Seis Articulos Sobre La Frontera Mexico

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Roberto Bardini - rodelu.net

3 de Febrero de 2004 -

La frontera México-EE UU (I)*

Los símbolos y el abismo

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Roberto Bardini

Cuando en la tarde del 7 de junio de 2000 llegué al aeropuerto de San Diego (California) como corresponsal del diario mexicano La Jornada, tenía 51 años de edad y 26 de periodista. Nunca había vivido ni trabajado en Estados Unidos. Hasta esa tarde, creía que ya había visto y oído todo o casi todo. “Una nueva ciudad para conocer y un trabajo tranquilo”, me dije. Estaba en un error, pero entonces no podía saberlo. En las semanas previas a la llegada a mi nuevo destino leí varios libros, informes y material periodístico de archivo para documentarme un poco. En el libro Cruzar la línea, del académico mexicano Jorge Bustamente, me enteré que en septiembre 1969 un juez de California le dijo a un trabajador migrante que comparecía ante la corte de su jurisdicción: “Para la gente mexicana es perfectamente correcto salir y actuar como un animal después de los 13 años. Quizás Hitler tenía razón. Los animales en nuestra sociedad probablemente deberían ser destruidos”. Cuando me faltaban 48 horas para viajar, la prensa informó algo que me resultó insólito. Un ciudadano del estado mexicano de Tamaulipas -en la frontera con Texas- ofrecía públicamente 10 mil dólares de recompensa a quien matara a un agente de la Patrulla Fronteriza estadounidense. La única condición era que el guardia debía ser ultimado en territorio mexicano. Algunos meses después, el hecho no me pareció tan insólito. La única palabra que me vino a la cabeza fue reciprocidad. Ya instalado en San Diego, me contaron que en noviembre de 1988, en las afueras de la ciudad, un paracaidista militar que había sido “cabeza rapada” acribilló de 11 balazos a una joven pareja de trabajadores mexicanos: ella tenía 18 años y él 22. El asesino los mató a sangre fría, porque sí nomás. Durante el juicio, el soldado declaró que odiaba a los mexicanos y que había ingresado al ejército porque estaba seguro que algún día Estados Unidos iba a invadir México. En 1984, un ex guardia estadounidense desempleado consideró que los mexicanos eran http://www.rodelu.net/bardini/bardini46.htm (1 of 3)28/03/2007 11:36:14 p.m.

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culpables porque él no encontraba trabajo. Se vistió con un uniforme camuflado, entró con un rifle de alta potencia a un McDonald's de San Ysidro (ciudad californiana vecina de Tijuana) y masacró a 22 inmigrantes. Buen comienzo, me dije. Alquilé un pequeño departamento en el barrio mexicano de Golden Hills y, mientras estudiaba un plano de San Diego y un mapa donde aparecían los más de 3 mil kilómetros limítrofes entre un país y otro, casi me frotaba las manos. Aún me faltaba ver la aduana de San Ysidro-Tijuana, el paso fronterizo más transitado, vigilado, militarizado y mortífero del mundo, donde se registran 70 millones de entradas y salidas anuales de personas. También me faltaba recorrer la barda metálica de tres metros de altura que separa a México de Estados Unidos (erigida después de la caída del Muro de Berlín), asomarme a uno de los desiertos más áridos del planeta, espiar desde los cañones de piedra las incursiones de la Patrulla Fronteriza, observar los rostros indiferentes de los mexicanos deportados hoy y que intentarán cruzar dentro de una semana o la próxima. Lo incomprensible -o perverso- es que se trata de dos países que no sólo no están en guerra sino que mantienen excelentes relaciones diplomáticas y comerciales. ¿No habían firmado el primer día de 1994 el Tratado de Libre Comercio de América del Norte? ¿No estaba toda la línea fronteriza mexicana sembrada con maquiladoras de capital estadounidense? Recordé un libro de un periodista inglés que había leído más de diez años antes. El contenido no viene al caso pero su título me resulta inolvidable: Vecinos distantes. Permanecí en San Diego hasta diciembre de 2000, aunque me hubiera gustado quedarme más tiempo. En el avión que en la víspera de Nochebuena me llevaba de regreso a la ciudad de México pensé que seis meses antes me había equivocado. Hasta entonces, no había visto ni oído todo o casi todo. Aún me faltaba bastante. Supe que hay cuatro formas de ver la frontera norte. Una es la distante óptica del ámbito diplomático, con sus declaraciones conjuntas y acuerdos binacionales: mucho ruido y pocas nueces. Otra es la visión del incontaminado mundo académico, con sus análisis, diagnósticos y estadísticas que motivan tanto como tener un pescado muerto en la mano. La tercera manera son las noticias breves que se publican irregularmente en los periódicos; leyéndolas, uno siente la mismo entusiasmo que cuando ojea las páginas de un directorio telefónico. Finalmente, ahí está la violenta realidad cotidiana en el lugar de los hechos. Eso era lo que me faltaba ver y eso es lo que quiero relatar. Y si al lector aún le queda un poco de paciencia, le pido que lea el párrafo que sigue (pertenece a un insólito ensayo que encontré navegando por Internet): “La analiticidad de los factores de la migración clandestina dependen, en gran medida, de la conceptualización que hagamos. Paralelamente, la analiticidad de los conceptos dependerá, así mismo, de la capacidad que tengan para describir y categorizar los componentes básicos de los factores a

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analizar. Cualquier realidad o fenómeno debe ser conceptualizado rigurosamente; de lo contrario su analiticidad será problemática o, llegado el caso, imposible. Esto exige que alimentemos los conceptos con toda la nueva información que vayamos recabando en nuestra investigación. Un proceso dialéctico, de constante retroalimentación, entre la realidad y el concepto que da cuenta de ella. Sin embargo, la analiticidad de los fenómenos/realidades culturales es más compleja, si cabe, por la dimensión simbólica. Ésta obliga a manejar factores que hablan del significado y del sentido del comportamiento humano. Una información que suele estar presente, pero no de manera obvia, y cuya analiticidad (posibilidad de ser analizada) depende de que sepamos anudar y desanudar datos que se muestran fugaz y densamente, metafórica y ambiguamente, elusiva y contradictoriamente… en el abismo de los símbolos”. Pido disculpas al lector por el momento que acabo de hacerle pasar. El ensayo -o lo que sea- está firmado por el doctor Guillermo Alonso Meneses y lleva el menudo título de “Migra, coyotes, paisanos y muertitos: sobre la analiticidad y el sentido de ciertos factores de la migración clandestina en la frontera norte”. La frontera que yo vi, viví y sufrí en el 2000 no me impulsó a teorizar, ni me sugirió pensamientos demasiado elaborados. Más bien, me desencadenó sentimientos tan fuertes como los de mi época de corresponsal en América Central y Medio Oriente en los años 70 y 80. El periodista argentino Jorge Ricardo Massetti decía que el mundo se divide entre “los que lloran y los que luchan”. Sólo le faltó agregar a “los que analizan”. Y analizan, analizan, analizan. Ahora dejemos de lado los “símbolos” y saltemos al abismo. Próxima nota: Tres puntos de entrada al “sueño americano” * Primero de una serie de seis artículos © Roberto Bardini Copyright © 2003 Movimiento Bambú [email protected] Bambú Press está contra lo «políticamente correcto», el «pensamiento único» y la «globalización» impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.

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Roberto Bardini - rodelu.net

10 de Febrero de 2004 -

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La frontera México-EE UU (II)*

Tres puntos de entrada al “sueño americano” Roberto Bardini

Solo voy con mi pena sola va mi condena correr es mi destino para burlar la ley perdido en el corazón de la grande Babylon

me dicen el clandestino por no llevar papel. Pa’una ciudad del norte yo me fui a trabajar. Manu Chao

El Cañón Zapata, Las Vías y el canal Río Tijuana son tres puntos geográficos del lado mexicano, a pocos metros de la ciudad californiana de San Ysidro, en la frontera con Estados Unidos, que para algunos hombres constituyen la antesala de un posible paraíso económico. Pero desde 1994, cuando Estados Unidos puso en marcha la Operación Guardián, esa antesala está rigurosamente vigilada y la espera puede prolongarse varios días y largas noches, en un real descenso a los infiernos, donde el hambre duele y el frío cala los huesos. La propaganda turística de Tijuana asegura que es “la ciudad más visitada del mundo”. Habría que agregar que también es la línea internacional donde más personas pierden la vida al año. Las víctimas, en su abrumadora mayoría, son de nacionalidad mexicana. “Hace diez años, más de mil personas esperaban aquí cada noche para cruzar al otro lado. Y cruzaban, nomás. Pero ahora es imposible, por la enorme vigilancia tecnológica que han desplegado las fuerzas de seguridad de Estados Unidos”, dice el comandante José María Salazar, jefe del Grupo Beta en Tijuana. Esta fuerza forma parte de los Grupos de Protección a Migrantes creados en 1990.

