Redes y escritoras ibéricas en la esfera cultural de la primera Edad Moderna
 9783968691381

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Ediciones de Iberoamericana

Redes y escritoras ibéricas en la esfera cultural de la primera Edad Moderna

María D. Martos es profesora titular en el Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED, Madrid). Su campo de especialización es la literatura de los siglos xvi y xvii, con especial atención a la recuperación de autores, autoras y sus obras. En la última década ha centrado su línea de investigación en las escritoras, la construcción discursiva de la autoría femenina y la participación cultural de las mujeres en la sociedad literaria de la primera Edad Moderna. Actualmente dirige el Proyecto de Investigación BIESES (Bibliografía de Escritoras Españolas).

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ste volumen incluye una variada gama de acercamientos a las formas de sociabilidad informal de las escritoras y su posición en el campo cultural, desde la crítica y sociología literarias, desde planteamientos metodológicos del análisis literario y desde el campo de la historia. Los estudios que lo componen dibujan un mapa relacional que ilumina desde nuevas perspectivas los roles que desempeñó la mujer en la cultura literaria de la primera Edad Moderna.

Redes y escritoras ibéricas en la esfera cultural de la primera Edad Moderna María D. Martos (ed.)

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Ediciones de Iberoamericana 121 Consejo editorial: Mechthild Albert Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität, Bonn Daniel Escandell Montiel Universidad de Salamanca Enrique García-Santo Tomás University of Michigan, Ann Arbor Aníbal González Yale University, New Haven Klaus Meyer-Minnemann Universität Hamburg Daniel Nemrava Palacky University, Olomouc Emilio Peral Vega Universidad Complutense de Madrid Janett Reinstädler Universität des Saarlandes, Saarbrücken Roland Spiller Johann Wolfgang Goethe-Universität, Frankfurt am Main

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Impreso con el apoyo del Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura, y la Facultad de Filología de la UNED

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2021 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2021 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-204-9 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-137-4 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-138-1 (e-Book)

Depósito Legal: M-17959-2021 Diseño de la cubierta: a.f. diseño y comunicación Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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Índice

María D. Martos Presentación. Redes literarias y esferas de sociabilidad femenina . . . . . . . . . . . 9 I. Redes culturales y agencia femenina Marie-Louise Coolahan The Reception and Circulation of Early Modern Women’s Writing, 1550-1700 (RECIRC): Quantitative Methodologies and Digital Resource. . . . . . . . . . . . . . 35 Carmen Sanz Ayán Mercaderas de libros y dedicatorias en almoneda durante la segunda mitad del siglo xvii: María de Armenteros y María del Ribero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Laura Malo Barranco El entorno familiar y personal de la autora doña Luisa María de Padilla Manrique de Acuña, condesa de Aranda (1591-1646). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 Cristina Hernández Casado “Con todas las calidades y condiciones favorables”: mujeres de negocios portuguesas en la monarquía hispánica durante el reinado de Felipe IV. . . . . . . . . . . . 105 Pedro Urbano Educating a Constitutionalist Queen: Networks in Conflict around Leonor da Câmara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129 Catherine M. Jaffe y Elisa Martín-Valdepeñas Un espacio femenino para la creación cultural en el Madrid del siglo xviii: la Junta de Damas de Honor y Mérito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

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II. Redes de sociabilidad literaria en el espacio público M.ª Carmen Marín Pina Enredadas en el juego: motes de palacio de las damas de Juana de Austria y de Isabel de Valois . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169 Antía Tacón García Dramaturgas del Siglo de Oro: escritura femenina y estrategias de autorización . . 197 Marina Aguilar Salinas Libelos, autoría y opinión pública en el teatro barroco: el caso de María de Navas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215 Helena Establier Pérez Las redes poéticas de María Rosa de Gálvez en la España de Carlos IV . . . . . . . . 237 Inmaculada Osuna Rodríguez Escritoras y sociabilidad poética en el entorno granadino de los siglos xvii y xviii. . 257 Paula Almeida Mendes Laywomen Authors in Portugal in the Modern Age: Between Praises and Solidarity Networks. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275 III. Redes y sociabilidad literaria en la esfera conventual Helena Casas Perpinyà “Déu me do scientia de parlar”. Mediación y autoría femenina en las confesiones de Elisabet Cifre (1467-1542). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293 Larissa de Macedo Raymundo “Solemnizar con alegría”: las fiestas en las fundaciones teresianas. . . . . . . . . . . . . 309 Ángeles de la Cámara Maneiro Análisis del paratexto de Espexo puríssimo, de sor Mariana de Jesús . . . . . . . . . 325 Ana Reis Royal and Divine Courts: Networks of Women Authors and Women Dedicatees in the Iberian Peninsula (1600-1800) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 337

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Pedro Álvarez-Cifuentes “A la reina nuestra señora entrando en el Convento de la Rosa”: textos inéditos de Soror Violante do Céu. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 353 Verònica Zaragoza Gómez Primera recepción de las obras de Hipólita de Rocabertí (1643-1647): redes y proyección política en la guerra dels Segadors. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 373 Carlos Mata Induráin “Sin haber estudiado el arte poética…”. Sor Jerónima de la Ascensión y los poemas incluidos en sus Ejercicios espirituales (1661). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 401 Mercedes Marcos Sánchez Redes conventuales y la impresión de cartas de edificación de religiosas agustinas descalzas de Murcia durante el siglo xviii. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 429 Sobre los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 451

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presentación redes literarias y esferas de sociabilidad femenina María D. Martos Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED, Madrid)

Es aún mucho lo que queda por saber y por explicar de la relación de las escritoras de la Edad Moderna con su entorno socioliterario. Los estudios sobre historia de las mujeres y los que proceden del campo del arte, la literatura y la sociología vienen demostrando en las últimas décadas que la intervención de la mujer en la sociedad no es un fenómeno aislado o puntual ni circunscrito a figuras excepcionales, sino que la presencia de esta es mucho más amplia que la que su papel subalterno podía hacer esperar. La interacción de las mujeres con el medio cultural ha ocupado los intereses del proyecto BIESES (Bibliografía de Escritoras Españolas) desde que se creó hasta la actualidad, acopiando y analizando datos sobre la posición de las escritoras en el campo literario y sus transformaciones desde las primeras obras conocidas hasta el siglo xviii. La base de datos bibliográfica (https:// www.bieses.net/), el estudio la escritura conventual, la edición de los paratextos de las obras impresas y las redes de sociabilidad han constituido los focos de atención sucesivos, financiados por el Plan Nacional de I+D+I, del equipo investigador en las dos últimas décadas.1 Este volumen colectivo es resultado del proyecto “Escritoras españolas de la primera modernidad: me-

1   Véanse Gabriella Zarri y Nieves Baranda (eds.), Memoria e comunità femminili: Spagna e Italia, secc. xv-xvii; Memoria y comunidades femeninas: España e Italia, siglos xv-xvii, Florencia/ Madrid, Firenze University Press/UNED, 2011; Dimitri Almeida, Vanda Anastacio y María D. Martos (eds.), Mulheres em rede/mujeres en red. Convergências lusófonas, Berlin, LIT Verlag, 2018.

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tadatos, visualización y análisis (Ministerio de Economía y Competitividad, FFI2015-70548-P),2 dirigido por Nieves Baranda y María D. Martos. Las mujeres conforman un grupo subalterno en la cultura de la primera Edad Moderna y, en consecuencia, su relación con el medio literario es conflictiva por las dinámicas de desequilibrio que crea la diferencia de género. Las investigaciones de BIESES han abordado desde distintas perspectivas las estrategias socioliterarias que emplearon las mujeres para ganar nuevas posiciones, centrando ahora el foco en el papel que jugaron las relaciones o los vínculos para ayudar o dificultar el acceso a esas posiciones. El tema central de este volumen es cómo se relacionan escritoras de la Edad Moderna con su entorno socioliterario y en qué medida estas relaciones tienen influencia en sus proyectos de escritura. Esta investigación ha ocupado al equipo de BIESES entre 2017 y 2020 y vamos a concretar seguidamente este planteamiento metodológico en torno al análisis de redes sociales, cuyos resultados, como digo, se recogen en este volumen y en los contenidos digitales publicados en la web: https://www.bieses.net/las-autoras-y-sus-redes-de-sociabilidad/. Dada la dificultad habitual a la que nos enfrentamos cuando trabajamos con las escritoras de este período y la escasez de datos sobre su actividad literaria, se hace necesario en nuestro planteamiento atender a todo tipo de fuentes impresas y manuscritas hasta 1800 donde aparezcan rasgos de sociabilidad literaria. El punto de partida lo ha constituido la información que contienen los paratextos, analizando las obras impresas entre 1497 (año en que se publica el Vita Christi de Isabel de Villena, primera obra impresa en España de una mujer) y 1800. El número de obras que de forma nuclear pertenece a este corpus se sitúa en torno a las ciento cincuenta, principalmente del siglo xvii, en torno a un tercio son del xviii y una pequeña parte del xvi.3 Estos paratextos contienen abundante y relevante información sobre la interacción de las autoras con su entorno social, lo que nos ha llevado 2   Este libro ha contado con la financiación del Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura de la UNED y con una ayuda concedida por la Facultad de Filología de la UNED en el marco de la “Convocatoria de ayudas complementarias a la investigación para el profesorado de la Facultad de Filología, modalidad E (Convocatoria 2020)”. 3   María D. Martos, “Categorías interpretativas, marcado textual y codificación XMLTEI para el estudio de los paratextos de escritoras españolas en la edad moderna (BIESES)”, Janus 8, 2019, https://www.janusdigital.es/articulo.htm?id=129.

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a analizar y tratar estos datos desde el análisis de redes sociales (ARS). El ARS se basa en los principios de la psicología social y estudia las relaciones existentes entre agentes, personas u organizaciones para observar su estructura y extraer conclusiones sobre sus comportamientos. A los paratextos se suman otras fuentes que dejan rastro de la relación entre las escritoras con su entorno, otros tipos de fuentes complementarias a la obra literaria (cartas, biografías, estudios críticos, etc.), que completan otros tipos de relación entre estos agentes identificados en los libros y sus autoras y las relaciones entre unos agentes y otros. Sin perder de vista que el libro o escrito es el núcleo conceptual de la propuesta de análisis, en torno a este se tejen toda una serie de actuaciones que confluyen en la escritora como sujeto emisor de ese discurso, ya sea impreso o manuscrito. Este conjunto, más o menos articulado, de actuaciones es llevado a cabo por la autora y una serie de actantes que establecen vínculos de distinta naturaleza y con variadas motivaciones. Contemplamos, en este sentido, el campo literario como un polisistema (Even-Zohar) y aplicamos la metodología de redes de la sociología y sus conceptos, que tienen plena significación en su aplicación al sistema literario: posiciones de centralidad o periferia en la red, tipos de actores que intervienen, puntos de anclaje, cohesión entre los miembros o las posiciones, densidad de los actores y de las relaciones, roles de intermediación, intercambio y circulación del producto escrito en la red o apertura y accesibilidad de la misma. Estos entramados culturales, pensados en su formalización como redes, los contemplamos desde la perspectiva de la posición que las escritoras ocupan en él, su intervención o agencia en los mismos, y cómo se relacionan bidireccionalmente las mujeres con esos otros agentes del sistema cultural. Traer conceptos del análisis de las redes desde la sociología a la historia literaria supone, como puede comprobarse en los trabajos incluidos en este volumen, una renovación de perspectivas, la posibilidad de entender fenómenos complejos de relación y plantear más ampliamente entramados de actuación cultural que no podemos detectar desde la visión atomizada del análisis de casos. Los datos, pues, que estudiamos pueden dividirse en dos niveles. Primero, la escritora como sujeto autorial: estatus socioeconómico e imagen que proyecta de sí misma como sujeto social. Nos interesa especialmente analizar la agencia femenina, ya sea como autoridad intelectual o como gestora del

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producto cultural (véase la primera sección de este volumen). En segundo lugar, son foco de nuestra atención los agentes con los que las autoras interactúan; aquí interesan los roles que esas instancias desempeñan para la circulación de la obra, su apoyo u obstaculización a esos proyectos de escritura y las razones que subyacen a ello. Hemos podido constatar cómo los papeles de intermediación son muy relevantes en las redes femeninas, tanto desde el punto de vista de la agencia intermediadora de la escritora como de la presencia de instancias intermedias que autorizan y validan los proyectos de escritura femenina. Nos proponemos ahondar, aunque no siempre disponemos de documentación al respecto, en los intereses de esas instancias en el universo relacional que crean las redes y los beneficios, materiales o simbólicos, que esperan de su intervención en ellas.4 Toda metodología se modela sobre unos objetivos de análisis. El fin general en este caso es el de identificar las estructuras de la red que sustentan la actividad literaria, favoreciendo o dificultando la producción y difusión de obras (redes de apoyo u obstaculización). En este marco, las líneas específicas de análisis se sitúan con respecto a: a) analizar la red de relaciones que se establecen en torno a los libros de mujeres, con el fin de identificar agentes y sus roles de intermediación; b) reconstruir el entorno de relaciones sociales de las autoras, identificando los patrones o claves que permiten u obstaculizan el desarrollo de una carrera literaria; y c) estudiar los vínculos de los sujetos identificados con instituciones de poder, bien civil, eclesiástico o de prestigio social. Con este análisis estamos en disposición de responder a preguntas que nos permitan cartografíar la presencia social de las escritoras y la recepción de su actuación y agencia en el medio literario: ¿qué tipo de red favorece que una mujer en cierto período pueda publicar su obra?, ¿qué influencias o estrategias de intermediación ejercen los agentes que se relacionan con las escritoras?, ¿qué perfiles de personas apoyan u obstaculizan la publicación de una mujer escritora?, ¿qué peso tiene la jerarquía social de los agentes (polí4   Anne Goldgar, Impolite Learning: Conduct and Community in the Republic of Letters, 1680-1750, New Haven/London, Yale University Press, 1995; Carol Pal, Republic of Women: Rethinking the Republic of Letters in the Seventeenth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 2012.

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tica, religiosa, civil) en la difusión de algunas obras?, ¿qué tipos de relaciones son más importantes para una autora a la hora de publicar?, ¿qué relaciones se actualizan, producen o entran en juego cuando una obra se publica póstumamente?, ¿qué entornos relacionales propician un determinado modelo de creación?, ¿cómo consigue una autora ser citada en ciertos espacios de canonización?, ¿en qué lugares hay más ediciones de mujeres?, ¿dónde les resulta más fácil publicar y por qué?, ¿hay alguna relación entre las zonas geográficas y los grupos que apoyan escritoras?, ¿qué variación se produce en estos patrones a lo largo de la Edad Moderna?,5 etc. En estudios de este tipo, la incorporación de metodologías cuantitativas y de herramientas de las humanidades digitales para procesar y visualizar los datos amplían significativamente las posibilidades del análisis y de sus resultados.6 Las investigaciones de BIESES incorporan, en una línea innovadora y sostenida, ambos paradigmas. El punto de inicio, como se comentaba en el primer párrafo de esta presentación, ha sido una base de datos, y sobre esta información se ha desarrollado un conjunto de herramientas basadas en tecnologías de la web semántica, un entorno de edición para el etiquetado semántico en TEI de los paratextos y un buscador basado en estas etiquetas. La visualización de redes nos permite, en lo que ahora nos ocupa, mapear el entorno social con el fin de valorar en qué medida estos entornos y los contactos que establecieron las escritoras contribuyeron a sus posibilidades de escribir y a su visibilidad autorial. En términos sociológicos, una red es un conjunto de actores unidos entre sí por determinados vínculos que comparten.7 Un grafo, por su parte, es un conjunto de puntos, denominados nodos, y de líneas, denominadas aristas, que representan las relaciones entre varios sujetos (puntos) y sus vínculos (aristas). Estos grafos se generan a partir de una serie de operaciones matemáticas que permiten establecer las propiedades de esas redes, para que luego 5   Emma O. Bérat, Rebecca Hardie e Irina Dumitrescu (dirs.), Relations of Power. Women’s Networks in the Middle Ages, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 2021. 6   David M. Brown, Adriana Soto-Corominas y Juan Luis Suárez, “The Preliminaries Project: Geography, Networks, and Publication in the Spanish Golden Age”, Digital Scholarship in the Humanities 32, 4, 2017, pp. 709-732. 7   John Scott, Social Network Analysis, The SAGE Handbook of Social Network Analysis, Los Angeles, SAGE Research Handbooks, 2017.

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puedan ser descritas y analizadas. Para el diseño de estos grafos hemos usado la herramienta Gephi.8 Figura 1 Ego Red de María de Zayas. Web de BIESES, https://www.bieses.net/maria-de-zayas-tableau/, ISSN: 2659-2924

En nuestra propuesta lo que define el vínculo entre los actores es la relación con respecto al libro o escrito de autoría femenina, es decir, atendemos a todas las personas relacionadas con la autora en torno al libro. Forman parte, por tanto, de la red la autora y cualquier persona mencionada en los paratextos de los libros o vinculada de alguna forma a la actividad de la escritura. La red muestra y analiza a los actores por su posición dentro del tejido de vínculos, de ahí que sea esencial identificar la relación que define ese vínculo. Consideramos, entonces, que cada persona mencionada en un paratexto constituye un nodo que, al menos a través del objeto libro impreso, se relaciona con su autora, por lo que cada nodo generaría al menos un vínculo con la escritora. Los tipos de relaciones que hemos identificado tienen que ver con formas de ayuda a la escritura, formas de obstaculización, la intensidad de las relaciones o la duración de estas en el tiempo. Los tipos de relaciones más básicas proceden del vínculo de los sujetos a través del objeto 8   Véase una descripción en la web de BIESES: https://www.bieses.net/las-autoras-ysus-redes-de-sociabilidad/#Con_que_se_han_elaborado_los_grafos. Véase también Nieves Baranda Leturio, M.ª Carmen Marín Pina, María D. Martos, Paloma Centenera y Patricia García Sánchez-Migallón, “BIESES. Escritoras de la edad moderna, desde la bibliografía a las redes”, en M.ª Leticia Sánchez Hernández (ed.), Mujeres en la corte de los Austrias. Una red social, cultural, religiosa y política, Madrid, Ediciones Polifemo, 2019, pp. 55-82.

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libro, como decíamos. Esta es una relación de intensidad mínima y viene determinada por la presencia en una misma obra. Otros vínculos definen la identidad social del sujeto moderno: los lazos clientelares y los de parentesco. El siguiente paso consiste en definir los atributos que van a caracterizar a los sujetos (nodos). Los fundamentales para nuestros objetivos de análisis son el sexo, la condición religiosa o seglar, la orden religiosa y también el espacio y el tiempo en que las dos personas se relacionan.9 Lo que esperamos encontrar en estos datos y su visualización es un conocimiento profundo del entorno social de las escritoras, con quiénes se relacionaban y por qué, qué formas de agencia ejercían, quiénes ayudaban o dificultaban sus proyectos de escritura y qué recepción generaba en estos agentes su actividad escrita. Las visualizaciones, que en este volumen se pueden ver en los trabajos de M.ª Carmen Marín Pina y Mercedes Marcos Sánchez, amplían las posibilidades del análisis y la proyección de los resultados. En primer lugar, nos permiten reafirmar conclusiones que alcanzamos analizando los datos con métodos hermenéuticos tradicionales. En un segundo estadio, es una forma muy sugestiva de presentar de forma diferente los datos, más aún en visualizaciones dinámicas. En tercer lugar, la codificación y la visualización son procesos absolutamente entrelazados con el análisis de casos, los datos que descubrimos en ellos y la interpretación que hacemos de los mismos, por lo que nos ayuda a entender de otras formas y con más profundidad nuestro objeto de estudio. Y, finalmente, las formas de analizar y representar las relaciones a través de grafos añaden conexiones que no habíamos visto con personas que ayudaron a las escritoras en su empresa literaria; nos permiten ver patrones de sociabilidad que los datos atomizados no dejan percibir, y también nos plantean nuevas preguntas sobre las formas en que interrogamos a nuestros materiales. Los resultados de estos análisis permiten seguir ahondando en la fijación de modelos de interpretación y análisis para una historia de la posición de las mujeres y sus receptores en el ámbito de la producción cultural en la primera Edad Moderna. 9   Marten Düring, “De la hermenéutica a las redes de datos: Extracción de datos y visualización de redes en fuentes históricas”, traducido por María José Afanador-Llach, The Programming Historian en español 1, 2017, https://doi.org/10.46430/phes0002.

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Como ya se ha indicado, los estudios de redes llevados a cabo por BIESES parten del conjunto de obras impresas de autoría femenina a lo largo de la primera Edad Moderna, que, incluyendo las reedicciones, se sitúa en torno a trescientas cincuenta. De ellas hemos incorporado al análisis de redes ciento cincuenta, es decir, en torno al 42,85% del corpus total. Se han establecido un total aproximado de dos mil quinientos registros sobre las autoras, las personas que compartían ese espacio textual y los tipos de vínculos entre ellos, a partir de los que se han construido las redes personales o egoredes de las autoras10 y una red total que define las relaciones entre personas y libros, que es la que se muestra a continuación: Figura 2 Red de autoras en torno al libro. Web de BIESES, https://www.bieses.net/redesdeautorasentornoallibro/, ISSN: 2659-2924

Las conclusiones más relevantes de la identificación de estas relaciones y del análisis de los casos arroja un panorama donde la presencia femenina en las redes es del 20,62% (ciento treinta y ocho), mientras que el 79,32% de los participantes son hombres (quinientos treinta y uno). Este dato no sorprende en un sistema cultural claramente patriarcal. La presencia de mujeres   Véase arriba, como ejemplo, la egored de María de Zayas.

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en la red nos permite constatar de quiénes se rodean y qué relaciones las unen a estos intervinientes en el proceso de impresión: en muchas ocasiones son de naturaleza familiar, padres, tíos o maridos, que funcionan como instancias de autorización. También la mediación clientelar es un mecanismo que explica muchas de estas redes. Y sobre estos entramados se establecen los modos de actuación o agencia femenina. Hay una escasa articulación entre los proyectos editoriales porque las autoras no suelen tener una trayectoria literaria extensa ni con muchas obras. Las que tienen un mayor número de relaciones y mayor capital literario en los casos analizados son Teresa de Jesús, Luisa de Padilla, María Zayas, Ana Caro o Josefa Amar y Borbón. Constatamos también que las redes femeninas, frente a las masculinas, muestran actuaciones más desarticuladas, donde las autoras no tienen un tejido relacional amplio ni diversificado, reflejo de las posiciones débiles y de la escasa visibilidad que tienen en el campo cultural. No obstante, cuanto más amplio es el estudio, mayor es el diagnóstico de actuaciones de escritoras que nos llevan a agrupaciones y redes más complejas, donde la agencia femenina tiene más protagonismo, por ejemplo, en un programa de apoyo editorial activo a la escritura de mujeres (es el caso de Lope de Vega y su impulso de la escritura femenina del momento, estudiadas por María D. Martos) o en la capacidad de crear redes de mecenazgo, reflejadas, por ejemplo, en las dedicatorias. Desde estas consideraciones generales, siempre pendientes de matización y reformulación a medida que incrementemos los datos y el número de casos de estudio, sí que hemos identificado formas de intervención de las mujeres escritoras, de las que ponemos algunos ejemplos concretos: el funcionamiento de círculos intelectuales geográficos, como el entorno cultural aragonés (M.ª Carmen Marín Pina), Alcalá de Henares (Nieves Baranda), Toledo o Granada; el caso de Hipólita Rocabertí y la instrumentalización de su identidad como escritora en el contexto de la guerra de los Segadors (1643-1656) por parte de las autoridades catalanas y religiosas de su comunidad, desde la conjunción de la santidad y la utilización política que se dará durante el barroco de algunas figuras, que analiza Verònica Zaragoza Gómez en este volumen; el programa de promoción familiar y de instrumentalización política que impulsa la publicación de las obras de Bernarda Ferreira y crea un circuito recepcional hacia la corte madrileña que permite atisbar una comunidad interpretativa de lectores sobre la que se establece la identidad de Bernarda

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como escritora (María D. Martos); las relaciones cortesanas y transnacionales de la marquesa de Alorna (Vanda Anastacio); las redes editoriales que van del convento al mecenazgo en el caso de Ana de San Jerónimo y los entornos de sociabilidad en las Academias, estudiados en este volumen por Inmaculada Osuna Rodríguez; las redes nobiliarias y sus conexiones conventuales, en el caso de Luisa de Carvajal (Anne Cruz), etc. A la luz de estas redes, se hacen evidentes algunos patrones que van completando una historia aún parcial de la producción literaria femenina en este período. Primero, la conciencia autorial de las escritoras se va afirmando a medida que avanza la primera Edad Moderna, de forma que son mucho más atenuadas las fórmulas de justificación de la escritura en los textos a partir del siglo xvii. Segundo, las intervenciones y gestiones de las autoras para publicar sus obras inciden en esta misma consolidación de la identidad autorial y en una clara conciencia creadora, con diversos mecanismos de agencia, que van del mecenazgo al despliegue de fórmulas de sororidad. Y, finalmente, en el ámbito de la recepción, se aprecia cierta normalización en la presencia de las mujeres en el campo cultural, aunque este no es un fenómeno progresivo, sino que se detectan avances y retrocesos en determinados cortes cronológicos, como pueda ser un boom de escritoras en las tres primeras décadas del xvii, frente al retroceso que se aprecia en la primera mitad del siglo xviii. *** El volumen que aquí se presenta bajo el título de Redes y escritoras ibéricas en la esfera cultural de la primera Edad Moderna se enmarca en esta propuesta de análisis y en la revisión que la historiografía reciente, desde diversas perspectivas, viene haciendo de la participación de la mujer en el campo cultural y literario. Los tres capítulos en que se divide reflejan las distintas esferas de actuación y las formas de agencia de las mujeres en ellas. Un somero repaso de las contribuciones permitirá al lector acercarse a la metodología de análisis que subyace, así como a sus resultados. La propuesta de Marie-Louise Coolahan es metodológica y apuesta por el análisis cuantitativo de los datos, combinado con la historia de la lectura, la crítica feminista y las humanidades digitales, para estudiar la recepción de las escritoras de la primera Edad Moderna en su tiempo (1550-1700), en

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Gran Bretaña e Irlanda (Proyecto RECIRC, financiado Consejo Europeo de Investigación, 2014-2020). El tema central de la reflexión de Coolahan y su equipo es cómo el género afecta a la recepción: cómo circularon los textos de mujeres, qué autoras fueron leídas, quiénes las leyeron o cómo se construyó la figura de autora. El enfoque del proyecto es claramente relacional y marcadamente centrado en el análisis de redes religiosas transnacionales y en el estudio del concepto de una república femenina internacional de las letras. Analizan, por ejemplo, cómo las órdenes religiosas católicas usaban redes transnacionales para la circulación y transmisión de escritos e ideas devocionales, y en este entramado España representó un foco de resistencia al protestantismo inglés. Estas comunidades católicas generaron todo un circuito y flujo de personas (para la fundación de conventos, por ejemplo) y de textos que se ilumina aplicando la metodología de redes. Paralelamente, a partir del concepto de república de las letras, estudian la participación de mujeres en la circulación de ideas en redes intelectuales de Europa, para lo que resulta fundamental la documentación epistolar, porque desde ella se reconstruyen comunidades virtuales formadas por individuos (emisores y destinatarios) entre los que circula un gran flujo de información donde analizar la participación de las mujeres y sus roles. La apuesta por esta metodología cuantitativa implica la incorporación de herramientas de las humanidades digitales, que en el caso del proyecto RECIRC da como resultado una base de datos que contiene exhaustiva información sobre la recepción de obras de escritoras y que arroja resultados sobre un total de mil ochocientas setenta y ocho autoras de casi todos los países europeos, siete mil trescientas diecinueve obras de autoría femenina y cuatro mil ochocientos cuarenta y cinco registros sobre recepciones de textos femeninos. Este conjunto de datos se proyecta en propuestas clasificadoras y taxonómicas de la información de gran utilidad para la aplicación a corpus y presupuestos de investigación con similares objetivos: la identificación de treinta y cuatro tipos de formas de recepción de los textos, una clasificación de formas de circulación textuales u otra de clases de agentes de recepción. Las investigaciones de Coolahan y su equipo abundan también en la dificultad de incorporar a las herramientas digitales las variables de espacio y tiempo cuando el corpus de estudio abarca cronologías relativamente amplias, como la que aquí nos ocupa de la primera Edad Moderna.

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El estudio de Carmen Sanz Ayán —que forma parte de la investigación colectiva del equipo NOBINCIS y HERMESP de la Universidad Complutense de Madrid, que ella dirige— se ubica en el campo de la sociología del libro y analiza las circunstancias sociales de la producción de impresos a través de un discurso muy concreto, las cartas dedicatorias, que permiten conocer las motivaciones culturales, económicas o políticas que reúnen a una serie de nombres en torno a la publicación de un texto. En el ámbito de la imprenta, la presencia de la mujer también se va revelando más frecuente de lo creíamos,11 generalmente porque heredaban de su marido, cuando se convertían en viudas, el negocio de los libros. Estas impresoras, tratantas o mercaderas de libros, como prefiere llamarlas Carmen Sanz Ayán, participan activamente en la industria editorial del momento, tanto en España como en Iberoamérica, y su actividad puede rastrearse y reconstruirse a través de las huellas que dejan no solo en los pies de imprentas, sino en diferentes documentos legales, como las licencias de impresión, y otro tipo de escritos que acompañaban a esta actividad, como las cartas dedicatorias, desde las que Sanz reconstruye el contexto personal y social en el que estas mujeres llevaban a cabo su actividad. Se hace patente en este estudio la necesidad de estudiar esta clase de documentación para conocer cómo era realmente sobre la participación de las mujeres en la cultura escrita. El análisis riguroso de Sanz sitúa a estas mujeres en un contexto profesional, en el que desempeñan una actividad empresarial, donde desarrollan unas prácticas y muestran unos conocimientos y habilidades de gestión del mundo impresor en los mismos términos que los de los hombres. Dos casos ejemplares de mercaderas se analizan en este artículo: el de María de Armenteros y María del Ribero. Desde ambos, Carmen Sanz Ayán extrae una serie de patrones que delimitan la actuación de estas mujeres. Primero, el entorno familiar es un factor fundamental: pertenecen a familias acomodadas, vinculadas al negocio de los libros, y se casan con hombres que desarrollan su actividad en este ámbito, por lo que estos modelos familiares son fundamentales para su aprendizaje. Segundo, los destinatarios de las cartas dedicatorias forman un entramado relacional con el que Armenteros 11   Jacobo Sanz Hermida, Mujeres de la imprenta madrileña (ss. xvi-xviii), Madrid, Turpin Editores, 2018.

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y Ribero buscan afianzar su negocio con diferentes estrategias: tejer redes de apoyos clientelares a través de la vinculación con personajes de influencia social y política; diversificar sus relaciones empresariales, para expandir el negocio desde Madrid a otros ámbitos geográficos en España e incluso fuera, y establecer redes de colaboración con otros impresores e impresoras del momento. En tercer lugar, se crea una red familiar donde las mujeres transmiten su conocimiento a hijos, hijas y yernos, de forma que el negocio impresor sigue garantizando en muchos casos la participación femenina. Estas mujeres crean para sus hijas modelos de dedicación profesional que estimulan las formas de agencia femenina. Y, en cuarto lugar, estas mujeres consolidaron una carrera profesional que, aunque no tuviera reconocimiento social, sí que demostró su probada habilidad en la gestión del libro impreso, como se reconstruye desde los documentos escritos que han sido brillantemente analizados por Carmen Sanz Ayán. El estudio que hace Laura Malo Barranco del entorno personal de la condesa de Aranda, Luisa María de Padilla y Manrique, desvela nuevas claves sobre los roles sociales, la agencia y el significado de la escritura en damas nobles del mundo moderno gracias a una investigación de archivo de las fuentes conservadas en el fondo documental de los condes. El entorno familiar, como patrón ya identificado, favorece determinadas actuaciones, por ejemplo, la educación de los hijos, que en el caso de la condesa se vierte a la escritura de tratados de educación de nobles. También son frecuentes las actuaciones relacionadas con el mecenazgo, que lleva a las mujeres a participar activamente en vínculos con comunidades religiosas, que en el caso de la condesa de Aranda son muy significativos, pues fundó y financió un convento de concepcionistas al lado del palacio de los condes en Épila, con religiosas con las que la escritora se había formado en su infancia en Burgos y a las que dedicó su obra Excelencias de la castidad. Luisa de Padilla aprovechó estas actuaciones legitimadas por su linaje social para autorizar una dedicación intelectual. La escritura se imbrica indisolublemente con estas experiencias vitales, que relacionan su agencia en la esfera aristocrática de su linaje con conexiones con destacados personajes del círculo cultural aragonés como Baltasar Gracián o Ustarroz. El trabajo de Cristina Hernández Casado se centra en las condiciones y circunstancias que permitían formas de agencia en actividades económicas,

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en el ámbito comercial y financiero. En estos casos el perfil socioeconómico se repite: generalmente viudas y procedentes de la llamada nueva nobleza, vinculadas a actividades mercantiles y muchas de origen converso y portugués. Hernández analiza los casos de Mencia de Andrade y Clara Gómez como comerciantes y de Beatriz Sampayo, Sebastiana de Paz y Beatriz de Silveira como banqueras en la primera mitad del xvii. El entorno familiar es también un patrón común que permite el desarrollo de esta agencia, pues gestionan los bienes familiares como viudas o ayudan al marido en estas actividades, pero en el proceso demuestran, incuestionablemente, su capacidad individual y su habilidad para tales tareas, que sin duda aprendieron en el entorno familiar, pero que fueron capaces de proyectar y mejorar por sí mismas. De forma complementaria a los casos anteriores, el trabajo de Pedro Urbano se sitúa también en la órbita de la agencia vinculada a la política monárquica, singularizada en el caso de Leonor de la Câmara al servicio de la futura reina de Portugal, María II. La familia de Leonor pertenecía a la alta aristocracia portuguesa y contaba con modelos femeninos muy activos, como su tía, la marquesa de Alorna, y familiares hombres que ocupaban altos puestos en la administración de la monarquía. Pedro Urbano estudia sus cartas para extraer de ellas el poderoso perfil de una mujer con amplio dominio de lenguas modernas, francés e inglés, y de materias muy alejadas de la formación femenina habitual incluso en la aristocracia, además de un interés constante en la política y vida pública de su momento. No se casó y, gracias a su vasta formación y a la influencia de su familia, especialmente de la marquesa de Alorna, consiguió el puesto de institutriz al servicio de la infanta y futura reina de Portugal exiliada en Inglaterra, para la que traza todo un plan de educación moldeado sobre los principios ilustrados. Las dificultades del contexto político de la familia real portuguesa, primero en Inglaterra, después en Brasil y en Francia, y las tensiones de la política interna provocan que Leonor sea despedida de su cargo por razones políticas. Disfrutará, no obstante, el resto de su vida de una pensión vitalicia, de la amistad de la reina y de distintos honores por haberse ocupado de la educación de la monarquía. Las cartas de Leonor tejen una tupida red de estrechas relaciones personales con la familia real y altos ministros de la política portuguesa de inicios del xviii, donde muestra una plena capacidad de desempeño de su cargo, no

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solo en la tarea concreta de la educación de una reina, sino en la actuación política que podía implicar una labor de ese tipo. Leonor se suma a los casos estudiados y a otros pendientes de atención de mujeres que demostraron su conocimiento, la independencia de su criterio y la capacidad de ejercer poder, o al menos influencia, en la más alta esfera de la política de su tiempo. A medida que avanza la Edad Moderna, es creciente la incorporación de las mujeres, sobre todo de las élites sociales, al espacio público con la ocupación de cargos donde podían ejercer cierto poder y autoridad, y en algunos casos se empieza a hacer de forma institucionalizada, como sucede en las Sociedades Económicas de Amigos del País. Estas instituciones crean nuevos espacios de intervención social y cultural para las mujeres, que en este caso se vincularon, como es habitual, a la enseñanza y la beneficencia, pero que les permitían compartir prácticas comunes de actuación pública y normalizar su presencia en ámbitos de visibilidad social. La participación en las Juntas de Damas de estas Sociedades se traducía también en escritos, discursos y elogios relacionados con las actividades que desarrollaban y que dejan constancia de los modos y prácticas que ejercían. Catherine M. Jaffe y Elisa Martín-Valdepeñas estudian la producción escrita (discursos, elogios, memoriales de gestión) de la Junta de Damas de Madrid y cómo se conforma sobre ella una red femenina cohesionada en torno el amparo institucional, que es el que crea la identidad de grupo y legitima la actividad pública de estas mujeres. Nos interesa subrayar, al hilo de las reflexiones de estas dos estudiosas, que es la identidad colectiva la que confiere autoridad a estas mujeres para enarbolar una gestión profesional de los asuntos educativos y de reforma social que se les permitía desempeñar, otorgándoles, además, un rol activo y central en la sociedad. La Junta de Damas permite, asimismo, su conexión con otras instituciones, que amplía exponencialmente la capacidad de estas mujeres de multiplicar sus relaciones y de conectar con nuevos espacios a los que, hasta ese momento, no accedían. La segunda sección del volumen acoge el análisis de redes de sociabilidad literaria que se desarrollan en el espacio público, en una esfera cortesana o como formas culturales de proyección ciudadana. La escritura jugaba un papel fundamental en el ocio cortesano de la primera Edad Moderna y las mujeres participaban en él de forma activa. M.ª  Carmen Marín Pina estudia el intercambio poético de motes entre

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damas de la corte con caballeros cortesanos a mediados del siglo xvi. Este juego literario revela una serie de prácticas literarias donde las mujeres tienen un claro papel protagonista, en colectivos femeninos de aristocráticas que asisten a la reina o princesa y que vivían así en palacio, en un espacio cerrado, jerarquizado y vigilado. Marín analiza seis series de motes en las que participan damas de la princesa Juana de Austria y de la reina Isabel de Valois, en torno a la década de 1560. El grupo de servidoras de ambas formaban colectivos separados pero vinculados por lazos de amistad o conocimiento personal directo. La red que une a estas mujeres es familiar entre ambas reinas y clientelar en el caso de su grupo de sirvientas, y a partir de la participación en el juego a través de la escritura de los motes se revelan conexiones personales que vinculan a algunas de ellas con conocidos escritores o personalidades de la vida cultural del momento. Los vínculos principales son de naturaleza clientelar, de parentesco o de amistad, pero el juego permite, en cualquier caso, a las mujeres experimentar y mostrar habilidades literarias individuales. Nuevamente, se pone el acento en un foco de participación de las mujeres en la vida cultural, en este caso en el ámbito del ocio literario cortesano, en el que tienen la oportunidad de mostrar sus habilidades con la escritura poética, su formación en letras y su dominio en la composición de versos y consiguen acceder a espacios de visibilidad normalizada en la producción y el consumo del entretenimiento literario. Comentábamos unas páginas atrás que la relación de las mujeres con la escritura en la primera Edad Moderna es conflictiva, en el sentido de que no son sujetos emisores legitimados en el sistema social y cultural del momento, de ahí que para autorizar su escritura acudan a distintas estrategias con el objeto de justificar y normalizar su transgresión de esa norma de silencio y de una presencia circunscrita al ámbito doméstico y privado y a roles fijados por un sistema patriarcal. La escritura constituye por sí misma una forma de agencia, que va acompañada de otras actuaciones con las que garantizan que su proyecto escrito llegue a publicarse y difundirse. Y, en este contexto, la búsqueda de redes de legitimación, a través del vínculo familiar o la conexión literaria, con personas que autoricen y respalden el escrito es fundamental. El análisis de Antía Tacón García se centra en el papel de las redes como estrategia de autorización en manos de las escritoras dramáticas del siglo xvii. Los

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casos de estudio que analiza son los más significativos del panorama teatral de ese momento: Feliciana Enríquez de Guzmán, Isabel Correa, Ana Caro, sor Juana Inés de la Cruz y Ángela de Acevedo. Las estrategias para buscar redes de apoyo son comunes, en el parecer de esta estudiosa: legitimación que procede del círculo familiar de alto linaje, con dedicación letrada o con puestos de poder, generalmente con agentes masculinos que actúan de intermediarios; reivindicación de una genealogía femenina y un tradición literaria de autoría femenina en la que se insertan, como una gran red de la República de las Letras, y configurar en términos simbólicos una red interpretativa de lectores ante los que justificar y pedir indulgencia para su escritura, como hacen muy hábilmente Caro, Correa o Zayas. Otro ejemplo de carrera profesional, también en el ámbito del teatro, como actriz, directora de compañía y autora, lo representa María de Navas, que vivió entre finales del xvii y principios del xviii. Marina Aguilar Salinas analiza en este volumen el entorno en que se movió y la controversia que generó en la sociedad del momento la libertad con la que Navas vivió, como mujer y como actriz, que queda documentada en una serie de impresos y manuscritos que circularon por el Madrid de finales del seiscientos. Esos libelos muestran una recepción negativa de su actividad pública, basada en los tópicos misóginos habituales de la tradición literaria, y que toma forma en una red de obstaculización asentada en la corte madrileña, a cuyos argumentos la actriz respondió con una imaginativa defensa de la libertad creadora. El papel de las redes sociales en el desarrollo de una carrera profesional dedicada a las letras se aborda en este volumen desde diferentes ópticas: Carmen Sanz Ayán estudia a las mujeres libreras, Marina Aguilar Salinas la profesión de actriz y Helena Establier Pérez analiza el caso de la autora más obstinada del siglo xviii, María Rosa Gálvez. Establier Pérez habla certeramente de redes cooperativas, que Gálvez va tejiendo en torno a sí con tres objetivos claros: publicar sus obras, recibir el mayor beneficio económico por ellas y consolidar, por ambas vías, su reputación literaria. Es un caso muy interesante porque explicita el beneficio material y simbólico que, con una clara conciencia de autoría, la escritora espera obtener de su entorno literario. El objetivo es claro, la proyección de su carrera literaria, para lo que Gálvez activa tres tipos de redes de apoyo: familiar, clientelar y literaria. Estas relaciones las reconstruye Establier Pérez desde su biografía y sus escri-

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tos: cartas, obra poética y obra dramática. La dramaturga malagueña supo rentabilizar las conexiones familiares con primos y tíos, que ocuparon cargos relevantes en la administración de Carlos IV, para implicar a las instituciones político-culturales en la impresión de sus obras. La búsqueda de mecenazgo para publicar sus textos y estrenar sus piezas dramáticas en los teatros del Madrid del momento la lleva también a expandir redes de tipo clientelar, cuya figura principal es Manuel Godoy. Y también se conecta la autora con los principales intelectuales y literatos de la sociedad ilustrada del momento, entre los que sobresale Quintana, para legitimar una carrera donde su convicción personal fue el principal motor. Estudios de Nieves Baranda, M.ª Carmen Marín Pina, Inmaculada Osuna Rodríguez o María D. Martos en los últimos años vienen señalando la amplia y significativa participación femenina en determinados fenómenos socioliterarios del Barroco, como la escritura de preliminares poéticos, los certámenes y las justas poéticas. Las características de esta participación están muy condicionadas por las formas de sociabilidad literaria y son determinantes en ellas las redes personales, familiares, de amistad y clientelares, pues estas formas culturales funcionaban como espacios de visibilidad social y vehículos de transmisión ideológica utilizados por los aparatos de poder. El perfil de participantes que nos encontramos suele ser el de nombres aislados de mujeres que escribieron en muchas ocasiones un solo poema, aunque también se dan casos de algunas con un perfil literario más completo y vínculos personales, familiares o conexiones literarias con escritores de gran presencia en los principales núcleos culturales del momento: Madrid, Aragón, Sevilla, Granada, Cataluña o Valencia. En estas prácticas literarias, se enmarca el estudio de Inmaculada Osuna Rodríguez, que plantea un análisis de la sociabilidad femenina en una localización espacial concreta, la Granada de los siglos xvii y xviii. La cartografía que ofrece Osuna Rodríguez de esta poesía ciudadana incluye redes de conexiones en el ámbito religioso, en el profesional letrado o en contextos de cultura festiva donde participan mujeres de posición acomodada, laicas y religiosas, de la aristocracia local o del incipiente sector burgués, conectadas por lazos en muchas ocasiones familiares con los organizadores de estos certámenes. Como explica Osuna Rodríguez, en un panorama de casi dos siglos emergen nombres de mujeres de las que apenas conocemos algunos poemas, pero que dejan testimonio de

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su actuación en este tipo de poesía ciudadana y festiva, en la que insertan sus voces y sus textos. El mapa que arroja este panorama es un conjunto de nombres poco conectados entre sí, una participación femenina sostenida pero irregular, a causa de los pocos datos conservados. Sí se atisban conexiones personales y familiares de las mujeres con los medios literarios locales, que es lo que en muchas ocasiones autorizaba su participación en estos certámenes y su presencia en las crónicas impresas de los mismos. El estudio de Paula Almeida Mendes actúa de bisagra entre la esfera conventual y pública porque plantea el distinto paradigma que representa la escritura femenina laica en Portugal respecto al caso español, mucho más minoritaria y necesitada de legitimación, en un contexto social más restrictivo con la visibilidad pública de la mujer y donde las redes de amistad y solidaridad cobran nuevos significados. Nos hemos ya referido a cómo estas redes funcionan en muchos casos como instrumentos de legitimación. Las familiares son fundamentales para la circulación, difusión y publicación de escritos femeninos, porque es precisamente el vínculo familiar el que legitima la escritura, como Paula Almeida Mendes constata en el caso de la escritura de poemas preliminares de mujeres de las que apenas se conocen textos sueltos y ningún dato sobre su vida y actividad literaria, como ejemplifican las figuras de Paula de Sá Pereira, Joana de Portugal, Violante Joana Mascarenhas o Inácia Xavier, entre otras. La última sección de este volumen analiza redes de sociabilidad que se conforman en el espacio conventual. Los roles de mediación juegan un papel muy relevante en las redes femeninas de la primera Edad Moderna, como venimos comentando. Estos se hacen muy evidentes en determinados géneros literarios como las autobiografías. Helena Casas Perpinyà se detiene en un movimiento femenino a medio camino entre lo laico y lo religioso que es fundamental para entender la conformación de la subjetividad femenina de la primera Edad Moderna: las beguinas. Este movimiento configuró un grupo o comunidad conformado simbólicamente lejos del dominio masculino y que les permitía articular una relación feminizada y directa con Dios, en una clara apuesta por una forma de religiosidad libre, que fue castigada por la ortodoxia católica, pero que no consiguió acabar con estas mujeres. La comunidad de las beguinas resulta especialmente interesante desde la perspectiva de análisis que propo-

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nemos porque fomentó una red de apoyo y solidaridad donde participaban monjas, aristócratas, una incipiente nueva nobleza o burguesía de mujeres que aspiraban a una espiritualidad libre y a una independencia personal, que se materializó en la enseñanza y también en la intervención política, como muestra el caso ejemplar de Cifre, que analiza Helena Casas Perpinyà a través del estudio de su vida. Las beguinas tenían una elevada formación en lenguas y defendían una espiritualidad vivida en términos de libertad, lo que las condujo en ocasiones a ejercer de maestras y a difundir su doctrina y modo vida entre otras mujeres, creando una red y una comunidad que vivía bajo una identidad propia. El texto escrito sirve en estos casos de testimonio de autoridad de la experiencia religiosa de estas mujeres, claramente inserta en la tradición mística. Larissa de Macedo Raymundo, por su parte, estudia las comunidades religiosas carmelitas reformadas y las dinámicas de cohesión que generan en ellas las formas de literatura conventual, siguiendo el modelo de santa Teresa: celebraciones litúrgicas, horas de lecturas comunitarias y la existencia de una biblioteca común, todo ello con el propósito de animar la participación directa de las monjas en una liturgia festiva y participativa donde lo literario jugaba un papel protagonista. De nuevo, volvemos a un conjunto de prácticas que cohesionan a la comunidad femenina en torno a una serie de actividades que se vinculan a la lectura, la escritura y la música, en este caso como vehículo de transmisión de contenidos doctrinales y espirituales. El estudio de Larissa de Macedo Raymundo reconstruye este contexto a partir del análisis de la comunidad carmelita del convento de la Concepción del Carmen de Valladolid, el Libro de romances y coplas de las monjas de este convento y el Libro de Conzetos Spiritvales Conpuesto por Juana de Iesus Carmelita Descalza año 1604, del convento de San José de Medina del Campo, ambos de Valladolid. Subraya cómo el modelo teresiano fomentaba la interrelación social de las monjas en torno a la circulación de textos manuscritos y poéticos, lo que favoreció y estimuló la producción ascética y mística femenina, principalmente con piezas teatrales, villancicos, coplas, romances, etc. Las redes son también un instrumento de análisis para acercarnos de forma muy viva a los apoyos con los que contaron o las dificultades a las que se enfrentaron las mujeres para poder escribir, como se ha venido insistiendo a lo largo de esta presentación. Muy ilustrativo a este respecto es el caso anali-

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zado por Ángeles de la Cámara Maneiro sobre sor Mariana de Jesús, monja clarisa en Trujillo, Cáceres, quien, desde este espacio alejado de cualquier centro de poder, desplegó una red de contactos que fue fundamental para la conservación de sus escritos. Sus cartas crean una red de destinatarios entre los que se conserva la noticia de su actividad escrita, que se completa con datos que aparecen en los paratextos de su obra y con la vida que escribió sobre ella una hermana de su convento después de su muerte. Este entramado textual permite reconstruir las relaciones de Mariana con su entorno conventual y fuera de los límites del monasterio. Su obra, un relato de la vida de Jesús titulado Espexo purísimo, se conservó gracias a la copia que envió a un conocido en Madrid. Las cartas reconstruyen una red de personas dentro del convento que se oponía a que sor Mariana asumiera funciones de responsabilidad y censuraban su actitud poco apegada a la ortodoxia religiosa en la gestión de asuntos rutinarios de la vida conventual. A causa de estas actitudes recibió denuncias internas de su propio claustro y del confesor, castigos y la obligación de quemar sus textos, pero los manuscritos conservados demuestran que su obra circuló por los conventos madrileños e incluso un volumen llegó a la biblioteca de Felipe V. Sor Mariana defendió su escritura con rotundidad, a pesar de la obstaculización de su entorno, y activó una red de circulación de sus escritos con la que logró que la obra se difundiera fuera del monasterio y llegara su noticia hasta nosotros. En el entramado textual de un libro, los paratextos son una fuente fundamental para el estudio de las relaciones personales y literarias de los autores con su entorno social y con el medio cultural, como ya se ha comentado. Ana Reis aplica un análisis cuantitativo a la presencia femenina de dedicatarias en obras religiosas portuguesas publicadas en los siglos xvii y xviii. En el perfil de las dedicatarias se aprecia variedad, pero bajo patrones comunes: se trata de religiosas, bien vinculadas por relaciones de afecto, o dedicatorias colectivas a las hermanas de la comunidad religiosa; también otras religiosas, que constituían modelos de autoridad literaria, como el caso de Violante do Céu, y finalmente conexiones clientelares sobre una relación previa de amistad, en el caso de la duquesa de Medinaceli. El trabajo de Pedro Álvarez-Cifuentes en esta misma esfera de literatura conventual reconstruye la red que vincula a la poeta sor Violante do Céu con la familia real portuguesa. Este entramado relacional es reconstruido por este

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estudioso a partir de los textos, impresos y algunos inéditos, dados a conocer en este artículo, que la poeta portuguesa escribió desde su juventud hasta el final de su vida, de forma continuada y sostenida, a distintos miembros de la alta aristocracia de Lisboa, en cuyo convento de la Rosa profesó como monja y vivió una larga vida. Los poemas de sor Violante dedicados a los miembros de la casa de Braganza, desde el rey y la reina hasta otros ilustres miembros de la familia real, más o menos próximos, muestran a una escritora claramente conectada con las esferas del poder político del momento y que usa su escritura para fomentar esos vínculos clientelares con distintos objetivos: dar difusión a su obra u obtener beneficios para la comunidad dominica del convento. En esta red los poemas son el centro de un intercambio simbólico que permitía a las mujeres ejercer la autoridad de la escritura con plena legitimación. De este estudio de caso, se extraen algunas conclusiones que nos permiten establecer patrones generales. Primero, las comunidades religiosas que acogían como novicias a mujeres de la alta aristocracia, y, por tanto, con una elevada formación y con un círculo de contactos, generan una producción poética o autobiográfica que trasciende los límites del convento. Segundo, la relevancia de los vínculos de comunidades religiosas de todas las órdenes (dominicas, clarisas, carmelitas) con casas aristocráticas, entre las que se tejen relaciones de tipo clientelar, en muchas ocasiones favorecidas por vínculos familiares o de patrocinio. El análisis de Verònica Zaragoza Gómez contribuye a ese trazado de redes editoriales en la producción literaria femenina de la primera Edad Moderna, que en este caso se conforma en torno a los primeros manuscritos que Hipólita de Rocabertí da a la imprenta, concretamente el tomo primero y segundo de los Tratados espirituales. Sus datos de análisis proceden de los paratextos, que la estudiosa sitúa en el contexto político que medió para publicación: la guerra dels Segadors y la Barcelona cesionista inmediatamente posterior a la revuelta de 1640, marcada por el distanciamiento de las clases dirigentes catalanas de la política de Felipe IV. Los paratextos, siguiendo la propuesta metodológica de BIESES, que han aplicado estudios de este volumen ya comentados (Tacón García, Establier Pérez, Cámara o Reis), visibilizan la red de apoyo que conduce a la publicación de las obras de autoría femenina en un doble sentido: elementos simbólicos de autorización y legitimación de la escritura y elementos materiales de financia-

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ción. En un análisis minucioso, Zaragoza Gómez cartografía una red de apoyo donde confluye la comunidad de religiosas de la que sor Hipólita formaba parte, la cúpula del poder eclesiástico barcelonés, instituciones políticas que buscaban un programa de propaganda para la causa secesionista y figuras de la élite cultural y social de la ciudad catalana, con los Fontanella, además de los vínculos que la red familiar de Hipólita tenía con el convento y con las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad. Todo ello compone un completo mapa de intereses comunes y beneficios materiales y simbólicos que Hipólita supo, asimismo, instrumentalizar para su proyecto personal e identidad autorial. En este mismo contexto conventual, el estudio de Carlos Mata Induráin se centra en el entorno de escritura de la religiosa clarisa tudelana sor Jerónima de la Ascensión y en la poesía incluida en sus Ejercicios espirituales (1661). Como venimos viendo, en estas comunidades conventuales, la circulación de textos de distinto tipo —biografías, autobiografías, textos literarios asociados a la liturgia, vidas de santos, escritos místicos o cartas de edificación— crean distintos tipos de redes, que conectan a las religiosas con la vida extramuros. Todos estos escritos dejan testimonio del entorno de estas religiosas y de su actuación en él y vierten en ellos, además, el testimonio de una experiencia de vida en un espacio y tiempo dados. En el último trabajo que se incluye en este volumen, Mercedes Marcos Sánchez estudia la red de circulación de cartas de edificación de las agustinas descalzas del convento del Corpus Christi de Murcia, que daban noticia de la muerte de una hermana a los miembros de la comunidad religiosa para que se celebraran las correspondientes oraciones por el alma de la difunta. Estas cartas se imprimían o se copiaban manuscritas para enviar a toda la comunidad. Aplicando la metodología de redes y la visualización de estas en grafos, Marcos Sánchez analiza la red socioespiritual que se crea entre dos comunidades femeninas religiosas, las agustinas descalzas del referido convento y las capuchinas, desvelando cómo las monjas estaban conectadas por lazos familiares y de afecto personal. La red de conexiones personales favorece, asimismo, el trasvase de costumbres y modelos de una comunidad a otra, que sin duda enriqueció la vida de estos colectivos y la expandió más allá de los límites físicos y espirituales del convento. Una de las conclusiones más relevantes que extraemos de los estudios que componen este volumen es el cuestionamiento y el fin de la idea de la excep-

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cionalidad de la agencia femenina en el campo literario, cultural y social de la primera Edad Moderna. Las mujeres participaron como impresoras, gestoras de negocios, actrices o escritoras en el pleno sentido del término. En su actuación manejaron con inteligencia las posibilidades de su entorno familiar y social, diseñaron con habilidad un tejido de relaciones en el que legitimar su actividad y su intervención en el medio social que, si bien no era aceptada, sí que fue real, como demuestran todos los casos estudiados y muchos aún pendientes de analizar y en los que seguiremos trabajando. Es fundamental detectar patrones sobre estos casos de análisis que nos permitan ir trazando una historia completa de la presencia de la mujer en la cultura de la Edad Moderna. Y para ello son esenciales también las metodologías cuantitativas y distantes que, con las herramientas digitales, nos permitan trabajar con grandes cantidades de datos e información sobre estas mujeres. Son muchas las preguntas que siguen esperando respuestas y estudios que las aborden con el rigor y entusiasmo intelectuales con que hemos tratado de hacerlo aquí.

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The Reception and Circulation of Early Modern Women’s Writing, 1550-1700 (RECIRC): Quantitative Methodologies and Digital Resource Marie-Louise Coolahan National University of Ireland Galway

What impact did early modern women writers make in their own time? This is the question at the centre of the “RECIRC” project: “The Reception and Circulation of Early Modern Women’s Writing, 1550-1700”. Funded by the European Research Council from 2014 to 2020, the project involved a team of eleven researchers in all, based at the National University of Ireland Galway, focused on producing a large-scale, quantitative analysis of the reception and circulation of women’s writing from 1550 to 1700.1 Our remit included writers who were known and read in Britain and Ireland as well as women born and resident in Anglophone countries. Therefore, the subject of study was not limited to authors who wrote in English. Inspired by pioneering projects such as BIESES (Bibliografía de Escritoras Españolas), one of its major outputs is an open-access digital resource that offers multiple routes into visualising, understanding, and re-using our findings. What follows is an account of the critical contexts informing the project, its key research questions and hypotheses, its methodologies, and the design and structure of RECIRC’s online research resource. RECIRC’s critical landscape combines the history of reading, feminist history, and digital humanities. As scholarly attention has shifted from the history of books to the history of how they were read, the imperative to 1   Research for this chapter was funded by the European Research Council under the European Union’s Seventh Framework Programme (FP/2007-2013 / ERC Grant Agreement n. 615545).

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develop rigorous quantitative methodologies has come to the fore. This is particularly the case for the early modern period, which poses particular challenges for digitisation at-scale and data standardisation. Manuscript culture thrived alongside print, partly because it retained the possibility of circumscribing and controlling one’s readership —a mechanism of especial appeal to women writers—, as Margaret Ezell (1993) first demonstrated. The processes of book making, compilation, and collecting were fluid and dynamic rather than established and systematised. Therefore, the most influential histories of Anglophone reading in this period have tended to focus on case studies of eminent (usually male) individuals’ reading (Jardine and Grafton, 1990) of particular works and authors (Hackel, 2005: 137-95; Roberts, 2003), or on annotations and marginalia in printed books (Sherman, 2008; Acheson, 2019). Where reception history has combined with feminist scholarship, it has tended to produce important histories of women as readers rather than how women were read (Hackel and Kelly, 2008; Cruz and Hernández, 2011; Knight, White and Sauer, 2018). The digital landscape has proved more fertile for scholarship on the print culture of the later eighteenth, nineteenth, and twentieth centuries, devising “distant reading” models for literary analysis.2 Franco Moretti’s (2009) longitudinal study of novel titles published between 1740 and 1850 sits alongside studies such as Katherine Bode’s (2012) new history of the Australian novel, based on the AustLit digital archive, and the recent “midrange reading” analysis of twenty-first-century readers’ engagements with Victorian fiction by Karen Bourrier and Mike Thelwall (2020), via sources such as Goodreads ratings and reviews. Innovative feminist reception studies —such as the application of topic modelling to understanding reviews of female-authored novels by Sarah Connell and Julia Flanders (2020) of the Women Writers Project— are supported by the professionalisation of the literary field and dominance of print from the turn of the eighteenth century. The pioneering Reading Experience Database (RED), although promising coverage from 1450 to 1945, is heavily weighted toward the nineteenth century (a product 2   For an ongoing project working on developing distant reading techniques for a multilingual corpus, see Distant Reading for European Literary History (COST Action CA16204): https://www.distant-reading.net/.

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as much of funding as medium). READ-IT: Reading Europe Advanced Data Investigation Tool (2018-2021), which aims to scale up, joining forces with cognate projects concerned with the history of reading in Europe, begins at the eighteenth century. Cognate projects, such as NEWW: New approaches to European Women’s Writing and Travelling TexTs 1790-1914 (2013-2016) illuminate the transnational impact of women’s texts, primarily of the eighteenth and nineteenth centuries. Print culture has become ever more amenable to quantitative literary study, as the provision of resources such as the Digital Miscellanies Index (DMI), focused on poetry miscellanies printed between 1680 and 1800 shows (Williams and Batt, 2017). Again, aggregation of resources has emerged as a key priority: the second phase of this project, currently underway, aims to integrate the Index of Poetry in Printed Miscellanies, 1640-1682 and Verse Miscellanies Online with the DMI, creating a resource that will be a “fully searchable, interlinked database with records spanning the period 1557 to 1780”.3 Developments in full-text searchability are expanding into early modern print culture; almost half the corpus of Early English Books Online (EEBO) is now available for quantitative analysis thanks to the Text Creation Partnership.4 The digital humanities bias toward print primary sources has evolved since the inception of the RECIRC project. Jardine and Grafton’s seminal work on Gabriel Harvey’s reading of classical authors has inspired the online Archaeology of Reading (AOR). What is of particular note here for reception studies is its taxonomy of annotations, which can be compared and searched across a corpus of 36 “fully digitized and searchable versions of early printed books filled with tens of thousands of handwritten notes” (AOR), from the libraries of the scholar, Gabriel Harvey, and mathematician and astrologer, John Dee. Early Modern Manuscripts Online (EMMO), run by the Folger Shakespeare Library, is producing a searchable website of manuscripts (at the time of writing, letters, although many other genres are envisaged) with high-quality digital images with transcriptions of the texts. Crowdsourcing

  http://digitalmiscellaniesindex.blogspot.com/p/work-in-progress.html.   https://textcreationpartnership.org/tcp-texts/eebo-tcp-early-english-books-online/.

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is their answer to the logistical challenge of digitising handwritten texts.5 An alternative solution is proposed by Transkribus, a platform developing Handwritten Text Recognition as an automated corollary to OCR (automated character recognition). RECIRC is not concerned with a case-study approach that centres around the reception of the individual, canonical author. Rather, it aims at a quantitative analysis that will yield new information about how gender affects reception and how women writers were read in early modern Europe. The project’s key research questions are: How did texts by women circulate? Which female authors were read? Who read them? How were they read? How did women build reputations as writers in the early modern period? How did gender shape ideas about authorship in the period? Parameters were imposed in terms of language, text, and authorship. As noted above, although limited to the English-speaking world, this encompasses the reception or circulation of non-Anglophone women writers; thus, if we found evidence that Teresa de Ávila was being read, in Castilian Spanish or any other language, that was included. Writing is broadly interpreted to include all forms: letters and prayers as well as verse and drama. We excluded accounts, recipes, and wills, primarily for logistical reasons. The study of recipe books has burgeoned as a field in its own right. Books containing culinary and medical recipes (or “receipts”, in early modern English) have benefited from a surge of scholarly interest, dovetailing as they do the history of material and food culture with the history of science and women’s writing (Laroche, 2009 and 2018; DiMeo and Pennell, 2013; Shanahan, 2014; Wall, 2015; Leong, 2018). Wills and account books yield many insights into women’s lives and agency; however, they differ generically from the writerly texts we were focused on, also warranting analysis on their own terms.6 Similarly, we excluded pro forma state papers because the authorising 5   See also Scriptorium: Medieval and Early Modern Manuscripts Online (2006-2009), now absorbed into the Cambridge Digital Library (https://cudl.lib.cam.ac.uk/collections/scriptorium) and the transcription communities, EMROC: Early Modern Recipes Online Collective (https://emroc.hypotheses.org/) and EMPOP: Early Modern Poetry Online Project (https:// empop.hypotheses.org/). 6  See James (2015) for analysis of more than 1,200 wills. Wills have proven increasingly fruitful for the Private Libraries in Renaissance England project. Initially focused on collections

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signature of a queen (almost all early modern queens were authors of letters, translations, and verse), although signalling power and agency, is quotidian in the context of affairs of state. The profusion of such papers, essential to the running of the state, would have been too great a distraction from our pursuit of evidence relating to the different ways in which women were read. But the matter of female authorship is more vexed than defining textual genre. For RECIRC’s purposes, a woman is considered an author if she is known to have written any sustained text, or if she was the attributed author of a text, in the period. Early modern attribution and beliefs —whether rumor or not— are important to RECIRC because we were trying to uncover contemporary reputation. For this reason, Frances Howard, the centre of two court scandals —her 1613 suit for annulment of her first marriage on grounds of her husband’s impotence; and 1616 trial for the murder of Thomas Overbury, an opponent of her second marriage— is considered the author of the poem “Why were we maids, made wives”.7 This poem articulates an unwilling virgin’s victimhood in an unconsummated marriage, a tempting yet dubious ascription of authorship. Howard’s association with the poem’s composition is due to her infamy but, in the context of reception, is vital to the bigger picture of ideas about female authorship in the period (Lindley, 1993; Swann, 2020). We also sought to capture pseudonymous verse, as being illustrative of expectations, assumptions, and preconceptions about the female voice. Hence, the circulation of a poem such as “An Elegie don by a sad lady” is considered for RECIRC purposes to have been authored by “a

associated with Oxford University, more recent volumes have expanded the terrain to include women’s booklists, many culled from wills: https://plre.folger.edu/. For further details, see Black, 2018. 7   This attribution occurs in Bodleian Library, Oxford, Ashmole MS 38, p. 50. The poem is unattributed in four other manuscript copies: Harvard MS Eng 540; British Library, London, Egerton MS 2026, fol. 66v; Houghton Library, Cambridge, MA., f MS Eng 626, fol. 1v; Rosenbach Museum and Library, Philadelphia, MS 239/23, pp. 58-9. For the latter three instances, see RECIRC, https://recirc.nuigalway.ie/receptions/reception/3933, https:// recirc.nuigalway.ie/receptions/reception/4669, and https://recirc.nuigalway.ie/receptions/ reception/4707, respectively. See also the Union First Line Index of English Verse, https://firstlines.folger.edu/search.php?val1=why+were+we+maids#results.

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sad lady”.8 This openness toward anonymous and pseudonymous voices allows us to capture as wide as possible an array of attributions to women and, harvesting all non-male voices within the male/female binary, permits us to probe essentialist formulations (see also Coolahan and McCarthy, 2020; Smith, 2020). The project devised four methodological approaches to explore these research questions, centring on transnational religious networks, the international republic of letters, the manuscript miscellany, and book ownership. Organised into “work packages”, each sought to test a specific category of primary materials against the hypothesis that it formed a distinct channel of access to the reception and/or circulation of women’s writing. The impetus behind “Work Package 1” (researchers Emilie Murphy and Bronagh McShane) lay in the recognition that Catholic religious orders were particularly rich in transnational reception networks that facilitated the translation and transmission of devotional and polemical writing across international boundaries. This was particularly important for British and Irish Catholics, who had to operate clandestinely at home and move to continental Europe to pursue a religious vocation. The first exiled convent set up specifically to address the needs of English women with vocations was founded in Brussels in 1598; a further 21 such convents followed (Bowden and Kelly, 2013; Who Were the Nuns?). Spain was a major draw for those seeking to promote Counter-Reformation resistance in England. Spanish audiences were crucial to building allies and promoting international understanding of religious persecution. A work such as Historia particular de la persecución de Inglaterra (Madrid, 1599), produced by Diego de Yepes in collaboration with the English Jesuit Joseph Creswell, made use of upto-the-minute martyrological accounts such as that of the execution of Fr. John Cornelius, written by Dorothy Arundell. Arundell was a co-founder of the English Benedictine convent in Brussels. Her account also travelled; translated from English into Spanish, Italian, and Latin; printed in Madrid, Rome, Bologna and Lyon (Coolahan, 2012; Patton, 2016). The Irish nun, Mother Mary Bonaventure Browne, fled Galway after 1653. She settled in 8   British Library, London, MS Harley 3910, ff. 35v-36r; RECIRC, https://recirc.nuigalway.ie/receptions/reception/3833.

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Madrid, in the convent of Cavallero de Gracia, where she composed eleven tracts, only one of which (her chronicle history of the Irish Poor Clares) apparently survives. The reception of her work in a Franciscan bibliography, Bibliotheca universa franciscana (Madrid, 1732), compiled by Fr. Joanne à s. Antonio Salmantino, provides an account of the other ten works; he attested to having seen them in “the commissary of the Irish at Madrid” (Salmantino, 1732/1966: II, 328; Coolahan, 2010: 81-101). (Now lost, I cannot resist the opportunity to include this account here in the hope that researchers in Spanish archives might locate these works.) Such materials were the springboard for this RECIRC “work package”, which sought to map the transmission and translation of texts among Catholic communities via martyrologies and bibliographies of the various orders, as well as texts produced within individual convents and circulated thereafter. Our investigation of the international republic of letters as the locus for the circulation of ideas by women and their forging of new intellectual networks across Europe (“Work Package 2”; researchers Evan Bourke and Felicity Maxwell) quickly revealed the level of women’s involvement —to the extent that we never moved past our first scientific correspondence network. Inspired by the work of Carol Pal (2012), in particular, we began with the epistolary community associated with Samuel Hartlib. Hartlib migrated to England from Poland in 1628 and operated a scriptorium whereby the newest ideas and information relating to scientific and religious advances would be circulated. Hartlib’s circle included women such as Katherine Jones, Viscountess Ranelagh (1615-1691) —lauded by Gilbert Burnet in 1692 as “the greatest Figure in all the Revolutions of these Kingdoms for above fifty Years, of any Woman of our Age” (Burnet, 1692: 33)— and Dorothy Moore Dury (1613-1664). Evan Bourke (2017; 2018) has applied the techniques of social network analysis to establish how influential Moore and Ranelagh were. Of 766 network participants, they were in the core network of 31 people. Moreover, they were important to the flow of information, independently of the two linchpins of the network (Samuel Hartlib and John Dury). If we approach correspondence not only with a view to addressees and recipients but also to mentions —specifically, references to a woman or a female-authored text— we expand our understanding of the texture of the network and women’s embeddedness in it.

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“Work Package 3” (researchers Sajed Chowdhury and Erin McCarthy) addressed the reception of women’s writing in early modern manuscript culture by focusing on a specific category: the manuscript miscellany. Manuscript miscellanies —compilations of miscellaneous texts by different writers— are rich in reception context (Marotti, 1995; Beal, 1998; Burke and Gibson, 2004; Eckhardt and Smith, 2014). The juxtaposition of a woman’s text with others is suggestive of the ways in which it was read or used. The mode of copying —excerpting, revising, splicing together with other texts— can change the text in ways that reveal how it was valued and what it communicated to contemporary readers. On a basic level, we wanted to discover which texts by women were compiled in manuscript miscellanies. What are the conditions in which female authors were referred to, cited, quoted or adapted? For example, the botanist and physician Nehemiah Grew, fellow and secretary of the Royal Society (the London institution founded in 1660 to promote empirical science) made summary notes of Margaret Cavendish’s Philosophical and Physical Opinions (1655) in his manuscript notebook. Headed “The Marchioness of Newcastle Her Philosophy Compendiumd”, Grew jotted down his notes on her ideas about motion. Following this in the manuscript, he transcribed Cavendish’s poem, “The Diacritical Centres”.9 The context in which Cavendish’s work is compiled and engaged with here —a miscellany overtly concerned with matters philosophical and scientific, and immediately alongside Grew’s notes on Thomas Stanley and George Sandys— demonstrates serious engagement with her ideas. Justin Begley’s analysis of how Grew read and emended Cavendish proposes that she influenced the development of his vital substance theory prior to the publication of The Anatomy of Plants (1682); and that he refuted her thinking by 1701, when he published Cosmologia Sacra (Begley, 2017). “Work Package 4” (researcher Mark Empey) investigated the transmission of women’s texts by focusing on book ownership. We began with auction catalogues: printed lists advertising book sales at public auction. A phenomenon of the eighteenth century, there are nevertheless more than 400 auction catalogues for the period 1676-1700 in England. Because we were 9   British Library, London, UK, Sloane MS 1950, ff. 35r-38v; RECIRC, https://recirc.nuigalway.ie/receptions/reception/723, https://recirc.nuigalway.ie/receptions/reception/4960.

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interested in studying coherent collections amassed by an individual, however, we excluded trade-only sales (Coolahan and Empey, 2016). Moreover, as the project developed, we moved beyond auction catalogues to consult library catalogues compiled for private individuals, book lists, inventories, and wills. At the time of writing, RECIRC contains data relating to women’s texts in 34 auction catalogues, seven booklists, three inventories, and six library catalogues. For example, Bibliotheca Illustris, a 1687 auction catalogue which advertised the sale of libraries collected by William Cecil, Lord Burghley, and Robert Bruce, Earl of Elgin, included an English translation listed as “[item] 234 The Life and Works of the Holy Mother S Teresa of Avila 1675”. This 1675 edition contained Teresa’s autobiography within the works; thus, our metric returns this as two distinct works, contained within a single catalogue item. These constitute two of 29 female-authored works listed in this auction catalogue (which comprised 4,063 books in total).10 The potential for seeing the bigger picture —for example, of attribution practices in early modern library catalogues— or patterns previously invisible to scholars who have been focused on the qualitative methods of case studies, represents the big promise of digital humanities. The RECIRC team, with developer David Kelly, designed and built an online relational database in order to enable our researchers (who were often working in different archives at the same time) to store and share their findings, as well as to facilitate comparison and analysis during the project’s later phase. We aimed to harvest and process large quantities of material while working in the relevant archives, without getting bogged down in questions of close reading and qualitative interpretation in situ. More specifically, we sought to scan materials efficiently to find evidence of the reception or circulation of women’s writing, then classify and record it in our database for later in-depth analysis. Having designed this as a team-specific storage and research tool, we ultimately decided to re-design the interface as an open-access resource that might serve as a source for others. 10   Bibliotheca illustris (London, 1687 [EEBO Wing/A801A; ESTC R33912]), p. 74/ sig. Uv; RECIRC, https://recirc.nuigalway.ie/receptions/reception/2339. For the full list of all receptions in this catalogue, included 29 female-authored works, see RECIRC, https://recirc. nuigalway.ie/sources/source/655.

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The initial phase of database design, which included a pilot testing period, took six months. First, we compiled a full list of all known female authors from classical to early modern times, using anthologies, encyclopedias, digital resources, and scholarly editions.11 We distinguished between Anglophone and non-Anglophone authors in terms of the granularity of female-authored texts. For the former, each known textual unit (for example, a poem or letter) was identified by title and first line or incipit. Where non-Anglophone authors were concerned, each printed work was listed, and individual texts were added on a case-by-case basis, as reception or circulation evidence was encountered. This distinction was made for logistical reasons; as the project was limited to reception and circulation in the Englishspeaking world, we could not be confident of finding information about non-Anglophone authors but wanted to be in a position to enter such data where we encountered it. Our compromise position allowed us to complete the data entry of authors and texts within a manageable period of time, while retaining the possibility of adding women writers received and circulated by their English-speaking contemporaries. Lest this decision appear precipitate, it should be observed that these limits nevertheless produced a database that contains 1,878 female authors —from England, Ireland, Scotland, Wales, North America, the Low Countries, Denmark, Germany, France, Italy, Spain, Portugal, from classical to early modern times— and 7,319 works composed by these women. Had we sought comprehensive inclusion of every known work by women in all languages, we would have had to jettison our overriding interest in reception and circulation. Within these parameters, RECIRC can be used as a catalogue of female authors and their works. The linchpin of quantitative analysis is comparability, which is grounded in taxonomy. “All computing requires classing or categorizing things, and any computational work that goes beyond the rendering of relatively static materials […] to the organization of bodies of content for search and analysis —whether building archives, text mining, text encoding, or building databases— relies on classification as a condition of possibility” writes Susan Brown, in a recent article that argues for provisionality and contingency in 11 

For works consulted, see https://recirc.nuigalway.ie/about-data/women-writers-cata

logue.

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the evolution of digital data and classificatory models (Brown, 2020: 166; also Coolahan and McCarthy, 2020). The challenge is to systematise early modern materials so that metadata categories are accurate yet applicable to multiple cases, and thereby achieve some degree of universality. Two key definitions underpin our taxonomies of reception and circulation. For RECIRC, “reception” is defined as a record of engagement with a female author and/or her work. By diverging from more tightly focused determinations such as the RED’s demarcation of a “reading experience” as “a recorded engagement with a written or printed text beyond the mere fact of possession” (RED), our more capacious approach to reception enabled us to capture evidence of reputation. For example, allusion to a female author (a mention; classed as “Reference to Named Author” in RECIRC) is by far the largest category of reception we found. This may reflect, of course, the greater visibility of names; but, when disaggregated from associations with writing, it can be revelatory of the ways in which a female author’s name was invoked (whether approvingly or disparagingly) and recycled. Our taxonomy of the types of reception was informed by such pioneering projects as RED and NEWW and refined with reference to works like Peter Beal’s Dictionary of Manuscript Terminology. Our original researcher-oriented database allowed for the following 34 types of reception: adaptation, annotation, answer, citation, dedication, diagram, drama, drawing, embroidery, equation, excerpt, extended commentary, funeral sermon, horoscope, imitation, marginalia, music-setting, obituary, paraphrase, performance, poem, portrait, print edition, reading, reading aloud alone, reading aloud in company, reading silently alone, reading silently in company, reference to named author, reference to specific work, reference to unspecified work(s), summary, transcription, translation. Again, the aim was to minimise the need for subjective interpretation in the archive; hence, the single category ‘poem’ captures all kinds of verse about or referring to a woman writer. This first list was pre-emptive, anticipating the kinds of evidence we might find. But the public version had to reflect our findings. Thus, we excluded those categories for which we found no evidence (diagram, embroidery, equation, horoscope, imitation, reading aloud alone, reading silently alone, reading silently in company). I include them here on the basis that such kinds of reception may well be uncovered by future researchers working within diffe­

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rent research parameters.12 The analysis phase threw up at least three further categories that I wish we had employed: prayer, legal document, and context reference (by which I mean the deployment of a name as a temporal marker, e.g. the specific year of Elizabeth’s reign, or to position another person, e.g. William Cecil, Elizabeth’s secretary of state). Our list of potential types of circulation —defined as a record of where a female-authored work went— was also edited according to what we found. We planned for the following features of epistolary and bibliographical circulation: address leaf, additional addressee(s), additional endorsements, catalogue entry, enclosure (with letter), endorsement, interception, ownership inscription, additional directions, named agent(s) of transmission. But the final released version omits address leaf, additional addressee(s), and additional endorsements because we found an insufficient number of examples to be useful. The gulf, in both cases, reflects the gap between the beginning of a project, in which one is open to all possibilities, and its conclusion, when one must focus on what was actually found. Moreover, the discrepancies between anticipation and empirical finding (or theory and practice) extended to our understanding of the agent of reception: the historical figure that engaged with or disseminated the author or her work. This arose from a differentiation within our sources. We were researching large-scale sources such as manuscript miscellanies or Samuel Hartlib’s working diary “Ephemerides”, but the specific instance of reception often occurred at item level within those sources.13 For example, Samuel Hartlib’s 1649 notes on a medical powder devised by Elizabeth Talbot Grey, Countess of Kent (“The Countess of Kent’s Powder”, first published in 1653 and in 21 editions down to 1726) report what Katherine Jones had observed of the medicine. RECIRC distinguishes between the agent responsible for the individual instance of reception and the agent(s) responsible for producing the source document. The person who authored or signed the specific item of reception is classified as the “receiver”; the person(s) who owned, 12   For definitions of RECIRC’s types of reception and circulation, see https://recirc.nui galway.ie/about-data/data. 13   For definitions of RECIRC’s reception sources, see https://recirc.nuigalway.ie/aboutdata/data.

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compiled, or transcribed the source document in which the reception is found, as the “owner/compiler/scribe”. Hartlib, here, is registered as the owner/compiler/scribe of his working diary, but Ranelagh is registered as the receiver who reports on its efficacy (see Fig. 1).14 As with all individual reception profile pages, the category (type) of reception/circulation and reference are displayed. Close reading is facilitated through the provision, below this, of a transcription and digital image. Either of the agents of reception may be anonymous; a poem about a female author may be anonymous but transcribed by a known owner/compiler/scribe, or vice versa. For example, Thomas Dekker’s elegy on the death of Queen Elizabeth, “The Queen was brought to water by Whitehall”, circulated widely in manuscript but often without the poet’s name attached. In the case of Folger MS V.a.322, where Dekker’s poem is copied unattributed, RECIRC considers Dekker to be the receiver, and the owner/compiler/scribe to be anonymous.15 We cannot be certain, in such cases, whether or not the manuscript compiler knew the author of the poem to be Dekker; at the very least, his authorship was not the deciding factor in the poem’s compilation. What’s more, historical figures who are identifiable as owners, compilers, and scribes of a manuscript miscellany are not necessarily responsible for compiling all the works it contains. Anne Denton (1548-1566) is a case in point. Folger MS E.a.1 is inscribed “Sum Annae Denton & amicorum” (I am Anne Denton’s & her friends) on its title page. However, Denton herself was responsible only for part of the whole and died before other contents, such as an account of the trial and execution of Mary, Queen of Scots, 15851587, were copied (Burke, 2004; Perdita Manuscripts). This partial responsibility means Denton was not the agent responsible for the copying of Queen Katherine Parr’s prayer, unattributed in the manuscript.16 An instance of reception or circulation is considered anonymous in RECIRC only when both agents are unidentified. 14   Hartlib Papers Online 28/1/23B and RECIRC, https://recirc.nuigalway.ie/receptions/ reception/584. 15   Folger Shakespeare Library, MS V.a.322, p. 27 and RECIRC, https://recirc.nuigalway. ie/receptions/reception/1404. 16   Folger Shakespeare Library, MS E.a.1, fol. 34r and RECIRC, https://recirc.nuigalway. ie/receptions/reception/3279.

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Fig. 1 Individual reception profile page, reception of “Lady Kents [sic] Powder”, Samuel Hartlib, “Ephemerides”, 1649.

RECIRC, the digital resource, offers multiple routes into the project’s data, corresponding to the headline categories outlined above: receptions, sources of reception, people, and writings by women. Within each pathway, advanced search offers further options. “Receptions” and “Sources of Reception” offer the filters: female author, receiver, owner/compiler/scribe,

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reception type, circulation type, reference, quotation, reception source language, reception source type, and reception source title. Quotation (available via “Receptions”) is free-text, allowing users to search the transcriptions of reception evidence. “People” may be filtered via religious order, house, and sex, as well as by name, pseudonym, role (nun, author, receiver, owner/compiler/scribe), and class (via aristocratic title). “Writings by Women” offers a basic search via title, and results are keyed to reception evidence rather than additional bibliographical data. Suggested research avenues are proposed in sections labelled “Explore Interesting Searches” and “Discovering the Reception of Women Writers”. Users have the choice to display quantitative results either as tables or graphs. These may be exported as a .csv file (which can be opened in software such as Excel) or, where results can be displayed as a network graph, in gexf format (which can be imported to network analysis software such as Gephi or NetworkX). Individual profile pages are available for receptions, reception sources, and people. As Figure 1 shows, reception profile pages visualise the relationships between the agents and source of reception and the female author, identify the type(s) of reception/circulation, and provide the reference. This metadata is matched with a transcription and digital image (where copyright permits). In this way, we have brought together the tabular organisation of the structured data with the more qualitative possibilities of close reading. Reception source profile pages display a set of metrics relative to the dataset (number of receptions, receptions of female authors, percentage ranking), as well as bibliographical details, and a tabular list of each reception captured in that source. Person profile pages supply biographical details, metrics (number of works authored, number of connections to people and receptions, bar graph of roles in relation to reception, percentage ranking), a tabular list of individual works linked to their receptions, and a timeline and map where we have verified data for those data points. However, geography and timeline appear only where we have confirmed information; our policy was to enter place and date data where it was explicit in the source or established by scholarly sources. Hence, this data is far from comprehensive. Indeed, one of our major findings is that there is far more material on the subject of the early modern reception and circulation of women writers than we could locate and analyse within the five-year period of this project.

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The online RECIRC resource contains 4,845 receptions of female authors and their works by 678 identified people in 1,431 different sources. It includes 1,878 female authors, 264 owner/compiler/scribes and 457 receivers (43 of whom overlap). Of the broad outlines, only 15% of received authors were received twice or more. Within our research parameters, we found no reception evidence for many female authors. The majority (85%) for whom we found reception evidence are represented by only one reception in the dataset. In terms of anonymity, 13% of receptions in the dataset are considered anonymous, meaning we cannot identify the reader, scribe, compiler, or owner who was engaging with the woman writer. RECIRC data are shaped by our research questions, methodological approaches, and the archives consulted; they reflect our particular research parameters. Consideration of our top ten most commonly received/circulated female authors illustrates this point. Queen Elizabeth tops the list, followed (in descending order) by Katherine Jones, Viscountess Ranelagh; Mary Percy, Abbess of the Benedictine convent, Brussels; Dorothy Moore Dury; Mary, Queen of Scots; Katherine Philips (“Orinda”); Agnes Lenthall, Benedictine nun; Maria Vavasour, Benedictine nun; Queen Mary I; and Aphra Behn (“Astraea”). As always, numbers are not neutral. The prominence of nuns here reflects the work of WP1, and its particular focus on the archives of the Archdiocese of Mechelen, Belgium. We found so much evidence of women’s participation in the Hartlib Circle, that there was no time to research other scientific correspondence networks, hence Ranelagh and Dury’s strong presence. Single-author manuscripts were excluded from the work of WP3, meaning that the wide circulation of an author like Mary Sidney (1561-1621), for example, whose psalm translations were copied in at least 18 manuscript collections, is excluded (Hannay, Kinnamon, and Brennan, 1998). Book historians continue to recover the records of early modern libraries.17 That we have amassed such breadth and depth of material even within this project’s limits demonstrates that early modern women writers and their texts circulated widely and in a range of different ways, and that 17   See, for example, David Pearson’s Book Owners Online: https://bookowners.online/ Main_Page; and Early Modern Female Book Ownership: https://earlymodernfemalebookow nership.wordpress.com/.

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these approaches to investigating their reception yield substantial fruit. As team members’ analysis continues apace and is published, we hope that the digital resource proves a stimulating springboard for further research.

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Mercaderas de libros y dedicatorias en almoneda durante la segunda mitad del siglo xvii: María de Armenteros y María del Ribero Carmen Sanz Ayán Universidad Complutense de Madrid

El presente trabajo deriva y se inserta dentro de otro que me lleva ocupando los últimos años y que a su vez refleja una parte de los intereses del equipo de investigación NOBINCIS y HERMESP. En ambos nos dedicamos, entre otras cosas, al análisis de los comportamientos sociales, económicos, políticos y culturales de las nuevas noblezas y a valorar el papel que jugaron en la perdurabilidad, conservación y trasformación de la Monarquía hispánica.1 En ese marco, llevo un tiempo analizando la vinculación existente entre la nueva nobleza titulada y la edición de obras impresas durante los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II (Sanz Ayán, 2019a; 2019c). Un modo de estudiar esa vinculación ha consistido en poner el foco en un tipo de textos —las cartas dedicatorias— que, aunque incluidos en los libros, no formaban parte de la obra en sí (Simón Díaz, 1983: 92-98). Según la clasificación propuesta por D. F. Mckenzie (2005: 55) en 1986, este tipo de investigaciones estarían incluidas en aquellas que forman parte de la llamada sociología del libro, ya que se ocupan de las circunstancias sociales de su producción. Se trata, por tanto, de un interés fundamentalmente histórico en el que pretendemos conocer las motivaciones no solo sociales y culturales, sino también económicas e incluso políticas, que los autores de las dedicatorias pudieron tener para unir el nombre de una obra determinada 1   Este trabajo se ha desarrollado en el seno del proyecto de investigación titulado Adversa fortuna. Las élites ibéricas en la encrucijada (1516-1724). Desafíos, oportunidades y estrategias en la gestión del fracaso. Gobierno de España. Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.

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a un sujeto concreto. Sabemos que, aunque la parte más importante de los productores de estos textos fueron los propios creadores, es decir, los escritores, no resultaron los únicos generadores de esta particular cultura gráfica.2 Tanto los libreros (Chartier, 1996: 202-203) como los traductores (ParentCharon, 1974: 98-121) fueron generadores de dedicatorias. Escribirlas resultó práctica común incluso como una acción corporativa de las hermandades gremiales a las que los libreros pertenecían. Fue el caso de la cofradía de San Jerónimo de Madrid, con sede en la parroquia de San Ginés, que operaba en la Villa y Corte desde 1611.3 Bajo la advocación de san Jerónimo, elegido como patrón por ser ejemplo de los Santos Padres además de traductor de la Biblia al latín, la corporación realizó ediciones para obtener fondos con los que subvenir sus necesidades, como quedaba claro en las primeras ordenanzas: “Item ordenamos al tesorero […] ha de tener en un cuarto pagado por la hermandad, todas las impresiones que se le ofrecieren hacer para la thesorería del Santo. Con distinción cada una y cuantas resmas o libros ay de cada suerte […]”.4 Las dedicatorias firmadas por la hermandad en libros impresos durante el siglo xvii5 demuestran y abalan la teoría de que esta cofradía asumió la acción de editar libros para obtener liquidez y atender así a sus obligaciones de socorro. Es en este contexto profesionalizado en el que encontramos también a mujeres libreras —o, si se prefiere, a mercaderas de libros, que era como con frecuencia fueron denominadas— firmando este tipo de textos con su nombre y apellidos y sin el “viuda de” delante, aunque lo

2   La noción de cultura gráfica fue propuesta por Petrucci (1986: xviii-xxv). Sería una categoría que designa el conjunto de los escritos de una sociedad y las prácticas que sirven para producirlos o manipularlos. 3   Archivo del Arzobispado de Toledo (en adelante, AAT). Sección: cofradías y hermandades. Mercaderes de libros, apéndice II, pp. 311-327. Las ordenanzas fueron aprobadas por Bernardo de Rojas y Sandoval el 6 de septiembre de 1611 con un añadido en 1633. 4   Archivo de la parroquia de San Ginés. Arzobispado de Madrid (en adelante, APSGAM). Libro de Ordenanzas de la Hermandad de San Jerónimo. Ordenanzas de los Honores: de los oficios y sus obligaciones, sin fol. 5   Góngora (1654). La dedicatoria de esta obra estaba firmada por la congregación de los mercaderes de libros de Madrid y dirigida al caballero de Alcántara D. Luis Muriel de Salcedo y Valdivieso.

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fueran.6 La existencia de estos textos es una evidencia más de la competencia letrada que algunas mujeres adquirieron a lo largo de la modernidad temprana y de su inserción en la producción cultural de la época (Baranda y Cruz, 2018). Tenemos constancia de que en España, en Iberoamérica (Poot-Herrera, 2008) y en otras partes de Europa (Arbour, 1997; Richardson, 2020: 126140) existieron numerosas impresoras, tratantas y mercaderas de libros implicadas en esta nueva industria. Lo sabemos no solo porque sus nombres aparecen en los pies de imprenta, sino porque a lo largo del Siglo de Oro solicitaron licencias de impresión ante las instituciones competentes (Madurell Marimón, 1964-1965; Broomhall, 2002; Corbeto  López, 2009; Bouza Álvarez, 2012: 39-40). Sin embargo, en ese contexto, su faceta de escritoras de cartas dedicatorias resulta prácticamente desconocida. El hallazgo tiene un doble interés, cultural y socioeconómico, porque no se trata solo de sacar a la luz unos textos de carácter profesional escritos por mujeres en época temprana a los que no se les había prestado atención: resulta interesante porque la existencia de esos escritos coloca a estas mujeres en un universo empresarial en el que supieron desenvolverse con solvencia a todos los niveles (Sanz Ayán, 2019b), no solo en los más bajos e instrumentales. Esos escritos prueban que algunas de ellas desarrollaron un particular modus operandi que no era simplemente coyuntural, mecánico o sobrevenido, sino que bebía de las prácticas profesionales utilizadas por los padres o maridos que ellas supieron aprender, interiorizar y adaptar a sus particulares circunstancias laborales. Entre las variadas preguntas que surgen alrededor de esta realidad constatada intentaré contestar a algunas de las que me parecen más medulares; por ejemplo, a qué perfil socioprofesional pertenecieron estas mujeres y qué redes relacionales cultivaron para alcanzar semejante nivel de dedicación profesional; en qué tipo de libros insertaron sus dedicatorias; quiénes fueron los destinatarios de ellas y qué razones tuvieron en cuenta para dirigirse a unos determinados dedicatarios y no a otros en el momento de escribirlas. Para ello me centraré en el análisis de la carrera profesional de dos mujeres que sobresalen en esta actividad y que son María de Armenteros y María del Ribero, ambas vecinas del Madrid de la segunda mitad del siglo xvii.   Sobre el papel de las viudas en la industria del libro, ver Paret-Charon (1999: 138).

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1. El entorno familiar y profesional de María de Armenteros María de Armenteros era hija del pergaminero Francisco Armenteros y de María de Soto. Mercedes Agulló dio noticias de esta familia instalada en la parroquia de San Justo en Madrid desde 1629 (Agulló  y Cobo, 1991: 306; Establés Susán, 2018: 194). El 28 de febrero de 1644 su padre otorgó testamento dejando por heredera a su mujer y por testamentarios a su esposa y al librero Pedro Bergés, mientras otro librero, Francisco Serrano, actuó de testigo. Francisco Armenteros murió dos meses más tarde, el 1 de abril, siendo enterrado en sepultura propia en el convento madrileño de la Merced (Agulló y Cobo, 1991: 14-15). Se hizo cargo de la pergaminería su viuda, que estuvo al frente de ella hasta 1656, fecha en la que falleció. La madre de María de Armenteros alcanzó una situación económica acomodada, ya que en su inventario de bienes figuraban numerosas pinturas, ricos muebles e incluso tapices, pero, sobre todo, fue un ejemplo de mujer emprendedora para su hija, ya que trabajó y dirigió el negocio que heredó del esposo durante doce años, es decir, hasta el final de sus días. En este contexto familiar María de Armenteros casó en primeras nupcias cuatro años antes de que su padre falleciera con el ebanista del rey Juan Sutil Cornejo el 15 de febrero de 1640. Tuvo cinco hijos de este primer matrimonio: José, nacido en 1641; María, nacida en 1643, que casó con el mercader de libros Bernardo o Juan Bernardo López de Vergara; Juan Francisco, nacido en 1646, y los dos pequeños, Manuel y Bernardo, que más tarde se convirtieron también en libreros. María enviudó del ebanista real el 25 de mayo de 1653 (Agulló y Cobo, 1991: 307).7 Tras la muerte de Juan Sutil, casó en segundas nupcias el 31 de mayo de 1654 —apenas transcurrido un año de la muerte de su primer esposo— con el librero Juan Antonio Bonet, que era natural de Barcelona y que también matrimoniaba en segundas o terceras nupcias (Agulló y Cobo, 1991: 42),8 Hijo de Germán Bonet y de Benita 7   Actuó como testigo Francisco Serrano de Figueroa, mercader de libros y familiar del Santo Oficio. 8   Casado en primeras nupcias con Isabel de Robles, hija de los libreros Sebastián de Robles y Magdalena de Aragón; hermana de los libreros Francisco e Isidro de Robles, y viuda también del librero Martín del Río, de cuyo matrimonio nacieron Juana, Isabel, María y Francisca del Río. Isabel se casó con otro librero, Francisco Serrano, en 1654.

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Boneta, según el inventario de bienes elaborado al firmar las capitulaciones matrimoniales con María de Armenteros (Agulló y Cobo, 1991: 43, 267 y 268),9 tenía una tienda de libros en la madrileña calle de Toledo. Bonet se convirtió en uno de los libreros más apreciados en la Corte, aunque también en uno de los más dinámicos a la hora de desarrollar de forma imaginativa su negocio. En concreto, en diciembre de 1651 fue denunciado al tiempo que Gabriel de León y Manuel López (Moll, 1993)10 por hacer imprimir obras de naturales de los reinos de Castilla en Lyon, París, Ginebra y otras partes prohibidas, para después comercializarlas en España (Pragmática, 1610). Las pesquisas de los alcaldes de Casa y Corte en Madrid trajeron aparejado el embargo temporal de los pliegos de origen extranjero que Bonet tenía en su tienda, pero, tras lograr —tanto él como el resto de los libreros encausados— que el proceso se dirimiera en el Consejo de Castilla, salieron indemnes de la acusación cinco años después.11 Trascurrido un lustro desde aquel incidente, en 1660, Bonet había mejorado su situación profesional, como lo atestigua el traslado de su librería de la calle Toledo a la calle Mayor. Allí murió tras una década de trabajo el 9 de noviembre de 1670. Se abrió su testamento pasados tres días y se hizo la partición de bienes el 12 de ese mismo mes (Agulló y Cobo, 1991: 43).12 Fue enterrado en la capilla de San Jerónimo en la parroquia de San Ginés, lugar sagrado que la cofradía de libreros había adquirido en 1664 y que él había ayudado a fundar.13 Bonet ejerció como tesorero de la hermandad madrileña desde 1647 a 1651. Como buen cofrade, cuando cesó en su cargo de tesorero, siguió cumpliendo con la obligación de   Capitulaciones matrimoniales de 9 de mayo de 1654, ratificadas el 30 de mayo de ese año.   Fue denunciado el 8 de diciembre por el alguacil Francisco Ordóñez ante los alcaldes de Casa y Corte a instancias de los impresores de Madrid. Los encargados de recoger los originales y mandarlos a Lyon o París eran agentes franceses, entre ellos Simòn de Lemoyne y Juan Barraquet. Tras lograr trasladar la causa al Consejo de Castilla, el consejero Lorenzo Ramírez de Prado se encargó de las diligencias. Los libreros, en su descargo, adujeron la mala calidad de las impresiones españolas y el que, en muchos casos, eran reediciones y no primeras obras. 11   Pleito completo en el Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN) Consejos leg. 29.723 n.º 2. 12   La fecha de la exculpación fue el 2 de octubre de 1655. 13   Archivo de la parroquia de San Ginés-Arzobispado de Madrid (en adelante, APSGAM). Libro de Cuentas de la Hermandad de San Jerónimo de los mercaderes de libros del año 1616 al año 1718, fol. 42r. 9

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recoger la limosna de los sábados, al menos, entre los años 1654 y 1657. Su compañero en estas tareas petitorias, Pedro Bergés, había sido el librero que ejerció como testamentario del padre de María de Armenteros en 1644, lo que supone lazos de proximidad y de amistad con la familia de la viuda que ahora heredaba el negocio.14 De este segundo matrimonio María de Armenteros había tenido cuatro hijos, pero los tres primeros —Juana, Francisca y Jacinto— murieron siendo niños, de modo que, en 1670, de esta segunda unión tan solo le quedaba un varón de nueve años, llamado Jerónimo.

