Revolución proletaria o querida chusma?: socialismo y Alessandrismo en la pugna por la politización pampina (1911-1932)
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Table of contents :
¿REVOLUCIÓN PROLETARIA O QUERIDA CHUSMA? POR LA POLITIZACIÓN PAMPINA (1911-1932)
PÁGINA LEGAL
ÍNDICE
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
2.1) Recabarren en Tarapacá (1911-1915): La matriz fundacional
2.2) Tarapacá sin Recabarren (1915-1921): Reflujo y Reactivación
2.3) Tarapacá comunista (1921-1926): Cosechando los frutos
CAPÍTULO TRES
3.1) La Chusma vota por el León
3.2) El arbitraje del León
3.3) “Sólo el amor es fecundo”
3.4) Las raíces de la fidelidad obrera: algunas hipótesis
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

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JULIO PINTO VALLEJOS VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE

¿Revolución proletaria o querida chusma? Socialismo y Alessandrismo en la pugna por la politización pampina (1911-1932)

LOM

P A L A B R A D E L A L E N G U A Y ÁM A N A Q U E S I G N I F I C A

SERIE HISTORIA © JULIO PINTO VALLEJOS/VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE © LOM Ediciones Primera Edición, agosto de 2001 Registro de Propiedad Intelectual Nº: 120.972 I.S.B.N: 956-282-392-X

Diseño, Composición y Diagramación: Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2) 696 63 88 web: www.lom.cl e-mail: [email protected] Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Fonos: 716 9684 - 716 9695 / Fax: 716 8304 Impreso en Santiago de Chile.

(ESTE TRABAJO FORMA PARTE DEL PROYECTO FONDECYT Nº 1980030, FINANCIADO POR LA COMISIÓN NACIONAL DE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y TECNOLÓGICA, CONICYT, CHILE . SE AGRADECE MUY ESPECIALMENTE LA COLABORACIÓN DE T ERESA G ATICA , P ABLO A RTAZA , R ÓBINSON L IRA Y A LBERTO H ARAMBOUR ).

SOL

A la memoria de JUAN PANADÉS a quien tuvimos el privilegio de acompañar en su caminar por la historia pampina

PRÓLOGO

Este estudio, como la obra combinada de sus autores, se ubica en la encrucijada entre la historia política y la historia social. Su objeto es explorar el proceso de politización de los sectores populares pampinos durante las primeras décadas del siglo XX, tras varias décadas en que su acción se había desenvuelto preferentemente en el ámbito de la sociedad civil. Tomando distancia de una línea analítica que ha prevalecido entre quienes han estudiado este fenómeno, se ha procurado problematizar tanto el hecho mismo de la politización, que a nuestro juicio no surge por generación espontánea, como los diversos sentidos que ella adoptó. Así, se pone en cuestión la existencia de una especie de correlación necesaria entre el ascenso de la “conciencia de clase” y su expresión en el plano político, de igual forma que la de un vínculo casi automático entre la condición obrera y la adscripción a propuestas de orientación revolucionaria o anti-sistema. En su lugar, se reconstruye la experiencia concreta de las personas que adoptaron dicha opción, y se procura escarbar en las motivaciones y afinidades que pudieron inducirlas en tal sentido. Al mismo tiempo, se establece una comparación con otras vías de politización (en este caso, el alessandrismo), que desde un ángulo diferente también se demostraron capaces de atraer una significativa adhesión popular. A través de ese ejercicio, creemos haber sido más fieles al rescate histórico de una identidad tan compleja como la pampina, así como más respetuosos del sentido esencialmente abierto y dinámico del protagonismo popular, o de cualquier protagonismo ejercido por personas de carne y hueso inmersas en situaciones complejas. En un primer capítulo, de carácter introductorio, se plantea con cierto nivel de detalle el problema historiográfico que articula esta investigación, se definen las principales categorías de análisis, y se da cuenta de lo que la literatura ha adelantado al respecto. En un segundo capítulo se explora y caracteriza el surgimiento del socialismo como referente político concreto, asentado en la propia región, para los sectores populares salitreros, analizando las formas en que ello se expresó e indagando en los factores que atrajeron a sus seguidores en esa dirección. A continuación, el capítulo tres realiza un examen similar para el caso del alessandrismo, teniendo presente que la inorganicidad de dicho movimiento, al menos en comparación con el socialismo, dificulta la realización de una comparación en términos estrictamente equivalentes. Por último, las conclusiones sugieren algunas

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vertientes explicativas que podrían dar cuenta de la capacidad de penetración de ambas propuestas en el mundo popular tarapaqueño. La investigación que respalda el análisis que aquí se expone, basada fundamentalmente en la revisión de fuentes primarias, emana de largos años de estudio de la historia salitrera, especialmente tarapaqueña, y puede considerarse como continuación de otros trabajos dedicados a la formación de la sociedad pampina y de las identidades populares que en ella tomaron cuerpo. En términos específicos, su realización se enmarcó dentro de un proyecto financiado por la Comisión Chilena para la Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), con el apoyo adicional del Departamento de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Santiago de Chile (DICYT), institución esta última bajo cuyo alero se llevó a cabo la investigación. Tanto en la recopilación documental como en su análisis y discusión intervino determinantemente un equipo conformado por los profesores Pablo Artaza Barrios, Teresa Gatica Pinto, Alberto Harambour Ross y Robinson Lira Castro, además de los autores firmantes. Sin esa permanente y enriquecedora interacción, no cabe duda que los resultados finales del trabajo habrían sido mucho más limitados. Vayan por tanto a ellos nuestros más sinceros agradecimientos. También quisiéramos agradecer muy especialmente al personal y autoridades de la Biblioteca y Archivo Nacional de Chile, así como del Archivo de la Intendencia de Tarapacá depositado en el Palacio Astoreca de Iquique, dependiente de la Universidad Arturo Prat. Sin su buena disposición y permanente colaboración, el acceso a los materiales que hicieron posible este trabajo habría sido infinitamente más lento y dificultoso. Finalmente, y en un reconocimiento que apenas hace justicia a su destinatario, dedicamos estas páginas a nuestro querido colega y amigo Juan Panadés Vargas, demasiado prematuramente arrebatado de esa apasionante aventura de rescate de la historia pampina en la que nos precedió, a la que con su ejemplo nos inspiró, y en la que tuvimos el privilegio de acompañarlo durante algunas jornadas. Creemos que no hay mejor forma de recordarlo y homenajearlo que seguir avanzando por la senda a la que él consagró su vida como historiador.

LOS AUTORES.

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CAPÍTULO UNO LA CUESTIÓN SOCIAL Y LAS VÍAS ALTERNATIVAS DE POLITIZACIÓN POPULAR

Las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas, en Chile como en otras partes de América y el mundo, por el recrudecimiento de la denominada “cuestión social”. En una de sus vertientes, este fenómeno consistió en la aparición, y correspondiente reconocimiento social, de una nueva forma de pobreza asociada a la vida urbana y a la consolidación de la producción capitalista. Más que de una pauperización absoluta de la existencia popular –aunque sobre esto se ha debatido intensamente–, de lo que se trató aquí fue de una transformación de las relaciones de dominación y de lo que podría denominarse la “experiencia de la pobreza”, con todo lo que ello supuso en términos de alteración de equilibrios tradicionales (que no por tradicionales eran necesariamente más justos), y pérdida del sentido de orientación ante situaciones de expoliación, incertidumbre o adversidad. Puede que, cuantitativamente hablando, la nueva miseria urbana e industrial no haya sido peor que la antigua miseria campesina o peonal, pero sin duda que su misma novedad, así como la inexistencia de redes establecidas de solidaridad y protección, o de normas reconocidas para negociar los conflictos, contribuyeron a dotarla de un carácter particularmente angustiante. Hasta que los sectores más desestabilizados por los cambios no elaboraran nuevos mecanismos de defensa y una nueva carta de navegación social, era inevitable que los desajustes y contradicciones se ventilaran en un ambiente de pronunciada violencia. Fue precisamente esta violencia lo que hizo de lo social una “cuestión”, es decir, un dilema sobre la “capacidad para mantener la cohesión de una sociedad”, que concitó la atención preferente de todas las partes involucradas, y particularmente de quienes ocupaban espacios de poder1. 1

La literatura sobre la cuestión social es demasiado extensa y compleja como para siquiera comenzar a reseñarla aquí. La definición citada procede de la excelente síntesis, con proyecciones interpretativas y sistémicas de vasto alcance, contenida en el libro de Robert Castel Las metamorfosis de la cuestión social, editado originalmente en francés (París, Librairie Arthème Fayard) en 1995. Algunas visiones más “clásicas” son las de Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra en 1844 ; Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes económicos y políticos de nuestro tiempo, edición original inglesa, 1944; Barrington Moore Jr., Orígenes sociales de la dictadura y la democracia, edición original inglesa, Boston, 1966; Edward P. Thompson, La formación de la clase obrera inglesa, edición original inglesa, Londres, 1963; Gareth Stedman Jones, Outcast London, Oxford, 1973.

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Tal vez por eso mismo, una segunda dimensión de la cuestión social tuvo que ver con la irrupción de este tipo de problemas en el ámbito de lo político, es decir, aquél en el que se ventilan las grandes preocupaciones de una sociedad y se fijan los rumbos que ésta debe emprender (o, alternativamente, las posiciones que se desea mantener). Como en otros países aquejados por esta condición, en Chile esto significó ensanchar la discusión pública más allá de las fronteras institucionales, de “construcción nacional”, o de separación entre lo civil y lo religioso (lo que el léxico decimonónico bautizó como “luchas doctrinarias”), que hasta entonces habían delimitado lo fundamental del quehacer político. Ya fuese porque los propios actores sometidos a las nuevas condiciones de trabajo y pobreza politizaron sus demandas, o porque los sostenedores del sistema tradicional fueron reparando en la necesidad de hacerse cargo de un descontento que amenazaba el orden establecido y la unidad nacional, lo cierto fue que a medida que avanzaban las primeras décadas del siglo XX la cuestión social se fue reconfigurando como “cuestión política”, motivo de fuertes enfrentamientos y fuente de erosión de los mecanismos de legitimación que se habían venido estructurando desde la Independencia. Planteado en esos términos, el debate resultante consumió una buena parte de las energías sociales durante el siglo que comenzaba. Establecida la problemática en ese terreno, antes de seguir adelante es necesario esclarecer qué se entenderá en este estudio por “politización”, puesto que la cuestión social implicaba en sí misma, desde el momento en que aludía a una preocupación explicitada y públicamente debatida por los principales actores sociales, una instalación en lo político. Adoptando un marco más restringido, aquí se hablará de politización sólo para hacer referencia a cuatro fenómenos contenidos dentro del ámbito más amplio de la cuestión social: 1) una formulación discursiva, difundida desde distintos sectores sociales, sobre el lugar que le correspondía ocupar al pueblo trabajador dentro del conjunto del cuerpo social; 2) la articulación orgánica de las demandas populares a través de referentes creados o adaptados expresamente para tal propósito, incluyendo asociaciones de diverso tipo, partidos políticos y comicios electorales; 3) la elaboración de propuestas programáticas destinadas a levantar un diagnóstico y diseñar soluciones para los principales males sociales; y 4) la reivindicación de un principio de ciudadanía popular, entendiendo por tal el derecho de los sectores obreros a participar en la discusión e implementación de aquellas decisiones que afectan a toda la sociedad, y por tanto a ellos mismos. En la medida que una propuesta o movimiento orientado hacia los trabajadores o nacido a partir de ellos reúna esos cuatro componentes, podrá sostenerse que se está en presencia de una politización del mundo popular, al menos dentro de los márgenes aquí definidos. En ese contexto, este trabajo parte de la premisa que la politización de la cuestión social chilena se canalizó principalmente a través de dos grandes vertientes. Por una parte estuvo la que algunos autores han definido como “rupturista” o revolucionaria, aun cuando en la práctica muchos de sus adherentes estuvieron dispuestos a operar dentro de

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la legalidad vigente, y a negociar sus demandas con un Estado o una clase patronal que su discurso solía representar como enemigos irreconciliables. Esta postura, surgida en Chile esencialmente desde los propios sectores populares (aunque reforzada doctrinariamente desde el extranjero), se fundaba en una visión clasista de la sociedad, en un llamado a que los pobres se convirtieran en sujetos de su propia emancipación, y en la exacerbación de la lucha de clases como condición necesaria para corregir los males sociales. Articulada en torno al anarquismo (que en Chile tuvo un fuerte sesgo sindicalista) y al socialismo, ella se constituyó en precursora de una izquierda política cuyos rasgos fundamentales se mantuvieron reconocibles a lo menos hasta 1973, e incluso después 2. La otra vía de politización popular de la época fue la no rupturista o de conciliación social, que dentro de ciertos parámetros (discutidos más abajo) podría también denominarse “populista”. Para ella, la división y la violencia social conformaban un mal pasajero, una disfuncionalidad del sistema que era indudablemente peligrosa, pero que se podía revertir. Sólo así, se pensaba, podía preservarse la unidad esencial de la nación, premisa sin la cual era imposible retomar el proyecto de civilización y progreso al que los fundadores de la República habían consagrado sus mejores energías, y cuyos éxitos iniciales habían quedado seriamente comprometidos por los desaciertos del Período Parlamentario. Identificable desde el cambio de siglo en grupos minoritarios a lo largo de todo el espectro partidario “oficial”, esta propuesta cristalizó más visiblemente después de la Primera Guerra Mundial, tanto en el alessandrismo del año 20, con su mensaje democratizador y de armonía social, como en el reformismo militar de la coyuntura 1924-1932, propulsor de un dirigismo estatista dinámico, incluyente y benefactor. A la postre, y formando un zigzagueante paralelo con la propuesta clasista aludida en el párrafo anterior, de la postura que aquí se bosqueja emanó el modelo de “Estado de compromiso” que caracterizó el conjunto del período 1932-19733. 2

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Si bien es cierto que estas corrientes políticas reconocían un tronco común en el movimiento artesanal del siglo XIX, y particularmente en el Partido Democrático fundado en 1887, esta última colectividad no se ha incluido explícitamente en la categoría de “rupturista” por no tener una postura estrictamente clasista, ni plantearse en términos de subversión del orden social. Más bien, su programa se aproximaba en sus planteamientos esenciales a la segunda vertiente de politización popular definida en el texto: la que buscaba una convivencia armónica entre el capital y el trabajo. Ver al respecto Mario Garcés, Crisis social y motines populares en el 1900, Santiago, 1991; Fernando Ortiz Letelier, El movimiento obrero en Chile, 1891-1919, Madrid, 1985; Luis Vitale, Interpretación marxista de la historia de Chile, Santiago, LOM, 1993, tomo V; y Sergio Grez Toso, De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890), Santiago, DIBAM, 1997, así como el estudio preliminar de su antología La “cuestión social” en Chile. Ideas y debates precursores (1804-1902),, Santiago, DIBAM, 1995. La noción de “Estado de compromiso”, formulada por Francisco Weffort para dar cuenta de un orden legitimante desarrollado en Brasil entre 1930 y 1964 en torno a un discurso de unidad nacional, desarrollo económico y conciliación social, comúnmente catalogado como “populismo” (O Populismo na Politica Brasileira, Rio de Janeiro, Paz e Terra, 1978), ha sido aplicada a la experiencia chilena por Manuel Antonio Garretón, El proceso político chileno, Santiago, 1984; ver también Norbert Lechner, La democracia en (Continúa en pág. siguiente.)

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En lo que a este estudio respecta, lo que interesa señalar es que hacia comienzos del siglo XX estas dos visiones ya pugnaban por ganarse el apoyo de un mundo popular cada vez más movilizado, y cuya adhesión se insinuaba como el principal elemento de sustentación de lo que cada una aspiraba a conseguir. Tomando como marco de referencia dicha problemática, lo que se pretende específicamente es incursionar en la recepción que tales propuestas lograron suscitar entre los sectores populares convocados. Aunque el fenómeno en cuestión tuvo un alcance nacional, o al menos se hizo presente en los espacios más urbanizados o modernizados, para simplificar el objeto de estudio se ha optado por centrar el análisis en las provincias salitreras (con énfasis preponderante en la de Tarapacá), escenario casi emblemático de la cuestión social a la vez que caja de resonancia para las primeras experiencias de politización obrera. Fue allí, como se recordará, donde se fundó el Partido Obrero Socialista (posteriormente Partido Comunista de Chile), y donde supuestamente se inició la carrera de Arturo Alessandri como político de masas (el “León de Tarapacá”). Fue allí también, como se demostrará en las páginas que siguen, donde la izquierda socialista constituyó uno de sus principales bastiones territoriales (no así, al menos no en igual medida, la izquierda anarquista), al tiempo que Alessandri cultivaba una de sus bases más fieles de apoyo político-electoral. Antes de abocarse a esa tarea, sin embargo, es conveniente caracterizar con mayor nivel de detalle cómo este estudio definirá las dos propuestas en juego (a las que ha optado por denominar “socialista” y “alessandrista”), así como las principales interpretaciones que ellas han suscitado entre cientistas sociales e historiadores4. Cuando se introdujo más arriba aquella vertiente de politización popular inicialmente definida como “rupturista”, se hizo hincapié en su fuerte contenido de clase y su convicción de que la emancipación obrera sólo podía construirse a partir del sujeto popular mismo, liberado de vicios propios y sujeciones impuestas. La superación de los males presentes, se afirmaba, requería de un proceso de autoafirmación (una especie de “despertar”, como se denominó el principal órgano de prensa socialista del norte salitrero), que reivindicara para las grandes mayorías desposeídas su dignidad humana esencial y su derecho a participar equitativamente de los frutos del trabajo social. Sólo así podría darse

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Chile, Santiago, 1970. Para la etapa que aquí se analiza, cuando la posibilidad de cooptar la cuestión social recién se insinuaba en el horizonte político, la mejor caracterización de esta opción política sigue siendo el estudio de James O. Morris, Las elites, los intelectuales y el consenso, Santiago, INSORA, 1966; también resulta interesante a este respecto la Génesis histórica del proceso político chileno, de Enzo Faletto, Eduardo Ruiz y Hugo Zemelman, Santiago, Quimantú, 1971. Para lo que sigue se han tomado como base dos artículos publicados separadamente por los autores de este trabajo, y cuya realización corresponde a la etapa inicial del proyecto que concluye en esta monografía: Julio Pinto Vallejos, “Socialismo y salitre: Recabarren, Tarapacá y la formación del Partido Obrero Socialista”; Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, “Yo, el León de Tarapacá. Arturo Alessandri Palma, 19151932”; ambos en Historia Nº 32, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1999.

cumplimiento cabal a la promesa humanista contenida en el proyecto de la modernidad, tan flagrantemente desmentida por la realidad de barbarie y degradación en que se debatía la parte más numerosa, y en su condición de productora directa también la más importante, del cuerpo social. Sin embargo, y haciendo propia una caracterización del capitalismo como un sistema irremediablemente dicotómico, se postulaba que esta voluntad liberadora necesariamente provocaría la resistencia de aquéllos que sustentaban su poder en la explotación, la ignorancia y la miseria popular. De ahí el carácter conflictivo que por necesidad debía asumir cualquier intento de superación de la cuestión social, mitigado no obstante por la esperanza de que a la postre ello permitiría instalar un orden social más justo y genuinamente progresista. Para la realización de este ambicioso programa, y considerando los muchos obstáculos que había que vencer, se postulaba como herramienta esencial la unión de los trabajadores y sectores desposeídos en general, ya fuese para la defensa de sus intereses más inmediatos, ya para la reivindicación de sus derechos ciudadanos o la implantación de un nuevo orden social. El desarrollo de esta voluntad de unión y lucha, sin embargo, exigía una transformación interior de los sujetos populares, embrutecidos en su estado presente por el efecto acumulado del miedo, la impotencia y la miseria material y espiritual. Sólo asumiendo la plenitud de su dignidad humana, depositaria de derechos irrenunciables y capacitada para transformar creadoramente su entorno natural y social, podía emprenderse con alguna perspectiva de éxito la tarea de enfrentar a los de arriba y corregir el rumbo de la sociedad. De este modo, los constructores de un nuevo orden debían comenzar por reconstruirse a sí mismos, a partir de una cultura ilustrada y humanista portadora de valores como la racionalidad, la laboriosidad, la justicia y el espíritu de superación. Y ya que esto no podía esperarse de las instituciones existentes, los obreros debían asumir su propia educación y el desarrollo de una sociabilidad más elevada y solidaria, que sirviera simultáneamente de ejemplo para sus compañeros de clase y de anticipo de la utopía que se aspiraba a construir. Así planteada en su expresión más elaborada y sistemática, esta propuesta concluía finalmente en un llamado a los sectores más afectados por la cuestión social a levantarse por sus propios medios y exigir de los poderosos lo que éstos no estaban dispuestos espontáneamente a dar. En el proceso, el pueblo obrero ilustrado se articularía como un verdadero apostolado que, liberándose a sí mismo, liberaría y humanizaría también, sólo que esta vez plenamente, al conjunto de la sociedad. Si ello implicaba, como todo lo hacía prever, una etapa inicial de enfrentamientos y desgarros, la responsabilidad recaía principalmente sobre las clases privilegiadas y la mala organización de la sociedad capitalista. Pero aun así no se trataba de un precio demasiado alto si con ello se podía alcanzar la consumación del proyecto modernizador en su triple dimensión de libertad, justicia y progreso. Todo parto, se pensaba, implica una necesaria etapa de dolor, así como toda vida se nutre de la muerte anterior.

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Las ideas esbozadas, una apretada síntesis de innumerables escritos y declaraciones de quienes sustentaban esta línea de pensamiento5, formaban el patrimonio común de lo que podría denominarse la izquierda política de comienzos del siglo XX, incluyendo diversas expresiones anarquistas, sindicalistas y socialistas que tras la cri5

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El exponente más sistemático de esta línea de pensamiento durante el período en estudio fue indudablemente Luis Emilio Recabarren, cuya obra política e intelectual ha sido motivo de numerosas antologías y estudios histórico-críticos. Dentro del primer rubro habría que mencionar tanto las recopilaciones impresas de sus escritos más extensos: El pensamiento de Luis Emilio Recabarren, 2 tomos, Santiago, Editorial Austral, 1971; Obras Selectas de Luis Emilio Recabarren, editadas por Jorge Barría, Julio César Jobet y Luis Vitale, Santiago, Quimantú, 1972; Obras de Luis Emilio Recabarren, compiladas por Digna Castañeda Fuentes, La Habana, Casa de las Américas, 1976; como la recopilación en cuatro volúmenes de sus Escritos de Prensa, editada por Ximena Cruzat y Eduardo Devés, Santiago, Nuestra América, 1985-1987. En cuanto a los estudios dedicados específicamente al pensamiento de Recabarren, deben mencionarse, en orden de aparición, Julio César Jobet, Recabarren y los orígenes del movimiento obrero y el socialismo chilenos, Santiago, Editorial Prensa Latino Americana, 1973; Alejandro Witker, Los trabajos y los días de Recabarren, La Habana, Casa de las Américas, 1977; Manuel Castro (Augusto Samaniego), “Recabarren: su legado”, Araucaria de Chile Nº 19, Madrid, 1982; Augusto Varas, “Ideal socialista y teoría marxista en Chile: Recabarren y el Komintern”, en Augusto Varas (ed.), El Partido Comunista en Chile. Estudio multidisciplinario, Santiago, CESOC-FLACSO, 1988; Iván Ljubetic, Don Reca, Santiago, Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz, 1992; Miguel Silva, Recabarren y el socialismo, Santiago, 1992; Jaime Massardo, “La formation de l’imaginaire politique de Luis Emilio Recabarren”, 2 vols., tesis doctoral inédita Université de Paris III La Sorbonne, 1994; Gabriel Salazar, “Luis Emilio Recabarren y el municipio en Chile (1900-1925)”, Revista de Sociología Nº 9, Santiago, Universidad de Chile, 1994; Francisco Domínguez, “El legado de Recabarren: una evaluación crítica”, ponencia leída ante la Reunión de 1995 del Latin American Studies Association, Washington D.C., 1995; Alberto Harambour Ross, “Luis Emilio Recabarren: ¿Evolución o revolución socialista?”, Santiago, manuscrito inédito, 1997; Manuel Loyola, “Recabarren: su función mítica y notas para la comprensión de su pensamiento político”, en Manuel Loyola y Jorge Rojas (eds.), Por un rojo amanecer: Hacia una historia de los comunistas chilenos, Santiago, 2000. Trascendiendo el aporte personal de Recabarren, Eduardo Devés y Carlos Díaz han reunido escritos de diversos militantes socialistas, y también algunos anarquistas del período temprano, en El pensamiento socialista en Chile. Antología 1893-1933, Santiago, Ediciones Documentas, 1987. También resulta útil para la etapa inicial la antología de Sergio Grez Toso La “cuestión social” en Chile. Ideas y debates precursores (1804-1902), op. cit. Lamentablemente, no existe una publicación actualizada de escritos anarquistas, salvo tal vez las memorias de Alejandro Escobar y Carvallo publicadas entre los números 119 y 123 de la revista Occidente, Santiago, 1959-1960. Para un análisis interpretativo del pensamiento obrero más allá de Recabarren, ver los trabajos de Eduardo Devés, “La visión de mundo del movimiento mancomunal en el norte salitrero: 1901-1907”, tomo II de Eduardo Devés y Ximena Cruzat, El movimiento mancomunal en el norte salitrero: 1901-1907, Documento CLACSO, tres tomos, Santiago, 1981; y “La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno al sentido de nuestro quehacer historiográfico”, Mapocho Nº 30, Santiago, DIBAM, 1991. Para el caso anarquista, Claudio Rolle Cruz, “Anarquismo en Chile, 1897-1907”, tesis inédita de licenciatura en historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1985, además de los estudios citados en la nota 8. Por último, la caracterización presentada en este trabajo se basa en una lectura personal a lo largo de varios años de diversos órganos de la prensa popular de la época, incluyendo especialmente la prensa demócrata y socialista del Norte Grande (El Pueblo, El Pueblo Obrero, El Grito Popular y El Despertar de los Trabajadores de Iquique); alguna prensa anarquista de Tarapacá para el período 1903-1907; El Socialista de Valparaíso, 1915-1918, y La Federación Obrera de Chile de Santiago, entre 1921 y 1924. Ver también el artículo de Pierre Vayssière, “Militantisme e messianisme ouvriers au Chili a travers la presse de la Pampa nitrière (1900-1930)”, Caravelle Nº 46, Toulouse, 1986.

sis de 1930 convergerían en los dos grandes partidos históricos del sector: el Partido Socialista y el Partido Comunista. En su momento, los sectores dominantes que asistieron al despuntar de este fenómeno tendieron a atribuirlo, en un registro muy socorrido en todos los países aquejados por la cuestión social, a la acción de agitadores ajenos a la clase obrera, extranjeros incluso, que se aprovechaban de la ingenuidad popular para obtener beneficios personales (por ejemplo, vivir a costa de erogaciones sindicales o partidistas) y subvertir el orden social, quebrantando la unidad esencial de la nación. Los propios interpelados, en cambio, retrucaban que “no es la obra de agitadores extranjeros, no es la obra de importación reciente de ideas la que ha venido a hacer surgir en el país, en el corazón de la raza chilena, genuinamente chilena, ideales de revolución social... Nosotros hemos visto la miseria de los trabajadores, y la opresión brutal a que son sometidos, y esto es lo que ha desarrollado su capacidad y los ha hecho decir: ¿Esta es la vida? ¿Para esto vivimos? ¿Para vivir esclavos eternamente?” 6. Siguiendo una lógica análoga, aunque con un sesgo levemente más determinista, los historiadores que adscribieron en años posteriores a la izquierda política plantearon que la formación del Partido Obrero Socialista, y su posterior reconversión en Partido Comunista de Chile, venían a ser algo así como la culminación natural de un despertar obrero que había recorrido metódicamente las etapas previas de la constitución como clase, el socorro mutuo y la lucha reivindicativa. La obra de estos autores compartió una visión del período muy bien representada por el concepto de “etapa heroica” formulado por Jorge Barría, en la que la formación de la izquierda marcaba un estadio superior en la toma de conciencia por parte del naciente proletariado7. Es verdad que tales interpretaciones no siempre hacían justicia a la acción paralela de las organizaciones e ideas anarquistas, cuya proyección “estrictamente” política se veía opacada por su rechazo a organizarse en partidos, participar en elecciones o dialogar con el Estado. Este sesgo, del que en todo caso habría que eximir a historiadores como Luis Vitale o incluso Julio César Jobet, ha sido posteriormente contrarrestado por una serie de estudios que han permitido reconocer y documentar la presencia anarquista en la constitución del movimiento obrero nacional, aunque en algunos ca6 7

Discurso de Luis Emilio Recabarren ante la Cámara de Diputados, sesión ordinaria de 15 de julio de 1921. Los principales exponentes de esta línea de argumentación fueron Hernán Ramírez Necochea, Origen y formación del Partido Comunista de Chile, Santiago, Austral, 1965; Jorge Barría Serón, El movimiento obrero en Chile, Santiago, UTE, 1961; y Fernando Ortiz Letelier, El movimiento obrero en Chile, 1891-1919, op. cit. Más matizada, pero coincidente en lo esencial (considerar a la conciencia política como la etapa superior en la formación como clase), es la posición de Julio César Jobet, Ensayo crítico del desarrollo económicosocial de Chile, Santiago, 1955, y su obra ya citada Recabarren y los orígenes del movimiento obrero y del socialismo; y Luis Vitale, Interpretación marxista de la Historia de Chile, vol. V, op. cit., especialmente las páginas 124-127.

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sos, como el del autor estadounidense Peter De Shazo, sólo para insistir en el papel secundario de la motivación política en las acciones populares del período 8. En términos generales, sin embargo, lo que aquí interesa rescatar es esta visión de la politización autónoma y contestataria del mundo obrero como un desenlace hasta cierto punto “natural” del desarrollo de las clases sociales dentro del sistema capitalista, y por tanto como algo que en sí mismo no requeriría mayor explicación. Podría pensarse que la producción historiográfica más reciente dedicada al mundo popular, menos apegada a la ortodoxia marxista-leninista, debería haber tomado alguna distancia respecto de ese diagnóstico, problematizando la “naturalidad” del proceso y abandonando la noción de etapas “necesarias” en la evolución política o social de una clase. Hasta cierto punto ello ha sido así: la nueva “historiografía popular” desarrollada a partir de la década de 1980 ha tendido a alejarse de las expresiones más políticas de su sujeto de estudio, considerando que la generación de Jobet, Barría y Ramírez Necochea le había asignado demasiada prominencia a lo organizativo, doctrinario o institucional, en detrimento de lo cotidiano, lo inorgánico, lo identitario, lo marginal o lo “propiamente” social. Una consecuencia de este cambio de énfasis ha sido un cierto desdibujamiento del período de la cuestión social como objeto preferente de estudio, tal vez precisamente por la centralidad que en él parecieron adquirir las manifestaciones políticas. Aun así, las veces que los integrantes de esta generación se han ocupado del tema, la tendencia ha sido a reconocer la relevancia del fenómeno, aunque matizando su incidencia en cuanto a representatividad o impacto real sobre la masa del pueblo9. Sigue en gran medida pendiente, sin embargo, una constatación más pormenorizada y empíricamente respaldada de la pregunta que subyace tácitamente a ese debate: ¿hasta qué punto fue la politización “rupturista” o “autónoma” un factor significativo en la historia popular de la época, y qué fue específicamente lo que atrajo en esa dirección a los hombres y mujeres, pocos o muchos, que tomaron la decisión concreta de engrosar las filas socialistas, anarquistas o sindicalistas? Aquella es, como se dijo, una de las preguntas centrales que justifican la realización de este estudio. 8

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Peter De Shazo, Urban Workers and Labor Unions in Chile, 1902-1927, Madison, U. of Wisconsin, 1983; Michael Monteón, Chile in the Nitrate Era, Madison, U. of Wisconsin, 1982; Alan Angell, Partidos políticos y movimiento obrero en Chile, edición original inglesa, Oxford, 1972; Eduardo Míguez y Álvaro Vivanco, “El anarquismo y el origen del movimiento obrero chileno”, Andes Nº 6, Santiago, IEC, 1987; Héctor Fuentes Mancilla, “El anarcosindicalismo en la formación del movimiento obrero. Santiago y Valparaíso 1901-1907”, tesis inédita de maestría en historia, Universidad de Santiago de Chile, 1992; la tesis de licenciatura ya citada de Claudio Rolle Cruz, “Anarquismo en Chile, 1897-1907”; Gustavo Ortiz y Paulo Slachevsky, “Un grito de libertad. La prensa anarquista a principios de siglo en Chile, 1897-1907”, memoria de título inédita, Escuela de Periodismo, Universidad de Chile, 1991; Jaime Sanhueza, “Anarcosindicalismo y anarquismo en Chile. La Confederación General de Trabajadores (1931-1938)”, tesis inédita de licenciatura, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1994. Ello puede advertirse en los trabajos de Gabriel Salazar, principal exponente de esta nueva corriente historiográfica, dedicados específicamente al período: “Crisis en la altura, transición en la profundidad: (Continúa en pág. siguiente.)

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Pero como también se indicó anteriormente, existió una segunda vía de politización popular que, con fines y métodos muy distintos, se propuso igualmente enfrentar la problemática obrera, y lo hizo con resultados al parecer bastante exitosos en materia de convocatoria y adhesión. Ya desde la década de 1880 algunos observadores particularmente perspicaces de la elite comenzaron a advertir sobre los peligros que podía encarnar para el orden vigente el estallido de la cuestión social, pese a que su existencia en el país siguió siendo negada por la mayoría de sus congéneres hasta que la violencia de sus manifestaciones, particularmente con motivo de las grandes huelgas y matanzas obreras de la década de 1900, la hizo imposible de disimular10. El nacimiento en 1887 del Partido Demócrata, a partir de una escisión del antiguo Partido Radical, marcó hasta cierto punto el reconocimiento explícito por parte de los elementos más progresistas de esa elite de la necesidad de acercarse al mundo obrero, e incorporarlo con plenitud de derechos al cuerpo social 11 . Otro tanto indicó la creciente preocupación de partidos como el

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la época de Balmaceda y el movimiento popular”, en Luis Ortega (ed.), La Guerra Civil de 1891. Cien años hoy, Santiago, USACH, 1991; o el ya citado “Luis Emilio Recabarren y el municipio en Chile (1900-1925)”. Ver también Mario Garcés Durán, Crisis social y motines populares en el 1900, op. cit.; Vicente Espinoza, Para una historia de los pobres de la ciudad, Santiago, SUR, 1988; Eduardo Devés, “La cultura obrera ilustrada en tiempos del centenario”, op. cit.; Julio Pinto Vallejos, “¿Cuestión social o cuestión política? La lenta politización de la sociedad popular tarapaqueña hacia el fin de siglo (1889-1900)”, en Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera, Santiago, USACH, 1998; María Angélica Illanes, “Lápiz versus fusil. Las claves del advenimiento del nuevo siglo. Santiago-Iquique, 1900-1907”, Julio Pinto Vallejos, “El anarquismo tarapaqueño y la huelga de 1907: ¿Apóstoles o líderes?”, y Sergio Grez Toso, “1890-1907: De una huelga general a otra. Continuidades y rupturas del movimiento popular en Chile”, estos últimos tres en Pablo Artaza y otros, A 90 años de los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique, Santiago, LOM, DIBAM, Universidad Arturo Prat, 1998. Un texto señero en este sentido fue la serie de artículos publicados en 1884 por Augusto Orrego Luco en La Patria de Valparaíso, bajo la denominación de “La cuestión social”, reproducido en Sergio Grez, La “cuestión social” en Chile. Ideas y debates precursores, op. cit. Esta completa antología recoge la mayoría de los escritos relativos al tema de la cuestión social publicados hasta 1902. La formación del Partido Demócrata ha sido tratada en profundidad por Sergio Grez, De la regeneración del pueblo a la huelga general, op. cit., cap. 18. Reconociendo el aporte a dicha iniciativa de elementos venidos del radicalismo, este autor sin embargo se detiene con más énfasis en su continuidad con el movimiento de sociabilidad artesanal y lo que él denomina “liberalismo popular”, que venía desarrollándose desde las primeras décadas del período republicano. Julio Heise, en cambio, en su obra Historia de Chile. El Período Parlamentario 1861-1925, vol. II, Santiago, 1982, p. 282, califica a los demócratas de “partido burgués”, tanto por la extracción social de la mayoría de sus dirigentes como por el legalismo y arribismo que, a su parecer, caracterizaron su accionar. René Millar tiende a concordar con este último diagnóstico, pero mirando más bien a la identificación del partido con el régimen parlamentario, “El parlamentarismo chileno y su crisis, 1891-1924”, en Óscar Godoy (ed.), Cambio de régimen político, Santiago, 1992, p. 272. Desde la tribuna opuesta, Hernán Ramírez Necochea también le niega al Partido Demócrata la condición de partido obrero, aunque reconoce “la calidad de trabajadores que ostentaron muchos dirigentes y el contenido avanzado de su programa”, Historia del movimiento obrero en Chile. Antecedentes, siglo XIX, Santiago, 1956, pp. 215-216.

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balmacedista, el conservador o el propio Partido Radical por allegar a sus filas al electorado obrero, o introducir en sus plataformas una serie de fórmulas que traslucían una mayor sensibilidad social12. Así, durante la década de 1890, un liberal como Arturo Alessandri, un conservador como Juan Enrique Concha Subercaseaux, o un radical como Valentín Letelier, podían dar a luz sendos escritos referidos a los problemas sociales y la urgencia de su solución. Ya entrado el nuevo siglo, y en la misma medida que las luchas obreras comenzaron a arreciar, se hicieron presentes en el Parlamento, a menudo impulsados por los flamantes diputados demócratas, los primeros y tímidos intentos por producir alguna legislación social 13. Es verdad que estas voces y voluntades premonitorias siguieron siendo por muchos años una clara minoría, y que a menudo el interés por atraer votantes obreros obedecía más a consideraciones de oportunismo partidista (la libertad electoral obtenida en 1891 hacía de la masa proletaria un objetivo altamente atractivo), que a un interés genuino por mejorar la existencia popular14. A la postre, sin embargo, ellas ofrecían una solución mucho más sensata (y efectiva) a la amenaza de un quiebre social, que la represión o la indiferencia con que se había respondido inicialmente a la movilización popular. Fue así como, en el contexto de agudización extrema de los conflictos que se produjo en todas partes tras el término de la Primera Guerra Mundial, uno de los exponentes más tempranos (aunque ciertamente no el más consistente) de esta aproximación al tema, el caudillo liberal Arturo Alessandri, hizo de tal estrategia uno de los fundamentos de su estilo de acción política y de su futuro programa presidencial. Ya a fines de 1907, y reaccionando críticamente ante la reciente matanza de la Escuela Santa María de Iquique, un todavía bastante tradicional diputado Alessandri había señalado lo siguiente: Querer contener al pueblo por medio de la violencia, es como poner atajo a un río: las aguas se detendrán por de pronto ante el obstáculo, pero luego crecerán, rebasarán el obstáculo y por fin, con ímpetu avasallador, saltarán por sobre él y seguirán su camino

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Este tema ha sido tratado en mi artículo “¿Cuestión social o cuestión política?...”, op. cit., y en Julio Heise, Historia de Chile. El Período Parlamentario, vol. II, p. 547; y Gonzalo Vial, Historia de Chile (1891-1973), vol. I, tomo II, Santiago, 1981, pp. 578-579. Ver también James Morris, Las elites, los intelectuales y el consenso, op. cit., y, en relación específica a la penetración de la doctrina social de la Iglesia (con gran influencia en la postura del Partido Conservador), Patricio Valdivieso, “Cuestión social y doctrina social de la Iglesia en Chile (1880-1920): Ensayo histórico sobre el estado de la investigación”, Historia Nº 32, Santiago, PUC, 1999. James Morris, Las elites, los intelectuales y el consenso, op. cit. El principal exponente de esta tesis es Julio Heise, op. cit.,

arrastrándolo consigo. Los movimientos populares hay que combatirlos yendo al origen del mal y dictando leyes que rijan las relaciones entre el capital y el trabajo, de manera que estas dos fuerzas se equilibren o que marchen paralelamente sin chocarse y en forma armónica. Es necesario enseñar al pueblo, ilustrándolo, dándole la conciencia de sus deberes y de sus derechos15. La victoria electoral de 1920, en efecto, convirtió en política de Estado la noción según la cual la reconciliación entre patrones y obreros, entre ricos y pobres, constituía la única vía efectiva para evitar una revolución, a la vez que un requisito indispensable para cohesionar a todas las clases sociales en torno a un proyecto compartido de desarrollo nacional. Ratificado en su convicción sobre la importancia del pueblo como factor de apoyo electoral tras los comicios senatoriales de 1915, y los presidenciales de 1920, una vez instalado en la Presidencia Alessandri intentó desplegar un programa que apuntaba simultáneamente a la consolidación de la ciudadanía popular, la creación de un marco legal que regulara las relaciones entre el capital y el trabajo, y la transformación del Estado en agente protector de los más desvalidos. El reformador mandatario estaba convencido, avalado en ello por el curso que parecían tomar los procesos sociales en todo el mundo, que el mejor camino para reactivar una economía nacional cuyas bases se veían a esas alturas cada vez más vulnerables, era refundar el Estado y democratizar la sociedad, haciendo de los trabajadores un elemento constructivo e integrado al orden social. A cambio del reconocimiento y la protección estatal, éstos debían comprometerse a despolitizar sus organismos de representación gremial, aceptar mecanismos institucionalizados de arbitraje y dejar el recurso a la huelga sólo como instancia final. En términos más globales, debían aceptar el orden socio-político existente e insertarse en sus canales aceptados de participación. Para lograr todo eso, sin embargo, debía recomponerse un contrato social bastante maltrecho por la miseria, la agitación popular y la represión oficial16. 15

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Cámara de Diputados, sesión extraordinaria de 2 de enero de 1908, citado en Verónica Valdivia, “Yo, el León de Tarapacá”, op. cit., p. 510. Como se argumenta en ese trabajo, la intervención de Alessandri condenando la represión de la Escuela Santa María se produjo en un momento en que los problemas sociales no formaban parte de su acción política concreta. Sin embargo, ella revela la claridad que al respecto ya existía en su pensamiento. Para una interpretación levemente distinta ver Nicolás Cruz, “Arturo Alessandri: 1891-1918. El nacimiento de un líder político”, en Claudio Orrego (ed.), 7 ensayos sobre Arturo Alessandri Palma, Santiago, ICHEH, 1979. Esto es lo esencial de la tesis desarrollada en el artículo de Verónica Valdivia “Yo, el León de Tarapacá...”, op. cit. Ver también sobre el ascenso de Alessandri como líder popular a Gonzalo Vial, op. cit., vol. III, Santiago, 1986; Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Santiago, 1986, tercera parte; René Millar, La elección presidencial de 1920, Santiago, Universitaria, 1981; y Claudio Orrego (ed.), 7 Ensayos sobre Arturo Alessandri Palma, op. cit., especialmente los trabajos de Sol Serrano y Virginia Krzeminski. Ver también Ricardo Donoso, Alessandri , agitador y demoledor, 2 vols., México y Buenos Aires, 1952; y Augusto Iglesias, Alessandri, una etapa de la democracia en América, Santiago, 1960.

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Los analistas de esta etapa en la carrera de Arturo Alessandri se han interrogado a menudo si resulta apropiado aplicarle la etiqueta de “populista”. Como se sabe, esta categoría se formalizó desde la sociología, a fines de la década de 1950 y comienzos de la de 1960, para dar cuenta de una serie de movimientos y regímenes surgidos en diversos países de América Latina más o menos a partir de la misma época que aquí se analiza, y que parecían exhibir importantes rasgos en común. Aunque la diversidad de situaciones agrupadas dentro del concepto y la ausencia de una base programática formalmente compartida han dificultado la elaboración de una taxonomía rigurosa, podría decirse que las experiencias populistas han surgido siempre de una crisis de hegemonía provocada por procesos de modernización, precisamente lo que aquí se ha denominado “cuestión social”. Su objetivo fundamental, en esta lectura, habría sido el de actuar como herramienta no revolucionaria de re-legitimación, modificando controladamente diversos aspectos del orden social para evitar su ruptura violenta. Entre sus principales planteamientos se podría mencionar la búsqueda de la armonía social mediante la inclusión de los sectores descontentos o marginalizados, por lo general en torno a un principio corporativo o una convocatoria nacionalista; la constitución del Estado como agente regulador y conductor, situado al menos nominalmente por encima de los conflictos sociales; y un estilo político basado en la movilización emotiva y carismática de las masas, en comunión con un liderazgo no institucionalizado. La literatura ha debatido bastante sobre el carácter social del populismo, calificándolo en algunos casos como expresión de una alianza entre elites desplazadas, clases medias y “masas disponibles” en contra de un orden tradicional; en otras como mero recurso adaptativo de dicho orden para neutralizar el descontento popular. En lo que sí existe coincidencia es en su oposición a una visión clasista o estrictamente individualista de la sociedad, y en su consiguiente antagonismo tanto respecto de la izquierda socialista/anarquista como del liberalismo clásico17. En algunos de los aspectos mencionados, como la búsqueda de la armonía social, la visión del Estado como árbitro supremo y el recurso ocasional a la movilización controlada 17

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La literatura referida al populismo latinoamericano es nutrida y extensa, no siendo éste el lugar indicado para ofrecer una nómina exhaustiva. Una buena síntesis de sus expresiones iniciales es la antología de Gino Germani, Torcuato di Tella y Octávio Ianni, Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica, México, 1973. Otros textos que aspiran a una caracterización más teórica y de alcance verdaderamente continental son Octávio Ianni, La formación del Estado populista en América Latina, México, 1975; Ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo, México, 1978; Michael Conniff (ed), Latin American Populism in Comparative Perspective, Albuquerque, U. of New Mexico, 1982; Alain Touraine, América Latina: política y sociedad, Madrid, 1989; Rüdiger Dornbusch y Sebastián Edwards (eds.), The Macroeconomics of Populism in Latin America, Chicago, U. of Chicago, 1991; María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone (eds.), Populismo y neopopulismo en América Latina, Buenos Aires, 1988; Michael Conniff (ed.), Populism in Latin America, Tuscaloosa, U. of Alabama, 1999. Algunos artículos recientes con aportes interesantes sobre el tema son Eduardo Valenzuela, “La experiencia nacional-popular”, Proposiciones Nº 20, Santiago, SUR, 1991; Alan Knight, “Populism and Neo-Populism in Latin America, especially Mexico”, Journal of Latin American Studies Nº 30, Londres, 1998.

del pueblo, el alessandrismo de los años veinte parecería estar bastante cerca del modelo. En otros, como el respeto a la institucionalidad liberal y a una noción de ciudadanía expresada fundamentalmente a través de los partidos políticos y el ejercicio del voto, la analogía resulta mucho más discutible18. En general, la historiografía de izquierda no ha tenido mayores problemas en catalogar a Alessandri como populista, en tanto que las visiones más apegadas al pensamiento liberal, aun reconociendo el estilo caudillesco y la efectividad del apoyo popular, así como el impacto en sus orígenes de la crisis sistémica en curso, se han mostrado algo más reacios a aplicar dicha categoría. También ha existido algún debate sobre el carácter social del alessandrismo del año veinte, sosteniendo algunos que éste expresaría una rebelión de las clases medias, apoyadas por el pueblo, en contra de la oligarquía tradicional, mientras que otros se inclinan más bien a mirarlo como un recurso cooptativo de esa misma oligarquía para mantenerse en el poder19. No es necesario para los efectos de este estudio interiorizarse en esa discusión, pero lo que sí resulta indiscutible es la oposición del alessandrismo, populista o no, al tipo de convocatoria proveniente desde la izquierda obrera, inspirada en la supremacía del factor clasista y en la necesidad de subvertir el orden establecido. Es en ese terreno, el de la disputa por la adhesión popular, donde alessandrismo y socialismo se levantaron efectivamente como proyectos en rivalidad. En ese contexto, el análisis que se emprende en esta obra pretende explorar el éxito obtenido por una y otra fórmula de politización popular en un ámbito específicamente delimitado, como lo fueron las provincias salitreras, en especial la de Tarapacá. Ya se ha dicho que éstas resultaron ser un terreno muy fértil para la prédica y la organización socialista, pero también lo fueron para el surgimiento de Alessandri como caudillo popular, y su posterior consolidación como reformador social. En consecuencia, lo que se hará en las páginas que siguen es observar una serie de indicadores que permiten establecer con mayor precisión el carácter de este apoyo en uno y otro caso, y a la vez dilucidar si hubo algún factor perceptible que inclinara a los actores populares en una u otra dirección. Los 18

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En general ha habido bastante reticencia a aplicar a Chile un modelo de populismo elaborado en lo esencial a partir de la experiencia argentina, brasileña, peruana o mexicana, sobre todo por la solidez que aquí demostró (al menos hasta 1973, y pese a una significativa interrupción a fines de los años veinte), el sistema de partidos y la institucionalidad liberal, así como la movilización aparentemente “racional” o instrumental de los actores políticos. Una notable excepción fue Paul Drake, Socialism and Populism in Chile, 1932-1952, Urbana, U. of Illinois, 1978. Últimamente, sin embargo, incluso este autor ha reconsiderado dicha posición; ver su artículo “Chile’s Populism Reconsidered, 1920’s-1990’s”, en Michael Conniff (ed.), Populism in Latin America, op. cit. Esta última visión es más común en autores marxistas como Jobet, Vitale o Ramírez Necochea, quienes suelen aplicar al alessandrismo de los años veinte el concepto de “bonapartismo” o “cesarismo”. La adscripción de Alessandri a una posición contra-hegemónica encabezada por las clases medias es planteada con más fuerza en los trabajos de Gonzalo Vial, los siete ensayos editados por Claudio Orrego, o la obra colectiva de Mariana Aylwin y otros Chile en el siglo XX, Santiago, Editorial Emisión, sin fecha de publicación.

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indicadores seleccionados son principalmente: el comportamiento electoral, la caracterización social de la militancia, la participación en manifestaciones y acciones públicas, y la concurrencia a los espacios simbólicos y de sociabilidad generados por ambos bandos. Aunque no siempre resulta fácil correlacionar estas señales con la extracción social específica de sus portadores, sobre todo en términos cuantitativos, la información cualitativa que se ha podido reunir es lo suficientemente expresiva como para intentar una radiografía de las preferencias populares, y a partir de allí sugerir hipótesis explicativas de las eventuales diferencias: ¿Puede asimilarse, como lo han planteado ciertos autores, la politización “clasista” al elemento propiamente proletario, mientras que la “masa popular” pre-moderna o indiferenciada habría sido más permeable a la seducción alessandrista?20 ¿O reprodujo más bien esta dicotomía la divisoria clásica entre puertos “civilizados” y pampa “bárbara”, postulada más de alguna vez para etapas más tempranas de la historia salitrera?21 Esta es precisamente la tarea a la que se abocará el análisis que se desarrolla a continuación. Una última palabra de precaución antes de adentrarse en ese territorio, dice relación con la aparente exclusión del anarquismo como componente de la propuesta aquí denominada rupturista o revolucionaria. Como ya se ha adelantado algunos párrafos más arriba, no se pretende desconocer, como en su momento lo hizo alguna historiografía de izquierda, ni la orientación esencialmente clasista del anarquismo ni su indesmentible arraigo entre la masa popular, al menos durante el período en cuestión. Por tanto, si este estudio ha optado por privilegiar el referente socialista ello se debe sólo a un criterio de simplificación metodológica y al hecho de que, en las regiones salitreras, el anarquismo tuvo una figuración comparativamente menor. En todo caso, cuando resulte pertinente (por ejemplo, para los años 1919-1924) se harán las referencias necesarias a la penetración y arraigo del anarquismo como una opción también alternativa al alessandrismo, y en esa virtud asimilable al socialismo como fórmula de politización popular. A final de cuentas, lo que se quiere discernir son los factores y criterios que inclinaron a algunos de estos actores hacia un proyecto centrado en el papel redentor de la clase, mientras que otros prefirieron seguirse cobijando bajo el alero más conocido del Estado y la nación.

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Esa es, por cierto, la posición de la historiografía de izquierda, pero también la comparte, con ciertos matices, un autor conservador como Gonzalo Vial, op. cit., vol. III, pp. 174-178. Esta figura es explorada con bastante detención en Julio Pinto V., Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera, op. cit.

CAPÍTULO DOS LA PROBLEMÁTICA FERTILIDAD DE UN DESIERTO: ARRAIGO DEL SOCIALISMO EN EL NORTE SALITRERO “El socialismo ha surgido en el norte, va echando ya sus hondas raíces, y será en breve, árbol hermoso que de sus primeros frutos; en el centro del país la semilla está ya echada y falta sembrarla por el sur. A ello vamos”. (Luis Emilio Recabarren y Teresa Flores en su despedida de Iquique, El Despertar de los trabajadores, 21 de abril de 1915).

En los primeros meses de 1911, Luis Emilio Recabarren se trasladó a vivir a Iquique22. No se trataba, por cierto, de su primera residencia en el norte salitrero: en 1903, invitado por la Mancomunal de Tocopilla, también se había trasladado a ese puerto para dirigir el periódico gremial El Trabajo. Su intensa actividad periodística y organizativa durante los tres años que pasó en la zona le valió varias estadías en la cárcel y un prolongado proceso por subversión, pero también el ser elegido diputado por Antofagasta (circunscripción de Taltal y Tocopilla) en representación del Partido Demócrata, cargo que en definitiva, como se sabe, la Cámara le impidió ocupar23. Sobre las razones específicas que lo motivaron a regresar a la pampa tras cinco años de ausencia (dos de ellos en el extranjero) no se ha encontrado ninguna explicación expresa, pero su actuación anterior y posterior permite aventurar algunas inferencias24. Ellas servirán de prisma a través del cual evaluar los logros de su paso por Tarapacá, que a la postre se prolongaría hasta mediados de 1915.

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El Nacional de Iquique registra su llegada antes del 14 de febrero, fecha en que se apersonó en las oficinas de ese periódico “el escritor nacional y leader demócrata don Luis E. Recabarren S., muy conocido en Chile por su actuación política”. Junto con obsequiar sus escritos Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana, Mi juramento en la Cámara de Diputados en la sesión de 5 de junio de 1906 y La huelga de Iquique y la teoría de la igualdad, el “leader” anunció su voluntad de radicarse en Tarapacá. Las actas oficiales y reacciones periodísticas relativas a este conocido incidente fueron reunidas, comentadas y publicadas por el propio Recabarren en su folleto Mi juramento en la Cámara de Diputados en la sesión de 5 de junio de 1906, escrito en prisión luego de su regreso a Chile a fines de 1908. Transcrito en El pensamiento de Luis Emilio Recabarren, op. cit., tomo I, pp. 253-304. En su obra Recabarren y el socialismo, op. cit., p. 66, Miguel Silva afirma que hubo una invitación a Recabarren de “un grupo de socialistas iquiqueños”, pero hasta el momento no se conoce ningún registro que documente dicha versión. Por su parte, Fernando Ortiz insinúa que la obstrucción del directorio demócrata a sus propósitos de difundir el ideal socialista habrían terminado por exasperar a Recabarren, llevándolo a viajar al norte; El movimiento obrero en Chile, op. cit., p. 265.

