Puntuacion Y Estilo En Psicoanalisis

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índice

Du pas de texte. Albert F o n ta in e ........................................

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impropiedad.. . Alberto Sladogna C e im a n ........................

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La escritura de las psicosis. Ricardo MenéndezBarquín . 35 La espada mellada. Jan M. William ..................................

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El control: una dificultad de nominación. Miguel Felipe Sosa ....................................................................................

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Corte y puntuación. Antonio Montes de Oca T ......................71 El escritor, el acto de la escritura. María Celia Jáuregui Lorda ................................................................................. 77 Con la escritura a cuestas (Jorge Cuesta, alquimista de la palabra). Jesús R. Martínez Malo .................................. 89 Puntuación e ins(des)titución. Marcelo P a ste rn a c ............ 109 Historia de la institución: ¿cantar de gesta? Rodolfo Marcos ................................................................ 139

Du pas de texte1 Albert Fontaine Es posible que la cuestión del texto (de un seminario habla­ do de J.L.) no haya sido jamás planteada como tal en tanto que Lacan proseguía su seminario. Quizá le hacían pantalla una serie de suposiciones emanadas de su auditorio o atinentes a su per­ sona. No es sino más tarde que ha surgido la cuestión con am­ plitud de la desviación que hay entre un “ seguir” (estar ahí, por ejemplo, como “ tom ador” de apuntes) y leerlo. La publicación en Seuil del libro XI no fue suficiente. Pasó sin crítica. Sin embargo, ¿no había tenido el aval de J.L. mis­ mo? Habrá sido necesario esperar un tiempo y la puesta en mar­ cha efectiva de un trabajo de establecimiento del texto para que surgiese la piedra angular sobre la que pivotea toda la cuestión: no hay texto escrito original de un seminario. Fue necesaria la detención2 de los seminarios, la muerte, qui­ zá, de Lacan para que a un cierto número apareciese la delicada pero esencial cuestión del texto del seminario y su corolario: el de su lectura. Para algunos, entonces, ya no era suficiente estar ahí, sino leer; Pero, ¿leer qué?, porque, en el origen, el texto está ausente. Leer a Lacan, ¿querría decir, desde entonces, esta­ blecer el texto (al entender que las estenografías que circulan no constituyen ningún texto escrito)? Estaba el “ modelo” del seminario XI (antes de que apare­ cieran los otros). Ahí una vez más habría sido necesario un tiempo para que la equivalencia entre la ausencia del texto original y el ' “ Del paso de texto” , “ Del no hay texto” , “ El engañado (d u p /e ) tiene texto” , “ Del giro de texto” . . . 2A rret, en francés.

“ valor de original” que éste se atribuye no apareciera más con tanta evidencia. En el momento actual, ¿qué quiere decir: leer a Lacan? Nuestro tiempo es aquel de los stenos3, no solamente por­ que constituyen lo esencial del material con el cual la cuestión de la lectura se plantea, sino también (en su sentido griego de “ pasaje estrecho” ) porque son una convocatoria ineludible si se trata de leer. En este sentido, leer quiere decir: confrontarse a trazos de aquello que ha sido escuchado pero cuya fiabilidad es más que dudosa, darse cuenta de que con la voz se pierde el pi­ vote de una relación transferencial, que ninguna referencia puede ser llamada del exterior que validaría la lectura y su sentido. En este nivel, leer quiere decir el encuentro con una forma de au­ sencia4 (legible por todas partes de la estenografía): la equivocidad del significante. Leer quiere decir, en la etapa siguiente, que la relación en­ tre lo que ha sido dicho y lo que otros han escrito no es tan sim­ ple como para regularse por una especie de equivalencia de un sonido a su grafía. Cierto, hay algo que pasa de lo oral a lo es­ crito, pero esta operación-es eminentemente delicada. El pas de texte5 en el origen plantea que aquello con lo que la lectura tie­ ne que ver es la “ fonía” 6, una fonía cargada de equívoco. Pon­ gamos que los registros magnetofónicos no hacen más que aplazar7 el problema del pasaje a lo escrito. No resuelven nin­ gún problema de manera específica. No están sino técnicamente más cercanos a la fonía de los orígenes. El tercer postigo de la operación de lectura hace surgir una forma de paradoja. Se plantea de entrada que la lectura de un seminario hoy en día no puede hacerse correctamente sin que,

}Stenos: taquim ecanógrafo(a). Conservamos el original en francés por la utiliza­ ción que hace del térm ino en su sentido griego. 4A b-sense en el original: ausencia, pero tam bién alejado de. . . sentido. 5Referirse a la nota 1. 6phonie en el original. La pronunciación francesa de este térm ino resuena a la palabra inglesa p h o n y = falso, falsificado. 7recu leren el original: echar para atrás, aplazar, alejar, retroceder; fig.: vaci­ lar; en México recular se utiliza para describir este tipo de acciones en los animales.

de una manera o de otra, el lector intervenga en ella. Leer quiere decir transformar, hacer cortes, restablecer, o sea, constituirse en una función de autor*. La forma de la paradoja conduce a esto: que leer equivalga más o menos a promover el texto. No hay texto8 entonces en el origen, sino trazos de una fonía. De ahí parte la etapa siguiente: el establecimiento como res­ puesta a la cuestión de la lectura. • • • La pluralidad de lecturas posibles de un seminario requiere que sean explicitados los principios que regulan la efectuación del trabajo sometido al público. J.-A.M. da razón del suyo**. A su público, él ofrece un texto que se apoya sobre una cierta lógica que regula la incon­ sistencia ligada a la falta de un texto original. La versión pro­ puesta se apuntala en una comprensión previa del seminario, la cual, a su vez, ordenará los cortes y decidirá el sentido. Su esta­ blecimiento es un establecimiento enfundado en la certeza de ha­ ber asido la articulación lógica de la enseñanza de Lacan “ lo suficientemente lejos” para “ restituirla a través de la escritura” (pág. 16). Así se deriva que (de no querer contar para nada) “ es ponerse en una posición tal que yo pueda escribir yo y que este yo sea aquel de Lacan” (pág. 16)9. La efectuación de su establecimiento parte de un trabajo de redacción, “ pero sobre todo de logicización” (pág. 20), del cual hace adoptar a Lacan la particularidad. En este nivel, se cierra10 la certeza de haber asido la articulación a partir de la cual logicizar el discurso de Lacan viene a “ plegarse a la racio­ nalidad de su pensamiento” (pág. 16). Lo que no quiere decir que una lectura literal no sea hecha (¿cómo sería evitable?); o *Jean Allouch: Dialogues avec Lacan. L ittoral, 17, p. 141. **Le Bloc-Notes de la Psychanalyse, 4, 1984. 8Referirse a la nota 1. 9Subrayado en el original de la entrevista. wboucle: Cfr. nota sobre esta palabra en Seminario de E rik Porge. Ediciones psicoanalíticas de la letra; México, 1987; p. 22.

sea, un trabajo al nivel del significante y no de la significación. Pero ahí no está lo esencial. Su punto débil está en otra parte: el desciframiento está guiado por el sentido de una racionalidad logicizada planteada desde el principio. “ Una transcripción... lo que se lee pasa a través de la es­ critura, quedando ahí indemne. Ahora bien, lo que se lee es de aquello que yo hablo por­ que eso que digo está condenado11 al inconsciente, sea lo que se lee ante todo (Seuil, Libro XI)” . La fórmula del “ paso a través de la escritura” puede pare­ cer asombrosa y tomar al revés la práctica del desciframiento que es el establecimiento de un seminario. De ésta viene, en efecto, la evidencia de que ninguna fórmula de continuidad existe entre el discurso y su escritura. Son campos heterogéneos: a la palabra12 le hace falta lo escrito; a lo escrito, la polisemia de la palabra. Es sin embargo claro que de un campo a otro “ al­ go” pasa. ¿De qué se trata? De lo que se lee, dice Lacan. Ahora bien, en esa fecha (1973) no parece que leer, en el sentido de “ lo que está condenado al inconsciente” , tenga otra significación que la de designar la operación de desciframiento misma, el texto in­ consciente estando ya ahí, de cierta forma, en el parto13 de una lectura. La lectura que aquella supone se acentúa sobre el lector en tanto que éste está dado a la tarea de efectuar una operación literal, en los límites del sentido. Se puede entonces plantear que de una transcripción Lacan esperaba que fuese leída, pero con esta inflexión singular de la operación de lectura. Para stécriture ahí está una de las apuestas esenciales: el “ pa­ so a través” de lo que se lee está para abrir en la medida de lo posible. Está claro, por ejemplo, que un texto que evacúa la os­ curidad del estilo, que endereza y corrige en beneficio de la cla­ ridad, obtura la operación de lectura que Lacan esperaba del lector. u voué en el original: consagrado, dedicado, profesado (un sentimiento). 12parole en el original: palabra hablada. ,3gesine: yaciendo, acostado, enferm o, enterrado, parto.

Es en este sentido que para stécriture se deriva un cierto nú­ mero de principios sobre los cuales se regula el establecimiento: —El texto no pretende, de manera alguna, valer como de­ finitivo: revisable por otros que llama a la lectura, supo­ ne que ninguna marca autentificante clausura el sentido. —Cada opción que exige la escritura deja al margen, o a pie de página, huellas de su operación. — Su operación es de entrada literal, su sentido el resulta­ do de la operación de desciframiento (advertido, sin du­ da también, de un saber referencial). —El texto así producido no se distingue de las huellas que ha dejado visibles (aquellas que testimonian los cortes ne­ cesarios a lo que se constituye como escrito) más que como una versión posible de un texto, por lo demás ausen­ te. La edificación del texto así establecido es, para ha­ blar propiamente, su andamiaje. —Dado que a esta tarea el transcriptor está más o menos “ puesto en función de autor” , las lecturas particulares (forzosamente plurales) son confrontadas en vista de un texto crítico singular donde se esfuma la aversión de ca­ da quien frente al desciframiento literal. — Son confrontadas con la elección que impone el texto: la estenografía, los apuntes del auditorio, las referencias textuales y todo documento que pueda ayudar a tomar la decisión. La dificultad propia del establecimiento del seminario resi­ de en ese paso en zig-zag14 donde el texto escrito marca los lí­ mites del desciframiento. Cuestión mil veces repetida y jamás verdaderamente zanjada: ¿dónde y por qué razones se detiene el desciframiento? En tanto que promueve un texto, la escritura limita lo que está por leerse. La escritura no admite más que su propia ver­ sión. Deja huellas y restos de su recorte como también tiende a imponer una significación (sentido). La escritura apunta a una clausura de la lectura asignándole un sentido. l*chicane en el original: tam bién se utiliza en México para designar (chicaría) la acción tram posa de un abogado en un juicio.

Se encuentra desde ese momento la medida de validez que sostendrá que la escritura hubiese bord(e)ado15 el texto tal co­ mo es. Una parte de las razones tiende a un saber trans-textual (no­ tas diversas, otras referencias escritas pero de la misma época que aquellas del seminario), a un saber referencial igualmente. Pero, hay que decirlo, una parte de las razones es contin­ gente: para algunos el desciframiento se detiene ahí. Eso surge de hecho. ¿Qué es lo que validaría?, ¿sería la ortodoxia reinante (la de nuestra época) que haría así la doctrina escrita? Si la escritura propuesta por stécriture tiene en cuenta este punto, es eso lo que la hace crítica: marca los lugares donde justamente no funciona como tal. Su texto se ofrece a una doble lectura: la de las razones que la validan y aquélla donde queda para descifrar... Reenvío entonces a otros lectores para un tex­ to promovido como suposición para transmitir lo que era, de en­ trada, querido por Lacan en su seminario: lo que se lee.

15border en el original: ribetear, cercar, remeter, arropar, bordear, costear. N otas aI texto de Albert Fontaine realizadas por Rodolfo M arcos, A ntonio M ontes de Oca, A lberto Sladogna y Jan W illiam, a partir de la traducción y discusión que hicieron del mismo.

impropiedad. . .* Alberto Sladogna Ceiman

El estilo de transmisión de la IPA y de otras instituciones psicoanalíticas promueve la “ propiedad” sobre el psicoanálisis1 (clínica, “ formación” , transmisión y nominación). En la trans­ misión encuentran lugar los textos doctrinarios; las disposicio­ nes sobre el derecho de propiedad que los afecta pueden oscurecer una problemática: el lugar y la responsabilidad de cada analista ante ellos. Esta zona de sombra puede aclararse si reflexiona­ mos sobre el autor y el “ derecho de propiedad intelectual” . La posición de la edición “ pirata” es una respuesta a esa situación, generada —entre otras cuestiones— por la propiedad. Esta posición resuelve a su manera el éxtasis/la estasis2 en la cir­ culación de los textos de la doctrina. ¿Está condenado el analista a elegir entre la “ propiedad” y la “ piratería” ? Esta opción, al igual que otras, no es ajena a los avatares de la clínica y de la doctrina. Perseguir estos avatares frente al texto constituye el hilo conductor de este escrito.

*Este texto surgió a partir de un trabajo en un cártel sobre el sem inario de J. Lacan: L a identificación (1961-62). 'Véase el prólogo de A nna Freud, en el T. XXIV, de las obras completas de Freud, donde califica a la Standard Edition, producida p or Jam es Strachey, de “ edición canónica” (sic). 2Estasis (del griego araran: detención), f. med.: estacionamiento de sangre o de otro líquido en alguna parte del cuerpo. Éxtasis (del latín ecstasis, y éste del griego ¿xroxoi?): m. Estado del alma enteramente embargado por un sentimiento de admiración, ale­ gría, etc., Teol.: E stado del alm a, caracterizado interiorm ente por cierta unión mística con Dios, m ediante la contemplación y el am or, y exteriorm ente por la suspensión m a­ yor o menor del ejercicio de los sentidos.

