Reflexiones sobre el oficio del historiador [1 ed.]

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

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| IN S T IT U T O

DE INVESTIGACIONES

| H IS T Ó R IC A S

REFLEXIONES SOBRE EL OFICIO DEL HISTORIADOR

José Antonio Bátiz • Carmen Blázquez Johanna Broda • Gerardo Bustos Mario Cerutti • Graciela de Garay María del Refugio González • Norma Mereles de Ogarrio Isabel Monroy • Roberto Moreno de los Arcos José María Muriá • Inocencio Noyola Ricardo Pozas Horcasitas • Cecilia Andrea Rabell Aurelio de los Reyes • Ruggiero Romano Carmen Vázquez Mantecón • Carmen Yuste

UNIVERSIDAD N A C IO N A L A U TÓ N O M A DE M ÉXICO MÉXICO 1999 DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

PREFACIO

La historia es una ciencia dinámica, sujeta a permanente cambio, porque la recuperación del pasado es selectiva y está vinculada en forma estrecha a las preocupaciones del presente. Así los mexicanos hemos entendido de una manera diferente acontecimientos como la Conquista o la Independencia a mediados del siglo pasado, durante el Porfiriato, en los años cuarenta del presente siglo u hoy en día. O tro de los grandes momentos de nuestra historia, la Revolución, ha estado sujeto a diversas interpretaciones a lo largo de las últimas décadas y ahora, a raíz del derrumbe de los países socialistas de Eu­ ropa del Este, se tendrá que analizar bajo una óptica diferente. Junto con los cambios que experimenta nuestra sociedad y que inciden en la manera de cómo hacemos historia, hay una serie de factores que influyen en nuestra disciplina, como el desarrollo de otras ciencias, afines a la historia; el surgimiento de nuevos te­ mas de interés; los avances de la historiografía en otros países y los cambios en las condiciones de quienes se dedican a escribir la histo­ ria. Durante los últimos 50 años el quehacer del historiador se ha visto influido por diversas circunstancias que han tenido por resul­ tado un notable aumento de la producción historiográfica. Las prin­ cipales causas de este fenómeno han sido la profesionalización del historiador y el hecho de que un gran número de historiadores eu­ ropeos y norteamericanos se hayan interesado por la historia de México.

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PREFACIO

Nuestra historiografía se ha enriquecido mediante nuevos en­ foques y se han abierto campos de estudio como la historia econó­ mica, la historia cuantitativa, la historia de la mujer, la historia demográfica, etcétera, que no se habían abordado. Asimismo, se han incorporado a nuestra disciplina enfoques y metodologías de otras ciencias sociales. Sin embargo, a pesar de estos logros indiscutibles, falta mucho por realizar. Los historiadores mexicanos tenemos el reto de mejo­ rar la calidad de nuestros trabajos, utilizar metodologías más ade­ cuadas y divulgar los resultados a los que hemos llegado, para lograr que lleguen a un público más amplio. La finalidad del presente volumen es dar a conocer a estudian­ tes, maestros e investigadores cuáles han sido las posturas frente a la historia de destacados historiadores que se han ocupado de la histo­ ria de México. Por ello, hemos preparado para su publicación las conferencias correspondientes a las versiones 1992 y 1993 del ciclo El historiador frente a La historia: “La relación entre la historia y otras disciplinas” y “Fuentes para la investigación histórica”, res­ pectivamente. Gisela von Wobeser

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LA RELACION ENTRE LA HISTORIA Y OTRAS DISCIPLINAS 1992

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LA HISTORIA Y LA ETNO G RA FÍA Cambio y continuidades culturales de las sociedades indígenas de México JOHANNA BRODA

Este trabajo explora aspectos del carácter interdisciplinario del estu­ dio de la historia antigua de México. Por un lado, intentaré abordar algunos problemas teóricos de la interrelación entre historia, etno­ grafía y antropología en términos generales y , por el otro, aplicaré esta problemática concretamente a la historia antigua o etnohistoria1 y a la etnografía indígena de México. En este sentido presentaré primero algunas reflexiones de tipo general —como marco metodo­ lógico—, para después exponer ejemplos concretos de “continuida­ des históricas” de la religión indígena mesoamericana hasta la actualidad. El estudio de la historia antigua de Mesoamérica plantea nece­ sariamente la colaboración entre la historia y la antropología: la pri­ mera, como disciplina bien establecida en Occidente desde siglos atrás, y la segunda, como disciplina más reciente que tiene sus raíces en la segunda mitad del siglo XIX y que nace como institución aca­ démica en este siglo. La etnografía es parte de la antropología y se refiere al trabajo de campo del antropólogo que recopila datos des­ criptivos sobre cultura material, modos de vida, costumbres y creen­ cias de los grupos sociales en estudio. La etnografía implica un * Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autóno­ ma de México (u n a m ). ' Acerca de la etnohistoria y una amplia bibliografía sobre el tema, véase mi artículo “Etnohistoria y metodología interdisciplinaria: Reflexiones, expe­ riencias y propuestas para el futuro”, Johanna Broda, s.f.a.

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distanciamiento entre el observador y su objeto de estudio. En el caso de la etnografía mesoamericana el objeto de estudio más típico, aunque no el único, es el de las comunidades indígenas y campesi­ nas tradicionales de las cuales el observador no forma parte. La an­ tropología y la etnografía contienen elementos de lo “exótico”, “el otro”, “lo ajeno a la propia cultura”. La discusión de estos últimos conceptos tiene gran vigencia en el caso de la historia del descubri­ miento y la Conquista de América y ha sido abordada por historia­ dores destacados como Edmundo O ’Gorman, Svetan Todorov, Charles Long y Serge Gruzinski.2 La especificidad de las sociedades latinoamericanas, en particu­ lar de la Mesoamérica antigua, es que este elemento “exótico”, “dife­ rente”, coexiste en el seno mismo de la sociedad dominante, cuya estructura multiétnica abarca a los sectores indígenas subalternos. Para algunos historiadores y antropólogos aún sigue vigente la polémica acerca de los campos legítimos de ambas disciplinas. Hay quienes sostienen que la antropología no es más que un campo par­ ticular de estudio dentro de la historia: esta última considerada como la disciplina que abarca todo lo referente a la evolución de las socie­ dades y las culturas humanas. Coincido con esta afirmación siem­ pre que se inscriba dentro de una posición que considere que todo fenómeno cultural es el resultado de procesos históricos que se en­ cuentran en continuo flujo y transformación pero que, asimismo, dependen de ciertas pautas y regularidades en su desarrollo, lo cual hace posible su estudio científico. En este sentido, el eminente in­ vestigador del México antiguo, Paul Kirchhoff, apuntó: (La etnología constituye una) parte integral de la sociedad hum ana en general. D icha ciencia es la historia. Porque la única m anera de estudiar la sociedad hum ana en todas sus m anifestaciones e interrelaciones, es estudiarla en su cam bio continuo, es decir, en su desa­ rrollo, su evolución, su h istoria...3 2 Edmundo O'Gorman, 1977; Tsvetan Todorov, 1987; Charles H. Long, 1986; y Serge Gruzinski, 1988. 3 Paul Kirchhoff, 1979, p. 11. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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De igual forma, el antropólogo mexicano Félix Báez-Jorge, en un estudio reciente sobre la religiosidad popular de los grupos in­ dios de México (1988), afirma: De acuerdo con la visión teórica de una antropología social intere­ sada en estudiar los hechos como procesos de formación, lo que consideramos el presente, sólo puede ser aprehendido en su com­ plejidad estructural si partimos de su desarrollo histórico.'4 Coincido plenamente con este enfoque; sin embargo, existen otras posiciones teóricas que no admiten la posibilidad de estudiar las regularidades de los procesos históricos y que ven en la historia no más que una acumulación de hechos aislados y anecdóticos. A esta visión de la historia no se le puede integrar la antropología, ya que esta última trata siempre de hacer generalizaciones sobre proce­ sos culturales, clasificar datos monográficos y establecer compara­ ciones con otras culturas. En la perspectiva de las presentes reflexiones considero como tarea fundamental de la antropología su orientación comparativa e interdisciplinaria y su interés en esta­ blecer generalizaciones sobre las culturas y los procesos sociales. L a HISTORIA Y LA ETNOGRAFÍA DE MÉXICO

El estudio de la historia de México a partir de la Conquista española constituye un caso ejemplar de una colaboración necesaria entre la antropología y la historia. Uno de los aspectos más apasionantes de estas indagaciones consiste, precisamente, en combinar el análisis histórico del pasado prehispánico con aquel de las culturas indíge­ nas campesinas en la actualidad que han mantenido, a través de si­ glos de colonización, rasgos propios que las distinguen de la cultura nacional. En este sentido, Báez-Jorge en su estudio antes citado afirma: Las investigaciones en torno a la religiosidad popular en las comu­ nidades indias de México no deben perder de vista el dilatado espa4 Félix Báez-Jorge, 1988, p. 24. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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cío del cuerpo social que abarcan sus manifestaciones, en particular sus im bricacion es econ óm icas y p olíticas, que inciden —final­ mente— en aspectos relacionados con la identidad y la continuidad étnica, radicalmente analíticos para com prender sus dinám icas so­ cio-culturales.5

La posición teórica que es capaz de abordar este tipo de inves­ tigaciones implica, según mi punto de vista, no concebir las formas culturales indígenas como la continuidad directa e ininterrumpida del pasado prehispánico ni como arcaísmos, sino visualizar esta cul­ tura en un proceso de transformación y reelaboración constante que, no obstante, se sustenta en raíces muy antiguas. La cultura indígena debe estudiarse en su proceso de transformación continua, en el cual antiguas estructuras y creencias se han articulado de manera dinámica y creativa con nuevas formas y contenidos. El estudio de estos procesos parte de ciertos acontecimientos históricos irreversibles. Estos eventos fundamentales fueron la Con­ quista y la colonización. Para los efectos de este análisis, la Conquis­ ta es vista como un acto violento, de dominación y de rupturas, aunque también dio lugar a un posterior sincretismo. Las relacio­ nes coloniales de poder —la sociedad novohispana y sus mecanis­ mos de dominación— determinaron el lugar que ocuparía la sociedad indígena después de la Conquista dentro del nuevo conjunto social que surgió a raíz de ella.

Los PROCESOS DE CAMBIO Y CONTINUIDAD DESPUÉS DE LA RUPTURA VIOLENTA DE LA CONQUISTA

La Conquista española desmembró la estructura coherente de la sociedad prehispánica. Muchos elementos de la cultura indígena tra­ dicional sobrevivieron durante la época colonial; sin embargo, fue­ ron articulados de manera nueva dentro de la sociedad radicalmente diferente que crearon los españoles. Los indios llegaron a formar el estrato más bajo en ella y en su explotación económica, y su domi5 Ibid., p. 352. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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nación política se basó en el nuevo orden colonial. La eliminación paulatina de la clase dominante prehispánica y la resultante pérdida de la cultura de la élite tuvieron profundas consecuencias sobre la cultura indígena en su totalidad. La sociedad india colonial sufrió profundas transformaciones. A partir de su incorporación (por la vía de la violencia) a las estruc­ turas coloniales de poder, se originó una nueva estructura social jerarquizada que se organizó a partir de las comunidades indígenas corporadas, el tributo colonial, la encomienda, el corregimiento, el repartimiento y, mas tarde, la hacienda, el intercambio desigual en­ tre los centros comerciales y administrativos ladinos y los remotos pueblos y rancherías indias de las llamadas “regiones de refugio”. b Se creó la segregación política, legal, racial y cultural entre la “Repú­ blica de indios” y la “República de los españoles”. N o obstante, ambas repúblicas formaron parte de una sola estructura social y política que aislaba y particularizaba para cimentar más firmemen­ te la dominación. Según señala Henri Favre, en su libro Cambio y continuidad entre los mayas de Chiapas, 7 los diferentes sectores so­ ciales se integraron en una sola y única estructura que fracciona, aísla y margina a ciertos grupos para hacerlos servir mejor a otros, y asegurar el dominio de estos últimos sobre aquéllos. Más que de la integración incompleta de la sociedad, el pluralismo es revelador de una modalidad parti­ cular de organización y estructuración sociales. Por consiguiente, hay que entender a la sociedad indígena, a partir de la Conquista, en su articulación con los procesos socio­ económicos y políticos de la sociedad más amplia, en sus niveles regionales y del Estado colonial; este último iba guardando, a su vez, una relación estrecha con la situación en la metrópoli, España, y la formación del sistema económico mundial a partir del siglo XVI. 8 4 Gonzalo Aguirre Beltrán, 1970. 7 Henri Favre, 1984. 11Cfr. Enrique Florescano ed., 1987; Eric Wolf, 1967. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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La Conquista destruyó las estructuras políticas y territoriales indígenas más amplias que habían existido en la época prehispánica con su sistema de estratificación social autóctona (la nobleza y el pueblo, las capas intermedias de comerciantes y los artesanos) y sus jerarquías a nivel de las regiones, las ciudades-estados y los grupos étnicos. Se eliminaron las funciones de la clase dominante prehispá­ nica integrada por gobernadores, administradores y funcionarios del imperio mexica, sacerdotes, guerreros, etcétera. La paulatina elimi­ nación de la nobleza indígena y la resultante pérdida de la cultura de la élite tuvieron profundas consecuencias sobre la cultura indíge­ na en su totalidad.9 La Conquista abolió la guerra ritualizada como institución prehispánica fundamental para el ascenso social y su importante función en la organización política y el culto. El gran drama públi­ co del culto estatal, con los sacrificios humanos, se suprimió en el primer momento de la Conquista. La religión prehispánica perdió todo su significado ideológico en conexión con el Estado autónomo y la legitimación del poder de las clases dominantes. La sociedad indígena colonial, a pesar de constituir la pobla­ ción mayoritaria, se transformó en el eslabón inferior de la sociedad novohispana multi-étnica. Paulatinamente se nivelaron sus anterio­ res diferenciaciones internas —la nobleza indígena—, y su rasgo do­ minante sería la fragmentación en comunidades campesinas corporadas, algunas de ellas marcadamente aisladas, aunque envuel­ tas en redes de intercambio desigual y sujetas a la dominación polí­ tica de lejanos centros de poder.10 E l sin c r e t ism o r e l ig io so c o l o n ia l

Los procesos ideológicos en el interior de estas comunidades han sido fundamentales en la reproducción y la cohesión de los grupos étnicos, y es allí donde se ha producido un sincretismo profundo que conserva muchos elementos específicamente indígenas y aun ’ Cfr.Johanna Broda, 1979,1980. 10Johanna Broda, 1979, 1980. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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prehispánicos. Estos procesos ideológicos también deben estudiar­ se en su articulación con la sociedad novohispana más amplia. En el siglo xvi, la imposición del poder estatal español encontró su legiti­ mación en la religión católica. La Corona fundó el derecho de po­ der exigir a ¡os indios “obediencia” —cuya expresión material era la tributación— en el hecho de su misión evangelizadora. La cristiani­ zación tuvo el efecto de rendir a los indios “semejantes” a los con­ quistadores, es decir, ideológicamente homogéneos con ellos. Así, “para que el indígena pudiese ser reconocido como ‘súbdito y vasa­ llo’ de la Corona, la religión intervenía como mediación principal”.11 En la organización interna de las comunidades, las institucio­ nes de la Iglesia católica, como cofradías y mayordomías, tuvieron una función fundamental para configurar los procesos de identidad étnica. Estas instituciones crearon, a nivel ideológico, en la acción imaginaria del culto, una supuesta “igualdad” e “identidad” entre sus miembros. En realidad, estos mecanismos han servido para ocul­ tar la existencia de la diferenciación social en el interior de las co­ munidades, así como de su situación de dependencia de la sociedad mayor. Las jerarquías cívico-religiosas indígenas son una síntesis entre formas de gobierno español y formas de organización prehispánicas. Antes de la Conquista, estas estructuras pertenecieron a la organiza­ ción socio-política más amplia y soberana,12 mientras que en la Colonia se convirtieron en expresión de la dependencia de las co­ munidades corporadas indígenas. El sincretismo religioso que surge a partir del siglo xvi retoma ciertas formas del culto prehispánico que antes habían formado par­ te de la religión estatal. Entre ellas, el principal elemento es el culto agrícola que se encuentra en íntima relación con las manifestacio­ nes de la naturaleza (en torno a los ciclos de cultivo del maíz y otras plantas cultivadas, el clima, las estaciones, la lluvia, el viento, las fuentes, los cerros, las cuevas, etcétera). Otros aspectos de la religión indígena colonial donde se manifiestan continuidades son las ceren Gerardo Palomo, 1981. 12 Pedro Carrasco, 1976. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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monias del ciclo de vida y del culto familiar, ritos de adivinación basados en el calendario antiguo, prácticas de curaciones, el uso de alucinógenos, brujería y nahualismo, así como elementos rituales aislados (ofrendas, penitencia, confesión de culpas, periodos de abs­ tinencia sexual, etcétera). En contraste con el culto público del pe­ riodo prehispánico, radicalmente perseguido y suprimido, estas prácticas religiosas se han mantenido sobre todo a nivel privado, del individuo y de la familia, y a nivel local en las comunidades. La finalidad de este culto es procurar abundancia de alimentos y salud para los miembros de la comunidad. En este contexto persisten múltiples elementos de la cosmovisión y del calendario mesoamericanos. Esta continuidad se explica por el hecho de que siguen existiendo en gran parte las mismas con­ diciones geográficas, climáticas y de los ciclos agrícolas. Perdura la dependencia de las comunidades de una economía agrícola precaria y el deseo de controlar estos fenómenos. Por tanto, los elementos tradicionales de la cosmovisión siguen correspondiendo a las condi­ ciones materiales de existencia de las comunidades, lo cual permite comprender la continuidad de su vigencia y el sentido que retienen para sus miembros. Sin embargo, conforme se eliminó la cultura de la élite prehispánica, tuvo lugar un cambio al culto campesino que se mani­ festaba precisamente en los ritos mencionados. Mientras que en la época prehispánica estos ritos formaban parte del culto estatal, después de la Conquista perdieron esta integración al sistema ideológico cohe­ rente de una sociedad autónoma y se transformaron en la expresión de cultos campesinos locales. La religión oficial del Estado prehispánico fue reemplazada por la Iglesia católica y, a nivel local y regional, el culto de los santos tomó el lugar del culto público. Según afirma Nancy Farriss, en el caso de los mayas de Yucatán, ...el cristianismo se estableció en las ciudades, y a los mayas que antes habían imbuido al medio ambiente con sus propios símbolos y ritos, sólo les quedaron aquellos asociados al bosque: las ceremoDR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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nias propiciatorias de la lluvia y de la cosecha celebradas en las milpas, los ritos de caza, así como los ritos relacionados con las cuevas, los cenotes, las abejas silvestres, y las ceibas; o en el mejor de los casos, algunas ofrendas clandestinas en templos abandonados... Estos ri­ tos secretos no eran un sustituto satisfactorio de la religión antigua. Por su naturaleza no podían ser públicos de la misma manera que los ritos prehispánicos.13 Al mismo tiempo, estos ritos adquirieron una importancia nue­ va como vías de expresión de la identidad étnica que los indios fueron obligados a ocultar. Según afirma Serge Gruzinski, en su libro E l po­ der sin límites: Cuatro respuestas indígenas a la dominación española, Todos estos poderes tenían un denominador común. A medida que se iban deshaciendo las solidaridades étnicas y regionales, el pueblo y la comunidad se convirtieron en un espacio de repliegue, de resis­ tencia y de acomodamiento al régimen colonial. En ese refugio, los indios lograron mantener o crear una identidad colectiva, religiosa, económica e incluso jurídica, y pudieron escapar a los tormentos de una brutal desculturación.14 Los santuarios de los cerros y las cuevas formaron un paisaje sagrado alrededor de los pueblos y dentro de los límites de las co­ munidades, donde la resistencia étnica y la identidad cultural se han conservado vivas hasta el día de hoy. E l c u l t o m e x ic a a la l lu v ia y l o s c e r r o s

Desde hace muchos años, mi investigación particular ha versado sobre el culto a la lluvia y los cerros en la sociedad mexica, en el altiplano central y en la Mesoamérica prehispánica en general. La comparación con datos etnográficos recientes resulta iluminadora, puesto que, según hemos indicado, son precisamente estos aspectos de la religión indígena en los que más continuidad existe con la ° Nancy Farris, 1984, p. 290. 14 Serge Gruzinski, 1988, p. 28. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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época prehispánica. A manera de ejemplo, presentaré algunos re­ sultados de una serie de investigaciones en las que analizo el papel de los dioses prehispánicos de la lluvia en su función de deidades de los cerros y de la tierra, y he estudiado los ritos de petición de lluvia y siembra que hacían los mexica a fines de abril, en su mes de Huey tozoztli. En la actualidad, estos ritos prehispánicos encuentran su continuación en la Fiesta de la Santa Cruz, que el 3 de mayo se celebra en muchas regiones tradicionales de México y Guatemala. Propongo la hipótesis de que esta fiesta es, al lado del mucho más conocido Día de Muertos, aquella celebración anual que ha conser­ vado mayor número de elementos de la cosmovisión antigua y del calendario prehispánico.15 La preocupación fundamental del culto mexica giraba alrede­ dor de la lluvia y de la fertilidad, lo que es de esperar en una cultura que derivaba su sustento básico de la agricultura. Otro elemento sumamente importante eran las condiciones extremas del ambiente natural del altiplano. Durante la estación seca persistía una constan­ te falta de agua, mientras que en la temporada de lluvias, éstas po­ dían volverse peligrosas por su exceso. Así, la obsesión por controlar las lluvias, rasgo determinante de la religión, tenía su base material directa. Estos fenómenos naturales —las lluvias que hacen crecer las plantas y son la condición necesaria de la agricultura, pero que pre­ sentan al mismo tiempo los aspeaos amenazantes de la tormenta, las heladas y las inundaciones— llegaron a ser personificados en el culto a Tlaloc. Al dios mexica de la lluvia corresponden el dios maya Chac, el dios zapoteco Cocij, el dios totonaca Tajín, etcétera, cuyos cultos se pierden en el pasado más remoto. Este grupo de deidades pertenece a las primeras entidades que se adoraban desde tiempos preclásicos, junto con el antiguo dios del fuego y del tiempo, Huehueteotl-Xiuhtecuhtli. Durante el Clásico, el dios de la lluvia parece haber sido la principal deidad del culto oficial de Teotihuacan

15Cfr. Broda, 1983,1993, s.f.b. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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y con esta función está representado frecuentemente en los murales y las esculturas de esta metrópoli.16 La importancia que los mexica concedían al antiguo dios de la lluvia es un hecho bien conocido, que atestiguan las representacio­ nes escultóricas y los vestigios arqueológicos. Los cronistas del siglo xvi nos brindan abundante información acerca de sus ceremonias. Con base en estas fuentes es posible reconstruir un material etnográfico para los mexica que abarca gran cantidad de detalles ri­ tuales a lo largo del ciclo anual de fiestas dedicadas a este dios.17 Por el otro lado, la reciente excavación en el Templo Mayor de Tenochtitlan ha proporcionado una gran riqueza de datos arqueoló­ gicos que abre nuevas perspectivas para analizar el culto de Tlaloc en su relación con la cosmovisión. Un hecho sobresaliente es la omnipresencia de símbolos de Tlaloc en todas las fases de construc­ ción de la pirámide, ante todo en las más de 80 ofrendas que conte­ nían unos 7 000 objetos. La mayoría de estas ofrendas estaban directa o indirectamente relacionadas con el simbolismo del agua. Muchas vasijas de barro o de piedra y cientos de pequeños ídolos de piedra verde que aparecen entre las ofrendas representan al dios de manera estilizada. Por lo general, éstos muestran las anteojeras características de Tlaloc y sus fauces con colmillos. Entre las ofrendas se encuentran represen­ taciones del dios mismo y otros objetos que son pequeñas repre­ sentaciones esculpidas de peces, serpientes, ranas, etcétera. Además de estas esculturas zoomorfas, las ofrendas contenían gran variedad de restos de animales de origen marino. En el análisis detenido que he emprendido de estas ofrendas, he propuesto la hipótesis de que las ofrendas reflejaban, ante todo, los conceptos cosmológicos y que la presencia de la lluvia y del mar en el simbolismo de ellas indicaba que los mexica vinculaban causalmente estos fenómenos naturales.18 16 EstherPasztory, 1974,1988; Doris Heyden, 1981;yjanet C. Berlo, 1992. 17Johanna Broda, 1971, 1983. 11Johanna Broda, 1982, 1987. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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En el siglo XVI Sahagún registra que los mexica concebían un espacio lleno de agua por debajo de la tierra; estas aguas procedían del Tlalocan —el paraíso del dios de la lluvia— y salían por las fuen­ tes para formar los ríos, los lagos y el mar. Los antiguos de esta tierra decían que los ríos todos salían de un lugar que se llama Tlalocan, que es com o paraíso terrenal, y también decían que los montes que están fundados sobre él, que están llenos de agua, y por fuera son de tierra, com o si fuesen vasos grandes de agua, o com o casas llenas de agua; y cuando fuese menester se romperán los montes, y saldrá el agua que dentro está, y anegará la tierra; y de aquí acostum­ braron a llamar a los pueblos donde vive la gente altepetl, quiere decir monte de agua o monte lleno de agua.19

Es de notar que el término nahuatl para pueblo era, precisa­ mente, altepetl, “monte de agua” o “monte lleno de agua”. Su cono­ cida representación glífica consiste en un cerro con fauces y una cueva en su base. Este simbolismo engloba dentro de un solo con­ cepto la categoría socio-política que es el pueblo y su fundamento ideológico en la cosmovisión.20 El dios Tlaloc estaba íntimamente relacionado con el concepto del cerro lleno de agua; en este sentido, Tlaloc era un dios atmosfé­ rico de los cerros. En esa función Tlaloc está representado en el Códice Borbónico, el documento pictográfico azteca más importan­ te que refleja la tradición casi puramente prehispánica del Valle de México.21 Las pictografías del Códice Borbónico para los meses de Tozoztontli, Huey tozoztli, Tepeilhuitly Atemoztli, es decir, los meses relacionados con el culto de Tlaloc, muestran al dios sentado dentro de un templo situado en la cima de un cerro. Este cerro, con el templo de Tlaloc, es la imagen dominante de las respectivas páginas del Códice, lo cual indica que era sumamente importante y fue to19 Fray Bernardino de Sahagún, 1956, v. 3, p. 344-345. 20Johanna Broda, 1987. 21 Karl Antón Nowotony, 1974, p. 19. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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mado como símbolo de un conjunto de conceptos que conforma­ ban el culto de la lluvia y de los cerros en el ritual mexica.22 Es prácticamente imposible identificar este templo con base en los datos que proporciona el Códice Borbónico; sin embargo, en cierto modo —aunque sea sólo a manera de analogía— nos hace pen­ sar en el Cerro Tlaloc situado en los límites al sureste del Valle de México, cuyo nombre se conserva hasta hoy y en cuya cumbre existen importantes ruinas aztecas. En este santuario, según las fuen­ tes documentales, los mexica guardaban una gran variedad de pe­ queños ídolos que representaban a los cerros del Valle de México. En el siglo XVI el cronista Diego Durán afirma que todos estos ce­ rros “tenían sus nombres... los cuales... hoy en día les duran, por­ que no hay cerro ninguno que no tenga su nombre.” 23

Los LUGARES SAGRADOS DEL VALLE DE MÉXICO A estos cerros deificados se les rendía culto al principio y al final de la estación de lluvias. Los dos grandes volcanes (el Popocatepetl y el Iztaccihuatl), así como la sierra de Tlaloc eran, sin duda, las deida­ des más importantes, y los cronistas describen fiestas particulares en su honor. Sin embargo, muchos otros cerros menores se mencio­ nan en los ritos a los dioses de la lluvia que se celebraban en los meses de Atlcahualo (enero), Tepeilhuid (octubre) y Atemozdi (di­ ciembre).24 Algunas montañas destacadas más allá del Valle tam­ bién figuraban en la cosmovisión mexica; por ejemplo, el Pico de Orizaba (Poyauhtecatl), la Malinche (Matlalcueye), el Xochitecatl (frente a Cacaxtla) o el Nevado de Toluca. Los datos etnohistóricos relacionados con los santuarios en los cerros y la laguna, y sobre los ritos que en ellos se celebraban son corroborados por la arqueología. Vestigios aztecas se han conserva­ do en numerosos lugares como en el Cerro de la Estrella, el Zacatepetl 22 Códice Borbónico, 1974, p. 23-26, 32, 35; Karl Antón Nowotony, i 974, p. 19-22. 25 Fray Diego Durán, 1967, v. I, p. 82-93. 24Johanna Broda, 1971, 1983. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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o el Cerro Tlaloc. Además son de gran interés los pequeños sitios que se encuentran en los alrededores del Iztaccihuatl y del Popocatepetl, y que, al parecer, se remontan a la época tolteca.25 Todo lo anterior sugiere que los mexica asignaron a estos santuarios un pa­ pel en su calendario ceremonial, estableciendo un vínculo delibera­ do entre la geografía de la Alta Montaña y los ciclos climáticos, agrícolas y rituales.26 Los sacrificios de niños eran el prototipo del sacrificio humano dedicado a Tlaloc, cuya finalidad era asegurar las lluvias necesarias para la agricultura. Estos niños se identificaban con los cerros del Valle de México, se les concebía como la personificación viva de los tepictoton (“las figuritas modeladas”) o tlaloque, los pequeños servi­ dores de Tlaloc que le ayudaban a producir las lluvias. Según las fuentes históricas, los santuarios en los cerros donde se sacrificaban estos niños durante los meses de Atlcabualo a Huey tozoztli (corres­ pondientes a febrero-abril) poseían un patio rodeado por un muro; allí se encontraba una multitud de pequeños ídolos, los tepictoton. Por otra parte, llama la atención que los planos de los santuarios, tanto del Cerro Tlaloc como del Zacatepetl, incluían estructuras centrales con una avenida de acceso que bien podía haber servido para procesiones rituales. E l S a n t u a r io d e l C e r r o T l a l o c

El santuario más importante del dios Tlaloc se encontraba en lo alto de la sierra del mismo nombre. En el siglo xvi, Durán describe este templo y sus ritos.27 En la cumbre del cerro había un patio 25 Estos sitios fueron explorados por D. Charnay en el siglo xix (Charnay 1973) y descritos, más tarde, por J. L. Lorenzo (1957). Recientemente, Stanislaw Iwaniszewski (1986 a, b) y A. Ponce de León (1983) retomaron el estudio de estos interesantes sitios, algunos de ellos parecen haber tenido propiedades calendáricas, es decir, muestran una alineación explícita hacia la salida del sol en los equinoccios o en ciertas fechas significativas entre fines de abril y princi­ pios de mayo. 26 Johanna Broda, 1993, s.f.b. 27 Fray Diego Durán, 1967, v. I, p. 82-93. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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cuadrado con una cerca blanqueada, “la cual se divisaba de muchas leguas”. A un lado del patio se localizaba un adoratorio, dentro del cual se encontraba la estatua de Tlaloc rodeada de la multitud de pequeños ídolos de los cerros a los que antes nos referimos. A estas imágenes se les rendía culto durante la fiesta de Tlaloc en Huey tozoztli, correspondiente a fines de abril, cuando los reyes de Tenochtitlan, Tezcoco y Tlacopan, junto con su nobleza, subían en persona a la cumbre del cerro. Al amanecer sacrificaban a un niño de seis o siete años y dejaban ricas ofrendas en ese lugar. Después del sacrificio, el rey Motecuhzoma entraba con sus nobles al lugar donde estaba la estatua de Tlaloc y vestía al ídolo con lujosos atavíos. También proveía de vestidos nuevos a todos los idolillos de los cerros que se encontraban a su alrededor. Siguiendo su ejemplo, los reyes de Tezcoco, Tlacopan y Xochimilco vestían a los ídolos y les servían cestillos de comida y bebida de chocolate. Al terminar la fiesta, los mexica dejaban un destacamento de cien gue­ rreros en el santuario de Tlaloc para vigilar todas aquellas ricas ofren­ das, puesto que sus enemigos —los huexotzinca y los tlaxcalteca— estaban prestos a robarlas. Los guerreros se quedaban allí hasta que todas las comidas y plumas se pudrían con la humedad; las ofrendas no perecederas las enterraban en el patio y el santuario se cerraba hasta el año siguiente, pues allí no vivían los sacerdotes en forma continua.28 Las ruinas de este santuario, situado a una altura de 4 120 m, aún hoy se pueden apreciar. Lamentablemente, a la fecha no se ha hecho ninguna excavación arqueológica de ellas y el saqueo recien­ te del lugar es visible y grave.29 El acceso a esta sierra es difícil, y pocos visitantes llegan hasta su cumbre; además, las condiciones climáticas durante la estación de lluvias y los meses de invierno son 21Johanna Broda, 1971, p. 277-279. 29 Estas ruinas las describieron Constantine G. Rickards (1929), Charles Wicke y Fernando Horcasitas (1957), Richard F. Townsend (1982, 1991), Stanislaw Iwaniszewski (1986a, b) y Johanna Broda (1987, 1991), entre otros autores, pero no se ha realizado ninguna excavación en el sitio. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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realmente severas. Sin embargo, por lo solitario del lugar las ruinas se han conservado de manera sorprendente. Todavía se aprecian la muralla que rodea la plataforma en la cumbre del cerro y pequeñas edificaciones dentro de ella, así como una larga calzada de acceso delimitada a ambos lados por un muro. Dentro del recinto aún se percibe una grieta —¿o cueva?— artificialmente trabajada que se lle­ na de agua durante gran parte del año y evoca la impresión de con­ ducir al interior del cerro.30 L a FIESTA DE LA SANTA CRU Z {H UEY TOZOZTLl) Y LA LLEGADA DE LAS LLUVIAS

La fiesta de Huey tozoztli, para la que los gobernantes de la Triple Alianza acudían a la cumbre del cerro Tlaloc, tenía lugar durante el apogeo de la estación seca y marcaba el tiempo propicio para la siembra del maíz. Estos ritos prehispánicos encuentran su conti­ nuación hasta nuestros días en la fiesta de la Santa Cruz (3 de mayo) que se celebra en las comunidades indígenas tradicionales de Méxi­ co y Guatemala como una de las principales del año. Su simbolismo se vinculaba con la sequía de la estación, la petición de lluvia, la siembra del maíz y la fertilidad agrícola en general. La cruz cristiana reúne en sí el simbolismo prehispánico de las deidades del maíz, de la tierra y las lluvias, se le invoca como “nuestra madre”, “nuestra señora de los mantenimientos”, y se le adorna con guirnaldas de flores y panes. En otras regiones predomina el simbolismo del agua —“cruces de agua” que están pintadas de color azul. Estas cruces se encuentran en las cumbres de los cerros que tienen vital importan­ cia para la comunidad. A veces es una sola cruz, pero también hay cerros con dos, tres o más. En las ruinas aztecas de la cumbre del cerro Tlaloc también encontré, en 1984, seis cruces y un pequeño adoratorio, lo cual denota que aún se le da culto a la Santa Cruz en este importante sitio prehispánico.

30 Johanna Broda, 1991. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Los ritos actuales guardan una continuidad con aspectos del culto prehispánico. La fiesta mexica de la siembra, Huey tozoztli, incluía tres aspectos: 1) el culto del maíz dedicado a la diosa Chicomecoatl;31 2) las ceremonias en lo alto del cerro de Tlaloc, y 3) los ritos y sacrificios en medio de la laguna, en el sumidero Pantitlan.32 Sin embargo, lejos de tratarse de diferentes cultos, como han sugerido algunos autores, estos ritos expresan, precisamente, que en la cosmovisión mexica la siembra se vinculaba con la función de Tlaloc como dios de los cerros. La fiesta de la Santa Cruz demuestra la sobrevivencia hasta la actualidad de este importante nexo entre los ritos de la siembra, la lluvia y los cerros. En lo alto de los cerros abrasados para la sequía de la estación, se sigue invocando la llegada de las lluvias fertilizadoras. El prototipo de estos ritos actuales en los que los cerros, las barrancas, las cuevas y los manantiales tienen un papel tan importante, se encuentra precisamente en la fiesta del cerro Tlaloc celebrada en Huey tozoztli por los gobernantes de la Triple Alianza.33 En la actualidad, las ceremonias más interesantes de petición de lluvias en los cerros que se conocen etnográficamente provienen de la región nahua del Alto Balsas y la Montaña de Guerrero (Citlala, Oztotempa, Acatlan, Ameyaltepec, San Juan Tetelcingo, etcétera).34 ’ Entre los tlapanecos y mixtéeos de la montaña, el culto de la Santa Cruz también es importante y se relaciona con las cuevas y los ce­ rros. A nivel comparativo hay información interesante de toda Mesoamérica, por ejemplo, de los mayas y los mixes.35

51 Fray Bernardino de Sahagún, 1956, v. I, p. 150-152. 52 Fray Diego Durán, 1967, v. I, p. 82-93. 33 Johanna Broda, 1983, 1991, s.f.c. 54 Cfr. Mercedes Olivera, 1979; Ma. Teresa Sepúlveda, 1973; Cruz Suárez Jácome, 1979; Samuel Villela, 1990; Johanna Broda, 1991, s.f.c., s.f.d. 35 Cfr. Evon Vogt, 1981; Rafael Girard, 1962; Charles Wisdom, 1940; Gustavo Torres, 1994; y la bibliografía citada en Johanna Broda, 1991. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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En cuanto al altiplano central, región más cercana a los mexica, también existen datos relevantes que han sido poco estudiados en cuanto a su sincretismo religioso.36 Entre estos lugares figuran los pueblos circunvecinos a los grandes volcanes: el Nevado de Toluca, la Malinche, el Popocatepetl y el Iztaccihuatl. Entre las comunida­ des situadas en las faldas del Popocatepetl podemos mencionar a Hueyapan (Morelos), Tealtican y Xaliquéhuac (Puebla),37 Amecameca, San Pedro Nexapa y San Juan Tehuixtitlan (Estado de Méxi­ co). En los últimos tres lugares aún existen corporaciones de graniceros, “los que trabajan con el tiempo”, que se componen de hombres y mujeres que han sido tocados por el rayo. Mediante sus ritos en unas cuevas en las faldas del Iztaccihuatl y del Popocatepetl —dentro de la de Canoahtitla se encuentran 19 cruces de madera pintadas de azul—, los graniceros protegen a la comunidad de los peligros de la tormenta y del granizo. El 3 y 4 de mayo realizan ritos para atraer el agua e iniciar así la estación de lluvias, mientras que al terminar ésta, el 4 de noviembre, hacen otra ceremonia de agradeci­ miento por el temporal.38 E l “D í a d e l o s M u e r t o s ” ( Tepeilhuitl ): “ S e c ie r r a e l t e m p o r a l ”

Regresando a la analogía con el dato histórico, el momento de la cosecha fue la segunda fecha cuando, de nuevo, en Tenochtitlan se daba culto a los t¡aloque como dioses de los cerros. Durante Tepeilhuitl (octubre) y Atemoztli (segunda mitad de diciembre), los mexica ha­ cían imágenes en miniatura de los cerros. Estas imágenes, llamadas tepictoton o ixiptla tepetl, recibían los nombres de los cerros del Va­ lle.39 En estos meses también se rendía culto a los muertos, en cuyo honor se hacían los tepictoton en la fiesta de Tepeilhuitl. Debemos 36 Por ejemplo, Chalma, Malinalco, Tecomatlan y Xalatlaco en el Estado de México (Johanna Broda, s.f.c.). 37 Aurelio Fernández, Julio Glockner et al. ,1989; Julio Glockner, 1990. 38 Guillermo Bonfil, 1968, p. 112, 115-121. 39 Johanna Broda, 1971, p. 304; Fray Diego Duran, 1967, v. I, p. 165. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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recordar que el Tlalocan o paraíso del dios de la lluvia era también el lugar de descanso de quienes habían muerto ahogados o por el rayo. Más importante aún parece ser que los muertos guardaban una re­ lación estrecha con el ciclo agrícola. Las fiestas de la cosecha en Tepeilhuitl y Atemoztli correspon­ dían climáticamente al final de la temporada de lluvias. La división básica del año calendárico y ciclo ritual se hacía entre la estación seca y la de lluvias, lo que reflejaba un hecho climático fundamen­ tal de las latitudes del trópico. Según la cosmovisión mexica, los cerros retenían el agua en su interior, durante la estación seca (tonalco, “tiempo del calor del sol”), para soltarlo de nuevo en tiempo de lluvias (xopan, “el tiempo verde”).40 Pero no sólo el agua se encon­ traba en el interior de los cerros, también el maíz y los demás ali­ mentos que estaban dentro del Tonacatepetl, el “Cerro de los mantenimientos”. Existen numerosos mitos mesoamericanos que hablan de alimentos y riquezas que se guardaban en el interior de los cerros.41 Las ofrendas que se encontraron en la reciente excava­ ción del Templo Mayor de Tenochtitlan también son testimonio de estos aspectos del culto de Tlaloc como el dueño original del maíz y de los demás alimentos.42 El M

CULTO A LAS PIEDRAS SAGRADAS DEL CERRO OLOTEPEC,

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En este momento del ciclo anual, que también corresponde al ini­ cio de la cosecha, “se cierra el temporal”. Tuve la oportunidad de presenciar esta ceremonia el 2 de noviembre de 1991 en el cerro Olotepec en el municipio de San Mateo Texcaliacac, Valle de Toluca.43 Acompañamos a don Carlos, teciuhquí o granicero de Texcaliacac, 40 Cfr. Johanna Broda, 1983, p. 156, 157. 41 Johanna Broda, 1971, 1991. 42 Johanna Broda, 1987, 1991. 45 Esta salida fue posible gracias a la invitación de Beatriz Albores de El Colegio Mexiquense, quien lleva a cabo un proyecto de investigación en este lugar. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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en una subida al Cerro Olotepec, “el Cerro del Olote”, que nos llevó casi cuatro horas. En la cumbre, un antiguo cráter cubierto de vegetación y en términos climatológicos también un pico estratégi­ co, se encuentra el altar “Tres Cruces” con vista hacia el oeste sobre el Nevado de Toluca. A este altar suben los graniceros de la región, el día 2 de mayo (Fiesta de la Santa Cruz), “para abrir el temporal”. Visten las tres cruces que se encuentran en el lugar, colocan ofren­ das y después, a un costado del altar, comparten una comida ritual. Después visitan otros dos lugares sagrados en la cumbre del cerro Olotepec. En un abrigo rocoso con una formación peculiar de rocas situado al oeste de la cumbre (con vista al Nevado), llamado “La Compuerta”, realizan un rito de pronosticación del temporal. Se asoman a las piedras del abrigo rocoso y allí escuchan. Con base en lo que oyen, predicen el temporal del año siguiente. El tercer lugar sagrado es “El Toro”, una gran piedra de brillo metálico situada en el fondo del cráter donde también se depositan ofrendas y cañas de maíz. Según don Carlos, antiguamente el fondo del cráter estaba lleno de agua; era un lago que conectaba con el mar.44 Los graniceros suben a estos lugares sagrados del culto a la naturaleza, en tres fechas fijas: el 2 de mayo, el 14 de agosto (15 de agosto, La Asunción) y el 2 de noviembre, las cuales marcan el ini­ cio, apogeo y fin de la estación de lluvias, así como el ciclo agrícola de temporal. Las mismas fechas se confirman en los ritos de otros santuarios del culto a los cerros y al agua que abarcan prácticamente toda el área de Mesoamérica (desde el Valle de México, el Altiplano Central y Guerrero, hasta Yucatán, Chiapas y Guatemala).45 En otro estudio específicamente dedicado a la fiesta de la Santa Cruz he hecho un análisis detallado de estas fechas en términos de la estructura del calendario prehispánico y propongo la hipótesis de que estos ritos reproducen y continúan ritos calendáricos vincu­

44 Cfr. otros ejemplos de esta imagen que cito en Johanna Broda, 1991, p. 481-487. 45 Johanna Broda, 1993, s.f.b. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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lados con la astronomía, el clima y los ciclos agrícolas que ocupa­ ban una posición central en la cosmovisión prehispánica.46 Mediante los ejemplos concretos espero haber mostrado que el estudio de la etnografía actual sólo adquiere valor explicativo si se combina con un enfoque histórico; por tanto, la colaboración entre la etnografía y la historia es fundamental. El conocimiento de la his­ toria antigua, es decir el estudio de las sociedades y culturas prehispánicas, nos permite plantear procesos de larga duración en la historia de México que, a pesar de la ruptura violenta de la Conquista y la posterior colonización y el sincretismo religioso, permiten vis­ lumbrar la persistencia de elementos culturales y conceptos de la cosmovisión indígena que tienen sus raíces en el remoto pasado prehispánico. Sólo mediante una rigurosa metodología histórica y antropológica es posible rastrear estos procesos a través del tiempo y lograr un nivel explicativo de las instituciones culturales. La presente exposición pretende ser una pequeña contribución a este respecto. S ig la s a deva

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LA H ISTORIA Y LA G EO G RA FÍA G e r a r d o B u st o s T r e jo *

La necesidad psicológica de situarse a la vez en el espacio y en el tiempo consagra la unidad orgánica de la geografía y de la historia. Pierre George, La geografía, la "historia profunda " 1

Historia y geografía, geografía e historia, dos disciplinas que se interrelacionan entre sí de manera mucho más compleja de lo que nos imaginamos. Las relaciones entre estas dos especialidades son muy antiguas. De hecho, considero que siempre han existido y que lo único que ha variado es la importancia de éstas para los investiga­ dores de cada una de estas disciplinas. Muchos autores han llamado la atención sobre este tema; uno de ellos es Hugo Hassinger, quien en su obra Fundamentos geográfi­ cos de la historia indica: La estrecha relación existente entre la geografía y la historia es tan antigua como ambas ciencias y se manifiesta ya de manera viva en las narraciones de Herodoto. Las dos disciplinas se complementan precisamente por su naturaleza, pues todas las situaciones y los acon­ tecimientos humanos estudiados por la historia están indefectible­ mente ligados al espacio, como todas las situaciones naturales, culturales y políticas del globo tratadas por la geografía, lo están al tiempo. De ello deriva la necesidad de un enfoque geográfico de los escenarios históricos para el historiógrafo, y de un estudio históri-

* Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

1 Pierre George, La geografía, la "historia profunda ". A la búsqueda de una noción global del espacio. Mecanuscrito traducido del francés por Atlántida Coll.