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En 2000 el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) deportó a México a un millón y medio de ciudadanos. Un gasto y un esfuerzo inútiles, porque en el permanente tira y afloja de un lado y otro de la frontera los más experimentados no renuncian: el regreso forzado a territorio mexicano es parte de las dificultades del cruce. Estadísticas de organismos de derechos humanos indican que siete de cada diez migrantes devueltos intentarán cruzar la línea a la semana siguiente. Los indocumentados reportan 30 puntos de entrada. La cantidad varía: según la época, dejan de pasar por algunos lugares y se encaminan hacia otros. Depende del aumento o descenso en la vigilancia de la Patrulla Fronteriza. Tijuana ha disminuido su importancia, desplazada por las pequeñas ciudades de Tecate y Mexicali. Generalmente, antes de volver a intentarlo, los migrantes permanecen de tres a cuatro días en la localidad fronteriza elegida para el cruce. Los estados de California y Baja California están unidos –o separados– por 224 kilómetros de frontera. En 1994 había mil 475 agentes patrulleros desde San Diego hasta Yuma. En 1999 eran 2 mil 855, el doble. Son las ocho de la noche y estamos con el antropólogo Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de Tijuana, en el famoso Cañón Zapata, a un costado en la colonia (barrio) Libertad. El asentamiento es un conglomerado precario de casas de chapa, madera y tela, con retorcidas calles de tierra que suben y bajan sin alumbrado eléctrico, ubicado en una loma por donde pasa la línea fronteriza. Se cuenta que los primeros habitantes de esta colonia fueron patriotas mexicanos que a principios de siglo estaban exiliados en Estados Unidos y que regresaron al triunfar la Revolución de 1910. Hoy nadie retorna a Libertad. Por el contrario, ahora es un lugar de vigilia para pasar furtivamente a territorio vecino, como lo atestigua la presencia de una docena de hombres de diversas edades que esperan en la oscuridad, fuman en silencio y nos observan con desconfianza. “Esta noche cruzamos o, a más tardar, mañana: los mexicanos somos buenos para correr”, nos dice al rato un joven con acento guatemalteco o, quizá, hondureño. En la frontera, ha explicado el comandante Salazar antes de venir a este paraje en penumbras, nadie se identifica como centroamericano. Todos dicen que son de Tabasco, Chiapas o Veracruz. Quince años atrás, los niños de la colonia Libertad arrojaban desde lo alto llantas encendidas, piedras y palos a la Patrulla Fronteriza, mientras oleadas de cien o 200 hombres y mujeres se lanzaban a toda carrera cuesta abajo al grito de “¡Viva Zapata, cabrones!”, y se perdían en la noche. Ahora no es tan fácil, porque hay un muro metálico de tres metros de alto, construido con planchas que fueron usadas por el ejército estadounidense en la operación Tormenta del Desierto, durante la Guerra del Golfo Pérsico en 1991. La valla fue instalada por el Primer Batallón de Construcción Anfibia de la Guardia Nacional. Inicialmente se utilizaron 12 soldadores para unir las primeras cien yardas. Luego, llegaron 20 ingenieros de la Guardia Nacional de Missouri. Las láminas de metal se utilizaban en Irak, Kuwait y Arabia Saudita como pista de aterrizaje para aviones de transporte de tropas y para que las orugas de los tanques pudieran desplazarse por la arena. Nueve años después, esas http://www.rodelu.net/bardini/bardini47.htm (2 of 5)28/03/2007 11:36:32 p.m.

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planchas tan efectivas en aquella región árabe fueron recicladas y se emplean en un conflicto de baja intensidad con un país vecino al que se supone amigo y socio comercial. El congresista republicano Duncan Hunter, de California, fue uno de los más entusiastas patrocinadores de la barda metálica. Tan entusiasta que pretendía que se extendiera desde el océano Pacífico hasta el Golfo de México, en el Atlántico. Es decir, proponía “sellar” los 3 mil 200 kilómetros de frontera de un extremo a otro. Algunos opositores al proyecto del representante consideraron que equivalía a la construcción de una especie de Muro de Berlín. Se equivocaban: Hunter aspiraba a erigir una réplica de la Gran Muralla china. La valla tiene una extensión de 27 kilómetros desde la playa, en el océano Pacífico, hasta la zona de Tecate y Mexicali, hacia el este, donde ya no es necesaria: ahí sólo hay desierto, piedras y alimañas, y no se encuentra ni una sola gota de agua. Durante el día, además, la temperatura sube a 50 grados centígrados, y en la noche desciende a bajo cero. Se corre el riesgo de muerte por deshidratación o por frío. Del otro lado de la barda, la Guardia Nacional estadounidense construyó una hondonada de 50 metros de profundidad y, más atrás, un terraplén en el que hay reflectores de diez metros de alto, potentes como los de un estadio de fútbol o un aeropuerto. La luz de estos reflectores de alta intensidad, instalados en 1992, hacen que no exista diferencia entre el día y la noche. Más o menos cada 100 metros se encuentran estacionadas camionetas de la Patrulla Fronteriza con las luces de posición encendidas. Un poco más lejos, ocultas en las sombras de los cañones, están las veloces motos de cuatro ruedas aptas para todo terreno. Además de los oficiales de la Aduana, la Patrulla Fronteriza y el Servicio de Inmigración y Naturalización, explica Salazar, todas las corporaciones de seguridad están desplegadas en la frontera. También están la Policía de San Diego, la Patrulla de Caminos y los alguaciles del sheriff. El jefe del Grupo Beta dice que de los 10 mil agentes que la Patrulla Fronteriza tiene en todo el país, 2 mil 200 están en la línea divisoria con Tijuana. “Todos a la caza del indocumentado”, agrega Clark Alfaro. El antropólogo es profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Estatal de San Diego y acostumbra traer a sus alumnos californianos en este recorrido, con la intención de sensibilizarlos en relación con sus vecinos del sur. De ahí nos vamos, custodiados por dos agentes del Grupo Beta con pistolas calibre 45 en el cinturón, hacia el canal Río Tijuana, otro viejo lugar de paso por el cual hoy es muy difícil cruzar a Estados Unidos. Actualmente el canal está seco. En la mitad mexicana, el lecho está asfaltado; la mitad estadounidense es un pestilente depósito de fango y aguas negras, iluminado por reflectores como de campo de concentración que se levantan detrás del muro metálico. “Aunque parezca mentira, hay gente que se baña ahí”, comenta Salazar. Un agente me codea y señala con su brazo la zona oscura del canal. A lo lejos, algunas siluetas humanas se mueven furtivamente en fila india.

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El recorrido concluye en un paraje conocido como Las Vías o El Bordo, una elevación frente a la colonia Cuauhtémoc. Los rieles, oxidados y en desuso desde hace varios años, mueren en la barda metálica levantada por el país vecino. En la oscuridad, apoyados en el muro o sentados sobre periódicos y cartón, hay diez hombres sin rasurar y con la misma ropa de hace varios días, que se sobresaltan al vernos llegar. El lugar huele a excremento y orín. Clark Alfaro les pregunta de dónde vienen y si esperan desde hace mucho tiempo. Algunos nos piden cigarrillos y, al rato, vencida la desconfianza, uno de ellos hace la misma afirmación que escuchamos antes: “A la madrugada cruzamos”. A estos hombres anónimos se les sigue llamando los wet backs (“espaldas mojadas”), como los que a partir de la década del 60 cruzaban a nado el río Bravo. Los agentes de la Patrulla Fronteriza y los rancheros racistas también los denominan brownies (“oscuritos”). Los observo y siento una mezcla de lástima, vergüenza, impotencia y odio. Me siento culpable por haberme bañado y rasurado por la mañana, por estar relativamente bien vestido, por llevar en el bolsillo de la camisa una cajetilla casi repleta de cigarrillos, por exhibir mi libreta de apuntes y la grabadora. Entre enero y septiembre de 2000 murieron 388 migrantes mexicanos en la frontera: uno cada 16 horas. Para decirlo de otra manera: en ocho meses dejaron de existir muchos más seres humanos que los que perdieron la vida al intentar cruzar el Muro de Berlín durante las tres décadas de guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Recuerdo que pocos meses atrás, Luis Herrera Lasso, ex cónsul general de México en San Diego, me había comentado que una de sus principales tareas “diplomáticas” era recoger cadáveres de desconocidos, tratar de identificarlos y repatriarlos a su tierra de origen. Una grieta entre las planchas de metal deja ver, 100 metros más abajo, las luces del puesto fronterizo de San Ysidro, con varios carriles para vehículos y las casetas que permanecen abiertas las 24 horas del día. La ciudad fue fundada en 1909 por William Smythe, un urbanizador de San Diego, como una colonia agrícola autosustentable, llamada originalmente Little Landers. La localidad tomó el nombre de San Ysidro Labrador, nacido en Madrid en el siglo 12. Se dice que Ysidro era un agricultor sin educación pero profundamente devoto, que vestía como un ermitaño y, en su afán de agradar a Dios, trabajaba incluso los domingos. El Señor lo castigó en dos ocasiones por no descansar al séptimo día: la primera vez con una plaga de langostas y la segunda con lluvias torrenciales que espantaron sus ovejas y arruinaron sus cultivos. A pesar de estas amonestaciones, Ysidro continuó trabajando los domingos hasta que el Creador lo amenazó con enviarle “malos vecinos”. Fue entonces cuando el agricultor decidió obedecer. Tijuana y San Ysidro eran prácticamente una sola ciudad. Pero como sucedió con Berlín durante los años de la Guerra Fría, se dividió con un muro excluyente. Hoy es un punto de encuentro y desencuentro, donde contrastan el primer y el tercer mundo. La frontera que nunca duerme se impone: atrae o expulsa a los “sin papeles”. Existen pocos puntos fronterizos en el mundo con la disparidad que comparten Estados Unidos y México. Es una zona de paso, en la que de un lado se encuentra la potencia más rica del planeta y del otro un país en el que casi el 80 por ciento de sus habitantes vive en una situación de pobreza.

