pueden aparecer o darse sin relacionarse con las formas del entendimiento (c f por ejemplo KrV, A 89 = H 122), esto no significa necesariamente cine la initiición sea autctnoma y pueda por sí misma existir en la conciencia sin interven­ ción del pensamiento. Cuando percibimos, por ejemplo, una bola de billar roja, no vemos primero el color y luego lo subsumimos bajo el concepto de sustancia. No hay una relacicnt de sucesión entre los dos m om ejitos (intuición y pensa­ miento), sino que se trata más bien de una tlistincicrn que surge como producto del análisis. Esto no significa, sin embargo, cine sea imposible tener conciencia de una intuición sin pensarla como intuición de un objeto. Así pues, la doctrina expuesta en la KrV n o implica, según Patón, ni la iden­ tificación necesaria de totla forma de conciencia con la conciencia objetiva, ni tampoco la existencia de una conciencia no objetiva qtie se constituya, en forma autónoma, independientemente de la síntesis categorial. Ahora bien, la distinción entre juicios de percepción y juicios de experiencia presente en P r o le g ó m e n o s sugiere explícitamente la posibilidad de que las percepciones puedan ser conscientes independientemente de que se las refiera a un objeto. Patón considera, sin embargo, que el modo en que Kant presenta la

muestra como una forma de enlace prccategorial, tiene lugar meramente a nivel de la sen­ sibilidad. Por el contrario, tanto el enlace presente en el juicio de percepción como la sín­ tesis que se opera en la aprehensión son el producto de un acto espontáneo del entendimiento. Además la conexión de lo múltiple tiene en ambos casos en común el ca­ recer de validez objetiva. Todo esto lleva a pensar que Kant está hablando, bajo diferentes nombres, del mismo enlace subjetivo de representaciones que se muestra como insuficien­ te para dar cuenta de la posibilidad de la experiencia. Por último, en B 160, Kant estable­ ce explícitamente la relación entre aprehensión y percepción cuando afirma que la última es posible gracias a la primera. Cf. Patón, op.cit. I pp. 329-332. 68

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cuestión en este texto es poco feliz. En todo caso, concierne a la psicttiogt'a empí­ rica determinar si pueden existir intuiciones sin referencia objetiva. Sería un error pretender establecer sobre la base de fundamentos a p rio ri si puede haber tal suerte de intuiciones, por ejemplo, en la conciencia temprana de los niños o en estados tales como el del pasaje del sueño a la vigilia o de la vigilia al sueño. Podemos concluir, pues, desde la óptica de Patón, que la existencia de los jui­ cios de percepción no entraría en contradicción con la doctrina del idealismo trascendental, pero, al mismo tiempo, al parecer, no sería un problemática que pueda encontrar respuesta en el marco de esta postura filosófica. Si nos atenemos a los textos, sin embargo, el problema de la posibilidad de una conciencia subjetiva que tenga lugar con independencia de la síntesis categoria! no parece ser, como pretende Patón, una cuestión ajena a la doctrina del idealismo trascendental, sino que, por el contrario, la mayor parte de los pasajes que nos hablan de la posibilidad de esta conciencia conciernen, tanto en la KrV como en los P rolegóm en os, a la deducción trascendental de las categorías, con lo cual es lícito pensar que nos encontramos frente a un problema que está en el núcleo mismo de la teoría kantiana. Por otra parte, en el texto de los P roleg óm en os, no sólo se admite la posibi­ lidad de que las representaciones enlazadas no catcgorialmente sean conscientes, sino que se le confiere a esta suerte de conciencia además cierta autonomía. En efecto, Kant establece en el § 18 cjue "todos nuestros juicios son, prim ero, meros juicios de percepción; valen solamente para nosotros, esto es, para nuestro suje­ to, y sólo d esp u és les damos una referencia nueva, a saber, una referencia a un objeto |... I" (Ak.IV 2 9 8 ) . Los términos “primero" y "después", que presumible­ mente no están dando cuenta de una relación temporal entre ambos tipos de juicio,^^ parecen, no obstante, indicar que la percepción, es decir, esta conciencia que acompaña la aprehensión sucesiva de las Erscheiim ngen en el sentido inter­ no, constituye la forma de "experiencia" más originaria o inmediata; la cual, sin embargo, dado su carácter meramente subjetivo, no es suficiente para explicar la posibilidad del conocimiento objetivo, es decir, la posibilidad de lo que Kant, en sentido estricto, entiende por "experiencia". El pasaje de la "experiencia" interna a la experiencia propiamente dicha, esto es, al conocimiento de un mundo obje­ tivo espacio-temporal, está dado por la intervención de las categorías, la cual hace posible que las representaciones, como meros estados de conciencia subje­ tivos, pasen a ser representaciones de un objeto. Toda la doctrina de los juicios

