¿Qué hacer?
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Lenin, Vladimir Ilich Qué hacer? : problemas candentes de nuestro movimiento. – 1 .ed. – Buenos Aires : Luxemburg, 2004. 320 p. ; 20x14 cm.- (Batalla de ideas) ISBN 987-21734-0-0 1. Leninismo I. Título. CDD 320.532 2

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Colección Batalla de Ideas

¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento Vladimir Ilich Lenin

Escrito desde el otoño de 1901 hasta febrero de 1902 Primera edición en forma de libro: marzo de 1902 La presente es una versión revisada de la traducción al castellano de ¿Qué hacer? aparecida en Moscú el año 1948 (Ediciones en Lenguas Extranjeras).

Buenos Aires, Argentina

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Colección Batalla de Ideas Director: Atilio A. Boron

¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento - V. I. Lenin Estudio Introductorio. Actualidad del ¿Qué hacer? - Atilio A. Boron ©Ediciones Luxemburg Tandil 3564 dpto. E, C1407HHF, Buenos Aires, Argentina [email protected] Teléfonos: (54-11) 4611-6811 / 4304-2703 1ª Edición, Buenos Aires, octubre 2004

Edición: Ivana Brighenti Índice analítico: Sabrina González Diseño editorial: Miguel A. Santángelo Impresión: Imprenta de Las Madres Distribución Badaraco Distribuidor Entre Ríos 970 7° N, C1080ABQ, Buenos Aires, Argentina [email protected] Teléfono: 4304-2703 ISBN 987-21734-0-0

Gabriel Badaraco Ivana Brighenti Paola Gallo Peláez Marcelo F. Rodriguez

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor. Impreso en Argentina

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Índice

Al lector

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Estudio Introductorio Actualidad del ¿Qué hacer? Atilio A. Boron

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Extracto del prefacio a la recopilación “En doce años”

75

Prólogo

85

¿Por dónde empezar?

89

¿Qué hacer? I. Dogmatismo y “libertad de crítica”

101

a) ¿Qué significa la “libertad de crítica”?

101

b) Los nuevos defensores de la “libertad de crítica”

105

c) La crítica en Rusia

110

d) Engels y la importancia de la lucha teórica

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II. La espontaneidad de las masas y la conciencia de la Socialdemocracia

125

a) Comienzo de la marcha ascensional espontánea

126

b) Culto de la espontaneidad. Rabóchaia Misl

130

c) El “Grupo de autoemancipación” y Rabócheie Dielo

140

III. Política tradeunionista y la política socialdemócrata

151

a) La agitación política y su restricción por los economistas

152

b) De cómo Martínov ha profundizado a Plejánov

162

c) Las denuncias políticas y la “educación de la actividad revolucionaria”

167

d) ¿Qué hay de común entre el economismo y el terrorismo?

173

e) La clase obrera, como combatiente de vanguardia por la democracia

176

f) Una vez más “calumniadores”, una vez más “mixtificadores”

193

IV. Los métodos artesanos de trabajo de los economistas y la organización de los revolucionarios

197

a) ¿Qué son los métodos artesanos de trabajo?

198

b) Los métodos artesanos de trabajo y el economismo

202

c) La organización de los obreros y la organización de los revolucionarios

210

d) Envergadura del trabajo de organización

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e) La organización “de conjuradores” y el “democratismo”

233

f) El trabajo a escala local y en toda Rusia

243

V. “Plan” de un periódico político destinado a toda Rusia

255

a) ¿Quién se ha ofendido por el artículo “¿Por dónde empezar?”?

256

b) ¿Puede un periódico ser un organizador colectivo?

262

c) ¿Qué tipo de organización necesitamos?

274

Conclusión

283

ANEXO Intento de fusionar Iskra con Rabócheie Dielo

287

Enmienda para ¿Qué hacer?

295

Notas

297

Índice analítico [de los textos de Lenin]

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Al lector

Con este primer volumen de la colección “Batalla de Ideas”, dirigida por Atilio Boron, quienes integramos Ediciones Luxemburg comenzamos a hacer realidad un sueño acariciado desde hace varios años: ofrecer nuevas ediciones de algunos clásicos del pensamiento revolucionario, enriquecidos por los Estudios Introductorios de destacados intelectuales de nuestro tiempo, y con la elaboración de un Índice Analítico que aporta a la lectura y la consulta de la obra. Para comenzar, la elección del ¿Qué hacer?, escrito por V. I. Lenin en 1902, no es arbitraria. En tiempos en que la política como herramienta de transformación y lo partidario como modelo organizativo están siendo puestos en tela de juicio cotidianamente, el texto de Lenin nos parece fundamental para encauzar el necesario debate sobre qué política y qué tipo de organización se deben construir para modificar el curso de la historia. Invitamos a los lectores a que se internen en esta tarea, a dejar de lado todo dogmatismo, toda búsqueda de verdades reveladas para que la lectura crítica de estos textos pueda iluminar el camino hacia la construcción de una alternativa al mundo en que vivimos. Es en este sentido que nos hemos propuesto publicar trabajos de Lenin, Marx, Engels, Rosa Luxemburgo y Trotsky entre otros hombres y mujeres que dedicaron su pensamiento y su acción a luchar contra el orden estatuido. 11

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Son muchas las luchas que se están dando en nuestro continente y en el mundo en pos de una sociedad más justa y solidaria, y estamos convencidos que una de las batallas fundamentales es la que se debe librar en el terreno de las ideas. Por esto, no podemos menos que agradecer a quienes han colaborado para que este proyecto comience hoy a concretarse, formando de una u otra forma, parte del mismo: Gabriel Bordín, Florencia Enghel, y especialmente a Miguel Santángelo por su dedicación y compromiso en el diseño de la colección y a Sabrina González por su rigurosa tarea en la confección del Índice Analítico. Vaya también nuestro agradecimiento por el afecto y el apoyo recibidos a Gilda, Sabrina Antik, Pedro Badaraco, Cristóbal Gallo, Ariel Badaraco, Gloria Peláez, Marta Hernando y a todos quienes hoy, en el marco de esta batalla de ideas, impulsan y se acercan a los textos de estos grandes revolucionarios y humanistas… “para ellos el poder”.

Ediciones Luxemburg Octubre 2004

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Estudio Introductorio

Actualidad del ¿Qué hacer? Atilio A. Boron

Debemos celebrar la decisión de la casa editorial Luxemburg de reeditar un texto de la excepcional importancia, teórica y práctica, del ¿Qué hacer? de Lenin. Es evidente que se trata de una iniciativa a la vez oportuna y desafiante. Según Marcel Liebman –autor de un notable estudio sobre el pensamiento político de Lenin que, a treinta años de su publicación original en lengua francesa, continúa siendo una imprescindible referencia sobre la materia– quienes se interesen por estudiar a Lenin tropiezan “con la extrema pobreza de una bibliografía abundante pero generalmente muy estéril” (Liebman, 1978: 9). Una de las razones principales de esta desafortunada situación reside en la inerradicable politicidad de toda la obra de Lenin. Pronunciarse a su favor o en su contra no es una cuestión académica sino un acto de voluntad política. La consecuencia ha sido la constitución de una polaridad cuyos dos extremos son igualmente negativos a la hora de intentar comprender el significado del legado leninista: o bien su sacralización en la Unión Soviética, transformando “una teoría subversiva en un sistema apologético de un cierto orden establecido”; o bien su satanización en la literatura académica de Occidente (Liebman, 1978: 10-11). Se requiere, por lo tanto, restablecer el equilibrio histórico y político en torno a una obra como la que el lector tiene en sus manos, evitando extremos esterilizantes. La coyuntura política de América Latina a 13

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Actualidad del ¿Qué hacer?

comienzos del siglo XXI reclama a gritos una relectura seria, crítica y creativa de la obra de Lenin. No está de más observar que una propuesta de este tipo corre a contracorriente de los lugares comunes y los arraigados prejuicios que prevalecen en la izquierda latinoamericana en el momento actual. Sobresalen entre estos su irracional –y políticamente suicida– negación de toda una serie de problemas, centrales en nuestro tiempo, como las cuestiones relativas a la organización de las fuerzas populares, la laboriosa construcción de una cultura política y una conciencia genuinamente revolucionarias y los retos que plantea la conquista del poder en las sociedades contemporáneas. ¿Tiene el texto clásico de Lenin algo que decirnos ante todos estos problemas? La opinión de quien escribe estas líneas es que sí, que una relectura del ¿Qué hacer? (en adelante, QH) puede aportar sugerentes iluminaciones que faciliten enfrentar estos desafíos en mejores condiciones. Entiéndase bien: con esto no queremos decir que en ese libro se encuentren las respuestas a las interrogantes que hoy nos atribulan, sino tan sólo que en su lectura hallaremos valiosos elementos para construir las soluciones prácticas que demanda la hora actual.

El espejo latinoamericano Leemos a Lenin desde América Latina, y la pertinencia de sus reflexiones se reafirma cuando se examinan algunos acontecimientos recientes de nuestra historia. En efecto, en estos últimos años la región se vio sacudida por una serie de grandes movilizaciones populares precipitadas por el fracaso del neoliberalismo, incapaz de cumplir con su promesa de hacer crecer la economía y distribuir sus frutos, y los efectos desquiciantes que el desenfreno de los mercados produce en nuestras sociedades. Hemos examinado este tema en otro lugar, de modo que no reiteraremos la argumentación en esta oportunidad (Boron, 2003). Basta con recordar que en estos últimos años la insurgencia popular puso fin a gobiernos neoliberales en Ecuador –en 1997 y en 2000; en Perú, acabando con la auto14

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cracia fujimorista (2000); en la Argentina, destronando al gobierno impopular, de dudosa legitimidad –por el ejercicio de su poder, no así por su origen– e ineficaz de la Alianza en diciembre de 2001; y, finalmente, en Bolivia, donde en octubre de 2003 las masas campesinas e indígenas desalojaron del poder a Gonzalo Sánchez de Losada. Sin embargo, estas gestas de los dominados fueron tan vigorosas como ineficaces. Las masas, lanzadas a la calle en un alarde de espontaneísmo e indiferentes ante las cuestiones de organización, no pudieron ni instaurar gobiernos de signo contrario al que desalojaran con sus luchas ni construir un sujeto político capaz de modificar en un sentido progresivo la correlación de fuerzas existentes en sus respectivas sociedades. De ahí que poco después de estas revueltas se produjera una restauración de las fuerzas políticas o bien claramente identificadas con el neoliberalismo –casos de Ecuador y Perú– o bien, como ocurre sobre todo en el caso argentino, que proclaman estentóreamente su repudio a dicha ideología pero sin que hasta el momento de escribir estas líneas hayan amagado implementar una política económica alternativa al neoliberalismo. El caso de Bolivia es más o menos similar al argentino. Situación diferente, pero de todos modos inscripta en el mismo campo de problemas, es la que se ha configurado en Brasil: un partido de izquierda, organizado sobre bases manifiestamente “antileninistas” –precisamente para superar algunas de las rémoras de la concepción clásica del partido revolucionario– llega al poder respaldado por cincuenta y dos millones de votos para arrojar por la borda sus promesas, su historia y su propia identidad y terminar erigiéndose en el campeón de la ortodoxia del Consenso de Washington, según el juicio de toda la prensa financiera internacional y los intelectuales orgánicos del capital financiero. Su capitulación se hizo patente desde el primer día, cuando el “superministro” de Hacienda Antonio Palocci, depositario del poder político real en el Brasil, pronunciara esta patética frase: “ahora vamos a cambiar la economía sin cambiar la política económica”. Lo ocurrido desde entonces en ese país nos exime de mayores comentarios. ¿Podríamos dar cuenta de esta sucesión de grandes frustraciones aludiendo a la “hipótesis leninista”, es decir, argumentando que 15

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estos se originan en el abandono de las tesis principales del QH? Decididamente no, porque hay muchos factores que convergen para explicar tan lamentable desenlace. Pero sin lugar a dudas algunos de ellos tienen que ver con el olvido de ciertas enseñanzas que el revolucionario ruso plasmara en aquella obra. Por eso mismo provoca fundada inquietud la ausencia de los temas de la conciencia y la organización en las discusiones latinoamericanas sobre la coyuntura. El supuesto es que el heroísmo de las masas y la notable abnegación con la que lucharon las exime de cualquier reflexión crítica. Puede parecer antipático o arrogante, pero ni el heroísmo ni la abnegación justifican la ausencia de un debate serio sobre este asunto. Suele decirse que hay una crisis en la llamada “forma partido”, y es correcto. Lo mismo podría decirse con relación a la “forma sindicato”, por múltiples razones. Pero lo que sorprende en la coyuntura actual no sólo de América Latina sino también mundial es que las fuerzas sociales que motorizan la resistencia al neoliberalismo parecen haberse conformado con proclamar la obsolescencia de aquellos formatos tradicionales de representación política desentendiéndose por completo de la necesidad de discutir el tema y buscar nuevas vías y modelos organizativos. En su lugar ha ganado espacio una suerte de romanticismo político consistente en exaltar la combatividad de los nuevos sujetos contestatarios que sustituyen al moribundo proletariado clásico, elogiar la creatividad puesta de manifiesto en sus luchas y la originalidad de sus tácticas, y pregonar la caducidad de las concepciones teóricas preocupadas por las cuestiones del poder, el estado y los partidos. Las clases sociales se diluyen en los nebulosos contornos de la “multitud”; los problemas del estado desaparecen con el auge de la crítica al “estado-centrismo” o los reiterados anuncios del fin del estado-nación; y la cuestión crucial e impostergable del poder se desvanece ante las teorizaciones del “contra-poder” (Hardt y Negri: 2000) o la demonización a que este es sometido en las concepciones del “anti-poder” que brotan de la pluma de uno de los representantes intelectuales del Zapatismo como John Holloway (2002). Esta carencia contrasta desfavorablemente con la intensidad y profundidad del debate que estallara en Europa hace poco más de 16

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un siglo en torno a estos mismos problemas, y del cual el QH es uno de sus más brillantes exponentes. La aquiescencia de las masas a la dominación del capital y su creciente rebeldía en algunos países –principalmente la Rusia Zarista– dio lugar a una de las controversias más extraordinarias en la historia del movimiento socialista internacional en donde personajes como Edouard Bernstein, Karl Kautsky, Rosa Luxemburgo, Vladimir I. Ulianov, más conocido como Lenin, y posteriormente Antón Pannekoek, Karl Korsch y Antonio Gramsci, hicieran contribuciones de gran importancia. En el caso que nos ocupa es preciso decir que Lenin sobresale entre todos por su preocupación sistemática en torno a los problemas organizativos. En palabras de Liebman, “… la idea misma de organización ocupa en el leninismo un lugar esencial: organización del instrumento revolucionario, organización de la misma revolución, organización de la sociedad surgida de la revolución” (1978: 20, subrayado en el original). Esta verdadera obsesión, explicable sin dudas por la fenomenal desorganización imperante en el campo popular bajo el zarismo, aparece ya con total claridad en la primera obra importante de Lenin, ¿Quiénes son los amigos del pueblo?, escrito cuando apenas había cumplido veinticuatro años de edad. En ese pequeño libro, Lenin coloca el tema de la organización al tope de la agenda de la naciente socialdemocracia rusa. Poco después de haber publicado el QH escribiría que “el proletariado, en su lucha por el poder, no tiene más arma que la organización”, sentencia esta que es más verdadera hoy que ayer. De ahí el despiadado ataque de Lenin a lo que, como veremos más adelante, denominaba las “formas artesanales” de organización de los círculos socialdemócratas rusos. Citando fuentes testimoniales de la época, Liebman comenta que entre 1895 y 1902 el tiempo requerido por la policía política del zarismo para identificar a los miembros de un círculo socialdemócrata en Moscú, sorprenderlos en su lugar de reunión y proceder a su arresto y eventual deportación a Siberia, era de apenas tres meses. De hecho, en 1898 se funda en Minsk el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSR), pero “el acontecimiento no tuvo 17

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ningún alcance práctico porque casi todos los delegados fueron detenidos poco después de la clausura del congreso” (Liebman, 1978: 22-25). Fuentes coincidentes señalan que poco después más de quinientos activistas socialdemócratas fueron apresados en toda Rusia, y el movimiento terminó completamente aplastado por la represión policial (Harding, 1977: 189). El énfasis tan fuerte puesto por Lenin sobre la constitución de una organización partidaria sólida, duradera, resistente a las razzias policiales, a las infiltraciones de los servicios de inteligencia del zarismo y a sus distintas operaciones, no obedece a un sesgo autoritario del autor del QH, como dice con supuesta inocencia la historiografía liberal, sino que era una respuesta absolutamente racional y apropiada dadas las condiciones particulares en que se desenvolvía la lucha de clases en la Rusia de los zares. Además, es conveniente recordar que la centralidad del problema de la organización era, en Lenin, por encima de cualquier otra clase de consideración, una cuestión política ligada estrechamente a su concepción de la estrategia revolucionaria. No se trataba, por lo tanto, de una opción meramente técnica sino profundamente política. La importancia de la problemática organizativa en los comienzos del siglo XX europeo estimuló un debate cuyas voces, pese a la profundidad y continuada vigencia de sus argumentos, apenas si son audibles en nuestros días. Lo que parece caracterizar el momento actual de América Latina, con ligeras variantes según los países, es una incomprensible aversión a cualquier tentativa de revisar o discutir las frustraciones cosechadas en los últimos años, más aún si una tal iniciativa se propone teniendo como telón de fondo una nueva relectura de los clásicos del pensamiento socialista. Antes bien lo que predomina es una especie de hiper-activismo que se materializa en la exaltación de la acción por sí misma y, en todo caso, en la búsqueda obsesiva de nuevos enfoques, conceptos y categorías que permitan capturar las situaciones supuestamente inéditas que deben enfrentar las luchas emancipadoras en nuestro continente. El supuesto implícito de esta actitud –cuyo sesgo antiteórico es evidente– es que poco o nada puede aprenderse del debate que estallara hace poco más de 18

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un siglo en Europa. La intensa propaganda sobre la llamada “crisis del marxismo” hizo mella en las fuerzas populares y se expresa en el rechazo –visceral en algunos casos– o en la indiferencia más o menos generalizada ante toda tentativa de discutir la problemática de la organización, la estrategia política y la conquista del poder teniendo como referencias teóricas los elementos abordados en el clásico debate de comienzos del siglo XX europeo. En lugar de eso prosperan en la región, sobre todo en Argentina pero también en México y muchos otros países, reflexiones que plantean para la izquierda la inutilidad y, más que eso, la inconveniencia de conquistar el poder*. La ausencia de esta discusión constituye una falta muy grave si se tiene en cuenta que en la coyuntura actual el escenario latinoamericano aporta una riqueza y variedad de experiencias populares realmente notables pero no por ello exentas de críticas. Fenómenos como el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra del Brasil, el Zapatismo mexicano, las organizaciones indígenas y campesinas en Ecuador y Bolivia, los piqueteros en la Argentina, la formidable movilización del pueblo venezolano en el marco de la Revolución Bolivariana del Presidente Hugo Chávez y otras manifestaciones similares muy importantes en Centroamérica y el Caribe constituyen un laboratorio político muy importante y complejo que no sólo merece el apoyo militante de toda la izquierda, sino también que se le aporten los mejores esfuerzos de nuestro intelecto. Es necesario examinar todos los aspectos y facetas de la lucha de clases en la actual coyuntura y la relevancia que, para su adecuada comprensión y orientación, retienen las teorizaciones políticas más variadas, tanto las “clásicas” de principios de siglo XX como las contemporáneas a las cuales aludíamos más arriba. Pensando concretamente en el caso del QH de Lenin la escena latinoamericana brinda ejemplos aleccionadores. La historia argentina, caracterizada por el excepcional vigor de una protesta social –intermitentemente puesta de manifiesto en la segunda mitad del * Tal es el caso de la notable resonancia que, en esta parte del mundo, han tenido las teorizaciones de John Holloway (2002) sobre el “anti-poder” y la evaporación metafísica que el tema del “contra-poder” ha sufrido en manos de Michael Hardt y Antonio Negri. (Hardt & Negri, 2002; Boron, 2002).

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siglo XX, sobre todo a partir de 1945– plantea problemas prácticos y teóricos bien interesantes. Cuando aquella irrumpe en la vida estatal desencadena un arrollador activismo de masas, como el evidenciado en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, capaz de derrocar gobiernos y producir un notable vacío de poder que precipitó la designación de cinco presidentes en poco más de una semana. Sin embargo, tamaña demostración de fuerza se diluye a la hora de plantearse la toma de “el cielo por asalto” permitiendo la rápida recomposición del poder burgués y la estabilización de la dominación política y social sin que ni siquiera quede como herencia de este fenomenal hecho de masas la constitución de un gran partido de izquierda o, al menos, una gran coalición en donde el archipiélago de pequeñas organizaciones de dicha orientación pueda conjuntar sus esfuerzos. Una conclusión más o menos parecida puede extraerse del “Octubre boliviano” de 2003. ¿Cómo dar cuenta de esta situación? Si el caso argentino podría sintetizarse en la fórmula “debilidad del partido, fortaleza del activismo de base”, en los casos de Brasil y Chile ocurre lo contrario, sobre todo en este último: fortaleza de la organización partidaria, debilidad o práctica ausencia del impulso social desde abajo. El caso de Brasil es bien ilustrativo: este gran país sudamericano no sabe todavía lo que es una huelga general nacional; jamás en toda su historia se produjo un acontecimiento de este tipo, lo cual no es un dato trivial, pues algo nos dice acerca del estado de conciencia de las masas y su capacidad de organización. Brasil, que es una de las sociedades más desiguales e injustas del planeta, presenta un paisaje político signado por la asombrosa pasividad de sus clases y capas populares. Sin embargo, pese a esto ha sido capaz de gestar uno de los partidos de izquierda más importantes del mundo. En el caso chileno, la combatividad de su sociedad parece haberse agotado luego del dilatado invierno del régimen de Augusto Pinochet primero y de la prolongada vigencia del “pinochetismo sociológico” durante el período de la “democracia” que arranca en 1990 y cuyos lineamientos económicos, sociales y políticos exhiben una notable continuidad con los del período precedente. Una vez más, ¿tiene Lenin algo que decir sobre todo esto? ¿Puede ayudarnos a desci20

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frar las complejidades actuales de la política en nuestra región y, más importante todavía, ayudarnos a transformar esta situación?

Lenin, el leninismo y el “marxismo-leninismo” La respuesta a las preguntas formuladas anteriormente es afirmativa. Claro que, para ello, se requiere una tarea previa de depuración. O, si se quiere, es preciso organizar una suerte de expedición arqueológica que nos permita recuperar la herencia leninista que subyace por debajo de ese cúmulo de falsificaciones, tergiversaciones y manipulaciones perpetrado por los ideólogos estalinistas y sus epígonos y que se diera a conocer con el nombre de “marxismo-leninismo”. Para nadie es un secreto que Lenin ha sufrido, a manos de sus sucesores soviéticos, un doble embalsamamiento. El de su cuerpo, expuesto por largos años como una reliquia sagrada en las puertas del Kremlin; y el de sus ideas, “codificadas” por Stalin en Los fundamentos del Leninismo (1924) y en la Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS (1953) porque, según él decía, la obra que había dejado inconclusa Lenin debía ser completada por sus discípulos, y nadie mejor pertrechado que el propio Stalin para acometer semejante tarea. Lo cierto es que la codificación del leninismo, su transformación de un marxismo viviente y una “guía para la acción” en un manual de auto-ayuda para revolucionarios despistados, ha tenido lamentables consecuencias sobre varias generaciones de activistas y luchadores sociales. La canonización del leninismo como una doctrina oficial del movimiento comunista internacional acarreó gravísimas consecuencias en el plano de la teoría tanto como en el de la práctica. Por una parte, porque esterilizó los brotes de una genuina reflexión marxista en distintas latitudes y precipitó la conformación de aquello que Perry Anderson llamara “el marxismo occidental”, es decir, un marxismo vuelto enteramente hacia la problemática filosófica y epistemológica, que renuncia a los análisis históricos, económicos y políticos y que se convierte, por eso mismo, en un saber esotérico encerrado en escritos casi herméticos que lo alejaron irremediablemente de las urgencias y las necesidades de las masas. Un marxis21

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mo que se olvidó de la tesis onceava sobre Feuerbach y su llamamiento a transformar el mundo y no sólo a cavilar sobre la mejor forma de interpretarlo (Anderson, 1979). Por otra parte, porque cuando los principales movimientos de izquierda y, fundamentalmente, los partidos comunistas adoptaron el canon “marxista-leninista”, se demoró por décadas la apropiación colectiva de los importantes aportes originados por el marxismo del siglo XX. Basta recordar el retraso con que se accedió a la imprescindible contribución de Antonio Gramsci al marxismo, cuyos Cuadernos de la Cárcel recién estuvieron disponibles, en su integridad, a mediados de la década de los setenta, es decir, cuarenta años después de la muerte de su autor. O la demora producida en la incorporación de la sugerente recreación del marxismo producida, a partir de la experiencia china, por Mao Zedong. O el ostracismo en que cayera la recreación del materialismo histórico surgida de la pluma de José Carlos Mariátegui, quien con razón dijera que “entre nosotros el marxismo no puede ser calco y copia”. O la absurda condena de la obra, excelsamente refinada, de Gyorg Lúkacs en Hungría. Más cercana en el tiempo, esa codificación anti-leninista de las enseñanzas de Lenin (y de Marx) hizo aparecer a Fidel y al Che como si fueran dos aventureros irresponsables, hasta que la realidad y la historia aplastaron con su peso las monumentales estupideces pergeñadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores de aquí y de allá. Es difícil calcular el daño que se hizo con tamaña tergiversación. ¿Cuántos errores prácticos fueron cometidos por vigorosos movimientos populares ofuscados por las recetas del “marxismo-leninismo”?*. Un tema polémico y que apenas quisiéramos dejar mencionado aquí es el siguiente. Los críticos del marxismo, y en general de cualquier propuesta de izquierda, no ahorran energías para señalar que las deformaciones cristalizadas en el “marxismo-leninismo” no son sino el producto necesario de las semillas fuertemente dogmáticas y autoritarias contenidas en la obra de Marx y potenciadas por el “despotismo asiático” que supuestamente se alojaba en la persona* Un examen del impacto negativo del marxismo-leninismo sobre el pensamiento revolucionario cubano, y sobre el vibrante marxismo de ese país, se encuentra en el excelente texto de Martínez Heredia (2001). Consultar especialmente su capítulo sobre “Izquierda y Marxismo en Cuba”.

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lidad de Lenin. Para ellos, el estalinismo con todos sus horrores no es sino el remate natural del totalitarismo inherente al pensamiento de Marx y a la teorización y la obra práctica de Lenin. Nada más alejado de la verdad. En realidad, el “marxismo-leninismo” es un producto anti-marxista y anti-leninista por naturaleza. Que Lenin hubiera planteado, en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, las famosas “21 condiciones” para aceptar a los partidos que solicitan ingresar a ella, y que tales condiciones tuviesen un linaje que en algunos casos conducía directamente al QH, no constituye una evidencia suficiente para avalar tal interpretación si se tiene en cuenta, como el mismo Lenin lo planteara reiteradamente a lo largo de toda su vida política, que tales formulaciones adquirían un carácter necesario sólo bajo el imperio de determinadas condiciones políticas, y que bajo ningún punto de vista se trataba de planteos doctrinarios o axiológicos de validez universal en todo tiempo y lugar. Y esto vale, muy especialmente, como Lenin mismo lo asegura, en el caso de las tesis expuestas en el QH*. Un oportuno y necesario “retorno a Lenin” nada tiene pues que ver con un regreso al leninismo codificado por los académicos soviéticos; sí con una fresca relectura del brillante político, intelectual y estadista que con la Revolución Rusa abrió una nueva etapa en la historia universal. Regresar a Lenin no significa pues volver sobre un texto sagrado, momificado y apergaminado, sino regresar a un inagotable manantial del que brotan preguntas e interrogantes que conservan su actualidad e importancia en el momento actual. Interesan menos las respuestas concretas y puntuales que el revolucionario ruso ofreciera en su obra que las sugerencias, perspectivas y encuadres contenidos en la misma. No se trata de volver a un Lenin canonizado porque éste ya no existe. Saltó por los aires junto al derrumbe del estado que lo había erigido en un icono tan burdo como inofensivo, inaugurando la oportunidad, primera en muchos años, de acceder al Lenin original sin la ultrajante mediación de sus intérpretes, comentaristas y codificadores. Claro que el derrumbe del mal llamado “socialismo real” arrastró consigo, en un movimien* Con todo, convendría no olvidar que, como lo señala Marcel Liebman, hubo un período (1908-1912) en el que Lenin adoptó una actitud sumamente sectaria (1978: 75-6).

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to muy vigoroso, a toda la tradición teórica del marxismo, y de la cual Lenin es uno de sus máximos exponentes. Afortunadamente ya estamos asistiendo a la reversión de dicho proceso, pero aún queda un trecho muy largo que transitar. Por otra parte, tampoco se trata meramente de volver porque nosotros, los que regresamos a las fuentes, ya no somos los mismos que antes; si la historia barrió con las excrecencias estalinistas que habían impedido captar el mensaje de Lenin adecuadamente, lo mismo hizo con los dogmas que nos aprisionaron durante décadas. No la certidumbre fundamental acerca de la superioridad ética, política, social y económica del comunismo como forma superior de civilización, esa que abandonaron los fugitivos autodenominados “post-marxistas”, sino las certezas marginales, al decir de Imre Lakatos, como por ejemplo las que instituían una única forma de organizar el partido de la clase obrera, o una determinada táctica política o que, en la apoteosis de la irracionalidad, consagraban un nuevo Vaticano con centro en Moscú y dotado de los dones papales de la infalibilidad en todo lo relacionado con la lucha de clases. Todo eso ha desaparecido. Estamos viviendo los comienzos de una nueva era. Es posible, y además necesario, proceder a una nueva lectura de la obra de Lenin, en la seguridad de que ella puede constituir un aporte valiosísimo para orientarnos en los desafíos de nuestro tiempo. Se trata de un retorno creativo y promisorio: no volvemos a lo mismo, ni somos lo mismo, ni tenemos la misma actitud. Lo que persiste es el compromiso con la creación de una nueva sociedad, con la superación histórica del capitalismo. Persiste también la idea de la superioridad integral del socialismo y de la insanable injusticia e inhumanidad del capitalismo, y la vigencia de la tesis onceava de Marx sobre Feuerbach que nos invitaba no sólo a interpretar el mundo sino a cambiarlo radicalmente.

El contexto de producción del ¿Qué hacer? Ningún texto se entiende sin su contexto. La República de Platón y la Política de Aristóteles son incomprensibles sin referencia a la decadencia de la polis griega y la derrota de Atenas a manos de sus ene24

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migos. El Príncipe y Los Discursos de Maquiavelo también; sólo cobran sentido cuando se los sitúan en el marco de las luchas republicanas y populares de los florentinos en contra del Papado y la aristocracia toscana. Conviene entonces preguntarse por el contexto de producción del QH. En este punto es posible distinguir dos elementos principales, de naturaleza muy diferente pero ambos igualmente importantes. Por una parte, las influencias ideológicas y políticas que emanaban de la nueva situación por la que atravesaba el capitalismo en Europa luego de la gran depresión iniciada a comienzos de la década de 1870 y que se extendería a lo largo de dos décadas. Por la otra, las que se desprendían de las especificidades del desarrollo del capitalismo en Rusia y las peculiaridades de su régimen político, el zarismo.

a) El auge del revisionismo Lenin publica su texto en 1902, y la referencia ideológica inmediata y explícita es el llamado “economicismo”. ¿Qué era el “economicismo”?*. Se trataba de una corriente dentro de la izquierda rusa, y del mismo Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, inspirada en las tesis revisionistas formuladas, en 1899, por Edouard Bernstein en Las Premisas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia. “Economistas” era pues el nombre que los marxistas rusos reservaban para los revisionistas. El libro de Bernstein había ejercido, desde su aparición, una enorme influencia en el seno de la socialdemocracia alemana, a la sazón el “partido guía” de la Segunda Internacional. Como se recordará, en dicho texto se presentaba una radical revisión, en clave fuertemente economicista, de las concepciones de Marx acerca del curso del desarrollo capitalista y las (cada vez más desfavorables) condiciones de la revolución proletaria. Como no podía ser de otra manera, ese debate se diseminó por todo el conjunto de organizaciones políticas vinculadas, de una u otra manera, a la Segunda Internacional. * “Economismo” en la traducción al español del QH.

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La discusión en el seno del Partido es un precipitante inmediato para la redacción del QH. Lenin acomete la tarea poco después de la aparición del libro de Bernstein, en uno de los primeros números del periódico Iskra, la primera publicación marxista clandestina de Rusia fundada por el propio Lenin en 1900 y cuya redacción se encontraba en la ciudad alemana de Munich. Poco después Vladimir I. Ulianov adoptaría en sus diversos artículos para el citado periódico el pseudónimo de Lenin con el cual pasaría a la posteridad. Por diversas razones relacionadas con la intensa actividad política de nuestro autor, el texto prometido a los lectores de Iskra en mayo de 1901 recién vería la luz en marzo de 1902*. Lo hace en la ciudad de Stuttgart, Alemania, y bajo el pseudónimo arriba mencionado. La influencia del llamado Bernstein-debatte era de tal magnitud que el primer capítulo del QH se aboca directamente al tratamiento del problema preguntándose, ya desde el inicio, sobre el significado de la libertad de crítica en el seno de la socialdemocracia. Lenin parte del reconocimiento de que se han formado dos tendencias y afirma que “(E)n qué consiste la ‘nueva’ tendencia que asume una actitud ‘crítica’ frente al marxismo ‘viejo, dogmático’ lo ha dicho Bernstein y lo ha mostrado Millerand con suficiente claridad” (QH: 102, énfasis en el original)**. Y prosigue nuestro autor con un párrafo que sintetiza * En la traducción en lengua española de la edición, agotada ya hace largos años, del ¿Qué hacer? compilado y anotado por el marxista italiano Vittorio Strada se dice que “el primer número de Iskra “apareció en Lipsia el 11 (24) de diciembre de 1900; los siguientes en Mónaco, desde abril de 1902 en Londres y desde la primavera de 1902 en Ginebra”. Nótese que la extrema movilidad del periódico se correlacionaba perfectamente con la creciente coordinación de las policías secretas europeas y las presiones del gobierno zarista para impedir la publicación de materiales considerados “subversivos” por los gobernantes de turno. Lenin, miembro del Comité de Redacción de la revista, no era para nada ajeno a tales zarandeos. La sorprendente referencia a Mónaco como la ciudad en donde Iskra se publica durante un período de poco más de dos años es un simple error de traducción del italiano al español. Sucede que el nombre de la ciudad alemana de Munich es, en italiano, Monaco di Baviera, o simplemente Monaco. El principado bañado por las aguas del Mediterráneo no era, ni lo es hoy, un lugar propicio para editar un periódico revolucionario como Iskra. ** Alexander Millerand era uno de los dirigentes del socialismo francés. La desconfianza de Lenin hacia su persona demostró estar plenamente justificada. Asumió el cargo de Ministro de Guerra en las vísperas de la Primera Guerra Mundial, en 1912, y se mantuvo en dicho cargo, con una ligera interrupción, hasta 1915. Fue Presidente de Francia entre 1920 y 1924.

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de manera brillante e inapelable el significado histórico y teórico del revisionismo bersteiniano: “La socialdemocracia debe transformarse, de partido de la revolución social, en un partido democrático de reformas sociales. Bernstein ha apoyado esta reivindicación política con toda una batería de ‘nuevos’ argumentos y consideraciones bastante armoniosamente concordada. Ha sido negada la posibilidad de fundamentar científicamente el socialismo y de demostrar, desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia, su necesidad e inevitabilidad; ha sido negado el hecho de la miseria creciente, de la proletarización y de la exacerbación de las contradicciones capitalistas; ha sido declarado inconsistente el concepto mismo del ‘objetivo final’ y rechazada en absoluto la idea de la dictadura del proletariado; ha sido negada la oposición de principios entre el liberalismo y el socialismo; ha sido negada la teoría de la lucha de clases, pretendiendo que no es aplicable a una sociedad estrictamente democrática, gobernada conforme a la voluntad de la mayoría, etcétera” (QH: 102, énfasis en el original). Lo que observa Lenin es que el giro político que va de la revolución a la reforma implica una ofensiva sin precedentes contra las ideas centrales del marxismo. El revisionismo, lejos de ser una reflexión original producida al interior del pensamiento marxista, no es otra cosa que la importación de los contenidos de la literatura burguesa en el seno del movimiento socialista internacional. No extraña, por lo tanto, constatar que la intervención de Bernstein haya precipitado un extraordinario debate en el cual participaron, además del iniciador y de Lenin, Kautsky, Plejanov, Rosa Luxemburgo –con su célebre ¿Reforma o Revolución Social?– y otras figuras menores del pensamiento socialista. Pero, sostiene Lenin, aquí no se trataba tan sólo de cuestiones teóricas. “En lugar de teorizar, los socialistas franceses pusieron directamente manos a la obra… (pasando) al ‘bersteinianismo práctico’ con todas sus consecuencias” (QH: 103). Dado que la socialdemocracia es un partido reformista, ¿por qué deberí27

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an los socialistas franceses abstenerse de participar en un gobierno burgués, o de exaltar la colaboración de clases que hace posible el fin de la dominación social supuestamente garantizado por el advenimiento de la democracia? Las ideas de Bernstein sobre las transformaciones experimentadas por el capitalismo a finales del siglo XIX podían sintetizarse, siguiendo la interpretación de Umberto Cerroni, en tres tesis principales, resultantes según aquél de la refutación práctica que las transformaciones recientes del capitalismo habían propinado al corpus teórico del marxismo. Ellas eran, primero, el rechazo a la teoría del “hundimiento automático” del capitalismo como resultado de sus propias contradicciones económicas. Según Bernstein y el grueso de la opinión ilustrada en el marco de la Segunda Internacional, había en Marx una concepción “derrumbista” del capitalismo que remataría en la inexorabilidad de su propio hundimiento. Si la gran depresión de las décadas de 1870 y 1880 parecía confirmar la validez de esa interpretación –equivocada, digámoslo de una vez–, la sorprendente recuperación puesta en marcha desde comienzos del decenio de 1890 fue interpretada por los principales teóricos de la socialdemocracia como una inapelable refutación de la tesis atribuida a Marx*. En segundo lugar, las transformaciones recientes del capitalismo, que ya habían provocado interesantes reflexiones por parte de Friedrich Engels en sus últimos años de vida, demostraban también según los revisionistas la falsedad de la tesis de la pauperización del proletariado. La aparición de las nuevas “clases medias” y la tenaz persistencia de una pequeña burguesía que se resistía tercamente a aceptar su destino proletario eran una evidencia incontrastable, para Bernstein, que refutaba la teoría de la pauperización progresiva de la sociedad burguesa**. Tercero y último, las transformaciones polí* El debate en torno a este tema ha sido profundo y dilatado, y participaron importantes teóricos. Ver una excelente síntesis sobre el tema en Colletti (1978). Consúltese asimismo a Sweezy (1974) y Grossmann (1979), autor tal vez de la obra más importante, escrita en los años ‘20, sobre el supuesto “derrumbismo” del autor de El Capital. ** Hemos examinado este asunto en nuestro “Friedrich Engels y la teoría marxista de la política”, en Tras el búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo (2000).

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ticas y el avance sin pausa del sufragio universal y la democratización habían desmentido las tesis clásicas del “camino al poder”, para usar una expresión kautskiana, centradas en la insurrección y la revolución (Cerroni, 1976: 56-57). En síntesis: el capitalismo había llegado a configurar una estructura con capacidad de autorregulación que rebatía un argumento central del análisis marxista: la naturaleza cíclica de la producción capitalista y su tendencia crónica a las crisis periódicas. Por otra parte, la consolidación de las libertades públicas y la democracia burguesa aparecían como un contrapeso efectivo a las tendencias polarizantes y pauperizadoras del capitalismo originario, lo que abría el promisorio sendero de un socialismo que para triunfar podía prescindir del baño de sangre revolucionario al utilizar de manera inteligente el gradualismo parlamentario. Toda esta construcción intelectual inspiró a Bernstein a acuñar una metáfora náutica que habría de hacer historia: en efecto, en virtud de los cambios señalados en su obra, la transición del capitalismo al socialismo sería en el futuro algo tan imperceptible como el cruce de la línea ecuatorial en alta mar. Tiene razón Cerroni cuando, refiriéndose a las tesis adjudicadas a Marx, dice que ellas eran “más bien de los comentadores” que del autor de El Capital. En todo caso, lo cierto es que fueron esas ideas las que animaron el debate y motivaron las críticas del ala marxista de la socialdemocracia europea, entre ellas las de Lenin en el QH. El significado contrarrevolucionario del socialismo evolucionista bernsteiniano no pasó inadvertido sólo para Lenin y sus camaradas de la izquierda radical. En la célebre conferencia pronunciada por Max Weber –célebre por el desembozado reaccionarismo del que hace gala el fundador de la teoría de la “neutralidad valorativa” de las ciencias sociales– ante un público poco simpatizante de las doctrinas socialistas o democráticas, el sociólogo alemán saludaba con satisfacción que “… (l)as patéticas esperanzas que el Manifiesto Comunista había fundado sobre un derrumbe de la sociedad burguesa han sido sustituidas por expectativas mucho más modestas … la teoría de que el socialismo madura automáticamente en el camino de la evolución. … (E)stos argumentos demues29

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tran en todo caso que la vieja esperanza apocalíptica revolucionaria que confirió al Manifiesto Comunista su fuerza de convicción, ha dado paso a … una concepción evolucionista. … (E)ste estado de ánimo evolucionista … que ha sustituido ahora a la vieja teoría catastrofista, ya estaba desde antes de la guerra ampliamente difundido en los sindicatos y entre muchos intelectuales socialistas. De ese estado de ánimo se han derivado las consecuencias que todos conocemos: ha nacido el llamado ‘revisionismo’” (Weber, 1982: 240-243)*. En todo caso hoy, a poco más de un siglo de iniciado el Bernsteindebatte la experiencia histórica ha demostrado el error de las tesis tan elogiadas por Weber. Marx jamás aseguró que el capitalismo se hundiría automáticamente. Lo que él hizo fue constatar la naturaleza contradictoria y autodestructiva de las tendencias que se agitaban en su seno y la imposibilidad, a largo plazo, de resolver ese conflicto. Un modo de producción que convierte a los hombres y a la naturaleza en meras mercancías sujetas a la voracidad de los mercados no sólo no tenía precedentes en el pasado sino que tampoco habría de tener demasiado futuro por delante. La capacidad de autorregulación del sistema fue sobre-estimada por Bernstein y, como dramáticamente lo ha demostrado el siglo XX, para sobrevivir el capitalismo ha debido montar una carnicería de inéditas proporciones bajo la forma de continuas guerras y el silencioso exterminio de cien mil seres humanos que, hoy en día, mueren a causa del hambre o de enfermedades perfectamente prevenibles y curables. Marx anticipó genialmente estas tendencias, vio la catástrofe hacia la cual nos conducían, pero también previó que el triunfo del socialismo no era ineluctable y que si se verificaba la imposibilidad de su advenimiento el resultado podría ser la barbarie más desenfrenada, algo que ya estamos empezando a ver en nuestros días. * La conferencia, bajo el título de “El Socialismo”, fue pronunciada ante unos trescientos altos oficiales del duramente derrotado ejército austríaco en el verano austral de 1918, es decir, una vez triunfante la Revolución Rusa. El texto weberiano incurre en algunos exabruptos que desmerecen su estatura intelectual. El clima político prevaleciente en ese momento, indudablemente poco propicio para la derecha, y la naturaleza de su audiencia, parecen haber potenciado las tendencias más reaccionarias latentes (a veces no tanto) en el pensamiento de Weber.

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¿Le asistía la razón a Bernstein en su crítica a la, según él, fallida tesis de Marx sobre el empobrecimiento de las clases populares y la polarización social? Sí y no. Sí porque en los países europeos –y recordemos que a fines del siglo XIX el capitalismo era esencialmente un fenómeno de Europa y sus “fragmentos” ultramarinos, Estados Unidos, Canadá, Australia, algunas partes de Sudamérica y la excepción japonesa– las tendencias pauperizadoras y polarizantes del capitalismo fueron contrarrestadas por un conjunto de factores: la emigración hacia las Américas y, en mucha menor medida, Oceanía; la institución de formas embrionarias pero efectivas de “estado de bienestar” en los países más adelantados de Europa; y, por último, el creciente peso del sindicalismo obrero y los partidos socialistas. Al mismo tiempo, las incesantes transformaciones de las fuerzas productivas y el surgimiento de nuevas áreas de actividad mercantil alentaron la expansión de las “nuevas clases medias”. Estas, junto a la aparición de una “aristocracia obrera”, parecían refutar las predicciones originales de Marx sobre la materia, y fue precisamente eso lo que señaló cuidadosamente Bernstein en su obra. Pero decíamos arriba que también Bernstein se equivocó. ¿En dónde estaba su error? Se equivocó porque generalizó a partir de situaciones idiosincrásicas, propias de los países más adelantados de Europa, y porque no supo captar las tendencias más profundas y de larga duración. Cien años después las tendencias pauperizadoras y polarizantes del capitalismo son axiomas que no requieren de demostración alguna pues resultan visibles a simple vista. Y esto se verifica tanto en el plano internacional, por la acción del imperialismo, como en el plano doméstico, en donde la pobreza y la exclusión social se presentan con rasgos absolutamente claros y definidos. En el caso latinoamericano hubo, en los años sesenta, una discusión muy interesante sobre lo que Torcuato Di Tella (1963) denominaba la teoría del primer impacto del crecimiento económico. Según esta teoría en los países en desarrollo se verificaba, poco después de la plena introducción del capitalismo, un significativo aumento de la polarización social y el empobrecimiento de masas de origen precapitalista. Pero esto era en una primera etapa, porque luego, proseguía el argumento, se ponían en 31

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marcha mecanismos de diverso tipo que “suavizaban” la polarización social y mejoraban la situación de los pobres, dando lugar a una estructura social cuyo perfil distributivo denotaba una creciente presencia de sectores medios y una clase obrera relativamente satisfecha desde el punto de vista de su acceso a los bienes materiales. Sin embargo, las cuatro décadas posteriores a la formulación de dicha teoría demostraron irrefutablemente que las tendencias hacia un mayor equilibrio social no lograron consolidarse y que las predicciones marxianas conservan todo su vigor. Por último, podemos también concluir que el entusiasmo de Bernstein sobre el parlamentarismo socialista era injustificado. Si bien los partidos socialistas y comunistas pudieron instituir una legislación obrera y, en general, ciudadana que cristalizó en el llamado “estado de bienestar”, no es menos cierto que en dichos países no se avanzó un ápice en la dirección del socialismo, y que, tal como lo pronosticara sagazmente Rosa Luxemburgo, las sucesivas reformas no sirvieron para cambiar el sistema sino para consolidarlo y dotarlo de una inédita legitimidad popular. Para esta autora lo que hace el impulso reformista es empujar hasta sus límites las potencialidades históricas contenidas en la última revolución triunfante. El reformismo construido a partir del triunfo de la revolución burguesa no trasciende los límites de la misma. Bajo ciertas y muy especiales condiciones, sin embargo, el reformismo puede sentar las bases para un salto revolucionario. Pero tal posibilidad está indisolublemente unida a un cambio radical en la conciencia de las masas y sus capacidades de organización y acción. Y ese es precisamente el desafío práctico con que tropezaba Lenin en la Rusia zarista (Luxemburgo, 1989)*. En todo caso los “economistas” a la refutación de cuyos argumentos dedica Lenin su libro eran los voceros rusos de estas tendencias en auge en la socialdemocracia alemana, desatada luego de la muerte de Friedrich Engels en 1895. Se trataba de una superficial lectura de Marx, convertido en un férreo determinista que para colmo estaba equivocado, que remataba con la postulación de un * Hemos examinado in extenso el tema del reformismo, sus condiciones y potencialidades en Estado, Capitalismo y Democracia (2003) y Tras el Búho de Minerva (2000).

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optimismo economicista totalmente infundado pero cuyas consecuencias eran claras: el triunfo del socialismo, ese socialismo de cuño liberal y kantiano que quería Bernstein, era ineluctable y, por lo tanto, no había ninguna necesidad de crear al sujeto político, un proletariado conciente y organizado, ni mucho menos de internarse en los laberintos violentos de la revolución. Era una convocatoria a la pasividad y al inmovilismo que, por supuesto, no podía caer bien entre los marxistas. Y Lenin, Rosa Luxemburgo y Karl Kautsky reaccionaron inmediatamente.

b) Las particularidades de la situación política en la Rusia zarista Unas breves palabras para referirnos al otro factor que influyó en la redacción del QH. Breves no porque se trate de un elemento poco relevante sino porque, como veremos, es permanentemente referido por Lenin a lo largo del texto. Muy frecuentemente se olvida que el QH fue concebido como un instrumento político en un contexto completamente diferente al que prevalecía en los países más adelantados de Europa. Es interesante comprobar cómo muchos críticos, de entonces y de hoy, parecen no recordar un asunto tan elemental como este y consideran a la obra de Lenin como si fuera un simple texto de sociología de los partidos políticos. El QH tenía básicamente dos objetivos. Por una parte, evitar que el revisionismo terminara por apoderarse del ya de por sí complejo y altamente inestable, en el sentido ideológico tanto como sociológico, partido ruso. Un partido en el que convivían tendencias populistas, social-liberales, ciertos restos de anarquismo y algunos sectores marxistas, y que Lenin concebía como el instrumento fundamental para el derrocamiento del zarismo y la construcción del socialismo. Pero, para ello, era preciso resguardar el legado marxista acechado tanto por las novedades introducidas en el partido alemán por Bernstein como por la pertinaz herencia del populismo en la intelectualidad rusa. El segundo objetivo era muy concreto e inmediato: ante la situación política imperante en Rusia, ¿cómo 33

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construir un partido que pudiera llevar adelante su programa revolucionario? La sola pregunta implicaba un punto de partida que no necesitaba mayores demostraciones: la metodología política que practicaban las fuerzas socialistas de Alemania, Francia e Italia era completamente inaplicable en la Rusia de los Zares. Había una cuestión de fondo: la clandestinidad “dura” a la cual debía someterse la actividad del partido ruso era completamente inasimilable a la total legalidad que gozaba en Europa o a la clandestinidad “blanda” existente en la Alemania de Bismarck durante los años en que imperaba la legislación anti-socialista. Pero si en este caso el partido tenía una existencia semi-legal y varias de sus actividades colaterales podían llevarse a cabo sin mayores inconvenientes, en el caso ruso la clandestinidad era de otro tipo, “dura”, e imponía restricciones prácticamente insuperables como las que señalábamos en las páginas iniciales de este trabajo. Se trataba, en consecuencia, de construir un instrumento político adecuado para luchar en contra de la autocracia más feroz y atrasada, el último gran bastión de la reacción aristocrática y feudal que sobrevivía en la Europa del novecientos. Un régimen despótico en el cual las libertades públicas eran prácticamente inexistentes y brillaban por su ausencia. Partidos y sindicatos estaban prohibidos, y la huelga era considerada un delito común. La persecución política de los opositores era una norma, tanto como su confinamiento en las lejanas prisiones de Siberia. La censura de prensa era total, y los críticos del sistema debían editar sus publicaciones en el extranjero e introducirlas con graves riesgos en Rusia. Muchos opositores no sólo sufrían la cárcel sino también la pena capital, como ocurriría con el admirado hermano mayor de Lenin, Alexandr Ulianov, ajusticiado en 1887 cuando apenas contaba con diecinueve años de edad y nuestro autor llegaba a los diecisiete. En consecuencia, el terrorismo como hecho aislado e individual era la respuesta desesperada ante una autocracia que recién en 1905, es decir, siglos después de lo que aconteciera en otros países europeos y como producto de la irrupción revolucionaria de ese mismo año, autorizaría la creación de un parlamento, la Duma, dotado de mínimos, casi meramente decorativos, poderes de intervención política. Octavio 34

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Paz dice en uno de sus escritos que el “festín civilizatorio” de la Ilustración, esto es, el excepcional florecimiento de las artes y las letras, el despliegue de los derechos y libertades individuales reafirmados en contra de los absolutismos monárquicos, el avance de la tolerancia y la igualdad, el pensamiento científico y las nuevas ideas sociales y políticas que finalmente se materializaron en las dos grandes revoluciones con que se cierra el Siglo de las Luces, la Revolución Norteamericana de 1776 y la Revolución Francesa, no tuvo entre sus privilegiados comensales a la Rusia de los Zares. “Rusia no tuvo siglo XVIII. Sería inútil buscar en su tradición intelectual, filosófica y moral a un Hume, un Kant o un Diderot” (Paz, 1979: 254)*. Más allá de la exagerada admiración profesada por Paz en relación a los logros de la Ilustración, hoy en día sometidos a duras críticas, lo cierto es que Rusia se mantuvo al margen de todo eso: del secularismo, el republicanismo, el laicismo y, por supuesto, de la democracia. De ahí que los ocasionales impulsos democráticos que afloraban en su geografía fuesen tronchados inmisericordemente por las autoridades. La vida política legal era de una absoluta inoperancia, y todo lo que no podía ser ventilado en las elegantes reuniones de la corte era subversivo y, por lo tanto, debía ser declarado ilegal. De ahí que el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia declarase que su tarea inmediata era el abatimiento de la autocracia zarista, y para ello era preciso desarrollar un instrumento político apropiado para actuar en un medio social dominado por el atraso, la superstición y la ignorancia. Era preciso, en buenas cuentas, hallar esa famosa “palanca de Arquímedes” para transformar el mundo: ese era el desafío que Lenin acomete con singular éxito tanto en el plano teórico, con la redacción del QH, en donde exclama “¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos!”, como en el plano práctico, con su irresistible ascenso hacia la conducción del POSR y la dirección del proceso revolucionario ruso que culminaría con la gran Revolución de Octubre de 1917.

* Hemos criticado esta exaltación en la que incurre Paz, por momentos ingenua a la luz de la historia del siglo XX, en Boron (1997).

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Tesis principales ¿Qué fue lo que se propuso Lenin al escribir el QH? Ya hemos respondido en parte y en términos muy generales a esta pregunta en las páginas anteriores. Examinemos ahora algunos temas más puntuales de la obra. Digamos, para comenzar, que Lenin escribe su texto en momentos en que florece en Europa la preocupación por los problemas de la organización en el seno de la sociedad capitalista. Biaggio De Giovanni señaló, en un texto sugerente, la conexión existente entre el pensamiento político de Lenin y la producción teórica de Max Weber (De Giovanni, 1981). Su observación es atinada, pero convendría aclarar, en todo caso, que la inquietud leniniana por la problemática de la organización es bastante anterior a la del gran teórico alemán. En efecto, el locus clásico en el cual este desarrolla su teoría es su célebre conferencia de enero de 1919, “La política como profesión”, pronunciada después de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, el derrumbe del Imperio Alemán y el triunfo de la Revolución Rusa*. Y también lo es en relación a la obra de uno de los discípulos de Weber, Robert Michels, autor de su célebre estudio sobre los partidos políticos (tomando el caso ejemplar de la socialdemocracia alemana) y del cual extrajo como una de sus principales conclusiones “la ley de hierro de la oligarquía”. Es decir, Lenin es un precursor importante de toda una serie de reflexiones que habrían de popularizarse al promediar la siguiente década centradas en la profesionalización de la política (y de los políticos), proceso en el cual uno de los más grandes pensadores burgueses del siglo XX, Max Weber, jugaría un papel de gran importancia. Pese a ello las tesis de Lenin siguen desatando el escándalo entre sus adversarios y el retraimiento entre quienes comparten con él su adhesión a un proyecto revolucionario. El QH consta de cinco capítulos. En el primero se examina el problema de la lucha ideológica contra el revisionismo y el oportu* Posterior, también, a los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebnicht, en enero de 1918 a manos de las guardias blancas del antiguo régimen. No recuerdo que en su larga conferencia Weber haga mención a esta atrocidad.

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nismo, y el impacto de dichas tendencias sobre los conflictos sociales y el papel de la clase obrera. El segundo se refiere al tema crucial del espontaneísmo de las masas y la conciencia socialdemócrata. El tercero versa sobre la política “tradeunionista” y sus diferencias con la política socialdemócrata y los objetivos que persiguen cada una de ellas. El cuarto capítulo se aboca al estudio de los métodos de organización y de acción políticas y desarrolla la concepción del revolucionario profesional. El quinto y último esboza un plan de un periódico político y su función en el proceso de concientización de las masas. No es nuestro propósito ofrecer un análisis integral de cada uno de estos capítulos. Nos limitaremos, en consecuencia, a subrayar algunas tesis que, a nuestro entender, constituyen el corpus central del libro.

a) Revisionismo, lucha teórica y revolución Son estos los temas centrales del primer capítulo, que se pueden resumir en dos tesis principales. El revisionismo es menos una tendencia crítica que una nueva variedad del oportunismo, y debe por lo tanto ser combatido con toda energía por las fuerzas revolucionarias. Según Lenin, el revisionismo corrompió la conciencia socialista, envileció el marxismo predicando la teoría de la colaboración de clases y la atenuación de las contradicciones sociales, renegó de la revolución social y la dictadura del proletariado y redujo la lucha de clases a un “tradeunionismo” estrecho y a la lucha “realista” por pequeñas y graduales reformas que traicionan el ideal revolucionario (QH, pp. 112). Sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria. Esta es, probablemente, una de las tesis más conocidas y debatidas del libro, y cuya actualidad e importancia se ha tornado indiscutible en nuestros días. En su libro, así como en múltiples intervenciones a lo largo de su vida, Lenin le concede una enorme impor37

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tancia a la teoría. Por eso dice que lo que quieren los revisionistas no es tanto sustituir una teoría por otra sino prescindir de toda teoría coherente y auspiciar un eclecticismo totalmente falto de principios (QH: 119). En apoyo a su tesis Lenin cita a Marx en su famosa carta sobre el programa de Gotha, en donde el fundador del materialismo histórico aconsejaba a los camaradas del partido alemán no traficar con los principios ni hacer ninguna clase de concesiones teóricas. Al referirse a la importancia de la teoría Lenin anota que esta se acentúa en el caso ruso debido a tres causas: en primer lugar, por la juventud del POSR y la gran variedad de corrientes que coexisten en su seno, destacándose la importancia del populismo. Como es sabido, este planteaba la tesis de la absoluta originalidad del desarrollo económico ruso. Siendo esto así, se concluía que el capitalismo no podría jamás implantarse en la tierra de los zares. Esto tenía profundas implicaciones políticas por cuanto redefinía a aliados y adversarios de una manera completamente ajena a las conocidas en el desarrollo del capitalismo europeo e imponía tareas completamente distintas para el joven partido ruso. La lucha teórica adquiría, en consecuencia, una importancia suprema (QH: 119). No sorprende entonces que el joven Lenin hubiera producido dos textos dedicados precisamente a refutar las tesis de los populistas demostrando cómo el capitalismo se había convertido en el modo de producción dominante en Rusia: el juvenil ensayo intitulado “¿Quiénes son los ‘amigos del pueblo’ y cómo luchan contra los socialdemócratas?”, aludido más arriba, y el magnífico estudio publicado bajo el nombre de El Desarrollo del Capitalismo en Rusia, escrito en 1898 y publicado, también con pseudónimo, al año siguiente. La importancia de la teoría se corroboraba también por obra de dos circunstancias adicionales. En el primer caso, debido al carácter internacional del movimiento socialdemócrata que obligaba no tanto a conocer otras experiencias de luchas nacionales como a asumir una actitud crítica frente a las mismas. Segundo, por las responsabilidades especiales que recaían sobre el partido ruso, que debía liberar a su pueblo del yugo zarista y, al mismo tiempo, demoler el más poderoso baluarte de la reacción no sólo europea sino 38

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también asiática. Esta inédita responsabilidad del proletariado ruso lo colocaba, según Lenin, objetivamente en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional. Y esta tarea mal podía cumplirse sin el auxilio de una teoría correcta (QH: 120-123). En apoyo de su elevada valoración del papel de la teoría, Lenin remite a la distinción que hiciera Engels en su libro Las Guerras Campesinas en Alemania, en el cual distingue entre luchas políticas, económicas y teóricas. En dicho texto, Engels celebra el hecho de que los obreros alemanes pertenezcan al pueblo más teórico de Europa, preservando dicho sentido cuando las llamadas “clases cultas” de Alemania lo habrían perdido hace rato. Es este talante teórico el que ha impedido que prosperen en ese país las corrientes “tradeunionistas” que, debido por ejemplo a la indiferencia teórica de los ingleses, se arraigaron en Gran Bretaña; o la confusión y el desconcierto sembrado por las teorías de Proudhon en Francia y Bélgica; o el anarquismo caricaturesco prevaleciente en España e Italia. Engels agrega que esta pasión por la teoría se refuerza por el hecho de que el alemán es el último en incorporarse al movimiento socialista internacional, y que ha podido aprender de sus luchas, sus errores y sus fracasos. Engels concluía este análisis, citado largamente por Lenin, diciendo que “(S)obre todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie. La conciencia así lograda y cada vez más lúcida debe ser difundida entre las masas obreras con celo cada vez mayor…” (QH: 122 y 123, énfasis nuestro). La enseñanza y divulgación de la teoría revolucionaria se convierte, en consecuencia, en una de las tareas principalísimas del partido. De ahí la importancia del debate teórico, o de eso que en nuestros días Fidel Castro ha denominado “la batalla de ideas”. Se comprende que tal valoración de los componentes teóricos sea incompatible con un modelo organizativo que, como ocurría con los ingleses, 39

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hacía gala de su indiferencia ante la teoría o, como ocurre en nuestro tiempo, convierte al eclecticismo teórico en un signo de madurez política. Volveremos sobre este asunto más adelante.

b) La cuestión de la conciencia socialista: espontaneísmo y dirección conciente El segundo capítulo del QH se dedica al examen de esta cuestión. En él se formula una de las tesis más radicales y que mayores discusiones ha suscitado desde su planteamiento, que de manera resumida puede expresarse así: La conciencia socialista no brota espontáneamente de las luchas del proletariado (y otros sujetos políticos). A diferencia de muchos izquierdistas, Lenin era sumamente escéptico en relación al impulso revolucionario de las masas. No creía, como algunos en su tiempo y muchos en el nuestro, que en ellas anida permanentemente una pasión irresistiblemente subversiva e impugnadora del orden social. Se trata de una convicción que se advierte a lo largo de toda la obra de Lenin y no tan sólo como producto de una observación circunstancial. Conviene recordar, con relación a este tema, que en El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo, Lenin describe el estado “normal” de las masas (es decir, fuera de las coyunturas revolucionarias) en términos sorprendentemente similares a los utilizados por Robert Michels en su clásico estudio sobre los partidos políticos. En uno y otro caso aquellas son retratadas como casi siempre apáticas, inertes y durmientes; por excepción abandonan su estupor y se lanzan activamente a la construcción de un nuevo mundo. De ahí la importancia del partido de vanguardia y de los revolucionarios profesionales, que las incitaran y orientaran a movilizarse y a actuar*. Para llegar a esta tesis, reminiscente de similares observaciones hechas por Maquiavelo en El Príncipe, Lenin analiza tanto los desarrollos históricos de las luchas de clases en Rusia como en el resto de Europa, y hace suyos * Cf. la “Introducción” de S. M. Lipset a Robert Michels (1962).

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los argumentos esgrimidos por el ala izquierdista en el debate de la socialdemocracia alemana. En uno de sus párrafos más rotundos, y probablemente el más citado tanto por sus partidarios como por sus detractores, Lenin observa que: “Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. La historia de todo los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etcétera. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. Exactamente del mismo modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independientemente en absoluto del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas…” (QH: 127, énfasis en el original). A partir de este análisis Lenin lanza un ataque hacia lo que denomina “el culto de la espontaneidad”. Se trata de un tema cuya vigencia, como veremos más adelante, lejos de haberse eclipsado, adquiere hoy inéditas proporciones especialmente en América Latina. El supuesto de este culto es que las masas tienen un conocimiento especial de su propia situación y de la sociedad en la cual se hallan insertas, de su estructura y de los rasgos que definen su coyuntura, lo que confiere a sus iniciativas espontáneas una certera direccionalidad revolucionaria. Las raíces de este culto se hunden, en el caso ruso, en la tradición populista, una de cuyas cláusulas establecía la hegemonía de las masas sobre la élite y la superio41

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ridad de su saber “natural” sobre el conocimiento “artificial” y libresco de los dirigentes. Conciente de la debilidad de esta argumentación, Lenin advertía que la celebración del espontaneísmo equivalía, “en absoluto independientemente de la voluntad de quien lo hace, a fortalecer la influencia de la ideología burguesa sobre los obreros” (QH: 135). En apoyo a su posición Lenin convoca a quien en ese momento era considerado el guardián de la ortodoxia marxista en el seno de la socialdemocracia alemana, Karl Kautsky, y cita in extenso párrafos de un artículo publicado en la Neue Zeit en donde critica al nuevo programa de la socialdemocracia austríaca. Kautsky objeta en dicho trabajo la tesis bernsteiniana de que el desarrollo capitalista además de crear las premisas para el socialismo (en clara alusión al título del libro de Bernstein) engendra directamente la conciencia de su necesidad. El socialismo y la lucha de clases, prosigue, “surgen de premisas diferentes. La conciencia socialista moderna puede surgir únicamente sobre la base de un profundo conocimiento científico... (y) no es el proletariado el portador de la ciencia, sino la intelectualidad burguesa” (QH: 136, énfasis en el original)*. La conclusión de Kautsky es inexorable: “la conciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente (dentro) de ella. ... No habría necesidad de hacerlo si esta conciencia derivara automáticamente de la lucha de clases” (QH: 136). Lenin remata este argumento de la manera siguiente: dado que en el capitalismo hay dos ideologías, y sólo dos, burguesa o socialista (y no hay ninguna “tercera” ideología en una sociedad de clases), toda concesión que nos aleje del socialismo termina favoreciendo a la burguesía. La lucha espontánea de los trabajadores remata en el * Lenin aclara: lo anterior no significa que los obreros no puedan participar en esta labor teórica, pero no lo hacen en cuanto obreros sino en calidad de teóricos del socialismo, como en su momento lo hicieran Proudhon y Weitling. Esto supone una capacidad de dominar los conocimientos científicos de su época. Para ello, dice nuestro autor, es necesario que los trabajadores “no se encierren en el marco artificialmente restringido de la literatura para obreros, sino que aprendan a asimilar más y más la literatura general. Incluso sería más justo decir, en vez de ‘no se encierren’, ‘no sean encerrados’ … por ciertos intelectuales (de ínfima categoría) que creen que ‘para los obreros’ basta con ... rumiar lo que ya se conoce desde hace mucho tiempo” (QH: 137, subrayado en el original).

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“tradeunionismo”, en la lucha exclusivamente sindical; es decir, sucumbe ante la dominación ideológica de la burguesía y los conduce, en los hechos, a renunciar al socialismo.

c) Política “tradeunionista” y política socialdemócrata El tercer capítulo profundiza los elementos tratados en el anterior, procurando diferenciar muy claramente la política socialdemócrata de la política propuesta por los “economistas” al exaltar las luchas económicas y rebajar la trascendencia de las luchas políticas. Nos parece que hay dos tesis principales en este capítulo: La tarea de la socialdemocracia es transformar la lucha sindical en una lucha política socialdemócrata. La lucha por las reformas económicas, las batallas “tradeunionistas” por la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, son imprescindibles pero no suficientes. Es necesario luchar también por la libertad y el socialismo, porque el gobierno deje de ser autocrático y abra las puertas a la democracia. La transformación de la lucha económica y sindical en lucha política socialdemócrata exige “aprovechar los destellos de conciencia política que la lucha económica ha hecho penetrar en el espíritu de los obreros para elevar a éstos hasta el nivel de la conciencia política socialdemócrata” (QH: 171). El partido debe ser la vanguardia del desarrollo político. Si el socialismo debe ser introducido “desde fuera”, el partido debe “ir a todas las clases de la población” para diseminar las ideas socialistas. Ese “ir a todas las clases” supone que los socialdemócratas asumen papeles de propagandistas, agitadores y organizadores; de educadores que exponen ante todo el pueblo los objetivos democráticos generales de su lucha. Pero si el partido quiere ser vanguardia “es necesario precisamente atraer a otras clases” (QH: 180 y 181, 187 y 188).

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d) Sobre los métodos de organización y el revolucionario profesional En el cuarto capítulo de su obra Lenin expone los lineamientos organizativos de un partido socialdemócrata idóneo para enfrentar la inmensa tarea que tiene por delante. Comienza por criticar lo que denomina los métodos artesanales de trabajo político y la profunda improvisación y desorganización que prevalecían en los círculos políticos de la Rusia de finales del siglo XIX y comienzos del XX. ¿Qué había allí? Entusiasmo, apasionamiento, falta de preparación y una impresionante improvisación cuyos efectos destructivos mal podían ser compensados por el heroísmo y la abnegación de la militancia. “Iban a la guerra”, nos dice, “como verdaderos mujiks, sin más que un garrote en la mano” (QH: 198). La tesis principal del capítulo podría expresarse en los siguientes términos: La socialdemocracia requiere una organización de revolucionarios profesionales. La improvisación y la desorganización son el reflejo del “culto al espontaneísmo” obrero. Así como se celebra su tendencia espontánea y poco reflexiva a la lucha, de la misma manera se consiente la existencia de formatos rudimentarios de organización. Dado que la lucha política es mucho más amplia y compleja que la lucha económica de los obreros contra la patronal, la organización de la socialdemocracia revolucionaria debe ser de un género distinto que la organización de los trabajadores para su lucha económica. Lenin esboza las grandes líneas de estas diferencias. La organización de los obreros debe ser en primer lugar sindical, luego lo más extensa y lo menos clandestina posible. La organización del partido debe englobar “ante todo y sobre todo” a revolucionarios profesionales, con lo que desaparece por completo la distinción entre obreros e intelectuales. Dadas las condiciones imperantes en Rusia dicha estructura no debe ser muy extensa y “es preciso que sea lo más clandestina posible” (QH: 211). Veamos cómo describe Lenin al modelo “amateur” de dirigente revolucionario: 44

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“Un revolucionario blandengue, vacilante en las cuestiones teóricas, limitado en su horizonte, que justifica su inercia por la espontaneidad del movimiento de masas, más semejante a un secretario de tradeunión que a un tribuno popular, sin un plan audaz y de gran extensión, que imponga respeto a sus adversarios, inexperimentado e inhábil en su oficio (la lucha contra la policía política), ¡no es un revolucionario, sino un mísero artesano!” (QH: 225 y 226). Por eso termina ese apartado con la encendida exhortación aludida más arriba: “¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos!”. Una organización que, vale la pena aclararlo dadas las reiteradas tergiversaciones que ha sufrido esta apelación, no significa que sólo los intelectuales puedan convertirse en revolucionarios profesionales. Por eso Lenin dice, poco más adelante, que “todo agitador obrero que tenga algún talento ... no debe trabajar once horas en la fábrica. Debemos arreglárnoslas de modo que viva por cuenta del Partido, que pueda pasar a la acción clandestina en el momento preciso, que cambie de localidad...” (QH: 232). Una organización, por último, de gentes “que no consagren a la revolución sus tardes libres, sino toda su vida”. No se derrota a la autocracia, y mucho menos al capitalismo, sin que algunos tengan una dedicación total e integral a la tarea. La organización revolucionaria debe ser altamente centralizada. La última tesis principal que hallamos en el QH se refiere precisamente a la naturaleza organizativa del partido revolucionario. En este último punto Lenin es igualmente taxativo. La especialización de funciones y la división del trabajo que implica la invención de la figura del revolucionario profesional tiene como contrapartida un elevado grado de centralización organizativa. En sus propias palabras, “la especialización presupone necesariamente la centralización, y, a su vez, la exige en forma absoluta” (QH: 229). Este esquema organizativo puede ser llamado, por su forma, una “organización de conjurados”, y este carácter conspirativo se origina en las necesidades que impone la lucha política en un régimen autocrático en donde las actividades de la oposición se encuentran terminante45

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mente prohibidas y son objeto de implacable persecución. “Hasta tal punto es el carácter conspirativo condición imprescindible de tal organización, que todas las demás condiciones (número de miembros, su selección, sus funciones, etc.) tienen que coordinarse con ella” (QH: 235). Lenin reconoce que una organización tan centralista enfrenta varios peligros. Uno, que se aísle de las masas y se lance con demasiada facilidad a iniciativas que no encuentren eco en el campo popular. La otra es que un modelo de este tipo puede resultar incompatible con los principios democráticos. Claro está que estos suponen dos condiciones inexistentes en Rusia. Por una parte, la posibilidad de crear una organización que pueda tomar parte en la vida política de manera abierta y pública; por la otra, la posibilidad de que todos los cargos de la misma sean electivos. “Sin publicidad sería ridículo hablar de democracia”, y en la Rusia zarista no hay publicidad posible. Bien distinta es la situación de la socialdemocracia alemana, en donde esas dos condiciones se satisfacen plenamente. En el caso ruso, y debido a las condiciones impuestas por la clandestinidad, el control democrático de la dirigencia descansará sobre “la plena y fraternal confianza mutua entre los revolucionarios” (QH: 240 y 241).

Las críticas al ¿Qué hacer? Fácil es imaginar la conmoción causada por el texto de Lenin en el movimiento socialista no tan sólo ruso sino también europeo. En el POSR las críticas llovieron de todas partes. Axelrod, Martov y Plejánov, hasta entonces íntimamente asociados con Lenin, fustigaron con duros términos su propuesta, y lo mismo hicieron, hasta con mayor énfasis y desde posturas cercanas a una supuesta ortodoxia marxista, Trotsky y Riazánov. Fuera de Rusia, las tesis leninistas fueron también objeto de severos cuestionamientos, entre los que sobresale el que formulara Rosa Luxemburgo. Antes de examinar este asunto habría que ampliar el foco y examinar el papel del leninismo en el desarrollo del pensamiento mar46

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xista. Porque, efectivamente, a la muerte de los fundadores de esa tradición no existía en su legado una teorización acabada sobre el partido político. Existían fragmentos dispersos, reflexiones aisladas o referencias ocasionales, pero no había una teorización seria acerca del instrumento político que debía guiar la revolución proletaria a buen puerto. Citemos una vez más a Cerroni para concordar con él cuando dice que “la auténtica originalidad de Lenin, su anticonformismo teórico, su audacia intelectual ... le permitieron ... mientras en Occidente la tradición marxista se estanca, ampliar e innovar el análisis marxista de la sociedad moderna”. Son tres los campos en los que se produce la radical innovación leninista: uno de ellos, la alianza obrero-campesina, posterior a la primera revolución rusa (1905); el otro, la teoría del capitalismo monopolista y el imperialismo, es contemporáneo con la triunfante revolución de octubre. Pero, cronológicamente hablando, la primera gran recreación de la teoría marxista de la política tiene que ver precisamente con la concepción sobre el partido y la organización política del proletariado, y es la que se cristaliza en el ¿Qué hacer? (Cerroni, 1976: 92). Es sumamente significativo que las críticas de la época a la formulación leniniana pusieran el acento de manera mucho más marcada sobre la acentuada centralización que proponía para el partido del proletariado que sobre el tema que hoy provoca reacciones mucho más marcadas, cual es el origen “exterior” de la conciencia revolucionaria de las masas. León Trotsky, por ejemplo, dedica un vitriólico artículo a criticar las concepciones leninistas, no sólo las del libro que estamos ahora presentando sino también las de un breve opúsculo anterior, “Un paso adelante, dos pasos atrás”, en donde se prefiguran algunas de las ideas sistematizadas en el QH. Lenin aparece en su artículo titulado “Jacobinismo y socialdemocracia”, publicado en Ginebra en 1904, como “el jefe del ala reaccionaria de nuestro partido”, diseñador de “métodos acelerados del sustitucionismo político” (por su tesis sobre los revolucionarios profesionales) y principal responsable del inevitable fracaso del “fetichismo organizativo”, que arrastrará en su caída a todo el marxismo ortodoxo reducido, para Lenin y sus compañeros, a “algunas fórmulas organizativas primitivas”. Sorprende en este artículo el carácter abs47

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tracto y fuertemente teórico de la argumentación de Trotsky, como si el debate sobre las cuestiones de organización pudiera plantearse prescindiendo del análisis de las condiciones concretas en que se desenvolvía el accionar de la socialdemocracia en la Rusia de los zares. Por momentos, la impresión que tiene el lector es que se trata de una intervención en un seminario académico sobre la historia de las revoluciones en la edad burguesa y no de un aporte a una polémica muy concreta sobre problemas de organización y táctica política de un partido en una coyuntura determinada. En todo caso, la tesis sobre el “origen exterior” de la conciencia socialista transita sin suscitar objeción alguna (Trotsky, en Strada, 1977: 438, 447 y 448)*. En un texto de 1904, y también publicado en Ginebra donde se encontraba exiliado, “Desde arriba o desde abajo”, Riazánov sostiene que una “organización conjuratoria de socialdemócratas es un absurdo lógico. ... La socialdemocracia no organiza ninguna ‘conjura’, no prepara la insurrección, no hace la revolución”. Si bien Riazánov se abstiene de afirmar positivamente cuál debe ser la tarea política de la socialdemocracia rusa, no le cabe la menor duda de qué es lo que no debe hacer. Y lo que no debe hacer es precisamente preparar la insurrección popular (Strada, 1977: 449-450). En todo caso, la crítica más importante es la que formula la revolucionaria polaca Rosa Luxemburgo en su artículo “Problemas de organización de la socialdemocracia rusa”, aparecido en 1904. La autora reconoce desde el primer párrafo la tarea sin precedentes que le ha tocado en suerte a la socialdemocracia rusa: definir una táctica socialista en un país subyugado por una monarquía absoluta. Al tomar en cuenta las condiciones políticas concretas en las que debe llevarse a cabo dicha empresa, Rosa Luxemburgo comienza por establecer las grandes diferencias existentes entre el régimen político de los zares en Rusia y el período de la legislación anti-socialista en la Alemania de Bismarck. Conclusión: ante la ausencia de las garantías formales que ofrece la democracia burguesa, el centralis* Conviene recordar que no sería esta la última vez en que Trotsky criticara tan acerbamente a Lenin. Lo siguió haciendo hasta febrero de 1917, en vísperas del estallido de la Revolución Rusa. Pese a su prolongado enfrentamiento teórico y político con Lenin acabaría en los hechos por concederle la razón, solicitando humildemente su ingreso al Partido Bolchevique dirigido por su adversario.

