Resiliencia. Una mirada humanizadora al sufrimiento
 9788428835152

Table of contents :
Portadilla
Introducción
1. Dos testimonios para empezar
2. Las palmeras se doblan
3. De tal palo... ¿determinismo o libertad?
4. Protectores de resiliencia
5. Educar para vivir la resiliencia
6. El humor es una cosa muy seria
7. La mirada, tutor de resiliencia
8. Mirada positiva sobre uno mismo
9. Inteligencia espiritual y resiliencia
10. La esperanza: dinamismo resiliente
11. El sanador herido
12. Destino y libertad
13. Sistema inmunitario psico-espiritual
14. El recuerdo que sana
15. Sufrimiento y significado
16. Tiempo de calidad: tutorizando la resiliencia de cerca
17. La relación que sana
A modo de conclusión
Breve bibliografía comentada
Contenido
Créditos

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1

INTRODUCCIÓN

 

El concepto de resiliencia se presenta potencialmente humanizador tanto como clave de lectura de la experiencia humana de sufrimiento, enfermedad, trauma, duelo, como por la parte del agente de salud o social que acompaña. No es lo mismo un plan de intervención centrado exclusivamente en las carencias que un plan

que

mire

sobre

todo

a

promover

las

potencialidades

del

veces

de

individuo

necesitado. La

consideración

positiva

de

los

recursos

–a

latentes–

la

persona

constituye un potencial que conviene explorar en el acompañamiento. Por eso, los diferentes testimonios y estudios realizados en el campo de la superación de las crisis y los traumas nos invitan a interesarnos por una visión positiva que dibuje caminos posibles y de esperanza cuando otros planteamientos dibujan y vaticinan fracaso y pesimismo. Inicialmente, los estudios de resiliencia se centraron en niños y en familias, para trabajar elementos formativos que les permitieran modificar la forma de ver las dificultades y ser más eficaces. Hoy el tema es afrontado desde diferentes entornos en los que este enfoque positivo de la persona puede cambiar modelos de intervención centrados más en la vulnerabilidad. Al escribir un libro sobre resiliencia en el Centro de Humanización de la Salud queremos sumarnos a esta corriente que canta a la libertad y a las posibilidades de los seres humanos en medio del sufrimiento. Al considerar la resiliencia no como

una

mera

característica

de

algunas

personas,

sino

como

la

suma

e

interacción entre elementos intrínsecos y extrínsecos, el tema se convierte en apasionante para quien desea ayudar a las personas en situación de dificultad. No se trata solamente de identificar a las personas con temperamento favorable a

la

resiliencia,

sino

también

de

fomentar

los

entornos

potenciadores

y

los

modelos de intervención positivos para renovar la mirada sobre las personas. Y es

que

la

mirada

tiene

un

gran

poder

potenciador

de

las

capacidades

del

prójimo. En los años ochenta, la psicóloga Emmy Wermer llevó a cabo un estudio longitudinal y prospectivo: el seguimiento de 698 individuos (nacidos en 1955) desde el período prenatal hasta la edad de 32 años. Las niñas y niños eran los patitos feos de familias pobres de los bajos fondos de la isla hawaiana de Kauai. En el estudio, Emmy Wermer tuvo la intuición de considerar aquellos casos en que

se

adaptaron

equilibrada

y

positivamente

competente,

a

y

pesar

llegaron

a

de

situaciones

vivir

ser

adultos de

con gran

adversidad durante su infancia. Los etiquetó como personas resilientes.

2

una

vida

riesgo

o

Desde entonces, este concepto que inicialmente procede de la metalurgia, está sirviendo en el marco de la psicología positiva y en la espiritualidad, para referir posibilidades de éxito, superación y crecimiento en medio de las dificultades de la vida. Más

que

un

concepto

nuevo

está

siendo

un

nuevo

modo

de

referirnos

a

cuestiones de siempre, como el coraje, la perseverancia, la superación, etc., pero desde un enfoque que permite el estudio de los elementos que protegen a una persona y que pueden contribuir a prevenir fracasos y situaciones indeseables como resultado de crisis de la vida. Pero… empezaré por un cuento. Érase Tenía

una

un

vez

un

carácter

hombre

malvado,

tan

violento

oasis

había

que

Ben

no

Sadok,

podía

ver

que

atravesaba

nada

sano

ni

un

oasis.

bonito

sin

estropearlo. En

la

orilla

del

una

joven

palmera

que

estaba

creciendo

con

energía. Esta le hirió los ojos a Ben Sadok. Entonces cogió una pesada piedra y la puso encima de la corona de la joven palmera. Y, riéndose pérfidamente, continuó su camino. La joven palmera se sacudió y se inclinó e intentó deshacerse de la pesada carga sin éxito. La piedra estaba fuertemente puesta encima de su corona. Por más que intentaba empujar, no tenía fuerzas suficientes para deshacerse de ella. Entonces la joven palmera arañó el suelo y excavó y se mantuvo a pesar de la pesada carga empujándola. Como no podía estirar sus ramas, fue hundiendo y hundiendo sus raíces tan profundamente que encontró las vetas de agua más escondidas

del

oasis.

Esas

aguas

frescas

y

profundas

la

alimentaron

y

fortalecieron, dándole tanta fuerza que empujó la piedra tan alto que ya ningún árbol hacía sombra a su corona. El agua de las profundidades y el sol de las alturas convirtieron al joven árbol en una palmera reina. Al cabo de unos años volvió Ben Sadok, para alegrarse la vista con el árbol enfermo que él había estropeado. Buscó sin éxito. Entonces la palmera, más orgullosa ahora, bajó su corona, enseñó la piedra y dijo: –Ben Sadok, tengo que darte las gracias porque tu carga me ha hecho fuerte. Así es, la resiliencia es ese canto a las posibilidades de crecer en situaciones adversas, difíciles, de crisis. Es el otro extremo del victimismo, si bien no es un mero ejercicio voluntarista. En algunos de los elementos que la constituyen y la favorecen nos adentraremos en estas páginas que deseamos sirvan tanto para quienes atraviesan por una crisis como para quienes, desde cualquier profesión o rol de ayuda deseen mirar con esperanza y creer en las posibilidades, no solo lamentarse o compadecerse y quizá suplir o salir al paso también de los límites.

3

1

DOS TESTIMONIOS PARA EMPEZAR

  En

estos

últimos

años

voy

encontrando

personas,

en

diferentes

rincones

del

mundo, que viven situaciones que no solo me impactan, sino que también hacen que

me

pregunte

cómo

es

posible

que

estén

vivas,

que

puedan

con

tanto

sufrimiento, que estén aún habitadas de esperanza. Algunas me parecen situaciones de tanta intensidad que no sé cómo el ser humano tiene energía para seguir vivo en medio de tanta adversidad. Y lo cierto es que así es. Son un canto a las posibilidades de superación, a la salud en el afrontamiento de las dificultades, una muestra de resiliencia.     1. Lola y sus múltiples duelos   Hay personas que viven lo que podríamos llamar una sobredosis de sufrimiento por pérdidas múltiples. Piénsese en quien, como consecuencia de un accidente, por ejemplo, pierde al cónyuge y a los hijos, o cualquier otra situación que haga perder a varios seres queridos simultáneamente o acumulativamente en un breve período de tiempo. Lola llegó a nuestro Centro de Escucha, enviada por el párroco de su pueblo, cuando había perdido a su marido y dos hijos estaban enfermos de corea de Huntington, una enfermedad degenerativa y hereditaria. A la vista de lo que le venía encima, a la vista del proceso degenerativo de su hermosa hermana, otro hijo se suicidó colgándose del garaje de su casa. Y así hasta perder a los cinco hijos y al marido. Algunas de sus experiencias nos las relata así:   Mi

hijo

Juan

nunca

había

estado

enfermo,

pero

vio

cómo

se

había

deteriorado su hermana, porque era muy guapa y se había quedado hecha un horror. Un día bajó a la cochera. Él iba para adelante y para atrás, como si quisiera despedirse de mí. Parece que no se atrevía. Yo me di cuenta. Él se duchaba todos los días y vi que se había puesto la ropa de los domingos y le dije: «Chico, ¡qué guapo estás!». En aquel momento no le di

4

importancia. Me dijo: «Madre, bajo a la cochera a arreglar la bici», y se fue. Como pasó toda la tarde y no venía, al regresar mi nieto de kárate fuimos a la cochera y me dio un vuelco el corazón: mi hijo plantadito, los pies le tocaban el suelo y le digo: «¡Hijo!, ¿qué te ha pasado?». Pero miré a lo alto y vi la cuerda. Cogí al chiquillo y lo saqué de allí para que no lo tocara.

Tenía

28

años.

Mi

marido

ya

había

muerto

y

la

chica

estaba

enferma. Él iba detrás.   A sus 74 años, Lola ya había perdido a su marido y a su hijo, teniendo a su hija enferma. Posteriormente, otro hijo se marchó un tiempo de casa sin avisar, hasta

que

un

buen

día

regresó

y

le

acogió

sin

reproche

alguno.

Regresó

ya

enfermo, de la misma enfermedad. Así continuó la historia, uno detrás de otro, hasta fallecer el marido, el hijo que se suicidó, la hija que ya estaba enferma entonces, el hijo que regresó enfermo, y los otros tres. Cinco hijos y el marido. ¿Cómo ha podido Lola con todo? Ella nos responde así:   Yo creo que he podido con todo esto por la fe que tengo, y porque he trabajado. Le he pedido mucha fe a Dios, aunque a veces le digo: «Te has pasado… Yo creo que te has pasado. Ya está bien la cosa, ¿no?». Voy a comulgar

y

le

pido:

«Auméntame

la

fe»,

aunque

sea

un

granito

de

mostaza; quiero tener más. Es que yo pienso que no tengo bastante y sé que

tengo,

porque

cuando

estoy

en

la

iglesia

una

hora,

me

parece

un

minuto. Me han ayudado mucho en el pueblo. Todo el pueblo me quiere. Ahora soy feliz ayudando a los enfermos. Les siento como si todos fuesen mis hijos. Pienso en esas madres que tienen un crío enfermo ya desde pequeño, que no pueden disfrutar como yo lo he hecho cuando han estado bien. Eso debe ser más duro: perder a los hijos cuando son niños o tenerlos enfermos desde que nacen. No me ha aplastado la tristeza por la fe. Si he llorado, ha sido dentro de mi casa. Siempre digo que no quiero que me vean llorar, aunque eso no signifique que no me acuerde de mis hijos y de mi marido, ni de todo lo que he pasado. Lo que quiero es ayudar a otros, que no digan que no puedo resistir. Todo se puede superar. Por lo menos, yo lo he superado y, como yo soy una persona, otros lo pueden hacer también.   Sin duda, Lola ha vivido saturación de duelo, pero ha encontrado recursos, dentro de ella y fuera de ella. Se diría que ha encontrado tutores de resiliencia, que su personalidad le ayuda, que su fe es un recurso, que se ha volcado hacia

5

afuera en lugar de encerrarse en ella misma, aunque tampoco le vendría mal permitirse expresar lo que siente. Eso, expresar lo que siente, sí se lo permiten.   Yo he podido contar lo que me ha pasado en el Centro de Escucha, me pidieron que lo hiciera en la televisión, aunque no sé leer ni escribir, que hablara en unas Jornadas sobre Duelo, y eso ayuda a los demás. Además en mi pueblo hay mucha gente que me llama por teléfono, incluso desde fuera, para decirme que cómo estoy y cómo puedo soportar tanto. Yo no voy a olvidar nunca a mis hijos. Hablo de ellos, los nombro. Tengo una amiga a la que se le murió un hijo, y ella dice que no se lo nombren. Pues no lo entiendo, a mí me gusta nombrarlo y nadie me lo impide. A eso me ha servido mucho venir al Centro de Escucha. Estoy muy agradecido a quien me traía desde el pueblo cada semana durante un año un voluntario de Cáritas, y también a san Camilo, que me ha regalado la posibilidad de venir aquí. Me han ayudado mucho.     2. Coger el toro por los cuernos   Hay

personas,

por

tanto,

que

reaccionan

de

manera

resiliente.

Tienen

esa

capacidad de reaccionar con fortaleza y tenacidad y crecer con ocasión de la crisis, con coraje y fortaleza de ánimo. El testimonio de Muki, que perdió bien joven a su esposo en un accidente de tráfico, es un ejemplo de resiliencia. Ella, como el metal, recibió un durísimo golpe al perder a su marido. Golpeada, herida, lesionada en lo más profundo de su ser, va recuperando, desde la esperanza, su ser, su esencia, su yo personal. Así nos lo cuenta:   Creo que gran parte del sufrimiento es producto de estar centrados en los episodios dolorosos o rencores del pasado, añorando cosas que no tenemos ahora. Hoy no lo tengo a él, pero sí tengo muchas razones para estar bien y ser feliz. Hasta me falta tiempo, mucho tiempo y creo que parte de eso radica en estar conectada con el presente, dejarme emocionar por las cosas pequeñas de la vida, mirar, contemplar, dejarte sorprender, experimentar y aprender cosas nuevas. Echo mucho de menos la ternura compartida y me duele la ternura que no reciben mis hijos de su padre y de la pareja. Solo me tienen a mí. La ternura nos predispone a las caricias, a la expresión de nuestro amor y también a proteger dulcemente al que amamos. Cuando danzamos en ella, canalizamos poderes primordiales que nos enseñan a ser parte de un todo

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misterioso.

Ella

pertenencia

a

la

nos

permite

vida,

y

la

experimentar bullente

la

fuerza

energía

de

vital

ser

de

nuestra

amados,

de

ser

simplemente partes de algo mayor y de estar constituidos en ello. Pero mira, fue en una plaza de toros de Madrid, en donde me di cuenta de la similitud que podía haber entre la intensidad de emociones que tiene que enfrentar un torero en el ruedo y las emociones que tuve yo después de la trágica partida de mi esposo que ocurrió inesperadamente en mi vida. Me

sentí

reflejada

en

su

aplomo,

valentía,

miedo,

rabia

y

coraje,

y

principalmente con su respuesta al reaccionar ante una situación hostil. Después de ser embestido por un gran toro que nos deja heridos, tirados en el suelo, doloridos y sin poder movernos… estamos en el suelo, sangrando, pensando que será imposible volver a levantarnos y, de repente, vemos aparecer otros toros, más pequeños tal vez, pero luego de una primera arremetida,

uno

cree

no

poder

con

ellos

por

más

que

lo

intente,

nos

sentimos impotentes e inundados de un gran dolor físico y emocional. Así me sentí yo. Los «pequeños toros» fueron, a mi parecer, los infortunios que surgieron después y producto de la pérdida. Pero también un torero vive intensamente, y pone en riesgo su vida cada vez que sale a la plaza, probando que puede vencer obstáculos una y otra vez

y

al

mismo

invalorable.

tiempo

Tampoco

nos

cabe

brinda duda

un

de

espectáculo

que

esa

de

arte

energía

y

y

de

valor

vida están

controlados por el apego a la vida, que los toreros exponen sin duda y yo también descubrí que lo tenía: el entusiasmo, amor por la vida, pasión por hacer cosas, dar y recibir. Muestran su apego a vivir y luchar, sin olvidar que cada ataque es rápido y levantarse es su misión. Nadie que no tenga el alma templada puede conseguir ponerse de pie en medio de una plaza a esperar, sin dejar de pensar en qué momento echar a correr. En su fuero interno sienten que pueden con ese toro. La imagen del torero me sirvió como metáfora para comprender cómo hacer frente a las experiencias más difíciles que nos toca enfrentar a lo largo

de

capacidad

nuestra no

vida,

solo

ya

de

que

resistir

permite y

vernos

como

adaptarnos,

sino

personas de

con

la

rehacernos

y

reinventarnos con mucho ímpetu y coraje ante la adversidad al encontrar el

verdadero

sentido

de

nuestra

vida,

pudiendo

lograr

un

crecimiento

personal que nace del aprendizaje como resultado de las experiencias más terribles,

observando

los

problemas

como

oportunidades,

incluso

reconceptualizando nuestra visión de lucha frente a los «toros» que la vida nos pone delante. No nos podemos centrar únicamente en cómo salir mejor de las acometidas y sentirnos menos desgraciados día a día, ni buscando paliativos de los estados que hacen que la vida no parezca digna de vivirse.

7

Lo que acontece en términos generales es que la vida y los toros que se sitúan enfrente y en pie de lucha se presentan ante nosotros de forma impredecible. Por lo tanto, nosotros no podemos ser el resultado de nuestro pasado,

sino

de

nuestras

elecciones

inmediatas,

eligiendo

de

manera

independiente nuestro estado ánimo y nuestra demanda social. Destacar

y

reconocer

nuestros

talentos,

expresarlos

en

el

día

a

día

y

ponerlos al servicio de los demás es una de las grandes lecciones que me dejó esta experiencia. Aprendí también, que está en nosotros hallar las condiciones

para

ser

felices,

desarrollando

estados

positivos

genuinos,

y

vivir intensamente, aprendiendo y reconociendo el valor, la fortaleza y las virtudes que poseemos. Todos tenemos la voluntad de generar cambios y abrirnos un nuevo camino en la vida, pudiendo lograr vivir conforme a nuestra imaginación y nuestra memoria lo decida. Si bien una experiencia terrible o un accidente se pueden convertir, en realidad en muy dolorosas e impactantes,

lo

que

sucede

a

partir

de

ellas

está

en

nuestra

zona

de

influencia y no de los demás.   De la experiencia de Muki se pueden extraer algunas características de la resiliencia.

Muki

es

realista,

reconoce

su

pérdida

y

su

dolor,

tiene

sentido

reflexivo y creativo cuando compara el embiste del toro con el «toro» que ha tenido ella que lidiar y verbaliza su decisión de superar su crisis, lo cual no es sinónimo de olvidar. Muki no solo ha superado su crisis, sino que ha salido fortalecida

de

ella.

Su

esperanza

y

el

sentido

de

su

vida

le

han

ayudado

a

resistir, sobrevivir y seguir viviendo. ¿Cómo

se

manifiesta

la

resiliencia?

Para

responder

a

esta

pregunta

no

tenemos más que pensar en el sentido siderúrgico, o más claro aún, imaginemos que estamos clavando un clavo y en uno de los golpes sobre la tachuela, un mal cálculo lleva el martillo sobre nuestro dedo. El dedo sufre, se hincha, se deforma y, con paciencia y sabiendo esperar, el dedo vuelve a su forma original. Frente a la

destrucción

por

cualquier

tipo

de

trauma,

la

persona

defiende

su

propia

integridad bajo la presión del dolor, de la deformidad y de la hinchazón que produce la pena, pudiendo llegar a recuperarse. El

relato

ternura

de

Muki

compartida

es y

un le

canto

duele

a

la

la

esperanza.

ternura

que

Echa

no

mucho

reciben

sus

de

menos

hijos.

la

Sabe

perfectamente lo que eso significa, por eso dice: «La ternura nos predispone a las caricias, a la expresión de nuestro amor y también a proteger dulcemente al que amamos. Cuando danzamos en ella, canalizamos poderes primordiales que nos enseñan a ser parte de un todo misterioso. Ella nos permite experimentar la fuerza

vital

de

nuestra

pertenencia

a

8

la

vida,

y

la

bullente

energía

de

ser

amados, de ser simplemente partes de algo mayor y de estar constituidos en ello».     3. Y un viejo cuento…   No hace mucho, en un país del África subsahariana, en una sesión formativa dirigida a cooperantes y misioneros españoles, agentes de salud, utilicé el cuento ya bastante difundido titulado «El águila y la gallina». Desconocía entonces que quien más contribuyó a su difusión había sido James Aggrey, utilizándolo precisamente en un país africano, en 1925, en una reunión de líderes populares en la que se discutía sobre la colonización y la organización política del pueblo de Gana. James Aggrey es considerado uno de los precursores del nacionalismo africano y del moderno panafricanismo y tuvo gran relevancia política como educador de su

pueblo,

promoviendo

la

liberación

que,

como

Paulo

Freire,

entiende

que

comienza por la conciencia del pueblo. A mi regreso a España tuve la oportunidad de leer el libro, de Leonardo Boff, que lleva el mismo título que el cuento, y que lo utiliza como metáfora de la condición humana. En realidad, el cuento lo hemos utilizado mucho en actividades de formación en relación de ayuda desde el Centro de Humanización de la Salud. Dice así:     El cuento   Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse

como

estos.

Un

día,

un

naturalista

que

pasaba

por

allí

le

preguntó al granjero: –¿Por qué este águila, el rey de todas las aves y pájaros, permanece encerrado en el corral con los pollos? El granjero contestó: –Me lo encontré malherido en el bosque, y como le he dado la misma comida

que

a

los

pollos

y

le

he

enseñado

a

ser

como

un

pollo,

no

ha

aprendido a volar. Se comporta como los pollos y, por tanto, ya no es un águila. El naturalista dijo:

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–El tuyo me parece un gesto muy hermoso, haberle recogido y curado. Además, le has dado la oportunidad de sobrevivir, le has proporcionado la compañía y el calor de los pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si le ponemos en situación de hacerlo? –No entiendo lo que me dices. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido. –Es verdad, tú no se lo has impedido, pero como tú muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse como los pollos, por eso no vuela. ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas? –¿Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila. ¡Qué le vamos a hacer! Hay cosas que no se pueden cambiar. –Es verdad que en estos últimos meses se está comportando como los pollos.

Pero

tengo

la

impresión

de

que

te

fijas

demasiado

en

sus

dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar? –Tengo mis dudas, porque, ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en las posibilidades? –Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las dificultades, es más probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero ¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen efectivas? –Es posible. –¿Qué te parece si probamos? –Probemos. Animado, el naturalista al día siguiente sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana. Le dijo: –Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo. Estas palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y al ver desde la loma a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos. Creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo. Sin

desanimarse,

al

día

siguiente,

el

naturalista

llevó

al

aguilucho

al

tejado de la granja y le animó diciendo: –Eres un águila. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo. El

aguilucho

tuvo

miedo

de

nuevo

de



mismo

y

de

todo

lo

que

le

rodeaba. Nunca lo había contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó una vez más hacia el corral.

