Psicología de la emoción [1a ed.]
 9788499581361

Table of contents :
DERECHOS DE AUTOR
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
PARTE I: DESARROLLOS TEÓRICOS Y MODELOS EXPLICATIVOS
CAPÍTULO 1: DESARROLLOS TEÓRICOS EN UNA ÉPOCA PRECIENTÍFICA
1.1. René Descartes
1.1.1. Perfil humano, intelectual y científico
1.1.2. Aportación al estudio de la emoción
1.1.3. Influencias y proyección futura
1.2. Charles Darwin
1.2.1. Perfil humano, intelectual y científico
1.2.2. Aportación al estudio de la emoción
1.2.3. Influencias y proyección futura
1.2.4. Avance posibilitado por su aportación
CAPÍTULO 2: DESARROLLOS TEÓRICOS EN LA ÉPOCA CIENTÍFICA
2.1. William James
2.1.1. Perfil humano, intelectual y científico
2.1.2. Aportación al estudio de la emoción
2.1.3. Influencias y proyección futura
2.1.4. Avance posibilitado por su aportación
2.2. Cari G. Lange
2.3. Walter B. Cannon
2.3.1. Perfil humano, intelectual y científico
2.3.2. Aportación al estudio de la emoción
2.3.3. Influencias y proyección futura
2.4. Sigmund Freud.
2.4.1. Perfil humano, intelectual y científico
2.4.2. Aportación al estudio de la emoción
2.4.3. Influencias y proyección futura
2.5. John B. Watson
2.5.1. Perfil humano, intelectual y científico
2.5.2. Aportación al estudio de la emoción
2.5.3. Influencias y proyección futura
2.6. Gregorio Marañón y Posadillo
2.6.1. Perfil humano, intelectual y científico
2.6.2. Aportación al estudio de la emoción
2.6.3. Influencias y proyección futura
CAPÍTULO 3: EMOCIÓN: FUNCIONALIDAD Y MECANISMOS DE REGULACIÓN DE LA ACCIÓN
3.1. Emoción: variable hipotética. Funcionalidad y conceptualización
3.2. Emoción, niveles de actividad y mecanismos de regulación de la acción
PARTE II: BASE FÍSICA DE LA EMOCIÓN, SISTEMAS IMPLICADOS
CAPÍTULO 4: EL SISTEMA NEUROFISIOLÓGICO
4.1. Sistema nervioso central y emoción.
4.1.1. El sistema reticular activador
4.1.2. Elhipotálamo
4.1.3. El sistema límbico
4.2. Sistema nervioso periférico y emoción
4.2.1. Sistema nervioso sensoriomotor o somático
4.2.2. Sistema nervioso autónomo o vegetativo
4.3. Los músculos.
CAPÍTULO 5: EL SISTEMA ENDOCRINO
5.1. Glándulas endocrinas: localización y funciones
5.1.1. El hipotálamo
5.1.2. La hipófisis o glándula pituitaria
5.1.3. Hormonas de la hipófisis anterior
5.1.4. Hipófisis posterior
5.1.5. Las glándulas adrenales o suprarrenales.
5.2. Regulación de la secreción de hormonas
5.3. Psiconeuroendocrinología
5.3.1. Neuroendrocrinología
5.3.2. Psicoendocrinología
CAPÍTULO 6: EL SISTEMA INMUNE
6.1. Mecanismos de defensa, células y tejidos.
6.2. Psiconeuroinmunología
6.2.1. Modulación hormonal de la función inmune
6.2.2. Modulación de las respuestas endocrinas por el sistema inmune
6.3. Procesos psicológicos y sistema inmune: su incidencia en la salud y en la enfermedad
6.3.1. Cannon y la reacción de emergencia
6.3.2. Selye y el síndrome general de adaptación
6.3.3. Repercusiones de la emoción sobre la salud y la enfermedad
6.3.4. Estrés y cáncer
PARTE III: TÉCNICAS DE MEDIDA DE LA EMOCIÓN
CAPÍTULO 7: MEDIDAS DE LA EXPERIENCIA EMOCIONAL
7.1. Contenidos mentales, introspección y técnicas de autoinforme
7.2. Autoinforme de la experiencia emocional
CAPÍTULO 8: TÉCNICAS DE MEDIDA DEL COMPONENTE NEUROFISIOLÓGICO DE LA EMOCIÓN
8.1. Repercusiones de las emociones sobre el organismo
8.2. Técnicas de medida
8.2.1. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso sensorio-motor
8.2.2. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso autónomo
8.3. Problemática de la medida neurofisiológica de la emoción
CAPÍTULO 9: MEDIDAS DE LA EXPRESIÓN EMOCIONAL
9.1. Expresión sonora de la emoción
9.1.1. El aparato vocal: mecanismos generadores del sonido
9.1.2. Producto de la conducta vocal: el flujo de voz
9.2. Expresión no verbal de la emoción
9.2.1. Expresión corporal
9.2.2. Expresión facial de la emoción
9.2.3. Modalidades de la expresión no verbal en estados emocionales
PARTE IV: ÁMBITOS DE INVESTIGACIÓN
CAPÍTULO 10: ENFOQUE COGNITIVO DE LA EMOCIÓN
10.1. Desarrollos teóricos.
10.1.1. Teorías de la evaluación cognitiva
10.1.2. Teorías de la activación-cognición
10.1.3. Teorías del procesamiento de la información
10.1.4. Teoría emotivo-motivacional de la atribución
10.2. Emoción, cognición y acción
CAPÍTULO 11: LA EMOCIÓN: SUS DETERMINANTES Y SU RELACIÓN CON LA MOTIVACIÓN Y LA COGNICIÓN
11.1. Determinantes de la comprensión de la emoción
11.1.1. La estructura cognitiva de la emoción (el lenguaje de la emoción)
11.1.2. Diferenciación emocional: reacciones fisiológicas y/o procesos cognitivos
11.1.3. Reglas de manifestación emocional: la influencia social en la expresión emocional
11.2. Relaciones de la motivación, la emoción y la cognición: su incidencia en la acción.
11.2.1. Teoría de los sistemas motivacionales-emocionales primarios (primes) de Buck
11.2.2. Un modelo integrador en motivación y emoción humana
CAPÍTULO 12: ESTADOS DE ÁNIMO Y MEMORIA
12.1. Los estados de ánimo como procesos afectivos
12.2. La inducción de estados de ánimo en el laboratorio
12.3. Relación de los estados de ánimo con la memoria
12.3.1. Sistemas y organización de la memoria
12.3.2. Incidencia de los estados de ánimo sobre los diversos tipos de memoria
BIBLIOGRAFÍA

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PSICOLOGÍA DE LA EMOCIÓN

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PROYECTO EDITORIAL SÍNTESIS PSICOLOGÍA

Director: Juan Mayor

Área de publicación: PSICOLOGÍA BÁSICA Coordinador: Juan Mayor

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ISBN: 978-84-995813-6-1

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN

PARTE I: DESARROLLOS TEÓRICOS Y MODELOS EXPLICATIVOS

CAPÍTULO 1: DESARROLLOS TEÓRICOS EN UNA ÉPOCA PRECIENTÍFICA 1.1. René Descartes 1.1.1. Perfil humano, intelectual y científico 1.1.2. Aportación al estudio de la emoción 1.1.3. Influencias y proyección futura 1.2. Charles Darwin 1.2.1. Perfil humano, intelectual y científico 1.2.2. Aportación al estudio de la emoción 1.2.3. Influencias y proyección futura 1.2.4. Avance posibilitado por su aportación

CAPÍTULO 2: DESARROLLOS TEÓRICOS EN LA ÉPOCA CIENTÍFICA 2.1. William James 2.1.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.1.2. Aportación al estudio de la emoción 2.1.3. Influencias y proyección futura 2.1.4. Avance posibilitado por su aportación 2.2. Cari G. Lange 2.3. Walter B. Cannon 2.3.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.3.2. Aportación al estudio de la emoción 2.3.3. Influencias y proyección futura 2.4. Sigmund Freud 2.4.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.4.2. Aportación al estudio de la emoción 2.4.3. Influencias y proyección futura 2.5. John B. Watson 5

2.5.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.5.2. Aportación al estudio de la emoción 2.5.3. Influencias y proyección futura 2.6. Gregorio Marañón y Posadillo 2.6.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.6.2. Aportación al estudio de la emoción 2.6.3. Influencias y proyección futura

CAPÍTULO 3: EMOCIÓN: FUNCIONALIDAD Y MECANISMOS DE REGULACIÓN DE LA ACCIÓN 3.1. Emoción: variable hipotética. Funcionalidad y conceptualización 3.2. Emoción, niveles de actividad y mecanismos de regulación de la acción

PARTE II: BASE FÍSICA DE LA EMOCIÓN, SISTEMAS IMPLICADOS

CAPÍTULO 4: EL SISTEMA NEUROFISIOLÓGICO 4.1. Sistema nervioso central y emoción 4.1.1. El sistema reticular activador 4.1.2. Elhipotálamo 4.1.3. El sistema límbico 4.2. Sistema nervioso periférico y emoción 4.2.1. Sistema nervioso sensoriomotor o somático 4.2.2. Sistema nervioso autónomo o vegetativo 4.3. Los músculos

CAPÍTULO 5: EL SISTEMA ENDOCRINO 5.1. Glándulas endocrinas: localización y funciones 5.1.1. El hipotálamo 5.1.2. La hipófisis o glándula pituitaria 5.1.3. Hormonas de la hipófisis anterior 5.1.4. Hipófisis posterior 5.1.5. Las glándulas adrenales o suprarrenales 5.2. Regulación de la secreción de hormonas 6

5.3. Psiconeuroendocrinología 5.3.1. Neuroendrocrinología 5.3.2. Psicoendocrinología

CAPÍTULO 6: EL SISTEMA INMUNE 6.1. Mecanismos de defensa, células y tejidos 6.2. Psiconeuroinmunología 6.2.1. Modulación hormonal de la función inmune 6.2.2. Modulación de las respuestas endocrinas por el sistema inmune 6.3. Procesos psicológicos y sistema inmune: su incidencia en la salud y en la enfermedad 6.3.1. Cannon y la reacción de emergencia 6.3.2. Selye y el síndrome general de adaptación 6.3.3. Repercusiones de la emoción sobre la salud y la enfermedad 6.3.4. Estrés y cáncer

PARTE III: TÉCNICAS DE MEDIDA DE LA EMOCIÓN

CAPÍTULO 7: MEDIDAS DE LA EXPERIENCIA EMOCIONAL 7.1. Contenidos mentales, introspección y técnicas de autoinforme 7.2. Autoinforme de la experiencia emocional

CAPÍTULO 8: TÉCNICAS DE MEDIDA DEL COMPONENTE NEUROFISIOLÓGICO DE LA EMOCIÓN 8.1. Repercusiones de las emociones sobre el organismo 8.2. Técnicas de medida 8.2.1. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso sensorio-motor 8.2.2. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso autónomo 8.3. Problemática de la medida neurofisiológica de la emoción

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CAPÍTULO 9: MEDIDAS DE LA EXPRESIÓN EMOCIONAL 9.1. Expresión sonora de la emoción 9.1.1. El aparato vocal: mecanismos generadores del sonido 9.1.2. Producto de la conducta vocal: el flujo de voz 9.2. Expresión no verbal de la emoción 9.2.1. Expresión corporal 9.2.2. Expresión facial de la emoción 9.2.3. Modalidades de la expresión no verbal en estados emocionales

PARTE IV: ÁMBITOS DE INVESTIGACIÓN

CAPÍTULO 10: ENFOQUE COGNITIVO DE LA EMOCIÓN 10.1. Desarrollos teóricos 10.1.1. Teorías de la evaluación cognitiva 10.1.2. Teorías de la activación-cognición 10.1.3. Teorías del procesamiento de la información 10.1.4. Teoría emotivo-motivacional de la atribución 10.2. Emoción, cognición y acción

CAPÍTULO 11: LA EMOCIÓN: SUS DETERMINANTES Y SU RELACIÓN CON LA MOTIVACIÓN Y LA COGNICIÓN 11.1. Determinantes de la comprensión de la emoción 11.1.1. La estructura cognitiva de la emoción (el lenguaje de la emoción) 11.1.2. Diferenciación emocional: reacciones fisiológicas y/o procesos cognitivos 11.1.3. Reglas de manifestación emocional: la influencia social en la expresión emocional 11.2. Relaciones de la motivación, la emoción y la cognición: su incidencia en la acción 11.2.1. Teoría de los sistemas motivacionales-emocionales primarios (primes) de Buck 11.2.2. Un modelo integrador en motivación y emoción humana

CAPÍTULO 12: ESTADOS DE ÁNIMO Y MEMORIA

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12.1. Los estados de ánimo como procesos afectivos 12.2. La inducción de estados de ánimo en el laboratorio 12.3. Relación de los estados de ánimo con la memoria 12.3.1. Sistemas y organización de la memoria 12.3.2. Incidencia de los estados de ánimo sobre los diversos tipos de memoria

BIBLIOGRAFÍA

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INTRODUCCIÓN

Los contenidos de este libro están organizados en cuatro apartados, conteniendo cada uno de ellos tres capítulos. El primer apartado, dedicado a los desarrollos teóricos y a los modelos explicativos, se ha estructurado a partir de las principales aportaciones de aquellos autores que pueden ser considerados como los pioneros en el estudio de la emoción, aquellos que han establecido el basamento teórico sobre el que se ha asentado la psicología de la emoción. Se han citado los pasajes de sus obras en los que se concreta su aportación. Para una mayor sistematización en la presentación de los autores, se ha seguido el siguiente esquema. Se comienza presentando el perfil humano, intelectual y científico, se analiza detenidamente su aportación y se acaba presentando las influencias y la proyección de ese autor hacia el futuro, en el desarrollo de nuevos enfoques y desarrollos teóricos. En algunos casos (Darwin y James), por su relevancia, se destaca el avance que ese autor ha posibilitado en la investigación posterior. Este primer apartado termina analizando la vinculación de la emoción con la acción. El capítulo 1 presenta los desarrollos teóricos producidos en el ámbito de la emoción, en una época precientífica, en un momento en el que la psicología todavía no se ha constituido como una rama del conocimiento científico separada de la filosofía. René Descartes, desde los campos de la filosofía y de la ciencia (matemática y fisiología fundamentalmente) estableció las vías por las que ha avanzado la investigación en emoción, perfilando los tres elementos característicos de la emoción (las pasiones, las conmociones corporales y la acción) que la investigación actual ha confirmado plenamente como componentes de la emoción. Charles Darwin, desde el campo científico, incide en el componente de expresión emocional. El capítulo 2 presenta los desarrollos teóricos producidos en el ámbito de la emoción desde finales del siglo xix (momento en el que la psicología alcanza el estatus de ciencia) y a lo largo del siglo xx. Se analizan las aportaciones de William James, de Cari G. Lange, de Walter B. Cannon, de Sigmund Freud, de John B. Watson y de Gregorio Marañón (se reconoce la importante aportación de Marañón, lo que, aunque parezca sorprendente, no es frecuente en los manuales de emoción publicados en nuestro país). El capítulo 3 ofrece un análisis de la emoción como una variable hipotética y presenta los mecanismos a través de los que se produce la regulación de la acción. Se incide en la funcionalidad de los estados emocionales. El segundo apartado presenta la base física de la emoción, los diversos sistemas que mediatizan los procesos emocionales, así como las repercusiones que los estados emocionales pueden tener sobre éstos. 10

El capítulo 4 analiza la relación del sistema neurofisiológico con la emoción, presentando la función de diversas estructuras del sistema nervioso central (sistema reticular, hipotálamo y sistema límbico), así como del sistema nervioso periférico, en su rama sensoriomotora o somática y en su rama autónoma o vegetativa (en sus divisiones simpática y parasimpática). Aunque de una forma breve, se presentan los diferentes tipos de músculos, dada su vinculación con el sistema nervioso periférico. El capítulo 5, dedicado al sistema endocrino, analiza la localización y funciones de las glándulas endocrinas que tienen una mayor relación con la emoción (el hipotálamo –que aunque es una estructura neural funciona como una glándula endocrina–, la hipófisis o glándula pituitaria y las glándulas suprarrenales). Tras analizar brevemente los diferentes tipos de control en la regulación de la secreción de hormonas, el capítulo termina presentando a la psiconeuroendocrinología, integrada por la neuroendocrinología (estudio de la interacción entre el sistema nervioso y el sistema endocrino) y por la psicoendocrinología (efecto de las hormonas sobre el comportamiento y de éste sobre aquéllas). En el capítulo 6, dedicado al sistema inmune, después de analizar los diversos mecanismos de defensa frente a las infecciones, los tipos de células y órganos que constituyen el sistema inmune, se analizan los hallazgos fundamentales en el ámbito de la psiconeuroinmunología (campo de investigación interdisciplinar en el que se integra el estudio de las interacciones entre el comportamiento, los procesos neurales y endocrinos y los procesos inmunes). Termina el capítulo con un análisis de la incidencia de los procesos psicológicos sobre la salud y la enfermedad, centrándose en la relación entre estrés y cáncer. El tercer apartado presenta las diversas técnicas que se han empleado en la medida de los diferentes componentes de la emoción. El capítulo 7 está dedicado a la medida de la experiencia emocional, analizando la importancia de los contenidos mentales, de la introspección y del autoinforme en la psicología actual, incidiendo en las dos técnicas de autoinforme más empleadas (listas de adjetivos y escalas tipo cuestionario). Se comentan brevemente las limitaciones de este tipo de técnicas. El capítulo 8, que presenta diversas técnicas de medida del componente neurofisiológico de la emoción, comienza analizando la respuesta que el sistema nervioso periférico produce ante un estado emocional intenso. Se presentan técnicas que se centran en las señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso sensoriomotor (como la actividad electromiográ-fica y la actividad respiratoria) y aquellas en las que interviene el sistema nervioso autónomo (como la actividad cardiovascular y la actividad electrodérmica). Se analizan diversos problemas en relación con la validez y la fiabilidad de este tipo de técnicas. El capítulo 9, dedicado a las medidas de la expresión emocional, se centra en medidas de la expresión sonora y de la expresión no verbal (expresión corporal y expresión facial), realizando un análisis detenido de los músculos que posibilitan la expresión facial, de los métodos de medida y de los patrones faciales típicos de las emociones básicas. El cuarto apartado, bajo el rótulo de “ámbitos de investigación”, presenta la vinculación de la emoción con los procesos cognitivos y con la motivación. 11

El capítulo 10 analiza la investigación básica en emoción, desde la perspectiva del enfoque cognitivo, incidiendo en las teorías de la evaluación cognitiva, en las de la activación-cognición, en las teorías del procesamiento de la información y en la teoría emotivo-motivacional de la atribución. Termina el capítulo analizando las relaciones entre emoción, cognición y acción. El capítulo 11 analiza los principales determinantes que posibilitan la comprensión de la emoción, entre los que se encuentran el tipo de la estructura cognitiva que caracteriza a la emoción, la diferenciación emocional (a través de patrones fisiológicos específicos y/o procesos cognitivos) y la influencia social en la expresión emocional, a través de diversas reglas de manifestación. En la segunda parte del capítulo se analiza la incidencia que sobre la acción tienen la motivación, la emoción y la cognición, funcionando en una estrecha interacción. En el capítulo 12, después de analizar los estados de ánimo como procesos afectivos, se presentan diversos métodos que posibilitan inducir estados de ánimo en el laboratorio. Finalmente, se realiza un detenido análisis de las relaciones de los estados de ánimo con la memoria, presentando ésta como un conjunto de sistemas en interacción sobre los que los estados de ánimo pueden tener una notable incidencia.

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PARTE I: DESARROLLOS TEÓRICOS Y MODELOS EXPLICATIVOS

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1 DESARROLLOS TEÓRICOS EN UNA ÉPOCA PRECIENTÍFICA

1.1. René Descartes 1.1.1. Perfil humano, intelectual y científico Descartes (1596-1650) nació en La Haye, una pequeña villa de la Touraine, en el centro de Francia. Estudió con los jesuítas en La Fleche y en la Universidad de Poitiers. Fue un filósofo y un científico (matemático y fisiólogo). Boring (1950/1978) le denomina “padre de la psicología fisiológica y de la reflexología”. Descartes estudió la inversión de la imagen visual en la retina de un ojo de buey, entre otros aspectos, y aportó el germen del concepto de arco reflejo. En sus trabajos científicos se comporta como materialista (fue el creador de la geometría analítica y el descubridor de los principios de la óptica geométrica). En sus estudios filosóficos aparece como idealista (su obra Meditaciones Metafísicas, publicada en 1641, estableció los fundamentos de la metafísica moderna). Como filósofo, Descartes utiliza conceptos psicológicos obtenidos a través de la introspección en la conceptualización del mundo y del hombre. Su teoría sobre el hombre se encuentra en Les passions de L’áme (1649) y en Traité de L’Homme (1662) –publicada 12 años después de su muerte. Descartes rompió con el escolasticismo de la Edad Media, por lo que se le puede considerar como el primer pensador de la Edad Moderna. Boring afirma que Descartes marca el comienzo de la psicología moderna, siendo el antecesor tanto del objetivismo como del subjetivismo. Pero la contribución por la que es más conocido es el dualismo mente-cuerpo, estableciendo diferencias entre la mente y el cuerpo como dos entidades diferentes. Descartes sostenía la creeencia de que el hombre y los animales eran cualitativamente diferentes. El ser humano posee mente y cuerpo, mientras que los animales sólo cuerpo. El ser humano era capaz de pensamiento, de deliberación consciente y voluntaria y de elección libre. La conducta de los animales era considerada como automática, impulsiva e involuntaria. La conducta voluntaria está gobernada por la mente, la conducta involuntaria por el cuerpo. El lector más interesado puede encontrar diversos aspectos respecto al perfil humano, filosófico y científico de Descartes en Clarke (1982/1986) y en Garin (1984/1989). 14

1.1.2. Aportación al estudio de la emoción Descartes consideraba que el mundo mental (que se identificaba con el alma) constituía el objeto de la psicología. En sus comienzos, la psicología era la rama del conocimiento que estudiaba el alma o la mente humana. Psyche en griego significa aliento, espíritu, alma. Aun no siendo sinónimos, los términos mente y alma se utilizaban indistintamente. El mundo físico, al que pertenecían el cuerpo del hombre y el de los animales, quedaba fuera del ámbito de la psicología. Descartes, como analizaremos en breve, al estudiar la emoción (pasión), se centró en el sentimiento subjetivo, en la experiencia que de la emoción tenía el ser humano. Se planteó cómo se podía realizar el estudio de la mente. Considerando que era imposible su estudio a través de la conducta (puesto que consideraba que la conducta involuntaria no estaba determinada por la mente y que la conducta voluntaria, gobernada por la mente, estaba determinada por el Ubre albedrío y era impredecible), concluyó que lo que el filósofo podía hacer era estudiar su propia mente a través de la observación interior o introspección para determinar la naturaleza y el origen de sus contenidos. El método introspectivo está vinculado con la privacidad de la experiencia emocional. Descartes consideró que el conocimiento era privado e inmediato; en consecuencia, la introspección era suficiente para él: Ya que sintiéndolas [a las pasiones] cada cual en sí mismo no es necesario recurrir a ninguna observación ajena para descubrir su naturaleza (Descartes, 1649/1972, Art. 1, p. 13).

Vamos a exponer la teoría de las emociones de Descartes (1649/1972) presentada en su obra Las pasiones del alma, donde se contiene su psicología filosófica, sus concepciones sobre la naturaleza del alma y algunos aspectos de su consideración de la psicología fisiológica. Para Descartes las principales funciones del cuerpo son el movimiento y el calor, mientras que las del alma son los pensamientos, siendo éstos de dos tipos: las acciones del alma y las pasiones del alma. Descartes (1649/1972) denomina pasiones a “todas las clases de percepciones o conocimientos que se hallan en nosotros, porque a menudo no es nuestra alma la que los hace tal como son y porque siempre los recibe de las cosas que son representadas por ellos” (Art. 28, p. 30). Las pasiones son emociones del alma “porque de todas las clases de pensamientos que el alma puede tener ninguna la agita y la sacude tan fuertemente como estas pasiones” (Art. 28, p. 30). La teoría de Descartes (1649/1972) sobre las emociones (pasiones) hace importantes aportaciones respecto a las causas de las pasiones, el número de pasiones primarias, su efecto y el control de las pasiones por la voluntad (Arts. 41,46 y 50). Para Descartes, la causa última y más próxima de las pasiones del alma es “la agitación con que los espíritus mueven la pequeña glándula que hay en el centro del cerebro” (Art. 51, p. 47). Pero para poder distinguir entre las diferentes pasiones hay que 15

examinar sus primeras causas, siendo éstas “los objetos que mueven los sentidos” (Art. 51, p. 47). En consecuencia, la forma de determinar todas las pasiones es “considerar todos los efectos de dichos objetos” (Art. 51, p. 47). Las pasiones primarias son seis: la admiración, el amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza. Las demás pasiones “están compuestas de alguna de estas seis, o son especies de las mismas” (Art. 69, p. 53). En reiteradas ocasiones Descartes (1649/1972) incide en el efecto de las pasiones (Arts. 40, 52, 74 y 137): El efecto principal de todas las pasiones en los hombres es incitar y disponer su alma con el fin de que quieran las cosas para las cuales preparan sus cuerpos de suerte que el sentimiento del miedo incita a querer huir, el de valor a querer combatir… (Art. 40, p. 37). La utilidad de todas las pasiones no consiste sino en que fortalecen y mantienen en el alma pensamientos que es sano que mantenga, y que sin ellas, serían borrados fácilmente. Y todo el mal que pueden originar consiste en que fortalezcan y conserven estos pensamientos más de lo necesario, o bien fortalezcan y mantengan otros en los que no es sano detenerse (Art. 74, pp. 55-56).

El hombre puede regular y controlar el efecto de sus pasiones (emociones) a través de su voluntad, hecho que no puede ocurrir en los animales. Este aspecto está vinculado con el hecho de que el hombre tiene experiencia de su estado emocional (Arts. 41, 46, 50). Descartes destaca la necesidad y la utilidad de las pasiones: “Yo no comparto la opinión (…) de que debemos estar exentos de pasiones, basta con mantenerlas sujetas a la razón. Y cuando se las ha domesticado de este modo son a veces tanto más útiles cuanto más se inclinen hacia el exceso” (Introducción, p. 9). Ante la emoción más fuerte y más violenta, la voluntad puede “no consentir en sus efectos y contener algunos de los movimientos para los que dispone el cuerpo. Por ejemplo, cuando la cólera hace levantar la mano para golpear, la voluntad puede ordinariamente contenerla; cuando el miedo incita a huir a la gente, la voluntad puede detenerla” (Art. 46, p. 41). Descartes llega más lejos “(…) incluso los [hombres] que tienen las almas más débiles podrían adquirir un dominio muy absoluto sobre sus pasiones haciéndose el firme propósito de adiestrarlas y conducirlas” (Art. 50, p. 46). Pasando del análisis pormenorizado de la teoría de Descartes, basado en las referencias extraídas de su obra Las pasiones del alma, a un análisis global de su aportación al estudio de las emociones (pasiones), se puede afirmar que la emoción es el sentimiento subjetivo de las actividades de los espíritus animales en el cuerpo. Es un sentimiento carente de un componente cognitivo. Por ejemplo, el miedo es el sentimiento o conocimiento objetivo de los espíritus animales causando que las extremidades hagan que el cuerpo huya, causando que el corazón se constriña, etc. Según la teoría de Descartes, el miedo registra los cambios fisiológicos y movimientos corporales, es el concomitante subjetivo de la huida y del estar en cierto estado fisiológico. En Descartes se destaca el componente de experiencia emocional. Tener una 16

emoción lleva ipso facto a ser conocedor de ella, dado que no puede haber sentimientos no sentidos. Descartes (1649/1972) diferencia dos clases de voluntades: "… unas son acciones del alma que terminan en el alma misma…, las otras son acciones que terminan en nuestro cuerpo, como cuando por el simple hecho de que tenemos la voluntad de pasearnos, nuestras piernas se mueven y andamos” (Art. 18, p. 25). El poder del alma respecto al cuerpo se evidencia en el hecho de que "… toda la acción del alma consiste en que por el simple hecho de que quiere algo hace que la pequeña glándula a la que se halla estrechamente unida se mueva de manera apropiada para producir el efecto correspondiente a esta voluntad” (Art. 41, p. 38). Entre las principales dificultades y limitaciones de la teoría de Descartes, de acuerdo con Lyons (1985), se encuentran las siguientes: a) No explica el hecho de que las emociones determinan conductas. No puede explicar la conexión entre emociones y conducta porque los sentimientos, por sí mismos, no incitan al sujeto a hacer algo. Lo hacen cuando están conectados con algún tipo de deseo o necesidad. Para Descartes, lo que incita al sujeto a hacer algo es la agitación de los espíritus animales (que generalmente causa a las pasiones) que “dispone al cuerpo para los movimientos que sirven para la ejecución de estas cosas (que la naturaleza nos prescribe como útiles) (Art. 52, p. 48). Las pasiones “disponen al alma para querer las cosas que la naturaleza nos prescribe como útiles y para persistir en esta voluntad” (Art. 52, p. 48). b) La teoría de Descartes no permite diferenciar entre lo que (comúnmente se está de acuerdo) es emoción y lo que (comúnmente se está de acuerdo) no es emoción. Si la emoción es el sentimiento subjetivo de las actividades de los espíritus animales en el cuerpo, y si algunas emociones, como los miedos sin objeto y los miedos a objetos imaginarios, están causados por “los temperamentos del cuerpo o por las impresiones que se encuentran fortuitamente en el cerebro” (Art. 51, p. 47), entonces Descartes tendría que admitir que es una emoción no sólo el sentimiento subjetivo de los movimientos corporales y los cambios fisiológicos que siguen a la percepción de, por ejemplo, un animal peligroso, sino también el sentimiento subjetivo de los movimientos corporales y los cambios que siguen a la inyección de una droga o a la presencia de una enfermedad. Nada parece contradecir desde la teoría de Descartes que una droga o una enfermedad causen tales emociones.

1.1.3. Influencias y proyección futura La influencia de Descartes para la psicología ha sido decisiva en los primeros intentos de hacer de la psicología una ciencia. William James, uno de los principales 17

artífices de la psicología científica de fines del siglo xix, adoptó una explicación de la emoción, centrada en la experiencia emocional, bajo la influencia de Descartes. El cuadro 1.1 sintetiza los aspectos en los que se concreta el cambio posibilitado por Descartes. CUADRO 1.1. Cambio que supuso la aportación de Descartes al estudio de la emoción. — Ruptura de la situación establecida respecto a la emoción. — El dualismo mente-cuerpo. — Consideración de la conducta voluntaria frente a la conducta involuntaria. — Establecimiento de los antecedentes del arco reflejo.

La aportación de Descartes, desde sus propios textos, se pone de manifiesto en los siguientes aspectos: a) Ruptura del estado de cosas mantenido con anterioridad respecto a la emoción. Descartes aplica el “cartesianismo” como método de indagación al estudio de la emoción, y en la búsqueda de la verdad trata de reconstruir, desde los fundamentos, todos los sistemas de sus conocimientos, rechazando las opiniones expresadas por otros anteriormente. En nada queda tan claro cuán defectuosas son las ciencias que los antiguos nos han legado como en lo que aquellos escribieron sobre las pasiones. En efecto, aun cuando se trata de una materia sobre la que siempre se ha investigado mucho y que no parece ser de las más difíciles (…), lo que los antiguos han enseñado de ellas es tan poco, y tan poco creíble en general, que mi única esperanza de acercarme a la verdad radica en alejarme de los caminos seguidos por ellos. Por esta razón me veré obligado a escribir aquí como si se tratara de una materia que nadie antes que yo hubiera tocado (1649/1972, Art. 1, p. 13).

b) El dualismo mente-cuerpo. La diferenciación entre la mente y el cuerpo, como dos entidades diferentes, en opinión de Boring (1950/1978), fue una forma de resolver el conflicto entre la religión (con su exigencia del alma inmortal) y la ciencia tratando de contentar a ambas. La interacción entre mente y cuerpo para Descartes se produce en la “pequeña glándula” (la glándula pineal), lo que permite a la mente conocer que se ha producido una acción, ya sea ésta involuntaria (o refleja), sobre la que la mente no tiene control, o voluntaria, sobre la que la mente ejerce un control total. El dualismo cartesiano está vinculado con el mecanicismo: el cuerpo del hombre y el de los animales está completamente determinado, funcionando como una máquina. Los animales, carentes de mente, actúan como autómatas. Relacionada con esta diferenciación se encuentra la diferenciación 18

establecida en la conducta. Conducta voluntaria versus conducta involuntaria. El dualismo trajo como consecuencia el establecimiento de una radical diferenciación entre hombre y animales y la división en el estudio de la conducta. Sólo el ser humano, por poseer mente, era capaz de pensamiento, de conducta voluntaria y de libre elección. Podía controlar con la voluntad a la emoción, como se ha presentado anteriormente. La conducta de los animales, carentes de volición y de razón, estaba determinada por las emociones y otras fuerzas irracionales e involuntarias, como los instintos. La conducta involuntaria pasó a ser estudiada por los fisiólogos (estudio del cuerpo) y la conducta voluntaria por los filósofos-psicólogos. d) Establecimiento de los antecedentes del arco reflejo. Descartes fue el iniciador de la psicología fisiológica de los reflejos. La conducta involuntaria está gobernada por el cuerpo a través de un proceso expuesto por Descartes que posteriormente se denominó “arco reflejo” En Les passions de Uáme expone cómo se producen en el cerebro los espíritus animales: las partes más agitadas y más sutiles de la sangre que sale del corazón, por la arteria mayor, se dirigen al cerebro y entran en el cerebro, componiendo los espíritus animales, para lo que en palabras de Descartes (1649/1972): c)

no necesitan experimentar ningún otro cambio en el cerebro, sino que en él se quedan separadas de las partes de sangre menos sutiles, pues lo que aquí llamo espíritus no son sino cuerpos muy pequeños y que se mueven muy rápidamente, como las partes de la llama que salen de una antorcha. De manera que no se detienen en ningún sitio y que, a medida que algunos de ellos entran en la cavidad del cerebro, salen también algunos otros por los poros que hay en su sustancia, los cuales los conducen a los nervios y desde aquí a los músculos, lo que les permite mover el cuerpo de las distintas maneras en que puede ser movido (Art. 10, p. 19).

Y en otro lugar indica: hay tres cosas a considerar en los nervios, a saber: la médula o sustancia interior que se extiende en forma de hilillos desde el cerebro, donde nace, hasta las extremidades de los otros miembros a que están unidos esos hilos; luego las membranas que los rodean y que (…) forman unos tubitos en los que están encerrados estos hilillos; luego, por fin, los espíritus animales, que, al ser llevados por esos mismos tubitos desde el cerebro hasta los músculos, hacen que dichos hilos permanezcan en ellos libres y extendidos, de tal manera que la menor cosa que mueva la parte del cuerpo a que va unido el extremo de alguno de ellos obliga a moverse igualmente a la parte del cerebro de donde procede, lo mismo que cuando se tira de uno de los cabos de una cuerda hacemos mover el otro (Descartes, 1649/1972, art. 12. p. 21).

Por otra parte, al analizar las funciones del cuerpo, afirma: la máquina de nuestro cuerpo está constituida de tal suerte (…) que todos los movimientos que hacemos sin la intervención de nuestra voluntad (…) no dependen sino de la conformación de nuestros miembros y del curso que los espíritus, excitados por el calor del corazón, siguen naturalmente en el cerebro, en los nervios y en los músculos, de la misma manera que el

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movimiento de un reloj es producido exclusivamente por la fuerza de su resorte y la forma de sus ruedas (Art. 16, p. 24).

El concepto de “espíritus animales” de Descartes, equivaldría a lo que hoy se denomina “acción nerviosa”. En su obra postuma, Traité de L’Homme, Descartes (1662) ilustra la forma en que se produce un acto involuntario, de manera totalmente mecánica, a través del caso de un niño que ante un fuego retira el pie, dando la siguiente explicación: el fuego (A) pone en movimiento el extremo inferior del nervio, transmitiéndose este movimiento hacia el cerebro (d, e). La cavidad (F) libera en el cerebro a los “espíritus animales”, que se dirigen por el nervio hacia abajo, distendiendo el músculo de la pantorrilla y haciendo que el pie sea retirado (figura 1.1).

Figura 1.1. Producción de un acto involuntario según Descartes (1662/1990).

1.2. Charles Darwin 20

A finales del siglo xix, en el momento en que se está gestando la psicología como una rama del conocimiento científico separada de la filosofía, fue decisiva la aportación de Darwin al estudio de la emoción. A finales del siglo xix, la importancia de la explicación de la experiencia emocional aportada por Descartes, más de dos siglos antes, es reducida por la aportación de Darwin.

1.2.1. Perfil humano, intelectual y científico Charles Darwin (1809-1882) nació en Shrewsbury, Inglaterra, estudió durante dos años medicina en Edinburgh y posteriormente marchó a Cambridge para prepararse como clérigo, estudiando botánica y geología y obteniendo en 1831 su título de Bachelor of Arts. En esa misma fecha, cuando contaba veintidós años, se embarca en el Beagle, buque de la marina real inglesa, como naturalista (observador científico) para participar en una expedición científica que duró de 1831 a 1836 (Moorehead, 1969/1981). A partir de la observación exterior (geología, flora, fauna y morfología de los animales), Darwin establece la teoría de la evolución, en la que puede ser considerada su óbra más importante, El origen de las especies, que publica en 1859, más de veinte años después de terminada la expedición. De la información recogida por él, en la observación del comportamiento de los animales y del hombre, y la aportada por otras personas, que se encontraban en las diferentes partes del mundo (guardadores de museos, misioneros, exploradores), respecto a las conductas expresivas de los animales y de sujetos humanos en grupos primitivos, hace su decisiva aportación al ámbito de la emoción, recogida en su obra La Expresión de las emociones en el hombre y en los animales, publicada en 1872.

1.2.2. Aportación al estudio de la emoción En El origen de las especies (1859/1984), Darwin eliminó la tajante separación establecida por Descartes entre el hombre y los animales. Hombre y animales descienden de un tronco común, habiendo continuidad entre el cuerpo de los animales y el cuerpo del hombre. Pero Darwin se preguntó si, asimismo, existiría una continuidad también entre la mente de los animales y del hombre. En La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872/1967), Darwin defiende la continuidad entre la mente de los animales y la del hombre. La obra describe las principales acciones expresivas en el hombre y los animales inferiores y explica su origen y desarrollo. El interés de Darwin se centra en el proceso de expresión emocional (gestos, posturas, expresiones faciales), afirmando que el proceso de evolución se ha producido no sólo respecto a las estructuras anatómicas, sino a la “mente”, al comportamiento expresivo de las emociones. Las emociones tienen una historia evolutiva que puede ser 21

analizada en los diferentes niveles filogenéticos. La expresión emocional tiene funciones de supervivencia, actúa como una señal y como preparación para la acción, como un medio de transmisión, de un animal a otro, de información que indica lo que probablemente ocurrirá, influyendo en las posibilidades de supervivencia. Por ello, Darwin (1872/1967) afirmó que el reconocimiento intraespecies de la emoción probablemente era innato. Darwin creyó que aunque no todas las formas de expresión emocional eran innatas, muchas sí lo eran. El método de estudio de la emoción empleado por Darwin fue la observación y la recolección de anécdotas sobre la conducta animal. Método denominado anecdótico y que adolece de un elevado antropomorfismo. Consciente de las dificultades que derivan de centrarse exclusivamente en dicho método, Darwin empleó diversas fuentes de información, entre otras: a) La observación de lactantes para captar la fuente pura y simple de la que brotan las expresiones de las emociones. b) El análisis de la expresión de las emociones en enfermos. c) La presentación a observadores de dibujos del rostro de un anciano solicitando que identificaran la emoción o el sentimiento que el hombre estaba expresando. d) Estudios de las expresiones faciales producidas artificialmente por la estimulación eléctrica de los músculos faciales en humanos. Darwin explica las expresiones de las emociones del hombre y de los animales a través de diversos principios (cuadro 1.2). CUADRO 1.2. Principios propuestos por Darwin para explicar la expresión de las emociones. — Asociación de las costumbres útiles. — Antítesis. — Actos derivados de la constitución del sistema nervioso.

Desde los propios textos de Darwin, su aportación se concreta en los siguientes aspectos:

A) Principio de la asociación de las costumbres útiles Darwin (1872/1967) lo formula de esta manera: Ciertos actos complejos son de una utilidad directa o indirecta, en ciertos casos del

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espíritu, para responder o satisfacer ciertas sensaciones, ciertos deseos, etc., y siempre que el mismo estado de espíritu se reproduce, aun en un débil grado, la fuerza de la costumbre y de la asociación tiende a hacer los mismos actos, hasta cuando pueden no ser de alguna utilidad (p. 8, Vol. I).

Defiende “la facilidad con que unos actos se asocian a otros actos y a estados de espíritu diverso” (p. 12, Vol. I). “La turbación de nuestro espíritu se comunica a los movimientos de nuestro cuerpo, pero aquí, además de la costumbre, otro principio entra en juego en cierta medida: el flujo desordenado de la fuerza nerviosa” (p. 13, Vol. I). El hombre, cuando se halla preocupado, se rasca la cabeza, o tose ligeramente, y se frota los ojos cuando está perplejo. Por otra parte, el poder de la asociación es grande. Cuando dos acciones, sensaciones o emociones se producen juntas tienden a asociarse, a unirse, de tal modo que cuando se presenta una de ellas, lo hace también la otra. El hombre casi siempre cierra los ojos y menea de un lado a otro la cabeza (como si no lo viese o no quisiese verlo), cuando rechaza algo enérgicamente. Cuando accede a lo que se le pide, inclina afirmativamente la cabeza, abriendo mucho los ojos (como si viera claramente la cosa). Darwin concede importancia a las acciones reflejas, puesto que “muchas de estas acciones reflejas son expresivas (…) algunas de ellas llegan a confundirse con los actos producidos por la costumbre y pueden apenas ser distinguidas” (p. 16, Vol. I). Para Darwin las acciones reflejas se producen tras la excitación de las células nerviosas sensitivas, que, a su vez, excitan a las células nerviosas motrices, las cuales provocan la acción de músculos y glándulas determinadas, “sin comunicar antes con las células de las cuales dependen nuestra percepción y nuestra volición” (p. 21, Vol. I), “sin que se haya desperdiciado fuerza alguna por la comunicación preliminar de los hemisferios cerebrales, asiento de la conciencia y de la volición” (p. 18, Vol. I). Las acciones reflejas están probablemente sujetas a ligeras variaciones, como los aspectos anatómicos y los instintos, de forma que toda variación ventajosa ha debido ser conservada y transmitida por herencia, es decir, fijada en las generaciones posteriores por selección natural.

B) Principio de la antítesis Darwin presenta este principio para dar cuenta de que la expresión de algunas emociones es opuesta al principio de la utilidad biológica: “Ciertos estados de espíritu traen consigo determinados actos habituales, que son útiles (…) cuando se produce un estado de espíritu directamente inverso, se es fuerte e involuntariamente impulsado a cumplir movimientos absolutamente opuestos, por inútiles que sean; por otra parte, en ciertos casos, estos movimientos son muy expresivos” (p. 9, Vol. I). Darwin presenta diversos ejemplos de conducta expresiva de los animales. Cuando un perro agresivo encuentra en su camino a un perro extraño o a un hombre, avanza derecho y en actitud rígida. Lleva la cabeza ligeramente levantada o algo baja, la cola 23

estirada, inmóvil, los pelos del lomo y del cuello erizados, las orejas estiradas hacia delante y mira fijamente. Si el perro reconoce en el hombre a su dueño, su ser se transforma repentina y completamente. Se agacha e incluso se tumba, moviéndose sinuosamente. Baja la cola y la agita de un lado a otro. Su pelo se toma liso, las orejas se echan hacia atrás. Debido al cambio de posición de las orejas, los párpados se estiran y los ojos pierden su forma redonda y deja de mirar fijamente. Ninguno de estos últimos movimientos que expresan la alegría del animal es de la menor utilidad para él. Darwin los explica como opuestos o en antítesis con la actitud y los movimientos del perro que se dispone al combate y que expresan la cólera. Aunque Darwin admite que el principio de antítesis arroja algunas dudas en el hombre, presenta diversos casos. De ellos, en el que mejor se emplea la antítesis es en el encogimiento de hombros, que expresa la impotencia, o una negativa, significando que una cosa no puede hacerse o es imposible evitarla. Darwin afirma que muchos movimientos expresivos son hereditarios, debidos al principio de la antítesis.

