Resiliencia en procesos de duelo. Claves de intervención social tras la pérdida de un ser querido. [1 ed.]
 9788418525865

Table of contents :
Prólogo
1 Resiliencia y proceso de duelo
Resiliencia y duelo
¿Qué es el duelo?
Tipos de duelo
Etapas del duelo
2 El duelo tras la pérdida de seres queridos
La pérdida de seres queridos
Duelo por la pérdida de seres queridos
Intervención profesional ante el duelo por las pérdidas de seres queridos
3 Abordaje del duelo desde el Trabajo Social
Modelo de intervención centrado en la persona desde el Trabajo Social
Claves para la intervención individualizada
Modelo de intervención desde el Trabajo Social con grupos
Claves para la intervención con grupos
Metodología de intervención con grupos de ayuda de personas en duelo
4 Intervención tras las pérdidas de seres queridos
La pérdida por suicidio
Aproximación a los supervivientes como personas usuarias
Estrategias para la intervención en duelo tras la pérdida por suicidio
La pérdida por largas enfermedades
Duelo en personas cuidadoras principales
Las pérdidas perinatales e infantiles
Estrategias de abordaje ante el duelo perinatal
Las pérdidas por accidentes
Estrategias para la intervención ante el duelo por accidentes
Las pérdidas en tiempos de Covid-19
Elaboración del duelo en tiempos de pandemia
Estrategias para la intervención ante las pérdidas de seres queridos por la Covid-19
La intervención ante el duelo desde el Trabajo Social
5 El autocuidado profesional ante intervenciones en duelo
Aceptación de una difícil situación
Mantenimiento de la red social de apoyo
Intervención profesional desde la creatividad
Anexo Cuestiones para reflexionar
I. Actividades de reflexión sobre el proceso de duelo
II. Actividades de reflexión sobre duelo tras la pérdida de seres queridos
III. Actividades de reflexión sobre intervención individualizada
IV. Actividades de reflexión sobre intervención con grupos
V. Reflexión para la intervención
Referencias bibliográficas

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© Ana Cristina Ruiz y María de las Olas Palma, 2021 © Del prólogo, Anna Forés Cubierta: Juan Pablo Venditti Primera edición: septiembre de 2021, Barcelona Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. http://www.gedisa.com Preimpresión: www.editorservice.net eISBN: 978-84-18525-86-5 Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

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Índice Prólogo Anna Forés 1. Resiliencia y proceso de duelo Resiliencia y duelo ¿Qué es el duelo? Tipos de duelo Etapas del duelo 2. El duelo tras la pérdida de seres queridos La pérdida de seres queridos Duelo por la pérdida de seres queridos Intervención profesional ante el duelo por las pérdidas de seres queridos 3. Abordaje del duelo desde el Trabajo Social Modelo de intervención centrado en la persona desde el Trabajo Social Claves para la intervención individualizada Modelo de intervención desde el Trabajo Social con grupos Claves para la intervención con grupos Metodología de intervención con grupos de ayuda de personas en duelo 4. Intervención tras las pérdidas de seres queridos La pérdida por suicidio Aproximación a los supervivientes como personas usuarias Estrategias para la intervención en duelo tras la pérdida por suicidio La pérdida por largas enfermedades Duelo en personas cuidadoras principales Las pérdidas perinatales e infantiles Estrategias de abordaje ante el duelo perinatal

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Las pérdidas por accidentes Estrategias para la intervención ante el duelo por accidentes Las pérdidas en tiempos de COVID-19 Elaboración del duelo en tiempos de pandemia Estrategias para la intervención ante las pérdidas de seres queridos por la COVID-19 La intervención ante el duelo desde el Trabajo Social 5. El autocuidado profesional ante intervenciones en duelo Aceptación de una difícil situación Mantenimiento de la red social de apoyo Intervención profesional desde la creatividad Anexo. Cuestiones para reflexionar I. Actividades de reflexión sobre el proceso de duelo II. Actividades de reflexión sobre duelo tras la

pérdida de seres queridos III. Actividades de reflexión sobre intervención individualizada IV. Actividades de reflexión sobre intervención con grupos V. Reflexión para la intervención Referencias bibliográficas

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Prólogo Anna Forés Escribir un prólogo, siempre es una invitación. Un sumar voces a otras voces. Una invitación a la lectura de las palabras que recorrerán el libro. A la vez es un regalo y una responsabilidad. Un regalo por tener el privilegio de ser de las primeras lectoras y la responsabilidad de responder a las expectativas de quien te ha hecho el encargo. Vaya por delante el agradecimiento a esta invitación. Resiliencia y duelo son dos palabras que no siempre van unidas. Cuando se ha de atravesar un proceso de duelo y lo podemos hacer con resiliencia el dolor se puede transformar en algo menos oscuro, menos desesperanzador. Incluso en ocasiones se transforma el dolor en belleza como tantos oxímorones resilientes. El presente libro recoge la voz de dos mujeres que se complementan en experiencias, miradas y saberes. Las autoras saben abordar la temática desde el saber académico, pero con el tono divulgativo necesario para llegar al público en general y a los profesionales de lo social. Este libro se hace eco de una necesidad que han de abordar los trabajadores de lo social y en este texto se encuentran sugerencias, respuestas y propuestas. Se detalla muy rigurosamente cómo acompañar el duelo tanto a nivel individual, grupal o desde un abordaje más comunitario. Cinco capítulos bien estructurados y fundamentados que nos acercan a comprender la resiliencia y el duelo. Además, da cuenta de cómo profesionales de lo social transitan por estos momentos vitales. La lectura que tienen por delante no sólo les ofrece un marco teórico sino propuestas para la acción e incluso casos para su trabajo y reflexión. El cierre del libro invita al autocuidado para poder cuidar. Toda persona que trabaja con personas tiene la riqueza de un trabajo apasionante, con mucho valor y al mismo tiempo con mucha carga emocional. Saber cuidarse para poder cuidar es la base para poder ejercer 7

la profesión y seguir conservando la integridad e intimidad personal. Si hay un momento en la historia reciente para un libro sobre resiliencia y duelo es éste. Feliz lectura.

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1 Resiliencia y proceso de duelo En este capítulo nos adentramos en el proceso de duelo desde una perspectiva resiliente, describiendo las etapas, emociones y sentimientos presentes en cada una de ellas.

Resiliencia y duelo La resiliencia se puede definir como la capacidad de experimentar y salir fortalecido de situaciones adversas, poniendo en marcha un conjunto de procesos psicosociales que posibilitan tener una vida sana en un medio insano (Rutter, 1993). Desde esta definición es fácil relacionar el proceso de duelo y el sufrimiento que toda pérdida genera en las personas, con las experiencias que ante ello se ponen en marcha para enfrentarse a la nueva situación, convivir con la ausencia y mostrar nuevas fortalezas en su desarrollo diario. Durante el proceso de duelo, se pone el foco en la vivencia de la adversidad y tras atravesarla, en la percepción de transformación. De acuerdo con ello, Grotberg (2001), Melillo (2001) y Cyrulnik (2001) identifican la resiliencia como la capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y fortalecerse a través de experiencias de adversidad. Se parte de una capacidad inicialmente personal, que en su proceso de desarrollo se va reformulando en relación con factores sociales propios del contexto, externos a la persona. Todos aquellos factores protectores como características personales, relacionales y comunitarias que ayudan a disminuir el efecto de las adversidades, favoreciendo el desarrollo óptimo de las personas o grupos. Es por ello que, a lo largo de este libro, se propone la intervención psicosocial en los procesos de duelo desde una experiencia conjunta de crecimiento personal y de apoyo social, que en numerosas ocasiones va a proceder de personas que han atravesado o continúan atravesando dichos procesos, lo que les hace ejercitar la habilidad empática hasta niveles que otras personas que no lo han

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experimentado no alcanzan a comprender ni desarrollar. Walsh (1998) definió esta experiencia relacionada con el conjunto de creencias y narrativas compartidas, que fomentan sentimientos de coherencia, colaboración, eficacia y confianza, y que son esenciales para la superación de las adversidades con las que se convive a lo largo de la vida. Esta autora fundamentó su argumento en el experimento de confluencias entre los factores individuales de desarrollo y el entorno psicosocial del individuo (Walsh, 2004). El aspecto relacional engloba a las personas que nos rodean, generando vínculos afectivos ante situaciones adversas. Cyrulnik (2001) denomina «tutor de resiliencia» a la persona que acompaña de forma incondicional, que se convierte en apoyo fundamental y que proporciona confianza e independencia en el proceso (Rubio y Puig, 2011). La experiencia de la intervención psicosocial en acompañamiento durante procesos de pérdidas de seres queridos nos muestra que estas personas «tutoras» no tienen por qué ser de nuestro entorno más cercano, pues ante la adversidad de la pérdida hay personas que comienzan a formar parte de nuestro grupo de apoyo, unidos por la experiencia o por el momento vital, mientras que hay otras que tienden a alejarse ante la dificultad experimentada, ante la dureza de la experiencia ajena que no permite canalizar el apoyo ni, por tanto, saber manifestarlo: no saber qué palabras decir ni cómo actuar se traduce en los procesos de duelo en la ausencia de apoyos que en otros ámbitos de la vida están presentes, a su vez surgen nuevos apoyos desconocidos hasta el momento. Richardson y Yates (2004) denominan a este proceso como la creación de conexiones, alianzas y lazos con amistades que se convierten en pilares para personas ante situaciones de adversidad. Por otro lado, el paradigma de la resiliencia nos lleva a la importancia del factor comunitario. De hecho, la resiliencia se ha definido como la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves (Manciaux, Vanistendael, Lecomte y Cyrulnik, 2001). Este enfoque comunitario se refiere a la cultura, a la construcción social de las fortalezas, en definitiva, a aspectos colectivos que nos ayudan a superar las adversidades y a prosperar tras sufrir la pérdida. García y Torbay (2012) lo definen como el modo en que un 10

grupo de pertenencia o comunidad se enfrentan a la adversidad. Se trata de una condición colectiva para actuar y experimentar la superación de dificultades comunes y construir sobre ellas (Suárez, Jara y Márquez, 2007). Estos autores señalan cinco factores que influyen en el desarrollo de la resiliencia comunitaria: identidad cultural (costumbres, valores, creencias); solidaridad (sentimiento de unidad y lazo social); honestidad estatal (conciencia grupal que condena la deshonestidad y valora la honestidad de la función pública); autoestima colectiva (satisfacción por pertenecer a una comunidad), y finalmente, humor social (capacidad de encontrar comedia en la propia tragedia para así poder superarla). Centrándonos en la capacidad de las personas para superar las adversidades, encontraremos tantas formas de afrontamiento como experiencias vitales existen. Ante ello los distintos autores han tratado de ir describiendo cuales son aquéllas más comunes y perceptibles. Por ejemplo, Cyrulnik (2001) señala la introspección, autoestima, conocimiento de fortalezas y debilidades, autocontrol, reflexión, independencia, capacidad de relacionarse, iniciativa, creatividad, humor y los tutores de resiliencia (apego seguro), aspecto que Melillo y Suárez Ojeda (2001), entienden como atributos de las personas desde sus etapas más tempranas de desarrollo, estableciéndose como los pilares sobre los que construir un perfil resiliente. Cuando hablamos de resiliencia y duelo, se reconoce como proceso clave la capacidad para reorientar la vida y convivir con la ausencia. Para Vanistendael (2005), un elemento a resaltar en este proceso, es el hecho de que la persona descubra un sentido a la experiencia de enfrentarse a la adversidad. Es una construcción de significado en la vida que requiere la conjugación de distintos elementos, tales como: creer en un proyecto, tener responsabilidades, sentirse útil, contribuir en la vida de otras personas y ser generoso (aspectos que se visualizan en personas que forman parte de grupos de apoyo de personas en proceso de duelo). Es crucial el factor de la proactividad personal, de abrir paso al futuro y creer en la  posibilidad de un proyecto, construyendo activamente sus propias historias. De acuerdo con Grané y Forés (2019) los relatos y vocabularios de esperanza son posibilidades de cambio que promueven la resiliencia. Cada persona creará su proyecto de una forma distinta. El sentido que 11

se le da a la vida no se puede imponer o manipular desde una perspectiva profesional, pero sí motivar al doliente a descubrirlo durante el proceso. Fiorentino (2008) señala que sólo cuando las personas consiguen encontrarle un significado a su adversidad, pueden integrarla como parte de su historia. Durante el desarrollo del proceso de duelo que acompaña a la pérdida, desde una perspectiva resiliente se demanda la capacidad de análisis y reflexión, sólo así habrá crecimiento y creación de nuevas fortalezas. La manera de describir el dolor, de identificar la tristeza y de cómo reconvertir la pena en un significado vital, dota a las personas de herramientas que ayudan a entender el sentido que puede tener la adversidad. Cyrulnik (2001) entiende esta capacidad de reflexión como recurso para facilitar salidas, soluciones y formas diferentes de ver la adversidad, que ayudan a la persona a entender su dolor desde distintas dimensiones. Vázquez, Cerevellón, Pérez-Sales, Vidalesa y Garborit (2005) por otra parte, refieren la importancia de experimentar emociones positivas como factores protectores frente a experiencias adversas. Las emociones positivas entre las que destacan el optimismo y el sentido del humor, cuando hablamos de resiliencia, son consideradas factores protectores porque fortalecen los circuitos de recompensa y provocan bienestar y satisfacción (Haglund, Nestadt, Cooper, Southwick y Charney, 2009). Las investigaciones muestran que experimentar emociones positivas y ser optimista facilita el desarrollo de resiliencia, dotando de recursos para afrontar los problemas y motivando hacia comportamientos saludables (Salovey, Rothman, Detweiler y Steward, 2000). Estas dosis de optimismo contribuyen a disminuir el impacto que producen los estímulos estresantes (Abramson, Alloy, Hankin, Clements, Hogan y Whitehouse, 2000). Es por ello que desde la intervención profesional se deben conocer y aplicar estas herramientas con las personas en duelo, para que construyan su camino, una vez sufrida la pérdida, identificando la adversidad y generando capacidad para continuar con su día a día, pese a haber experimentado los que sin duda serán los momentos más difíciles de sus vidas. Cada vez más el duelo comienza a ocupar un espacio propio como nuevo paradigma de intervención profesional, en contextos sociales y 12

educativos (Mateu, Flores, García-Renedo y Gil, 2013). En general para todas las profesiones relacionadas con la ayuda y los cuidados, y en particular para el Trabajo Social. Cuando hablamos de un nuevo paradigma de intervención, lo hacemos en base al gran desconocimiento que se reconoce en la práctica profesional sobre esta situación, aun cuando gran parte de la intervención que se realiza desde la disciplina del Trabajo Social se focaliza de forma directa o indirecta sobre los distintos tipos de pérdidas de diferentes naturalezas que padecen las personas en algún momento de su vida, tales como: pérdidas de poder adquisitivo, de vivienda, de empleo, de libertad, de salud y la que abordamos en este libro, la pérdida de familiares o seres queridos por fallecimiento.

Todas son pérdidas que sitúan a las personas que las sufren ante una gran vulnerabilidad social, esperándose de los profesionales que las acompañan respuestas adecuadas a la complejidad con la que se configuran todas estas experiencias.

¿Qué es el duelo? La palabra duelo viene del latín «dolus», que significa dolor, lástima, 13

aflicción. El duelo es el proceso psicológico que se pone en marcha cuando una persona experimenta una pérdida, una ausencia, una separación o un abandono. Se trata de la adaptación forzosa a la que nos enfrentamos, exigiéndonos vivir una nueva realidad cuando sufrimos una pérdida emocional en nuestras vidas. El proceso de duelo será más o menos intenso atendiendo a la fortaleza del vínculo emocional que une a las personas con las pérdidas, de las circunstancias vitales, de la forma de la pérdida y la personalidad del doliente. Como parte de la reacción de pérdida, la mayoría de las personas pueden desarrollar sentimientos de tristeza, y síntomas asociados como ansiedad, insomnio, pérdida de peso, incluso pueden presentar cuadros depresivos con toda su sintomatología y principalmente estrés postraumático. Para que el hecho de sufrir una pérdida genere un proceso de duelo han de confluir dos requisitos: debe existir un vínculo emocional con la pérdida y ésta debe ser significativa para la persona que la sufre. Esto nos lleva al primer falso mito sobre el duelo. En concreto, a la idea de que el duelo sólo se experimenta cuando perdemos a un ser querido. En realidad, el proceso de duelo se puede dar con la pérdida de cualquier objeto, situación personal, expectativas de vida o cosas con las que tenemos un fuerte vínculo emocional. Por ejemplo, puede desencadenar este proceso la pérdida del puesto de trabajo que tanto esfuerzo nos ha costado alcanzar, de una mascota con la que convivimos o el fin de situaciones vitales que consideramos irremplazables, como una relación sentimental que termina (de pareja o de amistad). También puede llevarnos al duelo la pérdida de objetos con los que tenemos vínculos emocionales o que traen consigo recuerdos emocionales. Por dispares que puedan parecer estas situaciones todas comparten el mismo proceso psicológico. De hecho, si miramos a nuestro alrededor podremos identificar estos procesos de duelo en situaciones cotidianas. Sin duda, la diferencia que cabe destacar es la intensidad con la que se viven las etapas que componen este proceso. En los casos anteriormente descritos, el proceso de duelo puede no ser tan intenso como cuando muere un ser querido, pero es interesante recalcar que también sucede y que se pasa por las mismas fases para aprender a vivir la nueva realidad. La pérdida que se ha producido es para siempre, irreversible. La persona la identifica como irremplazable. Esto implica que la experiencia 14

vital ya nunca volverá a ser la misma. Se continúa viviendo, pero con unas condiciones nuevas a las que las personas debemos adaptarnos. Se experimenta una adaptación al medio físico, cognitiva y emocional. Se trata de empezar a forjar una nueva vida cotidiana, pero sobre todo la dificultad se produce, cuando hablamos de adaptación emocional, ya que la pérdida implica que las emociones que sentíamos hacia la persona, objeto, cosa, experiencia vital que ya no está, tienen que recolocarse y recanalizarse, adaptándose al nuevo entorno emocional. Esta reubicación de las emociones tiene que darse de una manera salutógena, fluida y en un plazo de tiempo que puede ser flexible (atendiendo a las características y circunstancias de cada persona), pero con un final. En paralelo, en esta experiencia no se han de producir respuestas desadaptativas que dificulten o bloqueen el proceso de duelo emocional. También es importante el reconocimiento de la adaptación cognitiva, ya que hay que aceptar que las emociones que se perciben de la persona, cosa, objeto o experiencia vital que suponían un importante estímulo en sus vidas para el equilibrio emocional, ya no van a estar presentes de la misma forma nunca más. Además, cuando nos referimos a la adaptación cognitiva también se debe señalar la importancia de la reorganización de los pensamientos surgidos por la pérdida, pensamientos que suelen generar mucha inestabilidad interna, tristeza y angustia. Si algo se puede afirmar como común a todas las personas que atraviesan el duelo, es que este proceso implica una puesta en marcha de emociones, es decir, una respuesta emotiva. Cada persona experimenta el proceso de una forma, vive y siente la pérdida, la ausencia, la separación o el abandono atendiendo a sus características psicológicas individuales y a su red de apoyo social. Las personas inician una travesía por las distintas etapas del duelo, siendo necesaria siempre una actitud proactiva al cambio, a la elaboración del proceso. No se trata de momentos que van a ir pasando por la persona, sino que, la persona tiene predisposición a la elaboración del proceso y va sintiendo, va emocionándose, motivando su evolución hacia una nueva vida con la ausencia, el abandono o la pérdida. Los principales síntomas emocionales y físicos que las personas manifiestan tener en este proceso son: ansiedad, miedo, culpa, confusión, negación, depresión, tristeza, shock emocional, etcétera. 15

En este capítulo, hemos de comprender que el dolor por la pérdida se puede experimentar no sólo por muertes, por fallecimientos, sino cada vez que en la vida tenemos una experiencia de interrupción definitiva de algo, de pérdida, de separación irremplazable que no podrá ser cubierta. La experiencia emocional de enfrentarse a una pérdida, es lo que llamamos elaboración del duelo, que nos conduce a la necesidad de adaptación a una nueva situación. Entre las características que debemos reconocer en el proceso de duelo, según Olga Herrero y Concepción Poch (2003), destacan:

Es un proceso (no un estado), que evoluciona a través del tiempo y del espacio, aunque cuando una persona vive una pérdida tiene la sensación de que el mundo se paraliza y que siempre se quedará así. Es normal, es algo que todo el mundo vive a lo largo de su vida como reacción a una pérdida significativa, aunque la forma de afrontarla puede ser diferente. Es dinámico, la persona experimenta y cambia a lo largo del tiempo con oscilaciones en el cambio de humor, en la sensación de malestar o bienestar. Esto implica que la persona que vive un proceso de duelo entra en situaciones poco estables, sin que suponga un retroceso o que no se avanza en el proceso de duelo. Depende del reconocimiento social, tanto la persona que vive la pérdida como su entorno reciben el impacto. La persona inicia un proceso individual que al mismo tiempo es colectivo, puesto que requiere el reconocimiento social explícito de la pérdida para poder elaborar el proceso de duelo con normalidad. Es íntimo, el componente individual que se desencadena en la situación

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de pérdida posibilita desarrollar reacciones propias y diferentes de las de otra persona que ha vivido una situación parecida, de manera que lo que se ha aprendido a lo largo de la vida y las propias creencias ante las pérdidas influyen directamente en la elaboración del proceso. Es social, las pérdidas se manifiestan socialmente a través de los rituales establecidos en cada cultura. Sentirse acompañado es una forma de recibir de los otros el soporte y la estima, lo cual ayuda en la elaboración del duelo. Es activo, la persona tiene y ha de tener un papel muy activo en la elaboración de la pérdida porque ha de tomar las decisiones que le permiten otorgar el significado de pérdida con todo lo que ello implica: la renuncia para ir reconduciendo el vacío que ha dejado la pérdida y poder seguir viviendo. De la práctica profesional se concluye que el duelo es un proceso único e irrepetible. Se experimenta tras la pérdida, de forma muy personal, dinámica y cambiante y va a depender de las características, circunstancias, entorno social y cultural de la persona doliente, pese a que se pueden describir una serie de etapas comunes que marcan el proceso y la evolución, no siendo universal la forma de elaborar dicho proceso.

