Psicopatología : sus fundamentos dinámicos
 9789506020279, 9506020272

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Nueva Visión

José Rafael Paz

■Psícopatología Sus fundamentos dinámicos

Ediciones Nueva Visión Buenos Aires

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Paz, José Rafael Psícopatología. - 1g. ed. 7- r e im p - Buenos A i­ res : Nueva Visión, 2004. 288 p. ; 20x14 cm.- (P sicología contem poránea) ISBN 950-602-027-2 1. P sícopatología L Título.

© 1984 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tueumán 3748, (1189) Buenos Aires, Rep. Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina.

A mi mujer

Desd jaspers denomina así al “todo de la vida”, cuyo relato es la “biografía”.

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unitario de una personalidad 6 (sobre la base de un curso biológico normal de las edades y de las fases, eventuales) del carácter no

unitario de una vida que se descompone por una ruptura, en dos partes, porque en el acontecer biológico, en determinado momento, se ha iniciado un proceso que con la interrupción del curso bio­ lógico de la vida altera la vida psíquica de un modo incurable, irreversiblemente’'. Y más adelante: “Hablamos en cambio del desa­ rrollo de una personalidad, en tanto que podemos comprender en el conjunto de las categorías histórico-vitales, lo que ha llegado a ser, bajo la presuposición del acontecer normal biológico funda­ mental”. Por ende, el “desarrollo” puede dar lugar también a lo nor­ ma!, incluso bajo formas psicóticas {por ejemplo delirios celotípicos o desarrollos paranoides), pero siempre como despliegue de algo que, en el fondo, continúa siendo lo mismo. Lo “procesal”, en cam­ bio, correspondería al surgimiento de lo otro. Lo que antes' no era y ahora es. Y eso a partir de la “base” corporal, biológica. Conviene volver a citar a Schneider, por ser, no sólo un representante conspicuo de esa línea de pensamiento sino alguien que expone con mucha claridad sus ideas: “El concepto de enfer­ medad es para nosotros, precisamente en Psiquiatría, estrictamente médico (bastardillas del autor). Enfermedad propiamente dicha no existe sino en lo somático, y denominamos ‘morboso’ a lo psí­ quicamente anormal cuando es susceptible de ser referido a pro­ cesos orgánicos morbosos” Definida ya su perspectiva agrega luego: “No conocemos los procesos morbosos que se hallan en la base de la ciclotirma y de la esquizofrenia. El que se hallen fundamentados sobre enfermedades constituye una conjetura que goza de sólido apoyo. La herencia frecuente, las vinculaciones con los procesos genéticos y las alte­ raciones somáticas generales que muchas veces se hallan presentes no son para ello tan importantes como los siguientes hechos psicopatológicos: el que aparezcan, entre otros, síntomas tales que no guardan analogía alguna con la vida psíquica normal y con sus variantes anormales. En su abrumadora mayoría no se pueden referir estas psicosis a vivencias, no se hallan motivadas por éstas. No son influidas en modo apreciable por medio de tratamientos psíquicos; sí, en cambio, mediante tratamientos somáticos. Más ante todo quiebran las leyes y normas que rigen la continuidad de sentido del desarrollo vital” . . . “Una interpretación especulativa que los considerase como reacciones de conflictos enmascaradas (“neurosis”) es para nosotros absolutamente inadmisible. ¿Es por> B .ts h ir d iü a d e i a n to r.

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.vible imaginar que “el alma” se pueda transformar por sí sola de un modo tan grotesco sin que ello sea causado por una enfermedad del cuerpo?7 ... “Mucho se habla hoy del origen psíquico de en­ fermedades, de su psicogénesis. A este respecto diremos lo siguien­ te: la enfermedad posee (como todas las cosas) no solamente una sino muchas, de hecho, infinitas8 condiciones determinantes. Aquel factor (conocido o desconocido) del haz causal, sin el cual la en­ fermedad no podría ser, no es jamás de naturaleza psíquica” (27, p. 23). Schneider termina el capítulo con una formulación muy im­ portante, por todo lo que implica: “Un más profundo motivo de la tendencia a “psicologizar” las enfermedades residiría quizás en la necesidad de convertir la enfermedad en algo subordinado al hombre, mediante su inclusión en vinculaciones de motivos ... para lograr así su dominio. No se quiere soportar nada, pues uno mismo es quien quisiera conducir por sí mismo. Un alzamiento ti­ tánico contra el destino y sits fundamentos metafísicas”? En primer lugar, vemos claramente expresado por ambos auto­ res lo que más arriba señalamos del cambio o ruptura con una situación preexistente como punto inicial de la reflexión psicopatológica. La interpolación de algún sistema explicativo entre los he­ chos externos y las conductas “nuevas”, distintas de las esperadas, se hace lógicamente imprescindible. La respuesta dada,'para cierto tipo de perturbaciones, consiste en la reducción total a otro nivel determinante: el biológico. Para esta concepción psicopatológica existiría entonces un mo­ mento a partir del cual la comprensión se agota, pues aparece el cuerpo como fuente de un tipo peculiar de experiencia emocio­ nal10 o de un déficit en la organización del comportamiento que toma inválido su estudio en término de vínculos, de historia per­ sonal constituyente. El cuerpo es ubicado como causa, o sea, en el extremo ini­ cial de la serie de determinaciones. Lo psicosomático plantea, en el fondo, el mismo problema, como lo señala el mismo Schneider en uno de los párrafos transcriptos; la diferencia es que en este caso ocupa el extremo terminal de la cadena: el trastorno corporal constituye el efecto. En la medida que se parte de un dualismo básico todos los esfuerzos de reconexión posteriores serán inútiles. Es interesante, desde este punto de vista, estudiar el significado profundo del 8, 9 Bastardillas mías. 50 Surgiendo de un “fondo’' no vivido ni vivenciable.

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discurso de Schneider cuando dice: “¿cómo es posible que el alma pueda transformarse de modo tan grotesco sin que ello sea cau­ sado por una enfermedad del cuerpo?” Lo grotesco, o sea lo raro, lo desagradable, lo psicótico, no puede ser sino corporal. “Cuerpo” connota así todas las determi­ naciones desconocidas del comportamiento. Este tipo de pensamiento se apoya en elementos reales: la existencia de trastornos cualitativamente distintos es un hecho que se impone por evidencia empírica, pero el problema no concluye aquí, sino que comienza. ¿Qué hacer con lo nuevo? Una posibilidad es apelar a un concepto límite, expresado aquí con la idea de “cuerpo”, que ya no funciona en un nivel empírico, como síntesis de observables, sino ideológico, En él, constituido en zona muda de la teoría, se depositan todas las de­ terminaciones vinculares y sociales no exploradas, para finalmente erigirlo en misterio y asignarle un carácter irreverente a la inten­ ción investigadora. La ecuación: enfermedad-médjco-organicidad se muestra ('vi­ dente y verdadera en ¡a medida en que refleja un universo aso­ ciativo familiar, por lo que se impone como dato “a priori” y cierra la posibilidad de un examen más profundo. La escisión del cuerpo humano en un cuerpo-objeto (para la medicina científico-natural) y un cuerpo incluido en la urdimbre .significativa propia del nivel humano de experiencias fue meto­ dológicamente necesaria en un momento dado, permitiendo el es­ tudio de cadenas causales circunscriptas (los modelos experimen­ tales de Claudc Bernard); dél resto se encargó el arte, la magia, la religión. Este dualismo empírico, como lo llama Schneider, trocado paulatinamente en ideológico no hace sino expresar una división social realmente existente: fragmentación del hombre —prácticas disociadas sobre el mismo— esquemas teóricos que las expresanreversión sobre la práctica, etcétera. La elaboración de teorías unitarias es por esto muy ardua y frecuentemente se desliza hacia construcciones alegóricas cuyo valor estético o función mítica puede ser importante, pero peli­ groso para la teoría psicológica, sobre todo psicoanalítica, en cuyo seno suelen tratar de instalarse. El señalar, por otra parte, que la enfermedad posee infinitas condiciones determinantes carece en absoluto de valor heurístico. Justamente, si el planteo causal tiene algún sentido es porque per­ mite desbrozar de entre la complejidad, o si se quiere, infinidad de determinaciones, líneas privilegiadas de causación. Como lo señala acertadamente Munge: wEn suma, las cadenas causales son 26

toscas reconstrucciones del devenir, y de la naturaleza específica de cada caso depende cuál de los dos aspectos ha de subrayarse en esta descripción: la reconstrucción o la tosquedad” (5, p. 148). Lo que suele confundir los términos del problema es la ur­ gencia implícita que, como señalamos más arriba, constituye el telón de fondo del pensamiento psicopatológico. No es azaroso que Krapf, psicoanalista y tomista, pueda for­ mular: . .no se puede planear un tratamiento adecuado si no se admite que la conducta puede mejorar sobre la base de cual­ quier modificación favorable de la disfunción nerviosa responsa­ ble, y que es sólo una cuestión de conveniencia,11 si se da la pre­ ferencia a un método somático ó a una técnica que cambia la conducta personal por intervención psíquica (a través del yo)” (16, p. 16). Aquí se muestra una tendencia a una concepción holística, y el problema se plantea en el terreno de las tácticas de aborda­ je de manera totalmente acertada y de sentido común. Pero no es ésta la cuestión fundamental en el plano de aná­ lisis en que nos ubicamos. No cabe poner en tela de juicio la validez (o simplemente necesidad) de un enfoque que considere como prácticamente innecesario, en virtud de circunstancias con­ cretas, operar como si la causalidad compleja no fuera tal. Es cuestión de momento, pericia, etc.; lo que sí afirmamos es que la acción práctica aun en situaciones-límite (y el concepto de tal dependerá en gran medida de nuestra concepción previa) será cualitativamente distinta y sus resultados a corto o largo plazo también si se opera con un esquema referenciaí de multideterminación dialéctica de las situaciones o no. Sabido es que el mismo Freud se movía contradictoriamente entre pensar como legítimo el desarrollo del Psicoanálisis en su propio plano de teoría y práctica, y el anhelar su reducción úl­ tima, que le daría solidez, a una disciplina básica biológica. Pero esta reducción era también el límite de la indagación psicoanalítica en tanto búsqueda de sucesos ( traumas) con fuerza etiológica, y se hizo presente como problema desde el comienzo bajo la forma de lo constitucional. La respuesta, elaborada por Freud en su teoría de las series complementarias es más que un simple esquema causal, por todo lo que abre como posibilidades operatorias y conceptuales. A pesar de ser suficientemente conocido no está de más reproducirlo (12 a,p. 246):

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Constitución sexual (Experiencia Prehistórica)

4-

Experiencia infantil

t Disposición debida a fijación de la libido

+ Experiencia (traumática) accidental (adulta) Neurosis

Este esquema: 1) Se basa en el concepto de plurideterminación. 2) No prejuzga acerca del carácter de suficiencia de uno de los factores. Tal característica varía según las circuns­ tancias, por lo que los componentes del haz causal se or­ ganizan como disposición y no como destino. 3) Supone, por lo tanto, círculos retroactivos de determina­ ción (23 a y b; 4 a), que danla posibilidad de inclusión terapéutica en el sistema, 4) Todo esto permite (valor heurístico de la teoría) la lec­ tura. de significaciones humanas aun en pacientes que muestren un comportamiento muy desorganizado. Esto último no quiere decir facilidad en la modificación me­ diante la interpretación de tal o cual pauta conductal; aquí suele confundirse el interpretar en tanto rescate teórico del significado de lo observado con la interpretación como instrumento técnico.12 La diferencia entre ambos planos fue claramente Establecida por el mismo Freud; de ahí surgió el concepto de elaboración que se refiere a la necesidad de enfrentar una y otra vez, desde distintos ángulos, a “los complejos reprimidos”, para junto con la revivencia emocional, perfeccionar las construcciones sucesivas y provisorias que paulatinamente van haciendo consciente lo inconsciente. Es importante no confundir lectura significativa con causa­ lidad. Hay pluralidad causal, pero la inscripción de las resultan­ tes en el mundo humano no puede hacerse sino en el nivel de las significaciones humanas, conscientes o inconscientes. Una psicopatología dinámica busca: 1) construir el esquema explicativo de las causas, en tanto 2) significaciones que transfor­ man los hechos en ingredientes de una dramática. El concepto freudiano de sobredeterminación ocupa, en este sentido, un lugar peculiar en el sistema, pues cabalga sobre am­ bos esquemas. En efecto, en un sentido representa “la concurrencia*de va­ rios factores para dar nacimiento a una de estas afecciones”; (12 12 Reiteremos: la psicopatología es una disciplina teórica. Para ella la operatividad interpretativa es un dato, no el objetivo inmediato.

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b, p. 108), en otro la convergencia de un síntoma o en una repre­ sentación onírica cié múltiples significados, de tal forma que el análisis de aquél conducirá, x^or la arborescencia de los significantes hasta “nodulos compuestos por los recuerdos de sucesos o de pro­ cesos mentales en los que ha culminado el factor traumático o ha hallado la idea patógena su más puro desarrollo" ( ídem, pág. 122). El concepto de sobredeterminación, en este segundo sentido, no supone la instalación de una ambigüedad absoluta, sino lo que Caruso ha denominado plásticamente la “opacidad” del símbolo. Freud, justamente, se ha preocupado por señalar hitos de signifi­ cantes privilegiados que si bien nada tienen que ver con las claves de sueños tampoco se diluyen en la amplitud indefinida de las intuiciones circunstanciales.53 Bapaport, en su estudio sobre “la estructura de la teoría psico­ analítica’*(25, p. 40), ha desarrollado exclusivamente la línea causal del concepto de sobredeterminación; en este sentido, señala agu­ damente que, en tanto . .Toda conducta tiene sus componentes conscientes, inconscientes, del Yo, del Ello, del Superyó, de la realidad, etc... y “ .. .es siempre multifacética (y aun la aparente ausencia de ciertas facetas requieren su explicación), la consecuen­ cia de una determinación múltiple (o sobredeterminación) puede considerarse como una consecuencia puramente formal de este método de conceptualización. Naturalmente*, esto no descarta la posibilidad de que la concepción de la sobredeterminación es exi­ gida también por la naturaleza de las observaciones., . . .“Las psicologías académicas no desarrollaron tal concepto, probable­ mente porque sus métodos de investigación tienden a excluir más que a revelar la determinación m ú ltip le 11 Señala además, de qué manera los límites empíricos de la indagación causal pueden llevar a privilegiar un significado es­ tadístico del concepto de sobredeterminación, en tanto no exis­ tirían leyes que dieran cuenta del eslabonamiento de los hechos y relaciona estas cuestiones con el concepto de estructuras, pues­ to que las mismas se constituyen en sistemas refractantes, por así decir, interpuestos entre la pulsión (concebida como motiva­ ción básica) y la conducta final, producto no lineal en virtud de la imbricación de tales sistemas intermedios. El concepto de fantasía inconsciente, que estudiaremos más adelante, permite un acceso distinto al problema. '■ '* J. Luplanche y J. B, Pontalis (19, p. 467) expresan este doble sentido, causal y significativo, del término sobredeterminación, pero agregan que “este segundo es el más generalmente admitido’'. 1H Bastardillas mías.

