Retomando la palabra: Las pioneras del XIX en diálogo con la crítica contemporánea
 9783954870165

Table of contents :
Índice
Hacia una (re)conceptualización del texto decimonónico femenino
I. La intelectual(idad) decimonónica: viajeras y maestras hispanoamericanas
VIAJE DE RECREO (1909) de Clorinda Matto de Turner: reevaluación crítica de la relevancia de la cultura europea para América
“Time is money”: la literatura de viaje, la mujer moderna, y el contra-canon en RECUERDOS DE VIAJE (1882) de Eduarda Mansilla
“My Dear Mrs. Mann”: las cartas de Juana Paula Manso a Mary Tyler Peabody Mann y la educación de la mujer en América
II. Espacios discursivos (decimonónicos) frente a la reconstrucción nacional
Re-presentar la nación: PABLO, OU LA VIE DANS LES PAMPAS de Eduarda Mansilla
Escritura femenina y discurso bélico en el Perú decimonónico. Héroes y heroínas en la obra de Teresa González de Fanning y Mercedes Cabello de Carbonera
Alteridad, ciudadanía y política nacional en el periodismo femenino argentino
III. Cuestiones de género: redes, alianzas y tensiones en la escritura femenina del xix
Tensiones heterogéneas: una redefinición de lo subalterno en SAB y AVES SIN NIDO
“Es mucho hombre esta mujer”: una lectura QUEER de Teresa en SAB
Cartografías de la intimidad en MI MANUEL de Adriana González Prada
Fluctuaciones corporales en las cartas de Carmen Arriagada
IV. Nuevas apreciaciones críticas y la escritura del xix
La posicionalidad del traductor en tres versiones al inglés de la novela AVES SIN NIDO de Clorinda Matto de Turner
Del xxi al xix: descodificando el trazo femenino en la novela LOS AMORES DE HORTENSIA
El archivo perdido: las memorias de Mercedes Merlin y el arte de la fuga
Soledad Acosta de Samper y el papel de la mujer intelectual colombiana en la historia literaria y sociopolítica del siglo xix
Adela Zamudio y la crítica literaria en Bolivia
Sobre las autoras

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Claire Emilie Martin y María Nelly Goswitz (eds.) RETOMANDO LA PALABRA Las pioneras del XIX en diálogo con la crítica contemporánea

JUEGO DE DADOS Latinoamérica y su Cultura en el XIX

1 De acuerdo con las palabras de Alfonso Reyes en su ensayo “Última Tule”, igual que ocurre en el juego de dados de los niños “cuando cada dado esté en su sitio tendremos la verdadera imagen de América”

CONSEJO EDITORIAL William Acree Washington University in St. Louis Christopher Conway University of Texas at Arlington Pura Fernández Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, Madrid Beatriz González Stephan Rice University, Houston Francine Masiello University of California, Berkeley Alejandro Mejías-López University of Indiana, Bloomington Graciela Montaldo Columbia University, New York Andrea Pagni Universidad Erlangen-Nuremberg Ana Peluffo University of California, Davis

Claire Emilie Martin y María Nelly Goswitz (eds.)

RETOMANDO LA PALABRA LAS PIONERAS DEL XIX EN DIÁLOGO CON LA CRÍTICA CONTEMPORÁNEA

Iberoamericana - Vervuert - 2012

Derechos reservados © Iberoamericana, 2012 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2012 Elisabethenstr. 3-9 — D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-676-0 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-725-1 (Vervuert) Depósito Legal: M-33221-2012 Impreso en Diseño de cubierta: Marcela López Parada Ilustración de cubierta: Dos muchachas sentadas en un banco, acuarela, Zahar Pichugin (1914). Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

Índice

Introducción Claire Emilie Martin y María Nelly Goswitz. Hacia una (re)conceptualización del texto decimonónico femenino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

I. La intelectual(idad) decimonónica: viajeras y maestras hispanoamericanas Mary Berg. Viaje de recreo (1909) de Clorinda Matto de Turner: reevaluación crítica de la relevancia de la cultura europea para América . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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J. P. Spicer-Escalante. “Time is money”: la literatura de viaje, la mujer moderna, y el contra-canon en Recuerdos de viaje (1882) de Eduarda Mansilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Claire Emilie Martin. “My Dear Mrs. Mann”: las cartas de Juana Paula Manso a Mary Tyler Peabody Mann y la educación de la mujer en América . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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II. Espacios discursivos (decimonónicos) frente a la reconstrucción nacional María Cristina Arambel Guiñazú. Re-presentar la nación: Pablo, ou la vie dans les pampas de Eduarda Mansilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Mónica Cárdenas Moreno. Escritura femenina y discurso bélico en el Perú decimonónico. Héroes y heroínas en la obra de Teresa González de Fanning y Mercedes Cabello de Carbonera . . . . . . . . 111

Vanesa María Landrus. Alteridad, ciudadanía y política nacional en el periodismo femenino argentino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

III. Cuestiones de género: redes, alianzas y tensiones en la escritura femenina del xix Ruth Brown. Tensiones heterogéneas: una redefinición de lo subalterno en Sab y Aves sin nido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149 Betsy Dahms. “Es mucho hombre esta mujer”: una lectura queer de Teresa en Sab . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165 Ana Peluffo. Cartografías de la intimidad en Mi Manuel de Adriana González Prada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185 Jorge Sánchez Sánchez. Fluctuaciones corporales en las cartas de Carmen Arriagada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207

IV. Nuevas apreciaciones críticas y la escritura del xix Fanny Arango-Keeth. La posicionalidad del traductor en tres versiones al inglés de la novela Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner . . . . . . . 225 María Nelly Goswitz. Del xxi al xix: descodificando el trazo femenino en la novela Los amores de Hortensia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249 Adriana Méndez Rodenas. El archivo perdido: las memorias de Mercedes Merlin y el arte de la fuga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269 Luisa Ballesteros Rosas. Soledad Acosta de Samper y el papel de la mujer intelectual colombiana en la historia literaria y sociopolítica del siglo xix . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289 María Elva Echenique. Adela Zamudio y la crítica literaria en Bolivia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305

Sobre las autoras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321

Hacia una (re)conceptualización del texto decimonónico femenino Claire Emilie Martin María Nelly Goswitz California State University, Long Beach

Al indagar en el campo de la crítica hispanoamericana del xix interesada por esclarecer los orígenes del feminismo llamado “tercermundista”, debemos esperar hasta la década de los noventa para vislumbrar sólidos aportes a la teoría feminista latinoamericana en obras de gran perspicacia y penetración, como las de Jean Franco, Plotting Women (1988); Doris Sommer, Foundational Fictions (1991); Sylvia Molloy, At Face Value (1991); Francine Masiello, Between Civilization and Barbarism (1992); Mary Louise Pratt Imperial Eyes (1992), entre las más destacadas investigadoras en el ámbito de los estudios literarios estadounidenses. Mientras tanto, en Latinoamérica, centros de estudios y académicos independientes se volcaban hacia la investigación de la escritura femenina en volúmenes dedicados a la obra de una o múltiples escritoras. Es fundamental el aporte a los estudios feministas sobre las escritoras del xix en colecciones como las de Cristina Iglesia, El ajuar de la patria. Ensayos críticos sobre Juana Manuela Gorriti (1993); Antonio Cornejo Polar, Clorinda Matto de Turner, Novelista. Estudios sobre Aves sin nido, Índole y Herencia (1992); Francesca Denegri, El abanico y la cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú (1996); Lea Fletcher, Mujeres y Cultura en la Argentina del siglo XIX (1994), para mencionar algunos de los volúmenes que alcanzaron más difusión.1 1

Un plantel de académicos de primer orden comenzaron desde América Latina y Europa, la labor arqueológica de desentrañar y analizar documentos y textos de autoras del xix. Entre ellos, y a riesgo de obviar seguramente a muchos, podemos mencionar a Lelia Area, Néstor Tomás Auza, Gabriela Mizraje, Lily Sosa de Newton, Isabelle Tauzin-Castellanos, Nara Araújo, Luisa Campuzano y Nelly Richard.

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En el campo de los estudios literarios latinoamericanos feministas estadounidenses, a partir de mediados de los años ochenta se acrecienta el número de estudios sobre la necesidad de una teoría propia. Los estudios de Josefina Ludmer, “Tretas del débil” (1985); Jean Franco, “Apuntes sobre la crítica feminista y la literatura hispanoamericana” (1986); Sara Castro Klarén, “La crítica literaria feminista y la escritora en América Latina” (1985); Lucía Guerra Cunningham, “Las sombras de la escritura: hacia una teoría de la escritura de la mujer latinoamericana” (1989), para nombrar algunos de los más conocidos, apuntan todos a esta voluntad radical de producir una teoría feminista ajustada a la literatura y a realidades latinoamericanas. A partir del estudio de Sor Juana y la escritura conventual, las primeras críticas feministas construyen el andamiaje teórico sobre el cual se basará el resto de la crítica feminista a seguir. En estos primeros años, la escasez de estudios sobre el xix se hace patente en la mención, por ejemplo, a una sola crítica dedicada a ese siglo, en el ensayo de Jean Franco (1986) luego de haber enumerado a varios investigadores sobre la época colonial y el siglo xx. Más tarde aparecen algunas colecciones de ensayos críticos sobre la escritura de mujeres en América Latina que abarcan desde la colonia hasta el siglo xx publicadas en inglés: Agosín (1995), Guerra Cunnigham (1990), Marchant, (1999), Lindsay (2003); también surgen colecciones donde el énfasis está en el tipo de género literario utilizado, como por ejemplo, la autobiografía: Catelli (1991), Meyer (1995); se publican enciclopedias o libros bio-bibliográficos, recursos de consulta que abarcan desde la época colonial hasta el siglo xx: Marting (1987); se muestra interés a través de colecciones donde se busca validar la participación de la escritora latinoamericana con un acercamiento histórico: Navarro (1999), Schlau (2001); y se publican libros centrados en el xix y limitados al estudio de escritoras de un determinado país: Fletcher (1994), Iglesia (1993), Denegri (1996).2 Casi veinte años después de estas primeras incursiones teóricas, Sara Castro-Klarén editó un iluminador volumen titulado Narrativa femenina en América Latina: prácticas y perspectivas teóricas (2003).3

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Ver la bibliografía para una lista detallada de estas obras. Comprobamos con cierta perplejidad que en esta magnifica colección de ensayos se halla sólo un artículo referido en su mayor parte al siglo xix, “Women as Double Agents in History” (Masiello 2003: 59-72). 3

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Castro-Klarén inicia este tomo con una lúcida exposición de la ruta emprendida por la teoría feminista y la encrucijada que representa el binomio oposicional sexo/género (ibíd.: 18). La apertura ofrecida por una nueva relectura de El segundo sexo de Simone de Beauvoir ejecutada con rigor por Toril Moi, argumenta Castro-Klarén, libera a la mujer de la prisión del binomio aludido. Castro-Klarén considera esta liberación un paso importante hacia el retorno de “women’s body as a constitutive part of the historical and with it the recuperation of the concept of lived experience” (ibíd.: 20). Castro-Klarén sitúa los ensayos de la colección a partir de este momento constitutivo de un concepto más amplio, complejo y anclado en la historia de donde surge la experiencia femenina en Latinoamérica y su relación con las estructuras de poder/conocimiento (ibíd.: 21). Nuestro propósito en Retomando la palabra es continuar este diálogo con la crítica mediante el proceso de recuperación textual de la experiencia femenina del xix firmemente asentada en el devenir histórico. Conscientes de que ese constante movimiento de ser y constituirse en “ser” es un proceso sin fin de autodefinición e identidad modelado por múltiples dinámicas, focalizamos nuestra mirada en las del sexo y del género, sin olvidar que no conforman la totalidad de las fuerzas constituyentes de la subjetividad. A la par del proceso de recuperación, las posturas críticas que sostienen el andamiaje discursivo de los ensayos incluidos en la colección, han sido maduradas en diálogo con los estudios a los cuales nos referimos anteriormente. La crítica de la literatura femenina del siglo xix se ha beneficiado de las primicias teóricas y analíticas de los investigadores de la colonia y del siglo xx, quienes se volcaron sobre los textos conventuales y la literatura escrita por mujeres a partir del modernismo. Abordadas tardíamente, las voces femeninas del siglo xix nos llegan quizás en un momento de madurez teórica, con textos que se acomodan mejor a lecturas ambiguas y a interpretaciones a contrapelo de la tradición. Una de las innovaciones que aportan los ensayos seleccionados en este volumen radica en su acercamiento a la América Hispana en toda su heterogeneidad desde perspectivas feministas como lente teórica, y subrayando el carácter pionero de estas obras como constructoras de subjetividades y de teorías críticas feministas. En este libro reunimos a algunos de los críticos más avezados de la literatura decimonónica junto a nuevas voces emergentes ofreciendo ya sea una lectura perspicaz de textos poco leídos, ya sea un acercamiento novedoso a

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obras más difundidas. El hilo común que los une gira en torno del estudio de las obras decimonónicas desde el prisma de la construcción de una identidad femenina irrevocablemente diferente de la asignada por la sociedad patriarcal imperante, y en continuo movimiento. Por ende, mientras que de algunas escritoras surge una visión radicalizada del futuro de las nuevas repúblicas y de su propia inserción en el devenir nacional, en otras, la visión política apenas aparece trémulamente expresada. Los ensayos críticos en este volumen intentan polemizar la actuación o la postura política, intelectual, cultural y teórica de estas pioneras del xix al entablar nuevamente el diálogo con sus textos, y desentrañar en algunos de ellos los albores de una teoría feminista plenamente articulada, pero todavía no enteramente reconocida en los estudios de género hispanoamericanos, y menos aún internacionales. Estos textos decimonónicos se prestan por lo tanto para contribuir a los estudios de género y al entendimiento de cómo este siglo originó una literatura de corte netamente americano, y muy particularmente, de qué forma las autoras e intelectuales sentaron las bases de una teoría feminista ignorada o mal entendida por el siglo xx “primermundista”, reacio a indagar más allá de sus liminales fronteras. Retomando la palabra brinda a los estudiosos de la literatura del periodo la investigación más reciente sobre la re-conceptualización del siglo xix con respecto al papel de la mujer como escritora, como intelectual y como ciudadana a partir del análisis de sus obras de ficción y de documentos de gran interés ontológico, como los epistolarios, las revistas y los periódicos. Las escritoras representadas en estos estudios declaran, muchas de ellas explícitamente en su obra, y ciertamente en documentos privados, su voluntad de pertenecer a la intelligentsia, al devenir cultural, político e intelectual de sus respectivos países. Hay en ellas una firme creencia en la capacidad intelectual de la mujer y una aguda conciencia de la marginalización bochornosa a la cual es sometida. Eduarda García de Mansilla, Juana Manso, Mercedes Cabello de Carbonera, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Merlin, Teresa González de Fanning, Rosa Guerra, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Soledad Acosta de Samper, Adela Zamudio, Adriana González Prada, y Carmen Arriagada, problematizan la situación de la mujer en la sociedad desde la escritura y llevan lo personal al nivel público subjetivizando el ente femenino y su experiencia para controlar, y en ocasiones, sólo textualmente, su destino. Desde esta perspectiva, se pueden

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inferir nuevas pautas a partir de estos textos para estudiar la literatura femenina decimonónica que tracen sendas y re-conceptualicen el legado de estas pioneras de la pluma mediante un renovado diálogo con estos textos, algunos de ellos recobrados u olvidados, como aquéllos abordados en los ensayos de Luisa Ballesteros-Rosas, Mary Berg, María Elva Echenique, Claire Emilie Martin, Adriana Méndez Rodenas, y Ana Peluffo. En esta colección de quince ensayos inéditos se ofrecen diversos enfoques teóricos a partir de varios núcleos temáticos y discursivos. La primera parte, “La intelectual(idad) decimonónica: viajeras y maestras”, explora en los ensayos sobre Clorinda Matto de Turner, Eduarda Mansilla y Juana Paula Manso, el libro de viaje y la epístola como espacios discursivos que permiten a la intelectual decimonónica anclar una plataforma educacional, política y cultural para la nación y asentar una red de alianzas entre las nuevas repúblicas y los países modelos. Estas alianzas no están exentas de (auto)críticas y objeciones de parte de las escritoras-viajeras, o, en el caso de Manso, la remitente epistolar. La visión de éstas se halla tamizada por la experiencia genérica, por el distanciamiento obligatorio de las esferas de poder y por su manera de llegar por otras vías al conocimiento. La segunda parte, titulada “Espacios discursivos (decimonónicos) frente a la reconstrucción nacional”, discurre sobre la incursión de la mujer en el ámbito de la política, en el discurso bélico, a través de la formación de un imaginario nacional presente en la narrativa de las escritoras peruanas y argentinas, y en el naciente periodismo femenino argentino. Eduarda Mansilla, Teresa González de Fanning, Mercedes Cabello de Carbonera, y las voces periodísticas de Petrona Rosende de Serra, Rosa Guerra y Juana Manso llevan su visión de la república a la esfera pública en busca de diálogo, de aceptación, en busca de espacios donde ubicar sus ideas. La tercera parte, “Cuestiones de género: redes, alianzas y tensiones en la escritura femenina del xix”, genera un cuestionamiento de las lecturas tradicionales de un texto clave de la literatura de la época, Sab, de Gertudis Gómez de Avellaneda. Desde la postura crítica de los estudios poscoloniales y la crítica queer, el texto nos revela una fisonomía diversa y polémica. Los dos ensayos siguientes generan “cartografías” y “fluctuaciones” a partir del cuerpo de la escritora que se construye a sí misma en la (auto)biografía en homenaje al esposo fallecido en Adriana González Prada, y en la correspondencia al amado

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distante, en Carmen Arriagada. La construcción de la subjetividad genérica en estas obras constituye su cualidad más descollante y desgarradora, pues la construcción lleva en sí la semilla de la destrucción y la negación del ser ante la oposición feroz e implacable de una sociedad altamente normativa. Finalmente, la cuarta parte, “Nuevas apreciaciones críticas y la escritura del xix” introduce cinco estudios de corte sumamente diverso cuya finalidad consiste en ampliar la audiencia para estas escritoras y obras o presentar un acercamiento novel. Aves sin nido, ha sido sin lugar a dudas, estudiada a fondo por la crítica; no obstante, se nos revela las inusitadas variantes lingüísticas, culturales, e ideológicas entre las tres traducciones al inglés de la novela de Matto de Turner, y la compleja red teórica que se esconde detrás del acto de la traducción. La primera novela de Cabello de Carbonera, Los amores de Hortensia, apenas citada por algunos, ignorada por otros tantos, es estudiada en dos de los ensayos de esta colección. Aquí, se desentraña la teoría feminista en ciernes que despliega el personaje de Hortensia y se encuentra la simiente en la ensayística de Cabello de Carbonera. A partir de un nimio episodio de la infancia de la Condesa de Merlin enterrado en la biografía que ésta escribió sobre la cantante franco-española Maria Malibran, Les loisirs d’une femme du monde, descubrimos “L’évasion”, un micro-relato que se une a los demás textos merlineanos sobre la esclavitud y el abuso de poder. La reacción de la academia y los centros de poder con respecto al papel de la mujer intelectual en Colombia y en Bolivia es expuesta en toda su virulenta hostilidad en los ensayos sobre Soledad Acosta de Samper y Adela Zamudio, escritoras marginadas en su tierra a pesar de una prolífica y notable producción artística e intelectual. Obras tan diversas han requerido acercamientos teóricos que se ajusten a esa misma pluralidad. De allí que sean de gran utilidad las teorías de viaje, el historicismo, la teoría de la subalternidad, los estudios poscoloniales, la teoría queer, la semiótica, las teorías de la traducción y, sobre todo, las nuevas posturas del feminismo tercermundista. Mary Berg examina la obra póstuma de Clorinda Matto de Turner en “Viaje de recreo (1909) de Clorinda Matto de Turner: revaluación crítica de la relevancia de la cultura europea para América”, y otorga a la crítica contemporánea no sólo un texto poco explorado de la literatura decimonónica latinoamericana sino, también, un acercamiento

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particular hacia la escritora peruana. Berg explora la labor de Matto de Turner en Viaje de recreo como antropóloga y examinadora del viejo continente. La escritora viaja a Inglaterra, Francia, Suiza, Italia y Alemania bajo el auspicio del Consejo de Educación de Buenos Aires, con el propósito de investigar la educación de la mujer en Europa. Si bien la finalidad de su viaje es examinar la educación y cómo ésta puede servir como modelo para los países americanos, la autora se enfoca en los valores culturales y las características nacionales de cada país que visita y manifiesta a través de sus narraciones: rememorativas, comparativas, ideológicas, filosóficas y reflexivas lo que ve y experimenta. Como bien afirma Berg en este estudio, Viaje de recreo “cruza todas las fronteras de definición de lo que constituye un relato de viaje, o literatura de viaje, todas esas fronteras entre observación e imaginación”, pero, además, es también un relato autobiográfico, constituido por comentarios personales y reacciones emocionales (p. 32). Matto de Turner, en Viaje de recreo, rehúsa seguir una sola línea narrativa. Mary Berg revive las experiencias de la escritora exiliada en Argentina para desentrañar un texto híbrido y darnos a conocer la obra póstuma de la intelectual peruana, fiel a su tarea de escritora y educadora. Apoyándose en la conceptualización teórica sobre la viajera hispanoamericana de Mary Louise Pratt, J. P. Spicer-Escalante propone una relectura del libro de viaje de Eduarda Mansilla en su ensayo, “Time is money”: La literatura de viaje, la mujer moderna, y el contra-canon en Recuerdos de viaje (1882) de Eduarda Mansilla”. Para el crítico, la obra de Pratt es fundamental para llevar a cabo su función analítica de Recuerdos de viaje, pues provee el basamento teórico para pensar esa “intersección entre la representación de la otredad y la ideología en los textos de viaje” (p. 54). El texto narra el viaje de Mansilla a EE.UU. en 1861-1862 durante la presidencia de Abraham Lincoln y a las puertas de la guerra civil americana. Si bien, advierte Spicer-Escalante, la crítica ha sido despiadada con la obra tildándola de “guía turística” de una burguesa afrancesada, él encuentra en esta obra valores basados en sus cualidades anticanónicas que transforman al texto “en un proyecto contestatario y contradiscursivo”. Spicer-Escalante elabora la idea de la feminotopía en relación con la condición de la mujer estadounidense en contraposición a sus puntos de referencia: la mujer francesa y, sobre todo, la argentina. Las jóvenes estadounidenses y su modernidad adquieren visos de modelo para la nueva mujer argentina republicana, modelo que va más allá de las cu-

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riosidades culturales y diferencias sociales para abarcar el ámbito de la economía y de la política. La correspondencia entre Mary Tyler Peabody Mann y Juana Paula Manso constituye la base del estudio de Claire Emilie Martin, “‘My Dear Mrs. Mann’: las cartas de Juana Paula Manso a Mary Tyler Peabody Mann y la educación de la mujer en América”. Las cartas, contenidas entre los setenta y cinco documentos que forman los llamados “Mary Tyler Peabody Mann Papers, 1863-1876” constituyen, según Martin, “una interesante perspectiva desde la cual reconstruir parcialmente retazos de vida de estas dos educadoras que trabajaron a la par de dos hombres con quienes compartieron un objetivo común: la educación nacional como arma social y política, y como vehículo democratizador y normalizador o regulador genérico” (p. 73). La sombra de Horace Mann y la figura monumental de D. F. Sarmiento, amigo y corresponsal de ambas mujeres, se imponen a través de las siete cartas estudiadas en este ensayo. Juana Manso, confía a su amiga estadounidense su íntima decepción con la situación del país y sus líderes, incluyendo al propio Sarmiento: “La vena crítica de neto corte pesimista que se desarrolla en este epistolario por parte de Manso tiene su origen en el ambicioso proyecto sarmientino, mencionado más arriba, impuesto por la colosal voluntad del sanjuanino y las consecuencias, en un principio calamitosas, del plan de exportar jóvenes maestras” (p. 74). Por otra parte, Manso se encuentra en lucha constante con los elementos más recalcitrantes de la sociedad porteña, que rechazan sus intentos de reforma, obstaculizan sus mejoras y desvalorizan su actuación profesional autorizada por el presidente de la República, incapaz de protegerla de los ataques y violencias contra su persona. A pesar de todas estas ignominias, Juana Manso se revela en su epistolario como una mujer justa, generosa y valiente que nunca pierde las esperanzas de viajar al país modelo y visitar a sus queridas hermanas Peabody, para introducir mejoras y reformas educacionales en su país. El ensayo de María Cristina Arambel-Guiñazú, “Re-presentar la nación: Pablo, ou la vie dans les pampas de Eduarda Mansilla”, explora un texto escrito en francés para un público europeo y cuya intencionalidad múltiple se enfoca, sin embargo, en la errónea visión del país que en Francia prevalece. Situada entre dos textos canónicos de la literatura argentina, Facundo (1845) y Martín Fierro (1872), la novela de Mansilla “consiste en aclarar la situación que se vive en la pampa argentina después de la caída de Rosas en 1852 y con ello, mitigar la

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validez de los ataques de sus adversarios unitarios” (p. 92). Al mismo tiempo, Eduarda Mansilla, como intelectual conocedora de la función esencial de la literatura en el proyecto fundacional de la nación, reconoce la importancia dual de su papel de novelista y a la vez divulgadora de la historia nacional y promotora de un plan político. Por eso, con este libro, inserta su voz correctora en los discursos promovedores de la inmigración a su país. La postura crítica como resultado del distanciamiento tanto geográfico como cultural e idiomático, le permite acercarse a su sujeto desde una penetrante perspectiva dual, mediatizada por sus vivencias de criolla afrancesada y viajera asidua. Pablo, afirma Guiñazú, intenta “hacer familiar” la vida del “otro” a un público europeo, y examinar “las nociones de civilización y barbarie para de-construirlas y cuestionar las prácticas políticas puestas en vigencia en Argentina, a partir de la batalla de Caseros” (p. 99). Al mismo tiempo, Mansilla incorpora en la pampa el elemento femenino ausente en las obras canónicas, desbordando los patrones del género y reformulando la idea de nación para admitir en ella otros personajes bajo una visión utópica de la realidad argentina frente a una lectoría europea. Mónica Cárdenas Moreno explora las incidencias culturales y estéticas que produjo la Guerra del Pacífico, para lo cual centra su enfoque en las formas de representación ficcional que acarreó dicho conflicto. “Escritura femenina y discurso bélico en el Perú decimonónico. De héroes y heroínas en la obra de Teresa González de Fanning y Mercedes Cabello de Carbonera” muestra las dos posiciones tras la derrota peruana: “la revanchista, que alienta el desarrollo del país con el objetivo de recuperar el territorio perdido, y la que defiende la idea de modernidad y progreso sólo en un contexto de paz” (p. 112). Cárdenas, en un primer nivel, establece una comparación entre el discurso “Grau” de Manuel González Prada con el artículo “Un pensamiento de Grau” de Mercedes Cabello de Carbonera, basándose en la noción que ambos intelectuales tienen sobre el héroe histórico en sus respectivos discursos. En el artículo de González Prada, el héroe es capaz de grandes acciones tanto en la esfera pública como privada: “Su abnegación redime a la nación de sus culpas, es el germen del bien debajo de las capas de corrupción moral que se han acumulado durante años de ignorancia. Son necesarios estos héroes para enseñar, esclarecer y liberar, y para transformar a las masas en ciudadanos” (p. 115). Por su parte, Cabello ve a Grau más como un ideólogo que como un almi-

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rante o padre de familia, cuyo pensamiento se resume en “el ideal de la unidad y el progreso de la América hispana unida” (p. 117). En un segundo nivel, Cárdenas ahonda en otras formas de representación del conflicto, centrándose en la figura de la “heroína”. Para ello, se vale de una segunda comparación: la primera novela de Cabello Los amores de Hortensia y el relato “Dios y la patria”, de Teresa González de Fanning. El ensayo de Fanning reproduce los personajes tipo de “la mujer religiosa, débil y caritativa y del hombre heroico y valiente, mientras que Cabello, aunque en su primera novela, arriesga en la tragedia final una intención de denuncia” (p. 113). Desde una postura histórico-filosófica, Cárdenas se vale del análisis de la ficción para mostrar el discurso ético de cada autor dentro del contexto de la Reconstrucción Nacional. Discursos como el de Cabello y Fanning validan el aporte de la escritora decimonónica latinoamericana al género discursivo “de la literatura de posguerra”. La labor periodística de Petrona Rosende de Sierra se extiende hasta mediados de siglo con la publicación de La Camelia (1852) y La Educación (1852), periódicos editados por Rosa Guerra, y Álbum de Señoritas (1854), semanario dirigido por Juana Manso. Vanesa Landrus, mediante un análisis meticuloso de los periódicos decimonónicos bonaerenses, La Aljaba y los arriba mencionados reexamina, en “Alteridad, ciudadanía y política nacional en el periodismo femenino argentino”, la producción periodística de la escritora argentina y revalida su aporte basándose en las posturas ideológicas de éstas sobre el rol de la mujer y su participación en el proceso de transformación nacional. El artículo explora la “evolución de la retórica femenina marginal en los debates nacionalistas en torno a las representaciones de feminidad de la época” en contraposición a la “disyuntiva de la emancipación social y cultural de la mujer argentina” (p. 130). Asimismo, retoma el tema de la opresión genérica perpetrada en la institución matrimonial y judicial, que se extiende a los círculos políticos y educacionales. En La Camelia, Rosa Guerra “presenta diversas reescrituras del Génesis que apuntan a establecer la equidad e igualdad de los sexos y defiende el postulado de que la mujer, al igual que el hombre, fue creada a imagen y semejanza de Dios, por lo que su formación, evolución física y desarrollo espiritual comparten el mismo nivel de perfección” (p. 133). Por otra parte, en Álbum de Señoritas, Juana Manso “resalta las consecuencias altamente desmoralizantes del riguroso sistema de dominio femenino” y arguye que “el comportamiento deshonesto que

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manifestaban ciertas mujeres era el resultado directo de su opresión y de su falta de oportunidades” (p. 134). Rosa Guerra, en La Educación, rechaza fervorosamente la incompatibilidad entre la formación educativa y las funciones familiares de la mujer. Proclama la “educabilidad” de la mujer y el valor latente de su función educadora dentro de la sociedad. Landrus recobra discursivamente los pasos de aquellas “voces periféricas de las periodistas, quienes, aunque olvidadas por la crítica moderna, invadieron los círculos de poder decimonónicos” y “cuyos ensayos periodísticos constituyen un componente crucial para entender la dinámica discursiva femenina y su contundente aporte a los programas de formación y consolidación nacional” (p. 143). Ruth Brown, en “Tensiones heterogéneas: una redefinición de lo subalterno en Sab y Aves sin nido”, se vale de estas novelas, clasificadas tradicionalmente por la crítica como “los primeros ejemplos de la escritura abolicionista, en el caso de Sab, e indigenista, en el caso de Aves sin nido”, para mostrar cómo, “al equiparar la condición social de las mujeres criollas a la de los esclavos e indígenas, estas novelas ofrecen una visión compleja de la subalternidad en su época” (p. 149). Brown reexamina la definición de lo “subalterno” y analiza el conflicto entre subalternos y la élite masculina de la clase criolla. Para interpretar estos conflictos se vale de los postulados de Antonio Cornejo Polar sobre literatura y textos heterogéneos y los analiza basándose en las varias capas de heterogeneidad literaria en las que se manifiesta el conflicto subalterno/criollo, como son: la incongruencia entre el orden sociocultural en que fueron producidos los textos, el uso de narradores extradiegéticos en ambas novelas y en cómo los personajes pertenecientes a la élite criolla actúan como defensores de las minorías raciales subalternas. Desde una postura historicista y feminista, Brown cuestiona el concepto de la pirámide social en el período decimonónico latinoamericano e invita a la crítica a revalorizar la función de los personajes marginados, quienes desde esa esfera utilizaron sus voces para denunciar la injusticia y abogar por cambios en el orden social tradicional. Betsy Dahms postula una lectura novedosa de la novela Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda en su ensayo “‘Es mucho hombre esta mujer’: una lectura queer de Teresa en Sab”. Haciendo uso de la teoría queer y basándose en los estudios de Nikki Sullivan, Dahms los aplica para exponer la crítica que Avellaneda hace a la “heterosexualidad obligatoria” de su época; su reflexión acerca de la amistad entre

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mujeres, y sobre el amor homosexual como un amor imposible para el alma romántica (p. 166) cubana del xix; específicamente, expone su crítica a la insuficiencia de las etiquetas impuestas socialmente en la complejidad de su ambiguo personaje, Teresa. Para explorar la relación entre Teresa y Carlota, Dahms se vale de las teorías de Adrienne Rich, quien documenta la frecuencia e intensidad de la amistad femenina durante el siglo xix. La crítica ha destacado la existencia ya de tres triángulos en la novela, y Dahms utiliza el explorado por Susan Kirkpatrick como base de su interpretación. Este triángulo “poco convencional” une a Carlota, Teresa y Sab a partir de cualidades (comparten un alma romántica), de carencias (la falta de poder de todos los personajes dentro de la jerarquía colonial cubana y, en particular, la sacarocracia), y de un objeto de deseo, Carlota. Dahms explora cómo Gertrudis Gómez de Avellaneda rehusó restringirse a los estrictos roles de género de su tiempo a través de la representación de personajes femeninos no normativos y, asimismo, la redime como una autora que supo plasmar a través de sus personajes los conflictos genéricos, las disyuntivas culturales y las problemáticas raciales mediante el ejercicio riguroso de su arte. Ana Peluffo, en “Cartografías de la intimidad en Mi Manuel de Adriana González Prada” explora la obra que Adriana Verneuil de González Prada publicara como póstumo homenaje a su marido en 1947. Peluffo afirma que “la hibridación narrativa [en el texto de Verneuil] queda resaltada a partir de la oscilación de pronombres gramaticales asociados con la autobiografía (yo), el libro de recuerdos (nosotros) y la biografía (él), respectivamente” (p. 186). Ésta, como sujeto femenino, legitima su intervención cultural a partir de su rol doméstico de esposa republicana. Escribe para su hijo editor y para un lector instalado en la posteridad histórica. Peluffo examina cada una de las estrategias autoriales de su autora con ejemplos textuales precisos. Así, por ejemplo, estudia cómo la autora para diferenciarse de la competencia de otras versiones biográficas escritas sobre su marido se vale del uso de la prosopopeya, esa figura retórica que, según Paul de Man, está en el centro de la narración autobiográfica y que le permite darle voz a un yo vaciado de contenido que carece de identidad fuera del relato. En otro plano de la narración, Peluffo establece “un diálogo desde el campo de la literatura de viajes” entre Mi Manuel y Peregrinaciones de una paria (1838) de Flora Tristán, “un libro que comparte con las memorias de Adriana González Prada el imagi-

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nario transatlántico y europeizante desde el que se ficcionaliza la peruanidad” (p. 187). Peluffo se detiene más tarde en el conflictivo batallar de ese nosotros colectivo (el de Adriana y su esposo), el cual se cubre de una superficial armonía, pero no logra del todo esconder el conflicto entre el catolicismo de la autora/yo narrativo y el empedernido anticlericalismo de Manuel González Prada. Ana Peluffo redescubre la existencia y el arte de Adriana Verneuil de González Prada para distinguirla como mujer y escritora, y no sólo reconocerla como la esposa de Manuel González Prada, el famoso iconoclasta peruano, o como la madre de Alfredo González Prada y Verneuil, escritor, periodista y diplomático peruano. En su ensayo “Fluctuaciones corporales en las cartas de Carmen Arriagada”, Jorge Sánchez ubica dentro de la teoría de la modernidad las cartas de Arriagada a Mauricio Rugendas que Óscar Pinochet de la Barra edita y publica en 1990: Cartas de una mujer apasionada. A partir de esa publicación, Carmen Arriagada se convierte en foco de atención crítica elogiada por su vena intelectual y por su carácter pionero. Sánchez propone una lectura que cuestiona y se interroga sobre la construcción del cuerpo del yo narrativo en las epístolas de Arriagada, y agrega: “Sostengo que la sujeto construye su cuerpo en relación a los discursos modernos masculinos de su época: medicina positivista e ideas románticas. Así, dichos enunciados evidencian fluctuaciones referidas a la concepción que tiene de su cuerpo, las que van desde una aceptación del orden masculino, a una escritura ajena a la lógica de dichos discursos” (pp. 210-211). Mediante una exhaustiva exploración del cuerpo como metáfora a través de las epístolas dirigidas a Rugendas, Sánchez revela la inscripción de ese cuerpo, “espacio significante, en donde recaen los diversos saberes y resistencias posibles de una sujeto frente a la cultura hegemónica”, en una secuencia de relaciones de poder y conocimiento: con la ciencia moderna y positivista, se lo requiere limpio y ordenado; ante el romanticismo el cuerpo es patologizado, abúlico y deseante, disconforme con la sociedad y su situación en ella. La carta y el libro se convierten en la única droga que procura alivio a su condición, y actúan metonímicamente como el cuerpo del amado. La rebeldía de Arriagada es sólo textual, advierte Sánchez, no obstante, estremece por su conmovedora lucidez en tanto que prisionera de su circunstancia. Fanny Arango-Keeth explora la intencionalidad del traductor y sus consecuencias en Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner, en

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“La posicionalidad del traductor en tres versiones al inglés de la novela Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner”. A partir de tres traducciones inglesas publicadas en 1904, 1996 y 1998 por J. G. H. Hudson, Naomi Lindstrom y John H. R. Polt, Arango-Keeth argumenta que el “ejercicio de posicionalidad del sujeto traductor es intencional y que se produce antes, durante y después del acto traductor en sí” (p. 228). Basándose en las teorías sobre la traducción de Lawrence Venuti, Gayatri Spivak y Tejaswini Niranjana, entre otros, en los postulados semióticos de A. J. Greimas y la crítica poscolonial, Arango-Keeth se propone desentrañar “el discurso teórico explícito o implícito sobre la traducción y las decisiones de los traductores, observables en sus versiones” utilizando “tres conceptos operacionales: el ‘saber traductor’, el ‘hacer-traductor’ y el ‘saber-hacer traductor’” (p. 232) para su fin. La eliminación parcial o total de los intertextos presentes en el original: el Proemio y el glosario bilingüe, la reordenación de capítulos y la supresión de algunos pasajes, denuncian una clara motivación religiosa, política e ideológica. Es más, las traducciones en sí responden a intencionalidades ancladas en la posicionalidad del traductor. En Hudson, arguye Arango-Keeth, el objetivo es una feroz crítica del clero y su traducción responde a un carácter correctivo ya establecido desde el título mismo, Birds Without a Nest. A Story of Indian Life and Priestly Oppression in Peru. En las dos traducciones de Lindstrom y Polt “el objetivo de traducción se concentra en torno a tres ejes: la presentación de la diferencia cultural, el enmarcamiento del género y la documentación socio-histórica que se desprende de la novela” (p. 232). Dichos ejes motores corresponden a la posición de los traductores dentro del ambiente académico estadounidense y latinoamericano de fines de siglo xx. La inserción del texto decimonónico de Matto de Turner en el canon literario se contextualiza genérica y culturalmente enmarcado en su quehacer histórico, y señala, según ArangoKeeth, su filiación precursora con la literatura femenina e indigenista del siglo xx. Un detallado y esclarecedor cotejo visual de varios pasajes del texto en las tres traducciones ilustra de manera lúcida las fuerzas ideológicas que motivaron las traducciones. Arango-Keeth concluye su ensayo con un llamado a la postura ética del traductor: “si los textos literarios se constituyen en discursos de resistencia y en recintos de la memoria histórica y social de los pueblos, una actitud ética por parte del traductor será ejercer un control consciente sobre su posicionalidad cuando enfrenta la traducción de un texto, reduciendo de este

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modo sus prejuicios y/o su desconocimiento de la realidad cultural representada en la obra” (pp. 245-246). Es decir, el traductor debe ubicarse dentro del proceso textual mismo de la traducción, ser consciente de la inestabilidad del significado textual cultural y la imposibilidad de controlar o conocer completamente esa posicionalidad de donde emanará el nuevo texto. María Nelly Goswitz examina desde el lente del feminismo tercermundista la primera novela de la escritora peruana Mercedes Cabello de Carbonera en “Del xxi al xix: descodificando el trazo femenino en la novela Los amores de Hortensia”. A través del análisis de los géneros discursivos y de las estrategias específicas utilizadas por Cabello en la novela, Goswitz muestra cómo la autora peruana les otorga voz a sus personajes femeninos (Margarita y Hortensia) para cuestionar la institución matrimonial. Al insertar las cartas en la novela, Cabello “consolida a través de éstas una identidad femenina que muestra el devenir de la escritura femenina decimonónica en todas sus complejidades” (p. 250). Apoyándose en el análisis del texto decimonónico de Cabello de Carbonera, Goswitz postula que “el ideario femenino del xix que se forjó en Latinoamérica —y en el Perú en particular—, ofrece a la crítica feminista contemporánea textos sobre los que se pueden articular análisis sistemáticos que no sólo permitan llenar vacíos literarios de períodos generacionales que esta crítica todavía no ha abordado, sino que también contribuyan a proyectar teorías basadas en la reexaminación de este corpus” (p. 254). Goswitz reconceptualiza la producción narrativa de Cabello con el fin de desentrañar la postura filosófica y teórica de esta intelectual decimonónica, y con el propósito de aportar a la consolidación de una teoría feminista tercermundista que reclama presencia dentro del feminismo internacional. Adriana Méndez Rodenas, en su ensayo sobre las memorias de la franco-cubana Mercedes Merlin, “El archivo perdido: las memorias de Mercedes Merlin y el arte de la fuga”, hace uso de la genealogía del concepto de lejanía acoplado a la insularidad cubana que llevó a tantos escritores a reinventar la isla con la pluma desde el exilio. Evoca Méndez Rodenas a Gertrudis Gómez de Avellaneda y su célebre “Al partir” para introducir otra figura destacada de la época que vivió entre dos mundos, dos idiomas, dos culturas. Mes douze premières années (1831) autobiografía limitada a la infancia de la condesa de Merlin, y una viñeta autobiográfica titulada “L’évasion” en Les loisirs d’une femme du monde, biografía de la cantante Maria Malibran pu-

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blicada en 1838, constituyen los dos textos que entran en diálogo a lo largo de la reconstrucción literaria de un episodio clave de la infancia de la escritora. El movimiento de fuga que anticipará el constante movimiento de vaivén característico de la obra y la vida de Merlin, es explorado por Méndez Rodenas en sus facetas autobiográficas, literarias y proto-nacionales en toda su riqueza y complejidad narrativas. La estudiosa se propone leer los textos autobiográficos desde la compleja red de exigencias y contradicciones de la sociedad esclavista y su impacto sobre la “consciencia femenina en formación”, pues son estos momentos privilegiados los que conducen al impulso de la fuga y donde se percibe, diáfano aunque fugaz, el principio de autoconocimiento y auto-realización. En esta breve narrativa surge inconfundible también el tema de la libertad, de la esclavitud y del abuso de poder, temas recurrentes en la obra merlineana. Méndez Rodenas concluye: “la narradora de ‘L’évasion’ dirige sus energías a zafarse de un entorno familiar opresivo, cuya violencia está íntimamente ligada al contexto social de la esclavitud” (p. 285). En su ensayo sobre la escritora colombiana Soledad Acosta de Samper (Bogotá, 1833-1913), “Soledad Acosta de Samper y el papel de la mujer intelectual colombiana en la historia literaria y sociopolítica del siglo xix ”, Luisa Ballesteros Rosas redescubre la riqueza intelectual de una escritora poco leída y estudiada a pesar de haber publicado prolíficamente en múltiples campos y géneros desde el periodismo pasando por la novelística, “estudios sociológicos, biografías, cartas, crónicas y libros de historia”. Soledad Acosta demuestra pertenecer a una corriente americanista emuladora de lo europeo y preocupada por la historia nacional, según Ballesteros Rosas: “De carácter costumbrista, su narrativa está relacionada sobre todo con la historia de Colombia, poblada de conquistadores, piratas, héroes de la Independencia y personajes contemporáneos relacionados con la autora. Las temáticas que nutren su ficción están engarzadas en las inquietudes de su época: la historia, la condición femenina, y la nación y su identidad” (p. 290). Ballesteros Rosas rescata del olvido sus novelas influidas por el romanticismo y el realismo franceses: Teresa la limeña (1868) y Dolores (1869); la novela El esclavo de Juan Fernández, escrita en francés como el Pablo de su contemporánea Eduarda Mansilla; las novelas de tema independentista, la novela de carácter histórico, novela de costumbres, a modo de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, y el libro de crónicas histórico-novelescas Los piratas de Cartagena (1886). Como sus

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congéneres escritoras, Acosta de Samper, le dedica al género epistolar un lugar dentro de su producción. En su revista El Domingo de la Familia Cristiana (1889-1890), publica cartas de carácter didáctico, entre las que se hallan “Cartas a una recién casada” y “Cartas a una madre”. Estas misivas a un público exclusivamente femenino encierran consejos sobre la higiene y la salud, la defensa de los derechos de la mujer y las realidades concretas de la institución del matrimonio. En el ámbito de los derechos femeninos, se conocen sus “traducciones al español de A Woman’s Thoughts about Women (1858) de la novelista inglesa Dinah Mulock Craik y Le travail des femmes au XIX e siècle (1873) del pensador francés Paul Leroy-Beaulieu”. La autora colombiana, concluye Ballesteros Rosas, “forma parte, a su manera, de los movimientos dialécticos y políticos de su época, en términos nacionales y latinoamericanos de sus contemporáneos, dentro de las circunstancias de la evolución histórica propiamente colombiana”. Desde su juvenil Diario redactado bajo la influencia del romanticismo, pasando por los relatos históricos, la defensa de la condición de la mujer y la recuperación histórica de la memoria nacional, Acosta de Samper, nos recuerda Ballesteros Rosas, merece no sólo el rescate del olvido sino la pertenencia en el panteón de la intelectualidad colombiana. María Elva Echenique, en “Adela Zamudio y la crítica literaria en Bolivia”, dedica su ensayo al rescate de la contribución de la escritora (1854-1928) a la crítica literaria de Bolivia. Mediante subterfugios, medias palabras y el doble filo de la ficción, Zamudio logra integrarse de soslayo, pero con vigor, en los debates literarios de su momento. Echenique hace una lectura a contrapelo de dos textos y la correspondencia personal de Zamudio para desarticular la imbricación crítica de la escritora boliviana en el discurso intelectual masculino. En la novela corta El capricho del canónigo, Zamudio crítica duramente la estética modernista mediante la ficcionalización de su propia crítica. Más tarde, en su correspondencia con los críticos literarios más influyentes del país luego de la publicación de Intimas (1913), la cual recibe una crítica negativa, la autora revela juicios sobre “el género novelístico y la producción de sus colegas masculinos” atacando de manera sagaz y defendiendo su quehacer intelectual. Echenique pone en evidencia a través de su análisis el aporte crítico de una escritora de envergadura que resiste la imposición de reglas y empuja para lograr paridad intelectual dentro de un sistema patriarcal rígido para detentar un merecido lugar como fundadora de las letras femeninas en Bolivia.

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I. La intelectual(idad) decimonónica: viajeras y maestras hispanoamericanas

VIAJE DE RECREO (1909) de Clorinda Matto de Turner: reevaluación crítica de la relevancia de la cultura europea para América Mary Berg Brandeis University

En 1908, Clorinda Matto de Turner (1852-1909), periodista peruana de renombre (y en su época controversial por su crítica acerba de la corrupción y por su respaldo a los derechos civiles de todos), exiliada en la Argentina desde 1895, fue enviada a Europa por el Consejo de Educación de Buenos Aires con el propósito de investigar la educación femenina en Inglaterra, Francia, Suiza, Italia y Alemania. Durante seis meses, recorrió Europa visitando escuelas, museos y monumentos, conociendo a escritores (y sobre todo escritoras), educadores y al papa, dando conferencias y, más que nada, observando la cultura europea con ojo crítico. Le fascinaron las diferencias culturales entre los varios países, con sus trayectorias históricas distintas, y su relevancia (o no relevancia) para las nuevas naciones americanas. Observó todo lo posible, tomó notas y, al volver a Buenos Aires, organizó sus apuntes en una meditación sobre su viaje; mandó el manuscrito (ilustrado con fotos y postales) a la editorial Sempere en Valencia poco antes de su repentina muerte en 1909. En Viaje de recreo Matto figura como voz narrativa y como investigadora, examinadora insistente de los valores culturales y cómo éstos se propagan en cada país. Anota los contrastes entre modernización (trenes, autos, las nuevas fábricas y sus empleados, el avance de la ciencia y de la tecnología) y la herencia histórica de tantos siglos de arte, arquitectura, costumbres y ritos. El propósito de su viaje es examinar la educación europea y cómo puede servir como modelo para los países americanos, pero en Viaje de recreo se enfoca en los valores culturales y las características nacionales. Es también una meditación

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sobre cuáles aspectos de la cultura humana tienen significado verdadero y cuáles son frívolos e irrelevantes para el bienestar nacional. Con meticulosidad de antropóloga Matto cataloga las diferencias entre los países, desde las distintas experiencias en restaurantes hasta las condiciones laborales, y examina las colecciones de los museos como evidencia de pasiones nacionales, de autoconstrucción deliberada de cierta visión de la historia, de cierta manera de organizar y presentar el significado de la cultura. Viaje de recreo es una fusión de comentarios sobre los varios países que Matto visitó, pero también incluye sus memorias de sus padres (de ascendencia española), de su marido (inglés), de amigos de épocas diversas de su vida, de sus propias experiencias y pasiones1. El libro cuenta sus impresiones de viaje y sus observaciones, pero también relata cómo registró lo que vio, vivió, recordó y pensó durante estos meses tan importantes para ella. Matto explora las varias complejas verdades y ramificaciones de lo que observa en España, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania y Suiza y las comenta desde perspectivas múltiples. Cruza todas las fronteras de definición de lo que constituye un relato de viaje, o literatura de viaje; o sea, todas las fronteras entre observación e imaginación.

A la salida de Buenos Aires Clorinda Matto nunca había viajado fuera del Perú, con la excepción del viaje traumático de abril de 1895 que la había llevado abruptamente y en peligro de muerte de su país natal al exilio en Argentina, luego de pasar por Chile, para establecerse en Buenos Aires2. Al embarcarse en mayo de 1908 para esta excursión a Europa, no sorprende que ella se

1 Matto reconoce que le atraen los extremos. Al salir de Inglaterra, en el tren medita: “Mis pasiones son fuertes y definidas; arrancan de mi educación primaria bajo la sentencia del trágico to be or not to be. Detesto el agua tibia y los temperamentos indecisos; por eso amo y odio con llaneza y ardor, y lo que emprendo llega a la cima. Esta jira europea misma que estoy realizando, sola, cumplidos ya los cincuenta años de existencia, es manifestación comprobatoria del carácter cimentado en la sentencia shakesperiana, ser o no ser. Si no nací en Londres, nací en el Cuzco, y me siento llena de orgullo legítimo. ¿Por qué no confesarlo? El disimulo de nuestras espontaneidades es hipocresía; yo la detesto del mismo modo que al agua tibia” (2010: 103). Las citas en este ensayo pertenecen a la tercera edición de Stockcero. 2 Ver Berg (1997).

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sintiera nerviosa al separarse del país que la acogió cordialmente cuando estaba desesperada, “aquella Buenos Aires hermosa y gallarda, la primera en la América del Sur, la única por la grandiosidad que el porvenir le depara con el esfuerzo combinado de nacionales y extranjeros” (5). Por primera vez podrá ver los países de origen de tantos amigos argentinos; estará pensando aquí en el crecimiento de la población de Buenos Aires: en 1908 llegaron más de trescientos mil europeos a la capital argentina, y más de cuatro millones de europeos se habían establecido allí entre 1863 y 19083. En Viaje de recreo, Matto también habla con frecuencia de su nostalgia por su querido Perú, y de sus memorias de infancia, y cuando llega a Río de Janeiro y viene a saludarla “el señor ministro plenipotenciario del Perú” y su hija, comenta: “la presencia de estos compatriotas me ha producido la impresión del encuentro de mi familia en playa extranjera” (7). Esta profunda emoción de sentirse en familia se repite en cada etapa de su viaje cuando se encuentra con peruanos o con artefactos culturales que le recuerden el Perú. Con frecuencia echa de menos la presencia de lo andino en las colecciones y percepciones europeas, como cuando va en Londres, acompañada por su guía Miss Bartlett, al Natural History Museum, y anota: Con honda pena noto la ausencia de tanta belleza americana, especialmente en la sección de las avecillas. La variedad y colorido de plumas que constituye una flora aérea en nuestros bosques, daría una idea a los europeos de lo que América ofrece en la familia de los volátiles y cantores. “Aquí tienen digo a mi amiga, su mirlo, sus ruiseñores; nosotros podríamos traerles gorgeos sublimes en la garganta del zorzal argentino y del chocllopokochi peruano”. “¿Qué...?”, responde Miss sin poder pronunciar el nombre del pajarito. Yo río orgullosa de haber dificultado la lengua de una inglesa con una frase del idioma de los incas, el rico quechua, que puro y expresivo conserva la región de la sierra del Perú, sobre todo el Cuzco, la antigua capital (96).

En este caso está notando la ausencia de algo que bien podría enriquecer la colección. En otros momentos, la comparación con lo andino disminuye el impacto de lo que se expone en los museos europeos,

3 Ver Report of the Immigration Commission to the U.S. Senate, 61st Congress, 1910. Washington D.C.: Government Printing Office, 1911. Un 56,3% de los europeos llegados entre 1863 y 1908 eran italianos (1.770.971 individuos).

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como cuando en el Victoria and Albert Museum contemplan tapices flamencos del año 1507 y Matto comenta: La conservación de la vivacidad de los colores de los tapices, que tanto alaban los visitantes, a mí no me sorprende, porque estoy acostumbrada a ver en el Perú las telas de la época incaica, extraídas de las tumbas originarias de más de seis siglos atrás, con la frescura y el brillo de reciente factura (100).

Una y otra vez Matto alude a los paralelos entre lo romano y lo andino; en Pompeya comenta que “La fuente de los mosaicos es una maravilla de combinaciones, y tanto los colores como el gusto de ornamentación son iguales a los de los tejidos peruanos de la época incaica” (141). El ejemplo más sostenido de esta doble perspectiva se encuentra en las discusiones de la preservación (o mejor dicho la falta de preservación) de los artefactos romanos en Italia, y de los muchos paralelos entre el imperio de los romanos y el de los incas, paralelos también comentados por uno de los escritores predilectos de Matto, el Inca Garcilaso de la Vega. Al contemplar el Coliseo romano, Matto dice: […] me siento presa del vértigo, por mis venas siento correr todo el calor del sol de los incas, derramado desde las fortalezas del Sacsayhuamán hasta el Coliseo; sensaciones indescriptibles me sacuden, siento el vacío de mi hermano, de mis amigos, la comunicabilidad es necesidad en mí, quiero compartir mis ideas y sólo encuentro al guía, que impasible me acompaña por el salario que le pago (125).

Matto siente nostalgia por lo romano y lo incaico, por su arte y arquitectura extraordinarias, y por su tolerancia, en comparación con las culturas cristianas que luego se impusieron en los dos imperios. Ella entiende que las culturas evolucionan, cambian, se reemplazan, pero a la vez lamenta la pérdida de épocas de mayor tolerancia. Le entristece reconocer que la civilización no siempre avanza, que los logros de un momento con frecuencia no se perpetúan, que los seres humanos no siempre toman las mejores decisiones. Al contemplar la basílica de San Pedro comenta que: “Esto maravilla, extasía, pero no perdonamos el haber echado por tierra la habitación de Nerón para levantar en el sitio del circo esta suntuosa manifestación del poder cristiano” (127). Al entrar en la basílica, exclama: “¡Cosa singular! A

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la entrada sorprenden cuadros de asuntos profanos. Ganímedes elevado por el águila; Leda sobre el cisne; Europa sobre el Tauro, etc. En América tendríamos motivo para una excomunión mayor si en una iglesia pusiésemos cosas semejantes” (128). Matto, obviamente, ha tenido motivo para saber muy personalmente cómo en el Perú se podría juzgar todo lo que no fuera exactamente prescripción de la Iglesia: aunque el motivo oficial para las amonestaciones y castigos de la Iglesia fue la publicación en 1890 de un cuento de Coelho Neto en El Perú Ilustrado, periódico que ella entonces dirigía, se puede suponer que el furor de la Iglesia tenía mucho que ver con la crítica feroz de Matto de la venalidad y promiscuidad sexual por parte de ciertos miembros del clero, muy evidente en sus novelas. Cabe recalcar que Viaje de recreo empieza con un comentario sobre la visita de Matto a Coelho Neto en Río de Janeiro. Coelho Neto expresa su simpatía, lamentando que “usted ha sufrido tanto en su patria a causa de la ofuscación de la gente, que ha creído ver una herejía en mi poema Magdala, que no es otra cosa que la tentación de la montaña” (9) y Matto le responde, asegurándole: [...] no crea que en mi patria estuvieron todos ofuscados; allá hay hombres de mucha ilustración y de criterio sano; fue una campaña de frailes que por mercantilismo visten el habito, como un tendero toma su guardapolvo para despachar detrás del mostrador, y eso ya pasó; hoy, en mi patria, se me juzga con criterio muy diferente, y yo misma recibo los acontecimientos con temperamento distinto; después de esta visita a usted, he de visitar al Papa; en religión pasa lo mismo que en política; hay patriotas y patrioteros; yo respeto sólo al verdadero creyente, cualquiera que sea su filiación o credo (9).

Así que Viaje de recreo empieza con la declaración resoluta de Matto de que todo está bien, que no hay que dudar de su fe religiosa, que visitará al papa (que es exactamente lo que hace al llegar a Roma) y que verá con ojos muy abiertos y sin prejuicio lo que le presente Europa. Pero lleva consigo las dudas y los temores sobre la modernización de la sociedad a los dos lados del Atlántico. Al observar en detalle la población de Roma, ciudad fascinante a su parecer, musita: Anoto que en ninguna parte he visto tantos jorobados, enanos y deformes como en Roma, detalle que me lleva a profundos y tristes pensamien-

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tos sobre la degeneración de la raza, y a mis ideas sobre el antiguo pueblo romano se asocia el recuerdo del pueblo incaico del Perú. […] La observación que hemos anotado sobre la deformación física del varón moderno tenemos que repetirla tratándose de la mujer, cuyo cuerpo de serpentina se aleja tanto de la belleza y ha estragado el gusto por la depresión del corsé, al cual ella confía toda la obra de elegancia. Y profundizando nuestras investigaciones, tal vez no iríamos por senda errada si en la deformación de la mujer señalásemos el debilitamiento de la raza. Los criadores de nuestras estancias ganaderas argentinas pueden venir a reforzar esta opinión. Apartándonos de lirismos, ¿qué es el hombre físico sino animal con sus energías sujetas a las condiciones de sus productores? La madre es la base de toda regeneración social (134-135).

La decadencia de la raza humana (y la responsabilidad de las madres) es preocupación central de Matto en su periodismo de los años 90 y en su tercera novela, Herencia (1895), que refleja sus lecturas de textos naturalistas y su participación activa en esos debates4 a los cuales hace referencia en Viaje de recreo también5. Matto es muy consciente de estar en un mundo que cambia con velocidad espeluznante, a veces previsiblemente, a veces sin advertencia previa. Con frecuencia le parece que la modernización que ve en Europa representa cambios fundamentales que también llegarán a América por medio de la industrialización, la globalización del comercio, los adelantos tecnológicos y la pérdida de valores tradicionales. Habla con frecuencia de la igualdad y la desigualdad de las mujeres (tema que siempre la había apasionado), rodeada como está en esta Europa de 1908 de situaciones muy nuevas para ella. Medita mucho sobre las diferencias, sean superficiales o profundas, entre Europa y América, y entre los varios países que ella visita. Comenta, por ejemplo: La aristocracia europea no es tan tiesa como se cree. Desconfía, es natural, pero una vez conocida la legalidad de la firma y procederes, se mues4

Ver Berg (2010). Uno de los personajes centrales de Herencia es un inmigrante italiano de clase baja, muy atractivo y muy trabajador, que logra establecerse y prosperar trabajando en una pulpería en Lima, pero que aspira a algo más. Logra seducir y luego casarse con una niña de clase alta, pero no es capaz de adaptarse a un cambio tan fundamental de nivel social y se convierte en un borracho inútil. En sus novelas, Matto solía dramatizar lo problemático del traslado de una cultura a otra y las dificultades que experimentaron los inmigrantes europeos que llegaron al Perú. 5

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tra hospitalaria y expansiva. En Roma, en París y en Madrid, las mujeres fuman al igual que los hombres. He cenado en algunas casas aristócratas, y las mujeres se quedan a la mesa para fumar. Hoy hemos estado de admiradoras a admiradas. Cuando estaba yo asombrada de ver tanta boca linda chupeteando un cigarro, me brindan otro; digo que no fumo, que en América no acostumbramos, y se quedan admiradas. “¿En América las mujeres no fuman?...” “Pues atrasadas estamos”, agrego para mi coleto. Me explico ahora la monería de algunas que, al regresar a América, han querido fumar; pero como los paladares de las mujeres están habituados a los duraznos del Tigre, los bombones del Gas, las confituras y hasta un Pío IX, la cosa no ha prendido; y lo celebro con todo mi entusiasmo (151).

Pero también observa en detalle el comportamiento de las mujeres europeas que le parece admirable y digno de análisis. En cada país visita escuelas y centros de entrenamiento para las mujeres. En Berlín, por ejemplo, está muy impresionada por las escuelas, por las feministas alemanas y por las cantidades de adherentes a los centros y sociedades feministas. Comenta: Elena Lange dirige otra sociedad de cuatro mil profesoras, que depende de la confederada Bund deutscher Frauenvereine. Citaré a Lilí Braun, que es socialista exaltada; Alicia Salomón y María Loper Housselle, que fundó y preside la Sociedad de profesoras alemanas, que tiene 17.000 socias; pero sobre todas éstas merece respeto por su inmensa labor Elena Lange, que en cuatro grandes volúmenes, y en colaboración de otras mujeres, ha publicado la historia del feminismo en las grandes capitales del mundo (194).

Con frecuencia se siente celosa de los avances que han hecho las mujeres de los varios países. A veces se cansa de registrar y asimilar lo que significa tanto progreso. Pero se recupera, recordando los logros de las americanas y su deseo apasionado de construir una sociedad más igualitaria. En Berlín, apunta: Debo […] visitar algunos centros de enseñanza, entre ellos la Charlotemburgo, Escuela Técnica Superior de que tanto me han hablado, cuyo edificio e instalación interna son, verdaderamente, modelo grandioso, y en cuyos salones he suspirado con melancolía casi de envidia en el deseo de tener en América una casa semejante. Mi tristeza reacciona, porque es fundada la esperanza de que no está lejano el día de semejantes adquisiciones,

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especialmente en la República Argentina, ya poderosa, y en el Perú, que se repone mediante la paz y la honestidad. Expansiono mi espíritu contando a mi guía los progresos alcanzados en América, donde tiene que trasladarse íntegra la civilización europea (196).

No resuelve su ambivalencia –quiere que América sea como Europa, que tenga lo mejor de cada país europeo– pero a la vez quisiera preservar lo que ama de cada país, aunque con frecuencia reconoce que es un deseo contradictorio6. En este libro de apuntes y reflexiones sobre su viaje, que incluye ilustraciones de cada país, Matto medita sobre las cualidades de cada uno de ellos que quisiera que se adaptaran o consideraran en sus dos patrias queridas, Perú y Argentina, y comenta también sobre aspectos que ella considera decadentes y que no quisiera ver imitados.

El relato de viaje como autobiografía Como se ha señalado, Viaje de recreo, como todo relato de viaje, transcribe una serie –una selección– de impresiones personales, subjetivas, de las experiencias de Clorinda Matto en Europa en 1908. Comenta Gloria Hintze: La autora testimonia todos aquellos tópicos que como viajera considera deben registrarse. Además, sus descripciones, por momentos extensas y detalladas, dan acabada muestra de su educación basada en un proceso que favorecía la realización de los ideales civilizatorios europeos (2008: 201).

Uno de los propósitos obvios de Matto es demostrar no sólo su competencia, sino su dominio de la historia cultural de Europa. Las descripciones detalladas de lo que ve en museos, exposiciones, iglesias, y monumentos –descripciones que ahora se encuentran en las guías Michelin y otras– conforman la mitad del texto y constituyen evidencia de su seriedad, de su meticulosidad. Estas observaciones –páginas

6 La contradicción es parecida a la que Matto analizó (en sus novelas y ensayos) en cuanto al Perú y sus ciudadanos indígenas: quisiera que se preservara la cultura quechua y aymará, pero con gran tristeza acepta como inevitable la predominación de valores españoles.

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y páginas de detalles– la califican como observadora sabia, a veces implacable –insiste en ver todo, aun lo que la mayoría de los turistas (y sobre todo las turistas) pasan por alto–. Insiste en ver las salas de objetos considerados como pornográficos y generalmente cerradas a las mujeres, y cuando visita el observatorio de un astrónomo, insiste en subir hasta la torre de observación donde tiene su telescopio y ver ella misma cómo se hacen las calculaciones. Con frecuencia sabe más que sus guías, y no duda en corregirles. Los lectores que se interesen en la historia y la evolución de los museos y las colecciones, en las descripciones detalladas de lo que estaba expuesto en los museos de 1908 y en cuáles prioridades se habían establecido para la exposición de artefactos culturales, encontrarán en este texto un catálogo minucioso y organizado. Para Matto, con su formación en el periodismo, bien entrenada en el reportaje fidedigno, parece ser importante primero describir, y luego expresar sus opiniones y comentarios. Las observaciones concretas sobre lugares y museos son una selección arbitraria y personal, pero se representan como reportaje de los hechos, contrastando con la otra mitad del libro, más abiertamente autobiográfica, constituida por comentarios personales y reacciones emocionales. Con frecuencia, se combinan los dos modos de observación, o se alternan. En el norte de Italia, sus amigos la llevan a ver una estatua: estamos en Arona, una pequeña ciudad de 4.500 habitantes, donde nació San Carlos Borromeo, de cuya familia era feudo esta ciudad. A cuarenta minutos de la estación está el lugar donde se eleva la estatua de hierro batido sobre base de granito; mide 35 metros de alto. Para darse idea exacta de la enormidad de la estatua, es preciso visitar el interior, porque es hueca, y una escalerilla que parte de la base va hasta la cabeza, que es una especie de cámara redonda; mide 6 metros 50 centímetros, y se puede estar de pie cómodamente paseando de una oreja a otra, donde hay ventanillas que dan luz y aire, e ir a la nariz, donde también se encuentran claraboyas respiratorias. La estatua es una curiosidad mundial, y razón tuvieron mis amigos al no detallarla para no amenguar mi sorpresa. Medito unos segundos dentro de esta cabeza tan grande y hueca, y se me presenta la sombra de hombres que van así por el mundo negando a las mujeres el derecho de pensar porque tienen cabeza pequeña y cabellos largos (183).

Empieza con una descripción bastante detallada y termina con una observación feminista, quizás humorística, aunque en general, Matto

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no se distingue por su sentido del humor. No nos deja olvidar que es ella quien cuenta y controla el relato, y que observa desde perspectiva femenina, aunque como comenta Jean Richard, “evidentemente es difícil precisar si un texto es, de acuerdo con la intención de su autor, una guía para uso de peregrinos o un relato de peregrinación” (1981: 19). Al elaborar su densa “poética del relato de viajes”, Sofía Carrizo Rueda (1997: 15) discute la larga historia de las distinciones entre “relato de viaje” y “literatura de viajes” (ficción) pero con frecuencia, en la obra de Clorinda Matto, se mezclan y se entrecruzan sus observaciones y sus meditaciones. Matto siempre rehúsa seguir una sola línea narrativa.

La desilusión de Francia Desde el primer momento, Francia le pareció a Matto “sublime y repelente” (38). En el imaginario argentino, Francia es el paraíso, y la realidad no puede ni por un minuto igualarse a la imagen idealista. Nada le satisface a Matto. Se queja de todo. Se siente constantemente humillada y frustrada por sus propias reacciones, que reconoce como contradictorias. Rencorosa, comenta su visita [...] a la Sorbona, el centro de resonancia intelectual en el mundo, y al que fui invitada para dar una conferencia sobre América, invitación no aceptada por no poseer bien el idioma francés y parecerme ridículo hablar en español ante público que lo ignora, y por algo de desencanto o decepción recibida al saber que abonando cincuenta francos, cualquiera puede dar conferencias en este cenáculo, que en América es considerado como franqueable sólo por la notoriedad o la competencia ejecutoriada (58).

Si la Sorbona no abriera sus puertas a todos, Matto se habría quejado de su elitismo. Se siente defensiva, incómoda. Está en París para la fiesta del 14 de julio, y observa: Calles, bulevares, plazas, paseos, todo está invadido por la alegría de patriotas que cantan a la Libertad, Igualdad y Fraternidad, sin que se tomen el trabajo de meditar que libertad no existe en la vida, donde estamos atados a la columna del trabajo cotidiano; que la igualdad es utópica, donde habrá siempre negros y rubios, blancos y morenos, ricos y pobres, vir-

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tuosos y culpables, y en cuanto a fraternidad, ella es ilusoria cuando prima el mercantilismo y el oro es rey, amigo y vasallo. En medio de este pueblo casi he perdido la fe que traje de América en esa trilogía francesa, pregonada en libros doctrinarios, cuyas páginas sacan de quicio a muchos de nuestros escritores para alabar todo lo europeo, menospreciando lo americano. En América sí que tenemos libertad, igualdad y fraternidad, y casi estoy por creer que las tres entidades visitaron como fantasmas de luz la vieja Europa, pero luego se trasladaron a la joven América, donde encontraron brazos abiertos, sangre robusta y altruismo suficiente para decantar fraternidad (48-49).

Con orgullo, se siente americana, mientras todo en Francia le inspira “emociones encontradas como dos corrientes, una de veneración […], otra de indignación” (42), una fuerte reacción, y al final, Matto admite: Me alejo de París con el concepto de haber conocido una lindísima bailarina que, al rítmico son de los francos que caen en sus pies, vestida de tul transparente con sus cintas de raso y sus flores, hace piruetas en el solemne escenario de la Historia, sobre las cenizas de grandes cerebros y grandes corazones, decorado por la magnificencia de sus museos, la sonrisa melancólica de su Versalles y el palmoteo del público de extranjeros que a divertirse llegan (60-61).

Admiración por Inglaterra La nación que Matto más admira por su rectitud moral es Inglaterra. Desde el primer momento en tierra inglesa comenta que “noto que los hombres comienzan a confiar en la honorabilidad de los otros hombres” (61) y se siente inundada por memorias de su querido marido inglés, Joseph Turner, que había muerto en 1881 mientras vivían en Tinta, Perú: Pueden haber pasado muchas tempestades sobre mi frente, pero el infortunio ha sido uno, tan largo y pesado, que ya me creo con derecho a ser feliz. ¡José duerme el sueño dulce de los buenos, y yo, viuda, peregrina, lejos de mi patria, llego a la suya conservando el nombre que uní al mío, y al cual he querido rodear de todos los trofeos que en el mundo de las letras conquistase como trabajadora sin descanso!... (62).

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Está dispuesta a pensar lo mejor de Inglaterra, y ésta no la defrauda. En todos los aspectos de la vida cotidiana británica Matto observa “la suprema virtud de la honorabilidad” (66) puesta en acción y está impresionadísima con la igualdad de las mujeres y su presencia en la historia inglesa: el Museo de Madame Tussaud está lleno de réplicas de mujeres, y los recuerdos por todos lados de la reina Victoria conmueven a la peruana. Almuerzan en un restaurante para mujeres, “servido por mujeres únicamente” (66). Idealiza a la sociedad inglesa (en contraste con Francia, que no le ha gustado nada): Londres siempre será grande por el temperamento de sus hombres y la firmeza de sus hogares. En Francia el hogar propiamente dicho no existe sino por excepción, y de esto se lamentan los mismos estadistas, que se horrorizan ante la despoblación originada por la materialización homicida de la paternidad, veneno amargo vertido en la dulzura de la maternidad (78).

Su visita al periódico The Times la conmueve mucho, y comenta en “la importancia del diarismo en la marcha de la humanidad” (81). Para una mujer que ha pasado su vida entera como periodista7, su visita al diario más influyente del mundo (en su opinión) refuerza sus convicciones sobre la importancia de la palabra escrita y divulgada: Medito sobre la influencia que la lectura ejerce en los pueblos, marcando sus hábitos, refinando el gusto, conservando la solidez del hogar. Las responsabilidades educativas del escritor, en este concepto, se multiplican y se agrandan. Comparemos la actualidad de las dos naciones que el Canal de la Mancha separa. ¿En dónde está esa Francia grandiosa de Chateaubriand y de Lamartine, en dónde ese pueblo que se conmovía en Nuestra Dama con la voz vibrante de Bossuet que le hablaba de fe, de esperanza y deber ciudadano, derramando por doquiera haces de luz evangélica, alen-

7 Autora de miles de artículos y editoriales que denunciaban la corrupción o las ineficiencias de los sistemas gubernamentales, Matto fue la primera mujer de las Américas que dirigió un periódico importante, La Bolsa de Arequipa (1883-1886), y luego sirvió como directora de El Perú Ilustrado de Lima (1889-1890) hasta que entró en dificultades con la Iglesia católica. En exilio en Buenos Aires, colaboró en diarios porteños como La Nación, La Prensa, La Razón y El Tiempo y en varias revistas distinguidas. Fundó y editó el Búcaro americano (1896-1909), revista general con interés especial en temas sociales y literarios.

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tadora del pobre, represora del rico, guía de la mujer? Inglaterra cerró sus puertos para la entrada de la obra de Emilio Zola, con la misma previsión con que el padre vela por la clase de lecturas de su hija, y este criterio paterno lo encontramos en un escritor francés. Cuando fue pedida la mano de la hija de Alejandro Dumas, él dijo a su futuro yerno: “Mi hija no tiene dote, pero le aseguro que no ha leído ni una sola de mis novelas”. Pudo ser broma del escritor; para mí, después de lo que llevo visto y observado, es burla en serio (82-83).

Hay un salto enorme aquí entre la Clorinda Matto de unos años antes, que, con su amiga Mercedes Cabello de Carbonera, exploró entusiasmada la obra de Zola, Pardo Bazán y otros escritores naturalistas de la época. Incluso incluyó una discusión de aspectos de estos escritores en muchos artículos periodísticos y en su tercera novela, Herencia, como se ha mencionado aquí al discutir su comentario en esa novela sobre la degeneración de la raza humana en Italia y en el Perú desde el tiempo de los romanos y de los incas. Le parece a Matto que Francia también ha degenerado, pero aquí parece que ella siente cierto deseo de proteger a las mujeres (a las jóvenes, por lo menos) de las especulaciones y teorías perturbadoras de la evolución social, del darwinismo social. En el texto de Viaje de recreo, como en todos los textos de Matto, coexisten varios puntos de vista, a veces contradictorios. Parece que ella siempre sigue el modelo del periódico que presenta artículos diversos que expresan puntos de vista distintos; ella siente que es más importante discutir a fondo los miles de asuntos importantes desde varias perspectivas que cerrar puertas y buscar una opinión unívoca. Por un lado cuenta todo meticulosamente, a veces obsesivamente –todo lo que se puede medir en estadísticas (kilómetros, minutos, centavos, número de participantes, cantidad de salas y objetos en museos, sus gastos) se anota con precisión–, pero simultáneamente generaliza y opina. Matto admira mucho a las mujeres inglesas que conoce, y expresa: La mujer inglesa de la clase media merece mi respeto. Ella reina y gobierna, no por la coquetería, la pintura, la ficción y la lascivia, sino por el imperio de la rectitud y la moral. Goza de una amplia y verdadera libertad y no abusa de ella; tiene fe religiosa sincera, y ésta la guía y la alienta. ¡Con cuánto regocijo recuerdo este respeto recíproco y profundo en el seno de los hogares entre padres e hijos, entre hermanos, entre parientes y amigos!

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La mujer inglesa tampoco se ha singularizado por la bullanguería. Las mujeres sufragistas que reclaman la igualdad del voto, fundadas en la igualdad de contribución que pagan, van con la seriedad propia del derecho que ejercitan y la justicia de la causa que patrocinan, y las que han franqueado los umbrales universitarios van llevadas por una casi vocación, disputando el diploma al varón en noble lid. Como madre es adorable y abnegada como institutriz. La gran causa del feminismo asume proporciones colosales en el terreno fundamental del derecho, y hoy no son las frívolas, ni las desocupadas, ni las desengañadas, como dicen los adversarios, las que piden leyes al Parlamento: ¡son las madres! (98).

Se queda muy impresionada con la cantidad de mujeres que trabajan fuera de casa, no sólo las mujeres pobres que trabajan en fábricas, sino las multitudes que logran encontrar carreras en la enseñanza, la medicina, y el comercio: Las grandes casas de comercio y muchas oficinas públicas prefieren a las mujeres como empleadas, porque son minuciosas y cumplidas más que el varón. Aquí es donde verdaderamente existe la escuela de la empleada con garantías reciprocas y resultados positivos. La enseñanza y la educación práctica comercial se hallan difundidas a proporción de la densidad pobladora, y la mujer gana terreno en el campo del bástate a ti mismo, que en América del Sur comienza a interesarnos (98-99).

Cuando Matto medita sobre la base de este progreso, ¿Cuál es el secreto de este progreso y de esta grandeza? me pregunto. Sin duda alguna, el sentimiento religioso y el respeto a la ley. Sí. La ley respetada y cumplida constituye la felicidad del hombre y la grandeza de los pueblos. ¡Londres! ¡Capital del orbe civilizado! (104).

España e Italia, sorpresas agradables No sorprende a Clorinda Matto que España carezca de ciertas modernizaciones, que cumpla con algunos de los estereotipos del Viejo Mundo del cual se escaparon los emigrantes españoles que fueron a América. No le sorprende sentirse emocionada al volver al país de origen de su familia; en la tranquilidad de un viaje por tren se imagina en la tierra de sus ancestros:

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Desde las ventanillas del tren la contemplo con el alma radiosa de afecto, la mente iluminada por la luz de los recuerdos y el corazón palpitante con emociones filiales. La memoria recorre el pasado del hogar donde se amaba a los españoles, me imagino que voy a encontrar miembros de mi familia, aquellos antepasados con sus cuerpos sanos para habitación de almas sanas; de frente ancha donde bullen los gérmenes del ideal, cabeza levantada que disipa la nube de la ficción; corazones hidalgos que saben amar con la pureza de su cielo zafirino y estrechar la mano con el calor de franca amistad (26).