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Para comenzar, es útil recordar la antigua voluntad de Recabarren por aproximar al Partido Demócrata, en el que había militado desde los inicios de su carrera política, hacia los postulados del socialismo. Ya para 1904, y con motivo de una polémica que lo enfrentó al ideólogo anarquista Alejandro Escobar y Carvallo, el futuro fundador del P.O.S. se había definido a sí mismo como “socialista revolucionario”, al mismo tiempo que aplaudía al movimiento mancomunal por constituir “el árbol secular del socialismo moderno chileno”25. Radicado luego temporalmente en Buenos Aires en una especie de autoexilio provocado por la persecución política y judicial, su conocimiento personal del Partido Socialista Argentino fortaleció esa convicción, llevándolo a visualizar explícitamente a esa colectividad como modelo para la Democracia chilena26. En una serie de seis artículos titulados “Democracia y Socialismo”, Recabarren recordaba que hacían ya seis años que “en el seno del partido (demócrata) se discute la idea socialista”, pero sin resultados concretos. Más aún: durante mucho tiempo se había creído que “la Democracia y el Socialismo eran más o menos la misma idea, una misma cosa, o que ambas se completaban, que no tenían otra diferencia que el nombre”. “Sin embargo”, continuaba, “el estudio y mi presencia desde hace algunos meses en las filas socialistas de esta nación (Argentina), el ambiente nuevo que respiro me llevan hacia otro terreno más eficaz y más completo que el de la Democracia y me hacen comprender más exactamente la diferencia que entre ambos ideales existe”. Y remachaba: He estudiado de nuevo ambos programas: el demócrata y el socialista, ¡y cuán enorme es la diferencia! El programa demócrata aparece pálido, insignificante, probando con sus expresiones la poca capacidad moral e intelectual de los obreros de Chile. Sólo contiene un programa de reformas por realizar sobre las instituciones existentes, ampliándolas, suavizándolas, democratizándolas, pero dejándolas siempre lo que son: instituciones coercitivas de la libertad dominadas por la burguesía. La democracia proclama reformar instituciones, democratizarlas. El socialismo proclama la desaparición de las instituciones inútiles y el reemplazo de algunas por otras completamente distintas, socializándolas27. 25

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La polémica con Escobar y Carvallo fue publicada en el periódico Tierra y Libertad (Casablanca) 31 de julio y 14 de agosto de 1904; el homenaje a las mancomunales en El Proletario (Tocopilla), 24 de septiembre de 1904; ambos transcritos en Ximena Cruzat y Eduardo Devés, Recabarren, Escritos de Prensa, op. cit., tomo I, pp. 130 y 163-176. Así lo expresó a su llegada a Buenos Aires en un artículo titulado “El Partido Socialista”, publicado en Santiago por La Reforma, 30 de diciembre de 1906, así como también en su primera intervención pública en ese país, relatada en la crónica “La política obrera en Chile”, publicada por La Voz del Obrero, (Taltal), 30 de enero de 1907; ambos en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, pp. 18-20, 72-75. Para interiorizarse en los aspectos históricos y doctrinarios del Partido Socialista Argentino, cuya influencia sobre Recabarren iba a ser muy duradera, cf. Richard J. Walter, The Socialist Party of Argentina, 1890-1930, Austin, U. of Texas, 1977. La serie se publicó en el periódico demócrata La Reforma, de Santiago, entre el 22 de diciembre de 1907 y el 7 de enero de 1908, y ha sido reproducida (salvo su artículo Nº III) en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, pp. 97-107. La cita corresponde al primer número, y las cursivas son del original.

Algunos meses antes de esta declaración doctrinaria, y escribiendo siempre desde Buenos Aires, Recabarren había enviado un informe sobre el movimiento obrero chileno al Congreso Socialista Internacional celebrado en Stuttgart. Allí señalaba su convicción de que “hoy en día resulta conveniente que el Partido Demócrata de Chile ingrese al concierto del socialismo internacional”, pidiendo al efecto las bases y condiciones requeridas para dicha afiliación28. La misma invitación se repitió a través de las columnas de El Pueblo Obrero de Iquique, donde llamaba a “los demócratas de toda la República chilena” a “ampliar nuestro programa de aspiraciones y de acción, en el sentido de colocar a nuestro partido al nivel de los grandes partidos obreros del mundo, que indudablemente en sus acciones y en sus aspiraciones estampan el sello austero de toda su inteligencia”. Reparando en que la democracia era un principio insuficiente para satisfacer todas las expectativas del proletariado, Recabarren instaba a sus correligionarios a rebautizarse como Partido Demócrata Socialista (idea ya sugerida en la Convención Demócrata de 1901 por los dirigentes Ángel Guarello y Zenón Torrealba), y sometía a su consideración una “Declaración de Principios”, cuyo núcleo se parecía bastante a la que años después redactaría para el naciente P.O.S. Esta concluía expresando, como lo haría también la del P.O.S., que “el ideal del Partido Demócrata Socialista Obrero es la completa emancipación de la clase trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales, honrados e inteligentes”29. Como se desprende de las propias palabras de Recabarren, la iniciativa de transformar al Partido Demócrata en una colectividad más estrictamente obrera y socialista se venía insinuando a lo menos desde comienzos de siglo, cristalizando en torno a una tendencia, conocida como “doctrinaria”, que se oponía a los sectores más tradicionalistas comúnmente identificados como “reglamentarios” (en su primera conferencia en Buenos Aires, haciendo explícitos sus puntos de referencia, Recabarren las había definido simplemente como “demócrata socialista” y “demócrata conservadora”)30. En varias oportunidades 28

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Traducido del francés (L’Internationale Ouvrière et Socialiste, Rapports soumis au Congrès Socialiste ˆ 1907) par les organizations socialistes d’Europe, d’Australie et d’Amérique Internationale de Stuttgart (18-24 aout sur leur activité pendant les années 1904-1907) y comentado por Augusto Samaniego, “¿Quiénes crearán el instrumento socialista? Recabarren, demócratas y socialistas: dos textos (1907-1908)”, manuscrito inédito cedido gentilmente por su autor. El Pueblo Obrero (Iquique), 5 de octubre de 1907. La referencia a Guarello como primer proponente de la adscripción del Partido Demócrata al socialismo también aparece en el informe enviado en 1907 a la Internacional: “Ángel Guarello, un excelente socialista, fue el primero que propuso que se cambiara el nombre del Partido, substituyendo la calificación de demócrata por la de socialista”, Augusto Samaniego, “¿Quiénes crearán el instrumento socialista?...”, op. cit., p. 16. La Voz del Obrero (Taltal), 30 de enero de 1907; en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, p. 20. También en su Informe a la Internacional de ese mismo año aparecía una referencia al tema: “En el Partido se ha formado, 6 a 8 años atrás, un grupo que lucha por un cambio en su denominación y por la adopción oficial de la táctica y los principios socialistas. Este grupo gana importancia día a día y todo indica que impondrá sus puntos de vista en breve plazo”, Samaniego, op. cit., p. 17.

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estas diferencias habían llevado al quiebre total del partido, debilitando aún más su capacidad para maniobrar dentro del sistema de elecciones y alianzas propio del período parlamentario31. Tal vez por esa razón, o bien por el indiscutido arraigo en los corazones populares de una colectividad que ya tenía veinte años de existencia, y que él mismo reconocía como “el partido del pueblo”32, a su regreso a Chile Recabarren olvidó temporalmente sus reservas y se reincorporó a las filas demócratas. Sin embargo, su publicación de un “Programa del Partido Socialista Obrero” a pocos días de haber cumplido la condena judicial que había dejado pendiente al viajar a Argentina –y en un periódico denominado precisamente El Socialista– vino a demostrar que sus aspiraciones seguían siendo las mismas33. Así, relativizando la euforia demócrata ante los buenos resultados obtenidos en las elecciones parlamentarias de 1909 (veinte mil electores y cinco diputaciones), se permitía formular la siguiente autocrítica: “perdonen mi pesimismo mis correligionarios, ¿cuál es la obra práctica y la obra inteligente de este partido que aparece tan grande?... Yo no la veo. Y sin querer opacar u oscurecer nuestra vida pasada, en la cual yo también tengo mi parte, creo que si nada hemos hecho en 22 años... de verdadera utilidad práctica para el pueblo, empecemos ahora a construir esa obra que es necesaria para el bienestar del pueblo”. Y continuaba: Para recuperar el tiempo perdido..., fundemos una biblioteca en cada agrupación, establezcamos como práctica realizar una conferencia todos los meses, organicemos a los trabajadores en Sociedades de resistencia para que se defiendan contra los abusos patronales, fundemos cooperativas obreras demócratas para libertarnos de la explotación 31

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Las tensiones que afectaron al Partido Demócrata durante estos años han sido descritas por Héctor de Petris Giesen, Historia del Partido Democrático, Santiago, 1942, quien habla expresamente de una “corriente socialista”, identificada con Recabarren, actuando tozuda y divisoriamente en su interior. Así por ejemplo, a propósito de la Convención Extraordinaria celebrada el 18 de abril de 1908 para sellar la reunificación del partido, este autor comenta: “Otra vez se rechaza una indicación para cambiar el nombre de Demócrata por Socialista, al Partido. Antes de clausurarse, la Convención declaró solemne y definitivamente sellada la unificación del Partido Democrático y condenó enérgicamente cualquiera tentativa de algunos de sus miembros que tuviera por objeto o por consecuencia, disgregar, dividir o anarquizar en cualquier forma las filas del Partido, ya fuera procurando formar otra colectividad política (sic) o desobedeciendo de cualquier modo las resoluciones de mayoría”; op. cit., p. 35. Ver también los recuerdos de un testigo y actor presencial en Alejandro Escobar y Carvallo, “La organización política de la clase obrera a comienzos de siglo”, revista Occidente, Nº 122, Santiago, 1960. Ver, por ejemplo, “En el aniversario de la Democracia”, La Industria (Valdivia), 20 de noviembre de 1909, en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, p. 136; también Fernando Ortiz alude a ese aspecto como uno de los que obstaculizaban la autonomización de una propuesta socialista: “No era menor el obstáculo presentado por la existencia de un fuerte Partido Demócrata, aparente partido de avanzada y de poderosa influencia en un sector importante del proletariado nacional”, El movimiento obrero en Chile, op. cit., p. 264.. El Socialista (Santiago), 7 de agosto de 1910, en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, p. 135. Tal como lo señalan estos autores, este programa tiene un gran parecido tanto con el publicado en El Pueblo Obrero de Iquique en 1907, como con el que hizo suyo el Partido Obrero Socialista en 1912. Hasta el nombre del presunto partido es prácticamente el mismo.

comercial e industrial, démosle vida a los periódicos y diarios del partido para contribuir a la ilustración del pueblo y como buenos demócratas combatamos con nuestro ejemplo personal la embriaguez que es la causa principal que nos quita el tiempo necesario para ocuparnos de hacer todo lo que es útil al pueblo34. Poco tiempo después, habiendo sido elegido secretario de la Segunda Comuna del Partido Demócrata de Santiago, Recabarren promovió, “en medio de las miradas recelosas y desconfiadas de una multitud de demócratas que quizás no han sabido dar asilo a la fe en sus corazones, o no se atreven a emprender obras capaces de hacer la verdadera felicidad del pueblo”, un programa de realizaciones esencialmente idéntico al esbozado en la cita anterior35. Sin embargo, parece ser que la acción de los “recelosos y desconfiados”, amén de las continuas pugnas al interior del partido36, pudieron más que las buenas intenciones. Antes de cumplir un año como secretario comunal, y luego de que el directorio demócrata desautorizara una gira de propaganda por el país calificándola de “divisionista”, Recabarren emprendió viaje a Tarapacá para iniciar una nueva (y decisiva) etapa en su carrera37. Tal vez las lejanas provincias salitreras, tan acogedoras durante su estadía anterior, iban a mostrarse más fértiles para la materialización del ambicionado programa, y para la implantación definitiva del socialismo en territorio nacional. Descontando sus recuerdos antofagastinos y tocopillanos, había varias consideraciones que podrían haber justificado la opción del futuro fundador del P.O.S. por Tarapacá. Se trataba, para comenzar, de una zona de antigua y militante sociabilidad obrera, teatro de la primera huelga general en la historia del país (la de 1890) y cuna de aquel movimiento mancomunal que tanta admiración había despertado en el joven Recabarren a comienzos 34 35

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La Industria (Valdivia), 20 de noviembre de 1909; en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, ps. 136-137. Ver su artículo “La acción de la Democracia en la Segunda Comuna”, El Trabajo (Santiago), 2 de julio de 1910; en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, p. 141. En referencia al período en que Recabarren ya estaba actuando en Tarapacá, pero todavía dentro de las filas demócratas, Héctor de Petris Giesen formula la siguiente observación: “Por allá por el mes de Julio de 1911 se habla de una campaña subterránea para dividir el Partido y obtener el apoyo de una de las fracciones a la Alianza Liberal. De esta manera, en el curso del año 1911 aparece con mayor virulencia que en años anteriores una fracción demócrata que se hace llamar ‘socialista’, encabezada como siempre por Luis Emilio Recabarren, al que siguen otras personas que más tarde serán de figuración en otras tiendas políticas”, op. cit., p. 39. El incidente es aludido, a partir de unas referencias a La Voz del Obrero de Taltal, por Fernando Ortiz: “A principios de 1911, a pedido de un grupo de personas que pretenden implantar el socialismo en Chile, Recabarren solicita autorización al directorio de su partido para hacer una gira por el país. El directorio no accede a la petición y lo acusa de ‘divisionista’. Al día siguiente, 31 de enero de 1911, treinta disidentes acusan a su partido de no tener ideas políticas claras. Recabarren parte al norte”, Historia del movimiento obrero, op. cit., p. 265.

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de siglo38. Era también el sitio donde se había llevado a efecto, pocos años antes, la peor matanza obrera dentro de un período colmado de tales acciones represivas, con los ecos de indignación y polarización social que ello debía haber dejado en la memoria popular. Era, por último, una de las más importantes concentraciones de población proletaria del país, y cuya capital, como se vio, ya había sido escogida por Recabarren en 1907 para formular su primer llamado a constituir un partido inspirado en los principios socialistas. Fiel a una vocación electoralista que por otra parte no abandonó durante toda su vida, y en la que seguramente convergían tanto su trayectoria demócrata como su admiración por el socialismo argentino39, al momento de viajar tampoco debió resultarle indiferente la aproximación de los comicios parlamentarios de marzo de 1912. Haciendo un reconocimiento explícito de tal interés, a poco de llegar a Tarapacá, Recabarren denunciaba la costumbre de los “partidos burgueses” de valerse de los sufragios populares, obtenidos mediante el clientelismo o el cohecho, para consolidar su monopolio sobre los cargos públicos. Frente a eso, argumentaba, el pueblo debía aprender a hacer valer su superioridad numérica: “Si en todo pueblo y especialmente en estos del norte, los trabajadores constituyen el mayor número en el cuerpo electoral, es a ellos pues, a quienes le corresponde también el mayor número de representantes en los cuerpos políticos de la nación”40. Después de todo, en las elecciones anteriores (1909) la Democracia iquiqueña había logrado convocar casi a 1.500 electores, otorgándole la primera mayoría a su candidato a diputado, el obrero tipógrafo Pedro 2º Araya41. Vista en esa perspectiva, la radicación en Iquique podía llevar a pensar en una reedición, aunque con un desenlace más feliz, de su frustrada victoria electoral de 1906. También existían, sin embargo, antecedentes de signo contrario, que presagiaban un desarrollo menos propicio de los acontecimientos. Con toda su trayectoria y simbolismo 38

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Así, en una carta dirigida en febrero de 1902 a Abdón Díaz, fundador y presidente de la Mancomunal de Iquique, Recabarren le decía: “Como obrero, como hombre de trabajo, me siento enorgullecido, al contemplar, aunque sea a la distancia, ese movimiento omnipotente y poderoso que efectúan, mis hermanos de trabajo de aquellas zonas tan apartadas del corazón del país, pero tan inmensamente ricas como inmensamente pobres son los trabajadores que arrancan a la madre común esas riquezas para dárselas a los zánganos de la colmena social llamados ricos”, El Trabajo (Iquique), 23 de febrero de 1902. Ver también “La mancomunal de Coquimbo”, en El Proletario (Tocopilla), 24 de septiembre de 1904; ambos en Cruzat y Devés, op. cit., tomo I, pp. 7 y 130. El análisis más exhaustivo de la huella que la militancia demócrata dejó en el pensamiento político de Recabarren se encuentra en Jaime Massardo, La formation de l’imaginaire politique de Luis Emilio Recabarren, op. cit., especialmente su capítulo dos, “Les origines démocratiques”, pp. 51-133. También desarrollan ese punto los trabajos citados de Francisco Domínguez, “El legado de Recabarren: Una evaluación crítica”, y Alberto Harambour, “Luis Emilio Recabarren: ¿Evolución o revolución socialista?”. Incluso Ramírez Necochea reconoce la persistencia en el naciente Partido Comunista de “desviaciones” reformistas y resabios de “liberalismo democrático” procedentes de su etapa fundacional; ver su Origen y formación del Partido Comunista de Chile, op. cit., pp. 217-234 de la edición de 1984. Artículo “La política y las clases trabajadoras”, El Grito Popular (Iquique), 28 de abril de 1911. Ver El Pueblo Obrero (Iquique), 16 de marzo de 1909. En realidad, los votos obtenidos por Araya fueron 2.958, pero que de acuerdo a la ley electoral entonces vigente correspondían, según un artículo publicado por Recabarren en La Industria de Valdivia (20 de noviembre de 1909), a 1.480 votantes.

en materia de movilización social, la expresión específicamente política del movimiento obrero tarapaqueño antes de la llegada de Recabarren resultaba bastante más débil que lo exhibido por otras regiones del país, incluso algunas con condiciones sociales teóricamente menos favorables. El mismo Partido Demócrata, que ya desde la década de 1890 había sido capaz de elegir diputados y controlar gobiernos municipales en provincias como Valparaíso, Santiago y Concepción42, recién vino a elegir su primer diputado tarapaqueño en 1909, y ello gracias a un pacto celebrado con radicales y liberales a cambio del apoyo a una candidatura senatorial “burguesa”43. Los municipios tarapaqueños, en tanto, nunca alcanzaron una mayoría demócrata (como tampoco la verían socialista o comunista en lo que quedaba de la vida de Recabarren). También a diferencia de otros lugares, la Democracia iquiqueña sólo pudo consolidar una prensa propia (primero El Pueblo, luego El Pueblo Obrero) hacia la década de 1900, cuando el periodismo demócrata de más al sur ya llevaba bastante camino recorrido. En suma, y pese a todas las expectativas que pudo haberse hecho Recabarren, la experiencia del Partido Demócrata a nivel regional no parecía compadecerse con lo que sus índices de militancia social habrían permitido proyectar. En una línea análoga, y al margen de lo que se ha afirmado en relación al liderazgo de la huelga que culminó en la matanza de la Escuela Domingo Santa María, el anarquismo tarapaqueño tuvo una presencia organizativa y propagandística todavía más tenue durante el período en estudio, desapareciendo del todo tras la represión de 1907-1908, para no volver a aflorar visiblemente hasta 191644. Tampoco se vislumbra ninguna línea nítidamente socialista antes de la llegada de Recabarren, ni siquiera como una tendencia identificable al interior del Partido Demócrata45. Hasta la poderosa Mancomunal de Iquique había fracasado en un intento de trasladar su demostrada fortaleza social al plano de la política partidista, como lo demostró el magro desempeño de su Partido Obrero Mancomunal en las elecciones de 190646. Por último, 42

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Un artículo escrito por Recabarren a mediados de 1907 hablaba de mayorías demócratas en los municipios de Tocopilla, Santa Luisa, Concepción, Coquimbo, Talcahuano, Valdivia “y algunos otros”, El Deber (Chañaral), 23 de mayo de 1907; en Cruzat y Devés, op. cit., tomo II, pp. 125-126. La del político del Partido Nacional Antonio Varas. Ver El Nacional (Iquique), 18 y 25 de diciembre de 1908, 29 de enero, 3, 20 y 25 de febrero de 1909. En su artículo ya citado de La Industria de Valdivia, de 20 de noviembre de 1909, Recabarren reconocía que “en las provincias de Tarapacá y Concepción han sufragado por los candidatos del partido demócrata electores que no pertenecen a nuestras filas y que sólo lo hacían en cumplimiento de compromisos electorales”. Ver Julio Pinto V., “El anarquismo tarapaqueño y la huelga de 1907, ¿apóstoles o líderes?”, op. cit. En un documento titulado “Cómo se principió a formar la prensa obrera para echar las bases del Partido Obrero Socialista”, redactado al parecer por el antiguo obrero salitrero y luego regidor socialista por Iquique Pedro J. Sandoval, los antecedentes que se citan para la formación del P.O.S. son los núcleos anarquistas de los años 1903-1907 y la propia Mancomunal. Este escrito constituye una especie de introducción a las Actas de la Cooperativa Obrera Tipográfica “El Despertar de los Trabajadores”, 1912-1913, gentilmente facilitadas por el profesor Eduardo Devés, y transcritas por el profesor Pablo Artaza. Pablo Artaza Barrios, “El impacto de la matanza de Santa María de Iquique. Conciencia de clase, política popular y movimiento social en Tarapacá”, Cuadernos de Historia Nº 18, Santiago, Universidad de Chile, 2000. (Continúa en pág. siguiente.)

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y como ya se dijo, la victoria del candidato demócrata Pedro 2º Araya en 1909 sólo fue posible gracias al voto radical y liberal, que no tenía por qué repetirse en elecciones posteriores. En suma, en materia de apoyo electoral y adhesión política convencional, como Recabarren tendría repetida ocasión de lamentarlo, los sectores populares tarapaqueños seguían apoyando mayoritariamente a partidos “burgueses” como el balmacedista o el radical47. El aparente desfase entre activismo social y pasividad política, posiblemente no detectado por Recabarren al momento de decidir su traslado a Iquique, había además adquirido un giro muy peculiar tras la represión desatada con motivo de la huelga de diciembre de 1907. Fuertemente golpeadas por una autoridad regional decidida a restablecer el orden y prevenir estallidos futuros, la mayoría de las organizaciones obreras entró a partir de ese momento en una fase de repliegue forzoso que se prolongaría hasta más allá de la llegada de Recabarren48. La propia Mancomunal, herida de muerte tanto por sus vacilaciones durante la huelga como por el clima creado en torno a esos hechos, puso fin a su existencia durante 190849. Desprovistos de su canal preferente de expresión, los trabajadores tarapaqueños podrían haber redirigido sus energías e inquietudes hacia el campo de la política, como lo sugiere más de alguna hipótesis sobre el particular50. En esa lógica, la elección de Araya a la Cámara de Diputados habría venido a constituir una inyección de esperanza que un observador interesado como Recabarren no habría tardado en detectar. Sin embargo, durante los meses que transcurrieron entre aquella victoria y su desembarco en Iquique dejó de aparecer el último periódico demócrata de la ciudad (El Pueblo Obrero), y todas las secciones regionales del partido, salvo la de Pisagua, entraron en estado de disolución51. Así, la implantación de la semilla socialista sería una tarea mucho más ardua de lo que un primer diagnóstico habría permitido anticipar.

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También Floreal Recabarren, “Historia del proletariado de Tarapacá y Antofagasta (1884-1913)”, memoria de prueba inédita, Santiago, Universidad de Chile, 1954, pp. 182-228; Peter De Shazo, Urban Workers and Labor Unions in Chile, 1902-1927, op. cit., p. 141; Fernando Ortiz, El movimiento obrero en Chile, op. cit., p. 265. Los orígenes de este fenómeno han sido analizados en Julio Pinto, Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera, op. cit., capítulo VI. Como lo señalaba él mismo en un diagnóstico retrospectivo formulado a comienzos de 1913: “El espíritu obrero muy decaído por la cruel matanza en la huelga de 1907, recién empieza a reanimarse”, El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 18 de febrero de 1913. Para un análisis pormenorizado de este tema ver Pablo Artaza, “El impacto de la matanza de Santa María de Iquique”, op. cit. Es lo que dice explícitamente Pablo Artaza en el artículo citado en la nota anterior, y ha sido sugerido también por J. Samuel Valenzuela para el conjunto del país como una posible explicación para la temprana “partidización” del movimiento obrero chileno, golpeado duramente en lo social-reivindicativo por la represión del período parlamentario, pero incentivado para manifestarse políticamente por el clima de respeto a las libertades públicas e institucionalización del sistema de partidos que ese régimen promovió; ver su tesis doctoral inédita, U. of Columbia, 1979. El Grito Popular (Iquique), 28 de abril de 1911; El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 24 y 27 de febrero de 1912.

En lo que resta de este capítulo, se pasará revista a este trabajo de “implantación socialista” desde la llegada de Recabarren a Iquique hasta las elecciones parlamentarias de noviembre de 1925, un año después de su suicidio. Durante ese lapso, el socialismo tarapaqueño pasó de ser una entidad virtualmente inexistente, como se vio en las páginas anteriores, a constituirse, ya como Partido Comunista de Chile, en una de las fuerzas políticas más visibles de la provincia y la región, capaz de disputar elecciones senatoriales y provocar serias inquietudes en las autoridades superiores de la nación. Aunque no se ha querido adoptar una estructura estrictamente cronológica, para alivianar la exposición se dividirá el período indicado en tres grandes etapas: 1) los años de residencia directa de Recabarren en Tarapacá (1911-1915), que son también los del nacimiento del P.O.S.; 2) la etapa de crisis y reactivación experimentada entre el alejamiento de Recabarren y la elección de Luis Víctor Cruz como primer diputado socialista por la provincia (1915-1921); y 3) los años de consolidación política y social experimentados ya como Partido Comunista de Chile, hasta la víspera de una nueva crisis generada por el ascenso al poder de Carlos Ibáñez del Campo (1921-1926). Como se dijo en el primer capítulo, no se pretende incursionar aquí in extenso en los aspectos propiamente ideológicos o doctrinarios (lo que ya se hizo en un trabajo anterior)52, sino más bien en la dinámica de interpelación y respuesta que se fue lentamente estableciendo entre la propaganda socialista y el medio popular iquiqueño y pampino. Se diseñará para tal efecto, en la primera sección, una especie de matriz descriptiva que permita identificar los espacios (gremiales, políticos, socioculturales) en que se verificó de preferencia esa interacción, así como el tipo de personas que allí concurrieron. Este ejercicio permitirá, se espera, visualizar con más concreción algunos de los elementos que contribuyeron a hacer del norte salitrero, en palabras de Luis Emilio Recabarren, la “cuna vigorosa del socialismo” en Chile53.

2.1) Recabarren en Tarapacá (1911-1915): La matriz fundacional Recién llegado a la más septentrional de las provincias salitreras, Luis Emilio Recabarren hizo uso de los salones de la Gran Unión Marítima, una de las sociedades obreras más antiguas y respetadas de Iquique, para dictar una conferencia titulada “Doctrina y acción moderna de la Internacional Obrera y Socialista”. Ante un “numeroso público obrero y regular representación de las demás clases sociales”, el orador explicó que “la doctrina de esta asociación es la sustitución de la sociedad presente, basada en la propiedad individual, por una sociedad nueva, basada en la propiedad colectiva que asegura a todos los individuos el completo goce o usufructo de los bie52 53

Julio Pinto V., “Socialismo y Salitre...”, op. cit. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 21 de julio de 1914.

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nes naturales y producidos por la colectividad”. “La razón moral de esta doctrina”, continuaba, “consiste en que la mayor población de la humanidad no debe ser sacrificada por una minoría ridícula de hombres que la explota y la somete. La razón científica consiste en que la producción, base de todas las fortunas, que es producida por las clases pobres que son víctimas por su ignorancia de la explotación, es en razón propiedad de los productores directos y no de los capitalistas”. No debía pensarse, sin embargo, que la puesta en práctica de estas ideas necesariamente revistiese caracteres violentos, aun cuando en algunos tiempos y lugares la “heterogeneidad intelectual” de sus adherentes y la intransigencia de las clases gobernantes hubiese dado lugar a estallidos y desbordes. El socialismo bien entendido, aclaraba Recabarren, impulsaba al trabajador a valerse sólo de medios civilizados y pacíficos: “Económicamente busca mejor salario, crea cooperativas que abaraten la vida, adquiere hábitos económicos. Social y moralmente se ilustra, refina su cultura; conquista simpatías. Políticamente lucha por la democratización de las instituciones, que le facilitan acceso a estar representado en todas las corporaciones que constituyen la vida pública o social”. Inspirado en ese ejemplo, el pueblo tarapaqueño debía educarse, moralizarse y organizarse para alcanzar la verdadera justicia y bienestar 54. El programa así enunciado, evidentemente mucho más cercano al socialismo que Recabarren venía predicando desde 1907 que a la plataforma vigente del Partido Demócrata, marcó la pauta de lo que sería su acción y sus esfuerzos durante los meses y años venideros. Luego de realizar una primera gira para exponer esas mismas ideas en Pisagua y los pueblos y oficinas de la pampa55, a su regreso a Iquique procedió a reorganizar la agrupación demócrata local, que por “circunstancias que no hay para qué recordar” había visto dispersarse a sus adherentes, “enfriándoles sus entusiasmos, apagándoles sus convicciones”. Los poco más de cuarenta asociados que asistieron al acto de refundación eligieron a Recabarren para presidente de un directorio en el que también figuraban futuros dirigentes del socialismo regional como los panaderos Ernesto Jorquera y Francisco Olivier, y el obrero gásfiter Enrique Salas, antiguo militante anarquista y demócrata y futuro regidor comunista por Iquique, cuya labor junto a Recabarren iba a ser particularmente estrecha y prolongada56. 54 55

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El discurso es transcrito y comentado (favorablemente) en El Nacional (Iquique), 20 de marzo de 1911. “En todas las oficinas salitreras ha habido un numeroso y escogido auditorio, pero sobresaliente en la oficina Agua Santa. Por las noticias que hemos recibido sabemos que todas las conferencias de Recabarren han producido una magnífica y grata impresión entre las personas que han escuchado, dejando muy buenos recuerdos y mejores deseos de volver a oír sus conferencias, cuyos temas de indiscutible valor moral, instructivo e histórico elevarán rápidamente el grado de cultura de los pueblos.”, El Nacional (Iquique), 6 de abril de 1911. El Grito Popular (Iquique), 28 de abril de 1911; El Nacional (Iquique), 8 y 15 de abril de 1911. Enrique Salas participó a fines de 1905 como director de una Sociedad Internacional Defensora de Trabajadores de inspiración anarquista que funcionó en Pozo Almonte, donde editó el periódico El Pensamiento Obrero, dirigido por Julio Valiente; El Pensamiento Obrero (Pozo Almonte), 30 de diciembre de 1905. A fines de (Continúa en pág. siguiente.)

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En la misma ocasión se acordó fundar un periódico, instrumento predilecto de la acción política y propagandista de Recabarren, al que se denominó El Grito Popular. Como sucedería posteriormente con el más conocido Despertar de los Trabajadores, este órgano de prensa no debía servir sólo como vocero del partido y medio de información, sino que pasaría a convertirse en un centro de instrucción y sociabilidad popular en torno al que debía girar todo el ambicioso programa de “regeneración moral” promovido por los socialistas. Así, junto con facilitar sus habitaciones para la realización de conferencias, reuniones gremiales y veladas culturales, se instaló también allí una “biblioteca sociológica” y una “librería obrera” donde podían adquirirse a bajo precio los escritos de Recabarren y otros autores de similar orientación. Refiriéndose al intenso movimiento que caracterizaría posteriormente al Despertar de los Trabajadores, Elías Lafertte recordaba cómo “el local del diario se me antojaba un poco mi hogar, por ser hogar de tantos trabajadores”. “La azotea”, continuaba, “era bien aprovechada para hablar desde ella al pueblo y el salón de actos jamás estaba vacío, pues le dimos mucha vida y actividad y semanalmente había actos culturales, representaciones teatrales y conferencias”57. Allí precisamente se fundaría, el 4 de julio de 1912, la seccional iquiqueña del Partido Obrero Socialista. Desde su primera edición, y aunque se identificara formalmente como órgano del Partido Demócrata, El Grito Popular retomaba el discurso socialista ya anunciado en las primeras conferencias de Recabarren. Subtitulándose “diario demócrata y socialista, al servicio de la clase proletaria”, aclaraba: Somos demócratas y somos socialistas. Somos obreros y trabajadores que en la imperiosa necesidad de servir la causa de la justicia, trocamos la herramienta por la pluma. Somos demócratas y serviremos al partido y a la doctrina como entendemos nosotros la democracia. La democracia en cuanto es una doctrina de (mutilado) ...intereses colectivos de la sociedad en que vivimos. Somos socialistas porque aspiramos al progreso de la organización social, a su progreso ascendente que vaya suprimiendo poco a poco todos los defectos de los organismos que constituyen la vida social, hasta llegar a la transformación radical de la sociedad o de los individuos, a medida que la luz y la ciencia penetren en los cerebros58. Y concluía:

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1908 figura como posible candidato a regidor en representación del Partido Demócrata, mientras que en 1910 actuó como secretario del comité que lideró la campaña en favor de la amnistía a los procesados por la huelga de 1907, El Nacional (Iquique), 25 de diciembre de 1908, 4, 5 y 9 de agosto de 1910. En sus memorias, Elías Lafertte lo identifica como uno de los primeros seguidores de Recabarren, lo que le valió ser presentado como candidato a regidor en la misma lista de aquél en 1912, Vida de un comunista, Santiago, 1957; ver pp. 76-77 de la segunda edición de 1971. Lafertte, Vida de un comunista, op. cit., pp. 80 y 86. El Grito Popular (Iquique), 28 de abril de 1911.

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La Democracia Socialista es una asociación de doctrinas que llevadas a la práctica resuelven el problema de la felicidad social y aleja de los seres humanos todo pensamiento egoísta porque suprime los medios que producen el egoísmo. En pueblos que vivan bajo las doctrinas de la Democracia Socialista no habrá explotados ni explotadores, no habrá verdugos ni víctimas, no habrá miserias ni desgracias. Nuestro diario, en el transcurso de su vida, hará permanentemente, en toda ocasión, la exposición y detalle de estas doctrinas para que sean conocidas de todos los que anhelan el bienestar humano. Esa primera edición también revelaba el alcance que podía llegar a tener esa potente herramienta de difusión doctrinaria que era el periódico obrero. Aparecían en ella comunicaciones recibidas de las oficinas Ramírez y Amelia, en las que trabajadores de esos establecimientos hacían llegar donaciones ($ 41 de la primera, $ 100 de la segunda, donde a la sazón se desempeñaba como botarripio el futuro diputado socialista Luis Víctor Cruz), para que El Grito Popular pudiese empezar a funcionar. Ediciones posteriores confirmaron dicha tendencia al publicar diversos aportes y denuncias (ocasionalmente anónimas) procedentes del interior, incluyendo los pueblos de Huara y Pozo Almonte, y las oficinas Buen Retiro, San Pablo, Santiago, Primitiva, Sur Lagunas y la ya mencionada Amelia. Desde esta última, por ejemplo, Luis Víctor Cruz escribía a mediados de mayo denunciando los abusos cometidos en la pampa por Carabineros, y nuevamente algunas semanas después defendiendo la labor histórica de la prensa obrera, “sostenida por los mismos compañeros que hoy en unión del compañero Recabarren dan a la publicidad El Grito Popular”, única que en 1907 se había atrevido a combatir la represión59. En un registro más doctrinario, José Zuzulich enviaba desde la oficina Argentina un “Diálogo entre el Pueblo y la Democracia” en que reconocía a Recabarren como el principal artífice de la unidad obrera regional; o exhortaba más adelante a la juventud trabajadora a no dejarse seducir electoralmente por la retórica balmacedista o radical60. En relación a la difusión de su mensaje en las localidades del interior, se lamentaba la redacción central en una oportunidad de haber recibido “muchas cartas de la pampa que nos dicen que el diario carece de noticias pampinas. Pero ¿habrá noticias pampinas que publicar? Esas mismas cartas que reclaman de esta falta, no traen ninguna noticia! Manden noticias los mismos pampinos y saldrán noticias! Pero noticias que ilustren, que interesen, que maten abusos, que unan a los trabajadores”61. Es verdad que a menos de un mes de su aparición, El Grito Popular ya tenía un tiraje de 300 ejemplares sólo para Iquique, más otros 800 para Pisagua y las localidades del interior. Recabarren,

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El Grito Popular (Iquique), 18 y 24 de mayo de 1911. El Grito Popular (Iquique), 14 y 23 de julio de 1911. El Grito Popular (Iquique), 7 de mayo de 1911.

sin embargo, todavía consideraba esa cifra como muy insatisfactoria para una región como Tarapacá: Algunos compañeros han alegado que la miseria ruinosa por que atraviesa actualmente la clase trabajadora de Tarapacá habrá sido una causa poderosa para que EL GRITO POPULAR no encontrara la acogida necesaria para sostenerse. Pero esta razón no impide que los trabajadores pudieran ayudar con 60 centavos semanales, desde el momento en que todos nosotros vemos diariamente las cantinas, tabernas, fondas y otros centros de perdición llenos de trabajadores que dan al vicio lo que mezquinan a su propio mejoramiento. No es la miseria la que detiene el progreso de “El Grito Popular”, es la indiferencia de los trabajadores. Esta es la principal causa: la indiferencia. Acostumbrados los trabajadores a sufrir la tiranía y la opresión, llegan a no sentir la necesidad de emanciparse. Como en esa indiferencia, la sufren los demás trabajadores, los que anhelan cortar las cadenas que los esclavizan y romper los yugos que abaten su frente, deben contribuir junto a nosotros para que “El Grito Popular” viva para los que quieran luchar.62 Es verdad que nunca fue fácil financiar un periódico exclusivamente con el apoyo obrero, y el propio Grito Popular debió cerrar sus puertas hacia fines de 1911 por la incapacidad de solventar los gastos y cubrir las deudas, aunque pocas semanas antes Recabarren se había dado el gusto de invertir siete mil pesos en la instalación de “un taller nuevo, grande, completo, capaz para realizar toda clase de trabajos y para darle a nuestra publicación todo el progreso que ahora puedan desarrollar los interesados en el triunfo de esta empresa”63. Parecida fue, al menos en materia de penurias financieras, la historia de su sucesor, el mucho más conocido Despertar de los Trabajadores, fundado en enero de 1912 para ocupar el vacío dejado por El Grito Popular. En este caso, sin embargo, y pese a todas las vicisitudes económicas y políticas (varios allanamientos, empastelamientos y clausuras ordenadas por la autoridad), la publicación se mantuvo por más de catorce años, hasta que el advenimiento de la dictadura ibañista hizo materialmente imposible su continuidad. Haciendo un reconocimiento retrospectivo, Recabarren decía en 1916 que “desde enero de 1912 se ha publicado en Iquique...un periódico que apareció desde su fundación hasta el 15 de agosto de 1914, tres veces por semana, y desde esta fecha hasta hoy cotidianamente, con excepción de los lunes. Este diario, llamado El Despertar de los Trabajadores, es propiedad del Centro Socialista de Iquique. Tiene contratos aproximados a mil libras esterlinas. La circulación actual es de 1.500 ejemplares, habiendo alcanzado en épocas buenas hasta 4.000 lectores. La población de Tarapacá 62 63

El Grito Popular (Iquique), 15 de mayo de 1911. El Grito Popular (Iquique), 30 de agosto de 1911.

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es de 120.000 habitantes”64. A juzgar por este desempeño, y desmintiendo las reiteradas quejas de Recabarren y otros dirigentes, el ambiente pampino sí podía ser propicio para el arraigo a largo plazo de un órgano de propaganda e instrucción socialista. El mensaje no había caído precisamente en el vacío. Otro indicador de la rápida penetración del discurso de Recabarren entre los sectores populares tarapaqueños es la concurrencia atraída por las numerosas conferencias que pronunció desde el momento mismo de su llegada. Haciendo el balance de una gira realizada por diversos puntos de la pampa en agosto de 1911, El Grito Popular contabilizaba 80 asistentes en la oficina Amelia, más de 300 en Pozo Almonte, otros 300 en Centro Lagunas, más de 400 en Alianza y 250 en Pisagua, dando un total superior a 1.330 personas en unos pocos días65. Por ese mismo tiempo, la asistencia promedio a una conferencia de Recabarren en Iquique podía fluctuar entre 300 y 800 personas, en tanto que un comicio público celebrado en la oficina Alianza –es verdad que en compañía de los diputados demócratas en ejercicio Pedro 2º Araya y Lindorfo Alarcón– congregó más de mil66. Un asistente a una de esas conferencias pampinas, el joven obrero de la oficina Ramírez Elías Lafertte, la recordaba años más tarde de este modo: Gente de diversas oficinas habían llegado a escucharlo, atraídas por la fama de su palabra sencilla y convincente, que se extendía ya por toda la pampa. La conferencia comenzó a las 4:30 de la tarde. Recabarren... hablaba con palabras al alcance de todos, accionaba poco, pero sabía con su propia voz, remachar algunos conceptos. Habló sobre el socialismo y su desarrollo en Europa, sobre lo que había visto en cuanto a organización obrera, en países como Francia, España y otros que había visitado y puso el acento en las cooperativas, como un medio de que los trabajadores alcanzaran ciertas conquistas. Recalcó también la necesidad de crear un partido de los obreros, con ideología propia de los obreros y no de los burgueses, un partido socialista, en fin, y un fuerte movimiento sindical67. La evidente nostalgia de un Lafertte, o la misma lectura de la prensa de la época, podrían dejar la sensación que la asistencia a estos actos no era sino una forma más de distracción popular en un medio donde éstas, al menos las gratuitas, no eran precisamente abundantes. En esa lógica, escuchar a Recabarren o a sus colaboradores disertar sobre el Primero de Mayo, “El socialismo y los medios de lucha para su triunfo” o “La acción inmediata y futura de la Democracia Socialista”, o incluso enterarse que “el pensador 64 65 66 67

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 6 de octubre de 1916. El Grito Popular (Iquique), 20 de agosto de 1911. El Grito Popular (Iquique), 3 y 31 de mayo, 2 de junio de 1911. Elías Lafertte, op. cit., p. 74.

socialista Carlos Max” (sic) opinaba que “la emancipación de los trabajadores debe ser la obra exclusiva de los mismos trabajadores” 68, no era a la postre muy diferente de asistir a una retreta pública u observar desde la acera el paso de una procesión. Sin embargo, debe tenerse presente que por esos mismos meses Tarapacá fue escenario de una violenta explosión nacionalista, conducida por las tristemente célebres “Ligas Patrióticas”, para las cuales Recabarren y su internacionalismo obrero no eran más que elementos dignos de repudio y condenación. En ese contexto, cualquier expresión de simpatías socialistas podía acarrear serios riesgos para la integridad física o moral69. Otro tanto es lo que sugiere una nota enviada al gobierno central por el Intendente de la Provincia, donde se identificaba a los socialistas como “perturbadores del orden público, detractores de la sociedad y agitadores del pueblo”70. Tan adverso se hizo el ambiente para el socialismo que el propio Recabarren se vio en la necesidad de aclarar que “decir socialismo no era como decir anarquista, y persona revolucionaria contra las más sanas ideas de confraternidad y de elevado espíritu social”, al tiempo que su colaborador Nicolás Aguirre Bretón señalaba que “el socialismo, ha sido tan mal predicado entre el pueblo, han sido tantos los errores que a su doctrina le han acumulado, tantos los embustes que con intencionada mala fe le han enseñado a este pueblo, que una gran parte de él, se horroriza con el solo nombre y cree ver sobre sus cabezas estallar bombas y cartuchos, y se figuran el mundo destruido como por un tremendo terremoto y los hombres disueltos en ácido sulfúrico”71. Pese a tan tranquilizadoras expresiones, la primera conferencia de Recabarren en Pisagua le valió un encarcelamiento de más de un mes por presunto “desacato a la autoridad”, concluyendo así su breve luna de miel en la provincia72. En esas circunstancias, quien asistía a sus prédicas y conferencias asumía un riesgo que no era menor.

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Frase pronunciada por Recabarren al clausurar un acto público en Negreiros, El Grito Popular (Iquique), 28 de mayo de 1911. Así por ejemplo, una crónica publicada en El Nacional del 19 de junio de 1911, bajo el subtítulo de “Luis E. Recabarren destruyendo la obra del patriotismo”, daba cuenta de un choque ocurrido en Pozo Almonte entre la Liga Patriótica de esa localidad y un comicio socialista, opinando que “es una atrocidad que se hagan en nuestro suelo manifestaciones de parte de una secta como la socialista, que por fortuna no existe en Chile y si los hay no son chilenos”. Este primer capítulo en la historia de las Ligas Patrióticas tarapaqueñas ha sido analizado por Sergio González, Carlos Maldonado y Sandra McGee Deutsch en “Las Ligas Patrióticas: Un caso de nacionalismo, xenofobia y lucha social en Chile”, Canadian Review of Studies in Nationalism, vol. XXI, Nº 1-2, 1994. Ver también Sergio González Miranda, “De la solidaridad a la xenofobia: Tarapacá 1907-1911”, en Pablo Artaza y otros A 90 años de los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique, op. cit. Y, para un análisis más extenso y contextualizado, Sandra McGee Deutsch, Las Derechas. The Extreme Right in Argentina, Brazil and Chile, 1890-1939, Stanford, Stanford University Press, 1999. El Grito Popular (Iquique), 25 de agosto de 1911. El Grito Popular (Iquique), 3 de mayo y 30 de julio de 1911. El Grito Popular (Iquique), 30 de junio, 2, 28 y 30 de julio de 1911.

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Sea como fuere, donde el impacto e irradiación de esta obra proselitista puede medirse con mayor nitidez es en el reclutamiento propiamente político, primero hacia un Partido Democrático que, como se dijo, se encontraba a la llegada de Recabarren en completo estado de disolución, y luego bajo las banderas explícitamente doctrinarias del Partido Obrero Socialista. Recordando la precariedad de los inicios (“No hace aún medio año, que el proletariado de esta provincia ha empezado a sacudir los sueños y la pereza que le ataba a una servil mansedumbre; no hace medio año que un nuevo soplo de vida invade esta rica comarca del salitre arrastrando a los trabajadores a unirse y a organizarse”), un balance levantado hacia mediados de 1911 daba cuenta de la constitución de agrupaciones seccionales en las oficinas Centro Lagunas, Alianza, Argentina, San Pablo, San Lorenzo, Amelia, Tránsito y Agua Santa, amén de los pueblos de Pozo Almonte y Huara. Agregando a esa nómina la agrupación de Iquique, también reactivada por Recabarren, y la de Pisagua, única que funcionaba normalmente a su arribo, se llegaba a una militancia total de 485 socios con sus cuotas al día73. Al aproximarse las elecciones parlamentarias y municipales de 1912, para las que, como se dijo, Recabarren se venía preparando desde su llegada, se habían abierto adicionalmente secciones demócratas en las oficinas Pan de Azúcar, Gloria, Primitiva, Abra y Barcelona, a lo que debían agregarse “11 comités y comisiones de propaganda en Felisa, Virginia, Tarapacá, Lucía, Cala-Cala, La Palma, Peña Chica, Rosario de Huara, Puntunchara, Santa Rita, San Patricio y otras”74. Este explosivo crecimiento, reconocido incluso por los diputados demócratas que pocos meses después convertirían a Recabarren en objeto de las peores descalificaciones75, motivó a un entusiasmado redactor del flamante Despertar de los Trabajadores a exclamar que “desde el mes de abril del año pasado el Partido Demócrata inició su reorganización en este puerto, acudiendo a enrolarse en sus filas los demócratas que ya habían luchado y que estaban desorganizados y junto con ellos una juventud deseosa de batallar por la emancipación de los obreros. La acción del Partido Demócrata se inició y continuó hasta hoy con una pujanza y una seguridad no conocida antes en esta provincia”76. Esas mismas expectativas, sin embargo, reforzadas por la afirmación cada vez más enfática de la orientación socialista que Recabarren deseaba imprimir en la Democracia tarapaqueña, tensionaron el partido hasta un punto de quiebre. No conforme con perder su 73

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El Grito Popular (Iquique), 23 de agosto de 1911. La referencia a la agrupación de Huara, que no aparece en la nómina, en El Grito Popular, 20 de agosto de 1911. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 1º de marzo de 1912. Así, al recorrer la provincia en mayo de 1911, el diputado Pedro 2º Araya decía a sus correligionarios: “Estábamos seguros que llegando a esta provincia encontraríamos la agrupación demócrata en una formidable Unión, por estar al frente de ella, el aguerrido luchador Luis Recabarren, y que jamás le han amedrentado las amenazas de los adversarios, ni mucho menos de las persecuciones”, El Grito Popular (Iquique), 26 de mayo de 1911. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 25 y 27 de enero de 1912.

sitial en la Cámara de Diputados, el representante demócrata por la provincia, Pedro 2º Araya, desconoció el 80 por ciento de apoyo brindado en la Convención Demócrata regional a la candidatura de Recabarren77, levantando la suya propia en forma paralela y contribuyendo finalmente a la derrota de ambas. Es interesante constatar que entre los argumentos esgrimidos por los partidarios de Araya para invalidar la candidatura de Recabarren descollaba el que “la elección no la efectuó el partido Demócrata sino el partido Demócrata Socialista. Además Rudecindo 2º Muñoz (uno de los delegados por Iquique) no autorizó con su firma lo obrado en esa convención, por el carácter que se le dio de socialista, (con) lo que queda de manifiesto que la agrupación de Iquique no tenía representación”78. Pese a la descalificación ideológica, y al quiebre partidario que ella a la postre generó, la derrota electoral al menos sirvió para dimensionar la legitimidad alcanzada por Recabarren ante el pueblo tarapaqueño tras sólo un año de labor. Lejos de la votación obtenida por los candidatos “burgueses” (el balmacedista Óscar Viel Cabero, con 5.104 sufragios, o el radical Santiago Toro Lorca, con 2.622), y perjudicado por un cohecho y un fraude que según los socialistas los habrían despojado de una victoria segura, Recabarren de todas maneras derrotó al diputado Araya por 839 votos contra 105 79. Tampoco fue exitosa la postulación de quienes le acompañaron en las elecciones municipales celebradas el mismo día: el joyero y antiguo militante anarquista José del Carmen Aliaga, el panadero Ernesto Jorquera, y el boticario de Pozo Almonte Luis Ormazábal. Todos ellos, sin embargo, habían preferido seguir junto a Recabarren, aunque ello les valiera la expulsión del Partido Demócrata. 77

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Desmintiendo la aseveración de Araya en el sentido de que la Convención que acordó la candidatura de Recabarren carecía de validez, un simpatizante de este último retrucaba: “La reunión que usted niega, se verificó en Iquique, en el amplio salón que entonces tenía la agrupación en la calle Tarapacá, el 29 de Octubre del año pasado, con la asistencia entre otros de los siguientes delegados: Iquique, Rudecindo 2º Muñoz y José del C. Aliaga; Pisagua, Froilán Vásquez; de la Oficina Amelia, José I. Andrade; oficina Tránsito y Abra, Víctor Cabeza; pueblo de Huara, Luis Ormazábal, actual candidato a municipal por Iquique; pueblo Pozo Almonte, Juan A. Vergara y Vicente Olivos; oficina San Lorenzo, Ladislao Córdova; oficina Argentina, José Zuzulich; oficina San Pablo, Manuel T. Rojas; oficina Pan de Azúcar, José Villalobos; oficina Alianza, A. Carreño; pueblo Lagunas, Amador López, etc.”, El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 27 de febrero de 1912. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 27 de febrero de 1912. El Nacional (Iquique), 7 de marzo de 1912. En la edición siguiente a la jornada electoral, un indignado Despertar de los Trabajadores fulminaba: “El acto más sublime, el más serio de los pueblos civilizados, ha sido una sucia chacota, un solemne juego de chiquillos, en el que la fuerza bruta ha dominado a la voluntad popular. Los derechos ciudadanos han sido burlados escandalosamente, el voto libre ha sido falseado, y se ha pisoteado la conciencia de los pocos hombres que conciencia han tenido en nuestra provincia. El carneraje a bajo precio ha dominado al voto honrado, el licor de los choclones se ha sobrepuesto a las ideas políticas de los hombres y donde aún esto no ha servido, se ha arrojado con la fuerza pública a los apoderados, se han hecho votar a los abuelos de nuestros abuelos, y se ha hecho tutti completo en diferentes mesas. A voz pública se ha proclamado la candidatura de Recabarren como la triunfante en derecho legal en las urnas electorales”. 7 de marzo de 1912.

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Así, aun en la derrota, el testimonio brindado y los votos obtenidos demostraron la capacidad de penetración de un discurso que llevaba apenas un año de difusión, que se sustentaba exclusivamente en los planteamientos doctrinarios (no en el paternalismo o el cohecho), y que hacía de la identidad clasista su principal bandera de lucha. La proclamación final de los candidatos “demócrata-socialistas”, por ejemplo, había señalado que “los trabajadores necesitan propia representación. Individuos de su propia clase. Hombres que hayan sufrido y que sientan sus miserias para que en el Congreso y Municipios sean el eco exacto de sus representados”. De igual forma, la propaganda del candidato a regidor Ernesto Jorquera, militante demócrata proclamado en forma independiente por el gremio de panaderos, expresaba que “ojalá los trabajadores, fueran los municipales, los administradores de la riqueza pública y no veríamos el bochornoso espectáculo que presentan casi todas las municipalidades del país, negociados chanchullos escandalosos”80. En suma, el mensaje socialista (o su capacidad de movilizar votantes) había logrado en relativamente poco tiempo desplazar el liderazgo histórico de la Democracia regional, señalando un curso de autonomía muy cercano a lo que Recabarren llevaba años infructuosamente tratando de estructurar. A la luz de estos hechos, la ruptura definitiva de los seguidores de Recabarren con el Partido Demócrata, a menos de tres meses de verificadas las elecciones, no fue sino el desenlace de una correlación favorable de fuerzas que éstas habían permitido constatar. En un histórico artículo titulado “Vamos al socialismo”, Recabarren formalizó esa voluntad (y su supuesta validación ante las bases) en los siguientes términos: Desde que se inició la reorganización del Partido Demócrata en esta provincia, se inició también una tendencia bien marcada para que nuestra organización fuera envuelta en la idea socialista y tomando su propio nombre. Tan es así que un buen número de las nuevas agrupaciones de la pampa, tomaron el nombre de socialistas, manifestando con ello querer avanzar en las ideas y en la acción. Hasta hoy el Partido Demócrata mantuvo su viejo y desprestigiado nombre, sin que nadie condenara el nacimiento de secciones dependientes del Partido Demócrata, pero que adoptaban el nombre socialista. En la última sesión del Directorio de la Agrupación Central se ha propuesto el cambio de nombre de nuestro Partido en la provincia. Unos quieren que adoptemos por nombre simplemente: Partido Socialista; otros proponen que nos llamemos: demócratas socialistas; y otros que tomemos por nombre: Partido Obrero Socialista81.

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 2 de marzo de 1912. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 21 de mayo de 1912.

Comenzando con la sección de la oficina Cholita, presidida por el antiguo militante José Zuzulich, las oficinas salitreras se fueron plegando rápidamente a la invitación82. De particular interés, considerando la pasión con que Recabarren había predicado la incorporación femenina a las filas socialistas, es una carta firmada por varias “mujeres simpatizantes del Socialismo” de la oficina Abra: Confiadas de que por Ud. tendremos buena acogida, le rogamos dé a publicidad a esta súplica lanzada a nuestros compañeros de la Provincia. Insignificante es ella, por supuesto, por tratarse de que los autores, son miembros del sexo femenino, pero somos proletarias y por lo tanto, seres que sufrimos las mismas consecuencias, que nuestros padres, hermanos y compañeros, las cuales, nos tienen al borde del abismo y si nuestros compañeros continúan en la estacionaria actitud actual, nuestros enemigos y opresores nos precipitarán (sic), aprovechando la ineptitud e indiferencia de los que tienen la obligación de luchar83. En sintonía con este tipo de exhortaciones, y aunque las discrepancias respecto al nombre definitivo del partido subsistieron durante algún tiempo, a pocas semanas de la convocatoria inicial ya eran once las oficinas que se habían plegado al nuevo curso de acción84. Para fines de junio, el número de secciones socialistas aumentaba a 22, con lo que gran parte de la organización demócrata estructurada desde la llegada de Recabarren abandonaba ese partido para conformar el P.O.S.85. Especialmente significativa en este sentido fue la conducta de las agrupaciones de la pampa, las que respaldando lo afirmado por Recabarren en su artículo “Vamos al socialismo” apoyaron dicha iniciativa casi en su totalidad. A diferencia de otros momentos de la historia, en que la pampa había actuado más bien como caja de resonancia de los liderazgos surgidos en el puerto, ahora aparecía hasta cierto punto encabezando la transición al socialismo. No era, en consecuencia, la antigua dicotomía puerto/pampa la que determinaba el camino a seguir. 82

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En rigor, al ser la sección de Cholita la primera en adoptar oficialmente el nuevo nombre, fue allí donde nació, el 24 de mayo de 1912, el Partido Obrero Socialista; esto lo expresa textualmente Recabarren en una carta particular a Carlos Alberto Martínez fechada el 16 de junio de 1912, y contenida en un manuscrito inédito titulado “Cuarenta y dos cartas de Luis E. Recabarren”, compilado y comentado por Wilfredo Mayorga. Agradezco esta información a mis colegas Pablo Artaza y Sergio Grez. Ver también El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 28 de mayo de 1912. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 8 de junio de 1912. Entre ellas Centro Lagunas, Bellavista, Gloria, Cala Cala, Agua Santa, San Remigio, Ramírez, Argentina, San Pablo y Amelia; esta última envió como delegado a la convención que debía celebrarse en Iquique a su socio Luis Víctor Cruz, de dilatada y destacada trayectoria en el futuro socialista y comunista; El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 15 de junio de 1912. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 18 de febrero de 1913.

