Recuerdos de mi vida

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# SrRÁMÓN Y CAJAL

Recuerdos de mi CON

180

GRABADOS

y

vi

MUCHAS FOTOGRAFÍAS

INTERCALADAS EN EL TEXTO

TOMO

II

HISTORIA DE MI LABOR CIENTÍFICA

MADRID IMPRENTA Y LIBRERÍA DE NICOLÁS MOYA Garcilaso, 6, y Carretas, 8.

1917

wn ^^

K /%



Es propiedad



del autor.

DOS PALABRAS ñL LECTOR

Este segundo volumen de mis Recuerdos difiere esencialmente del anterior.

una voluntad

víos de

En

el

primero, describí los estra-

distraída y sobrado inclinada á los

devaneos artístico- literarios. Mientras que, en se

el presente,

da cu-enta de cómo, á impulsos del sentimiento patrió-

tico y de la triste convicción de nuestro atraso cultural,

fué dicha voluntad disciplinada y orientada hacia la pro-

ducción Si

el

científica.

citado

tomo

I fué obra de la edad madura, éste

constituye labor de la vejez, pues ha sido redactado durante los luctuosos años de 1915 y 1U16, época de la horrenda guerra europea. Tal retraso en la publicación explica ciertos cambios inevitables de tendencias y hasta de

No

en vano pasan los años y nos adoctrina la experiencia. Las cosas que á la triunfante luz del mediodía

estilo.

parecían doradas, se empalidecen, cuando no se tiñen del color complementario, á la claror azulada del ocaso.

Con

todo eso, he tratado de defenderme contra esa inversión crítica, tan

toma grave

común eu el

Además de estilo,

los viejos,

de la cual constituye

consabido laudator temporis

sín-

acti.

castigar algo la enfadosa frondosidad del

he callado por impertinentes ó nada interesantes



IV



muchos episodios de mi vida. Creo actualmente que el tema principal de mi libro debe ser exponer la génesis de mi modesta contribución científica, ó en otros términos, referir cómo surgió y se realizó el pensamiento, un poco quimérico, de fabricar Histología española, á despecho de la indiferencia

telectual.

He

cuando no de

la hostilidad del

medio

in-

tenido, sobre todo, presente, que lo único

capaz de justificar esta publicación, es su posible virtualidad pedagógica.

Ni he olvidado que

la

mayoría de mis

lectores son médicos y naturalistas.

El lector ávido de amenidades y ajeno á

las ciencias

biológicas quedará defraudado. Aconsejóle que prescinda

de

los capítulos salpicados

de citas y grabados. Singular-

mente áridos y técnicos son sobre todo, los terribles

XXI

XVI, XVIH, XIX y, y XXII, con que remátala

los

mi programa, ha sido imposible evitar que el lector sabrá perdonarme en gracia

obra. Sin faítar á ciertas tabarras,

de la intención docente y de histórica.

Madrid, Febrero de 1917.

las exigencias

de

la

verdad

CAPÍTULO PRIMERO Decidido á seguir la carrera del profesorado, me gradúo de doctor y me preparo para oposiciones á cátedras. — Iniciación en los estudios micrográficos. — Fracaso previsto do mis primeras oposiciones. — Los vicios de mi educación intelectual y social. — Corregidos en parte, triunfo al fin, obteniendo la cátedra de Anatomía descriptiva de la Universidad do Valencia.

(jl

¡VIRADA digno de contarse ocurrió durante

los

años 1876

OIdIZ y

1877. Continué en Zaragoza estudiando Anatomía y Embriología, y en los ratos libres ayudaba

á mi padre en

el

penoso servicio del Hospital, supliéndole

en las guardias y encargándome de las curas de algunos de sus enfermos particulares de cirugía. Porque dejo apuntado ya que mi progenitor había adquirido sólida fama en esta especialidad, operaba

mucho

y, no obstante su acti-

vidad infatigable, faltábale tiempo para acudir á su numerosa clientela.