La transmisión Los textos de la doctrina psicoanalítica son uno de los ele­ mentos de la transmisión del psicoanálisis; no pocos análisis se desatan a partir de ellos, como lo señala Freud (véase: “ A pro­ pósito de un caso de neurosis obsesiva.. . ” ). En este elemento —el libro— se localiza un momento pre­ ciso de la relación de lo oral-escrito: la construcción de los textos a posteriori de la invención de la escritura. Históricamente, el desarrollo de la escritura está ligado fuertemente a la confección de listas3. El comercio requería de un control sobre la posesión, intercambio y circulación de objetos, de ahí la confección de listas. El despliegue de la escritura fabrica un nuevo tipo de ob­ jeto: el libro. La producción, circulación y posesión de libros se ve afectada por una innovación tecnológica: la imprenta. El libro constituye un momento de corte entre lo oral y lo escrito. Los caracteres o tipos fijan las letras sobre una superfi­ cie (operación de aplanado); así, para C. Lévi-Strauss4, con la escritura se cierra el ciclo de la producción mitológica, esencial­ mente oral. Sin embargo, la operación de lectura que espera y/o promueve el texto recupera la movilidad, abriendo la posibili­ dad de diversos despliegues. Un fenómeno tardío que acompaña al libro es la consoli­ dación de la figura del autor; mientras que la transmisión oral promueve una participación en ese lugar —el autor— (hay tan­ tos mitos como versiones en circulación), ella no tiene sobre sí las restricciones de “ fidelidad” que la figura del autor desata. El autor viene a cerrar el texto mediante su fijación. Hay que preguntarse, sobre qué elemento recae la acción de fijar: ¿la le­ tra, el sentido, su interpretación, el autor? Los partidarios de la escritura, especialmente alfabética*, destacan la permanencia de lo escrito. Literatura etimológica­ mente remite a letra dura", incluso cierta pedagogía blande el lema: «La letra con sangre entra». *Los alfabetizadores, que gustan de la organización m ilitar, suelen denom inarse a sí m ismos “ ejército” y organizan “ cam pañas” contra el analfabetism o. 3G ody, J. L a raison graphique, M inuit, París. 4Lévi-Strauss, C. E l hom bre desnudo. M itológicas IV, Siglo XX I Editores, México.

La permanencia mediante lo escrito enmascara un hecho: la conservación suele desatar una relación de poder sobre lo con­ servado. Así, mientras que el texto oral promueve una circulación amplia, la conservación del escrito —en no pocos casos— mar­ cha en sentido inverso. Tomemos un caso. Durante largo tiempo, los llamados pon­ tífices ejercían la interpretatio; dedicados al ius sacro, eran doc­ tos en materias jurídicas diversas, como el derecho civil y el penal entre otros. Los pontífices y patricios tenían bajo su responsa­ bilidad conservar la lista de los días fastos y de los procedimientos que permitían realizar los ritos de las acciones de la ley. Conta­ ban con los commentariipontificum; allí se tomaba nota de los dictámenes y se daba respuesta sobre las cuestiones que ellos tra­ taban. Estos escritos no estaban a disposición del público, lo cual mantenía a los pontífices en su actividad dentro de la esfera civil e impedía el corte entre lo civil y lo religioso. Esta situación ce­ só, entre otros motivos, cuando un descendiente de Liberto, el escriba, Cneo Flavio, en el año 304 a.C. publicó el cuadro de los días fastos y las fórmulas de las acciones. La obra de este escriba, quien trabajaba a las órdenes de Apio Claudio “ el cie­ go” , no sin razón se llamó liber actionum. Una situación semejante afecta a los textos del psicoanáli­ sis, especialmente en el caso de los escritos de Freud, y más re­ cientemente, a la enseñanza escrita y oral de J. Lacan*. Esta situación se sostiene en el tejido que construyen los ordenamientos legales referidos al derecho oo propiedad intelectual; mismos que argumentan a su favor el querer conservar, preservar y amparar una obra. Los derechos de propiedad intelectual, entre otros, ampa­ ran la figura del autor. El lugar de autor puede no estar ausente en la tradición oral, pero a partir del texto escrito adquiere fun­ ciones que lo diferencian. De acuerdo con M. Foucault, la figu­ ra del autor marca el paso de lo colectivo a lo particular, tal obra fue escrita en tal fecha por X o Y. La obra se torna identificable a partir de un nombre; al parecer, el título no es suficiente. Esta ♦Consúltese el artículo de M. Pasternac, donde figura el cálculo aproxim ado de aparición de los textos del seminario de Lacan, si sólo contáram os con la edición “ fam i­ liar” a cargo de su albacea testam entario.

operación articula al autor (como función; una posición en la enunciación) y un nombre propio. A partir de esa articulación se crea una figura del derecho: la propiedad intelectual, seguida de los derechos correspondien­ tes que se conceden al titular dado que “ . . . se consideran unidos a su persona y son perpetuos, inalienables, imprescripti­ bles e irrenunciables; se transmite el ejercicio de los derechos a los herederos legítimos o a cualquier persona por virtud de dis­ posición testamentaria” 5. Foucault señala la diferencia entre nombre del autor y nom­ bre propio; de ella extrae dos consecuencias: a) el nombre del autor no es un nombre propio como los otros; b) la diferencia entre ambos coloca en escena la función autor, “ característica del modo de existencia de circulación y de funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad” 6. Señala ade­ más las diferencias entre obra literaria, científica y aquella que califica de fundadora de discursividad, que comprende la obra de Karl Marx y Sigmund Freud. Administrar el goce Las reglamentaciones de la propiedad intelectual, el dere­ cho de autor, las relaciones autor-editor, convierten a los textos en objetos de apropiación patrimonial, y, por ende, se organiza una administración del goce referida a esos objetos. Celso defi­ nía al derecho, en sentido objetivo, como “ el arte de lo bueno y de lo equitativo” , mientras que Ulpiano sentaba sus tres pre­ ceptos: “ . . . vivir honestamente, no dañar a otro, dar a cada uno lo suyo” 7. El texto no es un objeto inocente, lo indican las prohibicio­ nes que impedían su lectura a las mujeres*; Sor Juana Inés de •Prohibiciones p ara im pedir “ saber” ; esta vía prom ociona el llam ado “ deseo ae saber” , que en no pocas ocasiones obtura el saber inconsciente. 5 Legislación sobre los derechos de autor, P o rrú a, México, 1985, art. 3, p. 8. 6 Foucault, Michel, “ ¿Qué es un autor?” , Rev. Dialéctica no. 16, dic-84, P ue­ bla, p. 61. 7C itado por Silva, Sabino en Derecho romano, curso de derecho privado, Porrúa, M éxico, 1985, p. XXXIX.

la Cruz se desprendió de los Libros de Virgilio, Ovidio, Cátulo, San Juan de la Cruz y otros para cumplir su voto de pobreza8. Peligroso para las mentes, objeto de riqueza, el texto es sometido a una administración: el entramado derecho de pro­ piedad-edición decide en qué momento y en qué cantidad será puesto a circular. Y junto con ello se precisan las reglas de usu­ fructo del mismo (cómo citar, posibilidades de reproducción, tra­ ducción, además de los aspectos relativos a la realización económica de la edición). Mientras que la transmisión oral produce una circulación despersonalizada (“ cuentan los ancianos q u e ...” , “ se dice q u e .. . ” ), en la transmisión escrita la circulación es presionada por una personalización creciente: autor-editor-traductor-herederos-establecedor oficial. En principio esto es un dato, aun más, indica una presión social fuerte, o sea, ésta y no otra es la forma que gobierna la circulación editorial, con la salvedad de que, por un lado, el psicoanálisis no tiene que responder por una moral o religión última9; y por el otro, la historia editorial señala que no se trata de un conjunto compacto y cerrado. Es po­ sible que un trabajo sobre el tema abra otras posibilidades, a condición de plantearse la pertinencia y pertenencia del proble­ ma en el campo analítico. La cuestión del goce, suscitada en torno al texto, se rela­ ciona con el derecho. Lacan indica que “ . . . cuando se ha reci­ bido una herencia, se tiene el usufructo, se puede gozar de ella a condición de no usarla demasiado. Allí reside la esencia del derecho; esta es, repartir, distribuir, retribuir, lo que toca al go­ ce. . .” 10 ¿Cómo organiza el derecho la administración del goce? Puntuaciones sobre la propiedad Hablar de derecho, en el occidente cristiano, implica la men­ ción del derecho romano que ha constituido y constituye su fun­ damento. El derecho romano abarca desde la fundación de Roma (754/3 a.C.) hasta la compilación justiniana. Justiniano, empe8Benítez, Fernando en L o s dem onios del convento, ERA , 1985, p. 249/50. 9Lacan, J. Escritos. 10Lacan, J. Sem inario XX, clase 2 1 /n o v ./7 2 , versión de G .T.

rador romano, emprende durante su gobierno una recopilación de la legislación existente y la obra de los jurisconsultos conocida como Corpus Iuris Civilis —nombre que le dio Godofredo, co­ mentarista de la Edad Media—. En ella se localizan tres elemen­ tos del derecho de propiedad: la persona, la cosa (res) y la propiedad. a) la persona El vocablo castellano persona, proviene del latín, y éste del griego. La etimología remite a máscara. La máscara que cubría el rostro del actor en la escena teatral. Persona es el personaje. Además, en latín, existe el vocablo per-sona, que deriva del ver­ bo persono —infinitivo personare— que señala “ sonar a través de algo (orificio o concavidad); hacer resonar la voz” , como lo hacía (¿?) el actor; el actor “ enmascarado” es alguien “ persona­ do” (personatus). Viene a la memoria el “ Llanero Solitario” , acom­ pañado de Toro, repartiendo justicia a diestra y siniestra. También los fenómenos clínicos llamados de “ despersonalización” indi­ can la dificultad del actor para reconocerse en la máscara a tra­ vés de la cual suena una voz*. El término persona designa en el derecho al sujeto legal: “ el sujeto de derecho es designado, en nuestra ciencia, con la palabra ‘persona’ ” ". Es persona jurídica aquella susceptible de derechos y obligaciones; y de cuya susceptibilidad se deriva la capacidad jurídica. Para detentar esa capacidad se debían reu­ nir tres requisitos: status libertatis (libres, no esclavos); status civitatis (romanos, no extranjeros) y status familiae (independien­ tes no sujetos a la patria potestad). Estos requerimientos hacían posible distinguir entre una persona y un ser humano (un escla­ vo era humano pero no persona). b) la cosa El derecho romano dio un paso para definir la propiedad al conseguir definir la cosa sobre la que se ejerce. “ Se ha afir­ * La transform ación que exige un análisis, implica un efecto de-personalizada que opera el surgim iento de un sujeto.

mado que las cosas, en el lenguaje jurídico, son los objetos (cor­ póreos o incorpóreos) susceptibles de un patrimonio” 12. Estos objetos tienen una clasificación: la Res Divini Iuris, llamada también Res nullius porque ningún ser humano puede apropiársela; y por otro lado encontramos la Res Humani Iuris, que comprendía la Res communes; aquélla cuya propiedad no pertenece a nadie y su uso es común a todos los hombres (vgr. el aire). La Res nullius, elemento integrante del conjunto de las cosas divinas, no puede caer bajo la apropiación humana; no in­ tegra su patrimonio. El legislador romano establece que el pro­ pietario era divino (los dioses). El lapsus, el chiste, el síntoma (con su marca corpórea), y el sueño, ¿no comparten esta impro­ piedad? Las formaciones del inconsciente se enlistan de forma par­ ticular: están entre la Res nullius y la Res communes-, particula­ ridad que marca una barrera a levantar, dado que no es necesario (y posible) tener la propiedad de un pensamiento para usufruc­ tuarlo. c) la propiedad Sabino V. Silva dice que la propiedad es “ la facultad que corresponde a una persona de obtener directamente de una cosa determinada toda la utilidad jurídica que es susceptible de pro­ porcionar” . A la propiedad se le articulan tres componentes: 1 Ius utendi:

facultad de servirse de la cosa y de aprove­ charse de los servicios que pueda rendir fue­ ra de sus frutos 2 Ius fruendi: derecho de recoger todos los frutos 3 Ius abutendi: el poder de consumir la cosa y, por exten­ sión, de disponer de ella —vgr. enaje­ narla— Recordemos que para los romanos la propiedad no tenía carácter absoluto, preveían limitaciones. Los intérpretes —glo­ sadores y comentaristas— distinguen entre los modos origina-

ríos y derivativos. Entre los primeros se encuentra la ocupación, el caso del cazador lo ilustra: entra en posesión de una pieza que no tiene propietario. Un problema singular es la “ posesión de­ moníaca” o la “ posesión pasional” , ¿quién es ocupado? Otro modo de adquisición es la accesión: una cosa se une a otra formando un componente inseparable, el propietario de la principal adquiere la otra. En las fuentes romanas accesio de­ signa la porción o aumento que se adiciona a la cosa principal. Es el caso de la scriptura que cede en favor de la materia sobre la que se escribió; diferente de la pictura, quien posee la obra tiene la propiedad —por adhesión— de la tabla o tela. Los ro­ manos dieron origen al sistema de con dominio (sistema adopta­ do por el freudolacanismo). La propiedad y la posesión —poder jurídico y material respectivamente— funcionan a partir de un dominium, de un domiñus. Dominio —señorío, maestría— ejercido por la persona con capacidad jurídica. En el cuento de Poe —La carta robada—, tema de un seminario de Lacan, el ministro se apropia de la misiva —desliz de la reina—, y queda poseído literalmente; por atesorarla se inmobiliza. Tai situación lo reduce a la impoten­ cia; la tiene pero no la puede jugar pues corre riesgo su cabeza. El dominus es sometido al dominium, operación que ejerce efectos sobre la persona del ministro (feminización del personaje). El derecho se ocupa del usufructo: derecho de usar y dis­ frutar las cosas ajenas. Arangio Ruiz13 lo define como el dere­ cho de usar la cosa ajena y de percibir sus frutos, dejando intacta su estructura y su destino económico. No es necesario ser el pro­ pietario de un cuadro para gozar de él; tampoco es necesario te­ ner los derechos de propiedad intelectual de un texto o su propiedad para gozar su lectura. El usufructo tiene límites que propician su extinción, entre ellos: a) el no uso y b) la renuncia del usufructuario en beneficio del propietario. En esta última posición se encuentran los textos freudianos en los institutos de formación de la IPA, en tanto pro­ piedad de Freud y sus herederos. El analista no puede gozar de ellos —a Lacan se le acusaba por practicar una lectura rigurosa

del texto freudiano ante sus analizantes*—, salvo el goce del atesoramiento al contemplar un objeto antiguo, sólidamente en­ cuadernado. La conservación, el atesoramiento, la contempla­ ción, se dan a condición de mantenerlo cerrado, dado que los libros, al igual que las letras, se desgastan por el uso. Este recorrido por las tramas jurídicas de la propiedad, sus relaciones con el goce (por ejemplo la administración y la circu­ lación), nos lleva a concluir que es una institución; nombre que en no pocas ocasiones la acompaña en el discurso político. Se trata de una institución que genera efectos, uno de ellos, el caso de la circulación de textos escritos, es la “ piratería editorial” . Aquí los efectos explican a su manera las causas. La experiencia pirata de la propiedad La piratería y su acción se presentan en varias historias co­ mo una actividad delictiva**, consistente en el ejercicio de una violencia ejercida para apoderarse de un objeto valioso, supues­ tamente con el fin último de atesorarlo. Esta caracterización di­ ce demasiado, y, por ende, demasiado poco. Prueba de este exceso es el hecho, no aclarado, del prestigio y las simpatías que el per- _ sonaje del pirata despierta a partir de sus incursiones literarias, inclusive dentro del terreno de las imágenes fílmicas. ¿Cuál es el elemento que permite sostener tal prestigio? El mismo que se mantiene vigente. Así, por ejemplo, en México se cuenta con cinco ediciones “ piratas” de la obra completa de S. Freud, signo de los favores recibidos. La historia, que suele recurrirá varios términos: —pirata, bucanero, filibustero y corsario—, produce deslizamientos en­ tre ellos, promoviendo su uniformidad. Precisemos algunas diferencias: *A1 respecto, decía Daniel Lagache: “ Los m ejores discípulos no siempre son los más fieles, y no podem os sino felicitar a Lacan por haber encontrado en una lectura muy atejita de Freud, quizás a veces demasiado atenta, tem as de reflexión personal.” ¡Ah! Si evitáram os la distinción entre enunciado y enunciación. (J. L acan Intervencio­ nes y Textos, M anantial, Bs.As. 1985, p. 61). **Es interesante señalar que un lugar similar es atribuido por cierta literatura psicoanalítica al acting-out. L a posibilidad de desprenderse de esa lectura no fue ajena al desarrollo de este trabajo. El desprendim iento fue producido en el curso de una discu­ sión sostenida con J. W illiam, A . M ontes de Oca, R. M arcos y M. Sosa.