10

Muy temprano, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo: –Eres un águila, abre las alas y vuela. El aguilucho miró fijamente los ojos del naturalista. Este, impresionado por aquella mirada, le dijo en voz baja y suavemente: –No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya verás como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Además estos días pasados, cuando saltabas pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas. El aguilucho miró alrededor, abajo hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Entonces el naturalista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente, con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo. Había recuperado, por fin, sus posibilidades.     4. Somos granjeros y naturalistas   No resulta fácil, en las relaciones con quien se encuentra frágil y herido, en crisis o

tocado,

liberarse

de

la

tendencia

a

llevarle

al

propio

corral

del

ayudante.

Resulta más comprometedor y complejo promover al máximo sus recursos. Fácilmente

podemos

adoptar

actitudes

semejantes

a

las

del

granjero,

que

promueve la cómoda actitud de la dependencia y el cuidado no liberador, en lugar de actitudes semejantes a las del naturalista, que se empeña en despertar el corazón de águila y estimularle a ser él mismo. Ayudar a ser él mismo supone reconocer que dentro de cada uno hay un águila y una gallina. Y ayudar significa acompañar a liberar al águila. Pensemos en la necesidad de promover el protagonismo de cada uno en los procesos preventivos y terapéuticos, en la necesidad de acompañar a descubrir los propios recursos para utilizarlos al máximo y no hacer de la relación una producción de dependencias o estilos autoritarios, protectores o paternalistas. Pensemos en los estilos de acompañamiento en entornos de pobreza, donde a veces los agentes sociales importan modelos de vida y costumbres sin acompañar a

desplegar

las

alas

de

los

individuos

y

los

pueblos

sin

promover

la

autoafirmación de sí mismos como diferentes. Pensemos en el riesgo de un sutil colonialismo que puede darse si no se estimula el águila que hay dentro de las personas y los grupos, respetando las diferencias culturales y sus implicaciones religiosas. Pensemos en la comodidad que supone en los procesos de ayuda conformarse con

la

moral

(costumbres)

sin

dar

el

11

salto

a

la

responsabilidad

ética;

la

comodidad de quedarse en la religión sin dar el salto a la fe; la comodidad de quedarse en el positivismo y el materialismo sin dar el salto a la utopía y a la espiritualidad; la comodidad de hacer del paciente un puro objeto de cura en lugar de un agente activo en los procesos diagnósticos y terapéuticos. En el fondo, corremos el peligro de actuar como el granjero, mientras que estamos

llamados

a

hacer

como

el

naturalista:

acompañar

a

las

personas

y

grupos a ser sí mismos.     5. Somos águilas y gallinas   Dentro de nosotros podemos encontrar un poco de águila y un poco de gallina. Tanto cuando ayudamos como cuando nos dejamos ayudar. Podemos adoptar actitudes

semejantes

a

las

de

la

misma

águila

que

se

resiste

a

explotar

sus

recursos. El águila representa la misma vida humana en su creatividad, en su capacidad de romper barreras, en sus sueños, en su luz. Representa la persona con toda sus potencialidades, pero susceptible de acomodarse en la dependencia y comodidad del corral. Aceptar la condición de águila supone responsabilizarse de la propia historia, participar

activamente

en

el

destino

personal

y

comunitario,

apostar

por

lo

inédito viable, defender la propia identidad, arriesgarse a lo desconocido, aunque produzca sinfonía

vértigo, de

apasionarse

fuerzas

y

por

construirse

contrariedades

y

participar

individuales

y

activamente

colectivas.

en

Significa

la

dar

espacio a las posibilidades resilientes. No aceptar la condición de águila significa desarrollarse solo como gallina, sin sacar el jugo a los propios recursos, instalándose en la dependencia, enterrando en el sótano de la historia la riqueza personal y grupal, renunciando a la propia identidad, conformándose con la mediocridad y la comodidad de quien no vive o no le dejan vivir como protagonista en el escenario de la propia vida. Las

relaciones

naturalistas

y

que

quieren

promover

el

ser

águila

de

ayuda

interior

manera elegante y salir crecidos de las crisis.

12

no

de

son

cada

otra

cosa

persona

que

para

hacer

de

afrontar

de

2

LAS PALMERAS SE DOBLAN

 

Esta metáfora de las palmeras que dejan pasar los fuertes vientos, se doblan y agachan

su

cabeza,

pero

se

recuperan

y

siguen

creciendo

después

de

las

tormentas, robusteciendo así su tronco, su resistencia, es utilizada para hablar de la resiliencia. Es un tipo de respuesta general de fortaleza ante la crisis. Inicialmente, la palabra usada ahora tanto en el ámbito de la psicología y la espiritualidad

procede

de

la

física

para

identificar

la

cualidad

de

algunos

materiales para resistir y recuperarse ante el embate de una fuerza externa.     1. Un modo de vivir la crisis   La

resiliencia

personal

consiste

en

tener

la

capacidad

de

afrontar

la

crisis,

reconstruirse y no perder la capacidad de amar, de luchar, de resistir; antes bien, potenciar los recursos interiores para luchar. Es el arte de no dejarse arrastrar por el impacto de un mar embravecido en medio de la tempestad personal en la que experimentamos nuestra embarcación amenazada, quizá sin rumbo. La persona resiliente se mantiene y logra un nuevo rumbo aún más interesante y consistente que antes de la tormenta. No se deja arrastrar

hacia

donde

el

oleaje

golpea

y

donde

parece

querer

hundir

la

embarcación. La persona resiliente no es invulnerable, no niega la crisis, no es impasible ante

la

adversidad.

En

el

interior

de

la

persona

resiliente,

bajo

la

aparente

debilidad (la palmera que se dobla), hay una fortaleza. Ramón y Cajal decía que «los débiles sucumben no por ser débiles, sino por ignorar que lo son». De hecho, es sabido cómo mucho de nuestro sufrimiento con ocasión de las crisis que experimentamos tiene su raíz no en lo que nos hiere, sino en la manera en que elegimos manejar y vivir esa herida. Sabemos,

por

ejemplo,

que

bajo

la

aparente

debilidad

del

que

llora

suele

esconderse la fortaleza de quien ama. O, como diría el gran médico sir William Osler, «la herida que no encuentra su expresión en lágrimas puede causar que los órganos lloren». Y eso es enfermar. Si

nuestra

forma

de

gestionar

los

sentimientos

ante

la

crisis

influye

en

la

potencialidad resiliente, nuestra forma de pensar tiene igualmente su influjo.

13

Nuestra respuesta mental ante la adversidad puede ser manejada de una manera positiva, optimista, de tal modo que, de la dificultad, salgamos reforzados.     2. Cultivo interior   Nos estamos empeñando en nuestros días en quitar importancia –cuando no denigrar– cuanto tiene que ver con la espiritualidad. Nos estamos empeñando en pensar que «hay que ver para creer», olvidando que es más verdad que «hay que creer para ver», sobre todo para ver lo más importante, lo que alcanza a ver solo el corazón. Es obvio que el cultivo de la vida interior, de la capacidad reflexiva, de la capacidad trascendente, de la referencia a lo más genuinamente humano, de la sabiduría del corazón, de los valores, es la mejor plataforma para atravesar las tempestades y salir fortalecidos de ellas. La inteligencia emocional subraya algunos de estos elementos, tales como el autoconocimiento, mismo,

como

el

autocontrol

competencias

emocional,

intrapersonales

la

capacidad

susceptibles

de

de

motivarse

ser

a



desarrolladas,

además de las competencias interpersonales. Lao Tse decía: «Conocer a otros es conocimiento, conocerse a sí mismo es sabiduría».

Y

así

podemos

encontrar

dentro

de

nosotros

mismos

esas

potencialidades de soñar despiertos sin ser ingenuos, de desear y trabajar por el bien en medio de lo que a primera vista nos hace mal. No es una actitud dolorista la que esconde la resiliencia. No se trata de una actitud

ensalzadora

del

dolor

en



mismo,

que

no

dejaría

de

ser

un

posicionamiento enfermizo ante la adversidad. Aunque, ¡quién sabe qué querían decir nuestros antepasados cuando utilizaban palabras como «resignación»! Es posible

que

en

la

intención

del

que

exhortaba

piadosamente

a

adoptar

esta

actitud hubiera una propuesta activa, aunque hoy tenga para nosotros una clara connotación de pasividad y derrotismo. De hecho, algunos diccionarios recogen aspectos positivos como la paciencia y la

conformidad

ante

las

adversidades,

sin

connotación

de

pasividad.

Otros

refieren, además de conformidad y paciencia ante obstáculos y adversidades, la variable tolerancia.     3. Voluntad de sentido   Diríamos que es más bien la proactividad –y no la pasividad– la que es capaz de indicar la potencialidad resiliente. La persona proactiva es aquella que toma la

14

iniciativa, toma las riendas de su propia vida, se siente responsable incluso ante lo

que

no

puede

cambiar,

se

siente

libre

ante

aquello

en

medio

de

lo

paradójicamente «se siente esclavo». Desde la perspectiva de la logoterapia, diríamos que la disposición de buscar un para qué a todo lo que nos ocurre, aunque no comprendamos el porqué, forma parte de esta voluntad de crecer en las crisis. Esta voluntad es lo contrario de la indiferencia o la apatía, que nos impide, en tantas ocasiones, comprometernos con nosotros mismos y con los demás. La resiliencia, en último término, es el resultado de múltiples procesos que contrarrestan las situaciones nocivas o de crisis. Se trata de una dinámica en la cual se podrían señalar algunos elementos tales como: la defensa y la protección de uno mismo, el equilibrio ante la tensión, el compromiso ante lo que sucede, la responsabilidad activa, el empeño por la superación, la capacidad de dar un sentido y reorientar la propia vida en la crisis, la visión positiva en medio de la negatividad, la capacidad creativa de reacción. Nietzsche lo diría así: «Lo que no me destruye, me hace más fuerte». El doctor Gerónimo Acevedo, autor de El modo humano de enfermar, dice que

el

verbo

«madurar»

solo

puede

conjugarse

en

gerundio.

Entre

sus

expresiones, nos encontramos estas:   Cuida tus pensamientos, porque se volverán palabras. Cuida tus palabras, porque se volverán actos. Cuida tus actos, porque se volverán costumbres. Cuida tus costumbres, porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter, porque formará tu destino. Y tu destino será tu vida.   Quizá sea este uno de los objetivos del acompañamiento hecho de relaciones de ayuda: fomentar la resiliencia en la crisis.

15

3

DE TAL PALO…

 ¿DETERMINISMO O LIBERTAD?

 

Cuando un chico se convierte en un gran médico como lo fue su padre pensamos lo mismo que cuando se convierte en un delincuente. Se veía venir… De tal palo… tal astilla. Lo mismo a la hora de esperarnos o contemplar una reacción de un enfermo, si conocemos su personalidad previa creemos que está totalmente determinada. Esta es la sentencia con la que nos mostramos pesimistas ante situaciones en las que vemos el límite de una persona y lo atribuimos a sus antecedentes. libertad.

Es

una

Creemos

así

ecuación que

los

de

una

rasgos

incógnita

de

la

que

nos

personalidad

lleva son

a

negar

la

determinantes

absolutos del modo de vivir las crisis en la vida. Y no es solo así. Que el temperamento de una persona tenga que ver con su proceso evolutivo y con condicionantes genéticos es obvio. Que el carácter de una persona venga totalmente determinado por su linaje y el entorno en el que ha crecido es mucho decir.     1. Libres en la esclavitud   Es

la

propuesta

campos

de

de

Viktor

concentración

E.

Frankl,

proclama

la

padre

de

libertad

la

logoterapia,

del

modo

de

quien

cómo

en

vivir

los lo

inevitable. Nos pueden quitar la libertad, pero no esa libertad que consiste en cómo vivimos lo que no podemos cambiar. No somos esclavos ni de nuestro temperamento

ni

del

entorno.

Condicionados,

sí,

pero

no

esclavos.

El

temperamento, de hecho, refiere tendencias a desarrollar la propia personalidad de una cierta manera. Es un «cómo» del comportamiento, mucho más que un «porqué», una manera de construirse en un entorno ecológico, mucho más que un

rasgo

innato.

Y

del

temperamento

resiliencia de una persona.

16

depende,

en

muy

buena

medida,

la

Mirarnos así es considerar que una crisis, una enfermedad, una desgracia, es una herida que se inscribe en nuestra historia, no un destino ante el que nada podamos hacer más allá de lamentarnos. No en vano dice un proverbio chino: «Cuando sopla el viento del cambio, unos edifican muros y otros construyen molinos». Y así también dice William A. Ward: «El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, el realista ajusta las velas». Por eso nos negamos a aceptar definitivamente la sentencia «de tal palo, tal astilla», porque constituye la negación de posibilidades de crecimiento, de novedad en el modo cómo atravesamos y salimos de las crisis. Es la negación de las posibilidades resilientes. Es posible y hermoso creer en la libertad y apostar por ella. Lo es para quien está limitado por la propia vulnerabilidad, como lo es para quien acompaña en la vulnerabilidad ajena y quiere que sus relaciones sean de ayuda. Pensar en posibilidades marca claramente la diferencia en relación a pensar en limitaciones o determinismos. No es ingenuidad mirarse a sí mismo y mirar al otro habitados por la firme esperanza de que algo bueno –y quizá nuevo– cabe esperar de uno mismo y de los demás.     2. Dos golpes   En el contexto de la teoría del trauma se afirma que el segundo golpe es más fuerte que el primero. El primero es el hecho, la enfermedad, la crisis. Para curar el primer golpe es preciso que el cuerpo y la memoria consigan hacer un trabajo

lento

atribuimos

a

de

cicatrización.

los

hechos,

a

la

El

segundo

golpe

enfermedad,

a

es

la

el

significado

crisis.

El

modo

que

le

como

interpretamos y narramos este hecho nos revela responsables. Para atenuar el sufrimiento que produce el segundo golpe hay que intervenir en la idea que uno se hace de lo ocurrido. El relato de la propia angustia refleja tanto nuestra herida como el significado que le damos. Por eso, una persona a la que amputan una extremidad, por ejemplo, puede llegar a ser un atleta o una eterna víctima, porque no es solo la amputación sino el significado y la actitud adoptada ante ella lo que marca el modo de vivirlo. Pero una vez más hemos de decir que el significado atribuido al propio mal, está

también

interpretarse

influido a



por

el

mismo

modo y

su

como

la

mundo.

persona Su

es

mirada

temperamento

y

aprende se

a

mueve

tensionalmente entre el influjo externo y la libertad interior. En efecto, hay familias y entornos en las que se puede llegar a sufrir más que un campo de exterminio.

17

Boris Cyrulnik, conocido autor de trabajos sobre resiliencia, que escapó de niño de un campo de concentración, autor de Los patitos feos, refiere que todos podemos reaccionar de este modo: vemos a un niño, nos parece gracioso, habla bien, hablamos alegremente con él, y de pronto nos dice: «¿Sabes?, nací de una violación,

por

mantener

la

eso

mi

abuela

sonrisa?

me

Nuestra

ha

detestado

actitud

siempre».

cambia,

nuestra

¿Cómo mímica

podríamos se

apaga,

arrancamos a duras penas algunas palabras para luchar contra el silencio. Y cuando volvemos a ver al niño, lo primero que nos vendrá a la mente serán sus orígenes violentos. Pues bien, de este modo de mirar al niño también dependerá la interpretación que él haga de sus dificultades y adversidades. Por eso decimos que hay que golpear dos veces para que se produzca el trauma, y que el segundo golpe –el del significado asignado al primero– es más fuerte. El significado atribuido a un objeto o acontecimiento depende, pues, también del

contexto.

Así,

el

sufrimiento

y

el

dolor

han

ido

adquiriendo

diferentes

significados culturales. De un castigo divino a una prueba, a una oportunidad para la solidaridad, a un mal que hay que evitar y aliviar, etc. Del segundo golpe, del modo de interpretar el primero, dependen las posibilidades resilientes.     3. No cabía esperarlo   Sucedía

en

Flandes,

el

24

de

diciembre

de

1914,

cuando,

en

plena

Guerra

Mundial, millones de soldados se apiñaban agazapados en la red de trincheras que

cruzaban

la

campiña

europea.

En

algunos

lugares,

los

ejércitos

estaban

atrincherados uno frente al otro, a un tiro de piedra. Condiciones infernales. Cuando

aquella

noche

caía

sobre

los

campos

de

batalla

sucedió

algo

extraordinario. Los soldados alemanes empezaron a prender velas en los miles de pequeños árboles de Navidad enviados al frente para elevar su moral. Luego comenzaron a cantar villancicos… Primero, Noche de paz; luego, un torrente de canciones. Los soldados ingleses escuchaban atónitos. Uno que contemplaba con incredulidad

las

líneas

enemigas

dijo

que

las

trincheras

titilaban

«como

candilejas de un teatro». Los ingleses respondieron con aplausos: al principio con

cierto

reparo,

luego

con

entusiasmo.

También

ellos

empezaron

a

cantar

villancicos a sus enemigos alemanes, que respondieron aplaudiendo con el mismo fervor. Varios

hombres

empezaron

a

de

cruzar

los a

dos

pie

la

bandos tierra

salieron de

nadie

a

gatas

para

de

las

trincheras

encontrarse;

pronto

y les

siguieron centenares. A medida que la noticia se extendía por el frente, miles de hombres salían de las trincheras. Se daban la mano, compartían cigarrillos y

18

dulces, y se enseñaban fotos de sus familias. Se contaban de dónde venían, recordaban Navidades pasadas y bromeaban sobre el absurdo de la guerra. A

la

mañana

siguiente,

según

algunas

fuentes,

hasta

cien

mil

hombres

charlaban tranquilamente. Se dice que se jugó más de un partido de fútbol. Aquella tregua surrealista mostró cómo enviados a matar y mutilar pudieron compartir, confortarse y celebrar. En un entorno lleno de maldad podemos dar una respuesta diferente. En un entorno lleno de desánimo somos aún libres de la respuesta personal en bien propio y ajeno. Del entorno no cabía esperarlo. De las posibilidades del ser humano, sí. Esa es la muestra de la posibilidad de reacción resiliente del ser humano.  

19

4

PROTECTORES DE RESILIENCIA

 

Recientemente he tenido la oportunidad de compartir en varios países de habla hispana un poco de tiempo con centenares de voluntarios. Lo son sobre todo en el mundo del sufrimiento producido por las pérdidas –el duelo– y en espacios del final de la vida. Y he podido percibir cuánta solidaridad con ojos positivos, con pasión por construir edificios en medio de las ruinas en que a veces se encuentra el corazón. Así es, la resiliencia es ese conjunto de características de una persona que consigue que el trauma por el que pasa no le destruya. Es posible incluso, salir de él reforzado. No es que los traumas ayuden a crecer por sí mismos, sino que ciertas personas y en ciertos contextos consiguen crecer en medio de las crisis. Si bien el concepto de crecimiento postraumático no es idéntico al de resiliencia, son conceptos afines y próximos.     1. Construyendo resiliencia   Un

grupo

familias juntos.

de

de

jóvenes

los

Un

que

sábado

secuestrados

aún por

están la

por

las

FARC

secuestrados,

mañana,

un

reunidos

en

grupo

para

Bogotá, de

un

grupo

voluntarios:

celebrar

la

de

todos

eucaristía

y

almorzar juntos. ¿Qué hacen estos voluntarios? Ofrecen la posibilidad de ser tutores

de

resiliencia,

acompañantes

que

refuerzan

la

parte

positiva

de

las

personas, que construyen redes entre personas que tendrían motivos para estar hundidas, pero se resisten a estarlo y solo permiten estar tocadas. Eso, tocadas, pero no hundidas. Son

personas

que

quizá

han

comprendido

que

el

ser

humano

no

necesariamente tiene que quedarse en la parte oscura de la vida. Que, como la flor

de

loto,

que

nace

en

aguas

fangosas,

así

también,

en

medio

de

severos

sufrimientos, es posible construir historias dignas de ser narradas. Recuerdo a una joven mujer de 36 años, con su marido secuestrado desde hace 11 años y su hija con 13 años. ¡Dios mío, solo al saberlo mis manos se me iban a

20

la

cabeza!

¡Cuánto

sufrimiento!

Y,

sin

embargo,

embargada

del

deseo

de

construir historias positivas, habitada por una extraña esperanza, no solo estaba presente en aquel encuentro, sino que ha orientado su vida en la dirección de apoyar desde todos los puntos de vista posibles, a quienes viven en la misma situación.

Me

parecía

estar

escuchando

una

sinfonía

de

Beethoven

escrita

cuando ya era sordo. Me parecía estar viendo un hueso roto creciendo en la dirección justa para recuperar su solidez. Eso es la resiliencia. Acompañar a que los obstáculos se conviertan en rocas para apoyarse y seguir ascendiendo, en lugar de en simples piedras donde tropezar, es lo que hacen tantas

personas

que

generosamente

entregan

su

tiempo

voluntariamente

en

medio del sufrimiento.     2. Es posible construir molinos   Sí,

es

posible

construyen

construir

muros

para

molinos intentar

cuando pararlo,

sopla como

el

viento,

dice

el

mientras

proverbio

otros

chino.

Es

posible aceptar las cosas tal como vienen, pero también podemos hacer todo lo posible para que las cosas sucedan tal como nos gustaría aceptarlas. Erickson decía que cada dificultad tiene el potencial de convertirse en una oportunidad. Testimonios de personas que atraviesan así las crisis, conocemos todos. Contar

con

apoyo

social

adecuado

–y

el

voluntariado

es

un

apoyo

privilegiado–, el propio temperamento personal y la significación cultural que cada uno atribuimos a nuestras crisis, son los tres elementos fundamentales para favorecer actitudes resilientes en medio de las crisis. En efecto, hay personas que tienen un carácter personal caracterizado por la libertad,

que

no

se

resignan

al

fatalismo,

que

no

leen

sus

experiencias

en

términos victimistas, que están habitadas por el dinamismo de la esperanza en medio de las tribulaciones. Hay personas que son capaces de recordar las crisis y los traumas como experiencias, como vaivenes del viento que piden ajustar las velas,

en

lugar

de

dejarse

llevar

incontroladamente

en

su

dirección.