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Me asomo a la grieta entre las planchas metálicas. Abajo, en la garita de control aduanal, los agentes norteamericanos piden documentos a los conductores, iluminan con linternas a sus acompañantes, revisan las cajuelas traseras. Sobre la garita, un cartel luminoso con letras verdes parpadea en inglés y español: “Los perros están trabajando. No los acaricie ni les de alimentos”. El aviso se refiere, desde luego, a los canes entrenados para detectar droga oculta en compartimientos secretos de los automotores. Anterior: I - Los símbolos y el abismo Próxima nota: Grupo Beta, guardias de frontera “eficientes y honestos” * Segundo de una serie de seis artículos © Roberto Bardini Copyright © 2003 Movimiento Bambú [email protected] Bambú Press está contra lo «políticamente correcto», el «pensamiento único» y la «globalización» impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.

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17 de Febrero de 2004 -

La frontera México-EE UU (III)*

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Grupo Beta, guardias de frontera “eficientes y honestos” Roberto Bardini

“Somos una nueva generación de policías en México, sin equivalente en ninguna frontera del mundo”, afirma José María Salazar, jefe del Grupo Beta en Tijuana. En una pared de su oficina, ubicada junto a las rejas metálicas de la línea fronteriza con Estados Unidos, por la que diariamente entran y salen miles de personas, cuelga un cuadro con la frase: “El Grupo Beta probablemente sea el cuerpo policial más eficiente y honesto que opera actualmente en el país”. Sobre el escritorio de Salazar hay una pequeña cartilla de 28 páginas, titulada Guía de derechos humanos para migrantes. La tomo y echo un vistazo. En la página 17, un dibujo muestra dos personas que se protegen detrás de un fornido agente de civil, quien viste una camiseta con la leyenda “Beta” y se enfrenta a un maleante armado. En la misma hoja está escrito: “¿Te encuentras en peligro? Tanto en el norte como en el sur de México existen los Grupos de Protección a Migrantes, que están para protegerte de la violencia y los abusos”. Salazar reconoce: “La verdad es que todos se aprovechan de los migrantes, incluyendo a algunos malos policías, agentes de Migración y elementos del Ejército”. El policía evita cuidadosamente utilizar palabras como “ilegal” o “indocumentado”, acorde con otra frase enmarcada en su despacho: “Para el gobierno mexicano, ni los migrantes extranjeros que ingresan al país, ni los migrantes mexicanos que salen de él, son ilegales”. Los Grupos de Protección a Migrantes se crearon el 29 de agosto de 1990, con 45 integrantes: 15 del Instituto Nacional de Migración, igual número de la Policía Ministerial del Estado y otro tanto de Seguridad Pública Nacional. “El Grupo Beta es una fuerza municipal, estatal y nacional. Su principal tarea es asesorar, apoyar y proteger a los migrantes”, explica el jefe del Grupo Beta en Tijuana. http://www.rodelu.net/bardini/bardini48.htm (1 of 3)28/03/2007 11:36:43 p.m.

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Quizá lo que efectivamente hace original a esta fuerza de tareas, y la diferencia de otras policías fronterizas del mundo, es que trabaja en coordinación con diversas instituciones oficiales y privadas: Relaciones Exteriores, la secretaría de Salud y la Procuraduría General de la República (fiscalía). También coordina su acción con organizaciones no gubernamentales, grupos de derechos humanos, organismos de protección a la mujer, el Ejército de Salvación y la Asociación Cristiana de Jóvenes, conocida internacionalmente por sus siglas en inglés: YMCA. Todas estas instituciones procuran alojamiento, asistencia médica y alimentos a los migrantes mexicanos y centroamericanos rescatados del desierto, asaltados por forajidos o deportados por el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) de Estados Unidos. “El SIN y la Patrulla Fronteriza no ven al migrante como una persona pacífica que llega a trabajar; lo consideran un criminal, ni siquiera un delincuente”, declara Salazar. “Delincuente es alguien que comete un delito, que puede ser menor; criminal, en cambio, es alguien que ejerce un acto violento, un hecho de sangre.” Existen diez Grupos Beta, repartidos en Baja California, Sonora, Tamaulipas, Chiapas y Tabasco, aunque su prestigio no es parejo. Se han divulgado denuncias de que en Mexicali, por ejemplo, hay un grupo denominado Alfa que “cobra peaje” a los polleros o coyotes que transportan a indocumentados a territorio estadunidense y extorsionan a los migrantes que intentan cruzar la frontera por su cuenta. La fuerza adquirió triste notoriedad el 8 de junio de 2000, cuando un equipo de televisión de Matamoros (Tamaulipas), registró las imágenes de dos indocumentados que se ahogaban en el río Bravo al intentar huir de la Patrulla Fronteriza de Brownsville (Texas), ante el escaso o nulo esfuerzo por rescatarlos de integrantes del Grupo de Protección a Migrantes de la región. El video muestra a dos jóvenes que pierden la vida mientras los agentes se demoran en arrojarles una cuerda desde la orilla y evitan mojarse los pies. Para colmo, después trascendió que ninguno de los policías sabía nadar. El antropólogo Víctor Clark Alfaro, profesor del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de San Diego y director del Centro Binacional de Derechos Humanos de Tijuana, opina que el Grupo Beta de esta ciudad cumple una función positiva y no ha sido corrompido. “Me refiero específicamente a la fuerza en Tijuana, donde me consta que desarrolla una labor eficiente”, aclara el profesor, quien facilitó la entrevista con José María Salazar. “Tengo entendido que en otros lugares hay malos elementos dentro de las filas del grupo, que le dan una imagen verdaderamente vergonzosa”. Del activista por los derechos humanos no puede decirse que sea miedoso o intente quedar bien con la autoridad: desde hace años ha denunciado públicamente a contrabandistas de armas, narcotraficantes y funcionarios corruptos, entre ellos policías, oficiales de aduanas y agentes migratorios. En dos ocasiones sufrió atentados contra su vida. Actualmente se desplaza con un custodio armado. Anterior: II - Tres puntos de entrada al “sueño americano” Próxima nota: IV - Un contrabandista legendario

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* Tercero de una serie de seis artículos © Roberto Bardini Copyright © 2003 Movimiento Bambú [email protected] Bambú Press está contra lo «políticamente correcto», el «pensamiento único» y la «globalización» impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.

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3 de Marzo de 2004 -

La frontera México-EE UU (IV)*

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Un contrabandista legendario Roberto Bardini

Le dicen Don Victoriano pero su nombre es otro. Es difícil calcular su edad, que quizá oscila entre los 50 y los 60 años. Su aspecto físico y su vestimenta no llaman la atención: pasa desapercibido en cualquier calle de Tijuana, donde se le puede confundir con un campesino, un artesano o un comerciante de baratijas. Hoy lo ves y mañana no te acuerdas de él. Don Victoriano es respetuoso y muy discreto. De antemano, establece las reglas del juego. Pide que no se grabe su voz, ni se tomen apuntes, ni se saquen fotografías. De todos modos, habla poco y hay que extraerle las palabras con pinzas y buenas maneras. Y cuando habla, no le gusta hacer revelaciones: no da nombres, no indica fechas, no señala lugares. Si lo hiciera, quizá rodarían por el suelo varias cabezas de policías, funcionarios aduanales y agentes de migración de esta ciudad, y él se quedaría sin el trabajo que ha desarrollado en los últimos 30 años. Las reglas del juego ya me las había explicado, media hora antes, el hombre que facilitó la entrevista: el antropólogo social Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de Tijuana Desde 1970, don Victoriano está al frente de una “agencia de viajes”. Traducido en el argot de la frontera, quiere decir que es un pollero o coyote. En otras palabras, es un contrabandista de personas indocumentadas, a las que ayuda a cruzar furtivamente a Estados Unidos. Integra un submundo ilegal al que acuden los decididos a pasar al otro lado cueste lo que cueste, un ambiente clandestino que todos conocen y las autoridades toleran, un consulado fuera de la ley que otorga visas sin papel ni sellos. Gajes del oficio