Subrayado mío. No estoy de acuerdo con Longuenesse, para quien el juicio de percepción es el punto de partida cronológicamente obligado de todo conocimiento objetivo. (B. Longuenesse, "Kant et les jugements empiriques, lugements de perception et jugements d'expérience”, Kant-Studien, 86 (1995), pp. 278-.507). 69

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de percepción parece querer dar cuenta de la relación entre el sentido interno y el sentido externo y de las condiciones que hacen posible el pasaje de la mera conciencia de mi estado al enlace de las representaciones en una conciencia en general, es decir, a la conciencia tie una conexión universal y necesaria de las re­ presentaciones. Las expresiones que aparecen en el texto sugieren la ¡dea de que, de alguna manera, el juicio de experiencia deriva del de percepción. Así por ejem­ plo, en el § 20 Kant afirma que para q u e la p ercep ción p u ed a volverse ex p erien ­ cia, la intuición dada debe ser subordinada a un concepto puro a p r io r i del entendimiento (cf. Ak. IV 300), y más adelante agrega que antes de que el juicio de percepción pueda volverse juicio de experiencia, se requiere primeramente que la percepción sea subordinada a uno de tales conceptos (cf. Ak. IV loe. cit.). Parece haber pues un pasaje del juicio de percepción al juicio de experiencia que se explica por la intervención de las categorías; pero mientras que el juicio de experiencia, en tanto juicio empírico, tiene siempre en su fundam ento una percepción (c f Ak. IV 297), el juicio de percepción, por el contrario, no necesa­ riamente debe volverse un juicio de experiencia (c f Ak. IV 299 nota). Esta con­ ciencia subjetiva de las E rsch ein u n g en que el juicio de percepción expresa aparece, por tanto, gozando de una autonomía que es inexplicable a la luz de las tesis fundamentales de la KrV. Si bien volveré sobre el problema de los juicios de percepción en el capítulo V, extraeré a continuación algunas conclusiones provisorias. Tanto en la doctrina de la triple síntesis como en la de los juicios de percep­ ción aparece la idea de que la experiencia, como síntesis objetiva y categorial de representaciones, presupone otra forma de síntesis no categorial por la cual las representaciones, en tanto estados de conciencia internos, quedan enlazadas de un m odo contingente y subjetivo. Estos estados internos u objetos subjetivos parecen ser el material intuitivo que se presenta "primero" o con mayor inmedia­ tez a la conciencia y a partir del cual es necesario explicar cóm o es posible la cons­ titución de un mundo objetivo, es decir, cuáles son las condiciones que permiten "trascender" esta subjetividad, sin pretender por ello alcanzar un conocim iento de la cosa en s f El enlace subjetivo de las representaciones en el sentido interno se presenta, pues, com o un prerrequisito para que la experiencia tenga lugar, pero, a la vez, se muestra com o un momento insuficiente en sí mismo para dar cuenta de la posibilidad de un conocimiento objetivo. La experiencia no se ago­ ta en la mera conciencia de las representaciones com o estados subjetivos, sino que constituye ella misma una forma de conciencia objetiva, es decir, presupone la posibilidad de que dichas representaciones queden referidas a un objeto, y en­ lazadas en él. Tanto la doctrina de la triple síntesis, que analizamos en el capítu­ lo anterior, com o la doctrina de los juicios de percepción parecen querer dar cuenta de este pasaje de una conciencia meramente subjetiva a una conciencia objetiva, evitando ir más allá de los límites de la experiencia misma.

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Sí’iiiido interno y juicios de percepción