2. María de Armenteros, librera y redactora de dedicatorias Entre 1670 y 1673 no hemos encontrado libros que atestigüen la actividad profesional de María de Armenteros, pero a partir de 1673 comercializó en dos tomos y a su costa, en la Imprenta Real, la Primera parte del teatro de los dioses de la gentilidad (Vitoria, 1673),15 del fraile franciscano Baltasar de Vitoria. En la portada del libro constaba que por entonces vivía y tenía su negocio en frente de San Felipe. Según reza en la suma de la licencia, María obtuvo el permiso de impresión en el despacho de Juan de Arcipreste el 4 de abril de 1672 y solo por una vez. El libro de Baltasar de Vitoria y el de Pérez de Moya fueron los manuales de mitología clásica que más influencia ejercieron en las manifestaciones artísticas y literarias del Siglo de Oro (Serés, 2003) y, por tanto, dada su demanda entre gentes de letras, pintores, escultores y otros artesanos, tener licencia para venderlo era una apuesta segura en el mercado librario. Impreso por primera vez en 1611 con la aprobación de Lope de Vega y en 1646 con la del trinitario y calificador del Santo Oficio Juan Bautista Palacio,16 la edición de María de Armenteros decía ser la tercera 14  APSG-AM. Libro de Cuentas… del año 1616 al año 1718. Se atestigua como compañero de Bonet en las peticiones de limosna Pedro Bergés (Vergés) el 30 de junio de 1654, fol. 20r., el 4 de diciembre de 1655, fol. 23r., y el 24 de noviembre de 1657, fol. 28r. 15   N.º de identificación del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español (en adelante, CCPB), CCPB000140067-3. 16   Ambas aprobaciones aparecen en la edición que corrió a cargo de María de Armenteros; CCPB000140067-3: la de Lope de Vega, fechada el 2 de septiembre de 1610 en Madrid, y la de Juan Bautista Palacio, el 10 de julio de 1645, en Valencia.

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que se hacía, según la declaración que ella misma incluyó en los preliminares. Esta es la primera dedicatoria hasta ahora conocida escrita por María. La consagró a D. Ignacio de Altarriba Ram de Montoro, un pequeño noble aragonés (infanzón) que había ocupado diversos puestos en la milicia y que competía en esos años por obtener el puesto de baile general de Aragón (Gómez Zorraquino, 2011); un oficio de la casa del rey que cumplía la función de administrar el patrimonio regio en aquel reino. Quien lo desempeñaba era el último responsable de recaudar para el monarca peajes, derechos de explotación de minas y multas. Según la relación de méritos que María de Armenteros enunciaba en 1673, D. Ignacio no había alcanzado todavía el nombramiento, aunque en 1678 lo logró para un sobrino (Gómez Zorraquino, 2016: 269).17 El texto de la librera toma en varios momentos el tono de un memorial de servicios y en él apenas había referencias genealógicas del dedicatario, aunque afirmaba que era lo que solía hacerse por costumbre en este tipo de género literario, lo que significa que conocía bien sus características formales (Vitoria, 1673: s/p).Tras hacer recuento de todos los servicios de Ignacio de Altarriba en la milicia —de soldado raso a capitán general de la Artillería de Cerdeña—, relataba con especial cuidado el momento en el que participó en la toma de Barcelona durante la guerra de Cataluña iniciada en 1640, en lo que parecía ser el hecho de armas más importante de su carrera: Sirviendo el puesto de capitán de caballo en el principado de Cataluña, se halló en el sitio de Barcelona, asistió en repetidas ocasiones que se ofrecieron por el quartel de Sanz [sic] [Sans], executando diferentes relevantes servicios la noche que se socorrió la plaza, por el fuerte que llaman de Santa isabel, manteniendo el estrecho que llaman de Nuestra Señora del Puerto y deteniendo al enemigo porque no pasase a Sanz [Sans]. (Vitoria, 1673: s/p)

Según relata Armenteros, en ese trance, cayó preso de las tropas del general de La Mote y, aunque D. Juan José de Austria, el hijo natural de Felipe IV, intentó liberarlo con un canje de rehenes y dinero —lo que vendría a demostrar una conexión afectiva casi directa con un miembro de la familia 17   Su fuente dice: “Se hallaba estropeado de los trabajos de la Guerra”. Archivo de la Corona de Aragón (en adelante, ACA), C. A. Secretaría de Aragón, leg. 43 doc. 2/63.

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real—, no pudo hacerlo porque el capitán general francés se negó al considerarlo un estratega valioso que no podía devolver a los españoles mientras durase el sitio. El esfuerzo de María de Armenteros por agigantar en su texto el valor militar del dedicatario resulta evidente. Como colofón, la librera ponía en valor el origen aragonés de Ram de Montoro y declaraba sentirse orgullosa de ofrecerle el libro también por este motivo. Desde un punto de vista formal, la dedicatoria no parecía un gesto clientelar, sino más bien de paisanaje, en el que María incluía a sus propios hijos —a todos, no solo al superviviente de su segundo matrimonio—, argumentando que todos eran aragoneses. Parecía que, a falta de otras conexiones con D. Ignacio, María estaba dispuesta a explotar en beneficio de su negocio que el dedicatario y su difunto marido fueran paisanos: […] Siendo pues en el Orbe tan notoria, saliendo a los espacios de su teatro, este que oy presento a V.S. segura lleva la estimación en él, siendo V.S. quien la ampara. No lo han deseado poco mis hijos, son Aragoneses y sus ruegos, a quienes acompaña mi voluntad rendida al obsequio de V.S. le ponen a los pies de quien tanto lustre da a aquella Corona. Guarde Dios a V.S. en las prosperidades que desseo y he menester. Madrid, Septiembre II d 1673 Años. B.L.M. de V. S. Su más humilde servidora. (Levi, 2010: 9-10)18

Los dos tomos de la Primera [-Segunda] parte del Teatro de los Dioses de la gentilidad no era una obra que María de Armenteros hubiera negociado para su catálogo ex novo. En realidad, había formado parte del de Juan Antonio Bonet desde 1657 (Vitoria, 1657a). En aquel caso, la carta dedicatoria firmada por el librero fue dirigida a D. Pedro Luis de Villacampa y Pueyo, caballero de Montesa (Cuartero, 1949: 236), consultor del Santo Oficio de la Inquisición y miembro del Consejo de Aragón y del de la Santa Cruzada; alguien situado bastante por encima de Ram de Montoro en la escala social. Pero el estilo de redacción de la dedicatoria que hizo Bonet bien pudo ser ejemplo y modelo de la que más tarde escribió en el mismo trance María de 18   Giovanni Levi repasa los límites metodológicos que durante los últimos treinta años han tenido las investigaciones sobre la familia en el Antiguo Régimen, que tomaron como modelos a Laslett, Louis Henry y Hajnal, e insta a traspasarlos teniendo en cuenta factores transversales como el del paisanaje.

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Armenteros, aunque la materia prima con la que contaba la librera para elaborar su relato de elogios no fuera la misma. En la de Bonet se decía: Todo lo que suele obligar a la elección de protector de alguna obra, se halla tan ajustado en V.S. que no me dejó lugar de discurrir entre sujetos grandes a la vista del de V.S. y de mis obligaciones a su servicio […]. Si se busca nobleza que autorize al que recurre a la protección de V.S. es notoria por ambos apellidos […], si las letras, crédito de la persona, lo vienen a ser de la obra que le dedica, quien ha hecho mayor orientación dellas que V.S. en la Iurisprudencia, en la Historia y en las letras Humanas […].

Para finalmente confesarse también paisano, además de miembro de su clientela, tanto en el texto como en el final de su rúbrica: Son muchos los favores recibidos de V.S y no menos los que espero de su generosa mano. Soy natural de Barcelona y por el consiguiente de la Corona de Aragón y debía como tal valerme de quien en ella es uno de los ministros principales por sangre y por méritos […]. Es en este teatro en el que se presentan las lices de aquellos dioses humanos, bien podrá hazer alarde mi agradecimiento y el reverente obsequio que pretendo publicar al mundo de lo que reconozco a V.S. […] reciba con benignos ojos lo que con el corazón le ofrezco y viva los años que merecen sus excelentes calidades para bien de todos y tutelar mío. B.S.M. de V.S.

De la alta demanda sobre el Teatro de los Dioses da cuenta el que, en el mismo año en el que lo editó Juan Antonio Bonet, apareció otra edición de la mano del librero Juan de San Vicente (Vitoria, 1657b), en este caso dedicada a otro caballero, D. Juan de Zárate, del hábito de Santiago, primogénito de D. Íñigo López de Zárate, también caballero de la misma orden militar además de miembro del Consejo de Cámara, secretario del Consejo de Italia y regidor de la Villa de Madrid. Tan solo tres años después de la edición de María de Armenteros, Mateo de la Bastida, en el taller de la Imprenta Real (Vitoria, 1676), volvió a editarlo, dedicándolo esta vez al V duque de Uceda y III conde de Montalbán, D. Juan Francisco Pacheco Téllez Girón Velasco Gómez de Sandoval, Toledo, Mendoza y Aragón (Martín Velasco, 2018), que en 1676 solo era gentilhombre de la Cámara del rey Carlos II y tesorero perpetuo de las Casas de Moneda de la Corte, pero que, más tarde,

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llegaría a ser gobernador de Galicia, virrey de Sicilia, consejero de Estado y presidente del Consejo de Órdenes y del de Indias, además de reconocido bibliófilo. Parece evidente que la importancia social de los protectores que consiguieron los editores era muy superior a la del infanzón aragonés de nuestra librera. Ni caballeros de orden militar ni consejeros del rey ni grandes títulos nobiliarios. María de Armenteros logró tener como protector a un cargo militar, capitán general de la Artillería de Cerdeña, con aspiraciones a un puesto representativo del rey en Aragón, aunque relacionado con la recaudación de impuestos. Un indicio de que su red de apoyos clientelares no era tan sólida como la de su marido o sus compañeros varones y en la que el paisanaje parecía ser en los inicios de su carrera en solitario su activo más sólido. No obstante, los ejemplares editados por María de Armenteros19 parece que cumplieron la función de dar a conocer el nombre del dedicatario en los ámbitos geográficos que le interesaban. Circularon por los territorios de la Corona de Aragón con fluidez, a tenor de donde encontramos hoy algunos de esos libros. Con todas las reservas que podamos tener a la hora de interpretar estos vestigios, las localizaciones actuales nos permiten hacernos una idea somera de la capacidad distribuidora de su producción. Además de los localizados en Madrid, Cuenca, León, Cáceres, Navarra, Guipúzcoa y Galicia,20 el Catálogo del Patrimonio Bibliográfico Español informa sobre cuatro ejemplares que se ubican en la Biblioteca Pública del Estado de Palma Mallorca,21 en la Biblioteca de Cataluña,22 en la Biblioteca Pública del Estado de Gerona23 y en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia,24 es decir, en la Corona de Aragón al completo. 19  El ejemplar de la primera parte, CCPB000140067-3 y el de la segunda, CCPB000123965-1. 20   Estos ejemplares se encuentran en la Biblioteca del Museo del Prado, en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense, en el Seminario Conciliar de Cuenca, en la Biblioteca Pública del Estado de León, en la Biblioteca Pública del Estado en Cáceres, en el Instituto Teológico Compostelano, en el Seminario Mayor de Orense, en la Abadía de San Salvador de Leyre, en Navarra, y en la Biblioteca de Navarra, además de en el convento de benedictinos de Guipúzcoa. Información procedente del CCPB. 21   B-BPM, Mont. 8.502. 22   B-BC, MitRes. 130-8º. 23   GI-BP, A/4382 - R. 7356. 24   V-BU, Y-3/81.

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Una vez iniciada su carrera, María de Armenteros procuró sostener la actividad diversificando sus relaciones empresariales; lo demuestra el hecho de que no trabajó solo con impresores de Madrid, sino que lo hizo con algunos de Alcalá de Henares, como se comprueba por la existencia del Promptuario de materias morales […] para confessores, escrito por el padre fray Simón Salazar, de la orden de Predicadores, que había sido añadido y enmendado por fray Manuel Blanco, de la misma orden (Salazar, 1674).25 Los pliegos de ese ejemplar salieron de la imprenta de Nicolás de Xamares en 1674 y en este caso su trabajo de mercadera de libros figuraba bajo el nombre de viuda de Juan Antonio Bonet (Catalina García, 1889: 372). Una colaboración que se mantuvo durante el mismo año para editar y comercializar otro devocionario, titulado El perfecto christiano para leuantar el espiritu à Dios: con los siete psalmos, […] en forma de Soliloquios, del agustino Iuan Gonçalez de Critana (González de Critana, 1674). En todo caso, 1674 fue un año de intensa actividad para la librera, ya que la encontramos como solicitante en el Consejo de Aragón, elevando una súplica en la Secretaría de Cataluña.26 Pero, sobre todo, en diciembre de ese año, terminó de imprimir en Madrid y a su costa (Torres Santo Domingo, 2005: 288-289), en los talleres de Andrés García de la Iglesia (tomo I) (Cervantes Saavedra, 1674a) y de Roque Rico (tomo II) (Cervantes Saavedra, 1674b), una nueva edición del Quijote en dos tomos en cuarto. Era una propuesta editorial que tenía la novedad de incluir treinta y cuatro láminas “muy donosas y apropiadas a la materia”. En el frontispicio podía leerse el nombre del grabador, “Diego de Obregón exculpsi”, que se corresponde a uno de los dibujantes y grabadores más famosos de la Corte en aquellos años (Lucía Megías, 2005). Según los expertos, esta edición presentaba dos grandes aportaciones que triunfaron en los Quijote de surtido en España hasta el siglo xix, ya que, por una parte, incluía la introducción del grabado dentro del texto en lugar de como lámina suelta y, además, proponía un nuevo programa iconográfico distinto del holandés primigenio (Luttikhuizen, 2008). Los ejemplares de María de Armenteros incidían en 25   Según reza en la suma de la licencia: “Tiene licencia Doña María de Armenteros, viuda de Ioan Antonio Bonet, Mercadera de Libros, para imprimir este libro intitulado, Promptuario de Materias Morales, como consta de su original”. 26   ACA-CA. leg. 554, n.º 3.

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el aspecto más cómico y humorístico del Quijote; una lectura que, como sabemos, prevalecerá en España hasta que los ilustrados de finales del siglo xviii recojan las interpretaciones que se habían ido fraguando en el resto de Europa, especialmente en Inglaterra, durante esa centuria. La librera buscó un mecenas para el proyecto y lo encontró en el joven hombre de negocios genovés Francesco Grillo de Mari (García Montón, 2015: 86), lo que dio visibilidad cultural a una rama de financieros del rey que desde comienzos de la década de los setenta participaba en la gestión de la hacienda de la Monarquía. Dos páginas de dedicatoria escribió María de Armenteros para Grillo y en ellas valoraba, en primer lugar, el éxito de la obra de Cervantes, realzando su vis cómica: Las obras de Miguel de Cervantes Saavedra, han corrido con general aplauso por el Orbe. Entre todas ha sido tan celebrada esta Primera y Segunda parte del Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha, por lo artificioso de sus chistes, que han ocupado las prensas de otros Reynos y en las de España, se repiten casi cada año las impresiones de estos libros. Nunca les han faltado valerosos defensores, a cuya sombra se temple el ardor de la más fuerte censura de los Críticos: y oy que salen al patrocinio de V.S. también les doy protector que las defienda valeroso. (Cervantes Saavedra, 1674a: §2r-v)

El resto del texto era un retrato idealizado de Francesco Grillo, al que definía como un hombre inclinado a la lectura y al patrocinio cultural, al tiempo que recordaba su nobilísima condición reconocida por la República de “Génova ‘por la mas antigua, por la mas noble, y mas realçada casa de su ilustre apellido’”. El texto no tenía citas ni reminiscencias clásicas, tampoco una elaboración mítica de un árbol genealógico más allá de señalar que la casa Grillo era la primera en la República ligur, cosa que evidentemente no era cierta. Lugares comunes y la afirmación de que la obra estaba patrocinada por el potentado nos hacen suponer que subvencionó en todo o en parte la edición. En la suma del Privilegio despachado por el secretario del rey y escribano de Cámara Gabriel de Aresti, se ratificaba que Dña. María de Armenteros tenía el privilegio para imprimir esta obra durante diez años, desde el 16 de septiembre de 1674 hasta la misma fecha de 1684, y, en la tasa fijada el 19 de diciembre, su precio quedaba establecido en ochocientos cuarenta maravedíes (Cervantes Saavedra, 1674a: s/p). No olvidemos que

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un pan de dos libras costaba en Madrid en la primera mitad de la década de los años setenta una media de cincuenta maravedíes, y, por tanto, el precio de cada Quijote vendido por María de Armenteros equivalía a la compra de casi diecisiete panes de dos libras (Andrés Ucendo y Lanza García, 2012: 88). Dos años después de sacar a la luz la insigne novela, en 1676, editó junto a su yerno Juan Bernardo López de Vergara —siete años mayor que su hija María— las Questiones prácticas de casos morales (Enríquez, 1676). De esta obra hubo varias ediciones previas y posteriores, en concreto, diez antes de la suya. De nuevo se trataba de producir un libro de amplio consumo, ahora en colaboración con un varón perteneciente a la familia, que tenía su tienda de libros en la calle de San Felipe antes de que María de Armenteros enviudara, y que estaba acostumbrado a mantener relaciones profesionales con mujeres dedicadas a la actividad libraria. Así lo demuestra su relación con la impresora oficial de la Universidad de Alcalá María Fernández (Moyano, 2018), que imprimió para él en 1665 los libros de Fastos de Publio Ovidio Nasón en latín. Nacido en 1636, Juan Bernardo López de Vergara colaboró profesionalmente con Juan Antonio Bonet y fue acreedor de su hacienda por un importe de cuatrocientos ochenta y nueve reales. También formó parte de la Hermandad de San Jerónimo entre 1657 y 1688, fecha en la que debió fallecer (Agulló y Cobo, 1991: 174). Tras la colaboración con el marido de su hija, la actividad profesional de María de Armenteros desaparece, desconociendo la fecha exacta de su muerte.

3. El entorno familiar y profesional de María del Ribero La segunda de nuestras protagonistas es María del Rivero, esposa del mercader de libros Bernardo de Sierra (Establés Susán, 2018: 431). Con mucha probabilidad pertenecía a la tercera generación de una familia de libreros. Parece que era una de las hijas del matrimonio formado por Antonio Rodríguez, mercader de libros portugués (de Villaviciosa) instalado en Madrid en el último cuarto del siglo xvi, y Felicia o Feliciana de Ribero, hija del también librero Antonio Ribero (Agulló y Cobo, 1991: 10, 252 y 253). La pareja de progenitores se casó el 31 de enero de 1598 y al menos tuvieron nueve hijos. Era un matrimonio acomodado dentro de la profesión y en 1616 su

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establecimiento se hallaba situado en la calle de Santiago, en Madrid. Tras el fallecimiento del patriarca el 12 de septiembre de 1623, el negocio al pasó a manos de su hijo Antonio del Ribero Rodríguez, excepto el cajón de libros que tenía en Palacio, que se adjudicó a una de sus hijas y que no era otra cosa que un pequeño puesto de librería instalado en alguno de los patios del Alcázar de los Austrias (Campa, Gavela y Montero Reguera, 1988: 11). El hermano de María y heredero del negocio paterno hizo algunos tratos con su cuñado Bernardo de Sierra, como por ejemplo la cesión —o venta encubierta—, el 14 de junio de 1659, de los derechos de edición del libro de Cristóbal Lozano titulado El David perseguido (Lozano, 1659); una historia novelada del rey profeta que, a tenor de sus tres partes y de las numerosas reimpresiones que tuvo en la segunda mitad del siglo xvii y en el xviii, debió gozar de gran popularidad (Barrera y Leirado, 1860: 225-226). No cabe duda de que Antonio del Rivero, el Mozo —que así fue conocido en los círculos profesionales—27 ganó presencia entre sus iguales. Sabemos que en la cofradía de los libreros de Madrid, de la que fue tesorero en 1653,28 recogió la limosna sabatina que le correspondía durante los años 1653, 1657 y 1658,29 y lo hizo junto con el famoso Gabriel de León, manteniendo su actividad como cofrade al menos hasta 1677.30 Su cuñado y además esposo de María, Bernardo de Sierra, tuvo similar importancia dentro de la corporación y también en su caso se aprecia una actividad

27   Así es nombrado en un apunte del libro de cuentas de la Hermandad de San Jerónimo. APSG-AM, Libro de Cuentas de la Hermandad […] año 1616 al año 1718, fol. 50r. 28   En principio los solteros no podían ocupar cargos en la cofradía, según la ordenanza 17 de las constituciones de la corporación: “Que ningún mancebo pueda tener oficio en la Hermandad”, pero en 1633 esta condición cambió, como queda registrado en ATT, Sección: cofradías y hermandades, Mercaderes de libros, apéndice II, p. 317. 29  APSG-AM, Libro de Cuentas de la Hermandad […] año 1616 al año 1718, fol 18r., 6 de noviembre de 1653: 26 reales; fol. 27r., 2 de junio de 1657: 22 reales; fol. 31r., 5 de enero de 1658: 18 reales, y 28 de junio de 1658: 21 reales. 30  APSG-AM, Libro de Cuentas de la Hermandad […] año 1616 al año 1718, fol. 70v. Toma posesión del cargo el 17 de octubre de 1657. Sobre su oficio de tesorero, APSG-AM, fol. 18r. “Memoria de las demandas que piden los señores hermanos siendo thesorero Antonio del Rivero y Mayordomos, Diego de Balbuena y Francisco Lamberto. Año de 1653”.

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continuada en la hermandad desde 1654 y hasta 1667,31 siendo elegido mayordomo en 1657.32 El matrimonio de María del Ribero y Bernardo de Sierra tuvo cinco hijos, de los que conocemos cuatro: un varón llamado Bernardo, como el padre (Agulló y Cobo, 1991: 18, 281, 310 y 311),33 que continuó el negocio tras el fallecimiento del patriarca, y tres mujeres, María, Teresa y Clara, esta última casada también con mercaderes de libros; primero, con Diego de Logroño, y, a su muerte, con Isidro Colomo. Clara, la más pequeña, debió mirarse en el espejo profesional de su madre, pues siguió su estela con una actividad profesional que se extendió durante el último cuarto del siglo xviii (Agulló y Cobo, 1991: 257). Bernardo de Sierra regentó su negocio en la calle Mayor según consta en la relación de mercaderes de libros con tienda abierta elaborada por el Santo Oficio el 31 de mayo de 1655. Desde ese puesto redactó dedicatorias para varias reediciones de éxito. Así lo hizo con La torre de Babilonia (Enríquez Gómez, 1670), del controvertido autor judeoconverso Antonio Enríquez 31   Su compañero en la recogida de limosna de los sábados fue Joseph del Rivero, probablemente también un miembro de la familia de su esposa. Se registra su actividad conjunta en APSG-AM, Libro de Cuentas de la Hermandad […] año 1616 al año 1718, fol. 20r., el 22 de agosto de 1654: 17 reales y medio; fol. 21v. 13 de febrero de 1655: 21 reales; fol. 24r. 4 de marzo de 1656: 20 reales; fol. 32r, 17 de enero de 1660: 29 reales; fol. 52v. 15 de marzo: 20 reales. 32  APSG-AM, Libro de Cuentas de la Hermandad […] año 1616 al año 1718. 28r. “Memoria de las demandas que piden los hermanos de la hermandad del Glorioso San Jerónimo siendo tesorero de dicha hermandad Tomás Alfay y Mayordomos Joseph del Ribero y Bernardo de Sierra que fueron elegidos el 17 de octubre de 1657 y empiezan las demandas el 1 de noviembre del dicho año, que dicho día fueron tomando las cuentas como se acostumbra cada año”. 33   Figura como poseedor de unas casas en las Vistillas de San Francisco, en la calle de la Cruz de San Roque, sobre las cuales tenía censo Francisco Romero, componedor de letras, en el correspondiente reconocimiento de censo, de 23 de enero de 1678. En 1697, ocupaba, con Jerónima Pérez (tal vez su mujer) y Manuela Carmelo la Librería 3, instalada en la casa de la Compañía de Jesús en la calle de Toledo, según consta en la “Matrícula de San Justo y Pastor” de dicho año. Como oficial de la Hermandad de San Jerónimo, dio su poder, con el resto de los hermanos, a Manuel Balaguer y Juan de Montenegro para desalojar la casa de la memoria fundada por Tomás de Alfay, en 23 de noviembre de 1714. Perteneció a la Hermandad de 1646 a 1717.

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Gómez (Révah, 2003), que se había publicado por primera vez en Rouen en 1647. Esta obra se ocupaba sobre todo de describir las penas de los exiliados, que el autor —fallecido cinco años atrás en las cárceles inquisitoriales— había experimentado en carne propia. El librero buscó la protección de D. Cristóbal Portocarrero, conde de Montijo y Fuentidueña. En la portada, el escudo de armas del noble ocupaba las tres cuartas partes de la página, y, en la carta dedicatoria, Bernardo de Sierra se declaraba su deudo. Curiosamente, en el momento en el que este libro vio la luz, el propio Bernardo de Sierra arrastraba las consecuencias de un proceso inquisitorial, como veremos. También las circunstancias del conde de Montijo en esos momentos podían identificarse con las de un exiliado, ya que se mostró partidario y apoyó a D. Juan José de Austria en su primer intento de imponerse en el gobierno de la Monarquía durante la minoría de Carlos II. Tras la intentona de 1669, tanto el hijo natural del difunto rey Felipe IV como algunos de sus partidarios sufrieron el alejamiento de la Corte (Álvarez Ossorio, 1992: 239-243). Todas estas circunstancias convirtieron la segunda edición de La torre de Babilonia en un objeto cultural plagado de simbolismos que debieron tener un significado especial para los que estuvieron involucrados en su reedición, empezando por el librero. Pero el esposo de María del Ribero no ejerció solo como mercader de libros, además, fue un autor de relativo éxito gracias a la elaboración de un librito divulgadísimo, titulado en origen Devociones y Exercicios recopilados del Ramillete de divinas flores (Sierra, 1670: 2r), que se reeditó varias veces durante los siglos xvii (Palau, 1969: 191-192), xviii34 e incluso xix35. Bernardo de Sierra obtuvo privilegio para comercializarlo por primera vez en los reinos de Castilla el 14 de marzo de 1661 y en Aragón en 1664 (Moll, 1993: 194). Fuera de los límites geográficos señalados por los privilegios de impresión castellano y aragonés, el ramillete se publicó con pie de imprenta 34   AHN, Consejos, leg. 50.062, exp. 202. Para el siglo xviii, en 1733 solicitó permiso de impresión en el Consejo de Castilla el librero Juan Sáenz Ocañuela, que recibió la licencia el 28 de abril de 1733, y solo tres años después lo hace el impresor madrileño Juan Valentino, al que se le concedió el 10 de febrero de 1636: AHN, Consejos, leg. 50.632, exp. 59. También el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español (CCPBE) reporta para la primera mitad del siglo xviii ediciones en Valladolid, Pamplona, Madrid, Barcelona y Venecia. 35   Para el siglo xix, según el CCPBE, en Madrid, Barcelona, Carmona y París.

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en Bruselas por el impresor François Foopens. Parece que desde su aparición en 1661 y hasta 1750 se imprimió como mínimo una vez al año. Lo que Sierra concibió al elaborar este devocionario fue un manual del buen cristiano, manejable por su pequeño tamaño en dieciseisavo, que estaba destinado a seglares, en particular a “los muy ocupados en negocios, oficios y tratos”, o, lo que es lo mismo, a mercaderes como él. Su contenido ofrecía un compendio de lo más esencial de la doctrina cristiana, según la tradición espiritual del Comptentus Mundi de Tomás de Kempis (González Sánchez y Maillard Álvarez, 2003: 104), y lo hacía de un modo resumido para poder retenerlo fácilmente en la memoria. Además, la parte doctrinal se complementaba con breves ejercicios espirituales, oraciones cotidianas, recordatorios de días festivos, indulgencias y algunos consejos morales. Fue una fórmula de éxito como producto editorial por su lenguaje sencillo y ajustado a lectores que no sabían latín y también por el hecho de ofrecer, con eficacia y brevedad, la sustancia de la doctrina católica, pero, por esa misma razón, mandó traducir —o quién sabe si tradujo él mismo al español— oficios litúrgicos y pasajes de la Biblia, lo que a la postre desató la persecución inquisitorial de la obra, que fue condenada y totalmente prohibida el 29 de abril de 1671 (Moreno Gamboa, 2016: 171).36 No sabemos si fue el disgusto lo que le costó la vida a Bernardo de Sierra, pero murió meses después, en 1672.

4. Doña María del Ribero, tratanta en libros y redactora de dedicatorias María del Ribero, desde su estatus de viuda, logró que el Ramillete fuera expurgado por el Santo Oficio y pudo comercializarlo de nuevo a finales de 1672, llevando impreso en la carátula la leyenda “revisto, expurgado y per-

36   En concreto, la autora reproduce la copia del texto inquisitorial fechado en Madrid el 28 de abril de 1671 y extraído del Archivo General de la Nación de México, Inquisición, vol. 726, exp. 1 (1704), f. 510: “Por contener los oficios de San José y otros que en latín y en romance están prohibidos por el Expurgatorio y la Congregación de Ritos, y por querer imitar el Officio Divino sin autoridad eclesiástica”.

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mitido por el Santo Tribunal” (Sierra, 1672).37 Tras el rescate del Ramillete, la actividad profesional de María del Rivero no hizo sino consolidarse. Se hallaba ahora al frente de la empresa de su difunto marido y desde ese puesto logró hacer varias reediciones de dicho libro una vez tomó las riendas del negocio, no solo directamente, sino a través de terceros. La obra, además de circular rápidamente por Europa, también lo hizo por América. La primera referencia de su llegada a México en su versión original es de 1669, alcanzando lugares tan alejados en su distribución como el real minero de Sombrerete, en Zacatecas, donde se vendían incluso en una pulpería (Moreno Gamboa, 2016: 175). Solo en dos años, miles de ejemplares del diminuto devocionario viajaron desde Madrid vía Sevilla hasta el virreinato del Perú y de allí a la actual Guatemala. Todavía en 1694 el comisario de la Inquisición de la Puebla de los Ángeles aseguraba que los Ramilletes estaban en todo el obispado y que no había familia que no los tuviera por los muchos que vinieron de España. Incluso se tiene constancia de que llegaron a Filipinas, aunque esto ocurrió ya en 1707, cuando María del Ribero había fallecido. No sabemos si fueron los esfuerzos por lograr la redención del best seller de Bernardo de Sierra lo que obligó a su viuda, el 16 de diciembre de 1672, a firmar una obligación para pagar a Catalina Fernández, “tratanta en libros en las gradas de San Phelipe”, siete mil reales (Agulló y Cobo, 1991: 301)38 que le había prestado, pero consiguió satisfacer la deuda casi dos años después y lo hizo a través de Juan de San Vicente, otro librero que actuó de fiador (Agulló y Cobo, 1991: 257). Los indicios documentales demuestran que María del Ribero se hizo cargo de las deudas, los pleitos y el negocio de su marido de forma plena. Reclamó cantidades que le habían dejado pendientes de pago fuera de Madrid y otorgó poderes para gestionar su cobro, como el que dio el 4 de febrero de 1673 para reclamar al mercader de libros de San Sebastián Martín de Huarte, quinientos reales que le debía a su difunto esposo por una partida de libros que le había remitido (Agulló y Cobo, 1991: 311). También sabemos que a principios de 1673 consiguió renovar la cesión

37   CCPB000676564-5. En la actualidad hay un ejemplar localizado de esta edición en la Biblioteca Pública Episcopal del Seminario de Barcelona. 38  El 15 de septiembre de 1674.

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de los privilegios de impresión de las obras tituladas Tyrocinio Pharmacopeo39 y Fons et especulum claritatis (Fuente Piérola, 1647),40 de las que era autor el doctor Jerónimo de la Fuente Piérola, boticario del Hospital General de Madrid. El autor había vendido el 17 de agosto de 1669 a Bernardo de Sierra sus derechos y María del Ribero logró conservarlos encadenando sucesivas prórrogas hasta 1682, es decir, al menos durante trece años. Desde 1673 recibía el apelativo de “tratanta en libros”, mientras ocupaba en alquiler una casa en la Puerta del Sol esquina a la calle de Preciados en la que regentaba su negocio y por la que pagaba dos mil quinientos reales al año. Mantuvo tratos y contrajo deudas con otras compañeras y compañeros de profesión; algo consustancial a la actividad mercantil. Sabemos que lo hizo por ejemplo con Ana de la Cruz, a la que decía deber, el 13 de septiembre de 1676, doscientos ducados que le había prestado (Agulló y Cobo, 1991: 257). Durante esa misma década de los setenta se procuró los derechos de impresión de otros dos libros de gran éxito editorial: la Varia commensuración para la escultura y arquitectura, impreso en Madrid en 1675 por Francisco Sanz, y el Quilatador de oro, plata y piedras preciosas, que salió de la imprenta de Antonio Francisco de Zafra en 1678, ambos escritos por Juan de Arfe y Villafañe 39   La primera impresión había corrido a cargo de Diego Díaz de la Carrera en 1660. La que obtuvo María del Ribero se refleja en el privilegio de impresión firmado el 22 de febrero de 1673 por la Reyna Gobernadora Mariana de Austria durante la minoría de Carlos II incluido en la edición de 1695 (Fuente Piérola, 1695: s/p) : “Por quanto por parte de Vos, Doña María del Ribero, viuda de Bernardo de Sierra, mercader de libros de esta nuestra Corte, nos fue hecha relación que a Gerónimo de la fuente, boticario, vecino de ella, le aviamos concedido privilegio para imprimir el libro intitulado Tyrocinio Pharmacopeo, Methodo Medico y clínico por tiempo de diez años que empezaron a correr desde dos de septiembre de 1659. Y el susodicho avia cedido dicho privilegio para poder hazer las impresiones necesarias, como parece por la cession que presentavades con el juramento necessario suplicandonos que respecto de los dichos diez años que empezaron a correr desde dos de septiembre de 1659 y el susodicho os avia cedido el dicho privilegio para poder hazer las impresiones necesarias […] os prorrogamos y alargamos el término del privilegio que de nos tenía el dicho Gerónimo de la Fuente para imprimir suso mencionado por quatro años más […]”. Dado en la villa de Madrid a 22 días del mes de febrero de 1673. Por mandado de S. M. Francisco Carrillo. 40   El privilegio de impresión se extendió a favor del autor por primera vez y estaba fechado originalmente el 1 de mayo de 1638. A pesar del título en latín, el grueso del libro está redactado en castellano y solo incluye citas y expresiones latinas.

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(1535-1603). Del primero obtuvo permiso por ocho años, por tanto, hasta 1683, y del segundo por diez, hasta 1688. La redacción de las dedicatorias que María del Ribero escribió para ambos libros nos permite apreciar una evolución en su estatus profesional entre 1675 y 1678. En la Varia commesuración reprodujo al completo en los preliminares del ejemplar la real cédula de concesión del permiso de impresión firmado por la reina gobernadora Mariana de Austria (Arfe y Villafañe, 1675: §3r-v). En ella se hacía alusión al memorial que envió al Consejo de Castilla como viuda de Bernardo de Sierra, a su condición de madre de cinco hijos y a las deudas y trabajos que su marido había dejado pendientes, entre ellos, la edición de la Varia commesuración, que, según relataba, había supuesto un enorme gasto por los más de doscientos grabados con los que contaba la obra y que, al no haberse comercializado todavía, no le había permitido resarcirse del gasto de inversión. Argumentaba además la utilidad social que suponía la reedición del libro, y es cierto que no era una afirmación simplemente retórica, ya que, como ocurriera con María de Armenteros cuando asumió la distribución del Teatro de los Dioses de la Gentilidad, la Varia era una obra muy utilizada por pintores, arquitectos, escultores y plateros (Bonet Correa, 1993: 37-94). Por esta razón, el Consejo de Castilla, con la firma de la reina gobernadora, le concedió el permiso para que pudiera editarlo durante ocho años y no durante los diez que solicitaba, siendo su precio de setecientos ocho maravedíes; bastante cercano al Quijote de María de Armenteros, aunque sin alcanzar su importe. Del mismo modo que esta hizo en su momento, María del Ribero buscó un mecenas deseoso de proyección pública dispuesto a subvencionar una edición costosa. En esta tarea encontró la protección de Domingo Rodríguez de Araujo, platero mercader de las Casas de Moneda de la Corte. El perfil social de este dedicatario no era el de un gran hombre de negocios. Originario de Rivadavia, en Orense, trabajó ejerciendo su oficio en la Villa y Corte hasta que falleció en 1685. Fue mayordomo de la Hermandad de los Plateros de San Eloy y ocupó varios cargos dentro de la corporación. Vivía en la calle Mayor, en casas alquiladas al dorador Juan de Avellaneda (Cruz Valdovinos, 2015: 535). La librera elaboró para él una dedicatoria relativamente breve en la que ensalzaba su oficio, que calificaba de arte liberal y no mecánico. Hacía una sola cita erudita relativa a la Historia Natural de Plinio y ponía algunos ejemplos clásicos de grandes orfebres fa-

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mosos. Finalmente, construyó el elogio de Domingo Rodríguez, destacando su origen geográfico y definiendo lo ilustre de su sangre, a pesar de ser mercader, para finalmente describir el nexo que le unía con Juan de Arphe, que era precisamente el de su oficio, que defendía en el texto como un arte liberal: Nació V.md. y es originario de la villa de Ribadavia, del Reyno de Galicia. Quisiera me huviesse permitido dezir quienes son los ascendientes de su apellido Rodriguez de Araujo, pero el Marqués de Montebelo lo publica en las Notas al Nobiliario del Conde Don Pedro, dando principio a esta casa en los Reyes de León y Francia y por esso trae por armas tres flores de lis. Ya se que a su excesiva modestia ofenderán los aplausos que corren tanto por el mundo y que sólo servir a Dios es el realce mejor: assí le suplico reciba con benevolencia el obsequio desta nueva impresión de las Obras del célebre Juan de Arphe, pues en Artes tan liberales anduvo tan liberal y benévolo, dexando en que estudiar a sus professores; perdonadme a mí el embaraço de querer se ocupe en si se halla con su digna aprobación esto, que en mí procede sólo el deseo de servirle, cuya vida guarde Dios como puede. B:L:M: de V.Md. Doña María del Ribero. (Arfe y Villafañe, 1675: §2r-v)

Solo tres años después, María del Ribero ponía otra obra en el mercado del mismo autor y de similares características: el Quilatador de Oro y Plata (Arfe y Villafañe, 1678), del que obtuvo licencia para comercializarlo durante diez años y en cuyo pie de imprenta la librera aparecía ya bajo la denominación de mercadera de libros y no solo como viuda del mercader Bernardo de Sierra. En este caso, la edición, también con numerosas láminas, tenía como protector a D. Pedro de Pomar, un hombre de negocios de éxito, condición a la que se refiere la librera en dos ocasiones en el texto de su dedicatoria (Arfe y Villafañe, 1678: §2r-§4v), pero que no aparece en la intitulación inicial de la portada, en la que solo figura que es “del Consejo de Su Majestad, en el Real de Hazienda, Tallador mayor perpetuo por juro de heredad, de las Reales Casas de la Moneda de Toledo y Señor del Lugar de Miana, en el reyno de Aragón”. El texto gratulatorio elaborado por la librera para esta ocasión —bastante más largo que el que había escrito para la Varia commesuración— identificaba claramente a Pomar como un mecenas y, si bien no contaba con ninguna cita erudita concreta, incluía alguna como la de Pausanias en el cuerpo del texto (Sanz Ayán, 2012) y, para hacer honor al protocolo, alababa la inteligencia, nobleza y generosidad del dedicatario:

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La inteligente capacidad en negocios quién la niega a Mercurio, en cuyas Alas y sierpes, se ciñen unidos el prudente discurrir, y el veloz executar? La generosa benignidad, quién la aparta del Sol? […] y siendo assí, que nobleza, inteligencia, y generosidad concurren en el Terno de esta discurrida idea, en quien mejor que en la persona de V.S. hallaré finissimos los quilates de estas tres preciosas prendas? Pues si voy a la Nobleza, quien ignora la de V.S. en el apellido de Pomar, cuyas ilustres rayzes plantadas en el lexano campo de la Antiguedad, produxeron fecundo arbol, que en ramos de valerosos Héroes, estendió coraçones por ojas, y por frutos trofeos, cuya dilatada sombra, fue generoso esplendor, no solo de Aragón su Patria, sino del Orbe todo? […] Passando a la inteligencia de negocios en Mercurio, quien más que V.S. es señor dellos, pues apenas aprehende los mas difíciles la capacidad, quando les comprehende facilmente logrados la execución en beneficio de la Real Hacienda y en Crédito de un fidelissimo cuidado y desinteressado zelo. No apunto individualidades porque con la sombra de esta verdad, no le salgan a V.S. las colores, sólo dire que su Magestad autoriza calificadas con mercedes esta proposición mía, que a la envidia parecerá lisonja, haviendo honrado a V.S. sirviéndose de elegirle por su Consejero de Hazienda, siendo ya V.S. antes, Tallador Mayor por juro de Heredad de las Reales Casas de Moneda de Toledo: y estos puestos, Señor, son primeras vasas para gloriosos fines si al passo del crédito crece el favor. (Arfe y Villafañe, 1678: §4r)

La redacción de ambas dedicatorias demuestra que María del Ribero fue una gestora global de su negocio. Recordemos que en el mismo año en el que vio la luz el Quilatador, el 14 de marzo, obtuvo una nueva prórroga de diez años para poder reeditar el Ramillete de divinas flores. Lo hizo porque expiraba el permiso obtenido en 1668, que se había interrumpido temporalmente con el proceso inquisitorial. Renovó la licencia hasta el 16 de julio de 1686, aunque lo hizo a nombre de Joseph de Montalvo, uno de sus yernos, casado con Teresa del Rivero. Esta cesión podría parecer un indicio de su alejamiento de la actividad profesional y, sin embargo, en 1685, cuando se hace una nueva edición del famoso devocionario de su marido —impreso esta vez por Bernardo de Villadiego—, ella aparece de nuevo en la portada bajo la expresión “a costa de Doña María del Ribero, su muger y herederos” y otra vez es ella la que redacta la dedicatoria, dirigida a un personaje próximo a la familia, el mercader de libros Gabriel de León, muy conocido por elaborar los primeros catálogos de libros editados en Madrid en el siglo xvii (Infantes y Martínez Pereira, 2012) y por exportar ejemplares hacia Lima, donde uno

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de sus hijos actuaba como correspondiente de su empresa. En la dedicatoria María del Ribero decía de él: No parecerá impropia deformidad el que yo dedique a un León un Ramillete; quando las flores de este Ramillete casi se produxeron desde su principio, y después, con los generosos alientos de esse León. Dígolo porque a V. m. devió antes mi marido mucho impulso en la impressión primera de estos devotos pliegos; y yo, después, igual assistencia en sus repetidas copias. (Moll, 1993: 194)

Así mismo reeditó junto con Antonio de Zafra en 1680 la conocida obra de Andrés Ferrer de Valdecebro Gobierno General moral y político hallado en las fieras (Valdecebro, 1680). El privilegio de impresión que obtuvo el autor, firmado por el Consejo de Castilla el 18 de septiembre de 1678, estaba cedido a María del Ribero. Ella también redactó la carta dedicatoria —última de la que tenemos noticia—, dirigida en este caso a D. Pedro de Prado Arana, que, pese a incrustar un vistoso escudo de armas en la cabecera del libro, como máximos méritos solo podía exhibir que era familiar del Santo Oficio y tesorero del Segundo Dos por ciento de los Diezmos de la Mar, es decir, era un recaudador al por mayor de impuestos aduaneros. No obstante, el hecho de que los rendimientos de ese impuesto se destinaran a “los gastos secretos del bolsillo de Su Magestad” parecía razón suficiente para que D. Pedro tuviera interés en que semejante circunstancia se hiciese visible a través de un acto de patrocinio cultural. María del Ribero construyó todo el argumentario de su elogio basándose en el Prado del apellido de D. Pedro, recurriendo a generalidades que lo emparentaban con ricos hombres de Castilla, capitanes invencibles y héroes memorables que lucieron este apellido a lo largo de la historia. Igual de difusa se mostró a la hora de exaltar las virtudes del tesorero, al que definía como “de justificado proceder y magnánimo obrar”, para finalmente declarar la obligación que le debía como patrocinador de la obra: […] Condecorado pues este volumen con mezenas de nobleza heredada, no eche de menos las prendas de la adquirida en las virtudes que a V.M. le adornan, pues parece que su justificado proceder, su magnánimo obrar, su dirección prudente en resolver y delicada comprensión en percibir, constituyen en el Prado que en V.m. se halla un delicioso vergel de la atención Christiana. Y por no embarazar el dote de su gran modestia, no dilato más este discurso: sólo diré reciba este

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obsequio que le ofrezco con voluntad sincera para que logre en parte las obligaciones que me instan de servir a V.M. cuya vida guarde dios muchos años que deseo. Madrid a 12 de abril de 1680. B:L: M de V.m. Doña María del Rivero. (Valdecebro, 1680: ¶2r-¶3r)

La última noticia que tenemos hasta ahora sobre María del Ribero fue la que protagonizó a comienzos de los años ochenta, cuando propició una nueva reimpresión del Tyrocinio Pharmacopeo (Fuente Piérola, 1683), pues, aunque la obra fue comercializada por Francisco Antonio de Zafra, la librera seguía siendo la propietaria de los derechos de impresión desde 1682 hasta 1692.41 La dedicatoria del ejemplar, dirigido en esta ocasión al hermano mayor Blas de la Cruz, ministro general de la congregación de los Siervos de los Pobres del Hospital General, estaba firmada de mancomún por “los libreros de la Corte”, no pudiendo identificar al último responsable de la redacción. *** Por lo visto, hasta aquí parece claro que el perfil socioprofesional de estas mujeres era el mismo que el de las familias de artesanos y comerciantes del libro a las que pertenecían y en las que sabemos que jugaron un papel estratégico, no solo como perpetuadoras físicas de sus respectivos clanes familiares —ya que tuvieron una extensa prole—, sino como solventes profesionales de esa industria. En el caso de las dos autoras de dedicatorias que hemos analizado, sus grupos familiares estaban bien conectados e integrados con la elite de su corporación; tanto con la Hermandad de San Jerónimo de Madrid como con artesanos que trabajaban para el rey. Esta circunstancia tuvo su reflejo en una forma de vida relativamente acomodada y en un nivel de instrucción que se intuye a partir de los textos que fueron capaces de redactar. Aun cuando admitamos la regla general de que siempre trabajaron a la sombra de los ape-

41   Suma del Privilegio: “Tiene privilegio del Rey Nuestro Señor Doña María del Ribero, viuda de Bernardo de Sierra, Librera en esta corte, por tiempo de diez años, para poder imprimir un libro que se intitula Tyrocinio Pharmacopeo y Antidotario Methodo Médico Químico compuesto por Gerónimo de la Fuente Pierola. Despachado en el oficio del secretario Moxica. Dada en Madrid a 17 días del mes de Iulio de 1682”.

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llidos de sus maridos difuntos, lo cierto fue que en determinados momentos supieron sacudirse esa tutela e incluso fueron capaces de tutelar. María de Armenteros y María del Ribero dieron el salto empresarial cuando enviudaron, pero, además del ejemplo de sus maridos, debieron tener presente el de otras mujeres de su familia que las habían precedido en tareas semejantes, siendo particularmente claro en el caso de María de Armenteros con su madre. Así mismo, convertidas en cabeza de familias extensas, fueron ejemplo para otras mujeres emprendedoras que les sucedieron dentro del clan familiar. Los libros en los que nuestras mercaderes insertaron sus dedicatorias, por lo que hasta hoy sabemos, siempre fueron reediciones y nunca obra nueva. Reediciones con alta demanda, que resultaban relativamente costosas en su producción, ya que incluían numerosas ilustraciones. En este sentido, su catálogo se limitó a tratadística teórico-práctica profesional de variada índole, médica o técnica, distintos devocionarios de gran consumo y novelas de éxito, entre ellas, El Quijote. Cuando redactaron dedicatorias para esos libros, generaron textos que cumplieron de forma digna la función que debían desempeñar. Crearon una paraliteratura funcional que era la prueba de que algunas fueron capaces de encarar su actividad al completo y con normalidad en entornos profesionalizados. Replicaron los comportamientos de los varones, de los que aprendieron el oficio y con los que convivieron de cerca. Como hemos comprobado, los maridos de estas mujeres ya habían elaborado dedicatorias como editores al afrontar la reedición de libros de éxito. Bonet y Sierra las ofrecieron a personajes que pretendían hacer a través de ellas un ejercicio de visibilidad cultural, sobre todo si habían experimentado una reciente promoción social. Las libreras hicieron lo mismo en circunstancias laborales similares y el gesto, al igual que en el caso de sus maridos, parece que no fue gratuito. Lo que sí resultó distinto en el caso de ellos y de ellas fue el capital relacional que unos y otras pudieron movilizar. Si en el caso de los varones encontramos que sus dedicatarios fueron caballeros de órdenes militares, consejeros de Castilla, Aragón o de Indias e incluso altos nobles titulados, no hemos visto nada parecido en el caso de María de Armenteros o de María del Ribero. Su lista de protectores está compuesta por gentes de estrato social medio, elevados artesanos, profesionales de la carrera militar y administrativa al servicio de la Monarquía y, curiosamente, recaudadores de

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impuestos e incluso hombres de negocios que perseguían ser nuevos nobles titulados y que se movían dentro o en los aledaños del Consejo de Hacienda. Tampoco el estatus profesional de estas libreras fue equiparable al de los varones en el plano del reconocimiento social. Al menos no lo fue a tenor de la información que proporciona la documentación de la Hermandad de San Jerónimo, que demuestra que nunca lograron insertarse en la cúpula organizativa de la corporación, aun siendo esta una organización con objetivos caritativos y no un gremio como tal. Al menos en los libros de cuentas no hemos encontrado que María de Armenteros o María del Ribero adquirieran, en ningún momento, cargo representativo alguno, como sí ocurrió en la cofradía de Nuestra Señora de la Novena con las actrices. La diferencia estribaba seguramente en que las libreras no eran imprescindibles en el mundo librario; eran más bien unas supervivientes en un universo empresarial comandado por varones y, dado el escaso número de las que escribieron dedicatorias, puede decirse que las que alcanzaron ese estatus de reconocimiento fueron una excepción. Por el contrario, las actrices fueron pilares fundamentales de la actividad teatral y de las compañías de representantes de la primera época moderna, ya que, sin ellas, del corral de comedias al escenario palaciego, las representaciones no eran posibles. En cualquier caso, a pesar de lo que a finales del siglo xvii afirmara Alonso Víctor de Paredes (1680: 42r-v) en su Institución y origen del arte de la imprenta,42 colocando a los mercaderes de libros en el penúltimo escalón de la pulcritud libraria y a sus viudas en el último y más ínfimo, al menos Dña. María Armenteros y Dña. María del Ribero, a la vista de las pruebas, demostraron una capacidad de resiliencia que las convirtió en memorables excepciones.

42   “Hallo quatro suerttes de correctores diferentes. El primero es quando el corrector es buen gramático […]. Cuando el corrector es impresor y juntamente latino y algo leído […], el tercero cuando es preciso encargar la corrección al más experto componedor con quien se halla en su caso el maestro aunque no sea latino. El quarto es cuando el dueño de la imprenta no es impressor sino mercader de libros o son viudas o personas que no lo entienden; y no obstante quieren corregir y lo encargan a personas que apenas saben leer”.

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El entorno familiar y personal de la autora doña Luisa María de Padilla Manrique de Acuña, condesa de Aranda (1591-1646)* Laura Malo Barranco Universidad de Zaragoza

Las damas nobles del mundo moderno tuvieron una gran importancia dentro del devenir social y familiar de los linajes de la elite. Entre ellas, algunos nombres destacaron por atreverse a combinar ciertos dones obtenidos con esfuerzo y la excepcionalidad de sus personas con aquel rol femenino que había sido dibujado en relación al desarrollo de la vida de las mujeres de la modernidad. La protagonista de estas líneas, doña Luisa María de Padilla Manrique de Acuña (1591-1646), fue una de aquellas damas privilegiadas que buscaron desarrollar sus intereses y lograron obtener un reconocimiento a su persona y obras, en este caso, por medio de la escritura. Mujer aristócrata, celebrada autora del siglo xvii español y esposa del V conde de Aranda, don Antonio Ximénez de Urrea (1590-1654), gracias a quien obtuvo por matrimonio el título de condesa, doña Luisa María de Padilla es un personaje esencial a la hora de conocer el mundo de la escritura femenina. A través de una nueva mirada a las fuentes custodiadas en el fondo archivístico de los condes, ha sido posible obtener nuevos datos que completan la información sobre la condesa doña Luisa y permiten plantear la perspectiva personal de la escritora por medio de sus actividades diarias y deseos plasmados en la documentación notarial. De este modo, pequeños detalles insertos en las fuentes favorecen un mayor conocimiento de las claves de su * Este trabajo se realiza vinculado al Proyecto de Investigación “Cultura Devocional y Santidad en España en la Edad Moderna: de las Prácticas Privadas a las Públicas celebraciones” (PGC2018-094899-B-C51), con Eliseo Serrano como investigador principal.

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entorno que permiten dibujar un perfil más completo y, quizás, más cercano o cotidiano de la condesa de Aranda, que favorece la comprensión de la dedicación de su pluma a temas determinados. Los espacios, el mundo familiar, la posibilidad de relación y la capacidad de poder de una dama privilegiada como ella definieron sin duda su contexto cultural íntimamente vinculado a sus obras y cuyo conocimiento resulta necesario para un mejor análisis de la realidad de las mismas y de su autora.

1. Ser nombrada en el linaje: familia de sangre y educación de una niña noble Doña Luisa María de Padilla fue bautizada en la iglesia parroquial del Puerto de Santa María el 27 de septiembre de 1591. Su nacimiento se habría producido en la misma fecha del bautismo o quizás uno o dos días antes, pues era costumbre otorgar a los recién nacidos el primero de los sacramentos con la mayor celeridad posible. El suyo es uno de los primeros testimonios familiares relativos a un bautismo, ya que fue contemplado en los libros parroquiales como nuevo requisito a las parroquias por mandato emanado de los dictámenes del Concilio de Trento finalizado en 1563. Así, el cura de la iglesia mayor del Puerto de Santa María escribió de su mano: “En la ciudad del Gran Puerto de Santa María, en veynte y siete de septiembre de mil quinientos y noventa y un año, yo el bachiller Baltasar Ramires, cura de esta yglesia mayor, baptice a Luysa, hija de Don Martin de Padilla, Adelantado Mayor de Castilla, General de las Galeras de España y de Doña Luysa, su mujer”.1 Dichas palabras fueron la primera referencia a una niña que, perteneciente a una familia de la nobleza castellana, había ido a nacer al sur de la península ibérica. Esta curiosa ubicación de la llegada al mundo de doña Luisa, 1   Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, Fondos de la Casa Ducal de Híjar (en adelante AHPZ, CDH) P/1-227-2. Testimonio legalizado, dado en el Puerto de Santa María a 14 de julio de 1602 por don Garcigómez Cartagena, cura en la iglesia mayor de la ciudad referida, de la partida de bautismo de doña Luisa María de Padilla, en dicha parroquia a 27 de septiembre de 1591.

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cuyo nacimiento ha solido estar vinculado a la ciudad de Burgos y su entorno —origen del apellido y espacio patrimonial de sus progenitores—, puede justificarse a raíz de la posición ocupada en el momento del nacimiento por el padre de la pequeña, don Martín de Padilla y Manrique (†1602). Además del título de adelantado mayor de Castilla, ligado al apellido Padilla de forma prácticamente hereditaria, don Martín fue un destacado marino que ejerció como capitán general de las Galeras de España y de la Armada Real del Mar Océano. Durante los siglos xvi y xvii, el Puerto de Santa María fue la sede de la Capitanía General del Mar Océano, así como el espacio elegido para que las galeras españolas pasaran el invierno. Este hecho permite situar a la familia en la localidad a causa de la labor desempeñada por el cabeza del linaje y ubicar así el nacimiento de la futura condesa muy cerca del mar. El nombre elegido para ella, Luisa, fue el mismo que el de su madre, quien a su vez lo había heredado de su abuela paterna. Destaca en el testimonio de la partida de bautismo lo sencillo en la elección del nombre de la niña, ya que en este caso la muchacha recibió un nombre único, no acompañado por los habituales numerosos apelativos que solían componer los largos listados de la onomástica nobiliaria. En este caso, fue quizás la propia autora quien introdujo a posteriori en su apelativo el segundo nombre de María, probablemente con el fin de diferenciarse de su madre, con la que compartía nombre y apellido. Doña Luisa María de Padilla Manrique y Acuña era hija del matrimonio formado por el mencionado don Martín de Padilla y Manrique (†1602), I conde de Santa Gadea, y su esposa doña Luisa de Padilla y Acuña (†1614). Don Martín era hijo de don Antonio Manrique de Lara (†1556) y de doña Luisa de Padilla y Enríquez, señora de Santa Gadea, y hermano de don Juan de Padilla y Manrique (†1563). Dicho don Juan de Padilla y Manrique, que fue el siguiente señor de Santa Gadea, se encontraba unido en matrimonio con doña María de Acuña (†1607), VII condesa de Buendía. De su unión había nacido la mencionada doña Luisa de Padilla y Acuña, sobrina de don Martín, con quien contrajo matrimonio. Los padres de la protagonista de estas líneas eran, por lo tanto, tío y sobrina, hecho por el cual los apelativos coinciden y los apellidos se repiten en un enrevesado árbol genealógico que buscó, por medio de dicha unión, la continuidad del título de Santa Gadea dentro de una misma rama del li-

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naje familiar. Del matrimonio entre don Martín y doña Luisa nacieron siete hijos, cuatro varones y tres mujeres: Juan, II conde de Santa Gadea; Marco Antonio; Martín, jesuita; Eugenio, III conde de Santa Gadea; Mariana; Ana María y Luisa.2 Aunque este orden en la enumeración de los descendientes de la pareja puede no ser del todo el correcto, pues siempre se primaba la mención de los varones y posteriormente se realizaba la de las damas, sí es seguro que doña Luisa era la más pequeña entre sus hermanas. Aunque sus primeros años de vida son poco conocidos, la temprana infancia de la condesa de Aranda transcurrió muy posiblemente dentro del entorno familiar y arropada por el conjunto femenino del linaje. El contacto de la niña con sus padres y sus hermanos se inscribe en el desarrollo de lo cotidiano, a la vez que resulta necesario plantear la mayor influencia de la figura materna en la crianza y la más que probable gran cercanía de la niña a sus hermanas. La importancia de las mujeres a la hora de criar y ofrecer los primeros rudimentos de educación a las niñas nobles fue muy destacada entre la nobleza moderna y en ella se engloba también la labor de las amas de cría, las damas de compañía y todas aquellas mujeres que componían la familia extensa y el personal de servicio dentro del hogar. A este hecho debe sumarse que las niñas privilegiadas vivieron también en contacto con las figuras masculinas que construían el día a día del hogar noble, aunque su relación solía ser siempre más estrecha con las mujeres de la casa. Todavía siendo muy niña, la vida de la pequeña doña Luisa María de Padilla continuó su desarrollo en un convento burgalés fundación de su familia, de modo que las referencias a su persona regresaron así al espacio patrimonial de su linaje. El convento de concepcionistas franciscanas de san Luis de la ciudad de Burgos —conocido popularmente como las “luisas”— fue el elegido por sus progenitores para que la menor de sus hijas pasara una parte 2   Resulta destacado como los nombres de las hijas del matrimonio seguían un patrón familiar que incluía en ellos de forma repetida el nombre de María, ligado a la abuela materna de las niñas, para las más mayores, y el de Luisa, abuela paterna, para la menor de ellas. Dentro de los sistemas onomásticos femeninos de la modernidad, “los nombres femeninos podían seguir un sistema de simetría […] que venía dibujado por las representantes femeninas del árbol genealógico familiar. La herencia del nombre entre abuelas y nietas o entre madres e hijas ligaba a las mujeres de la casa y establecía un vínculo de las recién nacidas con sus ascendientes femeninas” (Malo Barranco, 2018: 259). Véase Malo Barranco (2017).

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de su infancia. Este convento había sido fundado con siete monjas concepcionistas en 1526, muy cerca de Santa Gadea del Cid, villa que daba nombre al condado de sus padres. Dicha comunidad religiosa femenina se trasladó a la ciudad de Burgos a finales del mismo año de la fundación del cenobio, teniendo al linaje de los Padilla como principales benefactores. Este periodo de la infancia, que transcurrió dentro de un espacio femenino vinculado al mundo religioso, fue de gran importancia en la formación de las niñas y de este modo lo presentó la propia autora a través de las palabras plasmadas en sus últimas voluntades. En ellas doña Luisa mencionaba con gran aprecio al convento, al que dejaba una detallada gracia especial: Al convento de Religiosas de la Concepción de Sant Luys de la ciudad de Burgos, por el afectuoso amor que les tengo y reconozimiento del tiempo de mi niñez que passe allí, y por ser fundación de las Cassas de mis padres, la suma y cantidad de 1.000 libras Jaquesas, han de emplear en haçer un ornamento de tela de oro con las armas del conde mi señor y mias, y mas les dexo otras 100 libras Jaquesas para fundación de un aniberario cantado con oficio de difuntos en tal día como el que yo hubiere muerto.3

Con sus palabras, la condesa de Aranda destacaba los años pasados tras los muros del convento y expresaba su aprecio hacia las mujeres que allí la habían recibido, así como el agradable recuerdo que le evocaba su estancia junto a las religiosas de San Luis. Aquel debió ser un tiempo de educación y cuidados que fue muy bien aprovechado por la pequeña Luisa, quien, muy probablemente, obtuvo de las religiosas una esmerada formación. Esta le permitió acceder al conocimiento del latín y a destacadas lecturas en materia religiosa, las cuales debieron influir en su futura obra, reflejo de una construcción moral y religiosa propia iniciada desde niña. En la formación de la pequeña también se buscó seguro ofrecerle la capacidad de acceso e interpretación de los textos escritos, hecho que favoreció la posibilidad de reflexión individual de la futura condesa y la puesta por escrito de sus ideas.

3   AHPZ, CDH, P/1-370-30. Testamento de doña Luisa de Padilla, esposa del V conde de Aranda, don Antonio Ximénez de Urrea. Por Martín Duarte, notario de Épila, a 18 de febrero de 1645.

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La niñez y educación de doña Luisa en el espacio religioso fue más fácil y cómoda para la muchacha gracias a la presencia en el convento elegido para su educación de su tía materna doña Casilda de Padilla. Religiosa profesa en San Luis y abadesa del convento, doña Casilda se encargó de custodiar y acompañar a su sobrina durante su estancia en el cenobio; una labor que pudo compartir con su madre y abuela de la niña, doña María de Acuña (†1607), condesa de Buendía, quien pudo pasar sus últimos años de vida en viudedad dentro del mismo. La presencia de damas de la familia dentro del espacio religioso fue sin duda un punto muy favorable a la hora de valorar la entrada de la niña como educanda en san Luis, pues la convivencia con mujeres de la casa era habitualmente buscada por los padres de las niñas nobles que decidían ofrecer una educación conventual a sus hijas. De este modo, las más jóvenes podían estar supervisadas y bien cuidadas por las damas del linaje también dentro de los espacios religiosos. Al mismo tiempo, era elegido para la educación de la pequeña Luisa un convento ligado al linaje propio, sobre el que sus padres eran patronos y en el que poseían cierta influencia dada la proximidad de sus propiedades patrimoniales y el vínculo tradicional del convento de san Luis con la casa de los condes de Santa Gadea. Parte de la infancia de doña Luisa transcurrió por tanto en un estrecho vínculo con una comunidad religiosa femenina en la cual “fue recibida por mujeres de su propia familia, que ocupaban puestos de responsabilidad en el convento y poseían el poder que otorgaba el formar parte del linaje fundador de dicho espacio religioso. Así, la pequeña seguro fue recibida de un modo especial e instruida con esmero en una formación que pudo estar dirigida incluso por las mujeres de su Casa” (Malo Barranco, 2018: 212). Esta idea de una instrucción dirigida para la pequeña Luisa surge de la cercanía que tenían la tía y la abuela de la niña con el mundo de lo escrito en sus diversas formas. De entre los datos conocidos en torno a la figura de doña Casilda de Padilla, y ligados a su función como abadesa, se sabe de ella que era la responsable de “algunos buenos libros de coro en pergamino con lindas iluminaciones, unos debidos a doña Casilda de Padilla, como el que va dedicado a esta señora el año de 1601” (Huidobro y Serna, 1941: 625). El posible encargo de compra de libros de coro para el convento, su uso en los cantos de las religiosas y la existencia de un ejemplar dedicado a la propia abadesa

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resultan más que destacables a la hora de presentar el interés de doña Casilda por la música. Muy posiblemente conocía y practicaba el canto en el coro dentro de sus funciones conventuales, pues su extracción social privilegiada la vinculaba a las religiosas de mayor rango dentro del centro religioso, es decir, a las conocidas como monjas de coro. Es posible que doña Casilda fuese capaz de descifrar el latín de aquellas líneas escritas para el canto e incluso de conocer las notas musicales y, aunque no es posible plantearlo con certeza, la dedicatoria de uno de dichos libros a su persona presenta una importante vinculación de la dama con la práctica del canto y con aquellos ejemplares iluminados custodiados en el coro del convento. Además de esta interesante mención al mundo de la música, es necesario también plantear el estrecho vínculo de la abuela de doña Luisa, la citada doña María de Acuña, condesa de Buendía, con un tratado dedicado a la buena gestión familiar que centraba su interés en las viudas y doncellas de la casa. El padre jesuita Gaspar de Astete, cuyos trabajos dedicados a la instrucción de los menores del hogar y al correcto devenir de la vida familiar destacaron entre los escritos en dicha temática en la primera mitad del siglo xvii,4 dedicó en el año 1598 a doña María de Acuña su obra titulada Tratado del gobierno de la familia y estado de las viudas y doncellas: Dedico ahora a VS esta quarta parte, que trata del gobierno de la familia, y estado de las viudas y doncellas: pues no es menor la devoción y piedad que VS tiene a nuestras cosas. Y particularmente pertenece esta parte a VS por ser una de las insignes viudas de nuestros tiempos, que con notorio buen exemplo ha preservado en el estado de la viudez; y en él ha criado sus hijos e hijas, gobernando la familia con gran valor como madre verdadera de todos y maestra de sus virtudes.5 4   La relación de la familia Padilla con la obra del padre Astete se encuentra también reflejada en la figura del padre de doña Luisa, el adelantado de Castilla don Martín de Padilla y Manrique, a quien el jesuita dedicó su tratado titulado “Del gobierno de la familia y estado del matrimonio”, en el que se trataba “de cómo se han de haber los casados con sus mujeres y los padres con sus hijos y los señores con sus criados”, editado en Valladolid, por Alonso de Vega, en 1598. 5   La dedicatoria continúa haciendo referencia a los hijos de doña María de Acuña y la responsabilidad de la dama en su crianza, alabando por ejemplo la decisión de otorgar ayo y maestro a don Antonio, su único hijo varón, y describiendo la importancia del ejemplo dado por la dama a su hija mayor doña Luisa —madre de la condesa de Aranda—. De sus virtudes

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La dedicatoria a su abuela y la publicación de dicha obra en el propio Burgos, “cuando doña Luisa contaba con seis años de edad y probablemente se encontraba en el convento de san Luis, dirige la mirada hacia un manual de educación de las doncellas que bien pudo ser aplicado por doña María en su propia nieta” (Malo Barranco, 2018: 213). Esta cuarta parte de la obra que el jesuita realizó en relación con la instrucción de los jóvenes y las familias cristianas puso su interés, como se ha mencionado, en el conjunto femenino y también en la correcta formación de las mujeres. Sus líneas perfilaron una serie de consejos vitales para las jóvenes, enmarcados por la nueva religiosidad barroca y la idea de la perfección femenina del momento, que superaron las primeras evasivas de Astete a tratar en su obra sobre la instrucción de las mujeres. En el apartado dedicado a las doncellas de dicho tratado, el jesuita planteó ciertos matices que presentaron la necesidad, siempre en casos específicos, de que las damas aprendieran a leer y, de forma muy excepcional, también a escribir. La pertenencia de una niña a un linaje privilegiado y su labor futura al frente del hogar justificaban de algún modo lo oportuno de estos aprendizajes, planteando siempre el mayor peligro que podía suponer el manejo de la escritura, dadas las consecuencias que la posibilidad de expresar sus opiniones por escrito podían traer a la virtud de las damas y sus familias:6 “Ya que hemos permitido que la doncella Christiana aprenda a leer, y algunas veces a escribir, procure que los libros que leyere sean tales que la inflame en el amor de la castidad, y de todas las virtudes, y que la compongan las costumbres y hermoseen el alma” (Astete, 1597: 173-174).

como madre plantea Astete este testimonio: “Primeramente la señora doña Luisa de Padilla y Acuña, Condesa de Santa Gadea, mujer del Adelantado: la qual siguiéndole igual en nobleza y linaje y en costumbres Christianas, ha sido tan perfecta casada que sin duda la pueden tomar por dechado las ilustres casadas y todas las demás […]. Y yo sé que todas las virtudes que tiene esta señora las bebió con la leche que VS le dio quando la crió con tanta religión quan ha mostrado su vida tan inculpable en el estado del matrimonio” (“Introducción”, Astete, 1597). 6   “No siempre que digo, que las doncellas aprendan a leer, digo también que aprendan a escribir, pues […] la mujer no ha de ganar de comer por el escribir ni contar, ni se ha de valer por la pluma como el hombre […]. Y así como el saber escribir no le es necesario, así le puede ser más dañoso el saberlo como la experiencia lo enseña. Porque muchas mujeres andan y perseveran en malos tratos porque se ayudan del escribir para responder a las cartas que reciben, y como escribiere por su mano encubren mejor los tratos que traen” (Astete, 1597: 170-171).

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La producción escrita y dada a la imprenta por la condesa de Aranda en su edad adulta permite aventurar una instrucción muy completa de la mano de las mujeres que la acompañaron dentro del convento de San Luis. Su acceso y dominio de la lectura y la escritura, así como del uso del latín, presente en sus lecturas y en las notas de los márgenes que argumentaban sus planteamientos y enriquecieron sus obras, muestran como la pequeña doña Luisa recibió una educación esmerada.7 Esta formación debe quedar enmarcada en el espacio religioso y ligada a un conjunto de nombres femeninos del linaje que permitieron y favorecieron la instrucción de la más pequeña de la Casa. Aquella niña educada entre las religiosas del convento burgalés, muy probablemente siguiendo los consejos del padre Astete, imprimió en sus opiniones una voz propia que se permitió ofrecer directrices y sugerencias para la educación de su hija y otras damas, que en muchas ocasiones distaron de aquellas escritas en las obras previas de enseñanza femenina. Su escrito plasmó la experiencia propia y dibujó con letras de mujer principios básicos para la formación de las damas nobles, que los autores masculinos de la época no supieron, o quisieron, reflejar en sus trabajos. Muchos son los detalles aportados por la primera parte de su obra Nobleza virtuosa (1637) en relación a la educación de la mujer, de entre los cuales se busca destacar aquí —en comparación con aquello que le fue enseñado a la condesa—, su opinión en referencia al aprendizaje femenino de la lectura y la escritura: Con lo que he tocado de las correspondencias por cartas y lectura de libros, declaro no seguir la opinión de algunos, que aún las mujeres nobles no quieren sepan leer y escribir paréceme rigurosísima; y que sería gran falta en una Señora, así para las cartas de su marido, como para gobernar su casa, y aún su Estado en ausencia de él, y se privaría del gran provecho espiritual que se halla en la lectura de los buenos libros; antes juzgaría yo, que algunas de tal calidad, conocidamente inclinadas a ello, no les estaría mal estudiar la Gramática y algo de Filosofía. (Padilla Manrique y Acuña, 1637: 253) 7   “A la vista de sus escritos [su formación] más parece la propia de una persona letrada, que hubiera pasado por un Estudio General, algo que no hacían las mujeres de este siglo, ni tampoco los varones de su estamento nobiliario, y que ella alababa por las nefastas consecuencias que podían tener las malas compañías en las aulas y fuera de ellas” (Torremocha Hernández, 2012: 2191).

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2. Un espacio de vida para escribir La joven doña Luisa María de Padilla realizó un nuevo viaje por suelo peninsular con el objetivo de encontrar su espacio de vida adulta, para conocer los muros de un hogar que hacer propio y donde la dama daría forma a sus obras. Para ella se había elegido un destino en matrimonio que buscó un muchacho de apellido destacado en tierras aragonesas. El joven conde de Aranda, don Antonio Ximénez de Urrea, de apenas quince años de edad en el momento del enlace, era un pretendiente valioso dada la calidad de su título y las importantes posesiones patrimoniales de su linaje. Sin embargo, se encontraba necesitado de encontrar un camino de acercamiento a la Corte, de la cual los Ximénez de Urrea se habían distanciado debido a la acusación contra el padre de don Antonio, el conde don Luis (†1592), del crimen de lesa majestad tras los episodios de la rebelión aragonesa de 1591. Aunque, en el año 1599, el nuevo rey Felipe III decidió proclamar la inocencia del difunto conde y devolver a don Antonio el disfrute de los bienes de su condado que le habían sido confiscados, el joven noble buscó también con su negociación matrimonial una posibilidad certera de congraciarse con la monarquía y superar las acusaciones a su linaje. En dicha estrategia, dirigida al acercamiento con el nuevo monarca, el nombre de doña Luisa se convirtió en una elección certera. Para la familia de doña Luisa, la mano tendida de un miembro de la aristocracia aragonesa suponía la posibilidad de concertar un matrimonio provechoso para la menor de sus tres hijas —de delicada salud—8 y ofrecer a la muchacha una posición destacada y acomodada dentro de la grandeza de España. Por ello, y gracias a un interés mutuo entre ambas familias, el 18 de agosto de 1605 se firmaron en Valladolid las capitulaciones matrimoniales que unían a los dos jóvenes. A falta de su padre, el enlace fue negociado en nombre de doña Luisa María de Padilla por su cuñado don Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas (†1624), I duque de Cea y futuro I duque de Uceda e hijo en aquella fecha del valido del rey Felipe III, don Francisco Gómez de 8   “El duque de Cea, en la carta referida al matrimonio con el Conde de Aranda, hace alusión a la salud de ‘Luisica’, que no debía ser muy buena, pues se refiere a su ‘flaqueza’” (Serrano y Sanz, 1903: II, 102).

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Sandoval y Rojas (†1625), I duque de Lerma. Personaje bien posicionado en la Corte y posterior consejero personal del monarca, don Cristóbal estaba casado con doña Mariana de Padilla y Manrique de Acuña (†1611), hermana mayor de la futura condesa de Aranda, doña Luisa. En la figura de don Cristóbal y en el interés mutuo de los contrayentes y sus linajes se presenta un matrimonio detalladamente negociado, en el cual, el futuro I duque de Uceda tomó el encargo de propiciar el enlace de su cuñada y de conseguir para ello el visto bueno del monarca:9 La dicha señora Condessa de Santa Gadea conpareçe por voluntad y consentimiento del señor don Xptobal Gomez de Sandobal Roxas, duque de Cea, xentil hombre de la Cámara de su Majestad, a quien su Excelencia tiene particular amor, y en lugar de más que hijo y hermano de todos sus hixos ha tratado y concertado el matrimonio y casamiento que mediante la graçia y voluntad de Dios Nuestro Señor y para su serbiçio se ha de contratar y celebrar entre los dichos señores Conde de Aranda y doña Luisa Manrique en razónn del qual y para que haga efecto atento la licencia que para ello tienen de su Magestad que Dios guarde y ensalçe.10

El mismo día de la firma de las capitulaciones matrimoniales se produjo el desposorio, estando presente doña Luisa y don Antonio, representado por sus procuradores, que tomaron como esposa a la muchacha en su nombre:11

9  Para más detalles sobre el matrimonio de doña Luisa y don Antonio, véase Malo Barranco (2018: 316-322). 10   AHPZ, CDH, P/3-9-22. Capitulaciones matrimoniales entre don Antonio Ximénez de Urrea, V conde de Aranda, y doña Luisa de Padilla y Manrique de Acuña. Acompañaban al futuro esposo don Francisco Enríquez de Almansa, conde de Nieva, comendador de Piedrabuena de la orden de Alcántara y Mayordomo de su Majestad y don Diego Sarmiento de Acuña, señor de la Villa y casa de Gondomar, comendador de Guadalezca, de la Orden de Calatrava, del Consejo de Hacienda de su Majestad y Contaduría Mayor; y a la futura esposa, su madre y curadora de su persona, doña Luisa de Padilla, condesa de santa Gadea. Por Juan de Santillana, Valladolid, a 18 de agosto de 1605. 11   AHPZ, CDH, P/3-9-22. Poder otorgado por don Antonio Ximénez de Urrea a don Francisco Enríquez de Almansa, conde de Nieva y a don Diego Sarmiento de Acuña con el fin de realizar sus capitulaciones matrimoniales. Astorga, a 15 de agosto de 1605.

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En la muy noble ciudad de Valladolid, estando en ella la Corte y Consejos Reales de su Majestad, Jueves por la noche que se contaron diez y ocho días del mes de agosto de mil y seiscientos y cinco años, estando en las casas de la posada del señor Duque de Çea (posterior I duque de Uceda) y allí presentes el señor Fray don Enrique Enriquez, obispo de Osma, del Consejo de Su Magestad, con los señores ynfrascriptos contrayentes, […] el dicho obispo ante todas cosas hiço las amonestaciones necesarias para celebrar el dicho matrimonio y, no hallando impedimento luego desposó por palabras de presente, que hacen legitimo matrimonio, según orden de la Sancta madre Iglesia, a los dichos señores conde de Aranda y doña Luisa Manrique diziendo el dicho señor obispo a la dicha señora doña Luissa Manrique, que estaba presente, e si queria y rescivia por su esposo y marido al dicho señor conde de Aranda, y al dicho señor conde de Nieba como su procurador en su nombre y por virtud del dicho su poder, y si se daba y otorgaba por su esposa y mujer, y a tres veces que se refirio el dicho señor obispo, la dicha señora doña Luisa Manrique dixo y respondió que sí; y luego el dicho señor obispo dixo al dicho señor conde de Nieva, que por virtud del dicho poder daba y otorgaba por su esposo y marido de la dicha señora doña Luisa Manrique al dicho señor Conde de Aranda y la recibía por su esposa y mujer como lo manda la Sancta madre Iglesia el qual luego dixo y respondio que sí, y el dicho señor obispo les echo su bendición y ansi quedo hecho y celebrado el dicho desposorio y matrimonio.12

Sin embargo, el encuentro de la pareja se retrasó todavía semanas, en las cuales el propio conde don Antonio escribió de su mano una carta dirigida a su futuro cuñado, don Cristóbal de Sandoval y Rojas, en la que presentaba su gratitud por el acordado matrimonio y expresaba sus deseos por conocer a su futura esposa: La mayor felicidad que de mi suerte podía esperar me ha puesto en las manos con aber adquirido por esposa a mi Sª doña Luissa y a V. Exa. por señor y hermano, pues cierto estando en las de V. Exa. la disposición de las cosas de su Sª. y mías, haviendome querido onrrar con merezella, será cierta la siguridad de que de luzir este suçesso en mi casa y estado […] con muy vivos desseos de acertar a servirles 12   AHPZ, CDH, P/3-9-22. Desposorio y casamiento entre don Antonio Ximénez de Urrea, V conde de Aranda, a través de su procurador el conde de Nieva, y doña Luisa de Padilla y Manrique de Acuña. Valladolid, a 18 de agosto de 1605.

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esperando V. Exa. me emplee y advierta del gusto de su Sª. para que assi vaya tan acertado en todo quanto […] sentí en el alma no haver podido asistir al desposorio, pues resultara del andar tan favorescido quanto me prometo del gusto con mi Sª. solemnizar y la ocasión de besar a V. Exa. las manos.13

Tal y como relata Aurora Egido, “el palacio del conde de Aranda en Épila se constituyó en temprano refugio de doña Luisa” (1998: 12). En la tranquilidad de aquella pequeña villa cercana a la ciudad de Zaragoza, entre los muros del palacio condal y los paseos junto al río, se centró el desarrollo de la vida de la pareja, que se combinó con salidas a sus céntricas casas en la capital del reino aragonés, situadas frente a la iglesia de San Pablo. Aquel retiro elegido por el conde y la relativa distancia con el mundo urbano debieron construir un entorno de relativa tranquilidad, alejado del ajetreo de la ciudad, en el que se desarrolló la mayor parte de la labor de escritura de la condesa de Aranda. Desde allí su pluma dio a la imprenta seis obras (Egido Martínez, 1998; Malo Barranco, 2018), y escribió numerosas cartas, que conformaron una nutrida correspondencia con personajes destacados del círculo cultural de la época, como lo fueron Baltasar Gracián (Egido Martínez, 2000) o el cronista Juan Francisco Andrés de Uztarroz.14 La pareja formada por los condes de Aranda convivió durante cuarenta y un años y tuvo varios hijos, de los cuales todavía hoy se desconocen sus nombres, quizás a causa de que ninguno de ellos logró alcanzar la edad adulta. Sin embargo, la maternidad se encontró muy presente en la obra de doña Luisa, que dedicó a sus primogénitos su primer trabajo, Nobleza Virtuosa (1637), dividido en dos partes: la primera, dedicada a su primogénito varón y la segunda, a su hija mayor (Egido Martínez, 1998: 18). 13  BNE, Manuscrito 020209-025. Fragmento de carta autógrafa de don Antonio Ximénez de Urrea a don Cristóbal de Sandoval y Rojas, I duque de Cea, en relación a su matrimonio con doña Luisa de Padilla y Manrique de Acuña. Fechada en Astorga, a 1 de septiembre de 1605. Firmada por el conde de Aranda. 14  “Juan Francisco Andrés de Uztarroz, que mantenía una estrecha relación con los Condes de Aranda, tomó a Luisa de Padilla como interlocutora y confidente de sus trabajos. Interesada por la educación nobiliaria y por la historia, como demuestran sus obras, Andrés de Uztarroz le daba cuenta en sus cartas de sus hallazgos y descubrimientos, de sus investigaciones históricas y de sus proyectos literarios”. En Marín Pina, 2007: 601-602.

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Dentro de su hogar, doña Luisa María de Padilla fue consciente del lugar que ocupaba junto al cabeza de familia al frente de una gran casa nobiliaria, en la cual, la organización doméstica y la elección del personal femenino más próximo a su persona resultaban responsabilidades de destacada importancia para conservar aquella privacidad abierta a un gran número de miradas tan característica de la nobleza moderna. Juan Lorenzo Merenzi y Aldaya, cronista del linaje, que dedicó unas líneas a la condesa doña Luisa, resaltaba al describirla su rigidez a la hora de elegir a aquellas mujeres que debían componer su círculo de compañía dentro del hogar: […] Para admitir alguna en su servicio además de la limpieza de sangre la ha de tener tan grande en las costumbres que aventaje o ygual a la de las recoxidas religiosas, nunca tan grande escrutinio se haze para entrar en una religión estrecha como esta Santísima Señora Phenix en virtud y prudencia exercita para admitir una criada en su servicio, no tanto retiro y clausura se halla en ningún convento como sus criadas tienen en su quarto cada día. (Merenzi y Aldaya: s/p)

De entre las mujeres que ocuparon un lugar en aquellas tareas tan cercanas a la condesa y que formaron parte del entorno familiar como miembros de la “familia extensa o de servicio” de la casa, conocemos a quienes se encontraban ejerciendo dichas tareas en el momento del fallecimiento de doña Luisa. Así, la condesa mencionaba en sus últimas voluntades a “doña Margarita Asensio, mi camarera y doña Úrsula de Arias y doña Basilia San Juan, dueñas de mi cámara; doña Cathalina Andrés y Fuertes; doña Phelipa Lluba y doña Anna María Monteagudo, mis criadas; (y a) Potenciana Gil, María Pérez, Juana Lusas y Ángela Cerdán, criadas de mi cámara y retrete”,15 dando nombre y apellidos a quienes la acompañaron en los últimos años de su vida. La familiaridad y los recuerdos de doña Luisa llevaron a la condesa a elegir a las religiosas concepcionistas como receptoras de una fundación en 15   El estatus social o nivel económico de la dama se referencia en su testamento al hacer también mención a Ufrasia de Abiego, viuda residente en Épila, y a María Escribano; a quienes por sus buenos servicios la condesa entrega una pequeña cantidad monetaria en forma de legado. AHPZ, CDH, P/1-370-30. Testamento de doña Luisa María de Padilla y Manrique. Épila, a 18 de febrero de 1645.

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la villa de Épila, aquel espacio que la había acogido y en el que había construido su hogar y su matrimonio. La posibilidad patrimonial llevó a doña Luisa María de Padilla, junto a su esposo, a construir un convento al lado del palacio condal, al que los condes de Aranda tenían acceso directo a través de un pasadizo volado. En él se instalaron las mencionadas monjas concepcionistas en un claro guiño a la infancia de doña Luisa en Burgos, a quienes esta dedicó una de sus obras, publicada en 1642 con el título de Excelencias de la castidad. Dicha fundación, a la que la condesa dedicó gran interés en vida, fue una visible muestra de la importancia de la opinión de doña Luisa, de su afinidad matrimonial, que le otorgó la posibilidad de acceso al poder del linaje, así como de su capacidad personal de elección. Todas ellas se reflejaron unidas a la belleza de sus palabras en las últimas líneas que, de su mano, escribió para conformar su testamento. En él, la condesa de Aranda, temerosa de que pudieran llegar a no respetarse sus deseos, incluyó una clave para comprobar la veracidad de sus voluntades: […] podria aconteçer el haçer otro [testamento] no estando en mi acuerdo, como por la misericordia de Dios me allo al presente, mudando en todo o en parte lo que arriva tengo dispuesto, lo qual sería contra mi intención y mente deliberada. Por tanto, quiero y es mi voluntad que este testamento valga y sea mi ultima disposición y que, aunque después del hiciere otro u otros testamentos o codicillos, aquel o aquellos que hiciere desde aora para entonces los revoco y anulo […] sino es que en el testamento o codicillo que hiziere se hallaren puestas y insertas las palabras infrascriptas y siguientes: Ave maris stella dei mater alma atque semper virgo felix coeli porta. […] Digo y declaro que no será mi intención derogar este testamento, pues quando tuviere intençion de derogarle me será fácil el repetir dichas palabras por tenerlas tan en la memoria como las tengo […]. Y aunque este mi testamento va escripto de mano ajena, todo es dictado por mí y quiero que tenga la misma fuerça que si fuera de palabra a palabra de mi propia mano como lo son estos últimos renglones.16

Con aquellas palabras que iniciaban el himno latino Ave Maris stella cantado en las vísperas de las fiestas marianas, doña Luisa de Padilla ponía 16   En AHPZ, CDH; P/1-370-30. Testamento de doña Luisa María de Padilla y Manrique. Épila, a 18 de febrero de 1645.

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música a sus últimos deseos y mostraba su capacidad a la hora de escribir, sus conocimientos y su fe, todos ellos construidos con la ayuda y entre las personas que crearon un entorno familiar definido y único para la condesa.

Bibliografía Astete, Gaspar (1597): “Tratado del gobierno de la familia y estado de las viudas y doncellas”, Burgos: Juan Baptista Varesio. Egido Martínez, Aurora (1998): “La Nobleza virtuosa de la Condesa de Aranda, doña Luisa de Padilla, amiga de Gracián”, en Archivo de Filología Aragonesa 5455, pp. 9-41. — (2000): “La idea de nobles de la Condesa de Aranda y Baltasar Gracián”, en José A. Ferrer Benimeli, Esteban Sarasa y Eliseo Serrano (eds.), El conde de Aranda y su tiempo, Zaragoza: Institución Fernando el Católico, pp. 63-80. Huidobro y Serna, Luciano (1941): “El Convento de Religiosas Franciscanas Concepcionistas de S. Luis de Burgos”, en Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Burgos 20. Disponible en https://riubu.ubu. es/handle/10259.4/630 [Consulta: 3-11-2019]. Malo Barranco, Laura (2017): “La elección del nombre. Onomástica y mundo nobiliario en el Aragón moderno”, en Gregorio Colás Latorre (coord.), Sobre la cultura en Aragón en la Edad Moderna, Zaragoza: Mira Editores, pp. 249-272. — (2018): Nobleza en femenino. Mujeres, poder y cultura en la España Moderna, Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Marín Pina, M.ª Carmen (2011): “Juan Francisco Andrés de Uztarroz y el Parnaso femenino en Aragón”, en Bulletin Hispanique 113-1, pp. 589-614. Disponible en https://journals.openedition.org/bulletinhispanique/328. [Consulta: 2-022020] Merenzi y Aldaya, Juan Lorenzo: Historia manuscrita de la Ilustre Casa y Familia de Ximénez de Urrea, Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, Fondo Casa Ducal de Híjar, P/4-38-1, sin foliar. Padilla Manrique y Acuña, Luisa María de (1637): Nobleza virtuosa, dada a la estampa por el M. R. P. M. F., Zaragoza: Juan de Lanaja. — (1642): Excelencias de la castidad, Zaragoza: Pedro Lanaja. Serrano y Sanz, Manuel (1903): Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833, Madrid: Establecimiento Tipolitográfico Sucesores de Rivadeneyra.

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Torremocha Hernández, Margarita (2012): “‘Lágrimas de la nobleza’ o lágrimas por la nobleza. Luisa de Padilla, condesa de Aranda y su ‘reformación de nobles’”, en María José Pérez Álvarez, Laureano M. Rubio Pérez y Alfredo Martín García (eds.), Campo y campesinos en la España Moderna. Culturas políticas en el mundo hispano, León: Fundación Española de Historia Moderna, pp. 2187-2198.

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“Con todas las calidades y condiciones favorables”: mujeres de negocios portuguesas en la Monarquía hispánica durante el reinado de Felipe IV1 Cristina Hernández Casado Universidad Complutense de Madrid

1. Las mujeres de negocios en la Edad Moderna: un caso de estudio La definición de modelos masculinos y femeninos en la sociedad, el trato que se dan ambos sexos entre sí, las actividades consideradas propiamente de hombres y mujeres y el espacio que cada uno de ellos ocupa son una serie de cuestiones cuya expresión ha ido variando y adaptándose a las sucesivas etapas históricas. Con una larga trayectoria detrás, el estudio de la mujer tanto en la Edad Moderna como en otras épocas se encuentra en una revisión constante en la historiografía reciente, con novedosos enfoques y metodologías. De esta manera, para los siglos xv-xviii, se trabajan de manera más exhaustiva las nuevas dimensiones de la mujer real y nobiliaria,2 su participación en el mundo de las letras3 o, como es el caso del presente trabajo, su representación como

1   Este trabajo se enmarca dentro del grupo complutense de investigación “Élites y Agentes en la Monarquía Hispánica: Formas de Articulación Política, Negociación y Patronazgo (1506-1725)” [UCM-GR3/14–971683]. 2   Algunos de los trabajos más novedosos dentro de la historiografía española son Sanz Ayán y Franganillo Álvarez (2017), López Anguita (2018), Kozák (2018), Bravo Sánchez (2019). 3  Trabajos recientes para su consulta: Baranda Leturio y Cruz (2018), Cruz (2019a), Martos (2017), Vinatea Recoba (2015).

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mujeres de negocios4 entre otros muchos ámbitos. Estudios todos ellos que nos permiten profundizar en su papel más allá del de esposas o madres. La historiografía ya ha hecho hincapié en la implicación de las mujeres en el ámbito comercial y financiero durante la Edad Moderna en el norte de Europa,5 donde todo apunta a que las condiciones y circunstancias permitían en mayor medida dicha participación. Sin embargo, a lo largo de nuestras investigaciones, hemos encontrado toda una serie de mujeres que se dedicaban a estas actividades económicas residentes en plazas peninsulares, sobre todo en Madrid, Sevilla y Cádiz, grandes centros económicos de la Monarquía hispánica. La mayoría de ellas viudas pero también casadas e incluso doncellas. A partir de sus testamentos, protocolos y asientos —préstamos a la Corona— firmados, pleitos tras sus muertes por sus fortunas o alusiones a sus actividades en cartas de sus familiares varones, este trabajo pretende presentar a algunas de ellas, destacando sobre todo tres: Beatriz de Sampayo, esposa de Simón Suárez, banquero luso de Felipe IV; Sebastiana de Paz, y, especialmente, Beatriz de Silveira, hermana y esposa respectivamente del que fue el mayor asentista de provisiones generales de la Monarquía hispánica durante la década de 1640, el también portugués Jorge de Paz Silveira. Las tres mostraron una participación activa en los negocios de sus familias. Son bastantes los casos en los que, tras la muerte del esposo, las viudas actuaron como administradoras de la casa y la hacienda dejadas por este. Desde dicho cargo realizaban tareas como la gestión de gastos familiares o la recepción del dinero que al difunto le quedaba por cobrar como fruto de sus actividades en vida. Para este último efecto nombraban agentes o se presentaban ellas mismas en los lugares en que se precisase. Si bien algunas administraban dichos negocios o fortunas hasta la mayoría de edad de sus hijos, otras designadas para este cometido, aunque no fueron madres, lograron mantenerse al cargo de las empresas hasta el fin de sus vidas. Existen casos de mujeres que no se limitaron a la tarea de recoger los frutos de sus esposos, sino que continuaron los negocios de los mismos y abarcaron desde actividades 4   Para consultar: Sanz Ayán (2009 y 2019), Martín Romera (2009), Bartolomé Bartolomé (2015). 5   Investigadoras como Van den Heuvel (2004 y 2008) o Spence (2016) han tratado recientemente este tema.

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comerciales a préstamos de dinero a la Corona, convirtiéndose en asentistas. En nuestra investigación hemos observado que no son pocas las viudas que se encargaron de estas tareas, la mayoría de ellas procedentes de familias de estrato mercantil, acomodadas, de origen converso y portuguesas. Sabemos también que hubo quienes, mientras su esposo vivía, participaron en las decisiones que él mismo tomaba a la hora de dirigir las empresas, leyendo cartas de colaboradores y agentes y dando su opinión sobre las mismas, logrando cambiar a veces las decisiones del propio marido. Esto nos hace recordar una hipótesis que Alice Clark, en su clásico trabajo de 1919, ya comunicó (1982: 39): los hombres que se casaban con estas mujeres podrían esperar que ellas se hiciesen cargo de los negocios en el futuro. Para ello, cabe la posibilidad de que la mujer hubiese recibido una educación que le permitiera llevar a cabo estas tareas; una formación económica que se habría completado al asistir e intervenir en las actividades del cónyuge mientras vivió. Paralelamente hay mujeres que comerciaron no solo con plazas peninsulares, sino también con el norte de Europa y América. Viudas, casadas o doncellas participaron en la dinámica mercantil, bien junto con otros parientes o en solitario. Como nos dice Sanz Ayán (2019: 154-155), aunque la legislación vigente en tierras de la Monarquía hispánica dificultaba la dedicación femenina en este ámbito profesional, sobre todo a las casadas, trabajos e investigaciones realizadas nos demuestran, tal y como refiere la misma investigadora, que la práctica y la teoría diferían en ocasiones. Respecto a las mujeres desposadas, sabemos que también actuaban asistiendo a sus maridos en sus empleos, que realizaban actividades para el buen devenir del negocio (Harding, 2009: 555) o llevaban a cabo las mismas labores que ellos dentro de las empresas familiares, ya fuese mediante el giro de letras o el contacto con otros hombres de negocios. Evidentemente la presencia femenina en ambas actividades según las fuentes consultadas, tanto en financieras como en comerciales, es menor en comparación a la de los varones. Sin embargo, creemos que su inclusión en estos campos (considerados tradicionalmente masculinos) resulta imprescindible no solo a la hora de estudiar a las mujeres a lo largo de la historia, sino también a la hora de analizar, en este caso, la economía de la época que tratamos, aportando así nuevas perspectivas al conocimiento sociohistórico. Mediante los estudios de caso, también se pueden mitigar los tintes de ex-

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cepcionalidad que rodean a las mujeres que participaron en las finanzas, en el ámbito del poder político o en el mundo literario para subrayar que, tal vez, su actuación en estos espacios no fue tan aislada como se creyó en un primer momento.