Las fuentes no siempre son claras al respecto; así, la Enci­ clopedia Británica hace gala de la flema nativa: es parca. La piratería, en esa fuente, es descrita como una actividad ilegal, practicada desde la antigüedad, que conoció su auge durante el proceso de colonización de América, y que, a partir de la paz entre las diversas naciones (Inglaterra, Francia, Portugal, Espa­ ña, Holanda), disminuyó su presencia y quedó reducida en la ac­ tualidad a los mares de China. Tal parquedad resulta excesiva en un texto proveniente de un país, ex-imperio marítimo, que algo tuvo que ver con el abordaje. La palabra pirata proviene del latín, que lo recibe del grie­ go bandolero-, la lengua griega la enraiza con intentar y aventu­ rarse, por lo que el Diccionario Etimológico de Corominas la coloca en la familia de vocablos comprendidos por el término experiencia. En principio es evidente que la piratería es una ex­ periencia, incluso límite, ¿de qué experiencia se trata? De la referida a la-acumulación. La isla del tesoro de R.L. Stevenson, clásico del género, lo indica desde su título. El botín, sin embargo, incluía diversos objetos. En un prin­ cipio se limitaba a la mercancía transportada, luego, los piratas del Medio Oriente y el Mediterráneo extendieron su contenido, al incluir en él a tripulantes y pasajeros. Varios fueron los per­ sonajes que vivieron esta experiencia: San Vicente de Paul, quien durante su cautiverio forjó un sólido contacto con la alquimia; Julio César, que cayó prisionero cuando se dirigía a la escuela de Apolonio Molto, maestro del arte de la elocuencia; Miguel de Cervantes Saavedra fue capturado y vendido a un apóstata grie­ go, luego comprado por el virrey Hassan, hasta el pago de su rescate. Estas experiencias de secuestro no siempre tienen el ca­ rácter terrorífico que se les suele atribuir: un bufón de la corte de Carlos I, “ Sir” Jeffrey Hudson, tomado dos veces prisionero (1630 y 1658), perdió la suma de dos mil quinientas libras, y ob­ tuvo a cambio un aumento de su estatura. En efecto, pasó de medir dieciocho pulgadas al ser capturado, a medir tres pies con seis pulgadas a su liberación14. ¿Qué llevaba una y otra vez al pirata a repetir su experiencia? 14Gosse, Philip en H istoria de la piratería, Espasa-Calpe, Col. A ustral, 2 t., B s.As., 1973.

El vocablo filibustero tiene origen en el holandés Vrij Buiter, literalmente, el que va a la captura del botín. El holandés está en la raíz inglesa de freeboter (saqueador); filibuster desig­ na al pirata y a la actividad de obstruir la aprobación de leyes en el Congreso de los E.U.A. La Enciclopedia Británica añade una definición: “ originalmente, un militar irregular, aventure­ ro, y específicamente, en la mitad del siglo XIX, un americano que fomenta o toma parte de insurrecciones en América Latina” (sic)15. Recordemos que las insurrecciones en nuestro continen­ te estuvieron alimentadas por un enfrentamiento al monopolio —dominio— comercial de las metrópolis. Los bucaneros encuentran su origen en una geografía lin­ güística cercana, nacieron en las islas del mar Caribe: un origen es el francés: boucans, sitio donde se ahúma la carne, derivando de allí bucaniers; sin embargo, optamos por otro origen. En pri­ mer lugar se trataba de una actividad culinaria; por extensión, designó primero a un hecho de comercio, y luego, nominó a una experiencia: bucanear. La actividad culinaria proviene de los pri­ meros habitantes europeos de la Isla de la Española, quienes aprendieron de los arawacos —indios caribes— la preparación de la carne de puerco, descuartizada, secada al sol y, posterior­ mente, ahumada con madera verde. Los arawacos le daban el nombre de bucan o bucacui. Este producto, junto con la reco­ lección de limones —vitamina C—, dio lugar a la actividad de bucanear: aprovisionar de carne y vitaminas a los barcos. No hay que olvidar que las largas travesías exponían a la tripulación a la hambruna y al flagelo del escorbuto. Este último encuentra un antídoto en la ingesta de limón y piñas, productos que, junto a los puercos constituían la Res communes en las islas. El pasaje del comercio a la práctica de asaltar barcos des­ provistos de adecuada protección se inicia —entre otros motivos— por la persecución religiosa emprendida por el rey de España. En 1620, la Isla de la Española, cuyas playas eran utilizadas para el juego de naipes, el consumo de alcohol y tabaco*, se con­ vierte en campo de batalla para imponer el standard de una in­ terpretación de la Biblia, el catolicismo. •M uirilc de Saint-Michel destaca adem ás el disfrute de una alim entación m ejor que lu europea. " l'he New Eneyclopaedia Britannica, Micropaedia, 1974, 15 ed., vol. 4, p. 137.

Este hecho conduce a los bucaneros a otro paraje del Cari­ be, cuyos recuerdos aún perduran, la Isla de Tortuga. Allí nace la Cofradía de los hermanos de la costa16 que adopta formas or­ ganizativas que constituyen un lazo social entre miembros bas­ tante alejados de las costumbres institucionales de su época. Los hermanos tenían un jefe llamado, según las costumbres en vigor, gobernador, era elegido y podía ser depuesto por el sim­ ple voto. Además, su autoridad era ejercida en tiempos de gue­ rra —lógica sencilla, fueron esos tiempos los que impusieron su elección—. Hay que tener en cuenta que esta elección “ demo­ crática” no siempre frecuente en nuestros tiempos, se producía en 1620, treinta años antes del republicanismo de Oliverio Cromwell y a ciento sesenta años de distancia de la Revolución Francesa. La Cofradía contaba con un consejo de admisión: “ Con­ cejo de los Ancianos” , instancia que vigilaba la conservación del espíritu de los hermanos, y decidía sobre la aceptación de nue­ vos miembros; proceso conocido con el nombre de matelotage*, cuya duración era de aproximadamente dos años. Es fácil observar la distinción entre el relato histórico y la construcción literaria del pirata, ambas mantienen sin embargo un único trazo que se reitera, que insiste: la profunda trans­ formación que sufre aquél que se incorpora a ese estilo de vida (o sea, a la experiencia pirata). Esta transformación los lleva, en no pocas ocasiones, a fundirse mortalmente con el objeto de la experiencia. No fueron pocos los que terminaron sus días en la horca, colgados, al igual que los pendientes y otras joyas que constituían parte del botín. Es justo reconocer que la versión fílmica construye, en lo imaginario, un estilo peculiar del pirata: fijador en grandes can­ tidades para soportar el viento marítimo; limpias camisas, de seda obviamente; elegantes botas a prueba de deslices; y algunos ata­ *En el siglo X V III, en la C olonia francesa de Santo Dom ingo, se llam ará matelote a la confidente de una cortesana; eran esclavas a quienes sus amas concedían una amistad especial. 16Gall, J. y F ., en E l filibusterism o, FCE, Breviarios r o . 131, 1978,p. 8 0 y subs. Este texto ha sufrido la transform ación del título en la traducción castellana: “ L ’Essai Anarchiste des ‘Fréres de la C dte’ ” .

víos “ propios” de la profesión: ganchos, patas de palo, el pe­ queño loro y la clásica bandera negra con una calavera cruzada por dos tibias. A todos estos elementos se les agregaba el impres­ cindible parche negro sobre un ojo —¿derecho o izquierdo?—, co­ mo recordamos al célebre Capitán Garfio, archi-enemigo de Peter Pan*. La historia sólo recoge el recuerdo de un pirata francés, apodado Pata-de-Palo por razones muy claras. Respecto a la bandera negra, la documentación produce un cierto desengaño; para empezar la Cofradía de la Costa no se tomó siquiera el tra­ bajo de diseñar una bandera, además, hacia 1680, se puso de moda el uso de la bandera roja —los franceses fueron los pri­ meros en usarla— llamada pabellón de parlamento. Cuando era de color rojo y contenía una calavera más un jabalí —símbolo del tiempo— se le comunicaba al navio interceptado que poseía un tiempo prudencial para rendirse; si la insignia era totalmente roja, sin aditamentos, el mensaje era sencillo: no hay cuartel. Los piratas ingleses adicionaban a la bandera roja el jabalí más un diablo armado de un tridente. Es justo reconocer que la presencia constante en la litera­ tura de la temida bandera negra, con calavera y tibias cruzadas, es una manera de dejar constancia —levantar acta— de un acto ligado a la experiencia pirata: la expropiación de un estandarte, pues ese fue el pabellón que portaban durante el siglo XV cier­ tos regimientos europeos. Es necesario regresar a la Hermandad. Su sistema legal fue por demás sencillo, de carácter oral —pese a la numerosa pre­ sencia de letrados en sus filas—. Cuatro eran los preceptos cen­ trales: 1) “ Ni prejuicios de nacionalidad ni de religión” 17: la crí­ tica entre los miembros se dirigía a la individualidad al suprimir Ius referencias nacionales o religiosas; cuando hacia 1689 los co­ frades tom aron parte en luchas nacionales, se inició su declive;

2) “ No existe propiedad individual” : principio referido a la propiedad de la tierra que incluía el botín (éste se distribuía •N o i'onliiiulli con l’ctcr Pan, nom bre que recibe en algunas colonias de México, 1)1', el «companunlc del recolector de basura, quien hace sonar una campanilla para anund m el «crvtcio.

entre los partícipes) y también los barcos. Cuando un capitán era admitido, automáticamente perdía sus derechos individua­ les sobre el buque y éste pasaba al dominio común; 3) “ La Cofradía no tiene la menor ingerencia sobre la li­ bertad de cada cual” : ningún hermano tenía la obligación de com­ batir, se autorizaban ante los otros para tomar parte de una expedición, y como no había contrato alguno, tampoco había ruptura legal. La Cofradía jamás persiguió, para vengarse, a nin­ gún hermano que la haya abandonado, situación que no es co­ mún en las historias del movimiento psicoanalítico (la horda primitiva freudiana hacía honor a su nombre en esos casos); 4) “ No se admiten mujeres” (¡!): el más extraño de sus pre­ ceptos, constituido por algunas particularidades. La prohibición hace un distingo entre las mujeres blancas —en general una par­ te del botín— y las de color; estas últimas no eran afectadas por la interdicción. Los hermanos ¿compartían los prejuicios de la época? Además, hay que observar que la hija del gobernador, que paseaba su lánguida figura por la cubierta del buque impe­ rial —personaje esencial del género fílmico—, solía acompañar los pesares terribles de su captura con una enigmática sonrisa. Este precepto —la no admisión de mujeres— se encuentra en no pocas actividades (caza, ritos de propiciación, de iniciación, cier­ tos trabajos, entre otras) y demuestra que la Cofradía de hom­ bres —los hermanos— no eran una excepción. Charles Johnson señala la existencia de leyes estrictas para las relaciones con mujeres prisioneras: “ Si topásemos con una mujer honesta y uno de los hombres intentase unirse a ella, sin su consentimiento, aquél sería ejecutado inmediatamente.. o aún más “ . . . si se apresa a un barco que lleve mujeres a bor­ do, nadie osa, bajo pena de muerte, forzarlas contra el deseo de ellas". Ambas reglamentaciones no prohíben el acceso a las mujeres, lo posibilitan a condición de su “ consentimiento” o de •U "deseo” . Estas condiciones que escapan a la fantasía del vio­ lador» y que imponen límites precisos a los “ preceptos” del paéft primordial, quien era más amado a partir de su asesinato, NdUplieabAl) SU mandato de impedir el acceso a las mujeres ip ra * !). K Ua tf m tn to • tomar en cuenta en la experiencia pirata es i j p y 4 manejo que se hacía del nombre. Bucaneros, fili­

busteros y piratas, a diferencia de los corsarios, utilizaban apodos para designarse, para conservar así el anonimato: “ Exterminador” , “ Lolones” , “ Brasileño” , “ Viento al pairo” , “ Rompe pie­ dras” , “ Filo en punta” , “ Pólvora M ojada” , “ El manco” . .. Lo que demuestra que su espíritu libertario no dejaba de tener en cuenta el ordenamiento legal y las consecuencias que su expe­ riencia suscitaba en ellos. Señalo aquí una característica a estu­ diar en detalle sobre el apodo, su organización metonímica: una parte designa al todo. Por fin llegamos a los corsarios; una primera distinción: su relación directa y no conflictiva con el régimen legal; así llevaban ese nombre quienes recibían de tal o cual Estado una patente, con la cual el corsario vinculaba su actividad a una determinada bandera. Este tipo de labor “ mercenaria” se remonta a la anti­ güedad. Mitrídates, rey del Ponto, enemigo de Roma, tuvo la ocurrencia de ofrecer protección a los piratas que asolaban la región, para lo cual les dio comisiones; a esta acción se le conoce también como el nacimiento de los privateers. Los Esta­ dos, al no poder contar con una protección marítima eficaz, re­ currían a la iniciativa privada, para lo cual extendía patentes de corso o de represalias. Muñidos de estas patentes, los piratas lo­ graban a veces con bastante éxito, blanquear su historia, en al­ gunos casos a tal grado que terminaban sus días persiguiendo con particular esmero a sus antiguos compañeros. Este regreso a la “ legalidad” —previo blanqueo— es ilus­ trado por el caso de Henry Morgan, quien al ser designado go­ bernador interino de Jamaica, escribe a Londres: “ He dado muerte, puesto en prisión o entregado a los españoles para que fuesen ejecutados, a todos los piratas ingleses o extranjeros que cayeron en mis manos” (cit. por Germán Arciniegas en Bio­ grafías del Caribe). Los corsarios, a diferencia de los Hermanos de la Costa, podían atesorar; por ejemplo, H. Morgan, antes de morir era uno de los principales propietarios de plantaciones en Jamaica. Con anterioridad otro corsario obtuvo el título de almirante, apo­ dado por sus enemigos el Cacafuerte, se hizo más conocido como Sir Francis Drake. Su apodo provenía del asalto al buque Nuestra Señora de la Concepción: “ El valor de la presa —dice Arciniegas— nunca se supo; las cifras exactas sólo Drake y la