Con igual ausencia de sorpresa, cuando investiga (como lo hace en todos los países) las instituciones educacionales, confirma lo que ya suponía, al encontrar en Barcelona que Los centros de instrucción pública femenina están, en su mayor parte, en manos de religiosas. Bastante trabajo me costó el poder penetrar en el colegio de las monjas de los Sagrados Corazones, merced a empeños del cónsul peruano. La hermana superiora me dio repetidas explicaciones para disculpar el desaseo tan notable de la casa. “Hoy tenemos profesión (sic); mire el altar qué hermoso lo han arreglado, y con estos quehaceres no se ha podido atender a la limpieza debidamente”, dice la hermana en cada vericueto donde hallamos basura. El plan y los métodos de enseñanza son iguales a los de las sucursales de América (20).

Pero a pesar de lo que estima ser sistema de educación anticuado, el avance del feminismo y de la industria sorprenden e impresionan a Matto. Incluye largas descripciones de cantidades de escritoras, médicas, abogadas, artistas, y mujeres activistas que promueven los cambios institucionales y sociales. Le parece maravilloso e inesperado conocer a tantas [...] escritoras, periodistas, educadoras españolas, cuyo número y preparación me sorprende, pues en América nos hemos familiarizado sólo con doña Emilia Pardo Bazán, la ideal Concepción Jimeno de Flaquer y la audaz y correcta Carmen de Burgos Seguí, más conocida por su seudónimo de Colombine, ignorando nombres consagrados por la fama que constituyen gloria para la causa de la mujer emancipada por la ley de la luz, que ilumina y embellece (32).

Todo esto le encanta y, mientras tanto, come los platos más deliciosos, disfrutando de “la suculenta cocina española, saboreada con los

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vinos legítimos, libres de las anilinas con que en América nos envenenan los industriales de la química moderna” (31). En Madrid, conoce a escritores –y sobre todo, a escritoras– importantes, da conferencias muy bien recibidas, y es celebrada y festejada con banquetes, y todo esto la conmueve profundamente. Una de las nuevas amigas a quien más estima le ofrece a Matto un tributo que le hace muy feliz: Concepción Jimeno de Flaquer ofrece el banquete en una forma ideal. “Para brindar a Clorinda no es necesaria una copa, se precisa una flor”, dice, y obsequia un crisántemo [sic] enorme colocado en el centro de la mesa, atado con cintas españolas, argentinas y peruanas. Entre aplausos continúa enlazando la significación de este acto de hermosa confraternidad intelectual entre españoles y americanos, agrandando mi labor, interpretando magistralmente mis afectos por España, y termina asegurando que “la hija de la tierra de los conquistados ha dominado a los dominadores”. Todos han bebido el licor espumante, topacino, brindando por América y sus intelectuales. La emoción que me domina es suprema (208-209).

Matto nunca había esperado encontrar en España tanta cordialidad ni tanto progreso en términos de nueva tecnología y grandes avances también para las mujeres y sus posibles carreras. Italia le encanta, y dedica el doble de páginas a ella en Viaje de recreo que a cualquier otro país, detallando sus maravillas líricamente. Como en España, se siente en casa, con encuentros frecuentes con argentinos que se han vuelto (o que estén de visita, o que ya regresaron a Italia habiendo hecho sus fortunas en América) y con amigos. Escribe con mucha emoción del paisaje, de sus reflexiones. Observando las palomas en Venecia, exclama: ¡Palomitas venecianas, poéticas y gallardas como las góndolas que conducen corazones y voluntades denunciadas en la trova del gondolero, yo os llevaré en mi recuerdo a través de los mares, allá donde mis golondrinas emigrantes rastrean con el sol de primavera! ¡Palomitas venecianas, venid, que mi alma os acaricia, porque he amado las aves desde mi infancia y he llorado la suerte de las aves sin nido!... (167).

Y Matto recuerda no sólo su propia vida y obra, sino a las personas más importantes de toda su vida. En una góndola, en una noche bella, cuando

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¡Todos cantan y yo permanezco silenciosa, aturdida por una grande emoción y un recuerdo infinito!... ¡Juana Manuela Gorriti!... Si la novelista argentina hubiese bogado aquí, en mi lugar, ¡qué joyas exquisitas hubiese labrado para la literatura de América, ella, que con sólo el poder de su brillante imaginación, y a través de sus lecturas, escribió aquella narración, Una noche en el Adriático!... Echo una ojeada dentro de mi alma, encuentro sólo tumbas, no quiero entristecerme, vuelvo a la vida, hallo cadenciosa la canción de mis compañeros, suave, rítmico también el balanceo de mi góndola, cuyos farolillos parecen avergonzados en presencia de la reina de la noche (172).

Para Clorinda Matto, su viaje de 1908 le ofrece la posibilidad de reflejar, sobre sus propias raíces, experiencias y observaciones. Medita sobre la trayectoria de su propia vida y la importancia que han tenido para ella sus padres, sus hermanos, su marido, sus varios empleos, sus muchos amigos (como la muy querida Juana Manuela Gorriti) y compatriotas. Sus reflexiones al viajar por Europa incluyen sus opiniones, sus muchas contradicciones y su entusiasmo optimista por la vida y la sociedad humana a pesar de todas sus experiencias difíciles y decepcionantes. El libro es en su totalidad un maravilloso compendio vital de la esencia de la vida de su autora como ella la percibía en ese momento.

Bibliografía Obras Matto de Turner, Clorinda (1909): Viaje de recreo: España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Alemania. Valencia: F. Sempere y Ca. Editores. [2ª edición: Cuzco: Municipalidad del Cuzco, 1997; 3ª edición, Buenos Aires: Stockcero, 2010.] — (1889): Aves sin nido. Buenos Aires: Félix Lajouane. [Buenos Aires: Stockcero, 2005.] — (1891): Índole (Novela peruana). Lima: Tipo-Litografía Bacigalupi. [Buenos Aires: Stockcero, 2006.] — (1895): Herencia (Novela peruana). Lima: Imp. Masías. [Buenos Aires: Stockcero, 2006.] Crítica Berg, Mary G. (2010): “Clorinda Matto de Turner’s Experimentation with Naturalism in Herencia (1895)”, en: Spicer-Escalante, J. P./

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VIAJE DE RECREO (1909) DE CLORINDA MATTO DE TURNER

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“Time is money”: la literatura de viaje, la mujer moderna, y el contra-canon en RECUERDOS DE VIAJE (1882) de Eduarda Mansilla J. P. Spicer-Escalante Utah State University

The two students walked in looking downcast. They had just come, they reported, from yet another literature course whose syllabus included no women writers. This time it was a course on the Latin American essay. There were, the professor has explained, no women essayists of sufficient caliber to merit inclusion in the course. Mary Louise Pratt, “Don’t interrupt me” (1995: 10) En mi calidad de viajera, que escribe con la mira honrada de dar luz á los que no la tienen, creo de mi deber consignar en estas páginas, lo que he oido [sic] repetir á tanto touristes. Pues en ciertas materias, forzoso es contra los votos, por más amigo que uno sea de pesarlos. Eduarda Mansilla, Recuerdos de viaje (2006: 4-5)1

A pesar de la notable abundancia de textos que componen la literatura de viajes a lo largo de la historia y del hecho de que ha gozado de un notable interés entre su lectorado desde las épocas más remotas, el género no ha recibido la atención crítica que amerita hasta hace relativamente poco tiempo. En las últimas dos décadas, sin embargo, ha habido un cambio brusco en términos del interés crítico. El reciente “descubrimiento” del género como fenómeno se debe, sin duda, a varios factores fundamentales que actúan detrás del telón de fondo de la crítica de la literatura de viajes. Por un lado, está la existencia de una creciente con-

1

De ahora en adelante, citaré las páginas de ésta, la obra en cuestión, en el texto entre paréntesis. J. P. Spicer Escalante (ed.), Buenos Aires: Stockcero, 2006.

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cientización por parte de la crítica contemporánea con sensibilidades posmodernas, con el resultante impulso de descentrar la producción cultural en sus múltiples manifestaciones. Un corolario a este fenómeno es, desde luego, el tema del auge de una preparación más interdisciplinaria, más notable respecto a la poscolonialidad y los estudios de género —manifestaciones aparte, pero íntimamente relacionadas con el descentramiento posmoderno— que viene dándose desde los años 70 en adelante2. El beneficio de esta apertura posicional en relación con la nueva atención crítica en los textos de viajes ha sido doble, en realidad. Se ha dado principio al acto de desentrañar de la producción cultural tradicional las pautas ideológicas y estéticas metropolitanas —un punto profundamente relacionado con el género debido a la postura axiomática y tradicionalista de los que más han viajado y publicado sobre sus andanzas, los hombres imperialistas metropolitanos—. Este nuevo gaze crítico hacia la literatura de viajes también ha aportado mucho al desafiante proceso de desenterrar de su amplio corpus nuevos paradigmas y discursos autóctonos, pertenecientes a subjetividades alternas que habitan los márgenes de la producción cultural3. La doble insistencia de la nueva mirada crítica interpela tanto lo tradicional como invita a (re)considerar lo marginal. Abre, pues, una caja de Pandora de textos de viaje cuya lectura se ha estancado en un pantano tradicionalista y retrógrada, e invita a la crítica a (re)leer obras periféricas —desconocidas o relegadas al olvido— con ojos y acercamientos teóricos nuevos. El punto de inflexión en torno al cambio en la crítica se da en 1992, año en que se publica la primera edición de lo que vendría a ser el pilar no sólo temporal sino también teórico del “redescubrimiento” de la literatura de viajes: Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation de Mary Louise Pratt. Esta obra constituye la primera reflexión contemporánea profunda en torno al tema del cruce entre el viaje escrito y la ideología detrás del mismo4. Desde ese año

2 El crítico Tim Youngs ha señalado que el nuevo interés en la literatura de viajes refleja el hecho de que existe una transición en la atención crítica hacia la interdisciplinaridad, como producto de la crisis en las humanidades en la década de los 70 y los intereses compartidos en el tema de género y de la poscolonialidad (2004: 167). 3 Entendida ésta, por supuesto, como construcción tradicional, pero no exclusivamente, metropolitana. 4 Esta obra, desde el año 2007, ya cuenta con una nueva edición ligeramente aumentada. Sin embargo, para los fines de este análisis, prefiero recurrir a la primera edición.

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tan simbólico para el continente americano en adelante, la crítica se ha dedicado con notable empeño al análisis de la literatura de viajes, especialmente en relación con el canon metropolitano y las respuestas contestatarias desde las periferias5. La trascendencia de la obra de Pratt en términos de la crítica más “concientizada” ha girado en torno a dos componentes esenciales del análisis de la autora de Imperial Eyes. Su lectura de los textos de viaje se centra en el análisis de la construcción de significados y subjetividades en las áreas fronterizas del imperio, las “zonas de contacto” (Pratt 1992: 6) culturales. Como extensión a este concepto, Pratt interpela las profundas huellas de las ideologías hegemónicas que aparecen en los textos de viaje dentro de estas zonas de contacto, y propone una lectura de obras periféricas que responden a los tradicionales centros de poder imperiales. En este sentido, la obra de Pratt es fundacional, pues Imperial Eyes caracteriza y problematiza las principales normas de la literatura de viajes tanto dentro como fuera del marco del imperio. Además, revela no sólo cómo la literatura de viajes metropolitana (re)presenta las periferias para un consumo principalmente metropolitano, sino que también llama la atención sobre la existencia de un contra-discurso que nace en

Asimismo, en este estudio, es importante aclarar la terminología utilizada. A pesar del hecho de que existe una veta profundamente ficcional en la literatura de viajes, en todo momento aquí me concentro en la contribución ensayística del género de viajes. 5 El paso dado por Pratt estimula un interés en el análisis de los relatos de viaje, que luego repercute en la fundación de revistas especializadas en el campo de la crítica de la literatura de viajes: Studies In Travel Writing (1997), Travel Writing Across the Disciplines: Theory and Pedagogy (1999) y Journeys, The International Journal of Travel & Travel Writing (2000). Asimismo, se funda en 1997 la International Society for Travel Writing, muestra fehaciente de la constitución de una masa crítica de intelectuales interesados en la literatura de viajes. Aunque no es el lugar para un estudio exhaustivo de la bibliografía sobre esta temática, algunos estudios que aparecen en las estelas de la obra de Pratt son: Writes of Passsage: Reading Travel Writing (London: Routledge, 1999) de James Duncan y Derek Gregory y Voyages & Visions: Towards a Cultural History of Travel (London: Reaktion Books, 1999) de Jans Elsner y Joan Pau Rubiés. En relación con el tema de género, aparecen en la misma época Travel, Gender, and Imperialism: Mary Kingsley and West Africa (New York: Guilford Press, 1994) de Alison Blunt, Gender, Geography and Empire: Victorian Women Travellers in West Africa (Aldershot: Ashgate, 2000) de Cheryl McEwan, y Women through Women’s Eyes: Latin American Women in Nineteenth Century Travel Accounts (Wilmington: SR Books, 1998) de June Hahner. En términos generales, habría que incluir también a Gayatri Spivak y Edward W. Said a la larga lista de influencias, especialmente en términos del tema de la representación de la otredad.

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la periferia, especialmente en torno al tema de la representación de la otredad en el género6. El enfoque crítico de Pratt sobre la intersección entre la representación de la otredad y la ideología en los textos de viaje en particular es de gran utilidad en términos del análisis de la literatura de viajes de viajeros hispanoamericanos durante el largo siglo xix, especialmente las viajeras hispanoamericanas. En Imperial Eyes, Pratt examina el papel del sujeto marginado —pero activo— en su propio acto de construcción de la metrópoli, sus habitantes y de sí mismo (6). La propuesta de Pratt nos posibilita, pues, el análisis de la manera en que las periferias intervienen en el intrincado proceso no sólo de construcción del imperio y de la subjetividad metropolitana, sino también de la constitución de su propia alteridad (1-11). Esta propuesta de Pratt nos abre una importante brecha para el análisis del fundamental papel del género dentro del marco de “género” de viaje, uno de los objetivos del presente ensayo. En otras palabras, una derivación vital de la nueva lectura del “género de viajes” que surge de la investigación de Pratt es justamente el tema de género, un tema relevante ya que muchos de los habitantes de las periferias son mujeres. De hecho, las autoras hispanoamericanas del xix son de interés en este caso, pues responden —por medio de sus propios textos de viaje— de manera contradiscursiva y contracanónica tanto a la metrópoli como a su propio medio nacional. Con el espíritu de relectura que propone Pratt en Imperial Eyes, y como miembro “concientizado” de esa crítica formada en la escuela “prattiana”, en este ensayo quisiera intentar desenredar la compleja

6 Tanto Pratt como la crítica Sara Mills –quien analiza en Discourses of Difference: An Analysis of Women’s Travel Writing and Colonialism el impacto de la visión femenina en la construcción hegemónica de la otredad— coinciden en su visión de que las hegemonías del centro también obran sobre la producción cultural en relación con el género, y más allá de la construcción colonialista. Ambas autoras hallan una contestación retórico-textual a estas hegemonías en los espacios liminales de la producción cultural en forma de la literatura de viajes. Las indagaciones por parte de estas autoras plantean, pues, cuestionamientos significativos sobre la voz particular cuyo gaze se manifiesta en los textos de viaje, y la naturaleza particular del contenido de dichos textos. Este marco teórico –producto de las interpelaciones sobre el doble tema de “género” en el análisis de Pratt y Mills en torno a la cuestión de quién escribe y cómo aporta este individuo al amplio corpus de la literatura de viajes— se presta plenamente como herramienta de análisis para el estudio de la literatura de viajes de la mujer hispanoamericana decimonónica.

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e intrincada madeja que es la interrelación entre la escritura del desplazamiento humano y las ligaduras ideológicas que se manifiestan en Recuerdos de viaje (1882) de Eduarda Mansilla. De hecho, propongo una relectura del diario de viaje de la escritora y políglota argentina con el objetivo de mostrar y comentar el contradiscurso crítico en Recuerdos a través de un análisis de la lectura que hace Mansilla de la cuestión de género dentro del contexto estadounidense de su época. Arguyo que en Recuerdos, Mansilla construye un espacio idealizado para la mujer y vehiculiza las aspiraciones de la mujer argentina de la época en que se publicó, promoviendo una agenda ideológica para lograr cambios fundamentales y positivos en la vida de la mujer argentina cuya resonancia aún se siente en la actualidad. De esa manera, Mansilla ofrece no sólo un claro manifiesto en pro de los derechos de la mujer; también crea un notable texto de viaje contracanónico.

El viaje, el ensayo de género y la feminotopía: leer a Eduarda por medio de Mary... A golpe de vista, un examen superficial de Imperial Eyes revelaría una aparente laguna importante en el contenido que vale la pena explorar con mayor profundidad7. Es un hecho que la mayoría del contenido de Imperial Eyes señala la tradicional naturaleza genérica del viaje. Un resumen del listado de obras analizadas por Pratt en Imperial Eyes parece enfatizar la postura androcéntrica de que los que viajan —y escriben de sus aventuras— son principalmente hombres: los científicos, capitalistas, diplomáticos, etc., que narran las peripecias de sus andanzas por el mundo por medio del relato de viaje. Dentro del contexto temporal que Pratt establece para su investigación —desde 1750 en adelante, en realidad, con un énfasis mayor en los siglos xviii y xix— la literatura de viajes parecería tener un cariz fundamental masculino. No obstante, mientras Pratt reconoce con notable énfasis la contribución a la ‘reinvención de América’ ofrecida por esta vanguardia capitalista masculina en sus textos de viaje a las Américas durante el

7 Pratt se limita principalmente a las obras de la peruano-francesa, Flora Tristán, la inglesa, María Callcott Graham, y fuera del contexto hispanoamericano, Mary Kingsley, quien viajó por el África occidental.

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siglo xix (146-155), la autora también resalta el papel trascendental de la contrapartida femenina de los precursores masculinos en su propia ‘reinvención de América’ en la época en cuestión (155-164). En los intersticios de su examen crítico, nota la existencia de las “exploratrices sociales” —o, como ella señala, las mujeres que no acompañaban a los viajeros de vanguardia (155)— una importante salida para contrarrestar la posible embestida crítica sobre la supuesta orientación crítica hacia el viaje masculino. El reconocimiento de la presencia de las exploradoras sociales confirma el hecho de que las mujeres en el siglo xix eran no sólo viajeras, sino también importantes productoras textuales de la experiencia del viaje. Mientras el travelogue androcéntrico sí dominó el terreno de la literatura de viajes durante este siglo —especialmente en el caso de los viajeros argentinos— la mujer también escribió, y sobre experiencias profundamente diferentes, en muchos casos, desde los importantes pero aparentemente inofensivos márgenes que ocupaba la mujer en la época8. Tomando en consideración el planteo de Pratt, se puede ver que no sólo tuvieron un notable impacto en su entorno las viajeras escritoras, sino que también proyectaban sus propio ginocentrismo utópico en su literatura de viajes, el cual que no compaginaba, necesariamente, con los sueños de algunos de los escritores de la vanguardia masculina. La visión ginocéntrica que las mujeres plasman en sus textos de viaje refleja lo que Pratt reconoce como feminotopías: “idealized worlds of female autonomy, empowerment, and pleasure” (166-167). Residente de estos mundos no siempre tan utópicos eran los contradiscursos donde la viajera escritora se defendía, se proyectaba y creaba imaginarios de superación y potenciación. Más que “cronistas de sociales” interesadas en “las informaciones de una guía turística” (Viñas 1998: 82), las viajeras escritoras mostraban un aire rebelde —a veces tan sólo por la mera idea de consignar sus ideas al papel del diario de viaje— con temáticas frecuentemente subversivas. En fin, no obstante el hecho de que el examen de la escritura de viajes de la mujer en Imperial Eyes da la apariencia de limitarse a tan sólo la lectura de los relatos de viaje de pocas mujeres, el aserto carece 8 Defino el término travelogue aquí como ensayo de viaje, un texto donde la persona que escribe pone por escrito el cúmulo de sus experiencias de viaje. Este tipo de texto no es sinónimo de “guía de viaje”, obra que no profundiza sino en los detalles de interés del turista.

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de fundación. El análisis de Pratt sirve, en realidad, para resemantizar el relato de viaje dentro de un contexto femenino contradiscursivo mucho más amplio. Este espíritu confrontacional muestra, en realidad, lo contracanónicas que son las viajeras y sus obras. Este hecho no es de sorprender, pues el ensayo femenino —reconsiderado también en las estelas de la apertura epistemológica mencionada a principios del ensayo— rompe, tradicionalmente, con lo canónico9. De hecho, en su provocativo e ingenioso ensayo “‘Don’t Interrupt Me’: the Gender Essay as Conversation and Countercanon”, Mary Louise Pratt contrapone la realidad del escaso reconocimiento crítico –típicamente masculino— del aporte femenino al género ensayístico en las letras hispanoamericanas, con una amplia reflexión sobre el canon y la naturaleza histórica de su constitución: Most literary scholars and teachers have been affected in some way by the toma de conciencia [...] that has taken place in literary studies regarding processes of canonization. Even the most conservative scholars find they must defend the proposition they once could take for granted: that canons consist of intrinsically great works that have risen to the top by virtue of their greatness, the cream on the milk (1995: 10).

No obstante, como señala Pratt, a pesar de la “toma de conciencia” necesaria sobre la evolución del canon como construcción en la actualidad, la canonización literaria es producto, forzosamente, de un doble proceso que obliga a la crítica a emprender la vía de la desmitificación hermenéutica desde una distancia objetiva: los cánones no son estables –cambian a través del tiempo— y son el producto de su propio medio, sea éste abierto o arbitrario. Son socialmente determinados y, por ende, reflejan la jerarquía social correspondiente al medio en cuestión (1995: 10-11)10.

9 El hecho también se ve con la publicación de la colección de ensayos titulada Reinterpreting the Spanish American Essay: Women Writers of the 19th and 20th Centuries editada por Doris Meyer en 1995. 10 Pratt sugiere que existen dos dimensiones relacionadas con la respuesta crítica anticanónica a la canonización: las estructuras de exclusión y las estructuras de valor. Las estructuras de exclusión instan a la investigación en incluyen la posibilidad de no incorporar una obra al canon por razones ilegítimas (ser obra de una escritora, por ejemplo). Las estructuras de valor se basan en demostrar que los criterios utilizados para canonizar diversas obras reflejan las estructuras hegemónicas de la sociedad en cuestión (Pratt 1995: 11).

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A primera vista, esta reflexión podría parecer muy remota al tema de interés de la temática a mano: la escritura de viajes por parte de escritoras hispanoamericanas en general, y de la escritora argentina Eduarda Mansilla en particular. Sin embargo, como señalé anteriormente, el texto de viaje se despliega con frecuencia en forma de ensayo y, por lo tanto, en el caso hispanoamericano, se sujeta a la misma norma respecto al canon que los demás ensayos que comprenden este corpus literario. De hecho, esta afirmación es esencial no sólo en relación con los dos tipos de ensayo sobre los que discursa Pratt en su texto —el identitario y el de género—, sino también en sus manifestaciones relacionadas con los viajes, los cuales también se vieron sujetos a una jerarquía establecida, como Pratt ha sugerido en Imperial Eyes11. Dentro del contexto de las palabras de Pratt en “Don’t Interrupt Me”, vemos que la mera existencia de la feminotopía refleja una postura contradiscursiva y contracanónica. Subraya la aspiración ginocéntrica de lograr la autonomía y la potenciación de la mujer —característica de una modernidad antiburguesa— ante un impulso de modernización económica notablemente burguesa, y masculina, producto del culto a la razón, al pragmatismo, al progreso positivista, y a la acción que se despliega en los textos de la vanguardia de viajeros masculinos en la época (Calinescu 1987: 41-42). Esta visión alternativa del binomio modernización (masculina)/modernidad (femenina) es la base de su respuesta contradiscursiva y contracanónica de Eduarda Mansilla en Recuerdos de viaje, un claro ejemplo del ensayo identitario según la definición de Pratt.

Recuerdos de Viaje (1882) Con el creciente perfil económico del continente hispanoamericano durante el siglo xix, especialmente después de los gestos de indepen-

11 Según Pratt, el “ensayo identitario” es “a series of essays written over the past 180 or so years by criollo (i.e., elite Euro-American) men whose topic is the nature of criollo identity and culture, particularly in relation to Europe and North America”. En contraste con este tipo de ensayo, el “ensayo de género” es un término que la autora utiliza para describir “a series of texts, written over the last 180 years by Latin American women, whose topic is the status and reality of women in modern society” (Pratt 1995: 14-15).

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dencia, los hispanoamericanos viajan con cada vez más frecuencia hacia los centros de poder tanto culturales como económicos: Europa, el destino tradicional para la élite hispanoamericana a lo largo del siglo xix; y de creciente manera, Estados Unidos, una fuerza hegemónica en ciernes. Más aún, viajan mujeres a estos centros hegemónicos relevantes en su época, y sus experiencias cuajan en sus textos de viaje12. Y por medio de sus viajes, y las obras que los caracterizan, además de la paulatina incorporación de la mujer al mundo editorial en la época, la mujer hispanoamericana decimonónica se torna agente activo de su propio destino, tanto personal como literario. Un ejemplo sobresaliente del fenómeno de la viajera escritora es la autora argentina Eduarda Mansilla de García cuyos múltiples viajes se describen en Recuerdos de viaje, un travelogue en el que narra las peripecias de su estancia entre 1861-1862 en Estados Unidos. Con la publicación de Recuerdos Mansilla amerita el título de vanguardista tanto de la escritura de viajes hispanoamericana contestataria en general, como también en la literatura femenina de viajes del continente (Szurmuk 2000: 86; Spicer-Escalante 2006: x). En efecto, dado el hecho de que se publica Recuerdos por entregas en la revista argentina La Gaceta Musical a partir de 1880, antecede, en realidad, hasta a sus contemporáneos masculinos, cuyas obras de viaje empiezan a publicarse a partir de 188113. Eduarda Mansilla de García, hija del general argentino Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Ortiz de Rozas, la hermana menor de Juan Manuel de Rosas, nace en la conflictiva Buenos Aires de 1838. Desde una edad muy temprana era considerada “políglota” por su vocación por las lenguas extranjeras, manifestación de la cual es la publicación posterior de una de sus primeras obras literarias extensas, la novela escrita en francés y publicada en París Pablo, ou la vie dans les Pampas, que data de 186914. Esta cualidad pronostica lo que llega a ser su aptitud de mediadora cultural observada durante sus viajes al exterior del país, como señalan María Rosa Lojo (2003: 47) y Graciela Bat12

Ver Spicer-Escalante (2006: xii-xiv). Algunos ejemplos del texto de viaje son: Lucio Vicente López, Recuerdos de viaje (1881); Eugenio Cambaceres, Música sentimental (1884); Miguel Cané, En viaje (1884); Eduardo Wilde, Prometeo & Cía (1899) y su título periodístico Viajes y observaciones (1892). 14 Su consagración a la síntesis del medio nacional (las Pampas) y lo extraterritorial (la lengua francesa) en esta obra en particular es de gran interés. Muestra claramente su tendencia hacia poliglosia y su visión cultural plenamente sincrética. 13

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ticuore (1995: 365). La autora, mal que bien, dominaba las dos lenguas diplomáticas de la época —el francés y el inglés— y es una “intérprete permanente entre dos mundos: es la representante oficial porteña en los círculos ilustres de París y Washington, a ellos explica la identidad americana; mientras acerca a los porteños su saber experimentado de viajera internacional” (Batticuore 1996: 164). Esta predisposición hacia lo extraterritorial se vuelve realidad cuando se casa con Manuel García, un diplomático argentino quien ejerció cargos en Europa y Estados Unidos (Spicer-Escalante 2011). No obstante, la naturaleza de estos viajes ofrece una primera e importante consideración cultural para este análisis de la contradiscursividad y la naturaleza contracanónica de Recuerdos. Como bien señala Bonnie Frederick, a diferencia de los viajeros-escritores de la generación argentina de 1880, Eduarda “es una nómada, lleva su casa consigo” (1994: 249). Este contraste respecto a sus contemporáneos masculinos subraya la antítesis principal entre sus experiencias y los viajeros masculinos del 80. Mientras sus coetáneos viajaban frecuentemente por razones diplomáticas, comerciales o personales, Eduarda era ama de casa y madre. Esta distinción modifica notablemente sus experiencias de viaje. Aunque no goza de una libertad absoluta en su vida diaria debido a las funciones que ejercía dentro de su hogar — como es la situación discursiva en la que se encontraban las mujeres que Mills estudia en Discourses of Difference (1991)—, el texto literario de Mansilla ocupa un importante lugar en lo que parecería ser los márgenes de la acción masculina15. Es decir, no es un mero “agregado” de viaje ni tampoco un típico “ángel del hogar”: “comenta” sus vivencias e impresiones como viajera con autoridad literaria y dominio intelectual (Spicer-Escalante 2006: xx-xxii). La crítica contemporánea, sin embargo, no ha sido benévola con la obra debido principalmente al tema de clase social y, tal vez, por su género. Eduarda Mansilla, de cuna aristócrata, formaba parte de la alta burguesía argentina de su época. Para David Viñas —un crítico de corte comprometido— su itinerario estadounidense es un “[p]eculiar viaje de aprendizaje [...] a la moda en tanto común denominador de la Gentry del 1880” (1998: 52). La autora, para Viñas se proyecta como

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Como la política, los intereses comerciales, etc. Nótese el uso del potencial en la frase, pues de marginal sólo daba la apariencia.

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“Cenicienta en Nueva York” (54) y muestra claros pruritos de clase. En torno a Mansilla, este crítico se pregunta irónicamente: “¿Privilegios de una gran burguesa cosmopolita? Sin duda...” (59). Para él, Mansilla se proyecta como “una lady argentina privilegiada” (62), una “gran burguesa” (79) y, peor que todo, una “cronista de sociales” [quien se desplaza a] “las informaciones de una guía turística” (82). Mónica Szurmuk se aproxima a Mansilla con más afecto, pero también con cierta antipatía medida. Siguiendo el hilo de Viñas con respecto a la consideración de Recuerdos como guía para turistas, esta investigadora asevera que “El lenguaje de Mansilla en Recuerdos está saturado de vocablos ingleses, que le recuerdan al lector que el libro es, esencialmente, una guía de viaje” (2007: 74)16. No obstante, Szurmuk —quien coincide con Viñas en el uso del apelativo “burguesa” para definir a Mansilla y para quien “La ideología de Eduarda Mansilla está plagada de contradicciones internas” (2000: 86)17— observa, sin profundizar notablemente, que Mansilla “[p]restará especial atención a los temas que interesan a las mujeres: la profesionalización, la maternidad, el confort hogareño. Se permitirá, asimismo, incursionar en temas políticos defendiendo dos puntos de vista sumamente impopulares en la Argentina de 1880” (2000: 86). Es decir, mientras Szurmuk se preocupa por la clase social de Mansilla, también se ve que reconoce la temática que le interesa en Recuerdos: la situación de la mujer. En defensa de Mansilla habría que preguntarse si la disconformidad de la crítica será de naturaleza misógina, particularmente en el caso de Viñas. Todos los hombres de la generación del 80 eran dandys, burgueses, positivistas acérrimos; en su clásica nomenclatura del viaje argentino, donde figuran los análisis de los gentlemen del 80 (Viñas 1971: 148-84), no se percibe el mismo tono crítico —y tampoco figura Eduarda Mansilla, una escisión notable—. Una lectura de Recuerdos

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Aunque sí ofrece datos de interés para el turista/viajero —detalles sobre hoteles, transporte, lugares de recreo, etc.— un examen minucioso del contenido de Recuerdos muestra una lectura más penetrante de la realidad estadounidense de la época en cuestión. La autora dedica, por ejemplo, capítulos enteros a los próceres, la historia nacional y la política de Estados Unidos, el tema religioso, la situación de los indígenas, el idioma inglés y la arquitectura. Si bien previamente ha comentado cuestiones de la situación de la mujer estadounidense, en los capítulos XII y XIII se dedica con esmero a este asunto en particular. 17 Viñas afirma que “Eduarda va contando su aprendizaje norteamericano con matices y sus previsibles pero severas contradicciones” (1998: 53).

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basada tan sólo en un enfoque de clase social ignora importantes aspectos de la obra de Mansilla y la vanguardia que ella ocupaba como escritora. Estas críticas —sin ser del todo inciertas, pues sí era burguesa— limitan enormemente la envergadura de la lectura de Recuerdos y ocultan su discurso rebelde e innovador. Con frecuencia, como con la independencia hispanoamericana, las clases medias son las promotoras del cambio. En el caso de Mansilla, lo burguesa no quita lo relevante ni, mucho menos, lo valiente, como se ve en sus reflexiones sobre la mujer en Estados Unidos.

Eduarda Mansilla ante la modernidad femenina estadounidense... y argentina Recuerdos de viaje narra, pues, la estancia de Mansilla en Estados Unidos a comienzos de la presidencia de Abraham Lincoln y ya en los prolegómenos de la Guerra de Secesión. Lo más sobresaliente del travelogue es el conjunto de agudas observaciones que Mansilla pone por escrito: reflexiones que muestran su profundo conocimiento no sólo de tres continentes y sus respectivas y heterogéneas culturas —algo que ninguna mujer argentina de su época había osado poner por escrito en la época— sino también su proyecto contradiscursivo respecto al estatus de la mujer en la Argentina. Como he demostrado anteriormente (Spicer-Escalante 2006: xvii-xxiii), Mansilla adopta el modelo discursivo de la causerie, el que utilizaban sus contemporáneos masculinos en sus travelogues, para “tejer” –ironía intencional18— su propio imaginario tanto norteamericano como europeo y argentino19. En Recuerdos, la autora se apropia de este discurso aceptado por el público lector y propone una suerte de charla con personas de su misma talla cultural en torno a la temática de “género”. Así, convierte su travelogue en un proyecto contestatario y contradiscursivo. De interés especial para mi lectura de Recuerdos es la cuestión de cómo Mansilla proyecta una feminotopía en la obra —relacionada con la cuestión de

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Ver Frederick 1993. . Noto en el trabajo citado que el causeur monologa de forma libre y subjetiva sobre diferentes componentes de la vida cotidiana, incluyendo la política, la cultura, la sociedad, etc. 19

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la mujer estadounidense y su modernidad— con obvias expectativas extraterritoriales relacionadas con su patria natal, la Argentina. En su reciente estudio sobre la retórica moderna entre los intelectuales hispanoamericanos, Carlos Alonso observa que Spanish American intellectuals [...] became masters of the intricate code of the discourse of modernity for two related—if opposite—reasons: because its acquisition expressed their intense desire to be modern, and also because that knowledge turned out to be indispensable as a way of expanding the repertoire of possibilities and opportunities to deviate from it (1998: v-vi).

Tanto la lectura y los viajes como la introspección cultural localista eran componentes cruciales del acercamiento de los intelectuales a lo que percibían como moderno: The obsessive readings of the latest books; the scrupulously documented travels to the metropolitan countries; the incisive, painstaking, and pained studies of local reality—they all served first to measure the distance still to be traveled to become modern, but they also helped to identify and master the most effective strategies for never leaving home (1998: vi).

Como en el caso de otros viajeros argentinos de la época, Mansilla refleja justamente el Zeitgeist decimonónico del que habla Alonso: conocedora de las obras más recientes sobre Estados Unidos, de su historia y de su política interna —incluyendo los pormenores de la Guerra de Secesión— Mansilla no puede dejar de observar, documentar y estudiar la realidad circundante que experimenta en el país. Esta preocupación por los pormenores ajenos corresponde con sus inquietudes respecto a la situación de la mujer argentina en la época en cuestión y el impulso de no irse de casa, en realidad, pues la Argentina latente siempre está presente en las sombras en Recuerdos. Desde su arribo a una Nueva York babilónica y moderna —“Diverse lingue orribili favelle” (10) escribe, haciendo referencia a Dante—, se percibe en Recuerdos que Mansilla reconoce en Estados Unidos un notable locus de modernización económica y de acumulación material: Abundan tiendas, especialmente las suntuosas, emporios como llaman los Newyorkeses á esas lujosísimas construcciones, por el estilo de la tien-

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da del archimillonario Stwart, que ocupa una manzana de las nuestras, ostenta mármoles como palacio florentino y reune las novedades de toda Europa, desde medias de Escocia, como las calza la graciosa soberana de la Gran Bretaña, hasta las maravillas inéditas de Worth y Laferriere (18-19).

Las manifestaciones de la modernización son muchas y llamativas para Mansilla: La animacion es portentosa, y cuando se entra á Broadway, la grande arteria de la suntuosa ciudad, aquel nombre de calle ancha, parece ridículo. [...] Los ómnibus, los tramways, [...] los carros de tráfico, con sus inmensos paraguas–avisos, que libran al conductor de los rayos del sol y anuncian al viajero el mejor sitio para comprar, ya sea betun para las botas, ya sean joyas para ladies, obstruyen el paso y suspenden por algunos instantes el movimiento de aquella Babilonia andante (14).

Como observan Viñas y Szurmuk, la descripción que Mansilla hace del entorno norteamericano enfoca elementos claramente burgueses de la vida estadounidense: la animada efervescencia en torno al potencial del consumismo, con una correlación genérica —las “joyas para ladies”—acoplan la preocupación crítica con el tema de la acumulación material burguesa. No obstante, también aparece la temática genérica y nos conduce otra vez a la distinción entre modernización y modernidad. El dueño de la tienda principal arriba mencionada es Alexander Turney Stewart, un ejemplar perfecto de la vanguardia capitalista como los que señala Pratt en Imperial Eyes. Un hombre rico —“Archimillonario” (18)— era capaz de cobrarles a los dependientes (masculinos) una multa por llegar con atraso, pues, como señala Mansilla con el Leitmotiv recurrente e irónico, “time is money” (19) para el capitalista. Este motivo, o su variante en español, se relaciona en Recuerdos exclusivamente con el género masculino, de hecho. El bullicio de las avenidas babilónicas neoyorquinas demuestra el culto a la noción del tiempo y su valor relativo. Los hombres de negocios de Nueva York, afectados por el ambiente semi-caótico de la vida moderna de la ciudad, están tan ceñidos al culto al tiempo —cuantificable y monetariamente convertible— que se ven obligados a recuperar el tiempo perdido durante el día laboral: “...así llegan al término de la jornada, no descuidan de seguro, medio alguno de remediar aquel inconveniente, para que no se repita y poder de esa suerte ganar el

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tiempo que es dinero” (14). Por ende, la preocupación por el culto al tiempo se acopla con una orientación más bien general hacia el pragmatismo, el culto a la acción y al exitismo (Calinescu 1987: 41) que caracteriza el proceder de la vanguardia capitalista decimonónica. Este nexo con la modernización refleja el complejo de valores éticos de la vanguardia capitalista, descrita en Recuerdos a través del retrato del hombre de negocios estadounidense. La contrapartida de esta imagen es, por supuesto, la mujer estadounidense. Como he señalado anteriormente, Mansilla distingue claramente entre las dos esferas operativas de la mujer en Recuerdos: la doméstica (interior) y la pública (exterior) (Spicer-Escalante 2006: xx-xxi). Su descripción de la disposición y las costumbres del tradicional hogar estadounidense sirve, en efecto, de importante inventario de la vida hogareña de la época en que vivió la autora en Estados Unidos. No obstante, el verdadero valor contradiscursivo de Recuerdos se manifiesta más plenamente en su descripción de la incorporación de la mujer al medio laboral, en la caracterización del espíritu liberador detrás de la misma, y en el traspaso de valores que hay entre las tradicionales matronas estadounidenses y la mujer joven, desembarazada de los valores tradicionales. Mansilla yuxtapone el típico retrato del “ángel del hogar” decimonónico con el de la mujer profesional, pues la mujer estadounidense también goza de derechos laborales más allá del umbral del hogar. Una de ellas es el periodismo, un tema predilecto para Mansilla20. Aunque la autora observa que en Estados Unidos “Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos é indirectos” (72), lo cual refleja la realidad de que no existía aún una plena incorporación al mercado laboral en el medio periodístico. Pero Mansilla también nota que a través de éste, “véseles ocupando de frente un puesto que nada de anti-femenino tiene. Los periódicos en los Estados Unidos, el país más rico en publicaciones de ese género, cuentan con una falanje que representa para ellos el elemen-

20 El tema es oportuno para la autora ya que en 1882 muchas de sus compañeras de oficio argentinas luchaban por publicar sus obras e integrarse a la generación de 1880, completamente dominada por hombres. Para un análisis más penetrante de la problemática de la incorporación de las escritoras argentinas a la generación del 80, ver Frederick (1993: 9-18). Francine Masiello observa que “[l]os diarios femeninos del siglo xix argentino abren un vasto panorama de ideas sobre la participación de la mujer en la vida cultural y cívica” (1994: 7).

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to ameno” (72). Las periodistas “son las encargadas de los artículos de los Domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debe servir de alimento intelectual á los habitantes de la Union” (72). Más allá de “esa literatura sencilla y sana”, sin embargo, la autora aclara que “Son ellas también las que, por lo general, traducen del alemán, del italiano y aún del francés, los primeros capítulos de los nuevos libros” (72), un tema también de interés personal debido a su propia naturaleza políglota. En su aspiración laboral, las estadounidenses son “las que dan cuenta cabal y exacta de las fiestas, cuyos detalles finísimos y acabados llevan el sello del connaisseur [...] y á fe que lo hacen concienzuda y científicamente” (72-73)21. Sin embargo, esta postura voluntariosa ante el trabajo también tiene una finalidad relevante para la visión feminotópica de la autora: Mansilla asegura que “las mujeres tienen un medio honrado é intelectual para ganar su vida; y si se emancipan así de la cruel servidumbre de la aguja, servidumbre terrible desde la invencion de las máquinas de coser” (73). La referencia a la aguja versus la pluma –parte del oportuno título de la compilación de Bonnie Frederick sobre las escritoras del 80 en la Argentina, La pluma y la aguja— afirma el traspaso de valores temporales señalado anteriormente. Éste privilegia a los países civilizados por modernos, porque le ofrecen la oportunidad de superación a la mujer por medio de la posibilidad de cultivar no sólo dignamente una carrera como acto de supervivencia, sino también como medio para fomentar el intelecto. La libertad intelectual que se le permite a la mujer estadounidense que trabaja conduce, inevitablemente para Mansilla, a la independencia como sujeto y a la agencia social: “La mujer americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo [...] parece poseer gran dosis de self reliance (confianza en sí mismo) [sic]” (70). Haciendo alusión a las observaciones de Carlos Alonso, la participación laboral de la mujer en Estados Unidos muestra justamente cuán lejos queda la Argentina de la época, por lo tanto, de ser un país moderno. No obstante, la lectura de la vida de la mujer estadounidense de Mansilla también refleja un cambio generacional de profunda importancia en términos de la agencia social y también sexual de la mujer de

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Es trascendente el uso de “anti-femenino” y del adverbio “científicamente” aquí, pues parece percibir la autora que tiene que defenderse ante las potenciales críticas a la incorporación al medio periodístico además de a la habilidad de la mujer para llevar a cabo una tarea con conciencia ‘científica’, ya que en la época las ciencias eran vistas como principal dominio del hombre.

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Estados Unidos. Mientras Mansilla describe la vida sedentaria y doméstica de las “matronas” estadounidenses tradicionales (21), la autora echa su gaze subversivo a la cuestión de la agencia social activa de las jóvenes. A diferencia de las mujeres mayores, éstas exhiben —irradian, en realidad— la nueva agencia independiente, especialmente en relación con el matrimonio y temas afines: “Las muchachas Norte americanas (sic) no tienen prisa por casarse. Prefieren hacerlo tarde, disfrutando, según dicen, de su libertad. No les falta razon; pues si son coquetas y flirt como nadie” (85). Su independencia sexual —vista aquí a través de la coquetería activa de que exhibe la mujer joven en Estados Unidos— es sólo un ejemplo de esta libertad individual femenina, de hecho. Esta independencia tiene varios correlativos relevantes los cuales comenta Mansilla. Por un lado está el divorcio (86) —recurso que Mansilla no tuvo en vida, pues la Ley del Divorcio se aprueba en la Argentina en 1987, 95 años después de su muerte—. Por otro, el aborto —un fenómeno que repugna a Mansilla, pero que considera “de una importancia vital [...] para todas las sociedades” (87)—, que sólo se permite en la Argentina actual bajo ciertas condiciones específicas22. Es decir, la independencia como sujeto le garantiza a la mujer norteamericana control sobre su sexualidad tanto en términos de su estado conyugal como reproductivo. Por ende, Mansilla reconoce no sólo la agencia social de la mujer estadounidense, sino que también legitima los derechos de la mujer en aquel país como pilar fundamental del liberalismo filosófico tradicional. Ese pilar también sirve de proyecto en términos de los futuros derechos de la mujer en su patria, la Argentina, el objetivo final en términos de su visión feminotópica contradiscursiva.

Conclusiones Como vengo señalando, por lo tanto, Recuerdos de viaje consiste, a fin de cuentas, en mucho más que una serie de observaciones para el gusto

22 Szurmuk observa que Mansilla “[d]efiende los derechos y la libertad de las mujeres, pero se horroriza frente a la proliferación de técnicas ginecológicas que ayudan a la mujer a controlar su ciclo reproductivo...” (2000: 86). No obstante, resulta espuria la denuncia de Mansilla cuando, según el Código Penal de la Nación Argentina (artículos 85, 86, 87 y 88), sigue siendo, hoy en día, ilegal el aborto. De hecho, la autora parece dar su opinión personal mientras al mismo tiempo no pretende imponer sus propias convicciones a los demás.

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meramente turístico. Más allá del despliegue de sus vastos conocimientos sobre el mundo, en Recuerdos la autora aprovecha el texto literario para inventariar las posibilidades existentes, confirmando las certeras palabras de Carlos Alonso, para hallar la mejor forma de promover la modernidad femenina en su tierra natal. Mansilla manifiesta en Recuerdos un pragmatismo medido en su análisis de la mujer estadounidense, pues entiende que los medios —el trabajo en el mundo exterior, por ejemplo— justifican el fin: una agencia social plena tanto en lo laboral como también en términos de asuntos mucho mayores, como la movilidad social. Su insistencia en torno a todos los factores que se relacionan con el self-reliance de la mujer estadounidense, fomenta, pues, otra visión no tan utópica del proyecto femenino como se ha visto en los últimos cien años de vida pública en la Argentina, en los que la mujer se ha insertado plenamente en el aparato estatal y comercial, además de en el judicial23. Su visión de la ciudadanía, en fin, es profundamente genérica y moderna. Como texto literario, sin embargo, es el espíritu de independencia individual que señala Mansilla en Recuerdos lo más relevante en términos de la construcción de su postura feminotópica contradiscursiva. Mansilla establece, a través de Recuerdos de viaje, un importante espacio social para la mujer argentina dentro de los límites de la modernidad más allá del ámbito estrictamente “social” como implica el rótulo “exploradoras sociales” de Pratt. Su visión es económica, política y cultural.24 De esa forma, Eduarda Mansilla no sólo se establece como importante agente de cambio socioeconómico para quien el tiempo no es necesariamente una cuestión de dinero, sino de igualdad de oportunidades, de reconocimiento: un espacio, en fin, de autonomía y de potenciación. Por extensión, logra a su vez el objetivo de crear un espacio

23 En este sentido, el “feminismo” de Mansilla es una variante del feminismo que se relaciona más con “mid-nineteenth century liberal feminism of men such as John Stuart Mill. It reflected the aspirations of middle-class women and men who appraoched gender issues with an emphasis on the natural rights of individuals and the need to establish in law the equality of women and men” (Lavrin 1995: 16). Un ejemplo claro de este fenómeno son las importantes modificaciones posteriores al Código Civil y al Código Electoral que le dan un reconocimiento pleno a la mujer en términos de derechos civiles y electorales. Estas modificaciones permitieron, de hecho, la elección no sólo de Isabel Martínez de Perón sino también —más recientemente— la elección a la Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. 24 Ver Benmayor y Torruellas (1997: 188).

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urgente para la literatura de viajes femenina, dando los primeros pasos en la construcción de un contra-canon que aprovecharían escritoras y viajeras posteriores a Estados Unidos, como Alicia Moreau, Victoria Ocampo y María Rosa Oliver, entre otras que aún están por hacer la valija y adueñarse de la pluma.

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“My Dear Mrs. Mann”: las cartas de Juana Paula Manso a Mary Tyler Peabody Mann y la educación de la mujer en América1 Claire Emilie Martin California State University, Long Beach

La Manso fue la única mujer entre cuatro millones de habitantes de Chile y de Argentina que comprendió mi obra de educación y que inspirándose en mi pensamiento puso el hombro al edificio que veía desplomarse. Domingo F. Sarmiento2

A pesar de la distancia y las diferencias culturales y lingüísticas, una entrañable amistad unió, más allá de la muerte, a cuatro personajes notables del xix en América. De estas estrechas relaciones, nos quedan las furtivas palabras plasmadas en la correspondencia que revela el activo quehacer intelectual que se estaba desarrollando en ambas direcciones en el continente americano a mediados del siglo xix, y que documenta la importancia que se le otorgaba a la educación llamada común y a la de la mujer, muy en particular, entre los intelectuales del momento. En una carta fechada el 11 de mayo de 1868 en Buenos Aires, Juana Manso escribe a Mary Tyler Peabody Mann: “Pronto, tendré oportunidad de enviar a V. otros Nos. de los Anales3 donde comienzo la tra-

1 Deseo aquí agradecer la generosa y competente ayuda de Katherine D. McCann, Humanities Editor, Handbook of Latin American Studies, Hispanic Division, Library of Congress. También quiero agradecer a Catalina Gómez quien revisó, seleccionó y fotocopió los documentos de Mary Mann. La colaboración de ambas me facilitó enormemente el acceso a esta documentación durante mi año sabático. 2 Citado en Lidia Lewkowicz (2000: 293). Este notable libro que media entre la biografía y la crítica de la obra de Manso, provee una visión completa de la labor de Manso en Brasil y en Argentina a partir de una investigación detallada de las numerosas fuentes a su disposición. En el capítulo titulado “Cartas de Juana Manso a Mary Mann” (273281), Lewkowicz, hace una breve síntesis del contenido de las cartas. 3 Los Anales de la educación común, fundados por Sarmiento en 1858, serán dirigidos por Manso a partir de 1859 hasta 1962, y luego, de 1865 a 1875 (Lewkowicz 2000: 122).

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ducción de las obras de Horacio Mann. Creo hacer en ello un servicio universal a toda la América del Sud”. Dos décadas más tarde, en 1887, Domingo F. Sarmiento dirige una carta al editor del periódico El Nacional, Samuel Alberú, al tener noticias de la muerte de su amiga Mary Mann, en la cual la declara portadora del prestigio de su esposo, “apóstol de la educación primaria”, traductora al inglés de su obra Facundo, bajo el título Life in the Argentine Republic y “patrona de nuestras instituciones educacionales y nuestra literatura”4. Quedan, en estas dos citas, sellados los destinos entrecruzados de estas figuras motoras de las reformas educacionales del xix en las Américas y, en particular, del acceso de la mujer republicana a la educación. En este texto me limitaré al estudio de las cartas escritas por Juana Manso a Mary Mann, haciendo uso parcial de la correspondencia entre Mann y Sarmiento, y Manso y Sarmiento para ilustrar la compleja red de relaciones personales, políticas e intelectuales entre los personajes mencionados. De esta red interpersonal preservada en las epístolas surge una representación a escala más humana de la colosal misión emprendida por estos tenaces educadores. Bajo el amparo del anonimato íntimo que procuran las cartas personales, los corresponsales argentinos escriben abiertamente sobre sus inquietudes, sus frustraciones y sus anhelos por construir una nación ilustrada en esa Argentina posrosista que según Manso —como lo había escrito en décadas anteriores Sarmiento— cree se parece “un poco a las aldeas del Cairo: es el desierto, la barbarie” (Carta del 5 de noviembre de 1870)5. El movimiento comparatista con la barbarie oriental se sostiene a lo largo de la correspondencia de Manso como ya lo había exhibido el texto híbrido que fue el Facundo de Sarmiento (1845). La nación del norte ofrece el modelo a seguir, pero la nación del hemisferio sur ofrece resistencias aún más virulentas y personalizadas ante esta mujer que se entregó plenamente a la transformación de la labor educativa argentina. Manso halla en Mary Mann una lectora avisada y compasiva, una hermana del intelecto; a su vez, le ofrece un intercambio entre iguales: sus Anales, los informes del Board of Education, las traducciones de Horace Mann de Manso, sus “Lecturas”, la traducción del Facundo efectuada por Mary Mann, El Compendio de Historia argentina de Manso y su 4

Citado en Iván Jaksic (2007: 119). Todas las cartas de Juana Manso a Mary Mann y de Sarmiento a Mary Mann provienen de los llamados “Mary Tyler Peabody Mann Papers, 1863-76”. Están todos fechados en Buenos Aires desde 1868 hasta 1872. 5

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posible traducción al inglés, los paquetes que van y vienen encargados por amigos y diplomáticos viajeros, perdidos en navíos y recuperados por el azar, todos estos documentos entretejen una madeja intelectual y afectiva que unirá a estas dos mujeres en su doble labor común de educar a los niños y a su sexo. Juana Manso revela en sus cartas la pasión y la inteligencia que le atribuían hasta sus enemigos más acérrimos, pero también demuestra su independencia de pensamiento, su generosidad y su carácter comprensivo ante la debilidad, para darnos un retrato humanizado de esta luchadora por los derechos de la mujer. La escritora no retrocede ante el poder, temerosa de ofender, como veremos en su crítica del presidente Sarmiento. Como revelan sus cartas, es capaz de ofrecer alternativas razonadas al plan y buscar otras estrategias para cumplir con el proyecto educacional propuesto por el sanjuanino.

Los papeles de Mary Mann La correspondencia entre Mary Tyler Peabody Mann y Juana Paula Manso contenida entre los documentos de Mann en la Biblioteca del Congreso en Washington, proveen una interesante perspectiva desde la cual reconstruir parcialmente retazos de vida de estas dos educadoras que trabajaron a la par de dos hombres con quienes compartieron un objetivo común: la educación nacional como arma social y política, y como vehículo democratizador y “normalizador” o regulador genérico. Los setenta y cinco documentos que forman los llamados “Mary Tyler Peabody Mann Papers, 1863-76” fueron un obsequio de George Combe Mann en 1916. Entre ellos se encuentran: Correspondence, newspapers, clippings, and printed matter, relating to President Sarmiento’s educational programs for Argentina, and industrial and educational questions in South America. Includes letters from Mann’s niece, Maria R. Mann, while stationed at the freedmen’s camp, Helena, Ark., to the Rev. William L. Ropes, and to her family. Correspondents include Manuel Rafael García, Argentine minister to the U.S., Juana Manso, and Domingo Faustino Sarmiento6 (Library of Congress Catalog Record).

6 Incluye correspondencia, artículos de periódicos y documentos relacionados con el plan educacional de Sarmiento y cartas de la sobrina de Mary Mann, además de cartas de Manuel García, Juana Manso y Sarmiento.

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Analizaré sólo las siete cartas de Juana Manso dirigidas a Mary Mann y escritas en Buenos Aires de 1868 a 1872, haciendo alusión marginal a otros documentos relacionados a esta correspondencia, pero que merecen un estudio propio. De estos fragmentos epistolares y documentos varios surgen las voces de dos extraordinarias intelectuales unidas por las circunstancias y por el afán de promover la educación en sus respectivos países. Las figuras de Horace Mann y de Domingo F. Sarmiento, no obstante, parecen ocupar vastos espacios de las epístolas entre las dos amigas. En la correspondencia de Mann que no estudiaré aquí, la figura del esposo ausente adquiere ribetes míticos; la del amigo, Mr. Sarmy, como ella lo llama afectuosamente, produce un movimiento de admiración, devoción e irritación apenas controlada durante la ardua tarea de traducción del Facundo. Juana Manso, a su vez, desarrolla en sus misivas una visión crítica y combativa con respecto a la situación del país y sus líderes; esta crítica traiciona a su vez la íntima decepción con Sarmiento como amigo y como gobernante. Esta actitud se ve más claramente en los apartados que la escritora dedica a la situación de la reforma educacional en Argentina y el inicial fracaso del experimento auspiciado por Sarmiento desde Nueva York de exportar maestros norteamericanos al país (principalmente a las provincias) y fundar escuelas primarias y escuelas normales para la formación de educadores. Las cartas de Manso revelan a una mujer segura de sí misma, compasiva y generosa, pero resuelta a vivir según un patrón de conducta moral irreprochable, según sus propias convicciones, a pesar de la presión ejercida desde las esferas de poder. La vena crítica de neto corte pesimista que se desarrolla en este epistolario por parte de Manso tiene su origen en el ambicioso proyecto sarmientino, mencionado más arriba, impuesto por la colosal voluntad del sanjuanino y las consecuencias, en un principio calamitosas, del plan de exportar jóvenes maestras, muchas de ellas sin conocimientos del español ni de la cultura argentina.

Hermanas del intelecto Manso asume desde sus variados cargos públicos, y bajo el espaldarazo sarmientino, el papel de mediadora, traductora, intérprete y “doble agente” como lo ha ya elucidado Francine Masiello en su ensayo sobre las mujeres en la historia latinoamericana (Castro-Klarén 2003:

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62-63). En constante tensión y estado conflictivo con las fuerzas conservadoras y tradicionalistas que rodean las esferas de poder, Manso lucha por crear un contradiscurso republicano basado en valores democráticos e ilustrados traídos de Estados Unidos. Es por ello que el acto de la traducción adquiere ribetes no sólo de mediación entre dos culturas, dos lenguas, dos formas de ser, sino que se transforma en un acto de doble agencia, de rebeldía y desafío en manos de la educadora. La traducción de la obra de Horace Mann se convierte en el hilo conductor de la correspondencia que une a las dos amigas. Por otra parte, la traducción al inglés del Compendio de la Historia argentina y de los Anales de la educación común de Manso presentan la contrapartida argentina del intercambio intelectual. Manso no acepta ya la marginalidad paternalista otorgada al subalterno, y ofrece orgullosa y segura de su importancia más allá de las fronteras estos volúmenes nacidos y madurados en suelo argentino. Manso, envalentonada en parte por el ejemplo de Sarmiento, y en mayor medida, por sus propias convicciones, se dirige a Mary Mann —y por ende, al poderoso círculo político-intelectual al que pertenece— como a un alma gemela, y desde una posición de igualdad intelectual. Si Argentina lleva retraso, éste es un accidente histórico que debe ser corregido mediante la importación de ciertas instituciones y el librecambio de ideas. Juana Manso, aunque defraudada por sus conciudadanos, no ceja en su lucha por lograr la implementación de sus ideales republicanos por medio de la creación de un intercambio intelectual con el “país modelo” del cual Argentina tiene mucho que emular, pero el cual también puede beneficiarse con los aportes de autores argentinos. Manso afirma, como unos años más tarde lo hará José Martí, que conocer es respetar. De ahí, la importancia de la traducción al inglés de su Compendio y de los Anales para el público norteamericano. En una carta del 12 de agosto 1869, Manso comenta sobre unos documentos que Mann seguramente no recibió: “Los dos ejemplares que le mandaba de las Lecturas, creo que se habrá perdido, por qué la llevaba Mr. Macías caballero cubano que iba en el Mississippi y he sabido que perdió un baul con todos los libros i papeles. Voi a reimprimir las Lecturas por que me las piden”. Al mismo tiempo, en dicha carta, Manso le pide a Mary Mann que le envíe “el último informe de 1868 del Board of Education”. Aquí la educadora argentina establece un paralelo de gran envergadura al declarar la importancia de sus conferencias publicadas bajo el título Lecturas. Manifiesta la voluntad de

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enviárselas nuevamente ante su pérdida (lo que indica su valor); señala la reimpresión inminente a pedido popular y demuestra el paralelo cultural entre las naciones al ubicar en la misma carta su propia obra y el pedido de los informes de la Junta de Educación, máximo exponente del pensamiento educacional norteamericano de la época.

La educación femenina en Argentina (1826-1868) Sería útil resumir brevemente el estado de la educación en Argentina a partir de la caída de Rosas en 1852 hasta 1868, año en que es elegido Sarmiento a la presidencia, para contextualizar la empresa iniciada por éste desde Estados Unidos en la que participarán Mary Mann, Henry Barnard, Kate Newall Doggett, George Ticknor, entre otros, para reclutar los mejores educadores destinados a las provincias argentinas (Magassy Dorn 1993: 82). Con la caída de Rosas, Sarmiento se establece por primera vez en Buenos Aires, toma las riendas del Departamento de Educación de la Provincia de Buenos Aires, edita el periódico El Nacional y funda la revista Anales de la educación común. En su tratado De la educación popular (1849) ya había dedicado un capítulo a la educación femenina, “De la educación de las mujeres”, donde expone las ideas y argumentos ilustrados que justifican la educación femenina a partir del bien común y del futuro ciudadano republicano. Sarmiento localiza la argumentación al argüir que tanto la barbarie como la civilización se detienen a los umbrales del hogar, esfera de lo doméstico, dominio femenino, según éste se apreste a invitarlos. A continuación, pone en evidencia los modelos europeos y estadounidense, en particular, donde la mujer adopta un papel activo en el sistema educacional (Monti 1993: 93-94). Las simientes del proyecto que iniciará en 1867 se hallan ya articuladas en sus obras tempranas y servirán de base para el plan que propondrá a los educadores estadounidenses de viajar a San Juan, primero por buque desde Nueva York hasta Buenos Aires, donde serían bien acogidos por familias distinguidas, y luego de un reparador descanso, por diligencia bien provista y protegida durante los diez días de travesía hacia el norte (Magassy Dorn 1993: 82). La educación femenina estaba todavía en esta época a cargo de la Sociedad de Beneficencia, creada por Bernardino Rivadavia (18261827). Esta organización se oponía tenazmente a las reformas pro-

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puestas por Sarmiento y luego ejecutadas por Juana Manso, como la escolaridad mixta, la habilitación y formación de maestras para este tipo de escuelas, la introducción de materias no tradicionales y de manuales de texto extranjeros o de enfoque más progresista (Magassy Dorn 1993: 80-81). Los miembros de la Sociedad se convertirán en tenaces enemigos de Sarmiento y por ende, de Manso, quien a partir de 1859 había sido nombrada directora de los Anales de la educación común, la revista-órgano oficial de las reformas educacionales avanzadas por Sarmiento: “Los Anales resumen todo el desarrollo de la educación argentina de la segunda mitad del siglo pasado. Transcribe cartas de Sarmiento y Mary Mann con relación al proceso integrador de la escuela común… Ahí están presentes todas las luchas, controversias, progresos y retrocesos del movimiento educativo” (Santomauro 1994: 109). Por ello, los Anales constituyen, para Sarmiento y luego para Manso, una misión sagrada de diseminación de las ideas de avanzada sobre la educación que desean impartir, y se convierten así en el campo de batalla textual del movimiento progresista enfrentado a las fuerzas reaccionarias en vigencia. Manso ofrece estos textos a Mann, como veremos a continuación, como ofrenda de las batallas libradas en pos de la educación común en un país todavía reacio e incapaz de recibir los frutos de la colaboración entre las dos naciones y sus educadores.

Traducciones, intercambios y amistades En la carta fechada el 11 de mayo de 1868, Juana Manso le hace parte a su amiga estadounidense de su envío de “un paquete de anales [se refiere aquí por vez primera a los Anales de la educación común a los cuales hará alusión a través de toda la correspondencia] y un pequeño recuerdo solo apreciable por ser obra de un pobre preso” y le anuncia su próxima traducción de las obras de Horace Mann7. La misiva se halla cargada de símbolos que apelan a una descodificación textual para poder integrarse al discurso epistolar que Manso empieza a tejer. En los Anales están compendiados no sólo, como citamos más arriba, el desarrollo de la educación en Argentina y las luchas y con-

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He respetado la ortografía y acentuación del original.

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troversias que este movimiento ocasionó, sino también se halla encapsulada la labor educativa de Juana Manso como sucesora de Sarmiento, su visión para el país y su triunfo (textual) parcial sobre las fuerzas reaccionarias de la élite porteña. Estos volúmenes, según la misma Manso, apenas leídos, escarnecidos por la crítica mezquina e ignorante, representan, no obstante, lo más noble y más progresista del pensamiento educacional argentino ilustrado. Los Anales son engendros no de doctos universitarios o políticos sino de una humilde maestra y directora de escuela, de una intelectual formidable a quien pocos parecen respetar en su propio país. Mann y su entorno se convierten así en esa lectoría naciente y curiosa que Manso anhela de sus compatriotas, pero que se le niega con encono y reprobación en su tierra natal. La educadora argentina anuncia en sus cartas una y otra vez el envío de los Anales o señala el hecho de que los está redactando: “tendré oportunidad de enviar a Vd. otros Nos. de los Anales donde comienzo la traducción de las obras de Horacio Mann” (11 de mayo 1868); “Los anales son hoy casi inutiles desde que la educación es agua estancada” (11 de mayo 1868); “My Journal is almost inusful, no body read it” (12 de febrero 1869); “…mi vida de un tiempo a esta parte, es tan agitada, que apenas me deja tiempo para editar mis Anales” (mayo 1870); “acabo de llenar las ultimas páginas de este no. de los anales” (fecha ilegible 1870). Enmarcado entre los Anales y el anuncio de la próxima traducción de la obra de Horace Mann aparece en el texto de la carta el envío de un curioso regalo “un pequeño recuerdo: solo apreciable por ser obra de un pobre preso”. Sería quizás infructuoso tratar de adivinar el carácter y motivo de tal envío, pero es notable su ubicación dentro del texto mismo encastrado entre los dos “presentes” textuales de Manso para su amiga: los Anales y la promesa de la traducción de la obra de su esposo. La humildad con que Manso presenta ese “recuerdo” y la proveniencia de tal adquieren visos metafóricos que aluden a la situación del país, a la cual se refiere constantemente en su correo la escritora. Como el “recuerdo”, obra del “pobre preso”, Manso ofrece sus humildes Anales a la distinguida norteamericana. Manso, se halla prisionera de la ignorancia y el conservadurismo imperantes, y quisiera ella también, como lo anuncia repetidas veces, viajar a Estados Unidos como ese “recuerdo”, y ser recibida por las cariñosas y comprensivas manos de Mary Mann. La ofrenda insignificante esconde un valor que rebosa lo simbólico. Manso ofrece a Mann su visión del futuro educa-

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cional del país y de la mujer articulado en las páginas de los Anales y en sus proyectos de traducción y diseminación intelectuales.

El proyecto de Sarmiento: “setenta y cinco valientes”8 El paquete al cual se refiere Manso en la carta ya mencionada había sido confiado a uno de los dos primeros maestros estadounidenses enviados a Argentina en 1867 mientras Sarmiento residía todavía en Nueva York antes de ser elegido a la Presidencia. Foster Thayer, al igual que su colega Samuel Storrow Higginson, no consigue ayuda ni apoyo del gobernador de Buenos Aires, Adolfo Alsina, y pronto ambos dejan el país para refugiarse en Montevideo. Thayer regresa a Estados Unidos con el encargo al que se refiere Manso, mientras que Higginson, se lamenta Manso, “Rector del Colegio del Uruguay está tan combatido que dudo aun de su permanencia allí, a pesar de su prudencia y nobles cualidades que lo adornan, pero todo dependerá del General Urquiza”. Un año más tarde, Higginson también parte, defraudado, hacia su país9. Juana Manso deplora la falta de organización y apoyo institucional otorgado a los maestros visitantes, critica la ineficacia de las cartas de introducción del propio Sarmiento y añade: “Si no hubiese yo tenido la buena idea de poner estos jóvenes en relacion con el Sr. Hopkins su compatriota bien relacionado aquí y todo un gentleman, no sé como los pobres jóvenes hubieran podido desenvolverse sin conocer a nadie y cuando las personas para quienes traian cartas de recomendación de nada les han servido”. Manso señala la falta de apoyo dentro de la sociedad porteña que supuestamente debía recibir con entusiasmo a los jóvenes maestros reclutados por Sarmiento y sus colegas estadounidenses. La resistencia y abierta oposición al proyecto se manifiesta en la decepción de los jóvenes ante la inutilidad de las cartas de introducción del futuro presidente y promotor del

8 Aquí me refiero a las 75 maestras y maestros que llegaron en las tres últimas décadas del siglo xix y principios del xx a la Argentina documentados en el libro de Alice Houston Luiggi (1959): Setenta y cinco valientes. Sarmiento y las maestras norteamericanas. Buenos Aires: Editorial Ágora. 9 Higginson, al contrario de muchos de los educadores norteamericanos que vendrían después, dominaba el español y por ello es nombrado rector del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay (Luiggi 1952: 199).

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proyecto educacional en Estados Unidos. Mary Mann, inquieta por las noticias sobre la guerra y la incertidumbre sobre las elecciones, le había pedido en su carta noticias sobre las elecciones presidenciales y sobre la Guerra de la Triple Alianza. A todo ello, la argentina responde lacónicamente que nada puede decir sobre la elección de Sarmiento hasta junio, y sobre la guerra: “ha caido en el más espantoso ridiculo; Lopes ha hecho reclutar mugeres y ya tiene cinco regimientos. Que harán los aliados? Es creible que irán a pelear las mugeres?”. Acto seguido, Manso declara su deseo de viajar a Estados Unidos sea o no presidente Sarmiento y planifica la subvención de dicho viaje y la publicación de la obra de Horace Mann en ese país. Concluye con una afirmación terminante sobre el estado calamitoso de la educación en el país que parece profetizar el fracaso de la campaña promotora educacional de Sarmiento: “Los Anales son hoy casi inutiles desde que la educación es agua estancada”. Ya hemos señalado el papel de los Anales en la correspondencia, pero es de notar aquí que la mención de éstos y todo el bagaje que conllevan, para luego declarar que la educación es “agua estancada” revela el estado anímico de Manso, su vacilación ante el proyecto sarmientino y la expresión de una realidad que ni Mann conoce ni Sarmiento desea, aparentemente, enfrentar. El siguiente intercambio epistolar ocurre el 12 de febrero de 1869, cuando Manso responde a una carta de Mann escrita en octubre de 1868, pero que no llega a sus manos hasta enero de 1869. Esta carta, la única escrita en un inglés deficiente, solicita las impresiones de su amiga “as coming from a noble heart and high minded woman”, sobre la traducción de las conferencias de Horace Mann efectuada por Manso. La argentina busca una lectora en Mann ya que en su país no hay interés en su labor como traductora e intelectual y vive trabajando en total aislamiento. Para recalcar este hecho sentencia: “education or public education is almost dead here. You cannot make an idea of such degrading state in which schools lay d’own over here, in this state”10. Su objetivo de establecer un jardín de infantes es recibido con indiferencia, o con indiferencia revestida de benevolencia paternalista, por las autoridades competentes. Manso conocía el trabajo de la hermana de Mary Mann, Elizabeth Peabody, quien se dedicó al establecimiento

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La segunda oración de la cita en inglés, podría traducirse como: “No se puede dar ni una idea del estado calamitoso en que se encuentran las escuelas en este país”.

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de un sistema de kindergarten y locales de pre-escolaridad en el este de Estados Unidos, e intentaba emular a las admiradas hermanas norteamericanas. Sin embargo, al evaluar su situación se lamenta: “I am a woman, and woman here is not a racional being… [g]overnements are not in the way of, to accept women as an intelligent power in the improvement of society. My fate is a sad one, and sometimes I should like not to have born in such country as this”11. Nuevamente respondiendo al pedido de noticias sobre el gobierno por parte de Mary Mann, Manso señala los fallos de la administración de Sarmiento apenas unos meses después de su elección: “I must tell you the truth. Col. Sarmiento has not been happy with his ministeres. With the exception of Mr. Gorostiaga, the others are not liked by the people… I am afraid that Col. Sarmiento will met with a strong opposition at Congress. All his doings after he becomes president has been in the opposite side of his own doctrines and principles before to be elected”12. Después de la brutal evaluación de su fracaso presidencial en el lapso de unos pocos meses, Manso desliza su avasalladora crítica al plano personal: “For myself and the most part of Col. Sarmiento’s friends we have been set apart. I don’t see him, it is about four months and he never remember me in this lapse of time. I loved him as a brother and I am been a first of his friends. But I must wait for a wile God’s justice”13. Las sentidas quejas de Manso deben ser entendidas dentro del contexto de la fuerte amistad que había mantenido con Sarmiento desde 1859. Entre ambos se había entablado una corriente de afecto y apoyo en la lucha por el ideal común manifiesto en la nutrida correspondencia que Sarmiento envía desde San Juan y desde Estados Unidos para alentar a Manso en su constante lucha contra los elementos conservadores y hostiles de

11 “Soy mujer y aquí ser mujer es no ser un ente racional… los gobiernos no pueden aceptar a la mujer como un ser inteligente para mejorar la sociedad. Mi destino es triste, y a veces desearía no haber nacido en un país como éste”. 12 “Debo decirle la verdad. El coronel Sarmiento no ha estado contento con sus ministros. Con la excepción del Sr. Gorostiza, los demás no son queridos por el pueblo. Me temo que el Coronel Sarmiento encontrará fuerte oposición en el Congreso. Todo lo que ha hecho desde su elección ha sido lo opuesto a sus doctrinas y principios antes de la elección”. 13 “A mí y a la mayor parte de los amigos del Coronel Sarmiento, no ha dejado de lado. No lo veo. Hace cuatro meses que no se acuerda de mí, en todo este tiempo. Lo amaba como a un hermano y estuve entre sus mejores amigos. Tendré que esperar un poco la justicia divina”.

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la capital porteña. El silencio con que la acoge durante su primer año y medio de presidencia la hiere profundamente, pero a pesar de ello, acudirá de inmediato al llamado de Sarmiento para ayudarlo a convencer a las jóvenes maestras norteamericanas a viajar a San Juan, como veremos más adelante. En una carta del 16 de febrero, cuatro días después de la carta escrita en inglés, que no aparece entre los documentos de Mary Mann, pero que fue publicada junto con la carta de ésta a Manso en los Anales, la educadora argentina regresa al tema del aislamiento o marginalización intelectual de la mujer, pero ya éste abordado en el dominio público: Si la mujer en esta parte de la America no estuviese condenada a la vida vegetativa. Si el haber nacido mujer no la inhabilitase para ejercer cargos publicos aun secundarios en la educación, yo también hubiera podido con mi actividad; y mi sana intención de obrar bien, ser útil a mi país y dar a las nobles facultades que he recibido del Creador aquel empleo propio para el cual fui dotado….14.

Los ecos sorjuaninos de su argumentación laten con vigor detrás de su desafiante protesta. La comparación explícita con la mujer del Norte y la descripción de la vida “vegetativa” a la cual están condenadas las argentinas y sus hermanas latinoamericanas, funcionan como denuncia de la herencia político-cultural latinoamericana. La negación es doble: se le impide servir con utilidad y patriotismo a su país en la construcción de la nación y se le rechaza desarrollar las facultades divinas recibidas “del Creador”. Su pecado es haber nacido mujer “en esta parte de la America”. Fuerte es la imputación que le adjudica Manso a los países de la América hispana por haber callado la voz y condenado el intelecto de la mujer de talento, de la mujer republicana imbuida de deber patriótico y deseosa de participar en el proyecto nacional. “I am sure I will never be called in to action in this country… I live shut up at home. Life looks so long without action!”15, se lamenta Manso en su carta a Mann. La imagen nos revierte al convento, a la celda donde la mujer enclaustrada vive y vegeta en permanente silencio, callada y silenciada, enmurallada y muerta en vida, marginada a pesar o a causa de

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Citado en Santomauro (1994: 111). “Estoy segura que nunca participaré activamente en este país… Vivo encerrada (silenciada) en mi hogar. La vida parece tan larga sin acción!”. 15

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su talento o su afán de vivir. Manso se rebela ante la injusticia vertiendo sus pensamientos más oscuros en las misivas a su amiga con quien comparte la triste suerte del género. En mayo de 1870, Manso escribe a Mann sobre las señoritas Zaba, Wood, Dudley y Gorman, que Mann ha recomendado como educadoras para viajar a las provincias argentinas con el plan de fundación escolar iniciado por Sarmiento desde Estados Unidos. Como señalamos más arriba, los dos primeros educadores Higginson y Thayer, no llegaron a ejercer, pero poco después Mary Elizabeth Gorman, las hermanas Dudley y Fanny Wood llegaron a Buenos Aires y allí fueron convencidas por miembros de la élite porteña angloparlante de no emprender el peligroso viaje a las provincias prefiriendo instalarse en la capital (Magassy Dorn 1993: 80-81). Fanny Wood sucumbió a la fiebre amarilla, Gorman ejerció en la capital y se casó con un hombre de negocios estadounidense, y las hermanas Dudley volvieron a Estados Unidos produciendo en Sarmiento una predecible reacción que plasmó en su carta a Mary Mann fechada el 15 de febrero de 1870:16 “Me cuesta un triunfo vencer las resistencias de los otros para introducir una mejora; y cuando lo he conseguido encuentro otra serie de dificultades de ejecución. Sirva de ejemplo Miss Gorman. Qué dificultad para fundar una Escuela Superior en San Juan; y cuando lo consigo y llega la maestra, ésta dice, no me gusta allá y me quedo frustrado”. Y más tarde: “Espero la llegada de maestros y maestras que me promete; y si logro hacerlos pasar a San Juan habré realizado una gran cosa, que es montar un sistema de enseñanza completo, cosa que aquí no puede hacerse. Si no abandono la idea y seguirán las cosas su curso ordinario”. El 14 de julio de 1870 vuelve al tema de Elizabeth Gorman: “Para que las comparaciones bíblicas no falten, la Gorman fue el cuervo mandado del arca, que no volvió. No la he visto aún, porque no anhela mucho por verme. Creo que le va bien; y sólo temo que para justificar su paso trabaje los ánimos de las que vienen…”. El 19 de agosto de 1870, se dirige a su amiga nuevamente sobre el tema: “he sido desgraciadísimo con las maestras… Las otras principiaron por enemistarse entre sí. [Las otras] quedaron dispuestas a ir a San Juan, y una prima hermana mía debía acompañarlas. Tres días antes de partir me enviaron una carta colectiva, rehusando ir. Perdí pacien-

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Houston Luiggi (1952: 353-58).