Tipos de duelo Si bien podemos afirmar que cada persona experimenta el proceso de duelo de forma única, atendiendo a sus características y circunstancias personales y sociales, existen procesos comunes, que identificamos como distintos tipos de duelo que se elaboran de forma similar por compartir aspectos tales como: sufrir una pérdida de forma traumática, conocer la pérdida de forma anticipada, no transitar de forma salutógena las distintas etapas del duelo, o vivir en duelo constantemente. A continuación, ofrecemos una clasificación de tipos de duelo que debemos identificar por presentar un signo visible, que servirá de fundamento para la intervención con personas que estén experimentando esa situación.

a) Duelo patológico

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El duelo anómalo se manifiesta de varias formas y se le han dado diferentes nombres. Se le llama patológico, no resuelto o complicado. En la versión más reciente del DSM VI y del Manual Diagnóstico y Estadístico de la Asociación Psiquiátrica Americana se hace referencia a las reacciones anormales de duelo como «duelo complicado». Desde una perspectiva práctica, este tipo de duelo se identifica principalmente por presentar conductas desadaptativas, que no permiten a la persona continuar con el desarrollo de su vida personal y social, situándola en un letargo constante. Se trata de la intensificación del duelo a un nivel que desborda a la persona, lo que le lleva a mantener conductas desadaptativas o permanecer en este estado sin elaborar ni avanzar en el proceso de duelo hacia su resolución. Esto implica procesos que llevan a repeticiones estereotipadas o a interrupciones frecuentes de la curación. Se tiende a considerar que hay riesgo de duelo patológico cuando el dolor psicológico (emocional y cognitivo) se prolonga considerablemente en el tiempo; cuando su intensidad no coincide con la personalidad de la persona en duelo, cuando impide continuar con su día a día, mostrar afecto a otras personas o interesarse por ellas y cuando las personas se ven invalidadas en su vida diaria, sin otra ocupación que la rememoración de la persona fallecida, el objeto o cosa perdido o la experiencia vital finalizada. Para que podamos identificar a personas usuarias de nuestra intervención que estén elaborando o presentando un duelo patológico se ha de atender a los siguientes signos: Presentar a diario al menos uno de los siguientes síntomas, durante más de 12 meses: 1. Pensamientos intrusivos, que entran en la mente de la persona sobre la persona fallecida sin que se puedan controlar. 2. «Punzadas» de dolor por la separación. 3. Añoranza intensa de la persona fallecida. 4. Dificultad para aceptar la pérdida. 5. Incredulidad o anestesia emocional. 6. Amargura o rabia en relación a la pérdida. 7. Valoraciones desadaptativas sobre uno mismo en relación a la pérdida.

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8. Evitación excesiva de los recuerdos de la pérdida. 9. Dificultades para recordar en positivo a la persona perdida. Recuerdo con enorme y profunda tristeza. 10. Sentimientos de soledad o desapego de otros desde el momento en que se sufrió la pérdida. 11. Dificultades para confiar en otras personas. 12. Sentir que la vida no tiene sentido o está vacía desde la pérdida. 13. Confusión sobre el papel que juega en la vida. 14. Dificultad para realizar planes sobre el futuro. 15. Desinterés por la vida.

Para conocer clínicamente los Criterios diagnósticos de duelo patológico o complicado se puede consultar DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales).

b) Duelo anticipado La persona inicia su tránsito por las etapas del duelo antes de que se produzca la pérdida. Es decir, este tipo de duelo no comienza en el momento de la pérdida o muerte, sino mucho tiempo antes, desde que se tiene conocimiento de que se va a producir la pérdida. Cuando se recibe un pronóstico de enfermedad sin cura, se produce tristeza en el entorno de la persona, pero también una adaptación más o menos inconsciente a la nueva situación sobrevenenida. A partir de ese momento se produce lo que se ha llamado el duelo anticipado, que ofrece a las personas involucradas la oportunidad de compartir sus sentimientos y prepararse para la despedida.

c) Preduelo Este duelo se produce cuando el ser querido o la situación vital finaliza en vida. Es un duelo completo en sí mismo con todas sus etapas, que se sustenta en la creencia de que el ser querido ha muerto definitivamente «en estado de salud». Ya nada es lo mismo, aunque continuemos en idéntica situación, todo ha cambiado. Por ejemplo, cuando una persona está enferma, sigue viva pero completamente transformada por la enfermedad a tal punto, que en algunos casos no se le reconoce más. 19

d) Duelo inhibido o negado La persona no acepta la pérdida por lo que evita el proceso de duelo. Es decir, se niega la expresión del duelo porque la persona no afronta la realidad de la pérdida. Este duelo es de difícil identificación, se puede confundir con la falta de expresión característica de algunas personas por sus cualidades psicológicas y sociales. Se puede identificar una falsa euforia, que sugiere la tendencia patológica de la aflicción.

e) Duelo crónico Se identifica en aquellas personas que viven un duelo constante, de duración excesiva que nunca llega a una conclusión favorable impidiendo el desarrollo de la persona. De hecho, un duelo crónico puede llegar a ocupar toda una vida. Hay personas que viven marcadas por su experiencia de duelo, Cobo Medina (2001) apunta que existen personas para las que el duelo determina el núcleo constitutivo de su existencia.

Etapas del duelo El duelo se trata de una herida y, por tanto, requiere de un tiempo para su cicatrización. En primer lugar, atendiendo a la «Teoría de la vinculación y el desprendimiento» de Bowlby (1998), se describe como todo aquello que nos hace dependientes del otro, agrupando el proceso en tres etapas: • Protesta: se manifiesta con sentimientos de negación y de cólera o furia. • Desesperanza: se manifiesta con tristeza y depresión. • Desprendimiento: finalmente, llega la aceptación.

Por su parte, Worden y Rando (1982, 1984) comienzan a describir el proceso de duelo como una travesía que demanda de actividad por parte de la persona doliente, estableciendo las siguientes tareas de duelo: • Tarea 1: aceptar la pérdida de la persona o del objeto. • Tarea 2: experimentar, de manera auténtica, las emociones vinculadas a la pérdida.

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• Tarea 3: capacitarse para desenvolverse en el mundo sin el objeto perdido. • Tarea 4: recolocación de lo perdido de modo que no impida el investimento afectivo de otros objetos.

La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross presenta uno de los modelos psicológicos más célebres en todo el mundo cuando hablamos de etapas del duelo. Describe el proceso atendiendo a los cinco estadios que todas las personas atraviesan: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación, y tienen lugar en mayor o menor grado siempre que sufrimos una pérdida. En primer lugar, la etapa de negación, o el primer momento de shock, donde la persona presenta verbalizaciones de incredulidad: «no puede ser verdad», «cómo ha podido ser», «no es justo». Las principales emociones presentes son: sorpresa y miedo. Ocurre en el momento en el que comunican el fallecimiento, notifican el despido del trabajo, se recibe la carta de abandono del hogar, te indican los días que debes pasar en prisión… etcétera. Son frases que todos reconocemos haber utilizado alguna vez, cuando nos han dado la noticia de una pérdida. Se trata de incredulidad, primera reacción ante un golpe de la vida. La negación es un escalón inevitable que hay que atravesar y del que finalmente hay que salir para digerir la pérdida. Negar es un mecanismo de defensa, es la forma de decirle a la realidad que espere, que aún no nos sentimos preparados. Genera en nosotros un estado de shock, de hecho, en muchas ocasiones, el impacto de la noticia es tan fuerte que dejamos de escuchar, de entender, de pensar. Se trata de un primer momento de bloqueo, tan grande, que no podemos ni sentir. La negación no deja de ser una reacción adaptativa a la noticia de la pérdida, tiene el sentido de darnos una tregua. Hay quien niega la pérdida, pero también hay quien aceptando precipitadamente la crudeza de la realidad lo que en realidad trata de hacer es negar el dolor. En segundo lugar, encontramos la fase de ira, rabia o enfado. Cuando trabajamos con una persona en duelo, lo primero que debemos de hacer es conseguir que reconozca la rabia y  que la acepte para poder sacarla fuera. Al igual que sucede con la negación, la rabia tiene una razón de ser, es una emoción adaptativa.

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Se trata de una forma de pedir ayuda, una ayuda que canalice esa emoción y que oriente hacia la búsqueda de otros caminos. Cuando la persona a la que acompañemos esté en esta fase, trabajaremos para que pueda tomar el impulso y conseguir salir a flote. Esta fase la podemos resumir como una forma de supervivencia. Debe ser expresada ya que toda la rabia que se quede dentro, que se niegue o esconda puede situar a la persona en riesgo de patologizar su duelo. En tercer lugar, alcanzamos la etapa en la que la persona comienza a ser consciente de la pérdida. Es el momento en que se presentan ideaciones sobre revertir la situación, se puede llegar a pactar con quien haga falta, se trata de una búsqueda de solución que desemboca en ganas de hacer lo imposible para que la pérdida vuelva. Esta etapa suele ser breve, se trata de solucionar lo irreversible por lo que alcanza un nivel de agotamiento que sume a la persona en una profunda tristeza, en el camino a la aceptación de que la pérdida se ha producido. Esta profunda tristeza protagoniza la cuarta etapa, la persona siente desolación ante la realidad de la pérdida e incertidumbre ante el futuro, vacío y un profundo dolor. Las emociones más representativas de este momento son: tristeza, aversión, frustración y nostalgia. La persona se encuentra emocionalmente agotada y cualquier tarea se vuelve complicada. Las verbalizaciones comunes en esta etapa son: «no encontraré a nadie igual» o «ya no volverá» es lo que suele repetirse cuando la persona se está enfrentando a su dolor. Pero a pesar de que pueda pensar que esto no acabará nunca, que va a durar para siempre, la experiencia práctica nos enseña que sólo desde este punto podrá volver a reconstruirse. Es aquí cuando se alcanza la última etapa, según Kübler- Ross, la aceptación. En la intervención profesional se ha venido constatando que el concepto de aceptación no refleja de manera global la experiencia vivida en los procesos de duelo. Nunca es fácil aceptar la pérdida como algo irreversible. Más bien, las pérdidas se asimilan, se aprende a convivir con la ausencia física de la persona. Esta fase es el último paso del duelo. Se presenta la alternativa de no aceptar, pero una vez llegados aquí nos damos cuenta de que si no lo hacemos el precio a pagar es muy alto, una vida en desadaptación. Llegar a este punto requiere de un gran esfuerzo, de una gran predisposición al 22

cambio, a la adaptación a la vida sin la pérdida. Atravesar este proceso de forma sana, significa devolver el duelo a su lugar y trabajarlo como un aspecto más de la vida, de ese proceso en que reconocemos que también la pérdida forma parte de la vida, de la misma forma que perdemos juventud, relaciones, lugares, y lo que genera el dolor más intenso: seres queridos. Como hemos descrito anteriormente, la persona que no va avanzando en las diferentes fases del duelo, tiende a patologizar el proceso, lo que supone que después de un tiempo siga teniendo los mismos síntomas, las mismas emociones. Por ello, una pérdida no elaborada de forma adecuada motiva e implica problemas emocionales e incluso trastornos psicopatológicos con el paso de meses o años. Sin embargo, un duelo elaborado adecuadamente mejora las capacidades futuras para enfrentarse a las situaciones de pérdida, frustración o sufrimiento. Es un proceso vital de resiliencia, en el que desde la disciplina del Trabajo Social encontramos un nicho de intervención, una oportunidad de trabajar con personas que sufren pérdidas y que necesitan de un apoyo para elaborar el duelo de una forma sana.

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2 El duelo tras la pérdida

de seres queridos En este capítulo nos centraremos en el proceso de duelo cuando las personas sufren pérdidas de seres queridos, relacionándolo con la disciplina del Trabajo Social.

La pérdida de seres queridos La muerte de un ser querido pone en marcha un proceso natural y normal al que la sociedad reconoce como duelo. Se trata de una reacción sana ante la pérdida de una persona querida, y que se manifiesta con sintomatología tanto a nivel cognitivo, físico, conductual y espiritual. La persona tiene que adaptarse, aprender a convivir con la ausencia de la persona fallecida lo que resulta un proceso verdaderamente doloroso y que necesita de una predisposición por parte de la persona para poder continuar añadiendo experiencias vitales a su vida. Este proceso requiere de herramientas psicológicas y sociales, herramientas que en numerosas ocasiones las personas dolientes no reconocen tener, lo que les sume en un estado de letargo, confiadas en que el tiempo pueda darles la fuerza que en esos momentos no encuentran para seguir adelante. Es a partir de la identificación de estas herramientas, de las fortalezas de las que las personas disponen, desde donde se construye el proceso resiliente de ofrecer respuestas adecuadas que no se esperan inicialmente. En este capítulo se describe cómo se desarrolla específicamente el duelo tras sufrir la pérdida de seres queridos por fallecimiento, como proceso psicológico y social dinámico y su relación con la intervención desde la disciplina del Trabajo Social.

Duelo por la pérdida de seres queridos Para introducir este proceso de duelo, sin duda el más doloroso e intenso 24

que las personas vamos a experimentar a lo largo de la vida, vamos a comenzar imaginando a una persona usuaria y su entorno. En primer lugar, colocaremos en un círculo a la persona usuaria y dentro de él todas sus características, circunstancias, relaciones personales, relaciones sociales, estudios, trabajo, objetos de valor, experiencias vitales, etcétera. Es decir, un círculo que englobe a la persona, lo que es y lo que lleva consigo. Continuemos visualizando, cuando el usuario sufre la pérdida de un ser querido, una pérdida significativa, no hay una sola área de ese círculo que no se vea afectada por un dolor intenso, por una sensación de que ya nada es lo mismo ni volverá a ser igual. La muerte afecta a todas y cada una de las áreas de la persona doliente, a todos y cada uno de los recovecos que la persona haya podido dibujar en ese círculo, a todo lo que la compone y la describe. Las personas tendemos a pensar que el tiempo todo lo cura, una frase que nos intentan inculcar como filosofía de vida, creyendo que ese dolor por la pérdida se hará pequeño, que incluso puede llegar a desaparecer y que «el círculo que engloba nuestra vida se reponga por el simple hecho del paso del tiempo». Lo cierto es que la práctica de la intervención con personas en duelo nos enseña que la pérdida llega a ese «círculo» que engloba la vida y la desestabiliza, lo mueve todo y el dolor llega para quedarse. Ante ello, la esperanza nace del crecimiento, de la predisposición de la persona a seguir creando experiencias vitales que convivan con ese dolor, esas experiencias son las que van haciendo que el dolor vaya perdiendo intensidad, experiencias que ayudan a los dolientes a continuar su vida, sabiendo que ya nada volverá a ser igual que cuando tenían dentro de su «círculo vital» a la persona querida que ha fallecido. Es como si la vida de la persona doliente comenzara a desarrollarse en otro círculo concéntrico más grande, pero siempre alrededor del dolor experimentado por la pérdida del ser querido, ocupando un espacio protagonista del «círculo». Esta comparación nos enseña que, aunque la persona doliente siga sumando experiencias vitales a su vida, el dolor y el sufrimiento por la pérdida del ser querido continua dentro, como parte de su vida. Por el lugar que ocupa, en numerosas ocasiones la suma de experiencias 25

chocará con ese dolor, se verán relacionadas con él, volviendo a protagonizar momentos de tristeza y nostalgia por lo que fue y ya nunca podrá volver a ser, porque ya no tenemos a la persona fallecida con nosotros. Desde una perspectiva profesional, el objetivo de la intervención versará sobre la transformación de ese apartado de dolor por un espacio de recuerdo en positivo, un espacio que cuando la persona lo experimente la motive al flujo de lágrimas entendidas como señal de amor y no como signo de dolor, de sufrimiento o de nostalgia. Trabajaremos para el cambio de ese círculo de tristeza por un círculo de afrontamiento y de valor a la experiencia compartida con la persona fallecida. Se trata de motivar a la persona a convivir con esa ausencia, a convivir con el recuerdo de quien tanto ha significado en vida para el usuario. No se trata de evitar esa etapa de sufrimiento o tristeza, por el contrario, es sano vivirla, pero no quedarse anclado a ella, continuar sumando experiencias a la vida, continuar conviviendo con ese dolor experimentado transformado. Como comenzamos a describir en el primer capítulo, el modelo de división de fases del proceso de duelo más extendido desde 1969 es el desarrollado por la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth KüblerRoss en su libro Sobre la muerte y el morir. Se trata de un modelo de cinco etapas de duelo que tratan de describir de forma general cómo se sienten las personas en distintos momentos de su proceso de duelo y cómo tienden a actuar, volcando su modelo en las emociones presentes en cada etapa, que se traducen en signos para planificar una intervención efectiva, comprensiva, que acompañe a la persona en duelo y guíe su experiencia de la forma más sana posible. Las etapas descritas por esta autora son:

1. Etapa de negación Primer momento, cuando la persona doliente recibe la noticia del fallecimiento, pudiendo prolongarse durante las horas de velatorio y el momento en el cementerio. La persona se encuentra en negación, en shock, en incredulidad, esta etapa es un mecanismo que ayuda a «amortiguar el golpe» de la muerte de un ser querido y aplazar parte del

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dolor, pero esta etapa no se prolonga mucho tiempo, no puede ser indefinida porque en algún momento chocará con la realidad.