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mo aparece como una alternativa realista y razonable. Y eso es lo que Lenin desarrolla tanto en “Un paso adelante, dos pasos atrás” como en el QH, sólo que en este caso, según nuestra autora, se trata de una tendencia “ultracentralista” que le otorga “decisiva intervención” a la autoridad central del partido en todas las actividades de los grupos partidarios locales (Strada, 1977: 463-466). Rosa comprueba que la socialdemocracia exhibe, en todas partes, una fuerte tendencia hacia la centralización. Según su entender se explica por el hecho de que, nacida al interior de un sistema centralizador por excelencia como es el capitalismo y debiendo desplegar sus luchas en el marco de estados burgueses caracterizados por tendencias aún más pronunciadas, la socialdemocracia ha espejado, en su estructura y organización, las mismas inclinaciones. De ahí que observe con singular hostilidad todo formato organizativo que aparezca ante sus ojos como expresiones particularistas o federalistas (Strada, 1977: 465). La propuesta de Lenin exacerba hasta límites jamás antes alcanzados la centralización organizativa de la socialdemocracia. “La disciplina que Lenin tiene presente”, observa Rosa, “es inculcada al proletariado no sólo por la fábrica, sino también por el cuartel y por el burocratismo actual; en síntesis, por todo el mecanismo del Estado burgués centralizado” (Strada, 1977: 468). Dado lo anterior, la socialdemocracia tal cual la concibe Lenin será incapaz de adecuar sus tácticas de lucha a la gran diversidad de condiciones que brotan de la vastedad geográfica y complejidad económica y social de Rusia. Los poderes omnímodos de la autoridad central del partido, un Comité Central omnisciente y omnipotente, son incompatibles con la flexibilidad que se requiere para enfrentar las múltiples peripecias de la lucha de clases. Por eso denuncia en su artículo que: “el ultracentralismo defendido por Lenin se nos aparece como impregnado no ya de un espíritu positivo y creador, sino más bien del espíritu estéril del vigilante nocturno. Toda su preocupación está dirigida a controlar la actividad del partido y no a fecundarla; a restringir el movimiento antes que a desarrollarlo, a destrozarlo antes que a unificarlo” (Strada, 1977: 471). 49

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En línea con las críticas formuladas al interior del partido ruso que veían en las tesis leninistas una tentativa de sustituir al movimiento real de los trabajadores por un aparato partidario convertido por la magia de la organización en el demiurgo de la historia, el veredicto de Rosa es lapidario, pues Lenin: “… ni siquiera advierte que el único ‘sujeto’ al que corresponde hoy el papel de dirigente es el yo colectivo de la clase obrera, que reclama resueltamente el derecho de cometer ella misma las equivocaciones y de aprender ella misma la dialéctica de la historia. Y en fin, digamos francamente entre nosotros: los errores cometidos por un verdadero movimiento obrero revolucionario son históricamente de una fecundidad y de un valor incomparablemente mayores que la infalibilidad del mejor de los comités centrales” (Strada, 1977: 479). De todos modos conviene recordar, al poner fin a esta recapitulación, que más allá de estas discrepancias las tesis de Lenin acerca de la conformación de una conciencia revolucionaria y el papel central de los intelectuales en su promoción eran compartidas no sólo por Kautsky, en su condición de principal teórico marxista de la Segunda Internacional, sino como dice Kolakowski, por “Viktor Adler y la mayoría de la dirigencia socialdemócrata” de la época. Sólo que Lenin planteó en toda su radicalidad una concepción que permanecía latente, y hasta cierto punto culposamente oculta, en la mayoría de las formulaciones prevalecientes en ese tiempo (Kolakowki, 1978: II, 388-390). Ahondando más en este punto digamos que la contraposición Lenin-Rosa no debería ser magnificada, pues como muy bien lo demostraron Daniel Bensaïd y Alan Nair en un trabajo suscitado por las grandes movilizaciones obreras y estudiantiles europeas de finales de la década del sesenta, “en Rosa Luxemburgo sólo puede encontrarse un contrapunto fragmentario de las elaboraciones leninistas”. Su construcción, por brillante que sea “en modo alguno puede ser considerada como una teoría de la organización. En un debate donde las modas pasajeras sustituyen el rigor político, no es inútil volver a los textos” (Bensaïd y Nair, 1969: 9-10). Precisamente, 50

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de eso se trata y en eso está puesto nuestro empeño: volver a los textos clásicos del pensamiento marxista como una forma de rearmar ideológicamente a quienes hoy, con gran abnegación pero sin el beneficio de la memoria histórica y el conocimiento de los grandes debates que nos precedieron, resisten la dominación del capital*.

La autocrítica de Lenin Más allá de la radicalidad de su estilo polémico es preciso reconocer que Lenin ha sido, en la historia del socialismo y muy particularmente en la historia del pensamiento socialista, uno de los pocos autores capaces de someter sus propias ideas a una crítica rigurosa y, por momentos, despiadada. Luego del estallido de la revolución de 1905 y la conformación de los primeros soviets en San Petersburgo, las tesis planteadas en el QH merecieron, de parte de su autor, una serie de comentarios que en parte las respaldaban y en otra las rectificaban. Es que los acontecimientos de 1905 demostraron que ante la ausencia de un estímulo juzgado por Lenin tan crucial como el partido revolucionario “capaz de suscitar, orientar y dirigir la acción de masas, éstas desarrollaban un movimiento revolucionario esencialmente político y de amplitud extraordinaria” (Liebman, 1978: 66). Obviamente, la ductilidad teórica de Lenin, opuesto a todo dogmatismo, hizo que éste tomara rápidamente nota de las enseñanzas que dejaba la revolución del cinco. Sus ideas fueron volcadas en el prólogo a un texto –En Doce Años, tal era su título tentativo– que pretendía ser la introducción a una recopilación de artículos escritos por él y que aparecería en tres volúmenes en 1907. Pese a la modesta liberalización que el zarismo había consentido luego del ensayo revolucionario de 1905 y la derrota que las tropas del zar habían sufrido en la * Bensaïd y Nair también sugieren que los planteamientos luxemburguianos exhiben preocupantes reminiscencias hegelianas (un proletariado alienado que se realiza en el transcurrir de la historia); confunden el sujeto teórico y el sujeto político, práctico, de la emancipación obrera; y son tributarios de una concepción espontaneísta de la organización que no tiene sustento en la experiencia histórica concreta de las luchas populares (Cf. Bensaïd y Nair, 1969: 31-36).

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guerra ruso-japonesa, lo cierto es que esos libros fueron confiscados por la censura y nunca vieron la luz pública. No obstante, el prólogo se salvó de la censura y nos deja importantes claves para comprender el pensamiento de Lenin (QH: 75-83). En esas páginas Lenin sostiene que “el principal error en que incurren las personas que, en la actualidad, polemizan con QH consiste en que separan por completo este trabajo de determinadas condiciones históricas, de un período determinado del desarrollo de nuestro Partido, período que hace ya tiempo pertenece al pasado”. No se trataba, en consecuencia, de una fórmula organizativa general, surgida de un manual de sociología y con pretensiones de universalidad y eternidad, sino del “resumen de la táctica de Iskra, de la política de organización de Iskra en 1901 y 1902” (QH: 76 y 77). Dicha táctica resultó a la postre exitosa, y “a pesar de la escisión, el Partido Socialdemócrata aprovechó, antes que ningún otro, el claro pasajero de libertad para llevar a la realidad el régimen democrático ideal de una organización abierta, con sistema electivo, con una representación en los congresos proporcional al número de miembros organizados del Partido” (QH: 78). Lenin no compara la situación del POSR sólo con la de otros partidos de izquierda sino inclusive con partidos burgueses, y constata la superioridad del accionar de los socialdemócratas en relación al resto. Es interesante notar aquí cómo la concepción desarrollada en el QH no implica para nada desconocer la importancia de la legalidad y de una organización pública y democrática toda vez que estas sean posibles. No hay endiosamiento alguno de una forma organizativa sino adecuación táctica a las circunstancias imperantes. Seguir sosteniendo que en 1901 y 1902 “(Iskra exageraba) respecto a la idea de organización de los revolucionarios profesionales es como si, después de la guerra ruso-japonesa, se hubiera echado en cara a los japoneses el haber exagerado las fuerzas militares rusas, el haberse preocupado exageradamente, antes de la guerra, de la lucha con esas fuerzas. … Por desgracia, muchos (no ven) que ahora, la idea de organización de revolucionarios profesionales ha obtenido ya una victoria completa. Pero esta victoria hubiera sido imposible si, en su tiempo, no se hubiera colo52

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cado esta idea en primer plano, si no se la hubiera inculcado, ‘exagerándola’, a las personas que ponían trabas a su realización” (QH: 76 y 77, énfasis en el original). Según nuestro autor, tales críticas, formuladas sobre todo una vez que la batalla por la instalación de la socialdemocracia se ha ganado, es simplemente ridícula. En el “Prólogo” Lenin aprovecha para aclarar una vez más la cuestión, tan arduamente debatida desde entonces, de los “revolucionarios profesionales” y su vinculación con la clase. Para nuestro autor la clase obrera posee mayor capacidad de organización que las demás clases de la sociedad capitalista, afirmación esta que no deja de ser contradictoria con otras vertidas por Lenin no sólo en el QH sino a lo largo de toda su extensa obra. En todo caso, y para no desviarnos hacia otro tipo de consideraciones, Lenin prosigue diciendo que sin tal capacidad “una organización de los revolucionarios profesionales hubiera sido un juguete, una aventura, un simple cartel ... una tal organización tiene sólo sentido si se relaciona con ‘una clase efectivamente revolucionaria’ que se levanta espontáneamente para la lucha” (QH: 78). Una última reflexión sobre las autocríticas de Lenin. Estas son de dos tipos: algunas explícitas, como la que acabamos de reseñar, y otras implícitas y silenciosas. Entre estas últimas hay algunas que son pertinentes al objeto de nuestro trabajo. Como es bien sabido, luego de haber redactado un texto tan importante sobre los problemas de la organización de las fuerzas populares Lenin nunca retomó explícitamente esta problemática. Este silencio es tan resonante como sus palabras. Nuestra interpretación, expuesta de manera abreviada, es la siguiente: el QH fue la respuesta a un momento especial en el desarrollo de la lucha de clases en Rusia. Luego del estallido de la revolución de 1905 y la modesta apertura política decretada por el zarismo, la sola idea de un partido clandestino y organizado de manera ultracentralizada cayó en la obsolescencia. La dialéctica histórica rusa dio origen a la aparición de una nueva forma política, los soviets, que asumieron una centralidad que nadie había siquiera sospechado pocos años antes y que acabó por desplazar a la que hasta entonces tenía reservada el partido. Es más que significativo el hecho de que en las jornadas que se extien53

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den entre febrero y octubre de 1917 Lenin casi no hace mención alguna a la cuestión del partido en las vísperas mismas de la revolución. Con su certero instinto sabía que el protagonismo pasaba por los soviets y no por el partido. Que este tenía una misión que cumplir, pero que el ritmo y la dirección del proceso revolucionario estaban dictados por los soviets y que las tareas del partido sólo adquirirían sentido y gravitación al interior de los soviets y no desde fuera o desde adelante. De ahí la sorprendente radicalidad de sus famosísimas Tesis de Abril, en las cuales, para estupor de sus propios camaradas de partido, plantea la consigna que habría de ser la “guía para la acción” durante todo ese tormentoso período revolucionario: “¡todo el poder a los soviets!”. Actitud esta que se reitera en una de sus obras más importantes, El Estado y la Revolución, escrita en el vértigo final de la revolución y en donde la referencia al partido está ausente o tiene un carácter absolutamente marginal. Nos parece que este crepúsculo teórico y práctico del partido tiene que ver con el hecho de que, en la apreciación de Lenin, su función histórica había sido asumida por esa nueva forma organizativa, los soviets, sobre la cual descansaría el éxito de la inminente revolución. De alguna manera este silencio también constituye una elocuente autocrítica.

Elementos para una evaluación, un siglo después Hoy estamos en condiciones de evaluar con más serenidad –y con la sabiduría que nos otorga el conocimiento del proceso histórico, ese sempiterno enigma tan difícil de descifrar en el presente– los aportes y las limitaciones del clásico texto de Lenin. Y para ser congruentes con las orientaciones epistemológicas del materialismo histórico vamos a proceder a la valoración final del QH tomando en cuenta tanto su contexto de producción como las condiciones de recepción que nos impone nuestro presente. Digamos, para comenzar, que se trata de un libro dotado de una densidad teórica poco común. Pese a que Lenin lo califica más de una vez como “un folleto”, en realidad se trata de una obra que 54

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posee una envergadura teórica e ideológica extraordinaria. Y esto más allá de sus errores. Es un libro altamente polémico pero que se toma el trabajo de examinar meticulosamente cada uno de los argumentos de sus adversarios. Un libro que, además, responde a una preocupación concreta: la emergencia de un gran movimiento de masas llamado a cambiar el curso de la historia de la humanidad, y cuya importancia y cuyo destino Lenin intuyó en todos sus alcances antes y con más profundidad que ningún otro. Un Lenin, recordémoslo, que junto a tantos otros de su generación no pudo conocer, porque estaban aún inéditos, ciertos textos fundamentales del marxismo, lo que torna aún más encomiable su cuidadosa aplicación del corpus del materialismo histórico a los más diversos emprendimientos intelectuales y prácticos. En efecto, Lenin hace del marxismo “una guía para la acción” sin haber podido conocer la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, los Manuscritos de 1844, La Ideología Alemana y, por supuesto, los Grundrisse, todos publicados después de la muerte de Lenin ocurrida en 1924. Pese a ello, su fidelidad a lo fundamental del legado de Marx es asombrosa y es de estricta justicia reconocer tan singular logro.

a) Corrigiendo a Marx Pero esa fidelidad no lo eximió de mantener invariablemente una actitud crítica en relación a la tradición teórica heredada. Lenin se tomaba muy en serio la sentencia que él mismo acuñara y que decía que “el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción”. Su rechazo a la canonización que el marxismo estaba sufriendo a manos de la Segunda Internacional lo impulsó a adoptar una actitud de “revisionismo permanente” que, como decíamos más arriba, fructificó en tres importantes aportaciones teóricas en las áreas de las alianzas de clases, el imperialismo y la teoría del partido político. Examinando las tesis leninistas acerca del último de los temas, uno de los más eminentes marxistas de nuestro tiempo, el intelectual hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez, sostiene que en 55

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relación a la praxis transformadora del proletariado Lenin introduce una revisión radical a los planteamientos clásicos del marxismo. En efecto, en las formulaciones originarias se establece que las contradicciones del capitalismo crean las condiciones que hacen posible la toma de conciencia del proletariado, el cual, a través de diferentes partidos obreros, se organiza y se lanza a la conquista del poder político. Esto puede ocurrir por la vía revolucionaria o, como diría el Engels de la década de 1890, eventualmente por la vía gradual y pacífica. Como bien observa Sánchez Vázquez, en el esquema clásico de Marx prevalece una excesiva confianza en la capacidad del proletariado, dada su posición objetiva en el sistema, para elevarse por sí mismo, en el curso de su propia praxis, y acceder a una plena conciencia de clase que le permita conocer su verdadera situación en el modo de producción y, a partir de la adquisición de la misma, actuar revolucionariamente*. Sin embargo, las enseñanzas de la historia real desmienten esa doble confianza en la elevación del proletariado a su conciencia de clase y en su actuación revolucionaria conforme a ella (Sánchez Vázquez, 2003). Es este el momento en que hace su entrada Lenin, corrigiendo los dos supuestos del marxismo clásico. A partir del análisis de la experiencia histórica europea en la segunda mitad del siglo XIX y de los propios acontecimientos ocurridos en Rusia en los años recientes Lenin concluye que la clase obrera por sí misma –es decir, en el curso de su propia praxis y aislada de otras influencias externas– no puede elevarse al nivel de su conciencia de clase y actuar revolucionariamente. Necesita para ello de un agente exterior que le permita rebasar los límites que la ideología burguesa impone a su conciencia y acción. Ese agente no puede ser otro que el partido, el cual, por poseer el privilegio epistemológico de conocer el análisis científico de la sociedad capitalista y el sentido de la historia, puede introducir la conciencia socialista en la clase obrera, organizarla y dirigirla en sus luchas. Este es, según Sánchez Vázquez, el núcleo del argumento leninista. Como conclusión, el verdadero * Una discusión sumamente esclarecedora sobre la concepción original de Marx y Engels sobre el partido se encuentra en Cerroni, Magri y Johnstone (1969) y en la recopilación Engels-Marx (1973) sobre el mismo tema. A ellos remitimos a nuestros lectores.

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sujeto histórico dejaría de ser la clase obrera, como pensaba Marx, y pasaría a ser el partido. Esta teoría leninista, de raigambre kautskiana, criticada desde el primer momento por Plejánov, Trotsky y Rosa Luxemburgo, se convertiría a la muerte de Lenin y con el ascenso de Stalin en la concepción excluyente del partido de la Tercera Internacional. En su versión estalinista, el “sustitutivismo” se consuma a la perfección: el protagonismo de la clase pasa al partido, para pasar luego a su Comité Central y, finalmente, a su Secretario General, cumpliéndose así el sombrío vaticinio de Trotsky (Sánchez Vázquez, 2003: 417)*. Nos parece que la crítica de Sánchez Vázquez es pertinente, aunque pensamos que por momentos corre el riesgo de atribuir a Lenin algunas de las deformaciones que su pensamiento y su programa político sufrieran bajo el estalinismo con la conformación del “marxismo-leninismo”. Quisiéramos, por ejemplo, tomar en consideración el tema del agente histórico de la lucha contra la sociedad capitalista. Es cierto que la tentación sustitutivista está presente en el modelo leninista de partido. Pero también lo es el hecho de que, tal como lo escribía Lenin en el “Prólogo” arriba mencionado, la “capacidad objetivamente máxima del proletariado para unirse en una clase se realiza por personas vivas, no se realiza sino en determinadas formas de organización” (QH: 78 y 79). El protagonismo de la clase no es tal si no se expresa a través de algún tipo de acción colectiva, y esto supone el diseño de una organización con todos los riesgos de sustitutivismo que ella entraña. En este punto podríamos decir que Lenin viene a corregir un cierto “optimismo antropológico” presente de manera bastante clara en Marx en éste y en varios otros temas que sería muy largo examinar aquí. El “pesimismo antropológico” de un Maquiavelo, que pensaba que las masas estaban dominadas por un humor quietista y que se conformaban con no ser humilladas ni explotadas en demasía, parecería estar más cerca de la verdad histórica que la visión activista y proclive a la rebeldía prohijada por Marx. La propia experiencia de Marx y Engels * Vaticinio que, en rigor, formulara no sólo Trotsky sino también en numerosos escritos el propio Lenin. Véase el “Diario de las Secretarias de Lenin”, en Cuadernos de Pasado y Presente (Córdoba).

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en la Primera Internacional puso en evidencia, por otra parte, no sólo los problemas que obstaculizaban la conformación de una conciencia socialista –la apropiación de un bagaje teórico capaz de develar la estructura íntima y los mecanismos de explotación de la sociedad capitalista– entre los sectores obreros, sino también las enormes dificultades que debía enfrentar la constitución de una expresión política unitaria de las clases populares superadora de las fragmentaciones políticas pre-existentes. En ese sentido, plantear la existencia de varios “partidos obreros” como de hecho lo hicieran Marx y Engels en El Manifiesto del Partido Comunista no parece ser un camino confiable para garantizar el triunfo de la tan ansiada revolución socialista que aquellos anhelaban. De hecho, si algo enseña la historia contemporánea de América Latina es que la existencia de varios partidos obreros, lejos de potenciar las perspectivas de un salto revolucionario, parece condenar a las fuerzas populares a una sucesión interminable de derrotas y frustraciones de todo tipo. De todas maneras Sánchez Vázquez concluye que si el partido no es un fin en sí, sino un medio o instrumento para la realización del provecto socialista en condiciones históricas determinadas, no puede aceptarse –como no la aceptó Marx– la tesis de un modelo universal y único del partido, y menos aún dentro del pluralismo político y social de una sociedad verdaderamente democrática (Sánchez Vázquez, 1998). Afirmación ésta sin duda acertada pero que, a nuestro entender, fuera anticipada por el propio Lenin en el “Prólogo” a la recopilación En Doce Años examinada más arriba.

b) Lenin, Weber, Michels Dejando de lado las sugerentes observaciones de Sánchez Vázquez, fijemos nuestra atención en los importantes desarrollos teóricos que las ciencias sociales producían en esa misma época histórica. Lenin encara el problema del partido y su organización anticipándose en más de una década a lo que luego sería un lugar común en la sociología burguesa, principalmente tras las huellas de Max Weber y Robert Michels. Y recordemos que las conclusiones a que 58

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arriban estos grandes sociólogos no son diferentes a las que emergen del QH: la política se ha convertido, en la sociedad burguesa, en una profesión. Un partido político moderno requiere de políticos profesionales. Un partido revolucionario exige revolucionarios profesionales; un partido “del orden” requiere también políticos de tiempo completo destinados a preservar los fundamentos de una sociedad injusta. La dominación política se ha convertido en algo demasiado complejo y sumamente importante en la sociedad capitalista como para dejarla en manos de aficionados. Pocos autores fueron más lejos que Weber en esta condena al diletantismo de los políticos improvisados, sobre todo los que tienen sobre sus espaldas la responsabilidad de garantizar la perpetuación del orden social vigente. Nótese la duplicidad de criterios: el profesionalismo político que suscitara escándalo en la obra del revolucionario ruso aparece como una razonable conclusión empírica en la obra de los académicos alemanes enemigos del socialismo. Michels añade un elemento más a esta caracterización de las nuevas formas de la política al insistir sobre la importancia de la organización y al sentenciar que, en el fondo, la organización es poder. Un poder que se concentra en una pequeña oligarquía dirigente, cualquiera que sea la naturaleza de la organización de que se trate. De ahí que este autor formulara la “ley de hierro de la oligarquía”, que establece que debido a un conjunto de mecanismos intra y extra-organizacionales el grupo dirigente de un partido o sindicato tenderá a perpetuarse en el poder y a concentrarlo cada vez más en un círculo más reducido de integrantes. ¿Habrá sido una mera casualidad que Michels haya llegado a esta conclusión luego de un detallado estudio de la socialdemocracia alemana? De ninguna manera. El Partido Socialdemócrata Alemán era “el partido”, no sólo para los socialistas de comienzos del siglo XX, como Lenin, sino también para los sociólogos académicos que lo consideraban, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, como el prototipo más exitoso del partido político en la naciente era de la democracia de masas. Bajo esta perspectiva, en consecuencia, nos animaríamos a decir que lo que hace la propuesta de Lenin es traducir al ruso el formato organizativo ya puesto en práctica en la socialdemocracia alemana. 59

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Pero lo que en Alemania era considerado un hecho normal, en el país de los zares era motivo de santa indignación. ¿O no había políticos profesionales en el partido alemán? ¿No había acaso una impresionante burocracia rentada que le imprimía su sello a todas las actividades del partido, tanto en el frente de la lucha económica como en la política? En ese sentido los trabajos más serios sobre la materia, principalmente el de Schorske (1983), no dejan la menor duda. Y el propio Weber se refirió al tema en sus análisis sobre la burocracia en las sociedades modernas, planteando tesis sumamente pesimistas acerca de la inexorabilidad de la organización y su posibilidad de que ella se constituya en una verdadera “jaula de hierro” en donde sucumbirían todas las libertades. Un talante igualmente pesimista se desprende de la obra de Michels, sobre todo en relación a las perspectivas de una organización que sea a la vez eficiente burocráticamente y democrática en su funcionamiento. Unas palabras finales merecen las consideraciones de Weber sobre Lenin y, en general, el liderazgo comunista. Como es sabido, este autor no profesaba demasiada simpatía por las ideas socialistas. En sus distintos escritos sobre Rusia, a propósito de la revolución de 1905 y luego sobre el período revolucionario abierto en febrero de 1917, Weber ignora olímpicamente el papel desempeñado por Lenin. Y pese a que este demostró poseer una especial sensibilidad para comprender y valorizar el papel de la organización y el profesionalismo político, sería en vano tratar de buscar alguna referencia bibliográfica, por sumaria que sea, a la densa producción teórica del revolucionario ruso. En su voluminosa obra abundan expresiones muy críticas, cuando no abiertamente despectivas, sobre los procesos revolucionarios y sus dirigentes, sobre todo los alemanes. Así, en la biografía cuidadosamente compilada por su esposa Weber aparece diciendo que los soviets de Munich y Berlín eran un “carnaval sangriento que no merece el nombre honorable de revolución”; habla del “éxtasis revolucionario” y dice que era una especie de narcótico que se había apoderado de las masas alemanas (¿qué habría pensado de esas masas completamente histerizadas y fanatizadas que, pocos años después, saludarían con fervor patriótico al Führer?). Cuando estallan las insurrecciones en aque60

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llas dos ciudades Weber las califica de “bandas insensatas” dirigidas por Karl Liebknecth y Rosa Luxemburgo, quienes, según sus palabras, merecerían estar en un jardín zoológico y en un manicomio repectivamente. Ante el torbellino revolucionario aconsejaba que “lo importante era que (sus líderes) fuesen detenidos con la mayor rapidez posible, sin dejarles siquiera la posibilidad de defenderse de forma desesperada”. Cuando poco después se enteró de los asesinatos de ambos, se limitó a comentar que “Liebknecth incitó a la calle a la pelea; la calle le ha matado” (Weber, 1926: 481-482, 642; Beetham, 1977: 277-278). Pese a estos tan lamentables comentarios es posible afirmar que hay un hilo subterráneo que conecta las preocupaciones de Weber, Michels y Lenin, si bien los tres extraen conclusiones muy diferentes entre sí.

c) Origen de la conciencia socialista Pasemos a continuación a examinar, brevemente, el tema del origen de la conciencia socialista. Es sabido que la tesis kautskianoleninista ha sido sometida a innumerables críticas. No obstante, los desafíos derivados de la misma siguen en pie. ¿Es razonable suponer que en una sociedad como la capitalista la conciencia socialista pueda florecer como resultado de la lucha de clases? Pese a la santa indignación que suscita la idea del agente exterior que introduce el socialismo en la conciencia popular, el asunto necesita examinarse con la mayor meticulosidad posible. Siendo este un tema cuyo tratamiento excedería con creces los objetivos del presente escrito vamos a limitarnos a formular algunos pocos interrogantes concebidos para estimular una reflexión sistemática sobre este asunto. Conviene comenzar haciendo un breve repaso de la historia de las luchas sociales bajo el capitalismo en el siglo XIX. El locus classicus de esto es Europa, patria del capitalismo. ¿Qué nos enseña esa historia? ¿Nos enseña que el proletariado europeo adquirió una fuerte conciencia de clase socialista? ¿Demuestra acaso que sectores crecientes de la clase trabajadora “aprendieron” en sus luchas y con sus luchas a conocer mejor al capitalismo? Producto de un siglo 61

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de densas confrontaciones sociales, ¿surgió de los propios obreros una concepción sobre la naturaleza del orden social capitalista, los dispositivos mediante los cuales se produce la explotación, y una visión clara de los mecanismos integrales de la dominación de clase? La respuesta a todas estas interrogantes es negativa. Si nos adentramos en un similar análisis para el siglo XX los resultados serían aún más decepcionantes, habida cuenta del perfeccionamiento experimentado por la trama de la dominación ideológica de las clases dominantes. Y si, además, salimos del entorno europeo y volvemos nuestra mirada a América Latina, con sus prolongadas batallas en pos de la liberación de nuestros pueblos, el veredicto no sería menos pesimista. ¿Qué conclusiones extraer? Que el desarrollo de la lucha de clases indudablemente enseña, pero que tales enseñanzas no son suficientes para adquirir una conciencia socialista que, a la vez que señale con claridad las características opresivas, expoliadoras y predatorias del capitalismo, identifique los contornos de una buena sociedad considerada no sólo como deseable sino también como posible y alcanzable en un plazo razonable. Rebelarse contra el amo no necesariamente convierte al esclavo en un enemigo de la esclavitud; la resistencia a la explotación capitalista no necesariamente hace que sus protagonistas accedan a una concepción socialista del mundo y de la vida. Creer que con la sola lucha basta para la construcción de la conciencia de clase, con todo lo que ella implica, es una profesión de fe romántica que poco tiene que ver con la vida política real. Esto nos coloca de bruces frente a dos problemas, dado que tales resultados se producen pese a la incansable labor de organizaciones de izquierda que intentaron, por diversos medios, acelerar una toma de conciencia socialista entre las masas. Primero, porque nos sitúa ante la necesidad de evaluar realísticamente los mecanismos y los dispositivos de manipulación y control ideológico de que dispone la burguesía y que le permiten neutralizar los intentos de concientización promovidos por los sujetos políticos contestatarios y, simultáneamente, consolidar un “sentido común” congruente con las necesidades de la reproducción capitalista. Nos parece que las visiones del marxismo clásico subestimaban grandemente estos factores, en 62

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buena medida porque su desarrollo es, en términos generales, un fenómeno que adquiere dimensiones especiales a lo largo del siglo XX. Es en ese momento cuando los “aparatos ideológicos” de la dominación burguesa adquieren una gravitación excepcional que los convierte en formidables obstáculos al desarrollo de la conciencia de clase de los explotados y oprimidos. Todo el tema de la hegemonía y la “dirección intelectual y moral” explorado por Gramsci y el papel de la industria cultural examinado por la Escuela de Frankfurt apuntan precisamente en esta dirección y ponen de relieve la actualidad de la tesis kautskiano-leninista. Si antes la empresa de adquirir una conciencia de clase socialista era ardua y sumamente laboriosa, en el capitalismo del siglo XXI tal proceso se ha vuelto muchísimo más complicado. El papel de los medios de comunicación de masas ha sido, en este sentido, de una importancia extraordinaria a la hora de impedir el desarrollo de una conciencia socialista en masas cada vez más explotadas de la población. Segundo, la constatación a que arribáramos más arriba nos mueve a reconsiderar el papel de los intelectuales. No nos parece temerario afirmar que en el pensamiento del joven Marx se encuentran algunas raíces de lo que luego sería la tesis plenamente desarrollada por Lenin en el QH. En efecto, para el autor de El Capital la sociedad capitalista es opaca. A diferencia de sus predecesoras, en donde los mecanismos de la dominación y la explotación eran transparentes y explícitos, en el capitalismo ellos se encuentran ocultos tras el velo del fetichismo de la mercancía y la alienación consustancial a la vida política en el marco del estado burgués. En sus textos juveniles Marx habla del “rayo del pensamiento” que fecunda “el candoroso suelo popular”, es decir, la conciencia del proletariado. Un pasaje célebre de su obra sentencia que “así como la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales” (Marx, 1982: 502, subrayado en el original). Como bien observa Strada, Lenin “traducirá la ‘filosofía’ (la ‘conciencia’) en ‘organización’, arma intelectual a la que le es indispensable la ‘espontaneidad material’ del proletariado” (Strada, 1977: 74). ¿O es que alguien piensa que esa mitad de la especie humana, que sobrevive con menos de dos dólares por 63

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día, reúne las condiciones siquiera mínimas para reflexionar sobre las causas profundas de su desdicha y acceder a una visión científicamente fundada de la naturaleza de la sociedad capitalista y sus vías de superación? ¿Alguien puede seriamente creer que esa humanidad, bombardeada las veinticuatro horas del día por medios de comunicación de masas controlados en una aplastante mayoría por grandes monopolios capitalistas y con centenares de millones de analfabetos y miles de millones de analfabetos funcionales, puede elevarse al nivel de reflexión y conciencia exigidos para dar finalmente vuelta a esta página de la historia? Por otra parte, ¿quién dice que la conciencia socialista puede surgir “desde al aire”, desvinculada de las luchas obreras? Es más, podríamos objetar hasta qué punto la tesis kautskiano-leninista no exagera la “externalidad” del supuesto agente externo. Porque, en verdad, ¿hasta qué punto podríamos considerar la obra de Marx y Engels como la de un “elemento exterior” al proletariado europeo? ¿Hubiera sido posible la creación de los fundadores del materialismo histórico sin las luchas sociales que conmovían a Europa durante gran parte del siglo XIX? Entonces, ¿hasta qué punto esa producción en el campo de la teoría y la ideología puede realmente considerarse una “influencia externa” al universo proletario?

d) Enseñanzas de la historia reciente de América Latina Echemos por último un vistazo a la situación de las luchas de clases en América Latina. El caso de varios partidos y movimientos sociales populares de la región demuestra la pertinencia de las tesis leninistas. Esto no quiere decir, por supuesto, que el modelo de partido que Lenin proponía en 1902 pueda ser el paradigma organizativo de un gran movimiento de masas, o de un gran partido político, en 2004. El mismo Lenin descartaba esa eventualidad después de 1905, de manera que es inimaginable suponer que seríamos fieles a su legado teórico político si propusiéramos esa fórmula más de un siglo después y en condiciones muy diferentes a las que prevalecían en su tiempo. Pero si el modelo de partido ultracentralizado y 64

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forzado a actuar en la clandestinidad es ya anacrónico y por eso mismo impracticable, ¿hay todavía algún elemento rescatable de las páginas del QH? Veamos. ¿Es o no necesario para las fuerzas de izquierda contar con políticos profesionales? Los grandes partidos y movimientos populares de la región los tienen, como no podría ser de otra manera. Sería ingenuo suponer que las fuerzas contestatarias debieran conformarse con dirigentes que actuaran como tales en sus ratos de ocio, o luego de una agotadora jornada de trabajo, y que de esa manera pudieran hacer frente a la gigantesca tarea de organizar una alternativa superadora del capitalismo. Por otra parte, si la burguesía cuenta con un ejército de políticos profesionales, entendiendo por tales no sólo a quienes están directamente involucrados con sus partidos sino a todo el enjambre de funcionarios, académicos, publicistas, comunicadores sociales, técnicos y expertos que operan políticamente, con una dedicación de tiempo completo, para viabilizar y reforzar la dominación del capital, ¿por qué no habrían de intentar hacer lo mismo las clases subalternas y sus organizaciones políticas? De hecho encontramos políticos profesionales en el MST y el PT brasileños, en el PRD mexicano y en la gran mayoría de los partidos y movimientos sociales populares y de izquierda de la región, ¡aún cuando en muchos de los cuales se cultiva una fervorosa profesión de fe antileninista! La experiencia de diversas organizaciones demuestra a su vez la importancia asignada a la educación política de las masas. Esto es particularmente importante en el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, sin duda el más importante movimiento social de América Latina y, por su gravitación nacional e internacional y por la índole y extensión de sus realizaciones, uno de los más importantes del mundo. La permanente campaña para educar a sus seguidores y al público en general ha sido un elemento decisivo para elevar la rebeldía espontánea de algunos sectores populares del campo a un nivel de conciencia y organización que les permita constituirse como un sujeto político relevante en la vida política brasileña. En general en América Latina la cuestión de la organización ha sido lamentablemente desatendida, mientras que la burguesía per65

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fecciona incesantemente sus estructuras organizativas y extiende el alcance de sus operaciones coordinadas por todo el planeta. No deja de ser una cruel paradoja que la derecha haga permanentes esfuerzos por repensar y renovar sus diseños organizativos al paso que algunos intelectuales de izquierda aconsejan archivar definitivamente toda reflexión sobre el poder y el estado y caen en eso que Lenin adecuadamente llamaba en su época, y podemos todavía usar esa expresión hoy en día, en un ingenuo “culto a la espontaneidad”. Una paradoja que en buena medida sirve para explicar, al menos parcialmente, las sucesivas derrotas experimentadas por la izquierda en las más diversas latitudes. No cabe duda de que se requiere una nueva fórmula política para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. El viejo modelo de partido leninista concebido para luchar en la clandestinidad contra el zarismo, o su canonización a manos de Stalin en la época de la Tercera Internacional, son hoy abiertamente inadecuados. Pero, desafortunadamente, el “partido de nuevo tipo” esbozado en los escritos de Antonio Gramsci para las sociedades que constituyen eso que se denomina Occidente todavía no ha hecho su aparición. Y si lo hizo, cosa que dudamos, su concreción más acabada, el Partido Comunista Italiano, fundado por el propio Gramsci, demostró cabalmente los límites de una construcción basada en la acentuación completamente unilateral de uno de sus instrumentos estratégicos: la conquista de la hegemonía en el seno de la sociedad civil. La historia italiana de la década de 1970 demuestra contundentemente que no hay una alquimia gracias a la cual una abrumadora hegemonía en el terreno de lo social y la cultura se convierta en poder político si es que no media una estrategia muy clara –radical y revolucionaria– de poder. Ante la ausencia de la misma, la formidable hegemonía que el PCI había logrado construir en la sociedad italiana prosiguió su proceso de maduración hasta que, ante la postergación indefinida del momento vivificante de la toma del poder, inició el proceso de putrefacción que condujo al partido a su propia desintegración y al vergonzoso espectáculo del gobierno D’Alemma, émulo tardío del tatcherismo aplicado en nombre de un supuesto comunismo “aggiornado”. Volviendo a nuestro tema digamos, para concluir, que si bien exis66

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ten elementos embrionarios “de nuevo tipo” en algunos partidos políticos y movimientos sociales, incluyendo el “movimiento de movimientos” que resiste la globalización neoliberal, lo cierto es que todavía hay mucho camino por andar. Así como tenemos la firme convicción de que es hoy imposible aplicar el modelo organizacional contenido en el QH, muchas de las reflexiones que allí están contenidas siguen siendo valiosas fuentes de inspiración para pensar esta problemática en el momento actual. Lamentablemente, en América Latina el debate sobre la herencia del QH está aún pendiente. Un libro muy interesante es el que, en los años setenta escribiera el dirigente comunista uruguayo Rodney Arizmendi. Pese a su apego a ciertas fórmulas del “marxismo-leninismo”, el libro de Arizmendi tiene el mérito de someter a consideración un amplio abanico de problemas –la cuestión de las vías de la revolución, los problemas de la estrategia y táctica de los movimientos insurgentes, la problemática de la organización política, etc.– que no pueden seguir siendo ignorados (Arizmendi, 1974). No se resuelve la cuestión del poder simplemente proclamando su naturaleza pecaminosa o antidemocrática, o negando su existencia, así como el imperialismo no se diluye porque le cambiemos de nombre y se le llame “imperio”. En fechas más recientes se publicó una muy interesante compilación a cargo de Werner Bonefeld y Sergio Tischler (2002) en donde diversos autores examinan distintos aspectos del legado teórico político leninista y llegan a conclusiones bastante diferentes según los casos. Más allá de las críticas que se le puedan formular a este intento, lo cierto es que los trabajos reunidos en ese libro abren una discusión seria sobre una herencia teórica y práctica irrenunciable, y que sería más que conveniente proseguir en profundidad. En el momento en que existe un optimismo por momentos tan ilusorio como desenfrenado en relación a la productividad de los nuevos modelos organizativos del campo popular, una reflexión seria en torno al QH es un imperativo ineludible. De la discusión de sus tesis podremos aprender muchas cosas que seguramente potenciarán la claridad de los objetivos a perseguir mediante la movilización de masas cada vez más amplias de la población. 67

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El lugar de Lenin en la historia de la teoría marxista Quisiéramos concluir con una reflexión final sobre el lugar de Lenin en la historia de la teoría marxista. En las páginas anteriores hemos resumido los principales aportes teóricos hechos por Lenin, de modo que no se trata de repetir esos argumentos una vez más. Conviene, eso sí, insistir en que los desarrollos teóricos que le debemos al leninismo no se quedaron tan sólo encerrados en sus libros. Si hay algo que caracteriza a la obra de Lenin es la inescindible unidad que liga su quehacer teórico con su práctica política. Tal como Gyorg Lúkacs lo demostrara en su libro sobre Lenin, el fundador del estado soviético es el “gran teórico de la práctica y el gran práctico de la teoría”. Sus contribuciones teóricas fundamentales sobre el partido revolucionario, el imperialismo y la alianza obrero-campesina fueron, a su vez, efectivas “guías para la acción” en tres coyunturas políticas muy concretas: a comienzos del siglo XX, para combatir al revisionismo; en el período cercano a la primera revolución rusa, en 1905; y, por supuesto, en la crisis revolucionaria general que estalla en febrero de 1917 y que culmina con el triunfo de la insurrección soviética en octubre de ese mismo año. Esta íntima relación entre los imperativos de la acción revolucionaria y la reflexión teórica de largo aliento, realizada en medio del vértigo revolucionario, es la que nos da una de las claves de su permanencia como un clásico del pensamiento no sólo marxista sino del pensamiento político en su sentido más amplio. Una nota de los Quaderni del carcere de Antonio Gramsci nos alerta acerca de las dificultades que acechan en la difícil tentativa de bosquejar la naturaleza de la relación Lenin/Marx. En un pasaje luminoso de su obra, Gramsci sostiene que: “Hacer un paralelo entre Marx e Ilich para establecer una jerarquía es erróneo y ocioso. Ellos expresan dos fases: ciencia/acción que son a la vez homogéneas y heterogéneas a la vez. Así, históricamente sería absurdo un paralelo entre Cristo y San Pablo: Cristo-Weltanschauung, San Pablo organización, acción, expansión de la Weltanschauung. Ambos son necesarios en la misma medida y por lo tanto son de la misma esta68

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tura histórica. El Cristianismo podría llamarse, históricamente, cristianismo-paulinismo y esa sería la expresión más exacta (solo la creencia en la divinidad de Cristo ha impedido esto, pero esta creencia es también ella un elemento histórico y no teórico)” (Gramsci, 1975: 882 [traducción nuestra]). La propuesta gramsciana, penetrante como de costumbre, abre sin embargo el campo para una innecesaria incertidumbre. Una lectura sesgada de su texto (y hay que reconocer que la obra de Gramsci, por haber sido escrita en prisión y debiendo burlar la censura carcelaria, se ha prestado para lecturas deformantes) podría servir para abonar una tesis que rebajaría a Lenin a la condición, nada desdeñable por cierto, de un gran organizador revolucionario, un practicista extraordinariamente eficaz pero indiferente ante las exigencias y los desafíos de la teoría. El conjunto de la obra de Gramsci –en particular, sus referencias a Lenin en la elaboración de su teoría de la hegemonía y la estrategia revolucionaria– jamás autorizaría a semejante conclusión, pero hay que reconocer que en el pasaje arriba mencionado hay una ambigüedad nada conducente. En todo caso convendría insistir sobre dos cosas: en primer lugar, sobre la idéntica estatura histórica que Gramsci les asigna a Marx y Lenin, algo completamente inaceptable para muchos marxistas; y segundo, que la idea de un “cristianismo-paulinismo” no debería ser descifrada como expresando la conformidad de Gramsci con el “marxismo-leninismo” que, mientras él se hallaba en prisión, iba tomando cuerpo en la Unión Soviética gracias a la obra de Stalin. En todo caso, y retornando a la comparación planteada por Gramsci, nos parece importante concluir este estudio introductorio examinando la interpretación que sobre el tema aporta uno de los más importantes teóricos conservadores del siglo XX. Nos referimos a Samuel P. Huntington, quien en una de sus principales obras ofrece un iluminador contraste entre Marx y Lenin (1968: 334-343). Su visión es esclarecedora, sobre todo porque desde su perspectiva de derecha pone de relieve ciertas dimensiones de análisis que suelen pasar desapercibidas para la izquierda. Por supuesto que no se trata de aceptar su peculiar mirada sobre la relación entre Marx y 69

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Lenin sino de explorar facetas novedosas pasibles de afinar nuestra comprensión del legado de este último. Según Huntington, el marxismo es una teoría del cambio social que ha sido refutada por la historia. El leninismo, en cambio, ha demostrado ser una teoría correcta de la acción política. En sus propias palabras: “El marxismo no puede explicar la conquista del poder por los comunistas en países atrasados como Rusia o China, pero el leninismo sí puede. … El partido leninista que exige la conquista del poder no es necesariamente dependiente de ninguna combinación especial de fuerzas sociales. Lenin pensó sobre todo en una alianza de intelectuales y obreros; Mao en una coalición de intelectuales y campesinos” (Huntington, 1968: 338). En la visión de Huntington, la superioridad del leninismo sobre el marxismo es más que evidente. “La clave para Marx es la clase social; la clave para Lenin es el partido político”. De donde llega a una conclusión tan sorprendente como provocativa: “Lenin no fue el discípulo de Marx; más bien, éste fue el precursor de aquél. Lenin convirtió al marxismo en una teoría política, y en el proceso paró a Marx sobre su cabeza. ... Marx fue políticamente primitivo, y no pudo desarrollar una ciencia política o una teoría política porque no reconocía a la política como un campo autónomo de actividad. ... Lenin, en cambio elevó una institución política, el partido, sobre las clases y las fuerzas sociales” (Huntington, 1968: 336). ¿Hasta dónde llegó Lenin en este proceso? Según nuestro autor, el revolucionario ruso sabía muy bien que la conciencia de clase no brotaría espontáneamente del cerebro de los proletarios: la conciencia revolucionaria es producto de la inteligencia teórica tanto como un movimiento revolucionario es hijo de la organización política. Para Lenin el partido era la institución crucial para que el proletariado conquistara sus fines históricos. Por eso no era sólo idealizado. Según Huntington, el partido en Lenin era divinizado (1968: 339). Y concluye nuestro autor que la preocupación obsesiva de 70

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Lenin por la problemática de la organización plantea una verdadera paradoja: mientras la mayoría de la izquierda desdeña los problemas organizativos, Lenin los glorificaba al punto tal que decía que “nuestro método de lucha es la organización”. Ese es su balance. El balance de un refinado intelectual de las clases dominantes. Convendría tomar nota de sus provocadoras conclusiones y promover una nueva mirada, enriquecida por la densidad histórica del siglo XX, en torno a la obra de Lenin, y muy particularmente, del ¿Qué hacer? Ojalá que esta introducción logre motivar a los lectores para acometer dicha empresa. Buenos Aires, septiembre de 2004

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Extracto del prefacio a la recopilación “En doce años”*

La obra ¿Qué hacer? apareció en el extranjero a principios de 1902. Está dedicada a la crítica del ala derecha, no ya en las corrientes literarias sino en la organización socialdemócrata. En 1898, se celebró el I Congreso de los socialdemócratas y quedó sentada la base del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. En el extranjero, la organización del Partido fue la Unión de los socialdemócratas rusos, que comprendía también el grupo Emancipación del Trabajo. Pero los organismos centrales del Partido fueron destruidos por la policía y no pudieron ser reconstruidos. De hecho, no existía la unidad del Partido, no era más que una idea, una directiva. El apasionamiento por el movimiento huelguístico y la lucha económica dio origen a una forma peculiar de oportunismo socialdemócrata, el llamado “economismo”. Cuando el grupo de Iskra, a fines de 1900, inició su actuación en el extranjero, la escisión en este terreno era ya un hecho. En la primavera de 1900, Plejánov dejó de pertenecer a la Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero, para formar una organización distinta: El Socialdemócrata. Formalmente, la Iskra comenzó su actuación independientemente de ambas fracciones, pero en realidad trabajaba con el grupo de Plejánov, contra la Unión. Fracasó la tentativa de fusión (junio de 1901, Congreso de la Unión y de El Socialdemócrata, en Zurich). El * Publicamos la parte que se refiere a la obra ¿Qué hacer? (N. de la Red.).

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folleto ¿Qué hacer? expone sistemáticamente los motivos de las discrepancias, así como el carácter de la táctica de Iskra y de su actividad en el terreno de la organización. Los adversarios actuales de los bolcheviques, los mencheviques, así como los escritores del campo de la burguesía liberal (kadetes, “bessaglavtsi” del periódico Tovarisch y otros) mencionan muchas veces la obra ¿Qué hacer? Por esto la reimprimo con el menor número posible de reducciones, no suprimiendo más que detalles de relaciones de organización, o pequeñas notas polémicas. En cuanto al fondo del presente folleto, es preciso llamar la atención del lector contemporáneo sobre lo siguiente. El principal error en que incurren las personas que, en la actualidad, polemizan con ¿Qué hacer? consiste en que separan por completo este trabajo de determinadas condiciones históricas, de un período determinado del desarrollo de nuestro Partido, período que hace ya tiempo pertenece al pasado. Un caso palmario de este error lo encontramos, por ejemplo, en Parvus (por no hablar ya de numerosos mencheviques), que, muchos años después de la publicación de la obra, decía aún que ésta contenía ideas falsas o exageradas sobre la organización de los revolucionarios profesionales. En el momento actual, semejantes declaraciones producen una impresión sencillamente ridícula: es como si se quisiera prescindir de toda una fase del desarrollo de nuestro Partido, de las conquistas que, en su tiempo, suscitaron una lucha y que ahora están desde hace tiempo estabilizadas, han cumplido su misión. Disertar en el momento actual sobre la exageración de Iskra (¡en 1901 y en 1902!) respecto a la idea de organización de los revolucionarios profesionales es como si, después de la guerra ruso-japonesa, se hubiera echado en cara a los japoneses el haber exagerado las fuerzas militares rusas, el haberse preocupado exageradamente, antes de la guerra, de la lucha con esas fuerzas. Para conseguir la victoria, los japoneses tenían que reunir todas sus fuerzas contra el máximo posible de fuerzas rusas. Por desgracia, muchos forman juicios sobre nuestro Partido a la ligera, sin estar al corriente del problema, sin ver que ahora la idea de organización de los revolucionarios profesionales ha obtenido ya una victoria completa. Pero 76

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esta victoria hubiera sido imposible si, en su tiempo, no se hubiera colocado esta idea en primer plano, si no se la hubiera inculcado, “exagerándola”, a las personas que ponían trabas a su realización. ¿Qué hacer? es un resumen de la táctica de Iskra, de la política de organización de Iskra en 1901 y 1902. Precisamente un “resumen”, ni más ni menos. Quien se tome la molestia de leer los números de Iskra de 1901 y 1902, se convencerá indudablemente de ello. Y quien forme juicio de ese resumen, sin conocer la lucha de Iskra contra el economismo entonces predominante y sin comprenderla, no hace más que lanzar palabras al viento. Iskra luchaba por la creación de una organización de revolucionarios profesionales, y luchó con especial energía en 1901 y 1902, triunfó sobre el economismo entonces predominante, creó definitivamente, en 1903, aquella organización, y la mantuvo, a pesar de la escisión de los “iskristas” que se produjo más tarde, a pesar de todas las tribulaciones de una época de borrascas y violencias, la mantuvo a lo largo de toda la revolución rusa, la mantuvo y la consagró desde 1901-1902 hasta 1907. Y ahora, cuando la lucha por esta organización hace ya tiempo que ha terminado, cuando se ha sembrado, cuando ha madurado el grano y se ha recogido la cosecha, aparecen gentes para decir: “¡exageración de la idea de la organización de los revolucionarios profesionales!”. ¿No es ridículo? Tomemos todo el período anterior a la revolución y los primeros dos años y medio de la revolución (1905-1907) en conjunto. Comparemos a nuestro Partido Socialdemócrata con otros partidos, durante este período, en cohesión, en organización, en continua coherencia. Tendremos que reconocer que, en este partido, es indiscutible la superioridad de nuestro Partido sobre todos los demás, tanto sobre los kadetes como sobre los socialrevolucionarios, etc. Antes de la revolución, el Partido Socialdemócrata se había elaborado un programa, aceptado formalmente por todos los socialdemócratas y, aunque introducía en este programa modificaciones, no se escindía por cuestiones programáticas. A pesar de la escisión, el Partido Socialdemócrata dio a la opinión pública, desde 1903 hasta 1907 (formalmente de 1905 a 1906), el máximo de noticias sobre su situación interna (actas del segundo Congreso común, del III 77

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Congreso bolchevique y del IV, o Congreso de unificación de Estocolmo). A pesar de la escisión, el Partido Socialdemócrata aprovechó, antes que ningún otro, el claro pasajero de libertad para llevar a la realidad el régimen democrático ideal de una organización abierta, con sistema electivo, con una representación en los congresos proporcional al número de miembros organizados del Partido, cosa que hasta ahora no tienen ni los socialrevolucionarios ni los kadetes, el mejor organizado de los partidos burgueses, partido casi legal, que dispone, en comparación con nosotros, de recursos financieros infinitamente más grandes, que tiene enormes posibilidades de utilizar la prensa y puede vivir legalmente. Y las elecciones a la II Duma, en las que tomaron parte todos los partidos, ¿no han demostrado acaso palmariamente que la cohesión orgánica de nuestro Partido y de nuestra minoría en la Duma es superior a la de todos los demás partidos? Cabe preguntar quién ha realizado, quién ha dado vida a esta máxima cohesión, solidez y estabilidad, de nuestro Partido: la organización de revolucionarios profesionales, creada, sobre todo, con participación de Iskra. Quien conozca bien la historia de nuestro Partido, quien haya vivido su período de estructuración, tendrá bastante con echar una ojeada sobre la composición de una delegación de cualquier fracción, por ejemplo, en el Congreso de Londres, para convencerse de ello, para ver enseguida el núcleo viejo, fundamental, que, con más empeño que otros, ha trabajado en la formación del Partido y lo ha formado. Claro que la condición esencial de este éxito es el hecho que la clase obrera, cuyos mejores elementos iba creando la socialdemocracia, se distingue, por razones económicas objetivas, de todas las clases de la sociedad capitalista por su mayor capacidad de organización. Sin esta condición, la organización de los revolucionarios profesionales hubiera sido un juguete, una aventura, un simple cartel, y el folleto ¿Qué hacer? subraya muchas veces que la organización que propugna tiene sólo sentido si se relaciona con “una clase efectivamente revolucionaria, con una clase que se levanta espontáneamente para la lucha”. Pero esta capacidad objetivamente máxima del proletariado para unirse en una clase se realiza por personas vivas, no se realiza sino en deter78

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minadas formas de organización. Y ninguna organización que no fuera la de Iskra hubiera podido, en nuestras condiciones históricas, en la Rusia de 1900-1905, crear un partido obrero socialdemócrata como el que ahora se ha formado. El revolucionario profesional ha cumplido su misión en la historia del socialismo proletario ruso. Y no existen fuerzas que puedan destruir ahora su obra, que ha sobrepasado hace ya tiempo el estrecho marco de los “círculos” de 1902-1905, y ninguna lamentación tardía sobre exageración de las tareas urgentes, por parte de quienes en su tiempo sólo pudieron asegurar por medio de la lucha que se iniciara acertadamente el cumplimiento de aquellas tareas, ninguna lamentación podrá poner en duda la importancia de lo ya conquistado. Acabo de hacer alusión al marco estrecho de los círculos de la vieja Iskra (desde fines de 1903, desde el núm. 51, Iskra puso rumbo hacia el menchevismo, proclamando que “entre la vieja y la nueva Iskra mediaba un abismo” –palabras de Trotski en el folleto aprobado por la redacción menchevique de Iskra–). Hay que decir al lector contemporáneo algunas palabras, para explicarle lo que era la desarticulación de esos círculos aislados. Tanto en la obra ¿Qué hacer? como en Un paso adelante, dos pasos atrás publicada más adelante, el lector tendrá ante los ojos la lucha apasionada, a veces furiosa, exterminadora, de los círculos en el extranjero. Es innegable que esa lucha tiene muchos aspectos poco atractivos. Es innegable que esa lucha de círculos es un fenómeno posible tan sólo cuando el movimiento obrero contemporáneo en Rusia tiene que romper con muchas tradiciones de esos círculos, tiene que olvidar y dejar de lado muchas pequeñeces de la vida y de las querellas de esos círculos, para cumplir esforzadamente el cometido de la socialdemocracia en la época presente. La ampliación del Partido en base a elementos proletarios es lo único que, por la actividad legal entre las masas puede borrar todos los vestigios de la desarticulación de esos círculos aislados, vestigios heredados del pasado, que no están en consonancia con las tareas del momento actual. Y el paso a una organización democrática del Partido obrero, proclamado por los bolcheviques en Novaia Zhisn, en noviembre de 1905, en cuanto aparecieron las condiciones necesarias para la actividad legal, aquel 79

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paso equivalía ya, en el fondo, a una ruptura definitiva con todo lo caduco en los antiguos círculos aislados… Sí, “con todo lo caduco”, porque no basta condenar la desarticulación de los círculos aislados; hay que saber comprender lo que significaron en las condiciones peculiares de la época pasada. Los círculos fueron indispensables en su tiempo y han desempeñado un papel positivo. En general, en un país de régimen autocrático, en las condiciones creadas por toda la historia del movimiento revolucionario ruso en particular, el Partido obrero socialista no podía desarrollarse más que partiendo de los círculos. Los círculos, es decir, grupos reducidos, cerrados, basados casi siempre en relaciones de amistad de un número muy reducido de personas, fueron una etapa imprescindible en el desarrollo del socialismo y del movimiento obrero en Rusia. A medida que fue creciendo el movimiento, se planteó el problema de unificar aquellos círculos, de establecer entre ellos un sólido lazo de unión, una continuidad. Era imposible resolver ese problema sin crear una firme base de operaciones fuera del alcance de la autocracia, es decir, en el extranjero. Por tanto, aquellos círculos en el extranjero surgieron por necesidad. No había entre ellos relación, ni sobre ellos autoridad del Partido ruso, e inevitablemente tenían que disentir en el modo de concebir las tareas fundamentales del movimiento en aquel entonces, es decir, en el modo de concebir cómo había que construir una u otra base de operaciones y en qué sentido había que ayudar a la estructuración general del Partido. En estas condiciones, era inevitable la lucha entre aquellos círculos. Ahora, mirando hacia atrás, vemos claramente cuál de aquellos círculos estaba efectivamente en condiciones de hacer el papel de base de operaciones. Pero entonces, cuando comenzaba la actividad de los diversos círculos, nadie podía decirlo, y sólo la lucha podía decidir el pleito. Recuerdo que, más tarde, Parvus ha echado en cara a la vieja Iskra una lucha de exterminio entre los círculos, predicando con fecha atrasada una política de conciliación. Pero es fácil decirlo con fecha atrasada, y decirlo significa poner de manifiesto que no se comprende las condiciones de entonces. En primer lugar, no existía criterio alguno para juzgar de la fuerza o de la seriedad de unos u otros círculos. Había muchos 80

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ficticios, olvidados ahora, pero que en su tiempo querían demostrar por medio de la lucha su razón de ser. En segundo lugar, las divergencias entre los círculos se referían al modo de orientar el trabajo, aún nuevo en aquella época. Ya entonces señalé yo (en ¿Qué hacer?) que las divergencias parecían insignificantes, pero en la práctica tenían una importancia enorme, porque, al iniciarse un trabajo nuevo, al iniciarse el movimiento socialdemócrata, la definición del carácter general de este trabajo, y de este movimiento repercutiría del modo más esencial en la propaganda, en la agitación y en la organización. Todas las discusiones posteriores entre socialdemócratas se han referido al modo de orientar la actividad política del Partido obrero en cada caso particular. Entonces, en cambio, se trataba de definir los principios más generales y las tareas capitales de toda política socialdemócrata en general. Los círculos aislados han cumplido su misión, y ahora, desde luego, están ya caducos. Pero lo están sólo porque la lucha entre ellos planteó del modo más agudo los problemas angulares de la socialdemocracia, los resolvió con un espíritu revolucionariamente intransigente y creó de este modo una base sólida para un amplio trabajo de partido. Entre las cuestiones particulares surgidas en las publicaciones con motivo de la aparición del ¿Qué hacer?, señalaré sólo los dos problemas siguientes. En 1904, Plejánov, poco tiempo después de la publicación de la obra Una paso adelante, dos pasos atrás, proclamó en Iskra que en principio estaba en desacuerdo conmigo sobre la cuestión de lo espontáneo y de lo conciente. Yo no contesté ni a aquella declaración (prescindiendo de una nota en el periódico Vperiod, de Ginebra) ni a las numerosas reiteraciones sobre ese mismo tema en las publicaciones mencheviques; y no contesté, porque la crítica de Plejánov tenía manifiestamente el carácter de una querella huera, fundada en frases arrancadas del contexto, en expresiones sueltas que yo no habría formulado suficientemente bien o con bastante exactitud, prescindiendo, al hacerlo, del contenido general y de todo el espíritu de la obra. ¿Qué hacer? apareció en marzo de 1902. El proyecto de programa del Partido (el proyecto de Plejánov, con enmiendas de la redacción de Iskra) se publicó en junio o julio del mismo 81

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año. La relación entre lo espontáneo y lo conciente se formuló en aquel proyecto por acuerdo unánime de la redacción de Iskra (hubo en la redacción discusiones sobre el programa entre Plejánov y yo, pero precisamente no sobre este punto, sino a propósito del desplazamiento de la pequeña propiedad por la grande –yo exigía una fórmula más precisa que la de Plejánov–, y sobre la diferencia de punto de vista del proletariado o de las clases trabajadoras en general, problema en el cual yo insistía en que se definiera más estrictamente el carácter puramente proletario del Partido). Por lo tanto, no podía ni hablarse, sobre este problema, de divergencias de principios entre el proyecto de programa y ¿Qué hacer? En el segundo Congreso (agosto de 1903), Martínov, economista entonces, se puso a discutir contra nuestro modo de concebir lo espontáneo y lo conciente, expresado en el Programa. Todos los iskristas se opusieron a Martínov, como lo subrayo en la obra Un paso adelante… De aquí resulta que la divergencia estaba, en lo esencial, entre iskristas y economistas; éstos atacaban lo que había de común en ¿Qué hacer? y los proyectos del programa. Pero tampoco pensé, en el segundo Congreso, en erigir especialmente mis fórmulas dadas en ¿Qué hacer?, en algo “programático”, equivalente a principios peculiares. Por el contrario, empleé una expresión, citada muchas veces posteriormente, sobre la nota forzada. En ¿Qué hacer? se corrige la nota forzada por los economistas, declaré yo (véase las actas del segundo Congreso del POSDR celebrado en 1903, Ginebra, 1904), y precisamente porque corregimos enérgicamente las deformaciones, nuestra “nota” será siempre la más justa. El sentido de estas palabras es bien claro: ¿Qué hacer? corrige polémicamente al economismo, y sería equivocado considerar el contenido del folleto al margen de este cometido. He de observar que el artículo de Plejánov contra ¿Qué hacer? no fue reimpreso en la antología de la nueva Iskra, y por esto no hablo ahora de los argumentos de Plejánov, sino que me limito a explicar el fondo del problema al lector contemporáneo, que puede encontrarse en gran número de escritos mencheviques con alusiones a este problema. La segunda observación se refiere al problema de la lucha económica y de los sindicatos. No es raro ver falsamente expuesto mi 82

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punto de vista sobre esta cuestión en publicaciones. Es imprescindible subrayar por ello que muchas páginas de ¿Qué hacer? están consagradas a explicar la enorme importancia de la lucha económica y de los sindicatos. Especialmente, me declaré entonces partidario de la neutralidad de los sindicatos. Desde entonces, ni en folletos ni en artículos periodísticos, no me he expresado de otro modo, a pesar de las numerosas afirmaciones de mis adversarios. Sólo el Congreso de Londres del POSDR y el Congreso socialista internacional de Stuttgart me hicieron llegar a la conclusión de que no se podía defender en principio la neutralidad de los sindicatos. El único principio justo es el del contacto más estrecho entre los sindicatos y el Partido. Nuestra política debe tender a aproximar y a ligar a los sindicatos con el Partido, y tenemos que aplicarla con perseverancia y con firmeza en toda nuestra propaganda, en nuestra agitación, en nuestra actividad de organización, sin perseguir simples “reconocimientos” y sin expulsar de los sindicatos a los que piensan de otro modo.

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Prólogo

Según el plan inicial del autor, el presente folleto debía estar consagrado a desarrollar detalladamente las ideas expuestas en el artículo “¿Por dónde empezar?” (Iskra, núm. 4, mayo de 1901)*. Ante todo, debemos disculparnos ante el lector por haber cumplido tardíamente la promesa que hicimos en dicho artículo (y que repetimos en respuesta a muchos requerimientos y cartas particulares). Una de las causas de dicha tardanza ha sido el haber intentado, en junio del pasado año de 1901, unificar todas las organizaciones socialdemócratas en el extranjero. Era natural esperar los resultados de esta tentativa, pues si hubiese tenido éxito, habría sido tal vez necesario exponer las concepciones de Iskra en materia de organización bajo un aspecto algo distinto; en todo caso, este éxito habría prometido que se iba a poner muy rápidamente fin a la existencia de dos corrientes en la socialdemocracia rusa. El lector sabe que la tentativa fracasó y, como trataremos de demostrar, no pudo terminar de otro modo después del nuevo viraje de Rabócheie Dielo, en su núm. 10, hacia el economismo. Ha resultado absolutamente necesario emprender una lucha decidida contra esta dirección vaga y poco determinada, pero, por ello mismo, tanto más firme y capaz de resucitar en variadas formas. De acuerdo con esto, ha cambiado y se ha ampliado muy considerablemente el plan inicial del folleto. * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.).

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Su tema principal debería haber abarcado tres problemas, planteados en el artículo “¿Por dónde empezar?”, a saber: los problemas acerca del carácter y el contenido principal de nuestra agitación política, acerca de nuestras tareas de organización y acerca del plan de crear, simultáneamente y por distintas partes, una organización combativa destinada a toda Rusia. Estos problemas interesan desde hace mucho tiempo al autor, quien ha tratado ya de plantearlos en Rabóchaia Gasieta, con ocasión de una de las tentativas infructuosas de reanudar su publicación (véase el cap. V). Mas el propósito inicial de circunscribirse, en este folleto, al examen de estos tres problemas y exponer en lo posible nuestras ideas en forma positiva, sin recurrir o casi sin recurrir a la polémica, ha resultado completamente irrealizable por dos razones. Por una parte, el economismo ha resultado ser más vital de lo que suponíamos (empleamos el término economismo en su sentido amplio, como se explicó en el núm 12 de Iskra (diciembre de 1901), en el artículo “Una conversación con los defensores del economismo”, que trazó, por decirlo así, un esbozo del folleto* que ofrecemos a la atención del lector). No cabía ya duda de que los distintos conceptos sobre el modo de resolver estos tres problemas se explican mucho más por un antagonismo radical entre las dos direcciones de la socialdemocracia rusa, que por divergencias de detalle. Por otra parte, la perplejidad de los economistas al ver que Iskra sostenía de hecho nuestras concepciones ha puesto de manifiesto con toda evidencia que a menudo hablamos lenguajes literalmente distintos que, debido a ello, no podemos llegar a ningún acuerdo sin comenzar ab ovo**; que es necesario intentar una “explicación” sistemática en la forma más popular posible, a base del mayor número posible de ejemplos concretos, con todos los economistas, sobre todos los puntos cardinales de nuestras discrepancias. Y he resuelto hacer esta tentativa de “explicación” con plena conciencia de que esto aumentaría considerablemente las proporciones del folleto y retardaría su aparición; pero no he visto ninguna otra posibilidad de cumplir la promesa hecha en el artículo “¿Por dónde empezar?”. Así que a las disculpas por la * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.). ** Desde el principio (N. de la Red.).

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tardanza tengo que añadir las excusas por los enormes defectos del folleto en lo que a su forma literaria se refiere: he tenido que trabajar con una precipitación extrema y, por otra parte, muchos otros trabajos reclamaban mi atención. El examen de los tres problemas arriba indicados sigue constituyendo el tema principal del folleto. Pero he tenido que comenzar por dos problemas de carácter más general: ¿por qué una consigna tan “inocente” y “natural” como la de “libertad de crítica” es para nosotros una verdadera señal de batalla?; ¿por qué no podemos llegar a un acuerdo ni siquiera en la cuestión fundamental del papel de la socialdemocracia en relación al movimiento espontáneo de masas? Luego, la exposición de los conceptos sobre el carácter y el contenido de la agitación política se ha convertido en una explicación de la diferencia entre la política tradeunionista y la socialdemócrata, y la exposición de los conceptos sobre las tareas de organización, en una explicación de la diferencia entre los métodos primitivos de trabajo, que satisfacen a los economistas, y la organización de revolucionarios, que reputamos indispensable. Después, insisto en el “plan” de un periódico político destinado a toda Rusia, tanto más cuanto que eran inconsistentes las objeciones hechas contra él, y porque, en el fondo, no se ha dado una respuesta a la cuestión, planteada en “¿Por dónde empezar?”, de cómo podríamos emprender, por todas partes a la vez, la formación de la organización que necesitamos. Por último, en la parte final del folleto espero demostrar que hemos hecho todo cuanto dependía de nosotros para prevenir una ruptura definitiva con los economistas, ruptura que, sin embargo, ha resultado inevitable; que Rabócheie Dielo ha adquirido una significación particular, si queréis, “histórica”, por haber reflejado, en la forma más completa, con el mayor relieve, no el economismo consecuente, sino más bien la dispersión y las vacilaciones que han constituido, en la historia de la socialdemocracia rusa, el rasgo distintivo de todo un período; que, por esta razón, adquiere también importancia la polémica, demasiado detallada, a primera vista, con Rabócheie Dielo, pues no podemos avanzar sin liquidar definitivamente este período. N. Lenin Febrero de 1902 87

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¿Por dónde empezar?

La pregunta “¿qué hacer?”, se plantea con particular insistencia en estos últimos años, ante los socialdemócratas rusos. No se trata de escoger un camino (como a fines de la década del ‘80 y a principios de la del ‘90), sino de saber qué pasos prácticos debemos dar en un camino determinado y cómo debemos darlo. Se trata de un sistema y de un plan de actividad práctica. Y hay que reconocer que, entre nosotros, este problema del carácter y de los métodos de lucha –fundamental para un partido práctico–, sigue todavía sin resolver; sigue suscitando serias divergencias, revelando con ello una lamentable inestabilidad y vacilación en las ideas. Por una parte, está aún muy lejos de haber muerto la tendencia “económica” que procura constreñir y reducir al mínimo la labor de agitación y organización políticas. Por la otra, sigue levantando orgullosamente su cabeza la tendencia del eclecticismo sin principios, que se adapta a cada nueva “corriente”, sin saber distinguir entre las exigencias del momento y las tareas fundamentales y las necesidades constantes del movimiento en su conjunto. Como es sabido, esta tendencia ha anidado en Rabócheie Dielo. Su última declaración “programática” –un pomposo artículo bajo el sonoro título de Viraje histórico (núm. 6 de Listok de Rabócheie Dielo*– confirma con toda evidencia la caracterización que acabamos de dar. Ayer nomás coqueteábamos con el * Boletín de Rabócheie Dielo (Ed.).

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“economismo”; nos indignábamos porque se había censurado enérgicamente a Rabóchaia Misl; tratábamos de “suavizar” la forma en que Plejánov planteó la cuestión de la lucha contra la autocracia; y hoy ya citamos las palabras de Liebknecht*: “Si las circunstancias cambiasen en veinticuatro horas habrá que cambiar de táctica en veinticuatro horas”; ahora hablamos de una “fuerte organización de combate”, para el ataque directo, para el asalto contra la autocracia; de una “amplia agitación política revolucionaria entre las masas” (¡fijáos con cuánta energía está dicho: política y revolucionaria!); de un “constante llamamiento a la protesta en las calles”, de “organizar en las calles manifestaciones de un carácter marcadamente (sic!) político”; etc., etc. Tal vez hubiéramos debido expresar nuestra satisfacción por el hecho de que Rabócheie Dielo haya asimilado tan rápidamente el programa que nosotros habíamos formulado ya en el primer número de Iskra de formación de un partido fuerte y organizado, con miras a conquistar no sólo concesiones aisladas, sino la propia fortaleza de la autocracia; pero la falta de un mínimo de firmeza en sus puntos de vista, en los que lo han asimilado, es suficiente para quitarnos toda satisfacción. Desde luego, Rabócheie Dielo invoca en vano el nombre de Liebknecht. En veinticuatro horas se puede modificar la táctica en la ejecución de los detalles de la organización partidaria, pero cambiar, no digamos en veinticuatro horas, sino incluso en veinticuatro meses, el punto de vista que se tenga sobre el problema de la necesidad en general, siempre y absolutamente, de la organización de combate y de la agitación política entre las masas, es cosa que sólo pueden hacerlo personas sin principios. Es ridículo hablar de que la situación, por “gris y pacífica” que sea, como tampoco ningún período de “decaimiento del espíritu revolucionario”, excluye la obligatoriedad de trabajar por la creación de una organización de combate, ni de llevar a cabo la agitación política; es más: precisamente en tales circunstancias y en tales períodos es especialmente necesario el trabajo indicado, porque en los momentos de explosiones y esta* Se refiere a Guillermo Liebknecht (Ed.).