Hay

personas que saben mirar de manera resiliente porque saben no obcecarse en una mirada negativa, saben tomar perspectiva suficiente e incluso relativizar y cuestionarse

si

lo

que

está

sucediendo

bajo

apariencia

de

negatividad

será

realmente así o podrá convertirse en oportunidad. Como hay personas también capaces

de

utilizar

bien

la

memoria

de

los

traumas

y

no

regodearse

en

la

miseria, sino aprender del pasado. Por haber, hay personas que hasta tienen sentido del humor en medio y después de las propias crisis. La fecundidad del concepto de resiliencia está en saber enfocar, saber dirigir la mirada hacia un abanico enorme de posibilidades.

21

Pero no es solo una cuestión de personalidad. Vivir resilientemente las crisis depende también del significado que atribuimos a las desgracias. En efecto, a veces

los

significados

y

las

palabras

con

que

interpretamos

nuestras

crisis

pueden ser incluso más violentas que los golpes. La representación de lo que nos sucede puede ser más doloroso que la misma realidad. Es conocido este cuento:

Un hombre anda por el pueblo diciendo: –He perdido la mula, he perdido la mula, estoy desesperado, ya no puedo vivir. No puedo vivir si no encuentro mi mula. Aquel que encuentre mi mula va a recibir como recompensa… mi mula. Y la gente a su paso gritaba: –Estás loco, definitivamente estás loco, ¿perdiste la mula y ofreces como recompensa la propia mula? Y él contestó: –Sí, porque a mí me molesta no tenerla, pero más me molesta haberla perdido…   Así es, con frecuencia, la interpretación de la desgracia vivida duele más que la misma desgracia. La persona resiliente es capaz de dar una interpretación positiva, que no le hunde, sino le hace rebotar para salir airoso de la crisis.     3. El tutor de resiliencia   Y el tercer elemento favorecedor de la resiliencia, además de la personalidad y la significación cultural, es la figura del tutor. Un tutor de resiliencia es alguien, que acompaña en el arte de provocar un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra a la persona en crisis y que asume

para

él

el

significado

de

un

modelo

de

identidad.

No

se

trata

necesariamente de un profesional. Un encuentro significativo puede ser suficiente para algunas personas. He aquí el valor de las relaciones de ayuda. En efecto, las relaciones de ayuda, habitadas por una mirada positiva de la vida, conscientes y acogedoras de la dimensión negativa experimentada por las personas

a

las

que

acompañamiento. convertirse

en

acompañan,

Pueden

lugar

ayudar

donde

pueden en

apoyar

el el

hacer

manejo

ancla

en

milagros de

la

medio

con

un

memoria; de

la

sano

pueden

tempestad,

infundiendo así esperanza; pueden ayudar a identificar los recursos positivos existentes

en

medio

de

la

crisis

y

potenciarlos;

22

pueden

ayudar

a

mirar

con

perspectiva y realizar ese trabajo de descentramiento necesario para atravesar el sufrimiento. La mirada resiliente es, sencillamente, más humana. Y es que quien tiene la cualidad de la humanidad y la comparte con sus relaciones de ayuda, mira, siente, ama y sueña de otra manera. La riqueza de humanidad será capaz de transformar

y

cualificar

la

propia

sensibilidad

personal.

Y

así,

el

agente

de

ayuda saldrá también beneficiado: acompañando en medio de la adversidad e iluminando nuevos caminos, aprenderá a descubrir su propia resiliencia.

23

5

EDUCAR PARA VIVIR LA RESILIENCIA

 

¿Mantengo un cierto equilibrio emocional en los vaivenes de la vida? ¿Veo las dificultades solo como un «marrón» o como una posibilidad de aprender, de mejorar, de hacerme más fuerte? ¿Me quedo anclado o encuentro nuevas formas de satisfacer mis necesidades del momento? ¿Cómo interpreto lo que me pasa? ¿Cuánta importancia le doy? ¿Sé relativizar? ¿Me veo a mí mismo como alguien capaz

de

superar

los

momentos

adversos

o

como

alguien

frágil

e

inseguro?

¿Quién es el responsable de lo que me pasa en la vida? ¿Los demás, el mundo, Dios, yo...? ¿Puedo encontrar caminos alternativos y probar formas diferentes de actuar? Plantearse estas y otras posibles preguntas reclama una serie de elementos propios de la resiliencia tales como: el equilibrio ante la tensión, el compromiso y el desafío, la superación, la significación y valoración que hacemos de lo que nos sucede, la visión positiva de uno mismo, la responsabilidad ante la vida, la creatividad…     1. Resiliencia y educación para la salud   Si

la

educación

para

la

salud

ha

vivido

un

proceso

evolutivo,

desde

una

concepción centrada en la enfermedad (educación sanitaria, educación para la prevención)

a

una

mentalidad

de

promoción

de

estilos

de

vida

saludables,

también la resiliencia nos proporciona un cambio de mentalidad: de pensar en las

dificultades

a

pensar

en

las

posibilidades.

Un

camino

hacia

constructos

positivos y posibilistas. La capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional – la

resiliencia–

actitudes

y

nos estilos

responsabilidad

interpela de

la

vida,

–capacidad

de

propia

responsabilidad

también dar

ante

una

lo

en

la

inevitable.

respuesta

gestión Al

personal–

de

las

evocar

la

surge

un

planteamiento que va más allá de la educación sanitaria para promover la salud mediante el compromiso por llevar una vida sana.

24

En

este

sentido,

América

Latina

va

por

delante.

La

Organización

Panamericana de Salud es más proactiva en la consideración de la importancia del autocuidado, de la vinculación saludable en el grupo y en la comunidad, de los estilos de vida saludables. Se entiende que toda medida preventiva exitosa depende de una sociedad que facilite el equilibrio entre el desarrollo personal y las conductas de riesgo, lo cual requiere la activación de programas encaminados a fortalecer los factores de protección y la resiliencia. Cuando

en

el

ámbito

psicológico,

en

los

años

setenta,

Michael

Rutter,

directamente inspirado en el concepto de la física (que es la capacidad de los materiales para volver a su posición original tras ser deformados al aplicar una fuerza sobre ellos), introdujo el término «resiliencia» como la capacidad de los sujetos

para

sobreponerse

a

tragedias

o

períodos

de

dolor

emocional,

como

resistencia al sufrimiento e incluso resultar fortalecido por el mismo, quizá no era consciente de cuánto podía generar líneas de reflexión para la salud. Quizá

tampoco

Boris

Cyrulnik,

que

amplió

el

concepto

de

resiliencia

observando a los supervivientes de los campos de concentración, los niños de los orfanatos rumanos y los niños de la calle bolivianos. Él mismo, con tan solo seis años, escapó de un campo de concentración, el resto de su familia murió; pasó a ser un niño huérfano y su propia historia le llevó, siendo ya neuropsiquiatra, a interesarse por el fenómeno de la resiliencia. Fue capaz de retomar un tipo de desarrollo después de una herida traumática, fue capaz –con sus palabras– de «volver a la vida».     2. ¿Se puede educar la resiliencia?   La respuesta es claramente: sí. escuela.

La

transmitir

escuela

que

expectativas

es

Se

capaz

elevadas,

empieza de y

por

brindar

brindar

la

familia

afecto

y

y

se

apoyo,

oportunidades

de

sigue

por

la

establecer

y

participación

significativa, aporta condiciones que alientan el afrontamiento exitoso ante la crisis. Existen diversas escuelas anglosajonas y latinoamericanas que están aplicando la rueda de la resiliencia a la organización escolar, al desarrollo del currículo, al diseño

de

las

tutorías,

a

la

participación

de

las

familias

o

al

desarrollo

profesional de los docentes. En

España

son

prácticamente

inexistentes

las

experiencias

o

programas

explícitos para el desarrollo de la resiliencia, pero también es cierto que, aunque no con ese nombre, en determinadas escuelas se ha venido estimulando actitudes y llevando a cabo prácticas que pueden considerarse resilientes.

25

En la escuela, como en cualquier otra parcela de la vida, no es fácil, pero se puede introducir el enfoque de la resiliencia, liberar la imaginación, reflexionar, debatir,

analizar

y

embarcarnos

en

una

búsqueda

utópica

del

sentido

de

la

genuina educación. Ayudarán a la educación de la resiliencia la educación a la reflexión crítica y el debate que promueve la interiorización de los valores y la responsabilidad en el pensar y actuar. Incluso ante los viejos problemas se puede ser creativos y avanzar en la reflexión. Será

útil

cultivar

el

optimismo

y

construir

relatos

de

esperanza,

no

solo

promover las malas noticias y hacerse «correveidiles» del caso del telediario que amplifica lo negativo y no hace noticia de lo positivo. Las investigaciones sobre resiliencia no dejan lugar a dudas, se construye a través de relaciones personales afectivas y seguras. Un alumno que se sienta marginado, invisible o estigmatizado, probablemente tendrá un comportamiento inadecuado, habrá internalizado la sensación de «yo no puedo» y se descolgará de la institución escolar. Por el contrario un alumno que sienta que la escuela es un

ámbito

afectivo,

que

tiene

sensación

de

pertenencia

y

que

se

siente

reconocido, probablemente se esforzará y se comprometerá con la institución escolar. La resiliencia se forja, por otro lado, cuando las personas se abren a nuevas experiencias y actúan de forma interdependiente con los demás. De ahí que diversas investigaciones encuentren que las personas resilientes se caracterizan por

su

competencia

social,

su

capacidad

para

resolver

problemas

de

forma

creativa, por su autoestima, su optimismo y por un deseo de independencia. Si esto

es

así,

educa

a

la

resiliencia

la

capacitación

en

estas

habilidades

interpersonales tan útiles para la vida. Una de las aportaciones más interesantes del enfoque de la resiliencia tiene que ver con el protagonismo de los actores, pues reformula las relaciones de poder,

considerando

al

otro

no

como

beneficiario

de

una

ayuda,

sino

como

corresponsable y autor de su aprendizaje, de sus acciones, en definitiva, de su vida. De ahí que la resiliencia en la escuela se promueva también otorgando al alumnado,

a

sus

familias

y

a

los

docentes,

autoría

y

responsabilidad

en

el

proceso educativo. La cultura occidental ha cargado las tintas en la capacidad y responsabilidad individual

como

pilar

del

cambio

personal

y

social.

En

la

escuela,

desde

la

perspectiva de la resiliencia, hablar de la responsabilidad individual al margen de la comunidad es un error, pues nos hace perder el contacto con lo común e interpersonal,

contribuyendo

a

la

fragmentación

y

alienación

que

tantos

docentes, alumnado y familias experimentan en nuestros días. En la escuela, el valor

asociativo

se

refleja

en

la

conexión

26

organizativa

y

en

los

procesos

de

comunicación, que promueven la confianza, la tolerancia, la cooperación y la trascendencia de nuestras acciones. Y, una vez más, digamos que el sentido del humor es una cosa muy seria. Cuando la escuela se plantee seriamente educar en el sentido del humor, se estarán

planteando

objetivos

tanto

cognitivos

como

socio-afectivos.

La

educación de la creatividad y del pensamiento alternativo, el desarrollo de la empatía, la confianza, la resolución de conflictos e, incluso, la autoestima están relacionadas con aprender a reírnos de nosotros mismos y aprender a aceptar nuestras imperfecciones y focalizarnos en nuestras fortalezas.

27

6

EL HUMOR ES UNA COSA MUY SERIA

  El

viejo

libro

de

los

Proverbios,

de

la

Sagrada

Escritura,

nos

dice

que

«el

corazón alegre mejora la salud, el espíritu abatido seca los huesos». Es muy antigua la creencia de que la risa y el humor son sanos, y cada vez existen más conocimiento y publicaciones sobre el humor terapéutico, así como intentos de mostrar la relación entre humor y salud. Y es que el humor es una cosa muy seria. Tan seria que su relación con la salud es estrechísima. Todos sabemos que estar de mal humor no es bueno para la salud y que el buen humor es sinónimo de vivir sanamente las circunstancias de la vida, incluso las adversas.     1. El humor en la salud   Sí, cada vez son más los estudios, investigadores y publicaciones en todas las áreas relativas al humor que lo reconocen como un ingrediente importante de la vida y de la salud física, mental, emocional, social y espiritual. Los terapeutas, los enfermeros, los médicos, los psicólogos, los fisioterapeutas, los trabajadores sociales, los animadores socioculturales, saben que utilizar el humor en su práctica es más que importante. Y cada vez hay más que lo hacen con toda naturalidad, porque han entendido las razones y los beneficios que se alcanzan. Saben que su uso contribuye a crear un ambiente más positivo y más saludable. En efecto, el humor puede provocar la risa, y esta puede ser reflejo de nuestra alegría.

Además,

acumulado,

el

buen

neutraliza

humor,

y

ansiedades

y

en

particular

puede

ayudar

la a

risa,

descarga

superar

estrés

situaciones

complejas. El sentido del humor tiene la virtud de generar vida, y probablemente la prolongue. Hoy se sabe que la risa y el humor estimulan el aparato circulatorio, el respiratorio y el sistema nervioso simpático. Y, cuando se comparte, fortalece la comunicación.

28

    2. Usar el humor en la relación   Pero, más allá de la relación entre la salud y el estado de ánimo, ser capaces de echarle humor y de bromear sobre la enfermedad es todo un arte. Un arte que los religiosos camilos venimos cultivando desde hace años, imprimiendo decenas de miles de calendarios con viñetas que pretenden dibujar sonrisas también en quienes viven la estación de la enfermedad y en quienes salen en su ayuda. Baste para ello visitar la web www.humanizar.es o hacerse con un calendario de los que desde hace años edita el Centro de Humanización de la Salud. Ser

artista

en

la

búsqueda

de

la

chispa,

del

juego

con

las

palabras

que,

sacadas de contexto o levemente modificadas, se convierten en sana fuente de buen

humor,

en

distensión

y

alegría.

Es

realmente

un

arte

potencialmente

protector y favorecedor de resiliencia. A mí me gustaría recibir el título de «catedrático en humorología y salud». Me gustaría porque me sentiría feliz viéndome y viendo elevar los niveles de buen

humor

en

un

mundo

tan

cargado

de

malas

noticias,

tan

invadido

de

sufrimiento, mucho de ello evitable. Hay personas que se consideran –como yo– incapaces de recordar un chiste y reproducirlo con gracia, pero es que el humor es mucho más que el chiste. Es, antes que nada, una actitud ante la vida, una actitud ante la limitación, ante la adversidad, con su correspondiente capacidad de ser factor protector de resiliencia.     3. La paradoja   Hay humor de muchos colores, amarillo, negro, verde; pero el que realmente tiene carta de ciudadanía en el campo de la salud es un humor blanco, un humor capaz de proporcionar un ambiente rebosante de risa sana que ayude a manejar el estrés y lograr la adaptación, sin ofender, sin menospreciar. Y

el

humor

no

es

una

reacción

superficial

a

la

crisis.

Es

perfectamente

compatible con la proximidad, tanto en su uso como en la experiencia, de otros estados de ánimo también benéficos, como pueden ser la tristeza y su expresión en el llanto. Bien sabemos que el llanto actúa como tranquilizador y puede ayudar a la descarga

placentera

y

a

la

distensión.

Por

eso

hemos

de

saber

valorar

igualmente la risa y el llanto, y darles espacio incluso en la proximidad. El llanto no estropea el clima generado por la risa. Ni es la puerta que le cierre

29

definitivamente

el

paso.

Pueden

darse

de

la

mano,

paradójicamente,

como

también la paradoja forma parte del sentido del humor. Es conocido cómo la logoterapia utiliza la «intención paradójica», aplicada con un cierto sentido del humor, como estrategia de confrontación y de abordaje de situaciones críticas. Y así lo presentamos en la formación sobre relación de ayuda y counselling. La intención paradójica, con esa dosis de humor y esa pizca de sana ironía, puede contribuir en las relaciones de ayuda a ver lo que, por la vía directa y de la argumentación, no logramos y entendemos que es un bien para el otro.     4. Humor y resiliencia   Quienes han ligado el sentido del humor a la resiliencia han sido principalmente los

psicólogos,

y

han

intentado

mostrar

cómo

este

elemento

posibilita

el

desarrollo de la resiliencia. El ejemplo más popular de aplicación práctica del humor como estrategia de resiliencia en medicina es sin duda la trayectoria profesional de Patch Adams. La

psicología

social

–al

parecer

desde

América

Latina–

ha

incorporando

el

concepto de humor social para caracterizar la capacidad de determinados grupos de encontrar elementos cómicos en situaciones adversas logrando así un efecto tranquilizador. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, el caso de los chistes políticos, que tanto han servido a los grupos humanos para sobrellevar las dictaduras. Han sido

una

interesante

forma

no

morada

solo de

la

de

confrontar

libertad.

El

las

humor

dictaduras,

sino

también

una

es

una

estrategia

que

también

permite tomar distancia de los problemas, facilitando la toma de decisiones para resolverlo y, en ocasiones, para encontrar respuestas nuevas para situaciones que parecen no tener salida. El humor no solo es una estrategia de resiliencia en el sentido de que permite sobrellevar una situación a nivel colectivo, sino que también es una potente forma de opinión pública y una forma de romper espirales insanas de silencio. Incluso en instancias alienantes y de esclavitud, de tortura y de amenaza de destrucción de la dignidad humana, la emergencia del humor, en la mayoría de los casos humor negro, ha salvado a individuos de la muerte. Freud, en un artículo de 1927, se refiere al humor del cadalso: la humorada del condenado que, mientras es llevado al patíbulo un lunes, exclama: «¡Vaya, empieza bien la semana!». No hace mucho me refería un psicólogo de prisiones, en un congreso mundial sobre justicia, verdad, exhumaciones: a los torturadores los cambian cada mes

30

para

que

no

se

acostumbren

y

disminuyan

las

torturas,

pero

los

presos

encuentran modos de ironizar tras las sesiones de tortura y así sobrevivir

y

resistir más que los torturadores. El

genuino

sentido

del

humor

es,

pues,

más

que

un

mero

mecanismo

de

defensa. Es un modo inteligente de disponerse ante sí mismo y ante los demás, particularmente en momentos de crisis. Un modo que puede contribuir a salir de ellas fortalecidos. Es que, como decíamos al principio, el humor es una cosa muy seria. Y se podría decir, con tantos que así lo piensan, que «si no tienes nada de qué reírte, mírate al espejo».  

31

7

LA MIRADA, TUTOR DE RESILIENCIA

 

«Gracias por no mirarme», me dijo aquella persona que estaba en una situación embarazosa

y

experimentaba

las

miradas

como

un

sumatorio

de

tensión.

Parecería extraño que la ausencia de mirada tuviera también poder, cuando estamos acostumbrados, en el mejor de los casos, a pensar en el poder de su presencia. En efecto, del cómo una persona es mirada (en el fondo, considerada) depende en buena medida el desarrollo de sus potencialidades resilientes. Hay situaciones en las que una mirada desviada permite a la persona en dificultad y con la que nos

encontramos

ahorrarse

la

dosis

de

tensión

que

produce

el

sentirse

observados y descubiertos en aquellas zonas que uno querría tenerse reservadas u ocultas. Quien la desvía, no solo muestra su discreción, sino que demuestra también estar habitado de ese respeto que lleva a huir de la curiosidad y a ser elegante en el contacto con la debilidad o vulnerabilidad ajena. La omisión de la mirada no hace sino mostrar el poder que tiene de hacer sentirse mal. La mirada puede

hacer

sentirse

despreciado,

humillado,

avergonzado,

herido,

culpable,

invadido, sorprendido, impotente, descalificado.     1. La mirada que fomenta resiliencia   Y todo porque la mirada, bien dirigida, en su justa proporción, bien combinada, sobre

todo

con

el

resto

de

los

gestos

del

rostro,

puede

hacer

experimentar

también lo contrario y reforzar una identidad personal. Uno no es solo quien cree ser o como se ve a sí mismo, sino que uno es también como le hace la mirada ajena. La mirada hace al otro. Quien maneja bien el arte de escuchar y comunicar con la mirada es capaz de reconstruir

a

una

persona

hundida,

de

hacerla

sentir

digna

de

respeto

y

consideración: valiosa por lo que dice y por lo que no dice, valiosa en sí misma. La mirada promueve la resiliencia.

32

Quien maneja bien el arte de proporcionar la mirada en la relación es capaz de transmitir acogida, libertad, relajación, serenidad, estímulo para abrirse y sacar aquello que fuera hiere menos, aprieta menos. La mirada está muy en relación con el mundo emotivo. Lo que llevamos por dentro se nota. Por eso experimentamos la mirada como una amenaza o como un relajante. Nos amenaza si tenemos la sensación de que los ojos del otro están negativizando

lo

que

ven:

dándole

una

connotación

moral,

es

decir,

si

nos

sentimos juzgados. Nos amenaza si produce en nosotros la sensación de estar siendo explorados sin nuestro permiso. Probablemente interpretando aquello que son

capaces

de

vislumbrar.

Nos

amenaza

si

su

fijeza

y

persistencia

no

van

acompañadas de la ternura o de la comprensión que también son capaces de comunicar unos ojos. Si la cara es el espejo del alma, los ojos seguro que lo son del corazón. A la vez que son capaces de decir y dar lo mejor, son también capaces de acoger y recibir lo mejor y en la mejor disposición. La mirada del que se convierte en tutor de resiliencia, esa que produce efectos benéficos en quien en medio del dolor comunica, es aquella que no solo no juzga, no es curiosa, no interpreta, sino que, siendo comunicativa

–no

indiferente–,

transmite un interés transparente por el mundo ajeno. Una mirada limpia no es aquella

detrás

de

la

cual

no

hay

sentimientos,

sino

aquella

que

refleja

sentimientos encauzados debidamente. En el fondo, si la mirada –y su ausencia– tienen tanto poder, quizá sea porque en ella se concentra densamente el mundo interior de la persona, hasta el punto de que se podría decir: «Dime cómo miras y te diré cómo eres», lo que llevas por dentro. Pero si lo que llevamos por dentro es fruto también del aprendizaje y de nuestro modo

esfuerzo

la

forma

por de

interiorizar mirar

es

actitudes

educable.

y

Hay

encauzar personas

sentimientos, que

no

de

miran

igual en

la

conversación, hay amigos que no conocen los ojos de sus amigos, hay parejas que solo se miraron a los ojos cuando tenían ante sí el reto de conquistarse, hay profesionales de la salud que solo saben encontrar bien una vía o acertar con el tratamiento adecuado, desperdiciando el valor terapéutico que tiene una mirada que comunica serenamente el deseo de lo mejor para el otro o la sintonía con el mundo de lo que se esconde detrás de los ojos del que sufre. Estos usan los ojos, pero no la mirada o, si lo prefiere, miran, pero no ven. Por paradójico que parezca, la mirada que reconforta y promueve resiliencia es la

mirada

desinteresada

que

comunica

interés.