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Durante los meses y años que siguieron la militancia socialista se consolidó, pero las fuentes consultadas no permiten determinar si también fue capaz de progresar en términos numéricos. Tomando como indicador el tiraje del periódico partidista, Recabarren señalaba a un año de su fundación que éste había aumentado de 1.200 a 3.500 ejemplares por edición, pero parece más significativo apuntar como dato “duro” que los socios cotizantes de la cooperativa obrera propietaria de El Despertar, el 80 por ciento de los cuales supuestamente pertenecía a las filas partidarias, no pasaban por entonces de 250. La organización de la imprenta como cooperativa había sido concebida por Recabarren precisamente con el objeto de comprometer a los trabajadores con los destinos de un medio de instrucción y difusión que ellos debían visualizar como propio, pero las continuas dificultades para recaudar el valor de las acciones y cubrir los gastos de operación la condujeron finalmente a la bancarrota, debiendo transferirse la propiedad del periódico derechamente al partido86. En esas circunstancias, el aumento del tiraje hasta un máximo de 4.000 ejemplares durante el período que se analiza puede ser indicativo del grado de cobertura que se alcanzó, pero no necesariamente, al menos no en forma precisa, del reclutamiento efectivo que su lectura generó. Para este último propósito, parece más pertinente el reconocimiento del propio Recabarren, hacia mediados de 1914, de que la militancia iquiqueña no superaba el “centenar de personas”, en momentos que en dicha ciudad existía una población proletaria superior a las cinco mil. “Suicidio moral”, fulminaba el apóstol en su frustración; “suicidio efectivo es, puesto que se abandona a sufrir la explotación y la opresión tranquilamente, mirando indiferente el porvenir sombrío que aguarda a su descendencia... Así obra, actualmente, el pobre trabajador labrando por sí mismo su ruina presente y futura”87. Algún tiempo antes, en una correspondencia dirigida a sus compañeros del Partido Socialista Argentino, Recabarren ya se había quejado amargamente –como por lo demás lo hizo una y otra vez– de la indiferencia con que recibían sus desvelos precisamente aquellos a quienes éstos iban dirigidos: “Hay momentos en que quisiera huir de aquí, abrasado por la debilidad de los amigos y por la infamia de los enemigos, unido a un clima atroz, donde no se ve sino pampas desiertas o pueblos sin árboles”. Así y todo, esa misma nota aseguraba que “hoy podemos interesar (sic) en nuestros movimientos quizá a más de un 20 por ciento de las poblaciones. Se escucha con atención la palabra de los

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Los datos han sido tomados de las actas de sesiones del Directorio de la Sociedad Cooperativa Obrera Tipográfica El Despertar de los Trabajadores, las que han podido ser revisadas para el período entre el 12 de enero de 1912 y 11 de septiembre de 1913; su lectura revela las penurias que la organización debió enfrentar para poder seguir operando el periódico. La disolución de la cooperativa fue decidida por Recabarren a comienzos de 1914, según consta en sus artículos de 1º y 3 de enero de ese año en El Despertar. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 9 de abril de 1914.

conferencistas socialistas. Contamos con un regular número de hombres y mujeres que con gran corazón prestan su concurso y estudian”88. Haciendo un balance retrospectivo de ese trabajo, a comienzos de 1915 el dirigente socialista Pedro J. Sandoval se enorgullecía de lo realizado en sólo tres años de existencia: “en 1912 hemos realizado 60 conferencias con 107 temas y 20 oradores, (hombres, mujeres y niños); en 1913 hemos realizado 76 conferencias con 193 temas y 39 oradores y en 1914, hemos realizado 117 conferencias y mitines con 613 temas y 132 oradores. Como se ve la labor ha ido prosperando año en año y nada detendrá su gigantesco progreso. El año 1914 habría sido aun más fecundo en labor de educación pero la paralización de tantos establecimientos en la pampa, a causa de la guerra, ha hecho disminuir en mucho la labor”. “Esto lo digo”, agregaba, “para que el pueblo comprenda que no hacemos labor tan sólo porque estamos en vísperas electorales. Nuestra labor es permanente, antes y después de cualquier elección. No desmayaremos en hacer labor educativa, porque estamos convencidos que sólo educado un pueblo no admitirá caudillajes”89. Más allá de la distribución de El Despertar de los Trabajadores y la permanente realización de conferencias (como los famosos “Sábados Rojos” en la Plaza Condell, de Iquique), y como correspondía a un partido que apuntaba a una regeneración verdaderamente espiritual, el P.O.S. estructuró durante esos años fundacionales una red de organizaciones socio-culturales que pudieran disputarle el público popular a la cantina, el prostíbulo o los juegos de azar. Haciendo pie, por otra parte, en una antigua tradición de sociabilidad popular asociada a las mutuales, los gremios y las mancomunales, proliferaron en puertos y oficinas las escuelas nocturnas, los grupos de lectura y las bibliotecas populares de inspiración socialista. Antes incluso del nacimiento del P.O.S., un cronista asociado a Recabarren se congratulaba porque “la frecuente propaganda hecha en las distintas oficinas de Tarapacá, ha dado tan excelentes resultados que son muchas las organizaciones que en la zona salitrera se han establecido, tanto para unir a los trabajadores en defensa de sus intereses, como para su más amplia ilustración. En algunas oficinas se han creado tan serias organizaciones que en ellas se han fundado escuelas nocturnas; se establecieron amenas y educativas bibliotecas y todas las noches se ven sus salones frecuentados por trabajadores que han abandonado el licor y la orgía por su mejor educación”90. De la misma forma, los socialistas fueron muy aficionados a utilizar el teatro, el canto y el deporte como medios de reclutamiento y elevación moral. Capitalizando su larga experiencia como actor aficionado en los grupos teatrales de las oficinas, uno de los participantes más asiduos de las “veladas socialistas” era Elías Lafertte: 88

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 27 de enero de 1914. La carta está fechada el 22 de septiembre de 1913, y va dirigida a los redactores del periódico socialista argentino La Vanguardia, tomado por Recabarren explícitamente como modelo a emular. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 5 de enero de 1915. El Grito Popular (Iquique), 23 de agosto de 1911.

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Alternaba mis labores de administrador del diario con mis tareas de miembro del conjunto teatral, que actuaba todos los sábados en el local, bajo la dirección del compañero Genaro Latorre. Naturalmente este conjunto tenía un sentido político, de enseñanza, de utilización del arte en la tarea de madurar a los trabajadores y no ponía en escena obras como aquellas en que yo había trabajado en las oficinas salitreras, en las que abundaban los marqueses, las condesas, los nobles y el adulterio. Representaba, en cambio, obras que si bien no eran de un gran valor teatral, respondían a las necesidades y al gusto de los socialistas. Entre éstas estaban “De la taberna al cadalso”, drama en verso en tres actos, de Juan Rafael Allende; “Redimida”, en un acto, de Luis Emilio Recabarren; “Flores Rojas”, de Aguirre Bretón; “Justicia”, una pieza española de tendencias anarquistas, cuyo autor no recuerdo; “La Mendiga” y otras... La segunda parte del acto de cada sábado la constituían cantos, recitaciones y el discurso político de Recabarren, que la gente esperaba con mucho interés91. Hacia 1915 funcionaban en Iquique, bajo el alero del P.O.S., un grupo juvenil, un centro de estudios, una biblioteca, una escuela popular, el centro dramático “Arte y Revolución” y la estudiantina “Germinal”92. Una “velada socialista” típica, como la realizada a mediados de febrero de ese año (“ante un público alegre y entusiasta, aunque no muy numeroso”), podía incluir valses, polkas y mazurcas interpretadas por la estudiantina; una conferencia del socialista argentino radicado en Iquique Mariano Rivas sobre “el valor cultural de la música, con frases de alta enseñanza”; la lectura de un “magnífico trabajo científico sobre el progreso de la mecánica”, presentado por Robustiano Santos; una disertación de Elías Lafertte sobre “el valor literario de nuestra educación y la gran enseñanza que hay en la canción de Turati”; una intervención de Teresa Flores sobre “la participación de la mujer en la lucha socialista”; otra de Recabarren sobre “todos los elementos educativos que va aglomerando el socialismo en Iquique y las hermosas esperanzas que casi podemos abrigar para el porvenir”; la polka Redención, “cantada por un hermoso coro, y acompañada en piano y violines”, (“se le aplaudió frenéticamente obligando su repetición”); para concluir con “el sentimental dramita de Palmiro de Lidia, titulado Fin de Fiesta, que fue muy apreciada y aplaudida, haciendo volver a los actores a la escena”93. Un componente novedoso de la acción socialista, muy enfatizado por Recabarren, era la incorporación plena de las mujeres y los niños a las actividades políticas, sociales y culturales, lo que hacía de la vida partidista un compromiso verdaderamente familiar. Aunque en el discurso del P.O.S. siempre existió alguna ambivalencia respecto a la inserción

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Lafertte, op. cit., pp. 100-101. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 8 y 9 de enero de 1915, 6 de octubre de 1916. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 16 de febrero de 1915.

de las mujeres en la vida laboral o profesional, ya en el primer número de El Grito Popular se afirmaba que “la mujer debe tomar participación, por su propia iniciativa, en los problemas sociales que hoy se discuten y que tienen relación con los sentimientos de reivindicación social. No debe esperar que se le invite. Debe tomar sitio, por sí misma, en las filas del ejército que marcha creando una vida nueva, preñada de libertades y de buenos sentimientos”94. Poco tiempo después, Recabarren expresaba su deseo de que las mujeres asistieran más asiduamente a las conferencias socialistas: En todas las conferencias realizadas en los distintos puntos de Tarapacá, la presencia de la mujer se ha dejado notar, aun cuando haya sido en escaso número y ha quedado reservado sólo a Pisagua, donde la mujer no ha demostrado ningún interés por la obra educativa que realiza la conferencia o que tímidas ante un falso “qué dirán” se retraen de concurrir aun cuando lo deseen. Al dejar constancia de esta circunstancia lo hacemos con la buena intención de que se remedie este defecto y que en lo sucesivo podamos tener la satisfacción de ver en nuestras reuniones y conferencias un concurso brillante y entusiasta de mujeres que cooperen junto con el hombre a la obra de la libertad95. No pasó mucho tiempo antes de que se unieran activamente a la labor de propaganda mujeres como la compañera de Recabarren, Teresa Flores, las hermanas Ilia y Josefina Gaete, Teresa Riveros, y hasta “una niña de 14 años, Rebeca Barnes”, hija del comerciante socialista de nacionalidad ecuatoriana, David Barnes96. Con motivo de la visita a Iquique de la conferencista anticlerical española Belén de Sárraga, la que dio ocasión a violentas manifestaciones que hermanaron coyuntural y excepcionalmente a socialistas y radicales, se organizó en dicho puerto un “Centro Femenino Anticlerical Belén de Sárraga”, el que actuaría en lo sucesivo prácticamente como ala femenina del partido97. Así, para la campaña electoral de 1915 se agradecía a “nuestras queridas y activas compañeritas del Centro Femenino ‘Belén de Sárraga’, que no desmayaron jamás durante toda la febril actividad de nuestra campaña”. En la elección misma, las socias del Centro circulaban entre el público con letreros que decían: “Vender el voto es vender la familia”, “No votéis por tus patrones”

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El Grito Popular (Iquique), 28 de abril de 1911. El Grito Popular (Iquique), 27 de agosto de 1911. La cita es de Recabarren, El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 18 de febrero de 1913. Sobre la visita de Belén de Sárraga ver Lafertte, op. cit., pp. 87-89, 96-97. Sobre el Centro Femenino ver El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 21 de abril de 1914, 23 de enero y 11 de febrero de 1915. Un estudio más general sobre la trayectoria e influencia de Belén de Sárraga en Chile, incluyendo descripciones pormenorizadas de las dos visitas efectuadas al país, en Luis Vitale y Julia Antivilo, Belén de Sárraga. Precursora del feminismo hispanoamericano, Santiago, CESOC, 1999. Ver también Bernardo Subercaseaux, Genealogía de la vanguardia en Chile, Santiago, Universidad de Chile, 2000, especialmente pp. 87-92.

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y “Los pobres debemos unirnos”, repartiendo a la vez “entre la multitud inconsciente, millares de volantes, de votos, de proclamas. Paseaban por entre la multitud cantando ‘a las urnas’. Y mientras unos poquísimos admiraban y aplaudían, la inmensa mayoría de proletarios, ebrios de abyección las insultaban groseramente sin darse cuenta de lo que hacían”98. Sin duda que la incorporación femenina a las lides políticas faltando todavía dos décadas para que éstas pudiesen votar en las elecciones municipales (y casi cuatro para que pudieran hacerlo en las presidenciales), era motivo suficiente para escandalizar a la opinión masculina, proletaria o burguesa. Pero aun cuando no pudieran aportar votos, su presencia atestiguaba los ambiciosos objetivos perseguidos por el naciente socialismo, y posiblemente también la lealtad que éste despertó entre quienes, todavía pocos, acudían a sus filas: cuando la acción partidista trascendía los espacios “estrictamente” públicos para penetrar en las familias y los hogares, el significado y alcance de lo político necesariamente adquiría otra dimensión. Otro tanto podría sostenerse a propósito de la voluntad socialista de borrar las fronteras entre lo político y lo económico, perfilando al partido también hacia el ámbito de las luchas reivindicativas y la organización gremial. En su escrito doctrinario El Socialismo. ¿Qué es y cómo se realizará?, publicado por entregas en El Despertar de los Trabajadores durante los últimos meses de 1912, Recabarren afirmaba que “la acción económica del proletariado, es el poder de más potencia y quizás superior al medio político. Por eso le dedicamos mayor atención a la organización económica que a la organización política”99. Tocaba aquí una veta muy poderosa en el sentimiento obrero, y que en Tarapacá, según se sugirió más arriba, parece haber tenido mayor relevancia que la vocación “estrictamente” política, de modo que no sorprende que ya el primer número de El Grito Popular incluyese un llamado a los trabajadores a afiliarse a las “sociedades de protección al trabajo” y a las cooperativas obreras100. Hubo también durante esos primeros meses intentos por organizar un “gremio en resistencia” de los trabajadores gráficos, amén de una estrecha coordinación con el gremio de panaderos (calificado como “el único gremio de obreros en la provincia que hoy está organizado en una forma sólida y que propende al bienestar de sus asociados”), cuyo presidente y vicepresidente, Ernesto Jorquera y Francisco Olivier, fueron fervientes adeptos al socialismo101. Tiempo después, el dirigente socialista Ruperto Gil participaría también en la organización de un gremio de carpinteros102. Haciendo un balance de lo realizado en este plano desde la fundación de El Despertar de los Trabajadores, Recabarren se complacía a comienzos de 1913 de haber auspiciado la formación de una Sociedad Defensa del Trabajo de Oficios Varios, con 200 cotizantes; una 98 99 100 101 102

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 9 de marzo de 1915. El pensamiento de Luis Emilio Recabarren, op. cit., p. 51. El Grito Popular (Iquique), 28 de abril de 1911. El Grito Popular (Iquique), 9 de mayo y 2 de julio de 1911. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 22 de junio de 1912.

Unión de Fundidores, con 35; una Unión de Artes Mecánicas, con 60; una Unión de Lancheros, con 150; más el embrión de organizaciones gremiales de carpinteros (la ya mencionada), zapateros, estibadores, jornaleros y palanqueros. También se hacía referencia a la ya nombrada Cooperativa Obrera Tipográfica que gestionaba El Despertar, y a una Cooperativa de Pan, fundada en noviembre de 1912, cuyos 250 accionistas habían suscrito más de seis mil pesos de capital social. Considerando que a su llegada “no existía en Tarapacá organización obrera” digna de tal nombre, salvo los gremios de cargadores y panaderos (claramente Recabarren no incluía dentro del concepto a las sociedades de socorros mutuos que sí existían en cierta cantidad, entre ellas la Gran Unión Marítima, cuyos salones habían acogido su primera conferencia en la provincia), los resultados le parecían más que satisfactorios. Confiaba en tal virtud en poder “terminar el año con algunas nuevas cooperativas y con la mitad de la población obrera organizada”103. La realidad, por cierto, estuvo bastante lejos de lo esperado. Enfrascado en un conflicto a muerte con el gremio de cargadores portuarios, uno de los más antiguos, poderosos y prestigiosos de la región (de él había nacido la Mancomunal), Recabarren se lamentaba a fines de ese mismo año, tan auspiciosamente comenzado, que esos trabajadores “se han propuesto, según ellos, ‘echarme abajo’ o quitarme toda la influencia que suponen pueda yo tener. Dicen que no descansarán hasta que todos se convenzan que soy un hombre malo, que soy un negociante y que sólo quiero explotar a los obreros”104. El gremio de cargadores, por su parte, acusaba a los socialistas de rompehuelgas, de querer crear un gremio paralelo, y de actuar como “serviles instrumentos del capital”105. Claramente desgastado por el conflicto, así como por el fracaso de la Cooperativa Obrera Tipográfica y la Cooperativa de Pan, Recabarren confidenciaba a sus compañeros argentinos que “la mayoría de los trabajadores me considera un explotador y un vividor. El Despertar es para explotarlos; las organizaciones para vivir de las cuotas, y así por el estilo. Dicen que sólo estoy acumulando dinero para irme”106. En suma, el intento de organizar gremios exclusivamente socialistas no había dado los frutos esperados, supuestamente porque los “obreros radicales y balmacedistas”, instigados por el capital, “iniciaron su campaña de odios y de hipocresías contra los socialistas y para dañar a estos elementos dieron golpe mortal a todos los pequeños y nacientes organismos, llevándolos a la desorganización. Hablaban de que querían gremio sin socialismo ni socialistas y sin embargo no pudieron tenerlo, porque lo único que era verdad era que lo que perseguían era evitar la unión de los obreros”107. 103 104 105

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 18 de febrero de 1913. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 25 de diciembre de 1913. Impreso titulado “A los Trabajadores de todos los oficios y al público en general”; lleva un timbre de la “Sociedad del Gremio de Cargadores de Tarapacá-fundada el 15 de Mayo de 1911”, no tiene fecha, pero correspondería a febrero de 1914; Archivo Intendencia de Tarapacá (citado en adelante como AIT), vol. 8-1912. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 27 de enero de 1914. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 25 de marzo de 1915.

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Descontando la mala voluntad de los obreros contrarios al socialismo, Recabarren también atribuyó el fracaso en materia de organización gremial a los desastrosos efectos que tuvo sobre la industria salitrera el estallido de la Primera Guerra Mundial. En cosa de semanas, la producción de salitre se vio semiparalizada por el colapso de los mercados y la interrupción del tráfico marítimo, complicando aun más las cosas para el proselitismo socialista: “la crisis disolvió varios grupos socialistas y dispersó a las masas trabajadoras, que vagaban inciertas en todas direcciones sin saber dónde ir en busca de trabajo”. Con más de cuarenta oficinas cerradas, miles de trabajadores desocupados y una emigración fuera de la provincia que ya en septiembre de 1914 superaba las 18 mil personas, “hubo momentos en que creímos que toda nuestra organización socialista se derrumbaría”108. Así las cosas, el P.O.S. enfrentó las elecciones parlamentarias y municipales de marzo/ abril de 1915 en una situación de debilidad extrema, pese a su convicción de haber sido “el único partido que durante tres años consecutivos ha hecho labor cívica permanente y movido la opinión pública”109. Con todo, la perspectiva de medir con exactitud la fuerza acumulada impulsó a los militantes a un extraordinario y último esfuerzo propagandístico bajo la conducción personal de Recabarren, el que se expresó en la realización de 167 conferencias, la movilización de 50 oradores, y la distribución de 200 mil proclamas en sólo dos meses, todo ello amenizado por desfiles diarios con banderas, estandartes y bandas de música (otro tanto hicieron para esa misma elección los radicales, pero naturalmente con muchos mayores recursos). Pese a ello, las candidaturas socialistas para diputado (Recabarren) y senador (el médico y filántropo pampino Isidoro Urzúa) ni siquiera alcanzaron a reunir 350 preferencias110. Más exitosa fue la postulación de Pedro J. Sandoval, quien algunas semanas después logró ser elegido regidor socialista al municipio de Iquique (el primero en la historia), al tiempo que dos de sus correligionarios, el mecánico de la oficina Aurora Lorenzo Crossley y el pescador Serapio Vega, conseguían lo propio en el puerto de Pisagua. En términos de votos obtenidos, sin embargo, la situación de las candidaturas triunfantes no fue más halagüeña: tomando en cuenta sólo las cifras para el municipio iquiqueño, los votantes socialistas habían disminuido en alrededor de cuarenta en relación a las parlamentarias del mes anterior111. Comparando la desproporción entre tan magros resultados y el enorme esfuerzo desplegado, un desalentado Recabarren expresaba: 108

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 7 de octubre de 1916. Los datos sobre paralización de oficinas, cesantía y emigración están sacados de una comunicación del Intendente de la Provincia al Ministro de Hacienda, 11 de septiembre de 1914, en AIT, vol. 5-1914. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 9 de enero de 1915. Las primeras informaciones publicadas por El Despertar (9 de marzo de 1915) hablaban de 366 electores, pero ese mismo medio los disminuyó pocos días después (11 de marzo), al publicar los cómputos de las Juntas Escrutadoras, a 346. Los votantes socialistas para las parlamentarias en el Departamento de Tarapacá (capital Iquique) fueron 285, en las municipales sólo 246; ver El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 11 de marzo de 1915; Intendente a Director General de Estadística, 17 de abril de 1915, AIT vol. 1-1915.

El hecho es, pues, que no éramos los 285 socialistas que nos figuramos en marzo, éramos aún menos... Tenemos la convicción que individuos que creíamos compañeros, que les vimos escribir con sus firmas la propaganda socialista, en nuestro diario, que les vimos subir a las tribunas a predicar nuestro ideal, que les dimos el corazón y la confianza como compañeros, que nos entregamos a ellos, y que les fuimos fieles dándoles nosotros, tan pobres y hambriados (sic) como ellos, el ejemplo de nuestra fuerza de voluntad y de convicciones para repudiar por dignidad y delicadeza el cohecho y ellos en cambio, en vez de corresponder con igual heroismo y abnegación nos dan el vergonzoso ejemplo de ir a las urnas marcados como carneros de feria, con el rufián al lado, volviendo a la caja de la feria a recibir la paga112. Considerando que el propio Recabarren había logrado congregar 485 afiliados al Partido Demócrata a los pocos meses de su arribo, ciertamente que los 350 votantes de marzo de 1915 no representaban una cifra muy alentadora. Así y todo, el desempeño de los demócratas en las elecciones municipales, a las que se presentaron sin el apoyo de la Alianza Liberal, fue aun menos auspicioso que el del P.O.S.: apenas obtuvieron el favor de 62 votantes, contra los 246 que se inclinaron por el socialismo113. Seguramente desanimado por una respuesta tan alejada de las expectativas cifradas y los esfuerzos desplegados, a los pocos meses de su segunda derrota electoral en la provincia Recabarren decidió abandonar el lugar al que había consagrado cuatro años de su vida. Sus palabras de despedida, por cierto, intentaban proyectar un estado de ánimo más optimista: “Una vez más nos alejamos de esta región, donde cuatro años de actividades han dado para el socialismo motivos de justos regocijos. El mandato del Partido, a quien nos debemos, nos lleva, o nos empuja a cumplir primero con la obligación de cooperar a la unidad del Partido, y después de sembrar por los campos nuestros amados y bellísimos ideales”. Hasta ese momento, el Partido Obrero Socialista no era más que un conglomerado de núcleos dispersos que actuaban con escasa coordinación a nivel nacional, ajustándose a lo que Recabarren denominaba, tal vez inspirado por la guerra mundial en curso, “tácticas alemanas”: “Concentro fuegos. Es decir prefiero reunir en un solo sitio el mayor número de educadores y propagandistas porque así produce efectos más rápidos y seguros la acción socialista”114. Sin embargo, la lentitud de los resultados obtenidos en Tarapacá parece haberlo inducido a buscar horizontes más fecundos, o más amplios: “Es menester que centenares de grupitos socialistas, esparramados (sic) a lo largo de nuestro país, encadenados por afecciones cariñosas formen un gran ejército creador de la sociedad de mañana”115. Así, acompañado de Teresa Flores, emprendió rumbo a Valparaíso, 112 113 114

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 16 de abril de 1914. Intendente a Director General de Estadística, 17 de abril de 1915, AIT, vol. 1-1915. Recabarren a Carlos Alberto Martínez, 10 de diciembre de 1915, en Wilfredo Mayorga, “42 cartas de Luis E. Recabarren”, op. cit., p. 78. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 21 de abril de 1915.

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donde tendría lugar el Primer Congreso Nacional del Partido Obrero Socialista y donde fijaría su nueva residencia por algunos meses116. No volvería a Tarapacá hasta 1921, ya como diputado electo por la vecina provincia de Antofagasta. No obstante su aparente desánimo, Recabarren dejaba tras suyo un partido pequeño pero motivado y compacto; un periódico que pese a todas las vicisitudes ya iba en su cuarto año de publicación ininterrumpida; algunos centros culturales y de sociabilidad popular; y tres regidores socialistas instalados en los Municipios de Iquique y Pisagua. Además, Tarapacá había servido como base de operaciones para la implantación del P.O.S. en Antofagasta, Chuquicamata y Taltal, tanto a través de la circulación de El Despertar como en giras de propaganda efectuadas a partir de 1913 por el propio Recabarren y otros militantes iquiqueños117. Considerando que cuatro años antes no existía nada, el balance no era tan irreductiblemente pesimista. Sólo el futuro diría si lo creado, poco o mucho, iba a poder sobrevivir lejos de la mano del fundador.

2.2) Tarapacá sin Recabarren (1915-1921): Reflujo y Reactivación El alejamiento de Recabarren significó un duro revés para el socialismo tarapaqueño, sobre todo porque al mismo tiempo partieron otros cuadros formados por él durante el período fundacional: Enrique Salas a Antofagasta, Pedro Reyes a Tocopilla, Luis Víctor Cruz a Chuquicamata, Elías Lafertte a Valparaíso. Recordaba éste último que a su regreso a Iquique un par de años después “todos los asuntos del Partido estaban por el suelo. Qué había ocurrido durante mi ausencia no logré saberlo, pero las cosas no podían ir peor. El diario, a cargo del carpintero Pedro J. Sandoval, salía muy de tarde en tarde. Se debían varios meses de arriendo, les habían cortado la corriente eléctrica, que era indispensable para mover el taller, los salarios de los tipógrafos no se pagaban;... En lo que se refiere a la vida del Partido, ésta parecía muerta; no se realizaban actos ni en la calle ni en el local. Varios dirigentes habían abandonado Iquique”118. El argentino Mariano Rivas, que sí había permanecido un tiempo más en Tarapacá, llamaba a sus correligionarios de todo el país a apoyar más efectivamente a El Despertar de los Trabajadores, de modo que éste pudiese cumplir un papel análogo a La Vanguardia de Argentina o El Socialista de Uruguay: “Es decepcionante que apenas un 25% de los socialistas chilenos se hallen suscritos a su dia116

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La preparación del Congreso había sido anunciada por Recabarren en El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 21 y 25 de marzo de 1915; ya en Valparaíso, él mismo dio cuenta de las deliberaciones en sendas cartas publicadas en El Despertar los días 19 y 26 de mayo de 1915. Ver también Ramírez Necochea, op. cit., pp. 101-110. Parte de esta labor está relatada en las cartas a Carlos Alberto Martínez reunidas por Mayorga, op. cit., y en el propio Despertar. Ver también El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 6 de octubre de 1916. Lafertte, op. cit., p. 127.

rio. Esta dejadez de nosotros hace que los demás trabajadores tampoco lean nuestra prensa”119. Un año después, y ya desde Valparaíso, “la situación desesperante, situación de muerte, por que atraviesa el más valiente portavoz de la clase obrera”, lo obligaba a repetir el llamado: Desde la explotada provincia de Tarapacá nuestros hermanos de lucha y sufrimiento han lanzado un estridente grito de dolor, de dolor profundo, al que nosotros, todos los socialistas, estamos en el deber de responder prestándoles nuestra más entusiasta ayuda moral y económica, a fin de que las angustias y aflicciones que agobian a esos valientes luchadores del Norte, nuestros camaradas, cesen o al menos se mitiguen en parte120. Si el diario dejaba de salir, y la militancia dejaba de copar las calles, las pampas y las plazas con la actividad incesante de los tiempos de Recabarren, se corría el riesgo de que incluso lo poco que se había logrado entrara en un letargo terminal. La coyuntura que se comenzaba a desplegar por aquellos años, sin embargo, iba a revelarse muy propicia para las expresiones de efervescencia obrera y agitación social. Luego de superada la fuerte recesión provocada por el estallido de la Primera Guerra Mundial, los años de bonanza inducidos por la demanda bélica configuraron un ambiente de empleo pleno que favorecía las luchas reivindicativas y la organización sindical. También contribuyó a ese fenómeno el alza en el costo de la vida que acompañó al ciclo expansivo, así como las violentas fluctuaciones –particularmente notorias en la industria salitrera– que sobrevinieron al término del conflicto. Como ya había sucedido en 1914, las recesiones de 1919 y 1921-22 generaron grandes éxodos de trabajadores cesantes y sus familias desde las provincias salitreras hacia el sur, los que se revertían con la misma brusquedad cuando los mercados se recuperaban y las empresas productoras pugnaban por recomponer su fuerza de trabajo antes que la competencia pudiese aprovechar los mejores precios. Por último, debe recordarse que la post-Primera Guerra Mundial fue un período de luchas sociales e impulsos revolucionarios a nivel mundial, gatillados por el aparente colapso del antiguo orden burgués-liberal y el ejemplo implantado por la Revolución Bolchevique. En ese contexto, la intensificación de la actividad huelguística en Chile y la formación de grandes referentes obreros como la “renovada” Federación Obrera de Chile, la I.W.W. y la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, no eran sino la expresión local de un proceso que se hacía presente en las latitudes más diversas121. 119 120 121

El Socialista (Valparaíso), 20 de agosto de 1916. El Socialista (Valparaíso), 17 de mayo de 1917. El análisis de este contexto a nivel nacional se ha hecho en Peter De Shazo, op. cit., capítulo 6; Gonzalo Vial, Historia de Chile, 1891-1973, op. cit., vol. II, Séptima Parte; Michael Monteón, Chile in the Nitrate Era, op. cit., capítulo 5; y, para los aspectos económicos, Juan Ricardo Couyoumdjian, Chile y Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial y la Postguerra, 1914-1921, Santiago, 1986.

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Las provincias salitreras, por cierto, no se mantuvieron ajenas a este clima. Ya a mediados de 1916 se desataba en Iquique un conflicto portuario motivado por el peso excesivo de los sacos de salitre y por diferencias con un capataz, el que suscitó el apoyo solidario de los gremios de panaderos, carreteros, zapateros, artes gráficas y sastres, amén de los trabajadores portuarios de Arica, Caleta Buena, Junín, Tocopilla, Antofagasta, Taltal, Coquimbo y Valparaíso. Días antes, el secretario del Sindicato de Cargadores, Benito Rojas Ortiz, de orientación anarquista, había expuesto en un comunicado a “las organizaciones de resistencia del país” lo que para él constituía el verdadero trasfondo del problema: “el sindicato de cargadores, en vista de la aguda crisis económica que nos azota a consecuencia de la desastrosa guerra europea y el exiguo jornal que ganamos, que apenas nos alcanza para cubrir en parte nuestras más imperiosas necesidades, ha acordado prepararse desde la fecha a tres meses y cuando se encuentre por conveniente exigir a nuestros eternos explotadores, un salario que guarde armonía con el caro costo de la vida que se nos viene haciendo por demás insoportable”. La huelga se prolongó por casi diez días, concluyendo con un arbitraje dispuesto por la autoridad regional y el despido de los dirigentes portuarios Benito Rojas, Manuel Véliz y Santos Arancibia “por ser elementos perniciosos”, los que en todo caso fueron indemnizados122. En lo que restaba del año, los portuarios tarapaqueños tuvieron más de una ocasión para seguir exhibiendo su renacido espíritu de combate. A comienzos de septiembre, los trabajadores marítimos de Caleta Buena (entre ellos 50 niños) paralizaron sus faenas en demanda de mayores salarios, lo que obtuvieron tras cinco días de huelga y mediando, una vez más, los buenos oficios del Intendente de la Provincia123. Menos auspicioso resultó el desenlace de un nuevo paro de los cargadores y lancheros iquiqueños a comienzos de noviembre, en que la intervención gubernamental tomó la forma del envío de tropa de ejército y marinería para sustituir a los huelguistas, amén de diversas medidas policíacas en contra de anarquistas y socialistas 124. El grado de alarma provocado por estos sucesos no se expresó solamente en el recurso a la represión, sino también en la designación de una nueva comisión parlamentaria para trasladarse al norte y estudiar in situ los orígenes del creciente malestar obrero125. Haciéndose eco de la tendencia que comenzaba a insinuar la conducta del gobierno, la prensa socialista de Valparaíso sentenciaba:

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La reconstrucción de esta huelga se ha hecho en base a los formularios y oficios remitidos a la Oficina del Trabajo, que se encuentran en el vol. 34 del Archivo respectivo, con fecha 8 de junio de 1916; y a los reportajes aparecidos en La Provincia (Iquique), 16 de mayo de 1916, y El Tarapacá (Iquique), 3 de junio de 1916. El comunicado del Sindicato de Cargadores apareció reproducido en la edición citada de La Provincia. Archivo Oficina del Trabajo, vol. 34, formulario de huelga del 24 de septiembre de 1916. El Socialista (Valparaíso), 4, 11 y 18 de noviembre de 1916. El Socialista (Valparaíso), 16 y 23 de diciembre de 1916.

El Gobierno ha prestado el ejército de la nación para reemplazar, en la industria particular, al trabajador, ha prestado el ejército para ejercer presión, y las policías han servido al capitalismo como una arma de venganza. ¿Es éste el papel de un gobierno justiciero y de concordia? ¿Cree acaso el Gobierno que solucionando de este modo las huelgas, ha solucionado la cuestión social? Podrá por este medio acallar momentáneamente las justas peticiones de los obreros, pero el combustible de las pasiones, unido a la justicia, han de formar un razonamiento que no se debe empujar y es el que los trabajadores no teniendo amparo en ninguno de los poderes constituidos quieran o deban hacerse justicia ellos mismos126. Por su parte, los huelguistas despedidos por su participación en el movimiento, alrededor de 300, solicitaban a las autoridades que se les trasladara a otras regiones del país, “porque hoy hemos quedado en una situación por demás crítica en toda la Provincia, a consecuencia de las medidas tomada por los Señores Salitreros, de no permitir en ningún centro de trabajo a individuos que desempeñaran las labores de Cargador en Iquique, a este respecto tenemos casos en las oficinas donde han llegado Compañeros nuestros en busca de trabajo y han sido separados inmediatamente por el solo hecho de saber que son trabajadores de Iquique”127. El enardecimiento de los conflictos entre casas embarcadoras y obreros portuarios alcanzó su paroxismo a mediados de 1917, cuando una nueva paralización de labores dio lugar, por segunda vez en menos de un año, al envío de tropas para actuar como rompehuelgas, en tanto que un atentado dinamitero atribuido a los huelguistas resultó en la muerte de un conscripto y lesiones graves en otros tres. En esta ocasión la iniciativa había partido de Valparaíso, cuyos trabajadores de puerto, conducidos por el líder anarquista Juan Onofre Chamorro, venían resistiéndose a una disposición oficial que pretendía obligarlos a fotografiarse para obtener la matrícula que los facultaba para ejercer su oficio. Temerosos de que la medida sólo persiguiera identificar más fácilmente a quienes participasen en acciones de resistencia con el fin de elaborar listas negras, los portuarios de Valparaíso y otras ciudades como Antofagasta habían logrado postergar su entrada en vigencia por algunos meses, pero una nueva insistencia gubernamental desató movimientos simultáneos de protesta en diversos puertos del país 128. En el caso de Iquique, el estallido del paro dio lugar a una serie de manifestaciones que, a juicio del Intendente Recaredo Amengual, daban cuenta

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El Socialista (Valparaíso), 23 de diciembre de 1916. Solicitud del Sindicato de Trabajadores al Intendente, 14 de noviembre de 1916, AIT vol. 34-1917; la ortografía es del original. El movimiento de Valparaíso y el liderazgo de Chamorro son relatados por De Shazo, op. cit., p. 151; y Fernando Ortiz, op. cit., pp. 209-212, quien la denomina “la huelga del mono”. La huelga antofagastina en sus dos momentos (abril y agosto), así como su extensión a otros puertos del país, son cubiertas en El Industrial (Antofagasta), 9, 12, 14 y 17 de abril; 23 y 25 de julio, 9, 11, 14, 15, 16, 17, 20, 22, 28 y 30 de agosto de 1917.

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“del espíritu rebelde y subversivo de que están poseídos los huelguistas, de los esfuerzos que hacen para que los demás gremios obreros se plieguen a la huelga”129. Tras infructuosos intentos de conciliación y luego de que la muerte arriba mencionada del conscripto desatara una serie de acciones punitivas en contra del ya célebre Sindicato de Cargadores, el movimiento llegó a su fin, pero dejando el ambiente cargado de violencia y resquemores. Haciendo un balance final de los hechos, el Intendente Amengual, quien seguía convencido del carácter subversivo de la huelga, concluía: Como el crimen que causó la muerte del Conscripto de Granaderos, ha quedado desgraciadamente impune, los anarquistas, extranjeros y chilenos, se consideran autorizados para proseguir en su obra y por todos los medios posibles se oponen a que los verdaderos obreros se retraten, alegando las mismas inaceptables excusas de siempre... Es un deber de mi parte representar una vez más al Supremo Gobierno, que no se puede tener confianza en la aparente tranquilidad con que ahora se realizan las faenas del puerto. Ello es sólo un período de descanso, que les permitirá acumular más fondos para sostener la resistencia en el momento más inesperado. Es tiempo que se dicte la ley de residencia, pues de lo contrario estos movimientos, con carácter netamente subversivo como el último, se producirán con más frecuencia y si ayer sucumbió un honrado e inocente conscripto, víctima del crimen cobardemente preparado, mañana caerán dos o tres más, desde que estos malos elementos se sienten alentados por la impunidad en que quedan sus acciones y atentados130. En un terreno distinto al de la agitación portuaria, durante 1918 Tarapacá se integró a una campaña que venía gestándose a escala nacional para combatir el alza de precios en los artículos de primera necesidad –como se dijo, uno de los principales factores de descontento social en el período de postguerra. Haciéndose cargo del problema, El Nacional de Iquique (ciertamente no un periódico obrero) denunciaba que “Chile es hoy en día, el país en el continente donde la vida cuesta más cara”, situación que en las provincias salitreras tendía a hacerse todavía más crítica131. Poco tiempo después, un comicio público convocado por “los obreros y empleados de la Provincia de Tarapacá” (sin mayor especificación) elevaba a las autoridades una serie de peticiones destinadas a “mejorar la condición 129 130

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Telegrama Intendente a Ministro del Interior, 9 de agosto de 1917, AIT vol. 13-1917. Intendente a Ministro del Interior, 7 de noviembre de 1917, AIT vol. 13-1917. Este movimiento y los que se resumen a continuación han sido tratados con mayor detalle en Julio Pinto V., “Crisis salitrera y subversión social: los trabajadores pampinos en la post-Primera Guerra Mundial (1917-1921)”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 3a. Serie, Nº 14, Buenos Aires, 1996; también publicado en Revista de Historia, vol. 5, Universidad de Concepción, 1995. El Nacional (Iquique), 8 de agosto de 1918.

económica de los trabajadores” y “abaratar los consumos”. Argumentaban los peticionarios que “desde diez años a esta parte la vida se ha venido haciendo en extremo aflictiva para la clase trabajadora en general a consecuencia del encarecimiento de los precios de los artículos de más indispensable necesidad para la subsistencia”. Asimismo, la crisis desatada junto con el estallido de la guerra había provocado una disminución generalizada en los salarios, la que no había sido compensada luego de la recuperación de las ventas de salitre. Afirmaban por último,“que el precio de los artículos importados y de los nacionales, ambos extraordinariamente elevados, casi todos al triple del valor que tuvieron antes de la guerra, no corresponde en realidad al alza experimentada en Europa con motivo del conflicto, sino que este hecho ha dado margen a una usura desmedida de los grandes industriales, agricultores y comerciantes importadores, y que prueba este aserto el enorme incremento que han tenido en los últimos años las fortunas privadas”; todo lo cual redundaba en que “la situación de la clase trabajadora es bajo todo punto insostenible y desesperada, lo que da lugar al aumento de la mortalidad, la prostitución y la criminalidad”. El documento concluía con una serie de demandas relativas al establecimiento de la jornada de ocho horas; la restricción de la inmigración de trabajadores extranjeros; una reglamentación más estricta de los enganches que, según los peticionarios, saturaban artificialmente el mercado laboral; prohibición del pago de los salarios en fichas o vales; realización de obras públicas para generar empleo; ley de salario mínimo; y medidas tendientes al abaratamiento de las subsistencias. Firmaban la solicitud centenares de hombres y mujeres de Iquique y la pampa salitrera, agrupados en este último caso según la oficina en la que vivían y trabajaban132. Como se sabe, este movimiento cobró una fuerza creciente a lo largo del país hasta culminar en los multitudinarios “mitines del hambre” convocados a fines de 1918 y durante todo 1919 por la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, despertando la inquietud de los sectores dirigentes ante una marejada de movilización social que Gonzalo Vial ha calificado como “la cabalgata del monstruo”133. En Tarapacá, la recesión salitrera de 1919 atenuó en algo el ímpetu contestatario y organizativo, pero de todas maneras la provincia se hizo presente en el mitin del hambre del 29 de agosto, el más grande de todos los realizados por la AOAN. Encabezado por el Presidente de la Sociedad de Veteranos del 79, Joaquín Brito, el comicio iquiqueño congregó una “inmensa concurrencia que llenaba casi por completo la 132

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Este documento está contenido en el vol. 40 del Archivo de la Oficina del Trabajo, acompañado por un oficio del Intendente de Tarapacá al Ministro del Interior expresando su opinión en el sentido de encontrar “muy atendibles las consideraciones que hacen valer los solicitantes” y rogar a las autoridades superiores “prestarle su favorable acogida”; 13 de septiembre de 1918. Gonzalo Vial, Historia de Chile, op. cit., vol. II, pp. 600-604. La historia de la AOAN también es resumida por De Shazo, op. cit., pp. 159-164; Vitale, Interpretación marxista de la historia de Chile, tomo V, pp. 107-112; Gabriel Salazar, “Movimiento social y construcción de Estado: La Asamblea Constituyente Popular de 1925”, Documentos de Trabajo SUR, Nº 133, Santiago, 1992.

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Plaza Condell y sus alrededores”. Como había ocurrido el año anterior, las conclusiones presentadas al Intendente reiteraban que “la región norte es la que soporta con mayor rigor la profunda crisis económica por que atraviesa nuestro país”, e insistían en la necesidad de combatir el acaparamiento, estabilizar la moneda, crear empleos y restringir la contratación de trabajadores extranjeros134. También se organizó por aquellos días, y a propósito de similares inquietudes, una Liga de Arrendatarios de Iquique, encaminada a presionar por un abaratamiento del 50% en los cánones de arrendamiento y que “se recabe de los poderes centrales la dictación de una ley especial, que suspenda por el momento, los rigores legales en lo referente a embargos y lanzamientos”. En apoyo de sus demandas, las entidades convocantes (entre las que figuraba la FOCH, en una de sus primeras actuaciones a nivel regional) señalaban: “Aquellos que no trabajan, tal como los obreros de la pampa que vienen hasta el puerto, o tal como los obreros marítimos y otros, no pueden atender debidamente a su alimentación, menos, pueden ser capaces de pagar los subidos arriendos de casa, que en estos últimos meses han empezado por subirlos a precios que constituyen un escándalo”135. En suma, ni los rigores de la cesantía ni la violencia de la recesión, que en su peor momento significó el desplazamiento de unos doce mil obreros y sus familias hacia las provincias del sur, lograron revertir del todo el ciclo ascendente en el que se hallaba embarcado el movimiento social136. Tomando nota de esa circunstancia, a comienzos de 1919 el Gobierno envió a las provincias salitreras una nueva comisión encargada de “estudiar las condiciones de vida y especialmente de la alimentación en dichas provincias”, con el objeto de proponer “las medidas administrativas que podrían adoptarse para mejorar aquellas condiciones”137. Dando expresión a un sentir que se venía generalizando cada vez más en esas altas esferas, el informe redactado por la Comisión comenzaba puntualizando que El conocimiento de las diversas medidas tomadas por el Gobierno en las provincias del norte con el fin de asegurar la continuidad del trabajo y afianzar el orden público en diferentes ocasiones, deja ver que existe en esas regiones un problema social-económico de gran trascendencia que resolver. Se trata, en verdad, de extensiones territoriales de inmensa riqueza y de concentración extraordinaria de elementos de trabajo, tanto de capitales como de hombres. Esas regiones han llegado a ser el centro del capitalismo moderno en Chile, y no existe en toda la costa occidental del continente sudamericano una industria 134 135 136

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El Nacional (Iquique), 29 y 30 de agosto de 1919. Liga de Arrendatarios de Iquique a Intendente, 22 de agosto de 1919, AIT vol. 12-1918. La cifra de desocupación procede de una circular a los intendentes enviada por el Jefe de la Oficina del Trabajo con fecha 19 de julio de 1919; Archivo Oficina del Trabajo, vol. 58. Decreto Supremo de 25 de marzo de 1919, transcrito en el folleto editado por el Ministerio del Interior bajo el título de “El problema social-económico del norte”, Santiago, 1919.

mayor que la del salitre. Su gran desarrollo, la carestía de la vida y el aumento de las aspiraciones del individuo, ocasionado en gran manera por el aumento de la cultura moderna en sus variadas manifestaciones, han originado un conflicto cada vez más agudo entre las masas trabajadoras y los capitalistas, empresarios y empleados superiores138. Como corroborando la exactitud de esa reflexión, al recuperarse la actividad salitrera hacia 1920 se configuró un cuadro de agitación obrera y actividad huelguística sin precedentes en la provincia, motivando al vocero liberal El Nacional a crear una sección titulada “La huelga del día”. Comenzando el año, y a propósito de un conflicto suscitado por el despido de un operario por parte de una casa embarcadora, la Intendencia estimó prudente convocar a toda la prensa local para “conversar sobre los problemas obreros de Tarapacá”, y en particular sobre la actitud a su juicio injustificada que habían adoptado los compañeros del despedido paralizando sus labores. Exhortado a pronunciarse sobre la condición de los trabajadores pampinos y lo que el gobierno hacía al respecto, el Intendente subrogante señaló que “sobre la vida obrera en la Pampa... también ya se ha conseguido mucho en favor de los obreros. Las firmas industriales están empeñadas en ayudar a los trabajadores y así en muchas oficinas se ha implantado la venta de artículos de pulpería a precio de costo, se ha rebajado el precio del agua, el servicio médico se ha mejorado mucho, se trata de refrenar el juego en lo posible, se está atendiendo con preferencia el funcionamiento de escuelas diurnas y nocturnas. Hay, en suma, marcado interés para preocuparse de tan importantes necesidades” 139. Pese a las seguridades ofrecidas, a las pocas semanas el Gobernador de Pisagua impedía la realización de un comicio para analizar la situación obrera en la localidad pampina de Zapiga. En un telegrama enviado a sus superiores, este funcionario señalaba: “Conferencia pública de carácter sedicioso anunciada para hoy en Zapiga no se llevó a efecto porque la policía según mis instrucciones no la permitió regresando a Negreiros oficina Aurora los cabecillas y a quienes hago vigilar estrictamente. Orden público permanece inalterable en todo el departamento”. Pocos días después, volvía a tranquilizar a la Intendencia en cuanto a que se habían tomado todas las medidas del caso “tanto para vigilar estrictamente a elementos agitadores como para impedir reuniones sediciosas en Negreiros y demás pueblos pampa salitrera. En vista telegrama de US. he reiterado dichas órdenes autoridades de mi dependencia, agregándoles que no dejen que esos agitadores bajen a Iquique”140. Mientras aquello ocurría en la pampa, en Iquique arreciaban los rumores sobre un nuevo paro portuario, de cuya coyuntura “han querido valerse los agitadores, mistificando 138 139 140

“El problema social-económico del norte”, op. cit., pp. 15-16. El Nacional (Iquique), 13 de febrero de 1920. Telegramas Gobernador de Pisagua a Intendente, 7 y 23 de marzo de 1920, AIT vol. 5-1920.

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y desnaturalizando el sano movimiento obrero, hasta convertir ese movimiento en una amenaza para toda la población”141. En un contexto de escasez de brazos provocada por la reactivación salitrera, la propensión a paralizar las faenas fue haciéndose más y más recurrente, llevando a la prensa “respetable” a endurecer su discurso: No, señores: con paros de trabajo nunca se podrá vengar un atropello si es cierto que lo hubo. Con paros, sólo se lleva el hambre a los hogares, se siembra la inquietud en la familia, se da aspecto de tragedia a una colectividad sobria y laboriosa, se renuncia a la firmeza de nuestros hábitos de orden tan conocidos en el mundo, se daña y destroza la propia vida de toda una región. ¿Y es esto lo que reclama hoy Tarapacá? ¿Es eso lo que buscan los obreros? ¿Así creen llegar al bienestar por el que hasta ayer trabajaron con el aplauso y ayuda de todos? ¡Mil veces no! Con violencias nos vamos a la ruina, y si es cierto que nos interesa nuestra suerte individual y la suerte del país, no es buen chileno y es mal extranjero el que no se oponga a estos desbordes que tanto nos acercan al abismo142. Haciendo caso omiso a tales admoniciones, los gremios marítimos volvieron a paralizar hacia el mes de junio, exigiendo la implantación (o más bien su reposición, pues ya regía en Iquique desde 1916143) de un sistema de turnos laborales, conocido como “la redondilla”, que dejaba en manos de los gremios la distribución del personal en las distintas faenas, asegurando que nadie quedase excluido. Fuertemente resistido por las casas embarcadoras, “por considerarlo una imposición atentatoria del derecho que cada uno tiene a celebrar contratos con quien estime conveniente”, el paro terminó una vez más con la intervención de la tropa del ejército para reemplazar a los huelguistas 144. Por esos mismos días se produjo otro conflicto con el personal obrero del Ferrocarril Salitrero, llevando a un atribulado Prefecto de Policía, el Mayor Carlos Ibáñez del Campo, a señalar que “si se agrega que ayer se pararon los carreteros agremiados, más los huelguistas de la bahía, suman ya varios miles de hombres ociosos en la ciudad, los cuales, dado el espíritu levantisco que anima a sus dirigentes, son un verdadero peligro para la tranquilidad pública. Por esta razón y también por el excesivo trabajo que viene correspondiendo a la Policía con estas huelgas, considero

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El Nacional (Iquique), 8 de marzo de 1920; ver también Gobernación Marítima de Tarapacá a Intendente, 4 de marzo de 1920, AIT vol. 13-1920. El Nacional (Iquique), 12 de abril de 1920. Así lo establece un informe pasado por el Intendente Subrogante al propietario con fecha 15 de abril de 1920, en AIT vol. 13-1920. El Nacional (Iquique), 5, 14, 15 y 28 de junio, 2 de julio de 1920.

indispensable que un pelotón de caballería se haga cargo del orden en toda la ribera” 145. A tanto llegó el nivel de la agitación social en la región, que la Corte de Apelaciones de Iquique recibió instrucciones desde Santiago en el sentido de indagar si existía alguna relación “entre la Asociación denominada I.W.W. a cuyos miembros se procesa por diversos delitos contra la seguridad interior del Estado u otras análogas o de igual naturaleza, con las sucesivas huelgas o paros generales que han ocurrido en esta Provincia”146. Como sucedía por esos mismos días en las principales ciudades del país, las autoridades no podían creer que todo ese movimiento fuese fruto de la acción espontánea o autónoma de los trabajadores. Necesariamente debían existir “agitadores” o “subversivos” actuando desde las sombras, y contra ellos debía hacerse sentir todo el peso del Estado147. Sería tedioso continuar detallando el movimiento huelguístico y reivindicativo experimentado en Tarapacá durante los últimos meses de 1920, salvo tal vez para indicar que a los ya recurrentes portuarios, que hacia fines de año paralizaron una vez en solidaridad con una huelga carbonífera y otra como parte de un boicot contra el desembarque de bebidas alcohólicas, se unieron ahora los ferroviarios, que también en dos oportunidades pusieron en jaque todo el movimiento terrestre entre los puertos y las oficinas salitreras148. En suma, el ánimo que comenzaba a apoderarse de los trabajadores, y que alimentaba los temores empresariales y gubernamentales, queda reflejado en el discurso pronunciado por el presidente de la Federación Ferroviaria con motivo de la resolución exitosa del primero de esos paros: Compañeros: el capital no existe por la fuerza propia. Es el trabajo del ser humano quien lo produce todo. Sin el trabajo humano no existiría ni capital ni riquezas. Sosteniendo estos principios de razones poderosas basadas en los estudios sociológicos y filosóficos nos demuestran en las luchas sociales modernas la verdadera orientación a la juventud pensante a luchar por la causa de nuestros legítimos intereses, buscando pletóricos de entusiasmo esa justicia y por esta causa nos lanzamos convictos y visionarios a la palestra para defender a nuestros organizados de las acechanzas de nuestro enemigo común llamado el capital149. 145 146 147

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Prefecto de Policía a Intendente, 22 de junio de 1920, AIT vol. 11-1920. Ministro de la Corte de Apelaciones de Iquique a Intendente, 13 de agosto de 1920, AIT vol. 9-1920. Como se sabe, la actividad de la IWW, el discurso rebelde que por entonces estrenaba la Federación de Estudiantes de Chile y la situación generada por la campaña de Arturo Alessandri desataron una ola represiva que culminó en el asalto al local de la FECH, una serie de allanamientos a periódicos anarquistas y sedes sindicales, y la instrucción del llamado “Proceso a los Subversivos”; ver De Shazo, op. cit., pp. 180-185. Ver al respecto El Nacional (Iquique), 6, 7, 9, 13, 14 y 18 de octubre, 30 de noviembre, 1º y 25 de diciembre de 1920, 13, 18, 19, 20, 22, 27 y 31 de enero de 1921; El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 7, 12, 19 y 21 de enero de 1921. El Nacional (Iquique), 18 de octubre de 1920.