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cia y no las he visto más”. Estas cándidas impresiones compartidas con su amiga contrastan con la versión más atenuada de los hechos que presenta Juana Manso a Mary Mann en su carta del 2 de mayo de 1870 que mencioné más arriba en la cual se muestra encantada con las jóvenes maestras: Le diré ante todo que he tenido el gusto de recibir a sus encomendadas, las señoritas Zaba y Wood las que aprecio sobre manera, lo mismo que a las señoritas Doodley amables niñas que quiero sobremanera, sin olvidar a la querida Gorman joven tan notable por su carácter individual como por sus conocimientos: en suma estoi muy contenta con todas y algunas horas de amargura me las han endulzado con su amable conversacion.

Manso explica las realidades del país y la situación excepcional que no han permitido que las maestras viajen a San Juan como justificaciones temporales de un retraso del plan educacional de orden pasajero. Es decir, Manso, si bien apoya el plan sarmientino, considera que la situación del país no permite el tránsito seguro de estas jóvenes a través de la geografía argentina por el desierto (literal y figuradamente): Nuestro país querida Señora está todavía despoblado y casi barbaro en su campos. Nuestras mismas ciudades no son policiadas y la venida de Maestras Américanas aqui casi corre paralelo con las misiones religiosas al Oriente. Sin embargo, estas jóvenes son animosas porque a lo menos son cuatro y el señor Zaba está con ellas; lo que no sucedía con la pobre Gorman que es sola, aunque hoy cuenta aquí con amigos que la quieren mucho y yo entre ellos. Pero ella no debió ir al interior sola… Sus recomendadas se han encontrado con dos hechos sangrientos inesperados y que las retienen por ahora en Buenos Ayres. El asesinato del General Urquiza, y la Guerra Civil. Tambien hay montonera en San Juan, de modo que es necesario perder algunos meses.

En una carta a Juana Manso, Sarmiento la hacía partícipe de sus sueños de traer: “cuarenta muchachas rubias, sin gasmoñería, virtuosa…, maestra de escuela, colonas de educación y de republicanismo…”17. Para Manso, este sueño no ha tenido buen fin, pues le escribe a Mann en 1870 que: “Los planes de Sarmiento han fracasado por que

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Citado en Héctor N. Santomauro (1994: 42).

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realmente no estamos todavía en estado de que jóvenes señoritas emprendan viajes a través de pampas desiertas, para ir a pueblos no muy avanzados en civilización. El ensayo será mas facil realizarlo, si vienen jóvenes matrimonios, porque al amparo de su marido, una joven puede ir por todas partes”. El 5 de noviembre del mismo año y a pedido de Mann, Manso debe explicar “el asunto de las maestras que iban a San Juan” y la aparente acusación de ser la que incitó a las señoritas Dudley, Zaba y Wood a que se instalaran en Buenos Aires o que volvieran a Estados Unidos. Manso en una detallada reconstrucción de los acontecimientos relatados en ocho cuartillas cuidadosamente redactadas y subrayando frases completas para dar énfasis, afirma que las jóvenes declararon desde el principio que “su contrato decía República Argentina sin designar punto fijo” y no “comprometidas a ir a San Juan” como lo menciona Mann en su carta del 6 de agosto. Manso recalca su papel de mediadora entre las jóvenes y el presidente Sarmiento quien acude a ella luego de no haberla visto por más de año y medio para pedirle que interceda ante las jóvenes que se niegan a viajar al interior. Juana Manso ratifica los hechos y la secuencia de éstos y no deja duda que tanto ella como Sarmiento coinciden en lo que ocurrió. Sarmiento, en su carta a Mann admite haberles dicho a las jóvenes maestras unas cuantas verdades, las cuales en Manso se transforman en groserías: “les dijo lo que un caballero no debe jamás decirle a una señora. Despropositos. Ciego de colera, mitad en inglés mitad en castellano”. Las siguientes tres cuartillas están dedicadas a sugerir cambios en la política presidencial con respecto a la empresa educadora y la descentralización del poder político, cultural y económico de la capital, Buenos Aires a las provincias. Manso se interroga: Y por que no se mueve el Sr. Sarmiento después de haber sido el mayor atleta de la cuestion, la capital en el interior? Por qué ha dicho delante de mí que solo irá (al interior) con una guardia pretoriana de seis mil soldados de linea? Hay ideas excelentes que pueden fracasar por una realización prematura. Consolidese primero la paz; para esto bastan los caminos de hierro, navegación libre y telégrafos… Cierro esta carta dandole la buena noticia que ya tenemos escuelas jardines.

Manso no subvierte ni rechaza el plan de Sarmiento, sino que cuestiona la celeridad de su ejecución sin tener en cuenta las realidades del país y los hechos sangrientos con que fueron acogidos los prime-

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ros maestros estadounidenses. Manso cuestiona la displicencia retórica con que Sarmiento allana obstáculos para el transporte y establecimiento de maestras en el interior del país cuando él mismo ha retrocedido ante los peligros y las amenazas del “desierto”. La educadora afirma que para sentar las bases de una sociedad progresista, se debe establecer primero la paz y la seguridad de la población y el libre acceso, transporte y comunicación a través del país. No obstante el fracaso inicial de la empresa, a partir de 1870, los primeros maestros se establecen en las provincias para fundar escuelas normales: George Albert Stearns, su esposa Julia, Lucy Wade, Nyra Kimball, Sarah Armstrong se asientan en Paraná, Entre Ríos. Esta escuela normal se transformará en una institución para la habilitación de 526 maestros en ocho años. Entre 1871 y 1888 los estadounidenses fundaron treinta escuelas en Paraná, Tucumán, Mendoza, Catamarca, San Juan, Rosario, Corrientes, Esquina, La Plata, Córdoba, Concepción de Uruguay, Jujuy, La Rioja, Goya, San Nicolás, Mercedes y Buenos Aires (Georgette Magassy Dorn 1993: 85). La última carta de Juana Manso conservada en los papeles de Mary Mann data del 13 de septiembre de 1872. En ella, la educadora argentina alaba el avance de la educación primaria en Boston y el resto del país, así también como la tarea de las hermanas Peabody. Afirma la importancia de la mujer en el campo de la enseñanza y el papel fundamental del jardín de infantes en la formación de los niños. También anticipa su deseo de una traducción al inglés de su libro Compendio de la Historia argentina y una visita añorada desde hace mucho a Estados Unidos. En la misma, le anuncia que está a la directiva de “La escuela que renunció la Sta. Gorman”, y agrega con desilusión y desafío: “Esta ciudad ha caido en mano de los Jesuitas y desde 7 años adelante todas las mugeres estan regimentadas en asociaciones secretas religiosas de manera que para una herege como soi yo no hai mas que odio y guerra sin tregua”. Con estas amargas lamentaciones finaliza la correspondencia contenida en estos archivos la notable educadora y valiente propulsora de la educación común argentina, Juana Paula Manso. Volviendo a las palabras de Sarmiento, citadas en el contexto de la conmemoración de los cien años de la muerte de Manso en el periódico La Nación el 24 de abril de 1975, Juana Paula Manso supo asir e implementar las ideas, no sólo de su compatriota, sino de sus amigos, corresponsales e intelectuales estadounidenses para beneficio de la infancia y de la mujer argentinas.

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II. Espacios discursivos (decimonónicos) frente a la reconstrucción nacional

Re-presentar la nación: PABLO, OU LA VIE DANS LES PAMPAS de Eduarda Mansilla María Cristina Arambel Guiñazú Lehman College, The Graduate Center, CUNY

Dentro de la obra de Eduarda Mansilla de García, su novela Pablo, ou la vie dans les pampas tiene la particularidad de haber sido escrita en francés, para el público francés1. A diferencia de otros escritores que emplearon anteriormente el “heterolingüismo”, como la condesa de Merlin que escribió en francés, o Hudson, que escribió en inglés, y cuyas obras forman parte del corpus literario europeo, la obra de Mansilla por los temas que trata y por su caudal en español, pertenece a las letras hispanoamericanas. Aunque Mansilla conoce el francés en profundidad y, además, vive en Francia cuando publica la novela, en 1868, la decisión de escribir en francés se debe a la necesidad de dar a conocer a los lectores europeos una imagen de Argentina diferente de la que circula en Europa. En Pablo, ou la vie dans les pampas, Mansilla responde a la traducción al francés que A. Giraud hizo de Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y que fue publicada en París en 18532. Ambos libros están fuertemente imbricados en la política argentina de la épo-

1 Pablo ou la vie dans les pampas fue publicada primeramente por entregas, bajo el título La vie dans les pampas en L’artiste. Revue du XIXe siècle, a partir del 1 de septiembre de 1868, la segunda entrega se publicó el 1 de noviembre y la última, el 1 de diciembre del mismo año. Salió luego en forma de libro, con el título que utilizamos aquí, publicado por E. Lachaud en 1869. Las citas de este trabajo remiten a esa edición. En 1999, se publica la novela en traducción de Alicia M. Chiesa. Recientemente, se ha vuelto a publicar la traducción que hiciera de esta novela Lucio Victorio Mansilla, hermano de la autora, en edición de Gabriela Mizraje. 2 Sarmiento ya había expuesto sus ideas sobre la América del Sur al público francés en ocasiones anteriores. Preceden a la traducción de Facundo, el Discurso presentado para su recepción en el Instituto Histórico de Francia en 1847 y, según Joseph Criscenti, quien cita a Allison Williams Bunkley, existiría otro documento, “Guerre de l’indépendance dans l’Amérique du Sud”. Por otra parte, la Biblioteca Nacional de Francia cataloga una traducción al francés de Argirópolis de 1851.

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ca. Como es bien sabido, Sarmiento compendia la descripción geográfica de Argentina, las guerras internas y sus opiniones sobre aspectos sociales y políticos. Se destacan sus severos dictámenes sobre fray José Félix Aldao —cuya biografía incluye esta edición— Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas, a quienes responsabiliza del despotismo y la violencia que distinguieron a la política argentina desde los comienzos de la década del 30 hasta la caída del rosismo en 18523. Los comentarios críticos de Mansilla difieren de los de Sarmiento en lo concerniente a la barbarie de la pampa y anteceden las denuncias que José Hernández hará más tarde sobre los abusos que sufren los gauchos. “La novela se sitúa tanto por la temática como por la fecha de publicación entre los dos textos canónicos de la literatura argentina: Facundo (1845) y Martín Fierro (1872) corrigiendo el partidismo de la primera y asentando precedente para la segunda” (Guiñazú/Martin 2001: 173). Una de sus finalidades consiste en aclarar la situación que se vive en la pampa argentina después de la caída de Rosas en 1852 y con ello, mitigar la validez de los ataques de sus adversarios unitarios4. Sin embargo, los comentarios de la novela no disienten totalmente de los de Sarmiento; como se verá más adelante, mantiene su acuerdo en cuanto a la importancia de la explotación de las tierras pampeanas, al salvajismo de los indios y al plan liberal de promover la inmigración europea. Estas coincidencias no son únicas. Como afirma Hilda Sabato (2009) en El pensamiento de Bartolomé Mitre y los liberales: Para entonces, [se refiere a la década del sesenta] federales y liberales coincidían en algunos puntos fundamentales, entre los cuales cabe destacar los principios plasmados en la Constitución nacional. Ésta no limitaba sus alcan-

3

Para esta edición, Sarmiento ha eliminado la “Introducción” y los dos últimos capítulos que constituían la Tercera Parte del libro en la edición original. 4 Después de las guerras de la independencia surgieron dos partidos políticos adversarios: liberales y conservadores, llamados en Argentina, unitarios y federales. Liderados estos últimos por Juan Manuel de Rosas, se confrontaron durante toda la primera mitad del siglo xix. Para un estudio detallado, ver “Las repúblicas del Río de la Plata”, en: Manuel Lucena Salmoral, Historia de Iberoamérica (Tomo III, 227-237). Mansilla que siempre ha ocupado un espacio liminar entre ambos partidos aprecia lo que considera aportes del gobierno de Rosas. Cuenta su hijo Daniel que, en 1877, cuando ella se entera de la muerte de Rosas, les explica a sus hijos que “nadie podía poner en duda el profundo sentido patriótico, la acrisolada honradez y la dignidad de don Juan Manuel frente a enemigos implacables que no vacilaban en pactar con el extranjero…” (150).

RE-PRESENTAR LA NACIÓN

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ces a los derechos y garantías, o a la forma de gobierno, sino que se extendía sobre la dirección que debía seguirse en la construcción de la ‘prosperidad’ del país a partir del fomento de la inmigración, el ‘progreso de la ilustración’, la instrucción, la industria, los ferrocarriles, la colonización de tierras, la importación de capitales extranjeros, entre otras medidas (“Introducción”, 16).

Además, hay que recordar que la visión crítica de la autora y su capacidad de negociar entre los planteos políticos de los dos grupos se debe en parte a su situación familiar particular. Sobrina predilecta de Juan Manuel de Rosas, caudillo federal y gobernador de Buenos Aires, esposa del diplomático unitario Manuel García, a quien acompaña en sus misiones a Washington y París, posee una experiencia familiar que le permite adoptar y adaptar las diversas perspectivas políticas de su tiempo. En Pablo, ou la vie dans les pampas Eduarda Mansilla asume el papel de narradora y, apropiándose de la autoridad que esa función le otorga, traza una visión original del pasado reciente y del presente de la nación. Las posturas diversas que adopta como traductora, lectora e intérprete, otorgan legitimidad a las situaciones y personajes ficticios con los cuales pretende convencer al lector. En la novela se muestra consciente de su labor doble: por un lado, es escritora y crea un mundo literario; por otro, elabora un plan político que se atiene a la realidad argentina. En este trabajo me propongo estudiar el lugar que ocupa el yo narrador en el texto, a través de las críticas y de las propuestas políticas de Mansilla, enmarcándolas dentro del contexto histórico al que se refieren.

Autoridad del yo narrador Si bien Mansilla pertenece a una reconocida familia de la política argentina y su trayectoria le otorga una prominencia poco común para una mujer en el siglo xix, su obra, a diferencia de la de su hermano Lucio, no ha recibido atención crítica hasta recientemente5. Como su-

5 Eduarda Mansilla había ya publicado dos novelas, Lucía Miranda (1860) y El médico de San Luis (1860), ambas bajo el seudónimo de Daniel. Francine Masiello es la primera estudiosa que en su libro seminal Between Civilization and Barbarism (1992) incluye a Eduarda Mansilla entre las escritoras que en la

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cedió con otras escritoras del mismo período, sus libros fueron olvidados y quedaron relegados a anaqueles poco frecuentados de la biblioteca nacional. No es de extrañar entonces que en la época en que se publicó la novela, Mansilla esté muy consciente del riesgo que corre al escribir sobre cuestiones que pertenecen al orden público de la nación y, por ende, no se consideran apropiadas para la pluma de una mujer. Es por eso que, como veremos, al presentarse como la narradora de la novela se esfuerza por establecer su autoridad en lo referente a los temas que trata6. Si los ensayos de Sarmiento se apoyan en la fuerte presencia de un yo eufórico que pregona sus proyectos y pasiones —el ensayo es la forma idónea para dar libre curso a ese yo— Mansilla adopta la novela utilizando una voz narrativa móvil capaz de expresar perspectivas diferentes que multiplican y varían las experiencias que narra. Sus explicaciones geográficas, etnográficas y políticas pretenden aproximar los lectores a una “realidad” que les es absolutamente lejana y convencerlos de que pueden confiar en la verosimilitud del relato. No sólo los habitantes del campo argentino y su cultura cobran significado para los lectores extranjeros, sino también el sujeto que los observa e interpreta. El hecho de que una mujer, argentina y de estirpe federal se adjudique ese papel señala una ruptura con la tradición literaria, lo que impulsa a la autora a justificarse con empeño dentro del texto. Mansilla se presenta como mediadora e intérprete de la realidad pampeana para sus lectores extranjeros, y cumple esa función en base a un tejido de comparaciones y contrastes entre la vida argentina, la vida en Europa e incluso, en los Estados Unidos. Esa postura crítica, compleja, que demuestra fluidez cultural y podría calificarse de criolla europeizada autoriza su tarea interpretativa ofreciendo al lector comentarios culturales de gran amplitud. Una de las estrategias empleadas es la de mostrarse ante el lector europeo como traductora, conocedora de varios idiomas que la capacitan para guiarlo en la lectura de lo foráneo. Lo demuestra a veces con explicaciones de palabras pertenecientes al lenguaje del habitante pampeano: “Hélas! dans la langue

segunda mitad del siglo xix ofrecieron interpretaciones alternativas a las ofrecidas por los hombres políticos, en los considerados “textos fundacionales”. 6 La misma preocupación por establecer su autoridad se observa en Recuerdos de viaje, texto en el que narra las experiencias de un viaje a los Estados Unidos.

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française et dans aucune autre que je sache, le mot querencia ne peut se rendre avec exactitude. Littéralement traduit, querencia veut dire l’endroit aimé, c’est-à-dire la demeure, le home des Anglais; mais les Gauchos n’emploient ce mot-là que parlant des bêtes” (12-13). Recurre a su poliglotía para acercar lo que la palabra en cuestión, tan particular a la experiencia gauchesca, quiere decir en el ambiente absolutamente ajeno de los lectores. Apelar no sólo al francés sino también al inglés afirma su posición de autoridad dentro del texto, esencial para convencer a los lectores sobre la legitimidad de su saber. En otros momentos, apoya sus comentarios en su identidad; se torna entonces en portavoz y representante de todos los argentinos. Le da voz al pueblo de la nación y su pertenencia a esa comunidad confirma la validez de sus conocimientos e interpretaciones. Sin su intermedio, los europeos comprenderían erróneamente las manifestaciones culturales que presenta. Así, por ejemplo, al hablar del aspecto rudo de los miembros de la partida, comenta: A leur aspect bigarré, déguenillé et hétérogène, un Européen se serait cru en présence des bravi des pampas; mais nous autres Argentins, nous savons à quoi nous en tenir sur ce point. Sous cet aspect repoussant que l’incurie et la pauvreté rendent presque hideux, nous reconnaissons sans peine le paisible habitant de nos campagnes transformé en représentant officiel de l’autorité (18; subrayado mío).

Pero la posición privilegiada de la narradora se debe también a que está sumamente familiarizada con el mundo de los lectores; tanto, que comprende hasta qué punto mal interpretarían la cultura desconocida, en este caso el ropaje del gaucho-soldado. Mansilla se presenta pues como una lectora competente y una intérprete sagaz, experta en el manejo de una multiplicidad de códigos que le permiten ubicarse en el espacio de encuentro entre diferentes culturas. Los lectores deben rendirse ante su autoridad. Llega incluso a reprocharles el estado de ignorancia que tienen de los problemas americanos. Contrastando —y en esto sigue parcialmente a Sarmiento— la civilización del campo con la de la ciudad, explica: Les Européens, habitués à trouver dans les mœurs de nos villes le plus exquis raffinement, dans notre commerce cette activité grandiose qui nous met de pair avec les nations de premier ordre, et surtout ce bien-être moral

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et intellectuel répandu dans toutes les classes de la société américaine, fruit et cause de nos institutions démocratiques, se demandent: Comment fautil jugar ces peuples? Est-ce par le degreé de civilization qu’ils atteignent, ou par celui qui leur manque? (32).

Esas preguntas que atribuye a sus lectores: “¿Cómo hay que juzgar a estos pueblos? ¿Por el grado de civilización que alcanzan o por el que les falta?”, justifican la escritura de la novela. Mansilla se atribuye una misión educativa y por medio de la ficción va a responder a ese supuesto cuestionamiento. En otros momentos, establece comparaciones históricas y aclara que la llamada barbarie del gaucho no tiene ninguna similitud con la barbarie de los hunos, godos y francos y hace la advertencia de no juzgar el grado de civilización del campo argentino según los patrones europeos contemporáneos, que lógicamente responden a una historia diferente. En el mismo tono aclara que también hay grandes diferencias entre los norteamericanos y los sudamericanos. Basa su opinión en ejemplos concretos: mientras entre los primeros es común tomar la justicia por su mano —aplicando la llamada ley de Lynch—, los segundos, que desconfían de la ley y de la autoridad, jamás se involucran en una ejecución. Y concluye: “Nous aurons bien copier textuellement les lois américaines, nos usages, nos goûts, nos penchants leur seront pour longtemps encore, peut-être pour toujours, si le mot toujours peut étre prononcé par des lèvres humaines, un écueil” (289). La América hispana exige según los temperamentos y la cultura que le son propios, leyes e instituciones que respondan a sus particularidades. De allí que la copia de las legislaciones de los países modelo no lograrán nunca los resultados previstos7. La voz narrativa no teme incursionar en la política, el sistema de justicia o las costumbres; para ello, adopta una actitud crítica y varía su postura dentro del texto. Por un lado, siguiendo las pautas del realismo, toma distancia de su objeto de estudio y observa América desde Europa, el lugar de la civilización por excelencia; por otro, con el uso del pronombre “nosotros” se involucra en el campo de estudio y se hace cargo de la barbarie del campo argentino.

7 Mansilla ya había criticado la práctica de apoderarse de planes diseñados para sociedades europeas e implantarlos a las sociedades americanas, que tan diferentes son de las primeras, en su novela El médico de San Luis. Allí presenta la vida de provincia para los lectores argentinos.

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Por último hay que mencionar las notas al pie de página, aclaradoras de palabras que mantiene en español dentro del texto y que crean una textura narrativa evocadora de exotismo y lejanía para los lectores. Esas palabras que pertenecen ya sea a la botánica, como “tacuara” o “chañar”, ya a la vida y cultura pampeanas, como “partida”, “mate” o “pulpería”, recuerdan que el paisaje descrito y el drama narrado pertenecen a “otro mundo”. No cabe duda acerca de la eficacia de las estrategias interpretativas de la voz letrada de Mansilla que es confirmada por las palabras de algunos lectores célebres, entre ellos Victor Hugo y M. E. Laboulaye, autor este último de una carta que precede la novela a modo de introducción. Ambos lectores aprecian haber descubierto en Pablo un mundo desconocido y dramático que cautiva por su exotismo. Escribe Laboulaye: Votre Pablo … m’a fait vivre dans un pays que je n’ai jamais vu et que probablement je ne verrai jamais; il m’a fait comprendre des sentiments et des passions qui n’ont ni la même ardeur ni le même aspect sous notre froid climat. En deux mots, votre roman a une saveur tout espagnole et tout américaine; on y voit la Pampa, son inexorable sérénité durant le jour, son animation durant la nuit… (2).

Victor Hugo, por su parte, escribe en una carta a la autora: “Madame: Votre Livre m’a captivé. Je luis dois des heures charmantes et bonnes. Vous m’avez montré un monde inconnu… Il y a dans votre roman un drame et un paysaje: le paysaje est grandiose, le drame est émouvant…” (García Mansilla 1950: 87). Laboulaye y Hugo coinciden en su apreciación de la manera en que la novela les ha hecho conocer un mundo desconocido, tanto en su aspecto físico como en el social y familiar. Sin embargo, el hecho de que Mansilla incluya la opinión de Laboulaye en el libro demuestra su necesidad del aval de un lector prestigioso cuya opinión legitime el texto. Ese testimonio apoya los comentarios más audaces en cuanto a la vida del gaucho y a su crítica a la dicotomía establecida por Sarmiento entre civilización y barbarie.

La civilización del territorio pampeano Como se ha señalado, en Pablo, Eduarda Mansilla desarrolla sus ideas sobre Argentina usando como base la mitología establecida sobre la

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región pampeana a partir de los libros de viajeros y de Facundo. Ernesto Livon-Grosman ha señalado muy acertadamente que la idealización del territorio antecede a la fundación de la nación y se debe a una larga tradición textual. Así, la construcción imaginaria de la zona pampeana pesa fuertemente en el imaginario nacional e internacional y se torna espacio de reflexión. A partir de allí, Mansilla, desde una perspectiva autoetnográfica, reinterpreta la geografía y la situación de sus habitantes para forjar percepciones nuevas con vistas a generar un intercambio favorable para el desarrollo de la nación. La Pampa constituye para ambos autores el fundamento sobre el cual construir sus respectivas visiones utópicas. La región pampeana figura en Facundo y en Pablo como un territorio amenazador, a cuyos peligros naturales —inmensidad, soledad— se agregan los ataques inesperados de los indios. Sarmiento agrega a la serie la barbarie de los gauchos, idea discutida por Mansilla para ser rechazada con convicción. Para ambos autores es de vital importancia establecer un plan que mueva la frontera cada vez más hacia el sur y que asegure la expansión de la civilización. “La naturaleza aquí es enemiga, porque está ‘vacía’, sentimiento de rechazo que se repite tradicionalmente en la literatura argentina” (Aínsa 1976: 328). Esta concepción compartida también por muchos miembros de la Generación del 37, y que se prolongaría hasta bien entrado el siglo xx (recordemos a Ezequiel Martínez Estrada o a Güiraldes, por ejemplo) es postulada como un problema que precisa ser resuelto para promover el progreso. En la creación de ese paisaje sobredeterminado por las expectativas de los intelectuales Mansilla introduce alteraciones considerables que ahora examinaremos. Mansilla matiza la dicotomía tajante entre civilización y barbarie de Sarmiento. Focaliza su visión en el espacio de la frontera, donde tienen lugar los cruces e intercambios entre los diferentes grupos y donde desarrolla los dramas que confrontan los gauchos y las mujeres pampeanas. La historia de un país es, entre otras, la historia del desplazamiento de sus fronteras y de su definición como territorio. Configuración complicada por el hecho de que en la idea misma de frontera ya existen dos lados, una doble narrativa, un orden de la realidad diferente a cada lado de esa línea divisoria. Y cada una de estas conforman otras historias que a su vez se ramifican o se truncan y dejan sin embargo un punto de partida para la

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próxima narrativa. Van creando un tejido que cuanto más se esfuerza en establecer una división entre lo indígena y lo europeo, como es el caso en las narrativas de la Conquista del Desierto, más termina afianzando esta conexión (Livon-Grosman 2001: s. p.).

Podemos afirmar que Pablo intenta explicar el otro lado de la frontera y la vida del “otro”. Dentro de ese espacio móvil Mansilla reexamina las nociones de civilización y barbarie para de-construirlas y cuestionar las prácticas políticas puestas en vigencia en Argentina, a partir de la batalla de Caseros. La trama no se ocupa de las figuras líderes de la política argentina sino del romance familiar y de la vida de los gauchos y las mujeres de la pampa. Pablo enlaza una historia sentimental a otra política lo que permite la inclusión de gran variedad de situaciones y personajes. La diversificación creada muestra a los personajes como individuos que intentan organizar sus vidas según las posibilidades ofrecidas por el medio en que viven. Si bien figuran gauchos que corresponden a la tipología establecida por Sarmiento —uno es cantor y otro es simultáneamente baqueano y malo— los problemas que confrontan tanto a nivel personal como político y el modo en que reaccionan dan gran complejidad a sus historias. Pablo, el héroe, es un bello gaucho adolescente que improvisa canciones de amor para Dolores, jovencita de quien está enamorado. Nada más alejado de la imagen de los rudos caudillos descritos por Sarmiento que este personaje sentimental cuyas preocupaciones no van más allá de vender las sandías que cultiva para ayudar a su madre. Pero la narración complica su posición al manifestar que se trata de un miembro del partido unitario, a cargo del gobierno en el período de la novela8. A pesar de ello y, aunque está legalmente exento de la leva —por ser hijo único, de madre viuda— es brutalmente detenido y llevado a la frontera para luchar contra los indios junto a las fuerzas del ejército. Su destino repite el de su padre y hermanos; unitarios como él, quienes fueron llevados a servir en el ejército durante el gobierno de Rosas y murieron en el sitio de Montevideo. Pablo, sin embargo, en una decisión que prefigura a Martín Fierro deserta para huir en busca de su amada. A lo largo de la novela se denuncia la distancia existente entre la realidad vivida por

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Se debe indicar que Domingo F. Sarmiento asume el mandato en octubre de 1868 y es por lo tanto presidente en el momento de publicación de la novela.

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los habitantes pampeanos y los planes políticos que se les imponen. Así lamenta Pablo su situación: Jamais… Jamais je n’oublierai leur injustice… jamais je n’oublierai leur lâcheté… jamais je n’oublierai leurs fausses promesses… Ils me parlent de la patrie, ajouta-t-il avec amertume. Qu’est-ce que j’ai à faire, moi, avec leur patrie, avec leur liberté?... Moi aussi, j’aime la liberté… ma liberté à moi… Pourquoi donc m’en privent-ils?... Pourquoi donc m’arrachent-ils à mon pago, à ma mère, à ceux que j’aime?... Non!... je ne crois plus à leurs fausses paroles. Unitaires et fédéraux, ils sont tous les mêmes. Je las hais tous comme ils nous haïssent, eux, nous autres, pauvres Gauchos… (110-111).

Las preguntas retóricas expresan la ruptura entre el yo y una patria que considera ajena. Para el gaucho no existe una justificación que explique el abuso que sufre en razón de la ley de leva. La voz narrativa critica también la promulgación de una nueva ley de pena de muerte contra los desertores. Por medio de los casos que exhibe, la voz narrativa reitera su oposición a las prácticas abusivas del gobierno unitario en persecución de los gauchos. Anacleto, el gaucho malo, figura como un producto natural de la pampa, un paria que, sin recursos, lucha contra la naturaleza para sobrevivir. Mansilla hace de él un héroe romántico que se destaca por sobre los demás gauchos por el celo con que protege su libertad y por el desafío con que enfrenta la ley. En sus diálogos con otros gauchos expresa directamente su pensar: “Que nous importent à nous, hommes de la pampa, leurs affaires, leurs opinions, leurs lois! L’opinion du Gaucho, c’est d’avoir un bon cheval et ce qu’il faut pour pouvoir aller et venir librement où bon lui semble; le reste ne vaut pas cela, caballeros!” (165-166; subrayado mío). Pablo y Anacleto coinciden en sus denuncias; las leyes y las prácticas del gobierno nacional no atañen a su realidad si no es para brutalizarlos con el servicio en la frontera. La narradora les da voz para que expresen desde su propio punto de vista los dilemas que viven frente a un poder que ignora sus necesidades y desprecia su modo de vida. Anacleto protege la huida de Pablo y comprende su desesperación ante la muerte de Dolores. La hermandad gauchesca entre ambos prefigura la que será mucho más desarrollada en Martín Fierro entre Cruz y Fierro. Hacia el final, Anacleto sucumbe junto a Pablo siendo ejecutados los dos por el comandante Moreyra, apodado “el Duro”. Ana-

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cleto es quien personifica mejor la idea de que la violencia de la sociedad civil es resultado de la necesidad de asumir la defensa propia. Otro caso muy diferente es el de Juan Correa, el padre de Dolores, la joven enamorada de Pablo. Aunque él también es gaucho, no responde a ninguna de las tipologías de Facundo. Tiene poca educación, pero es estanciero, rico y, además, federal. Se explica su preferencia política por la simple razón de que Rosas siempre controló a los indígenas y protegió las propiedades rurales de sus malones. Así se lo describe: Au surplus, le federal n’est ni fier ni avare, et s’il dépense rarement son argent, c’est qu’il n’en a pas l’occasion. La charité dans les pampas s’appelle hospitalité et ne compte nullement comme vertu. Ses peones l’aiment, car il est aussi bon maître pour ceux avec lesquels il partage, et les fatigues du jour et les douceurs du fogon à la nuit tombante, que pour la Négresse, Rosa, sa ménagère et en même temps sa femme de confiance: celle qui veille aux modestes dépenses de la maison (56).

Este gaucho federal es un terrateniente trabajador que nada tiene de bárbaro; dedicado exclusivamente a las tareas del campo, es sobrio y ecuánime con sus trabajadores. Las aptitudes crueles y gustos sanguinarios que Sarmiento atribuye a los caudillos son remplazados aquí por cualidades que corresponden a los ideales de las clases medias europeas. Los miembros de la partida también son gauchos. Encargados supuestamente de ser los portadores de la civilización de las ciudades, constituyen el brazo militar del gobierno y aseguran el cumplimiento de la ley, sobre todo, de la ley de leva. Se someten a la voluntad de sus superiores que varían de actitud según su formación. De tal manera, el comandante Vidal, militar de carrera, se muestra sensible a la situación de Pablo, mientras que su jefe, el coronel Moreyra actúa como los caudillos descritos por Sarmiento y sus crueles caprichos deben ser obedecidos sin cuestionamiento alguno. Todos ellos son unitarios y siguen los mandatos del gobierno central; su obligación es defender la frontera de los malones indios y asegurar que el ejército tenga suficientes brazos para la lucha. Los gauchos de la partida justifican sus acciones según el partido político al cual obedecen: …au moment où le parti auquel le fédéral appartenait était tombé, ses adversaires unitaires dont la partida faisait partie, croyaient faire acte de pa-

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triotisme, de justice même, en usant et abusant de ses biens, et cela à titre de représailles, à tel point que l’on pourrait dire d’une manière pas par trop figurée que, pendant un certain laps de temps, dans nos campagnes, les fédéraux ont joui des biens des unitaires, et viceversa (31).

De manera irónica, la voz narradora comenta sobre un sentido de justicia que apenas esconde la venganza. El resultado es que el partido de la civilización es tan culpable como el partido federal del estado de cosas en la pampa. La novela deja claramente sentado que si la batalla de Caseros marca el fin del federalismo y el inicio del liberalismo, la política practicada por los unitarios vencedores no significó ningún beneficio para el gaucho, víctima perenne de uno y otro partido. Es así como los miembros de la partida sirven por complacencia a los intereses de la autoridad de turno. El coronel Moreyra, figura sádica cuyas acciones son descritas como heroico-salvajes, reacciona con odio cada vez que se relaciona con cualquiera que tenga simpatías federales. Al final de la novela, para demostrar su poder, hará fusilar a Pablo y a Anacleto. El retrato de esta galería de personajes que ilustran la vida de los gauchos constituye una estrategia eficaz para desafiar y deconstruir la dialéctica estructuradora de Facundo. Recordemos las tremendas frases que Sarmiento escribe en una carta a Mitre y que resumen su pensar: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos” (Carta 107). La variedad de personajes y de comportamientos ilustrados en Pablo pone en jaque la homogeneidad que el poder político pretende imponer por medio de la violencia estatal. En una inversión de los términos, el gaucho figura aquí como una víctima de la llamada civilización. La barbarie atribuida por Sarmiento a los caudillos y gauchos federales se desplaza en la novela para calificar a los miembros del partido unitario y a sus seguidores, de turno en el poder. En la novela, Argentina figura como una nación en construcción cuya complejidad escapa a la simple dicotomía entre civilización y barbarie. Las explicaciones políticas sobre las luchas entre federales y unitarios que enmarcan el relato resultan cautelosas. La voz narrativa adopta un punto de vista justiciero y reprocha la violencia que los dos partidos ejercen sobre la nación y, en un párrafo que bien podría dirigirse a Sarmiento tanto como a los lectores, previene: “Que ceux qui détourneront leurs yeux avec dégoût de ce récit des moœrs barbares des

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campagnes argentines il y a quelques années se donnent la peine de réfléchir un moment, et à leur horreur primitive sucederá, je l’espère, un sentiment de justice bien nécessaire dans le moment historique que nous traversons” (31). La perspectiva creada en la novela muestra a los gauchos en una situación difícil y precaria; por su ubicación en la zona de frontera están permanentemente expuestos a un peligro doble: los abusos del ejército de la nación y los ataques indígenas. En consecuencia, han elaborado una cultura propia, sin educación formal pero apropiada a las duras tareas del campo. Por otra parte, las mujeres gauchas, que no figuran en Facundo, adquieren gran relevancia en esta novela. Dentro del ambiente de campo enfrentan, al igual que los hombres, situaciones adversas sin estar preparadas para ellas. A Dolores, la gaucha rica y federal se agregan la unitaria viuda, la cautiva y la negra federal. Ocupan todas ellas un lugar liminar entre la civilización y la barbarie. Dolores, la hija de Juan Correa, sufre la carencia de una educación que le permita alguna ocupación útil. Huérfana de madre, viviendo lejos de las ciudades y sin contacto con mujeres que puedan servirle de modelos, vive entregada a la indolencia. Su nodriza negra, Mamá Rosa, igualmente federal, maneja la vida doméstica pero, por sus propias carencias, no puede guiarla. Micaela, la viuda madre de Pablo, de alcurnia criolla y con una educación moderada es quien tiene el papel más complejo en la novela. Lucha por conseguir la libertad de su hijo y se traslada a la ciudad en busca de la mediación de alguna autoridad. Pero al fracaso de su misión, sucede la locura. Por último, el caso de la cautiva ofrece interés porque se desvía de lo esperado por los lectores. Mansilla repite el concepto que Sarmiento tiene de los indios. Se trata del “otro”, enemigo amenazador cuya brutalidad se ejemplifica con el robo de mujeres blancas. La figura de la cautiva existe proverbialmente en la literatura y la pintura como metáfora cultural representante de la máxima barbarie indígena. A pesar de que la voz narrativa critica duramente a los indígenas, siempre orillando la frontera en busca de oportunidades para el ataque, este caso ofrece una perspectiva diferente. Su esposo, el gaucho Peralta, narra la historia y describe el terror ante las crueldades ejercidas por el malón. Apresada en la toldería de los Ranqueles, su mujer se negó a salir del cautiverio cuando el esposo se hizo presente para pagar su rescate. Sus razones: “Garde ton argent, Melchior, j’aime mieux l’Indien que toi,…” (131). La posibilidad de que la gaucha desee libremente vivir

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en la toldería pone en cuestión la noción generalizada del sufrimiento de las cautivas a manos de los indios. Sin embargo, la novela no ofrece razones que alteren el duro enjuiciamiento de los éstos. Los fracasos de las mujeres denuncian la situación marginal en que se encuentran y la falta total de sus recursos. Dependientes siempre del padre o del marido, a la menor adversidad quedan expuestas a la pobreza. Mansilla, en todas sus novelas, no cesa de reclamar una educación apropiada que les abra oportunidades laborales. Las relaciones complejas que la novela establece entre lo familiar y lo público, lo rural y lo urbano la convierten en un alegato a favor de la inclusión del gaucho y la mujer como elementos productivos en la economía nacional.

El tema del acuerdo: la inmigración La finalidad de la novela de Mansilla es ilustrar a los lectores europeos y simultáneamente convencerlos para que participen en la creación de la nueva nación. Mansilla ficcionaliza el reciente pasado histórico y el presente para proyectar la nación del futuro. En tal sentido, tanto Facundo como Pablo podrían ser considerados como herederos de la tradición utópica. “La utopía en el sentido del género tiene dos partes. La primera es un diagnóstico y la segunda es una propuesta terapéutica, la cual muestra el estado normal o sano de la perfección y los caminos que podrían conducir a él” (Cerutti Guldberg 1996: 96). Como es bien sabido, Sarmiento pensaba que la solución de los problemas de la América del Sur dependía directamente de la adopción de modelos socio-políticos europeos que serían eficaz y rápidamente integrados por medio de una política que fomentara la inmigración. Los ideales de progreso y civilización se harían realidad como consecuencia de la fundación de ciudades en las que organismos administrativos y asociaciones culturales servirían de ejes conductores de dichos modelos. El trabajo de los inmigrantes europeos daría propulsión a la economía lo cual beneficiaría el intercambio comercial con el viejo mundo. Como ya se ha señalado, Pablo denuncia la gran distancia existente entre la realidad vivida por los habitantes de la región pampeana y los planes políticos, a veces copiados de las naciones más desarrolladas, que les impone el gobierno nacional. Pero Mansilla, al igual que Sarmiento, también propone soluciones. En este aspecto, la ideolo-

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gía de Mansilla se acerca notablemente a la de Sarmiento ya que ambos quieren interesar a los europeos por lo que sucede en Argentina y convencerlos de que su aportación generará riqueza y progreso para ambos. Los cambios políticos ocurridos entre la primera publicación de Facundo, en 1845, y la edición francesa de 1853 alteran los propósitos del texto. Rosas ha sido derrocado y exiliado; en consecuencia, se dirige ahora al público francés y europeo con miras a explicar el pasado rosista y también para ilustrar a los futuros inmigrantes. Así lo da a entender el traductor Augustin Giraud, quien desde el prefacio enmarca el texto en esa problemática: “Tous les savants qui ont écrit sur l’émigration, n’ont pu s’empêcher de reconnaître dans ces pays un immense champ ouvert à l’exubérance des populations européennes, et incomparable sous le rapport du climat et de la fertilité” (VI). La descripción de la pampa con su inmensidad ofrece tierras fértiles que prometen un rendimiento rápido al trabajo del hombre preparado para enfrentarla. En sus comentarios de las distintas etnias argentinas, Sarmiento insiste en que la mezcla de las razas indígena, española y africana ha dado como resultado una población inclinada a la vagancia e impregnada de incapacidad industrial (12). Aunque también indica la propensión de la raza negra a la civilización: “race portée à la civilization, douée de talents et des plus beaux instincts de progrès” (11), su preferencia recae sin lugar a dudas sobre los pueblos de inmigrantes del norte de Europa cuyas viviendas describe en un tono idílico: “…les maisonnettes sont peintes, l’entrée en est disposée avec goût, ornée de fleurs, et de gracieux arbustes, l’ameublement simple, mais complet, la vaisselle de cuivre ou d’étain toujours reluisante, le lit est orné de jolis rideaux, et les habitants sont constamment en action et en mouvement” (12). Desde su perspectiva eurocéntrica, los inmigrantes europeos en quienes proyecta los valores del progreso y de la civilización podrán contrarrestar la influencia de los gauchos, indios y mestizos a quienes considera un impedimento para el desarrollo de la nación. Para Mansilla, fomentar la inmigración europea es igualmente un paso esencial para el desarrollo de la nación. La incursión de europeos en el territorio pampeano trae aparejada la mejora de la agricultura y la fundación de nuevas poblaciones. Su aporte inicia una nueva era: Heureusement pour les Américains les choses changent pour le mieux tous les jours, et la civilisation pénètre de plus en plus dans nos campagnes

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presque désertes. Fasse le ciel que bientôt, grâce a l’activité laborieuse des Européens qui émigrent chez nous, pour fuir chez eux des maux qui nous sont inconnus, nous puissions voir disparaître de nos chères pampas ces tristes vestiges des temps passés (33).

Todos ganan según la apreciación de la narradora: los inmigrantes escapan de los “males” de sus países de origen y la pampa “casi desierta” se transforma bajo su influencia9. Además, hay que notar que establece una distancia temporal entre los episodios que narra y el momento de publicación de la novela, lo que le permite decir que las promesas de futuro están ya en vía de hacerse realidad; no se trata de comenzar desde cero, “las cosas mejoran cada día”, se trata ahora de continuar un proceso ya establecido e impulsarlo en una mayor expansión. Mansilla incluso afirma que la llegada de los inmigrantes responde a un hecho natural. Al hablar de Buenos Aires, describe una ciudad comparable a las europeas donde los extranjeros encuentran recursos apropiados para el trabajo y el entretenimiento, y dice: “C’est là que du monde ancien nous arrivent tous les jours de nombreux vaisseaux chargés de l’excès de population que l’Europe repousse sans cesse vers le nouveau monde, cette artère que Dieu, à un moment donné, ouvrit un jour à l’esprit humain” (185-186). América es presentada como una “arteria”, concepto organicista que la equipara a un conducto por el que circulan los pueblos. Los continentes de Europa y América estarían unidos naturalmente lo que hace absolutamente normal que el segundo reciba el “exceso” poblacional del primero. Finalmente, se debe recordar que para ella, el enemigo del progreso no está constituido por los habitantes, sino por una geografía hostil: “L’homme devait pourtant trouver un ennemi puissant, terrible dans ce monde nouveau: l’immensité, l’excès de terre… cette solitude indéfinie qui semblait l’absorber et le réduire à rien” (186-187). Sin embargo, esa extensión y soledad fundamentan el argumento para promover la inmigración: allí residen las oportunidades. Lo aclara al referirse al valor de los campos en Argentina. Explica que las propiedades de gran extensión cuestan mucho menos que en Europa por lo que su adquisi-

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Muy probablemente los “males” hacen referencia a las consecuencias de la Revolución Industrial que ha dejado a miles de trabajadores europeos desocupados.

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ción resulta una excelente inversión para el futuro (80). Los sueños de riqueza, ofrecidos por la región pampeana, se presentan como atracción para millares de europeos dispuestos a convertirlos en realidad. El ideal utópico compartido por Sarmiento y Mansilla imagina una nación cuya agricultura sería el motor del progreso. En ese panorama futurista “los inmigrantes eran los actores de un cambio, pero no principalmente en su condición de portadores de una cultura especial, en sentido amplio, sino en tanto ellos serían los brazos de una agricultura cuyo poder de transformación sería extraordinario, ya que eliminaría el desierto y sus productos, sociales y políticos” (Devoto 2003: 229)10. La preocupación de Mansilla por la inmigración explica por qué escribe la novela en francés; responde así, desde la ficción, a los numerosos libros que específicamente tratan el tema de manera técnica11. Sin embargo demuestra que es posible crear una nueva nación otorgándoles al gaucho y a la mujer pampeanos un sitio de valor en el imaginario colectivo y conduciendo a los nuevos inmigrantes hacia las pampas. Queda clara su propuesta cuando lamenta el establecimiento de los inmigrantes del pasado en las costas: Et voilà comment, dans un pays où il ne devrait pas exister des classes différentes, des distinctions sociales d’aucune espèce, où le sentiment démocratique ayant pris racine au premier jour, avait aboli toute ombre de privilège, devait surgir le terrible ennemi que, dès sa naissance, allait parta-

10 El plan inmigratorio como es sabido se implantó en Argentina aunque quizás las promesas de futuro no se realizaran para todos. “La colonización agrícola constituyó así un gran factor de cambio social y económico, que modificó sustancialmente provincias enteras. Las consecuencias de ello se hicieron visibles en multitud de aspectos concretos, pero sobre todo en el paisaje rural, que fue transformado por completo. Por ejemplo, en Santa Fe existía menos de una decena de pueblos y ciudades en 1850; pero en 1895 había más de cuatrocientos, la mayor parte de los cuales eran colonias” (Djenderedjian 2008: 12) 11 Recuerdo algunos de los textos cuyo propósito fue fomentar la inmigración: Mémoire sur les productions minérales de la Confédération argentine (1855) y La Confédération argentine (1858) del belga Alfred M. Du Graty; Description géographique et statistique de la Confédération argentine (1864) de Jean Antoine Victor de Moussy; “L’industrie pastorale dans la pampa de l’Amérique du Sud” (1868) de Emile Daireaux. Colaboran con lo que afirma el artículo 25 de la Constitución Nacional: “El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar la industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes”.

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ger, et pour longtemps, la République en deux bandes : l’homme de la ville et celui de la campagne, le civilisé et le Gaucho (190).

A lo largo de la novela, habiendo tomado como punto de partida la descripción de la vida en las pampas, Mansilla ha formulado una idea de nación en que la cooperación entre pueblos tan diferentes como gauchos y europeos no sea un mero ideal sino algo posible y ventajoso para ambos. Bajo esa visión utópica re-presenta la pampa a los europeos haciéndoles ver cómo contribuir en la vida de un país que está en formación.

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Escritura femenina y discurso bélico en el Perú decimonónico. Héroes y heroínas en la obra de Teresa González de Fanning y Mercedes Cabello de Carbonera Mónica Cárdenas Moreno Université Michel de Montaigne-Bordeaux 3

Introducción En la historiografía peruana, el inicio del primer gobierno de Andrés Avelino Cáceres en 1886 intentó, por un lado, sellar el caos político que produjo la derrota en la Guerra del Pacífico (1879-1883) y, por el otro, superar el trauma de la ocupación de Lima por el ejército chileno impulsando un nuevo proceso de modernización. Así, se recuerda a Cáceres como el abanderado de la Reconstrucción Nacional1. Los avatares de la joven nación peruana se habían iniciado, evidentemente, con la guerra de independencia consolidada en 1824 y la guerra contra España en 1866. Estos dos hechos mantuvieron al Perú en el centro de la lucha americana independentista respecto a la ex metrópoli. Frente a ello, la guerra de 1879, al enfrentar al país contra sus vecinos, dirigiría por primera vez la atención hacia la construcción de un espacio nacional que requería diferenciarse de sus antiguos aliados americanos. Nos interesan las incidencias culturales y estéticas de este hecho histórico. Entendemos éstas en tres sentidos: el tránsito del romanti-

1 Gobierna junto con destacadas figuras del civilismo. Reivindicó los ideales educativos defendidos por Pardo, en este sentido, propició la reconstrucción de la vida cultural a través de centros intelectuales como: El Ateneo de Lima, La Academia de la Lengua de Lima, la Universidad de Trujillo, la Academia Nacional de Medicina y la Sociedad Geográfica de Lima. Al mismo tiempo, alentó ceremonias de unidad nacional como la repatriación y el entierro de los restos de los héroes de la guerra entre el 15 y 16 de julio de 1890, fecha inmortalizada en el ensayo “15 de julio” de González Prada.

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cismo hacia el realismo, el fenómeno de las publicaciones de libros y revistas y la importancia que la mujer va adquiriendo dentro de ellas; y las formas de representación ficcional del conflicto. Centraremos nuestra atención en este último aspecto, es decir, en la manera en que se ha ficcionalizado la guerra y cómo los protagonistas de las novelas y relatos, héroes y heroínas adquieren nuevos roles o afianzan otros tradicionales dependiendo de la ideología que su autor defiende. La literatura de ficción, como los artículos de prensa que se publican, durante el periodo de Reconstrucción, vehiculizarán discursos de identidad nacional con una mirada mucho más aguda de las contradicciones sociales y políticas: la ineficiencia de los gobernantes, la estética de los literatos, la ética de los periodistas, la política educativa, el desconocimiento de la realidad indígena, el rol de la mujer en la sociedad, etc. En este sentido, veremos cómo la comprensión de la derrota establece dos posiciones claramente diferenciadas: una revanchista que alienta el desarrollo del país con el objetivo de recuperar el territorio perdido y otra que defiende la idea de modernidad y progreso sólo en un contexto de paz. En un primer nivel de análisis, nos interesa diferenciar estas dos posiciones. Para ello, por un lado, utilizaremos el discurso “Grau” de Manuel González Prada (1844-1918) en diálogo con el artículo “Un pensamiento de Grau” de Mercedes Cabello de Carbonera (19421909). En dicha comparación, utilizaremos la noción de héroe histórico2 que a su vez nos permitirá comprender la nueva propuesta ética de Mercedes Cabello. La ética de paz inaugurada por Cabello nos servirá de marco de comprensión de la preocupación de otra escritora contemporánea, Teresa González de Fanning (1836-1918)3, respecto al rol de la mujer en tiempos de Reconstrucción nacional. La guerra les exige

2 Nos referimos al héroe nacional definido por la RAE como “varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes”. 3 Teresa González de Fanning y Mercedes Cabello de Carbonera provincianas las dos, empiezan a brillar en la vida literaria limeña a mediados de la década del 70. Teresa González de Fanning, en 1875, con la publicación de “La mañana y la tarde” en El Correo del Perú. Mercedes Cabello de Carbonera, en 1872, con el breve relato “Linterna májica” en La Bella Limeña, aunque en el ámbito del ensayo se hará conocida gracias a “Influencia de la mujer en la civilización”, de 1874, publicado en El Álbum. Ambas autoras participan en veladas y sus artículos son publicados en diferentes diarios y semanarios. En un primer momento se publican sus ensayos y poemas y posteriormente sus relatos y novelas. Estas últimas serán publicadas recién tras la Guerra del Pacífico.

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a estas intelectuales pensarse e imaginar a la mujer también fuera del matrimonio: en su rol de mujer soltera o viuda. En un segundo nivel, analizaremos comparativamente la primera novela de Mercedes Cabello, Los amores de Hortensia, y el relato “Dios y la patria” de Teresa González de Fanning. Haremos referencia a otros textos de ambas autoras para una mejor comprensión de sus propuestas, sin embargo, nos interesan ambos por la similitud en las fechas de publicación y por la representación del conflicto bélico. Pretendemos observar de qué manera González de Fanning reproduce los personajes tipo de la mujer religiosa, débil y caritativa y del hombre heroico y valiente; mientras que Cabello, aunque en su primera novela, arriesga en la tragedia final una intención de denuncia. Para el análisis de los personajes, nos valdremos principalmente de la noción de héroe. En esta instancia, denominamos héroes y heroínas4 a los protagonistas de la ficción. Para los textos que nos conciernen éstos, en términos generales, suelen reproducir los roles tradicionales masculino/femenino. Es decir, son héroes configurados según los cánones del romanticismo: amantes de la libertad, patriotas, sentimentales, abnegados y de ambigua marginalidad respecto a la vida moderna. Nos adherimos a la noción de Berlin5. Por lo tanto, consideramos que si bien las escritoras desarrollan una idea burguesa de la modernidad, por otro lado, sus héroes no terminan de encarnar este ideal de desarrollo y se debaten, más bien, en lo que Canilescu llama una modernidad estética6.

El héroe histórico Los artículos que convirtieron a González Prada en el más importante pensador del siglo xx en el Perú se empezaron a publicar en 1885 y los

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Distinguimos tres nociones de héroe: el héroe de acuerdo a la mitología griega, el héroe como personaje de la obra literaria y el héroe como varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes. En todos estos casos, posee una naturaleza épica de singularidad en representación de una colectividad que en tiempos modernos llamamos nación. 5 Citamos al autor: “el estado mental de un hombre que está preparado para realizar grandes sacrificios por un principio o por alguna convicción, que se niega a traicionarse, que está dispuesto a ir al cadalso por lo que cree” (Berlin 2000: 28). 6 La modernidad estética es el precedente de la modernidad de las vanguardias, es decir, aquella que experimenta una nueva relación con el tiempo, pero afianzada a los ideales románticos antiburgueses.

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primeros de ellos se escribieron a propósito de la derrota en la guerra. Recordemos, por lo demás, que su aproximación al tema de la guerra, como para muchos de los intelectuales de la época, no fue una experiencia meramente intelectual, sino vital: él participó en varios conflictos: primero, en 1866, en el combate del Dos de Mayo; y luego, en 1881, como parte del ejército reservista en la defensa de Lima. Presenciar la destrucción de Miraflores y Chorrillos, entre el 13 y el 15 de enero de ese año, marcará profundamente su pensamiento, de manera que, primero, durante el periodo de la ocupación, se sentirá obligado a retirarse de la ciudad; pero posteriormente, propiciará con su pluma uno de los debates más polémicos del Perú republicano: la comprensión de la realidad peruana más allá de las clases criollas que habitan en la capital. El 30 de julio de 1885, con motivo de las Fiestas Patrias, en El Comercio se publica “Grau”. En los siguientes años serán leídos y publicados otros importantes discursos como: “Discurso en el Politeama”, “Discurso en el Teatro Olimpo”, “Propaganda y Ataque” y “Perú y Chile”, que formarán parte de Pájinas Libres, y que tras un sucinto análisis de la realidad política y social exigen un proceso concreto de reivindicación y recuperación de los recursos perdidos. Las precisas fórmulas oratorias que componen sus textos lo obligan a conmover al receptor a través de dicotomías: así, el Perú es presentado como un cuerpo con carácter dócil, noble y provincialista; mientras que Chile encarna la ferocidad, la ambición y el cosmopolitismo. Por lo tanto, mientras el vecino del sur ha copiado de algunos países europeos el espíritu de conquista que lo ha alentado a invadir a sus vecinos, el generoso Perú, el que nunca pensó proteger la abundancia de sus bienes, ha sufrido las consecuencias fatales de la traición. En este sentido, el espíritu de revancha posee dos niveles: el primero consiste en combatir a los enemigos internos: la clase política incapaz, los caudillos improvisados, los militares cobardes y los literatos aduladores, y sólo en un segundo momento, cuando la transformación interna se haya efectuado y el Perú tome conciencia del costo del progreso, se iniciará el combate externo, la revancha. Finalmente, de acuerdo con el autor, la derrota peruana era una demostración de que el dinero fácil7 engendra corrupción si no va

7 Se refiere al dinero obtenido de la explotación del guano de las islas, primero mediante el sistema de consignación y luego a través de los contratos con casas extranjeras, como el contrato Dreyfus.

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de la mano del adelanto industrial y moral garantizado por la educación. En consecuencia, enriquecerse a través de una guerra, como lo ha hecho Chile, traerá como consecuencia una pronta degradación moral. En “Grau”, dos (II y III) de las cuatro secciones en la que se divide8 están dedicadas a la vida del héroe. En la primera más bien se exalta el valor patriótico del héroe apelando al plano sentimental: metonímicamente irá desplazando los significados de patria hacia el de Huáscar9 y Grau. La embarcación débil, pequeña, pero valerosa es la réplica del marino. De él resalta su sentido práctico, reflejado en sus manos encallecidas; su moral caballeresca10 y el honor que adquiere en la lucha reivindicando la herencia española. El sentido práctico de Grau lo acerca al hombre común, lo hace adquirir sensibilidad y ternura, por ejemplo, en el amor que profesaba a sus hijos. La religiosidad del marino se suma a una representación feminizante: “Su cerebro discernía con lentitud, su palabra fluía con largos intervalos de silencio, i su voz de timbre femenino contrastaba notablemente con sus facciones varoniles i toscas” (González Prada en Tauzin 1885: 11). El héroe es, por lo tanto, excepcional en su dualidad, capaz de grandes acciones tanto en la esfera pública como privada. Su abnegación redime a la nación de sus culpas, es el germen del bien debajo de las capas de corrupción moral que se han acumulado durante años de ignorancia. Son necesarios estos héroes para enseñar, esclarecer y liberar; para transformar a las masas en ciudadanos: “Necesitábamos el sacrificio de los buenos i humildes para borrar el oprobio de malos i soberbios. Sin Grau en la Punta de Angamos, sin Bolognesi en

8 De acuerdo a la versión de Pájinas Libres, publicada en 1904 por el propio autor, ya que las publicaciones que corresponden al momento de su escritura en 1885 sólo presentan tres secciones. La nueva versión extiende y desarrolla las ideas planteadas originalmente, el inicio, el final y el grueso de la argumentación se mantienen iguales. Hemos accedido a estas dos versiones gracias a la última publicación de Isabelle Tauzin, que establece la obra ensayística de González Prada desde el cotejo de material inédito. 9 El monitor Huáscar es la embarcación que comandaba Miguel Grau y que logró, antes de su hundimiento, participar en notables proezas dentro de la campaña naval. 10 Efectivamente, Miguel Grau tras su inmolación recibirá el apelativo de “El caballero de los mares”. Uno de los actos que lo consagraron como tal fue la actitud tras el combate de Iquique en que el Huáscar logró vencer a la embarcación chilena La Esmeralda. Grau no sólo ayuda a salvar la vida de los sobrevivientes, sino que se encarga de las pertenencias del capitán chileno Pratt, junto con una carta de condolencias, y hace que le lleguen a su viuda.

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el Morro de Arica ¿tendríamos derecho de llamarnos nación?” (González Prada en Tauzin 1885: 12). En la cuarta parte del discurso, atento a las leyes de la retórica, conmueve al oyente con el objetivo de moverlo a la acción; para ello apela a la identificación con el débil. Valora la precaria tecnología del buque y su lucha frente a una numerosa y mejor equipada escuadra. El requisito para constituirnos en nación se lo debemos a estas acciones que se repetirán incesantemente en el imaginario del pueblo y que son capaces de borrar la cotidianidad de la corrupción, la ineficiencia y el interés personal que moviliza a muchos políticos. Alienta el discurso revanchista proyectando el seductor cuadro de un futuro en el que vencidos y vencedores troquen sus posiciones. La garantía de esta futura victoria reside, principalmente, en el orden moral como podemos leer en uno de los párrafos añadidos a la versión original, en 1894: En la guerra con Chile, no sólo derramamos la sangre, exhibimos la lepra. Se disculpa el encalle de una fragata con tripulación novel y capitán atolondrado, se perdona la derrota de un ejército indisciplinado con jefes ineptos o cobardes, se concibe el amilanamiento de un pueblo por los continuos descalabros en mar i tierra; pero no se disculpa, no se perdona ni se concibe, la reversión del orden moral, el completo desbarajuste de la vida pública, la danza macabra de polichinelas con disfraz de Alejandros i Césares (González Prada en Tauzin 1885: 13).

Por su parte, entre los artículos escritos por Mercedes Cabello, uno de los ejes temáticos es el patriótico11. Entre ellos, redacta uno a propósito del aniversario del combate del Dos de Mayo12. En él se hace referencia al optimismo de esta primera etapa bélica en la que participó el Perú y ya se destaca la idea defendida por González Prada: la fuerza moral es más importante que la física. Sin embargo, donde advertimos las diferencias es en un artículo publicado en La Ilustración Americana el 15 de octubre de 1890 bajo

11 En mi tesis La ética femenina en el Perú decimonónico. Estudio de dos novelas de Mercedes Cabello de Carbonera: Blanca Sol y El Conspirador, dividimos los artículos de la escritora en tres ejes temáticos: artículos patrióticos, de la condición de la mujer y sobre literatura. 12 Es conocido sólo por el título de “A mi querida Juana Manuela Gorriti”, ya que fue leído en una de las veladas organizadas por la escritora argentina.

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el título de “Un pensamiento de Grau”. Aquí, el marino será más un ideólogo que un almirante, su pensamiento está resumido en el ideal de la unidad y el progreso de la América hispana unida: “Y si alguna nación por miras egoístas o intereses particulares se levantara para oponer su veto a la fraternidad americana, ella quedaría encerrada en el círculo de hierro que por mar y por tierra le formarían los pueblos que a ella se le avecinan” (Cabello en Pinto 1890: 619). A diferencia del carácter práctico con que caracteriza González Prada a Miguel Grau en su biografía, Cabello insiste en atender a sus ideas, y de esta manera, lo acerca más a un ideólogo como Simón Bolívar. Ya que el texto fue escrito a propósito de la entrega de los cuerpos de los combatientes en la guerra y del establecimiento del panteón de héroes auspiciado por el presidente Cáceres, el ensayo forma parte de un ritual unificador en el que convoca al pueblo a unirse en la defensa de la paz: No gasteis vuestras fuerzas en luchas fraticidas, no en partidarismos de banderías, encabezados por pobres y raquíticas personalidades; no las gastéis tampoco en odios a naciones o pueblos de América: el odio si no tiene fierro y plomo para dejarse sentir es odio infantil e inofensivo que solo inspira compasión o desprecio (...). La ley antigua que pedía diente por diente y ojo por ojo, ha sido abolida por la ley humana, que nos dice: la unión hace la fuerza (Cabello en Pinto 1890: 620).

En el mismo año, 1890, momento en que se rinde homenaje a los héroes peruanos, Mercedes Cabello, en un artículo del mismo título, establece la diferencia entre los “héroes de la espada y del rifle” y los “héroes de la idea”, que son aquellos a quienes debemos admirar en el “gran siglo del progreso”, pues ellos: “Son los representantes de la integridad del territorio, de la autonomía nacional, del afianzamiento de las nacionalidades en el Nuevo Mundo, del equilibrio sud-americano; son el testimonio tangible, la desesperada y sangrienta manifestación de la protesta que el progreso ha dado al espíritu de conquista, esa tradición de la barbarie” (Cabello en Pinto 1890: 615). Aunque su clasificación pretende ser general, en lo inmediato identifica al ejército chileno con el primer grupo. Por el contrario, exalta la conducta de los héroes peruanos: Bolognesi, Alfonso Ugarte, Leoncio Prado y sobre todo la de Grau; aunque está segura de que este periodo de guerra, guiado por el poder del que tiene más fuerza física, cambiará, y de

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acuerdo a los ideales de justicia que dicta la civilización, se restaurará el orden perdido pacíficamente. Así, cree en la recuperación de los territorios perdidos; serán devueltos por Chile cuando las ideas de progreso avancen en América y podamos hablar de los “Estados Unidos del Sur”. La autora se interesa por criticar un presente de inmoralidad, injusticia y conflicto, y por imaginar un futuro de virtud, justicia y paz apelando a las leyes lógicas de la modernidad, es decir, al progreso irrefrenable de los pueblos gracias al uso de la razón, el desarrollo de la ciencia y la implantación de la civilidad. Para ello, destaca a sus precursores: “los soldados de la civilización”, los “abnegados servidores de la humanidad”. El poder del nuevo hombre residirá, no como en el antiguo en la aristocracia de cuna, sino en la “aristocracia del sentimiento”13, entre ellos, desde luego, los héroes de la idea, pero también, ciudadanos cuya conducta cotidiana se ha moldeado bajo los principios de la solidaridad y la abnegación, individuos del cotidiano, como los bomberos y las madres. En consecuencia, el paradigma moral bajo el cual se valora la conducta de políticos, combatientes y ciudadanos, tanto en su vida pública como privada, recoge elementos de la tradición caballeresca medieval, defiende el amor cortés en su reformulación burguesa, pero finalmente, los incorporan dentro del principio “vivir para el otro” que Auguste Comte defendió como elemento central de su filosofía positivista. De esta manera, el progreso y la modernización no se entienden sin el bienestar de la comunidad y el altruismo en detrimento de un individualismo egoísta. La nueva religión será, entonces, la Religión de la Humanidad14. Por otro lado, tanto Mercedes Cabello15 como Teresa González de Fanning, en los artículos donde se ocupan de la condición de la mujer peruana, aluden a la necesidad de escapar de la trampa matrimonial, ya que ni el desfasado matrimonio por conveniencia, ni el que se hace por

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Expresión utilizada en su artículo “El bombero”. Mercedes Cabello de Carbonera publicó en 1893 La religión de la humanidad. Carta al señor D. Juan Enrique Lagarrigue donde hace suyos los planteamientos éticos comteanos y, en particular, analiza la situación de la mujer dentro de sociedades regidas por el positivismo. 15 Cabello expone su análisis de la situación de la mujer en la última sección de la referida carta a Juan Lagarrigue. 14

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amor es, en el contexto de guerra, posible para todas las mujeres. En la medida en que muchas de ellas enviudan o no acceden al matrimonio, es necesario transformar su rol en la sociedad; se convertirán, entonces, en las nuevas heroínas. A este tema González de Fanning dedica sus dos artículos conocidos: “Educación femenina” y “Trabajo para la mujer”. En este último, leído en la velada de Juana Manuela Gorriti del 30 de agosto de 1876, afirma: No es necesario recurrir a la estadística, basta la simple observación para adquirir el convencimiento de que en esta capital especialmente, los matrimonios no guardan proporción con el número de habitantes. Si a esto se agrega la mayor mortalidad de los hombres por la guerra, el abuso de los licores y tantas otras causas, se comprenderá como forzosamente tiene que quedar un gran número de mujeres en estado de viudez o de perpetua soltería (González de Fanning 1876: 288).

El héroe romántico Veamos ahora cómo este desplazamiento hacia el personaje femenino y el tratamiento de la condición del mismo en los textos de Cabello y González de Fanning toman rumbos diversos16. En la primera novela de la escritora moqueguana, Los amores de Hortensia, la narradora a pesar de estar representando una historia anterior a la Guerra del Pacífico, detiene la narración e incorpora la siguiente digresión: Hoy es una acusación elocuente a la civilización de América, una maldición a la guerra, ese monstruo que en tan poco tiempo ha devorado hombres, pueblos y riquezas... Ayer era un pueblo alegre y hermoso donde la gente favorecida de la fortuna iba a respirar el aire del campo y a solazar el espíritu, y donde los enamorados y los amantes iban a realizar sus esperanzas y sus sueños. Hoy es un pueblo destruido, un montón de ruinas solitarias durante el día y en la noche un panteón poblado de sombras... Allí descansan tantos héroes, tantos mártires que cada palmo de te-

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Ambas escritoras han compartido un punto de inicio estéticamente similar, ya que en 1887 la novela Sacrificio y recompensa de Cabello obtiene el primer premio de El Ateneo de Lima, mientras que Regina de González de Fanning ocupa el segundo lugar. Dicho reconocimiento premia la fidelidad de las escritoras a la estética folletinesca de la época.

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rreno nos hablaría con la elocuencia desgarrada del heroísmo infortunado y el reproche cruel del sacrificio estéril!!! ...Más ¡Ay!... detengamos la pluma... No demos desahogo al dolor ni pábulo a la indignación. Si así no fuera escribiríamos páginas negras como sus calcinados escombros y tristísimas como sus asolados campos! (Cabello 1887: 80; el énfasis es mío).

La digresión y la autocensura de la narradora dan cuenta de la intención detrás de la historia amorosa entre Hortensia y Alfredo. La crítica social que en novelas posteriores como Las consecuencias, Blanca Sol o El Conspirador se hará evidente, aquí aparece disfrazada mediante la pasión frustrada de la protagonista. Ésta se ha casado con un hombre por mandato social más que por amor. Ella, dentro del matrimonio, se da cuenta del vacío de la vida de los salones y se entrega a la poesía, al arte y al conocimiento en general; así, se enamora de un librepensador como Alfredo, con quien vive una pasión que no podrá concretarse. Su escritura tampoco podrá liberarse, ella escribe en soledad y se niega a publicar sus textos aunque sus amigos saben, por sus intervenciones en las tertulias que ella organiza, de qué calibre es su ingenio. Mientras tanto las penas dentro del matrimonio, se acrecientan como el vicio del señor Montalvo por el juego. Las referencias a la invasión de Lima se hacen hacia el final del relato, cuando el drama de la protagonista ya no tiene solución. La narradora de Los amores de Hortensia17, ubicada en un tiempo posterior al de su relato, en una de sus descripciones, compara el antes y después de la guerra. La destrucción que no tiene directa relación con la trama, sin embargo anuncia la tragedia final de la pasión amorosa que protagonizan Hortensia y Alfredo. El hermoso y pintoresco pueblo de Miraflores, es hoy como Chorrillos y como Barranco, un montón de ruinas y de ennegrecidos escombros. Sus suntuosos ranchos, amenos jardines y lujosos malecones, todo ha sido destruido e incendiado. Lo que el fuego no pudo destruir destruyolo la formidable dinamita. Por todas partes las huestes chilenas dejaron, en esos

17 Para crear la atmósfera de verosimilitud, esta novela se inicia con un capítulo titulado “Quin era Hortensia” [sic] que a su vez se inicia con un diálogo ficticio entre la narradora-novelista y un amigo que le sugiere escribir la historia de la bella e inteligente Hortensia, una mujer de la alta sociedad limeña que hace pocos años acaba de morir. Misión para la cual la narradora ha decidido cambiar el nombre de todos los personajes de la historia.

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que fueron hermosos y florecientes pueblos, la huella de su bárbara ferocidad y rabiosa envidia (Cabello 1887: 74).

Podemos establecer un paralelo entre la ciudad destruida y la violencia que se ejerce contra la mujer al encerrarla en matrimonios por conveniencia, esta condición se convierte en la advertencia de lo que pronto sucederá en el espacio físico. Es una forma de decir que la destrucción moral comenzó antes que la física y que es su responsable directa. La vida liviana a que son obligadas a vivir sus mujeres proporcionan el carácter de la ciudad, también suntuosa, elegante y superficial como una coqueta. Por lo tanto, la ciudad caerá como la protagonista en su propia trampa, pagará el precio de no haber sabido aprovechar su talento en aras de su desarrollo e independencia. Lima era por entonces la voluptuosa bacante que livaba el placer en la copa de oro eternamente renovada por los inmensos caudales que los gobiernos derrochaban con loca imprevisión. El oro corruptor de las conciencias y de las costumbres fluía en vertiginosa corriente para convertirse siempre en lujo y placeres. Lima, por consiguiente, tenía que ser un paraíso de ventura para las imaginaciones fantásticas y los caracteres ambiciosos como el de Hortensia (Cabello 1887: 9).

Hortensia muere producto de una herida de bala que le causa su esposo movido por desproporcionados celos. Alfredo, hombre sensible: “Diríase que por su esquisita sensibilidad era un alma femenina con toda la virilidad y energía del hombre. Alfredo era tipo raro en nuestras sociedades tristemente agitadas por frías egoístas pasiones” (Cabello 1887: 28), no logra, sin embargo, cumplir con el ideal romántico hasta el final, no se sacrifica por el amor de su amada muerta, pronto la olvida y se casa con otra mujer. Su marido, como era de esperarse, huye del país, impune gracias a sus influencias. El final de los dos amantes anticipa, de esta manera, el desfiguramiento de la ciudad. La propuesta de Teresa González de Fanning18 apuesta por una representación heroica ideal, libre de crítica social que se represen-

18 Ricardo Palma, en su viaje a Madrid, cumple con la publicación de un texto, bajo el título de Lucecitas (1903), que reúne varios de los escritos que la autora había publicado previamente en Lima. Gracias a la intervención del tradicionalista, el texto fue prologado por Emilia Pardo Bazán, consagrada intelectual española y representante de

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te en los personajes a pesar de que éstos se encuentran directamente inmersos en la guerra. Aunque crítica de la educación religiosa que recibían las mujeres, la autora, nunca rechazó el credo cristiano ni los principios morales que regían el culto y, más bien, los instaló al centro de muchas de sus ficciones. En ellas, la culpa que acarrea una vida en el vicio y la corrupción moral, se supera a través de la expiación y el castigo, etapa que llegan a cumplir casi todos sus personajes. Al final de los relatos, entonces, la expiación se lleva a cabo a través de la vida retirada, el encierro en el convento o monasterio, la castidad o el martirio. La guerra se transforma en un tópico en la ficción de Teresa González de Fanning19. Como lo dijimos, uno de los relatos donde desarrolla extensamente el mismo es “Dios y la patria”, publicado por primera vez el 12 de enero de 1889 en El Perú Ilustrado a propósito de la conmemoración del octavo aniversario de las batallas de San Juan y Miraflores. A medio camino entre el artículo y el relato de ficción, nos situamos a inicios de 1881, tras las batallas que infructuosamente trataron de evitar la invasión de Lima. A través de la comparación nos presenta el contraste entre el antes y después de la ciudad, el paso del esplendor a la destrucción, como en Los amores de Hortensia. La ciudad se convierte en protagonista y, feminizada, ocupa el lugar de una joven y bella mujer cruelmente ultrajada por el bravucón extranjero20.

la escuela realista. En este prólogo, ella reconoce la activa participación de mujeres de letras en la América hispana y en dicho panorama destaca a: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Soledad Acosta de Samper, Juana Manuela Gorriti, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera y Lastenia Larriva de Llona. La incorporación de Fanning al espectro de escritoras latinoamericanas no está exenta de críticas. Pardo Bazán no tiene reparos en señalar sus diferencias ideológicas respecto a los planteamientos conservadores de la peruana. 19 Podríamos establecer un puente de relación entre la propia experiencia de la autora, quien pierde a su esposo en la batalla de Miraflores, el 15 de enero de 1881. El 3 de marzo del mismo año se inaugura el liceo Fanning, donde su propósito será el de formar corazones. 20 Los coroneles Cáceres e Iglesias intentaron detener la invasión de Lima el 13 de enero en San Juan, pero el ejército chileno vence y entra en Barranco y Chorrillos. La defensa final de la capital se libra el 15 de enero en Miraflores; tras ella, el ejército entra en Lima el 17 de enero bajo el mando del general Patricio Lynch. Esta invasión, la toma efectiva de instalaciones políticas, administrativas y académicas, provoca la huida del presidente Nicolás de Piérola hacia Ayacucho, mientras que en Lima se formará una junta paralela que nombra como gobernante provisional a Francisco García Calderón, estableciéndose el llamado gobierno de la Magdalena.

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Lima, entre “morisca y española”21 recibe los siguientes apelativos: la perla de los mares, la sultana del Pacífico, la orgullosa reina del Pacífico, la altiva Lima. Violentamente la despojan de su riqueza, belleza y altivez quitándole “el elegante coturno por el casco guerrero”, “la música de salón por las marchas militares y los ecos del cañón”. El ruido es signo de caos, muerte y destrucción; el ruido ha enmudecido los pianos de las veladas y ha obligado a las mujeres a refugiarse en las iglesias, a consolarse con los órganos que acompañan sus oraciones. Antes de llegar al corazón de la ciudad, las batallas se libraron en las inmediaciones del que fue el balneario más hermoso del Pacífico: la villa de Chorrillos, ubicada al sur de Lima, es llamada por la narradora villa de Olaya22, el hermoso Versalles peruano, la hermosa villa de los placeres. En el presente de la narración, cada calle y cada casa se ha convertido en un campo de batalla, tras la matanza y el pillaje siguieron la destrucción y el incendio; pronto, Viña del Mar (balneario chileno) le superará en elegancia, porque en Chorrillos ya no existen más los parques y jardines ni los ranchos y mansiones de las familias más adineradas de la capital. Se construye una valoración polarizada entre la guerra y la paz: la primera es simbolizada por el frío, las tinieblas, la enfermedad, el negro fantasma, lo bárbaro, el ángel del exterminio, el sordo rumor del huracán; en oposición con la segunda, que es sinónimo de calor, luz y civilización. Chile es entonces el “bandido de feroces instintos”, deseoso de arrebatar el bien ajeno, es la encarnación de un pueblo sanguinario: “fieras disfrazadas de hombres”, denominado también “el Caín americano”, quien “esparció el duelo y el exterminio en el hermoso mundo de Colón”. El Perú, en cambio, es una indefensa y codiciada presa, paloma sorprendida, sobreviviente gracias a su caballerosidad e hidalguía, el “Abel de América”, el país generoso. Después de esta profusa enumeración de adjetivos, la narradora nos presenta la brevísima narración de la muerte de Carlos, un gallardo marino que combatió en el Huáscar y en La Unión, y cuyo cuerpo agonizante es hallado por su desesperada novia y por su madre. Tras esta experiencia, la primera decidirá pasar el resto de su vida internada en un convento. 21 Visión que centra la atención en las clases altas y que, por lo tanto, excluye la presencia indígena, negra o china y no contempla el mestizaje siquiera con las minorías de extranjeros de otros países de Europa que no fuera España. 22 Prócer de la Independencia del Perú.

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González de Fanning demoniza la guerra, reclama nuevas formas de valorar lo heroico. Los héroes no serán sólo los personajes históricos de las grandes y públicas hazañas, sino que lo son, sobre todo desde el anonimato y los actos cotidianos, las mujeres: Así como hay héroes en los campos de batalla, también los hay en las constantes luchas de la vida; y acaso más meritorios, por cuanto sus hazañas sólo tienen por juez a Dios y por testigo a la conciencia. La mujer que, joven y hermosa, lucha con la pobreza, contrariando su natural inclinación a los goces, a las comodidades y al lujo que tanto deslumbra a los corazones débiles, es una heroína que la sociedad desconoce; porque la sociedad, lo mismo que la justicia humana, tiene reprobación y castigo para el que delinque, mas no tiene premios ni coronas para el que, con perseverancia y valor, asciende a la cima santa de la virtud, por el escabroso camino del severo cumplimiento del deber (González de Fanning 1889: 45).