C) Principio de los actos debidos a la constitución del sistema nervioso, completamente independientes de la voluntad y, hasta cierto punto, de la costumbre Darwin (1872/1967) le denomina “el principio de la acción indirecta del sistema nervioso”: “Cuando el sensorio es fuertemente excitado, la fuerza nerviosa es engendrada en exceso y transmitida en ciertas direcciones determinadas, dependientes de las conexiones de las células nerviosas y en parte de las costumbres” (p. 9, Vol. I). Ejemplos que apoyarían este principio serían la decoloración de los cabellos ante el terror o un dolor excesivo y el temblor muscular, que no se produce voluntariamente, sino bajo el imperio de una emoción (espanto, cólera violenta, gran alegría) y que no tiene ninguna utilidad, siendo perjudicial en ocasiones. Darwin acepta la división de las emociones en dos categorías, las que excitan (la cólera y la alegría son de las más importantes) y las que deprimen (el espanto es la más importante). Darwin concluye la exposición de los principios, afirmando: “Los tres principios que sucesivamente hemos estudiado, pueden ya (…) dar cuenta de gran número de movimientos expresivos. Día llegará (…) en que todos los demás serán explicados a su vez por esos mismos principios o por otros muy análogos” (p. 65, Vol. I). Pero se ve obligado a confesar que “en ciertas ocasiones es imposible decidir qué parte le toca, en cada caso particular, a tal o a cual de nuestros principios. Y aún hay muchos puntos que no se explican en la teoría de la expresión” (p. 65, Vol. I).

1.2.3. Influencias y proyección futura 24

La teoría de Darwin es el punto de partida de diversas corrientes en el estudio de la emoción:

A) El estudio de la conducta emocional en un contexto biológico, evolutivo La aproximación evolucionista ha sido seguida por Tomkins (1980), por Izard (1977) y por Plutchik (1980), quienes han estructurado teorías del feedback somático que inciden en la importancia de los cambios somáticos en la experiencia emocional. Tomkins (1980) sostiene que los afectos (prefiere este término al de emoción) son fundamentalmente respuestas faciales. La especificidad de la emoción está determinada por la especificidad de la expresión facial, mientras que la experiencia emocional está determinada por el conocimiento consciente del feedback propioceptivo, derivado de los cambios producidos en los músculos faciales. Izard (1977) ha desarrollado los planteamientos teóricos de Tomkins presentando una denominada “teoría diferencial de las emociones” que defiende que la emoción está integrada por tres componentes interdependientes: la actividad neural del cerebro y del sistema nervioso somático, la expresión facial-postural (el feedback cara-cerebro) y la experiencia subjetiva motivacional. Izard diferencia diversas emociones fundamentales, como interés, alegría, sorpresa, tristeza, ira, disgusto, desprecio, miedo, vergüenza, timidez y culpabilidad, que tienen aspectos neurales y experienciales distintivos y que poseen una expresión facial característica que proporciona una información inmediata y específica sobre lo que el sujeto está sintiendo. Las emociones constituyen el principal sistema motivacional humano determinando y organizando la conducta. El mecanismo neural de la expresión y de la experiencia emocional, en las emociones fundamentales, es innato y la ontogénesis de la expresión está en función de procesos madurativos. Los mecanismos neurales para la percepción de las expresiones faciales son también innatos. El niño no tiene que aprender a percibir las caras humanas o aprender a interpretar las expresiones faciales o vocales de las emociones fundamentales. Plutchik (1980) presenta un modelo psicoevolutivo, sosteniendo que las emociones tienen funciones adaptativas, contribuyendo a que el organismo maneje los aspectos claves para la supervivencia. La cognición facilita la evaluación y la predicción de los eventos emocionales. La secuencia de producción de una respuesta emocional sería la siguiente: — El sujeto evalúa cognitivamente, de forma consciente o inconsciente, un evento. — La evaluación cognitiva va seguida de una experiencia emocional. — La experiencia emocional determina los comportamientos apropiados que posibilitarán la supervivencia. Las teorías del feedback somático han hecho una valiosa aportación al considerar la 25

emoción en el contexto de la adaptación biológica, centrándose en la influencia de la expresión facial sobre la experiencia emocional.

B) El estudio de las expresiones emocionales ha influido en la investigación actual sobre la expresión facial de las emociones, encabezada por Ekman (1985/1992,1993) Ekman inició el estudio de la expresión facial de la emoción en 1965. Desde entonces hasta la actualidad ha hecho una contribución fundamental que se puede concretar en que (como ha reconocido la American Psychological Association –APA–, al concederle en 1992 el Premio a la Contribución Científica Distinguida) “nos ha enseñado a leer la cara humana, constituyendo ésta una poderosa fuente de datos cuantitativos. Ha descrito la dinámica del comportamiento no verbal (…) Ha demostrado la universalidad y la discrecionalidad de las emociones y ha revitalizado tanto una aproximación transcultural a la emoción como una aproximación Darwiniana”.

C) La presentación de hipótesis y cuestiones teóricas que han guiado el estudio de la conducta animal realizado por los etólogos

D) Aun nivel más general, se puede afirmar que la teoría de la evolución y el estudio de la conducta expresiva de las emociones, realizadas por Darwin, reclaman el desarrollo de una psicología animal Se puede afirmar que el método anecdótico empleado por Darwin actuó como un revulsivo en el inicio del estudio de la conducta animal en el laboratorio, realizado por Thorndike a finales del siglo xix partiendo de que los experimentos debían sustituir a la observación y ala colección de anécdotas. El principio de “continuidad biológica” (Darwin, 1859/1984) influyó en la aceptación por los psicólogos de la existencia de un tipo de mente y conciencia más rudimentarias que las del hombre. Darwin contribuyó al surgimiento del funcionalismo. Bajo la influencia de Darwin, los funcionalistas pensaban que los procesos mentales habían evolucionado para satisfacer diversas funciones útiles para la supervivencia de los organismos. Los funcionalistas estaban interesados no sólo por la descripción, sino por el descubrimiento de los principios a través de los que se desarrolla la mente. William James, uno de los más representativos funcionalistas, ha ejercido una gran influencia en el desarrollo científico de la psicología con su obra Principios de Psicología, publicada en 1890.

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E) La aportación de Darwin estimuló la investigación en psicología comparada El estudio comparado de la conducta de animales de diferentes especies en un primer momento pretendía comprobar el desarrollo de las cualidades mentales de las más diversas especies, que fue el objetivo de los trabajos de Thorndike en 1898 y de Small en 1901. Posteriormente, bajo la influencia de Watson, que a su vez estuvo influido por Darwin, se centró en el estudio de las actividades manifiestas, de los diversos patrones de comportamiento complejo. Watson estudia la conducta emocional manifiesta y sus causas externas, siguiendo el paradigma estímulo-respuesta (E-R).

1.2.4. Avance posibilitado por su aportación El avance que supuso la teoría de Darwin en el estudio de la emoción, respecto a la situación anterior, se puede concretar en dos aspectos:

A) La continuidad entre la mente de los animales y del hombre y el cambio de perspectiva en el estudio de la emoción Al negar la existencia de mente en los animales, Descartes rechazó en ellos la presencia de sentimientos subjetivos. Darwin, a mediados del siglo xix, rompió con esa consideración, mantenida desde mediados del siglo xvii, al defender la existencia de mente en los animales. Pero Darwin no siguió la línea establecida por Descartes (que se centró en el componente de experiencia emocional en humanos), sino que, realizando un giro copernicano en el estudio de la emoción, analizó la expresión emocional tanto de los animales inferiores como del hombre. Si Descartes estudió la emoción como concomitante subjetivo (pasión) de la acción (movimiento manifiesto) y de cambios orgánicos (conmociones corporales en las visceras), Darwin se centró en la expresión emocional (el movimiento manifiesto de Descartes) como manifestación de un proceso interno (“estado de espíritu”). La obra de Darwin constituye una evidencia de la continuidad en la expresión emocional de los animales inferiores y del hombre. Si Descartes defiende la privacidad de la experiencia de la emoción, Darwin defiende la publicidad de la expresión emocional.

B) El reconocimiento de que la conducta humana y la animal pueden estar determinadas por factores racionales e irracionales La obra de Darwin rompe con la consideración de que el animal sólo es capaz de conducta involuntaria e irracional y el hombre capaz de conducta voluntaria y racional, cuando actúa bajo el gobierno de la mente, afirmando que tanto los animales como el 27

hombre pueden actuar bajo la fuerza de determinantes racionales (razón y voluntad) y de determinantes irracionales (emociones). La conducta de los animales puede ser inteligente, razonada y voluntaria, como pusieron de manifiesto, poco tiempo después de la publicación de la obra de Darwin (1872/1967) La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, las investigaciones de Thorndike. La conducta humana puede ser irracional, viniendo determinada por instintos, como puso de manifiesto Me Dougall en 1908, y por factores inconscientes y procesos emocionales, como afirmó Freud (1900/1968). El avance posibilitado por Darwin se ha de evaluar teniendo en cuenta que la teoría de Descartes y la necesidad teológica de conservar una diferencia entre el alma inmortal y el cuerpo mortal seguían ejerciendo una gran influencia a mediados del siglo XVIII.

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2 DESARROLLOS TEÓRICOS EN LA ÉPOCA CIENTÍFICA

2.1. William James 2.1.1. Perfil humano, intelectual y científico William James (1842-1910) nació en Broadway (Nueva York). Ingresó en 1861 en la Escuela Lawrence de Ciencias de Harvard, donde estudió química y anatomía. En 1864 ingresó en la Harvard Medical School. En 1865 y 1866 participó como ayudante voluntario en la expedición que el naturalista Louis Agassiz organizó para estudiar la fauna del Amazonas. Como afirma Boring (1950/1978), “la aportación de James al trabajo de la expedición fue escasa, sirviéndole para descubrir que él era un filósofo” (p. 534). James comprobó que la observación desvinculada de la especulación sobre sus causas y significados no le atraía. En el curso académico 1875-76 ofreció su primer curso de psicología y estableció el primer laboratorio de psicología experimental en la Escuela Lawrence de Ciencias de Harvard para hacer demostraciones a los alumnos, más que para investigación. En 1876 fue profesor ayudante de fisiología en Harvard, enseñando psicología fisiológica. El curso 1878-79 es el último año en que enseña fisiología y en él ofrece su primer curso en filosofía. En 1880 fue profesor ayudante de filosofía. En 1889 se le cambió el nombramiento de profesor de filosofía por el de profesor de psicología. En 1890 se publicó su obra Principios de Psicología. De acuerdo con Boring, la finalización de los Principios de Psicología marcó el final del período de su vida filosófica y el dominio de la psicológica. En 1892 publicó Psicología. El curso más breve, libro en el que condensó y reelaboró los dos tomos de los Principios de Psicología, para hacer más accesibles los contenidos de su trabajo al alumnado. James, como filósofo, psicólogo y científico (experimentalista a medias, en opinión de Boring, 1950/1978), fue el pionero de la nueva psicología en EEUU. Entre otros, Barzun (1983/1986) presenta una detenida exposición de la vida y obra de James.

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2.1.2. Aportación al estudio de la emoción La contribución de James al estudio de la emoción se encuentra, fundamentalmente en el artículo “Qué es una emoción” (1884), en Emoción, capítulo 25 de los Principios de Psicología (1890), en Emoción, capítulo 15 de Psicología: El curso más breve (publicado en 1892) y en el artículo “La base física de la emoción”, (publicado en 1894). James, bajo la influencia de Descartes y en oposición a Darwin, se preocupó de estudiar el estado de sentimiento personal, subjetivo, la experiencia emocional. James se centró en el estudio de los sentimientos, pensando que la teoría de la emoción de Darwin no explicaba adecuadamente los estados emocionales. James se centró en los aspectos subjetivos sensibles de los cambios fisiológicos (antecedentes viscerales y somáticos), causados por la percepción de estímulos potencialmente emocionales: “En la aflicción qué sería sin sus lágrimas, sus sollozos, su sofocación del corazón, sus punzadas en el esternón? Una cognición sin sentimiento de que ciertas circunstancias son deplorables, y nada más. Cada pasión nos cuenta la misma historia. Una emoción humana puramente descarnada no existe (…) la emoción disociada de todos los sentimientos corporales es inconcebible” (James, 1884, pp. 23-24). La herramienta fundamental de la investigación psicológica es la introspección, que trata de captar los fenómenos psíquicos en la medida en que se producen: “Introspección (…) mirar en nuestras propias mentes e informar de lo que hemos descubierto allí” (James, 1890/1989, Vol. I, p. 185). James empleó el método introspectivo con bastante cautela, consciente de las limitaciones de aquél, planteando la necesidad de realizar controles adecuados y de comparar los informes de diversos observadores. James llega a la conclusión de que “… la introspección es difícil y falible; y que la dificultad es simplemente la de toda observación sea del tipo que sea” (1890/1989, Vol. I, p. 191). Destaca, asimismo, la utilidad de la experimentación, aunque sin pasar por alto sus dificultades. James diferencia entre emociones más groseras o estándares, relacionadas con cambios corporales relativamente intensos, en los que cada uno reconoce una fuerte reverberación orgánica (ira, miedo, amor, odio, alegría, vergüenza, orgullo, aflicción y sus variedades) y emociones más sutiles o tenues, que son sentimientos morales, intelectuales y estéticos y su reacción corporal es generalmente mucho menos intensa, la reverberación orgánica es menos obvia y menos fuerte. James (1884) considera “aquellas emociones que tienen una clara (distinta) expresión corporal” (p. 18). Alteraciones corporales, que son “manifestación”, “expresión”, o “lenguaje natural” de estas (emociones) consideradas como emociones estándares” (p. 19). La figura 2.1 sintetiza la teoría de James.

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Figura 2.1. Modelo de la teoría de la emoción de James.

James (1892) reconoce una gran variabilidad de emociones. “Cada emoción es la resultante de una suma de elementos, siendo causado cada elemento por un proceso fisiológico de una clase bien conocida. Todos los elementos son cambios orgánicos y cada uno de ellos es el efecto reflejo del objeto excitante” (p. 248). Para James “no existe límite al número de posibles diferentes emociones que pueden existir” (p. 249) y “las emociones de los diferentes sujetos pueden variar 31

indefinidamente” (p. 249), tanto debido a su constitución como a los objetos que las pueden suscitar. ¿Cómo los diversos objetos que excitan la emoción llegan a producir efectos corporales específicos y diferentes? James, influido por Spencer y por Darwin, explica la génesis de las reacciones emocionales a través de dos principios: el principio de las repeticiones debilitadas de movimientos que previamente (cuando eran muy intensos) fueron de utilidad para el sujeto y el principio de la reacción semejante a estímulos que producen sentimientos análogos. Pero hay diversas reacciones que no pueden ser totalmente explicadas y han de ser consideradas como “efectos puramente idiopáticos del estímulo” (1892, p. 257). La contribución de James al estudio de la emoción se puede sintetizar en los siguientes supuestos básicos (cuadro 2.1). CUADRO 2.1. Supuestos básicos de la aportación teórica de James. — La percepción de cambios viscerales es imprescindible para que se produzca la emoción. — La existencia de patrones viscerales específicos para cada tipo de emoción. — La activación voluntaria de los cambios viscerales específicos de una emoción producirá esta emoción.

2.1.3. Influencias y proyección futura La decisiva influencia de James se puede concretar en los siguientes aspectos: a) Aportó una consideración realista de la psicofisiología de la emoción y de la función del organismo en la emoción tendente a comprobar la incidencia de los cambios autonómicos y neurales. Con ello, James impulsó las investigaciones psicofisiológicas (cambios autonómicos y neurales) e inauguró el denominado “enfoque psicofisiológico de la emoción”. El fuerte impulso dado a las investigaciones psicofisiológicas de la emoción está en la base del surgimiento con Cannon de la aproximación neurológica. Asimismo, influyó en la teoría conductista de la emoción, que presentó Watson, en la que se centró más en patrones fisiológicos que en la conducta operante. b) La incidencia en la búsqueda de los determinantes de la experiencia emocional. Ello ha contribuido positivamente a que el sujeto se sitúe de forma activa ante el proceso emocional que está viviendo, destacándose los aspectos antecedentes. Pero ha ejercido un efecto negativo, preocupándose muchos investigadores por conocer qué es la emoción, despreocupándose de las consecuencias de la emoción, de la influencia de la emoción en la conducta posterior. 32

c) El impulso dado al desarrollo de las teorías del feedback visceral, realizado por Schachter (Schachter y Singer, 1962). Schachter, influido por la teoría de la emoción de James (1884,1890/1989), presenta una teoría denominada del feedback visceral que defiende (como James) que la activación fisiológica es una condición necesaria para que se pueda producir una experiencia emocional, pero, apartándose de James, incide en que no es suficiente (figura 2.2).

Figura 2.2. Teoría de feedback visceral (a partir de Schachter, 1964).

d) El impulso dado al desarrollo de las teorías del feedback somático, realizado por 33

Tomkins (1980), Izard (1977), Plutchik (1980) y Ekman (1985/1992,1993). James coincidió en este aspecto con Darwin, como se ha puesto de manifiesto en el apartado dedicado a presentar las influencias y la proyección futura de Darwin.

2.1.4. Avance posibilitado por su aportación Aunque James fue un consumado cartesiano (Lyons, 1985), su teoría se separó de la doctrina de Descartes de forma importante, pues aunque siguió considerando las emociones como sentimientos, destacó que éstos lo eran de cambios y alteraciones fisiológicas (que se producen durante el proceso emocional). Para Descartes, la emoción era el concomitante subjetivo de un estado fisiológico. Era un sentimiento carente de componente cognitivo. Podemos decir que si en Descartes el sentimiento se sitúa en el alma, James concede gran importancia al cuerpo. El sentimiento es el aspecto subjetivo sensible de los cambios fisiológicos. En varias ocasiones James ha destacado la importancia de los cambios fisiológicos en la emoción, sosteniendo que “la emoción no es nada más que el sentimiento de un estado corporal y tiene una causa puramente corporal” (1890/1989, Vol. II, p. 459) y que “las causas generales de las emociones son fisiológicas” (1890/1989, Vol. II, p. 449). James (1892) concluye que la emoción es “el sentimiento de los cambios en la medida que se producen” (p. 242). La emoción es un sentimiento precedido de un componente cognitivo, “percepción del acontecimiento desencadenante” (1892, p. 242), que integra un componente cognitivo, como experiencia subjetiva, sin implicar una interpretación o evaluación. Para James, los eventos externos pueden hacer surgir reacciones corporales, cambios viscerales sin conocimiento del significado y sin una interpretación de los eventos ambientales: “nuestras facultades internas están adaptadas de antemano a las características del mundo en que moramos, adaptadas en el sentido de asegurar nuestra seguridad y prosperidad en ese mundo (…) nuestras emociones e instintos están adoptados a características muy especiales de este mundo. Las cosas peligrosas nos infunden un miedo involuntario; las venenosas, repugnancia; las indispensables, apetito (James, 1893/1947, p. 4). James (1890/1989) recalca la función de los cambios viscerales, afirmando que “Sin los estados corporales que se producen después de la percepción, ésta será puramente cognitiva, incolora y desprovista de todo matiz emocional, si se tiene en cuenta su aspecto o manifestación” (Vol. II, p. 449). La relevancia que James (1884) dio a los cambios fisiológicos en la emoción se pone de manifiesto en el hecho de que ante la disyuntiva de seguir el sentido común, de seguir la forma natural de pensar, que indica que “la percepción psíquica de cualquier acontecimiento provoque el movimiento psíquico que llamamos emoción, y que este estado mental produzca la expresión corporal” (p. 19), o romper con el statu quo 34

establecido, eligió esta segunda vía, modificando la cadena causal:

James pretendió superar una de las limitaciones de la teoría de Descartes (presentada anteriormente), la diferenciación entre las emociones y, consecuentemente, la diferenciación entre emoción/no emoción, al afirmar la existencia de patrones fisiológicos específicos para cada emoción. Como analizaremos posteriormente, al presentar la crítica que Cannon realiza a la teoría de James, la investigación no ha confirmado que puedan diferenciarse las emociones entre sí, o con respecto a los estados no emocionales, sobre la base de patrones fisiológicos específicos. James aportó un avance respecto a Descartes en relación con el conocimiento del estado emocional. ¿Cómo sabe el sujeto que se encuentra en un estado emocional? Para Descartes el proceso es automático siguiendo el argumento lógico de que el sujeto conoce la emoción en el proceso introspectivo, cuando la experimenta, produciéndose todo ello en el alma. Para James, el sujeto sabe que está en un estado emocional al experimentar, al tener un sentimiento de cambios fisiológicos. La relevancia no se da al alma, sino al cuerpo. Puede ocurrir que el sujeto se confunda y etiquete como estado emocional un estado de cambios fisológicos igual o parecido al que caracteriza al estado emocional (como han puesto de manifiesto la investigación de Cannon y estudios posteriores). Pero, para hacer justicia a la teoría de James, siguiendo la lógica sobre la que se asienta ésta, se ha de decir que la confusión no es fácil, si el sujeto es conocedor de que está reaccionando o no, ante una situación estimular potencialmente emocional o no, para él. Un segundo avance aportado por James está vinculado con la consideración de la situación estimular o entorno físico, respecto a la psicología racionalista, representada por Descartes. Este movimiento erigió al alma “como ente espiritual absoluto con ciertas facultades propias por medio de las cuales se explicaban las diversas actividades de recordar, imaginar, querer, etc., casi sin hacer referencia a las peculiaridades del mundo con el que estas actividades se relacionaban” (James, 1893/1947, p. 4). Esto es considerado por James como “un gran error de la vieja psicología racionalista” (1893/1947, p. 4). Por contra, James resalta la importancia del medio: “Los hechos mentales no pueden ser estudiados debidamente si se les separa del entorno físico del que 35

se nutren (…) la mente y el mundo han evolucionado juntos y, en consecuencia, están compenetrados de alguna manera” (1893/1947,4). La percepción del ambiente potencialmente emocional, según la evaluación realizada por el sujeto, desencadena la activación fisiológica y su percepción constituye el estado emocional. James da relevancia al sujeto y al medio reconociendo en el sujeto la función de los procesos corporales y mentales. Un tercer avance fue el intento de James, como funcionalista, de hacer una “psicología científica” de las emociones, partiendo de una fuerte crítica a la tendencia en el estudio de la emoción de hacer una mera descripción, tendencia surgida con Descartes: La literatura meramente descriptiva de la emoción desde Descartes en adelante, es una de las partes más aburridas de la psicología. Y no solamente es aburrida, sino que sientes que sus subdivisiones son en gran medida ya ficciones o ya hechos sin importancia, y que sus pretensiones de exactitud son un engaño. Pero desafortunadamente existe poca literatura psicológica sobre las emociones que no es meramente descriptiva (…) a medida que se avanza sobre la “psicología científica” de las emociones, uno se harta de la lectura de los trabajos clásicos sobre la emoción (…) en ningún sitio presentan un punto de vista central, o un principio deductivo o generativo (…) distinguen y definen de nuevo y especifican “hasta el infinito” sin conseguir llegar a otro nivel lógico… ¿No existe una vía, diferente a este nivel de descripción individual, de aproximación a las emociones? Yo creo que la hay, si uno quiere adaptarla. El problema con las emociones en psicología es que son consideradas con demasiada frecuencia como cosas absolutamente individuales. En la medida en que están establecidas como entidades psíquicas eternas y sagradas (…) entonces todo lo que se puede hacer con ellas es catalogar reverentemente sus caracteres específicos, puntos y efectos. Pero si las consideramos como productos de causas más generales el distinguirlas y catalogarlas exclusivamente, llega a ser de importancia secundaria” (1892, pp. 241-242).

2.2. Cari G. Lange Aunque generalmente la aportación de Lange al estudio de la emoción, queda diluida y ensombrecida bajo el rótulo de teoría de James-Lange, creemos conveniente presentarla por separado para hacer más evidente el matiz que diferencia la aportación de ambos autores al estudio de la emoción, lo que permitirá a su vez una más adecuada consideración de la crítica que se ha hecho, a partir de Cannon, a la teoría de JamesLange. Cari G. Lange (1834-1900) nació en Copenhague, Dinamarca. Fue fisiólogo y profesor en Copenhague y propuso, en 1885, una explicación sobre el sentimiento emocional claramente diferente a la propuesta por James. Lange realizó diversos trabajos sobre la fisiología de emociones como el miedo y la cólera, entre otras, y sostuvo que la emoción tenía un origen físico, siendo causada por cambios corporales, fundamentalmente cambios vasomotores. Lange (1885/1922) mantuvo la hipótesis de que la emoción era un evento cardiovascular, defendiendo que el problema científico fundamental era la determinación de la reacción emocional del sistema a distintas influencias. La emoción para Lange (1885/1922) es la experiencia de cambios fisiológicos en los 36

músculos orgánicos o involuntarios, sobre todo los que se encuentran en las paredes de los vasos sanguíneos, que constituyen el aparato vasomotor y producen vasoconstricción. Lange diferenció dos subdivisiones en el aparato motor, el aparato motor voluntario (denominado aparato de la vida animal) y el aparato motor involuntario, o músculos orgánicos, especialmente aquellos que se encuentran en las paredes de los vasos sanguíneos, cuyo funcionamiento, por contracción, reduce su capacidad. Lange sostuvo que existía un “centro vasomotor” en el cerebro. A la confusión entre lo sostenido por las teorías de James y de Lange puede haber contribuido el propio James, cuando al hablar de los cambios fisiológicos de las emociones sostuvo: El prof. C. Lange, de Copenhague, ha publicado en 1885 una teoría fisiológica de su constitución y condicionamiento, la cual había abordado por vez primera yo el año anterior en un artículo en Mind (James, 1890/1989, Vol. II, p. 449).

James y Lange compartieron la idea de que la emoción no comenzaba con la experiencia consciente de un afecto. Ambos propusieron que las respuestas corporales y fisiológicas eran eventos prioritarios en la emoción. Pero si hacemos un análisis de ambas teorías, encontramos claras diferencias. Mientras que James hizo de la consciencia de la emoción el foco central de su teoría, Lange se centró en el componente fisiológico de la emoción, dando poca importancia a la experiencia consciente de la emoción, considerándola como un epifenómeno. Para James, la emoción era la experiencia de cambios fisiológicos, fundamentalmente en las visceras y en los músculos esqueléticos, estriados o voluntarios. James destacó los aspectos somáticos o motores de la respuesta, mientras que Lange acentuó los aspectos autonómico-viscerales. James, en 1890, teniendo en cuenta la teoría de Lange, que conoció en la traducción alemana de su obra, hecha en 1887, amplió su teoría de la emoción en los Principios de Psicología. En 1894 la modificó, en respuesta a diversas críticas surgidas, considerando que los estímulos que producen los cambios corporales, más que un simple objeto, constituyen una “situación total” (no experimentamos miedo ante el estímulo –animal salvaje–, sino ante la situación total –animal salvaje en libertad–) y diferenció entre emoción y tono sentimental. En 1894 James rechazó la posición adoptada por Lange, afirmando “Lange ha concedido demasiada importancia al factor vaso-motor en su explicación” (p. 517). 2.3. Walter B. Cannon 2.3.1. Perfil humano, intelectual y científico Cannon (1871-1945) nació en un pequeño pueblo del Estado americano de Wisconsin. A los 16 años, en el curso 1888/89, ingresó en la St Paul High School, donde encontró un ambiente muy favorable para su preparación académica. En 1892 ingresó en el Harvard College, donde obtuvo su graduación en 1896. En el tercer año del Harvard 37

College eligió filosofía y psicología, entre otras disciplinas. En aquel momento, el departamento de filosofía estaba dirigido por William James, quien para incrementar la oferta de cursos de psicología y establecer un laboratorio de psicología experimental en Cambridge había invitado a Harvard a Hugo Münsterburg, uno de los alumnos más destacados del laboratorio de Wundt en Alemania. James fue profesor y amigo de Cannon. Los cursos realizados por Cannon con James y con Münsterburg estimularon en tal medida su interés por la filosofía y la psicología que en alguna ocasión tuvo la intención de estudiar con ellos estas disciplinas en lugar de estudiar medicina. Cuando James tuvo conocimiento de ello, disuadió a Cannon de que lo hiciera. En 1895, Cannon escribió un trabajo de corte filosófico sobre la emoción, titulado “La naturaleza y composición de la emoción”, que era un ensayo en el que exponía los argumentos de los críticos y de los defensores de la teoría de James. En el año 1897 comenzó a estudiar medicina en la Harvard Medical School, donde recibió su formación médica y en cuyo laboratorio de fisiología comenzó a trabajar en 1900, siendo nombrado Profesor Asistente de Fisiología en 1902 y Director del Departamento de Fisiología en 1906. Cannon permaneció como profesor e investigador en la Harvard Medical School hasta su jubilación en 1942. Cannon es uno de los más grandes investigadores del siglo xx en fisiología (Benison y otros, 1987). Fue el primero en emplear rayos X en investigaciones fisiológicas y en definir en términos fisiológicos la habilidad del cuerpo para responder de forma apropiada a una amenaza física o a una alteración emocional. En 1911 comenzó a estudiar las secreciones endocrinas relacionadas con el sistema nervioso autónomo y obtuvo evidencia de que los estados emocionales pueden influenciar los procesos corporales. Estudió el funcionamiento de las glándulas suprarrenales, sobre todo la función emergente de la médula adrenal: La secreción de adrenalina. Esto le llevó al estudio del sistema nervioso autónomo en su conjunto y al papel que desempeña en la autorregulación de diversos procesos fisiológicos. Cannon utilizó el concepto de “homeostasis” para referirse al proceso a través del cual el cuerpo se mantiene en un estado de equilibrio interno, a pesar de las fluctuaciones producidas en el medio externo. Esta “tendencia a la constancia en el medio interno” había sido estudiada previamente por el gran fisiólogo francés Claude Bemard en 1859.

2.3.2. Aportación al estudio de la emoción Cannon ha presentado su teoría, fundamentalmente, en los siguientes artículos: “The interrelations of emotions as suggested by recent physiological researches” (1914), “A new concept of diseases having emotional elements” y “Some disorders supposed to have an emotional origin” (publicados ambos en 1916), “Neural basis for emotion expression” (1927a), “The James-Lange theory of emotions: A critical examinations and an alternative theory” (1927b) y “Again the James-Lange and the thalamic theories of 38

emotion” (1931) y en sus obras Bodily changes in pain, hunger; fear and rage; An account of recent researches into the functions ofemotional excitement (publicada en 1915) y The wisdom ofthe body (publicada en 1929). La preocupación fundamental de Cannon es el establecimiento de una clara diferenciación de los procesos neurales que producen la conciencia emocional y los que producen la expresión emocional o conducta emocional. Cannon, que conocía los trabajos de Darwin, se centró en los aspectos funcionales de los procesos fisiológicos, preguntándose por la función de los cambios internos que se producen durante la excitación emocional. La experiencia emocional (sentimientos de miedo, de ira o de otro tipo) simplemente acompaña a las preparaciones orgánicas para la acción. Cannon presentó una teoría emergente de las emociones en la que los cambios viscerales eran considerados como ajustes homeostáticos que ayudan a preparar el cuerpo para la acción y en la que la función de las emociones es resolver las situaciones de emergencia relacionadas con los problemas de supervivencia. Cannon empleó el método experimental en la investigación fisiológica, así como las observaciones clínicas, afirmando que “todas estas observaciones experimentales y clínicas, consistentemente apuntan al tálamo óptico como una región en la que reside la organización neural de las distintas expresiones emocionales” (Cannon, 1927b, p. 118) y que “la evidencia derivada de casos patológicos es consistente con la evidencia experimental y farmacológica” (p. 116). La contribución de Cannon al ámbito de la emoción puede sintetizarse en la crítica realizada a las teorías presentadas por James y por Lange y en una formulación teórica alternativa. Sobre la base de diversos hallazgos experimentales y a partir de ciertos análisis lógicos, Cannon (1927b, 1931) estableció una fuerte crítica a la teoría de James con el propósito de demoler sus basamentos, los tres supuestos básicos sobre los que ésta se sustenta, presentados anteriormente. El cuadro 2.2 sintetiza los argumentos presentados por Cannon contra James. Cannon rechaza el primer supuesto (la percepción de cambios viscerales como imprescindibles para que se produzca emoción) proponiendo como argumento que la total separación de las visceras respecto al sistema nervioso central no altera el comportamiento emocional. Cannon aduce, para validar este argumento, los resultados de las investigaciones de Sherrington, quien seccionó en perros la médula espinal y los nervios vagos para eliminar cualquier conexión del cerebro con los diferentes órganos, aislando todas las estructuras en las que se suponía residían los sentimientos. Asimismo, Cannon aduce los resultados de las investigaciones realizadas por él mismo y sus colaboradores (Cannon, 1927b), que eliminaron en gatos la división simpática del sistema autonómico que funciona en los estados de gran excitación, desconectando el sistema nervioso central y el control vasomotor de los músculos de fibra lisa y de las visceras, en general. De esta forma, se eliminaban todas las reacciones vasculares controladas por el centro vasomotor. Investigaciones en las que se concluye 39

“estas operaciones ampliamente alteradoras han tenido un pequeño efecto, si es que ha habido alguno, sobre las respuestas emocionales de los animales” (p. 108). CUADRO 2.2. Argumentos presentados por Cannon contra los supuestos sobre los que James basó su teoría de la emoción. Supuestos de James l.° 2.°

3.°

Contraargumentos La total separación de las visceras, del SNC no altera el com portamiento emocional. Los mismos cambios viscerales se producen en estados emocionales diferentes, así como en estados no emocionales. Las visceras son estructuras relativamente insensibles. Los cambios viscerales son demasiado lentos. La inducción artificial de cambios viscerales no produce la emoción correspondiente.

Cannon rechaza el segundo supuesto de James (existen patrones viscerales específicos para cada emoción), proponiendo los siguientes argumentos: a) Los mismos cambios viscerales se producen en estados emocionales diferentes y en estados no emocionales. b) Las visceras son estructuras relativamente insensibles. c) Los cambios viscerales son demasiado lentos para constituir una fuente de sentimiento emocional. Respecto al primer argumento, aduce Cannon que los cambios viscerales producidos por la estimulación simpática (aceleración del corazón, contracción de arteriolas, dilatación de bronquiolos, incremento de azúcar en sangre, inhibición de la actividad de las glándulas digestivas, inhibición de la peristalsis gastrointestinal, sudoración, descarga de adrenalina, apertura de las pupilas y erección del vello) son comtemplados en diversas circunstancias. Ocurren en estados emocionales claramente distinguibles, como el miedo y la ira. Pero, asimismo, la fiebre y la exposición al frío inducen la mayoría de esos cambios. La asfixia y una gran reducción de azúcar en la sangre, provocan casi todas esas alteraciones. En consecuencia, incide Cannon (1927b) en que “las respuestas viscerales parecen demasiado uniformes para ofrecer un medio satisfactorio de distinguir las emociones que son muy diferentes en cualidad subjetiva. Por tanto, si las emociones fueran debidas a impulsos aferentes de las visceras, hemos de esperar no sólo que el 40

miedo y la ira se sientan igual, sino que también la frialdad, la hipoglucemia, la asfixia y la fiebre, se sentirían como ellas. Tal no es el caso” (p. 110). En relación con el segundo argumento, aduce Cannon (1927b) que “las fibras aferentes de los nervios distribuidos en las visceras se encuentran en un número diez veces menor que las eferentes (…) Normalmente los procesos viscerales son extraordinariamente poco expresivos” (p. 111). Respecto al tercer argumento, contrasta Cannon el hecho de que las diversas reacciones viscerales tienen largos períodos de latencia, mientras que en las reacciones afectivas éste es breve. Cannon rechaza el tercer supuesto de James (la aparición de la emoción tras la activación de los cambios viscerales específicos) con el argumento de que la inducción artificial de los cambios viscerales característicos de las emociones intensas no las produce. Argumento que Cannon sustenta en investigaciones basadas en los resultados de la investigación de Marañón (1924a/1985) sobre la acción emotiva de la adrenalina, que ponen de manifiesto que “la adrenalina en los seres humanos induce cambios corporales típicos que son reportados como sensaciones, que en algunos casos estas sensaciones son reminiscencias de experiencias emocionales previas, pero no reanuda o revive aquellas experiencias. En condiciones normales, los cambios corporales, aunque bien marcados, no provocan emoción” (Cannon, 1927b, p. 114). Incide Cannon (1927b) en que “Los procesos, que se producen en los órganos torácicos y abdominales son verdaderamente notables y diversos; su valor para el organismo, no es añadir riqueza y sabor a la experiencia, sino adaptar la economía interna para que, a pesar de los cambios de la circunstancia externa, la tendencia constante de la vida interna no sea profundamente alterada” (p. 114). Consecuente con esta crítica a la teoría de James, Cannon presenta una formulación teórica alternativa, conocida como “Teoría Talámica de la Emoción”. A mediados de la década de 1910 Cannon ya había realizado una crítica a James, afirmando: “parece que las condiciones corporales, que han sido asumidas por algunos psicólogos, para distinguir unas emociones de otras han de ser buscadas en otro lugar más que en las visceras. No ‘nos sentimos tristes porque lloramos’, como afirma James, sino que lloramos porque (…) –cuando está presente alguno de [estos] diversos estados emocionales– existen descargas nerviosas a través de los canales simpáticos hacia diversas visceras, incluyendo las glándulas lacrimales” (Cannon, 1914, p. 280). Cannon argumentó que las diferencias entre los estados emocionales tienen un origen en mayor medida central que periférico, y que su expresión se produce de forma instantánea y espontánea. Sus investigaciones llevaron directamente a Cannon a enfrentarse con James. Cuando éste presentó su teoría tenía un escaso conocimiento sobre el funcionamiento del sistema nervioso autónomo y no realizó una comprobación experimental. La teoría de James era especulativa. Pero la situación había cambiado notablemente, produciéndose notables avances, con respecto al momento de presentación de las teorías de James y de Lange: “Contamos ahora con hechos fisiológicos pertinentes que no eran conocidos cuando James y Lange desarrollaron sus ideas (…) y existen explicaciones alternativas de la experiencia afectiva que han de ser 41

consideradas” (Cannon, 1927b, p. 106). Sobre la evidencia experimental aportada por Bechterev en 1887, en investigaciones llevadas a cabo con diferentes tipos de animales (que concluyeron que la expresión emocional debía de ser independiente del córtex y que el tálamo óptico desempeñaba una función predominante en la expresión emocional) y por Cannon y Britton en 1925, en gatos (que comprueban que el tálamo es una región, que en ausencia del gobierno cortical –animal decorticado–, se descargan impulsos que evocan un grado extremo de actividad “emocional”, tanto muscular como visceral), Cannon concluyó que la expresión emocional surge de la acción de centros subcorticales. Para Cannon (1927a) la evidencia obtenida en animales ha sido confirmada en observaciones realizadas en humanos, concluyendo que “Todas estas observaciones, experimentales y clínicas, consistentemente indican al tálamo óptico como una región en la que reside la organización neural de las diferentes expresiones emocionales” (p. 118). A partir de la evidencia aportada por Head en 1921, sobre el relevo de todas las neuronas sensoriales en alguna parte del tálamo óptico y acerca del hecho de que alteraciones en esta región son ocasión de sensaciones intensamente afectivas, concluye Cannon que los procesos talámicos son una fuente de experiencia afectiva y que la cualidad de las emociones se ha de buscar allí, no en la información que retorna de las visceras ni en la que retorna de los músculos. Como se acaba de exponer, cuando Cannon presentó su teoría a finales de la década de 1920, el estado de conocimientos sobre el funcionamiento del sistema nervioso central y del sistema nervioso autónomo había cambiado notablemente en relación con el momento en que James y Lange estructuraron sus teorías. Ello permitió afirmar a Cannon que las diferencias entre los estados emocionales tenían un origen en mayor medida central que periférico, surgiendo la expresión emocional de la acción de centros subcorticales y la experiencia emocional de procesos talámicos. Para la teoría neurológica, el proceso emocional comprende las siguientes fases: a) Una situación externa estimula los receptores. b) La excitación consiguiente comienza a enviar los impulsos hacia la corteza cerebral. c) De la corteza parten impulsos al tálamo liberándole de la inhibición en que generalmente ésta le mantiene. La inhibición talámica puede ser eliminada también por los impulsos activados por potentes estímulos, que llegan directamente al tálamo. d) En el tálamo se produce una descarga que va a la corteza (donde tiene lugar una experiencia emocional) y otra que, vía hipotálamo, va a las visceras y a los músculos esqueléticos (produciéndose una conducta emocional). De esta forma, la descarga talámica produce simultáneamente la experiencia emocional y diversos cambios corporales o comportamiento emocional. La figura 2.3 sintetiza la secuencia de eventos que tienen lugar en la aparición de la 42

emoción, de acuerdo con la explicación dada siguiendo el sentido común, la de James y la de Cannon.

Figura 2.3. Secuencia de eventos producidos en relación con la aparición de la emoción, de acuerdo con el sentido común, James o Cannon.

Philip Bard, alumno de Cannon y profesor de fisiología en la Johns Hopkins Medical School, continúa la teoría de Cannon, aportando evidencia experimental a favor (Bard, 1934a, 1934b) y contribuyendo de forma tan importante a su desarrollo que aquélla ha pasado a ser conocida como la “teoría de Cannon-Bard”. La teoría defiende la existencia 43

de dos centros subcorticales relacionados con la emoción: el tálamo y el hipotá-lamo. El tálamo da una cualidad a los impulsos sensoriales que pasan por él, vía corteza cerebral. En el hipotálamo se desencadena el comportamiento emocional. La teoría de CannonBard reconcilia el proceso emocional con el sentido común, enfrentados, en su momento, por James. Si, de acuerdo con la teoría de James, se podía decir que “estamos tristes porque lloramos” o “tenemos miedo porque corremos”, por hacer referencia a dos emociones, de acuerdo con la teoría de Cannon-Bard, se puede afirmar que “estamos tristes y lloramos” o “tenemos miedo y corremos”. Bard (1934a) parte de que “el término emoción implica dos cosas: Una forma de actuación y una experiencia subjetiva” (p. 320). En sus investigaciones sobre la “rabia aparente” (sham rage) –o cuasi rabia, como también la denomina–, Bard (1934a, 1934b) comprueba que los gatos decorticados son capaces de diversas formas de expresión emocional, en ausencia o tras una profunda modificación de los aspectos conscientes de la emoción. Bard denomina rabia a la actividad de los gatos decorticados porque “simula la expresión de ira contemplada en el gato normal” (1934a, p. 320) y “aparente” porque “no podemos suponer, en la medida que permite ser juzgado por la experiencia clínica, que la conciencia, incluyendo los aspectos subjetivos de la rabia, no se haya modificado, o que incluso se encuentre presente” (1934a, p. 320). Y concluye que la actividad motora a través de la que se expresa la emoción “depende del hipotálamo caudal: (…) un mecanismo hipotalámico constituye un factor prepotente de la expresión de la emoción” (1934b, p. 447). Una adecuada valoración de la aportación de Cannon ha de comenzar preguntándose en qué medida es acertada la crítica realizada a la teoría de James. Como se ha puesto de manifiesto al presentar la teoría de James, éste centró su análisis en la experiencia emocional, haciendo una breve referencia a la producción de efectos difusos específicos (movimientos, expresiones, reacciones). Este aspecto está en consonancia con la afirmación de Mandler (1979) respecto a que James no estudió el comportamiento emocional. Lange parece haberse centrado, en mayor medida, en el comportamiento emocional, dado que su preocupación era explorar los efectos de las emociones sobre las funciones corporales. La crítica de Cannon va dirigida más contra el comportamiento que contra la experiencia emocional, por ello parece que más que contra James debería haberla dirigido contra Lange. El propio Cannon (1927b) asume que los hallazgos experimentales que avalan que “la total separación de las vías del sistema nervioso central no altera el comportamiento emocional” (p. 109), no posibilitan “tener una base real para afirmar, o para negar la presencia de ‘emoción sentida’ en los animales manipulados” (p. 109). ¿Pero, cuál es el estado de conocimientos en relación con los argumentos críticos propuestos por Cannon? Mandler (1979) afirma que la historia ha sido más amable con Cannon que con James. Se ha comprobado que el primer argumento crítico (la total separación de las visceras respecto al sistema nervioso central no altera el comportamiento emocional) es esencialmente correcto. Sin embargo, existe suficiente evidencia respecto a que la separación de las visceras del sistema nervioso central 44

interfiere significativamente, al menos, con la adquisición del comportamiento emocional. Se ha argumentado que incluso en ausencia de información visceral, existen otros sistemas, entre los que se incluye el esquelético, que pueden cumplir las funciones atribuidas por James. Asimismo, Cannon tenía razón en lo afirmado en el argumento segundo (los mismos cambios viscerales se producen en estados emocionales diferentes y en estados no emocionales) y en el tercero (las visceras son estructuras relativamente insensibles), puesto que no existe evidencia de que diferentes estados viscerales causen diferentes estados emocionales o diferentes comportamientos emocionales. Respecto al argumento cuarto (los cambios viscerales son demasiado lentos para constituir una fuente de sentimiento emocional), se ha comprobado que Cannon tenía razón, en general, aunque otros mecanismos, como las respuestas esqueléticas condicionadas, pueden servir para explicar el tipo de fenómenos que sugiere la evidencia subjetiva. Respecto al argumento quinto (la inducción artificial de los cambios viscerales característicos de las emociones intensas no produce a éstas), la evidencia muestra que los cambios corporales inducidos artificialmente no son suficientes para producir estados emocionales, pero son necesarios para que en unión de factores cognitivos se produzca la experiencia emocional, como han puesto de manifiesto Schachter y Singer (1962).