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co de las zonas terrestres cuyo estado actual no podría com prender­ se sin conocer el que tuvieron anteriormente, para el geógrafo. 1

Pero, al mismo tiempo, hay que destacar que este conocimien­ to histórico o geográfico al cual se refiere Hassinger no es lo que nos va a explicar el fenómeno que analizamos desde la perspectiva de nuestra disciplina de estudio; sin embargo, Gustavo FolcherHauke insiste en esta relación al decir: ...es imposible negar la importancia del “escenario” para los procesos históricos. Aún en la actualidad el espacio tiene un significado im­ portante para todas las actividades antropógenas y especialmente res­ pecto a la creación, al desarrollo y a la decadencia de los estados.3

Es evidente que no es sólo a través de la geografía como se puede explicar la historia; el entorno en que se realizan los procesos humanos sí tiene un papel relevante, pero si todo lo tratáramos de explicar a partir de la influencia del medio físico correríamos el ries­ go de caer en un determinismo geográfico y, así, negaríamos, de alguna manera, la participación del hombre, pues el medio determi­ naría, en forma exclusiva, su evolución o su estancamiento. Además, habría que tomar en consideración lo que al respecto dice Forde: Pese a la íntim a correlación que existe entre las actividades hum a­ nas y las condiciones y recursos del medio ambiente, existen claros límites a tal explicación, ya que en regiones m uy similares p o r su relieve, clim a y vegetación, podem os encontrar tipos de vida com ­ pletam ente d istin to s.4 2 Hugo Hassinger, Fundamentos geográficos de la historia, trad. de Francis­ co Payarais, Barcelona, Ediciones Omega, 1958, p. 13. 3 Gustavo Folcher-Hauke, “Las relaciones entre geografía e historia”, en Antología de geografía histórica moderna y contemporánea, comp. de Esperanza Figueroa, introd. de Jorge A. Vivó, México, u n a m , Dirección General de Publica­ ciones, 1974 (Lecturas Universitarias, 16), p. 19. 4 Darryll Forde, Hábitat, economía y sociedad (Introducción geográfica a la etnología), trad. y pról. de Ma. del Carmen Huera Cabeza, Barcelona, Edicio­ nes Oikos-Tau, 1966 (Libros Tau), p. 19. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Por otra parte, considero que la relación que se establece entre ambas especialidades puede permitir el enriquecimiento de nues­ tros trabajos, pues no debemos perder de vista que tanto la geografía como la historia analizan, con sus finalidades particulares, fenóme­ nos y procesos que se manifiestan sobre la superficie terrestre. Aho­ ra bien, cuando hablamos de relaciones entre estas dos disciplinas, no queremos decir que exclusivamente el papel que tengan la histo­ ria o la geografía sea solamente el de auxiliar de la otra; Hassinger ha destacado que: “La geografía no se limita, frente a la historia, a un papel de servidora, a actuar de telón de fondo y a funciones acceso­ rias, sino que interviene con carácter estructurativo, en los dramas que se representan en el humano escenario.” 5 Esta idea me parece bastante acertada, siempre y cuando no pensemos que este carácter estructurativo que Hassinger da a la geo­ grafía sea lo que nos va a explicar todo; sin embargo, considero que nos puede permitir explicarnos algunas de las interrogantes que se planteen. Por ejemplo, qué papel puede tener el relieve en la confor­ mación de una unidad política, cómo influye una red hidrográfica en la distribución de la población de una zona en particular, cómo se han estructurado las rutas comerciales, qué significado tiene co­ nocer el comportamiento de las corrientes marinas y las mareas en la navegación oceánica, etcétera. Es precisamente en esta superficie terrestre sobre la que se rea­ liza un complejo juego de relaciones o, mejor dicho, interrelaciones entre el medio físico y el hombre, cuya interacción conforma el medio geográfico particular de cada región. El espacio histórico —señala Pierre George—, como el espacio geo­ gráfico que es una fase de aquél, es un espacio personalizado y mo­ delado por una forma de agrupamiento humano. Cambia según las variaciones del contenido y del comportamiento del grupo, en el sentido más amplio. Pero estos cambios significan más interferencias, combinaciones, superposiciones que sustitución.6 5 Hugo Hassinger, op. cit, p. 15. 4 Pierre George, op. cit. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Muchos autores se han dedicado a la tarea de explicar cómo el medio puede influir sobre el hombre y cómo el hombre influye sobre el primero. Desde la Antigüedad hasta nuestros días, se ha hablado de es­ tas influencias. Hipócrates, por ejemplo, particularmente en su obra Aires, aguas y lugares, establece una relación entre los humores cor­ porales, los puntos cardinales y el comportamiento de la población del mundo conocido y caracteriza algunos rasgos psicológicos y cul­ turales de los siguientes pueblos: escitas al norte, egipcios al sur, griegos al oeste y semitas al este. Es decir que Hipócrates intenta explicar estos pueblos al relacionar su entorno con sus actividades y buscar las influencias que éste tiene sobre el hombre. Podemos o no estar de acuerdo con sus interpretaciones, particularmente yo no lo estoy, pues está dando a los elementos del medio físico una función casi determinante o determinista en el comportamiento y las activi­ dades del hombre; sin embargo, es de los primeros autores que se interesan por este tema. Con el correr de los años, se escribieron muchas obras que se refieren a este tema, algunas más afortunadas que otras, que inten­ tan explicar esta interinfluencia del medio y el hombre. Algunos ejemplos son los trabajos de Galeno; Aristóteles, quien en su obra Meteorología (Libro II, Capítulo V) presenta la división del globo en cinco zonas térmicas (dos templadas, dos frígidas y una tórrida)7 y señala que esta última es inhabitable porque el calor no permite el desarrollo de vegetación y la presencia de recursos hídricos; Platón, Herodoto, a quien se considera no determinista; 7 Al parecer, esta idea de la división del globo en zonas climáticas es anterior a este autor. Ingermar Düring señala que este esquema se encuentra en Eudoxo, maestro de Aristóteles en la Academia, y “cuyos inicios están en los pitagóricos y en Parménides”. Ingermar Düring, Aristóteles. Exposición e interpre­ tación de su pensamiento, trad. de Bernabé Navarro, México, u n a m , Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1987 (Estudios clásicos), p. 616. A este último filóso­ fo se atribuye el origen de estos conceptos, con mínimas diferencias en relación con los presentados por Aristóteles. Vid. Los filósofos presocráticos, introd. gral. Conrado Eggers Lan, 2a. reimp., Madrid, Editorial Gredos, 1986 (Biblioteca Clá­ sica Gredos, 12), vol. I, p. 455. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Juan Bodino; Bernardo Varen o Varenius (quien primero propone una división de la geografía a nivel teórico en general y especial); Montesquieu; Rousseau; Cuvier; Humboldt; Ritter; Ratzel, en quien nos detendremos más adelante; Vidal Lablanche (fundador de la escuela de geografía humana francesa); A. Demangeon; Max Sorre; Hallan H. Barrows; Cari Sauer y Peter Gould (investigador intere­ sado en la geografía de la percepción), entre otros. Cabe destacar que algunos de estos autores, y otros no mencionados, dan un pa­ pel preponderante al clima como el elemento del medio físico que más influye en el hombre. Pero, al mismo tiempo, un gran número de estos autores establece, precisamente y tal vez sin darse cuenta, relaciones entre la historia y la geografía, pues las influencias del medio físico sobre el hombre las estudian con base en el desarrollo de los pueblos. A finales del siglo pasado, entre los años 1882-1891, el autor alemán Federico Ratzel publica su famosa obra Antropogeografía (cuyo primer volumen tiene por subtítulo La aplicación de la geo­ grafía a la historia), con la cual se inicia la geografía humana en Ale­ mania. Max Derrau considera que con la aparición de este texto: “...la Geografía humana deja de ser un repertorio de hechos sobre las regiones conocidas desde fecha muy antigua y de observaciones pintorescas sobre las regiones exploradas recientemente. Se hace ex­ plicativa.” 8 Por la propuesta de exposición y explicación del autor alemán, el propio Derrau señala que en la obra de Ratzel: “...la geografía humana tiene una serie de puntos de contacto con la investigación histórica al preocuparse de la noción de expansión, de migración, y se interesa en los hechos políticos al tener en cuenta la noción de civilización y de espacio ocupado por cada pueblo”. Una parte de este trabajo se centra en señalar las categorías de influencia que la naturaleza ejerce sobre el hombre. Estas son, de acuer­ do con el resumen que hace Folcher-Hauke, las siguientes: 1 Max Derrau, Tratado de geografía humana, pról. de J. Vilá Valenti, Barce­ lona, Editorial Vicens Vives, 1964 (Colección Ecumene), p. 2. 9 Idem. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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lo. Influencia sobre el cuerpo y el espíritu del hombre particular, la que alcanza recién importancia para la geografía y la historia si esta propagada entre pueblos enteros. 2o. Efecto directriz acelerador y restringente sobre la distribución de los pueblos. 3o. Efecto indirec­ to sobre los pueblos, facilitando el aislamiento y con eso el mante­ nimiento de determinadas calidades étnicas. 4o. Efecto sobre la estructura social de los pueblos, ofreciendo a éstos o condiciones naturales favorables y con eso una base para un desarrollo cultural más fácil y amplio, o condiciones desfavorables y por consiguiente mayores dificultades respecto al último.10 Cabe destacar que de estas cuatro categorías, la primera incide en el hombre como organismo vivo y puede crear una serie de trans­ formaciones de carácter orgánico, en la que el cuerpo humano se adapta a las condiciones del medio natural en el que se desarrolla. Por ejemplo, Olivier Dollfus menciona el caso de los aymará, quie­ nes viven en el altiplano peruano-boliviano, a más de 3 800 metros sobre el nivel del mar, los cuales ...poseen un músculo cardiaco y una caja torácica desarrollados, pero, por otro lado, constatamos que una parte de los anticuerpos que permiten resistir a una serie de agresiones microbianas han desapa­ recido debido al ambiente de aire puro de la gran altitud; para estos indios ello entraña una menor resistencia a las enfermedades que hacen estragos en las regiones cálidas... El propio Dollfus considera tipos de adaptación más indirec­ tos. Señala el ejemplo del grupo muong, que habita la región media de la cordillera de Annam, el cual se encuentra entre grupos vietna­ mitas, en las partes bajas, y grupos meo, lolo y thai, que viven en las partes altas de dicha cordillera. La zona que habitan los muong está plagada

l0IbúL, p. 22. 11 Olivier Dollfus, El espacio geográfico, 2a. ed., trad. de DamiáBas, Barcelo­ na, Ediciones Oikos-Tau, 1982 (Colección ¿Qué sé?, Nueva serie), p. 45. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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...de anofeles vectores: el paludism o ataca a los recién llegados, mien­ tras que los m uong no padecen esta enfermedad gracias a la presencia en su sangre de la hemoglobina E. D e este m odo, están protegidos de las invasiones por su resistencia al paludismo, elemento de superiori­ dad con respecto a los vietnamitas y a los pueblos m ontañeses.12

En cuanto a la influencia que el hombre puede tener sobre el medio físico, ésta se ha mostrado a través de la historia de la huma­ nidad, pues el hombre, al incidir sobre su medio, lo transforma, muchas veces de manera irreversible y modifica así algunos elemen­ tos del medio físico, los cuales utiliza para su vida diaria. Para algu­ nos autores, estas transformaciones se inician con el descubrimiento del fuego, aunque tal vez, de manera imperceptible, los cambios se hayan iniciado al talar los bosques o las selvas con la intención de utilizar las maderas para la construcción de sus habitaciones. Sea como sea, antes o después, en la actualidad nos enfrentamos a un medio físico muy modificado y distinto al que se presentaba en épocas pasadas; probablemente los tres elementos de la naturaleza que más han resentido la acción humana son la vegetación, la fauna y los recursos hídricos. Con mayor cotidianidad nos enteramos de la devastación de grandes extensiones de zonas verdes, o de la des­ aparición de alguna especie animal, o bien de la transformación y desviación del curso de los ríos para la creación de presas, así como de la contaminación del agua. Tal vez uno de los ejemplos más dramáticos de la influencia del hombre sobre su entorno y su transformación es la ciudad de México, sobre la cual poco queda­ ría qué decir, pues las consecuencias las vivimos todos. Todas estas transformaciones que menciono son de carácter paulatino pero, al mismo tiempo, la naturaleza se transforma, de manera violenta, por sí sola, sin que aparentemente el hombre in­ tervenga de manera directa, como sucede con los terremotos, las erupciones volcánicas y los ciclones. Sin embargo, en otros desas­ tres naturales puede tener una intervención más directa, como sería el caso de sequías e inundaciones. a IbúL, p. 46. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Por otra parte, precisamente con la conjunción de la historia y la geografía, podemos aproximarnos al conocimiento del medio fí­ sico y las actividades que el hombre realizaba en otros tiempos, a través de la geografía histórica, a la cual podemos definir, de manera muy general, como la explicación de las características físicas y hu­ manas de la superficie terrestre en épocas pasadas. O dicho en pala­ bras de Randle: “La geografía histórica es la ciencia de lugares y de épocas, de regiones y de períodos, y aun de la Tierra y la historia universal, en la que esta duplicidad de la realidad une la dinámica geográfica con la histórica”. Mucho se ha discutido sobre los alcances de esta disciplina. Algunos autores consideran que exclusivamente debe comprender los aspectos humanos de la geografía, estudiados en otros momen­ tos históricos; para otros, debe también abarcar el estudio de la geo­ grafía física en otras épocas, pues su transformación es el resultado de la acción que ejerce el hombre sobre los elementos del medio físico, pues no debemos perder de vista que: El medio físico no es una parte independiente, ni la escenografía artificial de algún proceso histórico, com o tam poco es lo que de­ term ina el atraso de ciertos pueblos, com o han dicho o interpreta­ do en más de una ocasión algunos hom bres. P o r el contrario, es algo vivo que p or lo general se transform a de acuerdo a las necesida­ des de su contraparte, el am biente hum ano, que en m uchas ocasio­ nes provoca cam bios negativos e irreversibles en el paisaje n atu ra l.14

Sin embargo, a pesar de que estoy de acuerdo con esta segunda postura, mi propia experiencia me ha señalado la importancia de la integración de la geografía física y humana y la historia. Es decir, es muy interesante conocer y analizar el medio físico de una época determinada, pero ello por sí solo no nos dice más que una parte 13P.H. Randle, Geografía histórica y planeamiento, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1966, Introducción, p. IX. 14 Gerardo Bustos, Libro de las descripciones. Sobre la visión geográfica de la península de Yucatán en textos españoles del siglo xvi, México, u n a m , Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 1988, p. 158. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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de un conocimiento global, pues muchas de las características físi­ cas de ese momento están influidas por el desarrollo del grupo que se desenvuelve en ese entorno, por lo que se debe conocer también su trayectoria para poder explicarnos el porqué del estado de la na­ turaleza en ese caso. Por otra parte, si intentáramos caracterizar la evolución y los cambios que a través del tiempo ha sufrido el medio físico de una región determinada, forzosamente tendríamos que considerar la función que ha desempeñado el hombre. Otra discusión que se ha entablado se refiere a si la geografía histórica se deriva de la geografía o de la historia, e incluso existe la inquietud de si, dependiendo de la formación del investigador, debe predominar una u otra disciplina. Considero a la geografía histórica como una disciplina que surge de la conjunción de estas dos especia­ lidades, que toma conceptos y metodologías propias de ambas, que las funde, las retroalimenta y proporciona sus propios conceptos y sus propios procedimientos metodológicos. Randle ha sintetizado los enfoques que se le han dado a la geo­ grafía histórica y la señala como el estudio de: 1) La historia de la geografía como ciencia (o historia del pensa­ miento geográfico). 2) Los cambios en la jurisdicción territorial desde el punto de vista político y administrativo. 3) La influencia de las condiciones del medio sobre los hechos históricos. 4) La reconstrucción de la geografía de un área dada en un pe­ riodo pretérito. 5) Los cambios geográficos —físicos y humanos— a través del tiempo, sistemáticamente.15 De estos cinco objetos o temas de estudio de la geografía histó­ rica, de los cuales el autor hace comentarios críticos, considero que el primero, en sentido estricto, no correspondería al quehacer de la geografía histórica, pues es realmente una historia de la geografía. Los restantes sí tienen cabida dentro de los tópicos que analiza esta 15P.H. Randle, op. cit., p. 53. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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disciplina; de hecho, el segundo, sobre cambios territoriales, ha sido objeto de gran interés por parte de geógrafos historiadores o geógra­ fos e historiadores que cultivan esta especialidad. Esta obra de Randle, Geografía histórica y planeamiento, se pu­ blicó en 1966 y el autor señala que en ese momento la geografía histórica “con su problemática bien definida” aparece 50 años antes de ese año, es decir, en la segunda década del siglo XX. Sin embargo, no niega las aportaciones de Humboldt y Ritter y de la propia dis­ ciplina histórica, ...sin contar los adelantos introducidos en los diferentes cam pos de la investigación científica que de una m anera u otra, van a influir en la estructuración de la nueva disciplina, form ulando nuevas pre­ guntas o proveyendo los m edios enderezados o enriquecer el haber de una docum entación ú t il.16

Pero antes de Humboldt y Ritter encontramos muchos auto­ res que nos ofrecen un panorama geográfico histórico en los textos que escriben. Es obvio que Randle se refiere al momento en que la geografía histórica se define de una manera más rigurosa. Sin em­ bargo, en escritos como los de Marco Polo y los de varios cronistas de Indias, por ejemplo, encontramos algunas partes que pueden in­ sertarse en esta disciplina, aunque, por supuesto, ellos no tenían conciencia de que lo hacían. Es importante destacar que no es intercalando un capítulo de geografía en un estudio histórico o uno de esta disciplina en un estudio geográfico, como se hace la geografía histórica. El cultivo de esta disciplina conlleva, como ya dije, una interacción y relaciones muy estrechas de ambas ciencias; lo que se intenta es explicar carac­ terísticas físicas y humanas de épocas pasadas, por ello no se puede disociar al hombre de su entorno. Creo que la principal característi­ ca del trabajo en geografía histórica es precisamente estudiar a ese hombre o a ese grupo de épocas pasadas en constante interacción

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con su medio y los resultados que se obtengan nos permitirán con mucho explicarnos diversos aspectos de nuestra realidad actual. A decir de Beatriz Torrendell, la geografía histórica “es una cien­ cia profundamente humana, puesto que estudia el paisaje ‘pensado’ por el hombre, mejor dicho por los hombres que se van integrando a la dinámica de todo espacio geográfico organizado.” 17 Ahora bien, en cuanto a una metodología de la geografía histó­ rica, en la actualidad existen muchas propuestas, lo cual en gran medida enriquece el panorama de los estudios que se realizan desde esta perspectiva. Hay, sin embargo, algunos puntos de coincidencia. Uno de ellos es la consulta de fuentes históricas; aquí el trabajo de recopilación en archivos es básico, pues en muchos documentos inéditos podemos encontrar información de primer orden, a veces de mucho interés y relevancia para el análisis geográfico histórico. Por otra parte, es imprescindible la consulta de cartas geográfi­ cas que pueden ser temáticas, es decir, sobre los diferentes elemen­ tos del medio físico y de aspectos de geografía humana, y cartas de épocas anteriores; en este caso sería ideal contar con una cartografía histórica que correspondiera o se acercara al momento que analiza­ mos. En este sentido hay que advertir que estas cartas o planos de otros momentos se deben analizar con cuidado, pues con frecuencia no son muy fieles a la realidad que intentan representar, pero aun así son valiosas fuentes de consulta. Considero conveniente, también, realizar visitas a la zona que se estudia, para ver qué tan fidedigna es la información que se ha obtenido y para observar, además, la realidad actual. 17 Beatriz Torrendell, “Metodología de la investigación en geografía histó­ rica”, en II Encuentro de geógrafos de América Latina, Uruguay, 27-31 de marzo, v. V, Metodología de la investigación geográfica, p. 147. Unos días después de presentar este trabajo en el ciclo de conferencias “El historiador frente a la historia” llegó a mis manos un libro que reúne una serie de anículos en torno a la geografía histórica. Su lectura puede ser de gran interés para los estudiosos interesados en el tema: por lo cual a continuación indico su ficha bibliográfica: Claude Cortez (comp.), Geografía histórica, México, Instituto Mora-Universidad Autónoma Metropolitana, 1991 (Antologías universitarias). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Creo que el campo de la geografía histórica, por lo que se refie­ re a nuestro país, ofrece muchas posibilidades: en primer lugar por­ que son pocos quienes se dedican a cultivarla y por la gran riqueza de información con que contamos. Espero que algún día veamos una serie de publicaciones sobre este tema, como la que hace algu­ nos años se inició en Inglaterra con el título Tiempo y espacio, cuyo fin es dar a conocer los estudios que se realizan en este campo, y por ello es muy sintomático que el primer volumen se denomine Period and Place: Research Methods in Historical Geography. Desde siempre podemos decir que la historia y la geografía han caminado juntas; tenemos muchos ejemplos de la manera en que con frecuencia los historiadores utilizan la geografía en sus textos. Desde Los nueve libros de la historia de Herodoto, en los cuales el autor griego, además de hacer historia, presenta rasgos y aspeaos geográficos de los lugares que trata pero, como mencioné anterior­ mente, no desde un punto de vista de determinismo geográfico, es decir, el griego no da al medio ambiente en el que se desarrollan los pueblos un carácter determinante; al contrario, para él, el hombre con su esfuerzo puede transformar el medio. Tal vez uno de los momentos más importantes en textos escri­ tos en los que aparece una estrecha relación entre la geografía y la historia sea el periodo comprendido desde los primeros contactos españoles con el Nuevo Mundo hasta los siglos xvi y xvii. En casi todos estos textos, independientemente de la finalidad que perse­ guían, hay menciones a la geografía del nuevo continente, tanto físi­ ca como humana. En muchos casos se habla con gran admiración de los elementos del medio físico y se nota que la vegetación, la fauna y la hidrografía fueron los tres que, en general, llamaron más la atención de los españoles, quizá por su gran riqueza en las tierras americanas; pero también el clima y el relieve, para completar los cinco componentes básicos del medio natural de una región, son enunciados y descritos con gran detalle, aunque muchas veces, apa­ rentemente, no se entienda en su totalidad la realidad física de las tierras americanas. Por ejemplo, en la expedición de 1517, al mando DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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de Francisco Hernández de Córdoba, su piloto, Antón de Alaminos, al hacer un recorrido bordeando el litoral, señaló que la península de Yucatán estaba separada del continente, por lo que era una isla, y en razón de ello le dio el nombre de Términos a la laguna que se encuentra separada por Isla del Carmen del Golfo de México. Esta apreciación de Alaminos tuvo vigencia durante algunos años y se reflejó en la cartografía de la época. A pesar de ello, poco a poco se puso en duda esta apreciación y muchos autores hacen comentarios sobre esta idea, hasta llegar a definir a la región como lo que real­ mente es: una península. Una definición muy original al respecto es la de Torquemada, quien señala lo siguiente: Yucatán, que algunos llaman Campeche y otros Champotón, es una provincia que por la mayor parte parece isla, a la manera de España, porque por las tres partes es cercada de mar aunque diferentemente; porque a Yucatán la cerca el mar por el oriente, poniente y septentrión, y solamente por la parte del mediodía en­ tra en tierra firme; y así, por aquella parte se extienden más sus términos de norte a sur y de oriente a poniente.18 Es decir, en este caso una apreciación creó una gran confusión respecto a la configuración y definición de una parte del Nuevo Mun­ do. Tal parece que la otra península de la actual República Mexicana corrió con la misma suerte. Recordemos que también existía la idea de que la península de Baja California no era tal, sino otra isla. Los viajes del padre Kino demostraron el error de quienes así la considera­ ban, pues esta región se encuentra unida al continente. Entre Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Casti­ llo, Diego de Landa, Bernardino de Sahagún, el propio Francisco 18 Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana. De los veinte y un libros rituales y monarquía indiana, con el origen y guerras de los indios occidentales, de sus poblazones, descubrimiento, conquista, conversión y otras cosas maravillosas de la misma tierra. Coord. de Miguel León-Portilla, 7 v., México, u n a m , Instituto de Investigaciones Históricas, 1975-1983 (Serie de historiadores y cronistas de Indias), v. VI, p. 54.

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Kino, Joseph de Acosta (quien considero escribió uno de los mejo­ res textos, desde el punto de vista de la geografía física y humana, sobre las tierras americanas: Historia natural y moral de las Indias), y muchos otros que nos harían elaborar una lista excesivamente lar­ ga, hubo algunos que escribieron sobre el Nuevo Mundo sin haber estado en él; todos destacan rasgos geográfico-físicos de la nueva tierra y muchos se maravillan del paisaje que aparece ante sus ojos o que les refieren. La importancia que en estos escritos se da a la geografía física y humana, a raíz de las exploraciones y el asentamiento de los españo­ les en el Nuevo Mundo, tal vez la podamos explicar por el hecho de que este territorio viene a romper con una serie de moldes del pen­ samiento occidental. Existe otro continente, y ademas esta habita­ do, así que algunas ideas, como la de Aristóteles de la inhabitabilidad de la zona tórrida, o tórrida zona como la llama Acosta, se prueban erróneas. Por ello, había que conocer, lo más detalladamente posi­ ble, el paisaje natural y a los hombres que lo habitaban, probable­ mente también para tratar de entender esta nueva realidad que aparecía ante sus ojos. Cabe incluir aquí la serie de intentos que realizó la Corona española para conocer de manera sistemática sus posesiones de ul­ tramar. De todos ellos me referiré al corpus elaborado con base en un cuestionario de 50 preguntas que hizo Juan López de Velasco en 1577. Las Relaciones geográficas que se elaboraron a partir de estas 50 cuestiones nos ofrecen la visión de una geografía física a veces candorosa e ingenua, muy descriptiva, aunque en algunos casos es­ tablecen paralelismos con su tierra natal, la cual nos permite cono­ cer el grado de apreciación de una nueva realidad por parte de los españoles establecidos en el nuevo continente. Esto es más notorio en algunos textos, sobre todo en los que se generaron en la penínsu­ la de Yucatán. El paisaje yucateco es muy distinto al del resto de la actual República Mexicana: carece de agua superficial, con excep­ ción de algunos ríos cortos, y por ello los españoles se refieren a

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ella como una región seca, aun cuando hablan, al mismo tiempo, de una exuberante vegetación y de fuertes lluvias. Esta incomprensión de su entorno se hace mucho más paten­ te cuando los españoles intentan explicar el origen de los cenotes. Para fray Diego de Landa, estas formaciones fueron producto de “algunos accidentes de rayos que suelen caer muchas veces” 19 y el autor de la Relación de Tekit nos dice al respecto: ...tiene el dicho pueblo siete u ocho bocas de cennotes de agua que así se llam an; éstas son aguas m uy lindas y delgadas; está el agua a catorce brazas; desde arriba hasta abajo es toda una peña; son anchos p o r abajo, unos a cien brazas y otros a doscientas... dicen los natu­ rales que cuando vino el diluvio general pasado quedaron abiertos e sto s.20

Esto no quiere decir que lo único que se puede encontrar en estos textos, desde el punto de vista geográfico, sean estos “errores”, pues por otra parte nos permiten conocer las características geográ­ ficas físicas del Nuevo Mundo, o parte de él al menos, con lo que si tuviéramos información de otros momentos históricos, podríamos caracterizar la evolución que, por la acción humana, han sufrido los elementos del medio físico a través del tiempo. Por otra parte, gra­ cias a que muchos de los autores de las relaciones se aventuran a dar una explicación de lo que describen, podemos conocer también al­ gunas de las teorías que se utilizaban en Europa para explicar algu­ nos fenómenos. Un ejemplo muy claro al respecto fue la admiración que produjo a los españoles la presencia de agua subterránea lejos 19 Fray Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, 10a. ed., int. Angel María Garibay K., México, Editorial Porrúa, 1973, (Biblioteca Porrúa, 13), p. 119. 20 Mercedes de la Garza et al. (eds.), Relaciones histórico-geográficas de la Gobernación de Yucatán (Mérida, Valladolidy Tabasco), 2 v., México, u n a m , Institu­ to de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 1983 (Fuentes para el estudio de la cultura maya, 1), v. I, p. 287.

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de la costa y alejada del mar; una de las explicaciones que se daba en la época, y que se originó en la Edad Media, era que el agua subte­ rránea provenía directamente del mar. 21 Ahora bien, ¿cómo se describe la geografía humana en estos textos? Cabe recordar que al mismo tiempo que se realizan nuevas expediciones, los españoles poco a poco se asientan en los territo­ rios dominados y provocan cambios en todos los órdenes de la vida de los indígenas, lo cual es producto de su función hegemónica. En los textos podemos encontrar, en muchos casos, dos formas de des­ cribir la geografía humana de las regiones conquistadas, la cual siem­ pre está muy relacionada con su descripción de la historia prehispánica y colonial. Por una parte, muchos textos abordan diversos aspectos de las culturas prehispánicas y nos ofrecen un amplio panorama de temas que se pueden incluir dentro de esta rama de la geografía: población y aspectos demográficos, economía, división política, len­ guas y estructura urbana, principalmente. Toda la información que nos proporcionan estos textos nos permite reconstruir la geografía humana de cada región, pues a partir de los datos que se manejan, nos enteramos de distancias entre lugares, distribución lingüística, organización territorial, composición de la población, morbilidad, mortalidad, tipos de asentamientos, tipos de actividades económi­ cas y las relaciones comerciales que se establecían entre diversos asen­ tamientos y regiones, etcétera. Pero al mismo tiempo nos enteramos y conocemos una nueva geografía humana, la que realizan los propios españoles, quienes introducen una nueva forma de vida, la cual se trasluce en todos los aspectos que mencioné anteriormente, pero con cambios, pues los dominadores modifican la organización indígena en prove­ cho de sus propios intereses. Así se nos presenta una nueva divi­ sión política, una geografía urbana distinta y una distribución de la población cam biada, producto muchas veces de las movilizaciones forzosas de población aborigen. 21 Laura E. Maderey, Estudio preliminar sobre las aguas subterráneas en Méxi­ co, México, u n a m , Instituto de Geografía, 1967, p. 11. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Ahora bien, si hablamos de las relaciones entre geografía e his­ toria, no debemos perder de vista uno de los principales elementos que relaciona ambas disciplinas: me refiero concretamente a los mapas. Si los entendemos como la forma de representar la realidad de manera esquematizada, son de gran interés para los historiado­ res. Sobre una carta geográfica, además de configurar fenómenos físicos y actividades humanas actuales, también podemos sintetizar algún proceso histórico o un problema particular. Al respecto, Hassinger señala que el mapa ...viene a ser com o una escritura abreviada de todos nuestros cono­ cim ientos topográficos de un territorio determ inado... M antenién­ dose fiel a las características del espacio y sin salirse de ellas, reproduce las superficies terrestres y acuáticas, las m ontañas, los ríos, los nú­ cleos de población y las vías de tráfico, m ostrando cóm o tod os estos elem entos se disponen y se estructuran dentro del paisaje. 22

Las posibilidades que el análisis cartográfico ofrece a los histo­ riadores son muchas; ya mencioné hace un momento la consulta de mapas o planos para el trabajo en geografía histórica; sin embargo, me gustaría reiterarlo en este momento, pues un especialista en his­ toria, además de la información que puede obtener de otro material cartográfico, puede elaborar, a partir de los datos, sus propios ma­ pas históricos para ilustrar, por ejemplo, rutas comerciales, conflic­ tos bélicos, migraciones, evolución de fronteras políticas, cambios en la estructura urbana de alguna ciudad, desviación del curso de algún río para solucionar un problema, etcétera. Estas cartas al mis­ mo tiempo pueden sintetizar el análisis histórico y permiten al in­ vestigador, además, situarse en ese espacio objeto de estudio. Para finalizar me gustaría señalar que las relaciones entre histo­ ria y geografía han existido y seguirán existiendo, pero ello no quie­ re decir que tanto geógrafos como historiadores debamos formarnos, ahora, en ambas disciplinas; de las dos tenemos suficiente literatura

21 Hugo Hassinger, op. cit., p. 13. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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a la cual podemos recurrir para disipar dudas y encontrar apoyos a nuestro quehacer académico. Sin embargo, creo que lo que no de­ bemos perder vista, como lo señala el historiador libanés Jaward Boulos, es que: E l m undo geográfico donde vive una agrupación hum ana... es un factor esencial, un “soporte de su historia” . L a historia m oderna que trata de explicar el pasado, considera com o indispensable el estudio del medio geográfico donde viven los pueblos, con m iras a descubrir la influencia de las condiciones físicas sobre su form ación y su evolución histórica y política... E l m apa físico y el m apa polí­ tico de un país se ilum inan recíprocam ente y son insep arab les.23

23 Jaward Boulos, La geografía, factor esencial de la historia (y otros temas), Caracas, Universidad Central de Venezuela, Publicaciones de la Escuela de His­ toria, 1969 (Serie varía, V), p. 59. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

LA H ISTORIA Y LA FO TO G RA FÍA R u g g ie r o R o m a n o

Se dice que toda fotografía, sin excepción, es un documento. Por ejemplo, la que el padre de familia toma a su hijo el domingo en el bosque de Chapultepec es un documento; un docume íto para la persona y también puede constituir un documento histórico. Pero antes de afirmar que una fotografía es un documento se necesitan dos datos fundamentales: conocer el año y el lugar, porque una fo­ tografía sin tal información empieza a ser un documento muy dis­ cutible y puede prestarse a una serie de confusiones. Desde el momento en que se toma esa fotografía se pueden obtener algunos elementos. Si en una fotografía de 1880 aparece un señor o una señora vestidos de cierta manera, esto aporta algunos elementos: a qué cla­ se social pertenecen por el tipo de zapatos, corbatas o botones, así como por la forma de peinarse. Si la imagen de esas personas está en el contexto de una casa, es posible detectar otros elementos por el estilo de los muebles o, por lo menos, de los muebles de cierta etapa histórica. En fin, todos estos elementos dan una idea bastante preci­ sa de lo que, en otro ejemplo, fueron las tiendas de una ciudad en cierto momento. Si pensamos en la relativa falta de imágenes de tiendas en los siglos XVII y XVIII, o en la primera mitad del XIX, y comparamos la abundancia, por el contrario, de imágenes de tien­ das después de que se inventó la fotografía, nos daremos cuenta de que con su llegada se impone cierta imagen de la ciudad, con deta­ lles que antes eran absolutamente inimaginables.

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La fotografía de exteriores brinda elementos sobre la circula­ ción de peatones, automóviles o caballos. Hay algunas antiguas fotografías de París que nos permiten conocer la circulación, esen­ cialmente, de carros tirados por caballos que llegaban a conges­ tionar el tránsito de esa ciudad. Se trata, entonces, de elementos de reconstrucción de algunos momentos que no tendríamos de otra manera. Hay una diferencia muy interesante y divertida entre hacer una fotografía en México o tomarla en Londres: es más fácil hacerla en esta última ciudad por dos razones; la primera, la luminosidad de México es muy apreciada, pero para los fotógrafos resulta muy dura, muy difícil de manejar, razón por la cual, y a pesar de ello, el cine mexicano y los fotógrafos mexicanos nos han dado probablemente las imágenes más bellas de cielos de toda la historia del cine y de la fotografía. La segunda es muy banal: si deseamos fotografiar la cate­ dral o cualquier otra iglesia de México seguramente encontraremos un paisaje lleno de cables de electricidad o de teléfono, pero no así en Londres o París. Hasta 1930-1940, en París y Londres también se encontraba toda una trama de cables de teléfono o electricidad, y fue sólo des­ pués de la Segunda Guerra Mundial que se decidió, por razones estéticas, que todas estas instalaciones externas en las ciudades se ubicaran en el subsuelo. Esta persistencia de los cables habla de que México todavía no ha podido hacer pasar los cables de teléfono o electricidad por canales subterráneos. Lo sé porque en alguna oca­ sión tomé una serie de fotografías en Popayan y fui violentamente criticado porque en esas fotografías (que, si me permiten decirlo, eran bonitas, nada extraordinarias, pero decentes) siempre apare­ cían cables. Yo había tratado, sin éxito, de eliminarlos, pero, aparte de subir a una escalera y cortarlos, no había otra solución. Nada que hacer. Estaban ahí. Hay elementos, mínimos si se quiere, que al ver con cuidado una fotografía traducen o expresan también algo de los problemas generales de un país. Es así que se inició el empleo, muy interesante, de la fotografía para la historia de las revoluciones. En el caso de la Revolución Mexi­ DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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cana están los volúmenes de la Historia gráfica de la Revolución Mexi­ cana de Gustavo Casasola, todos muy importantes y muy bien he­ chos. Constituyen una verdadera mina para la historia de la cultura campesina y para muchos temas más. En ese sentido, la fotografía es un documento y es posible obtener todavía más de lo que hasta ahora se ha logrado. N o tengo ninguna capacidad para hacer un estudio psicológi­ co; sin embargo, me gustaría reunir todas las fotografías de Zapata y de Pancho Villa, para estadísticamente calcular cuántas veces Zapa­ ta y Villa ríen o sonríen. Zapata casi nunca ríe en las fotografías, siempre está triste; Villa, por el contrario, siempre sonríe, siempre está contento; es muy raro observar una fotografía con un Pancho Villa serio y todavía menos, triste. Sería una manera de aventurarme en un terreno en el cual no sé moverme, aunque creo que hay posibilidad de obtener algo. Pero, insisto, hay un aspecto fundamental de la fotografía como docu­ mento, que es saber dónde y en qué fecha estamos. Un ejemplo específico: el Io de mayo de 1959 estaba en Varsovia. Transcurría entonces el gran desfile del Día del Trabajo y conseguí una invita­ ción para presenciarlo desde la tribuna oficial. Esta tribuna era muy vertical y muy alta. En primer plano estaban las autoridades, detrás otras personas y en las últimas filas, semivacías, me ubiqué. Desde allí tomé alrededor de 200 fotografías de un desfile muy pacífico y cordial. Atrás de la tribuna sólo estaban algunos milicianos que hacían guardia y en un banco del jardín cercano una pareja dándose besos y, claro, también hice una fotografía de esa pareja. Imaginen que debo publicar estas fotografías. En 1959 era un asunto, en 1985 o 1979, otro. En 1959 el tema de las 200 fotografías podría ser el si­ guiente: Ayer se festejó el Io de mayo con el espontáneo entusias­ mo colectivo de la población de Varsovia, a excepción de algunos asocíales. Sí, porque en 1959 la pareja eran, simplemente, dos “asocíales”. En ese año la población polaca, no quiero decir que era socialista, simplemente digo que entonces los polacos creían en la alternativa socialista, estaban orgullosos de la reconstrucción, de las DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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cosas que se estaban haciendo y la gente que asistía al desfile en 1959 lo hacía de verdad espontáneamente, no había ninguna coac­ ción. Pero en 1979 se trataba de un país en el cual se podía poner, a las mismas fotos, cuando menos el siguiente comentario: “Entre la población de Varsovia, obligada a desfilar el Io de mayo sin ninguna gana, vemos una forma de resistencia: dos muchachos que hacen el amor en lugar de participar en el desfile. ¡Vivan los dos héroes!” Sencillamente, si no sé de cuándo es la fotografía ni dónde se tomó, este famoso documento no significa nada en absoluto, o puede sig­ nificar también cosas opuestas. Naturalmente, en la fotografía, como en todos los documentos históricos, hay que tomar la precaución elemental de comprobar que no se trate de una falsificación. Si la donación del emperador Constantino a la Iglesia fue falsa, imagínense si no hay falsificacio­ nes en la historia de la fotografía. Es lamentable que en las universi­ dades no se imparta más esta materia fundamental. Respecto de la famosa foto de Lenin ubicado en una tribuna, en la cual está con el cuerpo y el brazo tendido hacia adelante. En la foto completa hay un palco, una pequeña escalera y, al pie de ésta, un personaje de barba y bigote. Este personaje era Trotsky, quien a partir de cierto momento, en la iconografía oficial de la antigua Union Soviética, desaparece. Está la escalenta, pero Trotsky desapa­ rece por completo. Esto se llama falsificación que es, a su vez, significativa. Pero es necesario saber que es una falsificación. Ésta empieza a ser significa­ tiva porque constituye una prueba más del hecho que del panteón del imaginario revolucionario ruso, un cierto personaje con barba y bigote tiene que desaparecer completamente. Entre fotos falsas, hay una italiana muy famosa: es la foto del 20 de septiembre de 1870, cuando Roma cayó ante las tropas italianas, y es una falsifica­ ción porque no fue tomada en la fecha mencionada sino el 21 de septiembre, un día después, cuando del otro lado no había más re­ sistencia, pero aun así el fotógrafo hubiera podido tomar la foto sin demasiados riesgos. Finalmente, en la medida en la cual se quiere identificar la foto como documento (sí, la foto se puede considerar DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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como documento), hay que manejarla de manera distinta y con más precauciones que al clásico documento escrito que encontramos en los archivos. En cierta medida, el mismo problema se plantea con la pintura como documento histórico. Mi maestro Braudel, por ejemplo, te­ nía un gusto muy marcado por la pintura como documento históri­ co. Si se revisan sus libros sobre el Mediterráneo o el capitalismo, las fotografías no fueron puestas como ornamento, ni tampoco fue­ ron elegidas por las editoriales. Son fotografías que Braudel tomó de pinturas, cuadros, objetos artísticos, etcétera, que él mismo y su señora seleccionaron en función del texto preparado. De este modo, los libros de Braudel, esas pinturas y esos cuadros u objetos —ani­ llos, vasos, tenedores— constituyen una parte integral del libro. Pero hay que tener mucho cuidado porque, en una pintura cualquiera, ¿hasta qué punto se hace una reproducción fiel del tema que se está presentando y hasta qué punto, por el contrario, posee un aspecto creativo y, por tanto, en cierta medida se presenta el carácter inventivo del autor? Entonces, la pintura es un documento, pero hay que estu­ diarla con mucha cautela, pues de lo contrario se seguirán usando ciertas formas, en historia social del arte, en las que se hace decir a los cuadros cosas que ni los cuadros (que no hablan) ni, menos aún, el pintor quisieron decir. En la foto-documento hay otra posibilidad, que es considerar la fotografía no tanto como documento, sino como monumento. ¿Cuál es la diferencia? La palabra documento viene del latín docere, que significa enseñar; es decir, cuando estamos frente a un documento, presenciamos algo que nos enseña algo. Monumen­ to se deriva de otro verbo latín, memini, que significa recordar. Un monumento nos recuerda cierta cosa, pero no enseña nada, sólo recuerda algo. Simplemente dice que existió esto o pasó aquello. N o muestra la diferencia que hay entre recordar-recordarse y enseñarenseñarse. La mejor fotografía como documento es la tomada por el his­ toriador o, al menos, la fotografía de la cual fue testigo cuando fue tomada por otra persona. En esta situación, la fotografía no es sólo DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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un documento, sino también monumento, cuando menos para el autor de la foto y, en el caso específico, para el historiador. Describiré a continuación algunas experiencias personales. Soy autor del libro Memoria de un país. Los Andes y, modestamente, no creo que mis fotos sean extraordinarias, sólo son buenas. Hay cente­ nares como las mías. El interés del libro, considero, es que yo sabía exactamente dónde y cómo estaba tomada cada fotografía. La cons­ trucción del libro, entonces, podía ser de una manera específica. Por ejemplo, hay un capítulo sobre sombreros, porque el mundo andino tiene una especie de obsesión por los sombreros. Si se cono­ cen bien algunas regiones de esta zona, se puede identificar muy bien el origen de algunos grupos étnicos simplemente por el som­ brero que usan. Puede identificar que la señora que porta cierto tipo de sombrero viene de determinado pueblo. Esto es indiscutible sólo porque se conoce que esta fotografía fue tomada en cierto lugar y en cierto momento, por lo tanto, este sombrero dice mucho más ahí, que en alguna otra fotografía en la cual apareciera el mismo. Esa fotografía ya no sólo es un documento, sino también monumento. N o es sólo algo muy general sobre el sombrero, sino algo que en forma particular trae recuerdos específicos. Entonces se puede escri­ bir un comentario que acompañe a esa imagen o a esa serie de imá­ genes, que de otra manera no se podría hacer. Hace algún tiempo se me solicitó que me encargara de una exposición internacional de fotografías sobre las ciudades del Medi­ terráneo. Se me preguntó si aceptaría montar la exposición con fo­ tografías de otras personas. N o acepté porque las fotografías que me llegarían de otros autores serían, sin duda, mejores que las mías; sin embargo, el problema no era si estéticamente eran mejores, la cues­ tión era otra: el capítulo de la exposición sobre el problema de las luces y las sombras en el Mediterráneo, ¿podía presentarse con co­ nocimiento de causa y efecto en relación con el momento en el que se tomaron las fotografías? Otras fotografías de grandes artistas me daban sombras y luces, pero yo no sabía en absoluto si estas som­ bras y luces eran efectos del arte del fotógrafo o el reflejo de una situación real de sombras y luces en el contexto mediterráneo. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Este problema no es nuevo. El fenómeno muy particular y bastante estudiado que es el gran tour—t\ gran viaje— de los jóvenes de las grandes familias, en particular ingleses, pero también algunos franceses y alemanes que desde el siglo xvi se considera que para su formación tienen que dar una “vuelta”, hacer un viaje. Los ingleses van de Inglaterra a Francia, Suiza, Italia y regresan. Son jóvenes de 15, 16, 17 años, que salen, viajan, miran el mundo clásico; en Suiza ven la organización política, la democracia directa; observan la agri­ cultura de distintos países. La experiencia es un capítulo casi indis­ pensable en la formación del joven de buena familia. Finalmente, el viaje constituye una forma de doctorado en investigación que se hace en otros países. A finales del siglo xvin el “viaje” se amplía hasta el sur de Italia. Primero se llega a Sicilia y luego viene la conquista o, si se quiere, la integración de Grecia en el gran tour. Si al comentar de fotografía, les hablo de un “gran viaje” es porque éste nos ofrece un magnífico ejemplo de la relación entre la imagen y las cosas, aquello de lo que nos hablaba W. Goethe. El connotado alemán realizó un viaje por Italia entre los años 1786 y 1788. Goethe era, además, un excelente dibujante; sin embargo, consideraba que sus dibujos eran poco pre­ cisos, poco exactos. Es por ello que después de su paso por Roma recurrió a un dibujante “profesional”, Christoph Heinrich Kniep, quien lo acompañó en su viaje por Sicilia y realizó para Goethe una serie de dibujos. El libro Italienreisen es uno de los textos más bellos que he leído en mi vida. Pero me parece que la lectura se vuelve más atrac­ tiva y comprensible, es decir, más inteligente e impactante cuando se acompaña de los dibujos.* Las estampas de Goethe no sólo pue­ den calificarse de bellas (comúnmente se establece una relación en­ tre Goethe y Durero), sino también hay que entenderlas en función del texto para así otorgar a ambos elementos su verdadero valor. Para el autor, estos dibujos desempeñan una función en el tex­ to, el cual puede compararse con un libro de fotografías que haya * Cfr. Le Corpus der Goethezeichnungen, 10 v., Leipzig, 1958-1973. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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sido construido inteligentemente, o con una serie de fotos que reú­ ne un viajero inteligente ante lo que observa. Por desgracia no ha habido, ni hay aún, me parece, un gran poeta que al mismo tiempo sea un fotógrafo de este tipo. Hay “parejas” formadas para lograr este objetivo, como es el caso de Strand-Zavattini, por ejemplo, pero se trata de dos personas distintas, y por ello creo que estamos muy lejos de lograr lo que Goethe obtuvo. Esta experiencia me parece ejemplar e importante, tomando en cuenta que él realizó su viaje entre los años 1786 y 1788, pero el texto lo escribió hasta 1816. Es cierto que fueron los dibujos los que desempeñaron un papel im­ portante en la redacción del libro, y no a la inversa. Pero, ¿cuál fue ese papel, el que puede ser propio al revisar un documento cualquie­ ra? O más exactamente, el que apreciamos al observar un monu­ mento, porque considero que Goethe no tenía necesidad de esos dibujos, en tanto que meras muestras, sino que recurría a ellos para recordar hechos ocurridos 20 años antes. Quiero agregar que no es necesario ser fotógrafo, a veces es suficiente acompañar a alguien que tome una fotografía para ver cosas que de otra manera no vemos. Por ejemplo, imaginemos que se conoce muy bien una ciudad, así como sus iglesias, sus edificios... También imaginemos que se hace un viaje a esa ciudad y que, como historiador, se está acompañado de otro colega. Considero que el conocimiento que ambos tienen de esa ciudad no se enriquecería de manera particular por este viaje con otro historiador. Por el contrario, si se realiza un viaje a esa misma ciudad con un químico o un físico, las preguntas que ellos le formulen al histo­ riador lo obligarían a realizar otro esfuerzo, a un tipo distinto de atención. Si se va a esa ciudad bien conocida y se toman muchas fotografías o simplemente se acompaña a alguien que las haga, des­ pués se observará una gran cantidad de cosas que nunca se habían visto. En este sentido, el ojo del aparato fotográfico, a condición de estar al lado o detrás (mejor detrás), es algo revelador de cosas que no se ven, que el ojo del historiador (estamos hablando de historia) no ve. A esta altura, la fotografía empieza a ser verdaderamente una mezcla de documento y monumento. Del documento, porque es DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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documento, y del monumento, porque hace recordar cosas que an­ tes, en el simple documento, no habíamos visto. Hay un problema más: las fotografías al plural, la serie. Al prin­ cipio teníamos una fotografía y eso ya es importante, pero lo más relevante son las series de fotografías. N o quiero aquí introducir el debate de historia cuantitativa-historia cualitativa, pero en cierta medida es más o menos el mismo asunto. Una fotografía indica ciertas cosas; en cambio una serie de tomas sobre el mismo monu­ mento, el mismo edificio, la misma persona, los mismos contextos, al final índica otra cosa. Las series fotográficas, a pesar de que intro- * ducen cierto elemento de dinamismo, cierto elemento de cinemáti­ ca, no es cine. El discurso del cine es otro completamente distinto, que poco tiene que ver con lo que hasta ahora he mencionado.

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LA SO CIO LO G ÍA Y LA HISTORIA EN M ÉXICO R

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Esta presentación tiene por objeto reconstruir de manera general las distintas etapas del pensamiento social mexicano y su relación con la historia, tanto como disciplina como concepción de lo social y lo político. La huella que seguiremos a lo largo de 60 años será la que ha dejado la Revista Mexicana de Sociología,’ el órgano de difusión aca­ démica especializada en ciencias sociales más antiguo de América Latina que, como es de suponerse, ha pasado por distintas etapas. El presente artículo consigna un recorrido por ellas. En la primera etapa (1939-1950), el manejo de la historia apare­ ce en las páginas de la revista bajo tres formas. La primera de éstas es esencialmente abstracta y analiza problemas ubicados en otras lati­ tudes geográficas y tradiciones de conocimiento. Para la historiografía teórica de la época, la realidad mexicana no es un objeto de reflexión ni de angustia intelectual. En esta línea de pensamiento histórico sobresalen dos filósofos de la historia: Rodolfo M ondolfo2 y el transterrado José G aos,3 ’ Instituto de Investigaciones Sociales, u n a m . 1 Todas las notas a pie de página se refieren, salvo que se especifique lo contrario, a la Revista Mexicana de Sociología (RMs), razón por la cual el título no se repite en cada una de las referencias bibliográficas. 2 Rodolfo Mondolfo, “Espíritu revolucionario y conciencia histórica", v. 3, núm. 4, oct.-dic. 1941, p. 71-86, y “La política y la utopía de Campanela: la ciudad del sol”, v. 6, núm. 2, may.-ago. 1944, p. 213-223. 3José Gaos, “Individuo y sociedad”, v. 1, núm. 3, jul.-ago. 1939, p. 7-16, y “Sobre la sociedad e historia", v. 2, núm. 1, ene.-mar. 1940, p.5-21.

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quienes se resguardaron en América Latina del acoso del fascismo. La revista da cuenta de las inquietudes y polémicas de estos dos intelectuales y, en ambos casos, se confirma la tradición del conoci­ miento humanista constituida por la reflexión especulativa sobre la sociedad y sus avatares en el tiempo. Tanto en el caso de Rodolfo Mondolfo como en el de José Gaos es clara la búsqueda de la unidad totalizadora del conocimiento hu­ manista fundada en la convergencia de la filosofía, la historia y las llamadas disciplinas sociales, no obstante la terquedad contemporá­ nea de sólo destacar sus especificidades. Para estos dos pioneros de la Revista Mexicana de Sociología hay un ámbito del saber en la relación entre filosofía, historia y discipli­ nas sociales, que resuelve problemas sustantivos al desarrollar un conocimiento que las vertebra (o para dar una imagen más clara), que anuda los cabos de estas tres modalidades del conocimiento hu­ mano, al reflexionar sobre el contenido de sus supuestos epistemo­ lógicos. En Gaos y Mondolfo la reflexión en el plano de los supuestos epistemológicos sostiene la solidez y el alcance posible de los méto­ dos y las categorías centrales, de las teorías en las ciencias del hombre. El conocimiento sobre la relación entre filosofía y ciencias del hombre dejó una primera huella en la sociología mexicana, pero este rastro se perdió en el origen de su camino y hoy está en el olvido. La etnohistoria aparece como una segunda vertiente en el co­ nocimiento de la historia en las primeras páginas de la Revista Mexi­ cana de Sociología. Este conocimiento se expresa como una actividad intelectual articulada por las categorías analíticas de la etnología y la antropología funcional de los años cuarenta y cincuenta. En esta segunda visión, la historia recupera la constante cultu­ ral en las conductas de los grupos indígenas y étnicos. Desde esta perspectiva, el manejo de la historia se orienta más hacia la cons­ trucción de la continuidad que al esclarecimiento argumentativo del cambio. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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La revista contiene varios textos en los que la historia y la etnología constituyen el binomio explicativo de la realidad so­ cial mexicana y latinoamericana. Entre ellos sobresalen el “Estu­ dio histórico-etnográfico del alcoholismo entre los indios de México”, publicado en 1942 por el reconocido etnólogo mexicano Francisco Rojas G onzález/ y el ensayo sobre la historia de la etnología brasi­ leña de Herbert Baldus.5 Una tercera vertiente la constituyen los estudios propiamente históricos, en los cuales los problemas y los análisis pretenden ex­ plicar fenómenos ubicados temporalmente en el pasado. Entre los primeros textos historiográficos se encuentra aquel que hace referencia a los aztecas.6 Uno de los temas centrales de la historiografía de las décadas de los cuarenta y cincuenta fue el estudio de la Revolución Mexicana, trabajos que, en su gran mayoría, fueron de carácter apologético, más que investigaciones de historia social o política. El prototipo del trabajo historiográfico sobre la Revolución Mexicana de esas décadas describe las direcciones políticas del movi­ miento armado y reduce el ejercicio del gobierno y de la organiza­ ción del Estado a las cualidades y características personales del dirigente. Son ensayos sobre el estilo personalizado de gobierno, más que análisis de conducción institucional.

4 Francisco Rojas González, “Estudio histórico-etnográfico del alcoholis­ mo entre los indios de México”, v. 4, núm. 2, abr.-jun., 1942, p. 111-125; “Las instituciones del compadrazgo entre los indios de México", v. 5, núm. 2, abr.jun. 1943, p. 201-213. Además de este artículo, Francisco Rojas González escri­ bió muchos más en la revista, entre los que destacan: “Cartas etnográficas de México”, v. 1, núm. 2, may.-jun. 1939, p.80-94; “El comercio entre los indios de México", v. 7, núm. 1, ene.-abr. 1945, p. 123-137; “Las instituciones del compa­ drazgo entre los indios de México", v. 5, núm. 2, abr.-jun. 1943, p. 80-96; “Totemismo y nahualismo", v. 6, núm. 3, sep.-dic. 1944, p.359-369. 5 Herbert Baldus, “Ensayo sobre la historia de la cultura brasileña” v. 5, núm. 2, abr.-jun. 1943, p. 171-192. 6 Miguel Mejía Fernández, “La tribu azteca”, v. 7, núm. 2, may.-ago. 1945, p. 267-279. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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La exposición sobre las distintas etapas del proceso revolucio­ nario se confeccionó en torno a nombres y periodos de gobierno. Esta manera de armar la historia muestra el grado en que la ideolo­ gía de la Revolución Mexicana permeó el alcance cognitivo de las ciencias sociales durante la tercera y cuarta décadas del siglo. El nivel de influencia ideológica de la Revolución Mexicana resulta innegable al contrastar las páginas de la Revista Mexicana de Sociología con la historiografía de la época, siendo estas dos concep­ ciones contradictorias y excluyentes sobre la manera de explicar los hechos sociales. Los ensayos históricos sobre México ignoraron los textos pu­ blicados en la Revista Mexicana de Sociología sobre las ciencias socia­ les, 7 la teoría sociológica,8 la estructura social,9 las clases sociales,10 la movilidad y la estratificación social.11 7 José Medina Echeverría, “Reconstrucción de la Ciencia Social", v. 3, núm. 4, oct.-dic. 1939, p. 17-39; “Sobre la investigación en ciencia social en nues­ tros días", v. 2, núm. 4, oct.-dic. 1940, p. 17-22; Robert Redfiel, “Las ciencias sociales, medios y fines", v. 9, núm. 3, sept.-dic. 1947, p.23-48; Conrado Gini, “Una sociedad laborista”, v. 3, núm. 1, ene.-mar. 1941, p.47-80; “Una sociedad laborista "(Conclusión), v. 3, núm. 2, abr.-jun. 1941, p. 51-67. 8 José Medina Echeverría, “¿Es la sociología simple manifestación de una época crítica?”, v. 1, núm. 2, may.-jun. 1939, p. 17-39; “La ciencia social en la sociedad contemporánea”, v. 3, núm. 3, sept.-dic. 1951. George Gurvitch, “La percepción actual de la sociología", v. 8, núm. 3, sept.-dic. 1946, p. 405-419. Hacia mediados de la década de los sesenta se publica otro artículo del autor: “Las variaciones en las percepciones colectivas de las extensiones", v. 26, núm. 3, sep.dic. 1964, p. 643-672. Morris Ginsberg, “El psicoanálisis y la sociología”, v. 12, núm. 2, may.-ago. 1950, p. 169-183. 9 George Gurvitch, “El concepto de estructura social", v. 17, núm. 2-3, may.-dic. 1955, p. 229-343. 10Raymond Aron, “Las clases sociales”, v. 1, núm. 1, mar.-abr. 1939, p. 97-108. 11Pitirim A. Sorokin, “Estratificación y movilidad social", v. 15, núm. 1, ene.-abr. 1953, p. 83-117; “La estratificación política”, v. 15, núm. 3, sept.-dic. 1953, p. 415-447; “Estratificación ocupacional”, v. 10, núm. 1, ene.-abr. 1954, p. 103-136; “Movilidad social, sus formas y fluctuación”, v. 16, núm. 2, may.-ago. 1954, p. 279-310; “Los canales de la circulación vertical", v. 16, núm. 3, sept.dic. 1954, p. 483-500. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Pero la Revista Mexicana de Sociología no sólo acotó su campo a los estudios sobre la realidad social o los estudios sociológicos, también abrió sus páginas a las caracterizaciones sobre los regíme­ nes políticos;12 los problemas del conocimiento del Estado;15 el gobierno y los partidos;14 los estudios demográficos elaborados por intelectuales de talla mundial como Conrado G in i15 y aun las pri­ meras reflexiones teóricas sobre “sociedad e historia”, 16 así como los análisis pioneros hechos desde las ciencias sociales sobre la reali­ dad nacional, entre los que sobresalen el de Manuel Gamio: “El concepto de la realidad social de México”, 17 o las polémicas versio­ nes de Robert Redfield.18 Este inmenso capital intelectual emerge como reflexión desde otros continentes teóricos a la superficie de la historiografía mexicana, sin inmutar en lo más mínimo a nuestros maestros del oficio. Una dimensión significativa en el tratamiento de los problemas del pasado es la reducción del tiempo histórico a la linealidad como su único desarrollo posible, condenando el conocimiento a una vi­ sión cerrada y auto-reproductora de los procesos. En la gran mayoría de los casos, hay una ausencia del análisis diacrónico y sincrónico, así como de la simultaneidad, como dimensiones analíticas.