2. La importancia de los portugueses en la economía de la Monarquía hispánica durante el siglo xvii La implicación de los hombres de negocios portugueses en la economía de la Corona durante la centuria del setecientos es un tema ampliamente tratado por la historiografía.6 Sin ánimo de ser exhaustiva, sí nos resulta interesante apuntar algunas cuestiones sobre los financieros y comerciantes lusos más destacados de la primera mitad del siglo xvii, pues son los familiares de las mujeres que presentaremos más adelante y, por tanto, un elemento circunstancial de extremada importancia en sus vidas. En el apartado financiero, lo cierto es que ya encontramos portugueses que comercian con Castilla a través de grandes compañías, como la del banquero Simón Ruiz (Lucas Villanueva, 2001: 176). Asimismo, lograron penetrar en el negocio de la deuda pública castellana a mediados de la década de 1570 (Ribeiro, 2019: 258) hasta llegar a firmar asientos, ya fueran en moneda o en especie, antes del comienzo del siglo xvii.7 A pesar de ello, fue durante la primera mitad de este siglo cuando los lusos, gracias a elementos como su ducho manejo del vellón (Álvarez Nogal, 1997: 37), la diversificación de sus empresas y su extensísima, heterogénea e internacional red, unido a la situación de la Monarquía hispánica, obtuvieron el éxito dentro de la economía de la misma. La suspensión de pagos de 1627 fue la oportunidad que atrajo realmente a los que serían los grandes banqueros portugueses de Felipe IV (Sanz Ayán, 2013: 55), la mayoría de ellos procedentes de grandes familias de comerciantes lisboetas de origen judeoconverso. Estos hombres de negocios alcanzaron su culmen durante la compleja década de 6   Algunos ejemplos de trabajos más recientes son Sánchez Durán (2015), Pulido Serrano (2017), Cohen (2018), Ribeiro (2019). 7   Archivo General de Simancas (en adelante AGS), CMC, 3. ª época, leg. 127.

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1640, cuando los asentistas alemanes prácticamente habían desaparecido y los genoveses, antaño protagonistas inequívocos de las finanzas de la Corona, se habían retraído (Sanz Ayán, 2005). Entre los banqueros portugueses más destacados en esta trayectoria se encontraban Jorge de Paz Silveira, Duarte Fernández, Manuel de Paz, García de Yllán, Fernando Tinoco o Simón Suárez entre otros. Jorge de Paz Silveira, nacido aproximadamente en 1580 en Lisboa, perteneció al clan de los Silveira, una familia donde aparecían mezclados los antepasados cristianos nuevos y viejos, siendo hijo de Diego López de Lisboa y de su segundo matrimonio con Felipa de Paz, perteneciente al clan de los Baeza (Boyajian, 1983: 31). La fortuna familiar procedía inicialmente del comercio transatlántico lisboeta con Asia, tanto en la India como en el lejano Oriente, donde los Silveira tuvieron una gran presencia durante el siglo xvi (Freire Costa, 2008: 868-869). Posteriormente expandieron sus mercados hacia América, África y el resto de la península ibérica. La presencia de los Silveira dentro de las finanzas de la Monarquía hispánica en materia de asientos y arrendamientos reales se remonta a finales del reinado de Felipe II (Pulido Serrano, 2013: 196), pero fue Jorge de Paz Silveira el que alcanzó el verdadero éxito en este plano, así como en el social. En 1632 se trasladó de Lisboa a Madrid junto con su esposa y prima Beatriz de Silveira y comenzó a firmar asientos monetarios con la Corona. Sin abandonar toda una serie de empresas comerciales, centradas sobre todo en los textiles, este hombre de negocios medró hasta convertirse en el banquero más importante de Felipe IV durante la década de 1640 hasta su muerte en 16478 (Sanz Ayán, 2013: 228). Gracias a sus servicios al monarca, De Paz Silveira no solo disfrutó de grandes consignaciones monetarias, sino también de mercedes que le permitieron, tanto a él como a su familia, ascender socialmente. Más allá de hacerle señor de diversos lugares y ofrecerle cargos en la Corte,9 el rey le proporcionó otras gracias. Entre ellas se encontraban dos   AGS, CCG, legs. 126-141.   En 1636 aparece como alcaide y regidor de la Villa de Arcos en Burgos; en 1641 se le da la encomienda de San Quintín de Monteagrazo en el arzobispado de Lisboa; en 1645, se convierte en señor de la fortaleza de la Higuera de la Villa de Martos, en Jaén, y de la Fortaleza de Bélmez, en Córdoba, y, finalmente, en 1646 recibió la Villa de Horcajada en Ávila, la de Olmedilla del Campo y el lugar de Langa en Cuenca. Además de eso, en 1643 se le otorgó 8 9

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hábitos de la orden de Santiago para él10 y para su sobrino y heredero Diego de Silveira, a pesar de las dificultades que sobre este último recaían “por el defecto que tiene de sangre por ser descendiente de la Nación Hebrea”.11 También obtuvo un nombramiento de barón en el reino de Nápoles tanto para él como para su esposa, con un feudo de valor de tres mil o cuatro mil ducados para el otorgante, sus herederos y sucesores.12 Otro de los hombres de negocios que nos interesa reseñar, Simón Suárez, nació en Lisboa en 1582 en el seno de una poderosa familia de mercaderes portugueses, de origen converso (Marqués de Almeida, 2009: 668) y con problemas con la Inquisición: los Suárez de Orta. Entre su extensa parentela afincada en los puertos y plazas de mayor interés económico durante los siglos xvi y xvii, aparecen personajes tan destacados para las finanzas y comercio de la Monarquía hispánica como sus primos Tomás López de Ulhoa —uno de los hombres de negocios más ricos de Lisboa—13 y Marcos Fernández Monsanto —administrador y tesorero general de los derechos aduaneros de exportación e importación a América, es decir, de los almojarifazgos mayores de Indias en Sevilla, una actividad que encabezó desde 1632 hasta finales de la década de 1640, además de ser asentista real—.14 Asimismo, sobresale su hermano, Felipe Martínez de Orta, también administrador y tesorero de los almojarifazgos de Indias junto con su primo hasta 1636 y participante en los asientos del propio Simón Suárez entre otros familiares y otros hom-

una plaza de aposentador del libro en la Corte; Archivo Histórico Nacional (en adelante AHN), Consejos, leg. 13197; AHN, Consejos, leg. 13200; Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid (en adelante RBPRM), Cartas de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, 1585, 1645, pp. 116v-117; Biblioteca Nacional de España (en adelante BNE), MSS/11207, p. 75v. 10   AHN, Inquisición, leg. 4034. 11   RBPRM, Cartas de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, 1585, 1645, pp. 116v-117. 12  BNE, MSS/11207, p. 75v. 13   López de Ulhoa participó en las primeras negociaciones que los financieros portugueses tuvieron con Felipe IV antes de la suspensión de pagos de 1626. Ese mismo año fue nombrado pagador general de la Armada de Flandes. Al final de su vida obtuvo varios títulos nobiliarios (Boyajian, 1983: 23, 114). 14   Archivo General de Indias (en adelante AGI), Contaduría, leg. 367.

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bres de negocios.15 Fue además agente en Sevilla de banqueros portugueses y genoveses como Pedro de Baeza de Silveira o Bartolomé Spínola.16 La faceta de comerciante de Simón Suárez tuvo una especial relevancia a lo largo de su carrera. Sus mercados se extendían por todos los continentes. Trasegaba con un amplio abanico de mercancías, siendo acusado en ocasiones de ejercer contrabando (Boyajian, 1983: 174). En un primer momento se trasladó desde Lisboa a Sevilla17 para, en 1630, mudarse definitivamente a Madrid y comenzar a firmar sus primeros asientos monetarios hasta su muerte en 1633. Anteriormente ya había cerrado algunos tratos en el aspecto financiero con la Corona,18 siendo nombrado fidalgo de la Casa Real de Portugal y contratador real (Marques de Almeida, 2009: 668). Solía firmar sus asientos de forma conjunta con otros grandes hombres de negocios del momento, como Duarte Fernández o Manuel de Paz.19 Pero las altas esferas de la economía española no fueron el único espacio en el que los lusos alcanzaron protagonismo. El comercio en el interior de la península fue otra de sus actividades más destacadas. Más allá de la capital del Imperio, los inmigrantes portugueses que llegaron a Castilla desde tiempos medievales se fueron reuniendo en comunidades en otras plazas ibéricas. Una de las más destacadas y que más importancia alcanzó durante los siglos xvi y xvii fue Sevilla. Allí los portugueses ya gozaban de fama de riqueza antes de la unión de las dos coronas (Fernández Chaves y Pérez García, 2012: 200). No obstante, es desde la década de 1620 cuando se produce un aumento de la inmigración de hombres de negocios portugueses a la ciudad del Betis, así como una creciente adquisición de naturalezas de Indias por parte de los mismos (Díaz Blanco, 2007: 93). Este hecho coincide con un cambio de visión en los negocios de prácticamente todas las familias estudiadas en nuestra investigación hasta este momento, que las llevó a posar la mirada en las oportunidades del Nuevo Mundo, sin por ello abandonar sus negocios en Asia. Para el contacto con América no había mejor ciudad en el momento   AHN, Consejos, leg. 13195.   AGI, Contaduría, leg. 364. 17   Ciudad donde también ejerció el cargo de tesorero general de las aduanas sevillanas, siendo el primero entre sus familiares en ocuparlo. AGS, CCG, leg. 127. 18   AHN, Consejos, leg. 13195. 19   AGI, Contratación, leg. 50B. 15 16

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que Sevilla. Durante la primera mitad del siglo xvii, esta urbe era el gran puerto de la Monarquía hispánica y, por tanto, la puerta al continente americano, además de una ciudad capital en el entramado económico europeo. Su labor de puerto exportador e importador entre dos mares le permitió relacionarse tanto con Flandes como con Italia. También mantenía una estrecha vinculación con Lisboa (Comellas, 1992: 15-26). Por la cantidad de mercancías y el capital obtenido por las mismas, situamos entre los lusos residentes en la comunidad hispalense a algunos de los mayores comerciantes que operaban en este momento en el entramado de la Monarquía hispánica. Sin embargo, su importancia no reside solo en sus empresas mercantiles. Desde Sevilla estos hombres de negocios realizaron actividades de gran valor para los protagonistas de las finanzas de la Corona —la actividad de los grandes banqueros lusos no habría sido posible sin la existencia de esta colonia—, para la Monarquía hispánica y, en general, para la economía internacional (Hernández Casado, 2021). Eran agentes de los más influyentes financieros del momento —no solo portugueses, sino también genoveses y alemanes—, conectores entre las redes de los mismos, así como, sobre todo a partir de la década de 1650, destacados asentistas. Dos familias muy prominentes dentro de la comunidad lusa hispalense fueron los Pérez de Andrade y los Rodríguez Pasariño, dos clanes de origen lisboeta y judeoconverso que acabarían acercando sus lazos mediante uniones matrimoniales. De los primeros destacan sobre todo dos hermanos: Enrique de Andrade —conocido como el patrón de la colonia portuguesa sevillana (Studnicki-Gizbert, 2007: 102), afamado esclavista20 y cabeza de una extensísima red sociocomercial—21 y Manuel Rodríguez de Andrade —administrador de los almojarifazgos mayores de Indias en Sevilla desde 1639 junto con Marcos Fernández Monsanto22 y futuro asentista de la Corona—.23 Por parte de los Pasariño, los capos principales de la casa fueron los hermanos Alfonso y Gaspar —este último, cónsul de la nação portuguesa en Sevilla junto con el

  AGI, Contratación, leg. 5766.   AGI, Contratación, leg. 179. 22   Archivo Histórico Provincial de Sevilla (en adelante, AHPS), leg. 4404. 23   AGS, DGT, Inv. 10, leg. 9. 20 21

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mencionado Manuel Rodríguez de Andrade,24 quien, a su vez, estaba casado con la hija de Gaspar, Beatriz de Vega—. Ambos participaron en los negocios financieros de todos los grandes banqueros de Felipe IV, que se valieron del auténtico banco de letras de cambio con el que contaban los hermanos Pasariño y de su amplísima red25 para llevar a cabo sus préstamos con la Corona. Además de esto, llevaban a cabo una vasta actividad comercial, en la que destacaban productos como los esclavos, el azafrán, las telas, el trigo o el añil (Hernández Casado, 2021). Se introdujeron desde la década de 1630 en el negocio de los asientos, primero como partícipes de los firmados por el mentado Jorge de Paz Silveira26 para, durante la década de 1640, comenzar a ejecutarlos en solitario. La compañía que estos hermanos fundaron en Lisboa en 1618 finalizó en 1646, año en el que Alfonso y Gaspar se habían trasladado a Madrid para firmar asientos con el monarca y fueron acusados de judaizantes por la Inquisición.27

3. Mujeres en las actividades mercantiles del siglo xvii: Sebastiana de Paz La participación de mujeres en el comercio del siglo xvii aparece tanto en las operaciones a escala local como internacional —sobre todo vinculadas a mercados americanos—, trabajando con un amplio espectro de mercancías. Su rango de edad y situación civil es amplio. De esta manera, hemos encontrado doncellas, como es el caso de Andrea de la Torre, muchacha residente en Sevilla de nacionalidad desconocida que, en 1642, se presenta como vendedora principal de su tienda, firmando protocolos notariales tanto en su nombre como en el de su hermana y madre.28 Probablemente su establecimiento era uno de los muchos en los que comerciantes a gran escala distribuían sus mercadurías. No es el único caso en la ciudad del Betis, como   AHN, Inquisición, leg. 3855.   AHN, Inquisición, leg. 3747. 26   AGS, CCG, leg. 130. 27   AHN, Inquisición, leg. 5096, caja 2. 28   AHPS, leg. 16983. 24 25

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demuestran los protocolos firmados por hombres de negocios portugueses, como Diego de Payba,29 quien emite cartas de pago para una doncella poseedora de otra tienda a mediados de la década de los cuarenta.30 Dentro de la mencionada familia de los Pérez de Andrade, una de las hermanas de Enrique de Andrade y Manuel Rodríguez de Andrade también participó en las actividades comerciales que el grupo mantenía con América. Se trata de Mencia de Andrade, residente en Sevilla y casada primero con el hombre de negocios luso Francisco de Silva para, posteriormente, sospechamos, matrimoniarse con Gonzalo Núñez de Sepúlveda.31 Tanto Mencia como Gonzalo se encuentran enterrados en la catedral de Sevilla (Hernández Casado, 2019: 366). En 1644 Enrique de Andrade representó a una serie de familiares y hombres de negocios, entre los cuales se encontraba Mencia de Andrade, que solicitaban parte de la hacienda de dos condenados por la Inquisición de Lima, los también mercaderes y portugueses Diego López de Fonseca y Mesa y Francisco de Acuña, declarándose acreedores de los mismos. Resulta interesante que, en este punto, Mencia de Andrade no hace la reclamación en nombre de su anterior esposo difunto. Como hemos dicho anteriormente, a lo largo de la investigación hemos observado cómo, de manera frecuente, viudas se presentaban ante la administración para cobrar deudas que no les habían sido entregadas a sus esposos en vida. En este caso Mencia, aunque se la nombra como viuda de Francisco de Silva, se presenta como acreedora ella misma.32 En Cádiz, los hermanos Alfonso y Gaspar Rodríguez Pasariño tenían negocios relacionados con el tráfico de esclavos junto con una vecina de la ciudad, Clara Gómez. Era viuda de otro mercader, Manuel Palacios, y logró 29   Hombre de negocios perteneciente a un importante clan de prestamistas y comerciantes con América y el norte de Europa, destacado por el añil, los esclavos y por su contacto con grandes hombres de negocios de la época como Octavio Centurión o Simón Suárez. AGS, CJH, leg. 242. AHN, Consejos, leg. 13195. 30   AHPS, leg. 16983. 31   Activo esclavista, gozó de buena posición social tras su llegada a Sevilla, después de haber pasado toda su juventud en Angola. Se insertó en las redes de los principales hombres de negocios lusos del momento y desde muy pronto aparece vinculado a los asientos del destacado financiero portugués de Felipe IV, Manuel de Paz (Hernández Casado, 2019). 32   AHPS, leg. 16988.

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introducirse en las redes de la trata negrera del momento. En 1641 encontramos un pleito con la Casa de la Contratación de Sevilla en el que los Rodríguez Pasariño, en compañía de la mencionada Clara Gómez y del licenciado Manuel Correa —oidor de Santo Tomé y regidor en el reino de Portugal—, pretendían que les fuese entregado una serie de capital confiscado procedente de una partida de esclavos hacia América. En este documento, el fiscal no conseguía clarificar quién era exactamente la comerciante residente en Cádiz y si realmente esta vivía en dicha ciudad, a pesar de que ella declaraba llevar más de seis años siendo vecina gaditana.33 Sopesamos que la administración sevillana tuviese las mismas dudas que nosotros acerca de la identidad de Clara Gómez, quien realmente podría tratarse de Clara Gómez Gallegos, viuda del comerciante portugués Manuel de Palacios, asesinado en Lisboa bajo sospechosas circunstancias. De ser ella, estaríamos ante una mujer de negocios lisboeta que desde finales del siglo xvi comerciaba sobre todo entre Lisboa y Hamburgo, siendo esta última plaza donde residían gran número de sus familiares, algunos de ellos procesados por la Inquisición. El propio hijo de Gómez Gallegos y de Palacios nacido en Lisboa, Pedro de Palacios —o Jhosua de Palacios—, se convirtió en un activo miembro de la comunidad sefardita de Hamburgo (Marqués de Almeida, 2009: 511). Otra comerciante completamente involucrada en las redes mercantiles con América fue Sebastiana de Paz (c.1575-1639), hermanastra del financiero Jorge de Paz Silveira. Sebastiana era hija del primer matrimonio de Felipa de Paz, quien posteriormente casó en segundas nupcias con Diego López de Lisboa —padre del mencionado Jorge de Paz Silveira—, casado también por segunda vez. La familia de Paz poseía un extenso pasado comercial y ya participaba en las actividades financieras de la Corona desde años atrás. El abuelo materno de Sebastiana, Fernando de Baeza (c.1530-1590), mantenía al menos desde mediados del siglo xvi un nutrido comercio con el lejano Oriente y la India (Boyajian, 1983: 32). Por otra parte, su tío materno, Pedro de Baeza (1555-1617), no solo fue un prolífero comerciante con Asia y en el ámbito peninsular —vinculado a las redes del sobresaliente banquero castellano Simón Ruíz—, sino también arrendador de rentas reales, asentista y arbitrista de su majestad (Pulido Serrano, 2018).   AGI, Contratación, leg. 179.

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Sebastiana se casó con su hermanastro Francisco de Silveira, hijo del primer matrimonio de Diego López de Lisboa con la fallecida Beatriz Enríquez, mujer perteneciente al importante clan mercantil de los Rodríguez de Lisboa (Boyajian, 1983: Apéndice 7). Sebastiana y Francisco tuvieron cuatro hijos, verdaderos herederos del clan Silveira y de capital importancia para la conexión de esta familia con otros destacados grupos mercantiles. Esta última fue la misión de sus dos hijas, Beatriz de Silveira, casada con Ruy López de Silva, y Felipa de Paz, matrimoniada a su vez con Enrique Gil de Vega.34 Por otra parte, sus hijos varones, Diego de Silveira y Juan Luis de Silveira, fueron los herederos de los dos mayorazgos fundados por el barón de Silveira tras su muerte35 y, en el caso de Diego, el llamado a continuar el negocio familiar de los asientos. Ignoramos si la pareja se mudó a Sevilla desde Lisboa antes de la muerte de Francisco de Silveira, pero lo cierto es que Sebastiana residía con sus hijos en la ciudad del Betis desde, al menos, comienzos de la década de 1630.36 Conocemos que esta mujer inició sus actividades aproximadamente en 1625, todavía en vida de su marido, y contaba con un cajero propio —Gaspar de Payba— que cuidaba de sus negocios. Desde entonces hasta su muerte a mediados de 1639, nuestra comerciante desplegó una más que interesante actividad mercantil en solitario, participó también en las empresas comerciales de su hermano Jorge de Paz Silveira37 y tuvo como principal mercado el continente americano, más en concreto, Brasil. También sabemos que instituyó un mayorazgo a nombre de su hijo Diego de Silveira y que compraba juros para ponerlos en cabeza de sus hijas. Por los pleitos en los que se embarcaron sus descendientes tras la muerte de nuestra mujer de negocios con el fin de repartir su herencia, tenemos 34   Ruy López de Silva era primo de los hermanos Rodríguez Pasariño, así como gran colaborador de uno de los clanes de financieros portugueses más destacados de la época, los Paz-Tinoco. López de Silva fue un relevante comerciante en la península ibérica y América y también participó en los asientos de la Corona. Por su parte, Enrique Gil de Vega también pertenecía a la familia de los Rodríguez Pasariño. Fue un señalado comerciante con América, inmerso en la trata de esclavos. AGI, Contratación, leg 4629. AHPS, legs. 16977 y 16963. 35   AHN, Clero secular-regular, leg. 7110. 36   AHPS, leg. 16977. 37   AGI, Inquisición, leg. 3845.

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noticia de que el rey colocó juros situados en Burgos a su nombre y que, en su red, se encontraban algunos de los más destacados comerciantes lusos de la primera mitad del siglo xvii, quienes eran deudores de Sebastiana incluso tras su muerte.38 Entre ellos aparecen Melchor Méndez de Acosta39 y su hijo, Jorge de Acosta. Este último, vecino de Madrid, activo esclavista y asentista de la Corona, hizo partícipe a Sebastiana de Paz y a otras mujeres de negocios portuguesas —como Ana Pereira— de un concierto que este banquero hizo con la Corona, introduciéndola en el ámbito financiero de la Monarquía hispánica.40 Otros personajes sobresalientes que aparecen en sus cuentas son el propio Ruy López de Silva, Jorge Saravia —perteneciente a la importante familia de comerciantes conversos Saravia—, Simón Rodríguez Bueno41 o Francisco Fernández Solís.42

4. Financieras: las banqueras de Felipe IV. Beatriz de Sampayo y la baronesa Beatriz de Silveira Más allá de su implicación en actividades mercantiles, encontramos mujeres que a lo largo de su vida participaron en mayor o menor medida en actividades financieras con la Monarquía hispánica. A pesar de que todas ellas pertenecían a familias lusas de grandes hombres de negocios para los cuales dedicarse tanto al comercio como a las finanzas fueron dos caras de la misma moneda, lo cierto es que tanto en las mujeres que presentaremos a continuación como en las que ya hemos aludido —exceptuando la referida   AHPS, leg. 16977.   Notorio mercader con América y Portugal, residente en Sevilla. Comerciaba con un amplio abanico de productos que iban desde la canela a los esclavos, además de gestionar para la Corona el cobro del papel sellado de la ciudad hispalense, cargo que le llevó a la cárcel por toda una serie de irregularidades. AGI, Escribanía, leg. 1025A. 40   AHN, Inquisición, leg. 3855. 41   Relevante prestamista, mercader con América y administrador del estanco de la pimienta de Sevilla, Jaén y Córdoba. AHPS, leg. 16955. 42   Conocido esclavista y arrendador de impuestos a lo largo de la década de los cuarenta. También fue el asentista portugués más destacado de la Corona española en la década de 1650. AGS, CMC, 3. ª época, leg. 104. 38 39

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participación de Sebastiana de Paz en el concierto hecho con el hombre de negocios Jorge de Acosta— no hemos hallado todavía esa dualidad: o participan en actividades puramente comerciales o exclusivamente financieras. Al igual que en el ámbito comercial, dentro del financiero la envergadura de los negocios que encabezan cubre todos los rangos; desde el más pequeño al más elevado. Cabe mencionar a las que cooperaron en el giro de letras en el que estaban inmersos los negocios familiares. Este es el caso de Beatriz de Vega, hija de Gaspar Rodríguez Pasariño y esposa del mencionado Manuel Rodríguez de Andrade. Aunque no hemos localizado amplios registros de su actividad, gracias a los libros de cuentas de su padre y tío sabemos que ya casada tomaba parte en las empresas de sus parientes actuando como agente en el aludido banco de letras familiar, núcleo de las actividades del clan Pasariño. Dichas letras emitidas por Beatriz tenían como destino principal Amberes, plaza vinculada al pago de los asientos emitidos por los grandes banqueros.43 También las encontramos ejerciendo la profesión de banqueras. En este caso, es cierto que todas ellas eran viudas en el momento en el que ponen sus haciendas al servicio de la Monarquía hispánica. Su participación como mujeres de negocios en la primera mitad del siglo xvii resulta cuanto más interesante si tenemos en cuenta la legislación de la época, en la que, si bien no se ponían tantas trabas en cuanto a su ejercicio como mercader, el acceso de las mujeres a las actividades bancarias estaba mucho más vetado y, en principio, no podían regentar un banco público (Sanz Ayán, 2019: 163). En los asientos en especie, sobresale Ana Duque de Estrada, de nacionalidad desconocida. En 1649 —un difícil momento tanto para la Monarquía hispánica como para los asentistas tras la suspensión de pagos de 1647—, Duque de Estrada, ya viuda, firmó tanto por sí misma como en su papel de curadora de sus dos hijos menores de edad una provisión de cincuenta mil quintales de pólvora para la armada que empezaría en 1652 por el plazo de diez años.44 Por supuesto también aparecen realizando asientos en moneda. En este aspecto, hemos localizado a dos mujeres. La primera de ellas es Beatriz de Sampayo, esposa del mentado asentista luso Simón Suárez. Beatriz nació   AHN, Inquisición, leg. 5096, caja 2.   AGS, CCG, leg. 143.

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aproximadamente en 1585 en Lisboa, procedente de una destacada familia de mercaderes portugueses y conversos, los Texeira de Sampayo, conectados por sus negocios con el norte de Europa, África y Asia (Boyajian, 1983: Apéndice 15). De sus familiares, entre los más citados en la historiografía destacan sobre todo su hermano, Diego Texeira de Sampayo,45 y su yerno, casado con su hija Blanca Suárez de Orta y perteneciente a los Suarez de Orta: Salvador Vaez Martínez.46 Tras pasar una temporada en Sevilla acompañando a su marido, en 1630 se trasladaron a Madrid, donde él comenzó a firmar sus asientos sin abandonar sus actividades comerciales. Desconocemos si Beatriz se implicó en las empresas de su esposo durante la vida de este, pero sí sabemos que en 1633, el mismo año de la muerte de Simón Suárez, participó en las finanzas de la Monarquía hispánica más allá de administrar los pagos que la Corona debía todavía a su marido en función de los asientos que este había hecho en vida y de actuar de administradora y curadora de sus seis hijos.47 Para gobernar su casa y hacienda, nuestra mujer de negocios también contó con el apoyo de Antonio Núñez Gramajo,48 quien la ayudó en estas tareas desde 1638.49 El 8 de mayo de 1633 Beatriz de Sampayo firmó un asiento junto con sus parientes políticos Marcos Fernández Monsanto y Felipe Martínez de Orta de sesenta mil seiscientos sesenta y seis escudos a entregar en Amberes, cuyo agente en la ciudad era su hermano, el citado Diego Texeira de Sampayo.50 45   Tras una etapa inicial residiendo en Pernambuco, dedicado al comercio del azúcar de Brasil, se trasladó a Ruan, donde fue investigado por la Inquisición en 1633 acusado de judaizante. Posteriormente se mudó a Amberes, donde, además de especializarse en el comercio de diamantes, era corresponsal de poderosos asentistas como Jorge de Paz Silveira (Boyajian, 1993: 133, 198). AHN, Inquisición, leg. 171. AGS, CCG, leg. 126. 46   Asentista real durante la segunda mitad del siglo xvii, en contacto con hombres de negocios genoveses y portugueses. AGI, Contaduría, leg. 373B. 47   Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (en adelante, AHPM), leg. 4303. 48   Importante comerciante y contrabandista luso residente en Sevilla, introducido en las redes de los principales financieros portugueses y mercaderes ingleses del momento, así como futuro asentista real. Procedía de una de las familias de esclavistas más activas de finales del siglo xvi y comienzos del xvii, con problemas relacionados con la Inquisición. AGS, CMC, 3. ª época, leg. 104 (Mateus Ventura, 2001: 70). 49   AHPS, leg. 16972. 50   AGS, CCG, leg. 127.

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La actividad financiera de Beatriz de Sampayo durante ese año la llevó a penetrar en las redes de notables comerciantes lusos del momento, como el acusado por la Inquisición y residente en Madrid Felipe Díaz Gutiérrez,51 así como a tratar con otros grandes banqueros lusos del momento como Jorge de Paz Silveira o el hermano de este, Pedro de Baeza de Silveira.52 Sabemos que Beatriz de Sampayo continuó encargándose de la administración y recepción del dinero que la Monarquía debía por los asientos de su esposo a lo largo de la década de 1630, pero desconocemos si también siguió firmando asientos o llevando a cabo empresas comerciales más allá de 1633. La segunda asentista fue Beatriz de Silveira. Nació en Lisboa en 1595, en el seno de la familia Silveira, hija de Fernando López de Lisboa53 y de Catarina Fernández. Sus dos hermanos, Juan de Silveira y Rodrigo de Silveira, fueron religiosos que residieron a lo largo de su vida en Lisboa. En 1613 se casó con su primo Jorge de Paz Silveira54 y la pareja residió en la capital portuguesa hasta 1632, año en que se mudaron a Madrid para comenzar a hacer asientos en moneda con la Corona. A lo largo del periodo de actividad más intensa de Jorge de Paz con la Monarquía hispánica, durante las décadas de 1630 y 1640, el financiero luso solicitó en varias ocasiones dentro de sus asientos la obtención de títulos de deuda pública, es decir, de juros y rentas que colocó tanto a su nombre como al de su esposa y que se mantuvieron en poder de Beatriz de Silveira después de la muerte de su marido. Por ejemplo, entre muchos otros, en 1636, en el rendimiento de la renta de la pimienta,55 en las salinas de Castilla en 164256 o, desde 1646, en los primeros dos reales de plata impuestos en cada arroba de lana que se exportaba.57 Por la correspondencia que Jorge de Paz Silveira mantenía con algunos de sus mayores colaboradores, sabemos que el hombre de negocios portugués no mencionaba a su esposa únicamente   AHN, Inquisición, leg. 247.   AHN, Inquisición, leg. 3797. 53   Hermano de Diego López de Lisboa, padre del financiero Jorge de Paz Silveira y activo comerciante con Asia junto con el mismo (Boyajian, 1983: 31). 54   AHPM, leg. 5022. 55   AGS, CMC, 3. ª época, leg. 54. 56   AHN, Inquisición, leg. 3870. 57   AGS, CMC, 3. ª época, leg. 2279. 51 52

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como receptora de los múltiples regalos con los que la agasajaba, sino como persona que leía junto a él sus cartas y le aconsejaba en momentos de duda, haciendo incluso cambiar de idea al banquero respecto a la posición de este en su negocio.58 El futuro barón se nos presenta en los vestigios documentales que dejó como una persona minuciosa en sus empresas financieras y comerciales, exigente con las ganancias obtenidas de las mismas y con un amplio conocimiento y competencia en sus actividades. Entendemos que, para solicitar el consejo de su esposa, la futura baronesa de Silveira habría recibido una educación acorde y poseería unas competencias equivalentes, como posteriormente demostró. Jorge de Paz Silveira falleció en 1647 sin descendencia legítima. Un año antes firmó su último testamento. En este, además de toda una serie de mandas pías e indicaciones para futuras fundaciones, estableció una división del feudo obtenido con su baronía en 1645 y creó así dos mayorazgos para sus dos sobrinos, que además eran los hijos de Sebastiana de Paz, ambos ya caballeros de Santiago: Juan Luis de Silveira y Diego de Silveira. Este último debía ser su sucesor en la continuación de los asientos. A su esposa, la ya baronesa Beatriz de Silveira, la nombró administradora de todos los bienes y hacienda de la casa de los Silveira.59 Tras una ausencia de un año por parte de esta familia en el negocio de los asientos, en 1649 Diego de Silveira comenzó su andadura en las finanzas de la Monarquía hispánica bajo el cargo de factor real.60 En 1650, ya se consolidaba como el tercer hombre de negocios más destacado de la Corona (Sanz Ayán, 1988: 87). Entre los partícipes de dichas empresas financieras aparece su tía, Beatriz de Silveira.61 Diego de Silveira firmó tres factorías, una por año hasta 1651.62 Tras esta fecha no volvemos a encontrar vestigios de la familia en las finanzas de la   AHN, Inquisición, leg. 3845.   AHN, Clero secular-regular, leg. 7110. 60   Al contrario del asentista, que emitía un préstamo a la Corona con su propia hacienda, el factor real, tal y como nos dice Sanz Ayán, era aquel financiero encargado de realizar por cuenta de la Real Hacienda diversos negocios. Entre dichas actividades se encontraban las provisiones de dinero donde y para lo que el rey necesitase. Debido a esto, al contrario que el asentista, el factor no cobraba los intereses corrientes de sus asientos (Sanz Ayán, 1989: 25). 61   AGS, CCG, leg. 143. 62   AGS, CMC, 3. ª época, leg. 73. 58 59

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Monarquía hispánica hasta 1655. Fue la baronesa la que continuó el negocio de los asientos de los Silveira en solitario, situándose entre los tres asentistas lusos más destacados en su periodo de actuación. Su actividad como banquera duró dos años, 1655 y 1656. Realizó un asiento por año: el 5 de diciembre de 1655 la baronesa firmó uno de cien mil escudos para Flandes y, el 15 de marzo de 1656, otros cien mil escudos con el mismo destino.63 Para ellos se valió de personajes que ya encontrábamos en la red de su esposo, como los residentes en Amberes Francisco López Franco y Feo64 o la viuda de Simón Díaz Vaez.65 A lo largo de estos años, Beatriz de Silveira también erigió toda una serie de fundaciones tanto por ella misma como por los mandatos de su esposo legados en su testamento.66 De estos últimos destaca sobre todo el Colegio de los Irlandeses de Alcalá de Henares.67 Por su parte, además de convertirse en patrona de numerosos conventos, también fundó uno en la calle Alcalá, en Madrid: el de Carmelitas Recoletas Primitivas de nuestra señora de la Natividad y San Ioseph.68 En este espacio ingresaron muchachas procedentes de familias nobles, la mayoría de ellas residentes en Madrid, entre las cuales encontramos a Ángela y Agustina Strata Garcés, hijas del banquero genovés Joseph Strata.69

  Ibidem.  Prominente hombre de negocios entre los lusos asentados en el norte de Europa. Fue intermediario entre los comerciantes lusitanos de Sevilla y los flamencos de Amberes y Hamburgo, así como corresponsal de los más sobresalientes banqueros portugueses de Felipe IV. También mantuvo un contacto constante con los genoveses. AHN, Inquisición, leg. 5096, caja 2. 65   Destacado comerciante luso que a lo largo de su vida vivió en Sevilla y Nuevo México. Se relacionó con importantes mercaderes portugueses sevillanos, como el mencionado Ruy López Silva o el futuro gran arrendador de la renta de la lana y asentista de la Corona Simón Fonseca Piña. AHPS, leg. 16976. 66   Para profundizar en la relación poder-fundación por parte de las mujeres nobiliarias y de la realeza, se han hecho trabajos recientes como el de Cruz (2019b). 67   AHN, Clero secular-regular, leg. 7110. 68   AHPM, leg. 6286. 69   Archivo de Villa (en adelante, AV), A.S.A, 2-258-10. 63 64

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Beatriz de Silveira falleció en 1660. Intitulada como señora de las villas de Silveira, Cuevas de Cañatazor (o Canataçor) y Baldecolmenas de Arriba,70 dejaba en su testamento toda una serie de mandas pías y directrices. Con ella moría la presencia de la familia Silveira en las finanzas de la Monarquía hispánica.

5. La actuación femenina en las finanzas de Felipe IV. Conclusiones y preguntas Cada vez hay más trabajos en los que se demuestra que la presencia femenina tanto en el comercio como en las finanzas durante la Edad Moderna era más recurrente de lo que se pensaba en un primer momento. Esto sucede no solo en el norte de Europa, sino también en el espacio mediterráneo. A lo largo de estas páginas hemos expuesto a toda una serie de mujeres de negocios que en su mayoría eran de origen portugués y residían en territorios de la Monarquía hispánica. Tras la muerte de sus esposos, gran parte de ellas se encargaron de la administración de sus respectivas casas y aseguraron la continuación de las empresas mercantiles y financieras familiares. Estas tareas fueron ejecutadas tanto junto con sus parientes como en solitario. Este sería el caso de las comerciantes Mencia de Andrade y Clara Gómez o de las banqueras Beatriz de Sampayo y, sobre todo, Beatriz de Silveira. Más allá de eso, otras mujeres participaron en los negocios familiares durante la vida de sus esposos —como Beatriz de Vega— e incluso tuvieron los suyos propios —tal y como se puede apreciar con Sebastiana de Paz, entre otras—. A pesar de tratarse de un ámbito masculino, la continuación de esta investigación nos presenta un conjunto cada vez mayor de mujeres que nos permite alejarnos poco a poco del adjetivo excepcional en cuanto a su presencia en las finanzas durante el reinado de Felipe IV. Todo ello nos hace preguntarnos cuál era el papel real de dichas mujeres en el entorno económico de su época. Aparejado a esto y después de estudiar los casos expuestos, nos surgen toda una serie de cuestiones: ¿qué tipo de educación recibían estas mujeres desde su infancia?, ¿hasta qué punto era común esperar que   AHPM, leg. 6286.

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se hicieran cargo de estas actividades económicas?, ¿cómo las percibían sus cónyuges y demás parientes cuando participaban en las empresas familiares?, ¿el aparato financiero las consideraba iguales a la hora de firmar asientos a la par que otros hombres de negocios? Sin duda, ampliar este estudio en base a estas y otras preguntas nos permitiría profundizar en un tema que merece seguir siendo tratado e incluido en la historiografía.

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Educating a Constitutionalist Queen: Networks in Conflict around Leonor da Câmara Pedro Urbano Universidade Nova de Lisboa

In 1833 a pamphlet was published in Paris named Lettres de Dona Leonor da Câmara (Câmara, 1833a). These two letters from this lady, translated into French, one to the Duke of Bragança, ex-Emperor of Brazil and Regent of Portugal, and the other to the home office minister, consisted in the author’s defense when she was dismissed from the Royal Household, as the governess of Queen Maria II. Leonor reassured her dedication to the Queen and the support to the constitutional ideas, by refusing the honours that the Emperor gave her, namely a significant annuity and the appointment of an honorary order. The same year, these letters were also published in Portugal (Câmara, 1833b). One of the editions was ironically entitled Gratidão e galantaria da corte imperial para com a Excellentissima Dona Leonor da Câmara, Dama de S. M. a Rainha de Portugal, and presented an authorless introduction in which the imperial court was accused of ingratitude, defamation and violence against Leonor da Câmara. This lady’s qualities were, by contrast, glorified: independent, noble, modest and chaste, loyal to the Queen and politically and civically courageous. The text also mentioned some issues that other ladies would have to face if they were nominated to royal household’s service, namely the opposition of the Brazilian party. We don’t know if it was Leonor who published the letters, or if it was someone of her influence and a supporter of the Portuguese interests against the Brazilian ones. Little is known about the editors. The French LouisPaschal Sétier was freemason and printer of the Israeli consistory in France. He edited several Hebrew works and countless pamphlets on press freedom (Nahon, 2016). José Baptista Morando was particularly active between the

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1830s and 1850s. His publications covered a wide range of typologies, from political pamphlets, memoirs, to treatises on education, such as those by Madame Leprince de Beaumont or works by Almeida Garrett. Although we also do not know the number of copies published or the impact of their circulation, we should not overlook the various editions of these letters, published both in Portugal and in France in both languages. It demonstrates the attempt to preserve the image of its author and to condemn the Emperor’s action. Moreover, it is more significant because its author was a woman, at a time when it was rare for women to publish their works, despite the fact that their texts were circulating and were being read aloud (Anastácio, 2005: 94; Anastácio 2012: 702). It also proves the political importance of the Royal Household offices, even if they were performed by women. The purpose of this paper is to understand what Leonor da Câmara’s political action was, during the five years that she was Queen Maria’s governess, until her dismissal. This requires taking a step back in time, particularly to the time when she was appointed to perform these duties and to understand the reasons behind this choice. Leonor was born in 1781 (Registo de Baptismo, 1781). Her father, Luís da Câmara (1754-1802), was the Count of Ribeira Grande. It was an old title, created in the 17th century, but dating back to the previous century. Her mother, Maria Rita de Almeida e Lorena (1751-1786), was the sister of the writer Marchioness of Alorna, and granddaughter of the Marquises of Távora, persecuted and executed by the Prime Minister Marquis of Pombal. Leonor’s mother died when she was five. She had one brother from both parents, and her father later remarried and had four more children. We know little about her education, but in her archive, not yet cataloged, there are some study notes, such as rhetoric, history and Latin, besides religion.1 From the letters written to her cousins we realize that she knew French, by reference to the letters of Madame de Sévigné (Câmara, 1797a). If knowledge of the French language and the reading of these letters are not surprising, as they are part of the usual education of the ladies of the Portuguese aristocracy, learning English is not so common, a subject that she un1   This information was kindly provided by the Ponta Delgada superior archive technician Dr. Odília Gameiro, by email, on Oct. 29, 2019, proc. 7.2/2019/307.

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dertook at the age of sixteen, reading the Letters of Lord Chesterfield to his son, published about 20 years earlier (Câmara, 1797b). We are unaware of other readings she made, but it is likely that she had read other works. In the correspondence with her aunt, she asks her to send some books, which Vanda Anastácio considered the classics of Alcipe —works of her contemporaries, but also of other writers from the 16th century— (Anastácio, 2014). Her grasp of Classical culture is also noticeable, with reference to the Greek philosopher Democritus (Câmara, 1801a), the mythological character Camila, Queen of Volscians mentioned in Virgil’s Aeneid (Câmara, 1797b) or the Greek poetess and warrior Telesila (Câmara, 1801b). Camila and Telesila are mentioned in various Illustrious Women’s Catalogs published throughout the modern age (Perym, 1740), which Leonor would probably have read. Warrior heroines are often referred to throughout these letters, especially at the time of war conflicts in which Portugal participated, namely between 1797 and 1803. Alongside these two characters, the heroine Clorind, from the work La Gerusalemme liberata, by the Italian poet Torquato Tasso, is also referred to (Câmara, 1801). We do not know, however, whether she would have known about Clorind from the work itself, or from the various operas with the same name, but the first hypothesis seems more likely, since both her mother and aunt read Tasso’s poem (Bobone, 2001: 606). She also shows an interest in botany, namely the importance of distinguishing medicinal plants (Câmara 1797b) and the appointment of eminent Portuguese and European botanists (Câmara, 1801b). Beyond this scientific knowledge, she of course knew how to play the piano, although she did not think she played well (Câmara, 1797c) and enjoyed learning the harp (Câmara, 1801b). She gathered artists at home and frequently visited them at their homes to know their works, as well as the Academy of Fine Arts (Câmara, 1803). She permanently exchanged news about national and international military and political events, which demonstrates a personal interest in these issues (Câmara, n.d.). However, when she suspects that her correspondence is open, she writes: “Eu não falo nem uma palavra em política, mas em ti, em mim, nos nossos fazia-me conta falar com desafogo” (Câmara, 1806).2 2  “I do not speak a word in politics, but in you, in me, in ours I would like to speak openly”. All the quotations were translated by the author.

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Beyond the usual education of an aristocratic woman of the late 18th century, she studied and developed other subjects in more depth. This question is more symptomatic at least from 1797, when she became responsible for the formal education of her siblings (Câmara, 1801c). She thought this job was no fun and that she was not good at it (Câmara, 1797c). However, when her cousin imagined her as a school principal, she answered: Em primeiro lugar não deixa de me fazer algum apetite o ver-me como tu dizes ainda antes dos 16 anos directora d’hum colégio e com um bocadinho de paciência daqui a pouco tempo hão de acabar as lições de ler e hei-de me divertir mais alguma coisa vendo os progressos dos meus discípulos. (Câmara, 1797)3

Leonor turned to her aunt when she had questions about pedagogical methods, namely to correct her sisters from lying. She considered “o exemplo [...] o melhor mestre para crianças” (Câmara, 1801c)4 as well as positive reinforcement: “Todas as vezes que me faz conhecer a sua vontade à força de súplica nunca faço o que ela quer, mas se me diz claramente faço-lhe todas as vezes que posso” (Câmara, 1801c).5 In fact, the marchioness of Alorna wrote some rules and instructions for the education of her own children (Rodrigues, 1984: 224). Although she had two suitors (Câmara, 1797d), Leonor never married. In 1820 she became Queen Carlota Joaquina’s lady-in-waiting, probably indicated by her aunt, who was also a lady-in-waiting (Registo matrícula, lv. 53: 85, 97). Very little is known about Leonor’s life during this period. By contrast, it is a lavish period of political events that would change her life course. King João VI died in 1826 and his son Pedro, already Emperor of the independent Brazil, inherited the throne. Shortly after, he abdicated in favor of her daughter, after granting a constitutionalist charter and promising to marry his daughter to his absolutist brother, Prince Miguel, exiled for 3   “I am proud to imagine myself a director of a college even before the age of 16. In a short time and with some patience, the reading lessons will be over and I will enjoy the progress of my students”. 4   “Example is the best teacher to children”. 5   “each time she begs me, I never do what she wants, but whenever she clearly asks me I satisfy all her wishes”.

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various attempts to reinstate absolutism. In July 1828, Maria da Glória and her entourage travelled from Rio de Janeiro to Vienna to be educated at this court by her maternal grandfather. However, upon docking in Gibraltar in September, she was informed that her uncle, Prince Miguel, had taken the Portuguese throne and had abolished the constitution (Witte, 2019: 69). The responsible for the trip, the Brazilian Marquis of Barbacena, decided to take the dethroned Queen to England, where she had the support of the British royal family and the Portuguese constitutionalist emigrants who were heading there. In November, the Marquis of Palmela, who was in London, wrote to the Emperor, recommending that the young Queen stay in Europe as well as the need for the constitution of a Portuguese court, as her entourage was exclusively Brazilian. He also recommends choosing “uma aia ou dama que seja digna de educar a salvadora da nação portuguesa. Esta dama, permitame vossa majestade o dizê-lo, se for D. Leonor da Câmara, irmã do conde da Ribeira, preencherá todas as condições que podem exigir-se para tão alto cargo” (Documentos, 1888: V, 462).6 In fact, Leonor was single, was forty-seven years old and had vast know­ ledge, including English, and an extensive experience in the education of her siblings and later nephews (Witte, 2019: 80). In addition, she was a trusted person of the Marquis of Palmela because he was very close to her aunt, marchioness of Alorna (Mónica, 2003: 31), with whom he shared a fami­ly background as victims of the Pombal’s persecution. In the same letter, Palmela also stressed the need to “satisfazer os justos desejos e o direito que têm os portugueses, chamando ao pé da rainha alguns outros indivíduos de fidelidade reconhecida e carácter respeitável”7 (Documentos, 1888: V, 462). What was at stake was the need to create a Portuguese court over a Brazilian court, allowing greater Portuguese adherence to the constitutionalist cause. Naturally, the Brazilian court did not welcome this change, as its proximity 6   “a governess or lady-in-waiting who is worthy of educating the savior of the Portuguese nation. This lady, if Your Majesty allows me to say so, if she is Leonor da Câmara, sister of the Count of Ribeira, she will fulfill all the conditions that may be required for such a high office”. 7   “satisfy the just wishes and rights of the Portuguese, calling to the Queen’s service some other individuals of recognized fidelity and respectable character”.

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to the Queen was neglected. Still, the Marquis of Barbacena, after consulting various personalities, supported the choice of Leonor da Câmara. On the last day of the year, Palmela wrote to Leonor, formally inviting her to the role of governess: “a voz que a chama que é não só a da Nossa Soberana, mas também a de todos os portugueses. Vossa Ex.ª dirigirá inteiramente a educação da Rainha que lhe será sem restrição confiada”8 (Maurício, 1933a: 309). Accompanying this letter was the decree appointing Leonor da Câmara lady-in-waiting to the Queen. Leonor’s reply dates from January 10th: “Eu não tenho ambição, mas como tenho patriotismo, não posso ser indiferente à esperança de poder de algum modo ser útil ao serviço de S[ua] M[ajestade] e da Nação Portuguesa” (Câmara, 1829a).9 Her old desire to serve the kingdom, like her heroines Camila, Telesila, and Clorinda was satisfied, not by force of arms, but by education. However, she did not travel immediately because she was ill. Se­ ven days later, she wrote again to the Marquis, reporting the difficulties, the inconvenience caused to her family and to the Queen for paying an expense that she considered unworthy, saying: Não falo a V. Exª no horror que tenho ao verbo fugir ainda que seja com um fim bom; na repugnância que sinto ao ver-me num paquete apenas com uma criada, cercada de homens que não conheço, na violência com que deixo a minha pátria e a minha família, talvez por toda a vida, mudando todas as minhas ocupações e largando o meu retiro, onde acho o meu sossego e a minha felicidade. Tudo isto, que são considerações e sacrifícios pessoais, cedem ao desejo de concorrer, ainda que seja remotamente, para suspender, ou ao menos diminuir, a torrente de males que inundam a minha pátria infeliz; e esta esperança, ainda que incerta e remota, prevalece sobre todas as dificuldades que se me põem diante.10 (Documentos: VI, 54) 8   “the voice that calls you is not only that of Our Sovereign, but also that of all Portuguese people. Your Excellency will entirely direct the Queen’Queen’s education, which will be entrusted to you without restriction”. 9   “I have no ambition, but as I have patriotism, I cannot be indifferent to the hope that I can somehow be useful at the service to Her Majesty and the Portuguese Nation”. 10   “I do not speak to you of the horror I have of the verb running away, even if it is for a good purpose; of the disgust I feel at imagining myself in a boat with only a maid surrounded by men I ’don’t know, of the violence with which I leave my homeland and my family, perhaps

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The term ‘run away’ didn’t just refer to the secrecy of her trip, because of the risk of being discovered by absolutist forces. It also referred to her situation in the Queen Carlota’s household, which wasn’t clarified. One month after the arrival of Prince Miguel, she received a letter from the mistress of the robes, to leave her rooms in the palace vacant for someone else. Leonor understood this letter as a dismissal and noted it in the same letter (Maurício, 1933a: 308). In fact, in the letters cited above addressed to the Emperor, she highlights the fact of been fired from Queen Carlota’s Household under the accusation of being constitutionalist. The documentation of the Queen’s Household, concerning her registration, states that she was deprived of all privileges by decree of February 9, 1829, because she had fled to England without a license (Registo de Matrícula, lv. 53: 97). Actually, she left Portugal the day before, accompanied by at least one maid and after hastily writing to her aunt, telling her of the appointment. Upon her arrival, Barbacena wrote to the Emperor saying that he had not yet altered the Queen’s Household, so that she may become familiar with her new lady-in-waiting (Aguiar, 1896: 615). In some notes written by Leonor da Câmara, the study plan for the future Queen was very simple: As bases da educação são a religião e o desejo do bem público. A religião deve ter por fundamento a fé e o amor e temor a Deus [...] “Precisa fazer bem a distinção dos dois poderes, eclesiástico e civil, e saber que está sujeita ao primeiro como qualquer outra pessoa [...] a maior segurança do trono é o amor dos Povos. As suas obrigações são as mesmas duma Mãe a respeito da sua família [...]: sustentar os seus filhos, educá-los, tratá-los nas enfermidades, prevenir os vícios ou ao menos reprimi-los e a animá-los às virtudes” Há de cuidar no seu sustento, promovendo a agricultura, a indústria e o comércio: já de cuidar na educação, evitando a ociosidade, promovendo boas casas de educação, e boas escolhas aonde se ensine de graça os princípios da religião, as primeiras letras e as coisas necessárias para ganharem a vida; há de tratá-los nas enfermidades fazendo cuidar dos all my life, changing all my occupations and moving away from my retreat, where I find my peace and my happiness. These are all personal considerations and sacrifices that I make. I wish to contribute to reducing all evils plaguing my unhappy country; and this hope, though uncertain and remote, prevails over all the difficulties I expect.”

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hospitais, e estabelecer pelas freguesias irmandades de caridade; há de prevenir os vícios pela educação e reprimi-los pela administração da justiça imparcial, mas sem crueldade, mostrando que aborrece o vício mas não o culpado [...] que os presos tenham os socorros espirituais e as coisas necessárias para a conservação da vida e da saúde. Há de animar as virtudes mostrando estimação às pessoas de merecimento”.11 (Maurício, 1933a: 312)

It was not a study plan, but an education plan for a constitutionalist Queen, a 9-year-old child, and one that anticipates the Da Educação treatise published in London in that year by the writer Almeida Garrett, addressed to Leonor da Câmara as a princess’ governess and which embodies the ideas of the time about female education (Lopes, 2005: 123). According to Leonor, the Queen, as a woman, should be a mother to her subjects and, as such, provide them with what is necessary for their livelihood through the economic development of the country; the need for education, if not universal, then at least free, which at the time would be quite innovative; promoting health not only at the state level but in other institutional networks, such as religious associations, and promoting the welfare of prisoners and meritocracy, the principle on which the constitutionalist society was based. At a time when women’s education was ignored by political discourses and government concerns (Lopes, 2005: 84), Leonor’s educational plan embodied the inherited ideas of the age of enlightenment. On the one hand, that of a new image of a mother, educator and educated, who directly intervenes 11   “The foundations of education are religion and the desire for the public good. Religion must be based on faith, love and fear of God. [The Queen] must distinguish two powers, ecclesiastical and civil, and know that she is subject to the first like anyone else. [...] the greatest security of the throne is the love of the people. Her obligations are the same as those of a Mother regarding her family [...]: support their children, educate them, treat them in sickness, prevent vices or at least suppress them and encourage them to be virtuous. She must provide her country’s livelihood by promoting agriculture, industry and commerce; should take care of education, avoiding idleness, promoting good schools where the principles of religion, the first letters and the things necessary to earn a living are taught for free; she must treat her subjects in sickness through hospitals, and establish charitable associations; she must prevent vices through education and repress them by the administration of impartial justice, but without cruelty [...] she must ensure that prisoners have basic life and spiritual care. She must still reward the meritorious people”.

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in the education of her children (Rodrigues, 1984: 224) —in this case, the subjects. On the other hand, the idea of progress and the people’s well-being (Anastácio, 2012: 696-697). Still, Leonor forgot one detail: the limits to the king’s rule came already not from religion but from parliament, representative of the nation (Lemos 1954: 19). Shortly after Leonor’s arrival in England, the international press, especially the French, reported her escape in derogatory terms. The regalist newspaper Le quotidienne accused her of connections with some constitutionalists, such as the baron of Rendufe, Count of Subserra or Palmela (La quotidienne, 1829: 1). These statements were denied in other constitutionalist newspapers, which emphasized that it was the Emperor who chose Leonor da Câmara to raise his daughter (Le Constitutionnelle, 1829: 5; Le Courrier, 1829: 4). The situation in England was not favorable to Maria’s cause. The English government insisted on the dispersal of the emigrated constitutionalist Portuguese and on the Queen’s marriage to her uncle. In this sense, the Emperor wrote to his daughter in June, ordering her to come to Brazil and to take as enemies the people contrary to his decision. He added that on this trip, she should be accompanied by her Brazilian entourage, and extended the invitation to Leonor “a qual muito estimarei ver neste paço de São Cristóvão, ajudando-me a dar-te educação a tuas irmãs e irmão”12 (Maurício, 1933a: I, 315-316). Leonor agreed to accompany Maria to Rio de Janeiro, but took the necessary precautions: she kept the letter sent to the Queen by her father to prove that she had been expressly invited by the Emperor and wrote to Barbacena making sure that if she was fired from the Palace, she would continue to receive her salary (Maurício, 1933a: 317). Shortly after arriving in Brazil, Leonor wrote to Palmela saying that “A Imperatriz continua a fazer-me muito favor, e o ânimo do Imperador, que estava indisposto contra mim quando eu cheguei, mas tem-se desvanecido essa má disposição e trata-me muito bem” (Câmara, 1829).13 So, at first, 12   “whom I would love to see in this palace […], helping me to educate your sisters and brother”. 13   “The Empress favors me a lot. When I arrived, the Emperor was against me, but this indisposition has diminished and now he treats me very well”.

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Amelia de Leuchtenberg was an ally of Leonor, helping her to approach the Emperor. From the beginning of 1830, the first difficulties began to arise for Leonor. Regarding a religious procession in which the Queen participated, Leonor understood that primacy should be given to the officers of the Portuguese Royal Household accompanying the Queen, and not to the officers of the Brazilian Imperial Household, as Barbacena intended. He wrote to the Emperor that in England this did not happen, and on the day of the procession the Brazilian official took precedence over the Portuguese. According to Barbacena, the lady-in-waiting told him that “que nunca mais apareceria em público”14 (Aguiar, 1896: 735). Leonor’s attitude demonstrates that she sought to favor the Queen’s Portuguese entourage. This would make a good impression with the constitutionalist emigrants as they were trying to restore the throne to the Queen. On the other hand, being of Palmela’s opinion, she was politically aligned with him, contrary to Barbacena’s claims and Brazilian interests. While praising Leonor, Barbacena also criticized Leonor’s conservatism and excessive religiosity. These same defects were also mentioned by Barbacena in a letter to Palmela (Palmela, 1869: 660-661). The Emperor devalued this issue: he agreed with the qualities and defects pointed out by Barbacena, but justified Leonor’s behavior: “ela tem talentos virtudes, etc, porém é fidalga portuguesa senhora do seu nariz e por consequência rezingona”15 (Aguiar, 1896: 735-736). It is true that in her youth Leonor had considered following the religious life (Câmara, 1797b). However, and with the impossibility of evaluating her religious feeling, we think these accusations, that have forever labeled her in the memories of her contemporaries, are partly based on the cultural differences of Portuguese and Brazilian societies, even though some Portuguese thought the same, like her cousin, the Marquis of Fronteira (Fronteira, 1929: 130) and even her aunt, the Marchioness of Alorna, for considering her a fervent catholic, namely for the support that Leonor had shown in the past to the bishop of Braga (Bobone, 2003: 128), defender of the orthodox Catholicism, threatened by the doctrines of modern philosophers (Cardoso, 2004: 103). Moreover, the   “she would never appear in public again”.   “she is a Portuguese noblewoman, free to do as she pleases and consequently grumpy”.

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religious fervor was always pointed out as a defect in women, especially in an anticlerical society like the constitutionalist one. The following year Leonor wrote to her cousin, the Earl of Lavradio, saying that the Emperor admired her greatly. However, she explained how the environment in Brazil was unfavorable to the Portuguese cause, because Brazilians considered that support for the constitutionalist cause put the Brazilian throne at risk (Lemos, 1954: 25). Indeed, Brazilian opposition to the Emperor was growing, aggravated by the financial crisis, leading to Pedro abdicating the Brazilian throne in favor of his son and leaving Brazil for Paris accompanied by his wife and daughter, and, of course, Leonor da Câmara, on April 1831. After a season in France, they visited England again, where they were welcomed by the British Royal Family. On this occasion, Leonor wrote to Lavradio, making harsh criticisms of the Emperor for having overshadowed his daughter, again for reasons of precedence (Pereira, 1941: 13-14). The following year, and again in Paris, the relationship between Leonor and the Empress began to deteriorate. In a letter to her aunt, Leonor told her that the Empress, when she goes out with the Queen, never invited her. It was the Queen who complained to her stepmother about this situation and made her ask Leonor if she would rather accompany the Queen or rest at home. Leonor answered the Empress: “Votre Majesté peut bien juger si c’est pour moi ne repousser que j’ai abandonné ma patrie et ma famille et que je courrai le monde après la Reine” (Câmara, 1832).16 The situation worsened further when, the following month, Leonor received from the Empress a rigorous weekly work schedule for her pupil, that if it was not fulfilled, would lead to her dismissal. This busy schedule of more than eight working hours a day prevented the Queen from socializing with Leonor. She answered to the Empress: tenho sofrido muito pela Rainha, faltava mais isto; mas hei-de sofrer tudo até ao fim. É duro para uma mulher de 52 anos, como eu, que desde a idade de 14 se ocupa de educação, ouvir tais lições e tais ameaças de uma menina de 20 anos e 16   “Your Majesty may well judge whether if it was for me to rest that I have abandoned my country and my family and that I run the world after the Queen”.

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então, tendo sido mandada vir de tão longe, fazendo tantos sacrifícios para tomar conta da Rainha.17 (Maurício, 1933b: 277)

If initially Leonor was in conflict with the Brazilian party, she was now opposed by the Queen’s stepmother. However, educational disagreements seem to be a pretext and not a justification for driving Leonor away. In fact, since the beginning of the year the Empress had intended to marry her stepdaughter to her brother August of Leuchentberg (Witte: 2019, 135). But Leonor, politically aligned with Palmela, supported the Queen’s marriage to the House of Orleans, namely with the Duke of Nemours (Memorando, 1829: 607-611). Fate would, however, change the course of these women, with the victory of Liberal troops at the end of July 1833, securing the Portuguese throne for Maria II and her coming to the kingdom. Meanwhile, in Lisbon, Pedro was beginning to reorganize the institutional apparatus as regent. On August 6, he dismissed from public office all those listed in the absolutist army or appointed by this government to those positions (Chronica, 1833a: 50). It was a matter of removing the absolutist elements and replacing them with Liberals. This decree also reflected in the Queen’s Household. All the ladies who had served Queen Carlota or the princesses during the reign of Prince Miguel were also fired (Folha das criadas, [1833]). Then, he rearranged the Queen’s household for his daughter, appointing the Mistress of the Robes. He chose the Marchioness of Ficalho, prisoner of Prince Miguel and whose children had served in the war. Although some historians refer to Leonor da Câmara as Queen Maria’s former Mistress of the Robes (Pereira, 1941), those were not her duties nor was she expected to perform them. Take the example of Queen Maria I: although her governess was the Duchess of Abrantes, her Mistress of the Robes was the Marchioness of Vila-Flor (Ramos, 2007: 46, 76). 17  “I have suffered so much for the Queen. Only this was missing; but I will suffer everything until the end. It’s hard for a 52-year-old woman like me who, since the age of 14, has been busy educating, to hear such lessons and threats from a 20-year-old girl, and having been sent from so far away, to make so many sacrifices to educate the Queen”.

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The next day, the Mistress of the Robes was recommended not to consider Queen’s servants who had been appointed to the Queen’s House at the time of the Prince Miguel’s government or its supporters (Chronica, 1833b: 147-148). In mid-September an announcement was published in the Chronica Constitucional de Lisboa, for all servants of the Royal Household to present themselves at the Palace. The maids were to go to the Mistress of the Robes’ palace (Chronica, 1833c: 216). Leonor da Câmara was naturally part of the elaborate list because she was lady-in-waiting to Queen Carlota and as such did not meet the requirements of law to integrate the new Queen’s household. That was the main reason for her dismissal. This was all accomplished before Maria’s entourage arrived in Portugal, which only took place on September 22, 1833. On October 18, Pedro granted Leonor an annual and lifetime pension and the honorary order of St. Isabel for having taken care of the Queen’s education (Chronica, 1833d: 403-404). Leonor wrote to the Emperor refusing the offers. In the letter she said that she performed this service to the Queen and homeland because she considered it a duty and not a feat, as she doesn’t understand why women are excused from serving their country. She underlines that the results of her work have always been her only reward and therefore does not accept others. Her purpose was to inspire feelings of worthiness of the throne in the Queen’s heart. Towards the end of her life she had the Queen’s friendship, the honors that belonged to her and her salary, as well as a clear conscience (Maurício, 1933b: 282-283). The Emperor was thus obliged to annul the decree a few days later, praising the Lady’s “patriotism and disinterest” (Chronica, 1833e: 413). Outraged, Leonor also wrote to Palmela because she didn’t understand being so outraged during his ministry. Although she doesn’t consider it his fault, he had allowed for her to be dismissed. She was also disappointed with the Queen, who lost a faithful friend, which should be something to keep and also lost the respect of the public opinion. In this same letter Leonor also manifested beyond doubt her disagreement with the Queen’s marriage to Prince August (Câmara, 1834). On the same day of Leonor’s dismissal, the daughter of the Mistress of the Robes was appointed lady-in-waiting to her place. The Empress wrote to her brother and justified to him these changes, assuring that from then on no

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one would interfere between him and the Queen (Witte, 2019: 143-144). This letter made it possible to understand that, in addition to the central issue of the restructuring of the Queen’s Household, the opposition to her marriage to Prince August had also interfered with Leonor’s dismissal (Dias, 1888: 8; Colen, 1905: 26, 68). Although Leonor kept in touch with her former student, the Emperor, knowing about the maintaining of these ties, forbade the exchange of correspondence between them (Maurício, 1933b: 287). Fallen into disgrace, Leonor’s reputation was only rehabilitated after the Emperor’s death, when she was granted the title of Marchioness of Ponta Delgada, curiously on the very same day of the Queen’s marriage to August (Registo Geral Mercês, 14: 286v-287). Leonor seized the occasion to revive her relations with the Queen, writing to Palmela. Explicitly she said that she does not want to be readmitted to the royal service, because she no longer has the illusion of being useful to her country, but just be friends with the Queen again. She also reminds Palmela that the letters written by her to the Emperor and to the Interior Minister were read by many people and that even a decree was published, in which her disinterest was praised (Câmara, 1835b). Just three days after the letter is sent, she was received at the Palace and wrote to her aunt saying that she went to the Palace and that the Queen treated her very well, which is much more important to her than the title (Câmara, 1835a). Still, that was not enough. For the next two years, Leonor tried to affirm her constitutionalism, so that there is no doubt about it. The doubt about her political alignment was what had kept her from royal service and was still worrying her. To this end, she asked politicians and other personalities to draft documents attesting to and certifying her constitutionalism and her allegiance to the Queen’s cause, whether they were moderate or radical constitutionalists (Maurício 1933c: 349). For the rest of her days she was involved in charity work concerning childhood and free education. In conclusion, although political positions were forbidden to women, the performance of offices in the royal household, in addition to being close to the royal goodwill, allowed them to exercise some political power, either willingly or in line with any of the factions surrounding the royal figure. The

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case of Leonor da Câmara is an example of this, being evident in the printed letters of her authorship, as well as the manuscript ones. Leonor was chosen as governess of the future Queen Maria for her superior culture, her experience in education and her strong desire to serve her country, qualities that had been revealed since her youth. In addition, being single and orphaned, free from any paternal or marital authority, she had independence to exercise her functions. Although her choice was suggested by a family friend, her appointment was consensual as the ablest woman to perform such an important task. However, in the course of her duties, she was several times strongly confronted, firstly by the opposition from the Brazilian entourage. Leonor sought to give primacy to Portuguese entourage, where she belonged, but also because without Portuguese aid, Queen Maria’s cause would be compromised. Subsequently, she was opposed by the Empress. Although disagreements were disguised as pedagogical differences, in fact, Leonor was opposed to the Empress’s plans to marry her brother to her stepdaughter. Finally, Leonor is opposed by the Emperor himself, who naturally wanted to employ only people without relation with the absolutist regime in the public administration, the army, and the Royal Household. Although she was a constitutionalist, having been the lady-in-waiting of the last absolute Queen left her in a critical situation. In her defense, she wrote and published letters to the Emperor telling of her unconditional support for the Queen and the constitutionalist cause, at a time when it was rare for women to publish their writings in their lifetime. Although the latter opposition was the one with the greatest public impact due to the publication of the letters, the private correspondence of other figures clearly de­ monstrates how Leonor’s opinions were unfavorable to them. Leonor fought these contrary opinions first through the education of the Queen, then using her pen as a weapon. The recognition of her actions would only come after the Emperor’s death and with the granting of a title, with which she praised her ancestors’ household.

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— (n. d.): [Letter to Frederica de Almeida], n. p., s. a., April, 11, Arquivo Nacional Torre do Tombo, Casa Fronteira e Alorna, n.º 225. Folha das criadas do Paço que na conformidade das Reais ordens, se apresentaram em casa da Exª Marquesa Camareira Morte até ao dia 15 de Setembro de 1833, e os ordenados que recebem por ano [1833], Arquivo Nacional Torre do Tombo, Casa Real: cx. 3773. Memorando secreto sobre o projectado casamento de D. Maria II com o Duque de Nemours (1829), Arquivo Nacional Torre do Tombo, Casa Palmela, mf. 5727, cx. 159, fol. 607-611. Registo de Baptismo (1781-1799), Arquivo Nacional Torre do Tombo, Distrito de Lisboa, Concelho de Lisboa, Freguesia de Alcântara: Livro de batismos n.º 5, cx. 4, 6/47/13/1, fol. 25. Registo de Matrícula da Casa da Rainha, Arquivo Nacional Torre do Tombo, Casa das Rainhas: Book 53, NT 50, fols. 85 e 97. Registo Geral Mercês de D. Maria II (n. d.): Arquivo Nacional Torre do Tombo, Registo Geral de Mercês D. Maria II: Book 14, 286v-287.

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Un espacio femenino para la creación cultural en el Madrid del siglo xviii: la Junta de Damas de Honor y Mérito Catherine M. Jaffe Elisa Martín-Valdepeñas Texas State University

1. Introducción La Junta de Honor y Mérito o Junta de Damas fue fundada en 1787 con el objetivo de facilitar la incorporación ordenada de las mujeres de las élites al espacio público. Constituía una sección exclusivamente femenina, separada pero dependiente de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País.1 Su creación fue autorizada por Carlos III mediante la Real Orden de 27 de agosto de 1787. En sus Estatutos, aprobados por el rey Carlos IV el 10 de abril de 1794, se definían los objetivos de la asociación: el fomento de la educación, la industria y el trabajo, además de la mejora de las costumbres (Estatutos, 1794: 3). La incorporación femenina a la Sociedad Económica suscitó una fuerte controversia en el seno de la institución, pero, pasado el tiempo, constituyó efectivo cauce para que las mujeres de las élites participaran en la vida pública y ejercieran poder. Fue el origen de nuevos espacios de relación para estas 1   Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto Espacios de Conocimiento, Cultura y Agencia femeninas en el mundo Moderno y Contemporáneo (siglos xv-xx), adscrito al proyecto coordinado Género, Cultura y Subjetividad: más allá de las políticas del conocimiento (siglos xv-xx), PGC2018-097445-B-C21, Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (MICINN). La investigación ha sido apoyada por National Endowment for the Humanities (EE. UU.), el programa Hispanex del Ministerio de Cultura y Deporte y por la ayuda François Chevalier del Madrid Institute for Advanced Study.

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y constituyó un espacio de conocimiento y creación cultural para sus socias. Mediante su dedicación a la educación, a la beneficencia y a la escritura, las mujeres pudieron participar en los proyectos de reforma y de utilidad general que preconizaban los ilustrados.

2. La producción cultural de la Junta de Damas La Junta de Damas se conoce hoy más por sus contribuciones a la beneficencia y a la educación que por sus obras escritas. El “Discurso en defensa del talento de las mujeres” de Josefa Amar, publicado en el Memorial literario en 1786, contribuyó decisivamente a la creación de la Junta de Damas, aunque la aragonesa probablemente hubiera preferido la plena integración femenina a la Real Sociedad Matritense y no la creación de una junta de mujeres distinta pero unida a la Sociedad masculina.2 Lo que no se ha reconocido suficientemente son las aportaciones literarias que hicieron las mujeres de la Junta, no como individuos, sino como un colectivo, a la República de las Letras. Al escribir, asumían una conciencia de identidad colectiva. Eran socias de la Junta de Señoras, “unida a la Real Sociedad Económica de Madrid” masculina. Esta identidad les confería una autoridad pragmática, ilustrada, laica, relacionada con la observación científica, objetiva y práctica, enlazada con la gestión profesional. Se trata de una identidad autorial distinta a la caracterizada por la expresión personal y subjetiva, más intelectual y artística, que suponía la escritura considerada literaria. Para las autoras de la Junta de Damas, no hacía falta esconderse detrás de nombres ficticios ni invocar los lugares comunes de modestia y humildad que solían emplear las autoras ilustradas (Bolufer Peruga, 1998: 299-339; López-Cordón Cortezo, 2005). Su identidad colectiva en sí confirmaba que escribían para ser útiles a la sociedad y no tenían que disculparse pidiendo indulgencia de sus lectores o confesando sus cortas luces. Algunas mujeres ilustradas contribuyeron como escritoras reconocidas a la República de las Letras, aunque no se reconocían a sí mismas como escri2   Memorial literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid, tomo VIII, n.º XXXII, agosto de 1786, pp. 400-430.

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toras profesionales (Álvarez Barrientos, 2006: 51).3 La crítica feminista ha cuestionado en los últimos años la definición de la República de las Letras en los siglos xvii y xviii. Dena Goodman defendió el papel fundamental de las mujeres en los salones de la Ilustración francesa (Goodman, 1994). Anne Goldgar, en su libro Impolite Learning, explica que, mientras la pertenencia a academias o sociedades era concreta, la República de las Letras “solo existía en la mente de sus miembros”. Estos se consideraban a sí mismos una comunidad de iguales, sin distinciones de nacionalidad, ideología, religión o rango (Goldgar, 1995: 2-3), aunque en la práctica estos ideales no se observaban siempre. Goldgar recalca la importancia de las relaciones entre los individuos en esta comunidad imaginada y destaca las interacciones personales como determinantes en la identidad como participantes de la República de las Letras. Susan Dalton estudia el self-fashioning de las mujeres de las élites francesas e italianas a finales del siglo xviii y muestra cómo la correspondencia de estas mujeres ilustradas borra la división estricta entre la esfera privada (femenina) y la pública (masculina) (Dalton, 2003). En su libro Republic of Women: Rethinking the Republic of Letters in the Seventeenth Century, Carol Pal explica que hace falta redefinir nuestra idea del centro y periferia cuando hablamos de las redes intelectuales del siglo xvii porque las comunidades o redes formadas por mujeres literatas a veces no se han considerado centrales en la historiografía. Pal concluye que el grupo intelectual femenino que estudia contribuyó decisivamente a los debates intelectuales y a la creación del saber de su época por medio de sus cartas, de sus obras escritas y de las redes de comunicación en las que participaron. Informaban, recomendaban, aconsejaban, reenviaban noticias de nuevas ideas y circulaban sus propias preocupaciones intelectuales (Pal, 2012: 4-6). Proponemos emplear este mismo modo de análisis al estudio de la producción literaria de la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica de Madrid, tomando como punto de partida su posición central y no periférica en la comunidad patriótica de los amigos del país de la España de finales del siglo xviii. El self-fashioning de las escritoras de la Junta de Damas por medio de sus escritos institucionales, que estudiamos a continuación, presenta a   Véase Lewis (2019).

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las damas involucradas en el ámbito de la supervisión y administración de diversas instituciones de la beneficencia pública madrileña. Ellas apelan a su idoneidad como mujeres para realizar este trabajo benéfico y, sin embargo, a la vez, se presentan como iguales a los socios masculinos de la Real Sociedad Matritense de Amigos del País. En la producción cultural de la Junta de Damas del siglo xviii y primera mitad del siglo xix deben distinguirse los escritos que fueron publicados de los que permanecieron inéditos. Esta comunicación se centrará en los textos impresos, aunque haremos una breve referencia a los manuscritos, puesto que unos y otros responden a similar tipología e intencionalidad.4 El amparo institucional permitió a sus autoras tomar conciencia de su identidad autorial. Las obras producidas por la Junta de Damas, sin incluir aquellas que fueron fruto de su estricto funcionamiento institucional, como estatutos y reglamentos de funcionamiento de los centros a su cargo, se pueden reducir a tres tipologías: los discursos u oraciones de ingreso; los elogios, ya fueran a la reina o necrológicos, y los escritos puramente administrativos, como las memorias de gestión de la presidenta y extractos de tareas de la secretaria. Los discursos de ingreso y los elogios que se conocen fueron publicados.5 En el caso de las obras de carácter administrativo, las memorias de la presidenta se imprimieron a partir de 1818. Las anteriores se conservan manuscritas. Los discursos de ingreso se circunscriben a los años 1786 y 1787. La entrada de dos mujeres a título honorario, María Isidra de Guzmán y de la Cerda, la famosa Doctora de Alcalá, y la condesa-duquesa de Benavente, en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País provocó la polémica de las damas (Guzmán y de la Cerda, 1786; Benavente, 1786).6 Sus disertaciones fueron leídas públicamente ante la asamblea de socios y posteriormente se imprimieron. El tercer discurso fue obra de Josefa Amar 4  Sobre los textos impresos de la Junta de Damas véase Catalina García (1877) y Demerson, Demerson y Aguilar Piñal (1974). 5   Existe también un discurso manuscrito de la condesa-duquesa de Benavente al asumir la presidencia de la Junta de Damas de 1801. 6   Sobre la polémica de la admisión de las mujeres en la Sociedad Económica de Madrid, existe numerosa bibliografía. Los textos de todos los intervinientes en la misma pueden consultarse en Negrín Fajardo (1984).

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y Borbón, que, satisfecha por su ingreso en la Junta de Honor y Mérito, envió desde Zaragoza una Oración (Amar y Borbón, 1787).7 En la carta que acompañaba a su escrito agradecía muy cortésmente su admisión, congratulándose de haber recibido “este singular honor que he debido a la Junta empeña mi reconocimiento a dirigirla por medio de V. E. [la condesa de Montijo], como su dignísima secretaria, las más atentas y reverentes gracias; y justamente suplicar a V. E. se sirva hacer presente el papel adjunto como un tributo obsequioso de mi gratitud”.8 Los elogios constituyen los textos más conocidos de la Junta de Damas. Ensalzan a la reina María Luisa de Parma.9 El corpus alcanza una serie de siete elogios, todos ellos impresos y elaborados por diferentes autoras y cronológicamente se sitúan entre 1794 y 1801. Se leían en las juntas públicas de distribución de premios, las ceremonias donde la Sociedad Económica hacía propaganda de sus actividades. También se redactaron tres elogios necrológicos en un periodo de treinta años, con intenciones muy diferentes (Almodóvar, 1789; Montijo, 1797; Villafranca, 1818). La actividad propagandística de la Junta de Damas se manifestó también en una sucesión de escritos, de contenido esencialmente administrativo, en los que se daba a conocer a un público más o menos amplio, según los casos, el grado cumplimiento de las actividades que estaban a su cargo. En general, estos textos, bastante homogéneos, de carácter periódico, fueron, por una parte, las llamadas “memorias instructivas de los negocios de la Junta” y, por otra, los “extractos de tareas”. A través de ellos, es posible seguir la actividad de la corporación femenina. Mientras que las memorias de la presidenta comenzaron a elaborarse después de la aprobación de los Estatutos definitivos de la Junta de Honor y Mérito en 1794, sin embargo, los extractos de tareas de la secretaria empezaron a redactarse unos años antes, en 1789.

7   También se publicó en el Memorial literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid, tomo XII, n.º LI, diciembre de 1787, parte primera, pp. 588-592 y en el Diario de Madrid, n.º 26, 26 de enero de 1788, pp. 101-103. 8   “Carta de Josefa Amar a la condesa de Montijo”, 3 de noviembre de 1787. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, Instituciones Antecesoras, Fondo Junta de Damas de Honor y Mérito, 8482/7. 9   Sobre los elogios a la reina María Luisa, véase Calvo Maturana (2007).

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Las memorias de gestión se elaboraban anualmente. En algunos casos se hicieron bianuales, como las de 1825 y 1827 (Ofalia, 1825; Alagón, 1827). Estas memorias eran leídas ante las propias socias y, posteriormente, se remitían a la Real Sociedad para su aprobación, donde la dama en cuestión repetía el discurso ante la asamblea de socios. Destinadas al consumo interno y sin apenas difusión exterior, al menos hasta 1817, la presidenta, en su informe, daba su opinión personal de lo que había sucedido durante su mandato. Exponía sus logros y los fracasos, felicitaba a las socias por su dedicación y se quejaba por los obstáculos a los que había tenido que hacer frente en el ejercicio que acababa de finalizar.10 Se conoce prácticamente la serie completa desde 1796, excepto los años de 1809 a 1814, que no se elaboraron debido a la guerra de la Independencia. A partir de 1818, la serie, en su mayoría impresa, es más irregular, ya que a veces son anuales y otras bianuales.11 Se conservan, con algunos vacíos, hasta 1840. Otros escritos, que también constituyen una serie, son los extractos o relaciones de tareas, semestrales o anuales. Son textos de menor relevancia literaria, pero con mayor proyección pública, puesto que formaban parte de los discursos que se leían en las Juntas públicas de distribución de premios de la Real Sociedad Económica, a las que asistían autoridades y representantes de diferentes instituciones políticas, científicas y culturales madrileñas. Las relaciones de tareas consistían en un resumen de las actividades realizadas por la Junta de Damas en un periodo determinado.12 Estos textos son especialmente fríos y escasamente literarios y se limitaban a relatar ordenadamente los resultados de cada uno de los establecimientos de educación y beneficencia que las señoras tenían a su cuidado. Salvo la pequeña introducción protocolaria, dedicada a la reina, que se introdujo a partir de 1801, apenas translucían el menor signo de adulación o agasajo a los soberanos. La serie conservada va desde 1789 a 1807. No se imprimían, aunque, como ya hemos dicho, se difundían públicamente. 10   El artículo IX del título IV de los Estatutos de 1794 fijaba los requisitos que debía contener la memoria anual de la presidenta (Estatutos, 1794: 18-19). 11   La única memoria de esta época que no se imprimió fue la de la marquesa de Villafranca correspondiente al año de 1821 y fechada el 8 de febrero de 1822. 12   El artículo VIII del título VI de los Estatutos de 1794 explicaba que una de las funciones de la secretaria consistía en la elaboración de estos escritos (Estatutos, 1794: 25-26).

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3. La producción impresa: los discursos y los elogios Empleando la teoría de las redes, examinamos los nodos y enlaces que distinguen la producción escrita de la Junta de Damas. En esta primera etapa, analizamos solo los paratextos de las obras impresas. Empezamos con las tres oraciones de entrada. Las dos primeras fueron escritas por damas nobles, las únicas mujeres invitadas a ser socias de la Real Sociedad Económica de Madrid masculina: la joven académica María Isidra Quintina de Guzmán (1767-1803), una niña prodigio y la primera mujer en recibir un doctorado en España, y la condesa-duquesa de Benavente, esposa del entonces presidente de la Real Sociedad. La tercera oración fue escrita por Josefa Amar, que ya pertenecía a la Sociedad Económica Aragonesa y que fue invitada a pertenecer a la Junta de Damas en reconocimiento de su discurso defendiendo el derecho de las mujeres de participar en la Real Sociedad Económica de Madrid. Como se ve en la figura 1, las tres autoras no solo firmaron sus oraciones personalmente, sino que también se vincularon con diversas comunidades ilustradas: María Isidra Quintina, con la Universidad de Alcalá de Henares, la Real Academia Española, la Real Sociedad Bascongada y “la Real Sociedad de Amigos del País de esta corte”; la condesa-duquesa de Benavente dirigió su discurso a la Real Sociedad Económica de Madrid, y finalmente Josefa Amar se enlaza con la Junta de Señoras de la Real Sociedad Económica de Madrid. Estas relaciones se pueden ver en la figura 2. La Real Sociedad es el nodo que tiene el mayor número de enlaces. La figura 3 resume los paratextos de los elogios tanto dedicados a la reina como los necrológicos, escritos por damas concretas y publicados por la Sociedad Económica. Ocho de los diez elogios también indican que son socias de la Junta de Señoras, y ocho incluyen su afiliación a la Real Sociedad Económica Matritense. En la figura 4, se ve que la relación con la reina María Luisa de Parma, sujeto de siete de los elogios, es el nodo que tiene el mayor número de enlaces. Nuestro análisis de las redes en los paratextos de las obras publicadas por la Junta de Damas muestra que esta asociación femenina reclamaba una identidad autorial colectiva que las enlazaba con otros grupos e instituciones dedicados al progreso de las luces y el reformismo ilustrado. Se consideraban

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Figura 1 Paratextos de las oraciones de entrada Año

Título

Hecho por

Dirigida a

1786 Madrid, Sancha

Oración gratulatoria del género eucarístico

Exc. Sra. Doña María Isidra Quintina y Guzmán y la Cerda – Doctora en Filosofía y Letras Humanas, Consiliaria Perpetua, Examinadora de cursantes en Filosofía, y Cathedrática honoraria de Filosofía moderna en la Real Universidad de Alcalá – Socia de la Real Academia Española – Honoraria y literata Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País

la Real Sociedad de Amigos del País de esta Corte: “Señores”

1786 Madrid, Sancha

Discurso

Condesa Duquesa de Benavente, Marquesa de Peñafiel, etc.

la Real Sociedad Económica de Madrid: “Señores”

1787 Madrid, Sancha y Memorial literario

Oración gratulatoria

Sra. Doña Josefa Amar y Borbón – elegida Socia de Honor y Mérito de la Junta de Damas

la Junta de Señoras de la Real Sociedad Económica de Madrid: “Señoras”

miembros de la Junta de Damas, unidas a la Sociedad Económica Matritense, y a la vez se reconocían implicadas en una comunidad imaginada más amplia, compuesta de ilustrados que promovían la felicidad de su país, una comunidad transnacional de circulación de las ideas y prácticas ilustradas. Como ha teorizado Carol Pal, la República de las Letras se constituía de varios estratos horizontales y transparentes de grupos dedicados a actividades intelectuales o pragmáticas concretas, y entre estos estratos había conexiones

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Figura 2 Redes en los paratextos de las oraciones de entrada

Figura 4 Redes en los paratextos de los Elogios a la reina

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Figura 3 Paratextos de los Elogios a la reina Junta de Señoras de Honor y Mérito

R. S. E. de Madrid

Año

Elogio de

1

1789

Serenísima Señora María Ana Victoria [de Braganza] Infanta de Portugal, Esposa del Serenísimo Señor Infante Don Gabriel

“Socia de…”



Exc. Sra. Duquesa de Almodóvar

2

1794

Reyna Nuestra Señora [María Luisa de Parma]

“Presidenta de…”



Exc. Sra. Condesa de Torrepalma

3

1795

Reyna N. S. [María Luisa de Parma]

“Socia de honor y mérito de la Junta de Señoras”



Exc. Sra. Marquesa de Ariza

4

1796

Reyna N. S. [María Luisa de Parma]

No

no

Exc. Sra. Marquesa de Sonora

5

1797

Sra. Dña. Petra de Torres Feloaga, Marquesa de Valdeolmos y de la Torrecilla

“Secretaria de…”



Exc. Sra. Condesa del Montijo

6

1797

la Reyna N.S. [María Luisa de Parma]

“Socia de Honor y Mérito de la Junta de Señoras”

“Real Sociedad”

Sra. Doña María del Rosario Cepeda y Gorostiza

7

1798

la Reyna N.S. [María Luisa de Parma]

No



Sra. Marquesa de Fuerte-Híjar

8

1799

la Reyna N.S. [María Luisa de Parma]

“Socia de Honor y Mérito de la RSEM”



Sra. Doña Josepha Díez de la Cortina

9

1801

la Reyna N.S. [María Luisa de Parma]

“Socia de Honor y Mérito de la RSEM”



Exc. Sra. Condesa de Castroterreño

10

1819

Reina Nuestra Señora Doña María Isabel de Braganza

“Junta de Sras. de esta Corte”

no

Exc. Sra. Marquesa de Villafranca

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Formado por

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verticales por las que fluían y circulaban ideas y personas (Pal, 2012: 12). La Junta de Damas de la Real Sociedad Económica de Madrid se caracterizaba por sus redes de transmisión y difusión del pensamiento ilustrado y constituyó un estrato central de la República de las Letras en la España del Siglo de las Luces.

4. El contexto de producción y divulgación: la red de creación cultural El impreso Junta General de la Real Sociedad Económica de Madrid, celebrada en las Casas de Ayuntamiento el sábado 25 de enero de 1794 constituye un buen ejemplo para conocer el contexto de producción y divulgación de las obras de la Junta de Damas de Honor y Mérito. Este título tiene relevancia, al tratarse de la única vez que se publicó íntegro el contenido de una ceremonia pública de distribución de premios de la Sociedad, en la que participó la asociación femenina. Si bien se conocen estas ceremonias por las reseñas de los periódicos y por las actas de la Matritense, en este caso, el evento se imprimió. Gracias a este folleto se puede conocer la extensión de la red cultural de la Junta de Damas: con la propia Sociedad Económica y con otras instituciones, pues a la ceremonia pública se invitaba a diversas personalidades, autoridades y colectivos madrileños. En esta publicación se incluyó el extracto de tareas de la Junta de Damas y el primer elogio a la reina María Luisa de Parma, de ahí su singularidad.13 La organización de estos eventos públicos anuales requería un proceso bastante concienzudo que involucraba a toda la Sociedad. Aunque a las alturas de 1793 la maquinaria estaba bastante bien engrasada, la Sociedad seguía cuidando en extremo los detalles. Los preparativos se delegaban en una

13  El proceso de elaboración del elogio a la reina y el extracto, así como el desarrollo de la ceremonia pública y su posterior publicación, han podido reconstruirse con bastante fidelidad gracias a las actas de la Sociedad Matritense y las de la Junta de Damas de 1793 y 1794, así como al contenido de dos expedientes del Archivo de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País (ARSEM): 130/14 y 131/7.

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comisión que revisaba los escritos de las diferentes secciones o clases de la Sociedad y los elogios encargados. La primera mención a la ceremonia pública para el ejercicio académico de 1793 aparece en el acta de la Sociedad de 5 de octubre de 1793, cuando se alude a que el elogio al rey del año anterior, redactado por el conde de Villalobos, Manuel de Aguilera y Galarza, ya estaba impreso (Villalobos, 1793). Entonces, se encargó la redacción del siguiente al marqués de Fuerte-Híjar, Germano de Salcedo y Somodevilla.14 Dos semanas más tarde, comenzaron los planes para la siguiente junta de distribución de premios, a raíz de la pregunta formulada por las señoras, que querían saber la fecha de la ceremonia con el fin de poder realizar los exámenes a las alumnas de las escuelas a su cargo.15 La condesa de Montijo, María Francisca de Sales Portocarrero (Demerson, 1975), secretaria de la Junta, elaboró el extracto de tareas, que leyó en la asamblea de socias el 13 de noviembre de 1793.16 Diez días más tarde se celebró la junta ordinaria en la que los socios debatieron sobre la celebración de la junta de distribución de premios. En esta se sugirió por primera vez la pertinencia de hacer también el elogio a la reina.17 Aprovechando la presencia de las señoras, la actual presidenta de las damas, Francisca María Dávila y Carrillo de Albornoz, condesa viuda de Torrepalma, fue la elegida para redactarlo (Martín-Valdepeñas, 2018). A continuación, fue nombrada la comisión preparatoria, compuesta por la junta directiva de la Sociedad, los secretarios de cada sección (Agricultura, Industria, Artes y Oficios y Junta de Damas) y una persona que representase a cada clase. Cuando dicha delegación hubiera aprobado todos los escritos para la junta pública, se leerían en la asamblea semanal de la Sociedad para su ratificación definitiva. Este grupo se reunió en cinco ocasiones entre noviembre de 1793 y enero de 1794. En la junta preparatoria de 5 de diciembre la condesa de Torrepalma presentó su elogio y en la del día 16 la condesa de Montijo presentó su extracto de tareas. 14   ARSEM, A/110/19, Libro de Acuerdos de la Real Sociedad, 1793-1794. Junta de 5 de octubre de 1793. 15   ARSEM, A/110/19, Junta de 19 de octubre de 1793. 16   ARSEM, A/56/3, Copia de las actas de la Junta de Señoras, 1792-1794, Junta de 13 de noviembre de 1793. 17   ARSEM, A/110/19, Junta de 23 de noviembre de 1793.

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Concluidos los trabajos de la comisión preparatoria, en la reunión semanal de la Sociedad del 4 de enero de 1794 se leyeron todos los escritos de la ceremonia pública. Ya solo faltaba decidir el día en que se celebraría esta, para lo que tenían que contar con el beneplácito del entonces director de la Sociedad, Manuel Godoy, duque de Alcudia. Al excusar su presencia, la Sociedad dispuso de mayor libertad para fijar una fecha. No obstante, Godoy recomendó la conveniencia de presentar a los reyes con antelación las piezas premiadas en los exámenes celebrados en las escuelas como deferencia a la protección que estos dispensaban al establecimiento.18 Estos quedaron muy complacidos por las muestras de dibujos, labores textiles y artefactos elaborados por los alumnos, hasta el punto que la propia reina se quedó con el vestido premiado realizado por las alumnas de la clase de Adornos del Colegio de Educación de la Sociedad.19 Los socios presentes, muy satisfechos, refirieron al resto el agrado con que el rey había examinado las piezas premiadas. Teniendo en cuenta que los preparativos del evento ya estaban concluidos, la Sociedad debía darse prisa en celebrarlo, ya que la corte iba a marcharse próximamente a Aranjuez, lo que restaría afluencia a la ceremonia. La fecha elegida fue el 25 de enero. Además de los socios que quisieran asistir, debían acudir los miembros de la junta directiva, los representantes de las diferentes clases de la Sociedad, los protectores de las escuelas y los alumnos premiados con sus maestros. Se cursaron las invitaciones correspondientes para los socios y las socias, autoridades civiles, eclesiásticas y militares e instituciones culturales. Algunos invitados recibieron la misiva personalmente de la mano de una comisión. La Matritense siempre cuidaba mucho los detalles y no dejaba ningún aspecto al azar.20 La ceremonia pública, presidida por el censor, José de Guevara Vasconcelos, comenzó con un resumen de los logros de la Sociedad en el ejercicio anterior, realizado por el secretario, y después se leyeron las relaciones de tareas elaboradas por los secretarios de las clases. El extracto de tareas de la Junta de Damas de la condesa de Montijo fue muy aplaudido. La relación de la condesa manifestaba “el celo e inteligencia con que la Junta de Señoras   ARSEM, A/110/19, Junta de 11 de enero de 1794.   ARSEM, A/56/3, Junta de 17 de enero de 1794. 20   ARSEM, A/110/19, Junta de 18 de enero de 1794. 18 19

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de honor y mérito ha dirigido las Escuelas que están a su cargo, y ha promovido la enseñanza de Jóvenes que se educan en ellas” (Junta General, 1794: 4). El censor comentó, tras la lectura, que “parece que se desvanecen ciertas cavilaciones de los genios funestos, que se resisten a conocer las prerrogativas concedidas al bello sexo” (Junta General, 1794: 14). A continuación, se repartieron los premios a las alumnas y se concluyó el acto con la lectura de los elogios al rey y a la reina por parte del marqués de Fuerte-Híjar y la condesa de Torrepalma, respectivamente. La condesa, tratando de subrayar la visión ejemplarizante de la reina, señaló que una de las “virtudes que más brilla en ella [la reina María Luisa], es la de la beneficencia”, dedicando para socorrer a los más necesitados grandes cantidades de los fondos destinados a sus gastos (Junta General, 1794: 41). De esta generosidad, tenía constancia la Junta de Señoras, pues las niñas de las Escuelas Patrióticas habían sido objeto de la predilección de la reina. Terminada la sesión, debía darse cuenta de lo sucedido al director, el duque de Alcudia, para que este lo comunicara a los reyes. Se nombró una comisión que debía entrevistarse con él en Aranjuez, pero la Sociedad necesitaba que el contenido de la ceremonia estuviera impreso para poder entregar los ejemplares. El censor se encargó de solicitar la licencia de impresión al juez de Imprentas, que la concedió sin necesidad de censura previa, evitando demoras, de la intermediación con la imprenta y de la revisión de las pruebas. A mediados de marzo, ya disponía de los ejemplares. Varios fueron encuadernados lujosamente para su presentación a los reyes. El resto se repartieron entre los socios y las socias y otros se enviaron a la Real Academia de la Historia, a la de Bellas Artes de San Fernando, a la Junta de Comercio y Moneda y al Banco Nacional de San Carlos.21 Finalmente, se publicó una nota en la Gaceta de Madrid con un resumen de la ceremonia, en la que se mencionaba la presencia de la Junta de Damas y el elogio a la reina leído por la condesa de Torrepalma.22

  ARSEM, A/110/19, Juntas de 10 y 24 de mayo de 1794.   Gaceta de Madrid, nº 50, 24 de junio de 1794: 749-750.

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5. Conclusiones El análisis de la presencia femenina en las ceremonias públicas de reparto de premios de la Sociedad Económica Matritense permite conocer no solo la identidad de las autoras, sino el contexto en el que se produjeron estas obras y su divulgación. Su posterior publicación ampliaba el público destinatario de estos discursos. Aunque el círculo de difusión fuera restringido, pues los impresos no solían venderse al público, sino que se repartían entre socios e instituciones, sin embargo, tuvieron un eco importante en las esferas culturales e intelectuales madrileñas y los centros de poder del Antiguo Régimen, como la Corte y el Gobierno. Los textos y los actos de presentación pública ponen de manifiesto la participación de las socias de la Junta de Damas en las redes de sociabilidad que fueron tan importantes en la República de las Letras en la Ilustración española (Bolufer Peruga, 2019) y evidencian que las damas también participaban como ciudadanas útiles en la esfera de la beneficencia pública, trascendiendo la esfera privada de la domesticidad asignada a las mujeres (Bolufer Peruga, 1998: 341-388; Smith, 2006). El amparo institucional de la Sociedad masculina dio legitimidad a las mujeres para constituirse como una voz colectiva y favoreció que pudieran presentarse como autoras, leyendo sus escritos en las ceremonias públicas ante un público selecto, arropadas por la Sociedad, que legitimaba sus actuaciones en favor de los desfavorecidos. Pudieron tomar conciencia de su identidad individual y colectiva al presentarse como socias de la Junta de Damas y de la Sociedad Económica Matritense. Su estudio permite ampliar, en torno a las autoras y las obras, las redes de conocimiento, culturales y de sociabilidad del Madrid dieciochesco.