F.sta conciencia subjetiva de las pAScheinungen o lo que podríamos llamar "ex­ periencia interna", que constituye, ni parecer, lo "primero" y lo más originario a partir de lo cual "luego" tiene lugar un conocimiento objetivo, presenta, como vi­ mos a lo largo de este capítulo, un carácter problemático a la luz de la doctrina del idealismo trascendental. Las representaciones, consideradas independientemente de la síntesis categorial, son, según Kant lo afirma explícitamente, para nosotros lo mismo que nada, menos que un sueño. La síntesis a pn'orí operada según los con­ ceptos puros del entendimiento es la condición que permite llamar "mías" a mis representaciones y referirlas a la unidad de mi conciencia. Esta última se presenta como contrapolo de la unidad de las representaciones en el objeto, con lo cual se vuelve incomprensible la posibilidad de una conciencia que no sea objetiva. Creo, sitt embargo, que estas dificultades surgen precisamente de considerar la "experiencia" interna como lo primero y lo más originario. En algunos textos agregados en la segunda edición de la KrV, particularmente en los que hablan de la doctrina de la auto-afección y de la refutación del idealismo, Kant se esfuerza por evitar cjue su teoría sea entendida de esta manera. La "experiencia" interna, lejos de ser lo primero y lo más originario, se muestra allí com o dependiente de la experiencia externa, tanto en lo que hace a su contenido como en lo que con­ cierne a la posibilidad de c]tie el mismo se ordene temporalmente. Sobre la base del análisis de estos textos y teniendo en cuenta la inversión que allí se presenta de la relación entre sentido interno y sentido externo, intentaré más adelante dar respuesta a los problemas que quedaron planteados en este ca­ pítulo, e intentaré mostrar que la doctrina de los juicios de percepción es legíti­ ma y no contradice las tesis fundamentales de la KrV.

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Capítulo III SEN TID O IN TER N O Y A U T O -A FE C C IÓ N

3.1. La doctrina de la auto-afección En la segunda edición de la KrV, Kant agrega dos significativos textos que echan nueva luz sobre su doctrina del sentido interno. El primero de ellos se en­ cuentra en la "Estética trascendental" (cf. § 8 sec. II) y el segundo se encuentra en la DTB (cf. § 24). En estos pasajes, Kant introduce, de un modo sucinto y po­ co claro, la idea de que no sólo existe una afección externa que da lugar a la sen­ sación (E m pfindung) y provee el material a partir del cual el sujeto trascendental constituirá la objetividad,* sino también una afección que podríamos denomi­ nar "interna", es decir, una au to-afección que el sujeto realiza sobre sí mismo y que hace posible que aparezcamos y nos conozcamos como fenómenos.^ Curio­ samente, el yo es, respecto de sí, a la vez activo y pasivo. La intuición sensible

* El origen de este elemento a posteriori que conforma la materia de nuestros conocimien­ tos se muestra como problemático dentro del marco de la doctrina del idealismo trascen­ dental. Kant nos dice en KrV A 19 = B 34 que los objetos nos afectan y que la sensación surge como producto de tal afección sobre nuestra facultad de representar. Podría interpre­ tarse aquí que "objeto" (Gegensfand) significa o bien un objeto trascendente (= cosa en sí), o bien un objeto empírico, es decir, un objeto categorialmente constituido. Ambas inter­ pretaciones, sin embargo, son incompatibles con las enseñanzas de la KrV. Si para dar cuenta de las sensaciones debemos suponer la existencia de una cosa en sí que nos afecta y que es la causa de las mismas, entonces estamos aplicando las categorías de causalidad y existencia a algo que está más allá de los límites de nuestra experiencia. Kant nos dice que la causa trascendente de nuestras representaciones nos es totalmente desconocida y no po­ demos, por tanto, saber qué es lo que este "objeto" desconocido hace o deja de hacer (cf KrV, A 391 y ss.). Si suponemos, por el contrario, que lo que nos afecta no es la cosa en sí sino el fenómeno, entonces caeríamos en el absurdo de afirmar que la causa material de nuestras representaciones surge como producto de la afección de nuestras representaciones mismas sobre nuestra facultad de representar. 2 Me he referido a esta cuestión en C. láuregui, "Auto-afección y sentido interno en la filo­ sofía kantiana", Revista Venezolana d e Filosofía, N° 301 (1994), pp. 89-108. 73