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llidos ya es tarde para crear una organización; la organización tiene que estar ya lista para poder desarrollar inmediatamente su actividad. “¿Cambiar la táctica en 24 horas!”; pero si para cambiar la táctica hay que empezar por tener una táctica, y si no existe una organización fuerte, probada en la lucha política en todas las circunstancias y en todos los períodos, no se puede ni siquiera hablar de un plan de actividad sistemática, elaborado a base de principios firmes y aplicado con perseverancia, que es el único plan que merece el nombre de táctica. Fijáos bien: se nos dice ya que “el momento histórico” ha planteado ante nuestro partido un problema “absolutamente nuevo”: el del terror. Ayer, el problema “absolutamente nuevo” era el de agitación y organización políticas; hoy, el problema del terror. ¿No resulta extraño escuchar de esta gente razonamientos acerca de un cambio radical de táctica? Felizmente, Rabócheie Dielo no tiene razón. EL problema del terror no es en absoluto un problema nuevo, y nos bastará recordar brevemente, a ese respecto, el punto de vista ya establecido de la socialdemocracia rusa. En principio, nosotros nunca hemos renunciado ni podemos renunciar al terror. El terror es una de las formas de la acción militar que puede ser perfectamente aplicable, y hasta indispensable, en un momento dado del combate, en un determinado estado de las fuerzas y en determinadas condiciones. Pero el problema reside, precisamente, en que ahora el terror no se propugna como una de las operaciones de un ejército en acción, como una operación estrechamente ligada a todo el sistema de lucha y coordinada con él, sino como medio de ataque individual, independiente y aislado de todo ejército. Por otra parte, careciendo de una organización revolucionaria central y siendo débiles las organizaciones locales, el terror no puede ser otra cosa. Esta es la razón que nos lleva a declarar, con toda energía, que semejante medida de lucha, en las circunstancias actuales, no es oportuno, ni adecuado a su fin; que sólo sirve para apartar a los militantes más activos de su verdadera tarea, de la tarea más importante desde el punto de vista de los intereses de todo el movimiento; que no contribuye a desorganizar las fuerzas gubernamentales, sino las revolucionarias. Recordad los 91

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últimos acontecimientos: ante nuestros ojos, grandes masas de obreros urbanos y de la “plebe” de las ciudades arden en deseos de lanzarse a la lucha, pero los revolucionarios carecen de un estado mayor de dirigentes y organizadores. Si en tales circunstancias, los revolucionarios más enérgicos pasan a la clandestinidad para dedicarse al terror, ¿no se corre con ello el riesgo de debilitar precisamente aquellos destacamentos de combate que son los únicos en los que se pueden cifrar esperanzas serias? ¿No amenaza esto con romper los lazos de unión existentes entre las organizaciones revolucionarias y la masa dispersa de descontentos que protestan y quieren luchar, pero que son débiles, precisamente porque están dispersos? Y sin embargo, esos lazos de unión son la única garantía de nuestro éxito. Está muy lejos de nuestro pensamiento el querer negar todo valor a los golpes aislados llevados a cabo con heroísmo, pero es nuestro deber prevenir con toda energía contra el excesivo entusiasmo por el terror, contra la tendencia de considerarlo como procedimiento de lucha principal y fundamental, cosa hacia la que tanto se inclinan muchísimos en el momento actual. El terror nunca será una acción militar de carácter ordinario: en el mejor de los casos sólo puede ser considerado como uno de los medios para el asalto decisivo. Cabe preguntarse: ¿podemos nosotros, en el momento actual, llamar a semejante asalto? Rabócheie Dielo, por lo visto, cree que sí. Al menos exclama: “¡Formad en columnas de asalto!”. Pero también esto es un desatino. La masa principal de nuestras fuerzas de combate son los voluntarios y los insurrectos. Como ejército regular, no tenemos más que unos cuantos pequeños destacamentos, y aún éstos sin movilizar, sin relación entre sí, destacamentos que ni siquiera saben, en general, formar en columnas militares, y menos aún en columnas de asalto. En tales circunstancias, para todo aquel que sea capaz de abarcar con la mirada las condiciones generales de nuestra lucha, sin dejar de tenerlas presentes en cada “viraje” de la marcha histórica de los acontecimientos, debe ser claro que nuestra consigna en el momento actual no puede ser “ir al asalto”, sino “organizar debidamente el asedio de la fortaleza enemiga”. En otras palabras: la tarea inmediata de nuestro partido no debe ser la de llamar al ataque, ahora mismo, a todas 92

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las fuerzas con que cuenta, sino llamarlas a construir una organización revolucionaria capaz de unificar todas las fuerzas y de dirigir el movimiento no sólo de palabra, sino de hecho, es decir, que esté lista para apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y fortalecer los efectivos que han de utilizarse para el combate decisivo. Las enseñanzas de los sucesos de febrero y de marzo son tan aleccionadoras, que apenas si podrán encontrarse ahora objeciones de principio contra esta conclusión. Pero en el momento actual, lo que de nosotros se exige es la solución del problema desde el punto de vista práctico y no desde el punto de vista de los principios. No sólo debemos tener claridad sobre cuál es el tipo de organización que necesitamos y cuál debe ser exactamente su labor, sino que tenemos que elaborar un plan determinado a fin de comenzar a estructurar esa organización en todos sus aspectos. Dada la urgencia de esta cuestión, nos decidimos por nuestra parte a proponer a la atención de los camaradas el esbozo de un plan cuyo contenido exponemos detalladamente en un folleto que se está preparando para la impresión. A nuestro juicio, el punto de partida para la actividad, el primer paso práctico hacia la creación de la organización que deseamos y, finalmente, el hilo fundamental que nos permitiría desarrollar, ahondar y ensanchar incesantemente esa organización, debe ser la creación de un periódico político para toda Rusia. Antes que nada, necesitamos un periódico; sin él no será posible realizar de manera sistemática una labor de propaganda y agitación múltiple, basada en sólidos principios, que en general constituye la tarea principal y permanente de la socialdemocracia, y que es particularmente vital en los momentos actuales, cuando el interés por la política, por los problemas del socialismo, han despertado en las más amplias capas de la población. Hasta ahora nunca se había sentido con tanta fuerza la necesidad de completar esa agitación dispersa –llevada a cabo por medio de la influencia personal, a través de hojas locales, de folletos, etc.–, con la agitación sistemática y general, que sólo puede hacerse por medio de la prensa periódica. No creo que sea exagerado decir que el grado de frecuencia y regularidad de la 93

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publicación (y difusión) de un periódico, puede ser el barómetro más exacto que nos permita comprobar cuán sólidamente hemos sabido organizar la primordial y más urgente rama de nuestra acción de combate. Es más, el periódico debe ser, necesariamente, para toda Rusia. Mientras no sepamos unificar nuestra influencia sobre el pueblo y sobre el gobierno por medio de la palabra impresa, no dejará de ser utópico pensar en la unificación de otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero también más decisivas. Nuestro movimiento, tanto en el sentido ideológico como en el sentido práctico y organizativo, se resiente sobre todo por su dispersión, porque la inmensa mayoría de los socialdemócratas están casi totalmente absorbidos por un trabajo puramente local que limita su horizonte, así como la amplitud de su campo de acción y su formación y preparación para la labor conspirativa. Precisamente en esta dispersión deben buscarse las raíces más profundas de la inestabilidad y de las oscilaciones de que hemos hablado más arriba. Y el primer paso para eliminar estas deficiencias, para transformar los diversos movimientos locales en un solo movimiento de toda Rusia, debe ser la publicación de un periódico único para todo el país. Finalmente, necesitamos un periódico que sea indefectiblemente un órgano político. Sin un órgano político es inconcebible, en la Europa contemporánea, un movimiento que merezca el nombre de político. Sin él, nuestra tarea, la tarea de concentrar todos los elementos de descontento político y de protesta, de fecundar con ellos el movimiento revolucionario del proletariado, es totalmente irrealizable. Hemos dado el primer paso, hemos despertado en la clase obrera la pasión por denunciar las arbitrariedades en las fábricas, las arbitrariedades de orden “económico”. Ahora debemos dar el paso siguiente: despertar en todas las capas populares medianamente conscientes, la pasión por denunciar las arbitrariedades de orden político. No debe conturbarnos el hecho de que las voces que se alzan para denunciar las arbitrariedades políticas sean ahora tan débiles, raras y tímidas. La razón de ello no es, en modo alguno, una conformidad general para con las arbitrariedades de la policía. La razón consiste en que las personas capaces y dispuestas a hacer la denuncia carecen de una tribuna desde la que 94

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puedan hablar y de un auditorio que escuche ávidamente y anime a los oradores; no ven por parte alguna en el pueblo una fuerza que merezca la pena dirigirle una queja contra el “todopoderoso” gobierno ruso. Pero en la actualidad, todo esto está cambiando con enorme rapidez. Esa fuerza existe: es el proletariado revolucionario, que ya ha demostrado estar dispuesto no sólo a escuchar y responder al llamamiento a la lucha política, sino también a lanzarse valientemente a la lucha. Ahora podemos –y debemos– crear una tribuna para denunciar ante todo el pueblo al gobierno zarista; esta tribuna tiene que ser un periódico socialdemócrata. La clase obrera rusa, a diferencia de las clases y sectores de la sociedad rusa, da muestras de un interés constante por los conocimientos políticos, y constantemente (no sólo en períodos de particular excitación) presenta una enorme demanda de publicaciones clandestinas. Teniendo en cuenta esta demanda y que ha comenzado ya la formación de dirigentes revolucionarios experimentados, que la clase obrera ha llegado a un punto de concentración tal que, de hecho, la hace dueña de la situación en los barrios obreros de las grandes ciudades, en los poblados industriales y en las localidades fabriles, la organización de un periódico político es tarea que el proletariado está perfectamente en condiciones de encarar. Y, a través del proletariado, el periódico penetrará en las filas de la pequeña burguesía urbana, de los artesanos de la aldea y de los campesinos, y será un periódico político, de verdadera raigambre popular. El papel del periódico no se limita, sin embargo, a difundir ideas, a educar políticamente y a ganar aliados políticos. El periódico es no sólo un propagandista y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido, puede compararse con el andamiaje levantado en un edificio en construcción, que marca sus contornos, facilita el contacto entre los diversos grupos de obreros, les ayuda a distribuir las tareas y a ver el resultado final obtenido gracias a un trabajo organizado. Con la ayuda del periódico y en relación con él, se irá formando por sí mismo la organización permanente, que se ocupe no sólo del trabajo local, sino del trabajo general y regular, que acostumbre a sus miembros a seguir atentamente los acontecimientos políticos, a valorar su significa95

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ción y su influencia sobre los diversos sectores de la población, a elaborar los métodos adecuados que permitan al partido revolucionario influir sobre esos acontecimientos. Ya la sola tarea técnica de asegurar la necesaria provisión de materiales para el periódico y su debida difusión, obligará a crear una red de agentes locales de un partido único, que mantendrán entre sí un contacto vivo, que conocerán el estado general de las cosas, que se acostumbrarán a ejercer regularmente funciones parciales dentro del trabajo general de toda Rusia, que irán probando sus fuerzas en la organización de diversas acciones revolucionarias. Esta red de agentes* servirá de armazón, precisamente para la organización que necesitamos: será lo suficientemente grande para abarcar todo el país; lo suficientemente amplia y múltiple para poder establecer una rigurosa y detallada división del trabajo; lo suficientemente templada para saber proseguir inquebrantablemente su labor en todas las circunstancias, en los “virajes” y situaciones más inesperadas; lo suficientemente flexible para saber rehuir las batallas en campo abierto contra un enemigo peligroso por su fuerza abrumadora cuando la concentra toda en un punto, y al mismo tiempo no dejar de aprovecharse de la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y en el momento en que menos espera ser atacado. La tarea que se plantea ante nosotros es relativamente fácil: apoyar a los estudiantes que han salido a la calle, en las grandes ciudades. Mañana se nos planteará, quizás, una tarea más difícil, por ejemplo, la de apoyar un movimiento de obreros parados en una región determinada. Pasado mañana tendremos que estar listos para tomar parte, de un modo revolucionario, en un alzamiento campesino. Hoy debemos aprovechar la agravación de la situación política, causada por el gobierno en su campaña contra los zemstvos. El día de mañana, deberemos acudir en apoyo de la indignación popular contra algún * Se sobreentiende que la labor de esos agentes será eficaz sólo en el caso que actúen estrechamente vinculados a los comités locales (grupos, círculos) de nuestro partido. Y, en general, todo el plan que trazamos es realizable, desde luego, a condición que cuente con el apoyo más activo de los comités, que ya más de una vez han dado pasos para unificar el partido y que –estamos seguros de ello– lo conseguirán un día u otro, de una o de otra manera.

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bashibuzuk* zarista desenfrenado y ayudar, por medio de boicots, del hostigamiento, de manifestaciones, etc., a darle una lección que le obligue a una franca retirada. Semejante grado de disposición combativa sólo puede alcanzarse mediante una labor constante en las filas del ejército. Y si unimos nuestras fuerzas en la publicación y difusión de un periódico común, ese trabajo contribuirá a preparar y a promover, no sólo a los propagandistas más hábiles, sino también a los organizadores más capaces, a los dirigentes políticos del partido que tengan más talento, que sepan, en el momento oportuno, dar la consigna para el combate decisivo y dirigirlo. Para terminar, dos palabras con el fin de evitar posibles equívocos. Durante todo el tiempo, sólo hemos hablado de la preparación sistemática y metódica, pero con esto no hemos querido decir, en modo alguno, que la autocracia puede caer exclusivamente gracias a un asedio o a un asalto bien organizado. Semejante punto de vista sería de un doctrinarismo insensato. Al contrario, es plenamente posible, e históricamente mucho más probable, que la autocracia caiga bajo la presión de una de esas explosiones espontáneas o complicaciones políticas imprevistas, que permanentemente amenazan desde todas partes. Pero ningún partido político puede, sin caer en el aventurerismo, basar su actividad en la posibilidad de tales explosiones y complicaciones. Nosotros tenemos que marchar por nuestro camino, llevar a cabo, inflexiblemente, nuestro trabajo sistemático y cuanto menos contemos con lo inesperado, tanto más probable será que no nos tome desprevenidos ningún “viraje histórico”.

* Bashibuzuk (palabra turca que, literalmente, significa cortador de cabezas), nombre dado a ciertas tropas irregulares turcas, famosas por la brutalidad con que ejecutaban funciones represivas (Ed.).

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I. Dogmatismo y “libertad de crítica”

a) ¿Qué significa la “libertad de crítica”? La “libertad de crítica” es, sin duda, la consigna actualmente más en boga, la que con más frecuencia se emplea en las discusiones entre socialistas y demócratas de todos los países. A primera vista, es difícil imaginarse algo más extraño que esas solemnes alusiones a la libertad de crítica hechas por una de las partes contendientes. ¿Acaso en el seno de los partidos avanzados se han levantado voces en contra de la ley constitucional que, en la mayoría de los países europeos, garantiza la libertad de ciencia y de investigación científica? “¡Aquí pasa algo!”, se dirá toda persona ajena a la cuestión, que haya oído la consigna en boga, repetida en todas las encrucijadas, pero que no haya penetrado aún en el fondo de las discrepancias. “Esta consigna es, por lo visto, una de las locuciones convencionales que, como los apodos, son legalizados por el uso y se convierten casi en nombres comunes”. En efecto, para nadie es un secreto que, en el seno de la socialdemocracia internacional* contemporánea, se han formado dos ten* A propósito. En la historia del socialismo moderno es quizá un hecho único y, en su género, extraordinariamente consolador, que una disputa entre distintas tendencias en el seno del socialismo se haya convertido, por primera vez, de nacional en internacional. Antes, las discusiones entre lassalleanos y eisenachianos[1], entre guesdistas y posibilistas[2], entre fabianos[3] y socialdemócratas, entre partidarios de “La Voluntad del Pueblo” y socialdemócratas eran discusiones puramente nacionales, reflejaban

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dencias, cuya lucha tan pronto se reaviva y estalla en llamas, como se calma y adormece bajo las cenizas de imponentes “resoluciones de armisticio”. En qué consiste la “nueva” tendencia que asume una actitud “crítica” frente al marxismo “viejo, dogmático”, lo ha dicho Bernstein* y lo ha mostrado Millerand** con suficiente claridad. La socialdemocracia debe transformarse, de partido de la revolución social, en un partido democrático de reformas sociales. Bernstein ha apoyado esta reivindicación política con toda una batería de “nuevos” argumentos y consideraciones bastante armoniosamente concordados. Ha sido negada la posibilidad de fundamentar científicamente el socialismo y de demostrar, desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia, su necesidad e inevitabilidad; ha sido negado el hecho de la miseria creciente, de la proletarización y de la exacerbación de las contradicciones capitalistas; ha sido declarado inconsistente el concepto mismo del “objetivo final” y rechazada en absoluto la idea de la dictadura del proletariado; ha sido negada la oposición de principios entre el liberalismo y el socialismo; ha sido negada la teoría de la lucha de clases, pretendiendo que no es aplicable a una sociedad estrictamente democrática, gobernada conforme a la voluntad de la mayoría, etc. Así, pues, la exigencia de que la socialdemocracia revolucionaria diese un viraje decisivo hacia el socialreformismo burgués, iba acompañada de un viraje no menos decisivo hacia la crítica burguesa de todas las ideas fundamentales del marxismo. Y como esta última crítica contra el marxismo se venía realizando ya desde hacía particularidades netamente nacionales, se desarrollaban, por decirlo así, en distintos planos. Actualmente (ahora se ve ya esto bien claro), los fabianos ingleses, los ministerialistas franceses, los bernsteinianos alemanes, los críticos rusos son una sola familia; se ensalzan mutuamente, aprenden los unos de los otros y, en común, luchan contra el marxismo “dogmático”. ¿Será posible que, en esta primera contienda realmente internacional con el oportunismo socialista, la socialdemocracia revolucionaria internacional se fortalezca lo suficiente, para acabar con la reacción política que desde hace ya largo tiempo impera en Europa? * Edwardo Bernstein (1850-1932) - V. el artículo de V. I. Lenin “Marxismo y revisionismo” (N. de la Red.). ** Millerand - Se alude a la entrada del socialista francés Millerand en un gobierno burgués reaccionario (1899) (N. de la Red.).

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mucho tiempo, desde la tribuna política, desde las cátedras universitarias, en numerosos folletos y en una serie de tratados científicos; como toda la nueva generación de las clases ilustradas, ha sido educada sistemáticamente, durante decenios, a base de esta crítica, no es de extrañar que la “nueva” tendencia “crítica” en el seno de la socialdemocracia haya surgido de golpe, completamente acabada, como Minerva de la cabeza de Júpiter. Por su contenido, esta tendencia no ha tenido que desarrollarse ni formarse; ha sido trasplantada directamente de la literatura burguesa a la literatura socialista. Prosigamos. Por si la crítica teórica de Bernstein y sus aspiraciones políticas estaban aún poco claras para ciertas personas, los franceses se han cuidado de demostrar palmariamente lo que es el “nuevo método”. Francia ha justificado, una vez más, su vieja reputación de “país en cuya historia las luchas de clases se han llevado cada vez a su término decisivo más que en ningún otro sitio” (Engels, del prefacio para la obra de Marx Der 18 Brumaire)[4]. En lugar de teorizar, los socialistas franceses pusieron directamente manos a la obra; las condiciones políticas de Francia, más desarrolladas en el sentido democrático, les han permitido pasar inmediatamente al “bernsteinianismo práctico”, con todas sus consecuencias. Millerand ha dado un ejemplo brillante de este bernsteinianismo práctico: ¡no en vano Bernstein y Vollmar se han apresurado a defender y a ensalzar tan celosamente a Millerand! En efecto, si la socialdemocracia es, en esencia, simplemente un partido de reformas, y debe tener el valor de reconocerlo con franqueza, un socialista no sólo tiene derecho a entrar en un ministerio burgués, sino que incluso debe siempre aspirar a ello. Si la democracia implica, en el fondo, la supresión de la dominación de clases, ¿por qué un ministro socialista no ha de encantar a todo el mundo burgués con discursos sobre la colaboración de las clases? ¿Por qué no ha de seguir en el ministerio, aun después de que los asesinatos de obreros por los gendarmes han puesto de manifiesto por centésima y milésima vez el verdadero carácter de la colaboración democrática de las clases? ¿Por qué no ha de participar personalmente en la felicitación al zar, al que los socialistas franceses no dan ahora otros nombres que los de héroe de la horca, del knut y de la deportación (knouteur, pendeur et déportateur)? ¡Y a cambio 103

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de este infinito envilecimiento y autoflagelación del socialismo ante el mundo entero, de la corrupción de la conciencia socialista de las masas obreras –la única base que puede asegurarnos el triunfo–, a cambio de todo esto, unos rimbombantes proyectos de miserables reformas; tan miserables, que se había logrado obtener más de los gobiernos burgueses! Todo aquel que no cierre deliberadamente los ojos tiene que ver por fuerza que la nueva tendencia “crítica”, surgida en el seno del socialismo, no es sino una nueva variedad del oportunismo. Y si no juzgamos a los hombres por el brillo del uniforme que ellos mismos se han puesto, ni por el sobrenombre pomposo que a sí mismos se dan, sino por sus actos y por la clase de propaganda que llevan a la práctica, veremos claramente que la “libertad de crítica” es la libertad de la tendencia oportunista en el seno de la socialdemocracia, la libertad de hacer de la socialdemocracia un partido demócrata de reformas, la libertad de introducir en el socialismo ideas burguesas y elementos burgueses. La libertad es una gran palabra, pero bajo la bandera de la libertad de industria se han hecho las guerras más expoliadoras y bajo la bandera de la libertad de trabajo se ha despojado a los trabajadores. La misma falsedad intrínseca encierra el empleo actual de la expresión “libertad de crítica”. Personas realmente convencidas de haber impulsado la ciencia no reclamarían libertad para las nuevas concepciones al lado de las antiguas, sino la sustitución de estas últimas por las primeras. En cambio, los gritos actuales de “¡Viva la libertad de crítical” recuerdan demasiado la fábula del tonel vacío*. Marchamos en pequeño grupo unido por un camino escarpado y difícil, fuertemente tomados de las manos. Estamos rodeados por todas partes de enemigos, y tenemos que marchar casi siempre bajo su fuego. Nos hemos unido en virtud de una decisión libremente adoptada, precisamente para luchar contra los enemigos y no caer, dando un traspiés, al pantano vecino, cuyos moradores nos reprochan desde un principio el que nos hayamos separado en un grupo aparte y el que hayamos escogido el camino de la lucha y no * Alusión a una fábula de Krylov. Rodando, el tonel vacío levanta un ruido ensordecedor, mientras el tonel lleno rueda suavemente (N. de la Trad.).

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el de la conciliación. Y de pronto algunos de entre nosotros comienzan a gritar: “¡Vamos al pantano!”. Y cuando se intenta avergonzarlos, replican: “¡Qué gente tan atrasada sois! ¡Cómo no os avergonzáis de negarnos la libertad de invitaros a seguir un camino mejor!”. ¡Ah, sí, señores, libres sois no sólo de invitarnos, sino de ir adonde mejor os plazca, incluso al pantano; hasta consideramos que vuestro verdadero puesto está precisamente en él, y nos sentimos dispuestos a prestaros toda la colaboración que esté a nuestro alcance para trasladaros allí a vosotros! ¡Pero en tal caso soltad nuestras manos, no os agarréis a nosotros, ni ensuciéis la gran palabra libertad, porque nosotros también somos “libres” para ir adonde nos parezca, libres para luchar no sólo contra el pantano, sino incluso contra los que se desvían hacia él!

b) Los nuevos defensores de la “libertad de crítica” Precisamente esta consigna (“libertad de crítica”) es la que ha sido solemnemente propugnada estos últimos tiempos por Rabócheie Dielo (núm. 10), órgano de la “Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero”, y lo ha sido no como un postulado teórico, sino como una reivindicación política, como respuesta a la pregunta: “¿Es posible la unión de las organizaciones socialdemócratas que actúan en el extranjero?”. “Para una unión sólida, es indispensable la libertad de crítica” (pág. 36). De esta declaración se desprenden dos conclusiones bien definidas: 1) Rabócheie Dielo asume la defensa de la tendencia oportunista en la socialdemocracia internacional en general; 2) Rabócheie Dielo exige la libertad del oportunismo en el seno de la socialdemocracia rusa. Examinemos estas conclusiones. A Rabócheie Dielo le disgusta, “sobre todo”, la “tendencia de Iskra y Zariá a pronosticar la ruptura entre la Montaña y la Gironda en la socialdemocracia internacional”*. * La comparación de las dos tendencias existentes en el seno del proletariado revolucionario (la revolucionaria y la oportunista) con las dos corrientes de la burguesía revolucionaria del siglo XVIII (la jacobina –la “Montaña”– y la girondina) fue hecha en el artículo de fondo del num. 2 de Iskra (febrero de 1901). El autor de dicho artículo fue

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“En general –escribe B. Krichevski, redactor de Rabócheie Dielo–, las habladurías sobre Montaña y Gironda en las filas de la socialdemocracia nos parecen una analogía histórica superficial, extraña en la pluma de un marxista: la Montaña y Gironda no representaban dos distintos temperamentos o corrientes intelectuales, como puede parecerles a los historiadores-ideólogos, sino distintas clases o capas: por una parte, la burguesía media, y, por otra, la pequeña burguesía y el proletariado. Pero en el movimiento socialista contemporáneo no existen choques de intereses de clase; por entero, en todas [subrayado por B. Kr.] sus variedades, incluyendo a los más declarados bernsteinianos, abraza la posición de los intereses de clase del proletariado, de su lucha de clases por la liberación política y económica” (Rabócheie Dielo, págs. 32-33). ¡Afirmación audaz! ¿No ha oído B. Krichevski hablar del hecho, observado ya hace mucho tiempo, de que precisamente la amplia participación de la capa de los “académicos” en el movimiento socialista de los últimos años ha asegurado una difusión tan rápida del bernsteinianismo? Pero, ante todo, ¿en qué funda nuestro autor su juicio de que incluso “los más declarados bernsteinianos” abrazan la posición de la lucha de clase por la liberación política y económica del proletariado? Nadie lo sabe. Esta defensa decidida de los más declarados bernsteinianos no se apoya en ningún argumento, en ninguna razón. El autor entiende, por lo visto, que con repetir cuanto dicen de sí mismos los más declarados bernsteinianos, huelgan las pruebas de su afirmación. Pero ¿es posible figurarse algo más “superficial” que este juicio acerca de toda una tendencia, fundado en lo que dicen de sí mismos sus propios representantes? ¿Es posible imaginarse algo más superficial que la “moraleja” que se desprende a propósito de los dos tipos o vías de desarrollo del Partido, distintos y hasta diametralmente opuestos? (Rabócheie Dielo, págs. 34-35). Los socialdemócratas alemanes, se dice, reconocen una Plejánov. Los kadetes, los bessaglavtsi[5] y los mencheviques gustan aún ahora de hablar del “jacobinismo” en la socialdemocracia rusa. Pero hoy día prefieren callar u... olvidar el hecho de que Plejánov lanzó por primera vez este concepto contra el ala derecha de la socialdemocracia (nota de Lenin para la edición de 1907 - N. de la Red.).

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completa libertad de crítica; en cambio, los franceses, no, y precisamente su ejemplo demuestra todo el “mal de la intolerancia”. Precisamente el ejemplo de B. Krichevski –contestaremos a esto– demuestra que a veces se llaman marxistas gentes que ven la historia literalmente “a lo Ilovaiski”[6]. Para explicar la unidad del Partido Socialista alemán y el fraccionamiento del francés, no hace falta en absoluto hurgar en las particularidades de la historia de este o el otro país, comparar las condiciones del semiabsolutismo militar y el parlamentarismo republicano, analizar las consecuencias de la Comuna y las de la ley de excepción contra los socialistas*, comparar la situación económica y el desarrollo económico, recordar cómo “el crecimiento sin par de la socialdemocracia alemana” fue acompañado de una lucha de energía sin igual en la historia del socialismo, no sólo contra las aberraciones teóricas (Mühlberger, Dühring**, los “socialistas de cátedra”[7]), sino también contra las aberraciones tácticas (Lassalle), etc., etc. ¡Todo esto es superfluo! Los franceses riñen, porque son intolerantes; los alemanes están unidos, porque son buenos chicos. Y observad que, por medio de esta incomparable profundidad de pensamiento, se “recusa” un hecho que echa por tierra completamente la defensa de los bernsteinianos. Sólo a través de la experiencia histórica se puede resolver definitivamente y sin vuelta de hoja el problema de si abrazan la posición de lucha de clase del proletariado. Por tanto, la máxima importancia en este sentido corresponde * La ley de excepción contra los socialistas en Alemania fue promulgada por el canciller Bismarck, en 1878, con el fin de estrangular la socialdemocracia alemana. Fue derogada en 1890 (N. de la Red.). ** Cuando Engels atacó a Dühring, muchos representantes de la socialdemocracia alemana se inclinaron hacia los conceptos de éste y acusaron a Engels, incluso públicamente, en un Congreso del Partido, de aspereza, de intolerancia, de polémica impropia de camaradas, etc. Most y sus camaradas propusieron (en el Congreso de 1877) eliminar del Vorwärts (Adelante - N. de la Red.) los artículos de Engels, por no “presentar interés para la enorme mayoría de los lectores”, y Vahlteich declaró que la publicación de esos artículos había perjudicado mucho al Partido, que también Dühring había prestado servicios a la socialdemocracia: “debemos aprovecharlos a todos en interés del Partido, y si los profesores discuten, el Vorwärts no tiene en modo alguno por qué ser campo de tales disputas (Vorwärts 1877, núm. 65, 6 de junio). ¡Como veis, éste también es un ejemplo de defensa de la “libertad de crítica”, y no estaría de más que meditaran sobre él nuestros críticos legales y oportunistas ilegales, que tanto gustan de referirse al ejemplo de los alemanes!

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precisamente al ejemplo de Francia, por ser éste el único país donde los bernsteinianos han intentado actuar independientemente, con la aprobación calurosa de sus colegas alemanes (y, en parte, de los oportunistas rusos: véase R. D., núm. 2-3, págs. 83-84). La alusión a la “intransigencia” de los franceses –además de su significación “histórica” en sentido “nosdrievano”*– no es más que una tentativa de disimular con palabras fieras hechos sumamente desagradables. Pero, en cuanto a los alemanes, tampoco estamos, en modo alguno, dispuestos a regalárselos a B. Krichevski y a los demás numerosos defensores de la “libertad de crítica”. Si se tolera todavía en las filas del Partido alemán “a los más declarados bernsteinianos”, es por cuanto acatan la resolución de Hannóver[8], que desechó resueltamente las “enmiendas” de Bernstein, así como la de Lübeck[9], que contiene (a pesar de toda su diplomacia) una advertencia directa a Bernstein. Se puede discutir, desde el punto de vista de los intereses del Partido alemán, en qué medida era oportuna esa diplomacia o si vale más, en este caso, un mal ajuste que un buen pleito; se puede disentir, en una palabra, en la apreciación de la conveniencia de uno u otro procedimiento de repudiar el bernsteinianismo, pero no se puede dejar de ver el hecho de que el Partido alemán ha repudiado dos veces el bernsteinianismo. Por tanto, creer que el ejemplo de los alemanes confirma la tesis de que “los más declarados bernsteinianos abrazan la posición de la lucha de clase del proletariado por su liberación política y económica”, significa no comprender absolutamente nada de lo que sucede ante los ojos de todos nosotros**. * Nosdriev - Tipo de terrateniente camorrista y fullero, descrito en la obra de N. Gógol Las almas muertas. Gógol calificaba a Nosdriev de hombre “histórico”, porque en dondequiera que apareciese originábanse al punto “historias” y escándalos (N. de la Red.). ** Hay que observar que, al tratar la cuestión del bernsteinianismo en el seno del Partido alemán, Rabócheie Dielo se ha limitado siempre a un mero relato de hechos, “absteniéndose” por completo de hacer su propia apreciación de los mismos. Véase, por ejemplo, el número 2-3, pág. 66, sobre el Congreso de Stuttgart[10]; todas las discrepancias están reducidas a cuestiones de “táctica”, y sólo se hace constar que la inmensa mayoría es fiel a la anterior táctica revolucionaria. O el núm. 4-5, pág. 55 y siguientes, que es una simple repetición de los discursos pronunciados en el Congreso de Hannóver, con la resolución de Bebel; la exposición de las concepciones de Bernstein y la crítica de las mismas quedan nuevamente aplazadas (así como en el núm, 2-3) para un “artículo especial”. Lo curioso del caso es que, en la pág. 33 del núm. 4-5, leemos: “...las concepciones expuestas por Bebel cuentan con una enorme mayoría en el Congreso”, y un poco más adelante: “...David defendía las opiniones de Bernstein...

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Aún hay más. Rab. Dielo presenta a la socialdemocracia rusa, como hemos visto, la reivindicación de “libertad de crítica” y defiende el bernsteinianismo. Por lo visto, ha debido persuadirse de que se ha agraviado injustamente a nuestros “críticos” y bernsteinianos. ¿A cuáles, precisamente? ¿Quién, dónde y cuándo? ¿En qué, precisamente, consistió la injusticia? ¡R. Dielo guarda silencio sobre este punto, no menciona ni una sola vez a ningún crítico o bernsteiniano ruso! Nos resta sólo hacer una de las dos hipótesis posibles. O bien la parte injustamente agraviada no es otra que el mismo R. Dielo (lo confirma el hecho de que en ambos artículos de su núm. 10 se trata únicamente de agravios inferidos por Zariá e Iskra a R. Dielo). En este caso, ¿cómo explicar el hecho tan extraño de que R. Dielo, que siempre ha negado tan obstinadamente toda solidaridad con el bernsteinianismo, no haya podido defenderse a sí mismo, sin intervenir en favor de los “más declarados bernsteinianos” y de la libertad de crítica? O bien han sido injustamente agraviadas unas terceras personas. ¿Cuáles pueden ser entonces los motivos para no mencionarlos? Vemos, pues, que R. Dielo continúa el juego del escondite, en que se ha entretenido (como lo pondremos de manifiesto más adelante) desde el momento mismo de su aparición. Además, observad esta primera aplicación práctica de la tan decantada “libertad de crítica”. De hecho, esta libertad se redujo en el acto no sólo a la falta de toda crítica, sino a la falta de todo juicio independiente en general. Ese mismo R. Dielo, que guarda silencio sobre el bernsteinianismo ruso, como si fuera una enfermedad secreta (según la feliz expresión de Starovier[11]), ¡propone para la curación de esta enfermedad copiar lisa y llanamente la última receta alemana contra la variedad alemana de la enfermedad! ¡En vez de libertad de crítica, imitación servil... o, peor aún, simiesca! El idéntico contenido social y político del oportunismo internacional contemporáneo, se manifiesta en unas u otras variedades, según las peculiaridades nacioAnte todo, trataba de demostrar que ... Bernstein y sus amigos, a pesar de todo [¡sic!], se mantienen en el terreno de la lucha de clases”... ¡Esto se ha escrito en diciembre de 1899, y, en septiembre de 1901 Rabócheie Dielo no cree ya, por lo visto, que tenga razón Bebel y repite la opinión de David como suya propia!

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nales. En un país, un grupo de oportunistas ha actuado desde hace mucho tiempo bajo una bandera especial; en otro, los oportunistas han desdeñado la teoría, siguiendo en la práctica la política de los radicales socialistas; en un tercero, algunos miembros del partido revolucionario se han evadido al campo del oportunismo y tratan de alcanzar sus objetivos, no por medio de una lucha abierta en favor de los principios y de la nueva táctica, sino valiéndose de una corrupción gradual, imperceptible y, si se puede usar esta expresión, impune de su partido; en un cuarto país, esos mismos tránsfugas emplean idénticos procedimientos en las tinieblas de la esclavitud política, relacionando en forma completamente original la actividad “legal” con la “ilegal”, etc. Pero ponerse a hablar de la libertad de crítica y del bernsteinianismo como de una condición para unir a los socialdemócratas rusos, sin analizar en qué precisamente se ha manifestado y qué frutos particulares ha dado el bernsteinianismo ruso, es lo mismo que hablar por hablar. Intentemos, pues, nosotros mismos decir, aunque sea en pocas palabras, lo que no ha querido decir (o acaso ni siquiera ha sabido comprender) R. Dielo.

c) La crítica en Rusia La particularidad fundamental de Rusia, en el aspecto que estamos examinando, consiste en que ya el comienzo mismo del movimiento obrero espontáneo, por una parte, y el viraje de la opinión pública avanzada hacia el marxismo, por otra, se han distinguido por la unión de elementos notoriamente heterogéneos, bajo una bandera común y para luchar contra un adversario común (las concepciones políticas y sociales anticuadas). Nos referimos a la luna de miel del “marxismo legal”. En general, fue un fenómeno extraordinariamente original, en cuya posibilidad nadie hubiera podido creer siquiera en la década del ‘80 o a principios de la década siguiente del siglo pasado. En un país autocrático, con una prensa completamente sojuzgada, en una época de terrible reacción política, en que eran perseguidos los más mínimos brotes de descontento político y de 110

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protesta, se abre de pronto camino en la literatura autorizada por la censura la teoría del marxismo revolucionario, expuesta en lenguaje esópico, pero comprensible para todos los “interesados”. El gobierno se había acostumbrado a considerar peligrosa únicamente la teoría de “La Voluntad del Pueblo” (de la revolucionaria), sin que notara, como suele suceder, su evolución interna, regocijándose ante toda crítica dirigida contra ella. Antes de que el gobierno se diera cuenta, antes de que el pesado ejército de censores y gendarmes tuviera tiempo de dar con el nuevo enemigo y caer sobre él, pasó mucho tiempo (mucho para nosotros, los rusos). Y, mientras tanto, aparecía un libro marxista tras otro; empezaron a publicarse revistas y periódicos marxistas; todo el mundo, como por contagio, se hacía marxista; a los marxistas se les halagaba, se les lisonjeaba; los editores estaban entusiasmados por la extraordinaria rapidez con que se vendían los libros marxistas. Se sobreentiende que entre los marxistas principiantes, rodeados de esa humareda de éxito, ha habido más de un “escritor envanecido”[12]. Hoy puede hablarse de ese período con calma, como del pasado. No es un secreto para nadie que el florecimiento efímero del marxismo sobre la superficie de nuestra literatura tuvo su origen en la alianza de elementos extremistas con elementos sumamente moderados. En el fondo, estos últimos eran demócratas burgueses, y esta conclusión (confirmada con evidencia por el desarrollo “crítico” posterior de esta gente) se imponía a ciertas personas ya en la época en que la “alianza” estaba aún intacta*. Pero, en este caso, ¿no corresponderá la mayor responsabilidad por la “confusión” subsiguiente precisamente a los socialdemócratas revolucionarios, que pactaron esa alianza con los futuros “críticos”? Esta pregunta, seguida de una respuesta afirmativa, se oye a veces en boca de gentes que enfocan el problema en forma demasiado rectilínea. Pero esa gente carece en absoluto de razón. Puede tener miedo a alianzas temporales, aunque sea con gente insegura, * Aludimos al artículo de K. Tulin contra Struve [véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. I N. de la Red.], redactado a base de la conferencia que tenía por título “Cómo se ha reflejado el marxismo en la literatura burguesa” (nota de Lenin para la edición de 1907 - N. de la Red.).

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únicamente el que tenga poca confianza en sí mismo, y ningún partido político podría existir sin esas alianzas. Ahora bien, la unión con los marxistas legales fue una especie de primera alianza verdaderamente política, concertada por la socialdemocracia rusa. Gracias a esta alianza, se ha logrado el triunfo, asombrosamente rápido, sobre el populismo, así como la enorme difusión de las ideas del marxismo (si bien en forma vulgarizada). Además, la alianza no fue pactada sin “condición” alguna, ni mucho menos. Pruebas al canto: la antología marxista Materiales sobre el desarrollo económico de Rusia[13], quemada por la censura en 1895. Si se puede comparar con una alianza política el acuerdo literario con los marxistas legales, se puede comparar ese libro con un acuerdo político. La ruptura no fue provocada, desde luego, por el hecho de que los “aliados” resultaron ser unos demócratas burgueses. Por el contrario, los representantes de esta última tendencia son aliados naturales y deseables de la socialdemocracia, siempre que se trate de objetivos democráticos suyos, objetivos que la situación actual de Rusia pone en primer plano. Pero es condición indispensable para esta alianza que los socialistas tengan plena posibilidad de revelar a la clase obrera el antagonismo hostil entre sus intereses y los de la burguesía. Mas el bernsteinianismo y la tendencia “crítica”, hacia la cual evolucionó totalmente la mayoría de los marxistas legales, habían eliminado esta posibilidad y corrompían la conciencia socialista envileciendo el marxismo, predicando la teoría de la atenuación de las contradicciones sociales, proclamando que es absurda la idea de la revolución social y de la dictadura del proletariado, reduciendo el movimiento obrero y la lucha de clases a un tradeunionismo estrecho y a la lucha “realista” por pequeñas y graduales reformas. Era exactamente lo mismo que si la democracia burguesa negara el derecho del socialismo a la independencia, y, por tanto, su derecho a la existencia; en la práctica, eso significaba tender a convertir el incipiente movimiento obrero en un apéndice de los liberales. Naturalmente, en estas condiciones, la ruptura se hizo necesaria. Pero la particularidad “original” de Rusia se manifestó en que esa ruptura sólo significaba que los socialdemócratas se apartaban de la literatura “legal”, más accesible para todos y ampliamente 112

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difundida. Los “ex-marxistas” se hicieron fuertes en ella, colocándose “bajo el signo de la crítica” y obteniendo casi el monopolio para “denigrar” al marxismo. Las consignas: “¡Contra la ortodoxia!” y “¡Viva la libertad de crítica!” (repetidas ahora por R. Dielo) se pusieron en seguida muy en boga; y que ni siquiera pudieron resistir a esa moda los censores ni los gendarmes, se ve por hechos como la aparición de tres ediciones rusas del libro del famoso (famoso a lo Eróstrato) Bernstein o la recomendación de los libros de Bernstein, del señor Prokopóvich y otros, por Subátov* (Iskra, núm. 10). A los socialdemócratas les incumbe ahora una tarea de por sí difícil, e increíblemente más dificultada aún debido a obstáculos puramente exteriores: la tarea de combatir la nueva corriente. Y esta corriente no se ha limitado al terreno de la literatura. El viraje hacia la “crítica” ha ido acompañado de un movimiento en sentido contrario: la propensión de los socialdemócratas prácticos por el “economismo”. Podría servir de tema para un artículo especial esta interesante cuestión: cómo ha surgido y se ha estrechado el lazo de unión e interdependencia entre la crítica legal y el economismo ilegal. A nosotros nos basta consignar aquí la existencia incuestionable de este lazo de unión. Precisamente por eso ha adquirido el famoso “Credo”** una celebridad tan merecida, por haber formulado francamente este lazo de unión y haber revelado la tendencia política fundamental del “economismo”: que los obreros se encarguen de la lucha económica (más exacto sería decir: de la lucha tradeunionista, pues esta última comprende también la política específicamente obrera), y que la intelectualidad marxista se fusione con los liberales para la “lucha” política. Resulta que el trabajo tradeunionista “en el pueblo” resultó ser la realización de la primera mitad, y la crítica legal, la realización de la segunda mitad de dicha tarea. Esta declaración fue un arma tan excelente en contra del economismo, que, si no hubiese aparecido el “Credo”, valía la pena haberlo inventado. * Subátov - Jefe de la Ojrana de Moscú, inspirador del llamado socialismo policiaco. Subátov creaba falsas organizaciones obreras bajo la tutela de los gendarmes y de la policía, con el fin de apartar a los obreros del movimiento revolucionario (N. de la Red.). ** Credo - Símbolo de creencia, programa y exposiciones de la concepción del mundo (N. de la Red.).

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El “Credo” no fue inventado, pero sí publicado sin el asentimiento y acaso hasta en contra de la voluntad de sus autores. Al menos, el que estas líneas escribe, que participó en sacar a la luz del día el nuevo “programa”* tuvo que escuchar lamentaciones y reproches por el hecho de que el resumen de los puntos de vista de los oradores hubiera sido difundido en copias, hubiera recibido el mote de “Credo” y ¡hubiera sido publicado incluso en la prensa junto con la protesta! Referimos este episodio, porque revela un rasgo muy curioso de nuestro economismo: el miedo a la publicidad. Precisamente éste es el rasgo característico no sólo de los autores del “Credo”, sino del economismo en general: lo han manifestado tanto R. Misl, el adepto más franco y más honrado del economismo, como R. Dielo (al indignarse contra la publicación de documentos “economistas” en el Vademécum)**, así como el Comité de Kiev, que hace cosa de dos años no quiso autorizar la publicación de su “Profession de foi”*** junto con la refutación**** escrita en contra de la misma, y muchos, muchos representantes del economismo. Este miedo a la crítica, que manifiestan los adeptos de la libertad de crítica, no puede explicarse tan sólo por astucia (si bien de vez en cuando las cosas no ocurren, indudablemente, sin astucia; ¡no es ventajoso dejar descubiertos al empuje del adversario los brotes, débiles aún, de la nueva tendencia!). No, la mayoría de los economistas, con absoluta sinceridad, desaprueban (y, por la propia esencia del economismo, tienen que desaprobar) toda clase de controversias teóricas, disensiones fraccionalistas, amplias cuestiones políticas, * Se trata de la protesta de los 17 contra el “Credo”. El que estas líneas escribe, participó en la redacción de la protesta (fines de 1899)[14]. La protesta fue publicada, junto con el “Credo”, en el extranjero en la primavera de 1900 [véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. II - N. de la Red.] Actualmente se sabe ya, por el artículo de la señora Kuskova (publicado, creo, en la revista Bylóe[15]), que fue ella la autora del “Credo”, y que entre los “economistas” de aquel entonces, en el extranjero, desempeñaba un papel prominente el señor Prokopóvich (nota de Lenin para la edición de 1907 - N. de la Red.). ** En El guía[16] (N. de la Red.). *** Símbolo de creencia, programa y exposiciones de la concepción del mundo[17] (N. de la Red.). **** Por lo que sabemos, la composición del Comité de Kiev ha sido modificada posteriormente.

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proyectos de organizar a los revolucionarios, etc. “¡Deberíamos dejar todo esto en el extranjero!”, me dijo un día uno de los economistas bastante consecuentes, expresando la siguiente idea, muy difundida (y también puramente tradeunionista): lo que a nosotros nos incumbe es el movimiento obrero, las organizaciones obreras que tenemos aquí, en nuestra localidad, y el resto no es más que invención de los doctrinarios, “sobreestimación de la ideología”, como decían los autores de la carta publicada en el núm. 12 de Iskra haciendo coro al núm. 10 de R. Dielo. Ahora cabe preguntar: en vista de estas particularidades de la “crítica” rusa y del bernsteinianismo ruso, ¿en qué debía consistir la tarea de los que de hecho, y no sólo de palabra, querían ser adversarios del oportunismo? Primeramente, era necesario preocuparse de que se reanudara el trabajo teórico, que apenas si se había iniciado en la época del marxismo legal y que ahora había vuelto a recaer sobre los militantes ilegales: sin un trabajo de esta índole, no era posible un incremento eficaz del movimiento. En segundo lugar, era preciso emprender una lucha activa contra la “crítica” legal, que corrompía profundamente los espíritus. En tercer lugar, había que actuar de un modo enérgico contra la dispersión y las vacilaciones en el movimiento práctico, denunciando y refutando toda tentativa de rebajar, conciente o inconcientemente, nuestro programa y nuestra táctica. Sabido es que R. Dielo no hizo ni lo primero, ni lo segundo, ni lo tercero, y más adelante tendremos que aclarar detalladamente esta conocida verdad en sus más diversos aspectos. Pero, por ahora, sólo queremos poner de manifiesto la flagrante contradicción en que se halla la reivindicación de la “libertad de crítica” con las particularidades de nuestra crítica patria y del economismo ruso. En efecto, echad un vistazo sobre el texto de la resolución con que la “Unión de los Socialdemócratas Rusos en el extranjero” ha confirmado el punto de vista de R. Dielo: “En interés del ulterior desarrollo ideológico de la socialdemocracia, reputamos absolutamente necesaria la libertad de criticar la teoría socialdemócrata en las publicaciones del partido, en el grado en que dicha crítica no esté en pugna con 115

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el carácter de clase y el carácter revolucionario de esta teoría” (Dos Congresos, página 10). Y se dan los motivos: la resolución “coincide en su primera parte con la resolución del congreso del partido de Lübeck a propósito de Bernstein” … ¡En su simplicidad, los “aliados” ni siquiera notan qué testimónium paupertatis (certificado de pobreza) se firman a sí mismos con esta manera de copiar! … “Pero…, en su segunda parte, restringe la libertad de crítica de un modo más estricto que el Congreso de Lubeck”. ¿De modo que la resolución de la “Unión” está dirigida contra los bernsteinianos rusos? Porque de otro modo sería un absurdo completo referirse a Lubeck. Pero no es cierto que “restrinja la libertad de crítica de un modo estricto”. En su resolución de Hannóver, los alemanes rechazaron punto por punto precisamente las enmiendas que presentó Bernstein, y en la de Lubeck hicieron una advertencia a Bernstein personalmente, mencionando su nombre en el texto. En cambio, nuestros imitadores “libres” no hacen la menor alusión a una sola de las manifestaciones de la “crítica” y del economismo especialmente rusos; si se guarda silencio en esta forma, referirse de un modo abstracto al carácter de clase y al carácter revolucionario de la teoría deja mucha más libertad para falsas interpretaciones, sobre todo si la “Unión” se niega a calificar el “llamado economismo” como oportunismo (Dos Congresos, pág. 8, párrafo 1). Pero esto lo decimos de paso. Lo principal consiste en que la posición de los oportunistas frente a los socialdemócratas revolucionarios es diametralmente opuesta en Alemania y en Rusia. En Alemania, los socialdemócratas revolucionarios están, como es sabido, por el mantenimiento de lo que existe: el viejo programa y la vieja táctica, que todo el mundo conoce y que han sido explicados en todos sus detalles a través de la experiencia de muchos decenios. Los “críticos”, en cambio, quieren introducir modificaciones, y como esos “críticos” representan una ínfima minoría y sus aspiraciones revisionistas son muy tímidas, es fácil comprender los motivos por los cuales la mayoría se limita a rechazar lisa y llanamente las “innovaciones”. En cambio, en Rusia, son los críticos y los economistas los que quieren mantener lo que exis116

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te: los “críticos” quieren que se continúe considerándolos como marxistas y que se les asegure la “libertad de crítica” de que gozaban en todos los sentido (pues, en el fondo, nunca han reconocido ningún lazo de unión con el Partido*; además, no había entre nosotros un órgano de partido reconocido por todos, que pudiera “restringir” la libertad de crítica, aunque sólo fuera por medio de un consejo); los economistas quieren que los revolucionarios reconozcan la “plenitud de derechos del movimiento en el presente” (R. D., núm. 10, pág. 25), es decir, la “legitimidad” de la existencia de lo que existe; que los “ideólogos” no traten de “desviar” el movimiento del camino “determinado por la acción recíproca entre los elementos materiales y el medio material” (“Carta” en el núm. 12 de Iskra); que se considere como deseable sostener la lucha “que los obreros puedan sostener en las circunstancias presentes”, y, como posible, reconocieron la lucha “que libran en el momento presente” (Suplemento especial de R. Misl[18], pág. 14). En cambio, a nosotros, los socialdemócratas revolucionarios, nos disgusta ese culto de la espontaneidad, es decir, de lo que existe “en el momento presente”; reclamamos que se modifique la táctica que ha prevalecido estos últimos años, declaramos que, “antes de unificarse y para unificarse es necesario empezar por deslindar los campos de un modo resuelto y definido” (del anuncio sobre la publicación de Iskra**). En una palabra, los alemanes se conforman con lo que existe, rechazando las modificaciones; nosotros reclamamos que se modifique lo existente, rechazando el culto de ello y la conformidad con ello. * Ya la falta de vínculos abiertos con el Partido y de tradiciones de partido constituye una diferencia tan cardinal entre Rusia y Alemania, que debería haber puesto en guardia a todo socialista sensato contra cualquier imitación ciega. Pero he aquí una muestra del punto a que ha llegado la “libertad de crítica” en Rusia. Un crítico ruso, el señor Bulgákov, hace la siguiente reprimenda al crítico austriaco Herz: “Con toda la independencia de sus conclusiones, Herz sigue, sin embargo, en este punto (en la cooperación), por lo visto, demasiado atado por las opiniones de su Partido, y, al disentir en los detalles, no se decide a desprenderse del principio general” (“El capitalismo y la agricultura”, t. II, pág. 287). ¡Un súbdito de un Estado políticamente esclavizado, en el cual las 999/1000 de la población están corrompidas hasta la médula por el servilismo político y por la absoluta incomprensión del honor de partido y de los vínculos de partido, hace una reprimenda altiva a un ciudadano de un Estado constitucional por estar excesivamente “vinculado a las opiniones del Partido”! Lo único que les queda a nuestras organizaciones ilegales es ponerse a redactar resoluciones sobre la libertad de crítica... ** Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV (N. de la Red.).

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¡Precisamente esta “pequeña” diferencia es la que nuestros “libres” copiadores de resoluciones alemanas no han notado!

d) Engels y la importancia de la lucha teórica “Dogmatismo”, “doctrinarismo”, “fosilización del Partido, castigo inevitable por la opresión violenta del pensamiento”, éstos son los enemigos contra los cuales arremeten caballerescamente en Rab. Dielo los campeones de la “libertad de crítica”. Mucho nos place que se haya llevado al orden del día esta cuestión, y sólo propondríamos completarla con otra: –¿Y quiénes serán los jueces? Tenemos ante la vista dos anuncios de publicaciones literarias. Uno es el “programa del órgano de prensa de la Unión de los socialdemócratas rusos, Rab. Dielo” (pruebas de imprenta del núm. 1 de R. D.). El otro es un “anuncio sobre la reanudación de las publicaciones del grupo ‘Emancipación del Trabajo’”. Ambos datan de 1899, cuando la “crisis del marxismo” estaba desde hacía ya mucho tiempo al orden del día. Pues bien, en vano buscaríamos en la primera de dichas obras una alusión a este fenómeno y una exposición definida de la actitud que el nuevo órgano piensa adoptar a este respecto. Ni este programa ni los suplementos al mismo, aprobados por el III Congreso de la “Unión” en 1901 (Dos Congresos, págs. 15-18), mencionan el trabajo teórico ni sus objetivos inmediatos en el presente. Durante todo este tiempo, la redacción de R. Dielo pasó por alto las cuestiones teóricas, a pesar de que apasionaban a todos los socialdemócratas del mundo entero. Por el contrario, el otro anuncio señala ante todo que en estos últimos años se observa menos interés por la teoría, reclama con insistencia una “atención vigilante para el aspecto teórico del movimiento revolucionario del proletariado” y llama a “criticar implacablemente las tendencias bernsteinianas y otras tendencias antirrevolucionarias” en nuestro movimiento. Los números aparecidos de Zariá señalan cómo se ha cumplido este programa. 118

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Vemos, pues, que las frases sonoras contra la fosilización del pensamiento, etc. disimulan la despreocupación y la impotencia en el desarrollo del pensamiento teórico. El ejemplo de los socialdemócratas rusos ilustra con particular evidencia un fenómeno europeo general (consignado también hace ya mucho tiempo por los marxistas alemanes): la famosa libertad de crítica no implica la sustitución de una teoría por otra, sino la libertad de prescindir de toda teoría coherente y meditada, significa eclecticismo y falta de principios. Quien conozca, por poco que sea, el estado efectivo de nuestro movimiento verá forzosamente que la amplia difusión del marxismo ha ido acompañada de cierto rebajamiento del nivel teórico. Mucha gente, muy poco preparada e incluso sin preparación teórica alguna, se ha adherido al movimiento por su significación práctica y sus éxitos prácticos. Por este hecho, se puede juzgar qué falta de tacto manifiesta Rab. Dielo al lanzar con aire victorioso la sentencia de Marx: “cada paso de movimiento efectivo es más importante que una docena de programas”[19]. Repetir estas palabras en una época de dispersión teórica es exactamente lo mismo que gritar al paso de un entierro: “¡ojalá tengáis siempre algo que llevar!”. Además, estas palabras de Marx han sido tomadas de su carta sobre el programa de Gotha, en la que censura duramente el eclecticismo admitido en la formulación de los principios: ya que hace falta unirse –escribía Marx a los dirigentes del Partido– pactad acuerdos para alcanzar los objetivos prácticos del movimiento pero no trafiquéis con los principios, no hagáis “concesiones” teóricas. Este era el pensamiento de Marx, ¡y he aquí que entre nosotros hay gentes que en su nombre tratan de aminorar la importancia de la teoría! Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica. Y, para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia, a saber: primeramente, por el hecho de que nuestro Partido sólo ha empezado a formarse, sólo ha empezado a elaborar 119

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su fisonomía, y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar el movimiento del camino justo. Por el contrario, precisamente estos últimos tiempos se han distinguido (como hace ya mucho lo predijo Axelrod a los economistas) por una reanimación de las tendencias revolucionarias no-socialdemócratas. En estas condiciones, un error, “sin importancia” a primera vista, puede causar los más desastrosos efectos, y sólo gente miope puede encontrar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual “matiz” puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años. En segundo lugar, el movimiento socialdemócrata es, por su propia naturaleza, internacional. Esto no sólo significa que debemos combatir el chovinismo nacional. Esto significa también que el movimiento incipiente en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a condición de que haga suya la experiencia de otros países. Para ello, no basta conocer simplemente esta experiencia o copiar simplemente las últimas resoluciones adoptadas; para ello es necesario saber asumir una actitud crítica frente a esta experiencia y comprobarla por sí mismo. Todo aquel que se imagine el gigantesco crecimiento y ramificación del movimiento obrero contemporáneo comprenderá la reserva de fuerzas teóricas y de experiencia política (así como revolucionaria) que es necesaria para cumplir esta tarea. En tercer lugar, tareas nacionales como las que tiene planteadas la socialdemocracia rusa no las ha tenido planteadas aún ningún otro partido socialista del mundo. Más adelante, tendremos que hablar de los deberes políticos y de organización que nos impone esta tarea de liberar a todo el pueblo del yugo de la autocracia. Por el momento, no queremos más que indicar que sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia. Y para hacerse una idea siquiera sea un poco concreta de lo que esto significa, que el lector recuerde a los precursores de la socialdemocracia rusa, como Hertzen, Belinski, Chernishevski y a la brillante pléyade de revolucionarios de la década del ‘70; que piense 120

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en la importancia universal que la literatura rusa va adquiriendo ahora; que... ¡pero basta también con lo indicado! Citaremos las observaciones hechas por Engels en 1874 sobre la importancia que la teoría tiene en el movimiento socialdemócrata. Engels reconoce, no dos formas de la gran lucha de la socialdemocracia (la política y la económica) –como se estila entre nosotros–, sino tres, colocando a su lado también la lucha teórica. Sus recomendaciones al movimiento obrero alemán, ya robustecido práctica y políticamente, son tan instructivas desde el punto de vista de los problemas y de las discusiones actuales, que confiamos en que el lector no lamentará que insertemos un extenso extracto del prólogo escrito para el folleto Der Deutsche Bauernkrieg*, obra que desde hace ya mucho tiempo es una rareza bibliográfica: “Los obreros alemanes tienen dos ventajas esenciales sobre los obreros del resto de Europa. La primera es la de que pertenecen al pueblo más teórico de Europa y que han conservado en sí ese sentido teórico, casi completamente perdido por las clases llamadas ‘cultas’ de Alemania. Sin la filosofía alemana, que le ha precedido, sobre todo sin la filosofía de Hegel, jamás se habría creado el socialismo científico alemán, el único socialismo científico que ha existido. De haber carecido los obreros de sentido teórico, este socialismo científico nunca habría sido, en la medida que lo es hoy, carne de su carne y sangre de su sangre. Y lo inmenso de esta ventaja lo demuestra, por una parte, la indiferencia por toda teoría, que es una de las causas principales de que el movimiento obrero inglés avance tan lentamente, a pesar de la excelente organización de los diferentes oficios, y, por otra, lo demuestran el desconcierto y la confusión sembrados por el proudhonismo, en su forma primitiva, entre los franceses y los belgas, y, en la forma caricaturesca que le ha dado Bakunin, entre los españoles y los italianos. * Dritter Abdruck, Leipzig. 187S. Verlag der Genossenschaftsbuchdruckerei (La guerra campesina en Alemania), tercera edición, Leipzig, 1875, Edición de la Editorial Cooperativa (N. de la Red.).

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La segunda ventaja consiste en que los alemanes han sido casi los últimos en incorporarse al movimiento obrero. Así como el socialismo teórico alemán jamás olvidará que se sostiene sobre los hombros de Saint-Simón, Fourier y Owen –tres pensadores que, a pesar del carácter fantástico y de todo el utopismo de sus doctrinas, pertenecen a las mentes más grandes de todos los tiempos y se han anticipado genialmente a una infinidad de verdades cuya exactitud estamos demostrando ahora de un modo científico–, así también el movimiento obrero práctico alemán nunca debe olvidar que se ha desarrollado sobre los hombros del movimiento inglés y francés, que ha tenido la posibilidad de sacar simplemente partido de su experiencia costosa, de evitar en el presente los errores que entonces no era posible evitar en la mayoría de los casos. ¿Dónde estaríamos ahora, sin el precedente de las tradeuniones inglesas y de la lucha política de los obreros franceses, sin ese impulso colosal que ha dado particularmente la Comuna de París? Hay que hacer justicia a los obreros alemanes por haber aprovechado con rara inteligencia las ventajas de su situación. Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concertadas, relacionadas entre sí: teórica, política y económico-práctica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza y la invencibilidad del movimiento alemán. Esta situación ventajosa, por una parte, y, por otra, las particularidades insulares del movimiento inglés y la represión violenta del francés hacen que los obreros alemanes se encuentren ahora a la cabeza de la lucha proletaria. No es posible pronosticar cuánto tiempo les permitirán los acontecimientos ocupar este puesto de honor. Pero, mientras lo sigan ocupando, es de esperar que cumplirán como es debido las obligaciones que les impone. Para esto, tendrán que redoblar sus esfuerzos en todos los aspectos de la lucha y de la agitación. Sobre todo los jefes deberán instruirse cada vez 122

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más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie. La conciencia así lograda y cada vez más lúcida debe ser difundida entre las masas obreras con celo cada vez mayor, y se debe cimentar cada vez más fuertemente la organización del Partido así como la de los sindicatos... ... Si los obreros alemanes siguen avanzando de este modo, no es que marcharán al frente del movimiento –y no conviene tampoco en absoluto al movimiento que los obreros de una nación cualquiera marchen al frente del mismo–, sino que ocuparán un puesto de honor en la primera línea de combatientes y se hallarán bien pertrechados para ello, si, de pronto, duras pruebas o grandes acontecimientos reclaman de ellos mayor valor, mayor decisión y energía”[20]. Estas palabras de Engels resultaron proféticas. Algunos años más tarde, al dictarse la ley de excepción contra los socialistas, los obreros alemanes se vieron de improviso sometidos a duras pruebas. Y, en efecto, los obreros alemanes les hicieron frente bien pertrechados y supieron salir victoriosos de esas pruebas. Al proletariado ruso le están reservadas pruebas inconmensurablemente más duras aún; tendrá que luchar contra un monstruo, en comparación con el cual la ley de excepción en un país constitucional parece un verdadero pigmeo. La historia plantea hoy ante nosotros una tarea inmediata que es la más revolucionaria de todas las tareas inmediatas del proletariado de ningún otro país. La realización de esta tarea, la demolición del más poderoso baluarte, no ya de la reacción europea, sino también (podemos decirlo hoy) de la reacción asiática, convertiría al proletariado ruso en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional. Y tenemos el derecho de esperar que obtendremos este título de honor, que ya nuestros predecesores, los revolucionarios de la década del ‘70, han merecido, siempre que sepamos inspirar a nuestro movimiento, mil veces más vasto y profundo, la misma decisión abnegada y la misma energía. 123

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II. La espontaneidad de las masas y la conciencia de la Socialdemocracia

Hemos dicho que es preciso inspirar a nuestro movimiento, mucho más vasto y profundo que el de la década del ‘70, la misma decisión abnegada y la misma energía que en aquella época. En efecto, parece que hasta ahora nadie había puesto aún en duda que la fuerza del movimiento contemporáneo consistiese en el despertar de las masas (y, principalmente, del proletariado industrial), y su debilidad, en la falta de conciencia y de espíritu de iniciativa de los dirigentes revolucionarios. Sin embargo, en estos últimos tiempos, se ha hecho un descubrimiento asombroso, que amenaza con trastocar todos los conceptos que dominaban hasta ahora con respecto a esta cuestión. Este descubrimiento ha sido hecho por R. Dielo, que, polemizando con Iskra y Zariá, no se ha limitado a objeciones particulares, sino que ha intentado reducir “el desacuerdo general” a su raíz más profunda: a la “distinta apreciación de la significación relativa del elemento espontáneo y del ‘elemento’ conscientemente ‘metódico’”. Rab. Dielo nos acusa de “subestimar la importancia del elemento objetivo o espontáneo del desarrollo”*. A esto contestaremos: si la polémica de Iskra y Zariá no hubiera dado ningún otro resultado que el de llevar a R. Dielo al descubrimiento de ese “desacuerdo general”, ya sería este resultado una gran satisfacción para nosotros: hasta tal punto * Rabócheie Dielo, núm. 10, septiembre de 1901, págs. 17-18. Las cursivas son de la revista.

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es significativa esta acusación, hasta tal punto ilustra claramente la esencia de las actuales discrepancias teóricas y políticas entre los socialdemócratas rusos. Por esto es por lo que la cuestión sobre la relación entre lo consciente y lo espontáneo presenta un enorme interés general, y es preciso analizarla minuciosamente.

a) Comienzo de la marcha ascensional espontánea En el capítulo anterior hemos consignado el apasionamiento general de la juventud intelectual de Rusia por la teoría del marxismo, a mediados de la última década del siglo pasado. También las huelgas obreras adquirieron por aquella época, después de la famosa guerra industrial de 1896 en Petersburgo, un carácter general. Su extensión por todo el territorio de Rusia atestiguaba claramente cuán profundo era el movimiento popular que volvía a renacer, y, al hablar del “elemento espontáneo”, es natural que precisamente ese movimiento huelguístico debe ser calificado, ante todo, de espontáneo. Pero hay diferentes clases de espontaneidad. También durante la década del ‘70, y también en la del ‘60 (y aun en la primera mitad de siglo XIX) hubo en Rusia huelgas acompañadas de destrucción “espontánea” de máquinas, etc. Comparadas con esos “motines”, las huelgas de la década del ‘90 pueden incluso llamarse “conscientes”: hasta tal punto era considerable el progreso del movimiento obrero en aquel período. Eso nos demuestra que, en el fondo, el “elemento espontáneo” no es sino la forma embrionaria de lo consciente. Y los motines primitivos reflejaban ya un cierto despertar de lo consciente: los obreros perdían la fe tradicional en la inamovilidad del orden de cosas que los oprimía; empezaban... no diré que a comprender, pero sí a sentir la necesidad de oponer resistencia colectiva y rompían decididamente con la sumisión servil a las autoridades. Pero esto, sin embargo, más que lucha, era una expresión de desesperación y de venganza. En las huelgas de la última década del siglo pasado, vemos muchos más destellos de conciencia: se formulan reivindicaciones determinadas, se calcula 126

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de antemano el momento más conveniente, se discuten los casos y ejemplos conocidos de otros lugares, etc. Si los motines eran simplemente levantamientos de gente oprimida, las huelgas sistemáticas representaban ya embriones de lucha de clases, pero precisamente nada más que embriones. En sí, esas huelgas eran lucha tradeunionista, no eran aún lucha socialdemócrata; señalaban el despertar del antagonismo entre los obreros y los patronos, pero los obreros no tenían, ni podían tener, la conciencia del antagonismo irreconciliable entre sus intereses y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no tenían conciencia socialdemócrata. En este sentido, las huelgas de la última década del siglo pasado, a pesar de que, en comparación con los “motines”, representaban un enorme progreso, seguían siendo un movimiento netamente espontáneo. Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etcétera*. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. Exactamente del mismo modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independientemente en absoluto del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e inevitable del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas. Hacia la época de * El tradeunionismo no descarta en modo alguno toda “política”, como a veces se cree. Las tradeuniones han llevado siempre a la práctica cierta agitación y lucha política (pero no socialdemócrata). En el capítulo siguiente expondremos la diferencia entre la política tradeunionista y la socialdemócrata.

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que tratamos, es decir, a mediados de la última década del siglo pasado, esa doctrina no sólo constituía ya un programa completamente formado del grupo “Emancipación del Trabajo”, sino que incluso había llegado a conquistar a la mayoría de la juventud revolucionaria de Rusia. De modo que existían tanto el despertar espontáneo de las masas obreras, el despertar a la vida consciente y a la lucha consciente, como una juventud revolucionaria que, armada de la teoría socialdemócrata, tendía con todas sus fuerzas hacia los obreros. Además, importa sobre todo dejar sentado el hecho, frecuentemente olvidado (y relativamente poco conocido), de que los primeros socialdemócratas de ese período, al ocuparse con ardor de la agitación económica (y teniendo bien presente en este sentido las indicaciones realmente útiles del folleto, entonces manuscrito aún, Sobre la agitación), lejos de estimarla como su única tarea, por el contrario, ya desde el comienzo se asignaban las más amplias tareas históricas de la socialdemocracia rusa, en general, y la de derrocar a la autocracia, en particular. Así, por ejemplo, el grupo de socialdemócratas de Petersburgo, fundador de la “Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera”, redactó, ya a fines de 1895, el primer número de un periódico, bajo el título de Rabócheie Dielo. Completamente preparado para la imprenta, dicho número fue recogido por los gendarmes cuando registraron el domicilio de uno de los miembros del grupo, A. A. Vanéiev*, en una irrupción hecha en la noche del 8 de diciembre de 1895. De modo que Rab. Dielo del primer período no tuvo la suerte de ver la luz. El editorial de ese periódico (que quizás dentro de unos 30 años alguna revista como Rússkaia Stariná[21] exhumará de los archivos del departamento de policía) esbozaba las tareas históricas de la clase obrera de Rusia, colocando en el primer plano la conquista de la libertad política. Luego seguía el artículo “¿En qué piensan nuestros ministros?”**, dedicado a la disolución violenta de los Comités de Primera * A. A. Vanéiev murió en 1899, en Siberia Oriental, de tuberculosis, contraida cuando se encontraba incomunicado en prisión preventiva. Por eso, hemos considerado posible publicar la información que figura en el texto, cuya autenticidad garantizamos, pues procede de gente que conocía a Vanéiev personal e íntimamente. ** Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. II (N. de la Red.).

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Enseñanza por la policía, así como una serie de artículos de corresponsales, no sólo de Petersburgo, sino también de otras localidades de Rusia (por ejemplo, sobre la matanza de obreros en la provincia de Iaroslavl). Así, pues, este “primer ensayo”, si no nos equivocamos, de los socialdemócratas rusos de la década del ‘90 no era un periódico de un carácter estrechamente local, y mucho menos “economista”; tendía a enlazar la lucha huelguística con el movimiento revolucionario contra la autocracia y atraer a todas las víctimas de la opresión política del oscurantismo reaccionario para que apoyaran a la socialdemocracia. Y todo el que conozca, por poco que sea, el estado del movimiento en aquella época no pondrá en duda que semejante periódico habría sido acogido con plena simpatía tanto por los obreros de la capital como por los intelectuales revolucionarios y habría tenido la más vasta difusión. El fracaso de esta empresa demostró únicamente que los socialdemócratas de entonces no estaban en condiciones de satisfacer las exigencias vitales del momento por falta de experiencia revolucionaria y de preparación práctica. Lo mismo cabe decir del San Petersburgski Rabochi Listok[22] y, sobre todo, de Rabóchaia Gazeta[23] y del “Manifiesto” del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, fundado en la primavera de 1898. Se sobreentiende que ni siquiera pasa por nuestra mente el imputar esta falta de preparación a los militantes de entonces. Pero, para aprovechar la experiencia del movimiento y sacar de ella enseñanzas prácticas, es necesario darse perfecta cuenta de las causas y de la significación de tal o cual defecto. Por eso, es de extrema importancia dejar sentado que una parte (acaso la mayoría) de los socialdemócratas que actuaron en el período de 1895 a 1898 consideraba posible con toda razón, ya entonces, en los albores del movimiento “espontáneo”, intervenir con el más amplio programa y táctica de combate*. En lo que respecta a la falta de preparación de la mayoría * “Al criticar la actividad de los socialdemócratas de fines de la última década del siglo pasado, Iskra no tiene en cuenta que entonces faltaban condiciones para todo trabajo que no fuera la lucha por pequeñas reivindicaciones”, dicen los economistas en su “Carta a los órganos socialdemócratas rusos” (Iskra, núm. 12). Los hechos citados en el texto demuestran que esta afirmación sobre la “falta de condiciones” es diametralmente opuesta a la verdad. No sólo a fines, sino incluso a mediados de la década del ‘90, existían plenamente todas las condiciones para otro trabajo, además de la lucha por las pequeñas reivindicaciones; todas las condiciones, salvo una preparación suficiente de

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de los revolucionarios, siendo un fenómeno completamente natural, no podía provocar ninguna aprensión particular. Desde el momento en que el planteamiento de los objetivos era justo, desde el momento en que había suficiente energía para intentar reiteradas veces lograr esos objetivos, los reveses temporales representaban una desgracia a medias. La experiencia revolucionaria y la habilidad de organización son cosas que se adquieren con el tiempo. ¡Lo único que hace falta es querer desarrollar en uno mismo las cualidades necesarias! ¡Lo único que hace falta es tener conciencia de los defectos, cosa que en la labor revolucionaria equivale a más de la mitad de la corrección de los mismos! Pero la desgracia a medias se convirtió en una verdadera desgracia cuando esa conciencia comenzó a ofuscarse (y es de notar que era muy viva entre los militantes de los susodichos grupos), cuando aparecieron gentes, e incluso órganos socialdemócratas, dispuestos a erigir los defectos en virtudes, que hasta intentaron dotar de un fundamento teórico a su halago servil y a su culto de la espontaneidad. Ya es hora de hacer el balance de esta tendencia, muy inexactamente caracterizada por la palabra “economismo”, término demasiado estrecho para expresar su contenido.

b) Culto de la espontaneidad. Rabóchaia Misl Antes de pasar a las manifestaciones literarias de ese culto, haremos notar el siguiente hecho característico (comunicado por la fuente arriba mencionada), que arroja cierta luz sobre la forma en que surgió y creció entre los camaradas que actuaban en Petersburgo el desacuerdo entre las dos futuras tendencias de la socialdemocracia rusa. A principios de 1897, A. A. Vanéiev y algunos de sus camaradas tuvieron ocasión de tomar parte, antes de su los dirigentes. Y he aquí que, en vez de reconocer francamente esta falta de preparación por nuestra parte, por parte de los ideólogos, de los dirigentes, los “economistas” quieren cargar toda la responsabilidad a la “falta de condiciones”, a la influencia del medio material que determina el camino del cual ningún ideólogo logrará desviar el movimiento. ¿Qué es esto sino halago servil de la espontaneidad, sino enamoramiento de los “ideólogos” de sus propios defectos?