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En una línea similar, el gobernador de Pisagua informaba al Inspector Regional de la Oficina del Trabajo que la continua agitación entre los portuarios se debía a que esa localidad “era un foco de elementos subversivos que el Mayor Munita exgobernador había eliminado de las faenas marítimas y que nuevamente han regresado a ellas”150. Estas y otras observaciones efectuadas por dicho inspector quedaron registradas en un informe elevado poco después al Ministro de Industria y Obras Públicas, y cuyo tenor puede servir de colofón a la escalada de conflictividad social que se viene describiendo: Los problemas que se están desarrollando entre los intereses opuestos y las demandas del capital y el trabajo, del industrial y del obrero, se hallan entre los más difíciles y en algunos sentidos los más peligrosos (sic) con los cuales el Gobierno tendrá que luchar desde luego. Afectan no solamente los asuntos comerciales del país sino que entran también en las relaciones sociales y económicas de nuestro pueblo. La riqueza en manos de unos pocos capitalistas o industriales ha hecho a esta clase un tanto orgullosa, arrogante y opresiva; mientras que como un contrapeso la clase trabajadora se ha organizado y frecuentemente usa su organización con una fuerza y vitalidad no menos peligrosa para el bienestar del público que el uso opresivo del poder del dinero151. En un ambiente como el bosquejado, el discurso clasista y reivindicativo del P.O.S. debería haber tenido amplias oportunidades para prender entre el radicalizado elemento popular, al margen de la ausencia definitiva de Recabarren y la temporal de algunos otros dirigentes. De hecho, la presencia de este partido en los conflictos y movilizaciones del período fue casi permanente. Es verdad que en el sector portuario, que hasta cierto punto hizo de punta de lanza del proceso, la conducción de las acciones estuvo por lo general en manos de los anarco-sindicalistas, primero a través del Sindicato de Cargadores, a cuyo cargo estuvo la publicación de los periódicos El Proletario y El Surco, y luego de la naciente I.W.W. Se trataba además, como se recordará, de un gremio que se había mostrado particularmente hostil a los intentos de penetración de Recabarren, encabezando una campaña de difamación en su contra entre el elemento obrero. Así y todo, hacia 1917 el P.O.S. había organizado su propio gremio de resistencia entre los lancheros, cuya orientación era definida por el Prefecto de Policía de Iquique como “exclusivamente de ataque contra el trabajo y el capital”152. Su participación en el paro de fines de 1916, junto a los anarquistas, significó la clausura temporal del Despertar de los Trabajadores (la prime150 151

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Inspector Oficina del Trabajo a Intendente, 1º de noviembre de 1920, AIT vol. 5-1920. Inspector Oficina del Trabajo a Ministro de Industria y Obras Públicas, 26 de noviembre de 1920, Archivo Oficina del Trabajo vol. 64. La identificación de los gremios marítimos como “sociedades de resistencia” aparece en una “Nómina de las Sociedades Obreras, Clubs, Centros Recreativos, etc., existentes en la Provincia”, confeccionada por la Prefectura de Policía con fecha 25 de diciembre de 1917, pp. 22 y 23; en Archivo Oficina del Trabajo, vol. 37.

ra de su historia) y la prisión de sus redactores Pedro J. Sandoval, Humberto Matis, Pedro Reyes y Enrique Salas, demostrando la creciente preocupación de las autoridades ante el accionar socialista153. Mucho más drásticas fueron las medidas adoptadas con motivo de la “huelga de la foto” (o “del mono”, como la denomina Fernando Ortiz) ocurrida algunos meses después, especialmente cuando el atentado dinamitero ya mencionado provocó la muerte del conscripto Juan Contreras. Convencido de la responsabilidad al menos intelectual que cabía a socialistas y anarquistas en tales hechos, el Intendente de la Provincia dispuso el allanamiento del Sindicato de Cargadores y la prohibición de que circulasen El Despertar de los Trabajadores, El Proletario y El Surco, “periódicos y volantes subversivos y perniciosos al orden público”. Se ordenó también la aprehensión del director de El Despertar y “toda persona del personal de él que parezca sospechoso”, amén de la prohibición de “todo grupo, meeting y desfile mientras se normalice la situación presente”154. Al parecer, los fundamentos para semejante acusación radicaban en el hallazgo de “un volante sin pie de imprenta en que se injuria al Gobierno, a las autoridades y se incita a la huelga general violenta”155. Elías Lafertte, quien ya de regreso en Iquique ejercía como administrador de El Despertar, recordaría años más tarde su detención: “Pasé varios días incomunicado, solo en una celda. Veía al carcelero dos veces al día, cuando me entregaba la comida que me llevaba Ilya (su compañera). A veces me sacaban para interrogarme y luego me volvían al calabozo. Más adelante detuvieron a todo el personal del diario, por las airadas protestas que traía El Despertar por la arbitraria detención de su administrador”156. Caía también detenido por aquellos días, tal vez por asociación, el director de El Socialista de Antofagasta, el alguna vez tarapaqueño Luis Víctor Cruz157. Además de su influencia entre los trabajadores portuarios, el P.O.S. iquiqueño tenía alguna presencia en el gremio en resistencia de carreteros, y mantenía su antigua filiación con el de panaderos, en cuyo directorio seguía figurando el antiguo militante Francisco Olivier. A mediados de 1918, precisamente, éste aparecía firmando una protesta en contra de un propietario de panadería que no respetaba un acuerdo de suprimir el trabajo nocturno en tales establecimientos158. Durante ese mismo año el P.O.S. también participó activamente en la organización del “mitin del hambre” descrito en páginas anteriores, adhiriendo a una campaña que comenzaba a adquirir ribetes nacionales y seguramente procurando ampliar su ascendiente sobre los principales movimientos sociales de la región. Así, ante un acto de igual naturaleza convocado en el pueblo de 153 154 155 156 157 158

El Socialista (Valparaíso), 4, 11 y 18 de noviembre de 1916. Intendente a Prefecto de Policía, 23 de agosto de 1917, AIT vol. 8-1917. Intendente a Juez Letrado, 25 de agosto de 1917, AIT vol. 8-1917. Lafertte, op. cit., p. 133. Ver también El Socialista (Valparaíso), 25 de agosto de 1917. El Socialista (Valparaíso), 1º de septiembre de 1917. Gremio de Panaderos de Iquique a Intendente, 5 de noviembre de 1917, AIT vol. 6-1917. La identificación de los gremios de carreteros y panaderos como entidades de resistencia aparece en la “Nómina de Sociedades Obreras...”, op. cit.

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Caleta Buena, la autoridad local advertía que “entre los organizadores de este mitín existen elementos con tendencias socialistas y que piensan exhibir en esta ocasión, estandartes con motes o leyendas de carácter subversivo”, lo que él procuraría impedir aumentando la dotación de carabineros159. Una dura prueba sufrida a comienzos de 1919 permitió aquilatar las simpatías que el P.O.S. había logrado granjearse entre la población obrera tarapaqueña. La incubación hacia fines del año anterior de la primera crisis salitrera de postguerra derivó en uno de esos episodios de desempleo masivo que tanto marcaron esta coyuntura regional, encrespando una vez más los ánimos obreros y dando lugar a diversas manifestaciones de descontento. Una de las más inquietantes, desde el punto de vista del socialismo, fue la reaparición de las antiguas ligas patrióticas, prácticamente “congeladas” desde sus jornadas fundacionales de 1911. Supuestamente azuzados por elementos que pretendían canalizar su malestar en un sentido no clasista, y seguramente también por antiguas antipatías que bullían por debajo de la superficie, numerosos trabajadores chilenos concentraron sus iras en lo que consideraban la contratación excesiva de peruanos en las diversas faenas de la provincia. En Iquique, Pisagua y diversas localidades del interior, la situación estalló en violentas acciones de saqueo, destrucción y maltrato de peruanos, amén de innumerables reclamaciones hacia autoridades y empleadores. Haciendo un diagnóstico de la situación, el jefe de guarnición de Pisagua, Mayor de Ejército Francisco Munita, se expresaba en estos términos: Las oficinas salitreras que sacan sus productos por este puerto, tienen, según informes recogidos, un numeroso personal de empleados peruanos y de trabajadores de la misma nacionalidad. Esto hace que exista un sordo y constante desagrado entre el elemento nacional que se ve excluido del trabajo y, como muchos dicen, hostilizados por los empleados peruanos. Las últimas incidencias entre la gente de mar y las casas representantes de oficinas salitreras obedecen a mi juicio al descontento e irritación de nuestros connacionales porque, sobre todo ahora, se continúa teniendo personal peruano. Todo esto se encuentra amenazado de agravarse seriamente para la Provincia en general, si debido a la violenta terminación de la guerra Europea, algunas oficinas salitreras suspenden sus trabajos por haber en Europa y en Estados Unidos existencia de salitre suficiente para largos meses. En esas condiciones no es aventurado predecir que el trabajador chileno será despedido de preferencia y que los peruanos que se vean obligados a salir, encontrarán fácil colocación en las oficinas que continúen trabajando, para lo cual se buscaría pretexto para despedir el elemento chileno y tomar al cesante peruano. Como se ve se produciría el éxodo de trabajadores chilenos a las ciuda159

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Subdelegado de Caleta Buena a Intendente, 12 de diciembre de 1918, AIT vol. 16-1918.

des de esta Provincia y al Sur, creando una difícil situación para el Erario y la tranquilidad pública160. Como para corroborar esta compleja asociación entre actitudes xenófobas y defensa de los intereses de clase, el parte policial levantado con motivo de los disturbios antiperuanos en Pisagua sindicaba como cabecillas de la turba nacionalista a los lancheros Atilio Castillo y Juan Ponce, incluidos también por esos mismos días en una “lista negra” confeccionada por las empresas embarcadoras para identificar al “elemento extraño y revoltoso” que estaba detrás de las numerosas huelgas que se venían desarrollando en dicho puerto161. Años después, y con motivo de un nuevo conflicto portuario en la misma localidad, Atilio Castillo seguía desmintiendo versiones de prensa que lo acusaban de “agitador y comunista”: “¿Cómo puede serlo?”, protestaba el lanchero, “¿un ciudadano como yo, que hice mi servicio en la Armada Nacional, que formé parte del Regimiento de Reservistas organizado años atrás en Pisagua, que soy miembro de la Liga Patriótica de Pisagua y desde hace poco de la Cruz Roja del mismo puerto?”162. Sin duda la pregunta resultaba incómoda para los acusadores, pero también para un partido como el socialista, que en las ligas patrióticas no veía sino signos de obnubilación y barbarie impropios de un dirigente gremial con un sentido claro de su identidad clasista163. De hecho, y tal como había ocurrido durante la anterior actuación de las ligas, el discurso internacionalista del P.O.S. lo convertía en fácil blanco para las acusaciones de “peruanismo” a que éstas eran tan afectas, y que tan fácilmente daban lugar a actos de violencia. Así, durante la noche del 19 de enero de 1919 la imprenta de El Despertar fue asaltada y sus tipos empastelados por varios individuos que las memorias de Lafertte identifican como militares vestidos de civil. Lafertte, Luis Víctor Cruz (que había vuelto a fijar su domicilio en Iquique) y varios trabajadores marítimos en huelga que se encontraban dentro del local fueron amarrados y 160

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El informe está transcrito en Intendente a Ministro del Interior, 14 de diciembre de 1918, AIT vol. 13-1917. Los “pogroms” antiperuanos de fines de 1918 y comienzos de 1919, como los denomina Lafertte, pueden reconstruirse a partir de numerosos partes y documentos oficiales contenidos en los volúmenes 13-1917 y 161918 del Archivo Intendencia de Tarapacá, así como de las denuncias aparecidas en El Despertar de los Trabajadores. La colección de este periódico depositada en la Biblioteca se interrumpe en esta fecha, para no reaparecer hasta enero de 1921, lo que impide revisar esta importantísima fuente para los años 1919 y 1920. Prefecto de Policía de Pisagua a Gobernador, 22 de diciembre de 1918; Gobernador Marítimo de Tarapacá y Comandante Crucero Esmeralda a Intendente, 16 de diciembre de 1918; ambos en AIT vol. 13-1917. El Nacional (Iquique), 22 de mayo de 1923. Una incomodidad semejante se trasluce en las palabras de un historiador comunista como Fernando Ortiz, quien al dar cuenta de la rivalidad entre chilenos, peruanos y bolivianos en períodos de escasez laboral opina que “la reacción de los trabajadores chilenos no siempre fue acertada. Comprendían el peligro que significaba para sus aspiraciones la inmigración fomentada por los inescrupulosos empresarios y protestan, aunque muchas veces un dejo de chauvinismo se advierte en sus reacciones.”, El movimiento obrero en Chile, 1891-1919, op. cit., p. 76.

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golpeados por los asaltantes, debiendo posteriormente pasar a la clandestinidad mientras se calmaba la situación164. Recordando años más tarde, desde su asiento en la Cámara de Diputados, los difíciles momentos vividos, Luis Víctor Cruz denunciaba: Exactamente hace cinco años que en Tarapacá,... se nos destrozó nuestra imprenta, se hizo pedazos nuestro local y se nos inutilizó material por valor de $175.000; se nos amarró por atrás, por la espalda y se nos hicieron pedazos, repito, a golpe de combo, los materiales de la imprenta; se nos persiguió durante 45 días y se metieron a la cárcel cerca de 400 de nuestros trabajadores, para sembrar el terror entre ellos e impedir que estos crímenes fueran denunciados. Y, sin embargo, el Intendente de la Provincia se lavaba las manos diciendo que este crimen cometido por él era obra del pueblo que nos perseguía por antipatriotas, por subversivos, por considerar seres despreciables a los que figuran dentro del Partido Comunista165. Los daños causados a la imprenta y la clandestinidad transitoria de los militantes significaron la no aparición de El Despertar durante varias semanas. La emergencia, sin embargo, sirvió para poner a prueba la solidaridad obrera. En palabras de Lafertte: Promovimos una gran campaña económica destinada a levantar nuestra casa, la casa del Partido, desde las ruinas en que nos habían dejado. Todo el mundo contribuyó generosamente: los marítimos, los empleados de comercio, los panaderos, sindicalmente muy pagados de sí mismos, que se hacían llamar el “gremio-rey”; y sobre todo, los pampinos, los bravos hombres del salitre. Peso a peso, centavo a centavo, se fue reuniendo la cantidad que necesitábamos, primero para pagar el embargo y luego para buscar una casa, reparar las máquinas dañadas, reemplazar las herramientas destruidas, comprar tipos, cancelar deudas166. A la postre, la represión reiterativamente descargada sobre el P.O.S. y su principal órgano de expresión sólo parece haber servido para legitimar la actuación socialista a nivel regional. Así, cuando se organizó la Liga de Arrendatarios mencionada más arriba para contrarrestar los efectos de la carestía y la crisis, Luis Víctor Cruz y la FOCH, que venía estrenándose en la provincia, aparecieron entre los principales convocantes167. El propio

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Lafertte, op. cit., pp. 135-141. Cámara de Diputados, sesión ordinaria de 5 de julio de 1923, p. 572. Lafertte, op. cit., p. 142. Liga de Arrendatarios de Iquique a Intendente, 22 de agosto de 1919, AIT vol. 12-1918.

Cruz figuraba por esos mismos días, en su calidad de director de El Despertar de los Trabajadores y miembro de la Sociedad de Artes Gráficas, como uno de los cuatro oradores que se dirigieron a la multitud congregada en el último de los “mitines del hambre” efectuados en Iquique, a cuya realización también adhirió la FOCH regional168. La preocupación de las autoridades sugiere que la propaganda socialista también consolidaba sus avances en las localidades pampinas. En una reunión con la prensa iquiqueña convocada por la Intendencia a comienzos de 1920, Cruz enfatizaba la necesidad de iniciar una campaña “en bien de los trabajadores de la Pampa, para conseguir que se les mejore sus salarios y condiciones de vida. Hay necesidad, también, de combatir los vicios que en la Pampa están matando la raza”169. Casi al mismo tiempo, el Gobernador de Pisagua informaba a la Intendencia que en el Cantón Negreiros había muchos socialistas “que trabajan en las oficinas Amelia y Aurora”. “Dicha gente”, agregaba con cierta vacilación, “se reúne casi todos los Domingos en forma tranquila y ordenada pero con fines de propaganda netamente socialistas”, por lo que le parecía conveniente prohibir en lo sucesivo tales reuniones 170. Volviendo sobre lo mismo, el funcionario mencionado tranquilizaba a sus superiores en el sentido de que “ya había tomado medidas del caso tanto para vigilar estrictamente a elementos agitadores como para impedir reuniones sediciosas en Negreiros y demás pueblos (de la) pampa salitrera. En vista telegrama de US. he reiterado dichas órdenes (a las) autoridades de mi dependencia, agregándoles que no dejen que esos agitadores bajen a Iquique”171. También el Comandante del Cuerpo de Carabineros se ocupaba de ejercer “una constante y estricta vigilancia sobre todos aquellos individuos que se ocupan de vender o repartir libros o diarios atentatorios contra la seguridad del Estado, o de hacer propaganda subversiva contra las Autoridades y el orden establecido”, advirtiendo en particular a sus subalternos sobre “un individuo de apellido Ramos, que se ocupa en repartir entre los obreros el periódico Socialista El Despertar”, y otro de apellido Molina, “Socialista y propagandista de ideas subversivas de la peor especie, y que se ocupa como vendedor ambulante (mercachifle)”. “Todos esos individuos”, remataba el oficial superior, “una vez sorprendidos, deben ser arrestados y enviados a disposición del Sr. Intendente de la Provincia”172. No obstante esas precauciones, durante una huelga estallada en la oficina Pan de Azúcar algunos meses después se sorprendía y arrestaba al obrero Juan Rubio Abarca, sindicado como “Secretario de los obreros federados” y “el más activo propagandista y director de la huelga”173. En una incidencia similar suscitada entre los operarios de la oficina Buen Retiro, la autoridad denunció como instigador y cabecilla al antiguo socialis168 169 170 171 172 173

El Nacional (Iquique), 29 y 30 de agosto de 1919. El Nacional (Iquique), 13 de febrero de 1920. Telegrama Gobernador de Pisagua a Intendente, 10 de enero de 1920, AIT vol. 5-1920. Telegrama Gobernador de Pisagua a Intendente, 23 de marzo de 1920, AIT vol. 5-1920. Comandante del Cuerpo de Carabineros a Intendente, 23 de marzo de 1920, AIT vol. 13-1920. Comandancia de Carabineros Oficina Pan de Azúcar a Intendente, 4 de agosto de 1920, AIT vol. 13-1920.

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ta Humberto Matis, quien “no es trabajador de la Oficina, sino un individuo que se dedica a explotar a los trabajadores. Hace algún tiempo este mismo individuo fue llevado preso a Iquique de orden de la Intendencia por predicar ideas socialistas y subversivas”174. Con semejante nivel de actividad en puertos y pampas, todo llevaría a pensar que hacia fines de 1920 el P.O.S. tarapaqueño había alcanzado una situación más que expectante como fuerza política y social. Como para demostrarlo, al conmemorarse el 21 de diciembre de ese año un nuevo aniversario de la matanza de la Escuela Santa María, ante lo que la misma prensa burguesa consideró “una cantidad enorme de obreros”, al menos cuatro de los oradores principales procedían de las filas socialistas: Elías Lafertte, por la Unión de Artes Gráficas y el Comité pro-Monumento al Obrero; Braulio León Peña, por la FOCH; Bernardino Vargas Castro, por los conductores de carruajes; y Salvador Barra Woll, por el P.O.S.175. Si la medición se hace a partir de los resultados electorales, sin embargo, la imagen que aparece para el período es bastante distinta. Luego de la derrota sufrida por Recabarren en 1915, los socialistas llevaron como candidato a diputado en las elecciones parlamentarias de 1918 al Dr. Isidoro Urzúa, el mismo que habían postulado infructuosamente para senador en el comicio anterior. Aunque las expectativas no parecían malas (“El pueblo indiferente de otros años”, editorializaba El Despertar, “aquel que no sentía el menor interés por el estudio de los problemas políticos y sociales, es hoy día, el pueblo culto, amante de instrucción, que acude en proporciones considerables al llamado que los obreros socialistas les hacen para estudiar con ellos las cuestiones que afectan sus intereses de clase productora y menoscaban su libertad y su dignidad” 176), el desenlace los volvió a decepcionar: Urzúa llegó quinto en la circunscripción de Tarapacá con 1.599 votos, contra 4.362 del balmacedista Anselmo Blanlot Holley, 3.357 del radical Ramón Briones Luco, 3.169 del también radical Carlos Briones Luco y 3.129 del liberal Luis Aldunate 177. En las elecciones municipales celebradas poco tiempo después, el candidato Elías Lafertte también resultó derrotado, incitando a El Despertar a lamentar que “como siempre, el pueblo engañado con alcohol y con dinero hace triunfar a sus tiranos”. Reflexionando, a partir de tales resultados, sobre la conveniencia de introducir un cambio de táctica en la acción partidaria, el mismo articulista dejaba traslucir el efecto que la reciente Revolución Bolchevique ya estaba ejerciendo sobre el socialismo chileno:

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Telegrama particulares Oficina Buen Retiro a Intendente, Pozo Almonte, 4 de septiembre de 1920, AIT vol. 13-1920. El Nacional (Iquique), 22 de diciembre de 1920. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 22 de febrero de 1918. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 5 de marzo de 1918. Debe tenerse presente que los votos enumerados no corresponden al número de electores, pues la ley electoral del momento daba a cada elector la posibilidad de depositar varias preferencias.

Se hace necesario que el pueblo se convenza una vez más, que para hacer respetar sus derechos ciudadanos necesita defender en forma violenta, afrontando todas las situaciones a que son provocados. De otra manera será difícil el triunfo. En Rusia, pacíficamente, el pueblo pedía un cambio de régimen y nunca se le oyó, hasta que hubo necesidad que ese pueblo manso hasta ayer, usara los medios violentos. Así como el minero usa la dinamita para arrancar los preciosos metales de las costras a que están asidos, así también los obreros rusos tuvieron que usarla para arrancar de las manos de la burguesía, de la aristocracia el gobierno, que junto con él tenían los derechos y todas las libertades ciudadanas. ¿Sucederá lo mismo en Chile? El pueblo sabrá responder con la elocuencia de los hechos en el futuro178. Sin llegar a tales extremos, la contienda presidencial de 1920 otorgó al P.O.S. una nueva oportunidad para medir sus fuerzas. Como se sabe, tratando de contrarrestar el efecto que estaba produciendo entre las masas la candidatura de Alessandri, los socialistas de Antofagasta levantaron la candidatura alternativa de Luis Emilio Recabarren, quien por aquellos días se encontraba una vez más en prisión. Aunque esta iniciativa no concitó el acuerdo de todas las agrupaciones regionales, los militantes tarapaqueños cerraron filas en torno a su candidato. En palabras de Lafertte: “La demagogia (de Alessandri) no llegó a nuestras filas, porque nosotros teníamos un concepto más o menos claro de la cuestión de clases, que habíamos aprendido de Recabarren, y comprendimos que ningún voto socialista podía darse a Alessandri... Un diputado demócrata llegó a Iquique a tratar de convencernos de que abandonáramos la candidatura de Recabarren para proclamar a Alessandri, pero el Partido dijo que no”179. Al momento de contar los votos, sin embargo, resultó que Recabarren sólo había obtenido la adhesión de 154 electores en toda la provincia de Tarapacá, contra 3.260 para Alessandri y 915 para Barros Borgoño180. Los orgullosos socialistas se vieron incluso forzados después de las elecciones, durante la polémica generada a propósito del recuento definitivo de los votos, a apoyar el triunfo alessandrista. Requeridos por el diputado alessandrista Ricardo Bueno Cruz para que hicieran valer “su enorme influencia en la pampa” en favor del caudillo liberal, “nosotros estudiamos el problema y llegamos a la conclusión de que entre los dos candidatos burgueses, el menos desfavorable era Alessandri. Además, reflexionamos, había que impedir que triunfara una práctica tan viciosa como esa de desconocer el resultado de las urnas, que ya una vez había dado por resultado el robo de su diputación a Recabarren”181. Sea como fuere, la “enorme influencia en la pampa” proclamada por Lafertte y el despliegue propagandístico y organizativo que se ha descrito en las páginas anteriores 178

El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 16 de abril de 1918. Lafertte, op. cit., p. 148. 180 Las cifras aparecen en René Millar, La elección presidencial de 1920, op. cit., p. 254. 181 Lafertte, op. cit., p. 149. 179

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claramente no se expresaban en una mayor capacidad para ganar votos. Aunque el socialismo había logrado generar un importante grado de arrastre social, lo que aún no conseguía era transformar ese apoyo en fuerza masiva a nivel político-electoral. La aparente anomalía podría responder a diversas explicaciones. Seguramente muchos simpatizantes del socialismo, como el fuerte componente femenino o los numerosos analfabetos excluidos por ley del derecho ciudadano, no reunían los requisitos necesarios para sufragar. Existían también ciertas trabas que dificultaban la votación obrera, como el horario de inscripción en las juntas electorales, que coincidía con la jornada laboral, o la necesidad de trasladarse a Iquique o algún otro centro mayor para depositar su preferencias. Por otra parte, en el caso específico de la presidencial de 1920 muchos tal vez vacilaron entre un gesto meramente testimonial, como era votar por Recabarren, y la posibilidad efectiva de que se produjeran cambios si Alessandri llegaba a la primera magistratura. Por último, no cabe descartar (como no lo descartaban los propios socialistas) la seducción que seguían ejerciendo sobre el electorado obrero el clientelismo y el cohecho, problema que el propio Alessandri, como se verá en otra parte de este trabajo, tuvo por entonces que enfrentar. Se trataba, en fin, de un fenómeno que aquejaba al socialismo a escala nacional. Recordando un juicio de Lafertte sobre el anémico desempeño, al menos en términos de votación y militancia, exhibido por el P.O.S. durante sus primeros años de vida, Ramírez Necochea comenta en su Origen y formación del Partido Comunista de Chile que “entre 1915 y 1920 el Partido creció muy lentamente, y más bien mostró señales de estagnamiento; sólo en 1920, cuando se adoptan medidas correctivas, el Partido recupera su ritmo de crecimiento”182. ¿Cómo salir del atolladero? Recogiendo experiencias obtenidas en al menos una elección anterior (el triunfo en 1915 de dos regidores socialistas en Pisagua se había debido en parte a un pacto local con el Partido Radical), y aprovechando también el clima de reforma social que se instaló en el país junto con el ascenso de Alessandri a la presidencia, al aproximarse las parlamentarias de 1921 el P.O.S. tarapaqueño resolvió asociarse coyunturalmente con la triunfante Alianza Liberal. Explicando a sus adeptos la aparentemente extraña decisión, El Despertar de los Trabajadores señalaba: La proximidad de la lucha electoral ha obligado a todos los partidos que desean que termine de una vez por todas la miseria, en que se encuentra el país, a formar en todo Chile, grandes block, para combatir, a la Unión Nacional, que encarna el odio, la venganza, el crimen, el saqueo, el incendio y el hambre de la clase trabajadora... Ha ocupado, ahora, la Presidencia de la República, un ciudadano que ha enarbolado la bandera de redención, cuyos pliegues rojos, batiéndose en una aureola de paz, llaman a todos los buenos hijos de este desgraciado país, a asesorar a este gobernante, quien pide tan sólo 182

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Ramírez Necochea, op. cit., p. 112.

para desarrollar su programa de engrandecimiento y emancipación social, que el pueblo le de Parlamento. Y es por esto, que los socialistas, al llamado que nos hiciera la Alianza, hemos acudido, para luchar junto con ella contra el enemigo más funesto que tiene el pueblo: el clero (sic). Todos los resentimientos y enemistades que podríamos haber tenido con los partidos de la Alianza los hemos olvidado, porque en nosotros, sólo late perseverante la pureza de nuestro ideal y el amor hacia la clase explotada. Se nos llamó para formar un block político que combatiría el fanatismo, la ignorancia, la persecución, el incendio, el crimen, y nosotros no pudimos negarnos y empuñando nuestras armas combatiremos unidos con los partidos aliancistas en las próximas elecciones, tanto en Marzo como en Abril, y nuestro triunfo será inevitable, porque nos asiste la justicia y el derecho, y no habrá ni un solo ciudadano que no acuda a engrosar nuestras filas, para arrollar para siempre a la entidad política que por tan largos años hizo pesar sobre nosotros su férula sangrienta, condenando al país a rodar siempre por el atajo183. Ni las huelgas ferroviaria y marítima que por esos días mantenían paralizada a la provincia y exasperadas a las autoridades, ni la nueva crisis salitrera que ya comenzaba a despuntar, ni siquiera la matanza ocurrida en la oficina antofagastina de San Gregorio, fueron suficientes para enfriar el entusiasmo unitario que excepcionalmente se había apoderado del P.O.S. Gracias a ello, y a los votos radicales, demócratas y liberales aliancistas, el 6 de marzo de 1921 Tarapacá elegía por primera vez un diputado socialista, el antiguo botarripio de la oficina Amelia y compañero permanente de lucha de Recabarren, Luis Víctor Cruz. “El compañero Luis V. Cruz”, celebraba un redactor de El Despertar, “que como sus demás compañeros ha sufrido también las torturas de esa odiosa y cansada vida que se lleva en la región del salitre”, finalmente llevaría hasta los salones del Congreso Nacional la tanto tiempo ignorada voz del pueblo socialista. Junto con Recabarren, elegido al mismo tiempo diputado por Antofagasta, se convertiría en “el látigo con que el pueblo azotará incansablemente a todos esos que quieren mantener al pueblo en una oscuridad absoluta y sumido en la más penosa miseria”. “Con la llegada de estos compañeros al Congreso”, sentenciaba el entusiasmado redactor, “principiará una nueva era”184. ¿Era el triunfo definitivo del socialismo? ¿Representaba la victoria de Cruz y Recabarren la coronación de una década de labor agotadora y por lo general mal correspondida? Sólo el futuro lo podría decir. Sin embargo, con dos representantes en el Congreso y una fuerza 183 184

El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 14 de enero de 1921. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 9 de marzo de 1921.

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política y social que superaba todo lo conocido hasta entonces, lo cierto era que el P. O.S. enfrentaba la década de 1920 en condiciones que algunos años antes sólo unos pocos, incluso entre los más convencidos, se habrían atrevido a predecir.

2.3) Tarapacá comunista (1921-1926): Cosechando los frutos Al cumplirse diez años desde el primer desembarco de Recabarren en Iquique, la situación del socialismo nortino parecía más promisoria que nunca. La Federación Obrera de Chile y el propio Partido Obrero Socialista, que a partir de su Congreso de diciembre de 1920 iniciaba su proceso de conversión en Partido Comunista de Chile185, habían echado raíces bastante sólidas en puerto y pampa. Testimoniando la dimensión numérica de tal fenómeno, una delegación de trabajadores de Tarapacá y Antofagasta que visitó a Alessandri a comienzos de 1921 para depositar en sus manos las conclusiones de una Convención Obrera Regional del Norte, afirmaba representar a “cincuenta mil obreros federados de la zona norte del país”186. Por su parte, y pulsando una cuerda más individual y subjetiva, un militante iquiqueño de base expresaba lo que para él había significado el “despertar” socialista: La ardua propaganda que el Socialismo ha desarrollado en sus nueve años de vida, hoy lo decimos con satisfaccion que ninguno de los partidos históricos de la burguesía la ha hecho. Pues las ilusiones de los soñadores, estan convertidos en realidad con el constante batallar de nuestros ideales que desde las columnas del valiente adalid ‘El Despertar’, se han templado los espírituos y robustecido los cerebros con conocimientos razonados y difinidos. Esta labor que los Socialistas hasta el presente han desarrollado llena de altruismo de amor i moral, no ha podido ser imitada ni por la prensa mercenaria. Satisfactorio es para mi poder decir que soy uno de los tantos admiradores de este ideal y hoy convertido en un ardiente defensor de esta misma causa; soy uno de aquellos tantos cerebros que se mantienen al calor de su incansable propagadores del ideal; de aquellos que ha llevado a su mente el verdadero despertar, y a sacudido con impulso los eslavones de la inercia, para continuar escudriñando los verdaderos senderos del saber, donde nos prometen conosimientos de sociología, y filosofía, en fin, donde podremos dilucidar sobre los diferentes problemas sociales, que atañen a nuestros intereses de explotados. Esa es la obra educadora que ha realizado ‘El Despertar’ y sus dirijentes187. 185 186 187

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Ramírez Necochea, op. cit., pp. 149-152. El Mercurio (Santiago), 7, 8 y 10 de enero de 1921. Carta de Isauro Cortés, El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 16 de enero de 1921; la ortografía es fiel al original.

Otra forma de reconocimiento de dicha consolidación fue la disposición de los partidos “burgueses” agrupados en torno a la Alianza Liberal de buscar la alianza socialista para las elecciones parlamentarias de 1921, lo que, como se dijo, permitió la llegada al Congreso Nacional de dos diputados de la colectividad solicitada. El que esta iniciativa sólo se haya verificado en las provincias salitreras dice bastante sobre los territorios en que la implantación socialista se percibía como más significativa, noción que parece haber sido compartida por la propia dirigencia del P.O.S. Justificando una medida que la prédica doctrinaria podría haber tildado de inconsecuente, la sección tarapaqueña del partido explicaba a sus adeptos las ventajas del pacto suscrito con la Alianza: “Considerando que el proletariado se vería enormemente beneficiado en su propaganda y que la exposición de nuestros principios en el Parlamento daría motivo para que fueran conocidos y sustentados en todo el país, atrayendo rápidamente al proletariado hacia el ideal previo, agregado a las bases de que el P.O.S.. y la Alianza, unidos, combatirán el cohecho corruptor de la conciencia ciudadana, se aprobó por unanimidad de los asambleístas el pactar con la Alianza”188. Más directo era el mensaje trasmitido a las bases antofagastinas por Recabarren: “No voy al Congreso a hacer leyes inútiles que violarán en seguida los capitalistas; o leyes que perfeccionen el sistema de esclavitud, no; voy al Congreso a criticar y combatir el régimen de la explotación burguesa contra la nación, y a señalarle al pueblo desde la tribuna parlamentaria, el camino más corto para que alcance su completa libertad y felicidad”189. Dicho de otro modo, el acercamiento hacia los sectores más aperturistas de la burguesía brindaba la oportunidad de amplificar un impacto que hasta la fecha sólo había sido verdaderamente efectivo a nivel regional. Si ése era el propósito, el ascenso a la Presidencia de la República de Arturo Alessandri Palma inauguraba un período que podía vislumbrarse como de mayor tolerancia frente al accionar socialista, sin los excesos represivos que habían caracterizado los últimos años de la administración Sanfuentes. En las palabras del P.O.S. tarapaqueño: Se tomó en cuenta las diferentes declaraciones hechas por el Presidente de la República, ciudadano Arturo Alessandri, quien ha sostenido con firmeza de que aspira a garantizarle al pueblo todas las libertades que contempla la constitución y las leyes, que las persecuciones a los luchadores obreros que aspiran al mejoramiento de sus condiciones sociales no ocurrirán durante su gobierno; que la libertad de asociación, de prensa y de palabra serán libertades efectivas; que favorecerá el progreso constante del pueblo favoreciendo el libre desenvolvimiento de sus instituciones propias, pero que para ello necesita se le de un parlamento que no sea un estorbo para su gobierno sino que por el contrario impulse el cumplimiento de todos los puntos que señala su programa190. 188 189 190

El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 14 de enero de 1921. El Socialista (Antofagasta), 23 de febrero de 1921. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 14 de enero de 1921.

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Reflexionando desde la trinchera opuesta, el abogado antofagastino Aníbal Echeverría y Reyes advertía que en las provincias nortinas “hay una masa considerable en la cual las ideas de reivindicación y de revuelta han echado hondas raíces y hay entre esa masa no uno ni dos ni diez sino un grupo numeroso de dirigentes nutridos de literatura disolvente que siguen con constancia en la obra de disciplinar a las masas, haciéndolas ingresar por convicción o por temor en las filas de los que en un futuro demasiado próximo se preparan a cambiar el orden de cosas existente”. El peligro era que el estilo político inaugurado por Alessandri brindase a esos elementos la ocasión propicia para avanzar en sus maquinaciones: “Estiman ellos la elección de don Arturo sólo como un medio y no como un fin. Y esto que parece un sueño de locos, va poco a poco acercándose a la realidad, por el desconcierto que produce la acción del Gobierno, ...Yo no quisiera creer que en mi país como en otros que han pasado por el duro trance de revueltas populares, una incomprensible confianza lleve al precipicio a gobernantes e instituciones”191. Si el advenimiento de Alessandri a la Presidencia realmente conllevaba ese tipo de implicancias, todos los factores parecían alinearse para facilitar un salto cualitativo en el desarrollo del socialismo, que finalmente conseguiría trascender su base salitrera (y, a esas alturas, también carbonífera y magallánica) para convertirse en fuerza política nacional. Es verdad que también existían señales que apuntaban en un sentido distinto, incluso opuesto. La más evidente era la nueva recesión que, desde fines de 1920, comenzó a descender sobre la industria salitrera, y a partir de ella sobre el conjunto de la economía nacional. Aunque los entusiasmados socialistas de comienzos del 21 aún no lo sabían, ésta iba a resultar más prolongada, angustiante y profunda que cualquiera de las varias que jalonaron el sobresaltado período de la post-Primera Guerra Mundial (salvo la que en 193132 terminó de sepultar el vapuleado orden oligárquico-parlamentario). Durante dos largos años, los mismos que inauguraron la gestión presidencial de Alessandri y la parlamentaria de Recabarren y Cruz, la contracción de los mercados internacionales mantuvo paralizadas a la mayoría de las oficinas salitreras, y dejó sin trabajo a unas 55 mil personas sólo en Tarapacá y Antofagasta, lo que según la Oficina del Trabajo representaba un 95% de la población obrera total de esas provincias192. No teniendo cómo mantener a tanta gente desocupada en la región, y temiendo que su aglomeración y descontento desembocara en 191 192

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El Mercurio (Santiago), 6 de abril de 1921. La cifra es de la Memoria presentada por el Jefe de la Oficina del Trabajo al Ministro de Industria y Obras Públicas el 21 de marzo de 1922, y que corresponde al año 1921, Archivo Oficina del Trabajo, vol. 82. Sumando los desempleados de las provincias salitreras a los del resto del país, ese mismo funcionario estimaba la desocupación total para 1921 en unas 72 mil personas. La crisis de 1921-22 ha sido analizada en sus aspectos económicos y comerciales por Juan Ricardo Couyoumdjian, Chile y Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial y la Postguerra, op. cit., pp. 190-207; y también Gonzalo Vial, Historia de Chile, op. cit., vol. III, pp. 220-228. Ver asimismo para una historia económica de la industria salitrera que se ocupa especialmente de los años 20 Alejandro Soto Cárdenas, Influencia británica en el salitre. Origen, naturaleza y decadencia, Santiago, Editorial Universidad de Santiago, 1998; las crisis de 1919 y 1921-22 son analizadas en los capítulos 5 y 6 de ese libro.

perturbaciones al orden social, las autoridades obtuvieron el apoyo del empresariado salitrero para “repatriar” a una porción significativa de esas familias hacia las provincias del centro y sur. Como tampoco allí las perspectivas económicas eran mejores, la gran mayoría deambuló por el país en una búsqueda infructuosa de empleo y terminó alojada en los albergues que el Estado debió habilitar para no dejar a los afectados en el desamparo total (con el consiguiente riesgo de que canalizaran su frustración en contra del gobierno o la paz social). Sólo en la ciudad de Santiago, que en todo caso fue la que concentró el mayor número de albergados, esos establecimientos llegaron a congregar a unas 15 a 20 mil personas entre hombres, mujeres y niños. En condiciones de precariedad y miseria que horrorizaron hasta a los más indiferentes, los pampinos cesantes debieron aguardar allí una reactivación salitrera que sólo se vino a materializar hacia fines de 1922 y comienzos de 1923193. A primera vista, el despoblamiento de las provincias nortinas en vísperas de un ciclo que en lo social y político presentaba perspectivas de crecimiento, parecía constituir una amenaza más que seria para las aspiraciones socialistas. Que esto fue efectivamente percibido así lo revela un telegrama enviado por el Intendente de Antofagasta a la Oficina del Trabajo a pocos días de las elecciones de marzo de 1921, señalando sus dificultades para desalojar a los cesantes de esa provincia: “gran número de desocupados del sur y que simpatizan con candidatura socialista resístense enérgicamente a embarcarse y esta autoridad se encuentra imposibilitada para obligarlos materialmente al embarque” 194. Por su parte, la prensa socialista iquiqueña denunciaba que los primeros candidatos a ser despedidos eran siempre los “que están afiliados a la Federación O. de Chile y los socialistas”, a lo que añadía el candidato socialista a diputado, Luis Víctor Cruz: “nosotros por nuestra parte, tenemos el deber de aconsejar a los compañeros pampinos que no abandonen las oficinas, que continúen en ellas ‘pese a quien pese’. Los salitreros, así como por largo tiempo les han explotado sus fuerzas, su vida, deben de mantenerlos mientras reacciona la industria o sea que ellos encuentren un mejor precio por su producto. Si los salitreros no quieren hacer esto, ha llegado el momento de que los trabajadores de las dos provincias 193

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Este tema ha sido analizado en mayor detalle en Julio Pinto V., “Donde se alberga la revolución: la crisis salitrera y la propagación del socialismo obrero (1920-1923)”, Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Nº 122, Santiago, Universidad de Santiago, 1999. El desempleo salitrero y sus consecuencias sociales también han sido objeto de estudio de la tesis doctoral inédita de A. Lawrence Stickell, “Migration and Mining: Labor in Northern Chile in the Nitrate Era, 1880-1930”, Indiana University, 1979; y la tesis inédita de licenciatura de Roberto Figueroa Ortiz, “Crisis industrial y comportamiento laboral. El mercado de trabajo en la industria salitrera (1920-1929)”, Universidad de Chile, 1991. Ambas cubren todas las recesiones del período, no sólo la de 1921-22. Intendente de Antofagasta a Jefe Oficina del Trabajo, 21 de febrero de 1921, Archivo Oficina del Trabajo, vol. 70.

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salitreras, Tarapacá y Antofagasta, que sufren igual crisis, exijan del gobierno que haga trabajar las oficinas con fondos nacionales y que la elaboración sea controlada por los mismos trabajadores” 195. Fruto de tales circunstancias y exhortaciones, se produjo a comienzos de febrero una de las tantas tragedias sociales que enlutaron la historia pampina. Decididos a no abandonar sus campamentos ni la provincia –al menos mientras no se les indemnizara satisfactoriamente–, un número importante de obreros cesantes del cantón Aguas Blancas, cercano a Antofagasta, se atrincheró desafiantemente en la oficina San Gregorio, propiedad de la casa británica Gibbs. Al llegar allí un contingente militar enviado por la Intendencia, se desató un enfrentamiento que culminó en la muerte del oficial a cargo del destacamento, el administrador de la oficina, un suboficial de ejército y, según cuáles sean los testimonios que se invoquen, entre cuarenta y setenta trabajadores196. Podría pensarse que un hecho de esta naturaleza, no visto en las regiones salitreras desde la fatídica matanza de 1907, habría bastado para dejar en punto muerto el pacto electoral con la Alianza Liberal y congelar la “luna de miel” con el gobierno de Alessandri. Sin embargo, no hubo tal. La prensa socialista, por cierto, justificó a los amotinados de San Gregorio. Decía El Despertar de los Trabajadores: No puede desconocerse que los hechos desarrollados en San Gregorio, son dolorosos, pero más dolorosos son todos los abusos que la clase trabajadora soporta en la región del salitre. Los atropellos sin nombre que contra las familias obreras se han cometido siempre en la pampa, el desalojo por el hecho de ser federados; los bajísimos salarios, el atropello a diario del carabinero, el despotismo de los administradores para tratar a los obreros, la situación actual terrible por que atraviesan los trabajadores, todo esto justifica en insignificante parte los hechos dolorosísimos de San Gregorio. Si los industriales salitreros han sembrado odios, atropellos, abusos, crímenes, despotismos, no pueden cosechar otra cosa sino que eso mismo, del pueblo, que alguna vez debe cansarse... Las autoridades también tienen su responsabilidad en este caso, porque siempre han sido magnánimos con los salitreros y débiles para reprimir sus abusos197. 195 196

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 21 de enero y 4 de febrero de 1921. Como en todas las matanzas obreras de ésa y otras épocas, la cifra de muertos suele ser tan nebulosa como controvertida. Los datos oficiales hablan de 34 o 36, mientras que los testimonios de la FOCH, la prensa socialista y el propio Recabarren fluctúan entre 40 y 70. Por su parte, la historiografía marxista “clásica”, específicamente Julio César Jobet y Hernán Ramírez Necochea, fijan la cifra en 500. El estudio más acucioso hecho hasta la fecha sobre la matanza de San Gregorio, a cargo del historiador antofagastino Floreal Recabarren, llega tras un prolijo análisis a una cifra de 40: ver su trabajo 1921: Crisis y tragedia, Antofagasta, 1984, pp. 80-86. Los hechos de San Gregorio también han sido descritos y analizados por Gonzalo Vial, Historia de Chile, op. cit., vol. III, pp. 230-237. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 6 de febrero de 1921.

Los mismos juicios eran compartidos por el candidato tarapaqueño Luis Víctor Cruz: “Los obreros de San Gregorio, no han hecho otra cosa que repeler todas las infamias que contra ellos se han cometido. En estos hechos no hay otros responsables que los salitreros y las autoridades, que unidos han arrebatado al pueblo sus derechos y los han convertido en esclavos... Los hechos de San Gregorio están justificados”198. La matanza, en suma, sólo venía a reforzar lo que la prédica socialista había proclamado durante años, levantando motivos adicionales de denuncia y condena en contra del régimen capitalista. Así y todo, el pacto electoral se mantuvo a firme y tanto Recabarren como Cruz resultaron electos, con los votos de la Alianza Liberal, a la Cámara de Diputados. Al parecer, la proximidad del triunfo y el deseo de no enturbiar las relaciones con el recién instalado gobierno alessandrista (o tal vez la incertidumbre respecto de la reacción popular respecto de eventuales acciones violentistas) pudieron más, por el momento, que la indignación desatada por las balas de San Gregorio199. Con ello, sin embargo, no se resolvió ni la crisis salitrera ni la –para los socialistas– preocupante dispersión de la masa pampina. Haciendo un análisis retrospectivo de esta situación en un informe elevado a la Internacional Sindical Roja hacia fines de 1922, Recabarren afirmaba que “la gran desocupación, las listas negras y toda la persecución burguesa” habían reducido el número de afiliados a la FOCH de sesenta a treinta mil, en tanto que la militancia nacional del P.O.S.-P.C. había caído de seis a dos mil200. Es verdad que este contratiempo también podía convertirse en oportunidad: como lo expresara el propio Recabarren cuando ya la mayor parte de la dispersión se había consumado y la magnitud de la recesión se hacía inocultable, “no es un misterio para nadie, en Chile, que la crisis del salitre, ha proporcionado a los Federados y Socialistas la magnífica oportunidad de ir a sembrar por las provincias del sur la preciosa semilla de la revolución social, que en días cercanos habrá de concluir con todas las iniquidades del régimen presente echando por tierra todas las instituciones del régimen burgués que hasta hoy han servido a los tiranos y explotadores sólo para hambrear al pueblo y garantizarse su mansa esclavitud”201. Era como si, por un efecto paradojal, lo que su propio alejamiento de Iquique en 1915 para 198 199

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 8 de febrero de 1921. Así lo expresa categóricamente Gonzalo Vial en su interpretación de esos hechos, Historia de Chile, vol. III, pp. 235-237. Luis Emilio Recabarren, “Informe sobre el movimiento obrero sindical de Chile, (Sud-América), a la Internacional Sindical Roja”. Gracias a la gentileza de nuestros colegas Olga Ulianova y Eduardo Devés, se ha tenido la oportunidad de consultar una fotocopia de este documento redactado de puño y letra por Recabarren, y depositado en los archivos de la Comintern. La misma información es aludida por Ramírez Necochea en su Origen y formación del Partido Comunista de Chile, op. cit., pp. 87-88, así como por Peter De Shazo, op. cit., pp. 195-197. Este último autor pone en duda la confiabilidad de estas cifras, señalando que el número de socios cotizantes de la FOCH nunca excedió los diez mil. Como sea, lo que interesa para este pasaje es el reconocimiento por parte de Recabarren de los efectos negativos sobre la militancia fochista de la crisis salitrera. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 13 de mayo de 1921.

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difundir la organización socialista no había podido lograr (llevándolo más tarde a radicarse en Antofagasta), se hiciese ahora más factible a consecuencia de una calamidad social. La actuación de los albergados y cesantes durante los meses siguientes permitiría comprobar, simultáneamente, si el arraigo del socialismo entre los pampinos era realmente tan profundo, y si su capacidad de propagarlo estaba a la altura de lo que Recabarren esperaba. En ambos aspectos, la experiencia de los albergues pareció arrojar resultados favorables casi desde sus inicios202. Cuando los santiaguinos recién comenzaban a acostumbrarse a la presencia de tan incómodos huéspedes, diversos portavoces de la elite dieron la voz de alerta respecto de la constitución de “comités comunistas” y “guardias rojas” al interior de esos establecimientos, los que se valían de la aglomeración de gente ociosa para desarrollar su propaganda subversiva. Tales elementos acostumbraban enarbolar banderas rojas y “cantar canciones comunistas que escarnecen el culto a la bandera”, a tal extremo, denunciaba un senador en referencia a la ciudad de Limache, que “los habitantes (de esa localidad) hemos aprendido de memoria la Internacional, porque los obreros albergados la cantan a toda hora y momento”203. No teniendo otra cosa que hacer, los albergados de filiación socialista solían salir continuamente a las calles para realizar manifestaciones revolucionarias, las que más de una vez derivaron en choques con la policía con resultados de heridas y muertes. De acuerdo a la prensa socialista de Santiago, en una de esas ocasiones “más de cuarenta mil personas, con más de un centenar de estandartes de la Federación Obrera de Chile, desfilaron por las calles de la ciudad en perfecto orden y formación, atronando el espacio con cantos revolucionarios y vivas a la Federación Obrera de Chile, al Partido Socialista y a los diputados federados, Luis E. Recabarren, Luis V. Cruz”. El primero de los nombrados arengó a los manifestantes haciendo una especial referencia a los desocupados del norte, “que con su actitud decidida y entusiasta, a pesar de sus miserias y de la dolorosa situación que arrastran, sirven de ejemplo, no sólo para los trabajadores santiaguinos sino para los del país entero, que ven en ellos a formidables luchadores por un futuro grandioso”204. De hecho, parte importante de la alarma que la situación de los albergues provocó en los círculos de elite tenía que ver con esa supuesta capacidad de irradiación de ideas disolventes hacia sectores previamente incontaminados. Pensando en la forma de aumentar la distribución del periódico que había fundado en Santiago, Recabarren confiaba en que “los albergues deben proporcionarnos mil vendedores para que con sus gritos despierten al pueblo de la capital y logren disciplinar las fuerzas obreras”205. El efecto incluso comenzó a insinuarse en las faenas agrícolas a las que el gobierno, a través de la Oficina del Trabajo, enviaba a muchos 202

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La información entregada en este párrafo resume el tratamiento mucho más detallado del fenómeno de los albergues de 1921-22 y su impacto sobre la politización obrera que se hace en Julio Pinto, “Donde se alberga la revolución: la crisis salitrera y la propagación del socialismo obrero (1920-1923)”, op. cit. Cámara de Senadores, sesiones de 23 y 24 de agosto de 1921. La Federación Obrera (Santiago), 15 de octubre de 1921. La Federación Obrera (Santiago), 21 de julio de 1922.

de los pampinos desocupados, alterando la tranquilidad ancestral del campo chileno con su propaganda malsana206. Haciendo un balance final del período, Recabarren se congratulaba en septiembre de 1922, en un artículo titulado “La siembra roja”, de ver que “Secciones Comunistas y Consejos federales brotan por todas partes y realizan la incomparable labor de su redención por su propia iniciativa. Nuestro proletariado hasta hace poco embrutecido entre las tinieblas de la ignorancia, de los vicios y de la esclavitud, va despertando a la nueva vida”207. Así, al marchar pocas semanas después al II Congreso de la Internacional Sindical Roja en Moscú, se atrevía a proyectar confiadamente que el Partido Comunista recuperaría sus cifras más altas de militancia “en cuanto pase la crisis que ha paralizado las más importantes industrias”208. ¿Pero qué efectos había tenido el éxodo prolongado y masivo de trabajadores sobre el núcleo socialista originario, en las regiones salitreras? Como era de suponerse, la erradicación de tantas familias disminuyó significativamente la presencia orgánica y la actividad propagandística del partido, como lo reconocía acongojadamente una circular distribuida a las Juntas Provinciales de la FOCH por la Junta Ejecutiva Federal a comienzos de septiembre de 1921: “hoy, debido a la paralización completa de las faenas salitreras, los Consejos del norte han quedado en esqueleto, debido a la emigración de los trabajadores al sur”209. Ello no obstante, por esos mismos días se denunciaba el despido de 46 trabajadores de la oficina tarapaqueña Paposo por negarse a firmar un compromiso “de no pertenecer a asociaciones obreras”, lo que motivó un enérgico artículo de El Despertar de los Trabajadores que a su vez llevó al Intendente de la Provincia a disponer “que se vigile muy de cerca” al Secretario General de la FOCH provincial, Nicasio Cuéllar Ibarra, cuyas actuaciones y reuniones ostentaban “por lo general un carácter subversivo y contrario al orden público”210. Como para corroborar que la recesión no había extirpado del todo la simiente comunista, antes de que hubiese transcurrido un mes desde aquellos hechos la misma autoridad superior advertía a sus subalternos en la pampa que se hallaba recorriendo las oficinas una “delegación obrera” encabezada por el director de El Despertar de los Trabajadores, Salvador Barra Woll. “Según datos que tengo”, agregaba, “esas conferencias son francamente sub206

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El tema ha sido tratado por varios autores, entre los que se destacan Brian Loveman, Struggle in the Countryside. Politics and Rural Labor in Chile, 1919-1973, Bloomington y Londres, 1976, especialmente pp. 134-141; Gonzalo Vial, Historia de Chile, vol. III, pp. 229-230; Ramírez Necochea, op. cit., pp. 97-100, 324-331; Igor Goicovic, “Surco de sangre, semilla de redención. La revuelta campesina de La Tranquilla (1923)”, en Sujetos, mentalidades y movimientos sociales en Chile, Viña del Mar, CIDPA, 1998. El Heraldo (Arica), 21 de septiembre de 1922, reproducido en Cruzat y Devés, Recabarren, Escritos de Prensa, tomo 4, pp. 134-135. Recabarren, “Informe sobre el movimiento obrero sindical de Chile a la Internacional Sindical Roja”, op. cit. La Federación Obrera (Santiago), 7 de septiembre de 1921. Intendente de Tarapacá a Ministro del Interior, 24 de septiembre de 1921, AIT vol. 32-1922; La Federación Obrera (Santiago), 17 de septiembre de 1921.