2.3.3. Influencias y proyección futura Cannon ha ejercido una notable influencia (que en realidad amplifica el efecto de la ejercida por James y por Lange) en el desarrollo de cuatro grandes áreas de investigación psicofisiológica (que el lector puede encontrar detenidamente analizadas en Mandler, 1979): — La eliminación artificial de eventos autonómicos o de feedback autonómico (simpatectomía). — El grado en que los patrones viscerales específicos o no específicos están asociados con emociones específicas. — El efecto de las variaciones en el feedback visceral sobre la experiencia emocional. — La función del sistema nervioso y el proceso homeostático. El avance posibilitado por Cannon se puede concretar en los siguientes aspectos: a) Cannon defiende la existencia de procesos corticales y de centros cerebrales especiales, relacionados con la emoción, dando un gran paso adelante respecto a la consideración, sostenida por James, de que los procesos cerebrales emocionales son procesos cerebrales sensoriales, que posibilitan el sentimiento de cambios orgánicos cuando se producen. James no pensó que hubiera estructuras cerebrales especiales que 45

constituyeran “el asiento de la emoción”, sirviéndose los procesos emocionales de los centros motores y sensoriales del cerebro. Consecuentemente, se preocupó de la relevancia que la respuesta fisiológica periférica tiene en la emoción. Cannon se preocupó de demostrar la existencia de estructuras cerebrales relevantes para el proceso emocional. b) La pionera aplicación de la experimentación en el ámbito de la emoción, saltando de una consideración intuitiva de la emoción (como la que James tenía), a otra científico-experimental. c) El establecimiento de la diferenciación e independencia entre experiencia emocional y conducta emocional, aportando evidencia experimental sobre la existencia de diferentes componentes de la emoción, que de una forma intuitiva Descartes perfiló al hablar de las pasiones (experiencia emocional), de las conmociones corporales (activación fisiológica) y de la acción o movimiento manifiesto (expresión emocional). Para James y para Lange, experiencia y conducta emocional son inseparables, de forma que no existe verdadero comportamiento emocional sin una experiencia emocional previa. Ambos se centraron en la experiencia emocional. En James se da una coincidencia funcional entre activación fisiológica y experiencia emocional, siendo la emoción el sentimiento (la percepción) de los cambios orgánicos. La teoría talámica (Cannon, 1931) admite la posibilidad de separación entre experiencia y comportamiento emocional, pudiéndose producir comportamiento sin experiencia emocional. La expresión o comportamiento emocional tiene su origen en el tálamo y se concreta en las visceras y en los músculos. El hecho de que se produzca una experiencia emocional o no depende de que el córtex esté presente y las conexiones talamocorticales apropiadas estén intactas. La aportación teórica de Cannon ha proyectado su influencia, fundamentalmente, en la tradición neurológica, iniciada por él, dentro de la que se ha realizado el estudio anatómico y morfológico de las estructuras cerebrales que mediatizan el proceso emocional, entre otros por Papez, MacLean, Lindsley, Pribram y Arnold. Asimismo, Cannon destacó que los cambios internos producidos durante la excitación emocional estaban relacionados con la supervivencia, presentando el modelo de reacción de emergencia. Continuando esta línea, Selye ha presentado el síndrome general de adaptación. Por otra parte, Cannon ha influido en las investigaciones sobre la acción emotiva de la adrenalina realizadas por Marañón, quien le reconoce como maestro. Aunque la teoría de Cannon, como tal teoría de la emoción, ha tenido menos relevancia que la de James, la tradición neurológica ha tenido una gran influencia y una amplia proyección sobre el estudio de la emoción y de los procesos orgánicos (homeostáticos), situando en ella sus aportaciones Papez, MacLean, Lindsley y Pribram, contribuyendo decisivamente al estudio anatómico y morfológico de diversas estructuras cerebrales (centros y vías) que mediatizan el proceso emocional y al conocimiento de los cambios neuroquímicos y neurofisiológicos de la emoción. El neurólogo J. W. Papez (1937) diferenció dos aspectos fundamentales en la 46

emoción, distinguiendo entre la emoción como una forma de sentir (experiencia subjetiva) y como una forma de actuar (expresión emocional), y trató de identificar las estructuras cerebrales implicadas en la experiencia y en la expresión emocional. Papez defendió que los impulsos nerviosos provenientes de los diversos tipos de receptores van primero a diversas partes del tálamo, desde aquí se distribuirían por tres importantes vías. Papez distinguió entre acción, pensamiento y emoción, diferenciando una “corriente de la acción”, ruta que conduce impulsos a través del talamo dorsal hasta el cuerpo estriado, una “corriente del pensamiento”, que transmite impulsos desde el tálamo hasta el córtex lateral y una “corriente del sentimiento”, que transmite los impulsos a través del tálamo ventral hasta el hipotálamo, y por vía de los cuerpos mamilares y los núcleos talámicos anteriores, hasta el giro cingulado. Papez (1937) describe las vías cerebrales de la emoción, al presentar el “mecanismo para explicar la emoción”, configurando un complejo circuito neurológico límbicohipotalámico (denominado sistema límbico o circuito de Papez), integrado por el hipotálamo, el núcleo anterior del tálamo, el giro cingulado, el hipocampo, el fórnix, los cuerpos mamilares y las conexiones que les unen entre sí. Estas diferentes estructuras serían las responsables de la experiencia y de la expresión emocional. Aunque no se ha obtenido suficiente evidencia experimental favorable a la teoría de Papez (1937), puesto que no se ha comprobado que algunas de las estructuras que forman el denominado sistema límbico estén relacionadas con las emociones (como sucede con el giro cingulado, los cuerpos mamilares y los núcleos anteriores del tálamo), la relevancia de la aportación de Papez se concreta en que fue el primero en llamar la atención sobre las funciones del sistema límbico en las emociones y en que estimuló el interés de los neurólogos por la función de las estructuras cerebrales en la experiencia emocional. Al final de la década de los cuarenta, el neurólogo MacLean inició una serie de investigaciones en las que ampliaba la teoría de Papez que le han llevado a considerar que el cerebro está dividido en tres niveles de funcionamiento, distinguiendo entre un cerebro antiguo (paleocórtex), perteneciente a los reptiles (cerebro reptiliano), un cerebro que aparece posteriormente en la evolución filogenética (mesocórtex), perteneciente a los mamíferos inferiores (cerebro paleomamalio –sistema límbico–) y un cerebro de aparición más reciente (neocórtex), más altamente desarrollado, perteneciente a los primates y sobre todo al hombre (cerebro neomamalio –cerebrum y córtex–). Cada uno de estos tres cerebros se expande y ejerce un control sobre los que han aparecido anteriormente en el proceso evolutivo. El cerebro reptiliano es un cerebro olfatorio o rinoencéfalo. MacLean (1993) sugiere que el rinoencéfalo sigue ejerciendo un elevado grado de control sobre la actividad visceral, incluso en los primates más elevados, y puede ser denominado “cerebro visceral”. Este incluiría al giro del hipocampo (una parte del lóbulo temporal), el cuerpo mamilar (una parte del hipotálamo), el núcleo talámico anterior, el giro del cíngulo, el fórnix, la amígdala y el septum. Posteriormente, MacLean ha denominado cerebro límbico o lóbulo límbico al cerebro visceral. 47

MacLean (1993) considera que el cerebro de los mamíferos inferiores, centrado en el sistema límbico, añade una nueva dimensión de emocionalidad a la conciencia (consciousness), que actúa como una fuerza motivacional y facilita la discriminación de la conducta deseable, perdiéndose la rigidez de los patrones fijos de conducta correspondientes al cerebro de los reptiles más primitivos. La emoción es una respuesta primitiva que contribuye a regular la conducta a medida que ésta se hace más variable, con el desarrollo filogenético y con la gran expansión del neocórtex. La emoción, como la conducta, está sujeta a modificaciones debido a su interacción con los recuerdos, los aprendizajes y la compleja evaluación de los estímulos ambientales, producida en el neocórtex. La conducta emocional de los animales superiores y del hombre es reflejo de la compleja interacción existente entre los tres tipos de cerebro, estando el hipocampo y el complejo amigdalino más estrechamente relacionados con la experiencia de la emoción. A pesar de las divergencias manifestadas por las aportaciones de Papez (1937) y MacLean (1993), en las que no se considera necesario entrar, ambos coinciden en señalar que el sistema límbico es el sistema emocional, que mediatiza tanto la experiencia como la expresión emocional. Cannon consideró el estado emocional de estrés como una situación que se caracteriza por una reacción de emergencia. Con la teoría talámica, propuesta por Cannon para dar respuesta a la pregunta ¿cómo se produce la emoción?, se inicia la tradición neurológica en el estudio de la emoción, como se acaba de presentar. Al contestar a la pregunta ¿para qué sirven las emociones, cuál es la función de los grandes cambios internos producidos durante la excitación emocional?, en consonancia con su preparación biológica y con la perspectiva adoptada por Darwin (cuyos trabajos conocía), adoptó una perspectiva emergentista, según la cual la función de las emociones es resolver adecuadamente las urgencias relacionadas con problemas de supervivencia. Cannon (1929b) ha propuesto el modelo de reacción de emergencia, que explica adecuadamente las respuestas inmediatas al estrés. El sistema nervioso simpático, en momentos de estrés, prepara al organismo para el ataque o para la huida; se incrementa el ritmo y la intensidad del latido cardíaco; se produce la contracción del bazo; el glucógeno almacenado en el hígado se libera como glucosa; el suministro de sangre de la piel y las visceras es aprovechado por el cerebro y los músculos, se dilatan las pupilas; hay un incremento en el suministro de sangre y en la coagulación de la sangre, se produce dilatación de los bronquios. El sistema simpático funciona en combinación con las secreciones de catecolaminas de la médula adrenal y conjuntamente producen la reacción de emergencia. El sistema simpático tiene una acción catabólica que contribuye a la eficiencia muscular y actúa contra aquellos procesos que pueden impedir la eficiencia muscular. El sistema parasimpático tiene acción anabólica que es eficaz en el almacenamiento y conservación de las energías corporales. En el capítulo 4 se presentan más detenidamente las funciones del sistema simpático y del sistema parasimpático en la regulación emocional. Selye (1979) ha completado la investigación de Cannon, explicando el 48

comportamiento en situaciones de estrés prolongado, en su modelo de síndrome general de adaptación (SGA). Selye denomina SGA a una serie de reacciones no específicas del organismo, desencadenadas por estímulos crónicos de origen diverso (traumático, tóxico, infeccioso o emocional). Estos procesos orgánicos se ajustan a una pauta idéntica. En el capítulo 6 se presenta el modelo de Selye. Las investigaciones de Cannon sobre la función de la secreción de adrenalina en la autorregulación de los procesos fisiológicos influyeron en las investigaciones sobre la acción emotiva de la adrenalina realizadas por Marañón (1924a/1985). 2.4. Sigmund Freud 2.4.1. Perfil humano, intelectual y científico Sigmund Freud (1856-1939), creador del psicoanálisis, nació en Freiberg, Moravia (la Checoslovaquia de entonces). En 1873 ingresó en la Universidad de Viena para estudiar medicina. Entre las razones de esta elección, presenta Freud las siguientes: “Ni por aquella época, ni más tarde por cierto, he sentido ninguna predilección especial por la carrera de médico. Me sentía movido por una especie de curiosidad, que se dirigía más bien a los asuntos humanos que a los objetos de la naturaleza (…) Al mismo tiempo las teorías de Darwin, entonces especialmente en auge, me atrajeron poderosamente, por las esperanzas que ofrecían de un extraordinario progreso en la comprensión del mundo, y fue el hecho de haber oído el hermoso ensayo de Goethe sobre la naturaleza (…) lo que me decidió a comenzar el estudio de la medicina” (Jones, 1961/1970, tomo I, p. 52). En 1876 fue admitido en el Instituto de Fisiología de Brüke con la categoría de famulus (alumno investigador), donde realizó trabajos sobre histología de las células nerviosas. En 1881 se graduó en la Facultad de Medicina. En 1882 abandonó el laboratorio de fisiología e ingresó en el Hospital General de Viena con el propósito de adquirir experiencia clínica que le permitiera dedicarse a la práctica de la profesión médica. En el hospital estuvo tres años, trabajando en diversas especialidades (medicina interna, psiquiatría, dermatología (…). En 1885 obtuvo el título de Privat-Dozent en neuropatología, indispensable para hacer carrera en una facultad universitaria. Del 21 de octubre de 1885 al 23 de febrero de 1886 disfrutó de una beca de estudios para trabajar con Charcot, en la Salpétriére, y aprender el método hipnótico. Debido a que Freud se consideraba mal hipnotizador, desarrolló el método de las “asociaciones libres”, que puede considerarse el punto de arranque del psicoanálisis. Hasta 1909 trabajó aislado en la estructuración de su obra, contando con un rechazo general. En 1909 viajó a EEUU invitado por Stanley Hall, presidente de la Clark University, en Worcester, Massachusetts, lo que contribuyó a la popularidad del psicoanálisis en EEUU. En 1938, al ser invadida Viena por los nazis, se exilió a Londres, donde murió al año siguiente. Más información sobre la vida y la obra de Freud se puede encontrar, entre otros, en 49

Jones (1961/1970) y en Gay (1988/1990).

2.4.2. Aportación al estudio de la emoción La aportación de Freud al estudio de la emoción o de los afectos (en la terminología del psicoanálisis) deriva del trabajo clínico, del análisis de los procesos psíquicos (Freud, 1990, 1913-1917, 1916-1918, 1925, 1932; Breuer y Freud, 1895). Freud no realizó un estudio sistemático de los afectos, puesto que analizó algunos tipos de emociones fuertes, intensas (ansiedad, miedo, ira, terror y depresión), considerándolas como un estado muy complejo, relacionado con alteraciones psíquicas, que es necesario expresar para conseguir la curación del paciente. Este aspecto se hace patente en los Estudios sobre la Histeria, que junto a Breuer publicó Freud, en 1895, donde estableció el fundamento de una teoría de la emoción. Freud consideró que sus pacientes histéricos sufrían de recuerdos reprimidos con una elevada carga emocional, de la que no eran conscientes. Los síntomas histéricos (diversos tipos de parálisis y ocasionales períodos de ausencia) eran considerados como una representación disfrazada de la emoción reprimida. En un primer momento, Freud creyó que para que tuviera lugar el proceso de curación, con la eliminación de síntomas histéricos, era necesario que se produjera la expresión intensa de la emoción reprimida, proceso denominado “catarsis”, que se sugería al paciente durante la hipnosis. Posteriormente, cuando Freud comprobó que había pacientes a los que no podía hipnotizar, creó un método de análisis de los procesos psíquicos (psicoanálisis). El efecto catártico del psicoanálisis se puso de manifiesto en la curación de pacientes aquejados de histeria: “los distintos síntomas histéricos desaparecían inmediata y definitivamente en cuanto se conseguía despertar con toda claridad el recuerdo del proceso provocador, y con él el afecto concomitante, y describía el paciente con el mayor detalle posible dicho proceso, dando expresión verbal al afecto. El recuerdo desprovisto de afecto carece casi siempre de eficacia” (Breuer y Freud, 1895/1968, vol. I, p. 25). El psicoanálisis trata de determinar cuáles son los elementos que integran la emoción, considerada por Freud como un estado complejo, reprimido. Los aspectos inconscientes de la emoción pueden ser evaluados a través del análisis de los sueños, las asociaciones libres, los lapsus linguae. Por otra parte, pueden ser evaluados a través de las posturas, las expresiones faciales y la cualidad de la voz. Los aspectos conscientes de la emoción pueden ser evaluados por el autorreporte de los sentimientos subjetivos. La figura 2.4 sintetiza la aproximación psicoanalítica a los afectos. De la aportación de Freud se han de destacar los siguientes aspectos (Lyons, 1985): a) La emoción es una reacción a algún contenido del inconsciente no al medio externo. El sujeto que se encuentra en estado de ansiedad, lo está no porque la situación sea amenazante, sino porque ésta desencadena algún deseo inconsciente reprimido, al que encuentra amenazante o difícil de afrontar. 50

A diferencia del conductismo, el psicoanálisis afirma que el estímulo externo funciona sólo como una causa remota de la emoción. b) Dado que los recuerdos reprimidos están vinculados con emociones intensas, fuertes, este tipo de emociones son las estudiadas por Freud, fundamentalmente: ansiedad, miedo, ira, terror y depresión. Emociones producidas como reacción a eventos traumáticos. Consecuente con esto, Freud no estudia otros tipos de emociones, denominadas sutiles, como la alegría, la tristeza, el temor o el sobresalto. c) Es difícil encontrar una emoción en estado puro, puesto que generalmente ésta es una mezcla de reacciones fisiológicas y sentimientos. Para Freud la emoción integra cambios fisiológicos y movimientos corporales y la manifestación subjetiva de éstos en el sentimiento: ¿Qué es lo que desde el punto de vista dinámico consideramos como un estado afectivo? Algo muy complicado. Un estado afectivo comprende, ante todo determinadas inervaciones o descargas, y además ciertas sensaciones. Estas últimas son de dos clases: percepciones de acciones motoras realizadas, y sensaciones directas de placer y displacer que imprimen al estado afectivo lo que pudiéramos llamar su tono fundamental (Freud, 1916-1918/1968, Vol. II, p. 355).

Figura 2.4. Aproximación psicoanalítica a los afectos (a partir de Rappaport, 1950).

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2.4.3. Influencias y proyección futura La influencia y proyección de la aportación de Freud se puede concretar en el inicio de la tradición dinámica en el estudio de los afectos, tradición desarrollada, entre otros, por Rado, Brenner, Bowlby y Beck. La teoría psicoanalítica ha sido una fuente teórica importante en el desarrollo del ámbito de la medicina psicosomática. Con todo, una posición crítica con la aportación de Freud no puede pasar por alto el hacer una valoración de ésta. Freud consideró que la validez de su teoría sólo podía ser realizada a través del método analítico. En consecuencia, el método, la teoría y la prueba de validez están indisolublemente unidas (Todt, 1977/1982). La evaluación empírica de la validez de la teoría de Freud ha demostrado ser una tarea extremadamente difícil por diversas razones (Thompson, 1988): a) Los escritos de Freud contienen numerosas contradicciones lógicas, producidas por el estilo evolutivo de construcción de la teoría. b) Muchos de los conceptos empleados por Freud, como la expresión simbólica de conflictos inconscientes en los sueños, simplemente son indemostrables. c) Aunque Freud empleó frecuentemente dimensiones cuantitativas, como fuerte/débil, no especificó la medida cuantitativa de sus conceptos. Con todo, los estudios de psicofisiología de la emoción (Thompson, 1988), han proporcionado un apoyo parcial a la teoría de Freud, comprobando que los mecanismos de defensa pueden bloquear el conocimiento consciente de las reacciones emocionales, que los comportamientos emocionales pueden ser controlados independientemente del pensamiento consciente y que los seres humanos pueden percibir y reaccionar apropiadamente a los estímulos emocionales, sin un conocimiento consciente de que un estímulo estaba todavía presente. 2.5. John B. Watson 2.5.1. Perfil humano, intelectual y científico John B. Watson (1878-1958), mentor y propulsor del conductismo radical, presentó el manifiesto conductista en 1913, como un alegato contra los estructuralistas y los funcionalistas (Logue, 1994). Como alternativa, Watson defendió una psicología experimental y objetiva, basada en la psicología animal. Rechazó la conciencia como objeto de la psicología y el método introspectivo, afirmando que la teoría psicológica había de ser construida a partir de estímulos y de respuestas. Watson nació en Greenville, Carolina del Sur. En 1900 obtuvo el título de Maestro en Artes en la Universidad de Furman. Se doctoró en psicología en la Universidad de Chicago en 1903 y en 1904 fue Instructor de Psicología Experimental. En 1908 es 52

profesor de psicología experimental y comparada en la Universidad de John Hopkins, ocupando una cátedra hasta 1920. De 1908 a 1915 fue director de la revista Psychological Review. En 1915 fue nombrado presidente de la American Psychological Association (APA) y director de la revista Journal of Experimental Psychology, cargo que ocupó hasta 1927. Durante 1916 y 1917 realizó investigaciones con Rosalie Rayner sobre desarrollo emocional en la clínica Phillipps de Baltimore. En 1920, a causa de su divorcio para casarse con su colaboradora Rosalie Rayner, se vio obligado a abandonar la universidad y a renunciar a su cátedra. En 1921 fue contratado como director de publicidad por la compañía J. W. Thompson, de Nueva York, dedicándose a partir de este momento a las funciones correspondientes a ese cargo (Coon, 1994).

2.5.2. Aportación al estudio de la emoción La aportación de Watson al estudio de la emoción se encuentra fundamentalmente en sus artículos “Emotional reactions and psychological experimentation” (1917, en colaboración con Morgan), “A schematic outline of the emotions” (publicado en 1919), “Conditioned emotional reactions” (1920, en colaboración con Rayner), y en su obra Psychology from the standpoint ofa behaviorist (1919). Watson critica la teoría de James, puesto que considera que el planteamiento que éste hace supone un retroceso respecto a la aportación de Darwin, quien había destacado las acciones manifiestas como el aspecto biológicamente más significativo de las emociones, concediendo gran importancia a la estimulación ambiental como causa de las reacciones emocionales. Watson (1919), coincidiendo con Darwin, estudia la conducta emocional manifiesta y sus causas externas, definiendo a la emoción como “un patrón de reacción hereditario que implica cambios profundos del mecanismo corporal en su totalidad, pero en particular de los sistemas visceral y glandular. Entendiendo por patrón de reacción que los diversos aspectos de la respuesta aparecen con cierta constancia, con cierta regularidad y aproximadamente en el mismo orden secuencial, cada vez que el estímulo excitador se ha presentado” (p. 195). Para Watson, la emoción es un patrón de reacción, sobre todo de cambios fisiológicos, que solamente se encuentra en su forma genuina en el recién nacido. En consonancia con los postulados del conductismo (objetivismo, reduccionismo biológico, mecanicismo, determinismo, elementalismo y ambientalismo extremo), Watson critica el método introspectivo seguido por James y emplea la observación sistemática en niños y la experimentación, defendiendo que “La experimentación no debe ser más difícil aquí que en otro campo” (Watson y Morgan, 1917, p. 171) y sosteniendo que “nadie puede negar que el laboratorio tiene un método capaz de someter a las emociones a control experimental” (Watson y Morgan, 1917, p. 174). Watson ha presentado una teoría de la emoción humana derivada de la teoría de las 53

conductas emocionales de Darwin (1872/1967) y de la teoría de los reflejos condicionados de Pavlov, adoptada por Watson en 1916. A partir de estudios observacionales, durante los primeros meses de vida del niño, Watson y Morgan (1917) sugieren la existencia de tres reacciones emocionales innatas: el miedo, la ira y el amor (siendo empleado este concepto, aproximadamente, en el mismo sentido en que Freud empleó el concepto de sexo). Preocupados por la utilización de estos términos, corrientes en psicología denominaron las reacciones emocionales “estados de reacción original X, Y, Z” (Watson y Morgan, 1917, p. 165), incidiendo en que son más fácilmente observables en animales que en infantes. Puesto que Watson (1919) considera la emoción como un patrón de reacción hereditario, defiende que el miedo, la ira y el amor son respuestas no condicionadas, que pueden ser elicitadas por estímulos no condicionados. Esto lleva a plantear la cuestión de cómo se explica la complejidad de las respuestas emocionales de los adultos, si en la infancia existen muy pocos patrones de reacción emocional, que por otra parte son respuestas muy simples. La respuesta de Watson es que a través del condicionamiento se desarrollan las demás reacciones emocionales, pudiendo ser elicitadas por diversos tipos de estímulos. Los seres humanos manifiestan diversos tipos de reacciones, denominadas emocionales, provocadas por estímulos ambientales (objetos, personas, situaciones…). Watson y Rayner (1920/1978) comprobaron experimentalmente que el conjunto de estímulos que provocan reacciones emocionales se incrementa a través del condicionamiento, proceso de asociación por el que objetos o situaciones nuevas, presentes en el momento en el que se manifiesta una reacción emocional, adquieren la capacidad de producir tal reacción. Realizaron el trabajo experimental solamente con un niño de once meses y tres días de edad, Alberto B., utilizado como sujeto “por su estabilidad emocional”. La intención de Watson y Rayner fue comprobar si era posible condicionar una respuesta de miedo a una rata blanca, transferirla a otros animales o a otros objetos y eliminarla (en el caso de que esta respuesta emocional no hubiera desaparecido tras un período razonable de tiempo). Los dos primeros objetivos fueron conseguidos, el tercero no, porque “Desafortunadamente, Alberto salió del hospital el día que se le practicaron las últimas pruebas que antes reseñamos; por lo tanto no tuvimos oportunidad de concebir una técnica experimental que nos permitiera eliminar las respuestas emocionales de carácter condicionado que habíamos implantado” (Watson y Rayner, 1920/1978, p. 130). La teoría de Watson difiere de la teoría de Darwin en que éste emplea el término expresión emocional para indicar las conductas emocionales que pueden reflejar los estados emocionales de los hombres y de los animales. Para Watson, las emociones eran los comportamientos emocionales, dividiendo las respuestas emocionales en tres diferentes componentes: respuestas autónomas (hábitos viscerales), movimientos (hábitos manuales) y verbalizaciones (hábitos laríngeos). Watson modificó el modelo de reflejos condicionados de Pavlov, proponiendo que los tres componentes de las respuestas emocionales eran condicionados simultáneamente. De esta forma, en lugar de considerar que el condicionamiento clásico implica una única 54

respuesta fisiológica, para Watson todo el organismo está siendo condicionado. Cuando Watson habla de respuesta emocional condicionada (REC), en singular, para denominar las respuestas adquiridas, pretende indicar un patrón de respuestas fisiológicas en lugar de una única reacción fisiológica (Thompson, 1988). La adquisición de las REC comienza poco tiempo después del nacimiento. A lo largo del desarrollo ontogenético, a través de la experiencia, el sujeto manifiesta mayor número de REC, que integran patrones motores, viscerales y verbales más complejos.

2.5.3. Influencias y proyección futura Una valoración de la aportación de Watson ha de destacar los siguientes aspectos: a) El haber realizado la observación objetiva de los patrones de respuesta de la conducta emocional y el control de las condiciones de su ocurrencia. b) El haber contribuido al estudio científico de la conducta emocional y al estudio de las emociones en animales, realizado por los neoconductistas en la década de 1950, en investigaciones experimentales en las que presentan un estímulo potencialmente emocional y miden el comportamiento instrumental o consumatorio. Los logros de la aproximación conductista en el estudio de la emoción, iniciada por Watson y continuada, entre otros, por Skinner y por Millenson, han sido destacados por Fernández-Trespalacios (1985), afirmando que “el conductismo incluso en su posición más radical, ha tratado de proporcionar una teoría de las emociones o, al menos, el análisis y control funcional de la conducta emocional. Son pues, perfectamente válidos los intentos conductuales actuales por estudiar científicamente la emoción, haciendo énfasis en los aspectos públicamente observables de la emoción, a nivel conductual. Del mismo Skinner partirán los estudios experimentales sobre la respuesta emocional condicionada que hoy constituye uno de los tópicos más importantes en la psicología científica” (p. 132). Entre las dificultades de la teoría de Watson, se encuentra el hecho de que al identificar patrones de comportamiento emocional con patrones de cambios fisiológicos, no posibilita la distinción entre emociones diferentes, ni entre patrones emocionales y no emocionales. Por otra parte, al haber limitado la emoción al comportamiento emocional y al haber desarrollado la investigación en animales, no ha tenido en cuenta uno de los componentes de la emoción, la experiencia emocional o sentimiento. Los estudios sobre el desarrollo emocional durante la infancia no aportan evidencia experimental a favor de que el miedo, el amor y la ira representen las tres emociones humanas primarias. Sí ha recibido apoyo la predicción de Watson de que las emociones se diferencian gradualmente durante la infancia y la niñez. El aspecto fundamental es si los cambios en el desarrollo se deben al condicionamiento, al desarrollo cognitivo, a la 55

maduración del sistema nervioso, o a una combinación de factores. La investigación confirma que si bien algunas reacciones emocionales pueden adquirirse a través del condicionamiento clásico, en la adquisición de reacciones emocionales específicas, parecen jugar una función más importante el desarrollo cognitivo, el aprendizaje observacional y/o el refuerzo social. 2.6. Gregorio Marañón y Posadillo 2.6.1. Perfil humano, intelectual y científico Gregorio Marañón (1887-1960) nació en Madrid, donde cursó el bachillerato en el Colegio de San Miguel. Inició sus estudios de medicina en el antiguo Colegio de San Carlos, en Madrid. Entre sus maestros en la Facultad de Medicina se encontraba Santiago Ramón y Cajal, quien, en opinión de Laín Entralgo, “fue una persona decisiva en el alumbramiento de la vocación científica y en la formación intelectual y moral de Gregorio Marañón (Laín Entralgo, 1968, p. XIII). En su orientación hacia la medicina interna y hacia la entonces naciente endocrinología, le influyeron fundamentalmente Juan Medinaveitia y Alonso Señud. Marañón se sintió inicialmente inclinado hacia la psiquiatría, pero, en sus propias palabras, “La vida me encaminó, desde el comienzo de los estudios, hacia la Anatomía y la Fisiología, contrariando mi tendencia, tan remota como mi conciencia, a los estudios psicológicos. Yo me dejé llevar por aquella imposición, porque, ya entonces, había leído el libro admirable de Cajal Reglas y consejos para la investigación científica, en el que con visión certera de las cualidades y los defectos de la raza, recomendaba a los jóvenes una rigurosa disciplina técnica que compensase la natural propensión de nuestro espíritu a la meditación y a la especulación teórica. No me pesó aquella decisión. Mi espíritu (…) se reposó en aquellos largos años de actividad naturalista y metodológica” (Marañón, 1939). En 1905 es nombrado Ayudante de Prácticas de Anatomía y en 1906 alumno interno del Hospital General, donde trabaja con Juan Medinaveitia. En 1908 recibe, de la Real Academia de Medicina, el Premio Martínez Molina, que no se había vuelto a conceder desde que se otorgó a Ramón y Cajal. En 1909 obtiene la licenciatura en Medicina y el doctorado en 1910. En 1911 gana un puesto de “médico de número” en el Hospital General de Madrid. En 1920 aparecen sus primeros estudios sobre el mecanismo de la emoción. Marañón afirmó en 1939, en la Sociedad Peruana de Neuropsiquiatría y Medicina Legal, que se consideraba un neurólogo y un psiquiatra frustrado, frustración que supo afrontar, puesto que “mi tiempo todo, el presente y el futuro, estaba ganado por la inmensa fecundidad de las doctrinas hormonales (…) Más la endocrinología, la novia que yo me había creado, tenía muchos puntos de contacto con la neurología y la psiquiatría (…) Y esto me permitió ser fiel a mi mujer legítima, y a la vez flirtear a diario con la novia de la juventud” (Marañón, 1939). 56

Marañón, que desde 1937 hasta 1943 residió, autoexiliado, en París, ha sido uno de los médicos y de los científicos españoles más notables, en España y fuera de ella. Marañón, dieciseis años más joven que Cannon, participó, según Laín Entralgo (1968, p. XLV) en una aspiración colectiva (en la que pensamos coincidió con Cannon), que trataba de asumir las tres orientaciones principales del pensamiento médico del siglo xix – la anatomoclínica, la fisiopatológica y la etiopatológica– en una medicina clínica y doctrinalmente atenida a la individualidad biológica y psíquica del paciente. Medicina que, bajo formas diferentes, surge en Europa y en América del Norte a raíz de la Primera Guerra Mundial. La aportación de Marañón al estudio de la emoción ha tenido un gran eco internacional y ha ejercido una importante influencia en psicología (Ferrándiz, 1990; Ferrándiz y Carpintero, 1983).

2.6.2. Aportación al estudio de la emoción La aportación de Marañón al ámbito de la emoción se encuentra fundamentalmente en sus artículos “La emoción”, “La reacción emotiva a la adrenalina” y “Nuevos puntos de vista sobre el mecanismo de la emoción” (publicados en 1920), “Introducción al estudio de la teoría neuro humoral de la emoción” (publicado en 1921), “Sobre la edad y la emoción” (1921), “Contribución al estudio de la reacción emotiva de la adrenalina” (publicado en 1923), “Contribution a l’étude de l’action émotive de l’adré-naline” (1924a) y “Patología e higiene de la emoción” (1925). La preocupación fundamental de Marañón es el estudio de los mecanismos neurológicos y humorales de la emoción: En estos últimos tiempos me he ocupado con mucha insistencia de los fenómenos humorales de la emoción (…) hasta hace poco tiempo se consideraba la emoción como un fenómeno de mecanismo puramente nervioso; y aunque los psicólogos –psicólogos, ya con toques de fisiólogos– del último tercio del siglo pasado entrevieron toda la importancia que realmente tienen las modificaciones circulatorias y viscerales de la emoción, estas modificaciones no eran consideradas sino como el resultado final de la descarga emotiva; pero la emoción seguía siendo un fenómeno directamente emanado del sistema nervioso y constituido por modificaciones también exclusivamente nerviosas. Hoy, sin embargo, podemos asegurar que las emociones, como los grandes procesos de la vida vegetativa, como el metabolismo, como el crecimiento, como los incidentes de la vida sexual, se producen y regulan por un mecanismo mixto, en parte nervioso y en parte humoral. Y esta parte humoral consiste en un juego complicado y perfecto de las hormonas segregadas por las glándulas de secreción interna, que corren por la sangre y con la afinidad exquisita impresionan estos y aquellos territorios orgánicos, desarrollando una acción, paralela por su importancia y por su complejidad a la que el influjo nervioso ejerce merced a la red intrincadísima de sus nervios (Marañón, 1921, p. 35).

Marañón considera el sistema neuroendocrino como órgano de la emoción. Influido por las Reglas y consejos para la investigación científica, de Ramón y Cajal, Marañón emplea la experimentación y las experiencias clínicas en el estudio de los mecanismos 57

neurológicos y humorales de la emoción. En ocasiones, como cuando realiza el estudio del gesto, emplea la, por él denominada, “observación vulgar” (1921, p. 55; 1937). Frecuentemente, hace referencia a aspectos metodológicos en sus publicaciones: Siendo como se ve, tan estrecha, tan imposible de independizar la función del sistema nervioso vegetativo y la del sistema glandular endocrino, se comprende que éste intervenga también, y en rango preeminente en la producción del acto emocional. Y la experimentación y la clínica confirman estas suposiciones (1921, p. 39). Mi espíritu se reposó en aquellos largos años de actividad naturalista y metodológica (1939). En el curso de mi vida científica yo sólo he recogido pequeños hechos y (…) me es grato exponerlos con la máxima diafanidad (…) Ahora con la vida a la espalda, comprendo muy bien lo que en sus últimos años decía Darwin, esto es, que el naturalista que sabe contar las hojas de una planta, ha cumplido con su deber y tal vez ha hecho más por el conocimiento de la naturaleza que el autor de una brillante especulación montada sobre un misterio retórico (1951a, p. 731).

La aportación específica de Marañón ha sido su “teoría neurohumoral de la emoción”, según la cual cualquier emoción integra tres elementos fundamentales: un elemento psíquico, un elemento expresivo y un elemento vegetativo (cuadro 2.3). CUADRO 2.3. Teoría neurohumoral de la emoción de Marañón: elementos y funciones. Elementos de la emoción Psíquico

Expresivo

Vegetativo

Funciones Diferenciación de la emoción. Representación cerebral del estado emocional. Posibilita la experiencia emocional. Posibilita la expresión emocional, a través de movimientos de los músculos del aparato locomotor y de los músculos de expresión facial. Cambios orgánicos, modificaciones viscerales que el sujeto percibe y que le informan de que está en un estado emocional.

Marañón considera el elemento psíquico como la representación cerebral (suscitada por una idea, por un recuerdo, por una impresión sensorial) del placer, de la cólera, de la alegría… El elemento expresivo es un conjunto de movimientos de los músculos del aparato locomotor y de los músculos de expresión facial –gestos–, mediante los cuales se manifiesta al exterior el estado emotivo. El elemento vegetativo consiste en una serie de modificaciones viscerales que el sujeto experimenta y percibe y que le permiten darse cuenta de que está emocionado. 58

La contribución de Marañón se centra preferentemente en el análisis del elemento vegetativo (1921,1924a, 1924b). Al comienzo del siglo xx este análisis recibió un gran empuje debido a que “los conocimientos endocrinos han arrojado viva luz sobre el problema, gracias principalmente a Cannon, y a varios autores más, entre los que, modestamente, nos contamos” (Marañón, 1921, p. 37). Marañón dedica también atención al elemento expresivo y piensa que el estudio del elemento psíquico es patrimonio de los psicólogos, afirmando que “Los psicólogos se ocupaban antes solamente –y todavía se ocupan de preferencia– del primer elemento, del psíquico, a pesar de la reiterada insistencia con que algunos de ellos, sobre todo James, llamaron la atención sobre la importancia de las modificaciones viscerales” (1924b, p. 66). Para Marañón, el elemento psíquico es un factor distinto para cada momento emotivo, y se sobrepone a un estado de agitación orgánica, que es común a todas las emociones: “Sin esta agitación o vibración orgánica puede haber alegría, tristeza, amor, odio, etc.; pero serán movimientos fríos, intelectuales; y no emociones. Para que la emoción exista es precisa la existencia de esa conmoción orgánica” (1921, p. 36). El bloque hipotálamo-hipofisario desempeña importantes funciones en el mecanismo de la emoción. Marañón afirma que el enlace entre el elemento psíquico y el elemento vegetativo se produce en el hipotálamo, “a cuyos centros afluyen las impresiones cerebrales, poniendo en marcha, a través de sus centros, por las vías nerviosas, o por vía humoral, a través de las glándulas endocrinas regidas por la hipófisis, a las alteraciones vegetativas, al temblor, al escalofrío, a las lágrimas, al sudor, a la constricción precordial, en suma, a todos los elementos orgánicos cuya percepción nos dice que ‘estamos emocionados’ (1924b, p. 72). Una aportación importante de Marañón es que sostiene que el contenido o elemento psíquico (representación mental) posibilita diferenciar claramente una emoción de otra. La representación mental de una emoción es diferente a la de otra emoción distinta. Para él, esta distinción subsiste en el elemento expresivo, pero ya no con la misma claridad, sobre todo a medida que los fenómenos de la expresión se separan del sistema locomotor (saltos, palmoteos, inmovilidad de los miembros) y se acerca al sistema de la vida vegetativa (lágrimas). La distinción desaparece respecto al elemento vegetativo, que es común a toda clase de estados emotivos. El elemento vegetativo o visceral depende de modificaciones neuroendocrinas. Otra aportación notable de Marañón es la relacionada con las formas de producción de la emoción. Marañón diferencia entre la emoción espontánea (producida cuando la conmoción visceral se añade a un proceso intelectual), la emoción inducida experimentalmente o postadrenalínica (que posibilita conocer el mecanismo normal de la emoción espontánea), la emoción desencadenada por el gesto y la emoción producida tras un aprendizaje por observación. Marañón limita su aportación al estudio de la emoción postadrenalínica (1921, 1924a/1985,1925), comprobando, en su investigación sobre los efectos de la adrenalina, comenzados en 1911, que la inyección de adrenalina, junto a diversos efectos subjetivos, 59

produce en algunos casos una “reacción emotiva”, caracterizada por “un conjunto de modificaciones viscerales que reproducen exactamente las que determina en el organismo una emoción violenta: el pulso (…) se hace rápido, el corazón late violentamente; palidece la piel del rostro; una sensación de opresión torácica más o menos intensa obliga al sujeto inyectado a suspirar profundamente; la boca se seca; las manos y a veces todo el cuerpo son presa de un temblor ya fino, ya violento; y, por último (…) se determina una erección, bien notoria, de los bulbos pilares, esto es, el fenómeno de la ‘carne de gallina’ (1921, p. 39). La reacción emotiva tiene tres grados. El primero es el que experimentan aquellos sujetos que perciben las modificaciones descritas “de una manera rudimentaria” (Marañón, 1925, p. 105). En el segundo grado, el más frecuente, el sujeto “realiza una clara distinción entre la percepción de los fenómenos periféricos de la emoción vegetativa y la emoción psíquica propiamente dicha que no existe y que permite que se dé cuenta del síndrome vegetativo con calma, sin verdadera emoción” (1924a/1985, p. 78). El sujeto expresa su situación psíquica de la siguiente forma: “Siento como si tuviera miedo”, “como si esperase una gran alegría”, “como si fuera a llorar, sin saber por qué”, “como si tuviera un gran susto, sin embargo, estoy tranquilo”. En el tercer grado de la reacción, el sujeto inyectado percibe no sólo las modificaciones somáticas vegetativas de la emoción, sino que de forma gradual o bien bruscamente la emoción psíquica se superpone a la emoción vegetativa y la transforma en un estado afectivo completo. Este tercer grado es menos frecuente que el segundo, y en ocasiones aparece espontáneamente. En otros casos, para que se produzca, hay que sugerir un “recuerdo de gran energía psíquica”, una idea cargada de poder emotivo (por ejemplo, recuerdo de hijo ausente o muerto). Marañón afirma que el segundo grado de la reacción emotiva constituye un fuerte argumento en contra de los puntos de vista de James y de Lange y a favor de Cannon (el sujeto percibe los síntomas periféricos, los cambios orgánicos, y, sin embargo, no experimenta la emoción). El tercer grado de la reacción (menos frecuente), daría la razón a James y a Lange (la emoción psíquica sigue a la emoción vegetativa). Marañón realiza una importante contribución a la investigación experimental de la emoción en sus trabajos sobre la “acción emotiva de la adrenalina” (1924a/1985), comprobando que es posible separar la emoción orgánica de la emoción psíquica, que se puede reproducir voluntariamente la conmoción orgánica emotiva, con independencia de lo que pasa en el cerebro. Para que una idea se transforme en emoción, al proceso intelectivo puro se ha de añadir la conmoción visceral, lo que a su vez depende de la conjunción de dos factores: “La carga emotiva” de la sensación o de la idea, y la “predisposición emocional” o “umbral emotivo” del sujeto, que está ligado al tono funcional del sistema nervioso vegetativo y a las secreciones suprarrenal y tiroidea. Para Marañón, el proceso fisiológico de la emoción se ajustaría al siguiente esquema: a) Elemento psíquico inicial (sensación, idea, recuerdo). b) Producción de la emoción periférica o vegetativa. 60

c) Conciencia de esa emoción periférica por el cerebro. d) Emoción auténtica, cuando esta conciencia de la emoción vegetativa se sobrepone al elemento psíquico primitivo. Aunque brevemente, se ha de terminar el apartado dedicado a presentar la contribución de Marañón al estudio de la emoción exponiendo las otras dos formas de producción de la emoción, la emoción desencadenada por el gesto y la producida tras un aprendizaje por observación. Marañón (1937) entiende por gesto “la traducción material de un estado de ánimo, por los medios habituales de la expresión emotiva y no sólo por los de la cara” (p. 202). El gesto es “el vehículo de emociones” colectivas y es “la circunstancia que con mayor frecuencia condiciona la emoción”. Pero el gesto puede producir la emoción, en condiciones favorables del ambiente. Si ejecutamos los gestos de una determinada emoción, podemos experimentar la conmoción visceral correspondiente y el elemento psíquico y, en consecuencia, nos emocionamos. Asimismo, destaca Marañón (1937) que la emoción puede producirse también “por la simple contemplación, en otro individuo, de los fenómenos expresivos (…) de la emoción” (p. 217).