En el resto de sus ficciones, el énfasis seguirá puesto en la moralización a través de la conducta de sus personajes. El imperativo monetario que se impone en las sociedades contemporáneas y la facilidad con que éste conduce a los hombres al vicio de las apuestas, seducidos por el dinero rápido, o a oscuros negocios y a la persecución de matrimonios por interés, le generan una profunda desconfianza frente a la modernidad, manifestada en el temor frente a la máquina o la velocidad23. De manera similar, también la guerra imprimirá una clara desconfianza, particularmente, en la figura del militar. Éste provoca en sus respectivas parejas: muerte, encierro, traición e infelicidad. Por lo tanto, asistimos a un proceso de construcción del héroe civil, quien luchará con las armas del amor, la caridad, el perdón para construir junto con su heroína un universo de paz y progreso. Así, en oposición a los militares-peligro como Edgardo, en Indómita (1904) se defiende al nuevo héroe encarnado en el español Justo de la Vega Hermosa, per-

23 Recordemos que en la novela Regina (1903) la joven será devorada por una gigantesca máquina: “De la brillante Regina solo quedaban unos restos mutilados y sangrientos, que atestiguaban la inestabilidad de las grandezas humanas” (39). En el relato “Isaacsito” presenta la desconfianza que sobre las experiencias humanas provoca la modernidad: “En estas épocas el vapor es resagado por la electricidad. Sarita tiene 10 años y siente lo que sentíamos a los 20 las que éramos jóvenes en los tiempos del Gran Mariscal Castilla” (211).

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sonaje de la novela Roque Moreno24, quien encarna los valores caballerescos y a todas luces moralmente superior a los del caudillo Roque Moreno, hombre ambicioso de raza híbrida.

Conclusiones La construcción del héroe histórico se apropia de dos elementos; por un lado, la imagen del héroe nacional Miguel Grau; y por el otro, la reflexión en torno a la guerra. Según Cabello, Grau es más un pensador o un ideólogo que un estratega. Por este camino, ella construye una nueva ética basada en la Religión de la Humanidad comteana, la del altruismo y el servicio a la colectividad. A diferencia de ello, González Prada sustenta la ética de Grau en una moral caballeresca y defiende el desarrollo y la modernización de la sociedad para asegurar un posterior triunfo frente a Chile. La ética propuesta por Cabello rechaza una revancha y propone la unidad de América basada en la paz, el amor al conocimiento y al progreso. En este contexto, ambas escritoras sienten la necesidad de reconstruir la nación a partir de la nueva posición de la mujer. La soltera, la viuda, son personajes comunes en tiempos de guerra. Necesitará transformarse, por lo tanto, el antiguo esquema matrimonial para darle visibilidad y protagonismo a éstas. De esta manera, en las ficciones, la heroicidad romántica se cumple del lado femenino, pero no del masculino. El héroe por lo general no sobrevive hasta el final y cuando lo hace no suele corresponder a las características de ella. Por su parte, las nuevas heroínas pueden comprenderse dentro de la categoría de “viudas”. Hortensia, el personaje de Cabello, es una viuda simbólica, ya que dentro del matrimonio está sola, ha sido víctima de los imperativos de una sociedad superficial; en cambio, el personaje de González de Fanning, siendo viuda realmente, sufre no tanto un castigo social como Hortensia, sino uno divino impuesto por el cruel destino.

24 Publicada en 1904 pero en cuya presentación se señalaba que había sido publicada cuatro años antes en Buenos Aires, en la revista de Derecho, Historia y Letras del Dr. Estanislao Zevallos.

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Alteridad, ciudadanía y política nacional en el periodismo femenino argentino Vanesa María Landrus Eastern Illinois University

Con la publicación de La Aljaba (1830), las voces femeninas socialmente marginadas transgreden los lineamientos discursivos decimonónicos e invaden el periodismo bonaerense con la intención de crear un canal de expresión alternativo desde el cual se intenta transformar la situación de la mujer. Este periódico literario, editado por Petrona Rosende de Sierra, crea una plataforma diseñada para que las escritoras provenientes de los diferentes sectores de la nación argentina pudieran participar en los debates públicos en torno a la realidad femenina1. La labor periodística de Rosende de Sierra continúa a mediados de siglo con la publicación de La Camelia (1852) y La Educación (1852), periódicos editados por Rosa Guerra, y Álbum de Señoritas (1854), se1 La Aljaba comienza a publicarse en Buenos Aires el 16 de noviembre de 1830. La anomalía de su directorio provocó una efusiva crítica dirigida tanto a Sierra como a su periódico, ridiculizando la pretensión de redefinir la función de la mujer en el periodismo. El debate sobre la propiedad de continuar con la publicación del periódico se desarrolla en las mismas páginas de La Aljaba, en donde la editora muestra su firmeza en mantener la idiosincrasia del bisemanario a pesar de los innumerables inconvenientes que se le presentaban para su mantenimiento. La misma hace uso de su periódico para entablar un diálogo con su audiencia pidiendo a sus lectores de manera terminante que se inclinaran por la opción de no entrar en contacto con este medio periodístico si no compartían su ideología. Leemos: “no tomeis la Aljaba en vuestras manos jamas: si os disgustan sus doctrinas, muchos hay que las aprecian, y para estos fue dedicada” (1, 17, 1831). En sus artículos editoriales se promueve abiertamente el derecho de la mujer argentina a escribir públicamente. La decisión de Sierra de no ceder ante las presiones de la crítica, presentes en periódicos como La Argentina (1830-1831), e incentivar la participación específicamente femenina en los debates públicos se mantuvo intacta hasta el cierre de su periódico. La publicación de La Aljaba cesa el 14 de enero de 1831.

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manario dirigido por Juana Manso2. Desde la plataforma periodística, estas escritoras brindan idearios innovadores, los cuales apuntan a diferentes posicionamientos ideológicos que convergen en las discusiones sobre el rol de la mujer en el proceso de transformación nacional. Sus ensayos revelan posturas cruciales para entender la dinámica del diálogo público centrado en la posición de la mujer como ciudadana partícipe de los proyectos de construcción nacional. El propósito de este estudio es el de demostrar la decisiva colaboración de las escritoras de principio de siglo en las discusiones periodísticas centrales. Se estudia la introducción y evolución de la retórica femenina marginal en los debates nacionalistas en torno a las representaciones de feminidad de la época y a la disyuntiva de la emancipación social y cultural de la mujer argentina. Se explora la subyugación matrimonial y judicial femenina prestando atención a su funcionamiento en el marco político nacional. Finalmente, se examinan los programas educativos y sus connotaciones en términos espaciales y laborales dentro del contexto doméstico y público. El periodismo femenino se vale de la maleabilidad e hibridez del género ensayístico para articular un diálogo dinámico que conducía progresivamente a persuadir a los lectores a aceptar los puntos de vista planteados en los periódicos e identificarse con sus ideologías. A pesar de que los periódicos femeninos se exhiben como un medio abierto al público en general, es evidente que el objetivo de las publicaciones

2 A través de La Camelia se llena el vacío discursivo dejado con el cierre de La Aljaba y la mujer argentina reinstituye su voz en las polémicas nacionalistas. La variedad de las temáticas discutidas en este periódico, las cuales traspasaban los asuntos netamente domésticos, llega a construir un órgano periodístico altamente crítico e innovador. La Camelia se publica el 11 de abril de 1852 con una duración de un mes. El 24 de julio del mismo año, Rosa Guerra retorna al círculo del periodismo con la publicación de La Educación. En este caso, la redactora confiesa que su impulso a editar otro periódico estaba basado en su atracción por la crítica y el ridículo; reacción esperada ante la desviación de temas relacionados principalmente con la educación femenina, entre los que se encuentra la situación de la mujer exiliada. La Educación contó con sólo seis fascículos. El 1 de enero de 1854, Juana Manso lanza Álbum de Señoritas con la intención de “reeditar su trabajo de Río de Janeiro, donde había publicado Jornal das Senhoras” (Sosa de Newton 2000: 175). Debido a su decepción proveniente de la falta de respaldo del ambiente letrado y de la inexistencia de fondos suficientes para solventar la publicación del semanario, Manso concluye su labor como editora dentro del periodismo argentino el 17 de febrero de 1854. Detalles sobre la vida y obra literaria de Juana Manso pueden encontrarse en el estudio de María Mercedes de la Vega, La maestra histórica.

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era, en realidad, el construir un canal comunicativo destinado exclusivamente a la mujer argentina, ya sea de la capital o del interior del país. La unión de las voces femeninas se presenta como una condición previa indispensable para el inicio de la superación de la mujer en el espacio argentino. Por esta razón, Rosende de Sierra resalta el hecho de que su llamado a la participación femenina en las discusiones públicas sobre el proyecto nacionalista argentino también incluía a las mujeres de la periferia. Un ejemplo de esta convocatoria se encuentra en el artículo editorial del fascículo trece: “Argentinas de todos los pueblos del interior! Con vosotras hablo, compatriotas cordobesas, tucumanas, salteñas, santiagueñas, y todas, unid vuestros ruegos con las porteñas” (2, 13, 1830)3. Ahora bien, es importante destacar que el apoyo y la participación activa de la mujer en el periodismo literario femenino no se consolidan hasta mediados de siglo con la publicación de La Camelia. A diferencia de La Aljaba, este periódico contó con varias colaboradoras, quienes en su mayoría contribuían a la redacción del mismo por medio de la correspondencia. De hecho, las colaboradoras frecuentemente proveían el material de discusión del periódico, el cual, en algunos casos, constituía una extensión de las conversaciones mantenidas en encuentros sociales. Como bien menciona Sarah C. Chambers, las conversaciones y correspondencias que mantenían el diálogo entablado en las tertulias y el intercambio epistolar integraban a las mujeres en las discusiones sobre las naciones emergentes ofreciendo una forma de actuar políticamente (Chambers 2003: 60). Por su parte, el periodismo femenino a través de sus publicaciones facilitaba la discusión abierta de las temáticas surgidas en las reuniones sociales y luego elaboradas en las correspondencias de las escritoras constituyendo, de esta manera, el único medio por el cual este tipo de escritura alternativa llegaba a traspasar la esfera privada. Asimismo, la representación de la editora en La Camelia muestra características diferentes a las encontradas a principios de siglo. En este periódico se continúa con el anonimato de la misma pero se introduce la voz colectiva. Los artículos editoriales aparecen firmados por “las redactoras”; estrategia discursiva utilizada primordialmente para

3 Es importante aclarar que los pasajes extraídos de los periódicos literarios que se analizan en este estudio conservan la ortografía, la gramática y los signos de puntuación originales.

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solidificar la imagen de la escritora argentina como perteneciente a un grupo compacto de mujeres quienes, al contar con el apoyo mutuo, conformaban un frente sólido, válido de ser escuchado y valorado. A pesar de que La Camelia hace su aparición en un período histórico en que, luego de la caída de Juan Manuel de Rosas, la libertad de expresión parecía resurgir y alcanzar los medios de comunicación, las voces femeninas en el periodismo argentino todavía ocupaban un lugar marginal4. La resistencia pública ante el desafío de fundar un medio periodístico distintivamente femenino fuerza a varias escritoras y editoras a resguardar su identidad bajo el uso de algún seudónimo o simples iniciales. Néstor Tomás Auza comenta que Rosa Guerra firma ciertos trabajos periodísticos como “Cecilia”, seudónimo que la editora utiliza en La Educación (Auza 1988: 41). A pesar de que este periódico se inicia con un artículo de Guerra el cual aparece firmado con nombre y apellido, el hecho que de la editora en algunas ocasiones se ampare bajo su seudónimo revela la hostilidad del ambiente periodístico en el cual la mujer como productora constituía una anomalía amenazante. En Álbum de Señoritas se continúa con el misterio en cuanto a las corresponsales, pero se da fin al enigma de la editora5. Juana Manso no solamente acepta abiertamente su cargo editorial al firmar el prospecto de su semanario con su nombre completo, sino que también comparte con sus lectores su frustración ante la falta de respaldo del círculo letrado y la inexistencia de fondos suficientes para solventar la publicación de su periódico. Álbum de Señoritas inicia un nuevo ciclo en el periodismo argentino en el que la experiencia editorial femenina alcanza una magnitud pública. Como bien afirma Bonnie Frederick, a través del periodismo, las mujeres empezaron a formar un sentido de comunidad basado no solamente en las obligaciones comunes de domesticidad (Frederick 1998: 15). Claramente, la decisión de Juana

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Juan Manuel de Rosas ejerció como gobernador de la provincia de Buenos Aires desde 1829 hasta 1845. Para más información sobre su régimen político, consúltese el libro de Félix Luna, Breve Historia de los argentinos. 5 Es apropiado explicar que por “álbum” se entendía “un libro ó librito elegantemente lujoso, en que algunas personas y particularmente las señoritas obligan á los literatos y artistas a poner una muestra de su talento y habilidad” (Diccionario nacional ó gran diccionario clásico de la lengua española 75). La valorización del álbum en la época sobrepasaba la del periódico, el cual se describe simplemente como “escrito o papel impreso que se publica diariamente; ó en ciertos días, ó por semanas, quincenas, meses, ú otro cualquier tiempo correlativamente determinado” (1362).

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Manso de construir una identidad periodística, si bien subalterna, concisa y libre de especulaciones, apunta a consolidar la participación activa y dinámica de la escritora argentina en los sectores intelectuales de la época. Como editora de Álbum de Señoritas, Manso fue una pionera al transgredir el código de silencio propio de las primeras producciones periodísticas femeninas e intentar cimentar una autoridad discursiva dentro del ámbito literario público. En la práctica periodística, las escritoras se embarcan en un proceso de deconstrucción discursiva destinado a reformular las nociones de feminidad decimonónicas. El propósito central de sus periódicos se centra en la erradicación de los perjuicios que imposibilitaban la superación social de la mujer argentina. Un análisis detenido de sus trabajos revela la intención de romper con las rígidas barreras de una conciencia colonial colectiva que marginaba y limitaba el accionar femenino. Con el objetivo de articular un sistema conceptual que situara a la mujer en una posición equitativa dentro de la sociedad de la época, se insiste en la necesidad de recuperar las franquicias que se le debían. De acuerdo a Rosa Guerra, la culpabilidad de la enajenación femenina recaía mayormente en el sector masculino, el cual había implantado y mantenido un sistema social excluyente de los derechos femeninos. Con la redacción de La Camelia, Guerra pretende corregir esta situación, por lo que su periódico se involucra en una tarea de tipo reparadora. Su discurso presenta diversas reescrituras del Génesis que apuntan a establecer la equidad e igualdad de los sexos. Se arguye que la mujer, al igual que el hombre, fue creada a imagen y semejanza de Dios, por lo que su formación, evolución física y desarrollo espiritual comparten el mismo nivel de perfección. De hecho, este marcado esfuerzo por erradicar la común acepción de la inferioridad femenina emerge en La Aljaba, pero su discusión toma una dimensión sin precedente en La Camelia, en donde se llega a trascender la problemática de la igualdad de los sexos para reclamar la supremacía de la mujer. En el segundo artículo editorial de este periódico, se lee: “Por el antiguo Testamento sabemos que Dios creo la muger, no de barro como el hombre sí de una costilla del hombre; sabemos también que aquella fue su última Obra y por tanto no se nos puede acusar de vanidosas si sostenemos que fue, pues debió serlo, la mas perfecta” (1, 2, 1852; el énfasis es mío). Rosa Guerra revierte la interpretación normativa del Génesis por la cual se instituye la figura de perfección masculina e insiste en la superioridad de la mujer basada en el material y el orden cronológico de su formación. Su ensayística demuestra

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la falsedad de los justificativos que validaban la concepción de la mujer como un ser incompleto, imperfecto, inmoral e irracional cuestionando, de esta manera, las políticas de sociabilidad que restringían las posibilidades de superación femenina. La usurpación de la libertad y los derechos de la mujer se visualiza como una herramienta de control destinada a perpetuar la condición marginal femenina. En Álbum de Señoritas, Juana Manso refleja el estricto control al que se sometía a la mujer, el cual componía un cuadro rígido y asfixiante: “sus movimientos se cuentan, sus pasos se miden, un ápice fuera de la línea prescriptiva, ya no es muger, es el qué?... un ser mixto sin nombre, un monstruo, un fenómeno!!” (Manso 1852: 59). La monstruosidad expone la metamorfosis que padecía la mujer ante la sociedad al transgredir los lineamientos que regulaban su conducta y determinaba su nivel de normalidad. En el discurso biológico y teológico de la Antigüedad, Aristóteles identifica al monstruo como un tipo de deformidad cuya principal característica era específicamente el ser diferente (Palencia-Roth 1996: 24). El monstruo representaba una distorsión de la naturaleza y, por lo tanto, una amenaza ante el ordenamiento convencional de la humanidad. Ahora bien, es importante destacar la asociación decisiva entre lo monstruoso y lo femenino como dos desviaciones ante la normativa social (Huet 1993: 3). La mujer que desobedecía las reglas de conducta conformaba una anomalía desestabilizadora de los idearios nacionales colectivos, los cuales se entienden como construcciones culturales netamente masculinas. Juana Manso expone la ansiedad y el terror decimonónico frente a la oscilación disruptiva de los códigos de comportamiento femenino. Asimismo, denuncia la figuración de la alteridad femenina como una articulación estratégica del cuerpo de poder masculino que apuntaba a consolidar su superioridad: “La sociedad es el hombre: él solo ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos; por consiguiente, ha reservado toda la supremacía para sí; el círculo que traza en derredor de la mujer es estrecho, inultrapasable” (Manso 1852: 3). La agencia masculina en la articulación de los parámetros de conducta en la mujer se comienza a denunciar en La Camelia, pero es específicamente en Álbum de Señoritas donde se resaltan las consecuencias altamente desmoralizantes del riguroso sistema de dominio femenino. En este órgano periodístico se arguye que el comportamiento deshonesto que manifestaban ciertas mujeres era el resultado directo de su opresión y de su falta de oportunidades. El estado de subordinación

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perpetuo que se impartía en la mujer reprimía su voluntad causando la alteración de su condición moral. Leemos: Asi lo habeis querido! Asi lo quereis! Ciegos á la luz de la verdad, sordos á la voz de la razon, el ángel lo habeis convertido en demonio. Arrancais de su corazon todos los gérmenes divinos que le dá el Creador, y en su lugar la haceis hipócrita, envidiosa y traicionera. Le robais su inteligencia, y como no tiene un fin noble y grandioso en que alimentar la actividad que la consume, revierte en daño vuestro, porque degenera en malicia infernal, en astucia y en intriga. Oprimis su voluntad, encadenais su libro albedrío ó al yugo paternal ó á la férrea conyugal marital, y entonces la obligais á que para cumplir los actos espontáneos de su querer, os engañe, os mienta, os traicione (énfasis dado; Manso 1852: 59).

La destitución de los derechos de la mujer y su extenuante vigilancia había terminado por socavar la premisa por la cual se justificaba el tutelaje femenino. El dominio masculino, entendido como una necesidad imperante ante la anormalidad de la mujer, se presenta en Álbum de Señoritas como la causa misma de su degeneración, manifestada en la pérdida de sus valores morales. Sin duda alguna, la atmósfera sociofamiliar negaba el potencial femenino condicionando su intervención en el ámbito nacional. Juana Manso aboga por la erradicación de la “falsa posición” que vivía la mujer argentina en el contexto legal y social del matrimonio (Manso 1852: 59). Como esposa, la mujer perdía su “dignidad” y se convertían en una “cosa”; en un objeto cuyo único servicio era el de “perpetuar la raza” y mantener la supremacía masculina (Manso 1852: 3). Se describe minuciosamente el “martirio” que padecía la mujer casada, quien “con un tutor perpetuo que á veces es lleno de vicios y de estupidez, [...] tenía que bajar la cabeza sin murmurar, decirle á su pensamiento no pienses, á su corazon no sangres, á sus hojos no llores, y á sus labios reprimid las quejas!” (Manso 1852: 3). Estas imágenes articulan un vivo panorama de la dinámica conyugal decimonónica y sirven para comunicar a los lectores los efectos del tutelaje femenino en la mujer, quien, además de experimentar un proceso anulativo en términos de carácter, se veía forzada a reprimir todo tipo de expresión que expusiera su sufrimiento dentro del núcleo matrimonial. Como señala Moira Gatens, a la mujer no se la consideraba como un ser completo, por lo que nunca podía ser entendida como sujeto

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independiente (Gatens 1996: 42). En palabras de Juana Manso, la mujer de soltera era la portadora del honor “del padre ó del hermano”, de casada “el del marido” (Manso 1852: 59). Su individualidad se sacrificaba en pos del bienestar familiar. Carole Paterman observa que, por siglos, la familia encabezada por el padre ha proveído el modelo o la metáfora de poder y autoridad para todo tipo de relaciones (Paterman 1988: 23). La familia como una institución que proveía la base desde la cual se edificaría el futuro nacional revelaba las jerarquías de poder que restringían el reconocimiento de las capacidades femeninas. La dinámica doméstica establecía la diferenciación en términos de género sexual garantizando el distanciamiento de la mujer en cuestiones públicas. Juana Manso se dedica a la doble tarea de formar una conciencia colectiva sobre los condicionamientos que impedían a la mujer el cumplir su función como ciudadana y de formular propuestas concretas que apuntaran a su superación. El imaginario nacional, entendido como una narración en donde el lenguaje de la nación emerge como una fuerza simbólica poderosa (Bhabha 1990: 1), incorporaba, en el caso de Manso, a la mujer emancipada de las políticas de abnegación domésticas. Su semanario insiste en que la mujer ya no debía ser temida ni tampoco se podía seguir depositando en ella la culpabilidad del desorden político, social y moral de la nación. Por el contrario, la mujer conformaba el eje central de donde se debían diagramar los proyectos de reorganización nacional. La extinción de las políticas autoritarias en el ambiente privado se entiende como un paso necesario para construir la base desde la cual se podía consolidar el destino progresista de la nación. La familia, de hecho, debía constituir el centro desde el cual se impartían las relaciones de poder igualitarias que conducirían a la emancipación femenina. Asunción Lavrin señala que, desde la época colonial, la familia ha funcionado como “el núcleo social que preservaba, las costumbres, el orden y la continuación de ciertas tradiciones” (Lavrin 1989: 1). Manso reconoce el impacto del funcionamiento armónico de la familia en el futuro de la nación por lo que entabla una revisión del sistema jurídico argentino con la intención de demostrar la falta de protección legal de la mujer; condición que amenazaba el bienestar privado y público. Álbum de Señoritas brinda un elaborado sistema de análisis en el que se profundiza sobre las leyes en torno a la mujer en el extranjero con la intención de resaltar la inexistencia de este tipo regulaciones en el ámbito argentino. El argumento de la editora parte de la premisa de que los códigos

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de los pueblos americanos habían sido elaborados exclusivamente por el hombre, por lo que se poseía un conjunto de leyes “deforme, vetusto y desproporcionado” que negaba básicamente todo tipo de protección hacia la mujer (Manso 1852: 2). En contraposición, se presenta el adelanto legislativo de la nación inglesa dispuesta a legitimizar los derechos femeninos: “En Agosto de este año fue condenado á dos meses de prisión, un marido que habia apaleado su muger, juzgando que se hallaba aun en aquellos dichosos tiempos en que era dueño de azotarla, y hasta de ponerle una soga por el pescuezo y llevarla á vender al mercado” (Manso 1852: 2). América del Sur había logrado cuantiosos avances científicos y tecnológicos, pero en el campo social su atraso era extremadamente evidente. Mientras que en Europa y Estados Unidos la emancipación de la mujer era un “hecho consumado”, en las naciones americanas recién aspiraba a constituir una temática de discusión emergente (Manso 1852: 2)6. El ideario nacional de Petrona Rosende de Sierra, Rosa Guerra y Juana Manso exigía la extensión de la personificación social de la mujer amparada por una reforma legislativa que garantizara el orden doméstico y su difusión en la esfera pública. Ahora bien, la emancipación femenina exhortaba a la aceptación de la capacidad intelectual de la mujer decimonónica. La Aljaba establece la urgencia de redefinir las necesidades educativas de las jóvenes resaltando la ineficiencia del vigente sistema de instrucción centrado en la adquisición de habilidades poco prácticas y en disidencia con las necesidades femeninas. Así lo explica Petrona Rosende de Sierra en el noveno fascículo de su periódico: Es un error el pensar que la educación solamente consiste en poseer habilidades para lucir en sociedad. Una niña que lee, escribe, borda, toca, can6 La ensayística periodística de principios y mediados de siglo muestra la intención de revalorizar lo americano al articular diversas representaciones altamente positivas de las posibilidades de superación de los países latinoamericanos. El discurso de las editoras y colaboradoras apuntan a resaltar cómo la Argentina, al igual que las otras naciones latinoamericanas, tenía el potencial para alcanzar el mismo nivel de civilización europeo o estadounidense. En determinados momentos, la narrativa de Rosende de Sierra, Guerra y Manso deja de profundizar en las problemáticas netamente argentinas y se enfoca en las necesidades del sujeto americano. Sus posturas revelan la estrecha conexión ideológica de los pueblos latinoamericanos que simultáneamente experimentaban el proceso de formación nacional. La identificación de las escritoras con las cuestiones de Latinoamérica pone en evidencia el surgimiento de la conciencia americana dentro del periodismo femenino.

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ta, y baila; con la posesion de esos adornos no se crea educada; esas habilidades hacen lo que los rivetes, ó guarniciones en los vestidos, que son los que cubren la desnudez: nada será una niña con todo esos adornos si no conoce de que modo ha de desempeñar sus deberes en la sociedad (3, 9, 1830).

Decididamente, las políticas educativas provenían mayormente de diferentes teorías científicas, religiosas y filosóficas que concebían a la mujer como un individuo capaz de obtener solamente los conocimientos de tipo intuitivos, por lo que su preparación no requería ningún tipo de mediación (Tuana 1993: 83). Este tipo de creencias, sin lugar a dudas, había contribuido a la inexistencia de mecanismos educativos destinados a la capacitación intelectual de la mujer. La Aljaba expone la ausencia de estímulo ante la educación formal en la mujer ya que en la época se la entendía como “lo menos necesario á su dicha” (1, 8, 1830). Rosende de Sierra expresa el desaliento femenino surgido por falta de aprecio hacia el mérito de la educación. Como señala Pierre Bourdieu, más allá de la transmisión cultural que se recibe de la familia, la educación formal contribuye a la formación del capital académico, el cual funciona como un agente legitimador (Bourdieu 1994: 23). Sin embargo, la formación educativa a principios de siglo no recibía la valoración que la editora emulaba en su ideario nacional. En la edición del 31 de diciembre, Rosende de Sierra comenta cómo las jóvenes argentinas en lugar de recibir el reconocimiento social manifestado a través del respeto y admiración de sus congéneres, recogían sólo “el desprecio”; todas eran “puestas en un mismo paralelo; todas [eran] confundidas” (3, 14, 1830). Esta nivelización social de la mujer basada exclusivamente en su condición sexual se entiende en La Aljaba como un comportamiento característico de los pueblos no civilizados, por lo que la urgencia de su erradicación era eminente. Las periodistas conciben la educación como un medio de superación que capacitaría a la mujer para poder desempeñar efectivamente sus funciones familiares y, a la vez, ejercer su derecho a participar activamente en el proceso de consolidación nacional. Rosende de Sierra indica que “el hombre civilizado, en todo el mundo culto, conoce el mérito donde lo halla: […] no duda del talento de las mujeres” (4, 14, 1830). El progreso de la sociedad argentina dependía de la superación de las tensiones culturales ante la capacitación femenina. En la retórica del periodismo femenino, la educación de la mujer constituye una obligación social que determina y regula la colaboración femenina en cuestiones nacionales.

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El proyecto educativo del primer periódico literario femenino se dirige a la anulación de la degradación intelectual y social de la mujer. En sus páginas se desarticula la noción comúnmente compartida en la época de que “las mugeres que sabían leer y escribir eran las que se perdían”, y se arguye que la falta de instrucción era, en sí, la causa primordial que conducía a la decadencia femenina (1, 3, 1830). Esta idea se reitera en la quinta publicación de La Aljaba: Arguyen los opresores de las mugeres que si tienen conocimiento se engríen se hacen petulantes; estremosamente altivas, orgullosas y soberbias- todo esto dicen para justificar su conducta de otomanos; mas no és eso á lo que deben ó temer-porque está probada que todos esos defectos que dicen resultan de los conocimientos, son hijos legítimos de la ignorancia; que la muger instruida posee todas las cualidades opuestas á esos vicios; y cuanto es mas adelantada en conocimientos útiles es mas humilde (2-3, 5, 1830).

La literatura periodística de Rosende de Sierra refuta los argumentos que sostenían el escepticismo en relación al saber femenino e intenta modificar la actitud colectiva hacia la instrucción de la mujer. El programa de La Aljaba pretende transformar la condición educativa femenina, por lo que presenta una serie de proyectos que apuntan a convertir el hogar en un espacio generador de mujeres respetables por su formación formal y moral. Específicamente, se propone la formación doméstica de una “pequeña biblioteca” hereditaria dedicada exclusivamente a las mujeres de la casa (3, 16, 1831). Francine Masiello remarca que este tipo de proyecto refleja la gran importancia que cobró el hogar en esta temprana etapa del periodismo femenino, en donde se le comienza a representar como un sitio adecuado para la educación y reflexión femenina (Masiello 1989: 266). Aún más importante, esta convocatoria refleja la ambigüedad del pensamiento periodístico, ya que si bien se fomenta la emancipación de la mujer por medio de la ruptura de las limitaciones educativas, se sigue emulando la idea del espacio privado. A través del confinamiento femenino a la esfera doméstica se controlaba la identidad social de la mujer (Massey 1994: 179). Evidentemente, la limitación de la movilidad femenina, en términos de identidad y espacio, constituía una estrategia crucial de subordinación. Henri Lefebvre explica que el espacio, además de ser un medio de producción cultural, también funciona como un mecanismo de

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dominación y poder (Lefebvre 1991: 26). En el ideario educativo de Rosende de Sierra, a pesar de que las fuentes de saber podían infiltrarse en el hogar argentino despertando el pensamiento crítico y forjando el hábito al estudio, las jóvenes permanecían irremediablemente contenidas en la esfera privada. Esta indudable contradicción refleja las interacciones dinámicas que continuamente se desarrollan en un espacio que se convierte en un lugar de apropiación, dominio, transgresión o liberación (Arias/Meléndez 2002: 16). Al inaugurar el debate sobre la educación intelectual de la mujer argentina, Rosende de Sierra transforma el ordenamiento del espacio privado ampliando las posibilidades de superación femenina dentro del confín doméstico. Su proyecto educativo constituye, en sí, un cambio radical e innovador en cuanto a la configuración de la identidad femenina a principios de siglo. El plan emancipador de Rosende de Sierra, si bien dentro de la esfera privada, da origen a un proceso evolutivo que se desarrollará en las emisiones periodísticas de sus congéneres. De hecho, el germen formativo de las prácticas emancipadoras femeninas prospera en el segundo periódico de Rosa Guerra, La Educación. Periódico religioso, poético y literario. Este órgano periodístico, publicado dos meses después de la desaparición de La Camelia, desafía la idiosincrasia de la mentalidad argentina al presentar la posibilidad de que la mujer no sólo se educara si no que también llegara a escribir en su hogar. Nos dice: “Comúnmente se cree que una muger que se ocupa de una contracción de esta especie pierde el preciso tiempo que la madre de familia, la hija, y la hermana deben dedicar a los quehaceres domésticos. Esto es un error! Una madre puede escribir en ausencia de su esposo y al lado de la cuna de su niño” (3, 3, 1852). En su retorno al círculo periodístico, Guerra rechaza fervorosamente la incompatibilidad entre la formación educativa y las funciones familiares de la mujer. Su propia experiencia como madre y educadora motiva la conciliación entre las demandas domésticas y el deseo de capacitarse intelectualmente. Nancy Saporta Sternbach sostiene que el programa de esta redactora en ningún momento cuestiona el rol maternal de la mujer (Sternbach 1995: 51). Es más, su proyecto educativo refuerza los roles familiares femeninos. El testimonio ofrecido en la segunda correspondencia publicada en La Educación ejemplifica las diversas funciones que la mujer argentina estaba llamada a desempeñar en el período de reorganización nacional:

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Mis cartas sobre Educacion que se han empezado á publicar en el segundo número de mi periódico, las escribia cuando tenia trece años, yo misma me forjaba mis corresponsales. No por eso dejaba de cumplir con mis sagradas y pesadas obligaciones tan superiores a mi tierna edad. Desde esa época ya estaba al frente de un Establecimiento de instrucción pública acabando de aprender al paso que enseñaba, y siendo útil a mi familia y á mi pais en ese tiempo horrible de la tirania en que las familias quedamos sin ningunos recursos para vivir (4, 3, 1852).

La temprana inmersión de Guerra en el área educativa no sólo no interfirió con sus roles domésticos, sino que también facilitó su formación como ciudadana productiva y necesariamente útil. Su capacitación pedagógica permitió su inmediata inserción en el campo laboral, lo que consecuentemente contribuyó al mantenimiento de su familia7. El discurso testimonial presente en La Educación, ayuda principalmente a dejar por sentado la premisa de que la mujer argentina era, de hecho, un sujeto educable. Asimismo, se recalca la posibilidad de ampliar considerablemente el espectro de sus funciones sociales por medio de su posible incorporación en el área pedagógica. Con la publicación de La Educación se abre la discusión sobre la inclusión femenina en el campo educativo y laboral. Aunque su ensayística comparte el ideal de maternidad femenino ya institucionalizado en la conciencia colectiva, se flexibilizan las fronteras educativas y espaciales de la mujer remarcando su potencialidad laboral. En este sentido, Rosa Guerra es una precursora del periodismo femenino en cuanto a que es la primera editora que rompe con las barreras espaciales con miras a eliminar la parálisis social, educativa y laboral que impedía el ejercicio de una ciudadanía responsable. Con la publicación del Álbum de Señoritas, la lógica civilizadora del libro traspasa la esfera doméstica y su discusión alcanza una dimensión pública. La postura discursiva de Juana Manso muestra su preocupación por sustituir los libros utilizados en los institutos educativos de la época, ya que con su lectura la nación no podía ni educar ni salir adelante (Manso 1852: 10). En palabras de la editora, los libros de la época contenían “absurdos espantosos, nociones erradas, y re-

7 Para información sobre la vida de Rosa Guerra y sus experiencias como educadora, véase el estudio de Lily Sosa de Newton, Diccionario biográfico de mujeres argentinas.

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velación inmorales, innecesarias y perjudiciales” (Manso 1852: 10). El reemplazo de los libros académicos se identifica como una de las prioridades que debería resolver el gobierno de Justo José de Urquiza. En el fascículo del 8 de enero de 1854, Manso asegura que para educar al pueblo argentino se debía “poseer libros de enseñanza elemental, cuyo espíritu religioso no esté reducido á decirnos: Los sentidos corporales son cinco. Los mandamientos de la Santa Madre Iglesia son cinco, &a, &a” (Manso 1852: 2). La obvia falsedad de este postulado expone la información errónea que circulaba en los textos de enseñanza elemental. En La Educación, Guerra afirma que tanto el gobierno como los educadores debían compartir la responsabilidad de asegurar la consolidación de la educación a través del control de las fuentes de saber que entraban en contacto con las jóvenes argentinas. Su testimonio alude a las diferentes ocasiones en que ella, como directora del colegio que regentaba Ana Bevans, tuvo que quitar ciertos libros de la mano de las niñas debido a la impropiedad de su contenido, enfatizando el especial cuidado que ella misma tenía al escoger los libros y presenciar los comentarios que surgían de las lecturas (5, 3, 1852). Este tipo de atención y dedicación hacia la elección y disposición de los libros académicos conformaba uno de los ejes principales de las propuestas educativas de Rosende de Sierra, Rosa Guerra y Juana Manso 8. En conclusión, el periodismo femenino brinda perspectivas singulares e imposibles de ignorar a la hora de realizar un análisis comprensivo de los debates públicos que contribuyeron a la consolidación de la nación argentina. Sus discursos proponen un cambio radical en la representación de lo femenino al concebir a la mujer como el órgano generador del ordenamiento social que impulsaría el desarrollo progresista de la nación. Paralelamente a sus denuncias ante el sistema de diferenciación sexual decimonónico, las periodistas presentan sus idearios nacionales, en donde la mujer se muestra emancipada de las limitaciones judiciales, educativas y espaciales que impedían el cumplimiento de su función como ciudadana. El diagrama nacional femenino

8 La importancia de poner a disposición pública los libros que facilitaran la formación educativa de la mujer se reitera en las posteriores publicaciones periodísticas. En La Ondina del Plata (1875-1878), la escritora cordobesa María Eugenia Echenique demanda la creación de bibliotecas populares para mujeres en cada una de las provincias del interior de Argentina. Véase el artículo “Necesidades de la mujer argentina”, publicado el 28 de noviembre de 1875.

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incorpora el matrimonio como una avenida reivindicativa de las posibilidades femeninas dentro del marco doméstico y nacional. La política matrimonial se concibe como un medio a través del cual se podían reinstituir los derechos femeninos fortaleciendo de esta manera el funcionamiento armónico de la familia y por extensión el de la nación argentina. En este sentido, el matrimonio es concebido como una institución generadora y procreadora del bienestar público y privado de la sociedad (Saxton 1980: 277). Las periodistas reconocen las normativas de sociabilidad que exigían la dedicación de la mujer hacia la familia, pero disienten en la exclusividad de su accionar. La revalorización de las funciones familiares conduce a la demanda del acceso de la mujer a las fuentes educativas de la época. Se introduce el concepto de la educación como un agente transformador de la realidad social y un antídoto contra el estancamiento cultural heredado del período colonial. Sus proyectos educativos absorben a la alteridad argentina y manifiestan un proceso evolutivo que comienza con la convocatoria hacia la creación de bibliotecas en el espacio privado y culmina, dentro del espectro temporal de este estudio, con el acceso de la mujer al campo laboral. Debido a que la construcción de la nación como narración es parte de una historia que está por hacerse y en donde las coordenadas que la estructuran y las posturas de aquellos que la construyen siempre están en constante cambio, la misma no está libre de ambivalencias (Bhabha 1990: 4). La nación como una forma de elaboración cultural, además de producir, crear y guiar, apunta también a la fractura y a la ambigüedad (Bhabha 1990: 4). En el caso de las periodistas argentinas, su visión de lo que debía ser la nación argentina también refleja ambivalencias que reiteran la idea de la nación como una “comunidad imaginada” (Anderson 2002: 6). Los primeros proyectos emancipadores revelan ciertas contradicciones que constituyen, en realidad, concesiones que apuntan al avance paulatino pero decisivo y diligente de la superación femenina en el terreno nacional. Un análisis comprensivo de la literatura femenina argentina exige el trazado de una línea temporal retrospectiva para rescatar las voces periféricas de las periodistas, quienes, aunque olvidadas por la crítica moderna, invadieron los círculos de poder decimonónicos para transformar la retórica sociocultural argentina. Sus ensayos periodísticos constituyen un componente crucial para entender la dinámica discursiva femenina y su contundente aporte a los programas de formación y consolidación nacional.

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III. Cuestiones de género: redes, alianzas y tensiones en la escritura femenina del xix

Tensiones heterogéneas: una redefinición de lo subalterno en SAB y AVES SIN NIDO Ruth Brown University of Kentucky

A pesar de sus tramas puramente románticas, las novelas Sab (1841) de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner han recibido mucha atención crítica en las últimas décadas debido a su orientación hacia los problemas sociales de la Hispanoamérica del siglo xix. Reconocidas por su defensa de la población esclava de Cuba y los pueblos indígenas de Perú, estas dos novelas han sido clasificadas tradicionalmente por la crítica como los primeros ejemplos de la escritura abolicionista, en el caso de Sab, e indigenista, en el caso de Aves sin nido, de Hispanoamérica. Sin embargo, la actitud progresista de estas novelas se extiende más allá de su apoyo a las minorías raciales. Al equiparar la condición social de las mujeres criollas a la de los esclavos e indígenas, estas novelas ofrecen una visión compleja de la subalternidad en su época. En las tramas románticas de estas dos novelas, el lector encuentra una visión alternativa de la sociedad hispanoamericana del siglo xix, una en la que los seres marginalizados desempeñan un papel importante en desafiar la idea de una cultura homogénea y unificada dirigida a favorecer a los hombres de la clase criolla. La tensión social evidente en las biografías de Avellaneda y Matto de Turner caracterizan también sus novelas, y en ellas se evidencian el cruce problemático de culturas y clases sociales que marcaba Hispanoamérica en el siglo xix. Las vidas independientes y las ideas progresistas enarboladas por estas mujeres se contrastaban bastante con las sociedades conservadoras en las que vivían. Nacida en Camagüey, Cuba, en 1841, Gertrudis Gómez de Avellaneda escribió la mayoría

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de su obra en España. Comúnmente asociada con un espíritu rebelde, la estancia de Avellaneda en España estuvo marcada por sus aventuras amorosas y comportamiento escandaloso (Mujica 2002: 179, FoxLockert 1979: 127). Según Bárbara Mujica, esta conducta aisló a Avellaneda de la conservadora sociedad española en la que vivía y, como consecuencia, nunca fue admitida en la Real Academia de la Lengua (Mujica 2002: 179). La publicación de Sab en 1841 le causó a la reputación de la autora cubana aún más escándalo; cuando llegó a Cuba en 1844, el texto provocó la ira de una sociedad obsesionada con el sofocamiento de la reciente rebelión de los esclavos y fue prohibido por los censores cubanos (Kelly 1945: 310). Mientras la crítica contemporánea de Sab suele examinar la novela bajo la rúbrica feminista, en la época de su publicación se consideró como un ejemplo de narrativa abolicionista, dado su enfoque en el debate de la esclavitud cubana del siglo xix. Aves sin nido fue publicado en una época de cambio político similar, en la cual las ideas liberales respecto a los derechos de los indígenas chocaban con los valores estáticos y conservadores de la sociedad criolla peruana. Matto de Turner decidió participar en este diálogo cultural ayudada por su experiencia personal cuzqueña, su conocimiento de la lengua quechua y su afinidad con la población indígena local (Carrillo 1967: 12). La autora entró a la esfera de la acción política por compartir la ideología proindígena de Manuel González Prada y su círculo literario en Lima. El ambiente cargado en que escribía se refleja en la reacción de sus compatriotas; resumiendo la situación de Matto de Turner después de la derrota del presidente liberal Cáceres, Francisco Carrillo señala: “En el momento de su exilio voluntario contaba con la excomunión del Arzobispado, la inclusión de Aves sin nido en la lista prohibida por la Iglesia Católica, y con el celoso afán de un grupo de damas cuzqueñas que pedía que nunca volviera a su ciudad natal” (Carrillo 1967: 18). La crítica literaria de Aves ha seguido una trayectoria similar a la de Sab, mientras en su época de publicación la obra de Matto de Turner fue interpretada como novela indigenista, hoy en día se estudia más desde una perspectiva feminista. Aunque las perspectivas críticas aplicadas a estas novelas han cambiado tras el tiempo, las interpretaciones tradicionales tanto como las contemporáneas reconocen un conflicto central entre el poder hegemónico de la masculina clase criolla y la falta de agencia que experimentaban otros seres en esta época. Ambas novelas ofrecen una crítica

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tanto de la situación social de las mujeres criollas como de las minorías raciales, categorizando a las dos como seres subalternos en relación a los hombres de la clase criolla. La representación de las mujeres criollas como seres subalternos afirma la definición de lo subalterno ofrecido por el teórico Ranajit Guha, en que la palabra subaltern es “a name for the general attribute of subordination… whether this is expressed in terms of class, caste, age, gender and office or in any other way” (citado en Beverley 1996: 26). Estas novelas colocan a ambas minorías raciales, o sea, a indígenas y esclavos, así como a las mujeres criollas, en un plano de subordinación respecto a los hombres de la clase criolla. Al incluir a otros seres que también tienen una agencia limitada dentro de la pirámide social del siglo xix en Hispanoamérica, estas novelas amplifican el concepto de marginalización y redefinen nuestro entendimiento de lo subalterno en esta época. Esta definición de lo subalterno, basada como está en las relaciones de subordinación y poder, depende de un conflicto implícito entre los que se consideran como subalternos y la élite masculina criolla. De hecho, la tensión dramática de ambas novelas se deriva directamente de tal conflicto. A través del análisis de varias manifestaciones narrativas del conflicto entre los seres subalternos y la élite criolla, se puede entender estas obras como ejemplos de lo que la crítica literaria de Antonio Cornejo Polar llama la “literatura heterogénea”. Según Cornejo Polar, tal literatura se sitúa en el “conflictivo cruce de dos sociedades y dos culturas” (Cornejo Polar 1978: 8). Caracterizada por “la duplicidad o pluralidad de los signos socio-culturales de su proceso productivo … [la literatura heterogénea] se trata, en síntesis, de un proceso que tiene por lo menos un elemento que no coincide con la filiación de los otros y crea, necesariamente, una zona de ambigüedad o conflicto” (Cornejo Polar 1978: 12). En las novelas Sab y Aves sin nido, la interpretación narrativa del conflicto subalterno/élite ha resultado en la creación de varias capas de heterogeneidad literaria en las que se manifiesta el conflicto subalterno/criollo. Un análisis de las varias capas de heterogeneidad evidente en estas novelas revela la íntima relación que existe entre los textos narrativos escritos por Avellaneda y Matto de Turner y el entorno social en que fueron producidos. Para calificar un texto como ejemplo de la literatura heterogénea, Cornejo Polar ofrece lo que él llama un “análisis simple del proceso literario”, en el que se considera cuatro elementos esenciales: la producción del texto, el texto resultante, su referente y el

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sistema de distribución y consumo (Cornejo Polar: 1978: 11). Un texto se define como heterogéneo cuando al menos un aspecto de su proceso literario es ajeno a los demás o, como explica Misha Kokotovic, “when one or more of these elements belong to one sociocultural order and rest are derived from another” (Kokotovic 2005: 4). El reconocimiento de la relación entre el entorno social y los textos narrativos es una característica clave de la literatura heterogénea. Al reproducir los conflictos y divisiones sociales evidentes en la sociedad hispanoamericana del siglo xix en la forma narrativa, los textos heterogéneos desafían la idea de una cultura homogénea y unificada. Se encuentra un obvio ejemplo de la naturaleza heterogénea de Sab y Aves sin nido en su orientación abolicionista e indigenista. Aquí la heterogeneidad resulta de una incongruencia entre el orden sociocultural en que fueron producidos los textos, o sea, por mujeres de la clase criolla, y sus referentes, las experiencias de los esclavos y los indígenas. La terminología tradicionalmente aplicada a estas dos novelas demuestra la tensión asociada de tal distanciamiento. Aves sin nido, por ejemplo, ha sido clasificada de varias formas: novela indianista1, indigenista e indígena. Las pequeñas variaciones léxicas evidentes en estos términos representan distinciones importantes en cuanto a la representación. El marxista peruano José Carlos Mariátegui distingue entre la literatura indigenista e indígena según la posición sociocultural del autor: La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente verídica del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos. Por eso se llama indigenista y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla (Mariátegui 1979: 221).

Esta definición de las novelas indigenistas según la posición sociocultural del autor también confirma la clasificación de Sab como una

1 El término indianista se suele usar para referirse a las obras que contienen una representación idealizada o romántica de los indígenas sin hacer un comentario social concreto. Cornejo Polar afirma que tal literatura es aquella “cuya matriz es romántica pero que se desenvuelve hasta el modernismo. Implica una atención privilegiada al pasado prehispánico, y un correlativo olvido de los problemas del pueblo quechua moderno, de suerte que su imaginario resulta celebratorio y conciliador” (1989: 101).

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novela abolicionista y no como una slave narrative2. Al notar la carencia de narrativas escritas por esclavos en la literatura cubana del siglo xix, William Luis afirma que el “verdadero” esclavo negro “no podía relatar la vida del negro desde una perspectiva interna” (Luis 1995: 53). En la literatura indígena y la abolicionista, la tensión heterogénea, o “zona de ambigüedad o conflicto”, tiene su origen en un distanciamiento de representación en el cual un autor de una clase social privilegiada intenta hablar sobre la experiencia de unos seres de una clase más subordinada. El distanciamiento de representación evidente en la categorización genérica de Sab y Aves sin nido se puede observar también en el uso de narradores extradiegéticos en estas novelas. Un papel principal de sus narradores es proporcionar descripciones de la vida cotidiana de los personajes. A diferencia de las muchas descripciones de las casas y quehaceres diarios de las familias y personajes criollos, se encuentran pocas escenas que traten de la vida de esclavos o indígenas. Además, las escasas descripciones de la vida de estos dos grupos suelen expresar una sensibilidad idealizada y romántica. En Sab, el narrador transmite el tono sentimental, característica del costumbrismo romántico, en una escena matinal del ingenio de la familia de B…: Carlota fue interrumpida en sus inocentes distracciones por el bullicio de los esclavos que iban a sus trabajos. Llamóles a todos, preguntándoles sus nombres uno por uno, e informándose con hechicera bondad de su situación particular, oficio y estado. Encantados los negros respondían colmándola de bendiciones y celebrando la humanidad de don Carlos y el celo y benignidad de su mayoral Sab (2007: 146).

Esta narración representa a las minorías raciales en una relación subordinada en la pirámide social de la hacienda de la familia de Carlota. No describe la vida propia de los esclavos de una manera que demuestra un entendimiento profundo de su realidad cotidiana. Matto de Turner presenta una visión igualmente limitada de la vida indígena en Aves sin nido. La única descripción profunda que ofrece

2 Slave narrative es un término utilizado en la crítica literaria de lengua inglesa para designar la literatura abolicionista escrita por esclavos o extraída de su propia historia oral (Baldick 1990: 310).

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de ella es del interior de la casa de los Yupanqui. Aquí también se nota una perspectiva idealizada y romántica de la vida rural indígena: Terminada la cena y ya envuelta la choza en las tenebrosas sombras de la noche, y sin otra lumbre que la tenue llama de los palos de molle que de vez en cuando se levantaba del fogón, tomaron descanso en una cama común colocado en un ancho apoyo de adobes; duro lecho que para el amor y la resignación de los esposos Yupanqui tenía la blandura confortable de las plumas que el amor deslizó de sus blancas alas (2006: 65).

En esta descripción la vida indígena parece ser rústica y subdesarrollada, algunas características que la marca como distinta de la vida criolla sin darle una identidad propia. Ambas autoras utilizan tales descripciones para enfatizar la naturaleza noble de los esclavos y los indígenas. Sin embargo, la superficialidad de estas narraciones refleja la distancia sociocultural que existe entre las autoras y sus sujetos, y refleja la tensión natural que había entre la clase criolla y las minorías raciales en la época. La manera en que los personajes pertenecientes a la élite criolla actúan como defensores de las minorías raciales subalternas produce otro ejemplo de la tensión heterogénea multifacética de estas novelas. En Aves sin nido, los personajes indígenas son reducidos en gran parte a caricaturas y, como resultado, rara vez hablan directamente de su propia condición social. El personaje indígena más franco es Marcela, la esposa de Juan Yupanqui, quien se gana el apoyo de la criolla Lucía en la primera escena de la novela: “no sabes los martirios que pasamos con el cobrador, el cacique y el tata cura, ¡ay! ¡ay! ¿Por qué no nos llevó la peste a todos nosotros, que ya dormiríamos en la tierra?” (2006: 56). Los comentarios de Marcela, a la vez reaccionarios y descriptivos, carecen de la reflexión ideológica evidente en los comentarios de los personajes de la élite criolla. A pesar de expresar la desdicha de su existencia, no puede cuestionar directamente las instituciones políticas responsables de su subalternidad. De hecho, es Fernando, el progresista esposo de Lucía, quien ofrece una reflexión ideológica en lugar de Marcela. Cuando espera que “si algún día rayase la aurora de la verdadera autonomía del indio… presenciaríamos la evolución regeneradora de la raza hoy oprimida y humillada” (2006: 105). Fernando se convierte en la voz intra-narrativa de Matto de Turner y comunica su mensaje reformista. La falta de capacidad para hablar de su propia

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situación que se ve en Marcela se repite con los otros personajes indígenas de la novela, asignando a los personajes de la clase alta la voz narrativa dominante en la obra. En ambas novelas, las mujeres criollas son las más francas en su defensa de la humanidad de los esclavos e indígenas. Carlota, la hija mayor del señor de B…, es la voz abolicionista principal de Sab. No sólo defiende la humanidad de Sab ante su novio Enrique (2007: 128), sino que también cuestiona las construcciones sociales responsables de la esclavitud cuando exclama: “¡Pobres infelices!... Se juzgan afortunados, porque no se les prodigan palos e injurias, y comen tranquilamente el pan de la esclavitud. Se juzgan afortunados y son esclavos sus hijos antes de salir del vientre de sus madres, y los ven vender luego como a bestias irracionales…” (2007: 146). Carlota intenta utilizar su estatus para dar a Sab su libertad (2007: 139) y declara que cuando ella y Enrique estén casados quiere liberar a todos los esclavos bajo su control (2007: 147). En Aves sin nido, la intervención que hace Lucía por los Yupanquis (2006: 61) proviene de una creencia similar en cuanto a la humanidad del pueblo indígena de Kíllac. Utilizando palabras similares a las de Carlota, Lucía sintetiza la vida indígena cuando dice: “el infeliz indio peruano es obligado por la opresión, desesperado por los abusos” (2006: 197). En ambas novelas, las mujeres criollas como Carlota y Lucía funcionan como las voces principales en la defensa de los derechos de las minorías raciales. El aparente distanciamiento representativo que existe entre estas mujeres de la clase criolla y las minorías raciales por quienes abogan es problematizado por la condición subordinada de las mujeres mismas. A primera vista no parece apropiado referirse a las protagonistas Carlota y Lucía, de Sab y Aves sin nido respectivamente, como subalternas, pues obviamente ambas disfrutan del poder otorgado a su clase. En comparación, las mujeres indígenas como Martina, en Sab, y Marcela, en Aves sin nido, son evidentemente subalternas. Condenadas doblemente a la subordinación debido a su raza y a su sexo, éstas son a las que se refiere Gayarti Chakravorty Spivak cuando declara: “Si en el contexto de la producción colonial el subalterno no tiene historia y no puede hablar, el subalterno como femenino está aún más profundamente en tinieblas” (Spivak 2003: 328). No obstante, de acuerdo con la definición de Guha, se puede inferir que la subalternidad no siempre se define según líneas étnicas. En las novelas aquí analizadas, la condición social de todas las mujeres se equipara a la de los esclavos e indígenas;

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como consecuencia, la subalternidad se entiende por estar en oposición, y por lo tanto subordinada, a una hegemonía masculina y criolla. En Sab, se relaciona la posición social de las mujeres criollas a la de los esclavos cuando se compara el casamiento de Carlota con su novio Enrique con una forma de esclavitud femenina. Jorge Otway, padre de Enrique, determina el valor que Carlota tiene como esposa según la contribución económica que hará a su familia. Para este hombre de negocios, el amor no cuenta: “…se casa con una mujer lo mismo que se asocia con un compañero, por especulación, por conveniencia. La hermosura, el talento que un hombre de nuestra clase busca en la mujer con quien ha de casarse son la riqueza y la economía” (2007: 152). La limitación de agencia implicada en tal perspectiva es expresada por Sab en su carta al final de la novela, donde observa que las mujeres, como los esclavos, “arrastran pacientemente su cadena y bajan la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas” (2007: 271). Según Sab, las calidades que se entienden como virtudes por la sociedad criolla, o sea, la obediencia, humildad y resignación, son en realidad aspectos de la esclavitud de la mujer criolla, acciones que señalan la subordinación de ésta a su marido y a la sociedad masculina. La comparación entre las mujeres criollas y las minorías raciales es menos explícita en Aves sin nido, sin embargo, ambos grupos son presentados en subordinación al poder de los hombres de la clase criolla peruana. La novela describe la sombría situación de las mujeres criollas y la gente indígena de una manera similar, utilizando con frecuencia palabras tales como “infelices” y “pobres”. Marcela, una mujer indígena, es descrita como una “pobre mujer” (2006: 55, 59) por el narrador, mientras que Lucía se refiere a la gente indígena en general como “pobres indios, pobre raza” (2006: 187). Este tono resuena en una descripción que el narrador ofrece de las mujeres criollas peruanas del siglo xix: Acordémonos de esas infelices mujeres hostigadas en los misterios del hogar por los celos infundados; gastadas por la glotonería de los maridos; reducidas a respirar aire débil y tomar alimento escaso, y al punto tendremos a la vista a la infeliz mujer displicente, pálida, ojerosa, en cuyos pensamientos siempre tristes, y cuya voluntad de acción duerme el letárgico sueño del desmayo (2006: 144).

Los comentarios de los hombres de la élite, tales como Sebastián Pancorbo, quien declara que “Francamente, las mujeres no deben mezclarse nunca en cosas de hombres, sino estar con la aguja, la calce-

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tas y los tamalitos” (2006: 77), dejan claras las expectativas que había para las mujeres en el Perú en esta época. El fervor con que Pancorbo y los otros hombres de Kíllac intentan proteger las costumbres tradicionales refleja su deseo de mantener el orden social patriarcal, lo cual requiere la exclusión del poder de las mujeres y de los indígenas. El hecho de que las mujeres criollas de estas dos novelas compartan mucho con las minorías raciales no ha escapado a la atención de críticos que han estudiado las características feministas de estas obras. La observación de Barreda Tomás, quien escribe que en Sab: “la situación de la mujer casada es peor que la del esclavo: feminismo y abolicionismo, por lo tanto, si bien son dos respuestas a dos injusticias que tienen un mismo denominador común –la servidumbre–, son también dos actitudes mentales que se jerarquizan” (Barreda Tomás: 1995: 89), suena igualmente cierta en cuanto a Aves sin nido. Al reconocer la preocupación que Matto de Turner tiene con las desigualdades y abusos sufridos por las mujeres “of all ethnic backgrounds and classes”, Teresa Parra reafirma la amplificación del concepto de marginalización que se realiza en esta obra (Parra 1993: 160). Al equiparar la situación de las mujeres criollas con la de los esclavos e indígenas, estas novelas incluyen en la categoría de los subalternos a cualquier ser que se encuentra subordinado a los hombres criollos en la pirámide social del siglo xix en Hispanoamérica. La introducción del aspecto criollo y femenino dentro de la ecuación “raza” y “clase” problematiza el concepto de subalternidad presentado por estas novelas. La famosa conclusión de Spivak, en la cual señala que los subalternos no pueden hablar por su propia situación sin perder su subalternidad (Spivak 2003: 362)3, sintetiza la naturaleza paradójica de la representación subalterna encapsulada en estas novelas. Los personajes subalternos que son tan francos en su defensa de otros seres marginalizados, parecen menos capaces de hablar de su propia situación. Se nota, como ejemplo, la reacción que Carlota tiene al saber que su ruptura con Enrique resultó del hecho de que su familia ha perdido la mayoría de su riqueza. A pesar del hecho de que ella puede hablar muy elocuentemente en defensa de los derechos y la humanidad de los es-

3 Publicado originalmente en inglés bajo el título “Can the Subaltern Speak”, en: Marxism and the Interpretation of Culture. Lawrence Grossberg and Cary Nelson (eds.), Urbana: University of Illinois Press, 1988, pp. 271-313.

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clavos, cuando a ella le pasa una injusticia social se encuentra tendida en la cama, consumida por la tristeza y sin el poder de decir ni una palabra (2007: 192). Sab, quien se enfoca más en los derechos de las mujeres que en los de los esclavos4, demuestra una tendencia similar. Aunque si habla de la esclavitud, minimiza la situación de los esclavos en comparación con la de las mujeres criollas cuando dice que el esclavo “al menos, puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro comprará algún día su libertad” (2007: 271). El movimiento de espejeo que existe entre estos dos personajes ejemplifica la naturaleza paradójica de la representación subalterna evidente en estas novelas; aquí hay dos personajes, ambos explotados por el orden social dominante, quienes abogan más por el otro que por sí mismo. Al hablar tan francamente sobre la situación de Carlota, el personaje de Sab problematiza aún más el concepto de subalternidad propuesto por Avellaneda en su novela. Él disfruta de un rango privilegiado dado su estatus como mayoral de los demás esclavos (2007: 108), y compañero desde la niñez de la hija mayor de la familia, Carlota (2007: 110). Gracias a tales privilegios, Sab no ha vivido la típica existencia del esclavo cubano del siglo xix, algo que él reconoce cuando dice: “jamás he sufrido el trato duro que se da generalmente a los negros, ni he sido condenado a largos y fatigosos trabajos” (2007: 109). A pesar de reconocer los horrores de la esclavitud, la cual describe como “una vida terrible a la verdad… un cruel espectáculo a la vista de la humanidad degradada, de hombre convertidos en brutos” (2007: 106), la preocupación principal de Sab es convertirse en un candidato aceptable para casarse con Carlota. Sab sí aboga por los esclavos cuando pide que el mundo los vea como almas nobles; cuando encuentra al novio de Carlota tendido inconsciente en la tierra durante un huracán, se refiere a sí mismo como un “…pobre esclavo de quién él no sospecha que tenga una alma superior a la suya… capaz de amar, capaz de aborrecer… una alma que supiera ser grande y virtuosa…” (2007: 137). Negando que le interese incitar una rebelión entre los esclavos (2007: 207), Sab prefiere enfocarse más en la humanidad básica de éstos y en la fraternidad entre razas y clases sociales5 que en la injusticia básica de su rango social. 4 Varios críticos han hecho esta misma observación, por ejemplo, véase Kirkpatrick (1990: 128), Pedro Barreda-Tomás (1995: 89) y Catherine Davies (1997: 12). 5 Lucía Fox-Lockert está de acuerdo, afirmando que las reflexiones de Sab son más que nada filosóficas (1979: 129).

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El tono de ambigüedad que marca la caracterización de Sab es indicativo de su estatus subalterno problematizado y demuestra otro nivel de heterogeneidad en esta novela. Esta ambigüedad se establece desde la primera escena del libro, donde Sab encuentra a Enrique por el camino cerca de la finca de sus amos. Con un rostro que “presentaba un compuesto singular en que se descubría el cruzamiento de dos razas diversas, y en que se amalgamaban, por decirlo así, los rasgos de la casta africana con los de la europea” (2007: 104), Sab es descrito como una persona que presenta rasgos de varias categorías raciales. Notando que “we see that Sab’s ‘blackness’, the visual marker of a slave’s otherness, is not overtly apparent” (Comfort 2003: 181), la crítica aduce la ambigua relación que Avellaneda establece entre Sab y su rango social como esclavo. Enrique supone que es un propietario de las cercanías (2007: 107) y admite que Sab tiene un “aire poco común de tu clase” cuando descubre la verdad (2007: 108). Estos detalles de caracterización añaden un nivel de ambigüedad a un personaje que asume ambas características: un ser subalterno y un ser más privilegiado en la novela. La heterogeneidad encarnada en el personaje de Sab simboliza una fluidez de la representación subalterna típica de estas dos novelas; en él se ve un ejemplo de cómo esa ambigüedad desafía la tradicional estructura de la pirámide social de Hispanoamérica en el siglo xix por ofrecer otras visiones de los conceptos de “clase” y “raza”. El conflicto entre los seres subalternos y la élite criolla implícito en la problemática representación subalterna de estas novelas también se observa en sus tramas, típicamente románticas, que relatan el amor de Sab por Carlota y el de Manuel por la indígena Margarita en Aves sin nido. En ambos casos, la tensión romántica dramatiza la prohibición social contra el amor entre la élite criolla y las minorías raciales. El amor de Sab por Carlota y el de Manuel por Margarita reflejan una dicotomía élite-subalterno muy característica de ambas en la literatura heterogénea y la cultura hispanoamericana del siglo xix. Como afirma Joanne Rappaport, las tramas amorosas eran típicas en la literatura de esta época. Según esta crítica, tales tramas sirvieron como “vehicles for conceptually linking the incompatible ethnic and regional groups that comprised the nascent Latin American nations” (Rappaport 1992: 121). En Sab y Aves sin nido, los desenlaces trágicos de las tramas románticas ponen de relieve los problemas sociales en la base del conflicto criollo/subalterno. Durante su conversación apasionada con Teresa al lado del río, Sab demuestra cómo la interiorización de las expectativas sociales puede

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ocasionar extremas consecuencias. Al haber guardado su amor como secreto por mucho tiempo, vive en un estado de tortura que lo empuja a sentir emociones muy complejas. Él describe las intensas emociones que ha experimentado como un “sentimiento confuso de felicidad vaga, indefinible, celestial, llenó mi alma, elevándola a un éxtasis sublime de amor divino y de amor humano; a un éxtasis inexplicable en el que Dios y Carlota se confundían en mi alma” (2007: 213). A medida que Teresa lo va convenciendo de que Carlota quiere a Enrique, la salud mental y física de Sab se deteriora drásticamente. En el instante en que Sab acepta la imposibilidad de su amor, entra en un estado de trance en el cual cree haber muerto y cae a los pies de Teresa (2007: 223-24). El hecho de que Sab se recobre suficientemente como para completar su misión y entregar una carta que asegura el casamiento de Carlota con Enrique, ejemplifica la figura del noble esclavo que Sab representa a lo largo de la novela. Sin embargo, Sab, como sujeto individual, ya ha muerto. Este desenlace trágico no ofrece ninguna salvación a Sab o a los esclavos en general; a pesar de su humanidad y su sufrimiento, Sab termina su vida al servicio de sus amos. El amor que tiene Manuel por la indígena Margarita Yupanqui no es tan dramático como el de Sab por Carlota. No obstante, demuestra de una manera similar la ambigüedad y la tensión que marcan el amor basado en la dicotomía subalterna-criolla. Manuel representa el joven educado que ha regresado a Kíllac desde la ciudad llena de valores liberales y progresistas. Su atracción por Margarita es a la vez rechazada por su padrastro conservador y aprobada por la progresista pareja Marín, Lucía y Fernando. Dividido entre su familia y su amor por Margarita, Manuel se pierde en sus pensamientos y emociones. En una escena, pasa horas encerrado en su dormitorio, hablándose e intentando decidir cómo proceder; dejándose caer en el sofá, Manuel permanece “como quien se abisma en los mares sin orilla de la duda y la meditación” (2006: 126). Si sale de su casa es para pasear por las calles de Kíllac en un estado extasiado, completamente ensimismado (2006: 127). El amor de Manuel termina extinguido por las expectativas sociales, pero no por las razones raciales, como suele asumir el lector. La escandalosa revelación de que Margarita y Manuel son hermanos, ambos hijos de un obispo que era el cura de Kíllac, dramatiza la crítica eclesiástica de Matto de Turner (2006: 220). En Sab y Aves sin nido, la angustia de los héroes románticos se puede entender como una manifestación de la zona de ambigüedad carac-

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terística de la literatura heterogénea. Bajo la presión de un amor imposible, ambos, Sab y Manuel, entran en una relación con lo sublime. Además de la obvia atracción física hacia el objeto amado, ésta se convierte en una pasión sin límites; la angustia psicológica experimentada por Sab y Manuel sugiere el deseo por algo placentero y a la vez doloroso. Como resultado de haber interiorizado una estructura de poder dominada por los hombres de la clase criolla estos amantes se encuentran aterrorizados psicológicamente por su amor al Otro. La melancolía y confusión psicológica sufridas por los héroes románticos Sab y Manuel revelan mucho sobre el intento social de las autoras. Tras el sufrimiento personal de Sab y Manuel, estas novelas desenmascaran la confusión psicológica causada por narrativas culturales dominantes que excluyen tanto a las mujeres como a las minorías raciales. El acto de colocar a los personajes subalternos en el centro de unos argumentos típicamente románticos desafía la universalización de la ideología criolla del siglo xix al ofrecer una visión alternativa del orden social hispanoamericano de la época. Los amores de Sab por Carlota y de Manuel por Margarita demuestran una fluidez de clase y raza que no responde al orden patriarcal tradicional. Por recrear los conflictos sociales de la sociedad en forma narrativa, estas novelas prueban la existencia de otras voces y experiencias que quizá no se nota en la literaturas homogéneas. Hablando de la heterogeneidad de Aves sin nido, Kokotovic aduce el comentario social implícito en la forma heterogénea: In the cultural split between indigenous referent and Western literary form and reading public, Cornejo Polar argues, indigenista texts express in their very structure the divisions and conflicts which more homogeneous literary works tend to elide… the signficance of the indigenista narrative is not limited to the realist representation of an indigenous referent. In the cultural heterogeneity of their very form, he suggests, indigenista work undermined the criollo elite’s illusion of a unified, Hispanic national culture (Kokotovic 2005: 6-7).

Comfort encuentra una intención desestabilizadora similar en Sab cuando escribe “Not only does Gómez de Avellaneda attempt to destroy the categories of master and slave, white subjects and black object, but she also destabilizes the power of men (with Sab being the obvious exception here) by esteeming the virtues and values of wo-

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men” (Comfort 2003: 182). La tensión y tragedia que marcan estas novelas rechazan la idea de una cultura hispana unida y afirman, a su vez, la existencia de una nueva cultura en la que los seres subalternos también desempeñan un papel importante. El concepto del subalterno desarrollado en las novelas Sab y Aves sin nido proporciona a los seres marginalizados un papel más amplio en la sociedad hispanoamericana del siglo xix. En ambas novelas, los seres subalternos utilizan sus voces para denunciar la injusticia y abogar para cambios en el orden social tradicional. Como reconoce Catherine Davies, estas novelas intentan convalidar la subjetividad individual del subalterno para inscribirlo en el discurso liberal como “subjects rather than objects of modernity” (Davies 2005: 314). Los conflictos y la tensión que rodean la representación de personajes como Sab, Carlota y Lucía indican al lector la necesidad de considerarlos en profundidad, de no dejarlos de lado como parte del fondo descriptivo. Para Matto de Turner y Avellaneda, la justicia social viene de un reconocimiento de las limitaciones sociales impuestas a todos los seres que han sido marginalizados por una pirámide social que favorece a de los hombres criollos.

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“Es mucho hombre esta mujer”: una lectura QUEER de Teresa en SAB1 Betsy Dahms University of Kentucky

¿Es Teresa, el contrapunto femenino de Carlota de B. en Sab (1841), un personaje malvado? ¿Se habría tildado también de anormal a la autora Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) si no hubiera sido atractiva y no se hubiera presentado en España como un ejemplar exótico de su madre patria Cuba? De hecho, en España muchos la consideraron algo anómala2. Y es que por el mero hecho de sentarse a escribir, Avellaneda transgredió las restricciones de género que definían a la mujer o al menos a la mujer “decente”, “el ángel del hogar”3. Escribir era cosa de hombres y que Avellaneda escribiera y ejerciera una profesión tradicionalmente masculina le costaría el apodo de “mucho hombre”. Este ensayo explorará la ideología española romántica de la mujer ideal y cómo Avellaneda rompió con esta convención, no sólo en el ámbito personal, sino también en su producción literaria. El término queer se usará en este ensayo, en el mismo sentido en el que Nikki Sullivan se niega a definirlo. Sullivan coloca lo queer, como analítico, como lugar en contra de la hegemonía dominante de valores, creencias y estatus, especialmente contra la heterosexualidad obligatoria. Lo queer, además de referirse a un “otro” en un sentido de géne-

1 Mi agradecimiento a Enrico Mario Santí, a Jeff Zamotsny por sus revisiones meticulosas y a Danae Gallo-González por su facilidad de traducción. 2 Véase la discusión de Hernández acerca del clima sexual y de género del siglo xix en España en su lectura de Cotarelo (Hernández 2000: 65) y Vicinus (Hernández 2000: 67). 3 Véase The Madwoman in the Attic (1979) de Gilbert y Gubar para una discusión acerca de los ideales femeninos del siglo xix.

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ro o sexualidad, puede constituir todo lo que no pertenece a la cultura normativa4. Numerosos estudios han analizado su famosa novela Sab por su contenido protofeminista y abolicionista; sin embargo, nadie ha prestado la atención debida al personaje de Teresa. Algunos académicos han mencionado de pasada que este personaje “complejo” puede considerarse el doble del esclavo mulato Sab, pero nadie ha ahondado en esa complejidad. Esta ausencia en la crítica literaria actual exige un análisis de Teresa, no sólo por su manifiesta sensibilidad romántica, sino también para ilustrar por medio de este personaje el revolucionario trabajo de Avellaneda más allá de sus posturas en contra del matrimonio y de la esclavitud. Además de criticar la heterosexualidad obligatoria de su tiempo, Avellaneda reflexiona acerca de la amistad entre mujeres y el amor homosexual como un amor imposible para el alma romántica en Cuba del siglo xix. En su obra Las Románticas (1989), Susan Kirkpatrick nos proporciona un contexto para leer a Avellaneda. La autora delinea los principios fundamentales del Romanticismo con especial atención a su relación con el deseo, la alienación social y la idea de una conciencia dividida por uno mismo. Antes del Romanticismo, la Ilustración de finales del siglo xviii ya observaba una separación del espacio público y del privado en función de los géneros. No obstante, el Romanticismo privilegiaba la subjetividad, característica del dominio de lo privado. En cierto sentido, el Romanticismo normalizó la separación de la oposición binaria privado/público, ya que a los hombres que tenían que funcionar en la esfera pública, se les animaba ahora también a explorar su fuero interno. Sin embargo, paradójicamente, esta división de géneros5 reforzaba la imagen del “ángel del hogar”. Las mujeres burguesas y “decentes” del siglo xix no debían sentir deseo. No obstante, el deseo es clave

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La autora también comenta que definir queer sería poco queer. Por el contrario, otros muchos, entre los que se encontraba Rousseau, asignaron a las mujeres el papel de la reproducción y de la domesticidad civilizada que daba forma a la ideología burguesa de la condición de la mujer. Esta imagen de la mujer se dedicaba al gozo de la maternidad y del bienestar físico y moral de su familia; es decir, la mujer como el “ángel del hogar”. Esta concepción burguesa de la mujer preservaba el poder patriarcal y abría a la vez las puertas a un nuevo espacio de autoridad; las mujeres poseían la autoridad en el dominio de lo privado: el hogar y las emociones. El alma romántica entraba en contacto con su fuero interno, lo que colocaba a la mujer en posición de autoridad. 5

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para la identidad romántica. Se consideraba que el mundo interior, sus emociones y sus fantasías, no tenían cabida en el mundo exterior; sin embargo, los escritores románticos vivían en ambos mundos y se hicieron famosos por ello. Irónicamente, esta división situaba a la mujer tanto dentro como fuera del Romanticismo, lo que dejaba a escritoras como Avellaneda en una situación ambivalente, ya que la sociedad del siglo xix disociaba el mundo privado del público y construía dos mundos separados para ambos géneros. Mientras los hombres gozaban de movilidad social y podían desplazarse por la esfera pública con facilidad, las mujeres se veían a menudo recluidas en su hogar donde recibían únicamente la visita de otras mujeres a las que las unían lazos familiares o estrechas amistades. Kirkpatrick hace referencia a este mundo de mujeres caracterizado por el apoyo emocional y el amor en su análisis “Lyrical sisterhood”. La relación entre mujeres se explora en general con mayor detalle en el ensayo “The Female World of Love and Ritual Relations between Woman in Nineteenth-Century America”, de Carroll Smith-Rosenberg (1975), así como en el de Adrienne Rich, “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence” (1980). Smith-Rosenberg analiza intercambios epistolares entre amigas y atribuye la creación de un mundo femenino aparte de los hombres en el siglo xix a la rígida diferenciación de género y a las restricciones de movilidad a las que se veían sometidas las mujeres. Por su parte, a partir de la investigación de Smith-Rosenberg, Rich documenta en su ensayo la frecuencia e intensidad de la amistad entre mujeres durante el siglo xix, y el momento histórico en el que se forjan las concepciones modernas de identidad sexual. La discusión acerca de la intimidad emocional entre mujeres en Sab (1841)6 precede a los discursos legales sobre la sexualidad que construyeron el término “homosexual” en 1870, hecho que da cabida a diferentes interpretaciones de la relación que existe entre las mujeres de la narración de Gómez de Avellaneda. Gilbert y Gubert, en Madwomen in the Attic, subvierten la noción de Harold Bloom de “ansiedad de la influencia” (1973) en su discusión acerca de la ausencia de predecesoras y sugieren que las autoras no sienten esa “ansiedad de influencia”, sino más bien “ansiedad de autoría” al convertirse en predecesoras de autoras futuras. Avellaneda luchó contra esta paradoja en la construcción de la identidad a través

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Utilizaré a lo largo del estudio la edición de Cátedra de 1999.

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de su obra. Ella, como otras escritoras, se encontraba en una situación ambigua: no podía identificarse completamente ni con el sujeto poético masculino ni con la mujer como objeto de su creación. Avellaneda, como artista, eligió construir a la mujer como sujeto. Esta construcción se pone de manifiesto en su autobiografía escrita para Ignacio Cepeda7. Además, sus novelas autobiográficas y sus obras de teatro también atestiguan su proceso de autocreación como sujeto en su obra. Avellaneda, como otras escritoras románticas, respondió a este dilema exponiendo la inadecuación y la naturaleza opresiva del “ángel del hogar” como modelo de subjetividad femenina. La insuficiencia de las etiquetas impuestas socialmente se verá manifiesta en la complejidad del personaje ambiguo de Teresa en la novela Sab. En Sab, el portavoz de la autora o el personaje más representativo del “yo” romántico es el esclavo mulato Sab. En 1841, cuando se publicó la novela, los esclavos, como las mujeres, no eran considerados sujetos. Al igual que su predecesora Mary Shelley, Avellaneda extiende la voz narrativa más allá de la tercera persona con el fin de provocar en el lector simpatía para sus personajes marginados. Sab, cuando no ocupa la primera persona de la narración, se convierte en ocasiones en el focalizador del narrador en tercera persona. El narrador a veces habla de Sab en relación con su homólogo masculino, Enrique, para proyectarle con una luz positiva. Desde su primer encuentro con el hijo del comerciante inglés, Enrique, Gómez de Avellaneda caracteriza a Sab como poseedor de un alma romántica, capaz de grandes sentimientos en contraste a su contrapunto Enrique. La autora hace explícita la diferencia cuando nota “el alma de Enrique no era una de ellas… ricas de emociones…para las cuales están reservadas las pasiones terribles, las grandes virtudes, los inmensos pesares” (133). Aunque Sab lo desprecia, le toca salvar la vida de Enrique dos veces en la novela, en una tormenta al salir del ingenio de Bellavista (134135) y en las cuevas de Cubitas (175). Al final de la novela, Enrique se da cuenta de que no merece la comparación cuando Carlota le comenta que el alma de Sab “era tan noble, tan elevada como la [s]uya” (251). Por cierto, la novela fue muy controvertida, especialmente en Cuba, por centrar la narración en personajes que no eran considerados sujetos: tres mujeres y un esclavo mulato. La escritura de la subjetividad de Avellaneda, que construye su identidad a través de Sab, es revolucionaria, ya que no sólo 7

Véase la autobiografía de Avellaneda.