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Tales fantasías, concebidas como moldes de vivencias y cog­ niciones constituyen un ejemplo de estructuras cuyo examen reubica los “elementos” de una cadena causal abstraída de la pluralidad fenoménica en unidades molares de determinación a partir de las cuales las dimensiones de lo comprensible (véase anteriormente) se amplían. De abí que aun señalando la convergencia con todos los es­ fuerzos teóricos y prácticos tendientes a rescatar la autonomía del nivel humano, corresponda señalar la especificidad psicoana­ lítica, base de una psicopatología dinámica. Dicha especificidad consiste en elaborar instrumentos técni­ cos y conceptuales que permitan investigar los niveles inconscien­ tes, las leyes que rigen sus movimientos y la organización de “nu­ dos” de significación idiosincrásicos y fantásticos pero causalmente eficientes en el seno de la personalidad. El problema causal, su relación y confusión con el del signi­ ficado de los síntomas es característico del área de cuestiones abarcadas por la denominada medicina psicosomática, así como de una serie de entidades (típicamente la epilepsia) que ocupan tradicionalmente los límites del espectro nosográñco de la psico­ patología. Por esto trataremos aquí de los problemas conceptuales que presentan.

Lo psicosomático Freud, en un artículo muy mencionado en relación a lo que aquí nos ocupa: “La concepción psicoanalítica de las perturbaciones psicógenas de la visión” (12 c) diferencia netamente entre aquellas perturbaciones conversivas que dan lugar, por ejemplo, a la ce­ guera histérica, y otras en las cuales la erogenización del órgano produce alteraciones funcionales ("de la excitabilidad y de la iner­ vación”) e incluso tóxicas. En este caso apela a su teoría de la libi­ do, entendida ésta como “stistancia” que al estancarse produciría cambios en el quimismo y originaría las perturbaciones consi­ guientes. La teoría general que en este punto le sirve de base es simi­ lar a la de las neurosis actuales, conocida como “la primera teo­ ría de la angustia”. En ella, anticipemos, se consideraba que la libido bloqueada en su descarga se transformaba en angustia, su­ friendo modificaciones cualitativas que hacían que su reversión posterior fuera difícil o imposible, según las circunstancias. Nos encontramos entonces de lleno con el concepto de pa­ 30

saje de un fenómeno de un nivel a otro. Una situación "psíquica” que se toma corporal y ya no significativa como acontecimiento humano sino como indicio de que algo está alterado, sin que ese algo sea considerado un texto a descifrar, sino, en todo caso, una secuencia causal biológica a indagar. Para definirlo por oposición, la angustia (en esa primera teoría) o el síntoma surgido de tal quimismo alterado no es como el contenido manifiesto de un sueño. La vigencia actual del modelo se revela en trabajos como el de Engel y Schmale, quienes basándose en investigaciones sobre la actividad antidrómica a partir de irritaciones cutáneas o bajo hipnosis, postulan ese mecanismo como explicación para altera­ ciones que, originadas en conflicto, serían ya independientes del mismo. Dicen esos autores: , .en esta formulación, la conversión explica la elección de la parte corporal implicada y el patrón de eliminación que se pone en marcha, pero no el desarrollo de una lesión. Esta última constituye una complicación de la reacción corporal frente a la conversión. .Por lo tanto, la lesión mis­ ma y los síntomas a que da origen carecen de significado simbólico primario y no cumplen una función defensiva. Quizás el ejemplo más conocido y sencillo de esta relación sea la hiperventilación, donde la conversión implica cierto concepto respiratorio psíquico que lleva a una respiración excesiva, mientras que los síntomas de parestesias, mareos y tetania no son conversiones sino las conse­ cuencias de las alcalosis respiratorias, que aparecen como una com­ plicación de esa respiración excesiva” (9). Alexander es tal vez quien más enfáticamente ha destacado la diferencia entre ambos tipos de trastornos, criticando como ab­ surdas las pretensiones de leer mensajes significativos en síntomas que obedecen a líneas de causalidad que ño expresan nada. Señala como típico del periodo de “los pioneros” esta suerte do afán inter­ pretativo y califica de “extravagantes” la tentación de . .‘inter­ pretar’ la fiebre de una enfermedad infecciosa como "signo’ de ex­ citación sexual, o el aumento de flujo sanguíneo en un órgano, debido a cualquier razón, como ‘signo’ de una erección despla­ zada” (1, p. 309). Este autor destaca asi, basándose en una diferenciación en­ tre las alteraciones que se expresan por los sistemas neuromuscular voluntario y perceptivo (histeria de conversión) y las que lo hacen por el sistema neurovegetativo, que estas últimas no ten­ drían un significado psicológico primario (ídem, p. 314). Corresponderían a descargas que originariamente se consti­ tuyen en los que denomina “concomitantes fisiológicos de la emo­ ción” y que al sufrir cualquier tipo de perturbación y unirse a 31

ciertas vulnerabilidades orgánicas (aquí el antiguo concepto de Freud de “complacencia somática” ya utilizado en “El caso Dora”) , darían lugar a la alteración. En el caso de una respuesta agresiva coartada, por ejemplo, * Alexander elabora el siguiente esquema: “Si el proceso se detiene después de la primera fase (que denomina “conceptual” o de preparación), puede desarrollarse una migraña. Si progresa hasta la etapa vegetativa (a la que caracteriza por cambios metabólicos y circulatorios), puede resultar una hipertensión. Y si la conducta hostil es inhibida sólo en su última fase, es decir, el verdadero ataque hostil, se favorecerán los síntomas artríticos” (ídem, p. 327). Estos últimos por la tensión muscular crónica. Las alteraciones no corresponderían entonces a “símbolos mnésicos" (Freud) de experiencias, sino poseerían una especificidad restringida a una gama reducida de respuestas, correspondientes a los estados fisiológicos propios de ciertas emociones fundamen­ tales. Estas ideas se diferencian también en las de Dunbar (8), que tuvieron mucho auge en su momento, en las que intentó corre­ lacionar perfiles caracterológicos con patologías típicas, siguien­ do la antigua tradición de los “temperamentos” y los “humores”. El esquema de Alexander tiene, en cambio, estrecha relación con­ ceptual con el de H. Selye y su teoría del “stress”. Su preocupación es fundamentalmente causal, y eso hace que algunas de sus formulaciones, absolutamente correctas en sí mis­ mas, cuando critica la lectura en todo tipo de perturbación de mensajes idénticos a los de las conversiones típicas, se inscriban en un contexto teórico total al que le caben objeciones. En efecto, la secuencia posible por él postulada seria así: 1) situación, 2) emoción, 3) alteración fisiológica, 4) trastorno or­ gánico. Pero otra lectura posible sería ést#.: 1) situación, 2) emoción “a”, emoción “b”, etc. Dunbar habla del “perfil de los fracturados”, y esto nos pue­ de servir para alguna consideración mayor. Si una persona, con una neurosis “x”, tiende a caerse, en el momento de la caída sus miembros sufrirán vicisitudes determinadas por la ley de gra­ vedad, fenómenos de tracción, etc., todos interpretados en el área de la física, y la fractura se ubicará entonces en el extremo de una línea causal que sigue su propio determinismo, independientemen­ te de la estructura neurótica del sujeto. Idéntico razonamiento cabe, en última instancia, para un psicótico que se arroja por la ventana; sufrirá las vicisitudes me­ cánicas de un “bulto” pero su "ir cayendo” será también, aun cuando sea la última, una experiencia emocional. 32

Estas consideraciones, que pueden parecer burdas, son im­ portantes de hacer, pues en este tipo de problemas es donde se juega la suerte de muchos conceptos cruciales. En efecto, la cues­ tión reside, primero, en el grado de autonomía que se pueden asignar a círculos causales que se hallan ubicados en el interior del sujeto, y segundo, a que puede concebirse que no existen hiatus en la cadena de fantasías inconscientes, en tanto inscripción vi­ vencia! de cualquier acontecer, por más que puedan existir en la reconstrucción de la cadena causal. Además, el hecho de que un síntoma pueda considerarse como mensaje escasamente específico no invalida la posibilidad de que reproduzca formas comunicativas vigentes en contextos emociona­ les primarios. A esta altura puede ser conveniente sistematizar las cuestiones planteadas, si no para responderlas plenamente^ por lo menos para aclarar las preguntas básicas. Pueden expresarse así: I) Hasta dónde, el desentrañar un significado en un sínto­ ma corporal en términos de dramática,15 permite expli­ car causalmente su aparición como expresión de la misma. 2} Hasta dónde un comportamiento es significativo. a) Hasta dónde expresa una pauta de relación en la que puede leerse una intencionalidad, por más primaria que ésta sea. b) Hasta dónde es significativo para el sujeto, o sea, qué grado de conciencia posee del sentido de su comporta­ miento. 3) Hasta dónde, en todo síntoma corporal, cabe una expli­ cación de esta índole. La cuestión planteada en 1) admite una .respuesta empírica. Se observa en ciertos individuos que frente a situaciones emo­ cionales a, b o c, reaccionan de manera regularmente significativa con tales y cuales síntomas, hasta tal punto que puede establecerse una relación de predominancia causal (de linealidad relativa) que posee consistencia clínica. Este es el problema de la “causación psíquica de enferme­ dades”, o sea de aquellas alteraciones corporales que tradicional­ mente correspondían a la medicina clínica y es una de las facetas que constituyen la temática de ío psicosomático. Respecto de 2), la respuesta consiste en considerar la exis­ tencia de sistemas, dentro de la personalidad, con distintos gra­ 15 Esto es, “de experiencia, de acontecer o de suceso humano” (4, a, p. 114)

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dientes expresivos. Corresponde al mismo modelo en que se basa la diferenciación, ya clásica, entre conversión y somatización; esta última denominación se reservaría para las perturbaciones en aque­ llas zonas “oscuras” o “mudas” del esquema corporal en las que la lectura tiende a hacerse en términos de pares de una reacción global más que como mensaje discriminado. Lo “mudo” de las distintas zonas es variable, de acuerdo con idiosincrasias culturales, de clase, de grupos (v. gr., familias con una gran riqueza en la codificación intestinal y escaso desarrollo de la verdad) o individuales, pero, de cualquier forma, sigue cier­ tas pautas universales dadas por la estructura de los sistemas or­ gánicos y la posición erecta. El cuerpo humano se incluye en su materialidad en el mun­ do histórico y geográfico humano, Sus vicisitudes y mutaciones (enflaquecimientos o engordes según modas, regiones, épocas) serán indicios o señales que lo irán constituyendo como cuerpo social. Cabe aclarar en este punto lo de mensaje: el que desentra­ ñemos un significado en la conducta no necesariamente supone una intencionalidad significante actual por parte de quien reali­ za el gesto, dice aquello o padece tal síntoma. Si, en cambio, pue­ de corresponder a la repetición anacrónica de mensajes que tu­ vieron vigencia en otras épocas y que se muestran ahora más o menos distorsionadamente (grito a mamá-asma). Nos encontraríamos entonces con niveles primarios de inten­ cionalidad. Justamente, el terapeuta tiende a trocar “todos” (por lo menos como aspiración) los mensajes en señales cuyos distin­ tos niveles de significación se comprendan y recuperen a través de la transformación sistemática en señales-para (el analista) me­ diante el trabajo sistemático en la transferencia. Llegados aquí, podemos esquematizar la gama de inclusión (de ‘lectura”) del cuerpo, de la siguiente manera: 1) Sistemas gestuales, fácilmente interpretables, por lo me­ nos en alguna de sus dimensiones (actitudes “histéricas”). Espe­ cificidad contextual y densidad significativa. 2) Sistemas gestuales de una globalidad mayor, de lectura imprecisa. 3) Sistemas de respuesta a situaciones que el observador in­ fiere y comprende pues pertenecen a la experiencia humana co­ mún (expresiones de miedo, alegría, perplejidad) pero de inclu­ sión contextual difícil y lectura elemental: “tiene miedo”; “está contento”. 4) “Sucesos” corporales (úlcera, asma) cuya ubicación den­ tro de una trama significativa es compleja en tanto dicha trama sea considerada como explicación causal. 34