2.6.3. Influencias y proyección futura La aportación de Marañón ha contribuido de forma notable a la diferenciación entre los tres componentes (momentos en su terminología) que integran el acto emocional: el elemento psíquico (experiencia o sentimiento), el elemento vegetativo (cambios orgánicos) y el elemento expresivo (expresión emocional). Asimismo, ha contribuido de forma decisiva al establecimiento de la disociación entre “emoción orgánica” y “emoción psíquica” (1924b) y a su independencia, defendiendo que puede haber cambios fisiológicos sin determinar un estado de emoción. Cannon adujo las investigaciones de Marañón (1924a) sobre la acción emotiva de la adrenalina (como se ha presentado al analizar el rechazo del tercer supuesto de la teoría de James: la aparición de la emoción tras la activación de los cambios viscerales específicos), con el argumento de que “la inducción artificial de cambios viscerales típicos de las emociones fuertes no las producen”: De la evidencia aportada por Marañón podemos concluir que la adrenalina induce en los seres humanos cambios corporales típicos que son reportados como sensaciones, que en algunos casos estas sensaciones son reminiscencias de experiencias emocionales previas pero no reanuda o revive a aquellas experiencias (…) En condiciones normales los cambios corporales, aunque bien marcados, no provocan emoción (Cannon, 1927b, p. 114).

Las investigaciones sobre la acción emotiva de la adrenalina realizadas por Marañón (1924a/1985,1925) (que fueron continuadas por las investigaciones experimentales de 61

Cannon) han influido en el desarrollo por Schachter (Schachter y Singer, 1962) de una teoría interactiva de la emoción, que afirma que para que se produzca una emoción son necesarios factores fisiológicos y factores cognitivos (relacionados con factores sociales – situación inmediata–). Esta teoría integra las dos tradiciones que han existido en el estudio de la emoción, la orgánica y la mental. Schachter y Singer (1962) califican el trabajo de Marañón de “fascinante estudio” (p. 380). Comentando que los pacientes de Marañón debían de conocer que estaban recibiendo una inyección de adrenalina y que debían de tener cierta familiaridad con sus efectos, inciden en que “aunque experimentaron el patrón de descarga común a los estados emocionales fuertes, al mismo tiempo tenían una cognición completamente apropiada o una explicación de por qué sienten de esta forma” (p. 381) y concluyen que “nuestra afirmación básica es que los estados emocionales son función de la interacción de tales factores cognitivos con un estado de activación fisiológica” (p. 381). Otro aspecto en el que se ha proyectado la aportación de Marañón es la relación de la emoción con la personalidad, sosteniendo Marañón (1951a, p. 721) que “la capacidad emotiva constituye uno de los rasgos esenciales de la personalidad”. Marañón (1921,1924b) analizó la relación de las emociones con la edad, desde una perspectiva diferente a la adoptada por Bridges, quien, en 1932, desde una perspectiva genética y centrándose en el componente expresivo de la emoción, realizó una detenida observación de la aparición de las respuestas emocionales, en niños desde cuatro meses hasta dos años de edad. Para Marañón (1924b), la emotividad en las diferentes edades depende fundamentalmente de la situación funcional del sistema endocrinovegetativo: Las oscilaciones de la vida afectiva, desde la niñez hasta la ancianidad, son en cierto modo fijas y corresponden con exactitud a las oscilaciones funcionales del sistema neuroendocrino, órgano de la emoción. Cada edad se diferencia de las otras por una “fisonomía afectiva” peculiar, más todavía que por caracteres anatómicos o por motivos intelectuales (p. 55).

La aportación de Marañón al estudio de la emoción ha supuesto un importante avance respecto a la situación anterior, avance que se ha proyectado a diferentes ámbitos. Marañón ha dado un gran impulso al estudio de la emoción, tanto en el nivel de la investigación básica como en el de la investigación aplicada. En investigación básica se ha destacar el estudio pionero de la acción emotiva de la adrenalina, que le posibilitó establecer la independencia entre los componentes de la emoción, aspecto que la investigación actual ha confirmado plenamente. En investigación aplicada, se ha de destacar la extensión de los resultados de la investigación básica a la patología y a la clínica (Marañón, 1921,1924b, 1925,1951b), incidiendo en los siguientes aspectos: a) La predisposición emotiva o umbral emotivo. La predisposición emotiva está ligada, en gran parte, al tono funcional del sistema nervioso vegetativo y de las secreciones suprarrenal y tiroidea. Marañón relaciona la emoción con el estrés, sosteniendo que el índice emotivo de cada sujeto está en relación directa con el 62

índice funcional de su sistema endocrinovegetativo y de su función tiroidea y afirmando que “Es la emoción y no el esfuerzo mental lo que perturba el sistema nervioso y el organismo entero (…) he aquí por qué el médico actual debe intervenir en la contienda de los filósofos, de los artistas y los fisiólogos para definir el valor de la emoción como elemento etiológico” (1925, p. 103). Y en otro lugar: “el estudio de las emociones, que pasó de manos de los filósofos a los laboratorios de fisiología, constituye en la actualidad una preocupación casi exclusiva de los médicos” (1925, p. 101). b) El sentido defensivo de la enfermedad. Ya a mediados del siglo xx, Marañón (1951a, 1951b) incidió en la utilidad de la enfermedad y en la función que la emoción tiene en la defensa del organismo, sosteniendo que éste cuenta con mecanismos de defensa general, estados de defensa genérica que el organismo establece para hacer frente a todas y cada una de las agresiones que éste puede sufrir. Resalta Marañón (1951a) el “sentido útil” de muchas situaciones anormales endocrinas y de muchas otras enfermedades, “concepto ya defendido por mí desde hace largo tiempo y que hoy encuentra una atmósfera apropiada en la concepción de los síndromes y enfermedades de adaptación que Selye ha expuesto, con evidente perspectiva biológica, aun cuando con también evidente hipertrofia de sus interpretaciones” (p. 730). Después de reconocer la importancia del concepto de enfermedades de adaptación propuesto por Selye, Marañón, que considera a Cannon (que fue maestro de Selye) como “inolvidable maestro y amigo mío” (Marañón, 1951b, p. 736), critica el que Selye haya limitado las defensas del organismo a la acción del lóbulo anterior de la hipófisis y de la corteza suprarrenal. Marañón relaciona estas defensas además con la inhibición de hormonas gonadotropas y la secreción de la hormona tirotropa.

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3 EMOCIÓN: FUNCIONALIDAD Y MECANISMOS DE REGULACIÓN DE LA ACCIÓN

3.1. Emoción: variable hipotética. Funcionalidad y conceptualización La psicología, al abordar su objeto de estudio (la actividad, tanto física como mental) recurre a variables empíricas y a variables hipotéticas. Las variables empíricas se caracterizan por ser directamente observables y manipulables. Estas características definen el estímulo y la respuesta. Por el contrario, las variables hipotéticas no son directamente observables, ni manipulables. Su existencia se ha de inferir sobre la base de las acciones que el organismo manifiesta o de eventos que observamos tienen lugar. La emoción es una de las variables hipotéticas que se utilizan en psicología para explicar la conducta. Tolman (1932) introdujo este tipo de variables en psicología con el término de “intervinientes”, describiéndolas como cualquier tipo de proceso psicológico inaccesible a la observación directa que se intercalaría entre la variable empírica situacional estímulo (E) y la variable empírica respuesta (R). Tras diversas discusiones y aportaciones de varios autores, recogidas en Garrido (1996), parece más adecuada la denominación de variables hipotéticas. Del contenido de los dos primeros capítulos se deduce que la emoción integra tres tipos de procesos que se producen a tres niveles, como se presentará más detenidamente en el apartado siguiente, dedicado a analizar la relación entre emoción y niveles de actividad. A nivel cognitivo tiene lugar una experiencia emocional, un sentimiento. A nivel biológico, se producen cambios neurofisiológicos y bioquímicos. A nivel social, la emoción desempeña relevantes funciones a través de cambios neuromuscularesexpresivos que subyacen a un comportamiento específico. La situación estimular es etiquetada de “emocional” si genera reacciones subjetivas, fisiológicas y neuromusculares-expresivas con cierta probabilidad, con cierta regularidad. La situación estimular contribuye a incrementar la exactitud del juicio sobre el comportamiento observado (sea éste emocional o no), pero no permite afirmar qué emoción experimentará el sujeto. Puesto que tanto en los estados emocionales, como en los no emocionales (estados que requieren esfuerzos corporales diversos) se producen cambios fisiológicos, la reacción fisiológica es considerada como “emocional” si simultáneamente a ella se produce una experiencia emocional y/o un comportamiento 64

emocional. Aunque las relaciones entre los tres componentes de la emoción no son completamente asistemáticas, se encuentran bajas correlaciones entre ellos. Esto puede venir explicado, entre otros aspectos, por el hecho de que cada uno de los componentes corresponde a un sistema de respuesta diferente (cognitivo, fisiológico y motriz) y por la existencia de diversos procesos, entre los que se encuentran “fraccionamiento” o “discordancia” entre los sistemas de respuesta, “desincronía “ o “disociación” de esos sistemas, “estereotipia situacional”, “especificidad situacional” y “especificidad individual”. En relación con los componentes de la emoción, un aspecto interesante es la disociación existente entre la experiencia y la expresión emocional. Existe evidencia clínica respecto al hecho de que las expresiones vocales, así como las faciales de la emoción, pueden ser separadas de la experiencia emocional. a) Los pacientes con enfermedad de Parkinson (alteración neurológica progresiva que afecta al sistema neurotransmisor de los ganglios básales, sobre todo a la sustancia negra) normalmente manifiestan una paresia mimética facial, una condición en la que los sujetos mantienen la habilidad de mover los músculos faciales ante órdenes verbales (control voluntario), pero pierden todas las expresiones faciales emocionales espontáneas. Asimismo, pueden utilizar su voz a voluntad, pero su lenguaje ha perdido los aspectos prosódicos y no tiene componentes afectivos. En contraste con esta deficiencia motora expresiva, los sentimientos subjetivos no están limitados, como se pone de manifiesto al escuchar la fina descripción que hacen de sus emociones. b) Los pacientes que sufren de risa y llanto patológicos manifiestan involuntariamente formas extremadamente pronunciadas de expresiones emocionales, pero no reportan la experiencia emocional correspondiente durante esos ataques (accesos). Las expresiones emocionales se producen contra su voluntad y no pueden ser inhibidas voluntariamente. c) Los pacientes con apraxia facial son incapaces de ejecutar movimientos faciales, incluyendo las expresiones faciales de las emociones, a partir de órdenes, pero lo pueden hacer espontáneamente. d) En el mutismo akinético, los pacientes son incapaces de utilizar su voz a partir de una orden, pero pueden producir expresiones emocionales, por ejemplo, gemidos de dolor. Por otra parte, Ekman y Friesen (1975) ponen de manifiesto que los seres humanos somos capaces de producir una falsificación de la emoción, que puede adoptar tres formas: simulación, neutralización y enmascaramiento. La simulación consiste en la expresión de una emoción no sentida, mientras que la neutralización es no expresar emoción cuando el sujeto la está experimentando. El enmascaramiento es la manifestación de una emoción que no se siente para encubrir otra emoción que se está 65

experimentando. ¿Cuál es la relación que existe entre los tres componentes de la emoción?, ¿cuál se produce antes y cuál tiene lugar después?, ¿cuál parece ser la secuencia temporal más adecuada? No es éste un problema de fácil solución. Cada uno de los estudiosos de la emoción ha tratado de resolverlo en estrecha vinculación con la aproximación adoptada y con la aportación realizada por él al ámbito de la emoción. Desde la aproximación evolucionista, Darwin (1872/1967), influido por la creencia mantenida durante el siglo xix, que defendía que las emociones procedían de sentimientos emocionales previos no analizables, pensó que las emociones fundamentales ocurrían primero, comunicando las expresiones faciales esos sentimientos previos (estados de espíritu). La expresión emocional, a su vez, actuaría retroactivamente sobre los sentimientos, modificando su intensidad. La represión voluntaria de la expresión, los debilitaría, mientras que la no interferencia los incrementaría. Desde la aproximación psicofisiológica, James (1884/1985) y Lange (1885) defendieron que la percepción de modificaciones corporales (reacciones fisiológicas y comportamientos expresivos, entre otras) determinaba la experiencia emocional, derivando ésta de la respuesta del sistema nervioso periférico y siendo considerada, en consecuencia, como un epifenómeno, puesto que la respuesta sigue a la “percepción del evento excitante”. Desde la aproximación neurológica, Cannon (1927) sostuvo que el sentimiento emocional se añadía a la mera percepción de la actividad del cerebro. Desde la aproximación conductista, Watson (1919) atacó al mentalismo de James y estudió el comportamiento emocional, no considerando la experiencia emocional. Desde la teoría del feedback visceral, Schachter (1964) defiende que la reacción fisiológica determina la intensidad de la vivencia emocional y que la evaluación cognitiva de la situación atribuye la cualidad a la emoción. Los que proponen teorías del feedback somático (facial), entre los que se encuentran Tomkins, Izard, Plutchik y Ekman, defienden que el comportamiento emocional (expresivo-facial) causa la vivencia emocional. Otro aspecto importante es el relacionado con la duración de la emoción (Robinson y Pennebaker, 1991). Cuando nos preguntamos cuál es el enlace entre hechos, emociones y actividad fisiológica, la contestación será diferente si la da el neurocientífico, el psicofisiólogo, el endocrinólogo o el teórico de la personalidad (figura 3.1). a) La emoción, desde el punto de vista del neurocientífico, dura milisegundos. Los estudios sobre potenciales evocados (ERP) ponen de manifiesto que las reacciones biológicas correspondientes a la percepción de estímulos novedosos o provocadores de la emoción son detectadas en un período de 300 ms después de la presentación de los estímulos (Coles, 1989). Presumiblemente esta actividad neural del sistema nervioso central (SNC) indica el comienzo de posteriores (y más lentos) cambios biológicos que son eventualmente detectados en la actividad del sistema nervioso autónomo (SNA). En consecuencia, el neurocientífico definirá a la emoción como producida en estrecha vinculación con el estímulo elicitador. 66

b) La emoción desde el punto de vista del psicofisiólogo: la regla de los 4 segundos. Levenson (1988) sostiene que la emoción dura de medio segundo a 4 segundos. La actividad del SNA y del sistema nervioso somático, producida ante un estímulo emocional, alcanza su nivel máximo durante este breve período de tiempo. Cuando se oye un sonido intenso e inesperado se producirá un cambio en la expresión facial dentro del período de 500 ms. De 1 a 2 segundos después de producirse el sonido tienen lugar cambios mensurables en la actividad cardiovascular. Otros cambios del sistema nervioso simpático, como la actividad electrodérmica, alcanzan su nivel máximo dentro del período de 2-4 segundos después del sonido. Los procesos fisiológicos del sistema nervioso periférico sufren una demora en relación a la actividad del SNC.

Figura 3.1. Duración de los estados emocionales según la dinámica temporal del tipo de evento estudiado (a partir de Strongman, 1991).

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c) La emoción, desde el punto de vista del endocrinólogo, dura minutos, horas, quizá días. En el ámbito de la medicina psicosomática los investigadores han estado interesados por la relación existente entre eventos psicológicos y cambios hormonales. En 1953, Selye (1976) fue uno de los primeros en descubrir que cuando los sujetos son confrontados con estresores se produce un número significativo de cambios fisiológicos, que son lentos. Aunque estos cambios pueden iniciarse varios segundos después del evento desencadenante de la emoción, pueden ser necesarias horas o días para volver a la situación normal. Los cambios biológicos inducidos por la emoción pueden tener efectos directos e indirectos sobre los principales sistemas biológicos del cuerpo (sistema cardiovascular, sistema gastrointestinal, sistema adrenal y sistema inmune), como se pone de manifiesto en la segunda parte de este libro, dedicada a analizar la vinculación de la emoción con los sistemas neurofisiológico, endocrino e inmune. d) La emoción, desde el punto de vista del teórico de la personalidad, puede durar años, quizá décadas. Las investigaciones en este ámbito vinculan la emoción con la salud desde una amplia perspectiva. Entre los tópicos a los que se ha dedicado investigación se encuentran la vinculación entre personalidad y enfermedad, asociada con la ira; las diferencias individuales en la inhibición y expresión de la emoción (sujetos con patrón de conducta tipo A y sujetos con patrón de conducta tipo C) y la personalidad propensa a la enfermedad. En el capítulo 6 se pone de manifiesto cómo existe la creencia común de que las características de la personalidad y las emociones influyen en la salud y en la enfermedad y se presenta evidencia experimental y clínica en relación con las vías a través de las que los estados psicológicos pueden alterar la inmunidad y la susceptibilidad a la enfermedad. Por otra parte, Garrido y Pérez-Solís (en prensa) presentan un análisis actual y detenido de las relaciones entre personalidad y emoción, incidiendo en la influencia de la personalidad y de la emoción, tanto en el mantenimiento de la salud como en el proceso de enfermar. 3.2. Emoción, niveles de actividad y mecanismos de regulación de la acción Como se ha puesto de manifiesto en otro lugar (Garrido, 1996), en el sujeto individualmente considerado, la acción orientada a la meta integra dos tipos de actividad: La actividad física (que se puede producir a nivel bioquímico, a nivel fisiológico y a nivel motor o comportamental) y la actividad cognitiva o mental (figura 3.2). Por otra parte, un sujeto se relaciona y se pone en contacto con otros a través de diversas formas de actividad social. En consecuencia, el sujeto es capaz de manifestar tres tipos de actividad: física, cognitiva y social. Desde el modelo de acción humana se puede afirmar que los diferentes niveles de emoción están estrechamente vinculados con los niveles de actividad, siendo la emoción 68

una forma de acción que integra tres niveles de actividad que se concretan en tres componentes: experiencia, cambios neurofisiológicos y endocrinos y expresión emocional (cuadro 3.1).

Figura 3.2. Niveles y tipos de actividad que constituyen la acción.

La emoción influye en la acción a través de una serie de mecanismos que están estrechamente vinculados con la funcionalidad de las emociones, con las posibles respuestas a la pregunta ¿para qué sirven las emociones? La funcionalidad de las emociones se pone de manifiesto en un análisis de la incidencia que cada uno de los componentes o niveles de la emoción tiene en el estado del sujeto. A nivel cognitivo, la experiencia emocional indica al sujeto que la situación estimular tiene un significado y le permite conocerse a sí mismo y el ámbito en el que se encuentra, pudiendo sentirse culpable de su propia ira, aunque no la haya expresado, o libre de responsabilidad respecto a los actos realizados impulsivamente, bajo la fuerza de una emoción, o temer la aparición de emociones debido a la amenaza que suponen para el control de la situación. La experiencia emocional posibilita al sujeto saber en qué estado emocional se encuentra y contribuye a la cualidad de la emoción, permitiendo la diferenciación emocional (tengo miedo, o ira, o estoy alegre, o triste…). Asimismo, posibilita la adaptación del sujeto a nivel cognitivo. La función de las emociones a nivel fisiológico ha sido puesta de manifiesto fundamentalmente por Cannon (1929) y por Selye (1956,1973). Cannon (1929) se preguntó cuál era la función de los grandes cambios internos producidos durante la excitación emocional, afirmando que la función de las emociones era resolver 69

adecuadamente las urgencias relacionadas con problemas de supervivencia. Los cambios viscerales son considerados como ajustes homeostáticos que ayudan a preparar al cuerpo para la acción. Cannon (1929) propuso el modelo de “reacción de emergencia” (que se presenta en el capítulo 4) para explicar adecuadamente las respuestas inmediatas al estrés, comprobando que el sistema nervioso simpático prepara al organismo para el ataque o la huida. Selye (1956,1973) ha extendido el mode lo de la reacción de emergencia de Cannon al sistema endocrino, explicando el comportamiento del sujeto en situaciones de estrés prolongado en su modelo de “síndrome general de adaptación” (SGA), que se presenta en el capítulo 6, dedicado al sistema inmune. CUADRO 3.1. Niveles (componentes) de la emoción, estructuras neuroanatómicas subyacentes y funciones. Integración desde el modelo de acción humana.

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La función de los cambios neurofisiológicos y endocrinos (véanse capítulos 4 y 5) es posibilitar la adaptación a nivel fisiológico y conceder intensidad a la emoción, favoreciendo que el sujeto conozca la cuantía del estado emocional en el que se encuentra (estoy poco alegre o muy alegre; nada encolerizado o excesivamente encolerizado…). A nivel social, la función de la expresión y del comportamiento emocional comenzó a ser destacada en el siglo pasado por Darwin (1872/1967), defendiendo la función de 71

supervivencia de los gestos, posturas y expresiones faciales al funcionar como un medio de transmisión de información de un animal a otro. Más recientemente, las funciones adaptativas de la expresión de las emociones han sido destacadas por los teóricos del feedback somático (facial). Izard (1971) defiende que las emociones constituyen el principal sistema motivacional humano, determinando y organizando la conducta. Plutchik (1984) destaca que las emociones cumplen funciones adaptativas, permitiendo la supervivencia, y presenta una teoría general psicoevolutiva que integra la relación entre emoción, cognición y acción, afirmando que el sujeto evalúa su ambiente (por ejemplo, lo puede evaluar como una amenaza), produciéndose cogniciones que constituyen una interpretación (respecto al peligro, en este caso). La evaluación daría lugar al sentimiento correspondiente (miedo), que generalmente va seguido de un comportamiento adecuado (correr), que si tiene éxito produce un efecto (la protección adecuada). La función de la expresión de las emociones es posibilitar la adaptación a nivel social y la notificación a otros del estado emocional en el que se encuentra el sujeto (véase capítulo 9). La relevancia de la funcionalidad de la expresión y del comportamiento emocional se pone de manifiesto en los estudios sobre el desarrollo evolutivo de las reacciones emocionales. Los recién nacidos no manifiestan emociones (Bridges, 1932), aunque pueden reaccionar de forma diferenciada a diversos estímulos olfativos y gustativos y disponen de un repertorio de reacciones que incluyen la expresión de asco y de sonrisa, movimientos semejantes a los de susto, llanto por el malestar experimentado y expresión de interés. Las reacciones mímicas (expresión facial) de alegría, felicidad, miedo, tristeza, enfado y sorpresa de niños ciegos congénitos son similares a las que se dan en niños videntes, lo que constituye una evidencia a favor de que estas reacciones se hallan genéticamente determinadas. Estrechamente relacionada con la funcionalidad de la emoción se encuentra la antigua discusión acerca de si la emoción debe ser considerada como una alteración del adecuado funcionamiento del organismo o como un mecanismo adaptativo y energizador. Hebb (1949) y Young (1961), entre otros, han considerado la emoción como una disrupción, como una desorganización de la conducta. Leeper (1948) e Izard (1971), entre otros, han rechazado la consideración de la emoción como desorganizadora y destacan el poder motivador de las emociones, así como sus funciones adaptativas. Existe suficiente evidencia experimental sobre el hecho de que tanto las emociones positivas (alegría, aceptación, confianza…), como las negativas (tristeza, miedo, ira…) pueden tener efectos favorables y desfavorables (Frijda, 1986). En consecuencia, las cuestiones fundamentales son ¿cuándo y por qué la emoción organiza o desorganiza la conducta? Dado que la intensidad de la emoción está determinada por el proceso de activación fisiológica, la relación entre emoción y actuación sigue la ley de YerkesDodson (1908), ajustándose a una curva en forma de U invertida: el incremento en la intensidad de la emoción, a partir de un punto cero, va acompañado de un incremento en la calidad de la actuación y en su función adaptativa hasta llegar a un punto óptimo, que generalmente coincide con los niveles moderados. Pasado este punto, el incremento en la 72

intensidad lleva a un deterioro y a la desorganización de la conducta (Broadhurst, 1959). En la medida en que la actuación sea más compleja, se alcanza antes el punto óptimo, pudiendo tener la emoción un efecto negativo a intensidades más bajas. En relación con la actuación y con los procesos intelectivos, el incremento en la intensidad de la emoción parece afectar negativamente a las destrezas y discriminaciones finas, a las tareas de razonamiento complejo y a las destrezas recientemente adquiridas, en mayor medida, que a las actividades rutinarias. En relación con la salud, la excesiva emocionalidad está vinculada con trastornos psicológicos (ansiedad, depresión…), con trastornos fisiológicos y con enfermedades que tienen componentes psicosomáticos (úlceras gastrointestinales, hipertensión esencial, enfermedades coronarias…). La regulación emocional es un proceso adquirido a lo largo del desarrollo evolutivo (Garber y Dodge, 1991). En consecuencia, se pueden producir fallos, denominados disregulaciones. Si estos fracasos en la regulación emocional son transitorios, pueden dar lugar a ansiedad aguda y a excesos comportamentales. Cuando los fracasos son crónicos se producen procesos psicopatológicos. Las psicopatologías más importantes en la niñez (alteraciones de conducta y depresión) pueden considerarse como fracasos en la regulación conductual y/o afectiva de los sistemas de respuesta emocional. Las conductas agresivas son consideradas como una disregulación crónica de la ira y de los deseos impulsivos. Los niños agresivos son incapaces de regular sus respuestas emocionales a estímulos inductores de ira (Dodge y Garber, 1991). En consonancia con lo anteriormente expuesto, la emoción puede ser conceptualizada como un proceso psicológico constituido por cambios que pueden repercutir en el sujeto a nivel cognitivo, a nivel fisiológico y a nivel social, posibilitando acciones organizadas y adaptativas, cuando su intensidad es adecuada, o una desorganización de las acciones, cuando es inadecuada. Un aspecto interesante se relaciona con la existencia de emociones básicas o primarias, que permiten responder rápidamente a estímulos biológicamente relevantes. Aunque la consideración de que existen emociones básicas, sobre las que se construyen las demás emociones y a partir de las cuales pueden ser explicadas éstas, es puesta en cuestión por algunos (Ortony y Turner, 1990; Averill, 1994), se han obtenido muchos datos a favor de su existencia (Ekman, 1973; Izard, 1977; Argyle, 1978; Ekman y Oster, 1982/1972; Lewis, 1993; Denham, 1998), pudiendo concluir que existen seis emociones básicas: alegría, tristeza, ira, miedo, sorpresa y repulsión. En humanos estas emociones básicas están asociadas con expresiones faciales muy específicas que son reconocidas por diferentes culturas. Investigaciones sobre el desarrollo de la experiencia y de la expresión de la emoción aportan datos favorables a la existencia de emociones básicas. El desarrollo de las expresiones emocionales puede ser considerado en términos de la habilidad para producir diversas expresiones y de la habilidad de reconocer o discriminar en otros distintas expresiones. El estudio de la expresión facial indica que para la mayor parte de los sujetos las expresiones faciales de alegría, ira, miedo, tristeza, interés y rechazo están presentes muy pronto, al menos a los seis meses de edad (Lewis, 1993). A los tres años 73

de edad, los niños experimentan y expresan diversas emociones. Su repertorio emocional incluye todas las emociones básicas y se va diferenciando, de forma creciente, el modo en que las emociones se van expresando (Denham, 1998). En el ámbito de la expresión facial de la emoción se han obtenido datos que apoyan la existencia de emociones básicas. Ekman (1973) sostiene que las emociones de alegría, tristeza, ira, miedo, sorpresa y disgusto o repulsión son universales e innatas. Existe evidencia sobre la universalidad de la expresión facial de la emoción solamente para las expresiones de alegría, tristeza, ira, miedo, sorpresa y disgusto o repulsión y para la reacción combinada de miedo y sorpresa (Ekman y Oster, 1982). Izard (1977) y Ekman y Oster (1982) encuentran expresiones faciales distintivas para las emociones de alegría, tristeza, ira, miedo, sorpresa y repugnancia o repulsión. Argyle (1978) encuentra, además de para esas seis emociones, una expresión facial diferente para la emoción de interés. En el capítulo 9, dedicado a las medidas de la expresión emocional, se presenta la expresión facial prototípica de cada una de las seis emociones primarias.

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PARTE II: BASE FÍSICA DE LA EMOCIÓN. SISTEMAS IMPLICADOS

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4 EL SISTEMA NEUROFISIOLÓGICO

4.1. Sistema nervioso central y emoción A través de diversas técnicas de estudio (lesión, estimulación eléctrica o química, registro de células individualmente o en grupo y análisis químico) se ha puesto de manifiesto la función de diversas estructuras del SNC en la emoción (Carlson, 1990/1994; Schwartz, 1978/1983 y Buck 1976). Entre éstas, se encuentran el sistema reticular activador, el hipotálamo y el denominado sistema límbico.

4.1.1. El sistema reticular activador La formación reticular es una colección de núcleos y de tractos de fibras localizados en el tallo cerebral, extendiéndose desde el cordón espinal al hipotálamo y al tálamo, que constituyen el denominado sistema reticular activador (SAR). El SAR es el mecanismo básico de activación en el cerebro que distribuye inputs sensoriales inespecíficos a diversas zonas del cerebro a través del sistema reticular activador ascendente (SARA), alertando y preparando a la corteza cerebral para el procesamiento de los inputs específicos y para atender al ambiente. Al mismo tiempo, del SAR parten impulsos a las neuronas motoras de la médula, a través del sistema reticular activador descendente, que permiten mantener el tono muscular durante largos períodos de tiempo. La formación reticular recibe inputs de la mayor parte de los sistemas sensoriales primarios. Asimismo, envía fibras a la corteza y a las estructuras subcorticales, incluyendo el tálamo y el hipotálamo. Por otra parte, envía fibras descendentes al cordón espinal (figura 4.1).

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Figura 4.1. La formación reticular. Anatomía y localización (a partir de Reeve, 1992/1994).

La formación reticular activa al cerebro en todos los tipos de situaciones emocionales y motivacionales. Es la responsable del “aspecto energizador” de la motivación y la emoción (Lindsley, 1951). Otras partes del cerebro presumiblemente son las responsables del “aspecto direccional”, desencadenando el comportamiento apropiado a un estado o situación emocional o motivacional. Pero se ha comprobado que la activación EEG y la activación comportamental pueden ser disociadas y que diferentes mecanismos cerebrales pueden estar implicados en la activación EEG y en la activación de la conducta (Buck, 1976). La evidencia clínica en humanos pone de manifiesto que la actividad EEG puede ser disociada de la conducta. Aparentemente, la actividad normal EEG se puede producir en pacientes comatosos y el comportamiento normal puede ocurrir con una lenta actividad EEG sincronizada.

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4.1.2. Elhipotálamo El hipotálamo está formado por una colección de núcleos localizados debajo del tálamo. Tradicionalmente se ha dividido en hipotálamo anterior; hipotálamo medio e hipotálamo posterior. En cada una de estas subdivisiones se pueden distinguir estructuras dorsales y estructuras ventrales. En el hipotálamo anterior, en posición dorsal se encuentran los núcleos paraventricular y preóptico y en posición ventral está el área hipotalámica anterior y el núcleo preóptico lateral. En el hipotálamo medio, en posición dorsal está el núcleo hipotalámico lateral, en posición ventral el núcleo hipotalámico tuberal y en posición periventricular los núcleos dorsomedial y ventromedial. En el hipotálamo posterior, en posición dorsal está el área hipotalámica posterior y en posición ventral los núcleos mamilares (figura 4.2).

Figura 4.2. Localización de los núcleos del hipotálamo.

El hipotálamo es la estructura del sistema nervioso central más rica en vasos sanguíneos, siendo fácil para las sustancias químicas que van por la corriente sanguínea cruzar la barrera hemato-encefálica y entrar en el tejido nervioso del hipotálamo, que bordea al tercer ventrículo, cavidad cerebral llena de fluido cerebroespinal. De esta forma, el hipotálamo está bien localizado para recibir información química desde los fluidos corporales. El hipotálamo recibe largos tractos de fibras desde el sistema límbico, a través del 78

fórnix, del haz prosencefálico medio (MFB -medial forebrain bundle-) y desde la estría terminal de la corteza fronto-cerebral, del sistema talámico-difuso, del tallo cerebral y del cordón espinal (este último recibe muchas fibras de los núcleos autonómicos). El hipotálamo envía fibras al tálamo anterior y, desde allí, al giro cingulado del sistema límbico, vía el tracto mamilotalámico. El hipotálamo envía fibras e influencias químicas a la glándula pituitaria. El sistema periventricular surge de los núcleos hipotalámicos y envía fibras al tálamo, al tallo cerebral y al cordón espinal. De acuerdo con Delgado y otros (1998) el hipotálamo representa la vía final común de salida del sistema límbico en relación con la regulación de las glándulas de secreción interna y del sistema nervioso vegetativo, debido fundamentalmente a los siguientes aspectos. Por una parte, el hipotálamo (como se presenta detenidamente en el capítulo 5) está conectado con la hipófisis, ya a través del sistema portahipofisario (adenohipófisis), o ya directamente a través de proyecciones axónicas (neurohipófisis). Por otra parte, diversos núcleos hipotalámicos tienen conexiones con los centros troncoencefálicos encargados de la regulación de funciones vegetativas, como el mantenimiento de la temperatura corporal y de la función cardiovascular y respiratoria. Además, el hipotálamo desempeña una función decisiva en la expresión motora de las emociones. Cuando se produce la estimulación eléctrica de algunos de sus núcleos, tienen lugar comportamientos integrados de tipo emocional, como ataque y huida. El hipotálamo ejerce un control directo sobre el sistema nervioso autónomo y el sistema endocrino. En consecuencia, las lesiones y la estimulación del hipotálamo tienen efectos notables, entre otros aspectos, en el comportamiento sexual y el comportamiento emocional. El hipotálamo tiene una función decisiva en la recolección de información básica sobre el funcionamiento corporal y en la influencia de ese funcionamiento a través de los sistemas autonómico y endocrino. Diferentes áreas del hipotálamo están implicadas en el comportamiento agresivo, incluyendo las regiones posterior, ventromedial, lateral y la región que rodea al fórnix. El efecto más notable de las lesiones hipotalámicas se produce por la ablación del núcleo ventromedial, que produce un ataque explosivo, en respuesta a estímulos que no suponen un peligro. Smith y Devito (1984) definen como “área hipotalámica controladora de las respuestas emocionales” a la región que rodea al fórnix y a la mayor parte de la porción medial del hipotálamo lateral, teniendo conexiones con diversas áreas de la amígdala –los núcleos septales, el área preóptica y la banda diagonal de Broca–, todas las cuales han sido relacionadas con el comportamiento emocional.

4.1.3. El sistema límbico Papez (1937), como se ha puesto de manifiesto en el capítulo 2, sostuvo que las estructuras paleocorticales están conectadas recíprocamente con el hipotálamo. Sugirió que el sistema paleocórtex-hipotálamo representa la base de la emoción. Para Papez la emoción implicaba la experiencia de un estado de sentimiento y la expresión de una 79

acción y sugirió que la expresión emocional estaba mediada por el hipotálamo, mientras que la experiencia emocional era una función de estructuras paleocorticales. El neurólogo norteamericano Paul MacLean introdujo el término sistema límbico en 1952. Para él, las estructuras límbicas forman el cerebro de los paleomamíferos, emocional o límbico, una de las tres divisiones funcionales principales del cerebro, junto con el cerebro reptiliano vegetativo o instintivo y con el cerebro nuevo de los mamíferos. El cerebro reptiliano está formado por grandes porciones de la médula espinal y por parte del tronco del encéfalo y de los ganglios básales. Hizo posible el desarrollo de los comportamientos instintivos, relacionados con el establecimiento de territorios, caza y apareamiento. Todos ellos tienen funciones relacionadas con la supervivencia. El cerebro de los paleomamíferos sería superior jerárquicamente al anterior, por lo que podría suspender o bloquear su activación. La evolución del sistema límbico permitió a los animales experimentar y expresar emociones y liberó a los animales de la conducta estereotipada dictada por estructuras del tronco cerebral. El cerebro de los neomamíferos estaría formado por las estructuras neocorticales y sería el responsable del análisis no emocional y en detalle de las características del medio externo. Aunque la teoría de MacLean (1954,1973,1993), que propone que el cerebro de los mamíferos actuales es la suma de los tres cerebros superpuestos, adquiridos a lo largo de la evolución, no ha sido confirmada experimentalmente, no deja de ser una fuente de sugerencias. La investigación neurofisiológica ha puesto de manifiesto que las estructuras del tallo cerebral más primitivas regulan las actividades autonómicas, endocrinas y motoras, siendo de esta forma fundamentales para las funciones expresivas e instrumentales de la emoción. Con la evolución, se han diferenciado grupos adicionales de circuitos (el sistema límbico) para proporcionar una mayor sensibilidad a las señales emocionales en el ambiente, para emitir respuestas emocionales más sensibles y para una mayor capacidad de aprendizaje. Finalmente, las estructuras corticales comenzaron a diferenciarse, empezando por las regiones paralímbicas más primitivas, que rodean al sistema límbico, y avanzando hacia los campos neocorticales más recientes. Con su intrincada arquitectura y conectividad, el córtex envolvente ha posibilitado representaciones de más elevada resolución de los ambientes interno y externo, respuestas emocionales más finamente entonadas y el incremento de las capacidades cognitivas, relacionadas con la anticipación y la planificación. El sistema límbico, denominado también rinencéfalo, cerebro olfatorio o cerebro visceral, está formado por diversas estructuras interconectadas del diencéfalo y del telencéfalo, incluyendo a la amígdala, la corteza cingulada, el hipocampo, el fórnix, el núcleo de la base de la estría terminal, el septum y el tracto mamilotalámico (figura 4.3). Se suele incorporar al hipotálamo, como vía final común de salida de todo el sistema, y a la corteza orbitofrontal, como la parte de la neocorteza que interviene más directamente en el sistema límbico. Derryberry y Tucker (1992) han realizado un detallado análisis de los mecanismos neurales de la emoción, incidiendo en las funciones emocionales del tallo cerebral, del 80

sistema límbico y de la corteza paralímbica.

Figura 4.3. Principales estructuras del sistema límbico.

Entre las estructuras que forman el sistema límbico, la amígdala es una de las que ha recibido mayor investigación. La amígdala, núcleo amigdalino o complejo amigdaloide, es una porción del sistema límbico que yace en la base del lóbulo temporal. Su nombre procede del término griego amygdále (almendra), que define la forma que tiene esta estructura. La amígdala es un conjunto de núcleos que se dividen en tres grupos, los núcleos 81

basolaterales, los núcleos corticomediales y el núcleo central. Las aferencias hasta la amígdala proceden de diversas fuentes, incluyendo la neocorteza de todos los lóbulos del cerebro, así como las circunvoluciones hipocámpica y cingular. Los núcleos basolaterales reciben aferencias visuales, auditivas, gustativas y táctiles. Los núcleos corticomediales reciben aferencias olfatorias. Cada sistema sensorial tiene un patrón diferente de proyecciones hasta los núcleos de la amígdala, y las interconexiones dentro de la amígdala permiten la integración de la información a partir de sistemas sensoriales diferentes. Los núcleos de la amígdala están muy conectados entre sí y presentan conexiones específicas con otras estructuras límbicas. El núcleo amigdalino central está relacionado anatómica y funcionalmente con los núcleos laterales del hipotálamo y con diversas estructuras del tronco del encéfalo, como el núcleo del tracto solitario y el núcleo parabraquial, implicado, a su vez, en funciones gustativas, cardiorrespiratorias y viscerales. Los núcleos corticomediales reciben aferencias desde el bulbo olfatorio y se proyectan, a su vez, a la corteza olfatoria. Los núcleos basolaterales (más actuales) reciben aferencias de áreas corticales de asociación, sobre todo del giro temporal inferior (visual), del giro temporal superior (acústico) y del lóbulo de la ínsula (somatosensorial). La amígdala, en su conjunto, se proyecta a través de la estría terminal y de la vía amigdalófuga ventral. Las vías eferentes directas más importantes de la amígdala van al área septal, al hipotálamo, al núcleo caudado y a las porciones límbicas de la corteza. Las funciones del sistema límbico y más específicamente de la amígdala se han puesto de manifiesto en diversas investigaciones. En 1937 los neurocientíficos Heinrich Klüver y Paul Buey de la Universidad de Chicago pusieron de manifiesto que la extirpación bilateral de los lóbulos temporales, o lobectomía temporal, en monos rhesus tiene un efecto espectacular sobre las respuestas de los animales a situaciones de miedo. La cirugía produjo numerosas anomalías conductuales que Klüver y Buey clasificaron en cinco categorías. Entre ellas se encontraban los cambios emocionales, que se manifestaban fundamentalmente en una aparente disminución del miedo. Mientras que un mono salvaje normal evita a los seres humanos y a otros animales, los monos con lobectomías temporales bilaterales no sólo se acercan y tocan a los seres humanos, sino que incluso dejan que los golpeen y los cojan. Asimismo, se ha identificado una disminución significativa de las vocalizaciones y de las expresiones faciales que se asocian habitualmente con las emociones. Parecía que tanto la experiencia como la expresión normal de las emociones se encontraban gravemente disminuidas por la lobectomía temporal, produciéndose pérdida del temor y de la agresividad (reacción denominada “síndrome de Klüver-Bucy”). En un experimento realizado por Pribram y sus colaboradores en 1954 (Pribram, 1962), se puso de manifiesto que las lesiones de la amígdala produjeron un efecto importante sobre las interacciones sociales en una colonia de ocho monos rhesus machos. Puesto que llevaban cierto tiempo juntos, estos monos habían establecido una jerarquía social. La primera intervención realizada consistió en provocar lesiones bilaterales de la amígdala en el cerebro del mono más dominante. Cuando este mono se incorporó a la 82

colonia ocupó el puesto inferior de la jerarquía y el mono que antes era el segundo y subordinado al líder pasó a ser el dominante. Después de realizarse una amigdalectomía en el nuevo mono dominante, éste también pasó a ocupar el último puesto de la jerarquía. Estos resultados sugieren que la amígdala puede ser importante para la agresión que normalmente está relacionada con el mantenimiento de una posición en la jerarquía social. En la comprensión de los resultados obtenidos por Klüver y Buey (1937,1939) se ha de tener en cuenta que se extirpó gran cantidad de tejido cerebral. La extirpación de los lóbulos temporales comprende no sólo la corteza temporal, sino también todas las estructuras subcorticales en dicha área, incluyendo la amígdala (amigdalectomía) y el hipocampo. Probablemente las alteraciones emocionales eran consecuencia de la destrucción de la amígdala. Existen suficientes datos respecto al hecho de que la amígdala participa en numerosos aspectos de diversas emociones, no sólo en el miedo. Otros estudios (Schwartz, 1978/1983) encuentran un aumento de la reacción de furia en animales a los que se ha producido amigdalectomía. Esta aparente contradicción en los resultados puede deberse, en gran parte, al diferente papel funcional de la amígdala en las diferentes especies. Pribram (1962) la ha intentado explicar sugiriendo que la amigdalectomía puede interferir en la capacidad normal del animal para distinguir su territorio de otros territorios extraños, lo que origina respuestas sexuales y agresivas anómalas. Aunque existen muy pocos casos de seres humanos con una lesión selectiva de la amígdala, Ralph Adolphs y sus colaboradores de la Universidad de Iowa (citado en Bear y otros, 1998) han estudiado a una mujer de treinta años, conocida como S. M. con una destrucción bilateral de la amígdala que era consecuencia de la enfermedad de UrbachWiethe. S. M. posee una inteligencia normal y es capaz de identificar a las personas a partir de fotografías, sin embargo, tiene dificultades para reconocer determinadas emociones expresadas por las personas en las fotografías. Cuando se le solicitó que clasificara la emoción expresada por la cara de una persona fue capaz de reconocer la felicidad, la tristeza y la repugnancia. Tuvo menos probabilidades de describir una expresión de enojo como cólera y muchas menos de describir una expresión de susto como de miedo. Esto puede estar indicando que una lesión selectiva de la amígdala disminuye la habilidad para reconocer el miedo. Davis (1992) ha comprobado que la estimulación eléctrica de la amígdala puede producir un patrón complejo de cambio conductual y autonómico que se asemeja mucho a un estado de miedo. La estimulación de la amígdala puede alterar el ritmo cardíaco. La amígdala puede ser un lugar crítico de la plasticidad, que media tanto la adquisición como la extinción del miedo condicionado. LeDoux (1996) ha propuesto un circuito neural para el miedo aprendido, en el que desempeña una función decisiva la amígdala. A pesar de que no se considera que la amígdala sea un lugar principal de almacenamiento de la memoria, parece que participa en proporcionar un contenido emocional a los recuerdos. Diversos experimentos sugieren que las neuronas de la amígdala pueden “aprender” a responder a los estímulos asociados 83

con el dolor, evocando estos estímulos una respuesta de miedo después de este aprendizaje (Bear y otros, 1998). LeDoux (1996) ha puesto de manifiesto que las lesiones de la amígdala producidas después del condicionamiento del miedo eliminan las respuestas viscerales aprendidas, como los cambios de la frecuencia cardíaca y la presión arterial. LeDoux (1996) ha propuesto un circuito para explicar el miedo aprendido. Mediante el entrenamiento, se llega a asociar el sonido de un timbre con el dolor. La información auditiva se transmite desde la corteza auditiva a la región basolateral de la amígdala, desde donde las células envían sus axones hasta el núcleo central, siendo transmitida la señal. Desde la amígdala se proyectan fibras eferentes hasta la sustancia gris periacueductal del tronco cerebral (que puede evocar reacciones conductuales al estímulo a través del sistema motor somático) y hasta el hipotálamo (que puede producir una respuesta que modifique la situación del sistema nervioso autónomo). Posiblemente existan proyecciones hasta la corteza cerebral, produciéndose la experiencia emocional. Recientemente LeDoux (1996) ha hecho un descubrimiento relevante respecto a la función de la amígdala en relación con la emoción. Tradicionalmente, con la información disponible, se ha considerado que desde el ojo, el oído y los demás órganos sensoriales se transmite la información al tálamo y desde allí a las regiones del neocórtex, donde se procesan las impresiones sensoriales y se organizan en el proceso perceptivo, produciéndose el reconocimiento de cada objeto y su significado para el sujeto (es bueno o malo, beneficioso o perjudicial). Ésta es una vía larga. LeDoux (1996) ha descubierto que además existe una vía secundaria y más corta (una especie de atajo) que permite que la amígdala reciba algunas señales directamente desde los sentidos y que emita una respuesta antes de que aquéllas sean registradas por el neocórtex. Las señales sensoriales procedentes de los ojos, los oídos y los demás órganos sensoriales llegan al tálamo y de ahí, a través de una única sinapsis, a la amígdala (figura 4.4).