Desinteresada

porque

no

es

conducida por deseo alguno de cualquier forma de control, que comunica interés porque, bien centrada en aquello que el otro necesita, pide, transmite. Por eso, el mejor educador de la mirada para la comunicación está dentro de nosotros mismos. Utilizar bien la mirada, además de la voluntad de hacerlo, requiere

33

disponerse al encuentro con la propia vulnerabilidad y la propia fortaleza, las del corazón, que se experimentarán de manera más inmediata, más próxima, más

accesible

y,

por

lo

mismo,

más

a

nuestro

alcance

y

más

fáciles

de

aprovechar. El que mira a los ojos se hace vulnerable y fuerte a la vez. Aprender a mirar supone entrenarse en el equilibrio consigo mismo y con el otro.

Supone

liberarse

de

la

obsesión

de



y

gozar

del

encuentro

sereno

y

pacífico con el otro, con aquel que nos encontramos con nuestra mirada. Todos conocemos

personas

cuya

mirada

es

envidiable,

aunque

los

ojos

no

sean

precisamente una preciosidad. Son personas que nos hacen sentir, ante sus ojos, como en el mejor sillón de nuestra propia casa. Probablemente son personas sencillamente auténticas, bien comunicadas consigo mismas, familiarizadas con su mundo interior, con el de sus afectos, y dispuestas a poner al descubierto lo que de su corazón tienen familiarmente al alcance. De la mirada de una persona auténtica, congruente, no nos esperamos más que nos comunique aquello que realmente lleva por dentro. Esta mirada refuerza y estimula las posibilidades resilientes. No es extraño que una persona que es diestra en el arte de escuchar y maneja bien su mirada sea confundida con un «profesional del mundo interior» –un psicólogo, por ejemplo–, como no es extraño que profesionales de la ayuda no hayan

invertido

energías

en

aprender

a

utilizar

este

privilegiado

medio

de

comunicación. El que aprende a mirar a los ojos aprende a leer en el corazón y reforzarlo. Ahora bien, la delicadeza del libro del corazón requiere ser leído despacio. Quizá por eso no podemos mantener constantemente la mirada fija en los ojos de otra persona. Termina por ser insoportable, violento. De ahí que para mirar bien haya que mirar lo justo y con gran humildad y sencillez. La ética de la alteridad es una ética del rostro, que tiene el reto de descifrar el secreto de la desnudez del rostro (Lévinas). El

efecto

de

la

mirada

sobre

el

otro

es

realmente

poderoso:

define

expectativas, abre posibilidades, refuerza recursos. Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera a su conducta que el segundo

tiende

Pigmalión

fue

a

confirmarlas.

legado

por

Un

ejemplo

George

Bernard

sumamente Shaw,

ilustrativo

quien

en

del

1913

efecto

escribió,

inspirado por el mito, la novela Pigmalión, llevada al cine (y también al teatro) en

1964

por

George

Cukor

bajo

el

título

My

fair

lady.

En

esta

cinta,

el

narcisista profesor Higgins (Rex Harrison) acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), cuando consigue convertir la que es al inicio de la historia una muchacha desgarbada y analfabeta del arrabal en una dama moldeada a las expectativas fonéticas, éticas y estéticas del peculiar Higgins.

34

En

el

terreno

de

la

psicología,

la

economía,

la

medicina

o

la

sociología,

diversos investigadores han llevado a cabo interesantísimos experimentos sobre el efecto Pigmalión. Uno de los más conocidos es el que llevaron a cabo en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, bajo el título Pigmalión en el aula. El estudio consistió en informar a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había pasado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Luego se les dijo a los profesores cuáles fueron, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Los profesores también fueron advertidos de que esos alumnos serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y

así

fue.

Ocho

meses

después

se

confirmó

que

el

rendimiento

de

estos

muchachos especiales fue mucho mayor que el del resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que, en realidad, jamás se realizó tal test al inicio de curso. Y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos

elegidos

completamente

al

azar,

sin

tener

para

nada

en

cuenta

sus

capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a partir

de

las

observaciones

en

todo

el

proceso

de

Rosenthal

y

Jacobson

se

constató que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que

actuaron

convirtieron

a

favor

sus

individualizada

de

su

cumplimiento.

percepciones

que

les

llevó

a

sobre

De

cada

confirmar

alguna

manera,

alumno

lo

que

en

les

los

una

habían

maestros didáctica

avisado

que

sucedería. La mirada positiva refuerza los resultados.     2. Y más que la mirada: el contacto   También

el

posibilidad

contacto de

corporal

reforzar

la

en

las

resiliencia

relaciones de

una

de

ayuda

persona.

es

Como

un lo

arte es

y

una

escuchar,

utilizar la palabra y la mirada y todos los recursos personales que tenemos para relacionarnos y apoyarnos en medio de las dificultades. El manejo del cuerpo entero como recurso para acompañar en la debilidad ajena requiere educación. De hecho, hay personas que han sido educadas a no tocar, a la distancia. Su tipo de relación suele ser percibido como frío, poco humano. A veces, incluso reaccionan como erizos al sentir la proximidad de otro. El arte de usar el contacto corporal como recurso en las relaciones de ayuda está en estrecha relación con la armonía de este con el resto de los modos de comunicar. Cuando abrazar, agarrar el brazo, acariciar la mejilla, apretar la mano,

dar

un

beso,

o

cualquier

otra

35

forma

de

contacto

corporal,

van

acompañados de la mirada libre y sostenida, el contacto visual se convierte en tanto o más poderoso que el que se produce simplemente a través de la piel. En

efecto,

la

literatura

de

la

Grecia

y

la

Roma

clásicas

desarrollaron

el

consuelo como un conjunto de argumentos que se ofrecían al doliente en forma de simples cartas o de tratados filosóficos. Del conjunto de los argumentos que se utilizaban eran frecuentes los que hacían referencia al hecho de que todos los hombres son mortales, que lo importante no es vivir mucho, sino virtuosamente, que el tiempo cura todas las heridas, que lo perdido era solo prestado, etc. Eran lugares comunes a los que se acudía por la vía de la razón y de la generalización para ayudar en el dolor. Este tipo de ayuda se presentaba poniendo, normalmente, a la razón como consolador supremo. No obstante, Séneca considera «el afecto de los familiares como principal fuente de confortación». Y los viejos consoladores cristianos, aun recurriendo

a

argumentos

paganos,

pudieron

renovar

el

género

por

la

importancia que daban a la emoción y por las fuentes de su inspiración, que eran a la vez bíblicas, éticas y místicas. Hoy estamos lejos de la tradición estoica, seguida por Cicerón, que concibe los sentimientos y las emociones como desórdenes del alma y a las personas por ellos afectadas, poco prudentes y poco sabias. Pero quizá no estamos todavía tan lejos de la tradición que llevaba a ayudar con frases hechas. El

afecto

nuestro

sincero,

cuerpo

(que

comunicado no

son

entrañablemente

enemigos

de

la

con

razón),

nuestros son

un

sentidos, camino

con muy

apropiado para acompañar a reforzar la resiliencia en las crisis, siempre que este lenguaje se utilice con libertad, responsabilidad y sagrado respeto. Sí, el contacto corporal tiene mucho poder. A través de él somos capaces de comunicar muchos significados. Tocarse puede ser también algo frío y rutinario, como lo son muchos de los saludos. Pero tocarse puede suponer comunicarse afecto íntimo y gozoso, acoger tangible y epidérmicamente la vida del otro que se hace próxima. El abrazo sincero, el abrazo dado en medio del dolor (como en medio del placer) implica comunión, permite hacer la experiencia de romper la burbuja dentro de la cual nos podemos esconder o aislar. El abrazo auténtico, el que no deja «agujeros» entre uno y otro porque aprieta al darse, el que no se da al aire, recoge la fragilidad, disminuye la virulencia de muchas situaciones de sufrimiento, mata la soledad que mata, sostiene en la debilidad, rompe la distancia que duele allá en el corazón, libera, ensancha. Quizá sea este abrazo una de las experiencias más intensas de trascendencia y de vida. El que abraza y es abrazado está vivo, acoge y es acogido, sale de sí y es recibido, recibe y se deja acoger. El abrazo es un modo de contacto corporal denso, quizá difícil de vivir en medio del dolor. Puede resultar incómodo por

36

dejarnos desprotegidos, por la desnudez emocional que le suele acompañar, pero nos pone en relación íntima y acogedora y descarga sobre nosotros y sobre el otro emociones fuertes: la gran satisfacción de la cercanía y la reconfortante comunión. Lo

mismo

que

abrazar

libera

y

relaja

de

tensiones,

también

compromete.

Implica una apuesta por el otro. Tanta proximidad no deja indiferente. Me doy cuenta de que cuando abrazo de verdad me comprometo a caminar con el otro por los senderos de su mundo interior. Por eso, para que el abrazo sea tutor de resiliencia, ha de ser sincero, ha de estar en consonancia con lo que realmente se siente y no una formalidad. En todo caso, el significado total del abrazo nos trasciende; es difícil conocer y manejar todo lo que se mueve en nosotros en él. Paul Ricoeur lo diría así: «Cuando

dos

personas

se

abrazan,

no

saben

lo

que

hacen;

no

saben

lo

que

quieren; no saben lo que buscan; no saben lo que encuentran». Así también apretarse las manos, acariciar, es una experiencia que levanta el ánimo, reconstruye a la persona, sobre todo si en las manos está el corazón. Me

gusta

recordar

que

san

Camilo

de

Lelis,

experto

en

la

atención

en

el

sufrimiento, les decía a sus compañeros hace cuatro siglos: «Más corazón en esas manos, hermanos». Y es que las manos, el contacto corporal, tienen mucho poder cuando en ellas está puesto el corazón tierna y entrañablemente. Acariciar, tocar en medio del sufrimiento –sobre todo cuando este es intenso y sus manifestaciones visibles– permite licencias que no se dan en otros contextos. Aquí la caricia está llena de significado solidario, de comunicación generosa, de libertad y compromiso. Quien sabe acariciar comunica ternura; sabe de la dureza de la vida y le pone blandura; conoce el peso del sufrimiento y recoge y alivia parte de él; sabe de la incomprensibilidad absoluta de la elaboración personal y única de la experiencia ajena y entrega una dosis de comprensión concreta; entiende de soledades y suaviza el desierto con presencia. También

besar

refuerza

y

genera

resiliencia.

No

se

puede

hacer

en

todo

momento ni en cualquier contexto. Si el beso es dado sinceramente y no como pura formalidad, es también un compromiso de proximidad. Quien besa de verdad, quien con sus labios toca –¡cuántos besos dados al aire!–

la

piel

de

otra

persona,

comunica

calor,

comunica

aprecio,

comunica

aceptación, expresa familiaridad y confianza. Quien toca con sus labios la carne de otra persona, se aproxima a ella y en ella se encarna. Acepta la tarea de no escaparse por el mero ámbito de la racionalidad y mantenerse con los pies en tierra, en la realidad asumida en que cada uno se encuentra. El

beso,

traidor.

además

Este

es

de

al

aire,

justamente

el

insulso,

intangible

contrario

37

a

aquel

y

frío,

que

se

puede da

ser

en

también

medio

del

compromiso

recíproco

por

aceptar,

apoyar,

aproximar

y

decidir

entrar

con

familiaridad en la extrañeza de la otra persona. Quizá el significado del abrazo más fuerte, de la caricia más suave y del beso más

tierno

pueda

ponerse

todo

junto

en

una

mirada

envolvente,

serena

y

entrañable que –sin escapar de nada– sostenga a quien –como yo mismo– se reconoce

y

vive

en

la

fragilidad

y

puede

resiliente.

38

afrontarla

y

salir

de

ella

crecido,

8

MIRADA POSITIVA SOBRE UNO MISMO

 

«Ahora no tengo miedo a estar solo. Ni a mirarme al espejo, ni a encontrarme con mis fantasmas. Los conozco. Son mis aliados. Pero es más fuerte lo positivo que he encontrado en mí». Así se expresaba Rafael, médico, cuando, después de una serie de encuentros en nuestro Centro de Escucha San Camilo, confesaba haber renacido y encontrado la paz que no se daba a sí mismo desde la muerte de su mujer. Ahora es un magnífico ayudante de otras personas en crisis. La máxima escrita en el frontispicio del templo de Delfos y que Sócrates hace suya,

«conócete

a

ti

mismo»,

constituye

el

primer

requisito

para

cualquier

ayudante, agente de salud o social que quiera promover la resiliencia, la salida airosa de las crisis ajenas. El autoconocimiento, en efecto, es uno de los integrantes de la tan traída y llevada inteligencia emocional. Conocerse constituye un camino de preparación para ser un buen profesional de la ayuda. Dejarse

explorar

por

uno

mismo

–con

ayuda

externa

o

sin

ella–

con

las

herramientas de la reflexión, el silencio, la auto-observación sincera, supone un trabajo minucioso como el de un entomólogo, que nos puede llevar a paisajes primaverales y otoñales, de reposo estival y de frío invernal.     1. Encontrarse con la propia sombra   Conocerse es un camino tortuoso que puede producir temor. Nos asusta hablar en

primera

persona,

nos

asusta

hablarnos

en

primera

persona

porque,

haciéndolo, ponemos ante nosotros la verdad de un niño frágil, lleno de límites y necesidades, tembloroso por dentro y con apariencia (máscara) de fuerza por fuera. Al hilo de las reflexiones de Carl G. Jung, diríamos que el autoconocimiento tiene

como

sombra.

La

uno

de

sombra

sus

objetivos

constituye,

fundamentales en

lenguaje

la

integración

metafórico,

un

de

la

propia

oscuro

tesoro

compuesto por los elementos infantiles del propio ser, los apegos, los síntomas

39

neuróticos

y

los

talentos

no

desarrollados,

los

sentimientos

difícilmente

aceptados, los límites y zonas oscuras que, a primera vista, repugnan a la buena imagen que queremos tener y dar de nosotros mismos. Conocer terapia

del

e

integrar límite,

la

es

propia

decir,

un

sombra

es

proceso

sanarse.

de

Supone

humanización

una

apasionante

donde

la

propia

fragilidad se convierte en recurso resiliente, donde lo que desearíamos esconder se

transforma

en

fuente

de

comprensión

de

las

dinámicas

ajenas,

hasta

que

podamos decir serenamente: «Nada humano me es ajeno»; ninguna dinámica personal que encuentro en los demás deja de tener un eco en mí que me permita ser comprensivo y humano ante ella. Sentarse

ante

el

telón

del

propio

corazón

dispuesto

a

asistir

a

la

representación realista de nuestro interior puede producirnos pánico. Solo quien sobrevive a la contemplación serena de las escenas menos agradables, de los recuerdos imborrables que afectan y han construido la propia personalidad, de la tiranía de los sentimientos que a veces no se han dejado manejar por la razón, solo ese será un artista en la escucha de la vulnerabilidad ajena. Por eso, del manejo de la memoria depende mucho la posibilidad resiliente. En el

pasado

puede

estar

nuestro

mayor

enemigo

y

también

la

fuente

de

posibilidades inauditas. La literatura sobre resiliencia evoca con frecuencia el caso de Tim Guénard como ejemplo de resiliencia. Cuando tenía tres años, la madre de Tim lo ató a un poste de la luz y lo abandonó en medio del bosque. Dormía desnudo en la casita de su perro cuando tenía cuatro años. A los cinco, precisamente el día de su cumpleaños, su padre le propinó una paliza brutal que lo desfiguró (le rompió las piernas y la nariz). No sabía casi ni hablar. A los siete años ingresó en un orfanato y padeció maltrato por parte de la institución. A los nueve años, también el día de su cumpleaños, fracasó en su intento reiterado de suicidarse. A los once entró en el correccional después

de

ser

acusado

injustamente

de

incendiar

el

granero

de

una

granja

donde estaba acogido. A los doce se fuga. A los trece años es violado por un señor

elegante

de

los

barrios

parisinos;

a

los

catorce

hacer

del

futuro

se

prostituye

en

Montparnasse. ¿Qué

hipótesis

biográfica

podemos

de

esta

persona?

¿Drogadicto, maltratador, violador, muerto y enterrado? Tim Guénard (1958), además de ser autor del libro Más fuerte que el odio, es padre de familia con cuatro hijos. Se dedica a cuidar niñas y niños abandonados y maltratados. Ha creado la asociación «Altruisme». También es apicultor y colaborador del Tour de Francia de ciclismo. Conocedor de su pasado, integrando su propia sombra, es, sencillamente, ejemplo de resiliencia.    

40

2. Descubrir lo mejor de uno mismo   Si

autoexplorarse

nos

puede

producir

miedo

por

lo

que

significa

de

descubrimiento de la propia sombra, de las propias dinámicas egocéntricas y destructivas, puede producirnos también el gozo del reconocimiento de nuestras propias cualidades positivas. Solo deteniéndose ante sí y saboreando con gozo cuanto de noble y bueno hay en nosotros, podremos utilizarlo y ponerlo al servicio de nosotros mismos y de los demás. Solo quien cultiva una visión positiva de sí mismo estará entrenado en la identificación de recursos y adiestrado para acompañar a los enfermos, a los excluidos y o cualquier necesitado de ayuda, en el proceso de crecimiento resiliente, de identificación y movilización de sus propios recursos. Poner nombre sin rubor a lo que de positivo hay dentro de uno mismo es condición para una buena autoestima y equilibrio mental. Conocerse en clave de consideración positiva de sí mismo es sanador y saludable, humanizador para sí mismo y para los demás. Extraños mecanismos de vergüenza o pseudo-humildad pueden empobrecernos y empobrecer nuestras capacidades de ayuda. Los propios recursos son, precisamente, las posibilidades que tenemos para manejar e integrar los límites. Sentimientos y razón encontrarán el equilibrio en el complejo mundo de las relaciones interpersonales y de ayuda si educamos el corazón con el gozo de quererle, también allí donde se nos presenta remendado o necesitado de ser zurcido pacientemente.     3. Las patatas de Rogers   Cuenta Carl Rogers, a propósito de la consideración positiva, que cuando era niño guardaban en su casa las patatas para el invierno en un cesto en el sótano, a más de un metro por debajo de una pequeña ventana por la que entraba muy poquita luz. Las condiciones adversas no eran favorables, pero a pesar de ello germinaban.

Sus

brotes

eran

de

un

blanco

enfermizo,

muy

diferentes

a

los

verdes y sanos que se producen cuando se plantan en primavera. Sin embargo, esos tristes y endebles tallos llegaban a crecer cuatro o cinco palmos hacia la poca luz de la ventana. Esos brotes, dice Rogers, constituían una expresión desesperada de la tendencia a desarrollar lo positivo que hay dentro de cada persona. auténtico

Jamás

llegarían

potencial,

pero

a

convertirse se

en

esforzaban

plantas, por

a

hacerlo

madurar, en

las

a

realizar

más

su

adversas

circunstancias. Así también las personas estamos habitadas de positividad, que, conocida, reconocida y estimulada, constituye el mejor de los potenciales para la relación

41

de ayuda. El secreto está en tener el coraje de autoconocerse. Una medicina inteligente, una buena enfermería, una adecuada intervención social

que

desee

exclusivamente

promoverse

por

el

hecho

como

de

tutoría

aprender

de

muchos

resiliencia,

no

conocimientos

se

logra

propios

del

ámbito de trabajo. El autoconocimiento es un camino privilegiado, necesario, imprescindible, para hacer buenas intervenciones de ayuda resiliente. Quien no se

conoce

es

un

extraño

para



mismo.

Quien

cree

conocerse

pero

no

ha

invertido ni invierte, con una cierta asiduidad, energía en la autoexploración o en dejarse acompañar, puede ser un ignorante de su desconocimiento. No es infrecuente

que

luchemos

contra

lo

que

más

necesitamos

aterrorizados

por

nuestra verdad que, al fin y al cabo, además de ser nuestra, es tan común como que

el

camino

más

corto

para

comprender

al

otro

es

el

conocimiento

y

comprensión de uno mismo. En último término, ¿acaso no es cierto que abrir el propio corazón, sin miedo ni

tapujos,

ante

otra

persona

es

una

experiencia

liberadora

y

sanadora?

Si

sentirse escuchado es una verdadera necesidad social, escucharse a sí mismo es un

camino

maestro

adecuado

que

se

y

mueve

necesario entre

para

encontrar,

positividad

y

en

la

negatividad,

propia

historia,

el

entre

recursos

y

dificultades. El reto no es otro que conocerse hasta poder decirnos a nosotros mismos: «Me quiero como soy», «nada humano me es ajeno».