2. Etapa de ira Se produce cuando la persona comienza a tomar consciencia de la realidad, de que el ser querido ha fallecido. En esta fase son característicos los sentimientos de enfado, rabia y resentimiento, así como la búsqueda de responsables o culpables. La ira sale a relucir como signo de frustración, reacción al conocimiento de que la muerte es irreversible, de que no hay solución posible y se puede proyectar esa rabia hacia el entorno, incluidas otras personas allegadas.

3. Etapa de negociación Se trata del primer signo de aceptación por parte de los dolientes. En esta fase las personas comienzan a pensar qué ha sucedido, pero ¿qué hubiera pasado si…? Es decir, se produce una creencia de que se puede revertir o cambiar el hecho de la muerte. Es común preguntarse ¿qué habría pasado si…? o pensar en estrategias que habrían evitado el resultado final, como ¿y si hubiera hecho esto o lo otro?

4. Etapa de depresión (también identificada como etapa de tristeza mayor, ya que la depresión es un trastorno mental que no toda persona que experimenta un proceso de duelo padece)

Se trata de una etapa donde las protagonistas principales son la tristeza profunda y la sensación de vacío. Muchas personas la confunden con un momento de depresión clínica, como un problema de salud mental, pero la experiencia se refiere a un conjunto de emociones vinculadas a la tristeza naturales ante la pérdida de un ser querido. El sentimiento más común entre los dolientes se identifica con la pérdida de todo incentivo para continuar viviendo en su día a día sin la persona que murió y pueden aislarse de su entorno.

5. Etapa de aceptación (en la práctica los dolientes la identifican más como una etapa de asimilación)

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Una vez que se aprende a convivir con la ausencia del ser querido, las personas en duelo aprenden a seguir sumando experiencias vitales con su dolor emocional en un mundo en el que el ser querido ya no está. Con el tiempo recuperan la capacidad de experimentar alegría y placer, aunque ya nada volverá a ser igual. Debemos tener en cuenta que no todas las personas pasan necesariamente por la totalidad de estas etapas ni en ese orden específico, así que el duelo se puede manifestar de distintas maneras y en momentos diferentes para cada persona. No existe un tiempo delimitado en el que la persona se encuentre en una fase o en otra, de hecho, al tratarse de un proceso dinámico, las personas pueden cambiar de una etapa posterior a una anterior y esto no quiere decir que estén desarrollando una patología, cada uno hace frente a su proceso de duelo con sus características, sus fortalezas, sus debilidades y sus relaciones sociales por lo que provocará su propio proceso de duelo, único y personal. A continuación, vamos a detallar las dimensiones del duelo que describe Payás (2010): La primera dimensión es la del trauma, recogiendo todos esos aspectos relacionados con el momento del fallecimiento y sus consecuentes respuestas emocionales. La dimensión del trauma está determinada por su inmediatez, la forma en que se ha producido (un accidente, un suicidio, un asesinato…) y la edad del difunto. Puede tener respuesta de hiperactivación: llanto, ira, gritos, desorganización comportamental, etc., o todo lo contrario, como forma de anestesia corporal para dar una tregua al dolor para el que aún no está preparado. Se trata de una respuesta natural (aproximadamente 6-9 meses). Se identifica también como dimensión necesaria en este proceso la protección. Descrita inicialmente por Kübler-Ross como negación alejándose de esa connotación negativa, lo denomina en su lugar como «protección». Serían todas las respuestas que puede tener la persona, cuyo objetivo es alejarse del dolor y la pena que provoca la pérdida de un ser querido. Estas respuestas de protección pueden ser muy beneficiosas para

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ayudar a la persona a actuar de forma correcta en diversas situaciones, por ejemplo: el regreso al trabajo, realizar trámites importantes o actividades de la vida diaria. Nuestro cerebro configura una especie de «coraza», poniendo en marcha una serie de respuestas protectoras con el objetivo de minimizar el dolor de la pérdida. También se pueden manifestar en forma de respuestas cognitivas: se busca racionalizar la muerte, por ejemplo, «es ley de vida», «mejor que sea ahora y no más adelante». En el proceso de duelo, entre estas dimensiones también se ha de destacar la reconocida como la de conexión e integración. Tiene que ver con la relación con el dolor y el contacto con el ser querido. En esta dimensión se experimentan emociones de vacío, tristeza y añoranza. A nivel comportamental, las personas suelen hablar más despacio, aumenta su capacidad de sentir, expresan llanto, «es como un viaje hacia dentro» (emociones más internas). La dimensión final presente en un proceso de duelo es la de crecimiento. Una vez que se ha hecho ese viaje hacia el interior para conectar con las emociones, la persona puede volver a reconducirse hacia fuera, hacia el exterior. Conlleva una recolocación emocional. Conocer el proceso de duelo, implica saber identificar las principales reacciones emocionales que aparecen a lo largo de esta experiencia. Dichas reacciones se pueden agrupar en aquéllas relacionadas con: – Sentimientos: tristeza, rabia (hacia sí mismo e ideas de suicidio), irritabilidad, culpa y autorreproches, ansiedad, sentimientos de soledad, cansancio, indefensión, shock, anhelo. Alivio, anestesia emocional… – Sensaciones físicas: molestias gástricas, dificultades para tragar o articular, opresión precordial, hipersensibilidad al ruido, despersonalización, sensación de falta de aire, debilidad muscular, pérdida de energía, sequedad en la boca, trastornos del sueño… – Pensamientos: incredulidad, confusión, dificultades de memoria, atención y concentración, preocupaciones, rumiaciones, pensamientos obsesivos, pensamientos intrusivos con imágenes del muerto…

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– Alteraciones perceptivas: ilusiones, alucinaciones auditivas y visuales, generalmente transitorias y seguidas de crítica, fenómenos de presencia… – Conducta: hiperfagia o hiporexia, alteraciones del sueño, sueños con el fallecido o con la situación, distracciones, abandono de las relaciones sociales, evitación de lugares y situaciones, conducta de búsqueda o de llamada del fallecido, suspiros, inquietud, hiperalerta, llanto, visita de lugares significativos, atesoramiento de objetos relacionados con el desaparecido…

El pedir ayuda, el demandar atención profesional favorece la gestión de emociones positivas tanto a nivel social como familiar y personal.

Intervención profesional ante el duelo por las pérdidas de seres queridos La elaboración del proceso de duelo tras la pérdida de un ser querido es un proceso natural y necesario para la asimilación y adaptación a la nueva vida donde no está la persona fallecida. Cada persona cuenta con herramientas y recursos que le ayudan a hacer frente a esta situación de forma distinta, con sus particularidades, pero en palabras de Kübler-Ross (1996) de forma general todos atraviesan las fases de: negación, ira y rabia, negociación y dolor emocional hasta llegar a la aceptación, momento en el que se consigue reubicar emocionalmente al ser querido y convivir con su ausencia física. Cuando se producen pérdidas repentinas, inesperadas, reconocidas como pérdidas traumáticas: suicidios, accidentes, muertes súbitas, muertes por violencia de género o muertes por enfermedad, como las sucedidas como consecuencia de la pandemia mundial de la COVID-19, a la pérdida en sí misma se suma la influencia de otros factores como la sorpresa, la incomprensión, la incertidumbre, la rapidez y la impotencia. Todo ello puede desencadenar en las personas una situación de desbordamiento emocional y distanciamiento social. Cada persona, en función de sus circunstancias y factores externos e internos elaborará un proceso de duelo particular. La individualización en cualquier intervención profesional es un principio claro de calidad, por lo que también en este proceso ha de ser un eje central para el 30

acompañamiento desde el Trabajo Social. Atender a las circunstancias y características de cada persona, identificando en ellas las herramientas y recursos con los que cuenta es una estrategia resiliente desde la que el Trabajo Social lleva a cabo su actuación. De esta forma, el profesional va a ocupar un papel clave de acompañamiento que orienta, facilita y ayuda a reconocer los recursos personales y sociales, es decir, recursos internos y externos, con los que las personas pueden contar en los momentos más duros de sus vidas. Para ello el profesional ha de aportar seguridad a las personas usuarias, contribuyendo a que identifiquen e incorporen en el momento vivido sus sentimientos: tristeza, ira, rabia, impotencia, enfado y afectación emocional por haber perdido a su ser querido; y acercándolos a su vez a los distintos recursos en los que pueden encontrar respuestas. Éstos pueden girar entre recibir atención individualizada hasta formar parte de un grupo, sintiendo así el acompañamiento y el apoyo, el reconocimiento, la comprensión y el afecto de profesionales de lo social y de otras personas que también se encuentran atravesando el trance del duelo. Este sentido de pertenencia a una misma realidad, desde el acompañamiento recibido durante el tiempo que la persona va fortaleciéndose en el proceso de duelo, les permite sentir empoderamiento y poder convivir con la ausencia del ser querido. Para el Trabajo Social, en este proceso se han de generar espacios de intervención que contribuyan a que las personas que han sufrido la pérdida de seres queridos se muestren activamente implicadas en la elaboración del proceso de duelo, no en estado de espera a que se vaya produciendo el cambio. Recordemos que estamos ante un proceso normal, dinámico y activo y por lo tanto no es un estado (GonzálezCalvo, 2005). Se trata de un proceso íntimo y privado, pero a la vez con un determinado componente público, compartido con las personas de nuestro entorno, con nuestra comunidad, lo que de acuerdo con Marco Marchioni, exige de los profesionales del Trabajo Social nuevos modelos de intervención de carácter comunitario. El duelo es un proceso que tiende a la reorganización individual, familiar y también social, siendo importante detectar los momentos y sujetos en los que no se desarrolla de forma saludable, generando desórdenes de salud mental, física (debido a la somatización del dolor) y relacional. 31

Estos desórdenes se reconocen especialmente en el duelo patológico o complicado, en el que la persona se muestra incapaz de resolver las reacciones propias del proceso (Kübler-Ross, 1996; Bowlby, 1998; Parkes, 1998; Fonseca, 2004; Caterina, 2008). De manera relacionada con el duelo que en este capítulo se aborda, Parkes (1998) definió distintos tipos dentro del denominado complicado o patológico: duelos crónicos, que se manifiestan con la prolongación indefinida del duelo; duelos inhibidos, que presentan la ausencia de los síntomas del duelo normal; duelos postergados, carentes de reacciones inmediatas a la muerte y que más tarde presentan síntomas de duelo distorsionado o de duelo no reconocido, como el que en ocasiones se encapsula tras sufrir un aborto. Se ha de tener en cuenta, a su vez, que la persona en duelo puede encontrarse decaída, mostrando como posibles indicadores de su vulnerabilidad el aislamiento social y distanciamiento de las personas de su entorno y comunidad. En este sentido, se identifica como uno de los signos más visibles del duelo patológico el aislamiento social de la persona doliente, signo que supone una puerta abierta a la intervención del Trabajo Social. Ituarte (1992) plantea que el Trabajo Social, por medio de un proceso psicológico y de intervención social, trata de ayudar a los grupos que se encuentran en situaciones de conflicto manifestadas por problemas psicosociales —como es un proceso de duelo tras la pérdida de un ser querido— a que desarrollen sus capacidades tanto psicológicas como sociales. Un duelo diagnosticado como patológico puede manifestarse como una depresión siendo común también su aparición en forma de ansiedad o de somatización. Cuando da comienzo el proceso de duelo, la sintomatología más común es la que se manifiesta físicamente, pero con el transcurso de los días y los meses estos síntomas pueden declinar apareciendo en oleada los psicológicos: desesperanza, desvalorización, ira o deseos de morir entre otros (Clayton, 1985). Lazare (1979) introduce que la identificación del duelo patológico se lleva a cabo por dos vías: bien de forma directa, mediante la búsqueda de ayuda terapéutica por estar experimentando el duelo o, la vía más frecuente, detectándose en la consulta por algún otro tipo de problema percibido como médico o psicológico. Es aquí donde interviene la figura del profesional del Trabajo Social, donde encuentra su espacio de 32

coordinación con otros profesionales y de derivación de estos casos a expertos que trabajen de forma íntegra y específica el duelo a través de la prevención del aislamiento social de las personas dolientes. La ayuda mutua y el apoyo social generados en espacios grupales y comunitarios son espacios vitales de la intervención social, que previenen el duelo patológico, el distanciamiento social y la pobreza emocional generada por carencias afectivas y sociales. En determinadas ocasiones el apoyo social es insuficiente, se incrementa el sufrimiento y el distanciamiento del entorno, las personas se autoexcluyen socialmente y, en consecuencia, se debilitan. Es aquí donde se requieren profesionales, como los del Trabajo Social, con competencias y formación adecuada para el fortalecimiento y diversificación de las redes de apoyo. La red de personas que acompañan y apoyan a otras en procesos de duelo tras perder de forma repentina o traumática a un ser querido, se cualifica en la medida en la que está compuesta por contactos sociales duraderos, quienes responden ante estas situaciones de crisis y facilitan que la persona movilice sus propios recursos en un proceso de continuidad. Para todo ello, desde la disciplina del Trabajo Social, como se presenta en los siguientes capítulos de este libro, se apuesta por la intervención individualizada y social a través de grupos para la prevención del duelo patológico o complicado abordando aspectos como: a) La prevención del aislamiento social de los dolientes. El facilitar un espacio de relación amortigua el distanciamiento social experimentado durante el duelo, tiempo en el que muchas personas se sienten culpables, desoladas, preocupadas y angustiadas, a nivel personal y relacional. Es el grupo, de la mano de la persona profesional, quien actúa como apoyo en el proceso de poner palabras a sus sentimientos, emociones, sus componentes conocen la situación y empoderan a la persona en la comprensión del proceso, la búsqueda de alternativas y el progreso en su duelo. b) Evitación del bloqueo del desarrollo social de las personas afectadas. Las personas que piden ayuda para elaborar su duelo

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son personas con una gran necesidad de ser escuchadas, desde una escucha compartida, comprendida y acompañada, y el grupo esto se lo permite, se trata de la creación de una relación de igualdad. c) Disminución del impacto del duelo en el comportamiento humano. El paso del yo al nosotros, es inherente a la acción social, haciendo que las características del duelo sean socialmente cada vez más visibles. Experimentar los acontecimientos vitales y sociales junto a otras personas es una manera de socializarlos, alejándonos así del enclaustramiento individual que no permite el desarrollo del proceso en una línea saludable. d) Facilita la aceptación de la realidad y el dolor de la pérdida. Las personas que deciden pedir ayuda y formar parte de un grupo de apoyo, llevan consigo mitos, creencias, expectativas, deseos y un torrente de sentimientos, una realidad tangible que deja de ser individual para convertirse en grupal, buscando su validación y comprensión. e) Ayuda a la adaptación a la vida sin el ser querido. La vida puede ser más plena cuando se conocen y reconocen los propios miedos, experimentados y por vivir, cuando se pone palabra a la incertidumbre, a las inseguridades, a los deseos.

En el contexto de la intervención profesional, poner en marcha estrategias que contribuyan a aceptar la pérdida del ser querido, compartiendo con otros la experiencia vivida, ayuda a las personas en duelo a generar respuestas resilientes, en la medida en la que son capaces de entender el presente y validarlo, transformarlo y así avanzar juntas hacia el futuro.

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3 Abordaje del duelo

desde el Trabajo Social En este capítulo se describe la intervención individualizada y con grupos de personas en duelo desde el Trabajo Social mediante distintos modelos centrados en la persona.

El modelo de intervención individualizada y con grupos desde el Trabajo Social que se describe en estas páginas viene desarrollándose en una entidad del Tercer Sector, pionera en Andalucía en el trabajo íntegro del proceso de duelo que cuenta, como eje vertebrador con la figura profesional de la trabajadora social, encargada de realizar la acogida a personas dolientes, evaluación y derivación de las mismas hacia el recurso más idóneo, atendiendo a las características y circunstancias de cada doliente, atención individualizada, coordinación de grupo de ayuda mutua y promoción de la formación y sensibilización sobre el proceso de duelo.

Modelo de intervención centrado en la persona desde el Trabajo Social En la intervención individualizada con personas en duelo, desde el Trabajo Social se debe interpretar la experiencia de acogida del doliente como un momento de comprensión del sufrimiento por la pérdida del ser querido en el que la persona se sienta apoyada desde que expresa las primeras palabras. Las técnicas de intervención generales desarrolladas están basadas en el modelo REFINO de Worden (1991): • R (relación): establecer una «buena» relación con la persona doliente. Construir una adecuada relación profesional con ella es el fundamento y el principio de todo. Una buena relación de

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cuidados se caracterizará por: o tener una estrategia, o producirse en un tiempo y en un espacio, o desarrollarse entre iguales, o ser unidireccional, o la empatía, o ser genuina y auténtica, o el respeto, o y mantenerse dentro del marco profesional establecido. • E (escucha): la escucha activa es atenta, centrada e intensa; es una escucha del otro y de uno mismo; de lo verbal, aparente y externo, y de lo no verbal, más profundo e interno. • F (facilitación): facilitar la comunicación y la expresión emocional. • I (informar): ofrecer información necesaria para facilitar el proceso de duelo, para ello usamos diferentes recursos (counseling, entrega de folletos informativos y/o guías de duelo específicas para cada pérdida). • N (normalizar): valida sus reacciones, las legitima y confirma, y también desculpabiliza acerca de lo que le ocurre: no es un ser extraño ni perverso, ni se está volviendo loco, y además puede seguir sintiéndolo…, «sentir eso es lo natural en tus circunstancias, no estás enfermo, ni eres un bicho raro, ni te estás haciendo malo…». • O (orientar): es guiar, sugerir, aconsejar… o incluso prescribir mediante instrucciones concretas determinadas conductas o rituales, y a veces lo contrario; por ejemplo, disuadir de una decisión precipitada.

Atendiendo a Payás (2010) se siguen los siguientes principios básicos: orientación hacia la persona en sintonía, habilidades de comunicación, validación, conocimiento y reconocimiento de cada caso y descubrimiento de recursos y herramientas en todos y cada uno de nuestros usuarios. En el proceso de intervención adquiere un valor especial el momento del primer contacto. Éste se realiza con una entrevista semiestructurada, sin juicios, en la que se debe prestar atención a lo emergente, a los temas

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que la persona en duelo va compartiendo, manteniendo un tono de voz sintónico, sosegado, que genere su confianza. Como profesionales se ha de estar preparados y dejar a los dolientes expresar sus emociones y sentimientos, por difíciles que sean, trabajando siempre en el camino hacia la asimilación. En ningún momento se ha de pretender y/o proponer que la persona tome las riendas hacia un cambio radical o hacia la eliminación de sus emociones presentes. Cada persona en duelo ha sufrido una pérdida única, por lo tanto, su dolor, sentimientos y emociones también son únicos, personales, de cada momento, por lo que se deben respetar los tiempos y los espacios. La estrategia de intervención ha de ser no directiva, dando lugar a la negación o evitación, sentimientos propios de las primeras etapas del proceso de duelo. Cada persona presentará una puerta abierta al cambio, una serie de recursos y herramientas propias que se han de saber reconocer, favoreciendo que ellas mismas las identifiquen y potencien su puesta en marcha para la elaboración de su proceso de duelo de la forma más sana posible. A partir de esta acogida individualizada se ha de valorar si la persona que tenemos enfrente, atravesando un duelo por la pérdida de un ser querido se encuentra orientada hacia la expresión de sentimientos y/o emociones o, por otra parte, está orientada hacia la acción, motivada por el querer atravesar las etapas del proceso acompañado por un profesional de lo social. Todo el proceso de intervención profesional está acompañado de la capacidad de comunicación por excelencia en las  relaciones profesionales de ayuda: la escucha activa. Sin duda, esta habilidad profesional se muestra como condición inherente a las buenas prácticas en intervención con personas en duelo. La persona que sufre una pérdida y demanda ayuda necesita ser escuchada, por lo que el profesional ha de ser especialmente competente en tener en cuenta su narrativa y expresiones verbales y no verbales. En el proceso de comunicación en el que se le pide a la persona que cuente su historia, van brotando nuevos recuerdos y otras interpretaciones de los mismos, por lo que es positivo respetar los tiempos de expresión, dejando espacio a los silencios que la persona tome en su testimonio, sin tener prisa ni cambiar de tema por difícil que 37

pueda parecer. En este proceso, toda expresión cobra un sentido y es la llave de una puerta que nos permitirá continuar hacia delante en el apoyo y acompañamiento profesional. Muchas de las personas que acuden a los/las profesionales del Trabajo Social, lo hacen motivadas a compartir un espacio que anteriormente no han encontrado por lo que, pese al esfuerzo que se debe de hacer por estimular la narrativa, se debe respetar hacia donde vaya la misma. También es importante validar y dar espacio de comprensión a lo que los profesionales escuchamos, algo común a las personas en duelo es que tardan en pedir ayuda por el miedo a ser juzgadas por: pensamientos irracionales, emociones complicadas, comportamientos de evitación/negación o sentimientos difíciles. En conclusión, las personas que están atravesando las etapas del proceso de duelo consiguen avanzar cuando sienten que los profesionales y las personas en las que se apoyan reconocen e identifican sus sentimientos y emociones, comenzando con ello a tomar conciencia de la experiencia tras la pérdida.