12Emile Durkheim, “La democracia", v. 21, núm. 3, sep.-dic. 1959, p. 819­ 830. 15Italo A. Lunder, “La teoría del Estado como sociología política”, v. 14, núm. 3, sept.-dic. 1952, p. 325-340; “Sociología del parlamento”, v. 21, núm. 2, may.-ago. 1959, p. 621-638. 14Hans Gert, “El partido nazi, su dirección y composición” ,'v. 3, núm. 2, abr.-jun. 1941, p. 109-132. 15Conrado Gini, “La teoría europea y la teoría americana de las migracio­ nes internacionales”, v. 8, núm. 2, may.-ago. 1946, p. 167-194. 14José Gaos, “Sobre la sociedad e historia”, v. 2, núm. 1, ene.-mar. 1940, p. 7-16; “Individuo y sociedad”, v. 1, núm. 3, jul.-ago. 1939. 17Manuel Gamio, “El concepto de realidad social en México”, v. 1, núm. 2, may.-jun. 1939, p. 11-17. 18 Robert Redfield, “Del pensamiento sociológico actual: el indio en Méxi­ co”, v. 4, núm. 3, jul.-sep. 1942, p. 103-120. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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El análisis diacrónico y sincrónico forman el basamento de los estudios antropológicos y etnográficos,19 disciplinas sociales que do­ minaron en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Estas formas de conocimiento social permearon intelectual mente a la Revista Mexi­ cana de Sociología en su primera época, pero no influyeron en los estudios históricos de esos años. La ausencia del análisis comparativo aumentó la tendencia al exclusivismo del fenómeno histórico-político mexicano, sobre todo en lo que respecta a la Revolución y sus consecuencias. Esta noción ideológica la hace aparecer en el discurso historiográfico de la época con la misma carga mítica con la que aparece en la retórica política: “como un fenómeno único e incomparable”. Este énfasis en la ex­ clusividad permite todo tipo de excesos en la interpretación de la historia política del país y omite su inserción en los procesos globales. El discurso de la exclusividad era la retórica de los abogados —ideólogos del momento— y se fundaba en el planteamiento de la excepcionalidad jurídica de nuestra Constitución —hecho que cualquier abogado de cualquier parte del mundo podría alegar—, condición transpuesta al conjunto de las medidas y acciones de la Revolución Mexicana que muestra su influencia ideológica en la historia política del México de la cuarta y la quinta décadas. A final de la década de los cincuenta el análisis de la Revolu­ ción Mexicana empieza a ser influido por las concepciones teórica y analítica de las disciplinas sociales y aparecen en el campo intelec-. tual mexicano otros textos que rompen con la tradición historiográfica revolucionaria. La Revista Mexicana de Sociología es uno de los espacios edito­ riales de esta innovación. El trabajo “La natalidad y la mortalidad en el marco de la Revolución Mexicana” 20 y los textos de Rex D. 19 Entre los clásicos de la antropología que publicó la r m s , se encuentra Bronislaw Malinowski, véanse sus trabajos: “El grupo y el individuo en el aná­ lisis funcional”, v. 1, núm. 3, jul.-ago. 1939, p. 111-133, y “Un análisis antropológico de la guerra”, v. 3, núm. 4, oct.-dic. 1941, p. 139-149. 20 Gustavo Luna Méndez, “La natalidad y la mortalidad en el marco de la Revolución Mexicana”, v. 21, núm. l,ene.-abr. 1959, p. 103-126.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Hopper, en los que se discuten los alcances teóricos sobre la cate­ goría de la Revolución, son pioneros de la reflexión sociológica y política sobre la historia. Pero la década de los cincuenta no sólo vio en sus inicios la consolidación de las teorías sobre el mundo agrario, sino que, hacia mediados del decenio, ve aparecer en el imaginario intelectual un nuevo paradigma que orienta el sentido de las preguntas fundamen­ tales del conocimiento y de la práctica ideológica: el desarrollismo. El desarrollismo es una ideología que concibe el movimiento de la sociedad global en un sentido concéntrico: del subdesarrollo al desarrollo, históricamente hablando, y se sustenta en una noción del tiempo uniforme y lineal, con el supuesto evolucionista que pos­ tula un estadio superior que desarrolla las características esenciales de los estadios anteriores. Esta teoría tiene en su base una sustenf ación analítica binómica. Las características de los países desarrollados aparecen en el discurso académico como los indicadores del estadio superior hacia los cuales deben tender los países que empezaron a ser calificados como subdesarrollados. Estos indicadores serían —según la c e p a l — la base para las propuestas de políticas públicas de los gobiernos latinoamericanos. Esta visión sobre el sentido del movimiento y el tiempo de la historia rompe con la concepción de la desimetría de los tiempos y las especificidades de las culturas y las sociedades, al dar prioridad a la sociedad central y su hegemonía en la sociedad global frente a las sociedades y los estados nacionales. El desarrollismo tiene una visión global y una específica; esta última se mueve en el plano del análisis empírico, en el nivel micro, 21 Rex D. Hopper, “El mito social en la dinámica de la revolución”, v. 8, núm. 2, sept.-dic. 1962, p. 213-225; “El proceso revolucionario: un marco de los movimientos revolucionarios”, v. 11, núm. 2, may.-ago. 1949, p. 207-228; “Cuando los hombres alcanzan el poder”, v. 17, may.-dic. 1955, p. 505-515, y “Aspectos ideológicos y de jefatura de la Revolución Mexicana", v. 18, núm. 1, ene.-abr. 1956, p . 219-236. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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y concibe como el continuum folk-urbano que expresa, en el plano del mundo social, una continuidad gradual entre lo rural y lo urbano. Sin embargo, este periodo muestra un rasgo distintivo: los es­ tudios sobre la Revolución Mexicana dejan de ser una apología he­ roica de personajes que dan forma a gobiernos, para convertirse en una visión más estructurada de análisis de instituciones y formas de gobierno. Es ésta la época en la cual se inicia la apología de la paz revolucionaria y en la que la estabilidad política es la clave del desa­ rrollo económico. México se perfila como un paradigma frente a América Latina. El desarrollismo se mantuvo hasta más allá de la mitad de la sexta década y presionó al mundo académico para dar una visión global de los fenómenos y romper los márgenes de la singularidad de los procesos y acontecimientos históricos mexicanos, prejuicio del nacionalismo revolucionario que permeó a un mundo académi­ co poco profesionalizado. Por otro lado, y directamente vinculado con el análisis compa­ rativo que impuso la visión globalizadora,22 el estudio de lo social por etapas de desarrollo 23 se volvió un proceso diacrónico con una fuerte carga ahistórica. Hacia el final de la quinta década del siglo, América Latina vería aparecer otra alternativa al subdesarrollo dada por la Revolu­ ción Cubana. Este acontecimiento impactó profundamente las con­ cepciones sociales del continente, aumentando el peso del análisis histórico a través del marxismo y su postulado, el materialismo histórico. La década de los sesenta se inicia en la Revista Mexicana de Sociología con “un balance objetivo de la Revolución Mexicana” e introduce, desde las ciencias sociales, el criterio metodológico de la 11 Rex D. Hopper, “El análisis histórico comparativo como base”, en Revis­ ta Mexicana de Sociología, a. XXIV, v.. XXIV, núm. 2, abr.-jun. 1962. 23 Alvaro Maldonado Diez, “Delimitación conceptual del desarrollo y periodización del desarrollo histórico social”, a. XXV, v. XXV , núm. 1, ene.mar. 1963. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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evaluación científica: aparecen los problemas de la objetividad como precondición del conocimiento.24 Hacia mediados de los años sesenta se elabora la primera res­ puesta sistemática a la teoría del desarrollo. Esta nueva visión surge bajo el postulado de la teoría de la dependencia, que recupera la espe­ cificidad latinoamericana a partir del análisis genético-histórico. La teoría de la dependencia rompe con la noción evolutiva y sincrónica por etapas de desarrollo, tal como había sido postulada en la teoría robstoniana o en el proyecto general para América Lati­ na elaborado por Previch. La dependencia como teoría abreva en varias fuentes socioló­ gicas: el marxismo, los postulados weberianos sobre la metodología y la acción social, y la sociología de la acción y los movimientos sociales desarrollada por Alain Touraine. Pero, fundamentalmente, recuperará una visión de la sociología desde la historia, es decir, pro­ pone una sociología de la historia latinoamericana. La concepción sociológica de la historia postula que las catego­ rías son históricas, es decir, que el nivel de abstracción no es más que el grado de universalidad de las relaciones sociales que contienen las categorías y que, por tanto, el fundamento de toda proposición teó­ rica está en el contenido histórico-concreto de estas categorías. Para ser más directos y menos epistemológicos, podemos afir­ mar que el contenido de las categorías de análisis o es histórico o éstas son abstracciones vacías, en tanto que la interacción social y política es productora y reproductora de sí misma en la historia. Con este principio se debió desarrollar, durante la década de los setenta, la teoría de la dependencia y, supuestamente, con el mismo postulado del contenido histórico de la teoría social y polí­ tica operaría el marxismo. Esta última cosmovisión irrumpe de manera hegemónica en los medios académicos a partir del quiebre cultural provocado por el movimiento estudiantil del 68, movimiento social que corresponde a un fenómeno global en Occidente y que 24 Lucio Mendieta y Núñez,“Un balance objetivo de la Revolución Mexi­ cana”, a. x x n , v. XXII, núm. 2, abr.-jun. 1960, p. 529-543. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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mostró el agotamiento de la visión de la posguerra y de la legitimi­ dad del mundo establecido, tanto en las democracias occidentales como en algunos países del bloque totalitario.25 La teoría de la dependencia rehace la historia de América Lati­ na, la cual deja de concebirse como una sucesión de etapas de desa­ rrollo y pasa a constituirse como un continuum con periodos significativos y coyunturas de inflexión. Los ejes articuladores de las historias nacionales en America Latina están constituidos por la manera en que las economías se vincularon al mercado internacional, dando origen a dos modelos teóricos de desarrollo: las economías de control nacional y las de enclave. La manera en que en cada nación se constituyeron estos dos modelos de relación económica dio lugar a las distintas formas de dependencia. La formación de las entidades nacionales de América Latina estuvo marcada por las coyunturas de la historia global; lo cual dio a estos países su especificidad. De esta manera, la ruptura del orden colonial, las distintas formas en que se resuelve la relación IglesiaEstado, la crisis del 29 y el modelo de sustitución de importaciones o el resultado de la crisis de la guerra de Corea forman, en esta teo­ ría, los puntos en la secuencia de la historia. La teoría de la dependencia centra su visión de la historia en la constitución del Estado por las clases dominantes y maneja esen­ cialmente categorías de alto contenido histórico. En la Revista Mexi­ cana de Sociología los textos sobre dependencia aparecen al final de la década de los sesenta y continúan a lo largo de la de los setenta.26 25 El 68 es un fenómeno político global que también tiene como origen la irrupción masiva de la generación nacida en la posguerra en los centros de educación superior; esta generación y este movimiento concretan toda la educa­ ción que el síndrome de la guerra dejó en sus padres: la angustia masiva del sobreviviente traducido en el deseo absoluto de libertad. 26Fernando Henrique Cardoso, “Impedimentos estructurales e institucio­ nales para el desarrollo”, v. 32, núm. 6, nov.-dic., p. 1461-1482; Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, “Estado y proceso político en América Latina”, v. 38,

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En el mundo académico mexicano el marxismo vive un perio­ do formativo de diez años aproximadamente, aunque su versión mi­ litante se remonta a la segunda década del siglo. El marxismo académico detona a partir de la Revolución Cu­ bana y se asienta con el movimiento estudiantil de 1968. Estos dos hechos lograron producir una impronta en la actividad intelectual que dio origen a una teoría social comprometida. El marxismo se fue convirtiendo, a lo largo de la década de los setenta, en una de las teorías hegemónicas de la interpretación so­ cial, hasta convertirse en una verdadera filosofía de la historia con un acendrado determinismo económico y un postulado político au­ toritario y excluyente, incapaz de dialogar con las otras visiones del mundo. El carácter anti-científico y anti-intelectual de los marxistas se reforzó por la militancia en el sindicalismo universitario, integrado, en un principio, por un número importante de miembros del per­ sonal académico. Así, las universidades se convirtieron en el espacio social de reclutamiento de los partidos de izquierda y en el ámbito del debate político e ideológico regido por la lógica del proselitismo, las clientelas, la intolerancia y la conducción política de los aparatos institucionales de la academia. Subordinada a la lógica del poder y convertida en una ideolo­ gía militante, esta visión del mundo y de la historia fue perdiendo toda su riqueza analítica y cayó en una panfletización creciente. Al marxismo lo ahogó la izquierda latinoamericana en un fundamentalismo sin salida. núm. 2, abr.-jun., 1977, p. 357-387; Julio Labastida Martín del Campo, “Proceso político y dependencia en México (1970-1976)”, v. 39, núm. 1, ene.-mar. 1977, p. 193-227; Gerard Pierre-Charles, “Dependencia e industrialización en las Antillas y en América Central”, v. 35, núm. 4, oct.-dic. 1973, p. 783-799; Aníbal Quijano Obregón, “Dependencia, cambio social y urbanización en América Latina”, v. 30, núm. 3, jul.-sept. 1968, p. 525-570; José Luis Reyna, “Subdesarrollo y dependen­ cia: el caso de América Latina”, v. 29, núm. 4, oct.-dic. 1967, p. 651-668; Edelberto Torres Rivas, “Problemas del desarrollo y la dependencia en Centroamérica", v. 31, núm. 2, abr.-jun. 1969, p. 115-131. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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El marxismo mexicano dio prioridad a varias de las categorías del conjunto que forman esta teoría. Dichas categorías, descontextualizadas, fueron la clave intelectual en la explicación de América Latina y México. La categoría de modo de producción y formación económicosocial fue central para explicar la realidad agraria latinoamericana, así como su origen y límite. El uso de esta categoría se deformó de tal manera que llegó a ser el marco explicativo que sustituyó a la etnohistoria. Pero el marxismo tuvo una deformación central: la de reducir la riqueza de la interacción social a la acción binaria de dos clases sociales y fundar el sentido del movimiento social en la historia dentro de una visión teleológica, cuyo fin era su noción de libertad, fundada en el cambio de los términos de la dominación de una de estas dos clases: el proletariado. En México el postulado de centralidad marxista, que reducía la interacción social y los posibles sentidos en la historia, desembocó en la mutación del análisis de clases en el análisis de una sola clase: el proletariado. Este interés analítico produjo estudios sobre la clase obrera organizada que, en el caso mexicano, fue siempre el sector minoritario del proletariado industrial y el que tenía mejores condi­ ciones de vida. Entre mediados de los años setenta y principios de los ochen­ ta, la bibliografía mexicana vio aparecer un inmenso arsenal sobre la historia de la clase obrera. Estos estudios abarcaron historias de más de un siglo: se hicieron trabajos sobre huelgas, movimientos, sindicatos, líderes obreros, etcétera. El análisis politológico del marxismo se centró en el cono­ cimiento de la dominación, en la medida en que el objetivo último de la teoría era el conocimiento de la verdad como transformado­ ra de la conciencia enajenada. Esta concepción se fundaba en el postulado que concebía lo fenoménico como el movimiento de la esencia. El estudio de la dominación se convirtió en la búsqueda de los mecanismos de control sobre la clase obrera que la hacían objeto de DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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la explotación. Con base en este planteamiento, se formularon las preguntas y se indujeron las respuestas en la investigación. Esta úl­ tima dejó de ser un análisis sociológico para convertirse creciente­ mente en una investigación política con una alta densidad ideológica. El principal objeto de estudio fue el tejido social corporativo de Estado, a través de sus organizaciones. El interés por conocer las organizaciones laborales dio origen a las historias de éstas. La historización en el análisis político es pro­ ducto del peso que el conocimiento histórico tiene en la construc­ ción del saber marxista. Conocer la génesis del presente es, para el marxismo, el funda­ mento del conocimiento social y político. Esta visión de la sociedad y del Estado se explica en la medida en que esta teoría concibe la historia como la historia de la dominación y la historiografía exis­ tente, como la versión orgánica de la ideología dominante. Esta versión del mundo empató, en México, con el uso y abu­ so de la referencia a hechos y personajes históricos en la retorica de gobierno, en la que la Revolución Mexicana derivaba siempre en el gobierno presente, aun a pesar de ser totalmente antagónicos, como fueron Cárdenas y Díaz Ordaz, ambos eran, en la retórica, herede­ ros directos de la misma epopeya. Las historias de la clase fueron, en esencia, historias políticas que no lograron desenmarañar la eficiencia del control del Estado sobre el proletariado mexicano y que, paradójicamente, contienen un cierto sentido apologético de los dominadores. El azoro y la admiración que muchos estudiosos acabaron sin­ tiendo por Fidel Velázquez —quien durante cincuenta años se ha mantenido en una posición de administrador del control políticohacía evidente, por lo menos, dos tendencias constitutivas en los académicos imbuidos de marxismo o de práctica sindical universi­ taria. La primera de estas tendencias ideológico-constitutivas fue, por una parte, su proclividad hacia el autoritarismo y el poder y, por otra, la ideologización de la práctica de la investigación so­ cial que mostraba una fractura de los canales de movilidad políti­ DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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ca entre el mundo académico y el Estado. Esta fractura estuvo vinculada al aumento de la militancia en los centros académicos y a la apertura de nuevos espacios de la sociedad política en los que pasaron a gravitar los activistas. La Revista Mexicana de Sociología no fue la excepción; sus pági­ nas cobijaron estudios de todas las épocas históricas sobre la clase obrera, desde los trabajos relacionados con los ancestros de los obre­ ros, los gremios, hasta los metodológicos acerca de cómo estudiar a la clase obrera. 27 El estudio de movimientos sociales es otra de las vertientes sociológicas que dejaron una impronta en el desarrollo intelectual latinoamericano. Este tipo de análisis tiene como simiente a la so­ ciología de la acción y, de manera especial, la propuesta teórica de Alain Touraine y sus discípulos, quienes formaron una generación de jóvenes estudiosos de la realidad latinoamericana. En la Revista Mexicana de Sociología los artículos sobre los mo­ vimientos sociales cubren una amplia gama temática y metodológica que, en strictus senso, rebasa el encuadre teórico de la sociología de la acción y se confunde, en muchos casos, con proposiciones teóricas y metodológicas de otras teorías sobre la realidad social. En muchos casos, la categoría “movimientos sociales” dejó de ser una categoría encuadrada en la sociología de la acción y se hizo extensiva a nuevos contenidos empíricos e históricos, lo que dio origen a nuevas tendencias analíticas con la misma nomenclatura. La categoría movimientos sociales se desparramó por las inves­ tigaciones del mundo agrario, de la ciudad, apuntaló la investiga­ ción sobre las acciones populares y cubrió toda una nueva gama de temas y actores, volviéndose el eje analítico de una acción social múltiple y polivalente. De esta diversidad dio muestras la Revista Mexicana de Sociología, como lo muestran sus páginas dedicadas a estos temas.28 27Javier Martínez y Eugenio Tirol, “La clase obrera en el nuevo estilo de desarrollo: un enfoque estructural", v. 44, núm. 2, abr.-jun. 1982, p. 453-480. 28 Ignacio Levy, “Los movimientos rurales en México y la Reforma Agra­ ria", v. 39, núm. 3, jul.-sep. 1977, p. 951-984; Steven E. Sanderson, “La lucha agraria DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

LA SOCIOLOGÍA Y LA HISTORIA EN MÉXICO

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El estudio de los movimientos sociales no sólo se extendió a los otros campos de la politología y la sociología, sino que tras­ puso el umbral del tiempo y formó parte de la reflexión históri­ ca, dando vuelta al prisma con el que se habían visto hasta entonces las movilizaciones sociales y políticas protagonizadas por nuestros abuelos.29 La presencia de categorías sociológicas y politológicas en el análisis histórico mostró un hecho significativo: parte importante del reclutamiento de los nuevos historiadores mexicanos se llevó a cabo en otras disciplinas de las ciencias sociales. Esta incorporación a la historia se inicia a mediados de la década de los setenta y se hace patente en la ampliación de los horizontes analíticos y temáticos de las investigaciones sobre el pasado. Hacia mediados de los años ochenta, las grandes cosmovisiones empezaron a ceder su lugar a otro tipo de investigaciones, tanto en el tiempo como en el espacio y la temática. La investigación micro y el estudio de lo particular, con una gran base empírica o documental, hacía evidente que los tiempos de las grandes preguntas y la búsqueda de los sentidos de largo plazo se habían agotado. La gran cosmovisión, cuya salida fue en muchos casos una respuesta ideológica, cedió su espacio en el conocimiento de lo social a los estudios regionales, a las micro historias o a los estu­ dios de caso. El cambio en la orientación del conocimiento se fundó en una profunda crisis del principio de veracidad, sobre el que se había ba­ sado la construcción explicativa de la etapa anterior. En respuesta a ese desmoronamiento de las verdades que fundaron las preguntas sobre la realidad, las metodologías y las técnicas con las que se cons­ truyó el dato y los hechos, el mundo del conocimiento se atomizo y en Sonora, 1970-1976: manipulación, reforma y derrota del populismo”, v. 41, núm. 4, oct.-dic., 1979, p. 1181-1232; Samuel León, “El Comité Nacional de Defen­ sa Proletaria”, v. 40, núm. 2, abr.-jun. 1978, p. 729-762. 29 Entre otros artículos con la perspectiva de los movimientos sociales se encuentra en la rms: Romana Falcón, “Veracruz: los límites del radicalismo en el campo (1920-1924)”, v. 41, núm. 3, jul.-sept. 1979. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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buscó una realidad social más delimitada y agotable. Si la totalidad se había vuelto inaprehensible, por lo menos quedaba la parte como certeza. Hacia finales de los años ochenta, los cambios políticos nacio­ nales 30 hicieron que la explicación de los acontecimientos se cons­ truyera a partir de acciones particulares, más que de sus contenidos abstractos y tendencias. Curiosamente, en una época en que el Esta­ do cambia sus funciones y sentidos, el estudio de éste cedió su espa­ cio en la investigación social a los estudios electorales como indi­ cadores de la crisis de legitimidad. Otro rasgo distintivo de las disciplinas sociales en este princi­ pio de los años noventa es la tendencia creciente a marcar las dife­ rencias entre las especialidades. La hiperespecialización del conocimiento social está cada vez más ligada a la necesidad de hacer del conocimiento un instrumen­ to de diagnóstico de la realidad para producir una información útil en la toma de decisiones. De manera curiosa, este cambio en el sen­ tido último del conocimiento está ligado a dos fenómenos paralelos que son complementarios de esta especialización creciente: por una parte, el auge del periodismo sociológico y politológico como una abierta toma de posición ideológica del académico frente a sus cir­ cunstancias —pérdida del mundo del conocimiento frente al mun­ do de la información— y, por la otra, la creciente deshumanización de las ciencias sociales y la concomitante pérdida de peso del análi­ sis histórico en su interior.

30 El terremoto de 1985, las elecciones de Chihuahua, la escisión de la corriente crítica y la fundación del p r d , el aumento del peso político del p a n , la política neoliberal y la contracción del peso social del Estado. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

LA HISTORIA, LA ECONOM ÍA Y LA HISTORIA ECONÓ M ICA M a r io C e r u t t i *

De manera dispar —y en ciertos casos excesivamente superficial— fraccionará esta exposición en cinco puntos: 1) la historia y la economía como procesos y realidades espe­ cíficas; 2) la historia y la economía como disciplinas destinadas a produ­ cir conocimientos en el marco más general de las ciencias sociales; 3) la historia económica y sus problemas como rama especiali­ zada del conocimiento histórico; 4) por qué trabajamos la historia económica; 5) algunas conclusiones sobre la historia económica de México que la investigación regional ha producido en años recientes. L a HISTORIA, LA ECONOMÍA Y LA REALIDAD ACONTECIDA

N o está de más recordar que lo histórico, la historia, alude en prin­ cipio a procesos acontecidos, a una realidad sucedida que nadie pue­ de modificar. La Revolución Francesa estalló en 1789, la Mexicana a comienzos del siglo XX, Franklin Roosevelt gobernó Estados Uni­ dos después de la crisis de 1929: si la descripción, la interpretación o la explicación de estos fenómenos históricos puede variar, su concre­ ción o cristalización —en cierto tiempo y en determinados espa­ cios— parece indudable. Son parte de la historia ocurrida, vivida y protagonizada por los hombres en sociedad. * Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Nuevo León.

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Esa historia acontecida se nos aparece como un vasto, indetenible y cambiante proceso. Su trama presenta variadas y entrecruzadas dimensiones: hay una historia mundial y un devenir continental; logramos reconocer historias nacionales; es posible percibir, asimis­ mo, desde historias regionales hasta el discurrir especifico de un poblado o de un grupo profesional o familiar. Pero, además, ese proceso múltiple, interactuante e íntractuado se nutre, y queda condicionado, por sectores específicos de su pro­ pia realidad, segmentos factibles de ser distinguidos dentro del mo­ vimiento global. Si la Revolución Mexicana, verbigracia, fue un evidente estallido sociopolítico y militar, la crisis de 1929 recuerda —sobre todo— la enorme erosión de un sistema económico. El reconocimiento de la historia como realidad acontecida e inmodificable supone, a la vez, el reconocimiento de sus compo­ nentes, jamás iguales a la totalidad histórica. La economía, o las actividades económicas (la producción, las finanzas, el comercio, la agricultura, el crecimiento industrial) son sólo una porción de esa totalidad en movimiento que tantas huellas ha dejado a través de los siglos. La economía, por otro lado, puede evaluarse —al menos en los tiempos más contemporáneos— como una importante rama de las actividades humanas. Su relevancia parece suficiente como para que se le considere un objeto de estudio significativo. La sociedad en que vivimos —la capitalista— ha llegado a conferir al quehacer eco­ nómico un grado de extrema prominencia. Más aún: ha terminado de mostrar y demostrar la intensa relación que existe entre lo economico y otras parcelas destacadas de la realidad histórica (desde la social y la política, hasta la cultural o la militar). Com o conjunto de actividades que acontecen, finalmente, la economía extiende sus condicionantes más allá de los espacios loca­ les, comarcales o nacionales. Desde la Revolución Industrial al me­ nos, es notorio, desempeña un visible papel en el desenvolvimiento y las contradicciones de la historia mundial.

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L A HISTORIA, LA ECONOMÍA Y EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO

Pero también hablamos de historia y economía al referirnos a disci­ plinas académicas específicas, destinadas a producir conocimiento como posibles ramas de las ciencias sociales. Para evitar confusiones las denominaremos, por ahora, historia y economía. La historia, como mecanismo dedicado a producir conocimien­ to, ofrece diferentes alternativas, vías o perspectivas. Debemos cele­ brarlo, aunque a veces nos complique las cosas. Y debemos apresurarnos a reconocer —ante ello— el tipo de formación que he­ mos recibido o adquirido en nuestro desenvolvimiento académicoprofesional. Que aquí definamos el proceso histórico como una realidad vasta y compleja, y la economía como un segmento claramente in­ fluyente de ese devenir, indica un tipo de adscripción, de formación y de información en los siempre minados campos de la teoría, el método y las técnicas de investigación. Los historiadores educados en el convulsivo sur de la América Latina de los años sesenta y setenta fuimos recipiendarios de tres enormes racimos de propuestas: 1) Lo imperioso de integrar la historia a las ciencias sociales; 2) Las sugeridas por corrientes europeas, encabezadas por los famosos Armales; 3) Las provenientes del marxismo en sus diferentes —y no ne­ cesariamente nocivas— manifestaciones. Para tranquilidad de algunos habría que decir que todo ello no fue exclusivo del sur continental ni de América Latina: la vivaz historiografía española que detonó en los años finales del franquismo y del inmediato posfranquismo vivió un proceso semejante, espe­ cialmente en ciudades como Barcelona. Aprendimos a ver la historia como una realidad vasta y múlti­ ple, en el sentido antes comentado. Y aprendimos también que un historiador —para poder enfrentar con alguna solvencia tan com­ pleja realidad— debía informarse sobre los instrumentos metodoló­ DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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gicos y las grandes líneas teóricas de disciplinas como la sociología, la antropología, la ciencia política o la economía. Si compleja y vasta era la totalidad histórica, si su globalidad y discurrir estaban entrecruzados y condicionados por sectores tan diferenciables como lo sociopolítico, lo cultural, lo económico, lo institucional o lo étnico, la tarea de producir conocimiento de algu­ na confiabilidad sobre tan desbordante objeto de estudio demanda­ ba una intensa comunicación con las otras disciplinas. Pero si desde un punto de vista metodológico aceptamos la avasallante complejidad de lo histórico, desde la tarea concreta y cotidiana del investigador nos vimos obligados a definirnos sólo por alguna o algunas parcelas de esa totalidad. Aprendimos al res­ pecto que: 1) la especialización resultaba inevitable como forma de operar en la investigación; 2) especializarse no era equivalente a aislar del conjunto la parce­ la de realidad investigada. La especialización es la que hace germinar ramas distinguibles dentro del propio quehacer de la investigación histórica, vertientes que suelen intentar convertirse en autónomas en un doble sentido: dentro de la historia, y en el marco de las ciencias sociales. Pero tam­ bién puede conducir a otro resultado: que el historiador se conecte de manera intensa con otra disciplina, como la economía, por ejemplo. ¿Qué puede decirse de la economía como mecanismo gestado para producir conocimiento, como disciplina destacable en el ámbi­ to de las ciencias sociales? Y, sobre todo, ¿qué podemos comentar en una exposición destinada a historiadores? En primer lugar, la economía se ha dedicado a crear instru­ mentos de trabajo destinados a describir, analizar y evaluar una par­ cela de la realidad sociohistórica: la atinente al conjunto de las actividades económicas motorizadas por los seres humanos en muy diversas latitudes. Si éste es su específico objeto de estudio, y si he­ mos reconocido ya la importancia de las actividades económicas en el funcionamiento del acontecer histórico, ¿por qué —y en nombre

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de quién— vamos a desdeñar o dejar de lado una aproximación en­ tre historia y economía? En términos más abstractos, historiadores como el español Gabriel Tortella sugieren tener en cuenta ciertas definiciones que los propios economistas han realizado de su disciplina: la econo­ mía sería —para autores como Lionel Charles Robbins— la cien­ cia que estudia la actividad humana como relación entre los infinitos fines y necesidades “y los medios escasos que pueden usarse de manera alternativa”. Recordando una propuesta algo más amplia, Tortella cita: La economía es la ciencia que estudia aquellos aspectos de la con­ ducta e instituciones humanas que utilizan recursos escasos para producir bienes y servicios destinados a la satisfacción de las nece­ sidades humanas. Los conceptos clave —concluye el investigador madrileño— son fines o necesidades infinitas, medios escasos y alter­ nativos y producción y distribución.’

Al aludir a la ya antigua definición de Robbins, Robert Boyer detalla que los teóricos contemporáneos se han colocado muy ade­ lante de aquella concepción y “hacen del análisis económico la teo­ ría de las acciones racionales, en un entorno de enrarecimiento y restricciones, pero de necesidades y deseos ilimitados”. 2 La economía nació como economía política, es decir, como un esfuerzo de conocimiento de sus objetos de estudio fundamentales —producción, circulación, distribución— en un escenario intensa­ mente condicionado por factores sociopolíticos, institucionales e 1 Gabriel Tortella, Introducción a la economía para historiadores, Madrid, Tecnos, 1987, p. 5 y 6. 2 Robert Boyer, “Economie et historie: vers de nouvelles alliances?”, París, 1989, mimeo, p.3. Boyer actualiza la definición de economía con una cita de Maurice Aliáis: “La actividad económica tiene por objeto, esencialmente, satis­ facer las necesidades prácticamente ilimitadas de los hombres con los limitados recursos que disponen (en materia de) trabajo, riquezas naturales y de equipamientos ya producidos con sus conocimientos técnicos". Maurice Aliáis, “Le fléau du crédit”, Le Monde, 27 de junio de 1989, citado por Boyer, nota 10. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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históricos. Pero en la parte final del siglo XIX terminó perfilándose como rama concentrada en la teoría económica. Fue cuando procu­ ró asumir un rango más próximo al de las ciencias exactas, a cien­ cias que pudieran hablar de leyes, modelos, verificación. Durante el siglo xx, por ello, la economía prefirió (aunque no siempre) tomar distancia de las ciencias sociales, de las cuales desconfía por su im­ potencia para convertirse —como pretende la propia economía— en ciencia auténtica. El proyecto de convertir su disciplina en una ciencia verda­ dera sugirió a los economistas que una buena manera para operar era aislar lo económico del resto de la realidad en estudio. Y como parte del mismo contexto de las actividades económicas, trabajar con el mínimo de variables posibles, claramente delimitadas: todo aquello que estuviera más allá de las variables seleccionadas de­ bía considerarse un elemento exógeno. ¿Exógeno respecto a qué? Al modelo, máxima evidencia de la cientificidad del método se­ leccionado. Lo que se procuraba era estudiar el funcionamiento de ciertos sistemas, tornarlo captable, aprehensible y, además, medible. La cuantificación, las matemáticas y la estadística, por tanto, pasaron a ser elementos básicos del instrumental en economía. Nació, así, la econometría.3 En realidad, lo que se intenta es casi lo opuesto al ideal de algu­ nos historiadores: aislar determinados —y escasos— componentes de la actividad económica de esa totalidad en movimiento que tanto nos preocupa. Y, simultáneamente, someter tales variables a una teorización que requiere expulsar los componentes externos al mo­ delo diseñado. Este mecanismo se refuerza porque, con frecuencia, los proble­ mas quedan recluidos en el corto plazo y bajo nociones tales como 3 “La econometría —define Tortella— es la ciencia instrumental que nos sirve para relacionar esa construcción teórica que es la teoría con la economía real. La econometría es la ciencia cuantitativa que nos permite medir las magni­ tudes económicas. Es una rama de la estadística especialmente adaptada para resolver problemas económicos”. Gabriel Tortella, op. cit., p. 7. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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racionalidad y equilibrio (lo estable, por tanto, pasa a ser uno de los elementos centrales —y más discutibles por parte del historiador— del análisis económico). Llevado por el afán de identificar paradigmas operativos —ha men­ cionado Carlos Cipolla—, el economista tiende a considerar sólo las variables que parecen mostrar ciertas regularidades en sus rela­ ciones reciprocas y formas de comportamiento previsibles y racio­ nales. Las numerosas variables restantes son desechadas o pasadas por alto, por considerárselas exágenas. * La obsesión por transformar la economía en una ciencia au­ téntica explicaría, también, la poca confianza que sus adeptos sue­ len prodigar a otras ciencias sociales. Es cierto, empero, que tal ejercicio teórico podría quedar condicionado desde una perspecti­ va teórica diferente. Y también es correcto alertar sobre las dificul­ tades que existen para aplicar a otras realidades —por ejemplo, el siglo XV en España— modelos útiles para el capitalismo de fines del xx. La mayor tensión entre historiadores y economistas se daría en dos sentidos: a) Desde el punto de vista de los primeros, excluir factores so­ ciales, políticos, culturales o institucionales es implanteable, aun cuando se reconozca la dificultad metodológica y práctica que supo­ ne tenerlos en cuenta; b) En torno al tiempo, a las duraciones, a las estructuras, es decir, al movimiento histórico que tiene la propia economía. ¿Cómo explicar la Revolución Industrial, por ejemplo, si se excluye lo sociopolítico y, además, se analiza el corto plazo? ¿Y cómo explicar un fenómeno tan revolucionario y rupturista si sólo buscamos veri­ ficar equilibrios? “El hecho es que a largo plazo —remata Cipolla— cualquier problema se convierte en un problema histórico.” 5 4 Cario Cipolla, Entre la historia y la economía. Introducción a la historia económica, Madrid, Crítica, 1991, p. 23. s Ihid, p. 26.

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L a HISTORIA ECONÓMICA Y SUS DILEMAS

Después de revisar de manera muy sucinta ciertas características de la historia y de la economía —e insinuar sus diferencias— habría que preguntarse cómo han podido fusionarse. N i la combinación ha resultado fácil, ni muchos se encuentran seguros de que haya podi­ do concretarse, todavía, de manera completa. Si Tortella ha llegado a decir que “la historia económica es una ciencia esquizoide, a caba­ llo entre la economía y la historia”, 6 Cipolla ha dedicado al tema esta prolongada reflexión: La historia económica es una materia eminentemente interdisciplinar. Ocupa una zona del saber humano que está situada en la en­ crucijada de otras dos disciplinas: la historia y la economía. La historia económica no puede prescindir de ninguna de ellas. Si cede en uno de esos dos frentes, se desnaturaliza y pierde su propia iden­ tidad. El problema consiste en que las dos disciplinas que están en su base... pertenecen a dos culturas distintas. La historia es y sigue siendo la disciplina humanística por antonomasia. En cambio, la economía se ha distanciado progresivamente de la historia y las cien­ cias humanas desde los tiempos de Ricardo: aun permaneciendo tan débil como base para la predicción, se aferra obstinadamente a las llamadas ciencias exactas mediante el uso y el abuso de la lógica matemática como instrumento fundamental de análisis. Como con­ secuencia, la historia económica se encuentra en la difícil tesitura de tener que mediar entre dos culturas y dos maneras de pensar que, por desgracia, siguen siendo ajenas la una a la otra.7 Disciplina esquizofrénica, por tanto, camina entre especialistas formados académicamente como historiadores y como economis­ tas, quienes no siempre —por cierto— se ponen de acuerdo. Más aún: ¿quién puede o debe hacer historia económica: los historiado­ res con cierto conocimiento de economía o los economistas con mesuradas dosis de información histórica? 6 Gabriel Tortella, prólogo a P. Temin, La nueva historia económica. Lectu­ ras seleccionadas, Madrid, Alianza Universidad, p. 13. 7 Cario Cipolla, op. cit., p. 10. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Mencionaré, con suma brevedad, dos situaciones en las que se ha planteado públicamente el dilema a partir de 1930, punto cronológico éste que abre los momentos de mayor desarrollo de la historia económica. Un primer debate se estableció entre los defensores de la histo­ ria cuantitativa como simple rama de la economía e historiadores ligados a los Anuales. Para los primeros —muchos de ellos afincados en Estados Unidos— la cuantificación retrospectiva era sólo un ins­ trumento más para coadyuvar a auscultar y comprobar —poner a prueba— determinados modelos y problemáticas económicas. Ha­ bía que medir, era menester cierta visión retrospectiva de variables consideradas fundamentales (por ejemplo: el devenir del producto interno bruto entre 1930 y 1950). Gracias al uso de la estadística y de las matemáticas se podía realizar, y se hacía. Punto. Desde los Annales y sus allegados, en cambio, cuantificar o construir, verbigracia, una historia de los precios resultaba una ver­ tiente más para explorar el pasado. Y no sólo respecto a la actividad económica, sino a la historia global, a las estructuras socio-económica-política-demográficas en movimiento, a esa realidad total y totalizante que el científico social tiene que recordar permanente­ mente al operar, investigar y meditar. Por lo tanto —remataban des­ de los Annales— la cuantificación no debía excluir el análisis cualitativo, el examen sustentado en componentes no medibles que podían encontrarse fuera de la actividad económica. O tro debate vigoroso sobre cómo trabajar la historia de la economía se consumó dentro de Estados Unidos, donde en los años cincuenta emergió la llamada New Economic History. Ar­ mados con el arsenal analítico de la economía neoclásica —aque­ lla que desde fines del XIX dejó de llamar economía política a la economía— especialistas como Arthur Conrad, John Meyer y Robert Fogel abogaron por la utilización sistemática de la teoría económica y la econometría al estudio de algunos procesos y fenómenos históricos. La denominada “nueva historia económica” broto como una agresiva reacción frente la historia económica tradicional de Estados DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Unidos y de algún país europeo (Inglaterra, en particular). Los jó­ venes economistas de la posguerra mostraron en forma abierta su desdén y recelo ante las excesivamente descriptivas narraciones de los antiguos historiadores de la economía estadounidense. Para con­ trovertir muchos supuestos de la historia económica tradicional, Conrad, Meyer y Fogel operaron con modelos contra/actuales que gestaron nuevas preguntas: ¿cómo y de qué manera hubiera crecido la economía estadounidense sin los ferrocarriles? ¿Qué podría ha­ ber sucedido con el sistema de producción basado en la esclavitud si la Guerra de Secesión no estallaba? Los economistas de la nueva historia económica realizaron todo tipo de cálculos concentrados en la pura esfera de determinadas —y limitadas— variables económicas. Si parecía la única vía para mane­ jar un modelo (una hipótesis a medir) con cierta eficiencia, lo cierto es que se alejaron estruendosamente de quienes sostenían que la historia económica concreta es irreconocible si no se le conecta con las restantes parcelas de la historia acontecida. Como señala Cipolla, esta relación entre economistas e histo­ riadores emerge como una verdadera encrucijada, y lo mejor sería aceptar que, por ahora, no es imprescindible que se resuelva. El dile­ ma no se solucionará con la censura mutua o el recíproco desdén. Mientras quienes trabajan historia económica enfrentan la cues­ tión de manera algo rudimentaria, pero práctica, los que han recibi­ do formación de historiador colocan su énfasis en los métodos y concepciones que aprendieron a manejar; los economistas, a su vez, realizan algo análogo, pero desde su campo específico. Lo impor­ tante es que unos y otros procuran hacer de la historia económica un instrumento de conocimiento del pasado, inmediato o remoto. Y lo realizan porque —en su entender— es importante producir conocimientos adecuados sobre problemas, objetos de estudio o si­ tuaciones históricas consideradas relevantes en el ayer, hoy y —en algunas ocasiones—para elfuturo. Es una postura que ha obtenido resultados interesantes en al­ gunos países donde la historia económica se ha convertido en depar­ tamento o sección de las Facultades de Economía (España es, de DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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paso, un ejemplo notable en tal sentido). En estos casos, el historia­ dor-economista o el economista-historiador se ven obligados a in­ corporar a su bagaje analítico y teórico instrumentos e información de la disciplina en la que no se han formado inicialmente. El econo­ mista puede descubrir la complejidad infinita de los procesos histó­ ricos y , as!, mesurar sus ímpetus de cuantificación y de comprobación a cualquier precio; y el historiador se acostumbra a dudar de que revisar un cúmulo de documentos y abandonarse a la pura reflexión es suficiente para producir un confiable conocimiento histórico. ¿P o r

q u é t r a b a ja m o s h is t o r ia e c o n ó m ic a ?

Después de los comentarios efectuados —entre los que sobresalen algunos dilemas íntimos de la disciplina— alguien podría preguntar por qué trabajamos historia económica. N o está de más recordar, para comenzar, que problemas com­ parables no faltan en el seno de las distintas ramas de la historia, entre ciertas líneas de investigación histórica y otras vertientes de las ciencias sociales y en el interior de cada de una de éstas. Ejercer la historia económica, volcarse a investigar la histo­ ria económica de una sociedad determinada, por otro lado, es una decisión asumida, en primer término, por la formacion que hemos recibido. Com o se mencionó al principio, aprendimos a reconocer en las actividades económicas una porción relevante, importante e influyente de esa totalidad en movimiento que es la historia acontecida. Nuestra especialización en procesos y fenó­ menos contemporáneos —es decir, inmediatamente anteriores, paralelos o posteriores a la Revolución Industrial— afianzo ese interés. Creemos con firmeza que el mundo de las actividades econó­ micas configura y define objetos de estudio significativos —dignos de ser indagados y explicados— no sólo para los tiempos más actua­ les, sino también para siglos como el x v i i i y el x i x . Nuestra forma­ ción de historiador nos alertó, además, que esa significación rebasaba el espectro de las actividades económicas, e impactaba con vigor en DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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otras porciones decisivas de la historia acontecida: el surgimiento y cristalización de clases y sectores sociales, los conflictos y acuerdos que rigen sus relaciones, las manifestaciones políticas de tales rela­ ciones, las características y funciones —políticas y administrativas— del Estado, las políticas de transformación o reforma que ciertas clases o sectores sociales lanzan desde el Estado, los mecanismos de dominación social, étnica o entre nacionalidades, la vida cotidiana de las muchedumbres urbanas o de los poblados rurales, la apari­ ción y desaparición histórica de ciertas culturas del trabajo y de la producción, las tan destacables relaciones internacionales, entre muchas otras posibilidades. La historia económica trabajada desde la perspectiva del histo­ riador puede contribuir —dentro de sus límites evidentes— a la pro­ ducción de más y mejores conocimientos sobre esa totalidad múltiple, en movimiento permanente, que es la historia acontecida. Y lo lo­ grará en la medida que abra ventanas para enfocar, con cierta efica­ cia, otros segmentos o componentes estructurales de la realidad indagada. De ser así, estaríamos haciendo historia económica no sólo por la historia económica: a la vez, porque aspiramos a conver­ tirla en un instrumento útil —pertinente— para acercarse a lo sociopolítico, lo institucional, lo cotidiano, lo cultural, a la historia mundial de ayer y de hoy. Pero también hacemos historia económica porque el contacto con la economía y con numerosos investigadores especializados nos enseñó a reconocer cuestiones de vital significación para las socieda­ des contemporáneas. Citamos una: el crecimiento económico, factor imprescindible e ineludible en los periodos de transformaciones socioeconómicas y políticas de gran magnitud. Aspectos de extraor­ dinaria influencia en el siglo que termina —el subdesarrollo de áreas como América Latina, la hegemonía de potencias como Estados Unidos, Europa del oeste o Japón, los impresionantes cambios tec­ nológicos, las traumáticas migraciones internacionales o el derrum­ be del sistema socialista— no serán explicados satisfactoriamente si no se incorpora al análisis esta problemática densa y compleja: por qué han logrado crecer —y cambiar, por tanto— las economías de DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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determinadas sociedades, cómo pudieron protagonizar en el xix ese estallido capitalista que fue la Revolución Industrial, por qué tantos rincones del planeta continúan subsumidos en el atraso o el estan­ camiento económicos. Para autores como Gabriel Tortella, incluso, “la historia eco­ nómica tiene como centro de estudio el cambio económico”. Y obsérvese el carácter de las reflexiones que el investigador español realiza tras esa definición: Después de la Revolución Industrial... el cambio económico se ace­ lera y van siendo más los que lo perciben. Con la conciencia del cambio económico y social se difunde la idea de que la sociedad no es inmutable —como pensaban los preindustriales— sino cambia­ ble. Aparecen así las ciencias sociales, que estudian las sociedades como algo cambiante... el fenómeno que sigue constituyendo el centro preferente de atención de los historiadores económicos es el que dio origen... al nacimiento y consolidación de la Revolución Industrial [y al] formidable proceso de crecimiento y moderniza­ ción social a que el industrialismo dio lugar. Y las principales pre­ guntas que se plantean los historiadores económicos son las relativas al origen, desarrollo y consecuencias del crecimiento económico.* La indagación en la historia económica de sociedades como la mexicana —del norte de México, para ser más precisos— ha servido para poner a prueba, asimismo, algunas conclusiones sociológicas y sociopolíticas de la atrevida (en muchos sentidos) literatura especia­ lizada de los años sesenta y setenta. Cuando releemos aquellos de­ bates —protagonizados con tan desmedido vigor ideológico como desnutrido fue su esfuerzo empírico— y los cotejamos con lo que la investigación regional cercana a la historia económica ha producido en la última década nos quedamos perplejos: las diferencias en tor­ no a temas tan sociológicos y, a la vez, tan económicos como el surgi­ miento, desarrollo y capacidad de las burguesías en Latinoamérica resultan notables. La enorme confusión conceptual en derredor de * Gabriel Tortella, Introducción..., p.5. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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términos como oligarquía, burguesía y burguesía industrial —gestada en aquellos años tumultuosos— sigue causando estragos por la au­ sencia de un cimiento metodológico fundamental: es en la historia económica concreta donde se puede atestiguar cuándo y por qué un determinado agente social asume un comportamiento burgués, de acuerdo con la lógica del capital y con específicas y verificables ex­ periencias empresariales. Practicamos la historia económica, además, por otras dos razones: 1) Porque ayuda a producir conocimientos de sesgos universa­ les. Aunque trabajemos espacios regionales y fenómenos geográfi­ camente definidos, los resultados de investigación pueden cotejarse y discutirse con colegas de otras latitudes, ya en Bilbao, ya en Sao Paulo o Mérida. 2) Y lo hacemos, finalmente, porque sospechamos que el tipo de materia prima que se procesa en la historia económica y la forma en que debe procesarse auspician un mayor control sobre dos de los enemigos principales del investigador dedicado a las ciencias so­ ciales: sus a veces excesivas cargas ideológicas y sus inevitables pre­ juicios. Creemos que es factible establecer distancias razonables frente al objeto de estudio si se trata de ferrocarriles, circulación de plata o brotes de industrialización, que si aluden exclusivamente a coyun­ turas sociopolíticas, cuestiones étnicas o el devenir de las ideas. L

a h is t o r ia e c o n ó m ic a d e l n o r t e d e

M

é x ic o

Cerraré esta exposición con una síntesis de los más llamativos re­ sultados e interrogantes que ha generado la investigación regional dedicada a la historia de las actividades económicas en el norte de México. Estas conclusiones han sido recogidas en alrededor de 150 trabajos publicados o redactados en los últimos 15 años y concen­ trados en el periodo 1850-1925.9 Los trabajos fueron elaborados en centros de investigación ubicados, en general, en el norte del país. La reseña incluye lo que produjeron investigadores residentes en el exterior. En muchos casos los autores, aunque no se han espeDR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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El resumen servirá —al final de estas reflexiones— para dejar en evidencia la notoria actualidad de los temas indagados, su clara vinculación con el presente y el futuro inmediato de una sociedad que se ha lanzado, en tiempos recientes, a transformaciones inéditas en América Latina. El impacto de la economía estadounidense Muchos de los trabajos aquí resumidos esclarecen, en mayor o menor medida, los mecanismos que hicieron de la economía es­ tadounidense el gran motor de las actividades del capital y del empresariado en el norte de México. Aunque la relación con las áreas más próximas del país vecino —Texas, Arizona, Nuevo México y California— sólo se ha estudia­ do de manera sistemática por escasos investigadores, los conocimien­ tos aportados son suficientes para concluir que estados como Texas —entre 1850 y la Primera Guerra— fueron un componente sustan­ cial de un espacio económico binacional que integraba una amplia porción del norte mexicano. El hecho de constituirse en área fronteriza del más grande mer­ cado nacional que ha creado el capitalismo en toda su historia —el de Estados Unidos— obliga a situar el norte de México dentro de parámetros metodológicos particulares desde el punto de vista de la historia económica. Se trataba de un espacio inmediatamente perifé­ rico a la segunda revolución industrial, sacudido por demandas no frecuentes en otras zonas del mismo México o de otros países lati­ noamericanos. Sus respuestas a esas demandas —más próximas a las suscitadas a fines de siglo en la Italia septentrional o en el País Vasco— no sólo impactaron en el norte: irradiaron sus efectos cializado en historia económica, ofrecen materiales significativos y posibles de ser utilizados en una síntesis como la que aquí se propone. Una información más amplia puede encontrarse en Mario Cerutti, “Investigación regional e his­ toria económica y empresarial del norte de México (1850-1925). Aportes, caren­ cias y sugerencias metodológicas”, ponencia presentada en el coloquio "Pasado, presente y futuro de la Historiografía Regional", Taxco, mayo de 1993. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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multiplicadores, a la vez, sobre un mercado nacional en pleno ciclo de configuración. El norte y la formación del mercado nacional Por el dinamismo de sus actividades productivas, el norte se consti­ tuyó —entre 1890 y la Revolución— como un espacio económico fundamental para la construcción de un mercado que tendía a con­ vertirse en nacional (debe excluirse de este proceso el extremo no­ roeste —Sinaloa, Sonora y Baja California— aislado por la Sierra Madre Occidental). Los estudios efectuados quizás obliguen a una reinterpretación de los engranajes que llevaron a la constitución del mercado nacio­ nal y del capitalismo en México. Si se recuerda que los ritmos del mercado capitalista dependen más del carácter de las actividades eco­ nómicas que de la densidad de la población, se podría llegar a la conclusión siguiente: pese a ser un espacio demográficamente vacío hasta los años 80, el norte centro-oriental pudo haber tenido mayor peso en la constitución de la sociedad capitalista mexicana —y de su mercado— que las áreas centrales del país. El vigor de los grupos empresariales regionales Las investigaciones sobre Chihuahua, la Comarca Lagunera y Mon­ terrey verifican el vigor que asumieron grupos empresariales regio­ nales entre 1880 y la Revolución. Eso quiere decir que el capital acumulado localmente resultó crucial en la puesta en marcha y con­ trol de múltiples actividades económicas, aunque es imposible des­ cartar la significación paralela del capital externo. Desde mediados de los 80, por ejemplo, en el norte centrooriental se fue construyendo un eje empresarial que descendía desde Chihuahua, se anudaba en La Laguna y se prolongaba hasta Monte­ rrey. La fusión de capitales que —desde 1890— facilitó la sociedad anónima, hizo brotar proyectos comunes, a los cuales fueron incor­ porados destacados capitalistas de ciudades con menor desenvolvi­ miento empresarial (San Luis Potosí, Durango, Saltillo). Del eje DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Chihuahua-La Laguna-Monterrey surgieron sociedades como la Compañía Industrial Jabonera de La Laguna (1898), Cementos Hi­ dalgo (1906), el Banco Refaccionario de La Laguna (1907) y Vidriera Monterrey (1909). La constante comercial antes de 1890 Como en otras latitudes mexicanas y latinoamericanas, el comercio emergió como una herramienta vertebral en la constitución de los grupos burgueses norteños. La actividad mercantil fue singularmente intensa en el norte centro-oriental tras el cambio de la línea diviso­ ria con Estados Unidos, en 1848. La frontera del Río Bravo brindó espectaculares oportunidades de enriquecimiento a comerciantes y casas intermediarias ubicadas en ambos lados del río, tanto en tiem­ pos de guerras como en épocas de paz. La actividad mercantil se prolongó hacia el crédito y fue funda­ mental en la adquisición de experiencia empresarial. Lo primero re­ mataría, en los años noventa, con la fundación de bancos. Lo segundo, en una diversificación de quehaceres que se manifestaron en la indus­ tria fabril, la minería, la agricultura especializada, la ganadería, la ex­ plotación forestal, los mismos bancos, los transportes y los servicios. Cambios en los procesos productivos El noroeste minero, La Laguna, Monterrey, el sureste agrícola de Nuevo León y zonas próximas de Tamaulipas, ciertas comarcas de Chihuahua y Coahuila, rincones de Zacatecas cercanos a Coahuila y Parras, entre otros lugares, sufrieron transformaciones muy inten­ sas en los procesos productivos a partir de los años 80. El visible desarrollo de las actividades productivas que ins­ trumentaron los grupos propietarios y dueños del capital tuvo que ver con: a) la especialización en actividades orientadas al mercado esta­ dounidense (extracción de minerales, metalurgia pesada del plomo y del cobre, ganadería, productos para la alimentación animal, cier­ tas franjas de la agricultura); DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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b) las demandas de un mercado nacional en plena articulación y expansión (agricultura intensiva del algodón, ganadería, produc­ ción forestal, carbón, industrias del jabón, la cerveza, el vidrio, el cemento o el acero). Los cambios fueron de evidente profundidad tanto en la organiza­ ción social del trabajo (el norte presenta a finales de siglo el más defini­ do mercado libre de fuerza de trabajo de México, y acompañó en ese sentido las transformaciones que se manifestaban en el sur de Estados Unidos), como en el uso y la aplicación de tecnología y de prácticas empresariales, generalmente incorporadas desde Estados Unidos. Los apellidos extranjeros, los capitales regionales Quizás una de las aportaciones más fuertes de la investigación re­ gional orientada a las actividades económicas y empresariales resida en el estudio de los procesos formativos del capital. El seguimiento minucioso, durante décadas, de uno, dos o varios empresarios —o familias empresariales— arrojó conclusiones que rebasan la esfera económica y golpean la historia sociocultural. Una de esas conclusiones es la relativa al origen local o regional de muchos capitales que la literatura latinoamericana de los años sesenta y setenta hubiese considerado extranjeros. La indagación re­ gional en el norte ha comprobado largamente que el hecho de que un empresario porte un apellido anglosajón o francés no puede ser equivalente a inversión extranjera. Con demasiada frecuencia se tra­ taba de inmigrantes —de origen irlandés, español, francés, estado­ unidense, alemán, inglés, italiano— que cumplían su ciclo de enriquecimiento en estas latitudes y se integraban de manera natu­ ral a los núcleos burgueses en configuración y desarrollo. Por su historia —su nacimiento, crecimiento y reproducción en espacios definidos—, por su intensa inserción en la economía vernácula y por su escasa relación con la estructura capitalista de los países de origen de los inmigrados, no parece válido aplicar —a esos capitales— el calificativo extranjeros.