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deportación, en una reunión privada[24] de “viejos” y “jóvenes” miembros de la “Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera”. La conversación giró principalmente en torno a la organización, y particularmente en torno al “Estatuto de las cajas obreras” que, en su forma definitiva, fue publicado en el núm. 9-10 del Listok Rabótnika[25] (pág. 46). Entre los “viejos” (“decembristas” como los llamaban en tono de chanza los socialdemócratas petersburgueses) y algunos de los “jóvenes” (que más tarde colaboraron activamente en Rabóchaia Misl), se puso en el acto de manifiesto una divergencia acusada y se desencadenó una acalorada polémica. Los “jóvenes” defendían los fundamentos principales del Estatuto tal como ha sido publicado. Los “viejos” decían que no era eso lo que ante todo hacía falta, sino fortalecer la “Unión de Lucha” como organización de revolucionarios, a la que debían subordinarse las distintas cajas obreras, los círculos para la propaganda entre la juventud estudiantil, etc. Se sobreentiende que los contrincantes distaban mucho de ver en esta divergencia el principio de un desacuerdo; todo lo contrario, la consideraban como algo aislado y casual. Pero este hecho prueba que, también en Rusia, el “economismo” no surgió ni se difundió sin lucha contra los “viejos” socialdemócratas (los economistas de hoy día lo olvidan con frecuencia). Y si esta lucha no ha dejado, en su mayor parte, vestigios “documentales”, ello se debe únicamente a que la composición de los círculos que funcionaban cambiaba con inverosímil frecuencia, a que no había ninguna continuidad, razón por la cual las divergencias tampoco quedaban fijadas en documento alguno. La aparición de Rab. Misl sacó el economismo a la luz del día, pero no lo hizo tampoco de golpe. Es preciso imaginarse concretamente las condiciones de trabajo y la vida efímera de los numerosos círculos rusos (y sólo puede hacerlo concretamente quien lo haya experimentado), para comprender cuánto hubo de casual en el éxito o en el fracaso de la nueva tendencia en las distintas ciudades, así como todo el tiempo en que ni los partidarios ni los adversarios de esto “nuevo” pudieron determinar, ni tuvieron literalmente ninguna posibilidad de hacerlo, si era realmente una tendencia particular o si reflejaba simplemente la falta de preparación de per131

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sonas aisladas. Así, los primeros números de Rab. Misl, tirados en hectógrafo, no llegaron en absoluto a manos de la inmensa mayoría de los socialdemócratas, y, si ahora tenemos la posibilidad de referirnos al artículo de fondo de su primer número, es sólo gracias a su reproducción en el artículo de V. I.-n.[26] (Listok Rabótnika, núm. 910, pág. 47 y siguientes), que, claro está, no dejó de elogiar con empeño (un empeño desatinado) el nuevo periódico, que se distinguía tan marcadamente de los periódicos y proyectos de periódicos arriba mencionados*. Este artículo de fondo expresa con tanto relieve todo el espíritu de Rab. Misl, y del economismo en general, que vale la pena examinarlo. Después de señalar que la mano de bocamanga azul** no podrá detener el desarrollo del movimicnto obrero, el artículo continúa: “... El movimiento obrero debe esa vitalidad a que el propio obrero, por fin, toma su destino en sus propias manos, arrancándolo de las de los dirigentes”, y esta tesis fundamental sigue desarrollándose más adelante en forma detallada. En realidad, los dirigentes (es decir, los socialdemócratas, organizadores de la “Unión de Lucha”) fueron arrancados por la policía, puede decirse, de manos de los obreros***, ¡mientras que las cosas se exponen como si los obreros lucharan contra esos dirigentes y se hubieran librado de su yugo! En vez de exhortar a marchar hacia adelante, a consolidar la organización revolucionaria y extender la actividad política, comenzaron a incitar a volver atrás, hacia la lucha exclusivamente tradeunionista. Se proclamó que “la base económica del movimiento es velada por la aspiración constante de no olvidar el ideal político”, que el lema del movimiento obre* Digamos de paso que este elogio de Rabóchaia Misl, en noviembre de 1898, cuando el economismo, sobre todo en el extranjero, se había definido completamente, partía del propio V. I.-n., que muy pronto formó parte del cuerpo de redactores de Rab. Dielo. ¡Y Rab. Dielo todavía continuó negando la existencia de dos tendencias en el seno de la socialdemocracia rusa, como la sigue negando en el presente! ** Los gendarmes zaristas llevaban uniformes de puños azules (N. de la Red.). *** El siguiente hecho característico demuestra que esta comparación es justa. Cuando, después de la detención de los “decembristas”, se difundió entre los obreros de la carretera de Schlisselburgo la noticia de que había ayudado a la policía el provocador N. N. Mijáilov (un dentista), relacionado con un grupo que estaba en contacto con los “decembristas” aquellos obreros se indignaron de tal modo, que decidieron matar a Mijáilov.

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ro debe ser: “lucha por la situación económica”(!), o, mejor aun, “los obreros, para los obreros”; se declaró que las cajas de ayuda en las huelgas “valen más para el movimiento que un centenar de otras organizaciones” (que se compare esta afirmación, de octubre de 1897, con la discusión entre los “decembristas” y los jóvenes a principios de 1897), etc. Frasecitas como éstas, de que en el primer plano no es preciso colocar la “flor y nata” de los obreros, sino al obrero “medio”, al obrero de la masa, que la “política sigue siempre dócilmente a la economía”*, etc., etc, se pusieron de moda, adquiriendo una influencia irresistible sobre la masa de la juventud enrolada en el movimiento, juventud que en la mayoría de los casos no conocía más que fragmentos del marxismo en su exposición legal. Esto era someter por completo la conciencia a la espontaneidad, a la espontaneidad de aquellos “socialdemócratas” que repetían las “ideas” del señor V. V.; a la espontaneidad de aquellos obreros que se dejaban arrastrar por el argumento de que obtener un aumento de un kopek por rublo valía mucho más que todo socialismo y que toda política; de que “debían luchar, sabiendo que lo hacían no para imprecisas generaciones futuras, sino para ellos mismos y para sus propios hijos” (editorial del núm. 1 de R. Misl). Frases de esta índole constituyeron siempre el arma favorita de los burgueses de Europa occidental que, en su odio al socialismo, trabajaban (al estilo del “social-político” alemán Hirsch) para trasplantar el tradeunionismo inglés a su suelo patrio, diciendo a los obreros que la lucha exclusivamente sindical** es una lucha para ellos mismos y para sus hijos, y no para imprecisas generaciones futuras con un impreciso socialismo futuro. Y, ahora, “los V. V. de la socialdemocracia rusa” se han puesto a repetir esa fraseología burguesa. Nos importa consignar aquí tres circunstancias * Del mismo editorial del primer número de Rabóchaia Misl. Se puede juzgar por esto acerca de cuál era la preparación teórica de esos “V. V. de la socialdemocracia rusa”[27], quienes repetían la burda trivialización del “materialismo económico”, mientras que en sus publicaciones los marxistas hacían la guerra contra el auténtico señor V. V., llamado desde hacía tiempo “maestro en asuntos reaccionarios” por ese mismo modo de concebir la relación entre la política y la economía. ** Los alemanes incluso tienen una palabra especial: “Nur-Gewerkschaftler”, con que se señala a los partidarios de la lucha “únicamente sindical”.

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que nos serán de gran utilidad para seguir examinando las divergencias actuales*. En primer lugar, el sometimiento de la conciencia por la espontaneidad, arriba indicado, se produjo también por vía espontánea. Parece un juego de palabras, pero, desgraciadamente, es una amarga verdad. No se produjo este hecho por una lucha abierta entre dos concepciones diametralmente opuestas y por el triunfo de la una sobre la otra, sino debido a que los gendarmes “arrancaban” un número cada vez mayor de revolucionarios “viejos” y a que, en número cada vez mayor, aparecían en escena los “jóvenes” “V. V. de la socialdemocracia rusa”. Todo aquel que, si no ha participado en el movimiento ruso contemporáneo, por lo menos ha respirado sus aires, sabe perfectamente que la situación es como la acabamos de describir. Y si, no obstante, insistimos particularmente para que el lector se percate por completo de este hecho notorio, si, para mayor evidencia, por decirlo así, insertamos datos sobre Rabócheie Dielo del primer período y sobre las discusiones entre los “viejos” y los “jóvenes”, suscitadas a principios de 1897, es porque gentes que presumen de “democratismo” especulan con el hecho de que el gran público (o los muy jóvenes) ignora esto. Aun insistiremos sobre este punto más adelante. En segundo lugar, ya en la primera manifestación literaria del economismo podemos observar un fenómeno, sumamente peculiar y extremadamente característico, para comprender todas las divergencias en el seno de los socialdemócratas contemporáneos, fenómeno consistente en que los partidarios del “movimiento puramente obrero”, los admiradores del contacto más estrecho y más “orgánico” (expresión de Rab. Dielo) con la lucha proletaria, los adversarios de todos los intelectuales no obreros (aunque sean intelectuales socialistas) se ven obligados a recurrir, en defensa de su posición, a los argumentos de los “tradeunionistas puros” burgueses. Esto nos prueba que R. Misl, desde su aparición –sin darse * Subrayamos actuales para los que se encojan farisaicamente de hombros y digan: ahora es sumamente fácil denigrar a Rabóchaia Misl, cuando no es más que un arcaísmo. “Mutato nomine, de te fabula narratur” (bajo otro nombre, la fábula habla de ti - N. de la Red.), contestamos nosotros a los fariseos contemporáneos, cuya completa sumisión servil a las ideas de Rab. Misl será demostrada más adelante.

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cuenta de ello–, había comenzado a realizar el programa del “Credo”. Esto prueba (cosa que R. Dielo no puede comprender de ningún modo) que todo lo que sea prosternarse ante la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del “elemento consciente”, el papel de la socialdemocracia, equivale –en absoluto independientemente de la voluntad de quien lo hace– a fortalecer la influencia de la ideología burguesa sobre los obreros. Todo el que hable de “sobreestimación de la ideología”*, de exageración del papel del elemento consciente**, etc., se imagina que el movimiento obrero puro puede de por sí elaborar y elaborará una ideología independiente, tan pronto como los obreros “arranquen su suerte de manos de los dirigentes”. Pero esto es un craso error. Para completar lo que acabamos de exponer arriba, añadiremos las siguientes palabras, profundamente justas e importantes, que C. Kautsky dijo con motivo del proyecto de nuevo programa del Partido Socialdemócrata austríaco***: “Algunos de nuestros críticos revisionistas creen que Marx ha afirmado que el desarrollo económico y la lucha de clases no sólo crean las condiciones para la producción socialista, sino que también engendran directamente la conciencia [subrayado por C. K.] de su necesidad. Y he aquí que esos críticos replican que Inglaterra, el país de más alto desarrollo capitalista, es más ajeno que ningún otro país moderno a esta conciencia. A juzgar por el nuevo proyecto, se podría creer que esta sedicente concepción marxista ortodoxa, refutada del modo indicado, es compartida también por la comisión que redactó el programa austríaco. El proyecto dice: Cuanto más aumenta el proletariado con el desarrollo del capitalismo, tanto más obligado se ve aquél a emprender la lucha contra el capitalismo y tanto más capacitado está para emprenderla. El proletariado llega a adquirir la conciencia de la posibilidad y de la necesi* Carta de los “economistas” en el núm. 12 de Iskra. ** Rabócheie Dielo, núm. 10. *** Neue Zeit (Tiempos Nuevos) 1901-1902, XX, I, núm. 3, pág. 79. El proyecto de la comisión, de que habla Kautsky, fue aprobado por el Congreso de Viena (a fines del año pasado) en una forma algo modificada.

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dad del socialismo. En este orden de ideas, la conciencia socialista aparece como el resultado necesario y directo de la lucha de clases del proletariado. Pero esto es completamente erróneo. Por cierto, el socialismo, como doctrina, tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente igual que la lucha de clases del proletariado, y, lo mismo que ésta, se deriva aquél de la lucha contra la miseria y la pobreza de las masas, miseria y pobreza que el capitalismo engendra; pero el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente y no se deriva el uno de la otra; surgen de premisas diferentes. La conciencia socialista moderna puede surgir únicamente sobre la base de un profundo conocimiento científico. En efecto, la ciencia económica contemporánea constituye una condición de la produción socialista lo mismo que, pongamos por caso, la técnica moderna, y el proletariado, por mucho que lo desee, no puede crear la una ni la otra; ambas surgen del proceso social contemporáneo. Pero no es el proletariado el portador de la ciencia, sino la intelectualidad burguesa [subrayado por C. K.]: es del cerebro de algunos miembros aislados de esta capa de donde ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos los que lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clases del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera [von Aussen Hineingetragenes] en la lucha de clases del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente [uruchsig] de ella. De acuerdo con esto, ya el viejo programa de Heinfeld decía, con toda razón, que es tarea de la socialdemocracia el infundir al proletariado la conciencia de su situación [literalmente: llenar al proletariado de ella] y de su misión. No habría necesidad de hacerlo, si esta conciencia derivara automáticamente de la lucha de clases. El nuevo proyecto, en cambio, ha transcrito esta tesis del viejo programa y la ha añadido a la tesis arriba citada. Pero esto ha interrumpido por completo el curso del pensamiento...”. 136

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Ya que no puede ni hablarse de una ideología independiente, elaborada por las mismas masas obreras en el curso de su movimiento*, el problema se plantea solamente así: ideología burguesa o ideología socialista. No hay término medio (pues la humanidad no ha elaborado ninguna “tercera” ideología; además, en general, en la sociedad desgarrada por las contradicciones de clase nunca puede existir una ideología al margen de las clases ni por encima de las clases). Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de ella equivale a fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad. Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia su subordinación a la ideología burguesa, marcha precisamente por el camino del programa del “Credo”, pues el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo, es Nur-Gewerkschaftlerei, y el tradeunionismo implica precisamente la esclavización ideológica de los obreros por la burguesía. Por esto es por lo que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en combatir la espontaneidad, consiste en apartar el movimiento obrero de esta tendencia espontánea del tradeunionismo a cobijarse bajo el ala de la burguesía y atraerlo hacia el ala de la socialdemocracia revolucionaria. La frase de los autores de la carta “economista”, publicada en el núm. 12 de Iskra, de que ningún esfuerzo de los ideólogos más inspirados podrá desviar el movimiento obrero del camino determinado por la acción recíproca entre los elementos materiales y el medio material, equivale plenamente, por tanto, a una renuncia al socialismo, y si estos autores fuesen capaces de meditar lo que dicen, de meditarlo hasta su última consecuencia, valiente y lógicamente, como corresponde a toda * Esto no significa, naturalmente, que los obreros no participen en esta elaboración. Pero no participan en calidad de obreros, sino en calidad de teóricos del socialismo, como los Proudhon y los Weitling; en otros términos, sólo participan en el momento y en la medida en que logran, en mayor o menor grado, dominar la ciencia de su siglo y hacer avanzar esa ciencia. Y, a fin de que los obreros lo logren con mayor frecuencia, es necesario ocuparse lo más posible de elevar el nivel de la conciencia de los obreros en general; es necesario que los obreros no se encierren en el marco artificialmente restringido de la “literatura para obreros”, sino que aprendan a asimilar más y más la literatura general. Incluso sería más justo decir, en vez de “no se encierren”, “no sean encerrados”, pues los obreros leen y también quieren leer todo cuanto se escribe para los intelectuales, y únicamente ciertos intelectuales (de ínfima categoría) creen que “para los obreros” basta con relatar el orden de cosas que rige en las fábricas y rumiar lo que ya se conoce desde hace mucho tiempo.

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persona que interviene en la actividad literaria y pública, no les quedaría más remedio que “cruzar sobre el pecho huero las manos inútiles” y ... ceder el campo de acción a los señores Struve y Prokopóvich, que arrastran el movimiento obrero “por la línea de la menor resistencia”, es decir, por la línea del tradeunionismo burgués, o a los señores Subátov, que lo arrastran por la línea de la “ideología” clerical-policíaca. Recordad el ejemplo de Alemania. ¿En qué consistió el mérito histórico de Lassalle ante el movimiento obrero alemán? En haber apartado ese movimiento del camino del tradeunionismo progresista y del cooperativismo, por el cual se encauzaba espontáneamente (con la participación benévola de los Schulze-Delitzsch y consortes)*. Para realizar esta misión, fue necesario algo muy distinto de la charlatanería sobre la subestimación del elemento espontáneo, sobre la táctica-proceso, la acción recíproca de los elementos y del medio, etc. Para ello fue necesario desplegar una lucha encarnizada contra la espontaneidad, y sólo como resultado de esa lucha, que ha durado largos años, se ha logrado, por ejemplo, que la población obrera de Berlín, de sostén del partido progresista, se haya convertido en uno de los mejores baluartes de la socialdemocracia. Y esta lucha no ha terminado aún, ni mucho menos, hoy día (como podrían creer gentes que estudian la historia del movimiento obrero alemán a la manera de Prokopóvich, y su filosofía, a la manera de Struve). También en el presente, la clase obrera alemana está fraccionada, si se puede usar esta expresión, en varias ideologías: una parte de los obreros está agrupada en los sindicatos obreros católicos y monárquicos, otra en los sindicatos de Hirsch-Duncker[28], fundados por los admiradores burgueses del tradeunionismo inglés; una tercera, en los sindicatos socialdemócratas. Esta última es incomparablemente mayor que las demás, pero la ideología socialdemócrata sólo ha podido conquistar esta supremacía y sólo podrá mantenerla combatiendo porfiadamente contra todas las demás ideologías. * Schulze-Delitzsch (1808-1883) - Ideólogo de la pequeña burguesía alemana, que propugnaba la creación de asociaciones cooperativas, capaces, en su opinión, de garantizar la independencia económica de los artesanos y en general de los pequeños productores, así como de los obreros (N. de la Red.).

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Pero –preguntará el lector– ¿por qué el movimiento espontáneo, el movimiento por la línea de la menor resistencia, conduce precisamente a la supremacía de la ideología burguesa? Por la sencilla razón de que la ideología burguesa es mucho más antigua por su origen que la ideología socialista, porque su elaboración es más completa; porque posee medios de difusión incomparablemente más poderosos*. Y cuanto más joven es el movimiento socialista en un país, tanto más enérgica debe ser, por lo mismo, la lucha contra toda tentativa de afianzar la ideología no-socialista, tanto más resueltamente se debe poner en guardia a los obreros contra los malos consejeros, que chillan contra “la exageración del elemento consciente”, etc. Los autores de la carta de los economistas, haciendo coro a Rab. Dielo, atacan encarnizadamente la intolerancia, propia del período infantil del movimiento. A esto contestamos: sí, nuestro movimiento realmente se encuentra en su infancia y, para que llegue con mayor celeridad a la madurez, debe precisamente hacerse intransigente con aquellos que frenan su desarrollo, prosternándose ante la espontaneidad. ¡No hay nada más ridículo y nocivo que presumir de viejo militante que hace ya mucho tiempo pasó por todos los episodios decisivos de la lucha! En tercer lugar, el primer número de Rab. Misl nos señala que la denominación de “economismo” (a la cual no tenemos, naturalmente, el propósito de renunciar, pues, de uno u otro modo, es un mote ya establecido) no expresa con suficiente exactitud la esencia de la nueva tendencia. Rab. Misl no repudia por completo la lucha política: en los estatutos de las cajas, publicados en su primer número, se habla de la lucha contra el gobierno. Pero Rabóchaia Misl supone únicamente que “la política sigue siempre dócilmente a la economía” (en tanto que Rabócheie Dielo varía esta tesis, asegurando * Frecuentemente se oye decir: la clase obrera tiende espontáneamente hacia el socialismo. Esto es completamente justo en el sentido de que la teoría socialista determina, más profunda y certeramente que ninguna otra, las causas de las calamidades que sufre la clase obrera, y precisamente por eso los obreros la asimilan con tanta facilidad, siempre que esta teoría no retroceda ante la espontaneidad, siempre que esta teoría someta a la espontaneidad. Habitualmente, esto se sobreentiende, pero Rab. Dielo justamente lo olvida y lo desfigura. La clase obrera tiende de modo espontáneo hacia el socialismo, pero la ideología burguesa, la más difundida (y constantemente resucitada en las formas más diversas), se impone, no obstante, espontáneamente más que nada al obrero.

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en su programa que “en Rusia, más que en ningún otro país, la lucha económica está indisolublemente ligada a la lucha política”). Estas tesis de Rabóchaia Misl y de Rabócheie Dielo son completamente falsas, si entendemos por política la política socialdemócrata. Muy frecuentemente la lucha económica de los obreros está ligada (si bien no de modo inseparable) a la política burguesa, clerical, etc., como ya hemos visto. Las tesis de Rab. Dielo son justas, si entendemos por política la política tradeunionista, es decir, la aspiración común a todos los obreros de conseguir del Estado tales o cuales medidas, cuyo fin es el de remediar los males propios de su situación, pero que todavía no acaban con esa situación, es decir, no suprimen el sometimiento del trabajo al capital. Esta aspiración es realmente común, tanto a los tradeunionistas ingleses, que mantienen una actitud hostil frente al socialismo, como a los obreros católicos, a los obreros “de Subátov”, etc. Hay diferentes clases de política. Vemos, pues, que Rab. Misl, también en lo que a la lucha política se refiere, más que repudiarla se prosterna ante su espontaneidad, ante su falta de conciencia. Al reconocer plenamente la lucha política derivada en forma espontánea del propio movimiento obrero (o más exactamente: los anhelos y las reivindicaciones políticas de los obreros), renuncia por completo a elaborar independientemente una política socialdemócrata específica, que corresponda a los objetivos generales del socialismo y a las condiciones actuales de Rusia. Más adelante, demostraremos que Rab. Dielo incurre en el mismo error.

c) El “Grupo de autoemancipación” y Rabócheie Dielo Hemos examinado tan detalladamente el editorial, poco conocido y casi olvidado en el presente, del primer número de Rab. Misl, porque expresó, mucho antes y con mayor relieve que nadie esta corriente general, que luego había de aparecer a la luz del día por pequeños y numerosos arroyuelos. V. I.-n tenía plena razón cuando, ponderando el primer número y el editorial de Rab. Misl, dijo que había sido escrito “enérgicamente”, “con brío” (Listok Rebótnika, núm. 9-10, pag. 49). Toda persona de convicciones firmes que piensa que da algo 140

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nuevo escribe “con brío” y escribe de manera que destaca con relieve sus puntos de vista. Sólo quienes están acostumbrados a nadar entre dos aguas carecen de todo “brío”; únicamente la gente de esta índole es capaz, después de haber elogiado ayer los bríos de Rab. Misl, de atacar hoy a los adversarios de Rab. Misl por sus “bríos polémicos”. Sin detenernos en el “Suplemento especial de Rab. Misl” (más adelante tendremos, por distintos motivos, que referirnos a esta obra, que expresa del modo más consecuente las ideas de los economistas), por ahora consignaremos tan sólo brevemente “el llamamiento del ‘Grupo de autoemancipación de los obreros’” (marzo de 1899, reproducido en Nakanunie[29] de Londres, número 7, junio de 1899). Los autores de este llamamiento dicen con toda razón que “la Rusia obrera no ha hecho más que empezar a despertar, a mirar en torno suyo y se aferra instintivamente a los primeros medios de lucha que encuentra al alcance de su mano”, pero deducen de esto la misma conclusión falsa que R. Misl, olvidando que lo instintivo es justamente lo inconsciente (lo espontáneo), en cuya ayuda deben acudir los socialistas; que los primeros medios de lucha “que encuentra al alcance de su mano” siempre serán, en la sociedad moderna, medios de lucha tradeunionistas, y que la primera ideología “que encuentra al alcance de su mano” será la ideología burguesa (tradeunionista). Tampoco “niegan” esos autores la política, sino que, siguiendo a V. V., solamente (¡solamente!) dicen que la política es una superestructura, y que, por esto, “la agitación política debe ser una superestructura de la agitación en favor de la lucha económica, debe surgir sobre el terreno de esta lucha y seguir tras ella”. En cuanto a R. Dielo, comenzó su actividad directamente por la “defensa” de los economistas. Después de haber afirmado falsamente, en su primer número (núm. 1, págs. 141-142), que “ignoraba a qué camaradas jóvenes se había referido Axelrod” cuando en su conocido folleto* dirigía una advertencia a los economistas, R. Dielo tuvo que reconocer, en la polémica con Axelrod y Plejánov, suscitada a propósito de esa falsedad, que, “fingiendo no saber de quién se * En torno a la cuestión de las tareas actuales y de la táctica de los socialdemócratas rusos. Ginebra, 1898. Dos cartas a Rabóchaia Gazeta, escritas en 1897.

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trataba, quiso defender a todos los emigrados socialdemócratas más jóvenes contra esa acusación injusta” (Axelrod acusaba a los economistas de estrechez de miras). En realidad, esa acusación era completamente justa, y R. Dielo sabía perfectamente que aludía, entre otros, a V. I.-n., miembro de su redacción. Señalaré, de paso, que en la polémica mencionada Axelrod tenía completa razón y que R. Dielo estaba enteramente equivocado en la interpretación de mi folleto, Las tareas de los socialdemócratas rusos*. Este folleto fue escrito en 1897, antes de la aparición de Rab. Misl, cuando yo consideraba, con toda razón, que la tendencia primitiva de la “Unión de Lucha” de San Petersburgo, que he definido más arriba, era la predominante. Y, al menos hasta mediados de 1898, esa tendencia era realmente la que preponderaba. Por eso R. Dielo no tenía ningún derecho a referirse, para refutar la existencia y el peligro del economismo, a un folleto que exponía concepciones desplazadas en San Petersburgo en 1897-98 por la concepción “economista”**. Pero R. Dielo no sólo “defendía” a los economistas, sino que él mismo caía continuamente en sus aberraciones principales. Esto se debía al modo ambiguo de interpretar la siguiente tesis de su programa: “El movimiento obrero de masas (subrayado por R. D.) que ha surgido en estos últimos años constituye, a nuestro juicio, un fenómeno de la mayor importancia de la vida rusa, llamado principalmente a determinar las tareas [subrayado por mi] y el carácter de la actividad literaria de la Unión”. No puede ponerse en duda que el movimiento de masas es un fenómeno de la mayor importancia. Pero la cuestión estriba en el modo de interpretar “la determinación * Véase V. I. Lenin, Obras Comptetas, t. II (N. de la Red.). ** Defendiéndose, Rabócheie Dielo completó su primera mentira (“ignoramos de qué camaradas jóvenes ha hablado P. B. Axelrod”) con una segunda, al escribir en su Respuesta: “Desde la aparición de la crítica de ‘Las tareas’, han surgido o se han definido más o menos claramente entre algunos socialdemócratas rusos tendencias hacia la unilateralidad economista, que significan un paso atrás, en comparación con el estado de nuestro movimiento, esbozado en ‘Las tareas’” (pág. 9). Esto lo dice la “Respuesta”, aparecida en el año 1900. Y el primer número de Rabócheie Dielo (con la crítica) apareció en abril de 1899. ¿Es que el economismo surgió sólo en 1899? No; en 1899 se oyó por primera vez la voz de protesta de los socialdemócratas rusos contra el economismo (la protesta contra el “Credo”). Pero el economismo había surgido en 1897, como lo sabe muy bien Rabócheie Dielo, pues V. I.-n., ya en noviembre de 1898 (Listok Rabótnika, núm. 910), se deshacía en elogios para Rabóchaia Misl.

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de las tareas” por este movimiento de masas. Puede interpretársela de dos maneras: o bien en el sentido del culto de la espontaneidad de ese movimiento, es decir, reduciendo el papel de la socialdemocracia al de simple servidor del movimiento obrero como tal (así la conciben Rab. Misl, el “Grupo de autoemancipación” y los demás economistas), o bien en el sentido de que el movimiento de masas plantea ante nosotros nuevas tareas, teóricas, políticas y de organización, mucho más complejas que las tareas con que podíamos contentarnos en el período que precedió a la aparición del movimiento de masas. Rab. Dielo tendía y tiende a concebirla precisamente en el primer sentido, porque no ha dicho nada concreto acerca de las nuevas tareas, antes bien ha razonado todo el tiempo justamente como si este “movimiento de masas” nos eximiera de la necesidad de concebir con claridad y resolver las tareas que éste plantea. Baste recordar el hecho de que R. Dielo consideraba imposible plantear ante el movimiento obrero de masas como primera tarea el derrocamiento de la autocracia, rebajando esta tarea (en nombre del movimiento de masas) a la tarea de la lucha por reivindicaciones políticas inmediatas (Respuesta, pág. 25). Dejando a un lado el artículo “La lucha económica y política en el movimiento ruso”, publicado por B. Krichevski, director de Rab. Dielo, en el núm. 7, en el que repite esos mismos errores*, pasaremos directamente al núm. 10 de R. Dielo. Naturalmente, no nos detendre* La “teoría de las fases” o la teoría de los “tímidos zig-zags” en la lucha política se expone, por ejemplo, en ese artículo del modo siguiente: “Las reivindicaciones políticas, que por su carácter son comunes a toda Rusia, deben, sin embargo, durante los primeros tiempos (¡esto fue escrito en agosto de 1900!) corresponder a la experiencia adquirida por una determinada capa (¡sic!) de obreros en la lucha económica. Únicamente [!] a base de esa experiencia se puede y se debe iniciar la agitación política”, etc. (pág. 11). En la página 4, el autor, indignado por las acusaciones, a su juicio completamente infundadas, de herejía economista, exclama patéticamente: “Pero ¿qué socialdemócrata ignora que, según la doctrina de Marx y Engels, los intereses económicos de las distintas clases desempeñan un papel decisivo en la historia y que, por tanto (subrayado por nosotros), en particular la lucha del proletariado por sus intereses económicos debe tener una importancia primordial para su desarrollo como clase y para su lucha de liberación?”. Este “por tanto” está completamente fuera de lugar. Del hecho de que los intereses económicos desempeñan un papel decisivo no se desprende en modo alguno la conclusión de que la lucha económica (=sindical) tenga una importancia primordial, pues los intereses más esenciales, “decisivos” de las clases pueden ser satisfechos únicamente por transformaciones políticas radicales en general; en particular, el interés económico fundamental del proletariado puede ser satisfecho únicamente por medio de una revolución política que sustituya la dictadura de la burguesía por la dictadura

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mos a analizar objeciones aisladas de B. Krichevski y Martínov contra Zariá e Iskra. Lo que nos interesa aquí es únicamente la posición de principios que Rabócheie Dielo ha adoptado en su núm. 10. No nos detendremos, por ejemplo, a examinar el caso curioso de que R. Dielo vea una “contradicción flagrante” entre la tesis: “La socialdemocracia no se ata las manos, no restringe sus actividades por un plan o un procedimiento cualesquiera de lucha política fijados de antemano: admite todos los medios de lucha, con tal de que correspondan a las fuerzas efectivas del Partido”, etc. (núm, 1 de Iskra)*. y la tesis: “Si no existe una organización fuerte, iniciada en la lucha política en cualquier condición y cualquier período, no se puede ni hablar de un plan sistemático de actividad, basado en principios firmes y aplicado inflexiblemente, único plan que merece el nombre de táctica” (núm. 4 de Iskra)**. Confundir la admisión en principio de todos los medios de lucha, de todos los planes y procedimientos, con tal de que sean convenientes, con la exigencia de guiarse en un momento político determinado por un plan inflexiblemente aplicado, cuando se quiera hablar de táctica, equivale a confundir el hecho de que la medicina reconozca todos los sistemas terapéuticos con la exigencia de que en el tratamiento de una enfermedad determinada se siga un sistema determinado. Pero de lo que se trata, precisamente, es de que Rab. Dielo, que padece una enfermedad que hemos llamado culto de la espontaneidad, no quiere reconocer ningún “sistema terapéutico” para curar esta enfermedad. Por eso, ha hecho el notable descubrimiento de que la “táctica-plan está en contradicción con el espíritu fundadel proletariado. B. Krichevski repite el razonamiento de los “V. V. de la socialdemocracia rusa” (la política sigue a la economía, etc.) y de los bernsteinianos de la alemana (por ejemplo, Woltmann alegaba precisamente los mismos argumentos para probar que los obreros, antes de pensar en una revolución política, debían adquirir una “fuerza económica”). * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.). ** Loc. cit. (N. de la Red.).

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mental del marxismo” (núm. 10, pág. 18), que la táctica es “un proceso de crecimiento de las tareas del Partido, que crecen junto con éste” (pág. 11; subrayado por R. D.). Esta última sentencia tiene todas las probabilidades de hacerse célebre, de convertirse en el monumento imperecedero de la “tendencia” de Rab. Dielo. A la pregunta “¿A dónde ir?”, este órgano dirigente responde: El movimiento es un proceso de cambio de distancia entre el punto de partida y los puntos siguientes del movimiento. Este pensamiento de incomparable profundidad no sólo es curioso (si sólo fuera curioso, no valdría la pena de detenerse particularmente a analizarlo), sino que representa, además, el programa de toda una tendencia, a saber: el mismo programa que R. M. expresó (en su “Suplemento especial” de Rabóchaia Misl) en los términos siguientes: es deseable la lucha que es posible y es posible la lucha que se libra en un momento dado. Esta es precisamente la tendencia del oportunismo ilimitado, que se adapta en forma pasiva a la espontaneidad. “¡La táctica-plan está en contradicción con el espíritu fundamental del marxismo!”. Pero ¡si esto es una calumnia contra el marxismo, esto equivale a convertirlo en la caricatura que los populistas nos oponían en su guerra contra nosotros! Esto es justamente rebajar la iniciativa y la energía de los militantes conscientes, mientras que el marxismo, por el contrario, imprime un impulso gigantesco a la iniciativa y a la energía de los socialdemócratas, abriendo ante ellos las perspectivas más vastas, poniendo (si podemos expresarnos de este modo) a su disposición las potentes fuerzas de millones y millones de hombres de la clase obrera, que se alza a la lucha “espontáneamente”. Toda la historia de la socialdemocracia internacional abunda en planes, que propugna ya uno ya otro jefe político, demostrando la perspicacia y la justeza de las concepciones políticas y de organización de los unos o revelando la miopía y los errores políticos de los otros. Cuando Alemania atravesó uno de los virajes históricos más grandiosos –formación del Imperio, apertura del Reichstag, concesión del sufragio universal– Liebknecht tenía un plan de la política y de la acción en general a desarrollar por la socialdemocracia, y Schweitzer tenía otro. Cuando sobre los socialistas alemanes se abatió la ley de excepción, 145

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Most y Hasselmann, dispuestos a exhortar pura y simplemente a la violencia y al terror, tenía un plan, otro tenían Höhberg, Schramm y (en parte) Bernstein, quienes se pusieron a predicar a los socialdemócratas, diciéndoles que, con su insensata violencia y revolucionarismo, habían provocado esa ley y que debían ahora obtener el perdón con una conducta ejemplar; un tercer plan tenían los que venían preparando, y llevaron a cabo, la publicación de un órgano ilegal. Cuando se lanza una mirada retrospectiva, muchos años después de terminada la lucha por la elección de un camino y después de haber pronunciado la historia su veredicto sobre la conveniencia del camino elegido, no es difícil, naturalmente, manifestar profundidad de pensamiento lanzando la sentencia de que las tareas del Partido crecen juntamente con éste. Pero, en un momento de confusión*, cuando los “críticos” y los economistas rusos rebajan la socialdemocracia al nivel del tradeunionismo y los terroristas predican con ardor la adopción de una “táctica-plan” que repite los viejos errores, limitarse en un momento así a unos pensamientos profundos de esta índole significa firmarse uno mismo un “certificado de pobreza”. En un momento en que muchos socialdemócratas rusos padecen precisamente de falta de iniciativa y de energía, de falta de “amplitud en la propaganda, la agitación y la organización políticas”**, de falta de “planes” para organizar en forma más vasta la labor revolucionaria; en un momento así, decir que “la tácticaplan está en contradicción con el espíritu fundamental del marxismo” no sólo equivale a envilecer el marxismo en el sentido teórico, sino, en la práctica, a arrastrar al Partido hacia atrás. “Un socialdemócrata revolucionario se propone como tarea –nos alecciona más adelante R. Dielo– únicamente acelerar con su trabajo consciente el desarrollo objetivo y no suprimirlo o sustituirlo por planes subjetivos. Teóricamente, Iskra sabe todo esto. Pero la enorme importancia que el marxismo * Ein Jahr der Verwirrung (Un año de confusión) es el título puesto por Mehring en su Historia de la socialdemocracia alemana al apartado en que describe los titubeos y la indecisión que los socialistas manifestaron en un principio, al elegir la “táctica-plan” que correspondía a las nuevas condiciones. ** Del editorial del núm. 1 de Iskra (Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV - N. de la Red.).

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atribuye con toda razón a la labor revolucionaria consciente le lleva, en la práctica, como resultado de su concepto doctrinario de la táctica, a aminorar la importancia del elemento objetivo o espontáneo del desarrollo” (pág. 18). Otra vez la mayor confusión teórica, digna del señor V. V. y cofradía. Pero desearíamos preguntar a nuestro filósofo: ¿en qué puede traducirse la “aminoración” del desarrollo objetivo por parte del autor de planes subjetivos? Por lo visto, en perder de vista que este desarrollo objetivo crea o afianza, hunde o debilita a estas o las otras clases, capas, grupos, a tales o cuales naciones, grupos de naciones, etc., condicionando así una u otra agrupación política internacional de fuerzas, una u otra posición de los partidos revolucionarios, etc. Pero la falta de tal autor no consistirá entonces en aminorar el elemento espontáneo, sino en aminorar, por el contrario, el elemento consciente, pues lo que no tendrá será la “conciencia” para comprender acertadamente el desarrollo objetivo. Por eso, ya el solo hecho de hablar de “apreciación de la importancia relativa” (subrayado por Rabócheie Dielo) del elemento consciente y de la espontaneidad revela una falta absoluta de “conciencia”. Si ciertos “elementos espontáneos de desarrollo” son en general accesibles a la conciencia humana, la apreciación errónea de los mismos equivaldrá a “aminorar el elemento consciente”. Y si son inaccesibles a la conciencia, no los conocemos y no podemos hablar de ellos. ¿De qué habla, pues, B. Krichevski? Si considera erróneos los “planes subjetivos” de Iskra (y él los declara precisamente erróneos), debería probar precisamente qué hechos objetivos no son tenidos en cuenta por esos planes y acusar a Iskra, por esta razón, de falta de conciencia, de “aminorar el elemento consciente”, usando su lenguaje. Pero si él, descontento con los planes subjetivos, no tiene más argumentos que el de invocar la “aminoración del elemento espontáneo” (!!), no hace sino demostrar con esto que: 1) teóricamente, comprende el marxismo a lo Karéiev y Mijailovski, suficientemente puestos en ridículo por Béltov[30]; 2) prácticamente, se da por satisfecho en absoluto con los “elementos espontáneos de desarrollo” que arrastraron a nuestros marxistas legales hacia el bernsteinianismo, y a nuestros socialdemócratas, hacia el eco147

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nomismo, y muestra una “gran indignación” contra quienes se han decidido a desviar a toda costa la socialdemocracia rusa del camino del desarrollo “espontáneo”. Y más adelante siguen ya cosas completamente divertidas. “Así como los hombres, a pesar de todos los éxitos de las ciencias naturales, seguirán multiplicándose según los métodos antediluvianos, del mismo modo la aparición de un nuevo orden de cosas social, pese a todos los éxitos de las ciencias sociales y al aumento del número de los combatientes conscientes, será también en lo sucesivo, preeminentemente, resultado de explosiones espontáneas” (pág. 19). Así como la vieja sabiduría dice: para tener hijos, ¿a quién le faltará la inteligencia?, la sabiduría de los “socialistas modernos” (a lo Narciso Tuporílov)[31] dice: para participar en la aparición espontánea de un nuevo sistema social le alcanzará la inteligencia a cualquiera. Nosotros también creemos que le alcanzará la inteligencia a cualquiera. Para participar de este modo, basta ceder al economismo, cuando reina el economismo, y al terrorismo, cuando el terrorismo ha surgido. Así, en la primavera de este año, cuando tanta importancia tenía el prevenir contra el apasionamiento por el terrorismo, Rabócheie Dielo estaba perplejo ante este problema “nuevo” para él. Y seis meses más tarde, cuando la cuestión ha perdido actualidad, nos ofrece a un mismo tiempo la declaración siguiente: “Entendemos que la tarea de la socialdemocracia no puede ni debe consistir en contrarrestar el auge del espíritu terrorista” (Rabócheie Dielo, núm 10, pág. 23) y la resolución del Congreso: “El Congreso considera inoportuno el terror agresivo sistemático” (Dos congresos, pág. 18). ¡Qué claridad y congruencia más notables! No lo contrarrestamos, pero lo declaramos inoportuno; y lo declaramos de tal manera, que el terror no sistemático y defensivo no va incluido en la “resolución”. ¡Hay que reconocer que semejante resolución está a cubierto de todo peligro y queda garantizada por completo contra los errores, como lo está un hombre que habla para no decir nada! Y para redactar semejante resolución, no hacía falta más que una cosa: saber seguir tras el movimiento manteniéndose en la cola. Cuando Iskra puso en ridículo a Rabócheie Dielo por haber declarado que la cuestión del terror era 148

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una cuestión nueva*, Rabócheie Dielo, enfadado, acusó a Iskra de “una pretensión verdaderamente increíble de imponer a la organización del Partido la solución que a los problemas de táctica había dado hacía más de 15 años un grupo de escritores emigrados” (pág. 24). En efecto, ¡qué pretensión y qué exageración del elemento consciente: resolver de antemano los problemas en teoría, para luego convencer de la justeza de esa solución tanto a la organización, como al Partido y a las masas!** ¡Otra cosa es repetir lugares comunes y, sin “imponer” nada a nadie, someterse a cada “viraje”, ya sea hacia el economismo, ya sea hacia el terrorismo! Rabócheie Dielo acusa a Iskra y Zariá de “oponer su programa al movimiento, como un espíritu que se cierne sobre un caos amorfo” (pág. 29). Pero ¿en qué consiste el papel de la socialdemocracia sino en ser el “espíritu” que no sólo se cierne sobre el movimiento espontáneo, sino que eleva a este último al nivel de “su programa”? Pues no ha de consistir en seguir arrastrándose a la cola del movimiento, cosa que, en el mejor de los casos, sería inútil para el movimiento y, en el peor de los casos, extremadamente nocivo. Pero Rabócheie Dielo no sólo sigue esta “táctica-proceso”, sino que la erige en un principio, de modo que sería más justo llamar a esta tendencia seguidismo, en vez de llamarla oportunismo. Forzosamente hay que reconocer que quienes están firmemente decididos a seguir el movimiento marchando a la cola están asegurados, en absoluto y para siempre, contra el error de “aminorar el elemento espontáneo del desarrollo”.

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Nos hemos convencido, pues, de que el error fundamental de la “nueva tendencia” en el seno de la socialdemocracia rusa consiste en rendir culto a la espontaneidad, en no comprender que la espon* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.). ** No se debe olvidar tampoco que, al resolver “en teoría” la cuestión del terror, el grupo “Emancipación del Trabajo” resumió la experiencia del movimiento revolucionario anterior.

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taneidad de las masas exige de nosotros, socialdemócratas, una elevada conciencia. Cuanto más poderoso es el auge espontáneo de las masas, cuanto más amplio se hace el movimiento, tanto más incomparable es la rapidez con que aumenta la necesidad de una elevada conciencia, tanto en el trabajo teórico de la socialdemocracia, como en el político y en el de organización. El movimiento ascensional espontáneo de las masas, en Rusia, ha sido (y sigue siendo) tan rápido, que la juventud socialdemócrata ha resultado poco preparada para cumplir esas gigantescas tareas. Esta falta de preparación es nuestra desgracia común, la desgracia de todos los socialdemócratas rusos. El auge de las masas se ha producido y se ha extendido en forma ininterrumpida y continua, y no sólo no ha cesado donde había comenzado, sino que se ha extendido a nuevas localidades y nuevas capas de la población (bajo la influencia del movimiento obrero, se ha reanimado la efervescencia entre la juventud estudiantil, entre los intelectuales en general, hasta entre los campesinos). Pero los revolucionarios han quedado rezagados en este movimiento ascensional, tanto en sus “teorías” como en su actividad, no han logrado crear una organización permanente que funcione sin solución de continuidad, capaz de dirigir todo el movimiento. En el primer capítulo hemos hecho constar que Rabócheie Dielo rebaja nuestras tareas teóricas y repite “espontáneamente” el grito de moda: “libertad de crítica”; los que lo repiten no han tenido la “conciencia” suficiente para comprender que son diametralmente opuestas las posiciones de los “críticos” oportunistas y las de los revolucionarios en Alemania y en Rusia. En los capítulos siguientes examinaremos cómo se ha manifestado el culto de la espontaneidad en el terreno de las tareas políticas, así como en la labor de organización de la socialdemocracia.

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III. Política tradeunionista y política socialdemócrata

Comenzaremos una vez más con un elogio a Rabócheie Dielo. “Literatura de denuncias y lucha proletaria” es el título con que Martínov encabeza, en el núm. 10 de Rabócheie Dielo, un artículo sobre las discrepancias con Iskra. “No podemos circunscribirnos a denunciar el estado de cosas que entorpece su desarrollo (el del Partido obrero). Debemos también hacernos eco de los intereses inmediatos y cotidianos del proletariado” (pág. 63). Así formulaba Martínov el fondo de esas divergencias. “... Iskra ... es de hecho el órgano de la oposición revolucionaria, que denuncia el estado de cosas reinante en nuestro país y, con preferencia, el estado de cosas político... En cambio, nosotros trabajamos y seguiremos trabajando por la causa obrera, en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria” (id.). Fuerza es agradecer a Martínov esta formulación. Adquiere un destacado interés general, porque, en el fondo, no sólo abarca nuestras discrepancias con Rabócheie Dielo, sino también, en general, todas las discrepancias entre nosotros y los “economistas” en lo que a la lucha política se refiere. Hemos demostrado ya que los “economistas” no niegan en absoluto la “política”, sino que tan sólo se desvían constantemente de la concepción socialdemócrata hacia la concepción tradeunionista de la política. Exactamente igual se desvía Martínov, y por eso consentimos en tomarlo precisamente a él como espécimen de las aberraciones económicas en esta cuestión. Trataremos de demostrar que nadie podrá echarnos en 151

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cara esta elección: ni los autores del “Suplemento especial de Rabóchaia Misl”, ni los autores de la proclama del “Grupo de autoemancipación”, ni los autores de la carta economista publicada en el número 12 de Iskra.

a) La agitación política y su restricción por los economistas De todos es sabido que la lucha económica* de los obreros rusos se extendió en vasta escala y se afianzó paralelamente a la aparición de la “literatura” de las denuncias económicas (concernientes a las fábricas y a los oficios). El contenido principal de los volantes consistía en denunciar el orden de cosas existente en las fábricas, y entre los obreros pronto se produjo un verdadero apasionamiento por estas denuncias. En cuanto los obreros vieron que los círculos de los socialdemócratas querían y podían proporcionarles hojas de nuevo tipo que les decían toda la verdad sobre su vida miserable, sobre su trabajo increíblemente penoso y sobre su situación de parias, comenzaron a llover, por decirlo así, cartas de las fábricas y de los talleres. Esta “literatura de denuncias” produjo una enorme sensación, no sólo en las fábricas cuyo estado de cosas fustigaba, sino en todas las fábricas adonde llegaban noticias de los hechos denunciados. Y puesto que las necesidades y los padecimientos de los obreros de distintas empresas y de diferentes oficios tienen mucho de común, la “verdad sobre la vida obrera” entusiasmaba a todos. Entre los obreros más atrasados se desarrolló una verdadera pasión “por aparecer en letras de molde”, pasión noble por esta forma embrionaria de guerra contra todo el orden social moderno, basado en el pillaje y en la opresión. Y las “octavillas”, en la inmensa mayoría de los casos, eran realmente una declaración de guerra, porque la denuncia ejercía una acción terriblemente excitante, * Con el fin de evitar interpretaciones erróneas, hacemos notar que en la exposición que sigue entendemos por lucha económica (según el uso establecido entre nosotros) la “lucha económica práctica”, que Engels llamó, en la cita arriba insertada, “resistencia a los capitalistas” y que en los países libres se llama lucha gremial, sindical o tradeunionista.

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movía a todos los obreros a reclamar que se pusiera fin a los escándalos más flagrantes y los disponían a sostener sus reivindicaciones por medio de huelgas. Los mismos fabricantes tuvieron, en fin de cuentas, que reconocer hasta tal punto la importancia de las octavillas como declaración de guerra, que muy a menudo ni siquiera querían aguardar a la guerra. Las denuncias, como ocurre siempre, se hacían fuertes por el mero hecho de su aparición, adquiriendo el valor de una poderosa presión moral. Más de una vez, bastó con que apareciera una octavilla para que las reivindicaciones quedaran satisfechas entera o parcialmente. En una palabra, las denuncias económicas (de las fábricas) han sido y siguen siendo en el presente un motor importante de la lucha económica. Y seguirán conservando esta importancia mientras subsista el capitalismo, que engendra necesariamente la autodefensa de los obreros. En los países europeos más adelantados se puede observar, incluso actualmente, cómo denuncias de escándalos que ocurren en alguna “industria” en un punto remoto o en alguna rama de trabajo a domicilio, olvidada de todos, se convierten en punto de partida para despertar la conciencia de clase, para iniciar la lucha sindical y la difusión del socialismo*. La inmensa mayoría de los socialdemócratas rusos ha estado, durante los últimos tiempos, casi enteramente absorbida por ese trabajo de organización de las denuncias en las fábricas. Baste recordar el caso de Rab. Misl para ver hasta qué punto había llegado esa absorción, cómo se había llegado a olvidar que esa actividad por sí sola no era aún, en el fondo, socialdemócrata, sino solamente tradeunionista. En realidad, las denuncias no se referían más que a * En el presente capítulo hablamos únicamente de la lucha política, de su concepto más amplio o más restringido. Por eso, señalaremos sólo de paso, como un simple hecho curioso, la acusación lanzada por Rabócheie Dielo contra Iskra de “abstención excesiva” en cuanto a la lucha económica. (Dos congresos, pág. 27; repetida machaconamente por Martínov en su folleto La socialdemocracia y la clase obrera). Si los señores acusadores midieran en puds o en pliegos de imprenta (como gustan de hacerlo) la sección de Iskra dedicada a la lucha económica durante el año y la compararan con la misma sección de R. Dielo y R. Misl juntos, verían en seguida que, incluso en este sentido, están atrasados. Es evidente que la conciencia de esta sencilla verdad les fuerza a recurrir a argumentos que demuestran claramente su confusión. Iskra –escriben–, “quiéralo o no [!], tiene [!] que tomar en consideración las exigencias imperiosas de la vida y publicar, cuando menos [!!], cartas sobre el movimiento obrero” (Dos congresos, pág. 27). ¡Este sí que es un argumento que nos deja verdaderamente aniquilados!

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las relaciones de los obreros de un oficio determinado con sus patronos respectivos, y el único objetivo que lograba era que los vendedores de la fuerza de trabajo aprendieran a vender esa “mercancía” con mayores ventajas y a luchar contra los compradores en el terreno de transacciones puramente comerciales. Estas denuncias podían convertirse (a condición de que la organización de los revolucionarios las utilizase en cierto grado) en punto de partida y elemento integrante de la actividad socialdemócrata, pero asimismo podían conducir (y, con el culto de la espontaneidad, tenían forzosamente que conducir) a la lucha “exclusivamente sindical” y a un movimiento obrero no-socialdemócrata. La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para obtener condiciones ventajosas de venta de la fuerza de trabajo, sino para que sea destruido el régimen social que obliga a los desposeídos a vender su fuerza de trabajo a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera no sólo en su relación con un grupo determinado de patronos, sino en sus relaciones con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que los socialdemócratas no sólo no pueden circunscribirse a la lucha económica, sino que ni siquiera pueden admitir que la organización de las denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender activamente la labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política. Hoy día, después de la primera acometida de Zariá e Iskra contra el economismo, “todo el mundo está de acuerdo” con eso (si bien hay algunos que lo están sólo de palabra, como veremos en seguida). Cabe preguntar en qué debe consistir la educación política. ¿Es posible limitarse a la propaganda de la idea de que la clase obrera es hostil a la autocracia? Naturalmente que no. No basta explicar la opresión política de que son objeto los obreros (de la misma manera que no bastaba explicarles el antagonismo entre sus intereses y los de los patronos). Es necesario hacer agitación con motivo de cada manifestación concreta de esa opresión (como comenzamos a hacerla con motivo de las manifestaciones concretas de opresión económica). Y puesto que las más diversas clases de la sociedad 154

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son víctimas de esta opresión, puesto que se manifiesta en los más diferentes aspectos de la vida y de la actividad sindical, civil, personal, familiar, religiosa, científica, etc., etc., ¿no es evidente que no cumpliríamos nuestra misión de desarrollar la conciencia política de los obreros si no nos comprometiéramos a organizar una vasta campaña de denuncias de la autocracia? Porque, para hacer agitación con motivo de las manifestaciones concretas de la opresión, es preciso denunciar esas manifestaciones (lo mismo que, para hacer la agitación económica, era necesario denunciar los abusos cometidos en las fábricas). Se diría que la cosa está clara. Pero aquí, precisamente, es donde resulta que sólo de palabra está “todo el mundo” de acuerdo en cuanto a la necesidad de desarrollar la conciencia política en todos sus aspectos. Aquí, precisamente, es donde resulta que Rabócheie Dielo, por ejemplo, no sólo no ha emprendido la labor de organizar denuncias políticas en todos los aspectos (o comenzar su organización), sino que se ha puesto a arrastrar hacia atrás también a Iskra, que había emprendido esa tarea. Oíd: “La lucha política de la clase obrera es sólo [precisamente, no es sólo] la forma más desarrollada, más amplia y efectiva de la lucha económica” (programa de Rabócheie Dielo: véase su núm. 1, pág. 3). “En el presente, ante los socialdemócratas se plantea la tarea de imprimir a la lucha económica misma, en lo posible, un carácter político” (Martínov, en el núm. 10, pág. 42). “La lucha económica es el medio más ampliamente aplicable para incorporar a las masas a la lucha política activa” (Resolución del Congreso de la Unión y “enmiendas”; véase: Dos congresos, págs. 11 y 17). Como ve el lector, todas estas tesis impregnan Rabócheie Dielo desde su aparición misma y hasta las últimas “instrucciones a la redacción”, y todas ellas expresan, evidentemente, un concepto único de la agitación y de la lucha políticas. Analizad, pues, este concepto desde el punto de vista del criterio, que domina entre todos los economistas, de que la agitación política debe seguir a la económica. ¿Será cierto que la lucha económica es, en general*, “el * Decimos “en general”, porque en Rab. Dielo se trata precisamente de los principios generales y de las tareas generales del Partido entero. No cabe duda de que en la prác-

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medio más ampliamente aplicable” para incorporar a las masas a la lucha política? Completamente falso. Medios no menos “ampliamente aplicables” para tal “incorporación” son todas las manifestaciones de la opresión policíaca y de los desmanes de la autocracia, y de ningún modo tan sólo las manifestaciones ligadas a la lucha económica. ¿Por qué los zemskie nachálniki* y los castigos corporales de que son objeto los campesinos, las concusiones de los funcionarios y el trato que la policía da a la “plebe” de las ciudades, la lucha contra los hambrientos y la persecución de los deseos de ilustración y de saber que siente el pueblo, la exacción de tributos y la persecución de las sectas, la dura disciplina del palo impuesta a los soldados y el trato cuartelero que reciben los estudiantes y los intelectuales liberales; por qué todas estas manifestaciones de opresión, así como miles de manifestaciones análogas, que no están directamente ligadas a la lucha “económica”, han de representar en general medios y motivos menos “ampliamente aplicables” para la agitación política, para incorporar a las masas a la lucha política? Justamente al revés: en la suma total de los casos cotidianos en que el obrero sufre (él mismo y las personas allegadas a él) falta de derechos, arbitrariedad y violencia, es indudable que sólo constituyen una pequeña minoría los casos de opresión policíaca precisamente en el terreno de la lucha sindical. ¿Para qué, pues, restringir de antemano la amplitud de la agitación política, declarando “más ampliamente aplicable” sólo uno de los medios, al lado del cual, para un socialdemócrata, deben hallarse otros que, hablando en general, no son menos “ampliamente aplicables”? tica suelen darse casos en que la política debe efectivamente seguir a la economía, pero únicamente los economistas pueden decir esto en una resolución destinada a toda Rusia. Pues hay también casos en que “desde el comienzo mismo” se puede llevar a cabo la agitación política “únicamente en el terreno económico”, y, no obstante, Rab. Dielo ha llegado, por fin, a la conclusión de que “no hay ninguna necesidad” de ello (Dos congresos, pág. 11). En el capítulo siguiente señalaremos que la táctica de los “políticos” y de los revolucionarios, lejos de desconocer las tareas tradeunionistas de la socialdemocracia, es, por el contrario, la única que asegura su realización consecuente. * Zemskie nachálniki - Representantes del Poder público en el campo, destacados de la nobleza terrateniente local y que estaban investidos de poder administrativo y judicial sobre la población campesina. La función de los zemskie nachálniki fue introducida en 1889 y subsistió hasta la caída del zarismo en Rusia (N. de la Red.).

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En tiempos muy, muy remotos (¡hace un año!...), Rabócheie Dielo decía: “Las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen asequibles a las masas después de una huelga o, a lo sumo, de varias huelgas, en cuanto el gobierno emplea la policía y la gendarmería” (núm. 7, pág. 15, agosto de 1900). Ahora, esta teoría oportunista de las fases ha sido ya rechazada por la “Unión”, que nos hace una concesión, declarando: “no hay ninguna necesidad de desarrollar desde el comienzo mismo la agitación política exclusivamente sobre el terreno económico” (Dos congresos, pág. 11). ¡El futuro historiador de la socialdemocracia rusa, por este solo hecho de que la “Unión” repudie una parte de sus viejos errores, verá, mejor que por los más largos razonamientos, hasta qué punto han envilecido el socialismo nuestros economistas! Pero ¡qué ingenuidad la de la “Unión” al figurarse que, a cambio de esta renuncia a una forma de restricción de la política, podía llevarnos a consentir la otra forma de restricción! ¿No hubiera sido acaso más lógico decir, también aquí, que se debe desarrollar lo más ampliamente posible la lucha económica, que es preciso utilizarla siempre para la agitación política, pero que “no hay ninguna necesidad” de considerar la lucha económica como el medio más ampliamente aplicable para incorporar a las masas a una lucha política activa? La “Unión” atribuye importancia al hecho de haber reemplazado por las palabras “el medio más ampliamente aplicable” la expresión “el mejor medio”, que figura en la resolución correspondiente del IV Congreso de la Unión Obrera Judía (Bund). Por cierto que nos veríamos en un aprieto si tuviésemos que decir cuál de estas dos resoluciones es mejor: a nuestro juicio, las dos son peores. Tanto la “Unión” como el Bund se desvían en este caso (en parte quizás hasta inconscientemente, bajo la influencia de la tradición) hacia una interpretación economista, tradeunionista, de la política. En el fondo, la cosa no cambia en nada con que esta interpretación se haga empleando el terminajo: “mejor” o con que se emplee la frasecita: “más ampliamente aplicable”. Si la “Unión” dijera que la “agitación política sobre el terreno económico” es el medio más ampliamente aplicado (y no “aplicable”), tendría razón con respecto a cierto período del desarrollo de nuestro movimiento socialdemócrata. A saber: tendría razón 157

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precisamente con respecto a los economistas, con respecto a muchos militantes prácticos (si no a la mayoría de ellos) de 1898 a 1901, puesto que esos militantes prácticos-economistas, en efecto, aplicaron la agitación política (¡en el grado en que, en general, la practicaban!) casi exclusivamente al terreno económico. ¡Semejante agitación política era aceptada y hasta recomendada, como hemos visto, tanto por Rab. Misl como por el “Grupo de Autoemancipación”! Rab. Dielo debiera haber condenado resueltamente el hecho de que la obra útil de agitación económica fuera acompañada de una restricción nociva de la lucha política; pero, en vez de hacerlo, declara que ¡el medio más aplicado (por los economistas) es el medio más aplicable! No es de extrañar que estas gentes, cuando las tildamos de economistas, no encuentren más salida que insultarnos a más no poder, llamándonos “mixtificadores”, “desorganizadores”, “nuncios del papa”, “calumniadores”*; llorar ante todo el mundo diciendo que les hemos inferido una afrenta sangrante; declarar casi bajo juramento que “ni una sola organización socialdemócrata peca hoy día de economismo”**. ¡Ah, esos calumniadores, esos hombres malos, esos políticos! ¿No habrán inventado a propósito todo el economismo para inferir a la gente, por simple odio a la humanidad, afrentas sangrantes? ¿Qué sentido concreto, real, tiene, en labios de Martínov, el hecho de plantear ante la socialdemocracia la tarea de “imprimir a la lucha económica misma un carácter político”? La lucha económica es la lucha colectiva de los obreros contra los patronos por conseguir condiciones ventajosas de venta de la fuerza de trabajo, por mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los obreros. Esta lucha es, necesariamente, una lucha profesional, porque las condiciones de trabajo son extremadamente variadas en los distintos oficios y, por tanto, la lucha por la mejora de estas condiciones tiene que hacerse forzosamente por oficios (por los sindicatos en Occidente, por asociaciones profesionales de carácter provisional y por medio de octavillas en Rusia, etc.). Imprimir a la “lucha económica misma un carácter político” significa, por tanto, procurar la consecución de esas mismas reivindicaciones profesionales, de ese * Así se expresa literalmente el folleto Dos congresos, págs. 31, 32, 28 y 30. ** Dos congresos, pág. 32.

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mismo mejoramiento de las condiciones de trabajo en los oficios por medio de “medidas legislativas y administrativas” (según se expresa Martínov en la página siguiente, 43, de su artículo). Es justamente lo que siempre hacen y han hecho todos los sindicatos obreros. Ojead la obra de los esposos Webb*, verdaderos eruditos (y “verdaderos” oportunistas), y veréis que los sindicatos obreros ingleses, desde hace ya mucho tiempo, han comprendido y realizan la tarea de “imprimir a la lucha económica misma un carácter político”; desde hace mucho tiempo, luchan por la libertad de huelga, por la supresión de todos los obstáculos jurídicos que se oponen al movimiento cooperativo y sindical, por la promulgación de leyes de protección de la mujer y del niño, por mejorar las condiciones de trabajo por medio de una legislación sanitaria e industrial, etc. ¡Así, pues, la frase pomposa de “imprimir a la lucha económica misma un carácter político”, “terriblemente” profunda y revolucionaria, oculta, en el fondo, la tendencia tradicional a rebajar la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista! So pretexto de rectificar la unilateralidad de Iskra, que prefiere –habéis de saberlo– “revolucionar el dogma a revolucionar la vida”** nos ofrecen como algo nuevo la lucha por las reformas económicas. En efecto, la frase “imprimir a la lucha económica misma un carácter político” no tiene absolutamente ningún otro contenido que la lucha por las reformas económicas. Y el mismo Martínov habría podido llegar a esta conclusión simplota, si hubiese meditado debidamente en la significación de sus propias palabras. “Nuestro Partido –dice, dirigiendo su artillería más pesada contra Iskra– podría y debería plantear ante el gobierno reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas contra la explotación económica, contra el paro forzoso, contra el hambre, etc.” (Rabócheie Dielo, núm. 10, págs. 42-43). Reivindicar medidas concretas, ¿no es acaso reclamar refor* Se alude al libro de Sidney y Beatriz Webb Industrial democracy (La democracia industrial) (N. de la Red.). ** Rabócheie Dielo, núm. 10, pág. 60. En esta variante aplica Martínov al caótico estado actual de nuestro movimiento la tesis: “cada paso de movimiento real es más importante que una docena de programas”, tesis que ya hemos caracterizado más arriba. En el fondo, esto no es sino una traducción al ruso de la célebre frase de Bernstein: “el movimiento lo es todo; el objetivo final, nada”.

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mas sociales? Y preguntamos una vez más a los lectores imparciales si calumniamos a los partidarios de Rabócheie Dielo (¡que se me perdone este poco feliz vocablo en boga!) al calificarlos de bernsteinianos velados, cuando ellos lanzan, como discrepancia con Iskra, la tesis sobre la necesidad de la lucha por reformas económicas. La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido y sigue incluyendo en la órbita de sus actividades la lucha por las reformas. Pero utiliza la agitación “económica” no sólo para reclamar del gobierno toda clase de medidas, sino también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera su deber presentar al gobierno esta exigencia no sólo sobre el terreno de la lucha económica, sino también sobre el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida social y política. En una palabra, como la parte al todo, subordina la lucha por las reformas a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo. En cambio, Martínov resucita en una forma distinta la teoría de las fases, tratando de prescribir infaliblemente la vía económica, por decirlo así, del desarrollo de la lucha política. Propugnando en un momento de ascenso revolucionario como una pretendida “tarea” especial la lucha por reformas, arrastra con ello al Partido hacia atrás y hace el juego al oportunismo “economista” y liberal. Prosigamos. Después de ocultar púdicamente la lucha por las reformas tras la pomposa tesis de “imprimir a la lucha económica misma un carácter político”, Martínov presenta como algo particular únicamente las reformas económicas (y hasta sólo las reformas en la vida fabril). No sabemos por qué lo ha hecho. ¿Tal vez por descuido? Pero si no hubiera tenido en cuenta más que las reformas “fabriles”, su tesis entera, que acabamos de exponer, perdería todo sentido. ¿Tal vez porque estima posible y probable que el gobierno haga “concesiones” únicamente en el terreno económico?* De ser así, resultaría un error extraño: las concesiones son posibles y son hechas también en el terreno de la legislación sobre castigos corporales, pasaportes, pagos de rescate, sectas, censura, etc., etc. Las concesiones “econó* Pág. 43: “Naturalmente, si recomendamos a los obreros que formulen ciertas reivindicaciones económicas al gobierno, lo hacemos porque en el terreno económico el gobierno autócrata está dispuesto, por necesidad, a hacer ciertas concesiones”.

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micas” (o seudo-concesiones) son, se entiende, las más baratas y las más ventajosas para el gobierno, pues espera ganarse con ellas la confianza de las masas obreras. Pero, precisamente por eso, nosotros, los socialdemócratas, no debemos de ningún modo y absolutamente por ningún motivo dar lugar a la opinión (o a la equivocación) de que apreciamos más las reformas económicas, de que justamente estas reformas las consideramos de particular importancia, etc. “Estas reivindicaciones –dice Martínov con respecto a las reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas de que habla más arriba– no serían un simple gesto, puesto que, al prometer ciertos resultados tangibles, podrían ser sostenidas activamente por la masa obrera”... No somos economistas, ¡oh, no! ¡Únicamente nos arrastramos a los pies de la “tangibilidad” de resultados concretos, tan servilmente como lo hacen los señores Bernstein, Prokopóvich, Struve, R. M. y tutti quanti! ¡Únicamente damos a entender (con Narciso Tuporílov) que todo lo que no “promete resultados tangibles” es un “simple gesto”! ¡No hacemos sino expresarnos como si la masa obrera no fuese capaz (y como si no hubiese demostrado su capacidad, pese a todos los que cargan sobre aquélla el filisteísmo propio) de sostener activamente toda protesta contra la autocracia, incluso la que no le promete absolutamente ningún resultado tangible! Tomemos aunque más no sea esos mismos ejemplos citados por el propio Martínov sobre las “medidas” contra el paro forzoso y el hambre. Mientras Rabócheie Dielo se ocupa, según promete, de elaborar y desarrollar “reivindicaciones concretas (¿en forma de proyectos de ley?) de medidas legislativas y administrativas”, que “prometan resultados tangibles”, Iskra, “que coloca invariablemente la revolucionarización del dogma por encima de la revolucionarización de la vida”, ha tratado de explicar el nexo que une íntimamente el paro forzoso a todo el régimen capitalista, advirtiendo que “viene el hambre”, denunciando “la lucha de la policía contra los hambrientos”, así como el escandaloso “reglamento provisional de tipo inquisitorial”, y Zariá ha publicado en edición especial, como folleto de agitación, la parte de su “Revista de política interior”* dedicada al ham* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.).

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bre. Pero, Dios mío, ¡qué “unilaterales” han sido esos ortodoxos incorregiblemente estrechos, esos dogmáticos, sordos a los imperativos de la “vida misma”! ¡Ni uno solo de sus artículos ha contenido –¡qué horror!– ni una sola fijaos bien, ni siquiera una sola “reivindicación concreta” que “prometa resultados tangibles”! ¡Desgraciados dogmáticos! ¡Habría que llevarlos a aprender con los Krichevski y los Martínov, para que se convencieran de que la táctica es el proceso del crecimiento, de lo que crece, etc., y que es necesario imprimir a la lucha económica misma un carácter político! “La lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno (¡¡”lucha económica contra el gobierno”!!), además de su significación directamente revolucionaria, tiene también la de llevar continuamente a los obreros a pensar en su privación de derechos políticos” (Martínov, pág. 44). Hemos insertado esta cita, no para repetir por centésima o milésima vez lo que ya hemos dicho más arriba, sino para agradecer especialmente a Martínov esta nueva y excelente formulación: “La lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno”. ¡Formidable! Con qué inimitable talento, con qué magistral eliminación de todas las discrepancias parciales y diferencias de matices entre los economistas tenemos aquí expresada, en una exposición concisa y clara, toda la esencia del economismo, comenzando por llamar a los obreros a la “lucha política en aras del interés general, para mejorar la situación de todos los obreros”*, continuando luego con la teoría de las fases y terminando con la resolución del Congreso sobre el medio “más ampliamente aplicable”, etc. “La lucha económica contra el gobierno” es precisamente política tradeunionista, que está a una distancia muy grande, pero muy grande de la política socialdemócrata.

b) De cómo Martínov ha profundizado a Plejánov “¡Qué de Lomonósov socialdemócratas han aparecido estos últimos tiempos en nuestro país!”, observó cierto día un camarada, refirién* Rabóchaia Misl - “Suplemento especial”, pág. 14.

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dose a la asombrosa inclinación por la que mucha gente propensa al economismo quiere llegar indefectiblemente por “su propia inteligencia” a las grandes verdades (por el estilo de aquello de que la lucha económica hace pensar a los obreros en su estado de parias) desconociendo, con un desdén magnífico de genios innatos, todo cuanto ya ha dado el desarrollo anterior del pensamiento revolucionario y del movimiento revolucionario. Un genio de esta índole es precisamente el Lomonósov-Martínov. Ojead su artículo “Problemas del día” y veréis cómo se aproxima, con “su propia inteligencia”, a cosas que hace ya mucho tiempo había expuesto Axelrod (acerca del cual nuestro Lomonósov guarda, naturalmente, un silencio absoluto); cómo empieza, por ejemplo, a comprender que no podemos pasar por alto la oposición de tales o cuales capas de la burguesía (Rabócheie Dielo, núm. 9, págs. 61, 62, 71; comparad con la “Respuesta” de la redacción de Rabócheie Dielo a Axelrod, págs. 22, 23, 24), etc. Pero –¡oh!– sólo “se aproxima” y sólo “empieza”, nada más; pues, a pesar de todo, hasta tal punto no ha comprendido aún las ideas de Axelrod, que habla de “lucha económica contra los patronos y el gobierno”. En el curso de tres años (de 1898 a 1901), Rabócheie Dielo venía acumulando fuerzas para comprender a Axelrod y, no obstante, ¡no lo ha comprendido! ¿Tal vez esto ocurre también porque la socialdemocracia, “lo mismo que la humanidad”, siempre se plantea únicamente tareas realizables? Pero no sólo se distinguen los Lomonósov por ignorar mucho (¡ésta sería una desgracia a medias!), sino también por no percatarse de su ignorancia. Esto ya es una verdadera desgracia, y esta desgracia es la que los mueve sin más a emprender la labor de “profundizar” a Plejánov. “Desde que Plejánov escribió el opúsculo citado Sobre las tareas de los socialistas en la lucha contra el hambre en Rusia, ha corrido mucha agua bajo los puentes –cuenta LomonósovMartínov–. Los socialdemócratas, que en el transcurso de lo años han dirigido la lucha económica de la clase obrera... no han tenido aún tiempo de ofrecer una amplia fundamentación teórica de la táctica del Partido. Actualmente esta cuestión ha madurado, y, si quisiéramos ofrecer una fundamen163

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tación teórica de esta índole, nos veríamos, sin duda, precisados a profundizar considerablemente los principios tácticos desarrollados en su tiempo por Plejánov... Nos veríamos, ahora, precisados a definir la diferencia entre propaganda y agitación de una manera distinta a la establecida por Plejánov”. (Martínov acaba de citar las palabras de Plejánov: “El propagandista inculca muchas ideas a una sola persona o a un pequeño número de personas, mientras que el agitador inculca una sola idea o un pequeño número de ideas, pero, en cambio, las inculca a toda una masa de personas”). “Por propaganda entenderíamos la explicación revolucionaria de todo el régimen actual o de sus manifestaciones parciales, indiferentemente de si ello se hace en forma accesible para algunas personas solamente o para las grandes masas. Por agitación, en el sentido estricto de la palabra (¡sic!), entenderíamos el llamamiento dirigido a las masas para ciertas acciones concretas, el contribuir a la intervención revolucionaria directa del proletariado en la vida social”. Felicitamos a la socialdemocracia rusa así –como a la internacional– por esta nueva terminología martinoviana, más rigurosa y más profunda. Hasta ahora creíamos (con Plejánov y con todos los jefes del movimiento obrero internacional) que un propagandista, si trata, por ejemplo, la cuestión del paro forzoso, debe explicar la naturaleza capitalista de las crisis, señalar la causa de la inevitabilidad de las mismas en la sociedad actual, indicar la necesidad de transformar la sociedad capitalista en socialista, etc. En una palabra, debe ofrecer “muchas ideas”, tantas, que todas esas ideas, en su conjunto, podrán ser asimiladas en el acto sólo por pocas (relativamente) personas. En cambio, el agitador, al hablar de esta misma cuestión, tomará un ejemplo, el más destacado y más conocido de su auditorio –pongamos por caso, el de una familia de parados muerta de hambre, el aumento de la miseria, etc.– y, aprovechando este hecho conocido de todos y cada uno, dirigirá todos sus esfuerzos a dar a la “masa” una sola idea: la idea de lo absurdo de la contradicción existente entre el incremento de la riqueza y el aumento de la miseria; tratará de despertar en la masa el descontento y la indignación con164

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tra esta flagrante injusticia, dejando al propagandista la explicación completa de esta contradicción. Por eso, el propagandista procede, principalmente, por medio de la palabra impresa, mientras que el agitador actúa de viva voz. Al propagandista se le exigen cualidades distintas que al agitador. Así, llamaremos propagandistas a Kautsky y a Lafargue; Bebel y Guesde, agitadores. Y establecer un tercer terreno o tercera función de actividad práctica, involucrando en esta función el “llamamiento dirigido a las masas para ciertas acciones concretas”, es el desatino más grande, pues el “llamamiento”, como acto aislado, o bien es un complemento natural e inevitable del tratado teórico, del folleto de propaganda y del discurso de agitación, o bien constituye una función netamente ejecutiva. En efecto, tomemos, por ejemplo, la lucha actual de los socialdemócratas alemanes contra los aranceles sobre los cereales. Los teóricos, en sus estudios de investigación sobre la política aduanera, “llaman”, digámoslo así, a luchar por la conclusión de tratados comerciales y por la libertad de comercio; lo mismo hacen el propagandista, en las revistas, y el agitador, en sus discursos públicos. La “acción concreta” de la masa consiste en ese caso en estampar sus firmas al pie de una petición dirigida al Reichstag, exigiendo que no sean aumentados los aranceles sobre los cereales. El llamamiento a esta acción parte indirectamente de los teóricos, de los propagandistas y de los agitadores, y, directamente, de los obreros que recorren las fábricas y las viviendas particulares con las listas de adhesión a la petición. Según la “terminología de Martínov”, resultaría que Kautsky y Bebel son ambos propagandistas, y que los portadores de las listas de adhesión son agitadores. ¿No es así? El ejemplo de los alemanes me ha hecho recordar la palabra alemana “Verballhornung”, literalmente “ballhornización”. Juan Ballhorn era un editor de Leipzig, del siglo XVI; editó un abecedario, en el que, como era costumbre, estampó un dibujo que representaba un gallo, pero, en lugar del dibujo habitual del gallo con espolones, figuraba uno sin espolones y con un par de huevos al lado. La portada del abecedario decia: “Edición corregida por Juan Ballhorn”. Desde entonces, los alemanes dicen “Verballhornung” al referirse a una “corrección” que, de hecho, empeora lo corregido. Y, quiérase o 165

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no, uno recuerda a Ballhorn al ver cómo los Martínov “profundizan” a Plejánov... ¿Para qué habrá “inventado” nuestro Lomonósov este embrollo? Para demostrar que Iskra, “lo mismo que lo hizo Plejánov hace ya unos quince años, presta atención a un solo aspecto de la cuestión” (pág. 39). “Según Iskra, cuando menos para el presente período, las tareas de propaganda relegan a segundo plano las tareas de agitación” (pág. 52). Si traducimos esta última frase del lenguaje de Martínov a un lenguaje corriente (pues la humanidad no ha tenido tiempo aún de adoptar esta terminología recién descubierta), resulta lo siguiente: según Iskra, las tareas de propaganda y de agitación política relegan a segundo plano la tarea de “plantear ante el gobierno reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas”, que “prometan ciertos resultados tangibles” (o, en otros términos, la reivindicación de reformas sociales, si se nos permite emplear todavía una vez más la vieja terminología de la vieja humanidad, que no ha llegado aún al nivel de Martínov). Proponemos al lector comparar con esta tesis el siguiente fragmento: “Nos asombra en estos programas (en los programas de los socialdemócratas revolucionarios) tanto el que eternamente pongan en primer plano las ventajas de la actividad de los obreros en el parlamento (que no existe en nuestro país), pasando completamente por alto (debido a su nihilismo revolucionario) la importancia de la participación de los obreros en las asambleas legislativas de los fabricantes, asambleas que sí existen en nuestro país, para discutir asuntos de las fábricas... o bien la importancia de la participación de los obreros aunque sólo sea en la administración municipal urbana...”. El autor de este párrafo expresa algo más directa, clara y francamente la idea a que ha llegado por su propia inteligencia Lomonósov-Martínov. El autor es R. M., en el “Suplemento especial de Rabóchaia Misl” (pág. 15).