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emprende el acto masculino de la escritura, sino que da voz a su crítica social a través de un hombre esclavo y mulato. Avellaneda, a través de su protagonista, Sab, adquiere autoridad por el hecho de ser un hombre al que se le da voz. A pesar de la autoridad conferida por su sexo, el mulato esclavo se encuentra en una posición social inferior respeto a otros hombres, similar a la de una mujer. El esclavo subordinado posee tanto rasgos masculinos como femeninos y representa el queering del género. Se debe notar que para Sab existe una neta comparación entre la vida de una mujer y la de un esclavo, pero que esclavo, por lo menos, “puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro comprará algún día su libertad: pero la mujer, cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frente ultrajada, para pedir libertad, oye al monstruo de voz sepulcral que le grita: ‘En la tumba’” (271). De esta manera, según la lógica de la novela, el esclavo obtiene más agencia personal, y al final, sale mejor parado que la mujer en la sociedad cubana del siglo xix. El otro personaje que representa un queering del género por su ruptura con los límites sociales tradicionales es Teresa. Este complejo personaje puede, además, interpretarse como doble de Sab y como otra representación de la escisión de la conciencia de la autora. Teresa exhibe tanto características masculinas como femeninas, y como demostrará mi análisis, también subvierte el deseo a través de la elección de su objeto amoroso. El narrador omnisciente en tercera persona presenta inmediatamente a Carlota y a Teresa en relación de contrapunto. Carlota goza de una buena situación económica y es además la heredera de la fortuna de la familia B. Se la describe como una belleza tradicional, con “un no sé qué de angélico y penetrante imposible de describir” (115). La descripción de Teresa, por otro lado, es más bien cruel y merece una cita más extensa: Joven todavía, pero privada de las gracias de la juventud, Teresa tenía una de aquellas fisionomías insignificantes que nada dicen al corazón. Sus facciones nada ofrecían de repugnante, pero tampoco nada de atractivo. Nadie la llamaría fea después de examinarla, nadie, empero, la creería hermosa al verla por primera vez, y aquel rostro sin expresión, parecía tan impropio para inspirar el odio como el amor (115).

Teresa es un miembro ilegítimo de la familia y se la trata con bondad, pero no de manera tan indulgente como a Carlota. Avellaneda es-

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tablece claramente una oposición binaria marcada entre la bella, afectuosa y adorable Carlota y su fría e inexpresiva prima. Teresa muestra más rasgos tradicionalmente considerados como masculinos: se la describe como fría, reservada, inmutable. Judith Halberstam describe la masculinidad femenina de personajes como Teresa en su libro Female Masculinity (1999), en el que afirma que el artificio de género queda al descubierto a través de la escisión de la masculinidad de los hombres. Un análisis posterior del personaje de Teresa desde una perspectiva más actual, a la luz de la teoría de Judith Halberstam sobre la masculinidad femenina, hace hincapié en los rasgos de “marimacho” de Teresa: ser físicamente masculina y sentirse atraída por las mujeres, aunque se presente inalcanzable sexual y emocionalmente para las mujeres a las que ama. No podemos afirmar que nos encontremos ante un caso de lesbianismo, basándonos sólo en las referencias textuales en cuanto al interés que tiene Teresa por Enrique; sin embargo, esto no impide explorar la masculinidad femenina de Teresa. En otro capítulo, la familia emprende un viaje a las cuevas de Cubitas, donde Teresa parece una anomalía social en comparación con la angelical Carlota. Sab desciende físicamente a Carlota a la cueva porque tiene miedo de bajar. Teresa, por otro lado, “apenas necesitó ayuda: ágil y valiente descendió sin palidecer un momento, y con aquella fría serenidad que formaba su carácter” descendió fácilmente (175). La descripción de la autora de Teresa en poco se parece a la del ángel del hogar. De hecho, se la presenta mucho más masculina, de manera mucho más similar a como se describe a Sab que a Enrique, a quien se feminiza en el campo. En términos de geografía sexual, Teresa, el marimacho, no necesita ayuda para descender a la cueva, lo que sirve de metáfora para la vagina y para las profundidades de Cuba también. Esto último cobra mayor importancia en casa de la madre adoptiva de Sab, Martina, que se autoidentifica como cubana indígena y a quien conocen en la cueva. Sab gira alrededor de tres triángulos amorosos que se entrelazan. La mayoría de los críticos, Fox-Lockert, Kirkpatrick, Lindstorn, Miller y Schlau, entre otros, está de acuerdo en que existe una relación entre Carlota, el dulce ángel del hogar, y sus dos pretendientes: el inglés con mentalidad para los negocios, Enrique, y el esclavo mulato con el que es posible que le unan lazos familiares y con el que creció, Sab. El otro triángulo es una inversión del triángulo de deseo homoerótico que Eve Sedgwick presenta en Between Men (1985), y su-

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pone que Enrique se convierta en el objeto de deseo tanto de Carlota como de su prima ilegítima, Teresa. Kirkpatrick añade un “triángulo poco convencional” formado por los valores compartidos y la experiencia común de carecer de poder en la sociedad de Sab, Teresa y Carlota. Estos tres personajes afirman tener “almas superiores”, lo cual es un rasgo del ideal romántico. Sostengo que este triángulo poco convencional sirve de reflejo de los otros triángulos de la historia hasta el punto de que cada triángulo tiene un objeto de deseo amoroso común con los otros dos que reclaman reconocimiento de su deseo por el objeto. Me centraré en este tercer triángulo y ofreceré referencias textuales que sugieren el deseo amoroso de Teresa por Carlota, lo que la coloca en la misma situación que Sab y en competición con él al mismo tiempo. En Cubitas, Teresa mantiene su apariencia masculina cuando conoce a Martina. Cuando escucha la descripción que hace la anciana Martina de las acciones valerosas de Sab para salvar a la familia de una casa en llamas, Teresa permanece distante: “Teresa manteníase algo desviada y como distraída” (180). Como Sab es su rival en el afecto de Carlota, poco le interesa a Teresa que se le glorifique y presta poca atención a la historia que cuenta Martina: “verosímilmente no atendía a lo que se hablaba” (181). En realidad, hasta que Carlos de B. no libera a Sab de su esclavitud, Teresa no reconoce a éste como posible amenaza a su amor por Carlota, y lo reconocerá como rival sólo después, cuando se haga referencia al sufrimiento de Sab por Carlota. En un momento de la historia, Sab cree ver lágrimas en los ojos de Teresa, pero decide que debe ser una ilusión, ya que “Teresa no revelaba ninguna especie de emoción” (184). Sin embargo, será Teresa la que le dará a Luis, el hijo discapacitado de Martina, un brazalete de pelo de Carlota para que se lo de a Sab. El hecho de que Teresa dé a Sab una reliquia del pelo de Carlota manifiesta el apoyo a Sab en su intento para ganarse el cariño de Carlota y enfatiza que Teresa se ha dado cuenta de que su amor por Carlota es imposible. Teresa, un alma romántica que sabe lo que es el dolor, reconoce el sufrimiento de Sab y en un acto de solidaridad renuncia a sus sueños de vivir con Carlota. Sab se convierte en la opción de Teresa para Carlota por encima de Enrique, que no sabe querer a Carlota ni se merece su amor. Teresa también apoya a Sab porque se identifica con él y puede vivir su amor indirectamente a través de él. Quizá sea por esto por lo que decida casarse con Sab más adelante en la novela. Casarse con Sab se basa más en el deseo mutuo por Carlo-

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ta que en su amor por él, lo que constituye otro triángulo modificado y abre las puertas a una relación no-monógama y poco convencional. Lucía Fox Lockert afirma que la sexualidad de la prima Teresa es compleja (1979: 131). Ya está enamorada de Enrique al principio de la novela, pero como sugiere Fox-Lockert: “Teresa has experienced this love through Carlota” (131). Ésta es una noción rara y se puede decir que es una idea queer. En este triángulo amoroso, no es solamente que Carlota y Teresa amen a Enrique, sino que, como se mostrará más adelante, tanto Teresa como Enrique aman a Carlota también. El amor de Teresa por Carlota no es necesariamente un elemento consciente del texto. Por el contrario, la ansiada unión entre Carlota y Enrique, y luego el descubrimiento de los sentimientos amorosos de Sab hacia Carlota, reprime los deseos de Teresa por Carlota al subconsciente textual. Teresa “había aprendido a disimular, haciéndose cada vez más fría y reservada” (116). La boda eminente de Carlota y Enrique exige que Teresa se resigne a una vida sin amor correspondido, y a causa de su amor por Carlota se esfuerza por mantener las ilusiones de su querida prima (204), e incluso es capaz de condolerse con Sab de sus propios deseos reprimidos (208). Es evidente el embalse de pasión que oculta Sab a lo largo de la novela, y al comparar Teresa a Sab, mi análisis pone de relieve el amor secreto que Teresa siente por Carlota. Es interesante notar el uso del adjetivo “sepultado/a” que emplea Gómez de Avellaneda para Sab y Teresa. Sab comenta a Teresa: “solicité venir a este ingenio y hace dos años que me he sepultado en él” (207) para no ver a Carlota porque su presencia lo atormentaba. Después de regalar el brazalete a Sab, la voz narrativa utiliza el mismo verbo para describir a Teresa, “sepultada en el fondo del carruaje” para no ser vista por Carlota (189). Avellaneda caracteriza a Teresa con los mismos atributos que a Enrique, pero Teresa difiere de Enrique en que ella ha sido bendecida con un alma superior, un alma romántica. De hecho, Teresa entra en competición con Enrique y Sab por la atención de Carlota, pero el hecho de ser mujer y confidente le da acceso a su mundo interior y a sus emociones. Teresa, en su posición única, se mueve entre oposiciones binarias. Está “dentro” del mundo privado de Carlota pero “fuera” del idilio de Carlota y Enrique (Fuss 1991). La relación entre Carlota y Teresa refleja los lazos afectivos comunes a amistades entre mujeres: madres e hijas, amigas, primas, lazos que han sido analizados por Smith-Rosenberg (1975: 3). Al principio de Sab, Carlota y Teresa ya

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han vivido juntas ocho años en una relación estrecha y han compartido una amistad profunda a causa de la orfandad materna en la cual ambas se encontraban. En forma similar a lo que ocurre con las mujeres del estudio de Smith-Rosenberg, Carlota y Teresa se hacen amigas en la adolescencia y permanecen unidas emocionalmente para el resto de sus vidas, independientemente del matrimonio y de la separación geográfica a la que se ven sometidas. Ambas mujeres duermen en camas contiguas y Carlota comparte sus emociones más íntimas con Teresa. Es interesante que Teresa no corresponda a esta expresividad emocional y puede ser una característica masculina o de un marimacho. Al mismo tiempo, ambas son conscientes de las diferencias que las separan: “Al lado de una joven bella, rica, feliz, que gozaba el cariño de unos padres idólatras, que era el orgullo de toda una familia, y que se veía sin cesar rodeada de obsequios y alabanzas, Teresa, humillada, y devorando en silencio su mortificación, había aprendido a disimular, haciéndose cada vez más fría y reservada” (116). Teresa aprende a ocultar sus deseos. La sequedad de su carácter hace hincapié en la relevancia del brazalete tejido con el pelo de Carlota para Teresa que explica porqué siempre lo llevaba consigo y el significado de tal brazalete como regalo a su amigo Sab. El brazalete es un símbolo físico del cariño inexpresable que tiene Teresa por Carlota. Teresa pone de manifiesto su amor por su prima en numerosas ocasiones. Después de pasar una noche llorando, Carlota se acerca a Teresa quien responde “con más ternura en su voz y en sus miradas que la que Carlota estaba acostumbrada a ver en ella” (195). Aunque tiene que esconder sus deseos hacia su prima, en momentos sumamente emocionales, el cariño que siente por ella se escapa. La atracción de Teresa por Enrique debe permanecer en secreto porque es consciente de la felicidad de Carlota cuando piensa en él. En cuanto a su unión “homosocial” con Carlota, Teresa debe ocultar sus deseos para no poner en peligro su papel de confidente de las emociones de Carlota, y su apariencia glacial es necesaria para disimular el alma romántica que conlleva una necesidad creciente de ser amada. En relación a las amistades entre mujeres en el siglo xix, Smith-Rosenberg afirma que: “these women played a central emotional role in each others’ lives, (…) paradoxically to twentieth century minds, their love appears to have been both sensual and platonic” (1975: 4). Estamos ante otro caso de subversión queer de la oposición binaria de amistad platónica/sensual. Gómez de Avellaneda presenta la relación de Carlota

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y Teresa como platónica por lo menos de manera superficial: “Carlota amaba a Teresa como a una hermana, y acostumbrada ya a la sequedad y reserva de su carácter” pasaron sus vidas juntas (116). Esto puede explicar porqué Teresa, que según mi interpretación quiere a Carlota más que a una hermana, no responde “dignamente su afectuosa amistad” (116). A pesar del amor fraternal de Carlota por Teresa, Carlota no cree en la capacidad de amar ni de expresar su amor en almas como la de su prima: “[…] incapaces de crímenes como grandes virtudes, y a los cuales no debe pedírseles más de aquello que dan, porque es escaso el tesoro de su corazón” (117). Su relación es compleja y queda fuera de la norma para las relaciones entre amigas en su época. Smith-Rosenberg expone que para que la conexión entre mujeres en el siglo xix se considerase una relación amorosa no tenía por qué incluir necesariamente contacto genital, ya que esto último implicaría una relación homosexual: “The twentieth century tendency to view love and sexuality with a dichotomized universe of deviance and normality, genitality and platonic love, is alien to the emotions and attitudes of the nineteenth century and fundamentally distorts the nature of these women’s emotional interactions” (1975: 8). En muchos de los casos que aparecen en el estudio de Smith-Rosenberg, las mujeres, si no en el aspecto físico sí en el emocional, eran amantes. Aunque Gómez de Avellaneda no se atrevió a incluir relaciones sexuales entre las amigas debido a que esto hubiera sido extremadamente controvertido para la época (y disonante para el personaje de Carlota), la autora sí hace alusión a la intimidad emocional a la que hacía referencia el estudio de Rich (1980). Teresa admira y quiere a Carlota, pero también muestra resentimiento hacia ella. Entre dientes, Teresa recuerda a Carlota lo afortunada que es. Y es que Teresa no se hace ilusiones sobre su destino. Conoce su estatus económico y social como hija pobre y acogida por la benevolencia de su familia. Carlota es dulce, joven, romántica e inocente y espera de Enrique un amor inefable. Sólo tiene besos y lágrimas para Enrique y se muestra buena y amable con Sab y con Teresa, lo que únicamente sirve para atormentar mucho más a ambos. Muchos críticos han interpretado la relación entre Teresa y Enrique como una relación en la que el interés de Teresa por Enrique no es correspondido, y por ello la dejan sin investigar. Enrique representa un salvoconducto hacia la legitimidad social de Teresa, pero opino que su relación es más compleja, ya que aunque puede ser verdad que Teresa ve en Enrique una salida a su posición social inferior, Teresa pue-

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de también sentir celos y odio por Enrique por monopolizar la atención de Carlota. Esto es evidente en el texto en la presencia de Enrique como pretendiente. En su salida de la ciudad, se encuentra a Teresa “asustada con el sonido” de la voz de Enrique y ella se presenta como “un cadáver” para no revelar sus sentimientos. Enrique abandona la casa de B. con el estruendo de una tormenta que se aproxima, y tras despedirse de todo el mundo, encuentra a Teresa temblando, con frío, su cara no revelaba “[…] nada de cuanto entonces ocupaba su pensamiento y agitaba su alma” (132). Sin más explicación, Enrique y Sab se van y el lector tiene que interpretar el comportamiento de Teresa con Enrique. Una posible interpretación del comportamiento de Teresa y del “leve suspiro ahogado con esfuerzo entre [los] labios [de Teresa]” (132) es que está enamorada. Sin embargo, este suspiro percibido por Enrique también puede interpretarse como un comentario ahogado de la desaprobación que éste merece a los ojos de Teresa. Puede ser que Teresa oculte aquí su pasión por Enrique, pero mientras los demás corren detrás de Enrique suplicando que permanezca en Bellavista, Teresa “permanecía de pie, tranquila y silenciosa” sin aprensión del viaje ominoso (133). Los celos pudieron ser la causa de la agitación del alma al ver a Enrique con su prima y se puede ver la tormenta como oportunidad de eliminar a su rival. Está interpretación muestra el lado siniestro del amor no correspondido de Teresa. De igual manera, Sab, durante la tempestad tendrá la oportunidad de dejar morir a Enrique. La presencia de Enrique como pretendiente de Carlota es perturbadora para Teresa, aturdida ahora por sus sentimientos hacia Carlota y la nueva dimensión que Enrique incorpora a la relación entre las primas. Mi análisis implica que la presencia de Enrique propicia la toma de conciencia de Teresa con respecto a sus sentimientos hacia Carlota. Antes de la llegada de Enrique, Sab era el único rival del cariño de Carlota. Como las mujeres tenían limitada movilidad, la interacción con hombres que no fueran de la familia era inusual y tenía lugar principalmente para concertar matrimonios. Este tipo de interacciones era forzado, en compañía de adultos, y sin espontaneidad alguna. Los encuentros entre hombres y mujeres carecían de la intimidad emocional de la que gozaban los encuentros entre mujeres. Para Teresa, la introducción de Enrique al mundo doméstico pone en peligro su relación íntima con Carlota: Enrique es una amenaza y es un usurpador. Una vez que Sab y Enrique se han ido, Teresa es la única persona a la que no se ve afectada por su ausencia ni por la intensidad de la tor-

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menta. “Teresa permanecía de pie, tranquila y silenciosa en la misma ventana en que había recibido la despedida de Enrique” (133). Este silencio podría mostrar un lado malicioso del carácter de Teresa. Para recobrar la atención de Carlota, Teresa no acude a ninguna suerte de estrategia que desacredite a Enrique, lo cual no impide que Teresa no exprese preocupación en cuanto al ominoso viaje. Teresa, como las mujeres del ensayo de Smith-Rosenberg, no se muestra hostil frente a los hombres de por sí. Considera a Enrique un extraño en casa de B., y es que proviene literalmente de otra familia, y además, como todo hombre, proviene socialmente de otro mundo. Cuando Enrique se va, Carlota exclama: “Dios mío. ¿Se padece tanto siempre que se ama?” (133). Aunque Carlota supuestamente se está refiriendo al sufrimiento por la ausencia de Enrique, en mi lectura desde la otra acera del amor de Teresa por Carlota, esta expresión inocente de amor parece estar teñida de malicia hacia Teresa que sufre en silencio el rechazo amoroso de Carlota. Mejor dicho, muestra la ingenuidad de Carlota, porque su personaje es incapaz de malicia8. Carlota no sólo espera que Teresa la apoye emocionalmente, sino también físicamente, lo que complica la relación de las primas. Cuando el caballo de Enrique regresa sin él, Carlota se ve víctima de un espasmo que habría acabado con ella en el suelo si Teresa no la hubiera agarrado a tiempo. Más adelante, Teresa acuna a Carlota entre sus brazos con “no usada ternura, conjurándola a que se tranquilice y esforzándose a darle esperanzas” (138). Teresa la acuesta y se sienta en el borde de su cama (140). Como Smith-Rosenberg señala, no es extraño que amigas con tal relación afectiva se consolaran por la separación de un pretendiente (1975: 7). Carlota, quizá inconscientemente, se despreocupa por las emociones de Teresa: “Carlota, reclinada su linda cabeza en el seno de Teresa, hablábale también de los objetos de su cariño: de su excelente padre, de Enrique a quien amaba más en aquel momento: porque ¿quién ignora cuánto más caro se hace el objeto amado, cuando le recobramos después de haber temido perderle?” (140-141). Que Carlota hable de su amor por Enrique tortura a Teresa. Teresa “la escuchaba en silen-

8 Se puede ver la ingenuidad del personaje de Carlota también en Cubitas cuando idealiza su vida “primitiva” al lado de Enrique sin riquezas y sólo con el amor para sostenerlos.

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cio, disipados los temores había recobrado su glacial continente, y en los cuidados que prodigaba a su amiga había más bondad que ternura” (141). Teresa se da cuenta de que Carlota no corresponde al amor que siente por ella y recobra su frialdad exterior. Cuando Carlota se duerme sobre su pecho, “Teresa contempló largo rato aquella cabeza tan hermosa, y aquellos soberbios ojos dulcemente cerrados, cuyas largas pestañas sombreaban las más puras mejillas” (141). Coloca la cabeza de Carlota sobre una almohada y expresa verbalmente, en un murmullo entre dientes para que nadie oiga sus observaciones sobre Carlota: “¡Cuán hermosa es!”. Teresa continúa: “¿Cómo pudiera dejar de ser amada?” (141). Teresa reconoce la belleza física pura y la bondad angelical de Carlota y se incluye a sí misma entre los que aman a Carlota: Enrique, el padre de Carlota y Sab. En este punto, Teresa se da cuenta de que su amistad y el papel de confidente de sus sentimientos no se convertirán en nada más. Es consciente de que su amor por Carlota es imposible mientras una “sonrisa amarga osciló sobre sus labios” (141). La sonrisa aparece porque ama a Carlota y acaba de compartir un momento de intimidad emocional y física con ella. Sin embargo, la sonrisa es amarga: Teresa se resigna ante este amor no correspondido. La resignación se va formando mientras Carlota tortura inconscientemente a Teresa al compartir con ella sus preocupaciones sobre Enrique. El narrador describe la recuperación de Carlota y el retorno a la inocencia infantil tras dar a Enrique por muerto: “El temor de una desgracia superior hace menos sensible a los pesares ligeros” (143). El saber que Enrique está vivo alivia los miedos de Carlota tanto como la recuperación de Carlota mitiga los de Teresa. Cuando Enrique no está, Teresa se muestra menos fría. El conocimiento de que Enrique está vivo y a salvo conforta a Carlota y cuando Carlota está feliz, “la misma Teresa parecía menos fría y displicente que de costumbre” (148). Teresa se enfrenta a su amor por Carlota cuando se incluye en la siguiente afirmación: “¡Todos te aman ¡Todos desean tu amor!” (192). Con esta afirmación Teresa también abandona por completo la esperanza de tener más que una relación más allá de lo fraternal con Carlota. Aquí, el narrador representa a Teresa en el más profundo sufrimiento. Teresa se sienta sola en una habitación en plena desesperación: “quedó sumida en tan larga y profunda meditación que durante más de dos horas no hizo el menor movimiento, ni apenas podría percibirse si respiraba” (192). Teresa expresa su desilusión no sólo con el

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mundo, sino también con la única persona con la que comparte una relación afectiva: “Así mi pobre corazón cansado de amargura, despedazado de dolores, vierte todavía sobre mis últimos años de juventud el resplandor siniestro de una llama criminal y terrible” (193). Cuando su vela se consume, Teresa permanece en la más completa oscuridad física y emocional: “Así te extinguirás, desgraciado fuego de mi corazón, así te extinguirás también por falta de pábulo y de esperanza” (193). Sab, desacertadamente trata de ofrecer esperanza a Teresa proponiéndole tomar el dinero que él ha ganado con la lotería para que pueda casarse con Enrique, y es testigo de su peor momento. El plan de ofrecer a Teresa las ganancias de la lotería es en beneficio propio y un acto de solidaridad con ella a la vez. Sab sabe que Enrique está únicamente interesado en lo económico y que consentiría en casarse con cualquiera que tenga una fortuna; esta situación beneficiaría a Teresa en el ámbito social y allanaría el camino a Sab para quedarse con Carlota. Antes de encontrase con Sab a medianoche para hablar sobre este tema, Teresa se encuentra con Carlota y le ofrece su consuelo. Carlota está llorando por Enrique y Teresa le muestra cariño, algo poco típico en ella. “Teresa alargándola una mano, con más ternura en su voz y en sus miradas que la que Carlota no estaba acostumbrada a ver en ella” (195). Teresa sostiene físicamente a Carlota mientras esta última confiesa todas las cosas que le había reprochado a Enrique. Teresa le confirma que merece ser amada y su consuelo disipa cualquier temor que Carlota sentía en relación con Enrique. Una vez que Carlota recupera la confianza en el amor de Enrique y en su propia valía, comenta desde su inocencia que Teresa no puede entender cómo ha sufrido Carlota: “tú no comprendes esto, Teresa, porque nunca has amado” (197). Con este comentario, “Teresa se sonrió tristemente” (197). Por supuesto que Teresa sabe lo que es sufrir por amor: Teresa ha amado a Carlota y ha sufrido pero no quiere que su amada sufra. Teresa restaura la credibilidad de Enrique a los ojos de Carlota en un acto desinteresado por preservar las ilusiones de Carlota: “Hombres crueles, que hielan la sonrisa en los labios inocentes, que rasgan el velo brillante que cubre a los ojos inexpertos, y que al decir: ésta es la verdad, destruyen en un momento la felicidad de toda una existencia”9 (198). 9

Teresa, que comparte su nombre con Santa Teresa de Ávila (1515-1582), retoma las palabras de otro personaje queer histórico, Sor Juana Inés de la Cruz, con su afirmación

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La intimidad física de las primas (abrazarse y descansar en los brazos de la otra) era común en las amistades entre mujeres de la época. La represión autoprotectora de sus emociones más profundamente arraigadas convierten a Teresa en un personaje empático: “It is she who formulates the novel’s primary code of ethics by deciding to protect Carlota’s illusions about Enrique rather than destroy them with the truth” (Kirkpatrick 1989: 151). Su pasión sublimada por Carlota se convierte en compasión. La fraternidad de almas superiores se convierte en vehículo para mitigar el aislamiento en un mundo extraño; la compasión, el amor y la subjetividad compartida del oprimido. Teresa se ha resignado a tener una vida de infelicidad romántica. Se encuentra con Sab porque éste le había prometido hablar de su propia felicidad y de la de otros. Sin embargo, en cuanto a la de Teresa, ésta afirma: “respecto a la mía [felicidad], no la deseo ni la espero ya sobre la tierra” (204). Fox-Lockert interpreta la cita secreta de Sab con Teresa como un encuentro sexual más que como un encuentro de almas similares. La académica afirma que Teresa se ofrece sexualmente a Sab cuando dice: “¡Yo seré tu amiga, tu compañera, tu hermana!” (1979: 220). Fox Lockert asevera, además, que Sab la rechaza sutilmente a causa de su interés en Carlota: “¡Eres una mujer sublime, Teresa!... ¡Yo soy indigno de ti!” (221). Por último, la crítica declara que Teresa vive: “a dream-like existence because there are no realities for her” (1979: 131). Si tenemos en cuenta que no hay ninguna otra prueba del interés sexual de Teresa hacia Sab, arguyo que Fox-Lockert yerra en su interpretación de esta escena por su poca atención a la unión de almas románticas superiores, por no mencionar el amor que comparten Sab y Teresa por Carlota. La sexualidad de Teresa es muy compleja, pero no por las razones que esgrime Fox-Lockert. Esta autora publicó su ensayo Women Novelists in Spain and Spanish America en 1979, un año antes que Adrienne Rich publicara “Compulsory Heterosexuality and the Lesbian Continuum” (1980). Si Fox-Lockert hubiera leído a Rich segura-

sobre los hombres. Las tres mujeres mencionadas buscaron refugio de la sociedad patriarcal en un convento y compartieron sus recelos hacia los hombres. Las famosas líneas de Sor Juana en “Hombres necios” (1695) que también acusan a los hombres de usar a las mujeres independientemente de sus pensamientos y emociones se rememoran en el personaje de Teresa de Avellaneda y su deseo de llevar una vida centrada en la mujer más allá del contacto directo con los hombres en el matrimonio.

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mente habría interpretado la complejidad sexual de Teresa de manera diferente. El interés de Teresa por Carlota se encuadra dentro de un espectro de la sexualidad femenina. Rich, a partir de un trabajo de Alfred Kinsey y Carroll Smith-Rosenberg sobre espectros sexuales, decidió denominar a este espectro el “continuo lésbico”. El artículo de Rich es beneficioso en cuanto que explora el imperativo económico que suponía para las mujeres el matrimonio, pero no tiene en cuenta el contexto histórico. En la Cuba de 1841, Teresa no podía oponerse al matrimonio. De hecho, no tenía pretendientes y su única opción y la opción de otras muchas mujeres a lo largo de la historia que habían “undertaken the task of independent, nonheterosexual, woman-connected existence”, era el convento (Rich 635). ¿Es esa pasión no correspondida lo que lleva a una posible interpretación de Teresa como monstruo? Quizá “…Is she a malevolent woman who manipulates things so that Carlota learns the truth about Enrique?, se pregunta Fox-Lockert. Esto explicaría la ambivalencia de Teresa hacia Carlota. Teresa ama a Carlota por su belleza y sencillez pero a la vez la envidia por su situación socioeconómica. ¿Podría el odio de Teresa acabar con su amor? Por amor a Carlota y por la posible felicidad de ésta, Teresa, aun alienada social y económicamente, decide no aceptar el billete de lotería ni la posibilidad de escapar con Enrique para empezar una nueva vida. ¿O quizá pretendía más bien hacer que Carlota se diera cuenta de su error y que experimentara su mismo desencanto por la vida? Si sus acciones correspondieran a una mala intención, Teresa se convertiría en un monstruo. Fox-Lockert sugiere que el final de la novela apoya la hipótesis de la malicia de Teresa. A punto de morir, Teresa acaba con cualquier tipo de unión que quedase entre Carlota y Enrique cuando confiesa el sacrificio de Sab: “Él te dio el oro… que decidió a Enrique a llamarte su esposa, pero no desprecies a tu marido…; él es lo que son la mayor parte de los hombres, ¡y cuántos existirán peores!” (262). Teresa revela los secretos que hay detrás del matrimonio infeliz de Carlota y su opinión sobre la institución matrimonial o que han propagado los hombres, por lo que Fox-Lockert concluye con la siguiente afirmación: “Teresa, unlike Carlota, has always been wary of men, but makes an exception in the case of Sab” (1979: 132). El lector puede notar ciertos aspectos autobiográficos de la vida de Avellaneda y de la visión anti-matrimonial y feminista de otras escritoras como George Sand, que tanto influyó en la autora a partir de su

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actitud hacia los hombres y hacia el matrimonio. Sin embargo, no estoy de acuerdo con Fox-Lockert en su afirmación de que Teresa hace una excepción con Sab en su hastío por los hombres, ya que Sab, de acuerdo con la ideología blanco-burguesa de la Cuba de 1830 a 1840, no era considerado hombre por su posición feminizada de esclavo. Además, Teresa no siempre ha odiado a los hombres. Su posición privilegiada como “extraña a la casa”, huérfana y pobre, le ha permitido percibir el alma “superior” romántica de Sab y encontrar en él un alma gemela pero no un objeto de deseo sexual. Fox-Lockert quizá haya sido más precisa al afirmar que Teresa, a diferencia de Carlota, es consciente de la situación parecida a la esclavitud a la que se ve sometida la mujer a través del matrimonio y de que Sab es una excepción a los demás hombres de su tiempo en sus aspiraciones románticas de no querer confinar a Carlota al matrimonio. Sab entiende que la situación de matrimonio para una mujer es peor que la esclavitud porque “el esclavo, al menos, puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro comprará algún día su libertad” (271). El matrimonio de Carlota le proporciona toda la parafernalia social de la hetero-normatividad y el éxito pero sin el ritual y la celebración. El matrimonio de Carlota se ve inesperadamente acelerado y por ello se le niega el ritual tradicional por el que un grupo de mujeres amigas acompaña a la novia durante meses hasta el momento de la boda. Por los diferentes ámbitos sociales a los que se veían sometidos los hombres y las mujeres, los esposos raramente cohabitaban y, por tanto, el matrimonio se convertía en un reajuste tanto para la novia como para sus amigas. En la sociedad del siglo xix, los lazos homosociales estaban permitidos pero no las inclinaciones homosexuales. En un continuo sexual en el que la mayoría se encontraría entre ambas etiquetas, la sexualidad de Teresa, limitada por su situación socioeconómica, se encuentra quizá más cercana a lo homosexual que a lo homosocial. Sabe que no tiene opción de casarse, existe un lazo afectivo muy fuerte entre ella y Carlota y tiene celos de sus pretendientes. Al reconocer la imposibilidad de que su amor por Carlota lleve a buen puerto, Teresa ingresa en un convento y se aleja del mundo de Carlota para evitar convertirse en una carga económica para esta última o quizá, lo más importante, para no depender de Enrique. Aunque ambos transgreden las oposiciones binarias establecidas, el lector moderno no concibe ni a Teresa ni a Sab como monstruos. Ambos sufren el desencanto doloroso con la edad moderna por su sensi-

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bilidad romántica. La sociedad les es hostil porque sus almas superiores rechazan las carencias y los errores de la sociedad en la que viven. El individuo que experimenta en carne propia la alienación social se abstrae en la introspección, ya que la fascinación por el juego interior de la fantasía, el impulso y la emoción compensan el dolor de su frustración y su soledad. Teresa se retira del mundo al ingresar en un convento y Sab con su muerte. Ambos se dan cuenta de que no pueden unirse con su amada ni unir las partes del “yo” dividido del mundo: “The subject of romantic irony is the isolated, alienated man [sic] who has become the object of his own reflection and whose consciousness has deprived him of his ability to act” (De Man 1971: 201). Tanto Teresa como Sab son conscientes de su condición inferior en la vida y ambos dirigen su mirada a la filosofía o a la religión al acercarse el final de sus días. La carta final de Sab es de tono religioso y pide a Carlota que dirija su fe a Dios. Teresa se une literalmente a Dios ingresando en la orden de las monjas ursulinas. En el convento, Teresa mantiene su vínculo emocional con Carlota y le ofrece apoyo y consejo por su infeliz matrimonio y sobre la verdadera personalidad de Enrique. Ambas aprecian las visitas de Carlota al convento, que se incrementan con la infelicidad y desgracia de ésta. Teresa se da cuenta de que el deseo romántico está siempre condenado al fracaso y que nunca puede alcanzar su meta. Una lectura de Sab que no ignore el contexto histórico, facilita la comprensión del complejo personaje de Teresa. El personaje femenino con características masculinas o con tendencias homosexuales suele descartarse o esconderse precisamente porque es el personaje que más amenaza al sistema patriarcal. Sin embargo, Avellaneda visibiliza en su novela al personaje de Teresa incluso más que al de Carlota a modo de crítica devastadora al statu quo10. Este ensayo ha analizado el personaje de Teresa a la luz de la recuperación académica del estudio de la situación de la mujer en el siglo xix que llevaron a cabo Kirkpatrick, Smith-Rosenberg y Rich para demostrar cómo Gertrudis Gómez de Avellaneda rehusó restringirse a los rígidos roles de género de su tiempo a través de la representación de personajes femeninos no normati-

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Se puede notar la diferencia de visibilidad entre Carlota y Teresa en Sab en comparación con los personajes María y Emma en María de Jorge Isaacs (1867), por ejemplo.

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vos. Avellaneda, doblemente marginada por ser mujer y sujeto colonial, plasmó en su novela Sab personajes que reflejaban las dificultades de su tiempo con su mentalidad progresista. Y es que es cierto: Avellaneda “es mucho hombre la mujer”. Una mujer cuya vida y producción literaria manifiestan la insuficiencia de las oposiciones binarias hombre/mujer, masculino/femenino y heterosexual/homosexual, lo que nos ayuda a reconsiderar la utilidad de dichas etiquetas. Bibliografía Obras Gómez de Avellaneda, Gertrudis (1999): Sab. Servera, José (ed.). 2ª ed. Madrid: Cátedra. Crítica De Man, Paul (1971): “The Rhetoric of Temporality”, en: íd., Blindness and Insight: Essays in the Rhetoric of Contemporary Criticism. Minneapolis: University of Minnesota Press, pp. 187-228. Fox-Lockert, Lucía (1979): “Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab (1841)”, en íd., Women Novelists in Spain and Spanish America. Metuchen: Scarecrow, pp. 127-136. Fuss, Diana (ed.) (1991): Inside/Out: Lesbian Theories, Gay Theories. New York: Routledge. Gilbert, Sandra M./Gubar, Susan (1979): The Madwoman in the Attic: The Woman Writer and the Nineteenth-Century Literary Imagination. New Haven: Yale University Press. Halberstam, Judith (1998): Female Masculinities. Durham: Duke University Press. Hernández, Librada (2000): “Queer Reader/Queer Muse: Romantic Friendships, Sexual Identity, and Sapphic Representations in Gómez de Avellaneda’s Poetry”, en: Chávez-Silverman, Susana/ Hernández, Librada (eds.), Reading and Writing the Ambiente: Queer Sexualities in Latino, Latin American, and Spanish Culture. Madison: University of Wisconsin Press, pp. 62-89. Kirkpatrick, Susan (1989): Las Románticas: Women Writers and Subjectivity in Spain 1835-1850. Berkeley: University of California Press. Lindstom, Naomi (2007): “El convento y el jardín: La búsqueda de espacios alternativos en Sab”, en: Decimonónica 4. 22, pp. 49-60.

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Cartografías de la intimidad en MI MANUEL de Adriana González Prada Ana Peluffo University of California, Davis

A ruegos de mi hijo escribí este libro de los recuerdos de mi vida. Sólo acepté hacerlo con la condición de titularlo: “Mi Manuel”, pues el doctor Sánchez habiendo escrito “Don Manuel” me pareció justo recalcar la posesión de lo mío, al expresar junto con mi cariño los hechos que presencié en los treinta años de mi vida conyugal. Adriana González Prada, Mi Manuel

En esta advertencia que aparece como epígrafe a Mi Manuel (1947), el libro que Adriana Verneuil de González Prada publicó como homenaje póstumo a su marido, Manuel González Prada, el sujeto femenino legitima su intervención cultural a partir de su rol doméstico de esposa republicana1. Lo que propone esta narración de vida es ficcionalizar la cotidianeidad de un nosotros colectivo en el que es difícil trazar barreras entre las subjetividades de los cónyuges. Si lo que el hijo le pide a la madre es que escriba sobre su propia vida, Adriana González Prada sólo acepta hacerlo oblicuamente, contando la vida de su prestigioso compañero. La genealogía confusa de un texto que rehúsa la pureza genérica en favor de la hibridación narrativa queda resaltada a partir de la oscilación de pronombres gramaticales

1 Linda Kerber ha estudiado esta ideología que viaja a América Latina en el siglo xix, afirmando que no fue una ideología impuesta por el género masculino sino que las mujeres también contribuyeron a su elaboración. En el período en que se estaba moldeando el concepto de la identidad nacional tanto mujeres como hombres compartieron la idea de que la mujer ideal era una madre que servía a los intereses de la nación desde el ámbito del hogar. Con respecto al rol político-moralizador de esta figura dice Kerber: “The Republican Mother integrated political values into her domestic life. Dedicated as she was to the nurture of public-spirited male citizens she guaranteed the steady infusion of virtue into the Republic” (1986: 11).

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asociados con la autobiografía (yo), el libro de recuerdos (nosotros) y la biografía (él), respectivamente. Mientras los críticos académicos escriben libros sobre González Prada basados en la investigación historiográfica, Adriana González Prada ficcionaliza en su texto un archivo de recuerdos que a treinta años de la muerte del marido aparecen deformados por el filtro de la memoria. En el marco de producción y consumo de Mi Manuel, Adriana González Prada escribe no solamente para el hijo editor, sino también para un lector instalado en la posteridad histórica. Para tener la última palabra en una competencia de versiones biográficas, la autora recurre a la prosopopeya, esa figura retórica que según Paul de Man está en el centro de la narración autobiográfica en su deseo de darle voz a un yo vaciado de contenido que carece de identidad fuera del relato2. En este caso, el impulso bio/autobiográfico tiene también un lado necrofílico que busca por un lado darle la voz al marido muerto convertido en musa; y por otro, recordar al hijo que, al suicidarse en 1943, no pudo cumplir con la promesa de corregir el libro. Anclado en una doble temporalidad que incluye el presente escritural de un yo francés, peruanizado después de muchos años de exilio en Lima, y un pasado europeo edénico que se busca recuperar, este libro de memorias textualiza el vacío dejado por la muerte de los seres más queridos (el marido, el hijo, la madre, el padre). El título Mi Manuel, cobra entonces importancia semántica si se lo piensa como respuesta íntima y posesiva al más formal de Don Manuel (1930) que Luis Alberto Sánchez escoge para su estudio biográfico3. El hecho de que en ambas biografías se omita el apellido González Prada del título reemplazándolo por el nombre de pila, Manuel, genera un acercamiento afectivo entre biógrafo y biografiado que por un lado humaniza y desacraliza al “apóstol”, y por otro, resalta el conocimiento profundo que los au-

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La idea de Paul de Man sobre la autobiografía como prosopopeya es desarrollada en “Autobiography as Defacement” (1984) y retomada por Nora Catelli en El espacio autobiográfico. Esta última señala, siguiendo a De Man, que la autobiografía siempre se conecta con un proceso de duelo en el que “hay un doble movimiento semejante al que provoca el epitafio, un movimiento de huida frenado por la voz del muerto” (1991: 16). 3 Otros textos sobre la vida de Manuel González Prada, además del de Luis Alberto Sánchez, que se publican con anterioridad a Mi Manuel son Manuel González Prada (1920) de Pérez Reinoso, “Mis recuerdos” de Haya de La Torre y “Vida, obra y muerte de González Prada” (1936) de Erasmo Delgado Vivanco. Para una lista completa de biografías sobre Manuel González Prada véase el artículo de Lady Rojas Benavente (2006).

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tores tienen (como discípulo en el caso de Sánchez o como esposa en el caso de ella) de la vida que narran. Si regular la forma en que circulan los recuerdos es uno de los objetivos explícitos de este libro, el mi del título da cuenta del deseo de domesticar post-mortem la vida de un sujeto público que para la fecha en que se publica el texto ya se ha transformado en figura fetiche de la república de las letras. En sus esfuerzos, en más de un sentido infructuosos, por separar la autobiografía de la ficción, Philipe Lejeune desarrolló en los años ochenta el concepto de “pacto autobiográfico” como un contrato con el lector en el que el nombre propio que figura en el para-texto es compartido por el autor, el narrador y el protagonista. La referencia al nombre del autor se vuelve entonces un aspecto clave de esta narración de vida que está firmada por un “alguien”, cuya existencia se puede verificar fuera del texto. Una forma que Adriana González Prada tiene de reforzar este pacto es a través de la inclusión de fotografías que actúan como memento mori de la vida en común con el sujeto biográfico. En el orden iconográfico, la obsesión genealógica se inaugura con el escudo de armas de la familia González Prada y termina con la reproducción facsimilar de una carta manuscrita en la que éste le agradece a su esposa los servicios prestados durante treinta años de matrimonio. En la calculada elaboración del álbum familiar hay un marcado desequilibrio entre la familia biológica de la autora, de la que casi no hay imágenes, y la familia de González Prada, que aparece altamente representada. Se presume así que, al menos en el plano icónico, la vida de Adriana González sólo cobra sentido a partir del encuentro con el linaje ilustre del marido, aunque también cabe la posibilidad de pensar que las fotografías de su propio pasado familiar se hubieran perdido en el largo trayecto del viaje a Lima4. La hibridez genérica de Mi Manuel permite establecer un diálogo desde el campo de la literatura de viajes con las Peregrinaciones de una paria (1838) de Flora Tristán, un libro que comparte con las memorias de Adriana González Prada el imaginario transatlántico y europeizante desde el que se ficcionaliza la peruanidad. A diferencia de Flora

4 Dentro de galería de imágenes interesa destacar asimismo que, aunque Adriana González Prada incluye retratos de los hermanos de González Prada, excluye de esta galería a la única persona de la familia del marido, su madre, que se había opuesto abiertamente a su matrimonio.

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Tristán, que sin hablar una palabra de castellano se pensaba a sí misma como “mitad peruana”, Adriana González Prada escribe en castellano pero se piensa a sí misma como francesa. Esta representación híbrida de la nacionalidad no está desprovista de jerarquías ya que, cuando Adriana González Prada habla del Perú, el país en el que se radica a los once años de edad, lo hace siempre diciendo que es su “segunda patria” (43). En el viaje a París que hace con González Prada en 1891 dice que llora al escuchar “La marsellesa”, y que “se sintió profundamente francesa comulgando otra vez con el corazón de [su] raza” (187). A falta de un linaje aristocrático sobre el que anclar la subjetividad en el exilio (su padre pertenece a una burguesía empobrecida que se exilia en Lima por dificultades económicas), Adriana González Prada usa su identidad francesa para neutralizar la subalternidad de género y clase que la colocan en los márgenes de su nuevo entorno social. El estatus “francés” del yo narrativo debe ser afirmado constantemente porque es una fuente de prestigio en el Perú de principios de siglo que le sirve a la autora para diferenciarse de la “barbarie” local. En términos sexogenéricos, la manera de representar la subjetividad femenina marca un corte con la visión más feminocéntrica que tenía Flora Tristán en el siglo xix. Mientras ésta exaltaba y celebraba la diferencia de género como respuesta sororal al espíritu fraternal de club de los cenáculos masculinos, Adriana González Prada asume una postura más escéptica con respecto al feminismo que desconfía de las alianzas entre mujeres. Ordenado cronológicamente, Mi Manuel se inicia con una cita en francés que abre el texto y que subraya el carácter elegíaco con el que se narra la infancia preperuana de la autora: “Combien j’ai douce souvenance/ Du joli lieu de ma naissance...” (7). El motivo del ubi sunt que estructura todo el texto en una utopía hacia atrás adquiere un peso particular en esta sección en la que todavía el yo no ha sido golpeado por la pérdida de los familiares más cercanos. Por oposición a la infrecuencia con la que los autobiógrafos masculinos se refieren a la petite histoire de la niñez, una característica de las narraciones de vida que Sylvia Molloy señala en Acto de presencia (1996); el texto de Adriana González Prada elige explayarse sobre un pasado infantil previo al trauma del exilio y a las turbulencias de la adolescencia. Los recuerdos de esos años idílicos transcurridos lejos del Perú ilustran el lado diaspórico de la vida de la protagonista y narradora que llega al nuevo país casi por casualidad, porque su padre conoce en el barco a un mercader peruano que le aconseja mudarse a América. Criada en una quinta cerca de París “mimada,

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engreída por todos” (8), Adriana González Prada reconstruye textualmente sus primeros años en un ambiente rousseauniano y casi pastoral: juntar hongos en el bosque, fabricar herbarios de hojas secas, recoger frutas de los árboles, cazar grillos o ver nacer los cachorritos de la perra de la finca son algunas de las aventuras que el yo narrativo elige para representar por sinécdoque ese pasado idealizado y lejano que se interrumpe abruptamente con el viaje al Perú. Leída hacia atrás, la infancia francesa se convierte en una burbuja de bienestar perdido, el topos de una narración melancólica cuyo único punto en común con su futuro limeño es el importante rol que la religión y el convento cumplen en la educación afectiva y moral del sujeto de la enunciación. Tanto Lady Rojas Benavente como Giovanna Minnardi notan que el impulso biográfico que rige en un principio la escritura del libro va desplazándose gradualmente al terreno de lo autobiográfico. Lo que se suponía a partir del epígrafe que iba a ser un libro sobre Manuel González Prada, se convierte, a medida que avanzan las páginas, en un texto en el que hablar del otro ausente es una excusa para narrar la intimidad propia en la cotidianeidad del matrimonio5. Menos atención, sin embargo, se ha prestado a las tensiones internas de ese nosotros colectivo cuya aparente armonía encubre la tensión entre el catolicismo del yo narrativo y el virulento anticlericalismo de Manuel González Prada. Dado que Manuel González Prada había dictaminado en “Las esclavas de la iglesia” (1914) que las mujeres religiosas eran el máximo obstáculo para la implementación de la modernidad secular trataré de examinar la forma en que Adriana González Prada se representa a sí misma en el marco de estos conflictos. ¿Era el catolicismo compatible con una modernidad emergente que como dice Mariátegui rendía un culto casi religioso a la ciencia y la razón? ¿Se representa Adriana González Prada como una de esas “esclavas de la iglesia” a las que González Prada declara enemigas de la modernidad en los ensayos? ¿Cómo hace la autora de Mi Manuel para mantenerse fiel a los preceptos de una religión acorralada por los avances de la secularización sin disentir abiertamente con las ideas anticlericales de su marido?

5 Sylvia Molloy, en Acto de presencia, sugiere que una de las razones por las que las mujeres no emprenden la tarea autobiográfica con mucha frecuencia en el siglo xix es por la dificultad que tienen para escribir sobre sí mismas en culturas que prescriben la sumisión, el recato y la humildad femeninas.

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El anticlericalismo de Manuel González Prada generalmente se entremezcla con la misoginia en su visión de la iglesia como un espacio feminizado en el que las mujeres practican el servilismo eclesiástico6. El blanco del anticlericalismo gonzález-pradiano son fundamentalmente los curas, aunque las monjas, las beatas y las damas de caridad ocupan un puesto igualmente importante en este catálogo de anti-modelos de virtud nacional. Lo que González Prada denunciaba en sus ensayos era que existía una alianza tácita entre mujeres y curas que impedía el avance de la modernidad liberal. En la visión esencialista que tenía de las mujeres católicas, las acusaba de ser instrumentos pasivos de los curas para expandir la religión sin prestar atención a la forma en que las mujeres también usaban la iglesia para alejarse de la casa y para construirse subjetividades extra-domésticas en el terreno de la caridad, la educación y la enfermería. La visión de la iglesia como un espacio de sometimiento femenino se enunciaba desde una masculinidad herida que hacía un llamado de alerta a los liberales para que ejercieran su autoridad viril en los hogares. En el pensamiento anticlerical del autor de Páginas libres el filósofo se autoasignaba la tarea histórica de alejar a las mujeres de la iglesia y de los confesionarios para que fueran mejores esposas y amas de casa. Dentro del corpus anticlerical de González Prada, que éste sólo se atreve a publicar una vez muerta su madre por ser ésta una de esas beatas a las que ataca en los ensayos, “Las esclavas de la iglesia” ocupa un lugar prominente. En Mi Manuel, Adriana González Prada se atribuye el rol de musa en la composición de este texto que según el sujeto literario se prestaba a una lectura autobiográfica. Dice que González Prada lo escribió a pedido de ella, luego de haber rechazado la invitación que le hizo el presidente de la Masonería italiana. Y continúa: No me pesó mi intervención pues a mi parecer para esa fiesta [la de la masonería], escribió Manuel lo mejor que ha producido. “Las esclavas de la iglesia”. Lo más al alcance de las mujeres, lo que en el porvenir caracte-

6 Pese a que Manuel González Prada ha pasado a la historia como el máximo representante del movimiento liberal, Luis Alberto Sánchez apunta en Nuestros ríos la actitud contradictoria de González Prada con respecto a la religión. Dice: “Oficialmente, sería considerado réprobo, secuaz del “Antipapa” Vigil, pero, en realidad nunca renunció al bautismo, se casó por iglesia y mantuvo vínculos personales que lo unían con algunos sacerdotes ilustres e ilustrados...” (1930: 4).

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rizará mejor su labor en el hogar y servirá de ejemplo. Aún ahora mismo, yo me siento orgullosa, al pensar que gracias a mí tuvo que hablar y pudo decir, esas palabras ecos de nuestra propia vida; de la completa unión espiritual de dos seres que se quieren y en ella saben encontrar la verdadera felicidad (355: énfasis mío).

Al leer el ensayo como una representación especular de su propia vida matrimonial, Adriana González Prada se asigna a sí misma el rol de “esclava de la iglesia” liberada por la labor secularizadora del marido en el hogar. Siguiendo la idea gonzález-pradiana de que la implementación de la modernidad dependía de la secularización del sujeto femenino, Adriana González Prada declara al sujeto masculino liberal victorioso en la batalla contra los curas y dice: “Lo mejor es que Manuel jamás trató de ganarme a sus ideas”, y “solo el contraste correcto de su vida, comparado de los que me rodeaban, me conquistó” (355). Aunque el verbo “conquistó” evoca en el lector una lucha de poderes genéricamente determinada en la que los liberales les arrebatan a los curas las almas (y González Prada diría también los cuerpos) de las mujeres, hay zonas de ambigüedad en el texto que ponen en duda la afirmación de la autora sobre la forma en que González Prada consigue secularizar el ámbito doméstico7. En un principio, Adriana González Prada se presenta como un sujeto profundamente creyente y religioso que si no hubiera conocido a su esposo hubiera tomado los hábitos. La decisión de abandonar el convento no fue fácil y cuando González Prada le ofrece matrimonio decide pedirle permiso a dos de sus confesores. Cuando el primero le dice que no porque González Prada es un enemigo declarado de la Iglesia, acude a un segundo que la autoriza diciéndole que tal vez ella sea “el arma de que Dios se valga para salvar el alma de su marido y lo convierta” (Mi Manuel 132). En los primeros años de matrimonio, Adriana González Prada se imagina a sí misma apegada al credo católico: cuenta que su marido la acompaña a la iglesia y la espera en la puerta de la capilla donde ocurre la confesión, que la deja bautizar a

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Lo que Manuel González Prada planteaba en “Las esclavas de la iglesia” era que los hombres debían usar el espacio doméstico para irradiar el credo de la modernidad. Y decía: “[c]omo la mujer amante quiere ser dominada y poseída, el hombre amado adquiere una irresistible fuerza de absorción: puede reinar con la ternura y la verdad, en oposición al cura que domina por el miedo” (Páginas libres 242).

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los dos primeros hijos, y que no se opone mayormente a la estrecha relación que ésta mantiene con su hermana, otra “esclava de la iglesia” que muere por culpa de una infección causada por el uso de cilicios. A medida que avanzan las páginas, sin embargo, Adriana González Prada empieza a representarse como un personaje problemático para el credo católico, que abandona la religión para entregarse al proyecto laico de su marido. El triunfo aparentemente total de Prada en la tarea secularizadora coincide con el nacimiento del tercer hijo de la pareja, al que Adriana González Prada decide no bautizar y tener en París, para corregir el triste destino de los dos bebés anteriores que, nacidos en el Perú, habían muerto presumiblemente por haber sido bautizados8. En el barco de regreso al Perú luego de una larga estadía en Europa, el hijo de la pareja (ese futuro ciudadano que era el principal objetivo del proyecto secularizador) ya tiene seis años y se deja seducir por unos clérigos que lo cortejaban a espaldas de su madre. Dice Adriana González Prada: Una mañana se me presentó Alfredito con una medalla de la Virgen colgándole del cuello: —“Mira, me dijo muy satisfecho, lo que me ha dado el padre”. Yo sin darle explicación le quité la medalla. Al otro día se repitió la misma escena y durante varios más, los dos nos mantuvimos incansables, él en ponerle, yo en suprimírsela. Era el mismo padre Pérez que quería ganar la voluntad del niño […]. Yo viendo “qu’il s’enhardissait” le prohibí al chico volverle hablar (301).

Pasajes como éste se prestan a una lectura sexo-genérica de las batallas culturales entre liberales y católicos que tenían lugar en la esfera pública. Siguiendo las ideas de González Prada que hablaba de una invasión clerical en el Perú, Adriana González Prada expresa una “repulsión instintiva” por los hombres rezadores y fanáticos “[a] quienes veía hincarse en una iglesia y darse golpes de pecho” (56). Por otro lado, la idea de una mujer liberal o anticlerical que supuestamente era

8 La muerte del hijo, a las pocas horas de ser bautizado, es narrada en el capítulo titulado “Manuelito”. En respuesta a este hecho traumático, la autora le dice a Manuel González Prada que “la religión es una farsa”. Anticipando la respuesta negativa del lector católico de Mi Manuel ante este abandono súbito de la religión, la autora dice lo siguiente: “El que critique esa reacción anti-religiosa mía, será porque nunca puso en Dios, como yo, toda su fe y esperanza” (164).

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el modelo de identidad utópico que Prada quería para ella le parece un oxímoron porque su marido “no concebía que las mujeres no fuésemos creyentes” (56). En este sentido, la masculinidad viril queda asociada en Mi Manuel con el distanciamiento por parte de los hombres del espacio feminizado de la iglesia. Este mismo patrón genérico va a ser en un principio el que rija la relación afectiva de los cónyuges durante los primeros años de matrimonio. Lo que se configura entonces como un acuerdo profundo entre Adriana González Prada y el sujeto biográfico en la valorización de los curas, cede paso a desacuerdos a la hora de evaluar la función social de las monjas. En “Instrucción Católica” González Prada acusa a los colegios católicos de hacer “de las niñas todo lo que se quiera, reinas o cortesanas, menos buenas esposas y buenas madres” (Páginas libres 1985: 72). Critica también la motivación de estas instituciones que según él se dedicaban a la enseñanza religiosa, más por razones materiales que por convicciones morales “porque [las monjas] padecen el mal del oro y hasta presentan síntomas de cleptomanía” (73). Dado que González Prada mide el éxito femenino, tanto en el ámbito magisterial como del alumnado, con lentes procreativas, critica a las monjas por su falta de instinto maternal. Como ellas no fueron nunca madres, dice en un momento, son incapaces de educar a las niñas en esta función sentimental con que se asocia el futuro de la nación (73). Cabe citar el siguiente pasaje: Buena, perfecta, la monja es mujer incompleta y por consiguiente una mala institutora que hace de la escuela un remedo del convento en vez de transformarla en instituto moral donde las mujeres se aleccionen para ejercer las dos elevadas funciones de la vida: el amor y la maternidad ¿Qué saben de amor los corazones abiertos a Dios y cerrados al hombre? ¿Qué saben de maternidad los vientres que no sintieron el placer de la concepción ni el dolor del alumbramiento? […] (73-74).

Las ideas de González Prada sobre la necesidad de secularizar la educación femenina en Páginas libres tuvieron un efecto polarizante en la comunidad nacional. En Páginas razonables publicado en 1895 por el Centro de Propaganda Católica de Lima, el padre F. B. González refutaba estas ideas diciendo que a juzgar por la moralidad de su esposa, producto de uno de esos conventos que González Prada llamaba “lupanares”, las escuelas de monjas no eran los espacios co-

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rruptos que él los acusaba de ser. Dice el sacerdote: “De este foco de corrupción y lupanar ha sacado Prada a su esposa, en donde ha permanecido cinco años continuos, pegada, de un modo especial, a las directoras del establecimiento” (15). Del lado del establishment católico y de las opiniones del padre González estuvo la escritora Lastenia Larriva de Llona, que salió en defensa de las monjas cuando Mercedes Cabello, de acuerdo con González Prada en esto, expresó sus ideas en contra de la educación religiosa9. Parte del escándalo que provocó Blanca Sol (1889) tuvo que ver asimismo con la representación negativa que la novela hacía de las escuelas de monjas que, según la autora, fomentaban el racismo y el materialismo entre las internadas. Más que enseñar las virtudes cristianas de la austeridad, la caridad y la benevolencia; las hermanas les enseñaban a las niñas peruanas y a Blanca Sol en particular a amar el dinero por sobre todas las cosas10. Tanto en Francia como en el Perú, Adriana González Prada asiste a dos colegios religiosos dirigidos por monjas que suplen el espacio dejado por la muerte de la madre. Rememorando la primera noche que pasa en el convento de la Visitación de Poitiers, en Francia, Adriana Verneuil cuenta una anécdota traumática en la que, en medio de un acto escolar, no se atreve a pedir permiso para ir al baño. Debido en parte a que la hora del rezo se extiende demasiado o a la temperatura fría de los pisos de baldosa del convento, el yo infantil tiene un accidente que intenta cubrir con el largo vestido que le llega hasta el piso. Lejos de regañarla al descubrirla, las monjas se compadecen de sus llantos y la consuelan “maternalmente”. Refiriéndose a la madre superiora, que ante la imposibilidad de consolarla por otros medios la lleva a dormir a su cama, dice la voz narrativa: Recuerdo aún el cariño con que me tomó en sus brazos, cobijándome a su lado, la buena monja. De seguro, que en ese momento, el instinto maternal que nunca abandona a ninguna mujer revivió en ella; besándome,

9 El altercado entre Lastenia Larriva de Llona y Mercedes Cabello de Carbonera fue publicado en El Comercio de Lima, el 18 de enero de 1898. Augusto Ruiz Zevallos reconstruye los lineamientos de la discusión en Psiquiatras y locos. Entre la modernización contra los Andes y el nuevo proyecto de Modernidad, Perú: 1850-1930. 10 En Blanca Sol, la autora denuncia que en los colegios de monjas las maestras religiosas trataban “con marcada consideración a las niñas ricas y con menosprecio y hasta con acritud a las pobres” (1889: 4).

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acariñándome, consolándome con palabras dulces, me repetía que no llorara, que todo había pasado ya. Así arrullada por sus caricias cesé de llorar y al fin me dormí, olvidando mis penas (23, énfasis mío).

Por oposición a la imagen de una Adriana González Prada que es fiel discípula del marido, aquí el yo narrativo se atreve a disentir abiertamente con la clerofobia del autor de Páginas libres. Pese al esencialismo biológico que permea el texto y que formaba parte de la ideología doméstica liberal (la idea de que lo que diferenciaba a las mujeres de los hombres era su capacidad procreativa), la autora da una visión sentimental y positiva de las mismas monjas a las que Manuel González Prada demonizaba en sus escritos. Otros pasajes en los que Adriana González Prada rescata la labor pedagógica de las religiosas están igualmente anclados en el escepticismo de un presente marcado por la ausencia del líder anticlerical: “Ahora mismo vieja e incrédula, al cruzar por las calles con algunos de esos seres neutros llamados monjas, desde el fondo de mi corazón dedico un recuerdo de cariño y agradecimiento a esas santesas que reemplazaron a mi verdadera madre” (134). El “ahora” de la frase da cuenta de un cambio en el lugar de enunciación en el que la viudez y la desaparición física del marido hacen posible la disidencia. Lo que hubiera sido impensable en vida de González Prada, citar las palabras de su credo para cuestionarlas, se vuelve posible en el contexto de producción de un libro que “pone entre comillas” el éxito secularizador del proyecto liberal. Dentro de lo que se configura como una identidad heterogénea atravesada por lealtades múltiples, el imaginario de una Adriana joven e iconoclasta que seguía a González Prada en su cruzada contra la Iglesia entra en conflicto con el fervor católico de un presente en el que se idealiza desde la nostalgia el rol formador que tuvieron las monjas en su juventud. En los recuerdos que Adriana González Prada ficcionaliza sobre la educación religiosa en Lima, ésta se representa frecuentemente como una aliada (por clase y raza) de las monjas francesas que discriminan a las niñas más pobres. En el colegio de Belén, lo que Giovanna Minardi denomina la identidad fronteriza de Adriana González Prada, a caballo entre la cultura francesa y la peruana (2006: 63), se presta, en lo ideológico, a una doble lectura. Si por un lado el hecho de ser francesa le garantiza un tratamiento especial por parte de las monjas que la consienten por ser extranjera, ese mismo favoritismo despierta el resentimiento de sus compañeras de colegio. El tópico de la chica nueva

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tan prevalente en las narrativas autobiográficas escolares se utiliza para representar el aislamiento del yo con respecto a un entorno complejo al que le cuesta asimilarse. Dice el sujeto narrativo: “Con mucho asco y escupiendo en el suelo, en señal de desprecio me repetían: ‘Franchuta come rata!’ Yo no había estado en París durante el sitio, pero me parecía injusto y canallesco reprochar a mis paisanos, haber resistido valerosamente al ataque del enemigo invasor […]. Ojalá hubiesen imitado a los franceses ‘ciertas’ naciones que después fueron asaltadas...” (61). Pasajes como éste pueden ser colocados en el marco de la francofilia de Manuel González Prada, que en el ensayo del Politeama se lamentaba de que las tropas indígenas que pelearon en la Guerra del Pacífico (1879-1883) no hubieran tenido la valentía de los ejércitos de la Revolución Francesa11. En el caso de Mi Manuel, esta actitud determinista y eurocéntrica desemboca en comentarios racistas anclados en el paradigma sarmientino (civilización-barbarie) que coloca los rasgos fenotípicos europeos del lado del polo valorizado: “Mi única defensa era tratarlas de ‘salvajes’ englobando en esa palabra la inconsciente injusticia de todas ellas y la despreciativa lástima que me inspiraban” (61). A diferencia de las monjas imaginadas por Mercedes Cabello de Carbonera en Blanca Sol, aquí son los condicionamientos raciales más que los de clase los que predisponen a las monjas a favor o en contra de ciertas estudiantes. El sujeto auto/biográfico dice que la madre Amica, su maestra preferida, “calificaba a las niñas al pasar” y que cuando no eran agraciadas la miraba frunciendo el entrecejo porque “derramaba toda la acritud de su antipatía al ver una cara fea” (71). Las escenas en las que la autora se alía con las monjas para leer lo local desde la superioridad imaginada de su diferencia racial son muchas pero cabe citar la siguiente: yo aprendí a contestarles a medida que me adiestraba en el castellano, llamándolas ‘chunchas, cholas, zambas....’ según el encrespado del pelo, que pronto supe distinguir. Esta clasificación mía, por supuesto muy antojadiza, tenía el don de herirlas en el punto más sensible de su vanidad, por esa misma mezcolanza de razas que forma el conjunto de la peruanidad. Yo

11 El pasaje específico en el que González Prada compara a los dos pueblos es el siguiente: “Con las muchedumbres libres aunque indisciplinadas de la Revolución, Francia marchó a la victoria; con los ejércitos de indios disciplinados y sin libertad, el Perú irá siempre a la derrota” (44).

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ignoraba esto entonces, pero al ver el éxito que obtenía, fue el arma de que me valí para vengarme (49).

En estas peleas escolares, el sujeto de la enunciación traza, desde el positivismo y la frenología, diferencias étnicas entre cuerpos y cabelleras. El hecho de que Alfredo González Prada, el hijo de la pareja hubiera heredado el pelo claro de la madre la llena a ésta de orgullo maternal/racial. Dice: “Lo mejor que tenía mi hijito era su pelo; rubio, color del oro, siendo mi mayor placer encrespárselo todas las noches, y lucir los hermosos bucles que a los tres años le llegaban a la cintura” (208). En una de las fotos incluidas en el libro, fechada en 1894, Alfredo González Prada posa para la cámara con su larga cabellera de bucles rubios y un trajecito de terciopelo y puntillas siguiendo la moda de vestimenta infantil que se propagó continentalmente luego de la publicación de Little Lord Fauntleroy (1884) de Frances Hodgson Burnett. El sujeto narrativo de Mi Manuel rara vez habla de su propio cuerpo o apariencia física, sin embargo, interioriza la visión fetichizada que los limeños tienen de su rubia y abundante cabellera. En el colegio no es infrecuente que Adriana González Prada imagine que las compañeras están celosas de la atención que las monjas le prestaban a su pelo. Dice en un momento: “‘¡Vean a la gringa con el pelo suelto!’... gritó una y todas se avalancharon [sic] contra mí, una de ellas tijera en mano para cortarme el pelo. Yo traté de huir y al sentirlas cogerme la cabeza pegué de gritos: queriéndome defender, lucha inútil de una contra tantas...” (50). En el caso de su relación con el sexo opuesto, sin embargo, el tópico de la cabellera adquiere una pluralidad de connotaciones que por un lado remite a la erotización de esta parte visible del cuerpo femenino; y por otro, a la necesidad de domesticar, ordenar y alisar la “peligrosidad” de un pelo suelto y ensortijado que alude metafóricamente a un temido desorden interior. En varias escenas de las memorias, Adriana González Prada se somete gustosa a este proceso de domesticación social representado alegóricamente por el peine masculino. En el viaje a bordo del Lima, el que la peina es el general Echenique que volvía de Europa: Una mañana, al salir de mi camarote, me crucé con el general Echenique, llamándole la atención mi largo pelo rubio que llevaba suelto y me daba más abajo de las rodillas. Tomándome de la mano, me llevó hasta una

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banca cercana y sentándose él me empezó a peinar y a desenredarme el pelo, con sumo cuidado y paciencia. Desde ese día, fue su entretenimiento cotidiano, hasta trajo un peine de carey de largos dientes que después me quiso regalar y le acepté (40).

Más tarde, es Manuel González Prada quien la convence de que no se corte el pelo para tener el placer de peinárselo él mismo todas las mañanas. Si en el pasaje anteriormente citado el general queda reducido al rol de humilde peluquero del sujeto narrativo ahora es el gran escritor el que se doblega frente a esta parte fetichizada del cuerpo de su esposa. Dice Adriana González Prada: La primera ocupación de Manuel al levantarse era peinarme; fue su labor favorita desde el primer día de nuestro matrimonio. Él lo exigió en vista de estar yo muy aburrida de mi pelo largo que me daba hasta el tobillo; mi mayor deseo era cortarlo y solo accedí a no hacerlo, cuando me ofreció cumplir cada día esa pesada faena que decía encantarle (139)12.

La obsesión de Manuel González Prada con el largo pelo rubio de Adriana González Prada queda metaforizada en un poema titulado “Tu cabellera”, incluido en Corona de Adriana, una colección de poemas de amor a la que la autora le cambió el título por el de Adoración. Refiriéndose a la cabellera femenina como “el ídolo de [su] alma”, el yo lírico utiliza la prosopopeya para erotizar esa parte del cuerpo de su musa que le hace “olvid[ar] a veces, por besar [s]u pelo/ Besar [s] us labios rojos”. En las dos últimas estrofas, González Prada sigue a Amado Nervo, que en un poema titulado “Su trenza”, publicado en La amada inmóvil, se imagina a sí mismo en el lecho de muerte de la amada arropado por las “perfumadas trenzas” de la mujer muerta. En la última estrofa de “Su trenza” la cabellera dorada se convierte en manto fúnebre para el sujeto lírico que dice: “Envuelto en el sudario/ De tu cabello nítido y sedoso,/ Quiero morir, soñando eternamente/ Con la luz de tus ojos” (1946: 112). Tanto en la poesía de Prada como en la de Nervo, lo que capta la imaginación masculina no es el pelo

12 Otras instancias en el texto de este proceso de fetichización de la cabellera ocurren cuando, el yo autobiográfico cuenta que le piden una hebra de pelo en el barco (34) y cuando cuenta refiriéndose a su esposo que “[u]na noche me rogó le pusiese pelo mío en un guardapelo que él usaba en la cadena de su reloj” (115).

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ensortijado y desordenado que remitía a la amenaza de la cabellera serpentina de Medusa, sino un pelo “nítido”, “trenzado” y “sedoso” que alude simbólicamente a la necesidad de amoldar la identidad femenina a las necesidades del sujeto masculino. A lo largo de Mi Manuel la parcial descatolización de Adriana González Prada no coincide con la configuración de una subjetividad autónoma sino con una mayor asimilación de su yo al proyecto laico del esposo. Mientras que en las escuelas religiosas las alumnas tenían una cierta agencia que en el caso de Adriana González Prada coincidía con su desempeño como actriz en obras escolares, estudiante ejemplar y jardinera encargada de la huerta del colegio; en el hogar su principal función era proveer la estabilidad afectiva y emocional que el hijo y esposo necesitaban para desempeñarse en la esfera pública. Otras tareas que Adriana González Prada se asigna en la sociedad afectiva que constituye su matrimonio es atender la correspondencia del marido, transcribirle poemas, preparar las ediciones de sus manuscritos, manejar las relaciones públicas de la pareja y, sobre todo, ahuyentar a las escritoras jóvenes que vienen en busca de apoyo intelectual y que a diferencia de los escritores hombres mencionados en la auto/biografía (Gamarra, Amézaga, Santos-Chocano) nunca tienen nombre propio. Cuando González Prada se convierte en el presidente del Círculo Literario, Adriana González Prada se autodeclara su asistenta y dice: “Encantada inauguré mis nuevas funciones de Secretaria, copiando con mi mejor letra el discurso que Manuel les iba a leer ese día. Ya me sentía indispensable a su lado, completando mi misión de cariño con interés a su labor intelectual” (134). Para la publicación de Minúsculas, prepara una cuidada edición en la que llega al punto de perfumar las hojas del libro para que las radicales ideas de González Prada sean mejor recibidas por los lectores: Para realzar su “cachet” poético yo le echaba gotas de esencia de violeta al agua en que remojaba el papel antes de imprimirlo, para que al hojear sus hojas un efluvio perfumado llegando al olfato del lector, como un “avantgout” poético, predispusiera a su espíritu gozar de su lectura [...] (330).

Defender la privacidad de un esposo que se ha vuelto demasiado visible en la esfera pública es otra de las responsabilidades que el sujeto narrativo se asigna en el texto. La representación de González Prada como líder de un movimiento literario cede paso en la biografía a la

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de un personaje aislado al que frecuentemente traicionan los miembros de su entorno intelectual13. El objetivo de esta representación es subrayar la fidelidad de la esposa, cuyo amor incondicional contrasta con el afecto más calculador e interesado de sus discípulos masculinos. Cuando las que solicitan su protección intelectual son escritoras, la actitud de Adriana González Prada se vuelve desconfiada y hostil. Dice, por ejemplo, en un pasaje: Otras veces eran “señoritas literatas” que le venían a pedir que les corrigiera los versos o a pedirle composiciones suyas para periódicos de provincias. A ésas las mirábamos todavía con más reojo, dudando mucho sobre las verdaderas intenciones que las traían. Él las despedía casi siempre, sobre todo creo, cuando sabía que yo estaba allí (120).

El “casi siempre” de la frase permite especular que tal vez hubo escritoras que consiguieron transgredir la barrera que Adriana González Prada traza alrededor de la privacidad de su marido y que es posible que González Prada haya tenido, como Abelardo Gamarra o Ricardo Palma, relaciones profesionales o amistosas con sus colegas mujeres. Sin embargo, la auto/biografía de Adriana González Prada demuestra que ésta se sentía amenazada por esas “mujeres autónomas” que se habían alejado de la iglesia, no para desempeñar funciones sentimentales en el ámbito doméstico, sino para crearse espacios autónomos que transgredían la ideología dominante del ángel del hogar. Cuando una poetisa colaboradora de la revista El Lucero le pide a González Prada ayuda para publicar sus poemas, Adriana González Prada la critica en vez de apoyarla. Dice: “Idas las dos señoritas, todos alabaron a la poetisa, ponderando su juventud y su hermosura. –‘Pero es borrada’, agregué yo, con mucha verdad y cierta malignidad, lo confieso” (391). Al recordar a otra escritora que solicita el padrinazgo de su marido para la publicación de un nuevo libro, Adriana González Prada pone en duda la decencia de sus intenciones. Al fracasar en sus intentos de disuadirla de publicar el libro, procede a interceptar su correspondencia:

13 Dice Adriana González Prada sobre la inconstancia de los discípulos: “Por turno se sucedían en casa los que visitaban a Manuel; no los llamaré ‘amigos’, pues los más, pasado algún tiempo, desaparecían para no volver” (355).

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Al otro día por el correo, llegaba una carta dirigida a Manuel que por supuesto leí, pues entre los dos no existía secreto epistolar y me sabía autorizada para hacerlo. En esa carta la misma señorita le volvía a hablar de la publicación de su libro, dándole las gracias anticipadas, ofreciéndole en pago “todo” lo que “deseara”. Mucho me chocó la ambigüedad de ese pago y a la verdad me iba pareciendo raro el asunto. Además le acompañaba su retrato, rogándole lo incorporara al libro (392).

La visión que Adriana González Prada da de la escritora peruana es la de un personaje sexualizado que subvierte la rígida compartimentalización de espacios que rige como metáfora la cultura liberal. La intervención paranoica de la esposa de González Prada en favor del alejamiento de las mujeres de la esfera pública es exitosa, ya que consigue que González Prada le retire el apoyo a la escritora por “respeto” a ella. Dice el Prada imaginado por la autora de este libro de memorias: “No quiero tener molestias contigo por quien no se las merece: mañana dice volver; devuélvele tú su cuaderno junto con su retrato y dile que siento no tener tiempo para ocuparme de sus asuntos”. Así lo hice: pero no le entregué yo misma sus cosas, sino que se las hice remitir con la sirvienta. Solo conservé la carta (392-393).

La cuestión de la hermandad o ideología de la “sororidad” con la que las escritoras del siglo xix respondían en sus escritos a la marginación cultural está ausente en este texto, que interioriza una visión doméstica y subalterna del sujeto femenino. Cuando nace su primera hija, Adriana González Prada se lamenta de que sea mujer, no porque esté preocupada por la situación de las mujeres en la sociedad peruana de fines de siglo, sino porque cree que tener un hijo varón es la mejor forma de cumplir con los requisitos de su rol social14. En este sentido, la parcial descatolización de la mujer y su asimilación a un proyecto liberal definido como masculino no implicaba la superación de la “misoginia furibunda” que González Prada detectaba en el Estado y la Iglesia peruanos.

14 Dice con respecto al nacimiento: “En la noche del 13 al 14, minutos antes de las doce, nació mi hijita, yo algo decepcionada de que no fuese varón. Algo me consoló la alegría de Cristina y Manuel mostrándose encantados de que fuese mujer: –“Nos acompañará siempre”, dijo Manuel, –‘Será más cariñosa’, añadió Cristina” (147).

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A diferencia de los maridos débiles a los que González Prada critica en “Las esclavas de la iglesia” por su incapacidad de alejar a las mujeres de ésta, el González Prada de Mi Manuel tiene la fuerza o “elevación varonil” para combatir el fanatismo religioso de la esposa. A través de una misión secularizadora que abarca a la madre pero también al hijo, González Prada lucha por conseguir en Mi Manuel que su mujer no se convierta en “ese algo asexual o neutro” que en “Las esclavas de la iglesia” eran las devotas. Los modelos distópicos de la feminidad están representados en este libro de memorias no solamente por las escritoras que se contaminan al salir del entorno privado, sino también, por la hermana beata de González Prada que usa la iglesia para alejarse del hogar tanto como la iglesia la usa a ella15. Cuando Adriana González Prada cita a Madame de Staël para explicar lo que en su opinión debía ser una mujer moderna, lo hace sin ningún dejo de ironía. Dice: “La mayor felicidad para una mujer es casarse con un hombre a quien ella respete tanto como ame, le sea superior por su inteligencia, por su carácter y que en todo decida por ella” (355). Estas afirmaciones parecen corroborar las instrucciones que Prada da a los lectores en “Las esclavas de la iglesia” sobre la necesidad de que los esfuerzos secularizadores de los liberales empezaran por el espacio privado de la casa. “Para sanear las poblaciones”, dice González Prada en Páginas libres, “se comienza por desinfectar los domicilios, pues no cabe higiene pública sin higiene privada; cuando se desea secularizar un pueblo, se debe hacerlo con las familias, pues no se concibe un todo libre constituido por fracciones esclavas” (1985: 243). Pero así como por momentos Adriana González Prada se presenta como el perfecto ejemplo de lo que los liberales podían conseguir en el hogar siguiendo el apostolado gonzález-pradiano, en varios pasajes de la auto/biografía emerge el lado menos optimista de esta autorrepresentación. La posibilidad de desafiar la prescripción liberal del esposo emerge sobre todo en la larga etapa de la viudez gracias a la paradójica desaparición de la figura rectora del marido, una ausencia que le permite expresar por escrito las objeciones al ideario liberal al que parece plegarse por momentos durante los años de su matrimonio. La máxima

15 Isabel González Prada convence a los sacerdotes de que la ayuden a fundar un colegio pupilo para niños que quieren dedicarse a ser sacerdotes (125). De esta forma, la iglesia le sirve para tener un tipo de agencia profesional que no puede tener en el hogar.