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LA HISTORIA Y LA BIOLOGÍA R o b e r t o M o r e n o d e lo s A r c o s *

El tema de las relaciones entre la historia y la biología se puede abordar en muy diversas formas; supongo que cualquiera puede in­ tentarlo y con seguridad llegará a conclusiones, ideas o planteamien­ tos distintos del mío. Y es que hay más relaciones entre la historia y la biología de lo que usualmente pensamos. Cualquiera puede irse a semejanzas aparentes y relaciones formales. Al final me ocuparé de algo que uniforma ambas disciplinas o ciencias. Para este caso opté por manifestar una preocupación por el tema, haciendo ver tres o cuatro enfoques posibles más que desarrollar alguno de ellos. Una primera posibilidad de búsqueda de estas relaciones entre la historia y la biología sería lo que podríamos llamar la biología de la historia; es decir, esa parte de la biología que es componente natural del pasado del hombre. A lo largo de su desarrollo el hombre ha tenido, obviamente, relaciones con el mundo biológico. El historiador, dependiendo del área que escoja —lo que hace tan libremente como el biólogo escoge la suya—, en algún momento se topa en sus fuentes, en su material de trabajo, con el mundo natural, ya sea cuando se buscan regis­ tros de domesticación de plantas o animales, por mencionar un ejem­ plo muy notorio, o cuando se hace historia de la agricultura, la ganadería o cualquier otra actividad económica, o por el estudio del pasado de los animales o las plantas que se encuentran en su ámbito natural. Esto significa que en el trabajo del historiador hay un com­ * Instituto

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Investigaciones Históricas,

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ponente obvio, inexcusable, ineludible, que es el mundo biológico, en el cual se desarrolló la actividad humana que le interesa en parti­ cular. Más aún, en ciertos momentos los conocimientos biológicos, los estudios de la ciencia que los trata, permiten fijar con precisión acontecimientos históricos. Por ejemplo, el arqueólogo (la arqueo­ logía es una extensión de la disciplina histórica, en cuanto hace exac­ tamente lo mismo que ésta: se ocupa del pasado del hombre, sólo que sus fuentes son distintas por no ser escritas, o no ser totalmente escritas), quien en muchas ocasiones busca la asociación de lo que le interesa con el mundo natural y lo correlaciona cronológicamente. Es un terreno en el que se mezclan muchas ciencias: la paleontología, la geología, la antropología, la arqueología, la historia y, desde lue­ go, la biología, de suerte que los historiadores bien podemos llevar a la conciencia de la necesidad de saber por lo menos unas cuantas cosas de biología. Un punto en particular, sobre el cual trabajé con otro motivo, puede ilustrar lo que quiero decir. En un discurso con finalidad lin­ güística, titulado Los nabuatlismos en el español de México, expongo brevemente en qué forma los criollos mexicanos de los siglos XVI, x v ii y xviii se apropiaron de términos o frases del idioma náhuatl y los incorporaron a su cultura en forma de criollismo, lo que deriva­ ría en nacionalismo. Pues bien, el asunto tiene sus dificultades, en­ tre otras que la mayor parte de los nahuatlismos aluden al mundo natural; suelen ser sustantivos, no formas verbales, que se relacio­ nan con el orden de lo natural —chayóte, chilacayote, etcétera—, pero evidentemente a veces los historiadores nos enfrentamos al pro­ blema de saber con exactitud a qué tipo de planta o animal se están refiriendo. N o es lo mismo un ajolote que un atepocate. Para el historiador es elemental cierto conocimiento de qué se está hablan­ do cuando se trata de plantas o animales. De esta forma, lo que llamo biología de la historia es un ámbito de relación, que es el primer espacio que deseaba mencionar. Entre biólogos e historiado­ res hemos ido precisando, por ejemplo, qué productos naturales son realmente oriundos de América y cuáles vinieron y se trasplantaron al Nuevo Mundo, así como los que hicieron el camino contrario. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Antes de pasar a la parte que más interesa valdría la pena hacer una especie de interludio sobre algo que de cierta manera está rela­ cionado con el tema: la nueva disciplina llamada sociobiología. Casi en todas sus partes coincido con un ensayo del doctor José Sarukhán sobre las escasas posibilidades de la sociobiología desde el punto de vista del biólogo. Desde el punto de vista del historiador también me he preocupado por leer sobre sociobiología y confieso que no me ha iluminado mucho. Me parece que está bien, pero llevar esa raíz etológica de la observación de la conducta de los animales, so­ bre todo de los animales sociales, a un traslape a la vida humana, equivale a menudo a ciertas descripciones de sociedades que hacen novelas de ciencia-ficción. N o he encontrado en la sociobiología —y la he leído con interés y pasión— un sustrato útil, por lo menos para la labor del historiador. Terminado este interludio, pasemos a lo que parece ser el meo­ llo de este tema. ¿Qué es lo que uniforma a la historia y la biología como disciplinas? Ante todo, el hecho de que las hacemos seres humanos. Pero dejando de lado eso, en primer término aquello de lo que se ocupan, su ámbito de estudio, es real, es existente. En el caso de los biólogos es temporalmente existente, o por lo menos deja registros de su paso; en el caso de los historiadores fue existente —ya no lo es— pero es un ámbito de lo real acotable y, en fin, de­ mostrable. En segundo lugar, lo que me parece más importante es que para comprender y explicar de qué se ocupan tanto el biólogo como el historiador es preciso considerar sobre todo cómo se llegó a lo actual, cómo se llegó a donde estamos. Por ejemplo, si alguien se pregunta ¿cuál es el tema de la historia? ¿cuál es su campo?, la res­ puesta sólo puede ser: el hombre, el hombre en su devenir. En el caso del biólogo el objeto de su preocupación, enunciado muy en general, es el mundo natural de los organismos. Para mí el estudio del hombre requiere (si se trata de comprender y explicar, y no sim­ plemente de describir lo que somos, nuestras vidas sociales, nacio­ nales y multinacionales), saber cómo se llegó a esto. Desde cualquier punto de vista también la biología, de alguna manera, requiere de la dimensión temporal, por ejemplo para expli­ DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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car las razones ecológicas de un ámbito determinado. Parece ser que el punto en que coinciden de manera idéntica la historia y la biolo­ gía es que en esta labor, hacer biología o hacer historia, forzosamen­ te debemos tener en las manos dos hilos conductores: el tiempo y el espacio. Aun la simple recolección de una planta para fines taxonó­ micos requiere de un registro: dónde se obtuvo y en qué tiempo. Hay una bióloga que está reconstruyendo una colección de años atrás porque debido a ciertas razones se perdió información y debe reconstruirla. Por consiguiente, ambos nos dedicamos a manejar los hilos conductores del tiempo y el espacio. Esa labor que emprendemos tanto biólogos como historiado­ res tiene sus grados —dicho aquí a manera de defensa de una disci­ plina que no suele verse como científica—, aunque aporte datos más o menos semejantes y soporte problemas más o menos similares a los de las ciencias. Hacemos lo mismo al determinar, al delimitar una parcela del conocimiento. En ciertos casos, algún biólogo po­ drá resultar poco productivo o fecundo porque restringe demasiado su parcela o porque es demasiado formalista en lo que hace, es decir, no deriva conclusiones de lo que es el trabajo más elemental; eso nos ocurre con frecuencia a los historiadores, pues algunos se limi­ tan a recopilar y luego a soltar la información tal como está. Pero en fin, en eso las dos disciplinas se parecen mucho: cada quien acota un terreno, unos pequeño, otros más amplio, pero se procede en forma igual. Ambas disciplinas tienen una especie de subgrupo que para el biólogo debe ser el coleccionista y para el historiador es el aficiona­ do. Hay gente que colecciona escarabajos y no más. N o es el caso de Darwin, quien coleccionó escarabajos e hizo lo que hizo. No: hay gente que colecciona escarabajos, y es de suponerse que su relación con ellos no será ni buena ni mala, y sí buena cuando tenga cierta información y auxilie al biólogo. Para el historiador, el equivalente al coleccionista de escarabajos o de plantas es el historiador aficiona­ do, el que colecciona datos. En provincia suele uno encontrarse his­ toriadores aficionados que conocen todos los datos, que no quiero calificar de inútiles pero sí de producto del ocio, sobre su pueblo en DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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particular —el nombre de quién puso la cuerda de la campana de la torre de la iglesia de tal barrio— y además suelen espetárselo al his­ toriador profesional como diciéndole: “¡es usted un ignorante! ¿cómo un profesor de la Universidad no sabe que...?” Ante esto suelo res­ ponder que no sólo no lo sé, sino que no me interesa, y voy a tratar de olvidarlo en el instante mismo en que nos separemos. Pero eso nos ocurre frecuentemente: la ventaja para los aficionados en mi terreno es que todos pueden publicar, y las bibliografías históricas se llenan de una serie de detalles que, en suma, está bien. De alguna manera preguntarse por el pasado propio, por el propio pueblo, por el estado natal, por el país, en fin, es una actitud que se ve como muy natural y absolutamente legítima. Aparte de estos coleccionis­ tas también tenemos los genios, los que realmente rebasan la labor habitual del biólogo o del historiador y dan impulsos y nuevas ver­ tientes a la labor científica. En el caso de los historiadores se puede mencionar a Hegel con su filosofía de la historia uni\ersal y a Spengler sobre la decadencia de Occidente. Estas obras srn esfuer­ zos portentosos —inmersos en su tiempo al igual que nosotros, lo que nunca debe reprocharse a nadie—, son grandes lucubraciones de estos pensadores por encontrar la línea general por la que se condu­ ce la historia de la humanidad. Algunos historiadores abandonan pronto la cuerda de la campana de la torre de la iglesia del barrio fulano del pueblo de San Juanito, o del pueblo tal en Inglaterra, y se amplían a todo el ámbito de lo histórico. El caso de Marx es típico: propone un modelo; la historia de la humanidad se desarro­ lla primero en esta etapa, luego esta segunda, luego el feudalismo, luego el capitalismo. Ya la predicción quién sabe, pero por lo pronto el modelo sí lo estableció. En la misma forma, los biólogos saben de personas así: Aristóteles fue de alguna manera el primer enciclope­ dista de la biología. Para acercarnos más a nuestros días, Buffon montó su sistema natural y, por poner sólo algunos ejemplos, Linneo o Darwin son el equivalente de nuestros pensadores de ese nivel, los que propusieron una visión general. Pero, atención: lo que Darwin nos dijo es cómo se llegó a donde estamos; lo que pre­ tendió fue encontrar la mecánica por la cual, a lo largo del tiempo, DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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se llegó a una determinada situación. Ésta sí es una semejanza real entre nuestras disciplinas: en algún momento se trata de mostrar el devenir de las cosas del hombre, y del mundo natural, en ánimo de entender su existencia actual. En cuanto a la forma de proceder para hacer esto, que pue­ de ser aportar el pequeño detalle o la gran obra interpretativa, también hay semejanzas formales. Somos nosotros, en nuestra individualidad, quienes hacemos historia o biología. Si analiza­ mos un poco cómo proceden los historiadores nos daremos cuen­ ta de que los biólogos proceden más o menos en la misma forma, y vale la pena decirlo porque hay que percatarse de que las cosas tienen más complejidades de lo que a simple vista parece. Conta­ ré una anécdota: hace algunos años un amigo, director de un ins­ tituto de esta área de ciencias, para hacer conversación amable en un desayuno me dijo: “¿Y por qué ustedes, los de las ciencias blandas, no se fijan en cómo hacemos nosotros o qué método seguimos y ya se ponen en serio?” “Bueno —le dije— en fin, si ustedes lo definen así, ‘ciencias blandas’, pues qué le voy a hacer. Ahora, vamos a ver cómo se podría hacer.” Y empezamos a con­ versar: “Es que ustedes no se han puesto a pensar en tal aspecto.” Yo le decía: “Te lleno este cuarto de libros de gente muy inteli­ gente que no sólo lo ha pensado sino que lo ha escrito, y ahí lo podrías leer enteramente.” N o se puede proceder con menospre­ cio porque entonces no nos vamos a entender; quienes ya han trabajado conmigo saben que podríamos leer bibliotecas enteras de cada uno de los aspectos metodológicos de la historia. Ésta no es una ciencia subdesarrollada, es tan vieja como la biología y puede ser que más, y ha habido mucha gente que se ha preocupa­ do por ella. Y además, como es natural, evoluciona en sus mani­ festaciones metodológicas, al igual que la biología. Y ¿cómo procedemos los historiadores? Tenemos una serie de estudios formales, al igual que ustedes, de cuatro años y me­ dio, más dos de maestría, más tres de doctorado. Unos se titulan y otros no, pero se hace. Lo que interesa es el hombre en el pasa­ do y el pasado del hombre. La materia prima se encuentra en la DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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documentación y en la bibliografía. Los biólogos ven la planta mas o menos seca o en estado natural, o al animal, o lo que les interese observar al microscopio, y ésa es su materia prima. Para los historiadores la materia prima son los datos de lo que se quie­ re saber. Así como los biólogos van a buscar cactáceas o lo que sea en un lugar determinado, los historiadores pueden buscar lo que desean saber sobre la situación de la hacienda azucarera del estado de Morelos en un tiempo acotado. Los datos deben en­ contrarse en el archivo respectivo, en la biblioteca. Se recopila la información igual que lo hacen ustedes en la biología. Les cree­ mos a los datos —los datos los dan hombres y nosotros sabremos si les creemos o no—, dependiendo de lo que sabemos. Se recopi­ la la información, se formula una idea de cómo pasó lo que se afirma en las fuentes, y aquí, como decía un famoso escritor mexicano del siglo xvi, “las letras son alas y que cada quien vea cómo vuela con ellas”. Llegó el momento de trasladar lo que se aprendió, lo que se supo, los ficheros, en fin, al papel para decir algo. Ese ya es un problema en el que se involucra el talento, la formación, la cantidad de trabajo realizado. Los biólogos tam­ bién, de alguna manera, se enfrentan a un material y creen o no al mensaje que tiene cada individualidad o cada ámbito, recogen su información, etcétera, y después también trasladan eso en un acto más o menos creativo, imaginativo o interpretativo, al papel. El mundo natural miente tanto como el mundo humano, y no sólo porque mentir, disfrazarse, ocultar la verdadera naturale­ za o disimularla con otra, es un medio de defensa propio de los animales y de las plantas, sino porque ya viendo casos más próxi­ mos, como el de mis animales domésticos, si se fija uno, real­ mente mienten. Vamos a creerles a las plantas, a los animales y a los hom­ bres lo que debamos creerles. ¿Y cómo vamos a saber qué “debe­ m os creerles” si no es poniéndolos de acuerdo con lo que realmente sabemos de lo que les rodea? Para mí el punto clave, fundamental, es el de la creación. Lo que hace de un biólogo un mejor biólogo o de un historiador un mejor historiador es el DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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momento en que, resuelto el tema que se propusiera, lo traslada, lo saca de sí a los demás, en las formas que se acostumbren, en libros a veces pesadísimos, horribles, que nadie lee, o en un artí­ culo breve. En el momento en que se traslada del biólogo o del grupo de biólogos, como del historiador, a una forma asequible a los demás, que es lo único realmente calificable, ahí, en ese acto de creación, ambos somos lo mismo, en lo profesional. La historia, la biología y la astronomía son las ciencias más viejas, porque corresponden a necesidades muy claras. Estas tres ciencias vienen a ser la conciencia nuestra, del hombre, la nues­ tra y la de los que nos precedieron; del aquí, la de los biólogos y la del mundo que nos rodea, el mundo natural; del arriba, que también nos afecta, y en el caso de la historia del adentro, qué traemos con nosotros. La descripción del aquí, del arriba y del adentro requiere del pasado. En alguna ocasión dije que me gus­ taba pensar que la astronomía, una de las ciencias más impresio­ nantes, era una especie de historia —el argumento es falaz, claro—, puesto que los astrónomos no están viendo sino lo que ya pasó, en el instante en que afocan un telescopio no están viendo sino el pasado, a veces miles de años atrás, y en última instancia su más grave preocupación también es tratar de encontrar el punto en que todo se creó para poderse explicar su desenvolvimiento. Los biólogos de igual manera, en ocasiones, van a los oríge­ nes biológicos para ver el desenvolvimiento. Los historiadores hacemos exactamente lo mismo. A fin de cuentas historia, bio­ logía, astronomía o cualquier otra ciencia o saber proviene de esta cosa interna que poseemos los seres humanos, de la necesi­ dad real, profunda, vital, visceral de entender dónde y cómo es­ tamos. El espíritu que realmente nos uniforma a todos es ese afán real, sano, honesto de aprender y de saber del mundo que nos rodea y del que rodeó a quienes de la misma forma se preocupa­ ron, pero que nos precedieron. El método para llegar a ese fin es lo de menos. Siempre usaremos los métodos con arreglo a las necesidades de trabajo, seremos creativos en métodos conforme DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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IN S T IT U T O HISTÓRICAS

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nos enfrentemos a distintos problemas. Un método no hace a una ciencia, la ciencia la hacemos los hombres que la queremos hacer. Los biólogos quieren hacer biología y hacen biología y les tenemos confianza; los que no somos biólogos sabemos que los biólogos van a hacer biología. Les ruego que crean que los histo­ riadores que hacemos historia, hacemos historia.

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LA HISTORIA Y EL D ERECH O M

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o nzález*

In t r o d u c c i ó n

El objetivo de las páginas siguientes es ofrecer algunos elementos que permitan apreciar cómo se vinculan la historia y el derecho en un terreno concreto: el del historiador del derecho.** N o es el caso preguntar aquí qué es la historia, pero sí ofrecer al no jurista alguna noción de qué es el derecho a fin de que esté en posibilidad de seguir la explicación sobre las relaciones entre ambas disciplinas a través de la labor del historiador del derecho. Entre los juristas no hay uniformidad de criterios para defi­ nir su objeto de estudio: derecho es un conjunto de normas; de­ recho es la interpretación que el juez hace sobre las normas contenidas en un cuerpo legal; derecho es también lo que se ha venido practicando sistemática y sostenidamente, en forma con­ suetudinaria, aunque no esté plasmado de forma expresa en cuer­ pos jurídicos; derecho es también la reflexión que los juristas hacen sobre las normas. El vocablo derecho alude, pues, a diver­ sas cuestiones que tienen como denominador común cierto tipo de normas, las de carácter coactivo. El derecho ha sido el instrumento para regular la vida social, y sus manifestaciones pueden ser muy diversas con tal que sean, en un momento dado, obligatorias. Su carácter coactivo le viene dado * Centro de Estudios sobre la Universidad, u n a m . * * El trabajo se apoya, parcialmente, en algunos de los materiales que contiene el estudio introductorio: Historia del Derecho. Métodos e Historiografía, antología que preparé para el Instituto de Investigaciones José María Luis Mora; en prensa.

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de que atrás de esas normas hay un aparato “estatal” que se ocupa de su cumplimiento; de ese aparato se puede decir que es la única instancia en una sociedad dada que puede ejercer de manera legíti­ ma la violencia para obligar a cumplir lo dispuesto. Este hecho dis­ tingue a las normas jurídicas de cualquier otro tipo de normas. Como puede verse, el vocablo derecho alude a un conjunto de fenómenos relacionados con las normas jurídicas. En consecuencia, el quehacer académico sobre el derecho, esto es, la investigación que se realice sobre esta cuestión deberá referirse a lo que aquél es, y si se analiza en perspectiva histórica, en un sentido más amplio, es el objeto de conocimiento de la historia del derecho. ¿Qué

ES LA INVESTIGACIÓN Y QUÉ LA INVESTIGACIÓN JURÍDICA?

De manera muy general, y siguiendo al Diccionario de la Real Acade­ mia Española, se puede decir que “investigación es la pesquisa o ave­ riguación que se hace de una materia para saber la verdad, el secreto u otra cosa” y, si se hace sobre el derecho, es jurídica. La investiga­ ción jurídica es, pues, la actividad encaminada a indagar, analizar y explicar cómo ha sido el fenómeno jurídico entendido en su más amplia acepción; cómo se conforma; a quiénes obliga; dónde se ubica en la sociedad; cuáles han sido sus fallas, etcétera. La investigación jurídica no se realiza a través de un solo méto­ do, más bien se vale de varios para tratar de averiguar con precisión y profundidad las características de un sistema jurídico dado, la re­ gulación de una institución, las causas de la no aplicación de un reglamento, etcétera, y fundamentalmente puede ser teórica o dog­ mática y empírica. La investigación teórica o dogmática En ella se distinguen tres métodos distintos que, en un momento dado, pueden complementarse: el exegético, el sistemático y el so­ ciológico. El método exegético busca averiguar lo que el legislador quiso decir a través del contenido de la norma jurídica. Parte de la base de DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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que la norma expresa la voluntad general y es algo perfecto, estáti­ co, que debe ser analizado para saber qué es el derecho. Se basa, asimismo, en los conceptos jurídicos que se han elaborado a través del tiempo. Hace muchos años que los juristas definieron con clari­ dad los elementos del contrato, la naturaleza de las obligaciones, las características de la personalidad y muchas otras cuestiones. El método dogmático ha sido llamado lógico, constructivo, y está emparentado con el sistemático. Al ser un método lógico, aspi­ ra a reconstruir, por medio de operaciones lógicas, el sistema del derecho positivo o alguna de sus ramas. Es dogmático porque se halla indisolublemente ligado a la norma; para este método sólo el derecho positivo es derecho, y a partir de él se conforma el sistema jurídico. También se llama de la jurisprudencia conceptual o juris­ prudencia conceptualista, por la hegemonía que se concede a los conceptos en la construcción dogmática. Para algunos autores es el método “clásico” o “tradicional”, aunque sólo adquirió perfil pro­ pio durante el siglo xix. El método sistemático parte de la noción de sistema, conside­ rando que éste es el conjunto de normas que constituyen un orden jurídico en determinado momento. Estas normas deben tener una base de sustentación que les dé legitimidad; la base de sustentación es, por lo general, el texto de la constitución de un país, ya que este cuerpo jurídico es el que señala la división de poderes, las facultades de los diversos órganos, las limitaciones generales a la conducta de los ciudadanos, las garantías de que gozan, etcétera. Todos estos prin­ cipios básicos deben desarrollarse en los ordenamientos de carácter más particular y específico que conforman el sistema. La validez de cada conducta o de cada ordenamiento ha de estar referida a la nor­ ma que lo hace posible, y así sucesivamente hasta llegar a la norma que da origen a todo el sistema que es la Constitución o su equiva­ lente. Las diferencias entre el método dogmático y el sistemático son de grado; en el primero el acento está en los conceptos y en el segun­ do, en el sistema que los comprende. Los estudiosos del derecho, especialmente los filósofos, han atribuido a ambos métodos un ca­ rácter científico. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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El método sociológico parte de la base de que el derecho es un producto social y, como tal, se encuentra estrechamente vin­ culado a la sociedad que le da origen. En consecuencia, para ave­ riguar qué es el derecho en un momento y una sociedad dados, ha de atenderse no sólo a la norma jurídica sino a la realidad social que la genera. A este fin, debe tratar de interpretarse la norma en función de esa realidad, valiéndose el investigador de los elementos que le permitan acercarse tanto a la norma como al espíritu con el que fue dictada. La investigación empírica Está dirigida a buscar un acercamiento entre lo que señalan los cuer­ pos jurídicos y la realidad social. El objeto de este tipo de investiga­ ción no sólo se constituye por las normas y los hechos que las rodean, los cuales ya estarían incluidos en el método sociológico antes señalado, sino también por la indagación sobre la manera en que realmente un ordenamiento se aplicó y la eficacia de los ordena­ mientos. Esta forma de investigación se acerca mucho a otras ramas del conocimiento y, en relación con la historia del derecho, pode­ mos considerarlo dentro de la llamada historia social. En este orden de ideas, cuál sería, pues, el campo de la historia del derecho. ¿C

u á l es e l c a m p o d e la h is t o r ia d e l d e r e c h o

?

La historia del derecho está comprendida por dos disciplinas que reivindican para sí mismas el carácter de ciencia y que se denomi­ nan de igual manera que su objeto de conocimiento: la historia y el derecho. Los juristas afirman que hay una ciencia del derecho. “Cien­ cia” puede ser simplemente el conocimiento de algo, pero para que algo sea “ciencia” tiene que disponer de un método que se dice cien­ tífico y que haga posible acceder a ese conocimiento. Las ciencias por antonomasia son las experimentales, ya que a través de la expe­ rimentación permiten llegar al conocimiento de “algo”. N o es éste el supuesto en el que se encuentran la historia y el derecho que, a DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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juicio de diversos autores, más bien pueden considerarse ciencias sociales. En este tipo de ciencia, también, a través de la aplicación de métodos determinados, se puede acceder al conocimiento de “algo”, sin que ese conocimiento pueda ser, en términos generales, verificado experimentalmente. Por lo que respecta al derecho, el carácter científico no le viene sólo de su inclusión en las ciencias sociales, todas ellas de formación reciente, sino de que los propios juristas y los filósofos del derecho, desde tiempos remotos, han afir­ mado que el derecho es una ciencia, bien que solamente visto desde cierta perspectiva, que es la construcción de conceptos y sistemas. A Santiago Niño le llama la atención el hecho de que a los juristas les parezca importante que su actividad sea científica. Pien­ sa que esto se debe a que aunque el vocablo ciencia sea vago y tenga una gran carga emotiva, aplicado a una actividad determinada, que por tanto se considera científica, otorga a sus cultivadores un am­ plio reconocimiento social. De ahí la necesidad del jurista de que se reconozca que la actividad a la que dedica su esfuerzo es científica. Supongo que otro tanto le sucede a los historiadores. Pero veamos el asunto en relación con la historia del derecho. Para lograrlo es preci­ so poner atención en dos cuestiones: el método en el que ha de basarse y el carácter de la disciplina. El debate historia vs. historia externa A partir de los conceptos de historia interna e historia externa es posible avanzar en la explicación de la naturaleza de la historia del derecho y los métodos con los cuales ha de trabajarse. Esto es así porque la disciplina, al igual que muchas otras de las historias de “algo”, se ubica entre dos ramas de conocimiento y, aunque la polé­ mica sobre la existencia de una historia interna y otra externa de algo parezca actualmente superada, desde el punto de vista concep­ tual permite ver con relativa claridad la naturaleza de esas “historias especiales”. La división entre historia interna y externa del derecho proce­ de del texto de Leibinitz Nova methodus discendae doscendaque DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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jurisprudentiae (1677), en el cual, al tratar de la jurisprudencia histó­ rica, establece esta distinción. La división ha sido muy útil, ya que permite establecer métodos y terrenos, aunque sea con fines funda­ mentalmente explicativos, ya que, como se verá más adelante, en la práctica las distinciones no son tan categóricas. El debate historia interna vs. historia externa no es exclusivo de la historia del derecho, también está presente en la historia de las matemáticas, la química, la astronomía y cualquier otra disciplina que presuponga un conocimiento “científico” que deba estudiarse en perspectiva histórica. Así, cabe preguntar: ¿Quién debe hacer la historia de la física?, ¿el físico o el historiador? ¿Quién, la de la as­ tronomía?, ¿el historiador o el astrónomo?, y así sucesivamente. El debate tiene que ver no sólo con el objeto del conocimiento sino también con el método con el que se aborda. Esto lleva a considerar que es la perspectiva desde la cual se estudia determinada disciplina, la que hace que el trabajo realizado se ubique dentro de la historia interna o la externa. En el caso específico de la historia del derecho el asunto es difícil por ser tanto la primera como el último resultado de los hechos sociales y no ser susceptibles de verificación experi­ mental. El derecho y la historia del derecho Varios historiadores del derecho y diversos “ius filósofos” piensan que la historia del derecho es una disciplina jurídica. Entre los pri­ meros hay que señalar a Pietro de Francisci, Ricardo Orestano y Alfonso García-Gallo; entre los segundos, a Hans Kelsen, Alf Ross y Santiago Niño. Ha correspondido a los filósofos la reflexión sobre el carácter científico del derecho. Hans Kelsen explica que la ciencia jurídica es una ciencia nor­ mativa, pero no porque formule normas sino porque su función es describirlas; su objeto de conocimiento son las normas válidas en cierto ámbito. Este autor ubica a la historia del derecho dentro de este ámbito de conocimiento, señalando que las normas que deben investigarse serían las que fueron válidas en un momento dado. Alf DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Ross se encuentra, asimismo, entre los autores que ubican la histo­ ria del derecho en el terreno de la ciencia jurídica, a la cual llama también dogmática jurídica. El objeto de conocimiento de ésta en un orden jurídico determinado es una sociedad dada. La ciencia ju­ rídica —dice— debe exponer el derecho vigente, conforme a un sis­ tema. La definición de sistema jurídico es el punto de partida para averiguar cuál es el contenido del derecho. El establecimiento de una sistematización debe apoyarse en la tradición jurídica; por ello los sistemas jurídicos tienen el perfil que les da su propio pasado histórico. El sistema ha de contemplar tanto los órganos que crean las normas como los que las aplican. Un siste­ ma bien desarrollado atiende a la organización de la autoridad pú­ blica y al procedimiento que se sigue en la administración de justicia. Para Santiago Niño, los sistemas jurídicos son también el objeto de la ciencia del derecho. Vinculadas a esta posición se encuentran, por un lado, la consideración de que la historia del derecho es la “historia interna” de un objeto específico, que es el derecho, y por el otro, la propuesta de que debe ser trabajada con el método dog­ mático, del que antes se habló. Dentro de este marco conceptual, algunos teóricos desean que se sitúe la historia del derecho, pero es claro que si su objeto de conocimiento es el derecho del pasado y no el vigente, la historia del derecho deberá ocuparse de la descripción de lo que se consideró derecho en su tiempo y, eventualmente, de su evolución histórica. La historia interna del derecho busca explicar el sistema jurídi­ co; las normas que lo conforman; los conceptos, postulados o prin­ cipios jurídicos en que se basa, atendiendo a su evolución, sin ubicar el fenómeno que se estudia en un contexto que tome en cuenta los factores políticos, económicos o sociales que condicionaron su desa­ rrollo, los cuales, al considerarse metajurídicos, no son el objeto ni del derecho ni de su historia. Desde la perspectiva “internalista” se puede estudiar, por ejemplo, la regulación del furtum-, la jurisdic­ ción de un tribunal o un conjunto de ellos; la expresión pacta sunt servaruLt; la institución de la cesión de créditos o cualquier otro concepto o institución, analizando su propio desarrollo evolutivo: DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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qué facultades tenía; cómo se usó en tal siglo; en qué sentido se utiliza en los instrumentos notariales; qué elementos comprendía, etcétera. Esta manera de ver la historia del derecho es propia de quie­ nes sólo buscan analizar las modificaciones conceptuales o las de un sistema, al interior de unos y otro. La historia y la historia del derecho Diversos historiadores del derecho ubican la historia del derecho dentro del campo de las disciplinas históricas o simplemente den­ tro de la historia. Al comenzar a ocuparse ésta de explorar sectores específicos de la actividad humana surgieron los estudios de las lla­ madas “historias especiales”, entre ellas la del derecho, las institu­ ciones, la música, la economía, las ciencias, etcétera. Son muy numerosos los historiadores del derecho que postulan, con diversos enfoques y matices, la filiación histórica de su disciplina: Bruno Paradisi y Francesco Calasso, entre los italianos; Franz Wieacker y Helmut Coing, entre los alemanes; Eduardo de Hinojosa, Rafael Altamira, Francisco Tomás y Valiente, José Antonio Escudero y José María Pérez Prendes, entre los españoles, y Ricardo Levene, entre los americanos. Vinculadas a esta posición se encuentran, por un lado, la consideración de ser la historia del derecho la “historia externa” de ese objeto de conocimiento que es el derecho y, por el otro, la propuesta de que debe ser trabajada con métodos históricos. La historicidad del fenómeno jurídico fue puesta de relieve por la llamada Escuela Histórica del Derecho que floreció en Alemania en el siglo XIX. Para esta escuela, el derecho es fruto de una ininte­ rrumpida tradición, de una continuidad histórica. Uno de sus prin­ cipales frutos fue concebir a la historia del derecho de una manera más amplia que su predecesora, la escuela francesa de la exégesis. La idea básica que inspira a la Escuela Histórica es que el derecho no es el producto de la razón humana sino del espíritu del pueblo (Volkgeist). Esta manera de ver al derecho llevó a abrir el concepto hacia nuevos horizontes, hasta desarrollarse la teoría histórica del derecho. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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La Escuela Histórica puso a la investigación histórica al servi­ cio de la dogmática jurídica señalando la historicidad del derecho y, aunque parecía abocada a formular el sociologismo jurídico, para­ dójicamente lo que engendró fue el dogmatismo jurídico, ya que no logró separarse de la dogmática. De cualquier manera, sus postula­ dos hicieron posible el estudio histórico del derecho vinculándolo a los hechos que condicionan el fenómeno jurídico. A partir de esta concepción paulatinamente se incorporaron al objeto de conocimien­ to del historiador del derecho nuevos elementos, lo que ha dado lugar a la generación de diversas tendencias para el estudio de la historia del derecho con enfoque histórico, con numerosos matices. De alguna manera quienes ubican a la historia del derecho den­ tro de la historia, especialmente se dedican a hacer lo que se deno­ mina historia externa del derecho; para ello, estudian los textos jurídicos, los sucesos políticos y sociales que explican los hechos ju­ rídicos; los factores metajurídicos por los que se desarrollan los fe­ nómenos jurídicos; la literatura jurídica; la historia de los cuerpos jurídicos; las instituciones, etcétera, enmarcándolos en el contexto en que surgieron y se desarrollaron. El vocablo “externa” explica suficientemente cuál es el obje­ to de conocimiento: el derecho en su contexto, esto es, el dere­ cho desde afuera. Los historiadores del derecho que se afilian a la corriente de opinión que postula que su disciplina se ubica dentro de las ciencias históricas no parecen inclinados a utilizar un solo método, aunque sí, hacia el estudio de las instituciones entendidas en un sentido muy amplio. Si se estudian “instituciones jurídicas” y no “derecho” a secas, ya se está dejando de lado la exclusividad del estudio de las normas jurídicas. Así, se pueden desgajar los elementos tanto jurídicos como no jurídicos que condicionan a las instituciones, y lo que se estudia ya no pertenece al campo de la dogmática jurídica. Visto el asunto de esta manera, el historiador podrá ocuparse del estudio de la familia, el poder ejecutivo, la libertad testamenta­ ria, los contratos, la patria potestad, etcétera, partiendo de la base de DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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su marco normativo y atendiendo los factores metajurídicos que condicionan a estas instituciones. Al hacerlo, ha de tener en cuenta no sólo las fuentes en las que éstas se plasman, los códigos, las constituciones, los reglamentos, la costumbre, etcétera, sino tam­ bién los hechos políticos, sociales o económicos, a consecuencia de los cuales surgen, se desarrollan o se extinguen. La historia social del derecho Ya hemos ido de la historia dogmática del derecho a la historia de las instituciones. Esta última, para algunos autores, entre quienes se en­ cuentra en España Vicens Vives, no es historia propiamente dicha porque —a su juicio— para hacer historia no basta el estudio de la interacción entre la normativa legal y la realidad histórica, dejando de lado la inserción social de los individuos que encarnan a la institu­ ción. Alrededor de este enunciado se encuentra el trabajo de quie­ nes proponen el estudio de la llamada historia social del derecho. En los años cuarenta la historia social, a secas, se postuló como el modo de hacer la “nueva historia” por Lucien Fevre, fundador de la escuela de \os Armales, porque así se llamaba la revista que animó con otros colegas. La nueva historia debía tener como objeto de conocimiento al hombre y su actividad creadora. Esta historia poco a poco llegó a ser la historia del hombre y de su grupo social; esto es, una historia de la sociedad en movimiento. El historiador inglés Hobsbawm ha propuesto, al hacer un balance sobre el trabajo de quienes publica­ ron en los Armales a lo largo de cuarenta años, que a esta historia se le denomine “historia de la sociedad”. De acuerdo con los principios metodológicos de esta corriente de pensamiento, el hombre en sociedad constituye el objeto de la investigación histórica, para realizar la cual hay que ocuparse de descubrir, en el seno de la globalidad, las articulaciones verdaderas, esto es, captar las vinculaciones relevantes que nos hacen inteligible la totalidad de una sociedad constituida por fuerzas en acción ani­ madas por un impulso que les es propio. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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La historia social se apoya en datos económicos que reflejen las relaciones sociales: consideraciones sobre la estratificación so­ cial de los miembros de la sociedad; las características de las relacio­ nes sociales; el estudio de los movimientos sociales, y el estudio de las mentalidades. Me atrevo a decir que la historia social puede tener sobre todo dos temas, dos enfoques vinculados al mundo del derecho: el dere­ cho visto desde la perspectiva de los juristas y la profesión jurídica, y el impacto de los movimientos sociales y políticos en el derecho, estos últimos entendidos como el resultado de la fractura del pacto social a través del derecho a la rebelión y al tiranicidio. Para la historia social del derecho es conveniente apoyarse en la sociología jurídica y en el uso del método sociológico o los métodos sociológicos para lograr mejores resultados; pero no es el objeto de estas páginas señalar las características de la sociología jurídica, tema complejo, sobre el que también hay muy diversas corrientes de opi­ nión y métodos de trabajo y que merecería una conferencia por separado. Buena parte de la polémica sobre los métodos descritos perte­ nece a la historia de la historiografía jurídica. En la actualidad pocos historiadores del derecho siguen uno u otro en forma exclusiva, más bien, como señala Helmut Coing, se debe buscar el método en fun­ ción del objeto que se pretende investigar. ¿Cuáles pueden ser esos objetos? El objeto de conocimiento de la historia del derecho Ya se ha dicho que la historia del derecho tiene la necesidad primor­ dial de ocuparse en forma prioritaria del derecho, ya sea éste, los conceptos o los sistemas jurídicos, dado que ambos son el objeto de conocimiento de la historia interna. Pero hay otros fenómenos vin­ culados o sustentados en el derecho que también son objeto de co­ nocimiento de la historia del derecho en un sentido amplio. En este orden de ideas quedan incluidos los temas que abordan tanto la his­ toria de las instituciones como la historia social del derecho. Entre DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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ellos pueden señalarse, como los más importantes, las instituciones jurídicas, los conocedores del derecho y los textos jurídicos. En relación con las instituciones jurídicas, los ejemplos son muy variados: por un lado, la familia, el estupro o el mutuo con interés y, por el otro, los parlamentos, las cortes, la magistratura, la universidad, el consulado, etcétera. Todas éstas son instituciones que tienen una regulación jurídica y no pueden considerarse ellas mis­ mas como fuentes formales del derecho, aunque sí lo es la norma que las regula. En este supuesto se encuentra cualquier institución que cuente con una regulación que haga posible su funcionamien­ to. Asimismo, podemos considerar, dentro de este rubro, ciertas prácticas institucionalizadas como el contrabando o la corrupción, que cuentan y han contado con una regulación que las prohíbe. Todas estas cuestiones son objeto primordial de estudio de la histo­ ria de las instituciones, la cual, en general, se considera historia ex­ terna. Respecto a los conocedores del derecho como clase profesio­ nal quedan incluidos en el enunciado los sujetos que, por sus cono­ cimientos, constituyeron, y en algunos países todavía constituyen, un “cuerpo” profesional: magistrados, profesores, asesores de la ad­ ministración pública, etcétera. Estos sujetos forman parte del obje­ to de conocimiento de la historia del derecho, entre otras razones porque, como señala Coing, son los generadores del pensamiento jurídico de una época, que se refleja en el lenguaje técnico que utili­ zan, en los argumentos jurídicos que expresan, en los conceptos jurídicos que plasman en los formularios, etcétera. Estos sujetos se mueven en torno a los órganos creadores o aplicadores del derecho y, por su situación, son objeto fundamental de la historia social del derecho, la cual se interesa por su origen social, su situación econó­ mica, sus relaciones familiares, etcétera. Por último, los textos jurídicos, tanto los que formaron parte del orden jurídico como los que se quedaron en proyecto, son tam­ bién el objeto de la historia del derecho. Sobre ellos son muchas las cuestiones que se pueden estudiar: su importancia, su contenido, las discusiones en torno a éste, los sujetos que participaron en ellas, DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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etcétera. De los promulgados cabe preguntarse sobre su eficacia, sin perder de vista que es hasta la época moderna cuando el Estado exigió el cumplimiento del derecho dictado por los órganos de crea­ ción del derecho. Es también importante averiguar cuáles ordena­ mientos no se cumplieron y avanzar hipótesis sustentadas en los hechos derivados de las condiciones sociales, políticas o económi­ cas, y sobre las causas por las que no se cumplieran, o cumpliéndose tuvieran consecuencias nocivas no previstas. Este tipo de investiga­ ción se puede ir de la historia interna a la externa y entrar en el terreno de la historia social. Como puede verse, en buena medida el objeto determina el método. L a s FUENTES Y SU INTERPRETACIÓN

Para averiguar uno o varios de los puntos anteriores, su evolución, su desarrollo, las causas de su inobservancia, las de su creación o extinción, o cualquier otro aspecto, el investigador debe acudir al ordenamiento y a todas aquellas fuentes que lo auxilien a compren­ der el fenómeno: textos jurídicos, obras doctrinarias e historiográficas, censos, instrumentos notariales, planes de estudio de la carrera de derecho, cifras de producción, movimientos migratorios, regis­ tros de nacimientos, etcétera. Todas las fuentes jurídicas o no jurídi­ cas que permiten esclarecer el fenómeno estudiado son adecuadas si se ajustan a ciertas reglas tanto formales como de interpretación. Con lo que hasta aquí hemos dicho parece claro que el histo­ riador del derecho trabaja tanto con fuentes jurídicas como con las que no lo son. Los métodos hermenéuticos o de interpretación de éstas son también muy numerosos, y en su elección, el investiga­ dor pondrá el acento en uno u otro, no sólo en atención al objeto de conocimiento sino también a su propia visión del mundo. De manera simplemente enunciativa podría señalarse que fuen­ tes jurídicas son: a) las normas jurídicas; b) la costumbre; c) la doctrina jurídica; DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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d) la jurisprudencia; e) las sentencias de los jueces; f) los tratados; g) los contratos; h) las resoluciones administrativas, e i) los testamentos. Sin embargo, no todas han tenido el mismo valor en la historia del derecho. De manera que para averiguar cuáles son las fuentes de derecho de cada época es necesario saber a través de qué instrumentos o modos se crea y su orden de importancia. Varios ejemplos ilustra­ rán la cuestión: desde el siglo XIX una fuente jurídica fundamental es el derecho dictado por las asambleas parlamentarias, es decir, el legislado; las disposiciones dictadas por el rey fueron la fuente de derecho más importante del siglo xvui; los principios generales del derecho común y la doctrina jurídica eran fuente capital del dere­ cho entre los siglos xm y XIX y perdieron importancia a partir de la codificación; las sentencias judiciales en el derecho anglosajón crean el precedente que determina la generalidad de la norma, en tanto que en los derechos neorromanistas son normas particulares; el de­ recho común en la Edad Media era derecho vigente y ahora no lo es, etcétera. Es por lo tanto necesario averiguar cómo se conforma el sistema jurídico en cada época. La historia del derecho a partir de las fuentes jurídicas debe tomar en cuenta, pues, que éstas no han sido las mismas en todas las épocas. Los conceptos actuales no necesariamente resuelven todos los problemas por las diferencias semánticas de las palabras. Por ejemplo, a las opiniones de los juriconsultos en Roma se les deno­ minaba jurisprudencia, y con el mismo vocablo en nuestro país se designan las sentencias de órganos judiciales que reúnen ciertas ca­ racterísticas. N o sólo las diferencias semánticas son importantes, existen vocablos que no han cambiado de significado, pero que alu­ den al resultado de procesos diversos según la época de que se trate. De manera que aunque ley haya sido y siga siendo una norma de carácter general, antes del siglo xvi debía ser votada por las cortes, y DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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desde el siglo xix, por los parlamentos. Estos dos órganos creadores de derecho no se constituyen de la misma manera, lo que es impor­ tante para la interpretación de las normas que crean. Por eso, hay que tener cuidado en el uso de los conceptos actuales aplicados a los del pasado, ya que puede desvirtuar la comprensión de las normas e instituciones de éste y su interpretación. Es claro que de las fuentes no jurídicas podemos sacar también elementos para la historia del derecho. Sobre la dote y el contrato de aprendizaje, mucho podemos aprender en fuentes literarias, espe­ cialmente de novelas costumbristas; en las crónicas, los historiado­ res ofrecen elementos para conocer el valor jurídico que se ha dado a la posesión en diversos periodos de la historia de México. El historiador del derecho no es juez, pero en el desempeño de su tarea tiene que actuar con los criterios que usaría el juzgador para aplicar el derecho: a) ¿cuál es el problema por resolver?; b) ¿cuál es la norma aplicable?; c) ¿cuáles son los argumentos y las pruebas de las partes?; d) ¿cuál es su opinión sobre el caso? N i el juez ni el historiador pueden hacer una valoración objeti­ va del caso que los ocupa porque siempre estarán en juego sus pro­ pias estructuras, su ideología, su visión del mundo y de la vida. Pero para llegar a soluciones ambos deben fundamentar sus aciertos en: a) la formulación del criterio en que se apoyan, que, en el caso del juez, sería la fundamentación de la sentencia que dicta y en el del historiador la determinación del método que ha de seguir, y b) las pruebas que permitan, también a otros, verificar los he­ chos respecto del historiador del derecho y entonces estaríamos ha­ blando de la verificación de sus hipótesis. N o basta decir que la magistratura en la época tal era corrupta, o que no se aplicó la ley que prohibía el aborto, por ejemplo. Hay que ofrecer pruebas: testimonios de las fortunas de los jueces antes y después de acceder a sus cargos; estadísticas de sentencias confron­ tadas con estimados de números de abortos practicados, etcétera.