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La denominación coyote (del náhuatl, cuacoyotl) adquiere relieve a partir de 1964, al concluir el Programa Bracero. En el lenguaje del bajo mundo fronterizo, el coyote o pollero se llama “guía”. Un “mueble” es un vehículo traído “del otro lado”, y un cliente que no paga es una “piedra”. A las casas de seguridad y hoteles de tercera categoría cuyos dueños están de acuerdo con los polleros se les dice “clavaderos”. La conexión mafiosa que traslada a ciudadanos chinos desde Cancún hacia Estados Unidos, vía Tijuana, se conoce como “Expreso de Oriente”. Con el tiempo, la división del trabajo en esta actividad semiclandestina se ha vuelto más especializada. El “talonero”, por ejemplo, es la persona que consigue clientes en la calle, en la terminal de autobuses o en el aeropuerto. El “checador” es el encargado de ir adelante del grupo de indocumentados, equipado con largavistas y teléfono celular o walkie-talkie, para avisarle al “guía” si la migra se encuentra en el trayecto. Algunos malos polleros están coludidos de antemano con “bajadores” o “asaltapollos”, delincuentes que maltratan y asaltan a migrantes e, incluso, violan mujeres. Sólo en Tijuana, existen alrededor de 150 bandas de coyotes. Conocen los puestos de control de la Patrulla Fronteriza a lo largo de Tijuana, Tecate y Mexicali. Se desplazan por autopistas de varios carriles, rutas secundarias, caminos de tierra y senderos del desierto. Todos se vanaglorian de reconocer cada piedra en este vasto territorio de cañones y hondonadas, poblado de serpientes y alacranes, donde las temperaturas son extremas y no se encuentra una gota de agua. Don Victoriano muestra con orgullo una cicatriz en un brazo, que va desde la muñeca hasta el codo, pero no aclara si es herida de bala, de cuchillo o accidente de carretera. “Son gajes de este oficio”, se limita a comentar. Cuenta que ha estado varias veces preso en Estados Unidos y que actualmente uno de sus hijos cumple una condena de tres años en una cárcel de Los Ángeles por transportar migrantes ilegales. “Riesgos de la profesión”, reitera con fatalismo. El hombre habla de pie, apoyado en el mostrador de Las Guacamayas, una modesta casa de comidas con apenas cinco mesas. La dueña, doña Cora, es una pollera retirada llena de nietos. La única condición que la mujer impuso para prestar el lugar fue consumir algún refresco o cerveza. Y, por supuesto, no tomar fotos. Las Guacamayas está en una colonia que nunca duerme: la Coahuila, la zona roja de Tijuana. La calle “cagüila”, como se la denomina popularmente, se extiende paralela a la línea fronteriza. Está llena de bares de mala muerte, hoteluchos de quinta categoría, table dances, sórdidos cabarets y prostíbulos donde la vida no vale ni una moneda partida por la mitad. Hasta hace algunos años aquí estaba la famosa cantina La Ballena, cuya barra de bebidas pudo haber ingresado al libro de los récords Guinness porque era la más larga del mundo: medía casi una cuadra. Los fines de semana o días feriados alrededor de mil 500 estadounidenses -la mayoría jóvenes entre las edades de 18 y 25 años- cruzan la frontera para divertirse. Compran artículos regionales o baratijas, asisten a espectáculos de strip tease, van a prostíbulos, http://www.rodelu.net/bardini/bardini49.htm (2 of 6)28/03/2007 11:36:54 p.m.

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se emborrachan. Según estadísticas de Instituto Pro-Salud, la mayoría regresa con un nivel de alcohol en la sangre por encima del permitido por la ley. Algunos vuelven con un ojo hinchado o un diente menos; todos, con las billeteras casi vacías. Es de noche. En las esquinas merodean individuos con innecesarios lentes oscuros. Por la calle pasan automóviles con música a todo volumen. En las aceras, mujeres jóvenes con escotes largos y faldas cortas ofrecen públicamente sus destrezas privadas a turistas, parranderos locales y soldados estadounidenses de licencia, todos repletos de alcohol y fantasías triple X. Aquí, contagiarse una enfermedad venérea o sida no es un riesgo; es una posibilidad casi segura. “¿Marihuana? ¿Coca?”, ofrecen en voz baja algunos muchachos. “¿Crack? ¿Heroína?”. La ciudad más visitada del planeta En 1889, Tijuana era una pequeña localidad vinculada al negocio de bienes raíces en el sur californiano. En 1910, el lugar cuenta con apenas 700 habitantes. La prohibición de vender de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos entre 1919 y 1933 (Acta Volstead o “Ley Seca”) favorece económicamente a la ciudad. Residentes de San Diego, Los Ángeles y San Francisco llegan al poblado fronterizo atraídos por el alcohol, las corridas de toros, los juegos de azar y otro tipo de diversiones menos públicas. En 1927 se inaugura el Hotel y Casino de Agua Caliente. Al año siguiente, el hipódromo y un campo de golf. Y al otro, el balneario y un galgódromo. En la época de la “Ley Seca” vienen estrellas de cine, magnates y jefes de la Mafia. Con menos dinero, pero con el mismo afán de gastar, también llegan soldados y marineros norteamericanos, ya que en San Diego se encuentra la base naval militar más grande de Estados Unidos. La ciudad tiene ofertas para todos los gustos y posibilidades; despluma a unos y otros.

Hasta entonces Tijuana era casi una deprimente “ciudad perdida”. El Hotel y Casino Agua Caliente emplea a mexicanos pobres como meseros, ayudantes de cocina, lavaplatos, mandaderos, cantantes con guitarra y hasta mariachis. Es ahí donde comienza a cantar Margarita Cansino, una joven desconocida; con los años se convertirá en Rita Hayworth, una de las más atractivas actrices de Hollywood. En la década del 30 la prosperidad se interrumpe momentáneamente. El gobierno mexicano nacionaliza varias empresas estadounidenses y prohíbe los juegos de azar. Poco antes, a causa del crack de 1929 en la Bolsa de Wall Street y la llamada Gran Depresión, son deportados muchos mexicanos que residían y trabajaban “del otro lado”. Los recién llegados se establecen en Tijuana y levantan sus casas en la colonia Libertad exactamente en el límite entre los dos países. En 1941, con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, se reinicia el auge de la ciudad fronteriza. Tijuana vuelve a ofrecer esparcimiento al numeroso personal militar de la base de San Diego. Al año siguiente comienza el Programa Bracero: miles de mexicanos de todo el país aportan mano de obra temporal en las tareas

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agrícolas de los campos californianos. En la década del 40, la población prácticamente se triplica de 22 mil personas a más de 65 mil. Cuando el programa concluye en 1964, muchos se quedan como residentes permanentes. Tijuana está ubicada a sólo 16 kilómetros al sur del centro de San Diego. La promoción turística dice que es “la ciudad más visitada del planeta”. Estadísticas del Instituto Nacional de Migración señalan que aquí llegan ciudadanos de más de 50 países. Lo que no dicen ni la propaganda ni los datos oficiales es que muchos de esos visitantes arriban con la idea de cruzar ilegalmente “la línea” y que polleros como don Victoriano actúan como verdaderas agencias de viaje hacia Estados Unidos -e incluso Canadá- con el lema “viaje ahora... y pague después”. Es la estación final antes del sueño americano, que muchas veces termina en pesadilla. El traslado de mexicanos rumbo a Estados Unidos no tiene comparación con ninguna frontera del mundo. El contrabando de indocumentados es la actividad ilegal más rentable en México después del narcotráfico. Según las autoridades de uno y otro lado de la frontera, el tráfico clandestino de inmigrantes es un negocio que representa entre 250 y 300 millones de dólares anuales. Probablemente se queden cortos en el cálculo. Fuentes de la cancillería mexicana estimaban a principios de 2000 que en Estados Unidos viven alrededor ocho millones y medio de compatriotas. Tres millones de ellos -más de la tercera parte- sin documentos de residencia legal. Un 66 por ciento de los trabajadores agrícolas de origen mexicano en California son indocumentados.