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versivas y no persiguen otro objeto que ir a sembrar el descontento entre la gente trabajadora”, lo que aparentemente habría tenido el efecto de desencadenar una huelga parcial, por aumento de jornales y establecimiento de la jornada de ocho horas, en la oficina Gloria. Enfrentado a tales demandas, el propietario de dicha oficina manifestó que le resultaba más a cuenta paralizar las faenas que doblegarse ante “50 o 60 instigadores de reclamos y fomentadores de movimientos huelguistas”, quienes habían conseguido “subvertir a la gente y su estadía allí se ha hecho intolerable y peligrosa”. Coincidiendo con tal apreciación, el Intendente advertía a los representantes obreros que el cierre de la oficina no afectaría sólo a los “50 o 60 instigadores” directos, sino a “cerca de cuatrocientos hombres, los cuales quedarían con sus familias sin recursos para poder vivir”. Y remachaba: El infrascrito será inflexible con los que se dediquen a la obra antipatriota e inhumana de sembrar el descontento hasta el extremo de obligar a los salitreros a paralizar las faenas en las pocas oficinas que aún trabajan. Esos individuos no merecen ninguna consideración por el mal enorme que hacen a numerosos hombres, mujeres y niños que se ven privados de los medios de vida únicamente a causa de los procedimientos empleados por esos profesionales del descontento211. Aproximándose ya el término de ese año 1921, el comandante de la guarnición de Carabineros apostada en la localidad de Huara informaba a sus superiores que en el territorio de su jurisdicción “se desarrollan periódicamente actividades de carácter socialista, por medio de la propaganda oral o escrita, por individuos que ejercen el papel de agitadores profesionales y que residen en distintas poblaciones de la pampa, especialmente en La Noria y Pozo Almonte”. Se identificaba en dicha calidad a “Manuel 2º Piña, suplementero domiciliado en La Noria; Desiderio Barraza, José Barraza y un tal Ormazábal, de Pozo Almonte. José M. González, un tal Meléndez”, y el ya nombrado Secretario de la FOCH provincial, Nicasio Cuéllar Ibarra. Junto con “introducirse clandestinamente dentro de los recintos de las Oficinas para ejercitar su propaganda y anunciar conferencias o meetings dominicales con el mismo fin”, se acusaba a los nombrados de “injurias a su Excelencia y demás autoridades constituidas proferidas públicamente”, así como de exhibir la bandera roja, “que simboliza el desorden y la resistencia de hecho a las leyes, autoridades y costumbres establecidas”. Según el

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Intendente de Tarapacá a Pedro Saavedra, Eugenio Rivera y Ramón Cerda, trabajadores de la Oficina Gloria, 5 de noviembre de 1921; ver también Intendente de Tarapacá a Teniente Ramón de la Parra, 26 de octubre de 1921; Intendente de Tarapacá a Luis Moro, 18 y 22 de noviembre de 1921; todo en AIT, vol. 381921. También “Huelga parcial en la Oficina Gloria”, El Nacional (Iquique), 27 de octubre de 1921.

oficial denunciante, estas conductas justificaban plenamente tanto la acción policial como la de la justicia criminal, juicio que fue compartido por el Intendente de la Provincia212. Si esto ocurría en lo más profundo de la crisis, no era difícil suponer lo que podía desencadenar en materia de agitación socialista la reactivación de la industria, con el regreso a la pampa de los muchos militantes y federados que por el momento se hallaban diseminados por el centro y sur del país. Como anticipando dicha eventualidad, hacia fines de 1921 la prensa federada recomendaba “a los trabajadores del norte en cesantía forzada” el estudio de una serie de exigencias que debían satisfacerse antes de aceptar el retorno a las oficinas. Como base esencial, éstas debían contemplar la fijación de un salario mínimo, el respeto patronal al derecho de organización, la libre circulación de la prensa obrera en los campamentos, habitaciones higiénicas para las familias obreras, y “la vuelta al norte como seres humanos, bajo la vigilancia de un delegado de la Junta Ejecutiva Federal (de la FOCH), para evitar de ser burlados por las empresas industriales”. Todo esto, desde luego, no sería más que un paliativo, puesto que “la verdadera solución de que depende el porvenir obrero, está en el reemplazo del régimen capitalista, por el gobierno de los Soviet, en la forma establecida por los obreros y campesinos de la Rusia idealista”213. Cuando la llegada del nuevo año efectivamente pareció anunciar la reapertura de las oficinas, el tono y volumen de las demandas se intensificó. Previendo las dificultades que podrían suscitarse con el retorno de los “repatriados”, la Delegación que mantenía en Iquique la Asociación de Productores de Salitre solicitó a la Intendencia que se apostara en la Gobernación Marítima un agente de pesquisas “para la revisión de pasaportes y demás órdenes tendientes a evitar la entrada de individuos subversivos o sospechosos”214. La medida no sirvió de mucho, pues por esos mismos días la Federación Obrera regional inició una campaña entre los albergados de Iquique para que éstos no aceptaran volver a las oficinas si no se les cumplía una serie de 21 condiciones, mucho más estrictas que las enunciadas en noviembre anterior. En la nueva lista se incluía un salario mínimo de diez pesos diarios, una jornada de ocho horas para cualquier tipo de faena, pagos extra por sobretiempo, libertad de comercio en las oficinas, instalación de clínicas (“con matrona y practicantes”) en todos los campamentos, desahucio de cien pesos y financiamiento de pasajes en caso de paralización de faenas, y la modernización e higienización de los campamentos. En un plano más político-gremial, se exigía también la libre circulación de los diarios obreros, la libertad de organización y reunión, y 212

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Capitán Comandandante del Escuadrón Iquique del Cuerpo de Carabineros (Huara) a Teniente Coronel Comandante del Cuerpo de Carabineros, 18 de enero de 1922, AIT vol. 26-1922; El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 10 de enero de 1922. La Federación Obrera (Santiago), 30 de noviembre de 1921. Intendente a Prefecto de Policía, 7 de abril de 1922, AIT, vol. 15-1922.

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“el reconocimiento de la Federación Obrera de Chile”. Para velar por el fiel cumplimiento de estos puntos, “cada sección tendrá un inspector nombrado por los trabajadores para intervenir en sus reclamos”215. “No volverán”, sentenciaba aprobatoriamente al respecto un periódico federado, “los obreros del salitre en las antiguas condiciones. La lección ha sido amarga y dolorosa, pero sabrán aprovecharla”216. Alarmadas por las perturbaciones que esta campaña podría provocar en la añorada normalización de la industria, pero sobre todo por el peligro que ella significaba para el orden público, las autoridades superiores de la provincia comenzaron a denunciar “a los malos elementos existentes entre los trabajadores de este puerto, quienes se reúnen a menudo dando conferencias que son abiertamente en contra de las autoridades y orden constituido”217. Les preocupaba especialmente que las conferencias se realizaran al frente o al interior de los albergues, cuyos moradores se prestaban fácilmente para alteraciones de la tranquilidad social. Así sucedió en una oportunidad en que “una poblada de unos 200 hombres y mujeres” impidió a viva fuerza el embarque en la estación del ferrocarril de unos 30 trabajadores contratados por la oficina South Lagunas sin cumplir las 21 obligaciones estipuladas por la FOCH, obligando al capataz a trasladarse al local de la Federación “donde le hicieron cargos y amenazas”. Informando a sus superiores sobre estos hechos, el Inspector de Bienestar Social de la Asociación de Productores de Salitre en Tarapacá comentaba que “durante la última semana todas las tardes, algunos días a las 2 P.M. y otros a las 7 P.M., ha habido desfiles para asistir a las conferencias a que el manifiesto hace mención, conduciendo, a la cabeza, la bandera roja en medio de vitoreos y vivas a la revolución, Rusia, Soviet, etc., sin que la Policía haya intervenido”. Abundando sobre lo mismo, el Gerente de la Asociación manifestaba a su vez al Ministro del Interior que “la situación crítica por que ha atravesado la Industria Salitrera necesita hoy más que nunca de tranquilidad y orden en sus faenas lo que difícilmente se podrá conseguir si continúa la propaganda subversiva que están manteniendo los agitadores en todos los centros obreros y de trabajo”218. Ya francamente exasperado por el giro que tomaba la actuación comunista, el Intendente Recaredo Amengual advirtió al director de El Despertar de los Trabajadores, el ya nombrado Barra Woll, que “procedería enérgicamente, aunque fuese doloroso si los cesantes continuaban haciendo manifestaciones, si se negaban a ir a trabajar incondicionalmente”. 215 216 217

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La Federación Obrera (Santiago), 14 de abril de 1922. La Federación Obrera (Santiago), 15 de abril de 1922. Intendente a Comandante General de Armas, 20 de abril de 1922, AIT vol. 15-1922; Intendente a Ministro del Interior, 28 de abril de 1922, AIT vol. 32-1922. Asociación de Productores de Salitre de Chile, Boletín Mensual, Nº 41, mayo de 1922, pp. 406-408. El incidente de la estación también es narrado por el Inspector del Trabajo de Tarapacá en oficio al Director de la Oficina del Trabajo, Iquique, 12 de junio de 1922, en Archivo Oficina del Trabajo vol. 89. Un suceso parecido, pero con otro desenlace (“los elementos subversivos de siempre intentaron impedir el regreso a la pampa de los trabajadores”, pero sin conseguirlo), en El Nacional (Iquique), 26 de abril de 1922.

Entre otras cosas, el Intendente dispuso un toque de queda para todos los moradores de los albergues a contar de las ocho de la noche, la prohibición de cualquier conferencia en las inmediaciones de esos establecimientos, la proscripción de “los cantos y las manifestaciones”, y la restricción de las conferencias callejeras a una sola por mes, así como la expulsión de los albergues de cualquier desocupado que fuese sorprendido participando en reuniones públicas. Para enfatizar aun más su voluntad de mantener el orden a toda costa, habría concluido amenazando a Barra Woll, según el testimonio del Secretario Provincial de la FOCH José Zavala, con que “en otras ocasiones había hecho correr sangre y que no titubearía en repetir esto si sus disposiciones no eran aceptadas”219. La actitud de la autoridad tarapaqueña motivó manifestaciones de protesta en Iquique y Santiago, congregando unas 400 personas en la primera ciudad y a un gran número de albergados con sus familias en la segunda. Confrontado personalmente por los participantes en el acto capitalino, el Presidente Alessandri salió en defensa del Intendente Amengual: “Si el Intendente de Tarapacá ha tomado algunas medidas enérgicas en contra de los subversivos y no en contra de los obreros cesantes, está perfectamente bien, máxime cuando los exaltados tratan de impedir que los obreros sin trabajo deseen trabajar, lo que equivaldría a oponerse a la libertad de trabajo, la que debe ser amparada con toda energía”220. Por su parte, Luis Emilio Recabarren denunció ante la Cámara de Diputados la ilegalidad en que habría incurrido el Intendente al restringir la libertad de reunión, “menoscabando un derecho expreso de nuestra Constitución, y que, en ningún caso, ley ni autoridad alguna puede limitar ni insinuar su restricción por ningún motivo”. Enfrentado por un diputado contradictor en el sentido de que “cuando una manifestación degenera en asonada, constituye delito”, Recabarren hizo notar la diferencia que solía hacerse cuando las manifestaciones las protagonizaba la clase obrera respecto de conductas análogas pero de distinto signo: Yo recuerdo, y si hay algún Honorable Diputado que se haya encontrado en esa época en el Norte no me dejará mentir, que manifestaciones chilenas antiperuanas se han realizado allá con escándalo público, en mengua del buen nombre y del prestigio de nuestro

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Esta relación de los dichos de Amengual corresponde a un telegrama enviado por José Zavala a Luis Víctor Cruz, a la sazón en Santiago, y publicado por La Federación Obrera (Santiago) del 19 de abril de 1922. El Nacional (Iquique), 26 de abril de 1922. También La Federación Obrera (Santiago), 26 de abril de 1922, aunque la versión que da este medio de la respuesta de Alessandri es bastante diferente: “El Presidente les manifestó que no consentiría que los obreros salieran a trabajar si los industriales no les indican previamente las condiciones que disfrutarán. Además, manifestó que iba a llamar a reunión a la comisión (de manifestantes) y a los industriales para llegar a un acuerdo”. La manifestación de Iquique es informada por La Federación Obrera (Santiago), 30 de abril de 1922.

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país. Pero no hubo una autoridad que las reprimiera; entonces los vecinos no se molestaron con el ruido de la asonada; pero, en tratándose de manifestaciones obreras, se resienten sus oídos con los gritos; cuando van los obreros a pararse en las esquinas para invitar a sus hermanos a solidarizarse en la defensa de su causa y para mejorar su cultura, entonces las manifestaciones del pueblo degeneran en asonadas y las autoridades hacen bien en reprimirlas221. Todavía no se habían acallado esos clamores cuando la conmemoración del Primero de Mayo volvió a suscitar la alarma de las autoridades tarapaqueñas, aparentemente sobrepasadas por la belicosidad de un movimiento comunista que la prolongada recesión no había conseguido aplacar. Justificando la conveniencia de acuartelar la tropa de guarnición durante aquella jornada, el Intendente Amengual advertía que “algunos grupos de obreros algo exaltados y que son los mismos que están incitando a los demás obreros a no subir a la pampa a trabajar, sin previo contrato, podrían aprovechar de esta Fiesta Obrera para provocar desórdenes, que dada la escasez de Policía podrían ocasionar disturbios de algunas consecuencias que es mejor evitar”222. Pese a los pronósticos, el día Primero transcurrió pacíficamente: al desfile convocado por la FOCH asistieron unas 400 personas, entre hombres, mujeres y niños, cuya ordenada manifestación sólo fue interrumpida por “algunos gritos lanzados por el organizador del desfile y reconocido agitador, Salvador Barra Woll, y algunos otros socialistas, gritos que se caracterizaban en vivas ‘al comunismo’ ‘abajo la burguesía’ y ‘viva la Revolución Social’, etc.”223. Sin embargo, el mencionado Barra Woll también aprovechó la ocasión para circular entre la población un impreso de su autoría titulado “Primero de Mayo”, en el que se invitaba al “obrero soldado” a poner el “poder de sus bayonetas al servicio de sus hermanos, al servicio de los trabajadores, a la orden de la masa explotada para imponer la libertad y concluir con la explotación”. El llamado transitaba lo suficientemente cerca de la subversión como para motivar una denuncia criminal en contra de su redactor, la que desembocó en el encarcelamiento del dirigente comunista por más de cuarenta días224. La prisión de Barra Woll sólo sirvió para enardecer una vez más los ánimos, prolongando un estado de agitación que las autoridades tarapaqueñas no parecían capaces de sofocar. En Iquique, un “mitin” de apoyo logró movilizar a una multitud que la prensa comunista estimaba en unas dos mil personas, a la vez que concitaba la adhesión no siempre fácil de la I.W.W. local225. Por su parte, los diputados comunistas denunciaban 221 222 223 224 225

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Cámara de Diputados, sesión de 25 de abril de 1922. Intendente a Comandante General de Armas, 29 de abril de 1922, AIT vol. 15-1922. Intendente a Presidente de la República, 2 de mayo de 1922, AIT vol. 15-1922. Intendente a Juez de Letras en lo Criminal, 2 de mayo de 1922, AIT vol. 15-1922. La Federación Obrera (Santiago), 15 de mayo de 1922.

ante la Cámara este nuevo atropello a las libertades públicas, que confirmaba la arbitrariedad e ilegalidad con que se venía conduciendo la Intendencia de Iquique frente a los obreros de la zona: Yo me permito reclamar de mis Honorables colegas y del Gobierno la intervención amistosa; o como quiera que sea, para que evitemos en el país la repetición de estos actos en contra de la libertad, lo que no hace sino darnos la razón a nosotros, para decir que las instituciones del Estado están al servicio de las clases capitalistas, en contra de los trabajadores, y que es mentira –disculpe la palabra la Honorable Cámara– que en esta Nación se hace justicia a secas226. En un artículo de prensa referido a la misma materia, Recabarren calificaba a su antiguo camarada iquiqueño Barra Woll de “objeto del martirio burgués”, y se designaba portavoz para hacer llegar hasta su celda “el eco de esas expresiones gritadas por la multitud como un canto armonioso que llama al combate o como un puñado de suaves y delicadas violetas –su flor amada– que le lleven el cariño de los que admiramos su hora magnífica de meditación como presidiario por la idea”. Reparando sin embargo al mismo tiempo en la ironía de la situación, se felicitaba de la capacidad de la burguesía para proyectar un liderazgo que hasta el momento sólo había sido regional a una notoriedad de alcance nacional227. Como para reforzar aún más los efectos de este “martirio”, a los pocos días de haber dejado Barra su prisión se produjo un atentado incendiario contra el local de El Despertar de los Trabajadores que se atribuyó al antiguo cabecilla de las Ligas Patrióticas Jorge Pavelich, a quien se sindicaba como matón al servicio del gobernante Partido Radical e íntimo amigo del Prefecto de Policía de Iquique. Recordando el asalto de que él mismo había sido víctima en 1919, fecha en que Recaredo Amengual ya era intendente de la provincia, el diputado Luis Víctor Cruz señalaba ante la Cámara que no le sorprendían “las últimas persecuciones de que se ha hecho objeto a los trabajadores en la región del salitre”, y que aparte de la prisión de Barra Woll y otros militantes habían significado la destrucción, junto con el local de El Despertar, de una “Universidad Popular, montada por el esfuerzo de los obreros, el teatro, la redacción del diario y parte de los talleres”. Al exponer la magnitud de los atropellos y el “profundo desprecio con que las autoridades de toda índole miran los múltiples y

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Discurso de Luis Emilio Recabarren ante la Cámara de Diputados, sesión de 19 de mayo de 1922. “Las elegantes autoridades de Iquique, han querido que Salvador Barra Woll, sea conocido más allá de las fronteras de la provincia y se han encargado de hacer sonar su nombre en todo el país y de ceñirle la aureola de una prisión y el proceso respectivo, que Barra Woll tendrá el orgullo de llevar en su frente”, La Federación Obrera (Santiago), 16 de mayo de 1922.

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complejos problemas que el proletariado por su propia cuenta trae al tapete de la discusión”, concluía, sólo lo impulsaba el interés de hacer ver quiénes son los que empujan al pueblo por esta pendiente peligrosa, que lo hará caer en un abismo, donde se trabará una lucha cruel entre las dos clases en que se divide la sociedad, lucha que se convertirá en un cataclismo social de sangre; yo quiero exponer hechos para que se vea que es el pueblo el provocado a cada instante a esta guerra social que cada día se hace más cruel, más dolorosa; para que se vea claramente que es la clase capitalista la que provoca esta reacción en el pueblo con esos hechos, con esas injusticias, con esas acciones represivas que se ejercen a diario228. Las escaramuzas referidas en los párrafos anteriores no fueron sino el preámbulo de un conflicto que la reactivación salitrera, cada vez más inminente a medida que avanzaba el año 1922, inevitablemente tendría que agudizar. Habiendo fracasado en el intento de condicionar la recontratación de los obreros al cumplimiento de sus “21 condiciones”, el Partido Comunista inició una campaña destinada a denunciar la forma en que se estaba produciendo la vuelta al trabajo, y a la vez desanimar a los desocupados que aún no regresaban al norte, y a quienes el gobierno estaba haciendo todo lo posible por desalojar de los albergues. “Se pretende”, denunciaba en Santiago La Federación Obrera, “diseminar a través de todo el país a los obreros cesantes, que en número de más de 13.000 habitantes están en los albergues de la capital. El gran mundo santiaguino ya no puede por más tiempo, resistir la funesta pesadilla causada por la concentración de los obreros nortinos, que a cada momento claman y exigen justicia”229. Con el cierre prematuro de los albergues, se argumentaba, el Gobierno perseguía acumular en el norte a un gran “ejército de reserva” laboral que permitiera a los salitreros reanudar las faenas deprimiendo los salarios e imponiendo su propios términos: Poco a poco con una estudiada y premeditada calma, van los oficineros empezando la reanudación de los trabajos en sus establecimientos paralizados por tanto tiempo, a fin de ir imponiendo sus voluntades y reglamentos en las faenas correspondientes. Aprovechando el imperio de las necesidades que priman sobre el elemento trabajador, estos industriales han establecido una serie de condiciones tiránicas y degradantes para los amasadores de la cuantiosa riqueza del abono, encauzándolos vilmente a su insaciable voluntad, convirtiendo al hombre en un maniquí mecánico que deba someterse a sus designios, a sus disposiciones en la forma más humillante230.

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Cámara de Diputados, sesión de 15 de julio de 1922. Ver también La Federación Obrera (Santiago), 19 de mayo y 2 de julio de 1922. La Federación Obrera (Santiago), 22 de agosto de 1922. La Federación Obrera (Santiago), 21 de agosto de 1922.

Entre las “humillaciones” denunciadas figuraba la imposición de un “carnet de identidad personal” para trabajar en las oficinas, así como la obligación de firmar compromisos de no militancia en organizaciones sindicales o políticas, lo que los salitreros justificaban en función del “principio de que el uso que hagan los obreros de sus libertades individuales no puede menoscabar el derecho que tienen los dueños de oficinas salitreras para mantener el orden y reglamentar el trabajo dentro de los límites de sus oficinas y terrenos salitrales, del mismo modo que pueden hacerlo y lo hacen los agricultores dentro de sus predios”231. Igualmente degradante, en opinión de los comunistas, era la forma como se transportaba a los cesantes de vuelta a las provincias salitreras, “enganchados en condiciones peores que cuando se transporta una recua de animales de un lugar a otro”, y sin ninguna garantía de que una vez allá efectivamente encontrarían empleo232. “En la pampa no hay trabajo”, alertaba un aviso de La Federación Obrera de Santiago; “los trabajadores están amontonados, sufriendo crueles angustias, enteramente entregados a la avaricia feroz de los patrones”233. Y remachaba Barra Woll en un telegrama enviado desde Iquique: “Enorme abundancia de brazos, situación excesivamente mala, trabajadores pampa y puerto nunca tan mal como ahora”234. Como las advertencias no lograron interrumpir el flujo laboral hacia las oficinas, el comunismo tarapaqueño también se movilizó en el sentido de recuperar posiciones en los establecimientos tanto tiempo paralizados. “Esta Intendencia ha tenido conocimiento”, informaba Amengual al Comandante del Cuerpo de Carabineros, “de que el agitador Salvador Barra Woll se ha dirigido a la región salitrera, con el fin de dar conferencias subversivas y organizar centros de propaganda de estas ideas subversivas”, por lo que se debía ejercer una estricta vigilancia sobre el mencionado dirigente “en todas las diligencias que practique, dando cuenta de las novedades que sucedan a esta Intendencia” 235. La prensa “burguesa” de Iquique también se hizo eco de la preocupación oficial: “Como este zángano se introduce furtivamente en las oficinas salitreras a pronunciar discursos subversivos, llamamos la atención a los carabineros de la Pampa para que por sedicioso lo bajen inmediatamente a la ciudad en calidad de reo por perturbador de la tranquilidad pública”. “La clase obrera de la pampa”, concluía el mismo articulista, “no necesita de prédicas absurdas de individuos explotadores. Necesita trabajar tranquilamente al amparo de las leyes de su patria y del resguardo de sus intereses que están bien seguros”236.

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Asociación de Productores de Salitre de Chile, Boletín Mensual Nº 42, junio de 1922, pp. 534-536; Nº 46, octubre de 1922, p. 968. La Federación Obrera (Santiago), 22 de agosto de 1922. La Federación Obrera (Santiago), 1º de noviembre de 1922. La Federación Obrera (Santiago), 26 de octubre de 1922. Intendente a Comandante de Carabineros, 18 de julio de 1922, AIT vol. 8-1922. El Nacional (Iquique), 18 de julio de 1922.

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No todos los interpelados optaron por acoger tan prudentes consejos. A medida que la producción salitrera recuperaba sus índices normales, la actividad comunista en las oficinas y puertos también comenzó a repuntar. Hacia fines de noviembre de 1922, un conflicto laboral paralizó el puerto de Iquique durante veinte días, precisamente, se lamentaba la Asociación de Productores de Salitre, “en la época de grandes embarques que debe salir luego para que alcance a llegar a la temporada de consumo en Europa y los Estados Unidos, y el menor inconveniente o la menor contradicción a pedidos, a veces antojadizos, de los gremios marítimos, puede producir un paro que llegue a abarcar todos los puertos de la zona salitrera”237. En una serie de actos públicos realizados por los huelguistas en apoyo a su movimiento, la Federación Obrera de Chile actuó, en conjunto con la I.W.W. y los gremios marítimos, como entidad convocante, en tanto que su nuevo Secretario Provincial, Braulio León Peña, apareció junto a Barra Woll como uno de los principales oradores238. Por esos mismos días fue despedido de la oficina Diez de Septiembre, de propiedad de la firma italiana Sabioncello y Cía., el obrero Felipe Araya, acusado de realizar prédicas subversivas e incitar a los trabajadores a la revuelta. Emplazado por la FOCH a dar cuenta de tales actos, el administrador de esa oficina acusó al “Socialista Felipe Araya” de ser agente de El Despertar de los Trabajadores y “continuamente formar reuniones en su casa para tratar de formar Directorio de Federados, poniéndose él mismo a la cabeza como Presidente”. Obligado a dejar el establecimiento, el obrero despedido habría dado “más impulso a su campaña sediciosa, entonando con toda su familia cantos contra el capitalista y tratando por todos los medios de formarse ambiente a su favor entre los habitantes de la Oficina. Debo advertirle que la gente se paraba para oír las tonteras que entonaban y por tanto la atmósfera se iba viciando con estas historias”239. Como repudio a la actitud del administrador, la FOCH iquiqueña realizó un meeting en la Plaza Condell con la asistencia de unas 200 personas, al igual que lo hicieron sus secciones de Huara y Pozo Almonte240. En esta última localidad, las conclusiones elevadas al conocimiento de la autoridad administrativa sindicaban el despido de Araya como “una violación absoluta a las leyes de este país”, pidiendo “garantías a la primera autoridad de esta Provincia, para que se nos respeten nuestros fueros de ciudadanos libres, y no se nos trate como a esclavos”, añadiendo que en todas las oficinas se pretendía impedir la venta de El Despertar de los Trabajadores y la circulación de “todo impreso o invitación cuyos caracteres sean de organización obrera”241. De 237

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Asociación de Productores de Salitre de Chile, Boletín Mensual Nº 48, diciembre de 1922, pp. 1220-1223; también Nº 47, noviembre de 1922, pp. 1086-1089. Prefecto de Policía a Intendente, 28 y 30 de noviembre, 6 de diciembre de 1922, AIT vol. 25-1922; telegrama Ministro del Interior a Intendente, 30 de noviembre de 1922, AIT vol. 13-1923. Investigación sumaria por denuncio del obrero Felipe Araya, de la Oficina Diez de Septiembre, iniciada el 7 de diciembre de 1922, AIT vol. 26-1922. Prefecto de Policía a Intendente, 6 y 11 de diciembre de 1922, AIT vol. 25-1922. Intendente de Tarapacá a Jefe Oficina del Trabajo, 13 de diciembre de 1922, Archivo Oficina del Trabajo, vol. 99.

hecho, la misma oficina Diez de Septiembre despedía pocos días después a otro obrero, Luis Quintana, por portar “periódicos y folletos de índole subversivo” y “recorrer las calles del campamento vendiendo esos impresos y tratando intencionalmente de alterar el orden”, lo que llevaba a sus propietarios a deducir que “todos estos obreros que intencionalmente están causando desórdenes lo hacen instigados por agitadores profesionales”242. Así pareció demostrarlo la determinación adoptada por los trabajadores de la oficina Paposo de conmemorar un nuevo aniversario de la masacre de la Escuela Domingo Santa María suspendiendo sus labores y “paseando la bandera roja”. Según los dueños de ese establecimiento, el acto también sería aprovechado para “entre otras cosas, hacer algunas exigencias a la Administración, como la destitución de algunos empleados, el aumento del jornal, etc., etc.”243. La llegada periódica de enganches y el estado de flujo en que se mantuvo la fuerza de trabajo y la población tarapaqueña durante 1922 dificulta cualquier estimación numérica confiable sobre la militancia federada o comunista resultante de este esfuerzo de organización. Sin embargo, un informe emitido hacia fines de agosto por un agente de seguridad encargado de identificar “gremios de resistencia” y “agitadores” que a la sazón actuaban en Iquique entrega algunos datos aproximativos, mezclando sí indiscriminadamente a comunistas y anarquistas. El documento enumera veinte “gremios de resistencia”, con una militancia que fluctuaba entre las tres y las cuatro mil personas. Aparte de las faenas portuarias, en las que parece haber sido más influyente el ideario anarquista, la nómina incluye organizaciones tradicionalmente asociadas al P.O.S./P.C., como los panaderos, operarios de imprenta, conductores de carruajes y “oficios varios”. Se afirmaba que “el régimen orgánico de estas organizaciones o instituciones obreras es casi anónimo, pues sus reuniones ocultan siempre sus acuerdos”, y también que más del 70% de sus miembros eran analfabetos, lo que arroja una sugerente luz sobre la validez de las cifras electorales como indicador de influencias. Entre los dirigentes “socialistas o comunistas” más destacados de la provincia se nombraba a Salvador Barra Woll, Braulio León Peña, Armando García, José Santos Zavala, Galvarino Gil, Lino Barrera, Gumercindo Tapia, y el regidor y fundador del partido Enrique Salas. Se mencionaba también a Elías Lafertte, pero según las propias memorias de este veterano militante su alejamiento definitivo de Tarapacá se habría producido a comienzos de abril, convocado a Santiago por Recabarren para trabajar en La Federación Obrera 244. Como sea, y confirmando lo dicho más arriba, el contenido del informe (y el hecho mismo de que se hubiera mandado confeccionar en ese momento) sugiere que la magnitud de la recesión salitrera no había hecho gran mella en la presencia comunista en la zona245. 242 243 244 245

Gerente de la firma Sabioncello y Cía. a Intendente, 20 de diciembre de 1922, AIT vol. 26-1922. Comandancia de Carabineros de Huara a Intendente, 21 de diciembre de 1922, AIT vol. 26-1922. Lafertte, op. cit., pp. 154-155. El documento en cuestión, en bastante mal estado de conservación, fue emitido el 26 de agosto de 1922 por el agente de seguridad Lázaro Araya, y está archivado en el volumen 17-1922 del AIT, entre los oficios del Intendente.

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El año 1923, el primero de actividad económica normal desde 1920, brindó oportunidades más que generosas para consolidarla y ampliarla. Temeroso de lo que esto pudiese implicar, el Intendente Amengual telegrafiaba al Presidente de la República hacia fines de marzo solicitándole confirmar en el cargo de Prefecto de Policía al Capitán Roberto Souper, pues “ahora que viene resurgimiento salitrero y que cuestión social empieza perturbarse gravemente necesito tener Prefecto mi absoluta confianza”246. Como prueba de ello podía esgrimir un informe recibido del mismo agente de seguridad mencionado en el párrafo anterior como encargado de “vigilar los movimientos obreros”, en el que le advertía que “las agitaciones obreras durante el mes de Marzo tanto en el puerto como en la pampa han sobrepasado a los demás meses del año, sobre todo muchos miting en las cercanías a las oficinas salitreras. Desde hacen varios días los agitadores de esta localidad reparten muchas hojas subversivas por las bodegas del salitre, muelle plazas y F.C. Salitrero”247. En una de esas “agitaciones”, los federados de la oficina Diez de Septiembre habían logrado congregar entre 400 y 500 personas, incluyendo “numerosos empleados de la oficina”, para escuchar al nuevo secretario general de la FOCH provincial, Rufino Rozas, y a “la compañerita Aydé Molina, una pequeña luchadora de 9 años de edad”, así como poesías y cantos revolucionarios ejecutados por el coro de ese establecimiento248. Reflexionando sobre esos y otros acontecimientos, el antiguo secretario provincial de la FOCH Nicasio Cuéllar Ibarra, alguna vez perseguido por las autoridades regionales pero ahora al parecer empeñado en reconciliarse con ellas, informaba a la Intendencia que aquella entidad estaba preparando una “Convención Regional Salitrera” para el Primero de Mayo, la que contaría con la asistencia de delegados de todo el Norte Grande y tendría lugar en el pueblo de Alto San Antonio. El “arrepentido” dirigente aseguraba “conocer bien la cicología de Barra Woll, B. Leon Peña, J.S. Zavala, G. Gil, y R. Rosas, estos dirijentes Comunistas, tienen por tactica, tener en constante calunias, a las autoridades, tanto, de esta ciudad, como de la pampa. esto es para que los trabajadores, tengan odios y desconfianza, en los hombres, que estan al frente de las leyes”249. Suministrando todavía mayores motivos de preocupación a la Intendencia, la FOCH iquiqueña realizó un acto público para protestar por los atropellos de capitalistas y carabineros en perjuicio de los trabajadores salitreros, atrayendo entre los asistentes a “muchos conscriptos del Regimiento Carampangue”. Dando cuenta de su alarma, el Intendente Amengual recomendaba al jefe de la guarnición “prohibir la asistencia de tropa a esta clase de manifestaciones, en las cuales se malea el patriotismo y puede perturbarse la labor eficaz de las fuerzas de su digno mando”250. 246 247

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Telegrama Intendente a Presidente de la República, 23 de marzo de 1923, AIT vol. 2-1920/1923. Agente de Seguridad Lázaro Araya a Intendente, marzo de 1923 (sin indicación de fecha exacta), AIT vol. 2-1920/1923. La Federación Obrera (Santiago), 2 de abril de 1923. Nicasio Cuéllar Ibarra a Intendente, 24 de abril de 1923, AIT vol. 2_1920/1923. La ortografía es del original. Intendente a Comandante General de Armas, 27 de marzo de 1923, AIT vol. 5-1923.

Todo este fermento sirvió como telón de fondo para una gira que a mediados de año realizó Recabarren por las dos provincias salitreras, en la que pudo poner nuevamente a prueba el nivel de su ascendiente en la zona que lo había elevado al liderazgo nacional. Recientemente retornado de su viaje a la Unión Soviética, Recabarren visitaba por primera vez el norte desde su elección como diputado, con el objeto, entre otras cosas, de dar cuenta personal y pormenorizada de aquella singular experiencia. Aunque la prensa “burguesa” procuró presentar esta gira como un rotundo fracaso (El Nacional de Iquique, por ejemplo, encabezaba uno de sus reportajes con el titular “Recabarren no encuentra zorzales”, y agregaba: “Como en épocas anteriores don Reca creyó encontrar el rebaño apiñado, pero éste al verlo se espantó del cabrero” 251), Recabarren mismo se mostró muy complacido de sus resultados. Escribiendo desde Pampa Unión, en la provincia de Antofagasta, señalaba que “los trabajadores entusiasmados arrebátanse los folletos sobre la gira e impresiones de Recabarren en Rusia”252. Similares impresiones transmitía pocas semanas después desde Huara, asegurando que “las concurrencias en todas partes han sido numerosísimas y entusiastas, todo lo cual constituye un éxito grandioso para la gira de conferencias emprendida. Las opiniones de la prensa burguesa declarando fracasada la propaganda comunista quedan absolutamente destruidas con los resultados. Los obstáculos puestos por los capitalistas y autoridades a la gira, resultan fácilmente vencidos”253. La referencia a supuestos obstáculos levantados por autoridades y empresarios sirve para indicar que la presencia de Recabarren en la región del salitre no pasó tan desapercibida como sus detractores afirmaban. Sus actividades, en efecto, fueron repetidamente hostilizadas, ya fuese por grupos de contramanifestantes que, al decir de los comunistas, eran instigados por las autoridades, o por la acción directa de la policía, como ocurrió en la localidad de Zapiga, donde se prohibió a los dueños de hoteles proporcionarle hospedaje y se le obligó a abandonar el pueblo bajo escolta armada254. Otro tanto ocurrió con los salitreros, quienes una y otra vez le negaron el acceso a las oficinas y solicitaron la adopción de medidas represivas en su contra. A modo de ejemplo, en una comunicación oficial enviada por la Asociación de Productores de Salitre al Ministerio de Hacienda se acusaba a Recabarren de provocar “dificultades” en las oficinas del Departamento de Tocopilla, las que “culminaron en un pliego de peticiones que sometieron los obreros a la Administración de la Compañía Salitrera de Tocopilla y que, como no les fueran concedidas, se declararon en huelga al día siguiente, el 30 de Junio”. Entrando en mayor detalle, el Gerente de la Asociación señalaba: 251 252 253 254

El Nacional (Iquique), 2 de julio de 1923. La Federación Obrera (Santiago), 13 de junio de 1923. La Federación Obrera (Santiago), 10 de julio de 1923. Estos hechos fueron denunciados ante la Cámara de Diputados por Luis Víctor Cruz, en sesiones de 5 y 12 de julio y 2 de agosto de 1923. Ver también La Federación Obrera (Santiago), 7 y 10 de julio de 1923; El Nacional (Iquique), 2 y 11 de julio de 1923.

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Cabe llamar la atención, señor Ministro, que las demandas de los obreros no se refieren en general a aumento de salario o bienestar económico sino a exigencias de orden distinto, por ejemplo, exigen la libre circulación dentro de las Oficinas de los periódicos comunistas, que propagan ideas de divergencias entre patrones y obreros; reclamaron además, señor Ministro, de la identificación que se ha estado haciendo en la forma que lo ha recomendado el Gobierno de la República y que se lleva a cabo por recomendación de mi Directorio en todas las Oficinas Salitreras, sin que cueste un centavo a los obreros, ya que todos los gastos son pagados por las Compañías Salitreras. En este sentido exigen no sólo que no se siga adelante con la identificación, sino que se anule todo lo hecho. Los productores salitreros afectados por la huelga han resuelto, señor Ministro, no aceptar en forma alguna estas imposiciones y mi Directorio me encarga encarecer a US. la conveniencia de dar instrucciones a las autoridades de la zona salitrera, a fin de que tomen medidas en orden a amparar la propiedad privada255. Siguiendo un raciocinio análogo, la Junta Local Salitrera de Antofagasta prohibió el ingreso de Recabarren a las oficinas de su dependencia, lo que motivó una dura respuesta de éste en el sentido de condenar “la prohibición del derecho de reunión, de asociación, y de circulación de la prensa, y sobre todo, la negación de todo derecho de petición de los trabajadores, porque es un hecho inveterado que todo obrero que acuda a pedir una mejora, a nombre de los demás, a los señores administradores, sea infaliblemente despedido del trabajo calificado de subversivo”. Si en algo habían mejorado últimamente las condiciones laborales en las salitreras, como argumentaba la entidad empresarial para desacreditar la propaganda comunista, ello se debía menos a su generosidad o sentido de justicia que “al incesante grito del proletariado, encabezado por nosotros, el que ha obligado a los señores industriales a tomar ese camino”. “La propaganda comunista”, concluía condenatoriamente el diputado obrero, “no es prohibida sino en la zona del salitre y en los fundos, y ella está incorporada en todo el país dentro del derecho público”256. En todo caso, y seguramente sin que Recabarren tuviese evidencia directa de ello, en esta controversia los salitreros contaban con el más alto respaldo oficial. Así lo revela una nota confidencial enviada por el propio Arturo Alessandri al Intendente de Tarapacá, y cuyo tenor, que vale la pena reproducir in extenso, despeja cualquier duda respecto del alejamiento definitivo del reformador Presidente de aquellos con quienes alguna vez había podido alcanzar cierto grado de entendimiento, así como de la peligrosidad que los defensores del orden establecido atribuían a la prédica comunista:

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Asociación de Productores de Salitre de Chile, Boletín Mensual Nº 55, julio de 1923, pp. 694-695. La Federación Obrera (Santiago), 29 de julio de 1923; ver también una cobertura crítica en El Nacional (Iquique), 9 de agosto de 1923.

Tienen el perfecto derecho los salitreros de no permitir a Recabarren que dé conferencias dentro de sus oficinas ni dentro de sus pertenencias, como puede cualquier habitante del país arrojarlo a puntapiés si contra su voluntad pretende introducirse por cualquier motivo a su casa particular. El derecho de reunión se ejercita siempre que no pugne o destruya otros derechos y, en ningún punto la Constitución política del Estado, establece que el derecho de reunión pueda ejercitarse en propiedad particular ajena y contra la voluntad de su dueño. La solución propuesta por US. parece la mejor anticipándole que hay conveniencia en evitar por todos los medios posibles que Recabarren dé conferencias. Sería muy conveniente que de acuerdo con los salitreros y como lo ahuyentamos de aquí, buscaran otros oradores y grupos de obreros para que lo combaten (sic) y hostilicen. No es difícil porque los demócratas lo odian mucho. Es indispensable que el comandante de Policía o el Jefe de Carabineros en forma privada y de una manera que él comprenda que se le dice la verdad, le haga presente que se le hace responsable personalmente a él de cualquier desorden o hecatombe análoga a la que ocurrió en San Gregorio que pueda producirse. Recabarren es el tipo más cobarde y malo que yo jamás haya conocido. Agita a los obreros y se esconde como ocurrió en San Gregorio, en Santa Rosa y al pie de la estatua de O’Higgins. A mí mismo me dijo que deseaba que los obreros sufrieran y que no se les mejorara su condición para preparar y provocar la revolución social en que ni siquiera cree y lo hace sólo por lucrar con los obreros. El máximun de la maldad está en lo que pretende en estos momentos porque producir agitaciones y dificultades entre los obreros en estas circunstancias es un verdadero crimen contra el país, contra los proletarios, que son los más directamente perjudicados. No tenga consideración de ningún género con Recabarren, trátelo con especial y efectivo rigor y cuente con mi apoyo incondicional. Es mi última palabra sobre el particular. Arturo Alessandri257. Pero el regreso de Recabarren a Santiago tampoco ayudó mucho a aquietar las aguas nortinas. Estando dicho dirigente todavía en la zona de Antofagasta, estalló en Iquique un conflicto portuario que serviría de preámbulo a la más prolongada paralización de actividades que había conocido la historia tarapaqueña, y cuyo desarrollo absorbería la atención regional y nacional durante gran parte de lo que quedaba del año 1923. A decir verdad, las primeras manifestaciones de ese proceso se remontaban a fines del año anterior, cuando otra huelga marítima, a la que ya se hizo referencia algunas páginas atrás, suscitó tanto entre las autoridades como en el mundo empresarial la convicción de que era urgente terminar con el sistema denominado “la redondilla”. Como se señaló en un apartado anterior, ésta era una práctica mediante la cual los obreros marítimos se distribuían por turnos la carga y descarga de los barcos, procurando que ninguno de los matriculados quedara sin la oportunidad de 257

Presidente de la República a Intendente de Tarapacá, nota confidencial, 28 de junio de 1923, AIT vol. 21920/1923.

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trabajar. Como la asignación de las cuadrillas era regulada por los gremios, la redondilla en el fondo implicaba que eran esas organizaciones, y no los empleadores o el Estado, quienes controlaban la oferta y desempeño laboral. Implantado con carácter voluntario con motivo de los conflictos portuarios de 1916, el sistema se tornó oficial y obligatorio en 1920. Antes de que pasara mucho tiempo, sin embargo, las protestas empresariales llevaron al gobierno de Alessandri a derogarlo, lo que se verificó mediante un decreto emitido en octubre de 1921 y ratificado en abril de 1922. Para gran contrariedad de salitreros y empresas embarcadoras, esta medida no se hizo extensiva a Iquique, cuyos gremios marítimos, como se verá en el próximo capítulo, peticionaron expresamente en tal sentido al Presidente de la República. Así, cuando una nueva diferencia de opiniones entre los portuarios y la Gobernación Marítima de ese puerto dio lugar al ya mencionado paro de noviembre-diciembre de 1922, tanto esa autoridad como la Asociación de Productores de Salitre plantearon formalmente la necesidad de uniformar la situación iquiqueña con la que regía en el resto del país. Tampoco entonces se obtuvo respuesta alguna del gobierno central258. En tales circunstancias, la conflictividad del sector portuario tarapaqueño alcanzó índices aun mayores durante 1923. Un primer atisbo de lo que vendría se produjo a comienzos de mayo, cuando los jornaleros y estibadores de Pisagua iniciaron una huelga para obtener un alza en las tarifas, pero sobre todo para proteger su derecho a designar quién debía ocuparse de las labores de estiba259. A comienzos de agosto le correspondió el turno a Iquique, esta vez con motivo de una orden impartida por el Gobernador Marítimo, Capitán Enrique Spoerer, en el sentido de obligar al gremio a restituir a las faenas a dos jornaleros suspendidos por no querer pagar sus cuotas, conducta que la autoridad mencionada atribuyó a que estos últimos “no deseaban pertenecer a dicho gremio por las ideas subversivas que sustenta”. Estallado el conflicto, los agremiados habrían manifestado abiertamente al Gobernador que “ellos no reconocían a la Autoridad Marítima”, ante lo cual éste concluyó que “me cabe la seguridad que este movimiento es preparado y dirigido exclusivamente por la Sociedad I.W.W., la que ha logrado tomar cuerpo entre los obreros marítimos, gracias a la facilidad que ofrece la redondilla y su semejanza con un verdadero Soviet en el trabajo”260. Una vez más, el control decisivo sobre las faenas portuarias parecía descansar en la subsistencia o derogación de ese sistema, que los trabajadores iquiqueños habían logrado mantener en pie contra todas las fuerzas desplegadas en su contra. 258

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La manifestación empresarial, en la que también se hace un recuento histórico de la implantación de la redondilla, puede reconstruirse a partir de documentos publicados en el Boletín Mensual de la Asociación de Productores de Salitre de Chile, Nº 47, noviembre de 1922, pp. 1086-1089; y Nº 48, diciembre de 1922, pp. 1220-1223. También hace referencia al sistema de la redondilla Peter De Shazo, op. cit., pp. 24-25; y la historia de su implantación se recuenta en El Nacional (Iquique), 29 de septiembre de 1923, y en la sesión de 17 de octubre de 1923 de la Cámara de Diputados. Intendente a Gobernador Marítimo, 3 de mayo de 1923, AIT vol. 5-1923; El Nacional (Iquique), 5, 11 y 22 de mayo de 1923. Gobernador Marítimo a Intendente, confidencial, 1º de agosto de 1923, AIT vol. 2-1920/1923. Ver también El Nacional (Iquique), 1º, 2, 9 y 10 de agosto de 1923.

Aunque el episodio en cuestión se resolvió con relativa prontitud, los acontecimientos posteriores revelaron que sólo se trataba de una tregua. El propio Gobernador Marítimo, en el oficio donde comunicaba el término del conflicto, expresaba su parecer en tal sentido: “Por la experiencia que tengo ya en los procedimientos de este gremio, en especial de sus dirigentes, que en su totalidad son agitadores de la I.W.W., tengo fundados motivos para pensar que esta tranquilidad será de poca duración, porque si ahora ha cedido tan súbitamente..., es porque algún plan tienen oculto para reanudar su actitud en poco tiempo más”. “La situación”, insistía una vez más, “no desaparecerá mientras en Iquique se siga con el funesto sistema de trabajo a la redondilla” 261. Como confirmando tales predicciones, el 22 de septiembre de 1923 el Gremio de Jornaleros Marítimos de Iquique se declaraba nuevamente en huelga, exigiendo la reincorporación a las faenas del dirigente Francisco Miranda, a quien Spoerer tiempo atrás había ordenado borrar de la matrícula por considerarlo “un agitador de la I.W.W.”262. Puestas las cosas en ese terreno, las autoridades parecen haber estimado que había llegado el momento de resolver de una vez por todas la prolongada pugna en torno al “principio de autoridad” y el control de las faenas portuarias, por lo que al día siguiente de estallada la huelga dispuso la supresión de la redondilla263. La prueba de fuerzas entre la I.WW. y el gobierno se prolongó durante 88 días –según Spoerer, “la huelga más larga que se recuerda en Iquique”–, durante cuyo lapso se produjo todo tipo de incidentes, incluyendo choques entre huelguistas y rompehuelgas, allanamientos de locales sindicales, el empastelamiento de la imprenta que mantenía la I.W.W. en Iquique, y el encarcelamiento de trabajadores acusados de acopiar dinamita y emitir proclamas subversivas264. Según denuncias de los propios afectados, se llegó incluso a la flagelación de algunos detenidos en los cuarteles de la policía, lo que motivó una inspección especial dispuesta por el gobierno a solicitud de los diputados comunistas265. Por su parte, las autoridades acusaron a “huelguistas asociados a la I.W.W.” del asesinato de al

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La nota del Gobernador Marítimo es reproducida en Intendente a Ministro del Interior, 11 de agosto de 1923, AIT vol. 14-1923. La acusación se había formulado más de un año antes, pero el conflicto se inició al intentar el Gremio incluir a Miranda en la matrícula sin la autorización previa de las autoridades marítimas; Intendente a Prefecto de Policía, 2 de septiembre de 1922, AIT vol. 2-1920/1923. Ver también La Federación Obrera (Santiago), 19 de octubre de 1923. El Nacional (Iquique), 24 de septiembre de 1923. El desarrollo día a día de la huelga es relatado en El Despertar de los Trabajadores y El Nacional de Iquique, y La Federación Obrera de Santiago, en sus ediciones correspondientes a los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 1923. Ver también la interpelación promovida por Luis Víctor Cruz en la Cámara de Diputados, sesión de 17 de octubre de 1923; y diversos oficios depositados en el Archivo de la Intendencia de Tarapacá. La Federación Obrera (Santiago), 11 y 13 de octubre de 1923.

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menos dos rompehuelgas, hecho ocurrido cuando éstos regresaban a sus hogares266. A la postre el gobierno logró quebrar la resistencia de los portuarios, manteniendo la supresión de la redondilla y propinando a la I.W.W. tarapaqueña un golpe del que le costaría recuperarse267. Satisfecho de tales resultados, el Gobernador Marítimo Spoerer se permitía hacer una positiva evaluación final del prolongado conflicto: “la supresión de la Redondilla y la elección por parte de los patrones de sus grupos de trabajadores, eliminando a ciertos individuos reconocidos como ladrones, unos, y como constantes agitadores y fomentadores de huelgas y conflictos, otros, ha producido extraordinario cambio entre los obreros no sólo en la actitud respetuosa para con la Autoridad y los reglamentos, sino también con el rendimiento y eficiencia del trabajo”268. Su evidente complacencia no carecía de fundamentos: en un año de particular efervescencia social, y a pocos meses de un nuevo período eleccionario, el gobierno y el empresariado habían obtenido una importante victoria sobre las fuerzas de la subversión. Pero no directamente sobre el Partido Comunista, o sobre la Federación Obrera de Chile, cuya participación en estos sucesos fue, cuando mucho, secundaria. Como se ha visto, el liderazgo de las huelgas portuarias de 1923 estuvo siempre en manos del anarcosindicalismo, como había ocurrido con prácticamente todos los movimientos del sector desde por lo menos 1916. Los anarquistas y los comunistas, por otra parte, apuntando con distintas estrategias y objetivos a una misma base de reclutamiento, nunca habían sido reacios a trenzarse en fuertes pugnas doctrinarias. Así por ejemplo, cuando la I.W.W. realizaba sus primeros esfuerzos para incorporar formalmente a sus filas a los dirigentes portuarios tarapaqueños, hasta entonces simpatizantes más o menos autónomos de “la Idea”, El Despertar de los Trabajadores había fulminado: “Hace cuatro o cinco días han llegado a esta ciudad tres anarquistas procedentes de Valparaíso y Antofagasta quienes pretextando venir en misión unificadora del proletariado, instándoles a incorporarse a la I.W.W. han verificado tres o cuatro actos de conferencias públicas sobre temas sociales y de organización, que han terminado en ataques sistemáticos al socialismo, al Partido Obrero Socialista y a sus propagandistas y candidatos”269. De igual forma, una manifestación organizada en 1924 por los comunistas derivó en una batalla campal con los anarquistas que dio con unos y otros en la cárcel “por el delito de desorden, pendencia y alteración del orden público”270. 266

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Intendente a Comandante General de Armas, 28 de noviembre de 1923, AIT vol. 6-1923. El Nacional de Iquique también da cuenta por estos días de otros atentados a mano armada en contra de rompehuelgas: ver las ediciones del 19 y 22 de noviembre de 1923. Así lo sostiene también De Shazo, op. cit., p. 198, quien afirma que “en Iquique, la IWW controló a los trabajadores portuarios desde 1920 hasta fines de 1923, cuando su poder fue quebrado por una huelga de 82 días”. Sus cifras discrepan de las entregadas en el informe de Enrique Spoerer, quien habla de 88 días. Gobernador Marítimo a Intendente, 26 de diciembre de 1923, AIT vol. 2-1920/1923. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 1º de marzo de 1921. El Nacional (Iquique), 11 de junio de 1924.

Para la huelga de 1923, sin embargo, las cosas ocurrieron de manera mucho más armónica. Desde un comienzo, la cobertura brindada a este movimiento por la prensa comunista favoreció abiertamente a sus promotores y protagonistas, legitimando sus reivindicaciones y denunciando la conducta de los empresarios y la autoridad. El Despertar de los Trabajadores, por ejemplo, acusó al Gobernador Marítimo Spoerer de “fraguar un atentado a las conquistas del proletariado marítimo, persistiendo en calumniar al Gremio de Jornaleros y Estibadores Marítimos ante el Gobierno, imputándoles propósitos de perturbación de las labores de la bahía”. Aludiendo al suceso que había desencadenado el conflicto, ese órgano de prensa desconocía el derecho de la autoridad a suspender del trabajo a una persona por el solo hecho de pertenecer a la I.W.W.: “No conocemos el texto del decreto gubernativo que se permite ilegalmente impedir que trabajen en las faenas marítimas los que militan en la institución denominada I.W.W., pero como tal prohibición está reñida con la Constitución, el decreto de marras es nulo de toda nulidad”. En suma, concluía, “semejante atentado al derecho de asociación, es pretender que la humanidad vuelva a los tiempos neronianos en que los cristianos, que por supuesto pensaban de modo diferente con el paganismo, sean colgados en las cruces contemporáneas, que no otra cosa significa pretender negar el derecho de trabajo y por tanto de sostenimiento de su vida a los que no piensen con el régimen que domina”271. En un tono similar, La Federación Obrera de Santiago denunciaba: Saben los lectores los muchos atropellos que ha cometido el Intendente de Tarapacá contra los huelguistas marítimos, a fin de exterminarles el derecho de huelga y obligarlos a volver al trabajo, satisfaciendo así el pedido que han hecho los salitreros, de abolir la redondilla y obligar a trabajar por la fuerza a los obreros. Estos servicios siempre los han pagado muy bien los industriales del salitre a todas las autoridades que como el Intendente de Tarapacá van a esa región, no a servir con honradez y decoro los puestos para los que les ha mandado el gobierno, sino a servir de viles lacayos del capitalismo extranjero entronizado en ese riquísimo territorio272. Algunos días después, el diputado comunista Luis Víctor Cruz interpelaba al gobierno por el atropello que se estaba cometiendo contra un derecho internacionalmente reconocido como el de huelga, así como por las arbitrariedades en las que supuestamente estaban incurriendo las autoridades tarapaqueñas:

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El texto completo de este reportaje fue leído por Luis Víctor Cruz en la sesión de 17 de octubre de la Cámara de Diputados. La Federación Obrera (Santiago), 11 de octubre de 1923.

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Yo pregunto si puede llamarse derecho o libertad aquello de que, cuando los obreros hacen la huelga, para evitar un tanto la explotación de que son objeto, pedir nuevas formas de trabajo, o protestar contra las crueles vejaciones de que se les hace víctima, las autoridades hagan uso de todas las medidas coercitivas que a mano tienen, como el apresar y perseguir a los huelguistas, azotarlos en las policías, allanarles sus locales, romperles sus imprentas y hacer uso de tanta brutalidad, como lo que acaba de ocurrir en Iquique273. También Recabarren opinaba que “como siempre, la fuerza pública en esta huelga del Norte se ha puesto del lado de los fuertes, de los poderosos, de los capitalistas, y en contra de la parte más débil, de las clases trabajadoras”, lo que a su juicio demostraba que “si este Gobierno ha hecho muchos aspavientos en favor de los derechos de los obreros, los Gobiernos anteriores, siempre han procedido lo mismo, sin que hayan hecho otra cosa en la práctica que amparar a los capitalistas en sus actos de atropello y de latrocinio contra la clase trabajadora”274. Por esos mismos días viajaba a las provincias salitreras Luis Víctor Cruz, quien participó en Iquique, junto a dirigentes comunistas locales como Salvador Barra Woll, Enrique Salas y Braulio León Peña, en un acto público convocado por la I.W.W. para defender el sistema de la redondilla275. Continuando su gira de propaganda hacia el interior de la provincia, Cruz fue posteriormente recibido en Huara por unas 400 personas para homenajearlo por “su valiente actuación en la Cámara en defensa de la clase trabajadora, no sólo de esta región que representa, sino que a todos los obreros del país”276. En suma, aun sin haber sido los conductores de la huelga marítima, los comunistas parecen haber aprovechado bien la coyuntura para reforzar su legitimidad política y social ante el mundo popular tarapaqueño, confirmando la impresión de los sectores de elite en el sentido de que Iquique, “tierra pródiga por excelencia”, se había convertido en “un verdadero refugio de comunistas y anarquistas de la peor especie”277. Mirada en perspectiva, la fortaleza alcanzada por el comunismo tarapaqueño parecía aproximarse a un nivel sin precedentes. La oportunidad de demostrar la validez de estas afirmaciones debían brindarla las elecciones parlamentarias que tendrían lugar el 2 de marzo de 1924, y a las que el comunismo regional presentó como candidato a diputado a Salvador Barra Woll, el dirigente que más se había destacado en la zona desde la partida de Elías Lafertte y Luis Víctor Cruz. “En Tarapacá”, expresaría más adelante ese candidato para explicar el optimismo con que el 273 274 275 276 277

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Cámara de Diputados, sesión de 17 de octubre de 1923. Cámara de Diputados, sesión de 7 de noviembre de 1923. El Nacional (Iquique), 16 de noviembre de 1923. La Federación Obrera (Santiago), 30 de noviembre de 1923. El Nacional (Iquique), 8 de noviembre de 1923.

partido había enfrentado los comicios, “todos los trabajadores sustentan el ideal del comunismo... Quien quiera que ponga su vista en la pampa, no ve sino legiones de hombres bajo banderas rojas, símbolo de los ideales de libertad; ...se ve por todas partes en los días de agitación, sólo masas obreras, elementos que sustentan los ideales que orientan y que encauzan en el presente al mundo; hoy... todo Tarapacá es comunista” 278. Otro tanto sostenía Recabarren en una entrevista que se le hizo en Santiago poco antes de la elección, afirmando que no sólo Barra Woll, sino también Ramón Sepúlveda Leal y Luis Víctor Cruz, candidatos comunistas por Tocopilla y Valparaíso, contaban con el apoyo suficiente para salir electos279. Desde la trinchera opuesta, El Nacional de Iquique informaba que “los dirigentes del comunismo, o sea los agitadores de profesión que tenemos en Iquique, han promovido una serie de comicios públicos, destinados a enardecer los ánimos para formarle así plataforma a la anémica candidatura de alguno de sus jefes”. Que la “pretensión inaudita” de los comunistas nortinos no debía hacerse realidad era para dicho periódico de una evidencia indiscutible: “la labor absolutamente nula y demoledora... desarrollada por los dos únicos diputados comunistas, Recabarren y Cruz, está golpeando a la conciencia de todos los chilenos para indicarles que no son éstos los elementos que se necesitan en el Parlamento Nacional; que, muy por el contrario, son hombres patriotas y sanamente inspirados los que deben ir al Congreso a labrar la grandeza de la Patria”. En consecuencia, el triunfo de la Alianza Liberal no sólo debía verse como un requisito para resolver el empate catastrófico que se había producido entre el Ejecutivo y el Legislativo, impidiendo a Alessandri cumplir cabalmente con su programa de gobierno. La verdadera tarea, se afirmaba, era la de “dar el golpe de muerte al funesto comunismo, que pretende hacer de Chile una segunda Rusia, sombría y anarquizada”280. La confianza comunista se vio algo resentida en las semanas previas a las elecciones, especialmente cuando una serie de irregularidades afectó el proceso de inscripción, reduciendo su contingente de votantes, en el caso del Departamento de Tarapacá, a unos 1.200 electores, que representaban el 25% del total de inscritos (en circunstancias que, según Barra Woll, debería haberles correspondido alrededor del 90%)281. Aun así, el partido podía aspirar a obtener al menos uno de los cuatro puestos en disputa, sobre todo considerando que “el Partido Comunista se caracteriza perfectamente por su organización, por sus asambleas bien organizadas, tales como las de Iquique, Pisagua, Pozo Almonte, Alto de San Antonio, Caleta Buena, etc., que son centros obreros importantes. En todos estos centros que sirven para relacionar a los obreros de las salitreras, el Partido Comunista es perfectamente organizado”282. Vistas así las cosas, el 278 279 280 281 282

Cámara de Diputados, sesión de 4 de junio de 1924. El Nacional (Iquique), 12 de febrero de 1924. El Nacional (Iquique), 27 de febrero de 1924. Cámara de Diputados, sesión del 4 junio de 1924. Ibíd.