Como ya vimos, una perturbación corporal cualquiera no puede no incluirse en la red de significaciones que constituye el nivel humano de experiencias (ver el siguiente punto), pero eso deja intacto el problema de la legibilidad del mensaje que en él se expresa y que lo explicaría. A diferencia de 1, 2 y parte de 3, donde nos encontrarnos con un lenguaje corporal con una cercanía a lo verbal que per­ mite transformar el síntoma en crónica (cuerpo histórico); en par­ te de 3 y en 4 asistimos a la recreación de contextos arcaicos de participación y sincretismo, con pérdida —o expresando una no adquisición— de formas comunicativas más evolucionadas. En es­ tos niveles los automatismos corporales (“compulsión a la repeti­ ción”) tienden a regir el proceso: cuerpo prehistórico, que estructuralmente se ubica en relación con lo que luego estudiaremos como aspectos psicóticos de la personalidad. Cabe aquí la advertencia: 1) Dificultad de lectura no quiere decir inexistencia de víncu­ los condensados en el síntoma. 2) Lectura posible no supone reversibilidad fácil. En la sistematización anterior nos hemos basado en lo que podríamos denominar un “nivel común de codificación” que su­ pone una jerarquía de los distintos segmentos corporales en los sistemas de significación convi vencíales. Para comprender las for­ mas “extremas” de expresión es imprescindible manejarse con categorías (inconsciente) que constituyen un sistema de referen­ cia cualitativamente distinto del que opera en el plano de lo co­ tidiano. Esto no excluye la necesidad de ciertas precisiones concep­ tuales. Si tomamos, por ejemplo, el caso del asmático ya men­ cionado, el interpretar su sintomatología como llamada abortiva a la madre nos ubica en un plano de lectura del hecho (síntoma) que abre posibilidades de comprensión inexistentes en un esquema que no utilice el concepto de inconsciente y de fantasía. Pero eso no supone negar las diferencias, puesto que esa forma regresiva de codificación remite a un contexto de indiferencia ción que hace abusivo el pretender leer matices de expresión que son propios de un nivel de experiencias más evolucionado. Es decir, las vicisitudes diversas del estado espasmódico no pueden retraducirse como unidades de significación similares a las verbales, lo cual es distinto a afirmar que son inexpresables. Una cosa es el lenguaje primario, regresivo, del asmático, otra el sistema expresivo que ese individuo puede utilizar en circuns­ tancias no regresivas (al que llamamos verbal) y otra completa­ 35

mente distinta el lenguaje con que el investigador refiere una u otra serie de hechos. Este es el punto vulnerable al cual apunta la crítica de Alexander, lo cual lo lleva por extensión, a limitar la lectura de sig­ nificados posibles de los síntomas, como viraos más arriba. Pensamos que si bien una búsqueda pormenorizada de sig­ nificaciones tiene un valor heurístico indudable, sobre todo en la clínica psicoanalítica, puede llevar a confundir la forma en que se inscriben los hechos en una biografía con el encadena­ miento motivacional que los une, y, por otro lado, a eliminar las diferencias entre las distintas formas posibles de simbolización que corresponden a formas cualitativamente distintas de organi­ zación de las experiencias. Si examinamos lo anterior, veremos que ha sido necesario in­ troducir ciertos conceptos (inconsciente, fantasía, regresión) 10 a fin de construir un ámbito teórico que abarque hechos que de otra manera se agotan en una casualidad sin espesor significativo. Este es, en última instancia, el punto clave de toda psicopatología de base psicoanalítica y de diferenciación con otras líneas de pensamiento. En el área de lo psicosomático, como dijimos previamente, es donde se plantean de manera más aguda estos problemas, tanto en el sentido de restricción de lo interpretable como de su ex­ tensión excesiva y no sistemática. Aclaremos algo más la cuestión. Piemos hablado de inten­ cionalidad. Puede pensarse como abusivo el asignar tal carácter a comportamientos rudimentarios. Evidentemente lo es si supo­ nemos como intención a una vectorialidad diferenciada, dirigida aun cuando más no sea a un objeto primario continente. Pero aquí se hace necesario introducir un concepto, que si bien será desarrollado ulteriormente, es imprescindible para la com­ prensión de estos problemas. Cuando hablamos de intencionalidad dirigida hacia, lo hacemos partiendo de un nivel del desarrollo en el que ya se han producido clivajes y diferenciaciones yo-no yo, que permiten hablar de una relación de intencionalidad. Pero en estadios más primarios los "actos” tienen lugar en el seno de una simbiosis en proceso de diferenciación que va dotando de sentido y trocando en mensajes con una intencionalidad paulatinamente diferenciada a conductas que, desde un punto de vista, descriptivo, fenoménico, pueden calificarse de reflejas, automáticas, etc. Temblores, convulsiones, llantos, pueden ser legítimamente indagados, por ejemplo, desde una perspectiva “neurológica”, pero 5B Serán desarrollados en el capítulo siguiente. 36

ellos son también experiencias que van acuñando pautas de rela­ ción básicas a las que eventualmente se retornará como respuesta a determinadas vicisitudes (o situaciones actuales desencadenan­ tes, en la nomenclatura de las series complementarías). Tales pau­ tas de relación, en tanto globales e indiferenciadas, corresponden a aquellos aspectos de la personalidad en los que persisten, desde el punto de vista emocional, los terrores y exaltaciones primarios y, desde el punto de vista de la diferenciación evolutiva, las indiscriminaciones de la simbiosis originaria. Es natural que a través del cuerpo (o en él) se expresen, puesto que las primeras experiencias se dieron sobre una matriz de relación corporal y, además, continúa siendo el testimonio de la precariedad y la contingencia. En lo que se refiere al punto 3,1T o sea,- basta dónde en todo síntoma corporal cabe una explicación por conflictos, diremos que, formulada así, tal proposición no es verdadera, lo cual no niega, tal como lo hemos reiterado, que todo síntoma deba considerarse como figura destacada sobre un fondo conductual que necesaria­ mente lo incluye. Es conveniente, con objeto de utilizar modelos transicionales entre la práctica clínica y los marcos teóricos de referencia, recu­ rrir aquí al concepto de autonomía relativa de los sistemas de determinación. Esto es importante para que los conceptos holísticos ("gestálticos”) no pierdan valor en la medida en que simplemente quieran decir que la personalidad debe entenderse como una to­ talidad. Lo que da sentido al estudio teórico (psicopatológico) del comportamiento es la posibilidad de establecer diferenciaciones estructurales en la misma, formas privilegiadas de conexión entre ios distintos aspectos separados por análisis y, en el plano causal, líneas privilegiadas de determinación. La totalidad que eventual­ mente se integre será así una construcción conceptual muy alejada de concepciones ingenuas de lo que es totalidad, cuya forma ex­ trema podría expresarse así: todo tiene que ver‘con todo. En un cierto sentido es así (aquí cabrían precisiones onco­ lógicas que trascienden el objetivo actual) pero lo importante es descubrir las predominancias, diferencias y relaciones. Volviendo al concepto de autonomía relativa, entendemos por tal, en este contexto, a la posibilidad de diferencias entre cadenas de acontecimientos y encadenamiento de motivaciones. Por ejem­ plo, las vicisitudes, relativamente autónomas con respecto a la tra­ ma motivacional que sigue un proceso infeccioso, y cuya codifi­ cación en la experiencia médica constituye el curso medio o típico de una enfermedad. ” P. 36. 37

De manera similar (y acá retomamos las ideas de Alexan­ der) determinado problema vivencial “dispararía” mecanismos vasculares, neuroendocrinos, etc., cuyo funcionamiento seguiría un transcurso propio dando lugar a cambios objetivables eventual­ mente por medios biológicos y que, si bien de inmediato 18 susci­ tarían vivencias en cualquier nivel de percatación (desde cenestesias difusas hasta sueños plenos de significado) no representarían, en sí mismos, mensajes de ningún tipo. Esto no niega que, a partir de ese momento, pueden empezar a diferenciarse como tales, ad­ quiriendo un carácter expresivo similar, eventualmente, al de un gesto. Pensemos que también, en su origen, la mano, por ejemplo, fue un “dato” con que el sujeto tuvo que vérselas paulatinamente trocado en instrumento e integrado en complejos sistemas de re­ lación. Algo similar puede ocurrir con la fiebre del proceso infec­ cioso del ejemplo, pero tal fiebre tiene, no sólo una autonomía en el origen, sino una opacidad expresiva y un enraice en automa­ tismos biológicos que la tornan poco apta para integrarse a aquellos niveles de codificación en los que la mano se ubica. Es útil recordar en este punto un antiguo concepto psicoanalitico: el de patoneurosis. Elaborado por Ferenczi, corresponde al proceso neurótico desencadenado por una enfermedad somática de cualquier origen. La base teórica descansa en los conceptos de Freud sobre narcisismo. Todo el cuerpo posee una catexis narcisis­ ta, con zonas de mayor carga en virtud de la relevancia funcional, que poseen, ya determinada por la especie (genitales por ejem­ plo) ya por situaciones individuales (las manos para un pianista). Las alteraciones que padezcan, si el equilibrio previo es ines­ table (predisposición neurótica), desencadenarán el proceso. La magnitud y características del mismo resultarán, como en otras circunstancias, del juego complementario de factores. La riqueza del concepto reside en que, supuesta la existen­ cia de áreas potenciales conflictivas en cualquier individuo, todo proceso morboso, aun originado en la más grosera etiología me­ cánica, dará lugar a cuadros ubicados en un gradiente que abarca desde formas mínimas patoneuróticas hasta descompensaciones ex­ tremas, patopsicosis (Meng.)1® 18 Es una concesión expresiva al esquema causal-temporal. Estrictamente ha­ blando se hallan incluidas instantáneamente en la trama de fantasías incons­ cientes. 59 En el trabajo mencionado de Engel y Schmale» ellos hablan de "simbo­ lización secundaria”, entendiendo por tal "los procesos simbólicos que apare­ cen como respuesta a la percepción de los cambios corporales que tienen lugar en el curso de una enfermedad somática”. Es evidente que siguen las huellas de Ferenczi, pero la elaboración de éste es más rica, en tanto

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Los primeros investigadores psicoanalíticos se valieron de es­ tos modelos para explorar pacientes en los cuales el acceso inter­ pretativo era inconcebible partiendo de un esquema dualista: P,G. P., daños cerebrales. En la P.G.P. (la enfermedad tipo de la psiquiatría clásica), se diferenció entre aquellos síntomas atribuí bles a daño en las estruc­ turas nerviosas de los que podrían ser entendidos como respuesta a esa injuria (Hollos y Ferenczi, en 11, p, 333). Acá se halla im­ plícito, además, el concepto de autonomía relativa, que recién ex­ plicamos. En los dementes arterioesderóticos son conocidos desde anti­ guo los trastornos emocionales que se manifiestan ya al comienzo de la enfermedad. Si remitimos explicativamente el síntoma a un círculo autónomo absoluto alterado en su funcionalidad, que daría lugar a una reacción emocional de tal o cual tipo, se nos cierra todo acceso a la problemática humana que ahí está en juego; no así si lo entendemos como un proceso de duelo muy arduo cuyas posibilidades de ser enfrentado dependerán no sólo de la magni­ tud absoluta del daño, sino de la correlación compleja con todas las experiencias acumuladas en los distintos niveles de la organi­ zación personal. Un traumatismo, un tumor craneano, originan alteraciones que siguen un curso independiente, por ejemplo, necrosis del tejido nervioso por compresión vascular, cuya solución, como es obvio, requerirá de un técnico (especialista). Pero, "‘inmediatamente”, significará algo para quien lo padece. Incluso, eventualmente, al­ go a primera vista paradojal: es decir, no sólo castigo, castración, etc. sino, por ejemplo, fantasías de elección mesiánico-masoquista o regresión a posibilidades omnipotentes de control pasivo recep­ tivo. No obstante, de la magnitud de la injuria dependerá la riqueza de experiencias que se movilizarán, y las formas y posibilidades d© su elaboración. En la forma de manejar este nuevo y eventualmente definiti­ vo duelo se pondrá a prueba inexorablemente toda la historia vital del individuo, desde los desprendimientos más tempranos. Krapf ha hablado, con expresión feliz, de “atrofia del futu­ ro” en los dementes seniles, aludiendo a la prospectividad que se angosta y a los problemas que suscita, facilitando, por ejemplo» el retomo a modalidades primarias de manejo de los demás, como tentativa de recuperación de una omnipotencia irremisiblemente en crisis. se introduce con mayor profundidad en la dramática inconsciente de la pér­ dida o daño de la función corporal.

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Habiendo partido de cuestiones generales, nos encontramos ya ubicados en el meollo de problemas psicopatológicos concretos. Posterguémolos momentáneamente, pues nuestro objetivo era, a partir del terreno donde más agudamente se plantea, mostrar la complejidad de perspectivas que se abren una vez admitida la condición pluridimensional de los hechos y, sobre todo, el valor heurístico y las modificaciones operacionales concretas que se ori­ ginan en una crítica teórica adecuada. Hemos esbozado así la tarea de una psicopatología dinámi­ ca: abrir lo cerrado que pudiera existir, tanto en el campo del sen­ tido común como en el de la teoría psicopatológica, para consti­ tuir un universo teórico distinto, cuyas categorías den razón de fe­ nómenos no ubicables en los anteriores o muestren facetas nuevas de los que sí lo han sido.