Cerca de un millón y medio de mexicanos son arrestados cada año por el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) al intentar cruzar la frontera. A partir de 1994, el aumento de la vigilancia y el endurecimiento de los controles lo único que lograron fue elevar las tarifas de los polleros: antes pedían 200 o 300 dólares por cruzar; ahora, la tarifa oscila entre mil o mil 500 dólares. Durante décadas -y a pesar de los acuerdos entre los gobiernos de México y Estados Unidos, los sucesivos encuentros binacionales y las medidas conjuntas- la migración ilegal es un fenómeno que ningún muro de acero o patrulla fronteriza ha logrado detener. Por el contrario, aumenta día a día. El mundo de la diplomacia y el submundo de la frontera constituyen dos realidades muy diferentes. Se deslizan por carriles paralelos y distintos. Marchan juntos, pero en sentido contrario, y nunca se tocan. Un personaje de leyenda Luego de 30 años de ganarse la vida como pollero, don Victoriano asegura que tiene un prestigio que defender y se vanagloria de que nunca perdió “un cargamento”. “Desde Ecuador para arriba, he transportado gente de todos los países que están en el trayecto y, gracias a Dios, nunca abandoné a nadie a mitad del camino: mis pasajeros siempre llegaron sanos y salvos”. Relata que más de una vez, al llegar a su destino en Los Ángeles o “más al norte”, algún migrante indocumentado le confesó que no tenía la mitad de dinero que faltaba pagar. En

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esos casos, cuenta, “les doy cinco o diez dólares de mi propia bolsa y les deseo que el Señor los ayude”. Según el antropólogo Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de esta ciudad, los coyotes “son seres casi mitológicos” de la frontera, y cuando son honestos, como don Victoriano, “cumplen una verdadera función social”. El profesor considera que don Victoriano es un personaje legendario de Tijuana y sus alrededores, famoso por su eficiencia. Desde luego, aclara, hay muchos coyotes deshonestos que abandonan a sus clientes en el desierto y los dejan librados a su suerte, o les roban sus pocas pertenencias. Los migrantes ilegales son los seres humanos más desprotegidos de la región, dice el antropólogo: “Los policías los extorsionan, la migra los denigra, los bandidos los asaltan y muchos coyotes los estafan”. “Es gente sin experiencia, que quiere hacer dinero fácil”, interviene don Victoriano. “Desprestigian a este oficio”. El contrabandista cobra actualmente entre mil 200 y mil 500 dólares por persona, pero asegura que la ganancia que le queda es la misma que hace 30 años: entre 200 y 300 dólares por cabeza. “Lo que pasa es que aumentaron los gastos con las autoridades de uno y otro lado, que se apropian de la mayor parte”, señala, sin suministrar más detalles. “Digamos que cobran una especie de peaje y que tienen que repartirlo con los jefes”. Acerca de la Patrulla Fronteriza estadounidense y las autoridades de migración mexicanas, don Victoriano prefiere no opinar. Se limita a un breve comentario: “Ellos son profesionales y yo también; ellos hacen su trabajo y yo hago el mío”. El hombre, desde luego, conoce los riesgos que corre: según el artículo 138 de la Ley General de Población, “se impondrá pena de dos a diez años de prisión y multa equivalente a 10 mil días del salario mínimo vigente en el Distrito Federal, a quien pretenda llevar o lleve a nacionales mexicanos a internarse en el extranjero en forma ilegal”. Clark Alfaro, quien investiga estos temas desde 1987, sostiene que “los polleros responsables han jugado un papel muy importante en hacer más amable y facilitar el cruce ilegal: se han convertido en una necesidad para el migrante”. La existencia de los coyotes obedece a una demanda y a una oferta, asegura el antropólogo social, y de ahí que su eliminación sea prácticamente imposible. Y como para corroborar esta afirmación, don Victoriano mira su reloj y se disculpa por tener que abandonar la entrevista: dentro de unas pocas horas partirá para “el otro lado” y a él le gusta -dice- preparar sus viajes con tiempo. “Tengo un prestigio que cuidar”, reitera al despedirse.

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* Cuarto de una serie de seis artículos © Roberto Bardini Copyright © 2003 Movimiento Bambú [email protected] Bambú Press está contra lo «políticamente correcto», el «pensamiento único» y la «globalización» impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.

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21 de Marzo de 2004 -

La frontera México-EE UU (V)*

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Parias, policías y pistoleros Roberto Bardini

A principios de abril de 2000, el diario mexicano La Jornada divulgó que el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) de Estados Unidos realizaba, desde hacía dos años, operaciones encubiertas para identificar a las bandas que trasladan indocumentados a territorio estadounidense. Un informe reveló en Washington que agentes del SIN se infiltraron en estas organizaciones e, inclusive, viajaron como “espaldas mojadas” o pollos desde Tijuana (Baja California) y Ciudad Juárez (Chihuahua). El objetivo de los policías encubiertos era recabar datos sobre rutas utilizadas, destinos y eventuales complicidades de autoridades mexicanas y estadounidenses en el tráfico de seres humanos. Los agentes, según la información, “pasan por un riguroso examen de selección: son de origen mexicano, hablan español sin acento y conocen los modismos”. El SIN parecía desconocer, sin embargo, que más de dos décadas atrás el Departamento de Policía de San Diego había efectuado una experiencia similar que concluyó en un rotundo fracaso. Desde octubre de 1976 hasta abril de 1978, un grupo de policías californianos descendientes de mexicanos se camufló de “espaldas mojadas” y merodeó por las noches en la línea divisoria, con la intención de apresar a polleros y salteadores de caminos. En ese año y medio, un equipo de nueve patrulleros al mando de un sargento –todos vestidos como indigentes– deambuló por cañones desérticos en medio de alacranes, víboras de cascabel y coyotes, y recorrió distancias de hasta 16 kilómetros en zonas áridas, entre cactus, rocas y hondonadas, con temperaturas bajo cero. “Marchas de la muerte”, las denominaban. Un policía bueno La idea de crear un grupo comando fue del teniente Burl Richard Snider, un veterano de 50 años originario de la diminuta localidad de Silva (Arkansas), “una encrucijada borrada http://www.rodelu.net/bardini/bardini50.htm (1 of 6)28/03/2007 11:37:05 p.m.

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por el tiempo y los cartógrafos”. A lo largo de la mitad de su vida, Snider usó uniforme, placa y pistola hasta que fue promovido a investigador de civil. Su familia, compuesta por campesinos, acostumbraba a viajar a California a la búsqueda de trabajo, en una saga similar a la que John Steinbeck describió en Viñas de ira. En esas migraciones, el pequeño Dick se hizo amigo de niños mexicanos y, poco a poco, asimiló pedacitos de su idioma. Más tarde, estudió español en la escuela secundaria. A los 17 años se casó y durante tres años trabajó en los campos petrolíferos californianos, en los cuales nuevamente convivió con jóvenes mexicanos. Cuando ingresó a la academia de la Patrulla Fronteriza, en El Paso (Texas), las clases obligatorias de español le resultaron facilísimas. En su época de recluta, en la década de los 60, no había aspirantes de origen hispánico: él era el único que hablaba el idioma de los vecinos del sur. Una verdadera rareza, sobre todo si se toma en cuenta que, con su metro ochenta de estatura, tenía todo el aspecto de un cowboy blanco, anglosajón y protestante. Su primer destino fue la pequeña localidad de San Ysidro, al sur de San Diego, donde se sensibilizó con el problema de los trabajadores migrantes. El grupo comando creado en octubre de 1976 se denominó Fuerza contra el Robo a Extranjeros en la Frontera (BARF, por sus siglas en inglés). Sus integrantes, conocidos como los barfianos, se unieron a indocumentados mexicanos y centroamericanos que intentaban llegar a Los Ángeles y San Francisco. Viaje al fondo de las tinieblas En 1983, el escritor Joseph Wambaugh publicó Líneas y sombras, una novela del género de no ficción que relata las vicisitudes de los diez agentes que integraron la Fuerza Contra el Crimen en la Frontera. El libro describe el apogeo y caída de los barfianos, al mismo tiempo que cuestiona la política migratoria de Estados Unidos. La contraportada de una edición mexicana de 1985, de 30 mil ejemplares, consigna: “Al declinar el día, cientos de hombres y mujeres indocumentados se reúnen en torno a una fogata mientras sus hijos juegan. A la hora del crepúsculo, cruzan en silencio la frontera. Es entonces cuando surgen las pandillas de bandidos para robarlos y asesinarlos. Noche a noche... (los barfianos) vestidos como los ilegales, se arrastran en la maleza y se mezclan con hombres que huelen a suciedad y a muerte. Unidos por el temor y el peligro, estos diez hombres operan en la tierra de nadie. Uno de ellos comenta: «Al principio temíamos usar nuestras pistolas, aún éramos policías normales. Pero no permanecimos así por mucho tiempo»”. Los protagonistas reales son Manny López, Eddie Cervantes, Ernie Salgado, Fred Gil, Renee Camacho, Tony Puente, Joe Castillo, Carlos Chacón, Robbie Hurt y Ken Kelly. Tres de ellos habían sido marines durante la guerra de Vietnam. El más “viejo” del grupo tenía 37 años; el resto no había cumplido 30 años. En 1988, la International Crime Writers Association otorgó el Premio Rodolfo Walsh a Líneas y sombras. Quizá sea de utilidad para los miembros del Servicio de Inmigración y Naturalización una lectura detenida del libro de Wambaugh. Sobre todo si se toma en