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desencanto fue grande cuando el escrutinio arrojó apenas 178 votos para Barra Woll en Iquique (lo que correspondía a 44 electores), y ninguno en Pisagua, privando al comunismo tarapaqueño de la representación que había ostentado en la Legislatura anterior283. ¿Se trataba, como lo afirmaba un triunfante comentario de El Nacional, del ansiado “ocaso del comunismo chileno”? El candidato derrotado ciertamente no lo creía así: El Partido Comunista pudo inscribir en Tarapacá 1.200 electores, y éstos sólo arrojaron esa cifra ridícula, irrisoria, de 178 votos. ¿Y qué ocurrió en Pisagua? En Pisagua ocurrió algo peor, porque el candidato comunista de Pisagua, donde el Partido Comunista tuvo durante nueve años dos municipales, ocurrió que no sacó ni un solo voto. Ni el secretario del partido votó siquiera por su candidato... ¿Es posible suponer por un instante, que en estas condiciones los resultados de la elección de Tarapacá sean la consecuencia de la libre y espontánea manifestación de la voluntad popular?284. Como se sabe, las parlamentarias de marzo de 1924 fueron profundamente cuestionadas en su momento por la intervención electoral que habría promovido Alessandri para obtener un Congreso más favorable a sus propósitos, secundado en dicho afán por la fuerza pública y las simpatías militares285. Según las acusaciones de Barra Woll, Iquique y Pisagua no fueron la excepción: en los días previos a la elección la policía habría detenido los trenes para desembarcar a culatazos a los electores comunistas que descendían desde la pampa, obligando a los más decididos a continuar su viaje a pie; más de 200 electores comunistas habrían sido detenidos sin causa alguna en los cuarteles de policía de San Antonio, Huara y Negreiros, mientras que un número similar sufría el mismo trato a manos de la policía de Iquique; “los restaurants donde se alojaban los trabajadores que habían venido de la pampa eran allanados entre las 5 y las 6 de la mañana por gruesos piquetes de policía, vestidos de civiles”, llevándose a muchos de ellos a medio vestir; el acceso al único local de votación habría sido entorpecido por fuerzas del Regimiento Carampangue y de Granaderos, las que “allanaban a todos los ciudadanos que iban a votar, ...registrando sus papeles y quienes llevaran la menor manifestación de ser comunistas o no afectos a la Alianza Liberal, eran en el acto conducidos a la policía”. En fin, tal habría sido la magnitud de los 283 284 285

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El Nacional (Iquique), 3 de marzo de 1924. Cámara de Diputados, sesión de 4 de junio de 1924. Ricardo Donoso, en su Alessandri, agitador y demoledor, tomo I, capítulo XVIII, habla de “escandalosa intervención”; Gonzalo Vial, por su parte, efectúa un análisis más matizado, pero concluye igualmente que, al margen de sus méritos propios, la acusación de intervención tuvo efectos políticos “imposibles de desmentir”, entre ellos el malestar de los militares por haberse visto asociados a supuestos atropellos, lo que constituyó “un vínculo directo con los sucesos septembrinos”, es decir, con el “ruido de sables” de septiembre de 1924; Historia de Chile, op. cit., vol. III, capítulo 7.

atropellos que ni siquiera había sido necesario para la Alianza Liberal recurrir al cohecho, “sacando triunfantes a sus cuatro candidatos que contaban con la oposición unánime, puede decirse, del electorado provincial”286. Los abusos denunciados, supuestamente repetidos en las elecciones municipales del 13 de abril (donde los comunistas tampoco eligieron a ninguno de sus candidatos287), fueron desmentidos en la Cámara por el diputado aliancista electo Carlos Villarroel. Calificando los cálculos de fuerza electoral esgrimidos por Barra Woll como “fantásticos”, este personero hizo notar que la única vez que el Partido Comunista había logrado elegir un diputado por Tarapacá fue con el apoyo de la Alianza Liberal. Tampoco merecían mayor consideración las referencias a las asambleas (“muy numerosas”) y a los desfiles (“que ellos los realizan y gritan mucho durante ellos”), puesto que era natural “que se vea a tantos comunistas en estos desfiles, porque en esos casos se debe contar por partida doble, ya que a los desfiles de los comunistas, no sólo asisten los compañeros, sino que también las compañeritas, y, naturalmente, en la cuenta hay que considerarlas. A estas compañeritas les enseñan sus ideas, y, lo que es más grave todavía las obligan a ponerlas en práctica, y también se cuentan sus votos para el cómputo electoral”288. Insistiendo en la validez de sus cálculos, Barra Woll replicó haciendo notar el contrasentido de que una colectividad que en 1915 ya había podido obtener 1.424 sufragios, 2.020 en 1918 y más de 5.000 en 1921, quedara reducida en 1924, “después de 12 años de constante labor, después que tenemos los comunistas en Tarapacá construida una gran labor de organización, después que tenemos organizaciones sindicales numerosísimas que hacen sentir su influencia comunista en todos los sitios de trabajo”, a menos de 50 electores. Se hizo también eco del sarcasmo con que el político liberal se había referido a la militancia femenina: “El señor Villarroel ha hecho el ridículo de nuestras compañeritas, de esas humildes mujeres proletarias, que son el orgullo de nuestro partido, el que procura libertarlas alguna vez de la vida miserable donde viven, ante la indiferencia de las clases distinguidas de la sociedad. Y se ha burlado también de que los comunistas llevemos a nuestras madres y mujeres cantando nuestros himnos de libertad por las calles. ¡Ya me imagino, señores diputados, el horror que causaría al señor Villarroel, si su distinguida esposa tuviera la ocurrencia de ser miembro del Club Social de Señoras de Santiago o del Partido Feminista!”. En ese plano, como en muchos otros, el Partido Comunista se ufanaba de haber hecho “obra muy diferente de la que hicieran hasta hoy los partidos tradicionales de Chile”. Gracias a sus “elevadas prédicas diarias para hacer ver a todos los ciudadanos que deben 286 287

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Cámara de Diputados, sesión de 4 de junio de 1924. Según los resultados publicados en El Nacional del 14 de abril de 1924 para los comicios iquiqueños, el regidor comunista en ejercicio, Enrique Salas, habría obtenido 324 votos, y su compañero de fórmula, Braulio León Peña, apenas 9, en comparación con los más de 3.000 que obtuvo cada uno de los candidatos presentados por la Alianza Liberal y el grupo balmacedista que en esta oportunidad le hizo compañía. Cámara de Diputados, sesión de 5 de junio de 1924.

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interesarse por la suerte de la República”, concluía, “el electorado comunista en Tarapacá ha crecido enormemente, y es así como han llegado a obtener la calidad de ciudadanos tantos obreros y conseguido levantar muy alto su pensamiento”289. Sin perjuicio de la validez que puedan haber tenido las protestas de Barra Woll y sus correligionarios, y que en todo caso no sirvieron para obtener la nulidad de las cuestionadas elecciones, lo cierto es que las cifras oficiales no sirven para formarse una idea cabal de las fuerzas con que a esas alturas contaba el comunismo tarapaqueño. Si ha de darse crédito a lo expresado por ese dirigente ante la Cámara de Diputados, el monto más bajo sostenible serían los 1.200 electores que el Partido había logrado inscribir en los registros a fines de 1923, pero que excluían, como en ocasiones anteriores, tanto a los analfabetos como a las mujeres que reconocidamente simpatizaban y militaban en dicha agrupación. Tampoco incluye esa cifra a los comunistas residentes en el Departamento de Pisagua, donde la adulteración de los registros los dejó prácticamente sin ningún elector (lo que explica que allí no se hayan obtenido votos). Una estimación alternativa es la sugerida por Peter De Shazo en base a la convención nacional celebrada por la FOCH en enero de 1924, donde la delegación tarapaqueña representaba a un total de 918 asociados (contra 3.160 de Antofagasta)290. Proyectando sus cálculos al trienio 1924-1926, período que él mismo califica como de máxima influencia de la FOCH en la zona salitrera, ese autor ha construido un cuadro de socios cotizantes que en el caso de Tarapacá habría alcanzado una cifra de 3.100, desglosada en 1.500 para el Alto de San Antonio, 600 para Huara, 500 para Iquique y 500 para Buenaventura (en el caso de Antofagasta, un ejercicio análogo arroja una cifra total de 6.100)291. Combinando estos cálculos, y suponiendo que la militancia femenina o la masculina no organizada ni inscrita en los registros electorales seguramente no superó las cifras ya consignadas, puede aventurarse una afiliación total al Partido Comunista o a la FOCH, hacia el año 1924, de entre cinco y seis mil tarapaqueños. Para una población provincial que según el censo de 1920 superaba las cien mil personas puede no parecer mucho, pero ciertamente era bastante más que lo alcanzado durante la década anterior292. A final de cuentas, y pese a sus magros resultados electorales, la gran recesión de 1921-22 y el gobierno del “Cielito Lindo” no habían resultado tan inauspiciosos para la causa comunista. Los dos años que siguieron fueron de fuertes tumultos para el norte salitrero, el Partido Comunista, y el país en general. Contra el telón de fondo de las dos intervenciones militares de 1924 y 1925, la renuncia y regreso de Alessandri, y el ascenso político de 289 290 291 292

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Cámara de Diputados, sesiones de 4 y 5 de junio de 1924. De Shazo, op. cit., p. 197. De Shazo, op. cit., p. 322, nota 92. Las cifras provienen de Lilia Ana Meza Villalobos, “Población salitrera, según los censos desde 1907 a 1952”, Memoria de Título, Universidad de Chile, 1957.

Ibáñez, el comunismo debió asimilar desafíos como la promulgación de las leyes sociales y la Constitución de 1925, y golpes como el suicidio de Recabarren, respecto del cual un periódico hostil como El Nacional debió reconocer que “las clases obreras de esta provincia han manifestado su pesar por la muerte de su jefe o sea del organizador y propulsor en Chile del Partido Socialista, hoy Comunista”293. Ya entrado 1925, Tarapacá se constituyó en escenario de una confrontación como no se vivía en las tierras del salitre desde los sucesos de San Gregorio, y en la provincia misma desde la matanza de la Escuela Santa María. Durante el primer semestre de ese año, una ola de huelgas que afectó al ferrocarril salitrero y a la mayoría de las oficinas de la pampa desembocó en la muerte de dos policías en el pueblo de Alto San Antonio y la consiguiente matanza de huelguistas en la oficina Coruña, “última masacre del orden oligárquico-parlamentario y primera del naciente populismo”294. Esta vez sí profundamente involucrados en la gestación y conducción de los hechos, el Partido Comunista y la FOCH tarapaqueños sufrieron todos los rigores de la represión con que el todavía coronel Carlos Ibáñez iniciaba su gestión como “hombre fuerte” del país: prisión para más de 600 huelguistas, juicio y relegación de sus principales dirigentes, destrucción y clausura de la imprenta de El Despertar de los Trabajadores 295. Pese a ello, en las parlamentarias realizadas en noviembre de ese mismo año el Partido Comunista logró elegir senador por Tarapacá y Antofagasta, con primera mayoría, a su candidato Manuel Hidalgo. Salvador Barra Woll, derrotado en 1924 en la provincia donde había desarrollado toda su militancia, resultó ahora electo diputado por Concepción, mientras que Antofagasta sacó dos diputados comunistas: José Santos Córdova y Pedro Reyes, este último también de origen político tarapaqueño296. En suma, la represión de 1925 tuvo efectos mucho menos negativos para las aspiraciones electorales del comunismo salitrero que el fraude desplegado para las parlamentarias del 24. Por esta misma razón, los resultados de la segunda elección parecen brindar una imagen más fidedigna de su verdadero arraigo en la zona salitrera. Alentado por ese respaldo, El Despertar de los Trabajadores volvió a poner en movimiento sus prensas, mientras que el partido iniciaba un proceso de reorganización que a los pocos meses le permitiría obtener nuevos éxitos políticos, como la elección en segunda 293 294

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El Nacional (Iquique), 22 de diciembre de 1924. Las palabras corresponden al artículo de Rolando Álvarez Vallejos, “La matanza de Coruña”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas Nº 116, Universidad de Santiago de Chile, 1997, el estudio más completo realizado hasta la fecha sobre estos hechos. Una versión más suscinta y una interpretación levemente diferente en Alberto Harambour Ross, “Ya no con las manos vacías. Huelga y sangre obrera en el Alto San Antonio. Los ‘sucesos’ de La Coruña. Junio de 1925", en Pablo Artaza y otros, A 90 años de los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique, op. cit., pp. 183-192. Rolando Alvarez, op. cit., pp. 107-108. El Nacional, (Iquique), 23, 24 y 25 de noviembre de 1925; El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 19 de diciembre de 1925; Ramírez Necochea, op. cit., p. 182; Gonzalo Vial, Historia de Chile, op. cit., vol. IV, pp. 83-86.

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instancia, por anulación de los escrutinios de Huara y Alto San Antonio, de su candidato a diputado por Tarapacá Carlos Contreras Labarca297, y contribuyendo a la elección de Juan Luis Carmona como segundo senador comunista por Tarapacá y Antofagasta. Asimismo, y pese a haber adoptado una postura inicial “ostensiblemente adversa a la aplicación de las leyes sociales”, se demostró capaz de hegemonizar una Convención de Sindicatos y Sociedades Obreras de Tarapacá convocada por sindicalistas radicales y demócratas y auspiciada por la Inspección Regional del Trabajo, obteniendo la elección de su secretario general como presidente del congreso298. Cuidadosamente vigilado por las autoridades laborales y administrativas de la provincia, este evento demostró la dificultad de disminuir la influencia comunista sobre el elemento pampino, pese a todas las proscripciones y persecuciones sufridas. Al mismo tiempo, sin embargo, su realización sugería las modificaciones que la aplicación de la legislación social aprobada en 1924 iba a provocar en la conducta del partido. Informando confidencialmente al Ministro del Interior sobre la reactivación comunista en su territorio, el nuevo Intendente de Tarapacá, nombrado tras la matanza de Coruña en reemplazo del “longevo” Amengual, señalaba que “la dictación de las nuevas leyes sociales, junto con producir un mejoramiento evidente en las condiciones de los trabajadores, les ha abierto la esperanza y cierta seguridad de que los poderes públicos han entrado francamente a la solución de los problemas relacionados con el trabajo y el bienestar de los obreros. Con esto, la base fundamental de la propaganda subversiva, las llamadas reivindicaciones sociales, ha perdido gran parte de su valor”. Por tal motivo, continuaba, los comunistas de Tarapacá comenzaban a deponer su actitud “de resistencia o subversiva, casi revolucionaria, evolucionando hacia la constitución de un partido obrero avanzado”, lo que se notaba tanto en su participación en el referido congreso sindical como “en las conferencias públicas que pronunció no hace muchos días el diputado comunista (ahora por Santiago) señor Víctor Cruz”299. En ese delicado contexto, obligado a navegar entre las seducciones del “Estado social” y el temor a una voluntad represiva que ya había mostrado su rostro más adusto, el Partido Comunista tarapaqueño inició su último año de vida legal antes de la instalación de la dictadura de Carlos Ibáñez. Más allá de eso, y marcado por el colapso simultáneo de un orden parlamentario y un ciclo salitrero que se 297

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Es interesante señalar que en esta elección complementaria, verificada sólo en las localidades pampinas de Huara y Alto San Antonio, el candidato comunista obtuvo la primera mayoría, con un total de 545 votos, seguido por el radical José de la Maza con 364. Ello ratificaría el ascendiente comunista en el interior de la provincia, aunque también su habilidad para celebrar pactos electorales que le permitieron aumentar su votación; cf. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 16 y 17 de marzo de 1926; El Tarapacá (Iquique), 15 de marzo de 1926. Ministro del Trabajo y Previsión Social a Director General del Trabajo, 2 y 24 de marzo, 22 de abril de 1926, Archivo Oficina del Trabajo, vol. 115. Intendente de Tarapacá a Ministro del Interior, 23 de abril de 1926, AIT vol. 28-1926 (agradezco este documento a Alberto Harambour Ross).

habían brindado mutuo y prolongado apoyo, yacía un futuro incierto que el suicidio de Recabarren había hasta cierto punto venido a anunciar300. Las circunstancias que habían permitido el nacimiento y maduración del núcleo socialista tarapaqueño, y tal vez también su propagación hacia otras zonas del país, comenzaban a quedar irremisiblemente en el pasado.

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Así lo ha planteado Eduardo Devés en su artículo “La cultura obrera ilustrada en tiempos del centenario”, op. cit., p. 130: “La actividad pública de Recabarren va desde 1891 a 1924. Se funde con la época que se ha llamado ‘parlamentaria’, el período de dominio oligárquico. El movimiento obrero funciona al margen del Estado, la independencia de la clase es natural y forzosa, la tarea es construir un mundo y una cultura alternativos al poder. El año 1925 marca un hito. Recabarren no podrá aceptar, no podrá adaptarse. Se suicida a fines del 24, ello no deja de ser sintomático. Se mata por una práctica obrera que muere en un Chile que muere”.

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CAPÍTULO LOS

TRABAJADORES PAMPINOS Y

TRES

“MI QUERIDA CHUSMA” ARTURO ALESSANDRI PALMA

“El movimiento emancipador del electorado tuvo su origen en las clases medias intelectuales, y en ellas residió y reside principalmente su fuerza; pero los obreros se sintieron también arrastrados por el nuevo espíritu: en las grandes ciudades y en las zonas mineras el proletariado, hasta entonces casi inerte, comenzó a demostrar un interés apasionado por las cuestiones políticas; la vibrante elocuencia de Alessandri y sus promesas tuvieron no pequeña parte en este despertar casi súbito.” (Alberto Edwards, La fronda aristocrática, Santiago, 1927).

La acción obrera descrita y analizada en el capítulo anterior respondió, en lo esencial, a impulsos provenientes del propio mundo popular: líderes, reivindicaciones y modalidades organizativas que se identificaban en forma casi excluyente con la clase a la que decían representar. En ese sentido, y pese a que los aspectos ideológicos o doctrinarios de la propuesta socialista/comunista se inspiraban en modelos internacionales, no sería incorrecto calificarla como una expresión básicamente autónoma de politización. En forma paralela, sin embargo, los trabajadores del norte salitrero y de todo el país experimentaron con una segunda vía de movilización política, menos hostil al sistema establecido y más asociada a liderazgos ajenos a su clase. No se trataba, en rigor, de algo absolutamente inédito, en la medida que las prácticas políticas vigentes ya contemplaban algún grado de participación popular, al menos como clientelas instrumentales o masa electoral. Sí lo era, sin embargo, en su mayor sensibilidad hacia las demandas sociales, y en una noción de ciudadanía un poco más activa de lo que hasta entonces había sido considerado aceptable para las elites. Quien mejor simbolizó esta versión “heterónoma” de politización popular fue Arturo Alessandri Palma. Uno de los aspectos más relevantes de la propuesta alessandrista del año 20 fue la invitación a que el pueblo trabajador transitara por los caminos de la institucionalidad, incorporándolo por primera vez en términos efectivos al sistema político formal. Como se dijo, la actuación de los sectores populares en dicho sistema podría hacerse remontar a un período bastante anterior, en la medida que las reformas electorales de la década de 1870 ya le habían reconocido a todos los varones

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alfabetos mayores de edad el derecho a participar en las votaciones. En lo esencial, sin embargo, esa participación se había visto reducida a grupos muy minoritarios movilizados por los partidos tradicionales con fines de agitación callejera o para ejercer presión en momentos considerados claves. Incluso expresiones políticas supuestamente más autónomas, como la Sociedad de la Igualdad de 1850 o la Sociedad Escuela Republicana de 1877-1887, habían involucrado sólo a aquel segmento más “ilustrado” de artesanos y obreros urbanos que perseguía una mayor democratización del sistema a través de lo que Sergio Grez ha definido como “liberalismo popular”301. Ni siquiera las transformaciones provocadas por la Guerra Civil de 1891, con la supresión de la intervención electoral del Ejecutivo y la consolidación de los partidos políticos como principal vehículo de generación de poderes, significaron una incorporación popular efectiva a la vida política. Es verdad que el régimen de “libertad electoral” instaurado a partir de esa fecha redobló el interés de los partidos por atraer a sus filas al mayor número posible de votantes, pero prácticas como el caciquismo o el cohecho hicieron de tal convocatoria un mero artificio, un instrumento de legitimación de un orden que seguía siendo básicamente oligárquico. Dentro de tal contexto, el acto de sufragar no implicaba que los nuevos “ciudadanos” populares necesariamente se sintiesen parte de un sistema, ni considerasen que el ejercicio de ese derecho pudiera incidir concretamente en el curso cotidiano de sus vidas. Esto no quiere decir que lo que algunos autores han denominado el “perfeccionamiento democrático” experimentado durante el Período Parlamentario no haya tenido ningún efecto sobre los actores convocados. Por una parte, los familiarizaba con los procedimientos propios de la democracia liberal y reconocía un marco legal dentro del que, al menos teóricamente, cualquier demanda podía ser canalizada. Por otra, la participación, aunque sólo fuese formal, podía darles una noción más concreta de su valer social y de su condición de depositarios de ciudadanía. Así, la politización “desde arriba” promovida durante esos años, particularmente por partidos como el balmacedista o el radical, tenía la potencialidad de desplazarse desde un clientelismo pasivo hacia una reivindicación más autónoma. Hasta 1920, sin embargo, este escenario se mantuvo, en lo esencial, en la condición de mera posibilidad302. 301

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Ver Sergio Grez, De la “regeneración del pueblo” a la huelga general..., op. cit., especialmente capítulos 8 y 12. Este argumento ha sido desarrollado previamente en Julio Pinto, Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera, op. cit., capítulo VI. Ver también, a propósito de la noción de “perfeccionamiento democrático” y del Período Parlamentario como “escuela de ciudadanía” para los sectores populares, Julio Heise González, El Período Parlamentario, op. cit., especialmente la tercera parte del tomo II; Gonzalo Vial, “Perfil histórico de la democracia chilena”, Política, Santiago, 1987; Maria Rosaria Stabili, “Mirando las cosas al revés: algunas reflexiones a propósito del período parlamentario”, en Luis Ortega (ed.), La Guerra Civil de 1891. Cien años hoy, op. cit.; y Karen L. Remmer, “The Timing, Pace and Sequence of Political Change in Chile, 1891-1925”, Hispanic American Historical Review, vol. 57, Nº 2, 1977.

Uno de los propósitos fundamentales de la propuesta alessandrista fue justamente transformar lo posible en real. De mero instrumento táctico al servicio de las luchas interpartidistas, la politización del elemento proletario pasó a ser concebida como un principio de incorporación efectiva en la vida institucional, como una experiencia verdadera de participación ciudadana. Debe advertirse a este respecto que el concepto de ciudadanía suscrito por Alessandri se enmarcaba dentro de los parámetros tradicionales del pensamiento liberal: ciudadano era aquél a quien se reconocía el derecho de participar en las decisiones nacionales a través de la elección de representantes por medio del sufragio303. En concordancia con dicha visión, el objetivo de la estrategia alessandrista era reforzar la democracia liberal, rompiendo la apatía popular y neutralizando una actitud hasta entonces indiferente o incrédula respecto de las bondades del sistema político vigente. Así, la utilización de recursos “populistas” durante la campaña presidencial de 1920 y la administración que le siguió procuraba seducir a un actor social hasta entonces poco permeado por los mensajes oficiales, llevándolo a sentirse verdaderamente partícipe de una empresa que abarcaba al conjunto de la nación. El éxito logrado en dicha tarea fue lo que en definitiva hizo de Alessandri un factor clave en la apertura del sistema político chileno durante el siglo XX, estableciendo un lazo de comunicación permanente, reconocido e institucionalizado entre el Estado y el mundo popular. En un trabajo anterior ya se ha establecido que el discurso social de Alessandri y su irrupción durante la campaña de 1920 como caudillo de la causa obrera respondió a las experiencias y reflexiones sostenidas durante todo el período que medió entre 1892, fecha en que escribió su memoria de abogado, y la crisis de la post-Primera Guerra Mundial. De allí habría emanado su convicción respecto de la necesidad de implantar un Estado “benefactor” que solucionase la grave crisis social y laboral que afectaba a los trabajadores. Por otra parte, su voluntad de ganar la elección de 1920 lo indujo a romper con las prácticas establecidas, captando la votación de las capas medias y populares que hasta entonces se canalizaba preferencialmente a través del caciquismo y el cohecho. De igual forma, la propuesta de que el Estado asumiese un rol social se hizo descansar sobre la imagen de Alessandri como único político capaz de cautelar los intereses generales de la nación, estableciendo canales institucionales para resolver los conflictos entre el capital y el trabajo. Se postulaba que una legislación social reguladora y el papel paternalista del Estado eran los mecanismos más adecuados para resolver la cuestión social, y simultáneamente garantizar el crecimiento económico. Para ello, sin embargo, se requería abrir el sistema político e integrar a los hasta entonces marginados304. 303

304

No se está, por tanto, en presencia de un concepto más integral de ciudadanía o “esencia ciudadana” como el que se desarrolla en Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia contemporánea de Chile, Santiago, LOM, 1999, tomo I, capítulo 1. Estas ideas se desarrollan en extensión en Verónica Valdivia, “Yo, el León de Tarapacá. Arturo Alessandri Palma, 1915-1932”, op. cit.

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A partir de tales coordenadas, el presente capítulo pretende continuar con el estudio de la vertiente “populista” de politización popular abordando la respuesta de los trabajadores nortinos a la convocatoria alessandrista. A juzgar por lo establecido en otras investigaciones, los obreros y la masa popular habrían prácticamente enloquecido con la actuación del “León de Tarapacá” en la campaña del año 20, ungiéndolo como un verdadero mesías de la causa proletaria. Una vez en el gobierno, sin embargo, el embrujo se habría evaporado con gran rapidez ante la incapacidad de dar cumplimiento a lo prometido en materia de estabilidad económica y legislación social. Como para demostrar ese viraje, la represión sobre los obreros de San Gregorio a pocos meses de haber asumido el mando marcó la reposición de los mecanismos tradicionales de control social. Así, según esta difundida interpretación, el distanciamiento entre el León y su querida chusma una vez superada la “luna de miel”, habría dado paso a una radicalización política de las capas populares que finalmente benefició a la izquierda comunista o anarquista305. En este estudio, en cambio, se postula que los lazos entre los trabajadores y el León de Tarapacá fueron mucho más sólidos de lo que hasta ahora se ha reconocido, manteniéndose en vigencia, al menos entre la masa pampina, hasta comienzos de los años treinta. Lo que se ha dicho sobre el rompimiento del hechizo alessandrista parte de la hipótesis que el discurso populista no habría sido otra cosa que una estrategia para ganar la presidencia, manipulando a tal efecto las expectativas e ilusiones del mundo obrero. En esa perspectiva, Alessandri nunca se habría interesado realmente por los problemas sociales, razón por la cual la exacerbación de las demandas populares durante 1921-22 lo llevó rápidamente a retomar las prácticas históricas de control social. Aquí se propone algo distinto: en la plataforma alessandrista convivían simultáneamente el oportunismo político y una convicción más profunda sobre la necesidad de generar un nuevo tipo de Estado, cuya legitimidad reposara sobre una alianza más amplia entre las clases sociales. Al tomar distancia de la imagen de los trabajadores como meros títeres al servicio de la ambición caudillesca, se hace posible considerar con mayores matices las medidas dirigidas hacia ese sector. Con el objeto de explorar en mayor profundidad la relación establecida entre Alessandri y la masa obrera, este trabajo se sitúa en el contexto pampino, donde la fidelidad al “León” parece haber sido más antigua y duradera que en otras partes del país. Haciendo hincapié en la continuidad del liderazgo alessandrista más que en la noción de un caudillismo materializado sólo en torno a la “gesta” de 1920, se abordarán tres grandes ejes analíticos: el arrastre electoral de Alessandri entre 1915 y 1932; la acción mediadora del caudillo-presidente en la resolución de los conflictos sociales (antes de la aprobación de las leyes de septiembre de 1924, y también durante sus últimos meses de gobierno en 305

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Este planteamiento aparece en varios de los trabajos contenidos en Claudio Orrego et al., Siete ensayos sobre Arturo Alessandri Palma, op. cit., sobre todo los de Sol Serrano, Virginia Krzeminsky y Nicolás Cruz. También Alan Angell, Partidos políticos y movimiento obrero en Chile, op. cit., pp. 44-45; Gonzalo Vial, Historia de Chile, op. cit., vol. III; y Peter De Shazo, op. cit.

1925); y los gestos “emotivos”, o la relación más lúdica, que se entabló entre Alessandri y los trabajadores más allá de la elección presidencial. Como el período considerado en gran medida se sobrepone con el del capítulo anterior, no se volverán a describir situaciones de contexto ya tratadas allí, de manera de poder concentrarse exclusivamente en la acogida brindada al factor alessandrista. A partir de tales antecedentes, se concluirá sugiriendo algunas interpretaciones sobre la naturaleza de ese supuesto lazo de unión, así como de su impacto sobre el proceso más amplio de politización popular, canalizado, en este caso, a través de la vía institucional.

3.1) La Chusma vota por el León Considerando las características que tuvo el sistema político bajo la República Parlamentaria, puede ser peligroso medir la adhesión a un dirigente sólo en virtud del comportamiento electoral a su respecto. Tal como operaban las elecciones por aquel tiempo, el control del proceso solía estar en manos de los caciques locales y los partidos o fórmulas políticas a los cuales éstos estuviesen afiliados. En el caso de los comicios presidenciales, por ejemplo, su carácter indirecto determinaba que los votantes sólo sufragaran por electores de Presidente, cuyo número y distribución determinaban el triunfo del candidato correspondiente. Para obtener el éxito dentro de este esquema, resultaban igualmente determinantes la confección de la nómina de votantes (decidida por quien controlara el gobierno local), la obtención de los sufragios electorales y la distribución de los votos, tarea a cargo de las combinaciones políticas en disputa. En este sentido, más importante que la cantidad absoluta de sufragios emitidos era que éstos se distribuyesen por parejo entre los electores que un candidato necesitaba para asegurar su opción. Esto era lo que hacía del voto popular un elemento clave en la ecuación, obligando a disputar cada preferencia emitida aunque no fuese por medios propiamente políticos –recurriendo, por ejemplo, al cohecho. En el caso de las elecciones parlamentarias o municipales, pese a ser directas, tampoco se daba una votación efectivamente libre e informada, aplicándose las prácticas reseñadas sin grandes variaciones306. La disputa partidista formal, por tanto, no giraba en torno a las ideas propuestas, las opciones programáticas o la confrontación de temas centrales para la conducción del país, sino que se convocaba a los sectores populares habilitados para votar como un mero mecanismo para resolver conflictos al interior de la elite307. En otras palabras, todavía durante las primeras décadas del siglo XX no se practicaba en Chile una vida política 306

307

René Millar, La elección presidencial de 1920, op. cit.; también del mismo autor, “El parlamentarismo chileno y su crisis, 1891-1924”, en Óscar Godoy (ed.), Cambio de régimen político, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1992. Tomás Moulian y Germán Bravo, “La debilidad hegemónica de la derecha chilena en el Estado de Compromiso”, FLACSO, Documento de Trabajo Nº 129, Santiago, 1981.

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moderna, lo cual hacía de los cambios de gobierno actos relativamente insustanciales para la mayor parte de la sociedad. Así y todo, como ya se ha visto, durante los años veinte ya se percibe una tendencia hacia la autonomización del voto popular, sobre todo en aquellas zonas de fuerte concentración obrera y alfabeta en que los trabajadores eran sometidos a una oferta política extra-sistémica proveniente del socialismo o el anarquismo (en el caso de este último, en el sentido de repudiar la validez de esa forma de participación). En ese contexto, si bien el cohecho no desapareció de la noche a la mañana, su propio desgaste interno y las denuncias que confluyeron en torno a él durante la post-Primera Guerra Mundial marcaron el inicio de una significativa transformación. Mirada desde esa óptica, si alguna importancia tuvo la campaña senatorial por Tarapacá en 1915 fue la de haberse convertido en la primera elección moderna de nuestra historia. Como ya se explicó en un trabajo anterior, en aquella oportunidad se asistió a un primer quiebre significativo en el tradicional sistema de control caciquista y cohecho, el que a partir de allí tuvo serias dificultades para seguir operando308. La hegemonía hasta entonces ejercida por el cacique balmacedista Arturo del Río obligó al candidato opositor, Arturo Alessandri Palma, y a la Alianza Liberal que lo apoyaba, a desarrollar una estrategia capaz de derrotar una máquina política construida durante veinte años de trabajo en la zona. La campaña diseñada por los aliancistas, y muy particularmente por el radicalismo tarapaqueño, requirió de un trabajo de propaganda, de movilización social, y sobre todo de un “sentido proyectual” que hasta entonces no se habían ensayado. La lucha por lo que se dio en llamar la “regeneración” de la provincia, por el fin de la corrupción y el triunfo de las libertades y derechos constitucionales en un espacio caracterizado por los abusos del caciquismo (en este caso balmacedista), hizo de la elección senatorial del año 15 un primer peldaño en un proceso democratizador que se aceleraría al calor de la crisis de la postguerra. Marcando un profundo contraste con lo que había sido su experiencia de 18 años como diputado por Curicó, donde sí había contado con todo el apoyo del cacicazgo local, en Tarapacá Alessandri debió disputarle los votos a un contendor poderoso en una zona en la cual era prácticamente un desconocido. En tales circunstancias, la campaña misma estuvo a cargo de los radicales y liberales de Tarapacá, quienes desde diciembre de 1914 venían buscando un candidato que se ajustara a las características de la contienda. Una vez que Alessandri aceptó la nominación, sus operadores electorales aprovecharon los dos meses siguientes para rehacer el historial político del candidato, confeccionarle una plataforma programática, organizarse en la región y movilizar a sus bases en masivas concentraciones que tuvieron por escenario el puerto de Iquique. El papel desempeñado específicamente por Alessandri en esta oportunidad fue más bien secundario, pues la maquinaria electoral ya estaba constituida y el

308

110

Ver Verónica Valdivia, “Yo, el León de Tarapacá”, op. cit.

verdadero símbolo del proyecto de regeneración administrativa era el poeta Víctor Domingo Silva, activo en la zona desde 1913. Ello no obstante, el candidato aliancista se adecuó a la lucha y enfrentó decididamente, incluso a mano armada, a los poderes del balmacedismo. Más que inaugurar su carrera como caudillo popular, la campaña de 1915 fue vital para la transformación de Alessandri en sepulturero de la política oligárquica tradicional. Así, el primer contacto de los trabajadores nortinos con Alessandri fue muy distinto a lo que ocurriría en 1920. El discurso empleado por el radicalismo regional para movilizarlos en favor de su candidato se apoyó fundamentalmente en la promesa de terminar con el dominio político de Arturo del Río, identificado como la principal causa de los abusos policiales, la corrupción administrativa y la indiferencia respecto de las condiciones de vida de los pobres que caracterizaban la situación existente. En ese contexto, la votación obtenida por Alessandri tuvo menos que ver con su liderazgo carismático que con el trabajo previo realizado por los aliancistas tarapaqueños, y muy especialmente con la política de denuncia sistemática que venía desplegando Víctor Domingo Silva desde la prensa radical, sobre todo a través del diario La Provincia. Para el año 15, el verdadero “León de Tarapacá” no era Alessandri sino Silva, quien poco después cedería simbólicamente dicho apelativo a su candidato a senador 309. En consecuencia, no hubo en esa coyuntura declaraciones explícitas de los gremios del puerto y de la pampa a favor de la candidatura de Alessandri, como tampoco las hubo, en consonancia con el tradicional apartidismo de las sociedades obreras, en ocasiones anteriores. Quien sí se pronunció al respecto fue el naciente socialismo tarapaqueño, al que se ha hecho amplia referencia en el capítulo anterior de este estudio. Desde su perspectiva, la nominación de Alessandri no era más que “un capricho de los radicales” en su afán de disputarle la hegemonía provincial a Arturo del Río. Para tal efecto, el elegido contaba con el principal requisito de poseer “mucha plata para regenerar la conciencia popular, cohechándola y corrompiéndola”, por lo que el P.O.S., férreo detractor del cohecho, interpretaba la llegada de Alessandri a la zona como un mero recambio en el origen de la corrupción. A fin de cuentas, “Arturo Alessandri no es superior a Arturo del Río. Son iguales. De la misma clase y condiciones. De la clase capitalista y explotadora del pueblo”. Lo que correspondía entonces era llamar a los trabajadores a mantenerse alerta: “Si queréis salvar esta provincia de tanta ignominia y de tanta putrefacción, arrojad al abismo a los que vienen a engañarte con mentidas promesas”310.

309

310

La anécdota ha sido relatada en una crónica de Wilfredo Mayorga titulada “Antes del año veinte”, publicada en Rafael Sagredo (ed.), Crónicas políticas de Wilfredo Mayorga. “Del Cielito Lindo a la Patria Joven”, Santiago, DIBAM, 1998; pp. 38-40. También se hace referencia a ello en Nicolás Cruz, “Arturo Alessandri: 1891-1918. El nacimiento de un líder político”, en Claudio Orrego y otros Siete ensayos sobre Arturo Alessandri Palma, op. cit., p. 149 y nota 45. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 1º y 2 de enero de 1915.

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Haciendo pie en este diagnóstico inicial, el P.O.S. inició una campaña descalificatoria de la candidatura Alessandri, centrándose especialmente en los esfuerzos del Partido Radical por construirle a su nominado una imagen de defensor de los obreros. Para ese efecto, y procurando también legitimar la candidatura ante la propia Alianza Liberal tarapaqueña, se había explotado con fines propagandísticos su intervención ante la Cámara de Diputados con motivo de la matanza de la Escuela Santa María. En aquella oportunidad Alessandri había criticado, en defensa de la libertad de expresión, la censura impuesta por el gobierno a los medios de prensa que estaban informando sobre los hechos. Más importante, sin embargo, había sido su condena del asesinato de trabajadores, mujeres y niños indefensos por el solo delito de hacer uso del derecho constitucional a solicitar mejores salarios y condiciones de vida más humanas. El entonces diputado por Curicó había hecho explícito su rechazo a la represión como mecanismo de control social, abogando por una solución civilizada en que el Estado asumiese un papel arbitral, motivo ahora rescatado por el radicalismo tarapaqueño para darle a la imagen política de Alessandri un dejo de sensibilidad social. Reaccionando contra esta operación publicitaria, el P.O.S. recordaba que en los 18 años que el “candidato a senador por los regeneradores de Tarapacá” llevaba como diputado por Curicó, “nadie le conoce ninguna labor por el pueblo, ni por la instrucción, ni por ningún progreso”. Argumentar que Alessandri no era un político tradicional, maestro en el arte de las componendas, constituía a juicio socialista un burdo engaño, pues cuando “en 1906, Recabarren fue expulsado de la Cámara, Luis E. Gorigoitía, obrero de Chañaral, que entonces era presidente de la Mancomunal, envió a la Cámara un telegrama de protesta y por indicación de Alessandri se procesó a Gorigoitía y se le condenó a dos años de prisión”311. Percibiendo el peligro de una estrategia radical que apelaba al recuerdo de 1907 en medio de las penurias provocadas por la recesión salitrera que acompañó el inicio de la Primera Guerra Mundial, combinando la solidaridad hacia los caídos con el ansia de satisfacer necesidades inmediatas, el socialismo procuró movilizar la racionalidad obrera con el fin de desenmascarar la “limpieza de imagen” que se estaba elaborando en torno a Alessandri: “¿Cuándo Alessandri se preocupó alguna vez de la suerte de esta provincia en que hoy se nos presenta con las pretensiones de mesías redentor? ¿Ignora el pueblo que en las salitreras de este flamante candidato a senador, se explota a los trabajadores tan despiadadamente como lo hace cualquier otro industrial del salitre?”312. A la postre, y pese a las maniobras balmacedistas y las denuncias socialistas, Alessandri fue capaz de derrotar a sus adversarios por un amplio margen: sus 2.475 votos dejaron muy atrás los 1.480 obtenidos por el cacique Arturo del Río, y más aún los 356 del candidato socialista Isidoro Urzúa 313. Indignado ante la falta de conciencia política del electorado popular, El Despertar de los Trabajadores fulminaba a través de sus titulares: 311 312 313

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 7 y 23 de enero de 1915. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 26 de enero de 1915. La Provincia (Iquique), 9 de marzo de 1915; Las Noticias de Negreiros, (Negreiros), 3, 5 y 9 de marzo de 1915.

“Una vez más se ha impuesto la fuerza del dinero ante el socialismo... En la feria de la conciencia naufraga toda la dignidad. Los honrados y los viles... El retraso de la conciencia popular. Feria electoral en vez de elecciones. La magnitud de la prostitución política. Manadas de obreros, de proletarios, de pobres oprimidos, vejados mil veces por la brutalidad capitalista, han corrido el domingo tras el billete corruptor con que sus amos los han vuelto a encadenar por otro período más”314. Quedaba en todo caso como consuelo la convicción de que la votación alessandrista no obedecía tanto a los méritos del candidato o a su aún no comprobada condición de defensor de los oprimidos, sino a la maquinaria partidista y al cohecho. La regeneración política y moral permanecía en el plano de los discursos. No fue sino hasta después del triunfo senatorial en Tarapacá, y sobre todo cuando se despertaron sus apetitos presidenciales, que Alessandri inició su conversión de político parlamentario a caudillo democrático o popular. Como se sabe, entre 1915 y 1918 el flamante y discutido “regenerador de Tarapacá” consagró sus mejores esfuerzos a la lucha por el liderazgo nacional de la Alianza Liberal, con el propósito último de erigirse en 1920 como candidato presidencial315. A tal efecto, diseñó y ejecutó una estrategia de copamiento por niveles: en una primera fase, consolidar la adhesión del radicalismo; en una segunda, convertirse en el candidato único de los liberales (lo que, contrariamente a sus deseos, condujo al quiebre de ese díscolo sector); y por último, para poder derrotar la maquinaria electoral que desplegaría en su contra la Unión Nacional, reproducir a mayor escala la experiencia tarapaqueña de apelación al mundo trabajador. Fue sólo en ese contexto que Alessandri se transformó efectivamente en el caudillo de los desheredados, en el verdadero y definitivo “León de Tarapacá”. Dicha transformación quedó en absoluta evidencia durante la campaña presidencial de 1920, cuando los compases del “Cielito Lindo” y la encendida oratoria alessandrista completaron un proceso que en 1915 sólo había quedado insinuado. Pensando principalmente en obstaculizar las prácticas de clientelismo y cohecho de la Unión Nacional, Alessandri se propuso desarrollar lazos directos de confianza entre su persona y la clase obrera. En la medida que lograse encarnar las aspiraciones y demandas de los trabajadores, su triunfo podría presentarse como la fórmula más eficaz para resolver las demandas sociales que se venían levantando desde fines del siglo XIX. Con ese telón de fondo, el candidato aliancista desarrolló una campaña competitiva en que el trabajo previo de los partidos coaligados se combinó con recursos propagandísticos más modernos y un mensaje reivindicativo y democratizador que lograra entusiasmar por sí mismo al electorado. La estocada final dentro de ese diseño fue la gira por las provincias del sur efectuada durante mayo y junio de 1920, ocasión en que Alessandri dio rienda suelta a sus habilidades políti314

315

El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 9 de marzo de 1915; Las Noticias de Negreiros, (Negreiros), 10 de marzo de 1915. Este tema se ha elaborado en mayor extensión en Verónica Valdivia, “Yo, el León de Tarapacá”, op. cit.

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cas al compartir con el mundo popular en su propio terreno: en las carboníferas, en las ciudades, en los campos y en los puertos. A diferencia de lo sostenido por otros autores, en un trabajo anterior ya citado se propuso que los actores sociales hacia los cuales se dirigió el discurso alessandrista fueron los electores, no la masa sin derecho a voto (por mucho que ésta se haya hecho presente en las manifestaciones públicas)316. En ese sentido, las reuniones con los obreros carboníferos de Lota, Coronel y Schwager, con los obreros fabriles de Santiago y Valparaíso, o con los campesinos del sur buscaban un impacto mayor al meramente simbólico o testimonial. De lograr una verdadera comunión con tales electores, la maquinaria unionista sería derrotada para dar paso a una nueva fórmula de legitimación política. El gran desafío era doblegar, aunque sólo fuese parcialmente, la hasta entonces inexpugnable fortaleza del cohecho. La oferta que en este contexto se extendía ante los trabajadores era la de que mediante la sola fuerza “del amor”, sin necesidad de recurrir a la violencia o a la destrucción, podía construirse una convivencia social que se hiciese cargo de sus aspiraciones. Para ello, bastaba con que confiaran en el líder y votaran en conciencia, haciendo del sufragio el símbolo de su alianza con Alessandri. Así considerada, la conducta electoral de los seguidores del caudillo no podría ser vista como un apoyo incondicional motivado solamente por una especie de embriaguez carismática, ajena a todo cálculo racional. Se habría tratado, por el contrario, de un acuerdo en que se renunciaba a la apatía y los arranques violentistas en contra del sistema, a cambio de un orden que accedía a considerar las necesidades y los derechos populares. Esta interpretación se aleja un poco de aquellas que identifican a las multitudes alessandristas como una “masa” sin mayor experiencia política ni pertenencia al movimiento obrero organizado317. Parcialmente válida por referencia al discurso clasista “duro” del P.O.S. o de los anarquistas, es sin embargo pertinente señalar que un importante segmento del mundo popular, incluyendo a muchos integrantes de sociedades obreras, poseía una trayectoria política bastante prolongada dentro de las filas del radicalismo, el balmacedismo o el Partido Demócrata, lo que sugiere que el llamado alessandrista no caía en terreno absolutamente virgen. En ese contexto, argumentar un escaso respaldo de la clase obrera organizada sólo en base a las descalificaciones de la prensa más antiburguesa o ideologizada resulta indudablemente riesgoso. Por otra parte, tampoco la actitud del socialismo nortino hacia Alessandri fue invariablemente negativa. Así, un corresponsal de El Socialista de Antofagasta aplaudía la sensibilidad social exhibida por el discurso-programa pronunciado por el candidato aliancista el 25 de abril de 1920, y en particular su reconocimiento de la cuestión social como un fenómeno universal con fuertes connotaciones de justicia:

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Como ejemplo de los autores aludidos puede mencionarse a Gonzalo Vial o Paul Drake; la argumentación a que se hace referencia está en Verónica Valdivia, “Yo, el León de Tarapacá”, op. cit. Entre ellas, las de Gonzalo Vial, op. cit., y Sol Serrano, op. cit., pp. 107-108.

Es decir, el político liberal reconoce el movimiento maximalista que agita de un ámbito a otro del universo y estima que dicho movimiento está respaldado por todos los pensadores y los más eminentes estadistas, (quienes) reconocen la justicia del movimiento...; termina el señor Alessandri por creer que debe procederse con la justicia y equidad a que el proletariado se ha hecho acreedor. Esta declaración no ha podido más que causarme viva emoción. Para este nuevo candidato, un aplauso por su digna declaración. Ella retrata de cuerpo entero al individuo audaz, pero valiente que sabe despreciar las amenazas preñadas de mistificación que encarna ideas de otras épocas. El candidato ha sabido interpretar el sometimiento del proletariado, dándole esperanzas de conseguir lo que constituye su anhelo más vivo: transformación del régimen rancio de hoy por otro más adecuado al sentir que palpita en el alma del proletariado universal318. Tal entusiasmo despertó el discurso alessandrista que pocos días más tarde el mismo columnista calificaba sus declaraciones como “cercanas francamente a los ideales socialistas”. A su juicio, Barros Borgoño representaba el fanatismo colonial, mientras “frente a él, en una convención en que formaban más de 120 trabajadores federados de distintas organizaciones, se elige un candidato que ayudó abiertamente a los huelguistas del carbón, a un individuo que va de frente contra los ídolos, contra el fanatismo”319. Este respaldo inicial, sin embargo, fue truncado por la actitud represiva del Prefecto de Policía de Antofagasta frente al P.O.S., particularmente a través de la prisión de Recabarren, la que derivó en su proclamación como candidato presidencial por la asamblea socialista de esa ciudad. Se lamentaba ante estos hechos una crónica de El Socialista que “habríamos preferido prescindir de la lucha, y no escapaba a nuestra deducción que en esa forma iríamos indirectamente a ceder nuestras fuerzas independientes a la fracción que se hace llamar liberal”320. De esa forma, la postura anti-alessandrista que en definitiva adoptó el socialismo antofagastino puede atribuirse a la conducta de las autoridades de esa región, la que habría ayudado a confirmar una línea independiente y clasista que en un primer momento pareció diluirse ante las promesas del candidato liberal. En todo caso, debe consignarse que Alessandri igualmente recibió el respaldo formal de diversas entidades obreras, como aquella que agrupaba a los ferroviarios no afiliados a la FOCH, los mineros de El Teniente, el gremio tranviario de Santiago, los obreros carboníferos de Curanilahue, Lota y Coronel, y, en las zonas agrarias, sectores del campesinado. En la provincia de Tarapacá, su candidatura fue apoyada por entidades mutualistas como la Gran Unión Marítima de Iquique, la Sociedad Protectora del Trabajo, la Sociedad 318 319 320

Firmado Luis Belsen, El Socialista (Antofagasta), 9 de mayo de 1920. El Socialista (Antofagasta), 11 de mayo de 1920. El Socialista (Antofagasta), 16 de mayo de 1920.

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Internacional de Artesanos y Socorros Mutuos de Iquique, la Sociedad de Empleados de Iquique y la Sociedad Unión Marítima, formándose además un Comité Obrero Ejecutivo pro candidatura Alessandri321. En el plano electoral, el énfasis puesto en la necesidad de un voto responsable y consciente dio lugar a respuestas como la del minero de Curanilahue Benjamín Vega: “En estas elecciones el pueblo no se venderá, harto nos hemos vendido antes para nuestro propio mal, pero con Ud. don Arturo votaremos todos sin que nos den un cobre, pues veímos en Ud. a nuestro redentor... por mucha plata que se nos ofrezca, el voto de todos los trabajadores de Chile será para Ud. Sr. Alessandri”322. La misma lira popular reiteraba la promesa de un sufragio obrero limpio, adaptando para tal efecto la letra del famoso “Cielito Lindo”: “Ay, ay, ay, ay/ canta y no llores/ que te daré mil votos/ Arturo, lindo, de mis amores”323. A juzgar por estos y otros indicadores, no parece arriesgado aventurar que la elección de 1920 rodeó al acto del sufragio, al menos para importantes núcleos del mundo obrero, de una connotación distinta a la que habitualmente había tenido hasta entonces. Es verdad que, pese a toda esta campaña, los bandos en disputa cruzaron acusaciones mutuas de cohecho y otros actos fraudulentos, las que en varios casos fueron acogidas por el tribunal calificador. Pero aun si las elecciones no fueron todo lo limpias que prometían ser, la distribución de los electores alessandristas por provincias permite discernir una correlación bastante nítida entre el triunfo del “León” y la existencia de una numerosa población obrera. Así, Alessandri logró imponerse en zonas de alta concentración minera o industrial, con índices importantes de población masculina y alfabeta, tales como Tarapacá, Antofagasta, Atacama, Santiago y Concepción. En el caso concreto de las provincias pampinas, los resultados fueron los siguientes324: Provincia Tarapacá Antofagasta

Alianza Liberal

Unión Nacional

27.765 19.409

7.732 6.254

P.O.S. 1.253 3.132

Estas cifras deben matizarse advirtiendo que Barros Borgoño logró ganar en un centro urbano tan moderno como Valparaíso, o que Alessandri pudo imponerse en su antiguo feudo parlamentario de Curicó. René Millar también ha señalado que el control aliancista sobre las provincias salitreras permitió que se abusara de la fuerza policial para cometer numerosas arbitrariedades y fraudes, acusación respaldada por las Actas del Tribunal de Honor325. Así y 321 322 323 324 325

116

La Provincia (Iquique), 16 de mayo de 1920. La Alianza Liberal (Curicó), 26 de mayo de 1920. La Alianza Liberal (Curicó), 12 de julio de 1920. René Millar, La elección presidencial de 1920, op. cit., Anexos. Ibíd., p. 164.

todo, no puede desconocerse que el apoyo obrero en una zona como Tarapacá se expresó en gestos tan espontáneos como el desplazamiento de muchos electores a pie desde los poblados de la pampa para depositar su sufragio. Las simpatías de muchos obreros hacia partidos como el radical obraban en la misma dirección, como se señalaba por ejemplo en relación a la localidad de Huara: “Con respecto al color político de los federados (afiliados de la FOCH), desvirtuando lo que se ha dicho que son maximalistas, podemos afirmar que el 95% de ellos pertenece al Partido Radical y son simpatizantes a la candidatura del Sr. Alessandri”326. Y en el testimonio mucho más elocuente del entonces socialista Juan Chacón: “Sí, también fui alessandrista, como gran parte de la clase obrera... por muy fochistas, socialistas y revolucionarios que fuéramos muchos”327. No resulta fácil en ese contexto desconocer la espontaneidad y efectividad de al menos una parte del apoyo obrero a la candidatura del León de Tarapacá. Así, y aun aceptando que el cohecho y la intervención todavía desempeñaron algún papel de importancia en esta coyuntura, lo que aquí se propone para el caso del norte salitrero es que la elección de 1920 marcó un punto de quiebre en cuanto a la significación política del voto. A partir de ese momento, aquella parte del sufragio popular que no había optado por la variante socialista tendió a desligarse del cohecho y de la manipulación de los partidos tradicionales, para hacerse más personal y estrictamente “alessandrista”. Esto no resulta fácil de comprobar para las parlamentarias de 1921 y 1924, donde el éxito aliancista, al menos en Tarapacá, pudo estar tan condicionado por la hegemonía que desde 1915 venía detentando el radicalismo como por el arrastre personal de Alessandri. Además, es un hecho sabido que en la elección de 1924 la intervención de las autoridades regionales desempeñó un papel no desdeñable para inclinar la balanza en un sentido favorable a la Alianza Liberal328. Para la parlamentaria de noviembre de 1925, sin embargo, el carácter personalista del sufragio alessandrista volvió a quedar en abierta evidencia. Para aquella fecha Alessandri recién había concluido sus funciones como Presidente de la República (luego de su retorno en marzo de 1925), trasladándose a las ciudades de Tacna y Arica para participar en conversaciones relativas al litigio que sobre su posesión definitiva aún mantenían Chile y el Perú. Su paso con ese objeto por la Provincia de Tarapacá dio lugar a toda una gama de actividades en su homenaje, obligándosele a descender en el puerto de Iquique para ser recibido por los trabajadores marítimos y los empleados públicos de la localidad329. Los agasajos recibidos durante su breve estadía culminaron con una no programada nominación como candidato a senador por Tarapacá, evocando tal vez el espíritu de la gesta del año 15. Tras un ardoroso discurso pronunciado frente a una multitud que rodeaba el Casino Español, sede de una de las recepciones organizadas en su 326 327 328 329

El Tarapacá (Iquique), 8 de mayo de 1920. José Miguel Varas, Chacón, 2da. edición, Santiago, LOM, 1998; p. 45. Ver supra, capítulo 2.3. El Nacional (Iquique), 7 de noviembre de 1925.