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Enredadas en el juego: motes de palacio de las damas de Juana de Austria y de Isabel de Valois M.ª Carmen Marín Pina Universidad de Zaragoza

En la década de 1560, Magdalena de Bobadilla (1546-1580), noble dama granadina de la princesa Juana de Austria, escribe numerosas cartas a su tutor Diego Hurtado de Mendoza informándole de su vida en palacio (FoulchéDelbosc, 1901; Coolidge, 2004).1 Además de contarle las rencillas entre las damas y sus intrigas amorosas, de hablarle de las penurias económicas y del mal comer, se queja en repetidas ocasiones del aburrimiento de El Pardo y de Aranjuez. Para paliarlo, ella y el resto de damas juegan a los naipes, asisten a veladas de música y danza, a representaciones teatrales, leen y se entretienen con los versos y coplas que llegan a palacio. En relación con todos estos pasatiempos, quiero ocuparme del intercambio de motes (por lo general dos versillos octosilábicos) que mantienen con caballeros de la corte y atestiguado por varias series de motes con participación de algunas damas de la princesa Juana de Austria y de la reina Isabel de Valois. Este entretenimiento poético se presta para estudiar las redes tejidas a través del juego y la relación de las damas con la escritura y la cultura del momento.2 1   Entra al servicio de la princesa Juana en 1561, al quedar huérfana, y bajo la tutela de Diego Hurtado de Mendoza. No todas las cartas cuentan con datación y la que presentan las copias hasta ahora conocidas es muy cuestionable. Frente a Foulché-Delbosc (1901) y Serrano y Sanz (1903), Rodríguez Marín (1927), González Palencia (1943) y Marichalar (1947) proponen, creo que acertadamente, adelantar su datación. Ellos la fijan entre 1566 y 1572. 2   El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre el intercambio de motes con participación femenina y, en el marco de la misma, he estudiado ya algún testimonio del siglo xvii (Marín Pina, 2020).

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La misma Magdalena de Bobadilla alude a esta diversión poética en una de sus cartas, en este caso en una cruzada con su amigo Juan de Silva, futuro conde de Portalegre. Después de repasar en clave los amoríos de palacio mencionando a todos los implicados con nombres tomados del Amadís de Gaula, Magdalena de Bobadilla (Corisanda) informa a Juan de Silva (Florestán) de la llegada de los versos: “Hallamos en la posada motes de los cavalleros que se juntaron en la ínsula firme; fueron muy solemniçados, aunque mal respondidos” (Foulché-Delbosc, 1901: 52). En su respuesta a dicha carta, y tras comentar los chismes amorosos referidos, Juan de Silva da acuse de recibo de los motes: “Las respuestas de los motes son ia llegadas, tan discretas que se les puede perdonar que sean sangrientas” (Ibidem: 54).3 En la carta no se aporta, sin embargo, información alguna sobre este juego poético, que implicaba, como ya he dicho, la participación de damas de palacio y nobles caballeros. Hasta la fecha, el primer testimonio sobre el mismo lo brinda la ficción caballeresca, un libro de caballerías que, presumiblemente y como en otros tantos casos, se hace eco de la realidad. Bernardo Pérez de Vargas, en el Cirongilio de Tracia, publicado en 1545 y dedicado a su señor Diego López Pacheco, duque de Escalona, III marqués de Villena, recrea con cierto detalle su mecanismo en el curso de un sarao organizado en la corte de Constantinopla (cap. 35). En 1558-1559, Jorge de Montemayor, buen conocedor de las prácticas y los pasatiempos palaciegos, alude también en La Diana a los motes “que nunca dejaban de ir de una parte a otra”, en el episodio de los amores de don Felis y Felismena. Es en la primera mitad del siglo xvii cuando dos buenos conocedores del mundo cortesano como son el conde de Salinas (“Forma de hacer motes”, en Silva y Mendoza (2016: 129-132) y Francisco de Portugal (Arte de galantería, ed. de Freitas Carvalho, 2012) formulan expresamente las reglas que rigen este juego circunscrito en origen a palacio, pero sin duda

3   La codificación en clave caballeresca demuestra un buen conocimiento de la obra amadisiana, ya que respetan hasta los epítetos con los que algunos de ellos se nombran en este libro de caballerías reeditado en el siglo xvi hasta 1586. Su proyección en Corisanda y Florestán es muy significativa, pues en la obra son dos amigos íntimos y ella se caracteriza como una mujer hermosa, rica, pasional, decidida y enamorada (García Ruiz, 2012: 400).

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practicado también en las diferentes cortes nobiliarias con presencia de damas cultas y con aficiones literarias.4

1. Motes que van y vienen: pormenores del juego A partir de los testimonios conocidos de los siglos xvi y xvii, tanto del ámbito de la ficción como de la realidad, el contexto y la reconstrucción del juego podrían ser los siguientes. Caballeros y damas juegan en espacios separados y lo hacen a través de un simple pliego de papel que va y viene con motes. Un grupo de caballeros inicia la diversión. Uno de ellos fija y firma una cabeza de motes donde se encierra una reflexión o una pregunta, por lo general de contenido amoroso, dirigida a las damas, requeridas a través de expresiones como “Vuestras señoras nos digan”. El firmante de dicha cabeza la dirige a una dama concreta, con nombre y apellidos, y ambos actúan como intermediarios del juego. En primer lugar, todos los caballeros participantes responden de forma individual a lo sugerido y cada uno de ellos dirige su respuesta-reflexión, firmada y en forma de mote, a una dama concreta. A través de la intermediaria, el pliego con todos los motes de los caballeros llega a las damas. Cada una de las recuestadas responde al mote, lo firma y, una vez completado el pliego, la mediadora lo devuelve a los caballeros acompañado de unas breves líneas, por las que al juego se le conoce también como “carta de motes”. La demanda de respuesta, el estilo y el contenido mismo de los motes recuerda en general a la poesía cancioneril y, en concreto, a los géneros de las preguntas y respuestas y al de los motes, bien representados ambos en el Cancionero General de Hernando del Castillo y en el portugués Cancioneiro Geral de Garcia de Resende. A través del juego, de la respuesta requerida, se establece un diálogo en ausencia entre damas y caballeros, propio de una relación cortés y del llamado luego “galanteo”. La relación 4  Nieves Baranda (2016) identifica el territorio cultural formado por Alcalá, Toledo, Madrid y Guadalajara y rastrea algunas de estas mujeres formadas y poetas de mediados del xvi. La actividad poética de las damas de palacio ahora analizadas ayuda a completar este panorama cultural y a reconocerlas en un contexto en el que existía interés femenino por la poesía.

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establecida entre ambos grupos es, por tanto, epistolar, nunca física, por lo que este pasatiempo nada tiene que ver (salvo el uso de motes) con el juego del mandar presentado por Luis Milán en su Libro de motes de damas y caballeros (c. 1535). De estos pliegos con los motes de los participantes se sacaban copias manuscritas que correrían luego entre los círculos cortesanos o podían incluirse en otros textos más amplios como la “Carta de los catarriberas a las damas”, luego comentada. En este cruce de motes intervienen las damas de palacio, en el siglo xvi las de la reina María de Bohemia y la princesa Juana de Austria, hijas ambas de Carlos V, y las de la reina de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II. Estas damas de palacio pertenecen a una pequeña y muy jerarquizada sociedad femenina al servicio de la cámara de la Reina. El colectivo de las damas de palacio en concreto está integrado por mujeres de la aristocracia y de la alta nobleza que asisten a la reina o a la princesa a cambio de un sueldo, alimento y aposento, hasta tomar estado (contraer matrimonio o ingresar en un convento). Antes de entrar a palacio había que proveerlas, sin embargo, de ropa, joyas y sirvientes, lo que suponía gastos importantes para la familia pero necesarios para mostrar públicamente la riqueza de sus amos y, por extensión, de la corte (Rodríguez Salgado, 2003: 58-59). Al introducirlas en palacio, sus familias intentan establecer o reforzar con ellas los lazos clientelares con la monarquía. Por su proximidad a la corona, estas damas cuentan, por tanto, con cierto poder en la sombra. Como grupo conviven en palacio y entre ellas se impone una obligada relación personal (de amistad o desencuentro) por el mero de hecho de compartir un espacio muy cerrado y por participar en las mismas actividades. La vida en palacio no era, sin embargo, fácil, pues había que respetar unas estrictas normas de comportamiento y a la vez implicaba un aislamiento parejo al de una vida en cautiverio (Simón Palmer, 2007). Su relación con el sexo masculino estaba por ello muy controlada y su encuentro con los caballeros se produce puntualmente y bajo la vigilancia de la camarera mayor en el curso de las comidas de la soberana, en alguna velada teatral en palacio o en sus salidas públicas al exterior a caballo o en coche. Servir a una dama de palacio era empresa costosa para los caballeros y así lo reconocen algunas composiciones de la época, como la carta poética remitida por Diego de Leyva, hermano del príncipe de Áscoli, al noble cortesano Diego Hurtado de Mendoza antes de su partida de la corte (“Desde

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agora me despido”). En ella recuerda el pasatiempo que nos ocupa y, aunque este no costaba dineros, exigía tiempo y planificación, por lo que no echará en falta “Ni juntar banda de amigos / a enviar motes a damas” (Hurtado de Mendoza, 2007: 665-667).5

2. Testimonios de series de motes del siglo xvi Cronológicamente, la primera serie conservada se vincula a la corte de María de Bohemia, emperatriz de Austria por su matrimonio, en 1548, con su primo Maximiliano II.6 Lleva por título “Los motes que se hizieron a las damas de la Reyna de Bohemia quando vino dÉspaña en Ynspruch” y se recoge en el cancionero manuscrito titulado por Nancy Marino como Cancionero de Carlos V. Dicho cancionero fue recopilado por Luis de Ávila y Zúñiga, amigo de Carlos V y participante en el juego. Sus compañeros de pasatiempo son miembros del séquito que la reina María llevó a Centroeuropa, caballeros y damas que cumplen un importante papel en el sistema clientelar de los reyes españoles. El juego de motes en cuestión alegró las jornadas de su viaje hasta Innsbruck camino de Viena en 1552 y cabe pensar que lo seguirían practicando, pues los cortesanos que acompañaron a la reina y se asentaron allí fueron muy afectos a las costumbres españolas.7 No se han estudiado, en cambio, otros motes de la década siguiente relacionados con damas de la princesa Juana y de la reina Isabel de Valois. En 5  Le responderá Diego Hurtado de Mendoza (2007: 285-288). También a él se debe una sátira, “A las damas de palacio” (ibidem: 406-412), textos todos ellos que brindan un retrato literario de las damas de palacio y de las prácticas cortesanas de servir a las damas, “religión muy estrecha” según la calificó Guevara en su Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539: cap. IX). 6  El ms. se encuentra digitalizado en la BNE. Marino (2017, 2018) reconoce a todos los participantes y en el segundo estudio desarrolla sus redes familiares, una tarea compleja y admirable. No comparto, sin embargo, su interpretación del juego (2017: 216), pues no se trata de avanzar en las respuestas ni se aprecia cierto desarrollo en estos textos; tampoco entro en su exégesis erótica, propia de la poesía cancioneril. 7  El mencionado Luis de Ávila y Zúñiga participa también en la serie de motes luego analizada e identificada como serie F, en la que firma como “El comendador mayor de Alcántara”, título alcanzado en 1544.

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primer lugar, hay que comentar tres series de motes (una sin respuestas), incluidas en distintas copias de la anónima “Carta de los catarriberas a las damas”. El pliego con los motes pasa a integrarse ahora en un marco textual, en una carta manuscrita en prosa que da cabida a diversos textos literarios. La misiva finge estar escrita por los catarriberas, los pretendientes de corte buscando cargos. Aunque el tono y sus artífices sean parejos, la carta en cuestión no ha de confundirse con la “Carta de los catarriberas” de Eugenio de Salazar (Salazar, 1968: 89-107), donde describe la vida cortesana en Toledo a la llegada de Isabel de Valois en 1560. En la que nos ocupa, los catarriberas se acercan a las damas de palacio como “galanes de corazones”. Para regocijo de todas ellas, les remiten una carta que incluye, entre otras piezas, un soneto, una canción, la glosa a una redondilla y unos motes. De esta “Carta de los catarriberas a las damas” se conservan tres testimonios con significativas variantes. Uno de ellos es el recogido en las Poesías de D. Diego Hurtado de Mendoza. Están las inéditas y manuscritas ya impresas, manuscrito del duque de Gor (códice, n. 43, fol. 259v y ss., editado por Señán y Alonso (1886: 5970)). El hecho de incluirse en este volumen y de recoger la citada carta tres composiciones atribuidas al mismo Diego Hurtado de Mendoza, en concreto el soneto “Hermosas ninfas que quedáis metidas” (una parodia del soneto XI de Garcilaso), la canción “¡Ay soledad amarga!” (parodia de otra atribuida a Juan de Orta) y la glosa a la redondilla de Rodríguez del Padrón “Vive leda si podrás” (“Yo me parto entero y sano”) (Hurtado de Mendoza, 2007: 540-544), permite barajar la posibilidad de que Diego Hurtado de Mendoza sea el artífice de la carta, asunto en el que no entro (Varo Zafra, 2010). Esta versión de la “Carta de los catarriberas a las damas” incluye también una serie de motes sin las respuestas de las damas (serie A, “Cuanto la soledad procurada descansa”), así como una “carta de amores” (“Robadoras de coraçones”) y unas ordenanzas, dos piezas en prosa de tono claramente burlesco (Señán y Alonso, 1886: 65). Otro testimonio de la “Carta de los catarriberas a las damas” se conserva en el ms. 17477 de la BNE, con la novedad más significativa respecto a la versión del ms. del duque de Gor de la datación en su rúbrica: “Carta de los catarriberas de corte a las damas que en ella quedaron en la ausencia de sus Majestades hicieron en el camino de Francia, en abril del año 1565” (fols. 52r-56v). El epígrafe alude muy probablemente al viaje de Isabel de Valois a

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la conferencia de Bayona, adonde acudió como representación de la Monarquía española en tanto que reina (pues finalmente Felipe II no asistió) para abordar el tema de la política religiosa llevada a cabo por Catalina de Médicis (García Barranco, 2002: 407; Rodríguez Salgado, 2003: 56). Isabel de Valois solo llevó consigo a una de sus damas españolas, a Magdalena Girón, y el resto se quedaron en la corte con gran malestar (Danvila y Burguero, 1900: 100; González de Amezúa, 1949: II/1, 201). Los catarriberas se conduelan de ellas y, como “galanes de corazones”, se disponen a entretenerlas con el envío de la carta, calificada por ellos mismos como “comedia o olla podrida”, es decir, como puro fingimiento compuesto de múltiples ingredientes, entre ellos los motes. Los remitentes de estos versillos se encubren bajo nombres de letrados (el licenciado Alburquerque, el licenciado Ayllón, el doctor Robles, el bachiller Xuárez, etc.) y toman como intermediaria a Magdalena de Guzmán, dama de Isabel de Valois y futura marquesa del Valle. Por lógica, la carta no recoge todavía las respuestas de las damas, que serían la continuación del juego propuesto. Por su parte, el ms. Espagnol 373 de la BNF muestra una versión abreviada y modificada de esta “Carta de los catarriberas a las damas”, en este caso sin datación alguna.8 En ella se han suprimido la “carta de amores” y las ordenanzas, y la serie de motes (A) se ha sustituido por otras dos diferentes con sus respuestas (desde ahora identificadas como serie B, “Los que son tan desdichados / que por fuerza han de tener”, y serie C, “Alivio de las ausencias / suelen ser los pensamientos”). En su excelente edición y estudio de la “Poesía menor” de Diego de Silva y Mendoza (2016: 294-296), Dadson incluye esta última tanda de motes (serie C) entre los “Poemas de autenticidad probable” del conde de Salinas, aunque reconoce no tener la necesaria información para avalarla (n. 168, “Alivio de las ausencias”).9 Fundamenta su propuesta en el hecho de que estos motes se encuentran copiados en el legajo OSUNA, CT. 543-152, donde figuran otros del conde de Salinas. La 8   BNF, Espagnol 373, fols. 149-161, en concreto fol. 154 y ss. Disponible en https:// gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b10033061j. 9   La única diferencia entre ambas copias es que en el citado ms. de OSUNA el último mote de la serie está firmado por Cristóbal de Moura (Silva y Mendoza, 2016: 295) y en el ms. Espagnol 373, por Juan de Silva (fol. 160r).

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autoría, sin embargo, es muy dudosa y la copia podría obedecer al interés del poeta por el género. La identificación de las damas participantes y el testimonio del ms. Espagnol 373 permiten revisar dicha autoría y proponer una datación anterior a la sugerida. Y lo mismo vale decir de tres series más, en concreto las numeradas como n. 169, “Si los desterrados, que temen hablar por sí”; n. 104, “Aunque la voluntad se mude con la fortuna”, y n. 167, “Si las verdades merecen algo”, recogidas en la misma fuente (OSUNA, CT. 543-215; 543-21 y 543-149) y desde ahora identificadas como series D, E y F, en las que intervienen muchos de los participantes en las anteriormente tratadas y cuya datación no puede circunscribirse a la década de 1590 propuesta por Dadson. Nos encontramos, por tanto, con seis series de motes (A, B, C, D, E y F) con participación de damas de la princesa Juana de Austria y de la reina Isabel de Valois en la década de 1560,10 posiblemente en su segunda mitad. Se trata, sin duda alguna, de una pequeña muestra de lo que pudo ser realmente este juego poético tan practicado en la corte. Serie

Fuente

Rúbrica

Dama intermediaria

A

Ms. duque de Gor, códice 43 BNE 17477

“Cuanto la soledad procurada descansa”

Magdalena de Guzmán

B

Ms. Espagnol 373, serie 1

“Los que son tan desdichados / que por fuerza han de tener”

María Manuel

10  En el legajo 543, n. 64, del 2. º archivo de OSUNA, 64, Rodríguez Marín (1927: 25) localiza un pliego más con participación de Magdalena Girón que no he podido todavía consultar, “Señoras: el que teme lo que espera, siempre espera lo peor; y pues esto es verdad, vuestras mercedes me digan qué será mejor: ¿esperar mentiras ciertas, o esperanzas mentirosas?”. La carta de motes está firmada en este caso por el comendador mayor de Alcántara (Luis de Ávila y Zúñiga, 1500-1573) y en dicha serie la citada Magdalena Girón cruza mote con Luis Quijada.

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C

Ms. Espagnol 373, serie 2 OSUNA CT. 543-152 (Silva y Mendoza, 2016: n. 168)

“Alivio de las ausencias / suelen ser los pensamientos”

María Manuel

D

OSUNA, CT. 543215 (Silva y Mendoza, 2016: n. 169)

“Si los desterrados, / que temen hablar por sí”

Leonor de Toledo

E

OSUNA, CT. 54321 (Silva y Mendoza, 2016: n. 104)

“Aunque la voluntad se mude con la fortuna”

María de Aragón

F

OSUNA, CT. 543149 (Silva y Mendoza, 2016: n. 167)

“Si las verdades merecen algo”

Leonor de Toledo

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3. Damas enredadas en el juego A comienzos de la década de 1560, la princesa Juana de Austria (15351573) contaba con veinticinco años de edad e iniciaba un periodo vital relativamente tranquilo en la corte. Había ya enviudado (1554) de su esposo Juan de Portugal, dejado a su hijo Sebastián en la corte lusa e ingresado en la compañía de Jesús (1554). Había asumido con soltura la regencia tras las ausencias de su padre Carlos V y de su hermano Felipe II (1554-1559), presenciado la lucha partidista entre ebolistas y albistas y la implantación de la intransigencia religiosa y había comenzado la fundación del convento de las Descalzas Reales (1557) (Martínez Millán, 1994; Torres Corominas, 2009). Desde su infancia se crio y educó bajo la influencia lusa y tuvo siempre entre sus servidores a numerosos portugueses, entre ellos a Cristóbal de Moura, a cuyo servicio entró como menino y acabó siendo un influyente diplomático de Felipe II (Danvila y Burguero, 1900), pero también a Jorge de Montemayor y a varias damas nobles portuguesas. Su círculo familiar se amplió en septiembre de 1559 con la llegada a España de Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II, a la sazón una muchacha de trece años, a la que le unirá una

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estrecha amistad hasta su muerte en 1568. La joven reina traerá consigo un grupo de servidoras francesas, que se incrementará con otras españolas. Entre las damas de Juana de Austria y las de Isabel de Valois existe un conocimiento directo, una relación en muchos casos de amistad, pero también de rencillas, celos y recelos, como revelan las cartas de Magdalena de Bobadilla. Unas y otras participan en celebraciones conjuntas, en bailes, en veladas teatrales y en el juego de motes. Las damas requeridas por los caballeros con sus motes se enredan en el juego y contestan a unos versos de temática amorosa que versan sobre el valor y las consecuencias de la soledad deseada o impuesta (A, D), sobre las quejas a la mudable fortuna (B, E), sobre los pensamientos amorosos en la ausencia (C) o sobre la verdad (F). El estilo de estos versos, preferentemente octosilábicos, es el propio de la conceptuosa poesía cancioneril, con su terminología y juegos de palabras al uso. Al margen de su valor literario, el juego se presta para rastrear también las redes tejidas entre sus participantes. Para acercarme a las series de motes identificadas, ordeno los materiales a partir de su visualización en grafos generados con el programa Gephi 0.9.2 y reproducidos en el apéndice.11 En la representación conjunta de todas las series (A-F, fig. 1), se advierte claramente la existencia de dos grupos de damas diferentes, cada uno de ellos unido por una relación clientelar (aristas azules) a la princesa Juana (nodos rojos) o a la reina Isabel de Valois (nodos naranjas), a su vez vinculadas ambas entre sí por un lazo de parentesco (arista rosa). De hecho, solo dos de los testimonios del corpus presentan motes remitidos por los caballeros exclusivamente a damas de la princesa Juana (serie C, “Alivio de las ausencias”, fig. 4; en concreto: María Manuel, Luisa Sarmiento, Guiomar de Melo, María de Aragón, Magdalena de Bobadilla, Luisa de Castro y Catalina de Brito) y a damas de Isabel de Valois (serie F, “Si las verdades merecen algo”, fig. 7; con la participación de Leonor de Toledo, Isabel de la Cueva, María Manrique, Santena (o Santenac), María de Padilla y Madalena Girón). Sin embargo, lo habitual es que los caballeros envíen sus motes indistintamente a damas de uno y otro grupo (figs. 2, 3, 5 y 6). Si en el caso de 11   Remito al estudio conjunto de Baranda et al. (2019) y a la página web de BIESES, sección “Redes de sociabilidad de las autoras”, para conocer el uso de la metodología de redes y su representación visual en grafos aplicada a las escritoras de la Edad Moderna.

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Juana de Austria son nueve las damas que en total participan (a las antes citadas se suman Margarita de Silva y Juana de Távora), en el de Isabel de Valois son catorce (además de las ya mencionadas Estefanía, Anafélix, Magdalena de Guzmán, Ana de la Cerda, Isabel de Mendoza, Juana Enríquez, María de la Cueva y la francesa Arne). La identificación de las damas participantes, especialmente las de Isabel de Valois, puede servir como término ad quem para la datación aproximada de las series.12 Entre las intervinientes en el cruce de motes, figura Magdalena de Guzmán, cuya relación amorosa con don Fadrique de Toledo, primogé­ nito del poderoso duque de Alba, devino en uno de los escándalos más sonados de la corte y acabó con el destierro de la dama en 1566, permaneciendo más de trece años encerrada (Marichalar, 1947; Martínez Hernández, 2017). Las series en las que participa serán, por tanto, anteriores a dicha fecha. Pueden ayudar igualmente como término de referencia los matrimonios de varias de sus damas, realizados entre 1566 y 1568, pues al casarse (y salvo casos excepcionales justificados por el cargo del marido) habían de abandonar el palacio y, por tanto, difícilmente podían participar en el juego. Son los casos de Santenac [Marta, condesa de Tana de Santena], dama francesa (de familia piamontesa) de Isabel de Valois, que contrae matrimonio con Ferrante de Gonzaga en 1566; María de Padilla, en 1567, con Andrea de Gonzaga, y, en ese mismo año, María Manrique, con Rodrigo de Mendoza; en 1568, Ana Félix [de Guzmán] con Francisco de los Cobos (Rodríguez Salgado, 2003: 60-61) y Magdalena Girón con Jorge de Alencastro (Rodríguez Marín, 1927: 36). Estos datos permiten datar las series B, D y F antes de 1566. Por su parte, la serie E podría fecharse con anterioridad a 1568, pues participa en ella Diego [Hurtado] de Mendoza, quien será expulsado de la corte en 1568 tras su incidente con Diego de Leyva y desterrado a Granada. En esta serie concurre también Arne [Isabel de Sursilly y de Arne], dama francesa de Isabel de Valois que regresó a Francia en 1569 (Rodríguez Salgado, 2003: 81). Es posible que estas series de motes se compusieran, por tanto, en la segunda mitad de la década de 1560. 12   Para la identificación de las damas, parto de los estudios de Danvila y Burguero (1900), Marichalar (1947), González de Amezúa (1949: t. III, apéndice II), Rodríguez Salgado (2003) y García Prieto (2013), aunque la reconstrucción de sus vidas es una labor de taracea.

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Llama la atención la reiterada participación en el juego de las mismas damas, unas damas que demuestran contar con cierta sensibilidad para la poesía, capaces de reflexionar sobre la temática propuesta y de responder, conforme a la poética del género, con sentenciosos versos cortos.13 El hecho de que unas sean más requeridas que otras puede obedecer a sus propias relaciones personales con los caballeros de la corte, a su capacidad para el juego o, en algunos casos, a un verdadero deseo de cortejo. Atendiendo al grado con peso, visualizado en el grosor del nodo, las damas más requeridas son María Manuel (6), Leonor de Toledo (6), Magdalena de Guzmán (4), Magdalena de Bobadilla (4), Magdalena Girón (4), María de Aragón (4), Luisa de Castro (4), Ana Félix (4) y María de Padilla (4), seguidas de Santenac (3) y Arne (2). Me detengo solo en algunas de ellas, rastreando sus posibles conexiones literarias. En el grupo de la reina Isabel de Valois destaca Leonor de Toledo, que participa con cinco motes y es requerida también en la serie sin respuestas (A). Junto a Santenac (diez aristas) y Magdalena Girón (ocho aristas), Leonor de Toledo (diez aristas) destaca, a su vez, por sus potentes contactos, por los propios y los derivados de estos, lo que supone para ella una rica red de potenciales relaciones personales. Como en otros casos, el único testimonio de su relación con la escritura, y en concreto con la poesía, son estos versillos. Al margen de ellos, mantuvo relación personal con Diego Hurtado de Mendoza, pues a ella le dedica la canción “Ten ya de mí compasión / y ablanda tu condición” (Marichalar, 1947: 82; Hurtado de Mendoza, 2007: 313-314), donde la presenta como una zagaleja desdeñosa, como un “león” en un juego velado con su nombre propio. Pese a que en sus cartas Magdalena de Bobadilla airea algunos pormenores de su vida amorosa en estos años (FoulchéDelbosc, 1901: n. 40), Leonor de Toledo acabó abrazando la vida religiosa y, después de servir también a la nueva reina Ana de Austria, profesó en las Descalzas Reales en 1571 (García Prieto, 2013: 120, 473). Su compañera de grupo, Magdalena de Guzmán, responde a tres motes y es solicitada en la serie A, en la que, además, actúa como intermediaria, dirigiéndose a ella 13  Otras damas, en cambio, nunca juegan. Entre las de Juana, es el caso de Ana de Cardona y de Eufrasia de Guzmán, o entre las de Isabel de Valois, el de Leonor Girón o Ana de Dietrichstein, por ejemplo.

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los catarriberas: “Nos favorezca y sea nuestra abogada en todo y por todo” (Señán y Alonso, 1886: 70). Poco tiempo después, Magdalena de Guzmán protagonizará el ya comentado incidente amoroso con el primogénito del duque de Alba, que acabará con su expulsión de la corte y posterior encerramiento. Con cuatro motes participa Magdalena Girón, una de las favoritas de Isabel de Valois, hija de la condesa de Ureña y hermana del duque de Osuna, también interviniente en el juego. Como se ha dicho, la dama sevillana acompañó a la reina a Bayona y alcanzó por parte de Felipe II una alta dote en pago de los servicios prestados por su madre como camarera de la reina. Tras su viaje por tierras francesas, Brantôme recuerda a Magdalena Girón en sus Rodomontadas españolas como una mujer altiva y engreída de su belleza (Danvila y Burguero, 1900: 100). La amenaza de su expulsión de palacio por alguna grave falta (amorosa) se maquilló con su matrimonio con Jorge de Alencastro, marqués de Torresnovas, en junio de 1568, concertado por su hermano el duque de Osuna y por Ruy Gómez de Silva.14 La crítica ha querido verla inmortalizada en la Fílida de Luis Gálvez de Montalvo, quien en El Pastor de Fílida (1582) recrearía sus juveniles amores con ella (Rodríguez Marín, 1927; González de Amezúa, 1944: 24), aunque no la cita expresamente en la novela frente a otras damas de la corte. A Magdalena Girón dedica años después, en 1582, Joaquín Romero de Cepeda tres sonetos exaltando en dos de ellos su belleza, capaz de eclipsar a la misma Venus.15 En el círculo más estrecho de la princesa Juana se sitúa la portuguesa María Manuel, luego también al servicio de Ana de Austria (García Prieto, 2013: 65). Sin duda es una de las mujeres del colectivo de las damas de pa14   Es posible que hubiera dado palabra de casamiento a algún caballero a espaldas del rey, lo que suponía un desacato merecedor de castigo. Finalmente, se concertó su matrimonio con el citado hijo del duque de Aveiro (Rodríguez Marín, 1927: 35). Meses después, la pareja partió hacia Lisboa. Aunque sin citar el apellido, a ella alude Magdalena de Bobadilla en una de sus cartas (Foulché-Delbosc, 1901; n. 4, p. 3), mencionando su inminente boda, lo que nos permitiría fechar la epístola en junio de 1568. Otro incidente similar protagonizaría años después Luisa de Castro, dama de la princesa Juana participante en el juego, con Gonzalo Chacón (Marichalar, 1947; García Prieto, 2015). 15   Obras de Ioachim Romero de Cepeda, vezino de Badajoz, Sevilla, Andrea Pescioni, 1582. Con el mismo número 47 figuran tres sonetos: uno dedicado a Luisa de Castro, dama de Juana de Portugal e interviniente en el juego, y dos a Magdalena Girón, más el soneto 51, por la muerte de su esposo, el duque de Avero.

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lacio que muestra mayor vinculación con la escritura y con la literatura del momento. María Manuel aparece citada en el poema burlesco de Jorge de Montemayor “A unos galanes que se sentaron”, publicado en el Cancionero antuerpiense en 1558, en el que algunas de las damas de la princesa Juana toman la palabra para reprochar a los galanes la postura adoptada. Montemayor la elogia igualmente en el “Canto de Orfeo” de La Diana (1558-1559), donde cita a varias damas de la princesa Juana, lo cual no es de extrañar si se recuerda la estrecha vinculación del autor portugués a su corte (Torres Corominas, 2009). Como otras participantes en estas series, María Manuel no solo actuó en las conocidas invenciones (adivinanzas) en el Alcázar de Madrid en 1564 (Ferrer Valls, 1993: 183-189),16 sino que también parece ser que compuso alguna farsa luego representada por las hijas de Felipe II y sus damas, según informa Ana de Dietrichstein, dama de Ana de Austria, a su madre Margarita de Cardona (Cruz Medina, 2005: 440).17 Magdalena de Bobadilla la cita igualmente en sus cartas (Foulché-Delbosc, 1901: n. 28, p. 19; n. 38, p. 29) y parece ser que entra en el juego poético con Diego Hurtado de Mendoza (ibidem). María Manuel mantuvo correspondencia con Juan de Silva, aunque de su epistolario solo se conserva una carta del conde de Portalegre en la que este habla sobre el trato con las damas y su desengaño con una de ellas,18 además de mencionarla en la epístola remitida a Magdalena de Bobadilla sobre la diferencia entre la saudade portuguesa y la soledad española (Serrano y Sanz, 1903: 161). Luis Gálvez de Montalvo la cita en la sexta parte de El pastor de Fílida, junto a Guiomar de Melo y María de Aragón, también intervinientes en los motes, elogiándola como “la más gentil, 16  Intervienen en total catorce damas. Del grupo de la princesa Juana, y participantes en estas series de motes, actúan María de Aragón, Luisa de Castro, Magdalena de Bobadilla, Luisa Sarmiento y María Manuel; del colectivo de reina Isabel de Valois, Santena, Leonor de Toledo, Estefanía Manrique y una dama francesa. 17  Margarita de Cardona ya había participado en el juego de motes (“En un camino tan largo”) durante el viaje a Insbruck en 1552 (Marino, 2017: 211). 18  “A la señora doña María Manuel sobre el trato con las damas y su desengaño de ellas”, BNE, ms. 1439, fols. 111r-112v (digitalizado). Juan de Silva le informa del desengaño amoroso sufrido, mencionando a una dama llamada Luisa (¿Luisa de Castro?, ¿Luisa Sarmiento?), lo que le da pie para confesarle que en las damas todo es impostura y desengaño.

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discreta y valerosa”. María Manuel participa en todas las series y pudo actuar de intermediaria en las series B y C, al aparecer en primer lugar. Varias veces requerida es igualmente María de Aragón, dama también de la princesa y asimismo nombrada, como acabo de decir, por Jorge de Montemayor en el poema “A unos galanes que se sentaron…”, además de ser la dedicataria de su Égloga IV, publicada en el Segundo cancionero, de 1558, y en el Cancionero del excelentísimo poeta Jorge de Montemayor de 1562 (vv. 25-30) (Pérez Abadín-Barro, 2004: 185-192). En su citada novela pastoril, Gálvez de Montalvo estima que “su saber frisa con su gentileza”. Magdalena de Bobadilla la cita también en sus cartas como amiga de Diego de Mendoza, aunque se resiste a escribirle una descortesía de su parte (Foulché-Delbosc, 1901: n. 11, p. 7). Tras la muerte de Juana, pasó a servir a Ana de Austria. Magdalena de Bobadilla es otra de sus damas más demandada. Como se ha comentado, desde 1561 Diego de Mendoza actúa como su tutor legal (al ser sobrina nieta de su hermano Bernardino de Mendoza) y ambos entablan una relación muy personal manifiesta en su epistolario (Coolidge, 2004: 133). En estas cartas familiares, la dama granadina le comenta su vida en palacio, con sus intrigas y roces entre las damas, trata el estado de su herencia y finanzas y su posible matrimonio con su primo Jerónimo de Bobabilla (realizado finalmente en 1571) y alude indirectamente a sus aficiones. Se descubre su interés por el teatro (juzga las farsas representadas en palacio, aunque sin citar títulos), por la poesía (cruza coplas con su curador), por la lectura de los clásicos (Teócrito y Ovidio), de los libros de caballerías (de los que toma personajes y pasajes como referencia comparativa) o de las mismas obras de Diego de Mendoza (las cartas de bachilleres, quizá en referencia indirecta a la del bachiller de Arcadia al capitán Salazar; Varo Zafra (2010: 445)). Por “muy docta en lengua latina”, Pérez de Moya la incluye en su Varia historia de sanctas e ilustres mugeres en todo género de virtud (1583), lo que quiere decir que era reconocida en su época por su saber. Recuérdese al respecto que entre sus más preciados bienes tenía un escritorio, procedente de Alemania, “lleno de libros en latín e otros en rromances de debociones” (Coolidge, 2004: 139). En una de sus cartas hace una fugaz alusión a la academia, que podría referirse a la de la Abadía, presidida por Fernando Álvarez de Toledo, pero en ocasiones reunida en la alcobilla del infante Carlos o en las casas toledanas de su amigo Juan de Silva, en San Juan de los Reyes (Bouza, 1994: 460-462).

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A dicha academia pertenecen muchos de los participantes en estas series de motes, entre ellos Cristóbal de Mora (o Moura), con el que cruza motes, Juan de Zúñiga, el marqués de Poza [Francisco de Rojas y Enríquez] o Diego de Mendoza, caballeros unidos muchos de ellos por una prolongada amistad, con una dilatada trayectoria cortesana o un futuro prometedor y muchos al servicio del infante Carlos, de la princesa Juana o de Isabel de Valois. Como se aprecia en el grafo conjunto, entre los caballeros despuntan por el número de motes enviados Diego [Hurtado] de Mendoza (cinco) y el marqués de Poza (cinco), seguidos de Enrique de Guzmán (cuatro), Pedro Velasco, Cristóbal de Mora, Gómez Manrique, Juan de Silva, Juan de Zúñiga, Juan Puertocarrero o Gómez de Guzmán (todos ellos con dos). Diego Hurtado de Mendoza, Juan de Silva, Enrique de Guzmán y Gómez de Guzmán son los únicos que interactúan con damas de las dos monarcas. Si escasas son las noticias que vinculan el nombre del marqués de Poza al ámbito literario, más allá de estos motes y la dedicatoria, en 1599, de la Primera parte de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, no sucede lo mismo con Diego de Mendoza (1503/1504-1575). El que fuera embajador y diplomático de Carlos V era un gran bibliófilo y reconocido poeta con una rica red de relaciones entre los escritores italianos y españoles del momento. Estos motes corresponden al momento de su regreso a la corte en Madrid en 1561, década en la que aparece como tutor de Magdalena de Bobadilla y protagoniza el controvertido incidente en palacio con Diego de Leyva que acaba con su destierro a Granada en 1568 (González Palencia y Mele, 1941; Hurtado de Mendoza, 2007). Las cartas de Magdalena de Bobadilla revelan la relación de amistad que su tutor mantenía con muchas de las damas de Juana, y con una de ellas, Guiomar de Melo, cruza mote, pero también con otras de la reina, con Isabel de la Cueva y con las damas francesas Arne y Santenac, a la que también requiere repetidas veces el marqués de Poza.

4. Conclusión El juego de motes revela y refuerza algunas de las redes de relaciones en las que se sustenta la corte. En primer lugar, las relaciones clientelares entre las damas de palacio y la monarquía, en este caso con la princesa Juana de

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Austria y la reina Isabel de Valois e indirectamente con el rey Felipe II, que es quien emplea a estas damas, hijas de familias nobles, como instrumentos de su política nacional e internacional. Unidas entre sí por el vínculo del parentesco, las reinas no participan en el juego, pero sin duda estaban al tanto del mismo. Como explica años después Francisco de Portugal en Arte de galantería, la camarera mayor pasaba el papel con los motes y la reina daba el visto bueno. A requerimiento de los caballeros, los dos colectivos de damas pueden participar en el mismo juego. Respecto a los intervinientes en estas series, se aprecian entre ellos redes de parentesco, redes personales y redes de amistad, por no hablar de las clientelares también entre los caballeros y la Monarquía. El juego permite a estos caballeros, muchos con aficiones literarias, poetas amateurs y académicos, mostrar sus habilidades literarias en un círculo privado, exquisito y elitista, en el que han de reafirmarse. El cruce de motes evidencia la capacidad de las damas para socializarse y codearse con los caballeros de igual a igual, aunque en espacios separados, a través de la poesía. Su participación las señala como capaces de interactuar, evidencia su formación cultural y literaria, su habilidad para componer versos y su ingenio, cualidades ambas estimadas en la dama cortesana. Las damas no hablan ahora a través de sus vestidos en sus exhibiciones públicas, sino a través de la voz, de una voz poética que, dentro de las convenciones propias del juego, es más personal. Este humilde juego que no cuesta dinero, con participación activa de unas mujeres convertidas en fugaces poetas, nos acerca al uso y consumo de la literatura en el ámbito cortesano. Las copias conservadas de los originarios, manoseados y efímeros pliegos autógrafos con los motes de los caballeros y damas participantes, confirman también la existencia de una recepción del juego diferente a la originaria y, gracias a ello, una mayor pervivencia en el tiempo. Sin duda alguna, el cruce de motes se practicaba en palacio con mayor asiduidad de lo que revelan los testimonios conservados y es más que probable que se exportara también a las cortes señoriales. En los largos y aburridos días en palacio, la llegada de los motes de los caballeros alegraría sin duda la monótona vida de las damas. No sabemos qué fue de aquellos motes de los que hablan Magdalena de Bobadilla y Juan de Silva en sus cruzadas cartas caballerescas, pero podemos imaginarlos con más claridad a la luz de estos otros conservados en los que ambos participaron.

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Apéndice Figura 1 Grafo con todas las series

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Figura 2 “Cuanto la soledad procurada descansa”

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Figura 3 “Los que son tan desdichados”

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Figura 4 “Alivio de las ausencias”

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Figura 5 “Si los desterrados”

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Figura 6 “Aunque la voluntad se mude con la fortuna”

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Enredadas en el juego: motes de palacio

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Figura 7 “Si las verdades merecen algo”

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Dramaturgas del Siglo de Oro: escritura femenina y estrategias de autorización1 Antía Tacón García Universidade de Santiago de Compostela

Las mujeres de la Edad Moderna mantuvieron una relación problemática con la escritura, siempre determinada por su pertenencia a un grupo socialmente subordinado. La convicción de la inferioridad moral e intelectual femenina se hallaba profundamente arraigada en el pensamiento de la época y apoyada en multitud de fuentes de autoridad: desde la tradición bíblica y grecolatina hasta la literatura paremiológica. El discurso público de las mujeres —tanto oral como escrito, pero especialmente este último, por su voluntad de permanencia— era duramente censurado por teóricos y moralistas y se vinculaba con frecuencia a la promiscuidad sexual.2 Asimismo, las mujeres estaban excluidas de las universidades y los espacios de formación socialmente reconocidos; habían sido borradas casi por completo de los re-

1   Este trabajo forma parte del proyecto de tesis doctoral “Dramaturgas del siglo xvii: estudio de los personajes de la comedia nueva”, dirigido por M. J. Alonso Veloso y financiado por las Ayudas para la Formación del Profesorado Universitario (FPU18/02515). Es resultado de los proyectos “Edición crítica y anotada de la poesía completa de Quevedo, 1: las silvas” (PGC2018-093413-B-I00; AEI/FEDER, UE), del Programa Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades; y “Grupo GI-1373, Edición crítica y anotada de las obras completas de Quevedo (EDIQUE)” (ED431B2018/11), del Programa de Consolidación y Estructuración de Unidades de Investigación Competitivas de la Xunta de Galicia para el año 2018. 2  Véase Olivares y Boyce (1993: 6), que traducen además una cita del humanista italiano Francesco Barbaro: “Es apropiado que el discurso de la mujer nunca se haga público, puesto que el discurso de una mujer noble no es menos peligroso que la desnudez de los miembros de su cuerpo”.

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gistros historiográficos,3 y se hallaban en permanente situación de tutela, marginadas por tanto de las esferas del poder. Todo ello conlleva, en primer lugar, que las autoras del Siglo de Oro han de hacer un esfuerzo por reconciliar la actividad de la escritura con la idea de mujer culturalmente transmitida, lo que implica redefinir en parte esta última para dar cabida en ella a la propia imagen. En segundo lugar, deben desplegar una serie de mecanismos que les permitan, a pesar de su posición subalterna en la sociedad, dotar de autoridad a sus textos; una autoridad que Baranda (2005: 128) define como “el reconocimiento que el sujeto emisor es capaz de conseguir para su discurso, lo que afecta a su eficacia, a los límites de su valor coactivo sobre sus destinatarios y a las posibilidades de difusión del mismo”. El propósito de este artículo consiste en examinar las estrategias de autorización de la propia escritura y de la defensa de la cultura femenina presentes en la producción dramática profana de las autoras en lengua castellana del Siglo de Oro; en especial, nos centraremos en Feliciana Enríquez de Guzmán (Tragicomedia de los jardines y campos sabeos), Isabel Correa (El pastor fido), sor Juana Inés de la Cruz (Los empeños de una casa, Amor es más laberinto), Ana Caro Mallén (El conde Partinuplés, Valor, agravio y mujer) y Ángela de Acevedo (El muerto disimulado, Dicha y desdicha del juego y devoción de la Virgen, La margarita del Tajo que dio nombre a Santarén). Con este fin, se estudian, por un lado, los paratextos que acompañan a la obra impresa y, por otro, aquellas técnicas y reflexiones que, insertas en el cuerpo de la comedia o en las piezas menores que la acompañan, permiten a la dramaturga reivindicar su posición autorial también en el contexto de la representación. En el caso de las autoras que aquí nos ocupan, el camino está ya parcialmente trazado: cuando ellas empiezan a publicar, existe al menos una generación previa de escritoras que, desde los inicios del siglo xvii, dan sus obras a la imprenta y se convierten en modelos positivos a imitar.4 Con todo, la conciencia de la propia condición de mujer y las estrategias de autoriza3   “Women who did not know that others like them had made intellectual contributions to knowledge and to creative thought were overwhelmed by the sense of their own inferiority or, conversely, the sense of the dangers of their daring to be different […]. For thinking women, the absence of Women’s History was perhaps the most serious obstacle of all to their intellectual growth” (Lerner, 1993: 12). 4   Véase Baranda (2005).

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ción vinculadas a esta continúan inscritas en los textos de las dramaturgas a lo largo del Siglo de Oro. Debe subrayarse, además, que las autoras que componen para el teatro —género que implica por propia definición la representación ante un público y que fue objeto de numerosas acusaciones de inmoralidad— se enfrentan a un mayor grado de transgresión que las que cultivan otras posibles modalidades literarias.5

1. Correa y Enríquez de Guzmán: preliminares y epílogos literarios Como hace notar Vega García-Luengos (2016), los paratextos —en especial aquellos que recogen reflexiones más o menos sustanciosas por parte del autor— resultan relativamente escasos en el panorama editorial del teatro áureo. Esto se explica, en parte, porque un buen número de ediciones son sueltas, que, a fin de aprovechar papel, tienden a prescindir de ellos por sistema, y en parte porque “la responsabilidad principal de las ediciones teatrales no solía recaer sobre los dramaturgos o sus allegados sino sobre empresarios del libro” (Vega García-Luengos, 2016: 181-182). En el caso de las escritoras, a estas circunstancias se suma la reducción del corpus conservado. Con todo, existen en el siglo xvii dos piezas de especial interés para nuestro estudio. Se trata de la Tragicomedia de los jardines y campos sabeos (Coimbra y Lisboa, 1624; Lisboa, 1627), de Feliciana Enríquez de Guzmán, el primer texto dramático de autoría femenina conservado en lengua castellana, y El pastor fido (Ámsterdam y Amberes, 1694), de Isabel Correa, una traducción del original italiano de Battista Guarini. Ambas autoras hacen uso de las dedicatorias, los prólogos u otros escritos que rodean su obra para expresar, junto a reflexiones teórico-literarias similares a las que podrían hallarse en 5   “Puesto que escribir teatro supone escribir para el amplio público de la representación, en este caso, más que en el de otras escritoras, escribir es ‘hacer pública la palabra’, lo que constituye la transgresión simbólica de una prohibición genérica, sustentada por la ‘doxa’ y la mayoría de las ‘autoridades’ teológicas, jurídicas y científicas” (Luna, 1996: 153). A juicio de Sánchez Dueñas (2008: 186-187), “la influencia de los avisos, ataques o actitudes beligerantes por parte de detractores y panegiristas hacia el género teatral […] se dejó sentir con fuerza en las producciones teatrales femeninas, como lo demuestra el hecho de la escasez de textos dramáticos escritos por mujer fuera del ámbito religioso”.

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los paratextos masculinos (en torno al clasicismo y la teoría de la traducción, respectivamente), una defensa explícita de la autoría femenina. Se cumple, pues, la definición de Luna (1996: 42) del prólogo como “espacio privilegiado de comunicación directa con el lector […] donde las autoras deberán conferir autoridad a sus obras rebatiendo la opinión común”.6 En el caso de Enríquez de Guzmán, quien dedica su texto a distintos miembros de su círculo familiar, suele llamarse la atención sobre la “Carta ejecutoria” que acompaña la obra: esta desarrolla la ficción de una querella presentada contra la autora porque, “siendo mujer y no pudiendo hablar entre poetas, había tenido atrevimiento de componer la dicha Tragicomedia”.7 La idea da pie a una decidida exaltación del propio texto, fundamentada en el clasicismo literario y en la enumeración de mujeres doctas: desde personajes mitológicos, como las nueve Musas, hasta figuras de la historia reciente, como Luisa Sigea.8 Este último recurso, que hunde sus raíces en los tratados en defensa de las mujeres vinculados a la querelle des femmes, lo emplearán una y otra vez las escritoras del Siglo de Oro, y revela su voluntad de reconstruir una tradición literaria femenina en la que insertarse y mediante la que legitimar su propia actividad creadora. Setenta años después, Isabel Correa dedica su traducción de El pastor fido a don Manuel de Belmonte, figura de gran influencia en la comunidad sefardí de Ámsterdam, a la que pertenecía la autora, y promotor de varias academias literarias, en alguna de las cuales ella pudo haber participado: entra en juego, pues, la integración de la escritora en los círculos culturales de su entorno. Además, Correa cuenta con la ventaja de presentarse como mediadora de una voz masculina, la de Battista Guarini, cuya obra gozaba de una posición privilegiada en el canon europeo de su tiempo. El uso estratégico 6   La concepción del prólogo como espacio de defensa frente a posibles críticas no es extraña en las obras de autoría masculina (Porqueras Mayo, 1957). Lo particular del caso de las escritoras es que esta justificación aparece explícitamente ligada a la cuestión de género. 7   Cito por la edición digital elaborada por Marín Pina y Del Río (Enríquez de Guzmán, 2015) de los paratextos que acompañaban a la Tragicomedia en 1627, disponible en BIESES. 8   “Enríquez de Guzmán se siente cómoda tomando sus datos de una fuente latina muy autorizada como García Matamoros, señal de su vocación por una cultura de raíz clásica y elitista, pero seguramente también de una conciencia de distinción respecto a otras escritoras de su tiempo” (Baranda, 2007: 443).

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de la traducción de una pieza de éxito para legitimar y difundir sus versos propios resulta evidente; Correa llega incluso a marcar gráficamente sus amplificationes al texto traducido, en una clara reivindicación de su originalidad. Se trata de un orgullo de autora que se hace explícito también en el prólogo que antecede a la obra, el cual comienza, sin embargo, con una falsa humilitas que alude directamente a la condición femenina: “Tomo la pluma, aunque de poco tomo en mano de mujer”.9 Correa confiesa a continuación que las numerosas voces contrarias a la escritura femenina casi la han llevado a desistir del ejercicio literario y procede a justificar su perseverancia mediante la anticipación y refutación de posibles argumentos misóginos. Junto al empleo, una vez más, de la lista de precursoras, han de destacarse los tres grandes motivos que la traductora esgrime como justificación de su labor, basándose siempre en citas eruditas:10 el anhelo de saber y el afán de superación, el deseo de fama inmortal y el propio placer de la escritura. Lejos quedan ya las alusiones a la voluntad divina o el deseo de restricción del discurso a un ámbito privado. Finalmente, conviene hacer un apunte sobre la escasez de escritoras contemporáneas en las listas de mujeres ilustres proporcionadas por Enríquez de Guzmán e Isabel Correa; en particular, en el caso de esta última existe un poderoso desequilibrio en favor de los nombres de la Antigüedad grecolatina. Se trata de una tendencia recurrente que resulta en cierta medida problemática: si bien las eruditas de la Antigüedad aportan a la tradición literaria femenina el prestigio ligado al mundo clásico, corren el peligro de convertirse en meras figuras míticas, de las que no se conocen más que algunos datos repetidos, y que no se consideran susceptibles de imitación en la realidad del siglo xvii.11 En cambio, las autoras modernas proporcionan a sus contemporáneas un modelo de escritora verdaderamente posible en su 9   Cito por la edición digital de Piquero (Correa, 2015), disponible en BIESES. Modifico una posible errata: creo que el texto de Correa no debe decir “de poco toma”, sino “de poco tomo”, como consta en el impreso (Correa, 1694: 6) y con el sentido que apunta López Estrada (1994: 741, n. 10): poca “entidad, importancia”. 10  Véase López Estrada (1994). Correa acude, por ejemplo, a la autoridad bíblica (Proverbios 3, 13 y 15) y a las Tusculanas (1, 4) de Cicerón. 11   “Las citas de Probas o Falconias ni plantean problemas en la jerarquización canónica ni a las escritoras del Siglo de Oro les sirven como modelo, puesto que su existencia solo es

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contexto sociocultural. Bajo esta luz, cobra relevancia el empleo por parte de Correa de una cita de autoridad de Les Femmes Illustres ou les Harangues héroïques (París, 1642 y 1644), obra de Madeleine y Georges de Scudéry, que se publicó bajo la firma de este último.12 La mención de este título permite plantear la hipótesis de que Correa conociese la existencia de la célebre Mademoiselle de Scudéry; si, además, hubiese sido consciente de la autoría colaborativa, estaríamos hablando de una escritora que se apoya a sabiendas en la argumentación de otra mujer contemporánea para defender su derecho a la creación literaria.

2. Sor Juana, Caro y Acevedo: los paratextos espectaculares y el cuerpo de la comedia Por otra parte, no debemos perder de vista que el prólogo de Correa y la “Carta ejecutoria” de Enríquez de Guzmán están pensados para acompañar en exclusiva al texto impreso,13 mientras que el teatro alcanza su máxima expresión en el acto de representación. Queda la posibilidad de prestar atención a los paratextos espectaculares, como serían las loas y otras composiciones breves que rodean a una comedia en su puesta en escena. En este sentido, posible en mundos ideales ajenos a la esfera de la realidad social o literaria en que se mueven las coetáneas de nuestros panegiristas” (Baranda, 2007: 445). 12   “La thèse de la collaboration satisfait désormais de nombreux spécialistes, même si la répartition des discours au frère ou à la soeur reste problematique” (Breitenstein, 2008: 341, n.1). 13  Enríquez de Guzmán parece haber albergado al menos la esperanza de que su Tragicomedia llegase a representarse, si bien no en el teatro popular: “En la primera impresión, dividí licenciosamente cada una de sus dos partes en tres jornadas al uso español usado hasta estos días, para su más cómoda representación […] he quitado en esta segunda las cimbras de las jornadas a los arcos de los actos […]. Y con más razón me parece ahora que […] mi Tragicomedia […] puede salir en público a ver no los teatros y coliseos, en los cuales no he querido ni quiero que parezca, mas los palacios y salas de los príncipes y grandes señores y […] visitar en sus casas a los aficionados a buenas letras”. En el caso de Correa, aunque la sombra de la representación resulta inseparable de la escritura teatral, la intención parece haber sido meramente la difusión impresa; así lo sugiere, entre otras cuestiones, el vivo interés de la traductora por marcar gráficamente las amplificationes al texto de Guarini, una distinción que no podría trasladarse al escenario.

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resulta de especial interés la producción de sor Juana Inés de la Cruz. Sus comedias Los empeños de una casa (1683) y Amor es más laberinto (1689) se estrenaron en un contexto cortesano,14 y las piezas menores que las acompañan están plagadas de elogios a la familia de los virreyes de Nueva España. De este modo, sor Juana sustenta su autoridad en un grupo de poder que había extendido su protección sobre ella y en cuyo círculo había alcanzado la fama y el reconocimiento como escritora.15 Adicionalmente, el Sainete segundo a Los empeños de una casa constituye una pieza metateatral en la que dos de los actores critican la comedia por ser “tan larga y tan sin traza” (Juana Inés de la Cruz, 2010: v. 30) y expresan sus deseos de representar en su lugar “una de Calderón, Moreto o Rojas” (Juana Inés de la Cruz, 2010: v. 43).16 De este modo, sor Juana busca congraciarse con el público a través de la humilitas y de la irónica anticipación de posibles críticas; al mismo tiempo, expresa su conocimiento y admiración por los grandes nombres masculinos del teatro áureo. Alude también, en términos muy positivos, a La segunda Celestina, una obra de Salazar y Torres a la que ella misma había añadido el desenlace al quedar incompleta tras la muerte del autor.17 De este modo, insiste veladamente en su exitosa trayectoria anterior, bien conocida por los asistentes al estreno. Con todo, la conservación de un festejo teatral completo de estas características resulta excepcional; según Hernández Araico (1996: 116), es “altamente insólito que todas las piezas para una celebración […] sean de una sola 14   “Sor Juana escribió Los empeños de una casa por encargo de don Fernando Deza, contador del virreinato, en cuya casa se representó el 4 de octubre de 1683, como homenaje a los virreyes, condes de Paredes y marqueses de la Laguna, y también para celebrar la entrada pública del nuevo arzobispo don Francisco de Aguiar y Seijas”, apunta García Valdés (Juana Inés de la Cruz, 2010: 53). Según la misma crítica, “Amor es más laberinto se representó el 11 de enero de 1689 en el palacio virreinal para celebrar el cumpleaños del nuevo virrey, Gaspar de Silva” (Juana Inés de la Cruz, 2010: 70). 15   Baranda (2005: 114-115) llama la atención sobre la importancia de este primer contexto de divulgación en la producción de autoras como sor Juana, “vinculadas a círculos de poder o literarios, en los cuales han destacado y en los que sus obras se han sometido a una recepción indiscriminada (sobre todo masculina), que será la que se atribuya al impreso”. 16   Cito todas las piezas de sor Juana por la edición de García Valdés (Juana Inés de la Cruz, 2010). 17   Véase, por ejemplo, Sabat de Rivers (1992).

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pluma”.18 Por ello, puede resultar más productivo buscar pistas de la posición autorial de las dramaturgas en el propio cuerpo de las comedias. Con este fin, junto a la de la propia sor Juana Inés, examinaremos a continuación la obra de otras dos dramaturgas del Barroco: Ana Caro Mallén, autora profesionalizada que escribía para el teatro comercial,19 y Ángela de Acevedo, escritora de origen portugués que nos ha dejado tres comedias, pero apenas ningún dato biográfico: tradicionalmente, la crítica la sitúa en la Corte de Madrid, al servicio de Isabel de Borbón.20 En el caso de Ana Caro,21 la estrategia de autorización más llamativa la encontramos en su comedia Valor, agravio y mujer, donde los dos graciosos mantienen la siguiente conversación (Caro Mallén, 1993b: vv. 1160-1180):22 TOMILLO […] ¿De dónde sois? RIBETE De Madrid […] TOMILLO ¿Qué hay en el lugar de nuevo? RIBETE Ya es todo muy viejo allá; solo en esto de poetas hay notable novedad por innumerables, tanto que aun quieren poetizar las mujeres, y se atreven a hacer comedias ya. 18   De hecho, esta crítica pone en duda que las piezas menores conformasen un todo con Los empeños de una casa, puesto que “el llamado ‘festejo’ de Los empeños de una casa no lo conocemos más que como construcción editorial nueve años más tarde de su presunta inauguración” (Hernández Araico, 1996: 119). Por el contrario, García Valdés (Juana Inés de la Cruz, 2010: 59) considera que “las obras cortas del festejo de Los empeños de una casa están plenamente integradas en el conjunto dramático de la representación, y son difícilmente aislables del ‘texto teatral’”. 19   Véase Luna (1995). 20   Pueden consultarse Doménech (1996: 403) y Urban Baños (2014: 63). En contraste, la reciente investigación de Provenzano (2019) sugiere que Acevedo nació en Paredes da Beira en la segunda mitad del siglo xvii, residió en Soutelo do Douro tras su matrimonio y no solo no formó parte del círculo de Isabel de Borbón, sino que nunca llegó a abandonar Portugal. 21   Sobre la afirmación autorial de Caro en su obra poética, véase Martos (2016). 22   Cito por la edición de Luna (Caro Mallén, 1993b). Según anota, “Sofoareta” es una contaminatio entre Safo de Lesbos y Aretea de Cirene, con propósito paródico.

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TOMILLO ¡Válgame Dios! Pues ¿no fuera mejor coser e hilar? ¡Mujeres poetas! RIBETE Sí; mas no es nuevo, pues están Argentaria, Sofoareta, Blesilla, y más de un millar de modernas, que hoy a Italia lustre soberano dan, disculpando la osadía de su nueva vanidad.

Se repiten, pues, procedimientos presentes ya en los paratextos de Correa y Enríquez de Guzmán, a saber: la anticipación y rechazo de posibles objeciones a la escritura femenina y la enumeración de mujeres doctas. Además, se mantiene la preferencia por los referentes clásicos: aunque Caro muestra conocer la existencia de las escritoras italianas de la Edad Moderna (piensa quizás en Vittoria Colonna, Isabella Andreini, Lucrezia Marinella…),23 no menciona nombres propios. Adicionalmente, se establece un contraste explícito entre la costura, ocupación tradicionalmente femenina, y la escritura; también Isabel Correa hacía referencia en su prólogo a la sustitución de “lo enfadoso de la aguja por lo recreable de la pluma”. Se trata de una oposición simbólica muy productiva en la literatura antifeminista aurisecular (Trambaioli, 2011: 470), que las escritoras reformulan en beneficio propio. Por otra parte, no resulta sorprendente que sea el tipo del gracioso, al que se reservan habitualmente las funciones metateatrales y de crítica social en la comedia,24 el que Caro escoge para escenificar este debate. Será también la voz del criado la que utilice para señalar irónicamente las posibles fallas de su obra, de manera que se adelanta a las críticas y las neutraliza.25 Es el caso de Gaulín en El conde Partinuplés, quien, privado de la ya tópica relación con   Sobre las autoras italianas entre 1465 y 1700, puede consultarse Alonge (2011).   Con respecto al gracioso como personaje metateatral, véase, por ejemplo, Nohe (2018). Su papel como vehículo de denuncia social, en concreto en las comedias de autoría femenina, ha sido estudiado por Ferrer Valls (2005). 25  Véase Montauban (2011). 23 24

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la criada de la dama, se lamenta: “Infeliz lacayo soy, / pues he prevenido el orden / de la farsa, no teniendo / dama a quien decirle amores. / Descuidóse la Poeta, / ustedes se lo perdonen” (Caro Mallén, 1993a: vv. 1608-1613).26 De manera paralela, es frecuente que Caro manifieste su orgullo de autora a través de expresiones de admiración, puestas en boca de los personajes, que llaman la atención sobre los aspectos más notables de su texto: desde la versificación hasta los recursos retóricos empleados. Por ejemplo: “¡Qué difícil asonante / buscó Leonor!” (Caro Mallén, 1993b: vv. 1042-1043); o, en la misma obra: “Metáfora curiosa / ha sido, Estela, comparar la rosa / a don Juan por su gala y bizarría” (Caro Mallén, 1993b: vv. 1759-1761). Esta última estrategia es muy del gusto de Ángela de Acevedo, en cuya obra se insertan con mucha frecuencia los comentarios metateatrales. Sin embargo, a diferencia de Caro, nunca hace referencia explícita a su condición de mujer: muy al contrario, se denomina siempre a sí misma “el poeta”, en masculino.27 En sus textos, resulta habitual que la criada o el gracioso rompan la ilusión escénica para ponderar la originalidad de la comedia o retar al público a adivinar su desenlace, avivando así su curiosidad. Este tipo de manifestaciones no son exclusivas de los textos de autoría femenina;28 sin embargo, evidencian la confianza de la dramaturga en sus propias habilidades, en especial por lo que respecta a la construcción del enredo barroco. Por ejemplo, la criada de Dicha y desdicha del juego sostiene “que no hay comedia que traiga / semejante paso escrito” (Provenzano, 2018: vv. 2019-2020) y el lacayo de La margarita del Tajo afirma directamente: “Fue muy buena esta jornada” (Acevedo, 1999: v. 1210); “La obra está muy bien hecha” (Acevedo, 1999: v. 4087). En El muerto disimulado, nos encontramos con el siguiente desafío (Acevedo, 1999: vv. 540-544):29

  Cito por la edición de Luna (Caro Mallén, 1993a).   Por ejemplo, en Dicha y desdicha del juego: “Mal haya la fantasía / del poeta endemoniado / que aquí este viejo ha encajado” (Provenzano, 2018: vv. 807-809). Cito esta comedia por la edición de Provenzano (2018). 28   Véase, por ejemplo, Pailler (1980). 29  Cito La margarita del Tajo y El muerto disimulado por la edición de Doménech (Acevedo, 1999). 26 27

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DOROTEA ¿Qué intenta Jacinta hacer? Yo apuesto que en hora y media nadie, según lo imagino, ha de dar en el camino que lleva aquesta comedia.

Y más avanzada la trama (vv. 3128-3133): PAPAGAYO

¿Qué dïablo de poeta maquinó tantos delirios? Parece cosa de sueño. ¿Han ustedes esto visto? ¿En qué ha de parar aqueste de confusiones abismo?

Por otra parte, encuentra también lugar en los versos de la comedia la reflexión directa sobre la capacidad intelectual femenina, funcione ya como estrategia de autorización o ya como mera expresión de interés personal por parte de la dramaturga. Una de las criadas de Acevedo afirma con vehemencia en Dicha y desdicha del juego que “no soy coja ni tuerta / ni boba y, Dios sea bendito, / escribo y hago una copla / tan bien como mis vecinos” (Provenzano, 2018: vv. 1781-1786). Con un tono más serio, sor Juana Inés hace de la protagonista femenina de Los empeños de una casa una dama culta, que describe por extenso su poderosa inclinación a los estudios y el esfuerzo constante que les ha dedicado desde la niñez. En esta faceta del personaje se ha leído, de hecho, un trasunto biográfico de la propia sor Juana.30 Por último, merece la pena detener la vista sobre los cierres de la comedia, en los que era costumbre dirigirse al espectador y pedirle indulgencia para la obra recién representada. En ocasiones, las dramaturgas no van más allá de la disculpa tópica; en otras, nos encontramos con posibilidades más interesantes. En La margarita del Tajo, Acevedo parece escudarse en la motivación religiosa, muy apropiada por tratarse de una comedia de santos (Acevedo, 1999: vv. 4204-4211):

30 

Véase, por ejemplo, Paz (1982: 128) y Weimer (1992: 91).

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Así el poeta la acaba y advierte que para ella ni pide perdón ni víctor, sea mala o sea buena, pues no la escribió, senado, en gracia o lisonja vuestra, sino por devoción de la santa portuguesa.

Por su parte, sor Juana Inés insiste en la escritura por encargo en Amor es más laberinto (Juana Inés de la Cruz, 2010: vv. 3626-3630): TEBANDRO Y perdón, rendida, os pide la pluma que, contra el genio que la anima, por serviros escribió, sin saber lo que escribía.

Pero los versos más llamativos son quizás aquellos con los que Ana Caro da fin a Valor, agravio y mujer (Caro Mallén, 1993b: vv. 2753-2757): LEONOR

Aquí, senado discreto, Valor, agravio y mujer acaban. Pídeos su dueño, por mujer y por humilde, que perdonéis sus defectos.

En este último caso, el topos humilitatis se liga directamente a la cuestión de género. Es posible, además, leer en el texto de Caro un uso interesado y un tanto irónico de los tópicos misóginos del momento: la cortesía debida al sexo femenino impediría al espectador reprobar la obra. Correa emplea la misma estrategia en El pastor fido, sugiriendo que la “inmunidad del nobilísimo sexo femenil” podría protegerla de la crítica. En su obra narrativa, María de Zayas advierte al lector de las Novelas amorosas y ejemplares de que, si el

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libro le desagrada, “por la parte de la cortesía que se debe a cualquiera mujer, le tendrás respeto” (Zayas, 2014: 161).31 Llegados a este punto, conviene aclarar la ausencia hasta ahora de menciones a las comedias de Leonor de la Cueva y, sobre todo, de la propia María de Zayas. Lo cierto es que, al menos en este primer acercamiento, no he identificado en sus textos estrategias de autorización tan significativas como las empleadas por otras dramaturgas. Será necesario un estudio más detenido antes de extraer conclusiones al respecto; a pesar de ello, quizás no resulte secundario el hecho de que, a diferencia de lo que ocurre con las demás autoras, su producción dramática se conserva únicamente en manuscritos considerados autógrafos.32 Dado que tan solo el impreso —o la constancia de una representación— garantiza la difusión pública de los textos, podría plantearse la hipótesis de que estas comedias prescindan de los habituales mecanismos de legitimación precisamente porque, al menos en el momento de la escritura, no estaban preparadas para su divulgación ante el público general. En este sentido, debe recordarse que críticos como Rodríguez Garrido (1997) y Urban Baños (2014) han sugerido que La traición en la amistad, de Zayas, se compuso para su representación privada ante un grupo selecto de espectadores, probablemente en alguna de las academias madrileñas.33

3. Conclusiones El análisis efectuado permite identificar toda una serie de estrategias comunes a través de las cuales las dramaturgas del Barroco reivindican su vocación literaria y se esfuerzan por dotar de autoridad a sus textos. Esta labor pasa, en muchos casos, por la anticipación y refutación de posibles argumentos contrarios a la actividad intelectual femenina, que se contrarrestan, por ejemplo, mediante la enumeración de precursoras. De manera paralela,   Cito por la edición de Olivares (Zayas, 2014).   Puede consultarse Urban Baños (2014). 33   Más concretamente, Urban Baños (2014: 97-98) sugiere que la obra pudo haber sido escrita para su escenificación en casa de Francisco de Mendoza o, en especial, la de Sebastián Francisco de Medrano. 31 32

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entran en juego mecanismos como la referencia a los círculos culturales o de poder próximos a la autora; el topos humilitatis explícitamente vinculado a la condición de mujer, o la autocrítica preventiva de la propia obra. Sin embargo, esta conciencia de ocupar una posición problemática como emisoras no impide que, en las piezas examinadas, predomine el orgullo de autoría y una firme actitud de confianza en la propia capacidad creadora. Todo ello se evidencia no solo en los paratextos que rodean la obra, sino también a través de las intervenciones de los distintos personajes; en especial, los tipos del gracioso y la criada. Así pues, y con las precauciones que exige la necesidad de una mayor profundización en los casos de María de Zayas y Leonor de la Cueva, puede afirmarse que las técnicas recurrentes mediante las cuales las escritoras de la Edad Moderna defienden su posición autorial en el momento de divulgar sus obras se hallan del todo presentes en el teatro, convenientemente adaptadas a las características específicas de su difusión.

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Libelos, autoría y opinión pública en el teatro barroco: el caso de María de Navas1 Marina Aguilar Salinas Universidad de Alcalá

1. Introducción: la actriz y autora María de Navas como protagonista de la controversia En el contexto de la controversia teatral que se avivó con la publicación en 1682 de la Aprobación a la Verdadera Quinta Parte de Comedias de don Pedro Calderón de fray Manuel de Guerra y Ribera, María Asunción Flórez Asensio (2018: 193, 209) destaca una serie de libelos en los que se denigraba la figura de la actriz. Las razones del protagonismo de las actrices en la controversia aurisecular están relacionadas con la inmoralidad de sus gestos, palabras, vestimenta y modo de vida.2 Lo que se impugnaba tanto en textos apologéticos como en escritos de teatrófobos era el carácter lascivo y deshonesto de estas mujeres dentro y fuera de la escena.3 El caso que vamos a presentar es el de 1   Este estudio ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación Vox Populi. Espacios, Prácticas y Estrategias de Visibilidad de las Escrituras del Margen en las Épocas Moderna y Contemporánea / Vox Populi. Spaces, Practices and Strategies of Visibility of Marginal Writing in the Early Modern and Modern Periods (Ref. PID2019-107881GB-I00), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y la Agencia Estatal de Investigación, dirigido por Antonio Castillo Gómez y Verónica Sierra Blas. 2   La controversia duró muchos más años, pero aquí nos centramos en la última parte del siglo xvii. 3   Numerosos moralistas y religiosos de la época criticaron lo “deshonesto” de los sones y los “meneos lascivos y torpes” de las actrices. Incluso los textos progresistas señalan la necesidad de reforma: “Oír comedias, representarlas, o consentirlas, no es pecado, aunque las comedias sean profanas, como no sean torpes, y lascivas: si bien advierte, que el que es tan flaco, que con tan leve ocasión como ver una muger cantar, o bailar, tiene proclividad al pecado,

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una actriz que aparece como firmante de una serie de libelos en los cuales se convierte ella misma en el objeto de la humillación. La víctima del agravio se llamaba María de Navas, célebre actriz y autora de comedias que desempeñó su carrera entre 1679 y 1720. Era conocida como la Milanesa y procedía de una familia de comediantes emigrados de Milán a Barcelona en 1678. Su biografía ha sido reconstruida por Lola González y Teresa Ferrer Valls en un trabajo a caballo entre fuentes archivísticas y la lectura de lo que la primera ha denominado “falsas autobiografías”, puesto que no es probable que su autoría se deba a la actriz, sino a algún crítico suyo (Ferrer Valls, 2008; Shergold, Varey, 1985: 476; Ferrer Valls, 2015: 24; González Martínez, 2002: 177, 192): “El Manifiesto es una falsa autobiografía que trata de la vida inquieta, y seguramente poco recatada, que llevó María de Navas. El detonante para la escritura de este libelo fue un escándalo que la actriz protagonizó en la Corte castellana y que provocó su abandono de Madrid y posterior refugio en Lisboa” (González Martínez, 2008: 141, n. 12). En 1694, la actriz abandonó Madrid, y así lo atestigua una petición económica, anterior al 22 de enero de 1695, de Marcela Lozano, viuda de Sebastián de Armendáriz, arrendador de los corrales madrileños entre 1691 y 1695. En dicha carta, la viuda alegaba tener problemas financieros, entre otras causas, porque María de Navas, que en esa fecha era primera dama de la compañía de Agustín Manuel, se había ausentado de la corte. Ello había ocasionado serios problemas económicos al corral (Ferrer Valls, 2008, entrada correspondiente a María de Navas, año 1694). Precisamente el día antes de abandonar Madrid, el 6 de noviembre de 1694, se había representado Amor, Firmeza y Corona, con ella como actriz, en el Salón del Alcázar para celebrar

debe evitar esta ocasión”, Discurso apologético en aprobación de la comedia, Instituto Valencia de Don Juan, [IVDJ], 26-II-12, fol. 2r. Hemos tratado de transcribir el texto adaptándolo a las normas ortográficas actuales para facilitar su lectura, igual que en el resto de ejemplos del presente trabajo. Cotarelo y Mori lo sitúa entre los textos que se escribieron tras la prohibición de representación de comedias por parte de Felipe IV (Cotarelo y Mori, 1997: 236). Nos ocupamos de más ejemplos de esta ambivalencia hacia las actrices en un artículo en proceso de publicación en el n.º16 (2019) de Clío & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, “Dramaturgas y autoras de comedias en el contexto de la controversia teatral áurea: la ambivalencia entre prohibición y disidencia”.

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el cumpleaños del rey. Esto nos da una idea de la vinculación de la actriz con la corte madrileña (González Martínez, 2002: 201): La autora de comedias era la directora de teatro y su vinculación con el marido fue fundamental para acceder a la dirección de la compañía teatral. El reconocimiento de estas mujeres en el ámbito teatral será a partir de la segunda mitad del siglo xvii y con la concesión del título oficial de autora de comedias por su Majestad. María de Navas es el mejor ejemplo de comedianta y empresaria teatral que se especializó en “primeras damas” y fue solicitada en varias ocasiones para trabajar en la Corte. (Mesa Villalba, 2012: 2)4

Sin embargo, a pesar de su relativa autonomía y éxito como actriz, que le permitieron llegar a ser directora de compañía en 1720, el hecho de que fuese llamada para representar en palacio frenó su carrera como autora. Según el Diccionario biográfico de actores del teatro clásico español, Navas fue llamada por su Majestad para representar en la corte en 1704. Lola González menciona otras fechas, como 1687, 1694 y 1697, en que representó piezas en palacio (Ferrer Valls, 2008, entradas correspondiente a María de Navas, años 1720 y 1704; González Martínez, 2002: 200, 201). Lo que más destaca en la biografía de nuestra protagonista es la controversia que circula alrededor de la transgresión moral. Además de ejercer su profesión de manera independiente, como muchas actrices de finales del xvii, que no se atenían a la ordenanza de 1587 según la cual debían vincularse a su marido o familiar masculino (González Martínez, 2008: 145), María de Navas tuvo matrimonios, amantes e hijos sin ajustarse a lo que se esperaba de una mujer del seiscientos. También hay que señalar su posicionamiento político en 1710, cuando fue a Zaragoza en apoyo del archiduque Carlos. Su arrepentimiento posterior le permitió seguir representando (Ferrer Valls, 2008, entrada correspondiente a María de Navas, año 1710). Ahora bien, nosotros nos centraremos en la primera cuestión, relacionándola con la transmisión de opinión, lo que se transforma el discurso público en un alegato a favor de la misoginia. 4   La autora se refiere con “primeras damas” al papel que interpretaba la actriz principal de la comedia, el papel de dama protagonista. Este término era frecuente en el vocabulario teatral del Siglo de Oro.

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Nuestro objetivo en este trabajo es triple y consistirá en mostrar, por un lado, cómo la falsa autoría de los libelos que presentaremos legitima la befa despiadada; por otro, cómo su difusión en los alrededores de palacio y otros lugares de Madrid conformó una cierta opinión que consistía en el desprecio de la figura del actor y en particular de la actriz, opinión ya asentada en buena parte de la sociedad, y, por último, cómo la polémica gira en torno a la sexualidad y el cuerpo femeninos como fuente incontrolable de pecaminosidad.

2. Libelos y opinión pública: la difusión de ideas misóginas y una respuesta a modo de defensa A continuación, examinaremos un total de seis documentos, todos en formato cuarto. Cinco son impresos, cuatro de los cuales se conservan en la Biblioteca Nacional de España, y el quinto, en el Institut del Teatre de Barcelona, que también contiene copias de algunos de los documentos que se encuentran en la primera. El segundo documento, un manuscrito que coincide íntegramente con el primero que examinaremos, lo he encontrado recientemente en la Hispanic Society of New York. El conjunto de textos conforma lo que se puede denominar la controversia sobre María de Navas. Aunque Lola González sostiene que todos estos documentos forman un mismo libelo, creemos conveniente hacer distinciones entre ellos, no solo como ya hemos mencionado en virtud de su análisis o del desconocimiento de sus autores, sino también porque sus diferentes paratextos proporcionan información valiosa.5 El documento que a continuación vamos a analizar y que consideramos el primero de los que siguen en orden cronológico6 se titula Manifiesto de María 5   Bartolomé José Gallardo incluye tanto el Manifiesto como el Defensonario, del que hablaremos a continuación, en obras anónimas, aunque cita en el primer caso a María de Navas como autora (Gallardo, 2010: 959-960). 6   Proponemos este orden cronológico de manera provisional, puesto que tal vez el segundo documento que examinamos, que es un manuscrito encontrado en la Hispanic Society de Nueva York, fuese anterior o contemporáneo de este. No tenemos pruebas para fechar dicho manuscrito con respecto a esta primera copia impresa.

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de Navas la Comedianta, en que declara los justos motivos y causas urgentes que tuvo para hacer fuga de la villa de Madrid, corte de Castilla, a la ciudad de Lisboa, corte de Portugal,7 impreso en Lisboa en 1695 (fol. 36). Su autor (González Martínez, 2008: 141, n. 12) comenta jocosamente que está escrito para explicar por qué la actriz huyó en 1694 de Madrid a Lisboa8 y para saciar el ansia de saber de los dueños de los corrales madrileños, a quienes califica de “corsarios”. Otra finalidad de dicho texto es, al parecer, contrarrestar unos poemas satíricos donde se la ridiculizaba con un tono excesivamente vulgar. El autor aprovecha la licenciosa vida de la calumniada para atacar la inmoralidad del teatro. Por ejemplo, cuenta que era primera dama de una compañía de corte y tuvo por amante a un hombre casado, evidenciando la falta de castidad y el incumplimiento de las leyes por parte del gremio de actores. Más adelante, al reconocer que el público de Madrid la adora, sobre todo por las escenas amorosas (fol. 7), se compara en belleza con cisnes y gansos (fol. 10). El Manifiesto también la pone de estafadora, pues, al romper con una compañía, engañaba al público en los números que hacía en solitario. En otra ocasión, un pretendiente la forzó y ella quiso vengarse por medio de una artimaña ruin (fols. 11, 12). Muchos deseaban obtener sus favores, desde altos cargos hasta el apuntador (fols. 12, 13). Recordemos que su segundo matrimonio fue con el apuntador Ventura de Castro (González Martínez, 2008: 144). Tras otro matrimonio del que terminó cansándose (fol. 15), intentaron violarla;9 se insinúa que ejerció la prostitución,10 que trató de abortar con medicinas; recibió palizas de sus amantes y de las amantes de sus amantes; al final enfermó y tuvieron que llamar a un sangrador —médico— y luego a un albeytar —veterinario—, “que curaba mis cabalgaduras”, hasta que pudo volver a representar (fols. 24-29). 7   Manifiesto, BNE, R/12175/5. Este texto es un ejemplar impreso. Cuando nos refiramos a la copia manuscrita del mismo, así lo indicaremos. 8   Véase la página 2 y la nota 10. 9  Cierto caballerito mozo busca pleitos […] intentó Tarquinarme […], intentó sofaldarme”. Manifiesto, BNE, R/12175/5, fols. 16, 17. 10   “A todos hacía merced y de todos cobraba la media anata, sin admitir descuentos, ni que le valiese reserva al galán por lindo, ni al entendido por discreto”. Manifiesto, BNE, R/12175/5, fol. 23.

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En este texto y en los que veremos a continuación se repiten una serie de lugares comunes misóginos, muchos de ellos transmitidos a lo largo de los siglos en Occidente: la naturaleza mudable e inconstante de la mujer (Francomano, 2018)11 la indiscreción e inclinación al chisme, el gusto por los afeites12 y, por supuesto, la promiscuidad. Por tener estos rasgos, María de Navas se pinta —más bien, la pintan como si ella misma se pintase— como alguien de naturaleza inmoral. Esta transgresión del modelo de virtud femenina, es decir, virtud casta, era habitual en el retrato que se hacía de la torpeza —es decir, lascivia— de las actrices.13 Para R. Howard Bloch, la misoginia propone una definición esencialista de la diferencia sexual (Bloch, 1987: 2). Ciertamente, el debate sobre la moralidad, la castidad y la actividad pública de esta —en el teatro, por ejemplo— presentaba reminiscencias de otro debate que existió en Europa desde finales de la Edad Media, entre la Querelle de la rose y otra visión de la mujer como ser licencioso y difícil de controlar que hundía raíces en la patrística, la cual la concebía como un ser accidental, suplementario y derivado de la materia, frente al hombre, que procedía del espíritu divino (Bloch, 1987: 4-6, 10). Asimismo, la creencia en la diferencia sustancial entre los sexos y en la inferioridad que esta supone está presente en la opinión pública moderna. A ello hay que sumar los preceptos de la Contrarreforma, que reforzaron estas ideas.14 11   Estos tópicos tratan de contrarrestarse en las obras de teatro de las principales dramaturgas áureas (véase La firmeza en el ausencia, de Leonor de la Cueva y Silva: BNE, MSS/17234). 12   El tema de la belleza artificial de las actrices aparece en Apología por el Manifiesto: “Y el Peregrino que se libra, como advirtió San Cipriano cae en la trampa de una de nosotras, prendado de la hermosura artificial, ayudada de los afeites, el gusto del tocado, el primor de lo prendido, y la rica preciosidad de las galas, que ninguna mujer las gasta más costosas, porque no ay otras que no tengan tan barata la verguença”. Apología por el manifiesto y carta de María de Navas la Comedianta, BNE, VE/1438/9, fol. 23. 13   Juiçio arbitro [manuscrito], BNE, MSS/18410, fols. 93r -107v. La consulta que se envió al Consejo de Portugal por la cual Su Majestad fue servido mandar volver las Comedias que se habían quitado en el reino de Portugal el año pasado, IVDJ, 26-II-12, fols. 4r-9r. 14   Moralistas como Juan Arce de Otálora, Gonzalo Fernández de Oviedo y Gonzalo de Illescas vetaron ciertos libros a las mujeres, atribuyéndoles una inferioridad natural. Se les consideraba “espíritus no cultivados”, y su debilidad ante la “tentación” y los “lazos diabólicos” era mayor (Gagliardi, 2010: 34, 35).

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Más adelante, al narrar cómo, tras llevársela a Lisboa,15 recibió en la capital lusa una paliza de la amante celosa de un caballero, recurre al topos de las representaciones viscerales del sexo femenino ligadas a lo horrendo: “No sentí la bapulación tanto por lo que me dolió como porque me halló el fracaso desprevenida de bajos y los mirones confirmaron la noticia que envió a esta corte cierto personaje de la de Castilla, ponderando lo puerca que soy y que en lo interior es asco verme”.16 Por último, suplica al galán que la ha desterrado que la devuelva a la corte (fol. 35). En segundo lugar, he encontrado un texto en la Hispanic Society of New York que consiste en una copia del Manifiesto.17 Además de ser manuscrito y estar escrito en una humanística cuidada y respetando los márgenes, está firmado por don Antonio de Zamora (fol. 1), dramaturgo madrileño que na­ ció en 1665 y murió en 1728, contemporáneo de María de Navas, quien nació en 1666 y murió en 1721. La relación entre ambos pudo ser bastante cercana, ya que, por lo que deducimos de la consulta de un manuscrito de mojigangas que se encuentra en la Biblioteca Nacional, la actriz pudo haber actuado en obras de autores cercanos a él o incluso suyas.18 Zamora fue un prolífico dramaturgo y entremesista, autor de algunas exequias y cartas con características similares a estas19 y gozó de una posición privilegiada en la corte como noble de la casa del rey Felipe V. Es probable que la opinión pública que se difunde con este primer libelo tenga más que ver con el ataque perso  También quien sostiene que la huida fue voluntaria (Flórez Asensio, 2018: 201).   Las representaciones viscerales y escatológicas de lo femenino vinculadas a la muerte, el parto, la naturaleza horrenda del cuerpo —en concreto, la vagina—, la impureza, el demonio y las tentaciones eran habituales en el barroco (Martínez, 1993: 586-589). 17   Antonio de Zamora, Manifiesto, Hispanic Society of New York, [HS] B4240 (previamente a mi consulta, UNCAT, Box 47/28). 18   Fernando Plata menciona el manuscrito de la BNE MSS/14090, que contiene mojigangas de Antonio de Zamora, José de Cañizares y algunas anónimas. En una de las anónimas se menciona a María de Navas en el reparto y, aunque sea anónima, su cercanía respecto del autor dramático es considerable (Plata, 2009: 170, 172, 191; González Martínez, 2002: 203). 19   Carta en que avisa don Antonio de Zamora a un amigo…, BNE, VE/149/34, VE/106/2, VE/1563/2. Métrico y conciso manifiesto, BNE, VE/1551/1(3), 2/57811(3). Las características similares son la repetición de palabras como carta y manifiesto, su brevedad, la ausencia de datos de impresión, el hecho de que circulasen en los alrededores de palacio, la relación con mujeres célebres, etc. 15 16

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nal a la actriz y en general a las mujeres, tanto artífices como consumidoras de teatro, que con la opinión propia del autor sobre su actividad. El ejemplar impreso del Manifiesto va unido a otro texto cuyos datos de impresión varían respecto de aquel y que se titula Defensonario general de María de Navas por un ingenio que vive en la corte y es nacido y criado en las Batuecas.20 Consta como impreso en Madrid, a literalmente “& tantos del mes, &c” y a nombre de “Don Fulano de Tal” (fol. 12). Por el título se deduce que el texto consistirá en una defensa de la actriz: “Solo una cosa me parece llevo en favor, que es defender vituperios hechos a una mujer que, si es mala, como el autor dice, a todos o los más les ha parecido la mejor” (fol. 2).  El autor cuenta que, estando un día en su casa de Madrid, encontró una carta dirigida hacia él, Don Fulano de Tal, y firmada por María de Navas en Lisboa. En ella, la actriz le confiesa que sabe que la admira y reconoce su ingenio, por lo que le manda el Manifiesto que había llegado a sus manos por casualidad, pidiéndole que la defienda. Pero, aunque no pueda citar a grandes ingenios ni a doctores de la Iglesia, luchará con su pluma y su gran caudal de refranes, es decir, su cultura popular, contra quienes atacan a la actriz (fol. 2). El Defensonario se convierte en un claro ataque contra el Manifiesto, de cuyo autor Don Fulano de Tal refiere que era un admirador de María de Navas, pues “quien dice mal de la pera, ese se la lleva” (fol. 6). Aunque su denigración es, añade el batueco, fruto del rechazo. Refiere numerosos pasajes del Manifiesto, tildando a su autor de gorrón21 y de falto de juicio en su ofensiva contra la actriz (fol. 4). Navas, por su parte, queda exculpada: “En todos los capítulos del Manifiesto no hallo donde parar la consideración, ni que resulte culpa contra la Señora Navas” (fol. 6). Don Fulano prosigue su ataque alegando que es el Manifiesto el que está corrompido: “Es necesario, taparse las narices, porque apesta el olfato” (fol. 8).

20   Defensonario general de María de Navas por un ingenio que vive en la corte y es nacido y criado en las Batuecas, BNE, R/ 12175/5, fol. 1 (de la segunda foliación que incluye el documento). 21   “Porque andaba siempre al husmo”. Defensonario general, BNE, R/12175/5, fol. 5. El autor del Manifiesto tachaba a María de Navas de estafadora. Manifiesto, fol. 11.

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Al final del texto se añaden algunos datos significativos sobre la circulación del Manifiesto, que pueden ayudar a reconstruir lo que Robert Darnton ha llamado el “circuito de la comunicación” (Darnton, 1982: 67), puesto que menciona que se comercializaba en palacio, donde estaba uno de los mentideros de Madrid (Castillo Gómez, 2016: 138): “He visto el infame Manifiesto, que con supuesto título, ha sacado a luz su autor […]. No lo pude conseguir, pues aunque se vendió en Palacio a cuatro reales de plata, llegó a haber tanta bulla a ellos, como en los puestos del carbón” (fol. 11) (Shergold, Varey, 1985: 476).22 Cabe suponer que la recepción de este texto fuese equivalente a la del Manifiesto, puesto que van unidos y el primero se refiere al segundo. Ambos están conectados bajo un mismo trasunto temático y un mismo soporte material, aunque tengan diferentes datos de impresión. A la pregunta de quién leyó este texto podemos responder que cualquier persona cercana a la corte o que frecuentase las calles de Madrid cercanas a palacio. En cuarto lugar, el impreso que se encuentra en la Biblioteca del Institut del Teatre de Barcelona en un documento que sigue al Defensonario y se titula Copia de una carta que ha escrito María de Navas, la Comedianta, en respuesta de otra que recibió en Lisboa, acompañada de un Papelejo, intitulado: Defensorio general, que (suponiendo le escrivió de su orden) ha publicado Don Fulano de Tal, un Ingenio que dize vive en la Corte, y es nacido, y criado en las Batuecas; se imprimió, según se indica, el seis de abril de 1695 en Lisboa.23 En el texto, lleno de citas del Defensonario, la supuesta firmante se burla del origen de su autor. Navas no necesita que la defiendan, le basta con su Manifiesto, por lo que suponemos que el autor de este y aquel documento es el mismo, a no ser que fuese alguien que asumiese su identidad. Siempre en nombre de la actriz, el anónimo autor acusa a Don Fulano de Tal de inventarse que ella le hubiese escrito una carta y, tras afirmar rotundamente su autoría (en varias expresiones como: “Lo primero es, que yo soy la Autora” y   Copia de una carta, BIT, 59809, fol. 189v.   En esta misma fecha aparece en la entrada del DICAT que está a su nombre el registro de la firma de un “relatorio” por parte de la actriz en Lisboa. Copia de una carta, BIT, 59809, fols. 177r, 190r. Este documento, como los otros, no tiene pie de imprenta en sentido estricto. Algunos solo llevan el lugar y la fecha de impresión; otros son ficticios o falsos y cabe pensar que estuvieron al margen del control editorial para conservar mejor el anonimato (Rueda Ramírez, 2014: 421, 433; Bambi, 2003: 12). 22 23

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“Aunque es mi vida novela prodigiosa en el orbe, no gusto de que la tengan por fábula, y leyéndola en gacetas, es cosa natural presupongan es ficción”), declara que ni conoce al susodicho batueco ni cree que tenga derecho a admirarla, ya que prefiere a los nobles de la corte, afirmación que liga una vez más la polémica al entorno palaciego (fols. 178r-190r). Al final de la carta, añade otros lugares clave del espacio público madrileño en la Edad Moderna: “Un mercader de libros que supo le vendió [el Manifiesto] en palacio a cuatro reales de plata le volvió a imprimir a su costa, y se venden públicamente en palacio, en la Puerta del Sol, y enfrente de San Felipe el Real” (fol. 189v). Como señala Francisco Javier Castro Ibaseta, la opinión pública popular se conectaba con la de palacio por medio de los soldados, fundamentalmente, pero no solo, ya que el circuito establecido entre Alcázar, puerta de Guadalajara y mentidero de San Felipe, es decir, entre Sol y Palacio a través de la calle Mayor, se convirtió en lugar de tránsito para personas de toda índole y condición social, lo cual facilitó la transmisión de la opinión en el espacio urbano del seiscientos (Castro Ibaseta, 2010: 48). Retomando el tono burlesco ya presente en el Manifiesto, y en referencia a las acusaciones del batueco, Copia de una carta desmiente que el autor del mismo pretendiese a María de Navas, afirmando que es absurdo, puesto que tanto aquel como ella —autora de Copia de una carta— son María de Navas (fols. 181v, 182r). Copia de una carta es un texto con abundantes afirmaciones de autoría de las paulinas a nombre de la actriz. No obstante, al comparar tales afirmaciones con la conciencia autorial presente en otras autoras modernas, las diferencias se hacen patentes. Esto hace que no podamos hablar aquí de una conciencia o identidad autorial en ningún sentido (Martos, Neira, 2018: 10, 11, 14), sino más bien de una parodia de esta que evidencia una autoría problemática, poniendo al descubierto otro rasgo fundamental del autor en la Edad Moderna: su problematicidad y su ambigüedad constitutivas, tan señaladas por Chartier, para quien la figura del autor surge por razones políticas y sociales, diferenciadas de la “gran literatura” o la “neutralidad del genio”: Las primeras apariciones sistemáticas y alfabéticas de nombres de autores se encuentran en los Índices de los libros y autores prohibidos establecidos en el siglo xvi por las diferentes facultades de teología y por el papado, luego se las halla en

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las condenas y en las censuras de los Estados. Esto es lo que Foucault llama la “apropiación penal de los discursos”, el hecho de que alguien pueda ser perseguido y condenado por un texto considerado transgresor. Antes de ser el poseedor de su obra, el autor se encuentra expuesto al peligro a causa de su obra. (Chartier, 2000a: 28)

Sea como fuere, la función autor no coincide necesariamente con la mismidad de la persona que firma el texto. En este caso paradigmático, es precisamente la ambigüedad autorial la que constituye la pieza principal y la constante con la que juega todo el libelo. Habría que preguntarse, por tanto, quién es el verdadero autor del texto, si la firmante o la persona que lo escribió, y si la función autor no se desdibuja del todo con la firma falsa y el uso de seudónimos satíricos. El siguiente y quinto documento, que se conserva en la Biblioteca Nacional, se titula Hirónica defensa y supuesta riña en ciento y quatro quintillas, contra el satírico, supuesto, y enmascarado manifiesto y carta, que en nombre de Maria de Navas la comedianta, saca su autor, Don Tal por Qual, para vexarle: y contra el contificado papel defensorio del verdadero Batueco, que también le tira quentos de cozes, por el segundo Quixote, dedícalo al licenciado Busca Ruidos.24 El Segundo Quijote —seudónimo con el que firma el autor de este impreso que, a diferencia del resto, no presenta datos de edición— ataca tanto al autor del Manifiesto, a quien llama Don Tal por Qual, como al “verdadero Batueco” (fol. 1), Don Fulano de Tal, firmante del Defensonario. El impreso se inicia con una nota en la que el Segundo Quijote cuenta que ha recibido el Manifiesto, Carta y Defensorio y que en estos textos se ridiculiza a María de Navas, quien merece ser alabada como una “deidad” (fol. 2). A continuación, en una serie de quintillas jocosas, el autor de Hirónica defensa la defiende de las acusaciones anteriores: “Mienten, si con disoluta / intención tu honesta fama / ofende su lengua bruta, / pues comunera te aclama / si tus virtudes re-puta” (fol. 3). El autor recurre al argumento —que ya había sido utilizado en el Defensonario— de que los ofensores eran antiguos pretendientes de la actriz: “Le tiráis porque el intento / frustró a vuestra

  Hirónica defensa, BNE/VE/1409/5. Este texto está firmado por el Segundo Quijote.

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pretensión, / pues quando aun por pensamiento /si ella ha visto comisión / ha negado el cumplimiento?” (fol. 4). También se pone sobre la mesa el tema de la firmeza en la mujer, llegándose a afirmar que la degradación de la actriz se debe a su negativa a las demandas de algunos hombres. Paradójicamente, el origen de la difamación se halla en la frustración de sus pretendientes ante la negativa de ella, contraria a la promiscuidad que se le imputaba en otras partes del libelo: “Si su beldad soberana / veis ausente, y peregrina, / como su honor se profana? / y le borráis lo divina, / porque se negó a lo humana?” (fol. 5). Esta reducción al absurdo resulta un recurso retórico convincente ante la promiscuidad de la actriz en unas ocasiones, y en otras, su pudor excesivo. El último documento, como el Manifiesto y Copia de una carta, impreso en Lisboa en 1695, se titula Apología por el manifiesto y carta de María de Navas la Comedianta.25 El texto está en primera persona y firmado por la actriz.26 Con tan solo estos datos, es difícil averiguar, al igual que en los demás casos, quién está detrás de este libelo. Lo que es seguro es que va dirigido contra el Segundo Quijote, autor del documento previo, Hirónica defensa. Para defenderse del ataque a su autoría, la supuesta actriz comienza con un tono menos misógino, defendiendo su uso de la razón y considerándose a sí misma latina, es decir, culta y capaz de leer a los clásicos. Cualquiera de estos comentarios se puede entender con cierta ambigüedad, dado el tono burlesco de todo el relato. Destacaremos aquí una afirmación muy importante para el debate sobre la misoginia y la educación de las mujeres (Profeti, 1995: 237, 238), puesto que se llega a defender el estudio de las ciencias humanas por parte de estas, distinguiéndose entre la boba que se preocupa por su apariencia y la inteligente y cultivada (fols. 109r-v).

25   Apología por el Manifiesto, BNE, VE/1438/9. Contiene una foliación manuscrita numerada desde el folio 106 al 129 a la que nos remitiremos por ser más clara que la foliación impresa, ya que esta no abarca la totalidad del documento, mientras que aquella sí lo hace. Hay otra copia de esta obra que se encuentra en el Institut del Teatre de Barcelona con la referencia BIT, 69132. 26   Como el Manifiesto, aunque este último solo presenta una firma al comienzo, mientras que la Apología presenta una al inicio y otra al final. Apología por el Manifiesto, BNE, VE/1438/9, fols. 106r, 129v.