42

9

 

INTELIGENCIA ESPIRITUAL Y RESILIENCIA

En

las

acciones

formativas

sobre

counselling

y

relación

de

ayuda

me

gusta

hablar de competencia relacional, emocional, ética, cultural y espiritual. Son un conjunto

de

«competencias

blandas»

que,

junto

con

la

competencia

técnica,

confieren –a mi juicio– lo que podríamos llamar la competencia profesional. Es con ellas con las que podemos promover actitudes resilientes en aquellos a los que acompañamos y deseamos ayudar en las crisis. Sucede a veces que se entiende por competencia profesional únicamente la competencia técnica, y esta se percibe como opuesta a los rasgos más humanos de las profesiones de salud, de intervención social o educación. No es más que un empobrecimiento en la reflexión y una oposición entre técnica y humanidad, tan vieja como el mito de Prometeo. En realidad, creo que solo podemos hablar de competencia profesional si un conjunto de habilidades que se dominan con arte están presentes en un profesional que trabaja con personas. Y entre estas también

la

competencia

espiritual,

que

puede

favorecer

el

desarrollo

de

potencialidades resilientes.     1. Dimensión espiritual   En los últimos años, junto con un empobrecimiento colectivo de la sensibilidad ante la dimensión espiritual, asistimos también a un enriquecimiento selectivo de atención a la misma. En efecto, algunas sociedades científicas –como por ejemplo la de Cuidados Paliativos– se interesan por la dimensión espiritual, y esta, en principio, vista desde una perspectiva aconfesional. También

la

literatura

empieza

a

arrojar

reflexiones

sobre

la

espiritualidad

laica. También la OMS se ocupa del asunto, definiendo la dimensión espiritual como «aquellos aspectos de la vida humana que tienen que ver con experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales. No es lo mismo que religioso, aunque para muchos la dimensión espiritual incluye un componente religioso; se percibe

43

vinculado con el significado y el propósito y, al final de la vida con la necesidad de perdón, reconciliación o afirmación de los valores». En medio de esta creciente sensibilidad, quizá hoy ante la pregunta: «¿Cree usted

en

el

espíritu?»,

en

lugar

de

dar

la

respuesta:

«Claro

que

no,

soy

científico», deberemos dar cada vez más esta otra: «Claro que sí, soy científico». Ken

Wilber,

pregunta

sobre

en si

su

obra

se

El

puede

ojo

del

observar

espíritu

el

(1998),

espíritu,

añade

para esta

responder otra:

¿se

a

la

puede

observar con sofisticados instrumentos mi manera de amar, mi sentido de la justicia, de la honradez, la compasión o el perdón? Y distingue entre tres tipos de ojos: el ojo biológico (los sentidos y sus extensiones), que pueden revelar lo que se percibe a través de ellos; el ojo de la mente y sus comprensiones a través de disciplinas que ha desarrollado, como las matemáticas, la física…, que puede revelarnos otro campo importante del conocimiento; y el ojo del espíritu, el único capaz de revelarnos la naturaleza profunda del ser. En

realidad,

cuanto

tiene

que

ver

con

la

dimensión

trascendente

del

ser

humano, con el mundo de los valores, con la pregunta por el sentido y con la dimensión de misterio –que supera al problema, en palabras de Gabriel Marcel–, está en el corazón de la dimensión espiritual. No resulta fácil, en todo caso hoy, y menos en el contexto español, reflexionar sobre el corazón de la condición humana sin reacciones de todos los colores, no siempre favorecedoras de un discurso ordenado y racional en torno al tema.     2. Inteligencia espiritual y resiliencia   En al ámbito educativo, la reflexión sobre la competencia espiritual quizá ha avanzado más, en el contexto de la reflexión sobre las competencias básicas educativas.

En

este

contexto

se

explora

también

la

expresión

«inteligencia

espiritual», apelando a Viktor Frankl, que percibe el espíritu como un eje que atraviesa el consciente, preconsciente e inconsciente y que considera al hombre no como un manojo de instintos, sino como un ser existencial, dinámico y capaz de trascenderse a sí mismo y crecer en las crisis de forma resiliente. Asimismo,

Howard

Gardner

habló

de

una

inteligencia

existencial

o

trascendente, definiéndola como «la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, la capacidad de situarse a sí mismo con respecto a tales rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte, y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas

experiencias

como

el

amor

a

trabajo de arte».

44

otra

persona

o

la

inmersión

en

un

Otros autores, como el psicólogo Robert Emmons, han centrado el concepto de la inteligencia espiritual, que abarca la capacidad de trascendencia del hombre, el sentido de lo sagrado o los comportamientos virtuosos que son exclusivos del hombre. También

teólogos

como

el

cardenal

Newman,

Karl

Rahner

o

Juan

Martín

Velasco han subrayado la necesidad de dar un salto en el terreno cristiano. Newman

reflexionaba

sobre

la

necesidad

de

un

trabajo

educativo

para

la

competencia espiritual; Rahner dirá que «el cristiano del futuro será místico o no será cristiano»; Martín Velasco desarrolla la necesidad de personalizar, de hacer propia la experiencia espiritual y, por tanto, la religiosa. Solo la promoción de la dimensión específicamente espiritual puede contribuir al desarrollo de actitudes resilientes en las personas y en los grupos. De ahí que el descuido de esta dimensión sea un drama deshumanizador de nuestros días.     3. Competencia espiritual   No ha faltado quien ha desarrollado el concepto de competencia espiritual de manera

escalonada,

proponiendo

cuatro

tipos,

a

modo

de

matriuscas

que

incluyen una a la otra. Así lo ha hecho el mundo educativo en nuestro país. En este sentido:   –  la competencia espiritual habla de la preparación para hacerse preguntas profundas, para asombrarse y comprometerse con la realidad del mundo en que vivimos; –  la

competencia

espiritual

trascendente

expresa

la

inclusión

en

esas

preguntas-respuestas y en ese compromiso de la dimensión trascendente, el Misterio; –  la competencia espiritual religiosa hace tener las habilidades para saber qué tipo

de

respuestas

y

aportaciones

se

han

realizado

desde

las

diferentes

religiones; –  y la competencia espiritual cristiana desarrolla todo ello en la propuesta cristiana, en los procesos de pastoral y acciones explícitas.   Algunos rasgos que afectarían a la primera tipología y, por tanto, afectan a todas las otras serían el autoconocimiento, la necesidad de sentido y opción vital radical; la identificación de valores; los relatos unificadores y utópicos; el sentido de pertenencia; las preguntas y respuestas desde la filosofía y las religiones; la admiración y el compromiso con la naturaleza; la contemplación.

45

En

el

mundo

particularmente hablamos

de

cuando

también

intervención.

la

Dado

de que

salud,

hablamos

de

la

de

relación

competencia en

el

intervención de

ayuda

espiritual

contexto

en

social

o

que

y

y

de

educativo,

counselling,

deshumanizaremos

nos

movemos

el

o la

término

«espiritualidad» tiene fuertes connotaciones religiosas de carácter confesional, que

provocan

afrontar exigencia

las

reacciones reticencias,

ética

para

muy

encontradas,

porque

todos

los

tal

se

hace

competencia

profesionales

que

cada

vez

espiritual

deseen

más

necesario

representa

promover

una

respuestas

positivas –resilientes– a las crisis. Es cuestión de humanización; es decir, está en juego la humanidad. Atender a las

personas

en

medio

del

sufrimiento

sin

considerar

sencillamente, olvidar lo más genuinamente humano.

46

esta

dimensión

es,

10

 

LA ESPERANZA: DINAMISMO RESILIENTE

Creo que tuve que resultar pesado, porque durante quince días de estancia en Colombia no paraba de hacer la pregunta: «… y, ¿cuál es vuestra esperanza?». Fue una de las veces que más me impresionó el sufrimiento de un país precioso y que me conquistaba el corazón a pedazos según iba encontrándome con las personas.

Quiero

recordar

que

todas

las

respuestas

eran

iguales:

«Nuestra

esperanza es hoy». Como si se hubieran puesto de acuerdo, pude ir constatando que, en medio del sufrimiento, producido por cualquier causa, la esperanza es un dinamismo vital que se encarna en el presente, no en el futuro, capaz de permitir a una persona vivir de manera positiva en medio de las crisis.     1. La esperanza en la debilidad   Pero la esperanza tiene mil nombres, sobre todo en medio del sufrimiento. La esperanza se llama ilusión por un mañana con menos dolor, por una vida sin ese límite que genera una discapacidad, por una enfermedad superada, por un desencuentro aclarado, por conseguir la paz. La base antropológica de la esperanza es el deseo, el anhelo de que lo que produce displacer desaparezca, de que lo que se sueña como bien, se realice. Como si de una lanzadera se tratara, la esperanza nos empuja también más allá del tiempo, donde se abre a un bien supremo logrado únicamente en la eternidad, donde confiamos que no habrá llanto ni dolor, sino luz y paz, el gozo de una felicidad completa anhelada durante toda la vida. Y si el contenido de esta esperanza fuera una vana ilusión, sin duda habría valido la pena esperar por cuanto de confianza tiene en el triunfo definitivo del amor experimentado en el más acá y por cuanto de bien genera el mismo hecho de esperar. En

la

enfermedad,

esperanzadora,

en

confiada,

la

exclusión,

deseosa

del

en

bien,

la

crisis,

contribuye

la a

actitud

que

el

positiva,

bien

pueda

realizarse con más facilidad. Nuestro cuerpo responde también a la disposición

47

interior del deseo. Quizá también por eso para Freud el deseo es expresión de la esencia del hombre, un motor realmente poderoso. Cuando la muerte es el mayor de todos los peligros, se tienen esperanzas de vida, pero cuando se llega a conocer un peligro todavía más espantoso que la muerte, entonces uno puede tener esperanzas de morirse, porque vivir sería vivir desesperado.

Y

cuando

el

peligro

es

tan

grande

que

la

muerte

misma

se

convierte en esperanza, entonces el reclamo a la solidaridad en el alivio del peligro

se

hace

vital.

Con

frecuencia,

este

alivio

no

es

otro

que

el

soporte

emocional, pues se hace la paz más fácilmente con los límites que marca la naturaleza que con los que nuestra negligencia o distancia emocional impone. Pero la esperanza tiene también una dimensión social. Ernst Bloch, en su obra principal El principio esperanza, a mediados del siglo

hace de la esperanza la

XX

categoría fundamental del hombre, relacionándola con la utopía marxista, como la

utopía

que

diferencias comunión

mejor

permite

atribuibles que

no

se

a

la

la

realización

injusticia

consigue

son

alcanzar,

de

lo

que

soñadas,

pero

que

«todavía

superadas forma

es».

Las

mediante

una

parte

no

de

un

ideal

tensional, de un sueño que se espera ver realizado.     2. Cómo infundir esperanza   Siempre me ha llamado la atención el símbolo universal de la esperanza: el ancla. Si comparásemos la estación del sufrimiento –de la enfermedad, de las dificultades

de

la

vida–

con

una

tempestad

en

el

mar,

entonces

se

puede

comprender el valor del ancla, símbolo de la esperanza. En medio de la zozobra, de los problemas, de la inseguridad, con el ancla uno se puede apoyar, tiene un recurso para aferrarse en algún lugar más seguro. Infundir esperanza entonces, pasa por ofrecer a otra persona un lugar donde hincar el ancla de su barca, un corazón en el que residir, un hombro en el que apoyarse. Por eso es tan importante la escucha. Porque, cuando uno se siente escuchado,

se

apoya

en

aquel

que

le

presta

atención.

Sentirse

escuchado

es

afianzarse en que la soledad radical puede ser compartida, o al menos expresada y aliviada. Así, infundir esperanza es convertirse en tutor de resiliencia. Infundir esperanza no es solo invitar a desear la salud y la curación en la enfermedad,

o

bienestar

en

la

adversidad.

A

veces

pasa

más

bien

por

lo

contrario, por aceptar que eso no es posible. Porque la esperanza, para ser tal, ha de estar arraigada en la realidad, también en la realidad del deseo, pero no de

la

vana

ilusión.

Entonces,

esperar

presente haciéndolo más activo y sabroso.

48

es

un

dinamismo

que

transforma

el

El que infunde esperanza comparte el deseo a la vez que reconoce la realidad. Vivir esperanzado es ya un indicador de resiliencia, de salud, de humanización de la experiencia. El que espera alimenta la confianza y, en algún momento, se abandona

en

alguien.

Este

abandono

o

entrega

no

es

el

resultado

de

la

desesperanza, sino del grado máximo de confianza y de aceptación activa de la realidad que se impone. Infundir esperanza quizá sea también ofrecer los propios brazos para que el otro pueda entregarse y abandonarse confiadamente en ellos. La acogida mutua, especialmente en la fragilidad, hace crecer la confianza, mata la soledad, promueve la responsabilidad compartida en la búsqueda del bien propio y ajeno. En el fondo, la experiencia del amor es la fuente de la esperanza y su realización.     3. Ser esperado   Si me observo a mí mismo me doy cuenta de que, cuando alguien me espera, incluso mi cuerpo funciona de otra manera. Una cierta tensión hace que se desencadene en mí energía para hacer lo posible por llegar puntual, un cierto malestar

si

no

lo

consigo

y

una

grata

experiencia

de

ser

considerado.

Experimento, por eso, que la esperanza tiene un influjo muy concreto en el presente. El que espera a otra persona –en una cita, en una llegada, etc.–, normalmente ha tenido que aguardar, predisponerse a la acogida, hacer espacio en el tiempo, en la mente y en el corazón al que había de llegar. Me pregunto qué pasaría si al llegar al hospital, al quirófano o un servicio de salud o social cualquiera, las personas encargadas de atender dijeran al enfermo o

al

necesitado

de

ayuda:

«Te

estábamos

esperando».

¡Sería

explosivo!

Una

carga de confianza y de ilusión por el bien que se desea se desencadenaría en el encuentro. Ser esperado es un reconstituyente saludable para todos, pero tanto más para quien

se

infunde energías

encuentra esperanza del

en en

anhelo

la la

y

estación

de

debilidad,

del

deseo

la

vulnerabilidad.

genera bullen

seguridad,

en

las

Porque

sugiere

células

ser

esperado

confianza

como

y

recursos

las

para

combatir las causas del mal. Por eso creo que ser esperado es terapéutico. Quizá

ser

debilidad,

esperado

sino

autosuficientes

nos

también y

cura

del

no

engaño

omnipotentes.

Ser

solo en

de el

la

que

esperados,

inseguridad vivimos en

el

producida

cuando

fondo,

nos

nos

por

la

sentimos

cura

de

la

soledad a la que nos condena nuestro pecado de orgullo. Ser esperado, en el fondo, nos hace vivir. Ninguna persona puede vivir si nadie le espera, o quizá, es muy fácil morirse si nadie te espera. Y ser esperado cura.

49

Porque, de alguna manera, podríamos decir que vivimos de la esperanza de ser esperados por alguien. La esperanza, en el fondo, es como la sangre; no se ve, pero si no está, si no circula, estás muerto. En cambio, si uno está habitado por ella, atraviesa las crisis con un dinamismo constructivo, resiliente.

50

11

EL SANADOR HERIDO

 

Una elocuente expresión se ha convertido en metáfora en diferentes contextos de acompañamiento: el sanador herido. No es una metáfora sanitaria ni para los agentes de salud exclusivamente, sino un modo de mirarnos a nosotros mismos y a los demás en medio de la vulnerabilidad. Vulnerables, sí, heridos. Pero con nuestro médico interior y nuestro poder sanador listo para actuar y salir de la crisis, incluso resilientes.     1. La metáfora   Esta

metáfora

es

usada

con

frecuencia

para

explicar

algunos

aspectos

del

significado de la integración de la propia vulnerabilidad y de la propia finitud y muerte y ayudar con competencia en medio del sufrimiento. El sentido de tal metáfora está basado en el presupuesto de que tanto en el que se acerca al que sufre como en el que sufre conviven la experiencia del sufrimiento –herida– y el poder de curación, en sentido obviamente metafórico. Partiendo de este presupuesto, existen distintas posibilidades de relación con el que sufre. Algunos, ignorando o negando la propia herida, entran en contacto con el sufrimiento del otro solo con la dimensión de «curación», queriendo ser «salvadores» situación

que

del

se

otro.

asumen Así

se

toda

la

responsabilidad

arriesga

la

del

disminución

problema

de

las

o

de

la

capacidades

«sanadoras», responsables del otro. Ante el sufrimiento de los demás, otros se limitan a compartir las propias experiencias

de

sufrimiento.

En

este

caso

se

aumentan

los

sufrimientos.

Las

personas se encuentran únicamente en el nivel de «herida», y su identificación puede

únicamente

aumentar

el

dolor.

Quienes

se

relacionan

así,

queriendo

manifestar solidaridad y cercanía, en realidad no consiguen una relación eficaz. Otros,

finalmente,

se

acercan

al

que

sufre

tanto

desde

su

experiencia

de

«herida» –el propio sufrimiento– como desde su capacidad de «curación». Es la postura del sanador herido, que puede fomentar la resiliencia. Se despiertan las fuerzas

sanadoras

presentes

en

la

propia

persona,

se

integra

lo

negativo



soledad, dificultades, separaciones, pérdidas, enfermedades...–, y esto capacita para

ayudar

a

despertar

en

el

otro

sus

51

propios

recursos.

La

experiencia

del

propio

sufrimiento

suscita

sentimientos

de

comprensión,

compasión,

participación. La experiencia de los propios recursos positivos de curación ayuda a despertar en el otro sus propias capacidades, sin hacerle dependiente, sino responsable. De esta forma se ayuda al que sufre a crecer en su situación. La imagen del sanador herido –que cada vez se emplea más en la literatura médica, psicológica y espiritual– sirve para poner en evidencia el proceso interior al que son llamados todos cuantos prestan ayuda, a quien atraviesa un momento difícil

en

la

vida

marcado

por

el

sufrimiento

físico,

psíquico

o

espiritual.

Significa, pues, el reconocimiento, la aceptación y la integración de las propias heridas, de la propia vulnerabilidad y condición de finitud. Los orígenes de esta imagen se remontan a la edad antigua. Mitologías y religiones de casi todas las culturas poseen una gran riqueza de figuras que para poder ayudar a los demás, primero deben curarse a sí mismas. Entre los diferentes núcleos culturales en cuyo seno nace y se va afirmando la imagen

del

curador

herido,

tres

merecen

una

especial

atención:

el

mito

de

Esculapio, el chamanismo y la tradición bíblica del siervo de Yahvé, tal como señala Angelo Brusco, uno de los autores que más han difundido la metáfora. Esculapio, hijo de Apolo y de Corónide, es educado en el arte de la medicina por el centauro Quirón, el cual sufría como consecuencia de una plaga incurable que le había sido infligida por Hércules como castigo. Es él, curador necesitado de curación, quien enseña a Esculapio el arte de curar, es decir, la capacidad de sentirse a gusto en la oscuridad del sufrimiento, el arte de sentirse en casa, en el dolor,

descubriendo

en

el

interior

del

mismo

las

semillas

de

la

luz

y

de

la

curación de los demás. En el itinerario formativo del chamán –considerado como una de las primeras figuras

del

terapeuta–

está

previsto

que

deba

afrontar

un

período

de

enfermedad, durante el cual se aísla y se recoge en silencio a fin de reorganizar su identidad dentro del grupo. Puede ayudar a los otros, porque él mismo ha estado enfermo y ha pasado de la enfermedad a la sanación. El libro de Isaías presenta al siervo de Yahvé como aquel que salva a la humanidad a través de las propias dolencias. El texto del profeta dice que a causa de sus llagas hemos sido curados (Is 53,5). Apoyados en estos datos tradicionales, C. G. Jung habla del sanador herido como de un arquetipo, es decir, una potencialidad innata de comportamiento presente en el hombre, y que está constituida por dos polos: la herida y la curación. Todo

ser

humano

víctima

de

heridas

es que

vulnerable asumen

o,

lo

que

diversos

es

lo

nombres:

mismo,

susceptible

soledad,

temor,

de

ser

angustia,

sinsentido, separación, duelo, desazón, enfermedad, inmadurez... En cada sujeto, sin embargo, existe también una dimensión de curación, hecha de un conjunto

52

de recursos –físicos, psíquicos y espirituales– que, si se utilizan adecuadamente, pueden contribuir a sanar las heridas. La resiliencia no es, pues, un concepto que evoque la invulnerabilidad, sino que la asume y se dispone ante ella en términos positivos.     2. Tutor de resiliencia, herido   Conforme al prototipo del sanador herido, los profesionales y voluntarios están llamados no solo a activar su capacidad de cuidar y ayudar a los demás, sino también a tomar conciencia de las propias heridas, comprometiéndose en un proceso de autoterapia. Podríamos decir entonces, en sentido metafórico, que solamente el médico herido puede curar, y de esta manera, previene también la sobredosis de implicación emocional y el riesgo de burnout. Evocar la utilidad de la propia vulnerabilidad como fuente de comprensión y ayuda para los otros puede colisionar con algunos comportamientos de quienes practican las profesiones de ayuda. En el campo de la psicoterapia, por ejemplo, se cultiva el mito de que en el terapeuta no hay nada que no esté bien, y él es el elemento sano de la relación. En esta forma de ver las cosas, el cliente es el enfermo, es decir, el individuo cuyas heridas requieren atención, mientras que las heridas del terapeuta pueden quedar al margen y no requieren atención en la interacción. En el ámbito sanitario es fácil apreciar que los progresos de la ciencia y de la técnica pueden llevar a los médicos a fiarse en exceso de los recursos científicos y

tecnológicos,

y,

por

consiguiente,

se

corre

el

riesgo

de

que

estén

menos

dispuestos a escuchar la voz de sus heridas. Para lograr hacer de las propias heridas una fuente de sanación para los otros, los terapeutas deben emprender un proceso de crecimiento, un camino escarpado y laborioso. H. Nouwen, en su libro El sanador herido, recuerda su condición de soledad que nace del sentido de impotencia frente a situaciones que superan la propia capacidad de intervención. Subraya que, cuando los profesionales de la ayuda rehúsan abrirse a la conciencia de las propias heridas, entonces tienden a acercarse

al

polaridades

ser del

humano arquetipo

sufriente del

haciendo

sanador

uso

herido:

el

solamente poder

de

de

una

de

curación.

las Las

consecuencias negativas que se derivan saltan a la vista: el refugio en un trato distante emotivamente, la tendencia a resolver los problemas de los demás sin recurrir a los recursos de curación que el ayudado posee, la utilización del otro como objeto de satisfacción de las propias necesidades personales, el fácil recurso a la ritualización de las conductas, a consejos obvios, a actitudes moralizantes.

53

Por otro lado, la simple toma de conciencia de las propias heridas y de la propia

condición

mortal

es

insuficiente

para

afrontar

las

crisis

de

manera

resiliente y acompañar a crecer en ellas a otras personas. Es preciso que las personas

se

acepten

y

se

integren.