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c) Las denuncias políticas y la “educación de la actividad revolucionaria” Al lanzar contra Iskra su “teoría” de la “elevación de la actividad de la masa obrera”, Martínov, en realidad, ha puesto al descubierto su tendencia a rebajar esta actividad, pues ha declarado que el medio preferente, de particular importancia, “más ampliamente aplicable” para despertarla y el campo de dicha actividad, era esa misma lucha económica, ante la cual se han arrastrado todos los economistas. Este error es precisamente característico, porque no sólo es propio de Martínov. Pues, en realidad, se puede “elevar la actividad de la masa obrera” únicamente a condición de que no nos circunscribamos a la “agitación política sobre el terreno económico”. Y una de las condiciones esenciales para esa extensión indispensable de la agitación política es organizar denuncias políticas que abarquen todos los terrenos. La conciencia política y la actividad revolucionaria de las masas no pueden educarse sino a base de estas denuncias. Por eso, esta actividad constituye una de las funciones más importantes de toda la socialdemocracia internacional, pues incluso la libertad política no elimina en lo más mínimo, sino que lo único que hace es desplazar un poco la esfera a la que van dirigidas esas denuncias. Por ejemplo, el Partido alemán afianza sobre todo sus posiciones y extiende su influencia, precisamente gracias a la persistente energía de sus campañas de denuncias políticas. La conciencia de la clase obrera no puede ser una conciencia verdaderamente política, si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y opresión, de violencias y abusos de toda especie, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, además, precisamente desde el punto de vista socialdemócrata, y no desde ningún otro. La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase, si los obreros no aprenden, a base de hechos y acontecimientos políticos concretos y, además, de actualidad, a observar a cada una de las otras clases sociales, en todas las manifestaciones de la vida intelectual, moral y política de esas clases; si no aprenden a aplicar en la práctica el análisis materialista y la apreciación materialista de todos los 167

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aspectos de la actividad y de la vida de todas las clases y grupos de la población. Quien oriente la atención, la capacidad de observación y la conciencia de la clase obrera exclusivamente, o aunque sólo sea con preferencia, hacia ella misma, no es un socialdemócrata, pues el conocimiento de sí misma, por parte de la clase obrera, está inseparablemente ligado a la completa nitidez no sólo de los conceptos teóricos... o mejor dicho: no tanto de los conceptos teóricos, como de las ideas elaboradas sobre la base de la experiencia de la vida política, acerca de las relaciones entre todas las clases de la sociedad actual. Esta es la razón de que sea tan profundamente nociva y tan profundamente reaccionaria, por su significación práctica, la prédica de nuestros economistas de que la lucha económica es el medio más ampliamente aplicable para incorporar a las masas al movimiento político. A fin de llegar a ser un socialdemócrata, el obrero debe formarse una idea clara de la naturaleza económica y de la fisonomía social y política del terrateniente y del cura, del dignatario y del campesino, del estudiante y del vagabundo, conocer sus lados fuertes y sus lados flacos, saber orientarse en las frases y sofismas de toda clase más corrientes, con los que cada clase y cada capa encubre sus apetitos egoístas y su verdadera “naturaleza”, saber distinguir qué instituciones y leyes reflejan estos u otros intereses y cómo precisamente los reflejan. Y no es en los libros donde puede encontrarse esta “idea clara”: la pueden proporcionar únicamente cuadros vivos, así como denuncias, formuladas sobre huellas frescas, de todo cuanto suceda en un momento determinado en torno nuestro, de lo que todos y cada uno hablan a su manera o sobre lo que cuando menos cuchichean, de lo que se manifiesta en determinados acontecimientos, cifras, sentencias judiciales, etc., etc., etc. Estas denuncias políticas que abarcan todos los aspectos de la vida son una condición indispensable y fundamental para educar la actividad revolucionaria de las masas. ¿Por qué el obrero ruso manifiesta todavía poca actividad revolucionaria frente al trato bestial de que la policía hace objeto al pueblo, frente a las persecuciones de las sectas, frente a los castigos corporales impuestos a los campesinos, frente a los abusos de la censura, los malos tratos de que son objeto los soldados, las persecuciones de 168

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las iniciativas culturales más inofensivas, etc.? ¿No será porque no le “hace pensar” en ello la “lucha económica”, porque eso le “promete” pocos “resultados tangibles”, porque no le ofrece nada “positivo”? No; semejante juicio, repetimos, no es sino una tentativa de cargar culpas en cabeza ajena, cargar el filisteísmo propio (como también el bernsteinianismo) sobre la masa obrera. Debemos imputar la culpa a nosotros mismos, a nuestro atraso con respecto al movimiento de las masas, a no haber sabido aún organizar denuncias suficientemente amplias, resonantes, rápidas, contra todas esas ignominias. Si llegamos a hacerlo (y debemos y podemos hacerlo), el obrero más atrasado comprenderá o sentirá que el estudiante y el miembro de una secta, el mujik y el escritor son vejados y atropellados por esa misma fuerza tenebrosa, que tanto le oprime y le sojuzga a él en cada paso de su vida, y al sentirlo, él mismo querrá reaccionar, lo querrá con un deseo incontenible, y sabrá, entonces, organizar hoy una batahola contra los censores, desfilar mañana en manifestación ante la casa del gobernador que haya sofocado un alzamiento de campesinos, dar pasado mañana una lección a los gendarmes con sotana que desempeñan la función de la santa inquisición, etc. Hasta ahora hemos hecho muy poco, casi nada, para lanzar entre las masas obreras denuncias múltiples y de actualidad. Muchos de entre nosotros ni siquiera tienen aún conciencia de esta su obligación y se arrastran espontáneamente tras la “lucha cotidiana y gris”, dentro de los marcos estrechos de la vida fabril. En semejantes condiciones, decir: “Iskra tiene la tendencia de rebajar la importancia de la marcha ascendente de la lucha cotidiana y gris, en comparación con la propaganda de ideas brillantes y acabadas” (Martínov, pág. 61), significa arrastrar al Partido hacia atrás, significa defender y ponderar nuestra falta de preparación, nuestro atraso. En cuanto al llamamiento dirigido a las masas para la acción, surgirá por sí mismo, siempre que haya enérgica agitación política y denuncias vivas y resonantes. Coger a alguien en flagrante delito y estigmatizarlo en el acto ante todo el mundo y por todas partes, produce mayor efecto que cualquier “llamamiento” y ejerce muchas veces una influencia tan grande, que más tarde ni siquiera 169

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se puede determinar quién fue, propiamente, el que “llamó” a la muchedumbre y quién, propiamente, el que lanzó tal o cual plan de manifestación, etc. No se puede llamar a la masa a una acción –en el sentido concreto de la palabra, y no en el sentido general– más que en el lugar mismo de la acción; ni se puede exhortar a la acción a los demás sin dar el ejemplo uno mismo y en el acto. A nosotros, publicistas socialdemócratas, nos incumbe ahondar, extender e intensificar las denuncias políticas y la agitación política. A propósito de los “llamamientos”. El único órgano que, antes de los acontecimientos de la primavera, llamó a los obreros a intervenir activamente en una cuestión que no prometía absolutamente ningún resultado tangible al obrero, como era la del reclutamiento militar de los estudiantes, fue Iskra. Inmediatamente después de la publicación de la orden del 11 de enero sobre “la incorporación de 183 estudiantes a las filas del ejército”, Iskra publicó un artículo sobre este hecho (núm. 2 de febrero)*, y antes de que hubiera comenzado toda manifestación, llamó directamente “al obrero a acudir en ayuda del estudiante”, llamó al “pueblo” a contestar abiertamente al insolente desafío del gobierno. Preguntamos a todo el mundo: ¿cómo explicar la notable circunstancia de que, hablando tanto de “llamamientos”, destacando los “llamamientos” hasta como una forma particular de actividad, Martínov no haya mencionado para nada este llamamiento? ¿Y no será filisteísmo, después de esto, que Martínov declare que Iskra es unilateral porque no “llama” suficientemente a la lucha por reivindicaciones que “prometen resultados tangibles”? Nuestros economistas, entre ellos Rabócheie Dielo, tenían éxito por haberse adaptado a la mentalidad de los obreros atrasados. Pero el obrero socialdemócrata, el obrero revolucionario (y el número de estos obreros aumenta de día en día), desechará con indignación todos estos razonamientos sobre la lucha por las reivindicaciones que “prometen resultados tangibles”, etc., pues comprenderá que no son sino variantes de la vieja canción del aumento de un kopek por rublo. Este obrero dirá a sus consejeros de R. Misl y de R. * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV (N. de la Red.).

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Dielo: en vano os afanáis, señores, interviniendo con demasiado celo en asuntos que nosotros mismos resolvemos y esquivando el cumplimiento de vuestras verdaderas obligaciones. Pues no es muy inteligente decir, como lo hacéis vosotros, que la tarea de los socialdemócratas es imprimir a la lucha económica misma un carácter político; esto no es más que el comienzo, y no consiste en ello la tarea principal de los socialdemócratas, pues en Rusia, como en el mundo entero, es la policía misma quien comienza muchas veces a imprimir a la lucha económica un carácter político, y los obreros mismos aprenden a comprender al lado de quién está el gobierno*. En efecto, esa “lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno”, que vosotros ostentáis como una América que hubiérais descubierto, la hacen en numerosos puntos remotos de Rusia los obreros mismos, que han oído hablar de huelgas, pero que quizás nada sepan de socialismo. Esa “actividad” nuestra, de los obreros, que todos vosotros queréis sostener presentando reivindicaciones concretas que prometan resultados tangibles, ya existe entre nosotros, y, en nuestro trabajo cotidiano, pequeño, sindical, nosotros mismos estamos lanzando esas reivindicaciones concretas, a menudo sin ayuda alguna de los intelectuales. Pero esa actividad no nos basta; no somos niños a los que se puede alimentar sólo con la papilla de la política “económica”; queremos saber todo lo que saben los demás, queremos conocer detalladamente todos los aspectos de la vida política y tomar parte activa en todos y en cada uno de los acontecimientos políticos. Para lograrlo, es necesario * La exigencia de “imprimir a la lucha económica misma un carácter político” expresa con el mayor relieve el culto de la espontaneidad en el terreno de la actividad política. La lucha económica adquiere a menudo un carácter político espontáneamente, es decir, sin la intervención de ese “bacilo revolucionario que son los intelectuales”, sin la intervención de los socialdemócratas conscientes. Por ejemplo, la lucha económica de los obreros en Inglaterra adquirió también un carácter político sin participación alguna de los socialistas. Pero la tarea de los socialdemócratas no se limita únicamente a la agitación política en el terreno económico: su tarea es transformar esa política tradeunionista en lucha política socialdemócrata, aprovechar los destellos de conciencia política que la lucha económica ha hecho penetrar en el espíritu de los obreros para elevar a éstos hasta el nivel de la conciencia política socialdemócrata. Ahora bien, los Martínov, en vez de elevar e impulsar la conciencia política que se despierta espontáneamente, se prosternan ante la espontaneidad y repiten, repiten hasta dar náuseas, que la lucha económica “hace pensar” a los obreros en su privación de derechos políticos. ¡Es de lamentar, señores, que este despertar espontáneo de la conciencia política tradeunionista no os “haga pensar” a vosotros mismos en la cuestión de vuestras tareas socialdemócratas!

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que los intelectuales repitan menos lo que ya nosotros mismos sabemos*, y que nos den más de lo que todavía no sabemos, de lo que jamás podremos saber nosotros mismos por nuestra experiencia fabril y “económica”, o sea: conocimientos políticos. Estos conocimientos vosotros, los intelectuales, podéis adquirirlos solos y tenéis el deber de proporcionárnoslos cien y mil veces más de lo que lo habéis hecho hasta ahora; además, debéis ofrecérnoslos no sólo en forma de razonamientos, folletos y artículos (que, a menudo –¡disculpad la franqueza!– suelen ser algo pesados), sino indispensablemente en forma de denuncias vivas de todo cuanto nuestro gobierno y nuestras clases dominantes hacen precisamente en estos momentos en todos los aspectos de la vida. Cumplid con mayor celo esta obligación vuestra y charlad menos sobre “la elevación de la actividad de la masa obrera”. ¡Desplegamos mucha más actividad de la que vosotros suponéis, y sabemos sostener, por medio de la lucha abierta en la calle, incluso las reivindicaciones que no prometen ningún “resultado tangible”! Y no sois vosotros quienes “elevaréis” nuestra actividad, pues vosotros carecéis justamente de esa actividad. ¡Deberíais prosternaros menos ante la espontaneidad y pensar más en elevar vuestra propia actividad, señores! * Para confirmar que todo este discurso de los obreros a los economistas no es fruto exclusivo de nuestra invención, nos referimos a dos testigos que, sin duda, conocen el movimiento obrero directamente y que no son, ni mucho menos, propensos a ser parciales para con nosotros, los "dogmáticos", pues uno de los testigos es un economista (¡que considera incluso a Rabócheie Dielo como un órgano político!), y el otro, un terrorista. El primer testigo es el autor de un artículo notable por su veracidad y vivacidad: "El movimiento obrero petersburgués y las tareas prácticas de la socialdemocracia", publicado en el número 6 de Rab. Dielo. Divide a los obreros en: 1) revolucionarios conscientes; 2) capa intermedia y 3) el resto de la masa. Y he aquí que la capa intermedia "frecuentemente se interesa más por los problemas de la vida política que por sus intereses económicos inmediatos, cuya relación con las condiciones sociales generales ha sido comprendida hace ya mucho tiempo"... Rab. Misl es "duramente criticada": "siempre lo mismo, hace mucho tiempo ya que lo sabemos, hace mucho tiempo que lo hemos leído", "en la crónica política, tampoco hay nada nuevo" (págs. 30-31). Pero incluso la tercera capa, "la masa obrera más sensible, más joven, menos corrompida por la taberna y por la iglesia, que casi nunca tiene posibilidad de conseguir un libro de contenido político, habla a diestro y siniestro de los acontecimientos de la vida política y medita las noticias fragmentarias acerca de un motín de estudiantes", etc. Y el terrorista escribe: "... Leerán un par de veces las líneas que relatan minucias de la vida de las fábricas en distintas ciudades extrañas y luego dejarán de leer... Les aburre... No hablar en un periódico obrero sobre el Estado... significa considerar al obrero como a un niño ... El obrero no es un niño." (Svoboda [La Libertad], ed. del grupo revolucionariosocialista, págs. 69 y 70).

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d) ¿Qué hay de común entre el economismo y el terrorismo? Más arriba, en una nota, hemos confrontado a un economista y a un terrorista no-socialdemócrata, que por casualidad han resultado solidarios. Pero, hablando en general, entre los unos y los otros existe un lazo no casual, sino intrínseco y necesario, sobre el que tendremos aún que hablar más adelante y al que es necesario referirse precisamente al tratar de la educación de la actividad revolucionaria. Los economistas y los terroristas contemporáneos tienen una raíz común, a saber: el culto de la espontaneidad, del que hemos hablado en el capítulo precedente como de un fenómeno general y que ahora examinamos bajo el aspecto de su influencia en el terreno de la actividad política y de la lucha política. A primera vista, nuestra afirmación podría parecer paradójica: tan grande parece la diferencia entre la gente que subraya la “lucha cotidiana y gris” y la gente que preconiza la lucha más abnegada, la lucha del individuo aislado. Pero esto no es una paradoja. Los economistas y los terroristas rinden culto a dos polos opuestos de la corriente espontánea: los economistas, a la espontaneidad del “movimiento netamente obrero”, y los terroristas, a la espontaneidad de la indignación más ardiente de los intelectuales, que no saben o no tienen la posibilidad de ligar el trabajo revolucionario al movimiento obrero para formar un todo. A quien haya perdido por completo la fe en esta posibilidad, o nunca la haya tenido, le es realmente difícil encontrar para su sentimiento de indignación y para su energía revolucionaria otra salida que el terror. Así, pues, el culto de la espontaneidad, en las dos direcciones indicadas, no es sino el comienzo de la realización del famoso programa del “Credo”; ¡los obreros despliegan su “lucha económica contra los patronos y el gobierno” (¡que nos perdone el autor del “Credo” que expresemos sus ideas en lenguaje de Martínov! Nos parece que tenemos derecho a hacerlo, pues también el “Credo” habla de cómo los obreros, en la lucha económica, “chocan con el régimen político”), y los intelectuales, por sus propias fuerzas, despliegan su lucha política, naturalmente, con ayuda del terror! Esta es una conclusión completamente lógica e inevitable, 173

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sobre la que no se puede por menos de insistir aunque los que comienzan a realizar ese programa no se han percatado de que esa conclusión es inevitable. La actividad política tiene su lógica, que no depende de la conciencia de los que, con las mejores intenciones del mundo, exhortan o bien al terror o bien a imprimir un carácter político a la lucha económica misma. De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, y en el caso presente las buenas intenciones no bastan a salvar del apasionamiento espontáneo por “la línea del menor esfuerzo”, por la línea del programa netamente burgués del “Credo”. Porque tampoco es nada casual la circunstancia de que muchos liberales rusos –tanto los liberales declarados como los que se cubren con una careta marxista– simpaticen de todo corazón con el terror y traten de sostener el avance del espíritu terrorista en el momento actual. Y he aquí que, al surgir el “grupo revolucionario-socialista Svoboda”, que se había propuesto justamente la tarea de cooperar por todos los medios con el movimiento obrero, pero incluyendo en el programa el terror y emancipándose, por decirlo así, de la socialdemocracia, este hecho ha confirmado una vez más la notable perspicacia de P. B. Axelrod, que con toda exactitud predijo estos resultados de las vacilaciones socialdemócratas ya a fines de 1897 (“A propósito de las tareas y de la táctica actuales”) y esbozó sus célebres “dos perspectivas”. Todas las discusiones y discrepancias posteriores entre los socialdemócratas rusos están ya, como la planta en la semilla, en esas dos perspectivas*. Desde el punto de vista indicado, se concibe también que Rabócheie Dielo, que no ha podido resistir a la espontaneidad del * Martínov “se imagina otro dilema, más real [?]” (La socialdemocracia y la clase obrera, pág. 19). “O la socialdemocracia asume la dirección inmediata de la lucha económica del proletariado y, por lo mismo [!], la transforma en lucha revolucionaria de clases” ...“Por lo mismo”, es decir, evidentemente, por la dirección inmediata de la lucha económica. Que nos indique Martínov dónde se ha visto que, por el único y solo hecho de dirigir la lucha profesional, se haya logrado transformar el movimiento tradeunionista en movimiento revolucionario de clases. ¿No caerá en la cuenta de que, para realizar esta “transformación”, debemos encargarnos activamente de la “dirección inmediata” de la agitación política en todos sus aspectos? ... “O bien otra perspectiva: la socialdemocracia abandona la dirección de la lucha económica de los obreros y, con ello... se corta las alas”... Según el juicio de Rabócheie Dielo, arriba citado, es Iskra la que “abandona”. Pero hemos visto que Iskra hace para dirigir la lucha económica mucho más que Rab. Dielo; además, no se limita a esto, ni restringe, en nombre de esto, sus tareas políticas.

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economismo, tampoco haya podido resistir a la espontaneidad del terrorismo. Es de sumo interés señalar aquí la argumentación especial que ha esgrimido Svoboda en defensa del terror. “Niega por completo” el papel intimidador del terror (Renacimiento del revolucionismo, pág. 64), pero, en cambio, subraya su “significación como excitante”. Esto es característico, primeramente, como una de las fases de la descomposición y decadencia de ese círculo tradicional de ideas (pre-socialdemócratas) que había obligado a seguir asidos al terror. El reconocer que actualmente es imposible “intimidar” al gobierno –y, por consiguiente, desorganizarlo– por medio del terror, significa, en el fondo, condenar completamente el terror como sistema de lucha, como esfera de actividad consagrada por un programa. En segundo lugar, esto es aún más característico como ejemplo de la incomprensión de nuestras tareas urgentes en cuanto a la “educación de la actividad revolucionaria de las masas”. Svoboda hace propaganda del terror como medio para “excitar” el movimiento obrero e imprimirle un “fuerte impulso”. ¡Es difícil imaginarse una argumentación que se refute a sí misma con mayor evidencia! Cabe preguntar si es que existen en la vida rusa tan pocos abusos, que aún hace falta inventar medios “excitantes” especiales. Y, por otra parte, si hay quien no se excita y no es excitable ni siquiera por la arbitrariedad rusa, ¿no es acaso evidente que seguirá contemplando también el duelo entre el gobierno y un puñado de terroristas sin que nada le importe un comino? Se trata justamente de que las masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir, si es posible expresarse de este modo, y concentrar todas las gotas y arroyuelos de la excitación popular que la vida rusa destila en una cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y creemos y que hay que reunir precisamente en un solo torrente gigantesco. Que es una tarea realizable lo demuestra de un modo irrefutable el enorme crecimiento del movimiento obrero, así como el ansia de los obreros, señalada ya más arriba, por la literatura política. Pero los llamamientos al terror, así como los llamamientos a que se imprima a la lucha económica misma un carácter político, representan distintas formas de esquivar el deber más imperio175

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so de los revolucionarios rusos: organizar la agitación política en todos sus aspectos. Svoboda quiere sustituir la agitación por el terror, confesando abiertamente que, “en cuanto empiece una agitación intensa y enérgica entre las masas, el papel excitante de éste desaparecerá” (Renacimiento del revolucionismo, pág. 68). Precisamente esto pone de manifiesto que tanto los terroristas como los economistas subestiman la actividad revolucionaria de las masas, a pesar de la prueba evidente que representan los acontecimientos de la primavera*. Además, unos se precipitan en busca de “excitantes” artificiales, otros hablan de “reivindicaciones concretas”. Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad en lo que atañe a la agitación política y a la organización de las denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún otro momento se puede sustituir esto por nada.

e) La clase obrera, como combatiente de vanguardia por la democracia Ya hemos visto que la agitación política más amplia y, por consiguiente, la organización de denuncias políticas en todos los aspectos constituye una tarea en absoluto necesaria, la tarea más imperiosamente necesaria de la actividad, siempre que esta actividad sea verdaderamente socialdemócrata. Pero hemos llegado a esta conclusión partiendo únicamente de la urgentísima necesidad que la clase obrera tiene de conocimientos políticos y de educación política. Ahora bien, esta manera de plantear la cuestión sería demasiado restringida, desconocería las tareas democráticas generales de toda socialdemocracia en general y de la socialdemocracia rusa actual en particular. Para explicar esta tesis lo más concretamente posible, trataremos de enfocar la cuestión desde el punto de vista más “familiar” a los economistas, o sea desde el punto de vista práctico. “Todo el mundo está de acuerdo” en que es necesario desarrollar la conciencia política de la clase obrera. Pero ¿cómo * Se trata de la primavera de 1901, cuando comenzaron grandes manifestaciones en las calles (nota de Lenin para la edición de 1907 - N. de la Red.).

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hacerlo y qué es necesario para hacerlo? La lucha económica “hace pensar” a los obreros únicamente en las cuestiones concernientes a la actitud del gobierno hacia la clase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en la tarea de “imprimir a la lucha económica misma un carácter político”, no podremos jamás, en el marco de dicha tarea, desarrollar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de conciencia política socialdemócrata), pues el marco mismo es demasiado estrecho. La fórmula de Martínov nos es preciosa, no como prueba de la capacidad de confusión de su autor, sino porque expresa con relieve el error fundamental de todos los economistas, a saber: la convicción de que se puede desarrollar la conciencia política de clase de los obreros desde dentro, por decirlo así, de su lucha económica, o sea tomando únicamente (o, cuando menos, principalmente) esta lucha como punto de partida, basándose únicamente (o, cuando menos, principalmente) en esta lucha. Esta opinión es radicalmente falsa; y precisamente porque los economistas, furiosos por nuestra polémica con ellos, no quieren reflexionar con seriedad sobre el origen de nuestras discrepancias, y acabamos literalmente por no comprendernos, por hablar lenguas diferentes. La conciencia política de clase no se le puede aportar al obrero más que desde el exterior, esto es, desde fuera de la lucha económica, desde fuera de la esfera de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera en que se puede encontrar estos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y capas con el Estado y el gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta: “¿qué hacer para aportar a los obreros conocimientos políticos?”, no se puede dar únicamente la respuesta con la que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados al trabajo práctico, sin hablar ya de los que se inclinan hacia el economismo, a saber: “Hay que ir a los obreros”. Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército. Si empleamos adrede esta formulación ruda y nos expresamos adrede de una forma simplificada y tajante, no es de ninguna manera por el placer de decir paradojas, sino para “hacer pensar” 177

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bien a los economistas en las tareas que de un modo imperdonable desdeñan, en la diferencia que existe entre la política tradeunionista y la política socialdemócrata, diferencia que no quieren comprender. Por eso, rogamos al lector que conserve su calma y nos siga atentamente hasta el final. Tomemos como ejemplo el tipo del círculo socialdemócrata más difundido en estos últimos años y examinemos su actividad. “Está en contacto con los obreros” y se conforma con esto, editando hojas que flagelan los abusos que se cometen en las fábricas, la parcialidad del gobierno hacia los capitalistas, así como las violencias de la policía; en las reuniones que se celebran con los obreros, la conversación, ordinariamente, no se sale o casi no se sale del marco de estos mismos temas; las conferencias y las charlas sobre la historia del movimiento revolucionario, sobre la política interior y exterior de nuestro gobierno, sobre la evolución económica de Rusia y de Europa, sobre la situación de las distintas clases en la sociedad contemporánea, etc., son casos sumamente raros y nadie piensa en establecer y desenvolver sistemáticamente relaciones con las otras clases de la sociedad. En el fondo, el ideal del militante, para los miembros de un tal círculo, se parece, en la mayoría de los casos, mucho más a un secretario de tradeunión que a un jefe político socialista. Pues el secretario de cualquier tradeunión inglesa, por ejemplo, ayuda siempre a los obreros a sostener la lucha económica, organiza la denuncia de los abusos cometidos en las fábricas, explica la injusticia de las leyes y reglamentos que restringen la libertad de huelga y la libertad de colocar piquetes cerca de las fábricas (para anunciar que la huelga ha sido declarada), explica la parcialidad de los árbitros pertenecientes a las clases burguesas de la población, etc., etc. En una palabra, todo secretario de tradeunión sostiene y ayuda a sostener “la lucha económica contra los patronos y el gobierno”. Y nunca se insistirá bastante en que esto no es aún socialdemocratismo, que el ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario de tradeunión, sino el tribuno popular, que sabe reaccionar contra toda manifestación de arbitrariedad y de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea la capa o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todos estos hechos 178

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para trazar un cuadro de conjunto de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el menor detalle para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y a cada uno la importancia histórico-mundial de la lucha emancipadora del proletariado. Comparad, por ejemplo, a hombres como Roberto Knight (conocido secretario y líder de la Unión de obreros caldereros, uno de los más poderosos sindicatos de Inglaterra) y Guillermo Liebknecht, y apliquémosles los contrastes enumerados por Martínov en la exposición de sus discrepancias con Iskra. Veréis que R. Knight –empiezo a repasar el artículo de Martínov– “ha exhortado” mucho más “a las masas a realizar acciones concretas determinadas” (pág. 39) y que G. Liebknecht se ha ocupado más de “enfocar desde un punto de vista revolucionario todo el régimen actual o sus manifestaciones aisladas” (págs. 38-39); que R. Knight “ha formulado las reivindicaciones inmediatas del proletariado e indicado los medios de satisfacerlas” (pág. 41) y que G. Liebknecht, sin dejar de hacer igualmente esto, no ha renunciado a “dirigir al mismo tiempo la enérgica actividad de los diferentes sectores oposicionistas”, a “dictarles un programa positivo de acción”* (pág. 41); que R. Knight ha tratado precisamente de “imprimir, en la medida de lo posible, a la lucha económica misma un carácter político” (pág. 42) y que ha sabido perfectamente “formular al gobierno reivindicaciones concretas que prometían ciertos resultados tangibles” (pág. 43), en tanto que G. Liebknecht se ha ocupado mucho más, “en forma unilateral”, de “denunciar los abusos” (pág. 40); que R. Knight ha concedido más importancia a la “marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris” (pág. 61), y Liebknecht, “a la propaganda de ideas brillantes y acabadas” (pág. 61); que Liebknecht ha hecho del periódico dirigido por él, precisamente, “un órgano de oposición revolucionaria que denuncia nuestro régimen, y sobre todo nuestro régimen político, en cuanto que está en pugna con los intereses de las capas más diversas de la población” (pág. 63), mientras que Knight “ha trabajado por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha pro* Así, durante la guerra franco-prusiana, Liebknecht dictó un programa de acción para toda la democracia; en mucho mayor escala aún lo hicieron Marx y Engels en 1848.

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letaria” (pág. 63) –si se entiende por “estrecho contacto orgánico” ese culto de la espontaneidad que hemos analizado más arriba en los ejemplos de Krichevski y de Martínov– y ha “restringido la esfera de su influencia”, convencido, naturalmente, como Martínov, de que “con ello se hacia más compleja esta influencia” (pág. 63). En una palabra, veréis que Martínov rebaja de facto la socialdemocracia al nivel de tradeunionismo, aunque, claro está, en modo alguno lo hace porque no quiera el bien de la socialdemocracia, sino simplemente porque se ha apresurado un poco a profundizar a Plejánov, en lugar de tomarse la molestia de comprenderlo. Pero volvamos a nuestra exposición. El socialdemócrata, como hemos dicho, si es partidario, y no sólo de palabra, del desarrollo integral de la conciencia política del proletariado, debe “ir a todas las clases de la población”. Surgen estas preguntas: ¿cómo hacerlo? ¿Tenemos fuerzas suficientes para ello? ¿Existe un terreno para este trabajo en todas las demás clases? Un trabajo semejante ¿no implicará abandono o no conducirá a que se abandone el punto de vista de clase? Examinemos estas cuestiones. Debemos “ir a todas las clases de la población” como teóricos, como propagandistas, como agitadores y como organizadores. Nadie duda de que el trabajo teórico de los socialdemócratas debe orientarse hacia el estudio de todas las particularidades de la situación social y política de las diversas clases. Pero muy, muy poco se hace en este sentido, muy poco si se compara con la labor que se lleva a cabo para el estudio de las particularidades de la vida de las fábricas. En los comités y en los círculos podemos encontrar gentes que se especializan en el estudio de algún ramo de la siderurgia, pero apenas si encontraréis ejemplos de miembros de las organizaciones que (obligados por una u otra razón, como sucede a menudo, a retirarse de la labor práctica) se ocupen especialmente de reunir materiales sobre alguna cuestión de actualidad de nuestra vida social y política que pudiera dar motivo para una labor socialdemócrata entre los otros sectores de la población. Cuando se habla de la poca preparación de la mayor parte de los actuales dirigentes del movimiento obrero, no se puede dejar de mencionar también la preparación en este aspecto, pues está igualmente ligada a la con180

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cepción “economista” del “estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria”. Pero lo principal, evidentemente, es la propaganda y la agitación entre todas las capas de la población. Para el socialdemócrata de Europa occidental, esta labor la facilitan las reuniones y asambleas populares, a las cuales asisten todos los que lo desean; la facilita la existencia del Parlamento, en el que el representante socialdemócrata habla ante los diputados de todas las clases. En nuestro país no tenemos ni Parlamento ni libertad de reunión, pero sabemos, sin embargo, organizar reuniones con los obreros que quieren escuchar a un socialdemócrata. Del mismo modo, debemos saber organizar reuniones con los representantes de todas las clases de la población que deseen escuchar a un demócrata. Pues no es socialdemócrata el que olvida en la práctica que “los comunistas apoyan todo movimiento revolucionario”; que, por tanto, debemos exponer y subrayar nuestros objetivos democráticos generales ante todo el pueblo, sin ocultar ni por un instante nuestras convicciones socialistas. No es socialdemócrata el que olvida en la práctica que su deber consiste en ser el primero en plantear, en acentuar y en resolver toda cuestión democrática general. “¡Pero si todo el mundo está de acuerdo con ello!” –nos interrumpirá el lector impaciente–, y las nuevas instrucciones a la redacción de Rab. Dielo, aprobadas en el último Congreso de la “Unión”, dicen claramente: “Deben servir de motivos para la propaganda y la agitación política todos los fenómenos y acontecimientos de la vida social y política que afecten al proletariado, sea directamente, como clase especial, sea como vanguardia de todas las fuerzas revolucionarias en la lucha por la libertad” (Dos congresos, pág. 17. Subrayado por mí). Estas son, en efecto, palabras muy justas y muy excelentes, y estaríamos enteramente satisfechos si Rabócheie Dielo las comprendiese, si no diese, al mismo tiempo, otras que las contradicen. No basta titularse “vanguardia”, destacamento avanzado: es preciso también obrar de suerte que todos los demás destacamentos vean y estén obligados a reconocer que marchamos a la cabeza. ¿Es que los representantes de los demás “destacamentos” son tan estúpidos que van a creernos “vanguardia” porque lo digamos?, preguntamos al lector. Figurémonos de manera concreta el siguiente cua181

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dro. El “destacamento” de radicales o de constitucionalistas liberales rusos ilustrados ve llegar a un socialdemócrata que les declara: Somos la vanguardia; “ahora nuestra tarea consiste en imprimir, en la medida de lo posible, un carácter político a la lucha económica misma”. Todo radical o constitucionalista, por poco inteligente que sea (y entre los radicales y constitucionalistas rusos hay muchos hombres inteligentes), no podrá por menos de acoger con una sonrisa semejantes palabras y decir (para sus adentros, claro está, ya que en la mayoría de los casos es diplomático experimentado): “¡He aquí una ‘vanguardia’ bien simple! No comprende siquiera que es a nosotros, representantes avanzados de la democracia burguesa, a quienes corresponde la tarea de imprimir a la lucha económica misma de los obreros un carácter político. Somos nosotros quienes queremos, como todos los burgueses del Occidente de Europa, incorporar a los obreros a la política, pero precisamente sólo a la política tradeunionista y no a la política socialdemócrata. La política tradeunionista de la clase obrera es precisamente la política burguesa de la clase obrera. ¡Y la formulación que esta ‘vanguardia’ hace de su tarea es precisamente la formulación de la política tradeunionista! Así, pues, que se llamen cuanto quieran socialdemócratas. ¡Yo no soy un niño, no voy a enfadarme por una etiqueta! Pero que no se dejen llevar por esos nefastos dogmáticos ortodoxos, ¡que dejen la ‘libertad de crítica’ a los que arrastran inconscientemente a la socialdemocracia al cauce tradeunionista!”. Y la ligera sonrisa de nuestro constitucionalista se transformará en risa homérica, cuando sepa que los socialdemócratas que hablan de la vanguardia de la socialdemocracia, en el momento actual, cuando el elemento espontáneo prevalece casi absolutamente en nuestro movimiento, ¡temen más que nada “aminorar el elemento espontáneo”, temen “aminorar la importancia de la marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris a expensas de la propaganda de ideas brillantes y acabadas”, etc., etc.! ¡Una “vanguardia” que teme que lo consciente prevalezca sobre lo espontáneo, que teme propugnar un “plan” audaz que tenga que ser aceptado incluso por aquellos que piensan de otro modo! ¿No será que confunden el término vanguardia con el término retaguardia? 182

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Reflexionad, en efecto, sobre el siguiente razonamiento de Martínov. En la página 40 declara que la táctica de denuncias de Iskra es unilateral; que, “por más que sembremos la desconfianza y el odio hacia el gobierno, no alcanzaremos nuestro objetivo mientras no logremos desarrollar una energía social suficientemente activa para el derrocamiento de aquél”. He aquí, dicho sea entre paréntesis, la preocupación, que ya conocemos, de intensificar la actividad de las masas, tendiendo a la vez a restringir la suya propia. Pero no se trata ahora de esto. Como vemos, Martínov habla aquí de energía revolucionaria (“para el derrocamiento del gobierno”) Mas ¿a qué conclusión llega? Como, en tiempo ordinario, las diversas capas sociales actúan inevitablemente en forma dispersa, “es claro, por tanto, que nosotros, socialdemócratas, no podemos simultáneamente dirigir la actividad enérgica de los diversos sectores de oposición, no podemos dictarles un programa positivo de acción, no podemos indicarles los procedimientos con que hay que luchar día tras día por defender sus intereses... Los sectores liberales se preocuparán ellos mismos de esta lucha activa por sus intereses inmediatos, lucha que les hará enfrentarse con nuestro régimen político” (pág. 41) De esta suerte, después de haber comenzado a hablar de energía revolucionaria, de lucha activa por el derrocamiento de la autocracia, ¡Martínov se desvía inmediatamente hacia la energía sindical, hacia la lucha activa por los intereses inmediatos! De suyo se comprende que no podemos dirigir la lucha de los estudiantes, de los liberales, etc., por sus “intereses inmediatos”, ¡pero no era de esto de lo que se trataba, respetable economista! De lo que se trataba era de la participación posible y necesaria de las diferentes capas sociales en el derrocamiento de la autocracia, y esta “actividad enérgica de los diversos sectores de oposición” no sólo podemos, sino que debemos dirigirla sin falta si queremos ser la “vanguardia”. En cuanto a que nuestros estudiantes, nuestros liberales, etc. “se enfrenten con nuestro régimen político”, no sólo se preocuparán ellos mismos de esto, sino que principalmente y ante todo se preocuparán la propia policía y los propios funcionarios del gobierno autocrático. Pero “nosotros”, si queremos ser demócratas avanzados, debemos preocuparnos de 183

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sugerir a los que no están descontentos más que del régimen universitario o del zemstvo, etc; la idea de que es todo el régimen político el que es malo. Nosotros debemos asumir la tarea de organizar la lucha política, bajo la dirección de nuestro Partido, en forma tan múltiple, que todos los sectores de la oposición puedan prestar y presten efectivamente a esta lucha, así como a nuestro Partido, la ayuda de que sean capaces. Nosotros debemos hacer de los militantes prácticos socialdemócratas jefes políticos que sepan dirigir todas las manifestaciones de esta lucha múltiple, que sepan, en el momento necesario, “dictar un programa positivo de acción” a los estudiantes en agitación, a los descontentos de los zemstvos, a los miembros indignados de las sectas, a los maestros lesionados en sus intereses, etc., etc. Por eso, es completamente falsa la afirmación de Martínov de que “no podemos desempeñar con respecto a ellos más que el papel negativo de denunciadores del régimen ...Sólo podemos disipar sus esperanzas en las distintas comisiones gubernamentales” (subrayado por mí). Al decir esto, Martínov demuestra así que no comprende absolutamente nada del verdadero papel de una “vanguardia” revolucionaria. Y si el lector tiene esto en cuenta, comprenderá el verdadero sentido de las siguientes palabras de conclusión de Martínov: “Iskra es un órgano de oposición revolucionaria que denuncia nuestro régimen, y sobre todo nuestro régimen político, en cuanto que está en pugna con los intereses de los sectores más diversos de la población. Por lo que a nosotros se refiere, trabajamos y trabajaremos por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria. Al restringir la esfera de nuestra influencia, hacemos más compleja ésta” (pág. 63). El vertadero sentido de tal conclusión es: Iskra quiere elevar la política tradeunionista de la clase obrera (política a la cual, por equivocación, por falta de preparación o por convicción, se limitan tan frecuentemente entre nosotros los militantes dedicados al trabajo práctico) al nivel de la política socialdemócrata; en cambio Rab. Dielo quiere rebajar la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista. Y, como si esto fuera poco, asegura a todo el mundo que “estas dos posiciones son perfectamente compatibles en la obra común” (pág. 63); O, sancta simplicitas! 184

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Prosigamos. ¿Tenemos fuerzas bastante claras para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Naturalmente, sí. Nuestros economistas, que a menudo se inclinan a negarlo, olvidan los gigantescos progresos realizados por nuestro movimiento de 1894 (más o menos) a 1901. “Seguidistas” auténticos, a menudo tienen ideas propias del período, hace mucho tiempo fenecido, inicial del movimiento. Entonces, nuestras fuerzas eran realmente mínimas, entonces era natural y legítima la decisión de consagrarnos enteramente al trabajo entre los obreros y de condenar severamente toda desviación de esta línea, entonces la tarea estribaba por completo en consolidarnos en el seno de la clase obrera. Ahora, ha sido incorporada al movimiento una masa gigantesca de fuerzas; hacia nosotros vienen los mejores representantes de la nueva generación de las clases instruidas; por todas partes, en provincias, se ven obligadas a la inacción gentes que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento, que tienden hacia la socialdemocracia (mientras que, en 1894, los socialdemócratas rusos se podían contar con los dedos). Uno de los defectos fundamentales de nuestro movimiento, tanto desde el punto de vista político como desde el de organización, consiste en que no sabemos emplear todas estas fuerzas, asignarles el trabajo adecuado (hablaremos con más detalle sobre esta cuestión en el capítulo siguiente). La inmensa mayoría de dichas fuerzas está completamente privada de la posibilidad de “ir a los obreros”; por consiguiente, no puede ni hablarse del peligro de distraer fuerzas de nuestra labor fundamental. Y para suministrar a los obreros conocimientos políticos verdaderos, vivos, que abarquen todos los aspectos, es necesario que tengamos “hombres nuestros”, socialdemócratas, en todas partes, en todas las capas sociales, en todas las posiciones que permiten conocer los resortes internos de nuestro mecanismo estatal. Y nos hacen falta estos hombres no solamente para la propaganda y la agitación, sino más aún para la organización. ¿Existe terreno para la actividad en todas las clases de la población? Los que no lo ven prueban una vez más que su conciencia está en retraso con respecto al movimiento ascensional espontáneo de las masas. Entre los unos, el movimiento obrero ha suscitado y susci185

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ta el descontento; entre los otros despierta la esperanza en el apoyo de la oposición; a otros les da conciencia de la sinrazón del régimen autocrático, de lo inevitable de su hundimiento. Pero sólo de palabra seríamos “políticos” y socialdemócratas (como muy a menudo ocurre, en efecto), si no tuviéramos conciencia de nuestro deber de utilizar todas las manifestaciones del descontento, reunir y elaborar todos los elementos de protesta, por embrionaria que sea. Dejemos ya a un lado el hecho de que la masa de millones de campesinos laboriosos, de artesanos, de pequeños productores, etc., escuchará siempre con avidez la propaganda de un socialdemócrata, por poco hábil que sea. Pero, ¿es que hay una sola clase de la población en que no haya individuos, grupos y círculos descontentos de la falta de derechos y de la arbitrariedad, y, por consiguiente, accesibles a la propaganda del socialdemócrata, como portavoz que es de las aspiraciones democráticas generales más urgentes? A los que quieran formarse una idea concreta de esta agitación política del socialdemócrata en todas las clases y capas de la población, les indicaremos la denuncia de los abusos políticos, en el sentido amplio de la palabra, como el principal (pero, naturalmente, no el único) medio de esta agitación. “...despertar en todas las capas populares medianamente conscientes, la pasión por denunciar las arbitrariedades de orden político. No debe conturbarnos el hecho de que las voces que se alzan para denunciar las arbitrariedades políticas sean ahora tan débiles, raras y tímidas. La razón de ello no es, en modo alguno, una conformidad general para con las arbitrariedades de la policía. La razón consiste en que las personas capaces y dispuestas a hacer la denuncia carecen de una tribuna desde la que puedan hablar y de un auditorio que escuche ávidamente y anime a los oradores; no ven por parte alguna en el pueblo una fuerza que merezca la pena dirigirle una queja contra el “todopoderoso” gobierno ruso ... Ahora podemos –y debemos– crear una tribuna para denunciar ante todo el pueblo al gobierno zarista; esta tribuna tiene que ser un periódico socialdemócrata”*. * Véase ¿Por dónde empezar?, en esta misma edición.

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El auditorio ideal para las denuncias políticas es precisamente la clase obrera, que tiene necesidad, ante todo y por encima de todo, de amplios y vivos conocimientos políticos, que es la más capaz de transformar estos conocimientos en lucha activa, aun cuando no prometa ningún “resultado tangible”. En cuanto a la tribuna para estas denuncias ante todo el pueblo, no puede ser otra que un periódico destinado a toda Rusia. “Sin un órgano político, sería inconcebible en la Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político”; y, en este sentido, por “Europa contemporánea” hay que entender también, sin duda alguna, a Rusia. La prensa se ha convertido en nuestro país, desde hace ya mucho tiempo, en una fuerza; de lo contrario, el gobierno no invertiría decenas de millares de rublos en sobornarla y en subvencionar a toda clase de Katkovs y Mescherskis. Y no es una novedad en la Rusia autocrática que la prensa ilegal rompa los candados de la censura y obligue a hablar abiertamente de ella a los órganos legales y conservadores. Así ha ocurrido en la década del ‘70 e incluso a mediados de siglo. ¡Y cuánto más extensos y profundos son ahora los sectores populares dispuestos a leer la prensa ilegal y, para emplear la expresión del obrero autor de la carta publicada en el número 7 de Iskra[32], a aprender en ella “a vivir y a morir”! Las denuncias políticas son precisamente una declaración de guerra al gobierno, como las denuncias de tipo económico son una declaración de guerra al fabricante. Y esta declaración de guerra tiene una significación moral tanto más grande, cuanto más vasta y más vigorosa es la campaña de denuncias, cuanto más numerosa y más decidida es la clase social que declara la guerra para iniciarla. Ya por eso, las denuncias políticas son por sí mismas uno de los medios más potentes para disgregar el régimen adverso, apartar del enemigo a sus aliados fortuitos o temporales, sembrar la hostilidad y la desconfianza entre los que participan continuamente en el poder autocrático. Sólo el partido que organice campañas de denuncias que realmente interesen a todo el pueblo podrá convertirse en nuestros días en vanguardia de las fuerzas revolucionarias. Las palabras “a todo el pueblo” encierran un gran contenido. La inmensa mayoría de los denunciadores que no pertenecen a la clase obrera (y para ser van187

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guardia es necesario precisamente atraer a otras clases) son políticos realistas y gentes sensatas y prácticas. Saben perfectamente que si peligroso es “quejarse” incluso de un modesto funcionario, lo es todavía más hacerlo con respecto al “todopoderoso” gobierno ruso. Por eso, no se dirigirán a nosotros con quejas sino cuando vean que éstas pueden surtir efecto, que representamos una fuerza política. Para llegar a ser una fuerza política a los ojos del público, es preciso trabajar mucho y con porfía por elevar nuestro grado de conciencia, nuestra iniciativa y nuestra energía; no basta colocar la etiqueta de “vanguardia” sobre una teoría y una práctica de retaguardia. Pero –nos preguntarán y nos preguntan ya los partidarios acérrimos del “estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria”–, si debemos encargarnos de la organización de denuncias de los abusos cometidos por el gobierno que interesen realmente a todo el pueblo, ¿en qué se manifestará entonces el carácter de clase de nuestro movimiento? ¡Pues precisamente en que seremos nosotros, los socialdemócratas, quienes organicemos esas campañas de denuncias que interesen a todo el pueblo; en que todas las cuestiones planteadas en nuestra agitación serán esclarecidas desde un punto de vista invariablemente socialdemócrata, sin ninguna indulgencia para las deformaciones, intencionadas o no, del marxismo; en que esta agitación política multiforme será realizada por un partido que reúna en un todo indivisible la ofensiva en nombre del pueblo entero contra el gobierno con la educación revolucionaria del proletariado, salvaguardando al mismo tiempo su independencia política, y con la dirección de la lucha económica de la clase obrera y la utilización de sus conflictos espontáneos con sus explotadores, conflictos que ponen en pie y traen sin cesar a nuestro campo a nuevas capas del proletariado! Pero uno de los rasgos más característicos del economismo es precisamente no comprender esta relación; aun más: no comprender el hecho de que la necesidad más urgente del proletariado (educación política en todos los aspectos, por medio de la agitación política y de las campañas de denuncias políticas) coincide con idéntica necesidad del movimiento democrático general. Esta incomprensión se pone de manifiesto no sólo en las frases de Martínov, sino 188

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también en diferentes pasajes de absolutamente la misma significación, en los que los economistas se refieren a un pretendido punto de vista de clase. He aquí, por ejemplo, cómo se expresan los autores de la carta “economista”, publicada en el número 12 de Iskra*. “Este mismo defecto fundamental de Iskra [la sobreestimación de la ideología] es la causa de su inconsecuencia en las cuestiones acerca de la actitud de la socialdemocracia ante las diversas clases y tendencias sociales. Resolviendo por medio de construcciones teóricas ... [y no basándose en “el crecimiento de las tareas del Partido, que crecen junto con éste...”] la tarea de pasar inmediatamente a la lucha contra el absolutismo y apercibiéndose, probablemente, de toda la dificultad de esta tarea para los obreros dado el actual estado de cosas... [y no sólo apercibiéndose, sino sabiendo muy bien que esta tarea les parece menos difícil a los obreros que a los intelectuales “economistas” que tratan a aquéllos como a niños, pues los obreros están dispuestos a batirse incluso por reivindicaciones que no prometan, para emplear las palabras del inolvidable Martínov, ningún “resultado tangible”], pero no teniendo la paciencia de esperar a que se hayan acumulado fuerzas para esta lucha, Iskra comienza a buscar aliados entre los liberales y los intelectuales...”. Sí, sí, se nos ha acabado, en efecto, toda la “paciencia” para “esperar” los días felices que nos prometen desde hace mucho los “conciliadores” de toda clase y en los cuales nuestros economistas cesarán de echar a los obreros la culpa de su propio atraso, de justificar su insuficiente energía por una pretendida insuficiencia de fuerzas de los obreros. ¿En qué, preguntamos a nuestros economistas, debe consistir la “acumulación de fuerzas por los obreros para esta lucha”? ¿No es evidente que consiste en la educación política de los obreros, en poner ante ellos al desnudo todos los aspectos de nuestro infame régimen autocrático? ¿Y no está claro que justamen* La falta de espacio no nos ha permitido dar en Iskra una respuesta completa y detallada a esta carta, extraordinariamente característica, de los economistas. Su aparición nos causó verdadero júbilo, pues hacía ya mucho tiempo que oíamos decir por diferentes lados que Iskra carecía de un punto de vista de clase consecuente, y sólo esperábamos una ocasión propicia o la expresión cristalizada de esta acusación en boga, para darle una respuesta. Y tenemos por costumbre no contestar a un ataque con la defensiva, sino con un contraataque.

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te para este trabajo necesitamos tener “aliados entre los liberales y los intelectuales”, prestos a aportarnos sus denuncias sobre la campaña política contra los zemstvos, los maestros, los funcionarios de Estadística, los estudiantes, etc.? ¿Será realmente tan difícil de comprender este asombrosamente “sabio mecanismo”? ¿No os repite ya P. Axelrod desde 1897 que “el problema de que los socialdemócratas rusos conquisten partidarios y aliados directos o indirectos entre las clases no proletarias se resuelve ante todo y principalmente por el carácter de la propaganda hecha en el seno del proletariado mismo”? ¡Pero Martínov y los otros economistas siguen, no obstante, creyendo que los obreros deben primero acumular fuerzas por medio de “la lucha económica contra los patronos y el gobierno” (para la política tradeunionista) y sólo después, según parece, “pasar” de la “educación” tradeunionista de la “actividad” a la actividad socialdemócrata! “... En sus indagaciones –continúan los economistas–, Iskra se desvía frecuentemente del punto de vista de clase, escamoteando los antagonismos de clase y colocando en el primer plano la comunidad del descontento contra el gobierno, a pesar de que las causas y el grado de este descontento son muy diferentes entre los ‘aliados’. Tal es, por ejemplo, la actitud de Iskra hacia los zemstvos”... “Iskra [según dicen los economistas] promete a los nobles, descontentos de las limosnas gubernamentales, la ayuda de la clase obrera, y haciendo esto no dice ni palabra del antagonismo de clase que separa a estos dos sectores de la población”. Si el lector se remite a los artículos “La autocracia y los zemstvos” (números 2 y 4 de Iskra)*, a los que por lo visto hacen alusión los autores de la carta, verá que están consagrados a la actitud del gobierno ante la “blanda agitación del zemstvo burocrático censatario” y ante la “actividad independiente de las clases poseedoras”. El artículo dice que el obrero no puede contemplar con indiferencia la lucha del gobierno contra el zemstvo; invita a los zemtsi a dejar a un lado sus discursos blandos y a pronunciarse con palabras firmes y categóricas cuando la social* Y, en el intervalo entre la aparición de estos artículos, se ha publicado (Iskra, núm. 3) uno especialmente dedicado a los antagonismos de clase en el campo. Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV (N. de la Red.).

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democracia revolucionaria se alce con toda su fuerza ante el gobierno. ¿Qué hay en esto de inaceptable para los autores de la carta? Nadie lo sabe. ¿Piensan que el obrero “no comprenderá” las palabras “clases poseedoras” y “zemstvo burocrático censatario”? ¿Creen que el hecho de impulsar a los zemtsi a pasar de los discursos blandos a las palabras categóricas es una “sobreestimación de la ideología”? ¿Se imaginan que los obreros pueden “acumular fuerzas” para la lucha contra el absolutismo si no saben siquiera cómo éste trata incluso a los zemstvos? Nadie lo sabe tampoco. Lo único claro es que los autores tienen una idea muy vaga de las tareas políticas de la socialdemocracia. Que esto es así nos lo dice con mayor claridad aún esta frase: “Idéntica es la actitud de Iskra ante el movimiento estudiantil” (es decir, que también “escamotea los antagonismos de clase”). En lugar de exhortar a los obreros a afirmar, por medio de una manifestación pública, que el verdadero origen de la violencia, de la arbitrariedad y de la depravación no se halla en la juventud universitaria, sino en el gobierno ruso (Iskra, núm. 2)*, ¡deberíamos haber publicado, por lo que se ve, razonamientos concebidos en el espíritu de R. Misl! Y semejantes ideas son expresadas por socialdemócratas, en el otoño de 1901, después de los acontecimientos de febrero y de marzo, en vísperas de un nuevo auge del movimiento estudiantil, auge que revela que, incluso en este plano, la “espontaneidad” de la protesta contra la autocracia rebasa a la dirección consciente del movimiento por la socialdemocracia. ¡La aspiración espontánea de los obreros a intervenir en favor de los estudiantes apaleados por la policía y los cosacos rebasa a la actividad consciente de la organización socialdemócrata! “Sin embargo, en otros artículos –continúan los autores de la carta–, Iskra condena violentamente todo compromiso y defiende, por ejemplo, la posición de intolerancia de los ‘guesdistas’”. A quienes suelen afirmar con tanta presunción y ligereza que las discrepancias actuales entre los socialdemócratas no son esenciales y no justifican una escisión, les aconsejamos que mediten cuidadosamente estas palabras. Los que afirman que no hemos hecho casi * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV (N. de la Red.).

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nada todavía para demostrar la hostilidad de la autocracia hacia las clases más diversas, para hacer conocer a los obreros la oposición de los sectores más diversos de la población contra la autocracia, ¿pueden militar eficazmente en una misma organización con quienes ven en esta actividad un “compromiso”, evidentemente un compromiso con la teoría de la “lucha económica contra los patronos y el gobierno”? En ocasión del 40º aniversario de la liberación de los campesinos, hemos hablado de la necesidad de llevar la lucha de clases al campo (Iskra, núm. 3)*; a propósito de la memoria secreta de Witte, hemos descrito (núm. 4) la incompatibilidad que existe entre la administración autónoma local y la autocracia; en relación con la nueva ley (núm. 8)**, hemos atacado el feudalismo de los terratenientes y del gobierno que les sirve, y hemos saludado el Congreso ilegal de los zemstvos (núm. 8), alentando a los zemtsi a pasar de las peticiones humillantes a la lucha; hemos alentado (núm 3, con motivo del llamamiento del 25 de febrero del Comité Ejecutivo de los estudiantes de Moscú) a los estudiantes que, comenzando a comprender la necesidad de la lucha política, la han emprendido, y, al mismo tiempo, hemos fustigado la “bárbara incomprensión” de los partidarios del movimiento “puramente universitario” que exhortan a los estudiantes a no participar en las manifestaciones callejeras; hemos puesto al descubierto (núm. 5) los “sueños absurdos”, la “mentira y la hipocresía” de los taimados liberales del periódico Rossía[33] [Rusia], y, al mismo tiempo, hemos estigmatizado la rabiosa represión gubernamental que “se ejerce contra pacíficos literatos, contra viejos profesores y sabios, contra conocidos liberales de los zemstvos” (“Redada policíaca contra la literatura”, núm, 5), ¡hemos revelado (núm. 6)*** el sentido verdadero del programa “de tutela del Estado para el mejoramiento de la vida de los obreros” y celebrado la “confesión valiosa” de que “más vale prevenir con reformas desde arriba las exigencias de reformas desde abajo, que esperar esta última eventualidad”; hemos alentado * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV (N. de la Red.). ** Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.). *** Loc. cit. (N. de la Red.).

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(núm. 7) a los funcionarios de Estadística en su protesta y condenado a los funcionarios esquiroles (núm. 9). ¡El que vea en esta táctica un oscurecimiento de la conciencia de clase del proletariado y un compromiso con el liberalismo revela que no entiende en absoluto el verdadero sentido del programa del “Credo” y, de facto, aplica precisamente este programa, por mucho que lo repudie! Porque, por eso mismo, arrastra a la socialdemocracia a “la lucha económica contra los patronos y el gobierno” y retrocede ante el liberalismo, renunciando a la tarea de intervenir activamente en cada problema de carácter “liberal” y a determinar frente a cada uno de estos problemas su propia actitud, su actitud socialdemócrata.

f) Una vez más “calumniadores”, una vez más “mixtificadores” Estas amables palabras son de Rab. Dielo, que de este modo contesta a nuestra acusación de “haber preparado indirectamente el terreno para hacer del movimiento obrero un instrumento de la democracia burguesa”. En su simplicidad, Rab. Dielo ha decidido que esta acusación no es ni más ni menos que un extravagante recurso polémico. Como si dijera: estos agrios dogmáticos han decidido decirnos toda clase de cosas desagradables, porque ¿qué puede resultar más desagradable que ser instrumento de la democracia burguesa? Y se publica en negrilla un “mentís”: “Una calumnia sin paliativos” (Dos congresos, pág. 30), “una mixtificación” (pág 31), “una mascarada” (pág. 33). Como Júpiter, Rab. Dielo (aunque se parece bastante poco a Júpiter) se enfada precisamente porque no tiene razón, y demuestra, injuriando de antemano, que es incapaz de seguir el hilo de las ideas de sus adversarios. Y, sin embargo, no hay que reflexionar mucho para comprender por qué todo culto de la espontaneidad del movimiento de masas, todo rebajamiento de la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista equivale precisamente a preparar el terreno para convertir el movimiento obrero en instrumento de la democracia burguesa. El movimiento obrero espontáneo no puede crear por sí solo más que el 193

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tradeunionismo (e inevitablemente lo crea), y la política tradeunionista de la clase obrera es precisamente la política burguesa de la clase obrera. La participación de la clase obrera en la lucha política, e incluso en la revolución política, no hace en modo alguno de su política una política socialdemócrata. ¿Se le ocurrirá a Rabócheie Dielo negar esto? ¿Se le ocurrirá, por fin, exponer ante todo el mundo, sin ambages ni rodeos, el concepto que tiene de los problemas candentes de la socialdemocracia internacional y rusa? No, nunca se le ocurrirá nada semejante, porque se mantiene firmemente aferrado al recurso de “hacerse el muerto”: ni yo soy yo, ni el caballo es mío ni soy el cochero. Nosotros no somos economistas, Rabóchaia Misl no es el economismo; en general, en Rusia no hay economismo. Es un recurso muy hábil y “político”, que sólo tiene el pequeño inconveniente de que a los órganos que lo ponen en práctica se les suele aplicar el mote de “usted dirá”. Rab. Dielo cree que, en general, la democracia burguesa es en Rusia una “quimera” (Dos congresos, pág. 32)*. ¡Qué gentes más felices! Como el avestruz, esconden la cabeza bajo el ala y se imaginan que con eso han hecho desaparecer todo lo que les rodea. Una serie de publicistas liberales que, cada mes, anuncian triunfalmente que el marxismo está en descomposición e incluso que ha desaparecido; una serie de periódicos liberales (Sanpetersbúrgskie Viédomosti[34], Rússkie Viédomosti [Noticias de Rusia] y muchos otros), en cuyas columnas se estimula a los liberales que llevan a los obreros una concepción brentaniana** de la lucha de clases y una concepción tradeunionista de la política; la pléyade de críticos del marxismo, cuyas verdaderas tendencias ha puesto tan bien al descubierto el “Credo” y cuya mercancía literaria es la única que circula por Rusia * Se invoca aquí mismo las “condiciones concretas rusas que llevan fatalmente el movimiento obrero al camino revolucionario”. ¡Esta gente no quiere comprender que el camino revolucionario del movimiento obrero puede no ser el camino socialdemócrata! Toda la burguesía del Occidente de Europa, bajo el absolutismo, “empujaba”, empujaba conscientemente a los obreros al camino revolucionario. Pero nosotros, socialdemócratas, no podemos contentarnos con esto. Y si de una u otra forma rebajamos la política socialdemócrata al nivel de la política espontánea, de la política tradeunionista, favorecemos con ello precisamente a la democracia burguesa. ** L. Brentano - Economista burgués alemán, que predicaba la armonía de clases, la conciliación de intereses de capitalistas y obreros (N. de la Red.).

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sin impuestos ni alcabalas; la reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas, sobre todo después de los sucesos de febrero y marzo; ¡todo esto, por lo visto, es una quimera! ¡Todo esto no tiene en absoluto nada que ver con la democracia burguesa! Rab. Dielo, lo mismo que los autores de la carta economista del número 12 de Iskra, debieran haber “pensado en la razón de que los sucesos de la primavera hayan producido una reanimación tan considerable de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas, en lugar de fortalecer la autoridad y el prestigio de la socialdemocracia”. La razón consiste en que no hemos estado a la altura de nuestra misión, en que la actividad de las masas obreras estaba por encima de la nuestra, en que no hemos tenido dirigentes y organizadores revolucionarios suficientemente preparados, que conocieran perfectamente el estado de ánimo de todas las capas de la oposición y supieran ponerse a la cabeza del movimiento, convertir una manifestación espontánea en una manifestación política, imprimirle un carácter político más amplio, etc. En estas condiciones, seguirán inevitablemente aprovechándose de nuestro atraso los revolucionarios no-socialdemócratas más dinámicos y más enérgicos, y los obreros, por grandes que sean la abnegación y la energía con que luchen con la policía y con las tropas, por muy revolucionaria que sea su actuación, no podrán ser más que una fuerza que apoye a esos revolucionarios, serán retaguardia de la democracia burguesa, y no vanguardia socialdemócrata. Tomemos el caso de la socialdemocracia alemana, de la que nuestros economistas quieren imitar sólo los lados débiles. ¿Por qué no se produce en Alemania ni un solo suceso político sin que contribuya a afianzar más y más la autoridad y el prestigio de la socialdemocracia? Porque la socialdemocracia resulta ser siempre la primera en la apreciación más revolucionaria de cada suceso, en la defensa de toda protesta contra la arbitrariedad. No acaricia la ilusión de que la lucha económica llevará a los obreros a pensar en su privación de todo derecho, en que las condiciones concretas llevan fatalmente al movimiento obrero al camino revolucionario. Interviene en todos los aspectos y en todos los problemas de la vida social y política: interviene cuando Guillermo se niega a ratificar el nombramiento 195

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de un alcalde progresista burgués (¡nuestros economistas no han tenido aún tiempo de explicar a los alemanes que esto es, en el fondo, un compromiso con el liberalismo!); interviene cuando se dicta una ley contra las obras e imágenes “inmorales”, cuando el gobierno ejerce una presión para que sean elegidos determinados profesores, etc., etc. Siempre está la socialdemocracia en primera línea, excitando el descontento político en todas las clases, sacudiendo a los dormidos, espoleando a los rezagados, proporcionando abundantes materiales para el desarrollo de la conciencia política y de la actividad política del proletariado. Como consecuencia de todo esto, hasta los enemigos conscientes del socialismo se penetran de respeto hacia el luchador político de vanguardia, y no es raro que un documento importante, no sólo de las esferas burguesas, sino incluso de las esferas burocráticas y palaciegas, vaya a parar por una especie de milagro a la sala de redacción de Vorwärts. Ahí está la clave de la aparente “contradicción” que sobrepasa la capacidad de comprensión de Rabócheie Dielo hasta tal punto, que éste se limita a levantar las manos al cielo clamando: “¡Mascarada!”. En efecto, ¡figúrense ustedes: nosotros, Rabócheie Dielo, consideramos como piedra angular el movimiento obrero de masas (¡y lo imprimimos en caracteres destacados!), prevenimos a todos y a cada uno contra el peligro de aminorar la importancia del elemento espontáneo, queremos imprimir a la misma, a la misma, a la misma lucha económica un carácter político, queremos mantener un contacto estrecho y orgánico con la lucha proletaria! Y se nos dice que preparamos el terreno para convertir el movimiento obrero en instrumento de la democracia burguesa. ¿Y quién nos lo dice? ¡Gentes que llegan a un “compromiso” con el liberalismo, inmiscuyéndose en todos los problemas “liberales” (¡qué incomprensión del “contacto orgánico con la lucha proletaria”!), dedicando tanta atención a los estudiantes e incluso (¡qué horror!) a los zemtsi! ¡Gentes que, en general, quieren consagrar una parte mayor de sus fuerzas (en comparación con los economistas) a la actuación entre las clases no proletarias de la población! ¿No es esto una “mascarada”? ¡Pobre Rabócheie Dielo! ¿Llegará alguna vez a desentrañar el secreto de este complicado mecanismo?

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IV. Los métodos artesanos de trabajo de los economistas y la organización de los revolucionarios

Las afirmaciones de Rab. Dielo –examinadas más arriba–, cuando dice que la lucha económica es el medio de agitación política más ampliamente aplicable, que nuestra tarea consiste ahora en imprimir a la lucha económica misma un carácter político, etc., demuestran que se tiene una comprensión estrecha de nuestras tareas, no solamente en el terreno político, sino también en el de organización. Para la “lucha económica contra los patronos y el gobierno” no hace falta en absoluto una organización centralizada destinada a toda Rusia (que, por ello mismo, no puede formarse en el curso de semejante lucha), una organización que reúna en un solo impulso común todas las manifestaciones de oposición política, de protesta y de indignación, una organización formada por revolucionarios profesionales y dirigida por verdaderos jefes políticos de todo el pueblo. Y esto se comprende. El carácter de la estructura de cualquier institución está, natural e inevitablemente, determinado por el contenido de dicha institución. Por esto Rab. Dielo, con las afirmaciones que hemos examinado anteriormente, consagra y legitima, no sólo la estrechez de la actividad política, sino también la estrechez del trabajo de organización. Y en este caso, como en todos, es un órgano de prensa cuya conciencia retrocede ante la espontaneidad. Y, sin embargo, el prosternarse ante las formas de organización que surgen espontáneamente, el no tener conciencia de lo estrecho y primitivo de nuestro trabajo de organización, el no ver hasta qué punto 197

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somos todavía “artesanos” en este importante dominio, la falta de esta conciencia, digo, es una verdadera enfermedad de nuestro movimiento. No es, desde luego, una enfermedad propia de la decadencia, sino del crecimiento. Pero precisamente ahora, cuando la ola de la indignación espontánea nos cubre, por decirlo así, a nosotros, como dirigentes y organizadores del movimiento, es singularmente necesaria la lucha más intransigente contra toda defensa del atraso, contra toda legitimación de la estrechez de miras en este sentido; es singularmente necesario despertar, en cuantos toman parte o se proponen tomar parte en el trabajo práctico, el descontento por los métodos primitivos de trabajo que reinan entre nosotros y la decisión inquebrantable de desembarazarnos de ellos.

a) ¿Qué son los métodos artesanos de trabajo? Vamos a tratar de responder a esta pregunta trazando en pocas palabras un cuadro de la actividad de un círculo socialdemócrata típico, por los años de 1894 a 1901. Ya hemos hablado del apasionamiento general de la juventud estudiantil de aquel período por el marxismo. Claro que este apasionamiento no correspondía sólo, ni siquiera tanto, al marxismo en calidad de teoría, como en calidad de respuesta a la pregunta: “¿qué hacer?”, como en calidad de llamamiento para ponerse en marcha contra el enemigo. Y los nuevos combatientes se ponían en marcha con un equipo y una preparación extraordinariamente primitivos. En muchísimos casos carecían casi por completo hasta de equipo y no tenían absolutamente ninguna preparación. Iban a la guerra como verdaderos mujiks, sin más que un garrote en la mano. Falto de toda relación con los círculos de otros lugares o incluso con los de otros puntos de la ciudad (o de otros centros de enseñanza), sin organización alguna de las diferentes partes del trabajo revolucionario, sin plan alguno sistemático de acción para un período más o menos prolongado, un círculo de estudiantes se pone en contacto con obreros y empieza a trabajar. Paulatinamente, desarrolla una agitación y una propaganda cada vez más vasta, y, por el hecho de su intervención, se atrae las simpa198

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tías de sectores obreros bastante amplios, la simpatía de una parte de la sociedad ilustrada, que proporciona dinero y pone a disposición del “Comité” nuevos y nuevos grupos de jóvenes. Crece el prestigio del comité (o Unión de lucha), crece la envergadura de su actividad, y aquél va ampliando esta actividad de un modo completamente espontáneo: las mismas personas que, un año o unos cuantos meses antes, intervenían en círculos de estudiantes y resolvían la cuestión de “¿dónde ir?”, que establecían y mantenían relaciones con los obreros, componían y publicaban volantes, se ponen en relación con otros grupos de revolucionarios, consiguen publicaciones, emprenden la labor de publicar un periódico local, empiezan a hablar de organizar una manifestación y, por fin, pasan a operaciones militares abiertas (operaciones militares abiertas que pueden ser, según las circunstancias, la primera hoja de agitación, el primer número del periódico, la primera manifestación). Y, por lo general, en cuanto se inician dichas operaciones, se produce un fracaso inmediato y completo. Y el fracaso es inmediato y completo, precisamente porque esas operaciones militares no son el resultado de un plan sistemático, premeditado, minuciosamente establecido para una lucha larga y empeñada, sino, sencillamente, el crecimiento espontáneo de una labor de círculo hecha de acuerdo con la tradición; porque la policía, como es natural, conoce casi siempre a todos los principales dirigentes del movimiento local, que ya han “dado que hablar” en los bancos de la universidad, y sólo espera el momento más propicio para hacer la redada, dejando con toda intención que el círculo se extienda y se desarrolle lo bastante para contar con un corpus delicti tangible, y dejando cada vez intencionadamente unas cuantas personas de ella conocidas, como “de semilla” (expresión técnica que emplean, según mis noticias, tanto los nuestros como los gendarmes). No puede uno menos de comparar semejante guerra con una expedición de bandas de campesinos armados de garrotes, contra un ejército moderno. Como tampoco podemos menos de admirar la vitalidad de un movimiento que se ha extendido, ha crecido y ha obtenido victorias, a pesar de la completa falta de preparación de los combatientes. Es cierto que, desde el punto de vista histórico, el carácter primitivo del equipo era, no 199

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sólo inevitable al principio, sino incluso legítimo, como una de las condiciones que permitía atraer gran cantidad de combatientes. Pero en cuanto empezaron las operaciones militares serias (y empezaron ya, en realidad, con las huelgas del verano de 1896), las deficiencias de nuestra organización de combate se hicieron sentir cada vez más. Después del primer momento de sorpresa, después de haber cometido una serie de errores (como dirigirse a la opinión pública contando fechorías de los socialistas, o deportar a los centros industriales de provincias obreros de las capitales), el gobierno no tardó en adaptarse a las nuevas condiciones de la lucha y supo colocar en los puntos convenientes sus destacamentos de provocadores, de espías y de gendarmes, dotados de todos los perfeccionamientos. Las redadas se hicieron tan frecuentes, extendiéndose a un número de personas tan grande, dejando los círculos locales hasta tal punto vacios, que la masa obrera quedaba literalmente sin dirigentes, el movimiento cobraba un increíble carácter esporádico y era absolutamente imposible establecer continuidad ni conexión alguna en el trabajo. La extraordinaria dispersión de los militantes locales, la composición fortuita de los círculos, la falta de preparación y la estrechez de horizontes en el terreno de las cuestiones teóricas, políticas y de organización eran consecuencia inevitable de las condiciones descritas. Las cosas han llegado a tal extremo que en algunos lugares, los obreros, viendo nuestra falta de firmeza y de discreción, sienten desconfianza hacia los intelectuales y se apartan de ellos: ¡los intelectuales, dicen, provocan las detenciones demasiado irreflexivamente! Toda persona que conozca algo el movimiento sabe que no hay un socialdemócrata razonable que no vea ya, al fin, en el carácter primitivo de los métodos de trabajo, una enfermedad. Pero para que el lector no iniciado no vaya a creer que “construimos” artificialmente una fase especial o una peculiar enfermedad del movimiento, nos remitiremos al testigo que ya hemos citado antes. Que se nos disculpe la extensión de la cita. “Si el paso gradual a una actividad práctica más amplia –escribe B-v [Savinkov] en el número 6 de Rab. Dielo–, paso que depende del período general de transición por el que 200

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atraviesa el movimiento obrero ruso, es un rasgo característico..., existe otro rasgo no menos interesante en el conjunto del mecanismo de la revolución obrera rusa. Nos referimos a la escasez general de fuerzas revolucionarias aptas para la acción*, que se deja sentir no solo en Petersburgo, sino en toda Rusia. A medida que el movimiento obrero se intensifica, a medida que se desarrolla la masa obrera, a medida que se hacen más frecuentes los casos de huelgas, que la lucha de masas de los obreros se despliega más abiertamente, lo que recrudece la persecución gubernamental, las detenciones, los destierros y deportaciones, esta escasez de fuerzas revolucionarias de alta calidad se hace cada vez más sensible e, indudablemente, no deja de influir sobre la profundidad y el carácter general del movimiento. Muchas huelgas se desarrollan sin que las organizaciones revolucionarias ejerzan sobre ellas una influencia enérgica y directa..., se deja sentir la escasez de hojas de agitación y de publicaciones ilegales..., los círculos obreros se quedan sin agitadores... Al mismo tiempo, se nota constantemente la falta de recursos pecuniarios. En una palabra, el crecimiento del movimiento obrero sobrepasa al crecimiento y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias. Los efectivos de revolucionarios activos resultan ser demasiado insignificantes para concentrar en sus manos la influencia sobre toda la masa obrera en agitación, para dar a todos los disturbios ni una sombra de armonía y organización... Los círculos dispersos, los revolucionarios dispersos no están unidos, no están agrupados, no constituyen una organización única, fuerte y disciplinada, con partes metódicamente desarrolladas...” Y después de formular la reserva de que si, en lugar de los círculos deshechos, aparecen inmediatamente nuevos círculos, este hecho “demuestra tan sólo la vitalidad del movimiento..., pero no prueba que exista una cantidad suficiente de militantes revolucionarios plenamente aptos”, el autor concluye: “La falta de preparación práctica de los revolucionarios peters* Todos los pasajes subrayados lo han sido por mí.