Claves para la intervención individualizada De forma general, para realizar el diseño de una intervención individualizada con personas en duelo se plantean como principales los siguientes objetivos: 1. Mejorar apoyos, valorar y evaluar quiénes son y para quiénes están. 2. No proyectar los sentimientos en las personas de apoyo ni fomentar las conductas desadaptativas. 3. Sentir el apoyo de profesionales y otras personas en proceso de duelo. 4. Regular las situaciones difíciles a través de recursos de autorregulación.

Desde la disciplina del Trabajo Social el profesional ha de saber «caminar en los zapatos» de todas y cada una de las personas en duelo a las que acompaña. Ésta es una de las claves de este nivel de la intervención, la sintonía que se mantiene con las personas usuarias. Se 38

trata de ser flexibles dentro de las sesiones de trabajo, prestando atención a los temas emergentes y a las oportunidades que éstos pueden suponer de cara a los siguientes instantes de la sesión o de las próximas sesiones. Estos objetivos se alcanzan a partir de estrategias centradas, por un lado, en ofrecer orientación a la persona en sintonía. Para ello, se ha de: • Prestar atención a lo emergente. • Priorizar las tareas a trabajar según la presentación que realiza la propia persona. • Mantener un tono de voz sintónico. • Dejar expresar emociones difíciles. • No proponer el cambio o eliminación de emociones presentes. • Respetar los espacios de negación o evitación de la persona. • Conocer «qué puerta es la que está abierta». • Diferenciar entre personas en duelo orientadas hacia la emoción y personas en duelo orientadas hacia la acción.

Resulta crucial que la intervención profesional avance en la línea de normalizar, escuchar, creer, no juzgar… De hecho, las personas comienzan a manifestar cambios cuando se sienten reconocidos, tomando conciencia sobre su experiencia tras la pérdida. Se trata de hacer una exploración por los sentimientos y emociones, sin confundirlo con una sesión de interrogación. Para ello el profesional debe tener desarrollada la habilidad de indagación desde el respeto y el interés por lo meramente necesario de cara a la planificación de una intervención óptima y efectiva: «¿qué sucede o sucedió? ¿cómo? ¿qué sentiste? ¿qué pensaste? ¿qué hubieras deseado que ocurriera? ¿qué sentido/conclusión le diste? La habilidad de comunicación más importante es la escucha activa, que se debe poner en práctica durante toda la intervención con la persona doliente: • Parafrasear, la persona en duelo demanda ser escuchada y comprendida. • Escuchar la narrativa tanto verbal como no verbal. • Cada vez que la persona cuenta su historia se favorece la luz a nuevos recuerdos.

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• No tener prisa. • Respetar los silencios. • No cambiar el tema. • Dar tiempo donde la persona no lo ha encontrado. • Estimular la narrativa. • Escuchar «desde los zapatos» de cada persona doliente.

También es importante estimular conductas adaptativas y el trabajo orientado a disolver lo desadaptativo. El duelo es inevitable pero tremendamente individual, así que ¿con qué estrategias naturales cuentan las personas en general para sobrellevarlo? Lo que más ayuda a la mayoría de las personas dolientes es hablar de cómo se sienten: de hecho, comienzan a hacerlo con el médico, con amigos, con sus padres; se trata de encontrar a alguien con quien hablar. Hay muchas cosas que las personas dolientes hacen para sobrellevar el duelo que son muy comunes, aunque en general no se hable de ello. Se trata de conductas normales que ayudan a lidiar con el dolor generado por la pérdida, por ejemplo: ponerse alguna de las prendas de su ser querido, usar su colonia, tocar una fotografía, abrazar un objeto de la persona fallecida, todo eso es normal, se trata de una forma de acercamiento al recuerdo. Así, llega un momento en que el dolor se vuelve manejable, puedes vivir con él y deja de ser lo primero en lo que piensas cuando te levantas por las mañanas. Para aquellos dolientes más orientados hacia la acción, resulta esencial dotarles de recursos psicoeducativos que favorezcan el desarrollo de su proceso, que faciliten el acompañamiento en el duelo. Se trata de recursos prácticos, explicaciones, recomendaciones, que se conceden con el objetivo de mejorar apoyos (valorar y evaluar quiénes son y para quiénes). Han de ser a su vez recursos específicos para cada edad que le puedan posibilitar la elaboración de su proceso de duelo. También se debe trabajar en la línea de lo social, en el fortalecimiento de la red de apoyo que ayude a amortiguar los momentos más difíciles del proceso de duelo, personas que sean capaces de acompañar desde el respeto, desde la ayuda, desde el compartir el proceso. Es importante que las personas en duelo no proyecten los sentimientos más negativos o tristes en las personas de apoyo. Se trata de saber pedir ayuda pero

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también de saber recibir esa ayuda, desde la comprensión y el respeto. Cuidarse a uno mismo es permitirse estar apoyado, estar rodeado de quienes supongan para nuestro día a día un soporte, rodearse de personas que ayuden a continuar con otras experiencias vitales. Personas que nos ayuden a regular esos estados y días difíciles presentes en la elaboración del duelo.

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Modelo de intervención desde el Trabajo Social con grupos Tal como se ha descrito en los capítulos anteriores, para la adecuada elaboración del proceso de duelo es imprescindible que la acción se construya desde cada persona, teniendo en cuenta sus circunstancias y favoreciendo su predisposición a aprender a convivir con la ausencia de la persona fallecida. Esta predisposición, en numerosas ocasiones ve la luz gracias a la interacción de la persona doliente con su entorno y con otras personas. De hecho, en muchas ocasiones sólo así se consigue, únicamente con la ayuda y acompañamiento de otras personas se logra llegar al cambio y a la transformación de realidades individuales y sociales. Realidades que ante sucesos traumáticos provocan en la ciudadanía mucha incertidumbre, despersonalización, dolor, tristeza y desvinculación social. El espacio de intervención en grupo en procesos de duelo se caracteriza principalmente por reunir a personas que comparten la situación o experiencia de vida de estar elaborando dichos procesos tras sufrir la pérdida de un ser querido. Se trata de un espacio de respeto, de comprensión, de expresión emocional, en el que se aprende a poner nombre a los sentimientos y en el que la ayuda más importante que se recibe y se ofrece es el compartir experiencias con otras personas que están en la misma situación. En paralelo, estos grupos requieren de la guía y el acompañamiento de la acción profesional. En la intervención con estos grupos se generan procesos que motivan el engranaje colectivo de narrativas coherentes, que hacen a cada persona dignificar el significado de su historia. En concreto, a través de la intervención en grupos las personas dolientes avanzan y van experimentando los siguientes beneficios: • Prevención del aislamiento social. • Evitación del bloqueo al desarrollo social. • Disminución del impacto del duelo en el comportamiento humano. • Facilita la aceptación de la realidad y el dolor de la pérdida. • Ayuda a la adaptación a la vida sin el ser/objeto querido.

Además, en el grupo, la persona encuentra un espacio en el que se puede 42

expresar libremente y sin ser juzgada, compartiendo con personas que han pasado situaciones similares. De hecho, no existen dos procesos de duelo iguales, cada persona lo elabora a su manera lo que resulta un factor de dificultad añadida puesto que quizá lo que para una persona está sirviendo de gran ayuda, otra lo aplica y le hace retroceder en su proceso de duelo. Por eso es importante resaltar la necesidad de respeto como factor clave para que la intervención grupal sea efectiva. Se parte de que el duelo es un proceso único e individual que dependerá de las características y circunstancias personales de cada individuo por lo que cuando se participa en un grupo se espera compartir experiencias trágicas y personales que hacen que la persona se pueda distanciar del problema y ser más objetiva para tomar decisiones más positivas, desde otra perspectiva. Permite, además, que la persona en duelo reciba información y conocimientos sobre su situación de manos de otras personas que están viviendo o han vivido experiencias similares a la suya, pérdidas traumáticas que les han situado en los sentimientos y emociones más desoladoras. En conclusión, las personas a las que se les acompaña desde la intervención grupal, pese a los altibajos que caracteriza el proceso de duelo, relatan sentirse más fuertes, su sensación de control aumenta y mejora su capacidad para afrontar nuevas situaciones a las que se tienen que enfrentar. Perciben un aumento de su autoestima y del estado de ánimo positivo, de predisposición a la elaboración del duelo de una forma saludable. De hecho, al compartir lo más profundo de su experiencia desde la intervención dirigida por el profesional del Trabajo Social, es frecuente el establecimiento de vínculos con el resto del grupo a los que reconocen casi como familiares. Este vínculo ha de identificarse en el marco de la intervención, siendo importante que desde el inicio se conozca la fecha de cierre, el fin como grupo de ayuda, sólo así generará efectos terapéuticos. No obstante, las personas pueden y de hecho ocurre con frecuencia, continuar su relación fuera del mismo. Es un paso dado en la ampliación de la red de apoyo social.

Claves para la intervención con grupos En la intervención con grupos en procesos de duelo el Trabajo Social

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juega un papel fundamental. Es el profesional capaz de conocer y reconocer en todos y cada uno de los componentes del grupo, sus capacidades de afrontamiento y orientar, a partir de ellas, hacia una adecuada propuesta de actividades que facilite la elaboración de las tareas del duelo. Como indicaba Richmond (1917) en su libro Diagnóstico social, la intervención social debe ser premeditada, alejándose de la parcialidad, es decir, se debe entender como un engranaje de todas las teorías que subyacen a la persona y de su interacción con el entorno. Sólo conociendo su universo, percepción y reacción ante la pérdida es posible intervenir de una forma eficaz que facilite al grupo el tránsito por el proceso de duelo tras perder a un ser querido. En el marco de esta intervención grupal, se ha de tener en cuenta que las personas buscan más que nunca la validación de los demás, también del profesional. Por ello ocupa un lugar central la capacidad de reconocer en cada persona lo que está sintiendo, el impacto que la situación supone para ella, realizar una escucha activa y nunca juzgar las palabras ni los sentimientos de quienes nos están invitando a profundizar en lo más recóndito de su ser, de su experiencia. Desde la comprensión es posible facilitar la generación de otros recursos inherentes a su ser y a las personas que lo rodean. Es clave la tarea de saber reconocer sus fortalezas y mostrarlas para que las identifiquen como propias, acción que, sin duda, se ve reforzada desde el trabajo en grupo como muestra de validación social. El apoyo social es instrumental, emocional, de generación de estima, de vínculos, en definitiva un soporte de experiencias comunes. En general, este nivel la intervención desde los profesionales del Trabajo Social para el acompañamiento a los procesos de duelo se dirige a la consecución de los siguientes objetivos: 1. Prevenir el duelo patológico de las personas que acuden al grupo a través del apoyo social. 2. Permitir a las personas que han perdido seres queridos el reunirse de forma semanal para darse apoyo mutuo en una sesión guiada por un/a profesional del Trabajo Social. 3. Ofrecer un recurso externo a la persona en duelo, dándole la

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oportunidad de conocer a otras personas que están atravesando este proceso tras haber perdido también a un ser querido, compartiendo sus sentimientos y experiencias. 4. Proporcionar a las personas un espacio de comprensión en el que se les ofrece la oportunidad de aprender más sobre el duelo y comprender la forma en la que lo están elaborando.

Metodología de intervención con grupos de ayuda de personas en duelo En cuanto a la metodología que se sigue en esta intervención, destaca por su importancia la necesidad de iniciarse con el autocuidado del profesional. Antes de comenzar las sesiones grupales, antes de adentrarnos en cada historia social para así favorecer la sintonía con todas y cada una de las personas dolientes, el profesional ha de dedicar tiempo y técnicas para su propio autocuidado, de forma que se sitúe desde las mejores condiciones para su actuación profesional. Una vez en grupo, se hace una breve presentación de la tarea que se va a exponer ese día y del tema que va a protagonizar el comienzo de la sesión, resaltando siempre la frase de «os escuchamos». Cuando se ha focalizado el tema que abarca la sesión grupal, las personas comienzan a profundizar en el mismo de forma interactiva a través del grupo para continuar realizándoles algunas preguntas directivas, con el objetivo de sacar a la luz aquellas herramientas que se encuentran en cada persona y que el resto las conozca y reconozca, en muchas ocasiones interiorizándolas y haciéndolas propias debido a su utilidad. Así se establecen y fortalecen los vínculos relacionales entre las personas que se encuentran atravesando el proceso de duelo. La sesión se finaliza con un resumen diagnóstico de la misma, con el que se busca la validación del grupo para posteriormente continuar con las tareas de duelo la semana siguiente. Durante los días de la semana que el grupo no se reúne, se le dan una serie de pautas a sus componentes para continuar desde casa una misma línea de trabajo del duelo de cara a la sesión siguiente. Es un ejercicio del Trabajo Social controlado y riguroso, una 45

intervención específica en duelo a través de métodos expresivos: cartas, fotos, música, ejercicios con plastilina, con sal, etcétera. Estas técnicas no se utilizan todas al mismo tiempo, sino que dependerá de la decisión profesional, figura que evalúa el impacto que tendrá la tarea según el estilo de afrontamiento del proceso de duelo del grupo. En estos grupos de ayuda, el profesional del Trabajo Social invita a cada persona que asiste a compartir sus testimonios centrados de forma principal en el tema del duelo, evitando interpretaciones, consejos, juicios de palabras y de valores. Se comparten experiencias, sentimientos, emociones y pensamientos intrusivos con la finalidad de disminuir el dolor y poder ayudar al resto de componentes del grupo y ayudarse a sí mismos. La característica principal que permite una intervención social organizada es de forma indudable la experiencia compartida, lo que hace posible la comprensión y la comunicación en torno al tema del duelo, un tema tan tabú como experimentado por todas las personas que componen la sociedad. La coordinación y dinamización de estos grupos ha de recaer en un/a profesional del Trabajo Social. Se trata de una figura que trabaja para conocer previamente a los componentes del grupo, reconocer sus fortalezas y aquellos puntos más sensibles y tiene la capacidad de relacionar previamente aspectos que con posterioridad surgen durante el desarrollo del trabajo grupal. Para ello se realiza una entrevista previa con cada persona doliente, en la que se completa la historia de vida, centrándose en los aspectos que caracterizan la relación con la persona fallecida, la elaboración del duelo y en conocer su red de apoyo social, y la ficha social, en la que se establecen apartados específicos propios de la materia, destacablemente se señala una persona de contacto que suponga un apoyo en la actualidad, para recurrir en caso de que se considere necesario para trabajar en una misma línea. Con esta información se crea un mapa diagnóstico que nos permite guiar la intervención a través del grupo. Este mapa diagnóstico contempla aspectos del pasado, es decir, circunstancias de la muerte y aspectos relacionales del presente: posibles disociaciones, situaciones de 46

negación, evitación y los lazos emocionales que de las personas en duelo se desprendan y también de cara al futuro: ¿cómo va a afrontar su día a día con la ausencia del ser querido? ¿con qué red de apoyo social cuenta para elaborar su proceso de duelo? Partiendo de este mapa diagnóstico del grupo, podemos establecer qué tareas son las propias para favorecer el afrontamiento de la realidad y qué tareas serán beneficiosas para fomentar el apoyo grupal.

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4 Intervención tras las

pérdidas de seres queridos En este capítulo se describen distintas propuestas de intervención con personas en duelo tras pérdidas por: suicidio, larga enfermedad, accidente, muerte perinatal o infantil y COVID-19.

La pérdida por suicidio «La persona que se suicida no quiere morir, sólo quiere dejar de sufrir» (Carmen).

El problema social del suicidio es un fenómeno multifactorial y complejo. No existe un único factor que explique la conducta suicida, ni por tanto una receta exacta para prevenirlo. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2016 el suicidio fue la segunda causa de defunción en todo el mundo en el grupo de edad de 15 a 29 años. Resulta, por tanto, de interés profesional estar alerta ante las situaciones de riesgo presentes entre la población infantil y juvenil, especialmente vulnerables al impacto emocional, en mayor probabilidad si han sufrido acoso escolar, abusos sexuales o cualquier otro tipo de maltrato pudiendo incrementar el riesgo de conductas suicidas. Continuando con el conocimiento de esta realidad social, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y de la Sociedad Española de Suicidología (registrada en el Ministerio de Interior con el nº 60748) se observa un incremento general del número de personas que pierden la vida por suicidio en los últimos años, en concreto tomando como referente la ciudad de Málaga se puede constatar este incremento tal como se refleja en la siguiente figura.

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De hecho, Málaga junto con Lugo son las dos ciudades que encabezan la lista de suicidios en España. Cada suicidio se lleva consigo a familiares y seres queridos, que tras vivir el momento más trágico de sus vidas se sienten desorientadas, experimentando la culpa y otras emociones como la rabia, el miedo, la frustración, la vergüenza y el fracaso. Es en estos momentos cuando es fundamental la intervención de acompañamiento. Las familias afectadas necesitan de apoyo, atención psicosocial y visibilidad. De acuerdo con esta necesidad, este capítulo está pensado desde estas familias, por y para ellas. Según el observatorio del suicidio y las últimas estadísticas del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), de diciembre del 2019: – El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España, produciendo el doble de fallecimientos que los accidentes de tráfico, 13 veces más que los homicidios y 69 veces más que la violencia de género, siendo la principal causa de muerte en la juventud española de entre 15 y 29 años. – En 2018 han fallecido por suicidio 3.539 personas en España, 10 personas al día; una cada dos horas y media. Tres de cada cuatro han sido varones (2.619) y un 25% mujeres (920). – La OMS estima que, por cada suicidio, se ven afectadas alrededor

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de entre seis y ocho personas del entorno, los llamados supervivientes. – Las mujeres lo intentan tres veces más que los hombres, pero los hombres lo consuman tres veces más que las mujeres. – Sólo en lo que llevamos de siglo, en España se han producido más de 65.000 suicidios. En el mundo, el suicidio causa más muertes que las guerras y los homicidios juntos.

Las diferencias del duelo por suicidio de otros tipos de duelo son, la culpa irracional, la estigmatización social, los pensamientos reiterados e incluso obsesivos de el por qué, la ocultación y la vergüenza y la incomprensión por parte de la gente que te rodea. Nos encontramos ante un tema desconocido, en el que la ignorancia y la desinformación han construido una imagen social llena de prejuicios, ideas preconcebidas, etiquetas y falsas creencias que desembocan en dolor, confusión y mitos sobre el suicidio en relación a los supervivientes.