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Capital© 2

Conceptos básicos de tina psícopatología dinámica

En este capítulo intentaremos definir aquellos conceptos funda­ mentales que integran el campo teórico de una psícopatología di­ námica. Freud denominó metapsicología a la construcción teórica ela­ borada con el fin de poseer un marco de referencia y articulación de los hallazgos clínicos. En su trabajo sobre “Lo inconsciente” dice: . .denominare­ mos metapsicológica a aquella exposición en la que consigamos describir un proceso psíquico conforme a sus relaciones dinámicas, tópicas y económicas. Anticipemos que, dado el estado actual de nuestros conocimientos, sólo en algunos lugares aislados consegui­ remos desarrollar una tal exposición” (5 c, p, 1071). El punto de vista económico refiere a las cantidades de ener­ gía distribuidas dentro del aparato psíquico; el tópico a su división en capas o sistemas y el dinámico a los juegos de fuerzas entre los distintos componentes de dicho aparato, cuya resultante serán los comportamientos manifiestos. Es evidente que Freud pretendió aunar la necesidad de cons­ truir un sistema conceptual nuevo, ubicado más allá de las teorías psicológicas vigentes, atrapadas en la identidad psíquico-consciente y en antinomias irreductibles (por ej., normal/anormal), con exigencias de rigurosidad y consistencia, que en virtud de la cir­ cunstancia histórica en la que trabajó y de su propia formación, pasaban por esquemas, análogos a los utilizados para el estudio de los objetos “naturales”. En este sentido han sido muy criticados, por considerárselos inadecuados a un objeto histórico y peculiar como es la conducta humana. 43

Nuestra finalidad, en tanto nü tiende directamente a la revi­ sión crítica de los conceptos psicoanalíticos, consistirá en exami­ narlos intentado ver hasta qué punto los primeros se conservan en las construcciones posteriores, modificados por su inclusión en una totalidad diferente. Partiremos del modelo freudiano, para estudiar luego aque­ llos que, surgidos de ]a misma fuente, han destacado sobre todo la importancia de las relaciones de objeto, la precocidad con que se instauran y basta dónele el “aparato psíquico” puede ser concebido entonces como un producto de las fantasías, entendidas como un sistema vincular estructurante. Luego de todo un proceso de elaboración, se recupera de este modo la idea de organización estructural, conservando las diferen­ cias tópicas y las relaciones dinámicas. El esquema de Fairbairn es el ejemplo más cabal en ese sentido. Basados en este eje expositivo (que en parte reproduce la evolución de las ideas), incluiremos otros enfoques: el modelo de “partes de la personalidad”, para el cual el concepto de escisión y las diferencias y características de los “segmentos” resultantes es esencial, y el de Winnicott, que si bien no ha tenido un desa­ rrollo teórico comparable a los anteriores, a nuestro juicio los com­ pleta y enriquece.1 Nos ocuparemos en primer lugar de los conceptos de incons­ ciente y preconsciente. Pertenecen a los que Freud denominara la tópica y dinámica psíquicas, es decir la diferenciación en capas del aparato mental, basada en características cualitativamente dis­ tintas entre cada una de ellas en cuanto a funcionamiento y orga­ nización. Es importante, expositiva y metodológicamente, destacar, en un primer momento, las diferencias existentes entre uno y otro sistema, para luego estudiar las formas transaccionales o de pasa­ je que los unen. Estos esquemas comenzaron a esbozarse a partir de las pri­ meras observaciones de Freud acerca de la resistencia de los pa­ cientes a restablecer aquellos nexos asociativos que permitieran la recuperación de las experiencias olvidadas. Las resistencias se conceptualizaron como defensa (represión), lo reprimido como impulsos, incompatibles con “la parte coherente y organizada de la personalidad”. De esta forma se operó el pa­ saje de un concepto desde el ámbito clínico operacional, al área de la incipiente teoría de las neurosis. 1 H. Guntrip y R. D. Laing (6 y 13) lo estudian exhaustivamente, más allá del ámbito de la teoría de la técnica, para el cual •su autor lo elaboró especí­ ficamente.

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Se constituyó así un esquema vertical de la personalidad, en­ riquecido por múltiples elaboraciones posteriores. En él nos apoya­ remos en lo que sigue, hasta el plinto en que se haga necesario integrarlo con el estructural y el “horizontal” o “de intercambio” (objetal) para dar razón de otros hechos no suficientemente ex­ plicados por aquel.

El inconsciente

En el capítulo anterior examinábamos el problema planteado por Schncider de la desproporción existente entre ciertas perturbacio­ nes y las experiencias vividas por el sujeto, utilizado como eje de iin razonamiento que lo llevaba a descartar la causación písiquic'a de ciertos trastornos. Justamente, el concepto de inconsciente permite interpolar una estructura que se mueve en otro plano de comprensión y de “pro­ porcionalidad objetiva”. Nos suministra un nivel de determinación del comportamiento que da razón de las fracturas en la secuencia inteligible de conductas, intentando sistematizar las formas de ex­ presión de la irracionalidad y de descubrir la legalidad particular que la rige. De ahí el lugar central que el Inconsciente ocupa en la psi­ copatología dinámica, como sistema explicativo fundamental. Destaquemos que hablamos de el inconsciente y no de lo inconsciente, pues no nos referimos a una cualidad pasajera de cier­ tos contenidos sino a una estructura peculiar pero estable. El modo de funcionamiento del inconsciente es eí proceso pri­ mario (5 a, p. 573 y 588) caracterizado, según la definición clásica, por desplazamientos y condensaciones que corresponden al libre pasaje de energía desde una representación a otra, guiado solo por el determinismo básico de la obtención de placer mediante la des­ carga final. Conviene conservar esta perspectiva, aun cuando se la modifique o eventualmente suprima por la inclusión de otros con­ ceptos, puesto que acentúa el hecho de que el inconsciente, psicoanalíticamente entendido no es una estructura “plana” (kantiana, al decir de Ricoeur) (21, p. 119) a partir de la cual se articulan categorías a priori espacio-temporales que funcionarían como or­ ganizadores “fríos”, sino un sistema pulsional, desde el cual se configuran mundos emocionales en los que el tiempo, por ejemplo, es vivido como intervalo' de carencia o satisfacción y el espacio como “no cuerpo de mamá”. Su estructuración sigue líneas de fuerza a las que, tomando palabras de Jones, podemos calificar de “primitivas, infantiles, 45

alógicas, bestiales”. Con esto introducimos la idea de .cauces pri­ vilegiados de intencionalidad inconscientes, legibles a través de sus productos manifiestos. Tales líneas de fuerza son las fantasías inconscientes. “Entrar dentro de”; “ser expulsado-expulsar”; "vaciar-ser va­ ciado”, etcétera, constituyen la combinatoria fundamental sobre 3a que articularán múltiples experiencias a manera de capas de constelaciones emocionales en las que ya es clásico distinguir una parte del sujeto, una calidad de vínculo y un tipo determinado de objeto. Los polos de organización de esas estructuras son, por una parte, las pautas de relación propias de la especie: el ser deter­ minado tipo de mamífero, con características definidas de los dis­ tintos aparatos que dan lugar, por ejemplo, a ciertas modalidades de succión y prehensión (22). Por otra, los rasgos y peculiarida­ des del objeto externo, en tanto modelador activo de las experien­ cias primordiales. No hay problema en aceptar, en principio, el concepto de umbrales de tensión como organizadores del psiquismo inconscien­ te, pero siempre que no se los piense como líneas de contención vacías sino como pequeños mitos elementales, aunque ya huma­ nos, en los cuales la “tensión” se adjetiva en emociones básicas. En otros términos: no es lo mismo hablar de umbrales de descarga, como formas de estructuración primaria del psiquismo, que de complejo de castración que determina, sí, la existencia de umbra­ les para la contención de las pulsiones, pero no sólo tópica, diná­ mica y económicamente definibles, sino también en virtud del significado que la satisfacción instintual tendría desde la faceta o “versión” del complejo en ese instante vigente. Por lo tanto, los puntos de vista económico y dinámico de la metapsicología son abstracciones admisibles sólo si las concebimos no como aflujos puros de energía, sino incluidas en formas huma­ nas de relación, por más elementales (corporales o “parciales”) que éstas sean. Tanteo el fantaseo normal, con un carácter lúdico o pragmá­ tico (adquiriendo en este caso una función anticipatoria, en tan­ to “acción experimental con pequeñas cantidades de energía”) co­ mo el neurótico (los sueños diurnos eróticos de los histéricos, los de heroicidad de los fóbicos, las construcciones simétricas y pulidas de los obsesivos, las cosmogonías de los esquizoides) constituyen el polo de acceso a la mitopoyesis básica, modificada por múlti­ ples estratos de control (en sentido tópico) y sistemas de transac­ ción (en sentido dinámico). Otro rasgo esencial de los procesos inconscientes es la ten­ 46

dencia a la repetición. Que tal se conceptualicc como una suer­ te de característica universal o como principio explicativo último (5 h), dependerá de la necesidad de completamiento de una cosmovisión que el investigador posea (recordemos que Freud dife­ renció netamente, en algunos de sus trabajos, los niveles de abstrac­ ción diversos en que se movía y la posibilidad o no de acompa­ ñarlo en ciertas especulaciones). Lo importante es rescatar el concepto estrictamente psicológico de fenómenos repetitivos, que profundamente engarzan en ritmos vitales básicos y en las secuen­ cias experimentadas en las relaciones interpersonales primeras en las que aquéllos se inscriben: por ejemplo, el ciclo hambre-llantoalimentación-saciedad. Dicha tendencia repetitiva constituirá el fondo estable, inercial, sobre el que se apoyarán tanto aprendizajes posteriores dota­ dos de un progresivo automatismo, que permiten el consiguiente ahorro de energías (recordemos el antiguo concepto de hábito), como las estereotipias patológicas que, estudiadas en sus ciclos microscópicos y en sus estructuraciones inconscientes constituyen la base de una sistemática psicodinámica (eventualmente de una nosografía). Freud diferenció entre el inconsciente en sentido descriptivo (todos aquellos procesos no conscientes) y el inconsciente en sen­ tido dinámico. Éste incluye exclusivamente aquellos sectores de experien­ cia reprimidost cuyo rescate sólo es posible mediante la indaga­ ción del sentido latente de los sueños, los síntomas, los actos fa­ llidos y las asociaciones libres. Por el contrario, todos aquellos más fácilmente recuperables fueron calificados de preconscientes.

El preconsciente Queda definido entonces, en primera instancia, por su alteridad fundamental respecto del inconsciente. Éste es el ámbito de la irra­ cionalidad, aquél, el de la racionalidad posible; por lo menos, de las organizaciones cognitivas y simbólicas compartidas (sociales) que organizan lo primario de las tendencias impulsivas. Su modo de funcionamiento ha sido denominado por Freud proceso secundario. Las características propias de los procesos pre­ conscientes no se agotan entonces en su posibilidad de pasaje a la conciencia, sino en aspectos funcionales que lo califican como un sistema con particularidades intrínsecas importantes. 47

La energía libre es aquí neutralizada (desagresivización de la agresividad y desexualización de la sexualidad) y adquiere una forma diferente de movilidad en ía medida en que se incluye en sistemas de intencionalidad jerarquizados, con una organización re­ presentacional (simbólica) diferente y una posibilidad de demora, supeditada al examen de la realidad, ignorada en la perentoriedad del inconsciente (adquisición de otras formas posibles de “liber­ tad”). La actividad del pensamiento es producto de la convivencia y la socialización y se halla basada en un sistema codificado com­ partido (el lenguaje) a partir del cual se organiza el eje de las significaciones consensúales que constituirá “la realidad”, De aquí la ubicación, por Freud, en el Preconsciente, de los signos del lenguaje. El concepto de sublimación, que expresa un cambio radical en la dirección y calidad de los impulsos constituye la manera psicoanalítica de expresar, desde “el interior” (o sea partiendo del sistema de la personalidad) y desde las vicisitudes de los instintos, el proceso de historización y socialización humanos. Nos encontramos en este punto con dos universalidades en conflicto: la de las pulsiones inconscientes y la del preconsciente: aquélla 2 tiene que ser escindida y contenida para que pueda or­ ganizarse en éste la universalidad de la convivencia. Él concepto de represión primordial expresa esa organización mínima y funda­ mental que caracteriza el nivel humano de existencia. Sobre esa separación originaria se realizarán las represiones posteriores. Estas serán ontogénicas, aquélla es fiíogenética. Po­ demos considerarla como un dato a ptiori o especular sobre su origen. Esto segundo es lo que hizo Freud, postulando la hipó­ tesis de que en ese umbral primario que escinde al psiquismo, mu­ do desde el punto de vista de la historia individual, puede leerse un drama de la especie: la horda primitiva, la castración, el asesi­ nato del padre y el aprendizaje transmitido de ciertos contenidos, representantes de impulsos incestuosos, que para siempre tienen que permanecer reprimidos. Hemos mencionado más arriba la modificación que sufren las pulsiones al pasar al sistema preconsciente. Algunos autores con­ sideran como representación adecuada del aparato psíquico a un “continuum” (19, p. 54), en el cual sólo pueden marcarse los pun­ tos extremos como claramente diferenciables, puesto que las múl­ 2 Universalidad en tanto representa lo genérico humano, !a “naturaleza” en el hombre. (El hecho de que hablar de naturaleza en el hombre, o de anima­ lidad, tenga un carácter metafórico no elimina el sentido de lo que aquí se quiere expresar.)

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tiples formas de transición constituirían una verdadera estratifica­ ción jerárquica de motivaciones. Desde las primeras, básicas y primitivas, hasta las superiores, ya ubicadas en niveles socializados, no perentorios, realísticos, de impulsos “domados”. Esta manera de concebir el modelo vertical presenta el pro­ blema de ser fácilmente adscripta y utilizada por formas de pen­ samiento que repiten y reflejan, por caminos indirectos, viejos moldes de estratificación axiológica (18, p. 181). Eso no quita su utilidad para representar fenómenos reales; por ejemplo, la diferencia entre procesos simbólicos secundarios que indagan la realidad de manera económica y actividades ex­ ploratorias primarias, motrices, palpatorias, siempre que se tenga clara conciencia de los límites de su aplicación. Así, por ejemplo, un acto agresivo puede ser calificado siste­ máticamente de primitivo o, siguiendo la verticalidad, de inferior, eliminando la posibilidad de entenderlo y jerarquizarlo inclu­ yéndolo en un contexto de racionalidad que lo justifique. Esta cuestión, ubicada en el centro de la problemática plan­ teada por las psicopatías de un lado y lo que podríamos llamar actitudes agresivas que buscan el cambio por otro, tiene una po­ sibilidad de solución relativa en nuestro ámbito teórico. Es ob­ vio que los sistemas clasificatorios de la nosografía cumplen y ex­ presan una función ideológica de control social. Pero no cabe pen­ sar que la salida puede estar en una precisión en las clasificaciones, sino en la crítica teórica y en la modificación práctica de la racio­ nalidad toda en la que nuestra actividad se incluye. En este sentido no es un problema originario o exclusivamen­ te psicopatológico. La idea del “continuum” consciente-preconsciente-inconsciente plantea una cuestión interesante en este sentido, puesto que mues­ tra su enraice en un tipo de pensamiento que niega las rupturas bruscas. En Freud pueden observarse las dos tendencias: el acen­ tuar las diferencias radicales entre los sistemas y el estudiar las formaciones transicionales:3 esto último, por ejemplo, a través de As;, en su trabajo sobre “Lo Inconsciente” dice: “ .. . según nos reveía la investigación psicoanalítica, una parte de tales procesos latentes posee carac­ teres y particularidades que nos parecen extraños, increíbles y totalmente opuestos a las cualidades por nosotros conocidas de la conciencia”. Y más adelante: “Podemos, pues, decir, sintetizando, que el sistema inconsciente continúa en ramificaciones, siendo accesible a las influencias de la vida, influyendo constantemente sobre el preconsciente y hallándose, por su parte, sometido a las influencias de éste”. “El astudio de las ramificaciones del sistema inconsciente defraudará nuestras esperanzas de una separación esquemáticamente precisa entre los dos sistemas psiquicos” (5 c).