Mis aspiraciones

al

Magisterio (más que sentidas espon-

táneamente, sugeridas de continuo por mi padre)

me

obli-

garon á graduarme de doctor. Táctica excelente hubiera sido haber cursado oficialmente en Madrid las tres asignaturas cuya aprobación era entonces obligatoria para al-

canzar

la

codiciada borla doctoral {Histwia de la Medi-

cina, Análisis química é Histología

normal y patológica). 1

—2— Mi estancia durante un año en

la

Corte habríame reportado

positivas é inapreciables ventajas: hubiera conocido per-

sonalmente á algunos de mis futuros jueces; asistido á ejercicios de oposición, á fin de enterarme del aspecto técnico de semejantes certámenes; y aprendido, en fin, en cuanto mi natural, un tanto rudo y arisco, consintiese, ese barniz de simpático despejo y de urbana cortesía que

y

artístico

tanto realzan al mérito positivo. Pero mi padre, teme-

roso sin duda de que, lejos de su vigilancia, reincidiese





reen mis devaneos artísticos y quizás tenía razón solvió matricularme libremente en las citadas asignaturas,

reteniéndome en Zaragoza. Para

el

estudio de la

Ramón

analítica confióme á la dirección de D.

muy ilustrado y á la sazón encargado muy acreditada de productos químicos. En

macéutico fábrica

Química

Ríoz, far-

de una cuanto

á la Histología normal y patológica, debía asimilármelas autodidácticamente, por á la Historia de la Medicina

la lectura

y

de los libros de texto, pues no había en

la capital

aragonesa quien pudiera enseñármelas.

Cuando, llegado

el

mes de Junio, me disponía en Ma-

drid á sufrir la prueba del curso, experimenté dos sorpresas desagradables líticos

:

Todo

el

caudal de conocimientos ana-

laboriosamente acopiado en

Dr, Ríoz, vino á ser inútil

;

el

Laboratorio del

porque, según recordarán cuan-

tos estudiaron por aquellos tiempos, el

bueno de Ríoz,

ti-

tular de la citada asignatura en la Facultad de Farmacia,

con una piedad que tenía mucho de desdén, un programa minúsculo de cuatro ó cinco pre-

sólo exigía á los médicos,

guntas, en cada una de las cuales incluía tan sólo algunos

cuadros analíticos de aguas minerales, composición de la orina, leche, sangre; cuadros sinópticos que todo el mundo se sabía

sultó

de coro para

también

el

salir del paso.

Trabajo perdido

re-

estudio asiduo de la Historia de la Medí-

-

-

8

ciña según cierto libro francés declarado de texto. Mis condiscípulos de Madrid, que estaban en

el secreto,

me

desilusionaron profundamente al informarme de que la su-

sodicha obra no servía de nada, puesto que «xigía casi exclusivamente

Dr. Santero

el

doctrina de cierto librito,

la

desconocido para mí, titulado Prolegómenos clínicos, en

cuyas páginas

el

afamado profesor de San Carlos desarroun curso de filosofía médica y daba

llaba elocuentemente

rienda suelta á su pasión fervorosa por Hipócrates y el hipocratisrao. Sólo el Dr. Maestre de San Juan, profesor de Histología, ateníase fielmente al enunciado de su asignatura,

examinando con arreglo

al

texto

y programas

ofi-

ciales.

No

tuve, por consiguiente,

más remedio que encasque-

tarme, en tres ó cuatro días de trabajo febril, los amenos

cuadros analíticos del Dr. Ríoz y los briosos y entusiastas alegatos vitalistas del Dr. Santero. Gran suerte fué salir

más consecuencias que una

del apretado lance sin ble cefalalgia

y

cierta aversión

libertad de enseñanza cia el caso

;

enconada á

merced á

fiado en la solemnidad del

programa

teria explicada por el catedrático,

horri-

mal llamada

da con frecuen-

la cual se

— hoy como entonces — de que

la

el

oficial,

y de que

alumno

libre,

ignore la ma-

éste prescinda,

á veces, con admirable desenvoltura, de la ciencia que, re-

glamentariamente, viene obligado á explicar. Sugestionado por algunas bellas preparaciones micro-

San Juan y sus ayudantes bondad de (el mostrarme, y deseoso por otra parte de aprender lo mejor posible la Anatomía general, complemento indispensable de la descriptiva, resolví, á mi regreso á Zaragoza, crearme un Laboratorio micrográfico. Contando con la bondad

gráficas que el Dr. Maestre de

Dr. López García entre otros) tuvieron la

inagotable de D. Aureliano Maestre, aprobé fácilmente la

—4— Histología; pero ni había visto una célula, ni era capaz de efectuar el

que, á la

más

sencillo análisis micrográflco.

y

la

auxiliar,

en

el

lo

peor

sazón, no había en Zaragoza persona capaz de

orientarme en los dominios de

Además,

Y fué

lo

infinitamente pequeño.