reina Isabel las conocieron” 18. Como recuerdo de la operación quedó un prendedor de esmeraldas de Muzo que la reina luce el día del año nuevo. Al parecer, la existencia de una patente de corso, o un contrato de privateer, posibilitaba el uso del nom­ bre, cubriendo —apañando— las actividades non-sanctas que pa­ saban a escribirse en la lista de servicios ofrendados a la Corona —la reina madre—. Francis Drake agregaba otro motivo para sus actividades; en su libro The World Encompassed se presenta como un brazo armado de Dios que castigaba a los españoles por haber exten­ dido la “ venenosa infección del Papa” 19. Paradojas (?) de la historia, su acción no impidió que en Offemburg, Alemania, se levantara una estatua en su honor con la siguiente inscripción: “ A Sir Francis Drake, que introdujo a Europa la papa. A.D. 1586” 20. El estudio de J. y F. Gall marca tres momentos o ciclos de la piratería: ler. período, la concentración. Corresponde a la ac­ tividad de grupos aislados; 2do. período, la hegemonía. Los más valientes absorben a los más débiles. Se constituye un lazo so­ cial, la asociación. Se dictan reglas y surge la disciplina. A ren­ glón seguido aparecen los jefes: Barbarroja y H. Morgan, entre otros. Se discute de igual a igual con los Estados; 3er. período, la dispersión. La asociación declina, la acción de los Estados ofi­ ciales es irresistible. La insistencia de estos momentos son los ín­ dices de un problema que la piratería no logró resolver. Algo no cesa de no insistir. En varias ocasiones, los momentos siguen de cerca y/o al unísono con ellos, cambios en la nominación: a) fi­ libusteros, bucaneros; b) corsarios, privateers; c) señores-loresalmirantes. Los piratas que han vivido una experiencia tan profunda, que implicó un cambio radical en sus vidas, han debido sin embargo, pagar ese cambio al precio de una oscilación constan­ te: quedar pendiendo de una soga —la horca— o la integración a las formas de vida que habían combatido. Además, como es

18Arciniegas, Germán, en Biografía del Caribe, Sudamericana, Bs.As., 1973, p. 146. 19Arciniegas, G. Op. cil., p. 158. 20Arciniegas, G. Op. cit., p. 157.

obvio, no estaba entre sus preocupaciones el transmitir algo de esta experiencia, lo que no impide tomarla en cuenta. No es conveniente abandonar este breve pasaje por la pira­ tería sin hacer referencia a una historia particular que protago­ nizó el capitán Misson, oriundo de Provenza, a mediados del siglo XVII. En un viaje por Roma entra en contacto con Caraccioli —sacerdote—. Este hombre descubre a Misson un horizonte dis­ tinto: “ La propiedad carece de sentido, impide la fraternidad y la igualdad entre los hombres” 21. Ambos se embarcan en un privateer, y arengan a la tripulación; ella responde que la condi­ ción pirata no es la suya, son marinos del rey y la propiedad es sagrada. Como resultado de un enfrentamiento con otro buque. Caraccioli logra tomar el timón y propone la elección de Misson como capitán. A partir de allí se opera un cambio profundo. Abordan buques. Uno de ellos el Nieuwstaat, sufre la expropia­ ción más un agregado: le quitan las cadenas a los esclavos, y Misson, dirigiéndose a un sacerdote, le dice: “ Ningún hombre tiene atribuciones para privar a otro de la libertad. Si los que profesan un conocimiento esclarecido de la divinidad se prestan a la venta de hombres, como si éstos fuesen bestias, demuestran que la religión no es más que una b u rla .. . ” Misson y Caraccioli terminan por fundar una república: Li­ bertadla, misma que fue destruida por una tribu desconocida, mien­ tras que el capitán encuentra la muerte en una tempestad. Personajes tan imposibles hacen creer a los historiadores en su inexistencia; sólo queda el testimonio de Charles Johnson en su A General History o f the Robberies and Murders o f the Most Notorious Pirates, publicado en Londres en 1724. La verdad tiene una es­ tructura de ficción para lo cual es indispensable tomar a la letra la ficción pese a su impropiedad. La edición pirata No hablaré aquí de los avatares específicos que llevaron a la extensión del campo semántico de pirata a otros terrenos. Se habla y se escribe sobre aeropiratas, piratas del aire, piratas aéreos', inclusive el llamado “ plagio” se cataloga de piratería. También encontramos los términos “ piratería editorial” o “ edi-

tores piratas” . Así, el establecimiento crítico de un seminario de Lacan, debió enfrentar una acusación semejante, esgrimida pa­ ra prohibir su circulación*. La extensión del campo semántico se produce mediante la articulación de un sustantivo más un adjetivo de especificación. El uso de la especificación señala la necesidad de evitar confu­ siones —señal de impropiedad—, lo que no carece de relación con los malentendidos que pueden provocarse. Freud mismo se ve llevado a precisar el empleo del término inconsciente; incluso para ello genera una grafía específica. Es necesario recordar que no siempre la especificación logra transportar el significante al nuevo terreno; la significación tiene adherencias fuertes. En La­ can asistimos a un empleo más fluido de la impropiedad, que es de una coherencia rigurosa con su enseñanza; así nos encon­ tramos con el término significante, o la enunciación provocati­ va de “ No hay relación sexual” . Esta fluidez no facilita la lectura sino que convoca a efectuarla. Para precisar el funcionamiento de la impropiedad en la no­ minación “ editor pirata” o “ piratería editorial” , es convenien­ te dotarse de una red de lectura. Los antecedentes de la propiedad y la historia de la piratería son uno de sus elementos. Un traba­ jo de lectura sobre la actividad de construir “ ediciones piratas” ofrece otro; veamos sus particularidades. 1) No hay piratería editorial sin una reglamentación de los derechos de propiedad intelectual (sic) o de autor. 2) El pirata editorial no toma por asalto o abordaje las bo­ degas de las editoriales o de las librerías; incluso estas últimas suelen ser los puertos protegidos donde sus pro­ ductos se distribuyen. 3) La edición pirata surge en un momento de “ estasis” de una cierta obra (escasez, dificultad económica del pú­ blico para adquirirla, ausencia de reediciones). Es difí­ cil encontrar una edición pirata de la Biblia (la Iglesia a lo sumo declara a tal o cual versión como apóstata), la Guía Telefónica o El capital de Karl Marx. ‘ Consúltense los docum entos sobre el juicio encarado por la Editorial Seuil de París, Judith Miller y J. Alan Miller contra la Asociación Aprés, editora del boletín Stécriture y de la versión crítica del seminario VIII.

4) La edición pirata se presenta bajo un seudónimo (Edi­ ciones Control; Ed. Borla), o sus productos reciben en el mercado un apodo (la Blanca, la Verde, Tapas du­ ras, Xerox, son algunos de los que acompañan a cada una de las ediciones “ piratas” de Freud). 5) Los editores piratas, a diferencia de los bucaneros, com­ pran un ejemplar de la obra a piratear, y luego pasan a duplicarla. Allí ejecutan un acto literal de impropie­ dad cuyos efectos caen sobre la llamada propiedad in­ telectual o los derechos de autor, los derechos de la editorial y los derechos de los herederos —legítimos o no—. Al realizar este acto un objeto es puesto en circu­ lación; se lo libera para el usufructo, dando un golpe a la conservación o atesoramiento. 6) La especularidad de su edición, facilitada hoy por la tec­ nología de fotoduplicación, no carece de trazas que la particularizan; variación de la tapa, cambio de papel y/o tamaño. Al igual que el significante, un texto duplica­ do no es igual a sí mismo. 7) Mientras que el personaje pirata de la literatura lleva sobre su cuerpo las marcas de su actividad, en la pira­ tería editorial esos signos se encuentran en el objeto: el parche en el ojo aparece como decoloración de la tapa; el andar cojo de Pata de Palo se presenta bajo la ausencia de alineación de la caja; el garfio o gancho es puesto en escena por el precio (una edición pirata de Freud ha previsto un sistema de enganche para los adquirentes). 8) El editor pirata no está comprometido subjetivamente con la obra; en principio no le interesa hacer una edición crítica, señalar lagunas, proponer modificacio­ nes. Su acción opera a partir de ciertas condiciones o debilidades de la legalidad editorial (dificultad para ejer­ cer control, distancia de la casa editorial y falta de con­ trol estatal, entre otros). Le interesa poner en circulación un objeto escaso, y obtener de allí una plusvalía ab­ soluta; tarea que consume su esfuerzo, y que, en gene­ ral, logra durante un lapso. Incluso en ocasiones mueve a la casa editorial a ‘tornar más accesible la edición legal (reedición o disminución de su precio). Esta puesta en circulación, generalmente ampliada, produce una redistribución del goce de la obra.

9) La edición pirata conoce un ciclo similar al de la pira­ tería, y en no pocas oportunidades su actividad termi­ na convirtiéndose en una empresa editorial legal. Incluso no es extraño encontrar la actividad de privateers por parte de casas editoras, como fue el caso de Alemania, especialmente Lubcek, luego de la guerra de los Trein­ ta Años22. 10) La piratería editorial, para llevar a cabo su empresa, sos­ laya con facilidad la persona del autor, los derechos de propiedad y las prerrogativas legales que se ejercen so­ bre el texto. Esta facilidad para hacer a un lado la “ pro­ piedad del autor” es un signo in-vitro de la debilidad de que adolece esa figura jurídica. Lamentablemente la inhibición producida frente a la persona del autor y la propiedad intelectual ha paralizado durante largo tiempo la fabricación crítica de los textos doctrinarios del psicoanálisis. 11) Para producir la edición pirata es necesario que la obra abordada tenga garantizada la existencia de un más o menos amplio público. El texto generó un lazo social con los lectores, tal es el caso de los textos pertenecien­ tes a fundadores de discursividad (Marx, Freud, según lo propone M. Foucault). En el caso de Marx se encuen­ tran distintas versiones, lo cual amplía los horizontes de lectura, algunas de ellas críticas, y su costo econó­ mico no las aísla del público. Las anteriores son razo­ nes más que suficientes para que sin ejercicio policial o familiar alguno no haya lugar para la acción de pira­ tería; seftal de que la piratería editorial es producto de una institución: la propiedad intelectual. En el caso de Freud se revela la impropiedad ana­ lítica de sostener la propiedad intelectual pues, so pre­ texto de proteger a la persona del autor se mutila la obra (censura de la correspondencia con Fliess, en todas las ediciones legales de las obras completas; trastocamiento de los títulos en sus traducciones, por citar algunos

22Dahl, Svend, en H istoriadW llhro, Alianza E ditorial, M adrid, 1972, p. 178.

ejemplos). La propiedad intelectual modifica el dicho castellano: “ Cría herederos y te arrancarán las hojas” También se muestra como siendo del mismo linaje la operación de establecimiento que enarbola la bandera de poseer de antemano la lógica de una enseñanza, apo­ yada además en su cercanía con el autor. 12) Se ha construido un mito, al adjudicar a las ediciones piratas irresponsabilidad: aquí la crítica erró el blanco, pues irresponsables suelen ser las ediciones legales que aprovechan la mass-mediaúzación de los textos, so pretexto de divulgarlas. Mientras la edición de Freud, apodada “ Tapasduras” es un ejemplar apto para las ma­ niobras de lectura, su edición legal se caracteriza por la ausencia de esos componentes. La edición “ corregi­ da y aumentada” de los Escritos de J. Lacan, es un texto para no abrirse, pues si se lo lee se destruye como los mensajes de Misión imposible —serie televisiva—, ya que confirma las ideas que sobre esa enseñanza tiene el director de la colección que los edita.

Unas conclusiones La lectura de la actividad llamada piratería editorial arroja una serie de resultados: a) la persona del autor enmascara la fun­ ción, función que desborda a la persona; máscara que posibilita el ejercicio de una “ propiedad intelectual” que, como todo do­ minio se muestra débil; b) la expropiación del tesoro, por parte de la edición pirata, redistribuye el goce del texto al colaborar a su transmisión; c) esta acción se da al precio de mantener in­ tacto el carácter de tesoro vinculado a la propiedad, precio que no ocupa al pirata editorial; d) la piratería editorial está conde­ nada a la clandestinidad, condición que la debilita frente al can­ to de sirena de la legalidad; e) la edición pirata está supeditada a la edición legal —al reproducir sus logros e irresponsabilida­ des—, en tanto que pirata no tiene otra salida; f) los piratas edi­ toriales se ven envueltos en una batalla a muerte contra un enemigo afectado de muerte natural; esto está articulado con un “ sueño de Freud” (Lacan): el complejo de Edipo.