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ironía no es solamente que la adscripción de Adriana González Prada al proyecto secularizador de González Prada sea parcial, porque nunca abandona completamente sus ideas religiosas, sino también que años después de la muerte de éste se transforma, a través de la escritura, en una de las mujeres transgresoras a las que ella misma ve como sujetos contaminados en varios pasajes del libro. Es cierto que para acceder a una subjetividad letrada Adriana González Prada debe borrar su apellido de soltera (Verneuil) del libro e invocar la sombra intelectual del marido. Sin embargo, el vacío semántico dejado por la muerte de González Prada le sirve al yo auto/biográfico para narrativizar las tensiones de una subjetividad en crisis que, aunque se presenta como colonizada o intervenida por la ideología liberal, se atreve por momentos a cuestionar los postulados viriles del imaginario de la modernidad. Bibliografía Obras Cabello de Carbonera, Mercedes (1889): Blanca Sol. (Novela Social). 2ª ed. Lima: Imprenta de Carlos Prince. González Prada, Adriana de (1947): Mi Manuel. Lima: Editorial Antártica. González Prada, Manuel (1985): Páginas libres/Horas de lucha. Caracas: Ayacucho. –– (1947): Minúsculas: Adoración. Lima: Editorial P.T.C.M. Mariátegui, José Carlos (1963): Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Amauta. Nervo, Amado (1946 [1902]): La amada inmóvil: Versos a una muerta. México: Ed. Botas. Tristán y Moscozo, Flora (1946): Peregrinaciones de una paria. Romero, Emilia (trad.). Lima: Cultura S. A. Crítica Armas Asín, Fernando (1998): Liberales, protestantes y masones. Modernidad y tolerancia religiosa. Perú, siglo XIX. Cuzco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas. Catelli, Nora (1991): El espacio autobiográfico. Barcelona: Lumen. Cortázar Velarde, Juan Carlos (1997): Secularización, cambio y continuidad en el catolicismo peruano. San Miguel: Pontificia Universidad Católica.

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Fluctuaciones corporales en las cartas de Carmen Arriagada Jorge Sánchez Sánchez Universidad de Santiago de Chile

“Una en mí maté: yo no la amaba”. Gabriela Mistral

En la mayoría de los países latinoamericanos, a lo largo del siglo xix, surge la intención por parte de los grupos ilustrados de alcanzar la modernidad. Lo moderno lo entienden como un orden, no colonial, en que la razón se significa instrumentalmente en una categoría teórica crítica que emplean los sujetos. Aquello les permite someter la irracionalidad y alcanzar una sociedad que pretenden ideal, es decir, ordenada y guiada por la razón. Es así que un conjunto de factores (la Ilustración francesa del siglo xviii, el positivismo de Augusto Comte, las guerras de independencia) produjo un cambio del paradigma en el siglo xix latinoamericano que comenzó a tomar como referente ya no más lo indoibérico, que estaba influido por la religión y el racismo, sino las nuevas ideas europeas que provenían de la razón y el liberalismo. La modernidad se desea lograr mediante criterios científicos (importados de Europa) impregnados por un afán irrestricto por el orden. Así, el Positivismo emerge fuertemente en los grupos ilustrados, transformándose en “una nueva religión secularizada” (Larraín 2000: 149) y a la vez diversos autores (Bello, Sarmiento o Lastarria) crean gramáticas y leyes con el fin último de lograr el orden social. Ahora bien, en América Latina se vivió la modernidad dentro de la paradoja que se produce entre el discurso moderno de la razón y el progreso, y las prácticas efectivas de la modernidad, entre las que se cuenta, por ejemplo, la esclavitud (Larraín 2000: 146). Así, por un lado existió un grupo dominante de origen agrario, que asumiendo las ideas modernas liberales, se “propuso construir un estado y un aparato jurídico de corte republicano y democrático” (Larraín 2000: 146), pero, a

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la vez, se edificó un Estado que giraba a conveniencia de estos grupos de poder minoritarios. Podemos pensar entonces que la construcción de lo moderno se realiza desde centros de poder, aquellos que se reducen a lo masculino burgués, ocasionando un quiebre entre la voluntad de imposición moderna, realizada por hombres ilustrados, y las narraciones otras al discurso hegemónico, que también son parte del fenómeno moderno. En palabras del crítico Santiago Castro-Gómez: “Crean modelos que al absorber el mundo pluriforme de las identidades empíricas, en los esquemas monolíticos de la escritura ilustrada, conllevan de por sí, una fuerte tendencia a la homogeneización de la vida colectiva” (1996: 15). Además, el Positivismo, si bien promovió el uso de la razón y rechazó toda la herencia colonial indoibérica, cayó en el racismo, continuidad directa de las directrices políticas coloniales. Tal como analiza Jorge Larraín, autores como Sarmiento, Prado, Gil Fortou y Carlos Octavio Bunge vieron lo indígena como lo bárbaro, como lo opuesto a la civilización. Esto se debe en gran medida a la recepción acrítica que los intelectuales latinoamericanos tuvieron frente a los textos europeos, llegando, como dice Larraín, “[…] hasta el punto que incluso las connotaciones racistas fueron asimiladas sin protesta” (Larraín 2000: 150). No obstante, existen estudios críticos que no sólo se centran en los textos canónicos y, al estudiar los saberes otros a lo dominante, logran hacer tambalear los supuestos dados por los discursos hegemónicos de la modernidad. Así, por ejemplo, en dichas escrituras ya no se entiende al Positivismo como el gran texto revelador de verdades universales, ya que los nuevos estudios críticos tensionan dicha categoría, mostrándola insuficiente para las pretensiones de bienestar de los sujetos que habitan el siglo xix. Ahora bien, los textos estudiados, alternativos a los oficiales, no hay que considerarlos “no modernos”, ya que se sitúan en la voluntad de la crítica y búsqueda de identidades propias de la modernidad del siglo xix, mas esquivan las categorías hegemonizadoras, denunciando las indicaciones del discurso de la clase dominadora y las prácticas efectivas de dichos textos. Tomando en cuenta lo mencionado, constatamos que, en las últimas décadas, la crítica se ha resistido a las genealogías fijas1, proponiendo ensanchar el canon (no creando otros oríge-

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Basta con nombrar a las teóricas Raquel Olea, Olga Grau, Alicia Salomone, Kemy Oyarsún o Diamela Eltit.

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nes, sino conectando lecturas, provocando la trizadura de los centros) validando así saberes otros2 a la palabra dominante. Teóricas como Susana Zanetti y Graciela Batticuore, o Julio Ramos tensionan ideas y textos del siglo xix que las obras teóricas han prescrito. Además, han rescatado textos olvidados por la crítica, provocando un diálogo entre los textos (de mujeres, ilustrados, no ilustrados) que alteran las estructuras de poder establecidas3. Una escritora que se encuentra dentro de estos textos “olvidados” es Carmen Arriagada, mujer ilustrada que se inscribe dentro del campo literario en el momento en que Óscar Pinochet de la Barra edita y publica las cartas que escribió a Mauricio Rugendas en el texto Cartas de una mujer apasionada. Carmen Arriagada vivió en la época crítica de las guerras de la independencia, en donde la creación de símbolos unitarios nacionales proliferó y la contingencia política era un tema prioritario. Sin embargo, dicha agitación contrasta con su vida, la cual se inscribe específicamente dentro de una sociedad que ella misma describe como una “abúlica” sociedad ilustrada, la de la Talca del siglo xix. Durante su existencia logró presidir movimientos culturales de importancia, como la creación de un diario (El Alfa), la organización de tertulias y lograr el apoyo de instancias para la creación de un teatro y de un colegio para mujeres. Se casó muy joven con el general Gutike, con quien mantuvo una relación bastante tortuosa; nunca se sintió satisfecha con aquel matrimonio. Mauricio Rugendas, el destinatario de las cartas estudiadas, era un pintor alemán, representante de la modernidad europea que comienza a ingresar a Latinoamérica. Hace su entrada en la vida de Carmen Arriagada en 1835, desde esa fecha se inicia una relación epistolar hasta el año 1851, cuando Carmen Arriagada le escribe su última carta. Carmen Arriagada fallece en el año 1900, sin dinero (Gutike, quien administraba sus terrenos, los perdió todos), y sin recibir respuesta de Rugendas a las últimas misivas que ésta le escribió. La enunciación privada de Carmen Arriagada se inscribe en el campo literario cuando, como ya dijimos, Óscar Pinochet de la Barra pu-

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Entiendo lo otro u otra como una posición no legitimada por lo hegemónico, son saberes que tensionan lo dado como “uno”. 3 Significo estructura de poder, tal como Foucault propone, no como un poder lineal ni abstracto, sino como relaciones (macro y micro) que se dan tanto a nivel discursivo como corporal.

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blica y prologa en 1990 la completitud de sus cartas en el texto Cartas de una mujer apasionada. Desde ese momento ha sido considerada como una de las primeras escritoras chilenas, en palabras de Zanetti. Rugendas, al guardar dichas epístolas, “nos legó las cartas de Carmen Arriagada, las cuales posibilitan hoy, y ya es tiempo, de sacarla de la esfera de lo ‘femenino’ privado, doméstico, de las Cartas de una mujer apasionada, y colocarla sin más, en la literatura” (Zanetti 2001: 300). O, como el mismo Pinochet de la Barra enuncia, respecto a los textos de Carmen Arriagada: “Así comenzamos con un tema que urge aclarar cuanto antes: “¿Carmen Arriagada escritora? Por supuesto, la mejor prosista de Chile… Cuando uno lee sus cartas, sin enmendaduras ni tachas, en una prosa rápida… comprende que un talento singular mueve su mano” (Pinochet de la Barra 1990: 9). El epistolario ha generado interés en el mundo académico, por lo que se han publicado estudios sobre ella desde diversos puntos de entrada, ofreciendo distintas maneras de entender la producción de Carmen Arriagada. Dichos estudios van desde críticas conservadoras, que caben dentro de la concepción de la carta como un texto documental4 (Pinochet de la Barra, José Gutiérrez y Jury García), hasta análisis teóricos que dan un paso distinto (no más allá, sino en otro sentido), ya que no se quedan sólo en la carta como fuente histórica. En estos casos le exigen al texto una mayor ebullición de significaciones, problematizando tanto la estructura de escritura como a la(s) sujeto(s) que emergen del texto. Acá podemos encontrar los libros y artículos escritos por Leónidas Morales y Susana Zanetti5. Es en esta última perspectiva en la que me planteo la interrogante sobre los procesos de construcción del cuerpo de la sujeto del enunciado en las cartas de Carmen Arriagada6. Sostengo que la sujeto cons-

4 En palabras de Darcie Doll, al leer la carta como un testimonio histórico referencial, se enclaustra dicha escritura en un: “auxiliar de la investigación histórica, observada como un conjunto de datos e informaciones que permiten reconstruir e interpretar aspectos de diferentes periodos” (2002: 46). 5 Específicamente, el texto de Zanetti, Leyendo con Carmen Arriagada (2001), y el de Morales, “Carmen Arriagada: La carta como espacio de construcción del objeto del deseo”, en: Carta de amor y sujeto femenino en Chile (2004). 6 Con respecto a los enunciados de Carmen Arriagada al emitir sus cartas, consideramos que ella se genera a sí misma y al escribirse se recrea ficcionalizándose. En la carta, tal como sostiene Patricia Violi, no se halla inscrito un sujeto real más que en la identificación con él sujeto enunciador. La sujeto del enunciado, en este caso Carmen

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truye su cuerpo en relación a los discursos modernos masculinos de su época: medicina positivista e ideas románticas. Así, dichos enunciados evidencian fluctuaciones referidas a la concepción que tiene de su cuerpo, las que van desde una aceptación del orden masculino a una escritura ajena a la lógica de dichos discursos.

Ciencia moderna positivista: el cuerpo limpio y ordenado Carmen Arriagada suele posicionarse en una aceptación del régimen médico positivista, y esto se ve reflejado en la construcción que realiza de su cuerpo. Entenderé como “cuerpo” un espacio significante, en donde recaen los diversos saberes y resistencias posibles de una sujeto frente a la cultura hegemónica. Es así que el discurso ilustrado, referido a las ciencias médicas, que Carmen Arriagada toma, se ve evidenciado en sus ideas frente a la realidad y el proceso de construcción de su cuerpo, configurándose así con pretensiones de incorporarse al orden higiénico, fluctuando en un cuerpo enfermo que busca la sanación, presentando al cuerpo limpio y ordenado, como un ideal a seguir. La condición que Carmen Arriagada otorga a su cuerpo, en las cartas estudiadas que dirige a Rugendas, respecto a este discurso clínico ilustrado, es la de un cuerpo enfermo que anhela la sanación mediante la utilización de los saberes médicos hegemónicos. En la gran mayoría de sus cartas se hallan descripciones de su cuerpo patologizado: el cómo se halla, en cómo va su sanación (avances y retrocesos de este proceso) y la descripción de los procedimientos que sus médicos le recomiendan. Así se enuncia como seguidora de los avances científicos de su época, los que desea consumir para curar su cuerpo, realizando en sus cartas frecuentes descripciones de los procesos de sus tratamientos médicos: “Fue necesario el día lunes un baño caliente, al otro día un purgante y

Arriagada vista como un personaje, está plasmada en la escritura, es una sujeto creada, en donde se evidencian las construcciones de subjetividad y los procesos implícitos y explícitos de la constitución corporal de la sujeto enunciadora. Hemos de hacer hincapié en que la sujeto enunciadora y la sujeto del enunciado no son conceptos aislados uno del otro, sino que están relacionados y condicionados por los discursos que los rodean (en el caso de Carmen Arriagada la modernidad ilustrada) y por la posición de legitimación, frente al discurso del poder, en que la sujeto enunciadora se encuentra.

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quedar en cama. El día después me sentí mejor, pero el ánimo muy triste y sin ningún apetito… el domingo lo pasé mejor, en la noche tomé un poco de fruta y el lunes ya no pude levantarme” (Pinochet de la Barra 1990: 240). La confianza en los doctores y en sus tratamientos se debe a que el método positivista penetra muy fuertemente en el pensamiento clínico del siglo xix. Dicho orden se inscribe en el cuerpo de Carmen Arriagada, cayendo en el sometimiento al saber médico, al que considera como un elemento “salvador”, casi milagroso, y constructor de un nuevo cuerpo: limpio y sano. Éste representa, en las cartas de Carmen Arriagada, el “eco” de los discursos masculinizadores, de los cuales ella se inviste. En estas líneas vemos a Carmen Arriagada solicitando a Rugendas la ayuda de este saber, personalizado en la figura del doctor: “mi salud está caída y ahora hago una consulta al Dr. que vive de Blanco, yo no se como se llamará. Lo que me valgo de la amistad de Vd., suplicándole se encargue de que la responda pronto, y preguntarle el valor de la consulta” (Pinochet de la Barra 1990: 53). Además, incorpora en sus textos voces de científicos a modo de referentes para su construcción moderna: “se puede decir de mí lo que Young: ‘que este descontento que tu hallas en todo, este vacío que tu alma encuentra en todo, es la mejor señal de la inmortalidad del alma’” (Pinochet de la Barra 1990: 109). Recordemos que el Positivismo enmarca en líneas muy rígidas a la mujer y, tal como sostiene Batticuore, es dicho paradigma el que encierra al cuerpo femenino enfermo en los símbolos de la debilidad y convalecencia, sujetándolas invariablemente al orden masculino. El discurso al cual refiere este saber, postula la vida femenina como una “crisis terrible” (Masiello 1997: 119) aun cuando no exista una patologización explícita. Así, Carmen Arriagada así se asume en un “cuerpo enfermo”, sin tener una prescripción clara de esto, recibiendo a la modernidad en forma de fármaco: “Rugendas, ahora como siempre tengo que pedir favores de V. Mi buen amigo, hágame V. por mandarme en la primera ocasión segura, por el primer buque o viajero, una docena de sanguijuelas de las de Pucci” (Pinochet de la Barra 1990: 261- 62). Pero a la par, frente a esta “introyección” del texto médico ilustrado, ella se documenta sobre el discurso higiénico de manera crítica, no sólo su cuerpo es un receptor pasivo de saberes, sino que además enuncia que su cuerpo desea informarse y expresar un conocimiento basado en un corpus retórico que se basa en los avances médicos, así describe a Rugendas todos los nuevos saberes adquiridos: “me dicen

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que el Dr. Cayentre tiene una pomada para mantener los carísticos que no causa dolor, que vale cuatro ps. Y que solo él la tiene; cómpreme V. DOS para hacer la prueba” (Pinochet de la Barra 1990: 262). La carta fechada el 10 de diciembre de 1838 evidencia a esta Carmen Arriagada del enunciado, que se construye con los códigos de la modernidad ilustrada tomando específicamente los datos de la ciencia médica para validar sus conocimientos frente a Rugendas. Esta carta, al contrario de la caricaturización realizada por Pinochet de la Barra o Rafael Sagredo, no contiene esa única “pasionalidad” romántica atribuida como una forma absoluta a la escritura de Carmen Arriagada, no existen insinuaciones explícitas de amor a Rugendas, ni aparecen sólo alusiones a tópicos románticos; es más, firma con el frío remitente de: C. Gutike. Únicamente al finalizar la carta es cuando recoge el tema de la noche y la inspiración, temas propios del Romanticismo, evidenciando que la escritura de Carmen Arriagada no se puede unificar en una dirección. En esta carta se posiciona como una sujeto moderna que, si bien está “por debajo” de las capacidades intelectuales de Rugendas, se refiere a asuntos masculinos como a los saberes literarios de los libros que Rugendas le ha enviado. También asume su insatisfacción con el grupo de amigos que la rodea, debido a la falta de conocimientos de éstos: “Como D. no entiende ni inglés ni francés, no puedo entablar conversación sobre lo que leo, y todo lo bueno que encuentro en mis lecturas tengo que guardarlo para mí misma” (Pinochet de la Barra 1990: 177). Además de estas críticas, realiza una reflexión sobre uno de los últimos descubrimientos médicos, la frenología7, poniendo en duda los reales alcances de esta metodología médica: “Algunas veces creo que puede influir la formación más o menos perfecta del cráneo a desarrollar nuestras inclinaciones; pero otras observo que una educación cuidada, que los buenos ejemplos, han hecho un ser bueno y virtuoso aun cuando su cráneo tuviese más desarrollados los órganos del vivo” (Pinochet de la Barra 1990: 178).

7 Según el diccionario virtual de la RAE : “Frenología (del gr. fine, inteligencia, y logos, tratado): f. Hipótesis fisiológica de Gall, que considera el cerebro como una agregación de órganos, correspondiendo a cada uno de ellos diversa facultad intelectual, instinto o afecto, y gozando estos instintos, afectos, o facultades mayor energía, según el mayor desarrollo de la parte cerebral que les corresponde”.

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Esta interrogante al método frenológico que realiza Carmen Arriagada es la única alusión que hace, en esta carta, al tema del cuerpo, no obstante la destacamos porque es una mención que desafía a los cánones médicos que imperan en su época, aun cuando luego de cuestionar la tesis frenológica, desplaza su pensamiento al campo de la ignorancia: “Yo no puedo expresarme ahora por temor de cometer algún error; sí, tengo amor propio también” (Pinochet de la Barra 1990: 178). En conclusión, Carmen Arriagada significa su cuerpo con las enfermedades médicas que se encarga de estudiar o son sospechadas y medicadas por los doctores a los que acude, siempre tendiendo al ideal del cuerpo limpio y sano. Es importante enfatizar que no es que el doctor la “encaje” en una sola enfermedad y Carmen Arriagada acepte pasivamente, ya que continuamente interpreta, como en el caso de la frenología, y escoge diagnósticos para nombrar su cuerpo. Pasa de ser un cuerpo con pestes, a un cuerpo histérico o uno abúlico, pero siempre dentro de una lógica moderna, en que el cuerpo femenino es débil y la mujer es inferior al hombre discursivamente, ya que ella tiene que alcanzar lo higiénico para lograr la modernidad, no así los “personajes” masculinos (Rugendas, Gutike, los doctores), que ya se hallan dentro de lo higiénico, de lo limpio y ordenado, por lo tanto dentro de las reglas de la modernidad. Es por todo esto que sostengo que, en dichas cartas, los discursos médicos actúan dentro de una anatomía política (Foucault 1996: 141) en donde el saber incorporado (higiene masculina) cabe dentro de una tecnología disciplinaria del cuerpo, la que pretende en última instancia la docilidad del cuerpo femenino, al que no se le niega el conocimiento médico, sino que se le ofrece en forma de elixir salvador, con la intención última de la dominación corporal.

Cuerpo romántico enfermo: el cuerpo abúlico Mediante la retórica romántica adoptada por Carmen Arriagada se construye una sujeto del enunciado con un cuerpo enfermo, pero no con la necesidad de ir en busca del doctor para que le otorgue la sanación y purificación de su estado descarriado. En estos casos Carmen Arriagada se une al tópico del Romanticismo de la mujer enferma romántica, fluctuando en un cuerpo abúlico, que al igual que el cuerpo ordenado y limpio se configura según lógicas masculinas que circuns-

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criben a la mujer en un habitar pasivo, mas sin esas ansias de obtener un fármaco curativo. El Romanticismo dibujó el cuerpo femenino como un espacio permanentemente patologizado, ya sea por la tuberculosis o simplemente por malestares sin una definición explícita, mas al contrario del cuerpo enfermo moderno, el Romanticismo le entrega la condición de excepcionalidad y seducción. Carmen Arriagada recoge la descripción literaria que el Romanticismo realiza al momento de referirse a su cuerpo: Mi figura se resentía de la tristeza de mi ánimo, pues estaba pálida como la cera; hacían muchos días que no salía por mi fiebre y muchos meses que no me quitaba la camiseta de franela (sic), así que las cintas blancas que tenía en el cabello no lo eran más que mi cara y cuello. Sin el menor tinte de color. El vestido oscuro hacía resaltar más mi palidez (Pinochet de la Barra 1990: 53).

Esta enfermedad, dentro de la lógica romántica (Gazmuri 2005: 358), no es causada por una falencia de su cuerpo frente a elementos peligrosos para la salud física, sino por un factor que afecta a su subjetividad: la sociedad chilena. Si bien la relación de Carmen Arriagada con la sociedad en que vive se caracterizó por su participación en tertulias (las cuales además organizaba) y en la relación de variadas gestiones culturales (incitación para la creación de un colegio para niñas, creación del periódico El Alfa) ella encuentra que dicha sociedad, en sus costumbres y modos culturales, le es insuficiente a su inquietud interior: “La sociedad de Santiago es como todos en sus defectos y, muy inferiores los goces que proporciona” (Pinochet de la Barra 1990: 95). En sus cartas recoge el término romántico inglés spleen para expresar su enfermizo habitar abúlico, en donde es la sociedad chilena la causa de su enfermedad. Si bien existen los avances médicos, éstos se hacen exiguos, el daño del aburrimiento es mucho mayor. Su cuerpo se ve inmovilizado, tal como la sociedad en que habita, produciéndole “extrema debilidad”, su corporalidad es infectada por lo social: “Mi humor, sí, no está siempre bueno; pero esto no depende de mi salud tan solo, sino, como ya he dicho de las circunstancias” (Pinochet de la Barra 1990: 283). La alternativa de sanación ante este cuerpo abúlico, que le impone la sociedad moderna, es la sanación médica positivista. Mas al cuerpo de Carmen Arriagada lo ofrecido no le satisface, posicionándose en

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un cuerpo rebelde (Foucault 1996: 116) a la prescripción médica, declarando insuficiente al texto higiénico. Recordemos ante esto la reflexión que instaura Julia Kristeva en relación al orden masculino, la que lo conceptualiza como un conjunto de “sistemas racionales cerrados” (citado en Selden 1987: 170), frente al cual existe el cuerpo femenino, que se asocia a toda una productividad poética que perturba el orden edípico8. En este sentido, Carmen Arriagada alega por la ineficacia científica frente a su cuerpo abúlico, el que siempre se encuentra enfermo: “No tenga Vd. Rabia con la Facultad de Medicina. Por que? Si no es la culpa de ella; las drogas de la botica no curan los caracteres, los genios que caen en desaliento” (Pinochet de la Barra 1990: 232). El 20 de mayo de 1845 Carmen Arriagada escribe una breve carta a Rugendas manifestando su malestar con la sociedad. En este texto expresa su crítica al quietismo de Talca, incorporándose como una sujeto que participa de esta inmovilidad: “el pueblo por su reducida población no ofrece ninguna ocurrencia digna de contarse, y mi vida en el limitadísimo círculo en que gira, se pasa monótona e insignificante” (Pinochet de la Barra 1990: 472). Esto provoca que su cuerpo se debilite y caiga en una pasividad enfermiza, como una reacción negativa frente a esta insoportable tranquilidad, propia de una sociedad que le limita las posibilidades de cumplir sus deseos: “Yo había sido formada, sin duda, para una vida de imaginación y de espíritu, si puedo decirlo así; todo lo material me mata, me mata el alma y el cuerpo. Es cruel, este desencanto que amarga todo en la vida!” (Pinochet de la Barra 1990: 472-473). En síntesis, Carmen Arriagada, basándose en el tópico romántico del cuerpo con spleen, fluctúa en un cuerpo con “extrema debilidad”. En dicha fluctuación realiza una crítica a los medios curativos modernos y específicamente a la sociedad chilena de su tiempo, la cual presenta poco interés para Carmen Arriagada, lo que provoca una abulia generalizada en su cuerpo, a la vez que un odio a la sociedad en que vive, la cual califica finalmente de vacía: “Cree Vd. Que es la monotonía de la vida, de la falta de sociedad que yo me canso, no, es de la miseria, de la pequeñez de la nada” (Pinochet de la Barra 1990: 143).

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Kristeva conceptualiza el complejo de Edipo como “una organización fantasmal, en lo esencial inconsciente, porque reprimida, organizadora de la vida psíquica y que supone la primacía del falo desde el momento que este falo es por un lado, un órgano investido de manera narcisista y erótica y que es por otro lado, el significante que falta” (135).

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La sanación: cartas y libros. El cuerpo deseante Ya sea en el cuerpo limpio y ordenado al cual Carmen Arriagada aspira, influenciada por el discurso médico positivista, o en el cuerpo abúlico, que está “enfermamente cansado” de una sociedad que no la satisface, se evidencia una pasividad ante lo ofrecido, o específicamente en el caso del cuerpo abúlico, un asco por la sociedad en la que habita, lo que la lleva al quietismo. Mas ella logra a la vez desviarse de esta lógica y genera un cuerpo que desea, que se erotiza por Mauricio Rugendas, y así logra zafarse del prototipo de mujer que pasivamente acata un discurso masculino, proponiendo un cuerpo activo que quiere atrapar el placer. En su relación epistolar se devela, tomando en cuenta el contexto romántico, una legitimación de procederes “otros” para la sanación del cuerpo, los que toman los objetos: carta y libro, como elementos curativos. Con respecto a las cartas dirigidas por Rugendas, les da un significado sanativo, tal como se evidencia en el siguiente párrafo, que alegoriza la carta transfiriéndole un significado alimenticio: “Te admiras que te digo que necesito de tus cartas, de tus consuelos; lo extrañas? No son el alimento de tu pobre amiga? Además, no la conoces un poco visionaria? No temas y las seguridades que me das de confiar en mí, me alimentan y me dan placer” (Pinochet de la Barra 1990: 101). La carta, entendida como objeto en la enunciación de Carmen Arriagada, la significa como una metonimia del cuerpo de Rugendas, surgiendo en ella un cuerpo que anhela el disfrute de estos objetos. La afirmación que realizamos parte del supuesto de la concepción de carta amorosa dado por Patricia Violi en su texto. Aquí considera que en la tradición epistolar, la temática que ha colmado más páginas es la romántica. El amor al escriturizarse se vuelca en deseo: “La felicidad no se cuenta, se vive; solo el deseo puede decirse” (Violi 1987: 97). Es por esto que, parafraseando a la teórica, en la carta amorosa, producto de su basamento en la ausencia, se intercambia la realidad por ese objeto que no se halla. Rugendas no se encuentra corporalmente y por esto Carmen Arriagada alega constantemente por la no presencia de esta materialidad amada: “Lo espero a U. antes o con el correo; si no viene U., no tendrá U. cartas mías, por que no quiero que U. se burle de mí” (Pinochet de la Barra 1990: 353); o como en la siguiente cita: “Mi querido

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amigo, adiós; pronto espero reemplazar este adiós con abrazo de bienvenida que U. no desechará, de su verdadera y fiel amiga, Carmen” (Pinochet de la Barra 1990: 206). En su escritura, entonces, se produce un pliegue que sigue la lógica dada por Violi, en donde las cartas escritas por Rugendas adquieren la significación de un cuerpo deseado. Esto se realiza, tal como se mencionó, mediante un proceso metonímico, en donde la carne de Mauricio Rugendas se vierte en el objeto-carta que, cual fármaco, cura el cuerpo de Carmen Arriagada: “Carezco, un año hace, de sus cartas y esta carencia, con las ideas negras y tristes que me infunde, añade a mis pesares una dosis que me los hace insoportables” (Pinochet de la Barra 1990: 530). Esta carta carnalizada se instaura como un alivio al cuerpo alterado, ya no son las sanguijuelas ni los cáusticos, sino la respuesta epistolar de Rugendas en la que se hace presente lo que produce la satisfacción en su cuerpo, tal como se muestra en las siguientes citas: “los pesares que han enfermado mi alma y mi cuerpo hallaron un calmante en la noble amistad que usted me dispensa” (Pinochet de la Barra 1990: 483); “El correo me trajo como de costumbre su muy amable carta y como siempre me ha proporcionado mucho gusto” (Pinochet de la Barra 1990: 286); o, por último, refiriéndose a la carta recibida: “La muy cariñosa de Vd., que vino por este correo, me ha causado sumo placer; los buenos deseos de Vd. Y su inalterable amistad son dos causas suficientes para llenar de gozo una alma […]” (Pinochet de la Barra 1990: 280). El otro objeto que sana su cuerpo son los libros dados por Rugendas. Al libro, al igual que a las cartas, se le otorga el significado de un cuerpo deseado. Este intercambio libro-Rugendas, cabe dentro de la oposición binaria ausente-presente, producto del carácter diferido de la relación epistolar: “siempre sujeto a la ausencia del otro, en un diálogo discontinuo y azaroso” (Zanetti 2001: 284). Dentro de esta ausencia, el compartir literario9 hace que entre Carmen Arriagada y Rugendas se genere un “sistema de valores compartidos” (Zanetti 2001: 297), que produce un acercamiento en el campo del amor. El libro se alegoriza en las cartas como el cuerpo ausente, así Carmen Arriagada ve en estas páginas una “piel del amor retira-

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Zanetti refiriéndose a Rugendas: “…le regala por sobre todo libros, multitud de libros” (293).

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da”, Zanetti plantea al respecto: “Acariciar un lomo, una página, con la estela del cuerpo ausente: los libros como emisarios y testimonios de una unión que conforta con la promesa o el recuerdo del contacto físico” (Zanetti 2001: 286). Nos detendremos en la carta fechada entre el 28 y 29 de agosto de 1838 (207-11); ésta se contextualiza, según los datos proporcionados por Pinochet de la Barra, luego de la sexta visita que realiza Rugendas a la casa de Carmen Arriagada. Dicha estadía se caracterizó por la fuerte interacción que hubo entre Carmen Arriagada y Mauricio Rugendas, según Carmen Navarro: “mientras ella leía de sobremesa un libro en voz alta, él hacía dibujos sugeridos por la lectura o caricaturas” (Navarro citada en Pinochet de la Barra 1990: 207). La estructura de esta carta se caracteriza por datar los tristes y angustiosos sentimientos que surgen en su interior en el transcurso del primer día de ausencia de Rugendas, así la carta se fragmenta en cuatro partes, dependiendo del momento de la escritura. Lo importante es que Carmen Arriagada, en estos cuatro fragmentos, ante la ausencia de Rugendas, enuncia objetos con los cuales reemplaza la carne de éste, construyendo para sí el cuerpo deseado, ansioso de estos objetos metonimizados en la carne de Rugendas. Es por esto que Carmen Arriagada no duda en enunciar su angustia ante la ida de su amado: “Cómo pintarte el amargo dolor que oprimía el corazón de su infeliz amiga en el momento de darte el último adiós! No, moro, nunca podré; pero tú juzgarás por el tuyo, por el que leí en tus ojos. Ah! Tu última mirada me indicaba el pesar de tu alma y la mía” (Pinochet de la Barra 1990: 207). Y en reemplazo de este vacío besa y abraza, con absoluto deseo, la carta que Rugendas le entrega antes de irse: “Tu carta, que en el momento de entrar puse en mi pecho después de besarla mil veces, quedó así hasta pasado media hora […] Tú habías llorado sobre esta carta; besé con religiosa ternura la impresión de las lágrimas que el amor que me profesas te arrancó al darme las seguridades de él” (Pinochet de la Barra 1990: 208). Además de esta carta dada por Rugendas, el cuerpo deseante de ella se encarga de besar todos los objetos (lápices, fotos, sábanas) que le traigan recuerdos de la carne amada de Rugendas: “Como estuve enferma, gané la cama; me hice poner la almohada que tú usaste y, llorando, besaba el lugar donde tu querida cabeza ha reposado; no la quiero hacer cambiar de limpio, la conservaré por muchos días, todas las no-

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ches dormiré en ella y tendré sueños de amor” (Pinochet de la Barra 1990: 208). Carmen Arriagada, en este sentido, se enuncia nuevamente como un cuerpo deseante, descentrándose en su escritura del tópico de la escritora o intelectual latinoamericana romántica del siglo xix que se figura en “la trillada escena de la lectora acunando al niño” (Zanetti 2001: 291). Así, la sujeto del enunciado encuentra un refugio en la escritura, rebelándose a través de un actuar censurado por la sociedad chilena, recuperando la palabra, para construir un cuerpo que le es prohibido. En este punto, encontramos productivo relacionar esta construcción de la sujeto del enunciado con la sujeto de la enunciación (autora). Esta última, según los documentos históricos que manejamos en nuestro corpus10 y las mismas referencias que Carmen Arriagada hace de su vida “fuera de la escritura”, evidencian que nunca fue una mujer muy rebelde, comparada con las construcciones e ideas que realiza en sus cartas. Si bien participó y apoyó actividades culturales (periódicos, colegios de mujeres, teatros) siempre estuvo sometida a su marido, y su cuerpo siempre invadido de medicamentos, que nunca surtieron efecto: “No puedo hacerme ilusiones, ni los cáusticos ni las sanguijuelas repetidas ni otra porción de remedios me alivian de un modo que yo pudiera formar esperanza de sanar algún día” (Pinochet de la Barra 1990: 509). Carmen Arriagada acataba los saberes que le prescribían, mas es en la escritura, como hemos visto, cuando se reb(v)ela, instancia que, tal como sostiene Julia Kristeva, hace tambalear la cultura masculina que se impone a los cuerpos femeninos. La teórica sostiene frente a la escritura femenina lo siguiente: “la sexualidad femenina esta directamente asociada con la productividad poética, con los impulsos psicosomáticos que desbaratan la tiranía del significado unitario y el discurso logocéntrico” (citado en Selden 1987: 170). En conclusión, es esta sujeto “intermedia”, que se halla entre la sujeto autorial (sujeto de la enunciación) y su creación ficcional (sujeto del enunciado), la que representa los deseos no cumplidos de la sujeto que emite las cartas, quien tomando un discurso lleno de mandatos masculinos, logra desvincularse en parte de éstos, mediante la erotización con objetos a los cuales resignifica metonímicamente con el cuerpo siempre ausente de Mauricio Rugendas. 10

netti.

Específicamente, los aportes de Rafael Sagredo, Cristian Gazmuri y Susana Za-

FLUCTUACIONES CORPORALES

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IV Nuevas apreciaciones críticas y la escritura del xix

La posicionalidad del traductor en tres versiones al inglés de la novela AVES SIN NIDO de Clorinda Matto de Turner Fanny Arango-Keeth Mansfield University of Pennsylvania

Una de las disciplinas que más influye en la interdependencia textual y cultural es la traducción. El traductor, a pesar de los discursos teóricos e historiográficos sobre su invisibilidad (Venuti 19951), resulta ser un sujeto político que enfrenta el acto traductor desde su posicionalidad político-ideológica y cultural (Spivak 1993). Desde esta perspectiva (Niranjana 1992), el sujeto traductor puede contribuir a crear, fijar e incluso resemantizar la identidad de la alteridad cultural o crear versiones del colonizado o subalterno a partir de su práctica traductora. El objetivo de nuestra investigación será analizar tres traducciones al inglés de la primera novela indigenista de las Américas, Aves sin nido, escrita por la peruana Clorinda Matto de Turner en 1889. La primera versión corresponde a la traducción hecha por “la escritora educacionista” J. G. H. Hudson, que fue publicada en Londres, Inglaterra, en 19042. Existe una evidente distancia diacrónica entre la aparición de esta primera versión y la publicación más contemporánea de las otras dos ver-

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Venuti sostiene que la historia de la traducción en el mundo anglosajón se encuentra dominada por discursos sobre la invisibilidad del traductor: “The translator’s invisibility is thus a weird self-annihilation, a way of conceiving and practicing translation that undoubtedly reinforces its marginal status in Anglo-American culture” (1995: 8). 2 En Viaje de recreo, Matto de Turner nos revela la identidad de la primera traducción de Aves sin nido. A su paso por Londres, decide visitar al señor Thynne, editor de esta versión de la novela y comenta: “El día continúa triste y lluvioso. La cortina gris permanece extendida en contorno. Sin embargo, no contraría nuestros proyectos. Tenemos que visitar a Mr. Thynne, editor de la versión inglesa de Aves sin nido, hecha por la inteligente escritora educacionista Miss Hudson” (1909: 109).

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siones: Birds Without A Nest (1996), traducción enmendada de la primera de 1904 preparada por Naomi Lindstrom y Torn from the Nest (1999), traducción original de John H. R. Polt. El análisis comparativo de las tres versiones nos permitirá establecer la posicionalidad de los traductores a partir de la evaluación de sus intervenciones. Los críticos poscolonialistas como Edward Said, autor de Orientalismo (1978), Gayatri Spivak, autora del célebre artículo: “Can the Subaltern Speak?” (1985) y de un extraordinario capítulo, “The Politics of Translation”, en su libro Outside in the Teaching Machine (1993) y Homi Bhabha en The Location of Culture han planteado la necesidad de establecer la posicionalidad del sujeto del acto enunciativo, a fin de determinar su ubicación como sujeto en cuanto a su ideología y a su relación con su paradigma cultural y con la otredad. Los estudios de estos críticos poscolonialistas han permitido a los críticos de la traducción literaria utilizar dos términos que se encuentran estrechamente relacionados en cuanto a las representaciones de la otredad cultural. El primer término es “subalterno”, desarrollado por Spivak, y el segundo es “hibridación”, estudiado por Bhabha. Los dos términos resultan cruciales cuando estudiamos el circuito de producción y de publicación de traducciones (tirajes, editoriales, centros de traducción, etc.) entre lenguas y culturas diferentes3. Los textos que se traducen de los escritores minoritarios presentan, en la mayoría de los casos, una imbricación o combinación de rasgos lingüísticos y culturales de dos o más culturas. Spivak propone considerar la obra de estos escritores como objetos potenciales de traducción en la medida en que de sus textos se desprenden las voces resistentes que se oponen a la actitud colonial4. Desde una aproximación poscolonialista, planteamos que la 3 Es posible establecer que el circuito de traducción para los escritores latinoamericanos consagrados por la crítica literaria hegemónica es rápido y abarcador, mientras que para los escritores considerados “menores” o “subalternos” o “minorías” por la misma crítica hegemónica, el acceso a los circuitos de traducción y publicación en las lenguas de poder se encuentra limitado o es inexistente. Reflexionemos, por ejemplo, en la publicación simultánea en inglés y castellano de las últimas obras de Isabel Allende o de Mario Vargas Llosa o del mismo Gabriel García Márquez. 4 Spivak sostiene: “I remain interested in writers who are against the current, against the mainstream. I remain convinced that the interesting literary text might be precisely the text where you do not learn what the majority view of majority cultural representation or self-representation of a nation might be. The translator has to make herself, in the case of third world women writing, almost better equipped than the translator who is dealing with the Western European languages, because of the fact that there is so much of the old colonial attitude, slightly displaced, at work in the translation racket” (1993: 189).

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posicionalidad del traductor se entiende como un acto de ubicación ideológica, socio-histórica y cultural en relación con el ser y con la otredad representados en el texto original. Niranjana, en sus reflexiones sobre la traducción como acto de toma de conciencia, nos propone que observemos la práctica traductora como un acto político y nos advierte sobre los riesgos de creer en el iluso ideal clásico de la “fidelidad” que ha abundado en los discursos teóricos sobre la traducción5. Según esta traductora, gracias a las teorías postcolonialistas, se ha observado cómo el mundo occidental ha utilizado la traducción para volver “sujeto” a la otredad cultural. La traducción desde esta perspectiva ha servido para ‘fijar’ la identidad creada del subalterno. Sin embargo, añade, la traducción desde la perspectiva cultural que abordan los estudios poscoloniales es vista también como un acto de resistencia. Lynn Penrod sostiene que al traducir debemos “tomar una posición” con respecto a otras culturas y lenguas y que por lo tanto debemos mantenernos atentos sobre la naturaleza de tal posición (1993: 39). De igual modo, Peter Fawcett advierte que las discusiones sobre traducción e ideología no son nuevas y que siempre han permeado el discurso teórico e historiográfico de la traducción. Sin embargo, recomienda incluir el estudio de las intervenciones ajenas al traductor y a su práctica, como son los agentes institucionales encargados de generar o fijar cánones literarios, los circuitos de publicación de las traducciones (qué se traduce y qué se excluye), así como también las intervenciones de los ejes editoriales sobre los modos de generación de las traducciones (por ejemplo, omisión de secuencias textuales, adaptación cultural, hibridación de la traducción, etc.). El discurso teórico sobre la crítica de la traducción incluye hoy en día la observación de las condiciones globales en las que se produce

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Niranjana llama nuestra atención sobre las relaciones asimétricas de poder que la traducción como acto político refuerza: “Puesto que las prácticas de sujeción/subjetivización implícitas en la empresa colonial operan no solamente mediante la maquinaria coercitiva del estado imperial sino también mediante los discursos de la filosofía, historia, antropología, filología, lingüística e interpretación literaria, el “sujeto” colonial —construido mediante tecnologías o prácticas del poder/conocimiento— es moldeado dentro de múltiples discursos y en muchos lugares. Uno de esos lugares es la traducción. La traducción como práctica forma y moldea al sujeto colonial dentro de las relaciones asimétricas de poder que operan bajo el colonialismo” (1992: 1-2; la traducción es nuestra).

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todo acto de enunciación y por ende de comunicación. Mona Baker plantea que vivimos en una sociedad global en constante conflicto, un conflicto que se instala en nuestra consciencia y que nos manipula en términos de posicionalidad y ética y es en este contexto en el que la práctica de la traducción resulta crucial para las sociedades en conflicto para “legitimizar” sus versiones sobre cada conflicto (2006: 1). Para el análisis de las tres versiones al inglés de Aves sin nido, planteamos que todo ejercicio de posicionalidad del sujeto traductor es intencional y que se produce antes, durante y después del acto traductor en sí. En el estudio exploraremos la posicionalidad de los traductores que se evidencia en los textos traducidos y en sus discursos explícitos o implícitos en los que éstos explican sus decisiones traductoras. Al igual que en la crítica literaria6, observamos que en la crítica de la traducción, se ha producido constantemente una oscilación extrema en los discursos críticos sobre la posicionalidad del traductor y con ello, sobre su “visibilidad” como sujeto histórico y sobre su responsabilidad moral y ética en cuanto a su práctica traductora. Cada vez que realizamos la evalua-

6 En el caso de la crítica literaria, observamos, por ejemplo, el paso de una crítica concentrada en el sujeto de la enunciación, el autor, juzgada por muchos como atomista y subjetiva, a una crítica que recomienda —como en las propuestas de Roland Barthes y de Michael Foucault— concentrarse en el hecho literario y no en el sujeto biográfico que lo produjo. Esta controversia sobre la función y relación del autor con su obra se cierra con las proposiciones de estos críticos. Barthes declara la muerte del autor y con ello sugiere un nuevo concepto de literatura: un juego discursivo que llega a los límites de sus propias reglas, sin otro autor que el lector (scriptor), que es definido como un efecto del juego de la escritura que él mismo inicia. En el sentido bartheano, el crítico se beneficia de la separación de autor y texto, puesto que ello le otorga una autoridad interpretativa sobre la obra. Foucault escribe su artículo un año después que apareciera el artículo de Barthes y reactiva el problema del autor desde el punto de vista de los estructuralistas y de los historicistas para volver al concepto autor “una función cultural”. Foucault imagina, siguiendo a Barthes, qué pasaría si realmente el autor desapareciera como un imperativo literario ético. En primer lugar, no habría una garantía para la crítica ya que el vocabulario de acusación, defensa o juicio que la crítica desarrolla está basado en el sistema legal de la existencia de un autor el cual sirve de garantía para el meta-vocabulario del crítico. El nombre del autor vuelve al discurso una propiedad legal que apoya y es apoyado por discursos relativos a la libertad, los derechos, las obligaciones, los impedimentos, los castigos. El nombre del autor satura la red de relaciones legales que dan lugar a otros tantos discursos y a los procedimientos que se derivan de ellos. Todas estas ideas, en el caso del traductor, comienzan a ser revisadas en estudios como The Translator’s Invisibility de Lawrence Venuti y en colecciones como Nation, Language and the Ethics of Translation, editada por Sandra Bermann y Michael Wood.

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ción de una traducción hemos sido instruidos y entrenados para analizar el texto traducido como un resultado. A ello ha contribuido la falta de estudios mensurables sobre los protocolos de traducción que se diseñan con el propósito de sistematizar y cuantificar los datos tanto sobre el “hacer-traductor” como sobre el “saber-hacer traductor”. Ahora, en una sociedad global que tiende a homogenizar la información, no podemos dejar de pensar en la posicionalidad del traductor como sujeto visible, es decir, como actor político, socio-histórico y cultural. Considerando que Aves sin nido fue publicada en 1889, que causó un gran revuelo y rechazo en la sociedad patriarcal peruana del siglo xix, puesto que ponía en tela de juicio la eficacia de los aparatos ideológicos del Estado, y que además causó la excomunión de su autora y su sanción pública, ¿qué aspectos hacen que esta novela adquiera un carácter trascendente y que se constituya en los siglos xx y xxi en un texto canónico de la literatura peruana y latinoamericana? La novela es publicada diez años después de la guerra con Chile. En esta década se suceden diversos regímenes de gobierno en el Perú, desde democráticos hasta dictatoriales. Los contratos de explotación del salitre y guano con las casas comerciales inglesas no produjeron la estabilidad económica necesaria para la recuperación nacional y los conflictos de raza, etnia y clase oprimieron a los sectores desprotegidos por el Estado peruano, centralista y hegemónico. La novela de Matto de Turner propone una “fotografía” de la dramática realidad republicana en la que destacan tres configuraciones temáticas, entre otras: (1) la representación de la cultura quechua; (2) la inscripción de una identidad revolucionaria para la mujer dentro de la sociedad patriarcal del Perú del siglo xix y (3) la representación de la modernidad. Al revisar la estructura de la novela, encontramos en la disposición gráfica de la misma que va precedida y clausurada por dos intertextos. El primero, resulta ser el proemio de la obra y el segundo, un glosario bilingüe de términos en quechua con sus definiciones en castellano. En el proemio, la escritora cuzqueña establece su posicionalidad como sujeto histórico, puesto que en él nos advierte que la novela cumple un propósito de transformación social: Si la historia es el espejo donde las generaciones por venir han de contemplar la imagen de las generaciones que fueron, la novela tiene que ser la fotografía que estereotipe los vicios y las virtudes de un pueblo, con la consiguiente moraleja correctiva para aquéllos y el homenaje de admiración para éstas.

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Es tal, por esto, la importancia de la novela de costumbres, que en sus hojas contiene muchas veces el secreto de la reforma de algunos tipos, cuando no su extinción (3)7.

Como sujeto histórico, Matto de Turner se identifica con la cultura andina y al igual que Manuel González Prada, denuncia la corrupción de las autoridades e instituciones que forman los aparatos ideológicos del Estado8, cuyas figuras de poder se constituyen en los agentes de opresión y de exploración del indígena: Amo con amor de ternura a la raza indígena, por lo mismo que he observado de cerca sus costumbres, encantadoras por su sencillez, y la abyección a que someten esa raza aquellos mandones de villorrio, que, si varían de nombre, no degeneran siquiera del epíteto de tiranos. No otra cosa son, en lo general, los curas, gobernadores, caciques y alcaldes. Llevada por este cariño, he observado durante quince años multitud de episodios que, a realizarse en Suiza, la Provenza o la Saboya, tendrían su cantor, su novelista o su historiador que los inmortalizase con la lira o la pluma, pero que, en lo apartado de mi patria, apenas alcanzan el descolorido lápiz de una hermana (3).

Aparte de Matto de Turner, fueron pocos los escritores peruanos del siglo xix que se interesaron en representar la verdadera situación del habitante quechua. Pocos fueron también los escritores de la época interesados en pronunciarse públicamente sobre el centralismo y sobre la necesidad de fundar una verdadera “literatura peruana” como lo hace la novelista en el proemio de su obra: Repito que al someter mi obra al fallo del lector, hágolo con la esperanza de que ese fallo sea la idea de mejorar la condición de los pueblos chicos

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Para este estudio hemos utilizado la primera edición de la novela publicada en Lima en 1889 y la edición de la Biblioteca Ayacucho de 1973. Las citas provienen de la edición de la Biblioteca Ayacucho. 8 En este sentido, la escritora sigue la denuncia de Manuel González Prada que en su discurso en el teatro Politeama en 1888 denuncia a “la trinidad embrutecedora del indio”: “A vosotros, maestros de escuela, toca galvanizar una raza que se adormece bajo la tiranía del juez de paz, del gobernador i del cura, esa trinidad embrutecedora del indio. Cuando tengamos pueblo sin espíritu de servidumbre, i militares i políticos a la altura del siglo, recuperaremos Arica i Tacna, i entonces i sólo entonces marcharemos sobre Iquique i Tarapacá, daremos el golpe decisivo, primero i último” (1985: 2).

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del Perú; y [724] aun cuando no fuese otra cosa que la simple conmiseración, la autora de estas páginas habrá conseguido su propósito, recordando que en el país existen hermanos que sufren, explotados en la noche de la ignorancia, martirizados en esas tinieblas que piden luz; señalando puntos de no escasa importancia para los progresos nacionales y haciendo, a la vez, literatura peruana (4).

Fue recién en el siglo xx cuando Aves sin nido se inserta en el canon literario peruano y latinoamericano. Hoy en día resulta ser una de las lecturas canónicas de los programas de literatura latinoamericana y de estudios latinoamericanos en los circuitos académicos anglosajones y también, se encuentra incluida como ejemplo de literatura de resistencia y subversión en los programas de estudio interdisciplinarios con énfasis en la historia, la antropología social y el feminismo, entre otros. Con respecto a nuestro universo de estudio, incluimos la novela con sus dos intertextos, así como también las tres versiones al inglés de la misma. La primera, la traducción de J. G. H. Hudson, Birds Without a Nest. A Story of Indian Life and Priestly Oppression in Peru, publicada en Londres en 1904. La segunda, la versión enmendada de esta traducción realizada por Naomi Lindstrom9, publicada en la serie panamericana de la editorial de la Universidad de Texas en Austin, en 1996. Y la tercera, la traducción de John H. R. Polt10, Torn from the Nest, publicada en la serie de la biblioteca latinoamericana de Oxford University Press en Nueva York, en 1998, que incluye un prólogo escrito por Antonio Cornejo Polar.

9 Naomi Lindstrom es profesora de Literatura Latinoamericana y directora del programa graduado de español en la Universidad de Texas en Austin. Además de esta traducción, ha publicado otras como Hogueras/Bonfires (1991), la traducción para Women of Smoke (1988). Sus dos últimos libros sobre crítica literaria son The Social Conscience of Latin American Writing (1998) y Early Spanish American Narrative (2004). También ha preparado reseñas críticas sobre traducciones de literatura latinoamericana al inglés, como es el caso de Piano Stories de Felisberto Hernández, libro traducido por Luis Harss. 10 John H. R. Polt es profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley. Además de crítico literario, Polt ha publicado traducciones como The Complete Stories de Calvert Casey (1998); Zaldivar and the Cattle of Cibola (1999); Times gone by; y The Mission of the Mestizo de José Vasconcelos.

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En lo que se refiere a la intencionalidad de las tres traducciones, observamos que el objetivo en el caso de la primera traducción fue mostrar la corrupción del clero católico para justificar la presencia y la acción del clero protestante en América Latina11. En los otros dos casos el objetivo de traducción se concentra en torno a tres ejes: la presentación de la diferencia cultural, el enmarcamiento del género y la documentación socio-histórica que se desprende de la novela. Para el análisis, aplicaremos los criterios provenientes de las teorías poscolonialistas sobre la identidad y la representación del subalterno y un modelo semiótico a partir del cual examinaremos el discurso teórico explícito o implícito sobre la traducción y las decisiones de los traductores, observables en sus versiones. Con la finalidad de organizar el escrutinio de las versiones, utilizaremos tres conceptos operacionales: el “saber traductor”, el “hacer-traductor” y el “saber-hacer traductor”12.

11 Las organizaciones protestantes Sociedad Bíblica Británica y Sociedad Bíblica Americana comienzan a tener una presencia más notoria en los países sudamericanos una vez éstos van consolidando su independencia de España. 12 Hemos propuesto estos tres conceptos con sus definiciones y con la aplicación de los mismos en el artículo “Algunos criterios utilizados en la traducción de etnoliteratura” (1996). En este artículo analizamos algunos de los criterios generalmente utilizados para la traducción de discursos etnoliterarios en los que se observa un alto grado de figurativización, de simbolización. El “saber traductor” comprende el conocimiento de orden teórico sobre la traducción como disciplina o ciencia. Por lo general, es de orden prescriptivo y se encuentra en los libros, artículos y manuales sobre teoría de la traducción. El “hacer traductor” corresponde al conocimiento de orden empírico sobre la traducción que proviene de la actividad práctica del traductor. Este conocimiento puede ser co-enunciado en forma implícita en la reconstrucción o explicación de las decisiones de traducción, observables en la manifestación del discurso de llegada, comparando y contrastando el discurso de partida con el discurso de llegada, o también puede ser co-enunciado en forma explícita en los prólogos, notas de traductor, vocabularios y comentarios, con los que el traductor, advierte al destinatario del texto sobre sus decisiones de traducción. En el “saber-hacer traductor” se combinan un conocimiento a priori de carácter teórico sobre la traducción que proviene de las teorías de la traducción, y, por otra parte, de las teorías del lenguaje (i. e. la lingüística) o de las ciencias sociales (i. e. estudios culturales, antropología, historia) en las que el estudio de las formas discursivas propias de cierta comunidad ancestral sea parte de su objeto de conocimiento disciplinario. El fenómeno puede ser estudiado tanto en los metatextos como en los prólogos, prefacios, introducciones o palabras previas que anteceden o clausuran un discurso en traducción como en su traducción misma y en otros metatextos como lo son las notas y comentarios dentro del texto traducido que acompañan la actividad práctica de traducción.

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Nuestro corpus de estudio quedó conformado por treinta y seis secuencias discursivas13 de las cuales sólo analizaremos seis. El criterio fundamental para la selección de tres de estas seis muestras, ha sido la representatividad de las mismas en términos de poder observar el “saber-traductor”, el “hacer-traductor” y el “saber-hacer traductor”. Estas tres muestras se relacionan con la traducción del título de la novela, la inclusión de los intertextos presentes en la obra original y la explicación que cada traductor proporciona sobre su práctica traductora. Las tres muestras restantes representan las tres configuraciones temáticas más representativas que funcionan como ejes sobre los cuales Matto de Turner construye la novela: la identidad de género, la representación del indígena y la figurativización de la modernidad. La traducción del título se constituye en la primera secuencia de análisis. En el caso de la primera traducción, J. G. Hudson practica una adición semántica que expande el título original y que expresa la intencionalidad de resaltar los agentes de opresión del indígena representados en la novela: Birds Without a Nest. A Story of Indian Life and Priestly Oppression in Peru. Con esta adición, la posicionalidad del traductor revela que su acto traductor no sólo tiene la intención de ofrecer la novela a un lector en inglés, sino que además enfatiza una crítica religiosa. Esta intencionalidad explícita en la decisión traductora entra en relación directa con la dedicatoria que la traductora incluye en la novela: “To the Memory of Albert Merriam Hudson, [w] ho was ever the loyal friend and staunch defender of the oppressed and downtrodden, this work is lovingly dedicated by the translator”. Otro indicador resulta ser el prefacio a esta primera edición al inglés, escrito por Andrew M. Milne, agente de la American Bible Society para las repúblicas de Argentina, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. Milne señala las razones por las que escribe el prólogo a la versión inglesa: (1) su simpatía por todo intento de mejorar la situación del indígena, (2) su amistad con Matto de Turner a quien también la Sociedad Bíblica Americana le encarga la traducción de los Evangelios al quechua y (3) los hechos en la novela que no escapan de la realidad que conoce en Perú, Ecuador y Bolivia, país este último donde en esos momentos se construía una “misión quechua”, auspiciada por dicha sociedad

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Algirdas Julien Greimas y Joseph Courtés definen la secuencia como la extracción de un volumen arbitrario de sentido de un discurso (1982: 347).

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(“Preface”, Birds Without A Nest. A Story of Indian Life and Priestly Opression in Peru, pp. vii, viii). En el caso de la traducción enmendada por Lindstrom, constatamos que la traductora utiliza una omisión para mantener el título original de la novela: Birds Without a Nest. A Novel y con ello neutraliza la intencionalidad del título de la versión de 1904. Mientras tanto, la propuesta de Polt, Torn from the Nest, resulta ser una modificación con un énfasis lírico que simboliza el contexto de violencia física y psicológica que se desprende de la lectura de la novela. En nuestra opinión, Torn from the Nest produce una alteración de los significados de orden simbólico sugeridos en Aves sin nido. En cuanto a la traducción de los intertextos, la primera edición de Aves sin nido presenta dos textos capitales que entran en relación directa de intertextualidad con la novela en sí. Los dos textos son escritos por Matto de Turner. El primero es el “Proemio” y el segundo es el glosario bilingüe quechua-castellano: “Palabras que deben conocerse antes de leer este libro”. El “Proemio” es un discurso programático, mientras que el segundo resulta ser una herramienta de lectura para facilitar la comprensión de los términos en quechua insertados por la autora en la novela. En la versión Birds Without a Nest de Hudson (1904), ambos textos han sido suprimidos. Lindstrom, en la versión enmendada de 1996 reinserta el “Proemio” como “Author’s Preface” (1-2) y vuelve a suprimir el glosario. En Torn from the Nest (1998), Polt incluye la traducción del “Proemio” también como “Author’s Preface” (3-4), pero excluye el glosario bilingüe. Estas supresiones provienen de la posicionalidad de los traductores con respecto a “qué se traduce” y “qué no se traduce”. En otras palabras, se produce un juicio de valor a partir del cual los traductores se convierten también en editores de la novela en sus versiones al inglés. Ninguno de los tres explica las razones por las que practican esas supresiones de los intertextos. Con respecto a la organización de la novela, Hudson no sólo suprime pasajes y hasta un capítulo completo de la novela, sino que además reordena los capítulos y les asigna un título que no está presente en la edición original. Matto de Turner organiza su novela en dos partes: parte I y parte II. La primera parte consta de 26 capítulos señalados con números romanos, la segunda de 32 señalados de la misma manera. Para la versión de 1904, Hudson incluye un título para cada capítulo que funciona como un indicio temático (“The Journey”) y además indica el número del capítulo (XXV) que no necesariamente corres-

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ponde con el capítulo de la edición original. En el caso de la versión de Lindstrom, la traductora informa al lector en su introducción que ha restaurado los capítulos suprimidos por Hudson y que ha incluido sus propias traducciones. Mantiene también los títulos que preceden cada capítulo y cambia la numeración de los capítulos en la segunda parte, comenzando con el capítulo 5514. En su versión, Polt sigue la misma organización de la novela original, cambiando la numeración de los capítulos de números romanos a arábigos. En la tercera secuencia discursiva analizamos la justificación de las decisiones de traducción, presentes en las introducciones, prólogos o notas de las versiones al inglés15. Al hacerlo, constatamos que el metadiscurso teórico y explicativo de la traducción es limitado en las tres traducciones. La versión de Hudson de 1904 no presenta ninguna reflexión sobre las decisiones de traducción tomadas por el traductor. Lindstrom, en su presentación de la versión corregida, efectúa un análisis detallado de la novela, destacando las configuraciones temáticas centrales en torno a las cuales gira la obra con la finalidad de resaltar su importancia y su reinserción en los circuitos de lectura del canon contemporáneo. Este tipo de análisis se extiende y debido a ello, limita la explicación sobre las decisiones de traducción tomadas. Se nota con claridad la posición de la traductora/revisora en cuanto a enfatizar la importancia del sujeto biográfico, Matto de Turner, a quien describe como precursora del feminismo en el Perú. Del mismo modo hace hincapié en la calidad “indigenista” de la novela al comparar su alcance con el de la también novela precursora del indigenismo mexicano Balún-Canán (1957) de Rosario Castellanos. Con esta comparación subraya la proximidad y la identificación cultural que estas dos escritoras mantuvieron con las culturas ancestrales de sus respectivos países:

14 Lindstrom explica que para tomar decisiones con respecto a la organización de la novela en su traducción, ha utilizado las ediciones de Casa de las Américas de 1974, la de Las Américas Publishing Company of New York de 1968 y la de Félix Lajouans de Buenos Aires, publicada en 1889. No incluye la primera edición publicada en Lima en la Imprenta del Universo de Carlos Prince en 1889. 15 Niranjana cuestiona los límites del discurso empírico sobre el “hacer-traductor” que aparecen en los prólogos, presentaciones o prefacios con los que el sujeto traductor acompaña sus versiones de traducción: “[c]asi todas las especulaciones sobre traducción se encuentran en los prefacios que los traductores escriben para textos específicos. En estos textos el tono que adoptan va de lo apologético hasta lo agresivamente prescriptivo” (1992: 49; la traducción es nuestra).

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Birds without a Nest is valued and above all as a source of historical and cultural knowledge, the focus of the present foreword. Its novelistic construction has frequently been singled out for its flaws, while only the most negative critic would deny social and historical significance of Birds without a Nest ands its value for students on progressive thought concerning native peoples and women (Birds without a Nest, p. vii).

Lindstrom no ahonda en los juicios críticos sobre la traducción de Hudson pues prefiere explicar las decisiones de traducción tomadas por ella. Señala que la versión de Hudson presenta significativas intervenciones en la reescritura16 de la novela, tales como supresiones, adiciones, reorganización y renumeración de los capítulos. También destaca los aciertos y desaciertos de la versión de 1904. Entre los aciertos destaca el registro lingüístico y el estilo de inglés victoriano utilizado en la traducción: When the translation is examined against the original, it is immediately evident that J.G.H. possessed an excellent knowledge of Spanish, including terms specific to the Andean region. J.G.H.’s English exhibits an elevated Victorian style well suited to the high register that Matto favored (xvii).

De igual modo examina sus desaciertos, estableciendo un juicio de valor en el que se observa el conocimiento de planteamientos teóricos contemporáneos sobre la traducción cuando comenta sobre la censura y omisión de segmentos descriptivos de la novela relacionados con la sexualidad y con la violencia: “[d]espite these virtues, J.G.H. took, on occasion, what today be considered unacceptable license with the original text, bowdlerizing it as well as translating it” (“Foreword”, p. xvii). Sin embargo, la traductora avala hasta cierto punto estas decisiones cuando establece que las descripciones suprimidas por Hudson no “sacrifican” la “sustancia semántica de la novela”. Cabe recordar que toda descripción organiza el efecto de sentido-realidad (Barthes 1977) y constituye el anclaje socio-histórico y cultural que, desde una perspectiva semiótica, nos permite analizar los procedimientos de discursivización: actores, espacio y tiempo para estudiar las marcas que refieren a un determinado episteme (Greimas 1993). Las supresiones

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Utilizamos este término siguiendo la definición propuesta por Matei Calinescu (1997).

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de secuencias descriptivas pueden modificar las marcas de la episteme mostrada en la novela. En la versión de Polt, Torn from the nest, la explicación sobre el “hacer-traductor” es mínima y de corte anecdótico, sin hacer explícitos los logros de la novela que ameritan al menos su nueva traducción: In translating this novel I have received help from my friend and colleague at Berkeley, the late Antonio Cornejo Polar, editor of this volume, Cristina Enríquez de Salamanca (Barcelona), Susan Kirkpatrick (University of California, San Diego), Naomi Lindstrom (a colleague at the University of Texas in Austin who has published an emended version of the 1904 translation, Birds without a Nest), and, above all, Beverly Hastings Polt, my wife, always a source of useful criticism and information. Such blunders and infelicities as may mar these pages I achieved on my own (Torn from the Nest, p. xi).

Polt no sólo traduce la novela sino que además traduce la introducción a la obra escrita por Cornejo Polar; a la vez, se debe considerar que el objetivo de la serie Library of Latin America en la que se publica esta versión al inglés es “traducir obras latinoamericanas importantes del siglo xix que no han sido ignoradas en el mundo de habla inglesa”17 (Jean Franco y Richard Graham, “Series Editors’General Introduction”, p. vii). En lo que se relaciona con la construcción de la identidad genérica en las relaciones entre los actores sociales, analicemos las relaciones de género entre dos de los personajes femeninos más representativos de la novela. La configuración temática que corresponde a la construcción de la identidad del sujeto femenino nos muestra una hermandad de mujeres que, a pesar de ser diversas, provenientes de culturas y de clases diferentes, cumplen roles revolucionarios y transformadores de su realidad. En particular, observemos la relación entre Lucía, la señora de la “casa blanca”, con Marcela, la mujer quechua, esposa de Juan Yupanqui y madre de Margarita y de Rosalía. Para ello, analizaremos la presencia de la invocación ¡niñay! con la que Marcela se dirige desde el principio de la novela a Lucía y que para esta secuencia de análisis extraeremos del capítulo 23:

17 Peluffo, en su reseña de la traducción de Polt, coincide con esta idea cuando plantea que esta nueva traducción permitirá la difusión de la novela fuera de los circuitos de la historia literaria de Latinoamérica (2001: 188).

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Ésta se encontraba medio sentada, apoyada en varios almohadones de cotí rosado. Al ver a Lucía se le llenaron los ojos de lágrimas, y con voz desfalleciente y entrecortada, exclamó: —¡Niñay... voy a... morirme...! ¡Ay...! ¡Mis hijas...! ¡Palomas sin nido... sin árbol... y sin... madre...! ¡Ay! —¡Pobre Marcela, estás muy débil, no te agites! No quiero ahora repetirte discursos para probarte los misterios de Dios, pero tú eres buena, tú... eres cristiana —dijo Lucía arreglando las cobijas de la cama un tanto rodadas. —¡Sí... niñay...! —¡Si te ha llegado tu hora, Marcela, parte tranquila! ¡Tus hijas no son las aves sin nido; ésta es su casa; yo seré su madre...! (61).

En el glosario de la edición original encontramos que Matto de Turner define “niña” como “sinónimo de señorita de alta clase” y niñay como “idem, equivale a mi niña”. En el contexto en que se utiliza el semema niñay descubrimos una relación de identificación genérica, además de la afectiva que ya existía entre Lucía y la agonizante Marcela. En el caso de las traducciones, tanto Hudson como Lindstrom anulan este rasgo de identificación genérica y de afectividad al omitir el semema con el diminutivo en quechua y al sustituirlo por “Señora Lucía”, creando una distancia social y afectiva entre las dos mujeres que no se co-enuncia en la lectura del texto original. Polt, de otro lado, mantiene el semema en cuestión; sin embargo deconstruye el referente simbólico que relaciona esta secuencia textual con el título de la obra, como ya hemos explicado con anterioridad. En esta unidad textual, existe además una transferencia de roles genéricos que borra toda posible distancia entre las clases sociales a las que pertenece cada una de las mujeres. Marcela, la madre quechua agonizante, le pide a Lucía, la misti, que cuide a sus dos hijas como si fuera su madre. Lucía acepta este pedido. Constatemos estas afirmaciones en las traducciones (véase Tabla 1). Con respecto a la inscripción de la cultura quechua en la novela, la escritora cuzqueña introduce palabras en quechua para otorgarle voz a la otredad cultural y para señalar objetos y productos culturales que sólo existen en dicha cultura, con la finalidad de crear también el efecto de sentido de realidad. Observemos la posicionalidad con la que los traductores enfrentan el desafío de introducir una segunda lengua en sus versiones al inglés. Las palabras en quechua se encuentran pre-

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TABLA 1 VERSIÓN 1 (1904)

VERSIÓN 2 [ENMENDADA] (1996)

A SECRET REVEALED Chapter XXIII

23 A SECRET REVEALED

[…] She found Marcela in a half sitting position, propped up by pillows. On seeing Lucia, Marcela’s eyes filled with tears, and in a broken, trembling voice, she exclaimed: “Señora Lucia, I am dying! Alas! my daughters! …Doves without a nest… without a tree to shelter them… without a mother. Alas, alas.” “Poor Marcela, you are weak; do not agitate yourself; I will not preach to you, to try to prove or explain the mysteries of God, but you are good, you are Christian,” said Lucia, arranging the covers of the bed, slightly disordered. “Yes, Señora.” “If your hour has come, Marcela, go calmly! Your daughters are not birds without a nest; this is their home, and I will be their mother” (103-104).

[…] She found Marcela in a half sitting position, propped up by pillows. On seeing Lucia, Marcela’s eyes filled with tears, and in a broken, trembling voice, she exclaimed: “Señora Lucia, I am dying! Alas! My daughters!…Doves without a nest… without a tree to shelter them…without a mother. Alas, alas.” “Poor Marcela, you are weak; do not agitate yourself; I will not preach to you, to try to prove or explain the mysteries of God, but you are good, you are Christian,” said Lucia, arranging the covers of the bed, slightly disordered. “Yes, Señora.” “If your hour has come, Marcela, go calmly! Your daughters are not birds without a nest; this is their home, and I will be their mother” (66).

VERSIÓN 3 (1998) 23 […] Marcela was half raised in her bed, resting against several pillows covered in pink. When she saw Lucía her eyes brimmed over with tears. And in a weak and hesitating voice she exclaimed, “Niñay! … I’m going to die!... Ay!… My daughters!… Poor doves torn from the nest!… from their tree!… from their mother!… Ay!” “Try to be calm, poor Marcela; you’re very weak! I won’t lecture you about God’s mysterious ways; but you’re good, you…are a Christian,” Lucía said, rearranging the covers that were slipping off the bed. “Yes, niñay!” “If your time has come, Marcela, go in peace! Even if your daughters are torn from their nest, their new nest shall be here, and I shall be their mother” (65-66).

sentes en secuencias que ostentan un discurso altamente descriptivo, como es el caso del capítulo II de la primera parte de la edición original, capítulo en el cual la voz narrativa describe exhaustivamente la figura del personaje quechua Juan Yupanqui: En aquella mañana descrita, cuando recién se levantaba el sol de su tenebroso lecho, haciendo brincar, a su vez, al ave y a la flor, para saludarle

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con el vasallaje de su amor y gratitud, cruzaba la plaza un labrador arreando su yunta de bueyes, cargado de los arreos de labranza y la provisión alimenticia del día. Un yugo, una picana y una coyunta de cuero para el trabajo, la tradicional chuspa tejida de colores, con las hojas de coca y los bollos de llipta para el desayuno (6).

En el texto original el semema chuspa resaltado en letra cursiva, a pesar de estar en quechua, enmarca su referente semántico con la ampliación “tejida de colores” que añade la autora. Además, Matto de Turner confirma el significado de este semema en el glosario al final de la novela. En él, define chuspa como “bolsón de lana tejido, que los indios llevan pendiente del cinturón y sirve para guardar la coca” (“Palabras que deben conocerse antes de leer este libro”, pp. 163-64). En el caso de la traducción de Hudson, el semema en lugar de ir en cursiva como en el texto original, se encuentra resaltado entre comillas y la traductora lo expande con una explicitación: “or bag of woven wool of various colours” (13). Lindstrom mantiene la traducción de Hudson; sólo modifica el formato de la letra y restaura la cursiva con la que el término queda resaltado en el texto original. Polt utiliza la misma técnica de explicitación, en este caso la definición antecede al semema chuspa. En el caso del semema llipta, Hudson y Lindstrom anteceden la frase “cakes of” llipta que no aparece en el original y Polt selecciona el semema “balls of” llipta, añadiendo además una nota a pie de página en la que construye su propia definición del término, sobretraducción que puede resultar innecesaria y que además no corresponde a la definición que la propia autora incluyera en el glosario original: “preparación estimulante de lejía y salitre que los indios mascan con la coca” (163). Pareciera que la posicionalidad de los tres traductores consiste en saturar los sememas en quechua con ampliaciones para facilitar la coenunciación de sus lectores. Sin embargo, recordemos que en la novela original, Matto de Turner utiliza los sememas en quechua sin agregar sus definiciones, pues éstas se encuentran en el glosario que acompaña la novela. Contrastemos las versiones en las que hemos resaltado tanto el lexema chuspa como llipta en negritas (véase Tabla 2). En su prólogo a la edición de Aves sin nido de la editorial Ayacucho, Cornejo Polar reconoce que “buena parte de la literatura hispanoamericana de finales del siglo xix puede leerse como una reflexión sobre la modernidad” (ix). De igual modo sostiene que tanto el periodismo como la novela moderna son dos “vehículos” de la modernidad

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TABLA 2 VERSIÓN 1 (1904)

VERSIÓN 2 [ENMENDADA] (1996)

VERSIÓN 3 (1998)

II

2 The Yupanqui Family

2

On that morning which we have described, when the sun, recently risen from his dark couch, called bird and flower to spring up to salute him with their homage of love and gratitude, a labourer crossed the plaza, guiding his yoke of oxen laden with the implements of husbandry for the day; the traditional “chuspa,” or bag of woven wool of various colours, fastened to the belt containing the “coca” leaves and cakes of “llipta” for his lunch (13).

On that morning which we have described, when the sun, recently risen from his dark couch, called bird and flower to spring up to salute him with their homage of love and gratitude, a labourer crossed the plaza, guiding his yoke of oxen laden with the implements of husbandry, a yoke, a goad and leathern straps for work, and the provisions of the day; the traditional chuspa, or bag of woven wool of various colours, fastened to the belt containing the coca leaves and cakes of llipta for his lunch (6).

No sooner had the sun, on that day, risen from its dusky bed while birds and flowers leapt to meet it, bearing the homage of their love and gratitude, than a peasant, carrying his implements and his food for the day, drove his pair of oxen across the square. A goad and a yoke with its leather straps would serve for his work; and the traditional brightly woven pouch or chuspa, holding coca leaves and balls of llipta1 would provide his breakfast (8). 1

Llipta, a mixture of quinoa ashes and mashed potato, for chewing with coca leaves (8).

y contextualiza la obra de Matto de Turner como producto de ambos haceres en la medida en que, paralela a la invención y escritura de Aves sin nido, la escritora cuzqueña se desempeñaba como editora/redactora del periódico El Perú Ilustrado. A la vez, reconoce que la novelista se percibe como agente de transformación socio-histórica y cultural frente a la situación de “vencida” en la que se encuentra la república peruana después de la Guerra del Pacífico: [C]uando Matto enfrenta la escritura de Aves sin nido conoce por experiencia directa, de un lado, la realidad andina y en especial la situación del indio en las serranías del sur, pero también, de otro lado, los requeri-

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mientos de la modernidad; y en ambos están vigentes las necesidades de cambio social surgidas luego de la reveladora derrota del 79 (xii).

Matto de Turner se inscribe como mujer escritora y visionaria y sujeto histórico frente a la modernidad. Seguidora de las propuestas reformistas de González Prada, a quien además dedica la novela, expone y argumenta la necesidad de modernizar el Perú y de evitar el centralismo que ha separado y todavía separa Lima del resto del Perú en los editoriales que escribiera para El Perú Ilustrado. Para ello apoya insistentemente el desarrollo de las ciudades y del transporte ferroviario que en su visión del progreso servirían para promover la descentralización del país18. No resulta extraño entonces que la escritora incluyera todo un segmento en la novela en el que se presenta el transporte de Fernando y Lucía Marín con Margarita y Rosalía (las hijas de Juan y Martina Yupanqui) hacia la “segunda ciudad del país” en un ferrocarril, y luego otro capítulo en el que se produce un accidente ferroviario en camino a la gran ciudad. Críticos como el propio Cornejo Polar consideran que este último episodio es expletivo en cuanto a la estructura de la novela. Hudson resume el capítulo y suprime toda la descripción del accidente del tren en la que Matto de Turner muestra tanto una crítica sobre la presencia del “otro”, en este caso el conductor del tren —un “gringo” llamado Mr. Wilson—, como también incluye una descripción sobre los cuerpos sangrando debido a la colisión. Lindstrom, a pesar de compartir hasta cierto punto la opinión de Cornejo Polar, restaura el capítulo en su integridad en su traducción enmendada. Con ello, reconoce la importancia inter y metatextual del texto suprimido, es decir, como figura de una configuración temática a partir de la cual Matto de Turner construye la modernidad dentro de su obra. Polt mantiene una traducción más cercana al texto original, hasta el mo-

18 Por ejemplo, leamos parte del editorial en el que Matto de Turner plantea la necesidad de conectar a la Amazonía peruana vía el ferrocarril: “La presencia de la locomotora en las regiones que baña el Amazonas, sería la realidad de las ilusiones que mantienen en su corazón los peruanos que verdaderamente aman a su patria y anhelan para ella todos los adelantos modernos mediante el ensanche de sus vías de comunicación y la multiplicidad de los centros de industria”. También evalúa la importancia de construir una carretera interoceánica para favorecer el comercio intercontinental (“Editorial”, El Perú Ilustrado, 11 de octubre de 1890, p. 878).