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burgueses se refleja también en los resultados de su trabajo. Los últimos procesos, y en particular los de los grupos ‘Autoemancipación’ y ‘Lucha del Trabajo contra el Capital’[35], han demostrado claramente que un agitador joven, que no conozca al detalle las condiciones del trabajo y, por consiguiente, de la agitación en una fábrica determinada, que no conozca los principios de la conspiración y que sólo haya asimilado [¿asimilado?] las ideas generales de la socialdemocracia, puede trabajar unos cuatro, cinco o seis meses. Luego viene la detención, que muchas veces trae consigo el desmoronamiento de toda la organización o, por lo menos, de una parte de ella. Cabe preguntar: ¿puede un grupo trabajar con éxito, con fruto, cuando su existencia está limitada a unos cuantos meses? Es evidente que los defectos de las organizaciones existentes no pueden atribuirse por entero al período de transición...; es evidente que la cantidad y, sobre todo, la calidad de los efectivos de las organizaciones activas desempeñan aquí un papel de no escasa importancia, y la tarea primordial de nuestros socialdemócratas... debe consistir en unificar realmente las organizaciones, con una selección rigurosa de sus miembros”.

b) Los métodos artesanos de trabajo y el economismo Debemos detenernos ahora en una cuestión que seguramente se plantean ya todos los lectores: ¿puede establecerse una relación entre estos métodos primitivos de trabajo, como enfermedad de crecimiento, que afecta a todo el movimiento, y el economismo, como una de las tendencias de la socialdemocracia rusa? Nosotros creemos que sí. La falta de preparación práctica, la falta de habilidad en la labor de organización son, en efecto, cosas comunes a todos nosotros, incluso a quienes desde el principio han sustentado inflexiblemente el punto de vista del marxismo revolucionario. Y es cierto que nadie podría echar en cara a los militantes consagrados al trabajo práctico esta falta de preparación por sí sola. Pero, ade202

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más de la falta de preparación, el concepto “métodos primitivos de trabajo” supone otra cosa: supone el reducido alcance de todo el trabajo revolucionario en general, el no comprender que sobre la base de este trabajo de estrecho horizonte no se puede constituir una buena organización de revolucionarios, y, por último –y esto es lo principal–, supone tentativas de justificar esta estrechez de horizontes y de erigirla en una “teoría” particular, es decir, supone el culto de la espontaneidad también en este terreno. Y tan pronto como se manifestaron tales tentativas, se hizo indudable que los métodos primitivos de trabajo están relacionados con el economismo, y que no nos libraremos de la estrechez en nuestro trabajo de organización si no nos libramos del economismo en general (es decir, de una concepción estrecha, tanto de la teoría del marxismo como del papel de la socialdemocracia y de sus tareas políticas). Y esas tentativas han sido observadas en dos direcciones. Unos comenzaron a decir que la masa obrera no había planteado aún ella misma tareas políticas tan amplias y tan combativas como las que le “imponían” los revolucionarios, que debe luchar todavía por reivindicaciones políticas inmediatas, sostener “una lucha económica contra los patronos y el gobierno”* (y a esta lucha “accesible” al movimiento de masas corresponde, naturalmente, una organización “accesible” incluso a la juventud menos preparada). Otros, alejados de todo “gradualismo”, comenzaron a decir que se podía y se debía “hacer la revolución política”, pero que, para eso, no había necesidad alguna de crear una fuerte organización de revolucionarios que educara al proletariado en una lucha firme y empeñada; que para eso era suficiente que cogiéramos todos el garrote ya conocido y “accesible”. Hablando sin alegorías: que organizásemos la huelga general** o estimulásemos el proceso del movimiento obrero, “dormido”, con un “terror excitante”***. Ambas tendencias, la oportunista y la “revolucionista”, capitulan ante los métodos primitivos de trabajo imperantes, no tienen fe en la posibilidad de * Rab. Misl y Rab. Dielo, sobre todo la “Respuesta” a Plejánov. ** ¿Quién hará la revolución política?, folleto publicado en Rusia en la recopilación La lucha proletaria y reeditado por el Comité de Kíev. *** Renacimiento del revolucionismo y Svoboda.

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librarse de ellos, no comprenden nuestra primera y más urgente tarea práctica: crear una organización de revolucionarios capaz de dar a la lucha política energía, firmeza y continuidad. Acabamos de citar las palabras de B-v: “El crecimiento del movimiento obrero sobrepasa al crecimiento y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias”. Esta “valiosa noticia de un observador directo” (comentario de la redacción de Rabócheie Dielo al artículo de B-v) tiene para nosotros valor doble. Demuestra que teníamos razón al considerar que la causa fundamental de la crisis por que atraviesa actualmente la socialdemocracia rusa está en el atraso de los dirigentes (“ideólogos”, revolucionarios, socialdemócratas) respecto al movimiento ascensional espontáneo de las masas. Demuestra que todas esas disquisiciones de los autores de la carta economista (en el núm. 12 de Iskra), B. Krichevski y Martínov, sobre el peligro de aminorar la importancia del elemento espontáneo, de la lucha cotidiana y gris, sobre la táctica-proceso, etc., son precisamente una defensa y una exaltación de los métodos primitivos de trabajo. Esas gentes que no pueden pronunciar la palabra “teórico” sin una mueca de desprecio, que llaman “sentido de la vida” a su prosternación ante la falta de preparación para la vida y ante la falta de desarrollo, demuestran de hecho que no comprenden nuestras tareas prácticas más imperiosas. A gentes que se han quedado atrás les gritan: “¡Guardad el paso! ¡No os adelantéis!”. ¡A gentes que adolecen de falta de energía y de iniciativa en el trabajo de organización, de falta de “planes” para organizar amplia y valientemente el trabajo, les hablan de la “táctica-proceso”! Nuestro pecado capital consiste en rebajar nuestras tareas políticas y de organización al nivel de los intereses inmediatos, “tangibles”, “concretos” de la lucha económica cotidiana, ¡pero siguen cantándonos: hay que imprimir a la lucha económica misma un carácter político! Repetimos: esto es literalmente el mismo “sentido de la vida” que demostraba poseer el personaje de la épica popular que gritaba, al paso de un entierro: “¡Ojalá tengáis siempre algo que llevar!”. Recordad la presunción incomparable, verdaderamente digna de “Narciso”, con que esos sabios aleccionaban a Plejánov: “A los círculos obreros no les son accesibles en general (¡sic!) las tareas políticas 204

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en el sentido real, práctico de esta palabra, es decir, en el sentido de una lucha práctica, conveniente y eficaz, por reivindicaciones políticas” (Respuesta de la Red. de R. D., pág. 24). ¡Hay círculos y círculos, señores! A un círculo que emplee métodos “primitivos” de trabajo, desde luego, no le son accesibles las tareas políticas, mientras no reconozca el carácter primitivo de dichos métodos de trabajo y no se libre de ellos. Pero si, además, esos artesanos están enamorados de sus métodos primitivos, si escriben siempre en cursiva la palabra “práctico” y se imaginan que la práctica exige que ellos rebajen sus tareas al nivel de comprensión de las capas más atrasadas de la masa, entonces, desde luego, esos artesanos son incurables, y, en efecto, las tareas políticas les son en general inaccesibles. Pero a un círculo de corifeos como Alexéiev y Myshkin, Jalturin y Zheliábov les son accesibles las tareas políticas en el sentido más real, más práctico de la palabra, y les son accesibles precisamente por cuanto sus ardientes prédicas encuentran eco en la masa, que se despierta espontáneamente; por cuanto su hirviente energía es secundada y apoyada por la energía de la clase revolucionaria. Plejánov tenía mil veces razón cuando no sólo indicó cuál era esta clase revolucionaria, no sólo demostró que era inevitable e ineludible su despertar espontáneo, sino que planteó incluso ante los “círculos obreros” un alto y grandioso cometido político. Y vosotros invocáis el movimiento de masas que ha surgido a partir de entonces, para rebajar ese cometido, para reducir la energía y el alcance de la actividad de los “círculos obreros”. ¿Qué es esto sino egolatría del artesano enamorado de sus métodos primitivos? Os vanagloriáis de vuestro espíritu práctico y no veis el hecho conocido de todo militante ruso entregado al trabajo práctico: qué milagros puede hacer en la obra revolucionaria, no sólo la energía de un círculo, sino incluso la energía de un solo individuo. ¿0 es que creéis que en nuestro movimiento no pueden existir los corifeos que existieron en la década del ‘70? ¿Por qué razón? ¿Porque estamos poco preparados? ¡Pero nos preparamos, nos prepararemos y estaremos preparados! ¡Verdad es que el agua estancada de la “lucha económica contra los patronos y el gobierno” ha criado entre nosotros, por desgracia, verdín: han aparecido gentes que se ponen de hinojos adorando la espontaneidad y que contemplan 205

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con unción (como dice Plejánov) “la parte trasera” del proletariado ruso. Pero sabremos sacudirnos ese verdín. Precisamente ahora es cuando el revolucionario ruso dirigido por una teoría verdaderamente revolucionaria, apoyándose en una clase verdaderamente revolucionaria, que se despierta espontáneamente, puede al fin –¡al fin!– alzarse en toda su talla y desplegar todas sus fuerzas de gigante. Para ello sólo hace falta que, en la masa de militantes entregados al trabajo práctico, en la masa todavía más extensa de gentes que sueñan con el trabajo práctico ya desde el banco de la escuela, sea acogido con burla y desprecio todo intento de rebajar nuestras tareas políticas y el alcance de nuestro trabajo de organización! ¡Y lo conseguiremos, señores, no se preocupen ustedes! En el artículo “¿Por dónde empezar?” he escrito contra Rabócheie Dielo: “En veinticuatro horas se puede modificar la táctica en la ejecución de los detalles de la organización partidaria, pero cambiar, no digamos en veinticuatro horas, sino incluso en veinticuatro meses, el punto de vista que se tenga sobre el problema de la necesidad en general, siempre y absolutamente, de la organización de combate y de la agitación política entre las masas, es cosa que sólo pueden hacerlo personas sin principios.”*. Rabócheie Dielo contesta: “Esta acusación de Iskra, la única que pretende estar basada en la realidad, carece en absoluto de fundamento. Los lectores de Rabócheie Dielo saben perfectamente que nosotros no sólo hemos exhortado a la agitación política, desde el principio, sin esperar a que apareciera Iskra... (diciendo que, no ya a los círculos obreros, ‘ni aun siquiera al movimiento obrero de masas se le puede plantear como primera tarea política la de derribar el absolutismo’, sino únicamente la lucha por reivindicaciones políticas inmediatas, y que ‘las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen accesibles a las masas después de una o, en todo caso, de varias huelgas’)..., sino que también con nuestras publicaciones, editadas en el extranjero, hemos proporcionado a los camaradas que actúan en Rusia los únicos materiales de agitación política socialdemócrata... (y, en estos únicos materiales, no sólo se limitaban ustedes a aplicar la agita* Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.).

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ción política más amplia al terreno de la lucha meramente económica, sino que discurrieron, al fin, la idea de que esta agitación limitada era ‘la más ampliamente aplicable’. ¿Y no advierten ustedes, señores, que su argumentación demuestra precisamente la necesidad de la aparición de Iskra –en vista de la sola existencia de esos materiales únicos– y la necesidad de la lucha de Iskra contra Rabócheie Dielo?)... Por otra parte, nuestra actividad editorial preparaba en la práctica la unidad táctica del Partido... [¿la unidad de creer que la táctica es el proceso de crecimiento de las tareas del Partido, que crecen juntamente con éste? ¡Valiente unidad!]... y, por ello mismo, hacía posible crear una ‘organización de combate’, para cuya formación ha hecho la Unión todo lo que le era accesible a una organización residente en el extranjero” (Rabócheie Dielo, núm. 10, pág. 15). ¡Vano intento de salir del paso! Que han hecho ustedes cuanto les era accesible, es cosa que yo nunca he pensado en negar. Lo que yo he afirmado y afirmo es que los límites de lo que es “accesible” para ustedes se estrechan por la miopía de sus concepciones. Mueve a risa que se llegue ni aun a hablar de “organizaciones de combate” para luchar por “reivindicaciones políticas inmediatas” o para “la lucha económica contra los patronos y el gobierno”. Pero si el lector quiere ver perlas de enamoramiento “económico” de los métodos primitivos, tendrá que pasar, naturalmente, del ecléctico y vacilante Rab. Dielo al consecuente y decidido Rab. Misl. “Dos palabras ahora sobre la llamada propiamente intelectualidad revolucionaria –escribía R. M. en el “Suplemento especial” de Rabóchaia Misl, pág. 13–. Es cierto que más de una vez ha demostrado en la práctica que está totalmente dispuesta a “la contienda decisiva con el zarismo”. Únicamente, lo malo es que, perseguida sin tregua por la policía política, nuestra intelectualidad revolucionaria consideraba esta lucha con la policía política como una lucha política contra la autocracia. Por esto sigue aún sin encontrar contestación a la pregunta: “¿De dónde sacar fuerzas para luchar contra la autocracia?”. ¿No es verdad que es incomparable este olímpico desprecio que siente por la lucha contra la policía un admirador (en el peor sentido de la palabra) del movimiento espontáneo? ¡¡Está dispuesto a jus207

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tificar nuestra falta de habilidad para el trabajo conspirativo diciendo que, con el movimiento espontáneo de masas, no tiene importancia, en el fondo, la lucha contra la policía política!! Esta conclusión monstruosa la suscribirían muy pocos: tan dolorosamente siente todo el mundo las deficiencias de nuestras organizaciones revolucionarias. Pero si no la suscribe, por ejemplo, Martínov, es sólo porque no sabe o no tiene el valor de meditar hasta el fin sus propias tesis. En efecto, ¿puede decirse acaso que una “tarea” como la de que las masas planteen reivindicaciones concretas, que prometan resultados tangibles, exige una preocupación especial por crear una organización de revolucionarios sólida, centralizada y combativa? ¿No realiza también esta “tarea” una masa que de ninguna manera “lucha contra la policía política”? Aún más: ¿sería realizable esa tarea, si, además de un reducido número de dirigentes, no se encargaran de cumplirla también (en su inmensa mayoría) obreros que son absolutamente incapaces de “luchar contra la policía política”? Estos obreros, los hombres medios de la masa, son capaces de dar pruebas de una energía y abnegación gigantescas en una huelga, en la lucha contra la policía y las tropas en la calle, pueden (y son los únicos que pueden) decidir el desenlace de todo nuestro movimiento, pero precisamente la lucha contra la policía política exige cualidades especiales, exige revolucionarios profesionales. Y nosotros no debemos preocuparnos sólo de que la masa “plantee” reivindicaciones concretas, sino también de que la masa de obreros “destaque”, en número cada vez más grande, estos revolucionarios profesionales. Así, pues, hemos llegado al problema de las relaciones entre la organización de revolucionarios profesionales y el movimiento puramente obrero. A esta cuestión, poco desarrollada en las publicaciones, le hemos dedicado nosotros, los “políticos”, mucho tiempo en conversaciones y discusiones con camaradas más o menos inclinados hacia el economismo. Merece la pena de detenerse en él especialmente. Pero terminemos antes con otra cita la ilustración de nuestra tesis sobre la relación entre los métodos primitivos de trabajo y el economismo. “El grupo ‘Emancipación del Trabajo’ –decía Sr. N. N.[36] en su ‘Respuesta’– exige que se luche directamente contra el gobierno, 208

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sin pensar dónde está la fuerza material necesaria para dicha lucha, sin indicar qué caminos ha de seguir ésta”. Y, subrayando esta última expresión, el autor hace a propósito de la palabra “caminos” la observación siguiente: “Esta circunstancia no puede explicarse por los fines de la conspiración, porque en el programa no se trata de una conjuración, sino de un movimiento de masas. Y las masas no pueden avanzar por caminos secretos. ¿Es acaso posible una huelga secreta? ¿Es posible celebrar en secreto una manifestación, presentar una petición en secreto?” (Vademécum, pág. 59). El autor ha abordado de lleno tanto la “fuerza material” (los organizadores de las huelgas y de las manifestaciones), como los “caminos” por los que tiene que seguir esta lucha; pero se ha quedado, sin embargo, confuso y perplejo, pues se “prosterna” ante el movimiento de masas, es decir, lo considera como algo que nos exime de nuestra actividad, de la actividad revolucionaria, y no como algo que debe alentar e impulsar nuestra actividad revolucionaria. Una huelga secreta es imposible, para las personas que participen en ella o tengan con ella relación inmediata. Pero, para las masas de obreros rusos, esa huelga puede ser (y lo es en la mayoría de los casos) un “secreto”, porque el gobierno se preocupará de cortar toda relación con los huelguistas, se preocupará de hacer imposible toda difusión de noticias sobre la huelga. Y aquí es donde ya hace falta la “lucha contra la policía política”, una lucha especial, una lucha que nunca podrá sostener activamente una masa tan amplia como la que toma parte en las huelgas. Esa lucha deben organizarla, “según todas las reglas del arte”, personas que tengan como profesión la actividad revolucionaria. Y la organización de esta lucha no es ahora menos necesaria porque las masas se incorporen espontáneamente al movimiento. Al contrario, la organización se hace con este motivo más necesaria, por que nosotros, los socialistas, faltaríamos a nuestras obligaciones directas ante las masas, si no supiéramos impedir que la policía convierta en un secreto (y si a veces no preparásemos nosotros mismos en secreto) cualquier huelga o manifestación. Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que despiertan espontáneamente destacarán también de su seno más y más “revoluciona209

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rios profesionales” (siempre que no se nos ocurra invitar a los obreros, en todos los tonos, a que sigan chapoteando en un mismo sitio).

c) La organización de los obreros y la organización de los revolucionarios Si en el concepto de “lucha económica contra los patronos y el gobierno” se engloba, para un socialdemócrata, el de “lucha política”, es natural esperar que el concepto de “organización de revolucionarios” quede más o menos englobado en el de “organización de obreros”. Es lo que realmente ocurre, de suerte que, cuando hablamos de organización, resulta que hablamos literalmente en lenguas diferentes. Recuerdo, por ejemplo, como si fuera ahora mismo una conversación que tuve un día con un economista bastante consecuente, al que yo antes no conocía. La conversación giraba en torno al folleto ¿Quién hará la revolución política? Pronto convinimos en que el defecto capital de este folleto consistía en no tener en cuenta la cuestión de la organización. Nos figurábamos estar ya de acuerdo, pero..., al seguir la conversación, resultó que hablábamos de cosas diferentes. Mi interlocutor acusaba al autor de no tener en cuenta las cajas de resistencia para casos de huelga, las sociedades de socorros mutuos, etc.; yo, en cambio, pensaba en la organización de revolucionarios indispensable para “hacer” la revolución política. ¡Y, en cuanto se reveló esta discrepancia, yo no recuerdo haber estado jamás de acuerdo sobre ninguna cuestión de principio con este economista! Mas ¿en qué consistía el motivo de nuestras discrepancias? Precisamente en que los economistas se desvían constantemente del socialdemocratismo hacia el tradeunionismo, tanto en las tareas de organización como en las tareas políticas. La lucha política de la socialdemocracia es mucho más amplia y más compleja que la lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno. Del mismo modo (y como consecuencia de ello), la organización de un partido socialdemócrata revolucionario debe ser inevitablemente de un género distinto que la organización de los obreros para la 210

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lucha económica. La organización de los obreros debe ser, en primer lugar, sindical; en segundo lugar, debe ser lo más extensa posible; en tercer lugar, debe ser lo menos clandestina posible (aquí y en lo que sigue me refiero, claro está, sólo a la Rusia autocrática). Por el contrario, la organización de los revolucionarios debe englobar ante todo y sobre todo a gentes cuya profesión sea la actividad revolucionaria (por eso, yo hablo de una organización de los revolucionarios, teniendo en cuenta a los revolucionarios socialdemócratas). Ante esta característica general de los miembros de una tal organización debe desaparecer en absoluto toda distinción entre obreros e intelectuales, por no hablar ya de la distinción entre las diversas profesiones de unos y otros. Esta organización, necesariamente, no debe ser muy extensa, y es preciso que sea lo más clandestina posible. Detengámonos sobre estos tres puntos distintivos. En los países que gozan de libertad política, la diferencia entre la organización sindical y la organización política es completamente clara, como es también clara la diferencia que existe entre las tradeuniones y la socialdemocracia. Las relaciones de esta última con las tradeuniones, desde luego, varían inevitablemente de unos países a otros, según las condiciones históricas, jurídicas, etc., pudiendo ser más o menos estrechas, complejas, etc. (desde nuestro punto de vista, deben ser lo más estrechas y lo menos complejas posible), pero no puede ni hablarse en los países libres de identificar la organización de los sindicatos con la organización del Partido socialdemócrata. En Rusia, en cambio, el yugo de la autocracia borra, a primera vista, toda distinción entre la organización socialdemócrata y el sindicato obrero, pues todo sindicato obrero y todo círculo están prohibidos, y la huelga, principal manifestación y arma de la lucha económica de los obreros, se considera en general crimen de derecho común (¡y, a veces, incluso delito político!). De esta suerte, las condiciones de Rusia, de una parte, “incitan” con fuerza a pensar en las cuestiones políticas a los obreros que luchan en el terreno económico, y, de otra, “incitan” a los socialdemócratas a confundir el tradeunionismo con el socialdemocratismo (nuestros Krichevski, Martínov y consortes, que no cesan de hablar de la “incitación” del primer género, no se dan cuenta de la “incitación” del segundo género). En efecto, imagi211

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némonos a gentes absorbidas en un 99% por “la lucha económica contra los patronos y el gobierno”. Los unos, durante todo el período de su actuación (de 4 a 6 meses), no pensarán jamás en la necesidad de una organización más compleja de revolucionarios. Los otros, tal vez, “tropezarán” con la literatura bernsteiniana, relativamente bastante difundida, y adquirirán la convicción de que lo que importa esencialmente es la “marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris”. Otros, en fin, se dejarán acaso seducir por la tentadora idea de dar al mundo un nuevo ejemplo de “estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria”, de contacto del movimiento sindical con el movimiento socialdemócrata. Cuanto más tarde llega un país al capitalismo y, por consiguiente, al movimiento obrero, dirán estas gentes, tanto más pueden participar los socialistas en el movimiento sindical y apoyarlo, y menos puede y debe haber sindicatos no-socialdemócratas. Hasta ahora el razonamiento es perfectamente justo, pero la desgracia consiste en que van más lejos y sueñan con una fusión completa entre el socialdemocratismo y el tradeunionismo. En seguida vamos a ver, por el ejemplo del Estatuto de la “Unión de Lucha” de San Petersburgo, la influencia perjudicial de estos sueños sobre nuestros planes de organización. Las organizaciones obreras para la lucha económica deben ser organizaciones sindicales. Todo obrero socialdemócrata debe, dentro de lo posible, apoyar a estas organizaciones y trabajar activamente en ellas. De acuerdo. Pero es en absoluto contrario a nuestros intereses exigir que únicamente los socialdemócratas pueden ser miembros de las uniones “gremiales”, ya que esto reduciría el alcance de nuestra influencia sobre la masa. Que participe en la unión gremial todo obrero que comprenda la necesidad de la unión para la lucha contra los patronos y contra el gobierno. El fin mismo de las uniones gremiales sería inasequible si no agrupasen a todos los obreros capaces de comprender aunque no fuese más que esta noción elemental, si estas uniones gremiales no fuesen unas organizaciones muy amplias. Y cuanto más amplias sean estas organizaciones, tanto más amplia será nuestra influencia en ellas, influencia ejercida no solamente por el desarrollo “espontáneo” de la lucha económica, sino también por la acción directa y consciente de los 212

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miembros socialistas de los sindicatos sobre sus camaradas. Pero, en una organización amplia, la clandestinidad rigurosa es imposible (pues exige mucha más preparación que la que es necesaria para la participación en la lucha económica). ¿Cómo conciliar esta contradicción entre la necesidad de contar con efectivos numerosos y el régimen clandestino riguroso? ¿Cómo conseguir que las organizaciones gremiales sean lo menos clandestinas posible? En general, no puede haber más que dos vías: o bien la legalización de las asociaciones gremiales (que en algunos países ha precedido a la legalización de las asociaciones socialistas y políticas), o bien el mantenimiento de la organización secreta, pero tan “libre”, tan poco reglamentada, tan lose*, como dicen los alemanes, que para la masa de los afiliados el régimen clandestino quede reducido casi a la nada. La legalización de los sindicatos obreros no-socialistas y nopolíticos ha comenzado ya en Rusia, y no cabe la menor duda que cada paso de nuestro movimiento obrero socialdemócrata, que crece en progresión rápida, alentará y multiplicará las tentativas de legalización, tentativas realizadas principalmente por los partidarios del régimen existente, pero también, en parte, por los mismos obreros y los intelectuales liberales. Los Vasíliev y los Subátov han izado ya la bandera de la legalización; los señores Oserov y Worms ya les han prometido y facilitado su concurso, y la nueva corriente ha encontrado ya adeptos entre los obreros. Y nosotros no podemos dejar de tener en cuenta esta corriente. Sobre la forma en que hay que tenerla en cuenta difícilmente puede existir, entre los socialdemócratas, más de una opinión. Nuestro deber consiste en desenmascarar infatigablemente toda participación de los Subátov y los Vasíliev, de los gendarmes y los popes en esta corriente, y revelar a los obreros las verdaderas intenciones de estos elementos. Nuestro deber consiste en desenmascarar asimismo toda nota conciliadora, de “armonía”, que se deslice en los discursos de los liberales en las reuniones obreras públicas, ya se deban estas notas a que dichas gentes crean sinceramente que es deseable una colaboración pacífica de las clases, ya a que tengan el * Libre, amplia (N. de la Red.).

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deseo de congraciarse con las autoridades, o a inhabilidad simplemente. Tenemos, en fin, el deber de poner en guardia a los obreros contra los lazos de la policía, que en estas reuniones públicas y en las sociedades autorizadas observa a las “cabezas locas” y trata de aprovecharse de las organizaciones legales para introducir provocadores también en las ilegales. Pero hacer todo esto no significa en absoluto olvidar que la legalización del movimiento obrero nos beneficiará, en fin de cuentas, precisamente a nosotros, y no, en modo alguno, a los Subátov. Al contrario, precisamente con nuestra campaña de denuncias separamos la cizaña del buen grano. Ya hemos indicado cuál es la cizaña. El buen grano está en interesar en las cuestiones sociales y políticas a sectores obreros aun más amplios, a los sectores más atrasados; en liberarnos, nosotros, los revolucionarios, de las funciones que son, en el fondo, legales (difusión de obras legales, socorros mutuos, etc.) y cuyo desarrollo nos dará infaliblemente cada vez más y más materiales para la agitación. En este sentido, podemos y debemos decir a los Subátov y a los Oserov: ¡Trabajen ustedes, señores, trabajen! Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros (mediante la provocación directa o la corrupción “honrada” de los obreros con ayuda del “struvismo”), nosotros ya nos encargaremos de desenmascararles. Por cuanto dan ustedes un paso efectivo hacia adelante –aunque sea en forma del más “tímido zig-zag”, pero un paso hacia adelante–, les diremos: “¡Sigan, sigan!”. Un paso efectivo hacia adelante no puede ser sino una ampliación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y precipitará la aparición de asociaciones legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos. En una palabra, ahora nuestra tarea consiste en combatir la cizaña. Nuestra tarea no consiste en cultivar el grano en pequeños tiestos. Al arrancar la cizaña, desbrozamos el terreno para que pueda crecer el trigo. Y mientras los Afanasi Ivánovich y las Pulcheria Ivánovna* se dedican al cultivo doméstico, nosotros * Afanasi Ivánovich y Pulcheria Ivánovna - Familia patriarcal de pequeños terratenientes provincianos, descrita en la novela corta de N. Gógol Terratenientes de antaño (N. de la Red.).

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podemos preparar segadores que sepan hoy arrancar la cizaña y mañana recoger el buen grano*. Así, pues, nosotros no podemos resolver, por medio de la legalización, el problema de crear una organización sindical lo menos clandestina y lo más amplia posible (pero nos encantaría que los Subátov y los Oserov nos ofreciesen la posibilidad, incluso parcial, de resolverlo de este modo, ¡para lo cual tenemos que combatirlos lo más enérgicamente posible!). Nos queda el camino de las organizaciones sindicales secretas, y debemos ayudar con todas nuestras fuerzas a los obreros que emprenden ya (como nos consta) este camino. Las organizaciones sindicales no sólo pueden ser extraordinariamente útiles para desarrollar y reforzar la lucha económica, sino que pueden convertirse, además, en un auxiliar de la mayor importancia para la agitación política y la organización revolucionaria. A fin de llegar a este resultado, hacer entrar el naciente movimiento sindical en el cauce deseable para la socialdemocracia, es preciso, ante todo, comprender bien lo absurdo del plan de organización que preconizan, desde hace ya cerca de cinco años, los economistas petersburgueses. Este plan ha sido expuesto en el “Estatuto de la caja obrera de resistencia” de julio de 1897 (Listok Rabótnika, núm. 9-10, pág. 46, del núm. 1 de Rab. Misl), y en el “Estatuto de la organización obrera sindical” de octubre de 1900 (boletín especial, impreso en San Petersburgo y mencionado en el núm. 1 de Iskra). El defecto esencial de estos dos estatutos consiste en que exponen todos los detalles de una vasta organización obrera y la confunden con la organización de los revolucionarios. Tomemos el segundo estatuto, por ser el que mejor está elaborado. Se compone de cincuenta y dos artículos: 23 exponen la estructura, el modo de administración y los límites de competencia de los “círcu* La lucha de Iskra contra la cizaña ha dado lugar, por parte de Rabócheie Dielo, a esta salida airada: “Para Iskra, en cambio, estos acontecimientos importantes (los de la primavera) son menos característicos de su tiempo que las miserables tentativas de los agentes de Subátov de ‘legalizar’ el movimiento obrero. Iskra no ve que estos hechos hablan precisamente contra ella y que atestiguan precisamente que el movimiento obrero ha tomado a los ojos del gobierno proporciones muy amenazadoras” (Dos congresos, pág. 27). La culpa de todo la tiene el “dogmatismo” de estos ortodoxos, “sordos a las exigencias imperiosas de la vida”. ¡Se obstinan en no ver trigo de un metro de alto para hacer la guerra a cizaña de un centímetro de altura! ¿No es esto una “deformación del sentido de la perspectiva en relación al movimiento obrero ruso”? (Loc. cit., pág. 27).

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los obreros”, que serán organizados en cada fábrica (“diez hombres como máximo”) y elegirán los “grupos centrales” (de fábrica). “El grupo central –reza el art. 2– observa todo lo que pasa en la fábrica y hace la crónica de los acontecimientos en la misma”. “El grupo central da cuenta cada mes a todos los cotizantes del estado de la caja” (art. 17), etc. Diez artículos están consagrados a la “organización de barrio” y 19, a la complejísima relación entre el “Comité de la Organización Obrera” y el “Comité de la Unión de Lucha de San Petersburgo” (delegados de cada barrio y de los “grupos ejecutivos”: “grupos de propagandistas, para las relaciones con las provincias, para las relaciones con el extranjero, para la administración de los depósitos, de las ediciones, de la caja”). ¡La socialdemocracia equivalente a “grupos ejecutivos” en lo que concierne a la lucha económica de los obreros! Sería difícil demostrar de un modo más evidente cómo se desvía el pensamiento del economista, de la socialdemocracia hacia el tradeunionismo; hasta qué punto le es extraña toda noción de que el socialdemócrata debe, ante todo, pensar en una organización de revolucionarios capaces de dirigir toda la lucha emancipadora del proletariado. Hablar de la “emancipación política de la clase obrera”, de la lucha contra la “arbitrariedad zarista” y escribir semejantes estatutos de una organización es no tener el menor concepto de cuáles son las verdaderas tareas políticas de la socialdemocracia. Ni uno solo del medio centenar de artículos revela en lo más mínimo que los autores hayan comprendido la necesidad de la más amplia agitación política entre las masas, de una agitación que arroje luz sobre todos los aspectos del absolutismo ruso, así como sobre la fisonomía de las diferentes clases sociales de Rusia. Por otra parte, con semejante estatuto, no sólo son irrealizables los fines políticos, sino incluso los fines tradeunionistas, porque éstos exigen una organización por profesiones, cosa que ni siquiera menciona el estatuto. Pero lo más característico, acaso, es la pesadez asombrosa de todo ese “sistema” que trata de ligar cada fábrica al “Comité” por medio de una serie de reglas uniformes, minuciosas hasta lo ridículo, con un sistema electoral de tres grados. Encerrado en el estrecho horizonte del economismo, el pensamiento se apasiona por detalles que despi216

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den un tufillo a papeleo y burocracia. En realidad, las tres cuartas partes de estos artículos no son, naturalmente, aplicados jamás; en cambio, una organización tan “clandestina”, con un grupo central en cada fábrica, facilita a los gendarmes el llevar a cabo redadas increíblemente vastas. Los compañeros polacos han pasado ya por esta fase del movimiento; hubo un tiempo en que todos ellos estaban entusiasmados por la idea de crear en todas partes cajas obreras, pero renunciaron a ella sin tardar, al persuadirse de que sólo facilitaban presa abundante a los gendarmes. Si queremos amplias organizaciones obreras y no amplias redadas, si no queremos dar gusto a los gendarmes, debemos hacer de suerte que no sean organizaciones reglamentadas. ¿Podrán entonces funcionar? Veamos cuáles son sus funciones: “... Observar todo lo que pasa en la fábrica y llevar la crónica de los acontecimientos en la misma” (art. 2 de los estatutos). ¿Es que hay necesidad absoluta de reglamentar esto? ¿Es que esto no podría conseguirse mejor por medio de crónicas en la prensa ilegal, sin necesidad de crear grupos especiales a este efecto? “... Dirigir la lucha de los obreros por el mejoramiento de su situación en la fábrica” (art. 3 de los estatutos); para esto tampoco hace falta reglamentación. Todo agitador, por poco inteligente que sea, sabrá averiguar perfectamente, por una simple conversación, qué reivindicaciones quieren presentar los obreros; después las transmitirá a una organización estrecha, y no amplia, de revolucionarios que editará una hoja volante apropiada. “... Crear una caja... con cotización de dos kopeks por rublo” (art. 9) y dar cuenta cada mes a todos los cotizantes del estado de la caja (art. 17); excluir a los miembros que no paguen su cotización (art. 10), etc. He aquí para la policía una verdadera ganga, pues nada hay más fácil que penetrar en el secreto de la “caja central fabril”, confiscar el dinero y encarcelar a todos los elementos activos. ¿No sería más sencillo emitir cupones de uno o dos kopeks con el sello de una organización determinada (muy reducida y muy secreta), o, incluso sin sello alguno, hacer colectas cuyo resultado se daría a conocer en un periódico ilegal, con un lenguaje convencional? Se obtendría el mismo fin, y los gendarmes tendrían muchísimo más trabajo para descubrir los hilos de la organización. 217

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Podría continuar este análisis de los estatutos, pero creo que con lo dicho basta. Un pequeño núcleo estrechamente unido, compuesto por los obreros más seguros, más experimentados y mejor templados, con delegados en los principales barrios y en conexión rigurosamente clandestina con la organización de revolucionarios, podrá perfectamente, con el más amplio concurso de la masa y sin reglamentación alguna, realizar todas las funciones que competen a una organización sindical, y realizarlas, además, precisamente, de la manera deseable para la socialdemocracia. Solamente así se podrá consolidar y desarrollar, a pesar de todos los gendarmes, el movimiento sindical socialdemócrata. Se me objetará que una organización tan lose, nada reglamentada, sin ningún miembro conocido y registrado, no puede ser calificada de organización. Es posible, para mí la denominación no tiene importancia. Pero esta “organización sin miembros” hará todo lo necesario y asegurará desde el comienzo mismo un contacto sólido entre nuestras futuras tradeuniones y el socialismo. Los que –bajo el absolutismo– quieren una amplia organización de obreros, con elecciones, informes, sufragio universal, etc., son unos utopistas incurables. La moraleja es simple: si comenzamos por establecer una fuerte organización de revolucionarios, podremos asegurar la estabilidad del movimiento en su conjunto, realizar, al mismo tiempo, los objetivos socialdemócratas y los objetivos propiamente tradeunionistas. Pero si comenzamos por constituir una amplia organización obrera con el pretexto de que ésta es la más “accesible” a la masa (en realidad, es a los gendarmes a quienes será más accesible y pondrá a los revolucionarios más al alcance de la policía), ni realizaremos ninguno de estos objetivos, no nos desembarazaremos de nuestros métodos primitivos y, con nuestro fraccionamiento y nuestros fracasos continuos, no lograremos otra cosa que hacer más accesibles a la masa las tradeuniones del tipo Subátov u Oserov. ¿En qué, pues, deben consistir justamente las funciones de esta organización de revolucionarios? Vamos a decirlo con todo detalle. Pero examinemos antes un razonamiento muy típico de nuestro terrorista, que (¡triste destino!) marcha de nuevo del brazo con el 218

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economista. La revista para obreros Svoboda (en su núm. 1) contiene un artículo titulado “La organización”, cuyo autor trata de defender a sus amigos, los economistas obreros de Ivánovo-Vosnesensk. “Mala cosa es –dice– una muchedumbre silenciosa, inconsciente; mala cosa un movimiento que no viene de lo profundo de la masa. Ved lo que sucede en una capital universitaria: cuando los estudiantes, en una época de fiestas o durante el estío, retornan a sus hogares, el movimiento obrero se paraliza. ¿Puede ser una verdadera fuerza un movimiento obrero estimulado desde el exterior? De ninguna manera... Todavía no ha aprendido a andar solo, lo llevan con andaderas. En todas partes el cuadro es el mismo: los estudiantes se van y el movimiento cesa; se encarcela a los elementos más capaces, a la crema, y la leche se agría; se detiene al ‘Comité’ y, en tanto que no se forma uno nuevo, sobreviene una vez más la calma. Y no se sabe qué otro se formará, el nuevo comité puede no parecerse en nada al antiguo: aquél decía una cosa, éste dirá lo contrario; el lazo entre el ayer y el mañana está roto, la experiencia del pasado no beneficia al porvenir, y todo porque el movimiento no tiene raíces profundas en la multitud, porque no son un centenar de imbéciles, sino una decena de hombres inteligentes quienes hacen el trabajo. Siempre es fácil que una decena de hombres caiga en la boca del lobo; pero, cuando la organización engloba a la multitud, cuando todo viene de la multitud, nadie, intente lo que intente, podrá destruir nuestra causa” (pág. 63). La descripción es justa. Hay aquí un buen cuadro de nuestros métodos primitivos; pero, por su falta de lógica y de tacto político, las conclusiones son dignas de Rabóchaia Misl. Es el colmo de la falta de lógica, porque el autor confunde la cuestión filosófica e históricosocial de las “raíces” “profundas” del movimiento con una cuestión técnica y de organización como es la de la lucha más eficaz contra los gendarmes. Es el colmo de la falta de tacto político, porque, en lugar de recurrir contra los malos dirigentes ante los buenos, el autor recurre contra los dirigentes en general ante la “multitud”. 219

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Este es un intento de hacernos retroceder en el terreno de la organización, lo mismo que la idea de sustituir la agitación política por el terror excitante hace retroceder en el sentido político. Ciertamente que me veo en un verdadero “embarras de richesses”*, sin saber por dónde comenzar el análisis del galimatías con que nos obsequia Svoboda. Para mayor claridad, comenzaré por un ejemplo: el de los alemanes. Nadie negará, me imagino, que su organización engloba la multitud, que entre ellos todo viene de la multitud, que el movimiento obrero ha aprendido a andar solo. Sin embargo, ¡cómo aprecia esta multitud de varios millones de hombres a su “decena” de jefes políticos probados! ¡Cómo se agarra a ellos! Más de una vez, en el Parlamento, los diputados de los partidos adversos han tratado de irritar a los socialistas diciéndoles: “¡Buenos demócratas sois vosotros! El movimiento de la clase obrera no existe entre vosotros más que de palabra; en realidad, es siempre el mismo grupo de jefes quienes hacen todo. Desde hace años, desde hace decenas de años, son Bebel y Liebknecht quienes dirigen. ¡Vuestros delegados, supuestamente elegidos por los obreros, son más inamovibles que los funcionarios nombrados por el emperador!”. Pero los alemanes han acogido siempre con sonrisa desdeñosa estas tentativas demagógicas de oponer la “multitud” a los “jefes”, de atizar en ésta malos instintos de vanidad, de privar al movimiento de solidez y estabilidad, minando la confianza que la masa siente hacia la “decena de hombres inteligentes”. Los alemanes están suficientemente desarrollados políticamente, tienen suficiente experiencia política para comprender que, sin “una decena” de jefes de talento (los talentos no surgen por centenas), de jefes probados, profesionalmente preparados e instruidos por una larga práctica, que estén bien compenetrados, no es posible la lucha firme de clase alguna en la sociedad contemporánea. También los alemanes han tenido sus demagogos, que adulaban a los “centenares de imbéciles”, colocándolos por encima de las “decenas de hombres inteligentes”; que glorificaban el “puño potente” de la masa, empujaban (como Most o Hasselmann) a esta masa a actos “revolucionarios” irreflexivos y * Dificultades por la abundancia (N. de la Red.).

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sembraban la desconfianza hacia los jefes firmes y resueltos. Y gracias únicamente a una lucha tenaz e intransigente contra toda clase de elementos demagógicos en su seno, el socialismo alemán ha crecido y se ha fortalecido. Y, en el período en que toda la crisis de la socialdemocracia rusa se explica por el hecho de que las masas que despiertan de un modo espontáneo carecen de jefes suficientemente preparados, inteligentes y expertos, nuestros varones prudentes nos dicen con el ingenio de Juan el tonto: “¡Mala cosa es un movimiento que no viene de la base!”. “Un Comité formado por estudiantes no nos conviene porque es inestable”. ¡Perfectamente justo! Pero la conclusión que hay que sacar de ello es que hace falta un Comité de revolucionarios profesionales, sin que importe si son estudiantes u obreros quienes sean capaces de forjarse como tales revolucionarios profesionales. ¡En cambio, vosotros sacáis la conclusión de que no hay que estimular desde el exterior al movimiento obrero! En vuestra ingenuidad política, ni siquiera os dais cuenta de que hacéis así el juego a nuestros economistas y a nuestros métodos primitivos. Permitidme una pregunta: ¿Cómo han “estimulado” nuestros estudiantes hasta el presente a nuestros obreros? Únicamente aportando los estudiantes a los obreros las briznas de conocimientos políticos que ellos tenían, las briznas de ideas socialistas que habían podido adquirir (pues el principal alimento espiritual del estudiante de nuestros días, el marxismo legal, no ha podido darle más que el abecedario, no ha podido darle más que briznas). Este “estímulo desde el exterior” no ha sido muy considerable, sino, al contrario, insignificante, escandalosamente insignificante en nuestro movimiento, pues no hemos hecho más que cocernos con demasiado celo en nuestra propia salsa, prosternarnos demasiado servilmente ante la elemental “lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno”. Nosotros, revolucionarios de profesión, debemos “estimular” así, cien veces más, y estimularemos. Pero precisamente porque elegís esta infame expresión de “estímulo desde el exterior”, expresión que inspira de modo inevitable al obrero (al menos, al obrero tan poco desarrollado como vosotros) la desconfianza hacia todos los que le aportan desde el exterior conocimientos políticos y expe221

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riencia revolucionaria, despertando el deseo instintivo de rechazar a todos ellos, obráis como demagogos, y los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. ¡Sí, sí! ¡Y no os apresuréis a chillar a propósito de mis “procedimientos” polémicos “faltos de espíritu de camaradería”! Yo no pongo en entredicho la pureza de vuestras intenciones; ya he dicho que la ingenuidad política basta para hacer de una persona un demagogo. Pero he demostrado que habéis descendido hasta la demagogia, y no me cansaré de repetir que los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. Y son los peores, precisamente porque excitan los malos instintos de la multitud, y les es imposible a los obreros atrasados reconocer a dichos enemigos, los cuales se presentan, y, a veces, sinceramente, en calidad de amigos. Son los peores, porque, en este período de dispersión y de vacilación, en que la fisonomía de nuestro movimiento aun está formándose, no hay nada más fácil que arrastrar demagógicamente a la multitud, a la cual sólo las pruebas más amargas lograrán después persuadir de su error. He aquí por qué los socialdemócratas rusos actuales deben tener como consigna del momento la de combatir resueltamente a Svoboda y a Rabócheie Dielo, que están descendiendo a la demagogia (Más abajo volveremos a hablar en detalle sobre este punto*). “Es más fácil cazar a una decena de hombres inteligentes que a un centenar de imbéciles”. Este excelente axioma (que os valdrá siempre los aplausos del centenar de imbéciles) parece evidente únicamente porque, en el curso de vuestro razonamiento, habéis saltado de una cuestión a otra. Habíais comenzado por hablar y seguís hablando de la captura del “comité”, de la captura de la “organización”, y ahora habéis saltado a otra cuestión, a la captura de las “raíces” “profundas” del movimiento. Naturalmente, nuestro movimiento es indestructible sólo porque tiene centenares y centenares de millares de raíces en lo hondo del movimiento, pero no es de esto de lo que se trata, ni mucho menos. En lo que se refiere a las * Sólo haremos notar aquí que todo cuanto hemos dicho con respecto al “estímulo desde el exterior” y a todos los demás razonamientos de Svoboda sobre organización se refiere enteramente a todos los economistas, incluso a los partidarios de Rabócheie Dielo, porque o han preconizado y sostenido activamente estos puntos de vista sobre las cuestiones de organización, o se han desviado hacia ellos.

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“raíces profundas”, tampoco ahora se nos puede “capturar”, a pesar del carácter primitivo de nuestros métodos de trabajo, y, sin embargo, todos deploramos y no podemos menos de deplorar la captura de “organizaciones”, que impide toda continuidad en el movimiento. Ahora bien, ya que planteáis la cuestión de la captura de las organizaciones e insistís en tratar de ella, os diré que es mucho más difícil pescar a una decena de hombres inteligentes que a un centenar de imbéciles; y seguiré sosteniéndolo sin hacer ningún caso de vuestros esfuerzos para azuzar a la multitud contra mi “antidemocratismo”, etc. Por “hombres inteligentes” en materia de organización hay que entender tan sólo, como lo he indicado en varias ocasiones, los revolucionarios profesionales, lo mismo da que sean estudiantes u obreros quienes se forjen como tales revolucionarios profesionales. Pues bien, yo afirmo: 1) que no puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable y que asegure la continuidad; 2) que cuanto más extensa sea la masa espontáneamente incorporada a la lucha, masa que constituye la base del movimiento y que participa en él, más apremiante será la necesidad de semejante organización y más sólida tendrá que ser ésta (ya que tanto más fácilmente podrá toda clase de demagogos arrastrar a las capas atrasadas de la masa); 3) que dicha organización debe estar formada, fundamentalmente, por hombres entregados profesionalmente a las actividades revolucionarias; 4) que en el país de la autocracia, cuanto más restrinjemos el contingente de los miembros de una organización de este tipo, hasta no incluir en ella más que aquellos afiliados que se ocupen profesionalmente de actividades revolucionarias y que tengan ya una preparación profesional en el arte de luchar contra la policía política, más difícil será “cazar” a esta organización; y 5) mayor será el número de personas tanto de la clase obrera como de las demás clases de la sociedad que podrán participar en el movimiento y colaborar activamente en él. Invito a nuestros economistas, terroristas y “economistas-terroristas”* a que refuten estas tesis, de las cuales no desarrollaré en este momento más que las dos últimas. La cuestión de si es más * Este término sería acaso más justo que el precedente en lo que a Svoboda se refiere, porque en El renacimiento del revolucionismo se defiende el terrorismo y, en el artículo en

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fácil pescar a “una decena de hombres inteligentes” que a “un centenar de imbéciles” se reduce a la cuestión que he analizado más arriba de si es compatible una organización de masas con la necesidad de mantener un régimen estrictamente clandestino. Nunca podremos dar a una organización vasta el carácter clandestino indispensable para una lucha firme y continuada contra el gobierno. Y la concentración de todas las funciones clandestinas en manos del número más pequeño posible de revolucionarios profesionales no significa en modo alguno que estos últimos “pensarán por todos”, que la muchedumbre no participará activamente en el movimiento. Al contrario, la muchedumbre hará surgir de su seno a un número cada vez mayor de revolucionarios profesionales, pues sabrá entonces que no basta que algunos estudiantes y obreros que luchan en el terreno económico se reúnan para constituir un “comité”, sino que es necesario forjarse, a través de años, como revolucionarios profesionales, y “pensará” no tan sólo en los métodos primitivos de trabajo, sino precisamente en esta formación. La centralización de las funciones clandestinas de la organización no implica en manera alguna la centralización de todas las funciones del movimiento. Lejos de disminuir, la colaboración activa de las masas en las publicaciones ilegales se decuplicará, cuando una “decena” de revolucionarios profesionales centralicen la edición clandestina de dichas publicaciones. Así, y sólo así, conseguiremos que la lectura de las publicaciones ilegales, la colaboración en ellas y, en parte, hasta su difusión dejen casi de ser una obra clandestina, pues la policía comprenderá pronto cuán absurdas e imposibles son las persecuciones judiciales y administrativas contra cada poseedor o propagador de publicaciones tiradas por millares de ejemplares. Lo mismo cabe decir no sólo de la prensa, sino de todas cuestión, el economismo. “Están verdes...”, puede decirse hablando de Svoboda. Este órgano cuenta con buenas aptitudes y las mejores intenciones y, sin embargo, no consigue otro resultado que la confusión: confusión, principalmente, porque, defendiendo la continuidad de la organización, Svoboda no quiere saber nada de la continuidad del pensamiento revolucionario y de la teoría socialdemócrata. Esforzarse por resucitar al revolucionario profesional (Renacimiento del revolucionismo) y proponer para esto, primero, el terror excitante, y, segundo la “organización de los obreros medios” (Svoboda, núm. 1, pág. 66 y siguientes), menos “estímulo desde el exterior”, equivale, en verdad, a demoler la propia casa a fin de tener leña para calentarla.

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las funciones del movimiento, incluso las manifestaciones. La participación más activa y más amplia de las masas en una manifestación no sólo no saldrá perjudicada, sino que, por el contrario, tendrá muchas más probabilidades de éxito si una “decena” de revolucionarios profesionales, probados, bien adiestrados, al menos tan bien como nuestra policía, centraliza el trabajo clandestino en todos sus aspectos: edición de volantes, elaboración del plan aproximado, nombramiento de los dirigentes para cada barriada de la ciudad, cada grupo de fábrica, cada establecimiento de enseñanza, etc. (se dirá, ya lo sé, que mis concepciones son “antidemocráticas”, pero más adelante refutaré de manera detallada esta objeción nada inteligente). La centralización de las funciones más clandestinas por la organización de los revolucionarios no debilitará, sino que enriquecerá la amplitud y el contenido de la actividad de una gran cantidad de otras organizaciones destinadas al gran público, y, por consiguiente, lo menos reglamentadas y lo menos clandestinas posible: sindicatos obreros, círculos obreros instructivos y de lectura de publicaciones ilegales, círculos socialistas, círculos democráticos para todos los demás sectores de la población, etc., etc. Tales círculos, sindicatos y organizaciones son necesarios por todas partes; es preciso que sean lo más numerosos, y sus funciones, lo más variadas posible, pero es absurdo y perjudicial confundir estas organizaciones con la de los revolucionarios, borrar entre ellas las fronteras, extinguir en la masa la conciencia, ya de por sí increíblemente oscurecida, de que para “servir” a un movimiento de masas es necesario disponer de hombres que se consagren especial y enteramente a la acción socialdemócrata, y que estos hombres deben forjarse con paciencia y tenacidad hasta convertirse en revolucionarios profesionales. Sí, esta conciencia se halla oscurecida hasta lo increíble. Con nuestros métodos primitivos de trabajo hemos comprometido el prestigio de los revolucionarios en Rusia: en esto radica nuestra falta capital en materia de organización. Un revolucionario blandengue, vacilante en las cuestiones teóricas, limitado en su horizonte, que justifica su inercia por la espontaneidad del movimiento de masas, más semejante a un secretario de tradeunión que a un tribuno popular, sin un 225

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plan audaz y de gran extensión, que imponga respeto a sus adversarios, inexperimentado e inhábil en su oficio (la lucha contra la policía política), ¡no es un revolucionario, sino un mísero artesano! Que ningún militante dedicado al trabajo práctico se ofenda por este duro epíteto, pues, en lo que concierne a la falta de preparación, me lo aplico a mí mismo en primer término. He trabajado en un círculo[37] que se asignaba tareas vastas y omnímodas, y todos nosotros, miembros del círculo, sufríamos lo indecible al ver que no éramos más que unos artesanos en un momento histórico en que, parafraseando el antiguo apotegma, se podría decir: ¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos! Y cuanto más frecuentemente he tenido que recordar el agudo sentimiento de vergüenza que experimentaba entonces, tanto más se ha acrecentado en mí la amargura sentida contra esos seudo socialdemócratas, cuya propaganda “deshonra el nombre de revolucionario” y que no comprenden que nuestra obra no consiste en abogar que el revolucionario sea rebajado al nivel del artesano, sino en elevar a éste al nivel del revolucionario.

d) Envergadura del trabajo de organización Como hemos visto, B-v habla de “la escasez de fuerzas revolucionarias aptas para la acción, escasez que se observa no sólo en Petersburgo, sino en toda Rusia”. Y no creo que haya nadie que ponga en duda este hecho. Pero el problema consiste en cómo explicarlo. B-v escribe: “No vamos a tratar de esclarecer las razones históricas de este fenómeno; sólo diremos que, desmoralizada por una larga reacción política y desarticulada por los cambios económicos que se han producido y se siguen produciendo, la sociedad proporciona un número extremadamente reducido de personas aptas para el trabajo revolucionario; que la clase obrera, destacando revolucionarios obreros, completa en parte las filas de las organizaciones clandestinas, pero que el número de estos revolucionarios no responde a las exigen226

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cias de la época. Tanto más, cuanto que el obrero, que está ocupado en la fábrica once horas y media por día, no puede, por su situación, desempeñar principalmente más que funciones de agitador; en cambio, la propaganda y la organización, la reproducción y distribución de literatura clandestina, la publicación de proclamas, etc., corren sobre todo, quiérase o no, a cargo de un número extremadamente reducido de intelectuales” (R. Dielo, núm. 6, págs. 38-39). En muchos puntos no estamos de acuerdo con esta opinión de B-v; y en particular no estamos de acuerdo con las palabras subrayadas por nosotros, las cuales muestran con singular relieve que, después de haber sufrido mucho (como todo militante práctico, que piense algo) por nuestros métodos primitivos, B-v no puede, porque está subyugado por el economismo, encontrar una salida a esta situación intolerable. No, la sociedad proporciona un número extremadamente grande de personas aptas para la “causa”, pero nosotros no sabemos utilizarlas a todas. En este sentido, el estado crítico, el estado de transición de nuestro movimiento puede formularse del modo siguiente: no hay hombres y hay infinidad de hombres. Hay infinidad de hombres, porque tanto la clase obrera como sectores cada vez más variados de la sociedad proporcionan cada año más y más descontentos, que desean protestar, que están dispuestos a cooperar en lo que puedan en la lucha contra el absolutismo, cuyo carácter insoportable no lo ve aún todo el mundo, pero lo sienten masas cada vez más extensas, y cada vez más agudamente. Pero, al mismo tiempo, no hay hombres, porque no hay dirigentes, no hay jefes políticos, no hay talentos capaces de organizar un trabajo a la vez amplio y unificado, coordinado, que permita utilizar todas las fuerzas, hasta las más insignificantes. “El crecimiento y el desarrollo de las organizaciones revolucionarias” están atrasados, no sólo en relación con el crecimiento del movimiento obrero, cosa que reconoce también B-v, sino en relación con el crecimiento del movimiento democrático general en todos los sectores del pueblo. (Por lo demás, es probable que B-v reconocería hoy esto, como complemento a su conclusión). El alcance del trabajo revolucionario es demasiado reducido si se compara con la amplia base espontánea 227

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del movimiento, está demasiado ahogado por la pobre teoría de “la lucha económica contra los patronos y el gobierno”. Pero hoy, no sólo los agitadores políticos, sino también los organizadores socialdemócratas tienen que “ir a todas las clases de la población”*, No creo que ni un solo militante dedicado al trabajo práctico dude de que los socialdemócratas puedan repartir las mil funciones fragmentarias de su trabajo de organización entre los distintos representantes de las clases más diversas. La falta de especialización es uno de los más graves defectos de nuestra técnica, que B-v deplora tan amargamente y con tanta razón. Cuanto más menudas sean las diversas “operaciones” de la labor general, tantas más personas podrá encontrarse que sean capaces de llevarlas a cabo (y, en la mayoría de los casos, absolutamente incapaces de ser revolucionarios profesionales), y tanto más difícil será que la policía “pesque” a todos esos “militantes que desempeñan funciones fragmentarias”, tanto más difícil será que pueda montar con el delito insignificante de un individuo un “asunto” que justifique los gastos del Estado en servicios secretos. Y, por lo que se refiere al número de personas dispuestas a colaborar con nosotros, ya hemos dicho en el capítulo anterior qué cambio gigantesco se ha producido en este aspecto en los cinco años últimos. Pero, por otra parte, también para agrupar en un todo único todas estas pequeñas fracciones, para no fragmentar con las funciones el movimiento mismo y para infundir al ejecutor de las funciones menudas la fe en la necesidad y en el valor de su trabajo, fe sin la cual nunca trabajará**; para todo esto hace falta precisamente una fuerte organización de revolucionarios * Entre los militares, por ejemplo, se observa últimamente una reanimación indudable del espíritu democrático, en parte como consecuencia de los combates, cada vez más frecuentes, en las calles con “enemigos” como los obreros y los estudiantes. Y, en cuanto nos lo permitan nuestras fuerzas, debemos dedicar la atención más seria a la labor de agitación y propaganda entre soldados y oficiales, a la creación de “organizaciones militares” afiliadas a nuestro Partido. ** Recuerdo que un camarada me refirió un día que un inspector de fábrica, que había ayudado a la socialdemocracia y estaba dispuesto a seguir ayudándola, se quejaba amargamente, diciendo que no sabía si sus “informes” llegaban a un verdadero centro revolucionario, no sabía hasta qué punto era necesaria su colaboración, ni hasta qué punto era posible utilizar sus menudos servicios. Todo militante dedicado a la labor práctica podría citar, naturalmente, casos semejantes, en que nuestros métodos primitivos de trabajo nos han hecho perder aliados. ¡Y no sólo los empleados y los funcionarios de las fábricas, sino los de correos, de ferrocarriles, de aduanas, de la noble-

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probados. Contando con una organización así, la fe en la fuerza del Partido se hará tanto más firme y tanto más extensa, cuanto más clandestina sea la organización, y en la guerra, como es sabido, lo más importante es no sólo inspirar confianza en sus propias fuerzas al ejército propio, sino impresionar al enemigo y a todos los elementos neutrales; una neutralidad amistosa puede, a veces, decidir la contienda. Con semejante organización, elevada sobre una base teórica firme y contando con un órgano socialdemócrata, no habrá que temer que el movimiento sea desviado de su camino por los numerosos elementos “extraños” que se hayan adherido a él (al contrario, precisamente ahora, cuando predominan los métodos primitivos, vemos cómo muchos socialdemócratas, creyéndose los únicos verdaderos socialdemócratas, desvían el movimiento hacia la línea del “Credo”). En una palabra, la especialización presupone necesariamente la centralización, y, a su vez, la exige en forma absoluta. Pero el mismo B-v, que ha mostrado tan bien toda la necesidad de la especialización, no la aprecia suficientemente, a nuestro parecer, en la segunda parte del razonamiento citado. Según él, el número de revolucionarios procedentes de los medios obreros es insuficiente. Esta observación es perfectamente justa, y volvemos a subrayar que la “valiosa noticia de un observador directo” confirma plenamente nuestra opinión sobre las causas de la crisis por que actualmente atraviesa la socialdemocracia y, por tanto, sobre los procedimientos de remediarla. No sólo los revolucionarios en general están retrasados con respecto al auge espontáneo de las masas, sino que incluso los obreros revolucionarios están atrasados en relación con el auge espontáneo de las masas obreras. Y este hecho za, del clero y de todas las demás instituciones, incluso de la policía y hasta de la corte, podrían prestarnos y nos prestarían “pequeños” servicios que en conjunto serían de un valor inapreciable! Si contáramos ya con un verdadero partido, con una organización verdaderamente combativa de revolucionarios, no nos precipitaríamos respecto a esos “auxiliares”, no nos daríamos prisa por llevarlos siempre y necesariamente al corazón mismo de la “acción clandestina”; al contrario, los cuidaríamos de un modo peculiar e incluso prepararíamos especialmente personas para esas funciones, recordando que muchos estudiantes podrían sernos mucho más útiles como funcionarios “auxiliares” que como revolucionarios “a breve plazo”. Pero, vuelvo a repetirlo, sólo puede aplicar esta táctica una organización ya perfectamente firme, a la que no faltan fuerzas activas.

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confirma del modo más evidente, incluso desde el punto de vista “práctico”, no sólo el absurdo, sino el carácter político reaccionario de la “pedagogía” con que se nos obsequia con tanta frecuencia cuando se trata del problema de nuestros deberes para con los obreros. Este hecho testimonia que la más primordial e imperiosa de nuestras obligaciones es contribuir a la formación de obreros revolucionarios, que, desde el punto de vista de su actividad en el Partido, estén al mismo nivel que los revolucionarios intelectuales (subrayamos: desde el punto de vista de su actividad en el Partido, porque en otros sentidos no es, ni mucho menos, tan fácil ni tan urgente, aunque sí necesario, que los obreros lleguen al mismo nivel). Por eso, nuestra atención debe dirigirse principalmente a elevar a los obreros al nivel de los revolucionarios y no a descender nosotros mismos indefectiblemente al nivel de la “masa obrera”, como quieren los economistas, e indefectiblemente al nivel del “obrero medio”, como quiere Svoboda (que, en este sentido, pasa al segundo grado de la “pedagogía” economista). Nada está más lejos de mí que la idea de negar la necesidad de una literatura popular para los obreros y de otra literatura especialmente popular (pero, claro está, no vulgar) para los obreros especialmente atrasados. Pero lo que me indigna es esa constante adición de la pedagogía a los problemas políticos, a las cuestiones de organización. Pues vosotros, señores campeones del “obrero medio”, en el fondo, más bien ofendéis a los obreros con el deseo de inclinarse sin falta hacia ellos, antes de hablar de política obrera o de organización obrera. ¡Erguíos, pues, para hablar de cosas serias y dejad a los pedagogos la pedagogía, que no es ocupación de políticos ni de organizadores! ¿Es que entre los intelectuales no hay también hombres avanzados, elementos “medios” y “masas”? ¿Es que no reconoce todo el mundo que los intelectuales también necesitan una literatura popular? ¿No se publica esa literatura? Pero imaginaos que, en un artículo sobre la organización de los estudiantes de universidad o de bachillerato, el autor, como quien hace un descubrimiento, se pusiera a machacar que hace falta, ante todo, una organización de “estudiantes medios”. Semejante autor sería seguramente puesto en ridículo, y con toda razón. Le dirían: usted dénos unas cuantas ideillas de organización, 230

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si las tiene, y nosotros mismos ya veremos quién es “medio”, superior o inferior. Y, si no tenéis ideillas propias sobre organización, todas vuestras disquisiciones sobre las “masas” y los “elementos medios” serán simplemente fastidiosas. Comprended de una vez que las cuestiones de “política” y de “organización”, ya de por sí, son tan serias, que no se puede hablar de ellas sino con extrema seriedad: se puede y se debe preparar a los obreros (lo mismo que a los estudiantes de universidad y de bachillerato) para poder abordar ante ellos esas cuestiones, pero, una vez que han sido abordadas, dad verdaderas respuestas, no déis marcha atrás, hacia los “elementos medios” o hacia las “masas”, no salgáis del paso con frases y anécdotas*. El obrero revolucionario, si quiere prepararse plenamente para su trabajo, debe convertirse también en un revolucionario profesional. Por esto no tiene razón B-v al decir que, por estar ocupado el obrero en la fábrica once horas y media, las demás funciones revolucionarias (salvo la agitación) “corren sobre todo, quiérase o no, a cargo de un número extremadamente reducido de intelectuales”. No sucede esto “quiérase o no”, sino a consecuencia de nuestro atraso, porque no comprendemos que es nuestro deber ayudar a todo obrero que se distinga por su capacidad a convertirse en un agitador profesional, en un organizador, en un propagandista, en un distribuidor, etc., etc. En este sentido, malgastamos vergonzosamente nuestras fuerzas, no sabemos cuidar lo que tiene que ser cultivado y desarrollado con particular solicitud. Fijaos en los alemanes: tienen cien veces más fuerzas que nosotros, pero comprenden perfectamente que los obreros “medios” no proporcionan con demasiada frecuencia agitadores, etc. efectivamente capaces. Por eso, procuran enseguida colocar a todo obrero capaz en condiciones que le permitan desarrollar plenamente y aplicar plenamente sus aptitudes: * Svoboda, núm. 1, artículo “La organización”, pag. 66: “La masa obrera apoyará con todo su peso todas las reivindicaciones que sean formuladas en nombre del Trabajo de Rusia” (¡sin falta, Trabajo con mayúscula!). Y el mismo autor exclama: “Yo no siento hostilidad alguna hacia los intelectuales, pero ... [este es el pero que Schedrín traducía con las palabras: ¡no crecen las orejas mas arriba de la frente!]..., pero me pongo terriblemente furioso cuando viene una persona y me dice una serie de cosas muy bellas y muy buenas, y exige que sean aceptadas por su [¿de él?] belleza y demás méritos” (pág. 62). Sí, también yo “me pongo terriblemente furioso...”.

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hacen de él un agitador profesional, le animan a ensanchar su campo de acción, a extenderla de una fábrica a todo un oficio, de una localidad a todo el país. De este modo, el obrero adquiere experiencia y habilidad profesional, ensancha su horizonte y sus conocimientos, observa de cerca a los jefes políticos eminentes de otras localidades y de otros partidos, procura elevarse él mismo a su nivel y reunir en su persona el conocimiento del medio obrero y el ardor de las convicciones socialistas con la competencia profesional, sin la que el proletariado no puede luchar empeñadamente contra sus enemigos perfectamente instruidos. Así, y sólo así, surgen de la masa obrera los Bebel y los Auer. Pero lo que en un país políticamente libre se hace en gran parte por sí solo, entre nosotros deben hacerlo sistemáticamente nuestras organizaciones. Todo agitador obrero que tenga algún talento, que “prometa”, no debe trabajar once horas en la fábrica. Debemos arreglárnoslas de modo que viva por cuenta del Partido, que pueda pasar a la acción clandestina en el momento preciso, que cambie de localidad en la que actúa, pues de otro modo no adquirirá gran experiencia, no ampliará su horizonte, no podrá sostenerse siquiera unos cuantos años en la lucha contra los gendarmes. Cuanto más amplio y más profundo es el auge espontáneo de las masas obreras, tantos más agitadores de talento destacan, y no sólo agitadores, sino organizadores, propagandistas y militantes “prácticos” de talento, en el buen sentido de la palabra (que son tan escasos entre nuestros intelectuales, en su mayor parte un poco apáticos y descuidados a la rusa). Cuando tengamos destacamentos de obreros revolucionarios (y bien entendido que en “todas las armas” de la acción revolucionaria) especialmente preparados por un largo aprendizaje, ninguna policía política del mundo podrá con ellos, porque esos destacamentos de hombres consagrados en cuerpo y alma a la revolución gozarán igualmente de una confianza ilimitada por parte de las más amplias masas obreras. Y cometemos una falta directa no “empujando” bastante a los obreros hacia este camino, que es común para ellos y para los “intelectuales”, hacia el camino del aprendizaje revolucionario profesional, tirando con demasiada frecuencia de ellos hacia 232

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atrás con discursos necios sobre lo que es “accesible” a la masa obrera, a los “obreros medios”, etc. En este sentido, como en los demás, el reducido alcance del trabajo de organización está en relación indudable e íntima (aunque la inmensa mayoría de los “economistas” y de los militantes prácticos novatos no lo reconozcan) con la reducción del alcance de nuestra teoría y de nuestras tareas políticas. El culto de la espontaneidad origina una especie de temor de apartarnos, aunque sea un paso, de lo que sea “accesible” a las masas, un temor de subir demasiado alto, por encima de la simple satisfacción de sus necesidades directas e inmediatas. ¡No tengan miedo, señores! ¡Recuerden ustedes que en materia de organización estamos a un nivel tan bajo, que es absurda hasta la propia idea de que podamos subir demasiado alto!

e) La organización “de conjuradores” y el “democratismo” Y hay entre nosotros muchas gentes tan sensibles a “la voz de la vida”, que temen más que nada precisamente esto, acusando a los que mantienen las opiniones expuestas más arriba de ser secuaces de “La Voluntad del Pueblo”, de no comprender el “democratismo”, etc. Tenemos que detenernos en estas acusaciones, que apoya también, como es natural, Rabócheie Dielo. Quien escribe estas líneas sabe muy bien que los economistas petersburgueses acusaban ya a Rabóchaia Gazeta de seguir a “La Voluntad del Pueblo” (cosa comprensible si se la compara con Rabóchaia Misl). Por eso, cuando después de la aparición de Iskra un camarada nos refirió que los socialdemócratas de la ciudad de X califican a Iskra de órgano de “La Voluntad del Pueblo”, no nos sentimos nada sorprendidos. Naturalmente, esa acusación era para todos un elogio, pues ¿a qué socialdemócrata decente no le han acusado los economistas de lo mismo? Estas acusaciones son debidas a una doble confusión. En primer lugar, se conoce tan poco entre nosotros la historia del movimiento revolucionario, que se asocia a “La Voluntad del Pueblo” toda idea 233

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de una organización combativa centralizada que declare una guerra resuelta al zarismo. Pero la magnífica organización que tenían los revolucionarios de la década del ‘70 y que debería servirnos a todos de modelo no la crearon, ni mucho menos, los secuaces de “La Voluntad del Pueblo”, sino los partidarios de “Tierra y Libertad”*, que una escisión dividió en partidarios de “El Reparto Negro” y secuaces de “La Voluntad del Pueblo”. Por esto es absurdo, histórica y lógicamente, ver en una organización revolucionaria de combate algo específicamente propio de los secuaces de “La Voluntad del Pueblo”, porque toda tendencia revolucionaria, si piensa realmente en una lucha seria, no puede prescindir de semejante organización. El error de los secuaces de “La Voluntad del Pueblo” no consistió en procurar que se incorporaran a su organización todos los descontentos y en orientar esa organización hacia una lucha resuelta contra la autocracia. Eso, por el contrario, constituye su gran mérito ante la historia. Y su error consistió en apoyarse en una teoría que, en realidad, no era en modo alguno una teoría revolucionaria, y en no haber sabido, o en no haber podido, establecer un nexo firme entre su movimiento y la lucha de clases que se desenvolvía en la sociedad capitalista en desarrollo. Y sólo la más burda incomprensión del marxismo (o su “comprensión” en el sentido del “struvismo”) ha podido dar lugar a la opinión de que la aparición de un movimiento obrero espontáneo de masas nos exime de la obligación de crear una organización de revolucionarios tan buena como la de los partidarios de “Tierra y Libertad” o de crear una organización aún incomparablemente mejor. Ese movimiento, por el contrario, * Partidatios de “Tierra y Libertad”, o populistas - Miembros de la organización revolucionaria pequeñoburguesa “Tierra y Libertad”, que surgió en 1876. Los partidarios de “Tierra y Libertad” partían de la idea errónea de que la principal fuerza revolucionaria en el país era, no la clase obrera, sino los campesinos; que el camino hacia el socialismo iba a través de la comunidad campesina, que era posible derrocar el Poder del zar y de los terratenientes tan sólo por medio de “revueltas” campesinas. A fin de alzar a los campesinos a la lucha contra el zarismo, se fueron al campo, “al pueblo” (de aquí, precisamente, el nombre de “populistas”) para propagar sus puntos de vista. Sin embargo, los campesinos no comprendieron a los populistas y no les siguieron. Entonces ellos decidieron proseguir la lucha contra la autocracia sin el pueblo, con sus propias fuerzas, mediante la muerte de representantes aislados de la autocracia. La lucha en las filas de “Tierra y Libertad” entre los partidarios de los nuevos métodos de lucha y los adeptos de la vieja táctica populista condujo en 1879 a la escisión del partido en dos: “La Voluntad del Pueblo” y “El Reparto Negro” (N. de la Red.).

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nos impone precisamente esa obligación, porque la lucha espontánea del proletariado no se convertirá en su verdadera “lucha de clases” mientras esta lucha no sea dirigida por una fuerte organización de revolucionarios. En segundo lugar, muchos –y entre ellos, por lo visto, L. Krichevski (R. D., núm. 10, pág. 18)– no comprenden bien la polémica que siempre han sostenido los socialdemócratas contra la concepción de la lucha política como una lucha “de conjuradores”. Hemos protestado y protestaremos siempre, desde luego, contra la reducción de la lucha política a las dimensiones de una conjuración*, pero eso, claro está, no significaba en modo alguno que neguemos la necesidad de una fuerte organización revolucionaria. Y, por ejemplo, en el folleto citado en la nota, junto a la polémica contra quienes quieren reducir la lucha política a una conjuración, se encuentra el esquema de una organización (como ideal de los socialdemócratas) lo suficientemente fuerte para poder, “con objeto de dar el golpe decisivo al absolutismo”, recurrir tanto a la “insurrección” como a cualquier “otra forma de ataque”**. Por su forma, una organización revolucionaria de esa fuerza en un país autocrático puede llamarse también organización “de conjuradores”, porque la palabra francesa “conspiración” equivale en ruso a “conjuración”, y el carácter conspirativo es imprescindible en el grado máximo para semejante organización. Hasta tal punto es el carácter conspirativo condición imprescindible de tal organización, que todas las demás condiciones (número de miembros, su selección, sus funciones, etc.) tienen que coordinarse con ella. Sería, por tanto, extrema candidez temer que nos acusaran a los socialdemócratas de querer * Véase Las tareas de los socialdemócratas rusos, pág. 21, la polémica contra P. L. Lavrov (V. I. Lenin, Obras Completas, t. II - N. de la Red.). ** Las tareas de los socialdemócratas rusos, pág. 23 (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. II N. de la Red.). Por cierto, he aquí otro ejemplo de cómo Rab. Dielo o no comprende lo que dice o cambia de opinión según el “viento que corre”. En el número 1 de R. Dielo se dice en cursiva: “El contenido del folleto que acabamos de exponer coincide plenamente con el programa de la redacción de Rabócbeie Dielo” (pág. 142). ¿Es cierto esto? ¿Con las “Tareas” coincide la idea de que no se puede plantear al movimiento de masas como primera tarea la de derribar la autocracia? ¿Coincide la teoría de la “lucha económica contra los patronos y el gobierno”? ¿Coincide la teoría de las fases? Que el lector juzgue acerca de la firmeza de principios de un órgano que de modo tan original comprende la “coincidencia”.