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cuenta que el autor fue policía durante 14 años en California y publicó alrededor de 15 novelas sobre temas criminales. Considerado “el Charles Dickens” de la novela policiaca, el escritor también ha redactado guiones para el cine y la televisión. Nacido en 1937, Wambaugh fue inspector de policía en Los Ángeles de 1960 a 1974. Inició su carrera literaria en 1970. Entre sus obras se cuentan Los chicos del coro, Campo de cebollas, Los nuevos centuriones y Caballero azul, todas adaptadas cinematográficamente, además de La estrella delta, La cúpula brillante, Fugitivos de la noche, Los secretos de Harry Bright, The Black Marble y Finnegan's Week. El crítico literario Evan Hunter, de The New York Times Review of Books, comentó: “Wambaugh es un escritor de verdadera fuerza, estilo, ingenio y originalidad, que ha optado por escribir acerca de la policía en particular como manera de expresar sus opiniones sobre la sociedad en general”. Y la revista The New Yorker lo definió como “un talento excepcional para la narración sobresaliente”. Los “barfianos” La experiencia de Fuerza contra el Robo a Extranjeros en la Frontera se llevó a cabo al inicio de los gobiernos de James Carter y José López Portillo. Pete Wilson estaba al frente de la alcaldía de San Diego. William Kollender, quien se reivindicaba a sí mismo como “judío e irlandés”, era el jefe de la policía de esa ciudad y la prensa local lo consideraba un “progresista”. Durante 18 meses, bajo las órdenes del sargento Manuel Manny López, los barfianos se enfrentaron con polleros, ladrones y violadores. En ciertas ocasiones, se tirotearon con agentes de migración, policías municipales y agentes judiciales de Tijuana que perseguían a “espaldas mojadas” en suelo estadounidense. Mientras duró la experiencia de la Fuerza Especial contra el Robo a Extranjeros en la Frontera, fueron golpeados con palos, acuchillados y heridos de bala. Ellos, por su parte, también vapulearon a sus adversarios y en por lo menos tres ocasiones causaron muertes. Más de una vez, en sus alocadas persecuciones, atravesaron la frontera y estuvieron a punto de provocar algún incidente internacional. Al inicio de la experiencia, los barfianos se sentían como “integrantes de una élite dentro de una élite”. Se les consideraba como una moderna reencarnación de la Ley del revólver, los últimos pistoleros–justicieros al estilo de Pat Garrett y Wyatt Earp. Fueron “mimados” por los medios de comunicación locales y envidiados por sus colegas. Fueron admirados por una corte estable de peluqueras, maestras, meseras y enfermeras que los seguían por todos lados. Fueron, lentamente, modificando sus personalidades. Con el transcurso del tiempo, sus esposas, sus compañeros de la policía y ellos mismos comenzaron a percibir ciertas alteraciones de conducta. Al regreso de sus agitadas misiones nocturnas preferían reunirse en bares hasta la madrugada en lugar de regresar a sus hogares. La mayoría comenzó a beber, sufrir pesadillas y padecer crisis conyugales. Casi todos los agentes especiales dormían durante el día. No se bañaban, ni afeitaban. Usaban la misma ropa durante una semana y olían mal. Se tornaron violentos, incluso entre ellos mismos, a pesar del vigoroso espíritu de cuerpo que los vinculaba. Se sentían diferentes e incomprendidos. Lo único que deseaban era la llegada del crepúsculo para regresar a las hondonadas y cañones, para volver a sentir las descargas de adrenalina. http://www.rodelu.net/bardini/bardini50.htm (3 of 6)28/03/2007 11:37:05 p.m.

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Pero esas no fueron las únicas consecuencias de sus operaciones encubiertas. Poco a poco, los barfianos se fueron mimetizando emocionalmente con los pollos. Cuando veían helicópteros o vehículos del Servicio de Inmigración y Naturalización o de la Patrulla Fronteriza, huían junto con los indocumentados en lugar de identificarse. En ocasiones, sintieron deseos de disparar sus armas de fuego contra las propias autoridades estadounidenses. “Somos los buenos. ¿Por qué corremos?” En uno de los capítulos de Líneas y sombras hay un relato que resulta ilustrativo acerca de la experiencia barfiana: Renee Camacho quedó profundamente afectado e incluso confundido. Todo parecía tan desesperanzado. Se puso a pensar: ¿y qué si su abuela no se hubiera dejado llevar por las tonterías de Pancho Villa y no hubiera emigrado al Norte? Miró a su alrededor, a las mujeres con niños. A los hombres y las mujeres mayores que eran incapaces de resistirse a la tentación de Estados Unidos. Contempló al hombre a su lado y sintió vergüenza. Era débil, de cabello despeinado y sin cortar. Olía mal, como todos los demás. Nadie tenía maletas. Rara vez llevaban bultos. Por sus conversaciones con ellos, Renee se dio cuenta de algo sobrecogedor: en primer lugar, que eran los más valientes de los pobres de México, simplemente por haber venido. En segundo lugar, muy pocos querían viajar al Norte. Soñaban con ganar suficiente dinero para regresar a su patria. Algunos tenían dos o tres dólares, nada más. Renee Camacho siempre decía que nunca había conocido a uno que fuera malintencionado, y no dejó de preguntarse: ¿cómo puede cualquiera tratar con crueldad a estas personas? Y después de eso, cuando encontraba a inmigrantes ilegales a quienes se había despojado, apuñalado o violado y aterrorizado, empezó a sentir lo mismo que ellos. Y no era el único. Todos los de la Fuerza Contra el Robo en la Frontera comenzaron a sentir la pobreza y el temor. Les producía dolores raros en el estómago, descubrieron. Hacía que suspirasen mucho. Finalmente los enfureció pero la ira no tenía sentido. Ello les provocaba más dolores raros en el estómago. Aun como grupo, empezaron a sucederles cosas extrañas. Por ejemplo, cuando el helicóptero de la Patrulla de la Frontera pasaba volando muy bajo sobre un grupo de inmigrantes ilegales, a veces los barfianos también se echaban a correr, aterrados. –¿Qué estamos haciendo? –vociferó Manny López una noche que hacían precisamente eso, huir al igual que los ilegales–. ¿Por qué corremos? –les

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preguntó, totalmente desconcertado–. Estamos armados hasta los pinches dientes. Estamos en servicio. Somos los buenos. ¿Por qué corremos? Desde luego lo resolvieron sin consultar a Lee Strasberg ni a la Asociación de Actores Cinematográficos. Simplemente no resulta muy fácil para un actor entrar y salir del papel. Entonces hablaban de cómo los inmigrantes ilegales se sentían así todo el tiempo. Manny les advertía: –Está bien sentir pena por ellos, pero acuérdense que todos los demás son canallas. Su gobierno es corrupto. Sus tiras son corruptos. No confundan las cosas o terminarán muertos. Una vez, cuando se encontraban emprendiendo el camino a los cañones a través de un cercado de alambre de púas, los sorprendió una voz que detrás de ellos pronunció: –¡Está bien, cabrones! ¡Congélense! La voz pertenecía a un patrullero de la frontera que se había acercado furtivamente. Lo extraño fue que alzaron las manos y contestaron en español: –¡Somos policías! ¡Somos policías! Definitivamente estaban entregados a sus papeles”. En las últimas páginas de Líneas y sombras, Wambaugh describe qué sucedió al suspenderse la operación encubierta en la línea fronteriza. El libro no tiene un final feliz: El jefe de policía trató de premiar a los barfianos creando un pequeño destacamento no uniformado para ellos. Hubo que hacer una serie de ajustes al paso de los meses, mientras realizaban un trabajo policiaco normal, cuerdo y ordinario. Empezaron a ser víctimas de bastante contrariedad. Varios de ellos parecían padecer diferentes clases de desilusión y depresión basadas en no sabían qué. Tenían la impresión de haber sido traicionados. Habían formado parte de un grandioso experimento. Un grupo de policías integrantes de una minoría iban a demostrar a la mayoría blanca lo que eran capaces de hacer. Pero la gente criticaba, en retrospectiva, muchas de las cosas que habían hecho. Hasta ellos mismos comenzaron a preguntarse qué habían logrado. Se decía que jamás se compondrían las relaciones entre la policía de ambos lados de la frontera.

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Cuando BARF fue suspendido, los voceros gubernamentales declararon que se incrementaría la presencia de los oficiales federales en la frontera. Este incremento nunca se concretó. Incluso las buenas intenciones del jefe de policía, al crear el destacamento especial, parecían servir para una nueva separación de los barfianos, en lugar de la integración en trabajos selectos con la que habían soñado. Más de uno afirmó: “Nos sentíamos como hijos bastardos” Quienes conocieron al “policía bueno” Dick Snider a uno y otro lado de la frontera aseguran que era un buen tipo lleno de intenciones positivas. Su final, entonces, fue triste. No entró a la historia; pasó al olvido. En abril de 1978, al finalizar el experimento, ninguno de los barfianos volvió a ser el mismo. Casi todos tuvieron dificultades para reintegrarse al trabajo policial normal; algunos renunciaron e intentaron dedicarse a otra actividad. Otros se divorciaron o fueron abandonados por sus esposas. En 1982, tres de ellos fueron sometidos a tratamiento psiquiátrico: padecían crisis depresivas y accesos de llanto. También evidenciaron tendencia al suicidio. La frontera los había marcado para siempre. Desde entonces, la sigla BARF adquirió otro sentido: Beaners Are Really Fuckers. Es decir, “los frijoleros están realmente jodidos”. Anterior: IV - Un contrabandista legendario Próxima nota: VI - Un hombre de la frontera * Quinto de una serie de seis artículos © Roberto Bardini Copyright © 2003 Movimiento Bambú [email protected] Bambú Press está contra lo «políticamente correcto», el «pensamiento único» y la «globalización» impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.