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mento en que la secuencia final del mismo capítulo, cuando los pasajeros avizoran la ciudad, nombra a la misma con el topónimo “Arequipa”, topónimo que puede estar implícito pero no se encuentra en el texto original. Debemos recordar que el proemio a su novela, Matto de Turner advierte que ésta se constituye en una fotografía, en una copia de la realidad, pero a la vez aclara que trata de cambiar los referentes reales para evitar una particularización que limite el impacto de la novela. Con su adición semántica, Polt muestra hasta cierto punto su intencionalidad de “reescribir” la novela en su traducción y con ello “reterritorializar” el texto original. Contrastemos la última parte del capítulo XXVIII del texto origen con las tres versiones meta: Al poco momento los viajeros señalaban por las rotas ventanillas un punto blanco en medio de un panorama de verdor vivo y alegre. —¡La ciudad! —exclamaron varios. Y el silbato volvió a gritar, como el animal aguijoneado por un arma punzante. —¡Qué hermosa campiña! ¡Qué linda ciudad! —dijo Lucía asomando más la cabeza a las ventanillas. —Parece una paloma blanca reposando en su nido de sauces y moreras —agregó el señor Marín, a quien preguntó su esposa: —Fernando, ¿es la segunda ciudad del Perú? ¿Qué tales serán sus habitantes? —Sí, hija, la segunda; y su belleza sólo es comparable con la bondad de sus hijas; gozarás mucho durante los días que hemos de quedarnos —contestó don Fernando (153) (véase Tabla 3).

Las supresiones y la sobretraducción evidencian la posicionalidad de cada uno de los traductores con respecto a la valoración de la obra. En la versión de Hudson, el análisis de su “hacer-traductor” puede indicar que efectuó la traducción con un objetivo religioso y desde una posicionalidad censora. La reinserción de los textos suprimidos en la versión de Lindstrom evidencia que su “saber-hacer traductor” se encuentra ahormado por las teorías contemporáneas sobre la traducción que maneja la crítica y traductora; sin embargo, su posicionalidad es conservadora en cuanto a cambios necesarios y más drásticos en la traducción enmendada. De otro lado, Polt reescribe y reterritorializa el texto original. Se observa en su “hacer-traductor” un deliberado intento de modificar la novela original.

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TABLA 3 VERSIÓN 1 (1904)

VERSIÓN 2 [ENMENDADA] (1996)

VERSIÓN 3 (1998)

[…] Presently the white towers of the city came in sight. “What a beautiful sight! What a lovely country!” said Lucia. “It looks like a white dove in its nest among the willows. What are the people like, Fernando?” “The beauty of the city can only be compared to the kindness of its daughters. You will enjoy our stay greatly”, replied her husband (227).

[…] Presently the travelers were pointing out, through the broken window panes, a white spot in the midst of a great sweep of lively, merry green. “The city!” several exclaimed. And the whistle sounded again, like an animal impaled by a piercing weapon. “What a beautiful countryside! What a lovely city!” said Lucia, stretching her head farther out the window? “It looks like a white dove in its nest among the willows,” added Señor Marin. His wife asked him: “Fernando, is it the second city in Peru? What are its people like? “Yes, my dear, the second. The beauty of the city can only be compared to the kindness of its daughters. You will enjoy our stay greatly,” replied her husband (170).

Soon the voyagers were pointing through the broken windows at a white spot in the middle of a cheerful bright green panorama. “Arequipa!” some exclaimed. And the whistle screamed again, like an animal goaded by a sharp instrument. “What a beautiful countryside! What a pretty city!” said Lucia, drawing closer to the windows? “It looks like a white dove slumbering in its nest of willows and mulberry trees,” added Marin, whom his wife asked, “Fernando, is this our second largest city? What are the people like?” “Yes, dear, the second largest; and its beauty can only be compared with the goodness of its daughters. You’ll really enjoy the days we stay here,” Don Fernando replied; […] (164-165).

A modo de conclusión, nuestro análisis nos lleva a sostener que en las tres traducciones, cada traductor ha efectuado la versión al inglés desde una posicionalidad que reterritorializa el texto original y con una intencionalidad modelada hasta cierto punto por los circuitos posibles de “divulgación y lectura de la novela”. La traducción de Hudson evidencia la posicionalidad de una traductora/editora/rees-

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critora de la obra. Sus intervenciones modifican significativamente el texto original, creando fragmentaciones narrativas y distorsiones descriptivas, en especial cuando suprime secuencias descriptivas completas, reordena y propone subtítulos para los capítulos. En su versión, los intertextos —el Proemio y el glosario bilingüe presentes en la obra original— han sido suprimidos. Lindstrom admite en su prefacio que la traducción de Hudson muestra las licencias que esta traductora se toma a partir de una posicionalidad censora de la novela (“Preface”, Birds Without a Nest. A Novel, pp. xvii-xix). Por su parte, la posicionalidad de esta crítica literaria como traductora en la versión enmendada enfatiza que su traducción surge a partir de la necesidad de revalorar tanto el carácter de la novela como documento histórico como la posicionalidad de Matto de Turner en tanto una mujer feminista, avanzada para su época; sin embargo, como crítica literaria alude a los “defectos” de la organización narrativa de la novela en sí. Si bien la traducción enmendada de Lindstrom, restaura los segmentos de texto suprimidos en la traducción de J. G. H. de 1904, muchos de los sememas en quechua son traducidos al inglés, decisión del “hacer-traductor” que anula el sustrato y la cultura quechuas que se co-enuncian en la novela original. Estas decisiones también transforman las relaciones entre los actores en el discurso meta. De igual modo, encontramos sobretraducciones que tienden a explicitar una realidad que no consideramos tan alejada de un lector informado contemporáneo. Ello demuestra otra censura del texto original y, por supuesto, una reescritura. Lo mismo ocurre en el caso de Polt, quien además, al alterar el estilo del original y de modificar decisiones sociolectales de la escritora, muestra que su “hacer-traductor” se encuentra autorizado para reescribir la novela con su propia impronta. Al analizar los textos en inglés nos damos cuenta que el acto de traducir no ha sido “inocente”, “sumiso” y “fiel” al texto original. Por el contrario, las decisiones muestran actos deliberados que modifican la intencionalidad de la novela original. Ello nos lleva a insistir en la visibilidad del traductor como sujeto político y socio-histórico y con ello, enfatizar su existencia en tanto sujeto responsable de una práctica ética de la traducción. Si como Niranjana sostiene, los traductores son responsables de la fijación de la identidad del subrepresentado o subalterno y capaces de reducirla a una representación, deben entonces cuestionar y controlar la forma en la que intervienen en la modificación o alteración de los textos. Además, si los textos literarios se constituyen

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en discursos de resistencia y en recintos de la memoria histórica y social de los pueblos, una actitud ética por parte del traductor será ejercer un control consciente sobre su posicionalidad cuando enfrenta la traducción de un texto, reduciendo de este modo sus prejuicios y/o su desconocimiento de la realidad cultural representada en la obra. La tendencia contemporánea de publicar traducciones en las que se incluyen discursos críticos sobre el proceso de traducción y la traducción en sí favorece la visibilidad y la percepción del traductor como un sujeto presente, político, histórico y como un agente de mediación cultural. Dicha percepción del sujeto traductor, permitirá que los juicios críticos sobre su traducción sean más sistemáticos. De igual modo, siendo el traductor un agente dentro de los complejos circuitos editoriales —en los que se decide la mayoría de las veces cómo, qué y cuándo se traduce una determinada obra— no se debe descuidar ubicarlo dentro de una red más compleja de producción textual, responsable también de la manipulación de los textos y de sus traducciones.

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Del xxi al xix: descodificando el trazo femenino en la novela LOS AMORES DE HORTENSIA María Nelly Goswitz California State University, Long Beach

La creciente producción de estudios críticos y aproximaciones teóricas sobre la problemática de la escritura femenina durante la década de los ochenta del pasado siglo es, sin duda, una contribución trascendental para la crítica y teoría feminista latinoamericana contemporánea. Propuestas como las de Sara Castro-Klarén, Jean Franco, Lucía Guerra y Debra Castillo abrieron el diálogo sobre cómo abordar los textos escritos por mujeres latinoamericanas desde una perspectiva “tercermundista”1. El establecer la especificidad femenina y el explorar las relaciones de poder en el texto literario latinoamericano a través de un análisis de los géneros discursivos y de estrategias específicas, así como la necesidad de elaborar nuevas teorías que se deriven de textos no canónicos, son algunos de los postulados de estas intelectuales para lograr una reexaminación profunda de la literatura e historia latinoamericanas. Dichos postulados resultan iluminadores, ya que en dichas reexaminaciones no sólo se plantea la reconstrucción del canon latinoamericano, sino que ponen de relieve que los estudios y aproximaciones teórico-críticos sobre la problemática de la escritura femenina latinoamericana están basados, en su gran mayoría, en un corpus

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El término tercer mundo fue acuñado por el economista francés Alfred Sauvy en 1952. Sin embargo, para este estudio una perspectiva tercermundista representa una lectura crítica basada en los trabajos de mujeres escritoras que utilizaron ciertas estrategias narrativas, teorías y políticas de género en un proyecto con denominadores comunes que puedan servir para un nuevo alcance teórico que pertenezca a Latinoamérica.

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literario femenino contemporáneo. Entonces, cabría preguntarse, por qué la crítica feminista no ha tomado en cuenta el corpus femenino decimonónico cuando ha tratado de elaborar una teoría que contribuya a distinguir la crítica literaria feminista “tercermundista” de la “occidental”. Castro-Klarén en su iluminador artículo “La crítica literaria feminista y la escritora en América Latina” reflexiona sobre la carencia que existe de posiciones teóricas que se deriven de textos producidos por mujeres latinoamericanas (1985: 43), y Lucía Guerra, en Mujer y escritura: Fundamentos teóricos de la crítica feminista, acentúa que se debe volver a los textos del pasado, ya que éstos, modelan una identidad sexual ya prescrita para explorar cómo las mujeres se imaginaban a sí mismas (2008: 25). Por su parte, Debra Castillo, en Talking Back, muestra acertadamente cómo, a pesar de que existe un limitado aporte teórico, éste no merece el reconocimiento de la academia occidental sino, por el contrario, dicha academia ratifica la idea de que, en Latinoamérica, no se podía producir teoría. Como estudiosa del siglo xix latinoamericano y específicamente de la obra de la escritora peruana Mercedes Cabello de Carbonera considero que la producción literaria que se engendró en este siglo revela cómo la escritora decimonónica se inició en la práctica de la escritura, expresó sus experiencias como mujer y creó su propio espacio discursivo (Arambel Guiñazú/Martin 2001). En un esfuerzo por desmitificar la errónea suposición que hasta hoy prevalece sobre la intelectual tercermundista intentaré demostrar cómo la escritora peruana Mercedes Cabello de Carbonera, en Los amores de Hortensia (1887), valiéndose de la epístola como género discursivo propio de la subjetividad femenina les da voz a sus personajes femeninos (Margarita y Hortensia) para cuestionar la institución matrimonial. Cabello, como escritora progresista, fusiona las cartas en la novela y consolida a través de éstas una identidad femenina que muestra el devenir de la escritura femenina decimonónica en todas sus complejidades. La autora peruana otorga a los estudios de género latinoamericanos un aporte teórico feminista a finales del siglo xix y, lo logra, como mujer y ciudadana de un país periférico tercermundista, desde una realidad colonial que no le impide vislumbrar un futuro republicano donde a la mujer se le otorgue una posición de gradual igualdad. Para efectos de esta investigación es importante mostrar de qué manera la producción literaria femenina del Perú decimonónico es atrayente para este estudio y específicamente por qué la obra narra-

DEL XXI AL XIX: DESCODIFICANDO EL TRAZO FEMENINO

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tiva de la escritora peruana Mercedes Cabello de Carbonera merece una aproximación feminista que permita establecer y recobrar el aporte teórico de esta intelectual latinoamericana.

El texto femenino decimonónico y la crítica feminista tercermundista La emergencia de la escritora del Perú del xix surgió como una respuesta al compromiso de ésta por poder contribuir con una agenda literaria comprometida con la construcción de su joven nación. Históricamente afectadas tanto por los rezagos de las guerras posindependentistas como por la hecatombe de la Guerra del Pacífico, y culturalmente imbuidas dentro de la vida de salón, irrumpe la primera generación de mujeres ilustradas en el Perú (Denegri 2004) o la también llamada Generación del 70 (Villavicencio 1992). Del mismo modo, pero en un estrato geográfico más amplio, la incursión de la escritora finisecular en las letras latinoamericanas se dio como un fenómeno paralelo, gradual e ideológico. La intelectual decimonónica, a través de sus diarios, cartas, ensayos, artículos de prensa, relatos de viaje, autobiografías, cuentos y novelas supo consolidar una unión literaria que favoreció la plataforma pro-escritora latinoamericana y, al mismo tiempo, pudo plasmar en sus escritos una ideología femenina escritural, la cual inició y albergó en sus propios confines2. En los años 1987 y 1990, Diane E. Marting, con la publicación de Women Writers of Spanish America: An Annotated Bio-Bibliography y Spanish American Women Writers: A Bio-Bibliographical Source

2 Nancy La Greca, en Rewriting Womanhood Feminism, Subjectivity, and the Angel of the House in Latin American Novel, 1887-1903, publicación que gira en torno a las obras de Refugio Barragán, Mercedes Cabello y Ana Roque ofrece una visión de lo que ocurría con la escritora decimonónica: “While Barragán, Cabello and Roque stand out as three underrepresented novelist who wrote female characters with audacious levels of agency that simultaneously portray and critique angelic virtue in order to recode social expectations, they were part of a growing number of women who found the courage and desire to defy convention by cultivating the intellect and publishing their work. The unearthing of many important nineteenth-century women writers from the Southern Cone has made a significant addition to the field in recent years, and slowly but surely scholars are rediscovering early women writers from Mexico and the Spanish-speaking Caribbean as well” (2009: 13).

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Book, proporcionó a los estudios latinoamericanos y de género dos compendios que permiten reafirmar la existencia de la intelectual latinoamericana en el mundo de las letras3. Publicados ambos en inglés, el compendio de 1990 ofrece una lista de 50 escritoras que abarcan obras desde el siglo xvii hasta el presente y sirven como punto referencial para el estudio de la escritura femenina latinoamericana: “[…] I chose a preliminary list […] and attempting to include a mixture of those who are well known […] with those who are relatively unknown but have a great deal to contribute to the study of feminism in literature […]” (Marting 1990: XVI). Sería entonces válido inquirir, cuántos textos de estas autoras poco conocidas o muy poco estudiadas han sido recobrados, cuántos han merecido la atención de la crítica feminista tercermundista, cuántos bajo este acercamiento han servido para elaborar nuevas posiciones teóricas y cuántas de esas posiciones teóricas derivan de textos decimonónicos. Aunque se desconoce la respuesta, no se puede negar que el interés en la academia sobre los estudios de género continúa en aumento. Un ejemplo de ello es la publicación, en el año 2001, de Las mujeres toman la palabra. Escritura femenina del siglo XIX, de Cristina Arambel Guiñazú y Claire Martin, quienes con estos dos volúmenes robustecen dichos estudios y concretamente los estudios decimonónicos. El estudio crítico que se presenta en el primer tomo examina los géneros discursivos, entre ellos la carta y el ensayo, y además ofrece propuestas teóricas que sustentan la existencia de una tradición femenina en las letras latinoamericanas. La antología incluida en el segundo tomo rescata un buen número de textos producidos por escritoras latinoamericanas y llena los vacíos literarios a los que últimamente ha venido haciendo referencia la crítica contemporánea (Castillo 1992, André 2001). Pero, lo más importante, como lo anotan Arambel Guiñazú y Martin, es: “demostrar que las escritoras que se inician en la práctica de la literatura lo hacen con el propósito consciente de expresar sus experiencias propias y de crear un espacio discursivo, que permita el intercambio de ideas” (2001: 10). Todos estos aportes, complementados hoy con las reediciones recientes que

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En Spanish American Women Writers: A Bio-Bibliographical Source Book, Diane Marting establece qué diferencia un texto del otro: “The 1987 bibliography should be consulted for more details about works themselves by Spanish American writers, whereas the present volume gives more information about their biographies, themes, and, for the first time, about the criticism of their works” (Introduction, XVI).

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se vienen trabajando sobre textos ya recuperados, constituyen herramientas literarias valiosas para iniciar la reexaminación que postulan las críticas y teóricas feministas y así poder elaborar propuestas teóricas basadas únicamente en el texto femenino latinoamericano. En Las mujeres toman la palabra. Escritura femenina del siglo XIX, una de las escritoras que resalta en el coro de voces femeninas de esta antología es Juana Manuela Gorriti, escritora argentina cuya obra literaria muestra la pluralidad de géneros que ésta cultivó y cuyos salones literarios reafirman el rol de madre literaria que cumplió en la formación de sus discípulas, como lo hizo con la escritora peruana Cabello de Carbonera. Juana Manuela Gorriti llegó a Lima a mediados de 1800 y es en esta ciudad donde instauró las veladas literarias, y es aquí donde: “[…] establece la plataforma literaria e intelectual en la que se cultiva a lo más destacado de la escritura femenina peruana del siglo xix y de Latinoamérica” (Goswitz 2012: 77). Si bien este estudio no intenta hacer un análisis sobre las veladas literarias del xix limeño, Las veladas literarias de Gorriti es un texto rico, desde el cual se pueden seguir elaborando acercamientos teóricos4. No obstante, es importante resaltar que la misión de las veladas se centró en cultivar la intelectualidad femenina: “La peculiaridad de las veladas fue que, además de seguir siendo promovidas por mujeres, en esta ocasión las invitadas tuvieron tanto o más importancia que los invitados […] hablaron en primera persona y su voz se individualizó” (Villavicencio 1992: 111). Para los estudios feministas tercermundistas es pues importante reevaluar en un futuro próximo el aporte de lo que significaron las veladas literarias para la mujer intelectual decimonónica, cómo éstas favorecieron la formación de una identidad femenina latinoamericana y cómo promovieron las relaciones íntimas entre ellas. Mercedes Cabello cultivó como escritora desde la poesía hasta la novela, pero fueron sus ensayos proclamados en las veladas literarias de Gorriti los que hicieron conocida a la escritora moqueguana por su defensa a favor de la educación de la mujer finisecular. En la velada inaugural del 19 de julio de 1876, la autora peruana presenta a una audiencia heterogénea el ensayo titulado “Importancia de la literatura”,

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Las veladas literarias como reuniones intelectuales se desarrollaron entre 18761877. El libro Las veladas literarias en Lima se publicó en 1892.

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y desde su inicio adopta una posición humilde y modesta en su retórica discursiva pero desafiante e incitante en su misión como ensayista: Cediendo á las bondadosas y repetidas instancias de la amiga querida, y deseando […] contribuir con mis débiles esfuerzos al noble propósito con que la eminente escritora ha llevado á cabo estas veladas literarias, he preparado este pequeño y desaliñado trabajo que tengo el honor de leeros (Gorriti 1992-1999: 23)5.

La autora enmascara su discurso bajo una “falsa modestia” que va acorde a su condición de mujer y escritora novicia ante una sociedad patriarcal opresora y vigilante. Sin embargo, Cabello como escritora contestataria usa el espacio literario otorgado para profundizar sobre temas que giran alrededor de la problemática femenina, los cuales se convertirán más tarde en el Leitmotiv de sus ficciones. Es en este espacio doméstico donde la maestra argentina alberga a sus condiscípulas y les provee el espacio para ensayar y dialogar sobre temas y estrategias genuinamente femeninas. Las veladas de Gorriti dejan entrever el devenir de la práctica de la escritura femenina y su recepción en sociedades patriarcales. Textos como Las veladas literarias recrean a las escritoras latinoamericanas dentro de un sistema literario, solidario y organizado que las consolida como tal y les permite pensar en voz alta para cuestionar temas que las afligen como ciudadanas en sus nuevas naciones. Es, pues, importante insistir en que el ideario femenino del xix que se forjó en Latinoamérica —y en el Perú en particular—, ofrece a la crítica feminista contemporánea textos sobre los que se pueden articular análisis sistemáticos que no sólo permitan llenar vacíos literarios de períodos generacionales que esta crítica todavía no ha abordado, sino que también contribuyan a proyectar teorías basadas en la reexaminación de este corpus, pero no bajo los parámetros patriarcales ni bajo las ideas heredadas de teorías fundadas en una realidad que no es la latinoamericana. Si “[…] las veladas literarias en Lima fueron el hecho histórico más singular que redondeó la iniciativa femenina y abrió un espacio social para entrar en la vida pública con planteamientos propios sobre la problemática de la mujer y de la sociedad” (Villavicencio 1990: 10), ¿por qué no reconsiderar el

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La tilde en la letra “a” conserva la acentuación que se le atribuye en el texto original de Gorriti.

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texto decimonónico latinoamericano de escritoras como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Soledad Acosta Samper, Clorinda Matto de Turner, Juana Manuela Gorriti o Mercedes Cabello de Carbonera? Si en el mundo occidental, Sandra M. Gilbert y Susan Gubar revolucionaron los estudios feministas en 1979 con un texto basado en la escritura femenina victoriana del siglo xix en Inglaterra (The Madwoman in the Attic), ¿por qué no retomar estos textos decimonónicos latinoamericanos y explorarlos bajo el lente crítico del feminismo tercermundista?

Des(codificando) discursos y re(examinando) estrategias: las cartas en Los amores de Hortensia Dentro de la obra narrativa de Mercedes Cabello de Carbonera, Los amores de Hortensia es la primera novela de la escritora peruana. A pesar que en las últimas décadas un buen número de estudios le haya otorgado a Sacrificio y recompensa la etiqueta de ser la primera obra de su producción novelística, la misma autora aclara el misterio en la dedicatoria que en ésta ofrece a Juana Manuela Gorriti: “Sin los benévolos aplausos que Ud. mi ilustrada amiga, prodigó a mi primera novela ‘Los amores de Hortencia’, [sic] yo no hubiera continuado cultivando este género de la literatura […]” (Cabello 2005: IX)6. El limitado acceso a la primera publicación de Cabello ha hecho casi imposible que la crítica literaria contemporánea produzca estudios sobre la misma, sin embargo, hoy después de 125 años de no haberse reeditado, Los amores de Hortensia es un texto recuperado7. Uno de los primeros trabajos realizados sobre la escritora peruana fue el del historiador y escritor peruano Augusto Tamayo Vargas, “Perú en trance de novela: ensayo crítico-biográfico sobre Mercedes Cabello de Carbonera” y es en éste que se halla una muy escueta mención a Los amores de Hortensia: “Los amores de Hortensia” es seguramente el más romántico episodio de Mercedes Cabello de Carbonera. A través de él se defiende y enaltece la

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Esta aclaración se encuentra en la dedicatoria que ofrece Cabello a Gorriti en Sacrificio y recompensa. 7 En el año 2011 colaboré en la edición crítica de Los amores de Hortensia (Historia contemporánea) con Claire Martin. Ambas le debemos a Pablo Agreste su amable apoyo durante todo el proyecto, y a Stockcero, la publicación de la misma.

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propia autora, sin tener la intención de copiarse. Hortensia no es íntegramente Mercedes Cabello, pero sí en cuanto a reacción al medio, superior escala de valores, afición literaria, etc. (Tamayo 1940: 82).

Para efectos de este estudio no sólo resulta atrayente intentar establecer desde una perspectiva feminista un diálogo evocador y sugerente con la primera novela de Cabello, sino que lo más sugestivo y tentador radica en la tarea de descodificación y reexaminación de las cartas que Cabello inserta dentro del capítulo III, titulado “Decepciones”. Dichas cartas dejan entrever el protagonismo femenino, los condicionamientos sociales y culturales, así como también los silencios significativos a los que son expuestas sus protagonistas, y el tema de las relaciones íntimas entre mujeres. La primera carta le llega a Hortensia de Margarita, una mujer a la que el señor Montalvo ha engañado. La segunda carta la escribe la misma Hortensia a una entrañable amiga. Margarita le escribe a Hortensia confesándole un secreto íntimo: “Soy víctima de un hombre infame, que faltando á sus sagrados deberes de padre y á sus repetidos juramentos de amante, me ha abandonado con dos hijos, […]. El hombre que así ha procedido es el señor Montalvo, vuestro esposo. Si hay, como lo espero en vuestro corazón, un sentimiento de conmiseración para los desgraciados, compadeceos de esta infeliz […]” (10). La primera impresión que se hace el lector sobre Margarita proviene de los términos: “víctima, desgraciada, infeliz y deshonrada”, que son palabras que corroboran la miseria de su existencia. Sin embargo, a pesar de su miseria, Margarita recurre al corazón de Hortensia y guarda en el suyo una esperanza. Cabello, en esta primera misiva, enfrenta al lector no sólo con un texto propio de la subjetividad femenina sino que también establece un paralelismo protagónico que recae en la imagen de la figura femenina (Margarita y Hortensia) a quienes ella —la autora— conceptualiza desde su propia perspectiva. Margarita, a pesar de pertenecer a una posición social y económica inferior, escribe la carta aceptando su estado de subalternidad, lo cual se muestra desde la primera línea: “Señora de mi respeto” y también en la última: “Besa sus manos” (10). Margarita conoce a su destinatario, ella sabe que su correspondencia va dirigida de una mujer a otra mujer, a la que intenta llegar y de la que espera algo. Ahora bien, si se alude a la posibilidad de dilucidar en el texto femenino los condicionamientos sociales y culturales impuestos por la división genérica que propone Lu-

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cía Guerra8, se puede afirmar que en un segundo nivel de interpretación de esta primera carta, Cabello aborda dichos condicionamientos al permitirle a Margarita revelar ese “secreto íntimo” y al otorgarle a ésta protagonismo textual. Cabello le otorga voz a ese yo femenino para denunciar desde su posición de subalterna al hombre que la abandonó, y al mismo tiempo la autoriza a expresarse sobre sí misma y sobre su lugar en la sociedad (Arambel Guiñazú/Martin 2001: 20). Gayatri Spivak, en “¿Puede hablar el subalterno?”, analiza el concepto del “subalterno” propuesto por Gramsci, quien lo define como “un sujeto histórico que responde a las categorías de género y etnicidad pero no clase, como los grupos oprimidos y sin voz: el proletariado, las mujeres, los campesinos, las tribus” (Spivak 2003: 298299). Margarita, como mujer, si bien es víctima de un opresor como Montalvo, desafía su posición. Cabello la eleva en su condición de subalterna y le permite a través del acto de la escritura (en la carta) romper el silencio ubicándola en una situación desde la que sí puede hablar y denunciar. Ésta sabe que es escuchada por un alma gemela por ser mujer y —el ser mujer— le da la fortaleza y la justificación para abordar a un personaje de la clase privilegiada de igual a igual (aunque con modestia discursiva). Ante la denuncia de Margarita viene la reacción de Hortensia, quien en un primer momento se aturde ante la revelación; sin embargo, se reanima de inmediato, y con decisión y determinación sale de su hogar a visitar a Margarita: “Después de cambiar precipitadamente su elegante bata de cachemir, por un severo vestido negro, y colocarse sobre la cabeza, cubriendo parte de la cara, la tradicional manta peruana, Hortensia subió al coche” (11). La forma de vestir de Hortensia evoca la misma vestimenta que portaban las ya famosas tapadas limeñas en la época colonial. Cabello muestra a Hortensia portando el manto de la tapada limeña para más tarde establecer un punto de quiebre histórico que ella como escritora progresista vislumbra para la mujer peruana que vive en los umbrales de la modernidad. Francesca Denegri en El abanico y la cigarrera ofrece una precisa descripción de cómo la sociedad percibía a la tapada: La tapada, presente siempre en los discursos coloniales, permaneció sin embargo al margen de la lucha ideológica librada con la palabra. Lo

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Lucía Guerra (1987) presenta como un dilema de la crítica feminista, esta posibilidad de poder o no dilucidar en el texto literario dichos condicionamientos.

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que sabemos de ellas es lo que los poetas nos dicen en sus coplas, los dramaturgos en sus comedias, los viajeros en sus diarios, los funcionarios en sus leyes, y los sacerdotes en sus sermones. […] Atrapada como objeto y nunca como sujeto discursivo sigue siendo representada, incluso en la historiografía moderna, dentro de parámetros que la reducen a la ambigüedad del objeto erótico (2004: 85-86).

La salida de Hortensia vestida como “tapada limeña” muestra las costumbres sociales y culturales que se heredaron de la época colonial y se extendieron hasta mediados del siglo xix. Ante los ojos del lector, Hortensia cumple con las reglas impuestas por la sociedad en la que ésta vive. Sin embargo, el devenir de sus acciones la muestra como una mujer pensante, autónoma y, sobre todo, humana, cuyo corazón responde a ese pedido de clemencia por parte de Margarita. La descripción detallada de los pormenores de la visita muestra una cuestión propia de la subjetividad femenina, la solidaridad: “Al despedirse se abrazaron, prometiendo Hortensia volver con frecuencia […]. Al salir encontró en la puerta al hijo de su esposo; lo miró con ternura, y entregándole una bolsa le dijo: ‘Entrégale eso á tu madre’” (11). En un tercer nivel de interpretación de esta primera carta, la autora muestra, a través de la reacción solidaria de Hortensia, esa esfera intima de relaciones entre las mujeres. La solidaridad encarnada en los dos personajes femeninos recrea la misma hermandad femenina que Cabello experimentó en las veladas literarias antes ya descritas. Hortensia, sin conocer a Margarita, acude a su llamado y le brinda apoyo moral y económico —si se puede inferir así— sin ningún resentimiento ni ninguna condena. Ambas comparten como mujer el engaño de las que fueron partícipes y víctimas pero éste, a su vez, las une, las identifica y las legitima como mujeres. En un cuarto plano de interpretación, esta primera carta devela los silencios significativos a los que se enfrentan sus personajes ante las estructuras de poder. Si bien se muestra al sujeto femenino que sufre en silencio (ni Hortensia ni Margarita se enfrentan abiertamente a Montalvo), la autora rompe el silencio a través del acto de la escritura con la carta de Margarita y subvierte la imagen de la tapada con las acciones independientes y solidarias de Hortensia. El mensaje detrás de la primera carta elimina tanto a “la subalterna y la víctima” como a “la tapada y la subyugada”, quienes a través de su discurso y su agencia le sirven a la autora para librar una lucha ideológica que queda plasmada en

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el acto de la escritura y del establecimiento de estrategias propias del devenir femenino. De regreso en su hogar, Hortensia, si bien no se queja ni reprocha nada a su marido, tampoco lo perdona: “No es posible amar al hombre que deja conocer sus grandes defectos, cuando no hay grandes cualidades que los equilibren y contrapesen” (12). La tensión que experimenta Hortensia en su matrimonio le sirve de temática discursiva a Cabello en la segunda carta, para apropiarse del espacio público y mostrar su postura filosófica e intelectual sobre la institución matrimonial. Hortensia, dentro de su tristeza y decepción, escribe una carta a una amiga de la infancia que está próxima a contraer matrimonio: “Queridísima mía” (12). Si bien el superlativo envuelve un alto grado de cariño y estima por la persona a la que va dirigida la misiva, sorprende sin embargo que no se especifique un destinatario con nombre propio en la misma. En un primer plano de interpretación, se puede afirmar que Cabello inserta esta segunda carta dentro de su ficción para mostrar a través de la problemática matrimonial de Hortensia, una estrategia discursiva que le permite a ella como escritora investirse de autoridad textual y elevar el protagonismo femenino de la primera misiva a un nivel donde ya no sólo dos mujeres dialogan entre sí, sino donde una mujer — la escritora— dialoga con toda una generación: “El matrimonio […] ¡Qué no daría los que han caído en él por salvarse de tan horrible suplicio!” (12). Bajo la intención de Hortensia de aconsejar a su amiga de infancia, Cabello filosofa acerca de esta problemática femenina a la que la mujer peruana se enfrenta, y al dejar sin un nombre específico al destinatario extiende el mensaje de la misiva entre dos mujeres a un manifiesto que le permite a ella —la autora— cuestionar cómo el matrimonio sin amor afecta a la mujer y sus derechos: “La mayoría de escritoras no cuestionaban la institución matrimonial en sí ni les importaba demasiado si era civil o religioso […]. En cambio, muchas de sus reflexiones se centraron sobre la importancia del amor en el matrimonio y en el enjuiciamiento severo de los matrimonios sin amor […]” (Villavicencio 1990: 13). Si bien cuando se empieza a narrar la historia se sabe que Hortensia ve en el matrimonio con Montalvo un escape para dejar la provincia en la que vivía con su familia y poder volver a la gran ciudad de Lima donde ella creció y vivió, ésta siempre albergó en su corazón encontrar la felicidad junto a su marido. Tristemente, la temprana revelación de Margarita y los deslices de

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su marido desvanecen cualquier otra esperanza que Hortensia hubiera podido guardar. La soñada felicidad, la soledad, la irrealización de esos sueños y el sufrimiento que experimenta Hortensia dentro de su matrimonio ejemplifican la problemática concreta por la que atravesó la mujer peruana. En un segundo plano interpretativo, esta segunda carta le sirve a la autora para mostrar el condicionamiento social y de género del que es víctima Hortensia pero éstos a su vez le permiten asumir a ella —la escritora— una postura intelectual desde una perspectiva feminista. Cabello condena el que las mujeres sean arrastradas a casarse por intereses económicos, de poder y de estatus, lo que recrea en la ficción a través de la amarga y triste situación que vive Hortensia, y lo que impulsa a ésta de una manera contundente a pedirle a su amiga: “Si es posible, no te cases; si no hay remedio, cásate cuando estés loca de amor por un hombre de verdadero mérito” (13). Cabello reflexiona sobre la ficticia felicidad conyugal de los matrimonios limeños y resalta la importancia del amor y la lucha por la búsqueda de la igualdad en la vida conyugal, pero también cuestiona el poder patriarcal tomando como ejemplo la conducta del señor Montalvo, a través de la cual, muestra la errónea percepción del hombre con respecto a la institución matrimonial: Muchas veces después de pasar los días y las noches fuera de su casa, en los clubs y en los hoteles, matando el tiempo, como él decía, sin comprender que más que el tiempo, mataba el afecto y la estimación de su esposa, cuando llegaba con el semblante demacrado y los ojos enrojecidos por el insomnio, acercábase a su esposa y le decía: Supongo que estás bien: creo que no te falta nada (14).

Aunque Cabello resalta la desdicha, la soledad y el desconsuelo en el que vivía Hortensia con un hombre como Montalvo, esto le sirve de estrategia para que su lectoría —identificada ahora con Hortensia—, apruebe el cambio radical por el que opta ésta después de haber sufrido en sus tres primeros años de matrimonio. Hortensia se inserta en la esfera pública y participa de la vida social limeña, sin embargo, como mujer de corazón noble esta vida no la colmaba: “Cuantas veces […] llegaba hastiada, cansada y triste, […] vestíase de negro e iba a visitar a Margarita para llevarle un valioso obsequio ó una palabra de cariño” (15). Esta reflexión final eleva el alma de Hortensia, quién después de tres años sigue mostrándose solidaria y comprometida con Margarita.

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En un tercer plano de interpretación, la segunda carta reitera la intención de la autora de mostrar las peculiaridades de esa esfera intima de relaciones entre mujeres y consolida una identidad femenina con temáticas y singularidades propias de su género. El acto de denuncia en la carta de Margarita y la reflexión filosófica en la carta de Hortensia le permiten a Cabello de Carbonera, partiendo de la realidad que viven estas mujeres, ejercer un juicio de valor sobre la institución matrimonial desde una perspectiva feminista, y al mismo tiempo reafirmar a sus personajes como sujetos femeninos dentro de su sociedad.

Re(validando) el aporte teórico de Mercedes Cabello de Carbonera Si bien la precocidad filosófica y la agudeza intelectual de Cabello de Carbonera resaltan en las cartas antes analizadas y es a través de éstas como la autora cuestiona la errónea concepción que las sociedades patriarcales tenían sobre la institución matrimonial, es preciso concluir este estudio con un paralelismo analítico entre el ensayo “Las primeras impresiones”9 y el capítulo V de la novela, titulado coincidentemente “Primeras impresiones”. Ha quedado demostrado que Cabello, como escritora progresista, fusiona en su narrativa el género discursivo epistolar y lo usa para autenticar una identidad femenina que muestra el devenir de la escritora decimonónica. No obstante, la sagacidad de esta intelectual peruana le permite, en ésta su primera novela, dejar su huella filosófica y plasmar en su ficción su pensamiento como ensayista10. La autora peruana, como escritora y ciudadana de un país periférico, articula conceptos que la validan como ideóloga y teórica feminista a finales del siglo

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Este ensayo está incluido en la última publicación de Carlos Cornejo Quesada, “Mercedes Cabello de Carbonera: una mujer en el otro margen: artículos periodísticos de cultura y educación”, apareció por primera vez en Lima en El Perú Ilustrado el sábado 28 de mayo de 1887. 10 Cabello antes de la novelística cultivó la ensayística y en ésta plasmó reflexiones profundas sobre la mujer, el derecho que tiene ésta a educarse y su rol en la sociedad. Estudiosos de su obra (Cárdenas, La Greca) concuerdan que gran parte de la novelística de la autora es un espejo de su pensamiento antes plasmado en sus ensayos; siendo un ejemplo la relación que se establece entre el ensayo “Influencia de la mujer en la civilización” y la novela Blanca Sol.

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xix al discernir sobre la institución matrimonial y cómo ésta afecta a la mujer, sus derechos y su papel en la sociedad. Antes de la publicación de Los amores de Hortensia, en 1887 por la Imprenta Torres Aguirre, la misma novela se publicó por entregas en el folletín La Nación entre el 13 de julio y 11 de agosto de ese mismo año. El ensayo “Las primeras impresiones” se publicó en El Perú Ilustrado el sábado 28 de mayo de 1887. La coincidencia en los títulos no sólo sirve para vincular el pensamiento y el sentimiento de dos mujeres —la escritora y su protagonista—, sino que, además, sirve para reafirmar las primeras impresiones de la intelectual peruana sobre el amor y el matrimonio. El capítulo V presenta a Alfredo Salas, un joven de una elevada inteligencia que conquistará el corazón de Hortensia. Su primer acercamiento a ella es por medio de una misiva cuyo contenido valida también la labor escritural de la autora peruana: “A pesar del empeño con que ocultais vuestros versos, su fama ha llegado hasta nosotros, […] nos atrevemos á rogarla que nos conceda el honor de publicar un trabajo de su pluma, que saldrá junto con otros de los mejores escritores de Lima […]” (19). En primer lugar, esta carta deja entrever la intención de la autora de presentar a su protagonista femenina en otro género discursivo propio de la subjetividad femenina: la poesía. Luego, la misma carta le sirve para elevarla como escritora al mismo nivel que los escritores limeños y también para reafirmar la existencia de una escritura femenina dentro de una sociedad patriarcal. La sorpresiva visita de Alfredo, en el mismo capítulo, y el diálogo que luego se genera entre él y Hortensia sobre el amor permiten dilucidar en la novela el pensamiento de la autora expuesto antes en su ensayo. El pedido de Alfredo pasa a un segundo plano ante la negativa de Hortensia: “Usted debe saber, […] que yo jamás he escrito nada que pueda darse al público; por consiguiente; espero me dispensará de este compromiso” (20). Si bien, la autora pareciera adherirse a los códigos patriarcales existentes al no dejar que Hortensia acepte mandar sus versos a publicación, el trasfondo de ese diálogo pone de relieve el fundamento de su postura sobre el amor y el matrimonio. Al despedirse, Alfredo dirigióla intensa, expresiva, apasionada mirada. La señora Montalvo no pudo resistir aquella mirada […] ruborizóse como tímida doncella que por vez primera siente el agujón del amor. […] ¿Qué se dijeron en esa primera mirada? ¡Quién puede decirlo! La primera mirada de amor es una revelación de lo eterno y lo infinito (21).

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Dicho encuentro desestabiliza a Hortensia, quien inmediatamente torna a su pluma y escribe con sentimiento y con pasión. Hortensia cuestiona sus sentimientos, pero al mismo tiempo los oculta y silencia dado su estatus de mujer casada, sin embargo, al finalizar su reflexión expone al igual que lo hace la autora en el ensayo lo que significa el amor para ambas “¿Estaré acaso escribiendo mis primeras impresiones?” (22). Cabello demuestra en el ensayo la importancia del amor entre dos jóvenes que de un momento a otro pasaron de la infancia a la adultez. Asimismo, condena el entregarse por dinero y advierte que, al romper los vínculos más sagrados del corazón, la vida resultará en una eterna desventura (Cabello en Cornejo 2009: 136). Hortensia sintió por Alfredo el amor que por vez primera experimentó en su corazón, pero también la desventura, al estar unida a un hombre como Montalvo, a quien se entregó en un principio por ese bienestar económico que la autora condena tan enfática y rotundamente en su ensayo. En los capítulos subsiguientes la autora persiste en su cuestionamiento sobre el amor y la institución matrimonial a través de la temática romántica que entreteje entre Hortensia y Alfredo. Como pensadora feminista critica el amor acomodaticio y por conveniencia al que se ve forzado la mujer víctima de la presión social, y luego sanciona, a través de la pluma de Hortensia, esos matrimonios mal avenidos: “El único hombre que tiene derecho á exigirme amor, ni me lo pide […] Y sin embargo. ¡Cuánto me aflije no poder amar al único hombre que debía ocupar mi corazón! ¡Cuán caro he pagado el crímen de casarme sin amor!” (44). A medida que avanza la trama la temática matrimonial se acentúa pero esta vez la autora la expone en el ámbito social. El día de Noche Buena, Hortensia ofrece una cena en su hogar a la que asisten damas talentosas y honradas, y Alfredo. Todos ellos, acostumbran discutir temas filosóficos y cuestiones sociales, pero el que siempre está ausente es el señor Montalvo. Es por medio de una de las invitadas de Hortensia como la autora ilustra una vez más su pensamiento: Yo digo del matrimonio, […] lo mismo que dijo aquel que miraba en una galería de pinturas Los siete sacramentos del gran pintor Nicolás Poussin, que observando que las figuras que representaban el Bautismo, la Confirmación y todos los demás sacramentos, notó que la figura que representaba el Matrimonio no correspondía á la admirable belleza de los otros y dijo: “Se conoce que un buen matrimonio es difícil hacerlo hasta en pintura” (51).

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La referencia al pintor francés del siglo xvii no sólo demuestra el vasto conocimiento de Cabello sobre la cultura europea, sino que además, a través del arte, autentifica y reafirma su pensamiento sobre el tema matrimonial. Finalmente, Cabello exalta lúcidamente su postura y planta la semilla en su lectoría al invitarla a ser parte de esta problemática: “Nosotros decimos: hé aquí un tema para filosofar sobre la suerte de los malos matrimonios; pero no siendo este nuestro propósito continuaremos la historia de Hortensia” (52). Al final de la trama, Hortensia muere víctima de un balazo que le dispara su propio marido —más que por celos por creerse deshonrado— y, por otro lado, Alfredo olvida rápidamente a Hortensia al casarse con otra mujer. La autora le otorga voz en la obra al marido de Hortensia, el Sr. Montalvo, sólo a través de monólogos, los cuales le permiten a ésta develar nuevos códigos interpretativos: “[…] las leyes amparan y la sociedad respeta al hombre que por su mano venga sus ofensas. […] El hombre tiene derecho para todo, tanto para lo malo como para lo bueno; […]. La mujer no tiene ningún derecho […]” (79). Cabello a través del raciocinio de Montalvo y su ilógica justificación de por qué castigar a Hortensia, revela los parámetros sociales y culturales de una sociedad enteramente patriarcal y misógina, y este desdichado desenlace final, le permite reiterar su postura sobre el amor y el matrimonio en las postrimerías de la centuria decimonónica. Como se ha mencionado anteriormente, la labor ensayística de Cabello de Carbonera comenzó años antes de su novelística. La última publicación de Carlos Cornejo compila dieciocho ensayos de la autora que datan desde 1874 hasta 189711. Muchos de los ensayos de dicha colección constituyen un material inexplorado por la crítica y como bien lo afirma su compilador: “Hoy, la crítica literaria, y porqué no decirlo también que los estudios sociológicos y pedagógicos, tiene la deuda de hacer un balance crítico de la producción intelectual de esta escritora […]” (Cornejo 2010: 23). Uno de los ensayos que reafirma la labor feminista de Cabello es el publicado en 1874 con el título “Influencia de la mujer en la civilización”, el cual firmó bajo el seudónimo de Enriqueta Pradel. En éste, la pensadora peruana muestra su profunda preocupación por la problemática femenina, pero siempre

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Me refiero a la publicación Mercedes Cabello de Carbonera: Una mujer en el otro margen: artículos periodísticos de cultura y educación.

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a la par con su compromiso de contribuir con su nación; es así como afirma: “Educada la mujer, ilustrada su inteligencia, tendréis en ella un néctar poderoso y universal para el progreso y civilización del mundo […]” (Cabello en Cornejo 2010: 28-29). Setenta y cinco años antes que la teórica más importante del nuevo feminismo francés, Simone De Beauvoir, otorgará a los estudios feministas un análisis radical sobre la situación de la mujer en el mundo occidental —con su canónica publicación El segundo sexo (1949)— y reafirmará que la verdadera labor del feminismo debe basarse en la transformación de la sociedad con la transformación de la mujer en ésta (116)12, la pensadora peruana postulaba como ensayista la misma preocupación sobre la mujer, sobre su lugar en la sociedad y sobre su influencia en ésta. Sin embargo, en las últimas dos centurias, si bien se reconoce a Cabello como una de las más sobresalientes representantes de las escritoras contestatarias del Perú decimonónico, todavía no se le revalida por el aporte que brindó como teórica feminista latinoamericana. Acaso las más recientes compilaciones y reediciones de su ensayística y de su novelística le sirvan al crítico de hoy para reconceptualizar su obra narrativa y revalidar su pensamiento filosófico como escritora de un país tercermundista.

Conclusiones El concreto e invalorable aporte de la crítica femenina tercermundista en las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo deja en claro que existe una necesidad imperante de encaminar la investigación académica del texto femenino latinoamericano hacia la teorización y concientización del mismo: “Existe ahora un buen número de textos escritos por mujeres latinoamericanas, pero todavía no hemos elaborado posiciones teóricas derivadas de la lectura de esos textos” (Castro-Klarén 1985: 43). Ratificando mi postura inicial, considero que las obras de las escritoras decimonónicas latinoamericanas constituyen un material ignoto sobre el cual se puede realizar meticulosos estudios que contribuyan a

12 Dicha afirmación aparece en la publicación de Alice Schwarzer: After the Second Sex. Conversations with Simone De Beauvoir, producto de una serie de entrevistas entre los años 1972-1982.

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proyectar teorías feministas basadas en la reexaminación de este corpus literario. Seguir el trazo femenino en el texto finisecular latinoamericano es una tarea que apunta no sólo a autenticar una identidad femenina que muestre el devenir de la escritora decimonónica con todas sus complejidades, sino también, un compromiso del crítico contemporáneo por develar y recobrar la importancia teórica que se esconde en dichos textos. Como ha quedado demostrado, Mercedes Cabello de Carbonera es una de estas escritoras progresistas, la cual fusiona en Los amores de Hortensia su perspectiva específicamente feminista sobre la institución matrimonial y la condición de la mujer: “[…] lo específicamente femenino fue la reflexión que suscitó desde su experiencia de mujeres, es decir, recogiendo todo el bagaje interiorizado de las relaciones de género en la esfera de su vida conyugal, familiar y doméstica” (Villavicencio 1990: 12). El protagonismo de Margarita y Hortensia, el condicionamiento social en el que viven, la solidaridad que surge entre ambas y los actos de denuncia y agencia por parte de cada una respectivamente, le permiten a Cabello entretejer en su ficción estrategias discursivas para develar su postura feminista sobre la institución matrimonial y cómo ésta afecta la condición de la mujer peruana. Reconceptualizar su producción narrativa con el propósito de vislumbrar su postura filosófica y teórica sobre la problemática social, cultural y de género que enfrentó la mujer decimonónica permitiría contribuir a la consolidación de una teoría feminista tercermundista que reclama su presencia dentro del feminismo internacional.

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El archivo perdido: las memorias de Mercedes Merlin y el arte de la fuga Adriana Méndez Rodenas The University of Iowa

Para Iraida y Lourdes, poetas cubanas en Nueva York

En Lo cubano en la poesía, Cintio Vitier consigna el soneto “Al partir” de Gertrudis Gómez de Avellaneda como iniciador del discurso de la lejanía, término que desglosa el sentido de la insularidad desde una distancia geográfica, distancia que paradójicamente afirma la pertenencia a la isla y al mismo tiempo la mitifica (Vitier 1958: 70). No es casual, entonces, que Gómez de Avellaneda escribiera los “Apuntes biográficos” que preceden Viaje a la Habana (1844) de Mercedes Merlin, relato sentimental del retorno de la precursora criolla a su ciudad natal y texto fundacional del discurso de la lejanía. Leídos en conjunto con el soneto “Al partir” de Gómez de Avellaneda, las memorias de Mercedes Merlin participan en el arte de la fuga, un discurso subversivo que contrarresta la visión idealizada de la lejanía postulada por Vitier, quien, a la vez, la deriva de José Lezama Lima y la poética visionaria de Orígenes. Escritora que empalma dos culturas, Cuba y Francia, la obra de la condesa de Merlin, née María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo (1789-1853), ha quedado relegada, hasta muy recientemente, a los márgenes de ambas tradiciones1. Este ensayo compara dos de las tempranas memorias de Mercedes Merlin: Mes douze premières années

1 Una escuela sobresaliente de críticos ha rescatado tanto su vivencia “entre dos mundos” como su contribución al romanticismo hispanoamericano, a las letras femeninas del amplio siglo xix, y al discurso nacional emergente. Véanse los trabajos claves de Díaz, Martin, y Vásquez incluidos en la bibliografía.

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(1831), dedicada a la infancia de la narradora, y una viñeta autobiográfica titulada “L’évasion”, que aparece como relato intercalado en Les loisirs d’une femme du monde, biografía de la cantante Maria Malibran publicada en 1838. Texto paralelo al relato de su propia vida, la biografía de Malibran se lee a contrapelo con la serie consecutiva de memorias con que Mercedes Merlin intenta armonizar una existencia escindida entre colonia y metrópolis; en su caso, entre La Habana, Madrid y París2. Serie que levita entre dispersión e integración que se pudiera resumir así: Mes douze premières années (1831) narra la transición entre niñez y adolescencia, remembranza de la infancia e idilio insular; Souvenirs et Mémoires (1838), la pérdida de la inocencia, el matrimonio, la fuga de España, y el tránsito hacia la patria y lengua adoptiva, Francia; seguido de La Havane y Viaje a la Habana (1844), añoranza del retorno después de postergar el regreso, recuperación del origen por medio de la escritura. Desde los márgenes, el motivo de la fuga emerge en las letras cubanas como versión parodiada del “deseo de la nación”, motivo recurrente en la narrativa hispanoamericana decimonónica basado en la evocación lírica del paisaje e imitación sistemática de modelos europeos con el propósito de resaltar lo autóctono e idiosincrático de las nuevas naciones (Benítez Rojo 1996: 428-429). Si bien la narrativa continental de la posindependencia se caracteriza por la tensión entre el tradicionalismo implícito en los discursos nacionales y la modernidad (Benítez Rojo 1996: 423), la prolongación del estatuto colonial en el Caribe complica “el deseo de la nación” con otra serie de tensiones; como veremos, la alternancia entre el discurso sentimental de la lejanía y el arte de la fuga. Parte integral del discurso nacional cubano, el arte de la fuga remonta a los orígenes de la isla, a su fundamento simbólico. En un iluminador ensayo, Lourdes Gil desglosa el significado de la fuga en la tradición caribeña: con los primeros siboneyes y esclavos cimarrones que huyen de sus perseguidores hacia el sagrado monte, “[l]a fuga insular se inicia dentro del propio territorio cubano; la huida original se instala en la historia del país como un desplazamiento interno y autóctono” (Gil 2000: 35). Durante la época colonial, la Conspiración de la Escalera en 1844 provoca el éxodo forzado de criollos ilustrados, ha-

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Para un lúcido análisis de Les loisirs… como la autobiografía del Otro, véase Martin (2006).

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ciendo que el motivo de la fuga se impulse hacia afuera, flujo continuo hasta la diáspora actual, época de balseros, éxodos voluntarios y forzados, desde las olas de emigrados pos-1959 hasta los miles que escaparon por Mariel (Gil 2000: 35). Aquí nos situaremos en un momento particular de esta tradición de ruptura; concretamente, la encrucijada producida después de 1835, que vio la disolución de la Academia Cubana y el refugio de los intelectuales criollos bajo la tutela de Domingo del Monte por el ansia de combatir tanto la trata ilegal de esclavos como el proteccionismo español (Benítez Rojo 1988). ¿Hasta qué punto participan las románticas de esta conciencia exílica? Gómez de Avellaneda y Merlin articulan un discurso paralelo de la fuga, ampliando “una constante de nuestra literatura” (Gil 2000: 35) mediante el manejo del Bildungsroman femenino, trazando los márgenes donde se ubican las protagonistas y su contrapartida esclava como parte de un malestar social más amplio que provoca el desarraigo y la opresión. Ya Gómez de Avellaneda había tomado conciencia del destierro como sino categórico de la nación cuando, en los “Apuntes biográficos” que anteceden el Viaje a la Habana, declara con tono un tanto amargo: Desgracia es de Cuba que no florezcan en su suelo muchos de los aventurados ingenios que sabe producir. Heredia vivió y murió desterrado, y apenas llegaron furtivamente á sus compatriotas los inspirados tonos de su lira. La señora Merlin escribe en un país extranjero y en lengua extranjera, como si favoreciesen diferentes circunstancias la fatalidad que despoja á la reina de las Antillas de sus mas esclarecidos hijos (Merlin 2008: xxxi).

Otras conexiones y enlaces sitúan a las dos precursoras en los umbrales del discurso de la nación; es decir, el protoabolicionismo cubano. La primera novela antiesclavista cubana, Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda, se publica en 1841, diez años después de aparecer la edición francesa de Mes douze premières années. Las tempranas memorias de Mercedes Merlin se hacen eco del abolicionismo evidente en Sab, ya que ambas autoras protestan por la posición subordinada de la mujer a través de la voz del esclavo3. Como efectiva denuncia a la sociedad esclavis-

3 “Una década antes de la publicación de la novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Sab (1841), María de la Merced adopta la voz del esclavo para encubrir su protesta ante la condición de la mujer” (Martin 1992: 201).

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ta, este doble discurso sobrepone dos posiciones subalternas, impuestas por el género y la raza de los protagonistas (Araújo 1997: 40, 45), aunque con sutiles pero importantes diferencias. Mientras que el protagonista de Gómez de Avellaneda maldice la suerte de haber nacido esclavo, destino que le impide declarar el vehemente amor que siente por su ama Carlota, la narradora autobiográfica de Mes douze premières années declara cada vez más firmemente su oposición a la esclavitud. Si bien en su carta final, Sab traza el paralelo entre la condición abyecta a la que la sociedad le ha forzado, y la sumisión voluntariosa de la mujer en el matrimonio, la joven Mercedes muestra empatía con la suerte de las esclavas, actitud que condiciona, a la vez, la resistencia a toda forma de opresión y que facilita, en última instancia, su liberación de la clausura a la que fue sometida en el Convento de Santa Clara. Leído como archi-texto de la sociedad colonial, las primeras memorias de Mercedes Merlin articulan una doble condición de sometimiento, en el cual las restricciones tanto del sistema de género como del sistema esclavista se yuxtaponen, efecto que aflora especialmente en las primeras escenas, que reconstruyen el encuentro con el padre. En Mes douze premières années, la niña-narradora adquiere una toma de consciencia de los rigores de la esclavitud que promueve un quehacer subjetivo (self-fashioning) marcado por la resistencia a la opresión. Al mismo tiempo, el proceso introspectivo que marca la transición de la narradora entre niñez y adolescencia se completa mediante el acercamiento al otro, en un gesto de solidaridad que sella el destino tanto de la joven Mercedes como el de las esclavas con quienes comparte sus días. Aunque el texto se ha interpretado como reflejo directo de la historia económica y social de la isla (Araújo 1984; Bueno 1977: 48), aquí me propongo leer la memoria en sentido inverso, al mostrar cómo las agudas contradicciones de una sociedad esclavista impactan en una consciencia femenina en formación4. Son éstas las que condicionan el impulso de la fuga, que aparece como momento privilegiado pero transitorio de auto-realización.

4 Es injusto calificar la perspectiva de Merlin como un “cierto disimulado racismo”, como propone Salvador Bueno en la lectura, un tanto determinista, que hace de Mis doce primeros años y Viaje a la Habana, obras, que, a su modo de ver, reflejan los intereses de la sacarocracia (1977: 34-35, 48). A pesar de este juicio, el mismo Bueno reconoce que la obra muestra “la percepción de una sociedad donde la confrontación amoeslavo sacude las conciencias (…)” (48).

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“En el Nombre-del-Padre”: un romance familiar a la cubana Mes douze premières années trata de una niñez idílica que pasa la joven Mercedes al lado de su bisabuela materna, Luisa Herrera y Chacón (1729-1806), la venerada matriarca a quien Joaquín Santa Cruz y su esposa Teresa Montalvo confiaron el cuidado de su primogénita al momento de marcharse a Europa5. La infancia de la narradora parece fluir en un estado feliz de enlace pre-edípico, ya que la figura de Mamita acapara el universo afectivo de la niña (1831: 6-7)6. En escenas subsecuentes, aparece la figura del padre, el tercer conde de Jaruco, quien regresa a La Habana en 1797 para recuperar su estatus de pater familias, lugar de dominio simbólico asociado, desde el principio del relato, a su condición de amo de esclavos. Ciertamente, “la vuelta del padre concluye el período idílico del matriarcado e introduce la ruptura” (Martin 1992: 201), pero también sirve para ajustar las reglas del romance familiar. Puesto que el padre irrumpe en la escena no tanto en su rol paterno sino como objeto de otro tipo de transferencia afectiva: “Je fus installé chez mon père, non pas comme un enfant, mais comme aurait pu l’être ma mere. Tout était soumit à mes fantaisies, tout pliait sous mes volontés”, cargando al relato de una fuerte tensión edípica7. Aquí nos interesa el momento en que la introspección de la memoria se vuelca hacia el pasado insular, ya que es justamente bajo la sombra paterna como la narradora registra sus primeras impresiones acerca de la esclavitud. Salvador Bueno comenta el hecho de que “en el mismo mes y año en que nació María de la Merced (1789) fue autorizado el comercio libre de esclavos africanos bajo todas las banderas” (1977: 12), como si esta infeliz coincidencia necesariamente involucrara a la autora en el odiado negocio8. Cuando el conde de Jaruco regresa

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Los datos acerca de la genealogía familiar de los Santa Cruz y Montalvo se toman de la monografía de Binder (2010), quien tuvo la cortesía de responder a todas mis preguntas y facilitó el identificar correctamente a los parientes de la autora. 6 Para otra interpretación, véase Molloy (1991: 89). 7 Cito de la edición original en francés (1831: 15-16). La primera traducción al español la realizó Agustín de Palma (1838) desde Filadelfia, modelo para la edición subsecuente publicada en 1922, durante la República, y la edición de 1984 preparada por Nara Araújo. 8 La condesa deja constancia de su toma-de-posición respecto la trata esclavista en el ensayo “Les esclaves dans les colonies espagnoles”, publicado originalmente en la

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a La Habana en 1797, ya estaba al tanto de los avances en la industria azucarera, pues había instalado la primera máquina de vapor en uno de sus ingenios (Jaruco 1940: 342; Araújo 1984: 7). Esta innovación tecnológica impulsó el cambio hacia un tipo de manufactura a gran escala, basada en el aumento de la mano de obra esclava, la introducción de la caña Otahití y la mecanización de la producción de azúcar (Moreno Fraginals 1978: 95), hechos que, en conjunto, fraguaron en la historia cultural del Caribe la época de la gran “máquina Plantación” (Benítez Rojo 1989: 48). Seis años después de la revolución haitiana de 1791, y amparado en la ley que autorizaba el comercio de esclavos, Joaquín Santa Cruz regresó a Cuba ansioso de beneficiarse de la expansión de la industria azucarera, pero seguramente compartía el temor de otros miembros de la sacarocracia del peligro que Haití representaba para la isla (Benítez Rojo 1988: 204). A manera de archivo primitivo, las memorias de Mercedes Merlin muestran la íntima conexión entre el mandato implícito en una sociedad esclavista y la autoridad patriarcal, ya que “el Nombre-del-Padre” emerge como sustento simbólico de esta sociedad a la vez que sustrato arqueológico de una psicología colectiva. A Joaquín Santa Cruz se le identifica primero y sobre todo como amo criollo: “Propriétaire d’habitations considérables, il possédait un grand nombre d’esclaves” (Merlin 1831: 17). Por eso, es sólo al lado de su padre como la niña observa el papel dominante del amo y las abyectas condiciones en que viven sus súbditos. Cautiva bajo la tutela del padre, la narradora fija una primera imagen del esclavo como ser abyecto: “il traîne sa chaine tristement, et mesure des yeux la distance qui le sépare de l’horizon où il voit la liberté” (1831: 17). De este dramático e inicial contacto con los sujetos esclavizados arranca el sentimiento abstracto contra todo tipo de opresión: “je n’avais jamais entrevu la constrainte comme le plus grand des malheurs” (1831: 20), juicio que condiciona posteriores etapas del relato de vida. A primera vista, la narradora de Mes douze premières années manifiesta la misma ambivalencia sobre la esclavitud que los principales

Revue des Deux Mondes en abril-junio, 1841, seguido de una edición en español publicada en Madrid el mismo año. En mi edición de este ensayo (2005), recalco las coincidencias y discrepancias entre la postura que asume Merlin y la articulada por los protoabolicionistas cubanos como José Antonio Saco.

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voceros de la sacarocracia cubana, ya que la imagen del esclavo sumiso concuerda con la del “esclavo dócil” ideada por Arango y Parreño (Gomariz 2004: 48). Mes douze premiéres années se publica en 1831, precisamente al comienzo del boom azucarero en Cuba, cuando la industria montada principalmente en la parte occidental de la isla reemplaza a Haití en el mercado mundial. Para esa época, ideólogos como Arango y Parreño y José Antonio Saco empezaban a argumentar por la abolición gradual de la trata, en su intento de mediatizar entre la estabilidad y prosperidad de la isla, basada, en gran medida, en la plantación azucarera, con la consciencia creciente de que la esclavitud debería erradicarse para siempre (Gomariz 2004: 57-58)9. Leído en este contexto, la memoria de Mercedes Merlin revela la resistencia a la esclavitud tanto del ama como del esclavo, aunque sin ir tan lejos como representar las sublevaciones de esclavos causados por la expansión del azúcar. Este contradiscurso, evocado igualmente en la rebelión de Sab y otros textos de la narrativa antiesclavista de los años 1830, corroe los códigos dominantes de la sociedad de plantación (Luis 1990: 2, 12, 27). Más adelante, la joven Mercedes presencia el desfile de esclavos que pasan a saludar al amo después de la misa, única oportunidad que tienen de comunicarle sus penas y ansiedades. Una joven esclava de aspecto noble le ruega a don Joaquín que la traslade de las arduas condiciones de trabajo en el campo al lugar donde se seca la caña, cambio que le permitiría amamantar a su criatura. Atento solamente a la juventud y belleza de la esclava, el conde no le concede su pedido, argumentando que esta tarea estaba destinada a esclavas viejas o enfermizas. Sólo por medio de la intervención de Mercedes se ve obligado el conde a cumplir el ruego de la esclava (Merlin 1831: 28-31), ante la cual la joven madre reacciona con una mezcla de alegría y tristeza: “La joie de la négresse fut aussi vive que l’avait été sa douleur, ou, […] les deux sensations se confondirent ensemble […]” (28). El dolor y la dicha de la madre esclava —quien era, además, de la nobleza conga (29)— capta, justamente, la fundamental contradicción de la sociedad esclavista cubana. Esta dramática escena, en la cual narradora y esclava aparecen como espejos inversos una de la otra, impactará el desarrollo

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2004.

Para un análisis detallado del pensamiento de Arango y Parreño, véase Gomariz

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posterior del relato, anticipando así la escena clave de la fuga, que aparece como eje de la historia. Después de una breve estadía en La Habana, Joaquín Santa Cruz anuncia su inminente viaje; aunque no se aclara explícitamente en el texto, este desplazamiento se debe al hecho de que el rey de España le había encargado al conde encabezar una exploración científica al este de la isla (Marrero 1986: 254-255). Preocupado por lo que él consideraba la laxa educación de su hija, Joaquín Santa Cruz determina la entrada de la joven Mercedes al Convento de Santa Clara, decisión hecha bajo el influjo de su madre, María Josefa de Cárdenas, devota al extremo (Binder 2010: 2), y condicionada asimismo por el hecho de que dos de sus tías, María Dolores y María Loreto, habían ingresado como religiosas en Santa Clara (Jaruco 1940: 335). El discurso protoabolicionista empalma claramente con una crítica de género que ata al sujeto femenino a las restricciones impuestas a su sexo; específicamente, en una réplica al discurso autoritario representado por la figura del padre (Martin 1992: 198). A pesar de que el mandato paterno fue motivado por el sistema de género —según el convencional criterio patriarcal, la imaginación precoz de la protagonista la incapacitaba para el matrimonio, opinaba el conde—, también se vincula significativamente al contexto colonial. Moreno Fraginals señala que “el Convento de Santa Clara recibía parte en las utilidades de más de veinte ingenios” (1978: 125); igual que criollos y peninsulares, la Iglesia era cómplice de la inversión del azúcar. De esta manera, la autoridad paterna —construida públicamente en su rol de sacarócrata— se respalda por la autoridad eclesiástica para determinar el destino de la joven. No sólo los esclavos, sino también la hija privilegiada del amo criollo se someten a la fuerza motriz de la sociedad colonial, convirtiéndose, los dos, en seres privados de libertad. Esta complicidad entre azúcar, esclavos y nación se marca claramente en la memoria, ya que el periodo de separación entre padre e hija, es decir, el episodio que transcurre adentro del Convento de Santa Clara, tiene que haber coincidido con la expedición de Mopox y Jaruco a Guantánamo en 1797, y concluye, asimismo, con el regreso del conde a La Habana, después del fracaso de su misión colonizadora10. La fuga del convento de Santa Clara puede interpretarse, entonces, como parte de la “Conspiración

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Para un recuento detallado de la expedición del conde, que combina intereses económicos y científicos, véase el interesante informe incluido en Jaruco (1940: 337-343).

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del Texto” (Benítez Rojo 1988: 208) o discurso de resistencia a la gran “máquina Plantación” conformada por los intereses esclavistas (Benítez Rojo 1989: 48), complejo representado en el texto por el Nombre-delPadre en su función autoritaria de amo de esclavos. Analicemos el episodio de la fuga con más detalle. No obstante los esfuerzos de la madre superiora de obligarle a profesar en la orden, Mercedes se convierte en una novicia rebelde (1831: 43), resistencia no solamente en contra del mandato de la Iglesia, sino también en contra de la presión familiar, pues su tía, quien fungía de abadesa de Santa Clara, le impone una fuerte vigilancia. Adentro de la celda la narradora fragua amistad con una joven monja, Sor Inés, quien también fue enterrada en el convento en contra de su voluntad, historia de encierre femenino narrado en la Histoire de Soeur Inés (1832) (Vásquez 1992). Aunque Mercedes le ruega a su padre que la devuelva al lado de su venerada Mamita (1831: 59), su bisabuela Luisa Herrera y Chacón, esta vez sus súplicas no reciben respuesta alguna. Con la ayuda de la desafortunada monja, las dos traman un atrevido plan de escape, cuya primera etapa es escapar al acoso constante de la esclava asignada por la madre superiora para vigilar a la joven (Araújo 1984: 19). De manera paralela al dominio patriarcal, la autoridad femenina que rige adentro del convento duplica la fuerza motriz de la institución esclavista, aumentando la doble carga de opresión de la cual intenta librarse la protagonista y, a la vez, negándole poder de acción (agency) al sujeto subalterno. El punto culminante de Mes douze premières années es la escena de la fuga, cuando Mercedes atraviesa la puerta de la capilla bajo los ojos de una anciana africana que rezaba silenciosamente en la penumbra momentos antes del amanecer (1831: 91). La presencia de este único testigo —tan esclava como la que intenta escapar de la celda— intensifica la tensión dramática de la escena. La narradora atribuye su acto de valentía al hecho de que el deseo de ser libre era superior al miedo de ser descubierta: “Entraînée par cette force supérieure à moi même, et malgré la faiblesse de mon âge, rien ne put m’arrêter” (1831: 94). Paralela a la escena anterior, en la cual la mujer congo aboga por su hijo, aquí la narradora y la esclava funcionan como reflejo especular una de la otra.

El principal objetivo de la expedición era investigar “la famosa bahía de Guantánamo, situada al sur de aquella Isla y a barlovento de las de Jamaica” y terrenos aledaños para un proyecto de colonización (337).

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Si la primera está atrapada por las convenciones atribuidas a su sexo, la segunda está sujeta a las humillaciones de la esclavitud, completándose así el ciclo, ya que, en última instancia, la liberación del sujeto femenino depende de la liberación de su contrapartida esclavizada. Momento de atrevimiento y transgresión, la escena de la fuga marca tanto un viraje en el texto como la transición entre la niñez y la adolescencia en la vida de la narradora: “Oh! non, je n’étais plus un enfant” (1831: 74). A partir de este punto, los destinos convergentes entre ama y esclava afloran a lo largo del relato para redondear la imagen de un personaje literario (persona) que se declara sistemáticamente a favor de los oprimidos. Al experimentar la pérdida de su libertad, la niña Mercedes se siente “affranchie de toute soumission, et en droit de me délivrer du joug qui m’opprimait” (1831: 69). En una escena paralela a la fuga del convento, la narradora nuevamente transgrede la Ley del Padre, logrando escapar de la tutela de la tía abuela, donde el padre la había encerrado de nuevo (1831: 120). De acuerdo al mecanismo foucaultiano de “vigilar y castigar”, el padre le había prohibido a Mercedes permanecer junto a su codiciada Mamita, sometiéndola al cuidado de su tía, conocida como Paquita a pesar de su elevado rango de marquesa de Castelflor11. Como para rematar el castigo, las tierras de la marquesa circundaban a las de Mamita (1831: 99-101). Aquí la autoridad religiosa sirve de sustento a la autoridad paterna, ya que los paseos de la joven son vigilados por el celoso cura de la casa, Fray Mateo. Durante una soñolienta caminata de verano, Mercedes logra esquivarse del celoso velador y corre campo través por los cañaverales, traspasando la barrera que limita las tierras de su padre, lo que simboliza otro acto de resistencia (1831: 123-127). En medio del camino, la narradora escucha los gemidos de una esclava, a quien reconoce de inmediato como la esclava Cangis, la misma que había socorrido al principio del relato (1831: 127-134). En contraste con las anteriores escenas, aquí la narradora se paraliza entre el miedo y el rechazo, representación teñida de ambivalencia hacia la figura de la esclava: “Alors malgré ma repugnance, ou pour mieux dire, ma peur, j’approchai de la malheureuse négresse” (1831: 134). En un tierno gesto de solidaridad, Mercedes le lava la cara con zambumbia (identificado a pie de página como jugo de caña fermentado), con lo cual Cangis

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Puede que se refiera a una de las tías abuelas, Josefa Rafaela o Antonia Josefa, ambas con apellidos Santa Cruz y Santa Cruz (Jaruco 1940: 335; Binder 1977: 41).

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sale de su estupor (1831: 134-135). Abrumada por su pérdida, la esclava hace duelo por su hijo, lamentando amargamente su condición solitaria y abyecta en dialecto africano (1831: 134-136). Sin embargo, la escena con Cangis apunta otro uso del dialecto local más allá del “exoticismo” atribuido a la autora (Díaz 2002: 120). Puesto que el vocablo africano articulado por la esclava y el español que la autora recupera como lengua materna estrechan, nuevamente, al sujeto autobiográfico y su contrapartida esclava, aumentando así la carga emotiva del encuentro. El corte abrupto de la escena sugiere que el estrecho vínculo entre dos mujeres de clases y razas opuestas tiene que reprimirse, ya que transgrede los rígidos estamentos de la sociedad esclavista. A pesar de su empatía inicial, y no obstante reconocer la causa de su infortunio (la pérdida de su hijo), Mercedes abandona a Cangis a su suerte y se apresura a reunirse con los suyos. Más que proyectar la fantasía del abuso infantil (Molloy 1991: 92), esta escena resalta la barrera racial y social que separa a la protagonista de la esclava, marcando el límite del encuentro colonial, la barrera que impide la identificación inconsciente trabada entre ambas. La escena con Cangis dramatiza, entonces, ese “miedo arcaico, inconsciente, de ser conquistada por el otro, y que se mediatiza a través del cuerpo femenino” (Lionnet 1989: 11); en este caso, la esclava, abandonada a su absoluta soledad, queda convertida en imagen viva del desamparo. Este primitivo texto autobiográfico presenta la fuga como una solución provisional e incompleta tanto a los rigores de la esclavitud como a las restricciones del sistema de género; el relato “L’évasion” complica este esquema al presentar la fuga como vaivén constante en la tradición insular.

El archivo perdido: “L’évasion” de Mercedes Merlin y el arte de la fuga Al final de Les loisirs d’une femme du monde (1838), biografía que la Comtesse Merlin dedicó a su congénere operática Maria Malibran, aparece un olvidado texto titulado “L’évasion”12. La brevedad del re-

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Agradezco a mi colega Carmen Vásquez, de la Universidad de Amiens, el haberme introducido a este precioso texto durante el panel “Entre dos mundos: La visión transatlántica de la Comtesse Merlin”, que organizamos junto con Roberto Ignacio Díaz para el XXXV Congreso del Instituto de Literatura Iberoamericana en Poitiers (verano 2004).

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lato contribuye a la intensidad de lo narrado, ya que Merlin relata aquí un episodio traumático de su niñez insular, ocasionado quizás durante el segundo período de encierro en casa de la tía abuela severa, cuando el padre le niega por segunda vez el universo afectivo de Mamita. La trama, en breve, narra el encierro a que fue sometida junto con otra joven pariente, la complicidad de su tía Conchita cuando las niñas logran romper las barreras del cuarto, la fuga campo través, el injusto castigo que la prima sufrió en lugar de la protagonista y que ésta fue obligada a presenciar, seguido del dramático desenlace13. A primera vista, parece extraña la inclusión de este relato dentro de un libro que trata principalmente sobre la vida y ascenso a la fama de la desdichada Maria Malibran. A pesar de su brevedad (ocupa solamente diez páginas), el relato “L’évasion” contiene la clave de lectura de Les loisirs d’une femme du monde: como tan lúcidamente expone Claire Emilie Martin, la autora proyecta sobre el objeto de la biografía escenas y episodios de su propia vida (2006), espejeo que se convertirá en técnica medular de las memorias centradas en la infancia cubana. La identificación constante entre la narradora y el sujeto esclavo a lo largo de Mes douze premières années se reproduce en el relato “L’évasion”, sólo que aquí se presenta a manera de cuento. A pesar de que posiblemente se escribió posteriormente a esta temprana memoria, “L’évasion” representa un momento anterior en la constitución de la psique que el umbral de la adolescencia develado en Mes douze premières années: si bien en este tomo el padre acapara el universo afectivo de la protagonista, al menos antes del reencuentro con la madre, ambas figuras condicionan la mirada introspectiva del primer autorretrato. “L’évasion” se presenta como un texto más arcaico al revelar más radicalmente la orfandad de la protagonista (Merlin 1838). En cuanto al aspecto narrativo, la vuelta a la infancia de la criolla no sólo marca un corte con la vida de Maria Malibran, sino que el relato iniciado a medias res utiliza este episodio como ejemplo de

13 El personaje de Conchita se identifica como ‘Conchita’ Barreto y Pedroso, hija del segundo matrimonio de María Josefa Beltrán de Santa Cruz, la abuela paterna de Mercedes, quien enviudó en 1770, y se casó posteriormente con Jacinto Tomás Barreto y Pedroso. “Conchita” sería, entonces, la medio hermana de Joaquín Santa Cruz y, por tanto, tía de Mercedes Merlin. Comunicación personal, Jean-Pierre Binder. Le agradezco a Monsieur Binder esta valiosa información sobre la genealogía de la familia Santa Cruz/Montalvo.

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un principio moral: la indignación y el rechazo frente al abuso de la fuerza, continuando así un tema central de Mes douze premières années. Ya que el relato rememora el cautiverio impuesto por la abuela paterna, “L’évasion” emblematiza otro tema obsesivo de la autora: el encierro femenino, la clausura, el espacio cerrado común a las mujeres enquistadas en un mundo patriarcal (destino emblematizado en la hermosa Sor Inés, cautiva en el convento, cuya suerte inspira el relato Histoire de Soeur Inès [1832]) y el imperativo único: la fuga, el escape premeditado, la fuerza vital que salta barreras y rompe el yugo de la dominación masculina (Vásquez 2006). La escena de la fuga narrada en “L’évasion” evoca el escape del convento de Santa Clara, escena cumbre de Mes douze premières années que, como hemos visto, marca el fin del idilio de la infancia y la caída en desgracia del adolescente. Sin transición ni preámbulo, surge un trauma de la niñez como piedra angular de la conciencia ética de una mujer adulta. Al comenzar la escena, el yo autobiográfico parece sin sombra protectora; el padre no se nombra; más bien, el único trazo de autoridad paterna es la mención en filigrana a la abuela paterna a donde la niña va a pasar unos días (irónico sustituto de la benévola figura de Mamita). Calcada en la misma rigidez y severidad que caracteriza a la madre superiora en Mes douze premières années, la abuela paterna aparece como figura beata, regida por reglas y rígidos horarios que restringen la espontaneidad de la joven (recordemos que, bajo el cuidado de Mamita, la niña había gozado de entera libertad)14. Casi como eco del lamento de Sab, el paralelo con la sumisión esclava lo marca una escueta comparación: “Ses filles, comme ses esclaves, […] suivant la route qu’elle leur avait tracée et à force d’obeir, semblaient avoir perdu la faculté de vouloir” (1838: 294-295). En su inocencia, la niña piensa que el estricto horario de la casa no se aplicaba a ella; por tanto, no renuncia a sus “habitudes vagabondes” (1838: 295) y se deleita montando un potro salvaje por toda la extensión de las tierras (1838: 296). Este fragmento, que culmina en un paisaje romántico en que la manada de caballos descansa al lado del río (1838: 296), es de una extraordinaria belleza. El recreo y deleite en la naturaleza insular sirve aquí de interludio entre el espacio abierto del

14 Recalca la autora la manera en que el clan Montalvo/Jaruco compensa, por el trato y esmerado empeño, la ausencia de sus padres, y cómo “ma première instruction fut très negligée, par la crainte qu’on avait de me contrarier” (Merlin 1831: 10).