Aproximación a los supervivientes como personas usuarias Se considera superviviente o sobreviviente a una persona que ha perdido a un familiar, ser querido o allegado por suicidio. Son personas que se han visto arrolladas por una muerte repentina, inesperada y, en ocasiones, violenta (Range y Calhoun, 1990). A partir de la pérdida por este tipo de suceso, desde la intervención profesional, en concreto desde el Trabajo Social, es imprescindible centrar el foco de la actuación en quienes quedan y cuestionarnos ¿qué pasa con las personas que se quedan?, ¿con sus sentimientos, emociones y necesidades? Hablamos de supervivientes, porque la devastación inicial de la noticia de la pérdida, supone un shock traumático que la Asociación Americana de Psiquiatría comparó con el estrés que se produce tras haber vivido en un campo de concentración o un conflicto bélico. En pocas situaciones tan traumáticas como la de la muerte por suicidio se ofrece solidaridad y comprensión desde los primeros momentos. Existen múltiples evidencias de la poca atención que se les presta en todos los ámbitos a las personas que han sufrido una pérdida a causa de un suicidio. Los familiares necesitan hablar de lo que les ha

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ocurrido y están deseando contar su historia. La persona superviviente tiene que gestionar dos hechos que son psicológicamente devastadores: por un lado, la muerte inesperada de un ser al que ha querido y, por otro, soportar la omnipresente pregunta del porqué de esta muerte. Justamente en el «porqué de la muerte» está la diferencia fundamental entre suicidio y accidentes. Los familiares que sufren la muerte por suicidio nunca sabrán la repuesta a esta pregunta y, además, no suelen recibir el apoyo solidario de otras personas. En el proceso de duelo por suicidio, existen cinco preguntas que el Dr. Rocamora recoge para describir los pensamientos y emociones: 1. ¿Por qué me has hecho esto? Abandono. 2. ¿Podría haberlo evitado? Culpa. 3. ¿Qué pensarán de mí los demás? Vergüenza. 4. ¿Mi familia está «maldita»? Estigma. 5. ¿Qué sentido tiene mi vida? Autodestrucción. – La culpa, la vergüenza y el estigma son sentimientos y pensamientos que se dan en este proceso de duelo. A destacar la culpabilidad donde se recrean continuamente diferentes escenarios y cómo se podía haber evitado la muerte. – La culpa, el enfado y la decepción son los sentimientos predominantes en los familiares. – Los supervivientes se convierten en una población vulnerable.

Numerosos estudios sugieren que después de una pérdida por suicidio hay un alto riesgo de desarrollar un duelo complicado. Los supervivientes tienen un riesgo más elevado de padecer síntomas de Trastornos por Estrés Postraumático (TEPT) en un 36% de los casos, y puede convertirse en crónico en un 40% de los casos. El duelo complicado puede estar asociado a un mayor riesgo de padecer cáncer, hipertensión, problemas cardíacos, ideación suicida, presencia de más comportamientos nocivos para la salud, como el tabaquismo y el alcoholismo. La probabilidad de duelo complicado en población de supervivientes por suicidio puede situarse en más del 40% lo que supone el doble de la 51

frecuencia observada en la población general (10-20%). A continuación, se recogen los derechos y deberes que las personas supervivientes de suicidio, a partir de sus demandas manifiestas y no manifiestas, proponen para la consideración de todos. Los supervivientes tienen derecho: 1º) A expresar sus sentimientos y emociones cuando lo necesiten y el tiempo que necesiten. 2º) A saber la verdad acerca del suicidio, a ver el cuerpo de la persona fallecida y a organizar el funeral o despedida respetando las propias ideologías y rituales. 3º) A considerar el suicidio como el resultado de varias causas interrelacionadas que producen un dolor insoportable para la persona fallecida por suicidio: el suicidio no es una elección libre. 4º) A vivir en su totalidad, conviviendo con la alegría y la tristeza, libre de cualquier estigma o juicio. 5º) A tener una vida privada respetada y mantener el respeto hacia la vida la de la persona fallecida. 6º) A encontrar el apoyo en familiares, amigos y profesionales de la salud que tengan conocimiento y comprensión sobre el proceso de duelo. 7º) A ponerse en contacto con el médico o el cuidador que atendió a la persona fallecida. 8º) A no ser considerado como un candidato al suicidio o como un paciente. 9º) A ofrecer la propia experiencia de superviviente al servicio de otros supervivientes y cualquiera que desee comprender mejor el suicidio y el duelo por suicidio. 10º) A no ser como antes: hay una vida antes del suicidio y una vida después.

Estrategias para la intervención en duelo tras la pérdida por suicidio En primer lugar, el profesional ha de conocer y saber identificar los falsos mitos sobre el suicidio para poder realizar de manera adecuada la 52

intervención individualizada y con grupos, alejándose de las falsas creencias que en ocasiones comparte la sociedad. Entre ellas destaca la idea de que si en una familia ha habido más de un suicidio se tiende a pensar que es hereditario, cuando no existe demostración científica de que el suicidio se herede. El dolor por una pérdida de este tipo y sus circunstancias pueden causar duelos complicados, culpa y responsabilidad sobre la muerte que pueden derivar en duelos patológicos y enfermedades mentales. Es indispensable hablar y abordar el duelo para reconducir esos sentimientos; reconciliarse con la pérdida y las circunstancias que la rodearon. La posible predisposición se puede establecer al sufrimiento de alguna enfermedad mental que tenga como síntoma los impulsos suicidas (destacando la depresión mayor, el trastorno bipolar y la esquizofrenia). También como profesionales debemos huir de todas las evaluaciones vacías. Nos debemos centrar en la persona doliente ahora y en su elaboración del duelo, alejándonos de valoraciones que traten de reducir la conducta suicida a la valentía o cobardía de la persona que tanto sufría. El etiquetado por esa cualidad genera un valor simplista, lo que puede ocasionar mucho sufrimiento al superviviente. Los supervivientes, en su reflexión sobre la persona fallecida, tienen en común que ésta presentaba (de forma manifiesta o no manifiesta) un estado de desesperanza, sufrimiento y a lo que se llama «visión túnel», sin encontrar solución a su malestar. Otro de los aspectos que componen la falsa representación social sobre el suicidio viene dado por la comorbilidad con enfermedades de salud mental. Las personas tienden a pensar que, para llegar al punto de finalizar con su vida, la persona debe presentar una enfermedad mental de fondo, cuando se trata de un dato que se aleja de la realidad. Como profesionales tenemos que tener presente que no todas las personas que mueren a causa del suicidio son enfermos mentales ni todas las personas que sufren una enfermedad mental intentarán suicidarse. De los testimonios manifiestos por las personas supervivientes, se concluye la gran variedad de perfiles que lo consuman siendo la única cuestión común en el suicidio la existencia de un gran sufrimiento emocional. Otro de los aspectos a abordar es la falsa creencia de que se podía haber evitado, acompañada de la culpa. Es común que las personas 53

supervivientes, al analizar lo sucedido, piensen que podrían haber hecho mucho más y que podrían haberlo evitado. Se sabe que los profesionales a veces no son capaces de detectar indicadores de conducta suicida, debido al tabú acerca de este tema por lo que son personas sin conocimientos previos sobre suicidio. El grado de ocultación de la ideación suicida por sufrimiento, dolor o vergüenza, en ocasiones con el fin de evitar el rescate, impide la detección y la posibilidad de prevenir el suicidio. Es por eso que se hace tan necesario dar a conocer y prevenir el problema social del suicidio. Nos encontramos ante una realidad, de la que parece que, si no se habla, no existe. Se cree, además, de manera equivocada, que el dar visibilidad al suicidio generará un efecto contagio. Los medios son reacios a hablar del tema por temor a generar un efecto contagio (efecto Werther). Se sabe que hablar en general del suicidio en los medios de comunicación, de manera razonada y constructiva, es decir, ofreciendo recursos, dando a conocer los mitos o falsas creencias, los factores de riesgo y de protección puede ayudar a las personas a encontrar alternativas a la situación en la que se encuentran. Las personas supervivientes manifiestan su creencia de que no volverán a reír o a disfrutar de ningún momento en la vida. El impacto de la pérdida genera este tipo de pensamientos invadiendo un estado de tristeza y desesperanza hacia la  vida y hacia el entorno. La experiencia de la intervención muestra que, durante un tiempo, diferente en cada duelo y con la ayuda necesaria, el superviviente irá aprendiendo y transitando por la realidad que está experimentando. A modo de resumen, se detallan a continuación diferentes claves prácticas que pueden orientar la intervención con supervivientes, tanto a nivel individual como grupal: Intervención desde el respeto. Indagación relevante para el diseño de la intervención terapéutica. Huir de detalles morbosos o irrelevantes. Centrarnos en el momento presente, en la persona doliente AHORA. Dignificar a la persona fallecida: tratarla por su nombre.

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Evitar generalizaciones. Tratar a cada persona usuaria como única e incomparable.

La pérdida por largas enfermedades «Todo cuidador será en algún momento de su vida un ex cuidador.» Jaques Selmés

En el año 2019, el porcentaje de personas mayores de 65 años en España se sitúa en torno al 19,4% (población total: 46.934.632 personas, según el Instituto Nacional de Estadísticas). El sexo femenino es el que más prevalece en este colectivo, habiendo un 32,9% más de mujeres ancianas que de hombres, lo cual se debe a que hay una mayor tasa de mortalidad en hombres durante todas las etapas de la vida. Cuando estas personas se encuentran en situaciones de dependencia, o en el camino hacia la dependencia, demandan cuidados de personas, en ocasiones familiares, allegados o profesionales. Si algo tienen en común todas estas personas cuidadoras, es que algún día serán ex cuidadores, es decir, acompañan a las personas en los últimos momentos de sus vidas por lo que algún día tendrán que experimentar la pérdida de la persona cuidada. «La muerte es parte de la vida y vamos a intentar aceptarla tal como llega.» (Yolanda)

Para los ex cuidadores resulta especialmente complejo afrontar el vacío en el que les sitúa el fallecimiento de la persona dependiente. Por una parte, está el vacío por la pérdida del familiar/allegado al que quieren y cuidaban y, por otra parte, también se encuentran ante la necesidad de llenar el tiempo que antes estaba cargado de ocupaciones casi permanentes por las tareas del cuidado. De estas afirmaciones se deduce que las personas ex cuidadoras se tienen que enfrentar al proceso de duelo por la pérdida del familiar y además tienen que redefinir su propia identidad. Han vivido muchos años siendo «cuidadores/as», y esos cuidados y atención de la persona dependiente de alguna forma los ha llevado a aislarse de sus círculos sociales, y a tener que renunciar a sus proyectos personales y profesionales. 55

El cuidador o cuidadora informal o principal es una persona que con frecuencia ayuda en el contexto doméstico, invirtiendo grandes cantidades de tiempo y energía durante meses o años, tienen un elevado compromiso por su labor, caracterizada por el afecto y la atención sin límite de horarios, asisten a la persona dependiente en actividades básicas e instrumentales de forma no remunerada. Por desconocimiento general y falta de autocuidado, hay que destacar que el familiar, en el momento que empieza a desempeñar el rol de cuidador/a, no es consciente de las responsabilidades reales que asume, del impacto que va a tener sobre él o ella, del tiempo que va a durar la situación, ni tampoco de la dedicación y energía progresiva que requerirá en la tarea de cuidado. Existen dos tipos principales de actividades de las que se encargan los cuidadores/as. Por un lado, las actividades básicas de la vida diaria, las centradas en aspectos de autocuidados y movilidad de la persona enferma (comer, vestirse, trasladarse, etc.). Por otra parte, las actividades instrumentales del día a día, que se centran más en adaptar a la persona a su entorno (cocinar, hacer la compra, control de la medicación, etc.). A partir de estas actividades, el cuidador/a irá sustituyendo a la persona dependiente en la realización de sus funciones a lo largo del proceso de enfermedad, en el que se van a ir perdiendo progresivamente facultades tanto físicas como mentales. Según el INE, en España, el perfil de cuidador debería definirse más bien como el perfil de cuidadora. Esta función suele recaer en una mujer, de entre 45 y 64 años, con parentesco familiar con respecto a la persona enferma y que comparte domicilio con la persona dependiente. En un 77,2% de los casos se trata de cuidadoras permanentes. En el 85% de los casos, son mujeres con estudios primarios y sin un trabajo remunerado. No obstante, debido a la mayor prevalencia de la mujer en el mercado laboral, cada vez se dan más casos de la inclusión de los hombres en este perfil de cuidador. Ser cuidadora de una persona dependiente, implica en muchas ocasiones que la persona cuidadora invierta una parte muy importante de su jornada en ello. Se trata de tareas que implican mañana, tarde y noche, y en más de un 70% de los casos son cuidadores permanentes. Cuando la persona dedica tal cantidad de tiempo a desempeñar esta labor, se 56

predice que su tiempo de ocio, así como otros factores se verán considerablemente afectados. Numerosos estudios coinciden en que el papel de la persona cuidadora entraña un riesgo de pérdida de empleo o dificultades para acceder a uno, lo que a su vez puede afectar no sólo a su nivel económico, sino a su autoestima y realización personal. Todo ello, sumado al gran desgaste físico y mental que implica ser cuidador o cuidadora, puede traer consigo trastornos de salud mental, disminución en la respuesta del sistema inmunológico, un mayor riesgo cardiovascular, presión arterial alta e interrupciones en el sueño. Actualmente sabemos que el desarrollo de determinados trabajos puede implicar la posibilidad de sufrir ciertos accidentes o enfermedades laborales. Sin embargo, no existe aún una adecuada conciencia, a nivel preventivo y de aceptación en cuanto a los riesgos laborales psicosociales, que pueden resultar de igual manera muy perjudiciales para la salud del profesional. Existe una patología denominada «síndrome de burnout», en castellano «síndrome de estar quemado o síndrome de estrés laboral asistencial». Este síndrome podemos encontrarlo en personas que en su labor diaria están en contacto con condiciones psicosociales nocivas, como pueden ser trabajos de «servicios humanos» o de «servicios a la comunidad», por tanto, en el caso de los cuidadores y cuidadoras de personas dependientes, puede darse fácilmente. El término es empleado por primera vez por el psiquiatra Herbert Freudenberg en 1974. Él trabajaba en el servicio de urgencias de drogadicción y usó este concepto con el siguiente significado: «es como cuando un sujeto se enfrenta a un muro y se da cuenta de que sus metas establecidas son imposibles de alcanzar».

Duelo en personas cuidadoras principales A lo largo de esta obra se han explicado las diferentes etapas del proceso de duelo que suelen experimentar las personas tras sufrir la pérdida de seres queridos. Pero debemos tener en cuenta que por muy ilustrativo o útil que sea el identificar estas etapas, más importante resulta aún no olvidar que el proceso de duelo siempre se vive de forma individual y

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única, ya que no existen dos personas iguales, ni tampoco dos cuidadores iguales, así que cada persona y cada cuidador experimentará su duelo a su propia manera y a su propio ritmo, al igual que necesitará de su tiempo y hacer uso de sus propios recursos emocionales para elaborar su propio proceso de duelo. A diferencia del duelo normal, cuya intensidad disminuye con la predisposición al cambio del doliente durante el paso del tiempo, el duelo anticipado, característico de las personas que han estado cuidando a personas dependientes o con graves enfermedades, puede aumentar o disminuir en su intensidad cuando la muerte parece inminente, cuando llega el día del fallecimiento. En algunos casos, sobre todo cuando la muerte esperada se prolonga en el tiempo, el duelo anticipado llega a extinguirse y el individuo expresa pocas manifestaciones agudas de duelo cuando la pérdida se produce. Las características del duelo en el caso del cuidador/a de la persona enferma dependiente, son especiales por tratarse de enfermedades de curso progresivo y habitualmente durante largos periodos, lo que hace que el duelo resulte de carácter previo. En relación con el proceso de duelo por la pérdida de un ser querido como consecuencia de una enfermedad crónica como, por ejemplo, la demencia o la enfermedad de Alzheimer, los familiares y en especial los cuidadores comienzan a vivir y a experimentar el duelo antes de que el familiar fallezca. Como señala el psiquiatra, Julio Zarra: «el duelo anticipatorio es como si el cuidador velara al familiar enfermo en vida»; ya que, debido al deterioro progresivo resultado de la enfermedad, al cuidador le toca vivir el deterioro físico, mental y emocional del familiar enfermo. Este duelo anticipado presenta fases distintas al proceso de duelo convencional. Durante la fase inicial o leve, la persona cuidadora se va adaptando a una nueva situación, a adoptar un nuevo rol dentro de su familia (el de cuidador/a). Cuando el enfermo/a se encuentra en etapas moderadas, el cuidador/a inicia un proceso de pérdida al producirse un deterioro de las capacidades de la persona enferma, especialmente su progresivo aislamiento emocional, que altera y transforma la relación entre ambos; durante la fase grave de la enfermedad, cuando la demencia está avanzada, aparecerá la conciencia de pérdida, que supone el inicio 58

del proceso de duelo. Es por eso que la persona cuidadora va afrontando de forma progresiva la pérdida de su ser querido tal como lo conocían. Va percibiendo cómo su ser querido se va convirtiendo en una persona «extraña», hasta llegar un momento en el cual la persona a la cual cuida es «irreconocible» para ellos mismos. Lo más doloroso de este proceso, manifestado por las propias personas dolientes, es que para la persona cuidadora el familiar enfermo al cual no reconocen continúa siendo el padre, la madre, el abuelo, el esposo o la esposa, al que aman y cuidan durante años y años. Por este motivo, afrontar este duelo anticipado para los cuidadores, es un proceso duro y complejo que puede incluso derivar en un sufrimiento mayor que la propia muerte del familiar. No sólo por los posibles sentimientos negativos de rabia, negación y la depresión que les genera el tener que aceptar que han perdido al familiar, quien no volverá a ser el que era antes de la enfermedad, sino también por el estrés y el desgaste físico y emocional que desencadena en los cuidadores las tareas de atención y cuidado. Teniendo todo ello en cuenta y de forma general, los factores que tienden a dificultar la elaboración del duelo anticipado son: – La no aceptación de la enfermedad ni de su avance. – La sobrecarga del cuidador/a. – La carencia de herramientas y recursos propios de afrontamiento por el tipo de personalidad del cuidador/a. – La incapacidad para pedir ayuda para compartir los cuidados. – El no saber poner límites. – La falta de recursos de apoyo social.

A pesar de lo doloroso que pueda llegar a ser el vivir, aceptar y afrontar el fallecimiento de un ser querido que ha padecido una enfermedad grave o crónica como son el cáncer o el Alzheimer, las personas cuidadoras suelen tener la certeza que una vez fallecido el familiar al que cuidaban, encontrarán una especie de liberación interna y externa, que podrán volver a retomar sus vidas donde las habían dejado, o que ya podrán tener el tiempo suficiente para dedicarse a sí mismos y a sus proyectos.

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En definitiva, los cuidadores suponen que tras la muerte del familiar podrán reconstruir sus vidas y recuperar en alguna medida el tiempo que han dedicado a cuidar; sin embargo, no suele suceder de esta forma. Muchos cuidadores después de la muerte de su ser querido suelen experimentar una tristeza profunda, estando presente de nuevo la culpa, el pensamiento recurrente sobre si pudieron haber hecho más por su familiar o allegado enfermo. De hecho, en numerosas investigaciones se pone de manifiesto que la mayoría de los ex cuidadores reconocen sufrir un fuerte estado de ansiedad, al no encontrarse preparados para afrontar la pérdida, llegando a asegurar, sin dudarlo, que volverían a cuidar a su familiar. Entre las claves de la intervención con las personas cuidadoras en duelo, nos gustaría destacar: Fomentar el autocuidado físico y psicológico de la persona cuidadora. Trabajar la identificación de sus propios recursos emocionales. Fomentar el autoconocimiento de la persona. Asimilación de la pérdida. Identificar pensamientos recurrentes como: «podría haber hecho más…» y la aceptación de los mismos. Trabajar en la línea de la gratitud hacia los cuidados que ha prestado y el tiempo compartido con el ser querido. Reconstruir sus vidas, su nuevo yo.