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La supuesta autora sostiene que escribió el Manifiesto para arrepentirse públicamente de sus pecados, cuestión que está ligada a la honra y que es, por tanto, un asunto de carácter público, no privado. La honra era el equivalente femenino del honor, aunque dicha equivalencia era desigual. La honra estaba vinculada con la castidad y conectada con el honor masculino, que dependía de la continencia femenina e implicaba una posesión del cuerpo y una privación de la libertad de la mujer por parte del hombre (Collantes de Terán de la Hera, 2017: 108, 109). Pero la supuesta autora del Manifiesto declara su inocencia al escribirlo.27 Si alguien tiene la culpa son las representaciones indecorosas, no quien las menciona. De este modo, se disculpa el autor masculino, no la ejecutora de dichas representaciones. La doble estrategia, por un lado, de autorización de la escritura, y por otro, de desautorización de la actriz, coincide con el desvelamiento del verdadero autor,28 en un intento de justificar su agresión. La autora sostiene que se limita a narrar hechos verdaderos como el envilecimiento del teatro,29 donde el personaje femenino —de nuevo, ella— “enternece a todos, a los afeminados mozuelos, al más varonil, a las doncellas, casadas y viudas” (fol. 118v). Al reconocer esto último, se declara implícitamente culpable —de nuevo, aquí la culpable es únicamente la actriz, no el autor del libelo, por lo que, implícitamente también, se exculpa él mismo— al ejercer su arte, que es la representación, no la escritura, con malignidad: “Soy tan eficaz predicadora del diablo” (fol. 118v). A ello se suman lugares comunes de la controversia sobre las representaciones de las comedias, que el fin de la representación son el galanteo y el amor profano (fol. 118v), y el hechizo de la falsa belleza de los afeites, que ya se ha mencionado. Este era otro tema recurrente de la

  Apología por el Manifiesto, BNE, VE/1438/9, fol. 116v.   Nos referimos aquí al productor, al escribiente real del texto, no a la firmante. 29   No se posiciona a favor de la prohibición de comedias: algunos esperan “por ver si impugno las comedias, para decir que soy tan malísima como ellos, que las defienden; y los varones timoratos, y hombres doctos, esperan las condene, por tener otro parcial; hánse engañado todos si imaginaron lo primero o lo segundo”. Ni don Luis de Ulloa tiene razón ni la tiene el padre fray Manuel Guerra, quien, si realmente supiera lo que pasa en los corrales, no los habría defendido. Apología por el Manifiesto, BNE, VE/1438/9, fols. 177r, 117v. 27 28

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misoginia medieval de tradición clásica que siguió vigente en el siglo xvii,30 aunque con algunas contestaciones por parte de dramaturgos que daban voz a prácticas como los afeites de las espectadoras (Hernández González, 2013: 404, 405), y que fue objeto de los ataques del autor: “Sagrario de Venus, […] Casa de Baco, Alcaçar de las Torpezas, Consistorio de la Deshonestidad, Iglesia del Diablo, Pompa de Satanás, Cathedra de Pestilencia” (fol. 122r). Todo espectador “cae en la trampa de una de nosotras, —la autora recurre a la primera persona del plural para referirse a las actrices— prendado de la hermosura artificial” (fol. 120r). Pero la actriz no es la única culpable en el dispositivo teatral. La espectadora también se comporta inmoralmente. La cazuela “rebosa lascivia” y sus ocupantes hacen “señas indecentes”, quedándose hasta tarde charlando en la calle (fol. 123v). Por ello, el ataque contra la actriz se amplía a una agresión generalizada contra la mujer y, especialmente, contra la que se exhibe en el corral de comedias. A propósito de la citada indecencia, la crítica del teatro presente en este texto muestra una fenomenología de la visión obscena a partir de la reflexión sobre el modo de representarse los afectos en las comedias: “Aumentando el calor en la voluntad, al paso que crece la luz del entendimiento. La voluntad se va tras lo que el entendimiento representa. El divertimiento del teatro, y recreación de nuestro modo de representar distrae de los pensamientos graves y austeros dictámenes del desengaño” (fol. 125r). Además de una metáfora calderoniana31 del mundo como engaño (Calderón de la Barca, 2017: 45-94) y de la consiguiente asociación entre la verdad del desengaño con la virtud y con Dios (fol. 127r), el teatro del siglo xvii era un espacio público más donde la opinión transitaba y se formaba 30 “This link between the derivative nature of the female and that of figural representation itself explains why the great misogynistic writers of the first centuries of Christianity […] were so obsessed by the relation of women to decoration” (Bloch, 1987: 11). “A recreation, the artificial implies a pleasurable surplus that is simply inessential” (Bloch, 1987: 13). 31   A pesar de que, según Laura Hernández González, la visión de Calderón consistía en que, dado que el mundo es engañoso, estamos condenados a vivir en el engaño y, por tanto, a aceptar esa apariencia en la que vivimos, la verdadera enseñanza de ese dualismo moral es, en nuestra opinión, que la verdad no tiene que ver ni con el mundo ni, por tanto, con los afeites o el teatro. Dicha visión ratifica la propuesta misógina según la cual la mujer se asocia naturalmente al artificio y a lo falso (Hernández González, 2013: 404).

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entre los textos dramáticos, maleables por naturaleza. Dichos textos, como los que nos ocupan, poseen un carácter colectivo y diseminado, aunque se haya pretendido reducir su inestabilidad (Chartier, 2018: 144, 206, 207, 211, 220, 223). Algunos de estos, sin embargo, no eran previos a su actuación, puesta en escena y representación, por lo que su factura era de corte más popular que culta: En las ediciones impresas de las obras teatrales de los siglos xvi y xvii, la comedia española, el drama isabelino y el teatro clásico francés, en particular la comedia, siempre aparece, en todos los prefacios, prólogos y advertencias a los lectores, el leitmotiv según el cual el texto no fue concebido para ser presentado de forma impresa. El teatro no se escribe para que un lector que lo leerá luego en una edición salida de la imprenta; está escrito para ser representado. (Chartier, 2000: 24)

Los valores de la Contrarreforma católica vetaban la presencia pública de las mujeres. No nos sorprende que la supuesta Navas diga en este libelo, cuyo tema es el teatro, que la mujer que anda por la calle es mala (fol. 128v). Es más, el fin de este texto no es otro que revelar la verdadera inmoralidad de las comedias y su entorno de depravación pública para justificar lo sostenido en el Manifiesto. Quien revela esa verdad es la actriz, máxima representante de dicho mundo, autorizada gracias a su propia experiencia. Podemos calificar los textos analizados de libelos32 por ser injuriosos, ya que “con la excusa de defenderla, se la ataca violentamente como mujer y actriz” (González Martínez, 2008: 151). En este sentido, las cartas de requerimiento de batalla como las de Joanot Martorell presentan similitudes. De hecho, se las llegó a llamar “libells difamatoris” (Riquer, Vargas Llosa, 1972: 141). También se colocaron —en el caso de Martorell— en los lugares públicos de las ciudades para que todos viesen el motivo por el cual desafiaba a su contrincante a una batalla “a todo trance” (Riquer, Vargas Llosa, 1972: 33).33 Las cartas expuestas de Martorell eran por lo general muy humillantes y sus 32   En uno de los textos aparece mencionado como “paulina”. BIT, 59808, fol. 183v. El Diccionario de autoridades de la RAE define así el término: “Conjunto de palabras injuriosas, con que uno zahiere a otro. Latín. Anathema”. Con respecto al término libelo, véase Ruiz Astiz (2010). 33  “A todo trance” quería decir ‘a muerte’.

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contrincantes llegaban a denunciarlo (Riquer, Vargas Llosa, 1972: 141-142). Otro género menor y cercano es el de los gallos o vejámenes universitarios,34 que narraban y se usaban en las fiestas de la graduación de doctores en las universidades. Los gallos reproducían ataques misóginos y homófobos y otras infamias que se toleraban debido al carácter carnavalesco de la fiesta: En semejante programa no podía faltar la sátira antifeminista, extendida a lo menudo, cuando se componen con varios argumentos las mujeres a las morcillas, por ser “hijas de barriga” y “tapadas de medio ojo”. Las referencias a Santa Mónica, madre de San Agustín, virgen y mártir, o los consabidos chistes sobre Santa Ursula y las once mil vírgenes que penetraron a través de la sátira erasmista de corte lucianesco en el Crotalón, el Quijote o los Sueños tienen también su sitio en estos vejámenes. (Egido, 1990: 327; Egido, 1989)

3. Conclusiones: falsa autoría y opinión pública misógina Al aplicarse a la historia social de la cultura escrita (González de la Peña, 2005), palabras como red, vínculo y relación nos hacen pensar en la correspondencia de unos textos con otros, así como de unas personas y otras por medio de dichos textos. En el caso que nos ocupa observamos cómo la escritura estimuló a la escritura, estableciéndose una red de libelos que se imprimieron, vendieron y respondieron unos a otros durante aproximadamente un año, y cuyas imprentas, todas anónimas, se situaban, como mínimo, entre Madrid y Lisboa. Los escribientes de dichos libelos participaron de forma activa en el proceso de lectura y apropiación de las ideas misóginas que en aquellos se mostraban. El resultado fue una red de cartas con seudónimo cuya dimensión pública fue evidente, puesto que incluso llegaron a comercializarse y difundirse en los alrededores de palacio y tal vez también en las calles y plazas mencionadas. En este sentido, las palabras de Lola González sobre la vida de la actriz, “en el ámbito privado, merecen ser mencionados los diferentes matrimonios   BNE, R/10995. Esta serie fue presentada por Aurora Egido (Egido, 1990).

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que contrajo” (González Martínez, 2002: 179), no nos resultan casuales. Sostener que los matrimonios de María de Navas formaron parte del ámbito privado pasa por alto la dimensión pública de su vida. Más precisamente, el carácter público de la vida amorosa de esta actriz y autora se utilizó como excusa para su escarnio. Ello sin ignorar que en la opinión pública de la época se debatían la moralidad y licitud de las comedias. En este debate, el papel de las actrices era negativo, asociado a los afeites, a la falsedad, a una visión contraria del ideal femenino y ligada a su dimensión escatológica. Todo apunta a que la circulación de estas paulinas tuvo que ver con la condena que a través de Navas quiso hacerse de todo el gremio de actrices.35 Sin embargo, no concebimos aquí la opinión pública (Castillo Gómez, Amelang, 2010: 9-11) como un producto ya elaborado y procedente del poder —como si este fuese una esfera exenta del resto de ámbitos de la vida—, sino más bien como algo que se va elaborando a medida que va transitando de unos individuos y grupos de individuos en otros. Este libelo producido tal vez por el dramaturgo madrileño y por otros escribientes que le siguieron el juego no sería una excepción a la transmisión de ideas que, como hemos visto brevemente, han estado vigentes en la mentalidad europea durante siglos. Roger Chartier ha afirmado en más de una ocasión que el término autor no aparece en la Edad Moderna ligado a la literatura, sino a la prohibición de textos subversivos. La noción de autor permanece por tanto asociada en primera instancia a una transgresión cuyo origen no es literario, sino político (Chartier, 2000a: 28; Chartier, 2000b: 92). Esto explica el uso de seudónimos en textos de este tipo, puesto que escribir contra una persona podía incurrir en el delito de libelo o pasquín infamante contra el honor. Curiosamente, en los textos más agresivos se hace una mayor reivindicación de la autoría femenina. El autor de los textos firmados en nombre de la actriz, cuya identidad fue quizás la de Antonio de Zamora,36 buscó defenderse —en los textos posteriores al Manifiesto— de las sucesivas acusaciones   Apología, BNE, VE/1438/9, fol. 120r.   La hipótesis de que Zamora fuese el autor de todos los textos firmados por María de Navas tal vez parezca contradictoria con la crítica de las representaciones que en estos aparece, dado que resulta cuanto menos extraño que un prolífico dramaturgo esté en contra de su propia actividad. Sin embargo, la concomitancia de ambos y la cercanía de su actividad permiten al menos acercar ambas figuras como punto de partida. 35 36

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de falsedad, aprovechando para denigrar a la protagonista. Que el autor real esté borrado ayuda a propagar una serie de opiniones satíricas sobre la figura de la actriz, en la que recae la función-autor burlesca. Mediante el recurso de la autora difamada, se aúnan el objeto y el autor del texto transgresor, centrando toda la atención en su figura. Así el autor real salva su anonimato y la autora fingida es doblemente acusada: de escribir un texto tan lleno de imprecaciones y de hacer todo lo que se dice en él. Al ser anónimos y tratarse de escrituras infamantes, se podría pensar que los libelos contenían un grado de transgresión, en el sentido que apunta Antonio Castillo Gómez al referirse a las escrituras disidentes y contrarias al discurso hegemónico (Castillo Gómez, 2013: 310) y también Manuel Peña cuando menciona las desviaciones y lógicas de la razón ajenas a la intencionalidad supuestamente dominante (Peña Díaz, 2015: 16, 17). Sin embargo, habría que distinguir aquí entre la escritura ofensiva y otro tipo de ruptura ligada al cuestionamiento de ciertas imágenes de la mujer que hemos visto en algunos pasajes. Estos textos están plagados de connotaciones ideológicas sobre lo que la mujer es y debe ser. Y algunas, incluso, se contradicen, dando lugar a una ambivalencia provocadora propia del texto burlesco. A este respecto cobran sentido las palabras de Bajtín sobre el lenguaje de la plaza pública, a camino entre el elogio y la injuria: El lenguaje de la plaza pública se caracteriza por el uso frecuente de groserías. El vocabulario de la plaza pública es un Jano de doble rostro. Los elogios son irónicos y ambivalentes, colindando con la injuria: están llenos de injurias. En su base reside la idea de un mundo en estado de permanente imperfección, que muere y nace al mismo tiempo. (Bajtín, 2003: 15, 132, 133)

Por último, distinguiremos tres niveles de transgresión que se advierten en estos textos: el primero es el de María de Navas, quien se alejó del ideal femenino de virtud y castidad para acercarse a un femenino real que en el texto roza la exageración escatológica. El segundo se corresponde con la escritura, circulación y recepción de los libelos infamantes que la degradaron bajo la forma de una falsa autobiografía burlesca. Tales libelos incorporaban una visión misógina de la mujer que procedía de instancias próximas a la corte y confirmaban, además, la opinión de muchos moralistas sobre el papel de las

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mujeres en el teatro. Y el tercero remitiría a esos intersticios textuales entre lo satírico y lo misógino que dan espacio para que la autora, si bien de manera ficticia, se sienta orgullosa de algunos de sus pecados, aunque se arrepienta de otros. Esos dos últimos tipos de transgresión tienen más que ver con la ambivalencia grotesca que Bajtín relacionaba con la injuria y que Aurora Egido ligaba a los vejámenes (Egido, 1990: 326). Conviene recordar que no toda escritura transgresora tiene por qué proponer una crítica de la misoginia y no toda actividad transgresora conlleva un correlato escrito. Tal vez el primer tipo de transgresión sea el más cercano al ámbito popular del que procede el ataque contra el Manifiesto y los documentos vejatorios, según se dice en uno de los papeles de defensa. Bibliografía Bajtín, Mijaíl (2003): La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Buenos Aires: Alianza Editorial. Bambi, Federigo (2003): “‘A chi legge’ (Ovvero qualche considerazione sugli statuti e la stampa)”, en Federigo Bambi y Lucilla Conigliello, Gli statuti comunali in edizione antica (1475-1799) della Biblioteca di giurisprudenza dell’Università di Firenze, Roma: Edizioni di storia e letteratura, pp. 1-16. Bloch, R. Howard (1987): “Medieval Misogyny”, en Representations 20. Special Issue: Misogyny, Misandry, and Misanthropy, pp. 1-24. Calderón de la Barca, Pedro (2017): El gran teatro del mundo. El gran mercado del mundo, Eugenio Frutos Cortés (ed.), Madrid: Cátedra. Castillo Gómez, Antonio (1999): “‘Amanecieron en todas las partes públicas…’. Un viaje al país de las denuncias”, en Antonio Castillo Gómez (comp.), Escribir y leer en el siglo de Cervantes, Madrid: Gedisa, pp. 143-192. — (2013): “‘Être non seulement libelle mais aussi exposé au public’. Les inscriptions censurées au siècle d’or”, en Alexandra Merle, Araceli Guillaume Alonso (coords.), Les voies du silence dans l’Espagne des Habsbourg, Paris: PUPS, pp. 309328. — (2016): Leer y oír leer. Ensayos sobre la lectura en los Siglos de Oro, Madrid: Iberoamericana. Castillo Gómez, Antonio, Amelang, James (2010): “Presentación”, en Antonio Castillo Gómez y James Amelang (dirs.), Opinión pública y espacio urbano en la Edad Moderna, Gijón: Trea, pp. 9-11.

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Las redes poéticas de María Rosa de Gálvez en la España de Carlos IV Helena Establier Pérez Universidad de Alicante

1. Introducción: Gálvez, una profesional del campo literario en el cambio de siglo Considerando en su conjunto la literatura de autoría femenina desde mediados del siglo xviii hasta la invasión napoleónica,1 no parece excesivamente arriesgado afirmar que María Rosa de Gálvez (Macharaviaya, Málaga, 1768-Madrid, 1806) fue la escritora —dramaturga, también poeta— más profesionalizada del citado período; la única incluso, atreviéndonos a tensar algo más la apreciación precedente, que mostró un serio y contumaz empeño en vivir de su pluma. Quizá en esa porfía, tan extemporánea como improcedente habida cuenta de su sexo, tuviera algo o mucho que ver la capacidad de la escritora para optimizar el manejo de las redes cooperativas en materia literaria que tenía a su disposición, asunto por el que nos interesaremos en este trabajo. Desde luego, un estudio más global que el que nos proponemos realizar aquí acerca del entramado de relaciones implementado por ella y de cómo este contribuye a encumbrarla, a convertirla en la dramaturga más famosa de su tiempo, requeriría tomar en consideración, en primer lugar, la correspondencia de Gálvez, extremadamente aclaradora en este particular pese a su brevedad, así como profundizar en el proceso de conformación de su

1  Para ello, podemos consultar Zorrozua Santiesteban (1999), Palacios Fernández (2002), Urzainqui (2006) o Bordiga Grinstein (2012), por ejemplo.

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identidad autorial. Dado que ambas tareas ya quedan hechas,2 partiremos de ellas para tratar de perfilar algo más la cuestión, mostrando cómo esa red relacional imprescindible para que una escritora como Gálvez pudiera profesionalizarse en el xviii consigue tejerse también desde la actividad poética; se trataría, en suma, a partir de los versos de la escritora malagueña, de mostrar cómo la poesía escrita por las mujeres puede convertirse en el período ilustrado, mediante el cuidadoso cultivo y la implementación de las redes sociofamiliares y literarias, en una plataforma de proyección autorial femenina. Conviene recordar, para calibrar bien la hazaña cultural de Gálvez y la articulación de sus redes vía poética, que, en el siglo xviii, asumir desde un cuerpo femenino la literatura como una profesión y un medio de vida requería de un entramado relacional extraordinariamente sólido. La escasa proyección pública de las mujeres les dificultaba especialmente la edición de sus obras, que exigía unos contactos personales y familiares lo suficientemente firmes como para impulsar, legitimar y vehicular las pretensiones literarias de quienes habían sido históricamente ajenas al campo. De hecho, no todas aquellas que sintieron la llamada del Parnaso tuvieron la posibilidad o la habilidad de activar una urdimbre de correlaciones que les permitiera allanar el dificultoso camino que conducía hacia las imprentas. Esto contribuye a explicar que en el ámbito de la poesía, por ejemplo, más allá de aquellas que optaron por composiciones efímeras o de circunstancias, manuscritas o publicadas esporádicamente en la prensa o en forma de pliego (María Martínez Abello, Gertrudis de Hore, Josefa Céspedes, Clara Jara de Soto, etc.), fueran contadas las poetas que llegaron a dar a la imprenta 2   Del período de máximo quehacer dramático de la autora (entre 1801 y 1805) conservamos un conjunto de seis cartas relacionadas con su actividad en el ámbito teatral. Cinco de ellas son epístolas particulares dirigidas a personalidades relevantes del medio político o teatral, en las que la autora muestra unos objetivos muy claros relacionados con el medro económico o con la difusión de sus obras, y para ello se esfuerza en ofrecer una determinada imagen de sí misma como dramaturga pionera, realzando el valor y la novedad de su labor literaria. La última es, al contrario, una carta pública dirigida al Memorial Literario, aunque encaja perfectamente con las anteriores en su clara intención de reivindicarse a sí misma (para este particular, ver Establier Pérez (2018a)). La autoasertiva identidad de Gálvez como escritora la estudia espléndidamente García Garrosa en “María Rosa de Gálvez: la ambición del Parnaso” (2017).

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un corpus significativo de versos propios en la segunda mitad del siglo.3 No es por casualidad que la mayor parte de las autoras que lograron publicar sus obras en esos años integraran círculos sociales cercanos o directamente vinculados al poder político o institucional, espacios ilustrados en los que, ciertamente, la educación de las mujeres era más viable que en otros, pero también donde funcionaban a pleno rendimiento las redes imprescindibles para cumplir con la preceptiva parafernalia censoria y editorial, inflexible en algunos períodos dieciochescos. Es el caso, por ejemplo, de las autoras pertenecientes a la nobleza, como Rita de Barrenechea, Gertrudis Conrado, Cayetana de la Cerda, Ana de San Jerónimo, etc., y de otras vinculadas a los espacios cortesanos, como Catalina de Caso o la propia Gálvez. La —escasa— dramaturgia femenina dieciochesca, campo en el que esta última brilló con especial rutilancia, refleja idénticas resistencias a la vida pública. Aunque es cierto que una buena parte de las obras escritas por mujeres que conservamos llegó a la imprenta, lo cierto es que la dimensión pública de la actividad teatral guardaba más relación con la proyección y la visibilidad que las obras alcanzaran en los coliseos que con su difusión escrita, y en aquel espacio la presencia autorial femenina fue, exceptuando a la autora malagueña, prácticamente inexistente.4 De hecho, las poquísimas mujeres que pudieron contarse entre el elenco de dramaturgos cuyas obras fueron aplaudidas en la España de finales del setecientos —Gertrudis Conrado con Por guardar fidelidad, insultar a la inocencia, en 1786, e Isabel María Morón con Buen amante y buen amigo, en 1792— se alinean perfectamente en el estereotipo de autora ocasional que caracteriza al teatro femenino de su tiempo, mientras que Gálvez lo quiebra y lo resignifica con su obstinación literaria. Así, como señalábamos anteriormente, el afán de Gálvez por profesionalizar su actividad literaria, por un lado, obteniendo de ella idéntico reconocimiento institucional y económico al que se brindaba a los autores de sexo masculino, sus aspiraciones al Parnaso y su conciencia de singularidad 3   En realidad, aparte de la que aquí nos ocupa, solo dos poetas, Margarita Hickey y María Nicolasa Helguero y Alvarado, consiguieron ver en vida la edición impresa de sus obras hacia finales del siglo (1789 y 1794, respectivamente). En manuscrito quedaron, por ejemplo, las de Ana de San Jerónimo (cuyo único volumen de poemas se publicó póstumamente, en 1773) o las de María Joaquina de Viera y Gertrudis de Hore, que vieron ediciones más modernas. 4   Véase un resumen del estado de la cuestión en Establier Pérez (2019: 214-215).

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autorial (García Garrosa, 2017; Establier Pérez, 2018a y 2018b), por otro, en franco contraste con la humildad y el recato que suelen mostrar las escritoras dieciochescas, se perfilan en el paso del siglo xviii al xix como características novedosas y sorprendentes en la escritura de las mujeres. Pero el éxito rotundo de dichas pretensiones resulta aún más asombroso: no en vano, el de Gálvez es el único nombre de mujer que forma parte de la prestigiosa colección Teatro Nuevo Español, que incluye en su tomo V (1801) dos obras originales de la autora,5 y también el único que suscribe tres volúmenes de Obras Poéticas variadas —casi novecientas páginas impresas a costa de las arcas de Carlos IV—, que comprenden dieciséis composiciones poéticas, dos comedias, una ópera lírica y nada menos que siete obras de género trágico, en una etapa de nuestra dramaturgia nacional en la que la tragedia aún estaba proscrita para las mujeres.6 Aun así, su mayor mérito descansa, sin duda, en ser la única dramaturga de su tiempo que lleva a las tablas nacionales nueve obras —cinco originales y cuatro traducciones— en tan solo cinco años (1801-1806) y también la única en torcer hasta en dos ocasiones el brazo de las instituciones censorias para que sus obras recibieran nuevos informes que allanaran el camino de su difusión pública.7

2. Activando sus redes: las poesías ilustradas de María Rosa de Gálvez Desde luego, esta visibilidad inusual de Gálvez dentro del campo poético de su tiempo es susceptible de explicarse, en primera instancia, con argumentos estrictamente intraliterarios, en virtud de la evidente intuición dramática de la autora, que le permitió ofrecer al público un elenco de géneros y temáticas en perfecta consonancia con los intereses de este. No obstante, dado que la escritura, como el resto de campos culturales, se halla condicionada por Estas dos obras originales son la tragedia Alí-Bek y la comedia Un loco hace ciento. De hecho, además de las de Gálvez, solo constatamos otras dos tragedias en este período: la traducción de la Andrómaca realizada por Margarita Hickey (1789) y la obra original La Estuarda, de María Martínez Abello (s/a), en los ultimísimos años del siglo. 7  Las obras en cuestión son Un loco hace ciento y La familia a la moda, tal como demuestran las cartas de la autora (Establier Pérez, 2018a). 5  6 

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otros campos de poder —el social, el político, el económico, etc.—, el éxito de la autora malagueña debe asociarse también a factores extraliterarios, tales como su iniciativa a la hora de relacionarse con las instituciones políticoculturales de la época de Carlos IV o su absoluta maestría a la hora de gestionar las redes que tenía a su disposición tanto por su origen familiar como por su inusual talento para las letras. Si tomamos en consideración los datos biográficos de la autora de los que disponemos, reveladores de una situación personal escasamente holgada en aquel primer lustro del ochocientos,8 la exitosa activación de estas múltiples redes en pro de su actividad dramática le era absolutamente indispensable, ya que el teatro no constituía para ella en esos años un divertimento de salón ni un ejercicio de erudición ilustrada, sino una fuente necesaria de ingresos. Si la contribución de Gálvez a la dramaturgia nacional de entre siglos es considerable en términos cuantitativos, la poesía, por el contrario, no constituye el ámbito literario en el que se muestra más prolífica, pues su corpus apenas alcanza la veintena de composiciones, la mayoría (dieciséis) incluidas al inicio de sus Obras Poéticas de 1804 y otras tres publicadas entre 1805 y 1806 de forma independiente.9 No obstante, y pese a la bre8  Para la biografía de Gálvez, ver, fundamentalmente, Bordiga Grinstein (2003) y MartínValdepeñas (2017). Por estas fuentes sabemos que Gálvez estaba separada de su marido desde finales del xviii, que tenía deudas y que, además, se encontraba litigando por la herencia paterna con su prima, María Josefa de Gálvez, condesa de Castroterreño, pleito que no se resolvió hasta 1804, cuando ambas partes llegaron a un acuerdo. 9  Las composiciones incluidas en el primer volumen de sus Obras Poéticas (1804) son las siguientes: “La campaña de Portugal. Oda al Excelentísimo Señor Príncipe de la Paz”; “La Beneficencia. Oda a la Excelentísima Señora Condesa de Castroterreño”; “Las campañas de Bonaparte en Italia. Oda”; “La Poesía. Oda a una amante de las artes de imitación”; “Descripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso. Oda a don Manuel de Quintana”; “La vanidad de los placeres. Oda”; “En los días de un amigo de la autora. Oda”; “En elogio de la representación de la opereta titulada El delirio. Oda”; “La noche. Canto en verso suelto a la memoria de la Sra. Condesa del Carpio”; “A Don Manuel Quintana en elogio de su Oda al Océano. Versos sáficos”; “Descripción de la fuente de la Espina en el Real Sitio de Aranjuez. Romance endecasílabo”; “A Licio. Silva moral”; “Despedida del Real Sitio de Aranjuez. Octavas”. Además de estas, solo le conocemos otras tres, publicadas posteriormente: “Poesía. Viaje al Teyde” (1805), “Oda en elogio de la marina española” (1806) y “Oda en elogio de las fumigaciones de Morvó” (1806).

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vedad del conjunto, este constituye un muestrario muy representativo de la lírica de su tiempo, impregnada aún de los ideales didácticos y filosóficos de la Ilustración, pero también abierta a los primeros envites de la sensibilidad prerromántica. Siguiendo los senderos de la poesía coetánea, una buena parte de sus composiciones son poemas de circunstancias, de elogio o dedicados a exaltar acontecimientos patrióticos, odas filosóficas —algunas rebosantes de panteísmo sensualista— y versos en la línea del reformismo moral ilustrado. Es importante señalar que, del reducido elenco de poetas dieciochescas que conocemos, María Rosa de Gálvez es la que más y mejor se ajusta a la ortodoxia poética ilustrada, lo cual revela su esfuerzo por amoldarse al canon lírico —masculino— de su tiempo. De hecho, su praxis poética se distancia nítidamente de las líneas habituales entre las autoras ilustradas, que suelen feminizar su producción, buscando a través de los temas tratados o de su envoltorio formal la aquiescencia de los potenciales lectores o la empatía de las lectoras: poesía religiosa o de orientación didáctico-moral centrada en asuntos de interés para su propio sexo, lírica amorosa desde la subjetividad femenina, tonos populares, esquemas poéticos modestos, acordes con la firma femenina que los refrenda, etc. Gálvez, por el contrario, pisa el terreno abonado por los poetas mayores de su tiempo con absoluta seguridad y escasos sesgos de género, evitando la temática amorosa y religiosa, los ambientes pastoriles o rococós y las composiciones circunstanciales sin más10 y optando en su lugar por sumarse a la corriente filosófico-meditativa, con un tono elevado y temas de más enjundia (Lorenzo Álvarez, 2002). Parece evidente que la poesía de Gálvez, al transitar conscientemente idénticos caminos que la de sus colegas varones, pretende postularse como un gesto de autoridad literaria; pero, además, su localización estratégica como introito poético al primer volumen de las Obras de la autora le permite activar las redes que posibilitan y legitiman el inusual caudal dramático consecuente, a saber, diez obras variadas que constituyen en su conjunto el corpus teatral femenino más sólido del xviii y sin parangón 10  Esta actitud la podemos comprobar desde la propia “Advertencia” al primer volumen de sus obras, donde, a diferencia de lo que ocurre en sus cartas para solicitar prebendas, no apela en ningún momento a su condición femenina en pos de la benevolencia del público lector.

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entre las de su sexo, cosa de la que Gálvez es perfectamente sabedora, pues así lo explicita en varias de sus cartas al solicitar, del monarca o de su hombre fuerte, un trato de favor.11 De esta manera, el análisis del corpus poético de Gálvez nos revela su interés por dinamizar y consolidar tres tipos distintos de redes: personales, clientelares y literarias. Las primeras quedan claramente manifiestas en la oda que ocupa el segundo lugar —tras la composición en elogio de Godoy a la que nos referiremos más adelante— en los poemas incluidos en las Obras Poéticas de 1804: “La beneficencia. Oda a la Excelentísima Señora Condesa de Castroterreño, con motivo del discurso que pronunció en la Real Junta de Damas en elogio de la Reyna nuestra señora”. La destinataria de este poema elogioso en septetos alirados no era otra que la ya citada María Josefa de Gálvez y Valenzuela, prima de la autora, hija del marqués de Sonora, José de Gálvez, y condesa consorte de Castroterreño.12 Conviene recordar en este punto que la familia Gálvez, oriunda del pueblo malagueño de Macharaviaya (Málaga), fue fiel servidora de la Corona española, a la que proporcionó relevantes protagonistas para la aventura transatlántica, desde tiempos de Fernando VI. El más renombrado fue sin duda Bernardo de Gálvez,13 primo de la autora y también de la condesa, pero los tíos de la dramaturga, José, Matías y Miguel ya venían desempeñando con anterioridad un papel fundamental para los intereses diplomáticos de los 11   Así se observa, por ejemplo, en la epístola que envía a Carlos IV el 21 de noviembre de 1803 y en las que manda al monarca y a Godoy, respectivamente, los días 18 y 19 de septiembre de 1804. Las tres se encuentran en el Archivo Histórico Nacional, Sección de Estado, Legajo 3239, Expediente 5, y las reproduce Serrano y Sanz (1903: 449-450). 12   Su marido, Prudencio de Guadaljafara, segundo conde de Castroterreño —duque, a partir de 1825—, era primer caballerizo de Carlos IV y ayudante de campo del mismísimo Godoy. 13   Bernardo, hijo de Matías de Gálvez, fue gobernador de Luisiana y virrey de Nueva España, responsable del repliegue de los británicos y del afianzamiento de la parte sur del continente norteamericano en manos de la Corona española. Fue, también, el primer conde de Gálvez, título que le fue concedido en 1783 por Carlos III tras su brillante actuación en la batalla de Pensacola. Para toda la información relativa a la familia Gálvez, resulta especialmente aclaradora la tesis doctoral de Quintero Saravia (2015) y su posterior volumen de 2018, Bernardo de Gálvez, Spanish Hero of the American Revolution, así como el extenso trabajo de Olmedo Checa y Cabrera Pablos (2018).

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Borbones.14 Aunque de los cuatro hermanos Gálvez, Antonio, padre de María Rosa, ocupó la posición menos distinguida como mero administrador del puerto de Cádiz, lo cierto es que la familia había ostentado durante décadas una situación privilegiada en el entorno de la Corona. El propio padre de la Condesa de Castroterreño, José de Gálvez, había servido a Fernando VI, a Carlos III e incluso a un joven Carlos IV antes de iniciar su periplo americano y llegar a ser ministro de Indias. Fue el auténtico patriarca familiar, el que encumbró al clan Gálvez y a su laureado sobrino Bernardo. No es de extrañar pues que su hija María Josefa gozara de una posición envidiable en el Madrid de principios del siglo xix, por orígenes propios y por vínculo matrimonial. En 1797, la joven marquesa de Sonora, ya unida al conde de Castroterreño, se hizo construir un magnífico palacete en la calle San Bernardo —más conocido como “palacio de la marquesa de la Sonora”—, desde donde tejió una interesante red de relaciones, provechosas sin duda para toda la familia, incluida la dramaturga. Con la flor y nata de la aristocracia ilustrada femenina del momento, la condesa de Castroterreño era integrante de la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense —de la que su padre y su tío Miguel, por cierto, habían sido socios primerizos (Lesen y Moreno, 1863: 111)—, institución desde la cual se acometían diferentes proyectos de tipo benéfico, tales como las Escuelas Patrióticas o la Inclusa de Madrid (Fernández Quintanilla, 1980; Campos Díez, 2014). La dedicación a la filantropía a través del ejercicio de la caridad, ocupación que —encabezada por María Luisa de Parma y otras mujeres de la familia real, también socias de la Junta de Damas—15 se convirtió en un signo de identidad de las élites femeninas madrileñas desde finales de 1780 (Franklin

14  José Matías y Miguel de Gálvez fueron, respectivamente, ministro del Consejo de Indias, virrey de la Nueva España y ministro plenipotenciario en Rusia. 15   Al final del primer año de su existencia, 1787, la Junta contaba con veintinueve socias, entre las que podía contarse a tres pertenecientes a la familia real: la princesa de Asturias, María Luisa de Parma, y dos infantas, María Ana Victoria y María Josefa (MartínValdepeñas, 2009: 749). María Josefa de Gálvez ingresó en la Junta en 1789 (Bezos del Amo, 2013: 90).

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Lewis, 2008; Jaffe, 2009), tuvo en María Josefa de Gálvez un miembro muy activo.16 La condesa fue también autora de un Elogio de la Reyna Nuestra Señora (Imprenta Real, 1801), que, junto con otros seis más, escritos entre 1794 y 1801 por integrantes de la Junta de Damas, forma parte de un proyecto colectivo, disfrazado de práctica protocolaria, de autopromoción y de afirmación de la participación femenina en el reformismo ilustrado.17 Aprovechando este discurso de su prima en encomio de la reina, pronunciado el 7 de febrero de 1801 ante la Junta Pública de distribución de premios de la Sociedad Matritense, el panegírico en verso de Gálvez18 apunta en una doble dirección reticular: la detallada relación de las virtudes filantrópicas de “Amira” (anagrama de María Josefa de Gálvez) se perfila, desde luego, como un gesto de elogio hacia la condesa, pero, al identificar su compasión y misericordia femeninas con las María Luisa de Parma —cuya imprenta, por cierto, costeaba la edición del volumen a petición de la propia autora—,19 el poema actúa también a modo de implícito agradecimiento por los favores reales: Amira es el modelo venturoso que elegiste en la tierra para animar la humanidad doliente: su noble pecho la ternura encierra que necesita el mísero inocente; 16  Tal como indica Cabarrús en la Gaceta de Madrid de 2 de marzo de 1809, en tiempos napoleónicos la marquesa de la Sonora llegó a ostentar la presidencia de la junta encargada de cuidar de los niños expósitos y de las niñas del colegio de Nuestra Señora de la Paz (332). 17  Sobre los elogios a la reina compuestos por las señoras de la Junta de Damas, señala Franklin Lewis que “no solo cumplieron […] con las expectativas de su posición como socias y las pretensiones propagandísticas de la corte, sino que buscaron también subrayar su propio trabajo como el primer grupo cívico para mujeres en España” (2009: 698). 18  Franklin Lewis (2011) estudia ambos, el de Castroterreño y el de Gálvez. 19  El 21 de noviembre de 1803 la autora se dirige por carta al monarca para solicitarle, por su falta de recursos propios, que los tres volúmenes de obras poéticas que ha compuesto sean editados por la Imprenta Real, habiéndose de sufragar los gastos ocasionados con los primeros ingresos de las ventas (ver nota 11). Gálvez consiguió su propósito, pero, como se explica más adelante, nunca llegó a reembolsar el coste de la impresión.

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[…] Si a ti te fue dado de la Real Luisa elogiar las virtudes, también fue dado con benigna mano practicarlas por ti; gozosa acudes al socorro que anhela el ser humano; por sus alivios velas y te afanas, y en su conservación el lauro ganas. […] Yo vuelvo a la mansión, donde se encierra de Luisa el amparo soberano; allí suena su nombre, allí está Amira, la piedad publicando que ella inspira. (1804: 13)

De esta manera, el mismo año en que María Rosa de Gálvez cierra amistosamente sus pleitos familiares con la condesa de Castroterreño,20 incluye también en sus Obras este poema de elogio a su prima y, como figura de fondo, a la reina, en tanto impulsora de la beneficencia y modelo femenino, ubicando la composición en un lugar privilegiado del primer volumen, inmediatamente después de la citada oda que dedica al Príncipe de la Paz. La aventajada posición de la que gozaba la condesa en la corte de Carlos IV y la necesidad imperiosa de favores reales de tipo económico que tenía María Rosa de Gálvez en el primer lustro del siglo explican a la perfección la razón de ser de ambos poemas. Recordemos, si no, que, de forma paralela a la publicación de sus enjundiosas Obras Poéticas en la Imprenta Real, la dramaturga se dirige por carta a Carlos IV para solicitar que le sea condonada la obligación de reembolsar el gasto de dieciocho mil reales ocasionado por la edición de sus obras en la Imprenta Real, remitiendo, como justificación, a su situación personal de absoluta “indigencia”.21 Sabiendo, como indica la propia carta en una nota al margen, que la solicitud le fue concedida, tras lo   Ver nota 8.   En ese mismo mes de septiembre de 1804 escribe también a Godoy, cuyas excelentes relaciones con María Luisa de Parma son bien conocidas. En la misiva, que acompaña a unos ejemplares de las Obras Poéticas para el Príncipe de la Paz y para los monarcas, le agradece sus favores y le suplica que continúe en el futuro otorgándole las mismas garantías concedidas hasta el momento. Ver nota 11. 20 21

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cual Gálvez quedó exonerada de la obligación económica que había contraído con la Corona, no nos pueden sorprender sus maniobras poéticas para homenajear de un solo trazo a la condesa de Castroterreño, cuya intervención en los avatares editoriales de la dramaturga resulta bastante verosímil, y a la reina. Las redes familiares de Gálvez se imbrican así con las institucionales, y ambas se activan en clave poética como garantía de la continuidad del mecenazgo directo o indirecto de la Corona y del éxito de las gestiones burocráticas y económicas de la autora ligadas a la vida editorial de su obra. Las dos composiciones que dedica a Manuel Godoy muestran a la perfección hasta qué punto poesía e interés se traban en el caso de Gálvez, quien se sirve en aquella de los modelos y los temas ilustrados para activar sus redes clientelares. La primera de ellas es la citada oda celebrativa con la que abre sus Obras Poéticas de 1804, “La campaña de Portugal. Oda al Excelentísimo Sr. Príncipe de la Paz”, cuyas silvas de endecasílabos y heptasílabos conmemoran entusiásticamente la victoria del general español sobre el ejército luso en la brevísima guerra de las Naranjas: ¿A quién aprestas, sanguinario Marte, el carro del terror? ¿A quién, Belona, tus armas invencibles destinando, previenes la corona de laurel inmortal? ¿Será que hollando los enemigos del hispano suelo sus guerreros convoque a la campaña, y que el clarín belígero sonando, el héroe de la España, para domar al luso belicoso, marche a su frente impávido y brioso? (Gálvez, 1804: 5)

La segunda composición a la que hacemos referencia aparecía publicada dos años más tarde en Minerva o El Revisor General: “Oda en elogio de las fumigaciones de Morvó establecidas en España a beneficio de la humanidad, de orden del Excelentísimo Señor Príncipe de la Paz”. Celebrar la paz, el progreso y las luces y cantar a los bienhechores de la humanidad y a los hombres célebres eran, como es sabido, algunas de las grandes líneas temáticas de la poesía filosófico-didáctica de su tiempo (Lo-

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renzo Álvarez, 2002). Montengón, Arroyal, Viera y Clavijo, Iriarte, Meléndez Valdés, Trigueros o Samaniego, entre otros, habían explorado ya algunos de los grandes asuntos que inquietaban al reformismo de las tres últimas décadas del siglo —industriosidad, logros económicos, bondad, beneficencia, educación, avances técnico-científicos, etc.—, insistiendo en la relación de causalidad entre Ilustración y prosperidad.22 En los primerísimos años de la nueva centuria, Manuel José Quintana —de quien Gálvez era ferviente admiradora— publica sus Poesías (1802), donde incluye varias odas históricofilosóficas con temas afines a los que resuenan en las dos dedicadas a Godoy por la dramaturga malagueña: el deseo de paz (“Con ocasión de la paz hecha entre España y Francia en el año de 1795”) y los avances de la técnica (“A la invención de la imprenta”). Cuatro años más tarde, Quintana vuelve a celebrar la ciencia moderna en un poema sobre la vacuna antivariólica, que incluirá después en su edición de 1813 de Poesías: “A la expedición española para propagar la vacuna en América bajo la dirección de D. Francisco Balmis”.23 No es de extrañar que Gálvez siguiera los pasos poéticos de Quintana, a quien, a más de la ya señalada admiración literaria, profesó también una 22  Véanse, a modo de ejemplo, muchas de las contenidas en el primer volumen de Odas a Filópatro, de Montengón (1778-1789); también “Al excelentísimo señor conde de Floridablanca, primer secretario de Estado” de Las Odas de Arroyal (1784); La riada (1784), de Trigueros; “El egoísmo” (1776) y “La paz y la guerra” (1780), de Iriarte; “A los caballeros alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado”, de las Fábulas de Samaniego (1781); “A la paz entre España y Francia. Año de 1795” o “A la abertura de una sociedad de amigos para aprender la historia de España en Jerez de la Frontera”, de las Poesías del conde de Noroña (1799); “A la expedición de Colón” (1802), de Sánchez Barbero; en un tono más marcadamente científico, Los aires fijos, de Viera y Clavijo (1780), o el “Canto que en elogio de la brillante invención del globo aerostático y famosos viajes aéreos ejecutados por los célebres viajeros franceses…”, de José Queipo de Llano (1784), etc. 23   Se refiere Quintana a la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna antivariólica (18031806), una expedición filantrópica alrededor del mundo sufragada por Carlos IV y llevada a cabo en el navío María Pita por el médico de la Corte, el alicantino Francisco Javier Balmis, en lo que se considera el primer esfuerzo organizado de difusión de la vacuna a gran escala. Previamente, Balmis había traducido, bajo los auspicios de la reina María Luisa, el Tratado histórico y práctico de la vacuna del Dr. Moreau de la Sarthe (Dérozier, 1978: 222), texto que se vuelve a publicar en la Imprenta Real en 1804.

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buena amistad. La fascinación de la dramaturga por la poesía del abogado madrileño se hace explícita en diversas composiciones de sus Obras Poéticas de 1804, como las odas “A Don Manuel Quintana. En elogio de su oda al océano”24 o “Descripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso: oda a don Manuel de Quintana”25, y su influencia se percibe claramente en la “Oda en elogio de la Marina Española” (1805), un canto a Trafalgar con ecos directos de aquellos doscientos famosos e inflamados versos dedicados por Quintana al desastre de la armada franco-española.26 Para Gálvez, seguramente, insertarse en una tópica de su tiempo como esta, en la que se escucharon, junto con la de Quintana, muchas de las grandes voces líricas de entre siglos,27 constituiría, además de un ejercicio de maestría poética, una estrategia para tejer sus redes literarias y conseguir un cierto eco. De hecho, en los primeros meses de 1806 el Memorial Literario publicó y comentó muchas de las composiciones poéticas sobre Trafalgar, incluida la de Gálvez, cuyo nombre se inserta entre los de Mor de Fuentes, Arriaza, Sánchez Barbero, etc., cobrando idéntica visibilidad que los de estos.28 Es esta dinámica de emulación de Quintana, relacionada con la voluntad de la autora de trazar sus redes literarias, la que explica en primera instancia 24   Es una glosa admirativa, en forma de versos sáficos, a la oda “Al mar” de Quintana, incluida en sus Poesías de 1802. 25   Se trata de un poema de un tono profundamente melancólico, en cuya parte final alude a un tiempo pasado y ya perdido compartido con el poeta, a una amistad de la que la autora parece no disfrutar más, quizá porque para aquel entonces Quintana ya estaba casado con la bella e instruida dama zaragozana María Antonia Florencia. 26   El poema citado de Quintana es “Al combate de Trafalgar”, publicado en 1806 con el título “Oda a los marinos españoles en el combate del 21 de octubre” (Cádiz: s/n). Esta oda suscitó mucha admiración, de hecho, no fue Gálvez la única en hacerse eco de ella. Véase, por ejemplo, el soneto de Juan Nicasio Gallego “A Quintana por su oda al combate de Trafalgar”. 27   Sánchez Barbero, por ejemplo, compone tres odas “A la batalla de Trafalgar”, Arriaza es autor de “La Tempestad y la Guerra o el combate de Trafalgar” y Mor de Fuentes de una “Silva al combate naval”. Todas ellas son de 1805. 28   Además de otros poemas y diversas discusiones sobre el particular, la silva de Mor de Fuentes apareció en el primer número de 1806 (1 de enero, V: 1-5), varios extractos comentados de la oda de Gálvez se incluyeron en el número 2 (20 de enero, V: 49-54); en el número 3 encontramos un elogio de las tres odas de Sánchez Barbero (30 de enero: 97-111) y en el número 11 de 20 de abril (68-71) se publica la oda de Arriaza (Dérozier, 1978: 251-253).

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que, en el mismo año de 1806 en que el poeta canta a la vacuna antivariólica, Gálvez celebre la invención de la máquina de fumigar gas oximuriático de Morveau,29 método profusamente utilizado en los primeros años del siglo xix para combatir la epidemia de fiebre amarilla que se difundió sin control por las costas españolas: ¡Eterna maldicion al que ingenioso en destrozar la humanidad, cobarde inventó de horrorosos combustibles en la pólvora atroz perpetuo estrago! ¡Y bendiciones mil a tu dichoso afan, Morvó! Tú cambias los terribles efectos de los mixtos centellantes en frutos de salud. ¡Oh bien hadado que hallar vida en la muerte así fue dado! (Gálvez, 1806)

Pese a su discutible eficacia, la Corona respaldó la desinfección mediante fumigación con vapores de cloro; no solo se costeó la edición, a través de la Imprenta Real, de la traducción de la obra de Morveau, Tratado de los medios de desinfeccionar el ayre, precaver el contagio y detener sus progresos (1803), sino que el propio Godoy apoyó experiencias destinadas a reforzar la eficacia de las fumigaciones, silenciando y reprimiendo las tendencias contrarias (Pascual Artiaga, 2002: 147-148; Serrano, 2016: 117).30 La propaganda de la Corona para ponderar su labor en el control de la fiebre amarilla fue considerable, incluida la publicación en su propia Imprenta de una extensa Memoria sobre las disposiciones tomadas por el Gobierno para introducir en España el método de fumigar (1805), de manera que no puede sorprendernos que la 29   La máquina fue creación del químico y político francés Louis Bernard Guyton de Morveau junto con los hermanos Dumotiez en 1773, para eliminar los agentes contagiosos de la atmósfera y los objetos mediante la liberación de ácido muriático oxigenado. 30   En 1804, de hecho, Godoy decidió impulsar la fabricación nacional de treinta mil máquinas de fumigar para distribuirlas en las poblaciones del sur de la península afectadas por la fiebre amarilla. El proyecto no fue posible, pues la producción a tal escala de la máquina de Morveau era demasiado costosa, pero, en su lugar, el boticario real, Pedro Gutiérrez Bueno, construyó un prototipo nacional portátil, más asequible y duradero. Las máquinas de Gutiérrez Bueno fueron estrenadas en Cartagena en 1805 (Serrano, 2016: 118-120).

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pleitesía poética de María Rosa de Gálvez atienda a este asunto tan relevante para Carlos IV y para su favorito. Lo cierto es que, independientemente de su tema concreto —sea la exaltación de la paz o el elogio del gas de cloro—, ambos poemas conectan en su panegírico común al alma mater de tales beneficios para la humanidad, que no es otro que Manuel Godoy. El poema sobre la campaña de Portugal lo introduce como “héroe de la España” y “noble caudillo”, defensor de la madre patria con las armas de Marte y de Belona, pero también, haciendo gala a su sobrenombre, como artífice de la paz y, lo más relevante para el asunto que nos ocupa, como protector de las artes. Sabemos que lo fue, concretamente de las de la propia María Rosa de Gálvez, que se presenta en el poema como encarnación de la “musa hispana” y liga su suerte poética a los triunfos del Príncipe de la Paz: Y ¿a quién mejor que a ti la musa hispana deberá celebrar, pues generoso proteges de las artes las tareas; pues tu influjo piadoso en su prosperidad benigno empleas? Yo a tu valor la dulce poesía reverente consagro; ella te ofrece la gloria de tu patria, que deseas, y en su canto aparece de tu campaña el triunfo, que en la historia hará inmortal tu nombre y mi memoria. (Gálvez, 1804: 9)

En la “Oda a las fumigaciones de Morvó”, tras la extensa y pormenorizada descripción de los horrores causados por la fiebre amarilla,31 Gálvez ofrece, a modo de contrapartida, la visión reconfortante de una pareja de héroes nacionales, Carlos IV y Godoy, en liza contra la superstición, la ignorancia y 31   “No a la implacable muerte / sacia del fiero Marte sanguinoso / la universal desolación: en tanto / que de su carro el giro pavoroso / los pueblos llena de dolor y espanto, / ella por las regiones / de la tierra, a su aspecto estremecida, / vuela feroz, seguida / de dolencias sin fin altos blasones, / soberbios tronos, militares lauros, / vagando encarnizada, / arrebata, derroca, hunde en la nada” (Gálvez, 1806).

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el fanatismo, contribuyendo juntos al progreso de la humanidad y a la ilustración del orbe con el poder de la ciencia: Que al lado de su augusto Soberano vela un héroe benéfico; él destruye, a fuerza de constancia, la envidia, el fanatismo, la vil superstición su poder huye. Sí, la falsa piedad, que aun los sagrados templos, do se bendice la grandeza del Eterno, en mansiones de impureza, de corrupción y muerte convertía. ¡Oh siglos de barbarie! Vendrá un día en que vuestra memoria execrada será; cuando la fama cante solo las épocas gloriosas en que al orbe las ciencias ilustraron, y a la ignorancia estúpida ahuyentaron. (Gálvez, 1806)

De sobra sabemos que las alabanzas al monarca (en especial a Carlos III, pero también a Carlos IV) y a los hombres de Estado responsables del progreso nacional fue una de las maneras poéticas más cultivadas en las composiciones de aliento filosófico durante el período ilustrado.32 En concreto, este poema de celebración científica de Gálvez es buena muestra de cómo la autora alimenta sus variadas redes de forma simultánea: al seguir la estela poética de Quintana y de otras voces de su tiempo, fortalecía las redes literarias que le facilitaban el deseado acceso al Parnaso, mientras que la laudatio a los méritos ilustrados de los Borbones y de su valido en el ámbito de la prosperidad común no solo la insertaban de pleno en las líneas temáticas de la poesía de su tiempo, sino que consolidaban las redes clientelares necesarias para que su obra siguiera vigente en el campo editorial y teatral.

32   Montengón es posiblemente el autor que más profusamente cultiva esta tendencia. Así, dedica odas no solo a Carlos III, sino a Campomanes, Floridablanca, Ensenada, Aranda, Olavide, etc. (Lorenzo Álvarez, 2002).

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3. A modo de conclusión Sucintamente, el presente trabajo ha tratado de mostrar que las poesías de Gálvez son mucho más que un fin en sí mismas. Si, por un lado, su adecuación a los moldes genéricos y a las líneas temáticas de la lírica ilustrada en su dimensión más universal y menos específicamente femenina las convierte en evidencias de la autoafirmación literaria de Gálvez, de su deseo de reconocimiento como poeta y en aval reputacional para su trayectoria en el campo de las letras, por el otro, este corpus poético, no obstante su brevedad, se revela como espacio privilegiado para trazar un mapa personal de redes de sociabilidad que respalden material o simbólicamente ese proyecto de carrera literaria. Nuestro propósito, además, ha sido el de redondear ese mapa de redes de sociabilidad de Gálvez que comenzamos a perfilar a través del estudio de su correspondencia. En este sentido, las composiciones de la autora nos revelan su maestría para activar poéticamente relaciones de diferente tipo y calado, contactos que intuíamos ya en sus epístolas y que su obra lírica confirma: familiares, clientelares y literarios. Un entramado complejo cuya finalidad es ubicarse a sí misma y situar su obra en el centro del campo literario, visibilizarse, autorizarse y reforzarse, obtener beneficios reales y simbólicos. Esto, sin duda, nos permite situar con más precisión a Gálvez en el todo literario del que forma parte y contribuye, además, a comprender sus estrategias autoriales frente a los condicionantes que operan sobre la escritura de las mujeres en el periodo de entre siglos.

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Escritoras y sociabilidad poética en el entorno granadino de los siglos xvii y xviii Inmaculada Osuna Rodríguez Universidad Complutense de Madrid

En un entorno cultural propicio como el de Granada, dos siglos de producción poética parecen dar para mucho. Sin embargo, si se enfoca la escrita por mujeres, sobre todo la que gozó de la duradera visibilidad otorgada por la imprenta, se halla un panorama marcado por la escasez y dispersión de los poemas, a lo que se suma el desconocimiento casi general de datos biográficos. Haré aquí un recorrido por ese panorama atendiendo a las condiciones del medio socioliterario que podrían haber influido en tal situación y, con las autoras en que es posible, a sus redes de contactos o sociabilidad, constatadas o hipotéticas. Interesa, así, su incardinación en círculos locales y las ocasiones que hallaron en la vida ciudadana, familiar o conventual, si bien, cuando proceda, acudiré a sus prácticas literarias fuera de Granada. Por ello, me ceñiré a aquellas con alguna composición poética impresa en la ciudad con nexos con tal entorno, o indicios al respecto, con independencia de dónde fueran oriundas, aunque, como se verá, también es aconsejable descartar a tales efectos ciertos impresos granadinos.1 Por el contrario, excluyo a nacidas o residentes en Granada sin producción conocida allí, como Ana de Castro Egas, Isabel de Figueroa, María de Córdoba y Fuentes, Ángela de Mendoza

1   Omito, pues, los que recogen poesía vinculada a localidades próximas sin imprenta. Ocurre, para Andújar, con poemas de María de Rada (Osuna Rodríguez, 2005: 241-245).

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Escritoras y sociabilidad poética en el entorno granadino de los siglos xvii y xviii Inmaculada Osuna Rodríguez Universidad Complutense de Madrid

En un entorno cultural propicio como el de Granada, dos siglos de producción poética parecen dar para mucho. Sin embargo, si se enfoca la escrita por mujeres, sobre todo la que gozó de la duradera visibilidad otorgada por la imprenta, se halla un panorama marcado por la escasez y dispersión de los poemas, a lo que se suma el desconocimiento casi general de datos biográficos. Haré aquí un recorrido por ese panorama atendiendo a las condiciones del medio socioliterario que podrían haber influido en tal situación y, con las autoras en que es posible, a sus redes de contactos o sociabilidad, constatadas o hipotéticas. Interesa, así, su incardinación en círculos locales y las ocasiones que hallaron en la vida ciudadana, familiar o conventual, si bien, cuando proceda, acudiré a sus prácticas literarias fuera de Granada. Por ello, me ceñiré a aquellas con alguna composición poética impresa en la ciudad con nexos con tal entorno, o indicios al respecto, con independencia de dónde fueran oriundas, aunque, como se verá, también es aconsejable descartar a tales efectos ciertos impresos granadinos.1 Por el contrario, excluyo a nacidas o residentes en Granada sin producción conocida allí, como Ana de Castro Egas, Isabel de Figueroa, María de Córdoba y Fuentes, Ángela de Mendoza

1   Omito, pues, los que recogen poesía vinculada a localidades próximas sin imprenta. Ocurre, para Andújar, con poemas de María de Rada (Osuna Rodríguez, 2005: 241-245).

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o varias carmelitas descalzas del convento de Úbeda en décadas de transición entre los siglos xvi y xvii.2 Cierto sesgo bibliográfico puede haber privilegiado al siglo xvii sobre el siguiente. Para ambos, parto de la decisiva aportación de López-Huertas (1997), que para impresos poéticos he complementado con fuentes varias, con mayor regularidad para el siglo xvii, aparte de acudir, si alguna autora lo motiva, a impresos no granadinos o, más rara vez, a manuscritos. Esta disparidad deriva en parte de una limitación instrumental, pues para el xviii falta sistematización bibliográfica específica para contextos de escritura o publicación relativamente propicios a la aportación femenina en el anterior, como pliegos poéticos cultos, certámenes poéticos, academias literarias o preliminares de libros. Aun así, el corpus manejado parece razonablemente representativo del grado de visibilidad que pudo tener la producción poética femenina en el entorno granadino. En términos reales, los datos recabados reducen en varias décadas las dos centurias, tanto al inicio, que situaré en 1640, como al final, rematado con Ana de San Jerónimo, fallecida en 1771 y con edición póstuma de su poesía, publicada en Córdoba en 1773. En realidad, el primer poema localizado, de Beatriz de Ávila, se halla antes, en los preliminares de la Explicación del cómputo eclesiástico (1631: h. 7r), de Rodrigo Alonso de Ávila, donde la coincidencia de apellidos, como en otros casos de autoría femenina de contexto análogo, hace sospechar una motivación familiar. Con todo, la impresión del libro en Granada parece ser ocasional, posiblemente por las ventajas de su solidez como centro impresor. Su autor aparece como vecino de Málaga, al deán y cabildo de su catedral se dirige la dedicatoria, las aprobaciones eclesiásticas se recaban en Madrid en vez de Granada… Cumple, pues, dudar que el libro, y por ende esta autora, tuvieran una relación efectiva con el medio granadino, más allá del hecho comercial. 2   Uso información de la base de datos de BIESES (www.bieses.net). A Castro Egas se atribuyen dudosamente poemas laudatorios firmados como Anarda para sendas obras de Juan Pérez de Montalbán y Jacinto Abad de Ayala (fichas de Nieves Baranda, en BIESES); para Isabel de Figueroa véase Martos (2017: 72-73); y Correa (2015; 2011: 65-69) para las carmelitas y para María de Córdoba y Fuentes, respectivamente.

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Debe avanzarse hasta 1640 para llegar al primer nombre que, con solo un poema, deja entrever una pequeña pero relevante red de conexiones granadinas: el de María Lasso de Castilla, religiosa franciscana del convento de Santa Isabel la Real. Por ahora se carece de datos seguros sobre ella, aunque su apellido fue frecuente en distinguidas familias vinculadas a Granada, como las de los señores de Villamanrique o los de Gor. Su poema comparte su asunto mariano con casi todos los rubricados por mujeres en justas granadinas impresas, pero no consta que procediera de certamen. Se publicó en una amplia relación de las manifestaciones piadosas de la ciudad contra un cartel que desacreditaba la virginidad de María (Paracuellos, 1640: 124r-125v). Una sección del libro recoge poemas de veinte autores, muchos con más aportaciones al panorama poético granadino, de los que María Lasso es la única mujer. No se explicita el mecanismo colectivo que animó a componerlos ni hay indicios de un preciso certamen subyacente. De hecho, se refiere que el convento del Ángel Custodio, de franciscanas descalzas, celebró una justa que el autor de la relación no recogió, confiado en la intención del promotor de hacer imprimir libro exento de ella. Sea como fuere, el poema de Lasso de Castilla se publicó en contexto editorial diverso al de las colecciones de certamen, selectivo, pero no derivado de las decisiones de un jurado ajeno al volumen. Entre quienes contribuyen con poemas de elogio al autor o para la compilación devota, podría ser significativo como posible nexo José de Cobaleda y Aguilar, de Loja, uno de los pocos poetas del entorno granadino coetáneo con amplia producción poética conservada, casi toda manuscrita, aunque sería arbitrario relacionarlo, sin más datos, con la presencia de la monja ahí. Se conoce de él un soneto rotulado En el suceso de Sansón, a pedimiento de S.ª D.ª María Laso de Castilla, solicitante de identidad también incierta, por cierta posibilidad de homonimias (BNE, Ms. 4126: 28r; Serrano Castilla, 1981: 237). A favor de identificarla con la religiosa, cumple aducir un poema de Sancho de Vargas A D. José de Cobaleda, habiendo muerto una monja su devota, corcovada y poeta. En medio de un juego paranomásico en latín, a modo de epitafio, la rúbrica desvela su nombre: “hic Josephi Domina, ac Domina María Laso in losa lisa lęsa laxat” (Fundación Bartolomé March, Ms. 90-V1-9: 140v-141v).

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En 1650 un certamen organizado por el Real Convento de San Francisco, de amplísima participación, concita la mayor concurrencia femenina en estas convocatorias granadinas. De nuevo responde a un contexto ciudadano de desagravio mariano, ahora sobre la Inmaculada Concepción. Cinco mujeres figuran en la recopilación poética.3 De una de ellas, Luisa Ana de la Vega Rubín de Celis, no se tienen datos (Paracuellos, 1651: 303v-305v). Las demás comparten su condición de religiosas, declarada en la obra, todas en conventos de diversa filiación franciscana, de Granada o localidades próximas: María de Pernia4 y Antonia de los Ríos,5 de los conventos de clarisas de VélezMálaga y Córdoba, respectivamente (290v, 271v-273r); Ana de Robles, de Santa Isabel de Baza, de franciscanas menores observantes (291v-292r), y Claudia de San Miguel, capuchina (302v-303v).6 La común filiación, no habiendo además religiosas ajenas a esta, hace sospechar, más que la casual confluencia de iniciativa personal, la activación de cauces de comunicación internos, de modo que la rama femenina se viera interpelada esta vez de modo particular, en un asunto como el inmaculista, en cuya defensa tanto se distinguió la orden, y en un certamen al parecer promovido directamente por uno de sus principales conventos en Andalucía oriental. De ninguna se conocen más poemas. De Claudia de San Miguel, una crónica de su monasterio, el de Jesús María de Granada, señala, con vaguedad, que “el don

3   No todos los poemas presentados acababan en este tipo de libros, por sustracción o pérdida o por selección al publicar. Debe entenderse, pues, que los datos cuantifican lo recogido, pero no la participación real. Aquí, se declara la exclusión de muchos poemas recibidos (287r). 4  Parece haber sido conocida en el entorno: la rúbrica resalta “que es tal su ingenio que aun escribiendo de otro cualquier asunto, escribiera milagros” (290v). 5   Su poema está entre los premiados; los demás, en una sección con otros que no lo fueron “por venir sin el orden de lo pedido en las leyes del certamen”. Se remitían a veces sin ánimo de concursar. 6   El rótulo del poema, pese a su punto de humor, evidencia las contradictorias condiciones de esa participación pública, al construir una imagen de modestia sobre el intento de ocultar la autoría: “Dícenme quiso desmentir el ser obra de su ingenio, escribiendo por debajo de cuerda, mas en fin se supo, y si le dieron penitencia o no por ello, sé que lo echó todo a espaldas” (302v).

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de ciencia se manifestó en cuantas obras hizo, pues las dirigía todas a mayor gloria de Dios”.7 Nada similar vuelve a darse. No faltan mujeres en posteriores certámenes granadinos impresos, pero dispersas. Son M.ª Josefa del Castillo y Ocón, en otra justa inmaculista, organizada por la Hermandad de Escribanos Reales en el convento de San Antonio Abad, de franciscanos de la Orden Tercera (Certamen, 1663: 18r-19r); Francisca de Castilla, al dedicarse la nueva iglesia de la Virgen de las Angustias en 1671 (Alegre, 1673: 106r-106v); Gregoria Francisca de Salazar, en la fiesta anual de la Asunción de la Hermandad de Receptores del Número de la Chancillería en el templo trinitario de Nuestra Señora de Gracia (Certamen, 1690: 8r-9r; Juan de la Natividad, 1697: 218219), y Juana Maldonado, en el único festejo no mariano, la canonización de san Juan de Dios, en 1691 (Gadea y Oviedo, 1692: 217-218). De ninguna hay más escritos localizados. De las tres primeras se carece de datos concluyentes, por ausencia o variedad de homónimas; a la última se la sitúa en el convento dominico de Santa Catalina de Sena, quizás, por sobrentendido, el de Granada. Los cuatro certámenes tienen en común algo no inusual pero quizás relevante aquí: su convocatoria desligada formalmente de alguna orden. El dedicado a san Juan de Dios lo gestionó la Universidad, no la institución religiosa fundada por él, por lo demás sin rama femenina; el templo de Nuestra Señora de las Angustias era parroquial, y los otros dos certámenes, aun con marco conventual, fueron iniciativa de hermandades religiosas de ámbito profesional letrado. Eso quizás explique en parte esa dispersión, sin condiciones análogas a las de la posible actuación de una red religiosa en el certamen de 1650, así como la posible condición laica, dada la falta de identificación monacal, de todas las autoras salvo Juana Maldonado. En esa segunda mitad del siglo xvii, quedan fuera del contexto público de certamen los poemas de Salvadora Colodro y otras dos mujeres de las que se sabe muy poco, Sabina Gerley o Xerley e Isabel de Tapia. La primera es del todo desconocida más allá de lo que declara el pliego suyo conservado —el 7   Según esta, que se demora en su semblanza moral, fue hija de Melchor Canales y María de Olivares, “personas de mucha distinción”; profesó en 1627 y murió en 1692 (Fernández Moreno, 1769: 408-409).

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tratamiento de doña, indicador de al menos hidalguía en su uso normativo, y el ser vecina de Granada—, con un romance que recrea la oración penitencial de un agonizante ante un crucifijo (Colodro, 1663; Marín Pina, 2011: 244). Pese a su apariencia de poema de inspiración devota personal, cabe sospechar su inserción en una iniciativa colectiva. Ese año salen también en Granada al menos doce pliegos de igual asunto, casi todos con la misma elección métrica; y a esos podrían sumarse otros dos sin pie de imprenta y uno madrileño, de autores igualmente activos en el entorno granadino del momento. La mayoría participaron en una o varias academias impresas en Granada en 1661-1664, dos en todas, y varios, más dispersamente, en otras ocasiones poéticas colectivas, como bien pudo serlo la causante de esta insólita concurrencia de pliegos de tema no circunstancial común (Osuna Rodríguez, 2017). Con todo, por ahora nada permite conectar a Salvadora Colodro con esa posible actuación conjunta. En años próximos, 1664-1665, se publican dos poemas de Sabina Gerley, franciscana, del convento de Santa Isabel la Real, identificada como hija del conde de Leste. Usó tal título Anthony Sherley, aventurero inglés y proyectista que prestó servicios diplomáticos a la Corona española y al que después se alejó de la corte forzando su residencia en Granada (Gil Fernández, 2018);8 casi nada se sabe de su vida familiar y ciudadana allí, “donde habitaba no muy sobradamente”, en palabras del coetáneo Henríquez de Jorquera, en un apunte de sus Anales para 1633 sobre la defunción del conde (Gil Fernández, 2018: 379-381). Justo un documento de septiembre de 1628 relacionado con sus persistentes deudas y un turbio proyecto naval propuesto a la Corona con el doble objetivo de salir de Granada y asegurar el futuro de su hijo varón permite saber que por entonces ya habían entrado en el citado convento dos hijas de Sherley, “las quales por no hauerse pagado las dotes, no solo no han professado, pero a no impedirlo el dicho Presidente [de la Chancillería] (por el inconveniente que pudiera tener en unas muchachas desamparadas y solas) las huuieran hechado fuera” (Gil Fernández, 2018: 376). Sabina Gerley dedica una décima laudatoria a Sancho de Guzmán Portocarrero (Guzmán Portocarrero, 1664: 9v), por su poema sobre el traslado 8   Sobre la peculiaridad del título y su denominación, véase Gil Fernández (2018: 122123, 230-231).

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de los huesos de san Juan de Dios al hospital y sede de la orden que fundó.9 Entre quienes escribieron elogios análogos al autor, el poeta malagueño Juan de Ovando y Santarén trasluce, junto con Guzmán, el posible nexo entre las dos composiciones de Gerley. La franciscana aporta un soneto a la corona poética fúnebre dedicada a Agustina Rizo, esposa de Ovando, compilada por su hermano. Presentada en la sección introductoria de la obra como “británica musa”,10 el autor singulariza a Gerley, a diferencia de los demás “lucidos cisnes del Pindo”, sin explicitar la causa. Parece deberse al hecho de considerar al conde “de la sangre de los reyes de Escocia e Inglaterra” (Ovando, 1665: 9r)11 y al paralelismo que establece, tanto ahí como al encabezar el poema (49r), entre Sabina Gerley y “su deuda, la reina María Estuarda”: si la monarca escocesa había llorado la muerte violenta de su secretario David Rizzio, ahora la religiosa lamenta la de Agustina Rizo, “sobrina” de este —en realidad, bisnieta de su hermano Luis, según la genealogía previa (7v-9r)—. Otros pocos autores activos en Granada contribuyeron al libro, entre ellos, con tres poemas, Sancho de Guzmán, según el epígrafe tío de Juan de Ovando. En suma, ambas veces la escritura pública de Sabina Gerley parece obedecer a contactos personales que, con los datos actuales, en última instancia podrían deberse al propio Guzmán, más que a una inserción más amplia en medios literarios locales, sin que con esta hipótesis pretenda restarse valor al resultado: la proyección externa lograda, en especial al intervenir en el homenaje a Agustina Rizo. Más difícil de definir es la relación de Isabel de Tapia con su entorno. Se le conocen tres poemas, de entre 1681 y 1684. Uno se halla en preliminares de un libro poético religioso-moral del que también es dedicataria: Ecos postrimeros de métricas voces… para despertar dormidos discursos a lo lisonjero de mundanos halagos, de Luis Gavi Cataneo (1684: 16r), joven miembro de 9   El autor, que también firmó como Guzmán y Sarabia, ostenta en rótulos y portadas varios cargos y distinciones, entre otros, caballero de San Juan, capellán de honor de Juan de Austria y de la Capilla Real de Granada; destaca en él el cultivo de poesía panegírica (Osuna Rodríguez, 2009: 94-95, 98-100). 10   En medio de su densa retórica discursiva, debe de referirse a su ascendencia, no a su nacimiento. 11   Pueden verse, sin embargo, los orígenes familiares de Anthony Sherley en Gil Fernández (2018: 15).

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una relevante familia de origen genovés, emparentado con los marqueses de Campotéjar (Girón Pascual, 2012: 381; Soria Mesa, 2014: 168-169). Esta inusual irrupción entre preliminares de elogio al autor de la dedicataria, proclamada en la portada como “nueva hija de Apolo”, aparece como respuesta de cortesía hacia quien le ha dedicado su obra, situación que, en cierto modo, atenúa el potencial componente de autoridad subyacente a estos encomios como aval del libro publicado. Aun así, y pese al cariz adulador, conviene no infravalorar en términos de estima social los elogios, a nivel intelectual y moral, dirigidos a Tapia en la dedicatoria y la amplificación que obran otros dos de los poemas laudatorios, ambos de eclesiásticos, que, junto al autor, alaban a la dedicataria escogida (Gavi Cataneo, 1684: 17r-18r). Con todo, sin más datos no puede aventurarse en qué proporción intervendrían posibles factores en esta elección: su posible imagen social como mujer entendida y virtuosa o eventuales aspiraciones del autor para las que ella, al parecer de posición acomodada, o algún allegado, ocupara una posición clave.12 De mayor interés aún, por sugerir nexos con medios poéticos granadinos, es su presencia en una academia de ocasión y un impreso colectivo de sospechable origen similar, o al menos de clara coordinación colectiva. El primero remite a una academia celebrada en carnaval (Festiva, 1681: 29v-30v). De sus doce participantes, todos salvo uno aparecen en alguna otra academia granadina impresa, la mayoría también en algún certamen poético, con menor insistencia; seis o siete intervienen en las tres academias publicadas en los años ochenta, indicio de una posible actividad periódica más amplia subyacente. En Granada, tales academias se desarrollaron en ámbitos ligados al patriciado urbano, donde la antigua nobleza local confluyó con otra emparentada con o recién llegada de una acomodada burguesía, a los que, para estas prácticas literarias, se sumaron otros sectores (cargos eclesiásticos o administrativos, profesionales de formación universitaria, etc.), aunque con el oportuno filtro de contactos personales. 12   La dedicatoria alude sin precisar a su “descollada genealogía”, “los nobilísimos Tapias” y “militares hábitos” (Gavi Cataneo, 1684: 11r-v). Esto último hace recordar la familia Tapia de origen converso afincada en Sevilla y Granada que analiza Soria Mesa (1995: 65-69), ya con algún hábito concedido entre sus miembros, pero por ahora no ha sido posible confirmar este u otro parentesco.

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Unas décimas de Isabel de Tapia en otro impreso reinciden en tal medio (Castro Jarava y Messía, 1683: 3r-3v), una colección de quince poemas que ensalzan la exhibición nobiliaria de rejoneo de Francisco Zambrana, entre unos festejos ciudadanos más amplios apenas reflejados. El autor, primo suyo, se la dedica a este, en un gesto de reafirmación familiar semejante al de algunas academias granadinas, como la de 1662 que se mencionará abajo. La mayoría de los quince autores frecuentaron las academias locales: seis participaron en la de 1681 citada, solo dos no figuran en ninguna impresa. Es posible que Tapia no perteneciera a un grupo estable, pero su presencia en tal compañía sugiere, como poco, cierta proyección social de su cultivo poético. Como participación femenina en academias granadinas impresas o iniciativas similares, la de Isabel de Tapia es casi excepcional en este siglo. En 1662 Josefa Bernarda de Aragón, de quien no se tiene datos biográficos o de producción, había intervenido en una dedicada al duque de Alburquerque tras llegar a España de su virreinato en México, auspiciada por Pedro Alfonso de la Cueva y Benavides, noble bastante activo en el panorama poético local y familiar lejano del festejado. Sin embargo, quizás ella no asistió al acto, pues se señala que lo “remitió” a la academia junto con otro que cumplía función de envío (Espejo, 1662: 14r). Apenas rebasado el siglo, Hipólita de Santa Cruz y Ayora protagoniza otra fugaz aparición académica femenina. Sucede en 1707, cuando el segundo conde de Torrepalma, Pedro Verdugo, entonces corregidor de Granada, organiza una academia por el nacimiento de Luis I, en claro gesto de lealtad proborbónica (Academia, 1708: 51-54). El perfil social de los participantes apenas difiere del ya indicado para casi todas las academias granadinas impresas anteriores, entre nobleza local, algunos clérigos y autores sin especificación social, aunque en esta sobresale la mención de cargos militares o de responsabilidad civil. Quizá la presencia de Hipólita de Santa Cruz se relacione con tal perfil, a través de —según fuentes externas al impreso— su marido, Pedro Marchena Durán, por entonces corregidor en Andújar y con trayectoria previa en otros puestos en Murcia y Cartagena y Marchena, abogado de los Reales Consejos y alcalde del Crimen de Granada (Soria Mesa, 2014: 160; Gutiérrez Núñez, 2007: 784). Más allá de esa ocasión, se atisba en ella la densa invisibilidad a la mirada actual de las que tal vez fueron largas trayectorias de cultivo poético,

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apenas afloradas en hitos circunstanciales. Materiales dispersos lo prueban, con veinte años de distancia. Un manuscrito de la antigua biblioteca de los Torrepalma recoge un poema de invectiva atribuido a una “señora doña Hipólita” y de destinatario solo indicado con apellido: Contra S[an] Vitores. Por haber satirizado unos versos de la S.ª D.ª Y. P.ª, dama poetisa que había censurado unas fiestas de toros que se hicieron en Granada el año de 1707, y esta S.ª se despica en estas seis décimas (Fundación Bartolomé March, Ms. 93-V1-12: 145r-146v). El nombre de pila, la procedencia del manuscrito, del mismo entorno que la academia, y el mismo año de esta invitan a la identificación. En 1727 Hipólita de Santa Cruz reaparece con dos poemas en un certamen de Murcia de ámbito jesuita, por la canonización de san Luis Gonzaga y san Estanislao de Kostka. El vejamen del secretario, Antonio de Rueda, la presenta como “elevada poetisa española que hoy ilustra, desde Granada, nuestra región, si antes la merecimos en esta ciudad, donde hoy permanecen inumerables vestigios de sus discreciones”, y sorprendentemente recuerda su participación, veinte años atrás, en la academia granadina vista (Rueda Marín, 1727: 129, 236-237, 331-332). Más incierto resulta identificarla con la “Hipólita Nicolasa de Santa Cruz” que aporta ese año otros dos poemas a un certamen salmantino por la canonización de santo Toribio de Mogrovejo (Guerrero Martínez Rubio, 1728: 318-319, 281-282), si bien el nombre, no muy usual, y la común cronología con la justa murciana lo hacen verosímil pese a la distancia geográfica. En suma, y con la reserva debida a las hipótesis, las escasas composiciones localizadas traslucen en ella una práctica poética, además de más dilatada, también más variada de lo que ha trascendido de otras autoras vistas, con presencia en el espacio público de los certámenes y el privado de la academia, aparte de un poema manuscrito de polémica, que implica un grado de interacción en un círculo literario no siempre deductible per se de poemas para actos poéticos o colectáneas de ocasión. Por lo demás, poco añade el panorama editorial granadino del siglo xviii a la visibilidad de poemas de autoría femenina. Un par de casos escapan a lo aquí tratado. De Águeda Bernarda de Puga, priora del convento dominico de Úbeda, hay una décima laudatoria para un escrito proborbónico de 1708, Crisol de la española lealtad, de Tomás de Puga y Rojas (Puga y Rojas, 1708: h. 26v); pero la obra parece gestada fuera de Granada, por la vinculación de

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casi todos los poetas encomiásticos a Úbeda o la cercana Quesada, donde el autor era corregidor. Tampoco evidencia particular nexo local la publicación de una coplilla de meditación sobre la muerte de Manuela Mariana de San José, oriunda de un pueblo cordobés y cofundadora del convento de carmelitas descalzas de Vélez-Málaga (Andrés Felipes, 1715: 31); solo aparece rematando una colectánea panegírica dedicada al difunto obispo de Orense Diego Ros de Medrano, a instancia y costa de su sobrino, abad de Alcalá la Real, localidad próxima a Granada. Nada más parece registrar la imprenta granadina del siglo xviii con los datos disponibles. Esto pudo obedecer a un cambio de tendencia, tras las décadas iniciales, en prácticas literarias antes moderadamente receptivas a la contribución femenina, como se ha visto. López-Huertas solo documenta dos certámenes, en 1716 y 1727 (n.º 981, n.º 1311), ambos de ámbito jesuita y, presunta o declaradamente, escolar, el segundo sin convocatoria abierta, y ambos con la autoría de los poemas ocultada, mientras que para el siglo xvii se conocen ocho con recopilación impresa. En cuanto a academias, solo recoge dos, en 1708 y 1730 (n.º 1381, n.º 714), frente a las ocho publicadas entre 1661 y 1685. Estos derroteros editoriales, posiblemente paralelos a un giro en las costumbres literarias, pudieron incidir, pues, en la visibilidad de la escritura femenina, ya que a eso se suma la ausencia total de poemarios de autor impresos en Granada. De hecho, se publicó en Córdoba, en 1773, la obra poética más amplia y consistente de este recorrido panorámico por ambos siglos, la de Ana de San Jerónimo (1696-1771), hija del segundo conde de Torrepalma y religiosa del convento franciscano del Ángel Custodio. Su vida anterior a la clausura, como la de su hermana, Juana de San Joaquín (1693-1761), profesa en el mismo cenobio, discurrió en un contexto propicio a la formación literaria guiada por sus padres (Marín, 1971: 33-41). Su hermano, Alonso Verdugo de Castilla, tercer conde de Torrepalma, fue poeta de cierta relevancia¸ en una línea de desarrollo de la estética barroca no incompatible con muestras de una nueva sensibilidad. Entre el presuntamente amplio círculo familiar de contactos, el también poeta José Antonio Porcel, amigo y capellán del conde, a quien acompañó en Madrid, y después prebendado y canónigo en Granada (Herrera Navarro, s/f ), debió de mantener largos vínculos con los Verdugo de Castilla; a él se deben sendos sermones fúnebres de aniversario dedicados

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a Juana de San Joaquín, en 1762, y al marqués de los Trujillos, sobrino de las dos religiosas, en 1765. De Juana de San Joaquín, solo se sabe por un soneto laudatorio de su hermana (Ana de San Jerónimo, 1773: 203) que escribió una relación sobre lo ocurrido con unas sagradas formas que, profanadas en Alhama en 1725, acabaron celosamente custodiadas en el convento. De sor Ana, en cambio, se cuenta con tres piezas dramatizadas y más de ciento veinte poemas, en su mayoría fruto de la escritura conventual. La extensión del corpus y su índole temática multiplican las alusiones a distintas redes de sociabilidad en las que no se puede profundizar aquí. Valga apuntar que versos o encabezamientos reflejan tres niveles diferentes, aunque con zonas de intersección: la sociabilidad generada en el seno de la comunidad, la establecida con otros miembros del medio eclesiástico y la familiar. Así, las rúbricas detallan casi una veintena de nombres de religiosas, no necesariamente coetáneas, que aparecen con motivo de su acto de profesión o por fiestas anuales, otras ocasiones especiales o aun situaciones triviales, dentro de una poética de la cotidianeidad. Solo de unas pocas se muestra la identidad previa, como ocurre con la marquesa del Salar y sus tres hijas, si bien las redes sociales y familiares que sumara la comunidad rebasarían con mucho lo desvelado en los poemas. En cuanto a redes externas, un intercambio de poemas sobre una imagen de una santa muestra la relación con otra comunidad, la de agustinas del convento de Corpus Christi; y otros aluden o se dirigen a personas allegadas por vínculo de confesión, familia o acción benefactora. Entre ellas sobresale la red familiar: pequeños aconteceres, notas de actualidad intercambiadas con su hermano Alonso, a quien remiten cinco poemas, o la muerte de su padre y otras desgracias familiares. Su poesía debió de difundirse en principio entre la comunidad religiosa y personas próximas,13 aunque alguna vez traspasara ese entorno inmediato. Así, en 1750 su hermano presentó un villancico navideño suyo en la madri-

13   De difusión manuscrita, puede citarse una colección amplia (Biblioteca Universitaria de Granada, O-6-092) y la copia dispersa de varios poemas en el volumen citado de la biblioteca familiar (Fundación Bartolomé March, 90-V1-12).

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leña Academia del Buen Gusto.14 Esa proyección fuera del círculo personal alcanza mayor entidad y repercusión decisiva en la publicación póstuma en Córdoba de sus Obras poéticas, a cargo de un anónimo compilador, editor y financiador que declara en preliminares su amistad y trato de confianza con la autora, junto con su condición de “hermano” de la comunidad.15 Así pues, tanto el corpus poético como los detalles de la iniciativa editorial, pese a sus incógnitas, muestran en Ana de San Jerónimo un perfil excepcional en cuanto a sociabilidad literaria y a su relevancia como motor de creación y difusión poética. Tras este recorrido, algunas consideraciones pueden servir de recapitulación. Ante todo, este panorama diacrónico se caracteriza por su irregularidad y discontinuidad, con autoras al parecer inconexas entre sí y solo de modo tenue o hipotético ligadas a los medios literarios locales, con los datos actuales. Las excepciones se hallan en un caso aislado que trasluce las posibilidades de las redes conventuales, el vislumbrado entre ramas franciscanas en el certamen de 1650, aun así con autoras de dispar ubicación en un radio de acción cercano, convergentes ahí quizás solo por la ocasión, sin relaciones unipersonales estables; o bien en una producción singular más desarrollada, como sucede con Ana de San Jerónimo —ni siquiera con su hermana, salvo de modo colateral y parcial por documentación familiar—, con redes de sociabilidad diversificadas, cuyo esclarecimiento se apoya más que en lo que se proporciona al lector del libro publicado, pese a la “Noticia de la autora” preliminar y rúbricas de los poemas, en la disponibilidad actual de informa-

14   El poema, también incluido en Obras poéticas (Ana de San Jerónimo, 1773: 153-157), se conserva entre papeles de la academia en un pliego impreso, con autoría velada bajo iniciales S.A.M.D.S.G., en BNE, Ms. 18476 (11) (otro ejemplar, en la Biblioteca de la Universidad de Granada). 15   Cruz Casado señaló la posibilidad de que fuera Antonio Caballero y Góngora, entonces canónigo de Córdoba, que residió en Granada por estudios e inicios profesionales, y aparece en dos poemas del libro (Cruz Casado, 2004: 426-432); también pudo ser otro canónigo cordobés, Pedro de Cabrera y Cárdenas, presente también en dos o tres poemas, aunque el impreso no desvela su identidad. Ambos fueron hermanos del convento (LópezGuadalupe Muñoz, 2015: 438-439), figura de especial vínculo espiritual, social y afectivo (López-Guadalupe Muñoz, 2015: 422-428).

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ción biográfica más amplia, rescatada por intereses investigadores gracias a la singularidad social y literaria de su entorno. La discontinuidad, los escasos datos recabados y los contextos donde aparecen los poemas también resultan opacos a la detección de otras formas de conexión. El ámbito conventual, prácticamente inexplorado, pudo ser el más propicio tanto para un conocimiento mutuo entre coetáneas como para el diacrónico, con sus bibliotecas como depósito no solo del patrimonio material, sino también espiritual de la comunidad, desde donde podía expandirse a otras, como testimonia el manuscrito de Ana de San Jerónimo conocido, alguna vez perteneciente al convento de carmelitas descalzas de Granada. Además, excepto en esta, las composiciones localizadas suelen concentrarse en una casuística editorial muy reducida, quizás decisiva en el acusado contraste de resultados, al menos en poesía impresa, tras las primeras décadas del siglo xviii: poesía de certamen, sobre todo, más rara vez de academia, o de producción colectiva en parte similar, y apenas algún poema laudatorio para libro realmente inserto en el entorno granadino. No es un fenómeno estrictamente femenino, si se piensa en tantos varones de producción localizada ceñida a semejante casuística, pero en el panorama aquí trazado tiene un alcance más amplio, casi exclusivo, sin pervivencia de una eventual poesía de tono intimista, no circunstancial, como la de algunos poemas de Ana de San Jerónimo. A su vez, desde una perspectiva metodológica, este tipo de producción y difusión editorial plantea dificultades para un análisis de redes de sociabilidad. Se resiste, en buena medida, a vías solo cuantitativas, pues la copresencia en un impreso no siempre entraña conexión efectiva, y solo algunas recurrencias —algo que no se da en la mayoría de estas autoras— permiten detectar, sobre evidencias o por conjetura, su relevancia a efectos de sociabilidad. De nuevo, los datos externos resultan un apoyo necesario y a menudo inexistente o inexplorado: todo un reto para investigaciones futuras.

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Laywomen authors in Portugal in the Modern Age: between praises and solidarity networks Paula Almeida Mendes Citcem-Universidade do Porto

1. A wide bibliography, especially Italian, French, Spanish, Portuguese and Latin American, has drawn attention to the centrality of production and written culture in a monastic and conventual context, throughout the Modern Age. Several recently published studies (Cayuela, 1996; Bellini, 20062007; Zarri & Baranda Leturio, 2011; Morujão, 2013; Baranda Leturio & Marín Pina [eds.], 2014; Campbell & Larsen [eds.], 2016) have rightly highlighted the importance of this “submerged archipelago”/“arcipelago sommerso” —a happy expression used by Elisabetta Graziosi (Graziosi, 2005: 146-173), already recovered, in another study, by Zulmira C. Santos (Santos, 2015: 23-29), who undeniably accentuates the breadth of problems of various kinds that cover this production, ranging from the modes and formats of dissemination to diffusion strategies. This frame seems, in fact, to reflect the finding, defended by Nieves Baranda Leturio and M.ª Carmen Marín Pina, for the Spanish case, that “la escritora típica de la Edad Moderna española fue la monja” (Baranda Leturio & Marín Pina, 2014: 11), a finding that seems to us to be applicable, specularly, in the Portuguese frame of the period in question. In fact, the monastery and the convent, as spaces for literary creation, were a reality that took on particular significance in Portugal, especially from the 17th century onwards. In spite of the fact that the religious state means the imposition and observance of the rule and of the enclosure, the monastery always functions as a place where the female gender finds the desired “freedom” to follow its ideal of spiritual life, sustained, in most cases, by various mimicry, by a strong loving feeling, expressed, above all, through prayer, by God and Christ, and by the practice of writing, which, most likely,

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they would have difficulty to follow and materialize, if they had chosen the way of marriage, being obliged to fulfill the conjugal and domestic duties (Mendes, 2017: 139-158). Alongside this production carried out in monastic or conventual spaces, which has been gradually gaining the attention of the press, it will also be necessary to consider the cases of lay ladies who dedicated themselves to the exercise of textual production, in Portugal, insofar as may open the way for a set of questions addressed by recent bibliography and, in this sense, stimulate research clues, configuring and representing a significant contribution to the History of Women (Zarri [ed.], 1996) and for Cultural History, namely with regard to the diffusion and circulation of written culture (Caffiero, 2007: 9-27). As is well known, the pioneering study by Carolina Michaëlis de Vasconcelos, A Infanta D. Maria e as suas damas (1902), stimulated the pertinent polarized debate around the role of lay women in the Portuguese cultural frame in 16th century. Several of these coordinates opened the way for a line of investigations, materialized through a wide bibliography, among which we highlight the recent works of Roberto López-Iglésias Samartin (2003), Esther Villegas de la Torre (2011), Vanda Anastácio (2012: 178-189), who also coordinated the edition of Uma antologia improvável: a escrita das mulheres (sécs. xvi a xviii) (2013), or Nieves Baranda Leturio (2003: 225-239; 2005: 219-236), who have followed a “trend” mirrored in the European frame, as the attention that, for example, the figure of Marguerite de Valois deserves, in the volume of studies De Marguerite de Valois à la reine Margot. Autrice, mécène, inspiratrice (2019), coordinated by Catherine Magnien and Éliane Viennot, or Spanish female writers (Baranda Leturio and Cruz, 2018). Thinking about the cases of these women, as well as the cases of the religious women who were authors, will necessarily imply a consideration of the echoes of the “Querelle des Femmes”, the famous debate on the merits of both sexes and the access to knowledge by women. In the context of the exaltation of the female figure, the work De Claris Mulieribus (1374), by Giovanni Boccaccio, will give a fundamental contribution to the affirmation of a pro-feminist literary vein, clearly exalting the “clear women” (without forgetting, obviously, the previous contributions of Plutarco, with the treatise Mulierum Virtutes, included in the Moralia, and Polyene, in Stratage-

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mata), supported by catalogs or galleries of “illustrious women”, which, in a way, function as a “replica” of De Viris Illustribus by Petrarch. The main innovation of this literary vein (which quickly begins to be cultivated in several European spaces, becoming a kind of literary “fashion”), lies, essentially, in the molds that dictate the valorization of the female figure and her virtus, which take into account other vectors, such as the exercise of letters, the arts, the sciences or access to knowledge (Collina, 1996: 103-119; Zimmermann, 1999: 80-92; Bolufer Peruga, 2000: 181-224). In the Portuguese case, the collected data seems to allow us to sustain that the written production of lay women does not appear to have received the same attention, from an editorial point of view, as the works written by religious women, nor does it seem to have reached the breadth that is nowadays recognized in monastic and conventual production… Despite the fact that we found, still during the 15th century, cases of ladies —in most cases, belonging to the nobility— who were authors, such as D. Filipa de Almada or D. Beatriz de Ataíde, of poetic compositions compiled in Cancioneiro Geral (1516) by Garcia de Resende; there are, in fact, very few texts written by laywoman that we know of today that ended up being published. However, in this context, there are cases like D. Isabel de Bragança († 1576), who wrote Nottas aos Evangelhos que se lem nas Domingas Festas, e outros dias do anno, a book that his daughter D. Catarina, Duchess of Bragança, delivered, in 1633, to the inquisitor Manuel de Vale de Moura. Though he considered it worthy of publication, it never saw the light of the press (Machado, vol. II: 1966: 924; Vasconcelos, 1983: 113). Duarte Nunes de Leão, in Descrição do reino de Portugal (1610), dedicated a chapter to “Da habilidade das mulheres portuguesas para as letras e artes liberaes” (Leão, 2002: 303-305). Let us recall, as an example, the case of D. Leonor de Noronha, which Duarte Nunes de Leão revisits in his text. Born in 1488, D. Leonor de Noronha was the daughter of D. Fernando de Meneses, second marquis of Vila Real, and D. Maria Freire. D. Leonor translated from Latin to Portuguese the Coronica geral de Marco Antonio Cocio Sabelico Des ho começo do mundo ate nosso tempo (Frade, 2016: 141-155), dedicated to queen Catherine of Austria and published in Coimbra, in 1550; it was probably the fact that the work was placed under the aegis of the queen —who, as is well known, played a very important role in the framework of

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patronage, in the field of arts and letters, and of collecting (Fernandes, 2000: 403-418; Mendes, 2018: 19-41)—, which contributed, to a large extent, to it deserving the honor of the press. In this sense, it seems plausible to say that the court and, more specifically, the Royal House of Avis are configured as an important “agente”, with regard to the sponsorship or protection granted to certain works and their authors. Américo da Costa Ramalho writes, in the “Preface” to the second edition of the book A Infanta D. Maria de Portugal (1521-1577) (Ramalho, 1983: IX-X), the following: “Solteira, talvez por conveniências familiares, possivelmente até por motivos económicos, ou por não ter dote condigno com a sua alta condição, ou por não encontrar —como diz o povo— medida para o seu pé, D. Leonor entregou-se ao cultivo das letras” (Ramalho, 1983: IX-X). However, without attempting to question the relevance of these words by Américo da Costa Ramalho, it seems to us that, perhaps more than a family imposition, secular life and celibacy may have been an option of D. Leonor herself... In this sense, we can ask whether, for D. Leonor, the option for the way of marriage would not constitute an “obstacle” to evolve her forms of spirituality and, more specifically, her “secular” ideal of life... And the choice of this “existential model” also seems to have given her a certain freedom to dedicate herself to writing and, thus, give “às senhoras ilustres, & molheres nobres deste Reino raro exemplo” (Cardoso, 1652: 455). In any case, this attention given mainly to women “illustrious in letters”, is, in a way, curious, in the Portuguese context of the time, in that it finds no parallel in other works, such as Jardim de Portugal (1626), by Fr. Luís dos Anjos, which presents itself as a collection of “Lives” of Portuguese saints, blessed, venerables and women “illustrious in virtue”. But wouldn’t it be understandable if, in a work dedicated entirely and exclusively to the exaltation of “illustrious women”, examples of those who showed “valiant courage” in the exercise of letters were included? Most of the texts, especially those that are inscribed in the vein of spirituality and moral literature, seem to indicate a certain resistance, on the part of certain cultural sectors to consider women outside the doctrinal framework and marriage (Fernandes, 1999: 26). This would be related to the fact that, dedicating themselves to the exercise of letters, these women are deviating from duties and obligations traditionally connected with their sex, which, at the time, was viewed from the prism of

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the cloister or from marriage and motherhood. Moreover, as is well known, the moral and spiritual literature (Fernandes, 1995) was building a model of “perfect married” (León, 1583) —and “perfect religious woman” (Canto, 1615; Conde, 2014: 455-468), within the scope of the strategy of discipline imposed on all spheres of society in the context of the Counter-Reformation, which did not contemplate aspects related to the female exercise of letters. Keeping this framework in mind, it would be worthwhile to continue to inquire into the ways in which the education of these lay women took place —which will lead us to address other issues, such as, for example, the polarization around “transvestism” which the philosophical novel of the 18th century will continue to echo (Anastácio, 2006: 157-174; Santos, 2016: 93118), as well as the various issues polarized around private libraries and the access that these women had to the book. In any case, the few exemples of female lay authors in Portugal seem to be able to decline two “trends”: on the one hand, a certain —or, at least, apparent— modesty or fear of these ladies in publicizing their works through the printed register; on the other hand, a certain resistance, with regard to accessibility to the press by women: it was as if these ladies intending to assert themselves in a domain that was not traditionally connected with the female gender, anchored, to a large extent, in the absence of authority that characterizes female writing, during these centuries, ended up conditioning the production and circulation of texts, as it implied the need to obtain authorization or to seek legitimacy for the work, as highlighted by Nieves Baranda Leturio and M.ª Carmen Marín Pina (Baranda Leturio & Marín Pina, 2014: 13-14). This would be one of the reasons —considering this information to be reliable— that would lead women to write under a male pseudonym, as in the case of Agostinha Barbosa da Silva, who wrote Tractado de Architectura, and Arithmetica, printed in Castille, using the name Pedro de Albornoz (Azevedo, 1734: 81; Perim, 1736: 114). In any case, it seems to us that it will be enough to remember the dedication of the work Nueva Filosofia de la Naturaleza del Hõbre (1588) which Oliva Sabuco de Nantes Barrera addresses to King Philip II of Spain, in which, enacting a strategy of captatio benevolentiae, she exalts her work, placing it under the mantle of the monarch’s protection. In fact, this need to seek legitimacy for works of female authorship still seems to echo in the dedication that the printer

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Frutuoso Lourenço de Basto, in 1622, addresses to D. João Lobo, baron of Alvito: “Este liuro de Dona Oliua he forçado sair cobarde, pelo mao sucesso da segunda impressão em que o mandarão recolher: & por ser seu autor hũa molher; a quem, como fraca he mais natural o temor, particularmente em impresas semelhãtes; tam alheas de sua profissão, & a que tão poucas se atreuerão” (Sabuco, 1622: “dedicatória do impressor”). At the literary level, especially concerning the recognition of these women who distinguished themselves in letters —and the same will happen with women who distinguished themselves in arms— only the 18th century will clearly restore this dimension. In addition to issues related to the literary dimension, there is, in fact, the importance of this issue in the cultural framework: because, in fact, certain aspects that seem to configure some cases about which we will talk suggest the existence of complex networks of relationships, reflecting the existence of “clientelistic” logics, of bonds of friendship and solidarity of various kinds, supported by connections that, socially, “merge” in the process of circulation and dissemination of literary communication. It is within this framework that it will be pertinent to hear the (possible) place occupied by these authors in the context of the communication strategies of the Modern Age. 2. In 1620, João Rodrigues published, in Lisbon, the Livro de Nossa Senhora do Desterro by Francisco de Matos de Sá. The author was born in Freixo de Espada-à-Cinta, “as noble by birth, as distinguished in poetry” (Machado, 1966: 196). Diogo Barbosa Machado does not provide us, in fact, with much biographical data about this author; however, according to the Inquisitorial Trial of his son Felix Monteiro, accused of judaism, heresy and apostasy, Francisco Matos de Sá was “meio quarto de cristão-novo” (ANTT, Tribunal do Santo Ofício, Inquisição de Coimbra, proc. 4811). Dedicated to António Gomes da Mata, “correio-mor” of the Kingdom of Portugal, the work is part of a broad literary vein polarized around Marian devotion, in line with the times of the Counter-Reformation. In this specific case, the production of the work is part of a particular context, related to a miracle, operated by the intercession of the Virgin, who restored the health of Fr. Romano de S. Lourenço, religious of the monastery of S. Bernardo de Lisboa.