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las distintas elaboraciones del concepto de fantasía. Probablemen­ te sea ése el camino más adecuado para expresar la realidad de los pasajes conservando la separación de los sistemas. Hartmann (7) ha postulado la existencia de “aparatos” del psiquismo que poseerían autonomía primaria (memoria, control de la motilídad, percepción, aparatos de umbral o de contención de impulsos y afectos) originados en el proceso madurativo y que serían los homólogos de funciones básicas biológicas que sólo se­ cundariamente podrían verse involucradas y perturbadas por con­ flictos. El mismo Freud sentó las bases para esos conceptos. En “Lo Inconsciente” dice: “...Mientras que el control de la motilidad voluntaria por el sistema consciente se halla firmemente enraizado, regularmente resiste la embestida de la neurosis y solamente su­ cumbe en las psicosis, el control por el sistema Cs. del desarrollo de afecto es menos seguro” (5 c, p. 1069). Análogamente, y de acuerdo a la estratificación motivacicínal mencionada, se produciría un aislamiento funcional paulati­ no (motivaciones secundarias o derivadas, alejadas ya de la fuen­ te impulsiva) que daría lugar a la formación de aparatos con au­ tonomía secundaria (es decir, originados en la experiencia onto­ génica), configurando sistemas de intereses con relación histórica pero independencia funcional de sus raíces instintivas. G. Allport, que ha suministrado a la escuela psicoanalítica nor­ teamericana el concepto de la autonomía funcional de los motivos, se expresa así: “En el proceso de maduración, las múltiples poten­ cialidades y disposiciones de la niñez se unen de algún modo para constituir sistemas más definidos, más distintivos. Parí passu con su aparición, estos sistemas toman sobre sí el efectivo poder con­ ductor, operando como motivos maduros y autónomos, enteramente diferentes en pretensiones y en carácter de los sistemas motivacionales de los años juveniles y muy diferentes por cierto de las ten­ siones puramente orgánicas de la infancia” ( 1, pp. 16 y 20). No podemos extendemos más sobre este punto. Sólo cabe señalar que el grado de autonomía primaria concebible se reduce considerablemente partiendo de un modelo de organización del psiquismo sobre matrices primarias ya objetales y sometidas a vi­ cisitudes emocionales de tal magnitud que eliminan la posibilidad de pensar en una suerte de despliegue espontáneo de una función. Es claro que este problema no obedece a una simple cues­ tión de “cantidades de impulsos” o de distancia motivacional de la fuente pulsional; ocurre que la alta valoración de los procesos au­ tónomos con gran capacidad de demora y neutralización de las catexis primarias (para expresarlo en términos meta psicológicos) 50

va de la mano con los criterios sobre adaptación propios de esa línea de pensamiento. En otras palabras: toda teoría psicológica expresa conceptos acerca de su objeto y trasluce las categorías ideológicas del me­ dio en el que surge. En este caso los valores de autonomía y “self development”, pero sobre un trasfondo normativo de aceptación de la neutralización (desexualización y desagresivización) de im­ pulsos, modificaciones que un determinado tipo de sociedad exige de sus miembros para perpetuarse como tal. El concepto es no obstante muy útil en psicopatología, tanto en la diferenciación de estructuras en virtud de la persistencia o pérdida de organizaciones cognitivas y motivacionales superiores, como, desde otra perspectiva, aplicándolo a toda una gama de estereotipias cuya raíz‘histórico-genética puede ser discerniblc. pero con relaciones funcionales que las muestran desgajadas .de aquellas y realimentándose en la posesión de una autonomía fun­ cional patológica.

En las reformulaciones posteriores de la teoría psicoanalítica, con la aparición del punto de vista estructural, la dicotomía inconsciente/preconsciente perdió la vigencia inicial en tanto fue sustituida parcialmente por la de Ello/Yo. Pero no hubo una sustitución to­ tal: el mantenimiento de ambas perspectivas (tópica y estructural) debe entenderse como un respeto a la complejidad de los hechos y a los modelos que intentan expresarlos, más que a una inconsisten­ cia teórica. Inconsciente y preconsciente se transformaron en calificacio­ nes de procesos que tienen lugar en el seno de estructuras, es decir intrasístémicamente (14, p. 197), (así por ejemplo el funciona­ miento inconsciente de los mecanismos de defensa del Yo, o las diferenciaciones tópicas en el Superyó).

Realidad y fantasía Si rompemos con la verticalidad del esquema anterior, el mundo de lo imaginario, de las fantasías (en el sentido habitual de la pa­ labra), constituye el ámbito envolvente y relativamente difuso en el que la realidad, en tanto trama de significaciones compartidas tiene que recuperarse y construirse permanentemente mediante la negación (dialéctica) de lo subjetivo profundo (fantasías in­ conscientes ) que tiende a surgir. 51

Los criterios perceptuales comunes (percepción en ei senti­ do más amplio), que permiten mantener una. cierta mvariancia en la lectura de las significaciones, constituyen el núcleo de lo que se denomina juicio de realidad.

Lo idiosincrásico ( ’o "subjetivo" trasunto de un complejo de determinaciones históricu-individuales, culturales, de clase) se ins­ cribirá en los espacios de ese retículo de signos y símbolos conva­ lidados. La ruptura de y con ese sistema axial de significaciones puede hacerse en un sentido de negación superadora, que lo lleve a un nivel distinto de conciencia y percepción compartida o com­ parable (estética, revolucionaria) o cayendo en desorganizacio­ nes regresivas, patológicas. Ese retículo psicosocial, estudiado en el sistema de la perso­ nalidad. corresponde al Preconsciente.4 E¡ psicótico (esquizofrénico) rompe el sentido “común’, pero se-agota en la reconstrucción delirante de un universo precario que, en todo caso, puede suscitar a un observador ideas, sugerencias, aperturas, pero que a él, en tanto psicótico, lo determina en la circularidad de sus estereotipos y de su aislamiento. De manera opuesta, el pasaje elástico en distintos momentos del día por formas diferentes de organización de la ' experiencia, posibilita un enriquecimiento permanente de la personalidad, en un vaivén de niveles que se expresa en el humor y en el pensa­ miento creativo. Corresponde a uno de ios sentidos del concepto de regresión útil, forma de elaboración de las ansiedades y microtranmas cotidianos, cuya resultante serán los protopensamientos oníricos. Tales constituyen formaciones transaccionales exitosas, en tan­ to expresas pulsiones reprimidas pero enlazadas a sistemas represent&cionales o de acción “permitidos”. En la regresión del dormir se unirán a las tendencias infantiles más profundas (el “socio ca­ pitalista” en la metáfora de Freud) y darán lugar a su producto final: el sueño.

4 Señala V. Tausk en una nota al pie de su trabajo sobre “El origen del Aparato de influencia en la esquizofrenia” (23) que en oportunidad de ser discutido ese trabajo en la- Sociedad Psicoanalítica de Víena, Freud señaló la raíz de verdad existente en la idea delirante de que los demás conocen sus pensamientos, o de que le son “hechos”, puesto que “a través del len­ guaje el niño recibe al mismo tiempo el pensamiento de los otros”. Vemos en este punto expresado, de acuerdo al modelo tópico, lo social constituyendo la personalidad bajo la forma de sistemas representacionales incorporados. De igual manera y basándose en el estructural, Freud estudiará la norma tivi­ ciad de la sociedad, mediatizada por ios padres y organizándose en el Superyó.

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Simbolización Algunos conceptos acerca de los procesos de simbolización pue­ den ser útiles para precisar más las cosas. Cuando un individuo tiene la representación de algo, y sabe (con un grado de conciencia variable) que eso no involucra la posesión concreta de lo representado, decimos que existe distancm (24) entre el símbolo y la cosa simbolizada. Si existe simultáneamente una buena discriminación entre esos dos elementos y su propia individualidad, podernos represen­ tar la situación mediante el esquema:

en el que “s” es el símbolo de “S” y “A.'’ el sujeto de la situación simbólica. Los sistemas sociales de representación' operan como orga­ nizadores de múltiples “s” y de relaciones entre los mismos, cons­ tituyendo el eje axial de significaciones convalidadas que mencio­ namos más arriba. Tales sistemas sirven de soporte convivencia! en tanto per­ miten a “A”, en una situación simbólica plenamente constituida, referirse a las cosas.

En este caso “A” se referirá a “S” dirigiéndose a “B”, me­ diante V\ Existe una distancia que permite la diferenciación en­ tre A y B: A y s; S y s; etc. La pérdida de distancia entre los distintos componentes de la situación simbólica es típica de determinadas patologías. Por ejem53

pío, la indiscriminación en el ,eje vertical corresponde a la clásica ecuación simbólica descripta por Hanna Segal: confusión entre.el símbolo y lo simbolizado. Es obvio que en esas circunstancias el resto del contexto sig­ nificativo sufre distorsiones. La descripción tiene por objeto acen­ tuar vértices privilegiados de alteración. El logro de una distancia progresivamente mayor entre cada uno de los elementos de la situación simbólica es una-de las ca­ racterísticas del proceso normal de construcción de símbolos. Como' veremos en el capítulo siguiente, simbolizar, evoluti­ vamente hablando, es rescatar de las relaciones primarias un re­ pertorio instrumental de significaciones que permita la constitu­ ción de un sistema estable de referencia, enriquecido por la con­ tinuidad con aquellos niveles primarios pero que al articularse eil los sistemas de significaciones compartidos permite el intercambio comunicativo con los demás. No debemos olvidar, no obstante, que el esquema anterior supone un corte en el tiempo; es, en ese sentido, una abstracción sincrónica: si pensamos en el proceso tal como se da y como más arriba lo describíamos, al hablar del pasaje elástico por distintos grados de estructuración de las vivencias, podríamos representarlo así:

La línea ondulada expresa la oscilación que desde el nivel de los símbolos retorna al plano de lo simbolizado para enrique­ cerse. Lo mismo en el eje horizontal, a través del juego alternante de identificaciones y desidentificaciones, que posibilitan relacio­ nes interpersonales logradas. La distancia simbólica se refiere así a un concepto cualita­ tivo y procesal, de recuperación discriminada de sí y de la reali­ dad a través de un fluir oscilante que va del símbolo a lo sim­ bolizado y une (y separa) a cada uno de los integrantes de la relación simbólica, constituyendo la base de una comunicación rica. Justamente, el esquema rigidificado podría representar la for­ ma que adopta el control patológico de las distancias por temor a la confusión. 54

Generalizando, digamos que desde esta perspectiva, la des­ cripción de los distintos cuadros psicopatológicos va a ser la de universos simbólicos típicos, y en ese sentido estereotipados, que justamente, a través de la repetición de ciertas tramas caracterís­ ticas permiten su agrupamiento relativo.

Hasta este momento nos hemos ocupado del modelo de estratifi­ cación jerárquica, acentuando la riqueza conceptual que incluye y algunas de sus limitaciones; también de las relaciones existentes entre el ámbito de 'las fantasías” y el de la realidad, introduciendo algunos conceptos sobre procesos de simbolización que permiten sistematizar los hechos. Nos referiremos ahora al enfoque estructural del aparato psí­ quico.

El punto de vista estructural El punto de vista estructural surgió y fue elaborado para explicar patologías concretas: melancolía, neurosis obsesiva, reacción te­ rapéutica negativa. Esta última es un tipo especial de vicisitud transferencia) y propia, por ende, del proceso analítico, pero sirvió para entender las aparentes paradojas de diversas formaciones caracterológicas masoquistas. En todas estas situaciones eí denominador común es la divi­ sión de la personalidad y la lucha (agresión) de una parte contra otra. A partir de estas formas patológicas de conflicto se postuló la existencia de líneas de escisión privilegiadas y rescatables in­ cluso en la dinámica normal. Dicen Hartmann, Kris y Lowenstein (8, p. 224): “El estudio de los conflictos psíquicos en general y más específicamente el de la naturaleza patognomónica de algunos de ellos, sugirió que las fuerzas opuestas en las situaciones conflictuales típicas no se or­ denaban al azar sino más bien en grupos que poseían una cohe­ sión u organización interna”. Las consideraciones estructurales suponen entonces la divi­ sión del aparato psíquico en tres instancias: Ello, Yo y Superyó. Sus diferentes caracterizaciones han seguido líneas heterogéneas. En gran medida, en virtud de haber heredado atributos del sistema tópico anterior, al mismo tiempo que se conservaba a este último como modelo conceptual vigente y pararelo. 55

Es pertinente aquí recordar el esquema de Freud: 5 d)

F -Ce

Se puede observar la ubicación estratígráfica de las tres ins­ tancias, con la excentricidad del Superyó, que abarcando niveles superiores “hunde sus raíces en el Ello”, según la textual expre­ sión de Freud. El Yo incluye tanto niveles inconscientes como preconscientes, con una cisura que separa aquellos aspectos de la personali­ dad que ha sido reprimidos del resto, pero prolongándose hacia abajo en el Ello en una continuidad indeterminada y hacía arriba diferenciándose, “en la superficie”, como sistema de percepciónconciencia. El Ello se muestra abierto hacia abajo, representando la co­ nexión con el cuerpo: de ahí que el esquema quede necesaria­ mente incompleto pues el área que circunscribe expresa los lími­ tes del aparato psíquico como diferenciación apical de un organis­ mo biológico. El parentesco de estos criterios estratigráficos y evolucionis­ tas con las concepciones embriológicas generales y específicamen­ te con las atingentes al desarrollo del sistema nervioso, tanto en la diferenciación progresiva cuanto en la persistencia en el adulto de paleo-organizaciones, ha sido señalado muchas veces y exami­ nado sistemáticamente por Rapaport, por ejemplo, en su estudio sobre los modelos “darviniano” y “jacksoniano” de Freud (19, p.

22). 56

El esquema muestra los remanentes de la concepción del apa­ rato psíquico a mánera de vesícula protoplasmática. Las diferen­ ciaciones provendrán del medio, internalizado como Superyó u originando una zona especial, superficial, de protección frente a los estímulos (el medio es concebido como intrínsecamente hos­ til en tanto fuente masiva de estímulos para un organismo preca­ rio), trocada luego en zona de relación con dicho medio a través de la percepción. Estudiaremos separadamente cada una de las instancias.