Facultad de Medicina, de que era yo ayudante

andaba

muy

escasa de medios prácticos. Sólo

Laboratorio de Fisiología existía un microscopio bas-

Con este viejo instrumento amplificante, y gracias á la buena amistad con que me distinguía el doctor Borao (1), por entonces ayudante de Fisiología, admiré tante bueno.

por primera vez ción de

la

el

sangre.

sorprendente espectáculo de la circula-

De tan

sugestiva demostración he ha-

Aquí expresaré tan sólo que ella contribuyó sobremanera á desarrollar en mí la afición á loa

blado ya en otro lugar

(2).

estudios micrográflcos.

Escogido un desván como obrador de mis ensayos prác-

y reunidos algunos

ticos,

reactivos, sólo

me

faltaba

un

buen modelo de microscopio. Las menguadas reliquias de mis alcances de Cuba no daban para tanto. Por fortuna, durante mi última gira á la Corte, me enteré de que en la calle del León, núm. 25, principal (¡no lo he olvidado todavía

!

)

habitaba cierto almacenista de instrumentos médi-

cos, D. Francisco Chenel, quien proporcionaba, á plazos,

excelentes microscopios de Nachet cesas entonces

muy en

y

Verick, marcas fran-

boga. Entablé, pues, corresponden-

cia con dicho comerciante

y ajustamos

las condiciones:

consistían en abonarle en cuatro plazos 140 duros, importe

de un buen modelo Verick, con todos sus accesorios. La.

(1) Este simpático, condiscípulo, hijo del Rector de la Universidad de Zaragoza, D. Jerónimo Borao. murió muy joven. (2)

ción

Cajal: Reglas y consejos sobre investigación biológica. 3.* edipágs. 106 y 107.

muy aumentada,

—5— amplificación de las lentes (entre ellas figuraba un objetivo

de inmersión

me

al

agua) pasaba de 800 veces. Poco después

proporcioné, de la

vier,

una tournette

de micrografía. auxiliar

y

A

las flacas

pasos de Anatomía

misma

casa,

un microtomo de Ran-

rueda giratoria y otros muctios útiles todo subvinieron mi paga modesta de ó

;

ganancias proporcionadas por

los re-

pero las bases financieras del Labora-

Biblioteca fueron mis economías de Cuba. Véase

torio

y

cómo

las

enfermedades adquiridas en

sultaron á

la

la

gran Antilla

re-

postre provechosas. Por seguro tengo que,

sin ellas, no habría ahorrado

un céntimo durante mi

es-

tancia en Ultramar, ni contado, por consiguiente, para mi

educación científica con

los recursos indispensables.

Menester era, además, adquirir libros y Revistas micrográficos. Escaso andaba de los primeros, á causa de no traducir

el

alemán, idioma en que corrían impresos

los

mejores Tratados de Anatomía é Histología. Solamente en versiones francesas conseguí leer la Anatomía general, de

Henle, y el Tratado clásico de Histología é Histoquimia, de Frey. El Van Kempen y el Robín, excelentes libros franceses, sirviéronme igualmente de guías. Para los tra-

bajos prácticos pude consultar

el

Microscopio en Medici-

na, de Beale, su Protoplasma y vida y el conocido Manual técnico, de Latteux. En cuanto á Revistas científicas, la escasez de mi peculio

me

obligó á circunscribirme al abo-

no de unos Archivos ingleses {The Quarterly microscopical Science) y á una Revista mensual francesa, dirigida por E. Pelletan {Journal de micrographie). De obras españolas disponía de la del Dr. Maestre de San Juan,

copiosa en datos, aunque de lectura un tanto

Como

muy

difícil.

se ve por lo expuesto,

ledad, sin maestros,

empecé á trabajar en la soy con no muy sobrados medios; mas

á todo suplía mi ingenuo entusiasmo y decidida vocación.