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The work is accompanied by several laudatory poems, included in the paratextual apparatus, by João Rebelo Veloso (in Spanish), Father Mestre Fr. Francisco Ortis, a Franciscan religious, Father António da Ressurreição Veiga, from the monastery of S. Elói and by D. Paula de Sá Pereira, who was the author’s sister. Here is the poem written by D. Paula de Sá Pereira: Se polla Virgem Maria Deixais famoso Matos Polinia, Clio, & Eratos, Castalia, Euterpe, & Talia, Sera vossa poesia Muito melhor que as demais E bem nella Irmão mostrais Que a Virgem de Palestina Vos dá essa Musa diuina, Para que della digais.

Trying to collect biographical data about this lady, we immediately resorted to the Bibliotheca Lusitana by Diogo Barbosa Machado. We found brief bio-bibliographic details of a woman called D. Paula de Sá (Machado, vol. III, 1966: 516), who, as far as we are allowed to perceive, was a laywoman: given her content, we can affirm that she is the same lady, whose memory is celebrated in Portugal Illustrado pelo sexo feminino. Noticia histórica de muitas Heroinas Portuguezas, que florecerão em virtudes, e letras, e armas, &c, (1734) by Diogo Manuel Aires de Azevedo. “Paula de Sá foi insigne na poesia, em que escrevem diversas obras que correm impressas, ainda que algumas debaixo de outro nome. Foi mui dada à escultura e o primor das suas obras inculca bem quão perita naquela arte. Falava diversos idiomas com tanta expedição como elegância. Decorou por sua curiosidade grande parte da História romana” (Azevedo, 1734: 86) and in the second volume of Theatro Heroino, Abecedario Historico, e Catalogo das Mulheres Illustres em Armas, Letras, Acçoens heroicas, e Artes liberaes (1740) by Damião de Frois Perim (Perim: 1740: 334). But are these authors referring to this D. Paula, author of the poem that accompanies the Livro de Nossa Senhora do Desterro? In fact, attempts to identify many of these authors will always be conditioned by the scarcity of documentary sources, often of a lacanic nature,

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as well as the difficulty in finding texts by these same ladies in libraries and archives. On the other hand, fluctuations in names, especially with regard to surnames, or people who have the same names, may cause problems of various kinds: it is well known that the mother of D. Bernarda Ferreira de Lacerda was also called Paula de Sá Pereira (Costa, 1789: 364-365)… This specific case seems to us, in fact, to decline a certain family solidarity, since the fact that the brother of D. Paula de Sá Pereira is the author of the work may function as a decisive aspect for the poetic composition to see the light of the press. On the other hand, the fact that we do not know, at least until today, of more texts whose authorship is attributed to this lady may, moreover, function as a tempting explanation to suggest that family ties were of central importance for the poetic work of D. Paula de Sá Pereira to see the light of the press. In turn, the work La Iffanta Coronada por El Rey Don Pedro, D. Ines de Castro by João Soares de Alarcão, would see the light of the press in Lisbon, in 1606. Configuring itself as a poem composed of six parts, this book, dedicated to D. Francisco Mascarenhas, first count of Santa Cruz (who was João Soares de Alarcão’s uncle), is accompanied by nine laudatory poems. Among this paratextual apparatus, we find two sonnets, in Spanish, whose author is “hũa illustre Senhora”. In the copy of this work, with the quota L. 2130-v., belonging to the National Library of Portugal, the following indication was added to this data, in handwritten form: “Dona Juana de Portugal”. Is this bibliographic information reliable? Is this D. Joana de Portugal the daughter of D. João de Portugal and D. Madalena de Vilhena, granddaughter of Francisco de Sousa Tavares, author of Livro de Doctrina Spiritual (Lisbon, 1564), married to D. Lopo de Almeida, chief mayor of Alcobaça? Was this D. Joana de Portugal a lady who devoted part of her time to letters? We were unable to locate sources or documents that would allow us to safely support this position, but Carlos Alberto Ferreira, in an article published in the in 1943 (Ferreira, 1943: 267), published a poetic composition by Francisco Rodrigues Lobo dedicated to this D. Joana of Portugal (part of manuscript 49-X-14 conserved by the Ajuda Library), which seems to reflect the existence of bonds of friendship and solidarity between D. Joana de Portugal and Francisco Rodrigues Lobo. In this sense, it seems legitimate to question whether D. Joana de Portugal would “move” within this framework guided

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by the cultivation of letters or, at least, literary sociability, but, above all, why did she not reveal herself as the author of the poem? In the codex with the quota A.T./L. 327, belonging to the National Library of Portugal, we find five poems, four in Spanish and one in Portuguese, three in the same letter and two in a different letter, without identification of authorship. In the last folio of the manuscript, we find the following notes: “Ao sor. francisco rodrigues lobo que deos guarde em Leiria”; “A senora. dona Joana de portugal que deos guarde em a uila dalmada em caza da Sra. dona madalena de uilhena”. These notes do not, in effect, allow us to establish precisely who the author(s) of the poems in question would have been. In any case, it seems to us that this D. Joana de Portugal would be a figure linked to letters and circles of a literary nature, even though we cannot sustain with rigor that she has dedicated herself to written production. In 1689, Thezouro escondido: D. Brites Catherina de Abreu, seus colloquios amorozos com Deos; breve noticia de suas virtudes saw the light of the press, through the hand of D. Fernando da Cruz, under the name of Father António Lopes. D. Fernando da Cruz was D. Brites Catarina de Abreu’s uncle. The work is configured as a very rich (and practically unknown) compilation that brings together several texts and documents that allow us to (re) build the spiritual practices and dialogues that guided the life of that Portuguese matron, whose moral and religious behavior was always guided by the dimension of asceticism and the exercise of “heroic virtues”. In this sense, Thezouro escondido includes several texts written by D. Brites Catarina de Abreu: for example, it will be worth mentioning her “loving” conversations with Christ and the letters she addressed to her confessor, as they give us an account of her facet of “writer”. However, the publication of the work raises new questions: if the uncle had not, as far as it seems to us, made efforts, would the work have seen the light of the press? Why was the work only published after the death of D. Brites? Was D. Brites herself who refused to print her texts? Not infrequently, the difficulty and complexity of attempts to identify authors conditions the arrival of safe results. Take for example the work Exemplar da constancia dos martyres em a vida do glorioso S. Torpes (Lisbon: by Miguel Manescal da Costa, 1746) by Estêvão Lis Velho. Among the laudatory poems that accompany this hagiography, there is a “romance”, whose

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author is D. Violante Joana Mascarenhas, and a poetic composition, with “mote e glosa”, by D. Flávia Domitília da Conceição Mascarenhas. Aiming to identify these two ladies, we resorted to bibliographic dictionaries and genealogies: however, we were unable to gather data to answer our questions. Are these ladies the authors of other texts? Were they lay or religious? Were they linked by kinship or friendship to the author? Was it this circumstance that facilitated the publication of these ladies’ compositions? It would be worth mentioning the case of D. Ârcangela Josefa de Sousa, daughter of Dr. António Carvalho de Sousa who “faleceu donzela de vinte e quatro anos e jaz sepultada no convento de Nossa Senhora do Carmo, de cuja venerável e esclarecida Ordem foi irmã III”. She “compos em 2 tomos de folha a vida de S. Catarina de Sena, obra mui douta e erudita” and “mais um tomo de quarto com o título de Regras para conservar a saúde, que”, according to Diogo Manuel Aires de Azevedo, “brevemente” will be printed. She also “traduziu do idioma castelhano no português grande parte das obras do famoso Luis de Gongora, ilustrando-as com notas” (Azevedo, 1734: 75-77). We can also recall the case of Inácia Xavier, who was born in Braga, “uma das mulheres mais sábias que floresceu nos seus tempos” and who “escreveu um tomo de Retorica com o título Arte de bem falar” and “compôs também um opúsculo, cuja matéria eram as antiguidades de Braga” (Azevedo, 1734: 9091). Why have your works never been printed? Would the fact that its author was a lay woman contribute to the fact that they did not deserve the honor of the press? Did D. Inácia lack support and solidarity networks? 3. In this brief study, we sought to draw attention to the contexts of production and the networks of solidarity and friendship that seem to have brought together some authors, highlighting the role that lay women will have played in this framework, throughout the Modern Age in Portugal. Although the texts written by some of these women have earned the honor of the press — despite the fact that, as we have shown, much of this literary work has declined in the form of laudatory poetry that accompanied other texts, it seems to us, in fact, that it didn’t deserve such a prominent profile and visibility, as in the case of female written production produced in monastic or conventual spaces. In this way, this context seems to reflect not only a certain resistance or reserve in looking at women outside the doctrinal and

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matrimonial framework, but also the prestige that insertion in religious life knows after the Council of Trent. As Zulmira C. Santos has already pointed out, “as dificuldades em encontrar textos nas diferentes bibliotecas e arquivos, públicos ou particulares, pode traduzir e dar a medida da marginalidade da escrita feminina, face àquela que vem definida pela tradição literária, pelo cânone ou pela ‘biblioteca’ por excelência” (Santos, 2015: 28). Therefore, in the face of this teasingly disturbing “emptiness”, there is an urgent need to continue research in this area, looking for other sources that allow data to be compared. In fact, it’s important to show how the history of literature and cultural history passed through the study of these dimensions, something that is not valued at all.

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“Déu me do scientia de parlar” Mediación y autoría femenina en las confesiones de Elisabet Cifre (1467-1542)* Helena Casas Perpinyà Universidad de Barcelona

Según María Zambrano (2001), la confesión es un género de crisis. No se hace necesaria cuando la vida y la verdad coinciden. Es por ello que la filósofa comprende que no se escribe por necesidades literarias, sino por la urgencia que la vida tiene de expresarse. En ello coinciden los escritos de muchas mujeres medievales, quienes decían escribir fruto de un deseo inminente, casi abrumador. La confesión como género literario prolifera en Occidente a principios del siglo xiii. La vita de la beguina Maria de Ognies,1 escrita por su confesor Jacques de Vitry en 1216, ha sido reconocida como parte del preludio que consolidó las bases de un modelo literario destinado a narrar las experiencias espirituales de las mujeres a través de sus palabras confesadas. Dicho género literario encontró su suerte a lo largo de la Baja Edad Media y durante el transcurso del siglo xvi. Las vidas de santas proliferaron especialmente en la Alta Edad Moderna, en lo que se ha reconocido como un proyecto literario común (Garí, 2001). Las diferencias existentes entre las llamadas vidas espirituales sugieren la necesidad de discernir entre la biografía, la autobiografía y la hagiografía. Este debate entre medievalistas y modernistas ha supuesto, * Este trabajo se ha beneficiado de las reuniones de investigación del proyecto del Ministerio RTI2018-101351-B-I00 Horizontes Culturales de la Relación Materna Libre. Arte, Literatura, Legislación y Pensamiento (siglos xvii-xxi) del Centro de Investigación de Mujeres Duoda de la Universidad de Barcelona. 1   Vita Maria Ogniaciensis Jacobus Vitriacum (1867), ed. D. Papebroec, Paris: AASS Junius 5, pp. 547-572.

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en algunos casos, la negación de la autoría femenina en provecho del protagonismo masculino. La mediación de las mujeres en la relación espiritual con sus confesores puede ser una llave para su discernimiento. Con este propósito propongo una lectura de las confesiones de Elisabet Cifre y de su narración de la experiencia divina mediante una relación de autoridad entre ella, su confesor y la Ciutat de Mallorca.

1. La mediación femenina de las beguinas La mediación femenina de la espiritualidad en la Baja Edad Media tiene su origen en la revolución simbólica protagonizada por mujeres durante el siglo xii. Una revolución simbólica tiene lugar cuando algo impensable se significa y quienes la llevan a cabo son portadoras de sentido original.2 Las beguinas lo fueron. Estas mujeres conformaron un movimiento femenino laico extendido por toda Europa. Entregaron su vida a la espiritualidad, sin entrar en el Derecho (masculino y patriarcal en origen)3 ni en una orden religiosa reglada por la Iglesia. Su revolución simbólica consistió en desplazarse del hombre como medida de la política para poner en el centro a Dios y significar ese sentido libre en sus modos de vida. Este desplazarse del patriarcado y del hombre como medida es lo que permitió a las beguinas situarse en el orden simbólico de la madre. El orden simbólico es la lengua materna, la que transmite la madre —o quien ocupe su lugar— y la que permite decir y hacer coincidir las palabras con las cosas, relación primera para comprender el sentido de la verdad. Las lenguas maternas no son vernáculas. Durante el Imperio romano se llamaban vernáculas a aquellas lenguas que hablaban los esclavos con el fin de diferenciarlas del latín (Rivera y Garretas, 2005). Las beguinas fueron las primeras en hablar de Dios en lengua materna, pues el latín era una lengua instrumental, propia del poder de la Iglesia, carente de vida para nombrar la verdad que albergaba en su experiencia interior. 2   Tomo prestada esta expresión de María Zambrano y el uso que le da María-Milagros Rivera y Garretas (2012). 3   Debo esta idea al pensamiento generado a raíz del proyecto, anteriormente mencionado, en el que se inscribe el presente artículo.

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Muy pronto estas mujeres se convirtieron en fuentes de autoridad para otras y otros, siendo maestras, consejeras y madres espirituales. El acceso de mujeres y hombres laicos al saber religioso se tradujo en una práctica renovada del ideal de pobreza mendicante y el modelo de vida apostólica (Soler, 1998: 3-26). Las formas de libre religiosidad se expandieron por todo Occidente con características comunes, aunque alejadas de una cuadratura definida, con la que el Concilio de Vienne de 1311 condenó a la hoguera a la beguina Marguerite Porete. En este contexto la presencia de beguinas, beatas y bones dones, neutralmente llamadas mulieres religiosae, entre otros muchos términos para nombrarlas, abunda en la documentación (Grundmann, 1995). En el Reino de Mallorca la documentación conocida atestigua tardíamente la presencia de beguinas, apareciendo estas en el siglo xiv. Mientras que en el resto de Occidente se empezaba a perseguir este libre modo de vida femenino, en la isla mallorquina proliferaba una rica espiritualidad de mujeres con una fuerte presencia en la vida política. Las beguinas mallorquinas, como el resto de beguinas en toda Europa, establecieron relaciones con otras mujeres, insiriéndose en complejos tejidos relacionales, especialmente en las ciudades. Es por ello que la historiografía feminista no solo habla de una feminización de la vida religiosa en este período, sino que ahonda en la dimensión política de dicho fenómeno (Graña, 2010). Las redes bajomedievales entre beguinas, monjas, burguesas y aristócratas fueron en Mallorca una importante fuente creadora de escuelas y cátedras lulianas. Las confesiones de la beguina mallorquina Elisabet Cifre se enmarcan en esta red femenina de relaciones espirituales y de maestría.

2. Elisabet Cifre, beguina de Mallorca Elisabet Cifre nació en Palma de Mallorca en el año 1467, en el seno de una familia acomodada proveniente de Pollença. Última de cinco hermanos, según parece Elisabet mostró una brillante y prematura inteligencia. Aunque sus padres le impusieron maestro, se dice que “de él tomó una solo lición” (Mut, 1655: 4). Ella misma afirma en confesión haber tenido “poca doctora”. Empero dice, así mismo, que cada día iba a la escuela y allí aprendía, a

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veces, aquello que antes desconocía. Como otras mujeres místicas y maestras del Bajo Medioevo, Elisabet comprendía que el mayor conocimiento es el saber divino y, en consecuencia, Dios era para ella el único maestro. Todo lo que sabe lo tiene por “esperientia”, por ser “streta en Deu” y, como dice, por “leer algún libro”: Lo que us dich he per esperientia, que jo, qui no so res, com me som streta en Déu e llixg algún llibre, veig tant la veritat que·m’és mostrada […] car no és major mestre que lo bon Señor e no és major scientia que aquella infusa per part sua. E si vos voleu tots los secrets de la scriptura entendreu, puix qualsevol cosa [que] jo age demanada m’és stada mostrada axí clar e més clar que si ho agués llegit. (fol. 108)

Según el Llibre de la Sacristia, “dita baguina comensà a fer penitencia en edat de vuyt anys”,4 por lo que podemos afirmar que Elisabet fue beguina a lo largo de toda su vida. Ella es el ejemplo de una de tantas beguinas con una alta formación en letras, mística en lengua materna, que decidió vivir su espiritualidad en soledad, aunque en relación con la ciudad donde habitaba. Su sabiduría y conocimiento del latín le permitieron ejercer como maestra de mujeres durante su juventud, otorgándole la enseñanza grandes alegrías y satisfacciones: “Pochs dies són que moltes dones no vinguen a mi per ésser instruïdes, e nostro Señor Déu me signifique, ans que vingueren, per la vinguda d’elles. E jo tentost som contenta perquè no m’empatxen los sagraments, e conech que lo que jo los dich los aprofite e ab bona intentio ho accepten” (fol. 26). En el año 1510, Elisabet fundó una escuela para niñas, la Casa de la Criança, nombre escogido en recuerdo de la enseñanza que recibió la Virgen María en el Templo de Salomón. Es evidente entonces que, a pesar de su deseo de recogimiento y contemplación, Elisabet se mantuvo en constante relación con las redes religiosas, culturales y políticas de la Ciutat. Las confesiones de Elisabet representan la fuente más rica e importante al respecto de la vida de esta beguina. El manuscrito original, que lleva por título Vida y Revelations de Sor Helizabeth Cifra, data de 1483 y se encuen  Archivo de la Catedral de Mallorca, Llibre de la Sacristia, 1542, f. 41.

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tra en la Biblioteca del Palau Vivot de Palma de Mallorca.5 A pesar de la insuficiente pero existente bibliografía que se ha ocupado de esta mujer, la atención al contenido del manuscrito ha sido escasa o prácticamente nula. No por casualidad aparece citado como “casi desaparecido” en 1975 (Llompart, 1975). Me remito en este punto a la biografía de Elisabet escrita por el cronista mallorquín Vicente Mut en 1655, así como al estudio de Gabriel Mateu Mairata de 1986, carente de notas y referencias de archivo. De otro modo, cabe mencionar la documentación transcrita y publicada por Estanislau Kotska Aguiló (1895a, 1895b) en el Bolletí de la Societat Arqueològica Lul·liana, referente a la beguina, aunque desprovista de contexto. Las referencias de archivo son también incompletas en el texto de Gabriel Llompart (1975). Tan solo Maria Barceló Crespí (2005) y el estudio de Elena Botinas, Julia Cabaleiro y Maria dels Àngels Duran (2002) se han ocupado de esta beguina de forma rigurosa, aunque sin intención de ahondar en ella con particular profundidad.6 Las confesiones de Elisabet permanecen en la sombra de la historiografía clásica, consideradas como una biografía cercana a la hagiografía. En el peor de los casos, la autoría femenina de estas confesiones a dos voces resulta un hecho impensable.

3. La autoría y las voces en las confesiones de Elisabet Cifre Gabriel Mora, confesor de Elisabet, inició la transcripción de sus confesiones en 1483, cuando ella tenía dieciséis años, y terminó en torno al año 1500. En consecuencia, estamos ante unas confesiones que nos permiten trazar un recorrido vital, espiritual y místico, pues este texto es el único que contiene datos sobre la vida cotidiana de Elisabet. A pesar de ello, es importante señalar que no se trata de una biografía tal y como algunos han sugerido (Llompart, 1975: 5), sino de una narración de sus visiones, profecías y éxtasis. Las confesiones terminan en vida de la begui  La transcripción y edición crítica de este manuscrito forma parte de mi tesis doctoral.   Así mismo, cabe mencionar el estudio dedicado a la Casa de la Criança, fundado por Elisabet Cifre de Cruz y Bordoy (2005: 299-312). 5 6

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na y ni siquiera se refieren a la fundación de la Casa de la Criança y a su tarea como directora de la misma. Además, cabe mencionar que estas confesiones sugieren un desorden literario, en lo que parece un relato repentino, fruto de una primera reproducción de las palabras de Elisabet, en diálogo con su confesor durante años. Sería entonces pertinente sopesar la idea de que este manuscrito pudiera recoger un primer esbozo que nunca llegó a ser finalmente estructurado y publicado para su difusión. Dicha hipótesis respondería a la ausencia de copias modernas del manuscrito, ninguna conocida hasta ahora.7 El texto se inicia con las palabras de Gabriel Mora, remitiéndose a la necesidad de recoger las maravillas dichas en la confesión de Elisabet. La memoria no basta para retener la experiencia espiritual y el texto actúa como una ayuda al recuerdo. Así lo hizo Ángela de Foligno con su Memoriale, con la intención de que sus visiones permanecieran ad eternum a través de la escritura. Tal y como apunta Pablo García Acosta (2014: 11), citando así mismo a Thier-Calufetti, Gertrude de Hefta poseía un libro con un título parecido: Memoriale abundantia divina suavitatis. La estructura del texto es algo confusa, pues las voces de confesor y beguina se entremezclan. Sin embargo, es cierto que la voz de Elisabet es la protagonista, ya que en el relato de sus visiones y profecías ella ejerce de maestra y consejera de su propio confesor, quien, finalmente, declara ser su discípulo: “E un dia me dix tantes coses meravelloses, que·m donà de parer llegir aquell perlar de l’Apòstol Sant Pau: vidi archana Dei que non licit homini loqui, jo he pregat al Señor, que ella cada dia m’enseñàs algunes coses de les divines y que·m tingués com a dexeble. E lo Señor piadós e misericordiós m’ha oit […]” (fol. 142). Gabriel Mora aparece como una voz que sirve, constantemente, para dar pie al recuerdo o para otorgar permanencia a unas palabras dichas en presencia de la beguina. Las dos voces, pues, se transforman en un diálogo que da lugar, a su vez, a largos monólogos de Elisabet. Si bien jamás se ha cuestionado la autoría masculina de estas confesiones, la fuerza de la voz de Elisabet Cifre sugiere un texto hablado, es decir, citado. No hay guion ni rastros de 7   En 1944 Antoni Thomàs y Jaume Capó hicieron una copia del manuscrito (perdida) y una fotocopia de la misma se encuentra en la Biblioteca de la Fundación Bartolomé March de Palma de Mallorca.

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influencias de los exempla medievales en su estructura que pueda recordarnos a los manuales de confesores. Cabe destacar que un fragmento del texto encaja con una clarísima excusatio non petitia, muy habitual en los escritos de mujeres medievales, quienes, precavidas, se disculpan ante el mundo —aunque no ante Dios— por su escritura, conscientes de su grandeza: Un dia jo fuy molt trist, perçò com, o que ho sabés per sperit de professia, o persabuda d’altres, ella me disse que yo feya un llibre de la seva vida. De la qual cosa ella era molt congoxuda, pensant que posia fer llibre, com nos trobasen en ella sinó peccats. Y axí jo proposi en mi matex de no scriure més per no anujarla. No puch callar, encare que hagués proposat de no scriure, car veig en ella lo sperit de profesia. [...] E diu que moltes vegades veu y sent que fan los absens com si fos present. (fol. 22)

En este caso, es el mismo confesor quien se atribuye la necesidad de poner por escrito lo que la beguina dice, algo que causa en ella sufrimiento, pero que, finalmente, permite, pues ella lo siente y lo ve todo. Ambas voces se justifican. Elisabet insiste, casi incesantemente, en el origen divino de sus visiones, profecías y palabras, que, del mismo modo, le urge expresar (fol. 69). Reconocer en el texto la autoría de Elisabet supone reconocer, así mismo, la autoridad femenina que sí vieron en ella sus coetáneas, mujeres y hombres. Así como Hildegarda de Bingen pidió consejo a Bernat de Claravall, Elisabet Cifre acude al maestro Bartomeu Caldentey,8 quien también reconoció el origen divino de sus visiones. La atribución femenina del deseo de escribir a una voluntad divina es unánime en las místicas medievales, pues su medida es Dios y no el hombre (Rivera y Garretas, 2012). Algo diferente acaece con la atribución de este deseo femenino a la petición de un confesor hombre. Este fue el caso de la mallorquina Ana María del Santísimo Sacramento, quien escribió un comentario místico de la obra luliana Amic e Amat,9 según cuenta, por deseo de su confesor (Planas, 2017). Aunque es probable que así fuera, se trata de un indicio de cambio en la política sexual. No hay que olvidar que la querella 8  Bartomeu Caldentey (1477-1500) fue un destacado clérigo humanista mallorquín, maestro en la Seu de Artes y Teología, discípulo de Pere Daguí. 9   La edición que he seguido es la de Llull, 2016.

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de las mujeres, una empresa política de creación de opinión sobre política sexual,10 seguía más viva que nunca con el auge de la literatura humanista. Otro caso más curioso es el de la beguina de Perpignan Ana Domenge y el de su compañera Petronila o Peronella Piereç. Ambas escribieron la vida de Ana Domenge en diálogo con un falso confesor.11 En este sentido, Rex Barnes (2011) argumenta que los confesores de mujeres pretenden realzar el poder de su masculinidad mediante las experiencias místicas de ellas. Por su lado, Coakley (1991) considera que este género literario nos habla del significado religioso que tiene para los confesores la experiencia espiritual femenina. Si bien es cierto que la Iglesia pretende, en un momento dado, el control de la espiritualidad laica mediante la institucionalización de la confesión, declarado sacramento obligatorio en 1215 en el Concilio de Letrán, la libertad femenina excede a dicho control masculino. El derecho que institucionaliza la confesión no crea un espacio original de encuentro entre las mujeres y Dios, sino que pretende mediar algo que ya existía fruto del deseo y de la política de aquellas. Desde el siglo iv, cuando Macrina la Joven fundó el monacato, las mujeres medievales fueron mediadoras de la palabra divina a través de la libre espiritualidad. Libre del derecho y más allá de lo social (Rivera y Garretas, 2005), esquivando los mandatos del contrato sexual (Pateman, 1988) con la castidad con o sin voto, situándose en sus genealogías femeninas y estableciendo relaciones entre mujeres basadas en la autoridad de la madre.

4. El contenido de las confesiones La autoría y la autoridad de Elisabet (dos palabras que provienen de la misma raíz latina augere, que significa aumentar) surgen de la experiencia y de la relación con la alteridad (Diotima, 1995). Así lo dice ella en repetidas ocasiones y lo relata en sus confesiones, por medio de su despertar espiritual,

  Debo esta idea y definición a María-Milagros Rivera y Garretas.   Autobiografia de Sor Anna Domenge, Ms. 1038, Biblioteca de Reserva de la Universidad de Barcelona. 10 11

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su promesa libre de virginidad y la experimentación del éxtasis y los dones de la sanación y la profecía.

4.1. El despertar espiritual y el embarazo místico En sus confesiones Elisabet relata una primera y fundacional unión divina. Esta supone el desposarse simbólico con Dios y la preservación de su virginidad, situándose así al margen del régimen patriarcal de significado y del contrato sexual, pues decide vetar el acceso de los hombres a su cuerpo. Esta unión es característica de la mística nupcial. Elisabet experimenta un largo período de nueve meses de meditación, que es la alegoría de un embarazo místico, la gestación que da vida a algo nuevo en su ser. Rogando en sus plegarias la unión con Dios, empieza a rezar mil Ave Marías el día de la Anunciación hasta el día de la Natividad, cuando Jesucristo le hace entrega del anillo, símbolo de la sagrada unión. Cabe recordar que también Catalina de Siena recibió de Dios un anillo con piedras preciosas (capítulo XI, 50): La nit de la Verge Maria de març comensà a dir mil Ave Maries y durà fins a la Nativitat del Señor, demanant a Déu y a la Verge Maria que dins aquells nou mesos ella tingués espòs; lo qual espòs no fos ni mercader, ni cavaller, ni procurador reyal, más que fos Rey. E venint la festa de la Nativitat del Señor en dimecres ella oy una veu dient-lo que votàs virginitat a nostro Señor Jesucrist y seguí la sua petitio […]. Pare, molt so alegre d’una cosa, que·m és stat donat l’anell per Jesucrist lo meu espós […] (fol. 9)

Si bien Elisabet no sufre cambios físicos, como sí lo hacen otras místicas, el embarazo es un símbolo de la relación materna con la divinidad. Recuerda la inmaculada concepción, sin injerencia masculina. El período de meditación de nueve meses no es tan solo una experiencia de gestación, sino que también es una referencia a la genealogía femenina de Cristo. En una de sus visiones, Elisabet ve al infante Jesús sentado en la comedora, en un recuerdo de la niñez de Cristo y de la maternidad de María, como fuerza portadora de vida y sentir. Así lo reconoce Elisabet cuando dice que hay que

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ofrecerle a María los bienes del alma, del cuerpo y de las cosas temporales (fol. 135). En reiteradas ocasiones Elisabet habla de la Virgen como tabernáculo de Dios (fol. 36), hija de su madre Ana, a quien también incluye en dicha genealogía, y mediadora de los hombres y mujeres con la divinidad. Este es el Dios madre que Caroline Walker Bynum (1982) identificó a partir del siglo xii.

4.2. El éxtasis y el cuerpo Desde los inicios de su vida espiritual, Elisabet Cifre experimenta su relación con la divinidad a través de visiones “a vista clara” y estados de éxtasis que la beguina diferencia de los sueños. Son visiones que Elisabet percibe por medio de los sentidos de la vista y del oído. La devoción visionaria y somática de Elisabet se insiere en una tradición medieval de mujeres místicas que elevaron su cuerpo como una vía de acceso a lo divino. Al igual que otras místicas, tales como Hildegarda de Bingen, Juliana de Norwich o, la también mallorquina, Ana María del Santísimo Sacramento, Elisabet sufría dolores causados por su tendencia a enfermar (Petroff, 1986: 37-44). En este sentido, la asociación de la sensibilidad espiritual con la enfermedad y el tormento se traduce en Elisabet en una predilección por la cristología y el imaginario corporal de la pasión de Cristo. La beguina mallorquina ejercitaba su penitencia corporal durmiendo sobre el suelo, llevando un cilicio en la cintura y, en ocasiones, una cadena. Hacía largos períodos de abstinencia, ayunando tres cuaresmas al año y todos los lunes, martes, viernes y sábados. El deseo de ayuno de Elisabet y su devoción por comulgar, prácticamente todos los días, siendo la eucaristía el único alimento capaz de ingerir, podría relacionarse con lo que Rudolph M. Bell (1985) llamó “anorexia santa”. Aun así, la hipótesis de Bell supone la negación del propio cuerpo femenino, pues el ayuno sería un modo de lidiar con el pecado original que anidaría en el interior de las mujeres. En cambio, Elisabet Cifre afirma que su redención puede suponer la salvación de otros, como afirmó la leprosa Alice de Schaerbeke cuando dijo que su enfermedad podía ser ofrecida como redención de un vecino (Walker Bynum, 1982 121):

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Pare, jo som esperimentada que lo cos de Jesucrist me dona molta força spiritual e corporal, que algunes vegades los matins me sent flaca, que convendria que menjàs sinó combregave, e aprés so per star fins a mig jorn sens temor. E conech [que] lo cos ha rebudes forçes e rest plena. (fol. 74)

Sin olvidar que las mujeres medievales eran las proveedoras de alimento del grupo, cuidadoras de los cuerpos y de las almas, esta relación con el ayuno y la redención colectiva sugiere un círculo de renovación de la vida que tal vez pueda ser inserida en la relación materna con la divinidad. Elisabet alimenta su alma mediante la comunión en una mediación entre la divinidad y los otros. De un modo similar Elisabet ejerce de mediadora a través de revivir en su cuerpo la pasión de Cristo, en lo que la historiografía medieval ha llamado “la práctica del presente devocional” (Bestul, 1996). La presencia real de Cristo en sus visiones y el sentir corporal de sus tormentos en la propia carne son aspectos recurrentes y característicos de las visiones sensoriales de Elisabet. En los rezos y las meditaciones la beguina mallorquina aconseja adentrarse en una de las cinco nafras de Cristo, arroparse allí, comer y dormir: Notau, Pare, que cascún die deveu recorre les nafres de Jescurist, no sols una vegada, sinó moltes. E a cascuna nafre pensi demenar algune cose justa, […] E a la darrera nafra, que·s le del costat, aturar-se aquí y entrar-hi, car la porta en restada uberta. E aquí reposar, dormir, menjar e beure, e fer oratio e llegir. E notau que assó és lo llibre en lo qual jo he llegit les coses que dich, e si no hi volem entrar és culpa nostra, car puix és uberta, entrar podem tots. E com heureu posat de la font de les nafres de Jesucrist ayuga, donant-la a aquells qui no·n tenen, a vos no·us mancarà. (fol. 47)

En sus visiones Elisabet habita el cuerpo de Jesucristo, haciendo hincapié en el carácter esencial de la corporalidad como expresión y vivencia de la experiencia mística, pues cuerpo y alma son indivisibles, como es indivisible el saber de la divinidad. La imagen del cuerpo de Cristo en su crucifixión y flagelación aparecen repetidamente en las visiones de Elisabet. En ellas la sangre abunda como alegoría de la misma purificación, lo que Sergi Sancho ha llamado la naturaleza purgadora de la sangre de Cristo (Sancho, 2018: 77). En su estudio San-

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cho analiza cómo la sangre actúa como fons vitae en la mística de Marguerite d’Oingt. De un modo parecido, el “raig de sang” que ve constantemente Elisabet es el símbolo de la eucaristía, el habitar el cuerpo de Cristo y conseguir la regeneración de la vida. Junto a la sangre aparece el agua, con una clara referencia al evangelio de Juan.12 El agua aparece aquí, de nuevo, como una alegoría de lo líquido, la fuente de lágrimas de Elisabet que purifica, con la sangre, el cuerpo y alma de la beguina, aunque también el de los otros: “[…] per aquella abundantia de suor de sanch y aygua, axint del seu cos, que jo pusque abundar de aygua als ulls per compassió de la passió sua, e per los meus peccats, perque us dich, Pare, que com jo vull plorar, dient aquest Pare nostro tentost abunt en llàgrimes” (fol. 47).

4.3. Las profecías Las profecías son también otro fruto de las visiones de Elisabet, juntamente con el don de la sanación. Si bien no me es posible aquí ahondar en ellas, sí se me permite ordenarlas y esbozar una línea temporal que ayude a la comprensión del texto y a su contextualización. Su primera visión tiene que ver con la predicción de una gran desgracia acaecida en la isla de Mallorca. Ella ve el “morbo”, es decir, la peste, una epidemia que castigó la isla de Mallorca en repetidas ocasiones en la segunda mitad del siglo xv y también a lo largo del siglo xvi. Es posible que esta se refiera a la peste de 1493 (fol. 40-41). En otra profecía Elisabet ve naves extranjeras llegando a Mallorca con la intención de destrozar la Ciutat. El don de la sanación es descrito como una fuerza mediadora de Elisabet entre la vida y la muerte. En sus confesiones la beguina mallorquina cura con sus manos los ojos de su sobrina pequeña y los de su hermana y ella misma reconoce recibir mujeres que acudían a ella para sanar sus dolencias (fol. 115). Elisabet percibe la muerte venidera de una monja jerónima el 20 de agosto de 1500, de nombre Miquela, a quien acudió para acompañarla en el 12   Juan 19, 34: “Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua”.

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tránsito hacia la vida celestial. Es más que probable que se trate de sor Miquela Mairata.13 Así mismo, asiste en su mente a la muerte de su maestro Caldentey, quien sabemos que murió en 1500. Cabe destacar el papel de Elisabet como acompañante de las almas que abandonan la vida terrenal, una práctica habitual de otras beguinas en la Europa medieval. Elisabet relata la aparición de su cuñado Avella en una de sus visiones el domingo 16 de octubre de 1491. En dicha visión su cuñado era degollado y, el mismo día, sobre las cuatro de la madrugada su cuñado murió. Días después volviose a aparecer Avella en su pasaje por el purgatorio y Elisabet le ayudó a encontrar el camino. Poco después la beguina vio la muerte venidera del hijo neonato de su hermana, viuda del dicho Avella. El niño murió durante la noche. El 25 de abril de 1494 murió la madre de Elisabet. Fue una muerte por enfermedad que ella previó de pequeña, quince años antes, y volvió a prever con tres días de antelación. La misma noche en que su madre murió, Elisabet vio a su hermano Joan , quien fue monje franciscano y murió en Pollença el 12 de abril del mismo año, vagando por el purgatorio. Tanto las profecías como las sanaciones de Elisabet tienen una estrecha relación con el purgatorio. En sus confesiones la beguina describe seis modos de lágrimas que ella derrama por las almas que vagan por él. Estas lágrimas de Elisabet son muy parecidas a las lágrimas de Matilde de Magdeburgo y a su preocupación por las almas perdidas en el purgatorio (Botinas, Cabaleiro, Duran, 2002: 99). El llamado “don de las lágrimas” está muy presente en la mística femenina medieval, siendo identificado con un bautismo purificador de las almas (Piroska, 2000).

5. Conclusiones Elisabet murió el 1 de mayo de 1542. En vida hizo donación de todos sus bienes a la Casa de la Criança, institución de enseñanza femenina a la que 13   Archivo del Monastir de Santa Elisabet de Palma de Mallorca, Documentació personal, P. S. 39.4.

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dedicó sus últimos treinta años. Tras la fundación en 1485 del monasterio de jerónimas de Santa Elisabet, en Palma de Mallorca, sus fundadoras, Maria Ana Busquets, Violant Dameto y Margarita de Sant Joan, invitaron a Elisabet a unirse a su orden. La beguina rechazó su oferta, pues, según cuenta en sus confesiones, Dios le tenía reservado un mejor servicio fuera de los muros del monasterio. Tal y como hizo la beguina María García de Toledo, quien también rechazó su ingreso en las jerónimas, Elisabet siguió con su vida de beguina (fol. 93). El tejido relacional de Elisabet, con mujeres y hombres es un hecho evidente. Su tarea como maestra de mujeres, consejera espiritual, sanadora y acompañante en el tránsito hacia la muerte, así como sus relaciones con clérigos humanistas y lulistas de la Ciutat de Palma, evidencian su papel como mediadora en los asuntos de la política y del alma. La mediación de Elisabet es una práctica política históricamente ejercida por mujeres a través de la autoridad femenina (Buttarelli, 2013). Las confesiones de esta beguina están mediadas por la autoridad que en ella se reconoce. A través de su lengua materna, Elisabet relata sus visiones, con un especial hincapié en el imaginario de la pasión de Cristo. La imitatio christi de Elisabet congrega una larga lista de prácticas devocionales experimentadas en su cuerpo y alma, con la intención de habitar a Dios a través de lo sensorial. Acercarse a Cristo a través de revivir la pasión es, según Elisabet, la única manera de conseguir la redención; la suya y la de los otros. Es así como la pasión de Cristo es considerada como una dolorosa experiencia, una gestación que da la luz y vida a un mundo nuevo y redimido. Bibliografía Barceló Crespí, Maria (2005): “Beguines i beates mallorquines en els anys de la tardor medieval”, en Bolletí de la Societat Arqueològica Lul·liana 61, pp. 39-56. Barnes, Rex (2011): “Negotiating masculinities with the beguines”, en Journal of Religion & Culture 22, pp. 16-32. Bell, Rudolph M. (1985): Holy Anorexia, Chicago: University of Chicago Press. Bestul, Thomas (1996): Texts of the Passion: Latin Devotional Literature and Medieval Society, Pennsylvania: University of Pennsylvania Press. Botinas, Elena, Cabaleiro, Julia, Duran, Maria dels Àngels (2002): Les beguines. La raó il·luminada per amor, Barcelona: Abadia de Montserrat.

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“Solemnizar con alegría”: las fiestas en las fundaciones teresianas Larissa de Macedo Raymundo Universidad de Salamanca

Durante el Concilio de Trento, las comunidades claustrales femeninas buscaron volver a la esencia de pureza de sus reglas (Pérez Baltasar, 1998: 130). En este contexto, Teresa de Jesús trató de instituir en sus fundaciones las reglas primitivas del Carmelo, pues era un modo de “imitar a Jesucristo y vivir el Evangelio” (Torres Sánchez, 1991: 24). Reducir el número de monjas en los claustros, seguir los pilares de “pobreza, castidad y obediencia” (Pérez Baltasar, 1998: 130), especificar la orden y celebraciones litúrgicas, los oficios y la jerarquía carmelita, así como la formación y la educación de las monjas se puede constar en las Constituciones teresianas. Asimismo, […] un buen número de mujeres instruidas en la lecto-escritura durante su infancia pudieron profundizar sus conocimientos en la clausura; más teniendo en cuenta que el conocimiento de la lectura era, sobre todo después del Concilio de Trento, un requisito indispensable de ingreso en los claustros como monja de velo negro y coro. De ello dependía que pudiesen seguir a la perfección el Oficio Divino y pudiesen leer e interiorizar las lecturas normativas adquiridas colectivamente en el noviciado, refectorio o salas de labor, como la Regla y constituciones, u otros documentos que pautaban la vida en la institución, tales como costumbrarios o libros de coro y, finalmente, las lecciones edificantes contenidas en hagiografías, catequesis o los propios tratados didácticos […]. (Zaragoza Gómez, 2018: 475)

Por lo tanto, en todo se seguía el guion de la Reforma católica. En el caso específico de las festividades conventuales, estas seguían lo que el concilio trentino instituyó, esto es, la “festividad debía celebrarse con

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grandes procesiones de fe, danzas y representaciones de autos que permitiesen divulgar la interpretación doctrinal de este sacramento” (García García, apud Vinatea Recoba, 2013: 459). Pese a que era muy restrictiva y rigurosa la clausura, las monjas no estaban ajenas al contexto histórico y social de su época, una vez que “no cortó la comunicación con el exterior ni mucho menos. Las monjas […] participan de las corrientes estéticas de su tiempo, de sus debates y ansiedades, inmersas en el mundo civil vivo que las rodea, próximo o lejano” (Baranda Leturio, 2013: 170) y pudieron adaptar tales festividades al estilo monástico interno. Sin embargo, antes de abordar el estudio de sus fiestas es importante que recordemos la influencia teresiana en sus fundaciones en lo referente a educación literaria y litúrgica. La educación que Teresa de Jesús tuvo durante su vida fue mucho más que solamente aprender quehaceres caseros. Como bien sabemos, en la sociedad patriarcal de entonces, salvo algunas excepciones, las mujeres tenían pocos derechos y muchos deberes. El acceso a la educación se impartía de manera superficial y se limitaba a que un grupo reducido de mujeres aprendiese a leer, escribir, unas matemáticas básicas, además de trabajos manuales; al margen de esto, el conocimiento de las mujeres se restringía a los quehaceres de la casa: Su formación [de la mujer] se reduce a leer, escribir y a las operaciones matemáticas elementales, a la doctrina religiosa en familia e iglesia, a los trabajos manuales, y a otras parecidas destrezas femeninas… Como esposa y madre los ideales son: recogimiento hogareño, modestia sencilla, y profundidad religiosa… Ordena su vida según el modelo de “La perfecta casada” de Fray Luis de León, que es el manual de formación ordinario… De la mujer como madre es algo de lo que no se habla fuera de casa… La mujer y la hija son los tesoros que honran a padre y hermanos, por lo que serán fuertemente protegidas, y en caso de necesidad o duda, cruelmente vengadas. Tarea del padre es buscar esposo a la hija. (Ludwing Pfandl, apud Dobhan, 1984: 125)1

1   Véanse también Zaragoza Gómez (2018: 469): “En la edad moderna fue el hogar el campo de batalla para las mujeres, donde se pretendía también modelar a las niñas por medio de una educación religiosa y doméstica, y apoyada fundamentalmente en la vía oral. Esta se basaba en la transmisión de saberes prácticos y morales por grupos familiares femeninos o por

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En el caso de la santa abulense, tuvo una instrucción religiosa por parte de sus padres, además de aprender a leer y a escribir —Teresa describe en el capítulo primero de su Vida que su padre tenía “buenos libros” en romance para que toda la familia pudiera leer—. El gusto por las lecturas santas y profanas (como las de caballerías de su madre) ayudó a Teresa a absorber una gran cultura literaria.2 Asimismo, vivió en un contexto donde las prácticas y manifestaciones de la religiosidad popular se oficializaron en la liturgia de la iglesia, pues era “la forma de manifestar el pueblo cristiano sus creencias y sus vivencias de lo sagrado, en expresiones concretas y conexas con la cultura” (Llamas, 2002: 533). Creando esta conexión entre lo popular y lo elitista,3 santa Teresa deja una herencia en la celebración litúrgica en sus conventos reformados. Por lo reducido de la comunidad —entre trece y veintiún monjas en cada claustro—, se optó por dar más atención a las solemnidades de los domingos y a las fiestas litúrgicas. Además, Teresa de Jesús trataba la lectio divina como algo expresamente importante en sus fundaciones, principalmente durante las horas de las lecturas comunitarias, incluyendo en ellas la lengua romance. La lectura glosada como forma de oración era “en parte, tan necesario […] para el alma, como el comer para el cuerpo” (Teresa de Jesús, 1979b: 636, n. 13). La Santa también prescribía una biblioteca comunitaria para cada convento, donde “[t]enga cuenta la priora con que haya buenos libros, en especial Cartujanos, Flos Sanctorum, Contemptus mundi, Oratorio de religiosos, los de fray Luis de Granada y del padre fray Pedro de Alcántara” (Teresa de Jesús, 1979b: 636, n. 13).4 Toda la atención especial a la celebración de Teresa de Jesús tenía un objetivo muy bien definido: la participación directa de las monjas. La ordenación de la vida del Carmelo Descalzo en torno a la liturgia no era producto de tutoras o maestras de labores”. Para una visión más general sobre la educación y formación monacal, ver Schlotheuber (2014). 2  Sobre ello encontramos muchos estudios, pero aquí destacamos el de García de la Concha (1978: 47-90). Sobre la relación entre algunas corrientes culturales del Renacimiento y la obra teresiana, cogemos un ejemplo de Piñedo Valverde (2009: 25). 3   Lo que Llamas (2002: 533) tilda de “elitista” es una religiosidad centrada en la práctica de la oración mental, elevando la experiencia mística. 4   Véanse también Crosas López (2006).

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una simple imposición jurídica, esto es, se trataba de un ingrediente vital de la comunidad de las monjas, aunque hubiera como “barrera el latín y la prolijidad y monotonía del oficio” (Castillero Cervera, 2002: 414). En ese caso, Teresa de Jesús incentivaba vivamente a sus hermanas con una liturgia participativa y a la vez festiva. Según el testimonio de Ana de Jesús, durante las fiestas de Navidad santa Teresa cantaba en los maitines el Evangelio de San Lucas y “en estas fiestas hacía muchos regocijos y componía algunas letras en cantarcicos a propósito de ellas y nos los hacía hacer y solemnizar con alegría” (apud Castillero Cervera, 2002: 415). Siendo así, podemos afirmar que las Constituciones de Teresa de Jesús también fueron un hilo conductor para establecer la práctica de las fiestas en los Carmelos. No obstante, tales prácticas no estaban restringidas tan solo a espacios reservados para este fin, en este caso, los monasterios femeninos. La santa andariega aprovechaba cualquier ocasión para celebrar y recrear, sea en las fundaciones, en el camino hacia un convento o en un viaje. Aquí presentamos un testimonio de María de San José sobre ello: “Guardaba silencio y tenía oración, y todas sus compañeras como si estuvieran en los conventos; y cuando podía, por librarse del ruido e inquietud de las posadas, se quedaba en el campo, y debajo de peñas ordenaba y componía altares y mandaba que sus religiosas cantasen Vísperas y Completas” (apud Bernaldo de Quirós, 2002a: 108-109). Abundan los testimonios que describen la actitud de Teresa de Jesús frente a las celebraciones. En sus epistolarios, la madre fundadora siempre pide “coplas”, “villancicos” y toda especie de composición de sus monjas: festivas, acontecimientos caseros, litúrgicos o simplemente para un “descanso sabroso”. Ella también compartía esas composiciones con otras personas fuera del círculo claustral, como las que remitió a su hermano Lorenzo: “Gran fiesta tuvimos ayer en el Nombre de Jesús […]. No sé qué le envíe por tantas (mercedes) como me hace, si no es esos villancicos que hice yo, que me mandó el confesor las regocijase, y he estado estas noches con ellas y no supe cómo sino así. Tienen graciosas tonadas, si la acertase Francisquito, para cantar. Mire si ando bien aprovechada” (Teresa de Jesús, 1979c: 837, n. 23). Además de incentivar a la composición de textos entre las religiosas carmelitas, Teresa de Jesús quería que las celebraciones fueran también acompañadas de música, al son de unos instrumentos, como castañuelas, pande-

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ros, sonajas, que abundaban en los Carmelos —en los villancicos algunos de estos instrumentos son presentados como “instrumentos pastoriles” (Bejarano Pellicer, 2018: 302)—. Incluso encontramos algunos descritos en varios cancioneros carmelitanos, que trataremos y de los que daremos ejemplos a lo largo de este trabajo. Se tocaban en Ávila (Encarnación y San José), Valladolid, Toledo y Palencia, por ejemplo (Bernaldo de Quirós, 2002b: 475). Había muchos tratados teóricos de músicas en las órdenes conventuales, en los cuales las religiosas interaccionaban con las tratadísticas musicales del siglo xvii, bien como las relaciones existentes entre los conventos y autores teóricos. Es el caso de D. Juan de Espina Velasco con la capilla musical del Real Convento de San Clemente, en Sevilla; fray Pedro Maldonado, cuya relación es más estricta, esto es, era hermano de Elvira Maldonado, religiosa del convento agustino de San Leandro de Sevilla. Hay aún, no tanto de una forma directa pero no menos importante, entre sor Juana de la Cruz y Pietro Cerone, cuya obra El Melopeo y Maestro. Tractado de musica theorica y pratica: en que se pone por extenso, lo que uno para hazerse perfecto Musico ha menester saber: y por mayor facilidad, comodidad y claridad del Lector, esta repartido en xxii. Libros […] (1613) pertenecía a la biblioteca particular de la poetisa mexicana y que fue incluso representado en un retrato de la religiosa en su celda (Sanhuesa Fonseca, 2004: 171-173). Aunque estos tratados fueron seguidos por muchas de estas órdenes hasta el punto de que fueron una referencia por su calidad religiosa (Sanhuesa Fonseca, 2004), Teresa de Jesús probablemente no los siguió estrictamente: “sabía poco del rezado y de lo que había de hacer en el coro y cómo lo regir […] y vía a otras novicias que me podían enseñar […]. Sabía mal cantar. Sentía tanto si no tenía estudiado lo que me encomendaban […] que de pura honra me turbaba tanto, que decía muy menos de los que sabía” (Teresa de Jesús, 2014: 244). En sus Constituciones, la madre fundadora describe cómo debe introducirse la música durante las celebraciones, específicamente el canto litúrgico: Los domingos y días de fiesta se cante misa y vísperas y maitines. Los días primeros de Pascua y otros días de solemnidad podrán cantar laudes […] Jamás sea el canto por punto, sino en tono las voces iguales. Lo ordinario sea todo rezado y también la misa. (Teresa de Jesús, 1979b: 635, n. 3)

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Lo que se comprende en los tratados de música de la época es que “cantar” valía más que “recitar”, una vez que “implica diversidad de altura de sonidos” (Bernaldo de Quirós, 2002a: 107). Lo que vemos en las Constituciones teresianas es que “cantar”, aunque sea “en tono de las voces iguales”, era una forma de musicalizar las solemnidades, sean acompañadas de instrumentos o con simples palmadas. En el Ms. 1400 de la Biblioteca Nacional, las monjas descalzas de Cuerva seguían “el danzar, que entonces y aquellos tiempos de la santa Madre y sus hijas usavan era no regladamente, ni vigüela, sino davan unas palmadas como dize el Rey David ‘onmes gentes, plaudite manibus’ y discurrían así con armonía y gracia el espíritu más que de otra cosa” (Bernaldo de Quirós, 2002b: 475). La sensibilidad musical y literaria se convirtió en una tradición conventual y, consecuentemente, las celebraciones litúrgicas protagonizaban el estilo de recreación carmelita.5 El hecho de disfrutar la tradición litúrgica transformándola en un modo de recreación nos revela una didáctica con el objetivo de hacer esta más accesible a las monjas del Carmelo. Las religiosas aprovechaban los momentos litúrgicos y de recreaciones para difundir más eficazmente el mensaje espiritual, o que al oír motivara a la lectora/espectadora a una comprensión de la liturgia y la rutina conventual, además de, como es habitual en la espiritualidad carmelita descalza, enfatizar una contemplación interior —“inner-directed contemplation” en palabras de Schlau (2019), pues “St. Teresa’s early modern spiritual daughters spent much time and energy in interior meditation and prayer; that activity finds an echo in their poetry” (2019: 201)—. Al mismo tiempo, los manuscritos circulaban entre los conventos6 creando una relación entre las monjas, lo que favoreció la producción de un ambiente de poetización conventual que contribuía “a iluminar la comprensión de nuestra gran producción literaria ascética y mística y a aclarar las relaciones existentes con el ámbito de la lírica profana” (García de la Concha y Álvarez Pellitero, 1982: xiii). En este sentido, las carmelitas disfrutaban de la liturgia y de su propia rutina de celebraciones, convirtiendo sus fiestas en   Véanse también Acereda Extremiana (1998).   Véanse ejemplos en Alarcón Román (2015); Atienza López (2012). Hay también ejemplos dentro del Carmelo Descalzo portugués, estudiados por Morujão (2003; 2004). 5 6

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una serie de acciones y significados de un grupo, expresados por medio de costumbres, tradiciones, ritos y ceremonias […] caracterizadas por un alto nivel de participación e interrelaciones sociales, y en las que se transmiten significados de diversos tipos (históricos, políticos, sociales, valores cotidianos, religiosos, etc.) que le dan un carácter único o variado, […] cumpliendo determinadas finalidades culturales básicas para el grupo (cohesión, solidaridad, etc.), y con carácter extraordinario, realizado dentro de un período temporal […]. (Roiz, 1982: 102-103)

En el interior de estas fiestas encontramos reescritos abundantes textos literarios, entre los que se cuentan piezas teatrales, villancicos, coplas, romances y sonetos, en fin, obras que circulaban antes, durante y después de santa Teresa de Jesús y sus fundaciones. Como ejemplo puede citarse el caso de una de las madres carmelitas del Carmelo Descalzo de Valladolid, María de San Alberto (1568-1640), cuya obra poética sigue con los modelos de autos primitivos de la Natividad de Cristo, “entroncados desde tiempo antiguo con la liturgia, y […] emparentadas con formas dramáticas cómicas de extensión breve, como loas y entremeses, poblados de zagales, zagalas, simples y otros personajes rústicos” (Borrego Gutiérrez, 2014: 22). Eso puede aplicarse igualmente a la escritura de su hermana, Cecilia del Nacimiento, monja también en Valladolid, como tantas otras carmelitas que trabajaban con las distintas manifestaciones literarias, de lo que resultan manuscritos de carácter más literario, “aunque deja[n] ver signos del teatro popular de su tiempo, mantiene los motivos místicos de su poesía más selecta, inspirados en san Juan de la Cruz y en los mismos libros bíblicos” (Borrego Gutiérrez, 2014: 36). A pesar de la clausura, las monjas compusieron y tuvieron acceso a una gran cantidad de composiciones líricas, teatrales y musicales en los conventos, que las autoras concebían o copiaban de otras compañeras de celda, sea como instrumento de difusión, celebración y enseñanza litúrgica, sea como una forma de recreación. Así se constata, por ejemplo, en el Libro de Romances y Coplas, escrito por las carmelitas del convento de la Concepción del Carmen de Valladolid (1590-1609). Presentado por García de la Concha y Álvarez Pellitero (1982) en una edición conmemorativa del IV centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús, según este estudio, “cantaban las monjas poesías a lo divino de las muchas que circulaban por España, y se metían a ‘letreras’ con mejor o peor

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fortuna” (1982: xiii). De ello, entendemos que las monjas de la cuarta fundación teresiana, por medio de sus recreaciones, producían una lírica para uso cotidiano apoyada en la poesía sacra tradicional, “básicamente como [una] recopilación de la tradición lírica devota” (1982: 528). De la gran mayoría de piezas manuscritas en el libro de Valladolid —“el 80% exactamente, esto es 272 composiciones, se deben a una misma mano, la de la monja responsable de la compilación, con la que colaboraron en el 20% restante otras trece manos” (1982: xix)—, los investigadores mencionan a Isabel del Sacramento como la copista predominante y, consecuentemente, la autora del manuscrito. Muchos eran sus principales asuntos de interés, entre los que destaca todo lo relacionado con los fundamentos de la vida monacal, la exaltación de la dimensión simbólica de la clausura femenina, la actitud ascética y vigilante, sin por ello apartarse completamente del mundo y otros aspectos similares, los cuales los editores clasifican en nueve ciclos temáticos: “Christmas, Eucharist, Holy Trinity, Virgin Mary, saints, habits and veils, asceticism and religious life, and two additional series” (Schlau, 2019: 190). Con esta finalidad se compiló también otro importante manuscrito: el Libro de Conzetos Spiritvales Conpuesto por Juana de Iesus Carmelita Descalza año 1604, del convento de San José de Medina del Campo. Fue ordenado y dado a conocer por primera vez por Ana María Álvarez Pellitero en el Congreso Internacional Teresiano de 1982.7 Se trata de un cartapacio localizado en la biblioteca particular del Carmelo Descalzo de Medina del Campo. El Libro de Conzetos Spiritvales está compuesto por nueve cuadernillos, con un total de doscientas noventa páginas. A pesar de estar muy bien conservado, gracias al cuidado de las monjas carmelitas, siendo posible su lectura, el documento contiene algunas hojas arrancadas y muchas sueltas. Se observa también el cuidado en su encuadernación, reforzada con lomos y parches de cuero en las partes del cosido, además del cierre hecho también con cuero.

7   Es este artículo todas las referencias de Álvarez Pellitero (1984) las recogemos en su trabajo presentado durante el Congreso Internacional Teresiano de 1982, el cual describe la materialidad del cancionero de Medina del Campo y presenta algunas vertientes literarias de las carmelitas.

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La autoría de este manuscrito viene mencionada en el mismo título: por Juana de Iesus Carmelita Descalza año 1604. Esta monja tuvo un contacto directo con Teresa de Jesús, incluso como testimonio durante el proceso de canonización de la Santa. Según el Libro de Profesiones del Carmelo de Medina del Campo, era monja de coro, comúnmente mujeres de clases más altas, más instruidas y que podían pagar la dote. Además de Juana de Jesús, como pasó con la obra de Valladolid, hay también en el manuscrito de Medina del Campo varias manos. Sin embargo, hay dos composiciones en el Libro de Conzetos Spiritvales que especifican su autoría, que es dada a Isabel de Cristo.8 Descrita como monja lega —mujeres comúnmente de clases más bajas, de poca instrucción, que no podían pagar la dote y que generalmente eran responsables de los trabajos caseros del convento—,9 aunque la mano que escribió sus composiciones no parece ser suya, es importante demostrar aquí que, independientemente de la clase social o el grado de instrucción, la reforma teresiana coloca a las monjas en las mismas condiciones de aprendizaje, trabajo y recreación. Por ello vemos la participación tanto de Juana de Jesús, como corista, como de Isabel de Cristo, como lega, en el manuscrito. Una no suprime a la otra, sino que se complementan en experiencia y conocimiento. En este cartapacio las carmelitas de la segunda fundación siguieron con la tradición que Teresa de Jesús quiso en sus fundaciones, esto es, que las celebraciones adoptaron formas cantadas e interpretadas como medio de comunicación y edificación de su formación religiosa, además de un acto de participación para contemplar y participar en la liturgia (Díez Borque, 2000: 160). El Libro de Conzetos Spiritvales nos presenta una lírica con gran riqueza métrica, pues “en él se encuentran todas las variantes típicas de los Cancioneros tradicionales, desde romances, redondillas, quintillas, octavas, etc., hasta unas estrofas de uso menos frecuente como copla real” (Álvarez Pellitero, 8   Son “Fiesta de la Esposa, hecha en el día del Niño perdido” y “Síguese una fiesta del Nacimiento de Cristo de unos pastores”. Las manos que las escriben especifican: “Compuesta de la hermana Isabel de Cristo”. 9   Distintamente de lo que pasaba en otras órdenes, como en la dominicana, por ejemplo, en las fundaciones teresianas la jerarquización por la dote no pasaba. Asimismo, las diferencias entre ellas es que, mientras las monjas de coro tenían un año de noviciado, las legas tenían dos. Para saber más sobre la jerarquización en la clausura femenina, sobre todo entre las dominicas y las carmelitas descalzas, véase Torres Sánchez (1991).

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1984: 539). Por ello Álvarez Pellitero recuerda la necesidad de observar la métrica y lírica de esas obras, llenas de referencias culturales y religiosas de su época,10 una vez que seguían las directrices dadas por el Concilio de Trento. Siendo el cancionero una colección, un conjunto de obras, ora de propia autoría de la organizadora, ora compiladas de otros manuscritos, las composiciones carmelitas forman un entramado de romances, loas, coplas, villancicos, etc., todos relacionados con una celebración, sea litúrgica, sea del festejo con que se celebraba la llegada de una nueva priora. Como ejemplo de este último, encontramos en el Libro de Conzetos Spiritvales una fiesta escrita en homenaje a la nueva priora, Jerónima de la Encarnación, como la copista comenta: “Siguese una fiesta que se hizo para Nuestra Madre Priora Gerónima de la Encarnación,11 mostrando el regucijo que todas hemos tenido en su venida de Toledo. Entran en ella interlocutores: uno con un Romance, una Loa; Amor, Discreción, Dificultad y Sutileza. Remátase con coplas en que la ofrecen el cayado, honda y llaves”. Unos cantados, otros acompañados de danza, otros interpretados, pero, al final, siempre con intención celebraticia comunitaria. Para ellas, relacionar la palabra con la acción era conectar espacio y tiempo festivos, “en el que adquiere significado como fiesta literaria de la palabra, junto a otras formas específicas de fiestas de la palabra” (Díez Borque, 1983: 609). Si la palabra vuelve a la vida en las fiestas, para las monjas carmelitas la palabra en sus celebraciones recobraba la vida de Cristo como forma tanto de acercarse a Él cuanto de acercarse a la Iglesia, como el “Libro Vivo”, descrito por Teresa de Jesús en su Vida (2014: 193).

10   Este manuscrito es un material rico que analizo en mi tesis doctoral (a defender), en la cual hago una edición crítica detallada, describiendo el entorno literario en que está inserido y la influencia que recibió, desde los grandes nombres de escritores del Renacimiento y del Siglo de Oro hasta la lírica popular oral. 11  Gerónima de la Encarnación: en el Libro de Profesiones, fol. 17, está registrada la profesión de Jerónima de la Encarnación, natural de Medina del Campo. Hizo profesión como corista el 25 de marzo de 1577, además fue priora en el convento de San José de Medina del Campo durante cinco años, hasta su muerte, el 25 de abril de 1612. Teresa de Jesús también escribió una coplilla para Jerónima, por su entrada en el Carmelo. Lo que se conserva de ella son unos pocos versos (Llergo Ojalvo, 2016: 115): “– In questo porto, amabile / doncella, chi vi mena, / su dalla valle orribile / di spine e fango piena? – Iddio clemente e forte / e la mia buona sorte-” (Teresa de Jesús, Poesie, n. 24, 1981: 1529).

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Acompañando una herencia literaria y festiva teresiana, las carmelitas buscaron por sí mismas nuevos caminos para el conocimiento, como bien lo hizo la propia Teresa de Jesús, que recurrió a sus experiencias, tanto espirituales como materiales, durante su vida y sus fundaciones. La consecuencia de todo ello, para lo colectivo —las comunidades carmelitas— y para lo individual —cada una a su manera y tiempo—, fue una escritura literaria con una base sólida que, por estar asociada al ciclo litúrgico y sus recreaciones conventuales, pudo convertirse en un canal útil de expresión místico-espiritual. La escritura, para esas monjas, incluso nombres de gran importancia como las carmelitas de la recreación, debió ser algo deleitoso y no una mera obligación religiosa, a la vez que se convirtió en un medio para desarrollar una memoria colectiva autorrepresentiva (Baranda Leturio, 2013: 169). A partir de la identificación de las composiciones y de sus temas, es posible verificar una continuidad de la tradición cultural de los conventos de perpetuar las copias litúrgicas, como ocurrió en el Libro de Romances y Coplas de Valladolid, a la vez que el Libro de Conzetos Spiritvales lo transciende, añadiendo una producción innovadora que se diferencia de las otras obras carmelitas. Como copistas o autoras propias de los cancioneros, las monjas carmelitas descalzas pueden no haber sido grandes escritoras eruditas o iniciadoras de tradiciones poéticas, “pero en cambio participaron en todas las corrientes de poesía religiosa que se desarrollan a partir de la segunda mitad del xvi: versiones de los salmos, poesía petrarquista a lo divino, los cantos devotos, la estética del conceptismo sacro y el romancero espiritual” (Baranda Leturio, 2013: 171). Trabajar el contexto histórico y literario en que se sitúan esos cancioneros es importante para trazar un panorama de lírica religiosa y popular, además de observar en la manera en que están inseridos en la vida contemplativa, pero activa, de las monjas carmelitanas. Aunque mi objetivo aquí sean los conventos castellanos, no se pueden olvidar otros cancioneros aún no estudiados, muchos desconocidos o escondidos en las bibliotecas particulares carmelitas. Sobre otras investigaciones, destaco la de Zaragoza Gómez (2017), que trata cuidadosamente de un cancionero poético del Carmelo Descalzo de Barcelona (ca. 1588-ca. 1805). Zaragoza Gómez defiende que, gracias a la reforma espiritual del siglo xvi y siguientes, la poesía de las carmelitas descalzas floreció y se desarrolló con una base sólida, una vez que asociada al ciclo litúrgico y sus recreaciones conventuales se ha convertido en un canal útil de expresión

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místico-espiritual tanto individual como colectiva, “en un medio cotidiano de sociabilidad, dentro y fuera de la comunidad” (2017: 616). Relacionar el ciclo litúrgico con las recreaciones carmelitas era, y sigue siendo, una forma de convertir la tradición litúrgica más accesible a las monjas del Carmelo. Si la reforma tridentina proporcionó la apertura necesaria para las conmemoraciones litúrgicas, permitiendo la mezcla entre la cultura popular y culta —una vez que “tenemos ante los ojos los textos de tantos cantares populares […] añadiendo elementos de nuevo cuño, retocando, recreando” (Frenk, 2003: 16)—, las monjas carmelitas se permitieron, con la autorización de la Iglesia y la bendición de su madre fundadora, desarrollar una obra en la cual conseguían entremezclar distintos géneros culturales (danza, música y teatro) para “solemnizar con alegría” la liturgia en las fundaciones teresianas.

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Análisis del paratexto de Espexo puríssimo, de sor Mariana de Jesús Ángeles de la Cámara Maneiro Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)

Sor Mariana de Jesús (1555-1635) es una monja clarisa que profesó en un humilde convento muy lejos de los centros de poder, en la ciudad de Trujillo, en Cáceres; escribió en secreto durante toda su vida en la oscuridad de su celda y su obra no habría llegado hasta nosotros si ella misma no hubiera enviado una copia de su particular relato sobre la vida de Jesús, Espexo puríssimo, a un destinatario desconocido en Madrid. De hecho, su confesor, al tener noticias de su afición por la escritura, la obligó a quemarlo todo sin tomarse la molestia de revisarlo de antemano, sin seguir el protocolo que exigía la Contrarreforma católica: la revisión de los textos por un padre espiritual con el fin de validar el carácter espiritual de los mismos o, por el contrario, para advertir sobre su procedencia demoníaca. La propia sor Mariana comenta en una de sus cartas dos años antes de morir la irregularidad que cometió su confesor tiempo atrás: Que io sé quien quemó más que quince quadernos que tenía escritos de lo que pasaba por su alma para dar quenta algún padre espiritual que la satisfaciesse, y un confessor que tenía, sin verlos, la mandó que los quemase. Y assí lo hiço con mucha paz y contento […]. Este mismo me coxió el Espejo y mandó se hundiesen los traslados que algunas personas havían hecho. Mandó me las escribiese yo para que lo hundiesen y assí lo hiçe. (Carta 5, 1633; Cámara Maneiro, 2019)

Lo que conocemos sobre su vida es escaso, y la información que hemos obtenido procede del relato de su vida (Vida, Ms/7999), que realizó una hermana de su propio convento mucho tiempo después de que ella hubiera muerto; incluso lo que encontramos en las Crónicas franciscanas (Santa

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Cruz, 1671) parece una breve síntesis de lo que su narradora había escrito sobre ella. Por tanto, los datos biográficos y anecdóticos sobre sor Mariana de Jesús parten de esta única fuente; con ellos hemos intentado reconstruir un borrador (Cámara Maneiro, 2019), quizá aún difuso, de las conexiones y relaciones de sor Mariana de Jesús con su entorno, es decir, las redes relacionales dentro de su propio convento y con el mundo exterior. Aunque en ocasiones se la ha confundido con la beata madrileña sor Mariana de Jesús, profesó en las clarisas de la primera regla, la más estricta en cuanto a la forma de asumir la vida religiosa, en un cenobio adscrito a san Antonio de Padua en la ciudad cacereña de Trujillo; procedía de una familia de trabajadores madrileños que habían emigrado a Praga; regresó a España con el séquito de la última esposa de Felipe II, doña Ana de Austria, a finales 1570, y estuvo al servicio de una dama de la reina, probablemente la condesa de Paredes, protectora de la joven y aya de las infantas, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Según cuenta la narradora de su vida, la reina era tan aficionada a su devoción que le dejó a su cargo el adoctrinamiento religioso de las jóvenes infantas a cambio de concederle una dote para el ingreso en un convento. Ahora bien, parece que la aportación económica se dilataba, así que cuando la joven manifestó su interés por profesar en un convento de Trujillo que se acababa de fundar (en septiembre de 1574), adscrito a la primera regla de santa Clara y, por ello, sin dote obligatoria, la reina se negó a donarle lo prometido, ya que quería que se quedara en Madrid para disponer más fácilmente de ella. Por esta razón huyó sola a Trujillo e ingresó en el convento, debemos suponer sin dote y sin protección de noble, pues se sugiere en el relato que la reina no permitiría el apoyo de la condesa de Paredes, su protectora, ya que había rechazado a la propia reina. Su condición humilde y la ausencia de un protector probablemente fueran decisivos a la hora de no reconocerle méritos dentro del cenobio, pues se elogia su labor como enfermera o su trabajo en la cocina, dos de las tareas más duras que se le podían asignar a una hermana; además, no logró ser nombrada maestra de novicias hasta muy avanzada edad, cuando llevaba más de cincuenta años de profesión, es decir, en una época posterior a 1625 si consideramos que profesara en torno a los veinte años. De ello se deduce que ejerció de maestra de novicias por primera vez a una edad cercana a los

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setenta años, gracias a la persistente petición de una de las propias novicias y a pesar de las reticencias del resto de monjas del claustro. Enseñó a las jóvenes durante tres años (podemos inferir entre 1625 y 1628) y, tres años después de dejar este cargo, fue nombrada abadesa (en fecha posterior a 1631 o 1632), también elevada a tal cargo por las jóvenes a las que había educado en la virtud religiosa, ya que el resto del claustro, al menos un sector con un poder considerable, se mostraba en contra. Una vez nombrada abadesa a una edad ya muy cercana a su muerte, en torno a 1632 o 1633, una facción del claustro se opuso radicalmente a este nombramiento hasta tal punto que, apenas unos días después de su elección, la acusaron al prelado de no cumplir las reglas claustrales que se habían fijado tras Trento. Se la denunciaba por los siguientes hechos: quería abrir una segunda puerta, a pesar de que los conventos estaban obligados a disponer de una sola salida para controlar en todo momento los movimientos de las hermanas fuera y dentro del cenobio; además, la acusaban de que había abierto el comulgatorio y de que se había encerrado allí con su hermano,1 incluso que le había dado dinero de las limosnas; así mismo, manifestaban que tenía predilección por una de las monjas, una de sus pupilas, sor Quiteria de la Cruz, cuando las normas postridentinas habían establecido que la abadesa debía mostrar un trato equilibrado a todo el claustro con el fin de no fomentar preferencias o favoritismos. Tras la denuncia, es destituida unos meses después, y la nueva abadesa pertenece al grupo de las acusadoras, así que la recluye en su celda sin poder recibir visitas ni contacto con el exterior y obliga a todas las monjas a quemar todos sus textos. Por ello, las únicas cartas que se han conservado de sor Mariana de Jesús, en concreto, siete (Cámara Maneiro, 2019), probablemente correspondan a esos escasos meses en los que ejerció de abadesa; 1   Según cuenta la monja anónima que escribe la vida de sor Mariana de Jesús, esta tenía dos hermanas y un hermano; este ingresó en la orden de la capacha, esto es, la orden de san Juan de Dios en Madrid, y, desde que sor Mariana había ingresado en el convento de Trujillo, no se habían vuelto a ver. Muchos años después, la visita en el convento de Trujillo porque está muy enfermo, así que se supone que se reúnen a solas para despedirse. De hecho, se comenta que poco después el hermano religioso morirá. Tras Trento, se prohibió terminantemente cualquier visita privada de las monjas; es decir, no podían tener contacto con el exterior y, si este se producía, debía ser vigilado y controlado por el cenobio.

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de hecho, todas pertenecen a un breve periodo de tiempo que comprende desde el 20 de febrero hasta el 22 de mayo de 1633, así que no sería mucha conjetura suponer que desempeñó dicho cargo durante esos meses. De estas siete cartas, seis de ellas van dirigidas a religiosas, a quienes aconseja y asesora sobre diferentes cuestiones de religión, y la última la escribe a un sacerdote; en ninguno de los casos conocemos el destinatario, pero a partir de sus comentarios, mucho más personales e íntimos, se trasluce el verdadero yo de sor Mariana. Esta correspondencia nos ha servido de referencia para cotejarla con el paratexto de Espexo puríssimo, titulado “Protesta y motivo que la sierva de Dios tuvo en escribir este libro”, prólogo en el que sor Mariana de Jesús expone múltiples razones para justificar su escrito. Si analizamos el entorno más cercano de sor Mariana de Jesús, destaca la falta de prestigio, no solo patente en su propio cenobio, en donde no la consideraban válida para maestra de novicias y menos aún para abadesa, como se ha comentado en las páginas precedentes, sino que, además, su confesor le había negado toda singularidad, y de ahí también a sus escritos, y por ello la había obligado a quemarlo todo. Incluso la instó a recuperar el traslado que había enviado previamente a Madrid; ella obedeció la orden y, de esta forma, prácticamente toda su obra desapareció como en un soplo; se salvó el Espexo puríssimo por una casualidad: por obediencia a su padre espiritual solicitó el retorno de la copia enviada a Madrid, si bien, por suerte, no quisieron devolvérselo porque decían que ayudaba a las monjitas a potenciar su amor a Dios. Por los manuscritos conservados (véase cuadro 1), parece que Espexo puríssimo logró cierta difusión, especialmente en el contexto religioso de Madrid, pues ocho testimonios contienen la obra entre el siglo xvii y el xviii. Varias copias circularon en conventos, uno de ellos en los agustinos recoletos de Madrid (E6), dos constituyen libros de devoción de monjas (E3 y E4) para su uso personal; este último incluye además otra obra mística de sor Mariana de Jesús, Contemplación verdadera. Otra copia que incluye otros ejercicios espirituales, además del texto de esta monja, fue usado por Juan Ferreras, un cura de san Pedro de Madrid (E5). Así mismo, algunas de las copias habían pertenecido también a laicos, como el testimonio E6, un ex libris de Joseph Antonio de Noroña. Uno de los testimonios más destacables es la copia sumamente esmerada en la que se imita el formato de los libros editados, con encabezamiento impreso y cada parte o capítulo inicial

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es presentado con una orla (E1); quizá sea este el testimonio más antiguo, además de E2, volumen procedente de la biblioteca de Felipe V en El Escorial, datado también en el siglo xvii. En cuanto al testimonio E8, aunque es una copia muy deturpada y probablemente posterior al resto, contiene toda la obra en prosa de sor Mariana de Jesús, además de las siete cartas, inclusive la que no aparece en Vida de V. M. sor Mariana de Jesús (Ms/7999; Cámara Maneiro, 2019) Cuadro 1 E1

Ms/12668

1617? Encabezamiento impreso; cada capítulo con orla

E2

Ms/381

s. xvii, biblioteca de Felipe V

E3

Ms/158

s. xvii, libro de Josefa de la Encarnación

E4

Ms/13531

1601-1700? Incluye otra obra de Juan Bretón (OM) y las Poesías de sor Mariana. Señala: “Del uso de María Francisca”

E5

Ms/872

1600-1700? Juan de Ferreras, cura de san Pedro de Madrid

E6

Ms/4284

Otra obra; encuadernación desordenada. Ex libris de Joseph Antonio de Noroña

E7

Ms/4186

Agustinos recoletos de Madrid

E8

Ms/6856

Iluminado. Incluye su Contemplación verdadera y sus cartas. Se confunde el autor con la beata madrileña; luego se corrige

Observamos cómo el entorno más cercano de sor Mariana de Jesús no apoyaba su labor como escritora; el propio claustro la consideraba una mujer extravagante que solo pretendía llamar la atención e incluso el padre confesor la tildaba de monja corriente sin ningún valor especial y, por eso mismo, sin derecho a la escritura. De ahí que sor Mariana de Jesús no pudiera obtener la autoridad para su escrito a partir del prestigio que le confería su entorno; al contrario, debía superar esa carencia a la hora de presentar su obra a un

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destinatario madrileño que no conocemos y mitigar en un grado máximo el carácter transgresor de su escrito, así que el paratexto se constituye en parte fundamental de la propia obra con el fin de legitimarla y conferir validez al texto (Luna, 1996; Baranda Leturio, 2005) a la hora de difundir su obra más allá de los muros de su propio convento. Sor Mariana de Jesús se puede incluir en la primera generación de escritoras del siglo xvii (Baranda Leturio, 2005), en una época en la que las mujeres aún no disponían de modelos previos de referencia y la escritura era en sí misma una transgresión, puesto que la mujer pertenecía a un grupo subordinado, excluido de la voz pública, reservada exclusivamente a los varones. En consecuencia, estas primeras autoras carecían de autoridad, así que su batalla inicial se centraba en lograr legitimar sus escritos. Este trabajo por adquirir auctoritas para sus obras se plasmaba en los paratextos, en los que se observan múltiples estrategias discursivas de legitimación. Por ello, el paratexto es un espacio fundamental para la expresión femenina (Baranda Leturio, 2005) y el prólogo en este caso se construye mediante una serie de mecanismos encaminados a justificar la razón de su escritura. El análisis de estos paratextos constituye, por tal motivo, un núcleo fundamental para investigar la escritura de estas primeras mujeres escritoras de la temprana Edad Moderna (véanse los trabajos de BIESES: https://www.bieses.net/autorasdesde-el-umbral-2/). En “Protesta y motivo…”, paratexto de su obra más difundida, Espexo puríssimo, sor Mariana de Jesús utiliza múltiples recursos con la finalidad de legitimar su texto. El primero de ellos es la transmisión divina, es decir, niega su propia autoría y se convierte en un mero vehículo de Dios: Y si mis hermanas charíssimas después de mi muerte le leyeren, no piensen trabajé yo nada ni es cosa mía lo bueno que en él hallaren, sino todo de Dios, al qual se den las gracias, loores y alabanças sin çesar, del qual lo recibí las más veces enseñándome estas cosas y misterios de Christo estando en oración, y otras después de aver comulgado. (“Protesta y motivo”, 1617; Cámara Maneiro, 2019)

Es decir, la fuente de autoridad nace de la inspiración divina, lo que implica anular su propia autoría y convertirse en un instrumento de Dios; con esta estratagema discursiva la autora es meramente una secretaria de Dios, tal

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y como sugiere sutilmente su biógrafa (Vida, Ms/7999; Cámara Maneiro, 2019). Sin embargo, sus cartas manifiestan una actitud autorial muy diferente; no solo se preocupa por la difusión de su obra, sino que además siente curiosidad por saber si se ha divulgado por los circuitos eruditos de Madrid: Con todo, temo que en tantas manos essa obra no quede entera i caiga como su orijinal. Mucho gustaría saber dónde vuestra merced lo ubo, que bien sé anda entre otras personas doctas. Dígame vuestra merced si se trata del padre frai Francisco González, carmelita de los calçados, y el secretario de los fúcares, Sebastián González, que son almas ferborossas y desseossas de aprobechar a otras. (Carta 7, 1633; Cámara Maneiro, 2019)

Estas palabras delatan a sor Mariana; en ellas se observa una larga distancia entre lo que escribe en su paratexto a Espexo puríssimo, con el fin de obtener autoridad para su obra, y la verdadera actitud como autora, orgullosa de su obra, que se manifiesta en esta última carta dirigida a un sacerdote madrileño. Los mecanismos para construir la auctoritas no se limitan a justificar su obra mediante la transmisión divina para su escrito, sino que a ella, como monja sin prestigio en una comunidad de religiosas, no autorizada por su padre confesor, sin un mecenas o noble que apoye su escritura, no le queda más remedio que reducir ese carácter transgresor de su texto con otros muchos recursos que se observan en este breve prólogo previo a la obra. Otra de estas estrategias discursivas es la reducción del destinatario de su discurso a un público femenino y conventual (Baranda Leturio, 2005), tal y como aparece en el fragmento del paratexto citado más arriba (“Y si mis hermanas charissimas”), y añade que su intención es no hacerlo público en vida (“después de mi muerte le leyeren”), lo que reduce en gran medida su osadía, puesto que ello supondría que la obra que ha escrito iría dirigida solo al propio claustro, destinado supuestamente a un grupo reducido, semiprivado, pues no saldría de los muros del cenobio, sin intención aparente de hacerlo público. Ahora bien, los hechos contradicen estas afirmaciones, porque fue ella misma quien envió una copia de su obra a Madrid, tal y como cita en una de sus cartas, también confirmado por su biógrafa. Por consiguiente, es evidente que lo que escribe en “Protesta y motivo…” es una estrategia discursiva, en la línea

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que he comentado, con el fin de lograr autoridad a la hora de difundir su obra de forma pública y en un contexto ajeno a su propio cenobio. La construcción de la autoridad no cesa en este breve paratexto, ya que invierte en él múltiples recursos para neutralizar el efecto transgresor del mismo; a pesar de que fue la voz divina la que la indujo a la escritura, no obstante, sor Mariana siguió resistiéndose: “Y pensando yo cómo o para qué me mostraba el Señor y daba a sentir tan particularmente estos secretos y haciéndome mucha fuerça que los escribiese, y tanto que anduve muchos días y meses resistiendo al impulso fuerte del Espíritu, pareciéndome disparate ponerme yo a escribir estas cosas aviendo tanto escrito y tan bueno” (“Protesta y motivo”, 1617; Cámara Maneiro, 2019). Dado que la fuerza del Espíritu la presiona a escribir su texto, no es responsable de sus propias palabras, visto que solo actúa como secretaria de Dios. Incluso así, sor Mariana de Jesús utiliza otro recurso de atenuación del horizonte de expectativas, la humilitas, su falta de capacidad para la escritura, un tópico que en la escritura femenina incorpora un valor añadido, la necesidad de atenuar la transgresión que implica un escrito de mano de mujer: “Pareciéndome disparate ponerme yo a escribir estas cosas aviendo tanto escrito y tan bueno”, citado antes. El interés de la autora por reducir en gran medida cualquier efecto transgresor en el destinatario era elevado, es decir, le interesaba una recepción positiva de su escrito, puesto que añade aún más recursos de legitimación de su obra. Construye la autoridad a partir de la figura masculina del confesor y se presenta diluida en el apoyo del convento: “Al fin determiné tomar parecer de mi confesor y de otras religiosas y fueron de parecer los escribiese, poniéndome escrúpulo si no lo hacía” (“Protesta y motivo”, 1617; Cámara Maneiro, 2019). Por el contrario, los datos que la biógrafa nos cuenta —y la misma sor Mariana en una de sus cartas, tal y como hemos citado al inicio de este artículo— destacan que el confesor desconocía la existencia de estos escritos y, cuando lo supo, la obligó a quemarlo todo. Igualmente, en el convento, ninguna de las religiosas sabía nada de sus obras, pues mantenía su escritura totalmente en secreto; solo posteriormente, una de las hermanas, la que había sido su novicia, sor Quiteria de la Cruz, en una época muy avanzada de la vida de sor Mariana, supo de su afición por la escritura y por eso intentó escribir su biografía y difundir su figura como modelo de virtud de

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monja clarisa. No obstante, no obtuvo el permiso del prelado de la orden, así que esos papeles quedaron en el cenobio y quizá constituyeron la base sobre la que otra monja, en una época muy posterior, logró escribir la Vida de sor Mariana de Jesús, por mandato de un superior, probablemente con el fin proselitista de propagar las virtudes de los miembros de la orden, en las Crónicas franciscanas editadas en 1671. En cualquier caso, en “Protesta y motivo…”, prólogo de Espexo puríssimo, sor Mariana explica unas razones que se contradicen con sus propias palabras citadas en la carta 7 y que solo pueden entenderse como mecanismos discursivos que la autora emplea con el objetivo de construir una autoridad para su obra. Continúa con más razones su hipotética resistencia ante este hecho tan contrario a la humildad que se le exigía a una mujer, monja, en el contexto de la Contrarreforma y probablemente sin apoyos en su propio entorno: Y así me puse a escribir estos misterios bien contra mi voluntad y juicio proprio por ver no era capaz de esto ni hallar en mí raçones bastantes para significar estas cosas como ellas son y las da Dios a sentir el alma. Y así, no sabiendo qué principio tomar para esta obra ni cómo ni con qué estilo la poner que fuese más acertado y eficaz, supliqué al Señor me lo enseñase como hacía lo demás. Y así fue dándomelo todo a entender… (“Protesta y motivo”, 1617; Cámara Maneiro, 2019).

Prosigue su recurrente alegación de humildad aludiendo una vez más a su falta de capacidad racional y formal para la escritura, el reiterado tópico de los prólogos, que en el caso de una escritora mujer cobra un significado añadido: “Y así, no sabiendo qué principio tomar para esta obra ni cómo ni con qué estilo la poner que fuese más acertado y eficaz, supliqué al Señor me lo enseñase como hacía lo demás”. En definitiva, sor Mariana de Jesús invierte un gran esfuerzo en este prólogo para mostrar la escasa o nula presencia de su autoría, para dejar clara su humildad con el fin de no restarle credibilidad a su obra, puesto que cualquier escrito femenino que no estuviera avalado por la comunidad o por un padre espiritual podría ser penalizado por el pecado de la vanagloria y condenado a la hoguera. Aunque muestra inicialmente una aparente humildad ante su obra, sus propias palabras en las cartas, una manifestación más cercana al yo, hacen patente una clara conciencia de autoría. Por una parte, su preocupación por

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la difusión de su obra; por otra, el temor de que esta se destruya con tantas copias manuscritas: “Temo que en tantas manos essa obra no quede entera i caiga como su original” (Carta 7, Cámara Maneiro, 2019), como manifiesta en su epístola dirigida a un sacerdote. Quizás en estas últimas palabras de sor Mariana se pueda entender la sugerencia implícita, que no manifiesta, de lograr apoyos para obtener una edición impresa de la misma. Nunca logró ese objetivo; murió dos años después de escribir esa última carta y, aunque su obra tuvo una considerable difusión, nunca se llegó a imprimir. En suma, sor Mariana de Jesús muestra una humildad, reiterada una y otra vez en el paratexto, que no pasa de ser un tópico. En sus cartas se evidencia su conciencia de autoría: le preocupa que al copiarse tanto su texto no se quiebre el original (actitud propia de una autora consciente de su producción) y siente una curiosidad por conocer si su obra se ha propagado en ambientes cultos. Le inquieta la conservación de su obra, quiere conocer el grado de difusión de la misma, su valía como escritora, pues, si el texto había sido difundido en ambientes doctos y masculinos, ello demostraba la alta calidad de lo que ella misma había creado. Esta conciencia de autora se manifiesta también en la última carta; previamente, ante cualquier muestra de autoconfianza, se presenta un discurso cargado de humildad con el fin de no ser acusada del pecado de la vanagloria: “De la mía, le compadezca vuestra merced y no fíe de mí cossa buena, pidiendo a el Señor me trueque toda en sí misma i no me quede cossa propia.” (Carta 7, 1633; Cámara Maneiro, 2019). Sin embargo, las palabras que prosiguen en la misma carta delatan un alto grado de autosatisfacción: “Y así pondera vuestra merced en la parte de mi alma donde quedare más desnuda en Christo Jesús, centro de las que con pureza le aman”. Señala que la obra es el resultado de su yo desnudo, ella es la responsable de lo que ha escrito, en clara contradicción con el paratexto en el que alegaba que lo que escribía era simplemente la transcripción de las palabras divinas. Adscrita a la primera generación de mujeres escritoras del siglo xvii, no lo tuvo fácil a la hora de ser aceptada como autora, incluso siendo religiosa y escribiendo textos devocionales de carácter místico. Esta desconfianza hacia estas manifestaciones de éxtasis femenino se incrementó tras los decretos de Trento, puesto que se consideraba sospechosa esta religiosidad femenina demasiado exaltada; estas visionarias, como sor Mariana de Jesús, generaban

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una fuerte atracción de los creyentes y eso suponía una suerte de liderazgo femenino, así que estas figuras femeninas carismáticas fueron controladas de forma obsesiva, especialmente después del caso de algunas embaucadoras: la primera de ellas, en la época de sor Mariana, fue sor María de la Visitación, cuya vida escribió fray Luis de Granada en 1586, ratificando su santidad, cuando apenas dos años después la Inquisición sacó a la luz su engaño.2 En estos casos de escritura femenina visionaria, el protocolo era el examen de los escritos místicos por un padre docto que confirmara la ortodoxia del texto; por eso, el paratexto a Espexo puríssimo empieza con las siguientes palabras: “Sugeto a la santa Iglesia Catholica Romana y a su corrección todo lo contenido en este libro”, porque cualquier escrito debía ser validado por una institución o un padre espiritual. Lo extraño es que se desconoce quién confirmó estas palabras, porque, al no estar impreso, no tuvo que pasar por los trámites inquisitoriales para la edición de textos que validaban la legitimidad de los contenidos. Sea como fuere, las religiosas que lograron publicar su obra en esta primera generación de mujeres requerían de algún tipo de protector masculino, ya fuera un sacerdote, ya un noble, preferentemente con prestigio social, un confesor o padre espiritual o, como mínimo, el apoyo del propio claustro, que permitiera una mayor proyección de su obra. Sor Mariana no dispuso ni de uno ni de lo otro: el confesor, poco docto en temas de mística, por su simplicidad o por su comodidad, la obligó a quemar todas sus obras, incluso le negaba todo tipo de don especial para acercarse a Dios; en cuanto a las religiosas del convento, su desprestigio creciente en la comunidad, excepto un grupo de afines, las más jóvenes, suponía que la escritora sor Mariana no pudiera ser conocida más allá de su propia celda y sus papeles apenas eran considerados borradores, como una más de sus rarezas. A ello también contribuiría su pertenencia a una clase social baja, que accedió al convento sin dote y sin apoyo de mecenas o mujeres nobles protectoras. La condesa de Paredes, doña Inés Manrique de Lara (1543-1583), su protectora en los pocos años que residió en la corte, había fallecido mucho antes de escribir su obra, así que probablemente no dispusiera de relaciones en los sectores nobles de la socie2  Para más información sobre las embaucadoras, ver Imirizaldu (1977); Weinstein, Bell (1982); Po-Chia Hsia (2010); Atienza (2012).

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dad. La reina Ana de Austria había muerto en 1580, por lo que las damas con las que mantuvo vínculos ya no estaban, y más aún en 1617, fecha en la que supuestamente escribió el libro, pues ya reinaba Felipe III. Sor Mariana vivía recluida en un convento en Trujillo, una ciudad muy alejada de los centros de poder, así que el paratexto de Espexo puríssimo debía compensar esas carencias: la humildad reiterada una y otra vez constituye un recurso necesario para que su obra tuviera alguna posibilidad de ser difundida.

Bibliografía Atienza, Ángela (2012): Iglesia memorable. Crónicas, historias, escritos… a mayor gloria. Siglos xvi-xviii, Logroño: Universidad de La Rioja. Baranda Leturio, Nieves (2005): Cortejo a lo prohibido. Lectoras y escritoras en la España Moderna, Madrid: Arco Libros. Cámara Maneiro, Ángeles de la (2019): “Estudio sobre la vida de sor Mariana de Jesús”, en e-spacio UNED. Disponible en http://e-spacio.uned.es/fez/view/ bibliuned:master-Filologia-FILTCE-Macamara [Consulta: 9-2-2020]. Imirizaldu, Jesús (1977): Monjas y beatas embaucadoras, Madrid: Editora Nacional. Luna, Lola (1996): “El sujeto femenino en la historia literaria”, en Leyendo como una mujer la imagen de la Mujer, Barcelona: Anthropos, pp. 69-80. Mariana de Jesús (postrero de abril de 1633). [Carta a la misma (religiosa)]. Copia en Ms 6856, Madrid: BNE, h. 143-144. — (22 de mayo de 1633). [Carta a un sacerdote]. Copia en Ms6856, Madrid: BNE, h. 262-263. Po-Chia Hsia (2010): El mundo de la renovación católica, 1540-1770, Madrid: Akal. Santa Cruz, fray Joseph de (1671): Chronica de la Santa Provincia de S. Miguel de la Orden de N. Seráfico padre S. Francisco, Madrid: Viuda de Melchor Alegre. Schultz van Kessel, Elisja (2000): “Vírgenes y madres entre el cielo y tierra. Las cristianas en la primera Edad Moderna”, en Georges Duby y Michelle Perrot (dirs.), Historia de las mujeres, vol. 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna, Madrid: Santillana, pp. 180-222. Vida de la V. M. sor Mariana de Jesús, Ms/7999, Madrid: BNE. Weinstein, Donald, Bell, Rudolph M. (1982): Saints & Society. The Two Worlds of Western Christendom, 1000-1700, Chicago/London: University of Chicago.