La impropiedad del texto Lacan, comentando un caso de Kris —conocido como e de los “ sesos frescos” —, escribe: .. si hay por lo menos ur prejuicio del que el psicoanalista debería desprenderse por me­ dio del psicoanálisis, es el de la propiedad intelectual” 23. En principio, las relaciones del movimiento psicoanalítico con los textos doctrinarios indican que ese prejuicio persevera, provo­ cando no pocos perjuicios en la transmisión. Los estilos de transmisión están marcados por la manera en que se han abordado esas cuestiones. Estos estilos anudan las articulaciones del texto —su lectura— a la operación de destitu­ ción subjetiva que acaece en un análisis, siempre y cuando esa salida esté en su horizonte. El estilo exige una puntuación. Conviene detenerse en esta cuestión —la relación con el texto, para lo cual la literatura ana­ lítica brinda algunas oportunidades. Bruno Bettelheim ha pro­ ducido una obra: Freud & M an’s Soul (traducida como: “ Freud y el alma humana” 24), allí presenta un estilo de abordar la cuestión. Bettelheim reconoce que no pocos analistas están descon­ tentos con la versión inglesa de la obra freudiana. Añade que la falta de discusión abierta* de “ la imperfección de las traduc­ ciones disponibles se ha debido en última instancia, según yo, a reservas psicológicas mucho más profundas” que el esfuerzo demandado por la tarea. El origen de estas reservas proviene —según él— de que: “ en su mayoría, las traducciones se concluyeron en vida de Freud y fueron aceptadas o, al menos consentidas por él. El principal editor de Standard Edition (James Strachey) era un follower* a quien Freud confió personalmente la traducción de algunas de *1.» inducción de estos párrafos fue realizada en colaboración con J. W illiam. Abierta: o p tn , ürljalbo dice público para traducir el adverbio openly (abiertam ente); fo llo w tr: teguidor, acompañante, secuaz, criado, adicto, adherente. El texto no emplea ditelph, dlicipulo, término de la lengua inglesa. >sLacan, J., Escritos / , Siglo XXI E ditores, Nva. ed., México, 1984, p. 379. MBettelheim, Bruno, F r tu d y e t alma humana, Grijalbo. P a ra este trabajo he utillu d o la adición Ingleta "Freud and Man’s Soul” , A .A .K nopf, New Y ork, 1983, h a­ dando la traducción d« loa párrafo* citados.

sus obras; y la coeditora era su hija Anna, la persona que estuvo más cerca de Freud en los últimos años de su vida y su elegida sucesora. En estas circunstancias, criticar las traducciones hubiera venido a resultar casi como criticar al mismo venerado maestro. Y ha habido una generalizada tendencia a rehuirlo, acompaña­ da de la constante esperanza de que otros —lo ideal era que fuesen los herederos elegidos por Freud— se encargaran de esta onerosa pero muy necesaria tarea” (subrayado por mí). Bettelheim subraya el clima que suele rodear el entorno de un funda­ dor de discursividad; clima insuperable en esos momentos —la cercanía dificulta la transmisión—, pero ya operadas algunas transformaciones en esa situación, no se ve que su posición apunte a una situación nueva. Este autor enlaza los problemas de la tra­ ducción inglesa a su preocupación —la de Bettelheim— por la persona de Freud. “ La traducción defectuosa puede conducir, y ha conducido, a conclusiones erróneas sobre Freud” (subra­ yado por mí). Esta convergencia de dos preocupaciones genera una figura de estilo en que se conjugan la persona, el nombre propio, el nombre del autor —la función—, demasiados elemen­ tos que operan un desplazamiento. Bettelheim escribe su texto para “ .. .corregir las malas traducciones de algunos conceptos psicoanalíticos, y poner de manifiesto la profunda humanidad del individuo Freud, que era un humanista en el mejor sentido de la palabra” . Las acertadas correcciones —son variadas, no desdeñables— propuestas por este analista; son justamente una corrección, tropo del discurso por el cual la dificultad persiste. De ahí que su labor se presente como propiedad de un grupo —selecto, en extin­ ción— de “ privilegiados” : aquéllos que vivieron en la Viena de Freud, que conocieron su pensamiento en aquel tiempo y lugar, y por último, poseedores de un conocimiento de “ la lengua tal como Freud la utilizaba” . El estilo de pocos, aunque afectado seriamente por la erosión demográfica, hace séquito. El problema de la traducción señalado por Bettelheim es efectivamente una cuestión a encarar —resolver sería más que un exceso— . Los traductores han recibido de los psicoanalistas la delegación de una labor, y luego, las quejas por su labor. Es­ tas quejas obscurecen un hecho: el pasaje entre lenguas tiene una especificidad analítica —es un principio—, mismas que encuen-

tran su lugar en el psicoanálisis a partir del paradigma lacaniano de S.I.R.* Lugar abierto, a condición de superar el prejuicio del dominio. Se sabe que la traducción pone en función el tema del do­ minio sobre la lengua. El traductor facilita a quienes carecen de él el acceso a obras que de otro modo no podrían leerse (detalle no banal para la circulación ampliada de un texto). A mayor do­ minio de la lengua, mayor fidelidad de la traducción, postura que no sólo opera sobre la lengua de partida, sino que se ejerce sobre la lengua de llegada. (Esta cuestión no escapa a las preo­ cupaciones de los traductores; véase: Después de Babel. .., George Steiner, FCE, México, 1980). En la nueva edición de los Escritos, un psicoanalista dice: “ No he tratado de corregir, ni menos aún de ‘mejorar’ una tra­ ducción soberana (sic). Dudo que en otras lenguas haya tenido Lacan traductor tan fie l al espíritu de su letra y a la letra de su espíritu como se ha mostrado Tomás Segovia** en su versión, ta­ rea erizada de dificultades pero para la que le capacitaba, no tanto su dominio de la lengua y la literatura francesas, sino su condición de altísimo poeta de la lengua castellana... Las ‘innovaciones’ re­ sultantes de mi revisión han sido introducidas de acuerdo, no sólo con las exigencias planteadas por el propio Lacan (¿?). . . sino con los principios inspiradores de la versión defendidos por el pro­ pio Tomás Segovia {ante todo, defender la sintaxis, y en lo posi­ ble, el vocabulario españoles (sic) frente a la colonización por el francés).. .” 25 (subrayados por mí, al igual que la introduc­ ción de los signos de interrogación). Las quejas sobre los traductores, la defensa de soberanías y el vocabulario de las lenguas “ nacionales” eluden una pregunta: ese estilo ¿sigue el filo de la experiencia analítica? De ahí que •H om ofonía tom ada del nom bre de un congreso de la escuela lacaniana de p si­ coanálisis. Adem ás, en el castellano de América L atina no hay diferencia fonética m ar­ cada entre S y C —para ciertos contextos— con lo cual al leer /D E S .l.R ./, aparecen varias posibilidades: francés: deseo; de Simbólico, Im aginario, Real; castellano: /D E S IR / decir y de Sim bólico, Im aginario, Real. **Lam entablem ente, según una versión, un accidente m eteorológico nos ha priva­ do de la posibilidad de que tom aran estado público las lettres (cartas/letras) intercam ­ biadas entre T . Segovia y J. Lacan respecto de las dificultades de traducción. Caso ejemplar del borram iento apresurado de unas letras.

los abusos de Tradutore-tradittore “ no ejercen sus engaños sino para ‘desviar la cuestión’ ” 26. Pregunta que pone en juego las dificultades que surgen al traducir, y que pueden encontrar una articulación a partir del tema del sujeto, el supuesto y el saber. La piratería, al hacer a un lado las propiedades del autor, pone a circular un texto que sufre una “ estasis” , dando un paso para sustraerlo del éxtasis producido por el amor al maestro, y en no pocas ocasiones, por el odio (odioenamoramiento transferencial). Esto al precio de arrastrar consigo a su compañero especular, la edición autorizada. Entre la opción autorizada y la pirata se abre la posibilidad de incluir una tercera: la fabricación crítica de un texto (a par­ tir de tres se puede contar al menos una). Si en el decir el analizante dice más de lo que pretende al hablar, no se ve por qué en una traducción —al destejer combi­ naciones de sentido— se perdería esa impropiedad; no se encuen­ tran suficientes razones analíticas para sostener un pasaje entre lenguas o entre registros, oral-escrito, a partir de la soberanía atribuida al personaje del autor. El pasaje entre lenguas no puede quedar supeditado al com­ bate entre lenguas nacionales. Las llamadas lenguas nacionales son “ un dialecto más un ejército detrás” (J. Ventos, diputado socialista catalán); ejército de armas o espiritual. Cuando en el decir de un analizante se lee una formación sintáctica o un tér­ mino que no pertenece a su lengua “ nacional” , serán pocos los analistas que le indicarán: “ Joven, así no se habla” , señalando su carácter de “ colonizado” , salvo que asuman el papel de de­ fensores de la lengua materna, lugar donde impera la ley del ca­ pricho (Freud señalaba allí, en la aparición de una palabra extranjera, un fenómeno de transferencia). No pocas veces un vocablo de otra lengua es el medio en que una falta puede localizarse en la lengua nacional y vicever­ sa, un dominio de ellas dificulta la lectura de lo escrito en el decir. Las dificultades que se encuentran al fabricar un texto crí­ tico no son un impedimento a la labor; por el contrario, son los

puntos en que la superficie—aplanada—del texto queda a la es­ pera de una intervención. Esta se produce en la función autor que no está colmada por la persona de Freud o Lacan. El dominio sobre la lengua o la posesión de una lógica prevee para “ traducir” o “ establecer” un texto operaciones dife­ rentes entre sí que se articulan en dos efectos: la fidelidad al autor y la acción de atesoramiento, con el consecuente borramiento del lugar del lector. Ese estilo convierte al trabajo y sus resulta­ dos en un tesoro que al estasiarse es puesto bajo un dominio, no circula. El dominio encuentra su fantasma: la piratería*. No es para menos; como lo expresa un precepto jurídico: una ley que impone una condición imposible de cumplir, es nula. Lacan decía refiriéndose a las pasiones del ser que “ en la unión entre lo real y lo simbólico (está) la ignorancia” (clase 30/6/54). Por venir a colocarse en la posición de quien ignora, el su­ jeto hace su entrada al análisis. Sabemos que esa unión no se da sin lo imaginario. Destaquemos que tal es la posición del lec­ tor, al menos de aquél que participa de la construcción crítica de un texto. Fabricar un texto crítico supone un saber en juego, mismo que no es supuesto a un sujeto —esto hace diferentes con otras posiciones de analizante—. La fabricación de un texto crítico lo dispone a la circula­ ción —la que no necesariamente se produce— dado que necesite de ella para sostenerse —lo público, el público—, modificarse Los textos así construidos ni son legales ni son piratas, tiener un estatuto im propio... México, D.F., 23 de septiembre de 1986

‘ Fantasm a es utilizado aquí en el sentido en que por ejem plo lo emplea K. Ma en E l m anifiesto comunista: “ . . . un fantasm a recorre E uropa. .

La escritura de las psicosis* Ricardo Menéndez Barquín

La proposición: “ escritura de las psicosis” tiene, por lo me­ nos, una doble lectura: a) las psicosis como objeto de escritura y b) las psicosis como escritoras. Esta duplicidad nos guiará a lo largo de este trabajo. Para seguir la ruta que planteo tomar, parece conveniente comenzar por algunos comentarios sobre la historia de la noso­ grafía, tema médico que en el caso de la clínica psicoanalítica de las psicosis, considero prudente abordar. Tener cultura psiquiátrica cuando se pretende abordar la clínica psicoanalítica de las psicosis no está de más; el saber psi­ quiátrico ilustra a la clínica psicoanalítica en cuanto que señala los caminos por los que no hay que pasar, sobre todo en las etio­ logías y tratamientos psiquiátricos propuestos. La nosografía sí es una aportación psiquiátrica; es necesario leerla tomándola co­ mo lo que es: una clasificación puramente descriptiva. Cuando el psicoanalista ha tenido en su pasado una for­ mación psiquiátrica —esto no garantiza una ventaja, y en oca«iones sí es un obstáculo—, cuesta trabajo abandonar cierta incntulidud nosológica; lleva años lograrlo. En este sentido, los pfticoumilistas sin antecedentes de formación médica tienen un •l *lr Irnbajo fue iiiicialmente expuesto en form a oral, no escrita, y opté por conn«rvnr fit la irm iscrjpdón d estilo original, al cual sólo incluí algunas correcciones de ICtltUllt"»!

punto a su favor, ya que pueden leer la nosografía psiquiátric (acto aconsejable) sin necesidad de creer en ella. Resulta muy ilustrativo el estudio de la historia del sabf psiquiátrico que parte del siglo XVIII, florece en el siglo XL y principios del XX; pero a partir de los años cuarenta se pued suspender la lectura: encontrarán sólo tonterías. Hay que hacer notar que la mayoría de los grandes clínicc en psiquiatría fueron convencidos organicistas; veremos < porqué de esta aparente paradoja. Clérambault, el maestro d Lacan, es un buen ejemplo. Recuerdo que mi maestro, el Di Dionisio Nieto, decía que después de Kraepelin no había nadi nuevo bajo el sol en lo que a nosografía respecta, opinión co la que en términos generales estoy de acuerdo. El siglo XVIII y la mitad del XIX se caracterizaron por un fenomenología del desorden con una vocación higienista, aún n clínica. Se podría decir en serio y en broma que la nosografi psiquiátrica se empieza a consolidar gracias a la sífilis y a la gu< rra, pues fueron los descubrimientos y las observaciones, en an bas, lo que disparó el auge de la clínica psiquiátrica, origen qi marcaba su destino. El siglo XIX y los principios del XX fuero neurológicos en intención y psiquiátricos en sus efectos. La an bición por la correlación de una lesión anatomopatológica co las manifestaciones psíquicas, llevó a la aplicación del concept de entidades clínicas a la locura. La fragilidad de sus aparent< hallazgos los llevó a describir y sistematizar cuadros clínicos c manera tan exquisita como no se ha vuelto a hacer; por ejen pío, el delirio erotomaníaco de Clérambault es de una precisió clínica descriptiva asombrosa. Con anterioridad al psicoanális no existe comprensión alguna de lo que es el hecho psicótic< por admirables y refinadas que sean ciertas descripciones clin cas (sobre todo francesas); ni por claras y útiles que hayan sid determinadas tentativas (sobre todo alemanas) para aislar algi ñas entidades diferenciables. Estos hechos explican la aparen paradoja que señalé con anterioridad. Se puede afirmar que lo más rico de la psiquiatría se gen* ró, efectivamente, en Francia y Alemania. El que los primerc hayan aportado las descripciones más exquisitas y los seguí dos las entidades más útiles, no es de sorprender, pues hace sil

loma con sus respectivas culturas y, por lo tanto, con sus formas ilc abordaje de la locura. I ,d diferencia que se establece a fines del siglo XIX entre psicosis y neurosis es fundamental. La clasificación kraepeliniana ilt- lo que hasta entonces se englobaba en un solo bloque llama­ do paranoia, pasa a distinguirse en tres grandes grupos: Demeníta praecox-Parafrenia-paranoia (1911). No confundir con la l’arafrenia freudiana, que fue una proposición para la Dementia praecox, que no tuvo éxito (estaba de moda nominar). Por d contrario, la proposición de Bleuler de llamar Esquizofrenia .i la Dementia praecox fue bien recibida, al grado de internacio­ nalizarse, pero es importante hacer notar que Bleuler incluía, den­ tro del rubro de las esquizofrenias a la paranoia, diferencia que había establecido claramente, con razón, Kraepelin. Esta tenden­ cia a esquizofrenizar es dominante en la psiquiatría e incluso en el psicoanálisis estadounidense; no hay que olvidar que Bleuler lúe influido por Freud. El “ psicoanálisis francés” conservó claramente la diferen­ cia entre paranoia y esquizofrenia, al grado de que la enseñanza ile J. Lacan pone énfasis en la paranoia y muy casualmente co­ menta la esquizofrenia. En el “ psicoanálisis anglosajón” suce­ de lo inverso. Les sugerí estudiar la historia de la nosografía psiquiátrica solamente hasta los años cuarenta porque a partir de entonces hay un proceso demencial de la psiquiatría, en donde ésta sufre amnesia anterógrada, olvida la semiología y sólo conserva la aspiración a medicar (en el doble sentido de la palabra medicar: que en un galicismo diríamos medicalizar y en el sentido co­ mún: administrar medicamentos). Se trata de un retorno a la aspiración biológica, una fascinación por los fármacos, que no hacen otra cosa más que anular o evitar las formaciones psicóticas como el delirio y la alucinación; cuando un psicoanalista man­ da a mi paciente loco1 al psiquiatra para que lo medique, ¿qué busca?, ¿realmente sabe por qué lo hace? 'l i >i ni .i t's un l a m i n o p a r a c o n s e r v a r e n la c lín ic a , n o e n su s e n t i d o d e s p e c t i v o sino cm mi in tp oii ;ii ic ia clí nic a.