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Figura 4.4. Las dos vías de la información sensorial hacia la amígdala (a partir de LeDoux, 1996, p. 164).

La existencia de esta vía corta posibilita que la amígdala responda antes de que el neocórtex haya valorado la información y buscado su significado para emitir la respuesta apropiada. Ante estímulos potencialmente peligrosos, por la relevancia que puede tener para la supervivencia, la respuesta se produce más rápidamente (aunque de forma más imprecisa, sin un total conocimiento de lo que sea el estímulo). De este modo la amígdala puede desencadenar una respuesta antes de que los centros corticales tengan una información completa de lo que está ocurriendo. Una vez presentadas las estructuras que forman el sistema límbico, así como un detenido análisis de las funciones de la amígdala en la emoción, podemos preguntarnos si el sistema límbico es el responsable de que experimentemos las emociones. Existen dificultades respecto a la existencia de un sistema emocional (Bear y otros, 1998). En la medida en que muchas de las estructuras del sistema límbico están relacionadas con las emociones, podríamos referirnos al sistema límbico como un sistema de emociones. Pero este sistema ¿debería incluir cada estructura que contribuya de alguna manera a la experiencia o a la expresión de cualquier tipo de emoción? No parece lógico incluir cada 85

estructura relacionada en alguna medida con las emociones y denominarla sistema, ya que implicaría que las partes funcionan juntas llevando a cabo una función común. No existe una razón convincente para pensar que sólo está implicado un único sistema, en lugar de varios. Por el contrario, existen suficientes datos que ponen de manifiesto que algunas estructuras que intervienen en las emociones también participan en otras funciones. En esta dirección, LeDoux(1996) hace referencia al caso del paciente H. M. que se presentará en el capítulo 12. Los datos obtenidos con este paciente permiten diferenciar claramente una memoria a corto plazo (MCP) y una memoria a largo plazo (MLP), sugiriendo que la MLP implica, al menos, dos estadios: uno inicial, que requiere del funcionamiento de regiones del lóbulo temporal (que le fueron extirpadas), y un estadio posterior, que implica a otras regiones del cerebro, fundamentalmente áreas del neocórtex. Se requiere el lóbulo temporal para que se establezca la MLP, aunque pasados los años, de una forma gradual, ésta llega a ser independiente de este sistema cerebral. Las áreas del lóbulo temporal que habían sido lesionadas en el paciente H. M. incluían las principales regiones del hipocampo y de la amígdala, identificadas por MacLean como componentes del sistema límbico. Los datos obtenidos en el paciente H. M, que ponen de relieve que algunas regiones del sistema límbico están implicadas tanto en funciones cognitivas (la memoria) como en la emoción, constituyen una de las primeras objeciones sólidas a la consideración del sistema límbico como sistema de la emoción. En consecuencia, aunque todavía se sigue utilizando con mucha frecuencia el término “sistema límbico”, no parece muy adecuado tratar de establecer un sistema de las emociones individual y diferenciado. En el momento presente, lo adecuado no es hablar de un único cerebro emocional, sino de varios sistemas de circuitos, lo que implica que el control de una determinada emoción corresponde a varias regiones cerebrales distantes entre sí, aunque conectadas. 4.2. Sistema nervioso periférico y emoción El sistema nervioso central (formado por el encéfalo y la médula espinal) está conectado con el resto del cuerpo, con los órganos sensoriales, con los músculos y las glándulas, a través del sistema nervioso periférico, formado por los nervios craneales, conectados directamente al encéfalo, y por los nervios espinales o raquídeos, conectados a intervalos regulares con la médula espinal y los glanglios autónomos, que incluyen las dos cadenas de ganglios simpáticos y los ganglios parasimpáticos (Rosenzweig y Leiman, 1989/1995; Carlson, 1990/1994). Los nervios periféricos llevan información del sistema nervioso central a los músculos y a las glándulas (nervios eferentes) y de los receptores sensoriales al sistema nervioso central (nervios aferentes). El sistema nervioso periférico se divide en sistema nervioso sensoriomotor o somático y sistema nervioso autónomo o vegetativo.

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4.2.1. Sistema nervioso sensoriomotor o somático Es la rama del sistema nervioso periférico que está formada por los nervios que envían la información sensorial desde los receptores al sistema nervioso central y por los nervios que envían las órdenes desde el sistema nervioso central a los músculos esqueléticos (estriados), controlando los movimientos posibilitados por éstos. Los nervios del sistema sensoriomotor pueden dividirse en nervios craneales y nervios espinales.

A) Los nervios craneales De la zona ventral del encéfalo surgen doce pares de nervios craneales, que entran o salen del encéfalo a través de pequeños agujeros en el cráneo y que ejercen fundamentalmente funciones sensoriales y motoras en la zona de la cabeza y el cuello. Transmiten las señales sensoriales desde receptores de la cabeza y del cuello, así como la información que posibilita el movimiento a los músculos de estas zonas. El único nervio craneal que se ocupa de zonas no pertenecientes a la cabeza o al cuello es el nervio vago (par X), que no forma parte del sistema nervioso sensoriomotor, sino del sistema nervioso autónomo. Algunos de los nervios craneales son únicamente vías sensoriales del encéfalo, por ejemplo, los nervios olfatorio, óptico y auditivo. Otros nervios craneales son exclusivamente vías motoras del encéfalo, por ejemplo, los nervios oculomotores y los hipoglosos. Otros tienen funciones mixtas, sensoriales y motoras, como el trigémino (cuadro 4.1). CUADRO 4.1. Los nervios craneales: funciones y zonas inervadas.

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S = Sensorial; M = Motor (a partir de Carlson, 1990/1994 y de Rosenzweig y Leiman, 1989/1995).

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B) Los nervios espinales o raquídeos A lo largo de la médula espinal hay treinta y un pares de nervios, un miembro de cada pareja para cada lado del cuerpo, que se unen a la médula espinal en intervalos diferentes. Los nervios espinales eferentes inervan la musculatura que se encuentra por debajo del cuello, mientras que los aferentes reciben información somatosensorial (tacto, dolor, temperatura y percepción muscular o propiocepción) desde zonas que se encuentran por debajo del cuello. La columna vertebral está formada por las vértebras óseas. Cada vértebra tiene una abertura a cada lado, a través de la que pasan los nervios raquídeos. En los ganglios de la raíz dorsal, que son englosamientos redondeados, se hallan los cuerpos celulares desde donde surgen los axones que envían información somatosensorial hacia la médula espinal (axones aferentes). Son neuronas unipolares, cuyo tallo axónico se divide cerca del cuerpo neuronal, proyectando uno de los extremos hacia la médula espinal y el otro hacia el órgano sensorial. Los cuerpos neuronales que originan la raíz ventral se localizan en la sustancia gris de la médula espinal. Los axones de estas neuronas multipolares abandonan la médula a través de una raíz ventral, que se une a una raíz dorsal, formándose un nervio espinal. Estos axones eferentes controlan los músculos y las glándulas. El segmento de la médula espinal al que está conectado el nervio espinal da el nombre a éste, siendo denominado como nervio cervical, torácico, lumbar o sacro.

4.2.2. Sistema nervioso autónomo o vegetativo Es la rama del sistema nervioso periférico formado por ganglios y fibras que regulan el funcionamiento de la musculatura lisa (que se encuentra, entre otros, en el sistema vascular, en el digestivo, en el respiratorio, en el urinario, en el reproductivo y en el termorregulatorio), del músculo cardíaco (miocardio) y de las glándulas. Comprende dos sistemas anatómicamente separados, el simpático y el parasimpático (figura 4.5).

A) La división simpática Los cuerpos celulares de las motoneuronas simpáticas se localizan en la sustancia gris de las regiones torácica y lumbar de la médula (se le denomina también sistema torácico-lumbar). Las fibras de estas neuronas abandonan la médula por las raíces ventrales. Después de unirse a los nervios espinales, sus fibras se ramifican y se dirigen hacia los ganglios simpáticos espinales. Las fibras axónicas van a todas las partes del cuerpo: a las glándulas salivales de la boca, al iris de los ojos, al corazón, al pulmón, al hígado, al estómago, a los intestinos, a los genitales, a las glándulas sudoríparas, a las células pilosas y a los vasos sanguíneos, próximos a la superficie de la piel. 89

Figura 4.5. Sistema nervioso vegetativo: divisiones simpática y parasimpática (a partir de Delgado, Ferrus, Mora y Rubiá, 1998). Las fibras preganglionares están trazadas en línea continua y las postganglionares en línea punteada.

El sistema nervioso simpático controla el funcionamiento de la médula suprarrenal, cuyas células secretoras segregan adrenalina y noradrenalina, hormonas que potencian los 90

efectos neurales de la actividad simpática. Entre estos efectos, se encuentran: a)

b) c) d) e)

Aumentan el flujo sanguíneo de los músculos y hacen que los nutrientes almacenados se descompongan en glucosa en las células musculares esqueléticas, produciéndose un aumento de la energía disponible en ellas. Elevan la velocidad de contracción del corazón, provocando taquicardia. Se aumenta la sudoración. Se produce la dilatación de las pupilas. Se relaja la fibra muscular de las paredes del tubo digestivo, disminuyendo la actividad digestiva.

Las descargas de adrenalina, así como las de corticoides y de noradrenalina, se producen en situaciones en que el sujeto se siente amenazado, tanto de una forma real como imaginaria, en situaciones de tensión y miedo. La liberación excesiva de adrenalina que se produce ante la excitación del sistema simpático pone al organismo en una situación de emergencia, denominada por Cannon (1929) de “lucha” o de “huida”, en la que se pone en marcha el sistema defensivo y de reserva del organismo para estar preparado ante cualquier eventualidad.

B) La división parasimpática Está conectada con la mayoría de las partes del cuerpo con las que lo está la división simpática. Los cuerpos celulares que originan los axones preganglionares del sistema nervioso parasimpático se localizan en dos regiones, los núcleos de algunos de los nervios craneales (especialmente el nervio vago) y el asta intermedia de la sustancia gris de la región sacra medular. Por ello, la división parasimpática del sistema nervioso autónomo recibe la denominación de sistema cráneo-sacral. Se puede afirmar, de una forma general, que la actividad del sistema nervioso parasimpático conserva o forma los recursos corporales. La estimulación parasimpática produce efectos físicos que son opuestos a los inducidos por la estimulación simpática, entre los que se encuentran: a) b) c) d) e)

Se produce contracción de las pupilas. Disminuye el ritmo cardíaco. Enlentece la respiración. Disminuye el nivel de azúcar en sangre. Retarda la sudoración. CUADRO 4.2. Antagonismo simpático-parasimpático. 91

Las divisiones simpática y parasimpática actúan en sentido opuesto en muchos procesos fisiológicos, posibilitando un control muy adecuado, una correcta regulación homeostática. Se puede concluir afirmando que la división simpática predomina durante la actividad muscular, lo que contribuye al consumo de energía, mientras que la división 92

parasimpática predomina durante el restablecimiento de los recursos corporales, lo que favorece que el organismo conserve energía (cuadro 4.2). 4.3. Los músculos Dada la relevancia de la vinculación del sistema nervioso periférico con los músculos, es conveniente hacer un análisis, aunque necesariamente breve, de los diferentes tipos de músculos, de su localización y principales características. a) Músculo estriado (esquelético). Los músculos estriados están unidos a los huesos en ambos extremos, a excepción de los músculos abdominales, que lo están únicamente en uno de sus extremos, y de los músculos de los ojos, que no lo están en ninguno de ellos. La mayor parte de los músculos estriados están dispuestos en pares antagonistas. Los músculos estriados no se contraen espontáneamente, su funcionamiento es voluntario, requiriendo una estimulación neural para contraerse. Existen cuatro sistemas que proporcionan la información sensorial necesaria para iniciar y para completar exitosamente los movimientos: el sistema visual, el vestibular, el háptico y el kinestésico. Una información detenida sobre el control del movimiento puede encontrarse en Carlson (1990/1994) y en Carretié e Iglesias (1995). b) Músculo liso. Los músculos lisos están controlados por el sistema nervioso autónomo, pudiendo ser de una sola unidad o de múltiples unidades. Los de una sola unidad se localizan principalmente en el sistema gastrointestinal, en el útero y en los pequeños vasos sanguíneos. Los músculos lisos multiunidades se localizan en las grandes arterias, alrededor de los folículos pilosos (donde se produce la piloerección) y en el ojo (donde controlan la acomodación del cristalino y la dilatación de la pupila). Los músculos lisos se contraen espontáneamente, su funcionamiento es involuntario, no requiriendo una estimulación neural para contraerse. c) Músculo cardíaco (miocardio). El miocardio tiene el aspecto de un músculo estriado, pero funciona como un músculo liso de una sola unidad. Se contrae espontáneamente, teniendo un funcionamiento involuntario.

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5 EL SISTEMA ENDOCRINO

5.1. Glándulas endocrinas: localización y funciones La endocrinología (endon –dentro– y krinein –liberar–) es el estudio científico de las glándulas endocrinas y de sus hormonas asociadas (hormon –estimular, poner en movimiento–). Se puede afirmar que la endocrinología nació como ciencia en el año 1855, cuando se publicaron los trabajos de Claude Bemard, Thomas Addison y Charles Edward Brown-Sequard (Greene, 1970). Bernard aportó la idea de que las glándulas de secreción interna eran el principal sistema integrativo del cuerpo, contribuyendo a la estabilidad del medio interior, permitiendo mantener casi constantes las condiciones internas ante las situaciones cambiantes del medio externo. Estos ajustes vienen posibilitados por el desarrollo del sistema endocrino. Bernard contribuyó de una forma importante a sentar las bases del nacimiento de la endocrinología al destacar la importancia del medio interno en el que se hallan las células y el hecho de que éste debe ser regulado. Entre sus aportaciones se encuentra el señalar que un medio corporal constante es un requisito previo para que el organismo pueda desarrollar actividades con independencia del medio externo (la constancia en el medio interno es condición de vida libre). A partir de estas investigaciones de Bernard, Walter B. Cannon (1915/1929,1929) aportó el concepto de homeostasis (horneos –lo mismo–, estasis –mantenerse–), para hacer referencia al mantenimiento de estados estables, posibilitado por el funcionamiento conjunto del sistema nervioso, el sistema endocrino y órganos vitales (corazón, pulmón, hígado, riñón, bazo, entre otros). En 1855 Addison describió los síntomas de la insuficiencia suprarrenal. BrownSequard, que sucedió a Bemard como profesor de medicina experimental en el Colegio de Francia, inspirándose en el trabajo de Addison, extirpó las suprarrenales a varias clases de animales, y demostró que eran estructuras esenciales para la vida. Bajo la influencia de Addison y ampliando el concepto de Brown-Sequard, Sir Jonathan Hutchinson sostuvo, como hoy está suficientemente demostrado, que las glándulas de secreción interna vierten sus productos directamente al torrente circulatorio, afectando, a través de éste, a todo el organismo. Las hormonas son mensajeros químicos orgánicos, producidos y liberados por 94

glándulas endocrinas y vertidos a la sangre, desplazándose por ella, prácticamente hasta todas y cada una de las células del organismo, pudiendo interactuar con cualquier célula que tenga receptores específicos para hormonas. Los receptores hormonales son lugares de ligamento bastante específicos, incrustados en la membrana celular o localizados en otra parte de la célula, que interactúan con una hormona o clase específica de hormonas. Allí las hormonas inician una serie de acciones bioquímicas que pueden, directa o indirectamente, activar genes para inducir ciertas respuestas biológicas. En algunos casos es una neurona, y no una glándula, la que libera a la sangre un tipo especial de hormona, llamada neurohormona. El sistema endocrino es un conjunto funcional integrado por: a) Un sistema que modula la liberación de una hormona. b) Las células que segregan la hormona. c) Las células en las que actúa la hormona. El sistema endocrino actúa en unión con el sistema nervioso para controlar las funciones orgánicas, así como el comportamiento, a través de dos tipos de glándulas. Las glándulas endocrinas o glándulas de secreción interna –sin conducto– (como la hipófisis y las glándulas suprarrenales) vierten hormonas directamente en la sangre. Las glándulas exocrinas o de secreción externa (como las glándulas sudoríparas, las lacrimales y las salivares) poseen conductos secretores que no vierten en el riego sanguíneo, sino en el lugar de acción (Rosenzweig y Leiman, 1989/1995). Las glándulas endocrinas tienen una función común que consiste en comunicar con varias partes del cuerpo y regular uno o varios procesos metabólicos vitales para el organismo. Cada hormona está implicada en uno o más sistemas metabólicos y cada sistema está regulado por varias hormonas. Esto garantiza que pueden regularse las actividades de cada sistema de un modo muy preciso (figura 5.1). Entre las glándulas endocrinas, las que mayor relación tienen con la emoción son el hipotálamo, la hipófisis y las glándulas adrenales o suprarrenales (cuadro 5.1). El sistema hipotálamo-hipófisis-corteza suprarrenal está constituido funcionalmente por las señales cerebrales enviadas a la eminencia media hipotalámica por el factor liberador de la hormona adrenocorticotropina (CRF), que desde el hipotálamo activa la corteza suprarrenal, y por las hormonas corticales, procedentes de sus distintas capas histológicas (los mineralcorticoides a partir de la capa externa o glomerular; los glucocorticoides procedentes de la capa media o fascicular y los 17-cetesteroides, segregados por la capa interna o reticular), que estimulan la formación y almacenamiento del glucógeno, ayudando a mantener el nivel normal de azúcar en sangre (figura 5.2).

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Figura 5.1. Localización y funciones de algunas de las glándulas endocrinas.

CUADRO 5.1. Principales glándulas y hormonas relacionadas con la emoción y sus efectos (a partir de Rosenzweig y Leiman, 1989/1995).

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El hipotálamo y las glándulas endocrinas forman el sistema de control neurohormonal. Aunque el hipotálamo es una estructura neural, funciona como una glándula endocrina y desempeña una función central en la integración de actividades neurales y hormonales.

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Figura 5.2. Sistema hipotálamo-hipófisis-corteza suprarrenal (a partir de Rosenzweig y Leiman, 1989/1995).

5.1.1. El hipotálamo 98

Localizado inmediatamente debajo del tálamo (hypo –debajo–), está formado por un conjunto de cuerpos celulares o núcleos, como se ha puesto de manifiesto en el capítulo 4. En la base del hipotálamo se encuentran células neurosecretoras, que son neuronas modificadas, especializadas en la liberación de mensajes químicos, que aunque funcionan, sobre todo, como glándulas, morfológicamente son similares a las neuronas convencionales. Sus mensajes químicos (neurohormonas) se liberan desde las terminales de células nerviosas a los vasos sanguíneos de la hipófisis. Este sistema de comunicación química entre el hipotálamo y la hipófisis pone de manifiesto lo difícil que es establecer la frontera entre los sistemas nervioso y endocrino. Las secreciones de la hipófisis anterior son controladas por hormonas liberadoras producidas en neuronas del hipotálamo (incluyendo la eminencia media). Los axones de estas neuronas transportan abultados gránulos que contienen hormonas que se liberan en los capilares adyacentes y fluyen a través de la sangre hasta la hipófisis anterior. De esta forma, el riego sanguíneo de la hipófisis anterior contiene muchas hormonas que han sido transportadas a través de la circulación portal de la eminencia media. Entre ellas, se han aislado y caracterizado estas cuatro hormonas liberadoras: — Hormona liberadora de tirotropina (TRH). — Hormona liberadora de gonadotropina (GnRH). — Hormona liberadora de corticotropina (CRH). — Hormona liberadora de la hormona del crecimiento (GHRH). Asimismo, se ha aislado y caracterizado una hormona inhibidora: — Hormona inhibidora de la hormona del crecimiento (somatostatina). La dopamina (DA), neurotransmisor del grupo de las monoaminas, actúa también como neurohormona en el hipotálamo para inhibir la liberación de prolactina procedente de la hipófisis anterior.

5.1.2. La hipófisis o glándula pituitaria La hipófisis (hypo –debajo–, physis –cerebro–) está situada en la base del cráneo, en una depresión ósea denominada silla turca y está conectada con la base del hipotálamo, al que está estructural y funcionalmente unida por una prolongación en forma de embudo, llamada infundíbulo o tallo hipofisario. La hipófisis ha sido considerada durante mucho tiempo como la “glándula maestra”, por su intervención en muchos procesos fisiológicos y por su papel regulador respecto a otras glándulas endocrinas. Hoy se sabe que ella misma es una de las glándulas más reguladas del sistema endocrino (Nelson, 1995/1996). La hipófisis está formada por dos partes, por dos glándulas diferentes fundidas en 99

una: la parte anterior, o adenohipófisis, y la posterior, o neurohipófisis. Ambas partes segregan hormonas, la adenohipófisis las segrega en respuesta a las hormonas que circulan en la sangre, mientras que la neurohipófisis recibe inervación del hipotálamo a través del tallo hipofisario. El hipotálamo está conectado con la hipófisis posterior a través de fibras neurales y con la hipófisis anterior a través de un sistema porta de venas. De esta forma, el hipotálamo puede estimular o inhibir el funcionamiento de la hipófisis a través de la actividad neural o a través de hormonas. A su vez, el hipotálamo contiene receptores químicos que son estimulados por hormonas de glándulas endocrinas que circulan por la corriente sanguínea. El hipotálamo se comunica con la hipófisis de dos formas: a) Las neurohormonas procedentes del hipotálamo alcanzan la hipófisis anterior a través del sistema porta, un circuito sanguíneo cerrado en el que dos lechos de capilares –uno en el hipotálamo y otro en la hipófisis anterior– están conectados por una vena. El sistema porta garantiza que la sangre fluya desde el hipotálamo hasta la hipófisis anterior y que las señales hormonales procedentes del hipotálamo sean descifradas por la hipófisis. b) Existe una serie distinta de células neurosecretoras hipotalámicas que inervan la hipófisis posterior. Las neurohormonas son segregadas directamente a esta estructura pasando a los vasos sanguíneos y a la circulación general.

5.1.3. Hormonas de la hipófisis anterior Cuando las neurohormonas hipotalámicas segregadas al sistema porta, conocidas como factores liberadores, que son pequeñas moléculas peptídicas, alcanzan la hipófisis anterior a través del sistema porta, ésta libera hormonas propias, que también son vertidas al sistema porta y que debido a la estructura de dirección única de éste se unen a la circulación general. Las hormonas de la hipófisis anterior se denominan hormonas trópicas (trophe: nutrición), porque estimulan diversos procesos fisiológicos, bien mediante una actuación directa sobre tejidos diana o bien provocando que otras glándulas endocrinas liberen hormonas, entre las que se encuentra la hormona adrenocorticotropina (ACTH), que estimula el funcionamiento de la corteza suprarrenal. La hipófisis anterior está formada por tres clases de células: acidófilos, basófilos y cromatófobos. En cada una de ellas se originan tipos específicos de hormonas. Las células acidófilas segregan la hormona del crecimiento (GH) –conocida como somatotropina u hormona somatotrópica (SH)– y la prolactina. La hipófisis anterior libera la GH en respuesta a la GHRH procedente del hipotálamo. La GH estimula el crecimiento del cuerpo posibilitando que el hígado, los riñones y otros tejidos produzcan sustancias reguladoras del crecimiento del esqueleto denominadas somatomedinas, que 100

son la causa de que el hueso absorba sulfatos, lo que produce el crecimiento. La liberación de la prolactina es estimulada por la TRH procedente del hipotá-lamo y, entre otros efectos, estimula la lactancia en los mamíferos. Las células basófilas segregan la hormona luteinizante (LH), la hormona folículoestimulante (FSH) y la hormona tiroide-estimulante (TSH). A la LH y a la FSH se las conoce también como gonadotropinas porque estimulan la esteroidogénesis en las gónadas en respuesta a la GnRH. Asimismo, influyen en el desarrollo y maduración de los gametos. La TSH estimula la glándula tiroides para que libere hormonas tiroideas en respuesta a la TRH procedente del hipotálamo. Los cromatófobos fabrican la hormona adrenocorticotropina o adrenocorticotrópica (ACTH), que es liberada en respuesta a la CRH procedente del hipotálamo y estimula la corteza suprarrenal a segregar corticoides (mineralcorticoides y glucocorticoides).

5.1.4. Hipófisis posterior El lóbulo posterior de la hipófisis libera en los mamíferos las hormonas oxitocina y vasopresina. La oxitocina provoca la eyección de la leche, en el reflejo de lactancia, al ser liberada a la sangre, en respuesta a la estimulación sensorial procedente del pezón, desplazándose la oxitocina por la circulación general hacia las glándulas mamarias. Asimismo, provoca las contracciones del útero. La vasopresina u hormona antidiurética (ADH) estimula la reabsorción de agua por los túbulos renales, de forma que cuando hay un exceso de hormona se produce retención de agua, mientras que cuando hay una insuficiencia, se reabsorbe poca agua y se elimina una gran cantidad de orina. El miedo y la ansiedad producen un aumento de la secreción de ADH, con la consiguiente retención de agua en los tejidos. La secreción de ADH está controlada por los osmoreceptores del hipotálamo, que son muy sensibles al grado de dilución de los líquidos tisulares. La pérdida de agua del organismo causa un aumento de la presión osmótica de la sangre, un aumento de la secreción de ADH y, en consecuencia, una disminución de la producción de orina. Por contra, la dilución de la sangre disminuye la secreción, aumentando la eliminación de orina. Este proceso no es totalmente autónomo, pues depende en parte del funcionamiento de las glándulas suprarrenales.

5.1.5. Las glándulas adrenales o suprarrenales Las glándulas adrenales o suprarrenales están situadas sobre los polos superiores de ambos riñones. En los mamíferos, cada glándula suprarrenal está formada por dos órganos diferenciados, uno exterior, la corteza, que rodea a una glándula interna, la 101

médula suprarrenal. La corteza, estructura esencial para la supervivencia, produce un número elevado de hormonas (aproximadamente treinta). La mayor parte de ellas son esteroides y reciben el nombre genérico de corticoides, aunque difieren mucho en sus funciones, estando unas relacionadas con el metabolismo de los hidratos de carbono, del agua y de la sal y con la resistencia frente a las agresiones, otras. Las hormonas más importantes de la corteza de las suprarrenales son la hidrocortisona o cortisol y la aldosterona. Asimismo, la corteza produce hormonas sexuales como la androstendiona. El cortisol produce un efecto de retroalimentación negativa en la liberación de la hormona adrenocorticotropina (ACTH). En la medida en que se incrementa el nivel de hormonas de la corteza suprarrenal, se suprime la secreción de ACTH, con lo que disminuye la secreción hormonal de la corteza adrenal. Por otra parte, la producción de cortisol depende del funcionamiento de la hipófisis. Sin la estimulación hipofisaria, las glándulas suprarrenales permanecen inactivas y son incapaces de reaccionar frente a las situaciones de estrés (véase la figura 5.2). Las hormonas que intervienen en la regulación del metabolismo de los hidratos de carbono, cuyo tipo es el cortisol y se denominan glucocorticoides. Su principal actividad es la regulación del almacenamiento del glucógeno en el hígado, a partir del cual se origina glucosa. El cortisol tiene también un efecto regulador del metabolismo del agua y de la sal, aun cuando es mucho menos pronunciado que el que tiene la aldosterona. Los glucocorticoides posibilitan la defensa del organismo contra las agresiones. Selye (1936,1956) ha puesto de manifiesto que tiene lugar un incremento en la producción de glucocorticoides en respuesta a una gran variedad de agresiones o situaciones de estrés, como una intervención quirúrgica, un traumatismo, un estado emocional, una crisis hipoglucémica o una infección. Los glucocorticoides desempeñan una importante función en la defensa contra las reacciones alérgicas. La aldosterona es un mineralcorticoide que desempeña importantes funciones en el metabolismo de sustancias minerales y en el metabolismo hidrosalino. A pesar de la estrecha relación anatómica con la corteza suprarrenal, la médula suprarrenal es un órgano fisiológicamente independiente de ella (Greene, 1970), que en situaciones típicas de estrés, ejercicio, bajas temperaturas, ansiedad, emocionalidad, hemorragias…, segrega las hormonas adrenalina (epinefrina) y noradrenalina (norepinefrina), que pertenecen al grupo de las catecolaminas y que estimulan el síndrome de reacciones de “lucha” o de “huida”. La adrenalina, que fundamentalmente es un vasodilatador, es considerada como la “hormona de la huida” y actúa: — Acelerando el ritmo del pulso (taquicardia). — Liberando glucosa de la reserva de glucógeno del hígado y de los músculos. — Eleva el nivel de glucemia de la sangre, teniendo disponible energía que puede ser utilizada inmediatamente. — Movilizando las reservas grasas, incrementando su nivel en la sangre y poniendo a 102

disposición del organismo materias combustibles. — Facilitando la coagulación de la sangre. — Paralizando el funcionamiento del sistema digestivo. — Produciendo un ensanchamiento de los bronquios. — Provocando un incremento de la irrigación sanguínea de los músculos estriados (esqueléticos). — Provocando vasoconstricción de los vasos renales, que liberan, a continuación, renina-angiotensina, que a su vez determina una elevación de la presión renal. La noradrenalina, que es vasoconstrictora, es considerada como la “hormona de la lucha” y actúa a través de los receptores que se encuentran, principalmente, en los vasos, posibilitando un estrechamiento de éstos, con el consiguiente aumento de la presión sanguínea. Aunque la secreción de adrenalina es continua, aumenta de forma súbita ante cualquier situación de estrés, ansiedad, miedo o terror. En estas situaciones se pone claramente de manifiesto la estrecha relación existente entre el sistema endocrino y el sistema nervioso. El sistema nervioso simpático controla el funcionamiento de la médula suprarrenal, estimulando la secreción de adrenalina y de noradrenalina. El funcionamiento del sistema nervioso simpático posibilita la actividad muscular y el gasto de energía requerido por la reacción de emergencia, que se manifiesta en la “lucha” o en la “huida”. El funcionamiento del sistema nervioso parasimpático permite el restablecimiento de los recursos con que cuenta el organismo y la conservación de la energía. La médula suprarrenal también libera un tipo de hormonas polipeptídicas en respuesta al estrés, las encefalinas. Asimismo, libera una hormona monoaminérgica, la dopamina (DA). Muchas conductas requieren la coordinación de los componentes neural y hormonal, a través de conexiones neuro-neurales, neuro-endocrinas, endocrino-endocrinas y endocrino-neurales. Aunque el sistema endocrino actúa conjuntamente con el sistema nervioso en la regulación de las funciones orgánicas y del comportamiento, ambas formas de comunicación difieren en diversos aspectos (cuadro 5.2). 5.2. Regulación de la secreción de hormonas Existen glándulas endocrinas que secretan hormonas a un ritmo bastante estable a lo largo del tiempo, mientras que otras glándulas sólo funcionan ante una situación determinada. En general, se puede afirmar que la secreción de hormonas está regulada para favorecer las diversas actividades y la satisfacción de las necesidades orgánicas (Rosenzweig y Leiman, 1989/1995), existiendo diferentes tipos de control. El más simple se ajusta a un funcionamiento defeedback negativo (figura 5.3) y constituye un sistema de retroalimentación negativo, como los que subyacen a la regulación homeostática del 103

hambre, de la sed, de la temperatura… (Garrido, 1995,1996). En el sistema más simple de control de la secreción hormonal, la glándula secreta la hormona que actúa sobre la célula diana, modificando la concentración en el líquido extracelular. Este cambio en el líquido extracelular regula la secreción de la glándula endocrina. CUADRO 5.2. Comparación entre la comunicación neural y la comunicación hormonal.

Figura 5.3. Sistema de retroalimentación negativo en la regulación de secreción hormonal (a partir de Rosenzweig y Leiman, 1989/1995).

Sirve para ejemplificar este tipo de sistema de control, la secreción por el páncreas de la hormona insulina, que contribuye a regular el nivel de glucosa sanguínea. La ingesta de alimentos provoca, entre otras respuestas (Suay y otros, 1996), la secreción de insulina, para preparar la absorción de nutrientes. Durante la fase de absorción se produce una elevación en la concentración plasmática de glucosa, produciéndose un 104

incremento en la secreción de insulina. La insulina posibilita que la glucosa extracelular penetre en el músculo y en el tejido graso y estimula un incremento en el empleo de glucosa. A medida que disminuye el nivel de glucosa en sangre (la concentración plasmática de glucosa), el páncreas disminuye la secreción de insulina. De esta forma se consigue mantener la constancia, la homeostasis. Asimismo, el funcionamiento de la glándula paratiroidea se ajusta a un sistema de retroalimentación negativo. Al descender los niveles de calcio en el organismo, la glándula paratiroidea secreta la hormona paratiroidea. Cuando, bajo la acción de la hormona, se produce una elevación en la concentración de los niveles de calcio en sangre hasta un punto óptimo, se detiene la secreción de la hormona. De esta forma, los niveles de calcio se mantienen en un rango ideal. Un sistema endocrino de control más complejo integra al hipotálamo, que controla la glándula endocrina. Este control puede producirse a través de una conexión neural, como sucede en el control de la médula suprarrenal, o a través de una conexión hormonal, como sucede en el control de la liberación de la hormona del crecimiento (GH) por la hipófisis anterior. De acuerdo con este sistema, la secreción de la glándula endocrina afecta a células diana y se produce la retroalimentación negativa entre la hormona y el hipotálamo y entre las células diana y el hipotálamo, pero no entre la glándula y el hipotálamo (figura 5.4).

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Figura 5.4. Circuito complejo de control de secreción endocrina (a partir de Rosenzweig y Leiman, 1989/1995).

Un nivel más elevado de control viene representado por un circuito altamente complejo de secreción endocrina, como el que se encuentra en la base del control de la secreción del tiroides, que es regulada por la hormona tiroide-estimulante (TSH), que a su vez es segregada por la hipófisis anterior (que pertenece al grupo de hormonas trópicas, que influyen en la secreción de otra glándula endocrina). La liberación de TSH está controlada, a su vez, por la hormona hipotalámica denominada factor liberador de tirotropina (TRF). En este circuito altamente complejo, la retroalimentación se establece desde la hormona de la glándula endocrina hacia la hipófisis anterior y hacia el hipotálamo (figura 5.5).

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Figura 5.5. Circuito altamente complejo de control de secreción endocrina (a partir de Rosenzweig y Leiman, 1989/1995).

5.3. Psiconeuroendocrinología La psiconeuroendocrinología es el ámbito de la ciencia que realiza el estudio de las interacciones e influencias mutuas entre los procesos psicosociales, neuronales, endocrinos y comportamentales. La psiconeuroendocrinología está integrada por la 107

neuroendocrinología y la psicoendocrinología.

5.3.1. Neuroendocrinología La neuroendocrinología es el estudio científico de la transducción de una señal neural en una señal hormonal, de la interacción entre el sistema nervioso y el sistema endocrino. Se puede afirmar que nació al investigar la función endocrina del hipotálamo, la influencia de los procesos neurales sobre el funcionamiento del sistema endocrino. Durante muchos años, el sistema nervioso y el sistema endocrino fueron considerados como sistemas integradores separados y claramente diferentes. Al final de la década de 1940, Harris y sus colaboradores en Inglaterra y Hume y sus colaboradores en EE UU fueron los primeros en demostrar el control neural de la función endocrina a través del hipotálamo y de la hipófisis anterior. Estas observaciones fueron rápidamente confirmadas y ampliadas por otros investigadores, produciéndose el nacimiento de la neuroendocrinología. Se puso de manifiesto que los dos sistemas integradores están claramente interrelacionados: el cerebro regula la función endocrina y las hormonas actúan sobre el cerebro para regular la secreción de la hipófisis y para producir diferentes efectos comportamentales (Ganong, 1986). Como hemos puesto de manifiesto en el apartado anterior (en el análisis que se ha presentado del sistema endocrino), éste actúa, en estrecha unión con el sistema nervioso, en el control de las funciones orgánicas y del comportamiento. A través del sistema de control neurohormonal, formado por el hipotálamo y las glándulas endocrinas, y específicamente a través del sistema hipotálamo-hipófisis-corteza suprarrenal, el hipotálamo desempeña una función central en la integración de actividades neurales y hormonales. Por otra parte, como se ha señalado en el apartado dedicado a la regulación de la secreción de hormonas, los sistemas complejos de control integran la función del hipotálamo. Por ello, considerando que la información que se ha presentado sobre el ámbito de la neuroendocrinología puede ser suficiente, a partir de este momento el análisis se centra en el ámbito de la psicoendocrinología.

5.3.2. Psicoendocrinología La psicoendocrinología es el estudio de la interacción entre las hormonas y las conductas, de los efectos de las hormonas sobre las conductas y de las conductas sobre las hormonas. Se considera que nació al estudiar el efecto de las emociones sobre las secreciones de las glándulas internas. De acuerdo con Nelson (1995/1996), para establecer una relación causal entre hormonas y conducta, para establecer que una hormona determinada afecta a una conducta específica o que una conducta dada modifica los niveles hormonales, se precisan tres tipos de pruebas: 108

— Una conducta hormonalmente dependiente debería desaparecer cuando se elimine el lugar de origen de la hormona o se bloquee su mecanismo de acción. — El restablecimiento del órgano eliminado o la reaparición de la hormona debería reinstaurar la conducta desaparecida. — Los niveles hormonales y la conducta en cuestión deberían covariar, manifestándose ésta sólo cuando los niveles hormonales fueran elevados. Debido a las dificultades relacionadas con la obtención de medidas fiables de hormonas y conductas covariantes, el que se cumplan los dos primeros tipos de pruebas se considera suficiente para establecer una relación causal entre hormonas y conducta. El análisis, siguiendo a Nelson (1995/1996), se va a centrar en la relación entre hormonas y procesos afectivos, a través de los siguientes tópicos: — — — — —

El síndrome perimenstrual (PMS). Hormonas y depresión. Depresión postparto. El trastorno afectivo estacional (SAD). Andrógenos y trastornos afectivos.

A) El síndrome perimenstrual (PMS) Diversos estudios clínicos han demostrado que los cambios normales en los niveles de hormonas esteroides asociadas al ciclo menstrual se relacionan a menudo con alteraciones en el comportamiento emocional de la mujer. Nelson (1995/1996) utiliza el término perimenstrual, en lugar de premenstrual, empleado generalmente, debido a que los síntomas prosiguen o aumentan en intensidad durante la menstruación. El término síndrome, tal como se utiliza aquí, no hace referencia a una anomalía o a una enfermedad, sino a un conjunto de síntomas emocionales y fisiológicos que parecen estar vinculados entre sí. No debe pasarse por alto la controversia respecto al PMS en relación con los síntomas y con los factores físicos y psicológicos asociados al mismo, ni el trasfondo social, dado que el PMS afecta a un solo sexo y que está asociado con una imagen negativa. Se ha de concluir que la mayoría de las investigaciones no han detectado ningún deterioro significativo en el rendimiento de las mujeres por causa del PMS. Por otra parte, se ha puesto de manifiesto que algunas mujeres presentan cambios de humor positivos y mejoran su actuación durante la fase perimenstrual de sus ciclos menstruales, en la que aproximadamente del 5% al 10% de las mujeres experimentan un aumento de energía y una intensificación de la sensación de bienestar. Algunas mujeres refieren también un aumento de rendimiento en tipos específicos de tareas (Logue y Moos, 1988). El PMS, como respuesta a un ciclo natural no debe, ni puede ser considerado como 109

una enfermedad. Puede calificarse como una dolencia. Con respecto a la frecuencia de aparición del PMS, estudios sobre mujeres norteamericanas y europeas ponen de manifiesto que la frecuencia varía entre el 20%-90%. Se acepta que aproximadamente de un 3% a un 5% de mujeres experimentan síntomas de PMS en un grado que dificulta su vida normal. Existe falta de consenso respecto a los síntomas del PMS. Cuando se descubrió este síndrome en 1931, se consideró como una “tensión premenstrual”. Los síntomas incluían tensión psicológica grave, aumento de peso, dolores de cabeza e hinchazón, que se producían de 7 a 10 días antes del inicio de la menstruación. En la última década, entre los síntomas identificados del PMS se han incluido: ansiedad, tristeza, irritabilidad, hinchazón, aumento del tamaño de los senos, dismenorrea, aumento del apetito, fatiga, depresión, dolores de cabeza, edemas, insomnio, labilidad emocional, mareos, confusión, asma, estreñimiento, sed, náuseas, aumento de peso, agresión, cambios en el impulso sexual (aumento o disminución), cambios en el estado de ánimo y deseo vehemente de alimentos dulces o salados. Respecto a los correlatos hormonales del PMS, en un primer momento se sugirió que los cambios de estado de ánimo que tenían lugar en el PMS estaban determinados por los elevados niveles de progesterona que se producen durante la fase luteica tardía de los ciclos menstruales. Pero no se han descrito diferencias apreciables en los niveles de progesterona entre mujeres que informan de que sufren síntomas de PMS y mujeres que informan de que no los sufren. Por otra parte, se ha considerado que los valores de estrógenos en sangre son un factor que influye en el PMS. Se ha establecido la hipótesis de que la acumulación de estrógenos en el sistema límbico puede explicar las manifestaciones emocionales, pero se ha encontrado que los niveles medios de estrógenos y de progesterona en suero no difieren entre mujeres con síntomas graves de PMS y mujeres con síntomas leves. No se han vinculado de modo consistente anomalías fisiológicas con niveles de hormonas esteroides asociadas al ciclo menstrual de mujeres diagnosticadas con PMS. Después de preguntarse por la causa de las disfunciones del PMS, Nelson (1995/1996) afirma que puede que refleje un estado patológico inducido por las fluctuaciones constantes en los niveles hormonales asociados a los ciclos menstruales a largo plazo. Las mujeres pueden hacerse dependientes del aumento en los niveles de hormonas esteroides presentes durante la ovulación y la fase luteínica, pudiendo reflejar los síntomas psicológicos relacionados con el PMS un proceso de abstinencia respecto a estos esteroides gonádicos. Si esta abstinencia se produce de una manera brusca, puede dar lugar a la depresión posterior al parto de la que informan muchas mujeres. Pero concluye Nelson (1995/1996) que se requiere más investigación para establecer la determinación del conjunto exacto de eventos endocrinos responsables del PMS. La falta de datos consistentes respecto a la influencia de los factores endocrinos en los síntomas del PMS ha llevado a preguntarse por causas de tipo cognitivo. Las expectativas sociales pueden afectar a los síntomas del PMS, que pueden ser aliviados mediante tratamientos placebo. Hay que esperar, como ocurre en otros ámbitos, a que en 110

la investigación relacionada con el PMS se produzca una interacción entre factores endocrinos y procesos cognitivos. La investigación ha de adoptar un enfoque más integrador, centrándose en esta interacción, para una adecuada comprensión de las causas fisiológicas, conductuales y sociales.