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crear una organización de conjuradores. Todo enemigo del economismo debe enorgullecerse de esa acusación, como de la acusación de seguir a “La Voluntad del Pueblo”. Se nos objetará que una organización tan poderosa y tan rigurosamente secreta, que concentra en sus manos todos los hilos de la actividad conspirativa, organización necesariamente centralista, puede lanzarse con demasiada facilidad a un ataque prematuro, puede forzar irreflexivamente el movimiento, antes de que lo hagan posible y necesario la extensión del descontento político, la fuerza de la efervescencia y de la indignación de la clase obrera, etc. Nosotros contestaremos que, hablando en términos abstractos, no se puede negar, desde luego, que una organización de combate puede entablar una batalla impremeditada, la cual puede terminar con una derrota que no sería en absoluto inevitable en otras condiciones. Pero, en semejante problema, es imposible limitarse a consideraciones abstractas, porque todo combate entraña posibilidades abstractas de derrota, y no hay otro medio de disminuir esa posibilidad que preparar organizadamente el combate. Y si planteamos el problema en el terreno concreto de las condiciones actuales de Rusia, tendremos que llegar a esta conclusión positiva: una fuerte organización revolucionaria es en absoluto necesaria, precisamente para dar estabilidad al movimiento y preservarlo de la posibilidad de ataques irreflexivos. Justamente ahora, cuando carecemos de semejante organización y el movimiento revolucionario crece espontánea y rápidamente, se observan ya dos extremos opuestos (que, como es lógico, “se tocan”): o un economismo totalmente inconsistente, acompañado de prédicas de moderación, o un “terror excitante”, de la misma inconsistencia, que tiende “a producir artificialmente, en el movimiento que se desarrolla y se consolida, pero que todavía está más cerca de su principio que de su fin, síntomas de su fin” (V. Sasúlich en Zariá, núm. 2-3, pág. 353). Y el ejemplo de Rab. Dielo demuestra que existen ya socialdemócratas que capitulan ante ambos extremos. Y no es de extrañar, porque, amén de otras razones, la “lucha económica contra los patronos y el gobierno” no satisfará nunca a un revolucionario, y siempre surgirán, aquí o allá, extremos opuestos. Sólo una organización combativa centra236

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lizada, que aplique firmemente la política socialdemócrata y que satisfaga, por decirlo así, todos los instintos y aspiraciones revolucionarios, puede preservar al movimiento de un ataque irreflexivo y preparar un ataque que prometa éxito. Se nos objetará también que el punto de vista expuesto sobre la organización contradice los “principios democráticos”. Mientras la acusación anterior es de origen específicamente ruso, ésta tiene carácter específicamente extranjero. Sólo una organización del extranjero (la “Unión de socialdemocratas rusos”) ha podido dar a su redacción, entre otras instrucciones, la siguiente: “Principio de organización. Para favorecer el desarrollo y unificación de la socialdemocracia, es preciso subrayar, desarrollar, luchar por un amplio principio democrático en su organización de partido, cosa que han hecho especialmente imprescindible las tendencias antidemocráticas que han aparecido en las filas de nuestro Partido” (Dos congresos, pag. 18). En el capítulo siguiente veremos cómo precisamente lucha Rab. Dielo contra las “tendencias antidemocráticas” de Iskra. Ahora veamos más al detalle el “principio” que proponen los economistas. Todo el mundo estará probablemente de acuerdo en que el “amplio principio democrático” supone las dos condiciones imprescindibles siguientes: en primer lugar, una publicidad completa, y, en segundo lugar, el carácter electivo de todos los cargos. Sin publicidad sería ridículo hablar de democratismo, y, además, sin una publicidad que no quede reducida a los miembros de la organización. Llamaremos democrática a la organización del Partido Socialista alemán, porque todo en él se hace públicamente, incluso las sesiones de sus congresos, pero nadie llamará democrática a una organización que se oculte, para todos los que no sean miembros suyos, tras el velo del secreto. Por tanto, ¿qué sentido tiene proponer un “amplio principio democrático”, cuando la condición fundamental de ese principio es irrealizable para una organización secreta? El “amplio principio” resulta ser una mera frase, sonora, pero vacía. Aún más. Esta frase demuestra una incomprensión completa de las tareas urgentes del momento en materia de organización. Todo el mundo sabe hasta 237

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qué punto está extendida entre nosotros la falta de discreción conspirativa en la “gran” masa de revolucionarios. Ya hemos visto cómo se queja amargamente de ello B-v, exigiendo, con toda razón, “una severa selección de los afiliados” (R. D., núm. 6, pág. 42). ¡Y de pronto surgen gentes que se ufanan de su “sentido de la vida” y, en semejante situación, subrayan, no la necesidad de la más severa discreción conspirativa y de la más rigurosa (y, por consiguiente, más estrecha) selección de afiliados, sino un “amplio principio democrático”! Esto se llama no dar en el clavo. No queda mejor parado el segundo signo de democracia, el carácter electivo. En los países que gozan de libertad política, esta condición se sobreentiende por sí misma. “Se considera miembro del Partido todo el que acepta los principios de su programa y ayuda al Partido en la medida de sus fuerzas”, dice el artículo primero de los estatutos del Partido Socialdemócrata alemán. Y como toda la liza política está descubierta para todos, al igual que la rampa de la escena para los espectadores de un teatro, el que se acepte o no se acepte, se preste o no se preste apoyo son cosas que todos saben por los periódicos y por las reuniones públicas. Todo el mundo sabe que determinado hombre político ha comenzado de tal manera, ha pasado por tal y tal evolución, se ha portado de tal y tal modo en un momento difícil de su vida, se distingue en general por tales y tales cualidades: por tanto, es natural que a este hombre lo puedan elegir o no elegir con conocimiento de causa, para determinado cargo de partido, todos los miembros del Partido. El control general (en el sentido literal de la palabra) de cada uno de los pasos del afiliado al Partido, a lo largo de su carrera política, crea un mecanismo de acción automática, cuyo resultado es lo que en biología se llama “supervivencia de los mejor adaptados”. La “selección natural”, producto de la completa publicidad, del carácter electivo y del control general, asegura que, al fin y al cabo, cada hombre quede “en su sitio”, se encargue de la labor que mejor concuerde con sus fuerzas y con sus aptitudes, experimente sobre sí mismo todas las consecuencias de sus errores y demuestre ante los ojos de todos su capacidad de reconocer sus faltas y de evitarlas. 238

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¡Pero prueben ustedes a encajar este cuadro en el marco de nuestra autocracia! ¿Es acaso concebible entre nosotros que “todo el que acepte los principios del programa del Partido y ayude al Partido en la medida de sus fuerzas” controle cada paso del revolucionario clandestino? ¿Que todos elijan a una u otra persona de entre estos últimos, cuando, en interés de su trabajo, el revolucionario está obligado a ocultar su verdadera personalidad a las nueve décimas partes de esos “todos”? Reflexionad aunque sea un momento acerca del verdadero sentido de las sonoras palabras de Rab. Dielo y veréis que un “amplio democratismo” de una organización de partido en las tinieblas de la autocracia, cuando son los gendarmes los que seleccionan, no es más que una frivolidad vana y perjudicial. Es una futesa vana, porque, en la práctica, nunca ha podido ninguna organización revolucionaria aplicar un amplio democratismo, ni puede aplicarlo, por mucho que lo desee. Es una futesa perjudicial, porque los intentos de aplicar en la práctica un “amplio principio democrático” sólo facilitan a la policía las grandes redadas y consagran por una eternidad los métodos primitivos de trabajo dominantes, distrayendo el pensamiento de los militantes dedicados a la labor práctica de la seria e imperiosa tarea de forjarse como revolucionarios profesionales, desviándolo hacia la redacción de detallados reglamentos “burocráticos” sobre sistemas de elecciones. Sólo en el extranjero, donde no pocas veces se reúnen gentes que no pueden encontrar una labor verdadera y real, ha podido desarrollarse, en alguna que otra parte, especialmente en diversos pequeños grupos, ese “juego al democratismo”. Para demostrar al lector hasta qué punto es indecorosa la forma en que Rab. Dielo gusta de preconizar un “principio” tan noble como el democratismo en el trabajo revolucionario, nos remitiremos de nuevo a un testigo. Se trata de E. Serebriakov, director de la revista de Londres Nakanunie, que siente gran debilidad por Rab. Dielo y gran odio contra Plejánov y los “plejanovistas”: en los artículos referentes a la escisión de la “Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero”, Nakanunie se puso decididamente al lado de Rab. Dielo y se abalanzó con una verdadera nube de palabras lamentables sobre Plejánov. Tanto más valor tiene para nosotros el testigo en este 239

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punto. En el núm. 7 de Nakanunie (julio de 1899), en el artículo titulado: “Con motivo del llamamiento del ‘Grupo de autoemancipación obrera’”, E. Serebriakov decía que era “indecoroso” plantear cuestiones de “prestigio, de primacía, de lo que se llama el areópago, en un movimiento revolucionario serio”, y decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Myshkin, Rogachev, Zheliábov, Mijáilov, Peróvskaia, Figner y otros nunca se consideraron dirigentes y nadie los había elegido ni nombrado, aunque en realidad sí lo eran, porque, tanto en el período de propaganda como en el de lucha contra el gobierno, se encargaron del peso mayor del trabajo, fueron a los sitios más peligrosos y su actividad fue la más fructífera. Y la primacía no resultaba de que la desearan, sino de que los camaradas que los rodeaban confiaban en su inteligencia, en su energía y en su lealtad. Temer a un areópago (y, si no se le teme, no hay por qué hablar de él) que pueda dirigir autoritariamente el movimiento, es ya demasiada candidez ¿Quién le obedecería?”. Preguntamos al lector: ¿en qué se diferencia el “areópago” de las “tendencias antidemocráticas”? ¿No es evidente que el “plausible” principio de organización de Rabócheie Dielo es tan cándido como indecoroso? Cándido, porque a un “areópago” o a “gentes con tendencias antidemocráticas” sencillamente no las obedecerá nadie, toda vez que “los camaradas que los rodean no confiarán en su inteligencia, en su energía y en su lealtad”. E indecoroso, como salida demagógica en la que se especula con la presunción de unos, con el desconocimiento, por parte de otros, del estado en que realmente se encuentra nuestro movimiento y con la falta de preparación y el desconocimiento de la historia del movimiento revolucionario, por parte de los terceros. El único principio de organización serio a que deben atenerse los dirigentes de nuestro movimiento tiene que ser el siguiente: la más severa discreción conspirativa, la más rigurosa selección de afiliados y la preparación de revolucionarios profesionales. Si se cuenta con estas cualidades, está asegurado algo mucho más importante que el “democratismo”, a saber: la 240

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plena y fraternal confianza mutua entre los revolucionarios. Indiscutiblemente, necesitamos esta confianza, porque no se puede hablar entre nosotros, en Rusia, de sustituirla por un control democrático general. Y cometeríamos un gran error si creyéramos que, por ser imposible un control verdaderamente “democrático”, los afiliados a una organización revolucionaria se convierten en incontrolados: no tienen tiempo de pensar en las formas ficticias de democracia (democracia en el seno de un apretado grupo de camaradas entre los que reina plena confianza mutua), pero sienten muy vivamente su responsabilidad, sabiendo además, por experiencia, que una organización de verdaderos revolucionarios no se parará en nada para librarse de un miembro indigno. Además, está bastante extendida entre nosotros una opinión pública de los medios revolucionarios rusos (e internacionales), que tiene tras sí toda una historia y que castiga con implacable severidad toda falta a las obligaciones de camaradería (¡y el “democratismo”, el verdadero, no el democratismo ficticio, queda comprendido, como la parte en el todo, en este concepto de camaradería!). ¡Tened todo esto en cuenta y comprenderéis qué repugnante tufillo a juego en el extranjero, a juego a generales, despiden todas esas habladurías y resoluciones sobre “tendencias antidemocráticas”! Hay que observar, además, que la otra fuente de tales habladurías, es decir, la candidez, se alimenta también de la confusión de ideas acerca de lo que es la democracia. En el libro de los esposos Webb sobre las tradeuniones inglesas hay un capítulo curioso: “La democracia primitiva”. Los autores refieren en este capítulo cómo los obreros ingleses, en el primer período de existencia de sus sindicatos, consideraban como señal imprescindible de democracia el que todos hicieran de todo en la dirección de los sindicatos: no sólo eran decididas todas las cuestiones por votación de todos los miembros, sino que los cargos también eran desempeñados sucesivamente por todos los afiliados. Fue necesaria una larga experiencia histórica para que los obreros comprendieran lo absurdo de semejante concepto de la democracia y la necesidad, por una parte, de que existieran instituciones representativas y, por otra, de funcionarios profesionales. Fueron necesarios unos cuantos casos de 241

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quiebra de cajas de los sindicatos para que los obreros comprendieran que la relación proporcional entre las cuotas que pagaban y los subsidios que recibían no podía decidirse sólo por votación democrática, sino que exigía, además, el consejo de un perito en seguros. Leed también el libro de Kautsky sobre el parlamentarismo y la legislación popular y veréis que las deducciones del teórico marxista coinciden con las lecciones que dan prolongados años de práctica de los obreros unidos “espontáneamente”. Kautsky protesta enérgicamente contra la forma primitiva en que Rittinhausen concibe la democracia, se burla de la gente dispuesta a exigir en nombre de la democracia que “los periódicos populares se redacten directamente por el pueblo”, demuestra la necesidad de que existan periodistas profesionales, parlamentarios profesionales, etc., para dirigir de un modo socialdemócrata la lucha de clase del proletariado; ataca el “socialismo de anarquistas y literatos”, que, por “efectismo”, exaltan la legislación directamente popular y no comprenden hasta qué punto es sólo relativamente aplicable en la sociedad contemporánea. Todo el que haya trabajado de un modo práctico en nuestro movimiento sabe cuán extendido está entre la masa de la juventud estudiantil y entre los obreros el concepto “primitivo” de la democracia. No es de extrañar que este concepto penetre tanto en estatutos como en publicaciones. Los economistas de tipo bernsteiniano decían en su estatuto: “§ 10. Todos los asuntos que afecten a los intereses de toda la organización sindical serán decididos por mayoría de votos de todos sus miembros”. Los economistas de tipo terrorista repiten tras ellos: “Es imprescindible que los acuerdos del comité recorran todos los círculos y sólo entonces sean acuerdos efectivos” (Svoboda, núm 1, pág. 67). Observad que esta exigencia de aplicar ampliamente el sistema de referéndum se plantea ¡después de exigir que toda la organización se base en el principio electivo! Desde luego, nada está más lejos de nosotros que el censurar por eso a los militantes dedicados al trabajo práctico, que han tenido muy poca posibilidad de conocer la teoría y la práctica de las organizaciones efectivamente democráticas. Pero, cuando Rab. Dielo, que pretende tener un papel dirigente, se limita en semejantes cir242

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cunstancias a una resolución sobre un amplio principio democrático, ¿qué es esto sino puro “efectismo”?

f) El trabajo a escala local y en toda Rusia Si las objeciones contra el plan de organización que aquí exponemos, al que se reprocha su falta de democratismo y su carácter conspirativo, carecen totalmente de fundamento, queda todavía una cuestión que se plantea muchas veces y que merece ser examinada en detalle: se trata de la relación entre el trabajo local y el trabajo a escala nacional. Se expresa el temor de que, al crearse una organización centralista, el centro de gravedad pase del primer trabajo al segundo, el temor de que esto perjudique al movimiento, debilite la solidez de los vínculos que nos unen con la masa obrera, y, en general, la estabilidad de la agitación local. Contestaremos que nuestro movimiento se resiente durante estos últimos años precisamente por el hecho de que los militantes locales están demasiado absorbidos por el trabajo local; que, por esta razón, es, sin duda de ningún género, necesario desplazar algo el centro de gravedad hacia el trabajo en el plano nacional; que este desplazamiento no debilitará, sino que, por el contrario, dará mayor solidez a nuestros vínculos y mayor estabilidad a nuestra agitación local. Examinemos la cuestión del órgano central y de los órganos locales, rogando al lector que no olvide que el asunto de la prensa no es para nosotros más que un ejemplo ilustrativo del trabajo revolucionario en general, infinitamente más amplio y más variado. En el primer período del movimiento de masas (1896-1898), los militantes locales intentan publicar un órgano destinado a toda Rusia, la Rabóchaia Gazeta; en el período siguiente (1898-1900), el movimiento da un gigantesco paso hacia adelante, pero los órganos locales absorben totalmente la atención de los dirigentes. Si se hace un recuento de todos esos órganos locales, resultará*, en * Véase el “Informe ante el Congreso de París”[38], pág. 14: “Desde entonces (1897) hasta la primavera de 1900, fueron publicados en diversos puntos treinta números de varios periódicos... Por término medio, se publicó más de un número al mes”.

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números redondos, un número al mes. ¿No es esto una prueba evidente de que nuestros métodos de trabajo son primitivos? ¿No demuestra esto con evidencia el atraso en que nuestra organización revolucionaria está respecto al auge espontáneo del movimiento? Si la misma cantidad de números de periódicos se hubiera publicado, no por grupos locales dispersos, sino por una organización única, no sólo habríamos economizado una enormidad de fuerzas, sino asegurado a nuestro trabajo infinitamente más estabilidad y continuidad. Olvidan con demasiada frecuencia esta sencilla consideración, tanto los militantes dedicados a las labores prácticas, que trabajan de un modo activo casi exclusivamente en los órganos locales (por desgracia, en la inmensa mayoría de los casos, la situación no ha cambiado), como los publicistas que muestran en esta cuestión un extraordinario quijotismo. El militante dedicado al trabajo práctico se da generalmente por satisfecho con la consideración de que a los militantes locales “les es difícil”* ocuparse de la publicación de un periódico destinado a toda Rusia y que mejor es tener periódicos locales que no tener ninguno. Esto último es, desde luego, muy justo, y ningún militante dedicado al trabajo práctico reconocerá más que nosotros la gran importancia y la gran utilidad de los periódicos locales en general. Pero no se trata de esto, sino de ver si es posible librarse del fraccionamiento y de los métodos primitivos de trabajo, que tan palmariamente quedan reflejados por los treinta números de periódicos locales publicados en toda Rusia en dos años y medio. No os limitéis al principio indiscutible, pero demasiado abstracto, de la utilidad de los periódicos locales en general; tened, además, el valor de reconocer francamente sus lados negativos, que han puesto de manifiesto dos años y medio de experiencia. Esta experiencia demuestra que, en las condiciones en que nos encontramos, los periódicos locales, en la mayoría de los casos, resultan en principio inestables, políticamente carecen de importancia, y, en cuanto al consumo de energías revolucionarias, resultan demasiado costosos, como totalmente insatisfactorios desde el punto de vista técnico (me refiero, claro * Esta dificultad es sólo aparente. En realidad, no hay círculo local que no pueda abordar activamente una u otra función del trabajo en la escala nacional. “Querer es poder”.

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está, no a la técnica tipográfica, sino a la frecuencia y regularidad de la publicación). Y todos los defectos indicados no son obra de la casualidad, sino consecuencia inevitable del fraccionamiento que, por una parte, explica el predominio de los periódicos locales en el período que examinamos, y, por otra parte, encuentra un apoyo en ese predominio. Una organización local, por sí sola, no está realmente en condiciones de asegurar la estabilidad de principios de su periódico y colocarlo a la altura de un órgano político, no está en condiciones de reunir y utilizar materiales suficientes para enfocar toda nuestra vida política. Y, en cuanto al argumento a que ordinariamente se recurre en los países libres para justificar la necesidad de numerosos periódicos locales –su baratura, por el hecho de confeccionarlos obreros locales, y la posibilidad de ofrecer una información mejor y más rápida a la población–, la experiencia ha demostrado que, en nuestro país, este argumento se vuelve contra los periódicos locales. Estos resultan demasiado costosos en lo que al consumo de energías revolucionarias se refiere; y son publicados muy de tarde en tarde por la sencilla razón de que un periódico ilegal, por pequeño que sea, precisa un enorme aparato clandestino, que exige la existencia de una gran industria fabril, pues en un taller de artesanos no es posible montar semejante aparato. Cuando el aparato clandestino es primitivo, resulta muchas veces (todo militante dedicado al trabajo práctico conoce abundantes ejemplos de este género) que la policía aprovecha la aparición y difusión de uno o dos números para hacer una redada en masa, que deja todo como para volver a empezar de nuevo. Un buen aparato clandestino exige una buena preparación profesional de los revolucionarios y la más consecuente división del trabajo, y estas dos condiciones son absolutamente irrealizables en una organización local aislada, por muy fuerte que sea en un momento dado. No hablemos ya de los intereses generales de todo nuestro movimiento (una educación socialista y política de los obreros basada en principios firmes); también los intereses específicamente locales quedan mejor atendidos por órganos no locales. Sólo a primera vista puede esto parecer una paradoja, pero, en realidad, la experiencia de los dos años y medio de que hemos hablado lo demuestra de un modo irrefutable. Todo el 245

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mundo estará de acuerdo en que, si todas las fuerzas locales que han publicado treinta números de periódicos locales hubieran trabajado para un solo periódico, se habrían publicado sin dificultad sesenta números de éste, si no cien, y por consiguiente, se habrían reflejado de un modo más completo las particularidades del movimiento puramente local. No cabe duda de que no es fácil conseguir esta coordinación, pero hace falta que, al fin, reconozcamos su necesidad; que cada círculo local piense y trabaje activamente en este sentido sin esperar el empujón de fuera, sin dejarse seducir por la accesibilidad y la proximidad de un órgano local, proximidad que –según lo prueba nuestra experiencia revolucionaria– es, en buena parte, ilusoria. Y prestan un flaco servicio al trabajo práctico los publicistas que, considerándose especialmente próximos a los militantes prácticos, no se dan cuenta de este carácter ilusorio y salen del paso con un razonamiento tan extraordinariamente fácil como vacío: hacen falta periódicos locales, hacen falta periódicos regionales, hacen falta periódicos destinados a toda Rusia. Naturalmente, hablando en términos generales, todo esto hace falta, pero también hace falta, cuando se aborda un problema concreto de organización, pensar en las condiciones de ambiente y de tiempo. ¿Y no estamos, en efecto, ante un caso de quijotismo cuando Svoboda (núm. 1, pág. 68), “deteniéndose” especialmente “en el problema del periódico”, escribe: “Nosotros creemos que en todo centro obrero algo considerable debe haber un periódico obrero. No traído de fuera, sino justamente suyo propio”. Si este publicista no quiere pensar en el sentido de sus palabras, por lo menos piensa tú por él, lector: ¡cuántas decenas, si no centenares de “centros obreros algo considerables” hay en Rusia, y qué perpetuación de nuestros métodos primitivos de trabajo resultaría si cada organización local se pusiera efectivamente a publicar su propio periódico! ¡Cómo facilitaría este fraccionamiento a nuestros gendarmes la tarea de pescar –y, además, sin el menor esfuerzo “algo considerable”– a los militantes locales, desde el comienzo mismo de su actuación, antes de haber podido llegar a ser verdaderos revolucionarios! En un periódico destinado a toda Rusia –continúa el autor–, 246

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no interesarían mucho las narraciones de los atropellos de los fabricantes “y de los pequeños detalles de la vida fabril en diversas ciudades que no son las suyas”, pero “al vecino de Orel no le aburrirá leer lo que sucede en Orel. Sabe siempre con quién se han ‘metido’, a quién ‘se le da su merecido’, y pone su alma en lo que lee” (pág. 69). Sí, sí, el vecino de Orel pone su alma, pero nuestro publicista “pone” también demasiada imaginación. Lo que éste debiera pensar es si es oportuna una tal defensa de la mezquindad de esfuerzos. Nadie mejor que nosotros reconoce la necesidad e importancia de las denuncias de los abusos que se cometen en las fábricas, pero hay que recordar que hemos llegado ya a un momento en que a los vecinos de Petersburgo les aburre leer las cartas petersburguesas del periódico petersburgués Rabóchaia Misl. Para las denuncias de los abusos que se cometen en las fábricas locales hemos tenido siempre, y debemos seguir teniendo siempre los volantes, pero el periódico tenemos que elevarlo, y no rebajarlo al nivel de hoja de fábrica. Para un “periódico” necesitamos denuncias no tanto de “pequeñeces”, como de los grandes defectos típicos de la vida fabril, denuncias hechas a base de ejemplos particularmente destacados, que, por lo mismo, puedan interesar a todos los obreros y a todos los dirigentes del movimiento, que puedan enriquecer efectivamente sus conocimientos, ensanchar su horizonte, dar comienzo al despertar de una nueva región, de una nueva capa profesional de obreros. “Además, en un periódico local, todos los desmanes de la administración de la fábrica o de otras autoridades pueden recogerse enseguida, en caliente. En cambio, mientras llegue la noticia al periódico general, lejano, en el punto de origen ya se habrán olvidado de lo sucedido: ‘¿Cuándo habrá sucedido esto?; ¡cualquiera lo recuerda!’” (loc. cit.) ¡Qué oportuno, cualquiera lo recuerda! Los treinta números publicados en dos años y medio corresponden, según hemos visto en la misma fuente, a seis ciudades. De modo que a cada ciudad corresponde, por término medio, ¡un número de periódico cada medio año! E incluso si nuestro ligero publicista triplica en su hipótesis el rendimiento del trabajo local (cosa que sería indudablemente inexacta con relación a una ciudad 247

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media, porque dentro del marco de los métodos primitivos de trabajo es imposible aumentar considerablemente el rendimiento), no saldríamos, sin embargo, a más de un número cada dos meses, es decir, una situación que en nada se parece a “recoger las noticias en caliente”. Pero bastaría con que se unieran diez organizaciones locales y asignaran a sus delegados funciones activas con el fin de confeccionar un periódico común, para que entonces pudieran “recogerse” por toda Rusia no pequeñeces, sino desmanes efectivamente notables y típicos, y esto cada dos semanas. Nadie que sepa en qué situacion se encuentran nuestras organizaciones dudará de esto. Y, en cuanto a lo de sorprender al enemigo en flagrante delito, si se toma esto en serio y no como una bonita frase, un periódico ilegal no puede, en general, ni pensar en ello: esto sólo es accesible a una hoja volante clandestina, porque el plazo máximo para sorprender así al enemigo no pasa, en la mayoría de los casos, de uno o dos días (tomad, por ejemplo, el caso de una huelga breve ordinaria, de un choque en una fábrica o de una manifestación, etc.). “El obrero no sólo vive en la fábrica, sino también en la ciudad”, continúa nuestro autor, pasando de lo particular a lo general con una consecuencia tan rigurosa que honraría al mismo Boris Krichevski. Y señala los problemas de las dumas urbanas, de los hospitales urbanos, de las escuelas urbanas, exigiendo que el periódico obrero no pase en silencio los asuntos municipales en general. La exigencia es de por sí magnífica, pero ilustra con particular evidencia el vacuo carácter abstracto a que, con demasiada frecuencia, se limitan las disquisiciones sobre los periódicos locales. En primer lugar, si en “todo centro obrero algo considerable” se publicaran en efecto periódicos con una sección municipal tan detallada como quiere Svoboda, la cosa degeneraría, inevitablemente, dadas nuestras condiciones rusas, en verdadera cicatería, conduciría a debilitar la conciencia de la importancia de un empuje revolucionario general a toda Rusia dirigido contra la autocracia zarista y reforzaría los brotes, muy vivos, y más bien ocultos o reprimidos que arrancados de raíz, de una tendencia que ya ha adquirido fama por la célebre frase sobre los revolucionarios que 248

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hablan demasiado del parlamento que no existe y muy poco de las dumas urbanas existentes. Y hemos dicho “inevitablemente”, subrayando así que no es esto, sino lo contrario, lo que Svoboda quiere. Pero no basta con las buenas intenciones. Para que la labor de esclarecimiento de los asuntos urbanos quede organizada con la orientación debida respecto a todo nuestro trabajo, hace falta, para empezar, que esa orientación esté totalmente elaborada, firmemente marcada, y no sólo por razonamientos, sino por una enormidad de ejemplos, para que adquiera ya la solidez de la tradición. Esto es lo que estamos muy lejos de tener, y lo que hace falta precisamente para empezar, antes de que se pueda pensar en una abundante prensa local y hablar de ella. En segundo lugar, para escribir con verdadero acierto, de un modo interesante, sobre asuntos municipales, hay que conocerlos bien, y no sólo a través de los libros. Pero en toda Rusia no hay casi en absoluto socialdemócratas que posean este conocimiento. Para escribir en un periódico (y no en folletos populares) sobre asuntos municipales o de Estado, hay que disponer de materiales frescos, variados, recogidos y elaborados por una persona entendida. Y para recoger y elaborar tales materiales, no basta la “democracia primitiva” de un círculo primitivo, en el que todos hacen de todo y se divierten jugando al referéndum. Para eso, hace falta un Estado Mayor de especialistas escritores, de especialistas corresponsales, un ejército de “reporters” socialdemócratas, que establezcan relaciones en todas partes, que sepan penetrar en todos los “secretos de Estado” (con los que tanto presume el funcionario ruso y sobre los que tan fácilmente se va de la lengua), meterse por entre todos los “bastidores”; un ejército de hombres obligados, “por su cargo”, a ser omnipresentes y omnisapientes. Y nosotros, Partido de lucha contra toda opresión económica, política, social y nacional, podemos y debemos encontrar, reunir, formar, movilizar y poner en marcha un tal ejército de hombres omnisapientes, ¡pero eso está por hacer todavía! Ahora bien, nosotros no sólo no hemos dado aún, en la inmensa mayoría de las localidades, ni un paso en esta dirección, sino que a menudo ni siquiera existe la conciencia de la necesidad de hacerlo. Buscad en nuestra prensa socialdemócrata 249

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artículos vivos e interesantes, crónicas y denuncias sobre nuestros asuntos y asuntillos diplomáticos, militares, eclesiásticos, municipales, financieros, etc., etc.: encontraréis muy poco o casi nada*. ¡Por eso es por lo que “me pongo siempre terriblemente furioso, cuando viene alguien y me dice una serie de cosas bellas y magníficas” sobre la necesidad de periódicos “en todo centro obrero algo considerable”, que denuncien las arbitrariedades tanto en las fábricas, como en la administración municipal y en el Estado! El predominio de la prensa local sobre la central es señal de penuria o de lujo. De penuria, cuando el movimiento no ha formado todavía fuerzas para un trabajo en gran escala, cuando vegeta aún dentro de los métodos primitivos y casi se ahoga “en las pequeñeces de la vida fabril”. De lujo, cuando el movimiento ha dominado ya plenamente la tarea de las denuncias en todos los sentidos y de la agitación en todos los sentidos, de modo que, además del órgano central, se hacen necesarios numerosos órganos locales. Decida cada uno por sí mismo qué es lo que prueba el predominio actual de periódicos locales entre nosotros. Yo, por mi parte, me limitaré a formular de una manera precisa mi conclusión, para no dar lugar a confusiones. Hasta ahora, la mayoría de nuestras organizaciones locales piensan casi exclusivamente en órganos locales y trabajan de un modo activo casi exclusivamente para ellos. Esto no es normal. Tiene que suceder al contrario: la mayoría de las organizaciones locales deben pensar, sobre todo, en un órgano destinado a toda Rusia y trabajar principalmente para él. Mientras no ocurra así, no podremos publicar ni un solo periódico que sea cuando menos capaz de proporcionar efectivamente al movimiento una agitación en todos los sentidos en la prensa. Y cuando esto sea así, se * Esta es la razón por la que incluso el ejemplo de órganos locales excepcionalmente buenos confirma por completo nuestro punto de vista. Por ejemplo, el Yuzhni Rabochi es un excelente periódico, al que no se le puede acusar de inestabilidad de principios. Pero, como es rara la vez que sale y las redadas son muy frecuentes, no ha podido dar al movimiento local todo lo que pretendía dar. Lo más apremiante para el Partido en el momento actual –plantear, en principio, los problemas fundamentales del movimiento y desarrollar una agitación política en todos los sentidos– ha sido superior a las fuerzas de ese órgano local. Y lo mejor que ha dado, como los artículos sobre el congreso de los industriales mineros, sobre el paro, etc., no eran materiales de carácter estrictamente local, sino necesarios para toda Rusia y no sólo para el Sur. Artículos como ésos no los ha habido en toda nuestra prensa socialdemócrata.

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establecerán por sí mismas las relaciones normales entre el órgano central indispensable y los indispensables órganos locales.

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A primera vista, puede parecer que es inaplicable al terreno de la lucha específicamente económica la conclusión de que se precisa desplazar el centro de gravedad del trabajo local al trabajo destinado a toda Rusia: el enemigo directo de los obreros está representado en este caso por patronos aislados, o grupos de patronos, no ligados entre sí por una organización que, aunque lejanamente, recuerda una organización puramente militar, rigurosamente centralista, que hasta en los más mínimos detalles dirige una voluntad única, como es la organización del gobierno ruso, nuestro enemigo directo en la lucha política. Pero no es así. La lucha económica –lo hemos dicho ya muchas veces– es una lucha profesional, y por ello exige que los obreros se unan por oficios, y no sólo por el lugar de trabajo. Y esta unión profesional se hace tanto más imperiosamente necesaria, cuanto con mayor rapidez avanza la unión de nuestros patronos en toda clase de sociedades y sindicatos. Nuestra dispersión y nuestros métodos primitivos de trabajo obstaculizan directamente esta unión, que exige para toda Rusia una organización única de revolucionarios, capaz de encargarse de la dirección de sindicatos obreros extensivos a todo el país. Ya hemos hablado anteriormente del tipo de organización que sería de desear a este objeto, y ahora añadiremos sólo unas palabras en relación con el problema de nuestra prensa. No creo que nadie dude de que todo periódico socialdemócrata deba tener una sección dedicada a la lucha sindical (económica). Pero el crecimiento del movimiento sindical nos obliga a pensar también en una prensa sindical. Creemos, sin embargo, que todavía no se puede ni hablar en Rusia, salvo raras excepciones, de periódicos sindicales: son un lujo y nosotros carecemos muchas veces del pan de cada día. Lo adecuado a las condiciones del trabajo clandes251

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tino y la forma ya ahora imprescindible de prensa sindical tendrían que ser entre nosotros los folletos sindicales. En ellos deberían recogerse y agruparse sistemáticamente materiales legales* e ilegales sobre la cuestión de las condiciones de trabajo en cada oficio, sobre las diferencias que en este sentido existen entre los diversos puntos de Rusia, sobre las principales reivindicaciones de los obreros de una profesión determinada, sobre las deficiencias de la legislación que a ella se refiere, sobre los casos salientes de la lucha económica de los obreros de este gremio, sobre los gérmenes, la situación actual y las necesidades de su organización sindical, etc. Estos folletos, en primer lugar, librarían a nuestra prensa socialdemócrata de una inmensa cantidad de detalles sindicales que sólo interesan especialmente a los obreros de un oficio determinado. En segundo lugar, fijarían los resultados de nuestra experiencia en la lucha profesional, conservarían los materiales recogidos, que ahora se pierden literalmente en la inmensa cantidad de hojas y de crónicas sueltas, y sintetizarían estos materiales. En tercer lugar, podrían servir de especie de guía para los agitadores, porque las condiciones de trabajo varían con relativa lentitud, las reivindicaciones fundamentales de los obreros de un oficio determinado son * Los materiales legales tienen especial importancia en este sentido, y estamos particularmente atrasados en lo que se refiere a saber recogerlos y utilizarlos sistemáticamente. No será exagerado decir que, sólo con materiales legales, puede llegar a confeccionarse más o menos un folleto sindical, mientras que es imposible hacerlo sólo con materiales ilegales. Recogiendo materiales ilegales de entre los obreros, sobre problemas como los que ha tratado Rabóchaia Misl, derrochamos en vano una cantidad enorme de fuerzas de un revolucionario (al que fácilmente puede sustituir en este trabajo un militante legal) y, a pesar de todo, no obtenemos nunca buenos materiales, porque los obreros, que generalmente sólo conocen una sección de una gran fábrica y que casi siempre sólo saben los resultados económicos, pero no las normas ni las condiciones generales de su trabajo no pueden adquirir los conocimientos que tienen generalmente los empleados de fábrica, los inspectores, los médicos, etc., y que en enorme cantidad están diseminados en crónicas periodísticas y publicaciones especiales de carácter industrial, sanitario, de los zemstvos, etc. Recuerdo, como si fuera ahora mismo, mi “primera experiencia”, que no me dejó gana de repetirla. Me entretuve durante muchas semanas interrogando “con apasionamiento” a un obrero que venía a verme, sobre todos los detalles de la vida en la enorme fábrica donde él trabajaba. Verdad es que, aunque con grandísimas dificultades, conseguí más o menos componer la descripción (¡sólo de una fábrica!), pero sucedía que el obrero, limpiándose el sudor, decía con una sonrisa al final de nuestro trabajo: “¡Más fácil me es trabajar horas extraordinarias que contestarle a sus preguntas!”. Cuanto más enérgicamente desarrollemos la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar parte del trabajo “sindical”, quitándonos de este modo de encima parte de la carga que sobre nosotros pesa.

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extraordinariamente estables (comparad las reivindicaciones de los tejedores de la región de Moscú, en 1885, y de la región de Petersburgo en 1896), y un resumen de estas reivindicaciones y necesidades podría servir durante años enteros de manual excelente para la agitación económica en localidades atrasadas o entre capas atrasadas de obreros; ejemplos de huelgas que hayan tenido éxito en una región, datos sobre un nivel de vida más elevado, sobre mejores condiciones de trabajo en una localidad, incitarían también a los obreros de otras localidades a nuevas y nuevas luchas. En cuarto lugar, tomando la iniciativa de sintetizar la lucha sindical y afirmando de este modo los vínculos del movimiento sindical ruso con el socialismo, la socialdemocracia se preocuparía al mismo tiempo de que nuestro trabajo tradeunionista ocupara un lugar, ni demasiado reducido ni demasiado grande, en el conjunto de nuestro trabajo socialdemócrata. A una organización local, si está apartada de las organizaciones de otras ciudades, le es muy difícil, a veces casi imposible, mantener en este sentido una proporción justa (y el ejemplo de Rabóchaia Misl demuestra a qué punto de monstruosa exageración del tradeunionismo puede llegarse en tal caso). Pero una organización de revolucionarios destinada a toda Rusia, que sustente de manera firme el punto de vista del marxismo, que dirija toda la lucha política y disponga de un Estado Mayor de agitadores profesionales, nunca tropezará con dificultades para determinar acertadamente esa proporción.

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“El error más grande de Iskra en este sentido –escribe B. Krichevski (R. D., núm. 10, pág. 30), imputándonos la tendencia de ‘convertir la teoría en doctrina muerta, aislándola de la práctica’– es ‘su plan’ de organización de un partido común” (es decir, el artículo “¿Por dónde empezar?”*). Y Martínov le hace coro, declarando que “la tendencia de Iskra de aminorar la importancia de la marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris, en comparación con la propaganda de ideas brillantes y acabadas..., ha sido coronada por el plan de organización del Partido, plan que se nos ofrece en el núm. 4, en el artículo ‘¿Por dónde empezar?’” (Loc. cit., pág. 61). Finalmente, hace poco, se ha sumado al número de los indignados contra este “plan” (las comillas deben expresar la ironía con que lo acoge) L. Nadiezhdin, que en su folleto En vísperas de la revolución, que acabamos de recibir (edición del “grupo revolucionario-socialista” Svoboda, que ya conocemos), declara que “al hablar ahora de una organización cuyos hilos arranquen de un periódico destinado a toda Rusia es concebir ideas y trabajos de gabinete” (pág. 126), dar pruebas de “literaturismo”, etc. No puede sorprendernos que nuestro terrorista coincida con los defensores de la “marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris”, ya hemos visto las raíces de esta afinidad en los capítulos sobre la * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.).

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política y sobre la organización. Pero debemos observar en el acto que L. Nadiezhdin, y sólo él, ha tratado honradamente de penetrar en el curso del pensamiento del artículo que le ha disgustado; ha tratado de darle una respuesta a fondo, mientras que Rab. Dielo ha tratado tan sólo de embrollar la cuestión, amontonando indignas salidas demagógicas. Y, por desagradable que sea, es necesario perder tiempo para limpiar ante todo los establos de Augías.

a) ¿Quién se ha ofendido por el artículo “¿Por dónde empezar?”? Vamos a formar un ramillete de expresiones y exclamaciones con que se arroja sobre nosotros Rabócheie Dielo. “No es un periódico el que puede crear la organización del Partido, sino todo lo contrario”... “Un periódico que se encuentre por encima del Partido fuera de su control, y que no dependa de él por tener su propia red de agentes”... “¿Por obra de qué milagro ha olvidado Iskra las organizaciones socialdemócratas, ya existentes de hecho, del Partido a que ella misma pertenece?” ... “Personas poseedoras de principios firmes y del plan correspondiente, son también los reguladores supremos de la lucha real del Partido, al que dictan la ejecución de su plan” ... “El plan relega a nuestras organizaciones, reales y vitales, al reino de las sombras y quiere dar vida a una fantástica red de agentes” ... “Si el plan de Iskra fuese llevado a la práctica, borraría completamente las huellas del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia que se viene formando en nuestro país” ... “Un órgano de propaganda se sustrae al control y se convierte en legislador absoluto de toda la lucha revolucionaria práctica” ... “¿Qué actitud debe asumir nuestro Partido al verse totalmente sometido a una redacción autónoma?”; etc., etc. Como ve el lector por el contenido y el tono de estas citas, Rabócheie Dielo se siente ofendido. Pero se siente ofendido no por sí mismo, sino por las organizaciones y los comités de nuestro Partido, a los que Iskra quiere relegar, según pretende dicho órgano, al reino de las sombras y hasta borrar sus huellas. ¡Qué horror, figúrense ustedes! Pero hay una cosa extraña. El artículo “¿Por dónde 256

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empezar?” apareció en mayo de 1901, y los artículos de Rabócheie Dielo, en septiembre de 1901; ahora estamos ya a mediados de enero de 1902. ¡Durante estos cinco meses (tanto antes como después de septiembre), ni un solo comité, ni una sola organización del Partido ha protestado formalmente contra ese monstruo, que quiere desterrar a los comités y organizaciones al reino de las sombras! Y hay que hacer constar que, durante este período, han aparecido, tanto en Iskra como en numerosas otras publicaciones, locales y no locales, decenas y centenares de comunicaciones de todos los confines de Rusia. ¿Cómo ha podido suceder que las gentes a las que se quiere desterrar al reino de las sombras no se hayan apercibido de ello ni se hayan sentido ofendidas, y que, en cambio, se haya ofendido una tercera persona? Ha sucedido esto porque los comités y las demás organizaciones están ocupados en un trabajo auténtico, y no en jugar al “democratismo”. Los comités han leído el artículo “¿Por dónde empezar?”, han visto en él una tentativa “de elaborar cierto plan de la organización, para que pueda iniciarse su estructuración por todas partes”, y, habiéndose percatado perfectamente de que ni una sola de “todas esas partes” pensará en “iniciar la estructuración” antes de estar convencida de su necesidad y de la justeza del plan arquitectónico, no han pensado, naturalmente, en “ofenderse” por la terrible osadía de los que han dicho en Iskra: “Dada la urgencia de la cuestión, nos decidimos por nuestra parte a proponer a la atención de los camaradas el bosquejo de un plan que desarrollaremos más detalladamente en un folleto cuya impresión está preparándose”. Parece imposible que no se comprenda, si es que se adopta una actitud honrada respecto a este problema, que, si los camaradas aceptan el plan propuesto a su atención, no lo ejecutarán por “subordinación”, sino por el convencimiento de que es necesario para nuestra obra común, y que, en el caso de no aceptarlo, el “bosquejo” (¡qué palabra más pretenciosa! ¿no es verdad?) quedará como tal bosquejo. ¿No es demagogia arremeter contra el bosquejo de un plan, no sólo “denigrándolo” y aconsejando a los camaradas que lo rechacen, sino incitando a gentes poco expertas en la labor revolucionaria en contra de los autores del bosquejo por el mero hecho de que éstos se 257

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atreven a “legislar”, a actuar de “reguladores supremos”, es decir, que se atreven a proponer un bosquejo de plan? ¿Puede nuestro Partido desarrollarse y marchar adelante, si la tentativa de elevar a los militantes locales para que tengan ideas, tareas, planes, etc. más amplios tropieza no sólo con la objeción respecto a la inexactitud de estas ideas, sino con un sentimiento de “agravio” por el hecho de que se les “quiera” “elevar”? Porque también L. Nadiezhdin ha “denigrado” nuestro plan, pero no se ha rebajado a semejante demagogia, que ya no puede explicarse simplemente por candor o carácter primitivo de ideas políticas: ha rechazado resueltamente y desde el primer momento la acusación de “fiscalizar al Partido”. Por esta razón, podemos y debemos contestar a fondo a la crítica que Nadiezhdin hace del plan, mientras que a Rabócheie Dielo sólo cabe contestar con el desprecio. Pero el despreciar a un escritor que se rebaja hasta el punto de gritar sobre “absolutismo” y “subordinación” no nos exime del deber de desembrollar la confusión ante la que estas gentes colocan al lector. Y aquí podemos demostrar palmariamente a todo el mundo qué valor tienen las habituales frases sobre un “amplio democratismo”. Se nos acusa de haber olvidado los comités, de querer o de intentar desterrarlos al reino de las sombras, etc. ¿Cómo contestar a estas acusaciones, cuando por razones de discreción conspirativa no podemos exponer al lector casi ningún hecho real de nuestras relaciones efectivas con los comités? Las gentes que lanzan una acusación tan osada, capaz de irritar a la multitud, nos llevan ventaja por su desfachatez, por su desdén de los deberes del revolucionario, que oculta cuidadosamente a los ojos del mundo las relaciones y los vínculos que tiene, establece o trata de establecer. Desde luego, nos negamos de una vez para siempre a hacer competencia a gentes de esta calaña en el terreno del “democratismo”. En cuanto al lector no iniciado en todos los asuntos del Partido, el único medio de cumplir nuestro deber para con él consiste en exponerle no lo que existe y lo que se encuentra im Werden*, sino una pequeña parte de lo que ha sido, ya que se puede hablar de ello porque pertenece al pasado. * En proceso de gestación, de surgimiento. (N. de le Red.)

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El Bund nos acusa indirectamente de “impostura”*; la “Unión” en el extranjero nos acusa de que tratamos de borrar las huellas del Partido. ¡Un momento, señores! Quedarán ustedes plenamente satisfechos en cuanto expongamos al público cuatro hechos del pasado. Primer** hecho. Los miembros de una de las “Uniones de Lucha”, que tuvieron una participación directa en la formación de nuestro Partido y en el envío de un delegado al Congreso en que se fundó, se ponen de acuerdo con uno de los miembros del grupo de Iskra para fundar una editorial obrera especial, con objeto de atender a las necesidades de todo el movimiento. No se consigue fundar la editorial obrera, y los folletos Las tareas de los socialdemócratas rusos y La nueva ley de fábricas***, escritos para ella, por caminos de rodeo y a través de terceras personas van a parar al extranjero, donde son publicados[40]. Segundo hecho. Los miembros del Comité Central del Bund se dirigen a uno de los miembros del grupo de Iskra con la propuesta de organizar conjuntamente lo que entonces llamaba el Bund “un laboratorio de literatura”, indicando que, si no se lograba llevar a la práctica el proyecto, nuestro movimiento podía sufrir un serio retroceso. Resultado de aquellas negociaciones fue el folleto La causa obrera en Rusia****. Tercer hecho. El Comité Central del Bund, por intermedio de una pequeña ciudad de provincia, se dirige a uno de los miembros del grupo de Iskra proponiéndole que se encargue de la redacción de Rabóchaia Gazeta, que planeaba reanudar su publicación, y obtiene, desde luego, su conformidad. Más tarde, cambia la proposición: se trata solamente de colaborar, debido a una nueva combinación de la redacción. Claro que también a esto se * Iskra, núm. 8, respuesta del Comité Central de la Unión General de Judíos de Rusia y de Polonia, a nuestro artículo sobre la cuestión nacional. ** Deliberadamente, no presentamos estos hechos en el orden en que han ocurrido[39]. *** Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. II. (N. de le Red.) **** El autor de este folleto, dicho sea de paso, me pide ponga de manifiesto que, lo mismo que sus folletos anteriores, dicho folleto fue enviado a la “Unión”, suponiendo que el grupo “Emancipación del Trabajo” redactaría sus publicaciones (circunstancias especiales no le permitían conocer entonces, es decir, en febrero de 1899, el cambio de redacción). Dicho folleto será reeditado muy pronto por la Liga.

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asiente[41]. Se envían los artículos (que se ha logrado conservar): “Nuestro programa”, protestando enérgicamente contra la bernsteiniada, contra el viraje de la literatura legal y de Rabóchaia Misl; “Nuestras tareas más urgentes” (“la organización de un órgano del Partido que aparezca regularmente y esté estrechamente vinculado a todos los grupos locales”; los defectos de los “métodos primitivos de trabajo” imperantes); “Un problema vital” (analizando la objeción de que primeramente habría que desarrollar la actividad de los grupos locales y luego emprender la organización de un órgano común; insistiendo en la importancia primordial de “la organización revolucionaria”, en la necesidad de “elevar la organización, la disciplina y la técnica de la conspiración al más alto grado de perfección”)*. La proposición de reanudar la publicación de Rabóchaia Gazeta no llega a realizarse, y los artículos quedan sin publicar. Cuarto hecho. Un miembro del Comité, organizador del segundo Congreso ordinario de nuestro Partido, comunica a un miembro del grupo de Iskra el programa del Congreso y presenta la candidatura de este grupo para la redacción de Rabóchaia Gazeta, que planeaba reanudar su publicación. Esta gestión, por decirlo así, preliminar, es sancionada luego por el Comité al que pertenecía dicha persona, así como por el Comité Central del Bund[42]; al grupo de Iskra, se le indica el lugar y la fecha del Congreso, pero el grupo (no teniendo, por determinados motivos, la seguridad de poder enviar un delegado a este Congreso) redacta también un informe escrito para el mismo. En dicho informe se sostiene la idea de que, con sólo elegir un Comité Central, lejos de resolver el problema de la unificación en un momento de completa dispersión como el actual, por el contrario, corremos, además, el riesgo de comprometer la gran idea de la creación del Partido, caso de producirse nuevamente una completa redada, cosa más que probable cuando impera la falta de discreción conspirativa; que, por ello, debía empezarse por invitar a todos los comités y a todas las demás organizaciones a sostener el órgano común cuando reanudara su * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV (N. de la Red.).

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aparición, órgano que realmente vincularía a todos los comités con un lazo efectivo y prepararía realmente un grupo de dirigentes de todo el movimiento; que, luego, los comités y el Partido podrían ya fácilmente transformar este grupo creado por los comités en un Comité Central, cuando dicho grupo se hubiera desarrollado y fortalecido. Pero el Congreso no pudo celebrarse, debido a una serie de batidas y detenciones, y por motivos de conspiración se destruyó el informe que sólo algunos camaradas, entre ellos los delegados de un comité, habían podido leer. Juzgue ahora el lector por sí mismo del carácter de procedimientos como la alusión del Bund a una impostura o como el argumento de Rabócheie Dielo, que pretende que queremos desterrar a los comités al reino de las sombras, “sustituir” la organización del Partido por una organización que difunda las ideas de un solo periódico. Pues precisamente ante los comités, por reiteradas invitaciones de su parte, informamos sobre la necesidad de adoptar un determinado plan de trabajo común. Y precisamente para la organización del Partido elaboramos este plan en nuestros artículos enviados a Rabóchaia Gazeta y en el informe para el Congreso del Partido, y repetimos que lo hicimos por invitación de personas que ocupaban en el Partido una posición tan influyente, que tomaban la iniciativa de reconstruirlo (de hecho). Y sólo cuando hubieron fracasado las dos tentativas que la organización del Partido, juntamente con nosotros, hizo para renovar oficialmente el órgano central del Partido, creímos que era nuestro deber ineludible presentar un órgano no oficial, para que, en la tercera tentativa, los camaradas vieran ya ciertos resultados de la experiencia y no meras conjeturas. Ahora, todo el mundo puede apreciar ya ciertos resultados de esa experiencia, y todos los camaradas pueden juzgar si hemos comprendido acertadamente nuestros deberes y la opinión que merecen las personas que, molestas por el hecho de que demostremos a unas su falta de consecuencia en la cuestión “nacional”, y a otras lo imperdonable de sus vacilaciones sin principios, tratan de inducir a error a quienes desconocen el pasado más reciente.

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b) ¿Puede un periódico ser un organizador colectivo? La clave del artículo “¿Por dónde empezar?” está en que plantea precisamente esta cuestión y en que la resuelve afirmativamente. L. Nadiezhdin es, que sepamos, la única persona que intenta analizar esta cuestión a fondo y demostrar la necesidad de resolverla de un modo negativo. A continuación reproducimos íntegramente sus argumentos: “... Mucho nos place que plantee Iskra (núm. 4) la cuestión de la necesidad de un periódico destinado a toda Rusia, pero en modo alguno podemos estar de acuerdo en que este planteamiento corresponda al título del artículo ‘¿Por dónde empezar?’. Es, sin duda, uno de los asuntos de extrema importancia, pero no se pueden echar los cimientos de una organización combativa para un momento revolucionario con esa labor, ni con toda una serie de hojas populares, ni con una montaña de proclamas. Es indispensable empezar a formar fuertes organizaciones políticas locales. Nosotros carecemos de ellas, nuestra labor se ha desarrollado principalmente entre los obreros cultos, mientras que las masas sostenían de modo casi exclusivo la lucha económica. Si no se educan fuertes organizaciones políticas locales, ¿qué valor podrá tener un periódico destinado a toda Rusia, aunque esté excelentemente organizado? ¡Un arbusto en llamas, que arde sin consumirse, pero que a nadie transmite su fuego! Iskra cree que en torno a ese periódico, en el trabajo para él, se concentrará el pueblo, se organizará. Pero ¡si le es mucho más fácil concentrarse y organizarse en torno a una labor más concreta! Esta labor puede y debe consistir en organizar periódicos locales en vasta escala, en preparar inmediatamente las fuerzas obreras para manifestaciones, en que las organizaciones locales trabajen constantemente entre los parados (difundiendo de un modo persistente entre ellos volantes y folletos, convocándolos a reuniones, llamándolos a oponer resistencia al gobierno, etc.). ¡Hay que iniciar una labor política activa en el plano local, y cuando surja la necesidad de unificarse sobre esta base real, la 262

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unión no será algo artificial, no quedará sobre el papel, porque no es por medio de periódicos como se conseguirá esta unificación del trabajo local en una obra común a toda Rusia!” (En vísperas de la revolución, pág. 54). Hemos subrayado en este elocuente trozo los pasajes que permiten apreciar con mayor relieve tanto el juicio erróneo del autor sobre nuestro plan, como, en general, su punto de vista falso que opone a Iskra. Si no se educan fuertes organizaciones políticas locales no tendrá valor el mejor periódico destinado a toda Rusia. Completamente justo. Pero se trata precisamente de que no existe otro medio de educar fuertes organizaciones políticas que un periódico para toda Rusia. Al autor se le ha escapado la declaración más importante de Iskra hecha antes de pasar a exponer su “plan”: la declaración de que era necesario “exhortar a formar una organización revolucionaria capaz de unir todas las fuerzas y dirigir el movimiento no sólo nominalmente, sino en la realidad, es decir, capaz de estar siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y robustecer las fuerzas militares aptas para el combate decisivo”. Pero, en principio, todo el mundo estará ahora, después de febrero y marzo, de acuerdo –continúa Iskra–, y lo que nosotros necesitamos no es resolver el problema en principio, sino en la práctica; es necesario establecer inmediatamente un plan determinado de la estructura para que todo el mundo pueda ahora mismo y en todas partes iniciar la construcción. ¡Y he aquí que, de la solución práctica del problema, nos arrastran una vez más hacia atrás, hacia una verdad justa en principio, incontestable, grande, pero completamente insuficiente, completamente incomprensible para las grandes masas trabajadoras: hacia la “educación de fuertes organizaciones políticas”! Pero ¡si no se trata ya de eso, respetable autor, sino de cómo, precisamente, hay que educar, y educar con éxito! No es verdad que “nuestra labor se ha desarrollado principalmente entre los obreros cultos, mientras que las masas sostenían de modo casi exclusivo la lucha económica”. Bajo esta forma, la tesis se desvía hacia la tendencia habitual en Svoboda, y radicalmente errónea, de oponer los obreros cultos a la “masa”. Pues también los obreros cultos han sostenido en estos últimos años “casi 263

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exclusivamente la lucha económica”. Esto, por una parte. Por otra, tampoco las masas aprenderán jamás a sostener la lucha política, mientras no ayudemos a formarse a los dirigentes de esta lucha, procedentes tanto de entre los obreros cultos, como de entre los intelectuales; y estos dirigentes pueden formarse exclusivamente, enjuiciando de modo sistemático y cotidiano todos los aspectos de nuestra vida política, todas las tentativas de protesta y de lucha de las distintas clases y por diversos motivos. ¡Por eso, es simplemente ridículo hablar de “educar organizaciones políticas” y, al mismo tiempo, oponer la “labor sobre el papel” de un periódico político a la “labor política real en la base”! ¡Pero si Iskra adapta precisamente su “plan” de un periódico al “plan” de crear una “disposición combativa” que pueda apoyar tanto un movimiento de obreros parados, un alzamiento campesino, como el descontento de los zemtsi, “la indignación de la población contra los ensoberbecidos bachibozucos zaristas”, etc.! Por lo demás, toda persona familiarizada con el movimiento sabe perfectamente que la inmensa mayoría de las organizaciones locales ni siquiera piensa en ello; que muchas de las perspectivas aquí esbozadas de “una labor política activa” no han sido aplicadas en la práctica ni una sola vez por ninguna organización; que, por ejemplo, la tentativa de llamar la atención sobre el recrudecimiento del descontento y de las protestas entre los intelectuales de los zemstvos origina un sentimiento de desconcierto y perplejidad tanto en Nadiezhdin (“¡Dios mío!, ¿pero será ese órgano para los ‘zemtsi’?”, En vísperas, pág. 129), como en los economistas (véase la carta en el núm. 12 de Iskra), como entre muchos militantes dedicados al trabajo práctico. En estas condiciones se puede “empezar” únicamente por incitar a la gente a pensar en todo esto, a resumir y sintetizar todos y cada uno de los indicios de efervescencia y de lucha activa. En los momentos actuales, en que se rebaja la importancia de las tareas socialdemócratas, “la labor política activa” puede iniciarse exclusivamente por una agitación política viva, cosa imposible sin un periódico destinado a toda Rusia que aparezca con frecuencia y que se difunda con regularidad. Los que consideran el “plan” de Iskra como una manifestación de “literaturismo” no han comprendido en absoluto el fondo del 264

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plan, tomando como fin lo que se propone como medio más adecuado para el momento presente. Esta gente no se ha tomado la molestia de meditar sobre dos comparaciones que ilustran palmariamente el plan propuesto. La organización de un periódico político para toda Rusia –se decía en Iskra– debe ser el hilo fundamental, asiéndonos al cual podamos invariablemente desarrollar, profundizar y extender esta organización (es decir, la organización revolucionaria, siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión). Hagan ustedes el favor de decirnos: cuando unos albañiles colocan en diferentes lugares las piedras de una obra grandiosa y sin precedentes, ¿es una labor “de papel” tender la plomada que les ayuda a encontrar el lugar justo para las piedras, que les indica la finalidad de la obra común, que les permite colocar no sólo cada piedra, sino cada trozo de piedra, el cual, al sumarse a los precedentes y a los que sigan, formará la línea acabada y total? ¿No vivimos acaso en un momento de esta índole en nuestra vida de Partido, cuando tenemos piedras y albañiles, pero falta precisamente la plomada, visible para todos y a la cual todos pudieran atenerse? No importa que griten que, al tender el hilo, lo que pretendemos es mandar: si fuera así, señores, pondríamos Rabóchaia Gazeta, núm. 3, en lugar de Iskra, núm. 1, como nos lo habían propuesto algunos camaradas y como tendríamos pleno derecho a hacer después de los acontecimientos que hemos expuesto más arriba. Pero no lo hemos hecho: queríamos tener las manos libres para desarrollar una lucha intransigente contra toda clase de seudo socialdemócratas; queríamos que nuestro hilo, si está justamente tendido, sea respetado por su justeza y no por haber sido tendido por un órgano oficial. “La cuestión de unificar las actividades locales en órganos centrales se mueve en un círculo vicioso –nos dice sentenciosamente L. Nadiezhdin–. La unificación requiere homogeneidad de elementos, y esta homogeneidad no puede ser creada más que por un aglutinador, pero este aglutinador sólo puede aparecer como producto de fuertes organizaciones locales, que, en el momento presente, no se distinguen en modo alguno por su homogeneidad”. Verdad tan respetable y tan incontestable como la de que es necesario educar fuertes organizaciones políticas. Y no menos estéril 265

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que ésta. Toda cuestión “se mueve en un círculo vicioso”, pues toda la vida política es una cadena sin fin compuesta de una infinita serie de eslabones. Todo el arte de un político consiste precisamente en encontrar y asirse con fuerza, precisamente al eslaboncito que menos pueda ser arrancado de las manos, que sea el más importante en un momento determinado, que garantice lo más posible a quien lo posea la posesión de toda la cadena*. Si tuviéramos un destacamento de albañiles expertos que trabajasen de un modo tan acorde que aun sin la plomada pudieran colocar las piedras precisamente donde hace falta (hablando en forma abstracta, esto no es imposible, ni mucho menos), entonces quizás podríamos asirnos también a otro eslabón. Pero la desgracia consiste justamente en que aún carecemos de albañiles expertos y que trabajen de un modo tan acorde, las piedras se colocan muy a menudo al azar, sin guiarse por la plomada común, en forma tan desordenada, que el enemigo las dispersa de un soplo como si fuesen granos de arena, y no piedras. Otra comparación: “El periódico no es sólo un propagandista y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido, se le puede comparar con el andamio que se levanta alrededor de un edificio en construcción, que señala sus contornos, facilita las relaciones entre los distintos constructores, les ayuda a distribuir el trabajo y a observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado”**. Esto hace pensar –¿no es verdad?– en el literato, en el hombre de gabinete, exagerando la importancia de su papel. El andamio no es imprescindible para la vivienda misma: el andamio se hace de materiales de peor calidad, el andamio se levanta por un breve período, y luego, una vez terminado el edificio, aunque sólo sea en sus grandes líneas, se echa al fuego. En lo que se refiere a la construcción de organizaciones revo* ¡Camarada Krichevski! ¡Camarada Martínov! Llamo vuestra atención sobre esta manifestación escandalosa de “absolutismo”, de “autoridad sin control”, “de reglamentación soberana”, etc. Mirad: ¡¡quiere apoderarse de toda la cadena!! Apresuraos a presentar querella. Ya tenéis un tema para dos artículos de fondo en el núm. 12 de Rabócheie Dielo. ** Martínov, al insertar en Rabócheie Dielo la primera frase de esta cita (núm. 10, pág. 62), ha omitido precisamente la segunda frase, como subrayando así que no quería tocar el fondo de la cuestión o que era incapaz de comprenderlo.

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lucionarias, la experiencia demuestra que a veces se pueden construir sin andamios (recordad la década del ‘70). Pero ahora no podemos ni imaginarnos la posibilidad de levantar sin un andamio el edificio que necesitamos. Nadiezhdin no está de acuerdo con esto y dice: “Iskra piensa que, en torno a ese periódico, en el trabajo para él, se concentrará el pueblo, se organizará. ¡Pero si le es mucho más fácil concentrarse y organizarse en torno a una labor más concreta!”. Así, así: “más fácil concentrarse y organizarse en torno a una labor más concreta” ... Un proverbio ruso dice: “No escupas en el pozo, que de su agua tendrás que beber”. Pero hay gentes que no sienten reparo en beber de un pozo en cuyas aguas ya se ha escupido. ¡Qué de infamias no han dicho nuestros excelentes “críticos” legales “del marxismo” y los admiradores ilegales de Rabóchaia Misl en nombre de esta mayor concreción! ¡Hasta qué punto está comprimido todo nuestro movimiento por nuestra estrechez de miras, por nuestra falta de iniciativa y por nuestra timidez, que se justifican con los argumentos tradicionales de “¡Mucho más fácil... en torno a una labor más concreta!”. ¡Y Nadiezhdin, que se considera dotado de un sentido especial de la “vida”, que condena con singular severidad a los hombres de “gabinete”, que imputa (con pretensiones de agudeza) a Iskra la debilidad de ver en todas partes economismo, que se imagina estar a cien codos por encima de esta división en ortodoxos y críticos, no nota que, con sus argumentos, favorece a la estrechez de miras que le indigna, que él bebe precisamente de un pozo lleno de escupitajos! Sí, no basta la indignación más sincera contra la estrechez de miras, el deseo más ardiente de elevar a las gentes que se prosternan ante ella, si el que se indigna corre sin velas y sin timón, y si tan “espontáneamente” como los revolucionarios de la década del ‘70 se aferra al “terror excitante”, al “terror agrario”, a la “campana a rebato”, etcétera. Ved en qué consiste ese “algo más concreto” en torno al que –piensa él– será “mucho más fácil” concentrarse y organizarse: 1) periódicos locales; 2) preparación de manifestaciones; 3) trabajo entre los obreros parados. A la primera ojeada se ve que todas estas cosas han sido arrancadas por completo al azar, casualmente, por decir algo, porque desde cualquier punto de vista 267

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que las consideremos sería un perfecto desatino ver en ellas algo especialmente capaz de “concentrar y organizar”. Y el mismo Nadiezhdin dice unas cuantas páginas más adelante: “Ya es tiempo de dejar claramente sentado un hecho: en la base se hace un trabajo extremadamente mezquino, los comités no hacen ni la décima parte de lo que podrían hacer..., los centros de unificación que tenemos ahora son una ficción, burocracia revolucionaria, el ascenso recíproco a general, y así seguirán las cosas mientras no se desarrollen fuertes organizaciones locales”. No cabe duda que estas palabras, al mismo tiempo que exageraciones, encierran grandes y amargas verdades. ¿Es que Nadiezhdin no ve el nexo que existe entre el trabajo mezquino en la base y el estrecho horizonte de los militantes, el reducido alcance de sus actividades, cosas inevitables, dada la poca preparación de los militantes que se encierran en los marcos de las organizaciones locales? ¿Es que Nadiezhdin, lo mismo que el autor del artículo sobre organización publicado en Svoboda, ha olvidado que el paso a una amplia prensa local (desde 1898) ha ido acompañado de una intensificación especial del economismo y de los “métodos primitivos de trabajo”? Además, aunque fuese posible una organización más o menos satisfactoria de “una abundante prensa local” (ya hemos demostrado más arriba que, salvo casos muy excepcionales, esto es imposible), aun en ese caso los órganos locales tampoco podrían “concentrar y organizar” todas las fuerzas de los revolucionarios para una ofensiva general contra la autocracia, para dirigir la lucha única. No olvidéis que aquí sólo se trata del alcance “concentrador”, organizador, del periódico, y podríamos hacer a Nadiezhdin, defensor del fraccionamiento, la misma pregunta irónica que él hace: “¿Es que hemos heredado de alguna parte 200.000 organizadores revolucionarios?”. Prosigamos. No se puede contraponer la “preparación de manifestaciones” al plan de Iskra, por la sencilla razón de que este plan dice justamente que las manifestaciones más extensas son uno de sus fines; pero de lo que se trata es de elegir el medio práctico. Nadiezhdin se ha vuelto a enredar aquí, no viendo que sólo puede “preparar” manifestaciones (que hasta ahora han sido, en la inmensa mayoría de los casos, completamente espontáneas) un ejército ya “concentrado y organi268

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zado”, y lo que nosotros precisamente no sabemos es concentrar y organizar. “Trabajo entre los obreros parados”. Siempre la misma confusión, porque esto también representa una de las acciones militares de un ejército movilizado y no un plan para movilizar dicho ejército. El caso siguiente demuestra hasta qué punto subestima Nadiezhdin, también en este sentido, el daño que produce nuestro fraccionamiento, la falta de los “200.000 organizadores”. Muchos (y, entre ellos, Nadiezhdin) han reprochado a Iskra la parquedad de noticias sobre el paro forzoso, el carácter casual de las crónicas sobre los fenómenos más habituales de la vida rural. Es un reproche merecido, pero Iskra es culpada sin tener culpa alguna. Nosotros tratamos de “tender un hilo” también a través de la aldea, pero en el campo no hay casi albañiles y forzosamente hay que alentar a todo el que comunique aun el hecho más habitual, abrigando la esperanza de que esto multiplicará el número de colaboradores en este terreno y nos enseñará a todos a elegir, por fin, los hechos realmente sobresalientes. Pero hay tan poco material de enseñanza, que si no lo sintetizamos en escala nacional, no hay absolutamente nada con que aprender. No cabe duda que un hombre que tenga, aunque sea aproximadamente, las aptitudes de agitador y el conocimiento de la vida de los vagabundos, que observamos en Nadiezhdin, podría prestar servicios inapreciables al movimiento con la agitación entre los obreros parados; pero un hombre de esta índole enterraría su talento si no se preocupara de poner en conocimiento de todos los camaradas rusos cada paso de su actuación, para que sirva de enseñanza y de ejemplo a las personas que, en su inmensa mayoría, no saben aún emprender esta nueva labor. Absolutamente todo el mundo habla ahora de la importancia de la unificación, de la necesidad de “concentrar y organizar”, pero en la mayoría de los casos falta una noción exacta de por dónde empezar y de cómo llevar a cabo dicha unificación. Todos estarán de acuerdo, seguramente, en que, si “unificásemos”, por ejemplo, los círculos aislados de barrio de una ciudad, harían falta para ello organismos comunes, es decir, no sólo la denominación común de “unión”, sino un trabajo realmente común, intercambio de materiales, de experiencia, de fuerzas, distribución de funciones, no ya 269

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solamente por barrios, sino según las especialidades de todo el trabajo urbano. Todo el mundo estará de acuerdo en que un gran aparato conspirativo no cubrirá sus gastos (si es que puede emplearse una expresión comercial) con los “recursos” (se sobreentiende que tanto materiales como personales) de un barrio; que en este reducido campo de acción no puede desenvolverse el talento de un especialista. Pero lo mismo puede decirse de la unión de varias ciudades, porque incluso el campo de acción de una localidad aislada resulta, y ha resultado, como lo ha demostrado ya la historia de nuestro movimiento socialdemócrata, enormemente estrecho: lo hemos probado con todo detalle más arriba, con el ejemplo de la agitación política y de la labor de organización. Es necesario, es imprescindible extender antes que nada este campo de acción, crear un lazo de unión efectivo entre las ciudades, a base de un trabajo regular y común, porque el fraccionamiento deprime a la gente que “está en el hoyo” (expresión del autor de una carta dirigida a Iskra) sin saber lo que pasa en el mundo, de quién tiene que aprender, cómo conseguir experiencia, de qué modo satisfacer su deseo de una actividad amplia. Y yo continúo insistiendo en que este lazo de unión efectivo sólo puede empezar a crearse sobre la base de un periódico común, que sea, para toda Rusia, la única empresa regular que haga el balance de toda la actividad en sus aspectos más variados, incitando con ello a la gente a seguir infatigablemente hacia adelante, por todos los numerosos caminos que llevan a la revolución, como todos los caminos llevan a Roma. Si deseamos la unificación no sólo de palabra, es necesario que cada círculo local consagre inmediatamente, supongamos, una cuarta parte de sus fuerzas a un trabajo activo para la obra común. Y el periódico le muestra enseguida* los contornos generales, las proporciones y el carácter de la obra; le muestra qué lagunas son las que más se notan en toda la actividad general de Rusia, dónde no existe agitación, dónde son * Con una reserva: siempre que simpatice con la orientación de este periódico y considere útil a la causa ser su colaborador, entendiendo por ello no solamente la colaboración literaria, sino toda la colaboración revolucionaria en general. Nota para Rabócheie Dielo: esta reserva se sobreentiende para los revolucionarios que aprecian el trabajo y no el juego al democratismo, que no separan las “simpatías”, de la participación más activa y real.

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débiles los vínculos, qué ruedecitas del enorme mecanismo general podría un círculo determinado arreglar o sustituir por otras mejores. Un círculo que aún no haya trabajado y que sólo busque trabajo podría empezar ya, no como artesano en su pequeño taller aislado, que no conoce ni el desarrollo de la “industria” anterior a él ni el estado general de determinadas formas de producción industrial, sino como el colaborador de una vasta empresa, que refleje todo el empuje revolucionario general contra la autocracia. Y cuanto más perfecta sea la preparación de cada tornillo aislado, cuanto mayor cantidad de trabajadores aislados que participen en la obra común, tanto más densa se hará nuestra red y tanto menos confusión provocarán en las filas comunes los inevitables reveses. El vínculo efectivo empezaría ya a crearse por la función de difusión del periódico (si es que éste merecía realmente el título de tal, es decir, si aparecía regularmente y no una vez cada mes, como las revistas voluminosas, sino unas cuatro veces). Actualmente, son muy raras las relaciones entre las ciudades en punto a asuntos revolucionarios, en todo caso son una excepción; entonces, estas relaciones se convertirían en regla, y, naturalmente, no sólo asegurarían la difusión del periódico, sino también (lo que reviste mayor importancia) el intercambio de experiencia, de materiales, de fuerzas y de recursos. Inmediatamente, adquiriría la labor de organización una envergadura mucho mayor, y el éxito de una localidad alentaría constantemente a seguir perfeccionándose, a aprovechar la experiencia ya adquirida por un camarada que actúa en otro extremo del país. El trabajo local sería más rico y variado que ahora; las denuncias políticas y económicas que se recogiesen por toda Rusia nutrirían intelectualmente a los obreros de todas las profesiones y de todos los grados de desarrollo, suministraría datos y motivos para charlas y lecturas sobre los problemas más variados, que suscitan, además, las alusiones de la prensa legal, las conversaciones en la sociedad y las “tímidas” comunicaciones del gobierno. Cada explosión, cada manifestación se enjuiciaría, se discutiría en todos sus aspectos, en todos los confines de Rusia, haciendo surgir el deseo de no quedar a la zaga, de hacer las cosas mejor que nadie (¡nosotros, los socialistas, no desechamos en absoluto toda emula271

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ción, toda “competencia” en general), de preparar conscientemente lo que la primera vez se había hecho en cierta forma espontáneamente, de aprovechar las condiciones favorables de una localidad determinada o de un momento determinado para modificar el plan de ataque, etc. Al mismo tiempo, esta reanimación de la labor local no acarrearía la desesperada tensión “agónica” de todas las fuerzas, ni la movilización de todos los hombres, como sucede a menudo ahora, cuando hay que organizar una manifestación o publicar un número de un periódico local: por una parte, la policía tropezaría con dificultades mucho mayores para llegar hasta “la raíz”, ya que no se sabría en qué localidad había que buscarla; por otra, una labor regular y común enseñaría a los hombres a concordar, en cada caso concreto, la fuerza de un ataque con el estado de fuerzas de este u otro destacamento del ejército común (ahora casi nadie piensa en ninguna parte en esta coordinación, pues los ataques se producen en forma espontánea en sus nueve décimas partes), y facilitaría el “transporte” no sólo de las publicaciones, sino también de las fuerzas revolucionarias. Ahora, en la mayor parte de los casos, estas fuerzas se desangran en la estrecha labor local; entonces habría posibilidad y constantes ocasiones para trasladar a un agitador u organizador más o menos capaz de un extremo a otro del país. Comenzando por un pequeño viaje por asuntos del Partido y por cuenta del mismo, los militantes se acostumbrarían a vivir enteramente por cuenta del Partido, a hacerse revolucionarios profesionales, a formarse como verdaderos dirigentes políticos. Y si realmente logramos que todos o una considerable mayoría de los comités, grupos y círculos locales emprendan activamente la labor común, en un futuro no lejano estaremos en condiciones de publicar un semanario que se difunda regularmente en decenas de millares de ejemplares por toda Rusia. Este periódico sería una partícula de un enorme fuelle de forja que atizase cada chispa de la lucha de clases y de la indignación del pueblo, convirtiéndola en un gran incendio. En torno a esta labor, de por sí muy anodina y muy pequeña aún, pero regular y común en el pleno sentido de la palabra, se concentraría sistemáticamente, y se instruiría, el ejército 272

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permanente de luchadores probados. Por los andamios de este edificio común de organización, pronto veríamos ascender y destacarse de entre nuestros revolucionarios a los Zheliábov socialdemócratas; de entre nuestros obreros, los Bebel rusos, que se pondrían a la cabeza del ejército movilizado y levantarían a todo el pueblo para acabar con la ignominia y la maldición de Rusia. ¡En esto es en lo que hay que soñar!