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honor, Alessandri “fue obligado a declarar si aceptaba la nueva representación de Tarapacá en el Senado”. Su negativa fue bruscamente interrumpida por una concurrencia “delirante que no entendía razones, manifestando su firme decisión de no dejarlo embarcarse si antes no daba su aquiescencia para elegirle otra vez senador de Tarapacá”330. Buscando quizá un expediente para salir del paso, Alessandri finalmente aceptó en forma implícita. A juzgar por lo que sucedió después, sin embargo, parece que nunca tuvo intenciones de cumplir ese mandato. De hecho, la espontánea nominación popular tomó a los partidos por sorpresa, pues la lista oficial de candidaturas ya había sido elaborada en Santiago sin mayor consulta con las provincias involucradas. La improvisada candidatura alessandrista echó por tierra los arreglos previos, de modo que las provincias salitreras impusieron una lista independiente encabezada por Arturo Alessandri e integrada por candidatos radicales, comunistas y liberal-democráticos (balmacedistas) aliancistas. En definitiva, la votación obtenida por esta combinación en la provincia de Tarapacá, desagregada por candidatos, fue la siguiente: Arturo Alessandri, “candidato del pueblo” Maximiliano Poblete, radical Carlos Briones Luco, radical Óscar Viel Cabero, balmacedista Manuel Hidalgo, comunista

941 votos 47 votos 339 votos 185 votos 149 votos

De estos cinco candidatos, todos salvo Viel Cabero fueron electos al Senado. La posterior renuncia de Alessandri a su asiento en mayo de 1926 permitió, como se dijo en un capítulo anterior, que un segundo senador comunista –Juan Luis Carmona– se incorporase a la cámara alta331. Lo sucedido en las parlamentarias de 1925 sugiere algunas reflexiones de interés en relación al arraigo de Alessandri en la lealtad popular. Por una parte, la elección tuvo lugar a sólo cuatro meses de la matanza de La Coruña, donde si bien la orden directa fue impartida por el Ministro del Interior (Carlos Ibáñez), el responsable último de la decisión era el Presidente de la República. El recibimiento brindado por los trabajadores iquiqueños a Alessandri y la singular gestación de su candidatura senatorial, sin embargo, indican que éstos no interpretaron los hechos exactamente así. Lo propio puede inferirse de la cantidad de votos que obtuvo, a importante distancia de su contendor más cercano, Carlos Briones Luco. Por otra parte, esta elección parlamentaria fue la primera verificada después de las intervenciones militares de 1924 y 1925, por tanto ya bajo la vigencia de nuevos registros 330 331

118

El Nacional (Iquique), 9 de noviembre de 1925; La Provincia (Iquique), 8 de noviembre de 1925. El Nacional (Iquique), 18 y 25 de noviembre de 1925; Ramírez Necochea, op. cit., p. 182.

electorales y de la Constitución de 1925. Dicho de otra forma, y aunque el control militar y la persistencia del cohecho en algunas zonas del país podrían poner en duda la transparencia de dicho acto, es factible pensar que éste se desarrolló en un contexto distinto al del régimen oligárquico-parlamentario. A juzgar por lo sucedido en Tarapacá y Antofagasta, la expresión ciudadana habría sido aquí más efectiva y plural. Tras la segunda salida de Alessandri de la presidencia en 1925, se inició un período en que las pocas elecciones realizadas estuvieron marcadas por una fuerte tutela militar. En esas circunstancias no volvieron a producirse elecciones verdaderamente libres hasta la presidencial de octubre de 1931, en la que compitieron el radical derechista Juan Esteban Montero, el comunista Elías Lafertte, el “trotskista” Manuel Hidalgo, y, nuevamente, Arturo Alessandri Palma. Mientras al primero, que en definitiva resultó vencedor, lo apoyaban las asociaciones profesionales, los empresarios, el Club de la Unión y el Partido Conservador, el antiguo León de Tarapacá se presentó como representante de la “Convención de Izquierdas”, la que integraban los radical-socialistas, los demócratas y grupos sindicales sin afiliación política. En consonancia con dicha base de apoyo, Alessandri procuró reeditar la campaña del año 20, recurriendo como entonces a la figura de una alianza entre las clases medias y obreras para derrotar a una oligarquía recalcitrante representada ahora por Montero. Se volvió también a echar mano de una movilización de tipo “populista” y de una retórica anti-oligárquica y nacionalista, materializada esta última en una denuncia, muy bien recibida en el ambiente obrero pampino, en contra de la supuesta entrega del patrimonio salitrero a los capitales norteamericanos por parte de la recién creada Compañía de Salitres de Chile (COSACH)332. En caso de llegar a la Moneda, prometió Alessandri, la disolución de la COSACH sería inmediata. Como es sabido, la presidencial de 1931 significó para Alessandri su primera derrota electoral, siendo sobrepasado por Montero por 182.177 votos contra 99.075333. Para los efectos de este estudio, sin embargo, es sintomático constatar que las únicas provincias donde no perdió fueron las de Tarapacá y Antofagasta, a pesar de la persecución que las autoridades radicales de esa zona habrían ejercido, según se denunció, en contra de los obreros alessandristas. En efecto, dado el quiebre producido en el radicalismo, cuya postura oficial fue apoyar a Montero, la candidatura de Alessandri en Tarapacá fue hostilizada por los sectores oficialistas del partido. Así, al término de un comicio organizado en Iquique por los alessandristas “varios monteristas lanzaron a los manifestantes pedradas y botellas”334. Con todo, el candidato de “las izquierdas” fue proclamado “apoteósicamente” en Iquique, Huara, Pozo Almonte, Zapiga y Pisagua. De acuerdo al 332

333 334

La formación de la COSACH y sus implicancias económico-políticas han sido tratadas en profundidad en Alejandro Soto Cárdenas, Influencia británica en el salitre, op. cit., capítulos 11 y 12. Ricardo Cruz-Coke, Historia electoral de Chile, Santiago, Jurídica, 1984; p. 98. La Provincia (Iquique), 27 de septiembre de 1931.

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testimonio de su representante en la campaña, el senador Aurelio Núñez Morgado, la pampa era mayoritariamente alessandrista: “recién llego de la pampa, donde he tenido una gran satisfacción, porque de oficina en oficina, de pueblo en pueblo, he venido observando que reina el entusiasmo fervoroso por mi candidato. Un solo pensamiento mueve a esta gente: el triunfo de don Arturo Alessandri Palma”335. El radicalismo, sin embargo, no estaba dispuesto a dejarse arrebatar un triunfo que parecía al alcance de la mano, razón por la cual las presiones sobre posibles votantes obreros alessandristas abundaron. Esto llegó a tal punto que los cesantes de un albergue iquiqueño fueron acusados ante el Intendente de la Provincia de “intervención” a favor del candidato “popular”. La base de dicha acusación estaba en la solicitud obrera de modificar el horario del rancho “para ir al muelle a recibir al Sr. Núñez Morgado”, representante oficial de la campaña 336. De acuerdo a los cómputos oficiales, los resultados obtenidos en esa elección fueron los siguientes337: Provincia Tarapacá Antofagasta

Montero

Alessandri

Hidalgo

Lafertte

1.953 4.794

5.542 5.667

6 104

163 452

A modo de comparación, pueden observarse los datos correspondientes a otras provincias de alta población obrera: Provincia

Montero

Santiago Concepción

39.832 13.042

Alessandri

Hidalgo

Lafertte

28.928 7.480

493 90

392 379

Como en la elección senatorial de 1925, existen razones para pensar que esta vez la votación también fue más personal que partidista, constituyendo una especie de preferencia alessandrista “pura”. Era ésta la primera elección desde 1915 en que la Alianza Liberal no actuaba como combinación política, puesto que, como se anunció, el radicalismo había optado por llevar un candidato propio. La designación para tal efecto de Juan Esteban 335 336 337

120

La Provincia (Iquique), 3 de octubre de 1931. La Provincia (Iquique), 2 de octubre de 1931. Los datos han sido extraídos de El Diario Ilustrado (Santiago), 5 de octubre de 1931.

Montero produjo una división dentro de ese partido, donde un núcleo más “izquierdista”, partidario de una variante de socialismo de Estado, prefirió plegarse a la candidatura de Alessandri antes que apoyar a un correligionario a quien identificaban como representante de la oligarquía. Nacía así una fuerza “de izquierdas” que tras la derrota se organizaría como Federación de Izquierdas, vinculándose al fenómeno que eventualmente dio cuerpo al socialismo grovista. En lo que respecta a los obreros nortinos, en todo caso, el apoyo a Alessandri fue patente y manifiesto. Los trabajadores marítimos y pampinos de Antofagasta, por ejemplo, resolvieron en una amplia asamblea respaldar activamente su candidatura. En Tarapacá, apenas conocida la decisión alessandrista de disputarle el sillón presidencial a Montero, los partidos de la “izquierda” regional y los sindicatos que los respaldaban “recobraron los bríos”–según su propia expresión– para entrar en campaña. De acuerdo a un llamado general formulado en la pampa, “nosotros los pampinos nos sentimos cohibidos ante tanta maldad para calificar tan groseramente al candidato Sr. Alessandri, y esas ofensas son por el hecho de ser candidato de la masa pobre, del pueblo que –(en referencia a los estragos que a la sazón estaba provocando la Gran Depresión)– sufre la más ruda prueba que jamás sufriera su patria amada”. “La mayoría de los obreros del cantón Huara”, continuaba la proclama, “están como en toda la pampa, al lado del candidato del pueblo, asistiendo alrededor de más de mil personas al mitín pro-candidatura Alessandri, para lo cual varios obreros formaron un Directorio”. No cabía duda a los convocantes de que “el triunfo del candidato del pueblo, Sr. Arturo Alessandri Palma, es el legítimo triunfo del pueblo chileno”338. Esa convicción había significado a los obreros fuertes amenazas de parte de algunos empresarios salitreros. Tal como se denunciaba días antes de la elección, la opción alessandrista podía costar muy cara en esos momentos de crisis generalizada. De acuerdo a una denuncia formal de los trabajadores y cesantes de Huara, el administrador de la oficina Santa Rosa, Sr. Combert, perseguía abiertamente a quienes respaldaran la candidatura Alessandri. Así lo expresaban en una nota enviada a un diario iquiqueño: Quedaría agradecido de mi parte, como al mismo tiempo de varios trabajadores cesantes que habitan en el campamento de Santa Rosa si pudiera dar cabida en sus columnas al siguiente reclamo que ha ocasionado el Sr. Combert, administrador de las oficinas paralizadas del sector norte. Este Sr. Combert presiona al elemento trabajador cesante para que se pronunciara en las elecciones presidenciales a favor del candidato Montero. Ahora, aparte de esta presión ha dado orden a los serenos que tomen nota de cuáles son los más acérrimos alessandristas339. 338

339

El Diario Ilustrado (Santiago), 23 de septiembre de 1931; La Defensa de Huara, 25 de septiembre y 2 de octubre de 1931. La Provincia (Iquique), 2 de octubre de 1931.

121

Aunque esta acusación fue desmentida, los denunciantes aseveraban que los obreros firmantes de dicha rectificación en apoyo del administrador Combert, aparecida en “el diario salitrero El Tarapacá” , también actuaban bajo presión: El Sr. Combert para recoger las firmas de los trabajadores y desmentir tal presión se valió de los serenos, pidiéndoles que firmaran en la seguridad que encontrarían de parte de él toda la ayuda que necesitaran, de lo contrario los despedirían de la oficina inventando algún cargo. Con este hecho, el elemento cesante de este campamento está completamente atemorizado por las continuas amenazas de parte de este señor340. A la postre, sin embargo, las presiones no surtieron efecto. A pesar del radicalismo oficial y de los salitreros, Alessandri triunfó en la pampa. Como en 1920, la poesía popular proclamó hacia dónde se inclinaban las preferencias de ese sector social: Alessandri. En la noche caótica y sombría de la patria sumida en el marasmo surge este hombre de esta rebeldía y el pueblo lo aclama con entusiasmo abofeteó a la altiva oligarquía con su verba frenética y sincera despertó las conciencias que dormían justicia y redención fue la bandera y cuando el triunfo estaba ya en la mano la oligarquía levantó un tirano y ¿el tirano? más vale no nombrarlo Sólo un hombre que es un gran patriota que salvarnos podrá de la derrota

340

122

Ibíd.

con su valor, con su fe y su amor ardiente En él descansa la esperanza entera de esta patria Será Alessandri nuestro presidente341 La confianza depositada por los trabajadores tarapaqueños en el caudillo del año 20 no parecía atenuarse con el paso del tiempo, o incluso con las transformaciones que aquel evidenciaba en su conducta. En todo caso, en esta oportunidad el apoyo popular también fue alimentado por el discurso de crítica a la COSACH levantado por Alessandri. Así lo revelaba una pancarta enarbolada por los asistentes a la concentración en que se proclamó su candidatura en el puerto de Iquique: “un cuadro que fue muy aplaudido es el que representaba a un enorme águila con el letrero de la COSACH devorándose a un hombre que era Chile y a corta distancia en actitud amenazante un hermoso león que lucía este mote: Disolución”342. Al parecer, la multitud de cesantes pampinos anhelaba volver a escuchar el rugido del león. Pocos meses después de su derrota en las presidenciales, el fallecimiento del senador balmacedista Óscar Viel Cabero brindó una nueva oportunidad de testimoniarlo a través de la correspondiente elección complementaria. Convocados los electores de Tarapacá y Antofagasta en marzo de 1932 para tal efecto, la candidatura de Alessandri, aunque fraguada esta vez en Santiago, fue decidida por las solicitudes llegadas del norte. “Deplorando la desafección ciudadana de sus hermanas del sur”, las provincias nortinas buscaron revertir la derrota del año anterior convenciendo al León de que había llegado el momento “para pronunciarse y rendir justiciero homenaje de desagravio”343. La negativa alessandrista a legitimar, a través de su incorporación al Senado, una institución espúrea como el Congreso Termal lo llevó a rechazar la nominación, pero ello no logró doblegar la insistencia tarapaqueña: “En los momentos supremos rogamos a Ud. sacrificio aceptando senaturía de Tarapacá y Antofagasta que ofrécenle pueblo unido en desgracia y desatención gubernativa. Nombre región pampinos, rogámosle respuesta favorable”344. Al final, como en 1925, Alessandri tuvo que ceder. Se presentaron finalmente a esta senatorial complementaria las candidaturas de Alessandri, apoyado por radicales e “izquierdistas”; el antiguo vecino de Antofagasta Leonardo Guzmán, como candidato “oficial” del Partido Radical; Elías Lafertte por los comunistas; Justo Pastor Banda por los demócratas; y Ramón Alzamora por los embrionarios “socialistas” no comunistas, de donde nacería un año después el Partido Socialista. Aunque los cómputos entregados presentan una inconsistencia si se cotejan 341 342 343 344

Firmado A. Negrín, La Provincia (Iquique), 24 de septiembre de 1931. La Provincia (Iquique), 27 de septiembre de 1931. La Defensa de Huara, (Huara) 9 de octubre de 1931 y 15 de abril de 1932. La Provincia (Iquique), 8 de marzo de 1932.

123

los totales de ambas provincias con la información desagregada por circunscripción, su tendencia general sirve para sopesar el sentido de las preferencias 345: Resultados Generales: Alessandri: Guzmán: Lafertte: Banda:

10.908 votos 4.062 votos 1.465 votos 280 votos

Resultados por Circunscripción: Circunscripción

Alessandri

124

Lafertte

Iquique Pisagua Zapiga Negreiros Huara Pica Alto San Antonio

3.584 74 149 85 532 27 280

547 101 13 7 29 61 27

168 0 0 0 53 0 19

Total Tarapacá

4.651

785

240

950

465

166

Tocopilla Antofagasta Chuquicamata Calama San Pedro Mejillones

1.197 969 754 168 0 192

281 667 504 271 24 134

338 367 0 0 0 158

Total Antofagasta:

3.280

1.881

863

Arica

345

Guzmán

El Tarapacá (Iquique), 11 de abril de 1932.

Si se observan los datos, el arraigo de Alessandri en Iquique y los pueblos de la pampa tarapaqueña (Zapiga, Negreiros, Huara y Alto San Antonio) queda en nítida evidencia, pudiéndose decir lo mismo de los centros mineros y portuarios de la provincia de Antofagasta. Fue en esta última, por otra parte, donde el Partido Comunista obtuvo sus mejores resultados346. La debacle política precipitada a partir de la destitución de Juan Esteban Montero en junio de 1932, con una rápida sucesión de cambios de gobierno y golpes militares en pocos meses, influyó mucho para que la figura de Alessandri ganara prestancia y surgiera hacia fines de ese año como una especie de candidato presidencial de consenso. Fue ésta, al parecer, la última vez que la “querida chusma” pudo expresarse electoralmente en relación al “redentor de los oprimidos”, a quien se enfrentaban ahora Héctor Rodríguez de la Sotta, en representación del Partido Conservador; Enrique Zañartu Prieto, liberal; Marmaduque Grove, socialista; y Elías Lafertte, comunista. Los resultados generales de la presidencial de octubre de 1932 fueron los siguientes347: Alessandri: Rodríguez de la Sotta: Zañartu Prieto: Grove Vallejos: Lafertte Gaviño:

184.914 votos 47.207 votos 42.885 votos 60.858 votos 4.128 votos

En las provincias salitreras, los cómputos arrojaron el siguiente resultado348: Provincia

Alessandri

Tarapacá Antofagasta

6783 11.101

Rodríguez 51

Zañartu 300

Grove Lafertte 1.521 1.333

199 575

Como se aprecia, Alessandri acaparó el 78,7% de las preferencias del Norte Grande, contra un 11,9% para Grove y apenas un 3,2% para Lafertte (lo que habla de un fuerte desgaste del apoyo comunista desde sus días de gloria en 1925). Desagregando por tipo de comuna, en las mineras Alessandri obtuvo un 74,7% contra un 12,2% de Grove y un 3,4% 346

347 348

En el caso de Huara, por ejemplo, la distancia entre Alessandri y Lafertte fue notable, pese a la prolongada residencia de este último en Tarapacá. Así, en las mesas donde Lafertte obtuvo una mayor votación, la relación fue del siguiente orden: Alessandri: 43, Lafertte: 7. La Defensa de Huara, (Huara), 15 de abril de 1932. Ricardo Cruz-Coke, Historia electoral de Chile, op. cit., p. 99. El Tarapacá (Iquique), 31 de octubre de 1932; La Crónica (Iquique), 31 de diciembre de 1932.

125

de Lafertte349. En otras palabras, doce años y muchas peripecias después del “Cielito Lindo”, Alessandri seguía concitando un apoyo electoral mayoritario en provincias de gran concentración obrera como Tarapacá y Antofagasta, pese al camino recorrido por el sindicalismo y la consolidación ideológica y política de los partidos de izquierda. Ni siquiera la aparición de una nueva izquierda no comunista, encarnada en esta ocasión en la candidatura de Marmaduque Grove, logró desviar una porción sustantiva del apoyo político popular a Alessandri. En suma, si bien no puede afirmarse que durante el período considerado haya regido en Chile una libertad electoral plena, la tendencia hacia la autonomización de las expresiones políticas populares puede vislumbrarse a través de la merma sostenida de los partidos oligárquicos y la aparición de alternativas de izquierda que entraron a competir en la arena discursiva y electoral. Si se toma esto como guía, no puede negarse que entre 1915 y 1932 el norte salitrero brindó a Arturo Alessandri Palma un respaldo sostenido e incuestionable. “Pese a quien pese”, el León seguía alojado en el corazón pampino.

3.2) El arbitraje del León La relación entre Alessandri y el mundo trabajador también puede ser abordada desde el ángulo de la conflictividad social, más específicamente de su comportamiento frente a los problemas laborales suscitados durante su presidencia. En este plano, lo que se pretende aquí es visualizar cuál era el papel que los obreros asignaban a Alessandri en la búsqueda de soluciones a sus problemas, qué pedían de él y hasta dónde estaban dispuestos a aceptar sus condiciones. Se trata, en otras palabras, de determinar si la relación entre estos actores era predominantemente “visceral” o “racional”, lo que implicaba condicionar los niveles de apoyo a un cierto cumplimiento de lo prometido. Para tal efecto, y a modo de muestra, se analizarán algunos de los conflictos obreros ocurridos en las provincias salitreras durante el gobierno alessandrista, aunque ocasionalmente también se aludirá a situaciones de otras zonas del país. Esta estrategia parece ser la más adecuada para una etapa anterior a la aprobación de las leyes sociales, donde al no haber normas establecidas la intervención personal del mandatario se volvía fundamental. Incluso después de 1924, con el conocido paquete de leyes laborales ya supuestamente en vigencia, la aplicación real de éstas mantuvo un curso bastante irregular hasta el advenimiento del gobierno de Ibáñez. Como se adelantó en el capítulo anterior, la administración de Alessandri se inauguró en medio de una recesión económica que se prolongó hasta fines de 1922, y que en sus peores épocas significó la cesantía de aproximadamente un 95% de la fuerza laboral radicada en las provincias salitreras. Apenas superada esa coyuntura, y como venía sucediendo práctica349

126

Paul Drake, Socialism and Populism in Chile, op. cit., pp. 66 y 85-89.

mente desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, se desató sobre el país un ciclo inflacionario que se prolongó hasta 1925, reemplazando una fuente de descontento obrero por otra. También contribuyó a agudizar las tensiones la actitud adoptada por los empleadores, quienes, como también se vio, trataron de aprovechar el período de alta desocupación para “depurar” sus faenas de elementos conflictivos y desarticular las organizaciones sociales que habían alcanzado mayor visibilidad. Por todos estos motivos, adicionalmente avalados por las expectativas generadas por el discurso alessandrista del año 20, las demandas sociales tendieron a politizarse y hacer del Estado un elemento mucho más determinante de lo que había sido hasta la fecha. Con el tribuno del pueblo instalado en la presidencia, la “querida chusma” podía volverse mucho más exigente350. Es interesante constatar que durante el año 1920, que como se vio más arriba fue de gran actividad huelguística en la provincia de Tarapacá, los conflictos laborales se sucedieron sin mayor intervención de Arturo Alessandri, ya fuese en su calidad de senador o de candidato presidencial. La elección misma coincidió con un prolongado paro de los trabajadores marítimos, quienes sin embargo no recurrieron –tal vez por sus inclinaciones anarco-sindicalistas– al candidato aliancista como instrumento de solución351. Su victoria alteró radicalmente esa situación. Apenas ratificada su elección por el Tribunal de Honor, Alessandri viajó a Tarapacá y Antofagasta para agradecer el apoyo brindado. A su llegada al puerto de Iquique, algunas de las sociedades obreras más influyentes de la localidad –la Gran Unión Marítima, la Unión Marítima, la Protectora de Trabajadores, la Internacional de Artesanos, la Sociedad de Panaderos, entre otras– se encargaron de preparar un gran recibimiento popular con carros alegóricos, pancartas y arcos de triunfo. Cada una de estas agrupaciones seleccionó veinte representantes para asistir al banquete celebrado en honor del presidente electo, en tanto que se solicitó a las casas comerciales, tiendas y casas embarcadoras suspender sus actividades durante dos horas para que sus empleados pudiesen asistir a la recepción. Menos parsimoniosos en sus demostraciones de afecto, los panificadores no trabajaron durante los dos días que Alessandri estuvo en Iquique, tomando sí la precaución de dejar amasada una cantidad suficiente de pan para satisfacer las necesidades del puerto352. Al trasladarse al interior de la provincia, Alessandri se encontró con que los vecinos más caracterizados de Alto San Antonio le habían preparado una recepción formal, pero el pueblo, que había copado la estación del ferrocarril para recibirlo en persona, con “gritos de desenfrenado júbilo, lo echó todo a perder. Por más que se pedía espacio para que bajara el señor Alessandri, la poblada se arremolinaba más”. Algo similar sucedió en 350

351 352

La conflictividad social, la intransigencia patronal y la politización de las demandas laborales bajo la primera presidencia de Alessandri han sido analizadas en Peter De Shazo, op. cit., capítulo 7. El Nacional (Iquique), marzo a junio de 1920. La Provincia (Iquique), 9 de octubre, 9, 13, 14 y 16 de noviembre de 1920.

127

Pintados, donde numerosos trabajadores dieron muestras de “hallarse poseídos de un entusiasmo desbordante”. En la oficina San Pedro, los calicheros y obreros de maestranza y acendradura recorrieron las diferentes secciones en compañía del presidente electo y se fotografiaron con él, “solicitándole copias de ese grupo”. Los obreros jefes de departamento de ésa y otras dos oficinas (Peña Chica y San José) asistieron a una recepción oficial que se le había preparado, compartiendo la mesa con Alessandri353. Sin embargo, no todo fueron festejos, pues las reuniones dieron ocasión para concertar entrevistas en las cuales los obreros de la provincia pretendían “dar a conocer sus necesidades”. Durante los discursos pronunciados en Iquique, el obrero Ricardo Toro, presidente de los marítimos de Valparaíso y antes trabajador en las faenas del puerto salitrero, expuso “con franqueza sobre las deficiencias de la organización social de hoy”, en tanto los dirigentes de Alto San Antonio y La Noria imponían a Alessandri del precio de los alimentos en las pulperías, la mala condición de las habitaciones obreras y las pobres escuelas de las oficinas, solicitando soluciones gubernamentales para tales problemas354. Incluso los federados de la pampa, que formalmente no lo habían apoyado en las elecciones, se sumaron al recibimiento y resaltaron algunos puntos de acuerdo con la política social del nuevo mandatario: “Entre la concurrencia de los obreros de la oficina San Pedro vimos a delegaciones de la Federación Obrera con sus estandartes y como ellos combaten el alcoholismo, su formación fue correcta y digna de encomio”355. En el caso de Antofagasta, las sociedades obreras también se destacaron por su entusiasmo para esperar al nuevo presidente. Entre la multitud aglomerada en torno al ferrocarril “la mayoría de los concurrentes eran obreros, que acudían a saludar con su presencia al primer mandatario elegido por voluntad popular”. Junto con destacar la presencia de un gran número de mutuales, la prensa antofagastina señalaba que los obreros habían acudido “sin sus estandartes revolucionarios”, lo que fue retribuido por Alessandri con una visita al local de la Federación. Resaltaba el portavoz del P.O.S. regional la importancia de que “nuestro presidente electo sepa bien todas las cosas que subsisten hoy en día de esta tremenda riqueza... Nuestro presidente viene a imponerse en el propio terreno de todos los males que nos tienen sujeto a tantas privaciones, seamos cuerdos en comunicarle punto por punto todo lo que hay”356. Considerando la postura más bien distante que, al menos en términos oficiales, habían adoptado los socialistas respecto de Alessandri, resulta sugerente la constatación (e incluso participación) que éstos hicieron tanto de las manifestaciones de homenaje como de las denuncias sociales con que el pueblo antofagastino evidenciaba su adhesión. Así, a poco de su llegada un grupo de obreros le 353 354 355 356

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La Voz de la Pampa (Alto San Antonio), 20 de noviembre de 1920. La Provincia (Iquique), 22 de octubre y 13 de noviembre de 1920. La Voz de la Pampa (Alto San Antonio), 20 de noviembre de 1920. El Socialista (Antofagasta), 19 de noviembre y 15 de octubre de 1920.

habría señalado “los diversos males que agregan (sic) al proletariado, como así a los culpables de haber mantenido una situación represiva contra los obreros que sustenten ideales avanzados”. En ese contexto, una de sus principales demandas apuntaba a que “nosotros, los explotados, sólo os pedimos que se nos deje cambiar proyectos y propagar ideas, que se nos deje organizarnos, educarnos, dignificarnos”357. En otro terreno, el pueblo de Chuquicamata presentó un Memorial al presidente electo solicitando mejoras en la infraestructura regional (caminos, defensa de terrenos fiscales, etc.), construcción de escuelas, rebaja en las tarifas del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, rebajas en los precios de los artículos de primera necesidad, suspensión de la guardia privada que mantenía la Chile Exploration Company, estabilidad en el cambio, alza salarial y mejoras en las habitaciones obreras. Concluían los peticionarios afirmando que “a Ud., pues, toca arrancar el negro cetro de los tiranos”358. Por su parte, en el Toco el obrero socialista Valdivia, representando al sub-consejo federado de Peregrina, solicitó más escuelas fiscales, mientras Clemente Álvarez, en nombre del sub-consejo de la empresa, pidió la mantención en actividad de las oficinas alemanas paralizadas durante la guerra. Por último, y como se señalara en el capítulo anterior, a comienzos de 1921 una comisión de obreros nortinos se trasladó especialmente a Santiago para depositar en manos del recién inaugurado presidente un memorial en el cual hacían explícitas sus principales demandas: jornada de ocho horas, fin del trabajo para menores de 14 años, afinamiento de la ley de accidentes del trabajo, apoyo gubernamental a la creación de cooperativas de consumo, salario mínimo, estabilidad monetaria, servicios de agua potable, construcción de ferrocarriles, ejecución de obras portuarias, construcción de muelles fiscales, reconstrucción de la Escuela Santa María en Iquique, y otras359. En pocas palabras, si los trabajadores habían aportado al triunfo electoral, Alessandri debía respaldar con hechos aquellas promesas de campaña que los habían inducido a la movilización y los habían convocado a integrarse al sistema por la vía del sufragio. Es verdad que las expresiones de adhesión podrían imputarse al ambiente triunfalista del momento, pero lo que aquí se sostiene es que ellas también evidenciaban las expectativas que el discurso alessandrista había engendrado entre las organizaciones obreras nortinas, y las soluciones que ellas permitían albergar. Lo dicho quedó aun más claro a partir del momento en que Alessandri se instaló en el sillón presidencial. Durante el primer año de gobierno alessandrista, y considerando que la desocupación masiva minimizó la actividad huelguística a partir de marzo, el conflicto más importante experimentado en Tarapacá fue el que protagonizaron durante enero y febrero los trabajadores del ferrocarril salitrero. Ya en octubre anterior se habían suscitado diferencias, por cuestiones sala357 358 359

El Socialista (Antofagasta), 19 de noviembre de 1920. El Socialista (Antofagasta), 22, 23, 26 y 29 de noviembre de 1920. El Nacional (Iquique), 20 de enero de 1921.

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riales, entre la empresa y sus obreros y empleados. La actitud patronal no fue intransigente, pero la demora en resolver las demandas generó un clima de tensión360. Así, en enero volvieron a encresparse las aguas a propósito de una exigencia laboral de separar de las faenas a tres empleados, “personas que se han hecho odiosas para los demás obreros y empleados por su carácter manifiestamente intrigante”361. La negativa de la empresa a ceder en un asunto que estimaba lesivo a su autoridad precipitó la huelga, la que al paralizar el servicio de trenes hacia la pampa amenazó con privar a las localidades interiores de los artículos más imprescindibles para la subsistencia. Ante la decisión de las autoridades regionales de reemplazar a los huelguistas con efectivos militares, la Federación Ferroviaria telegrafió a Santiago pidiendo la intercesión de Alessandri, gestión que mereció la siguiente respuesta: “He dado orden terminante que Carabineros no se mezclen en huelga, sino para mantener el orden, y que no se preste tampoco Ejército para que corran trenes. Hago todos los esfuerzos posibles para amparar a los pobres obreros desocupados y pídoles en mi nombre que me prometan guardar orden y que tendrán mi amparo y mi cariño.- Arturo Alessandri”. Alabando dicha disposición, el normalmente circunspecto Despertar de los Trabajadores editorializó: Esto, es un bello gesto del único Presidente que ha sabido comprender y hacer respetar los derechos del pueblo que lo acompaña y le quiere. Este telegrama pasará a la historia de los movimientos obreros de la República como una demostración del Presidente que se pone al frente de todos los capitalistas que en otros tiempos encontraban en la Presidencia su más decidido protector362. Pese a la intervención presidencial, y a la realización de una primera reunión entre las partes bajo los auspicios de la Intendencia provincial, el conflicto se prolongó durante todo el mes. Ante ello, “el intendente Recaredo Amengual, de acuerdo con instrucciones precisas del gobierno, ha resuelto dar cumplimiento al decreto que ordena la constitución de un Tribunal de Conciliación encargado de resolver los problemas suscitados entre obreros y patrones”363. El tribunal se constituyó, pero la persistencia obrera en sus acusaciones y la negativa empresarial a destituir a los funcionarios impugnados hizo infructuosos todos sus esfuerzos. Incluso una petición especial formulada a los huelguistas para enviar a la pampa un “tren mixto” portando los suministros más indispensables fue rechazada: “En reunión celebrada hoy con el fin de darle curso a su petición hecha a la Comisión Ferroviaria referente al pedido de un tren mixto; debemos contestar que después de un deliberado estudio se acordó en vista de la intransigencia del Sr. gerente en 360 361 362 363

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El Nacional (Iquique), 7 de octubre de 1920. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 21 de enero de 1921. Ibíd. El Nacional (Iquique), 18 de enero de 1921.

llegar a un acuerdo para solucionar el movimiento actual que afecta a toda la región y a nuestros intereses, exponerle que por el momento no podemos acceder a vuestra petición”364. La gravedad que iba adquiriendo el aislamiento pampino y las fallidas gestiones de Alessandri para el funcionamiento del tribunal y la subida de trenes auxiliares, lo llevaron a presionar a los huelguistas en el sentido de que accedieran a la formación de un tribunal arbitral integrado por personas independientes, nombradas por ellos mismos y por la empresa. El requisito planteado por los ferroviarios fue que tales representantes no pertenecieran ni a su federación, ni a la compañía, ni al comercio, ni fuesen abogados. Otorgado eso y constituido el tribunal volverían al trabajo de inmediato, siempre que no se produjeran despidos en perjuicio de los dirigentes de la huelga. Esa oferta fue sin embargo desautorizada por las bases reunidas en asamblea, pues en la práctica significaba deponer lo que desde un comienzo había sido su principal y única demanda: la destitución de los funcionarios cuestionados. En esas circunstancias, y contraviniendo su disposición inicial, Alessandri ordenó la reanudación del tráfico ferroviario con obreros no federados o incluso tropa de línea, si fuese necesario365. Ante ello y bajo la intervención directa del Presidente de la República, a partir de febrero la huelga entró en un proceso de solución. Explicando su conducta, Alessandri remitió a los huelguistas un largo telegrama en que se hacía cargo de las injusticias de que eran víctimas y les recordaba que las leyes sociales en vías de ser despachadas al Congreso se habían diseñado precisamente con el objeto de regular tales conflictos. En concordancia con su concepción de lo que era la cuestión social, solicitaba de su contraparte obrera una nueva disposición: “Teniendo hoy un gobierno que los oye, que los atiende y que los quiere y que está siempre dispuesto a hacerles justicia, considero inconveniente e innecesaria la huelga; terminen de todas maneras la huelga, seguros que yo tomaré medidas eficaces”. La respuesta se rodeó de un lenguaje positivo: Estamos dispuestos de nuestra parte a dar todo género de facilidades al nuevo tribunal para que desarrolle sus funciones y que al proceder así lo hacemos como un homenaje al Presidente de la República y confiados en S.E. remedie el malestar que destruye la armonía que debería existir entre la empresa y nosotros... vemos el firme propósito del gobierno de intervenir en nuestras dificultades para que nosotros encontremos en los procedimientos de la empresa y de sus empleados la corrección que garantice nuestros derechos. Existe entre todos los obreros y empleados en huelga la voluntad de volver al trabajo tan pronto se constituya y entre en funcionamiento el tribunal.366

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El Nacional (Iquique), 27 de enero de 1921. La Provincia (Iquique), 30 de enero de 1921; El Nacional (Iquique), 31 de enero de 1921. La Provincia (Iquique), 1º de febrero de 1921.

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En función de este acuerdo, a comienzos de febrero la mayoría de los huelguistas volvió a sus faenas. Según la información de alguna prensa, la compañía aceptó la petición gubernamental de no expulsar a los cabecillas del movimiento o a aquéllos identificados como “elementos de desorden”, aunque advirtiendo que de haber reincidencia, indisciplina o alteraciones en el servicio se reservaba el derecho de efectuar despidos. Así y todo, el argumento de la disminución de la producción de salitre sirvió para dejar fuera de la empresa a unos 150 trabajadores, lo que en todo caso no logró entorpecer el funcionamiento del tribunal arbitral. En un nuevo telegrama de felicitaciones por el término del conflicto, Alessandri reiteró la inutilidad del recurso a la huelga cuando la máxima autoridad del país estaba abierta a escuchar los problemas obreros y brindarles protección. Los sucesos relatados brindan una primera prueba de la confianza depositada por los obreros, en este caso una organización que anteriormente había dado muestras de bastante belicosidad, en la intervención presidencial como mecanismo de resolución de problemas. Esto se hace más notorio si se considera que en pos del arreglo pacífico del conflicto habían accedido a suspender su demanda de expulsión inmediata de los tres empleados acusados, a cambio de la promesa de investigar la validez de sus cargos dentro del funcionamiento del Tribunal Arbitral. Mientras los huelguistas volvían a sus labores, viajaba al norte por orden de Alessandri un inspector fiscal encargado de conocer personalmente las dificultades y subsanarlas, al mismo tiempo que se accedía a la solicitud obrera de retirar la fuerza militar que estaba haciendo correr los trenes de auxilio. En ese sentido, puede decirse que lo ocurrido entre el presidente y los obreros fue una verdadera negociación: éstos no acogían las “recomendaciones” de Alessandri incondicionalmente, sino que exigían algún grado de reciprocidad. Este último, por su parte, mantenía una postura coherente con su concepción de la justicia social: no debían realizarse huelgas o motines sin haber antes intentado alguna solución armoniosa. Como lo sostuvo a lo largo de su gestión presidencial, el crecimiento económico sólo se lograría con paz y justicia social. Pero si el conflicto con los ferroviarios tarapaqueños ciertamente tensionó el inicio de la administración alessandrista, sus consecuencias palidecieron ante lo sucedido pocos días después en la oficina San Gregorio. Como se señaló más arriba, la negativa de los pampinos de abandonar las oficinas amenazadas de paralizar y su concentración en San Gregorio terminó con la muerte de entre 40 y 70 obreros, dos militares y el administrador de la oficina. Para los efectos de lo analizado en este capítulo, la matanza de San Gregorio también arroja alguna luz sobre la relación establecida entre Alessandri y los trabajadores. Ante la masificación de los despidos sin desahucio, que fue uno de los elementos que motivó la conducta obrera, Alessandri hizo notar al gerente de la Asociación Salitrera y a los intendentes de Tarapacá y Antofagasta que, aun reconociendo la gravedad de la crisis que comenzaba, “es reconocido por todas las legislaciones mundiales el deber del patrón de otorgar un desahucio y pagarles el

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pasaje”. Echando mano de las reservas acumuladas, confiaba, era posible alcanzar la armonía requerida367. También los obreros acudieron al presidente, y a las autoridades regionales, solicitando una y otra vez su intervención ante la miseria que advenía. De acuerdo a la percepción de la prensa socialista, la falta de soluciones se originaba en gran parte en la actitud del Intendente de Antofagasta, cuya debilidad ante los salitreros determinaba que éstos “ni contestan las insinuaciones de S.E. el Presidente de la República para ocupar una parte de las reservas monetarias de la compañía para dar un desahucio”368. Los desempleados no estaban dispuestos a abandonar las oficinas, pues la emigración sólo les traería más miserias. En consecuencia, solicitaban a Alessandri que obligara a los salitreros a parlamentar: “S. E. el Presidente de la República nos ha pedido que ocurramos a S.S. para encontrar la cooperación necesaria de parte del gobierno a fin de solucionar satisfactoriamente la situación angustiosa... Pedimos a S. E. tenga a bien convocar a los representantes salitreros a la reunión aludida”. El Presidente respondió nombrando un delegado fiscal para atender los reclamos, al tiempo que los obreros ofrecían un representante suyo para ayudar en dicha misión369. No se detuvieron allí, sin embargo, las aspiraciones obreras. Amparado en la fluidez de la comunicación lograda con la primera autoridad del país, el Secretario de la Junta Provincial de la FOCH formuló una demanda mucho más ambiciosa, sin precedentes en la historia de la industria salitrera: “Los obreros de toda la región salitrera han resuelto pedir a Su Excelencia nacionalice la industria salitrera durante todo el tiempo de la crisis actual elabórase salitre por cuenta gobierno. Se hará un stock fiscal que pueda ser colocado en los mercados salitreros del mundo por cuenta gobierno, usando para ello transportes armada nacional. Con estos mismos transportes se proveerá a la pampa salitrera artículos alimenticios. Obreros toda región salitrera acompañan gobierno en esta ocasión cooperación labor Excelencia”. Sorprendido ante la magnitud de la propuesta, Alessandri arguyó no poder cumplirla por falta de recursos370. En todo caso, a medida que el conflicto se agudizaba Alessandri se resistía a romper la comunicación con los trabajadores, solicitando a la Intendencia verificar bien lo que estaba ocurriendo. De acuerdo a la versión socialista, la autoridad regional engañaba al presidente con un cúmulo de informes alarmistas que hablaban sobre un amotinamiento general en la pampa, desde donde elementos armados pretendían ocupar las oficinas y la propia ciudad de Antofagasta por la fuerza. Habría sido en respuesta a esas exageraciones que finalmente se autorizó el envío de fuerza militar, aunque incluso en esta decisión la 367 368 369 370

El Socialista (Antofagasta), 16 de enero de 1921. El Socialista (Antofagasta), 21 y 22 de enero de 1921. El Socialista (Antofagasta), 23 de enero de 1921. El Socialista (Antofagasta), 23 y 25 de enero de 1921.

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prensa socialista seguía exculpando al primer mandatario. La responsabilidad por la masacre de San Gregorio, de acuerdo a sus afirmaciones, recaía directamente sobre el Intendente de la Provincia, quien en lugar de imitar el ejemplo presidencial de “parlamentar con los representantes de la Federación” y obedecer las instrucciones de cerciorarse personalmente de los hechos, se había precipitado a enviar la fuerza militar371. La FOCH regional se preocupó también de telegrafiar a Santiago para explicar “al Presidente que federados han sido leales a principios de orden social y respeto derechos”. Puede que esta actitud haya estado fuertemente condicionada por el deseo de proteger la alianza electoral con el alessandrismo ante las parlamentarias que se avecinaban, y que en Antofagasta efectivamente darían por resultado el triunfo de Recabarren. Con todo, una vez producida la matanza Alessandri dispuso que los salitreros pagasen un desahucio obligatorio y los pasajes de los obreros despedidos hasta su lugar de destino, prohibió los enganches particulares, y designó inspectores fiscales para actuar en los conflictos obrero-patronales. Es decir, accedió a lo que los pampinos venían solicitando desde un comienzo372. El abandono de las provincias salitreras por la gran masa de cesantes generada por la recesión disminuyó sustancialmente, como se ha relatado más arriba, la incidencia de los conflictos sociales en la pampa, al menos hasta 1923. No sucedió lo mismo, sin embargo, en los puertos, donde a partir de 1921 comenzó a incubarse el drama que finalmente culminó en la gran huelga de la redondilla. Ya se ha hecho referencia a las resistencias patronales frente a un sistema que, a su juicio, vulneraba su derecho a escoger libremente sus trabajadores, perturbaba las faenas con la acción de elementos “indeseables”, “holgazanes” y “subversivos”, y era causa permanente de alteraciones y paros. Aprovechando el clima de debilitamiento provocado por la recesión en las organizaciones sindicales, así como el evidente distanciamiento entre Alessandri y las facciones más extremas del movimiento obrero, las compañías embarcadoras obtuvieron en octubre de 1921 la supresión de la redondilla en todos los puertos del país. La respuesta inmediata de los jornaleros y estibadores tarapaqueños fue decretar la huelga, frente a lo cual el gobierno envió al Capitán de Navío Antonio Acevedo como delegado mediador. En la percepción oficial, los problemas entre el capital y el trabajo debían resolverse dentro de un criterio de estricta equidad, sin que uno de los actores impusiese su voluntad por encima del otro. El logro de dicho equilibrio suponía tanto la mediación estatal, como una buena disposición de las partes en conflicto. En tal contexto, y según lo expresado por el propio Alessandri en numerosos discursos, el sistema de la redondilla representaba un poder excesivo en manos de los trabajadores, violentando la libertad de contrato que él reconocía como un derecho patronal. De esa forma, al establecerse un organismo o personero estatal encargado de conformar y distribuir las cuadrillas podrían evitarse al mismo tiempo 371 372

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El Socialista (Antofagasta), 5 y 6 de febrero de 1921; La Provincia (Iquique), 12 de febrero de 1921. La Provincia (Iquique), 7 y 13 de febrero de 1921.

los abusos de las empresas y los de los obreros, así como la indeseada presencia de elementos “maximalistas”. Ese era precisamente, según la respuesta de Alessandri a las protestas de la Asociación de Jornaleros y Estibadores, el espíritu del decreto de abolición de la redondilla: “el nuevo decreto entrega la solución de las dificultades entre el capitalista y los obreros a la autoridad marítima para garantir a los obreros de los abusos de los patrones”373. Era el papel arbitral del Estado en toda su expresión. Para los portuarios iquiqueños, sin embargo, la supresión de la redondilla implicaba la pérdida de un derecho muy atesorado, por lo cual iniciaron de inmediato gestiones para su reposición. Así lo plantearon formalmente al Presidente los gremios de estibadores y jornaleros, más la Federación Obrera de Chile, en una solicitud enviada a poco más de un mes de promulgado el decreto: Los gremios unidos de trabajadores del puerto de Iquique, reunidos en gran comicio público y haciendo uso del derecho conferido por la Constitución y en el deseo de hacer llegar al Supremo Gobierno nuestros anhelos de bien en la armonía y tranquilidad entre el capital y el trabajo; y más aun, convencidos de la justicia que nos asiste para mantener un derecho que nos diera el decreto gubernativo que creó la redondilla para los trabajadores de los gremios de jornaleros y estibadores..., a V.E. suplicamos que se digne reconsiderar el decreto que suprime el trabajo de la redondilla en las faenas marítimas, al menos para los puertos donde se embarca salitre374. Ante la intransigencia de las partes la pugna se prolongó por meses, hasta que en abril de 1922 el gobierno dio a conocer un nuevo reglamento para las faenas portuarias en el cual, manteniendo la confección de las listas en manos de la autoridad marítima, se exhortaba a ésta a hacerlo “oyendo a las casas embarcadoras y al representante de los obreros”375. La fórmula no resultó satisfactoria para los gremios, los que insistieron en su demanda ante Alessandri y ante el senador radical por Tarapacá Ramón Briones Luco: “Al gremio de jornaleros y estibadores de este puerto se les notificó por autoridad marítima no seguir más redondilla general, por orden suprema. Nosotros, como antes, insistimos mismo sistema por razonable y justo. Excmo. Sr. Alessandri, los gremios marítimos de Iquique confían en la rectitud y palabra que nos prometió aquí, que hará todo lo posible por aliviar la clase trabajadora, y esperamos que nos haga justicia”. Por su parte, la comunicación al

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El Comunista (Antofagasta), 21 de abril de 1922. Tras el cambio de denominación del P.O.S., El Socialista de Antofagasta pasó a llamarse El Comunista. La Provincia (Iquique), 8 de diciembre de 1921. El nuevo reglamento aparece transcrito en El Comunista (Antofagasta), 27 de abril de 1922. Ver también Asociación de Productores de Salitre de Chile, Boletín Mensual, Nº 47, noviembre de 1922, pp. 1087-1089.

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Senador Briones Luco aclaraba que “este puñado de ciudadanos conscientes de sus deberes para con la patria, se han mantenido hasta el presente en completo orden, evitando conflictos, esperando del gobierno no derogar el sistema de la redondilla que evitaría miseria y hambre”376. Mientras llegaba una respuesta, y en consideración al respeto que les merecía el Gobernador Marítimo Enrique Spoerer, se comprometían a acatar transitoriamente el decreto. La estrategia reseñada tuvo como efecto que la supresión de la redondilla, suspendida en Iquique mientras se prolongaban las negociaciones, sólo estuvo en vigencia legal durante dos días. El propio Capitán Spoerer, quien un año después se revelaría enemigo acérrimo del sistema, firmó la resolución que lo reponía temporalmente: “Restablézcase en las faenas de la bahía el sistema de trabajo a la ‘redondilla’ que existía hasta el 29 del actual”377. El éxito de los portuarios iquiqueños fue muy mal recibido por el sector empresarial, cuyos representantes interpelaban al gobierno algunos meses después acerca “de la urgente necesidad de que termine la situación de excepción en que se encuentra el puerto de Iquique respecto a los demás puertos de la República, en lo que se refiere a la organización del trabajo en las faenas marítimas”. Al aproximarse la tan esperada reactivación de los embarques de salitre, temían los empresarios que esta excepcionalidad diese lugar, como ya había sucedido en el pasado, a “funestas consecuencias para la exportación y consumo de salitre en los momentos en que todo el país necesita que su comercio se desarrolle sin trabas ni entorpecimientos”378. También entre los sectores más autónomos del movimiento obrero existió cierta desaprobación respecto de una actitud peticionaria que juzgaban “indecorosa para llamarse luchadores sociales contra el sistema capitalista”, pero que sin perjuicio de ello dejaba sentado el precedente de que “los obreros de las labores marítimas de Iquique han obtenido lo que los obreros marítimos de Antofagasta, a pesar de su esfuerzo, no han logrado”. La explicación estaría, según su parecer, en la actitud de rebeldía que aquéllos habían exhibido frente al intermediario enviado por el gobierno379. Si se observa la estrategia desplegada por los gremios durante el conflicto, llama la atención que en esta oportunidad la defensa de una conquista que consideraban intransable no se canalizara, como solía suceder entre los marítimos, por la vía confrontacional o de “acción directa”, sino más bien por la de la negociación. Recordándole a Alessandri sus promesas de institucionalizar la cuestión social, respetando los derechos de todas las partes involucradas y solucionando así “civilizadamente” las diferencias entre el capital y el trabajo, los portuarios de Iquique exigieron que la autoridad los escuchase y desistiera de 376 377 378

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La Provincia (Iquique), 1º de junio de 1922; El Comunista (Antofagasta), 15 de junio de 1922. La Provincia (Iquique), 1º de junio de 1922. Asociación de Productores de Salitre de Chile, Boletín Mensual Nº 47, noviembre de 1922, pp. 1086-1087; y Nº 48, diciembre de 1922, pp. 1220-1223. El Comunista (Antofagasta), 15 de junio de 1922.

la implantación unilateral de una medida que ellos consideraban lesiva. Aunque este camino fuera “indecoroso” o se desviara de la movilización más puramente clasista, el logro de resultados demostraba que no se trataba de una opción descartable. Es verdad que las conversaciones con la autoridad no eran una novedad absoluta en el mundo del salitre, pero la diferencia estaba en que ahora el papel de mediador era asumido por el propio Presidente de la República, comunicándose directamente con los trabajadores o sus emisarios. Considerando la naturaleza transicional del gobierno de Alessandri, el avance de esta vía institucional sin duda no sería fácil. Pero al menos la puerta quedaba abierta. Así y todo, y como se relató en el capítulo anterior, el problema marítimo estalló al año siguiente con mucha mayor fuerza. Deseando terminar con la penetración del gremio por la I.W.W., el Gobernador Marítimo Spoerer aprovechó una huelga destinada a obtener la recontratación de un dirigente despedido para aplicar a Iquique, finalmente, el polémico decreto de abolición de la redondilla. Como era de suponer, la tan esperada medida fue calurosamente aplaudida por las casas embarcadoras, las que reiteraron su antigua convicción de que “la redondilla ha sido la causa del desorden y desorganización que existen hoy en día en las faenas marítimas de Iquique. Esta situación ha llegado al extremo que los obreros no quieren reconocer la autoridad del Gobernador Marítimo”380. Por su parte, y sin abandonar del todo la vía de la negociación, los obreros telegrafiaron al Ministro de Marina solicitando que el decreto de Spoerer quedara sin efecto, pero se les respondió que mientras continuase la huelga no había avenimiento posible. Reacios a deponer lo que estimaban su arma más estratégica, aquéllos optaron por mantenerse firmes hasta el final. Como se sabe, esto sólo ocurrió a los 88 días de iniciado el conflicto, y luego de que la contratación de rompehuelgas y la adopción de medidas de fuerza por uno y otro bando endureciera las posiciones hasta límites altamente explosivos. Con todo, nuevas representaciones de los marítimos ante Alessandri y el nombramiento por parte de éste de una comisión especial, presidida por el Jefe de la Oficina del Trabajo Moisés Poblete Troncoso, para estudiar en terreno un arreglo aceptable para todas las partes, revelan que el diálogo nunca se interrumpió del todo381. Incluso después de quebrada la huelga y proclamada la victoria de Spoerer en su cruzada contra la I.W.W., los obreros no perdían las esperanzas de que el gobierno central restableciera la redondilla, acusando a las autoridades regionales de ocultar las órdenes impartidas en tal sentido382. Ni el fragor del combate, ni la amargura de la derrota, habían anulado la confianza en las buenas intenciones presidenciales. Las vicisitudes del año 24, iniciadas en marzo con las polémicas elecciones parlamentarias y culminadas en septiembre con su alejamiento de la presidencia, no le 380 381 382

El Nacional (Iquique), 2 de octubre de 1923. El Nacional (Iquique), 22 de octubre, 8 y 19 de noviembre de 1923. El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 30 de noviembre de 1923; El Nacional (Iquique), 1º, 10 y 12 de diciembre de 1923.