Lo lo

rosamente á



mí era modelar mi cerebro, reorganizar-

esencial para

con vistas á

6

la especialización, adaptarlo,

en

rigu-

fin,

las tareas analíticas del Laboratorio.

Claro es que, durante la luna de miel del microscopio,,

no hacía sino curiosear sin método y desflorar asuntos. Se me ofrecía un campo maravilloso de exploraciones, lleno de gratísimas sorpresas. Con este espíritu de expectador embobado, examiné los glóbulos de la sangre, laa células epiteliales, los corpúsculos musculares, los nervio-

deteniéndome acá y

sos, etc., fiar las

escenas

allá

para dibujar ó fotogra-

más cautivadoras de

la

vida de los

infini-

tamente pequeños.

Dada

la facilidad

sobremanera

la

de las demostraciones, sorprendíame

ausencia casi absoluta de curiosidad obje-

tiva de nuestros Profesores, los cuales se

pasaban

el

tiem-

po hablándonos prolijamente de células sanas y enfermas, sin hacer el menor esfuerzo por conocer de vista á esos transcendentales del dolor.

¡Qué

y

misteriosos protagonistas de la vida

digo!... ¡Muchos, quizás la

mayoría de

Profesores de aquellos tiempos menospreciaban

el

y

los

micros-

copio, juzgándolo hasta perjudicial para el progreso de la Biología!...

A juicio de nuestros misoneistas del magisterio,

las maravillosas descripciones

de células y de parásitos in-

pura fantasía. Eecuerdo que, por aquella época, cierto catedrático de Madrid, que jamás

visibles

constituían

quiso asomarse al ocular de un instrumento amplificante, calificaba pica.

La

de Anatomia

frase,

celestial

á la Anatomía microscó-

que hizo fortuna, retrata bien

el

estado de

espíritu de aquella generación de Profesores.

Sin duda, contábanse honrosas excepciones.

De

cual-

quier modo, importa notar que, aun los escasos maestros cultivadores del instrumento de Jansen revelaciones, carecían de esa fe

y creyentes en sus robusta y de esa inquietud



7



comprobar personal y diligentemente las descripciones de los sabios. Acaso diputaban la técnica histológica cual disciplina dificilísima. De semejante dejadez y falta de entusiasmo hacia estudios que intelectual qne inducen á

han revolucionado después la ciencia y descubierto horizontes inmensos á la fisiología y la patología, da también testimonio un curioso relato de A. KoUiker (1), célebre histólogo alemán que visitó Madrid allá por el año de 1849.

Comenzaba, según

decía, á deletrear con delectación el

la organización íntima y microscópica humano, cuando se anunció en la Gaceta la vacante de las cátedras de Anatomía descriptiva y general de Granada y Zaragoza. Contrarióme la noticia, porque distaba mucho de estar preparado para tomar parte en el arduo torneo de la oposición. Según dejo apuntado

admirable libro de del cuerpo

en párrafos anteriores, antes de entrar en liza, hubiera deseado presenciar este linaje de contiendas, conocer los

A. Kslliker: Erinnerungen aus meinem Leben. Leipzig, 1892. carta á su familia, incluida en este libro, describe el Museo de ciencias naturales, instalado por entonces (1849) en la Casa de Aduanas (actual Ministerio de Hacienda), y añade: t Del Di(1)

En una

rector Graells dobo contaros una anécdota. Luce en su Laboratorio un magnifico microscopio francés, y como yo le preguntara bí habia investigado algo con él, contestóme que no había tenido todavía ocasión do aplicarlo á sus trabajos científicos por desconocer su manejo. Rogóme que hiciera alguna demostración con dicho instrumento. Entonces procedí, en unión de un amigo (M. Witich), ¿ mostrarle los glóbulos de la sangre humana y la fibra muscular estriada, ante cuyo espectáculo reveló alegría infantil y nos dio gracias calurosas». Si el ilustre sabio alemán hubiera visitado veinte años después nuestras Facultades de Medicina y Ciencias, habría podido comprobar igual abandono y apatía. Los imponentes modelos de mi-

croscopios de Ross ó de Hartnak continuaban inmaculados en sus cajas de caoba, sin otro fin que excitar en vano la curiosidad

de

los

alumnos ó

la

ingenua admiración de

los papanatas.

gustos del público

y de los jueces, adquirir, en suma, la norma con que se aprecian los valores positivos cotizables en el mercado universitario. Pero el autor de mis días, que, como todo padre, se hacía hartas ilusiones acerca de los méritos

No

y capacidades de su

hijo,

mostróse implacable.

hubo, pues, más remedio que obedecerle.