B) Hormonas y depresión Diversas investigaciones han comprobado que la depresión origina un cambio en la producción hormonal y que los cambios hormonales dan lugar a la depresión. Sólo se puede sostener la causalidad del proceso cuando el estado depresivo es secundario a alguna disfunción endocrina. Una de las hormonas cuya influencia se ha analizado detenidamente es el cortisol, encontrándose que el efecto de los niveles de cortisol sobre el estado de ánimo se ajusta a una función que adopta una forma de U invertida. Las concentraciones medias de cortisol en sangre se encuentran en sujetos con un estado de ánimo óptimo. Cuando los niveles plasmáticos de cortisol son demasiado elevados (como ocurre en la enfermedad de Cushing) o demasiado bajos (como ocurre en la enfermedad de Addison), la depresión es un síntoma frecuente (Nelson, 1995/1996).

C) Depresión post-parto La mayor parte de los estudios sobre correlatos hormonales de los cambios que se producen en el estado de ánimo tras el parto, han investigado el efecto de los estrógenos, la progesterona y la prolactina, ya que en el momento del parto tienen lugar cambios notables en las concentraciones sanguíneas de esas hormonas (O’Hara y Zekoski, 1988). Pero estas investigaciones no han encontrado ninguna correlación consistente entre los cambios afectivos y las secreciones hormonales (O’Hara y otros, 1991). Se ha descrito una relación entre péptidos opiáceos, específicamente (β-endorfinas, y los cambios post-parto en el estado de ánimo (Deakin, 1988). Puesto que las concentraciones de (β-endorfinas descienden notablemente a las pocas horas del parto, se ha sugerido que la “melancolía de la maternidad” (tipo más leve de depresión postparto) y quizá otros trastornos afectivos post-parto más graves pueden tener su origen en esta “abstinencia” de opiáceos endógenos (Newnham y otros, 1984). Aunque estudios correlaciónales han encontrado una relación entre opiáceos y estados de ánimo post-parto, no se han encontrado pruebas experimentales que indiquen una relación causal. Quizá la depresión post-parto no refleje sólo cambios endocrinos. Existen diferencias en la depresión post-parto entre mujeres con situaciones diferentes. Las mujeres que se quedan en casa con sus hijos tienen más probabilidades de manifestar síntomas depresivos que las que trabajan fuera de casa. Las mujeres que llevan a término embarazos no deseados son más propensas a sufrir una depresión que 111

las que los han planificado. Por otra parte, los hombres presentan síntomas depresivos en un porcentaje (68%) un poco menor que las mujeres (82%) en el período de los dos meses posteriores al nacimiento (Richman y otros, 1991).

D) El trastorno afectivo estacional (SAD) La denominada “depresión invernal” o “trastorno afectivo estacional” (stational affective disorder –SAD–) se caracteriza por depresión, letargía, pérdida de la libido, sueño excesivo, aumento excesivo de peso, deseo impulsivo de hidratos de carbono, ansiedad e incapacidad de concentrarse o fijar la atención (Rosenthal y otros, 1988). En el hemisferio norte, por lo general, los síntomas comienzan a finales de otoño o en invierno, entre octubre y diciembre y remiten en marzo. En el hemisferio sur (Terman, 1988), los síntomas comienzan con seis meses de desfase respecto al norte (entre abril y junio). Con el inicio del verano los pacientes con SAD recuperan su energía y se vuelven eufóricos y activos. Las tasas de frecuencia del SAD en la población general oscilan entre el 1 % y el 10%, afectando más a las mujeres que a los hombres (Kasper y otros, 1989). En mujeres menstruantes que padecen SAD en otoño e invierno, es habitual la aparición del PMS, reduciéndose a menudo los síntomas al llegar el verano (Thase, 1989). Se puede afirmar que la serotonina parece estar implicada en los síntomas del SAD. El triptófano, un aminoácido que circula por la sangre en concentraciones bajas, se convierte en serotonina en el cerebro, específicamente en los núcleos del Rafe (Cooper y otros, 1986). La dieta afecta a este proceso de conversión por que los hidratos de carbono estimulan en las células pancreáticas la secreción de insulina, lo que a su vez facilita la absorción de azúcares y de aminoácidos, distintos del triptófano, por las células periféricas. Los niveles de serotonina generan feedback para regular la ingesta de hidratos de carbono, por lo que es posible que los pacientes que padecen SAD presenten trastornos cíclicos en sus mecanismos reguladores de serotoninahidratos de carbono (Wurtman y Wurtman, 1989). Asimismo, la serotonina está implicada en el inicio del sueño, de modo que una regulación defectuosa de ésta puede contribuir también a la hipersomnia descrita en pacientes con SAD.

E) Andrógenos y trastornos afectivos En las últimas décadas se ha generalizado la utilización de esteroides anabólicos por atletas de élite para aumentar su fuerza y rendimiento, aunque existen pocas pruebas de que éstos mejoren el rendimiento. Se han descrito diversos riesgos que para la salud tiene el consumo continuado de esteroides anabólicos en hombres adultos, como disfunciones del hígado, de los riñones, disfunciones endocrinas y problemas cardiovasculares, siendo muchos de ellos 112

irreversibles. Asimismo, se han descrito diversos efectos conductuales adversos derivados de su abuso, siendo el más conocido la aparición de una conducta sumamente agresiva, denominada “furia de los esteroides”. El consumo de dosis elevadas de esteroides anabolizantes se ha relacionado con agresiones violentas, acompañadas frecuentemente de síntomas psicóticos y afectivos. Asimismo, se ha asociado su abuso con la criminalidad violenta. Varias personas han cometido homicidios de manera irreflexiva, no intencional, mientras estaban tomando ese tipo de sustancias. La mayor parte de los sujetos siguen consumiendo esteroides anabólicos, una vez iniciado su consumo, porque se produce adicción y se generan dependencia psicológica y síntomas de abstinencia. Los esteroides pueden tener propiedades de recompensa similares a los efectos reforzadores de drogas como la cocaína, las anfetaminas, la morfina y la heroína. Cada vez se van conociendo más casos de suicidios de jóvenes previamente no deprimidos al dejar bruscamente de consumir esteroides anabólicos. Los síntomas de abstinencia manifestados por consumidores abusivos de esteroides anabólicos y los síntomas del PMS, o de la depresión post-parto, pueden tener su origen en una causa subyacente común, es decir, en la dependencia de niveles elevados de hormonas esteroides. Pero se precisan más investigaciones para confirmar o refutar esta hipótesis (Nelson, 1995/1996).

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6 EL SISTEMA INMUNE

6.1. Mecanismos de defensa, células y tejidos El sistema inmune se originó durante la evolución de los vertebrados para combatir las infecciones causadas por virus, bacterias, protozoos, hongos y helmintos (Regueiro y López, 1996). Estos patógenos pueden ser responsables de infecciones intracelulares o extracelulares respecto a las cuales la respuesta inmune debe ser diferente, por lo que el sistema inmune ha desarrollado una variedad de respuestas apropiadas para combatir cada tipo de patógeno, al mismo tiempo que se mantiene la tolerancia a los componentes del propio organismo. Los vertebrados, además de poseer los fagocitos típicos de los invertebrados, presentan como innovación, respecto a la defensa frente a la infección, el desarrollo de células y órganos linfoides. La función general del sistema inmune es identificar y eliminar aquellos materiales extraños, que contactan o entran en el cuerpo, que son denominados patógenos o antígenos (generadores de anticuerpos), microorganismos invasores que comprenden a bacterias, virus, parásitos y hongos. Los componentes del sistema inmune son también capaces de identificar y destruir células que han desarrollado alteraciones asociadas a malignidad (cáncer) y de desarrollar respuestas contra agentes extraños, como son los órganos donados. El primero y más elemental mecanismo de defensa frente a las infecciones es el de los epitelios, que constituyen barreras mecánicas, químicas y microbiológicas contra las infecciones. Si los patógenos logran atravesar esta barrera y establecer una infección, existen dos mecanismos innatos que actúan inmediatamente para erradicarla: uno humoral (el sistema del complemento, activado por la vía alternativa) y otro celular, formado por fagocitos (monocitos/macrófagos y neutrófilos). Para eliminar un patógeno que haya producido una infección (atravesando las barreras epiteliales del organismo), lo primero que debe hacer el sistema inmune es reconocerlo como tal y desarrollar una respuesta adecuada para destruirlo. Para ello el sistema inmune ha desarrollado dos tipos de mecanismos, innatos unos y adaptativos otros. Los mecanismos innatos (más primitivos, desde el punto de vista evolutivo), de acción inmediata, con sistemas de reconocimiento del patógeno inespecíficos, carecen de memoria inmunológica y son los encargados de combatir la infección desde el mismo 114

momento de su inicio y durante las primeras fases de la misma (aproximadamente de 0 a 5 días), con una elevadísima eficacia. Si estos mecanismos no consiguen eliminar la infección, la mantienen bajo control, mientras se desarrollan los mecanismos adaptativos, cuyo funcionamiento requiere más tiempo (aproximadamente una semana). Estos tienen unos sistemas de reconocimiento del patógeno extremadamente específicos, presentan memoria, siendo los responsables los linfocitos T (que reconocen a los patógenos dentro de las células del organismo) y los linfocitos B (que los reconocen fuera de las células del organismo). Cuando se produce una infección que no puede ser eliminada por los mecanismos innatos y es necesaria una respuesta adaptativa, el antígeno es transportado por macrófagos o células dendríticas al bazo por vía sanguínea o a los ganglios por vía linfática y es allí donde se produce su reconocimiento por los linfocitos. • Las células y los tejidos del sistema inmune A) Células Todas las células del sistema inmune se originan a partir de células primordiales pluripotentes, siguiendo dos líneas fundamentales de diferenciación: el linaje linfoide y el linaje mieloide (figura 6.1). Las células del sistema inmune, los glóbulos blancos o leucocitos, se dividen en tres clases: linfocitos, monocitos y granulocitos. Los linfocitos poseen diversas capacidades, incluyendo la habilidad de proliferar en respuesta a los antígenos, la habilidad de moverse hacia el lugar de la infección (quemotaxia), la capacidad de engullir a los patógenos externos (fagocitosis), de destruir a través de actividades líticas específicas, como en la actividad tumoricida (citotoxicidad), y de generar regulación humoral o factores de crecimiento (por ejemplo, anticuerpos e interferón), que ayudan a la destrucción o neutralización de los antígenos. Los linfocitos, células del linaje linfoide que constituyen aproximadamente un 20% de los leucocitos circulantes, se dividen, a su vez, en células B, células T y células NK (natural killer: asesinas naturales) (O’Leary, 1990). Las células T y las células B tienen en su membrana receptores capaces de reconocer el antígeno de una forma específica.

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Figura 6.1. Células del sistema inmune (tomada de Reguerio y López, 1996, p. 10).

Las células B se diferencian en el hígado de los mamíferos durante la vida fetal y en la médula ósea en la vida adulta. La principal característica de los linfocitos B es su capacidad para producir anticuerpos o inmunoglobulinas (Ig). Estas moléculas constituyen el receptor específico para el antígeno de las células B. Existen cinco formas fundamentales de Ig (conocidas como isotipos): IgG> IgM, IgA, IgD e IgE. La mayoría de las células B humanas que circulan por la sangre expresan dos isotipos en su membrana plasmática: IgM e IgD. Las células B que producen IgG, IgA e IgE se encuentran en su mayor parte en la médula ósea, los ganglios y el bazo y no aparecen en la circulación sanguínea. Las células B constituyen el brazo humoral de la respuesta inmunitaria, siendo las responsables de la producción y secreción de anticuerpos, moléculas altamente específicas (inmunoglobulinas) que reconocen a sus antígenos diana y se combinan con ellos, proporcionando una importante defensa contra las infecciones bacterianas. Cuando una célula B encuentra a su antígeno diana se reproduce y se multiplica de forma que la infección puede ser anulada rápidamente. A este proceso se le denomina expansión clonal o blastogénesis (O’Leary, 1990). Para combatir a los patógenos extracelulares o a sus productos, los linfocitos B secretan anticuerpos que se unen específicamente a ellos y actúan como adaptadores entre el patógeno y el mecanismo destructor innato (el sistema del complemento activado por la vía clásica) o el adaptativo. La mayoría de los linfocitos T se originan en la médula ósea y de allí pasan al timo, 116

donde maduran. Las células T tienen un receptor de membrana de estructura similar a las inmunoglobulinas, conocido como receptor de la célula T (TCR). Mediante este receptor los linfocitos T son capaces de identificar el antígeno de forma específica. Las células T maduran en el timo y establecen contacto directo con el antígeno, que puede ser una célula infectada por un virus o una célula cancerosa, posibilitando la inmunidad mediada por células (que junto a la inmunidad humoral constituyen los dos tipos de respuesta inmunitaria). Existen tres tipos de células T: — Las células T citotóxicas: son capaces de destruir las células diana. — Las células T colaboradoras: incrementan la respuesta inmune. — Las células T supresoras: reducen la respuesta inmune. Los linfocitos T tienen varias funciones: unos ayudan a los linfocitos B a producir anticuerpos, otros ayudan a los macrófagos a destruir patógenos fagocitados por éstos y otros destruyen células infectadas por virus. Las células NK (asesinas naturales) representan una clase adicional de células citotóxicas que proporcionan importantes defensas contra virus y contra tumores. Son linfocitos con actividad citotóxica o citolítica innata. Una característica común a muchas células del sistema inmune es su capacidad para fagocitar partículas del medio exterior. Un gran grupo de células con actividad fagocítica está constituido por los macrófagos. Los monocitos de la sangre viajan hacia los tejidos donde sufren procesos de diferenciación hasta convertirse en macrófagos maduros. Pueden tener forma, función y nombre diferentes según el tejido en el que se encuentren (en el pulmón: alveolares; en el hígado: células de Kupfer; en la piel: células de Langerhans; los que colonizan el sistema nervioso central: células de la microglía). Otro gran grupo de células con actividad fagocítica lo constituyen los granulocitos polimorfonucleares (conocidos también como polimorfos). Tienen un tamaño menor y una vida media (días) más corta que los macrófagos. Según reaccionen sus gránulos frente a ciertos colorantes histológicos, los granulocitos se dividen en: — Neutro filos: son el 90% de los polimorfonucleares; capaces de fagocitar y destruir directamente diversos patógenos –bacterias, virus y parásitos– — Eosinófilos: constituyen entre el 2% y el 5% de leucocitos sanguíneos en personas sanas. Estas células liberan al exterior el contenido de sus gránulos en respuesta a parásitos que no pueden fagocitarse. — Basó filos: constituyen menos del 0,2% de los leucocitos sanguíneos. Son capaces de liberar el contenido de sus gránulos frente a ciertos estímulos en procesos alérgicos mediados por IgE. Los mastocitos son células muy similares a los basófilos, pero sólo residen en los tejidos corporales.

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B) Tejidos Las células que forman parte del sistema inmune se organizan en órganos y tejidos. Estas estructuras reciben el nombre de sistema linfoide (figura 6.2).

Figura 6.2. El sistema linfoide (tomado de Regueiro y López, 1996, p. 13).

Desde el punto de vista anatómico, los órganos del sistema linfoide son de dos tipos: — Órganos con cápsula bien definida: bazo, timo, ganglios linfáticos y médula ósea. — Acumulaciones difusas de tejido linfoide (tejido linfoide no encapsulado que se asocia a las mucosas). Desde el punto de vista funcional, los órganos y tejidos linfoides se dividen en primarios o centrales (médula ósea y timo) y secundarios o periféricos (bazo, ganglios 118

linfáticos y tejido linfoide no encapsulado que se asocia a las mucosas). Los órganos linfoides primarios son lugares de linfopoyesis y en ellos se generan los linfocitos T (timo) y los linfocitos B (hígado fetal, médula ósea fetal y adulta), que adquieren la capacidad de reconocer antígenos. La médula ósea contiene los precursores de las células del sistema inmune. Está formada por islotes de células hematopoyéticas situados en el interior de los huesos. Todas las células del sistema inmunitario se originan a partir de las células hematopoyéticas primordiales pluripotenciales de la médula, a través de los linajes mieloide y linfoide (véase figura 6.1). El timo es un órgano linfoide primario situado en el tórax, en la base de la tráquea, distinguiéndose en él una región cortical y una región medular. A la corteza llegan los precursores de los linfocitos T, en los primeros estadios de su vida, procedentes de la médula ósea y allí se dividen y se diferencian hasta llegar a linfocitos T maduros en la médula. En los órganos y tejidos linfoides secundarios o periféricos (bazo, ganglios y tejido linfoide no encapsulado que se asocia a las mucosas) se dan las condiciones ambientales para que los linfocitos B y los linfocitos T inmunocompetentes recién formados puedan interaccionar entre sí y con los antígenos, generándose y diseminándose una respuesta inmune adaptativa celular y/o humoral específica. Cada órgano linfoide secundario es el encargado de controlar una determinada región del organismo y tiene como misión proporcionar un ambiente favorable para que esas interacciones desencadenen una respuesta inmunológica eficaz (véase figura 6.2). El bazo, que contiene linfocitos T, linfocitos B, células NK y todos los tipos de células necesarias para generar respuestas inmunes celulares y humorales, reacciona frente a patógenos llegados por vía sanguínea. Los ganglios linfáticos; que están divididos en área cortical (con linfocitos B), área paracortical (con linfocitos T) y médula central (que contiene linfocitos B, linfocitos T, macrófagos y células productoras de anticuerpos), reaccionan frente a antígenos circulantes en la linfa, absorbidos a través de la piel (ganglios superficiales) o de visceras internas (ganglios profundos). El tejido linfoide no encapsulado que se asocia a las mucosas (agrupaciones de tejido linfoide no encapsulado situado en la lámina propia y áreas submucosas del tubo gastrointestinal, vías respiratorias y tracto génito-urinario), como las amígdalas y placas de Peyer, reacciona frente a los patógenos que atraviesan las mucosas, ya que se trata de una vía de entrada de microorganismos muy importantes. La médula ósea funciona como un órgano linfoide primario (dando lugar directamente a los linfocitos B) y secundario (se encuentran en ella linfocitos T maduros, células secretoras de anticuerpos y diversas células presentadoras de antígenos y es el lugar donde se sintetiza la mayor parte de los anticuerpos). El complemento es un sistema de proteínas séricas cuya función principal es la eliminación de patógenos y el control de la inflamación. Los componentes del complemento interaccionan entre sí y con otros elementos del sistema inmune. Existen dos formas de activación del sistema del complemento: la vía alternativa, más primitiva 119

evolutivamente, que se activa espontáneamente y constituye una respuesta innata inespecífica, y la vía clásica, de aparición más reciente, que se activa por anticuerpos unidos a patógenos, lo que implica una respuesta adaptativa específica. El sistema del complemento es el mecanismo efector humoral más importante de la respuesta inmune y junto a los fagocitos es responsable de la inmunidad innata. El sistema está formado por varias proteínas de la sangre y por proteínas de membrana, que actúan en una reacción en cascada para eliminar patógenos. Sus principales funciones son: — La defensa frente a la infección por microorganismos a los que elimina por lisis o estimulando su fagocitosis. — La iniciación de la respuesta inflamatoria. — La eliminación del torrente sanguíneo de complejos inmunes circulantes. Todas las células del sistema inmune necesitan estar conectadas entre sí para elaborar de una forma conjunta y ordenada una respuesta inmune que termine con la eliminación del patógeno. Para ello las células utilizan dos medios principales de comunicación. Uno es el contacto directo mediante las distintas moléculas de membrana. Otro es mediante la síntesis de pequeñas proteínas que reciben el nombre genérico de citoquinas, que son producidas en los primeros instantes de la activación celular, alertando a las diferentes células, que poseen receptores de citoquinas en la membrana, de que hay una respuesta inmune en marcha. Sus funciones son: — Regular la duración y la amplitud de la respuesta inmune, tanto innata como específica. — Reclutar células a la zona en conflicto. — Inducir la generación de nuevas células a partir de los precursores hematopoyéticos. En resumen, se puede afirmar que el sistema inmune posee múltiples mecanismos para hacer frente a las raras infecciones que logran atravesar la piel o las mucosas. Estos mecanismos actúan consecutiva y coordinadamente en el tiempo y en el espacio y se van activando unos a otros, si el mecanismo anterior no consigue eliminar la infección. En primer lugar actúan los mecanismos de la inmunidad innata (la vía alternativa del complemento y los macrófagos), que se activan de forma inmediata (de 0 a 4 horas). Si éstos no consiguen acabar con la infección, se activan, de forma inducida (de 4 horas a 4 días), la inflamación, la respuesta de fase aguda, los interferones y las células NK. Si este mecanismo tampoco logra eliminarla, la mantiene bajo control mientras se desarrolla el tercer tipo de respuesta, la inmunidad adaptativa, desarrollada por los linfocitos B y los linfocitos T (a partir de 5 días).

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6.2. Psiconeuroinmunología Ader (Ader y Cohén, 1993) descubrió en 1974 que el sistema inmune también es capaz de aprender, en contra de lo que se pensaba entonces, cuando se defendía que sólo el SNC era capaz de adaptarse a las exigencias del medio, modificando su funcionamiento. Este descubrimiento de Ader contribuyó a la realización de investigaciones que han puesto de manifiesto la existencia de interacciones entre el sistema nervioso y el sistema inmune, lo que da lugar al desarrollo de una nueva ciencia, la psiconeuroinmunología. Desde el inicio de la década de 1980, la psiconeuroinmunología se ha desarrollado como un campo de investigación interdisciplinar en el que se integran el estudio de las interacciones entre el comportamiento, los procesos neurales y endocrinos y los procesos inmunes (Sklar y Anisman, 1981; O’Leary, 1990; Cohén y Williamson, 1991; Ader y Cohén, 1993; Irwin, 1993; Maier, Watkins y Fleshner, 1994; Cohén y Herbert, 1996). El reconocimiento mutuo y la comunicación entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune pone de manifiesto la relevancia de la armonía y de la homeostasis en el funcionamiento orgánico. Sintetizando, se puede afirmar que la investigación ha puesto de manifiesto que: — La manipulación de las funciones neurales y endocrinas altera las respuestas inmunes. — La estimulación antigénica que induce una respuesta inmune resulta en cambios en la función neural y endocrina. — Los procesos de comportamiento son capaces de influenciar la reactividad inmunológica. — La situación de inmunidad de un organismo tiene consecuencias para el comportamiento. La psiconeuroinmunología es un ámbito interdisciplinar que pone de relieve que los sistemas no pueden ser comprendidos de forma aislada. Estudiando simplemente la inmunología al nivel de las células inmunes, o la neurociencia al nivel de las neuronas, o la psicología al nivel del comportamiento, no es posible captar las complejas interacciones que existen entre los diversos niveles. Los organismos vivos no están compuestos de sistemas o procesos desconectados unos de otros. El progreso, así como la comprensión de la salud y de la enfermedad, viene posibilitado por la investigación que tiene en cuenta las interacciones entre sistemas y niveles diferentes. La investigación actual ha comprobado que el sistema nervioso y el sistema inmune, los dos sistemas más complejos implicados en el mantenimiento de la homeostasis, representan un mecanismo integrado que contribuye a la adaptación del individuo y de la especie (O’Leay, 1990; Irwin, 1993; Cohén y Herbert, 1996). Aunque existe discusión, muchos investigadores consideran que el sistema inmune tiene un mayor nivel de complejidad que el sistema nervioso. La plasticidad funcional del sistema inmune es 121

mayor que la del sistema nervioso y, consiguientemente, su regulación debe requerir un nivel de control más complejo y sofisticado. El sistema nervioso central debe ejercer control sobre algunos aspectos de la respuesta inmune y para poder realizar esta función debe recibir información sobre eventos que se producen en el cuerpo y sobre la situación de los procesos inmunes. De esta forma, el SNC controla el sistema inmune y éste controla la función neural. Si los procesos neurales regulan los procesos inmunes, entonces ha de existir una vía a través de la que los procesos psicológicos pueden influir en la inmunidad. Por otra parte, si los procesos inmunes alteran la función neural, entonces pueden también influir en la conducta, la emoción y el pensamiento. El cerebro conecta físicamente con el sistema inmune y lo controla: — A través del sistema nervioso simpático, que inerva a órganos inmunes como el timo, tuétano, bazo y nodos linfáticos. Los terminales nerviosos simpáticos liberan catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) y las células de los órganos inmunes contienen receptores para las catecolaminas. — A través de factores desencadenantes que estimulan las glándulas endocrinas a secretar hormonas en la circulación sanguínea, lo que hace que las hormonas alcancen los diversos órganos y liguen con los receptores hormonales en los órganos. A su vez, existen conexiones que van del sistema inmune al sistema nervioso central (Maier y otros, 1994). La respuesta inmune se produce fuera del sistema nervioso central, en la periferia, en reacción a un patógeno periférico. Para que el cerebro pueda regularla, debe recibir información de que se está produciendo ésta. Tanto la actividad eléctrica como la actividad química del cerebro cambian a medida que las respuestas inmunes se producen. ¿Cómo puede suceder esto? Las células del sistema inmune, como las células T y las B, tienen limitado su acceso al cerebro debido a la barrera hematoencefálica. La información sobre la respuesta inmune parece venir proporcionada por las citoquinas, proteínas solubles liberadas por las células durante la respuesta inmune. Las citoquinas siempre han sido consideradas como mensajeros entre las células del sistema inmune, pero también tienen la capacidad de conectar con el sistema nervioso. Una de las citoquinas que ha sido más investigada es la interleuquina 1 (IL-1), que es sintetizada y segregada por diferentes células, aunque los macrófagos son la principal fuente de IL-1 durante la respuesta inmune específica. Los macrófagos son activados al engullir al patógeno, o por diversas señales químicas que se ligan a los receptores de la superficie (membrana) de los macrófagos. La IL-1 y otras citoquinas pueden ser los enlaces o mediadores entre el sistema inmune y el cerebro, con potentes efectos sobre la actividad neural. El sistema inmune puede actuar como un órgano sensorial que envía información al cerebro. Existe suficiente evidencia experimental respecto a las numerosas interacciones entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune (Spector, 1986; Maier y otros, 1994; Cohén y 122

Herbert, 1996). Asimismo, se ha comprobado que la comunicación entre las diferentes redes está posibilitada por mediadores humorales, como hormonas, neurotransmisores y citoquinas, que en gran medida son compartidos por los diferentes sistemas homeostáticos. Comunes a las células nerviosas, a las neuroendocrinas y a las células inmunes, son también los lugares receptores sensibles a esa información. Las hormonas y los neurotransmisores, además de regular diversos tejidos diana en el cuerpo, alcanzan los órganos linfoides y las células a través de la circulación sanguínea, o a través de conexiones directas del sistema nervioso autónomo, que vinculan al tejido nervioso y a los órganos del propio sistema linfoide. Diversos mediadores solubles liberados por el sistema inmune funcionan como mensajeros que transportan señales aferentes al SNC. Es posible que estos mensajeros lleven información al SNC sobre el tipo de respuesta inmune en funcionamiento, mientras que el lugar donde se produce la respuesta puede ser indicado a través de la estimulación local de fibras nerviosas por los productos de células inmunes liberadas en su proximidad. Los iriputs neurales pueden llegar al cerebro a través de los nervios sensoriales aferentes de los distintos sistemas sensoriales, de los propioceptores musculares, de otros sistemas sensoriales internos y externos, así como producirse en el propio cerebro en forma de pensamientos, emociones… Los inputs antigénicos y otros inputs inmunes llegan en forma de bacterias, hongos, virus, microplasma, parásitos multicelulares, proteínas extrañas, otras sustancias extrañas y antígenos internos. Pueden penetrar en el cuerpo vía tracto gastrointestinal, tracto urogenital, sistema respiratorio, a través de heridas… Los inputs neurales y antigénicos tienen una vía común en el sistema circulatorio. Los mensajes son transportados por diversas hormonas, neurotransmisores, inmunotransmisores neuromoduladores y por una gran variedad de otros polipéptidos. Además, otra probable ruta común es la vasta red de fibras neurales aferentes y eferentes que penetran en los órganos, tejidos y células del sistema inmune. El sistema nervioso inerva cada órgano y tejido del sistema inmune. Las células del sistema inmune se comunican entre sí a través de sus productos químicos (anticuerpos, interferón, histaminas, neurohormonas…), que de alguna forma se asemejan, en la química y en la función, a los neurotransmisores. Algunas de estas sustancias se comunican también con el cerebro. Entre los inputs endocrinos que se sabe tienen un efecto directo sobre una o varias funciones inmunes, se encuentran los esteroides adrenales y sexuales, la prolactina, la hormona del crecimiento, la melatonina, las catecolaminas, la serotonina y muchos otros neurotransmisores y polipéptidos activos por naturaleza. Todos ellos tienen bucles de feedback negativos respecto al SNC, vía hipotálamo y vía hipófisis. Casi todas las sustancias endocrinas conocidas afectan directamente al sistema nervioso y al sistema inmune. Una vez que se ha puesto de manifiesto la existencia de múltiples conexiones entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune, pasemos a analizar cómo el funcionamiento 123

de un sistema puede modular o modificar el funcionamiento de los otros.

6.2.1. Modulación hormonal de la función inmune Diversas investigaciones han demostrado la existencia de una red inmuno-endocrina a través de la que hormonas, neuropéptidos y neurotransmisores son capaces de influir en los procesos inmunes. Para que se produzca esta modulación de la respuesta inmune, se requiere la presencia en los inmunocitos de receptores hormonales específicos para todas estas sustancias (se han descubierto más de treinta tipos diferentes). La administración de hormonas puede llevar a un incremento o a una disminución de la respuesta inmune, dependiendo del tipo de hormonas, de la dosis y el momento de su administración. En general, los glucocorticoides, las hormonas sexuales y los opiáceos endógenos deprimen la respuesta inmune in vivo, mientras que la hormona del crecimiento, la prolactina, la tiroxina y la insulina la incrementan. Los glucocorticoides son mediadores decisivos en las interacciones del sistema endocrino y el sistema inmune, ejerciendo un control negativo sobre la secreción de péptidos, tanto del eje hipotálamo-hipófisis como del sistema inmune. Como neuromoduladores, los glucocorticoides tienen un efecto general inhibidor sobre muchas funciones del sistema inmune: inducen un decremento en el crecimiento de las células linfoides, en la formación de anticuerpos, en la citotoxicidad celular y en las reacciones inflamatorias. Existe evidencia (Savino y otros, 1994) de que hormonas de la hipófisis como la prolactina y la hormona del crecimiento pueden ser consideradas como moduladoras del epitelio del timo. Es posible que los procesos de diferenciación de las células T en el timo estén bajo el control de hormonas de la hipófisis.

6.2.2. Modulación de las respuestas endocrinas por el sistema inmune El sistema inmune puede influir en las respuestas endocrinas a través de mensajeros liberados por células inmunes activadas. Estos mensajeros son diferentes tipos de citoquinas. Por otro lado, el sistema inmune puede ser considerado como un órgano neuroendocrino, puesto que es capaz de producir hormonas y neuropéptidos. El enlace fundamental entre el sistema inmune y el sistema neuroendocrino son las diferentes citoquinas, polipéptidos producidos por el sistema inmune activado y también por diversos tejidos. Se ha comprobado que las citoquinas afectan a las funciones endocrinas y metabólicas y se considera que son importantes moduladores de la secreción de diversas hormonas y neuropéptidos. Entre las citoquinas cuyos efectos sobre el sistema endocrino han sido más estudiados, se encuentran la interleuquina 1 (IL-1), la interleuquina 2 (IL-2) y la interleuquina 6 (IL-6). A pesar de existir algunas discrepancias en la literatura, parece que 124

la IL-1 y la IL-6 estimulan la secreción de hormonas del eje hipotálamo-hipófisosuprarrenal, actuando sobre los tres niveles del eje e induciendo, respectivamente en cada uno de ellos la producción de la hormona desencadenante de corticotropina (CRH), la secreción de la hormona adrenocorticotropina (ACTH) y de cortisol. Las interacciones entre el sistema inmune y el sistema endocrino pueden representar un potente mecanismo de feedback negativo, por medio del cual el sistema inmune, a través de la estimulación del eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, estimula la producción de glucocorticoides inmunosupresores y evita una inflamación excesiva y un efecto febril excesivo durante la respuesta de fase aguda. Debido a que los glucocorticoides inhiben todos los componentes de la respuesta inmune, la consecuencia de la activación del eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal puede ser la supresión y/o modulación de la respuesta inflamatoria a los organismos invasores. En consecuencia, una disfunción de estas interacciones puede dar lugar a una enfermedad inflamatoria. La mayor parte de las células del sistema inmune se encuentran en el tuétano, el timo, los nodos linfáticos, el bazo, las amígdalas, el apéndice y en las placas de Peyer (grupos de tejido inmune en el intestino delgado) (Cohén y Herbert, 1996). Puesto que no es fácil el acceso a las células de estos órganos, la investigación en psiconeuroinmunología en humanos se centra en el estudio de los procesos inmunes, que se producen en la sangre periférica circulante, que transporta componentes inmunes entre órganos del sistema inmune y el lugar de la inflamación. Estos componentes del sistema inmune (algunos tipos de leucocitos y anticuerpos) vigilan y combaten los antígenos invasores. De esta forma, la sangre periférica desempeña una función clave en los procesos inflamatorios y en los inmunes. Los estresores o eventos que desencadenan la lucha-huida pueden asimilarse a daño físico o a eventos que producen daño físico. Este concepto se remonta, al menos, hasta Selye (1936), que consideró la inflamación como un estresor prototípico. Un aspecto importante, que requiere de más investigación (Savino y otros, 1994) se refiere a la producción de prolactina en el timo. Dado el hecho de que los timocitos pueden producir prolactina y de que las células epiteliales del timo producen hormonas de la neurohipófisis como la exitocina y la vasopresina, Savino y otros (1994) postulan que la glándula timo posee circuitos neuroendocrinos que pueden ser fisiológicamente relevantes. Por otro lado, los productos de las células inmunes pueden afectar a las funciones neuroendocrinas. Existe evidencia de que las células inmunes pueden influenciar la actividad nerviosa periférica, liberando mediadores solubles. Se ha observado que la presencia de células T en el bazo puede modular la inervación simpática de este órgano. Algunas citoquinas inhiben el metabolismo de la noradrenalina en el cerebro e influyen en la actividad eléctrica de las neuronas cerebrales. La IL-1 protege a las células T colaboradoras de la inhibición por los glucocorticoides, pero no a las células T supresoras ni a las células T citotóxicas. 6.3. Procesos psicológicos y sistema inmune: su incidencia en la salud y en la 125

enfermedad La preocupación por la influencia de la mente sobre el funcionamiento del cuerpo es muy antigua, pero el estudio sistemático de los procesos psicológicos sobre la salud se puede afirmar que se remonta a Cannon, quien a comienzos del siglo xx investigó las reacciones que se producían en el organismo para conseguir la supervivencia ante las situaciones que constituyen los diferentes estados emocionales. Posteriormente, Selye comprobó que se produce el mismo tipo de respuesta ante diferentes situaciones que implican una importante exigencia orgánica. En primer lugar, se presentan las investigaciones de Cannon y Selye sobre las reacciones de adaptación, que se producen en el organismo ante una situación potencialmente emocional o estresante. Posteriormente, se analiza la incidencia que los procesos psicológicos pueden tener en el sistema inmune y en la salud y la enfermedad.

6.3.1. Cannon y la reacción de emergencia Cannon en 1911 puso de manifiesto la influencia de factores emocionales (la respuesta de un gato a los ladridos de un perro enjaulado) en la secreción de adrenalina. Durante los siguientes treinta años, Cannon elaboró sus teorías sobre la respuesta de “lucha o huida” (fight orflight), demostrando la mediación catecolaminérgica del fenómeno, esencialmente regulado, desencadenado y mantenido por el sistema simpático-suprarrenal. La reacción de “lucha o huida” es apropiada frente a circunstancias que efectivamente ponen en peligro el organismo, pero puede también ser desencadenada por circunstancias imaginarias. El modelo de reacción de emergencia propuesto por Cannon (1929) sugiere que la función de los cambios periféricos consiste en preparar al cuerpo para el gasto de energía necesario en los diferentes estados emocionales. Cannon propuso que la noradrenalina y el sistema nervioso simpático colaboraban en el establecimiento de una predisposición para la “lucha o la huida”. Se producen cambios que implican una redistribución de la sangre de las visceras al cerebro y a los músculos y tiene lugar un incremento de las reservas energéticas disponibles para el consumo por los músculos y cambios respiratorios. En general, se produce una movilización y distribución de la energía por todo el organismo para enfrentarse a una emergencia. La importancia de la aportación de Cannon radica en que puso de manifiesto que alteraciones muy diferentes y que no parecían estar relacionadas entre sí, como la aceleración del pulso, la respiración agitada, el aumento de azúcar en sangre y la secreción de adrenalina, se integraban perfectamente si se las consideraba como preparativos del organismo para un esfuerzo supremo en la “huida” o en la “lucha”.

6.3.2. Selye y el síndrome general de adaptación 126

Selye (1936,1976), en sus investigaciones médicas, ha mostrado que en muchos aspectos el organismo responde de una forma estereotipada, con idénticos cambios bioquímicos, establecidos para enfrentarse con cualquier tipo de exigencia creciente. Aunque los factores que producen tensión –los tensores– son diferentes, determinan esencialmente la misma respuesta de tensión biológica. Selye ha resaltado que el cuerpo responde de una forma inespecífica, con tensión, ante cualquier exigencia que se le presente. Con independencia del tipo de alteración específica que produzcan los diversos agentes (ante el frío, tiritamos; ante el calor, sudamos…), todos ellos tienen en común que aumentan la exigencia de un reajuste. Esta demanda es inespecífica, se requiere la adaptación a un problema, sea cual sea éste. Además de sus acciones específicas, todos los agentes a los que nos vemos expuestos producen también un aumento inespecífico en la necesidad de realizar funciones de adaptación y en el restablecimiento de la normalidad. La exigencia inespecífica de actividad, como tal, constituye la esencia de la tensión. Selye, en 1926, se preguntó si existía una reacción general de adaptación al cambio. Siendo estudiante de medicina se preguntó por qué pacientes que sufrían de las más diversas enfermedades, que constituían una amenaza para la homeostasis, tenían en común tantos signos y síntomas. Asimismo, se preguntó cuál sería la base científica de lo que él consideraba como “síndrome de estar simplemente enfermo”. Diez años más tarde, comprobó, en sus investigaciones realizadas en ratas, a las que inyectaba preparados glandulares impuros y tóxicos, que las inyecciones producían un síndrome estereotipado (una serie de cambios orgánicos que se producían simultáneamente), caracterizado por un aumento y una excesiva actividad de la corteza suprarrenal, la contracción o atrofia de la glándula timo y de los nodulos linfáticos y la aparición de úlceras gastrointestinales, con independencia del tejido en el que se realizaran o del contenido hormonal. En la investigación animal pronto se advirtió que el mismo grupo de cambios orgánicos que causaban los extractos glandulares era también producido por el frío, el calor, una infección, un trauma, una hemorragia, la irritación nerviosa y por otros muchos estímulos. Selye describió por primera vez esta reacción como un “síndrome producido por varios agentes nocivos”. Más tarde la denominó “síndrome general de adaptación” o de tensión biológica. Desde 1936 se han relacionado con la tensión general numerosos cambios bioquímicos y estructurales cuyo origen se desconocía anteriormente (Cohén y Herbert, 1996). El sistema hipotálamo-hipófisis-corteza suprarrenal desempeña funciones decisivas en el mantenimiento de la homeostasis. Es un sistema coordinado, constituido por el hipotálamo, que está relacionado con la hipófisis, reguladora de la actividad de la corteza suprarrenal. El proceso sería el siguiente. Un tensor excita al hipotálamo, produciéndose una sustancia que estimula la hipófisis para que descargue la hormona adrenocorticotropina (ACTH) en la sangre. A su vez, la ACTH induce a la corteza de las suprarrenales a la producción de corticoides, que determinan una contracción del timo y otros cambios, como la atrofia de los nodulos linfáticos, la inhibición de las reacciones 127

inflamatorias y la producción de azúcar. Otra característica típica de la reacción de tensión es el desarrollo de úlceras de estómago y de intestino (figura 6.3).

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Figura 6.3. Función del sistema hipotálamo-hipófisis-corteza suprarrenal en la regulación de la homeostasis.

El síndrome general de adaptación comprende tres etapas: la reacción de alarma, la 129

etapa de resistencia o defensa y la etapa de agotamiento o descompensación (figura 6.4).

Figura 6.4. Etapas del síndrome general de adaptación (a partir de Selye, 1956).

A) Alarma El agente estresante provoca en el organismo la reacción de alarma en la que se producen las respuestas orgánicas, asociadas normalmente con las emociones y se caracteriza por activación simpática, descarga de adrenalina y por los cambios asociados con el ritmo cardíaco, con la presión sanguínea y con el tono muscular. Comprende dos fases, choque y contrachoque. — Fase de choque. Se caracteriza, entre otros procesos, por hipotensión, hipotermia, hemoconcentración, disminución de la diuresis e hipocloremia. — Fase de contrachoque. Las reacciones humorales y neurovegetativas producen hipertensión, hipertermia, hipercloremia y aumento de la diuresis. Se produce, asimismo, un aumento en la secreción de adrenocorticotropina (ACTH), que a su vez estimula la corteza suprarrenal, incrementando así la secreción de corticosteroides. Si se sacrifica al animal durante la reacción de alarma, en fase de contrachoque, se encuentra hipertrofia de la corteza de las suprarrenales, atrofia aguda del tejido timolinfático y úlceras gástricas e intestinales. La reacción de alarma depende principalmente de mecanismos cerebrales, neuroendocrinos y diencefálico-hipofisarios. 130

B) Resistencia o defensa Selye define esta etapa como la suma de las reacciones de adaptación y de los mecanismos de compensación del organismo sometido a estímulos crónicos. En ella se supera el estado inicial de emergencia y el organismo logra una adaptación mejor y más duradera al agente que produce el estrés. Durante esta etapa llega al máximo la resistencia del organismo a los agentes estresantes continuos, desempeñando en ello una función decisiva los mecanismos diencéfalo-hipofisarios y córtico-suprarrenales. Si la causa del estrés continúa, o la adaptación en esta etapa resulta ineficaz, se produce agotamiento o descompensación.