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Royal and Divine Courts: Networks of Women Authors and Women Dedicatees in the Iberian Peninsula (1600-1800) Ana Reis Universidade do Porto/FCT 1

Book dedications were a common practice in the Early Modern Ages, providing a testimony of relations of power and influence between authors and their dedicatees. Highlighted in the first pages of the work, the dedicatee’s name was a key to accomplishing a better reception for the book, guaranteeing protection when the censorship entities received the manuscript and granting prestige when the time came to sell the book and appeal to its audience. The choice of dedicatee generally followed the prevailing social order and, therefore, books could be dedicated to divine entities (God, Jesus Christ, the Virgin, etc.), kings, other elements of royalty, high individualities from the court and religious institutions, friends and family, or simply no one.2 These literary gifts made “public and manifest some connection between the author and the recipient” (Baranda Leturio, 2011: 21) in a joined performance to the outside world. In a time when power and influence were laid in the hands of men, many women still found their way into intellectual circles, mastering the ability to read, and gathering the conditions to write and be published. Narrowing our corpus to convent-produced literature, we aimed to comprehend how women interacted in their own circle so as to achieve the opportunity not only to write and get published, but also to be seen as dedicatees. To this end,   Ana Reis has a PhD research grant from FCT, number SFRH/BD/121915/2016.   José Simon Díaz presents a hierarchical list of dedicatees in El Libro Español Antiguo (Simón Díaz, 2000: 134). 1 2

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Ana Reis

we studied a corpus of 38 works by Portuguese religious women between the 17th and the 18th centuries.3 On first reflection, one might consider that male representation among dedicatees is exponentially higher than their female counterparts. However, the difference is not as high as predicted. From these 38 works, 15 (42%) are dedicated to religious entities and 21 (58%) have human patrons. The religious entities are largely female (80%), with only 3 (20%) male or abstract entities.4 The majority of human patrons are male, with 13 volumes (62%) dedicated to men and 8 (38%) to women dedicatees. Of the twelve female divine dedicatees, nine are representations of the Virgin. The other three are quite evident choices for the works. For instance, A Fénix aparecida na vida, morte, sepultura e milagres da gloriosa Santa Catarina (Lisbon, 1715), a book signed by Marina Clemência,5 is a biography of Saint Catherine of Alexandria, and it is offered to the saint herself. Likewise, Astro Brillante en el Nuevo Mundo (Manila, 1755), a biography of Saint Rose of Lima written by Leonarda Gil da Gama,6 originally published in Lisbon in 1733, is dedicated to the Peruvian saint. And the autobiography Vida e obras da serva de Deus a Madre Mariana Josefa Joaquina de Jesus (Lisbon, 1783) is offered to the reformer Saint Teresa of Ávila, whose name also adorned Sister Mariana Josefa’s monastic house, the Convent of Saint Teresa, a Carmelite convent located in Carnide. The representations of the Virgin are more common and more diverse, and possibly more prone to personal devotions. For instance, Astro brilhante em Novo Mundo (Lisbon, 1733), unlike its Philippine counterpart, follows the devotion of Our Lady of the Rosary, “pelo culto que em vida vos tributou vossa serva Rosa, e pelo amparo, que depois de morta, buscou em vós a sua

3   This corpus includes any work of Portuguese female religious authorship published in Portugal and abroad between 1600 and 1800, regardless of subject matter or size. 4   The male figure is the Good Shepherd (Jesus Christ) and the abstract entities are the Blessed Sacrament and the Passion of Christ. 5   This is the pseudonym of Sister Maria do Céu, whom we will speak more of in the upcoming pages. 6   This is another pseudonym, for Sister Madalena da Glória, who lived in the same convent as Sister Maria do Céu.

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vida”.7 While Saint Rose may have had a personal devotion to this representation of Mary, Saint Dominic, founder of the religious order she belonged to, also had reasons for devotion of the Rosary, since the apparition of this divine entity while he was praying. Four other representations of Mary emerge as dedicatees. The most frequent one is Our Lady of Conception, always in works by Sister Tomásia Caetana de Santa Maria. Sister Tomásia Caetana was an Augustinian nun in the Convent of Vila Viçosa. She wrote several complimentary poems about social and political matters of her time, generally published in thin 8-page booklets. Like any other publication, these poems required a revision by the censorial boards, and as such they were published with a synthetic version of the usual paratextual paraphernalia. Sister Tomásia Caetana —or her sponsor and father, Manuel de Mira Valadão— seemed to be particularly attentive to the social network surrounding convents and beyond. If the texts she wrote commented on institutional events (mourning public figures, celebrating royal marriages and births, etc.), publishing those texts required a social endorsement. While three of her works were devoted to human dedicatees, the majority (five publications) were offered to Our Lady of Conception —also the patron saint of the Convent of Vila Viçosa,8 perhaps due to a need for the nun to attach the texts to their religious origin. Without any disregard for the devotion she certainly felt for her convent’s patron, we might suggest that a dedication to the Virgin was a clever strategy to surpass the censorial institutions. After all, writing and publishing were not usual activities in a convent, nor were they common in the lives of cloistered nuns, especially when the subject matter showed such an inadequate interest in social commentary. It is relevant also to remember that Our Lady of Conception had been the patron saint of Portugal since the king João IV, so this representation of Mary cumulated two types of value as dedicatee: it was a religious choice as well as a patriotic one. 7   “For the worship that, while living, your servant Rose has dedicated to you, and for the support that, after her death, her life searched upon you” (Gama, 1733: unnumbered page, Dedication) (our translation). 8   The town of Vila Viçosa has also been connected to Our Lady of Conception for several centuries. Even today, the devotion of the saint is celebrated with a yearly pilgrimage.

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Sister Maria da Mesquita Pimentel’s Memorial da Infância de Cristo e Triunfo do Divino Amor (Lisbon, 1639) was dedicated to Our Lady of the Exile,9 although the actual text of dedication shows no evidence being offered to this particular title of Mary. The Order of Cistercians, the founding order of the writer’s convent, had a particular devotion to Our Lady of the Exile, with a convent of her name in Lisbon. This convent was said to have an image of Our Lady of the Exile that was very prone to miracles, leading to further devotion. While this could justify the choice of dedicatee, one alternative explanation resides with the editor, who may have had a say in the matter, linking the devotion to the illustration on the title page. Marina Clemência’s A Preciosa. Obras de misericórdia (Lisbon, 1733) was dedicated to Our Lady of Mount Carmel. Silvano das Ondas, who, according to the title-page, is responsible for the edition and the offering of the book to Mary of Mount Carmel, explains that: A Vossa Majestade, preclaríssima Virgem, augustíssima Emperatriz do Céu, e terra, soberana Maria condecorou o Altíssimo do decoroso título do Carmelo, sagrado monte que dominais Senhora, favoreceis Mãe. Movido do superno impulso do Divino Espírito, que sua pena régia, descreveu, Salamão vossa grande cabeça ao mesmo felice monte assemelhada; e porventura aludisse ao mistério, de se interpretar ciência o nome do Carmo, e seres vós, Senhora, como animada cadeira da Sapiência encarnada, a verdadeira Palas, ou Minerva das ciências verdadeiras. Não longe destes conceitos, vos adorou no mesmo monte o vosso antigo, vivo, e fidelíssimo servidor Elias, no venerando, e milagroso simulacro de uma pequena nuvem, que na superfície da terra se difundiu em benéficas, e copiosas águas, pois sendo a água um conhecido símbolo da sabedoria, à maneira de uma continuada, e branda chuva, nos segura o Eclesiástico, mandará o Omnipotente à terra sobre os verdadeiros sábios os profícuos orvalhos da sua incompreensível ciência, imensa sabedoria. […] Devendo pois chegar às sacras aras de vossos sacratíssimos pés com alguma oferta, me deparou a sorte a desta obra, que pelo místico da matéria devoto da forma, sexo da Autora, não parece estranha da vossa real grandeza, proteção seguríssima. […] Recebei pois, amabilíssima Mãe

9   Our Lady of the Exile (Nossa Senhora do Desterro) represents the Flight into Egypt, when Mary, Joseph and Jesus flee to Egypt to escape King Herod’s attempt to kill the child. The scene is also represented in the title page of Sister Maria de Mesquita Pimentel’s book.

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do Carmo, a oferta destas Obras de Misericórdia com os históricos cânticos de alguns dos santos, como rainha que sois de todos. (Clemência, 1733: 2-3)

Silvano das Ondas has therefore seen a parallelism not only in the gender of author and dedicatee, but also in the wisdom of both women, referring as well to the suiting matter of saint biographies as befitting a queen saint. Lastly, Our Lady of Grace is the dedicatee to Leonarda Gil da Gama’s Águia real, fénix abrasado, pelicano amante (Lisbon, 1744) a biography of Saint Augustine. The author herself, in the dedication text, states that “a quem senão a vós, soberana Rainha dos Anjos, se deviam oferecer os tributos, com que a minha devoção quer perfumar as vossas Aras” (Gama, 1744: unnumbered page, Dedication). Further on, she justifies the choice of Our Lady of Grace with the particular devotion of Saint Augustine and his order: Supram os altos voos, com que Santo Agostinho se remontou a alcançar-vos como Senhora da Graça por Mãe, e protetora de toda a sua Religião, os vagarosos passos, com que caminharam os meus discursos, e acharei em Vós os ativos incêndios, com que abrasais os corações destes vossos Filhos, ventura, que também espero alcançar, tendo professado de Santo Agostinho a terceira Regra, sendo esta, e a de meu Seráfico Patriarca, que tanto prezo, os dois Polos, em que se sustenta toda a minha confiança. (Gama, 1744: unnumbered page, Dedication)

In what concerns non-divine women, we encounter seven different dedicatees. One of them is a collective dedicatee, since the Novena para a festa da gloriosa matriarca e seráfica Virgem Sta. Clara de Assis (Coimbra, 1760) was presented to the Poor Clares. The work would serve, therefore, the community of religious women, offering: este pequeno resumo de suas Virtudes, expostas em meditações para os nove dias da sua Novena, não só para que com ela lhe deis culto, se não também, para que com sua atenta meditação, cresça em vós o desejo […] de imitar a tão grande Santa, a quem Deus adornou de tanta perfeição, para que fosse eficaz estímulo da nossa, e o exemplar, que todas devemos particularmente seguir. (Anonymous, 1760: unnumbered page, Dedication)

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Dedicating this book to her fellow Portuguese nuns, the author was thus showing the practical purpose of her work, which was to serve in the religious community’s ceremonies, while also inspiring fellow religious women to follow the models of sanctity. Moving on to individual dedicatees, in the 17th century, only one book was offered to a woman. However, this woman was a popular choice for authors and editors, as she was quite well-known in social and literary Spanish and Portuguese circles. We’re talking about Sister Margarita de la Cruz. In his article on Sister Margarita’s role as dedicatee, José Simón Díaz attributes this “atención admirativa de escritores de muy diversas procedencias” not only to the recognition from family and religious orders protected by herself or the Empress her mother, but also to her “virtudes excepcionales, reconocidas y exaltadas por el propio Pontifice romano” (Simón Díaz, 1986: 442). In Portugal, the work Relación de como se ha fundado en Alcántara de Portugal junto a Lisboa, el muy devoto Monasterio de N. S. de la Quietación, por la Católica Majestad del Rey N. S. D. Felipe II de gloriosa memoria para las monjas peregrinas de S. Clara de la Primera Regla, venidas de la Provincia de la Alemania Baja, después de los herejes las haber perseguido, y desterrado de tierras en tierras por cuatro veces (Lisbon, 1627), written by Sister Catalina del Espírito Santo, from the same convent, was dedicated to her for the reasons stated by Simón Díaz. Sister Catalina affirms that: Pienso que no podrá dejar de dar singular gusto a Vuestra Alteza esta historia así por ser toda materia del sagrado habito de San Francisco, que con tanta devoción ha querido honrar con su Serenísima persona, como por ver cuanto fruto ha rendido a esta tierra la humilde semilla, que con el amparo, y favor de Vuestra Alteza se ha sembrado acá, cuando con su intercesión, y con la de la Serenísima Emperatriz Madre suya, de santa, y felice memoria, se ha fundado en esta comarca, y vecindad de Lisboa el Monasterio para las pobres flamencas peregrinas. (Espírito Santo, 1627: unnumbered page, Dedication)

In fact, chapter 12 mentions Sister Margarita directly, when the ten founding women of the convent arrived at the palace ‘en los coches de la Serenisima Emperatriz’ (Espírito Santo, 1627: 25), followed by a “procesión con los músicos de la Capilla Real, hasta el lugar del monasterio, acompañándolas a pie su Majestad de la Emperatriz, y el serenísimo Cardinal

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Archiduque Alberto con la Serenísima Infanta Doña Margarita, con las principales damas del palacio” (Espírito Santo, 1627: 25). Some decades later, the book A Preciosa, Alegoria Moral (Lisbon, 1731), written by Marina Clemência, was offered to Sister Maria Ana das Estrelas. Marina Clemência was, as mentioned before, Sister Maria do Céu, a prominent figure of Portuguese baroque literature, quite well-known among the literary circles of the time, having published over ten works, including abroad, and left some unpublished manuscripts. The dedication that features in A Preciosa, Alegoria Moral, written by her editor, the Catalan D. Jaime de la Te y Sagau10, mentions Sister Maria Ana as “professora do mesmo instituto” (Clemência, 1731: unnumbered page, Dedication) as the author, meaning that both women resided in the same convent, the Mosteiro da Esperança. As common in other dedications, this is followed by a long paragraph of genealogy, to assert the authority of this woman and the value she should bring to the book: Deveu V. Excelência à natureza nascer fruto da excelsa árvore de Lencastros, tão elevada, que nenhuma da Europa tem mais alta origem, porque principiou no Senhor D. Jorge, Mestre de São Tiago, e de Avis, e Duque de Coimbra (filho daquele grande Rei o Senhor D. João o II de gloriosa memória) que casou com a Senhora D. Brites de Vilhena, filha do Senhor D. Álvaro, filho do Duque de Bargança D. Fernando I do nome. Desta esclarecida união nasceram seus filhos D. João de Lencastro I Duque de Aveiro, Progenitor desta grande Casa, e D. Luís de Lencastro, Comendador mor da Ordem de Avis, de quem em dous ramos descende a Casa dos Condes de Vilanova, e a dos Comendadores de Coruche, da qual nasceu o Senhor D. João de Lencastro, Comendador da Ordem de Cristo, que depois de Capitão General do Reino de Angola, e do Estado do Brasil, foi General da Cavalaria da Província de Alentejo na guerra do ano de 1704 e do Conselho de Guerra do Senhor Rei D. Pedro II com quem se havia criado, e que dele fez tão pública estimação, como é notório. Casou este Senhor com a 10   We refer to D. Jaime as editor with caution, because this was not a job yet in the Modern Ages. D. Jaime was the printer who compiled the nun’s work and managed the edition, sending the work to the censors, then assembling the composition of the books, possibly financing the project and dealing with the selling and distribution of the book. Although nowadays these are tasks commonly attributed to an editor or a publishing project manager, such a designation was not yet used.

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Senhora Dona Maria Teresa de Portugal, herdeira da Casa de seu pai o Senhor D. Pedro de Almeida, descendente por baronia da ilustre família de Almeidas, de cujo feliz consórcio entre dilatada sucessão nasceu V. Excelência. (Clemência, 1731: unnumbered page, Dedication)

Following place and genealogy, D. Jaime mentions a small detail regarding the training of Sister Maria Ana, who was “educada entre o exercício das virtudes daquela Venerável Madre Sor Helena da Cruz” (Clemência, 1731: unnumbered page, Dedication). Sister Helena da Cruz was an abbess in Mosteiro da Esperança, an older mentor to both Sister Maria Ana and Maria do Céu who, in fact, would write a biography of the older nun, leaving it unpublished.11 The research of Ana Hatherly, in the introductory study of A Preciosa, tells us that the editor D. Jaime de la Te y Sagau was composing Christmas music for Mosteiro da Esperança between 1721 and 1722, which leads us to question whether he may have come in contact with the nuns, especially Sister Maria Ana, during and after this period. Sister Maria do Céu had a reputation of concealing not only her identity from the public,12 but also her own manuscripts from the hands of strangers, and we may wonder if Sister Maria Ana might have delivered papers of A Preciosa to D. Jaime, leading him to open the dedication as such: Não foi casualidade, mas foi disposição da Providência Divina, o modo por que chegou à minha mão este livro, que escreveu uma Religiosa de grandes merecimentos, professora do mesmo instituto de V. Excelência, para que eu o livrasse do perpétuo cárcere do esquecimento: a utilidade da sua lição me obrigou a imprimi-lo, e a oferecê-lo a Vossa Excelência, querendo com este pequeno obséquio segurar-lhe o meu profundo respeito. (Clemência, 1731: unnumbered page, Dedication)

11   This biography was intended to be published, with a dedication to the Duchess of Medinaceli, another woman who we shall speak of in the following pages. The text was published in 1993, edited by Filomena Belo. 12   Even though her identity was quickly demystified, she kept on using the pseudonym for a long time.

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Two years later, in 1733, another printer, Miguel Rodrigues, was choosing a woman as a dedicatee for another female author. While publishing the posthumous work of the famous Sister Violante do Céu, Parnaso lusitano de divinos e humanos versos, he offered the book to another religious woman also named Violante do Céu. While it might be unusual to have a front page feature the same name as author and dedicatee, the two women are immediately distinguished from each other by the origin: “Divinos e humanos versos compostos pela Madre Soror Violante do Céu religiosa Dominica no Convento da Rosa de Lisboa, dedicado à Senhora Soror Violante do Céu religiosa no Convento de Santa Marta de Lisboa” (Céu, 1733: unnumbered page, Dedication). We may also add a piece of information that should have been familiar for the readers of the time: the author, Violante do Céu, had perished about forty years prior to this edition. So, if A Preciosa, alegoria moral was a public testimony of a close relationship between author and dedicatee, Parnaso lusitano raises doubts whether the two women even knew each other. Indeed, Miguel Rodrigues himself wrote the dedication, referring to the “quasi fatídica, e bem proporcionada harmonia para o acerto da minha eleição’ and further justifying his choice of dedicatee with a ‘estreitíssima amizade, acompanhada de especiais obrigações” (Céu, 1733: unnumbered page, Dedication) between himself and the lady’s father —leaving us to wonder if the book was actually being offered to the father or the daughter.13 Miguel Rodrigues (as much as Sister Violante’s father) is, then, a mediator between the two women. The most likely conclusion is that the two women never had any direct connection, given the death of the author all those years before. And without the genealogies (so prominent with Sister Maria Ana das Estrelas), we have no clue who this religious woman from Santa Marta, or her father, may be. However, we may wonder if this is surprising. In 1733, the author Sister Violante do Céu was well-known in literary circles, with a previous published work in Rouen (France), separate texts in poetic collections, and manuscripts distributed among elements of the court. Miguel Rodrigues had chosen to print an established author, seemingly sponsoring the work as well, and this choice of dedicatee, as well as the absence of data about her, 13  Simón Díaz (2000: 142) refers to this possibility of indirect dedication, when a book is offered to a person close to a distinguished figure, in order to guarantee his or her protection.

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suggests that the only name he needed to sell the book was the author’s itself. Therefore, he decided to play with the name, much in the Baroque taste, mirroring it with a similar one, while, at the same time, fulfilling a social duty to the lady’s father. Coming back to Convento da Esperança, a new book, Orbe celeste adornado de brilhantes estrelas e dois ramalhetes, um colhido pela consideração, outro pelo divertimento (Lisbon, 1742) was published. The author was Leonarda Gil da Gama, a pseudonym for Sister Madalena da Glória, a fellow religious woman to Sister Maria do Céu. Orbe Celeste was offered to D. Joana Teresa de Noronha e Nápoles, who lived in another Lisbon convent, Santos Novos. Much like A Preciosa, alegoria moral, the dedication includes a small extract of genealogy, to: recopilar os Ilustres, Esclarecidos, e Reais ascendentes de V. S. a quem serve de soberano diadema aquele prodígio da Divina Graça São Luís Bispo de Tolosa, de quem V. S. tem tanta parte do seu puro sangue, como se vê em ele ser filho de Carlos II Rei de Sicília, Jerusalém, e Irmão do Príncipe da Morea, ilustríssimo tronco, de que naceu o Senhor Estefano de Nápoles, primeiro Avô de V. S. de quem a sua por tantos Títulos grande família traz o Apelido. (Gama, 1742: unnumbered page, Dedication)

D. Joana Teresa was an author herself, who would publish the Novena da amabilíssima senhora de Monte Carmelo in 1747. Apart from this work, she participated frequently in the preliminary texts of Sister Madalena da Glória’s books, in a total of ten laudatory texts to the author, commonly in a top position, before the other poems. Unfortunately, this documented literary ‘correspondence’ between the two women does not allow us to perceive what its origin was. Had they actually ever met? Maybe some pre-convent friendship? How did this mutual literary dedication start? And how can we assess a potential influence of D. Joana Teresa in the publishing of Orbe Celeste, that is, whether she actually had an impact on censors, readers and book-buyers? After all, by then, Sister Madalena da Glória had already published three books, and she was not alone, for fellow Sister Maria do Céu, an accomplished author, also provided an editorial boost. In fact, Sister Maria do Céu was now so famous outside the convent that noble women requested to meet her in person. That was how she met

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one of her dedicatees, D. Teresa de Moncada y Benavides, the Duchess of Medinaceli. Of all the author-dedicatees connections in this corpus, this is the most well-documented relationship, since, after the lady’s visit to the convent, the two women maintained an exchange of letters.14 From Maria do Céu Ferreira’s research on these documents, we know that the nun and the Duchess wrote to one another between approximately 1738 and 1745, including other elements of D. Teresa’s family in their correspondence. Only copies of the letters from Sister Maria do Céu survive, and we have no knowledge of the counterparts from her correspondent, though Ferreira suggests that the sister may have destroyed the letters herself, for any sensitive content. The first letter in the collection refers the personal acquaintance between the two women, since Sister Maria do Céu mentions that: Al recibir su visita fui hacer aprehensión de su persona, mas no cupo en la fantesia lo que sólo cabe en la admiración; así quedé reprehendida de mí, y vencida de Vuestra Excelencia cuya conrespondencia procuraré para crédito, sus noticias para alegría, sus favores para gloria, y espero que Vuestra Excelencia me acabe de honrar mandándome en que la sirva, que no hay distancias contra la obligación, ni lejos contra la voluntad.15

This opening letter sets the tone for a relationship of mutual admiration and friendship, but also servitude from the nun. While this is a regular correspondence, Sister Maria do Céu is very quick to show appreciation for the letters of her friend: “las nuevas de Vuestra Excelencia son mí Alivio”,16 “siempre que logro sus favores es para mí día de fiesta”.17 It is also common for her to request news from Madrid. Opening and closing formulas in the documents are equally indicative of this service, starting a letter with “Mi Señora de mi corazón” or closing with “Sierva y captiva”, for instance. While the Duchess occasionally sent over gifts such as preserves and chocolate to 14   This collection of letters is preserved in the Biblioteca Nacional de Portugal and has been edited in 2012 by Maria do Céu Ferreira, as part of her MSc dissertation. 15   Correspondence between Sister Maria do Céu and the Duchess of Medinaceli, Letter I. 16   Ibid., Letter V. 17   Ibid., Letter XXVIII.

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the convent, Sister Maria do Céu was fast at repaying these favours with poems. This allowed the letters to reach for a wider circle of readers, since the Duchess would serve as an intermediary in the Madrid court. The poetic content of these missives was shared in the House of the Medinaceli, as can be inferred from the Letter XIV, where the religious woman sends small poetic texts requested by the Duchess for some courtly poetic games.18 Perhaps this collection of small poems intrigued the court in Madrid, because in 1744 the book Obras varias y admirables, written by Sister Maria do Céu, was published in Madrid, with the Duchess as dedicatee. Maybe the noble woman was an intermediary between the Portuguese nun and the Castilian print, because the editor, D. Fernando de Settién, alludes to the ‘aprecio que han hallado en la dignación de V. Ex. las varias, y admirables Obras de la Madre Maria do Ceo’ (Céu, 1744: unnumbered page, Dedication). Poem request and letter exchange may have been in the origin of the last dedicatee in this corpus. This is D. Maria Próspera de Menezes, who was offered Sentidas expressões de um peito magoado na morte do Eminentíssimo Senhor D. Tomás de Almeida (Lisbon, 1754), written by Sister Tomásia Caetana de Santa Maria. The nun herself signs the dedication, explaining the reasons for her choice by referring to the “generoso ânimo de V. S., sendo tão benigna em dar atenção às minhas toscas prendas, procurando-as por gosto, ou divertimento” (Santa Maria, 1754: unnumbered page, Dedication), implying that the Lady made a habit of soliciting texts from Sister Tomásia. However, and possibly more relevant, genealogy plays its part here again. This text is a homage to the cardinal D. Tomás, in the unfortunate circumstances of his death, and the lady D. Maria Próspera shares family bonds with him: “o Ilustríssimo Senhor D. Afonso Manuel de Menezes, Senhor da Ponte da Barca, Tio Paterno de V. S., casou com a Senhora D. Antónia de Bourbon, Sobrinha do Eminentíssimo Senhor Cardeal Patriarca, que Deus tem” (Santa Maria, 1754: unnumbered page, Dedication). Indeed, Sister Tomásia and her editors seemed to believe that D. Maria Próspera provided a very convenient dedicatee for this work, not only due 18   This has been the object of research by M.ª Carmen Marín Pina in “‘Damas y galanes’, textos y contextos de un juego cortesano de Sor María do Ceo (1658-1753) para la Duquesa de Medinaceli”.

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to her previous connection to the nun, but also because her family bonds would provide a boost for the work to be approved by the censor boards. Dedicatees, then, were carefully chosen from a heavenly and noble court. While heavenly entities included saints or representations of the Virgin, according to more or less personal and devotional criteria, noblewomen brought about some more tangible benefits. Sister Maria do Céu’s dedicatees were connected to her by a web of friendship and interchange of presents and favours. Her companion in the convent, Sister Madalena da Glória, followed the same strategy of selecting a person she maintained a relationship —at least, a literary relationship— with, just like Sister Tomásia Caetana de Santa Maria, in Évora, even though the latter could easily add to her reasons the family connections of the dedicatee. Sister Catalina do Espírito Santo chose to dedicate her chronicle to a largely influential Spanish and religious noblewoman, related to the history of the convent. And lastly, the editor of Sister Violante do Céu’s Parnaso Lusitano has provided the most surprising choice of all, by offering his selection of the author’s poems to another religious women of similar name, while acknowledging the role of family and client bonds underlying such a choice. With a group of two noblewomen and four religious women (most likely all of noble origin), plus a collective ensemble of religious dedicatees in Novena para a festa da gloriosa matriarca, e seráfica virgem S. Clara de Assis, there was a clear preference for offering literary texts from the convent to women in an equal condition. Many questions remain to be answered. Did some of these women actually know each other? What was the degree of friendship and intimacy between them? What was the role of men inside these networks? Were they mediators between the women or did they serve the more practical purpose of making sure the text reached its final printed form, under the female influence? While searching for these answers, we can be sure of this: in the Modern Ages, when men were in charge of power, some women formed alliances and developed dynamic relationships, in order to find a way to raise their voices.

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“A la reina nuestra señora entrando en el Convento de la Rosa”: textos inéditos de Soror Violante do Céu Pedro Álvarez-Cifuentes Universidad de Oviedo1

Sobre la vida de la monja dominica Soror Violante do Céu (1607-1693), en el siglo Violante da Silveira Montesinos, “pairam [...] mais sombras do que luzes” (Morujão, 2008: 192). Hija de Manuel da Silveira Montesinos y Helena da França de Ávila y nieta del “insigne avogado” Gonçalo Nunes de Ávila, los datos contradictorios sobre su fecha de nacimiento fueron esclarecidos finalmente por Margarida Vieira Mendes (1994) en su edición de la Rimas Varias de la Madre Soror Violante del Cielo.2 Queda la duda sobre la precocidad literaria de la niña Violante, que habría compuesto la comedia a lo divino titulada La transformación por Dios —inspirada en la vida de Santa Eugenia, o de Santa Engracia— con motivo de la Joyeuse Entrée del rey Felipe III en Lisboa en 1619, cuando tenía apenas doce años. Según la Bibliotheca Luzitana de João Franco Barreto (V, 953), el poeta Paulo Gonçalves de Andrade “com ela pertendeo cazar, e se não effeituou, porq. não quis seu avo della”, una secuencia de acontecimientos que desembocaría tal vez en la entrada de la joven Violante en el convento de Nossa Senhora do Rosário de Lisboa, popularmente llamado Nossa Senhora da

1   Agradecemos la ayuda prestada por Cristina Pinto Basto (Biblioteca da Ajuda) y Zélia Parreira (Biblioteca Pública de Évora). 2  La documentación publicada por Mendes (1994: 12) registra su bautizo en la Sé Catedral de Lisboa “aos seis dias deste junho de [1]607, com o nome de Violante, indicando pais e padrinhos” y no en 1601, una información erróneamente consignada por Barbosa Machado en su Bibliotheca Lusitana y que han recogido otros críticos.

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Rosa, donde profesó el 29 de agosto de 1630.3 Medio siglo después de su muerte, Diogo Barbosa Machado evocará a Soror Violante en términos muy elogiosos, destacando sus dotes poéticas y su talento para la música: Desde a adolescencia cultivou com tanta discripçaõ, e elegancia a Poezia, que certamente foy nella mais natureza do que arte o enthusiasmo da sua metrificaçaõ [...]. Nunca contaminou a sua idéa com assumpto, que naõ fosse decente ao estado que professava elegendo os sagrados, e heroicos, onde o seu agudo engenho sempre sahio victorioso em diversos Certames, confessandolhe a primazia os mais celebres Corifeos de Arte Poetica, ou fosse pela elegancia das vozes, ou pela ternura dos affectos de que se ornavaõ as suas metrificaçoens. Naõ teve menor felicidade em tanger harpa, acompanhando a melodia da voz com a destreza do toque com que suavemente arrebatava pelos ouvidos as attençoens de todos. (Machado, 1757 III, 792)

En su Eva, e Ave, ou, Maria triumphante, António de Sousa de Macedo (1676: 131) considera que “nas linguas Portuguesa, & Castelhana, Soror Violante do Ceo Religiosa da Ordem de S. Domingos no Convento da Rosa de Lisboa, […] com admiravel spirito, illustrou sua patria, & acreditou o ingenho das mulheres”. La autora escribió numerosos textos de contenido amoroso, satírico, político y religioso, tanto en español como en portugués. Sin embargo, solo vio un libro de poemas publicado en vida, las Rimas Varias de la Madre Soror Violante del Cielo, que salió en las prensas de Laurens Maurry en Rouen en 1646, bajo el patronazgo de Vasco Luís da Gama, quinto conde da Vidigueira y embajador en Francia del nuevo rey portugués D. João IV de Bragança.4 El agustino Leonardo de S. José escribe en el prólogo

3   En su biografía novelada, el conde de Sabugosa (1919: 193) prefiere la fecha de 1629 para el ingreso en el convento da Rosa. Para un breve estudio sobre la vida y la obra de Soror Violante, vid. Silva (1834: 57-92), Remédios (1914: x-xvi), Barros (1924: 123-148), Pociña López (1998) y Morujão (2008). Garcia Peres (1890: 106-113), Olivares y Boyce (2012: 189-245) y Anastácio (2013: 526-533) ofrecen también una selección de poemas de la autora. 4   Sobre el contexto político de la Restauração de 1640 y su relación con las Rimas Varias, pueden consultarse Mendes (1994: 15-17) y Baranda Leturio (2007). Para un análisis de la poesía de Soror Violante do Céu y su problemática textual, vid. Morujão y Martelo (1987) y Martos (2014).

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del volumen: “Este livro [é] da melhor pena com que voou huma Aguia de Portugal, decima Musa da Espanha (titulo que lhe dá o comum aplauso)”. La relación cercana de Soror Violante do Céu con la familia real portuguesa ya viene atestiguada desde antiguo. Por ejemplo, el Theatro Heroino de Damião de Froes Perim (pseudónimo de fr. João de S. Pedro) nos refiere lo siguiente: Os Reys de saudosa memoria Dom João o IV e Dona Luiza, o Principe D. Theodozio, e Grandes deste Reyno fazião o merecido apreço de suas Poesias, mandando-lhe assumptos para lograrem repetidos os seus versos, de que se imprimio hum pequeno volume com sentimentos dos curiosos, porque fizerão alguns avarentos thesouro de suas Obras; e assim correm muitos Romances avulsos, e outros muitos versos manuscritos. (Perim, 1740: II, 449-450)

Informaciones similares recogen las Flores de España, Excelencias de Portugal de António de Sousa de Macedo (1631), el Elogio de Poetas Lusitanos de Jacinto Cordeiro (1631), el Theatrum Lusitaniae Literarium de João Soares de Brito (1655) y el Anno historico, diario portuguez de Francisco de Santa Maria (1744), entre otros.5 Las Rimas Varias incluyen tres textos parenéticos dedicados explícitamente por Soror Violante al rey D. João IV en el contexto de la Restauração de 1640: [1] el “soneto en diálogo” n.º 10, [2] el soneto n.º 16 y [3] la silva n.º 34. En el Parnaso Lusitano de divinos e humanos versos,6 compilación póstuma publicada por el impresor Miguel Rodrigues en dos tomos en 1733, encontramos: [1] la canción panegírica VII dedicada a la reina, la española Luisa Francisca de Guzmán; [2] la silva panegírica II que dirige a D. Luisa tras entregar el gobierno del reino a su hijo D. Afonso VI; [3] la epístola I en la que trata de consolarla por la muerte de D. João IV; [4] 5   Otros juicios no son tan favorables con su obra, como el que expresa Francisco Manuel de Melo en su Hospital das Letras (1657). Para Serrano y Sanz (1903: 264), “aunque dotada de excelentes condiciones para la poesía, [Soror Violante] no pudo sustraerse al mal gusto dominante, y en sus versos se mostró con frecuencia gongorina y afectada”. 6   Los dos volúmenes del Parnaso Lusitano de 1733 fueron dedicados por el impresor a una religiosa del convento de Santa Marta de Lisboa (clarisas), llamada también Soror Violante do Céu, con la intención de “resgatar a obra de Soror Violante do esquecimento a que, sem a edição, estaria condenada” (Morujão, 2008: 195).

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la epístola II, con motivo del final de la regencia de D. Luisa y su retirada a un convento de agustinas descalzas, y [5] la epístola III dirigida a la dama Isabel de Castro tras el fallecimiento de la soberana;7 entre otros poemas que aclaman al rey D. Pedro II, a la nueva reina D. Maria Sofia Isabel de Neoburgo, a la infanta D. Catarina (futura reina consorte de Inglaterra), al infante D. Duarte y a otros miembros de la familia real.8 En virtud de lo dicho, a la “rede de gente titular, ilustrada y política (condes de Arcos, da Vidigueira, duques de Aveiro) que atravessa os dois livros de Violante” (Mendes, 1994: 15), también cabría añadir una estrecha vinculación de la autora con la casa de Bragança, la nueva dinastía real de Portugal.

1. Una visita al Convento da Rosa Sin contar las dos grandes antologías Rimas Varias (1646) y Parnaso Lusitano (1733), muchos de los textos atribuidos a Soror Violante do Céu aparecieron impresos entre los siglos xvii y xviii. Sin embargo, como apuntaba Froes Perim, gran parte de su obra circuló manuscrita y no ha sido editada hasta la fecha.9 Es el caso de los textos inéditos conservados en la Biblioteca do Palácio Nacional da Ajuda de Lisboa y dedicados a la reina D. Luisa de Guzmán con motivo de una visita real al convento de Nossa Senhora da 7   Isabel de Castro, hija del primer conde de Aveiras y fiel compañera de D. Luisa —a la que “servio com muito amor”—, es citada expresamente en el testamento de la reina y profesó en el convento da Encarnação de Lisboa (Raposo, 1947: 444). 8   Baranda Leturio (2007: 141) analiza en detalle las implicaciones políticas de los poemas de Soror Violante do Céu y concluye que “los 26 poemas panegíricos recogidos en el Parnaso manifiestan cómo sor Violante estuvo casi toda la vida ligada estrechamente a la corte real de los Bragança desde su llegada al trono (no hay datos que permitan atestiguar tal relación antes de 1640) y hasta el año 1689, ya como una anciana poco tiempo antes de su muerte en 1693”. 9  También Diogo Manuel Aires de Azevedo (pseudónimo del padre Manuel Tavares) insiste en la amplia circulación manuscrita de los poemas de Soror Violante en su Portugal Illustrado pelo sexo feminino (1734: 91): “Extão as suas obras, que são geralmente estimadas, e modernamente se fez dellas huma Collecção em dous tomos de 12. altos. Advirto, porém, que outras muitas ha fóra as insertas, das quaes o Author da Collecção não teria noticia para as incorporar com as que deo à luz. E são tantas as que faltão, que podião largamente formar outro tomo semelhante aos mais”.

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Rosa. Este convento da Rosa, situado en la Costa do Castelo, en el barrio lisboeta da Mouraria, había sido fundado en 1519 por los nobles Luís de Brito Nogueira y Joana de Ataíde y pertenecía a la orden de los predicadores (monjas dominicas).10 Construido bajo el modelo del convento da Madre de Deus (clarisas) —patrocinado en 1509 por la reina viuda D. Leonor de Avis—, el edificio no existe en la actualidad, ya que se vio gravemente afectado por el terremoto de Lisboa de 1755 y fue clausurado de manera definitiva en torno a 1822. Los nuevos textos de Soror Violante do Céu han sido localizados en el códice facticio 52-IX-28 de la Biblioteca da Ajuda, conservado bajo el título “Papeis varios que forão de El-Rey D. João o 4.º. Tomo I”, que tiene su continuación en el cód. 52-IX-29 y que habría pertenecido a la biblioteca del decimoprimer conde de Redondo, comprada por iniciativa del rey D. José de Portugal para restituir los fondos perdidos en el terremoto de 1755. Ambos códices son descritos brevemente en un inventario realizado por la bibliotecaria Maria da Conceição Geada en 2013. Estos “Papeis varios que forão de El-Rey D. João o 4.º”, como su nombre indica, tienen un contenido muy variado y no siempre fácil de interpretar, que abarca textos poéticos, apuntes, cartas y otros documentos de carácter misceláneo.11 Los poemas en cuestión aparecen entre los folios 13r y 16v del manuscrito 52-IX-28 de la Biblioteca da Ajuda, dos pliegos de papel copiados a dos columnas con la misma caligrafía de mediados del siglo xvii, muy similar a la que presenta el autógrafo de Soror Violante conservado en el cód. CVII/126 de la Biblioteca Pública de Évora (un poema en portugués dedicado a la reina D. Luisa con motivo del nacimiento de uno de sus hijos: “Serenissima senhora / soberana maravilha”). En el f. 14v del ms. 52-IX-28 de Ajuda consta la anotación “poezias de vilante do seo”, que revela el nombre de la autora de los textos. La variante ortográfica “Vilante” por “Violante” es muy común en la época. El primer documento (n.º 3), es un villancico titulado “A la Reina N. Sra. entrando en el Conuento de la Rosa”. La primera parte de la composición   Sobre la historia del convento da Rosa de Lisboa, vid. Carvalho (2008).   Ferreira (1940) realizó una primera aproximación a los manuscritos de la Biblioteca da Ajuda referentes a la familia de D. João IV. 10 11

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(ff. 13r-13v) aparece subtitulada como “Dialogo” y la segunda (ff. 13v-14r) como “Baile”. El segundo documento (n.º 4) es la canción panegírica titulada “A la salida de la Reina N. S. y de su Altesa a pie en Jueves Santo”, que fue publicada en el “2.º Coro de Euterpe” del primer volumen del Parnaso Lusitano de 1733 con algunas variantes textuales que señalaremos más adelante. Uno de los géneros más cultivados por la literatura monástica femenina es el villancico (o “vilancete” en portugués), de gran plasticidad y libertad expresiva. Morujão advierte (2013: 195) que los villancicos ocupan “mais da metade dos dois volumes do Parnaso Lusitano” y demuestran el gusto por la música y el canto que caracterizaba a las monjas del convento da Rosa de Lisboa, como relata el Agiologio Lusitano de Jorge Cardoso (1652: 133): “Dia, & noite se empregão em louvar com suave melodia de vozes, & instrumentos ao Augustissimo Sacramento do Altar”. El procedimiento dialógico fue utilizado en otras ocasiones por Soror Violante do Céu, como, por ejemplo, en su célebre soneto dialogado “Que logras, Portugal?” (n.º 10) de las Rimas Varias y en numerosos villancicos que implican un hábito de representación y acompañamiento musical: A estrutura dialógica sustenta, de facto, a dramaticidade de alguns vilancicos, o que para além de reforçar a função pedagógica que determinou grande parte da literatura conventual feminina, permite olhar estes textos como indícios de hábitos de representação no interior dos mosteiros dominicanos, que hoje não estamos en condições de reconstituir e avaliar. (Morujão 2008: 188)

La primera voz que interviene en el villancico dialogado del ms. 52-IX-28 de Ajuda enuncia una serie de preguntas sobre la identidad y el aspecto físico de la visitante regia: “Que Luz es la q. se ostenta / tan bella y tan singular? / […] Quien es la q. con sus rajos / sirue al día de exemplar? / […] Quien es la que buelue Cielo / lo breue deste Rosal? / […] Quien es la q. manifiesta / tan alta diuinidad?”. Las preguntas son respondidas por una segunda voz, que desgrana una letanía de alabanzas hiperbólicas a D. Luisa de Guzmán con motivo de una visita (pública o privada) al convento de Nossa Senhora da Rosa: “La estrella de Andalusia / La Aurora de Portugal / […] La Deidad de la hermosura / del ingenio la Deidad / […] La q. es Rosa de las flores /

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La q. es flor de la beldad / […] La major reina del mundo / La esposa del quarto Juan”. Esta estrella de Andalucía es, en efecto, D. Luisa María Francisca de Guzmán y Sandoval (1613-1666), hija del octavo duque de Medina Sidonia y nieta del primer duque de Lerma, nueva aurora de Portugal, diosa de la hermosura, rosa de las flores y flor de la beldad.12 Una tercera voz interviene en redondillas para concluir que la deslumbrante belleza física de D. Luisa es una clara muestra de su carácter divino: “Aquella rara beldad / que admirais por peregrina / sabed q. con ser diuina / es de una humana Deidad”. La primera voz pregunta entonces cómo es posible que un ser humano presente rasgos propios de la divinidad —“Pues por q. la humanidad / tal diuinidad ostenta?”—, y se le responde: “Porq. como representa / la magestad soberana / en su Deidad (aunq. humana) / la diuinidad si aumenta”. Es decir, D. Luisa de Guzmán adquiere carácter divino al constituir —como legítima soberana del reino recién independizado— la representación del poder de Dios en la tierra.13 A continuación, un romancillo laudatorio vuelve a exaltar el carácter y los admirables atributos de la nueva reina de Portugal, acercándose a lo que algún crítico ha tildado de “adulación servil y vasallesca” (Pociña López, 1998: 37) y rozando casi la hiperdulía: “Tiene tal bellesa / La Sidonia flor / q. eterna la iuzga / la humana oppinion / En las almas reina / por la perfecçion / como en Lusitania / por lo supperior / Ó quantas Coronas / mereçe el valor / d’aqueste prodigio / de la Discreçion”. Tras solicitar el aplauso debido al favor real —“y pues oy nos hase / tan alto fauor / tributele aplausos / la Veneraçion”—, un “estribo” (o estribillo) 12   A la biografía clásica de D. Luisa de Guzmán de Raposo (1947), cabe añadir los estudios más actuales de Vallance (2012) y de Pinto y Lourenço (2012). Ninguno de estos trabajos, sin embargo, aborda la relación de la reina con las dominicas del convento da Rosa. 13   Sobre la lírica religiosa de Soror Violante, vid. Morujão (2004) y Olivares (2010). En su Quarta Parte da Historia de S. Domingos, fray Lucas de Santa Catarina (1767: 365) apunta un cambio de rumbo en el comportamiento y la producción poética de la autora: “Começou a pagar ao Mundo aquellas attenções, e lisonjas com que a respeitava Oraculo, até que escutando o dos annos, e das experiencias, abrio os olhos para conhecer, que os das Aguias não devião ter outro emprego que o Sol. Voltou Sor Violante já credula as puras luzes da razão, mais que as labaredas do entendimento, que misturadas com o fumo da vangloria, lhe mortificarão a vista, desencaminhando-a na estrada, que primeiro escolhera, e a que tornava agora. Já trilhando-a com segurança, foy singular sua refórma”.

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y pie ponen de manifiesto el carácter festivo del acontecimiento: “Todo sea admiraçion / todo gloria y todo fiesta / todo gusto y todo amor”. Jugando con el doblete “luz / Luisa”, la autora anima a las religiosas a conmemorar la visita de la reina, radiante como el sol, con cánticos y danzas que expresen su alegría: “[…] La Luz mas hermosa / nos muestra su resplandor / i pues vemos tanto sol / festejemos y cantemos / i bailemos de dos en dos”.14 Se introduce de esta manera la segunda parte del poema, subtitulada “Baile” y compuesta por versos octosílabos y dodecasílabos asonantados, de mayor desarrollo estilístico. La autora expresa la felicidad de las monjas del convento da Rosa ante la presencia de D. Luisa, descendiente del linaje de Guzmán el Bueno y del fundador Santo Domingo de Guzmán,15 que se ha dignado a visitar un monasterio tan humilde como el suyo: “Oy q. del guzman diuino / conçede a las hijas tan inmenso honor / quien aurá q. no conozca / q. es de Deuda suja tan benigna acçion”. A lo largo del siglo xvii, la comunidad del convento da Rosa de Lisboa había crecido hasta un total de más de doscientas mujeres, muchas de ellas de ascendencia noble y ligadas por lazos de parentesco,16 como se encargan de señalar los cronistas de la orden, fray Luís de Sousa y fray Lucas de Santa Catarina: “Contavam-se 14   Morujão (2013: 196) explica que el villancico servía de canal privilegiado para la “expressão da alegria e da fé, essencial na vida dentro do claustro”. Para Ares Montes (1956: 101), “la disciplina monacal no era muy estrecha en aquel convento; acaso el más rico de los conventos lisboneses de su tiempo; las monjas podían tener servidoras, se hacían representaciones teatrales y quién sabe si no habría una tertulia literaria; por lo menos existían los conocidos certámenes llamados outeiros, que se celebraban en los patios de los conventos y en que las monjas daban motes a sus galanes para que los glosasen”. 15  Por ejemplo, la Segunda Parte da Historia de S. Domingos (1662), de fray Luís de Cácegas, ampliada por fray Luís de Sousa, fue dedicada por fray António da Encarnação a la reina D. Luisa, “porque sendo Gusmão este sanctissimo Patriarcha, está vinculado ao natural sangue de Vossa Magestade com hum travado parentesco, em que se competem tantos titulos de Regio, quantos seculos de antigo”. Asimismo, uno de los principales consejeros de D. Luisa de Guzmán fue el dominico irlandés fray Domingos do Rosário [Daniel Dominic O’Daly] (1595-1662). 16   “Veja-se, a título de exemplo, a Madre Soror Guiomar da Trindade, que ‘era muito nobre no mundo’, a Madre Sor Brites de Lima, ‘tia do Bisconde de Ponte de Lima’, a Madre Sor Brites da Encarnação ‘filha do Bisconde Lourenço de Lima’, a Madre Dona Maria de São Lourenço, ‘esquivando-se com os parentes opulentos e ilustres’, ou a Madre Dona Ana da Ascenção, ‘tia dos Biscondes de Ponte de Lima’” (Carvalho, 2008: 63).

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noventa freiras, cento e quarenta era o número de professas de véu negro, havia seis noviças, quatro pupilas, cinco conversas, vinte serventes e sessenta e três particulares” (Carvalho, 2008: 61). Las hijas de Santo Domingo han cumplido su deseo de conocer personalmente a la soberana —“Oy q. se logra el desseo / que discretamente tal gloria anheló / todo sea fiesta i gusto / todo rendimiento, todo adoraçion”—, y la ilustre visitante es celebrada con epítetos gozosos: “Oy q. su Luz nos concede / La Estrella Andalusa, la guzmana flor”. A modo de cierre, la última estrofa del baile vuelve a vincularse al diálogo anterior mediante la repetición final del verso suelto “Todo sea admiraçion”, que, como hemos visto, cumple la función de estribillo.

2. Una salida en Jueves Santo En segundo lugar, los ff. 15r-16v del cód. 52-IX-28 de Ajuda incluyen una composición sobre un repentino chubasco que sorprende a la reina D. Luisa cuando visita una serie de iglesias lisboetas durante la noche del Jueves Santo, siguiendo la tradición impulsada por San Felipe Neri en Roma: “Zeloso de la Tierra el mismo Cielo / (o lloroso quiça como zeloso) / agua oppuso a la acçion d’un fuego amante”. Este poema apareció publicado como “Cancion Panegyrica VII” en el primer volumen del Parnaso Lusitano, si bien hemos detectado que la versión manuscrita no es exactamente la misma que consta en el texto impreso de 1733, en el que podemos suponer una cierta intervención (fuera de la propia autora, del impresor Miguel Rodrigues o de la censura externa). En el Parnaso Lusitano la rúbrica de la canción, más extensa, figura como “A la salida de la Reyna nuestra Señora D. Luiza, y de la Señora Infanta D. Catalina en Jueves Santo a visitar las Iglesias con gran devocion”. En la primera estrofa de la versión del ms. 52-IX-28, se refiere que la reina —“la bella Aurora Lusitana”, el mismo apelativo que encontramos en el poema anterior— y su hija D. Catarina —“la infanta de la Lusa Monarquia / la çifra de la Angelica hermosura / […] la Luz mas pura / que logra el firmamento Lusitano”— han salido a pie a rendir homenaje a “la magestad mas soberana”, esto es, el Santísimo Sacramento, expuesto “en Trono de Christal, solio

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d’Albores”. A su paso, la devota D. Luisa va “produsiendo a la Tierra varias flores / con el de su Deidad Contacto breue”. Este último verso, que otorga carácter divino y casi taumatúrgico a la soberana, desaparece en la versión impresa de 1733 y es sustituido por “Produziendo a la tierra varias flores, / Con la planta feliz, que ayrosa mueve”, que describe simplemente su elegante manera de caminar. Veíamos cómo, en el villancico anterior, la atribución de ciertos rasgos divinos a la reina suscitaba las dudas de una de las interlocutoras del diálogo. Se trata, en cualquier caso, de un aspecto polémico en términos teológicos sobre el que la propia autora pudo haber cambiado de opinión con el paso del tiempo. Para finalizar, se exponen algunas hipótesis sobre la cronología de los textos del cód. 52-IX-28 de Ajuda, que parecen haber sido copiados al mismo tiempo y circularon juntos. El autógrafo conservado en la Biblioteca Pública de Évora, con una mise en page muy semejante, celebraría el nacimiento del último hijo de la reina D. Luisa, el futuro D. Pedro II, que tuvo lugar el 26 de abril de 1648. Otros documentos incluidos en el cód. 52-IX-28 —como las cuadras dedicadas al rey D. João IV por el padre António Pereira (n.º 1) o unas décimas burlescas de Lopo Sardinha (n.º 2)— también hacen referencia al infante recién nacido. No obstante, la ausencia de la enfermiza infanta D. Joana (muerta el 17 de noviembre de 1653 con apenas diecisiete años)17 en los ritos de Jueves Santo descritos en la canción panegírica podría sugerir una datación más tardía. En cualquier caso, el diálogo describe a la reina como “la esposa del quarto Juan” y la canción pide a Dios que prospere “de Juan el Luso Imperio” y que premie la fe y el afecto demostrados por las “Augustas magestades”, sin indicar el papel de D. Luisa como regente entre 1656 y 1662, lo que hace suponer que el rey D. João IV todavía no habría fallecido en el momento en que los textos fueron compuestos. Estas circunstancias nos llevan a concluir que los nuevos poemas habrían sido escritos aproxima-

17   “Padeceu El Rey novo golpe na morte da Infanta D. Joanna sua filha mays velha, que depoys de dilatada infirmidade acabou a vida a 17. de Novembro, desenganando a mortalidade, de que não era izenção da natureza a grande fermosura que lograva. Conheceu a morte, & entregouselhe, como senão deyxára tanta grandeza” (Meneses, 1679: 802). Sobre la enfermedad de D. Joana, vid. Dantas (1916: 133-138) y Raposo (1947: 223-224).

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damente entre la primavera de 1648 —nacimiento del infante D. Pedro— y finales de 1656, año de la muerte de D. João IV. Entre estas coordenadas temporales, el ms. 52-IX-28 de la Biblioteca da Ajuda presenta una muestra hasta ahora inédita (y aparentemente autógrafa) de la obra poética de Soror Violante do Céu. Además de una primera versión de la “Cancion Panegyrica VII”, bajo el título colectivo “A la Reina Nuestra Señora entrando en el Convento de la Rosa” se recogen un “diálogo” y un “baile” compuestos en lengua española en un contexto festivo y de ocasión y conservados en copia manuscrita entre los “papéis vários” del rey D. João IV de Portugal, a modo de recordatorio de la visita real al cenobio, lo que supone un notable indicio de la estrecha red de contactos establecida entre la casa de Bragança y las dominicas del convento de Nossa Senhora da Rosa de Lisboa.

3. Textos Se ofrece a continuación una transcripción paleográfica de los textos de Soror Violante do Céu conservados en el cód. 52-IX-28 de la Biblioteca da Ajuda (Lisboa). n.º 3 [f. 13r] A la Reina N. Sra. entrando en el Conuento de la Rosa Dialogo 1.ª Que Luz es la q. se ostenta tan bella y tan singular? 2.ª La estrella de Andalusia La Aurora de Portugal 1.ª Quien es la q. con sus rajos sirue al día de exemplar?

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2.ª La Deidad de la hermosura del ingenio la Deidad 1.ª Quien es la que buelue Cielo lo breue deste Rosal? 2.ª La q. es Rosa de las flores La q. es flor de la beldad 1.ª Quien es la q. manifiesta tan alta diuinidad? 2.ª La major reina del mundo La esposa del quarto Juan 1.ª Pues salga la fe diuina a declarar la verdad por q. el amor no presuma que llega tanto a ser mas 3.ª Aquella rara beldad que admirais por peregrina sabed q. con ser diuina es de una humana Deidad P. Pues por q. la humanidad tal diuinidad ostenta? R. Porq. como representa la magestad soberana en su Deidad (aunq. humana) la diuinidad si aumenta P. Quien es la q. euita tanta confusion? R. La fe q. se oppone a exçessos de amor P. Quien ay que mirando tan hermoso sol no rinda a sus rajos

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firme adoraçion? Quien ay q. contemple tan raro esplendor [f. 13v] q. neutral no mire la imaginaçion Tiene tal bellesa La Sidonia flor q. eterna la iuzga la humana oppinion En las almas reina por la perfecçion como en Lusitania por lo supperior Ó quantas Coronas mereçe el valor d’aqueste prodigio de la Discreçion Del mundo el imperio logre tanto honor q. a la gran Luisa tenga sugeçion Y pues oy nos hase tan alto fauor tributele aplausos la Veneraçion Estribo Todo sea admiraçion todo gloria y todo fiesta todo gusto y todo amor

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P. Por q. rason? R. Porq. la Luz mas hermosa nos muestra su resplandor i pues vemos tanto sol festejemos y cantemos i bailemos de dos en dos Baile Oy que la Deidad mas bella nos muestra lo inmenso de su perfeçion quien aurá q. no confiesse que puede embidiarnos, la dicha major Oy q. del guzman diuino conçede a las hijas tan inmenso honor quien aurá q. no conozca q. es de Deuda suja, tan benigna acçion Oy q. magestad tan grande la humildad exalta de la religion cante la humildad vitorias aplausos el gusto, vivas el amor Oy q. se logra el desseo que discretamente tal gloria anheló todo sea fiesta i gusto todo rendimiento, todo adoraçion Oy q. el sol de los ingenios suspende las almas con su discreçion duplicadamente absortas adoren las almas su claro valor [f. 14r] Oy q. su Luz nos concede

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La Estrella Andalusa, la guzmana flor por q. el silençio la aplauda callen las rasones, hable la rason Todo sea admiraçion

[f. 14v] poezias de vilante do seo

n.º 4 [f. 15r] A la salida de la Reina N. S. y de su Altesa a pie en Jueves Santo Cançion Panegirica A ver la magestad mas soberana en Trono de Christal, solio d’Albores, esfera de Jazmin, Cielo de nieue salio la bella Aurora Lusitana produsiendo a la Tierra varias flores con el de su Deidad Contacto breue: tanto de lo que deue al Monarca major, al Rey diuino pudo en su Augusto pecho la memoria que dando al rendimiento la Victoria lo humilde exerçitó, siguio lo fino buscando reuerente el major sol, en Candido ocçidente [f. 15v] Zeloso de la Tierra el mismo Cielo (o lloroso quiça como zeloso) agua oppuso a la acçion d’un fuego amante

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mas ni el agua, la noche, ni el desvelo entibiaron el fuego, que amoroso acreditó lo fino en lo Constante: de obstaculos Triunfante, de impulsos soberanos impelida nueve ueses buscó la regia estrella la Luz de q. es el sol, breve Centella el sol de q. Amor fue dulçe homeçida pues solo un Amor tierno vinculó lo mortal a un Dios eterno Salio tambien a pie la q. pudiera en el Carro del sol dar Luz al dia, boluer dia la noche mas escura salio de la Beldad la Primauera la infanta de la Lusa Monarquia la çifra de la Angelica hermosura: [f. 16r] salio la Luz mas pura que logra el firmamento Lusitano tan rara, tan bisarra, tan hermosa como al primer Albor, purpurea Rosa, como milagro, en fin, d’aquella mano que en todo peregrina ostentó su poder en Catalina Ó Tu, Sñor, q. en blancos acçidentes diste la realidad el Jueves santo q. extinguiste del mundo el Cautiuerio, prémia tantos affectos reuerentes tanto amor, tanta fe, desuelo tanto prosperando de Juan el Luso imperio: Tu que en esse emisferio logras la adoraçion que te dedican Tronos Dominaçiones Potestades prémia destas Augustas magestades la fe con que su amor te sacrifican

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dandole (con mil glorias) por cada acçion de amor, muchas Victorias [f. 16v] Cançion deten el passo y remite a los Cisnes del Parnasso el aplauso de acçion tan peregrina que la uoz femenina nunca puede llegar al alto punto de saber aplaudir tan raro assunto

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Primera recepción de las obras de Hipólita de Rocabertí (1643-1647): redes y proyección política en la guerra dels Segadors* Verònica Zaragoza Gómez Universitat de València

De linaje catalán de rancio abolengo, Isabel de Rocabertí y Soler (Peralada, 1551-Barcelona, 1624) fue una de las plumas más prolíficas del Barroco hispánico, conocida por el nombre de sor Hipólita de Jesús. Esta dominica dejó una desbordante obra escrita desde el convento de Nuestra Señora de los Ángeles y Pie de la Cruz de Barcelona, en el que ingresó siguiendo la estela de su tía, Jerónima de Rocabertí y Soler. Su obra compatibiliza una vida espiritual y notas biográficas sobre compañeras de religión, tratados espirituales y de tono místico, obras con carácter didáctico, poesía…; textos que a lo largo del siglo xvii llegaron a ser publicados póstumamente (más de veintiséis, impresos), además de conservarse sus autógrafos en el actual convento, donde hoy los veneran.1 Si bien en las últimas décadas su obra ha generado un interés historiográfico, los estudios que se han ocupado lo han hecho sobre todo desde su * Este estudio se enmarca en el proyecto del grupo BIESES FFI2015-70548-P, en el que he participado como investigadora postdoctoral (FJC-2017-33972). Las siglas de los archivos consultados son: ACA, Archivo de la Corona de Aragón; AHCB, Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona; BUB, Biblioteca Universitaria de Barcelona, y BHUV, Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia. Agradezco a la profesora Eulàlia Miralles su lectura crítica y atenta del trabajo y a la archivera del Archivo de la Corona de Aragón, Rosa M. Gregori, su predisposición y amable ayuda en la localización de fuentes citadas aquí. 1   El convento se trasladó a Sant Cugat del Vallés y adoptó el nombre de Sant Domènec (Paulí, 1941). La lista de impresos y manuscritos de la autora se puede leer en Zaragoza Gómez y Gras (2020).

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dimensión espiritual y exegética, atendiendo en menor medida a las circunstancias de transmisión de su impresionante legado escrito (Ahumada, 2013; Poutrin, 2015; Zaragoza Gómez 2016; Alabrús, 2019; Giordano, 2020). La campaña de creación de una determinada reputación en sor Hipólita, como modelo femenino espiritual y de erudición, vino aparejada con el proceso de beatificación del cual empezó a ser objeto durante la segunda mitad del siglo xvii y con la publicación póstuma de su obra, que experimentó un repunte entre 1660 y 1694 gracias al empeño de su sobrino, Juan Tomás de Rocabertí (Callado, 2007: 111-114; 2012). Si bien es verdad que gracias a este vieron la luz la mayoría de las impresiones de sor Hipólita, en Valencia, la crítica suele obviar que, ya antes de esta magna labor editorial, Barcelona había capitalizado una primera tentativa de difusión de la obra hipolitana. Fue a través de las dos primeras ediciones aparecidas en 1643 y 1647, en las que se presentaba a las dominicas de Los Ángeles como impulsoras de una incipiente campaña de promoción de su más insigne religiosa. Siendo esta una de las lagunas más importantes en la investigación, el presente trabajo tratará de comprender las circunstancias de la primera recepción de la autora. En cuanto a la metodología empleada,2 me he basado, por un lado, en el análisis de los elementos paratextuales de los dos impresos. Este acercamiento permite tejer aspectos del contexto y el universo de relaciones personales que se activaron para autorizar y costear el paso por la imprenta de los manuscritos de la monja. En ese sentido, resulta interesante fijarnos en la red de censores que aprueban las obras y los dedicatarios a los que van dirigidas. Pese a que las dedicatorias de los libros no siempre reflejan una fuente de financiación de un proceso de edición,3 sino que podían representar, entre otras manifestaciones, un reconocimiento de relaciones de amistad o agradecimiento de favores (Moll, 1982: 46), una atención especial a las cartas dedicatorias de las dos ediciones revela algunos puntos de apoyo político y social importantes con las que pudieron ser impulsadas. Con ello, 2   Sobre la validez de abordar el estudio de las escritoras modernas desde el análisis de redes: Baranda et al. (2019); Marín Pina (2019a y 2019b). 3   Resultan interesantes las consideraciones de su biógrafo fray Antonio de Lorea: “Una dedicatoria a un señor en este mundo o a qualquiera santo y amigo vuestro, lleva consigo la ayuda de costa, de que sus acciones por grandes que sean pueden reducirse a la pluma y papel…”, no así cuando el libro va consagrado a Dios (Lorea, 1679).

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trataré de demostrar la validez que tiene para este proyecto de edición la correlación dedicatario-mecenas, lo que me llevará, en un nivel más concreto, a formular algunas hipótesis que respondan con la mayor de las certezas posibles a cuáles fueron las fuentes de financiación que pudieron contribuir a hacer realidad las impresiones. Por otro lado, la consulta de fuentes variadas de la época, documentación literaria, historiográfica y archivística, y la revisión bibliográfica me llevarán a indagar en las posibles motivaciones políticas de aquel proceso de publicación, vinculado, a mi entender, a un ambiente de veneración popular y devoción local en torno a la dominica. Respecto a la lectura política que se intentará ofrecer, no puede resultar baladí que las ediciones apareciesen durante la guerra dels Segadors, en la Barcelona secesionista posterior a la revuelta de 1640, cuando las clases dirigentes catalanas se distanciaron de la corona de Felipe IV (Simon, 2011 y 2020); un escenario en guerra que reproducía en pequeña escala las contiendas que las grandes potencias europeas estaban librando en la guerra de los Treinta Años (1618-1648).

1. Los antecedentes: el sermón fúnebre de sor Hipólita de Rocabertí (1624) Antes de que la obra de sor Hipólita alcanzase estatus de discurso público, ya en 1624, tres meses después del fallecimiento de la monja, veía la luz el sermón predicado por su confesor en las exequias fúnebres celebradas en el monasterio de Los Ángeles para solemnizar su muerte (Puig, 1624). A ellas asistieron Joan Sentís, obispo de Barcelona (1620-1632) y virrey del Principado de Cataluña (1622-1626), los jurados de la ciudad y otras personalidades, lo que da buena cuenta de la reputación del personaje y de las buenas relaciones con las autoridades y nobleza locales, que habían visitado frecuentemente a la monja en busca de consejo y protección.4 El sermón fúnebre de Hipólita es la primera piedra en la fijación de una determinada representación autorial de la religiosa (no en vano es comparada con Teresa de 4   La noticia de su muerte corrió como la pólvora por la ciudad, unida a la apreciación de que “una santa ha muerto en el convento de los Ángeles” (Busquets, 1684: 75).

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Jesús); una imagen que será utilizada para refrendar posteriormente su fama espiritual y que se fundamenta en sus prácticas penitentes, la oración mental y los favores y las apariciones celestiales, pero especialmente en la humildad de su espíritu: sor Hipólita es representada cual “niña sencillita”, cuya procedencia aristocrática se subordina a la obediencia, modestia y humildad, por cuanto “su continuo estudio era humillarse, esconderse, y, si no es que por mandato de su confesor escribió su vida, no habría cosa más desconocida en el mundo […], porque ella escondió grandemente su luz y virtud”. Asimismo, se reconoce un origen revelado de sus textos.5 El autor de tales palabras, Jaume Puig (1581-1646), era un prestigioso orador, rector del Colegio de la Compañía de Jesús de Belén en Barcelona y profesor de Teología (Torres i Amat, 1836: 506). Había sido confesor de la comunidad de dominicas y de la propia Hipólita, quien nunca escondió la influencia espiritual que sobre ella ejercieron los jesuitas. El sermón impreso aparecía sin más paratextos que una carta dedicatoria “Al excelentíssimo señor don Juan Sentís…”, firmada por las religiosas y la priora de Los Ángeles, que se presentaban, tanto aquí como en la portada, como promotoras de la edición (“Hecho imprimir por la priora y religiosas del mesmo convento”). El convento se encontraba bajo jurisdicción episcopal y vemos que es el obispo quien está presente en las ceremonias de elección de prioras, por lo que se entiende que el volumen vaya dedicado a él. Las monjas piden “amparo de V. Excelencia, que lo es de este su monasterio y Principado” y presentan la edición aduciendo que “entendiendo el gusto con que V. Excelencia y otras muchas personas graves, assí deste reyno como de otros, leen y oyen las cosas desta sierva de Christo, nos ha parecido hazer imprimir el sermón […] porque en breves palabras dize lo principal de su vida y virtudes”, y se añade: “Será como un borrón de lo mucho que descubrirán sus libros quando salgan a luz, y por esso nos emos contentado con el borrador del sermón”. Se alude aquí a la obra de Hipólita, a “sus libros”, a la sazón manuscritos, con la certeza de que saldrán a la luz.6 5   Se dice, por ejemplo, que “no aprendió Hipólita acá en la tierra la sabiduría que ha descubierto, del cielo vino y así era muy diferente de la de acá”; “una tan grande sabiduría” que “en materia de oración, de consejo, de provecho deja escritos libros muy a propósito”. 6   Al morir la autora, Sentís había mandado recoger sus autógrafos y “los mandó dividir y repartir entre hombres doctos, para que viessen la doctrina dellos y dixessen su sentir”. Todos dictaminaron que “era obra buena más que de muger y que indicaba ser enseñada de Dios; y

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Según leemos, la comunidad se presenta ofreciendo aquel borrador a un lector amplio para perpetuar la memoria de sor Hipólita y lo hace blindándolo con la red personal que les proporciona el obispo, personaje de máxima autoridad político-religiosa que les podrá asegurar que “estará bien defendido, aunque falte el amparo de su autor”. Pareciera que tales palabras pretendían avanzarse a los recelos que tal impresión podía suscitar: la anteponen a una cierta urgencia por parte de las religiosas que las había llevado a asumir la iniciativa editorial, “porque, como los padres de la Compañía de Jesús son tan remirados en sacar sus cosas a luz si no es con muchos exámenes, no hemos podido sacar otra cosa, con escusas que era para nuestro consuelo”; unas tales palabras que parecen excluir cualquier ápice de responsabilidad en el confesor Jaume Puig, autor del texto que las monjas presentan, de quien consideran que “ni el padre, por la prissa con que se hizo, tuvo tiempo para más”. ¿Escribieron ellas tal justificación, la dedicatoria, o es obra del propio autor, Puig, encubierto? ¿Hemos de creer que el volumen surgió de la iniciativa de las monjas o del confesor? Aunque volveremos sobre esta cuestión, es necesario que nos preguntemos ahora qué fuente de financiación pudo hacer posible aquella realización impresa. La documentación del archivo conventual revela que, desde el 30 de marzo y hasta diciembre de aquel 1624, el priorato había recaído en Serafina Codina7 (lo había sido en trienios anteriores, 1603-1606 y 1612-1615), la cual había mantenido importantes lazos personales con nuestra escritora. De hecho, bajo su obediencia, sor Hipólita había escrito las biografías de monjas difuntas de la comunidad, posteriormente publicadas (Busquets, 1684) como una “relevante plataforma propagandística” (Gras, 2013: 121; léase también Ahumada, 2011). Codina fue relegada de sus funciones de máxima autoridad en el convento en diciembre de 1624 por Anna Poll, entonces supriora (será priora hasta 1627). Si consideramos las pocas posibilidades económicas que tenía una comunidad como la de Los Ángeles para asumir que él, sin duda, avía dado su luz y enseñado tan admirable dotrina como contienen” (según Luis Vidal, confesor jesuita de la religiosa) (Lorea, 1679: 201; Busquets, 1684: 75). 7   Debo estos y otros datos del presente estudio a la generosidad de la historiadora M.ª Mercè Gras, a quien agradezco también sus conversaciones sobre otras cuestiones referentes al entorno de la autora.

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los costes de edición de este sermón,8 una de las hipótesis plausibles que podría funcionar es una posible iniciativa económica asumida por sor Lucrecia de Tocco, supriora de la comunidad de manera intermitentemente hasta 1627 (murió en 1631). Así lo parecen sugerir sus excelentes relaciones con la jerarquía eclesiástica catalana (su tío, el benedictino fray Benito de Tocco, había sido abad del monasterio de Monserrat y obispo de Vic, Gerona y Lérida, e incluso llegó a presidir la Generalitat de Cataluña); pero, sobre todo, su considerable poder adquisitivo, que junto a su hermana Isabel, con quien había ingresado en el convento en 1572 (fallecida en 1608), la llevó a dotar artísticamente la comunidad sufragando económicamente obras pictóricas y escultóricas (Gras, 2013: 131). Del mismo modo, ¿dispondría Lucrecia de Tocco de su patrimonio para que las monjas de Los Ángeles pudieran sacar a la luz el sermón panegírico de su compañera, con la que convivió en la clausura y a la que profesaría una gran devoción?9 Una segunda posibilidad podría ser el mecenazgo del ya aludido Joan Sentís, motivada por la dependencia que tuvo el convento para con él. Efectivamente, pudo llevar a las monjas a confiarle un costoso proceso de impresión que ellas mismas no podían asumir. Con el añadido de que consagrarle aquella obra podía representar, asimismo, una estrategia retórica para conseguir una importante fuente de legitimación. De hecho, es él mismo quien valida la impresión con su firma estampada en el imprimátur, con fecha de 2 de noviembre del mismo año, escasos tres meses después de la predicación del sermón (agosto). Esto demuestra, en definitiva, las facilidades con las que pudo contar esta empresa editorial de la mano de Sentís. En tercer lugar, es importante que calibremos de una manera más ajustada el papel que pudo ejercer Jaume Puig en la recepción de aquel primer semblante biográfico de sor Hipólita que las monjas presentaron como iniciativa propia; idea que ya he apuntado más arriba. En su texto, Puig se refie8   Máxime si tenemos en cuenta que “a diferencia de otras comunidades más antiguas y con un patrimonio más consolidado, contaba con escasos recursos, apenas las exiguas dotes y rentas de las religiosas y algunas fundaciones de misas y aniversarios; además existía otro monasterio en la ciudad perteneciente al segundo orden, las dominicas de Montsió, una antigua fundación vinculada a la realeza y a las clases acomodadas” (Gras, 2013: 118-119). 9   Quiso apropiarse de un dedo del cadáver de sor Hipólita, a lo que se negó la priora (Alabrús, 2015: 239).

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re a los escritos de la religiosa citando sus “no menos de veinte y un libros de su vida, de los favores que recibió de Cristo, de su madre y de sus santos”, con “consejos bonísimos para gente espiritual y contemplativa” y “otros de varias materias”, lo que demuestra que conocía particularmente los manuscritos de sor Hipólita, e, incluso, que los pudo haber tenido en sus manos. Más allá de su labor de primer panegirista, ¿podemos sugerir un mayor protagonismo asumido por el confesor en la edición de este y los otros dos volúmenes, imputados como aquel a las diligencias de las monjas de Los Ángeles? ¿De qué modo pudo participar este del incipiente proyecto de promoción de la figura y obra de sor Hipólita que seguiría su curso, con posterioridad a la impresión del sermón fúnebre? Rosa M.ª Alabrús aduce a desavenencias entre dominicos y jesuitas, intensificadas entre 1620-1630, y a la separación de Cataluña como motivos que entorpecieron el “empeño del padre Puig en capitalizar la figura de Hipólita para la Compañía” (2019: 211), y sitúa la recepción de la dominica “en un momentáneo limbo” hasta que su sobrino asumió su cometido editorial, a partir de 1660; pero, antes de ello, se sitúa la labor editorial de las monjas de Los Ángeles, entre 1643-1647. Precisamente, es en esta década de los cuarenta en la que se fraguó la impresión de las obras de Hipólita en la que centraré mi atención a continuación, con el fin de revisar el escenario político y los apoyos por los que pudieron realizarse las impresiones. Estos parecen sugerir que, efectivamente, el jesuita tuvo un mayor protagonismo a la sombra de las monjas, representadas como máximas impulsoras de este primer proceso de edición de las obras de Hipólita. Veámoslo.

2. La posible lectura (política) de la implicación del Consell de Cent de Barcelona en el Tomo primero (1643) Antes de fallecer en 1646, Jaume Puig pudo revisar su sermón y verlo impreso10 en el que sería el primero de la larga lista de volúmenes impresos de 10   Se hicieron dos impresiones “antes de la prohibición” (1624 y 1625) y fue incluido en la reedición de este tratado, en 1680. Para futuros estudios, sería interesante cotejar todas las versiones del sermón para certificar las variantes introducidas con el fin de adecuar el texto a la nueva normativa de culto y abordar la representación que de Hipólita ofrecen.

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Hipólita de Jesús (Rocabertí, 1643): el Tomo primero de los tratados espirituales (incluye los tratados “de la Penitencia, del Temor de Dios, de la Consideración y Meditación”). En los paratextos del libro, un prólogo al lector que debió surgir del entorno editorial (¿quizás del propio Puig?) explica que el sermón, supervisado por el autor, venía a suplir la ausencia de una hagiografía que diese a conocer en su patria, “donde hay tan grata memoria de su vida”, las virtudes de la religiosa. La inclusión del sermón venía con la pregunta: “¿Por qué la primera obra que sale a luz de la madre sor Hipólita no son los libros que tratan de su vida, pues sus esclarecidas virtudes y favores del cielo conciliarán autoridad y crédito a los demás?”; algo que se justificaba aludiendo a las restricciones de la reforma de Urbano VIII,11 en obediencia a lo que se ha venido a llamar la “santidad bajo control” (Armogathe, 2005: 151 y ss.). En cuanto al libro de Hipólita, salió a la luz con licencias procedentes de las filas dominicas, pero también del mismo entorno de Jaume Puig. Así, firma la aprobación el padre Miquel Torbavi12 (30-4-1643), procedente, como Puig, del colegio de jesuitas de Belén, en Barcelona, seguida de una censura y aprobación de fray Pedro Mártir Moixet (20-12-1643), quien fuere prior en 1641 y 1649 del convento de dominicos de Santa Catalina de Barcelona (fue validada con los imprimátur de Galcerán de Senmenat y de Lanuza, canónigo y vicario general de la Diócesis de Barcelona, con fecha 1-5-1643, y del regente Queralt). Aunque no nos podemos detener aquí en ellos, resulta interesante revisar los discursos de estas autoridades eclesiásticas acerca de las virtudes que atribuyen a sor Hipólita, cuya fama es bien conocida “en esta ciudad a los que la trataron”, según Torbavi. En esta primera fase de recepción de la figura de sor Hipólita, y ante un panorama de escritura femenina poco consolidado aún, contribuyen a crear una primera reputación de escritora prolija y de sólida formación erudita. 11   “Si no estuviera de por medio el decreto de su santidad que semejantes libros no se impriman sino después de muchos años, para que la misma antigüedad haga las cosas más venerables”. Se pretendía limitar el reconocimiento y veneración de santidad en sujetos todavía no canonizados, lo que implicaría que cualquier intento de difusión de escritos sobre hechos, milagros o revelaciones contemplase una advertencia inicial paratextual. 12   Se ocupó de la revisión de una hagiografía publicada en Barcelona en 1649 (reed. 1653) de Ángela Margarida Serafina Prat, muerta con fama de santidad, de la cual hablo más adelante.

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A continuación, leemos la carta dedicatoria firmada por la supriora y religiosas de Los Ángeles, regidas en aquel momento por la priora M.ª Joana Bonet y la supriora Magina Queralt, esta última relegada de sus funciones por Caterina Teixidor a partir de abril de 1643. Consagran la edición “A la muy noble y fidelíssima ciudad de Barcelona por su Señoría, a los muy Illustres Señores conselleres y Sabio Consejo de Cento…”, gobierno barcelonés con una larga trayectoria y con un marcado perfil político que condicionó los acontecimientos de 1640-1659 en Cataluña (Florensa, 1999). Las monjas confiesan su pretensión de sacar a la luz los otros textos de la monja, “cuando nos sea permitido imprimir”, pues “personas celosas de la patria y del bien de las almas, solicitaban con cuidado esta impresión, pero sin efecto”. Ahora bien, sus limitaciones las han llevado a poner el presente libro al amparo del Consell de Cent aduciendo “el amor a la Patria” manifestado por sor Hipólita. La obra se estampó en las prensas de Jaume Matevat, que, desde el 1631 y hasta su muerte en 1644, había detentado junto a Sebastián Matevat, pariente, el privilegio de ser “impressor de la present Ciutat y de la universitat del Studi General de dita Ciutat”, a cargo de la corporación municipal.13 La implicación de este taller en la edición de Hipólita, junto al hecho de que fuese consagrada al Consell de Cent, ¿debería ser razón suficiente para pensar que, en efecto, la corporación municipal se hizo cargo de las costas de publicación? Sabido es que, a lo largo del siglo xvii y durante la guerra dels Segadors, el gobierno municipal proporcionó ayudas de costa o pagó íntegramente la impresión de obras que no solo van dedicadas a la corporación, sino que llevan la heráldica identificativa de la ciudad en portada. Algunos de estos títulos aparecen en las deliberaciones económicas tomadas por el Consell de Cent y presentaban un evidente interés político y estratégico, con valor historiográfico, militar o asistencial, como la Corònica Universal del Principat de Catalunya (1609), de Jeroni Pujades; El Verdadero conocimiento de la peste: sus causas, señales, preservación i curación (1632), de Joan Francesc Rossell, doctor en Medicina y conseller en cap en varias ocasiones (se consideró parte del núcleo de colaboradores políticos de Pau Claris, quien lideró el proceso de ruptura respecto a la monarquía española [Simon, 2008]); el Govern Polítich de la Ciutat de Barcelona, per a sus13   El panorama de producciones impresas costeadas por la corporación institucional a través de esta imprenta ha sido estudiado por Pizarro Carrasco (2003), entre otros.

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tentar los pobres y evitar los vagamundos (1636), del fraile agustino de origen zaragozano fray Gaspar Sala;14 el Breu Tractat d’Artilleria (1642) (volumen en el que encontramos un poema laudatorio de Francesc Fontanella, de quien hablaré a continuación), de Francesc Barra, maestro de la Escuela de Artillería, o la Crisi de Cataluña hecha por las naciones estrangeras, del jesuita Manuel Marcillo (1685), estos cinco últimos estampados por Matevat. Estas mismas prensas por las que en 1643 vería la letra impresa el primero de los tratados de sor Hipólita han sido consideradas por la crítica como una imprenta “militante” (Burgos y Peña, 1984: 561), en tanto en cuanto cubrieron las necesidades editoriales de la corporación municipal antes y durante la guerra. Esto es: toda suerte de ordenaciones, cédulas, edictos, alegaciones y memoriales jurídicos, textos destinados a la defensa militar… y, en plena contienda, la campaña publicitaria. Es necesario mentar que, por aquel 1643, las clases dirigentes catalanas habían ya materializado su ruptura con la monarquía española (1641). Las desavenencias de dichas autoridades con el conde duque de Olivares las había llevado a fraguar una alianza con el monarca francés Luis XIII, lo que condujo al monarca español a intervenir militarmente en Cataluña. Este ambiente generó también la llamada “guerra de papeles o de tinta”, que implicó una vigorosa actividad editorial, la cual, como ocurrió en otros lugares europeos, enfrentó a partidarios monárquicos hispánicos y a los dirigentes del movimiento político catalán en sus autojustificaciones y arengas a la movilización social (Ettinghausen, 1993; Simon, 1999 y 2020; Miralles, 2011, 2015 y 2020). En este contexto de revuelo político, se puede entender un intento de instrumentalización de la figura de Hipólita por parte de las promotoras de la difusión del primero de sus tratados, consagrado al gobierno municipal barcelonés. Algunas referencias dejan entrever cómo este proceso de edición se pudo fomentar en un ambiente de devoción local generada en Barcelona, que podía funcionar a nivel patriótico. Así, en su carta dedicatoria, las monjas realzan el valor de intercesión que, según ellas, tuvo la dominica en la ciudad, 14   Convertido en uno de los autores más comprometidos con la causa propagandística catalana, se le atribuye, además, la Proclamación Católica a la Magestad Piadosa de Felipe el Grande (1640), firmada por el Consell de Cent, con un fuerte valor ideológico contra la monarquía castellana.

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pues “mientras vivió tuvo tan presentes y tan propias las cosas de su ciudad, que muchas vezes hallamos en sus libros favores singulares que le hizo Dios en orden a ella”.15 Sor Hipólita es presentada aquí como bienhechora y protectora de la capital catalana, de acuerdo con una imagen que ella misma ya había hecho prevalecer en sus obras; una de las múltiples manifestaciones del carisma visionario femenino de la época que en situaciones de penurias y guerras como el contexto que nos ocupa otorgaba una dimensión política a la santidad. Así lo vemos manifestado para con otras visionarias catalanas, como las capuchinas Ángela Margarida Serafina y Marta Boigas, la beata Paula Cuquet o la franciscana sor Arcángela de Jesús, que ejercieron “una importante labor de cohesión social” con sus consejos y visiones acerca del desenlace de esta guerra (Alabrús, 2018a: 162-164). Respecto a la promoción de la figura de Hipólita, en el panteón de santos reconocidos oficialmente, Barcelona contaría con varios representantes locales (Ramon de Peñafort o Oleguer, canonizados en 1601 y 1675, respectivamente), pero se echaba en falta alguna postulante femenina. La figura de Hipólita podía funcionar bien, en ese sentido, como también se haría con la ya citada Ángela Serafina (1543-1608), ambas presentes en una breve nómina de cuatro religiosas que habrían glorificado la Ciudad Condal aludida por la carta dedicatoria de las religiosas de Los Ángeles. Sobre esta última, fundadora del convento de capuchinas de Santa Margarita la Real (1599), no solo resultaría figura protectora invocada por las tropas catalanas (Serra de Manresa, 2005: 524) y por la propaganda y poesía política de la época (Miralles, 2020: núm. XI), sino que llegó a propagarse la fama de que “gracias a la oración continua y los éxtasis diarios de ella, Barcelona se había liberado del contagio de la peste” (Alabrús, 2019: 75). De hecho, el Consell de Cent se comprometió a financiar el proceso de beatificación de la capuchina a partir de 1640.16 15   La religiosa manifiesta en sus tratados estar preocupada por su ciudad, especialmente en tiempos borrascosos, como reproduce Alabrús (2015: 222). 16   En 1649 las capuchinas barcelonesas dedicaban a la reina de Francia, Ana de Austria, la primera edición de su hagiografía oficial. Reincorporada Cataluña a la Monarquía española, la segunda edición de 1650 iba ya con carta dedicatoria al monarca español Felipe IV, adaptada a las coyunturas políticas cambiantes (hay una reedición de 1653) (Baranda, 2011: 173-176). Posteriormente, se intentó incoar un proceso de beatificación con voluntad de instrumentalización política que no llegó a prosperar (Serra de Manresa, 2005; Alabrús, 2018b: 423).

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Si volvemos a la carta firmada por las religiosas de Los Ángeles, merece la pena detenernos en otra referencia interesante: junto al de la capuchina y al de nuestra escritora, se citan los nombres de dos figuras encumbradas y de gran fama espiritual en Barcelona como fueron Estefanía de Rocabertí, carmelita descalza del monasterio barcelonés de la Inmaculada Concepción y prima, además, de la autora, y Juliana Morell, dominica catalana de gran calado humanista y priora del convento de Santa Práxedes en Aviñón (Francia) (moriría años más tarde, en 1653). Sobre esta última, a su prodigiosa inteligencia dedican las religiosas de Los Ángeles palabras de reconocimiento,17 como las que siguen: “Dio claras muestras […] en actos públicos de letras que defendió, y en los varios y doctos libros que ha sacado a luz”, en referencia a las exhibiciones públicas a las que esta había sido sometida siendo aún niña y al legado literario a la sazón publicado.18 Y esto me lleva a hacer un nuevo inciso: los de Juliana y Hipólita suponen los dos únicos nombres que conformaban el canon literario femenino catalán de la época, según se desprende de los catálogos de escritores del momento. Así lo demuestra la mención de ambas en el conocido elenco de autores19 que en forma de catálogo publica inmediatamente después el carmelita Josep Elies Estrugós en los paratextos de su Fénix català o llibre del singular privilegi, favors, gràcias y miracles de Nostra Senyora del mont del Carmen (Estrugós, 1644)20 o la inclusión, unas décadas más tarde, en la famosa Bibliotheca Hispana Nova de Nicolás Antonio (1672), como las únicas autoras catalanas del siglo xvii. Dicho esto: más allá de la imagen que se intenta difundir de Hipólita en la carta dedicatoria y los textos de aprobación, ¿qué podemos decir de los apo17   En 1648 se escribiría una nota de recuerdo a la dominica Morell en un manuscrito facticio relacionado con su orden, que refleja la fama que la autora había acaparado en vida (se alude a un retrato de la monja en el convento de dominicos de Santa Catalina de Barcelona, rodeada de sus libros) (BHUV, Ms. 0700(26), ff. 117-117v). 18   Traité de la vie spiritualle par S. Vincent Ferrier…, con dos ediciones (1617, 1619) y Exercices spirituales sur l’étenité et une petite exercice préparatoire pour la sainte profession (1637). 19  Algunos de los poemas laudatorios preliminares fueron firmados por María de Rocabertí, sobrina de nuestra autora, y la perpiñanesa Isabel Conpter y de Sagartiga. 20   “Anna Morella” aparece como autora de “Una oració impressa feta devant del papa Paulo V y unas conclusions tingudas en la Universitat de París de totas las scièncias; y fon pèrita en las llenguas llatina, grega, hebrea y ciríaca”, mientras que a Hipólita se la recuerda como escritora de tratados espirituales, a pesar de que entonces solo uno de ellos había visto la luz.

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yos económicos? Ciertamente, la revisión de las deliberaciones municipales21 tomadas por el Consell de Cent entre 1600 y 1700 no certifica documentalmente una participación económica en la edición de la obra de la dominica, aunque esta omisión también podía deberse a un descuido en las anotaciones debido a las dificultades de la guerra. Sin embargo, la referencia en la dedicatoria a la corporación barcelonesa y el intento de instrumentalización de la religiosa a favor de la causa catalana en plena contienda hacen factible la hipótesis de una estrecha colaboración por parte del Consell de Cent. A pesar de que no puedo probar que contribuyó económicamente, esta institución sí pudo suponer una fuente de adquisición de legitimidad del volumen, con algún u otro gesto de amparo institucional que allanase el camino editorial. Las razones que me llevan a ello son, en primer lugar, la implicación de Jaume Matevat en los trabajos de impresión y, en segundo lugar, las vinculaciones familiares y personales de algunos miembros del gobierno municipal con la comunidad de Los Ángeles (Gras, 2013: 118).22 Por otro lado, también resulta sugerente, aunque no concluyente, explorar las concomitancias que arroja el cotejo de esta impresión de sor Hipólita con otra de las ediciones surgida en el mismo taller impresor, en aquel 1643, pues, de hecho, delinean una red de relaciones personales cercana a la autora. Me refiero a otro de los sermones del jesuita Jaume Puig, predicado en Lérida, en las exequias fúnebres del monarca francés Luis XIII (Puig, 1643);23 una efeméride que solemnizaron los catalanes y que generaría un buen elenco de publicaciones (véanse algunos ejemplos en Miralles (2020)). El sermón 21   AHCB, Consell de Cent, Registre de Deliberacions, 02.01/1.B.II. La revisión de los índices temáticos de los vols. 110-223 no ha arrojado resultado significativo sobre una posible participación económica en la edición de Hipólita, que sí se certifica para obras como las que aquí he reseñado u otras. 22   Según la misma, el hábil priorato de Jerónima, tía de Hipólita, a mediados del s. xvi atrajo al convento “lo más granado de la sociedad barcelonesa de su tiempo”, concretamente “entre las familias del patriciado urbano de Barcelona” o de entornos familiares muy concretos: mercaderes ennoblecidos, caballeros, notarios, letrados de la Reial Audiència o miembros del Consell de Cent y de la Diputación del General de Cataluña; una composición que se fue aristocratizando con la imposición de la clausura. 23   Fue precedido por otro predicado en Barcelona por el mismo Puig y publicado en catalán por la misma imprenta de Matevat a instancia del Consell de Cent, que lo dedica al rey entrante Luis XIV.

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impreso va con censura del padre Esteban Fenoll, jesuita del colegio de Belén, y fue validado por el vicario general Jerónimo Roig (10-9-1643), el mismo que encontramos asistiendo a las elecciones de priora en Los Ángeles en abril del mismo año.24 Pero lo que más me interesa indicar aquí son algunas coincidencias formales de las dos ediciones, que sugieren ser sello personal del impresor Matevat, cuyo nombre aparece firmando la carta dedicatoria “A la muy noble, antigua y guerrera ciudad de Lérida”. Así, si comparamos la dedicatoria de esta edición con la del tratado hipolitano, la coincidencia parece responder a un motivo premeditado: ambas cartas se dirigen a dos de las principales ciudades catalanas que, por entonces, resistían a los avances militares de las tropas hispánicas, frente a otros fortines principales perdidos (Lérida caerá en 1644).25 Asimismo, en su carta dedicatoria las monjas de Los Ángeles cierran su súplica al Consell de Cent con la expresión de cortesía de que “prospere el año de su gobierno de vuestra señoría”; un formulismo que, además de remitirnos a la situación crucial que atraviesa Cataluña, guarda (quizás no tan casual) parecido con una de las expresiones con las que Jaume Puig había finalizado una carta personal para las autoridades de Cervera (Lérida), en respuesta a la aparición de una reliquia sustraída en 1619: “Sa divina magestad guarde a voses magnificències y prospere tot aquex poble que a mostrad tan gran devoció en esta ocasió” (cit. Llobet, 1996: 487). Este hecho había generado un intenso ambiente de solemnidades extraordinarias celebradas en esta su ciudad natal (1620 y 1633) con la participación del jesuita y de otros eclesiásticos de su entorno, y del que se generó la correspondiente relación impresa (Llobet, 1988: 87-88).26 Aunque consta que fue “ordenado por Pedro Giscafré, síndico de la Vniuersidad y a costas della” y que es Giscafré quien firma 24   Jerónimo Roig vuelve a asistir a la elección de priora de 1644 junto al canónigo y vicario general Miguel Juan Boldó, prior del convento de Santa Catalina de Barcelona; ambos aparecen, como autoridades pertinentes, autorizando los dos impresos de Hipólita con sendas aprobaciones y censuras. 25   Frente a la dedicatoria del tratado de Hipólita a Barcelona y al Consell de Cent, en la edición de Puig, el citado impresor la dedica a la ciudad de Lérida, “siempre fieles y constantes en el servicio de sus reyes”. 26  Triunfo del Santo Mysterio de la Vera Cruz de la villa de Cervera: dividido en tres libros que comprehenden la historia y milagros, el hurto sacrílego y las solenes fiestas que se hizieron el año de 1620 por su recuperación y el de 1633 por su traslación (1634).

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la carta dedicatoria “a los illustres y magníficos paheres y consejo de la villa de Cervera”, el impreso ha sido atribuido también a Puig, según varios pareceres en los que no me puedo detener ahora (Lloret, 1988: 80-81). Si cito esta edición aquí es porque, del mismo modo que Jaime Puig adquirió en este libro un mayor compromiso del que reflejan los elementos paratextuales (además de ser autor de una de las aprobaciones, escribió dos de los únicos sermones que se recogen, predicados en dichas solemnidades), respecto al volumen de Hipólita, ¿en qué medida pudo también orquestar este proyecto a la sombra de las monjas de Los Ángeles? ¿Fueron ellas las autoras reales de aquella carta dedicatoria al Consejo de Ciento o surgió de la pluma del jesuita? Si nos fijamos en los agentes implicados en este primer proyecto de edición, podemos pensar en la segunda como una posibilidad plausible, si consideramos la buena relación que Puig mantuvo con influyentes agentes eclesiásticos y políticos del momento. Estos habrían sido movilizados por él para sacar adelante la edición de las obras de Hipólita, empezando por la recopilación de aprobaciones de eclesiásticos procedentes de su convento y con la carta dedicatoria con la que pretendía buscar el amparo institucional del Consell de Cent de Barcelona.

3. La implicación de la clase dirigente profrancesa en el Tomo segundo (1647) El proceso de edición siguió su curso y en 1647 veía la luz el Tomo segundo de los tratados espirituales de sor Hipólita de Jesús, el Viaje de la celestial Jerusalén, ahora por la imprenta de Pedro Juan Dexen (Rocabertí, 1647). La carta dedicatoria firmada de nuevo por la priora y las religiosas del convento (entre 1644-1647 y 1647-1649 encontramos a las prioras Maria Ignàsia Prado y Margarita Queralt y a las suprioras Caterina Teixidor y Elena Mamble) se dirige a una dedicataria insigne: “A la sereníssima princesa Margarita Du Cambout,27 muger del sereníssimo príncipe Henrique de Lorea, conde de 27   Su llegada un año atrás había generado un ambiente de festejos y solemnidades públicas en la ciudad, como lo reflejan los títulos impresos que para la ocasión se publicaron (Ettinghausen, 2010: 218).

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Harcourt, de Briosna, Darmagnach, & c., cavallero de los órdenes del rey, par y cavallerizo mayor de Francia, vissorey y generalíssimo de las armadas de su magestad en el Principado de Cataluña y Condados de Rossellón y Cerdaña”. Figura de absoluta autoridad política en Cataluña, tuvo una importante función durante el virreinato de su esposo, Enrique de Lorena, conde de Harcourt. Este fue representante del rey francés en territorio catalán en sustitución del conde de La Motte desde 1645 y hasta el nombramiento de Luís II de Borbón-Condé, en marzo de 1647. Con fecha de 18 de diciembre de 1646, en su dedicatoria las monjas solicitan a la virreina que interceda con “su patrocinio y amparo” para la recepción de esta obra de autora “cathalana y barcelonesa” y de conspicuo linaje, aduciendo que “no solo esta obra es pía y santa, pero también obra de una muger noble por su sangre, y mucho más noble por su virtud”. ¿Podemos asumir con ello que fue efectivamente la virreina quien costeó realmente la edición o se trataba de una treta para poner el libro bajo su protección? Por otra parte, la adhesión ideológica y la buena sintonía de Jaume Puig con las autoridades francesas me llevan a interpretar esta referencia como un signo probable de la intervención del jesuita también en esta segunda edición. Antes de morir, pudo haber buscado los favores de la virreina con una dedicatoria a nombre de las religiosas; una mediación que no deja de ser interesante, máxime si tenemos en cuenta que los Rocabertí, como tantas otras familias aristocráticas catalanas, sufrieron confiscaciones y destierro forzado a causa de su fidelidad a la Corona hispánica durante la sublevación de Cataluña (Vidal Pla, 1984: 39-80 y apéndice 1).28 Ante tal contexto familiar, ¿tenía un sentido especial que esta obra de una Rocabertí fuese puesta bajo la protección de la virreina? Lamentablemente, nos encontramos ante las mismas carencias documentales que para la edición anterior. Sobre la importancia que reviste la remisión a un personaje femenino de tal trascendencia, resulta interesante y casi obligado mencionar las vistosas fiestas con las que las instituciones catalanas habían solemnizado, en febrero de aquel mismo 1647, el bautismo 28   Mientras que Ramón Dalmau de Rocabertí, vizconde de Rocabertí y autor de Presagios fatales del mando francés, a favor de Felipe IV (1646), y Juan Tomás de Rocabertí fueron desterrados en 1642-1643, dos de sus hermanas, María y Práxedis (o Práxedes), fueron encarceladas en 1651 (Sanabre, 1955: 47-48 y 70-73; Callado, 2007: 30-33).