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permitieron a Alessandri retomar plenamente su papel arbitral frente a los trabajadores nortinos. Con todo, la aprobación de las leyes sociales luego de la intervención militar de comienzos de septiembre marcó un hito más que señero en la institucionalización de las relaciones laborales, precisamente aquello por lo que el León de Tarapacá venía luchando desde el comienzo de su gestión presidencial. En ese contexto, la agudización de las luchas sociales en la pampa durante los primeros meses de 1925, y en especial la “insurrección” y matanza de La Coruña, aparecen como un franco retroceso en la política de armonía social que Alessandri había perseguido hasta entonces, y que hasta cierto punto era compartida por la oficialidad joven que propició su vuelta al país383. Reforzaría dicha hipótesis el telegrama con que Alessandri, junto a su Ministro de la Guerra Carlos Ibáñez, agradeció oficialmente la actuación del jefe militar a cargo de la represión, abandonando así de manera frontal el enfoque conciliatorio con que hasta entonces había administrado sus relaciones con el mundo laboral. ¿Fue entonces La Coruña el epitafio del “populismo” alessandrista, el verdadero fin de su luna de miel con la querida chusma? El espectacular e inesperado resultado de las elecciones senatoriales verificadas apenas cinco meses después, de que se dio cuenta en el apartado anterior, pareciera sugerir una interpretación diferente. En efecto, las huelgas que precedieron al episodio “insurreccional” de comienzos de junio se desenvolvieron dentro de los márgenes establecidos por la recién aprobada legislación social, y fueron justificadas por sus conductores, la mayoría de ellos vinculados al Partido Comunista y a la FOCH, en base al incumplimiento de sus disposiciones por la parte patronal. Apenas iniciado el conflicto, el Secretario Provincial de la FOCH, Salvador Ocampo, solicitó al gobierno, en conformidad con la legalidad vigente, la constitución de un tribunal de conciliación: “Trabajadores de Tarapacá (pampinos y ferroviarios) piden Tribunal de Conciliación, no aceptando capitalistas esta solicitud”384. La demanda fochista es importante porque desde la pampa habían surgido iniciativas de nacionalización de las salitreras, lo que evidenciaba una radicalización del movimiento. Ello no obstante, a los pocos días numerosos trabajadores, especialmente del cantón Lagunas, resolvían volver a las faenas, actitud que provocó el rechazo de los anarquistas. En ese contexto, la mediación solicitada por la FOCH en alguna medida reflejaba el éxito de la estrategia alessandrista de institucionalizar los conflictos entre el capital y el trabajo. Si al comienzo de su presidencia los trabajadores habían acudido a él buscando una mediación personal, lo que se demandaba ahora era simplemente el cumplimiento de la ley aprobada. Dentro de la mis383

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Las consideraciones que siguen se basan fundamentalmente en la monografía de Rolando Álvarez “La matanza de Coruña”, op. cit., así como en el trabajo también citado de Alberto Harambour, “Ya no con las manos vacías...”. Telegrama de Salvador Ocampo a Ministro del Interior, 10 de abril de 1925, Archivo Ministerio del Interior, vol. 6340, citado en Rolando Álvarez, op. cit.

ma lógica se inserta la disposición del Partido Comunista y de la FOCH al menos desde el regreso de Alessandri en el mes de marzo, a cooperar en la formación de sindicatos legales en la pampa, así como en la inscripción obrera en los nuevos registros electorales y en la participación en la Asamblea Constituyente que debía celebrarse para redactar una nueva carta fundamental. Al someter sus demandas laborales a un tribunal de conciliación, confirmaban su voluntad de operar dentro de las coordenadas trazadas por el programa presidencial. Constituido dicho tribunal bajo la conducción del Intendente Amengual, se discutieron diversas demandas obreras como el aumento de los salarios vigentes en un 40%, la jornada de ocho horas, la doble paga para el trabajo realizado en día sábado, el respeto al descanso dominical, el aviso con un mes de anticipación y el pago de pasajes en caso de despidos, la implantación de zona seca en las oficinas, el reconocimiento de los delegados de la FOCH como interlocutores válidos en caso de conflictos, la libertad de reunión y la libre circulación de la prensa obrera, y la cesación inmediata de cualquier hostilidad hacia los obreros. En casi todos los puntos se llegó a acuerdo, salvo por alguna rebaja en el requerimiento salarial. Es interesante destacar que a cambio del compromiso empresarial de reconocer a los delegados de la FOCH, los pampinos ofrecían “abstenerse de usar un lenguaje injurioso e incitar a los obreros contra los patrones”385. Aunque desde la óptica del autor cuyo trabajo se viene citando la victoria obtenida por los huelguistas tuvo un carácter más bien pírrico, su reivindicación de las leyes sociales resulta congruente con la estrategia reformista que venía proponiendo Alessandri desde el año 20. A juzgar por los acuerdos alcanzados en esta etapa de la movilización huelguística, el camino de la legalidad comenzaba a ser aceptado hasta por los interlocutores obreros más refractarios. Así también lo sugiere el desenlace de las conversaciones sostenidas por una delegación de obreros pampinos que se entrevistó casi al mismo tiempo personalmente con Alessandri. Portaba ésta un pliego de peticiones en el que se incluía, junto a la disolución de la Asociación de Productores de Salitre, la “aplicación inmediata de las leyes del Código del Trabajo en las oficinas salitreras”386. Lo primero fue rápidamente desechado por inadmisible, pero se dispuso el envío a la zona de una comisión que instruyera directamente a todas las partes interesadas sobre el verdadero sentido y aplicación de las leyes sociales. Con el fin de calmar los ánimos para llegar a un arreglo más ecuánime, Alessandri también exhortó a los peticionarios a deponer sus huelgas, a lo que éstos respondieron que “no las habrá siempre que no hayan abusos y se nos respeten nuestros derechos como ciudadanos. De otra manera las habrá porque no podemos renunciar a la única arma que tenemos los trabajadores para defendernos” 387. Pese a su aparente radicalidad, si se leen con atención 385 386 387

Rolando Álvarez, op. cit., p. 99. Rolando Álvarez, op. cit., p. 101. Ibíd.

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estas declaraciones se percibe un cambio significativo en relación al discurso de 1915: no sólo se afirmaba la existencia de “derechos ciudadanos”, sino que también se reconocía la posibilidad concreta de que ellos fuesen respetados por el sistema. Tras décadas de lucha, la protección obrera había llegado a ser materia de legislación, la que ahora sólo cabía defender. Institucionalizada de ese modo la situación, el liderazgo personal de Alessandri tal vez ya no sería tan necesario. En lo inmediato, sin embargo, la insatisfacción de algunas bases sindicales con las concesiones obtenidas y el endurecimiento de las autoridades regionales frente a la actividad de la FOCH y el Partido Comunista pusieron en movimiento una dinámica que culminó en la ocupación de algunas oficinas en el cantón de Alto San Antonio y la posterior represión de La Coruña, avalada retrospectivamente por Alessandri. Podría aducirse en descargo de esta aparente inconsecuencia que la responsabilidad directa de la matanza estuvo en manos de las autoridades regionales y del Ministro Ibáñez, que fue en definitiva quien dispuso la movilización militar, la censura de prensa y el estado de sitio. También es verdad que el poder del Ministro de la Guerra se hallaba por entonces en pleno ciclo ascendente, eclipsando incluso a un Presidente que por esa misma razón presentaría muy poco después su renuncia definitiva al cargo. Con todo, el camino adoptado por los insurrectos de La Coruña ciertamente distaba mucho de lo que Alessandri, con su rechazo visceral a las acciones violentas y al desconocimiento del orden institucional, podía juzgar aceptable. Porque con todo lo doloroso que pudiera resultar el restablecimiento de la autoridad, era sólo en ese contexto que su política de conciliación legal de los conflictos podía tener los efectos esperados. Como lo vino a demostrar su triunfal paso por la región poco tiempo después, el recuerdo de La Coruña podía disiparse pronto, pero las leyes sociales se habían dictado para la larga duración. La rapidez con que incluso el Partido Comunista estuvo dispuesto a reinsertarse en dicha legalidad pareció confirmar que su análisis, el mismo que había guiado su política social desde la campaña de 1920, era en definitiva el más correcto.

3.3) “Sólo el amor es fecundo” Una tercera entrada para observar los lazos entre Alessandri y los obreros nortinos, o la clase trabajadora en general, la proporciona la relación hasta cierto punto personal que logró entablarse entre ambos actores. Un aspecto como éste ciertamente se desvía del énfasis que aquí se ha puesto sobre el carácter más bien racional que habría tenido la respuesta popular a la convocatoria alessandrista, evitando referencias a una supuesta ingenuidad o falta de sofisticación ideológica con que muchos han pretendido dar cuenta de esta singular empatía. Sin embargo, y tal como se planteó en un trabajo anterior, la búsqueda de una “comunión” con las masas por parte del emergente líder populista era parte de

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su estrategia electoral, un mecanismo potencialmente poderoso para neutralizar la atracción del cohecho. Más aún: la confianza así creada debía actuar como un freno ante la creciente e inquietante turbulencia obrera, en tanto se procuraba convencer a los descontentos que sus intereses tendrían acogida en los salones de la Moneda. De ser electo a la presidencia, Alessandri prometía radicar en el Estado la resolución de los conflictos, haciendo innecesario el recurso a la rebelión. Ese habría sido, según se planteó, el principal propósito de las acciones populistas de acercamiento simbólico a la querida chusma: las cenas, los bailes, los llantos, los abrazos, las fotografías y las promesas388. No cabe duda que la actitud atípica del candidato aliancista de 1920, tan lejana del acostumbrado ceremonial político, austero y distante, sorprendió a un mundo popular que hasta entonces había sido convocado por el poder del dinero y las influencias personales más que por contenidos programáticos. Tan importante como la promesa de dar solución al problema social, matizada por lo demás por un apego intransable al orden público y a la defensa de la propiedad privada, fue la originalidad de la campaña diseñada por la Alianza Liberal, la que ejerció un claro magnetismo sobre las masas. La pretensión de desplazar a los jerarcas santiaguinos para levantar su propia candidatura dentro de la Alianza había llevado a Alessandri bastante tiempo antes a iniciar una maniobra de acercamiento a los convencionales de provincia, para lo cual fue necesario levantar un discurso democratizador y descentralizador acompañado de un potente aparato pre-electoral integrado por elementos radicales, demócratas y algunos liberales. Buscando diferenciarse de lo que se dio en llamar la “oligarquía” unionista, la Alianza Liberal alessandrista proyectó a nivel nacional muchos de los recursos estrenados por el radicalismo tarapaqueño para la campaña de 1915. Uno de ellos fue la creación de una prensa de combate, a través de la cual un Alessandri amenazador, rebelde y desafiante (el León de Tarapacá) convocaba al conjunto de los postergados. Otro fue el despliegue musical y artístico al servicio de la política, que si bien no constituía algo absolutamente nuevo, ciertamente alcanzó una mayor difusión a través de una prensa partidaria que se solazaba exhibiendo imágenes del candidato devorando a los enemigos del pueblo. Incluso el famoso “Cielito Lindo” puede ser visto como una reencarnación de la “Marsellesa” compuesta en 1915 por Víctor Domingo Silva para cantar las loas de un candidato a quien se quería mostrar como cabeza de la campaña de regeneración de Tarapacá. La elección del 20, en suma, debía convertirse en una epopeya festiva, donde la alegría, encarnada en los jóvenes universitarios que se desplazaban por el país portando el mensaje renovador, se expresara cantando, recitando y bailando. Las mismas ligas contra el cohecho, que dotaron de organicidad a la campaña aliancista, tendían a convertirse en espacios donde los partidarios del León cultivaban y compartían su mística triunfalista: la elección era un combate en el que, pese a la fortaleza del adversario, se podía triunfar. 388

Verónica Valdivia, “Yo, el León de Tarapacá”, op. cit., pp. 527 y ss.

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Fue ante esta fiesta que los obreros-electores reaccionaron, sintonizando en ella los aspectos más lúdicos de sus vidas. El sentimiento popular no se expresó tan sólo en las masas que vitoreaban a Alessandri sin cesar, o en las multitudes congregadas día y noche en torno a su casa. También se expresó a través de numerosos obsequios que perduran en el tiempo, en atenciones especiales organizadas durante sus visitas, y en el contenido de sus discursos. Respecto de lo primero, los regalos constituían una muestra palpable de cariño, una prueba de fidelidad destinada a grabarse en el recuerdo389. Al pasar Alessandri por Valparaíso en diciembre de 1920 rumbo a las provincias del norte, los obreros de Caleta Abarca le obsequiaron un bastón con empuñadura de oro que, según uno de sus biógrafos, utilizaría hasta su vejez. En ese mismo viaje, cuando desembarcó en Iquique, la Sociedad de Empleados y Socorros Mutuos lo esperaba con una medalla de oro calificada como “ofrenda de la Sociedad”, en tanto que los pampinos le habían preparado un cuadro que encerraba un saludo especial para el presidente electo. El encargado de entregar este último obsequio había caminado 83 kilómetros desde la oficina Jazpampa para cumplir su cometido: “Presidente”, dijo, “le traigo este recuerdo de Jazpampa”. Ante un Alessandri consternado por la magnitud del sacrificio, el obrero en cuestión lo tranquilizó: “no es nada, señor. Qué no haríamos nosotros por Ud.”. En la misma ocasión, los empleados de la Aduana de Iquique se hicieron presentes con un reloj de mesa, cuya placa de oro exhibía la siguiente inscripción: “Jefes y empleados de la Aduana de Iquique presentan al senador de Tarapacá y Presidente de Chile, don Arturo Alessandri, su más afectuosa bienvenida y le ruegan se sirva aceptar este modesto obsequio que se permite dedicarle en recuerdo de su visita a Iquique y como testimonio de los sentimientos de respeto y adhesión que le profesan”. Pero el símbolo tal vez más demostrativo del tipo de lazos que se estaban estableciendo entre el nuevo Presidente y los trabajadores nortinos fue un álbum en que todos los obreros de la pampa que lo desearan podían estampar su firma como un recuerdo para el “León”390. Años después, al volver de su primer exilio en marzo de 1925, y estando ya de por medio los recuerdos de San Gregorio, los albergues y la contraofensiva patronal de 19211923, las multitudes que esperaban a Alessandri en las estaciones ferroviarias de Los Andes y Santiago se componían mayoritariamente de obreros, habiendo algunos gremios incluso solicitado un tren especial para ir a recibirlo a la primera de las ciudades nombradas. El afecto al Presidente repuesto en su cargo se manifestó una vez más a través de obsequios, en 389

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Algunos se han expuesto en la sección relativa a Alessandri del Museo Histórico Nacional, pudiendo apreciarse en ellos el esmero con que las sociedades obreras o personas particulares procuraban complacer a “su” Presidente. La Provincia (Iquique), 7, 9, 14 y 20 de diciembre de 1920; La Voz de la Pampa (Alto San Antonio), 23 de octubre y 13 de noviembre de 1920.

este caso “una riquísima banda de seda, diciéndole que había sido adquirida por erogaciones de los más humildes de sus conciudadanos y que era la ofrenda del pueblo a su mandatario”. Y aunque aquello ocurría a miles de kilómetros del norte salitrero, era la prensa de esta región la que se solazaba reviviendo el detalle391. Las expectativas cifradas en Alessandri también podían expresarse a través de gestos no materiales, que ponían a prueba el “amor” que éste decía profesar a su “querida chusma”. En noviembre de 1920, durante el mismo viaje recordado en párrafos anteriores, los marítimos de Antofagasta le ofrecieron trasladarlo desde el vapor hasta el muelle en una chalupa tripulada por fleteros federados, desplazando a las infinitamente más cómodas lanchas a vapor puestas a su disposición por las casas embarcadoras. Se trataba, sin duda, de una demostración de aprecio, pero también de una invitación a ratificar la sinceridad de su discurso optando simbólicamente entre el pueblo y los empresarios. Sorprendido al comienzo, Alessandri resolvió aceptar la invitación, subiéndose a la inestable embarcación en medio de la algarabía popular: “Tras de la chalupa presidencial iba una larga columna de botes y pequeñas lanchas atestadas de gente y llenas de banderolas y luces de colores”392. En ese mismo viaje, el paso de Alessandri por Chuquicamata generó versiones contradictorias respecto de la hora de llegada del tren a la estación, lo que los socialistas atribuyeron a una maniobra deliberada para evitar que el Presidente se enterara por boca de los obreros de la dramática situación que se vivía. Así y todo, los trabajadores llegaron de madrugada para cumplir su propósito: “Efectivamente, a las 6 A.M. más o menos, se divisó el tren que conducía a don Arturo. Las compañeras y compañeros se pusieron entonces en la línea a fin de obligar al maquinista a detener la marcha. Así ocurrió..., desengancharon la locomotora y buscaron al Sr. Alessandri. Una vez que pudieron conversar con él le arrancaron la promesa de que visitaría Punta de Rieles, a lo que accedió muy gustoso”393. Por último, el pueblo también se atrevió a dirigirse discursivamente a la primera autoridad del país, no sólo para expresar sus demandas, sino también su confianza, su fe en el nuevo presidente. En Antofagasta, una obrera de las canteras del puerto le dirigió el siguiente saludo: Tiempo era ya, señor, que Chile, nuestra amada patria, tuviera un gobernante que oyera de cerca los clamores de un pueblo por tanto tiempo oprimido. ¿No es verdad, señor, que ya no se nos cerrará las puertas de la Moneda para oír nuestras quejas? ¿Ya no se encarcelará a nuestros hermanos de miseria por pedir un poco más de garantía para él y sus hijos? ¿No es verdad también, señor, que tendremos garantías individuales a que todo ciudadano tiene derecho?394. 391 392 393 394

La Provincia (Iquique), 21 de marzo de 1925. El Socialista (Antofagasta), 21 de noviembre de 1920. El Socialista (Antofagasta), 23 de noviembre de 1920. El Socialista (Antofagasta), 29 de noviembre de 1920.

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En un registro similar, el obrero iquiqueño Doro Molina ofreció un discurso de agradecimiento y admiración por el hombre de Estado que reivindicaba los derechos populares. A su juicio, la espectacularidad del recibimiento demostraba que “la gratitud de todo el pueblo, es la más sublime demostración de aprecio y cariño que todos brindamos en este día, al expresar nuestro fraternal saludo de bienvenida al ilustre y prominente ciudadano Arturo Alessandri..., para felicidad de Chile, nuestro León de Tarapacá será quien empuñe el timón del barco que contra viento y marea sabrá imprimir rumbos por la senda del progreso y de la felicidad”395. Si la mayoría de los ejemplos apuntados corresponden a la visita realizada a fines de 1920, en vísperas de asumir el mandato presidencial, ello se debe a que Alessandri no volvería a pisar personalmente suelo nortino hasta cinco años después, tras su abandono definitivo de la Moneda. La distancia geográfica no facilitaba la reiteración de efusiones como las referidas, aunque no debe olvidarse que en el intertanto fue visitado en varias oportunidades por delegaciones de obreros nortinos, con los cuales pudo recrear a lo menos el tipo de comunicación directa estrenado para la campaña. Como sea, en los años sucesivos la gestualidad emotiva tendió a ceder lugar a una relación más “instrumental”, centrada en cuestiones laborales o políticas como la resolución de los conflictos con los patrones, o la defensa del derecho a la asociación y la libre expresión. El aparente paso del deslumbramiento inicial a una situación marcada más bien por los diálogos, la negociación y los acuerdos no debe, sin embargo, interpretarse forzosamente como desilusión o escepticismo. Más bien, lo que aquí se propone es que la fase de conocimiento inicial, marcada por lo visceral y lo emotivo, sirvió para consolidar la confianza popular en el sentido de que Alessandri realmente se proponía regular los problemas sociales por la vía legal. En conocimiento de su apego por el orden público y la propiedad privada, nunca se esperó de él una postura revolucionaria. Lo que sí se esperaba era una actitud atenta hacia las demandas laborales, que aun cuando no siempre le diera la razón a los solicitantes, por lo menos demostrase una disposición a reconocerlos como interlocutores válidos. En rigor, la demanda obrera de una mayor intervención de la autoridad pública en su relación con los patrones no era algo nuevo: pese a la influencia del anarquismo y el sindicalismo, desde las huelgas de fines del siglo XIX se venía exigiendo del Estado que ejerciese un papel arbitral que hasta la fecha éste se había resistido a asumir. Durante la República Parlamentaria, la actitud más frecuente había sido la prescindencia (los problemas sociales debían resolverse directamente entre las partes involucradas), o la represión (el orden público y la “libertad de trabajo” debían defenderse a toda costa). La diferencia marcada por Alessandri fue que, más allá de su discurso emotivo y populista, se demostró dispuesto a recoger esa demanda, integrando las preocupaciones proletarias a la agenda oficial. Es verdad que los trabajadores no consiguieron todo lo ambicionado, y que a menudo la resolución 395

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La Provincia (Iquique), 13 de noviembre de 1920.

de las huelgas no fue la deseada, pero lo que no podía ponerse en duda era la voluntad presidencial de escuchar e intermediar. Así, mientras las leyes sociales se tramitaban interminablemente en el Congreso (fiel resabio del orden parlamentario), el Ejecutivo se encargaba de dar un rostro concreto al incipiente “Estado social”. El flujo permanente de solicitudes y telegramas hacia la Presidencia, y la voluntad de integrar tribunales de conciliación que sólo existían de facto (puesto que no se legalizaron hasta después del 24), demuestran que dicha oferta encontró una buena acogida dentro del mundo popular. Mientras no se aprobara la legislación social, y mientras su puesta en práctica siguiera siendo entrabada por el empresariado, Alessandri conservó un papel mediador que ninguna otra instancia podía (o quería) ejercer. Ese vínculo, aunque se hubiese fundado inicialmente por la vía “plebiscitaria” o “carismática”, no requería de los mismos recursos para mantenerse en vigor. La triunfal acogida y el masivo respaldo electoral de 1925 así lo vinieron a comprobar.

3.4) Las raíces de la fidelidad obrera: algunas hipótesis Si lo sugerido en las páginas que preceden corresponde a la realidad, es pertinente preguntarse acerca de las posibles explicaciones para dicho fenómeno, especialmente si se lo contrasta con la dificultad que encontraron los esfuerzos socialistas y comunistas por suscitar una respuesta comparable. Desde la óptica de este trabajo, el éxito alessandrista al momento de despertar y retener la adhesión popular parece haber radicado en dos grandes factores: su capacidad para ofrecer soluciones concretas y relativamente rápidas; y, aunque no con la misma rapidez, la aprobación de las leyes que tras muchos años de espera consagraron un marco regulatorio para las relaciones entre el trabajo y el capital. En la parte final de este capítulo se desarrollan brevemente estas dos líneas de argumentación. Como se ha expuesto más arriba, en la mayoría de los conflictos suscitados durante su período Alessandri logró obtener por lo menos algunos dividendos para los obreros. Debe tenerse presente que la crisis social y económica de la postguerra había provocado en la administración inmediatamente anterior, la de Juan Luis Sanfuentes, una actitud de abierta hostilidad hacia las manifestaciones de inquietud popular. Como lo ha señalado Gonzalo Vial, las multitudinarias movilizaciones de 1918-1920 despertaron en los sectores de elite un sentimiento de alarma que él compara gráficamente con “la cabalgata de un monstruo”396. 396

Gonzalo Vial, op. cit., vol. II, capítulo 19. Por su parte, Julio César Jobet ha sido lapidario en su caracterización del gobierno sanfuentista: “Sanfuentes fue el instrumento dócil de la plutocracia, defensor de sus negocios y de sus prebendas en la administración pública; facilitó sus especulaciones y amparó abiertamente estas censurables operaciones de la clase pudiente, mientras reprimía con estúpida crueldad toda acción de las clases trabajadoras, que en esta época, a consecuencia de la grave crisis desatada en 1919, libraban una tenaz lucha reivindicacionista. En el mantenimiento de su política antipopular, Sanfuentes se manchó con varias represiones sangrientas y con diversos episodios que han caracterizado a su período como a uno de los más antipáticos de la historia nacional”, Ensayo crítico del desarrollo económico social de Chile, op. cit., p. 155.

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La incapacidad gubernamental para enfrentar eficazmente la inestabilidad salitrera y el descontento social influyó en un diagnóstico tal vez sobredimensionado de las demandas populares y del papel que en ellas desempeñaban las corrientes políticas más radicalizadas, como el socialismo y el anarquismo. La alteración de un orden concebido como “natural” dio lugar a la aplicación de una política represiva que buscaba escarmentar y atemorizar a las masas hambrientas. El llamado “juicio a los subversivos”, el asalto a la sede de la Federación de Estudiantes de Chile, la muerte en la cárcel del joven poeta José Domingo Gómez Rojas, la represión desatada contra las organizaciones obreras en el territorio de Magallanes: todo ello daba cuenta de un afán casi obsesivo por restablecer el principio de autoridad y un orden presuntamente amenazado. Desde 1907 que el gobierno no recurría con tal profusión al empleo de la fuerza pública. En ese contexto, la propuesta alessandrista de acabar con la oleada de violencia y legislar socialmente constituía una bienvenida promesa de paz. A ello fue a lo que apuntó en sus inicios la manida frase “sólo el amor es fecundo”: para que el país pudiera recuperar condiciones mínimas de normalidad, debían establecerse nuevas bases de convivencia. Para Alessandri y quienes compartían su estrategia reformista, la violencia no era el instrumento más adecuado para detener la movilización popular. Lo que correspondía era tender puentes hacia ese mundo e invitarlo a insertarse en el “cuerpo social”. Aunque la campaña y el programa alessandrista tuvieron su dosis de oportunismo político, la voluntad de estatuir una mediación estatal entre el capital y el trabajo respondía a una convicción más de fondo. Vistas así las cosas, fue la negativa del Congreso a aprobar el proyecto de Código del Trabajo lo que llevó a personalizar esa mediación, circunstancia sin duda reforzada por la propia personalidad del Presidente. Mientras no se dictaron leyes ni se crearon instituciones que pudieran administrar los conflictos y llevar las partes a un acuerdo, las soluciones tendían a quedar en manos de Alessandri. Enfrentado a la disyuntiva de reflotar la estrategia de Sanfuentes o tranquilizar al movimiento obrero a través de su intervención personal, era sin duda la segunda opción la que más se ajustaba tanto a su diseño político como a su sentimiento más profundo de lo que correspondía hacer. En el caso específico de la industria salitrera, Alessandri logró frenar parcialmente el ímpetu empresarial de descargar, como lo había hecho siempre, todo el peso de la crisis sobre el elemento laboral. Por una parte, a través de la Oficina del Trabajo y los albergues fiscales, el Estado se hizo cargo, aunque fuese precariamente, de la masa desempleada. Al mismo tiempo, su intervención ante la Asociación de Productores de Salitre redundó en la creación de departamentos de bienestar social en la mayoría de las oficinas, así como en los campamentos cupríferos de Antofagasta. Esto se tradujo en medidas inmediatas como el pago de desahucios y pasajes a los obreros despedidos; y en otras a mediano plazo como la construcción de viviendas más higiénicas, la ampliación y gratuidad de los servicios médicos y sanitarios, y la construcción de hospitales, maternidades y pabellones para baños públicos, todas demandas largamente acariciadas por los trabajadores. De igual forma,

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y siempre bajo presión gubernamental, los salitreros pusieron un poco más de preocupación en crear y mantener escuelas primarias dentro de sus oficinas397. Aunque esto ciertamente distaba de satisfacer todas las necesidades y demandas obreras, al menos demostraba una intención real por parte del Estado en materia de apoyo a los más pobres, algo que hasta entonces no se había presenciado. Otro factor que contribuyó a consolidar estos lazos fue la intervención presidencial ante el estamento patronal para lograr acuerdos con los trabajadores. En la gran mayoría de los conflictos sociales ocurridos en Tarapacá entre 1921 y 1924, Alessandri logró negociar alguna solución que considerara, al menos en parte, los intereses obreros. Los ejemplos de la huelga ferroviaria de 1921, una huelga tranviaria en el mismo año, y la larga lucha en torno a la mantención de la redondilla entre 1921 y 1923, dieron ocasión para poner a prueba su voluntad en la materia. Es verdad que los sindicatos nunca obtuvieron la totalidad de lo demandado, pero tampoco era eso lo que se les había prometido. Más bien, lo interesante era que por primera vez un Presidente de la República se involucraba personalmente en los problemas laborales, obligando a los empresarios a sentarse en torno a una mesa de negociaciones, y manteniendo un contacto permanente con todas las partes involucradas a través de emisarios provistos de instrucciones precisas. Esta centralidad otorgada a los conflictos obreros corroboraba su promesa de 1920: las dificultades se arreglarían por la vía del diálogo, bajo la protección y buenos oficios del Estado. Junto con enmarcar la defensa de los intereses laborales dentro del orden institucional, esta estrategia debía también tener el efecto de ejercer algún control sobre ella, y moderar sus aspiraciones más extremas. En este último sentido, la promesa alessandrista de prescindir de la violencia estatal como instrumento para enfrentar las demandas obreras conllevaba una exigencia análoga de abstención de toda forma de agitación o violencia “desde abajo”. Así se explica su reacción ante las matanzas de San Gregorio y La Coruña, ambas ocurridas bajo su mandato y que para muchos autores, y también para algunos testigos de la época, habrían marcado la contradicción más flagrante con sus declaraciones de sensibilidad social y “amor” hacia los trabajadores. Elías Lafertte, enviado a Iquique por la FOCH para levantar un informe sobre el segundo de estos episodios, recordaba así su encuentro con los obreros detenidos en las oficinas “insurrectas”: Fui a verlos. Eran los sobrevivientes de la masacre. Estaban presos, sentados en el suelo, amarrados de los brazos, mirando unos hacia el mar, otros hacia los cerros. Tuve que contener las lágrimas antes esos quinientos o más compañeros, tratados como animales por el mismo gobierno que en Santiago se fingía amigo de los obreros. ¡Y, sin embargo, 397

Boletín de Sesiones del Senado, Mensaje Presidencial, 1º de junio de 1924.

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podían darse con una piedra en el pecho, porque siquiera vivían! Un par de miles de sus compañeros yacían en fosas comunes, en plena pampa ardiente. El pique de San Antonio, un pique abandonado que se hallaba detrás de la iglesia había sido rellenado con cadáveres de pampinos398. Para otros sectores del pueblo salitrero, sin embargo, la asignación de responsabilidades resultaba bastante menos automática. Incluso ante evidencias como un telegrama de felicitación enviado personalmente al oficial encargado de la represión (y que Lafertte se cuida de destacar en dos oportunidades diferentes399), Alessandri terminó siendo exculpado, como hasta cierto punto ya había ocurrido respecto de San Gregorio, de una decisión que sus adeptos preferían atribuir a su Ministro de la Guerra o a las autoridades provinciales. No extraña entonces que fuese a él a quien cincuenta organizaciones obreras y de empleados resolvieran acudir en busca de protección ante las medidas represivas desencadenadas en las semanas siguientes a la matanza: Excelencia: Las organizaciones representativas de los obreros y empleados de Antofagasta, convencidas de que fuera de la localidad no se conoce la verdadera entidad de los últimos acontecimientos, están seguras que S.E. no quedará impasible ante los numerosos y excesivos errores cometidos por la autoridad. La pacificación industrial de Antofagasta, que es un verdadero trabajo de Hércules, se estaba consiguiendo totalmente por el esfuerzo mancomunado de las organizaciones de trabajadores y los representantes de V.E. De esta paz empezaban a beneficiarse los trabajadores mismos, luego aprovechaba la región... Pero la lucha entre el capital y el trabajo no es siempre leal. En este caso V.E. tiene que creernos, porque lo demostramos palpablemente. Excelencia: los complotadores revolucionarios los inventan los capitalistas... El elemento trabajador de Antofagasta que representamos se hace un deber de manifestar las esperanzas que en V.E. y en la justicia invariable de su corazón y de su inteligencia, deposita una vez más... (firmado) Luis Alberto Muñoz, por la Unión de Empleados de Chile; Luis López, por la Unión Ferroviaria; Óscar Ordenes, por la Federación Obrera Marítima y Ramón Alzamora (anarquista)400. Aunque el tono y los términos de esta comunicación puedan haber correspondido a una estrategia para salvar a los compañeros perseguidos, el hecho de volver a recurrir a un 398 399 400

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Elías Lafertte, op. cit., p. 179. Ibíd., pp. 176 y 178. La Hora (Santiago), 19 de agosto de 1925. La militancia de Alzamora es indicada en De Shazo, op. cit., p. 285.

Presidente que como mínimo había autorizado una de las mayores matanzas de la historia salitrera, sugiere que los obreros solicitantes se resistían a desahuciar la interlocución establecida desde 1920. A juzgar por los resultados, el cálculo no estuvo errado: durante la sesión de gabinete del 19 de agosto de 1925 Alessandri propuso la revisión del proceso a los detenidos de La Coruña, provocando la fuerte oposición de su ministro Ibáñez. Un mes despúes, a sólo días de abandonar definitivamente la presidencia, podía complacerse en anunciar la amnistía para todos los inculpados401. Tras el escarmiento, el perdón. Implacable ante los desbordes subversivos, Alessandri retomaba rápidamente su papel de protector y mediador, ratificando a la legalidad como único marco posible dentro del cual podían canalizarse las demandas sociales. De hecho, el desenlace sangriento en que derivaron las movilizaciones pampinas de 1925 parece haber impulsado a Alessandri a apresurar la puesta en marcha de las leyes sociales, cuya aplicación había sido demorada tanto por la inestabilidad política como por la resistencia activa y pasiva de los empleadores. En los días siguientes a la matanza, el Presidente envió a Tarapacá a los Ministros de Higiene y Previsión Social y de Obras Públicas, con el fin de solucionar las cuestiones más apremiantes. Atención preferencial debía recibir, como ya la venía recibiendo desde su regreso a las funciones presidenciales, la constitución de sindicatos legales, cuya conexión con la tragedia de La Coruña queda insinuada por su instalación en las localidades de la pampa antes que en el puerto. Hacia el mes de agosto, y gracias a los esfuerzos de una Comisión de Inspectores Extraordinarios del Trabajo enviada especialmente para tal efecto, ya funcionaban en la pampa tarapaqueña 25 sindicatos legales402. Por otra parte, también se designó una comisión encargada de iniciar una serie de obras públicas que dieran trabajo y solucionaran algunos de los problemas más permanentes de la zona, atacando así otra de las circunstancias que, según el diagnóstico oficial, habían dado lugar a los desmanes de junio. Lo que esas medidas sugerían, al compartir la escena con el estado de sitio y la represión a los subversivos, era que el recurso a la fuerza no pasaba de ser un expediente transitorio, una lamentable perturbación en el diseño más global de apertura hacia el mundo popular. Fue tal vez en respuesta a esa señal, y revelando una voluntad de defensa de una relación que en sus aspectos fundamentales no se quería ver alterada, que a tan pocas semanas de los sucesos de La Coruña se haya levantado un apoyo popular masivo y vehemente en favor de una nueva candidatura senatorial para Alessandri. El recuerdo de la masacre estaba demasiado fresco como para pensar que dicha adhesión, o las que siguieron después, hayan obedecido sólo al despliegue publicitario de los partidos alessandristas. Más bien, queda la impresión de que muchos sectores laborales de la pampa valoraban la vía de solución abierta por la mediación alessandrista por encima de ocasionales 401 402

La Hora (Santiago), 21 de agosto de 1925; Rolando Álvarez, “La matanza de Coruña”, op. cit., p. 107. La Provincia (Iquique), 8 de agosto de 1925.

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“exabruptos” represivos, cuya semejanza con situaciones no muy lejanas arrojaba una luz todavía más favorable sobre lo que se había podido conseguir bajo el alero de un presidente “benefactor”. Precisamente por lo que tenía de reminiscencia de conductas estatales anteriores, La Coruña tal vez sirvió para valorar más una política todavía no bien consolidada de diálogo y conciliación. Aun desde la óptica más realista y desapasionada, los resultados concretos de la intermediación estatal en la lucha capital-trabajo no habían sido del todo insignificantes: las leyes sociales por las que tanto había bregado Alessandri durante su primera administración brindaban un marco de soluciones mucho menos riesgoso, y mucho más a la mano, que otras opciones que por entonces circulaban en el ambiente. Por muy parcial, insuficiente y reglamentado que fuese su alcance, ellas al menos no implicaban seguir esperando una solución más radical que, pese al ascenso regional y nacional alcanzado por el Partido Comunista hacia 1925, seguía instalada en un futuro bastante incierto. Como iban pronto a evaluarlo hasta los propios militantes de ese partido, las leyes sociales podían marcar un lugar de descanso en el largo camino hacia la utopía. No sería extraño, entonces, que los más impacientes o los menos soñadores hayan preferido transformar el punto intermedio en meta, y a su impulsor en apóstol comprobado de los trabajadores. Como lo expresaría años después un Comité Obrero Pro Candidatura Alessandri: “¿A quién debemos las humanitarias Leyes del Trabajo, que balancean el poder despótico del capital? ¿A quién, el que no se haya hecho más angustiosa la situación de la familia productora, sin el Seguro Obrero Obligatorio? Entonces, es por gratitud a Don Arturo, al León que correrá a los lobos hambrientos que debemos votar en las urnas para elegirlo Presidente de la República”403. En definitiva, la adhesión a la figura de Alessandri tal vez haya tenido su origen fundamental en el sentido de dignidad que, en opinión de uno de sus biógrafos, supo inspirar en el pueblo: “haber despertado en las masas la conciencia de su valer humano, de su calidad social, de su condición de hombres por sobre la de bestias a que se tenía en Chile condenado al proletariado” 404. Ya durante la campaña de 1920 Alessandri le había asignado al pueblo un lugar y una función claras en el Chile más justo y democrático que prometía construir: serían una parte reconocida del cuerpo social, con derechos garantizados y la facultad de cooperar en la elección de las autoridades que se encargarían de modificar el sistema imperante, quitándole su carácter oligárquico y excluyente. Tal como se lo expresó el empleado Armando Silva en un banquete popular celebrado en Iquique:

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La Defensa de Huara , 25 de septiembre de 1931. Entre los integrantes del Comité nombrado figuraba el obrero Fortunato 2º Pinto, de pasado anarquista. René Olivares, Alessandri, precursor y revolucionario, Santiago, edición personal, 1942; p. 14.

Durante los días que han transcurrido desde que el Sr. Presidente llegó a Tarapacá le han dirigido la palabra los hombres más respetables, más preparados. Voy a decirle yo ahora lo que nosotros sentimos. Uso la palabra en nombre del pueblo de Tarapacá. Esta elección trastornó la vida pública de Chile, mostró a sus ciudadanos que existen otros sistemas de gobierno fuera del oligárquico y lo que es más importante aun, nos demostró a nosotros mismos, a los hijos del pueblo, la magnitud de nuestras fuerzas, nos convenció de nuestra capacidad para gobernarnos por nosotros mismos405. A la luz de tales testimonios, es posible especular que la dinámica desencadenada por la elección de 1920 haya impulsado un proceso de maduración política en aquel segmento del pueblo que no había tomado el camino de la militancia socialista, tanto en el plano de un voto más consciente, convertido ahora en arma, como en la visualización de una posibilidad más realista de influir en la generación de cambios. A la postre, las transformaciones en el sistema político-electoral impulsadas por los jóvenes oficiales que protagonizaron el golpe de estado del 23 de enero de 1925 ciertamente facilitaron la incorporación de dirigentes obreros, ya fuesen alessandristas o comunistas, al Congreso Nacional. Esa intervención militar, como se sabe, tenía por principal propósito traer de regreso a Alessandri y consolidar las reformas sociales y políticas postergadas desde 1920. En ese sentido, la acción de los oficiales reformistas completaba un programa de gobierno que las resistencias de la oligarquía parlamentaria habían logrado durante cuatro años obstaculizar. Como lo demostró la implementación de las leyes sociales y la apertura del sistema político hacia los sectores no elitistas de la sociedad (brevemente interrumpida por la dictadura de Ibáñez), Alessandri sí contribuyó a modificar un orden que hasta 1920 parecía imposible de conmover. Como ningún presidente o político antes que él, el León no sólo había sabido prometer: también había sabido cumplir.

405

La Provincia (Iquique), 16 de noviembre de 1920.

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CONCLUSIÓN ¿REVOLUCIÓN

PROLETARIA O

“QUERIDA

CHUSMA”?

Como se dijo al comienzo, el objeto esencial de este estudio es el de dimensionar, y en lo posible explicar, el grado de aceptación popular alcanzado por las propuestas alternativas del alessandrismo y el socialismo en el mundo salitrero, y particularmente en la Provincia de Tarapacá. Las páginas que preceden han permitido demostrar que ambas efectivamente lograron un arraigo considerable, el que tendió a permanecer e incluso a crecer con el transcurso de los años. Tanto Alessandri y su programa de integración y reforma social desde el Estado, como los socialistas con su llamado a una movilización autónoma –y eventualmente, al menos en el discurso, también revolucionaria– en pos de la dignificación de los pobres, se ganaron un lugar en los corazones y las mentes de los pampinos. El número de adherentes a una y otra, ciertamente, no fue el mismo: más masivo en el caso de Alessandri, más restringido en el de los socialistas/comunistas. Tampoco fue equivalente el grado de compromiso y entrega requerido: más ocasional con Alessandri (básicamente para las votaciones), más total y permanente en la militancia socialista. Con todo, lo que no puede ponerse en duda es la autenticidad del apoyo, y el hecho de que ambas sensibilidades convivieron en forma más o menos paralela dentro del mundo popular. A la luz de lo que aquí se ha expuesto, no podría hablarse de una adhesión “manipulada” y otra “auténtica”, de una emanada de la plena conciencia y otra de la falsa conciencia, o del desplazamiento de una lealtad por otra de acuerdo a los cambios en la coyuntura. Alessandrismo y socialismo fueron ambos opciones populares, aunque no se identifiquen en forma específica con los mismos actores del mundo popular. A este respecto, es conveniente aclarar que uno de los propósitos iniciales de este estudio, cual era el de intentar una correlación entre lealtades y segmentos claramente diferenciados del mundo popular (clase-masa, puerto-pampa, proletariado-peonaje), ha quedado claramente invalidado. Tanto en el alessandrismo como en el socialismo convivieron pampinos y portuarios, obreros y artesanos, hombres y mujeres. En el caso del P.O.S./ P.C., donde la visibilidad y continuidad de la militancia permite una identificación más precisa, se ha visto que a sus filas se plegaron artesanos (el joyero José del Carmen Aliaga, los carpinteros Ruperto Gil y Pedro J. Sandoval), obreros calificados (el gásfiter Enrique Salas, el mecánico Lorenzo Crossley), trabajadores del sector primario (el pescador Serapio

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Vega) y de servicios (los panaderos Ernesto Jorquera y Francisco Olivier), peones de oficina (Elías Lafertte, Luis Víctor Cruz, Pedro Reyes, José Zuzulich) y mujeres (Ilia Gaete, Josefina Gaete, Ana Gutiérrez y Rebeca Barnes). Varios de los nombrados, como se vio, alcanzaron las más altas jerarquías en la estructura partidaria, y llegaron incluso hasta el Congreso Nacional. Podría argumentarse que el P.O.S. tuvo una composición más puramente “clasista” que el alessandrismo, en el sentido que su militancia era en su inmensa mayoría (incluido el propio Recabarren) de extracción obrera. Ello, en todo caso, no sería más que un reflejo de la orientación discursiva que deliberadamente se dio cada una de esas propuestas: obrerista en el caso del socialismo/comunismo, poli-clasista y “nacional” en el de Alessandri. Por lo demás, el P.O.S./PC. regional tampoco careció de militantes burgueses o “pequeño-burgueses”, tan leales y comprometidos como el más genuino proletario: el comerciante David Barnes, el médico Isidoro Urzúa, el boticario Luis Ormazábal, el empleado Salvador Barra Woll. En el caso del alessandrismo, por otra parte, la inexistencia de una orgánica partidista claramente identificable dificulta la clasificación social de sus adherentes. No se puede, en suma, hurgar en factores “estructurales” o estrictamente socio-económicos para encontrar la clave que orientó a las personas en una u otra dirección. Tomando en cuenta las imágenes grabadas en la memoria histórica, y en particular la percepción del norte salitrero como un hervidero de militancia socialista, puede llamar la atención que los adherentes en plenitud a la propuesta socialista/comunista hayan sido comparativamente tan pocos. Cabe distinguir aquí, por cierto, la militancia integral de la permeabilidad más difusa que este mensaje pudo haber sido capaz de generar. Según se ha visto más arriba, la exigüidad de los “cuadros partidarios” no implicaba que éstos no pudieran movilizar, en circunstancias determinadas, una adhesión mucho más numerosa. El propio Recabarren, al dar cuenta del progreso de la causa durante su visita a la Unión Soviética, separaba nítidamente los miembros del Partido y los socios de la FOCH, superando los últimos a los primeros por un factor de cuatro o cinco a uno. Por extensión, no sería desmedido suponer –como por lo demás lo demuestra la capacidad de movilización exhibida en situaciones como las huelgas, las manifestaciones públicas o la vida en los albergues para cesantes– que los socios cotizantes de la FOCH también podían multiplicar su accionar hacia un campo popular mucho más amplio. Con todo, los órdenes de magnitud que se ha podido detectar en materia de militancia formal o incluso apoyo electoral siguen siendo menores a lo que incluso este estudio supuso en sus etapas preliminares. ¿Por qué fueron tan pocos los que siguieron en plenitud el mensaje que Recabarren fue a predicar a las regiones salitreras? Un factor inicial que no debe descartarse es el temor. Aunque en sus inicios el P.o.s. no fue objeto de medidas nítidamente persecutorias, el correr de los años y la sensación de amenaza que se apoderó de empresarios y autoridades, sobre todo durante la explosiva coyuntura de la postguerra, ciertamente endurecieron las posiciones. Si hacia 1911 y 1912 todavía no era inusual que los propios administradores

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facilitaran el recinto de las oficinas para la realización de conferencias y otras actividades socialistas, como el propio Recabarren se encargaba de resaltar cuando desde Santiago se le acusaba de sedicioso406, después de 1917 se hicieron cada vez más comunes los despidos, las listas negras, los allanamientos y las estadías en prisión. Hacia el final del período estudiado, y bajo la inquietante sombra de la matanza de Coruña, se comenzaron a vivir incluso las flagelaciones y las sesiones de tortura. En ese sentido, la Dictadura de Ibáñez cerró un ciclo cuya versión anterior había culminado en la Escuela Domingo Santa María, y donde ser sindicado de comunista podía acarrear consecuencias bastante serias. Tampoco ayudaban a atraer militantes los altos niveles de exigencia planteados por el socialismo. Aparte del pago puntual y permanente de cuotas, una práctica que los actores populares tendían, ya fuese por pobreza o desconfianza, a rehuir, ser socialista implicaba una actuación consecuente en todos los espacios: el hogar, el lugar de trabajo, el foro público, la urna electoral y la actividad recreativa. Al término de una larga y por lo general extenuante jornada laboral, el seguidor de Recabarren debía dedicar largas horas a realizar labores de propaganda, asistir a conferencias y actos culturales, organizar gremios y sindicatos, preparar veladas teatrales, musicales o literarias, vender o difundir el periódico partidario, y así por lo sucesivo. Debía también incorporar a estas actividades a su compañera, y en lo posible a sus hijos, haciendo de la militancia un compromiso plenamente familiar. Debía por último mantenerse alejado del tipo de vicios sociales que, en la opinión socialista, tanto degradaban a la clase obrera, y que constituían un pésimo ejemplo hacia los compañeros de clase a quienes se quería “regenerar”. En suma, lo que la incorporación a las filas socialistas implicaba era mucho más que una colaboración ocasional o un gesto obsecuente durante los (escasos) momentos de ocio. Se trataba, por el contrario, de una consagración casi de tiempo completo, no muy distinta de la que postulaba Lenin en su ideal del “cuadro” partidario. Así considerado, no llama la atención que las quejas más recurrentes de los socialistas en relación a la dificultad de reclutar nuevos adeptos apuntaran más a la indiferencia o a la comodidad de los trabajadores que a un rechazo explícito y deliberado de lo que ellos les proponían. En este aspecto, no cabe duda que una de las principales barreras que en la práctica separó al P.O.S. de la masa obrera a la que pretendía reclutar, era su demanda de un cambio total en las conductas y hábitos de vida, lo que ellos llamaban la “regeneración moral” del pueblo, pero que también podría entenderse como una experiencia de “conversión”. Lo que para el mundo popular pampino del siglo XIX habían constituido inclinaciones prácticamente “naturales” –el trabajo regulado exclusivamente por la necesidad, el machismo, la frecuentación de cantinas, garitos y burdeles, el fácil recurso a la violencia, la expresión preferentemente no discursiva– debían ahora sustituirse por la sobriedad, la

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El Despertar de los Trabajadores (Iquique), 15 de febrero de 1913.

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frugalidad, la ilustración, la racionalidad, la mesura, una posición más “progresista” respecto a la igualdad de la mujer, el trabajo como fuente intrínseca de orgullo y legitimidad social. Nada de esto, como es obvio, resultaba fácil: una cosa era adherir a un programa y apoyar al Partido en los comicios públicos y las contiendas electorales, otra muy diferente cambiar de hábitos y consagrarse por entero, cada minuto del día y cada día de la semana, a la promoción de la causa. La “cultura obrera ilustrada” de la que ha hablado Eduardo Devés en relación a este mismo fenómeno era una opción de alto costo personal407. En este mismo contexto, otro elemento que seguramente hizo vacilar (o mantuvo definitivamente fuera) a muchos sujetos populares al momento de considerar una aproximación al socialismo, fue la conflictiva relación de esta doctrina con actitudes muy arraigadas en su cultura, como la religiosidad y el patriotismo. En relación a lo primero, se ha afirmado –correctamente– que las expresiones de religiosidad formal entre el proletariado pampino no eran muy frecuentes, pero eso no significa que a su modo, a través de una religiosidad popular manifestada en creencias cotidianas o festividades como la Virgen de la Tirana, éste no fuera profundamente creyente. Y frente a ese tipo de manifestaciones (o como ellos dirían, “supersticiones”), el discurso socialista era tan crítico como en lo referente al Catolicismo formal. Lo propio ocurría, tal vez con mayor intensidad aun, en el caso del patriotismo, un sentimiento muy poderoso entre un sector que todavía sentía muy cercana su participación en la “gesta” de la Guerra del Pacífico y todo lo que ello significó en términos de reconocimiento simbólico (la imagen del “roto chileno”), incluso desde los círculos de elite. Como se insinuó más arriba, la participación del mundo popular en las Ligas Patrióticas que tan profundamente perturbaron la convivencia tarapaqueña durante estos años puede responder a variadas y complejas motivaciones, no siendo la menor de ellas los incentivos emanados de las propias autoridades. Aun así, es difícil negar el peso que en la conciencia popular ejercía el sentimiento nacional, y las ambivalencias que en consecuencia debía despertar una doctrina que criticaba el patriotismo entendido en su sentido convencional, y llamaba expresamente a derribar las fronteras en aras del internacionalismo proletario. Es un tema que ciertamente habría que explorar en mayor profundidad408. Hechas todas las salvedades que preceden, tal vez lo que correspondería preguntarse no sea por qué los militantes socialistas fueron tan pocos, sino por qué, a pesar de todo, fueron finalmente los que fueron. Para satisfacer mínimamente dicha incógnita habría posiblemente que internarse por las vías de la psicología individual o 407 408

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Ver Eduardo Devés, “La cultura obrera ilustrada en tiempos del centenario”, op. cit. Un primer paso en esa dirección lo constituye el artículo de Julio Pinto V., “¿Patria o clase? La Guerra del Pacífico y la reconfiguración de las identidades populares en el Chile contemporáneo”, Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Nº 116, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, 1997.

social, tarea que excede los límites que se ha trazado este trabajo. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que el cumplimiento de todas las exigencias y la superación de todos los obstáculos seguramente contribuyó a dotar a los que sí se incorporaron a las filas socialistas de una energía organizativa y un sentido de misión que deben haber contribuido bastante a su capacidad de multiplicar las tareas y a la efectividad, en todo lo que no fuese reclutar nuevos militantes, de su acción. El ejemplo práctico de trabajadores y sujetos populares que se habían levantado por sus propios medios hasta convertirse en personas cultas, abnegadas y responsables, generando si no la aceptación al menos el respeto de sus “superiores”, debió ser una fuente innegable de legitimación ante sus pares, sobre todo cuando dicha “regeneración” se ponía al servicio del mejoramiento colectivo de la clase y no al de la ambición individual. No se necesitaba convertirse en otro Recabarren, o incluso comulgar con sus planteamientos doctrinarios y estratégicos, para reconocer la integridad de su conducta y la generosidad de sus metas409. En última instancia, puede que la consideración definitoria al momento de optar por una u otra vía de politización popular haya tenido más que ver con la magnitud de las exigencias, o con la aparente factibilidad de las estrategias, que con la inserción sociolaboral o el mérito intrínseco de las doctrinas. Visto con la frialdad más descarnada, el proyecto socialista tal vez ofrecía mucho en términos de orgullo de clase y gratificación moral, pero pedía a cambio enormes sacrificios en aras de una oferta utópica que, por su propia condición de tal, implicaba un recorrido tan largo como incierto. La adhesión a Alessandri, en cambio, prometía logros más realistas y cercanos, amén de un reconocimiento igualmente gratificante como miembros plenos y fundamentales de la “comunidad nacional”. Como se ha argumentado en el capítulo III, la propuesta alessandrista apeló en un primer momento a la formación de lazos comunicativos directos que reconocían a los sujetos populares como interlocutores válidos y depositarios plenos de ciudadanía, al menos en la acepción liberal de dicho término. A eso, que ya era bastante en comparación con los estilos políticos en boga, se agregó, ya bajo su presidencia, una disposición permanente a intermediar entre patrones y obreros y la solución concreta de más de algún conflicto. De esa forma, la práctica convenció a importantes segmentos del mundo popular de la viabilidad de un mecanismo más “civilizado” de resolución de sus problemas, como asimismo de

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Así lo hizo incluso la prensa burguesa de Iquique al momento de su muerte: “Recabarren era la cabeza dirigente (del comunismo en Chile), el impulsor vigoroso de su acción social. Hombre de sólida cultura y de vasto criterio, supo conquistar en buena lid hermosos triunfos para la colectividad que fundara. Fue diputado al Congreso Nacional y desde su banco de parlamentario trabajó tesoneramente en bien del pueblo. Pero su labor fue tesonera y levantada en todo momento. Jamás de sus labios brotaron las frases chabacanas que tan comunes son en boca de sus amigos y correligionarios”, El Nacional (Iquique), 20 de diciembre de 1924.

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las ventajas que podía acarrearles su incorporación a una institucionalidad remozada para dar cabida a sus demandas. Por otra parte, la estrategia alessandrista no constituía una ruptura absoluta con la antigua tradición de reivindicación y protesta obrera, al menos aquella que había recorrido una ruta más “sindicalista” que revolucionaria. El populismo del año 20 no pretendió suprimir esa modalidad de acción colectiva, sino más bien reorientarla en un sentido más positivo y festivo: la protesta obrera ya no debía encaminarse a destruir, sino a reclamar, alegremente si cabía, derechos que el mundo de la postguerra ya no le desconocía a nadie. Junto con tocar fibras emotivas que no sería fácil olvidar, ese espíritu hasta cierto punto recuperaba el sentido de protesta “civilizada” que habían exhibido los huelguistas de 1907 (lo que había hecho más condenable su “bárbara” represión), y del que también eran depositarios, por otra parte, los militantes de la FOCH y el P.O.S.410. En esa línea, las leyes sociales y la democracia parecían medios apropiadamente “civilizados” para obtener del orden oligárquico lo que éste se había negado durante tanto tiempo a otorgar. Ante la alianza social entablada entre Presidente y pueblo, el adversario común quedaba definido discursivamente como un orden oligárquico que el mismo curso de la historia condenaba a desaparecer. En ese contexto, quienes han visto la inclinación obrera hacia el populismo alessandrista como mera demostración de inmadurez política estarían desatendiendo lo que éste tenía de lógica instrumental. Lo que Alessandri ofrecía era lo que se había reclamado durante décadas: la intervención del Estado para hacerse cargo de la cuestión social y amparar a los más débiles, otorgando muchas de las demandas que se venían enarbolando desde las primeras huelgas del siglo XIX. El arbitraje estatal y el Código del Trabajo redactado por Moisés Poblete Troncoso parecían responder, sin un costo personal demasiado alto, a una antigua aspiración. Si ello era así, la lucha más inmediata contra los patrones podía ganarse sin apelar a recursos extremos, y sin exponerse a los excesos represivos del pasado. En tal virtud, mientras el P.O.S. demandaba una verdadera experiencia de conversión personal, el alessandrismo aceptaba y reconocía a los actores populares tal como ellos realmente eran, gozando y sufriendo (al menos a nivel discursivo) en los registros que ellos ya tenían asumidos e internalizados, y obteniendo beneficios, aunque fuese limitados, sin necesidad de arriesgar a cada instante la libertad, la integridad física o la vida. El socialismo, en suma, se aparecía como una opción digna de apóstoles; el alessandrismo, en cambio, como una para seres de carne y hueso.

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La conducta “civilizada” de los huelguistas de 1907 ha sido destacada por Eduardo Devés en su Los que van a morir te saludan, op. cit.,; y también por Julio Pinto en Trabajos y rebeldías en la pampa salitrera, op. cit., capítulo 3.

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ÍNDICE

PRÓLOGO

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CAPÍTULO UNO La cuestión social y las vías alternativas de politización popular

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CAPÍTULO DOS La problemática fertilidad de un desierto: Arraigo del socialismo en el norte salitrero 2.1) Recabarren en Tarapacá (1911-1915): La matriz fundacional. 2.2) Tarapacá sin Recabarren (1915-1921): Reflujo y Reactivación. 2.3) Tarapacá comunista (1921-1926): Cosechando los frutos. CAPÍTULO TRES “Mi querida chusma” Los trabajadores pampinos y Arturo Alessandri Palma 3.1) La Chusma vota por el León. 3.2) El arbitraje del León. 3.3) “Sólo el amor es fecundo”. 3.4) Las raíces de la fidelidad obrera: algunas hipótesis

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CONCLUSIÓN ¿Revolución proletaria o “querida chusma”?

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BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

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I) Fuentes Documentales e Impresas. II) Periódicos III) Libros, Artículos y Tesis.

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