Quien

es

consciente

de

la

propia

vulnerabilidad, pero es incapaz de aceptarla e integrarla, tiende a alejarse de la persona que sufre. O, si esta persona se le acerca, se limita a mostrarle las heridas no cerradas que arrastra consigo, con el riesgo de agravar la situación, de abrir las puertas de la desesperación y acabar con la poca fe que tal vez tenía el paciente. También en este caso se usa únicamente una polaridad del sanador herido, es decir, la herida particular. Aquello que impide activar el poder de curación presente en el ayudado. Para

llegar

a

vulnerabilidad,

ser

los

personas

tutores

que

de

sanan

verdaderamente

resiliencia

deben

sanar

desde

las

la

propias

propia heridas,

empleando al efecto el poder de curación que poseen y reconciliarse en paz y obtener una síntesis

dentro

de



con

la

dimensión

nocturna

de

la

vida

–el

sufrimiento, la enfermedad, la muerte, etc.–. Por desgracia, la formación de los agentes de ayuda no presta mucha atención al

proceso

de

integración

de

las

propias

heridas,

de

la

vulnerabilidad

del

ayudante y de la propia muerte. Quien integra la propia muerte se encuentra más capacitado para acompañar más eficazmente a los que están al final de la vida, con libertad, sin sentirse amenazado.

Quienes

hacen

este

trabajo

sabe

superar

la

tentación

de

ejercer

cualquier tipo de poder sobre las personas que se ponen en sus manos anhelando la curación, porque es consciente de ser también vulnerable y finito. Con más competencia se acompañará así en el manejo de las preguntas sin respuesta, esas que forman parte del misterio de la vida. A

partir

de

su

propia

experiencia

de

sufrimiento,

quien

se

trabaja

como

sanador herido es capaz de extraer sentimientos de comprensión, participación y compasión, que hacen posible la proximidad hacia quien sufre a través de una relación auténtica. Se propone que el ayudado se comprometa decididamente en su proceso de afrontamiento del sufrimiento, activando para ello el poder de sanación

y

afrontamiento

resiliente

que

llevan

consigo.

Gracias

a

que

ha

experimentado la sanación en su propia piel puede ahora ayudar al que sufre a recorrer un itinerario similar. Hay

que

decir

también

que

al

aproximarse

a

quien

sufre

con

objeto

de

ayudarlo, el sanador herido recibe también él mismo una ayuda, que se expresa de

múltiples

formas:

una

toma

de

conciencia

cada

vez

más

profunda

de

la

condición de la persona, un despertar gradual de los sentimientos de solidaridad y fraternidad, porque el mundo del sufrimiento del hombre invoca de modo incesante otro mundo: el del amor humano.

54

12

DESTINO Y LIBERTAD

 

Yo también tuve un accidente de tráfico. Afortunadamente todo quedó en un buen susto y en un coche pasto de la chatarra. Desde entonces, con ocasión de compartir esta experiencia, he escuchado numerosas reacciones que tienen que ver con el destino, el milagro, la providencia, la protección de san Camilo, la suerte. Han sido muy pocas las expresiones que, reaccionando a la narración de lo sucedido, hayan sumado el conjunto de factores naturales que confluyeron en el momento.     1. Los hechos   Llevaba unos sesenta kilómetros recorridos del trayecto previsto Madrid-Bilbao, con el Citroën ZX turbo diesel. Me dirigía a la Universidad de Deusto, donde a las

4

de

la

tarde

habría

tenido

clase

en

el

curso

de

posgrado

de

cuidados

paliativos sobre las necesidades espirituales del paciente terminal. Eran las 11,30 de la mañana. Ya me había dicho a mí mismo que, si seguía lloviendo tanto, tardaría más de lo normal en llegar, aunque el tiempo del que disponía para el viaje era más que suficiente. Bajando el puerto de La Cabrera, en la N-I, al salir de una curva, el coche comenzó a hacer eses y a deslizarse como sobre una pista de hielo, yendo sobre una plataforma de agua –aquaplaning– a capricho, terminando, después de un buen trozo de pista de deslizamiento descontrolado, en la cuneta de la derecha, donde

el

coche

recibió

golpes

por

todos

los

costados,

dando

la

vuelta

y

terminando sobre las ruedas entre la cuneta y la carretera, mirando en sentido contrario a la circulación. El tiempo vivido desde la pérdida del control hasta que el coche paró me pareció más largo mentalmente del que duró cronológicamente. Me dio tiempo a pensar

que

debía

agarrarme

fuertemente

al

volante,

que

debía

proteger

mi

cabeza hundiéndola entre los hombros y a exclamar un par de veces: «¡Dios mío, Dios mío!». Nada más pararse el coche apagué el contacto y la luz, salí normalmente por la puerta –que se podía abrir sin dificultad– y exclamé en voz alta: «Gracias, Señor. Parece que me quieres vivo». Todo lo que siguió fueron los normales

55

contactos con mi comunidad –donde pedí que se unieran a mí al dar gracias a Dios porque estaba vivo– y con la grúa y la guardia civil. Naturalmente, después he tenido que vérmelas con el impacto psicológico de esta experiencia y con los inevitables espacios dados al «lo que pudo haber sido y no fue si...» Cualquier

pequeñísima

variable

habría

cambiado

el

resultado

sobre mí: ni un rasguño, ni un cristal, ni siquiera barro del que entró cayó sobre mí.     2. La interpretación: significación cultural   No

me

resulta

fácil

despejar

las

diferentes

interpretaciones

que

los

que

me

escucharon fueron dando espontáneamente. No obstante, no puedo por menos de reflexionar sobre ellas porque influyen en el modo como nos despachamos también cuando intentamos ayudar a las personas que han vivido una situación no deseada e inesperada y que nos sirve para ilustrar el valor de la significación cultural que atribuimos a los hechos como factor protector de resiliencia. Ciertamente, no creo en el determinismo, que me haría prisionero sin remedio del hado, que me haría decir simplemente: «Lo que será, será», «lo que ha sido, tenía que suceder», perezoso argumento que no da paso tampoco a aquel otro, según el cual sucede lo que nos hemos preparado en el pasado y no hay más destino ni otro futuro que el que nos preparamos en el presente. No me cabe otra lectura del destino que aquella que la entiende como una figura literaria o metáfora para aludir al aspecto inescrutable e inabordable, en toda su profundidad, del acontecer humano. Me niego, pues, a aceptar el uso popular de la palabra «destino» para dar razón de acontecimientos temidos e indeseados y que no resulta ser más que un determinismo que no deja espacio a la libertad y bloquea, por tanto, toda posibilidad resiliente. ¿No me pasó nada porque es el destino? Lo rechazo, si no es en el sentido literario-metafórico. ¿Y la providencia? En realidad, la providencia es un concepto propiamente cristiano

que

halla

sus

orígenes

en

la

filosofía

griega,

especialmente

en

el

estoicismo, que sostiene la existencia de un principio activo en la naturaleza, Dios, que gobierna el mundo y las cosas con una finalidad y que puede llevar a la imperturbabilidad de quien cree que todo está siendo conducido por Dios hacia el destino, que no nos cabe sino aceptar. Quedaría anulada también así la libertad. La

reflexión

haciéndola

cristiana

conciliable

procura

con

la

cambiar

libertad

la

del

noción

hombre

griega y

del

de

la

providencia

mundo.

Que

Dios

conserve el mundo y a las personas no estaría reñido con el respeto de las leyes

56

naturales que lo rigen y de la posibilidad de los hombres de conducirlo. Bastante difícil de conciliar ambas cosas, y no por nada en la historia filósofos y teólogos han discutido abundantemente sobre la relación entre gracia y naturaleza. Tengo más bien la impresión de que el reconocimiento de la existencia de Dios como fundamento último de todo lo que existe y sucede, verdad a la que me adhiero, cae con frecuencia en la visión griega que anularía la libertad y se traduciría en una intervención directa de Dios sobre todas las cosas. Me resisto, porque en este caso no me habría sucedido nada porque Dios, directamente o a través de la protección de san Camilo o del ángel de la guarda o cualquier otra expresión

semejante,

conductores fallecieron,

más o

habrían

que

el

resultaron

estado

mismo

día

un se

gravemente

poco

despistados

salieron

heridos,

en o

esa

y

incluso

con otras

unos

cuantos

carreteras

decapitaron

a

y un

viandante. ¿Era todo aquello también fruto de la providencia divina o de su imposibilidad de atenderlo todo? ¿Les convenía a aquellos tal fin mientras que a mí Dios me quiere para seguir trabajando por los demás –como me dijo otra persona–? ¿No quería a la madre de familia y a los niños fallecidos, calcinados en

un

accidente

que

tuvo

lugar

pocos

días

después

en

el

mismo

lugar

al

incendiarse el coche después de correr la misma suerte que el mío? En este momento alguno preferirá descansar de razonar inútilmente, puesto que no despejaremos fácilmente el entuerto. ¿Fue entonces la providencia la que hizo que nada me sucediera? Si fuera entendida

como

intervención

directa

de

Dios,

que

milagrosamente

hizo

preservarme íntegro saltándose las leyes de la naturaleza, no. ¿Entonces no fue un milagro? Algo digno de ser admirado y sorprendente, sí. Basta mirar los restos del coche. ¿Basta entonces sumar las causas naturales para dar una explicación de lo sucedido:

cantidad

de

agua,

mal

estado

de

las

ruedas,

mal

estado

de

la

carretera, más velocidad? Sí. Pero no nos conformamos los hombres con lecturas sencillas y solo inmanentes y necesitamos apelar a otro tipo de verdades que nos pertenecen como es propio de seres que estamos abiertos a la trascendencia. El reconocimiento de la presencia de Dios, del que todo mantiene una dependencia esencial y que todo lo conserva en su ser, no nos puede llevar a anular las causalidades de las cosas naturales.     3. ¿Gracias a Dios?   Entonces, ¿es justo dar gracias a Dios porque no me sucedió nada? Si no me pasó nada, y esto se puede explicar por causas naturales, ¿se puede mantener la

57

expresión

«gracias

a

Dios

no

me

pasó

nada»?

Quizá

sea

cuestión

de

una

expresión popular no bien puntuada. Efectivamente di gracias a Dios, y lo hice inmediata y espontáneamente, sin racionalizar tanto como ahora. La expresión de los sentimientos cuenta con una licencia

y

una

libertad

mayor

que

la

razón

–que

hace

creíble

también

el

contenido de nuestra fe–. Si tuviera que escribir correctamente, lo haría así: «Gracias a Dios. ¡No me pasó nada!». Con ocasión de que he vivido un momento intenso y me he visto libre

de

otras

posibilidades

desastrosas,

¡cómo

no

voy

a

elevar

un

canto

de

agradecimiento y alabanza a Dios! Como lo hago también cuando contemplo una flor, o miro la montaña, o la inmensidad del mar, o experimento el afecto de una persona. Pero mi agradecimiento es una expresión del sentimiento y de admiración,

no

un

deseo

de

explicar

la

causa

de

haber

resultado

ileso.

Doy

gracias a Dios, como me lamento y como le presento mis deseos y sentimientos de

todos

los

colores

y

como

lo

haría

con

alguien

que

me

inspira

absoluta

confianza. No me pasó nada y, con ocasión de esta experiencia, expreso

mi

gratitud a Dios por la vida que me da cada día. Así pues, el significado cultural que damos a los hechos que nos desbordan y generan atravesar

crisis las

contribuye

a

afirmar

dificultades

y

crecer

la

con

libertad ocasión

resiliente, de

ellas

o

la

posibilidad

de

a

entregarnos

al

fatalismo que gobierna nuestra contingencia y no deja ningún espacio a nuestra libertad y responsabilidad. Explorar un poco este aparente laberinto puede ser útil para relacionarnos con quienes sufren las consecuencias de hechos que van más

allá

de

la

voluntad

humana,

sin

caer

en

fatalismos,

determinismos

visiones fantásticas de lo natural, puerta cerrada a la resiliencia.

58

o

13

SISTEMA INMUNITARIO PSICO-ESPIRITUAL

 

La resiliencia es un canto a la libertad, una forma de negación del determinismo y del pesimismo, un modo esperanzado de situarse ante las crisis, tanto propias como ajenas. Es un «olé a la vida» en medio de las dificultades, un brindis a las posibilidades a veces escondidas en las personas en medio del sufrimiento. Pero si

es

mal

entendida,

hasta

podría

caer

en

puro

voluntarismo,

o

incluso

en

dolorismo. ¡Qué bien que estemos hablando de resiliencia! ¡Qué bien que pensemos en positivo en medio de las crisis! Es posible. Nos está influyendo favorablemente la psicología positiva de Martin Seligman, con sus aplicaciones al mundo de la intervención en salud y en acción social. Nos están ayudando los estudios de Boris

Cyrulnik,

uno

de

los

máximos

expertos

en

el

tema.Este

constructo

psicológico nos está ayudando a caer en la cuenta de que los fatalistas, quienes se refugian en la pasividad de «es el destino», tienen un recorrido corto de posibilidades. Nos invita a promover el optimismo, la esperanza, la libertad, la responsabilidad, en medio de las dificultades.     1. La resiliencia no es mero voluntarismo   Mirar los huesos que se rompen y que tienen esa capacidad –resiliencia– de crecer correctamente después de haberse producido la fractura, y sentirnos por ello

interpelados

a

trasladar

la

misma

potencialidad

de

crecimiento

al

nivel

psico-espiritual, es hermoso. Mirar

los

metales,

que

tienen

esa

capacidad

de

resistir

los

golpes,

deformándose y recuperando su estructura, y sentirnos interpelados en las crisis personales, es hermoso. Considerar

a

la

persona

como

capaz

de

preservar

la

integridad

en

los

momentos difíciles y madurar tras la adversidad, utilizando todos los recursos personales y ambientales de los que cada uno puede disponer, es esperanzador.

59

Pero

no

nos

voluntarismo.

equivoquemos. La

resiliencia

Hablar

no

de

resiliencia

depende

no

es

exclusivamente

hablar

de

la

de

mero

disposición

voluntariosa de quien se encuentra en medio del dolor o de la adversidad. No es la

simple

decisión

de

no

instalarse

ni

perpetuar

el

sufrimiento

en

actitud

victimista. Hablar de resiliencia ha de ser hacer un pacto, ante todo, con la realidad, no negando que el sufrimiento es sufrimiento y la persona es la que es. En una cierta medida, la resiliencia depende de la personalidad heredada y que se hace, en cierta medida es aprendida a través de las experiencias vitales en las que hemos

aprendido

a

dar

significados

a

las

dificultades,

y

en

cierta

medida

depende del entorno social, del apoyo que recibimos. Por eso, quizá convenga ser prudentes y ecuánimes ante el mismo concepto. No puede tratarse de una mera reducción a la mirada positiva ante la crisis, a la actitud ante lo inevitable, al deseo de crecer con ocasión de la adversidad. De hecho, es sabido que los factores potenciadores de resiliencia tienen que ver, ciertamente, con el temperamento y la actitud de la persona, pero también con la significación cultural que le atribuimos a la dificultad, sufrimiento o crisis, así como con el apoyo social con que la persona cuenta. La resiliencia, por tanto, no es una cuestión voluntarista, no responde solo a la disposición en que la persona desea, quiere o consigue ponerse en medio del sufrimiento. Hay un importante influjo del entorno, que nos afecta en el modo como interpretamos la crisis y en el

modo

como

somos

acompañados

o

lo

que

se

conoce

como

el

tutor

de

resiliencia. Y de aquí las posibilidades de relación de ayuda para potenciar la resiliencia. Así como sería un límite interpretar, por ejemplo, la enfermedad como algo estático

ocasionado

exclusivamente

únicamente

bioquímicas,

por

un

olvidándonos

elemento de

la

externo

dimensión

o

por

causas

antropológica

del

enfermar y del sanar, con sus implicaciones sociales, sería también un límite considerar la resiliencia únicamente como una característica de la voluntad que algunos son capaces de desplegar en medio de las crisis. Podríamos decir que la resiliencia

es

como

el

sistema

inmunitario

psico-espiritual

con

el

que

respondemos en la adversidad.     2. Resiliencia y destino   Una de las expresiones espontáneas que utilizamos con personas que sufren, como intentando hacer la paz con lo inevitable, es precisamente esta: «Es el destino», o bien: «Estaba cantado». Naturalmente, es lo opuesto a la resiliencia. Detrás de estas expresiones hay una especie de conformismo con las cosas tal

60

como son, un fatalismo ante el que no queda más que la actitud pasiva y la resignación. Si algo deja claro Boris Cyrulnik es que no necesariamente un niño maltratado se convertirá en maltratador. En efecto, hay diferentes caminos para no resignarse a un escepticismo frente a la incertidumbre. Entre otros, el convencimiento de que lo que hacemos, de alguna manera vuelve a nosotros, por lo que el ejercicio de la responsabilidad estará

siempre

resiliencia

presente

como

en

categoría

el

decurso

para

de

explorar

los las

hechos.

Asimismo,

posibilidades

en

pensar

medio

la

de

la

adversidad dispone en actitud confiada en relación con la realidad, así como en disposición de esperanza. No es, pues, el destino el que nos dibuja nuestra trayectoria vital. Tampoco estamos

determinados

definitiva

y

exclusivamente

por

nuestros

genes.

La

construcción interior y la relación con el entorno pueden propiciar el cambio del decurso de la vida, incluso allí donde todos augurarían nada bueno. Así,

la

resiliencia

no

es

absoluta

ni

una

capacidad

que

se

adquiere

o

se

despliega de una vez para siempre, sino que resulta ser un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, las características del trauma, el contexto, la etapa de la vida en que la persona se encuentra, la cultura y el aprendizaje que hemos hecho en ella.     3. Resiliencia y dolorismo   Entendemos

por

dolorismo

esa

tendencia

caracterizada

por

la

exaltación

del

valor del dolor, que tuvo una repercusión social, sobre todo en el período entre las dos guerras mundiales, al ser aceptada por un gran número de intelectuales y una amplia variedad de grupos sociales. Se

considera

al

dolor,

y

sobre

todo

al

dolor

físico,

un

medio

de

autodescubrimiento, un camino para entender la verdad básica en relación a uno mismo,

un

medio

de

purificación

y

liberación

del

individuo

de

las

ataduras

terrenas que podía hacerle más compasivo hacia los demás y más lúcido hacia uno mismo. La tendencia dolorista persiste todavía, pero no solo en el ámbito intelectual, sino

que

con

frecuencia

encontramos

personas

que

en

el

nivel

espiritual

identifican el sufrimiento con la virtud y el placer con el pecado. Asimismo, quien

sufre

este

síndrome

es

capaz

de

realizar

sacrificios

en

términos

de

intercambios con Dios de dolores –ofrecimiento–, con objeto de conseguir alguna ventaja. Es un intento de convertir en positivo lo que en realidad es negativo. Pues bien, la resiliencia no es una exaltación o renovación de ninguna forma de dolorismo. No es una conversión en positivo de lo que es negativo, ni es una

61

vacuna

contra

el

sufrimiento,

ni

un

estado

adquirido,

sino

un

proceso,

un

camino que se puede recorrer. Así lo muestra, por ejemplo, la logoterapia, que reclama la potencialidad de dar un sentido y vivir libremente lo que no podemos cambiar. En buena medida, pues, la resiliencia depende del arte de tender el brazo para pedir ayuda y del arte de procurarla con relaciones significativas para ayudar a subirse a la barca que se ha dado la vuelta en la vida de tantas personas.

62

14

EL RECUERDO QUE SANA

 

Recientemente persona

cuyo

he

tenido

recuerdo

la

de

oportunidad

la

pérdida

de

de

un

conversar amigo

largamente

era

fuente

de

con

una

empuje

y

afianzamiento de lo que hacía y de nuevas relaciones. Encontraba en el pasado energía y consuelo para adentrarse en un futuro desconocido. Había perdido un amigo

que

suponía

para

ella

un

sólido

punto

de

apoyo

para

realizar

una

encomiable labor social de ayuda en situaciones de marginación. Pero había aprendido

aquello

de

que

hay

un

tiempo

para

abrazar

y

un

tiempo

para

persona

cuyo

separarse. Pero

pocos

días

después

he

pasado

algunas

horas

con

otra

recuerdo de la pérdida de una amistad era fuente de bloqueo hasta el punto de llevar

años

anhelando

una

imposible

aclaración

del

significado

de

aquella

relación rota. Dos situaciones presentadas con lágrimas, pero una con lágrimas que regaban el

presente

de

fuerza

y

esperanza,

y

otra

con

lágrimas

que

amargaban

e

imposibilitaban fijar la mirada en el futuro y caminar serenamente conviviendo con el riesgo y la inseguridad. He podido afianzar aún más el convencimiento del poder que tiene la memoria y de cómo en ella reside una fuente de la que puede manar agua dulce o amarga, crecimiento resiliente o victimismo bloqueante.     1. Evocar el pasado   La fuerza del recuerdo, en efecto, se manifiesta en salud y en enfermedad, en energía constructiva y destructiva. ¿Cómo ayudar a vivir sanamente el recuerdo y que el pasado sea potenciador de crecimiento y resiliencia? Para

los

frecuentes

profesionales y

difíciles:

de

la

ayuda

acompañar

a

es

esta

vivir

una

de

las

sanamente

situaciones

los

más

recuerdos

de

separaciones; separaciones de los padres, de los hijos, de amigos, de la salud, de la imagen de la eficiencia personal –perdiendo el trabajo–... La vida de cada uno se ve acompasada por una secuencia ininterrumpida de separaciones, queridas o impuestas, fisiológicas o relacionales, trágicas o beneficiosas. En

nuestra

evocación

nos

memoria deleita,

hemos a

veces

almacenado nos

experiencias

compensa

63

agradables

nostálgicamente

la

cuya

realidad

presente

y

otras

experiencias

nos

positivas

encandila del

y

pasado,

nos

sube

cuando

a

son

una

nube

evocadas

de

irrealismo.

sanamente,

Las

permiten

descubrir en ellas el valor que no logramos encontrar en el presente. Parece como si volver al pasado fuera ir a beber para calmar la sed de autoestima y reconstruir una identidad rota o imposible de dibujar en el presente. Pero como

hemos ofensas

grabado a

también

nuestro

experiencias

presunto

derecho

desagradables,

a

la

integridad

pérdidas

vividas

invulnerable.