Y

así,

des-

esperanzado, y haciendo, como suele decirse, de tripas corazón, concurrí á aquellas oposiciones, en las cuales, para

dos plazas, lucharon encarnizadamente nueve ó diez opoalgunos verdaderamente brillantes.

sitores,

Durante

los ejercicios,

mis fundados recelos quedaron

plenamente confirmados. Pusieron aquéllos de manifiesto, según yo presumía, que en la Anatomía descriptiva clásica

disección rayaba yo tan alto

y prácticas de

que más. Pero

la

imparcialidad

me

como

bajo ciertos respectos, mostré también deplorables ciencias

cance das de

:

la

defi-

ignorancia de algunos conceptos biológicos de

filosófico

;

el

obliga á reconocer que,

al-

desdén hacia reglas interpretativas saca-

anatomía comparada,

la

ontogenia ó

la filogenia;

desconocimiento de ciertas minucias y perfiles de técnica histológica puestos en moda por el Dr. Maestre de San

Juan; en

fin,

desvío hacia todas esas especulaciones de ca-

rácter ornamental, preciadas flores de pensamiento que las áridas cuestiones anatómicas y elevan y amenizan la discusión. Pero no fué esto sólo. En aquella ocasión revelé, además, lagunas de educación intelectual y social no sospechadas por mi padre. Perjudicóme, en efecto, sobremanera, mi ignorancia de las formas de la cortesía al uso en los torneos académicos me deslució una emotividad exagerada, achacable sin duda á mi nativa timidez, pero sobre

ennoblecen

;

todo á la falta de costumbre de hablar ante públicos selectos

y

exigentes; hízome, en

fin,

fracasar la llaneza

y

sen-

—9— del estilo y hasta, á lo que yo pienso, la única de mis buenas cualidades la total ausencia de pedantismo y so-

•cillez

:

lemnidad expositiva. Entre aquellos jóvenes almibarados, educados en el retoricismo clásico de nuestros Ateneos, mi ingenuidad de pensamiento iDa á rusticidad

brábame de

la

y

bajeza.

y de expresión sonaEn mi candor de doctrino, asom-

garbo y la gallardía con que algunos opositores clase de facundos hacían excursiones de placer por el

campo del evolucionismo ó del vitalismo, ó, cambiando de registro, proclamaban, sin venir á cuento y dilatado

el

llenos de evangélica unción, la existencia de Dios

alma, con ocasión de referir

apéndice ileocecal.

A

la

la

y del

forma del calcáneo ó del

verdad, ni entonces ni después fui

bastante refinado para cultivar tan transparentes habili-

dades, ni para exornar mi pobre ciencia con filigranas colorines, reñidos, á

de

mi

ver, con la austeridad

y

el

y

decoro

la cátedra.

Pero, volviendo á mi derrota, añado que sólo en dos cosas atraje

un tanto

la curiosidad del público

por mis dibujos de color en

y por

los copiosos detalles

la pizarra el día

del Jurado:

y

de

la lección,

con que adorné las pocas pre-

guntas de anatomía descriptiva que me tocaron en el primer ejercicio (la mayoría de los temas se referían á técnica

y á cuestiones generales, en que yo flojeaba). En cuanto al ejercicio práctico, en que tantas esperanzas cifrara el autor de mis días, constituyó, como de costumbre, pura comedia. Escogióse al efecto una disección llahistológica

nísima:

la

preparación de algunos ligamentos articulares.

De esta suerte todos quedamos igualados. En mi fracaso, que sentía sobre todo por

el

disgusto

y

decepción que iba á ocasionar á mi progenitor y maestro, me consoló algo el saber que se me adjudicó un voto para

una de

las cátedras,

y que

este voto lo debí á

un profesor

— tan sabio, recto

10



y concienzudo como

el

Dr. Martínez

San Carlos

Molina, con razón llamado la perla de

y

(1).