C) Agotamiento o descompensación Se produce cuando la capacidad de adaptación del organismo se pierde al verse sobrecargada por un constante exceso de estímulos. Selye (1976) ha puesto de manifiesto que los estímulos emocionales crónicos, al igual que los estímulos crónicos de naturaleza infecciosa, traumática o tóxica, pueden ocasionar trastornos funcionales reproducibles en el laboratorio y lesiones orgánicas como la hipertensión o la úlcera. Generalmente, los agentes estresantes ejercen un mayor impacto en el sistema hipófiso-suprarrenal. La hipófisis anterior segrega la hormona adrenocorticotropina (ACTH) que estimula la secreción de hormonas adrenocorticales. El estrés induce una cantidad muy elevada de secreción suprarrenal. Las variaciones en el funcionamiento de las glándulas suprarrenales durante las tres etapas del síndrome general de adaptación (un exceso de secreción durante la segunda etapa y una secreción deficiente en la tercera etapa) tienen diferentes consecuencias. Así, los desórdenes cardíacos y la hipertensión se agravan cuando se produce un exceso de secreción suprarrenal, mientras que la arritmia y los desórdenes reumáticos se agravan cuando disminuye ésta.

6.3.3. Repercusiones de la emoción sobre la salud y la enfermedad Una vez presentada la aportación pionera de Cannon y de Selye, pasemos a analizar la incidencia que los procesos psicológicos pueden tener sobre el funcionamiento del sistema inmune y sus repercusiones sobre la salud y la enfermedad, a partir de la situación de la investigación actual. La investigación en el ámbito de la psiconeuroinmunología pone de manifiesto que muchos de los efectos corporales del estrés son producidos por las hormonas esteroides denominadas glucocorticoides, secretadas por la corteza de las glándulas suprarrenales. Los estresores físicos, así como los psicológicos, llevan a las células del núcleo paraventricular del hipotálamo (PVH) a sintetizar y a secretar la hormona liberadora de corticotropina (CRH) en el sistema sanguíneo portal, en la base del cerebro. La 131

corticotropina llega a la hipófisis anterior, donde posibilita la síntesis y liberación de la adrenocorticotropina (ACTH) en la sangre. Finalmente, la ACTH estimula en la corteza suprarrenal la liberación de glucocorticoides. La secreción de glucocorticoides ha sido considerada como el mecanismo de la modulación de la inmunidad y los procesos de enfermedad relacionados, inducidos por el estrés. Los estresores pueden tener impacto sobre la inmunidad, dado que activan el sistema nervioso simpático (sistema del esfuerzo) y el sistema hipotálamo-hipófisiscorteza suprarrenal (sistema de socorro). Tanto la investigación animal como la observación clínica en humanos ponen de manifiesto los efectos inmunosupresores del estrés, que se concretan en la acción de los estímulos estresantes sobre la actividad del sistema inmunitario, expresada a través de fenómenos alérgicos, infecciones, enfermedades autoinmunitarias y formación de neoplasias (distintos tipos de cáncer). Una situación continua de estrés disminuye la producción de interferón (una proteína inespecífica implicada en la resistencia a la infección). Existe la creencia común de que las características de personalidad y las emociones influyen en la salud (Cohén y Herbert, 1996). Las preguntas fundamentales serían: ¿pueden la depresión, la ansiedad y los desajustes psicológicos alterar la habilidad para resistir a la infección, a las enfermedades autoinmunes o al cáncer?, ¿a través de qué vías los estados psicológicos pueden producir los cambios fisiológicos? Los factores psicológicos pueden alterar la inmunidad y la susceptibilidad a la enfermedad, como se pone de manifiesto en la figura 6.5.

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Figura 6.5. Vías a través de las que los factores psicológicos pueden influir en la aparición y en el progreso de la enfermedad mediada por el “sistema inmune” (a partir de Cohén y Herbert, 1996).

Se cree que los eventos diarios estresantes alteran la inmunidad y, en consecuencia, la susceptibilidad a la enfermedad mediada por el sistema inmune. Cuando las demandas impuestas por los eventos exceden las capacidades de los sujetos para afrontarlas, se provoca una respuesta psicológica al estrés, integrada por estados cognitivos y emocionales negativos. Los procesos psicológicos pueden influir en la aparición y en el desarrollo de enfermedades mediadas por el sistema inmune a través de diversas vías, de la inervación directa del sistema nervioso central y de los sistemas inmunes o a través de las vías hormonales. Asimismo, la inmunidad puede verse afectada por cambios conductuales asociados a características de personalidad o por cambios que se producen como respuestas adaptativas o respuestas de afrontamiento ante eventos estresantes o estados emocionales negativos. Así, personas que experimentan afectos negativos, frecuentemente manifiestan comportamientos poco saludables, como fumar, beber alcohol, dormir poco y llevar un régimen dietético inadecuado; comportamientos que pueden tener efectos inmunosupresores (Cohén y Herbert, 1996). Cohén y Williamson (1991), partiendo de que incluso el más severo estrés no puede resultar en infección sin la presencia de un agente infeccioso, indican que las posibles 133

rutas a través de las que el estrés puede influir en la susceptibilidad a la enfermedad infecciosa son: a) Alterando la susceptibilidad biológica y, en consecuencia, predisponiendo a la infección a las personas expuestas a un patógeno. b) Iniciando o desencadenando un proceso que permite reproducirse a un patógeno que ya se encuentra en el cuerpo (por ejemplo, un virus latente). c) Contribuyendo al mantenimiento de un proceso patogénico en curso. Cohén y Williamson (1991) han propuesto dos modelos para representar las posibles vías que vinculan el estrés con la patología infecciosa. El primero representa la función del estrés en la predisposición de las personas a la aparición de una nueva infección (figura 6.6). La susceptibilidad a la infección, ante todo, está mediada por la función inmunitaria. Como indica la figura 6.6, el estrés puede influir en la inmunidad a través de la inervación directa del sistema nervioso central y el sistema inmune (nervios que terminan en los órganos linfoides) o a través de vías neuroendocrinas con la liberación de hormonas (un elevado número de hormonas liberadas en situación de estrés han sido implicadas en la modulación inmunitaria: la adrenalina, la noradrenalina, el cortisol, la hormona del crecimiento, la prolactina y los opiáceos naturales –como la endorfina y la encefaliña–, liberados en el cerebro). Los cambios conductuales que se producen como adaptaciones o respuestas de afrontamiento al estrés pueden influir en la inmunidad. Las personas bajo estrés tienden a implicarse en prácticas poco saludables (fuman más, beben más alcohol, comen mal y duermen poco). Los cambios conductuales bajo el estrés pueden influir en la susceptibilidad a la infección, contribuyendo al hecho de que las personas estén expuestas a los agentes patógenos durante un tiempo determinado de exposición.

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Figuras 6.6. Función del estrés en la predisposición a la aparición de una nueva infección (a partir de Cohén y Williamson, 1991).

Por otra parte, los procesos de afrontamiento social y el incremento de la interacción con otros pueden implicar un incremento en la probabilidad de exposición a agentes infecciosos y, consiguientemente, a la infección. Otros comportamientos desencadenados por el estrés, como prácticas sexuales de riesgo o prácticas poco higiénicas, pueden también incrementar la exposición a agentes infecciosos. El segundo modelo presentado por Cohén y Williamson (1991) representa las vías a través de las cuales el estrés puede influir en la duración y la severidad de una infección ya existente, manteniendo procesos patogénicos en curso o iniciando (reactivando) infecciones latentes (figura 6.7). El curso de la enfermedad puede ser influenciado por efectos directos (no implicando al sistema inmune) sobre los tejidos implicados en la enfermedad (por ejemplo, hormonas desencadenadas por el estrés, como el cortisol y la adrenalina, pueden incrementar la secreción de mucosa y producir vasodilatación). El estrés puede influir en los tejidos implicados en la enfermedad a través de cambios en las prácticas de salud (por ejemplo, el incremento del consumo de tabaco en situación de estrés puede irritar la mucosa nasal y los pulmones).

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Figuras 6.7. Vías a través de las que el estrés influye en la duración y la severidad de una infección ya existente (a partir de Cohén y Williamson, 1991).

El fracaso en seguir los regímenes médicos, en situaciones de estrés, puede contribuir a que las enfermedades sean más graves y duraderas debido a que los comportamientos indeseables agravan los problemas existentes o debido a que el fracaso para manifestar comportamientos deseables (como seguir los regímenes médicos) resulta en un avance de la enfermedad. Por otra parte, el estrés puede también desempeñar una función en la reactivación de patógenos latentes a través de la estimulación hormonal o neural de la reproducción del patógeno o a través de la supresión de aspectos del sistema inmune que pueden mantener al patógeno controlado. Labouze (1988) sostiene que el estrés puede modular la respuesta inmunitaria a través de las “hormonas del estrés”, que establecen las comunicaciones entre cerebro y sistema inmunitario. Los glucocorticoides inhiben un activador de la respuesta inmunitaria, la IL-1, que estimula normalmente los linfocitos T. La adrenalina activaría a las células T supresoras, que controlan negativamente la respuesta inmunitaria. La función de las encefalinas parece más incierta, a pesar de la presencia de receptores, que les son específicos, en la superficie de los linfocitos T humanos. A dosis fuerte inhiben la respuesta inmunitaria, mientras que a dosis alta la potencian. Después de presentar algunos de los modelos propuestos para explicar la influencia 136

de los procesos psicológicos en la salud y la enfermedad mediada por el sistema inmune, consideremos algunos de los resultados obtenidos por la investigación. Manuck y otros (1991) encuentran que los sujetos que se caracterizan por una elevada activación del sistema nervioso periférico (notable subida en la presión sanguínea, cambios en el ritmo cardíaco, secreción de adrenalina y de noradrenalina) ante estresores agudos, también manifiestan notables cambios inmunitarios. La correlación entre la respuesta del sistema simpático y la respuesta del sistema inmune sugiere que la activación del sistema nervioso periférico inducida por el estrés puede estimular cambios en el sistema inmune. Dado que la evidencia es correlacional, no puede establecerse una cadena causal. Se conoce poco respecto a la relación entre las fluctuaciones normales en el estado de ánimo y la respuesta inmune. Stone y otros (1987) han analizado las relaciones entre estados de ánimo positivos y negativos y la respuesta de los anticuerpos a un antígeno novedoso ingerido oralmente durante ocho semanas, comprobando que los niveles de anticuerpos eran más elevados los días en que los sujetos informaban de que se encontraban en un estado de ánimo altamente positivo y que eran más bajos los días en que informaban de que se encontraban en un estado de ánimo negativo. Stone y otros (1994) han encontrado esta misma relación a lo largo de doce semanas. Existe evidencia consistente y convincente de la vinculación entre estrés y enfermedades infecciosas menos graves (catarro, gripe y herpes). Se ha encontrado que existe una relación entre estrés, inmunidad y catarro común, de tal forma que el estrés mantenido aumenta en el 200% el riesgo de la enfermedad. Dos meses de estrés mantenido son suficientes para disminuir la inmunidad y hacerse más vulnerable al virus (Cohén, Tyrrell y Smith, 1991). Se ha encontrado una relación entre las emociones negativas –la frustración o la tensión diarias– y el riesgo de sufrir isquemia de miocardio en los pacientes coronarios, un trastorno provocador por un inadecuado bombeo de la sangre, que puede ser el detonante de futuros ataques cardíacos (El Mundo, 22 de mayo de 1997). El estudio, en el que se realizó un seguimiento a cincuenta y ocho pacientes coronarios, encontró que los episodios de isquemia fueron el doble de frecuentes durante la hora que siguió a un momento de estrés, que cuando no se produjo ninguna alteración emocional. Se comprobó que estados emocionales negativos intensos estaban asociados a un riesgo dos o tres veces superior de sufrir isquemia de miocardio, en comparación con estados emocionales negativos de baja intensidad. Se ha dedicado mucha investigación a analizar la relación entre depresión e inmunocompetencia, encontrándose que los índices de inmunocompetencia son más bajos en las personas que manifiestan síntomas depresivos (Weise, 1992) y que la depresión está asociada con importantes alteraciones en la inmunidad celular, existiendo evidencia de que hay una relación lineal entre la intensidad de la depresión y los indicadores de la inmunidad celular (Herbert y Cohén, 1993). En las enfermedades autoinmunes (artritis reumatoide, diabetes insulinodependiente, lupus, enfermedad de Graves y esclerosis múltiple, entre otras), el organismo ataca a sus 137

propias células y órganos. El sistema inmune produce anticuerpos que atacan a sus propios tejidos (autoanticuerpos) y los linfocitos T fallan al discriminar lo que es propio de lo que es extraño y atacan al tejido corporal normal. La investigación sobre enfermedades autoinmunes (al menos sobre la artritis reumatoide) sugiere la potencial función de los factores psicológicos, aunque la investigación se encuentra en una etapa temprana de su desarrollo. La evidencia del efecto de factores psicológicos en el cáncer es menos consistente y concluyente. Esto puede deberse a las limitaciones metodológicas inherentes al estudio de enfermedades complejas o al hecho de que las influencias psicológicas sobre la inmunidad no son de la magnitud o del tipo necesario para alterar el funcionamiento corporal.

6.3.4. Estrés y cáncer Los treinta billones de células que forman un cuerpo normal y sano viven en un proceso complejo e interdependiente, en el que unas regulan la proliferación de otras. Las células normales sólo se reproducen cuando reciben las instrucciones adecuadas que les envían otras células vecinas. Tal colaboración permanente asegura que cada tejido mantenga el tamaño y la arquitectura adecuada a las necesidades del cuerpo. Las células cancerosas vulneran ese esquema, ignorando los controles normales de proliferación y siguiendo sus propias instrucciones internas de reproducción. Gozan de una propiedad incluso más perniciosa, siendo capaces de emigrar del sitio donde se producen, invadir otros tejidos y formar masas en lugares distantes del cuerpo (metástasis). Con el tiempo, los tumores formados por esas células malignas se vuelven cada vez más agresivos y se tornan letales, destrozando tejidos y órganos vitales (Weinberg, 1996). El término cáncer se refiere a un amplio y heterogéneo grupo de enfermedades (más de cien formas de enfermedad) caracterizadas por un crecimiento desordenado e incontrolable de las células del organismo, dividiéndose y creciendo de forma espontánea e incontrolada debido a la existencia de una alteración en el mecanismo que inhibe la reproducción celular. Por otra parte, las células tumorales son incapaces de organizarse y autorregularse adecuadamente por sí mismas. Los tumores benignos tienden a comprimir a los tejidos normales que los rodean, pero no crecen penetrando en su interior. Las células de un tumor maligno penetran y se extienden en el interior de los tejidos normales del organismo, pasando posteriormente a través de la corriente sanguínea o de los canales linfáticos a otras áreas del cuerpo, estableciendo nuevos tumores. Los tumores malignos se clasifican en diversas categorías, de acuerdo con el tipo de células de las cuales se originaron en un principio (Weinberg, 1996): a) Carcinomas. Los tumores se forman a partir de células epiteliales que recubren las superficies interiores y exteriores del organismo (piel, intestino, membrana del tracto respiratorio, del urinario o del gastrointestinal). Constituyen la forma de 138

cáncer más frecuente. b) Sarcomas. Los tumores se originan en células del tejido conectivo, células de estructuras más profundas, como el cartílago, los huesos -osteosarcomas- o los músculos. c) Linfomas. Los tumores se originan en el tejido linfático (cuello, ingle y axila). d) Leucemia. Cáncer generado en el sistema sanguíneo. e) Gliomas. Los tumores se producen en células no neuronales del cerebro. Puesto que se piensa que el sistema inmune desarrolla importantes funciones en el control del tumor, en la prevención de la progresión y en la expansión metastática de los tumores, se considera que los factores psicológicos asociados con la inmunidad son potenciales contribuidores a la aparición del cáncer y su progresión. La función inmune destacada como el punto de contacto entre los factores psicológicos y el cáncer es la actividad de las células NK (asesinas naturales), que son linfocitos granulares grandes que atacan inespecíficamente y destruyen ciertas células infectadas por virus y tumores celulares y pueden estar implicadas en la prevención de la metástasis de tumores. Se ha comprobado que la actividad de las células NK está notablemente reducida por el efecto de diversos tipos de estresores (por ejemplo, baño en agua muy fría, situación de inanición). Asimismo, la actividad de las células NK está relacionada con la motivación. La motivación de poder, que configura un síndrome estresante que lleva a los sujetos con elevada necesidad de poder a ser asertivos y competitivos, está asociada con una relativamente baja actividad de las células NK, mientras que la motivación de afiliación, que configura un síndrome no estresante, que lleva a los sujetos a colaborar con otras personas y hacer amigos, está asociada con una elevada actividad de las células NK (Jemmott y otros, 1990). En consonancia con ello, el síndrome de la estresante motivación de poder ha sido asociado con elevada susceptibilidad a la enfermedad, mientras que el síndrome de la no estresante motivación de afiliación ha sido asociado con una reducida susceptibilidad a la enfermedad (Jemmott, 1987). Los distintos tipos de cáncer son enfermedades muy diferentes, pudiendo los factores inmunes y los psicológicos desempeñar una función en unos tipos de cáncer, pero no en otros. Por otra parte, los procesos psicológicos y los inmunitarios pueden variar en las diferentes fases del desarrollo del tumor –inducción, crecimiento y metástasis–. El incremento del desarrollo del cáncer después de un estado de estrés crónico puede producirse debido a un fracaso de los sistemas adaptativos compensatorios. Cuando el sujeto se encuentra por debajo de las condiciones ideales debido a los fracasos en afrontar el estrés agudo, las defensas pueden ser inadecuadas para prevenir la proliferación celular y, en consecuencia, el progreso del tumor. En humanos existe la posibilidad de que un estado de estrés crónico pueda tener efectos variables en el desarrollo del cáncer, dependiendo de la eficacia de los sistemas adaptativos. La eficacia relativa de estos sistemas puede dar cuenta de los efectos variables en el desarrollo del cáncer observados entre sujetos expuestos a cantidades 139

comparables de un carcinógeno. Sklar y Anisman (1981) concluyen “Nuestra argumentación no es que el estrés causa cáncer, sino que el estrés, como un evento ambiental con profundos efectos en el funcionamiento fisiológico, puede influir el curso de la enfermedad neoplásica. En efecto, el estrés produce cambios biológicos compensatorios para hacer frente a las demandas del organismo. Dada la relación entre los sistemas neuroquímico, hormonal e inmune, una alteración en cualquiera de estos procesos puede incrementar la probabilidad de la proliferación de células cancerígenas” (pp. 396-397). Se ha dedicado mucha investigación a analizar la incidencia de la depresión en el cáncer y, aunque tanto el estado de ánimo depresivo como la depresión clínica han sido asociados con cambios en la función inmune (incluyendo una baja actividad de las células NK), los resultados no son totalmente consistentes. Las investigaciones incluyen estudios epidemiológicos prospectivos, realizados en personas inicialmente sanas, que predicen la subsiguiente incidencia de cáncer y mortalidad, y estudios que predicen la supervivencia entre pacientes diagnosticados de cáncer. En un seguimiento de 20 años realizado a 2.020 varones, aquellos con las más elevadas puntuaciones en depresión (evaluada a través del Minnesota Multiphasic Personality Inventory –MMPI–) presentaron doble riesgo que sus compañeros menos deprimidos de morir de cáncer 17 años después (Shekelle y otros, 1981) y 20 años después (Persky y otros, 1987). Personas con indefensión duradera y con depresión tenían más probabilidades de desarrollar cáncer después de 10 años de seguimiento que los sujetos no indefensos ni deprimidos (Grossarth-Maticek y otros, 1985). Diferentes estudios prospectivos a 10 y 20 años (Kaplan y Reynolds, 1988; Zonderman y otros, 1989) han encontrado que la depresión clínica, evaluada por escalas de autoinforme, no supone un riesgo de incidencia de cáncer o de mortalidad por cáncer. Por contra, en otras investigaciones se ha puesto de manifiesto que la depresión ha sido asociada con marcadores del avance de la enfermedad y con una menor supervivencia entre los pacientes diagnosticados con cáncer (Derogatis y otros, 1979). A pesar de los problemas relacionados con la investigación en humanos, parece que ciertas variables psicológicas, entre las que se encuentra la inhabilidad para afrontar el estrés, están asociadas con una mayor incidencia de cáncer (Sklar y Anisman, 1981). Pero no es posible inferir un efecto causal de los procesos psicológicos sobre el inicio del cáncer o sobre la modificación de su desarrollo, al haberse empleado una metodología correlacional. Aunque los resultados de la investigación correlacional presentan una gran consistencia, se han de tener en cuenta diversos aspectos: a) Las correlaciones pueden ser espurias, derivadas de otras variables que pueden influir el desarrollo del cáncer y los procesos psicológicos. Entre estas variables se encuentran estímulos físicos y químicos, virus, infecciones crónicas, predisposición genética, estimulación humoral y la edad. b) Los problemas asociados con el cáncer, que hacen difícil y a veces imposible diseñar estudios que eliminen importantes explicaciones alternativas. Entre 140

ellos, se encuentran la posible existencia de estados premórbidos no detectados, la dificultad de cuantificar la severidad de un estado determinado, las diferencias en los procesos biológicos de los diferentes tumores y la dificultad en evaluar y controlar la medicación y la adherencia a los regímenes médicos. c) Aunque las variables psicológicas pueden influir en la supervivencia, su contribución es relativamente pequeña y está ensombrecida por factores biológicos. Datos más sólidos y consistentes sobre la función de los procesos psicológicos en el desarrollo del cáncer derivan de estudios sobre intervención. Fawzy y otros (1993) asignaron al azar a 66 pacientes diagnosticados de melanoma maligno a un grupo de intervención o a un grupo de no tratamiento. La intervención combina educación, manejo del estrés, estrategias de atontamiento y discusión con los pacientes, consistiendo en seis sesiones de 90 minutos. Seis meses después de terminar la intervención, los participantes en el grupo de intervención, al ser comparados con pacientes del grupo control, mostraron una reducción en los desajustes psicológicos, un incremento en la función inmune (incremento en la actividad de las células NK) y cambios en el número de células inmunes (decremento de células T e incremento de linfocitos). La intervención, asimismo, posibilitó una disminución de la recurrencia y un incremento en la supervivencia al ser evaluados 6 años más tarde. Spiegel y otros (1989) asignaron al azar a 58 pacientes con cáncer de mama metastático a un grupo de intervención o a un grupo de control de no tratamiento. La intervención consistía en reuniones semanales de 90 minutos durante un año. Cada reunión, altamente estructurada, se centraba en diversos problemas asociados con la enfermedad terminal y en las formas de incrementar las relaciones sociales. Diez años más tarde, se encontró una ventaja de 18 meses en la supervivencia asociada a la intervención. Los resultados de estas dos investigaciones son importantes desde el punto de vista conceptual (porque constituyen una demostración experimental del significado de los factores psicológicos), así como desde el punto de vista práctico (porque sugieren que la intervención psicológica tiene una función importante en la supervivencia de los sujetos con cáncer). Se requiere realizar investigaciones que pongan de manifiesto que las relaciones entre factores psicológicos y la enfermedad son atribuibles a cambios en el sistema inmune. Dado que muchas de estas relaciones pueden ser atribuidas a cambios en comportamientos relacionados con la salud, inducidos psicológicamente (como el fumar, la ingesta de alcohol o el grado de vinculación a los regímenes médicos), se requiere una más adecuada medida y control del efecto de estas variables. Por otra parte, la inclusión en investigaciones futuras de medidas basadas en la función del sistema inmune en la enfermedad, sobre la que se está realizando el estudio, puede proporcionar evidencia de una relación directa entre factores psicológicos, inmunidad y enfermedad, relación que por el momento no ha sido demostrada. 141

En Sandín y otros (1995) se puede encontrar un análisis de la influencia de factores psicológicos en diversos trastornos asociados al sistema inmune: cáncer, SIDA, alergia y problemas de la piel, artritis reumatoide y enfermedades infecciosas.

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PARTE III: TÉCNICAS DE MEDIDA DE LA EMOCIÓN

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7 MEDIDAS DE LA EXPERIENCIA EMOCIONAL

7.1. Contenidos mentales, introspección y técnicas de autoinforme La psicología actual se caracteriza, respecto a su objeto de estudio, por la integración de los contenidos mentales que posibilitan el funcionamiento del sujeto como un agente autodeterminado que libre y responsablemente anticipa las metas a conseguir. La experiencia interna ha sido plenamente recuperada. Asimismo, en psicología se han producido cambios respecto al método, cambios que afectan a las técnicas metódicas, con la integración de técnicas que, como el autoinforme, reflejan los contenidos de la conciencia y permiten el uso científico de la experiencia interna. La introspección fue rechazada como fuente de información de los procesos mentales, que asimismo fueron rechazados por una psicología que, como la conductista, pretendía hacer una ciencia psicológica siguiendo las directrices de las ciencias naturales y fundamentalmente de la física. Pero cada vez ha ido ganando mayor terreno la consideración de que los acontecimientos psicológicos son de un orden diferente al de los físicos, requiriéndose, consecuentemente, un tipo de explicación distinta. En física y en otras ciencias naturales, el sujeto (científico) puede explicar, predecir y controlar y, por lo tanto, determinar el comportamiento y funcionamiento de una estructura o de un proceso. En psicología y en las ciencias sociales, en general, el científico puede ser al mismo tiempo sujeto y objeto. Puede explicar, predecir y controlar la conducta de otros, así como la suya. Puede auto-explicar, auto-predecir y autocontrolar su conducta y tiene la capacidad de auto-determinación. La ciencia psicológica ha recuperado la conciencia introspectiva como información subjetiva útil, contribuyendo a ello, entre otros aspectos, de acuerdo con Pinillos (1978,1985), el hecho de que en la resolución del viejo problema de las relaciones mente-cuerpo hayan perdido actualidad las posturas materialistas radicales y el creciente empuje del emergentismo, que no considera lo físico y lo mental como dos sustancias distintas y heterogéneas. De acuerdo con Pinillos (1978): “La mente puede considerarse como un grado superior del gran repliegue que la materia ejecuta sobre sí misma en su proceso de organización, y por consiguiente, esta continuidad de originación hace posible la acción recíproca de un nivel con otro. Se trata pues de una interacción entre momentos o niveles de una realidad emergente, pero no de una interacción entre elementos heterogéneos y sin comunidad de origen; lo cual por descontado, no implica la 144

negación de diferencias cualitativas importantes entre los distintos niveles de realidad que en la evolución se han producido” (pp. 18-19). Existe una única realidad, el sujeto humano, consciente y corpóreo, en la que interactúan lo mental y lo físico como dos tipos de propiedades o niveles. El emergentismo supone la ruptura con el dogma positivista de la causalidad ascendente, que sostiene que lo físico puede influir en lo mental, pero no lo mental en lo físico (Pinillos, 1978). La discontinuidad radical entre las ciencias sociales y las naturales deriva del carácter intrínsecamente mental de los fenómenos sociales y psicológicos (Searle, 1984/1985). Coincidimos con Searle (1984/1985) cuando afirma: Me parece un error suponer que la definición de realidad deba excluir la subjetividad (…). Si Ciencia es el nombre que se da a la colección de verdades objetivas y sistemáticas que podemos enunciar sobre el mundo, entonces la existencia de la subjetividad es un hecho científico objetivo igual que cualquier otro (…). Si el hecho de la subjetividad va en contra de cierta definición de “ciencia” entonces lo que hemos de abandonar es la definición y no el hecho (p. 30).

La psicología actual ha recuperado la observación interna, como una fuente de datos, la introspección, como una herramienta que proporciona información sobre la experiencia interna, y el autoinforme, como procedimiento que recoge los contenidos de la conciencia de forma más directa. El autoinforme es una técnica metódica plural y diversa que integra la entrevista, el autorregistro, los cuestionarios, los inventarios, las escalas y las listas de adjetivos, entre otros. Según el momento en que se efectúa el autoinforme, respecto al momento en que se ha producido un evento externo, éste puede ser retrospectivo, prospectivo o concurrente. El autoinforme retrospectivo es la forma más frecuente y consiste en que el sujeto informa de un evento interno después de haberse producido. La introspección es una retrospección verbalizada. En el autoinforme concurrente, el sujeto informa de un evento interno en el mismo momento en el que éste se produce, siendo ello posibilitado por la técnica de “pensamiento en voz alta”. En el autoinforme prospectivo el evento interno del que informa el sujeto se anticipa al desarrollo de la acción, como sucede en las creencias de la persona de que la conducta producirá ciertos resultados (en el modelo de acción razonada de Fishbein) o en la expectativa (en el modelo de expectancia-valencia). Este tipo de autoinforme se emplea en el contexto del análisis de la anticipación de metas, de las expectativas y de las intenciones. La experiencia subjetiva sobre eventos que se producen en los tres sistemas de respuesta establecidos por Lang (1968): cognitivo, fisiológico y motriz o conductual, puede ser reflejada en los autoinformes. Las respuestas cognitivas y la experiencia subjetiva, a diferencia de lo que ocurre con las fisiológicas y las motrices, no pueden ser contrastadas independientemente mediante técnicas como la observación y diversos registros fisiológicos, dado su carácter de no pública ni intersubjetiva. 145

La observación ha de reunir los requisitos de la claridad, la repetibilidad, la publicidad y la comunicabilidad de los datos en condiciones tales que puedan ser utilizados por la ciencia. Parecería, entonces, que quedan fuera de la consideración científica los datos obtenidos de la observación interna, a través de la introspección, sobre acontecimientos privados, individuales e irrepetibles. Pero necesariamente no tiene por qué ser así, pudiendo ser integrados los datos de la experiencia interna en la psicología científica (Pinillos, 1978,1983,1985). Para que el informe introspectivo sea válido, para que la experiencia privada se haga pública, ha de tener lo que Pinillos (1983) denomina “validez comunicativa”, viniendo ésta facultada por dos supuestos. El primero es que las mismas palabras signifiquen lo mismo para quienes las dicen y para quienes las escuchan o leen. El segundo consiste en que el sujeto acierte a expresar lo que siente y sea sincero. El autoinforme está sujeto a dos mediaciones subjetivas, la memoria y el lenguaje. El valor psicológico de los autoinformes viene determinado por su originalidad y verificabilidad (Pinillos, 1983). La originalidad se refiere a que los autoinformes nos proporcionan hipótesis psicológicas que de otra manera permanecerían ignoradas o en todo caso resultarían sumamente difíciles de generar. La información de origen subjetivo es susceptible de tratamiento científico en tanto se maneje como una hipótesis que genere predicciones conductuales verificables por la vía ordinaria de la observación pública. En la medida en que el informe subjetivo enriquezca la teoría psicológica con hipótesis de las que se deduzcan hechos nuevos, susceptibles de ser comprobados por observación, su estatuto epistemológico está asegurado. Las hipótesis procedentes de la experiencia interna pueden ser empleadas en la ciencia psicológica como variables intermedias con carga mental. Para que el autoinforme sea un adecuado procedimiento que refleje los contenidos mentales, se han de tomar diversas precauciones respecto al sujeto que emite el autoinforme y al evaluador que los interpreta, por una parte, y respecto a la contestación del autoinforme, por otra. El evaluador externo puede facilitar de diversas maneras que el sujeto emita autoinformes óptimos, procurando que éstos sean inmediatos, simples y que el sujeto esté motivado para proporcionar un autoinforme exacto. La exactitud del informe es mayor cuando el sujeto informa de eventos internos en el mismo momento de producirse (autoinforme concurrente). Cuando se informa sobre eventos internos ocurridos en el pasado pueden existir más fenómenos de interferencia. El autoinforme es más directo y más exacto cuanto menos exigencia de transformación requiere. Se ha de adiestrar al sujeto para que describa sus contenidos mentales y no los interprete. Las experiencias complejas se han de integrar en cuestiones elementales. La motivación para presentarse uno a sí mismo de una forma favorable puede invalidar las autoevaluaciones que se presentan en el autoinforme, si esta motivación es más fuerte que el deseo de ser preciso. El sesgo que puede introducir la tendencia a preservar la propia imagen puede ser eliminado o reducido si el sujeto percibe que la 146

información que se le solicita es relevante y significativa para su bienestar físico y/o psicológico. La tendencia al engaño puede ser minimizada cuando el autoinforme presentado beneficia al que lo emite como suele ocurrir en los ámbitos aplicados. La forma más importante de contrastación de la información recogida en el autoinforme es la manipulación experimental de las variables cognitivas. Esta información se ha de utilizar para formular hipótesis cuya verificación conductual sea posible. Se pueden emplear diferentes estrategias experimentales que permiten una contrastación indirecta de los autoinformes. El autoinforme es contrastable parcialmente en distintos momentos, para distintas tareas y mediante diferentes tipos de autoinforme, pudiéndose llegar a una validación intrasubjetiva. De esta forma, aunque no se produzca una contrastación independiente, tiene lugar una semivalidación de constructo o teórica de ese concreto autoinforme, en ese sujeto concreto y para la gama de situaciones estudiadas. Otra estrategia es comprobar si se dan los correlatos fisiológicos y motores o los productos de la conducta, esperados teóricamente. La existencia de un paralelismo entre distintos autoinformes evaluadores de un mismo contenido cognitivo, así como la existencia de posibles correlatos entre las respuestas cognitivas y las respuestas fisiológicas y motrices, permitirá la utilización del autoinforme con elevadas garantías de rigor. La exactitud y precisión dependen del sujeto y del evaluador. Los autoinformes serán más exactos y precisos en la medida en que los sujetos estén suficientemente motivados a dar informaciones veraces, en la medida en que los eventos sobre los que informan sean más actuales, en la medida en que tengan más experiencia sobre la situación y sobre la conducta de la que informan, en la medida en que tengan que realizar menos inferencias y en la medida en que los evaluadores realicen menos inferencias sobre los datos del autoinforme y planteen preguntas más específicas y menos ambiguas. La aportación por Lang (1971) del triple sistema de respuesta, presentada anteriormente, pone de manifiesto que la emoción es una acción que se puede producir a tres niveles: a nivel cognitivo, a nivel biológico y a nivel motor. A nivel cognitivo, tiene lugar una experiencia emocional, un sentimiento. A nivel biológico, se producen cambios neurofisiológicos y bioquímicos. A nivel motor, la emoción desempeña relevantes funciones a través de cambios neuromusculares-expresivos, que subyacen a un comportamiento social específico. Este hecho está vinculado con la diferenciación de los tres componentes que integran la emoción: el cognitivo, el fisiológico y el motriz. En consonancia con los componentes de la emoción, existen diversos parámetros de medida, unos tendentes a evaluar los concomitantes fisiológicos, otros que posibilitan la observación conductual de la expresión facial o postural de la emoción y otros que facilitan la evaluación introspectiva (autoinforme verbal o escrito) de la experiencia emocional. A través de diversos índices fisiológicos se pueden objetivar los cambios orgánicos que se producen en el estado emocional. A través de la observación de la expresión facial y esquelético-motora, el estado emocional del sujeto se hace accesible a un observador, que interpreta la reacción observada como una forma de emoción. El sujeto vivencia la emoción y la puede reflejar a través del autoinforme que es la única vía 147

para hacer accesible a otros el contenido de su experiencia emocional. Es conveniente realizar el autoinforme de la experiencia emocional cuando se produce la inducción de una emoción por el investigador, cuando se produce una emoción en el medio natural y cuando se reproduce la emoción recordando incidentes emocionales pasados. LaFrance y Banají (1992) proponen un esquema de cuatro dimensiones para analizar los autoinformes de la emocionalidad, siendo éstas las dimensiones “directoIndirecto”, “publicidad-privocidad”, “contexto interpersonal-impersonal” y “especificidad-globalidad”. En relación con la dimensión directo-indirecto, las medidas directas se refieren al grado en que los datos proporcionados por el sujeto se emplean sin transformación por el investigador. Las medidas indirectas de autoinforme también requieren que el sujeto genere un autoinforme verbal, pero la puntuación final de la emoción es derivada o extraída de las respuestas del sujeto (como el número de palabras emocionales producidas). De acuerdo con la dimensión publicidad-privacidad, las medidas de autoinforme difieren en el grado en que éste se refiere a un estado subjetivo privado o a una manifestación pública. Por otra parte, las medidas de autoinforme varían en términos de si se incluye el contexto que rodea el evento emocional (se pregunta que recuerden si otros han evocado un estado emocional interpersonal) o si la emoción surge de eventos que no implican necesariamente a otros (impersonal). De acuerdo con la dimensión especificidad-globalidad, una medida global de la emoción implica un autoinforme sobre la emocionalidad en general o la suma de autoinformes de diversas emociones. La medida de emociones específicas requiere el autoinforme de tipos concretos de emociones (cólera, alegría, tristeza, entre otros). 7.2. Autoinforme de la experiencia emocional Como se ha puesto de manifiesto anteriormente, el autoinforme es la única forma que existe de evaluar la experiencia subjetiva y la impresión subjetiva de las reacciones expresiva y fisiológica. De las diversas técnicas de autoinforme (entrevista, autorregistro, cuestionarios, inventarios, escalas, listas de adjetivos), en la evaluación del estado emocional experimentado por sujetos adultos normales (se excluye a los sujetos con retardo mental, a los esquizofrénicos y a los bebés), se han empleado fundamentalmente listas de adjetivos y escalas tipo cuestionario. La entrevista en profundidad, en la que el entrevistador puede explorar los detalles del estado emocional recordado, se considera no conveniente (Wallbott y Scherer, 1989) debido a los factores de riesgo que implica su utilización. Entre ellos se encuentran: — Que es un método costoso, que ocupa mucho tiempo, puesto que los sujetos han de ser estudiados individualmente. 148

— Que al no garantizar el anonimato, puede llevar a que los sujetos estén menos dispuestos a informar de forma veraz acerca de diversas experiencias emocionales. — Que lleva a que los sujetos tiendan a no relatar experiencias relacionadas con emociones negativas. — Que la situación de indagación en sí misma, en interacción con el material que ha de ser recordado, puede producir un estado emocional. — Que quizá el propio entrevistador produzca un estado emocional que puede afectar a la experiencia emocional que ha de ser recordada. Estos potenciales factores de riesgo pueden evitarse empleando listas de adjetivos y escalas tipo cuestionario, que requieren del sujeto una información por escrito, de forma anónima. Las listas de adjetivos para la comprobación del estado emocional (adjetive checklists) consisten en series de adjetivos que el sujeto identifica como reflejo de sus sentimientos (cuadro 7.1). Se han difundido ampliamente en la actualidad dado las ventajas que tienen, entre las que se encuentran que son breves, que tienen validez aparente y que pueden auto-administrarse fácilmente. Las listas de adjetivos se pueden utilizar para medir estados emocionales transitorios (estados), así como disposiciones emocionales a largo plazo (rasgos), con un simple cambio de las instrucciones. Si se solicita a los sujetos que describan cómo se sienten actualmente o cómo se han sentido en los últimos días, se está buscando información sobre estados emocionales transitorios o estados de ánimo. Si se solicita que describan cómo se encuentran generalmente, se está buscando información sobre rasgos a largo plazo. CUADRO 7.1. Lista de adjetivos de comprobación de Múltiples Estados Afectivos – MAACL– (a partir de Zuckerman y Lubin, 1965).

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Las listas de adjetivos difieren en diversos aspectos. Varían en extensión, estando formadas por un número de adjetivos muy diverso (cuadro 7.2). Varían, asimismo, en el formato de respuesta. Hay listas que requieren una respuesta simple SÍ/NO (cuadro 7.3) y otras un juicio de intensidad gradual (cuadro 7.4). Actualmente, en la evaluación de la experiencia emocional se emplea un elevado número de escalas tipo cuestionario de autoinforme (self-report questionnaire-type scales), solicitando al sujeto que responda a cuestiones del siguiente tipo: — ¿Tiene miedo de las serpientes? — ¿Le falta autoconfianza? — ¿Se siente solo?

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CUADRO 7.2. Rango de emociones medidas por las diversas listas de adjetivos (a partir de Plutchik, 1989). Autor proponente de la lista de adjetivos Plutchik (1966)

Número de adjetivos 8: Feliz, agradable, miedoso, enfadado, interesado, disgustado, triste, sorprendido.

Izard (1972)

30: Interés, sorpresa, aflicción, disgusto, enfado, vergüenza, miedo, contención, culpa (entre otros).

Howard (1977)

60: Concentración, ansiedad, cólera, depresión, sueño, optimismo, control, cooperación, escepticismo (entre otros).

Curran y Cattell (1975)

96: Ansiedad, estrés, depresión, regresión, fatiga, culpa, extraversión, activación (entre otros).

Clyde (1963)

132: Amigable, agresivo, infeliz, somnoliento, aturdido (entre otros).

CUADRO 7.3. Escala de afectividad positiva y negativa o de bienestar/malestar subjetivo de Bradburn, revisada por Warr y otros (1983).

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CUADRO 7.4. Escala de evaluación de estados emocionales (a partir de Plutchik, 1980).

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Las respuestas reflejan presumiblemente estados emocionales del sujeto (si las preguntas se refieren al momento presente o a un pasado reciente) o rasgos emocionales (si las preguntas se refieren a sentimientos a largo plazo). Un aspecto importante en relación con las escalas de evaluación es cuál es el número óptimo de categorías de respuesta. Empleando como índices la fiabilidad, la validez, el poder discriminante y las preferencias de los sujetos que complementan las escalas, Preston y Colman (2000) encuentran que la fiabilidad es significativamente mayor en las escalas que tienen entre 7 y 10 categorías de respuesta. La validez y el poder discriminante son significativamente más elevados para las escalas con 6 o más categorías de respuesta. Las preferencias de los sujetos se dirigen, sobre todo, a las escalas de 10 categorías, seguidas por las de 7 y 9 categorías. • Limitaciones de las listas de adjetivos y de las escalas tipo cuestionario en la evaluación de la experiencia emocional Las técnicas de autoinforme están sujetas a diversas fuentes de distorsión (Aebischer y Wallbott, 1986). Una de ellas es los sesgos que se pueden producir en el recuerdo del estado emocional. ¿Aunque el sujeto desee contestar lo más fiablemente posible, es realmente capaz de recordar la información requerida? En la medida en que sea mayor el tiempo transcurrido entre el evento y su autoinforme, más probable es que el resultado 153

sea una racionalización y una interpretación: el evento ha sido integrado en la realidad social del sujeto, por lo que es probable que describa aquellos aspectos del evento que sean más compatibles con su propio marco de referencia. Otra importante fuente de distorsión es la descripción verbal del evento. Una situación emocional se caracteriza por componentes subjetivos, cognitivos y, eventualmente, por componentes no verbales y fisiológicos. La transformación de esas experiencias en palabras puede cambiar la relevancia de algunos aspectos, lo que puede ocurrir en aquellos casos en que no se tiene a mano rótulos verbales adecuados para describir los componentes de la experiencia. Con una técnica de autoinforme se recogen las representaciones cognitivas de las experiencias emocionales, mediadas por el proceso de verbalización, no una representación objetiva de las situaciones emocionales. Por otra parte, hemos de preguntarnos si desean los sujetos informar de todos los aspectos del evento o tienen razones para engañar o mentir o dar una información sin sentido, dada la tendencia del sujeto a la defensa de su yo y a presentarse de una forma socialmente deseable. Aunque los sujetos sean capaces y deseen responder a las preguntas lo más fiablemente posible, su autoinforme raramente es un reflejo objetivo de su comportamiento real. En síntesis, entre los artefactos o las fuentes de distorsión que pueden afectar a las técnicas de autoinforme, se encuentran: los sesgos de la memoria, las respuestas estereotipadas, los sesgos en la presentación de la información, la tendencia a la defensa del yo y la deseabilidad social. Existen diversas formas de evitar o de minimizar los efectos de las diversas fuentes de información. La salvaguarda del anonimato y el hecho de que la técnica de autoinforme se administre en grupo, tiende a reducir la probabilidad de estrategias de defensa consciente del ego y de la deseabilidad social. El empleo de formatos estandarizados de respuestas alternativas y la evitación de los formatos cerrados puede reducir los patrones de respuesta estereotipados. Los problemas de memoria se pueden disminuir, reduciendo el período de recuerdo. Por otra parte, se ha de tener en cuenta que el recuerdo subjetivo de una situación productora de emoción no sólo ha de contener aquellos aspectos de la situación que han tenido un efecto en el curso del proceso emocional, sino también reflejar el peso, la importancia relativa de los diferentes aspectos. De esta forma, al solicitar al sujeto que recuerde y describa una situación o evento que ha producido una emoción específica, se ha de obtener una indicación no sólo de lo que la situación o evento sea, sino también del proceso, en términos de la evaluación subjetiva. Para obtener este tipo de información parece indicado el empleo de un formato de cuestionario de preguntas abiertas (cuadro 7.5). CUADRO 7.5. Versión final del cuestionario de preguntas abiertas (a partir de Wallbott y Scherer, 1989).