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5 de April de 2004 -

La frontera México-EE UU (VI)*

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Un hombre de “la línea” Roberto Bardini

El antropólogo social Víctor Clark Alfaro no usa sombrero texano, gafas oscuras, botas vaqueras. Tampoco exhibe cadena al cuello, pulsera en la muñeca, anillo al dedo. No se desplaza en una camioneta último modelo, con música a todo volumen. Nadie le ha compuesto un corrido. Sin embargo, no hay que equivocarse por esta impresión a primera vista: el director del Centro Binacional de Derechos Humanos de Tijuana, es un auténtico hombre de la frontera. Quizá nunca figure en la historia oficial como pionero, explorador, colonizador o aventurero porque no exterminó indígenas, ni mexicanos. Al contrario, los protegió. Y, además, jamás fue “punta de lanza” de tropas militares o fuerzas policiales sino que enfrentó a las autoridades de uno y otro lado de “la línea”. Clark Alfaro podría pasar por un discreto monje franciscano al estilo de El nombre de la rosa o un maestro universitario amante de las abstracciones filosóficas. Y algo de eso hay: en su juventud, estudió casi tres años para convertirse en sacerdote pero abandonó los claustros porque carecía de vocación para el celibato. Luego, se dedicó a obtener licenciaturas, maestrías y doctorados. Ahora está casado y tiene dos pequeños hijos. Desde 1981, Clark Alfaro es profesor en las universidades de Baja California y de San Diego. También es articulista del diario La Opinión, de Los Ángeles, y de la agencia Pacific News Service. Es autor, además, de una gran cantidad de ensayos, que incluyen estudios sobre la migración de indígenas mixtecos y la influencia de sectas religiosas en la región fronteriza. “Quiero participar en la transformación de México”, afirma. “Trato de mantener un equilibrio entre el mundo académico y el activismo por los derechos humanos. Muchos profesores universitarios no tienen el más mínimo compromiso social y se pasan todo el http://www.rodelu.net/bardini/bardini51.htm (1 of 7)28/03/2007 11:37:17 p.m.

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tiempo frente a una computadora, encerrados en sus cubículos”. A diferencia de ellos, Clark Alfaro apaga su computadora todas las tardes, cierra con llave su oficina y se pierde en calles oscuras que harían temblar de miedo a más de un matón. Muchas veces, regresa por la noche a su casa, sorprendido de permanecer vivo. Su labor, en realidad, no parece la de un investigador universitario sino la de un solitario detective privado surgido de la imaginación de Dashiel Hammett. Metódico, vegetariano y “yogadicto” Los últimos veinte años –de los 49 que el antropólogo tiene de vida– han sido para él una continua zozobra, muy alejada de los cubículos académicos y más cercana a la crónica policial: denunció hechos de corrupción del gobierno de Baja California, documentó casos de tortura, puso en entredicho a la Policía Judicial del estado, señaló a los carteles de la droga y reveló la existencia de traficantes de armas a ambos lados de la frontera. Estos hechos le significaron amenazas, seguimientos, colocación de micrófonos en su oficina, dos intentos de atentado y, en una oportunidad, un corto exilio en San Diego. Cuesta creerlo, observándolo detrás de su escritorio –con sus gruesas gafas, su espesa barba de sacerdote y su voz sin alteraciones– pero su labor como activista de derechos humanos no concluye ahí: es un permanente defensor de los trabajadores indocumentados que pasan a Estados Unidos y en varias ocasiones indicó con nombre y apellido a funcionarios de migración corruptos, lo que derivó en nuevas amenazas y persecuciones. Todavía hay más: este hombre de ademanes tranquilos que recuerda vagamente al actor estadunidense Dustin Hoffman, también se dedicó a organizar en Tijuana a las vendedoras ambulantes indígenas de origen mixteco (las marías), a las prostitutas (las magdalenas) y a los reclusos de la Penitenciaría (los barrabás). Acompañé a Clark Alfaro durante dos intensas semanas de lo que él llama su “trabajo de campo” o “rutina antropológica”: fue una azarosa inmersión en el sórdido bajo mundo de la frontera, que incluyó a trabajadoras sexuales, ex delincuentes, migrantes ilegales, coyotes e informantes policiales, y que logró que los textos duros de Raymond Chandler parecieran cuentos para niños. Al término del periplo, que provocó varias descargas de adrenalina, la primera pregunta fue casi inevitable: ¿cómo diablos hace para mantener esta “rutina” todo el tiempo? “Soy metódico, vegetariano y yogadicto”, fue la respuesta. “Hace casi 30 años que practico yoga y tengo una gran tranquilidad espiritual”. De remate, Clark Alfaro también es artesano. Con papel, tela, madera, cuero y pintura acrílica, el antropólogo crea coloridas máscaras que expone en la Casa de la Cultura de Tijuana. “Es un hobby que me hace feliz”, dice con la expresión de un jesuita florentino del Renacimiento. Los “polleros”

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En noviembre de 1986 Víctor Clark Alfaro se vio obligado a exiliarse en San Diego. En enero del año siguiente regresó a Tijuana y fundó el Centro Binacional de Derechos Humanos. Fue el primer organismo del norte del país en utilizar la denominación “derechos humanos”. La oficina se dedicó a la protección de los indígenas mixtecos, la denuncia de casos de tortura y la defensa de los trabajadores migrantes. “Como antropólogo tengo mucha curiosidad sobre los fenómenos fronterizos y, a pesar de que soy de Tijuana, todavía me sorprende mucho lo que sucede por aquí”, afirma. A fines de los 80 comenzó a vincularse con un grupo de quince polleros o coyotes, los contrabandistas que introducen ilegalmente mexicanos a Estados Unidos. “Con el tiempo, desarrollé amistad con ellos”, cuenta. “Fueron de gran utilidad en la defensa de los migrantes porque ellos saben las violaciones que cometen las autoridades y conocen a los policías que extorsionan o maltratan a los indocumentados”. El investigador universitario está convencido de que, en cierta forma, “los buenos polleros contribuyen con sus informes a la causa de los derechos humanos”. Confía más en los informes de los contrabandistas de personas que en los datos de instituciones académicas como El Colegio de la Frontera Norte. “Los académicos hacen estudios sobre la migración sentados frente a una computadora”, reitera. “Por mi formación de antropólogo, yo prefiero el trabajo de campo”. No es alarde. Asistí a varias de las clases que Clark Alfaro dicta para la Universidad Estatal de San Diego en la zona fronteriza, a las que lleva a sus alumnos estadunidenses a la zona roja para que entrevisten a coyotes y prostitutas. Policías y delincuentes A fines de 1989, 200 internos de la penitenciaría de Tijuana, conocida como El Pueblito, iniciaron en huelga de hambre en protesta contra la Policía Judicial Federal, que había torturado a una gran cantidad de presos. Uno de ellos llamó por teléfono a la oficina de Víctor Clark Alfaro y le pidió que fuera a apoyarlos. “Yo nunca había entrado a la cárcel y fue una experiencia muy impresionante”, relata. “El penal tenía una población extraordinaria en una hectárea. Ahora es una hectárea y media. A partir de ese día, comencé a visitar la penitenciaría durante cinco años”. A principios de 1990, el profesor universitario ya había establecido relaciones de diálogo con narcotraficantes y delincuentes de renombre, con malvivientes de poca importancia y con inocentes encerrados injustamente. Clark Alfaro les propuso que se organizaran como grupo de derechos humanos. Por esas fechas, ingresó a la penitenciaría Rubén Oropeza Hurtado, un detenido que había sido torturado por la Policía Federal. Tuvieron que extirparle los intestinos y murió a los dos meses. Eso apresuró la creación del Centro Binacional de Derechos Humanos Rubén Oropeza Hurtado – Sección Penitenciaria.