Transcurrido más de un año (1879), se anunció á oposición la vacante de la cátedra de Granada. Conocedor de

mis defectos, había procurado corregirlos en lo

posible. Perfeccióneme en

viéndome de guía

el

la

medida de

la técnica histológica,

sir-

admirable libro titulado Manuel tech-

niqíie d'histologie (2), escrito por Eanvier, ilustre Profesor

del Colegio de Francia; aprendí á traducir el tífico

;

alemán cien-

adquirí y estudié á conciencia diversas obras tudes-

Anatomía descriptiva, general y comparada; me impuse en las modernas teorías tocantes á la evolución, de

cas de

que por entonces eran porta-estandartes ilustres Darwin, Háckel y Huxley amplié bastante mis noticias embriológicas; adórneme, en fin, con algunos de aquellos primores especulativos que, según pude ver, seducían, acaso más de ;

la cuenta, á públicos

y

tribunales. Por primera vez, en

vida, decidí, pues, ser algo hábil

y ofrendar

mi

sacrificios

á

las gracias.

Tranquilo y esperanzado estaba toques á mi intensiva preparación cierto día

me

,

dando

los últimos

anatómica, cuando

detiene un amigo, espetándome á

quema-

ropa:

(1) Tiempo después me dijeron que el Dr. Martínez y Molina, único juez que descubrió algrún mérito en el humilde y desconocido provinciano, conservó mucho tiempo, á los fines de la demostración en cátedra, mis representaciones en color del tejido óseo y del proceso de la osificación. Tan tímido y huraño era yo entonces, que ni siquiera me atreví á visitarle para agradecerle su

fina

y honrosa atención.

Debo al Dr. Salustiano Fernández de la Vega, opositor triunfante de la cátedra de Anatomía de Zaragoza, el conocimiento de esta inapreciable obra, que tanto contribuyó á formar m.i gusto hacia la investigación original. (2)



11



— Voy á darte un consejo. No mas

te

presentes en las próxi-

oposiciones á la cátedra de Granada.

— ¿Por qué?

— Porque no

te

toca todavía: déjalo para

más adelante

y todo saldrá como una seda.

— Pero... — Advierte,

criatura, que el tribunal de oposiciones que acaba de nombrarse ha sido forjado expresamente para hacer catedrático á M., por cuyos talentos ciertos señores

de Madrid sienten gran admiración.

— Pero

si

M. se ha preparado siempre para oposiciones á

Patología médica y jamás se ocupó de Anatomía... Cierto-, mas no es cosa de esperar varios años una va-



cante de Patología. Sus poderosos protectores desean hacerlo catedrático sobre la la

marcha y puesto que, por ahora, ;

única puerta abierta es la Anatomía descriptiva, á ella

se atienen. ¡Vamos!... sé por

una vez siquiera sumiso y

ra-

evita el aumentar, con tus imprudencias, el nú-

zonable,

y

mero de

tus enemigos. Cediendo, te congraciarás con per-

sonajes omnipotentes, de cuya buena voluntad depende tu porvenir...

— Agradezco Desertando de

tus consejos,

pero no puedo seguirlos.

mi padre se pondría, y con más remedio que arrinconar-

las oposiciones,

razón, furioso, yo no tendría

me

en un pueblo. Además, después de varios años d^ asidua preparación anatómica, ¿no sería bochornoso desaprovechar la primera ocasión que se me presenta para justificar mis pretensiones? Por importante que sea alcanzar la

codiciada prebenda, lo es todavía jueces tos

y

y

al

más demostrar á mis

público que he perfeccionado mis conocimien-

que, penetrado de mis defectos, he sabido,

rregirlos

si

no co-

del todo, atenuarlos notablemente, triunfando

de mí mismo.



12



— ¡Pues no serás nunca catedrático ó lo serás muy tarde, cuando peines canas

! .

.

— Al precio de la cobardía y de la abdicación no lo seré nunca...