1. El EUo es caracterizado como reservorio de impulsos y desde ese punto de vista carente de organización pero, por otro lado, en él se ubican los aprendizajes heredados, acopio entonces de los su­ cesivos “yocs” de la especie. Estas ideas no son contradictorias si las pensamos en térmi­ nos de: desorganización del Ello, sí, pero en tanto opuesta a otra forma de articulación que sería la realística, lo organizado por antonomasia. Dice Freud en "La división de la personalidad psíquica” (5, p. 821): “Es la parte oscura e inaccesible de nuestra personalidad; lo poco que de el sabemos lo hemos averiguado mediante el es­ tudio de la elaboración onírica y de la producción de síntomas neu­ róticos, y en su mayor parte tiene carácter negativo, no pudiendo ser descrito sino como antitético del Yo”. Al decir realística se implica realidad presente. El Ello signi­ ficaría realidad pasada, expresándose iterativamente en tanto co­ rresponde al segmento de la personalidad ubicado 'lejos” del polo de la actualidad vivencial y las adecuaciones consiguientes a los sucesivos contextos vividos. Las protofantasías que constituyen su matriz básica pueden concebirse como virtualidades de experiencia que inercialmente tienden a repetirse mediante la búsqueda de objetos necesitados, a los que se suman los contenidos reprimidos que ya corresponden a moldeamientos individuales de las pulsiones, definidas en el ha­ llazgo de ciertos objetos. La teoría instintiva de Freud no era, obviamente, una teoría cerrada, sino claramente abierta a la necesidad de completamiento de la pauta innata por el objeto deseado. En el terreno de la teoría de las neurosis, el concepto de vis­ cosidad de la libido (5 d) refiere justamente a la adherencia te­ naz a ciertos objetos que se imprimirían de manera indeleble. Cons­ tituye un buen ejemplo de la inclusión (patológica) de experien­ cias ontogénicas en niveles tan profundos que dan origen a com­ 57

portamientos complejos (perversiones) y elecciones peculiares de objetos persistentes por el resto de la vida. Lagache (12 a, p. 116), al hablar de las desviaciones concep­ tuales en el estudio del Ello, señala lo que denomina ‘‘naturaliza­ ción” del mismo. Dice: “.. .La pulsión es, por lo tanto, una inten­ ción oscura que busca algo indeterminado, por cierto, sin em­ bargo, un objeto objetivo deseable o indeseable, cuya determina­ ción cualitativa sólo puede darse en una relación con los objetos del ambiente. Lo que hay de natural en la pulsión se reduce a constancias transculturales en las relaciones con el ambiente de un cuerpo en,maduración”.5 Pero, además, en relación con lo anterior, él Ello es el sector de la perentoriedad, de lo no postergable, de la búsqueda del pla­ cer. Es también el reservorio energético del sistema. Este punto, justamente calificado por Bleger (3, p. 206) de necesidad teórica del modelo empleado ha sido objeto de muchas críticas por parte de quienes adscriben a una teoría objetal. La cuestión reside en no tirar el niño junto con el agua de la banadera e intentar un res­ cate de las significaciones y sugerencias teóricas y clínicas que el modelo incluye. El ejemplo de Fairbairn es muy ilustrativo en ese sentido, pues elaborando un modelo bastante diferente del freudiano, e incluso opuesto en algunos aspectos, conservó parsimoniosamente aquellos conceptos que aun cuando fueran poco precisos o metafóricos tu­ vieran consistencia clínica. Así, por ejemplo, respecto de la libido, en relación con la teoría de la angustia y al punto que nos ocupa, elaboró el concepto de “yo libidinal”, que aproximadamente susti­ tuye al Ello en su sistema pero conservando parte de sus atributos, incluso una cierta indeterminación de sus características (4, pp. 105, 107-9). El Ello expresa además la conexión con el cu&rpo, no sólo entendido como cuerpo vivencial, incluido en la red de significa­ ciones más o menos ilusorias o fantásticas, sino en tanto fuente objetiva de determinaciones. Es cierto que Freud pudo haber confundido, en ciertas oca­ siones, la lectura interpretativa de actos con reconstrucciones de eslabonamientos causales, pero cabe rescatar de sus conceptos ío que de advertencia contra formas sutiles de psicologismo puedan contener.

6 La bastardilla es mía.

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2. El Superyó posee un status teórico peculiar. En la medida en que'representa la normativicjad parental —y por su mediación, la vi­ gente— es presente y socialización. Pero en tanto instancia funda­ mental inconsciente constituye un sistema regulador sujeto al pa­ sado y a los ciclos repetitivos. De aquí su parentesco funcional con el Ello. La inclusión de sus raíces en este último hace que sus límites se desdibujen. Son éstos los niveles inferiores y “arcaicos” del Superyó' diferenciados de los “superiores” ( el modelo vertical es aquí usado intrasistémicamente), más de acuerdo .con los padres reales y con la normati•vidad abstracta de la cultura (5 f). Recordemos que Fréüd, en cierto momento de su obra (5 g) ubicó en esta instancia el examen de la realidad, señalando así hasta qué punto los criterios valorativos surgen de la incorporación de formas de “ver y evaluar impuestas". Diferenciado en forma extrema en situaciones patológicas el Superyó crea, también en la normalidad, campos tensionales en relación con el Yo, que operan como reguladores de la conducta. La expresión consciente de esa articulación consiste en modula­ ciones afectivas diversas, pero enraizadas en aquellos niveles del psiquismo en los que continúa latente la dependencia primaria y las amenazas fundamentales: ser destruido, dañado (castrado) o perder el amor, si se hace, dice o piensa tal o cual cosa. Se han diferenciado en el Superyó subestructuras. Una es el Ideal del Yo, que corresponde a la internalización de objetos a imi­ tar creando afectos de displacer mayor o menor en virtud de la distancia entre el Yo actual y los atributos de su modelo (5 h ). Otra el Superyó propiamente dicho. Refiere a los aspectos es­ trictamente normativos y punitivos. De manera esquemática la situación examinada más arriba podría expresarse así: la distancia entre el Yo actual y el Yo ideal es ¡calificada por el Superyó propiamente dicho. A la primera co­ rresponderían los sentimientos de inferioridad, a la relación con el segundo los de culpabilidad. El concepto de Yo-ideal alude a formas muy primarias de autocontentamiento, explicado en la teoría clásica (17) como satis­ facción de un ideal narcisista de fusión libidinal con el Ello, visible en conductas psicóticas de ingenua y pueril sobrevaloración. El concepto es valioso, teórica y clínicamente, pero puede reformularse en términos de reproducción de relaciones de objeto sa­ tisfactorias muy tempranas. La argumentación no es forzada. En la misma teoría freudiana el modelo sugerido es vincular: Ello-Yo. La discusión de este punto lleva al problema del narcisismo primario, concepto altamente especulativo y basado en un supues­ 59

to reservones originario de cargas libidinales, Esto será discutido en el capítulo tercero. De cualquier manera señalemos que un examen minucioso de este problema hace necesario diferenciar entre estructuras consti­ tutivas y vicisitudes de las mismas. Arnaldo Rascovsky, por ejemplo, al postular su teoría del psiquismo fetal, refiere el Ideal deí Yo a patrones' de identificación primarios existentes en el Ello, con los cuales el Yo primitivo se fusiona, constituyéndose como Yo ideal, Al producirse el trauma del nacimiento se escinde tal fusión originaría y surgen los campos tensionales antes mencionados. Por lo tanto, el Ideal del Yo se “aleja” del Yo y naturalmente se integra en la instancia normativa superyoica. Pensamos que el Yo-idea! correspondería a momentos de ple­ nitud por fusión con un objeto libidinal en un nivel arcaico; el Ideal del Yo a un objeto introyectado que puede tiranizar por sus perfecciones. La conciencia del Yo actual con este Ideal del Yo re-produciría el estado denominado Yo-ideal.6 Distintos cuadros psicopatológicos han permitido estudiar es­ cisiones y fracturas en el Superyó (intrasistémicas). Por ejemplo, permisividad para placeres pregenitales y prohibición de la genitalidad, en las perversiones. Esas líneas de investigación, prepararon los caminos para los desarrollos posteriores de la teoría objetal.

3. Entendidas así las cosas, el Yo no puede definirse como un con­ junto de funciones concebidas de manera elemental (control de la motilidad, percepción, memoria, etc.), sino como un tipo de orga­ nización de los sistemas tensionales y motivacionales contradicto­ rios que permita su expresión integrada. La denominada función sintética del Yo, consiste justamente en autocentrar y unificar las experiencias y tendencias para diri­ girlas teológicamente hacia un objetivo determinado. Ese esfuerzo de unificación, operando en las tentativas de reLa expuesta es una manera de entender el problema. Existen otros enfo­ ques, en virtud de que la relativa indefinición en que Freud dejó estas ideas facilitó desarrollos divergentes. Hay quienes postulan la identidad entre el concepto de Ideal del Yo y del Yo ideal, y quienes diferencian netamente entre ambos. Una excelente revisión y síntesis crítica puede verse en el tra­ bajo de Liberarían y col.: “El Ideal del Yo. Su conceptual tzación teórica y clínica" (15 a).

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construcción psicóticas dará lugar a las restituciones delirantes, en donde la síntesis opera con los materiales que puede. Desde esta perspectiva el concepto de Yo expresa una con­ vergencia: es un logro. Por eso es conciencia (aun cuando no exclusivamente), o sea, posibilidad de recuperación reflexiva del sentido de la realidad en la que se halla incluido. Y es continuidad, re-conocimiento de su estar existiendo en el seno de conflictos y contradicciones con­ servándole. De ahí que ia memoria, como secuencia de experiencias cons­ tituyentes, sea capacidad esencialmente yoica. El recordar supone diferenciación del pasado (ámbito natural del Supervó y del Ello) y fu tu ración: prospectividad, examen de la realidad, atención ex­ ploratoria intencional. El automatismo de muchas funciones, de las que el psicoaná­ lisis ha estudiado sobre todo los mecanismos de defensa, posee carácter yoico en tanto se incluye en un nivel superior de organi­ zación de la personalidad. La expresión de Freud, en “Duelo y melancolía”, de que en tal enfermedad “la sombra del objeto cae sobre el Yo”, puede pen­ sarse también como implicando una idea de Yo-valor (de logro e integración) que se pierde en la psicosis, en la que es alter-ado en su raíz. Por otro lado, y hasta cierto punto paradojalmente, el m'tcleo del Yo es concebido como basado en vínculos primarios consistentes, en introyecciones asimiladas de objetos buenos. La unicidad estructural, estructurante a su vez de las viven­ cias como propias de una subjetividad es así producto de una cons­ trucción y de una diferenciación, como examinaremos en el capí­ tulo siguiente. El germen de la identidad surge de la dialéctica del encuen­ tro de la pauta instintiva con el objeto gratificante y se va cons­ tituyendo como conciencia, primariamente corporal, que se res­ cata de a poco de los criterios perceptuales y valorativos enraiza­ dos en los miedos primarios. “Fácilmente se ve que el Yo es una parte del Ello modifica­ da por la influencia del mundo exterior, transmitida por el P.-Cc. (sistema percepción-conciencia); o sea, en cierto modo, una con­ tinuación de la diferenciación de las superficies. El Yo se esfuerza en transmitir, a su vez, al Ello, dicha influencia del mundo exterior, y aspira a sustituir el principio de realidad. La percepción es, para el Yo, lo que para el Ello el instinto” (5 f, p. 1218). Las experiencias pueden pensarse como desdobladas; en un nivel yoico funcionan a la manera de organizadores (en sentido 61

análogo al embriológico del término) realísticos y en otro se ins­ criben (Ello) como objetos de satisfacción o frustración.7 El Ello continuaría (incluyendo aquí la dimensión evoluti­ va) representando aquella parte de la personalidad donde reinn la perentoriedad y una gama restringida de respuestas. El pasaje de las experiencias a un plano yoico supone así de­ mora, postergación, anticipación; en este sentido, pensamiento, en tanto las vivencias, ya extraídas de la urgencia emocional y modu­ ladas en posibilidades afectivas con mayores matices' permiten una diversificación en la lectura de la realidad y la consiguiente intercalación de significantes intencionales, no guiados por despla­ zamientos, condensaciones e igualaciones simbólicas primarias. Hasta este punto hemos equiparado organización yoica con conciencia, en el sentido más profundo del término. De hecho existen síntesis yoicas sin un desenvolvimiento pa­ ralelo de la conciencia de sí. Esto puede observarse tanto en dis­ tintos tipos de patología (en las ya mencionadas restituciones psi­ cóticas, en las caracteropatías, en las formaciones obsesivas) como en la integración enajenada. En ésta el individuo se concibe como unidad, como centro de experiencias, pero ya sea en la perfección monolítica de la pose­ sión de cosas, de relaciones, o en la pasividad del estar entregado al manipuleo de los otros. El desdoblamiento que supone el tomar conciencia, desgaja de la unidad enajenada aquello que poseo (me posee), de mi Yo, Se quiebra así la “fascinación de la conciencia por el Yo”, según la expresión de Lagache (12 b), pasando a una disponibi­ lidad de hétero y autoconocimiento. Podría entonces definirse 9. la conciencia por el acto me­ diante el cual un vínculo es asumido en plenitud. Eso supone lo que luego estudiaremos como organización depresiva. En efecto, percatarse de algo supone perder todas las otras cosas. La no dis­ criminación de lo vivido permite el mantenimiento de la omnipo­ tencia en la posesión ilusoria del todo. Por todo esto, tomar conciencia lleva siempre la connotación de un acto jerarquizado. En el sistema freudiano ocupa, no obstan­ te, un lugar ambiguo. Por un lado, siguiendo antiguos moldes empiristas (ver la cita de más arriba), el de una suerte de perfeccio­ namiento o complejificación de las percepciones; por otro, el de una manera cualitativamente distinta de asunción de lo real. Esta segunda línea es la que seguimos; más que el modelo de una superficie que reacciona ante el estímulo de los objetos es 7 Véase, en Freud, la hipótesis de la doble inscripción de los “actos psíqui­ cos” (5 c, p. 1067).