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“El grupo, compuesto por entre quince y veinte muchachos, estaba dirigido por un preso que había sido comandante de la Policía Judicial Federal y que en el pasado había sido torturador, así que conocía perfectamente de qué se trataba el asunto, sabía quién mentía y quién decía la verdad”, recuerda. En l992 presentaron un informe que documentaba los casos de tortura y que sirvió, según Clark Alfaro, para que los apremios ilegales se cuestionaran públicamente. “Hoy, afortunadamente, todos los integrantes del grupo inicial están en libertad”, expresa. El penal tenía en l994 una población de dos mil 200 reclusos, mientras que su capacidad era para 600. Las autoridades hicieron una ampliación para albergar a mil 500 presos más. La semana pasada el antropólogo fue a visitar la cárcel y se enteró que la población era de 6 mil internos. “Para mí fue un privilegio conocer ese mundo”, dice. “Hoy, muchos delincuentes y ex delincuentes que están en las calles, me conocen. Cuando voy a la zona de tolerancia a hacer trabajo de campo, siempre me cruzo con alguien a quien traté en el penal en el pasado”. En la actualidad, el académico tijuanense cuenta con una red informal de ex presidiarios que actúan como “fuentes” o informantes y lo tienen al tanto de las novedades en el penal, en el ámbito policial o en el submundo de la delincuencia. Tráfico de armas Clark Alfaro asegura que en la frontera norte existen diferentes carteles, especializados en drogas, contrabando de migrantes ilegales, delincuencia organizada y robo de vehículos. Pero hay otro grupo, muy poderoso y que actúa en las sombras, al que todavía nadie ha etiquetado como “cartel”: el del tráfico de armas. “Se sabe que desde los estados norteamericanos fronterizos ingresan armas a nuestro país”, comenta. “También se sabe que hay venta y distribución ilegal pero nadie lo menciona por su nombre y apellido. Ninguna autoridad, ni mexicana ni estadounidense, ha dicho nada hasta ahora”. El antropólogo explica que hay armas que vienen de China por mar, vía California: “Hace tres años agentes norteamericanos decomisaron un importante cargamento en Long Beach, cerca de San Diego; hace siete, se encontró en Tijuana un cargamento oculto en una casa de seguridad, custodiada por un policía municipal”. Sus informantes le han dicho que a México también entran por el sur armas de diversos orígenes, incluyendo el excedente de la guerra en Centroamérica en los 80, sobre todo las que se utilizaron en Nicaragua y El Salvador. “En el bajo mundo se sabe que el mercado negro ingresa armas a México destinadas al crimen organizado más que a los grupos guerrilleros, pero es curioso que las autoridades no hablen del tema”, dice.

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El estudioso calcula que el 30 por ciento de los habitantes de Tijuana está armado. Si se parte del dato que la ciudad tiene casi dos millones de pobladores, se trata de alrededor de 600 mil personas.”Aquí se consiguen armas en cualquier lado”, afirma. Las “magdalenas” En 1992, un grupo de trabajadoras sexuales llegó al Centro Binacional de Derechos Humanos a presentar quejas contra la Policía Municipal, que las extorsionaba y les pedía favores sexuales con la amenaza de encarcelarlas. Ellas trabajan en los prostíbulos de la zona norte de Tijuana, en la zona de tolerancia conocida como La Coahuila. Clark Alfaro documentó en una semana y media 75 casos de acoso, acompañó a las muchachas a entrevistarse con un atónito presidente municipal y les propuso crear una asociación. Convocaron a una conferencia de prensa en la que anunciaron la fundación de una asociación civil para defender sus derechos y realizaron una manifestación por las calles de Tijuana. Las autoridades y la sociedad se quedaron boquiabiertos. Fue la primera vez que un grupo de trabajadoras sexuales se manifestó en la ciudad. Y de remate, encabezadas por un serio académico con aspecto de monje. La Vanguardia de Mujeres Libres “María Magdalena” está integrada por alrededor de 75 muchachas. Clark Alfaro aclara que representan una mínima parte de las prostitutas de Tijuana, que son alrededor de dos mil. “Como en muchos países de América latina, las tres alternativas que tienen las mujeres como ellas –campesinas sin experiencia urbana, analfabetas o con primaria incompleta– son el servicio doméstico a 50 dólares la semana, la maquila también por 50 dólares la semana y, la más dramática, la prostitución, con ingresos más altos”, explica el antropólogo. Las trabajadoras sexuales vienen fundamentalmente de Tlaxcala, Puebla, Veracruz y Guerrero. Todas son de origen rural y tienen entre 18 y 25 años. Los principales clientes de la zona roja de Tijuana son habitantes locales, trabajadores migrantes y alrededor de un 20 por ciento de turistas, clientes de fin de semana que vienen a comprar sexo barato a 20 dólares. Clark Alfaro asegura que por su extracción campesina, curiosamente, ellas tienen “un perfil muy católico y conservador, lo que suena contradictorio para quienes no conocen este mundo: no son adictas al alcohol ni a las drogas”. “Las autoridades dicen que la prostitución está disminuyendo pero nosotros pensamos lo contrario”, dice. “Ellas calculan que a la zona de tolerancia llegan entre dos y tres muchachas por semana, y en cada reunión aparecen nuevas integrantes”. La Vanguardia de Mujeres Libres “María Magdalena” desarrolla cursos y talleres de educación sexual e higiene. Han invitado a muchos funcionarios municipales, estatales y federales a las reuniones que hacen todos los miércoles para que ellos se den cuenta de http://www.rodelu.net/bardini/bardini51.htm (5 of 7)28/03/2007 11:37:17 p.m.

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que se trata de una organización seria, con proyectos. “Para ellas significó que se dieran cuenta que no eran simples objetos sexuales paradas en las esquinas, sino que eran ciudadanas con derechos”, afirma el asesor sui generis. “Hoy la Policía Municipal lo piensa dos veces antes de extorsionarlas. Las trabajadoras sexuales lograron algo que todavía no han conseguido otros sectores marginales, como los polleros y los niños de la calle.”. El profesor de origen católico apunta que, al igual que otros “seres mitológicos” de la frontera, muchas de estas mujeres se han ido convirtiendo en “figuras importantes en las biografías de muchos migrantes”. El ex seminarista católico cumple años en abril. Todos los años, ellas le festejan el aniversario con mariachis. Los mixtecos y las “marías” Clark Alfaro también es asesor del Frente Indígena Oaxaqueño Binacional en el tema de los derechos humanos. Su interés inicial, como antropólogo, fueron los migrantes mixtecos en la frontera y realizó muchos estudios sobre esta comunidad. “Se trata de una migración que viene de la Mixteca Alta y de la Mixteca Baja, en el estado de Oaxaca, aunque en los últimos años también han aparecido mixtecos de Puebla y de Guerrero”, explica. Comenta que a fines de los 50 comenzaron a llegar a la frontera los primeros grupos y aparecieron en la avenida Revolución, la principal de la zona turística. A partir de los 70, comenzó la migración masiva. “En esos años, la agroindustria del tomate y la fresa descubrió una mano de obra distinta a la que tradicionalmente contrataba: los indígenas, que eran más fáciles de explotar” dice. “Venían de zonas miserables de Oaxaca, no tenían experiencia urbana y estaban desesperados por encontrar un empleo”. “El tomate y la fresa, que son productos de exportación, provocan esta corriente migratoria. Los indígenas llegan al norte, descubren Estados Unidos y comienzan a cruzar. Así se van formando enclaves mixtecos en California. Ya hay indígenas urbanos y mixtecos nacidos en Baja California”. El grueso de los mixtecos –alrededor de 12 mil– está en el Valle de San Quintín, a cuatro horas de Tijuana por carretera, que es la zona agrícola más importante en el estado por la producción de tomate. Es la hortaliza de más calidad en el mercado internacional: actualmente reporta 74 millones de dólares anuales. En Tijuana viven cerca de diez mil mixtecos. También están en el condado norte de San Diego, en California. Clark Alfaro estima que la población mixteca en este estado oscila entre 50 mil y 75 mil personas. “No hablan inglés, ni siquiera español, y no conocen sus derechos”, cuenta. “Les pagan menos del salario mínimo y son discriminados por los http://www.rodelu.net/bardini/bardini51.htm (6 of 7)28/03/2007 11:37:17 p.m.

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otros mexicanos”. El antropólogo también es asesor de una organización de mujeres vendedoras ambulantes de origen mixteco, las mal llamadas marías. “Curiosamente, hay una vinculación entre las marías y las magdalenas aunque no se conocen entre ellas”, dice. “Ambas tienen origen campesino, son vecinas de calle, ofrecen sus servicios a los turistas –unas venden artesanías y otras rentan sus servicios sexuales– y son perseguidas por la autoridad y discriminadas por la sociedad”. Clark Alfaro apunta que unas y otras tienen muchas similitudes y aunque por azares del destino son vecinas no se conocen entre ellas. “Intentaré reunirlas para que intercambien experiencias”, promete. Y sus promesas, como ya se sabe en Tijuana, son prácticamente un hecho. Anterior: V - Parias, policías y pistoleros * Último de una serie de seis artículos © Roberto Bardini Copyright © 2003 Movimiento Bambú [email protected] Bambú Press está contra lo «políticamente correcto», el «pensamiento único» y la «globalización» impuesta desde arriba. Está a favor de la ética, las relaciones fraternales entre personas y la universalidad construida desde abajo.

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