Pronto tuve ocasión de comprobar

En

ticia.

efecto, el tribunal, salvo

la

exactitud de la no-

alguna excepción, cons-

taba de amigos y clientes del que por entonces ejercía omnímoda é irresistible influencia en la provisión de cátedras

de Medicina. En descargo

del aludido personaje, debo, sin

embargo, declarar que M. había sido un brillante discípulo suyo, que adornaban á éste prendas relevantes de carácter

y

talento,

y además que en asegurar

novel anatómico puso todo su empeño

de

la

ternal

tave

el

triunfo del

Dr. Fernández

Vega, catedrático de Anatomía de Zaragoza, parien-

te del ilustre Presidente del tribunal

A

el

amigo de M.

su tiempo la suerte

y condiscípulo y

fra-

(1).

En

ellas

de hacer patentes los progresos de mi

apli-

(2),

verificáronse las oposiciones.

cación. Mis conocimientos histológicos proporcionáronme

ocasiones de lucimiento; y la lectura de las Revistas y libros alemanes, ignorados de mis adversarios, prestaron

á mi labor un colorido de erudición y modernismo sumamente simpáticos. Sólo había un contrincante que contrarrestaba y sosla-

(1) La devoción y el afecto que D. Salustiano sentía por M. eran tan hondos, que desde un pueblo de Navarra le trajo á Zaragoza, le alojó en su propio domicilio, le nombró su ayudante y le instruyó rápidamente en los estudios anatómicos. ¡Y, sin embargo, estos Pllades y Orestos de la amistad más cordial acabaron por regañar, en testimonio de que todo es pasajero en este picaro mundo, hasta los afectos inspiradores de las grandes generosi-

dades!... (2)

Efectuáronse en

1880.

— lano por la superioridad de su preparación anatómica (que era nada vulgar), por la claridad y agudeza de su entendimiento y la hermosura incomparable de su palabra. Aludo al malogrado é ilustre

yaba habilísimamente mis

asaltos,

si

maestro D. Federico Olóriz, quien, estrenándose en aquella

contienda, dio ya la medida de todo lo que valía

y

po-

día esperarse del futuro catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid.

Entonces, D. Federico, que figuraba en mi trinca, ata-

cábame reciamente, persuadido quizás de que yo era

el

único adversario serio con quien tenía que habérselas.

Y

cuando, platicando campechanamente en los pasillos de San Carlos, le saqué de su error, pronunciando el nombre del afortunado candidato oficial, reíase de lo que

llamaba

mis pesadas bromas aragonesas. Pero si no pasa de ser un joven discreto que denuncia á la legua al primerizo en los estudios anatómicos y en



¡

de

el arte

la disección

— Pues

ese anatómico improvisado será catedrático de

Granada, y usted, con todo su saber y talento, tendrá que resignarse al humilde papel de ayudante suyo, á menos de

cambiar definitivamente de rumbo!...

— ¡Imposible!... Pero

el

imposible se cumplió. Los amigos del Presidente

dieron una vez

más pruebas de su inquebrantable

disci-

pobre Olóriz, asombro del público y de los jueces, tuvo que contentarse con un tercer lugar en terna (yo

plina,

y

obtuve

el

el

segundo).

Con todo lo cual no quiero expresar que M. fuera un mal catedrático. El dictador de San Carlos no solía poner sus ojos en tontos. Dejo consignado ya que M. era un joven de mucho despejo y aplicación y que, si se lo hubiera propuesto de veras, habría llegado á ser un excelente



14

-

maestro de Anatomía. En aquella contienda faltáronle preparación teórica suficiente y vocación por el escalpelo. Así, en cuanto se le proporcionó ocasión, trasladóse á una cátedra de Patología médica de Zaragoza, donde resultó,

según era de presumir, un buen maestro de Clínica médiMás adelante, con aplauso de muchos incluyendo el



ca.

mío muy

una cátedra

Creo que fué en Marzo de 1879 cuando se

me nombró,

de San

,

Carlos.

virtud de oposición, Director de Museos anatómicos de

•en

la



ascendió, por concurso, á

sincero

Facultad de Medicina de Zaragoza. De aquellos

ejerci-

que concurrió, entre otros jóvenes, cierto discípulo brillante de la Escuela de Valencia por cierto

cios, á

muy





apasionadísimo de Darwin y de Hackel sólo quiero re