Las pérdidas perinatales e infantiles «Él, rubio como el sol, tranquilo como el mar en calma, sonriente y feliz dijo aquí estoy, por entonces no sabía que se convertiría en “El ángel de la eterna sonrisa”.» (Chary)

La necesidad de dedicar parte del libro al abordaje del duelo infantil/perinatal se hace patente debido a la cantidad de personas que, año tras año, se ven afectadas por este tipo de pérdidas, encontrándose 60

desorientadas y presentando la necesidad de ser apoyadas y acompañadas en su proceso de duelo. En nuestra sociedad la muerte sigue siendo un tema tabú, aunque sea «esperada», «natural» o como comúnmente se entiende, «por ley de vida» o «aceptable» como consecuencia de una enfermedad. Se prefiere no hablar, ni nombrar, dirigiéndonos hacia ella con expresiones como «se ha ido», «se ha marchado», «nos ha dejado» y así un sinfín de sinónimos para decir algo tan natural y sencillo como «se ha muerto». En este contexto, cuando además se trata de la pérdida de un hijo sea de la edad que sea, sea en el momento que sea como sería la muerte perinatal, es algo que, de entrada, es contranatural al ser una experiencia que racionalmente genera un rechazo en nuestra mente. Imaginemos cómo en líneas generales las personas suelen dirigirse a esos padres que acaban de perder a un hijo… no se sabe qué decir. De hecho, la Real Academia no tiene definición para unos padres que pierden a un hijo. Si pierdes a una pareja eres viudo/a, un hijo/a que pierde a sus padres se identifica como huérfano/a, pero unos padres que pierden a un hijo/a ¿cómo se llaman? No tienen nombre, no hay definición. Cuando se habla de duelo perinatal, se está refiriendo al dolor que experimentan los padres después de la muerte del bebé durante el embarazo, abortos espontáneos o embarazos ectópicos, pérdidas durante el parto… son muertes neonatales o pérdidas en el primer año de vida (incluiríamos las muertes súbitas, muertes por accidentes, muertes por enfermedades, etc.). Desgraciadamente, situaciones que afectan a muchas familias y para las que ninguna persona está preparada, por eso en ocasiones requieren de ayuda psicosocial para poder elaborar su proceso de una forma sana. Perder a un hijo que está por nacer, un hijo durante el nacimiento o a un recién nacido, en definitiva, perder un hijo supone un terrible shock para los padres. Además del daño que causa la pérdida, sientes que la vida se ha parado porque tienes que dejar a un lado todos los planes creados y se ven obligados a retomar su vida, a un ritmo acelerado, una vuelta a la rutina como si nada hubiese pasado, cuando su vida ya no volverá a ser la misma, ni la persona doliente volverá a ser la misma. Todo ello resulta angustioso, confuso y enormemente doloroso. 61

En la mayoría de los casos son muertes inesperadas, incluso aparecen sentimientos de culpa especialmente cuando las causas de la pérdida no son claras o cuando se ven «obligados a tomar la decisión de tener que impedir seguir adelante con el embarazo». A menudo, la culpa está muy presente en este proceso de duelo, los padres y madres pueden sentir que han hecho algo mal o que se les han pasado por alto detalles importantes que finalmente han desembocado en la pérdida de su bebé. Todas estas situaciones pueden generar depresión y estrés postraumático, que suele verse reflejado en las distintas áreas de la vida de las personas que viven estas experiencias. Un dato esperanzador del desarrollo resiliente de este duelo es que aproximadamente un 75% de los padres que sufren este tipo de pérdida vuelven a tener otro bebé, aun cuando experimentan gran ansiedad y miedo durante todo el proceso de embarazo. La falta de apoyo y comprensión social se vuelve común en estas situaciones. Las personas del entorno y conocidas, generalmente, prefieren no hablar de la pérdida ni del sufrimiento. En muchas ocasiones, ni las personas del entorno, las que más quieren o aprecian saben qué decir. No saben elegir las palabras adecuadas a las circunstancias, sólo piensan «si a mí me hubiese pasado me muero» y es ese pensamiento el que impide que salgan las palabras generando ese silencio que tan doloso resulta para las madres y padres afectados. Cuando un bebé muere intraútero, los padres, y quizás más las madres, tienen que enfrentarse a una situación que nunca se habían planteado; parir a su bebé sin vida. Aunque la mayoría de las madres tiene una reacción inicial de no querer pasar por un parto vaginal, más si son primerizas, tiempo después del parto ellas se sienten realizadas por haber parido a sus hijos. De forma general, el parto vaginal es lo más recomendable siempre y cuando la vida de la madre no esté en peligro. El parto vaginal otorga un tiempo a los padres para comenzar a hacerse a la idea de que su bebé ha muerto, evita todo lo que supone la recuperación de una cesárea y también posibles problemas para partos futuros, ya que el índice de muerte perinatal aumenta si anteriormente se han sufrido cesáreas. Hay investigaciones que demuestran que es mejor para los padres tener un tiempo de espera entre el momento en que reciben la noticia y el momento en que se induce el parto, siempre si la 62

situación clínica de la mujer así lo pueda permitir. Como profesionales, podemos informar de que este tiempo facilita asimilar la pérdida y organizarse si hay más hijos, avisar y hablar con la familia, decidir sobre cómo quieren que sea el parto y la despedida de su bebé. Cabe señalar que también existen investigaciones que han obtenido resultados contrarios señalando que la espera puede ser peor. Aun así, desde el plano profesional siempre es recomendable que los padres reciban la información y el apoyo adecuados para ayudarles a tomar decisiones, para facilitar que sea una decisión muy personal a partir de toda la información posible. Lo importante es que se sientan informados y partícipes del parto. Aunque el/la bebé haya fallecido sigue siendo su parto y su hijo/a deseado, tiene su nombre, su vida, su momento de concepción, su desarrollo dentro de la madre, sus signos de vida, su ser… aunque finalmente no pueda desarrollar una vida como se deseaba. La muerte perinatal es la que se produce de forma intra o extrauterina, desde la semana 28 de embarazo hasta el séptimo día del nacimiento del bebé, agregando que esta cifra va en aumento y que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la muerte se considera como la ausencia de señales de vida, el bebé no reacciona ante ningún estímulo, es decir, ni respiratorio, muscular u otro que el equipo médico considere pertinente en cada caso. El 97% de las muertes fetales ocurren en países en vías de desarrollo, los cuales presentan una prevalencia del 3%. En los países desarrollados la prevalencia es  menor, del 1%. Cada año se producen en todo el mundo 3,9 millones de muertes fetales aproximadamente. Se calcula que alrededor de uno o dos millones de muertes quedan sin cuantificar debido a la dificultad de medir la prevalencia, especialmente en aquellos países en los que el acceso a la asistencia sanitaria es deficitario. Según la OMS, se definen tres modalidades de muerte perinatal, muertes catalogadas por una característica específica según la edad gestacional y el peso del bebé al nacer. La primera de ellas es la mortalidad perinatal I donde se clasifican las que se presentan a partir de la semana 28 de gestación hasta el séptimo día del nacimiento con un peso en el feto de 1.000 a más gramos, se encuentra también la mortalidad perinatal II donde se comprende la muerte del feto desde la semana 22 de embarazo hasta los 28 días del nacimiento con un peso en el feto de 500 gramos y, 63

por último, la mortalidad perinatal III son los fetos muertos entre la semana 22 de gestación o peso mayor a 500 gramos hasta el séptimo día del nacimiento.

Estrategias de abordaje ante el duelo perinatal Tras la pérdida de un bebé se desarrolla un proceso de duelo por muerte perinatal, comprendido como el fallecimiento del neonato desde la semana 28 de gestación hasta el séptimo día de nacido (Díaz y Pastor, 2014). En general, el duelo perinatal se entiende como un proceso por el cual el individuo experimenta un cambio en su vida, el cual no es deseado ni esperado, afectando a todas las áreas de las vidas de las personas que sufren la pérdida, a sus proyectos, metas y aspiraciones que se tienen de futuro y que posiblemente continúen en curso. Antes de pasar a la descripción de las fases que pasa un doliente por pérdida perinatal e infantil, es fundamental establecer una descripción de las pautas sobre cómo dar la noticia, ya que es un momento crucial en el inicio del desarrollo del proceso de duelo. Se trata de una de las noticias más duras que se le puede dar a unos padres, noticia que sin duda impactará en ellos para romperlos en pedazos, dejando a personas desoladas, incrédulos y en shock del dolor tan enorme que están experimentando. De hecho, podemos afirmar que la forma, la manera de abordar el tema por primera vez, tendrá una gran importancia para la sana elaboración del duelo (Santos, Yáñez y Al-Adib, 2015). Resulta fundamental que el ambiente donde se les vaya a notificar la noticia a la madre o a los padres del bebé sea un espacio adecuado, sin ruido, donde se puedan sentar, reposar, hablar acerca de los detalles de la muerte y todas aquellas preguntas que tengan con respecto a la muerte del bebé. De igual manera es necesario respetar la despedida que quiera tener la madre, padres y familiares con el cuerpo del bebé, dándoles toda la información que tengamos en nuestro conocimiento, generándoles la tranquilidad de tomarse el tiempo necesario para realizar los rituales que conllevan la despedida de su bebé. Al mismo tiempo, la persona profesional debe ser muy humana, pues resulta ser el encargado de dar la noticia más dura que esas personas van a recibir. Se debe generar un ambiente de respeto, amabilidad,

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tranquilidad y serenidad para la madre y el padre del bebé, en la cual puedan tener su espacio, desahogar sus emociones, sin ningún tipo de presión, de prisa y recibiendo el apoyo de sus seres queridos siempre y cuando así lo demanden (Santos, Yáñez y Al-Adib, 2015). A partir de la experiencia en estas intervenciones se constata que las familias que utilizan sistemas de comunicación abiertos y eficaces y facilitan la coparticipación de los sentimientos, tienen mayor probabilidad de llegar a una mejor y pronta adaptación respecto a otras que aplican en cambio un modelo de evitación, negación o de supresión de sentimientos. Entre las reacciones comunes que presentan madres y padres que han perdido a un hijo/a se encuentran: 1. La promesa de no olvidar nunca al hijo/a: lucha por tenerlo presente de otra forma. 2. El deseo de morir: identificándose en los primeros momentos, al recibir la noticia. 3. Una revitalización de las creencias religiosas: las personas creyentes suelen experimentar un punto de inflexión con respecto a su fe. 4. Un cambio de valores: las personas actualizan su escala de valores tras sufrir la pérdida, una vez que desarrollan la etapa de asimilación de la muerte del ser querido. 5. Una mayor tolerancia: tras sufrir el golpe más duro de sus vidas, las personas desarrollan la tolerancia ante otras situaciones complejas a las que se tienen que enfrentar. 6. Sombra del duelo: la persona no vuelve a ser la misma, la acompaña la sombra de la pérdida, que se puede transformar en el recuerdo en positivo del ser querido.

Estas seis experiencias comunes a todos los padres que han perdido a un hijo/a, se dan en la mayoría de los procesos de estos duelos. Se trata de pautas modales de respuesta que representan aspectos naturales de su alta complejidad. Destaca un último aspecto a tener en cuenta en el desarrollo de estos procesos. Es fundamental conducir a las personas que viven estas

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experiencias a entender que si tienen más hijos, éstos no pueden ser hijos de padres tristes, comprometiéndoles a que la sombra del duelo no les impida compartir y favorecer el desarrollo de aquéllos. Por todas estas circunstancias, las personas dolientes por pérdidas perinatales e infantiles buscan ayuda profesional, especialmente cuando se sienten desbordados por la culpa, sentimiento protagonista en estos procesos de duelo. La culpa nace de la falsa capacidad de control que las personas adquirimos durante nuestro desarrollo. Mientras más pensemos que podemos controlar todos los aspectos de la vida, mayor será la culpa cuando suceda algo imprevisto, una situación dolorosa que marca a la persona de por vida. Otro sentimiento común es la falta de comprensión por el entorno social, se hace compleja la capacidad de tolerancia que deben desarrollar para escuchar consejos y opiniones de personas del entorno mientras elaboran su duelo. A modo de resumen, como claves a tener en cuenta en la intervención con personas en proceso de duelo perinatal e infantil, se pueden señalar: Hablar del bebé por su nombre. Evitar la devolución de falsa empatía. Darle el valor que merece la vida del bebé. Escucha activa para identificar demandas. Realizar ceremonias de despedida. Intervención directiva, desde la experiencia práctica. Identificar las tareas pendientes en el duelo. Centrarnos en el momento presente, en la persona doliente AHORA. Evitar consejos generalizados.

Las pérdidas por accidentes La pérdida por cualquier accidente, como su propio nombre indica, es algo  que se produce de forma repentina e inesperada, que afecta a la rutina de todo el que lo sufre. Estas dos características, provocan que la

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asimilación de la pérdida sea más difícil, más compleja y que probablemente va a provocar secuelas psicológicas en las personas dolientes. Los accidentes, ya sean de tráfico, laborales, ahogamientos, negligencias médicas, etc., se caracterizan por ser hechos traumáticos que cuando desembocan en pérdidas de seres queridos, pueden conllevar la aparición de trastornos psicológicos (desde duelo complicado, trastorno de estrés postraumático, depresión, ansiedad, hasta patologías como trastornos neuróticos, trastornos permanentes del humor, entre otros). Cuando nos comunican que algún ser querido ha sufrido un accidente, lo primero en lo que pensamos es en el daño físico que ha sufrido esa persona; es decir, si estará bien, si podrá moverse, seguir caminando, etc. Cuando los equipos sanitarios informan que la víctima o víctimas han fallecido, la persona sufre un shock, iniciándose la primera etapa del proceso de duelo. En esos momentos, las personas dolientes se cuestionan cómo se ha producido el accidente, cuales han sido las circunstancias, cómo le ha podido pasar eso, por qué a ellos… Son circunstancias repentinas que sitúan a estas personas ante una gran vulnerabilidad, todas estas variables son relevantes a la hora de hablar de las secuelas durante el proceso de duelo, ¿existen? ¿serán distintas en función de cómo haya sido el accidente? En estas ocasiones, la práctica con personas que han perdido a seres queridos por un accidente pone de manifiesto que en la elaboración de su proceso de duelo ha resultado crucial el contar con un buen  apoyo familiar y social para poder seguir adelante, dejando de lado las características del accidente en sí. Generalmente, tras un tiempo prudencial que los profesionales necesitan para identificar las causas del accidente, las personas dolientes cuentan con la información suficiente sobre las circunstancias y características del momento en el que se produjo el fallecimiento. Este hecho puede otorgar una dosis de tranquilidad durante el proceso de duelo, aunque no siempre es así. Hay casos que tardan años en resolverse, víctimas que fallecen sin que se conozcan del todo los culpables o las causas del accidente. Esto genera mayores dificultades en 67

la elaboración del duelo, se identifican tareas sin resolver que no permiten el avance del proceso. Aun teniendo esto en cuenta, la intervención desde el Trabajo Social se centra en el momento presente y en que la persona doliente sea capaz de recordar en positivo a su ser querido, favoreciendo que el propio momento del accidente pase a un segundo plano. Lo importante no es el cómo ha fallecido una persona sino cómo vamos a recordarla a partir de ahora. Las  personas en duelo por pérdida de seres queridos en accidentes, pueden padecer a corto, medio y largo plazo, sintomatología ansiosa, problemas de sueño, miedo, dificultad para concentrarse y poder trabajar o estudiar, sensación de indefensión, irritabilidad, hipervigilancia o respuestas exageradas de sobresalto, fobia a los coches, al mar, al lugar donde se ha producido el accidente, o incluso a otros medios de transporte que estén relacionados con el accidente. Todos estos signos, pueden considerarse normales durante las primeras semanas, pero deben llamar la atención del profesional como alerta, si pasadas 6-7 semanas desde que sucedió el accidente, siguen presentes e incluso se han recrudecido, siendo un posible síntoma de desarrollo de un duelo complicado. La forma de elaborar el proceso de duelo, el impacto emocional y las secuelas, como hemos mencionado anteriormente, no será la misma en todas las personas y variará en función de las consecuencias, ambientales y sociales, que haya tenido el accidente en la víctima. Por ejemplo, si en ese accidente la víctima ha perdido a un ser querido, al ocurrir de manera repentina e inesperada, la superación y el duelo de  esa pérdida, seguramente sean más complicados y las secuelas, más graves. A esto se le añaden las variables de implicación en el accidente, edad del fallecido, relación con la víctima, sensación de culpabilidad, etcétera. Es importante prestar atención a las secuelas psicológicas en la elaboración sana del duelo desde el primer momento en el que el doliente tiene conocimiento del accidente y fallecimiento de su ser querido. Una adecuada atención y acompañamiento de las mismas, puede evitar sufrimiento a la persona doliente y aportarle herramientas para una buena gestión de la situación. Las personas afectadas psicológicamente después de un accidente deben saber que tienen derecho a recibir terapia 68

psicológica y a reclamar no sólo los gastos de la terapia sino una indemnización por daños y perjuicios en caso de lesiones temporales o secuelas.

Estrategias para la intervención ante el duelo por accidentes «No se trata de evitar el sufrimiento sino de aprender a integrarlo en tu historia de vida como un capítulo más que te ha llevado exactamente a dónde estás.» (Mª del Mar)

Intervenir con personas en duelo tras haber perdido a su ser querido en un accidente es una situación que requiere de experiencia, sobre todo cuando hablamos de gestionar los factores que se conjugan en la situación. Los dolientes no encuentran respuesta al cómo le ha podido suceder eso a su ser querido, cómo se lo han podido arrebatar de esa manera, de la noche a la mañana, de una forma tan desoladora. En esos primeros momentos, de la experiencia se denota que como profesionales debemos: Servir de muro de contención en los primeros momentos. Acompañar a la persona doliente, si nos lo pidiera, a reconocer el cuerpo de la persona fallecida. Respetar los silencios terapéuticos y emociones presentes desde el primer momento de shock. Trabajar el sentimiento de culpa. Tratar a la persona fallecida por su nombre. No hacer preguntas que puedan suscitar pensamientos intrusivos. Alejarnos de datos sobre cómo se produjo el fallecimiento. Identificar las puertas que nos va abriendo la persona doliente. Atraer a la persona doliente hacia el momento presente. Fortalecer la red social de apoyo más cercana. Fomentar ceremonias de despedida que ayuden a la asimilación

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de la pérdida.