La semiología que maneja el psiquiatra internaciona raquítica y errática; difícilmente sabe diagnosticar y tan sóli be medicar la locura. ¿Cuántos psiquiatras hoy en día coni las cuatro parafrenias de Kraepelin? Freud escribía: “ En general, no es muy importante c< se nombre a los cuadros clínicos (aquí Freud está hablandi las nominaciones de la Dementia praecox y de la necesi de diferenciarla de la paranoia); más sustantivo me parece < servar la paranoia como un tipo clínico independiente, aun su cuadro harto a menudo se complique con rasgos esquizo nicos” 3. El psicoanálisis propone que no basta con ver cómc tán hechos los síntomas, que aún es necesario descubrir mecanismo de formación. Esto es, la semiología no está de n pero no es suficiente. Es sobre el mecanismo de formaciór los síntomas que quería hablar también. Es necesario reflexionar sobre el síntom ^y la psicosis Si consideramos al síntoma como algo para leerse, para terpretarse, como forma de escritura de algo reprimido ei inconsciente, como la manifestación (mediante los mecanisi de condensación y desplazamiento) de un significante repri do, como el retorno de lo reprimido, como una formación inconsciente (también lo es el chiste, el lapsus, el acto fallid el sueño), entonces no se trata de un significante forcluido La enseñanza de Lacan (sobre todo en lo que respecta a seminario sobre las estructuras freudianas de las psicosis y incluir aún el seminario sobre el sinthoma) me lleva a hacei siguiente proposición: no hay síntomas psicóticos. Llamar a la alucinación y al delirio síntomas lleva el rieí de no comprender el sentido fundamental de estos fenómeni su mecanismo de formación; no se trata de formaciones i inconsciente, habría que decir que son formaciones en lo re esto se aplica sobre todo a la alucinación. Sobre esto enconti 2E1 psiquiatra de hoy en día no hace suficiente distinción semiológica, pue bien no se trata de pulverizar los tipos clínicos en distinciones inútiles, tam poco hay < depositarlos en grandes basureros de clasificación como el DSM -III. 3Freud, S. Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dem tiaparanoides) descrito autobiográficamente (1911), Obras completas, T. X II. Amorro Editores, Bs. As., 1978, p. 70.

mos una discontinuidad fundamental entre Freud y Lacan de con­ secuencias clínicas enormes. Safouan, en su trabajo sobre la forclusión (preclusión) su­ giere una continuidad entre las observaciones de Freud, respec­ to a la psicosis, con las que hace Lacan. Da la impresión de ser una proposición forzada. Para esto se apoya en el comentario de Freud: “ no era por lo tanto exacto decir que la sensación in­ teriormente reprimida es proyectada al exterior, pues ahora ve­ mos más bien que lo interiormente reprimido retorna desde lo exterior” . Concluye Safouan que es posible seguir a Freud en esto como equivalente a la fórmula de Lacan: “ lo que es foreluido de lo simbólico retorna en lo real” 4. Este tipo de lecturas, en un deseo de conciliar ambas tomas de posición, opaca la discontinuidad. Si bien Lacan cita el mis­ mo párrafo de Freud, lo denomina texto pivote; pero es a Lacan al que le produce efecto^ivote; antes de él, a nadie. Es un efec­ to de lectura, de retorno a Freud. Es evidente que Freud intenta tratar el caso Schreber en tér­ minos de su teoría de las neurosis al mismo tiempo que trata de establecer una distinción psicoanalítica entre neurosis y psicosis quedando en una posición embarazosa. El ternario lacaniano RS1 viene a aportar los elementos necesarios para sostener en la clí­ nica esta diferencia. Es una diferencia, no completud. Algunas palabras sobre la alucinación y el delirio nos permiten abordar esto sin entrar en una serie de citas que alargarían demasiado esta presentación. La diferencia entre la alucinación y el delirio es tan impor­ tante de establecer en la clínica psicoanalítica de las psicosis co­ mo lo es la diferencia esquizofrenia-paranoia. Una primera distinción consiste en su temporalidad; nota­ mos cómo en la alucinación hay una suspensión del tiempo ima­ ginario. Recordemos al hombre de los lobos ante su dedo cercenado; cae en un agujero del tiempo. En cambio el delirio tiene una inscripción en el tiempo, por lo menos el de la narra­ ción, hasta cierto punto como el mito. Al menos ésa es su inten4Safouan, M ., E studios sobre el edipo, Siglo XX I Editores, México, 1977.

ción, una inscripción simbólica. La alucinación sería uno de 1 ejemplos máximos de una intersección de lo simbólico y lo re que se podría designar como inmediata, en la medida en que op« sin intermediario de lo imaginario. En el delirio se nota ciei intermediación imaginaria pero —y esto es fundamental— a di tiempo, trata de intervenir allí donde algo ya hizo corto circi to. A pesar de todo es un recurso. Basta con tomar la observad» psiquiátrica de que paciente que delira no se deteriora. El llam do hebefrénico (modelo extremo del deterioro psicótico) casi i delira; en cambio, el paranoico cuenta con el recurso de la pal bra, puede intentar contarse, inscribirse en una historia. I intervención psiquiátrica mediante los fármacos llamados antip¡ cóticos (habrá que escuchar al pie de la letra el término antipsic tico, !a mayoría de las veces) como la Perfenazina o el Haloperid anulán la posibilidad de delirar*. Freud, respecto al delirio, nos dice (Construcciones en análisis, 1937) que se trata de una desmentida del presente e la cual hace su retorno, mediante el desplazamiento y la condei sación, algo vivenciado a edad temprana y olvidado luego, co lo que sugiere un grano de verdad. Propone que el trabajo di analista ante el delirio sería equivalente al que realiza en la hi¡ teria bajo la consigna de que el enfermo padece de sus reminií cencías, y agrega que el resultado sería interesante aunque si éxito terapéutico. Tiene mucha razón en esto último, puesto qu efectivamente esta concepción aporta resultados interesantes, incluso terapéuticos en el sentido de que modifica algunas ma nifestaciones psicóticas o situaciones críticas, pero no permit un psicoanálisis. Una ilustración ejemplar de esto la encontrarán en una vi ñeta clínica incluida en el trabajo: Sobre la génesis de la reali dad y la alucinación5. Es un escrito valiente en donde no ofrecen la transcripción de una sesión (“ Caso Tomás” ) con ui paciente diagnosticado como esquizofrénico paranoide en don ♦No se trata de sostener una actitud inquisitorial ante el uso de psicofármaco en la clínica de las psicosis sino de insistir en la tendencia a la esquizofrenización d< paranoico. 5T rabajo presentado en el XXII Congreso Nacional de la Asociación Psicoana lítica Mexicana, A .C ., México, D .F ., 1982, y publicado en Cuadernos de Psicoanálisis enero-junio 1983, Vol. XV I, Núm s. 1 y 2.

de intentan demostrar “ la importancia del papel desempeñado por la intolerancia al dolor mental en la génesis de la alucina­ ción” ; asimismo, que “ las verdaderas alucinaciones necesitan de un sustrato material. . . de la misma manera en que los niños escuchan voces que cantan dentro del ruido del ferrocarril” , y en esta joya nacional de aproximación del psicoanálisis “ anglo­ sajón” a las psicosis, la terapeuta en un momento de la sesión alucina, haciendo gala de esto en los siguientes términos: “ . . . cuando la interpretación de la terapeuta le obliga a reintroyectar a la ‘bruja’, se libera de esta intolerable vivencia emocional por medio del recurso de encarnar la alucinación en su propio cuerpo, a través de la mímica, con lo cual logra expulsar dentro de la terapeuta su propio yo alucinado, generando en ella una pseudo alucinación contratransferencial” . Esta lectura del fenómeno alucinatorio en la terapeuta hace recordar los exorcismos o, mejor aún, las curas chamánicas. Si bien no hay lugar a dudas que la transferencia está en juego, el llamarle pseudoalucinación contratransferencial es una forma alusiva de lo que debería designarse como un caso de iden­ tificación histérica con el síntoma del otro (puesto que aquí el delirio y la alucinación funcionan como síntoma en la interpre­ tación de la terapeuta). Esto es uno de los posibles efectos, quizá de los menos gra­ ves, que provoca el sustituir en el análisis de un psicótico el re­ conocimiento en el plano simbólico por el reconocimiento en el plano imaginario. Se puede leer a lo largo de la sesión un mane­ jo valiente de gran creatividad imaginaria, bien intencionado, pero imprudente, de la relación de objeto. Una vez más se demuestra la agudeza del psicótico cuando el paciente dice con una sonrisa: “ usted es mi tinta, doctora” . El paciente le señala su esfuerzo por entintar con palabras lo que el paciente alucina; el problema es que lo hace a modo de inter­ pretación de un síntoma en términos de la teoría freudiana de las neurosis, en el sentido de formación del inconsciente o retor­ no de lo reprimido; aunque el contenido de las interpretaciones sean muy poco freudianas, más bien son, digamos, muy “ anglo­ sajonas” . Mediante este mecanismo no es de sorprenderse que aparezca una identificación histérica.

No se trata de estigmatizar la identificación con el síntoma del otro en el análisis. Cuando se da en el analizante durante el curso de la experiencia analítica, es algo que puede ocurrir y queda a la espera de su interpretación puesto que es una posición insos­ tenible para un fin de análisis. Cuando esto se da en el analista, digamos que también puede ocurrir y amerita darle su lugar, pero de esto a considerarlo como algo loable y esquivado con el viejo argumento de la contratransferencia, hay una gran diferencia. A lo largo de la sesión se nota un manejo del delirio y de la alucinación como si se tratara de defensas que habría que in­ terpretar. “ La defensa es una categoría que ocupa hoy el primer plano. Se considera al delirio una defensa del sujeto. Las neuro­ sis, por otra parte, se explican de igual modo” , dice Lacan, y agrega: “ Saben hasta qué punto insisto en el carácter incomple­ to y escabroso de esta referencia, que se presta a todo tipo de intervenciones precipitadas y nocivas. . . el sujeto se defiende; pues bien, ayudémosle a comprender que no hace sino defenderse, mostrándole contra qué se defiende. Una vez que se colocan en esta perspectiva, enfrentan múltiples peligros y, en primer tér­ mino, el de fallar en el plano en que debe hacerse vuestra inter­ vención” 6. Es todo un tema a reflexionar el “ modo de manejar la re­ lación analítica, que consiste en autentificar lo imaginario, en sustituir el reconocimiento en el plano simbólico por el recono­ cimiento en el plano imaginario” 7. El delirio es un intento de inscripción mediante una inter­ mediación imaginaria que a manera de guión, de texto, de escri­ to, bordea, casi enmarca un agujero en lo simbólico. Esta escritura tarde o temprano se lanza al aire en espera de que alguien la lea. El destinatario tendrá que soportar un ejercicio de lectura que no es ni interpretativo ni nosológico. Cuando el destinatario es un analista, y éste se percata y lo soporta, se abre la posibilidad del análisis de un psicótico. Este intento de inscripción en un registro (simbólico) nos sugiere pensar, aunque sea por un momento y como metáfora, la forma en que se define “ registro” en el derecho civil: oficina 6L acan, J ., Versión: E! Seminario, Libro 3, Las Psicosis, 1955-1956, texto esta­ blecido por Jacques-A lain Millcr, Paidós, Barcelona, 1984, p. 116. Idem , p. 28.

pública en la que se inscriben de modo fidedigno los hechos re­ lativos al estado civil de las personas físicas (nacimientos, eman­ cipaciones, adopciones, vecindad y defunciones). Y agreguemos que un escrito en derecho es una solicitud o alegato en pleito o causa. El delirio paranoico se ajustaría más al carácter de solici­ tud, mientras que el llamado “ delirio histérico” apuntaría al alegato. La proposición del delirio como un escrito me parece útil sobre todo si se le da el carácter de solicitud de inscripción en un registro. No se trata de una huella mnémica en el sentido freu­ diano, como un recuerdo inscrito en la memoria, reprimido, que puja por escribirse en el síntoma. Se trata de algo no simboliza­ do, en donde el sujeto no muestra nada; algo se muestra. En el análisis de un psicótico puede ocurrir cierto efecto de escrituración, o mejor aún, de inscripción, en su acepción gene­ ral: apuntar el nombre de una persona entre los de otras en un registro. Este intento de inscripción resulta tan evidente que no deja de sorprender el que los fenomenólogos del delirio no se hayan detenido en el carácter genealógico del mismo frente a la importancia que otorgan a lo persecutorio; se puede decir que son delirios de parentesco donde se propone una filiación original. El delirio es la escritura paranoica que con un recorrido mi­ nucioso y estricto, evoca el escrito científico. Se trata de una bús­ queda, de una auténtica investigación, y si a alguien se le puede aplicar con todo rigor el término de investigador de tiempo com­ pleto es precisamente al paranoico. Se trata de una investigación que mediante la proyección inventaría un borde a ese agujero en el Otro allí donde habría debido advenir el nombre—del—padre. Hay una reacción en cadena a nivel de lo imaginario que produce un texto—delirio—, por lo general “ dictado” para que alguien lo registre, peto en ocasiones la propia mano del pa­ ranoico deja testimonio por escrito; circunstancia que provocó la celebridad de Schreber quizá hizo honor a su apellido, al pie de la letra. El hecho de que el paranoico cuente con estructuras imagi­ narias de las que pueda echar mano lo posibilita para ser un es­ critor, a diferencia del esquizofrénico para quien prácticamente todo lo simbólico es real y tan sólo logra, digamos, garabatear. Esta diferencia es fundamental en el abordaje clínico, pues fre­

cuentemente experimentamos la insuficiencia de la palabra para el tratamiento del esquizofrénico y la necesidad de “ meter las manos” , aun arriesgándose a “ meter las patas” . Aquello que aparece en lo real, aparece como una puntuación sin texto, pues lo real no espera, y menos aún al sujeto, puesto que no espera nada de la palabra; esto representa dificultades particulares en el abordaje del esquizofrénico, tal como lo comentamos en re­ lación con la alucinación del paciente en el caso previamente discutido. El hecho de que Schreber escribiera (su solicitud)* no garantiza que se tratara de un paranoico, pues la relación escri­ tura-paranoia no es patognomónica; ya que no podemos pa­ sar por alto el hecho de que su delirio alrededor de la emasculación progresiva bordea un resurgimiento alucinatorio del significan­ te forcluido. Nosológicamente parece que entraría en lo que los “ franceses” llamaron delirio alucinatorio de las psicosis alucinatorias crónicas, lo cual lo acercaría del lado de la esquizofre­ nia. Es necesario decirlo, Schreber fue un caso excepcional. Lacan nos dice en su Seminario de Las psicosis que Schreber era un escritor pero no un poeta, pues poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo. ¿Será esta diferencia la que se rompió en Cuesta (en vís­ peras del pasaje al acto) y se sostuvo en Joyce?