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supone siempre una relación pasiva con respecto a ac]uello que ncrs afecta. Fin es­ te caso, en tanto se trata de la intuición interna-^, lo que nos afecta no es una co­ sa exterior, sino el entendim iento y su poder original de com binar la multiplicidad de la intuición (c f KrV, íf 153). Así pues, nos intuimos en tanto so­ mos interhamente afectados por nosotros mismos. El entendimiento es capaz de determinar internamente la sensibilidad por medio de la síntesis trascendental de la imaginación que es aquí precisamente caracterizada como la "inlluenda sintética del entendimiento sobre el sentido interno" (KrV, B 154).^ Y el tiempo, com o forma del sentido interno, no es otra cosa más que el modo en que recibi­ mos la actividad de nuestra propia mente, y somos afectados, al hacerlo, por ella. Kant se refiere frecuentemente en estos pasajes a la llamada "paradoja del sentido interno". La auto-conciencia empírica supone un desdoblamiento del su­ jeto por el cual el yo no puede auto-intuirse tal como es en sí, sino tal como a p a ­ rece a la sensibilidad interna. El yo empírico es un fenómeno del mismo modo en c|ue lo son los otros objetos de la experiencia. Pero toda experiencia — sea in­ terna o externa— supone siempre, a la vez, un yo sujetó que no es empírico: la subjetividad trascendental como fundamento n o o h je iiv a b le de toda objetivi­ dad. La apercepción trascendental — que Kant llama "pura" precisamente para diferenciarla de la apercepción empírica por la cual somos conscientes de no­ sotros mismos a través del sentido interno (c f KrV, B 132),— es la mera autoconciencia de la identidad del yo en su actividad sintética. En esta representación a p riori del yo lógico, no nos es dado ningún contenido o determinación que nos permita conocerlo.^ El sujeto trascendental que constituye el fundamento de to­ da experiencia no puede, por tanto, convertirse él mismo en un objeto empírico. Sin embargo, es posible auto-experimentarnos a través del sentido interno; pero

^ El carácter interno de la intuición no hace alusión aquí a una interioridad empírica, sino precisamente a que la afección es inmanente, ya que la instancia afectante es el yo mismo (cf. sobre esta cuestión S. Dirschauer, "La ihéorie kantienne de l'auto-affection", Kant-Suidien, 95 (2004), p. 83, nota).. Mientras que en la DTA la imaginación trascendental se presenta como una facultad ori­ ginaria e irreductible que opera la síntesis a priori de acuerdo con los conceptos puros del entendimiento, en la DTB hay, por el contrario, una tendencia a asimilarla con este último (cf KrV, B 162 nota). ^ Kant afirma en los Progresos d e la metafísica que es como lo sustancial que queda cuan­ do se han quitado todos los accidentes, y que ya no puede ser conocido porque eran preci­ samente ellos los que nos permitían conocer su naturaleza (cf Ak. XX 270). Estas palabras deben, sin duda, ser interpretadas metafóricamente. En la medida en que el yo trascenden­ tal es el fundamento último de toda forma de enlace a priori no puede ser él mismo conceptualizado bajo la categoría de sustancia que es precisamente una de tales formas. 74

Semillo interno y auto-afección

este yo transformado en un objeto de intuición no es ya el sujeto trascendental c]ue se encuentra en la base de todo conocimiento — incluso de este auto-cono­ cimiento — ni tampoco el yo en sí qtie es abscrlutamente incognoscible, sino el yo c]ue aparece ante sí mismo como fenómeno. Toda experiencia supone que el objeto sea fenoménicamente dado a la sensibi­ lidad. La experiencia interna supone, pues, también que el sujeto se dé, de algún modo, a sí mismo. Lste "darse" es el resultado de un acto de auto-afección por el cual aparece en el sentido interno lo que Kant llama con frecuencia el "yo empíri­ co" o el "yo psicológico"*’, para diferenciarlo precisamente del sujeto trascendental que permanece siempre no objetivado. Los distintos estados internos dan conteni­ do a esta conciencia que el sujeto tiene de sí mismo. Nuestras representaciones, entendidas no ya como representaciones de objetos espaciales, sino como estados internos de conciencia, constituyen las diferentes determinaciones a través de las cuales podemos auto-objetivarnos como fenómenos, y saber cómo somos. Ahora bien, no sólo se muestra como paradójico este conocimiento inevita­ blemente fenoménico que tenemos de nosotros mismos, sino también el acto por el cual el contenido del sentido interno se hace presente, es decir, el acto de auto-afección. Muy breve es lo que Kant dice al respecto, y la oscuridad de los pa­ sajes en los que se refiere a esta cuestión poco ayuda para comprender en qué consiste aquella actividad citie el sujeto ejerce sobre sí mismo. De acuerdo con lo establecido en el § 24 de la DTB, sabemos, por un lado, que lo q u e afecta al sen tido interno es el entendim iento. Este último, bajo el nombre de "síntesis trascendental de la imaginación", determina internamente la sensibili­ dad y afecta al sujeto pasivo. Tal determinación, por otro lado, es descrita en el § 8 de la "Estética trascendental" como un acto d e p osición d e representaciones: "Ahora bien, aquello que como representación puede anteceder a todo acto de pensar es la intuición, y si no contiene otra cosa m