Las pérdidas en tiempos de COVID-19 Como se ha venido señalando hasta el momento, la muerte de un ser querido pone en marcha un proceso natural y normal al que llamamos duelo. Una reacción sana ante la pérdida de seres queridos que se refleja mediante sintomatología tanto a nivel cognitivo, físico, conductual y espiritual. En estos procesos, la despedida del ser querido supone un hito que favorece el camino hacia la asimilación de su pérdida, por lo que nuestras sociedades otorgan una función moduladora a los ritos funerarios, como un paso fundamental para llevar a cabo las tareas de duelo. La despedida de un ser querido ofrece la posibilidad de tomar contacto con la realidad de lo sucedido. Por tanto, iniciar un proceso duelo mediante la despedida es crucial, al igual que el recibir apoyo social de las personas que valoramos de nuestro entorno. En el contexto actual de pandemia, especialmente en los meses primeros de su irrupción a partir de marzo de 2020, nuestras vidas se han rodeado de experiencias y vivencias sin precedentes. La enfermedad por COVID-19 ha provocado efectos devastadores, con miles de pérdidas de personas que han alterado las rutinas y dinámicas de nuestras vidas. Entre las actividades que se han visto afectadas nos interesa en este capítulo las fuertes restricciones reguladas para los velatorios y funerales, que han oscilado desde su prohibición total hasta las limitaciones de aforo de las personas participantes. En estos momentos, el impacto que ha podido tener la crisis del coronavirus en el proceso de duelo de todas aquellas personas que se han visto afectadas, resulta aún difícil de delimitar y valorar. Cuando tratamos de describir el duelo que ha elaborado una persona en tiempos de pandemia, debemos tener en cuenta distintas variables. Por un lado, el momento del fallecimiento, es decir, si éste se produjo al comenzar el estado de alarma en el que las medidas de confinamiento y aislamiento social eran mayores, la posibilidad o no de haber estado acompañando al ser querido antes de su fallecimiento y la disponibilidad

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del apoyo social en todo el proceso. Con todas estas limitaciones, los duelos relacionados con esta situación de emergencia sanitaria se han visto rodeados de mayor complejidad, convirtiéndolos en duelos atípicos no descritos hasta el momento por las teorías recogidas en este libro. Este duelo resulta más complejo aún si la muerte del familiar ha sido causada por la COVID-19, ya que las fuertes restricciones de contacto imposibilitan realizar una despedida cercana con el ser querido en sus últimos momentos. Además, podemos identificar las causas o factores de riesgo, que pueden llevar a la persona a lo que venimos definiendo como «duelo patológico», en el que el dolor normal inicial se prolonga en el tiempo y aparecen otros problemas psicológicos asociados. Entre los factores de riesgo, el más destacable, novedoso e impactante ha sido el no poder hacer un proceso de despedida o acompañamiento en los últimos momentos. Como introducíamos, la crisis del coronavirus ha afectado directamente la forma de celebrar velatorios, sobre todo los fallecimientos ocurridos en el inicio del estado de alarma hasta la llegada de la fase 1 de desescalada, en la cual ya se podían realizar velatorios con un aforo limitado. Haber perdido a un ser querido en el periodo de cuarentena supone ya de por sí un dolor añadido a la familia. A este hecho, habría que sumarle la limitación en el apoyo social recibido debido a las restricciones de la cuarentena y al hecho de estar confinados en casa, lo que puede aumentar las rumiaciones y las respuestas autodestructivas.

Elaboración del duelo en tiempos de pandemia En el caso de los fallecimientos por COVID-19, debemos añadir a la pérdida la influencia de factores como la sorpresa, la incomprensión, la incertidumbre, la rapidez, la impotencia pudiendo desembocar en una situación de desbordamiento emocional. Como venimos planteando previamente, según las circunstancias y su desarrollo podemos diferenciar entre duelo anticipado, retardado, crónico, patológico y encubierto. Las personas que pierden a un ser querido por este virus se encuentran en riesgo de no elaborar su duelo de forma salutógena, principalmente

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por la influencia de la soledad debida al aislamiento social al que estamos sometidos. La situación excepcional del estado de alarma puede llevarnos a que el inicio del duelo se manifieste de diversas maneras. De forma orientativa, se describen los principales sentimientos observados desde la práctica profesional en las personas dolientes durante la pandemia de la COVID19: • Ansiedad: la ansiedad no es más que una de las respuestas adaptativas ante una situación desconocida que nos genera inquietud. El problema radica en que ese mecanismo se activa en ausencia de un peligro real. La ansiedad cursa con una sintomatología muy variada, e incluso en sus máximos niveles puede llegar a episodios de ataque de pánico, estos episodios suelen durar en torno a los 15 minutos. La ansiedad, pese a que no es peligrosa, dependiendo de la frecuencia e intensidad de sus manifestaciones puede alterar significativamente el bienestar de la persona. • Miedo: el miedo, al igual que sucede con la ansiedad, es otro tipo de respuesta adaptativa de nuestro cuerpo, que nos protege y nos prepara para situaciones peligrosas que pueden poner en riesgo nuestra vida. Sin embargo, cuando este miedo se intensifica, nos puede provocar sensaciones muy desagradables y puede llegar a bloquearnos o a tener una perspectiva demasiado catastrofista, por tanto, un sentimiento desadaptativo. • Soledad: se debe diferenciar de la necesidad natural que presentan algunas personas durante el proceso de duelo de pasar tiempo a solas con sus emociones y sentimientos. Las personas somos seres sociales por naturaleza, necesitamos de nuestro entorno y de su afecto, y más aún durante un proceso tan doloroso como es la pérdida de un ser querido, en el que no contar con apoyo social se traduce como un factor de riesgo de desarrollo de duelo complicado. • Irritabilidad: el estar más irritable es normal durante las primeras fases del duelo. Esta emoción se puede trabajar evitando así

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«deshacernos de ella» con las personas que nos rodean.

Estrategias para la intervención ante las pérdidas de seres queridos por la COVID-19 La intervención profesional para la elaboración de un duelo lo más sano posible en tiempos de la COVID-19, se basa fundamentalmente en la prevención del aislamiento social de la persona doliente y en el favorecimiento de la expresión emocional. Las redes de apoyo se han visto debilitadas por las medidas de confinamiento y los cierres de movilidad, siendo por ello especialmente necesaria la capacidad profesional de reinventar estrategias que conecten a las personas y generen recursos de apoyo. Como profesionales, se ha de ofrecer seguridad a las personas con las que se trabaja, haciéndoles entender que es normal que se sientan enfadados/as, impotentes y afectados/as emocionalmente por no poder despedirse de su ser querido. La ira y la rabia son sentimientos normales ante la situación declarada, ya que la necesidad del acompañamiento y de recibir apoyo y afecto en esos momentos tan dolorosos es reconfortante para la persona doliente. Para ofrecer este apoyo se han de explorar todas las herramientas posibles de comunicación, adecuándolas a las nuevas circunstancias en las que nos encontramos. Desde el contacto telefónico o por otros medios, es necesario expresar a las personas dolientes el deseo de haber podido acompañarlas de forma cercana en estos momentos. Se trata de una demostración de afecto a través de frases como: «me hubiera gustado estar acompañándote en este momento, pero aunque no esté físicamente te acompaño y te tengo presente»; «no es necesario que me contestes si no te apetece, sólo quiero saber cómo te encuentras y que sepas que estoy disponible si te apetece hablar»; «si quieres podemos hacer una pequeña ceremonia en recuerdo del ser querido». Es difícil que las personas en duelo tomen la iniciativa de llamar, de forma general a las personas nos cuesta pedir ayuda, por lo que se puede contactar por mensaje evaluando así su sintonía para hablar y si, en los primeros momentos, no está en sintonía de compartir, es aconsejable respetarlo, no insistir, dejarle su espacio. En paralelo es el momento de animar a las personas que han perdido a 73

algún ser querido a participar de alguna manera en su despedida con las personas que conforman su red de apoyo (aunque sea desde la distancia, de una forma online): expresando pensamientos y emociones, compartiendo recuerdos, todo lo que ha dejado en su vida la persona que ha fallecido. El ser humano ha realizado rituales de despedida desde tiempos inmemorables. No sólo las personas realizamos actos fúnebres, sino que algunas especies de animales también realizan sus propias ceremonias de despedida. Los ritos funerarios son una parte muy importante del proceso de duelo. Nos ayudan a aceptar la realidad de la pérdida, compartir el dolor y homenajear a nuestro ser querido. Siempre que las circunstancias nos lo permitan, debemos propiciar una despedida en vida. Si recibimos la dura y triste noticia del fallecimiento próximo de nuestro familiar, es beneficioso poder acompañar a esa persona en sus últimos momentos, expresar los sentimientos que se tienen y, si es posible, prepararnos para su marcha. Hay que tener en cuenta que si la persona doliente manifiesta síntomas de coronavirus deberá tomar medidas de aislamiento. En cuanto a los recursos clave a destacar cuando intervenimos con personas en duelo en tiempos de pandemia, se señalan los siguientes: Psicoeducación en métodos expresivos. Escribir una carta. Crear un diario. Hacer una pintura. Hacer un mural con fotos y recuerdos. Normalizar sentimientos y emociones. Encontrar un espacio físico de recuerdo del ser querido. Evitar expresiones vacías como: no querría verte así, ahora toca seguir…

La intervención ante el duelo desde el Trabajo Social 74

Llegados a este momento del capítulo, vamos a concluir con una propuesta de tareas del duelo de Worden (1997) aplicadas a la disciplina del Trabajo Social, teoría que a partir de métodos expresivos contribuye a la elaboración del duelo en las personas que sufren una pérdida traumática. La primera tarea que vamos a describir es la de asumir la realidad de la pérdida. En esta etapa, se ha de posibilitar que la persona doliente sea capaz de asimilar, aceptar el fallecimiento de su ser querido de manera racional, definiendo específicamente lo ocurrido, la pérdida, pudiendo exteriorizar cada detalle de la misma siendo consciente de que su ser querido, bebé, su hijo, su hija, ya no se encuentra dentro del presente, pero que su recuerdo permanece en la vida de las personas que lo conocieron. Se trata de identificar y de eliminar aquellas ideas irracionales de que su ser querido se encuentra todavía en el presente o que de alguna forma va a regresar, va a volver a estar presente físicamente, dentro de ella o a su lado. Esta tarea es esencial. Resulta de las más prácticas a la hora de racionalizar las ideas de la persona que está pasando por un proceso de duelo, ya que por medio de actividades como el relato de lo que pasó con su ser querido, pidiéndole que escriba con detalles todo lo que aconteció en la experiencia de la pérdida, repasando cada cosa que hacía ese día o esa semana en la que ocurrió, la persona rescata la realidad del fallecimiento y empieza a concienciarse de que su familiar ya no se encuentra. A partir de aquí comienza el proceso de asimilación de la pérdida. Al mismo tiempo, durante los primeros días, es conveniente que al mismo tiempo que la persona doliente elabora sus relatos, comience en paralelo a transformar su entorno, deshaciéndose sucesivamente de las pertenencias que tiene de su ser querido, como la ropa, desarmar el cuarto, etc. Aclarando que lo haga en la manera en que se sienta capaz de soltar y de asumir la realidad de la pérdida (Díaz, Losantos y Pastor, 2014). Lo siguiente que se propone desde la intervención profesional es la tarea de aprender a vivir en un mundo donde el fallecido ya no está presente (Díaz, Losantos y Pastor, 2014). Es una de las tareas más complicadas para la persona que está afrontando el duelo, ya que 75

asimilar por completo que su ser querido no se encuentra no es fácil y cuesta mucho desprenderse de lo que significó esa persona para la vida de los que se quedan. En esta tarea se ven inmersos los cambios de roles que las familias deben tomar, asumiendo que el fallecido ya no está y que se debe seguir sin él. Worden (1997) describe que esta tarea puede llegar a ser elaborada después de los tres meses de la pérdida del ser querido, pero se debe tener en cuenta que estas tareas no se realizan consecutivamente y por tal razón la persona puede encontrarse en otra tarea en esos momentos, por eso se habla de una aproximación en tiempo y no una regla de las etapas del duelo. Cuando la persona no es capaz de adaptarse a una vida sin el ser querido que se ha perdido, tiende a paralizar el momento en torno a éste, aislándose de su núcleo social y volviéndose dependiente del recuerdo que deja la pérdida sin poder avanzar en su vida. Llegada la tercera tarea, la estrategia propuesta para su desarrollo es la del empoderamiento de la persona, para fomentar su autonomía y ayudarle a que pueda crecer desde la pérdida. Aun asumiendo que duele, la persona ha de tomar conciencia de que puede avanzar y salir de esta experiencia fortalecida y con más habilidades para controlar su vida. Esto se puede lograr por medio de pequeños cambios en el día a día, como hacerse cargo de sí mismo y empezar a construir un nuevo desarrollo en algo que le llame la atención. Realizar funciones por uno mismo refuerza la autoestima y produce cambios a largo plazo para la vida (Díaz, Losantos y Pastor, 2014). La siguiente tarea aplicada en la intervención se dirige a la elaboración y manejo de las emociones relacionadas con el duelo. A través de esta tarea se espera que la persona identifique y exprese las emociones que el duelo le hace sentir, ya que se entiende que duelo viene de dolor y al sufrir una pérdida las emociones salen a flote de diferentes maneras por los procesos de afrontamiento que cada persona tiene. En este proceso es importante que la persona hable de sus emociones, las conozca, las comprenda y de igual manera sepa cómo reaccionar a cada una desde los distintos matices que presentan las emociones, ya sea llanto constante, ira, rabia desenfrenada, etc. Sólo si la persona entiende será capaz de gestionar. Al entender cuáles son las emociones que abarcan el duelo, la persona será capaz de reaccionar frente a las mismas y podrá manejarlas 76

de una manera sana sin tener que desencadenar en estados de ánimo mayores (Díaz, Losantos y Pastor, 2014). Generalmente las personas evitamos sentir el dolor, bloqueando la expresión de sentimientos y las emociones que produce el duelo o, por el contrario, decidimos estancarnos en una sola emoción y no elaborarla, lo cual genera estados de alteración en las áreas de ajuste de la persona circulando sólo en la emoción que le produce la pérdida. Es innegable que el duelo produce dolor y este dolor puede estar presente en la persona alrededor de numerosos meses después de la pérdida y presentarse de igual manera en fechas significativas como aniversarios, pero cuando la persona se aísla de su ente social y familiar por el sentimiento que se encuentra sintiendo se convierte en una emoción tóxica que está bloqueando la sana elaboración del duelo (Díaz, Losantos y Pastor, 2014). Para el desarrollo de esta tarea, existen diferentes técnicas que son muy útiles a la hora de expresar las emociones y entenderlas, la primera de ellas es elaborar un cuadro de observación de emociones, en el cual la persona va a escribir: ¿qué emoción siente?, ¿cómo la está expresando? (llanto, gritos, aislarse, etc.), si acepta que la está presentando y qué mecanismo de afrontamiento puede utilizar (tomar aire, salir con amigos, escuchar cierto tipo de música, etc.). Esta técnica le ayuda a concienciar sus emociones y las necesidades que siente frente a la pérdida, elaborando nuevas formas de afrontamiento para un buen proceso de duelo. Todos los métodos expresivos son favorables. Puede ser útil, por ejemplo, la herramienta del dibujo y la pintura, ya que por esta expresión la persona es capaz de exteriorizar todo lo que siente dejando fluir su creatividad y concentrándose en soltar todo aquello que le está produciendo daño. Se plantea que dibuje como se vería su emoción, no importa la forma y de esta manera bajar los índices de emociones intensas, también la persona puede pintar y dibujar mándalas, los cuales sirven como canalizador de las emociones que se presentan en el duelo. Aprender a recordar en positivo es otra técnica que resulta efectiva con los dolientes. Se trata de motivar los buenos recuerdos, hablando de la persona, pero sin que cause las emociones de dolor que anteriormente ocasionaba, se puede realizar un «Álbum del recuerdo», en el cual la persona va a colocar fotos y recuerdos especiales en un libro que estará dedicado a la persona fallecida y a través del cual podrá desahogar las 77

emociones que le crea el duelo y tendrá presente a su ser querido de una forma más tranquila, además de poder expresar todo lo que siente de una manera más positiva (Díaz, Losantos y Pastor, 2014). La última tarea que describe Worden y que desde el Trabajo Social se pone en marcha con las personas que han perdido a su ser querido por fallecimiento es la más compleja en este proceso. Se trata de contribuir a la recolocación emocional del ser querido. El objetivo de esta tarea es que la persona sea capaz de seguir desarrollando su presente sin tener que vivir anclada a los momentos que compartía y que ya no volverán con su ser querido. Durante la elaboración de esta tarea la persona empieza a comprender que no tiene por qué olvidar a su ser querido sino que debe recordarlo como una persona importante en su vida, quizá la más especial, que se encuentra en su memoria pero que no afecta a su desarrollo de presente ni su futuro, teniéndola anclada al pasado. Esta tarea es la última, quizás por ser la más compleja y definitiva. De hecho, los profesionales tienden a incorporarla en los últimos momentos de la intervención, cuando las anteriores hayan podido realizarse de manera satisfactoria para que no genere ansiedad el hecho de poder vivir sin el fallecido (Díaz, Losantos y Pastor, 2014).

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5 El autocuidado profesional

ante intervenciones en duelo En este capítulo se orienta hacia el autocuidado profesional y personal desde el Trabajo Social, poniendo el foco en el entrenamiento en resiliencia.

Los profesionales del Trabajo Social, así como los de otras disciplinas relacionadas con el acompañamiento a personas se forman en competencias para trabajar ante situaciones de riesgo y estrés, pero trabajar con personas que han perdido a seres queridos, más si cabe cuando se trata de pérdidas traumáticas como las que se han descrito en este libro, requiere de un esfuerzo excepcional de autorregulación para poder estar y dar lo mejor a cada persona. Para ello se ha de trabajar para adaptarnos a la gravedad de la situación, a la incomprensión de sentimientos y emociones que la caracteriza y al aislamiento. Es necesario incluso el prepararse ante la pérdida de los propios usuarios (sobre todo aquellos/as profesionales de lo social que se encuentran en primera línea de intervención: residencias de personas mayores y hospitales). Generalmente dedicamos gran parte de nuestro ejercicio diario a organizar nuestras acciones y metas para planificar nuestra intervención profesional y así conseguir cierta estabilidad laboral que nos facilita la sintonía con nuestra vida personal. Sin embargo, la situación que venimos atravesando desde marzo de 2020 rompe nuestras expectativas provocando una conexión, tanto consciente como inconsciente, con profundos sentimientos de inseguridad y vulnerabilidad en el ámbito profesional y personal. Las profesionales del Trabajo Social somos personas que al igual que las personas usuarias nos vemos afectadas por el proceso de duelo y por las pérdidas, lo que genera dificultad para el desarrollo profesional, pudiendo sentir estrés o desasosiego ante escenarios tan desoladores como los que nos muestran las personas que han perdido a seres

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queridos. Se trata de una situación de gran impacto y especial vulnerabilidad por lo que tenemos que trabajar nuestro propio cuidado ya que no somos inmunes a las dificultades que representa la pérdida de seres queridos. Para este autocuidado, como profesionales podemos entrenar nuestra propia capacidad de resiliencia. Como profesionales resilientes podremos ser capaces de confiar en nosotros mismos y en mostrar iniciativa para emprender acciones (Vanistendael y Lecomte, 2002) como, por ejemplo, practicar métodos de autocuidado profesional y personal. La resiliencia profesional es un concepto que genera interés en la actualidad por la importancia que tiene de cara a la  promoción del desarrollo (Salgado, 2005), definido como la capacidad de las personas para desarrollarse y crecer psicológicamente sanas y exitosas, a pesar de estar expuestas a situaciones adversas que amenazan su integridad (Rutter, 1993) como describíamos en el primer capítulo. Por tanto, entendemos por resiliencia la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, de adaptarse adecuadamente a la adversidad, como la que venimos atravesando desde que la COVID-19 llegara a nuestras vidas. Se trata, por tanto, de una respuesta personal y subjetiva que se expresa ante este tipo de experiencias complicadas. La resiliencia demanda proactividad, que la persona ponga en marcha un proceso dinámico en el que influyen factores internos, familiares y sociales. Pero debemos considerar que el hecho de que una persona presente capacidad resiliente no se debe confundir con que no sienta amenazas, angustia o dolor ante las malas experiencias. Desde la intervención confundimos esta vivencia, negando o minimizando estas emociones pues nosotros somos los encargados de la intervención psicosocial y si nos sentimos arrastrados por las dificultades traducimos esta experiencia como un fracaso. Debemos tener muy presente en nuestro ejercicio diario que la creencia de que no podemos sentirnos vulnerables es errónea y, en determinadas ocasiones, puede llevarnos a situaciones de mayor dificultad emocional que verdaderamente nos van a impedir continuar con nuestra labor profesional. Aceptar que somos personas, que sentimos dolor o incertidumbre es parte del proceso para que alcancemos bienestar y un 80

buen estado de salud mental pese a situaciones adversas. En tiempos de crisis, se demanda una reestructuración de nuestros recursos psicológicos en función de las circunstancias y de las necesidades de cada momento. Así hemos logrado superar las distintas situaciones adversas a las que nos hemos ido enfrentando, creando condiciones personales y sociales que transformen el efecto de la dificultad, permitiendo desarrollar recursos psicológicos nuevos y descubriendo nuevas potencialidades creativas personales y grupales, junto a las personas usuarias y compañeras/os de equipo. A modo de orientaciones, desde el Trabajo Social, como profesionales resilientes debemos: – Tomar consciencia de la nueva situación, de las necesidades, capacidades y limitaciones que en ella presentamos. – Aceptar la vulnerabilidad personal y profesional en tiempos de pandemia. – Potenciar la creatividad, generando nuevos espacios de intervención, salas virtuales, etc. – Aprender de la experiencia vivida día a día, evaluando nuestra actuación profesional y buscando oportunidades dirigidas hacia la mejora. – Ser más flexibles durante el proceso de intervención psicosocial. Relativizar y ver con perspectiva la situación de pandemia, teniendo muy presente la aceptación del aislamiento social físico por motivos de prevención de salud.