•Sus “ M em orias” son el texto de su solicitud bajo form a de alegato.

La espada mellada Jan M. William

Mella, en sus diferentes etimologías, reúne los significados de pecado, de defecto, de mentira, de engañoso, de vano o inú­ til. La mella es también la rotura o la discontinuidad en el filo o en el borde de una hoja. Es el vacío o el hueco que queda en una cosa. Es menoscabo y deterioro. Causar efecto en uno la represión o la súplica. Se habla de mellado en el sentido de falto de uno o más dientes. La mella es la discontinuidad que inscribe una letra no de­ seada, no pensada; algo cambia, súbitamente algo sorprende, irrumpe un cambio. Yo engaña ahí donde es más delgado; ¿hacer mella o ha­ cerme ella, hacerme una con ella, la escritura? Aunque afecte suma pulidez, por muy pulido que sea —vidrio, piedra, cristal, metal—, soy una extensión limitada, superficie finita. Ahí, en el borde, en lo más extendido de mi imagen, ahí hago mella, ahí hay engaño. Ahí donde me miro en el espejo, donde la imagen especular roza mi cuerpo, ahí también hay corte y puntuación, ahí los filos hacen mella. En lo más delgado se rompe la continuidad del otro; ahí hay engaño y mentira que busca la hoja de la verdad, la hoja incandescente de las ordalías germánicas que dictaminarán el fallo verdadero: verdad divina, fatum o palabra de los dioses. Runas Dice Tácito que las tribus germánicas solían hacer lectura del futuro echando en una blanca tela las runas de los adivinos;

según caían cambiaba la lectura. Si las runas fueron básicamente objeto mágico, son también letras de una lengua. En su sentide original, la runa es un secreto, un cuchicheo misterioso, un mur­ murar apenas audible, una canción mágica, canción de los Trolls. La runa es también un quejarse, rumor y ruido sordo. El sentido de las runas sería entonces atraer y seducir al audi­ tor con un susurro murmurado en su oído. La escritura del si­ lencio; la runa echada, palabra escrita: epitafio y tumba. El presente trabajo deberá leerse como runas echadas al azar; cada lectura seguirá un orden diferente. Quizá para liberarse de la esperanza de ser leído. . .

Sorpresa La presa es sorprendida. Súbitamente es capturada. Quie­ re liberarse y tropieza; quiere morder y se ahorca; quiere hablar y ruge. ¡Espectáculo grotesco, hilarante! Toda una vida, una his­ toria para ¡fraguarse y un instante para prenderse, la sorpresa es siempre mirar ahí donde los ojos nada ven. Angulo muerto o punto de fuga. Los niños juegan a alcanzar su propia sombra poniendo un pie encima. La sorpresa es también falta de presa, manos vacías, perplejidad: pareciera como si la vaca bebiera la luna cuando ésta se refleja en el charco. ¡No se ha ido! ¡Qué alegría! Cuando el enemigo acecha, cuando los ejércitos aguardan en inquieta y silenciosa rigidez la lectura del arúspice, el primer acero refulgente, el primer corte y la primera herida son tan ines­ perados que la sorpresa se torna punzante como el vinagre en la copa de miel. Algunas lenguas son más afiladas que otras: algunas pala­ bras hieren más que la hoja reluciente. “ Sanan cuchilladas y no malas palabras” , pregona el saber popular. Y es que fui sorpren­ dido en lo más liso y llano, precisamente ahí donde no hay arru­ gas, ahí donde las letras no destacan por no tener ni cuerpo ni volumen. Horizonte y punto accidental.

Síntoma Voltear la cara, ahí donde la exhalación se detiene; durante ese instante antes de la inhalación, en el límite de mi cuerpo, ahí donde yo termino y el mundo empieza, en esa franja o borde vuelvo a encontrar el filo de la hoja: dos espacios diferenciados por lo muy sutil y penetrante de la espada. Posible mella. Des­ fallezco. El golpe y yo coincidimos, caemos juntamente como un solo cadáver, ruina y desecho de saliva cuando la vocal expi­ ra y se agota. Silencio y extenuación. \ Asíntota es aquella línea que se acerca infinitamente a una curva sin jamás tocarla. Es decir el contrario del síntoma en el sentido de un colapso, de un encuentro, un coincidir, un caer juntamente como cuando tropezamos sobre un cadáver en la os­ curidad. En griego, para no olvidar la mella, symptosis es, en sentido hostil, un ataque. Fetialis Frontera, borde, límite, extensión máxima. La frontera es la línea más sutil entre dos estados. Ahí el derecho y la propiedad están en su punto más débil. Aquí cual­ quier corte hace mella. Cruzar la frontera pone en juego la iden­ tidad. ¿Seré o no reconocido por el otro? Así, para abrir un espacio a la comunicación, para poner en circulación un texto, un mensaje, una misiva que no sean menguados por el filo de la frontera, los romanos mandan por los caminos del imperio a sus embajadores o fetialis. A través de ellos podrá o no darse un diálogo. Mientras el pater patratus negocia la paz o anticipa la guerra, el Verbenarius ofrece su ramo de verbena como sím­ bolo del territorio romano. Si la guerra es inevitable, larga una jabalina por encima de la frontera o, merced a una ficción legal, la jabalina será clavada en la Columna Bélica, símbolo del te­ rritorio enemigo. Por el contrario, si de firmar la paz se trata, la deputación de los fetialis, con sendos cuchillos de pedernal, inmolará una víctima —generalmente un puerco— y se procederá a la lectura del tratado. Es la institución del *foedus ferire’ en cuya lectu­ ra literal el herir y cortar con un cuchillo, inscribe el tratado-víctima.

Sintaxis Ordeno, grito y vocifero. No escucho porque teniendo el poder no me interesa tu respuesta. ¡Entiéndanme! Su respuesta, su pregunta, las tendré que reubicar, colocar en otro lado. Quiero que se fundan en lo monótono y ordenado de la fila. Que no sobresalga, si no, lo cortamos. Una rama inoportuna es un fe­ roz crecimiento. Lo que despunta lo achatamos, borramos y si­ lenciamos. No busco la sorpresa ni la aspereza. Me conformo con la dura lisura del acero cuando éste brilla y me remite a una pulida imagen. Me conformo aún en el tremor de la deforma­ ción. Todo es forma, sobre todo el estilo. Arreglo, ordeno, los soldados se alinean: forman una sola línea pulsante y sudorosa. Los puntos de una línea no cuentan, son infinitos y no tienen ni peso ni extensión. Punto. El soldado es intercambiable; ocupa su puesto, su posición que es lo único importante. Al igual que las letras las colocamos a voluntad, las desubicamos, las mandamos al frente, las retiramos, las inmobilizamos; a veces incluso las condenamos a muerte heroica. En la falange macedónica cada ciudadano-soldado es concebido co­ mo unidad intercambiable. Cuando las letras se aprietan, la lec­ tura no abre el sentido. Nada ni nadie pasa. La respiración se detiene. Nuevo efecto de sorpresa. Una vez más, sólo la espada mellada hará que la batalla se inscriba en la historia. El enemigo no logró penetrar nuestras filas dentadas y retrocede. ¡Sintaxis fallida! ¡Desentumecimiento! ¡Rompan filas! (H)apax legomenon Palabras que sólo ocurren una sola vez. Quizá sólo logre hablar acerca de lo que provoca el apax legomenon sin jamás encontrar una sensación de desprendimiento y desolación. Sólo palabras. Palabras solas. Dichas, murmura­ das, musitadas por algún santo en el desierto, por algún agente en misión secreta, por algún condenado a muerte en la oscuri­ dad de su celda minutos antes de. . ., por algún desgraciado en su febril delirio, algún. . . o quizá todos. . . los contrarios, en todo momento de la vida, como en el sueño de anteanoche, en que se dijo algo que quisiera recordar, recobrar, cobrar, obrar, o

bien. . . De niño oí eso que hoy interroga; pero sobre todo, sobre el diván, sobre el sobre postal, ahí el apax legomenon inscribe un decir indiviso, como la aparición fugaz de la novia velada, de la mujer prometida, toda en blanco, entrevista por la rendija de la puerta o en la reflexión de la ventana. Palabra anhelada, buscada, escuchada en duermevela, suspendida en las musara­ ñas, palabra susurrante, cuya mera existencia es garantía de un saber a futuro. Hoy no sé, pero mientras el apax legomenon circu­ le por el diván, puedo decir: “ Mañana sí sabré” ; promesa de saber velado. ¿Simple o bicéfalo? ¿Distinto? ¿Lo mero bueno? ¿Lo pu­ ro? ¿Lo disparejo? ¿Lo particular? ¿Lo impar? ¿Palabra impar perteneciente a cuerpo mutilado? ¿Palabra no enantiomórfica? Palabra que contempla el vacío y la noche del espejo. Palabra sin reflejo, sin su doble, palabra que ni si­ quiera tiene existencia al revés y cuyo palíndromo es cautivado por la muerte instantes antes. . . ¡Non!. . . ¿O acaso andamos de nones? (Andar ocioso). ¿O acaso estoy de non? (Porque sobro). ¿O acaso quedé de non? (Me quedé solo). Andamosdenones, estamosdenones, quedamosdenones, por­ que ninguna palabra se dignó multiplicarse, dividirse, engendrar­ se, repetirse. Escribe Kierkegaard: “ ¿Qué sería, al fin de cuentas la vida si no se diera ninguna repetición? ¿Quién desearía ser nada más que un tablero en el que el tiempo fuese apuntando a cada ins­ tante una breve frase nueva o el historial de todo el pasado? ¿O ser solamente como un tronco arrastrado por la corriente de to­ do lo fugaz y novedoso que, de una manera incesante y blan­ dengue, embauca y debilita el alma humana? El mundo, desde luego, jamás habría empezado a existir si el Dios del Cielo no hubiera deseado la repetición. . . La repetición es la realidad y la seriedad de la existencia” .

Isonomía Igualdad de derechos en la democracia griega. Si la palabra trata de arrancarle a lo real una parcela de exis­ tencia, la palabra también es poder que ejerce sobre el otro. Con la espada que es muletilla y chispa de la mella, quizá logre soste­ ner —en la roca dura— la verdad del tiempo de un engaño, de un parpadeo. En las sociedades guerreras, por lo menos en las griegas clásicas, tomar la palabra significa ante todo dos cosas: la primera, gestual, es avanzar y colocarse uno en el centro del círculo formado por los compañeros de armas; la segunda es to­ mar el cetro, aguardar el silencio y empezar a hablar. Este hablar “ en el centro” (es mésorí) de la asamblea militar, es hablar, si no en nombre del grupo, sí de algo que interese al grupo. El cen­ tro es el punto común a todos los hombres ordenados en círcu­ lo. Ahí todo el botín de guerra: oro, plata y bronce, vidrio y mármol, piedras y esencias, telas, estofas y nueces, esclavos y esclavas, son depositados. Aquí, en este centro todos los bienes son comunes. En este tiempo central, no hay propiedad indivi­ dual. De igual manera el guerrero que aquí toma la palabra, aquí también la deposita. Sus palabras no son suyas en forma de copy­ right, son de interés común. Su palabra no es ya privilegio de sacerdote, rey o juez, ni tampoco lectura de oráculo, escribano, mántico. Estos bienes depositados (es mésori) están destinados a circular hasta el momento en que el gesto de levantarlos se tra­ duzca por una nueva apropiación. El gesto determina el derecho de propiedad. De aquí lanzo palabras de exhortación para excitar e inci­ tar. Estas se conocen como paregoros. Otras se engendran de la vida en común, entre las armas. También circula la palabra per­ suasiva, convincente y seductora. Después de todo, se trata de salir victorioso, y si es posible, vivo. Aquí se habla es méson pa­ ra conservar la vida y triunfar. Palabra de hombre. Sin embar­ go, esta palabra de hombre nada valdrá si no es escuchada y reconocida por el poeta. Será la larga historia de la disputa entre las armas y las letras.