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campo y la clausura a que será sometida la niña por infringir las leyes de la casa (1838: 295-296). Después de dos o tres días de gozo y libertad, se dicta la sentencia: a instancias de la abuela paterna, el cura español (posiblemente el mismo Fray Mateo) amenaza con encerrarla bajo llave. Desafiando la orden de un extranjero (índice ya de una temprana conciencia nacional), la niña insiste en su amplitud de movimiento, y sale otra vez al campo. Pocos días después, se le prohíbe salir durante la hora de la siesta (1838: 297). La naturaleza insular se tiñe de duelo, evocando en metafórica correspondencia el encierro de la niña (el detalle de una serpiente enroscada entre las hojas del banano evoca el mal que amenaza el paraíso primario) (1838: 298). En contraste con el mundo exterior, la niña queda encerrada en un estrecho “rez-de-chaussée” (1838: 299), espacio desamueblado, con la excepción de una hamaca y una enorme pajarera, cuyo revoloteo le sirve de consuelo (1838: 298). En medio de este desolado espacio, aparece la figura de la tía Conchita, quien fue mandada ahí para suavizar los rigores de la cárcel15. Paralelo a la escena de la fuga del convento, cuando Mercedes empuja suavemente la puerta detrás del coro de la capilla (1831: 91), aquí, otra vez, los barrotes de madera ceden ante la presión de su frente, en un gesto que cifra la vulnerabilidad infantil más que la voluntad de transgresión (1838: 299). Un segundo intento constata la posibilidad de éxito; a la tercera, anima a Conchita a escaparse con ella; cuando ésta desiste, inventa un ingenioso plan para que aquella la tirara sin tocar la reja, para así asumir plenamente la culpa (1838: 299). La escena siguiente constituye un punto culminante y a la vez contrarresta la escena final del castigo. Al ver libre salida, la narradora se inspira súbitamente de abrir también la puerta de la pajarera, dejando escapar la multitud de pájaros: Avant de sauter dehors, j’ouvris la volière, et zinzontes et colibris de s’envoler, et maricas et guacamayos d’entonner de leurs voix aigres le cri de liberté, battant des ailes et s’échappant par tous les intervalles qui séparaient les barreaux vermoulous de la fenêtre (1838: 300-301; énfasis de la autora).

15 “Alors seulement, je m’aperçus de la présence de ma tante Conchita, qu’on avait laissée près de moi, apparemment pour me rendre la prison plus supportable” (Merlin 1838: 299).

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En vez de subrayar el exoticismo de recrear un contexto tropical en francés —táctica utilizada en los pasajes costumbristas de La Havane (Díaz 2002: 93)—, aquí el uso del vocablo español y específicamente el sabroso nombre de pájaros regionales sirve para afianzar la identificación entre las aves y las niñas, metáfora que las impulsa a alcanzar la llanura. Inmediatamente, el espontáneo vuelo de los pájaros y la dicha de sentirse liberada de su augusta prisión conduce a una epifanía —Conchita y la narradora aparecen “entourées d’une nuée d’oiseaux aux belles colours, […] voltigeaient autour de nous, et passant et repassant sur nos têtes, effleuraient nos cheveux et nos joues comme pour nous remercier de leur avoir donné la liberté (1838: 301)”—. Cuando los pájaros al fin se disipan, quedan la narradora y su doble enfrentadas una a otra: mientras Conchita piensa en el peligro por venir, Mercedes medita la audacia de su acto y se coloca en el lugar de su cómplice, escena que anticipa el desenlace y a la vez emblematiza la alteridad (1838: 301-302). Pero la dicha de las recién liberadas dura poco, pues pronto la autoridad que rige la sociedad esclavista las atrapa de nuevo: el cura y una escolta de esclavos las conducen al sitio de expiación, cada una por separado: Conchita, al dormitorio de la madre, y Mercedes, al frente de la severa abuela (1838: 302-303). El desenlace del cuento muestra la obligada complicidad de los esclavos al hacer regir la arbitrariedad de un sistema opresivo al interior del espacio doméstico: temblando de miedo, Conchita trata de escapar, pero, a instancias del cura, quien parece ordenarla con la mirada, una de las esclavas la sujeta sin piedad (1838: 303). La descripción de la frágil Conchita a continuación contrasta con el autorretrato inserto en Mes douze premières années, en el cual la criolla, ardiente y decidida, se representa en términos de una femineidad precoz: A onze ans j’avais atteint tout ma croissance, et quoique très mince, j’étais formée comme on l’est à diex-huit. Mon teint créole, mes yeux noirs et animés, mes cheveux si longs […] me donnaient un certain aspect sauvage, qui se trouvait en rapport avec mes dispositions morales (1831: 190).

En contraste con la tez trigueña del autorretrato, Merlin traza en Conchita los rasgos delicados de una heroína romántica: blanca, lánguida, de ojos verdes “précursor de tendres passions” (1838: 303). En

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vez de la mujer ya formada que es la joven Mercedes al final de Mes douze premières années, es la tierna niña —promesa de femineidad, “déjà de une attraction irresistible” (1838: 303)— la que va a sufrir el castigo. Así, la descripción de “la plus belle fille du monde” (1838: 303) prepara la escena siguiente, donde la extrema vulnerabilidad de la niña será violada por el azote físico. El drama más intenso que narra “L’évasion” es, sin duda, la violencia de la sociedad esclavista, violencia sublimada y que no obstante se proyecta con fuerza en el último episodio, cuando la protagonista presencia el abuso corporal del cual es víctima su tía. Acto seguido, y motivada por la culpa, la narradora sigue los pasos a donde conducen a Conchita; de repente, escucha los gritos desaforados de la víctima, y acude a ella por entre los salones abiertos de la casona (1838: 304-305). Con pincelada rápida, Merlin nos hace sentir el impacto de la crueldad, al contrastar la delicadeza y blancura del cuerpo de la joven con la rudeza y severidad de sus opresores, imagen teñida de prejuicio racial: L’angélique créature, si jeune et si pure, était soutenue en l’air, des pieds et des épaules, par deux négresses… Elle avait le corps à decouvert… Sa blanche peau, ses charmes naissants et délicats; ses contours gracieux et ondulants […] etaient exposées […] aux yeux stupides et grossiers des esclaves (1838: 305).

En irónica inversión de los códigos que rigen la sociedad esclavista, son las esclavas las que le proporciona los golpes, obligadas a perpetuar los castigos de un sistema que, sistemáticamente, las oprime a ellas. Narrada desde la perspectiva del testigo ocular, se siente el efecto de la violencia en el cuerpo de la víctima —“le corps, tenu, comme par des crampons de fer, par les bras vigoreux des négresses” — culminando en un paroxismo de dolor en que víctima y victimario comparten la misma agonía (1838: 306). Recordemos que en Mes douze premières années la presencia del esclavo abyecto y castigado provoca el sentimiento abstracto contra todo tipo de opresión —“je n’avais jamais entrevu la constrainte comme le plus grand des malheurs” (1831: 20)— postura ética con la cual la narradora construye su persona autobiográfica. Si bien en Mes douze premières années la realidad del castigo físico condiciona la aversión al maltrato, en “L’évasion” el abuso de la fuerza conduce a la acción concreta. Con el mismo ímpetu con que logra escaparse del conven-

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to —“Entraînée par cette force supérieure à moi meme, et malgré la faiblesse de mon âge, rien ne put m’arrêter” ([1831] 94)— la narradora se arroja decididamente a la fuga: “A ce spectacle, ma vue devint trouble, mon coeur se souleva, tout sentiment de craint disparut…” (1838: 306). Sólo que aquí el impulso va en dirección contraria, ya que se vuelca contra las que han infligido el castigo, sin notar quienes fueron los que dieron la orden, ni que son las esclavas las que más han sufrido el exceso que precisamente se condena: “Une forte vibration intérieure m’annonça que ma vie morale allait commencer, et je la sentis forte et puissante, dans ce premier mouvement d’indignation contre l’abus de la force brutale […]” (1838: 306). Al límite de tensión, animada “[c]omme un lionceau en courroux” (1838: 306), la narradora golpea y muerde rabiosamente a una de las esclavas (1838: 306-307). En otra inversión del código esclavista, se abalanza impulsivamente sobre el cuerpo de Conchita, cubriéndola en gesto protector y cariñoso, e incitándola a que golpeara a sus opresoras (1838: 307). Sin transición ni preámbulo, como rendida de repente ante la energía del acto rebelde, la protagonista cae, desvanecida, al suelo (1838: 307). A pesar de que “L’évasion” termina abruptamente, este mismo corte apunta a la carga simbólica del relato dentro del discurso nacional. De manera análoga al balsero que intenta “romper con todo” y escaparse para siempre de un pasado de ataduras (Gil 2000: 36), la narradora de “L’évasion” dirige sus energías a zafarse de un entorno familiar opresivo, cuya violencia está íntimamente ligada al contexto social de la esclavitud. Igual que el anónimo balsero, la acción de la protagonista “se consume en el propio escape” (Gil 2000: 36). El paralelo entre este momento coyuntural en la historia de Cuba y la historia de los “Pueblos del Mar” (Benítez Rojo 1989: xxxiv) es significativo. No obstante la fisura del tiempo, la niña de amos blancos y el balsero comparten una misma condición: “Huir es más necesario y fundamental que llegar, porque el entorno social y político remite a una desesperación totalizadora del individuo” (Gil 2000: 36). Punto que nos regresa al Bildungsroman femenino. En el juego de espejos que propone la escritura, la complicidad entre la narradora y su tía —y la transferencia afectiva que ésta representa— permitirá la identificación entre el “yo” autobiográfico y las esclavas que poblaron la infancia, desde la sufrida Cangis hasta la nana liberada al final de Mis doce primeros años. En vez de un “yo” agresor que oprime al “otro” (paradigma de la teoría poscolonial), en “L’évasion” vemos a un “yo”

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constituido por el “otro”; un otro que es ella misma, identificación que une a todos los sujetos de un sexo y de una raza sometida. Justamente, este es el mecanismo que en Les loisirs d’une femme du monde facilita a Merlin narrar su propia vida entre las líneas del relato ajeno16. El lugar de “L’évasion” dentro de la producción literaria de la condesa es comparable al Histoire de Sor Inès, donde se borran intencionalmente los límites entre la propia vida y el relato del otro, para acentuar más agudamente la universal problemática de las mujeres sujetas a la dominación patriarcal (Vásquez 1992)17. Al incorporar las cartas y documentos de Maria Malibran dentro de la biografía, la condesa asume el rol de archivista, un modo de composición que resalta el perfil de una vida singular (Martin 2006: 6-8), y que también preserva un archivo alternativo; es decir, una memoria colectiva de la vivencia femenina. Leído como pièce de resistance junto a Mes douze premières années y, por tanto, como parte integral del canon literario cubano, las memorias de Mercedes Merlin sugieren la fuga como elemento constante de la vida nacional, en contrapunto al lírico Viaje a la Habana (1844), texto fundacional de la lejanía. La coexistencia y alternancia de estos dos discursos —mitificante el uno y subversivo el otro— apuntan la historia cultural del Caribe como encrucijada de violencia y reconciliación.

Bibliografía Obras Merlin, Madame la Comtesse de (1831): Mes douze premières années. Paris: Imprimerie de Gaultier-Laguione. — (1838): Mis doce primeros años. Traducido del francés por A. de P. [Agustín de Palma]. Filadelfia: s. e. — (1838): “L’évasion”, en: Les loisirs d’une femme du monde, tomo II. Paris: Librairie de L’Advocat et Companie, pp. 294-307.

16 “El YO de la autobiografía adopta el ELLA de la biografía y ambos pronombres se enlazan en una narrativa femenina única y a la vez compartida por otras voces de mujeres singulares que leen o esperan su turno en la página” (Martin 2006: 6; énfasis de la autora). 17 Para una aguda lectura de “L’évasión” como réplica contestataria a la autoridad patriarcal, véase Vásquez 2006.

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— (1844): Viaje a La Habana. Precedido de “Apuntes biográficos de la Señora Condesa de Merlin” por Gertrudis Gómez de Avellaneda. Madrid: Imprenta de la Sociedad Literaria y Tipográfica. — (1922): Mis doce primeros años e Historia de sor Inés. La Habana: Imprenta “El Siglo xx”. — (1974): Viaje a la Habana. Bueno, Salvador (ed.). La Habana: Editorial de Arte y Literatura. — (1984): Mis doce primeros años. Prólogo de Nara Araújo. La Habana: Editorial Letras Cubanas. — (2006): Les esclaves dans les colonies espagnoles: accompagné d’autres textes sur l’esclavage à Cuba. Méndez Rodenas, Adriana (ed.). Paris: Editions l’Harmattan. — (2008): Viaje a la Habana. Méndez Rodenas, Adriana (ed.). Doral, Fl.: Stockcero.

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Soledad Acosta de Samper y el papel de la mujer intelectual colombiana en la historia literaria y sociopolítica del siglo xix Luisa Ballesteros Rosas Université de Cergy-Pontoise, Paris

La escritora colombiana Soledad Acosta de Samper (Bogotá, 18331913) plantea los problemas de su época y se encuentra en el corazón de los grandes movimientos dialécticos de finales del siglo xix y comienzos del xx, en los que se posiciona con brillo, aunque por su condición de mujer, su figura ha sido opacada a la vez por la historia y por la crítica. Su retrato fue puesto en la Galería de Historiadores solamente en 1952, a pesar de haber sido la primera mujer que se convierte en miembro de la Academia de Historia de Colombia (1902) y de Venezuela, y de pertenecer a la Sociedad de Geografía de Berna, a la de Escritores y Artistas de Madrid y a la Jurídico-Literaria de Quito. Como las grandes escritoras latinoamericanas del siglo xix1, Soledad Acosta mantiene una relación estrecha con Europa y recibe gran parte de su educación en París, donde adquiere ese anhelo de libertad que manifiesta en su obra, como su lucha obstinada por la emancipación femenina y la libertad de expresión. De regreso a Bogotá, se casa en 1855 con el escritor José María Samper (1826-1888), con quien vuelve a vivir en Europa hasta 1862, cuando se trasladan al Perú a dirigir y colaborar con la redacción del diario El Comercio y fundan la Revista Americana de Lima. Soledad Acosta escribe también para Biblioteca de señoritas y El Mosaico. De regreso a Colombia en 1863, los dos participan activamente en las asambleas y sesiones de las Socieda-

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Entre ellas, la boliviana Lindaura Anzoátegui (1846-1898), la argentina Eduarda Mansilla (1835-1892) y la poeta modernista peruana Zoila Aurora Cáceres (1872-1958).

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des Democráticas y en la Sociedad de Artesanos de Bogotá, junto con Manuel Ancízar y su esposa Agripina Acosta, hermana de Soledad, y muchos otros escritores, poetas, periodistas y publicistas de la época, hombres y mujeres, empeñados en promover cambios radicales en la sociedad y en el seno de la familia. La complicidad de Soledad Acosta con su marido en muchos aspectos favorece su creación y su vida intelectual y patriótica. En su libro Historia de una alma (1882) José María Samper dice: “dos almas unidas por el amor, el patriotismo y la educación, pero de distinto sexo y de distinto carácter” (1948: 246). Con relación a las grandes figuras del siglo xix, Soledad Acosta ha sido muy poco estudiada en Colombia. Sin embargo, en 1883 obtuvo, con la Biografía del general Joaquín París, el premio del concurso abierto para el primer centenario del Libertador, y en 1909 ganó otro en Caracas con la Vida del Mariscal Sucre. En 1892 representó a Colombia en los congresos conmemorativos del IV centenario del descubrimiento de América y, ese mismo año, fue nombrada delegada oficial de Colombia al IX Congreso Internacional de Americanistas, que tuvo lugar en el convento de La Rábida, en España. En su escritura, que comprende artículos publicados en la prensa de la época, novelas, ensayos, estudios sociológicos, biografías, cartas, crónicas y libros de historia, Soledad Acosta promueve la búsqueda de identidad, retomando elementos españoles del pasado colonial y estableciendo nexos con la nueva república. De carácter costumbrista, su narrativa está relacionada sobre todo con la historia de Colombia, poblada de conquistadores, piratas, héroes de la Independencia y personajes contemporáneos relacionados con la autora. Las temáticas que nutren su ficción están engarzadas en las inquietudes de su época: la historia, la condición femenina, y la nación y su identidad. Soledad Acosta no escapó a la regla propia del siglo xix de escribir bajo seudónimo. Ella misma confiesa haber adoptado los de S. A. S., Andina, Aldebarán, Bertilda, Renato, y Orión para firmar sus escritos “por la natural desconfianza de echar a luz mi nombre”2. Anagrama de “libertad”, Bertilda simboliza sus ideales, y es también el nombre de su primera hija, nacida en 1856.

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Carta a Alberto Urdaneta, publicada en el número 74 del Papel Periódico Ilustrado, el 1 de septiembre de 1884.

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Entre la historia y la ficción El primer libro publicado por Soledad Acosta es su Diario (1853-1855) de adolescente, que dedica a su padre, el general Joaquín Acosta, de quien escribe también la biografía3. Bajo la influencia de Victor Hugo y de Balzac, sus novelas Teresa la limeña (1868) y Dolores (1869) producen cierta sorpresa y admiración. Traducida al inglés y publicada en Nueva York, Dolores trata de los estragos de la lepra (mal de Lázaro) en la vida de una joven artista pueblerina, cuya enfermedad heredada del padre le impide realizar sus sueños amorosos. Estas obras son publicadas en periódicos desde 1864 hasta ser recogidas en el libro Novelas y cuadros de la vida suramericana4, que contiene una rica información de lecturas, geografía, botánica y costumbres colombianas. También publica una serie de cartas enviadas a la Biblioteca de Señoritas; Bogotá, donde aparecen en 1859 bajo el título de Revista Parisiense. De la historia de Colombia, Soledad Acosta se interesa de manera particular por personajes que tuvieron cierto protagonismo en la Conquista, en la época colonial, en la Independencia y en los acontecimientos políticos que ella misma vivió de cerca, como la guerra civil de 1876, cuyos avatares la tocan personalmente porque, mientras su esposo se encuentra en los campamentos, el gobierno confisca su imprenta y hace que Soledad Acosta desocupe y entregue en el término de veinticuatro horas su casa de habitación. La Guerra de Independencia también es narrada en tres novelas: La juventud de Andrés, La familia de tío Andrés y Una familia patriota, publicadas entre 1880 y 1885 en las revistas La Mujer (1878-1881) y La Familia (1884-1885), dirigidas por la autora. En La monja5 se inspira en hechos históricos del periodo que siguen a la Revolución de 1860, encabezada por Tomás Cipriano de Mosquera (1798-1878), en reacción al gobierno del entonces presi-

3 Biografía del General Joaquín Acosta, Prócer de la Independencia, historiador, geógrafo, hombre científico y filántropo (El Domingo I y II, 1898-1899). 4 Novelas y cuadros de la vida suramericana (novelas: Dolores, Teresa la limeña, El corazón de la mujer; los cuadros : “La perla del valle”, “Ilusión y realidad”, “Luz y sombra”; tipos sociales: “La Monja”, “Mi madrina” y “Un crimen”). Imprenta de Eug. Vanderhaeghen, Gante, 1869. 5 Que ya había publicado en El Mosaico, en 1864, firmando con el seudónimo de Andina.

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dente conservador Mariano Ospina Rodríguez (1805-1885). Soledad Acosta trata, a través del diario de una joven que por razones políticas había vivido en un convento, sobre la crisis producida por el gobierno de Mosquera (1860-1863), a consecuencia de la persecución de clérigos y religiosos y la expulsión de las monjas. En efecto, con el decreto de “tuición de cultos”, Mosquera obtiene el dominio del orden religioso y dicta la ley de desamortización de bienes de manos muertas. En esta novela la autora presenta la vida conventual como una posibilidad aceptable de organización social, transmitiendo a la vez su visión sobre la falta de alternativas en la vida de la mujer. Le siguen otras dos novelas, Laura y Constancia, publicadas en el periódico El Bien Público, de Bogotá, entre 1870 y 1871. En su novela La holandesa en América6, vuelve a tomar el texto de La monja con algunas variaciones, como el diario de Mercedes, publicada en el folletín de La Ley (1876), con la que regresa a la novela de costumbres. En ella aparecen dibujadas con genio algunas costumbres de los habitantes provincianos de Holanda, y otras de las gentes de Colombia, humildes y cultas, con largos e interesantes episodios de la historia moderna, como la insurrección del general José María Melo (1854), entretejidos de reflexiones y sentencias bien meditadas, hundiendo sus raíces en la naturaleza humana, de acuerdo con el estado social y político del país. Pero Soledad Acosta de Samper se afirma cada vez más en la novela histórica, un género ejecutado entre sus contemporáneos. Empieza con un episodio novelesco sobre José Antonio Galán (1870) y la Insurrección de los comuneros, ampliado y complementado 18 años después con una segunda parte sobre Juan Francisco Berbeo, en un libro que publica en 1887. El gran éxito de esta obra la anima a iniciar una empresa novelística pintando las costumbres y el carácter del español en su tierra natal antes y después del descubrimiento de América, como una introducción a un vasto plan de vulgarización de la historia de Colombia, tal como lo hace en ese momento Pérez Galdós en España con sus Episodios Nacionales. La escritora colombiana empieza con Gil Bayle, leyenda histórica de la España de fines del siglo xiv, publicada primitivamente en el folletín de La Ley (1876), en la que describe al guerrero hispano de feu-

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Una holandesa en América (folletín de La Ley, 2-27, 1876).

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dalismo puro. A esta novela sigue la de Los hidalgos de Zamora (1873), que aparece en el folletín de El Deber en 1878, en la que estudia al peninsular del siglo xvi con todos sus defectos, como sus instintos de arrogancia, de dureza y de orgullo llevado hasta la crueldad; y se pintan sus cualidades de heroísmo, valor y galantería.

Cuadros histórico-novelescos Soledad Acosta se interesa particularmente por el período de la Conquista. Señala: “Desconfiando de mis facultades para escribir una historia verdadera de la vida de los conquistadores de mi patria intentaba trazar una serie de cuadros histórico-novelescos que pusieran de manifiesto los hechos de aquellos héroes casi fabulosos [...]” (Acosta de Samper 1886: 15)7. Es así como, en 1878, reanuda la serie histórica de la Conquista con Alonso de Ojeda, capitán aventurero del siglo xvi, descubridor de la costa atlántica colombiana, cuya vida fue realmente una novela. Este texto apareció en 1907, en La Mujer, y se reeditó el libro con el título de Un hidalgo conquistador. En 1905 publicó en Lecturas para el hogar la cuarta novela de la serie con el título Aventuras de un español entre los indios de las Antillas. Se quedaron inéditas Vasco Núñez de Balboa, El Tirano Aguirre, y otra que tenía proyectada sobre los extraños viajes de Nicolás de Federmann a través de Venezuela y los Llanos, la súbita llegada a la sabana de Bogotá en donde tropezó con Gonzalo Jiménez de Quesada, que había llegado primero desde Santa Marta en búsqueda de El Dorado, y con Sebastián de Belalcázar que venía de Quito con el mismo fin8. La época de la colonización quedó representada en el libro de crónicas histórico-novelescas Los piratas de Cartagena (1886), dedicado a Rafael Núñez (1825-1894)9, que es quizá una de las obras más audaces de la escritora colombiana, y de las más relevantes del género novelístico de piratería. En ella da cuenta de la historia de Colombia en las últimas

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Citado en la Introducción a Los piratas de Cartagena (1886). Soledad Acosta también transita por el relato de viajes. En La Perla del Valle trata de la desilusión del viaje a Europa, sobre lo que allí se cree encontrar, la nostalgia del país natal y el desengaño del regreso. 9 Rafael Núñez nació en Cartagena y fue dos veces presidente de Colombia, de 1880 a 1882 y de 1884 a 1886. 8

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décadas del siglo xvi y trata de abordajes, saqueos, prisioneros y personajes históricos. Pertenecen también al estudio de esta época las relaciones cortas “Francisco Martín”, “La esposa del contador Urbina”, “El ángel de doña Juana”, “Bartolomé Sánchez”, “La nariz de Melchor Vásquez”, “La india de Juan Fernández” y “Una aparición en 1651”. Soledad Acosta transita por el viejo camino de la piratería que ya hacía parte de las diatribas de Juan de Castellanos, Cristóbal de Llerena, Miramontes, Rodríguez Freyle, Sigüenza y Góngora, Oviedo y Herrera y José de Espronceda, que introduce en su poesía a estos héroes marginados, sin omitir a los anglosajones Lord Byron, Walter Scott y Fenimore Cooper. Para algunos escritores clásicos estas depredaciones representaban represalias de la herejía, del luteranismo, o de la confabulación contra España. Pero para los románticos ese tipo de aventuras y de navegación audaz se convierte en símbolo de libertad, como lo evidencia la novela La novia del hereje (1854) de Vicente Fidel López, manteniéndose hasta finales de siglo xix en estratificación cronológica con el realismo y el naturalismo. Las obras El filibustero (1851), del mexicano Justo Sierra O’Reilly, El pirata o La familia de los condes de Osorno (1868), de Coriolano Márquez Coronel, El pirata de Guayas (1865), del chileno Manuel Bilbao, y El filibustero (1866), de Eligio Ancona, muestran el interés que suscitan esas aventuras ligadas a la historia del continente, con personajes y acontecimientos famosos como el pirata Roberto Cofresí, cuyas intrigas y audaces hazañas inspiran las obras folletinescas de Riva Palacio en Los piratas del golfo (1869), del puertorriqueño Alejandro Tapia Rivera, en Cofresí (1876), y del dominicano Francisco Carlos Ortega en El tesoro de Cofresí (1889). El ciclo de la piratería se amplía a finales del siglo xix con Carlos Paoli, de Francisco Acuña Gabaldón; Los piratas, de Carlos Sáez Echeverría y Esposa y verdugo, y otros piratas de Tenco, de Santiago Cuevas Puga, a las que se añaden los episodios de piratería recogidos por Soledad Acosta de Samper en sus cuadros histórico-novelescos.

LOS PIRATAS DE C ARTAGENA Los piratas de Cartagena (1886), de Soledad Acosta de Samper, se inscribe históricamente en el periodo en que los piratas franceses y los corsos de Hawkins y Drake operaban por el litoral americano deso-

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lando los puertos del Atlántico y del Pacífico, y la navegación de los corsarios intentaba contrarrestar la doctrina del mare clausun defendida por España con rutas comerciales cerradas cubiertas por sus propios galeones. Filibusteros y bucaneros dominan puntos estratégicos en el mar Caribe hasta 1750. Pues, a lo largo de la primera mitad del xvii, las incursiones de los holandeses se hacen frecuentes y en la segunda mitad del mismo siglo, Jamaica se convierte en gran base de la piratería inglesa de Morgan y Vernon. En Los piratas de Cartagena, Soledad Acosta distribuye hábilmente, en once capítulos, los resortes novelescos y la parte histórica mezclada con la romántica. Aborda, en un estilo preciso y claro, el tema de las expediciones más importantes que atacaron las costas de territorios que hoy forman parte de Colombia, como las recién fundadas poblaciones de Santa Marta y Cartagena, arruinadas primero por los franceses, en 1544, con Roberto Baal a la cabeza; luego, por los enviados de la reina Isabel de Inglaterra, al mando de los Hawkins, padre e hijo, los cuales arruinaron Nombre de Dios y Río de Hacha, antes de los ataques de Francisco Drake, en 1586 y 1596 contra Santa Marta, Cartagena, Portobelo y Chagres. Trata también de Guateral, otro personaje temible que se apoderó de varios lugares en las cercanías de Portobelo, y los saqueó; de Francisco Lolois que hizo otro tanto pero murió a manos de los indios del Darién después de haber robado muchas de las poblaciones del istmo. Soledad Acosta extiende su relato sobre Juan Morgan, uno de los más audaces filibusteros del siglo xvii, que no se contentó con saquear Portobelo, sino que entró por el río Chagres y atravesando el istmo llegó hasta Panamá, la cual atacó, robó y convirtió en cenizas, ayudado por Carlos Enrique Clerk, que se hallaba en las aguas del Pacífico con una fragata inglesa, y va a ser ajusticiado doce años después en el Perú. Lo mismo hace con las aventuras de Juan Spring en Portobelo (1670), Bartolomé Sharp, Juan Guarlen o Swan Waffer y Bartolomé Bolmen, que hicieron el mismo viaje en 1680 a través del istmo en connivencia con los indios del Darién. Después de muchas aventuras, los que lograron sobrevivir de esta expedición regresaron a Europa en las naves españolas que encontraron en el Pacífico. Algunos años más tarde, el barón de Pointis, enviado expresamente por la corte de Francia, se unió a los filibusteros para atacar y tomar Cartagena. Soledad Acosta también se refiere a los corsarios ingleses Tomás Colb, Guillermo Dampier y otros que cometieron toda suerte de de-

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predaciones, al empezar el siglo xviii, a uno y otro lado del istmo de Panamá, y desolaron las costas colombianas. A la invasión y saqueo de los puertos de Portobelo, seis veces por los ingleses, a mediados del siglo xviii, se une que Chagres y Cartagena fueran atacados por las escuadras inglesas de 1596 a 1744, primero por el almirante Hossier, después por el almirante Vernon y finalmente por Guillermo Kinhiesel, enviado por el almirante Ogle. Los hechos ejecutados por estos enemigos de España y los acontecimientos ocurridos durante aquellos ataques, todos más o menos dramáticos, dan una idea de lo que eran las costumbres y los caracteres de aquellos tiempos que Soledad Acosta narra en los cuadros históriconovelescos de Los piratas de Cartagena, cuyos sucesos más interesantes forman parte especialmente de la historia de Cartagena, una de las ciudades más odiadas por los piratas, y la única que logró defenderse contra sus enemigos, con gran valentía aunque no siempre con mucho éxito.

La condición femenina El epistolario de Soledad Acosta de Samper también tiene gran importancia, siendo la carta uno de los géneros más utilizados desde el Neoclasicismo y durante todo el siglo xix como medio predilecto de difusión de las ideas. Entre las más importantes está la que escribe al presidente Santiago Pérez, a raíz de la encarcelación de su marido y la confiscación de los bienes de la familia. Verdadero tratado sobre la libertad de prensa y la dignidad, esta carta es dirigida al “Ciudadano Presidente de la Unión”10, en la voz de una mujer enérgica y valiente, ciudadana y periodista, y no la madre, esposa y educadora convencional. Dentro de un proyecto claramente educativo, con un género epistolar bastante rígido, Soledad Acosta ejerce, en un prudente “tira y afloja” propio de su identidad, una comunicación progresiva útil a las mujeres, un llamado a la vez a la autonomía y dentro del respeto por las normas. Para ello empieza por seguir el modelo clásico de Fray Luis de León, y la tradición iniciada por su compatriota Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861), autora del Ensayo sobre los deberes de

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Carta citada por Santiago Samper Trainer.

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los casados11 y del Tratado sobre economía doméstica para el uso de las madres de familia y de las amas de casa12. Soledad Acosta publica, en su revista El Domingo de la Familia Cristiana (1889-1890), una serie de cartas de carácter didáctico, como “Cartas a una recién casada” y “Cartas a una madre”, y mezcla de forma sutil sus consejos de higiene y salud con la defensa de los derechos de la mujer y un análisis bastante realista de los límites que representa la institución del matrimonio. Son reconocidas también sus traducciones al español de autores extranjeros. Entre las más difundidas A Woman’s Thoughts about Women (1858), de la novelista inglesa Dinah Maria Mulock Craik (1826-1887), cuya traducción es incluida por Soledad Acosta en el primer tomo de La Mujer, Revista quincenal (1878), y una selección de textos de Le travail des femmes au XIX e siècle (1873) del pensador francés Paul Leroy-Beaulieu (1843-1916), cuya difusión le permite hacer llegar a Colombia con cierta pedagogía sus nuevas ideas con relación a la educación y a la vida profesional de las mujeres13. La traducción y difusión de ciertos textos didácticos es para Soledad Acosta una manera de introducir en Colombia la lucha por la emancipación femenina, tema llevado de Europa a nuestro continente con las referencias de Madame de Staël, George Sand y Flora Tristán. En ese sentido, es de notar “Aptitudes de la mujer para ejercer todas las profesiones” (1893), que forma parte de su libro La mujer en la sociedad moderna (1895), en el que destaca el ensayo “Misión de la escritora en Hispanoamérica”, ya publicado en Colombia Ilustrada el 15 de octubre de 1889.

Nación e identidad Soledad Acosta promueve la búsqueda de la identidad, retomando elementos del pasado colonial y estableciendo nexos con la nueva república. El pasado indianista, presente en las obras de sus contemporáneos Clorinda Matto de Turner, Ricardo Palma e incluso Juana Ma-

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Se conserva la 5ª edición de 1857 en la Biblioteca Nacional. Imprenta de José A. Cualla, Bogotá, 1848. 13 Ver Aguirre Gaviria (2004: 233-267). 12

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nuela Gorriti, está lejos de ser asumido en su discurso como parte de la cultura colombiana. En 1892, Soledad Acosta, como delegada de Colombia para el IV centenario del descubrimiento de América, se encuentra con los latinoamericanos Rubén Darío, Juan Zorrilla de San Martín y Ricardo Palma, y con las escritoras españolas Emilia Pardo Bazán (1852-1921) y Concepción Jimeno de Flaquer (1850-1919), preocupadas, como ella, por la condición de la mujer. El discurso de la escritora colombiana es de un tono diplomático apropiado en el que, además de realizar algunos planteamientos sobre la labor periodística en Hispanoamérica, sobre todo en Colombia14, menciona rápidamente a los aborígenes del Nuevo Reino de Granada, pero en su intervención hace sobre todo el elogio de las raíces españolas, alabando la civilización y la cultura heredada de los europeos (Steffanell 2005: 111). La evidente omisión de los indios en su discurso forma parte del proceso de formación nacional de las nuevas repúblicas, de corte positivista, presente en los llamados “parnasos fundacionales”, en los que no aparecen textos de mujeres y tampoco hay prácticamente registro de voces indígenas o negras (Achugar 1997: 13). Es de notar que, ella misma, al dirigirse a los congresistas del IV centenario del descubrimiento de América, se disculpa por el atrevimiento de tomar parte: “aunque por cierto no soy digna de semejante honor”15. Entonces, su discurso no se debe únicamente a las circunstancias, pues atribuye las muestras de civilización existentes a la conquista del Nuevo Mundo por los europeos, diciendo con respecto a España: “nuestra madre, nuestra progenitora, la que nos dio vida intelectual, la que nos formó a su semejanza”16. En lo que concierne a la fundación de la nación, Soledad Acosta se aleja de la postura de Andrés Bello y se acerca hasta cierto punto de la de Faustino Sarmiento al celebrar como él la influencia europea. Sólo que ella sigue celebrando la herencia española de la conquista, mien-

14

“Memoria de la Señora Doña Soledad Acosta de Samper, escritora colombiana”, en: Memorias presentadas en congresos internacionales que se reunieron en España durante las fiestas del IV centenario del Descubrimiento de América, en 1892. 15 Ibíd. 16 Ibíd., p. 576.

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tras que los románticos habían tomado voluntariamente sus distancias con España y optaban de preferencia por el modelo cultural francés y, sobre todo, anglosajón. Hay que observar que, aunque la autora colombiana tuviera con ellos en común las bases culturales principales como religión, intelecto y, con el último, el rechazo por los indios, los tres sentaban las bases de la “nación americana” sobre una enorme contradicción. Pues, aunque el pasado histórico de las colonias americanas no contribuía a la formación de la nación, la forma de Estado de los diversos países latinoamericanos es trazada sobre el ejemplo de las naciones europeas, principalmente. Sin embargo, a finales del siglo xix y comienzos del xx, tanto Soledad Acosta como sus contemporáneos José Martí, José Enrique Rodó y Rubén Darío razonan todavía en términos de civilización/barbarie, pero esta vez en defensa de su posición cultural y política hispánica frente a la dominación de la América anglosajona. José Martí aclara que “El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América [...]”17. Con la Independencia de Cuba (1898), seguida de la ocupación norteamericana hasta 1902, y la persuasión que ejerce Estados Unidos sobre Panamá para que se separe de Colombia, con miras en la atribución de la construcción del canal, los intelectuales latinoamericanos están alerta ante una dominación mayor en el continente. Ante la separación de Panamá (1903), Soledad Acosta no tiene que cambiar mucho su discurso. Publica cuatro artículos en la dialéctica de Ariel (1900) de José Enrique Rodó, y de Nuestra América (1891) de José Martí, en lo que concierne a la afirmación de la identidad hispánica, y en uno de ellos dice: “Nuestro deber es abandonar las ideas de ambición, olvidar los resentimientos de partido, apuntalar la casa de nuestra madre, mientras acarreamos las piedras del cimiento del edificio que hemos de levantar [...]”18. Entonces, la visión de fin de siglo tanto de José Enrique Rodó como de Soledad Acosta se establece todavía en términos de civilización/barbarie, y se explica al defender su posición cultural y política 17 “Nuestra América”, discurso publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York, el 10 de enero de 1891. 18 “Relaciones de los Estados Unidos con las naciones vecinas”, La Crónica, 3 de noviembre de 1903.

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frente al peligro de ser gobernados por la minoría y dominados por la América anglosajona, pero finalmente los dos corresponden con la búsqueda de identidad latinoamericana afirmándose en lo hispánico. A ese respecto, José Enrique Rodó dice que “la piedra angular del edificio, el impulso, el estímulo de la obra, no han surgido de las investigaciones de la ciencia, sino que estaban en el núcleo de nuestra civilización [...]” (Rodo 1989: 103). En 1903, Soledad Acosta no es ajena a los acontecimientos, publica cuatro artículos sobre “Relaciones de los Estados Unidos con las naciones vecinas” en los que pone de relieve los peligros que amenazan a la patria por las artimañas del poderoso vecino del norte y, en agosto de 1907, escribe otro artículo, “dedicado a los bogotanos”, sobre “El general Antonio Nariño, primer patriota colombiano”19, en el que, después de referir la importancia de sus sacrificios y sufrimientos para “darnos la independencia”, lanza la idea de “levantar una estatua en la capital, digna del precursor”20. Entonces, podemos afirmar que Soledad Acosta forma parte, a su manera, de los movimientos dialécticos y políticos de su época, en términos nacionales y latinoamericanos de sus contemporáneos, dentro de las circunstancias de la evolución histórica propiamente colombiana. Soledad Acosta nos pasea por la historia de Colombia como observadora ausente, durante sus temporadas en el extranjero, y como testigo directo de los acontecimientos. Desde su mirada de veinte años, que consigna en su Diario de muchacha enamorada, en el que ya hay asomos de relato histórico, hasta su discurso intelectual de mujer madura, la autora presenta la realidad de su época utilizando todos los géneros literarios (diario, crónica, cuadros de costumbres, carta, cuento, novela, ensayo, poesía y traducciones) con un estilo y temática que va desde el romanticismo hasta el modernismo, pasando por el costumbrismo y la novela de piratería. Al mismo tiempo, nos deja a las puertas de un sentimiento patriótico, con su Biografía del General Antonio Nariño (1910), al recobrar la memoria de los héroes y personalidades

19

La Crónica, 9 de agosto de 1907. Antonio Nariño (1765-1823), precursor de la Independencia de la Nueva Granada, traductor de los Derechos del Hombre. 20

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ilustres, de las que ella misma forma parte, inscribiendo con letras de oro el papel de la mujer intelectual en la historia literaria y sociopolítica de Colombia.

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Adela Zamudio y la crítica literaria en Bolivia María Elva Echenique University of Portland

Hablar de la marginalidad de la mujer en relación a la institución literaria boliviana implica referirse a la historia de sistemático confinamiento de la obra creativa escrita por mujeres al “olvidadero”, por una crítica eminentemente masculina que “apenas soporta el peso de las letras femeninas si no están inscritas en lo que se espera de ellas, que casi siempre reside en que se queden en el lugar otorgado por ellos. ¿Quiénes?: ellos” (Wiethuchter 2003: 129). Me parece pertinente abrir esta discusión sobre la contribución de Adela Zamudio a la crítica literaria de Bolivia con el comentario de una de las pocas intelectuales bolivianas que ha logrado abrirse paso en el terreno de la crítica literaria, con un trabajo magistral –tanto por su envergadura como por la originalidad de su perspectiva– sobre la historia de la literatura en el país. El reconocimiento de Wiethuchter del arbitrario predominio masculino en el campo de la crítica literaria, expresado un siglo después de la época en que escribía Zamudio, no hace sino reforzar el fuerte sentido de alienación frente al espacio literario que se manifiesta en la obra de las escritoras bolivianas y, en el caso que nos ocupa, en el trabajo de Adela Zamudio (1854-1928), quien, como prominente intelectual de su época, participó activamente en los debates literarios que preocupaban a sus contemporáneos masculinos, utilizando subterfugios que le permitieran expresar sus opiniones por cauces aceptables desde su condición de mujer. Consciente de las limitaciones que su género le imponía, y por tanto de su posición de “sombra” o “personaje no oficialmente invitado a participar en el oficio de las letras”, en palabras de Lucía Guerra-Cunningham, Zamudio, al igual que muchas de sus contemporáneas, se vio

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obligada a recurrir a una serie de artificios que le permitieran expresar sus opiniones. No es sorprendente por lo tanto que, a pesar de su abundancia, la obra periodística de la autora eluda el tema de la crítica literaria. Aislada del espacio literario y privada por lo tanto de la oportunidad de expresar sus opiniones de una manera directa, Zamudio volcó sus reflexiones sobre la literatura de su tiempo en su ficción y en su correspondencia privada. En la narrativa de Zamudio son varias las instancias en que, amparada detrás de la máscara de un personaje ficticio, la autora ensaya sus opiniones sobre la producción literaria de su época. En sus cartas personales se encuentran también certeros juicios sobre la misma, esbozados en el estilo respetuoso y humilde debido a sus eminentes interlocutores masculinos. Este ensayo se propone explicar el aporte crítico de Zamudio dentro del contexto de su marginalidad con respecto a la institución de la crítica literaria boliviana. Lo iniciamos con un análisis de la posición de Zamudio frente al Modernismo, formulada en su novela corta El capricho del canónigo, en la cual Zamudio elabora una aguda crítica de la estética modernista, expresando su abierto rechazo de la misma; esta opinión contrasta por cierto con la apreciación que hacen de su obra poética los constructores del canon literario boliviano, empeñados en catalogarla como poeta modernista. La segunda parte se enfoca en la correspondencia que mantuvo Zamudio con importantes críticos literarios de su tiempo con motivo de la publicación de su única novela, Íntimas (1913), correspondencia a través de la cual la autora se ve obligada a justificar la originalidad de su trabajo ante la dureza de los comentarios críticos de los primeros lectores de su novela. En esas misivas privadas, Zamudio expresa también sugerentes juicios sobre el género novelístico y la producción de sus colegas masculinos.

Zamudio y la crítica del modernismo Contemporánea de Rubén Darío (1867-1916) y del boliviano Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933), Adela Zamudio desarrolló su labor literaria durante el amplio periodo asociado con el Modernismo latinoamericano (1880-1920). Su trabajo, sin embargo, se destaca por su originalidad y distanciamiento de la estética modernista, que ignoró en su poesía y rechazó abiertamente en una de sus novelas cortas, El capricho del canónigo, en la que hace mofa del exceso preciosista y de los

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postulados misóginos de este movimiento. No obstante, y a pesar de la explícita animadversión de Zamudio frente a esta corriente literaria, patente en su trabajo y anotada por críticos como Augusto Guzmán en su biografía de la autora1, existen varios estudios que se empeñan en situar la obra de Zamudio dentro del contexto de la estética modernista. Éstos lo hacen recuperando aspectos parciales de la obra de la autora, refiriéndose a su vida en la que se destacó como mujer de ideas liberales y progresistas o, en el peor de los casos, por simple desconocimiento de la obra de Zamudio, que ha sido tradicionalmente exaltada, pero sólo desde hace poco estudiada con más profundidad. En “Poética de la Resistencia en Adela Zamudio” (2003), Tina Escaja explica la valoración errónea que se hace del trabajo de la autora boliviana como consecuencia del criterio estrecho usado por una crítica masculinista que ensalzó a las escritoras como “musas”, las elogió por sus presuntas cualidades de “virilidad y hombría” o formuló comentarios simplistas que delatan un estudio superficial de su trabajo. Escaja anota acertadamente que este enfoque reductor fue utilizado hasta por críticos de la talla de Enrique Anderson Imbert quien, en su Historia de la Literatura Hispanoamericana, ubica a Zamudio dentro de la primera generación modernista, sintetizando la producción de la autora en dos palabras: “rebelde y sincera”; mientras que el poeta Gregorio Reynolds “asimila a Zamudio a un modernismo que nunca ejerció” en sus versos de homenaje compuestos con motivo de la coronación de la autora2. Por otra parte, Óscar Rivera-Rodas inscribe a Zamudio dentro de la generación de precursores del Modernismo alu-

1 En su estudio biográfico sobre Adela Zamudio, Augusto Guzmán califica el cuento de Zamudio “El capricho del canónigo” como una pieza frívola “que ridiculiza abiertamente al modernismo tomándolo como moda literaria cursi y sin trascendencia artística”, sin abundar en detalle sobre los motivos por los que Zamudio resiste esta estética y se limita a concluir su breve análisis afirmando: “Ya sabemos que su antipatía por esta escuela fue definitiva”. 2 Estos versos, que vinculan a Zamudio a la estética y retórica del modernismo aparecen a modo de prólogo en varias ediciones de las Poesías de la autora: Frente al ebúrneo cisne que ilustra vuestro escudo, sentimos al Espíritu de todo mal desnudo que añora sus empresas de combatiente rudo ilimitadamente en el pensil. Y vemos que en el campo repleto de azucenas, virtudes diamantinas enlazan las almenas de vuestra torre de marfil (Zamudio 1993: 2, vv. 29035).

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diendo a la temática común de los autores premodernistas cuyas obras manifiestan “la desavenencia del ‘yo’ poético con el mundo” (característica que bien puede atribuirse también a la poesía romántica). La forzada asimilación de Zamudio al movimiento modernista refleja la escasa y fragmentaria atención que prestó la crítica a la obra de la autora por espacio de casi un siglo. Ensalzada por sus contemporáneos masculinos como poeta modernista, irónicamente, fue esta obligada inscripción la que le otorgó un puesto dentro del canon de la literatura boliviana. Por otra parte, la crítica negativa con la que fueron recibidas sus obras narrativas por estos mismos intelectuales fue determinante para relegar a la sombra ese aspecto de la producción de Zamudio a la que dedicó los años de madurez de su vida3. Recientemente, el interés por la producción literaria de las mujeres latinoamericanas ha redundado en estudios serios sobre la obra de Zamudio, en particular desde una perspectiva de género, por su temática comprometida con la reivindicación de la mujer tanto en el ámbito social como artístico. El cuestionamiento de la autoridad patriarcal que Zamudio esboza en su escritura le ha merecido reconocimiento como una de las precursoras del feminismo latinoamericano. En esta línea, el estudio de Tina Escaja antes mencionado, inscribe la poesía de Zamudio dentro de la vertiente de una escritura de mujer que resiste la estética modernista apelando a un “proyecto de autenticidad tanto personal como estético que desarticulara la visión estereotipada que de la mujer proyectaba el canon socio-literario” (234). Este acertado juicio se ve reforzado por un minucioso análisis de la poesía de Zamudio que muestra el compromiso de la autora con la realidad de su tiempo y su vocación feminista de defensa y reivindicación del espacio de la mujer, así como su intención de crítica moral. El trabajo de Escaja destaca la necesidad de la mujer escritora latinoamericana de fin de siglo de desvincularse de los postulados estéticos del movimiento modernista “que descalifica a la mujer como autora al tiempo que la ensalza como objeto mediador de la experiencia lírica monopolizada por el hombre” (142). En su novela corta El capricho del canónigo, Zamudio toma el camino del rechazo explícito del Modernismo al exponer sin ambages el carácter misógino de la escritura modernista practicada por sus con3 En su Introducción a la novela Íntimas, Leonardo García Pabón afirma: “Baste recordar que esta es la única obra de nuestra escritora que sufrió dura crítica de sus contemporáneos”.

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temporáneos masculinos. La obra forma parte de un volumen de relatos recopilados bajo el título de Novelas Cortas (1996). Escritas durante el primer lustro del siglo xx, estas narraciones representan episodios anecdóticos de la sociedad cochabambina en un estilo sencillo que en algunos casos apela al humor y la ironía, y en otros, al dramatismo. Tradicionalmente menospreciados como relatos triviales de costumbres de tono moralizador, de calidad inferior a la de su poesía, estos cuentos no recibieron atención seria de la crítica hasta recientemente. Un ejemplo es el estudio sobre Zamudio de Dora Cajías, quien afirma: “casi toda su narrativa se caracteriza por el tono moralista y aleccionador de historias con poco ingenio e incluso cursis, posiblemente reflejo de su época y medio, por un lado y producto, por el otro, de una educación y formación sin excelencia como era la que recibían las mujeres de su tiempo” (1996: 38). Esta opinión contrasta con la expresada por Willy Muñoz, quien en su publicación de 2007 Cuentistas bolivianas: la otra tradición literaria, estudia la narrativa corta de Zamudio en profundidad, reivindicando el valor estético y social de la misma4. El estudio de Muñoz contribuye así a la comprensión de las preocupaciones que motivaron la escritura y el trabajo de Zamudio durante su vida: su anhelo de autenticidad y su rechazo de cualquier convención, artificiosidad o máscara; su resistencia a la irracionalidad del sistema patriarcal imperante en su tiempo; su compromiso con la realidad política y social de Bolivia. El argumento de El capricho del canónigo describe cómicamente los esfuerzos del canónigo Hermosa, poderoso protector de su sobrina soltera, para casarla con un hombre que complete dignamente el nombre que él mismo le ha dado al nacer: Zoila Ninfa Hermosa, escogiendo a los pretendientes con la sola consideración de la consonancia de su apellido con el nombre de la novia. De tal manera que el canónigo está dispuesto a aceptar como pretendientes al señor Valle o al señor Prado, y se encuentra dichoso cuando al final del relato, la joven sobrina le presenta al elegido de su corazón, el señor La Fuente, quien es sin duda el candidato ideal. El estilo liviano y tema aparentemen-

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Muñoz concluye afirmando: “Los cuentos de Adela Zamudio son un sincero alegato que aboga tanto por el mejoramiento de la posición de la mujer en la sociedad como por el de los otros grupos minoritarios que carecen de poder, como los pobres, los niños e inclusive los animales y de esta manera contribuye a la construcción imaginativa de la nación boliviana” (2007: 58)

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te trivial de la novela se ajustan al propósito lúdico de la autora, quien despliega su habilidad narrativa introduciendo el humor en este absurdo juego de los nombres que sirve como vehículo a su aguda crítica de la corriente modernista. En el relato, las palabras, independizadas de su referente, se convierten en el objeto de deseo de los personajes masculinos –los poetas modernistas– que crean con ellas situaciones y mundos inexistentes, alienándose así de la realidad. Zoila, la mujer real, no existe en la mente de su caprichoso tío, para quién lo único que importa es el nombre que él ha escogido para ella y su preocupación por encontrar el apellido que complete adecuadamente ese nombre, independientemente de quién sea el que lo porte. Zoila, la mujer real tampoco existe a los ojos de su prometido Darío Valle, poeta modernista quien, teniéndola como musa inspiradora, escribe una novela en la que construye una heroína irreal, personaje fantástico y hasta diabólico inspirado en la estética decadentista, que le vale el repudio de la joven, quien, indignada al verse representada como una “criatura inconsciente, fatalmente inclinada al mal, que, a pesar de todos los esfuerzos del hombre, acaba por arrojarse en el fango”, rechaza las pretensiones amorosas del escritor. Mientras los personajes masculinos del relato son descritos como seres caprichosos que viven absortos en un mundo imaginario ajeno a la realidad que los circunda y cuyo primordial anhelo es el de satisfacer su propia vanidad, los personajes femeninos de la novela: Zoila, la joven protagonista y su madre, son sujetos activos, capaces de distinguir entre la realidad y la fantasía y de usar su inteligencia e imaginación para lograr sus propósitos. A primera vista Zoila aparece como una joven vulnerable y dependiente, sin armas para enfrentarse a los caprichos de su protector, quien posee todo el poder para decidir su destino. Sin embargo, muy pronto en el relato, Zoila asume un rol activo, primero como lectora y crítica de los escritos modernistas de su pretendiente –y en esta función como álter ego de la autora– y después como forjadora de su propio destino al urdir un plan para casarse con el hombre de su elección, convenciendo a éste de que cambie su apellido para satisfacer el capricho del tío. Hábilmente construido, el relato introduce a un personaje masculino más: Rubén, un joven con aspiraciones de poeta que se esfuerza por adoptar el estilo modernista de la prosa de su amigo Darío, joven de la élite cochabambina, que acaba de llegar a la ciudad con las últimas novedades literarias del extranjero. Los dos amigos compiten por el amor

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de Zoila, y la joven es la musa que inspira las composiciones de estilo modernista que ellos componen y que se intercalan en el relato. La estructura narrativa de la novela está constituida por breves anotaciones de tono confidencial que plasma Rubén en un diario íntimo y a través de las cuales se revela el argumento al lector. La obvia alusión al fundador del modernismo en la conjunción de los nombres de los amigos permite focalizar la crítica de Zamudio en la vertiente modernista inspirada por este autor5. En su relación de mentor y discípulo, Darío y Rubén discuten la poética modernista y es a través de este diálogo como la autora ejercita una definición de esta estética y expresa su rechazo de la misma: Poco a poco voy comprendiendo las tendencias de esta escuela llamada, entre otros fines, a desempolvar las nueve décimas partes de los vocablos castellanos, que yacen ignorados en los rincones del diccionario, a sacudirlos, volverlos del revés y lanzarlos, flamantes, a la circulación. Lo que es el procedimiento, no me parece difícil. Lo que importa es odiar el servilismo literario, romper los moldes antiguos y desbordarse en exuberante originalidad, cuidando al mismo tiempo de que todos los torsos sean escultóricos, todas las rosas pálidas, todas las blancuras impecables, todas las selvas lujuriantes. (El diablo me lleve si todos los decadentes no son tontos de capirote) (119-120).

La crítica de Zamudio se centra en el énfasis puesto por los modernistas en el trabajo sobre el lenguaje, su exceso preciosista, la forma a expensas del fondo, evaluación que acentúa el rasgo de alienación de la realidad que caracteriza a los personajes masculinos del relato. Más aún, el paréntesis al final de la cita sugiere una pausa en la que la voz burlona del narrador se dirige directamente al lector con un juicio devaluatorio que expresa su franco rechazo de esta poética. Es también a través de la interacción de los dos jóvenes como Zamudio expone su visión de la posición que ocupa la mujer como objeto de representación del modernismo. Al intuir que su amigo está enamorado, Darío comenta: Tú estás enamorado, no me lo niegues. ¡Ay de ti si has caído en las redes de una mujer! ¡Ay de ti si tu frágil barquichuelo ha caído en la atrac-

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Podría interpretarse esta alusión explícita a Rubén Darío como una manera de distanciarse del trabajo de Jaimes Freyre, cuyo modernismo posee otras características.

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ción de la vorágine! Pronto se estrellará contra la sirte encantada en que la traidora sirena entona sus lamentos de cocodrilo. La mujer es obstáculo en el camino de la celebridad; es cobardía en la lucha, turbación en el sosiego, es… (121).

Puesto en boca de Darío, este discurso revela cómicamente los rasgos de irrealidad y fantasía con los que la mujer es representada por los poetas modernistas, y resalta el hecho de que esta representación no se limita a su literatura, sino que se extiende a la percepción de la mujer real, justificando así la indignación y rechazo de Zoila. Si el juego de nombres es el recurso principal utilizado por Zamudio para desarrollar su crítica del carácter misógino de la literatura modernista, es posible conjeturar sobre el carácter lúdico del título del relato: El capricho del canónigo. En el contexto de la obra de la autora, en el que la crítica de la institución de la Iglesia católica es un tema recurrente, esta frase podría interpretarse como una alusión a la arbitrariedad del poder eclesiástico o del poder patriarcal en general. Sin embargo, desde la perspectiva interna del relato, parece más interesante relacionar la palabra canónigo con canon, y al canónigo con un poeta modernista cuya creación se manifiesta en el personaje femenino: Zoila Ninfa Hermosa de la Fuente, nombre que refleja el lugar que ocupa la mujer como objeto de representación de la escritura modernista. El canónigo, podría ser entonces el artífice de un canon literario excluyente, en el que la mujer tiene espacio sólo como objeto de representación, como musa, y no como sujeto. Zoila, la protagonista del relato y álter ego de la autora, se erige como sujeto desafiando a sus “autores”: engañando al uno y rechazando al otro, destacando así su autonomía frente a esta representación.

Zamudio y el debate cultural en torno a la novela nacional Como se ha intentado demostrar, en su poesía Zamudio propone una poética independiente distanciándose del estilo modernista ampliamente practicado en el momento. Por otra parte, la autora establece su posición frente a la estética modernista valiéndose del humor en el relato que se acaba de analizar. En su única novela, Íntimas, puede leerse también la intención crítica de Zamudio en relación a la corriente lite-

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raria predominante en su época, en este caso la de la novela social realista. El carácter singularísimo que presenta Íntimas en relación con la producción de sus contemporáneos masculinos –destacado por García Pabón en el prólogo a la obra– invita a la comparación, y por tanto, al diálogo entre diferentes estilos de narrar, diferentes metas en la escritura y diferentes espacios desde los que se narra. En el prólogo mencionado, García Pabón sostiene: Íntimas se opone en más de un aspecto a las preocupaciones dominantes en los intelectuales y escritores de la época: a las grandes críticas ideológicas, ella opone la crítica moral; a las preocupaciones por lo nacional, la preocupación por la vida diaria; a los narradores monológicos, un texto dialógico; a la narración de hechos históricos, la de la cotidianidad y la intimidad. En suma, una nueva posición crítica y narrativa que sólo podía venir de un sujeto femenino (xi).

Esta originalidad de Íntimas frente al estilo narrativo dominante en la época es sin duda el factor primordial que determinó la recepción negativa que obtuvo el texto en 1913, cuando se publicó por primera vez, y el posterior desinterés de la crítica por estudiar o reeditar esta obra6. Demetrio Canelas, destacado escritor de la época, a quien se atribuye el estudio crítico más abarcador e influyente sobre Íntimas, publicado pocos meses después de la aparición de la novela, expresa el siguiente juicio sobre la misma: Mi ilustre amiga me perdonará decirle que abrigo la convicción de que ella está fuera de sus facultades al escribir esta novela. En sus páginas no hay un solo momento de entusiasmo fácil [sic]. En todas las escenas se advierte un hálito doloroso, que se arrastra y se empapa hasta en la naturaleza… Creo firmemente que Soledad (el pseudónimo usado por Zamudio en su poesía) no debe abandonar el cielo de sus divinas armonías, para venir a rastrear las bajezas mundanas. Esta tarea está reservada para los espíritus combativos y ásperos a quienes no puede dañar el fragor de los odios. Vuelva nuestra gran autora a pulsar en la mansedumbre de sus horas meditativas, su lira encantada (Guzmán 1988: 110).

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La primera reedición de Íntimas, preparada por Leonardo García-Pabón, cuyo prólogo se cita, apareció en 1996.

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El comentario lapidario de Canelas llama la atención por la manera reiterativa con la que proclama la incompetencia de Zamudio en el terreno de la narrativa, fundamentándola en su género sexual, con alusiones a su condición de mujer-ángel, llamada a “pulsar su lira encantada en el cielo”. Es más, Canelas no se limita a recordarle a la autora que no pertenece al círculo literario reservado a los “espíritus combativos y ásperos” de sus colegas masculinos, si no que además la alecciona sobre el lugar que le corresponde como mujer, exhortándola a no abandonar ese espacio (la cita de Wiethuchter al principio de este ensayo se ve aquí claramente confirmada). Por su parte, Claudio Peñaranda, otro prominente poeta y periodista, quien se declara ferviente admirador la obra poética de Zamudio, refuerza el juicio negativo expresado por Canelas arguyendo además que el argumento de la novela de Íntimas carece de trascendencia: “del intenso novelable que es el supremo motivo del género”, condenando la obra al olvido con la siguiente frase: “perdone mi ilustre amiga si, siendo el más fervoroso de sus admiradores considere su último libro como un accidente de su hermosa labor literaria” (Citado en Guzmán 1955: 110). En la correspondencia privada que sostuvo Zamudio con estos intelectuales en el contexto de publicación de su novela encontramos pautas que nos permiten ejercitar una nueva lectura de Íntimas, en la que se plantea que la singularidad de la obra sugiere más bien la clara intención de la autora de proponer un programa de escritura distinto, que se constituye en una hábil crítica de la corriente literaria del realismo social que practican sus contemporáneos masculinos. A continuación se transcribe el texto de la carta que Zamudio dirigió a Claudio Peñaranda en respuesta a sus comentarios sobre la novela. En esta misiva la autora defiende su trabajo y establece su autoridad como escritora y crítica literaria valiéndose de subterfugios que le permitan acceder a su interlocutor en términos aceptables desde su condición de mujer. Cochabamba, 30 de marzo de 1914 Señor Claudio Peñaranda Sucre Distinguido amigo: Llegó por fin su juicio crítico sobre Íntimas, tan esperado. Al leerlo he acabado de convencerme de que tengo por lo menos el mérito de haber escrito sabiendo lo que escribía, cosa que no ocurre a todos los que ensayan ese género, el más difícil. Lo mismo que Ud. dice, poco más o menos, dije

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a un amigo de La Paz, al enviarle los originales para que los entregara a la imprenta: “Dudo que la concluya Ud. ni ningún hombre, sin dormirse. Es un cuentecito para mujeres, inspirado en confidencias de almas femeninas, tímidas y delicadas”. Su opinión es también la de Canelas: Mis versos son mejores que mi novela; pero eso es muy natural. Una buena composición poética es fruto de un momento de inspiración; una novela es fruto de inspiración que debe sostenerse durante días, meses y hasta años. Por eso casi todas empiezan bien y son tan raras las que acaban bien. Por eso hay tantos poetas nacionales que han producido poesías irreprochables, entre tanto que no hay, según mi opinión, una sola novela nacional que merezca el nombre de tal. Por lo que hace al argumento difiero de la opinión masculina, hoy general. Una novela completa y fuerte, como todas las de Flaubert, es “Un corazón sencillo”, la vida de una criada, fea y pobre de espíritu, que no conoció el amor y cuyos únicos grandes dolores fueron la ausencia de un sobrino y la muerte de una niñita de su ama. Lo que le falta a mi argumento, no es pues la crudeza sino el genio, que reviste de interés las cosas más sencillas y vulgares. Pero las dificultades de este género literario, se lo confieso, lejos de desanimarme, me encantan. Si tuviese tiempo para escribir, no escribiría más versos, ensayaría una nueva novela. Me duele sinceramente no haber colaborado al número de gala del diario más simpático de la república. Su petición fue un poco tardía y me halló en días de desconcierto; ya se lo dije en carta anterior. Le envío un nuevo artículo sobre moral. No sé aún si provocará nuevas iras, parece que no. Con el afecto y la consideración de siempre, lo saluda su amiga y admiradora. Adela Zamudio (Íntimas: 137-148).

Para el análisis de este texto resultan útiles las ideas plasmadas por Josefina Ludmer en su estudio de otra carta, la de la insigne Sor Juan Inés de la Cruz. En “Las tretas del débil”, Ludmer analiza los mecanismos usados por un sujeto enunciante que se encuentra en posición de subalternidad frente al receptor de su discurso, para afirmar su propia posición o subvertir las ideas dominantes. Una de estas “tretas” consiste en expresar explícitamente la aceptación del rol de subordinación y los límites del espacio asignado al sujeto subalterno enunciante y, “desde el lugar asignado y aceptado, cambiar no sólo el sentido de ese lugar, sino el sentido mismo

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de lo que se instaura en él” (1984: 53). En su carta, Zamudio se vale de esta “treta” para acceder al ámbito estrictamente masculino de la crítica literaria, al afirmar que Íntimas es: “un cuentecito para mujeres, inspirado en confidencias de almas femeninas, tímidas y delicadas”. Llama la atención el uso del diminutivo y la reducción del volumen del texto que en vez de novela aparece como “cuentecito”, connotando la idea de menor valor. Esto, unido a la alusión al alma femenina “tímida y delicada” que hace “confidencias”, produce el efecto de subsumir la obra dentro del género menor de la literatura femenina abocada a los asuntos del corazón. La declaración, de tono humilde y autoderogatorio, implica una aceptación del espacio asignado a la mujer intelectual por la ideología patriarcal burguesa: el mundo íntimo del sentimiento y la subjetividad, la esfera privada de la vida entendida como irrelevante en relación a la esfera pública en la que se construye la historia. Sin embargo, entendida como una “treta del débil”, esta declaración puede ser interpretada como una estrategia usada por la autora para apartarse de las convenciones dominantes de la literatura de su tiempo, creando un espacio propio para la voz femenina. Separada del espacio literario hegemónico, Zamudio enfatiza la originalidad de su perspectiva y la necesidad de utilizar criterios de valoración diferentes para la lectura de su obra, de aquellos utilizados para obras pertenecientes a la corriente dominante. La división de los ámbitos público y privado, que confiere a la mujer poder sobre el mundo íntimo de lo emotivo, es usada por Zamudio para crear un espacio de escritura propio, que infringe las normas dominantes, otorgándole la libertad necesaria para expresar sus ideas. Una vez creado este espacio, Zamudio procede a conferirle un significado acorde a las características de su escritura. La autora empieza por afirmar que escribió sabiendo lo que escribía, enfatizando así su decisión consciente de transgredir las normas narrativas de la corriente literaria dominante, y pasa luego defender su trabajo de la crítica que apunta a la irrelevancia del argumento y a la falta de crudeza y fuerza del mismo, que serían una consecuencia de su “feminidad”. Amparada en la autoridad de uno de los más eximios representantes del realismo francés, Maurice Flaubert –una nueva “treta del débil” apuntada por Ludmer en el trabajo mencionado– Zamudio recupera la novelización de la vida cotidiana e insubstancial de un personaje oscuro como lo es la protagonista de la novela corta de este autor, Un corazón sencillo, para afirmar categóricamente que no hay tema intrascendente, que la concentración en lo privado y cotidiano no es privativa de la escritura de

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las mujeres, y que la creación de una buena novela depende del genio y del trabajo esforzado del autor y no del género sexual del mismo. Más aún, y contrastando con el tono humilde del primer párrafo, más adelante Zamudio afirma en tono contundente que en el país: “no hay, según mi opinión, una sola novela nacional que merezca el nombre de tal”, demoliendo así el argumento de una supuesta superioridad de la novela del realismo social frente a su propia producción, expresado por Peñaranda en su carta. Va más allá al sostener que: “las dificultades de este género literario, se lo confieso, lejos de desanimarme, me encantan. Si tuviese tiempo para escribir, no escribiría más versos, ensayaría una nueva novela”, expresando así su resistencia a permanecer en el espacio que se le asigna como mujer. Con estas declaraciones Zamudio afirma su autoridad como crítica de la literatura de su tiempo. Lo hace cuestionando la dicotomía público/privado, que está en la base de la visión crítica reduccionista de sus contemporáneos, para quienes sólo el acontecer que se desarrolla en la esfera pública de la vida, reservada a la acción masculina, merece ser inscrito narrativamente, mientras que desdeñan como irrelevante el espacio privado en el que se desenvuelve la mujer. A la luz de esta carta, se hace evidente que en Íntimas el “énfasis” en el ámbito privado de la vida en el que despliega su actividad la mujer, constituye también una “treta” a través de la cual la autora se propone el cuestionamiento y la redefinición de este espacio así como del espacio público que se le opone. Estructurada sobre la base de la diferencia sexual al presentar un narrador en la primera parte y una narradora en la segunda, la novela se aproxima a la esfera privada de la vida desde una perspectiva doble, revelando la complejidad de una domesticidad que no se ajusta a la construcción ideológica patriarcal que la idealiza como ámbito separado e incontaminado, gobernado por el sentimiento y la abnegación de la mujer-ángel. El mundo íntimo representado en la novela se caracteriza más bien como un espacio conflictivo, en el que se tejen y destejen los hilos del entramado social público; se pone en evidencia las falencias de instituciones clave para la sociedad como la familia y la Iglesia; los mecanismos de incorporación y exclusión de sectores sociales como las mujeres o los indígenas; las alianzas que hacen posible el predominio social de una clase, y la violencia que la ideología hegemónica intenta encubrir para favorecer una aparente “armonía” que permita la existencia de la ficción de la nación, ficción que sus colegas masculinos se empeñan en reproducir. En este contexto, la originalidad de la novela de Zamudio en relación a la narrativa del realismo social con-

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siste en la decisión de la autora de abordar los candentes temas sociales de su tiempo desde una perspectiva diferente, teniendo como espacio de enunciación el ámbito privado, redefinido en los términos antes mencionados7. No obstante su alienación de la institución de la crítica literaria del país, Adela Zamudio despliega su imaginación para dar cauce a sus reflexiones sobre la literatura de su tiempo y exponer su propio programa de escritura. Sea a través de la creación de un personaje femenino que funciona como su álter ego en la novela corta El capricho del canónigo, o por medio de un discurso dialógico en el que la voz femenina cuestiona y disloca la representación de la voz masculina, en su novela Íntimas, o valiéndose de “tretas” que le permitan expresar sus opiniones desde su posición de subordinación, en su correspondencia privada, Zamudio participa activamente del debate intelectual de su tiempo, abriendo un espacio para la voz femenina a pesar de las restricciones que le impone su sociedad. Su aporte crítico refleja la claridad de ideas de una intelectual comprometida con la realidad social del país y la causa de igualdad de la mujer y la hace merecedora del lugar que la consagra como fundadora de las letras femeninas bolivianas, y como precursora del feminismo latinoamericano.

Bibliografía Obras Zamudio, Adela (1996): Íntimas. La Paz: Plural. — (1996): Novelas cortas. La Paz: Empresa Ed. Urquizo. Crítica Cajías, Dora (1996): Adela Zamudio, transgresora de su tiempo. La Paz: Ministerio deDesarrollo Humano, Subsecretaría de Asuntos de Género. 7 Elaboro este tema en mi trabajo “Las otras caras de la nación: Íntimas de Adela Zamudio”. Publicado en: Letras Femeninas, vol. XXXIII, nº 2, invierno 2007. En éste, analizo las historias de amor paralelas plasmadas en la novela desde la óptica propuesta por Doris Sommer, quien destaca el valor de las novelas decimonónicas latinoamericanas como alegorías de la nación. Según Sommer, en estos romances fundacionales, los autores habrían plasmado proyectos de construcción de la nación a través de historias de amor en las que los enamorados representaban a diferentes sectores sociales, cuya alianza hacía posible la consolidación nacional.

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Escaja, Tina (2003): “Poética de la resistencia en Adela Zamudio”, en: Bulletin of Hispanic Studies 80, nº 2, p. 233. García Pabón, Leonardo (1996): “Sociedad e intimidad femenina”, en: Íntimas. La Paz: Plural, pp. vii-xx. Guerra Cunningham, Lucía (1989): “Las sombras de la escritura: Hacia una teoría de la producción literaria de la mujer latinoamericana”, en: Vidal, Hernán (ed.), Cultural and Historical Grounding for Hispanic and Luso-Brazilian Feminist Literary Criticism. Minneapolis: University of Minnesota Press, pp. 129-164. Guzmán, Augusto (1955): Adela Zamudio: Biografía de una mujer ilustrada. La Paz: Editorial Juventud. Ludmer, Josefina (1984): “Las tretas del débil”, en: La sartén por el mango. Río Piedras: Huracán, pp. 47-54. Muñoz Willy (2007): Cuentistas bolivianas: La otra tradición literaria. Santa Cruz: El País. Rivera Rodas, Óscar (1987): “Adela Zamudio”, en: La poesía hispanoamericana del siglo XIX (del Romanticismo al Modernismo). Madrid: Alhambra, pp. 188-202. Wiethuchter, Blanca (2003): Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia. Tomo I. La Paz: Fundación PIEB.

Sobre las autoras

Fanny Arango-Keeth es doctora en Literatura Latinoamericana por la Arizona State University. Actualmente es profesora asociada de español en Mansfield University of Pennsylvania. Sus áreas de investigación incluyen la obra literaria y paraliteraria de las escritoras latinoamericanas del siglo xix, la prosa poética de César Vallejo, la traducción literaria y la pedagogía de la traducción y la producción literaria de las escritoras latinas en los Estados Unidos. Luisa Ballesteros-Rosas es doctora en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos por la Université de la Sorbonne (Paris IV) y maître de conférences en Literatura y Civilización de América Latina por la Université de Cergy-Pontoise, París. Es autora de dos libros y numerosos artículos sobre escritoras e historia de América Latina. Ha publicado poemarios en francés y en español desde 1975. Mary G. Berg es investigadora del Centro de Estudios sobre la mujer de la Brandeis University. Ha dictado cursos sobre Literatura Latinoamericana en diversas universidades estadounidenses, incluyendo Caltech, UCLA y Harvard. Actualmente escribe la biografía de Clorinda Matto de Turner, escritora peruana sobre la que ha publicado más de una docena de artículos. Ruth Brown realiza su doctorado en Estudios Hispánicos en la University of Kentucky. Su investigación se enfoca en la intersección de los procesos sociales y la creatividad de los textos y su énfasis está en temas como migración, globalización y estudios subalternos. Su tesis doctoral gira en torno a la migración mexicana en la literatura contemporánea y el cine.

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RETOMANDO LA PALABRA

Mónica Cárdenas Moreno realiza su doctorado en el Departamento de Estudios Iberoamericanos de la Université Michel de Montaigne-Bordeaux 3. Trabaja actualmente en su tesis doctoral sobre el universo narrativo de Mercedes Cabello de Carbonera bajo la dirección de Isabelle Tauzin-Castellanos. Además, se desempeña como asistenta de español. Desde el año 2007 ha participado en diversos congresos, coloquios y jornadas de estudio, sobre todo acerca de la literatura decimonónica escrita por mujeres. Betsy Dahms realiza su doctorado en la University of Kentucky. Diplomada en Estudios de Género, es directora asistente de la Conferencia Anual de Lenguas Extranjeras en Kentucky, profesora de español y, actualmente, dicta el curso de “Introducción a la masculinidad”. María Elva Echenique es doctora en Literatura Latinoamericana por la University of Oregon y profesora asociada de Literatura y Cultura Latinoamericana en la University of Portland. Su investigación y publicaciones se concentran en la narrativa de mujeres latinoamericanas, en particular en las escritoras bolivianas. María Nelly Goswitz es magíster en Literatura Latinoamericana y Peninsular por la California State University, Long Beach. Su campo de interés es la literatura decimonónica, en particular, la autora peruana Cabello de Carbonera. Colabora como coeditora de la sección “Argentina” del Handbook of Latin American Studies, de la Biblioteca de Congreso. María Cristina Guiñazú es doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Yale. Se ha especializado en el estudio de la literatura femenina y en la literatura de los siglos xix y xx. Es profesora en el Lehman College y en el Graduate Center de la City University of New York. Actualmente, es editora de CIBERLETRAS, revista electrónica dedicada a la literatura y la cultura hispánicas. Vanesa María Landrus es doctora en Letras por la University of Illinois at Urbana-Champaign y profesora de Literatura y Cultura Latinoamericanas en la Eastern Illinois University. Su especialización se concentra en el periodismo argentino con un marcado interés en la producción ensayística femenina colonial y decimonónica.

SOBRE LAS AUTORAS

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Claire Emilie Martin es doctora en Literatura Latinoamericana por la Yale University y profesora de Literatura Latinoamericana en la California State University, Long Beach. Sus áreas de interés son las escritoras del siglo xix y las novelistas argentinos de las últimas décadas del siglo xx y principios del xxi. Es coeditora de la sección “Argentina” del Handbook of Latin American Studies, de la Biblioteca de Congreso. Adriana Méndez Rodenas es doctora en Literatura Latinoamericana por la Yale University y catedrática de Literatura Hispanoamericana en el Departamento de Español y Portugués de la Iowa University. Especialista en la literatura del Caribe, se ha dedicado igualmente a la narrativa hispanoamericana decimonónica y a la literatura de viajes. Ana Peluffo es doctora en Literatura Latinoamericana por la New York University. Es profesora asociada de la University of California, Davis. Su área de investigación se enfoca en la literatura y cultura latinoamericana de siglo xix y principios del xx. Actualmente trabaja en un proyecto sobre las políticas del sentimentalismo en Latinoamérica. Fernando Rodríguez Mansilla es doctor en Literatura Española del Siglo de Oro por la Universidad de Navarra. Actualmente es profesor auxiliar en Hobart and William Smith Colleges, en Nueva York, y miembro asociado del GRISO de la Universidad de Navarra. Sus campos de interés son la novela picaresca, la novela corta y la poesía satírico-burlesca. Jorge Sánchez es bachiller en Estudios de Género y magíster en Literatura Latinoamericana y Chilena por la Universidad de Santiago de Chile. Se desempeña como docente en la misma universidad, donde dirige seminarios de literatura, género e identidad en los programas de posgrado y pregrado de la facultad de Humanidades. J. P. Spicer-Escalante es profesor asociado de Literatura Hispanoamericana en la Utah State University. Sus campos de especialización son la literatura decimonónica, la literatura de viajes, la vanguardia hispanoamericana, el naturalismo hispánico y el cine de Lucrecia Martel. Es cofundador/editor de Decimonónica: Revista de Producción Cultural Hispánica Decimonónica.