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necesario el de un proceso que se va construyendo como posibili­ dad de diferenciación en un saber ampliado de sí y de la realidad, estructurado sobre una elaboración exitosa de las ansiedades pri­ marias que suponen indiferenciación, perentoriedad, omnipotencia< Si conciencia es entendida como “tomar conciencia de”, su­ pone un trabajo. Recordemos aquí la fórmula de Freud, ya men­ cionada antes y que suele ser reputada de mecanicista, pero que incluye sugerencias que pueden ser deslindadas de su sentido me­ ramente pragmático: “el pensamiento es acción experimental con pequeñas cantidades de energía”. Si es acción y supone un trabajo, pensar, indagar, es extraer de la opacidad de los estereotipos encubridores (que no son so­ lamente carriles dados de pensamiento sino que remiten inexora­ blemente a concepciones de vida, en tanto son ya prefiguraciones de actos para con los demás y con las cosas), claridad respecto del sentido de lo que se hace. Cuando la semiología psiquiátrica, sobre todo en ciertos esque­ mas escolares, reduce la indagación de la conciencia al problema de la lucidez o del saber ubicativo o geográfico de sí, o a la iden­ tidad restringida de los “documentos” (dónde estoy, cómo me lla­ mo, qué edad tengo) opera un recorte ideológico del significado profundo de conciencia. Que aquellos datos son importantes, es obvio, y que su investigación puede ubicamos frente a ciertas mag­ nitudes de trastornos, también. Pero lo que se deja de lado es la conciencia como posibilidad de rescate de los determinismos y de cuestionamiento acerca de la propia identidad. Es aquí donde se ubica una de las contradicciones más profun­ das entre el pensamiento psícoanalítico (freudiano tal vez cabría decir) con otras ideas que directa o indirectamente limitan el ám­ bito de las preguntas a formular y por ende de la conciencia posi­ ble, como objetivo propio de una teoría psicopatológica. También pertenece a ésta, si bien desde el horizonte de su especificidad, contribuir al hallazgo de lo humano partiendo de las formas en que en su ámbito originario se evidencia la cosifi­ cación de las relaciones humanas y las tentativas, aun por los ca­ minos más regresivos y extravagantes, de acuerdo con los demás.

Objetos. Mundo interno Originariamente, objeto significaba el término externo necesitado por el instinto para su satisfacción final (descarga). Paulatinamente, con el enriquecimiento de los conceptos acer­ ca de mundo interno, lo objetal adquirió un sentido mayor: ex­ 63

presa el estar constituido por vínculos como característica propia del hombre. Freud, en "Psicología de las masas y análisis del Yo” dice: "En la vida, anímica individual aparece integrado siempre, efectiva­ mente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y, de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio pero plena­ mente justificado” (5 g, p. 1141). La elaboración psicoanalítica permite indagar acerca de las formas pormenorizadas y concretas en que se organizan las rela­ ciones que nos constituyen, convergiendo con la conocida fórmu­ la de Marx en su tesis VI sobre Feuerbach: “ ...Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. En su realidad es el conjunto de las relaciones sociales”. Este conjunto no es el reflejo lineal de una trama social ex­ terior, por lo que su comprensión debe seguir los vericuetos de su refracción a través de los mediatizadores naturales, madre y padre. Pero madre y padre (objetos diferenciados en la denomina­ ción verbal y en la concepción adulta) vividos originariamente bajo la forma parcial y extrema de las redes vinculares primarias que constituyen el mundo de la fantasía. Ésta puede ser considerada como la unidad molar de expe­ riencia primitiva (en sentido histórico-genético) y profunda (en sentido tópico-actual). En ella el objeto se integra aportando “su objetividad”, sus calidades. r Pero en el rescate teórico con el que expresamos ese polo de la fantasía aludimos al producto fantástico, al objeto-para-él (suje­ to). En este sentido al objeto subjetivo. Con objeto interno se connota esta subjetividad, de ahí que conserve el carácter de “interno” (subjetivo) aun luego de ser pro­ yectado. En todas estas consideraciones está implícita una calificación del manejo posible del objeto, de su cercanía o instalación dentro del sí-mismo. De ahí que el objeto interno se estructure sobre la matriz de indefensión y carencia, constituyéndose en “consuelo” omnipotente, alucinatorio primero e ilusorio después. En los desarrollos de Fairbairn, para quien la introyección pri­ mera es de los objetos malos 8 (4, p, 67), la finalidad es contro­ larlos en el interior de sí. . Correlativamente, se suele implicar por objeto externo al ob8 Más exactamente, como veremos luego, los aspectos' frustrantes de las ex­ periencias con el objeto son las que determinan su introyección.

jeto “tal cual es” (objeto objetivo). En rigor, tal como vimos en puntos anteriores, la concepción del objeto tal cual es supone una construcción paulatina y un logro iji estable, en virtud de que la impregnación por fantasías es constante. Simétricamente, el Yo surge como diferenciación. La simbio­ sis originaria es el nicho a partir del cual se construye la identi­ dad propia y la representación del “afuera”. Afuera primitiva y fun­ damentalmente objetal y humano. De ahí que no cabe concebir una libido buscadora de obje­ tos, sino, si queremos seguir usando la metáfora del fluido, una di­ ferenciación secundaria de libido yoica y del objetó partiendo de un vínculo indeferenciado (libidinal, si se quiere). Esto será desarrollado en el próximo capítulo. El concepto de objetos parciales es útil para comprender las particularidades de las diferenciaciones primarias. Wisdom (26) ha señalado dos sentidos en la expresión “par­ cial”. Uno corresponde al objeto parcial anatómico, propio ¡de las percepciones fragmentarias de la “forma” del objeto tal como se lo concibe en las relaciones corporales primitivas (pecho, pezón, pene). Objeto parcial mlorado refiere a la calidad de idealizado o persecutorio, que se le atribuye. La discriminación e integración logradas se corresponden con la concepción de objeto total, o mejor “totalizable” En este sen­ tido veremos luego la importancia de la idea del otro como inte­ rioridad para poder construir el objeto total. La convergencia del punto de vista tópico con el estructural y de ambos con la teoría objetal y de la fantasía inconsciente per­ mite considerar la existencia de sistemas de objetos, con un grado variable de integración, que recrean en el sí-mismo los campos tensionales originariamente vividos con objetos exteriores. La construcción de un mundo interno consistente se asienta, como toda adquisición madurativa, sobre una paradoja. Por una parte la concepción fantástica y omnipotente de posesión de los demás en la interioridad de un sí-mismo originariamente corporal y paulatinamente mental y simbólico, junto con la posibilidad de renuncia (elaboración de la pérdida) de los objetos exteriores, única forma de poder establecer una diferenciación yo-no yo. El apoderamiento del otro tiene un carácter material en el mamar; va adquiriendo un sentido progresivamente simbólico pero real, a medida que se van produciendo las sucesivas introyeccíones. Si el proceso se caracteriza por una alternancia de posesión y renuncia permitirá incorporar atributos y aprendizajes que den, por una parte, posibilidad de obrar sobre la realidad modifícán65

dula (reparando) y, por otro, corregir las fantasías de apodera miento concreto que al suprimir al objeto, en tanto siguen pau­ tas de regresión no sublimada, suscitan el miedo a las retaliacio­ nes consiguientes. El concepto de mundo interno permite relacionar los distin­ tos núcleos motivacionales con fantasías y objetos predominan­ tes, muchos de ellos persistentes y, por lo tanto, constituyentes es( ucturales del psiquismo. Concebidas así las cosas, el Superyó corresponde a una organi/ación estable de sistemas de objetos, con los que existen campos emocionales de regulación de la autoestima también estables y realimentados permanentemente por .aquellos niveles de relación parcial (persecutoria o idealizada) que constituyen sus estratos más arcaicos. El esquema de relaciones de objeto puede ser denominado, comparado con el tópico (vertical) y el estructural, horizontal o de intercambio. No en vano ha surgido a partir del trabajo en un área clíni­ ca específica, el análisis de niños y de psicóticos y en relación con una técnica centrada en la transferencia. De ahí la importancia asignada a los procesos de proyección e introyección y al estudio pormenorizado de sus características. Converge así hasta cierto punto con modelos psicosociales. Pero en muchos de éstos suele destacarse lo interpersonal como pautas ya constituidas, en desmedro de niveles tópica y estructu­ ralmente primarios que los desarrollos de la teoría objetal conser­ van y expresan en el concepto de fantasía. De este modo se tendería a ubicar al Yo en el centro del sistema, a manera de imán que evita la dispersión de los frag­ mentos. Es hasta cierto punto lo que hace Wisdom con su esque­ ma planetario, si bien él habla de núcleo, sin afirmar la identidad entre tal núcleo y el Yo.9 El problema es complejo, si lo profundizamos más allá de lo que el gráfico sugiere; en efecto, la consistencia en la conducta es, en nuestra cultura, un valor. El carácter de constancia y per­ sistencia califica la yoicidad de una personalidad, el haber asumí -

8 Dicen D. Liberman y colabs.: "A nuestro juicio, el núcleo no debe ser equi­ parado con el Yo del modelo del aparato psíquico que manejamos habitual­ mente. El esquema no ha sido concebido por Wisdom en términos estructu­ rales, sino qué corresponde a un modelo de teorfa molecular” (en 15 b, p. 529).

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do (asimilado) los “restos de las sucesivas elecciones de objeto”

(5f,p. 1221).10 La situación opuesta es la de un mundo interno donde reina la dispersión, la no integración, o intentos patológicos de resol­ verla. Por ejemplo, el encapsulamiento de objetos, que como introyectos disociados dan lugar a núcleos motivacionales parasita­ rios, no digeridos (asumidos e integrados) por la organización co­ herente y prospectiva de la personalidad que es el Yo (2, p. 26). De ahí que la consistencia (el “carácter”) necesite de esa flui­ dez en el intercambio (represión funcional), para que no se estruc­ ture como caracteropatía (disociación, represión no funcional, con­ trol omnipotente, etcétera). Los segmentos encapsulados pueden desarrollarse “quísticamente” al margen de los otros intercambios, invadiendo eventual­ mente el resto del self. Es interesante relacionar estas ideas con las concepciones de Freud acerca del objetivo del tratamiento: recuperar la facilidad de las conexiones asociativas y, por otra parte, con su insistencia en la tendencia al crecimiento espontáneo de las formaciones in­ conscientes. El esquema de Wisdom, representante de la teoría objetal, nos servirá para organizar lo expuesto y ampliar algunos conceptos. El gráfico (p. 68) (26) muestra claramente lo que arriba diji­ mos, en el sentido de que constituye un esquema de intercambio. En efecto, la realidad se concibe como un ámbito proyectwo; entre el núcleo y los objetos externos se ubican los múltiples objetos internos, totales o parciales, que poseen con aquéllos relación “de filiación” pero cuyas diferencias o contradicciones pueden ser muy grandes.

10 En un trabajo sobre la sublimación, P. Heimarm introdujo el concepto de objeto asimilado, entendiendo por tal aquel que ha sido incorporado al sujeto a través de un buen proceso “digestivo’'. Lo ubica en relación funcional con la agresión bajo la forma específica de voracidad destructiva, que al disminuir permite la diferenciación entre actividades de incorporación y de destrucción. Por contraposición, existen objetos (padres internalizados) vivenciados como “cuerpos extraños, incrustados en el Yo” (9 a).

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madre rcat

Mundo externo

identificación proyeetiva

k\ i l ' \t

X X

X

pecho real y otras partes de! objeto

Es decir, existe una línea psicogenética (en sentido evolutivo) o de vinculación privilegiada en la cadena de significantes (desde el punto de vista simbólico) entre el padre real y el pene del pa­ dre, el padre sin pene, el padre con pecho, etcétera, que consti­ tuyen los distintos padres parciales. 68

En un sentido evolutivo se califica justamente como un logro el llegar a percibir a los objetos tal cual son, despojados del calei­ doscopio de proyecciones de los distintos aspectos parciales que el esquema intenta representar. Pero hay algo más. Lo que se proyecta no son simplemente representaciones de objetos, a la manera de “slidesY1 sinq pautas de relación. En el esquema están representadas por flechas lle­ nas que siguen una dirección de ida y vuelta desde el núcleo ha­ cia los objetos y viceversa. Siendo una representación esencialmente dinámica, existen tres zonas de relativa constancia: una corresponde a los objetos reales, otra al núcleo y otra a la órbita del superyó. Estos últimos se cons­ tituyen así en componentes estructurales que, como antes vimos, dan lugar a campos persistentes de relación y se reflejan en pau­ tas también relativamente constantes. La ubicación en el interior del núcleo de objetos refiere al origen de aquél en un tipo peculiar de introyecciones: las que van a constituirse en eje de la personalidad. Corresponde aquí plantear­ se la posibilidad de grados distintos de asimilación intranucjear, o mejor, de formas diversas de incorporación nuclear. Cabría ha­ blar de asimilación cuando se da un proceso normal de identifica­ ción cuyo resultado es algún tipo de enriquecimiento; por el con­ trarío, la introyección nuclear parasitante daría lugar a alteraciones profundas de la personalidad (las caracteropatías, en sentido am­ plio), sin asimilación enriquecedora. Como es evidente, al concepto de asimilación le asignamos un significado positivo, pues desde un punto de vista neutro podría considerarse a la identificación nuclear patológica como una asi­ milación negativa. La base teórica y clínica para mantener, no obstante, aquella diferenciación, es que trabajamos sobre el supuesto de que las identificaciones “malas” (esto es, con objetos malos) se hacen en contradicción con un sustrato nuclear originario “bueno” (libidi­ nal o apoyado en el instinto de vida, si se quiere recurrir a otra no­ menclatura), por lo que deben dar lugar a un tipo especial de “tensión nuclear” 12 y, por ende, a una disociación virtual intranuclear. 11 W . Baranger ha insistido mucho en el error de concebir a los objetos inter­ nos como “copias fotográficas”, aun distorsionadas, de los externos. Para él (a quien seguimos en varias de estas consideraciones) la unidad de análisis debe ser la fantasía inconsciente. 12 Wisdom utiliza este término para referirse al estado resultante del proceso paulatino de integración que, esquemáticamente, va desde un estadio en el que dos aspectos centrales del sujeto se vinculan con dos objetos (sería nn;i