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REFLEXIONES SOBRE EL OFICIO DEL HISTORIADOR e n t r e la h is t o r ia y e l d e r e c h o

Para terminar cabría preguntarse en qué medida han influido en la investigación histórica los métodos hasta aquí señalados. Si la histo­ ria del derecho es historia, no habría mucho que agregar. Pero este hecho ha preocupado a algunos de los historiadores del derecho, especialmente a Olivier Motte, quien considera que éstos han ido olvidando lo que los hizo nacer, y que de la historicidad del derecho se ha pasado al derecho histórico, y con ello se ha sustituido paula­ tinamente el marco metodológico por el objeto. Visto el asunto de esta manera, parecería que la historia del derecho es sólo una rama especializada de la historia —en lo que están de acuerdo diversos autores— y no un puente “entre dos disciplinas que precisan una de la otra”. A juicio de Motte, revelar los vínculos entre ambas es la tarea y la vocación del historiador de las instituciones. Si, por el contrario, la historia del derecho es derecho, podría afirmarse que la influencia de aquella sobre la historia merecería ser más amplia. El historiador podría utilizar la rica experiencia metodológica que arrojaron los largos años de desarrollo de la inves­ tigación jurídica dogmática para afinar su análisis en el estudio de las más diversas instituciones. Creo firmemente que el trabajo del historiador se vería enriquecido si atiende algunas de las cuestiones que se han señalado como propias del terreno de la investigación jurídica. Supongo que cada uno de los conferenciantes de este ciclo ha dicho lo mismo al encarecer las virtudes de la disciplina a la que dedica sus esfuerzos. Por eso no es mi intención asumir posiciones dogmáticas como las que se han descrito, sino más bien enriquecer este ciclo de conferencias con la perspectiva de una disciplina que se ha venido cultivando hace varios cientos de años y que ofrece, a mi juicio, un firme punto de apoyo para la investigación histórica en general. E

p íl o g o

Ya sea historia o derecho, la historia del derecho es una disciplina fascinante que nos acerca al pasado desde la perspectiva del deber ser. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Por las relaciones que se han dado entre los sistemas jurídicos, el historiador del derecho a menudo transita por periodos muy largos para analizar un fenómeno determinado. Esta larga perspectiva le ofrece elementos de análisis que otros estudiosos no tienen, y por ello suele ser escéptico frente a los movimientos sociales y las nove­ dades jurídicas o políticas. Sabe que es poco lo que se transforma cada vez, a pesar de la fuerza que haya tenido el impulso modifica­ dor. El cambio de actores no justifica, a sus ojos, la modificación de las estructuras, las conductas le aparecen repetidas en las diversas épocas; las demandas, semejantes. N o ve mucho nuevo bajo el sol ya que al ser su objeto de conocimiento la regulación de la conducta del hombre en y frente al poder y los órganos de gobierno, en la sociedad y en el núcleo familiar, puede apreciar que las motivacio­ nes para la regulación de determinada situación son, con frecuencia, las mismas a lo largo del tiempo. A decir de Hans Thieme, el histo­ riador del derecho se encuentra, además, entre dos mundos: ...es tenido frecuentemente entre los juristas como un buen histo­ riador y entre los historiadores como un buen jurista. No le resulta fácil contentar a unos y otros... Incómodo a los historiadores por su mentalidad jurídica. Motivo de escándalo para los estudiosos del derecho por su vocación a retrotraer históricamente el estado de las cuestiones. (Siempre entre dos Facultades) A menudo no sabe cuál es en realidad su patria ni de dónde es ciudadano.

B ib l io g r a f ía

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RÍPO D A S A

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H

IN ST IT U T O HISTÓRICAS

FUENTES PARA LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA 1993

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EL CINE A u r e l io d e l o s R e y e s *

Actualmente no tenemos duda de que el cine es una fuente para el estudio de la historia. Existe ya una abundante bibliografía1 que tranquilizaría a Bela Balazs y a Marc Ferro, quienes se quejaban con amargura, el primero en 1948 y el segundo todavía en 1971, de que el cine no tenía cabida en los círculos académicos,2 o de que los historiadores lo desdeñaban como fuente de investigación.3 Pero no voy a hablar de las posibilidades de las películas como fuente de investigación histórica ni de la relación películas-historia, sino de la relación cine e historia a través de la experiencia obtenida al histo­ * Instituto d e Investigaciones Estéticas, u n a m . 1 Véase Margarita de Orellana, Imágenes del pasado, México, c u e c , s.f., bibliografía a la que se deben agregar: Aurelio de los Reyes, Los orígenes del cine en México, 1896-1900, México, u n a m , 1972 (Cuadernos de Cine, 21). Reimpreso en SEP-80 y Lecturas Mexicanas, 63 primera serie, México, Fondo de Cultura Económica, 1984; Ochenta años de cine en México, México, u n a m , 1976; Cine y sociedad en México. 1896-1930. v. I: “Vivir de sueños. 1896-1920", México, u n a m , 1981, y v. II: “Bajo el cielo de México", México, u n a m , 1993; Con Villa en México, México, u n a m , 1985; Medio siglo de cine mexicano, México, Trillas, 1986, y Filmografía del cine mudo mexicano, v. I, II y n i, México, u n a m , varios años. 2 “...hace cincuenta años, realmente hace treinta, nació un arte completa­ mente nuevo. (¿Acaso las Academias han creado centros de investigación?) ¿Han llevado hora a hora partes sobre el desarrollo del recién nacido, que en sus movimientos revela las leyes de su forma de vivir?" Bela Balazs, FJ film , evolu­ ción y esencia de un arte nuevo, Barcelona, Gustavo Gili, 1972, p. 20. 3 Véase “Los historiadores y el cine”, en Marc Ferro, Cine e Historia, Barcelona, Gustavo Gili, 1980 (Colección Punto y Línea), p. 20 y ss.

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riar al cine a partir de fuentes alternas, pues la mayor parte de las películas a que me refiero en los estudios han desaparecido, ya que, para desgracia del historiador del cine, la vida de una película es efímera. Desde el principio de la investigación el problema ha sido no tanto usar las películas como fuente, sino conocer, reconstruir e interpretar películas que no existen y que, por tanto, no he conoci­ do o conocí fragmentadas (sólo por excepción completas) después de publicados los estudios. Y es que la fórmula química de las películas de por lo menos los primeros 50 años de la historia del cine incluía un elevado por­ centaje de nitrato de plata, sustancia que con el tiempo se sulfataba convirtiéndose en un material explosivo sumamente peligroso que destruía no sólo las películas, sino también los cines, ocasionando tragedias, como el incendio en 1909 del cine Las Flores de Acapulco, donde hubo más de 300 muertos; además, los fabricantes, exhibidores o distribuidores fabricaban con ellas pinturas, pegamentos o las des­ truían para recuperar la plata cuando terminaba su explotación co­ mercial. De esta manera, aunque el cine es de invención relativamente reciente en comparación con el uso de la cerámica por parte del hombre, las primeras películas o sus fragmentos son tan apreciados por los historiadores como lo es una vasija completa o los tepalcates para los arqueólogos. De ahí que Georges Sadoul dijera acertada­ mente: N ació un arte ante nuestros ojos. Muchos de sus iniciadores viven aún (en 1948, cuando escribe esto, todavía vivía Louis Lumiére), y sin em­ bargo es difícil el estudio de sus orígenes. En una época en que los hombres conservan los menores testigos de sus menores actos, los ar­ chivos de este arte naciente casi se han volatilizado antes de que haya empezado a saberse que el cine había elaborado un lenguaje nuevo. El investigador tiene, pues, que obrar com o un paleontólogo, recons­ truir un animal basándose en algunos h u esos.4

4 Georges Sadoul, Historia del cine mundial, desde los orígenes hasta nuestros días, México, Siglo xxi, 1972, p. 1. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Y exactamente esa ha sido la experiencia: construir los estu­ dios historiográficos a partir de unos cuantos indicios de las pelícu­ las producidas y exhibidas en México. En principio tenía el propósito de historiar la imagen de la Revolución Mexicana en las películas de 1910 a 1940,5 periodo del que había abundante filmografía de los años sonoros, que se inician en 1931, pero no así del periodo mudo, del que sólo conocía Memo­ rias de un mexicano (1947) de Carmen Toscano, y Epopeyas de la Revolución (1960), montaje del material de Jesús H. Abitia, ambas proyectadas en el cine Prado en 1960 con motivo del Sesquicentenario de la Revolución, cuando todavía no pensaba siquiera estudiar his­ toria. Al iniciar la investigación tenía, al menos, la información de que durante la Revolución se hicieron películas de carácter docu­ mental. Pero ambas películas eran inasequibles por estar celosamente guardadas por los propietarios. Debo recordar que, a principios de 1969, cuando inicié la investigación, aún no existía la Cineteca N a­ cional ni la Filmoteca de la u n a m , aunque conservaba, con el mis­ mo celo, algún material fílmico de los años que me interesaban. Así que, obligado por las circunstancias, inicié la exploración de la hemerografía, guiado por la intuición de que encontraría informa­ ción acerca del tipo de películas que se producían y exhibían en México en aquellos años, de la misma manera que la prensa de 1969 informaba sobre el cine mexicano. N o me equivoqué, aunque, por supuesto, hubo diferencias: en primer lugar, en la prensa de 1910 no había página cinematográfica, ni chismes sobre actores o información de la industria del cine; los anuncios de las salas de cine se limitaban a consignar el título, y escasamente incluían la longitud o los nombres de actores o proce­ dencia de las películas. Había, pues, diferencias sustanciales en la manera de informar sobre el cine en la prensa de 1969 y la de 1910 y años inmediatos. Por otra parte, no todos los diarios incluían anun5 Para mayores detalles véase Introducción a Vivir de sueños, v. I de Cine y sociedad en México. 1896-1930, que cubre los años de 1896 a 1920, México, u n a m , 1981. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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cios de las salas de cine. Tuve que revisar prácticamente todas las publicaciones de 1910 a 1915 y hacer un muestreo profundo de la prensa de 1916 a 1924 para tener una idea de las características de la producción cinematográfica. Como la información hemerográfica se multiplicaba, reduje la cronología del estudio de 1940 a 1924, periodo que se me anunciaba todavía más difícil por la inexistencia o por falta de acceso a las películas. Al procesar la información recopilada, listé las películas mexicanas que había podido identificar por retratar las noticias de que informaba la prensa, aunque, aclaro, no encontré pelícu­ las de los acontecimientos del 18 de noviembre de 1910 en la ciudad de Puebla (asalto a la casa de Aquiles Serdán y asesinato de éste), puesto que inicié la exploración de la prensa a partir de noviembre de 1910. Debo decir que me llamó la atención que de la producción mexicana sólo identificara la que retrataba acontecimientos. El he­ cho me llenó de inquietud, zozobra y dudas, pues los anuncios de cine, como dije, sólo consignaban los títulos, como el del Salón Rojo: “Las películas de arte En época de losfaraones, Los dos hermanos ene­ migos y La Conspiración del conde Fargas, han gustado muchísimo y el público debe verlas, porque tienen mérito indiscutible.” 6 Con esa información tan escueta era difícil saber la nacionalidad de las películas, particularmente de la segunda, Los dos hermanos enemi­ gos, pero, ¿quién me puede decir que no es mexicana? Pero esa mis­ ma página me estimuló al encontrar información de que había camarógrafos que filmaban corridas de toros, según el anuncio del Teatro Palatino.7 6 “Teatro y variedades”, El Diario, 8 de noviembre de 1910, p. 7. 7 “Magnífico éxito alcanzó ayer en las diferentes sesiones del teatro Pala­ tino la proyección de la película tomada durante la última corrida en la plaza de El Toreo. La faena del 'Cocherito de Bilbao' en el quinto toro, que le fue tan aplaudida, está tan bien reproducida, que los numerosos espectadores que lle­ naban la sala... prorrumpieron en vivas creyéndose por un momento estar en la plaza”, “Teatro y variedades”, El Diario, 8 de noviembre de 1910, p. 7. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Entre las películas que se exhibían en México había series de aventuras de un personaje de apellido Sánchez y de otro llamado Timoteo, lo que me hizo sospechar que eran mexicanas, pero no tenía prueba ni otro indicio más que el apellido. Me movía en terre­ nos de inseguridad fangosa y resbaladiza. Carecía de bibliografía de apoyo, por no existir en México una biblioteca especializada. De las únicas películas que tenía la seguridad de ser mexicanas eran aque­ llas que retrataban los acontecimientos. Ante la falta de instrumen­ tos para identificar plenamente la producción mexicana decidí estudiar por lo menos la película documental. Para aumentar mi intranquilidad la hemerografía pronto me enteró de que de las casi 30 salas de cine de exhibición, apenas tres o cuatro se anunciaban. Como historiador me desalentó que la prensa consignara una mínima información sobre mi sujeto a investigar, porque ¿qué películas, de quiénes y de dónde eran las que exhibían los demás cinematógrafos? Com o las dudas eran mayores que las certezas y para explicar­ me si efectivamente la producción mexicana se caracterizaba por retratar los acontecimientos, decidí explorar la prensa a partir del año en que el cine llegó a México, fecha que, por cierto, no era clara. En más de un año de intensa investigación, conocí al señor Edmundo Gabilondo, antiguo exhibidor que, para mi fortuna, con­ servaba un inmenso archivo de películas de la Revolución, pero, para mi desgracia, lo custodiaba con el mismo o mayor celo que los otros depositarios del acervo fílmico mexicano ya mencionados. Me platicaba de los hermanos Alva, a su juicio autores absolutos de todas las películas de la Revolución, o me exhibía éstas a su antojo: uno, dos o tres rollos de películas diferentes en un mismo día cada semana, o cada tres o cada cinco, dependía de su humor, sin permi­ tirme siquiera sistematizar la información ni conocer una película completa para saber cómo estaba estructurada, cómo eran el monta­ je, los movimientos de cámara, quiénes los personajes retratados, etcétera. Para colmo, el señor Gabilondo, en su afán de hacer una película de la Revolución, había tasajeado el material y le había su­ primido los intertítulos; sólo él sabía de qué acontecimientos se DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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trataba y quiénes desfilaban frente a la cámara. Tuve que renunciar al estudio de las películas a partir de ellas mismas. Pese a la incapacidad para identificar toda la producción mexi­ cana a partir de la información hemerográfica, por lo menos identi­ fiqué el documental, caracterizado por su afán de mostrar la realidad inmediata, los hechos eran el argumento. No me cupo la menor duda de que la intención de los realizadores al filmar éstos era mos­ trar la verdad de los hechos, según el positivismo, como señalé en su oportunidad.8Para llegar a esta conclusión estuve mejor instrumen­ tado, puesto que había recopilado información sobre la exhibición de películas informativas procedentes de otros países, como La gue­ rra de Melilla, La coronación deJorge V de Inglaterra y otras más, que carecían del prurito de respetar, como el documental mexicano, la secuencia espacial y temporal de los acontecimientos. Ya que había decidido historiar el cine desde su llegada a Méxi­ co, inicié la exploración de la prensa con El Universal a partir de enero de 1896, puesto que la primera función de cine había tenido lugar el 28 de diciembre de 1895 en el Gran Café, situado en el Boulevard de las Capuchinas en París, según me enteré por los artí­ culos de José María Sánchez García, publicados en Novedades en 1944, que me había mostrado el señor Gabilondo,9 quien, por cier­ to, de paso me informó que Sánchez era Max Linder y Timoteo, un actor español seguidor de Linder. Después localicé la información sobre la primera exhibición pública de cinematógrafo que ofrecieron en agosto de 1896 los en­ viados de los hermanos Lumiére en México, en el entresuelo de la Droguería Plateros, de la segunda calle de Plateros núm. 9, local de la Bolsa de México.10 1 Aurelio de los Reyes García Rojas, Los orígenes del cine en México. 1896­ 1900. Tesis para obtener la licenciatura en Historia, México, u n a m , Facultad de Filosofía y Letras, 1971, p. 2. “Datos para la historia del cine. Las primeras vistas de movimiento”, México, D.F., Novedades, 5 de noviembre de 1944. 10 “El cinematógrafo Lumiere”, El Universal, miércoles 19 de agosto de 1896, p . 3.

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De aquí en adelante todo marchó sobre ruedas, aunque en cuanto a ver las películas tenía menos esperanzas. Renuncié a ellas, pues tampoco había la posibilidad de obtener una beca o de hacer un viaje para visitar la mítica y legendaria Cinemateca Francesa de Henri Langlois. Me moví con mayor seguridad que en el periodo de la Revolu­ ción, porque, para mi tranquilidad, la prensa consignó los títulos de las películas traídas por los enviados de los Lumiere y porque los empresarios que los sucedieron avisaban cuándo y qué novedades recibían. Dicha información permitió identificar las películas to­ madas en México por los enviados de los Lumiere y por quienes los sucedieron.11 Asimismo recogí los títulos de las películas exhibidas por los agentes de Edison para mostrar el vitascopio, contraparte del invento de Edison, y por su agencia en la calle de La Profesa, entre las que había escenas mexicanas que en aquel entonces supuse filmadas en México, pero que después supe se habían tomado en el estudio de La Negra María en Orange, Nueva Jersey. Exploré la hemerografía hasta 1910 para unir la cronología de los años ya investigados, con lo que tuve cronología corrida de 1896 a 1924. Con satisfacción observé que la producción hecha en Méxi­ co, fuese de camarógrafos mexicanos o extranjeros, captaba los acon­ tecimientos. En particular la prensa de 1906 a 1910 me confirmó dicha característica por los anuncios, por la información de aconte­ cimientos, por la actitud del medio intelectual mexicano hacia el cine, por las imágenes fotográficas de camarógrafos en plena acción publicadas en la prensa ilustrada, etcétera. Al terminar la consulta de la hemerografía inicié la explora­ ción del Archivo Histórico de la Ciudad de México, donde locali­ cé los permisos para abrir salones cinematográficos y la ubicación de los teatros, lo que me llevó a establecer la geografía de los cines, que ante todo reveló que en cuatro años el cine se convirtió de un " Aurelio de los Reyes, Los orígenes del cine en México, México, u n a m , 1972 (Cuadernos de cine 21), p. 178-180, y Filmografía del cine mudo mexicano, v. I, 1896-1920, México, u n a m , 1986. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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espectáculo de lujo —el primer salón estaba en la avenida San Fran­ cisco— a un espectáculo popular —en 1900 había jacalones que ex­ hibían películas en barrios populares—; y que de un peso los precios bajaron a cinco y tres centavos. Es decir, la exploración del archivo mencionado me reveló con mayor precisión la penetración del cine en la sociedad. La abundante información recopilada me obligó a cortar el es­ tudio en 1900, esto es, lo constreñí a cuatro años del porfirismo, de 1896 a 1900. El “estudio cambió de tema, de sentido, de título y se convirtió en Los orígenes del cine en México, 1896-1900”.12 Los títulos de las películas, es decir, a partir de la producción, son los huesos con los cuales, como un paleontólogo, según dijera Sadoul, comencé a construir los estudios historiográficos, pues me interesó conocer el tipo de sociedad que las produjo y consumió; en saber cómo y en qué gastaba esa sociedad sus horas de ocio, por qué esa sociedad convirtió un aparato de investigación científico en es­ pectáculo de masas. Ortega y Gasset vino en mi ayuda a través de Ideas y creencias y La Historia como sistema. Al procesar la información surgieron no pocos problemas his­ toriográficos y conceptuales; uno de ellos fue el manejo del tiem­ po.13 El primer estudio, como queda dicho, comprendió cuatro años porque el fenómeno cinematográfico pidió el corte: se inicia con la llegada del cine y termina cuando las autoridades clausuran la ma­ yor parte de los 22 saloncillos donde se exhibían películas alterna­ das con variedades. La clausura se debió a los escándalos del público que protestaba por la mala calidad de actores y cantantes improvisa­ dos, contratados por los empresarios porque todos recibían las mis­ mas películas nuevas. Era, se puede decir, la primera etapa de la experiencia cinematográfica de la ciudad de México. Los escándalos del público me plantearon otro problema: la vida efímera de una película determinaba la dinámica del espectácu­ 12Véase nota 7. IJ Para detalles véase Aurelio de los Reyes, “Tiempo, cine, historiografía”, en Memorias del XII Coloquio Internacional de Historia del Arte, México, LTNAM, 1993. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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lo cinematográfico, inserto, a su vez, en la dinámica de una sociedad con características específicas. También me llevó a averiguar cómo eran la producción, distribución y exhibición de películas, asunto netamente cinematográfico, así como su consumo por la sociedad. Esto último me permitió detectar la penetración de los tentáculos del cine en la sociedad. Por otra parte, el manejo de una cronología corrida —1896-1924— me permitiría ver en qué medida la historia de México determinaba al cine y, al mismo tiempo, en qué medida el cine permeaba e in­ fluía en la sociedad. De esa manera establecí con mayor claridad la relación entre el cine y lá historia, sin conocer las películas exhibi­ das o producidas en México. En el primer estudio, Los orígenes del cine..., es evidente que la carencia de películas, no conocí ninguna, me empujó a buscar ma­ neras alternas de conocer sus imágenes y su argumento, si lo tenían, pero sobre todo a tratar de explicar los temas a través del conoci­ miento de la sociedad. En el segundo estudio, Vivir de sueños, la historia del cine en México de 1896 a 1920, conocí sólo dos películas completas, El ani­ versario de la muerte de la suegra de Enhart (1913), de los hermanos Alva, y El automóvil gris (1919), de Enrique Rosas. Para mí equiva­ lían a lo que para los arqueólogos son dos vasijas o dos figuras com­ pletas, y conocí una gran cantidad de fragmentos de película de la Revolución, a los que llamo mis tepalcates, algunos más largos que otros, pero ninguna película completa. El ordenamiento de las imágenes de las películas de la Revolu­ ción, así como su longitud, lo establecí a partir de los anuncios pu­ blicados en la prensa, lo cual me permitió diferenciar un reportaje fílmico sobre un acontecimiento de un noticiario cinematográfico. Tal es el caso de Revolución orozquista (1912) de los hermanos Alva, entre otros.14 14 Para mayores detalles entre la diferencia de un reportaje y los noticia­ rios véase Aurelio de los Reyes, Con Villa en México. Testimonios de los camarógrafos norteamericanos con Villa, México, u n a m , 1985 (reimpreso en 1992). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Debo decir que, afortunadamente para mí, como el público no entendía un argumento narrado con imágenes, a partir de 1898 o 1899 los empresarios incluían un resumen del argumento de las pe­ lículas más importantes que exhibían en los anuncios publicados en los diarios, o en los programas de mano que se repartían a los espec­ tadores al entrar al cinematógrafo, algunos de los cuales localicé en colecciones particulares. Hacia 1913 fue frecuente que los distribuidores enviaran bo­ letines a la prensa ponderando las virtudes o cualidades del argu­ mento o de los actores de una película, redactados en términos excesivamente laudatorios, puesto que era publicidad, que filtra­ ban, pese a todo, información útil sobre las películas. En la búsqueda para saber cómo eran las películas di con el archivo de la Dirección General de Derechos de Autor que, aunque desorganizado, conservaba la mayor parte de los argumentos de la producción mexicana hecha a partir de 1916. Lo trabajé durante cinco años.15 Ahora bien, la crítica de las dos únicas películas que conocí, ya mencionadas, la enfrenté desde la perspectiva histórica porque el trabajo mismo me condicionó a ello, y le imprimí un enfoque histórico-político. Es obvio que los realizadores de El aniversario de la muerte de la suegra de Enhart no la hicieron con dicha intención, pero enfoqué el comentario desde tal perspectiva para explicar por qué a mi juicio se salía de los patrones habituales de la producción cinematográfica. En cambio, El automóvil gris tenía una clara inten­ ción política al hacer propaganda a la candidatura del general Pablo González a la presidencia de la República, de quien se rumoraba estaba involucrado en los acontecimientos, empañando su candida­ tura. Para enfrentar la compleja película, concebida como un serial de 12 episodios, entenderla y explicarla, traté de reconstruir los he­ chos, luego comenté el argumento y finalmente traté de averiguar 15 Véase Aurelio de los Reyes, “El fondo documental de la propiedad inte­ lectual”, en Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, núm. 18 y 19, México, 1982. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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su historia. De esa manera, tenía tres parámetros para la lectura de las imágenes que habían llegado hasta nosotros. Además pude esta­ blecer el número de episodios que la integraban, la longitud y el contenido originales, los cortes efectuados por la censura y por ra­ zones comerciales, etcétera. En ocasiones explicar una película me llevó a escribir un capí­ tulo entero, como en Bajo el cielo de México —el cine durante el régimen del general Obregón—. Al revisar el catálogo de películas llamó mi atención Aniversario de la muerte del señor Madero (1921). Salvo Villa, ante la tumba de Madero en diciembre de 1914, no co­ nocía ni sabía de otra película que retratara la conmemoración de tal acontecimiento fúnebre. Explicar el título me llevó a reconstruir la importancia de Madero durante el periodo comentado, así como a fijarme en la justificación histórica del régimen. De paso intenté ofrecer una explicación a Aniversario de la muerte de Zapata, tam­ bién filmada en 1921. El cine, pues, estaba estrechamente imbricado en la sociedad y en la historia. Desconocer las películas también me obligó a observar la pren­ sa ilustrada, pues por lo general los camarógrafos y fotógrafos retra­ taban los mismos acontecimientos. De esa manera tendría una aproximación mínima a la imagen fílmica, lo que se tradujo en co­ nocimiento de la iconografía de la Revolución, cuyo fruto principal sería Con Villa en México16 y la identificación de no pocas películas guardadas en archivos mexicanos y estadounidenses, baste mencio­ nar el material fílmico de Charles Pryor, camarógrafo que filmara la toma de Ojinaga por Villa, y Chalma, película antropológica de 1922, o Construcción de caminos e infinidad de retacería del material fílmico de la Revolución. En otras palabras, ha habido un proceso inverso: de la investigación a las películas y no de las películas a la investigación. Al analizar los títulos, había observado que todos son impor­ tantes y los que se referían a sucesos eran de los acontecimientos que conmovían más profundamente a la sociedad, razón por la que 16Véase nota 14. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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los camarógrafos los filmaban; lo hacían más para guardar memoria visual que por interés comercial. El hecho de que las películas se exhibieran tiene también infinidad de significados, es decir, que sólo filmaran o que filmaran y exhibieran ya era para mí un indicador; de ahí que para explicar los títulos y las razones que hubo para exhi­ bir o no las películas, observase a la sociedad y me explayase ofre­ ciendo explicaciones. Por este motivo mis investigaciones parecen más historia de México que historia del cine, aunque siempre he tratado de hacer historia del cine. Las palabras de Marrou me resul­ taron claras: “Muchos de los problemas que podría plantear el his­ toriador entre las preguntas que efectivamente le hace al pasado habrán de quedar sin solución ni respuesta por falta de una docu­ mentación adecuada.” 17 Como la mayor parte de los estudios que he realizado han sido a partir del desconocimiento de las películas, no sé dar recetas o categorías de análisis ni decir cómo los historiadores deben enfren­ tar la lectura de una película. Al leer la mayor parte de la bibliogra­ fía sobre la relación del cine con la historia la encuentro llena de lugares comunes, además de que, como sus propuestas se basan en el análisis de las películas, al eliminar éstas, las propuestas se de­ rrumban. De ahí que prefiriera contar la manera en que las limita­ ciones me obligaron a hacer una historia del cine desde la perspectiva de la historia, pues, para mi fortuna, los tentáculos del cine se exten­ dieron por casi toda la sociedad, como también los tentáculos de la sociedad aprisionaron fuertemente al cine. Las películas, no por ser películas, son mejores documentos que otros, sean documentales, de argumento o de tema histórico. Con la categoría de documento se borra, como principio, el género o tipo de película, para convertirla en un documento a secas. Por ello coincido nuevamente con Marrou: D ocu m en to lo es toda fuente in form ativa de la que el ingenio del h istoriad or sabe sacar algo para el m ejor co n ocim ien to del pasado hum ano considerado en el aspecto de la pregunta que se 17Henri Irene Marrou, El conocimiento histórico, México, Labor, 1968, p. 54. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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le ha hecho. Es evidente que no puede decirse dónde empieza o acaba el documento: poco a poco, su noción se va ampliando hasta llegar a abarcar textos, monumentos y observaciones de toda clase." Estoy convencido de que, de haber contado con las películas, hubiese hecho una historia del cine desde una perspectiva más tradi­ cional. Sin percibirlo cabalmente, el propósito del estudio cambió, ahora ya no es la Revolución la que me interesa, sino historiar el cine mudo mexicano, prácticamente desconocido, y su relación con la sociedad, lo que, sin querer, me llevó a hacer una historia social vista a través de la historia del cine. Cambió el objetivo, sí, pero no lo esencial: ofrecer una respuesta histórica a mis interrogantes que, intuí, eran las mismas inquietudes de no pocas personas: el conoci­ miento de nuestro pasado cinematográfico para conocer mejor nues­ tra cultura.

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HISTÓRICAS

LAS FU EN T ES ORALES G r a c ie la d e G a r a y *

El afán por hacer de la historia una disciplina científica conven­ ció a los profesionales del campo de que el mejor camino para ello consistía en tomar su materia prima, o sea, los hechos histó­ ricos, de los documentos escritos. El buen investigador debería imitar el método de las cien­ cias naturales para conocer la verdad objetiva; es decir, observar y verificar directamente los hechos, y si esto era imposible, pro­ curar indagarlos en las fuentes más confiables. De esta forma, los estudiosos llegaron a la conclusión de que el documento escrito era la vía más digna de crédito por permanecer inmutable con el transcurrir de los años. Los historiadores del siglo xix, preocupados por la veraci­ dad de sus testimonios, renunciaron entonces a las fuentes orales, que consideraron subjetivas, variables e inexactas. De esta mane­ ra, los eruditos descalificaron la validez de los relatos contados por la gente común y los clasificaron como literatura o folklore nacional. La crítica de manuscritos y textos impresos abocada a dicta­ minar la autenticidad de éstos se convirtió en el entretenimiento favorito de estudiosos del pasado y coleccionistas de antigüedades. Esta actividad mantuvo ocupadísimos a los científicos del pasado. Sus esfuerzos cristalizaron en la construcción de la heurís­ tica y de la hermenéutica, dos importantes técnicas para detectar * Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

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engaños y alteraciones en el formato y el contenido del material escrito.1 Las aportaciones derivadas de la crítica documental pronto dejaron de satisfacer a los historiadores. Los cambios ocurridos des­ pués de las dos guerras mundiales, así como los avances en otras disciplinas sociales, plantearon nuevos problemas y desalentaron los esfuerzos encaminados a buscar la verdad absoluta. Historiógrafos y filósofos delimitaron una vez más sus objetivos, cuestionaron la definición de la historia como ciencia y las posibilidades de su co­ nocimiento. 2 La

n u e v a h is t o r ia y s u s a p o r t a c io n e s

La escuela francesa de los Anales, la historiografía marxista británi­ ca y la nueva historia económica estadounidense abrieron otras pers­ pectivas a los estudiosos del acontecer humano. Las viejas obsesiones positivistas de reproducir el evento tal y como sucedió y contar la historia a partir de la vida de los hombres representativos de la so­ ciedad y de la política, que se suponía eran los verdaderos responsa­ bles del devenir, pasaron gradualmente a segundo plano. Nuevos sujetos, acciones, temas y fuentes contaminaron las mentes y textos históricos. A nadie pareció raro dedicar tiempo a averiguar la historia de la vida cotidiana, los campesinos, los pre­ cios, la familia, la mujer, el sexo, la moda, la cocina. La historia se adueñó de todo, y nada quedó al margen de su interés. Esta gran revolución permitió al estudioso de tiempos pretéri­ tos recuperar antiguos métodos de investigación, descubrir e inven­ tar otras fuentes y técnicas, así como considerar actores ignorados 1 Ernst Bernheim, Introducción al estudio de la historia, 3a. ed., trad. de Pascual Galindo Romeo, Barcelona, Editorial Labor, 1937, p. 136-158 (Colec­ ción Labor, Sección VI, Ciencias Históricas, 395-396. Biblioteca de Iniciación Cultural). 2 W. H. Walsh, Introducción a la filosofía de la historia, 2a. ed., trad., de Florentino M. Torner, México, Siglo xxi Editores, 1970, p. 29-51 (Teoría y Cri­ tica). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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por la historia tradicional. Las modernas corrientes historiográficas trajeron consigo el surgimiento de la metodología de la historia oral y la consecuente revaloración de los testimonios y documentos ver­ bales. Las nuevas reflexiones teórico-metodológicas alentaron a los historiadores del pasado reciente a prestar mayor atención a los re­ cuerdos, experiencias y puntos de vista de los testigos y actores del acontecer contemporáneo. Además, se hicieron a un lado las reser­ vas y los prejuicios que impedían al profesional del pasado probar nuevos caminos y técnicas. El investigador introdujo entonces a su campo de trabajo el gran invento del siglo XX: la grabadora. Así, la olvidada práctica de Herodoto y Tucídides de preguntar a la gente por lo que vio y conoció emergió rejuvenecida con la ola innovadora de los tiempos. L a h ist o r ia ORAL: d e f in ic ió n , PECULIARIDADES DE SU USO Y CONSTRUCCIÓN

La definición de la historia oral y sus posibles usos La historia oral es una metodología de investigación que busca cono­ cer las percepciones subjetivas y experiencias de vida de individuos particulares. Estas experiencias almacenadas en la memoria de la gente que las vivió directamente se obtienen, recuperan y registran me­ diante un interrogatorio sistematizado que se conoce como entre­ vista de historia oral. 3 Esta metodología de investigación trasciende la mera recopila­ ción de información porque intenta un análisis del significado de estas vivencias individuales. De esta manera el documento oral, de­ bidamente grabado y transcrito, queda disponible para que se le exa­

3 William W. Moss, “La historia oral: ¿qué es y de dónde proviene?”, en Dora Schwarztein (introd. y selec. de textos), La historia oral., Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1991, p. 30 (Los Fundamentos de las Cien­ cias del Hombre). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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mine con las herramientas y recursos históricos tradicionales que ofrecen el análisis y la crítica de fuentes. La historia oral puede cumplir dos objetivos fundamentales inmediatos: 1) como fuente o documento oral, para integrar un archivo de la palabra, y 2) como metodología de investigación, para indagar a través de la vida de un individuo o momentos particulares de ésta, experien­ cias o procesos que contribuyan a recrear y enriquecer el conoci­ miento histórico contemporáneo. Cuando se construye un archivo oral, el propósito a corto pla­ zo es grabar para la posteridad experiencias de supuesto valor histó­ rico e integrarlas a un archivo que examinarán e interpretarán los historiadores del mañana. En cuanto a la historia oral entendida como metodología de investigación, cabe decir que se puede utilizar de dos maneras o que genera dos tipos de entrevista: 1) la entrevista biográfica o historia de vida, que tiene sus ante­ cedentes en las historias de vida realizadas por antropólogos, etnólogos, psicólogos y sociólogos, y 2) la entrevista temática, interesada en examinar la vida o frag­ mentos de experiencia de un individuo para aclarar aspectos de la sociedad o procesos no registrados por la historia documental.4 En este sentido, vale la pena mencionar que la historia oral comenzó formalmente con el trabajo de Alian Nevins titulado Grover Cleveland: A Study in Courage (1932), precisamente cuando 4 En cuanto a la historia de la historia oral, metodología y posibles usos véanse: Paul Thompson, The Voice ofthe Past Oral History, 2a. ed., Gran Bretaña, Oxford University Press, 1988-1989,314 p.; Philippe Joutard, Esas voces que nos llegan del pasado, traducción de Nora Pasternac, México, Fondo de Cultura Eco­ nómica, 1986,384 p.; Eugenia Meyer y Alicia Olivera de Bonfil, “La historia oral: origen, metodología, desarrollo y perspectivas", en Historia Mexicana, v. 22, núm. 2,1971, y Víctor Hugo Acuña, “La historia oral, las historias de vida y las ciencias sociales” , en Elizabeth Fonseca (comp.). Historia: teoría y métodos, San José, Costa Rica, Editorial Universitaria Centroamericana ( E d u c a ) , 1989, p. 233-272 (Colección Aula, Maestría Centroamericana en Historia [UCR], Programa Centroamericajio de Apoyo Docente SG, CSUCA). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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el investigador estadounidense se percató de lo útil que resultaban los testimonios de los contemporáneos de Cleveland, quien fuera presidente de los Estados Unidos (1885-1889 y 1893-1897), para re­ construir la aportación individual en el proceso de conformación de un pais. El éxito de la investigación alentó a Nevins a establecer, en la Universidad de Columbia, un archivo destinado a registrar las pala­ bras y los escritos de estadounidenses vivos e influyentes en la histo­ ria de su país de los últimos 80 años. De esta manera, surgió la tendencia a hacer historia oral de élites. Las experiencias británica y francesa en historia social cambia­ ron los rumbos de la historia oral y la orientaron a recuperar la palabra de los otros, es decir, a hacer la historia oral de la gente común, mal llamada los sin historia. De esta manera, se abrió un nuevo capí­ tulo en la historia oral, pues se dio la palabra a otros actores o testi­ gos de la historia antes ocultos o ignorados por la narrativa tradicional. Especialistas como Paul Thompson, en la Gran Bretaña, y Philippe Joutard, en Francia, colocaron en el escenario nuevos personajes que reescribieron la historia. En la actualidad, se sabe que la historia oral es una de las prác­ ticas de investigación más democráticas porque admite como narra­ dores a los individuos más diversos y antagónicos de la escala social. La historia oral se interesa por todos los hombres y por todas sus inquietudes y proyectos. Lo importante es que la historia oral al rescatar la subjetividad la hace objetiva. Las contradicciones implícitas en la ideología y la mentalidad, reprimidas o negadas en la conciencia por la cultura dominante, se revelan en el discurso oral y “permiten al individuo aprehenderse como objeto ideológico e ideologizado, a la vez que como sujeto reproductor de una ideología”.5 La relación activa entre entrevistado y entrevistador permite que el sesgo subjetivo se vuelva objetivo y surja la recuperación de la 5 Mañiza Montero, “Memoria e ideología. Historia de vida: Memoria indi­ vidual y colectiva”, en Acta Sociológica, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, enero-abril de 1990, p. 13 (Métodos e instrumentos, 1). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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conciencia critica tanto de la historia como de la memoria colectiva, vía necesaria para la desideologización.b La construcción del documento oral Cabe señalar que la construcción de un documento oral supone la realización de una entrevista grabada en la que participan activa­ mente un entrevistador y un entrevistado. En la conversación o diálogo entre las partes se reconocen dos niveles de conocimiento y tiempo: 1) el pasado que se recuerda, y 2) la experiencia y tiempos particulares y subyacentes de inte­ rrogado e interrogador. Esto quiere decir que lo que se examina y destaca en la entrevista depende de lo que los implicados, a partir de su memoria y experiencia propias, determinen y construyan con­ juntamente como significativo e histórico para generaciones futu­ ras. Esta dinámica de pregunta y respuesta intrínseca de una entrevista abierta semiguiada es fundamental en la historia oral. En la tradición oral —práctica de investigación muy diferente de la historia oral— se recuperan las experiencias culturales transmi­ tidas de generación en generación y de boca en boca. El compilador se limita a escuchar y registrar. En la historia documental el archivista examina y critica su fuen­ te, pero ésta es pasiva, jamás le responde. Las interpretaciones que hace el investigador del documento escrito dependen, en todo caso, de su trabajo individua] y del debate que establezca con terceros. Dadas estas diferencias, se deduce que la historia oral no de­ pende exclusivamente de una memoria individual sino de dos y de su interacción. En este sentido, la historia oral es distinta de la auto­ biografía, de la biografía o de la memoria porque el narrador, en la construcción de su relato, acepta salir de sí mismo para dialogar con un entrevistador que estimula su imaginación, memoria, introspec­ ción y reflexión crítica. ‘ Ibidem, p.12. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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El entrevistador que aplica la historia oral siempre es inquisiti­ vo, aunque prudente, porque su tarea es provocar reflexiones, eva­ luar significados y proponer hipótesis que, en última instancia, puede discutir con el entrevistado. Como dice William W. Moss: Análisis y evaluaciones tienen lugar durante el mismo proceso de intercambio de la entrevista y forman parte de ella. Devienen parte integrante de la crónica creada. Esto proporciona al historiador que examinará el documento posteriormente, pruebas internas de confiabilidad, validez y significación que complementarán y suplementarán a las que él mismo aporta en su tarea de investigación.7 Es importante señalar que la gran aportación de la historia oral es el rescate de la subjetividad, de aquello que por la naturaleza de su información nunca se transmite o consigna por escrito. En suma, se trata de un conjunto de representaciones del mundo, mentalidades, ideologías que se comunican en form a espontánea y hasta sobrentendida durante el curso de la entrevista. En la actualidad, los practicantes de esta metodología de inves­ tigación coinciden en que la historia de vida de un individuo o un fragmento de ésta es lo suficientemente representativa de un fenó­ meno para ser incluida dentro de la dimensión histórica. Pero, ¿cómo es posible hacer semejante afirmación cuando la historia cuantitativa exige la representatividad estadística? Si bien es cierto que la crítica antes planteada tiene sentido, lo contrario tam­ bién es correcto, ya que al preguntar a un informante lo que cree ser y hacer resulta mucho más rico que indagar sobre su categoría so­ cio-profesional. Este tipo de preguntas reúne hechos biográficos más amplios que los consignados en un cuestionario codificado. En rea­ lidad, el problema está en elegir, de acuerdo con los objetivos de la investigación, el método más adecuado: la entrevista (cualitativa) o la encuesta (cuantitativa).

7 Moss, en Dora Shwarztein, (Introducción y selección), op. cit., p. 32. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Ahora bien, decidirse por el método biográfico implica el reto de seleccionar lo esencial y específico dentro de una abundante in­ formación. Significa reconocer lo cualitativo de la experiencia hu­ mana; es decir, la praxis individual y las percepciones subjetivas. Coleccionar materiales biográficos se justifica únicamente cuan­ do se desea ir más allá de una puesta en perspectiva de tal o cual característica social que se puede objetivar cuantitativamente.® El hecho es que la historia oral recoge los aspectos cualitativos (el yo privado, la praxis individual, las percepciones subjetivas) de la experiencia humana y su relación con lo social, es decir, el conflicto diario que supone la dialéctica individuo-sociedad.9 Efectivamente, la vida es un constante negociai los límites y alcances de nuestra existencia dentro de la realidad circundante. Por otra parte, en el caso de la historia oral, el problema de la representatividad es secundario, pues la lógica no es la de la estadísti­ ca. Es un trabajo cuya lógica es la historia (lo único, lo indivi­ dual, lo irrepetible) y, por tanto, lo que interesa es la calidad de la información que aportan las entrevistas. El peligro se halla en intentar extraer conclusiones estadísticas de una muestra que no se construyó sobre una base de esa naturaleza. Como dice Ronald J. Grele: “Los entrevistados son seleccionados no porque repre­ sentan alguna norma estadística abstracta, sino porque tipifican procesos históricos.” 10 El caso es que la historia oral, más que corroborar tendencias ya previstas, como harían los métodos estadísticos, rastrea las deci­ siones y preferencias individuales y su interrelación con la sociedad para explicar el cambio social. Todos sabemos que las políticas esta1 Maurizio Catani, “Algunas precisiones sobre el enfoque biográfico oral”, en Historia y Fuente Oral, núm. 3, Barcelona, 1990, p. 152. 9 Martín Burgos, “Historias de vida. Narrativa y la búsqueda del yo", en Jorge Aceves (comp.), Historia oral, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Universidad Autónoma Metropolitana, 1993, p. 154. (Antolo­ gías Universitarias. Nuevos enfoques en Ciencias Sociales). 10 Ronald J. Grele, “Movimiento sin meta: problemas metodológicos y teóricos en la historia oral”, en Dora Schwarztein, op. cit, p. 123. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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tales y los cambios económicos y sociales nunca son suficientes para comprender los procesos históricos. La voluntad de los hombres, las presiones de las decisiones individuales también se acumulan y cuentan, quizá más, para modificar los rumbos y sentidos de la his­ toria." Ahora bien, una vez aceptado que la historia oral es subjetiva porque es individualista, frágil y cambiante debido a que se apoya en la memoria, está en constante reelaboración y no tiene representatividad estadística, conviene pasar a criticar la fuente oral para definir sus alcances y límites. L

a s f u e n t e s o r a l e s : a l c a n c e s y l ím i t e s

Una de las grandes aportaciones de la nueva historia, antes descrita, fue revelar a los historiadores que, si “por esencia la historia es co­ nocimiento mediante documentos”, los testimonios orales constitu­ yen otro tipo de documentos.12 Efectivamente, después de registrar los dos tipos de historia oral: temática y biográfica, se puede establecer que la primera pro­ porciona información sobre hechos que aclaran o corrigen interpre­ taciones (quizá sea la más detectivesca de las dos), mientras la segunda, además de proporcionar algunas noticias fácticas, hace hincapié en los aspeaos subjetivos de la experiencia humana, es decir, la manera en que los diferentes actores históricos han vivido un proceso, un acontecimiento. Se trata de una lectura más psicoló­ gica del testimonio oral. Sea cual fuere el tipo de información recabada en la entrevista de historia oral, el investigador está obligado a considerarla como un documento o una fuente que debe complementar con todo lo que le permita situarla y criticarla. Debe explorar otros escritos, testimonios, referencias, observaciones que le ayuden a contextuali" Paul Thompson,“Historias de vida y cambio social”, en Aceves, op. cic., p . 127-128.

12D. Aron-Schnapper y D. Hanet, “De Herodoto a la grabadora: fuentes y archivos orales", en Aceves, op. cit., p. 65. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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zarla e interpretarla. Ninguna fuente es única para los historiado­ res, y ¿por qué entonces la historia oral habría de serlo? Por tanto, el historiador no debe olvidar los hallazgos de la historia científica: la heurística y la hermenéutica. Esto le garantizará una lectura atenta de su fuente oral. N o se trata tampoco de sentar en el banquillo de los acusados al informante. Simplemente importa no perder de vista quién ha­ bla, cómo, por qué y para qué lo hace. En fin, se intenta mantener un espíritu crítico para buscar esa verdad propia y diferente de la historia oral. Recuérdese que los olvidos voluntarios o no, las con­ tradicciones, las repeticiones acumuladas o las exageraciones consti­ tuyen estrategias verbales que el narrador aplica para controlar el relato en el curso de la entrevista y superar la dialéctica individuosociedad que supone el difícil acto de recordar, de regresar al pasado. Por lo dicho hasta ahora, se puede concluir que las fuentes es­ critas y orales no son mutuamente excluyentes, y que incluso a ambas se les critica y juzga con la misma severidad. Se advierte además que comparten rasgos comunes, pero que tienen características autóno­ mas y funciones específicas que cada una puede y debe cumplir mejor. Pero vayamos a lo específico de la fuente oral y quizá a lo más criticable a los ojos de los historiadores positivistas: la subjetividad. Efectivamente, ¿cómo confiar en un documento que se basa en algo tan frágil como la memoria individual, no verificable y cambiante con el tiempo? La situación es que la evidencia oral nos revela más sobre el significado de los hechos que sobre los hechos mismos. Sin embar­ go, esto no significa que la historia oral no tenga ninguna validez fáctica. En las entrevistas, tanto temáticas como biográficas, siem­ pre se descubren eventos y aspectos desconocidos de éstos. Desde este punto de vista, el problema más serio estaría en la verificación. Ciertamente, por un lado, no poder verificar la información grabada limita nuestro conocimiento de cómo sucedieron realmen­ te los hechos. Pero, por otro, la subjetividad del relato nos informa más sobre la relación del individuo con su historia; por ejemplo, DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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nunca podremos saber con exactitud los detalles de una huelga, pero sí estaremos en condiciones de conocer con mayor profundi­ dad las consecuencias morales de ésta. Como explica Alessandro Portelli, la historia oral revela lo que la gente hizo, lo que deseaba hacer, lo que creyeron estar haciendo y lo que ahora realmente creen que hicieron.13 En todo caso, la historia se interesa tanto por la sub­ jetividad como por la pura objetividad, ya que aquello que los indi­ viduos pensaron o creyeron hacer también forma parte de la historia. En cuanto a la credibilidad de las fuentes orales, Portelli asegu­ ra que éstas son tan creíbles como las otras, pero de manera diferen­ te. Su importancia radica en la medida en que se alejan del hecho para acercarse a la imaginación, al símbolo. En este sentido, no hay fuentes orales falsas.14 Efectivamente, aun cuando la crítica documental establezca el relato como una información falsa o incorrecta, en historia oral se sabe que las afirmaciones equivocadas constituyen verdades psicoló­ gicamente ciertas. Lo que sucede es que la memoria cambia de manera constante porque se encuentra en un continuo proceso de creación y recrea­ ción de significados. En consecuencia, la utilidad específica de las fuentes orales no está en su capacidad para preservar el pasado sino en los cambios operados por la memoria. Estos cambios o alteracio­ nes ponen de manifiesto los esfuerzos emprendidos por el narrador para dar sentido al pasado, a su vida y proporcionar un contexto histórico a la entrevista. Los cambios ocurridos en la conciencia subjetiva del informante, así como los cambios experimentados en su posición socio-econó­ mica habrán de afectar su relato, por lo menos la coloración de su historia. Más que lo dicho, importa saber lo que oculta el informan­ te y por qué lo oculta. 15 Alessandro Portelli, “What Makes Oral History Different", en TheDeath o f Luigi Trastulli and Olher Stories. Form and Meamng in Oral History, Nueva York, State University of New York Press, 1991, p. 50 (SUNY Series in Oral and Public History, Michael Frisch, editor). 14 Ibidem, p. 51. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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IN S T IT U T O

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Para Trevor Lummis cualquier discusión sobre el funcionamien­ to de la memoria reclama distinguir entre lo que la gente quiere decir y lo que realmente recuerda. Por ejemplo, es común que ahora más que antes la gente recuerde y hable de su vida sexual. Por con­ traste, ahora menos que antes, las personas manifiestan abiertamen­ te sus posiciones racistas. Estos vuelcos no significan debilidades de la memoria ni problemas graves para la historia oral. Por el contra­ rio, para Lummis sólo son señales de que la ideología dominante ha cambiado y lo que antes se callaba ahora se dice francamente. “En otras palabras, las ventajas y desventajas de la evidencia oral retrospectiva dependen más de las presiones sociales que de las fallas de la memoria. El punto esencial reside en tomar conciencia de que la memoria y el contexto social interactúan en forma compleja...” 15 Vale la pena señalar que las presiones del mundo exterior no excluyen la posibilidad de que algunos informantes, en el curso de la entrevista, expresen las diferentes fases de su yo o que puedan juzgar sus actitudes pasadas a la luz de sus valores presentes y adop­ ten un estilo irónico en su relato. En cambio, otros detienen su narración en los momentos clímax de su existencia para cons­ truir un testimonio de estilo épico que naturalmente sugiere otra perspectiva histórica. Por último, conviene mencionar la crítica más común que se hace a la fuente oral: su falta de objetividad. Esta reserva también se aplica a las fuentes escritas, sin embargo, la no objetividad de las fuentes orales se halla en su carácter artificial, variable y parcial En efecto, mientras el contenido de la fuente escrita es inde­ pendiente de las necesidades e hipótesis del investigador, el conteni­ do y resultado de la fuente oral depende fundamentalmente de lo que los entrevistadores introduzcan en términos de preguntas, diá­ logos y relación personal. La condición de su existencia está en fun­ ción de una comunicación o transmisión bien conducida, por tanto, los historiadores deben aprovechar la ventaja de poder preguntar de 15Trevor Lummis, “La memoria”, en Dora Schwarztein, op. cit., p. 90. 16 Portelli, op. cit., p. 53. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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manera directa a su informante para construir la fuente oral más rica posible. En cuanto a la variabilidad de la fuente oral, esto es indudable porque es típica de la comunicación oral. Nunca una entrevista es igual a otra, aun cuando entrevistado y entrevistador sean los mis­ mos y las preguntas se repitan. Siempre se notarán cambios o varia­ rá la calidad, la clave está en que el entrevistador no pierda sus objetivos y sentido crítico. Respecto a la parcialidad o naturaleza incompleta de la fuente oral, se puede decir que éstas se dan siempre en forma inacabada porque no existe ningún procedimiento para agotar la memoria humana ni para entrevistar a todos los testigos potenciales de un hecho. Siempre habrá testimonios que queden fuera. En realidad todo trabajo de investigación histórica es por antonomasia incom­ pleto, porque la historia es un conocimiento en construcción. C o n c l u s ió n

Después de reconocer que la relación entrevistado-entrevistador imprime sesgos y particularidades al contenido de las fuentes ora­ les, es posible concluir que éstas pueden y deben someterse al análi­ sis y crítica de textos que establece la historia científica. Pero también resulta pertinente advertir que la especifici­ dad de lo oral reside en la calidad de la información que revela; se trata de hechos correspondientes al nivel de la dimensión subjetiva de la experiencia humana y por tanto del espíritu. Evidenciar lo subjetivo significa hacerlo objetivo y, en consecuencia, recuperar la conciencia, es decir, el conocimiento histórico crítico.

DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

LA HISTORIA Y LA LITERATURA, EN C U E N T R O S Y D ESEN C U EN T R O S* C arm en V á zq u ez M a n t e c ó n * *

D e l e je r c ic io d e la m em o ria

La voz historia quiere decir el relato de los acontecimientos y los hechos dignos de memoria. La memoria es una facultad de los seres humanos que nos permite conservar los recuerdos, las remembranzas, las reminiscencias. A la memoria la retenemos, mediante su ejerci­ cio, en un encuentro cotidiano entre el recuerdo y el olvido. La memoria es la supervivencia de nuestro pasado individual y colecti­ vo, el fundamento de nuestra vida espiritual. Sin ella no podríamos adquirir hábitos.Tampoco tendríamos conocimientos, ni imagina­ ción, ni sentimientos, ni voluntad, ni historia. Para los griegos de la Antigüedad, la función de la memoria era tender un camino entre los vivos y el más allá. Personificaban esa función psíquica en la diosa Mnemósine, quien concedía a los poe­ tas y adivinos inspirados el privilegio de ver la “realidad inmutable y permanente”. La diosa no daba el poder de evocar los recuerdos individuales ni daba orden a los sucesos desvanecidos en el pasado, sino que cumplía la función de revelar lo real. Ella cantaba el pasado primordial y la génesis del cosmos.1 Mnemósine quiere decir me­ moria en griego. Simboliza, según algunos, la garantía del triunfo del espíritu sobre la materia. Es también el fundamento de toda inteligencia creadora. * Agradezco a Felipe Castro la lectura de este texto y sus comentarios. * Instituto de Investigaciones Históricas, u n a m . 1 Jean Pierre Vernant, Mito y pensamiento en la Grecia Antigua, Barcelo­ na, Ariel,1973, p. 96, 99 y 349. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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La diosa era del grupo de los titanes —a los que representaban casi siempre como gigantes—. Eran hijos de los originarios dioses del Cielo y de la Tierra, Urano y Gea. En mitos posteriores, cuen­ tan que Mnemósine tuvo amores —que duraron nueve noches con­ secutivas— con Zeus, dios del Cielo y de los fenómenos celestes. Este era hijo de Chronos, otro de los titanes, dios del tiempo, y de Rea, diosa también titánide, asociada a la agricultura y, por ende, a la Tierra. Zeus, hijo del Tiempo y de la Tierra, nieto del Cielo, sobrino de la memoria, sería adorado por los romanos como Júpiter. Los dioses y los hombres estaban sometidos a él, excepto el destino. “Conocía el pasado, el presente y el porvenir.” 2 De la unión de Zeus con Mnemósine nacen, al cabo de un año, las nueve Musas, las diosas de las bellas artes, de la inspiración poética: Calíope represen­ taba la elocuencia y la poesía heroica; Clío, la historia; Erato, la poe­ sía amorosa; Urania, la astronomía; Euterpe, la música popular; Polim nia, la música religiosa; Taita, personificaba la comedia; Melpómene, la tragedia, y finalmente Terpsícore era la musa de la danza.3 Clío, una de las nueve hijas de la Memoria, se encargará de inspirar la inteligencia creadora de los que quieran conquistar el pasado colectivo, al reconstruir el tiempo, evocar los recuerdos, or­ denar los sucesos. Desde entonces, la historia y la literatura fueron personificadas por diosas hermanas que eran invocadas para la ilu­ minación por los dedicados a esas bellas artes. Historiar significa contar o escribir historias. Las historias con­ tadas por escrito nos evocan la palabra, no sólo como sonido o con­ junto de sonidos articulados que expresan una idea, sino como escritura, a la palabra hecha signo. Al arte de escribir historias se le ha llamado historiografía. La historiografía no es la única que emplea la palabra como instrumento. La literatura es también una de las bellas artes que usa 2 M. Cigés Aparicio y F. Peyró Carrió, Los dioses y los héroes. Mitología popular, “Mitología greco-romana”, Madrid, Daniel Jorro Editor, 1912, p. 85. 3 Isaac Asimov, Las palabras y los mitos, Barcelona, Laia, 1981, p. 90-93. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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el lenguaje como herramienta para su quehacer. La historia, en cuanto escritura, es un género literario. Sin embargo, entre el discurso his­ tórico y el propiamente novelesco hay derroteros distintos. La historiografía y la literatura tienen una larga relación de encuentros y desencuentros, que no estriba sólo en compartir el uso de la pala­ bra y la inspiración creadora, sino también en la diferencia de su objeto. *

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Hacia el siglo xvi, por ejemplo, ambas estaban muy cerca, ya que las dos perseguían una finalidad moral: el ser de provecho. Edmundo O ’Gorman ha señalado cómo el movimiento humanista estuvo basado en una aspiración ética, “aspiración a la que estaban sujetas por igual la historia y la literatura”. 4 Los que escribían ficciones se afanaban entonces en hacer que los libros de imaginación parecieran libros de “verdad”. El acerca­ miento entre la novela y la historia estaba en buena medida en que la literatura de ficción se orientaba hacia cierto realismo por esa necesidad que tenía de ser provechosa. O ’Gorman dice que el pen­ samiento humanista partía del siguiente axioma: “Lo útil es moral y sólo lo verdadero es lo útil.” La novela debía ser “instructiva” y los libros de historia, “narraciones de hechos y acontecimientos ejem­ plares cuya lectura debía resultar de'provecho y edificación”.5 El fin de ambas era pedagógico y estaban orientadas por los valores mora­ les de su época. Otro autor señala, al referirse a la novela picaresca española del siglo xvi, cómo ésta recurría a la verosimilitud “deslizando peque­ ños granos de verdad que bastaban para avalar todo lo demás”.6 4 Edmundo O ’Gorman, “La historia natural y moral de las Indias del pa­ dre Joseph Acosta”, en Cuatro historiadores de Indias, México, Conaculta-Alianza Editorial Mexicana, 1989, p. 159. ,

5 Idem.

6 Charles Aubrun, “La miseria en España en los siglos xvi y xvn y la novela picaresca", en Literatura y Sociedad, Barcelona, Ediciones Martínez de la Roca, 1971, p . 145. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Novelas como E l lazarillo de Tormes (anónimo, 1554), Guzmán de Alfarache (Mateo Alemán, 1599-1604) o El buscón (Francisco de Quevedo, 1612) sitúan a las personas en un espacio y en un tiempo concretos, pero no son más que pequeñas evidencias en medio de una historia de ficción, sin objetividad ni realismo, en el sentido estricto de la palabra. Por otro lado, entre los hechos históricos y la literatura de crea­ ción se daban mutuas “interacciones”. Lo real y lo imaginario llega­ ban a confundirse y a ello contribuyó el descubrimiento del llamado entonces Nuevo Mundo. “Era natural —escribe Irving Leonard— que los inexactos y exagerados informes de los descubridores, se armonizaran con las descripciones que presentaba la literatura po­ pular.” 7 Pero también desde entonces no era lo mismo la novela que la historia, si bien las dos tenían como finalidad instruir. Al respecto, O ’Gorman escribe: La causa y motivo de diferenciación no está como podría pensarse ...en el carácter científico de la historia en cuanto tal y con el senti­ do con que ahora propendemos a pensarla. La historia como disci­ plina científica es moderna o quizá pudiera decirse que no ha llegado a constituirse plenamente aún el día de hoy.8 La finalidad de aquella historia es que se escribía con miras a la acción. La historia registraba los hechos para ser útil y para que los lectores tomaran ejemplo y así pudieran normar su vida y sus actos. Me refiero a la relación entre la historia y la literatura durante el siglo xvi como un patrón que muestra cómo ambas comparten una finalidad moral que, sin embargo, se manifiesta en dos quehace­ res distintos. Todas las épocas tendrán algo que decir a propósito de lo que las dos participan, pero también de lo que las distingue. * * * * * 7 Irving A. Leonard, Los libros del conquistador, México, Fondo de Cultu­ ra Económica, 1979, p. 43. 1 Edmundo O ’Gorman, op. cit., p. 160. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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El historiador francés Georges Duby ha reflexionado sobre la relación entre la historia y la literatura. Ahora cree que lo que separa al discurso del historiador del discurso puramente literario es que el primero “está obligado a tener en cuenta cierto número de cosas que se le imponen, que está determinado por una necesidad de ‘ve­ racidad’ más que de ‘realidad’ ”. 9 Cada época, continúa Georges Duby, reconstruye mentalmen­ te su propia representación del pasado, de ahí que el discurso histó­ rico sea inevitablemente subjetivo. Sin embargo —concluye—, el historiador debe hacer todo lo posible por acercarse “a lo que po­ dríamos llamar ‘la realidad’ ”, en relación con esa construcción mental imaginaria que es nuestro discurso. Respecto a esa imagina­ ción histórica en su propio quehacer como historiador, Duby expuso: ...yo no invento, es decir..., invento, pero me preocupo por funda­ mentar mi invención sobre los cimientos más firmes posibles, cons­ truirla a partir de huellas criticadas rigurosamente, de testimonios tan precisos y exactos como sea posible.10 La historia —según el historiógrafo colombiano Germán Col­ menares— es una aventura intelectual fascinante.11 El historiador se plantea un problema y construye muchas preguntas que le permiti­ rán orientarse para hallar el entramado de la sociedad que intenta explicar. Esas suposiciones de lo posible deben ser confrontadas con un material fragmentario: las fuentes históricas.12 La coherencia de una obra histórica está en ese constante ir y venir entre lo hipotéti­ co y su comprobación.13 Georges Duby, Diálogo sobre la historia. Conversaciones con Guy Lardreau, Madrid, Alianza Universidad, 1988, p. 40. 10Ibid, p. 43. 11 Germán Colmenares, “El general tiene demasiados corresponsales’ (a propósito de El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez), mecanuscrito, p. 2. u Idem. "Id e m . DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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IN S T IT U T O

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La aventura de la literatura es otra. Su encanto está en que es un “acto de creación pura que sólo reposa en el lenguaje”.** El novelista —continúa Colmenares— no tiene por qué apoyarse, como el historiador, en fuentes, sino que es perfectamente libre de construir un mundo cuya realidad y cuya coherencia no dependen de su habilidad para copiar el mundo externo, sino de ciertas con­ venciones básicas de su oficio... Al novelista y al poeta les basta la materialidad de las palabras y no tienen por qué recibir una cau­ ción de lo real.15 Cuando el héroe de una novela es un personaje histórico, éste deja definitivamente el ámbito de la “realidad empírica” y está al arbitrio de la imaginación del escritor. “El héroe de la novela, de toda novela —concluye Colmenares—, es una ficción cuyo destino queda en manos de su creador.” 16 Cada escritor de ficción propone una singularidad del mundo. “En historia —escribe Arlette Farge— las vidas no son novelas” y el reto del historiador que ha trabajado un archivo no está precisa­ mente en la ficción. Para ella, las huellas que encontramos en un archivo sobre cualquier prisionero nos hablan de un sujeto que no ha sido creado por ninguna imaginación. Su existencia —escribe— debe reintegrarse en un relato capaz de restituirlo como sujeto de la historia, en una sociedad que le ha prestado las palabras y las frases... es un ser de razón, hecho discur­ so, a quien la historia debe tomar como interlocutor.17 Es indudable que un escritor con imaginación puede hacer un bosquejo de la sociedad, pero sólo un historiador con imaginación puede llegar a reconstruir una sociedad particular a partir de sus desperdigadas fuentes y dar cuenta de su paso por el tiempo. 14Ibid., p. 3. 15 Idem. “ Ibid., p.4. 17 Arlette Farges, La atracción del archivo, Valencia, Edicions Alfons el Magnánim, 1991, p. 61. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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l a s f u e n t e s p a r a la h is t o r ia y d e l e s p a c io q u e d a n

A LA IMAGINACIÓN

La realidad que el historiador reconstruye no puede tomarla toda de las fuentes. Estas sólo hablan parcialmente de ella. “A fin de cuen­ tas, nuestras fuentes —escribe Duby— no son más que una especie de soporte, mejor dicho de trampolín. Para lanzarse, para rebotar, para con la mayor soltura construir una hipótesis, válida, apoyada sobre lo que han podido ser acontecimientos o estructuras.” 18 En la reconstrucción del historiador debe insinuarse su parte de imaginación y de creación. Hay sin duda datos de la realidad que se le imponen y no puede borrarlos conscientemente, pero hay otros espacios donde puede —como dice Duby— “disfrutar mucho”. Se preocupa por dejar claro que lo que él llama “la buena historia, la historia nutritiva”, es la que plantea un problema interesante e in­ tenta resolverlo a partir de un acontecimiento revelador.19 Restituir de manera integral el pasado es prácticamente impo­ sible. El historiador está obligado a elegir, pero ¿en función de qué lo hace? Está inmerso en “un cierto comportamiento colectivo” de los historiadores de su tiempo, pero también en función de su pro­ pio carácter. En este mismo sentido, Colmenares expone que la historia ha renunciado a saber del pasado tal como era. La atención del historia­ dor —dice— ya no está tanto en “el contenido explícito de los docu­ mentos” que podía encadenar un relato, como en el “contenido marginal” que remite a sistemas simbólicos que requieren de una construcción previa. Es más íntima, a mi parecer, la experiencia que nos relata Duby a propósito de su relación con las fuentes. Para él, es un placer des­ cifrar. Reconoce que eso le pone a prueba la paciencia. De esta ma­ nera relata un día de arduo trabajo en algún archivo: 11 Georges Duby, op. cit., p. 44. 19Ibid., p. 41 y 59. 20 Germán Colmenares, “Sobre fuentes, temporalidad y escritura de la historia”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, 10, v. XXIV, Bogotá, 1987, p. 17.

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A l fin de la tarde, sólo un puñado de datos. Pero te pertenecen a ti solo, que los has sabido hacer salir, y la caza im porta más que el venado. Se encuentra alguna vez el historiador más cerca de la rea­ lidad concreta, de esa verdad cuya espera le consum e y que siempre se le escapa, que cuando tiene delante, cuando escruta con sus ojos esos despojos de escritura, venidos del fondo de los siglos, com o los restos de un naufragio, esos objetos llenos de signos, que uno puede tocar, olfatear, m irar con lupa.21

Primero invoca a la virtud que hace soportar los inconvenien­ tes con resignación. Después nombra el placer excitante que le pro­ voca descifrar. Está seducido por las peculiaridades de sus fuentes: el olor, su vejez, su textura, sus signos. Reconoce que es el único mo­ mento en que puede estar más cerca de la realidad, de la veracidad con la que está dispuesto a relatar su versión de los sucesos. Recono­ ce que no pretende transmitir la verdad, sino sugerir lo probable, quiere colocar ante los lectores con honestidad, con verdad, la ima­ gen que él se hace. Dice que esa imagen está nutrida en gran parte por lo que imagina. Se ha preocupado porque las que llama “sutile­ zas de lo imaginario” queden sólidamente engarzadas, porque tiene una moral como investigador que lo lleva a no manipular las fuen­ tes y a comprobar y verificar sus pruebas minuciosamente.22 Una vez que ha iniciado la redacción, lee y relee varias veces su texto, y en ese momento entran en juego los mecanismos “sutiles” de la ima­ ginación, a la que llama “maga indispensable, inevitable”.23 La imaginación es la facultad de representarnos los objetos no presentes, la posibilidad de inventar o contar. Mientras haya trabajo creador, la imaginación no se agota. Es un atributo que tenemos los seres humanos, que nos permite entrar en el mundo de la irrealidad: del juego, de la ficción, de la magia, del teatro y, en suma, de todo arte. La creación que surge de todo proceso imaginativo no parte de la nada. Lo que es original de cada sujeto creador es la manera como 21 Georges Duby, La historia continua, Madrid, Editorial Debate, 1992, p. 28. 11lbid., p. 66-68. 23 Ibid., p. 58. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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se refiere a los objetos y el modo como los organiza: el mundo ima­ ginario sólo existe en función del mundo de la realidad. La imagina­ ción es una función y, como tal, la comparten la literatura y la historia. Sin embargo, cada una a su manera. Si bien el historiador es un narrador, éste —dice Arlette Farges—debe explicar y convencer. D

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LAS FUENTES Y EL ESTILO

Después de hablarnos de la experiencia cercana a la realidad que le proporcionan las fuentes, Duby cuenta cómo empieza a elaborar el plan de su obra. Poco a poco se dio cuenta de que el historiador está obligado, a pesar de los riesgos, a hacer uso de su libertad, está obli­ gado a tomar partido. Su discurso entonces no es sino una aproxi­ mación. Esta expresa la versión libre del historiador “ante los vestigios desperdigados del pasado”. En ese proceso de organización ejercita la razón y con espíritu geométrico pone en marcha la lógica, el sentido de equilibrio y los valores. Se encuentra en el umbral de la escritura. Su preocupación ahora es porque todo acto de escritura está marcado por la sensibili­ dad, lo cual puede hacer que se desvíe de la verdad. Su inquietud está relacionada con el tipo de historia que quiere escribir. N o quie­ re hacer únicamente un simple inventario de lo que ha encontrado, o relatar un “simple proceso verbal” . Se ha propuesto que sus lecto­ res participen de la emoción que él ha experimentado “cuando, bus­ cando entre las huellas muertas, había creído sentir cómo se despertaban voces extintas”.25 L O QUE EL HISTORIADOR PUEDE COMPARTIR DE LA LITERATURA. D

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ALGUNAS FORMAS COM O SE HA ESCRITO LA HISTORIA

Escribe Germán Colmenares que son pocos los historiadores que participan del interés de la literatura, de lograr obras de contenido universal. Los pocos que lo han alcanzado es gracias a una cualidad 2i A rlette Farges, op. cit., p. 74. 25 Idem. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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única que los distingue: el estilo.26 Por su parte, el historiador inglés Lawrence Stone ha reflexionado el asunto y dice que los historiado­ res siempre han contado relatos y se han cuidado de tener una prosa elegante siguiendo un ideal de narrativa “orientada por cierto ‘prin­ cipio fecundo’ que posee un tema y un argumento”, interés que data de casi dos mil años.27 En la Antigüedad —dice O ’Gorman— la historia narraba para salvar del olvido los grandes y memorables hechos, en donde “lo principal (estaba) en el contenido de la histo­ ria como narración de esos hechos hazañosos”. Para Joseph Acosta en su Historia natural y moral de las Indias, cuya primera edición se hizo en Sevilla en 1590, lo fundamental era seleccionar los hechos para presentarlos a través de una expresión literaria narrativa que fuera verdadera.28 El asunto del estilo también preocupa a algunos de los historia­ dores contemporáneos. N o sólo en tanto poseer una peculiaridad personal, sino en cuanto técnica de exposición que llevaría a la más alta conquista de cualquier género literario. En cuanto a su propio estilo, Georges Duby comentó en una entrevista que él ha dado gran valor a la expresión, a la manera de escribir la historia porque considera que la historia es esencialmente un arte literario. Por eso se confiesa un gran lector, pero sobre todo un gran lector de novelas. Vale la pena citar lo que piensa al respecto: La historia no existe más que por el discurso. Para que sea buena, es necesario que el discurso sea bueno. Así pues, creo que la forma es esencial. Yo no escribo con facilidad, por lo tanto, paso mucho tiempo retomando mis textos y dándoles una forma que se aproxi­ me a la que me gustaría que tuvieran. Gran parte del tiempo que consagro a mi profesión, consiste en ejercicios de estilo... La difi­ cultad es pesada, pero al mismo tiempo, me da mucho gusto supe­ rar los problemas de expresión, que para mí, son graves; superarlos 26 Germán Colmenares, “El general...", op. cit., p. 3. 27 Lawrence Stone, “El resurgimiento de la narrativa: reflexiones acerca de una nueva y vieja historia", en Pasado y presente, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 96. 28 Edmundo O ’Gorman, op. cit., p. 166-167. DR© 2018. Universidad Nacional Autónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: w w w .historicas.unam .m x/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.htm l

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poco a poco en el borrador, al tachar. Porque pienso que la manera de decir, de exponer lo que se tiene en m ente... interviene... en la relación entre el historiador y su público... Escribir de una cierta m anera no sólo es un m edio de convencer, de enganchar, de atraer, de cultivar. Es además, y sobre todo, un m edio de aprovechar, m e­ dian te artificio s lite ra rio s, esas fisu ras, esas d iscon tin u id ad es em belesadoras, que llevan al lector a soñar, del m ism o m odo que, a su vez, sueña el historiador.29

El estilo es individual porque expresa esa manera individual de sentir. Es, según el critico literario J. Middleton Murry, “una cuali­ dad de lenguaje que comunica con precisión emociones o pensa­ mientos... peculiares al autor. El estilo es perfecto cuando la comunicación del pensamiento o la emoción se alcanza exactamen­ te” .30 Sobre el estilo narrativo para la historiografía el reto está en lo difícil que es conciliar “el rigor y el atractivo” . En este sentido —dice de nuevo Duby—, el público llegó a alejarse de la historia científica de los últimos decenios del siglo XIX, porque simplemente se había vuelto aburrida: “tres cuartas partes de la página estaban llenas de notas que no dejaban leer el resto, que por lo demás era poco legible”. Este historiador francés, en la madurez de su vida intelectual respaldada por una larga lista de obras de gran importan­ cia, aboga porque los historiadores busquen la exactitud, la preci­ sión, como una cuestión de moral profesional, pero “con amplitud de miras”, seducidos por la forma.31 En su ensayo “El resurgimiento de la narrativa: Reflexiones acerca de una nueva y vieja historia”, Stone analiza la irrupción —de unos 50 años para acá— de una historia estructural que ha privile­ giado lo analítico por encima de lo descriptivo y que prefiere las circunstancias al hombre mismo. Esta corriente propone un mode­ lo determinista de explicación histórica preocupado por las fuerzas 29 Georges Duby, Diálogo..., op. cit, p. 53. 30J. Middleton Murry, El estilo literario, México (Breviario, 46), Fondo de Cultura Económica, 1951, p. 20, 39 y 71. 31 Georges Duby, Diálogo..., op. cit., p. 53. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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sociales, económicas y demográficas. Es indudable —dice nuestro autor— que ahora hay, afortunadamente y a contracorriente de es­ tos deterministas, un resurgimiento de la narrativa, por desencanto respecto a ese modelo, que en el caso de la historia cuantitativa, por ejemplo, resultaba poco confiable. También en los últimos decenios son cada vez más los historia­ dores que dirigen sus preocupaciones a intentar descubrir lo que ocurría dentro de las mentes de los hombres y las mujeres del pasa­ do, y cómo era vivir entonces. Esto los acerca sin duda a la narrati­ va, al acto de contar relatos. Lo que no quiere decir que no continúen los que siempre se han dedicado a la demografía, o los historiadores sociales que insisten en analizar estructuras impersonales, o los que se consagran a la estadística. En este caso me interesa hablar de los que “se valen de la narra­ tiva para capturar ideales, valores, estructuras mentales y normas de comportamiento personal e íntimo”.32 Estos historiadores saben que aún tienen problemas por resolver, no sólo en su método sino en la manera de capacitar a futuros historiadores. ¿Por qué no proponer a los jóvenes que reflexionen en este asunto de la narrativa para el porvenir de la historiografía? Podrían integrarse a los planes de estu­ dio temas tales como las antiguas artes de la retórica, la crítica tex­ tual, la semiótica, la antropología simbólica y, entre otros temas, la experiencia del psicoanálisis. Todo esto con miras a un cambio en la conceptualización de la función del historiador.33 Los historiadores que recientemente se ocupan de la vida pri­ vada apuntan que les son insuficientes los métodos clásicos de la historia económica y social. N o dudan de que la demografía históri­ ca les es indispensable, pero reconocen que no les ofrece más que una tosca armazón. Prefieren la antropología histórica y la historia de las mentalidades, ya que éstas se preocupan por articular, en cada época, las teorías y las prácticas. Se sienten en deuda con las ideas

52Lawrence Stone, op. cit., p. 117. 33[bid.,p. 119-120. DR© 2018. Universidad Nacional Autónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: w w w .historicas.unam .m x/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.htm l

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del interaccionismo34 y con el detalle que proporcionan la microhistoria y la sociología cultural. Siguen con cuidado el debate femi­ nista que pone sobre la mesa las relaciones entre los sexos. Han llegado a conocer la cara visible de la vida privada. Ahora se intere­ san por ahondar en la semiótica y en el psicoanálisis, que sin duda les permitirá acercarse al registro de lo no dicho, de lo desconocido de los seres humanos. N o cabe duda de que están muy cerca del “resurgimiento” de la narrativa cuando apuntan que quieren llegar a hacer una historia de los individuos, de sus representacio­ nes y sus emociones: historia de los comportamientos, de la forma de vida, de sentir y de amar, de los impulsos del cuerpo y del cora­ zón, de los fantasmas y de los sueños; así como una historia a lo Balzac de las intrigas familiares, una historia a lo Nerval del deseo o una historia musical y a lo Proust de las intimidades.35

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LITERATURA COM O FUENTE PARA LA HISTORIA

Para algunas ramas de la historia, la literatura es una fuente más, uno de tantos orígenes que da fundamento a su discurso. Son preci­ samente las nuevas corrientes de la historia las que dan de nuevo cabida a la literatura. Es el caso, por ejemplo, de los que se dedican a contar historias de vida privada. Según expone una de sus repre­ sentantes, cuentan con abundantes fuentes, pero en muchas ocasio­ nes “están cerradas en torno a los secretos del interior”. 36 En los archivos públicos poco pueden encontrar sobre la vida privada. El 54 El interaccionismo propone una perspectiva sociológica a partir de la cual se pueda estudiar la vida social y, más precisamente, el tipo de vida social que se organiza en los límites psíquicos de un inmueble o de un establecimien­ to. Véase Erving Goffman, La mise en scene de la vie quotidienne, 2 v., París, Les editions de Minuit, 1973, v. I, p. 9. 35 Michelle Perrot, “Introducción”, Historia de la vida privada, La revolu­ ciónfrancesa y el asentamiento de la sociedad burguesa, t. VTI, Buenos Aires, Taurus, p. 13. *I b id .,p . 11. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Estado interviene cuando hay conflicto. Esa violencia perturbadora puede, por tanto, rastrearse en archivos criminales y en los de la policía. En segundo lugar, les son de gran utilidad los archivos pri­ vados. Pero aunque pudiera pensarse que la correspondencia, los diarios íntimos y las memorias son documentos imprescindibles de lo privado, éstos los toman con pinzas, porque siempre hay en ellos muchas cosas que se ocultan. En el tomo dedicado a la Revolución Francesa y el asentamien­ to de la sociedad burguesa de la Historia de la vida privada, los auto­ res señalan que una de sus fuentes es la novela del siglo xix, porque se inclina a las intrigas familiares y a los dramas íntimos. La consi­ deran una ficción más “verdadera*. Pero ¿cómo utilizan las novelas? Aclaran que con mucha precaución y sólo en ciertos niveles, uno de los cuales es el de los estilos de vida.37 Estas tres últimas palabras se dicen rápido, pero abarcan nada menos que todo el mundo de las relaciones familiares, la educación, la religiosidad, las diversiones, la posesión o no de bienes, la vecindad, el vestido, etcétera. Además de todos los asuntos primordiales que de éstos se derivan, como el amor, el deseo, el adulterio, la dignidad, el aborto, etcétera. ¿Cuál es realmente el peso de la literatura si intentamos hacer un balance de todas las fuentes utilizadas para el tomo de la historia de la vida privada del siglo X IX ? A lo largo de las 330 páginas que conforman el volumen los distintos autores citan dentro del texto 149 obras muy variadas. De ellas, 35 son literatura, entre novelas y en menor medida dramas. Estamos hablando de una cuarta parte del total de los textos utilizados. Leen a literatos franceses, pero también a algunos extranjeros. Cito en desorden a algunos de ellos: Gide, Mallarmé, Musset, Lamartine, Balzac, Flaubert, Zolá, Nerval, Víctor Hugo, Chateau­ briand, Bretón, Sade, Colette, Dumas, George Sand, Baudelaire, Proust, Rimbaud, Sue, Stendhal, Sartre, Goethe, Ibsen, Shakespeare. Reconocen que se sienten habitados por muchos de los héroes y de los personajes de la literatura. Algunos de ellos son utilizados como 57 Ibid., p. 12. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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prototipos, como es el caso de Emma Bovary, en asuntos relaciona­ dos con las estrategias matrimoniales y el amor, o el de Naná, para referirse a las cortesanas y al galanteo. Cualquiera que sea la relación de las fuentes literarias con la vida real de los individuos —escribe Natalie Z. Davis— “nos muestran el tipo de sentimientos y de reac­ ciones que los autores podían imaginar en un periodo dado”.58 Esta autora sostiene que la comedia es un medio ideal para explorar la condición humana, si bien está consciente de que sus registros no dan cuenta de cantidad de emociones y de situaciones propias de la vida cotidiana.39 Recientemente Georges Duby y Michelle Perrot han dado a conocer, como editores, la obra colectiva Historia de las mujeres en Francia. Aquí también la literatura ha sido utilizada como fuente. Incluso han elaborado una pequeña metodología para su manejo. La fluidez de las palabras de las imágenes literarias les proporciona más profundidad de campo. Descubren el discurso de los hombres sobre las mujeres, “al menos la imagen que se forjan de ella” tanto en la poesía como en la literatura románticas. También se interesan por lo que las mujeres dicen de ellas mismas, aunque su palabra haya estado mediatizada, incluso hasta ahora, por los hombres. Esto no impide que algunos de ellos, por la exigencia de lo verosímil, las conozcan mejor. Es el caso de Shakespeare, Racine, Balzac o Henri James, cuyas obras “son un hervidero de mujeres de rostro indivi­ dualizado”.40 * * * * * La literatura mexicana de los siglos XIX y xx puede ser también una fuente para la historia política y, sobre todo, para la historia de la vida cotidiana, que incluye la de las mentalidades que estudia. 31 Natalie Z. Davis, El regreso de Martín Guerra, Barcelona, Antoni Bosch editor, 1984, p. 1. 39 Ibid., p. 2. 40 Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres en Occidente, Madrid, Altea, Taurus, Alfaguara, 1991,1.1, p. 8 y 10. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Carlos Monsiváis escribe que, en términos generales, se trata de una literatura que promueve al hombre y a la mujer morales, subrayan­ do un hecho fundamental: que “no hay sentido ni valor algunos, en modos de vida ajenos al dominante”. 41 El trazo de las costumbres y los lenguajes populares se encuen­ tran, por ejemplo, en las clásicas novelas decimonónicas Astucia, de Luis G. Inclán, y Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno. La famosa tetralogía de Emilio Rabasa (La bota, La gran ciencia, E l cuarto poder y Moneda falsa) reseñan con efectividad la movilidad social —el ascenso, pero también el descenso— a partir de los tres últimos decenios del siglo. Según Monsiváis, casi toda la novela mexicana del xix es obvia en cuanto a su clasismo, si bien ha sido —quizás hasta nuestros días— la expresión de los sueños y frustra­ ciones de la clase media que, a pesar de que se pretende crítica, no ha hecho más que reproducir los valores del grupo dominante. Esas actitudes clasistas se perciben en mayor medida en el trato despectivo a los indios y en la admiración por la capacidad transformadora del dinero.42 El telón de fondo de ese género litera­ rio mexicano es el de la consolidación de las nuevas instituciones, y los valores que predominan son, entre otros, la propiedad privada, el principio de autoridad, la decencia, la moral social y la moral sexual. En lo más íntimo del pensamiento político y económico está lo privado, y está asimismo en las preocupaciones sociales, morales y médicas de cada época. Es lógico, pues, que origine muchos dis­ cursos teóricos normativos o descriptivos, cuyo núcleo es la fami­ lia. 43 En este sentido, la literatura mexicana ofrece una amplia gama de discursos y de estilos de vida. Interesarnos en ellos nos lleva al uso de la narrativa y, al mismo tiempo, al tipo de historia que se preocupa por sentimientos, emo41 Carlos Monsiváis, “Clasismo y novela en México”, en Cuadernos Políti­ cos, n. I, México, 1974, p. 68. 42 Ibid., p. 71. 43 Michelle Perrot, “Introducción”, op. cit., p. 11. DR© 2018. Universidad Nacional Autónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: w w w .historicas.unam .m x/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.htm l

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ciones y valores que incluyen los deseos sexuales y las relaciones de la familia, y que están relacionados directamente con el individuo, y con costumbres, creencias o ideas de los hombres en sociedad. 44 L

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HISTORIA COM O FUENTE PARA LA LITERATURA. U

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EJEMPLO

En el “Prólogo” a los Episodios históricos mexicanos (1887-1888) de Enrique Olavarría y Ferrari, el historiador Alvaro Matute aborda el asunto de la historia como una base para la literatura, en este caso la episódica. Parte de la tesis de que durante el siglo xix el conocimien­ to histórico llegó a ser popular, nutrido en buena medida con los relatos, en los que dentro de una estructura de hechos históricos se mezclaba la ficción. 45 En términos generales —apunta este autor— en la narrativa del siglo xix mexicano es muy grande la presencia de la historia. A tra­ vés de los episodios se mantenía el interés del público. Para noso­ tros, lectores contemporáneos de aquella literatura, significa abrirnos camino hacia “el conocimiento menudo de la historia”, tan descui­ dado por la asepsia que desdeña los detalles. Si bien no es lo mismo leer un libro historiográfico del periodo 1808-1838 y los Episodios... de Olavarría —dice Matute con razón— “una forma de conocer el pasado no excluye a la otra”. Este tipo de literatura no sólo se dis­ fruta, sino que es instructivo, máxime cuando lo histórico está bien apoyado y comprendido.46 Éste no es sólo más que un ejemplo de la mutua interacción entre la historia y la literatura, ya que no sólo el relato de ficción se nutre con la historia, sino que los contempo­ ráneos lectores de historia encontramos en él una serie de datos que favorecen nuestra imaginación y nuestra narrativa.

44Lawrence Stone, op. cit., p. 108-109. 45 Alvaro Matute, “Prólogo”, Episodios históricos mexicanos. Novelas histó­ ricas nacionales, Enrique Olavarría y Ferrari, México, FCE-ICH, 1987,1.1, p. I. " Ibid., p. XV. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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E p ílo g o

Espero que estos apuntes influyan un poco en los jóvenes historia­ dores que buscan que la buena historia sea, cada vez más, un asunto que trascienda. Ya no podemos seguir escribiendo para unos cuan­ tos colegas. Lucidez y pasión —dice el viejo Duby— en justa armo­ nía producen una historia bien hecha que es, sin duda, útil. Cada quien elige el tipo de historia que quiere contar. Lo que no se debe perder de vista, es que “no hay una historia absoluta, unívoca, defi­ nitiva”. 47 Para el que escribe historias, como para el que las lee o escucha, es más atractivo encontrar cada vez una nueva manera de interpretar los sucesos. El oficio de historiador también tiene que ver con la magia del teatro. El director de escena ha preparado de antemano la escenogra­ fía y ha elegido un guión. Ensaya una representación, le da vida a un texto. Al historiador —dice Duby— le corresponde “esa misma fun­ ción de mediador: comunicar por medio de la escritura el fuego, el ‘calor’, restituir ‘la vida misma’ La vida que el historiador insinúa —continúa el autor— es sin duda la suya. Aquí tienen mucho que ver las pasiones. El historiador cumple mejor su función —escribe Duby— cuando se deja mecer suavemente por ellas.48 “Entre la inte­ ligencia y la razón, la pasión y el desorden” se encuentra la escritura de la historia, que no es —según Arlette Farges— más que la “nece­ sidad de construir sentido en un relato que se sostenga”.49

47Leopoldo Novoa, “Entrevista”, Escénica, núm. 13, México, oct., 1992, p. 5. 41 Georges Duby, La historia..., op cit., p. 68. 49Arlette Farges, op. cit., p. 96.

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LA D EM O GRA FÍA H ISTÓRICA Y LA HISTORIA C

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En esta presentación quisiera hablar sobre algunas de las caracterís­ ticas de la demografía histórica, porque creo que esta disciplina tie­ ne rasgos que contribuyen a plantear preguntas que los historiadores no se hacen, y a observar y responder de manera algo distinta. Abor­ daré tres temas: 1) las preguntas que se hace el demógrafo histórico; 2) los métodos con los que observa y analiza, y 3) los distintos “tiempos” con los que trabaja. La demografía histórica es una disciplina puente entre la con­ cepción del hombre como especie biológica y el hombre como ser social. Su objeto de estudio es la población, pero vista como un conjunto de individuos caracterizados y analizados por rasgos bio­ lógicos (edad, sexo). Estos rasgos son determinantes en el proceso de reproducción de la población: nacer, formar parejas, procrear y morir, temas de la demografía que intentan responder una pregunta central: ¿cómo se reproduce la especie humana en determinado mo­ mento de la historia? El interés de la demografía es medir el crecimiento de la pobla­ ción, analizar sus mecanismos y comprender sus causas. Por supuesto que no negamos que en los mecanismos y en las causas intervienen factores culturales y sociales, pero por razones que explicaremos más adelante estos factores se consideran “externos”. Sin embargo, nos interesa destacar la visión biológica del objeto de estudio que han ’ Instituto de Investigaciones Sociales,

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construido los demógrafos. El siguiente ejemplo ilumina bien este aspecto. Los primeros 100 años del dominio español en América están marcados por una catástrofe sin paralelo en la historia: la reducción masiva de la población indígena. En la explicación de esta catástrofe demográfica intervienen argumentos que provienen de las ciencias sociales (dislocación de las comunidades por la ruptura de sistemas de organización del trabajo, de cambios en la tenencia de la tierra, etcétera); sin embargo, la causa directa más importante por su im­ pacto fueron las invasiones microbianas (viruela, tifus, tuberculo­ sis, sarampión, gripe, varicela). Las poblaciones americanas fueron diezmadas por estos microbios porque, a diferencia de las europeas, no habían convivido durante siglos con los animales (perros, cer­ dos, aves de corral, vacas). El hombre europeo convivía con micro­ bios de estos animales y se había adaptado a ellos. Podemos conceptualizar el problema planteando que el creci­ miento demográfico fue frenado por fuerzas de constricción (las epidemias) y que la población debió desarrollar mecanismos de adap­ tación a este nuevo entorno microbiano, que implicaron generar inmunidad permanente contra los agentes patógenos. Esta forma de adaptación es independiente de la acción humana. La pregunta central que se hace el demógrafo histórico es: ¿cómo pudo cambiar el régimen demográfico imperante en la época prehispánica, sin por ello perder su capacidad de funcionamiento y de adaptación? La respuesta estriba en conocer los mecanismos demográficos que en­ traron en juego para que este descenso se prolongara hasta las pri­ meras décadas del siglo XVII. De manera específica, nos preguntamos si hubo un deterioro permanente en los niveles de mortalidad, o bien una sucesión de periodos cortos de crisis, y cuáles fueron los mecanismos que desarrollaron las poblaciones para frenar los estra­ gos de la despoblación: mecanismos para elevar la natalidad. Un importante aspecto de esta cuestión es la “descompresión” que las comunidades campesinas, cada vez menos pobladas, ejercían sobre las tierras. Quizá aquí esté una parte de la explicación, aún DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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misteriosa, del inicio de la recuperación de la población que puede ubicarse hacia principios del siglo xvn. Com o este ejemplo, otros procesos históricos pueden verse como procesos de adaptación del hombre dirigidos a adecuar el cre­ cimiento de la población a factores como la tierra, la producción de alimentos o el medio ambiente. El punto que deseo subrayar es que la demografía histórica ha construido un objeto de estudio: la población, en la que el hombre es visto como un ser biosocial, y que de ello se deriva una multipli­ cidad de preguntas muy específicas en torno a la reproducción de la especie humana. También quisiera hablar de la metodología y los conceptos que emplea esta disciplina. El tema es relevante porque la demografía es una disciplina que, a pesar de no basarse en grandes teorías, ha tenido un desarrollo muy significativo en aspectos conceptuales y metodológicos. Se parte de un concepto inicial de población, para luego obser­ var y medir los procesos que la configuran echando mano de con­ ceptos como tasas y cocientes que miden la probabilidad de que ocurra un evento (tener un hijo, morir). Se construyen modelos de poblaciones teóricas y, a partir de los modelos, se desarrollan con­ ceptos cada vez más refinados. Así surgió, por ejemplo, el concepto de población estable (una población que crece a una tasa constan­ te) y que, por cierto, fue intuido por Malthus hace varios cientos de años. El hecho de contar con un verdadero arsenal conceptual y me­ todológico confiere a la demografía histórica bases sólidas, aunque también le ha ganado enemigos. Pero esto explica otra de las especi­ ficaciones de la disciplina: la posibilidad de someter a prueba las hipótesis y, más aún, de medir el impacto que pueden tener las va­ riables. Como ejemplo mencionaremos un trabajo donde se anali­ za, a lo largo de 100 años, la influencia de los precios sobre la mortalidad, nupcialidad y natalidad en varias poblaciones novohispanas del siglo xviu. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Este desarrollo conceptual y metodológico está muy vincula­ do con las características del objeto de estudio: la población, que es susceptible de ser observada matemáticamente. De hecho, pode­ mos imaginar que la población es un sistema cerrado, que estaría contenido en una esfera formada por dos partes: un núcleo “duro” matemático y una corteza más suave donde se ubicarían las relacio­ nes con factores culturales, económicos y sociales. El núcleo representa la teoría matemática relacionada con la estructura y el movimiento de la población y con todas las técnicas de medición y análisis. La noción básica de dinámica poblacional está relacionada con la idea de equilibrio porque la población, al igual que otros sistemas, tiende a regresar o a permanecer en un estado de equilibrio. Cuando éste se rompe por causas externas al sistema (una crisis de mortalidad de origen epidémico) o evoluciona poco a poco por motivos explicables dentro del sistema mismo (es­ casez de mujeres en el mercado matrimonial), entonces entran en juego “mecanismos de autorregulación” para restablecer la situación. En los ejemplos que dimos se han observado aumentos en la fecundidad para contrarrestar las pérdidas por mortalidad y cam­ bios de edades en la unión (novias mucho más jóvenes y mucho más viejas) para superar la falta de mujeres. De lo anterior dos ideas deben recordarse: la primera es que la población es vista como un sistema “cerrado”, porque cualquier cambio se puede explicar recurriendo a variables del propio siste­ ma. Así, un aumento en la fecundidad no controlada puede expli­ carse por un descenso en la edad de matrimonio, lo cual tiene como consecuencia que la mujer viva más años en unión. La segunda idea es que se trata de un sistema homeostático, es decir, que tiende al equilibrio. Ambas nociones permean todo el trabajo de los demógrafos históricos. El resultado de esto es que para dar explicaciones que vayan mas allá, afuera del propio sistema, la demografía echa mano de disciplinas diversas (la biología, la historia, la sociología). Hasta ahora, la demografía no parece haber tenido mucho éxito en el desarrollo DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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de su propia teoría “interdisciplinaria” para explicar cambios o con­ tinuidades en los procesos demográficos. El tercer y último tema que trataré es el uso del tiempo en demografía histórica, que es, por lo demás, el mismo tiempo del demógrafo. Primero debemos decir que la ubicación de un fenómeno en el tiempo es una parte muy importante de la forma como se observa en demografía. Yo diría que usamos tres tiempos distintos. El primero es el tiempo largo, que no es el braudeliano, pero no por ello deja de ser largo. Este tiempo, que puede extenderse hacia atrás o hacia adelan­ te, es el adecuado para las proyecciones. N o se trata de un mero capricho; lo que sucede es que las es­ tructuras de población poseen una inercia. Esto puede comprender­ se fácilmente si se piensa que en este momento, en México, entre la población hay personas que pertenecen a unas 100 diferentes gene­ raciones, y si al conjunto de sobrevivientes los clasificamos por edad, integran la estructura por edad de la población. Ya nacieron todos los que dentro de veinte años empezarán a tener hijos. Cualquier cambio es, necesariamente, muy lento. Estas consideraciones son básicas para entender por qué el demógrafo puede intentar medir el impacto del pasado sobre el fu­ turo; un ejemplo de este ejercicio serían las proyecciones del total de habitantes que habrá en este país en el año 2050. Basándose en la experiencia del pasado, en la pesada inercia, y en algunos supuestos sobre cómo variarán los procesos de mortalidad y fecundidad, se puede tener una razonable certeza de diversas características de la población mexicana en el año 2050. En este ejercicio se tomarán en cuenta las experiencias de todas las personas que nacieron entre 1891 y ayer. El segundo tiempo es el generacional. En demografía histórica es el que más se emplea y con sobrada razón porque una parte im­ portante de las herramientas metodológicas se han diseñado para DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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medir los fenómenos que suceden entre una generación y los cam­ bios, normalmente bastante sutiles, entre generaciones. Com o ejemplo del uso de este tiempo generacional para ubi­ car fenómenos de aculturación está un análisis de la fecundidad de tres generaciones de mujeres que vivieron en una comunidad lutera­ na en Curitiba, Brasil, entre 1866 y 1939. La primera generación, de pioneras, nació en Suiza y, después de establecerse en Curitiba, mantuvo el idioma alemán, la religión luterana y diversas costumbres de los grupos campesinos europeos; entre ellas las probenacht (o noche de prueba) que, en realidad, signi­ fica una gran libertad sexual entre los jóvenes. Las mujeres de esta primera generación, casadas entre 1866 y 1894, tuvieron una descendencia final de 8.7 hijos y uno de cada cuatro tuvieron concepciones prenupciales. Además, sólo el uno por ciento de los nacimientos eran ¡legítimos. En la segunda generación de mujeres, casadas entre 1895 y 1919, una de cada seis tuvo concepciones prenupciales. Estas mujeres ya nacieron en Brasil y empezaron a adoptar valores de la sociedad lusobrasileña, como la virginidad. Al mismo tiempo, comenzó el proceso de urbanización en Paraná. En esta generación se inició el control natal y las mujeres tuvieron 5.2 hijos en promedio. En el tercer grupo, de mujeres casadas entre 1920 y 1938, se dio ya una transformación: sólo una de cada siete mujeres tuvo con­ cepciones prenupciales. Su descendencia final fue de 3.3 hijos sola­ mente, lo que refleja un uso muy difundido de la anticoncepción. Este análisis generacional ilustra el cambio en los patrones del com­ portamiento sexual, de la nupcialidad y la fecundidad. Al tercer tiempo lo llamaría el tiempo ficticio; se trata de un tiempo muy útil para fines comparativos y de síntesis, pero en rea­ lidad no existe. Cuando sabemos que la esperanza de vida en Méxi­ co en 1980 es de 66 años, nos imaginamos que quienes estamos leyendo esto vamos a vivir, en promedio, 66 años. Sin embargo no es así, pero ¿cómo podríamos saber cuánto vamos a vivir en prome­ dio, si aún no morimos? Lo que estos 66 años representan es en

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realidad el número de años, en promedio, que vivirían las personas nacidas en 1980 si, a lo largo de toda su vida, es decir durante los siguientes 100 años, tuvieran las mismas experiencias de mortalidad que en 1980 tienen las personas de las distintas edades. Hemos construido una “cohorte ficticia” y le hemos atribui­ do, en un solo año, las experiencias vividas por 100 generaciones. Aunque no representa la experiencia real de ninguna generación, este indicador sí refleja las condiciones de la mortalidad del “mo­ mento” (del año). Además, tiene un gran poder de evocación pensar que en 1900 la esperanza de vida al nacimiento era de sólo 25 años, para 1940 ya era de 38 años y ahora es de 66 años. Terminaré abriendo un abanico. De hecho, la investigación en demografía histórica oscila entre dos polos: en un extremo pode­ mos situar aquellos análisis que se centran en las características de­ mográficas aisladas, podríamos decir atemporales, pero que permiten comparaciones en el tiempo y en el espacio (la mortalidad de los pares ingleses en el siglo xvin y la mortalidad de los jesuítas del Paraguay en el mismo periodo; la fecundidad de las mujeres de la Francia rural del antiguo régimen y la fecundidad actual en países en vías de desarrollo). En el otro extremo están aquellos trabajos que intentan establecer y analizar las relaciones causales entre las características demográficas de una comunidad y los rasgos del mun­ do en que viven los miembros de la comunidad estudiada.

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LAS CIFRAS EN LOS D O CU M EN TO S Fuentes coloniales C a r m e n Y u st e *

El propósito de este texto, titulado no sé con cuánta certeza Las cifras en los documentos, es llamar la atención acerca de la relevancia que para la investigación histórica tienen los documentos de carác­ ter numérico, es decir, todos aquellos testimonios expresados en cifras, si aceptamos que la palabra cifra “...es la denominación con la que la mayoría de las lenguas occidentales designan cualquiera de los signos básicos de un sistema de numeración escrita.” 1 En este contexto, pretendo señalar los innumerables recursos que este tipo de materiales ofrecen al investigador como fuentes de primera mano, así como referir, en lo general, el tipo de análisis que este género de documentos propician. Asimismo, intento despertar el interés por el uso de fuentes numéricas y por el empleo estadístico y /o cuanti­ tativo que como tales permiten. Más aún, cuando de antemano sé que el ámbito receptor de esta plática es fundamentalmente de estu­ diantes de la carrera de historia y de jóvenes recién iniciados en el quehacer de historiar. En muchas ocasiones se piensa que hablar de documentos con cifras o de análisis estadístico basado en documentos con información numérica conduce necesariamente a temas de histo­ ria económica. De ahí que tal vez exista la idea de que me referi­ ré al método o métodos viables para hacer historia económica y, * Instituto de Investigaciones Históricas, unam . 1 Georges Ofrah, Las cifras. Historia de una gran invención, Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 298. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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por tanto, a las distintas interpretaciones con cuyos argumentos teóricos cobran sentido (me refiero a la historia serial —annales—, a los cuantitativistas, a la new economic history). Sin embargo, esta no es la intención, a pesar de que mi trabajo cotidiano en historia y mi cercanía a las series de comercio colonial y a los volúmenes de carga en los navios transoceánicos puedan indicar una orientación en ese sentido. Lo que intento simplemente es hacer hincapié en que hablar de cifras en los documentos o de documentos con información numérica no refiere ni conduce en exclusiva a temas de historia económica, así como señalar qué tan importante puede ser esta documentación y este tipo de aná­ lisis para la historia económica, la historia política, la historia social, la historia demográfica y la historia de las mentalidades, por generalizar de alguna manera, siempre y cuando los autores que recurran a estas fuentes sepan la finalidad que pretenden con su uso. Jaim e Vicens Vives, historiador catalán a quien la nueva escuela de historia española debe mucho en sus conceptos, decía que en “ ...la historia, la estadística no es la mera acumulación de cifras... sirve, sobre todo, para cifrar los intereses materiales y espirituales de la humanidad. Y esto —expresaba Vicens Vives— es lo que pesa en historia”. 2 Ante esta situación, con estas anotaciones pretendo hacer accesible un conjunto de ideas sobre manejo de fuentes numéri­ cas que permiten o posibilitan el análisis estadístico y /o cuanti­ tativo, así como destacar fuentes cualitativas que propician el análisis numérico, refiriéndome, de modo principal, a las fuen­ tes coloniales, porque son las que conozco, las que he manejado y, en su caso, manipulado y sobre las cuales puedo participar una experiencia concreta, que, finalmente, se traduce en el cómo y en el qué se han planteado las fuentes trabajadas.