Las

experiencias negativas, por su parte, pueden ser evocadas para bien y para mal, para crecer o para sufrir más. Lo cierto es que contra el recuerdo parece mejor no luchar, sino conducirle y ser dueño de él. Olvidar el pasado sería algo así como

olvidar

un

gran

maestro,

muy

íntimo,

la

propia

historia

esculpida

en

constatar

el

claramente

el

nuestro corazón. Hacer camino

memoria de

de

experiencias

crecimiento

confín

entre

el

antes

puede

estar

definiendo

y

y

negativas

maduración el

con

después. realismo

puede

recorrido,

Quien el

servir

para

recuerda

presente

y

para

delimitar una

separación

constatando

las

dolorosa energías

propias y puede estar dando vueltas inútilmente a una situación sin salida.     2. El arte de ser infelices   En el pasado residen muchas claves de comprensión de sí mismo y de felicidad. El

arte

de

ser

infelices

mirando

hacia

él,

en

cambio,

consiste

en

pararse

indefinidamente en el «más de lo mismo», en darle vueltas inútilmente a la cabeza, como decimos vulgarmente, en ser obstinadamente fieles a razones o sentimientos que en el pasado se revelaron importantes. Pensemos en quienes no consiguen separarse del recuerdo de una ofensa recibida, es decir, en quien no consigue separarse del rencor perdonando; o en quien no consigue separarse y no acepta que hay un tiempo para encontrarse y otro para dejarse y estar solo. Pensemos en quien, tras un fracaso amoroso, establece una relación idéntica con una

pareja

casi

completamente

igual

cuyo

idéntico

final

es

fácilmente

pronosticable. Pensemos en quien no cambia los propios comportamientos que han dado suficiente muestra de ser nocivos para sí y para los demás acarreando abundante sufrimiento. El arte de ser infelices funciona también con los recuerdos positivos cuando todo se paraliza en el «cualquier tiempo pasado fue mejor», cuando se idealiza aquella experiencia de relación exaltándola o mirándola a través de un filtro que solo deja traslucir lo bueno y lo hermoso en una luz engañosa. Es la experiencia que hace, por ejemplo, quien cree que nunca podrá construir una amistad tan hermosa como aquella que recuerda y no sale de sí, no se lanza.

64

    3. Sanar el recuerdo   Ayudar

a

recuerdos

ser

dueño

de

sin

caer

en

la

memoria

el

consiste

consuelo

en

barato

dar

de

el

justo

quien

espacio

pretende

a

los

quitar

automáticamente el aguijón al dolor producido por las separaciones del pasado y sin conservar vivas, como en un cofre bien custodiado, todas las experiencias de sufrimientos, de manera que tengan el poder de hacerse presentes con la misma o mayor capacidad de herir. La petición de ayuda cuando se presenta un recuerdo hiriente nos puede llevar fácilmente

a

caer

en

el

fantasma

del

consuelo,

a

dulcificar

las

separaciones

mediante la «anestesia de la religión» cuando esta tiende a saltar por encima de la dimensión gris de la vida o mediante una especie de «nueva religión», la del acercamiento psicológico que niega la angustia existencial. El dolor vivido en el espacio concedido al recuerdo puede tener una función pedagógica. La exhortación a olvidar es una falacia. No olvidamos. Podemos negar

–reprimir–

y

podemos

integrar

sanamente

el

pasado

dando

espacio

a

nuestras zonas oscuras para que, con nuestras luces, dibujen un paisaje realista, el de la propia historia, una historia sanada mediante la aceptación de sí mismo, del propio pasado, de los propios límites, de las propias experiencias negativas de las que se puede salir crecidos, resilientes, habiendo aprendido. Si Tagore escribió la hermosa sentencia: «No llores, porque las lágrimas te impedirán ver las estrellas», nos permitimos añadir también que hay lágrimas que limpian los ojos para ver con más claridad. Una llave para la comprensión de sí mismo sin duda está en el propio pasado. Hay un sano equilibrio que seguro que está en la dialéctica entre la soledad y la comunión, entre la elaboración personal del recuerdo y el compartirlo con quien –también sanamente– esté dispuesto a escucharlo con paciencia y libre de toda tendencia al juicio.

65

15

SUFRIMIENTO Y SIGNIFICADO

 

Las posibilidades resilientes en medio del sufrimiento depende, como venimos diciendo, de la personalidad, de la significación cultural y del apoyo social o tutor de resiliencia. Pues bien, también en el sufrimiento metemos a Dios para interpretar la crisis. Y esto nos puede ayudar a crecer en ella o, en el peor de los casos, a dar significados no saludables al propio sufrimiento.     1. Dios y el sufrimiento   No es posible que Dios no tenga que ver en esta historia del sufrir. A él le echamos la culpa, por él nos sentimos castigados, a él le pedimos ayuda, de él renegamos, declaramos que no puede existir si no evita tanto dolor como se nos presenta ante nuestros ojos y en el que participamos de diferente medida. Parece como si, al tocarnos de cerca o en la propia piel, dentro de nosotros se despertara un mecanismo de asociación forzosa entre la experiencia del dolor y un responsable último, a primera vista al menos, un tanto mudo y pasivo. Y parece,

además,

que

esquemas

arcaicos

del

tipo

culpa-castigo

tuvieran

un

espacio garantizado entre los humanos. Cualquiera que sea el origen de esta experiencia, aparece en las conversaciones que escuchamos y mantenemos con quien comparte con nosotros su sufrimiento. ¿Es posible superar tal esquema interpretativo?

¿Podemos

acompañar

a

superar

la

idea

de

que

Dos

le

está

castigando? ¿Cómo vivir el sentimiento de culpa en el sufrimiento?     2. Una experiencia común   Visitando

a

un

enfermo

en

el

hospital

escuché

recientemente

la

siguiente

conversación entre el compañero de habitación del enfermo al que yo visitaba y un familiar o amigo suyo. Juan, el enfermo, parecía tener unos treinta años. Casado

y

con

un

hijo

pequeño,

ha

sido

66

ingresado

en

el

hospital

por

serias

molestias

gástricas,

y

se

encuentra

en

espera

de

una

posible

intervención

quirúrgica: –Es el momento más inoportuno de mi vida para que me suceda esto. –Ya se sabe. Estas cosas llegan siempre sin avisar. –No sé qué habré hecho yo a Dios para mandarme esto. No es que sea un santo, pero tampoco soy tan mala persona. No sé por qué no se lo manda a esos que andan por ahí matando a la gente... –Nada, que unos son los que viven a su aire y otros los que lo pagan. Y esta te ha tocado a ti. –O Dios no existe, o no es justo, porque si me pasara algo, no sé qué sería de mi mujer y de mi hijo... ¡con lo que me necesitan ahora! Estamos empezando a construir una familia y no es el momento de destruirla ya. No me puede hacer esto ahora. –Dios aprieta, pero no ahoga, Juan. Ya verás como en cuatro días estás otra vez en el trabajo. Los pensamientos exteriorizados por Juan son muy comunes. El sufrimiento correspondería, según este esquema, en mayor o menor proporción a quien más lo

merece

según

su

comportamiento

más

o

menos

reprochable.

Al

hombre

bueno, justo, le correspondería una vida serena, feliz, sin padecer ni sufrir. La presencia de la enfermedad y sus molestias rompe este esquema o bien hace pensar al que la padece que también él pertenece al grupo de los culpables y, por

tanto,

merece

sufrir

castigado

por

el

garante

supremo

de

esta

justicia

retributiva.     3. El sufrimiento no necesariamente se explica   Los cristianos sabemos que la enfermedad y el dolor no pueden ser explicados a la luz de la fe y por tanto, no pueden atribuirse a un castigo de Dios. Por eso, cuando nos encontramos ante una persona como Juan, es bueno recordar que no existe

ningún

esquema

que



razón

de

la

enfermedad

si

no

es

nuestra

naturaleza limitada y en evolución. Apelar a la propia responsabilidad, aun en el caso en que una conexión más o menos

directa

pueda

existir

entre

la

enfermedad

padecida

y

el

propio

comportamiento, no tiene sentido si lo que se busca es una explicación o un culpable. Solo de cara a un cambio de actitud puede ser útil recurrir a la culpa –cuando

esta

tenga

su

parte–,

porque

en

realidad

lo

que

se

está

viviendo

pertenece a la esfera del misterio. Y el misterio no se explica ni se resuelve, sino que sencillamente se vive porque nos envuelve.

67

La imagen que Juan tiene de Dios puede ser purificada con ocasión de la enfermedad. Más que verle como responsable y juez, verle como un interlocutor, el compañero íntimo que comparte la propia experiencia y da paz en nuestro interior.

Claro

sufrimiento.

que

Pero

Dios

su

tiene

capacidad

que de

tener

dar

alguna

una

responsabilidad

respuesta

personal

ante

–este

es

el el

significado real de responsabilidad– la ejerce precisamente compartiendo nuestra experiencia humana, sufriendo con y por nosotros.     4. Rompiendo esquemas   Ayudar

al

que

sufre

a

desarrollar

actitudes

resilientes,

cualquiera

que

sea

nuestra profesión, nos lleva a encontrarnos, querámoslo o no, también con la dimensión

espiritual.

En

muchas

ocasiones

quizá

nos

encontremos

como

desprotegidos, o puede que nos avergoncemos incluso. No tenemos instrumentos, no tenemos bisturí o jeringuilla para afrontar esta conversación y hacemos uso de los recursos más fáciles: la huída o la generalización. Es lo que le sucede al visitante

de

nuestra

conversación.

Entrando

en

el

esquema

del

enfermo,

no

desciende al significado personal y concreto que Juan atribuye a su vivencia: inoportunidad de la enfermedad, amenaza a la unidad y continuidad familiar, sentido de castigo desproporcionado. En realidad, ni tienen que pagar los inocentes por el mal que cometen otros, ni Dios aprieta, ni tampoco ahoga. Más bien libera del peso de la culpa e invita a luchar

contra

la

enfermedad

y

afrontarla

de

manera

personal,

libres

en

las

posibilidades resilientes. Para una buena relación de ayuda sin duda hay que superar estereotipos. «Sientes

la

enfermedad

como

algo

desproporcionado

e

inmerecido

y

no

te

explicas por qué Dios no hace algo para evitarlo». De este tipo podría ser el diálogo con Juan. Un diálogo nuevo, centrado en la persona más que en el problema. Naturalmente, no se trata de defender a Dios para que quede libre de su protagonismo. Él no necesita ser defendido. Más bien necesitamos de una imagen de Dios más acorde con el Evangelio. Preocuparnos menos por la causa del sufrimiento y más por el modo cómo vivirlo, superarlo y crecer de manera resiliente. Y para quienes hacen el mal ante nuestros ojos, ¿no sería mejor desearles el bien,

la

dicha

de

cambiar,

en

lugar

de

desearles

el

castigo

que

tampoco

queremos para nosotros? En todo caso, no cabe duda de que la interpretación de la propia adversidad es y será siempre personal. Mitch Albom, en su conocido libro Martes con mi viejo profesor, escribe:

68

  –¿Sabes una cosa? Una cosa muy extraña. –¿Qué es? –Que empecé a disfrutar de mi dependencia. Ahora me gusta que me vuelvan de costado y me pongan pomada en el trasero para que no me salgan llagas. O que me sequen la frente, o que me den un masaje en las piernas. Gozo con ello. Cierro los ojos y me deleito con ello. Y me parece muy familiar. Es como volver a ser niño. Que un apersona te bañe. Que una persona te tome en brazos. Que una persona te limpie. Todos sabemos ser niños. Lo llevamos dentro. Para mí es una cuestión de recordar el modo de disfrutarlo. La verdad es que cuando nuestras madres nos tenían en brazos, nos acunaban, nos acariciaban la cabeza, ninguno de nosotros se cansaba nunca.   Solo a él, en primera persona, le permitiríamos una significación cultural de la dependencia en estos términos, solo a quien encuentra este modo de cambiar de signo el mal le autorizamos a vivirlo así, de manera positiva, sin que desde fuera le impongamos una interpretación y un significado externo.

69

16

TIEMPO DE CALIDAD:

 TUTORIZANDO LA RESILIENCIA DE CERCA

 

«No tengo tiempo» es la frase con la que nos identificamos muchas personas cuando llevamos una vida activa y deseamos acompañar en el sufrimiento. En otras

ocasiones

no

sabemos

cómo

«matar

el

tiempo»,

que

parece

no

tener

ningún sentido o estar habitado de nada. Lo que realmente es un arte es ayudar a generar espacios de tiempo de calidad, especialmente en medio del sufrimiento y la vulnerabilidad humana, espacios que tutoricen la resiliencia de cerca las posibilidades resilientes. Desde no hace mucho se oye hablar del denominado tiempo de calidad. Se trata de un constructo social que suele ir incluido en un discurso dirigido a los padres y madres que tienen poco tiempo para estar con sus hijos y para estar juntos

ellos

mismos,

cuyo

mensaje

viene

a

decir

que

no

importa

tanto

la

cantidad, sino la calidad del tiempo compartido. La percepción generalizada que todos tenemos al hablar de tiempo de calidad es la de aquel en que se comparte ocio mediante juegos, cuentos, actividades con los

niños

o

con

la

pareja,

en

cada

caso.

Es

un

tiempo

maravilloso

para

relacionarnos, para disfrutar y para que disfruten con nosotros.     1. Tiempo de verdad   Pero el tiempo de calidad lo hemos de pensar también en el mundo de la salud, de

la

exclusión,

Tiempo

de

de

calidad

la es

educación, ese

que

en

el

no

se

acompañamiento pierde,

sino

en

que

el

se

sufrimiento. invierte.

No

necesariamente está lleno de ocio. Puede estar lleno de presencia, de compañía, de diálogo cualificado. Y no tiene por qué ser abundante, nunca más del que disponemos. Perder el tiempo con alguien significa que no hay que invertirlo en el sentido de rentabilizarlo. Significa sencillamente que no es un esfuerzo, que no

70

es un trabajo, no necesariamente es ocio o conversación, tiene el significado del estar, de la presencia. Esa presencia cualifica la vida entera. Tener conversaciones de calidad en medio de las crisis y del sufrimiento es indicador de relación sana y tiene poder sanador y resiliente. Nadie duda del poder terapéutico de un encuentro auténtico basado en la verdad, en la sencillez de la escucha, en el poder de la mirada, en el valor de la presencia silenciosa. No, no es fácil. Mantenerse en verdad, no dar consejos no pedidos, compartirse como

sanador

herido,

saber

estar

sin

decir

nada,

sin

que

eso

sea

perder

el

tiempo, es un arte. Todo el mundo pierde el tiempo. Es parte del ser humano. Cierto tiempo perdido puede ser constructivo, porque ayuda a relajarse o a reducir la tensión. Sin embargo, a veces esto puede ser frustrante, especialmente cuando se pierde el tiempo por hacer algo menos importante de lo que se podría estar haciendo. A

veces,

perder

el

tiempo,

en

el

sentido

más

popular

y

vulgar,

puede

ser

sinónimo de un mejor aprovechamiento del mismo, en tanto que el ocio, la compañía y el descanso forman parte consustancial del desarrollo humano y puede ser un indicador precisamente de tiempo de calidad, si ese tiempo es compartido, porque en realidad no será tiempo perdido. Es el caso del saber estar

junto

al

enfermo,

del

abatido,

no

porque

tengamos

algo

que

hacer

o

hacerle, sino por el significado de la presencia, siempre que no sea un estorbo, que no todas las personas saben evitarlo. Y así hay muchas personas que gastan más tiempo en hablar de sus problemas que en afrontarlos o escuchar los del otro.     2. El tiempo en subjetivo   No

es

el

tiempo

cronológico

el

que

más

nos

interesa

y

nos

preocupa

en

la

estación del sufrimiento. Es el tiempo en subjetivo, el tiempo psicológico, el tiempo en espera. Y es que, particularmente en la enfermedad, el tiempo es siempre un tiempo de espera. Esperamos que pase la noche, que llegue el médico, que el auxiliar nos ayude a levantarnos, distribuya

que

la

el

trabajador

medicación,

que

social el

tramite

animador

los nos

papeles, estimule,

que que

la

enfermera

el

asistente

espiritual nos acompañe, que el voluntario nos escuche… Esperamos. Vivir la enfermedad –incluso en la proximidad de la muerte–, vivir la dependencia, es vivir en espera. En espera de tiempo de calidad. Y en el tiempo de espera es más que frecuente que nuestra memoria haga sus viajes

al

pasado.

potenciadores

de

En

él

encontramos

crecimiento

resiliente

71

a y,

veces en

nuestros

otras

mayores

ocasiones,

la

tesoros

fuente

de

nuestro mayor sufrimiento. Aprender a recordar, sanar la memoria, compartir los recuerdos, son caminos para humanizar el modo de vivir el tiempo presente. Por eso quizá sea verdad que no vale la pena tanto lamentarse de los tiempos en que vivimos cuanto en estar dispuestos a mejorarlos. Se dice que el tiempo es un gran maestro, que todo lo cura, y bien sabemos que no es cierto. El tiempo no cura nada, sino que necesitamos del tiempo de calidad para vivir sanamente, para integrar nuestras heridas, límites, frustraciones y, a ser posible, aprender de ellos y salir resilientes de las crisis. En Qohélet, en la Sagrada Escritura, se lee: «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de arrancar y tiempo de plantar; tiempo de matar y tiempo de curar…» (Ecle 3,13). Quizá por eso humanizar el tiempo es también aprender a vivir el instante y, a la vez, saber mirar con perspectiva, porque… hay un tiempo para todo.     3. El valor del instante   Es cierto que hoy es el primer día del resto de nuestra vida. Por eso, pensar en las relaciones de ayuda en el sufrimiento, en nuestro potencial sanador mediante la comunicación, es tomar conciencia de que el instante no es pura anécdota, sino que está cargado de densidad, si es vivido como tiempo de calidad. Quizá sea esa la cara positiva de la vieja sentencia: Carpe diem. Vive el instante, sácale la médula al instante presente, porque es obvio que no vuelve. Y no vale la disculpa de que «no tenemos tiempo», porque, cuando el instante se cualifica, adquiere

la

densidad

que

puede

darle

más

valor

que

al

mucho

tiempo

sin

sentido. Xavier

Zubiri

recuerda

expresiones

bíblicas

como

«tiempo

de

penitencia»,

«tiempo de misericordia», «plenitud de los tiempos». Así, el instante adquiere una

densidad

enorme,

adquiere

calidad.

Es

como

un

mensaje

para

el

ser

humano. No solo no es algo que pasa, sino que se coloca ante cada uno y se le impone de modo absoluto. El instante siempre es más que todo lo que podamos pensar o imaginar. No ponemos nosotros el instante, sino que él se nos impone, nos interpela, reclama nuestra responsabilidad en él. Y es esa responsabilidad la que nos puede permitir atravesar la oscuridad de manera resiliente. Al fin y al cabo, la vida humana, el tiempo humanizado, el tiempo de calidad, no es otra cosa que el intento de responder a esa interpelación, y decir en cada momento: «Heme aquí», adsum, presente, estoy vivo, estoy contigo, soy para ti, dime si necesitas algo. Cada instante es un mundo, y, por eso, cada cosa a su tiempo.

72

Junto al que se encuentra en crisis y sufre, en el despliegue de las relaciones profesionales

y

de

cuidado

informal,

el

manejo

del

tiempo,

experimentado

siempre como limitado, reclama la sabiduría del refrán: «En cada tiempo, su tiento». Ser profesional de la salud, de la intervención social, de la educación, es sin

duda

ser

artista

del

uso

del

tiempo

para

ser

tutores

cualificados

de

resiliencia. Y así hemos de decir en este contexto simultáneamente: «No hay tiempo que perder» y «pierde el tiempo un poco conmigo, por favor». Este será tiempo de calidad, tiempo de escucha y silencio, tiempo de encuentros en la vulnerabilidad y en el amor.

73

17

LA RELACIÓN QUE SANA

 

Con esta expresión nos despachamos algunas veces, enfadados con alguien: «Me pones enfermo». Expresamos así el impacto que tiene sobre nosotros la relación en ese momento. Reconocemos, casi sin darnos cuenta, que la relación tiene el poder de ponernos mal, de hacernos sentir tan mal que podemos «enfermar» literalmente.

Nuestro

cuerpo

se

resiente.

Quizá

el

estómago,

el

corazón,

la

cabeza… vibran con intensidad ante algún estímulo relacional. Afortunadamente, también la relación tiene el poder de ayudarnos a crecer y salir resilientes de las crisis. Y

también

lo

contrario,

¡cómo

no!