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P. Heimunn, en su trabajo acerca de “Algunas funciones de introyección y proyección en la temprana infancia”, además de señalar el carácter estructurante de los procesos introyectivos, plan­ tea una cuestión crucial: que es lo que determina que un objeto sea incorporado en el sistema del Superyó o en el Yo. Responde así: “ .. .Yo sugeriría que ese factor discriminador yace en los atri­ buios del padre introyeetado en que el niño está predominante­ mente interesado en el momento. La situación emocional en la que el niño realiza el acto de introyección decide su resultado. Deben considerarse el juego entero de afectos, de presiones instin­ tivas y los contenidos de angustia prevalecientes”, y continúa lue­ go: .. Si su interés principal en el acto de introyección se centra en la inteligencia de su progenitor, su habilidad, manipulación de cosas --funciones que pertenecen a la esfera intelectual y motora del yo— el objeto introyeetado es principalmente incorporado en el Yo del niño. Si el niño introyecta su objeto durante un conflicto actual entre amor y odio, y está especialmente interesado en los atributos éticos de su objeto, entonces el objeto introyeetado con­ tribuye a la formación del Superyó. El niño que introyecta a su madre mientras ella está llevando a cabo cierta acción, digamos lavarlo, aprende a su modo cómo lavarse (o lavar-un objeto), o sea, una habilidad. Este sería un ejemplo de introyección que fomenta el desarrollo del yo. Sin embargo, en la fantasía inconsciente el lavado puede tener un significado moral, como el de reparar un objeto dañado con suciedad, y este significado puede ser en ese momento de impor­ tancia predominante. En este caso la introyección de la madre mien­ tras ella lava al niño podría también añadir mucho al sistema superyoico” (9 b ). En este esquema, los intercambios pueden darse entre el interior y el exterior o entre el núcleo y los objetos internos. Examinándolo, se comprende cómo el concepto de disociación es esencial para este enfoque, pudiendo seguir distintos trayectos y por ende origi­ nar reestructuraciones que explican "alianzas” paradojales (por disociación absoluta), para por una integración nuclear (se sienten como pro­ pias actitudes de amor y odio aunque dirigidas hacia diferentes objetos) y culmina en “una actitud positiva y negativa hacia el mismo objeto, visto como bueno y malo”. La integración primera da lugar a lo que él llama una actitud ambipotencial (corresponde a la divalencia de Pichón) y es lo que origina la "tensión nuclear”. Eo la integración íinal, que da lugar a la ambi­ valencia, el objeto es concebido en un estado de tensión, en tanto integrado (28, puntos X y X I). '

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ejemplo, la parasitación del núcleo por un objeto sádico que sus­ cite actitudes autodestructivas). Los trabajos kleínianos se despliegan sobre estas bases, des­ cribiendo las ligazones momentáneas o estables que se producen entre Jos objetos, entre el núcleo y un determinado objeto, etcétera, así como estados diversos de los objetos, que condicionan correla­ tivamente determinadas reacciones del núcleo, en tanto constitu­ yen unidades funcionales, pero que también pueden desarrollarse con relativa autonomía del mismo y de otras constelaciones de ob­ jetos. Es así como ciertas circunstancias (Freud por ejemplo lo estudió en el “superyó de guerra”) pueden llegar a crear verdade­ ras organizaciones regulativas separadas del superyó propiamente dicho y determinantes del comportamiento por períodos prolonga­ dos de la vida del sujeto. Para concluir con este punto señalemos que las ideas sobre las cuales se basa el modelo que hemos llamado relaciona!, trans­ versal o de intercambio (sin que ello suponga la eliminación de las diferenciaciones topográficas) suponen heurísticamente la creencia en la posibilidad de rescate de aspectos de la conducta antes considerados como no penetrables. Permite además la convergencia de dos modelos conceptua­ les, el de división esquizoide y el de alienación,13 con la consiguien­ te posibilidad de una descripción profunda de la dispersión del hombre como aporte teórico a una praxis totalizadora.

Kt esquema de Fairbairn Fairbairn hizo una reformulación total del modelo estructural en términos de sistemas estables de relaciones de objeto, conservando la diferenciación tópica y acentuando el carácter fantástico de los vínculos primarios. Considera a la posición esquizoide como básica y universal del psiquismo. Según él, las primeras experiencias incluyen ne­ cesariamente un cierto grado de frustración, puesto que el objeto libidinal originario (madre-pecho) no puede colmar todas las ape­ tencias. Es entonces internalizado para controlarlo y poseerlo dentro de sí. La frustración es así el germen de la constitución de un mundo interno. J3 Los trabajos de Bleger se ubican en esta línea. Las referencias bibliográ­ ficas pormenorizadas quedan obviadas por el reconocimiento de su influencia incorporada a través de la lectura de sus obras y del intercambio persona!.

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La agresión es concebida como resultante de estas frustracio­ nes y no como fuerza autónoma, si bien para Fairbairn es irreduc­ tible a lo libidinal, es la apetencia de conexión con objetos la que en última instancia la origina. La agresión internalizada, constituida en fuerza estructuran­ te, reproduce en el interior las relaciones experimentadas con los objetos extemos, transformados en malos en tanto frustrantes. Se trata asi, como él acertadamente la denomina, de una mal­ dad “premorar. En este punto se ubica uno de los conceptos más cruciales del sistema fairbairniano, y es la tragedia de la necesidad, surgida de la indefensión natural, que tiene el niño de objetosmalos (4, pp. 74 y 75). El objeto primordial queda así dividido en bueno (que satis­ face) y malo (que no satisface). Pero esta maldad tiene dos facetas diferentes: una corres­ ponde a la experiencia de excitación-frustración; otra a la de rechazo-frustración. Se constituyen así el objeto excitante, tenta­ dor o necesitado y el objeto rechazante, frustrador (O. E. y O. R. en el esquema). Ambos son de origen materno, en tanto corresponde a la ma­ dre la relación primera, pero sucesivamente se van incluyendo as­ pectos paternos. Es así que el esquema de Fairbairn expresa el sistema di­ sociativo básico, dejando abiertas las posibilidades de constitu­ ción integrativa, contradictoria, etc., de cada uno de los núcleos que lo constituyen. El objeto bueno es idealizado y reproyectado al exterior en busca de relaciones satisfactorias. Persiste en el mundo interno como Objeto Ideal (O.I.). El Yo, originariamente unitario, al unirse a los aspectos “so­ breexcitantes” y “sobrefrustrantes” del objeto original se escinde a su vez. El sistema consolidado de relaciones incluye así tanto al nú­ cleo originario del Yo (constituido en Yo Central) cuanto a los ob­ jetos excitantes y rechazantes y a los fragmentos del Yo arrastrados en la partición objetal; son éstos, respectivamente el Yo libidinal (Y.L.) y el Saboteador Interno (S.I.). La internalización de objetos buenos es para Fairbairn poste­ rior a la de los males, con la finalidad, justamente, de protegerse de éstos que “habitan” en el interior. La vinculación del Y.C. con un objeto ideal, arriba mencio­ nada, tiene así, en su origen, una función primordialmente defen­ siva. La represión, como lo muestra el esquema, es la expresión di72

reccional de la agresión internalizada y cumple un papel orga­ nizador de primer orden. La represión indirecta, así llamada en tanto coadyuva a mantener a raya el ámbito interno de lo libidinalexcitante, es una represión tópicamente profunda y funcionalmente arcaica, violenta; es un ataque estructurante. Fairbairn, como es evidente, no niega la existencia de impul­ sos; lo que hace es considerarlos como abstracciones realizadas a partir de una totalidad que los incluye: las relaciones objétales.

Esta aclaración es importante porque de hecho suelen plan­ tearse seudocontradicciones entre teorías basadas en las relacio­ nes de objeto y otras que lo hacen en el concepto de impulso. Este último es útil y refiere a aspectos fundamentales de la conducta. No obstante, es muy distinto considerarlo como la uni­ dad explicativa del sistema. Eso es lo que explícitamente controvierte Fairbairn cuando afirma: " . . . los impulsos deben ser simplemente considerados como las formas de actividad en que consiste la vida de las es­ tructuras del yo” (4, p. 94). De ahí que en su sistema no exista un Ello como reservorio de impulsos puros, sino aspectos del yo con peculiaridades de or­ ganización y funcionamiento. 73

E! Yo libidinal, como él mismo señala, constituye el equi­ valente aproximado del Ello de Freud. El Yo libidinal permanece ‘"primitivo” y, podría pensarse, desarrollando.algo más las propias ideas de Fairbairn, “ansiosa­ mente" unido a su Objeto excitante, en tanto es una estructura remanente de fracasos emocionales primarios. De ahí la tenden­ cia a fijaciones, que expresan la adhesión tenaz de un segmento reprimido e inconsciente del Yo a un objeto arcaico. La relación que los vincula es voraz, lo que a su vez explica la precaria discriminación entre el Yo libidinal y su objeto. La evidencia clínica de ese ligamen reside, por ejemplo, en la frecuencia con que en el contenido manifiesto de los sueños o de los síntomas, los objetos aparecen fusionados con los segmentos yoicos que a ellos se vinculan. Tal condensación manifiesta no representa solamente un pro­ ducto de la elaboración secundaria sino la fusión subyacente en niveles profundos del psiquismo. Recordemos las ideas de Freud acerca de que las relaciones (diferenciadas) de objeto, al primítivizarse por regresión se trans­ forman en identificaciones. Se sustituye una pauta interpersonal por una incorporativa. Por lo tanto, el Yo libidinal y ei Yo antilibidinal son orales. La diferencia consiste en la destructividad existente en el segun­ do como característica fundamental del vínculo. En el desarrollo fairbairniano faltaría especificar la dinámica de los afectos en el Yo central; dinámica en el sentido más pro­ fundo, es decir, la calidad del ligamen objetal que pone en mar­ cha el proceso. A juzgar por lo que dice Fairbairn se hace sobre una base de frustración por necesidad insatisfecha, de ahí que podría con­ siderarse al Yo central como derivado de un Yo libidinoso “pri­ mordial”, una de cuyas partes se instrumentaliza, otra persiste como libidinal arcaica y otra se carga de agresión, sin por ello perder la tendencia (libidinal) a vincularse. Otro punto también insuficientemente desarrollado es el que corresponde a los niveles primitivos de idealización. Existe un salto excesivo entre el plano del objeto Ideal tal como él lo ubica y caracteriza (en un nivel realístico y de integración) y las relaciones arcaicas y persecutorias profundas. En su elaboración y prolongación de la obra de Fairbairn, Guntrip toca este problema. Dice así: “ ,. cuando el Objeto re­ chazante se reprime, permanece también catectizado por una parte del yo; que también se reprime junto con él. Si la relación entre el Yo libidinal y el Objeto excitante es doble, y está formada en

parte por un deseo oral incorporativo y en parte por la identifi­ cación, la relación entre el Objeto rechazante y esa parte del yo que todavía la catectiza bajo la represión, es predominantemente una relación de identificación. La naturaleza rechazante del obje­ to no permite que sea de otra manera. El deseo libidinal directo, puede a lo sumo adoptar la forma de una admiración distante -de la ‘fuerza bruta’ del Objeto rechazante” (6, p, 295). En primer término, Guntrip recalca el carácter libidinal de la relación entre partes del Yo y objetos malos. Este punto, enfa­ tizado por Fairbairn, es crucial en su sistema y de trascendencia terapéutica, para explicar rasgos de carácter, síntomas, etc., para­ dójicos, basados en una infraestructura de ligámenes libidinosos entre aspectos malos de la personalidad. Pero tal ligamen, si bien libidinal, en tanto arrastra los res­ tos de las relaciones primarias, previas a la partición objetal y del Yo, se ubica en un nivel especial: identificación y “admira­ ción”. Corresponde por lo tanto a una idealización “premoral” y emocionalmente hablando, y si se espera de ella un despliegue y crecimiento (que lo lleva a Bleger a cali­ ficar sutilmente niveles de actuación, diferenciando entre el “actíng out” psicopático y el "acting” de pasaje o aprendizaje) es por­ que se le asigna un sentido libidinal (como hace Winnicott, con su confianza en el verdedero self). Si, por el contrario, la ex­ pectativa es de una irrupción destructiva, lo que se tiene en mente es un núcleo de fragmentación no libidinal (antilibidinal preestructurado), psicótico propiamente dicho. Puede pensarse que la parte psicótica misma admite un análi­ sis intraestructural: el remanente de la simbiosis originaria cons­ tituiría el lecho fundamental de toda experiencia indiferenciada: esto daría la base para la indiscriminación.38 17 Tal vez sea útil recurrir a la clásica semántica psicoanalítica, para pre­ cisar más el sentido de lo expuesto, a sabiendas de que Bleger y ‘los kleinia­ nos” quieren decir más de lo que los términos clásicos incluyen: indiscrimina­ ción se correspondería más con el nivel yoico de organización; persecución, en cambio, con los niveles pulsionáles en juego. 18 Muchos de estos conceptos, como es evidente, requieren la inclusión de perspectivas genéticas que por razones expositivas serán desarrolladas en capí­ tulos posteriores.

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Pero tal podría diferenciarse luego de manera integrativa o por fragmentaciones y rupturas. En el primer caso se ubicarían las experiencias que permitirían eí crecimiento, en el segundo no se daría individuación sino quiebre desarticulado de la sim­ biosis original, no elaborada a través de la discriminación sino de la fragmentación (por ataques envidiosos oral y anal sádico). Cabría entonces hablar de parte indiferenciada de la per­ sonalidad que incluye un aspecto psicótico, donde se da el des­ crecimiento.19 En el resto persistiría la posibilidad de un crecimiento. El concepto de parte psicótica alude, como lo enfatiza Ble­ ger, a niveles del psiquismo en los que aún no se han efectuado las divisiones primitivas, pero divisiones al fin, entre objeto idea­ lizado y persecutorio (en sentido kleiniano) ni aún, agreguemos, entre objeto excitante y rechazante (en sentido fairbairniano).

Bibliografía 1. Allport, G. W., Psicología de la personalidad, Paidós, Buenos Aires, 1961. 2. Baranger, W,, "Asimilación y encapsulamiento: estudio de los objetos idea­ lizados", en Reo. Urug, Psicóanal., t. I, n