*

*

*

“¡Hay que soñar!”. He escrito estas palabras y me he asustado. Me he imaginado sentado en el “Congreso de unificación”, teniendo enfrente a los redactores y colaboradores de Rabócheie Dielo. Y he aquí que se levanta el camarada Martínov y se dirige a mí con tono amenazador: “Permita que le pregunte: ¿tiene aún la redacción autónoma derecho a soñar sin previo referéndum de los comités del Partido?”. Tras él se levanta el camarada Krichevski y (profundizando filosóficamente al camarada Martínov, quien hace mucho tiempo había profundizado ya al camarada Plejánov), en tono aún más amenazador, continúa: “Yo voy más lejos, y pregunto si en general un marxista tiene derecho a soñar, si no olvida que, según Marx, la humanidad siempre se plantea tareas realizables, y que la táctica es un proceso de crecimiento de las tareas, que crecen con el Partido”. Sólo de pensar en estas preguntas amenazadoras, siento escalofríos y pienso dónde podría esconderme. Intentaré esconderme tras Písarev. “Hay diferentes clases de desacuerdos –escribía Písarev a propósito del desacuerdo entre los sueños y la realidad–. Mis sueños pueden rebasar el curso natural de los acontecimientos o bien pueden desviarse a un lado, adonde el curso natural de los acontecimientos no puede llegar jamás. En el primer caso, los sueños no producen ningún daño, incluso pueden sostener y reforzar las energías del trabajador... En sue273

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ños de esta índole, no hay nada que deforme o paralice la fuerza de trabajo. Muy al contrario. Si el hombre estuviese completamente privado de la capacidad de soñar así, si no pudiese de vez en cuando adelantarse y contemplar con su imaginación el cuadro enteramente acabado de la obra que se bosqueja entre sus manos, no podría figurarme de ningún modo qué móviles obligan al hombre a emprender y llevar hasta su término vastas y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica... El desacuerdo entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que la persona que sueña crea seriamente en su sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje escrupulosamente en la realización de sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien”.[43] Pues bien, los sueños de esta naturaleza, por desgracia, son sobradamente raros en nuestro movimiento. Y la culpa la tienen, sobre todo, los representantes de la crítica legal y del “seguidismo” ilegal que presumen de su ponderación, de su “proximidad” a lo “concreto”.

c) ¿Qué tipo de organización necesitamos? Por lo que precede, puede ver el lector que nuestra “táctica-plan” consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice “debidamente el asedio de la fortaleza enemiga”, o dicho en otros términos, en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar un ejército regular. Cuando pusimos en ridículo a Rabócheie Dielo por su salto del economismo a los gritos sobre la necesidad del asalto (gritos en que había prorrumpido en abril de 1901, en el núm. 6 del Listok R. Diela), dicho órgano nos atacó, como es natural, acusándonos de “doctrinarismo”, diciendo que no comprendemos el deber revolucionario, que exhortamos a la prudencia, etc. Desde luego, no nos ha extrañado en modo alguno esta acusación en boca de gentes que carecen de todo principio y que salen del paso con la filosófica “táctica-proceso”; como tam274

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poco nos ha extrañado que esta acusación la haya repetido Nadiezhdin, que en general abriga el desprecio más altivo por la firmeza de los principios programáticos y tácticos. Dicen que la historia no se repite. Pero Nadiezhdin se empeña con todas sus fuerzas en repetirla e imita concienzudamente a Tkachev, denigrando el “culturismo revolucionario”, vociferando sobre “el repique de campanas del veche”*, pregonando un “punto de vista” especial de “vísperas de la revolución”, etc. Por lo visto, olvida la conocida sentencia de que, si el original de un acontecimiento histórico es una tragedia, su copia no es más que una farsa[44]. La tentativa de adueñarse del Poder –tentativa preparada por la prédica de Tkachev y realizada por el terror “intimidador” y que realmente intimidaba entonces– era majestuosa, y, en cambio, el terror “excitante” del pequeño Tkachev es simplemente ridículo; sobre todo, es ridículo cuando se complementa con la idea de organizar a los obreros medios. “Si Iskra –escribe Nadiezhdin– saliese de su esfera de literaturismo, vería que esto [hechos como la carta de un obrero en el núm. 7 de Iskra, etc.] son síntomas que prueban que pronto, muy pronto, comenzará el ‘asalto’, y hablar ahora [¡sic!] de una organización, cuyos hilos arranquen de un periódico destinado a toda Rusia, es concebir ideas y trabajo de gabinete”. Fijaos en esta confusión increíble: por una parte, terror excitante y “organización de los obreros medios”, juntamente con la idea de que es “más fácil” concentrarse en torno a algo “más concreto”, por ejemplo, alrededor de periódicos locales, y, por otra parte, hablar “ahora” de una organización para toda Rusia significa concebir ideas de gabinete, es decir (empleando un lenguaje más franco y sencillo), ¡“ahora” ya es tarde! Y para “la amplia organización de periódicos locales” ¿no es tarde, respetabilísimo L. Nadiezhdin? En cambio, compararemos con esto el punto de vista y la táctica de Iskra: el terror excitante es una tontería; hablar de organizar justamente a los obreros medios, de una amplia organización de periódicos locales, significa abrir de par en par las puertas al economismo. Es preciso hablar de una organiza* Veche - Asamblea popular en la antigua Rusia, para la que se convocaba al toque de campana (N. de la Red.).

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ción de revolucionarios única destinada a toda Rusia, y no será tarde hablar de ella hasta el momento en que empiece el verdadero asalto, y no un asalto sobre el papel. “Sí –continúa Nadiezhdin–, en cuanto a la organización, nuestra situación está muy lejos de ser brillante: sí, Iskra tiene completa razón cuando dice que el grueso de nuestras fuerzas militares está constituido por voluntarios e insurrectos... Está bien que tengáis una noción sobria del estado de nuestras fuerzas, pero ¿por qué olvidáis que la multitud no es en absoluto nuestra y que, por eso, no nos preguntará cuándo hay que romper las hostilidades y se lanzará al “motin”?... Cuando la multitud empiece a actuar ella misma con su fuerza devastadora espontánea, puede arrollar y desalojar el “ejército regular”, al que siempre se pensaba organizar en forma extraordinariamente sistemática, pero no hubo tiempo de hacerlo”. (Subrayado por mí). ¡Extraña lógica! Precisamente porque “la multitud no es nuestra”, es insensato e indecoroso dar gritos de “asalto” inmediato, ya que el asalto es un ataque de un ejército regular y no una explosión espontánea de la multitud. Precisamente porque la multitud puede arrollar y desalojar al ejército regular, necesitamos sin falta que toda nuestra labor de “organización rigurosamente sistemática” del ejército regular “marche a la par” con el auge espontáneo, porque cuanto más “consigamos” esta organización, tanto más probable es que el ejército regular no sea arrollado por la multitud, sino que se ponga delante de ella, a su cabeza. Nadiezhdin se confunde, porque se imagina que este ejército sistemáticamente organizado se ocupa de algo que lo aparta de la multitud, mientras que, en realidad, éste se ocupa exclusivamente de una agitación política múltiple y general, es decir, justamente de la labor que aproxima y funde en un todo la fuerza destructora espontánea de la multitud y la fuerza destructora consciente de la organización de revolucionarios. La verdad es que vosotros, señores, cargáis al prójimo las faltas propias, pues precisamente el grupo Svoboda, al introducir en el programa el terror, exhorta con ello a crear una organización de terroristas, y 276

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una organización así distraería realmente a nuestro ejército de su aproximación a la multitud, que, por desgracia, no es aún nuestra y, por desgracia, no nos pregunta, o casi no nos pregunta aún, cuándo y cómo hay que romper las hostilidades. “Dejaremos pasar inadvertida la propia revolución –continúa Nadiezhdin asustando a Iskra–, como nos ha ocurrido con los acontecimientos actuales, que han caído como un alud sobre nuestras cabezas”. Esta frase, relacionada con las que hemos citado más arriba, nos demuestra palmariamente que es absurdo el “punto de vista” especial de “vísperas de la revolución” confeccionado por Svoboda*. Hablando sin ambages, el “punto de vista” especial se reduce a que “ahora” ya es tarde para deliberar y prepararse. Pero en este caso, ¡oh respetabilísimo enemigo del “literaturismo”!, ¿para qué escribir 132 páginas impresas “sobre cuestiones de teoría** y de táctica”? ¿No le parece que “al punto de vista de vísperas de la revolución” le cuadraría más bien la edición de 132.000 volantes con un breve llamamiento: “¡A golpes con ellos!”? Precisamente corre menor riesgo de dejar pasar inadvertida la revolución quien coloca en el ángulo principal de todo su programa, de toda su táctica, de toda su labor de organización, la agitación política entre todo el pueblo, como hace Iskra. Las personas que, en toda Rusia, están ocupadas en trenzar los hilos de la organización que arranquen de un periódico destinado a toda Rusia, lejos de dejar pasar inadvertidos los sucesos de la primavera, nos han dado, por el contrario, la posibilidad de pronosticarlos. Tampoco * En Vísperas de la revolución, pág. 62. ** L. Nadiezhdin, dicho sea de paso, no dice casi nada sobre las cuestiones teóricas en su Revista de cuestiones teóricas, si prescindimos del siguiente pasaje, sumamente curioso desde “el punto de vista de vísperas de la revolución”: “La bernsteiniada en su conjunto pierde para nuestro momento su carácter agudo, como lo mismo nos da que el señor Adamovich demuestre que el señor Struve debe presentar la dimisión o que, por el contrario, el señor Struve desmienta al señor Adamóvich y no consienta en dimitir. Nos da absolutamente igual, porque ha sonado la hora decisiva de la revolución” (pág. 110). Sería difícil describir con mayor claridad la despreocupación infinita que L. Nadiezhdin siente por la teoría. ¡Cómo hemos proclamado que estamos en “vísperas de la revolución”, por esto “nos da absolutamente lo mismo” que los ortodoxos logren o no desalojar definitivamente de sus posiciones a los críticos! ¡Y nuestro sabio no se percata de que, precisamente durante la revolución, nos harán falta los resultados de la lucha teórica contra los críticos para luchar resueltamente contra sus posiciones prácticas!

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han dejado pasar inadvertidas las manifestaciones descritas en los números 13 y 14 de Iskra: por el contrario, han tomado parte en ellas, con viva conciencia de que su deber era acudir en ayuda del auge espontáneo de la multitud, contribuyendo al mismo tiempo, por medio de su periódico, a que todos los camaradas rusos conozcan estas manifestaciones y utilicen su experiencia. ¡Y, si están vivos, no dejarán pasar tampoco inadvertida la revolución, que reclamará de nosotros, ante todo y por encima de todo, experiencia en la agitación, saber apoyar (apoyar a la manera socialdemócrata) toda protesta, saber orientar el movimiento espontáneo, salvaguardándolo de los errores de los amigos y de las celadas de los enemigos! Hemos llegado, pues, a la última razón que nos fuerza a insistir particularmente en el plan de una organización formada en torno a un periódico destinado a toda Rusia, por la labor conjunta en este periódico común. Sólo una organización semejante aseguraría la flexibilidad indispensable a la organización combativa socialdemócrata, es decir, la capacidad de adaptarse inmediatamente a las más variadas y rápidamente cambiantes condiciones de lucha; saber, “de un lado, rehuir las batallas en campo abierto, contra un enemigo peligroso por su fuerza aplastante, cuando concentra toda su fuerza en un punto, pero sabiendo, de otro lado, aprovecharse de la torpeza de movimientos de este enemigo y lanzarse sobre él en el sitio y en el momento en que menos espere ser atacado”*. Sería un gravísimo error estructurar la organización del Partido contando sólo con explosiones y luchas en las calles o sólo con la “marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris”. Debemos desarrollar siem* Iskra, núm. 4: “¿Por dónde empezar?”. “Un trabajo largo no asusta a los revolucionarios culturistas que no comparten el punto de vista de vísperas de la revolución”, escribe Nadiezhdin (pág. 62). A este propósito haremos la siguiente observacion: si no sabemos elaborar una táctica política, un plan de organización, orientados sin falta hacia un trabajo sumamente largo y que al mismo tiempo aseguren, por el propio proceso de este trabajo, la disposición de nuestro Partido para ocupar su puesto y cumplir con su deber en cualquier circunstancia imprevista, por más que se precipiten los acontecimientos, seremos simplemente unos miserables aventureros políticos. Sólo Nadiezhdin, que ha empezado a intitularse socialdemócrata desde ayer, puede olvidar que el objetivo de la socialdemocracia consiste en la transformación radical de las condiciones de vida de toda la humanidad, y que por ello es imperdonable que un socialdemócrata se “asuste” por lo largo del trabajo.

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pre nuestra labor cotidiana y estar siempre dispuestos a todo, porque muchas veces es casi imposible prever por anticipado cómo alternarán los períodos de explosiones con los de calma, y, aun cuando fuera posible preverlo, no se podría aprovechar la previsión para reconstruir la organización, porque en un país autocrático estos cambios se producen con asombrosa rapidez, a veces como consecuencia de una incursión nocturna de los genízaros[45] zaristas. La misma revolución no se debe imaginar como un acto único (como, por lo visto, se la imaginan los Nadiezhdin), sino como una sucesión rápida de explosiones más o menos violentas, alternando con períodos de calma más o menos profunda. Por tanto, el contenido capital de las actividades de la organización de nuestro Partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir en una labor que es posible y necesaria tanto durante el período de la explosión más violenta, como durante el de la calma más completa, a saber: en una labor de agitación política unificada en toda Rusia, que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que se dirija a las grandes masas. Y esta labor es inconcebible en la Rusia actual sin un periódico destinado a toda Rusia y que aparezca muy frecuentemente. La organización que se forme por sí misma en torno a este periódico, la organización de sus colaboradores (en la acepción más amplia del término, es decir, de todos los que trabajen para él) estará precisamente dispuesta a todo, desde salvar el honor, el prestigio y la continuidad del Partido en los momentos de mayor “depresión” revolucionaria, hasta preparar, fijar y llevar a la práctica la insurrección armada de todo el pueblo. En efecto, figurémonos un revés completo, muy corriente entre nosotros, en una o varias localidades. A no haber en todas las organizaciones locales una labor común en forma regular, estos reveses van acompañados a menudo de la interrupción del trabajo por largos meses. En cambio, si todas tuvieran una labor común, bastarían en el caso del más fuerte revés unas cuantas semanas de trabajo de dos o tres personas enérgicas para poner en contacto con el organismo central común a los nuevos círculos de la juventud que, como es sabido, incluso ahora brotan con suma rapidez; y cuando la labor común que sufre los reveses está a la vista de todo el 279

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mundo, los nuevos círculos pueden surgir y ponerse en contacto con dicho organismo central más rápidamente aún. Por otra parte, imaginaos una insurrección popular. Ahora, todo el mundo estará, probablemente, de acuerdo en que debemos pensar en ella y prepararnos para ella. Pero ¿cómo prepararnos? ¿Tendrá que designar el Comité Central agentes en todas las localidades para preparar la insurrección? Aunque tuviésemos un Comité Central, este CC no lograría absolutamente nada con designarlos, dadas las actuales condiciones rusas. Por el contrario, una red de agentes* que se forme por sí misma en el trabajo de organización y difusión de un periódico común no tendría que “aguardar con los brazos cruzados” la consigna de la insurrección, sino que precisamente trabajaría en la labor regular que le garantizaría en caso de insurrección las mayores probabilidades de éxito. Precisamente esta labor reforzaría los lazos de unión tanto con las grandes masas obreras, como con todos los sectores descontentos de la autocracia, lo cual tiene tanta importancia para la insurrección. Precisamente sobre la base de esta obra se formaría la capacidad de enjuiciar acertadamente la situación política general y, por tanto, la capacidad de elegir el momento adecuado para la insurrección. Precisamente esta obra acostumbraría a todas las organizaciones locales a hacerse eco simultáneamente de los problemas, casos y sucesos políticos que agitan a toda Rusia, a responder a estos “sucesos” con la mayor energía posible, del modo más uniforme y más conveniente posible: y la insurrección es, en el fondo, la “respuesta” más enérgica, más uniforme y más conveniente de todo el pueblo al gobierno. Precisamente esta labor, por último, acostumbraría a todas las organizaciones revolucionarias, en todos * ¡Se me ha escapado, ¡ay!, una vez más, la terrible palabra “agentes”, que tanto hiere el oído democrático de los Martínov! Me extraña que esta palabra no haya molestado a los corifeos de la década del ‘70 y, en cambio, moleste a los “artesanos” de la del ‘90. Me gusta esta palabra, porque indica de un modo claro y tajante la causa común a la que todos los agentes subordinan sus pensamientos y sus actos, y si hubiese que sustituir esta palabra por otra, yo sólo elegiría el término “colaborador” si éste no tuviese cierto dejo de literaturismo y de vaguedad. Porque lo que necesitamos es una organización militar de agentes. Digamos de paso que los numerosos Martínov (sobre todo, en el extranjero), que gustan de “ascenderse recíprocamente a general”, podrían decir, en lugar de “agente en asuntos de pasaportes”, “comandante en jefe de la unidad especial destinada a proveer de pasaportes a los revolucionarios”, etc.

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los confines de Rusia, a mantener las relaciones más constantes y a la vez más conspirativas, relaciones que crearían la unidad efectiva del Partido; sin estas relaciones es imposible discutir colectivamente un plan de insurrección ni adoptar las medidas preparatorias indispensables en vísperas de ésta, medidas que deben guardarse en el secreto más riguroso. En una palabra, “el plan de un periódico político para toda Rusia”, lejos de ser el fruto de un trabajo de gabinete de personas contaminadas de doctrinarismo y literaturismo (como les ha parecido a gentes que han meditado poco en él), es, por el contrario, el plan más práctico para empezar a prepararse en todas partes e inmediatamente para la insurrección, sin olvidar al mismo tiempo ni un instante la labor ordinaria de todos los días.

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Conclusión

La historia de la socialdemocracia rusa se divide manifiestamente en tres períodos. El primer período comprende cerca de un decenio, de 1884 a 1894, aproximadamente. Fue el período en que brotaron y se afianzaron la teoría y el programa de la socialdemocracia. El número de adeptos de la nueva tendencia en Rusia se contaba por unidades. La socialdemocracia existía sin movimiento obrero, atravesando, como partido político, por el proceso de desarrollo intrauterino. El segundo período comprende tres o cuatro años, de 1894 a 1898. La socialdemocracia aparece como movimiento social, como auge de las masas populares, como partido político. Fue el período de la niñez y de la adolescencia. Con la rapidez de una epidemia, se propaga el apasionamiento general de los intelectuales por la lucha contra el populismo y por la corriente de ir hacia los obreros, el apasionamiento general de los obreros por las huelgas. El movimiento hace grandes progresos. La mayoría de los dirigentes eran hombres muy jóvenes, que estaban lejos de haber alcanzado la “edad de treinta y cinco años”, que el señor N. Mijailovski consideraba como una especie de límite natural. Por su juventud, no estaban preparados para la labor práctica y desaparecen de la escena con asombrosa rapidez. Pero la envergadura de su trabajo, en la mayoría de los casos, era muy grande. Muchos de ellos comenzaron a pensar de un modo revolucionario como secuaces de “La Voluntad del Pueblo”. 283

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Casi todos rendían en sus mocedades un culto entusiasta a los héroes del terror, y les costó mucho trabajo sustraerse a la impresión seductora de esta tradición heroica; hubo que romper con personas que a toda costa querían seguir siendo fieles a “La Voluntad del Pueblo”, personas a las que los jóvenes socialdemócratas respetaban mucho. La lucha obligaba a estudiar, a leer obras ilegales de todas las tendencias, a ocuparse intensamente de los problemas del populismo legal. Formados en esta lucha, los socialdemócratas iban al movimiento obrero sin olvidar “un instante” ni la teoría del marxismo que los iluminó con luz meridiana, ni la tarea de derrocar a la autocracia. La formación del Partido, en la primavera de 1898, fue el acto de mayor relieve, y a la vez el último, de los socialdemócratas de aquel período. El tercer período despunta, como acabamos de ver, en 1897 y aparece definitivamente en sustitución del segundo período en 1898 (1898-?). Es el período de dispersión, de disgregación, de vacilación. Como enronquecen los adolescentes al cambiar la voz, también a la socialdemocracia rusa de aquel período se le quebró la voz y empezó a dar notas falsas, por una parte, en las obras de los señores Struve y Prokopóvich, Bulgákov y Berdiáiev, y, por otra, en las de V. I.-n y R. M., de B. Krichevski y Martínov. Pero sólo los dirigentes iban cada uno por su lado y retrocedían: el movimiento mismo continuaba creciendo y haciendo gigantescos progresos. La lucha proletaria englobaba nuevos sectores de obreros y se propagaba por toda Rusia, contribuyendo a la vez indirectamente a avivar el espíritu democrático entre los estudiantes y entre las demás capas de la población. Pero la conciencia de los dirigentes cedió ante la envergadura y la fuerza del auge espontáneo. Entre los socialdemócratas predominaba ya otra clase de gente: los militantes formados casi exclusivamente en la literatura marxista “legal”, cosa más que insuficiente, dado el alto nivel de conciencia que la espontaneidad de las masas reclamaba de ellos. Los dirigentes no sólo quedan rezagados tanto en el sentido teórico (“libertad de crítica”), como en el terreno práctico (“métodos primitivos de trabajo”), sino que intentan defender su atraso recurriendo a toda clase de argumentos rimbombantes. El socialdemocratismo era rebajado al nivel del 284

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tradeunionismo tanto por los brentanistas de la literatura legal, como por los “seguidistas” de la ilegal. El programa del “Credo” comienza a llevarse a la práctica, sobre todo cuando los “métodos primitivos de trabajo” de los socialdemócratas reavivan las tendencias revolucionarias no-socialdemócratas. Y si el lector me reprocha el haberme ocupado demasiado detalladamente de un periódico como Rabócheie Dielo, le contestaré: R. Dielo ha adquirido una importancia “histórica” por haber reflejado con el mayor relieve el “espíritu” de este tercer período*. No era el consecuente R. M., sino precisamente los Krichevski y Martínov, que giran a todos los vientos, quienes podían expresar de modo auténtico la dispersión y las vacilaciones, la disposición a hacer concesiones a la “crítica”, al “economismo” y al terrorismo. Lo que caracteriza a este período no es el desprecio olímpico de la práctica por algún admirador de “lo absoluto”, sino precisamente la unión de un practicismo mezquino con la más completa despreocupación por la teoría. Los héroes de este período, más que negar de un modo abierto las “grandes palabras”, las envilecían: el socialismo científico dejó de ser una teoría revolucionaria integral, convirtiéndose en una mezcla, a la que se añadían “libremente” líquidos procedentes de todo nuevo manual alemán; la consigna de “lucha de clases” no impulsaba hacia una actividad cada vez más vasta, cada vez más enérgica, sino que servía de amortiguador, ya que “la lucha económica está íntimamente ligada a la lucha política”; la idea de un partido no servía para incitar a crear una organización combativa de revolucionarios, sino que justificaba una especie de “burocratismo revolucionario” y el juego infantil a formas “democráticas”. No sabríamos señalar cuándo acaba el tercer período y empieza el cuarto (que en todo caso anuncian ya muchos síntomas). Del campo de la historia pasamos aquí al terreno del presente y, en parte, del futuro. Pero creemos firmemente que el cuarto período * Podría contestar también con un refrán alemán: Den Sack schlägt man, den Esel meint man, lo cual quiere decir: a ti te lo digo, hijuela mía; entiéndelo tú, nuera mía. No sólo Rab. Dielo sino la gran masa de los militantes dedicados al trabajo práctico y de los teóricos sentían entusiasmo por la “crítica” de moda, se embrollaban en la cuestión de la espontaneidad, se desviaban de la concepción socialdemócrata de nuestras tareas políticas y de organización hacia la concepción tradeunionista.

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ha de conducir al afianzamiento del marxismo militante, la socialdemocracia rusa saldrá de la crisis más fuerte y vigorosa, la retaguardia de oportunistas será “relevada” por un verdadero destacamento de vanguardia de la clase más revolucionaria. A guisa de exhortación a este “relevo” y resumiendo lo que acabamos de exponer, podemos dar esta escueta respuesta a la pregunta: ¿qué hacer?: Acabar con el tercer período.

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Anexo[46] Intento de fusionar Iskra con Rabócheie Dielo

Nos resta esbozar la táctica adoptada y consecuentemente aplicada por Iskra en las relaciones de organización con Rabócheie Dielo. Esta táctica ha sido ya plenamente expuesta en el núm. 1 de Iskra, en el artículo sobre “La escisión en la ‘Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero’”*. Abrazamos enseguida la posición de que la verdadera “Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero”, reconocida por el primer Congreso de nuestro Partido como su representante en el extranjero, se había escindido en dos organizaciones; que seguía sin resolverse la cuestión de la representación del Partido, porque sólo temporal y condicionalmente la había resuelto, en el congreso internacional celebrado en París, la elección para el Buró socialista internacional permanente, por parte de Rusia, de dos miembros, uno por cada parte de la “Unión” escindida. Hemos declarado que, en el fondo, Rabócheie Dielo no tenía razón; en relación a los principios, nos colocamos resueltamente al lado del grupo “Emancipación del Trabajo”, pero nos negamos, al mismo tiempo, a entrar en detalles de la escisión y señalamos los méritos de la “Unión” en el terreno de la labor puramente práctica**. * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV (N. de la Red.). ** Este juicio sobre la escisión no sólo se basaba en el conocimiento de las publicaciones, sino en datos recogidos en el extranjero por algunos miembros de nuestra organización que habían estado allí.

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De modo que nuestra posición era, hasta cierto punto, la expectativa: hacíamos una concesión al criterio imperante entre la mayoría de los socialdemócratas rusos, que sostenían que incluso los enemigos más decididos del economismo podían trabajar codo con codo con la “Unión”, porque ésta había declarado más de una vez que en principio estaba de acuerdo con el grupo “Emancipación del Trabajo” y que no pretendía, según afirmaba, tener una posición independiente en los problemas cardinales de la teoría y de la táctica. El acierto de la posición que habíamos adoptado lo corrobora indirectamente el hecho de que, casi en el momento de la aparición del primer número de Iskra (diciembre de 1900), se separan de la “Unión” tres miembros, formando el llamado “grupo de iniciadores”, los cuales se dirigieron: 1) a la sección del extranjero de la organización de Iskra; 2) a la organización revolucionaria “El Socialdemócrata” y 3) a la “Unión”, proponiendo su mediación para entablar negociaciones de conciliación. Las dos primeras organizaciones aceptaron enseguida, la tercera se negó. Por cierto que cuando, en el Congreso de “unificación”, celebrado el año pasado, uno de los oradores expuso los hechos citados, un miembro de la administración de la “Unión” declaró que su negativa se debía exclusivamente a que la “Unión” estaba descontenta de la composición del grupo de iniciadores. Considerando que es mi deber insertar esta explicación, no puedo, sin embargo, dejar de observar por mi parte que no la considero satisfactoria: conociendo el asentimiento de las dos organizaciones para entablar negociaciones, la “Unión” podía dirigirse a ellas por medio de otro mediador o directamente. En la primavera de 1901, tanto Zariá (núm. 1, abril) como Iskra (núm. 4, mayo) entablaron una polémica directa contra Rabócheie Dielo*. Iskra atacó, sobre todo, el “Viraje histórico” de Rabócheie Dielo, que en su hoja de abril, esto es, ya después de los acontecimientos de primavera, dio muestras de poca firmeza con respecto al apasionamiento por el terror y por los llamamientos “sanguinarios”. A pesar de esta polémica, la “Unión” contestó que estaba dispuesta a reanudar las negociaciones de conciliación por intermedio de un nuevo grupo de “conciliadores”**. La conferencia preliminar de * Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V (N. de la Red.). ** Se refiere a los organizadores del grupo antiiskrista Borbá (N. de la Red.).

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representantes de las tres organizaciones citadas se celebró en el mes de junio y elaboró un proyecto de pacto, sobre la base de un detalladísimo “acuerdo en principio”, publicado por la “Unión” en el folleto Dos congresos y por la Liga en el folleto Documentos del Congreso de “unificación”. El contenido de este acuerdo en principio (o resoluciones de la Conferencia de junio, como suele llamársele) demuestra con claridad meridiana que nosotros exigíamos, como condición indispensable para la unificación, que se repudiara del modo más decidido toda manifestación de oportunismo en general y de oportunismo ruso en particular. “Rechazamos –dice el primer párrafo– todas las tentativas de introducir el oportunismo en la lucha de clase del proletariado, tentativas que se han traducido en el llamado economismo, bernsteinianismo, millerandismo, etc. La esfera de actividad de la socialdemocracia comprende... la lucha ideológica contra todos los adversarios del marxismo revolucionario (4, c). En todas las esferas de la labor de agitación y de organización, la socialdemocracia no debe olvidar ni un instante la tarea inmediata del proletariado ruso: derrocar a la autocracia (5, a); ... la agitación, no sólo en el terreno de la lucha diaria del trabajo asalariado contra el capital (5, b); ... no reconociendo... la fase de lucha puramente económica y de lucha por reivindicaciones políticas parciales (5, c); ... consideramos de importancia para el movimiento criticar las corrientes que erigen en principio ... lo elemental ... y lo estrecho de las formas inferiores del movimiento” (5, d). Incluso una persona completamente ajena, después de leer más o menos atentamente estas resoluciones, ha de ver por su mismo enunciado, que se dirigen contra los que eran oportunistas y “economistas”, que han olvidado, aunque sólo sea un instante, la tarea de derribar la autocracia, que han aceptado la teoría de las fases, que han erigido en principio la estrechez de miras, etc. Y quien conozca más o menos la polémica del grupo “Emancipación del Trabajo”, Zariá e Iskra con Rabócheie Dielo no dudará un instante que estas resoluciones rechazan, punto por punto, precisamente las aberraciones en que había caído Rabócheie Dielo. Por esto, cuando en el Congreso de “unificación” uno de los miembros de la “Unión” declaró que los artículos publicados en el 289

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núm. 10 de Rabócheie Dielo no se debían al nuevo “viraje histórico” de la “Unión” sino al espíritu demasiado “abstracto”* de las resoluciones, uno de los oradores lo puso con toda razón en ridículo. Las resoluciones, no sólo no son abstractas, contestó, sino que son increíblemente concretas: basta echarles una ojeada para ver que “se quería cazar a alguien”. Esta expresión motivó en el Congreso un episodio característico. Por una parte, B. Krichevski se aferró a la palabra “cazar”, diciendo que era un lapsus que delataba mala intención por nuestra parte (“tender una emboscada”) y exclamó en tono patético: “¿A quién se iba a cazar?”. “Sí, en efecto, ¿a quién?”, preguntó irónicamente Plejánov. “Yo le ayudaré al camarada Plejánov en su perplejidad –contestó B. Krichevski–, yo le explicaré que a quien se quería cazar era a la redacción de Rabócheie Dielo. (Risa general). ¡Pero no nos hemos dejado cazar!” (exclamaciones de la izquierda: “¡Peor para vosotros!”). Por otra parte, un miembro del grupo Borbá (grupo de conciliadores), pronunciándose contra las enmiendas de la “Unión” a las resoluciones, y en su deseo de defender a nuestro orador, declaró que, evidentemente, la expresión “se quería cazar” se había escapado sin intención en el calor de la polémica. Por lo que a mí se refiere, creo que, de esta “defensa”, el orador que ha empleado la expresión no se sentirá del todo satisfecho. Yo creo que las palabras “se quería cazar a alguien” eran “dichas en broma, pero pensadas en serio”: nosotros hemos acusado siempre a Rabócheie Dielo de falta de firmeza, de vacilaciones, razón por la cual debíamos, naturalmente, tratar de cazarlo para hacer que en lo sucesivo fuesen imposibles las vacilaciones. No se podía hablar aquí de mala intención, porque se trataba de falta de firmeza en los principios. Y hemos sabido “cazar” a la “Unión” como camaradas, hasta tal punto**, que las resoluciones de junio fueron firmadas por el propio B. Krichevski y por otro miembro de la administración de la “Unión”. * Esta afirmación se repite en Dos congresos, pág. 25. ** A saber: en la introducción a las resoluciones de junio dijimos que la socialdemocracia rusa en conjunto mantuvo siempre la posición de principios del grupo “Emancipacion del Trabajo” y que el mérito de la “Unión” estaba sobre todo en su actividad en el terreno de las publicaciones y de la organización. En otros términos, dijimos que estábamos completamente dispuestos a olvidar el pasado y a reconocer que

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Los artículos publicados en el núm. 10 de Rabócheie Dielo (nuestros camaradas vieron este número sólo después de llegar al Congreso, unos pocos días antes de iniciarse sus sesiones) demostraban claramente que, del verano al otoño, se había producido en la “Unión” un nuevo viraje: los economistas obtuvieron una vez más la supremacía, y la redacción, dúctil a toda nueva “corriente”, se puso una vez más a defender a los “más declarados bernsteinianos” y a la “libertad de crítica”, a defender la “espontaneidad” y a predicar por boca de Martínov la “teoría de restringir” la esfera de nuestra acción política (pretendiendo que esto se debía a querer hacer más compleja esta misma acción). Una vez más se ha confirmado la certera observación de Parvus de que es difícil cazar a un oportunista con una simple fórmula, porque fácilmente firmará toda fórmula y con la misma facilidad renegará de ella, ya que el oportunismo consiste precisamente en la falta de principios más o menos definidos y firmes. Hoy, los oportunistas rechazan toda tentativa de introducir el oportunismo, rechazan toda restricción, prometen solemnemente “no olvidar un instante el derrocamiento de la autocracia”, hacer “agitación no sólo en el terreno de la lucha cotidiana del trabajo asalariado con el capital”, etc., etc. Y mañana cambiarán de tono y se pondrán en el viejo camino bajo el pretexto de defensa de la espontaneidad, de marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris y de ensalzar las reivindicaciones que prometen resultados tangibles, etc. Al continuar afirmando que en los artículos del núm. 10 la “‘Unión’ no ha visto ni ve ninguna abjuración herética de los principios generales del proyecto de la conferencia” (Dos Congresos, pág. 26), la “Unión” sólo revela con ello que es completamente incapaz o que no quiere comprender el fondo de las discrepancias. Después del núm. 10 de Rabócheie Dielo, sólo nos quedaba por hacer una tentativa: iniciar una discusión general para convencerla labor de nuestros camaradas de la “Unión” era útil a la causa, a condición de que acabaran por completo con las vacilaciones, que era lo que perseguíamos con la “caza”. Toda persona imparcial que lea las resoluciones de junio, las comprenderá solamente en este sentido. Pero si ahora la “Unión”, después de haber provocado ella misma la ruptura con su nuevo viraje hacia el economismo (en los artículos del núm. 10 y en las enmiendas), nos acusa solemnemente de faltar a la verdad (Dos congresos, pág. 30) por estas palabras sobre sus méritos, esta acusación no puede por menos, desde luego, que provocar la sonrisa.

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nos de si toda la “Unión” se solidarizaba con estos artículos y con su redacción. La “Unión” está, sobre todo, disgustada contra nosotros por este hecho, acusándonos de que intentamos sembrar la discordia en la “Unión”, de que nos inmiscuimos en cosas ajenas, etc. Acusaciones a todas luces infundadas, porque, teniendo una redacción designada por elección y que “vira” al más ligero soplo de viento, todo depende precisamente de la dirección del viento, y nosotros hemos definido esta orientación en las sesiones a puerta cerrada, a las que sólo asistían los miembros de las organizaciones venidas para unificarse. Las enmiendas que, por iniciativa de la “Unión”, se han introducido en las resoluciones de junio nos han quitado la última sombra de esperanza de llegar a un acuerdo. Las enmiendas son una prueba documental del nuevo viraje hacia el economismo y de la solidaridad de la mayoría de la “Unión” con el núm. 10 de Rabócheie Dielo. Se borraba del número de manifestaciones del oportunismo el “llamado economismo” (debido al supuesto “sentido indefinido” de estas palabras, si bien de esta motivación no se deduce sino la necesidad de definir con mayor exactitud la esencia de una aberración ampliamente difundida); también se borraba el “millerandismo” (si bien B. Krichevski lo defendía en Rabócheie Dielo núm. 2-3, págs. 83-84, y en una forma aún más franca en el Vorwärts*). A pesar de que las resoluciones de junio indicaban terminantemente que la tarea de la socialdemocracia consistía en “dirigir todas las manifestaciones de lucha del proletariado contra todas las formas de opresión política, económica y social”, exigiendo con ello que se introdujera método y unidad en todas estas manifestaciones de lucha, la “Unión” añadía palabras completamente superfluas, diciendo que la “lucha económica es un poderoso estímulo para el movimiento de masas” (estas palabras, de por sí, son indiscutibles, pero, existiendo un “economismo” estrecho, forzosamente tenían que llevar a interpretaciones falsas). Hay más aún: se ha llegado hasta a restringir de una manera directa en las resoluciones de junio la “política”, ya eliminando las palabras “por un instante” (en cuanto a no olvidar el objetivo de derribar la auto* En el Vorwärts se inició una polémica a este respecto entre su redacción actual, Kautsky y Zariá. No dejaremos de dar a conocer esta polémica a los lectores rusos[47].

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cracia), ya añadiendo las palabras “la lucha económica es el medio más ampliamente aplicable para incorporar a las masas a la lucha política activa”. Es natural que, después de introducidas estas enmiendas, todos los oradores que intervinieron por nuestra parte renunciaran uno tras otro a la palabra, entendiendo que era completamente inútil seguir las negociaciones con gente que vuelve a virar hacia el economismo y que se reserva la libertad de vacilar. “Precisamente lo que la ‘Unión’ ha considerado como condición sine qua non para la solidez del futuro acuerdo, esto es, el mantenimiento de la fisonomía propia de Rabócheie Dielo y de su autonomía, precisamente esto es lo que Iskra consideraba como obstáculo para el acuerdo” (Dos Congresos, pag. 25). Esto dista mucho de ser exacto. Nunca hemos atentado* contra la autonomía de Rabócheie Dielo. Efectivamente, hemos rechazado en forma categórica su fisonomía propia si se entiende por tal la “fisonomía propia” en los problemas de principio de la teoría y de la táctica: las resoluciones de junio contienen precisamente la negación categórica de esta fisonomía propia, porque en la práctica esta “fisonomía propia” siempre ha significado, lo repetimos, toda clase de vacilaciones y el apoyo, por culpa de estas vacilaciones, a la dispersión imperante en nuestro ambiente, dispersión insoportable desde el punto de vista del Partido. Con sus artículos del núm. 10 y con las “enmiendas”, Rabócheie Dielo ha puesto claramente de manifiesto su deseo de mantener precisamente esta fisonomía propia, y semejante deseo ha conducido natural e inevitablemente a la ruptura y a la declaración de guerra. Pero todos nosotros estábamos dispuestos a reconocer la “fisonomía propia” de Rabócheie Dielo, en el sentido de que debe concentrarse en determinadas funciones literarias. La distribución acertada de estas funciones se imponía por sí misma: 1) revista científica, 2) periódico político y 3) recopilaciones populares y folletos populares. Sólo si asintiese a esta distribución demostraría Rabócheie Dielo un sincero deseo de acabar de una vez para siempre con las aberraciones, contra las que iban encaminadas las reso* Si no contamos como restricción de la autonomía las deliberaciones de las redacciones, relacionadas con la formación de un consejo supremo común de las organizaciones unidas, cosa que Rabócheie Dielo aceptó también en junio.

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luciones de junio; sólo esta distribución eliminaría toda posibilidad de rozamientos y aseguraría efectivamente la firmeza del acuerdo, sirviendo a la vez de base para un nuevo auge y para nuevos éxitos de nuestro movimiento. Ahora, ningún socialdemócrata ruso puede ya poner en duda que la ruptura definitiva de la tendencia revolucionaria con la oportunista no ha sido originada por circunstancias “de organización”, sino precisamente por el deseo de los oportunistas de afianzar la fisonomía propia del oportunismo y de seguir ofuscando las mentes con los razonamientos de los Krichevski y de los Martínov.

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Enmienda para ¿Qué hacer?

El “Grupo de iniciadores”, al que me he referido en el folleto ¿Qué hacer?, me pide que haga la siguiente enmienda a la parte que expone su participación en el intento de conciliar las organizaciones socialdemócratas en el extranjero: “De los tres miembros de este grupo sólo uno se retiró de la ‘Unión’ a fines de 1900; los restantes no se retiraron hasta 1901, cuando se hubieron convencido de que era imposible conseguir que la ‘Unión’ aceptara celebrar una conferencia con la organización del extranjero de Iskra y con la ‘Organización Revolucionaria El Socialdemócrata’, que es en lo que consistía la proposición del ‘Grupo de iniciadores’. La administración de la ‘Unión’ rechazó al principio esta proposición, motivando su negativa a participar en la Conferencia en la ‘incompetencia’ de las personas que integraban el ‘Grupo de iniciadores’ mediador y expresando su deseo de entablar relaciones directas con la organización de Iskra en el extranjero. Sin embargo, muy pronto puso la administración de la ‘Unión’ en conocimiento del ‘Grupo de iniciadores’ que, después de la aparición del primer número de Iskra, en el cual se publicaba la nota sobre la escisión de la ‘Unión’, cambiaba de parecer y no quería ponerse en contacto con Iskra. ¿Cómo explicar, después de esto, por parte de un miembro de la administración de la ‘Unión’ la declaración de que la negativa de ésta a participar en la Conferencia se debía exclusivamente a su descontento por la composición del ‘grupo de iniciadores’? En verdad, tampoco 295

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se comprende bien que la administración de la ‘Unión’ haya prestado su conformidad para la realización de una conferencia en junio del año pasado, dado que la nota del primer número de Iskra se mantenía en vigor, y que la actitud ‘negativa’ de Iskra respecto de la ‘Unión’, se había afirmado aún más en el primer volumen de Zariá y en el cuarto número de Iskra que aparecieron antes de la Conferencia de junio”. N. Lenin Iskra, núm. 19, 1 de abril de 1902. Se publica según el texto del periódico Iskra.

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Notas

[1] Los lassalleanos y los eisenachianos constituyeron dos partidos dentro del movimiento obrero alemán en la sexta década y principios de la séptima del siglo XIX. Los lassalleanos eran partidarios y seguidores de F. Lassalle. La “Unión General Obrera Alemana”, fundada por Lassalle en 1863, era el núcleo fundamental de los lassalleanos. Considerando que era posible una transformación pacífica del capitalismo en socialismo con la ayuda de las asociaciones obreras apoyadas por el gobierno capitalista, los lassalleanos predicaban la sustitución de la lucha revolucionaria de la clase obrera por el derecho al sufragio universal y la pacífica actividad parlamentaria. Marx criticó severamente a los lassalleanos, observando que “durante muchos años ellos constituyeron un obstáculo para la organización del proletariado, y por fin terminaron convirtiéndose en un simple instrumento de la policía”. Marx hace una apreciación de la táctica y de los conceptos teóricos lassalleanos en sus trabajos Crítica del programa de Gotha, Escisión aparente en la Internacional y en su correspondencia con Engels. Los eisenachianos eran partidarios del marxismo y se hallaban bajo la influencia ideológica de C. Marx y F. Engels. Bajo la dirección de G. Liebknecht y A. Bebel fundaron, en el congreso de Eisenach realizado en 1869, el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania. Estos dos partidos lucharon encarnizadamente entre sí. 297

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En el Congreso realizado en Gotha en 1875, bajo la presión del movimiento obrero en ascenso y la intensificación de la represión del gobierno, ambos partidos se fundieron en un único Partido Obrero Socialista Alemán, en el cual los lassalleanos representaban el ala oportunista. Lenin describe a los lassalleanos y eisenachianos en su artículo titulado “Augusto Bebel”, escrito en agosto de 1913. [2] Guesdistas y posibilistas. Fueron corrientes del movimiento socialista francés surgidas en 1882, después de la escisión del Partido Obrero Francés. Guesdistas: partidarios de J. Guesde, corriente marxista de izquierda que defendía la política revolucionaria independiente del proletariado; en 1901 los guesdistas formaron el Partido Socialista de Francia. Posibilistas: corriente reformista pequeñoburguesa que desviaba al proletariado de los métodos revolucionarios de lucha. Los posibilistas proponían restringir la actividad de la clase obrera a los límites de lo “posible” en el sistema capitalista. En 1902, los posibilistas, conjuntamente con otros grupos reformistas, formaron el Partido Socialista Francés. En 1905, El Partido Socialista de Francia y el Partido Socialista Francés se unificaro. Durante la guerra imperialista de 1914-1918 J. Guesde y toda la dirección del Partido Socialista Francés pasaron a la posición socialchovinista. [3] Miembros de la Sociedad de los Fabianos, organización reformista y oportunista inglesa, fundada en el año 1884 por un grupo de intelectuales burgueses. La sociedad tomó su nombre del jefe guerrero romano Fabio Cunctátor (El Temporizador), famoso por su táctica expectante, que le hacía rehuir los combates decisivos. Los fabianos apartaban al proletariado de la lucha de clase y preconizaban la transición pacífica del capitalismo al socialismo mediante reformas menudas. Engels expone la caracterización de los fabianos en su carta a Sorge, del 18 de enero de 1893; Lenin se refiere también a ellos en 298

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las siguientes obras: “Prólogo a la traducción rusa del libro Cartas de J. F. Becker, J. Dietzgen, F. Engels, C. Marx y otros a F. Sorge y otros”; Programa agrario de la socialdemocracia en la revolución rusa; El pacifismo inglés y el desapego inglés por la teoría, y otras. [4] Lenin cita un fragmento traducido por él del prólogo de F. Engels a la tercera edición alemana de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de C. Marx. (Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XXI). [5] Organizadores y colaboradores de la revista Bes Saglavia (Sin título), editada en Petersburgo en 1906 por S. N. Prokopóvich, E. D. Kuskova, V. I. Bogucharski y otros. Los Bessaglavtsi se declaraban abiertamente partidarios del revisionismo, apoyaban a los mencheviques y liberales, y actuaban contra la política independiente del proletariado. Lenin llamó a los Bessaglavtsi kadetes tipo menchevique, o sea, mencheviques tipo kadete. [6] D. I. Ilovaiski (1832-1920). Historiador, autor de numerosos manuales oficiales de historia, ampliamente difundidos en la escuela primaria y media de Rusia antes de la revolución. En sus manuales, este historiador presentaba los hechos históricos como derivados fundamentalmente de la voluntad y la decisión personal de los zares y de la nobleza, y explicaba el proceso histórico por medio de circunstancias secundarias y fortuitas. [7] Una de las corrientes de la economía política burguesa, surgida en Alemania en las décadas séptima y octava del siglo XIX. Los representantes de esta tendencia predicaban desde las cátedras universitarias el reformismo liberal-burgués, encubierto bajo la apariencia del socialismo. Los socialistas de cátedra sostenían que el gobierno burgués está por encima de las clases y en condiciones de conciliar las clases hostiles y de establecer gradualmente el “socialismo”, teniendo en cuenta en lo posible las reivindicaciones de los trabajadores, sin afectar los intereses de los capitalistas. Los conceptos de los socialistas de cátedra fueron difundidos en Rusia por los “marxistas legales”. 299

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[8] Resolución sobre el problema de los “ataques a los conceptos fundamentales y a la táctica del Partido”, adoptada por el Congreso de la socialdemocracia alemana realizado en Hannóver del 27 de septiembre al 2 de octubre (del 9 al 14 de octubre) de 1899. El examen de este problema y la resolución que sobre el particular se adoptara en el congreso, se fundaban en el hecho de que los oportunistas, encabezados por Bernstein, se presentaron exigiendo la revisión de la teoría marxista y el nuevo examen de la política y la táctica revolucionarias de la socialdemocracia. En la resolución adoptada por el Congreso, se rechazaron las exigencias de los revisionistas, pero no se criticaba ni se desenmascaraba al bernsteinianismo. A favor de dicha resolución votaron también los partidarios de Bernstein. [9] Resolución aprobada en el Congreso de la socialdemocracia alemana que tuvo lugar en Lübeck del 9 al 15 (del 22 al 28) de septiembre de 1901. El punto central del trabajo del Congreso fue la lucha contra el revisionismo, el cual para entonces había cristalizado en el ala derecha del Partido con un programa propio y un órgano de prensa, el Sozialistische Monatshefte (La revista mensual del socialismo). El líder de los revisionistas, Bernstein, que ya mucho antes del congreso se había pronunciado por la revisión del socialismo científico, exigió en su intervención la “libertad de crítica” al marxismo. El Congreso rechazó el proyecto de resolución propuesto por los partidarios de Bernstein. En la resolución aprobada por el Congreso se hizo una abierta advertencia a Bernstein, pero no se planteó como cuestión de principio impedir que los bernsteinianos continuaran en las filas del partido obrero. [10] El Congreso de Stuttgart de la socialdemocracia alemana, realizado del 21 al 26 de septiembre (del 3 al 8 de octubre) de 1898, examinó por primera vez el problema del revisionismo en la socialdemocracia alemana. El congreso dio a conocer una declaración de Bernstein, que se hallaba ausente, en la cual éste exponía y defendía los conceptos oportunistas antes manifestados en una serie de artículos suyos. Entre los adversarios de Bernstein que asistieron al 300

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Congreso no había unidad de opinión. Algunos (Bebel y otros) se pronunciaron en favor de la lucha ideológica y de la crítica de los errores de Bernstein, pero fueron contrarios a la aplicación de medidas disciplinarias. El sector minoritario, encabezado por Rosa Luxemburgo, se manifestó decididamente contra el bernsteinianismo. [11] Starovier fue el seudónimo de A. N. Potresov, miembro de la redacción de Iskra; posteriormente llegó a ser un menchevique. [12] “El escritor envanecido”, es el título de uno de los primeros cuentos de Máximo Gorki. [13] Lenin se refiere a la colección titulada Materiales para la caracterización de nuestro desarrollo económico, publicada en un tiraje de 2.000 ejemplares por una imprenta legal, en abril de 1895. En la colección figura el artículo de V. I. Lenin (que firma con el seudónimo de K. Tulin) titulado “Contenido económico del populismo y su crítica en el libro del señor Struve (Reflejo del marxismo en la literatura burguesa)”, y dirigido contra los “marxistas legales” (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. I). [14] “La protesta de los socialdemócratas rusos” fue escrita por Lenin en el destierro, en 1899. Estaba dirigida contra el “Credo”, manifiesto del grupo de los “economistas” (S. N. Prokopóvich, E. D. Kuskova y otros, que más tarde se convirtieron en kadetes). Lenin recibió el “Credo” por intermedio de su hermana A. I. Elizárova, y escribió una protesta rigurosa y acusadora. La “Protesta” fue discutida y aceptada por unanimidad en la conferencia de 17 exilados políticos marxistas convocada por Lenin en Ermakóskoie, aldea del distrito de Minusinsk. La colonia de exilados de Turujansk y la de Orlov (de la provincia de Viatka) se adhirieron a la “Protesta”. “La Protesta de los socialdemócratas rusos” fue enviada por Lenin al extranjero, al grupo “Emancipación del Trabajo”. A comienzos de 1900 la “Protesta” fue reproducida en el libro de G. V. Plejánov Vademécum para la redacción de Rabócheie Dielo. 301

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[15] Bylóe (El Pasado). Revista histórica que apareció mensualmente en Petersburgo de 1906 a 1907. En 1908 la revista apareció con el nombre de Minuvshie Godi (Tiempos Pasados), y fue prohibida por el gobierno zarista. En julio de 1917 se reanudó su publicación en Petrogrado, y continuó hasta 1926. [16] Vademécum (Guía) para la redacción de Rabócheie Dielo. Colección de materiales y documentos, con prólogo de G. V. Plejánov, que denunciaba los conceptos oportunistas de la “Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero” y de su órgano Rabócheie Dielo. Esta colección fue compuesta por G. V. Plejánov y editada en el año 1900 en Ginebra, por el grupo “Emancipación del Trabajo”. [17] Volante redactado a fines de 1899 que exponía los conceptos oportunistas del comité de Kíev. El contenido coincidía en muchos puntos con el conocido “Credo” de los “economistas”. Lenin hace la crítica de este documento en su artículo “A propósito de la ‘Profession de foi’” (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. IV.) [18] Folleto editado por la redacción del periódico de los “economistas” R. Misl, en septiembre de 1899. En este folleto, y particularmente en el artículo “Nuestra realidad”, firmado con las iniciales R. M., se expresaban abiertamente los conceptos oportunistas de los “economistas”. [19] Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XIX. [20] Lenin cita, en traducción propia, un extracto del prefacio de Engels al trabajo La guerra campesina en Alemania (Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XVIII). [21] Rússkaia Stariná (La Antiguedad Rusa). Revista histórica mensual que apareció en Petersburgo de 1870 a 1918. [22] San Petersburgski Rabochi Listok (Hoja Obrera de San Petersburgo). Periódico ilegal, órgano de la “Unión de Lucha por la Emancipación 302

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de la Clase Obrera” de Petersburgo. Se publicaron dos números: el núm. 1 en febrero (fechado enero) de 1897, y se imprimió a mimeógrafo en Rusia con un tiraje de 300 a 400 ejemplares, y el núm. 2 apareció en Ginebra, en septiembre de 1897. [23] Rabóchaia Gazeta (Gaceta Obrera). Órgano ilegal del grupo socialdemócrata de Kiev. Se publicaron dos números: el núm. 1 en agosto de 1897 y el núm. 2 en diciembre (con fecha noviembre) del mismo año. El Primer Congreso del P.O.S.D.R. proclamó a Rabóchaia Gazeta, órgano oficial del Partido. Después del Congreso, el periódico no volvió a aparecer, pues la policía asaltó la imprenta y los miembros del Comité Central fueron detenidos. [24] La reunión privada que cita Lenin se realizó en Petersburgo entre el 14 y el 17 de febrero (26 de febrero y 1 de marzo) de 1897. Asistieron a ella V. I. Lenin, A. A. Vaniéiv, G. M. Krzhizhanovski y otros miembros de la “Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera” de Petersburgo, o sea, los “viejos”, puestos en libertad provisional por un término de tres días antes de ser deportados a Siberia, y los “jovenes” que dirigían la “Unión de Lucha” después del arresto de Lenin. [25] Listok Rabótnika (Hoja del Obrero). Fue publicado en Ginebra de 1896 a 1899 por la “Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero”. Se editaron 10 números: los núms. del 1 al 8 fueron publicados bajo la redacción del grupo “Emancipación del Trabajo”. Después del viraje de la mayoría de los miembros de la “Unión” hacia el “economismo”, el grupo “Emancipación del Trabajo” se negó a continuar su redacción. Los núms. 9 y 10 fueron publicados por la nueva redacción designada por la “Unión”. [26] Se refiere al artículo de V. P. Ivanshin. [27] V. V.: Seudónimo de V. P. Vorontsov, uno de los ideólogos del populismo liberal de las décadas octava y novena del siglo XIX. 303

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Lenin llama “los V. V. de la socialdemocracia rusa” a los “economistas”, que representaban la tendencia oportunista dentro de la socialdemocracia rusa. [28] Los sindicatos de Hirsch y Duncker fueron fundados en 1868 por los liberales burgueses alemanes Hirsch y Duncker, quienes predicaban la “armonía entre los intereses de clase”; con esto desviaban a los obreros de su lucha revolucionaria de clase contra la burguesía y limitaban las tareas de movimiento sindical a la acción en las cajas mutuales y en las organizaciones de carácter culturaleducativo. [29] Nakanunie (La Víspera), revista de orientación populista publicada en ruso, en Londres, desde enero de 1899 hasta febrero de 1902. Aparecieron 37 números. La revista agrupó en torno suyo a los representantes de diversos partidos pequeñoburgueses. [30] Con el seudónimo N. Béltov, G. V. Plejánov publicara legalmente en 1895, en Petersburgo, su conocido libro Contribución al problema del desarrollo de la concepción monista de la historia. [31] Se refiere a la sátira en verso titulada “Himno del moderno socialista ruso”, publicada en el núm. I de Zariá (abril de 1901) bajo la firma de Narciso Tuporílov, en la que se ridiculiza a los “economistas” y su facilidad para adaptarse al movimiento espontáneo. El autor de estos versos es I. O. Mártov. [32] En el núm. 7 (agosto de 1901) de Iskra, en la sección titulada “Crónicas del movimiento obrero y cartas recibidas de las fábricas”, se publicó la carta de un obrero tejedor, que testimoniaba la enorme influencia de Iskra leninista sobre los obreros de avanzada. “... He mostrado Iskra a tantos compañeros de trabajo que el periódico quedó completamente ajado ... y nos es tan valioso ...” –escribía el autor de la carta–. “En él se habla de nuestra causa, de la causa de todo el pueblo ruso, que no puede ser valorada en monedas, ni estimada en tiempo; cuando se lo lee se ve claramente por 304

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qué los gendarmes y la policía nos temen a nosotros, los obreros y a los intelectuales que nos conducen. Somos el terror no sólo de los bolsillos del patrono, sino del patrono mismo, del zar, de todos ... El pueblo obrero puede ahora estallar fácilmente; ya se divisa la humareda que viene desde abajo; sólo falta la chispa para que se produzca el incendio. ¡Y qué cierto es aquello de que de la chispa surgirá la llama! ... Antes, cada huelga era un acontecimiento, pero ahora cualquiera puede ver que la huelga sola nada significa, ahora es necesario luchar por la libertad, conquistarla a riesgo de nuestras vidas. Ahora todos, los viejos y los jóvenes, todos quisieran leer pero, y ésa es nuestra desgracia, ¡no tenemos libros! Yo mismo reuní el domingo pasado a 11 personas y les leí, de principio a fin “¿Por dónde empezar?”, de modo que hasta el anochecer no nos separamos. ¡Qué bien se explica todo en este trabajo, con cuánta claridad se analizan todos los problemas...! Por eso quisimos escribir una carta a esa Iskra vuestra, para que no sólo nos enseñe cómo empezar, sino también cómo vivir y cómo morir. [33] Rossía (Rusia) - Periódico moderadamente liberal, publicado en Petersburgo de 1899 a 1902. [34] Sanpetersbúrgskie Viédomosti (Noticias de San Petersburgo). Diario publicado en Petersburgo desde 1728, como continuación del primer periódico ruso Viédomosti (Noticias) que se publicó desde 1703. De 1728 a 1874 Sanpetersbúrgskie Viédomosti fue editado por la Academia de Ciencias, y a partir de 1875 por el Ministerio de Educación Pública. Este periódico continuó apareciendo hasta fines de 1917. [35] Se refiere al pequeño “Grupo de Obreros para la Lucha contra el Capital”, organizado en Petersburgo en la primavera de 1899, y cuyas ideas lo aproximaban a los “economistas”. Este grupo imprimió a mimeógrafo el volante titulado “Nuestro programa”, cuya difusión no llegó a realizarse a consecuencia de la caída del grupo en manos de la policía.

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[36] Se refiere a S. N. Prokopóvich, uno de los activos “economistas”; más tarde kadete. [37] Lenin alude a su actuación revolucionaria en Petersburgo desde 1893 a 1895. [38] Se refiere al folleto titulado Informe sobre el movimiento socialdemócrata ruso ante el Congreso Socialista Internacional de París del año 1900. Este informe fue presentado al congreso por la redacción de Rabócheie Dielo por encargo de la “Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero” y publicado en el año 1901 por la “Unión” en Ginebra, en forma de folleto. En este folleto se incluyó también el informe del Bund (“Historia del movimiento obrero judío en Rusia y Polonia”). [39] Esta nota de Lenin fue escrita por razones de clandestinidad, pues, en realidad, los hechos están expuestos en su orden cronológico. [40] Se refiere a las conversaciones que se realizaron entre la “Unión de Lucha para la Emancipación de la Clase Obrera”, de Petersburgo, y Lenin, quien en la segunda mitad del año 1897 escribió los dos folletos citados en el texto. [41] Se alude a las negociaciones sostenidas por el C.C. del Bund y Lenin. [42] Al hablar del cuarto hecho Lenin se refiere a la tentativa de la “Unión de Socialdemócratas Rusos en el Extranjero” y del Bund de convocar, en la primavera de 1900, el segundo Congreso del partido. El miembro del comite mencionado por Lenin es I. J. Lalaiantz (miembro del comité socialdemócrata de Ekaterinoslav), quien se trasladó a Moscú en febrero de 1900, para las negociaciones con Lenin. [43] Lenin citó el artículo “El error de la idea poco madura” de D. I. Písarev. (Véase D. I. Písarev, Obras Escogidas en dos tomos, t. II, págs. 124, 125, 1935, edición rusa). 306

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[44] Lenin se refiere al siguiente pasaje de la obra de C. Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijeramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera como tragedia y la segunda como farsa”. (Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. VIII). [45] Infantería privilegiada del sultán de Turquía, disuelta en 1826. Se hizo célebre por su ferocidad en los asaltos y saqueos de las poblaciones. Lenin llama genízaros a la policía zarista. [46] Este anexo fue omitido por Lenin al ser reeditado el ¿Qué hacer? en 1907, en la colección Durante doce años. [47] En Iskra núm. 18, del 10 de marzo de 1902, en la sección titulada “Del partido”, se publicó la nota “Polémica de Zariá con la redacción de Vorwärts” que resumía las conclusiones de esa polémica.

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Acción militar, 91-92

Camaradas, 93, 107, 130, 141-142, 206, 208, 213, 240-241, 257, 261, 265, 269, 278, 290-291

Agitación, 81, 83, 86-87, 89-91, 93, 122, 127-128, 141, 143, 146, 152, 154-158, 160-161, 164-167, 169171, 174, 176, 181, 184-186, 188, 190, 197-199, 201-202, 206-207, 214, 215, 216, 220, 228, 231, 243, 250, 253, 264, 269, 270, 276, 277, 278, 279, 289, 291 Alemania, 107, 116-117, 121, 138, 145, 150, 195, 297, 299, 302 Alianza, 111-112 Armisticio, 102

Campesino, 96, 168, 264 Capital, 129, 140, 202, 204, 210, 219, 225, 279, 289, 291, 305 Capitalismo, 117, 135-136, 153, 212, 297-298 Censura, 111-112, 119, 160, 168, 187 Centralización, 224-225, 229 Chernishevski, 120 Ciencia, 101, 104, 123, 136-137

Autocracia, 80, 90, 97, 120, 128-129, 143, 154-156, 161, 183, 190-192, 207, 211, 223, 234-235, 239, 248, 268, 271, 280, 284, 289, 291-292

Clandestino, 213, 224-225, 239, 245, 251

Autoemancipación, 140-141, 143, 152, 158, 202, 240

Conciencia de, 153, 167, 193

Axelrod, 120, 141-142, 163, 174, 190

Lucha de, 102, 106, 109, 112, 127, 135-136, 192, 194, 234-235, 272, 285

B Bakunin, 121 Bebel, 108-109, 165, 220, 232, 273, 297-298, 301 Belinski, 120 Bernstein, 102-103, 108-109, 113, 116, 146, 159, 161, 300-301 Bernsteinianismo, 103, 106, 108110, 112, 115, 147, 169, 289, 300301 Bolcheviques, 76, 79 Bund, 157, 259-261, 306 Burgués, 102-103, 138, 174, 194, 196, 299 Burguesía, 76, 95, 105-106, 112, 137138, 143, 163, 194, 304 Burocracia, 217, 268

Clase[s]

obrera, 131, 163, 182, 194, 227, 306

78, 94-95, 112, 127-128, 138-139, 145, 153-155, 167-168, 174, 176-177, 184-185, 187-188, 190, 216, 220, 222-223, 226234, 236, 297-298, 303,

Comité, 114, 192, 199, 203, 216, 219, 221-222, 224, 242, 257, 259-261, 280, 302-303, 306 Consigna, 87, 92, 97, 101, 105, 222, 280, 285 Conspiración, 202, 209, 235, 260-261 Corrupción, 104, 110, 214 Credo, 113-114, 135, 137, 142, 173174, 193-194, 229, 285, 301-302 Crítica, 75, 81, 87, 101-105, 107-120, 142, 150, 182, 258, 274, 284-285, 291, 297, 300-302 311

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¿Qué hacer?

D

G

Democracia, 103, 112, 159, 176, 179, 182, 193-196, 238, 241-242, 249

Dirección, 85, 174, 184, 188, 191, 241, 249, 251, 292, 297-298

Gobierno, 94-96, 102, 111, 127, 139, 157, 159-163, 166, 170-173, 175, 177-179, 183, 186-188, 190-193, 196-197, 200, 203, 205, 207-210, 212, 215, 221, 224, 228, 235-236, 240, 251-252, 262, 271, 280, 297299, 302

División del trabajo, 96, 245

Gotha, 119, 297-298

Dogmatismo, 101, 118, 215

Guerra, 76, 121, 126, 133, 145, 152153, 179, 187, 198-199, 215, 229, 234, 293, 298, 302

Dictadura del proletariado, 102, 112, 143

E

Ruso-japonesa, 76

Economía, 133, 139, 144, 156, 299 Economismo, 75, 77, 82, 85-87, 90, 113-116, 130-132, 134, 139, 142, 147-149, 154, 158, 162-163, 173, 175, 177, 188, 194, 202-203, 208, 216, 224, 227, 236, 267-268, 274275, 285, 288-289, 291-293, 303 Educación, 154, 167, 173, 175-176, 188-190, 245, 263, 305

Guesde, 165, 298

H Hertzen, 120

I Ideología, 115, 135, 137-139, 141, 189, 191

Eisenachianos, 101, 297-298 Inglaterra, 135, 171, 179 Emancipación del trabajo, 75, 118, 128, 149, 208, 259, 287-289, 301303

Insurrectos, 92, 276

Engels, 103, 107, 118, 121, 123, 127, 143, 152, 179, 297-299, 302, 307

Intelectuales, 106, 127, 129, 134, 137, 150, 156, 171-173, 189-190, 200, 211, 213, 227, 230-232, 264, 283, 298, 305

Espontaneidad, 117, 125-126, 130, 133-135, 137-140, 143-145, 147, 149-150, 154, 171-175, 180, 191, 193, 197, 203, 205, 225, 233, 284285, 291

Internacional, 83, 101-102, 105, 109, 120, 123, 145, 147, 164, 167, 194, 287, 297, 306

Folleto, 76, 78-79, 82, 85-87, 93, 121, 128, 141-142, 153, 158, 161, 165, 203, 210, 235, 252, 255, 257, 259, 289, 295, 302, 306

Iskra, 75-82, 85-86, 90, 105, 109, 113, 115, 117, 125, 129, 135, 137, 144, 146-149, 151-155, 159-161, 166167, 169-170, 174, 179, 183-184, 187, 189-192, 195, 204, 206-207, 215, 233, 237, 255-257, 259-260, 262-265, 267-270, 275-278, 287289, 293, 295-296, 301, 304-305, 307

Francia, 103, 108, 298

Izquierda, 290, 298

F Figner, 240

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J

Marx, 103, 119, 127, 135, 143, 179, 273, 297, 299, 302, 307

Jacobinismo, 106 Jefes, 122, 164, 184, 197, 220-221, 227, 232

K

Marxismo, 102, 110-113, 115, 118119, 126, 133, 145-147, 188, 194, 198, 202-203, 221, 234, 253, 267, 284, 286, 289, 297, 300-301 Marxista, 106, 111-113, 135, 174, 242, 273, 284, 298, 300

Katkovs, 187

Marxistas, 107, 111-113, 117, 119, 133, 147, 299, 301

Kautsky, 135, 165, 242, 292 Knight, 179

Lafargue, 165

Masas, 79, 87, 90, 92, 104, 123, 125, 128, 136-137, 142-143, 149-150, 155-157, 161, 164-165, 167-169, 175-176, 179, 183, 185, 193, 195196, 201, 203-206, 208-209, 216, 221, 224-225, 227, 229-235, 243, 262-264, 279-280, 283-284, 292293

Lassalleanos, 101, 297-298

Mencheviques, 76, 81-82, 106, 299

Libertad de crítica, 87, 101, 104105, 107-110, 113-119, 150, 182, 284, 291, 300

Mescherskis, 187

Krichevski, 106-108, 143-144, 147, 162, 180, 204, 211, 235, 248, 255, 266, 273, 284-285, 290, 292, 294

L

Mijáilov, 132, 240 Millerand, 102-103

Liebknecht, 90, 145, 179, 220, 297 Ministerialistas, 102 Lomonósov, 162-163, 166 Lucha, 75-83, 85, 89-92, 95, 102, 104, 106-110, 112-113, 115, 117-118, 121-122, 126-129, 131-136, 138146, 151-163, 165, 167-175, 177179, 181-184, 187-200, 203-213, 215-217, 219-221, 223-224, 226228, 232, 234-237, 240, 242, 249, 251-253, 255-256, 262-265, 268, 272, 277-278, 283-284, 289, 291293, 297-298, 300-301, 304 Luxemburgo, 301

Mujiks, 198 Myshkin, 205, 240

M Martínov, 82, 144, 151, 153, 158-167, 169-171, 173-174, 179-180, 183-184, 188-190, 208, 211, 255, 266, 273, 280, 285, 291, 294

Movimiento, 75, 79-81, 87, 89, 91, 9394, 96, 106, 110, 112-113, 115, 117123, 125-127, 129-130, 132-135, 137-140, 142-143, 145, 148-150, 153-154, 157, 159, 163-164, 168169, 172-175, 178, 180-182, 185, 187-188, 191-196, 198-209, 212215, 217-225, 227-229, 233-237, 240, 242-247, 250-251, 253, 259, 261, 263-264, 267, 269-270, 274, 278, 283-284, 289, 292, 294, 297298, 304, 306

155, 177, 204, 284-

O Obrero, 75, 79-81, 110, 112, 115, 120122, 126-127, 129, 132-135, 137140, 142-143, 150-151, 153-154, 313

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¿Qué hacer?

156, 164, 168-170, 172-175, 177, 180, 185, 187, 190-191, 193-196, 201, 203-204, 206, 208, 211-215, 219-221, 227, 230-232, 234, 246, 248, 250, 252, 256, 275, 283-284, 297-298, 300, 303-306 Opinión pública, 77, 110, 200, 241 Oportunismo, 75, 102, 104-105, 109110, 115-116, 119, 145, 149, 160, 289, 291-292, 294 Organización, 75-79, 81, 83, 85-87, 89-91, 93, 95-96, 120-121, 123, 130-132, 143-146, 149-150, 153155, 158, 176, 185, 188, 191-192, 197-198, 200-204, 206-213, 215220, 222-231, 233-237, 239-246, 251-253, 255-257, 260-265, 268, 270-271, 273-280, 285, 287-290, 294-295, 297-298

P Parvus, 76, 80, 291 Periódico, 76, 81, 87, 93-97, 128-129, 132, 172, 179, 186-187, 192, 199, 217, 244-251, 255-256, 261-268, 270-272, 275, 277-281, 285, 293, 296, 302-305 Peróvskaia, 240 Plan, 85-87, 89, 91, 93, 96, 144-146, 170, 182, 198-199, 215, 225-226, 243, 255-258, 261, 263-265, 268269, 272, 274, 278, 281 Plejánov, 75, 81-82, 90, 106, 141, 162-164, 166, 180, 203-206, 239, 273, 290, 301-302, 304 Poder, 91, 96, 156, 158, 187, 231, 234235, 244, 260, 275

Política, 77, 80-81, 83, 86-87, 90-91, 93, 95-96, 102-103, 105-106, 108, 110, 112-113, 120-122, 127-129, 132-133, 139-141, 143-145, 147, 151-162, 165-178, 180-182, 184, 186, 188-190, 192-197, 203-204, 206-211, 215-216, 220-223, 226, 230-232, 235, 237-238, 245, 249251, 253, 256, 262, 264, 266, 270, 276-280, 285, 291-293, 298-300 Populismo, 112, 283-284, 301, 303 Práctica, 81, 89, 104, 109-110, 112, 119, 121-122, 127, 129, 146-147, 152, 155, 165, 167-168, 180-181, 188, 194, 200-202, 204-205, 207, 220, 228, 239, 242, 255-256, 259, 263-264, 274, 279, 283, 285, 287, 293 Prensa, 78, 93, 110, 114, 118, 187, 197, 217, 224, 243, 249-252, 268, 271, 300 Programático, 82 Prokopóvich, 113-114, 138, 161, 284, 299, 301, 306 Proletariado, 78, 82, 94-95, 102, 105-108, 112, 118, 123, 125, 135136, 143-144, 151, 164, 174, 179181, 188, 190, 193, 196, 203, 206, 216, 232, 235, 242, 289, 292, 297299 Proletario, 79, 82 Propaganda, 81, 83, 93, 104, 131, 146, 154, 164-166, 169, 175, 179, 181182, 185-186, 190, 198, 226-228, 240, 255-256 Protesta, 90, 93-94, 111, 114, 142, 161, 186, 191, 193, 195, 197, 242, 263-265, 278, 301 Pulcheria, 214

Policía, 75, 94, 113, 128-129, 132, 156-157, 161, 168, 171, 178, 183, 186, 191, 195, 199, 207-209, 214, 217-218, 223-226, 228-229, 232, 239, 245, 272, 297, 303, 305, 307 314

R Rabóchaia Gazeta, 129, 141, 233, 243, 259-261, 265, 303

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Rabóchaia Misl, 90, 130-134, 139140, 142, 145, 152, 162, 166, 194, 207, 219, 233, 247, 252-253, 260, 267 Rabócheie Dielo, 85, 87, 89-92, 105106, 108-109, 125, 128, 134-135, 139-140, 142, 144, 147-151, 153, 155, 157, 159-161, 163, 170, 172, 174, 181, 194, 196, 204, 206-207, 215, 222, 233, 240, 256-258, 261, 266, 270, 273-274, 285, 287-293, 301-302, 306 Reformismo, 299 Reformistas, 298 Revisionismo, 102, 299-300

284, 286, 289-290, 292, 299-300, 304 Socialdemócrata, 75, 77-79, 81, 87, 95, 115, 120-121, 127-129, 135, 138, 140, 143, 146, 150-151, 153154, 156-159, 162, 167-168, 170171, 173, 176-178, 180-182, 184, 186, 188, 190-191, 193-195, 198, 200, 206, 210-213, 216, 218, 224225, 229, 233, 237-238, 242, 249253, 256, 270, 278, 285, 288, 294295, 297, 303, 306 Socialismo, 79-80, 93, 101-102, 104, 107, 112-113, 121-123, 127, 133, 136-137, 139-140, 153, 157, 160, 171, 196, 218, 221, 234, 242, 253, 285, 297-300

Revolución, 77, 102, 112, 143-144, 194, 201, 203, 210, 232, 255, 263, 270, 275, 277-279, 299

Socialreformismo, 102

Revolucionarios profesionales, 7678, 197, 208-209, 221, 223-225, 228, 239-240, 272

Svoboda, 172, 174-176, 203, 219-220, 222-224, 230-231, 242, 246, 248249, 255, 263, 268, 276-277

Subátov, 113, 138, 140, 213-215, 218

Rogachev, 240 Rusia, 75, 79-80, 86-87, 93-94, 96, 110, 112, 116-117, 126-129, 131, 140-141, 143, 150, 156, 158, 163, 171, 178, 187, 192, 194, 197, 201, 203, 206, 211, 213, 216, 225-226, 231, 236, 241, 243-244, 246, 248253, 255-257, 259, 262-265, 270273, 275-281, 283-284, 287, 299, 303, 305-306

S Serebriakov, 239-240 Sindicato, 211 Socialdemocracia, 78-79, 81, 85-87, 91, 93, 101-107, 109, 112, 115, 119121, 125, 127-130, 132-138, 143146, 148-150, 153-154, 156-158, 160, 163-164, 167, 172, 174, 176, 180, 182, 185, 189-191, 193-196, 202-204, 210-211, 215-216, 218, 221, 228-229, 237, 253, 278, 283-

T Táctica, 76-77, 90-91, 108, 110, 115117, 129, 138, 141, 144-147, 149, 156, 162-163, 174, 183, 193, 204, 206-207, 229, 234, 273-275, 277278, 287-288, 293, 297-298, 300 Teoría, 102, 110-112, 115-116, 118121, 126, 128, 139, 143, 149, 157, 160, 162, 167, 188, 192, 198, 203, 206, 224, 228, 233-235, 242, 255, 277, 283-285, 288-289, 291, 293, 299-300 Terror, 91-92, 146, 148-149, 173-176, 203, 220, 224, 236, 267, 275-276, 284, 288, 305 Terrorismo, 148-149, 173, 175, 223, 285 Tierra y Libertad, 234 Trabajo, 75-76, 81, 87, 90, 94-97, 104, 113, 115, 118, 128-129, 131, 140, 315

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¿Qué hacer?

146, 149-150, 152-154, 158-159, 171, 173, 177, 180, 184-185, 190, 197-198, 200, 202-206, 208, 217, 219, 223-228, 231, 233, 239-240, 242-253, 257, 259-264, 266-271, 274-275, 278-281, 283-285, 287291, 300-305 Tradeunionismo, 112, 127, 133, 137138, 146, 180, 194, 210-212, 216, 253, 285

U Unión Obrera Judía. Ver Bund

V Vanéiev, 128, 130 Vanguardia, 120, 123, 176, 181-184, 187-188, 195-196, 286

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Vasíliev, 213 Voluntad del pueblo, 101, 111, 233234, 236, 283-284

Z Zar, 103, 234, 305 Zarismo, 156, 207, 234 Zemstvo, 184, 190-191 Zheliábov, 205, 240, 273

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Hipólito Yrigoyen 1584 Buenos Aires, Argentina en el mes de octubre de 2004. Primera impresión, 1.000 ejemplares.