«Cuando

llega

esta

enfermera

–o

este

médico–, ya me siento mejor». Así es: la calidad de la relación es capaz de enfermarnos y de sanarnos. No son solo los productos químicos de los fármacos o las exquisitas artimañas y maniobras de los galenos los que tienen el poder de sanarnos o no, sino que la misma relación –y no solo en la psicoterapia– tiene poder sanador y patógeno.     1. La relación que enferma   Que la relación es capaz de enfermar es obvio. Enferma particularmente cuando existen relaciones de abuso o discriminación, es decir, cuando los dinamismos relacionales generan empobrecidos por la injusticia. Entonces esa relación no solo es enferma, sino que el resultado es el espacio privilegiado donde habitarán las enfermedades. Pero en las relaciones sanitarias, educativas, de intervención social, en las relaciones

entre

profesionales

y

usuarios,

también

podemos

pensar

que

la

relación enferma o sana. Hay situaciones en las que la misma patología cursa con dificultades serias en la relación. No es fácil, por ejemplo, mantener una relación sana si no se confía en el otro. La desconfianza, en cualquier ámbito, es una amenaza a la estabilidad de una relación, pero lo es más si lo que hay entre las personas tiene que ver con la salud. Ya

son

muchos

observaciones

más

–aparición

los de

experimentos

enfermedades

que,

inmunes

junto

con

asociadas

un a

sinfín

de

enfermedades

mentales, mayor incidencia de enfermedades en personas que padecen estrés o

74

depresiones,

etc.–,

han

llegado

a

demostrar

que,

tal

y

como

propugna

la

psiconeuroinmunología, todas las enfermedades son el resultado de la interacción entre múltiples factores, que dependen tanto del agente agresor –bacteria, virus, agente

carcinógeno–

como

del

organismo

agredido

–genéticos,

endocrinos,

nerviosos, inmunológicos, emocionales y comportamentales–. Esto

quiere

decir

que

se

abren

nuevos

caminos

en

medicina

al

ofrecer

la

posibilidad de poder pensar la relación como parte del tratamiento, como un elemento más junto con el posible tratamiento farmacológico, o incluso como tratamiento

preventivo

de

la

enfermedad,

así

como

espacio

fomentador

de

crecimiento resiliente.     2. La relación que sana y promueve resiliencia   Si la desconfianza amenaza la relación terapéutica o las relaciones de ayuda, podemos decir que la confianza recíproca es la columna vertebral de la relación terapéutica,

de

las

relaciones

médico-paciente,

enfermero-paciente,

profesor-

alumno y, ¡cómo no!, también de la familia. El

valor

de

la

amistad

familiar

ha

sido

destacado

en

muchos

estudios

sociológicos como un factor protector de resiliencia fundamental en la vida de las

personas,

especialmente

de

las

más

débiles

y

en

situaciones

de

crisis

y

enfermedad. Pedro Laín Entralgo no dudaba en hablar de la amistad médica para referirse a la relación ideal en salud. La relación entre el médico y el enfermo es así una forma de relación personal de amistad que ha evolucionado a lo largo de la historia. Sin embargo, la esencia del vínculo entre el médico y el enfermo se mantiene como un encuentro personal en la medida en que se logran superar las diversas

barreras

que

van

apareciendo

en

la

medicina

contemporánea.

La

«amistad médica de Laín» es una sustituta adecuada de la relación de autoridad tradicional. En

realidad,

lo

que

constituye

el

gran

reto

de

la

ética

en

el

mundo

del

sufrimiento es la humanización de la relación entre las personas que intervienen. Laín Entralgo describía esta categoría de amistad médica como el despliegue de cuatro actividades: la benevolencia –querer el bien del otro–, la benedicencia – hablar bien del otro–, la beneficencia –hacer bien al otro–, la benefidencia – efusión hacia el otro, para compartir con él algo que me pertenece íntimamente a mí, que se convierte en confidencia y establece entre los dos una relación dual–. Aunque la medicina maneje scaners o utilice pruebas de diagnóstico genético, debe

existir

entre

los

profesionales

de

la

75

salud

y

el

enfermo

una

verdadera

«amistad», que convierte al médico en una persona buena, perita en la ciencia y en el arte de curar. Lo intuía ya Hipócrates cuando codificaba el arte de curar en cuatro características: ante todo, jamás inquietar; siempre que sea posible suavizar; a veces curar; pero siempre tranquilizar. Con la desaparición progresiva del «imaginario» cultural de «lo incurable» gravita

sobre

nosotros

una

mentalidad

que

nos

lleva

a

la

tendencia

a

la

automedicación, a la que todos nos entregamos y que indica nuestra confianza en la técnica médica que nos trae automáticamente el alivio o la curación, ya que nos parece capaz de dominar la enfermedad. Viktor von Weizsäcker, gran renovador del pensamiento médico del siglo

XX,

utilizó una expresión feliz, pero insuficiente a juicio de Laín. Proponía que la relación

médico-enfermo

debe

ser

una

Weggenossenschaft,

una

«camaradería

itinerante»: el médico y el enfermo deben ser como camaradas que recorren un mismo camino, hacia una misma meta que es la curación del enfermo. Se trata de una ayuda mutua, ya que la esencia de la camaradería es, precisamente, la cooperación al servicio de la realización de un mismo objetivo. La medicina tiene que ser siempre técnica, pero es una técnica condicionada en razón del sujeto al que

se

le

aplica.

Ningún

médico

puede

pensar

en

arreglar

el

cuerpo

de

un

enfermo como si se tratase del motor de un coche, ya que nadie puede negar un dato previo: el hombre es un ser respetable en sí y por sí mismo. Esto

significa

que

la

técnica

que

se

aplica

al

hombre

es

una

técnica

condicionante de la vida de un ser humano, al que habría que acompañar en esa «camaradería itinerante» en el proceso de su enfermedad. Laín se preguntaba si con tal concepción del hombre puede bastar la concepción meramente técnica de la medicina o, incluso, la «camaradería itinerante». Por ello, Laín propone que la

relación

hombre,

y

médico-enfermo

sea

que

camaradería,

no

es

solo

una

forma

singular

sino

que

de

es

la

amistad

además

hombre-

amistad,

que,

reducida a sus notas esenciales, consiste en el ejercicio de las cuatro actividades. Carl Rogers no dudará en hablar de «amor por el paciente» en el ámbito de la psicoterapia. Ramón y Cajal se referirá también sin titubeo no solo al amor a la verdad y a la ciencia –¡cuántas relaciones en salud serían «sanadas» con este ingrediente!–, sino «amor al paciente». Y yo hoy me uno a ellos, convencido de que el amor, estos amores por la verdad, la ciencia y el paciente producen salud. Lo que nos sana es el amor. Lo que ayuda a crecer en las crisis y salir resilientes de ellas es el amor.

76

A MODO DE CONCLUSIÓN

 

La resiliencia se construye en el tiempo, es un proceso, un camino que se cuenta como el relato de una vida. Así, la resiliencia puede llevarnos a abrir nuevos horizontes en nuestras prácticas profesionales en el campo de la prevención. La resiliencia no es única ni se adquiere de una vez para siempre, es una capacidad que resulta de un proceso dinámico evolutivo. Esto implica tener otra mirada sobre la realidad, con la vista puesta en el mejor uso de las estrategias de intervención. Esta capacidad de mirar de otro modo, desde lo que construye, necesita una reflexión desde cada institución y un trabajo posterior conjunto. Es posible que todavía dirijamos nuestros ojos hacia los déficits, impidiendo ver las cualidades y los puntos fuertes de cada sujeto. Cambiar la mirada hacia lo positivo nos invita a cambiar también nuestras prácticas, rechazando toda ideología que signifique apoyar al fuerte y abandonar al débil. El verdadero cambio

de

paradigma

es

cambiar

la

mirada,

pero

nada

hay

más

difícil

que

cambiar la mirada y hacer la paz, que hay un tiempo para todo y que la parte oscura de la vida no es necesariamente la última palabra. Así nos invita a considerarlo el conocido cuento que sigue:   Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: –Me

estoy

fabricando

un

precioso

anillo.

He

conseguido

uno

de

los

mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene

que

ser

un

mensaje

pequeño,

de

manera

que

quepa

debajo

del

diamante del anillo... Todos los que escucharon eran sabios y grandes eruditos, que podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total era

muy

difícil...

Pensaron,

buscaron

en

sus

libros,

pero

no

podían

encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también le consultó. Y este le dijo: –No

soy

un

sabio,

ni

un

erudito,

ni

un

académico,

pero

conozco

el

mensaje. Durante mi larga vida en palacio me he encontrado con todo tipo

77

de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre

y

yo

estuve

a

su

servicio.

Cuando

se

iba,

como

gesto

de

agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey–. Pero no lo leas –le dijo–, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación. Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar

donde

el

camino

se

acababa,

no

había

salida:

enfrente

había

un

precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia adelante y no había ningún otro camino... De repente se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño

mensaje

tremendamente

valioso.

Simplemente

decía:

«Esto

también pasará». Mientras leía «Esto también pasará» sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían de haberse perdido en el bosque, o debían de haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El

rey

se

sentía

desconocido.

profundamente

Aquellas

palabras

agradecido

habían

al

sirviente

resultado

y

al

milagrosas.

místico

Dobló

el

papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: –Este momento también es adecuado, vuelve a mirar el mensaje. –¿Qué quieres decir? –preguntó el rey–. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida. –Escucha

–dijo

desesperadas;

el

anciano–:

también

es

este

para

mensaje

situaciones

no

es

solo

placenteras.

para No

situaciones

es

solo

para

cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero. El

rey

abrió

nuevamente

el

sintió

muchedumbre

que

anillo la

y

leyó

misma

celebraba

el

paz, y

mensaje: el

«Esto

mismo

bailaba,

pero

también

silencio el

en

orgullo,

pasará»,

medio el

ego,

de

y la

había

desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado. Entonces el anciano le dijo:

78

–Recuerda

que

permanentes. momentos

de

todo

Como

pasa.

el

día

tristeza.

Ninguna

y

la

Acéptalos

cosa

ni

noche,

hay

como

parte

ninguna

momentos de

la

emoción de

son

alegría

dualidad

de

y la

naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas...   Así es, hay un tiempo para todo, también un tiempo para mirar en positivo cuando todo indica que lo que toca es mirar en negativo. Es posible que lo inédito sea viable, que haya posibilidades donde solo vemos el destino que nos merma el crecimiento y el éxito. Hay

un

tiempo,

oportunidad

una

posibilidad

humanizadora

y

de

de

crecer

crecimiento,

en

la

de

crisis,

salir

de

de

vivirla

ella

de

como

manera

resiliente. Lo hay. Solo quien así lo vive verifica la hipótesis: es posible. Un concepto humanizador, un concepto contenedor de otros, sugerente de relaciones positivas, esperanzador para la crisis y el sufrimiento.

79

BREVE BIBLIOGRAFÍA COMENTADA

  CYRULNIK,

B.,

Los

patitos

feos.

La

resiliencia:

una

infancia

infeliz

no

determina la vida. Barcelona, Gedisa, 2006. Con tan solo seis años de edad, el autor consigue escapar de un campo de concentración, huérfano

de

donde

traspasa

su

el

resto

crisis.

Es

de

su

familia

neurólogo,

jamás

regresó.

psiquiatra

y

El

joven

psicoanalista,

profesor de la Universidad de Var, en Francia. Transmite un mensaje de esperanza a los niños víctima de traumas, y deja claro que un niño herido no está condenado a convertirse en un adulto fracasado. Referente obligado para el tema. CYRULNIK,

B.

experiencias

ET

AL.,

El

profesionales

realismo en

torno

de a

la

la

esperanza.

resiliencia.

Testimonios

Barcelona,

de

Gedisa,

2008. El

conocido

autor

ayuda

a

superar

la

perspectiva

pesimista

ante

situaciones y personas en crisis. Personas que han vivido víctimas de la guerra, la marginación, el abandono, pueden recuperar su capacidad de superar sus heridas y experiencias de horror físico y psíquico. El libro es referente para educadores sociales y profesionales de la asistencia FORÉS, A.

/

GRANÉ, J., La resiliencia. Crecer desde la adversidad. Barcelona,

Plataforma, 2008. De

máxima

claridad

y

orden

en

la

presentación

de

la

teoría

de

la

resiliencia, con ejemplos de la vida real que ilustran al lector y le permiten aprovechar la lectura para la vida personal y profesional. GUÉNARD, T., Más fuerte que el odio. Barcelona, Gedisa, 2010. A

los

tres

años

fue

abandonado

por

su

madre,

que

lo

ató

a

un

poste

eléctrico. Su vida estuvo marcada después por los malos tratos de su padre y

el

internamiento

en

casas

de

acogida.

Intento

de

suicidio,

violación,

víctima de lo inimaginable. Este libro es prueba de que no necesariamente se es solo pasivo en medio del drama; de él se puede aprender, salir y ser ejemplar testimonio de superación. Su sensibilidad al dolor ajeno le hace ayudar hoy a otros jóvenes con problemas. GRUHL, M., El arte de rehacerse: la resiliencia. Santander, Sal Terrae, 2009. Formadora,

asesora

personal

y

mediadora,

experta

en

enneagrama

y

gestión de conflictos, presenta sintéticamente la psicología de la resiliencia

80

y dibuja caminos para el crecimiento personal y la madurez. RIVAS LACAYO, R. A., Saber crecer. Resiliencia y espiritualidad. Barcelona, Urano, 2007. Psicoterapeuta tanatología,

clínica,

directora

especializada

del

«Método

en

logoterapia,

Silva»

en

psico-oncología

México,

Centroamérica

y y

Panamá, es la fundadora y presidenta de la Asociación Latinoamericana de Desarrollo Humano y de la Asociación de Orientación Holística de México. De

manera

sencilla

presenta

las

características

psico-emocionales

y

espirituales que nos dan fortaleza y nos permiten sobreponernos a las crisis y crecer en ellas. Propone ejercicios sencillos. ROCAMORA, A., Crecer en las crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. Bilbao, Desclée de Brower, 2006. Psiquiatra, humanista, profesor del Centro de Humanización de la Salud, experto

en

counselling,

escribe

desde

la

praxis

y

la

reflexión

personal.

Conocedor del sufrimiento humano, del laberinto de la interioridad, con la mente

sana

cotidiana

de

no

posibilidad

quien

solo

de

hay

crecer

sabe

que

la

momentos

crisis

es

la

crisis,

extremadamente

psicológicamente

en

y

que

difíciles,

cualquier

en

la

vida

propone

encrucijada

de

la la

existencia. Una vez que estamos en crisis es posible rentabilizarla y pasar de un menos a un más. ROJAS

MARCOS,

L.,

Superar

la

adversidad.

El

poder

de

la

resiliencia.

Madrid, Espasa, 2010. Con estilo sencillo y directo se presentan elementos y actitudes protectores de resiliencia, sin ser un tratado sobre la misma ni articular los contenidos con rigor académico.  

81

Contenido Portadilla Introducción 1. Dos testimonios para empezar 2. Las palmeras se doblan 3. De tal palo... ¿determinismo o libertad? 4. Protectores de resiliencia 5. Educar para vivir la resiliencia 6. El humor es una cosa muy seria 7. La mirada, tutor de resiliencia 8. Mirada positiva sobre uno mismo 9. Inteligencia espiritual y resiliencia 10. La esperanza: dinamismo resiliente 11. El sanador herido 12. Destino y libertad 13. Sistema inmunitario psico-espiritual 14. El recuerdo que sana 15. Sufrimiento y significado 16. Tiempo de calidad: tutorizando la resiliencia de cerca 17. La relación que sana A modo de conclusión Breve bibliografía comentada Créditos

82

Diseño de cubierta: Estudio SM     © 2011, José Carlos Bermejo © 2011, PPC, Editorial y Distribuidora, S.A. © De la presente edición: PPC, Editorial y Distribuidora, SA, 2013 Impresores, 2 Urbanización Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) [email protected] www.ppc-editorial.com

ISBN:  978-84-288-2499-6 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la Ley, cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación

pública

y

transformación

de

esta

obra

sin

contar

con

la

autorización de los titulares de su propiedad intelectual. La infracción de los derechos de difusión de la obra puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos vela por el respeto de los citados derechos.

83

Grupos de Jesús Pagola Elorza, José Antonio 9788428827744 304 Páginas

Cómpralo y empieza a leer Libro eminentemente práctico: está pensado para poner en marcha un proceso (individual y grupal) de conversión a Jesús ahondando, de manera sencilla, en lo esencial del Evangelio. Su estructura, dividido en 40 capítulos (repartidos en 7 etapas) permite el trabajo en grupo para profundizar en los textos

84

evangélicos, reflexionando y comentándolos para desembocar en el compromiso personal y la oración. Cómpralo y empieza a leer

85

Guía de lectura de "Jesús. Aproximación historica" Fraile Yécora, Pedro 9788428827294 128 Páginas

Cómpralo y empieza a leer Guía de lectura para trabajar, personalmente o en grupo, el libro Jesús. Aproximación histórica, de José Antonio Pagola. Contiene recursos, pautas y orientaciones para comprender mejor el contenido y el significado de la obra de Pagola.

86

Cómpralo y empieza a leer

87

Jesús. Aproximación histórica Pagola Elorza, José Antonio 9788428825726 576 Páginas

Cómpralo y empieza a leer ¿Quién fue Jesús?, ¿cómo entendió su vida?, ¿dónde está la fuerza de su persona y la originalidad de su mensaje?, ¿por qué se le ejecutó?. Estas y otras muchas preguntas tienen su respuesta en este apasionante libro. Un relato vivo y cercano acerca de la persona, el mensaje y el proyecto de Jesús, situado en su contexto social, económico, político y religioso desde los datos históricos más recientes.Más de 100.000 ejemplares 88

vendidos en ocho idiomas avalan este best-seller de uno de los teólogos más prestigiosos de mundo. Un libro que ya ha tocado el fondo de mucha gente, ha removido el corazón y la razón de numerosos alejados y no creyentes y ha reanimado el seguimiento a Jesús de no pocos cristianos Cómpralo y empieza a leer

89

Jesús, maestro interior Pagola, José Antonio 9788428835145 145 Páginas

Cómpralo y empieza a leer 'Jesús, Maestro interior' es el nuevo proyecto de José Antonio Pagola. El reputado sacerdote y teólogo vasco busca con esta nueva serie recuperar a Jesús como "Maestro interior" que, con la fuerza de su Espíritu y su Evangelio, alienta, llama, interpela y guía a quienes le siguen. Para ello, se marca como propósito promover dos objetivos concretos, que se enriquecen y complementan mutuamente: la renovación interior del

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cristianismo tal y como es vivido de ordinario en nuestros días, y la necesidad de reavivar, en estos momentos, la verdadera espiritualidad de Jesús. Una espiritualidad que ha de nutrirse de una relación personal con Dios –vivido como Padre-Madre– basada en una confianza absoluta y abierta a un proyecto humanizador. En esta obra –que ocupa varios volúmenes–, Pagola propone un proceso de "lectura orante del Evangelio", que, para ser fructífera, debe seguir una serie de pasos: en primer lugar, hay que partir de despertar en nosotros la actitud de búsqueda, imprescindible para un encuentro. Después, hay que acoger el Espíritu de Jesús, que es quien nos irá dando forma. Más tarde, escuchar en nuestro interior a Jesús como Maestro, para escuchar de sus labios palabras de vida. Y finalmente, abrirnos al misterio de Dios en lo secreto del crazón, para que tome posesión de él. Pagola presenta el Evangelio de Jesús recogido en los cuatro evangelios, no de forma aleatoria, sino haciendo un recorrido ordenado de temas seleccionados y presentados en diferentes capítulos. Cada capítulo comienza con una introducción, que sitúa la lectura en el contexto de la Iglesia y la sociedad actuales. Después se concreta el modo de practicar la lectura orante, poniendo el Evangelio en manos de los seglares para que lo acojan personalmente, y contribuyendo a consolidar y facilitar la acción pastoral de las parroquias. Este primer volumen tiene un carácter introductorio y en él se exponen algunos temas que pueden ayudarnos a comprender mejor la lectura orante del Evangelio y disponernos a practicarla con eficacia. A partir del segundo volumen ('Jesús, Maestro interior. 2 Primeros pasos') comienza el recorrido de la lectura orante. Cómpralo y empieza a leer

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Jesús, Maestro interior. 2 Primeros pasos Pagola Elorza, Jose Antonio 9788428835152 168 Páginas

Cómpralo y empieza a leer 'Jesús, Maestro interior' es el nuevo proyecto de José Antonio Pagola. El reputado sacerdote y teólogo vasco busca con esta nueva serie recuperar a Jesús como "Maestro interior" que, con la fuerza de su Espíritu y su Evangelio, alienta, llama, interpela y guía a quienes le siguen. Para ello, se marca como propósito promover dos objetivos concretos, que se enriquecen y

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complementan mutuamente: la renovación interior del cristianismo tal y como es vivido de ordinario en nuestros días, y la necesidad de reavivar, en estos momentos, la verdadera espiritualidad de Jesús. Una espiritualidad que ha de nutrirse de una relación personal con Dios –vivido como Padre-Madre– basada en una confianza absoluta y abierta a un proyecto humanizador. En esta obra –que ocupa varios volúmenes–, Pagola propone un proceso de "lectura orante del Evangelio", que, para ser fructífera, debe seguir una serie de pasos: en primer lugar, hay que partir de despertar en nosotros la actitud de búsqueda, imprescindible para un encuentro. Después, hay que acoger el Espíritu de Jesús, que es quien nos irá dando forma. Más tarde, escuchar en nuestro interior a Jesús como Maestro, para escuchar de sus labios palabras de vida. Y finalmente, abrirnos al misterio de Dios en lo secreto del crazón, para que tome posesión de él. En el primer volumen ('Jesús, Maestro interior. 1 Introducción') se exponen algunos temas que pueden ayudarnos a comprender mejor la lectura orante del Evangelio y disponernos a practicarla con eficacia. En este segundo volumen comienza el recorrido de la lectura orante. El libro recoge toda una serie orientaciones y sugerencias para practicar la "lectura orante del Evangelio": desde cómo preparar, cuidar y ambientar el lugar; hasta un guion para el guía del encuentro, la indicación de qué texto evangélico trabajar en cada momento, la meditación, la acción de gracias… Pagola quiere poner el Evangelio en manos de los seglares para que lo conozcan y vivan en primera persona, y contribuir a consolidar y facilitar la acción pastoral de las parroquias. Cómpralo y empieza a leer

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Índice Portadilla 1 Introducción 2 1. Dos testimonios para empezar 4 2. Las palmeras se doblan 13 3. De tal palo... ¿determinismo o libertad? 16 4. Protectores de resiliencia 20 5. Educar para vivir la resiliencia 24 6. El humor es una cosa muy seria 28 7. La mirada, tutor de resiliencia 32 8. Mirada positiva sobre uno mismo 39 9. Inteligencia espiritual y resiliencia 43 10. La esperanza: dinamismo resiliente 47 11. El sanador herido 51 12. Destino y libertad 55 13. Sistema inmunitario psico-espiritual 59 14. El recuerdo que sana 63 15. Sufrimiento y significado 66 16. Tiempo de calidad: tutorizando la resiliencia de cerca 70 17. La relación que sana 74 A modo de conclusión 77 Breve bibliografía comentada 80 Contenido 82 Créditos 83

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