2 Jaime Vicens Vives, Aproximación a la historia de España, Barcelona, Editorial Vicens-Vives, 1974, p. 16-17. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Ahora bien, conociendo los riesgos de la esquematización y los pro­ bables olvidos, cuáles son los temas que, ya sea por la naturaleza numérica de los documentos o bien por el método cifrado de recu­ peración de los materiales, permiten un análisis cuantitativo; el cual, a su vez, va a expresarse en función de la época trabajada y que, por tanto, de lo que enunciemos, el estudio tendrá más o menos viabili­ dad de acuerdo con el espacio temporal elegido: no es lo mismo trabajar una sociedad de antiguo régimen que una sociedad moder­ na y mientras más atrás situemos la temporalidad de una investiga­ ción, mayor complejidad existirá para construir ciertos rubros y recuperar series numéricas completas. Siguiendo la propuesta de Louise A. Tilly,3 en cuanto a un in­ ventario o catálogo temático utilizando fuentes documentales de carácter numérico, qué líneas de investigación pueden destacarse. Empecemos por los temas de orden económico que, sin lugar a du­ das, ofrecen considerables posibilidades de análisis a partir de las fuentes. Primeramente, los aspectos que remiten al estudio de la estruc­ tura de la propiedad y factores de producción y que se guían por conceptos como: 1) estructura de la propiedad: tierra, enajenación de la tierra, renta de la tierra, propietarios; 2) capital e inversiones: riqueza y beneficios de la riqueza, reinversión, deudas, equipo industrial, vivienda; 3) insumos: materias primas, recursos para la producción (agua, energía, etcétera), y 4) trabajo y trabajadores: salarios, condiciones de trabajo, con­ flictos laborales, huelgas, movilidad laboral, desempleo.4 3 Louise A. Tilly, “Documentos para la historia cuantitativa de Francia desde 1789”, en David S. Landes et al., Las dimensiones del pasado. Estudios de historia cuantitativa, Madrid, Alianza Editorial, 1974 (Alianza Universidad, 115), p.110-146. 4 Los indicadores mencionados son igualmente útiles a la luz de la histo­ ria social. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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En segundo lugar, los materiales e indicadores que detallan la organización de las unidades productivas, con rubros como: 1) distribución geográfica de las unidades de producción; 2) tamaño y complejidad, y 3) racionalidad económica. En tercer lugar, los aspectos referidos a producción y produc­ tos, para lo cual disponemos de variados indicadores cíclicos tales como cifras de producción, precios, gravámenes fiscales,5 entre otros, cuyo análisis conjunto nos conduce a temas como: 1) volumen y ciclos de producción, y 2) distribución y consumo: comercio, transporte y condicio­ nes del mercado. Un aspecto temático más estrechamente relacionado con el anterior es el que se refiere a las condiciones de liquidez de las em­ presas productivas, su grado de dependencia del financiamiento ex­ terno y, por tanto, a la utilización del crédito privado como alternativa refaccionaria. Asimismo, los rubros que detallan el tema de moneda y banca, y que quedan expresados bajo líneas de análisis tales como oferta monetaria, demanda de dinero, liquidez y tipos de interés. Finalmente, cabe mencionar un asunto en boga en los últimos años que apoya ampliamente el análisis en recursos cuantitativos, y que es el estudio sobre la razón de las empresas económicas y la motiva­ ción y espíritu de los empresarios. Un segundo orden temático por destacar es el demográfico, respaldado, entre otras fuentes cuantitativas, en padrones, censos, matrículas de tributos y que posibilitan análisis referidos a: 1) tamaño y crecimiento de la población; 2) movilidad de la población (migraciones), y 3) comportamientos de la población: económicos, sociales y culturales.

5 Sobre todo, cuando las imposiciones fiscales en tanto tasas ad valorem, traducen el comportamiento de un sector productivo —quinto real o diezmo eclesiástico—, o bien el de la actividad comercial —almojarifazgo y alcabala—. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Un tercer orden temático es el social, detallado en aspectos como: 1) familia y parentesco; 2) organización de las comunidades sociales: modos y niveles de vida (pobreza, bienestar y asistencia social, entre otros), y 3) comportamiento social, que remite a líneas de estudio como vida cotidiana, comportamiento y marginalidad social, cultura po­ pular (costumbres y tradiciones), creencias y comportamientos religiosos: temas de investigación en la actualidad estrechamente asociados con la historia de las mentalidades. Por último, un orden temático definido por el concepto de política e instituciones que detalla, entre otros rubros, aspeaos como: 1) elecciones; 2) cuerpos parlamentarios, y 3) personal institucional: electo, de gabinete, o f ciales y autori­ dades de administración, etcétera. Finalmente, hay que reiterar que lo hasta aquí expuesto es un catálogo temático que busca, grosso modo, dar una idea general de la variedad de asuntos y líneas de investigación que pueden trabajarse a partir de fuentes cifradas, o bien, por medio de métodos numéri­ cos de análisis. Ahora bien, cuál es el tipo de fuentes que permiten acceder a líneas de investigación como las antes caracterizadas y de qué mane­ ra trabajarlas; esto es, cómo acercarnos, primero, a las cifras y los datos, para después dar un sentido y una explicación, si puede decir­ se así, a los números. L as

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Para la buena fortuna de quienes trabajamos la historia del México colonial, son diversas, ricas y en ocasiones abrumadoras las fuentes que proporcionan información numérica que permite realizar esti­ maciones y análisis cuantitativos. Muchas veces, quienes nos dedicamos con mayor fervor al que­ hacer de recuperar y reconstruir esta información nos quejamos amarDR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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garriente de lo que no disponemos porque, a pesar de los diversos e importantes trabajos ya publicados que recurren a la información cifrada y al análisis cuantitativo —sobre todo en temas de historia económica—, lo cierto es que hay mucho por hacer, si de lo que se trata es de rescatar y reconstruir información numérica. En temas de historia colonial, antes que otra cosa, debemos tener presentes las características del Estado español en América y los mecanismos de control ejercidos, los cuales se sustentaban, sobre todo, en apa­ rentar un buen manejo de la administración virreinal; de ahí que se tomara nota, con seguimientos cifrados, de muchos de los deberes coloniales y, por tanto, del estado que en diversos órdenes guardaba la Nueva España. Como señala John TePaske,6 los administradores coloniales tenían una peculiar afición por las cuentas; la cual, por otro lado, implicó, en el tiempo de los Austrias, el uso de numerosas resmas de papel para levantar sencillos registros. Para el investigador con­ temporáneo, éstos se traducen en voluminosos expedientes que con­ ducen, en ocasiones, a dudar del grado de fiabilidad de la misma fuente —asunto a valorar con absoluto cuidado— y, en segundo lu­ gar, a buscar las técnicas más acertadas para la recuperación de los datos. A diferencia de los Austrias, la racionalidad borbónica redujo notablemente la papelería y los medios de anotar la información. Después de 1750, la mayoría de los documentos que expresan datos cifrados se condensan en reducidos expedientes que disponen por lo general de un “mapa” o “demostración” que a manera de resu­ men consigna en un cuadro sinóptico lo descrito en el expediente. Sin embargo, la racionalidad borbónica supone ventajas y desventa­ jas. Ventajas en la medida que es más sencillo y accesible recuperar la información en cifras. Los inconvenientes implican mayor atención y cuidado. Re­ cordemos, por ejemplo, que es en el gobierno del segundo conde de * John J. TePaske, "La cuantificación en la historia colonial latinoameri­ cana’ , en David S. Landos, et al., op. cit, p. 274-324. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Revillagigedo cuando se elaboran —de modo oficial— mayores re­ gistros de carácter numérico en los años del reformismo borbón en la Nueva España. Investigaciones recientes que han confrontado los registros institucionales del periodo con otras fuentes cifradas de origen corporativo o privado, e incluso oficial de distinta proce­ dencia, cuestionan y critican la veracidad de ciertos datos dispuestos en ese tiempo por un gobernante “ilustrado” empeñado en demos­ trar la eficacia del proyecto borbón para la Nueva España. Con este ejemplo, lo que deseo es llamar la atención sobre las dificultades para recuperar en estricto la información cifrada, y destacar que es igualmente importante constatar los medios y condiciones de elabora­ ción de un documento en su tiempo, que los mecanismos de recons­ trucción contemporáneos. De ahí, la importancia de situar el contexto histórico de producción de una fuente y la necesidad de verificar el origen y procedencia de un documento cifrado. Teniendo presentes estas consideraciones es posible localizar fuentes numéricas de origen colonial, bien de carácter institucional, de carácter privado o relativas a fenómenos individuales que se pro­ ducen a escala masiva, como registros civiles o religiosos, actas jurí­ dicas o notariales, en los diversos repositorios documentales que custodian información de la época colonial, siempre y cuando orien­ temos de manera correcta la búsqueda de los materiales. De esta manera son centro de nuestra atención los siguientes: el Archivo General de la Nación; el Archivo Histórico de Hacienda; los archi­ vos municipales, genéricamente conocidos como del Ayuntamien­ to, y los archivos notariales, parroquiales y judiciales. De igual modo, los repositorios españoles como el Archivo General de Indias, el Archivo Histórico Nacional, el Archivo de Simancas, el Archivo de la Marina en Ciudad Real y el fondo histórico del Museo Naval, donde la condición para originar la búsqueda de materiales será la procedencia de la fuente más que el carácter temático. Dispersos o reunidos los documentos en un solo archivo, en un solo ramo, lo cierto es que se conserva una gran variedad de documentos “cifra­ dos", manuscritos en su mayoría, otros impresos, que dan noticia sobre temas de minería, comercio, agricultura, consulados, monoDR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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polios y estancos, erario real, tributos, venta y beneficio de cargos públicos, por enumerar algunos aspectos -en su caso, los que me son más familiares—, además de la información aislada de caracter numérico que pueden aportar y encontramos en documentos de origen estrictamente “cualitativo”. Ahora bien, acceder a la información en cifras no implica que uno la busque y la encuentre. Para disponer de la información y poder manejarla se deben tener presentes algunas consideraciones. A mi juicio, la más importante, y de la que debemos partir al inicio de toda investigación que disponga de material documental cifrado, es la comprensión de la expresión misma de las cifras. Esto es, cono­ cer si son cifras de medida, peso o capacidad; medidas de longitud, agrarias o medidas áridas y familiarizarse con su variedad de deno­ minaciones, volumen y extensión, sus equivalencias y, en su caso, plantearnos en el contexto del trabajo que se realiza la viabilidad o no de uniformar las medidas. Por lo que se refiere a las cifras que expresan valores moneta­ rios, el asunto puede complicarse más por la variedad de monedas de plata y oro que se utilizaron en los tres siglos coloniales: pesos ensayados, pesos de plata de 8 reales, pesos de plata de 10 reales, escudos, castellanos de oro de diferentes quilates, maravedíes, etcé­ tera, además del necesario conocimiento de las fracciones moneta­ rias en uso, como el peso de plata de 8 reales y 12 granos y habituarse a las operaciones aritméticas más elementales bajo el recurso de esta lógica. Por otro lado, debemos tomar en cuenta que, a lo largo del periodo colonial, los valores de las monedas fluctuaron y que si de­ seamos disponer de cifras uniformes en la investigación, sobre todo en estudios de larga duración, tal vez el mejor método sea el recurso de los gramos necesarios de plata y oro para la acuñación de cada moneda (según la ley de los dineros), a partir de lo cual podremos establecer una conversión confiable. Un elemento más a tomar muy en cuenta es tan sencillo como el modo mismo de escribir las cifras. Y aquí deseo destacar las com­ plejidades de paleografiar los números: lógicamente las cifras árabes DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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son la escritura en uso corriente ya desde el siglo xvi; sin embargo, una buena cantidad de papeles cifrados de los primeros 60 años del siglo x v i i recurren a los números romanos comunes y al recurso de una serie de convenciones de uso corriente en la Europa medieval para expresar valores por encima de 1 000. Mi consulta en secciones como la de Contaduría en el Archivo de Indias me demostró la importancia de disponer de conocimientos, cuando menos elemen­ tales, acerca de la escritura de los números para paleografiar con éxito y recuperar correctamente las cifras.7 A manera de recuento, vale la pena retomar las precisiones más puntales, advirtiendo que seguramente no mencionaré todas: 1) El carácter de producción de una fuente —institucional o privado— y el origen o motivo de su elaboración, 2) El origen y la razón de ser de las cifras expresadas en la fuente, es decir, conocer por qué determinada fuente recogió de esa manera la información. Por ejemplo, trabajar con ingresos fiscales e intentar hacer estimaciones a partir de sus cifras impli­ ca conocer una historia, aunque mínima, del impuesto, los mé­ todos de recaudo, la tasa de imposición y su evolución en el periodo investigado. Pensemos que, a partir de la fuente trabaja­ da, vamos a elaborar una tendencia, las más de las veces estimati­ va, y que un error mínimo en la recuperación de las cifras, en la tasa de recaudo, finalmente, en la manipulación de los datos, puede trastornar por completo un análisis. 3) Las circunstancias de registro de las cifras, esto es, el tipo de información que la fuente aporta y que nosotros podemos trabajar convirtiéndolo en un material homogéneo y comparable (dimen­ siones y tipos de mercancía, formas de pago —al contado o crédi­ to—, magnitud de las transacciones —mayoreo o menudeo—). 4) La importancia del espacio temporal y las series. Las cifras aisladas son significativas, pero siempre es mejor recurrir o buscar un tipo de fuente que permita una seriación y con ello un análisis 7 El libro ya citado de Georges Ifrah es un apoyo excelente. Del mismo autor puede consultarse Histoire umverselle des chiffres, París, Seghers, 1981. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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continuo, de larga duración, consistente y comparativo (análisis de tendencia). Por último, una recomendación: cuando en historia se recurre al análisis cuantitativo siempre deben expresarse —de cara a los lec­ tores— los medios de manipulación de las cifras y los límites de esa manipulación, de modo que el crítico más penetrante —como seña­ la Witold Kula— pueda comprobar lo acertado en el manejo de las cifras y la manipulación de los datos. Finalmente, el análisis cuanti­ tativo permite detectar algunos efectos, registrar serialmente ciertos comportamientos, indicar tendencias, pero en tanto interpretación histórica sólo cabe en un conjunto de análisis global y amplio, que dé sentido a los picos de las curvas, al seguimiento numérico, a las series de precios, de salarios y demás herramientas extraídas de las fuentes. Las cifras en los documentos son expresión de actividades, actitudes y comportamientos de hombres y mujeres de una época y sólo cobran sentido en el espejo y la manifestación cualitativa de esos mismos individuos. B ib l io g r a f ía

m ín im a

Circ Flamarión S., Introducción al trabajo de la investiga­ ción histórica. Conocimiento método e historia, Barcelona, Edi­ torial Grijalbo, 1981 (Serie General, 76). C a r d o s o , Ciro F. y P é r e z B r i g n o l i , H., L o s métodos de la historia. Introducción a los problemas, métodos y técnicas de la historia demográfica económica y social, México, Editorial Grijalbo, 1977 (Enlace Grijalbo). F l o u d , Roderick, Métodos cuantitativos para historiadores, Madrid, Alianza Editorial, 1975 (Alianza Universidad, 124). H a w k e , G.R., Economía para historiadores, Barcelona, Editorial La­ bor, 1984 (Labor Universitaria, Manuales). I f r a h , Georges, Las cifras. Historia de una gran invención, Madrid, Alianza Editorial, 1987. K u l a , Witold, Problemas y métodos de la historia económica, Barcelona, Ediciones Península, 1973 (Historia, ciencia, sociedad, 100). C

a r d o so ,

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David S.( L i n z , Juan J., T i l l y , Louise A., T i l l y , Charles, et al., Las dimensiones delpasado. Estudios de historia cuantitativa, Madrid, Alianza Editorial, 1974 (Alianza Universidad, 115). S c h r o d t , Philip A ., El microordenador en las ciencias sociales, Barce­ lona, Editorial Crítica, 1987 (Serie General, 171). T o r t e l l a , Gabriel, Introducción a la economía para historiadores, Madrid, Editorial Tecnos, 1986 (Serie Historia). L

a n d es,

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LOS F O N D O S D O CU M EN TA LES DE VERACRUZ C a r m e n B l á z q u e z D o m ín g u e z *

L O S ARCHIVOS REGIONALES

Las fuentes documentales de provincia, con toda su carga de aparen­ te inexpresión, con toda la problemática que encierra su rescate, conservación y organización, incluyendo el despertar de la concien­ cia entre nuestros paisanos, son una de las principales motivaciones para hacer historia local e historia regional. Para los profesionales del quehacer histórico interesados en el análisis de los procesos re­ gionales, que de alguna manera han cuestionado la visión de una historia nacional homogénea y han elegido la reconstrucción histó­ rica en espacios de menores dimensiones, los acervos de provincia permiten, en primer término, mostrar la heterogeneidad y riqueza de los procesos regionales y, en segundo, una mejor comprensión del desarrollo nacional. En términos generales, la historia nacional y la historia in­ ternacional cuentan con múltiples y bien organizadas fuentes de primera mano para conocer y analizar una gran variedad de te­ máticas en tiempos y espacios diferentes. Los historiadores re­ gionales y locales, por su parte, cuentan con archivos oficiales (estatales, municipales, notariales, parroquiales, registro civil, registro de la propiedad, agrarios, bancarios, universitarios...) y archivos privados o documentación familiar (diarios, cartas, fo­ tos, libros...), crónicas de viajes, periódicos y tradiciones “ora­ les”. La amplitud, conservación y calidad de esta documentación varían según la región o entidad de la que se trate, y esa circuns­ * Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana.

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tancia depende en mucho de la conciencia y el interés locales por la conservación de su patrimonio y de su identidad. El auge contemporáneo que han tomado las ciencias sociales, entre ellas la historia, ha auspiciado y posibilitado la organización de una compleja trama de organizaciones y corporaciones que, al localizar, recuperar y catalogar fuentes de información, han propi­ ciado un notable desarrollo de las disciplinas que estudian al hombre y a la colectividad. Pero ese desarrollo se ha centrado con frecuencia en los centros urbanos de primer orden, como la ciudad de México. En el caso de la provincia, ha sido sobre todo el enfoque historiográfico regional, que también ha tomado auge de unos 20 años a la fecha, uno de los principales factores que ha impulsado la recuperación de fuentes primarias. Aunque los logros no han sido espectaculares, el uso que se ha hecho de los acervos locales y la aparición de grupos de historiadores regionales han fomentado el interés por localizar nuevos archivos, y por conservar y organizar los ya existentes. Así, las fuentes regionales y locales adquieren una singular sig­ nificación para la reconstrucción histórica, por ejemplo, de un pro­ ceso específico, de un grupo social o del ejercicio del poder político. Circunscritas a ocuparse de sucesos, fenómenos, procesos e indivi­ duos de una región o comarca, en cortos lapsos cronológicos, son el soporte indispensable del análisis regional que a la vez permitirá examinar la evolución nacional a la luz de nuevas perspectivas. Las fuentes documentales constituyen la materia prima de los historiadores, contienen los datos necesarios para encontrar la cohe­ rencia y, con ella, el camino para la explicación y la comprensión de los fenómenos históricos. Sin embargo, no basta su rescate, conser­ vación, organización, y dependiendo de la oportunidad, publica­ ción. Hay que llegar al análisis de cada documento para lograr una reconstrucción histórica objetiva, y para ello se requiere adiestra­ miento, conocimiento del sujeto histórico en tiempo y espacio, así como planteamientos que guíen la búsqueda y permitan el aprove­ chamiento de los materiales.

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LOS FONDOS DOCUMENTALES DE VERACRUZ

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LO S FONDOS DOCUMENTALES VERACRUZANOS

Ahora bien, para el caso de Veracruz, el auge que ha tenido el enfo­ que historiográfico regional en los últimos años ha puesto de mani­ fiesto, cada vez con mayor fuerza, la ineludible necesidad de rescatar y conservar los fondos documentales de la entidad. Son los docu­ mentos de primera mano los que nos adentran en la comprensión de otros hombres y otros tiempos, los que revelan que el espacio territorial puede definirse de diversas maneras y que los límites de un estado, como Veracruz, no son necesariamente las fronteras de una región, de una sociedad o de una cultura. Ello implica conservar lo que se tiene para compensar lo que ha desaparecido. Desafortunadamente por circunstancias de muy diversa índole, como los rigores del clima de la tierra caliente o la inestabilidad política, inclusive, ya en años recientes la falta de con­ ciencia de lo que implica la conservación de archivos, en especial oficiales, la entidad veracruzana perdió una gran parte de informa­ ción primaria. Por ejemplo, no se conservaron los materiales colo­ niales ni los correspondientes a casi tres cuartas partes del siglo xix que generaron la administración virrreinal y los gobiernos estatales. Algo similar sucedió con algunos archivos municipales, sobre todo los de ayuntamientos del norte o sur de Veracruz, o acervos notaria­ les que no se concentraron en el Archivo de Notarías. Tomando en consideración los señalamientos hechos, quizá una de las primeras fuentes veracruzanas que debe mencionarse sea el Archivo General del Estado, dependencia gubernamental de recien­ te creación, pues apenas en 1 9 8 9 tomó forma oficial, que concentra materiales sobre la concepción que diferentes gobiernos tuvieron en relación al desenvolvimiento histórico de Veracruz desde las pos­ trimerías de la centuria decimonónica hasta 1 94 0 , materiales nece­ sarios para entender mejor una parte de los procesos económicos, políticos y sociales de la entidad. ¿Qué puede dar el Archivo General del Estado de Veracruz en el lapso cronológico ya indicado? En primer lugar proporciona la

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documentación de los diversos ramos que conforman la administra­ ción pública de la entidad (seguridad, salud, educación, obras, fi­ nanzas, fuerzas militares, agricultura, industria, comercio, recursos forestales, estadísticas...). En segundo lugar muestra las transforma­ ciones que el gobierno estatal experimentó en estructuras, enfoques y políticas a lo largo de varios siglos. Asimismo, puede facilitar materiales sobre los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Es verdad que este tipo de información puede ser cuestionado cuan­ do se analiza su procedencia y las circunstancias en las cuales se generó, pero no puede negarse que, al final de cuentas, refleja la forma como un grupo social, una facción política o un caudillo y sus partidarios concibieron el manejo de su sociedad y de su ámbi­ to. Refleja sus relaciones económicas y políticas dentro y fuera de la entidad, incluyendo allí los vínculos con el poder central. Refleja también las regiones y comarcas contenidas en los límites de Veracruz, sus características y particularidades. Y si a la documenta­ ción que contiene el Archivo General del Estado se le suma la co­ rrespondencia privada de los principales funcionarios y gobernantes, y hemerografía local, la reconstrucción histórica es mucho más rica en opciones. Una segunda fuente, también considerada oficial, la constitu­ yen los archivos municipales. Los que con mayor frecuencia se con­ sultan son los de las cuatro poblaciones más importantes de la región central veracruzana: Xalapa, el puerto de Veracruz, Córdoba y Orizaba. Los acervos de municipios de otras zonas comienzan a consultarse, sin embargo aún hay mucho qué hacer para lograr su rescate, conservación y organización. Ese es el caso, por ejemplo, de Tuxpan en el norte, o de Tlacotalpan en el sur. En términos genera­ les, sus materiales, y esto es válido para toda documentación muni­ cipal, adentran en el conocimiento de la administración de una ciudad apegada a las normas legales que la regulan, sujeta a los intereses de quienes ejercen esa administración. En sus justas proporciones, la documentación es similar a la estatal (educación, salud, abasto, obras, seguridad, población, esta­ dísticas, finanzas o recursos...) y permite examinar la conformación DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

LOS FONDOS DOCUMENTALES DE VERACRUZ

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de grupos oligárquicos locales, los ritmos de la cotidianidad, las vin­ culaciones con comerciantes y hacendados, las alianzas con caudi­ llos o caciques. Probablemente lo novedoso de los archivos estatales y municipales es el uso que puede hacerse de la documentación para abordar temáticas nuevas, como movimientos de población o abas­ to urbano, por sólo mencionar dos. Una tercera fuente de suma importancia, indispensable en el análisis regional, son los protocolos notariales. La documentación notarial puede usarse en una amplia gama de temáticas. Por lo pron­ to señalaremos tres: individuos, grupos sociales y procesos. Hay otras más: tierras, propiedad urbana, industria, comercio, crédito, capitales, relaciones y parentescos, regiones. Esta clase de informa­ ción puede cruzarse con la documentación municipal, estatal, hemerografía o correspondencia para alcanzar una mayor fuerza. Su consulta requiere adiestramiento: saber leer documentos y realizar trabajo sistemático y ordenado con un conocimiento previo de la historia local, regional y quizá nacional. Los archivos notariales de Xalapa, Córdoba y Orizaba se ha­ llan bajo la custodia de la Biblioteca Central de la Universidad Veracruzana en un excelente estado. Bien cuidados y organizados, brindan información de la etapa colonial y llegan hasta las postri­ merías del Porfiriato. El Archivo Histórico del Ayuntamiento del puerto de Veracruz tiene bajo su vigilancia protocolos notariales dé la plaza porteña que, si bien por un lado contienen materiales casi inéditos, por otro sólo corresponden a la segunda mitad del siglo xix. El Archivo de Notarías del Estado posee alguna documenta­ ción antigua de diferentes zonas veracruzanas y, en poblaciones como Cosamaloapan, Tuxpan o Papantla, cronistas o notarios han con­ servado este tipo de acervos. Archivos poco usados para la reconstrucción de los procesos veracruzanos han sido los archivos parroquiales que permiten ar­ mar series estadísticas y curvas de población (nacimientos, defun­ ciones, matrimonios), por no hablar de las opciones que brinda el estudio de los diezmos, conocer procedencia de extranjeros y esta­ blecer redes familiares que ayudan a entender la configuración de DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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los grupos oligárquicos. De igual forma deben considerarse el regis­ tro civil y el registro público de la propiedad que, en Veracruz, se han conservado bien y son de fácil consulta. Estas dos últimas fuen­ tes brindan materiales sobre movimientos de población, como lo hacen otros acervos ya citados, propiedades rurales y urbanas, capi­ tales y propietarios, inversiones. Los archivos particulares han sido escasos en la entidad veracruzana. Probablemente el más conocido y completo sea el de Adalberto Tejeda, revolucionario y agrarista de gran impacto en el desarrollo histórico del Veracruz moderno. Los documentos que contiene permiten conocer mucho sobre los procesos del tejedismo a lo largo del estado, pero no facilitan el acceso al personaje debido a la falta de cartas escritas por él. Permiten conocer lo que otros dicen sobre el ámbito veracruzano y los procesos de la época, pero no lo que era Tejeda, el hombre. Por último, el uso de los fondos documentales de provincia, como los de Veracruz, requieren del conocimiento de lo que hacen otros historiadores nacionales, regionales y locales, en especial por­ que el cruzar y complementar información de primera mano puede ayudar a tener perspectivas más amplias, un conocimiento más ob­ jetivo de los procesos históricos del propio estado. Rebasar los lími­ tes alcanzados en el oficio de “hacer” historia en espacios de menores ‘dimensiones utilizando acervos regionales debe ser una de nuestras metas a alcanzar.

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U N A BREVE RELA CIÓ N PARA UNA LARGA HISTORIA El Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí M aría I sa b el M o n r o y d e M a r t í *

El Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí se inauguró el 23 de febrero de 1979, gracias al esfuerzo sostenido por largos años de un grupo de potosinos encabezados por Rafael Montejano y Aguiñaga, quienes desde 1953 se dieron a la tarea de procurar el rescate y la organización de los acervos histórico-documentales del Estado de San Luis Potosí, tarea larga y difícil que hemos continua­ do hasta nuestros días. El licenciado Guillermo Fonseca Álvarez, entonces goberna­ dor de San Luis Potosí, decidió apoyar la iniciativa de este grupo, constituido desde 1965 en Academia de Historia Potosina y accedió a la creación e instalación del Archivo Histórico del Estado “Licen­ ciado Antonio Rocha”, en una vieja casona del centro de la ciudad, restaurada y acondicionada por el arquitecto Francisco Javier Cossío, miembro de la Academia de Historia Potosina. El director fundador del Archivo, doctor Alfonso Martínez Rosales, con un entusiasmo sin límites, comenzó la tarea de organi­ zar la institución y de poner en marcha todo aquello que ya estaba plasmado en una ley publicada en el Periódico Oficial del Estado. Así, su equipo de trabajo estuvo formado por Rafael Montejano y Aguiñaga, Alejandro Espinosa Pitman, José Francisco Pedraza, Am oldo Kaiser Schlittler y María Isabel Monroy. La ley que crea el Archivo Histórico del Estado “Licenciado Antonio Rocha” establece que se integra con los fondos documen­ * Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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tales históricos de las dependencias oficiales, estatales y municipa­ les y con adquisiciones o donativos de documentos referentes al Estado de San Luis Potosí. Iniciar el traslado de los fondos documentales parecía una tarea sencilla pero resultó más compleja al realizarla, porque aun cuando los acervos llevaban años abandonados en las dependencias oficia­ les, en total y absoluto desorden, se nos exigía levantar inventarios previos al traslado. En algunos casos era relativamente sencillo le­ vantar un inventario general, nos tomaba un lapso de uno a dos meses; en otros, dada la cantidad de documentos y el desorden en el que se hallaban, era imposible levantar un inventario razonable pre­ vio al traslado, de modo que con algo de imaginación y un poco de lógica logramos cumplir con los requisitos que exigían los oficiales mayores archivistas. Cada fondo documental encierra en sí mismo una larga histo­ ria. Los documentos que los integran contienen información rica y valiosa de la entidad que los generó. El trabajo dentro de los archivos requiere de una gran cantidad de energía creativa, de ahí que ha resultado excelente el que la ma­ yor parte de nuestro personal sean jóvenes. Mencionaré sólo algunos de los imprevistos, como, por ejem­ plo, el inventario que se levantó en el archivo del Congreso del Es­ tado que no cuadró a la hora del traslado, porque alguien tuvo la brillante ¡dea de sustraer los libros más antiguos antes de que pasa­ ran al nuevo edificio del Archivo Histórico. El Archivo de la Penitenciaría estuvo primero en una zona de letrinas, después dentro de la zona de reclusión y, finalmente, llegó al Archivo Histórico en calidad de desecho, junto con un saco de armas viejas descompuestas. El Archivo del Juzgado Primero de Distrito estaba en el sóta­ no húmedo, sin ventilación y sin luz del edificio que alberga al juz­ gado. Este espacio de archivo-bodega servía también para otros fines, así que no nos extrañó el día que llegamos a recoger el acervo anti­ guo para trasladarlo al Archivo Histórico y del que ya habíamos DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

UNA BREVE RELACIÓN PARA UNA LARGA HISTORIA

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levantado inventario, tener que mover las enormes bolsas de un car­ gamento de mariguana decomisado algunos días antes. También hemos tenido plazos mínimos para el traslado de al­ gunos archivos; en ocasiones, cuestión de apenas unas cuantas horas para evitar que los amantes de lo ajeno hicieran de las suyas. Parece ser que los días de cambio de gobierno se pueden calificar de alto riesgo para la conservación de los archivos de las dependencias. En otros casos sólo nos han pedido que pasemos a recoger los acervos documentales, sin vigilar siquiera qué nos llevamos. Hemos rescatado archivos de lugares en ruinas. En una oca­ sión fuimos a recoger un acervo que estaba en una caballeriza a la que ya se le había caído el techo. Sacamos los ladrillos, el polvo, los desperdicios, la basura y, finalmente, los documentos. Varias veces hemos tenido que hacer frente a funcionarios que se niegan a entregar los archivos muertos de las dependencias a su cargo; sin embargo, con el paso del tiempo hemos obtenido su cus­ todia. Al ingresar los acervos al Archivo, lo primero que se hace es dejarlos en la parte cubierta del patio para que se ventilen y asoleen; se limpian lo mejor posible antes de guardarlos en los depósitos documentales. Es frecuente que los acervos de nuevo ingreso re­ quieran fumigación. A lo largo de estos 15 años hemos recogido y conservamos más de 60 fondos documentales, que han sido puestos al servicio del público, siempre y cuando la documentación que amparan tenga al menos 50 años de antigüedad retrospectivos a la fecha, o ya no ten­ gan ningún empleo en los archivos administrativos y la dependen­ cia que los generó otorgue la autorización correspondiente. La relación de fondos documentales que a la fecha se custodian en el Archivo Histórico del Estado es la siguiente: 1) Alcaldía Mayor de San Luis Potosí (1592-1786). 2) Alcaldía Mayor de Charcas (1657-1800). 3) Intendencia de San Luis Potosí (1786-1821). 4) Provincia de San Luis Potosí (1821-1824). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Secretaría General de Gobierno. Manuscritos (18241961). Secretaría General de Gobierno. Impresos (18241940). Agencia de Minería (1659-1925). Registro Público de la Propiedad y del Comercio (1795-1900). Protocolos Villa de San Francisco de los Pozos (17841852). Protocolos Real Hacienda (1755-1839). Hipotecas diversas (1753-1874). Ayuntamiento de la Capital (1592-1975). Subdelegación de Pozos (1787-1979). Congreso del Estado (1856-1929). Registro Civil. Libros (1860-1919). Registro Civil. Microfilm (1860-1967). Apoderados del Ferrocarril (1925-1970). Agencia del Ministerio Público Federal. Bienes Na­ cionalizados (1923-1972). Secretaría de Finanzas (1942-1973). Catastro (1894-1976). Penitenciaría (1957-1978). Juzgado Primero de Distrito (1867-1976). Supremo Tribunal de Justicia (1824-1970). Comisión Agraria Mixta (1916-1979). Dirección de Comunicación Social (1986-1992). Pbro. Ricardo B. Anaya. Fotocopias de manuscritos (1819-1922). Barragán (1922). Mtro. Jan Bazant. Buenrostro (1767-1960). Ignacio Corpus. Partituras duplicadas (1897-1924). Vidal Efrén Covián Martínez (1980-1992). Ana María Fernández (1897-1920).

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Guillermo Fonseca Álvarez (1706-1884). Lic. Humberto González Álvarez (1863-1912). Gral. Mateo Hernández Netro (1926-1933). Col. Impresos Potosinos. Caja Fuerte Biblioteca Nacional. Benito Juárez (reproducciones en fotoco­ pia) (1861-1867). Lic. Amoldo Kaiser (1951-1963). Miguel López Hoyuela (1878-1984). Mesa Redonda Panamericana (1968-1991). Ing. Rogelio Moctezuma (1643-1924). Ing. Lucio Muniain (1593-1922). Salvador N ava. Donación de N oticias sobre el Navismo hecha por Adriana Borjas Benavente. Adalberto Noyola Vázquez. Partituras y Particcellas. Manuel José Othón (1859-1906). Parroquia del Sagrario. Fotocopias (1657-1828). Perogordo y Lasso (1858-1962). Philip Wayne Powell (1522-1966). Pro-Música (1974-1987). Florencio Salazar Martínez (1939). Lic. Modesto Sánchez Ricavar. Pedro Antonio Santos (1913-1948). Televisión de la República Mexicana. Imevisión (1976­ 1985). Dr. José Miguel Torre (1670-1846). Gral. Ildefonso Turrubiates (1920-1951). Miguel Vargas Zenella (1672-1899). Fotografías: Periódico Tribuna. Fotografías: Sría. Promoción Industrial. Fotografías: Dr. Jesús Noyola. Fotografías: Ing. Juan Manuel Sánchez Soler. Fotografías: Fam. Garza Sigler. Fotografías: Donación Archivo General de la Nación. Fotografías: José Antonio Herrán.

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63) Fotografías: Sra. Ma. Teresa Martín de Pérez. 64) Fotografías: Mario David Sauz Chimal (1992). 65) Fondo Sonoro: Col. Lolita Carrillo. 66) Col. Microfilms (1570-1914). 67) Col. Fotografías (1890-1993). 68) Col. Sonora (1979-1993). 69) Col. Diapositivas. 70) Col. Casetes. 71) Mapas y Planos (1794-1989). 72) Orozco y Berra. Copias (1811-1917). 73) José Arias Duran. Colección de dibujos (1980-1993). 74) Biblioteca. Los documentos comienzan en el año de 1572 y se conservan hasta el de 1993. La cantidad de acervos en custodia rebasa la capacidad de espa­ cio de los edificios que los albergan. Con el fin de lograr la mejor custodia, conservación, organiza­ ción y difusión del patrimonio histórico-documental del estado, el Archivo está organizado en cinco secciones: Sección de Preservación. Se encarga de la limpieza, desinfec­ ción y restauración de los documentos que se custodian en el archi­ vo. También tiene a su cargo la vigilancia de las condiciones de temperatura y humedad de los depósitos documentales, así como la detección de plagas o cualquier otro factor que pueda dañar la bue­ na conservación de los documentos. Los técnicos que trabajan en esta sección son especialistas en restauración. Sección de Clasificación y Catalogación. Su tarea es la organi­ zación de los acervos documentales y la elaboración de índices y catálogos que permitan la consulta al público usuario. Los técnicos que laboran en esta sección son especialistas en paleografía, es decir, en la lectura de documentos antiguos. Sección de Reprografía. Se encarga de la organización del mate­ rial fotográfico y sonoro, así como de todas las formas de reproduc­ ción del material en custodia que sean necesarias, ya sea por fotografía, m i c .0 ofi l m ! fot o N o p i a o t rans p a r e n c i a . Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Sección de Investigación. Se dedica a actualizar la biblioteca especializada en historia regional de la institución, asesorar a los estudiantes que lo soliciten en la elaboración de tesis de índole his­ tórica o que contengan capítulos históricos y mantiene un progra­ ma permanente de investigación de historia potosina. Sección de Difusión. Sus actividades son: la publicación de las investigaciones que se realizan en el Archivo; la programación y ejecución de eventos que contribuyan a la divulgación de las publi­ caciones; y su difusión en los medios de comunicación. Las confe­ rencias que se ofrecen son abiertas a todo el público. Entre los servicios que se prestan al público cabe resaltar la importancia de la búsqueda, localización y certificación de Actas del Registro Civil, comprendidas entre 1860 y 1919. El servicio de consulta ha aumentado notablemente en los úl­ timos dos años. En 1992 se atendió a más de 5 000 usuarios en la Sala de Consulta. Éstos provienen de diversas partes del país y aun del extranjero; por las tardes se atiende sobre todo a estudiantes que acuden a consultar los acervos para resolver sus tareas y trabajos. Otra de las actividades importantes del Archivo ha sido apoyar a los municipios en la organización de sus acervos. Los archivos municipales tienen también un gran valor e importancia históricos y forman parte del patrimonio histórico-documental del estado de San Luis Potosí. A la fecha se ha logrado editar 25 títulos relativos a historia regional. Respecto a los archivos parroquiales es pertinente hacer notar que la arquidiócesis de San Luis Potosí tiene bien organizados sus acervos. Otras instituciones que conservan ácervos documentales en San Luis Potosí, además de las instituciones oficiales, son: Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que además de con­ tar con un archivo histórico, tiene una biblioteca con una coleccion hemerográfica en buenas condiciones y casi completa. Casa de la Cultura-Dentro de su biblioteca tiene fondos espe­ ciales en los que se conservan manuscritos e impresos raros. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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DE INVESTIGACIONES

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LA TRISTE SITUA CIÓ N DE LOS ARCHIVOS DE MI PROVINCIA J o sé M a ría M u r ía *

Hay un dejo de optimismo en la convocatoria al ciclo de conferen­ cias El historiadorfrente a la historia, y considero que, en cierta me­ dida, este tipo de reuniones sirven para constatar los avances que en México ha logrado el oficio de historiar, pero además resulta una excelente oportunidad para hablar de qué no anda bien. El subtema “Nuevos fondos documentales en provincia” per­ mitió a los ponentes ofrecer información sobre las mejoras alcanza­ das en Veracruz y San Luis Potosí, pero, lamentablemente, en el caso de Jalisco de lo acaecido durante los últimos años es muy poco lo que puede decirse en su favor. Hubo un tiempo en que todo parecía marchar viento en popa, ya que aun antes de que Alejandra Moreno Toscano encabezara aquel impulso extraordinario que se dio tanto al Archivo General de la Nación como a muchos archivos de la provincia mexicana, en Jalis­ co se había iniciado un importante movimiento en favor de los fon­ dos documentales. Fue espectacular, por caso, el rescate realizado durante la pri­ mera mitad de los años setenta del material que hoy constituye el acervo del Archivo Histórico de Jalisco, cuando había tomado po­ sesión de él un nefasto grupo de funcionarios que, en virtud de que no había en aquellas montañas de papel ningún “papel firmado por Hidalgo, Juárez o Morelos”, se aprestaba a venderlas a un fabrican­ te de cartón a 30 de aquellos centavos por cada kilo. * El Colegio de Jalisco,

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Amenazas e insultos no faltaron contra quienes pretendíamos su rescate; finalmente, el secretario general de Gobierno dio fin a la controversia ofreciendo buscar un sitio para preservar los documen­ tos y donde pudiesen organizarse en forma aceptable. En efecto, de inmediato encargó a Helen Ladrón de Guevara que se diera a la tarea de darle forma de archivo al material de referencia, en un sóta­ no con goteras de la entonces nueva Unidad Administrativa Estatal. La idea era que, tiempo después, se construyese un edificio ad hoc, pero el repositorio de marras pasó más de 20 años en el mismo sitio. Tal parece que en México lo provisional es más estable que lo definitivo... finalmente, hace poco que se empezó a realizar el tras­ lado a un mejor hogar. Sobre la vida de este archivo habremos de volver después de referirnos a otros acontecimientos de cierta relevancia para esta pe­ queña historia. Además de esta operación espectacular para salvar y formar el Archivo Histórico de Jalisco, durante aquellos años empezó a trabajarse también en la catalogación de ciertas colecciones de gran valor. Tal fue el caso, por ejemplo, del Inventarío e Indice de 810 tomos misceláneos que se encuentran en la Biblioteca Pública del Estado, cuya excepcional riqueza en impresos decimonónicos pue­ de ahora consultarse muy fácilmente. Otro fondo importante y relativamente bien organizado es el Archivo Municipal de Guadalajara que, de vivir en los altos del Re­ gistro Civil, donde estuvo a punto de perderse irremisiblemente en 1975, en 1984 pasó a un espléndido edificio capaz de aguantar su crecimiento durante muchos años. Mas poco ha ganado en su orga­ nización desde entonces y casi nada se le ha sumado. Por su parte, el Registro Civil de Guadalajara, dicho sea de paso, se encuentra gozando de cabal salud, inclusive los libros más antiguos. Pero no es el caso de los repositorios del mismo carácter que existen o deberían existir en las diferentes cabeceras municipa­ les, muchos de los cuales han sido objeto de intencionada des­ trucción. D R © 2018. U niversidad N acional Autónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Historicas



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Otro esfuerzo, aunque más tímido, se hizo con lo que queda del Archivo del Congreso del Estado, que se acomodó en un sitio conveniente y se buscó dotarlo de una cierta organización durante la segunda mitad de los años ochenta. De algo han servido los esfuerzos en favor del importantísimo Archivo de Instrumentos Públicos, el cual ha cambiado cuatro ve­ ces de sede en los últimos tres lustros, incluyendo una en la que tuvo que desarrollar cualidades subacuáticas. Ahora está en seco y aparentemente seguro a la altura de un tercer piso; pero la falta de dinero retrasa su ordenación. He de decir, para vergüenza del gre­ mio, que este repositorio es el único que contó con los servicios de un historiador profesional desde principios de los años sesenta, que nada hizo en dicho sitio de no ser el cobro quincenal. El Archivo Judicial está ubicado por lo menos en tres lugares diferentes. Allá por la década de los cincuenta, ya llevaban para su venta como papel lo que había pertenecido a la Real Audiencia, cuando se dio cuenta de ello don José Cornejo Franco, cancerbero más que director durante muchos años de la Biblioteca Pública del Estado. Lo que hizo Cornejo fue sobornar a los acarreadores para conseguir que dejaran el material en “su” Biblioteca. Ha permaneci­ do ahí durante largo tiempo, pero su existencia parece segura. N o es el mismo caso el de la documentación judicial más reciente, que ha ido depositándose en habitaciones del Supremo Tribunal, donde nadie puede garantizar su integridad. Otra parte de dicho acervo está en el Archivo de Instrumentos Públicos. Ya que abordé el tema de la Biblioteca Pública, debo decir que los valiosos materiales bibliográficos, documentales y hemerográficos que en ella se guardan, se encuentran en un irreversible proceso de deterioro, cada vez más acelerado, que Inexorablemente llevará a su destrucción total si no se toman muy pronto medidas drásticas en su favor. Sólo aquello que forma parte de la historia de la Universidad de Guadalajara tiene un futuro alentador, pues en lo que fuera la residencia de don José G. Zuño, fundador de esa institución, está

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formándose el archivo de dicha casa de estudios, en torno al cual se constituirá próximamente un centro de investigación y difusión. Por lo que se refiere al archivo de la Catedral, la situación se torna peor. Supongo que el repositorio de un obispado con casi 450 años de antigüedad debe ser muy rico, pero lo que sé de su organiza­ ción es lamentable. Por lo general sólo se permite el acceso con autorización de la mitra. Afortunadamente, a los extranjeros católi­ cos se les concede el paso y algunos de ellos han podido realizar investigaciones de mucho provecho. En el Sagrario Metropolitano, donde se conserva la mayor in­ formación de bautizos, matrimonios y defunciones de la ciudad, la situación es diferente. Aquí el orden, la seguridad y la disposición de sus guardianes son muy aceptables. Vale señalar también que los párrocos de todo Jalisco también son muy asequibles. Por otro lado, debo hacer mención de un importante trabajo que, sin difusión y casi sin recursos, se realiza en el Convento de Zapopan, y que con­ siste en organizar lo que ya existía y concentrar materiales informa­ tivos, que estaban dispersos, sobre las campañas evangelizadoras llevadas a cabo por los franciscanos al noroeste de Guadalajara a partir del siglo xvm. De la nada prácticamente, en la Cámara Nacional de Comer­ cio de Guadalajara se formó el Instituto Dávila Garibi, para custo­ diar un importante fondo microfílmico procedente del Archivo General de Indias —que existe en el General de la Nación— y de la Secretaría de la Defensa Nacional. Además existen algunas colecciones de poca y específica im­ portancia, con lo que concluye el inventario del área metropolitana de Guadalajara. El trabajo para ordenar el material del Archivo Histórico de Jalisco logró hacerse a lo largo de los años; sin embargo, debido a las mermas sufridas antes de su rescate, pronto fue recorrido casi por todos los investigadores e interesados en la otrora casi proscrita his­ toria regional. Con ánimo de buscar más fuentes y ampliar las posibilidades heurísticas, a partir de 1989, desde el propio Archivo Histórico se D R © 2018. U niversidad Nacional Autónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Historicas



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inició una importante tarea de aliento e inventario de los archivos municipales. Personal del propio Archivo ha visitado todos los municipios del estado a fin de poner un mínimo de orden en sus papeles y proveerlos de elementos básicos como anaqueles, carpe­ tas, cajas y tarjetas, con el propósito de facilitar su consulta y salva­ guarda. He de decir que, fuera de Guadalajara, era muy poco lo que se había logrado hasta entonces en favor de los repositorios civiles, por cierto los más agredidos durante la Guerra Cristera. Destaca quizá sólo la excepción de Ciudad Guzmán, el gran centro comercial del sur de Jalisco, donde el suscrito pudo evitar en 1975 que el acervo se convirtiese en cartón, pero no sin resistencia por parte de la presidente municipal de aquel entonces. Don Juan S. Vizcaíno procedió después a la ordenación del material rescatado. Desde hace tiempo, sin lugar a dudas, el Archivo del antiguo Zapotlán el Grande es un modelo digno de ser imitado por muchos municipios del país. Similar proceso se realiza en el Archivo de Ejütla, antigua po­ blación minera que parece haberse paralizado al abandonarse los yacimientos. Este archivo tiene una riqueza mucho mayor que la esperada; ahora lo está clasificando un grupo de universitarias de manera muy profesional. Resulta alentador también el caso de Zapopan, pues se inaugu­ raron recientemente unas instalaciones modernas que contrastan con lo poco que se pudo salvar; no obstante, su construcción constituye una garantía para la nueva documentación que tendrá ahí un refu­ gio seguro. El panorama lejos está de mostrarse halagador, la tarea por de­ lante es enorme y urgente y el proceso parece demasiado lento, a diferencia de otros lugares que han alcanzado avances espectaculares en los últimos años. Sin embargo, lejos se está ya de aquellos tiem­ pos en que los viejos papeles estaban en permanente peligro de ex­ tinción.

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EL FIDEICOM ISO ARCHIVOS PLU TA RCO ELÍAS CALLES Y FER N A N D O TO RREBLA N CA N

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A los archivos Plutarco Elias Calles y Fernando Torreblanca los in­ tegra una importante colección privada de material documental, fotográfico, hemerográfico, bibliográfico y museográfico, generado por Plutarco Elias Calles, quien fuera presidente de México de 1924 a 1928, y reunido y conservado por Fernando Torreblanca, secreta­ rio particular del general Alvaro Obregón de 1915 a 1920 y secre­ tario particular de la Presidencia en la década de los veinte, durante los gobiernos de los presidentes Obregón, Calles y Portes Gil. El archivo del general Calles consta de 6 mil expedientes que se conservan en el orden alfabético original que les dio su secretaria particular, Soledad González. La documentación de este acervo cu­ bre un periodo que inicia en 1919, cuando Calles deja el gobierno del estado de Sonora y se traslada a la ciudad de México para ocupar el cargo de secretario de Industria y Comercio en el gobierno de Venustiano Carranza, y concluye en 1936, año en que sale exiliado del país por órdenes del presidente Cárdenas para radicar durante seis años en la ciudad de San Diego, California. Son importantes los documentos relativos a su gestión como secretario de Gobernación durante el gobierno de Alvaro Obregón, a su campaña política y a su viaje a Europa como presidente electo en 1924, así como los referentes a las acciones trascendentes de su go­ bierno que encaminaron a la institucionalización del país y a su definitiva pacificación, después de la lucha armada revolucionaria. N o menos importante es también la documentación relativa al pe­ riodo llamado “maximato”. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Simultáneamente a la correspondencia oficial del general Ca­ lles que se despachó desde Palacio Nacional, y que custodia el Ar­ chivo General de la Nación dentro del ramo Obregón-Calles, se fue generando este archivo particular con los asuntos que despachaba desde donde se encontrara, ya fuera en el Castillo de Chapultepec, su residencia oficial; su casa de Anzures en la ciudad de México; la Hacienda de Santa Bárbara en Chalco; la Quinta Las Palmas en Cuernavaca, Morelos; el Cuartel General de Torreón, Coahuila, o el de San Luis Potosí, así como desde sus acostumbrados sitios de reti­ ro en Soledad de la Mota, Nuevo León; El Sauzal, Baja California; El Tambor, Sinaloa; Tehuacán, Puebla, o desde cualquier localidad de la República o del extranjero en donde estuviera. Su archivo contiene correspondencia privada con los políticos más prominentes de la época, tanto nacionales como extranjeros. De esta manera, el historiador podrá encontrar cartas de gobernado­ res, presidentes municipales, secretarios de Estado, embajadores, directores de periódicos, líderes sindicales, dirigentes de los más di­ versos partidos, clubes y asociaciones políticas, empresarios, indus­ triales, representantes de organizaciones agrarias, así como de familiares, amigos, personajes del mundo del espectáculo y de gente común solicitando empleo o algún tipo de ayuda pecuniaria o reco­ mendación. Gran parte del contenido de la documentación de este archivo refleja la faceta humana de los protagonistas que forjaron el México moderno, permitiéndonos recrear el contexto histórico en el que desempeñaron su labor. El archivo de Fernando Torreblanca está integrado por 15 mil expedientes, aproximadamente, y abarca, de manera primordial, el periodo de 1912 a 1945 y continúa hasta 1980, año en que fallece. Simpatizante activo del movimiento constitucionalista desde los 18 años de edad, Fernando Torreblanca se trasladó a Veracruz en época del gobierno de Venustiano Carranza en 1915, lo que propi­ ció el contacto con Alvaro Obregón de quien, a partir de entonces, fue su secretario particular.