Enigma En el mar y no me mojo en las brasas y no me abraso en el aire y no me caigo y me tienes entre tus brazos ¿Quién soy? (La a). La última soy del cielo y en Dios, el tercer lugar siempre me ves en navio y nunca estoy en el mar ¿Quién soy? (La o). En medio del cielo estoy sin ser lucero ni estrella sin ser sol ni luna bella a ver si aciertas quién soy (La e). “ Acontece que, a la hora de los grandes adioses, entreguen ciertas realidades su definición; como los amantes, su retrato” . Eugenio d ’Ors “Oceanografía del tedio” Sucede también que, en ciertos momentos, los enigmas li­ beran su respuesta bajo forma de letras aprisionadas. No hay duda de que la respuesta está contenida en el enigma porque un enigma insoluble no es enigma. Existe la certeza de que la solu­ ción puede y debe darse. No ya en el cosmos ni en la naturaleza profunda de las cosas. En el enigma, la pregunta te concierne, lector; es un cuestionamiento dirigido a ti y formulado de tal manera que te fuerza a dar cuenta de un saber. El que pregunta posee el saber, presente desde el momento en que la pregunta ha sido planteada. De repente me vivo como ser cuestionado; el enigma es coerción y opresión. Según la vieja palabra germáni­ ca tunkel, la cosa tenebrosa que nos envuelve a todos es como manto nocturno de un saber ya ahí y sin embargo, invisible por­ que en nuestra cultura occidental, el saber siempre ha sido una metáfora de la luz. Ahora veo, dice el que ya entiende. El enigma no es trivialidad. Es cosa muy seria. Cuando en otros tiempos los novios se iban a casar (Sansón-Jueces, XVl), cuando el muerto va a ser sepultado, cuando las cosechas están

amenazadas el grupo recurre a justas enigmáticas que podrán o no inclinar la balanza en favor de los hombres. ¡Quizá!, porque cuando el resultado depende de una jota, resolver la letra del enig­ ma puede ser suficiente para favorecer el destino y su lectura. Hubo también tribunales que dictaminaban conforme a la respuesta dada a un enigma por el acusado. Sería porque con­ testar conforme a la verdad, es justicia. Siempre. Y porque quien conoce la verdad, no puede ser injusto. Pregunta enigmática, si reparamos en el estilo de una audiencia en el tribunal. Si bien es cierto que el juez es quien debe saber, es el acusado el que realmente sabe. Él es quien plantea el enigma y quien nombra juez al juez, ya que, si este último falla en su resolución, cesa de ser juez. El enigma requiere fallo , tarde o temprano. Corte literal si no es que lateral. Siempre sorprende descubrir a la metá­ fora en el áncora del cuerpo. Sustantivo seguido de sustantivo, substancia de substancias hasta los números y pesos atómicos. ¡Mi deseo atomizado! En pretéritas ordalías, el cuerpo del acusado era tirado y sumergido en las aguas del río para ser rechazado o aceptado según la lectura de su sumersión. El corte literal es corte bíblico, verdadero corte de Salomón, corte de palabra jus­ ta. Recuérdese a las dos rameras que invocan la maternidad de un solo y mismo hijo, ya que el otro —sin nombre— fue sofoca­ do, literalmente, por el cuerpo de su madre, misma que en la obscuridad de la noche intercambia el cadáver por el hijo de su compañera. Salomón ordena traer una espada para entregar a cada madre una mitad del litigio. Ese es el corte que hace mella en la auténtica madre que decide abandonar el caso para salvar­ le la vida. Porque la vida es el enigma que la esfinge pone en el filo de la espada. La fórmula es: “ ¡adivina o muere!” La so­ lución correcta da el pase y da acceso a la posibilidad de un nom­ bramiento, no tanto por la solución misma como por el poder resolutivo del enigma. Carpanta “ Se mandó a dos verdugos, hombres valientes y de gran­ des fuerzas, que con peines de hierro rasgasen los costados de la Santa Doncella, y después de rotos y carpidos poner hachas encendidas” Diccionario de Autoridades

Esa es la historia de Santa Bárbara, historia inscrita en la misma carne del cuerpo; piel de mujer en que el hombre pueda carpir su borrachera, su sed y su hambre. Rasgar, arañar, desgarrar las mismísimas entrañas, la bo­ ca del vientre: a eso se le puede llamar hambre. Hambre violen­ ta que se escribe Carpanta. Mujer desenvuelta y grosera, también llamada Carpanta. Bajo una misma carpa estamos la mujer, el hambre y un deseo de carpir con la pluma la verdad de una aso­ ciación. Una mística de nombre Catarina de Siena, en sus diálogos, recurre a la boca y a su manducación para hablar de su saber: el oficio de la boca. La boca habla con su lengua; con el gusto prueba los alimentos; los retiene para transmitirlos al estóma­ go; con los dientes los tritura a fin de ser tragados. Lo mismo hace el alma que le habla con la lengua de la boca del santo de­ seo, con aquella lengua de la santa y continua oración. . . ¡Que el alma coma! Siente hambre por las almas y toma su alimento sobre la mesa de la muy Santa Cruz; que tritura su alimento con los dientes, si no, no podría tragar. Porque el odio y el amor son como dos mandíbulas en la boca del santo deseo; la comida que ahí recibe, la tritura con el odio por sí misma y con el amor de la virtud. Tritura, insiste, todos los injurios, tritura desprecios, afrentas, burlas, reprimendas, persecuciones, hambre, sed, frío, calor, dolorosos deseos, lágrimas, sudores para la “ salvación del alma” . No nos queda, lectores, más que trabajar de zatiqueros y como tales, encargarnos del pan y levantar la mesa. ¡Gaudeamus! Vámonos todos de cuchipanda. Para los cuscurros, buenos aceros; para la carne manida, el satur del carnicero árabe que contiene la misma raíz —str— que el verbo escribir. Que aun­ que sea pitanza o bodrio, aquí seguimos en francachela verbal. Todos sabemos que el hambre aguza el ingenio, que más discurre un hambriento que cien letrados; —aunque un cuchillo mismo me parte el pan y me corte el dedo, sostengo que la lengua que sabe discernir sabores es como el jifero de los mataderos, porque separa lo bueno de lo malo. ¡Misericordia apelamos! Yo de todo este caldo, saco mi tajada. Porque estas palabras están

gozando de Dios, porque la palabra blanda rompe la ira aunque la palabra de boca sea piedra de honda. . . y de tanto hablar voy a remojar la palabra a beber las palabras a comerme las palabras

aunque algunos mantengan que con las buenas palabras nadie come. Y eso de que las buenas palabras untan y las malas pun­ zan es puro chiste porque las palabras como las cerezas, unas con otras se enredan. En este mundo las palabras son hembras; los hechos, varones. Y que nadie me meta letra porque con el filo devorador qu tengo me tiro un filo con el que se me ponga enfrente. A ver com­ padre, sí, usted, ya me lo caché dándose un filo a la lengua, filo rabioso de la envidia. ¡A ver si te vas muy lejos siguiendo el fi­ lo del viento!

Punto Era que que que

una paloma — punto y coma venía de Marte — punto y aparte tenía su nido — punto y seguido era un animal — punto final

Dicen que la letra con sangre entra y que la tinta púrpura es de color de mártir porque las heridas conforman una escritura compuesta a la gloria de Jesús, Inscripta Christo pagina. Sin menoscabar una vocación de santo, quisiera darle a la lectura la puntilla: abrumar y confundir. Punto. Quemar la ru­ na, borrar los significantes y, como en las tumbas que los roma­ nos en vida preparaban, carpir la inscripción V S F (Vivus sibi fecit). Porque aquí finca el punto, aquí está el quid. Si bien es cierto que el punto invoca la pausa y pide el silencio, el punto en su nonada señala el tiempo de un sucumbir, el espacio de la trivialidad (las tres vías), de la encrucijada. Aquí cambia la di­ rección de la lectura y hay mudanza de voluntad. En otras pala­ bras, punto crudo. Punto en boca. ¡Silencio! Que al punto y por punto quisiéramos dar en el punto y poner los puntos, punto

por punto. Porque a punto fijo, por un solo punto Martín per­ dió su asno. En vez de escribir: Porta patens esto. Nulli claudaris honesto (Puerta, permanece abierta; no te cierres a persona honrada); puso a la entrada del convento: Porta patens esto nulli. Claudaris honesto (Puerta: no te abras a nadie. Estáte cerrada para toda persona honesta). Así, un pro puncto cariut Martinus Asello. Los romanos que, en jurisprudencia se complacían, formu­ laron que Cui cadit virgula, caussa cadit. O sea que, el que pier­ de la coma, pierde la causa.

El control: una dificultad de nominación Miguel Felipe Sosa

El 27 de mayo de 1917 Georg Groddeck, un médico alemán ya célebre en aquella época por sus habilidades de terapeuta fí­ sico y de masajista, escribe su primera carta a Freud. Allí le re­ lata la historia de su relación con el psicoanálisis, o lo que para él es lo mismo, le relata las visícitudes de su relación con el nom­ bre del propio Freud. Algunos años atrás, en 1912, Groddeck había hecho pública su posición adversa al psicoanálisis en su libro titulado Nasamecu, der gesunde und der kranke Mensch. Sin embargo, en 1909 afirma que el tratamiento de una mujer “ me obligó a seguir el mismo camino que posteriormente conocí como psicoanálisis” 1. Esto quiere decir que Groddeck descubrió en su práctica de tratamientos médicos la importan­ cia de la sexualidad infantil y del simbolismo en la etiología de enfermedades orgánicas y que, en sus tratamientos, se enfrentó con la transferencia y con la resistencia; aunque “ las designaciones transferencia y resistencia no las he aprendido hasta ahora” 2. El uso de estos términos freudianos nos revela un cambio importante en la vida de Groddeck: sus obsesiones acerca de la creación intelectual y de la propiedad de las ideas (se sentía obli­ gado a crear y a dominar ideas que debían ser originales e im­ 'Sigm und Freud-George Groddeck, Correspondencia, A nagram a, Barcelona, 1977, p. 31. C arta del 27 de m ayo de 1917. 2Op. cit, p. 32. C arta del 27 de m ayo de 1917.

portantes) se le apaciguaron a causa de la instauración de Freud como sujeto supuesto saber de su transferencia. No obstante, y a pesar de haber localizado su transferencia en Freud, Groddeck no se analizó con Freud. En lugar de ana­ lizarse con él, se convirtió en su eterno y devoto enamorado: “ durante las jornadas del congreso corrí constantemente tras de Ud. en estado semi-sonámbulo, como lo haría un enamorado. Cuando lo recuerdo me alegra verme todavía lo suficientemente joven como para tener sentimientos intensos cuando vale la pe­ na. Sólo anhelo poder estar alguna vez tranquilamente junto a U d.” 3 Sin embargo, si una transferencia sin análisis*, que además no es aceptada plenamente por el analista que la estimula, se pro­ longa indefinidamente, como sucedió con Groddeck, esta trans­ ferencia no cesa de no escribirse; en un caso como éste el sujeto no puede encontrar un buen camino para salir de esta situación que podría describirse, a grandes rasgos, como un “acting-out permanente” . Y también a causa de la instauración de Freud como sujeto supuesto saber, Groddeck fue conducido a interrogarse acerca de su posición de sujeto en lo simbólico. La pista de esta interrogación es bastante notable desde su primera carta a Freud: “ tras la lectura de la Contribución a la historia del psicoanálisis se me ha apoderado la duda de si debo contarme entre los psicoanalistas de su definición. No desea­ ría considerarme como partidiario de un movimiento si por ello he de correr el riesgo de ser rechazado por su cabeza como un intruso que no pertenece a él” 4. A continuación, en esa misma carta, el propio Groddeck enumera las razones por las que podría ser rechazado del movi­ miento psicoanalítico: su monismo recalcitrante, casi místico; sus ideas acerca del ello y acerca del inconsciente, entre otras.

•D efinición lacaniana del acting-out, i Op. cit, p. 60. C arta del 17 de octubre de 1920. i Op. cit, p, 33. C arta del 27 de m ayo de 1917.

Y a pesar de todo esto Groddeck le confiesa a Freud que duda “ acerca de si tengo derecho a presentarme públicamente como psicoanalista” 5. Freud le responde inmediatamente. El 5 de junio de 1917 le escribe nada menos que lo siguiente: “ tengo que afirmar que es Ud. un espléndido psicoanalista que ha comprendido plenamen­ te el núcleo de la cuestión. Quien reconoce que la transferencia y la resistencia constituyen los centros axiales del tratamiento per­ tenece irremisiblemente a la horda de los salvajes” 6. Esta respuesta tan salvaje no careció de consecuencias so­ bre la duda de Groddeck acerca de su derecho para presentarse en público como psicoanalista. Cuando él se presenta por pri­ mera vez frente a un público de analistas, en el congreso de La Haya en septiembre de 1920, afirma con orgullo que es un psi­ coanalista. . . ¡salvaje! Es evidente, entonces, que las palabras de Freud lo convir­ tieron en un miembro de la horda, en un analista salvaje, pero no le resolvieron su duda fundamental sobre su_ nominación de analista. Las palabras de Freud no dieron derecho a Groddeck de presentarse en público como analista. La transferencia de Groddeck hacia Freud comenzó en el momento en que “ el nombre de Freud aparecía más a menudo como el pionero de esta serie de ideas”7 (referidas a los fundamen­ tos del tratamiento analítico). Y desde ese momento Groddeck le escribió a Freud y se relacionó con el movimiento psicoanalítico por amor (a Freud), tal como sucede cuando alguien se dirige al sujeto supuesto saber: “ ¿le alegraría a Ud. que tratara de ser admitido en una de las asociaciones psicoanalíticas? No concuerdo del todo con ellas, lo sé muy bien; pero puedo decirle que es fá­ cil llevarse conmigo” 8. Si las asociaciones psicoanalíticas no le atraían demasiado, si la clínica y la doctrina psicoanalíticas le parecían insuficien­ tes, entonces, lo que a Groddeck le importaba del psicoanálisis 5Op. cit, p. 34. C arta del 27 de m ayo de 1917. 6Op. cit, p. 38. C arta del 5 de junio de 1917. 1Op. cit, p. 32. C arta del 27 de m ayo de 1917. sOp. cit, p. 56. C arta del 27 de abril de 1920.

era alegrar a la persona de Freud, en el sentido en que Freud se refiere a la “ persona del médico” cuando escribe acerca de la transferencia. Sin embargo, no hay nada en la posición de Groddeck que merezca la menor objeción. Sería un abuso o una ligereza repro­ charle que se situara en posición de analizante de un analista. El problema reside en las respuestas de Freud a la transferencia de Groddeck, respuestas que revelan una concepción de la trans­ ferencia que no facilita la mejor resolución de esta situación. Si Groddeck buscaba que Freud lo aceptara en la posición de ana­ lizante, ¿por qué no le permitió que se analizara, aceptándolo como paciente? Freud no ignoraba qué clase de relación había establecido Groddeck con él. Por ejemplo, éste le escribe: “ cuando supe que Ud. no iría a Salzburgo perdí el interés por el congreso. . .; ca­ da vez me resulta más claro que es a Ud. a quien quiero y no a la extraña atmósfera de confrontación y litigio entre los leones del congreso” 9. Y en lugar de aceptar finalmente la transferencia que Groddeck le dirige y decirle, por ejemplo, que lo espera en Viena para analizarlo, Freud le responde: “ Ya sabe Ud. cuánto apre­ cio su personal simpatía, pero desearía transferir también* uña parte de ella a los demás. Eso no haría más que beneficiar la cuestión” 10 Freud no era lacaniano. Él no había reconocido el papel del deseo del analista en el desencadenamiento de la transferencia. Por eso no podía asumir la responsabilidad de la transferencia que él mismo había provocado en Groddeck mediante, por ejem­ plo, la publicación de sus obras. Y por no ser lacaniano se le ocu­ rrió que él podría transferir una parte de la transferecia de Groddeck hacia otros analistas y hacia la institución psicoana­ lítica. Freud creía que las dificultades de Groddeck para integrar­ se al movimiento psicoanalítico internacional se resolverían me*E1 subrayado es mío. 9Op. cit, p. 106. C arta del 16 de diciembre de 192