Junto a todo ello, se muestran como estrategias resilientes aquéllas que los profesionales ponen en marcha para: la aceptación de la situación adversa, el mantenimiento de una red social de apoyo sólida y el trabajo profesional desde la creatividad. Cada una de ellas nos permite revisar nuestro quehacer profesional y las condiciones que actualmente lo rodean.

Aceptación de una difícil situación Nadie está preparado para vivir crisis o situaciones como la que venimos experimentando desde marzo de 2020. Nuestra vida personal y 81

profesional se ha visto sacudida por un virus que nos ha limitado en movilidad y contacto. Si nos paramos a analizar el proceso psicológico en el que nos encontramos inmersos, comprobaremos que una vez más se trata de un duelo. A día de hoy nos situamos en la fase de aceptación, pero para llegar hasta aquí, hemos experimentado sentimientos de shock, negación y tristeza profunda, propios de la pérdida de libertad y del contacto físico y social. De esa tristeza profunda llega el día en que se descubre que, ante esta situación, sin un cambio no se va a producir evolución, menos aún cuando volver al día de antes ya es imposible. Este estado nos ha obligado a cambiar nuestra metodología de trabajo, a modificar expectativas y deseos de vida, y a asumir en ocasiones sentimientos de frustración e indefensión, pues la humanidad es inherente al profesional de la intervención psicosocial. Una vez alcanzada la aceptación de la realidad es cuando nos hemos centrado en aquellos aspectos que sí han sido y continúan siendo potencialmente modificables.

Mantenimiento de la red social de apoyo Al igual que trabajamos para que las personas usuarias fortalezcan las relaciones con su entorno o creen nuevos vínculos, para los profesionales es crucial el mantenimiento de una red social que nos apoye en tiempos de crisis. Como indicábamos en el primer capítulo, hay autores que indican el inicio del proceso de resiliencia desde el apego seguro. El marco familiar y social estable y flexible facilita en las personas el sentimiento de apoyo y el desarrollo de recursos psicológicos. Las personas cercanas de confianza ayudan a neutralizar los estímulos amenazantes y nos aportarán sentimientos de amparo y seguridad en nuestro ejercicio profesional. Como profesionales, debemos saber aceptar la ayuda y el apoyo de las personas cercanas, en ocasiones, por ser profesionales del Trabajo Social queremos percibirnos como inmunes pero el permitir a las personas estar cerca nuestra generará en nosotros sentimientos de afecto y de pertenencia, sentimientos que vamos buscando para ayudar a las personas que atraviesan el proceso de duelo y que, en ocasiones, no nos permitimos tener como profesionales. Continuamos confundiendo sensibilidad con debilidad y eso es un gran

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error.

Intervención profesional desde la creatividad Se defiende que la inspiración te debe pillar trabajando, por tanto, la capacidad de creación supone una alta estimulación positiva para los profesionales de la intervención psicosocial. La creatividad permite tomar conciencia de aspectos de uno mismo desconocidos y puede fortalecer la autoestima y las habilidades profesionales de cara a la intervención. Además, también favorece el descubrimiento de otras formas de intervenir, pensar y actuar para aprender que la vida puede ser experimentada de distintas formas, no como estamos habituados a hacerlo. Tiempos de pandemia, tiempos de crecimiento obligado y tiempos de profesionalidad demostrada. Por último, además del entrenamiento en resiliencia como otros métodos de autocuidado para prevenir o minorar las dificultades a las que nos enfrentamos diariamente, se ha propuesto a los profesionales de la intervención social a través de publicaciones del Consejo General de Trabajo Social (CGTS): 1. Despertar cada mañana con palabras internas y externas positivas y optimistas, sin dejar de ser realista con la situación. Valorando tu labor día a día y siendo comprensivo/a contigo mismo/a y con los demás. 2. Cuida a los/as de tu entorno y cuídate, come sano, descansa, haz algo de ejercicio físico, aléjate de las noticias y del trabajo en distintas franjas horarias y comparte momentos con la familia y amigos/as, y contigo mismo/a si lo necesitas. 3. Apóyate en las personas que te rodean (ya sea física o virtualmente): familia, compañeros/as y amigos/as. 4. Utiliza la técnica de debriefing una vez finalizada la jornada laboral, donde se puedan compartir la experiencia, los sentimientos y las emociones vividas durante el trabajo. Este método propicia la ventilación emocional y la cohesión con las personas con las que trabajas. 5. Consuela y consuélate, permítete momentos de hablar del dolor.

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Por la situación que estamos afrontando es posible experimentar desbordamiento emocional, por lo que debemos buscar el mejor método individual para canalizarlo y continuar con nuestro ejercicio. 6. Si una persona usuaria o conocida fallece, puedes poner en marcha un método expresivo o realizar una llamada cercana para compartir tu sentir, esta medida puede ser llevada a cabo de forma individual o desde tu ejercicio profesional, mostrando así tu faceta más humana. Las familias que hayan sufrido la pérdida lo agradecerán.

Esta crisis social y sanitaria que estamos experimentando, nos está haciendo cambiar nuestra forma de ejercer la profesión, exponiéndonos a consecuencias impensadas con cambios en todas las esferas de nuestra parcela laboral y de nuestro desarrollo personal. Están cambiando nuestros hábitos, rutinas, costumbres, formas de pensar, formas de relacionarnos, de comunicar, etc., y todo ello nos sitúa ante un nuevo escenario de revisión y revalorización de las profesiones de lo social. Las crisis son oportunidades para reordenar prioridades, ya que implican una posibilidad de crecimiento y transformación individual y relacional que se activa como consecuencia de la adversidad (Boss, 2001). Sin duda, el contexto actual y sus adversidades nos está ofreciendo una clara oportunidad para priorizar el desarrollo de la resiliencia, desde el compromiso de que «al ganar resiliencia, se fortalecen los vínculos y el ingenio para enfrentar los desafíos futuros» (Walsh, 2020, pág. 905).

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Anexo

Cuestiones para reflexionar I. Actividades de reflexión sobre el proceso de duelo Responda si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas y justifique el porqué: • El proceso psicológico de duelo sólo se pone en marcha cuando se pierde a un ser querido. • El duelo es un proceso único y lineal. Todas las personas atravesamos las mismas etapas en el mismo orden. • Desde la disciplina del Trabajo Social no contamos con las herramientas e instrumentos para acompañar a las personas en duelo. • El duelo patológico se caracteriza por manifestarse de forma anticipada a sufrir la pérdida. • Las fases del duelo son: negación, ira, rabia y resiliencia. Responda a las siguientes cuestiones con sus palabras: – ¿Qué es el proceso de duelo? Describa las etapas del duelo aplicándolas a las siguientes situaciones: • M. ha sido despedida de su trabajo en el que llevaba 20 años a raíz de la crisis de la COVID-19. • J. ha perdido por impago la casa donde vive con su familia desde hace 5 años. • R. ha perdido a su hermana tras acompañarla en su larga enfermedad.

II. Actividades de reflexión sobre duelo tras la pérdida de seres queridos 85

Responda si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas y justifique el porqué: • Los sentimientos que caracterizan los primeros momentos de duelo son: tristeza, irritabilidad, culpa y autorreproches, ansiedad, sentimientos de soledad, cansancio, indefensión, shock, anhelo, alivio y anestesia emocional. • El duelo por la pérdida de un ser querido tiene un tiempo determinado. • Las personas que pierden a seres queridos suelen sentir desbordamiento emocional y distanciamiento social. • El Trabajador Social representa una figura profesional que orienta, facilita y ayuda a reconocer los recursos personales y sociales para elaborar el proceso de duelo. • Las personas que sufren pérdidas traumáticas tienden a la autoexclusión social durante la elaboración del proceso de duelo. Responda a las siguientes cuestiones con sus palabras: – ¿Qué momento es el adecuado para pedir ayuda tras perder a un ser querido? – ¿Desde el Trabajo Social se identifica como una población de intervención psicosocial a las personas que sufren la pérdida de seres queridos? – ¿Cuál es el principal signo en las personas dolientes que demanda de la intervención desde la disciplina del Trabajo Social?

III. Actividades de reflexión sobre intervención individualizada Responda si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas y justifique el porqué: • Desde el Trabajo Social se debe proponer que la persona tome las riendas hacia un cambio, hacia la eliminación de sus emociones negativas y tristes presentes. • Todas las personas tienen las mismas «puertas abiertas al

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cambio». • Las personas que acuden al/la profesional del Trabajo Social lo hacen motivadas a compartir un espacio que anteriormente no han encontrado. • Desde el Trabajo Social se deben estimular las conductas que ayuden a las personas a adaptarse a la nueva vida sin la persona querida e identificar aquéllas otras que le debilitan en el proceso. • Las tareas que se trabajan con las personas en duelo siempre son las mismas, siguiendo un itinerario preestablecido desde el Trabajo Social. Responda a las siguientes cuestiones con sus palabras: – ¿Cuáles son los procesos clave en la intervención individualizada con personas que han perdido a seres queridos? – ¿Cuáles son los objetivos principales que nos planteamos conseguir cuando trabajamos con personas en duelo? – Generalmente, ¿qué es lo que ayuda más a las personas dolientes?

IV. Actividades de reflexión sobre intervención con grupos Responda si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas y justifique el porqué: • La intervención social debe ser premeditada y parcial, se debe entender como un engranaje de todas las teorías que subyacen a la persona y de su interacción con el entorno. • La sesión finaliza con un resumen diagnóstico de la misma, con el que se busca la validación del grupo para posteriormente continuar con las tareas de duelo la semana siguiente. • La intervención con grupos se caracteriza por ser un ejercicio de Trabajo Social controlado y riguroso, una intervención específica en duelo a través de métodos expresivos. • Desde la comprensión podemos facilitar a los dolientes otros recursos inherentes a su ser y a las personas que los rodean. • El apoyo social es instrumental, emocional, de generación de

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estima y de vínculos, en definitiva un soporte de experiencias comunes. Responda a las siguientes cuestiones con sus palabras: – ¿Cuáles son los procesos claves en la intervención con grupos? – ¿Cuáles son los beneficios para los dolientes que presenta la intervención en grupos? – ¿Qué características debe presentar el profesional que interviene con grupos de personas en duelo?

V. Reflexión para la intervención A continuación se presentan casos ficticios, creados a partir de la experiencia en la práctica de este tipo de intervención con el objetivo de que reflexione sobre lo tratado en este manual. No se reproduce ningún dato real de persona doliente. Caso 1

L.

Edad

56 años

Pérdida

Hijo. Hace 1 mes

que ha sufrido Unidad

Convive con su marido

familiar Descripción L. demanda atención profesional tras haber perdido a su único del caso

hijo hace un mes. Viene desorientada, sin ganas de vivir, con la única motivación de encontrar ayuda. Su hijo de  26 años se suicidó y no puede pensar en otra cosa. Cuenta con el apoyo emocional de un hermano y dos primas. Está muy triste y se pasa gran parte del día llorando. Vive con su marido con el que tiene buena relación, pero llevan el proceso de duelo de forma distinta. Él trabaja y acude a un club deportivo a diario. Ella antes andaba a diario, una hora ya que por su estado físico así se lo había prescrito el médico. No trabaja, siempre se ha dedicado a cuidar de la casa y al

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desarrollo de su hijo. Su hijo era su vida, hacían muchas actividades juntos: ir al cine, salir a cenar, viajar por España… compartían mucho, eran muy cercanos. No pudo despedirse de él pues cuando llegó a casa los profesionales la sedaron. Al velatorio no asistieron familiares ni amigos, a su hijo no le hubiera gustado. Al tratarse de un suicidio, las personas de su entorno evitan preguntarle, le hacen sentir como si su hijo nunca hubiera existido. Caso 2

A.

Edad

62 años

Pérdida

Marido. Hace 3 meses

que ha sufrido Unidad

Convive con su hijo

familiar Descripción La usuaria demanda intervención profesional tras haber perdido del caso

a su marido hace 10 años. Acude derivada por su médico de familia. Su marido convivió 12 años con una larga enfermedad que en los últimos años le supuso un gran deterioro cognitivo. A. siempre estuvo a su lado, ayudándolo con las actividades básicas de la vida diaria, trabajaba en una oficina como administrativa, pero dejó su trabajo hace 5 años. Manifiesta que el amor con su marido era único y especial y que pocas personas comparten ese tipo de amor hoy en día. En la actualidad convive con su hijo de 24 años que le ha comentado que quiere independizarse y comenzar a vivir con su pareja, situación que le está generando gran estrés a la usuaria puesto que no quiere perder a su hijo también, según sus palabras. Colabora como voluntaria una hora a la semana en una asociación que trabaja con enfermos con deterioro cognitivo y eso le hace bien. Tiene dos amigas a las que llama una o dos veces al año para tomar café. Se siente triste y abatida en su experiencia de duelo.

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Caso 3

S.

Edad

40 años

Pérdida

Hija de 5 meses

que ha sufrido Unidad

Convive con su marido y su hija de 7 años

familiar Descripción S. ha perdido a su bebé con 5 meses por muerte súbita. del caso

Demanda ayuda profesional, presentando un gran sentimiento de culpa, siente que no puede con su día a día. Está de baja, pues su trabajo le requiere encontrarse bien para trabajar con sus pacientes. No quiere ver a su familia ni amigos, no quiere hablar de lo que pasó, sólo quiere volver a tener a su niña entre sus brazos. Tiene una profunda tristeza que no le deja continuar, además siente pena por su hija de 7 años que está en una situación que no comprende lo que ha pasado. S. acudió al funeral sedada por lo que no recuerda bien el momento de la despedida de su bebé, tiene muchas lagunas de ese día. Le preocupa no volver a ser la misma tras la pérdida de su hija, el desarrollo de su niña de 7 años y las relaciones sociales puesto que ahora mismo no se encuentra con fuerzas de quedar con nadie de su círculo porque todas las personas tienden a darle consejos, alejados del entendimiento de los momentos tan trágicos por los que está pasando ahora mismo.

Caso 4

L.

Edad

47

Pérdida

Hijo

que ha sufrido Unidad

Vive sola

familiar Descripción L. acude acompañada de su hermana y su madre. Ellas viven en

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del caso

un pueblo, pero desde que perdió a su hijo hace 3 meses no la han dejado sola ni un momento. Es viuda desde hace 15 años y tiene un perro que su hijo siempre ha cuidado. Era su único hijo y falleció en un accidente mientras montaba en bicicleta. Aún buscan al coche con el que tuvo la colisión, pues no se ha averiguado y eso le genera un pesar aún mayor puesto que su hijo no fue auxiliado. Trabaja en una tienda, pero se encuentra de baja, no piensa que pueda hacer correctamente su trabajo puesto que no se encuentra bien. Pide ayuda profesional porque tiene muchas dudas, busca un rayo de luz que la pueda iluminar en este camino del duelo. Entre las dudas que más la desconciertan es si le beneficia tener el cuarto de su hijo tal cual él lo tenía y qué hacer con sus pertenencias. Está pensando repartir sus objetos entre los amigos de su hijo.

Caso 5

R. y G.

Edad

34 y 38 años

Pérdida

Padre

que ha sufrido Unidad

Conviven con sus respectivas parejas e hijos

familiar Descripción R. y G. demandan ayuda profesional. Hace un mes perdieron a del caso

su padre de 67 años por coronavirus en plena pandemia. Debido a la situación de confinamiento, no pudieron verlo en sus últimos momentos ni despedirse de él mediante una ceremonia. Acudieron al Parque Cementerio donde recibieron sus cenizas y tuvieron que volver a casa. Su madre estaba aislada, pues había estado en contacto directo con su padre, ella fue la única persona que lo vio antes de que fuese hospitalizado. Ambas hermanas presentan sentimientos de desconsuelo, además de forma individualizada dicen no hablar la una con la otra por no hacer daño a sus familiares, pero acordaron pedir ayuda profesional. No pueden creer que su padre ya no esté con ellas y que lo que

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están viviendo sea real. Tienen pensamientos recurrentes que les hacen pensar en llamar a casa de sus padres o salir a comer con ellos como hacían cada fin de semana, pero cuando toman conciencia entienden que no se ajustan a la realidad. Presentan dudas sobre el proceso de duelo, una gran tristeza que les impide continuar con su día a día y preocupación por no volver a ser las mismas, pues su padre es un pilar fundamental en sus vidas.

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Índice Prólogo 1 Resiliencia y proceso de duelo Resiliencia y duelo ¿Qué es el duelo? Tipos de duelo Etapas del duelo

7 9 9 13 17 20

2 El duelo tras la pérdida de seres queridos La pérdida de seres queridos Duelo por la pérdida de seres queridos Intervención profesional ante el duelo por las pérdidas de seres queridos

3 Abordaje del duelo desde el Trabajo Social Modelo de intervención centrado en la persona desde el Trabajo Social Claves para la intervención individualizada Modelo de intervención desde el Trabajo Social con grupos Claves para la intervención con grupos Metodología de intervención con grupos de ayuda de personas en duelo

4 Intervención tras las pérdidas de seres queridos La pérdida por suicidio Aproximación a los supervivientes como personas usuarias Estrategias para la intervención en duelo tras la pérdida por suicidio La pérdida por largas enfermedades Duelo en personas cuidadoras principales Las pérdidas perinatales e infantiles Estrategias de abordaje ante el duelo perinatal Las pérdidas por accidentes Estrategias para la intervención ante el duelo por accidentes Las pérdidas en tiempos de Covid-19 98

24 24 24 30

35 35 38 42 43 45

48 48 50 52 55 57 60 64 66 69 70

Elaboración del duelo en tiempos de pandemia Estrategias para la intervención ante las pérdidas de seres queridos por la Covid-19 La intervención ante el duelo desde el Trabajo Social

5 El autocuidado profesional ante intervenciones en duelo Aceptación de una difícil situación Mantenimiento de la red social de apoyo Intervención profesional desde la creatividad

Anexo Cuestiones para reflexionar I. Actividades de reflexión sobre el proceso de duelo II. Actividades de reflexión sobre duelo tras la pérdida de seres queridos III. Actividades de reflexión sobre intervención individualizada IV. Actividades de reflexión sobre intervención con grupos V. Reflexión para la intervención

Referencias bibliográficas

71 73 74

79 81 82 83

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