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Durante su gestión como secretario particular de la Presiden­ cia en la década de los veinte, Fernando Torreblanca fue el confiden­ te de dos presidentes de la República: Alvaro Obregón y Plutarco Elias Calles, cuyas destacadas acciones se reflejan en los testimonios de índole pública y personal que tan celosamente archivó. Colaboró más tarde como subsecretario de Relaciones Exte­ riores, durante los gobiernos de Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez; después de 30 años como presidente de la Junta de Asis­ tencia Privada, Fernando Torreblanca se retiró a la vida privada en 1977, falleciendo en 1980 en la ciudad de México. Todo el acervo del Archivo Fernando Torreblanca se encuentra clasificado en tres fondos documentales, ordenados cronológica y temáticamente: Fondo Alvaro Obregón, Fondo Plutarco Elias Ca­ lles y Fondo Fernando Torreblanca. E l A r c h iv o F e r n a n d o T o r r e b l a n c a

E l Fondo Alvaro Obregón Este fondo se inicia con los documentos de 1912 del Cuarto Bata­ llón Irregular de Sonora, bajo el mando del teniente coronel Alvaro Obregón. Es importante destacar que este contingente pasaría a ser el núcleo del cuerpo del Ejército del Noroeste. El fondo incluye la correspondencia del general Obregón como secretario de Guerra y Marina durante el gobierno de Carranza y lo relativo a su primera campaña política, a partir del momento en que publica su manifiesto lanzando su candidatura a la Presidencia de la República. De la misma manera, destaca la información sobre asuntos in­ ternacionales durante su gestión como presidente de la República, relativos a las negociaciones para el reconocimiento del Gobierno de México por parte de Estados Unidos. Existe también un amplio material referente a su segunda cam­ paña política, a su elección como presidente de la República y a su

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muerte ocurrida en el restaurante La Bombilla, en la ciudad de México en 1928. El Fondo termina con la serie titulada Etapa Postuma, cuyo material incluye las gestiones testamentarias de la sucesión y los homenajes al general Obregón. El Fondo Plutarco Elias Calles La importancia de este fondo documental consiste en que su material complementa la documentación del Archivo Plutarco Elias Calles, pues contiene la información relativa al gobierno del general Calles en el estado de Sonora, de 1915 a 1919, y a su estancia en San Diego, California, de 1936 a 1941, así como lo relativo a su regreso a Méxi­ co, hasta su muerte en 1945. Termina con la documentación refe­ rente a su testamentaría y homenajes luctuosos. El Fondo Femando Torreblanca En este fondo se encuentra una de las más importantes e interesan­ tes series documentales del Archivo Fernando Torreblanca: la Secre­ taría Particular de la Presidencia durante los gobiernos de Alvaro Obregón, Plutarco Elias Calles y Emilio Portes Gil, pues integra la documentación confidencial e inédita relativa a la política tanto nacional como internacional de la década de los veinte. A v a n c es y lo g r o s

Una vez constituido el Fideicomiso, en 1986, los avances en el pro­ yecto de organización de los archivos han seguido un ritmo acelera­ do y eficiente. La primera y segunda fases del proceso archivístico concluye­ ron con la identificación y clasificación de todo el material docu­ mental, apoyándonos siempre en los dos principios básicos de la archivonomía: respeto a la procedencia y al orden original de los documentos.

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Actualmente se lleva a cabo la tercera y más laboriosa etapa del proceso archivístico: la catalogación, restauración y conser­ vación de todo el acervo documental, así como la elaboración de las bases de datos de las fichas catalográficas de los archivos. Para tal efecto, se ha contratado a historiadores egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad Iberoamericana; archivistas y bibliotecarios de la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía; archivistas especializados en restauración y conservación de material documental histórico, egresados del C o n a l e p y del Archivo General de la Nación, así como capturistas. Con el propósito de agilizar el acceso de los investigadores a la información documental de nuestros fondos, el Fideicomiso cele­ bró un convenio con el Departamento de Intercambio Académico y Desarrollo Bibliotecario de la Universidad de Colima, para adqui­ rir el programa Microisis, desarrollado por la UNESCO y distribuido gratuitamente en el C o n a c y t . Este programa es un sistema para elaborar bases de datos y es utilizado por el Archivo General de la Nación en su Sistema Nacional de Archivos. También hacemos uso del SIABUC, Sistema Integral Automati­ zado de Bibliotecas, creado por la Dirección de Desarrollo Bibliote­ cario de la Universidad de Colima, con el objeto de sistematizar los registros de nuestra biblioteca, integrada por aproximadamente seis mil títulos. El proyecto de la Universidad de Colima contempla la posibi­ lidad de que las instituciones desarrollen bancos de datos para, pos­ teriormente, difundirlos a través de discos compactos, como es el caso de Bancos Bibliográficos Mexicanos del Centro Editor Nacional de Discos Compactos de la Universidad de Colima, cuyo objetivo es concentrar, en un solo disco, bancos de datos de diferentes insti­ tuciones. De la misma manera, también se pueden editar discos in­ dependientes, como el disco compacto del Archivo General de la Nación que contiene el D iario Oficial de la Federación de 1917 a 1990 con 365 mil referencias.

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Para la preservación y el respaldo de nuestros fondos, hemos considerado a futuro la digitalización de los documentos para almacenarlos en un disco óptico, facilitando así su visualización en pantalla y su reproducción por medio de una impresora láser. A la fecha está concluido totalmente el proceso archivístico del Fondo Alvaro Obregón del Archivo Fernando Torreblanca, inte­ grado por 5 mil expedientes debidamente catalogados y restaurados y con una base de datos de sus respectivos registros. La catalogación y la elaboración de la base de datos del Archi­ vo Plutarco Elias Calles concluyeron en 1992 y está en proceso la restauración y conservación de sus seis mil expedientes a cargo del taller de restauración del Fideicomiso. Asimismo, se encuentra en proceso la catalogación y elabora­ ción de las bases de datos de los otros fondos documentales del Ar­ chivo Fernando Torreblanca. Contamos también con una fototeca de aproximadamente 15 mil fotografías debidamente clasificadas en tres fondos: Alvaro Obregón, Plutarco Elias Calles y Fernando Torreblanca. Con el propósito de difundir el contenido documental de los archivos, uno de los principales objetivos del Fideicomiso, a la fe­ cha se han publicado las siguientes obras: Plutarco Elias Calles. Pen­ samiento político y social. Antología. 1913-1936, del historiador Carlos Macías de El Colegio de México, coeditado por este Fideico­ miso, el Fondo de Cultura Económica y el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. El libro es una compilación de los discursos y las declaraciones del general Calles, que permite conocer el desarrollo de su pensa­ miento político en las diversas etapas y las circunstancias que lo rodearon durante 23 años. Posteriormente se publicó el primer volumen de la obra Plutarco Elias Calles. Correspondencia personal. 1919-1945, también de Car­ los Macías de El Colegio de México, coeditado por el propio Fidei­ comiso, el Fondo de Cultura Económica y el Gobierno del Estado de Sonora, a través del Instituto Sonorense de Cultura. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Esta obra contiene, en forma cronológica y temática, el epistolario extraído de los archivos de este Fideicomiso y nos brin­ da la oportunidad de adentrarnos a buena parte de la época del Méxi­ co revolucionario a través de la correspondencia entre el general Calles y personajes variados y relevantes, como políticos, diplomáticos, artistas, familiares, etcétera. El primer volumen incluye tres capítulos: la política del nuevo Estado, la cultura nacional y la correspondencia familiar; el segun­ do volumen contiene dos capítulos más: las relaciones internaciona­ les y la política regional; actualmente se encuentra en proceso de impresión y estará listo para su presentación dentro del primer se­ mestre del año en curso (1993*). También editamos el Boletín, publicación cuatrimestral del Fidei­ comiso, coeditado por el Fondo de Cultura Económica, la Secretaría de Educación Pública, Petróleos Mexicanos y el propio Fideicomiso. La investigación y redacción del Boletín están a cargo de histo­ riadores invitados. Su publicación difunde de manera atractiva y sencilla la importancia del contenido de estos archivos mediante la presentación de algunas de las diversas problemáticas políticas, eco­ nómicas, sociales y culturales del México revolucionario, en un len­ guaje directo y apoyándose siempre en la reproducción facsimilar de los documentos y de las fotografías de los acervos. Su distribu­ ción es gratuita y está dirigida a especialistas dedicados al estudio de la Revolución Mexicana, tanto nacionales como extranjeros. A la fecha hemos publicado 12 números y está en proceso el número 13. Hacer de esta institución un centro de investigaciones al pro­ porcionar un adecuado servicio de consulta externa de los archivos es otro de los objetivos primordiales del Fideicomiso. Gradualmen­ te acude a consultar los acervos un mayor número de historiadores e investigadores, nacionales y del extranjero, especialistas en histo­ ria de la Revolución Mexicana, quienes a través de nuestras publica­ ciones han conocido la importancia del material documental que aquí se guarda. * N ota del editor. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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De la constitución del Fideicomiso en 1986 a la fecha, se han atendido aproximadamente 205 consultas históricas, que han dado como resultado la elaboración de artículos y tesis de licenciatura, maestría y doctorado. Son de destacar, entre otras, la tesis de maestría Plutarco Elias Calles y la rectoría económica del Estado, de Aurora Vargas Her­ nández, y la tesis de licenciatura La testamentaría del general Alvaro Obregón, de Paulina Latapí Escalante, ambas de la Facul­ tad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México; la tesis de licenciatura Morrow y Calles. Una nueva relación entre México y Estados Unidos, de Cristina Begné Gue­ rra, y el estudio E l general Joaquín Am aro, de Martha Loyo Camacho, del Instituto de Investigaciones Históricas de la u n a m . También son dignas de mención las siguientes investigaciones: La revolución mexicana en Querétaro, de Martha Eugenia García Ugarte, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM ; Arte y vida cotidiana en México. 1920-1940 , de Julieta O rtiz Gaitán, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UN A M ; La crisis política de 1935 en México, de Adolfo Gilly, de la Facultad de Cien­ cias Políticas y Sociales de la u n a m ; Historia de Jalisco de 1900 a 1940, de Moisés González Navarro, y la tesis doctoral Control y procesos electorales en el Distrito Federal, de María Eugenia Terrones López, ambos del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México; la investigación sobre sinarquismo y conflicto reli­ gioso de Ignacio Zermeño Padilla, del Departamento de H isto­ ria de la Universidad Iberoamericana, y Diego Rivera y el partido comunista, de Guadalupe Rivera Marín, del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Asismismo sobresalen los trabajos del Instituto de Investiga­ ciones Doctor José María Luis Mora y del Centro de Investigacio­ nes y Estudios Superiores en Antropología Social en el Distrito Federal, así como de El Colegio de Sonora, El Colegio de Michoacán, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Colima, de la Universidad de Guadalajara, de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y de la Universidad Veracruzana. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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N o menos interesantes son las investigaciones que han llevado a cabo historiadores extranjeros. Cabe mencionar el estudio sobre Alvaro Obregón y las relaciones México-Estados Unidos 1920-1924, de Linda B. Hall, de la Universidad de Nuevo México; la investiga­ ción para la biografía de Francisco Villa, de Friedrich Katz, de la Universidad de Chicago; un estudio para la historia de México en los años treinta, de Alan Knight del Colegio St. Anthony en Oxford, Inglaterra; tesis doctoral La economía política de la renegociación de la deuda internacional en los treinta, de Ann Robin King, de la Uni­ versidad de Texas; la investigación para el libro Élites y política en Chihuahua 1910-1940, de Mark Wasserman, de la Universidad Rutgers en Nueva Jersey y otros muchos estudios de historiadores de los departamentos de historia de las universidades de Harvard, Carolina del Norte, Princeton, Oklahoma, California en San Diego, California en Berkeley, Wyoming, Arizona, Illinois, College of Saint Rose en Albany, Nueva York, y por último de la Universidad de Warwick en Inglaterra. L a PROCEDENCIA DE LOS ARCHIVOS

Por los cargos que ocupó y las responsabilidades que desempeñó, Plutarco Elias Calles generó una numerosa serie de importantes documentos que, por el trabajo minucioso de su secretaria personal, Soledad González, fueron ordenados paulatinamente hasta llegar a conformar una unidad. El propio general, así como su secretaria y algunos familiares, reconocieron desde un principio este acervo documental como de especial valor histórico, por haber sido ellos mismos testigos de los procesos que ahí se narran y que fueron determinantes en la confor­ mación del México moderno. Las vicisitudes de la política mexicana durante las décadas de los veinte, treinta y cuarenta, hicieron que muchos de los do­ cumentos reunidos por personajes importantes de nuestra histo­ ria se destruyeran voluntariamente por temores de índole política

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o se perdieran por falta de visión histórica de sus familiares o, incluso, por descuido. El caso de los archivos de Calles y de Fernando Torreblanca fue distinto porque don Fernando, quien fue testigo directo de gran parte de los hechos trascendentes en la Revolución Mexicana y por su cercanía a varios de los protagonistas más discutidos, vivió hasta los 86 años de edad ocupando la misma casa habitación durante casi 60 años y perseveró en el compromiso firme de seguir resguardando en su domicilio aquellos tesoros documentales que él como nadie conocía y, por tanto, valoraba. Simultáneamente al interés y cuidado de Fernando Torreblanca, se dio la afortunada coincidencia de que su esposa H or­ tensia fuese hija de Plutarco Elias Calles. Desde su infancia, a ella la unió una estrecha relación de afecto, respeto y solidaria amistad con su progenitor. En 1936, cuando el general Calles fue exiliado por el presiden­ te Cárdenas, sus archivos fueron removidos de su domicilio en la colonia Anzures de la ciudad de México y trasladados a la casa de su secretaria particular, Soledad González. Cuando regresó a nuestro país en 1941, estos acervos se trasladaron inmediatamente a la Quinta Las Palmas, su casa de descanso en la ciudad de Cuernavaca. Tras la muerte de Plutarco Elias Calles en 1945, y posterior­ mente, por motivo de la venta de la casa de Cuernavaca, su hija Hortensia, quien había sido nombrada por sus hermanos deposita­ ría de los archivos de su padre, para garantizar su protección y ade­ cuado resguardo, los trasladó a su domicilio en la calle de Guadalajara núm. 104, colonia Condesa, en la ciudad de México. Con el tiempo, tanto Fernando Torreblanca como su esposa Hortensia valoraron la responsabilidad histórica que tenían en sus manos respecto a los archivos resguardados en su domicilio. Aun cuando, a finales de la década de los sesenta, doña Hor­ tensia había empezado a clasificar la biblioteca de su padre, junto con los libros de don Fernando y de ella, fue hasta 1978 cuando tomó la decisión de iniciar un proceso permanente de clasificación y catalogación de los archivos del general Calles, para lo cual solici­ DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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tó y obtuvo la asesoría y el apoyo del Archivo General de la Na­ ción, dirigido entonces por Alejandra Moreno Toscano. Com o resultado de este primer acercamiento al contenido de dicho archivo, que concluyó en 1981, se pudo contar con una guía inventario del Archivo del general Calles que destacó la extraordi­ naria importancia del material histórico que contenía. A la muerte de Femando Torreblanca en el verano de 1980, doña Hortensia tuvo acceso a documentos originales, únicos, que su esposo había conservado en sobres lacrados durante los últimos 60 años en la caja fuerte de su domicilio. Entre dichos documentos, por ejemplo, se encuentra el acta levantada por el Ministerio Público como resultado de la investiga­ ción que se hizo con motivo de la muerte del presidente Carranza en Tlaxcalaltongo, Veracruz; los Tratados de Bucareli, los documen­ tos relativos al conflicto religioso, a las relaciones con Estados Uni­ dos sobre el asunto del petróleo, al apoyo del presidente Calles al movimiento de Sandino en Nicaragua, etcétera. Al percatarse del valor de la documentación que había custo­ diado su esposo, doña Hortensia solicitó en 1982 apoyo al Gobier­ no del Estado de Sonora, ayuda que permitió iniciar un proceso de identificación del material documental del Archivo Fernando Torreblanca. Conocer mejor la documentación que tan celosamen­ te había guardado don Fernando aumentó en doña Hortensia la preocupación sobre el destino de dichos archivos. E l p r o c e so d e in s t it u c io n a l iz a c ió n d e l o s a r c h iv o s

La experiencia que Hortensia Elias Calles de Torreblanca obtuvo como resultado de la cercanía con su padre, especialmente a partir de 1922, y por el trabajo de su esposo, permitieron que pudiera tener no sólo la visión necesaria para conceptualizar un proyecto como el que decidió emprender, sino también que contara con los consejeros, la amistad y primordialmente el criterio necesarios para lograr que sus esfuerzos fueran exitosos y eficaces.

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Desde un principio doña Hortensia concibió el destino de los archivos como un acervo que debía pasar al dominio de la nación mexicana. Simultáneamente, reconoció la importancia de asegurar la participación de los familiares, de quienes habían for­ mado estos archivos, como garantía para lograr su adecuada cus­ todia, conservación y difusión. Por la admiración y el profundo respeto que le tuvo a su padre, Hortensia Elias Calles desde un principio consideró que su propia casa debía ser el recinto para resguardar los archivos de su padre y de su esposo, y también fungir como un espacio físico que permitiera y facilitara un acercamiento más completo, no sólo a los personajes titulares de los archivos, sino a toda una época. La estructura que se pensó para los archivos fue la de un contrato de fideicomiso en el que se planteó como objetivo esen­ cial definir el organismo como una institución no lucrativa, cuyo fin sería la protección, conservación y difusión de los acervos que integran los archivos. Además, se consideró que esta figura jurídica sería la más adecuada por contar permanentemente con la participación de una fiduciaria, institución que al tratarse de una acción de gran prestigio por la guarda y custodia de los ar­ chivos de dos expresidentes de M éxico, A lvaro O bregón y Plutarco Elias Calles, y de una época trascendente para la histo­ ria de nuestro país, coadyuvaría a la permanencia y solidez del proyecto. Se invitó a Nacional Financiera a desempeñarse fungir como institución fiduciaria del Fideicomiso. Asimismo, se planteó que el Comité Técnico quedara integrado por cinco miembros de las familias Elias Calles y Torreblanca y por cinco representantes del gobierno, tanto de la Federación como del Estado de Sonora. Fue así como se invitó a la Secretaría de la Contraloría General de la Federación, a la Secretaría de Educación Pública, a la Secre­ taría de Gobernación, a través del Archivo General de la N a­ ción, al Fondo de Cultura Económica y al Gobierno del Estado de Sonora.

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El 16 de octubre de 1986 tuvo lugar la celebración formal del contrato del Fideicomiso por medio del cual Hortensia Elias Calles de Torreblanca, en nombre propio y como depositaria de los archivos de su padre y de su esposo, donó a la nación mexica­ na, a título gratuito, los acervos documentales, fotográficos, bi­ bliográficos y museográficos que integran los Archivos Plutarco Elias Calles y Fernando Torreblanca. Igualmente donó a la nación mexicana, a través del Fideico­ miso, su casa habitación ubicada en el número 104 de las calles de Guadalajara, colonia Condesa, ciudad de México, construida por su esposo y por ella como su domicilio permanente desde 1922. Junto con la casa, donó sus muebles, objetos personales y condecoraciones de los titulares de los archivos, por considerar que dichos objetos serían un complemento adecuado para la ins­ titución, pues proporcionarían al público una experiencia museográfica viva e interesante. Com o fideicomitente participó el Gobierno Federal, repre­ sentado por el entonces secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, aportando al Fideicomiso la cantidad de 300 millones de viejos pesos para contribuir con los gastos de operación del Fideicomiso. Como testigo de honor en la firma del contrato, compareció el entonces presidente de la República, Miguel de la Madrid Hurtado, representando a la nación mexi­ cana como la parte beneficiaría en este contrato. Cabe mencionar que a la fecha contamos con el apoyo fi­ nanciero del Gobierno Federal, así como con el del Gobierno del Estado de Sonora, lo que contribuye a afianzar al proyecto de organización, difusión y preservación de los Archivos Plutarco Elias Calles y Fernando Torreblanca. R e l e v a n c ia d e l a e x p e r ie n c ia

El proceso que siguieron Hortensia Elias Calles de Torreblanca, sus hermanos y familiares, junto con los distintos representantes del DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Gobierno Federal y del Gobierno del Estado de Sonora, para asegu­ rar la preservación y difusión de los Archivos Plutarco Elias Calles y Fernando Torreblanca, representa un esfuerzo digno de ser cono­ cido y susceptible de analizarse para su posible aplicación por indi­ viduos e instituciones con un legado histórico. El compromiso de doña Hortensia y su interés por hacer par­ tícipe al Gobierno de México del resguardo de tan importante acer­ vo, sin excluir en este proceso la decidida participación y conducción de las familias Elias Calles y Torreblanca como un motor del pro­ yecto necesario para garantizar el cumplimiento de sus objetivos finales, coincidió con el proceso de apertura del Gobierno de la República, el cual empezaba a reconocer en 1986 la dificultad de asumir de manera exclusiva y tradicionalmente excluyeme el cuida­ do del patrimonio histórico de la nación. Desde el punto de vista de nuestra experiencia, podemos afirmar que se supo reconocer la enor­ me ventaja que representaba hacer partícipe de esta responsabilidad a aquellos ciudadanos que mayor interés personal o familiar tenían en que dicha protección o resguardo fuesen eficazmente cumplidos. La constitución del Fideicomiso Archivos Plutarco Elias Ca­ lles y Fernando Torreblanca significó, en su momento, una nueva actitud de confianza mutua entre gobierno y sociedad civil para hacer posible una colaboración sumamente positiva y creativa que, a través de la unión de esfuerzos, multiplica los recursos económi­ cos, materiales y humanos con que se cuenta en nuestro país. La posibilidad de que un proyecto de esta importancia históri­ ca en México pueda ser llevado a cabo, administrado y dirigido con el apoyo indiscutible del sector público, pero primordialmente por la sociedad civil de manera adecuada, demuestra que la visión fue correcta al plantear esta colaboración no sólo como deseable sino inclusive como indispensable. Ello conduce a posibilidades de cola­ boración similares para promover la apertura de fuentes de investi­ gación muy significativas y la adecuada preservación de numerosos archivos no gubernamentales que podrían así acrecentar de manera importante el patrimonio histórico de nuestro país y de todos los mexicanos. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

EL ARCH IVO HISTÓRICO D EL BA N C O N A C IO N A L DE M ÉXICO J

o sé

A

n t o n io

B á t iz

EL Banco Nacional de México, institución con más de 100 años de existencia, mantiene como una de sus políticas conservar, acrecen­ tar y difundir su amplio patrimonio cultural, que ya se considera de gran tradición. Una de su vetas está relacionada con el rescate, la restauración y la óptima utilización de edificios de la etapa virreinal; en la ciudad de México están su oficina matriz —desde su fundación en 1884—, sita en el Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso, y el edificio conocido como Palacio de Iturbide. En el interior de la Re­ pública destacan otros cuatro edificios coloniales de gran belleza: el Palacio de Montejo, en Mérida; la casa del Mayorazgo de la Canal, en San Miguel de Allende; la casa del Diezmo, en Morelia, y la casa de los condes del Valle de Súchil, en Durango. Otra vertiente la constituye Fomento Cultural B a n a m e x , aso­ ciación civil que tiene como objetivo prioritario la difusión de la cultura nacional a través de exposiciones, conferencias y edición de libros, principalmente. Una tercera línea la conforma la división Patrimonio Artís­ tico, encargada de la custodia y administración de la excelente colección pictórica de la institución, cuyo objetivo original fue decorar oficinas y edificios del banco. Por la importancia y ri­ queza de esta colección, numerosas piezas se exhiben continua­ mente en exposiciones propias o mediante préstamos a museos del país y extranjeros.

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Por último, y ya directamente relacionado con nuestro tema, está el Archivo Histórico B a n a m e x , precursor y único de su tipo en México. Este archivo está en funciones, ya con local propio y abier­ to al público, desde marzo de 1991. Conviene destacar que se locali­ za en el mezzanine del Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso (y Marqueses del Jaral y Berrio), mencionado anterior­ mente y es la sede de la Dirección General del Banco y de su oficina matriz. En este lugar de privilegio se adaptó una antigua bóveda de efectivo y valores y se dotó de la infraestructura necesaria y sufi­ ciente para sus nuevas funciones. Además de la documentación an­ tigua, de la que voy a hablar más adelante, en el mismo espacio se cuenta con una selecta biblioteca especializada en banca y finanzas, además de una buena dotación de enciclopedias, diccionarios temá­ ticos y otras obras de referencia. También se custodia ahí su colec­ ción de papel moneda, que comprende —principalmente— los billetes emitidos por el propio Banco Nacional de México y el resto de bancos del Porfiriato, el papel moneda revolucionario y el emiti­ do por el Banco de México de 1925 a la fecha. Antes de describir la parte técnica y los avances en la organiza­ ción y descripción de los fondos documentales que custodiamos, quiero muy brevemente mencionar la historia del Banco Nacional de México, que les permitirá aquilatar la riqueza de su acervo histó­ rico, así como algunas publicaciones que se han basado, en alguna medida, en las fuentes de primera mano que constituyen los docu­ mentos del Archivo Histórico B a n a m e x . El Banco Nacional de México se fundó el 2 de junio de 1884, como resultado de la fusión de los bancos Nacional Mexicano y Mercantil Mexicano. En sus primeros años, además de operar como banco comercial, desempeñó algunas funciones ahora reser­ vadas al banco central, como la de emitir billetes, intervenir en el manejo de la deuda nacional y efectuar servicios de tesorería al go­ bierno, entre las principales. Por mas de 25 años realizó sus operaciones siempre en aumen­ to, hasta que, como consecuencia de las transformaciones origina­ DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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das por la Revolución, se vio obligado a cesar sus funciones de banco emisor y reorganizar sus actividades. A partir de 1926 se convirtió en banco refaccionario y desde 1934 efectúa toda clase de operaciones bancarias, de depósito, ahorro y fiduciarias. Desde su origen, el banco se ha mantenido en evolución cons­ tante, no sólo para responder a las necesidades del desarrollo socioeconómico del país, sino también para impulsarlo y promo­ verlo. Como ejemplo de lo anterior, durante la Segunda Guerra Mundial, y en los años inmediatamente posteriores, el banco parti­ cipó activamente en la tarea de dotar al país de una infraestructura industrial, apoyando en forma activa a infinidad de empresas. Desde entonces ha contribuido de manera decidida, mediante esfuerzos promocionales directos y por medio de crédito y aseso­ rías, al nacimiento y consolidación de innumerables empresas, en­ tre las que están las más importantes del país. Asimismo, ha apoyado a los sectores agrícola, ganadero y comercial con la prestación de sus múltiples servicios bancarios y financieros, muchos de los cuales introdujo e implantó en nuestro país. Los ejemplos principales son la cuenta de ahorros, los servicios fiduciarios, la tarjeta de crédito, la automatización, etcétera. En febrero de 1977 se integraron al Banco Nacional de México sus empresas filiales, dos financieras y una hipotecaria, a fin de con­ vertirlo en una institución de banca múltiple que pudiera proporcionar todos los servicios especializados de depósito, ahorro, financieros, fidu­ ciarios e hipotecarios. En 1982 se transformó en Sociedad Nacional de Crédito, y en 1991, al completar su proceso de reprivatización y convertirse nuevamente en Sociedad Anónima, con la unión de la Casa de Bolsa Acciones y Valores, se convirtió en el principal grupo financiero del país. Respecto a investigaciones publicadas o en proceso, que han tenido como fuente básica la documentación de nuestro Archivo Histórico, menciono las siguientes: 1) Memoria B a n a m e x 1982-1988 (dos tomos). 2) Historia del papel moneda en México (1984 y 1987). DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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3) Cien años del Banco Nacional de México en Guadalajara, obra del licenciado Francisco Núñez de la Peña, editada por El Colegio de Jalisco en 1990. 4) Los artículos de la maestra Leonor Ludlow en la obra Banca y poder en México (1985) y en el número 156 de la revista Historia Mexicana. 5) El artículo de la maestra Gladys Lizama, en la revista antes citada, sobre la región de Zamora, Michoacán. 6) Un artículo de José Antonio Bátizen la obra Pasado y presen­ te de la deuda extema de México (1988), publicada por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. 7) Una investigación del maestro Octavio Herrera de El Cole­ gio de México sobre la Hacienda de la Sauteña, titulada Del señorío a la Posrevolución (1992). 8) Varias ponencias de diversos autores, entre las que destacan las de la maestra Leonor Ludlow, del doctor Carlos Marichal y de un servidor sobre diversos aspectos de la historia financiera del país. Lo anterior lo menciono como una muestra de las variadas in­ vestigaciones (por tema, época o región), que se pueden llevar a cabo con los ricos materiales de nuestro Archivo, que está abierto a la consulta de investigadores y estudiosos. Los principios de organización que se siguieron para ordenar y clasificar los materiales documentales de este rico acervo son los clásicos: a) El principio de procedencia que, de manera muy sintética, está muy estrechamente ligado con la institución, organismo y /o función de que se derivaron esos documentos o de donde proviene o procede la documentación, en nuestro caso, la generada por el propio Banco Nacional de México, y b) El principio de orden original que, fundamentalmente, defi­ ne la organización que se aplicó a la documentación al momento de ser generada o creada. Estos dos principios son los que básicamente se usan en la mayor parte de los archivos históricos. De esta forma, el principio de procedencia ha permitido agrupar la documenta­ ción de nuestro archivo en ocho rubros generales: DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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1) Los Marqueses Del Jaral y Berrio. 2) Banco Mercantil Mexicano. 3) Banco Nacional Mexicano. 4) Banco Nacional de México. 5) Edificio de la oficina matriz del banco. 6) Otras empresas e instituciones ligadas al banco. 7) Material gráfico y colección numismática. 8) Bibliografía y hemerografía. Este principio técnico de procedencia se aplicó desde el mo­ mento en que se decidió la formación de este importante archivo, ya que, como sucede en muchos casos, la documentación se encon­ traba dispersa en varias oficinas y en una bodega del banco; así pues la primera tarea —después de concentrar la documentación— fue separarla de acuerdo con su procedencia y formar así las secciones correspondientes. En cuanto al principio de orden original, en este momento se está reagrupando la documentación en el orden documental y cronológico que le corresponde y que, por diversas circunstancias, se había alterado o anulado. Existen casos en que se mezclaron do­ cumentos de un asunto con otros, o bien hubo extracciones de car­ tas u oficios de algunos expedientes. Por ello se procede a seguir su orden original y/o clasificación que de origen les correspondía o que por desconocimiento no se aplicó en su momento. Aunque no existe aún un cuadro de clasificación para la documentación bancaria, se ha adoptado la clasificación funcional y estructural, es decir, la que tiene que ver con las funciones que desempeñaba cada área, departamento u oficina, o con el lugar que tiene o tuvo dentro de la estructura de esta institución bancaria, complementán­ dolas con la organización cronológica. Al aplicar estos principios podemos garantizar que la tarea de hacer accesibles los materiales documentales al usuario interno y externo será óptima y muy eficiente. Al respecto puede consultarse la G u í a del Archivo Histórico B a n a m e x , donde consta la agrupación que se ha dado a este repositorio documental. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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D e sc r ip c ió n

Por descripción comúnmente se entiende el proceso técnico archivístico de elaborar instrumentos de control y acceso a la documen­ tación. En este caso, en cada archivo se plantea la elaboración de una guía general, de un inventario y finalmente de uno o varios catálogos. La guía describe de manera sucinta y esquemática los tipos de materiales, su cantidad, su cronología y sus rasgos documentales esenciales. En un inventario se plasma mayor información, como la des­ cripción topográfica o de ubicación del depósito y de los materia­ les; su cronología; el lugar geográfico; el detalle del asunto, tema o el desglosamiento de la información, del expediente, libro o caja; y, en ocasiones, observaciones sobre su estado físico o de conservación. En los catálogos se describe de manera más acabada la informa­ ción de los documentos; generalmente puede aplicarse desde a una hoja individual hasta a conjuntos de documentos, y en este caso se busca dar el mayor cúmulo de información al usuario, sobre asun­ tos temáticos, geográficos, onomásticos y cronológicos, entre otros. Siguiendo estas etapas, nuestro archivo cuenta ya con una guía gene­ ral; asimismo, se han elaborado inventarios, desde el de traslado hasta algunos para diversas secciones del archivo. Pero como tene­ mos un archivo en constante crecimiento y enriquecimiento, llega el momento en que algunos de nuestros instrumentos de descrip­ ción o acceso ya no cubren toda nuestra información, de modo que actualmente se realiza un nuevo inventario automatizado, que con­ templa la cobertura de todos y cada uno de los componentes del archivo. Este inventario se esta capturando bajo el paquete Microisis que, aun cuando es un programa básicamente desarrollado para bi­ bliotecas, lo hemos adoptado para nuestra labor de descripción. En este sentido estamos aplicando otros principios técnicos archivísticos como son el de Grupo documental, Sección y Serie.

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En la categoría de grupo documental se ubica la documenta­ ción de la institución generadora de la misma; en este caso tomamos como grupo documental el propio Archivo Histórico B a n a m e x . En Sección se registra cada uno de tos archivos de las distintas instituciones y/o particulares que tuvieron que ver con la funda­ ción y creación de este banco. Aquí entran las ocho secciones que se desglosaron cuando se mencionó la procedencia. En Serie se ubican los rubros que cubre cada sección, es decir, se desciende en nivel jerárquico en relación con el rol que desempe­ ñaba cada área dentro de las funciones o actividades del banco. Un ejemplo de la ficha de inventario que utilizamos para cap­ turar la información es la siguiente: Grupo documental: Banco Nacional de México. Sección: Banco Mercantil Mexicano. Serie: Consejo de Administración. Título: Libros de Actas de sus sesiones. Anaquel: 1, Charola: 7, Volumen: 2 Fojas: 145. Años: 1881-1882. Contenido: Libro de Actas del Consejo de Administración del Banco Mercantil Mexicano. Contiene: Exposición de Motivos, Acta de Fundación, Estatutos. Se incluyen las sesiones de 29 de agosto de 1881 a 23 de marzo de 1882. De esta manera se registran los datos más importantes de los documentos, expedientes, libros, periódicos, revistas, objetos, foto­ grafías y materiales audiovisuales. La tarea de descripción abarca, hasta el momento, la documentación de los Bancos Mercantil Mexi­ cano y Nacional Mexicano, la de los Marqueses del Jaral y Berrio, y se tiene terminada la parte del Banco Nacional de México, referente al Consejo de Administración, como son sus libros de actas, los informes anuales del mismo Consejo, los estatutos del banco, los li­ bros de la Secretaría del citado Consejo de Administración y actual­ mente se trabaja en los documentos relativos a las asambleas de accionistas. Estos documentos reflejan de manera global y sintética

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las principales funciones, actividades y logros de esta institución bancaria, desde su fundación hasta nuestros días. Respecto a la documentación que resguardamos sólo deseo destacar algunos grupos de especial interés: 1) La documentación más antigua, de fines del siglo xviii y prin­ cipios del xix, corresponde a la testamentaría de la condesa de San Mateo de Valparaíso. Algunos legajos bellamente empastados con­ tienen información sobre las extensas propiedades de esa familia: haciendas, ranchos, ganado, siembras, fincas rurales y urbanas, en­ tre lo más importante. 2) La documentación completa de creación, funcionamiento y fusión de dos pequeños bancos: el Nacional Mexicano y el Mercan­ til Mexicano, que darían origen a B a n a m e x . 3) Una serie completa de los libros de Actas del Consejo de Administración del Banco Nacional de México, desde el 2 de junio de 1884 hasta 1971. 4) Los contratos de los empréstitos en que B a n a m e x participó, por encargo del gobierno mexicano, durante el Porfiriato. 5) La correspondencia con la Secretaría de Hacienda y otras autoridades, con el Comité del Banco en París, con diversas oficinas y clientes. 6) Numerosos libros de contabilidad, registro y control. Espero que esta somera explicación haya sido clara y sirva para facilitar a los estudiantes y académicos, tanto de historia como de otras disciplinas, el acercamiento a una visión más cabal de la enor­ me riqueza del acervo documental que resguarda nuestra institu­ ción, en cuestiones económicas y bancarias. Quiero concluir con la siguiente reflexión. En la actualidad existe ya un creciente número de profesores que buscan encaminar y orientar a los estudiantes hacia el trabajo de investigación con fuentes primarias; por ello resulta de primordial importancia seguir impulsando y divulgando la apertura de nuevas fuentes documenta­ les oficiales y privadas. En este sentido es importante que conozcan las posibilidades que brinda nuestra institución, precursora en el establecimiento de un archivo de esta naturaleza, para el estudio de DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

EL ARCHIVO HISTÓRICO DEL BANCO NACIONAL DE MÉXICO

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la historia bancaria y financiera. Hemos visto con tristeza que no siempre se brinda atención adecuada a los estudiantes y a los acadé­ micos, y en ocasiones hasta se les llega a desalentar por parte de las propias instituciones archivísticas. Esto se debe a que no siempre se cuenta con el personal adecuado y bien capacitado para estas tareas o, en ocasiones, porque se tienen otras prioridades, de manera que lejos de brindar el acceso rápido u orientación precisa a la informa­ ción, a veces se les llega a confundir o simplemente no se les presta la atención debida. Sin embargo, cabe reconocer que cada día se cuenta con mayor apertura de archivos históricos oficiales y priva­ dos. Es por ello que en el Archivo Histórico B a n a m e x nos senti­ mos muy satisfechos de que la institución mantenga y difunda su acervo histórico que abre grandes posibilidades de investigación a los estudiosos, internos y externos, que consultan este valioso y único conjunto documental bancario.

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LAS FU EN TES PARA LA HISTORIA El Archivo de San Luis Potosí I n o c e n c io N o y o l a

I n t r o d u c c ió n

El Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (a partir de aquí está constituido por más de 65 fondos y colecciones docu­ mentales, las cuales contienen información que data de fines del siglo xvi, cuando se fundó el pueblo de San Luis Potosí, hasta el presente siglo.1 Esta riqueza de noticias convierte al archivo en una de las instituciones más importantes para conocer el proceso social e histórico del estado de San Luis Potosí, así como de otras entida­ des del país, pues en el a h e s l p se localizan documentos referentes a los actuales estados de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Zacate­ cas e, incluso, Texas. La importancia de los acervos documentales de esta institu­ ción ha sido ya señalada en dos artículos publicados. Me refiero al de Alfonso Martínez Rosales,2 primer director del a h e s l p , y al de Bárbara Corbett.3 El primero proporciona información sobre la historia del archivo, el estado en que se hallaba la clasificación de los fondos documentales existentes hacia 1983 y los diferentes Ramos a h eslp)

1Para un mayor conocimiento sobre los fondos del a h e s l p y sus contení­ aos, véase Silvia Martínez, Guía General del Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (mecanograma). 2 Alfonso Martínez González, “El Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí", en Historia Mexicana, vol. XXXIII, núm. 2, 1983, p. 318-336. 3 Bárbara Corbett, “La historia de la Hacienda Pública en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí”, en Boletín de Fuent t para la Historia Económica de México, núm. 4, may.-ago. 1991, p. 9-17. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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y Fondos que contenía en ese entonces. El articulo de Barbara Corbett es un trabajo muy bien detallado sobre la descripción de los acervos documentales que permiten analizar las condiciones en las que se hallaba la hacienda pública durante el siglo XIX. En este breve ensayo, hablaré de los fondos Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, Alcaldía Mayor de Charcas, Intendencia y Provincia. LO S FONDOS DOCUMENTALES

El Fondo Alcaldía Mayor de San Luis Potosí Después de una prolongada guerra contra los indígenas chichimecas y su posterior pacificación por diferentes medios, se fundó el pue­ blo español de San Luis Minas del Potosí en 1592, lugar que pasó a ser la cabecera de la alcaldía del mismo nombre. Su jurisdicción comprendía lo que en la actualidad es la parte central del estado (poblaciones de San Luis, Santa María del Río, Cerro de San Pedro, Valle de San Francisco y Río Verde, entre otras)/ Al descubrirse los yacimientos argentíferos en San Pedro de Guadalcázar en 1616, este pueblo se separó para convertirlo en ca­ becera de alcaldía (1618-1743), la cual permaneció vigente hasta casi mediados del siglo x v iii . Cabe mencionar que la alcaldía potosina, junto con la que se creó en Villa de Valles, estaban bajo la jurisdic­ ción del reino de la Nueva España. La economía de San Luis Potosí se basó fundamentalmente en la explotación de los yacimientos mineros ubicados en Cerro de San Pedro y en Guadalcázar, y en la explotación agrícola-ganadera, cuyo fin era abastecer el mercado de los centros mineros y de la ciudad de San Luis Potosí. Estas diferentes actividades dieron pie a la creación de haciendas de beneficio y extensas haciendas agrícolas y ganade­ ras, especialmente de ganado equino, caprino y ovino. 4 Véase Peter Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, 1} 19-1821. México, unam-hh, 1986, p. 240-243. DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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Para lograr una pacificación mayor y aculturar a los indígenas de la región, se trasladaron indígenas del centro novohispano, tlax­ caltecas y otomíes, y se erigió un rosario de misiones franciscanas (Mexquitic, Santa María del Río, Río Verde, Alaquines, Lagunillas, Pinihuán, Valle del Maíz y Venado, entre otras), divididas entre las provincias de San Francisco de los Zacatecas y San Pedro y San Pa­ blo de Michoacán. La documentación del fondo está ordenada cronológicamente y comprende el periodo 1592-1786. La semblanza histórica anterior y los casi doscientos años de información guardada permiten vis­ lumbrar la variedad temática posible de encontrar. Para los investi­ gadores interesados en conocer los mecanismos de asentamiento y colonización hispano-india en la frontera chichimeca, los dife­ rentes legajos sobre dotación de carne y maíz, la justicia en pueblos de indios por capitanes de guerra y el desarrollo de las comunidades tlaxcaltecas localizadas en la región, ofrecen información para reali­ zarlo. Siendo la minería la actividad económica preponderante en la alcaldía, el fondo contiene noticias sobre la denuncia y registro de minas, traslado del mineral de la Caja Real de San Luis Potosí a la de México e informes sobre la explotación minera y condiciones de trabajo. El poblamiento en la región, las relaciones sociales entre los diferentes grupos étnicos y los mecanismos de reproducción y control social pueden analizarse al consultar los expedientes sobre la venta de esclavos negros, el traslado de indios, adulterios, pleitos, etcétera. El Fondo Alcaldía Mayor de Charcas Al descubrirse los yacimientos mineros de Zacatecas, en 1546, co­ menzó una lenta y sistemática ocupacion de las tierras cercanas a dicho centro minero. Fue así como se iniciaron los descubrimientos de las salinas del Peñol Blanco y de minerales argentíferos en lo que se conoció como el Real de la Natividad de Nuestra Señora de los Charcas (hoy Charcas, s l p ) , el cual se fundó en 1574 y en 1584.

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Al lograrse la pacificación, hacia fines del siglo xvi, el lugar comenzó a cobrar importancia y se descubrieron nuevos yacimien­ tos mineros en Espíritu Santo, Matehuala, Ojo Caliente, Ramos y Sierra de Pinos. A esta pacificación también contribuyó el asenta­ miento de tlaxcaltecas en Venado y Agua Hedionda. Posteriormen­ te, durante el transcurso del siglo xvu, la alcaldía se pobló de mulatos y otras castas, las cuales se diseminaron por haciendas, ranchos y centros mineros. Hacia fines del siglo x v iii , en 1779, se descubrieron los importantes yacimientos de Real de Catorce, lo cual dio un nue­ vo giro a la economía de la región. La alcaldía charquense estuvo bajo la jurisdicción del reino, de la audiencia y del obispado de la Nueva Galicia. Al igual que las alcaldías de San Luis Potosí y Villa de Valles, así como el Nuevo Santander, Nuevo Reino de León y Coahuila y Texas, en 1786 pasó a formar parte de la intendencia de San Luis Potosí. La documentación que ofrece dicho fondo permite conocer procesos relacionados con la ocupación del territorio por parte de españoles e indios, para lo cual hay información que proporcionan las visitas de los alcaldes a su jurisdicción sobre la economía y po­ blación del lugar; otros documentos favorecen la reconstrucción de lo que actualmente se denomina historia de la familia e historia de la vida privada, al tener acceso a información sobre comportamientos sexuales como amancebamientos, incesto y zoofilia. Las rebeliones indígenas y las medidas tomadas por las autoridades para su pacifi­ cación es otro campo de estudio; asimismo, la geografía histórica y el estudio de ios cambios en las jurisdicciones de la alcaldía se pue­ den analizar con base en diversos expedientes que tratan el tema, como es la lucha entre el Reino de Nuevo León y Charcas por la administración de Matehuala, o el proyecto de 1784 para dividir la alcaldía. El Fondo Intendencia de San Luis Potosí Hacia 1786 se logra reordenar políticamente ei territorio de la Nue­ va España al crearse las intendencias. En el caso de San Luis Potosí, DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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la intendencia, cuya capital fue la ciudad homónima, comprendía un amplio territorio que abarcaba los actuales estados de Coahuila, Nuevo León, San Luis Potosí, Tamaulipas e incluso Texas. Para su época, la intendencia potosina fue la más extensa. Para una mejor administración de tan enorme territorio, éste se dividió en 14 partidos, de los cuales diez se ubicaban en el actual estado potosino y los otros cuatro en el Nuevo Reino de León, la colonia del Nuevo Santander y las provincias de Coahuila (dividida en Monclova, Parras y Saltillo) y Texas. Debido a los intereses loca­ les y regionales, así como a los problemas de comunicación, hacia 1813 surgió la idea de dividir la intendencia, lo cual se logró hasta 1820, gracias a la intervención de Miguel Ramos Arizpe, diputado por la Provincia de Coahuila a las Cortes españolas de 1812. El fondo contiene alrededor de 53 legajos ordenados cronológi­ camente y cuentan con un índice para su consulta. Aunque la inten­ dencia comprende los años 1786-1821, el fondo cuenta con expedientes desde 1679. Los legajos que comprenden los años de 1810-1821 están en proceso de reclasificación. Cabe aclarar que la mayor parte de la documentación se refiere a lugares cercanos a San Luis Potosí, siendo escasa aquella sobre lu­ gares tan alejados como Texas, Nuevo León, e incluso la antigua alcaldía de Valles. Destaca la información sobre el abasto de carne a centros mineros como Charcas y Real de Catorce, la cual permite analizar las relaciones de poder, los patrones alimenticios y la forma en que los hacendados controlaban el mercado a nivel regional. Para este periodo, fines del siglo xvm, los problemas entre las comunida­ des indígenas y los hacendados se hacen más frecuentes debido a la ocupación de la tierra, asunto que se registra en diferentes expedien­ tes. También es importante señalar la existencia de varios libros so­ bre cofradías indígenas de Tampamolón y San Antonio, pueblos ubicados en la Huasteca. Entre los años de 1804 y 1812 sobresale la visita que realizó el ayudante de Francisco Xavier de Balmis para propagar el fluido vacuno contra la viruela en la ciudad y provincia de San Luis Potosí, el cual contiene numerosos expedientes que per­ miten conocer las respuestas de las autoridades y de la población al DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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proyecto, los problemas a los que se enfrentaron y los mecanismos para preservar y difundir la inoculación. El problema de alcabalas y comercio de tabaco también se registra entre los expedientes del fondo. Sin embargo, la información más rica por la cantidad de noti­ cias que proporciona es aquella que se refiere al proceso de insurgencia en la Provincia de San Luis Potosí. Se pueden estudiar las elecciones para nombrar representantes de la provincia ante las Cor­ tes de Cádiz de 1810-1814; las elecciones de ayuntamientos consti­ tucionales en 1820, hecho que dio origen a los muncipios en México; los problemas entre las autoridades civiles y militares por el control del poder a nivel regional; la subvención al ejército realista por parte de la población; la participación de los diferentes grupos sociales en la insurgencia o en la contrainsurgencia y, por último, el fin que tuvo la insurgencia en suelo potosino y la actitud que tomaron las autoridades y la población ante Agustín de Iturbide. El Fondo Provincia de San Luis Potosí Al jurarse la Independencia y reconocerse la Junta Provisional Gu­ bernativa del Imperio Mexicano, la Diputación Provincial de San Luis Potosí también fue reconocida y pasó a constituirse legalmen­ te la Provincia de San Luis Potosí. Hay que señalar que ya desde la intendencia, al territorio actual de San Luis Potosí se le conocía como Provincia. El fondo está ordenado de manera cronológica y cuenta sólo con un índice para su consulta. La información que contiene permi­ te conocer el proceso de conformación del estado de San Luis Poto­ sí, el cual se crearía con la Constitución de 1824. Por tal razón, sus legajos son de suma importancia para el análisis de los grupos de poder en su lucha por el control político a nivel regional y su acep­ tación y /o rechazo de las políticas emanadas en la ciudad de Méxi­ co. Al término de la insurgencia y del dominio español se suscitó una serie de problemas por la situación de la economía a nivel na­ cional y regional; en este caso, el control de la producción y comer­ DR© 2018. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Historicas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/historiador_reflexiones/301a.html

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cialización de productos clave se hizo necesaria, como fue el del tabaco. De igual manera, se realizaron proyectos para apoyar la ex­ plotación de oro y plata, base de la economía colonial. También fue importante el apoyo que se dio a obras de beneficio social, como fue el establecimiento de escuelas, la reconstrucción de caminos, la edificación de hospitales y obras públicas de carácter urbano. El presente fondo cuenta con numerosos expedientes para emprender el análisis de estos procesos históricos tan necesarios de conocer a nivel regional, lo cual permitiría darle nuevos giros a la historiografía mexicana, en general, y de la potosina, en particular. C o n c l u s io n e s

Como se observa, para el estudio de la historia colonial, especial­ mente a partir de mediados del siglo XVII hasta la consumación de la Independencia, así como de los primeros años de vida independien­ te, el AHESLP ofrece una posibilidad para los estudiosos de la historia del país. La conservación y el buen estado en que se hallan los docu­ mentos, la gran cantidad de material ordenado por años consecuti­ vos y su variedad temática son, entre otras, condiciones importantes para realizar viajes en el tiempo y en un espacio tan significativo de la historia colonial: la frontera chichimeca. Esto es digno de tomarse en cuenta porque a partir de San Luis Potosí las condiciones de asen­ tamiento y colonización durante el periodo colonial fueron diferen­ tes de las realizadas en el centro del país, lo cual dio pautas de comportamientos y culturas distintas, que aún hoy se hallan pre­ sentes.

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IN S T IT U T O H IS T Ó R IC A S

Reflexiones sobre el oficio del historiador

Primera reimpresión editado por el Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, se terminó de imprimir el 18 de junio de 1999 en Hemes Impresores, Cerrada Tonatzin 6, Col. Tlaxpana, C. P. 11370, México, D. F. Su composición se hizo en tipo Garamond de 12:14, 10:12 Y 8:10 puntos. La edición, en papel Cultural de 90 gramos, consta de 1 000 ejemplares y estuvo al cuidado del Departamento Editorial del EIH

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I N S T IT U T O H IS T Ó R IC A S

Primera edición: 1995 Primera reimpresión: 1999 D R © 1999, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, 04510. México, D. F. INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS Impreso y hecho en México

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