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del hijo de los virreyes. En ellas se había implicado la élite catalana social y política del momento, algunos de ellos formando parte con nombre y apellidos de un séquito ficticio con connotaciones literarias y políticas.29 Por otro lado, la nómina de agentes involucrados en esta segunda edición, aquellos que la validaron y autorizaron con sus textos de aprobación y censura, permite hipotetizar sobre la red personal que pudo operar y facilitar la recepción de la obra, activada quizás por el confesor Puig o por las propias monjas de Los Ángeles. Además de una carta anónima al lector que justifica los tintes devotos del volumen, la obra recoge30 dos aprobaciones de Vicente Navarro, del citado colegio de jesuitas de Belén de Barcelona. Van fechadas en 5 de octubre de 1646 y en 14 noviembre de 1647, respectivamente, lo que demuestra cómo el proceso de publicación se alargó en más de un año, coincidiendo además con la sustitución del virrey y también con la muerte del confesor Puig, artífice más que probable del proyecto, como se ha venido diciendo. En el primer texto, el jesuita Navarro dibuja las capacidades de Hipólita más allá de su género, siguiendo el manido tópico “de la mujer ignorante y frágil y el tema de la capacidad de sor Hipólita para superar sus límites naturales”, por el que otros censores ya habían transitado o andarían a posteriori (Poutrin, 2015). En el segundo texto, una preceptiva “Aprobación segunda más relevante con la protestación de vida”, Navarro ofrece una advertencia inicial sobre la declaración de la fama sanctitatis del personaje, en cumplimiento de la reforma de Urbano VIII. La obra vio la luz con los imprimátur del vicario general y canónigo de la seo de Barcelona, Miguel Juan Boldó y Granollachs (26-10-1646), y del regente de la nueva Audiencia francesa, Josep Fontanella (3-1-1647). Para comprender un poco mejor el alcance de esta red de relaciones personales, es importante remarcar que tanto Boldó 29   La base de las celebraciones fue la escenificación carnavalesca y literaria de la entrada de la reina del Catai y la alusión a la tradición del conde catalán medieval Ramón Berenguer, nombre que asignaron los padrinos al recién bautizado (Valsalobre, 2012). Los padrinos fueron el conseller en cap de Barcelona y una María de Rocabertí, que pudo estar emparentada con nuestra autora; véanse Simon (2011: 53-55) y Gras (2015). 30   Se recogen también una dedicatoria de la autora a la Virgen María, “que le mandó la escriviesse, lo que se dize con la protestación de vida”, y una “Deprecación” de la misma a la Santísima Trinidad.

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como Fontanella mantuvieron una relación estrecha con el convento de Los Ángeles: al primero lo encontramos presenciando ceremonias de elección de prioras; el segundo perteneció a un clan familiar con importantes lazos afectivos y una gran influencia irradiada hacia el convento de dominicas. Formaba parte de la élite cultural y social y con mayor influencia política del momento, empezando por el padre de familia, Joan Pere Fontanella, jurista de gran autoridad y miembro destacado de la clase dirigente catalana hasta su muerte en 1649. No en vano había llegado a detentar el cargo de primer mandatario del Consell de Cent, conseller en cap (Capdeferro, 2010). El primogénito, el citado Josep, le seguiría los pasos como líder político comprometido por la causa secesionista en aquella época convulsa, lo que le llevó incluso a asistir con su hermano Francesc (como se verá a continuación, uno de los más importantes poetas del Barroco catalán) a las negociaciones de Paz de Münster.31 En el momento en que Josep validaba el impreso de sor Hipólita, una de sus hermanas residía, como monja, en el mismo convento de Los Ángeles (aunque habían entrado dos hijas del clan, solo una de ellas perseveró).32 Y aún hay más: probablemente sea en este período de 1646-1647, contemporáneamente a la realización de la edición, que las monjas de esta comunidad fueron objeto de una intensa correspondencia poética con la que el sobredicho poeta construiría una ficción literaria (Sogues, 2019). Aquellos textos con carácter lúdico y jocoso (con los que, con visos de entretenimiento, encarnó el topo de poeta devoto de monjas tan extendido en el ambiente barroco) quizás fueran la razón de las acusaciones vertidas por el cardenal Mazzarino, “de hacer en medio del día una grande susiadad y descortesía a un monasterio de religiosas de las más principales de esta ciudad” (cit. Jané, 2006: 173-174). O tal vez puedan explicar la existencia de una Fontanella nacida precisamente entre 1646 y 1647, la cual llegaría a ser priora de Los 31  Tras la derrota, los Fontanella se exiliaron a Perpiñán y fueron recompensados con asignaciones de cargos y bienes (la anexión francesa del Rosellón se produjo en 1659, con el Tratado de los Pirineos). 32   En Zaragoza Gómez ([2012] 2015) perfilé algunas de las vinculaciones de Los Ángeles con los Fontanella. Sor Contesina, autora de dos piezas laudatorias a las obras jurídicas de su padre, se hizo cargo de una sobrina, Josepa, hija del citado Francesc del que hablo en el texto; sobre esta, véase Capdeferro (2010: 159-162).

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Ángeles durante el trienio 1715-1717 y que, como se ha apuntado, pudo ser fruto de una relación ilegítima del poeta con alguna monja de dicha comunidad (Valsalobre, 2010: 68-70).33 Por su parte, asumir cargos de responsabilidad militar durante la guerra no le impidió a Francesc convertirse en uno de los principales dinamizadores de la escena cultural y pública de aquella Barcelona hostigada, como se refleja en sus más de trescientas composiciones poéticas, obras de teatro y otros textos conservados mayoritariamente manuscritos (Zaragoza Gómez y Valsalobre, 2019). De hecho, parece que estuvo detrás de la comitiva organizadora de las celebraciones del bautismo del hijo del virrey Harcourt, ya mencionadas, para las cuales, además de participar en los actos públicos, escribió L’ambaixada del príncep Licomandro a l’emperador de Bugia (Miralles, 2009) y otros textos y villancicos. Lo dicho nos permite hacernos una idea clara de la importancia de los Fontanella en la sociedad y en la política catalanas en las que se está produciendo la recepción de la obra de sor Hipólita. Pero, sobre todo, me lleva a plantear, más allá de la firma estampada en el imprimátur por parte del primogénito y de la probada relación familiar con el convento de Los Ángeles, hasta qué punto los miembros del clan pudieron tomar parte de la red de relaciones personales y apoyos políticos y sociales de los que se benefició la segunda de las ediciones de sor Hipólita (Zaragoza Gómez y Gras, 2020). En ese aspecto, cabe recordar que los mismos que firman esta edición, Boldó y Fontanella, validarán dos años más tarde la citada hagiografía de Ángela Serafina (1649) y la edición barcelonesa de la Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto (1649) de María de Zayas y Sotomayor. Sobre esta última, el hecho de que el sobredicho Francesc Fontanella la hubiese convertido en destinataria de sus sarcásticas palabras del vejamen para el certamen de la Academia de Santo Tomás de Aquino de 1643 (del cual resultó ganadora la religiosa de la comunidad de Los Ángeles sor Teodora Molera [Zaragoza Gómez, 2018: 25]) ha llevado a estudiosos como Keneth Brown (1987) a hablar de una estancia en la Ciudad Condal de la gran novelista del Barroco, en plena guerra, participando en dicha fiesta poética. Considera el estudioso que Zayas, o bien no abandonó la ciudad a partir del 33   De hecho, fray Gaspar Sala tuvo que huir de Barcelona entre 1644 y 1646 ante las acusaciones de relaciones ilícitas con una monja.

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mismo 1643, o bien retornó en 1647 o 1648 para negociar la reedición de sus narraciones, publicadas, como se ha dicho, en 1649. Asimismo, señala Brown la necesidad de incidir en el grado de relación que pudo mantener Zayas con los Fontanella, “francófilos y secesionistas”, a los que considera “sus amigos y benefactores catalanes” (Brown, 1993: 360). En definitiva: del mismo modo que algunos de estos datos representan indicios claros para que el estudioso señalara el vínculo “bastante evidente y comprometedor” entre los tres vértices del triángulo constituido por el clan Fontanella, por un lado, la escritora Zayas, por otro, y, finalmente, la Academia de Santo Tomás, ¿podemos asegurar que este triángulo se dio del mismo modo entre los Fontanella, sor Hipólita de Rocabertí y las monjas de Los Ángeles-Jaume Puig? ¿Actuaron estos como poderosos valedores para que estas monjas llevaran a cabo el proyecto de edición de esta segunda obra de Hipólita? Estamos, de nuevo, aún lejos de encontrar respuestas para este rompecabezas. En 1679, fray Antonio de Lorea explicaba en la hagiografía de sor Hipólita varias razones que condicionaron que las monjas no pudieran seguir asumiendo un proyecto de edición aparentemente más ambicioso de lo que fue: “Poco se pudo obrar, pues un monasterio de religiosas poco puede hazer en una impresión de libros. Sucedieron los movimientos de Cataluña y, en aquellos años, las turbaciones de la guerra no davan lugar para formar libros sino para menear las armas”. Lo que parece claro es que, con la rendición de Barcelona de 1652 (que hubo de hacer frente a una epidemia de peste, la hambruna, además de la ocupación y el asedio militar), se desmoronó una red, casi imperceptible, de relaciones personales que pudo haber sido movilizada para la promoción de la obra. Estos habían pertenecido a los círculos de poder más importantes durante la guerra dels Segadors. El nuevo encaje político de Cataluña en la Monarquía española y la defenestración (exilio) y desaparición de la escena cultural y social de figuras que, como los Fontanella u otros, habían dinamizado el panorama barcelonés con presencia en las instituciones políticas parecen ser razones poderosas que explicarían la parálisis del primer proceso de edición de las obras de Hipólita. ¿Pero lo fue del mismo modo el fallecimiento del confesor Jaime Puig? Tendrían que pasar algunas décadas para que el proceso de edición renovase la salvia gracias al impulso que Juan Tomàs de Rocabertí dio a la causa beatificadora de su tía, después de ser nombrado maestro general de la orden

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(1670). A partir de 1671 involucró, por persona interpuesta, a las más altas dignidades eclesiásticas y políticas catalanas para que llevasen a cabo las debidas diligencias que debían hacer avanzar el proceso. Así lo demuestran algunas anotaciones en la dietarística institucional catalana (Dietaris de la Generalitat de Catalunya34 o las Rúbriques de Bruniquer por cuyo nombre se conoce más popularmente el Ceremonial dels magnífics consellers i regiment de la ciutat de Barcelona, p. 1614),35 así como una deliberación del Consell de Cent de 167636 que instaba a enviar las correspondientes cartas postulatorias. La información remitida en Roma proporciona detalles de representación de la vida y milagros de Hipólita y también la evaluación de sus escritos (Alabrús, 2019: 211-231). El que fuere arzobispo de Valencia (1677), virrey y capitán general de este territorio e inquisidor general, Juan Tomás de Rocabertí, utilizó su red de influencias en la Corte real y eclesiástica para hacer prosperar este proyecto personal que no solo había de reportar gloria a su linaje, sino mayor reputación a la orden que presidía. Por esa razón, invirtió en él los mismos esfuerzos que los que empeñaría en las causas de los también dominicos san Luis Beltrán y santa Rosa de Lima. A diferencia de aquellos, el proceso de sor Hipólita no obtuvo el reconocimiento esperado. La paralización de la causa llevaría a Juan Tomás de Rocabertí a escribir al Consejo de Aragón en 1688

34   Una breve nota biográfica de la anotación registrada en el Dietari de la Generalitat (vol. VII) ayuda a situar al personaje y su obra [https://dogc.gencat.cat/ca/pdogc_serveis/ pdogc_dietaris_generalitat_catalunya/] [Consulta: 20-3-2020]. 35   La plataforma de consulta digital del documento recupera dos entradas referidas al proceso de beatificación, entre 1671 y 1676: “Disapte â 11 de Octubre 1671, en Dietari apar que la Ciutat feu Embaxada al S.or Bisbe suplicantli tingues en memoria lo instar la Canonizació de la Beata Hipólita de Rocabertí Religiosa del Monastir, y Convent dels Angels, y peu de la Creu de la present Ciutat” y “A 12 de Juny 1676, en Concell de cent se tracta de la Beatificació de la Mare Sor Hipolita de Jesus Religiosa del Convent dels Angels del orde de S.t Domingo de esta Ciutat”: [http://ajuntament.barcelona.cat/rubriques/bruniquer/#/] [Consulta: 3-4-2020]. 36   AHCB1-002/CCAM 02.01/1B.II Registre de Deliberacions, vol. 185, f. 125v-126v, que transcribe una carta enviada por el prior del monasterio de Santa Catalina de Barcelona a la corporación con instrucciones para el obispo.

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para conseguir una carta de recomendación del rey.37 En ella trataría de convencer de los sobrados méritos de su tía para ser ascendida a los altares de la santidad y del apoyo del linaje a la familia real. A pesar de que estos intentos cayeron en saco roto, nos queda hoy un volumen ingente de impresiones de sor Hipólita de Rocabertí, cuya publicación sin freno desde 1660 y hasta 1694 constituyó uno de los proyectos editoriales de mayor magnitud para una autora de la Europa moderna.

4. Conclusiones (provisionales) Este trabajo ha mostrado cómo, a pesar de que la crítica vincula la suerte editorial de las obras de sor Hipólita de Rocabertí con los quehaceres de su sobrino, la comunidad de religiosas a la que perteneció consta como promotora de sus dos primeras ediciones. Partiendo del proyecto de difusión de su sermón fúnebre, publicado unos meses después de su muerte, he intentado dar respuesta a algunas preguntas acerca de las fuentes de financiación y legitimación de las obras hipolitanas en este primer proceso de transmisión, desconocido por la historiografía. A pesar de que quedan aún muchas incógnitas por resolver en relación con esta primera recepción, me he servido de los paratextos mismos de los dos impresos, así como de otras evidencias documentales, para tratar de tejer algunas redes de relaciones que pudieron contribuir a allanar el proceso. En el ambiente de enfrentamiento de la clase dirigente catalana con la Corona hispánica, posterior a 1640, y en base a las redes de publicación que parecieron ser activadas en las dos primeras ediciones de sor Hipólita, podemos extraer una primera consideración: las dedicatorias al Consell de Cent y a la virreina francesa de los dos volúmenes y la vinculación estrecha de los Fontanella con la comunidad de Los Ángeles vienen a demostrar la fuente 37   ACA, Consejo de Aragón, Legajos, 0688, n.º 070, “De la causa de beatificación de la venerable madre Hipólita de Jesús, en el siglo doña Isabel de Rocabertí”, cuya copia impresa se conserva en BHUV, Señor Don Fr. Juan Tomas de Rocaberti, Arçobispo de Valencia… dize: que desde el año de 1676 se prosigue en Roma la causa de Beatificacion y canonizacion de… sor Hypolita de Jesvs, en el siglo, Doña Isabel de Rocaberti… se digne V. Mag… conceder Carta de instancia, [s/l]: [s/n], en Ms. 0700 (40bis).

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de apoyo que pudieron representar estas instituciones o figuras del sector profrancés. Asumiendo que se trata de figuras que por entonces controlaban la vida política catalana, es fácil pensar que estas pudieran actuar como fichas políticas importantes de legitimación del proceso de edición y recepción de Hipólita en aquel ambiente político. Esto me ha llevado a explorar superficialmente en qué medida el proyecto de publicación pudo gestarse sobre un proceso de promoción de reconocimiento de una erudita y aspirante catalana a la santidad que podía funcionar a un nivel patriótico. Según esta idea, algunas incógnitas quedan abiertas y pueden funcionar como futuras hipótesis de trabajo: ¿Qué nivel de intervención tuvieron las monjas de Los Ángeles, el jesuita Jaume Puig o las figuras dedicatarias de los dos impresos? ¿Qué redes personales se activarían para hacer realidad las publicaciones? ¿Qué esconde el empeño en ver impresa la obra de Hipólita en este contexto político y bélico? ¿Hubo o no instrumentalización de la figura de Hipólita por parte de los agentes e instituciones religiosas y políticas profrancesas que constan como dedicatarias de sendas ediciones? ¿Qué intereses políticos subyacen en este proceso de promoción espiritual? Demasiadas preguntas para tan pocas respuestas. Sin embargo, tratar de responderlas es cometido ineludible para tratar de arrojar nueva luz sobre la recepción de esta colosal obra.

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“Sin haber estudiado el arte poética…”. Sor Jerónima de la Ascensión y los poemas incluidos en sus Ejercicios espirituales (1661) Carlos Mata Induráin Universidad de Navarra, GRISO

Sor Jerónima de la Ascensión —en el mundo en el siglo Jerónima de Agramont y Blancas— es una religiosa clarisa nacida en Tudela (Navarra) en 1 1605 (fue bautizada el día 28 de septiembre). Hija del escribano Pedro de Agramont y Tello y de Jerónima de Blancas, su familia se contaba entre las más acomodadas de su ciudad natal. Durante su juventud estuvo dirigida espiritualmente por el padre jesuita Francisco González de Medrano. Tomó el hábito de Santa Clara, en el convento tudelano, el 25 de agosto de 1633, profesando el 27 de agosto del año siguiente. Según se recoge en su biografía, dentro del claustro dio permanentes muestras de gran virtud, especialmente la de la resignación. Desempeñó los cargos de enfermera y sacristana y llegaría a ser, desde 1658, abadesa de su comunidad. Por encargo de su confesor, escribió unos Ejercicios espirituales, cuya redacción comenzó el 7 de noviembre de 1650 y terminó el 19 de febrero de 1651. En esta obra expone una vía de perfeccionamiento interior carente casi por completo de visiones y revelaciones, al decir de Serrano y Sanz, y en ella se incluyen algunos poemas suyos (así, en el capítulo XXIX “Pónense algunos versos que fervorosa escribió”). Falleció sor Jerónima de la Ascensión en su convento de Santa Clara de Tudela el 11 de octubre de 1660. 1   Su nombre se une al de otras voces poéticas femeninas que encontramos en el panorama de la poesía del Siglo de Oro en Navarra, como las carmelitas sor Leonor de la Misericordia (en el siglo, Leonor de Ayanz y Beamonte) y sor Ana de San Joaquín o la corellana doña María de Peralta.

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En efecto, en los folios 150v-157v de los Ejercicios espirituales que en el discurso de su vida, desde que tuvo uso de razón, hizo y ejercitó con el favor divino la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión, religiosa y abadesa que fue del convento de Santa Clara de la ciudad de Tudela de Navarra, figuran recogidos once poemas cuyos. Son versos que, como afirma fray Miguel Gutiérrez, provincial de los franciscanos, escribió fervorosa, “sin haber estudiado el arte poética” (Jerónima de la Ascensión, 1661: fol. 150v). Los temas y el estilo de estas composiciones no ofrecen rasgos de especial originalidad, pero tampoco carecen de interés y emoción. En este trabajo, tras ofrecer un estado de la cuestión que pretende resumir lo que se ha escrito acerca de esta escritora clarisa y contextualizar brevemente su obra, me centraré en el análisis de esos poemas suyos que escribía, como señala su biógrafo, “encendida en el amor divino” (fol. 150r).

1. Estado de la cuestión Una primera indicación aclaratoria que se hace precisa es señalar que no debe confundirse a nuestra sor Jerónima de la Ascensión con otra monja coetánea, también clarisa, llamada sor Jerónima de la Asunción. La aclaración no es baladí, porque en alguna ocasión se han confundido los datos relativos a ambas. Por ejemplo, en el tomo XII de la Bibliografía de la literatura hispánica de Simón Díaz se consigna el libro de la sor Jerónima tudelana, pero el epígrafe que encabeza la ficha reza por error “Jerónima de la Asunción 2 (Sor)” (Simón Díaz, 1982: 189). Antes de entrar en materia, quisiera hacer un somero repaso de la escasa bibliografía existente acerca de sor Jerónima. Habría que comenzar recordando la ficha que le dedica Manuel Serrano y Sanz en sus Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833 (1903-1905), reproducida años después en el tomo II de la Antología de poetisas líricas (1915): 2   La otra monja es sor Jerónima de la Asunción (Toledo, 1555-Manila, 1630), clarisa también, en el mundo Jerónima Yáñez de la Fuente. Ingresó en 1570 en el monasterio de clarisas de Santa Isabel de los Reyes de Toledo. En 1620 viajó a Filipinas para fundar el primer convento femenino de Extremo Oriente.

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Sor Jerónima de la Ascensión. Nació en Tudela, y fueron sus padres Pedro de Agramont y Jerónima de Blancas; recibió el bautismo en la Colegial de aquella ciudad a 28 de septiembre del año 1605. Tuvo algunos hermanos que entraron más adelante en religión. Gobernó su espíritu, cuando aún estaba en el siglo, el padre Francisco González Medrano, de la Compañía; más adelante, llevada de su fervor, tomó el hábito de Santa Clara en el convento de Tudela, a 25 de agosto de 1633. Sus virtudes, y en especial su resignación, fueron tan grandes, que “llegó a su noticia, estando en prima en el coro, la nueva de la muerte de su madre, y estuvo con tal fortaleza, que ni se turbó, ni dejó de proseguir con el Salmo que se decía”. Elegida abadesa, gobernó la comunidad con singular prudencia. Por mandato de su confesor escribió los Exercicios espirituales, obra que comenzó a 7 de noviembre de 1650; contienen párrafos dignos de elogio, y no abundan en visiones ni revelaciones. Falleció a 11 de octubre de 1660. (Serrano y Sanz, 1975: I, 57-58; 1915: 22-23)

Por otra parte, en la Antología de poetisas líricas Serrano y Sanz reproduce un poema suyo, el titulado “A la circuncisión del Niño Jesús” (1915: 23-24). El erudito local José Ramón Castro le dedica atención en dos trabajos, su Ensayo de una biblioteca tudelana (1933) y Autores e impresos tudelanos (siglos xv-xx) (1963). En el primero de ellos ofrece una descripción bibliográfica de los Ejercicios espirituales (pp. 42-43) y registra los primeros versos de los once poemas que incluye el libro, señalando la existencia de ejemplares en la Biblioteca Nacional de España y en el convento de Santa Clara de Tudela. Más adelante añade una nota biográfica y reproduce un par de documentos. Copio completa esta ficha biográfica de Castro, que aporta abundantes datos familiares complementarios: Entre las mujeres ilustres de la merindad tudelana —sor Jacinta de Atondo, doña María Gómez, la madre Ana de San Joaquín, doña María Peralta— alcanza un lugar preeminente sor Jerónima de la Ascensión, abadesa que fue del antiquísimo convento de Santa Clara de Tudela. Jerónima de Agramont, que así se llamaba en el mundo la mística navarra, nació en Tudela, y fue bautizada el día 28 de septiembre de 1605, por el racionero de la Colegial don Jerónimo Navarro. Fueron sus padres el notario don Pedro de Agramont y Tello y doña Jerónima de Blancas, “de lo muy honrado de aquella república, acomodados de bienes, bien puestos y ricos, de costumbres muy loables, píos y ejemplares”. Tuvo este matrimonio varios hijos, entre ellos

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fray Pedro de Agramont, maestro de novicios y después maestro de Escolástica y Expositiva en el convento agustiniano de Zaragoza, y doña Jacinta, que casó con don José de Arguedas. Habitaba esta familia una casa próxima al antiguo colegio de la Compañía de Jesús, lo que era motivo de que frecuentase la iglesia de los jesuitas, y de que entre ellos eligiese director de su conciencia. Lo fue durante varios años, hasta que abrazó la vida conventual, el padre Francisco González de Medrano, que varias veces fue rector del mencionado colegio, el cual hizo repetidos elogios de las virtudes de su ilustre dirigida. Desde muy niña consagró su alma a Dios, y a lo largo de su vida se advierte, con meridiana claridad, que era una de esas criaturas que Dios elige para su mayor gloria. Personas graves acreditan los señalados favores con que Dios la distinguió en el mundo, centuplicados durante su vida religiosa. Muy dada a cilicios y disciplinas, a mortificar su cuerpo y contrariar las naturales tendencias juveniles, perfeccionó todos estos ejercicios de penitencia y virtud en el ejemplar convento de religiosas clarisas de nuestra ciudad, en el que tomó el hábito el día 25 de agosto de 1633, festividad de san Luis de Francia, cuando contaba 28 años de edad. El día de su toma de hábito estaba indispuesto su confesor el padre González de Medrano, y por este motivo la oyó en confesión el padre Valentín Antonio de Céspedes, que hace un elogio de sus virtudes en la Aprobación que escribió de la obra de la religiosa clarisa, cuando aquel se hallaba en el colegio de la Compañía de Jesús de Burgos. Profesó el 27 de agosto de 1634. En la vida conventual ejerció los cargos de enfermera, sacristana y abadesa. Su vida de religiosa es una continua ascensión a los grados más sublimes de perfección. Pasma contemplar las fuertes penitencias que sor Jerónima se impuso. No hay escena de la Pasión del Redentor que ella no pretenda imitar. Admira su fortaleza: “Llegó a su noticia, estando en el coro, la nueva de la muerte de su madre y estuvo con tal fortaleza, que ni se turbó, ni dejó de proseguir con el Salmo que se decía”. El Señor la favoreció con abundantes inteligencias que reúnen todas las buenas condiciones que señalan los místicos y teólogos. Era un alma compenetrada con su Redentor. Gustaba ofrecer a Dios los frutos de su ingenio poético y algunas de sus composiciones están escritas con su propia sangre. “Sacaba esta sangre del pecho —dice fray Miguel Gutiérrez en la Introducción que precede a la obra que escribió sor Jerónima—, de la parte que cae sobre el corazón, con una bolilla que hizo de puntas de alfileres, y con golpes tan recios, que se clavaba la bolilla de modo que era necesario tirar della con fuerza para desclavarla”. La obediencia, la santa obediencia, obligó a la humildísima clarisa a escribir los Ejercicios espirituales, que se imprimieron un año después de su muerte.

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Grandes dificultades hubo de vencer su Provincial, el padre fray Miguel Gutiérrez, para que la ejemplar abadesa se resignase a trasladar al papel sus recatadísimas penitencias, sus dulces coloquios. Acertó el buen franciscano al escribir la Introducción que precede al texto. Gracias a ella conocemos abundantes noticias biográficas de esta ilustre monjita que honró por igual a su orden y a su ciudad; acertadas son también las notas que, escritas por el mismo padre, van insertas a continuación de cada uno de los capítulos. Sor Jerónima empezó a escribir su libro a las diez de la mañana del día 7 de noviembre de 1650, cuando contaba cuarenta y cinco años de edad, y terminó el 19 de febrero de 1651. Murió esta santa abadesa en el convento de Tudela, entre una y dos de la tarde del día 11 de octubre de 1660, a los cincuenta y cinco años de edad y veintisiete de vida religiosa. La actual comunidad guarda con cariño y reverencia abundantes manuscritos de sor Jerónima, y a la amabilidad de la reverenda abadesa debe el autor el poder ofrecer a sus lectores fotografías de sus firmas y de uno de los escritos que sor Jerónima escribió con su propia sangre. (Castro, 3 1933: 177-179)

Uno de esos escritos dice así (transcribo parcialmente el documento reproducido fotográficamente por Castro): De mi amado vivo ausente y la fuerza de su amor me hace que saque esta sangre de encima del corazón. Toda tu sangre me diste, dulce dueño de mi vida, y con afetu[o]so amor te doy esta poca mía.4

3   En esta cita he modernizado las grafías, desarrollado las abreviaturas y corregido, sin advertirlo, alguna errata. 4   Cfr. el capítulo XXV de los Ejercicios espirituales: “Dice que con sangre del corazón escribió una protestación de la fe, y otras cosas de su devoción” (fols. 136r-137v). En el fol. 137r señala que “hacía también versos con la sangre”.

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Toda esta información aportada por Castro en su ensayo de 1933 se reproduce tal cual, sin añadidos ni modificaciones, en su libro de 1963 (Castro, 1966: 73-74 y 330-332). Si damos un salto hasta 1992, debemos mencionar el trabajo de María Victoria Triviño (1992: 205-214) Escritoras clarisas españolas. Antología. La estudiosa aporta una breve nota sobre la monja y ofrece un somero comentario de su libro, reproduciendo algunos pasajes. Estos son los breves datos biográficos y la semblanza que antecede a los textos seleccionados: Sor Gerónima de la Ascensión (1605-1660). Nació en Tudela (Navarra) el día 28 de septiembre de 1605, de noble cuna. Su padre fue don Pedro Agramont y Tello; su madre, doña Gerónima de Blancas. Después de una vida piadosa y rectilínea, ingresó en el convento de Santa Clara de Tudela, donde vistió el hábito el día 25 de agosto de 1633. Enérgica, recia y con relevantes dotes para dirigir las almas y el monasterio, acabó sus días santamente el 11 de octubre de 1660. La virtud más relevante de la M. Gerónima fue la desapropiación. Su experiencia clave: la Presencia de Dios en la propia vida. Ciertamente se acreditó como franciscana, interior y exteriormente, en la confianza, pobreza y desnudez. (Triviño, 1992: 205)

Algo más extenso es su comentario acerca de los Ejercicios espirituales: Con la obra única de sor Gerónima de la Ascensión nos hallamos ante una narración autobiográfica, transformada en “vida doctrinal” por el director espiritual. Comenzó a escribir el día 7 de noviembre de 1650. El franciscano fray Miguel Gutiérrez presenta los apuntes y los acompaña con notas explicativas repletas de citas y de doctrina espiritual, de manera que la escritora aparece como una figura ejemplar por sus virtudes, penitencias y experiencia mística. Aunque las anotaciones del P. Gutiérrez son en general breves, siguen la línea de las biografías o autobiografías “doctrinales” características en la hagiografía del xvii, que, aclarando lo que sobriamente narra la escritora, hacen de ella un ejemplar ilustrativo de la doctrina espiritual. (Triviño, 1992: 205)

Y también comenta la estructura general del tratado, señalando las partes de que consta: La obra está dividida en dos partes: la primera (Introducción), de 17 capítulos, p. 1-45; la segunda, que contiene las narraciones y poesías de la M. Gerónima, más

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las anotaciones del director, tiene 29 capítulos, p. 46-159. Concluye el P. Miguel Gutiérrez con 10 Puntos (p. 160-186). El equilibrio de la estructura no se logra igualmente en el contenido, ya que sobre la experiencia de gracia predominan las más duras e ingeniosas penitencias. Y no falta algo tan del gusto de la época como es el fenómeno del “mimetismo”, y el tema de la “revelación”, que acom5 pañaba la intercesión por los difuntos. (Triviño, 1992: 205-206)

A continuación (en las páginas 206-214) se trascriben en esta antología preparada por Triviño algunos pasajes de los Ejercicios espirituales, que se presentan bajo los epígrafes “Presencia de Dios y desapropiación” y “Corazón nuevo”. Son fragmentos en prosa del tratado, pero uno de ellos incluye (en la página 212) el poema “De tu divina clemencia”. Una breve noticia biográfica de sor Jerónima la encontramos asimismo en la monografía de Isabelle Poutrin Le voile et la plume. Autobiographie et sainteté féminine dans l’Espagne modern (1995): Don Pedro de Agramont y Tello et doña Jerónima de Blancas donnèrent à leurs enfants une éducation dévote, sous la direction des jésuites. Marquée par cet apprentissage, leur fille Jerónima reçut ses premières extases à l’âge de quinze ans. Elle connut jusqu’à l’âge de vingt-huit ans des “suspensions” de plus en plus fortes. En 1633, elle prit l’habit au couvent des clarisses de sa ville natale, Tudela de Navarre. Elle fut élue abbesse en 1658. L’un de ses frères, Pedro de Agramont, entra dans l’ordre de Saint-Augustin et enseigna la théologie. Fait exceptionnel, les  Exercicios Espirituales  de Jerónima de la Ascensión furent publiés sous son nom. Le provincial Miguel Gutiérrez, qui dirigeait sœur Jerónima et avait ordonné la rédaction de l’autobiographie, édita le texte dès 1661 en l’accompagnant d’une longue introduction. Les Exercicios Espirituales, dont l’imprimé comporte 103 pages, furent rédigés du 7 novembre 1650 au 19 février 1651. Ils se composent d’une narration de la vie de la religieuse, de l’âge de cinq ans à sa profession, où elle retrace ses progrès dans la vie spirituelle, puis d’une description des pénitences effectuées dans son enfance et au début de sa vie religieuse, et enfin des révélations reçues au sujet de diverses personnes et des âmes du purgatoire. (Poutrin, 1995: 315)

5   Los puntos últimos del padre Gutiérrez son en realidad doce (no diez) y forman el capítulo último, el XXX, del tratado.

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Y en el apartado dedicado a las fuentes, tras copiar la ficha catalográfica del libro, escribe la estudiosa francesa: Rédaction: à Tudela de Navarra, du 7 novembre 1650 au 19 février 1651, sur l’ordre de son confesseur et provincial Miguel Gutiérrez. Le récit autobiographique est suivi d’un compte rendu des pénitences effectuées à différents âges et 6 de révélations sur les âmes des défunts. (Poutrin, 1995: 431)

Como es lógico, sor Jerónima de la Ascensión figura igualmente en al7 gunas obras de referencia. Sin ánimo alguno de exhaustividad, podemos mencionar, por ejemplo, la ficha que le dedica la Gran Enciclopedia Navarra (cuyos datos son un extracto de lo dicho por Castro): Ascensión, Jerónima de la (Tudela, 1605-11.10.1660). Clarisa y escritora espiritual. Hija del escribano Pedro de Agramont y de Jerónima Blancas. Ingresó en el monasterio a los veintiocho años (1633) y profesó al siguiente. Al ejemplo de Santa Teresa, la monja tudelana escribió algunas de sus composiciones con su propia sangre, que se extraía del pecho, “de la parte que cae sobre el corazón, con una bolilla que hizo de puntas de acero, y con golpes tan recios, que se clavaba la bolilla de modo que era necesario tirar de ella con fuerza para desclavarla”, según describe Miguel Gutiérrez, su provincial en la introducción a la obra de Sor Jerónima. Ésta la redactó entre 1650 y 1651 urgida por la obediencia, pues no quería ni estampar sus deliquios místicos y poéticos ni desvelar sus penitencias. Sus Exercicios espirituales que en el discurso de su vida, desde que tuvo uso de razón, hizo y exercitó con el favor divino la Venerable Madre Sor Jerónima de la Ascensión, religiosa y Abadesa que fue del Convento de Santa Clara de la Ciudad de Tudela de Navarra fueron póstumos (Zaragoza, 1661). No son originales ni los asuntos ni los tonos poéticos, pero a veces son emotivos. Las clarisas de Tudela conservan manuscritos de su hermana.

6   Hay otra alusión en la página 252, nota 1, donde comenta: “Jerónima de la Ascensión, Exercicios Espirituales (nº 62), publiés en 1661 à l’initiative de ses supérieurs franciscains”. 7   Ana Navarro no la incluye en su Antología poética de escritoras de los siglos xvi y xvii (1989). Sí le dedica una breve voz Violeta Cárdaba en sus Escritoras hispánicas: voces para un diccionario (siglos vii al xx) (2010: 31).

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Igualmente se dedica a su figura una breve ficha en la Enciclopedia Vasca Auñamendi (que remite como referencia a Castro): Ascensión, Jerónima. Escritora y abadesa navarra, nacida en Tudela y bautizada el 28 de septiembre 1605. Murió en el convento de Tudela el 11 de octubre de 1660 a los 55 años de edad. Desde pequeña consagró su alma a Dios, y se entregó a las más severas mortificaciones. Tomó el hábito de las Clarisas de Tudela el 25 de agosto de 1633 a los 28 años. El P. Valentín de Céspedes hace un elogio de sus virtudes en su obra la Aprobación [sic]. Ejerció los cargos de enfermera, sacristana y abadesa. Su principal obra es Ejercicios espirituales, impresos en 1661.

En la utilísima base de datos BIESES (Bibliografía de Escritoras Españolas), queda recogida una ficha para su libro Ejercicios espirituales y otras que desglosan los poemas en él incluidos.8 Por mi parte, le he dedicado algo de atención en algunos trabajos anteriores míos. Dejando de lado una breve mención en mi libro panorámico Navarra. Literatura (Mata Induráin, 2004: 91) y una referencia algo más extensa en un capítulo de libro, “Modelos literarios en la Navarra de la temprana modernidad (siglos xvi-xvii)” (Mata Induráin, 2016b: 205-207), edité el corpus de sus once poemas conocidos en otro trabajo, “La poesía en Navarra en la Temprana Modernidad (siglos xvi y xvii)” (Mata Induráin, 2016a: 275-289). Ahí me limitaba a transcribir sus poemas, con una somera anotación, pero sin mayores comentarios explicativos, dado el carácter antológico del volumen donde se recogía esta contribución, Modelos de vida y cultura 9 en Navarra (siglos xvi y xvii). En este sentido, puede decirse que mi trabajo actual arranca del punto donde dejé la investigación en ese año 2016. Mi mayor aportación será, por tanto —aparte de este estado de la cuestión que vengo ofreciendo—, el comentario más detallado de los once poemas de la clarisa tudelana.

8   BIESES (Bibliografía de Escritoras Españolas): https://www.bieses.net/. Su nombre no figura en la “Lista de autoras”, pero se puede acceder a toda la información sobre ella con una búsqueda en la base de datos: https://www.bieses.net/base-de-datos-bieses/ 9   No la incluí, en cambio, en mi libro Poetas navarros del Siglo de Oro (2003).

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Más recientemente ha escrito sobre ella Ricardo Fernández Gracia en su libro Tras las celosías: patrimonio material e inmaterial en las clausuras de Navarra (2018): Entre las religiosas con proyección literaria y de gran penitente destaca la abadesa de las Clarisas de Tudela, sor Jerónima de la Ascensión (1605-1660), en el siglo Jerónima de Agramont y Blancas, hija del notario Pedro de Agramont Tello y Jerónima de Blancas, matrimonio bien situado en la Tudela de comienzos del siglo xvii, del que también nació fray Pedro de Agramont, maestro de novicios y de Escolástica y Expositiva en el convento de los Agustinos de la capital aragonesa. Bajo la dirección espiritual del rector de los Jesuitas de Tudela, el padre Francisco González Medrano, se orientó hacia la vida religiosa e ingresó en las Clarisas de su ciudad natal, tomando el hábito el 25 de agosto de 1633, a los veintiocho años de edad, dándose la circunstancia de que su director espiritual estaba enfermo, por lo que la escuchó en confesión el padre Antonio de Céspedes, que haría un elogio de la penitente en la aprobación de la obra literaria de sor Jerónima. La profesión la hizo el 27 de agosto de 1634. En la clausura tudelana ejerció de enfermera, sacristana y abadesa. (Fernández Gracia, 2018: 416b-417a)

Sigue resumiendo Fernández Gracia los datos ya conocidos acerca de su semblanza y carácter: Las fuentes escritas presentan a una monja muy dada a las más extremas penitencias, imitando todos los pasos de la pasión de Cristo en aras a estampar en su alma la imagen del Salvador. En sus poesías, oraciones y composiciones literarias, a veces escritas con su propia sangre, hizo gala de gran ingenio. Entre sus virtudes, destacaron la fortaleza y obediencia. Precisamente por esta última y a instancias del provincial franciscano el padre fray Miguel Gutiérrez, redactó entre noviembre de 1650 y febrero de 1651 los Ejercicios espirituales, que se imprimieron después de su muerte, con una introducción en donde aporta numerosos datos biográficos de sor Jerónima. Entre ellos refiere que para la extracción de sangre “de la parte que cae sobre el corazón” usaba una bolilla que hizo con cera y puntas de alfileres, y con golpes tan recios clavaba aquel instrumento, de 10 modo que era necesario tirar de ella con fuerza para desclavarla. (Fernández Gracia, 2018: 417a) 10 

La cita interna remite a los Ejercicios espirituales, fols. 121 y ss.

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Hasta aquí, lo escrito por Fernández Gracia es en lo esencial un compendio de los datos ofrecidos por Castro. Sin embargo, este crítico añade una muy interesante aportación relativa a la documentación que se conserva actualmente en el convento tudelano: En el archivo de las Clarisas de Tudela se ha conservado una copia fidedigna y notarial, realizada por el escribanio Diego de Castelruiz en 1666, de un cuaderno escrito por don Lope de Beaumont y Navarra, caballero de Santiago, vizconde de Castejón y señor de Santacara, que contiene las conferencias y confidencias que mantuvo con sor Jerónima. Las primeras anotaciones, que abarcan desde septiembre de 1642 hasta mayo de 1653, están cifradas y otras, en número de veintiocho, que van desde agosto de 1646 a enero de 1656, aparecen redactadas y con todo detalle. Las que más llaman la atención son aquellas en las que describe al Ángel de la Guarda de un amigo común, con nombre, simbología de sus vestimentas, etc. (Fernández Gracia, 2018: 417b-418a)

Con respecto al tratado de sor Jerónima escribe: La lectura de los mencionados Ejercicios espirituales, y su introducción, nos sitúan ante penitencias extremas y descripción de cilicios, no dudando en extraerse sangre en abundancia para escribir protestas de fe, algunas de las cuales aún se conservan. Vamos a tomar un par de ejemplos extraídos de su contenido que nos proporcionarán idea exacta de la tónica del libro. Uno de ellos se refiere al periodo anterior a su entrada en el convento, está relacionado con la compositio loci jesuítica, y se narra así: “Sucediéronme algunas cosas particulares en este tiempo, que he dicho de dieciséis a veinte y ocho años. Una fue que, como dejo referido, dábame pena el no poderme detener en discurrir en la Pasión, ni en otras consideraciones, y me parecía si era algún engaño del demonio, aunque interiormente sentía yo satisfación. Y para probar si estando mirando un paso de la Pasión de Nuestro Señor me ayudaría a poder discurrir, dispuse en secreto que me hicieran una laminica como la palma de la mano, poco más o menos, de un Ecce Homo (que es el paso de la Pasión a que yo era y soy más devota) con Nuestra Señora allí pintada, afligida, que aunque no se halló en aquel paso, por ponerla por medianera en este mi deseo lo hice. Salió perfectísimo el retrato y muy devoto; llevábalo conmigo, y en hallándome sola le sacaba de donde le traía y poníamele a mirar; y cuando hacía labor, si podía y estaba en parte que no me viesen, también le sacaba; y lo que me sucedía era darme luego las ansias que

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tengo dichas, y dejar la labor, y irme a mi retiro, que era un aposentillo que tenía para tener oración y hacer algunos ejercicios. Anduve porfiando algún tiempo con esto, y viendo que no podía salir con ello, y yo era tan poco amiga de tener cosa alguna, sino lo que llevaba forzosamente, y los silicios y disciplinas, le di la lámina a un hermano mío religioso. Porque en la mayor desnudez y pobreza hallaba mayor arrimo”. El texto habla claramente del poder de las imágenes y no podemos sino recordar que han sido extraordinariamente eficaces en momentos de escasez de las mismas, en que el tiempo para su contemplación era abundante, por lo que quien las miraba podía extraer distintas sensaciones y valoraciones 11 […]. El hermano aludido será el agustino fray Pedro Agramont. (Fernández Gracia, 2018: 418a-b)

En fin, Fernández Gracia transcribe en las páginas 419-420 tres de los poemas de sor Jerónima: “Al Nacimiento del Niño Jesús”, “A la adoración de los Reyes, unas religiosas” y “Versos al Santísimo Sacramento”.

2. Análisis de los once poemas incluidos en los Ejercicios espirituales (1661) La ficha completa del libro de sor Jerónima, publicado como queda dicho de forma póstuma, es la siguiente: Ejercicios espirituales que en el discurso de su vida, desde que tuvo uso de razón, hizo y ejercitó con el favor divino la Venerable Madre sor Jerónima de la Ascensión, religiosa y abadesa que fue del convento de Santa Clara de la ciudad de Tudela, de Navarra. Escribiolos la misma de su mano y letra con viva mortificación suya, por precepto de obediencia de su Provincial el M. R. P. fray Miguel Gutiérrez, letor jubilado y calificador del Santo Oficio de la Inquisición, para consuelo, y aliento de las almas pías. Y para mejor inteligencia, hizo el dicho padre la Introdución, que se pondrá al principio. Contiene lo que va en este libro dotrina muy provechosa, no solo para personas que tratan de perfección, sino también para los padres espirituales que las gobiernan y para predicadores. Va dirigido a la soberana Reina de los Ángeles, María Seño11   La cita interna corresponde al folio 69r-v de los Ejercicios espirituales. En las páginas 418b-419a comenta un segundo ejemplo, aquel en el que sor Jerónima narra parte de sus penitencias y la experiencia con un cuadro de santo Domingo lacerándose (fols. 132v-133r).

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ra Nuestra, protectora de los justos y abogada de los pecadores, Zaragoza, en la 12 imprenta de Miguel de Luna, 1661. Ya ha quedado consignado también que la religiosa comenzó su redacción el 7 de noviembre de 1650 y la terminó el 19 de febrero de 1651. Como ha destacado Triviño —en la cita anteriormente reproducida—, se trata de una narración autobiográfica transformada en vida doctrinal por fray Miguel Gutiérrez, el director espiritual de la religiosa. Dejando aparte los paratextos preliminares (aprobaciones, licencia para la impresión, etc.), el tratado consta de una “Introdución para la inteligencia de los Ejercicios que la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión hizo y escribió” (son diecisiete capítulillos, que ocupan los folios 1r-45r); veintinueve capítulos redactados por sor Jerónima, numerados en romanos y con título propio, a cada uno de los cuales se añade una nota explicativa del padre Gutiérrez que amplifica lo dicho por la monja, glosando la doctrina espiritual por ella expuesta, aclarando las citas de autoridad manejadas, etc. (en el folio 46r figura el incipit siguiente: Comienza la vida y Ejercicios de la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión. Con algunas notas del M. R. P. fray Miguel Gutiérrez, alcanzando hasta el folio 159r); por último, el capítulo XXX (fols. 159r-185v) lleva por título “De la feliz muerte de la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión y de las cosas que pasaron antes y después de ella”, con doce puntos finales debidos también a la pluma de fray Miguel Gutiérrez. En fin, el libro se cierra con dos tablas: “Tabla primera de lo que se contiene en la introducción” y “Tabla segunda de lo que se contiene en los Ejercicios espirituales y en las 13 notas que se hacen sobre los capítulos” (sin foliación). Es en los folios 150v-157v de estos Ejercicios donde figuran recogidos los once poemas de sor Jerónima, a saber, los que comienzan “Amor, amor, amor, / y qué bien has herido…”, “Amor, amor, amor, / y qué bien has cumplido…”, “Dueño y amante mío…”, “De tu divina clemencia…”, “A fertilizar el mundo…”, “Cuando en la noche mejor…”, “Aunque el amor 12  El ejemplar de la BNE tiene la signatura 2/1563. También recoge la ficha de los Ejercicios espirituales Simón Palmer (1991: 10-11). 13   Queda pendiente para otra ocasión el análisis del conjunto de los Ejercicios espirituales. Para el estudio de la cultura escrita de los conventos femeninos en la España moderna, es esencial el trabajo de Baranda y Marín Pina (2014).

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no creció…”, “Grande es nuestra dignidad…”, “¡Al blanco, al blanco, almas limpias…”, “Un enamorado amante…” y “Al que en la cena legal…” (los cuatro primeros no tienen título, pero a partir del quinto todos se presentan bajo un epígrafe propio, como luego veremos). Al comienzo de ese capítulo XXIX, “Pónense algunos versos que fervorosa escribió”, figuran unas palabras, a modo de introducción, donde se justifica la dignidad del empleo de la poesía, antes de aludir específicamente a las composiciones debidas a la inspiración de sor Jerónima: No puede ignorar el que hubiere leído haberse Dios servido siempre de la poesía para la enseñanza y dogmas de sus misterios soberanos, la cual consiste en una oración elegante, compuesta con número y medida. El número pone límite a los pies del verso, y la medida alarga o abrevia las sílabas, según las leyes y condiciones del metro que compone. Tiene por objeto lo hermoso, como dijo Fracastorio en su tratado de Poética. Y como Dios solamente es absoluta y perfectamente hermoso, le mira la poesía de su naturaleza. Y no debiera cantar otra materia, pues solo en su majestad tienen cabida sus hipérboles, ocasión sus adornos y verdad sus figuras. En verso dieron y cantaron alabanzas a Dios los patriarcas y profetas, como se verá discurriendo por la Sagrada Escritura. Ana, la madre de Samuel, agradeció a Dios en verso el beneficio de su sucesión; y para que los versos tuvieran todo crédito, y quedaran de todas maneras autorizados, usó dellos Nuestra Señora la Virgen Santísima María, pues con dulcísimos versos exhortaba a su purísimo espíritu a que alabase y engrandeciese a Dios; y su majestad los califica cuando inspira y da luz a sus amigos y amados para que en verso canten y manifiesten sus fervorosos afectos y le alaben. Hacíalo así la venerable madre sor Jerónima de la Ascensión, pues encendida en el amor divino, cuando salía de la bodega del buen vino (como dice la Esposa en los Cantares) y de lo ardiente de la contemplación, deshecho en afectos su corazón, sin haber estudiado el arte poética, hacía y decía a su querido y amado Esposo versos fervorosos. (fols. 149v-150v)

El propio orden en que figuran recogidos en el libro los poemas nos orienta con respecto a sus temas: los cuatro primeros son composiciones que describen el amor del Amado y la amada, Dios y el alma, usando para aludir a la unión amorosa las habituales metáforas de la poesía mística (la herida que es dolorosa y dulce al mismo tiempo, el gustoso fuego que abrasa el corazón, etc.); las cuatro siguientes corresponden al ciclo de la Navidad

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(dos están dedicadas al nacimiento de Cristo, una a la circuncisión y una más a la adoración de los Reyes Magos); las dos siguientes cantan al Santísimo Sacramento, y, en fin, la última es un poema de circunstancias, escrito para la fiesta del apóstol san Pedro. A continuación, ofreceré unas breves glosas acerca de estos once poemas incluidos en los Ejercicios espirituales, los cuales constituyen el corpus poético conocido de sor Jerónima de la Asunción. 1) “Amor, amor, amor, / ¡y qué bien has herido…” (fols. 150v-151v; 14 reproducido en Mata Induráin (2016a: 276-278)). Se trata de un poema formado por doce cuartetas de romance con rima í o (cuarenta y ocho versos), enunciado por una voz femenina, como denota el v. 21: “indigna me hallo”. Ya desde el verso inicial se construye en forma de apóstrofe, pero a esa serie trimembre del comienzo se unen otros: “Dueño y amante mío” (v. 14), “Señor” (v. 23), “Dios mío” (v. 26), “Dueño mío” (v. 42), “querido amante y fino” (v. 46), además de algunas formas de imperativo como “No me dejes que salga” (v. 13) o “tenme” (v. 15). Cabe destacar igualmente el tono exclamativo que presenta el arranque: Amor, Amor, Amor, ¡y qué bien has herido, y tras ti te has llevado, el alma y el sentido! ¡Ay, qué divina flecha que tiró el Uno y Trino a un corazón amante 15 y en sí le ha convertido! (vv. 1-8)

La composición se basa en la idea de la transformación igualadora de los enamorados: el amante (en este caso, Dios) transforma en su igual al amado (el alma); y maneja las habituales metáforas de la herida amorosa propia del 14   Preceden a la composición las siguientes palabras: “En los [versos] que se siguen canta y reconoce los favores que Dios le hizo desde que tuvo uso de razón y deja referidos, especialmente desde el capítulo primero hasta el nono”. 15   Ver para estas teorías amorosas la erudita monografía de Serés (1996).

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“amor unitivo” (v. 6; como es bien sabido, en la escala mística la etapa unitiva —la plena unión del alma con la divinidad— es la que sigue a la etapa iluminativa y a la purgativa): así, leemos “qué bien has herido” (v. 2), “divina flecha” (v. 5), etc. En los vv. 25-36 se enumeran y glosan las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). La voz lírica proclamará luego: “En Ti todo lo hallo / y así con Ti me vivo” (vv. 39-40), y el poema termina con esta petición suya: Hagamos un concierto: que de hoy más, dueño mío, no pueda yo querer si no es tu querer mismo. Y para que lo hagas, querido amante y fino, oblíguente las penas que por mí has padecido. (vv. 41-48)

2) “Amor, amor, amor, / ¡y qué bien has cumplido…” (fols. 151v-152v; 16 reproducido en Mata Induráin (2016a: 278-280)). Son catorce cuartetas de romance con rima í o (cincuenta y seis versos). El poema es semejante al anterior en cuanto a la voz (femenina), el tono (exclamativo) y el contenido (de hecho, los dos primeros versos son idénticos, cambiando el participio herido por cumplido). Encontramos igualmente el empleo reiterado de los apóstrofes dirigidos a Dios: “Amor, amor, amor” (v. 1), “bien mío” (vv. 8, 30 y 52), “Señor” (vv. 9, 49 y 53), junto con imperativos usados para interpelar a ese tú al que se dirige el poema (“cúmplenos”, v. 45, “No permitas… ni me dejes”, vv. 49-52). La voz lírica quiere agradecer ahora “algunos beneficios / que recebidos tengo” (vv. 6-7), los cuales son muchos, si bien va a referir uno en particular: “Uno que me fue causa / de grandes bienes mío” (vv. 15-16). Desde el verso 17 el poema adopta un tono narrativo:

16   Leemos antes de la composición: “En estos versos que se siguen da gracias a Nuestro Señor de algunos beneficios que recibió de su majestad y deja arriba referidos, especialmente en los capítulos trece y diez y siete”.

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Estábame yo un día gozándome contigo cuando en Ti lo vi todo cuanto hay, habrá y ha habido. Y para regalarme, ¡qué de veces han sido las que me das tu mano como un amante fino! (vv. 17-24)

Tras destacar ese regalo de su amante fino, la voz lírica proclama: “Yo soy toda tuya / y Tú eres todo mío” (vv. 27-28), e insiste después en el alivio que los divinos ojos del Amado dan a los sufrimientos que siente ella cuando contempla la pasión de Cristo: Reclinada en tu pecho me has tenido, bien mío, mirando tu corona, puesta por mis delitos. Y tus divinos ojos estaban dando alivio a las penas que daban tus males padecidos. (vv. 29-36)

En fin, tras el anuncio de los futuros gozos del cielo que se esperan alcanzar (vv. 37-40), se verbaliza una petición para que Él cumpla la palabra de darse y no dejarla nunca, que se devuelve con la promesa suya de corresponder siempre a sus beneficios: No permitas, Señor, que por delitos míos malogre tus favores, ni me dejes, bien mío. Yo te vuelvo, Señor, todos tus beneficios, y pido que me des por ellos a Ti mismo. (vv. 49-56)

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3) “Dueño y amante mío…” (fols. 152v-153r; reproducido en Mata In17 duráin (2016a: 280-281)). Son ocho cuartetas de romance con rima aguda á (treinta y dos versos). Encontramos en esta composición los mismos recursos ya vistos en los dos poemas anteriores: tono exclamativo, apóstrofes al amado-Dios (“Dueño y amante mío”, v. 1; “Tú”, v. 9; “Suprema Majestad”, v. 6; “Dios benigno”, v. 29). El poema pondera la liberalidad del divino amante, que da todo en un solo bocado (el de la Eucaristía). Se alude además a las bodas contraídas entre ambos (“Hoy de bodas estamos”, v. 5) y por eso el poema “va de pedirte” (v. 7; es decir, ‘es hora de pedirte, toca pedirte’, expresión calcada sobre otras como va de cuento, va de chanza…). La voz enunciadora se proclama esclava de ese Dios de amor: recuerda que le dio su corazón un día de san Juan, y él le dio el suyo (en “trueque desigual”, v. 20). Como el anterior, termina con una súplica: la de que le permita vivir “sin nunca más pecar” (v. 32). 4) “De tu divina clemencia…” (fols. 153v-154r; reproducido en Triviño 18 (1992: 212) y en Mata Induráin (2016a: 281-282)). La cuarta composición es un romance, formado por siete cuartetas con rima á e (veintiocho versos). Seguimos encontrando aquí los vocativos del alma enamorada a su Amado: “Dueño constante” (v. 2), “mi bien” (v. 17). Se mantiene asimismo el tono exclamativo y el empleo de los imperativos con diversas órdenes/súplicas. La voz lírica se lamenta de —y se complace en, al mismo tiempo— que se dilate el gozo del encuentro con el Esposo. Cabe destacar la base matafórica de la herida, la llaga y el fuego de amor, ya presente en alguno de los textos anteriores, pero que alcanza aquí un mayor desarrollo: “Que aunque yo no lo merezco, / bien sabes que me arrojaste / un dardo hasta el corazón / y que herida me dejaste” (vv. 13-16; además, quien da la herida es el mismo que proporciona la cura: cfr. los vv. 19-20: “porque el curar y el herir / para Ti le reservaste”); “Mucho esta llaga me duele / y en17   Le preceden estas palabras: “En estos versos que se siguen alude a otros favores y beneficios que le hizo el Señor; déjalos referidos especialmente en el capítulo sexto y catorce”. 18   Leemos antes del poema estas palabras: “Prosigue en los versos que se siguen aludiendo a otros beneficios que recibió del Señor y deja declarados en los capítulos catorce, dieciséis, diecisiete, dieciocho y en otros”.

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gendra un fuego tan grande, / que abrasa en el corazón / cuanto hay de tierra y de carne” (vv. 21-24); pena por Él con “sed insaciable” (vv. 25-26), pero al mismo tiempo se desea que esa sed “siempre se aumente / hasta que llegue a gozarte” (vv. 27-28). Se aprecia, pues, aquí una mayor densidad metafórica y también una mayor elaboración retórica, como vemos por ejemplo con el recurso del polisíndeton (“Ya sé que eres gran señor, / y que sabes humanarte, / y que te llamas mi Esposo, / y así te pregunto amante”, vv. 6-8), el uso de la conjunción y con valor impletivo (“y las manzanas y flores”, v. 11), etc. En suma, el poema canta la unión de la amada con ese ser divino que, por amor a sus criaturas, ha sabido hacerse carne mortal (cfr. los vv. 5-6, ya citados). 5) “Al Nacimiento del Niño Jesús” (fols. 154r-154v; reproducido en Mata Induráin (2016a: 282-283) y en Fernández Gracia (2018: 419)). Es el primero de los poemas de sor Jerónima de temática navideña. Son seis cuartetas de romance, con rima á a (veinticuatro versos), en las que se anuncia la llegada del Sol-Cristo, que en brazos de la Aurora-María se prepara para fertilizar el mundo (v. 1) al tiempo que se evoca el “Gloria in excelsis Deo” del anuncio de los ángeles a los pastores (“Gloria a Dios en las alturas, / paz a los hombres de gracia”, vv. 5-6). Se explica que “el Rey de rigores / de mansedumbre se llama” (vv. 7-8), es decir, frente al Dios del Antiguo Testamento que ejerce una severa justicia, el Dios humanado en Cristo es un Dios de perdón y misericordia. En efecto, el texto pondera la apacibilidad del recién nacido, que se compara a un cordero (v. 9-10) y su pobreza (vv. 11-12, versos en los que destaca el valor afectivo del diminutivo pesebrito); igualmente, pobre es su Madre (v. 13), María, pero ella es “la llena de gracia”, según las palabras de la embajada angélica; san José, en fin, es evocado como “un viejo santo” (v. 17) que con su trabajo gana “la comida para quien / todo el universo manda” (vv. 19-20). La composición se remata con cuatro versos que anuncian que Cristo sufrirá por las culpas del yo lírico (por extensión, de toda la humanidad), y por eso en el mismo día de su nacimiento se abraza 19 ya a “las penas”: 19  Encontramos aquí algo que es habitual en los poemas que cantan el nacimiento de Cristo, y es unir el gozo de esa nueva con la pena anticipada por los dolores de su pasión y muerte. Lo mismo sucede en el poema siguiente.

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Este que aquí significo es Jesús, con tales ansias de padecer por mis culpas, que hoy con las penas se abraza. (vv. 21-24)

6) “Otros [versos] al mesmo Nacimiento” (fols. 154v-155v; reproducido en Mata Induráin (2016a: 283-284)). El segundo de los poemas de temática navideña también está dedicado al nacimiento de Cristo. Se trata de un romance con rima é a (vv. 1-12 y 1744) más unos versos repetidos a modo de estribillo cuyo esquema de rima es 10- 5a 9- 5a (vv. 13-16 y 45-48). La voz lírica canta “la noche mejor, / que todos llaman la buena” (vv. 1-2) y evoca la revelación divina de “dos antiguos profetas” que levantaron figura al Niño, esto es, ‘hicieron su horóscopo’ (aunque aquí es más bien verdadera profecía): —Levantemos al Niño figura, y todos sepan que serán verdades sin duda, fe viva tengan.

Lo vaticinado por ellos es: primero, la circuncisión de Jesús (vv. 17-20); segundo, la adoración de tres Reyes (vv. 21-24), y, luego, la presentación en el Templo de Jerusalén y las “malas nuevas” que les dará Simeón a sus padres. Recordemos que, cuando Jesús es presentado en el Templo por María y José (ver Lucas, 2, 22-38), fue recibido por el anciano Simeón, que tenía fama de hombre justo y a quien el Espíritu Santo le había prometido que no moriría hasta haber visto al Mesías Salvador. Entonces él exclama las palabras conocidas como “El cántico de Simeón”: “Nunc dimittis servum tuum, Domine, secundum verbum tuum in pace / quia viderunt oculi mei salutare tuum / quod parasti ante faciem omnium populorum: / lumen ad revelationem gentium, et gloriam plebis tuae Israel…” (‘Ahora despides, Señor, a tu siervo, conforme a tu palabra, en paz / porque han visto mis ojos tu salvación, / la cual has aparejado en presencia de todos los pueblos; / luz para ser revelada a los gentiles, y la gloria de tu pueblo Israel…’). Simeón tomó a Jesús en sus brazos y enunció esta profecía a María: “Este Niño está puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y una espada traspasará tu alma, para que

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sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones”, palabras que profetizan la participación de María en la pasión de su hijo (aspecto relevante en el poema de sor Jerónima) y anuncián que Jesús será oprimido con azotes y afrentas (vv. 31-32); que morirá “en un palo” (el de la cruz), pobre, desnudo y desamparado de cielo y tierra (vv. 33-36); que resucitará al tercer día (vv. 37-40) y que subirá a los cielos a sentarse a la diestra del Padre (vv. 41-44). 7) “A la circuncisión del Niño Jesús” (fols. 155v-156r; reproducido con algunas ligeras variantes en Serrano y Sanz (1915: 23-24) y en Mata Induráin (2016a: 284-285)). El tercer poema de la serie del ciclo de Navidad está dedicado “A la circuncisión del Niño Jesús”. Son cinco cuartetas de romance con rima é o (veinte versos), más una seguidilla (rima 7- 5a 7- 5a) como remate (vv. 2124). Destaca por el tono interrogativo del comienzo: a la interrogación retórica de los vv. 3-4, “¿quién nos ha amado infinito / sin poder ser más ni menos?”, se responde de inmediato que el Niño-Dios, que entrega su pequeño cuerpo “porque el cuchillo ejecute / la ley que es para los reos” (vv. 7-8). Esto que Él hace “por mi remedio” (v. 10) es una muestra más de su infinito amor a los hombres. Después los vv. 13-16 explican el significado del nombre de Jesús, “que aunque pecador parece, / no es sino Redentor nuestro” (recordemos que el significado de Yeshúa, en arameo, es precisamente ‘Salvador’). A su vez, en los vv. 17-20 se recuerdan algunos epítetos aplicados a Jesús (“melodía / y panal que da recreo”), y también el hecho de que san Bernardo lo llamó “el regalado del cielo” (san Bernardo fue devoto del Santo Nombre de Jesús y habla de él en muchos de sus sermones). En fin, la seguidilla de remate es una apelación exclamativa (con y impletivo): Jesús enamorado, Jesús divino, y Jesús que das vida, y ¡ay, Jesús mío! (vv. 21-24)

8) “A la adoración de los Reyes, unas religiosas” (fols. 156r-156v; reproducido en Mata Induráin (2016a: 285-286) y en Fernández Gracia (2018: 419-420)).

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Son cinco cuartetas de romance con rima ó a (veinte versos) rematadas por una seguidilla (vv. 21-24). El sintagma “unas religiosas” del título anticipa la voz femenina plural que enuncia el poema (“nos llamamos Esposas”, v. 2). Su dignidad es grande, precisamente, por ser esposas de ese Señor al que, aun estando disfrazado (Jesús se muestra en el nacimiento en su naturaleza humana, no divina, y lo hace además con la más humilde apariencia, la de un sencillo recién nacido) es adorado por tres reyes. Los vv. 5-16 glosan los valores simbólicos del triple regalo que se le entregan: incienso (porque es Dios), oro (como rey) y mirra (por ser hombre), si bien le es “muy preciosa joya”, si con buen ánimo se la damos, “la mortificación penosa” (v. 14-16). Tales regalos son los platos que ellas deben ofrecer a Cristo-Dios “en sus regaladas bodas” (v. 18), a cambio de lo cual Él les dará en retorno “la casta unión amorosa” (v. 20). Hemos visto, pues, hasta ahora cuatro poemas de tono místico y otros cuatro del ciclo de Navidad (dos dedicados al nacimiento de Cristo, uno a la circuncisión y uno a la adoración de los Reyes Magos). Restan por considerar tres composiciones, dos dedicadas al Santísimo Sacramento y la última, al apóstol san Pedro. 9) “Versos al Santísimo Sacramento” (fol. 156v; reproducido en Mata Induráin (2016a: 286-287) y en Fernández Gracia (2018: 420)). Son cuatro cuartetas de romance con rima aguda á (dieciséis versos), más una seguidilla (7- 5a 7- 5a) a modo de remate (vv. 17-20). El poema se construye como un apóstrofe a las “almas limpias” (v. 1), exhortándolas a que tiren al blanco, que es Dios: ¡Al blanco, al blanco, almas limpias, lleguen, lleguen a tirar! Mas si de blanco no visten, en blanco se quedarán.

Nótese que en estos versos iniciales se juega ingeniosamente con tres distintos significados de blanco: la ‘diana sobre la que se disparan las flechas’; un color, que es el que simboliza la pureza de las almas, y la expresión quedar en blanco, que aquí viene a significar ‘no obtener ningún premio, no ganar

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nada’. Luego se explica que esos tiros han de ser de fe, esperanza y caridad, y así se logrará la transformación del alma en “blanco de Dios” (v. 15). El tono exclamativo del comienzo se reitera en la seguidilla de cierre: ¡Llega, tira, no temas, cree, espera y ama! ¡Ten la joya por tuya 20 con estas armas!

Se alude, claro, a la joya que se daba como premio en los concursos de tiro al blanco. Pero, en este caso, el premio es la unión con la divinidad. 10) “Otros [versos] al mismo intento” (fol. 157r; reproducido en Mata Induráin (2016a: 287-288)). Son cinco cuartetas de romance con rima í o (veinte versos). Presenta a Dios como “enamorado amante” (v. 1) que se da en un solo bocado (v. 3), el de la Eucaristía, imagen que ya hemos encontrado anteriormente. La voz lírica, en apóstrofe a su alma (v. 6), recuerda que a cambio de “dádiva tan grande” (v. 5) el amante solo pide que le dé limpio el corazón “para hacerse uno contigo” (v. 8), calificando de “trueque tan rico” (v. 12) este cambio de los “bienes de tierra” (v. 9) por los bienes de gracia. El poema consigna las palabras que la voz lírica recomienda al alma que diga: que se dispone a entregar sus tres potencias (memoria, entendimiento y voluntad) y que vuelve ‘devuelve’ el libre albedrío (vv. 14-16). A cambio de ofrecer esto “de voluntad” (v. 17) y con “ánimo limpio” (v. 18), asegura, el enamorado amante le comunicará “los frutos del Pan divino” (v. 20). Cabe destacar el empleo de esa imagen del “trueque tan rico”, que ya aparecía en “Dueño y amante mío…” (“trueque desigual”, v. 20), y que todavía se va a repetir en el último de los poemas de sor Jerónima.

20  El primero de esos cuatro versos se lee en el original así: “¡Llega, llega, tira, no temas!”, pero entiendo que la repetición de llega es un error. Enmiendo suprimiendo uno de ellos, para lograr la medida del heptasílabo (pues en estos poemas es habitual como remate el empleo de una seguidilla, 7- 5a 7- 5a).

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11) “Al apóstol san Pedro” (fol. 157v; reproducido en Mata Induráin (2016a: 288-289)). Son cinco cuartetas de romance con rima á e (veinte versos), más una seguidilla final (vv. 21-24). Es poema de circunstancias, escrito para la festividad del santo, como indica el verso 4: “Hoy la Iglesia fiesta le hace”. El apóstol queda aludido por la perífrasis de los vv. 1-3: “Al que en la cena legal / el enamorado amante / ordenó de sacerdote”, es decir, Cristo (el enamorado amante), en la Última Cena (la cena legal de los judíos, es decir, la cena que se hacía para cumplir con la ley, con el precepto) le ordenó de sacerdote (al instituir la Eucaristía). Los versos mencionan algunos rasgos y atributos propios del santo: de pescador de peces pasa a ser pescador de almas (tras la pesca milagrosa, Jesús le anuncia a Simón Pedro que será pescador de hombres —Lucas, 5, 8-11—, y él y sus compañeros, dejándolo todo, deciden seguir al Maestro), acción que se califica de “tan divino trueque” (v. 6); y se le han entregado las llaves que abren y cierran el tesoro del Padre (vv. 10-12; cfr. Mateo, 16, 19: “Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los Cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los Cielos”). Los vv. 13-20 explican cómo Cristo quiso rebajar su altivez haciendo que “una esclavilla le engañe” (v. 16), alusión que se refiere a la criada de la casa del Sumo Sacerdote que identifica a Pedro como uno de los que iban con Jesús, lo que dará lugar a la triple negación del discípulo (Marcos, 14, 66-72). Como él habrá de juzgar a todos los hombres a la entrada del Reino (“había de hacer / audiencia de nuestros males”, vv. 17-18), Cristo ha querido que Pedro pase por la misma experiencia “para que nadie le espante” (v. 20). El romance se remata con una seguidilla que insiste en el concepto de la felix culpa del santo: ¡Feliz fue en vos la culpa pues alcanzasteis, con el llanto que hicisteis, bienes tan grandes! (vv. 21-24)

La expresión felix culpa se aplica más frecuentemente a la caída en pecado de Adán y Eva: con su desobediencia a los mandatos divinos, pecaron, pero esa misma circunstancia de la culpa deja abierta la puerta a la redención de

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todo el género humano. Aquí se refiere, en cambio, al arrepentimiento de Pedro tras las negaciones.

3. Conclusiones Como hemos podido ver, el corpus poético de sor Jerónima de la Ascensión es más bien breve, reduciéndose a los once poemas incluidos en los Ejercicios espirituales (1661). Cuatro de las composiciones se dedican a cantar el tema de la unión mística de la amada y el Amado, el alma y Dios, al tiempo que son expresión de algunos de los favores recibidos por la religiosa carmelita. Otras cuatro corresponden al ciclo de la Navidad, otras dos se dedican al Santísimo Sacramento (guardan relación con las del primer grupo) y la última a san Pedro. Cabe decir, en lo que respecta a los temas, que estos poemas presentan escasa originalidad (no es fácil lograrla, tocando como tocan asuntos tan trillados). Más allá de las habituales metáforas de la herida, la llama y el fuego de amor divino, mencionaré la predilección por la metáfora del trueque divino (aplicada un par de veces al alma y otra más a san Pedro). Por lo que hace a la métrica, la única forma estrófica empleada es el romance (y algunos de los poemas presentan un estribillo o, más frecuentemente, van rematados con una seguidilla). Cabe destacar el buen ritmo y la musicalidad de estos versos, dentro siempre de su sencillez. Se aprecia, en fin, cierta elaboración retórica (además de las metáforas, he señalado algunos casos de anáforas, polisíndeton, perífrasis, etc.). En resumidas cuentas, la cosecha no es mucha ni en cantidad ni en calidad, pero sin duda merece la pena conocer y dar a conocer el corpus poético de esta religiosa clarisa incluido en su tratado en prosa Ejercicios espirituales.

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Redes conventuales y la impresión de cartas de edificación de religiosas agustinas descalzas de Murcia durante el siglo xviii Mercedes Marcos Sánchez Universidad de Salamanca

1. Introducción 1.1. En torno al concepto redes conventuales El punto de partida de esta investigación lo constituyen unas palabras de la madre María Rosa de la Ascensión, agustina descalza del convento de Corpus Christi de Murcia, quien, en 1749, en el proemio de la carta de edificación que escribe a propósito de la Vida, virtudes y muerte de la Madre Cathalina Ignacia de San Ignacio de Loyola, en la que se notifica la innovación que supone dar a la imprenta la carta de edificación de una religiosa agustina descalza, dice lo siguiente: Dilectissimas en Jesu-Christo Madres y muy Señoras mías, había ya dado la pluma, a brevíssimo rasgo, la vida, virtudes, y dichosa muerte (assi me lo asegura la piedad) de mi Hija y Madre Cathalina Ignacia de San Ignacio de Loyola, para enviarla (según nuestros estylos) a los Conventos de nuestra Descalcèz, y Recoleccion de las Provincias de Hespaña, a gloria de Dios, edificación común, y alivio de mi dolor: quando el Ilustrissimo Señor Don Juan Matheo, Obispo de Cartagena, y Murcia, nuestro Prelado, y verdadero Padre, se dignò pasarnos visita de duelo; y al mismo tiempo, que piadoso à nuestro ahogo instilaba alivio, y consuelo con su piedad, y discreción, y exortaba en tanta pèrdida à la resignación, y sacrificio con palabras, y exemplos, preguntò: si se daba a la prensa la Carta de edificación de la Madre San Ignacio. A esta pregunta, en que se divisaba el deseo de su piedad, y vislumbres de su favor, se respondió con la sinceridad de

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no ser estylo, y con la verdad de no haver quien subveniesse à los precisos gastos de moldes, prensa y papel. A esta ingenua respuesta […] repuso su Ilustrissima […] diciendo: Madres, es justo, y por esso quiero que se imprima en el papel y en las almas la vida apreciable de la Madre San Ignacio […]. (Ascensión, 1749b: fols. 1-2; la cursiva es mía)

Estas palabras ponen de manifiesto la existencia de una red, si entendemos por tal “un conjunto bien definido de actores —individuos, grupos, organizaciones, comunidades, sociedades globales, etc.— que están vinculados unos a otros a través de una relación o un conjunto de relaciones sociales” (Lozares, 1996: 108), o, como afirman Wasserman y Faust (1994: 9), más resumidamente, “un conjunto de actores y los vínculos entre ellos”. En este caso los actores, agentes o nodos, son, por una parte, el convento de Corpus Christi de Murcia y todos los conventos pertenecientes a la hermandad y recolección, por otro. Aunque el término hermandad es polisémico y puede referirse a diferentes tipos de relación entre distintas clases de agentes sociales, en el ámbito conventual en el que estamos se refiere al vínculo establecido entre el convento matriz de una orden y los que se derivan de él.1 La Orden de las Agustinas Descalzas fue fundada por san Juan de Ribera en 1597, en la localidad alicantina de Alcoy. Durante el siglo xvii se fundaron ocho conventos más, todos en la zona levantina,2 como muestra la siguiente imagen tomada de la página web que las agustinas descalzas dedican a la causa de canonización de la beata Inés de Benigánim (Fig. 1).

1   Además de esta relación materno-filial entre la casa madre y las casas de las que habían salido las fundadoras de un convento, estos solían firmar cartas de hermandad con otros conventos de diferentes órdenes religiosas e incluso con bienhechores particulares. Mediante estas cartas se buscaba “el aprovechamiento colectivo de beneficios y gracias espirituales derivados de sus oraciones y penitencias. Suponía por tanto un vínculo espiritual con otros monasterios y conventos femeninos de clausura” (Vilar, Vilar, 2012: 386). 2   Villerino (1691-1694) especifica que a partir del convento de Alcoy se fueron fundando Santa Úrsula de Valencia, la Virgen del Otero de Denia, San Martín de Segorbe, la Concepción de Benigánim, Santa Ana de la Ollería, San Felipe de Xátiva, Corpus Christi de Murcia y Corpus Christi de Almansa.

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Figura 1 Fundaciones de Agustinas Descalzas durante el siglo xvii [http://www.beatainesbeniganim.com/alabanza-de-su-gloria/ mm-agustinas-descalzas/]

1.2. Las cartas de edificación, vehículo de las redes conventuales Es costumbre habitual dentro de las órdenes religiosas el envío de las denominadas cartas de edificación, aviso o noticia del fallecimiento de uno de sus miembros a todos los conventos de la orden. La finalidad de tales misivas era, en primer lugar, la de asegurarse las oraciones por el alma de la difunta. El número y características de estas oraciones estaban prescritos en las constituciones.3 Las que profesaban las agustinas fundadas por san Juan de Ribera, adaptadas de las de santa Teresa de Jesús,4 establecían en el cap. XIII que se rezara un oficio de difuntos por todas las religiosas que muriesen en los conventos de

3   Santa Teresa de Jesús, en las constituciones que redacta para las carmelitas descalzas establece: “Por las difuntas se hagan sus honras y enterramiento cada una con vigilia y misa cantada. Si huviere posibilidad para ello, digan las misas de san Gregorio, y si no, como pudiere, rece todo el convento un oficio de difuntos, y esto por las monjas del mesmo convento, y por las demás un oficio de difuntos y si huviere posibilidad una misa cantada, y esto por todas las monjas de la primera Regla, y por las otras de la mitigada un oficio de finados”, (cap. 8, n.2) SantaTeresa de Jesús (1967: 639). 4   Regla y Constituciones de las monjas reformadas Descalzas Agustinas. Ordenadas por el Reverendisimo Señor Don Juan de Ribera, Patriarca de Antioquia, y Arzobispo de Valencia. En Valencia, y por su original en Murcia, por Felipe Teruel, s. a. [hacia 1714].

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agustinas descalzas sujetos al ordinario. Pero, como hemos visto en la cita de la madre Rosa de la Asunción que ha introducido mis palabras, la red conventual que ayudan a tejer las cartas de edificación enviadas desde el Corpus Christi de Murcia excede los límites de la hermandad de agustinas descalzas para extenderse a todos los conventos de la recolección en todas las provincias de España.5 A finales del siglo xvii estos conventos sumaban un número de treinta y cuatro (Villerino, 1691-1694), distribuidos por toda la geografía española. La mayoría de ellos pervivían aún en el siglo xx, como muestra el siguiente mapa elaborado por Ángel Martínez Cuesta (1993) (Fig. 2). Los conventos de agustinas recoletas, que seguían las constituciones de la madre Mariana de San José, también tenían legislados los sufragios que debían ofrecer por las difuntas. En el cap. XXIII, n. 4, se lee: Rezará cada monja de las del convento adonde murió tres oficios de difuntos, y las de fuera de coro tres rosarios; y las demás monjas de otros monasterios de recoletas un oficio, y las de fuera de coro un rosario. Y la priora tendrá cuenta de avisar a los conventos cuando muriere alguna, y de aplicarle las oraciones y penitencias, ayunos y disciplinas de aquel año. Y, pues es su hija, ayúdela con ese socorro, y las demás no se descuiden de su hermana. (Mariana de San José, 2014: 1208)

Estos avisos de las prioras seguían una pauta estructural más o menos homogénea en las diversas órdenes: a) Encabezamiento b) Noticia de la muerte 5   Hacer llegar la noticia de la muerte de una religiosa agustina descalza a todos los conventos de agustinas recoletas no deja de tener significado. Desde su fundación, en la que participaron religiosas canonesas de san Agustín y religiosas carmelitas descalzas, la identidad de las monjas agustinas descalzas había estado en entredicho. La polémica, a la que no fue ajeno el padre Alonso de Villerino, puede verse descrita y argumentada en Diego de Santa Teresa (1743). En la época en la que se escriben las cartas que estamos analizando, la conexión con las recoletas supone la afirmación de que ambas órdenes poseían la misma filiación agustiniana, por lo que podían beneficiarse mutuamente de las oraciones y los bienes espirituales. La polémica puede verse en el tomo segundo de la obra de Alonso de Villerino (1691-1694: libro III, párrafo I, fol. 489 y ss.) y en Diego de Santa Teresa (1743: cap. 2).

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c) Breve relación de la vida y virtudes de la difunta d) Petición de sufragios e) Despedida f ) Lugar, fecha y firma de la priora Esta estructura, amplificada, es la que se puede observar en las cartas impresas. Así, por ejemplo, la Carta en que da cuenta de la vida, muerte, y virtudes de la Madre Josepha de S. Juan Baptista, religiosa professa, a los conventos de la Hermandad de su Recoleccion y Descalzez, la M. Maria Rosa de la Ascensión, priora en su convento de Corpus-Christi de Agustinas Descalzas de la Ciudad de Murcia (1749), tras el saludo ritual PAX CHRISTI, se abre así: Madre, y muy Señora mía, Domingo 27 de Julio, como entre una, y dos de la noche, fue Nuestro Señor servido de llevar para sí, como de su infinita bondad esperamos, a la Hermana Josepha de San Juan Baptista de 62 años de edad, y 54 de nuestra Profesión Religiosa. Su enfermedad empezó seis años ha: los que toleró con notable silencio, y constancia; ayudada también de la bastante robustez de su naturaleza: hasta el Figura 2 Conventos de agustinas recoletas en el siglo xx. Fuente: Martínez Cuesta (1993)

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año pasado, que turbándose por el mes de Junio todos los humores, le sobrevino un reumatismo general con otra confussion de accidentes que fue forzoso ministrarla el Santo Viatico. Y aunque a repetida aplicación de varias medicinas, no se logró todo alivio se consiguieron intervalos de la mayor fuerza de sus accidentes; que tenazes siempre, y mordazes más, con su misma rebeldía, la pusieron al año de su gran cruz de padecer en el ultimo peligro hasta acabar con su fatigada vida, recibidos muy a tiempo los Santos Sacramentos de Viatico, y Extremaunción; todo con asistencia de esta Santa Comunidad.

[Vida y Virtudes] Y aunque tan Religiosa vida, y prevenida muerte, debo juzgar prudentemente que ha sido de las preciosas delante de Dios: no obstante, cumpliendo con mi obligación, ruego a V. R. que ordene, se hagan a nuestra H. Baptista los sufragios acostumbrados según nuestros santos estilos de charitativa hermandad: y a mi, con toda mi Santa Comunidad, no me olvide V. R. en sus Santos Exercicios, y Oraciones. De este de V. R. de Agustinas Descalzas de Murcia, y Agosto 3 de 1749. B.L.M. de V.R. Su más apasionada, y afectuosa servidora Maria Rosa de la Ascensión Priora.

La longitud de las cartas era variable. No he podido consultar cartas de edificación manuscritas de las agustinas descalzas de Murcia, pero sí las de otro convento murciano, cercano a ellas, el de las capuchinas de Murcia, que se conservan en el Archivo Municipal de Murcia y de las que hablaré más adelante. Hay cartas breves, con una longitud de un pliego, pero también las hay de una extensión equiparable a las que se imprimieron. El trabajo que el envío de estas cartas suponía para las comunidades era importante, ya que debían copiarse una y otra vez hasta llegar al número de destinatarios. De hecho, una situación análoga llevó a los jesuitas portugueses del siglo xvi y siguientes a publicar, como se sabe, las cartas de edificación que debían escribir los superiores a todos los colegios de la Compañía,6 de manera que estas 6   Sobre este asunto pueden consultarse Palomo (2005), Zermeño (2006), Ponce Alcocer (2007) y Nelles (2014).

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circularan más ágilmente y carentes de las erratas y adiciones o supresiones que solían presentar las copias manuscritas. Esta costumbre seguía vigente en el siglo xviii, siglo en el que se editaron y tradujeron numerosos volúmenes de cartas edificantes y curiosas de algunos misioneros extranjeros, además de las publicadas individualmente, centradas en los jesuitas fallecidos en los colegios de la Compañía de Jesús, tanto de la península como de América y otros territorios de misión.

2. Las cartas de edificación escritas por religiosas murcianas en el siglo xviii Las cartas de edificación escritas por las religiosas —siempre firmadas por las prioras o abadesas, aunque no siempre escritas por ellas mismas— fueron, como sabemos, la fuente bien aprovechada de las crónicas conventuales y de las numerosas vidas de monjas que publicaron frailes y sacerdotes durante la Edad Moderna.7 Lo interesante de las cartas publicadas durante el siglo xviii es que ya aparecen bajo autoría femenina. Así, en el Corpus Christi de Murcia encontramos a las siguientes autoras: a) María Rosa de la Ascensión — Carta que escribe la Madre Priora de el convento de Agustinas Descalzas de la ciudad de Murcia a las Madres Prioras de los conventos de Hermandad, dando noticia de la religiosísima vida y singulares ejemplos de virtudes de la Venerable Madre Antonia de la Purificación, y pidiendo se hagan los sufragios por su alma (Murcia, 5 de diciembre de 1741) A. M. MU, sig. 10-F-8. — Carta en que da cuenta de la Vida, muerte y virtudes de la Madre Josepha de San Juan Bautista, religiosa professa, a los conventos de la hermandad de su Recolección y Descalcez, la Madre María Rosa de la Ascensión, Priora en su convento de Corpus Christi de Agustinas Descalzas de la Ciudad de Murcia (Murcia, 3 de agosto de 1749), A. M. MU, sig. 1-E-25.

  Cfr. Marcos Sánchez (2018).

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— Carta de la M. R. Madre María Rosa de la Ascensión, Priora del Convento de Corpus-Christi de Religiosas Descalzas del Orden del Señor San Agustín, en la Ciudad de Murcia a todos los conventos de la Descalcez y Recoleccion del mismo Orden en las Provincias de Hespaña, sobre la vida, virtudes y muerte de la Madre Cathalina Ignacia de San Ignacio de Loyola, Religiosa Augustina Descalza, que floreció en virtudes en el mismo Convento de Corpus-Christi (Murcia, agosto de 1749). A. M. MU, 8-I-1 (1). — Carta en que da cuenta de la vida, muerte, y virtudes de la M. Eugenia María del Espíritu Santo, religiosa professa, a los conventos de la Hermandad de su Recoleccion, y Descalzez, la M. María Rosa de la Ascensión, Priora en su Convento de Corpus Christi de Agustinas Descalzas de la Ciudad de Murcia (Murcia, 10 de agosto de 1749) A. M. MU, sig. 10-F-8 (2). b) Madre Francisca María de San Juan Evangelista — Carta missiva de la M. R. M. Francisca María de San Juan Evangelista, priora del convento de Corpus-Christi, de religiosas descalzas del Orden del Sr. San Augustín, en la ciudad de Murcia, a todos los Conventos de la Descalzés y Recolección del mismo Orden, en las Provincias del Reino de Hespaña, sobre la vida breve, pero dilatada en virtudes, y preciosa muerte de la M. Isabel Luisa de Jesús María, religiosa que fue de velo negro en el mismo Convento de Corpus Christi (Murcia, 22 de agosto de 1752). A. M. MU, sig. I-E.19. — Carta missiva de la M. Francisca de San Juan Evangelista, presidente del convento de Corpus-Christi de Agustinas Descalzas de Murcia, a las muy reverendas madres prioras de los Conventos de la Hermandad, sobre la vida, y heroicas virtudes de la Venerable Madre María Rosa de la Ascensión, priora que fue de el referido convento (Murcia, 24 de febrero de 1757). A. M. MU, sig. 10-F-8. c) Madre Isabel Clara de San Miguel — Carta de la Madre Isabel Clara de S. Miguel, priora del convento de Corpus-Christi de agustinas Descalzas de la ciudad de Murcia, a las muy reverendas Madres Prioras de la Hermandad, sobre la vida y virtudes de

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la Madre Francisca María de San Juan Evangelista, priora que fue de el sobredicho convento (Murcia, 3 de diciembre de 1765). A. M. MU., sig. 1-E-6. A estas siete cartas hay que añadir una octava, que aún no he podido ver, pero que consigna Jesús Belmonte Rubio en su monografía sobre el convento de Corpus Christi de Murcia (Belmonte Rubio, 2011): — Carta de la M. Josefa de la Concepción, Priora del convento de Corpus Christi, de Agustinas descalzas de la ciudad de Murcia, a las muy reverendas Madres Prioras de los Conventos de la Hermandad, sobre la vida ejemplar y virtudes de la Madre Juana Francisca de la Madre de Dios, Priora que fue de dicho convento (Murcia, 1786). A. M. MU., sig. 4-H-26. Igualmente, en la caja 49 n. 348 del Archivo Municipal de Murcia (Biblioteca digital de Murcia) se encuentra un volumen manuscrito en cuya portada se lee: Este libro de memorias de ntras, Madres y hermanas difuntas se enquaderno, año de 1787, siendo abadesa de este convento, la me Sor Joaquina Ximenez de Cisneros. El volumen, que pretende completar la obra del padre Zevallos, incluye cinco cartas impresas: 1) Carta en que la M. Sor Clara de Elepiane, abadesa del muy religiosos Convento de la Exaltación del Santísimo Sacramento de Capuchinas de Murcia, da cuenta a los Conventos de su Hermandad de la vida y muerte de la Madre Soror Isabel Francisca de Oyos [1739]. 2) Carta de la Madre Sor Luisa Velasco, abadesa del Convento de la Exaltación del Santísimo Sacramento, de Madres Capuchinas de la Ciudad de Murcia, sobre la muerte y virtudes de la Madre sor María Rosa de la Canal y Conde, religiosa professa de la misma Casa, a las Madres Abadesas de la misma Regla [1752]. 3) Breve noticia de la vida y virtudes de la madre sor Juana Jacinta Romera, religiosa del convento de la Exaltación del Smo. Sacramento de Capuchinas de la Ciudad de Murcia. Impressa en Murcia con las licencias necesarias, en la imprenta de Phelipe Teruel, Impressor del

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Santo Oficio [Firmada por sor María Gertrudis Mucio el 22 de abril de 1761]. 4) Carta en que la M. Sor Clara de Elepiane, abadesa de el Religiosisimo Convento de la Exaltación de el Santisimo Sacramento de Capuchinas de Murcia, da cuenta a los Conventos de su Hermandad, de la vida y muerte de la M. Sor María Francisca Lucas Guill [firmada en febrero de 1728]. 5) Carta en que la M. Sor Clara de Elepiane, Abadesa del muy religioso Convento de la Exaltación del Santísimo Sacramento de Capuchinas de Murcia, da cuenta a los Conventos de su Hermandad de la vida y muerte de la M. Soror María Antonia Luxán [firmada en Murcia el 15 de febrero de 1738]. En todas ellas es evidente que el patrón biográfico que siguen es el de las biografías de religiosas, que han interiorizado a fuerza de leer individualmente o de oír leer en el refectorio. No entraré en este punto ahora, aunque merece un análisis pormenorizado, y me centraré en el tema de las redes, que es en el que se centra este estudio.

3. El análisis reticular de las cartas de edificación8 Es evidente que la publicación de cartas de edificación de religiosas difuntas era un hecho más o menos habitual en la Murcia del siglo xviii, y que a esta habitualidad respondía la pregunta del obispo de Cartagena a sor Rosa de la Ascensión sobre si se iba a dar a la prensa “la carta de la Madre San Ignacio”. Ahora bien, teniendo en cuenta la respuesta de sor Rosa de la Ascensión, quien había dado a la prensa ya una carta de edificación unos años antes, de que no era costumbre entre las agustinas descalzas, cabe preguntarse si, a pesar de ello, no habría alguna relación entre las agustinas y otras comunidades religiosas que hubieran podido influir o servir de modelo 8   La representación gráfica del análisis reticular ha sido realizada por la profesora —ingeniera informática y especialista en humanidades digitales— de la Universidad de La Coruña Patricia Martín Rodilla, a quien agradezco desde aquí su valiosa y desinteresada ayuda.

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para tales publicaciones, más allá de la petición expresa del prelado, que podríamos interpretar como un recurso retórico para legitimar la excepción a la regla. Con el convencimiento de que en los textos se inscriben, voluntaria o involuntariamente, las huellas de las relaciones que el autor y el propio texto mantienen con otras instancias socioculturales, he analizado esas huellas mediante el procedimiento que más o menos habíamos seguido en el análisis de los paratextos en el proyecto Bieses,9 a saber: la identificación de los agentes que mantienen algún tipo de relación con la carta/convento origen de la carta y de las funciones relacionales que se establecen entre los mismos. En la teoría de redes, agente equivale a nodo de un grafo y las relaciones equivalen a las aristas del grafo (Figs. 3-4).

4. Hipótesis sobre la impresión de las cartas en el siglo xviii La exploración de cada uno de los nodos y aristas excede los límites de esta contribución, por lo que me voy a limitar a señalar solo las que pueden resultar determinantes para explicar o al menos construir una hipótesis plausible de la edición, esto es, la conversión a documento público, de lo que, en principio, estaba destinado a la distribución interna entre conventos de una misma orden. Dejando al margen las relaciones con personas cuya función en la publicación de las cartas no pasa de ser la de peticionarios o financiadores de la misma (generalmente estas relaciones son coincidentes con la de familiares de la difunta), lo que cuidadosamente se consigna en las cartas de las agustinas descalzas, voy a comentar brevemente la relación que se establece entre dos comunidades religiosas de Murcia: las descalzas, por un lado, y las capuchinas, por otro. La razón es muy simple: en el curso de la investigación encontré, como he dicho antes, en el Archivo Municipal de Murcia, que tiene digitalizada una importante colección de libros y documentos del siglo xviii, en la caja 49, un libro que contiene, encuadernadas, las cartas de edificación que se enviaron desde el convento de la Exaltación en el periodo 9  Información detallada y resultados de este proyecto pueden verse en .

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Figuras 3-4 Representación gráfica de la red de las agustinas descalzas de Murcia

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comprendido entre la crónica de Zevallos y comienzos del siglo xix. En el interior, junto a las cartas manuscritas aparecen también, aunque no ordenadas cronológicamente, las cartas de edificación impresas de cinco religiosas. Las autoras son sor Clara de Elepiane, sor Clara Velasco y sor Gertrudis Mucio. La cronología de las cartas puede verse en la siguiente tabla: Año

Convento

Autora

Objeto

1728 Capuchinas

Madre sor Clara de Elepiane

Vida y muerte de la madre sor María Francisca Lucas Guill

1738 Capuchinas

Madre sor Clara de Elepiane

Vida y muerte de la M. soror María Antonia Luxán

1739 Capuchinas

Madre sor Clara de Elepiane

Vida y muerte de la madre soror Isabel Francisca de Oyos

1741 Agustinas descalzas

Madre sor María Rosa de la Ascensión

Noticia de la religiosísima vida y singulares ejemplos de virtudes de la venerable madre Antonia de la Purificación

1749 Agustinas descalzas

Madre sor María Rosa de la Ascensión

Da cuenta de la vida, muerte y virtudes de la madre Josepha de San Juan Bautista

1749 Agustinas descalzas

Madre sor María Rosa de la Ascensión

Vida, virtudes y muerte de la madre Cathalina Ignacia de San Ignacio de Loyola

1749 Agustinas descalzas

Madre sor María Rosa de la Ascensión

Vida, muerte y virtudes de la madre Eugenia del Espíritu Santo [Hoyos]

1752 Capuchinas

Madre sor Luisa Velasco

Muerte y virtudes de la madre sor María Rosa de la Canal y Conde

1752 Agustinas descalzas

Madre Francisca María de San Juan Evangelista

Vida breve, pero dilatada en virtudes y preciosa muerte de la madre Isabel Luisa de Jesús María

1759 Agustinas descalzas

Madre Francisca María de San Juan Evangelista

Vida y heroicas virtudes de la venerable María Rosa de la Ascensión

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Año

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Convento

Autora

Objeto

1761 Capuchinas

Sor María Gertrudis Mucio

Vida y virtudes de la madre sor Juana Jacinta Romera.

1765 Agustinas descalzas

Madre Isabel Clara de S. Miguel

Vida y virtudes de la madre Francisca María de San Juan Evangelista

1786 Agustinas descalzas

Madre Josefa de la Concepción

Vida ejemplar y virtudes de la madre Juana Francisca de la Madre de Dios

Como se observa, son las capuchinas las que primero comienzan a imprimir las cartas de las religiosas consideradas excepcionales.10 Las preguntas que podemos hacernos son: ¿qué relación había entre capuchinas y agustinas descalzas?, ¿existía algún puente que favoreciera la comunicación entre ellas? El análisis de la red socioespiritual del convento de Corpus Christi muestra que, en efecto, entre ambas comunidades existían vínculos. Por un lado, estaban los lazos familiares. Tenemos a dos hermanas Hoyos, una capuchina, sor Isabel Francisca de Hoyos, y otra agustina descalza, la madre Eugenia del Espíritu Santo. Por otro, estaban los lazos de afecto: no faltan alabanzas de un convento hacia el otro en las cartas. En la Carta missiva de la M. R. M. Francisca María de San Juan Evangelista, priora del convento de Corpus Christi de religiosas descalzas del Orden del Sr. San Agustín, en la ciudad de Murcia […] sobre la vida breve, pero dilatada en virtudes, y preciosa muerte de la M. Isabel Luisa de Jesús María, leemos:

10   No se puede olvidar que la difusión de estas vidas, virtudes y muertes tienen otra función, además de la de recabar sufragios por el eterno descanso de la religiosa difunta. La función de estas cartas es, fundamentalmente, la de edificar, esto es, proporcionar a las lectoras o lectores un modelo sobre el que ahormar su propia conducta. Los modos en que las difuntas habían objetivado las observancias impuestas por la regla eran aprendidos por el resto de religiosas. La lectura de las vidas de otras monjas se consideraba un instrumento fundamental para la formación de las novicias, que podían observar y considerar los modos de proceder de sus antecesoras en cuanto a la ejecución de los preceptos de su regla, puesto que las difuntas eran calificadas con frecuencia como “regla viva”.

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Bien saben Vs. Rs. Que el Sinaí y el Oreb son dos cumbres de un mismo monte, que se miran frente a frente la una a la otra; también saben que una y otra cumbre fue ilustrada y favorecida del Príncipe de los Ángeles S. Miguel, llamándose Dios, porque de Dios trahía los poderes amplos; y así, quando este Soberano Espíritu publicó la ley en la cumbre el Sinaí, e hizo perceptible su presencia adorable, no hubo relámpago o trueno que resonasse y resplandeciesse en esta cumbre que no resplandeciesse o sonasse en la del Oreb. Assí acaece en el Oreb Capuchino, y en el Sinaí Augustiniano; no acaece cosa sensible en un Monte, que no haga eco en el otro Monte tan germano. Míranse el uno al otro con simpatía, que la tiene también en lo sobrenatural una gracia con otra gracia. Ambos Montes de perfección están dedicados a un mismo Dueño Sacramentado: ambos han sentido felices el patrocinio del Príncipe de los Ángeles, y viven de un mismo espíritu, siendo trato de Sagrada Compañía el que trahen ambos. Hermanos son en la vida los dos Montes, y en la muerte hermanos