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Piense en una situación en la que haya experimentado… (miedo, o tristeza, o alegría, o colera) Descripción de la situación • ¿Dónde ocurrió la situación? • ¿Cuánto duró? • ¿Quién estaba implicado? • ¿Qué sucedió exactamente? • ¿Cuánto duró el sentimiento de…?, ¿minutos, horas, días? • ¿Cómo terminó la situación? Descripción de su reacción emocional • ¿En su opinión, qué palabras describirían mejor su estado emocional? • ¿En qué medida experimentó esa emoción? (rodee con un círculo el número apropiado). En ninguna medida 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Muy intensamente • ¿Qué dijo? • ¿Cuáles fueron sus reacciones corporales (por ejemplo: temblor, agitación del estómago) y sus reacciones no verbales (por ejemplo: expresiones faciales específicas, cualidad de la voz o gestos)? Control de la emoción • ¿En qué medida trató de controlar lo que dijo? En ninguna medida 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Muy intensamente • ¿Qué hizo? • ¿En qué medida trató de controlar sus reacciones no verbales? En ninguna medida 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Muy intensamente • ¿Cómo lo hizo? • ¿Qué otra cosa diferente haría si volviera a encontrarse en tal situación?

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8 TÉCNICAS DE MEDIDA DEL COMPONENTE NEUROFISIOLÓGICO DE LA EMOCIÓN

8.1. Repercusiones de las emociones sobre el organismo La respuesta vegetativa habitual en un estado emocional intenso es una descarga simpática, una reacción global en la que el sistema simpático responde como un todo cada vez que el organismo se encuentra en una situación crítica y deben movilizarse todos sus recursos para prepararse para la acción (Martínez Selva, 1995). Sobre el corazón, la descarga simpática provoca un incremento en el gasto cardíaco que se manifiesta a través del aumento en la frecuencia de los latidos. En los vasos sanguíneos, la noradrenalina actúa sobre los receptores alfa-adrenérgicos provocando la respuesta vasopresora, aumentando consiguientemente la resistencia total periférica de los vasos al paso de la sangre y elevando la presión arterial. La vasoconstricción en los vasos cutáneos produce palidez y descenso de la temperatura periférica. En los vasos que riegan los músculos esqueléticos provoca dilatación. Afecta al hígado, estimulando directa o indirectamente, a través de la secreción de adrenalina, la glucogenolisis con la consiguiente liberación de glucosa. Actúa sobre la médula suprarrenal^ que aumenta la secreción de adrenalina y noradrenalina, hormonas de fuerte acción simpático-mimética, que refuerzan la descarga simpática. En los pulmones causa dilatación pulmonar al inervar las fibras musculares de los bronquios. Por otra parte, se produce dilatación en la pupila, sudor y piloerección. La acción parasimpática es de carácter local, puesto que dada la configuración de la división parasimpática en ganglios cercanos a la pared visceral, ésta carece de efectos generales comparables a los de la descarga simpática. En el mantenimiento del medio interno, la división parasimpática ejerce una influencia local sobre muchos órganos. En los estados emocionales intensos se produce una inhibición vagal cuyos efectos se unen a la descarga simpática y se manifiestan en una detención del peristaltismo gastrointestinal, secreciones gástricas, aceleración del ritmo cardíaco (tasa cardíaca) e inhibición de la salivación. Los estados emocionales (la agitación emocional) se caracterizan por una mayor actividad simpática. Las más importantes medidas de la actividad simpática son: — Actividad electrodérmica, que se concreta en las respuestas de conductancia 156

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cutánea, tanto específicas como no específicas. La descarga simpática eleva los niveles de conductancia e incrementa la frecuencia de respuestas no específicas. Ritmo cardíaco, que muestra una aceleración inicial que se debe a una inhibición vagal más que a una activación simpática, que aparece más tarde. Volumen de pulso periférico. Se produce un descenso provocado por la acción vasoconstrictora de la noradrenalina sobre los vasos cutáneos. Presión arterial Se produce un aumento de la presión arterial sistólica y de la diastólica, siendo más sensible a variables emocionales la sistólica debido al aumento del gasto cardíaco. Temperatura de la piel, que muestra un descenso concomitante con los cambios vasoconstrictores. Respiración, que se vuelve menos profunda, aumentando su frecuencia. Otros índices, entre los que se encuentran parpadeo espontáneo y temblor, que aumentan en los estados de emoción intensa.

Las medidas de la actividad simpática ponen de manifiesto tanto el grado de movilización energética del organismo como la magnitud del estado emocional y proporcionan un índice general e inespecífico del grado de activación. Existen muchos datos en contra de un nivel general de activación único para todas las emociones. Pero hay que tener en cuenta que el estudio en el laboratorio de la especificidad de los cambios en el sistema nervioso autónomo implicados en la emoción se enfrenta a diversos problemas (Levenson, 1994). Las dificultades comienzan cuando se intenta producir la emoción, puesto que las consideraciones éticas establecen los límites sobre el tipo de elicitadores que pueden ser utilizados, lo que hace que la mayor parte de los estímulos emocionales empleados en el laboratorio no produzcan emociones muy intensas. Por otra parte, muchos estímulos empleados en el laboratorio causan múltiples emociones, lo que complica notablemente la tarea de estudiar la fisiología de un tipo de emoción. Otros problemas derivan de la propia naturaleza de la emoción y del sistema nervioso autónomo. La mayor parte de las emociones tienen una duración muy breve. La retrospección tiene poca validez en el ámbito de la fisiología. Si la actividad del sistema nervioso autónomo asociada a un breve episodio emocional no es recordada cuando se produce, se perderá para siempre. El emparejamiento temporal entre emoción y actividad del sistema nervioso autónomo es crucial, puesto que además de responder ante las situaciones emocionales, el sistema nervioso autónomo está constantemente respondiendo a demandas metabólicas, a necesidades homeostáticas y a procesos cognitivos y perceptivos. Por otra parte, dentro del sistema nervioso autónomo, diferentes funciones (por ejemplo, constricción vascular y actividad de las glándulas salivales) tienen diferentes latencias de aparición, diferente duración y diferentes cursos de desaparición, lo que complica el emparejamiento temporal con la emoción. Además, los sujetos pueden llegar al laboratorio con diferentes actitudes y estados de ánimo. El escepticismo y la irritación de un sujeto por tener que intervenir en un experimento pueden ejercer una gran influencia 157

en sus respuestas autónomas a un estímulo experimental designado para producir un estado emocional positivo. Algunos autores suponen que existe cierta especificidad de las respuestas viscerales en las distintas emociones. Ekman y colaboradores (1983) han encontrado que la tasa cardíaca aumenta más en la ira y en el miedo que en la sorpresa, en el rechazo y en la alegría. La temperatura de los dedos aumenta más en la ira, que en la alegría. En la tristeza se produce una mayor actividad electrodérmica que en el miedo, en la ira y en el rechazo. El miedo y la ira muestran incrementos semejantes en la tasa cardíaca, pero difieren en la reacción vascular periférica: los dedos están más fríos en el miedo que en la ira. Miedo e ira difieren en la actividad vascular periférica, presentando el miedo una vasoconstricción periférica (“estar pálido de miedo”) y la ira una vasodilatación (“estar rojo de ira”). Levenson (1994) ha estudiado cuatro emociones negativas (ira, rechazo, miedo y tristeza), así como la emoción positiva de alegría y la emoción de sorpresa, encontrando diferencias de activación autonómica entre las emociones negativas. Ira, miedo y tristeza producen un incremento mayor en la tasa cardíaca que rechazo. Ira da lugar a un incremento mayor en la temperatura de los dedos que miedo. Otra posible diferencia es que tristeza provoca una mayor dilatación vascular periférica y una mayor salida de sangre a la periferia que otras emociones negativas. Estas diferencias muestran consistencia a lo largo de poblaciones de sujetos de distinto género, edad, cultura y profesión. Asimismo, se han encontrado diferencias entre emociones positivas y negativas, poniendo de manifiesto que ira y miedo producen mayores aceleraciones del ritmo cardíaco que felicidad. Miedo y rechazo causan incrementos mayores en la conductancia de la piel que felicidad. Pero se ha de tener muy en cuenta, de acuerdo con Lang y colaboradores (1993), que los cambios vegetativos están más vinculados a la dimensión intensiva de la emoción que al tipo de emoción, no existiendo características fisiológicas fiables de especificidad emocional (como se pone de manifiesto, detenidamente, en el capítulo 11). 8.2. Técnicas de medida El contexto psicológico del registro es el que confiere a la variable fisiológica registrada y analizada el valor de índice psicofisiológico, es decir, la capacidad de convertirse en indicador de procesos psicológicos o conductuales. El contexto del registro incluye tres aspectos importantes a considerar: el laboratorio, el sujeto experimental y las tareas experimentales (Vila, 1996). Prácticamente todas las señales psicofisiológicas producen cambios eléctricos que pueden captarse desde la superficie de la piel. Las técnicas clásicas en psicofisiología (la electroencefalografía –EEG–, la electrocardiografía –ECG– y la electromiografía – EMG–, entre otras) permiten captar cambios de naturaleza eléctrica. Algunas señales psicofisiológicas se manifiestan mediante cambios biofísicos no eléctricos (de presión y de temperatura, entre otros), siendo transducidas (convertidas) a electricidad para ser 158

tratadas por la misma metodología que las señales que producen cambios eléctricos (Carretié e Iglesias, 1995). De acuerdo con Carretié e Iglesias, es conveniente tener ciertos conocimientos básicos de electricidad para comprender las metodologías de registro, así como las características de las señales estudiadas. El lector interesado puede encontrar una información muy breve y clara al respecto en Carretié e Iglesias (1995). Una información detallada puede encontrarse en Angulo (1991). El registro de las respuestas fisiológicas sigue diversas fases (detección o captación, transformación o transducción, amplificación, registro y conversión). Su presentación excede al alcance y a los objetivos de este capítulo, por lo que puede completarse en Fernández Ballesteros y Carrobles (1981), en Carretié e Iglesias (1995) y en Vila (1996). Las respuestas o señales psicofisiológicas pueden clasificarse, en función de la parte del sistema nervioso que interviene de forma directa en su producción, en señales directamente originadas en el SNC, señales en las que interviene el SN sensoriomotor y señales en las que interviene el SN autónomo. El cuadro 8.1 presenta las diferentes señales psicofisiológicas, de acuerdo con esta clasificación. Puesto que las repercusiones de los estados emocionales se producen fundamentalmente sobre el sistema nervioso periférico (como se ha analizado en el apartado 8.1), se presentarán con cierto detenimiento algunas de las señales psicofisiológicas en las que interviene el SN sensoriomotor y algunas en las que interviene el SN autónomo. Abundante información sobre las señales directamente originadas en el SNC puede encontrarse, entre otros, en Martin y Brust (1985), Carretié e Iglesias (1995), Vila (1996) y Cárter (1998).

8.2.1. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso sensoriomotor De las diversas señales presentadas en el cuadro 8.1, se exponen la actividad electromiográfica y la actividad respiratoria, siguiendo a Carretié e Iglesias (1995) y a Vila (1996).

A) Actividad electromiográfica La base biológica de la actividad electromiográfica es la actividad eléctrica de las llamadas unidades motoras, constituidas por una neurona motora. En Carretié e Iglesias (1995) y en Vila (1996) se presenta detenidamente dicha base biológica. CUADRO 8.1. Señales psicofisiológicas clasificadas de acuerdo con la parte del sistema nervioso que interviene en su producción. 159

Señales originadas en el SNC • Actividad electroencefalográfica • Potenciales evocados • Cartografía de la actividad eléctrica cerebral (BEAM) • Tomografía por emisión de positrones (PET) • Resonancia magnética funcional (fMRI) Señales en las que interviene el SN sensoriomotor • Actividad electromiográfica • Actividad respiratoria • Actividad laríngea • Movimientos oculares Señales en las que interviene el SN autónomo • Actividad cardiovascular • Actividad electrodérmica • Actividad pupilar • Actividad salival • Actividad gastrointestinal • Actividad sexual La actividad muscular esquelético-motora se registra directamente a través de la electromiografía, la principal medida psicofisiológica del sistema nervioso sensorio-motor, que constituye la medida directa de la actividad eléctrica de los músculos esqueléticomotores cuando se contraen y se relajan (Vila, 1996). La electromiografía es el registro de la actividad eléctrica que precede a la contracción de las fibras musculares. El registro se realiza a través de electrodos de superficie y la señal registrada (electromiograma –EMG–) refleja el conjunto de potenciales de acción presentes en la zona muscular donde se han colocado los electrodos. Los electrodos más utilizados son los de tipo copa, no polarizables. Para que sean más manejables y evitar que unos electrodos contacten con otros en registros sobre músculos pequeños, donde deben colocarse muy próximos, suelen contar con una especie de cápsula de plástico. Aunque los electrodos se fijan normalmente a la piel con esparadrapo, en los electrodos con cápsula de plástico pueden también emplearse anillos adhesivos. La señal electromiográfica captada en la superficie consiste en cambios de voltaje de una frecuencia muy alta (entre 20 y 1.000 Hz). Cuando cree la actividad eléctrica del 160

músculo, la señal electromiográfica aumenta tanto en frecuencia como en amplitud. A esta señal filtrada (para evitar artefactos) y amplificada se la denomina EMG directo. Su análisis cuantitativo es difícil de realizar debido precisamente a su elevada frecuencia. Teóricamente la medida de la cantidad de actividad eléctrica presente en un músculo durante un período determinado debería ser la suma de las amplitudes de cada uno de los ciclos durante ese período. El montaje EMG suele ser bipolar, colocándose los electrodos sobre el mismo músculo, alineados de forma longitudinal, es decir, siguiendo la dirección de las fibras musculares. También se utilizan montajes monopolares colocando un electrodo sobre el músculo que nos interesa estudiar (denominado “electrodo activo”) y otro en una zona inactiva muscularmente, es decir, en zonas en las que no exista musculatura entre la piel y el hueso (referencia). El montaje monopolar resulta más útil para conocer el nivel de actividad o de tensión de un músculo, mientras que el montaje bipolar es más adecuado en el estudio de respuestas musculares.

B) Actividad respiratoria La función de la musculatura estriada implicada en la respiración es facilitar la entrada de aire a los pulmones (inspiración) y la expulsión del aire (espiración). El principal músculo estriado implicado en la respiración es el diafragma, aunque también intervienen los músculos intercostales externos y los intercostales internos. La base biológica de la actividad respiratoria puede encontrarse en Carretié e Iglesias (1995). La dimensión relajación-activación emocional está estrechamente vinculada con la actividad respiratoria. En un estado de activación emocional, bajo la influencia de emociones positivas o negativas, la respiración se agita, aumentando la tasa respiratoria (TR). En el estado de relajación emocional, la respiración se hace más lenta y profunda. Ciertos parámetros permiten diferenciar entre distintas emociones. Las emociones negativas producen mayores amplitudes en los registros torácicos de la respiración, mientras que las positivas producen una mayor actividad en los registros abdominales. Incluso, en determinados casos, un análisis cualitativo del registro respiratorio permite la discriminación entre estados de emoción intensa. Por ejemplo, un aumento de la TR y de la profundidad de la respiración puede indicar que el sujeto está en un estado emocional de ira o de miedo (en el primer caso, la amplitud respiratoria sería menor que en el segundo). Si se observa que un sujeto presenta irregularidades únicamente en la inspiración, es probable que el sujeto se encuentre en un estado emocional de intensa tristeza (el llanto se caracteriza por un entrecortamiento de la inspiración). Si las irregularidades aparecen durante la espiración, la emoción experimentada puede ser de alegría (en la risa, se entrecorta la espiración). • Registro de la actividad respiratoria 161

Entre las técnicas de captación de la actividad respiratoria se encuentran la pletismografía y la espirometría. La pletismografía consiste en medir los cambios en los volúmenes del tórax o del abdomen (que son un índice de la respiración torácica y de la respiración abdominal respectivamente), aumentando ambos durante la inspiración y disminuyendo con la espiración. Las dos técnicas más utilizadas para estudiar el volumen torácico y el abdominal son las galgas de tensión y los fuelles de alta sensibilidad. Las galgas de tensión transforman el movimiento (concretamente el estiramiento) en variaciones eléctricas. Las galgas más utilizadas son tubos elásticos rellenos de mercurio a los que se aplica una corriente eléctrica que entra por un extremo de la galga y sale por el otro. Si se estira el tubo, éste se estrechará y aumentará su longitud, con lo que la resistencia a la corriente será mayor que si el tubo no está sometido a estiramiento. El procedimiento que se emplea consiste en empalmar una pequeña galga, de unos 10 cm, a una correa o cordón no elástico y ajustable y rodear el pecho o el abdomen con esta estructura. En los registros de volumen torácico se recomienda la colocación de la correa a la altura del extremo inferior del esternón, mientras que en los registros de volumen abdominal, dado que el lugar donde se pueden registrar más cambios varía de un sujeto a otro, conviene realizar pruebas previas al registro real. Los fuelles de alta sensibilidad consisten en pequeños cilindros huecos, sin salida de aire, que han de sujetarse a una correa que debe rodear el pecho o el abdomen. La presión del aire dentro del fuelle es menor cuando éste se estira que cuando está en posición normal. En el interior del fuelle se coloca un transductor de presión que permite obtener un registro de las variaciones de presión del aire dentro del fuelle, que corresponderían al volumen torácico o abdominal. La espirometría mide directamente la cantidad o volumen de aire que el sujeto inspira o espira. Los constituyentes básicos son dos recipientes abiertos en sus extremos. El más grande se llena de líquido, de forma que el otro, invertido y lleno de aire, se mantiene semisumergido. El grado de inmersión de este recipiente dependerá del aire que el sujeto introduzca o extraiga de él a través de una mascarilla y un conducto. Los desplazamientos de este recipiente pueden registrarse mediante una plumilla o mediante una galga de tensión. Con estas técnicas, los principales parámetros respiratorios que se obtienen son: — La amplitud respiratoria. Medida en términos relativos desde el punto de máxima inspiración al punto de máxima espiración. — La tasa respiratoria. Número de respiraciones por minuto. — El volumen de ventilación por minuto. Es la suma de las amplitudes de cada respiración durante un minuto. — Los períodos inspiratorio y espiratorio.

8.2.2. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso autónomo

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De las diversas señales presentadas en el cuadro 8.1, se exponen la actividad cardiovascular y la actividad electrodérmica, siguiendo a Carretié e Iglesias (1995) y a Vila (1996).

A) Actividad cardiovascular El sistema cardiovascular está formado por los vasos sanguíneos y el corazón. Los aspectos anatomofisiológicos pueden consultarse en Carretié e Iglesias (1995) y en Vila (1996). El funcionamiento del sistema cardiovascular depende de una serie de mecanismos intrínsecos y extrínsecos (Vila, 1996). El principal mecanismo intrínseco es un sistema propio de generación y transmisión del impulso eléctrico que provoca la contracción del músculo del corazón (miocardio). Funciona como un marcapasos, actuando rítmicamente. Este proceso está sujeto a la influencia de mecanismos extrínsecos, sobre todo los relacionados con las dos ramas del sistema nervioso autónomo, cuya coordinación depende, en última instancia, del SNC. La rama simpática actúa sobre el corazón a través de sus terminaciones nerviosas y del neurotransmisor que liberan, la noradrenalina. Los efectos de su activación son un incremento en la frecuencia y en la fuerza de las contracciones del corazón y en la velocidad de conducción del impulso eléctrico. La rama parasimpática actúa a través de sus terminaciones nerviosas que afectan fundamentalmente a la zona auricular del corazón, siendo la acetilcolina su neurotransmisor. Los efectos de su activación son una disminución en la frecuencia de las contracciones del corazón y en la velocidad de conducción del impulso eléctrico. Las principales medidas de la actividad cardiovascular son la tasa cardíaca (número de contracciones por minuto), el volumen de contracción (fuerza de la contracción), el output cardíaco (cantidad de sangre bombeada), el flujo sanguíneo periférico (cantidad de sangre que pasa por las distintas partes del cuerpo) y la presión sanguínea (fuerza con la que se mueve la sangre por las arterias). Las técnicas más utilizadas en el registro de la actividad cardiovascular son la tasa cardíaca, la actividad vasomotora periférica y la presión sanguínea. • La tasa cardíaca La actividad eléctrica desarrollada en el miocardio y en el tejido nodal y que recorre el corazón de forma rítmica es lo suficientemente potente como para propagarse por todo el organismo y captarse desde la superficie de la piel, en puntos muy distantes del corazón. El registro electrocardiográfico (ECG o EKG) refleja la actividad eléctrica en la superficie de la piel asociada al funcionamiento del miocardio. Los dos parámetros fundamentales en el estudio de la señal cardíaca son la tasa cardíaca (TC), cuya unidad es el número de pulsaciones por minuto (ppm) y el período cardíaco (PC), o tiempo que 163

transcurre entre el inicio de un ciclo y el comienzo del siguiente, normalmente medido en milisegundos. La relación entre ambas es inversa, a mayor TC, menor PC. Los parámetros PC y TC son globales, puesto que no distinguen entre el efecto de la división simpática y la parasimpática sobre la actividad cardíaca, dando una información sobre su efecto conjunto. Existen mediciones más específicas que permiten discriminar los efectos de ambas ramas del sistema nervioso autónomo. La amplitud de la onda T (que refleja actividad exclusivamente ventricular) permite conocer el efecto de la rama simpática sobre la actividad cardíaca, dado que los ventrículos están únicamente inervados por la división simpática. Parece que dicho parámetro disminuye (pudiendo incluso llegar a ser negativo) cuando la activación simpática aumenta. La actividad parasimpática puede estudiarse cuantificando la arritmia cardíaca debida a la respiración (ACR), que consiste en una alteración en el ritmo de bombeo del corazón, que transcurre de forma paralela a la actividad respiratoria, aumentando la tasa cardíaca durante la inspiración y disminuyendo durante la espiración. Una mayor activación parasimpática potencia la ACR. Otras técnicas de estudio de la actividad cardíaca son la cardio taco grafía (proporciona un registro gráfico que informa de manera directa sobre la TC en cada momento, convirtiendo cada PC en ppm), la fonocar dio grafía (permite captar, mediante un micrófono, los sonidos asociados al funcionamiento del corazón que llegan a la superficie del pecho) y la ecocardiografía (se basa en la emisión de ondas de ultrasonido y la captación del reflejo o eco que emiten las diferentes estructuras del corazón). • La actividad vasomotora La tasa cardíaca también puede obtenerse a partir del registro del pulso sanguíneo que, a su vez, proporciona la principal medida psicofisiológica de la actividad vasomotora periférica. El pulso sanguíneo es un fenómeno físico producido por el paso de la sangre a través de las arterias periféricas. La sangre circula por los vasos sanguíneos a impulsos, por ello, cualquier vaso sanguíneo (de forma más clara en arterias y arteriolas) experimenta variaciones intermitentes en el flujo de sangre que circula por él y, en consecuencia, en su diámetro. Estas variaciones constituyen el pulso cardíaco. Aunque el pulso puede medirse sin aparatos (palpando alguna de las arterias que pasan por la muñeca, la radial o la cubital), suele recurrirse a técnicas de medición de flujo sanguíneo periférico, como la pletismografía y la fotopletismografía, puesto que produce variaciones en la presión de las paredes de los vasos periféricos sobre la piel. Colocaciones frecuentes son las falanges distales de los dedos de la mano y las arterias temporales en la zona de las sienes. • La presión sanguínea

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La presión sanguínea es la principal medida hemodinámica de la actividad cardiovascular. Es la medida de la fuerza que lleva la sangre por el interior de las arterias. Esta fuerza se debe a la cantidad de sangre que sale del corazón (que, a su vez, depende de la tasa cardíaca y de la fuerza de contracción ventricular) y de la resistencia que ofrecen los vasos sanguíneos periféricos (que depende de la actividad vasomotora). A mayor volumen de sangre que sale del corazón y mayor vasoconstricción periférica, mayor presión sanguínea. Asimismo, la mayor o menor presión sanguínea puede también deberse a un incremento o disminución en uno de los componentes, cuando se mantiene sin cambios el otro. De los métodos de medida de la presión sanguínea, el más antiguo es el método auscultatorio. Éste precisa tres elementos: una abrazadera inflable, un manómetro conectado a ésta y un estetoscopio. Se ha de colocar la abrazadera alrededor del brazo, bien ajustada, ligeramente por encima del codo. Después ha de inflarse para que alcance la presión suficiente para ocluir la arteria humeral (también denominada braquial). Cuando esto ocurra, el estetoscopio no captará ningún sonido. Si se va soltando aire lentamente de la abrazadera, en un momento dado comienza a escucharse unos sonidos intermitentes conocidos como sonidos de Korotkoff (sonidos K). La presión que indique el manómetro cuando comiencen a escucharse los sonidos K corresponderá a la presión sanguínea (PS) máxima o sistólica. Es el momento en que más presión produce la sangre a través de la arteria humeral, durante la sístole ventricular. La presión sistólica normal se sitúa entre 100 y 140 mm Hg., estando la media de la población en 120 mm Hg. Se ha de seguir soltando el aire hasta que los sonidos K dejen de escucharse, momento en el que la sangre avanza por la arteria sin ninguna resistencia, cuando aquélla produce una menor presión durante la diástole ventricular. La presión que en ese momento indique el manómetro será la mínima o diastólica. La presión diastólica normal fluctúa entre 60 y 90 mm Hg, situándose la media en 80 mm Hg (se habla de hipertensión y de hipotensión para referirse a valores por encima o por debajo de los normales, respectivamente). Recientemente se han desarrollado sistemas modernos para medir la presión sanguínea de forma continua y no invasiva. El procedimiento consiste en colocar en el dedo un dispositivo que introduce una presión de aire igual a la existente en las arterias, ajustando continuamente la presión externa del dispositivo mediante un servomecanismo controlado por un fotopletismógrafo que analiza el tamaño de las arterias. Este sistema proporciona una señal fisiológica continua, similar a la del pulso sanguíneo, pero de presión. El punto máximo de la señal en cada pulso corresponde a la presión sistólica, el punto mínimo a la presión diastólica y el punto medio entre el máximo y el mínimo corresponde a la presión media. Existe bastante acuerdo respecto al hecho de que durante la emoción de miedo y, en menor medida, durante la emoción de ira, se observa una vasoconstricción periférica que lleva a un aumento de la presión sanguínea y de la tasa cardíaca. El estrés psicológico se manifiesta, sobre todo, en incrementos de la presión arterial sistólica.

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B) Actividad electro dérmica La actividad electrodérmica (AED) es una de las variables de mayor tradición psicofisiológica. Las bases biológicas de la actividad eléctrica de la piel se encuentran en la actividad de las glándulas ecrinas del sudor (controladas por la división simpática del sistema nervioso autónomo), que vierten el producto que segregan en el exterior del cuerpo a través de un tubo excretor y que están distribuidas por toda la superficie del cuerpo, siendo su densidad mayor en la palma de la mano (aproximadamente 2.000 por cm2). Por ello, es el lugar utilizado preferentemente para el registro de la actividad electrodérmica como variable psicofisiológica. La electrodermografía designa a la vez el estudio de la actividad eléctrica de la piel y la técnica utilizada para registrarla. Desde el punto de vista técnico existen dos procedimientos electrodermográficos generales para medir la actividad eléctrica de la piel: el endógeno y el exógeno. Existen dos tipos de circuitos eléctricos: el circuito exosomático, en el que el generador de corriente no es el propio organismo, sino una fuente externa (circulando la corriente aplicada, de un electrodo a otro por el interior del organismo), y el circuito endosomático, en el que es el propio organismo el que genera la corriente eléctrica. La actividad eléctrica de la piel se ha estudiado en ambos tipos de circuitos. • Estudio de la actividad de la piel mediante circuito exosomático Los circuitos exosomáticos dan lugar a dos tipos de señales psicofisiológicas: la resistencia y la conductancia de la piel. Ambas están relacionadas con el grado de dificultad con el que la electricidad atraviesa la piel, que depende, entre otros aspectos, de la sudoración. El sudor es un electrolito que facilita una vía conductora del exterior de la piel a la hipodermis y de ésta al exterior. La condición electrolítica del sudor facilita la conductividad en los circuitos exosomáticos. La conductancia y la resistencia son parámetros inversos, de forma que, a mayor sudoración, menor resistencia y mayor conductancia. La información proporcionada por un aparato sobre la resistencia de la piel se puede convertir en conductancia hallando su valor inverso. De acuerdo con Carretié e Iglesias (1995) resulta recomendable realizar este cambio, puesto que la conductancia covaría de forma directa con la activación simpática (que es la que se pretende medir con la AED) y con otras señales autonómicas. Tanto la conductancia como la resistencia pueden estudiarse como respuesta o como nivel. El circuito exosomático proporciona cuatro tipos de señales: nivel de conductancia de la piel (NCP), nivel de resistencia de la piel (NRP), respuesta de conductancia de la piel (RCP) y respuesta de resistencia de la piel (RRP).

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• Estudio de la actividad de la piel mediante circuito endosomático Las señales que proporciona el circuito endosomático son el nivel de potencial de la piel (NPP) y la respuesta de potencial de la piel (RPP). El potencial de la piel se registra mediante circuito monopolar. Generalmente el electrodo activo se sitúa en una zona palmar de la mano que el sujeto no requiera mover y el electrodo de referencia en el antebrazo, en su parte interna (sin vello), a unos 8 o 10 cm del codo, en dirección a la mano. El electrodo de tierra puede colocarse en el brazo entre ambas zonas. En el contexto del estudio de la emoción, las respuestas electrodérmicas se examinan ante estímulos emocionales y se comparan con las respuestas ante estímulos neutrales. La mayor reactividad electrodérmica ante los estímulos emocionales es interpretada en términos de una mayor reacción emocional (por ejemplo, de miedo). Existe un alto nivel de AED en las emociones fuertes. Aunque los resultados no son totalmente concluyentes, en las situaciones de ira o de alegría el nivel de AED es significativamente superior al de la situación real de miedo. 8.3. Problemática de la medida neurofisiológica de la emoción Las medidas neurofisiológicas muestran problemas respecto a la validez y a la fiabilidad. Existen dificultades en la evaluación de la validez de las medidas neurofisiológicas, entre otras razones debido al hecho de la propia artificialidad de la situación de prueba, dado que las respuestas fisiológicas parecen estar determinadas situacionalmente y relacionadas con acontecimientos ambientales psicobiológicamente relevantes (Fernández Ballesteros y Carrobles, 1981). La fiabilidad de las medidas neurofisiológicas, de acuerdo con Fernández Ballesteros y Carrobles (1981), no ha sido definitivamente establecida debido a la existencia de diferentes procesos, entre los que se encuentra el fraccionamiento direccional de respuesta, que hace referencia al hecho de que existen respuestas viscerales diferentes que podrían desempeñar funciones distintas en los diferentes estados emocionales. El fraccionamiento direccional de las respuestas viscerales en las emociones se manifiesta en los fenómenos de especificidad estímulo-respuesta y en la estereotipia de respuesta individual. La especificidad estímulo-respuesta, conocida como especificidad situacional o estereotipia situacional, está relacionada con el hecho de que un estímulo provoca de forma constante una respuesta en un sistema fisiológico, mientras que otro estímulo diferente suscita también de forma constante una respuesta diferente en ese mismo sistema. Es la tendencia de un determinado estímulo o situación a evocar patrones característicos de respuesta en la mayoría de los sujetos. Los patrones de respuestas dados por sujetos diferentes dependen, en gran medida, del tipo de situación o estímulo al que están expuestos. Parece que la situación establece algunas características de la reacción emocional, independientemente de las diferencias individuales. Una misma 167

situación puede generar, o no, una emoción en distintas personas, en un momento dado, o en la misma persona, en distintos momentos. La estereotipia de respuesta individual, conocida como especificidad de respuesta o especificidad individual, está relacionada con el hecho de que la activación máxima de un sujeto se produce siempre en un mismo sistema fisiológico, con independencia de cuál sea la fuente de la emoción. Parece como si los seres humanos tuviéramos sistemas de respuesta preferentes con los que responderíamos ante situaciones emocionales intensas: secreciones gástricas, aumento del ritmo cardíaco, elevación de la presión arterial. Este aspecto puede relacionarse con la génesis de los trastornos psicosomáticos que afectarían prioritariamente a los sistemas preferentes de cada sujeto, causando una alteración diferente (úlceras, infartos o cefaleas). El aspecto fundamental de la especificidad es que diferentes estímulos y distintas situaciones activan diferentes patrones de respuestas fisiológicas, a pesar de la intensidad de la activación fisiológica difusa. Es la tendencia mostrada por un sujeto para emitir un patrón característico de respuesta ante diferentes estímulos. En relación a la especificidad de respuesta, suele distinguirse entre: a) El patrón de respuesta idiosincrásico o característico que cada sujeto parece mostrar, de forma consistente, en diferentes situaciones estimulares. b) La existencia de una respuesta o sistema de respuestas que de forma consistente destaca sobre los demás, mostrando un nivel más elevado de responsividad ante los diferentes estímulos. La especificidad de respuesta hace referencia a una especificidad de síntoma o de órgano, para indicar la relación que este tipo de reacción frecuente de una estructura fisiológica, parece tener con la aparición de determinados trastornos psicosomáticos.

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9 MEDIDAS DE LA EXPRESIÓN EMOCIONAL

9.1. Expresión sonora de la emoción Una línea relevante de estudio está relacionada con la expresión sonora de la emoción aunque, en comparación con la expresión facial de la emoción, el número de investigaciones es mucho menor. Este hecho viene justificado fundamentalmente por la gran dificultad que implica la investigación de la vocalización en animales inferiores y la complejidad de la conducta vocal en seres humanos, al estar influida por aspectos somáticos, lingüísticos, verbales, vocales, cognitivos, biológicos, sociales y culturales (Jiménez, 1986). La conducta vocal es una conducta comunicativa mediante la cual un organismo superior emite sonidos con información para otros. Integra dos elementos, la acción, de naturaleza psicofisiológica, mediante la que se generan los sonidos con significado y el efecto de dicha acción, es decir, el producto acústico portador de la información. Para una adecuada comprensión de la expresión sonora o vocal de la emoción se ha de analizar el proceso psicofisiológico (la acción) que da lugar a los sonidos con significado, es decir, los mecanismos generadores del sonido, así como el producto físico de la conducta vocal o flujo de voz.

9.1.1. El aparato vocal: mecanismos generadores del sonido Desde el punto de vista anatómico, el ser humano no posee ningún órgano que sea específicamente productor de sonidos. Para hablar utiliza elementos del aparato digestivo (como la boca), del aparato respiratorio (como los pulmones y la laringe) y una serie de grupos musculares (como el diafragma y la musculatura abdominal). La voz humana es producida por el aire espirado, que después de unas modificaciones producidas por el aparato vocal se convierte en sonidos que se propagan a través del espacio. Se puede afirmar que el aparato vocal es como un instrumento musical, de la familia de los instrumentos de viento, que funciona debido al paso de aire. En él se han descrito las tres partes fundamentales que caracterizan al mecanismo de un órgano: “la mancha” o aparato productor de aire, la lengüeta que vibra y da la altura del sonido y el tubo o caja de resonancia, donde el sonido se modifica y amplía (Torres y Gimeno, 1999). 169

La figura 9.1 presenta las principales estructuras generadoras de la voz.

Figura 9.1. Principales estructuras generadoras de la voz: mecanismo fonador y cavidades supraglóticas o tracto vocal (cavidades bucal y nasal) (a partir de Jiménez, 1986).

A) La “mancha” o aparato productor de aire La fuente de energía o de potencia para la producción de la voz se encuentra en el denominado tracto infraglótico o infralaríngeo, integrado por los pulmones, el diafragma y la musculatura que genera y controla la corriente de aire que hará vibrar las cuerdas vocales. El cuerpo humano utiliza los pulmones y los músculos de la respiración, que proporcionan el aire necesario para hacer vibrar las cuerdas vocales, de forma parecida a como actúa la “mancha” que suministra aire en el órgano. Los pulmones y la tráquea se alojan en el interior de la caja torácica, formada por la unión entre las doce vértebras dorsales –con sus discos intervertebrales–, las costillas y el esternón. Esta unión se realiza por medio de diversas articulaciones que dan movilidad y elasticidad a todo el conjunto, lo que permitirá que durante la respiración los diámetros de la caja torácica varíen y los pulmones se llenen y vacíen de aire. El diafragma es el músculo más importante en la respiración, situándose como una 170

lámina que separa la cavidad torácica de la abdominal. Durante la inspiración se contrae, produciéndose su descenso, mientras que durante la espiración se relaja, ascendiendo. Existen tres tipos básicos de respiración: clavicular (o torácica superior), intercostal (o torácica media) y diafragmática (denominada también abdominal o costoabdominal). La respiración diafragmática es la que tiene lugar en la parte más baja del tórax y en la más alta del abdomen, que es la zona donde radica el mayor control voluntario de la respiración. En ella el diafragma realiza el máximo descenso y la musculatura abdominal se encuentra relajada. Los pulmones alcanzan la máxima dilatación y se produce una inspiración amplia y rápida, sin inducir tensiones musculares que puedan interferir en la producción de la voz. Durante la respiración activa se produce un equilibrio constante entre el diafragma y la musculatura abdominal. Este equilibrio será el que controlará el tono y la intensidad del sonido producido en las cuerdas vocales. Todos aquellos músculos que actúan determinando el descenso de las costillas serán músculos accesorios de la espiración: los músculos intercostales internos (intermedios), los músculos intercostales íntimos (internos), el músculo cuadrado lumbar y el músculo serrato posteroinferior, entre otros. Todos aquellos que actúan elevando las costillas se consideran músculos accesorios de la inspiración: los músculos intercostales externos, los músculos elevadores de las costillas, los músculos escalenos, el pectoral mayor y el pectoral menor, entre otros.

B) El vibrador del aparato vocal La laringe es la extremidad superior de la tráquea. Está situada en la parte medial y anterior del cuello, por delante de la faringe. Se comunica cranealmente, a través de la faringe, con la cavidad bucal y con las fosas nasales y caudalmente se continúa con la tráquea. Aunque su función primaria es controlar la entrada de aire y evitar el ingreso de cuerpos extraños en el aparato respiratorio, en ella se producen los sonidos. Cuando hablamos, la laringe se desplaza verticalmente, bajando en los sonidos graves y subiendo en los agudos. Estos movimientos son posibles debido a que la laringe está unida mediante una membrana ligamentosa al hueso hioides (que es el único hueso del cuerpo que no se articula con otro hueso, sino que se halla suspendido del cráneo por pequeños ligamentos y estructuras musculares). En la espiración activa, el aire hace vibrar las cuerdas vocales que se encuentran en la laringe, por lo que se denomina a ésta el vibrador del aparato vocal. Las cuerdas vocales (o pliegues vocales) son pliegues de la mucosa laríngea que recubren al ligamento vocal y al músculo vocal. A cada lado de la superficie interna de la laringe se encuentran dos pliegues de su mucosa, superpuestos: los pliegues vestibulares (denominados pliegues ventriculares, cuerdas vocales falsas o cuerdas vocales superiores), situados cranealmente, y los pliegues vocales (denominados cuerdas vocales, cuerdas vocales verdaderas o cuerdas vocales inferiores), en posición caudal. La fonación, como parte del proceso del habla, exige el cierre y la abertura continuos 171

de las cuerdas vocales, con cambios en la longitud y la tensión. Estas variaciones requieren fluctuaciones continuas de la salida de aire. En el habla normal, la regulación de la salida de aire es básicamente involuntaria y automática. La voz se produce por la espiración del aire a través de la hendidura glótica, previamente cerrada. Las cuerdas vocales son obligadas a separarse por la presión que ejerce el aire proveniente del tracto infraglótico. El sonido producido en las cuerdas vocales sería prácticamente inaudible si éste no se amplificase y modificase en las estructuras supraglóticas o resonadores de la voz, como la cavidad bucal, que es el principal resonador de la voz, dado que puede modificar su forma y volumen. Por medio de la lengua y de los labios, se producirá en la boca la articulación del lenguaje.

C) Los resonadores de la voz Todas las cavidades situadas por encima de las cuerdas vocales actúan, o pueden actuar, como cajas de resonancia de la voz. Se las denomina genéricamente cavidades supraglóticas. Los seres humanos tenemos resonadores móviles como la boca, que modifica su forma y volumen en función de la abertura mandibular y de la posición de la lengua y los labios, o como la faringe, cuyo volumen varía sobre todo en función de la altura a la que esté situada la laringe, de la posición de la lengua y del velo del paladar. Otros resonadores, como las fosas nasales, son fijos, no pudiendo modificarse su forma y su tamaño. En las cavidades de resonancia, el sonido producido en la laringe será reforzado y modificado y se hará audible, adquiriendo un timbre determinado. La faringe es la parte del tubo situada por detrás de la cavidad nasal, de la bucal y de la laringe. Actúa como conducto común para la deglución (paso de los alimentos) y la respiración (paso del aire). Es un conducto de unos 12 cm de longitud situado por debajo de la base del cráneo y por delante de las vértebras cervicales, de las que se halla separado por la denominada musculatura prevertebral. Es más ancha en la parte superior que en la inferior, donde se continúa con el esófago. La faringe puede actuar como resonador de la voz. En función del tamaño de esta cavidad, el aire espirado resonará en ella con más o menos intensidad. Los movimientos de la musculatura faríngea son generalmente de poca amplitud y las variaciones de volumen de la faringe se deben principalmente al desplazamiento de la laringe, de la base de la lengua y del velo del paladar. En la boca se distinguen dos partes: el vestíbulo de la boca, que se sitúa por delante de los dientes y la cavidad bucal, que se sitúa por detrás de los dientes y que se comunica con la porción oral de la faringe a través del istmo de las fauces. En el suelo de la cavidad bucal se encuentra la lengua, órgano musculoso. La boca es el principal resonador de la voz, puesto que por medio de los cambios de posición de la lengua, del velo del paladar, de los labios y de la mandíbula podrá adaptar su forma y su volumen al sonido emitido en las cuerdas vocales. En los sonidos nasales, el velo del paladar se halla descendido y el aire resuena totalmente en el interior de la cavidad nasal. En los sonidos orales, el aire 172

resuena únicamente en la boca. La cavidad nasal puede estar separada total o parcialmente de la cavidad bucal por el velo del paladar, lo que determinará en el habla la producción de sonidos orales o nasales. Está formada por las fosas nasales, derecha e izquierda, separadas por el tabique nasal. Cada fosa nasal actuará como una cavidad de resonancia independiente de la otra. Para que el aire espirado resuene en el interior de la cavidad nasal es necesario que el velo del paladar o paladar blando esté descendido. En el habla, en los sonidos nasales el aire resuena íntegramente en esta cavidad. Los senos paranasales son cavidades neumáticas de los huesos de la cara y del cráneo que comunican con las fosas nasales. Su significación funcional no está del todo clara. Clásicamente se les ha dado una cierta importancia como resonadores de la voz, pero estudios recientes indican que su función como caja de resonancia es prácticamente nula (Torres y Gimeno, 1999).

9.1.2. Producto de la conducta vocal: el flujo de voz El flujo de voz es una señal acústica registrada mediante el uso de equipos electroacústicos que se caracteriza por su continuidad en el tiempo. El flujo de voz se puede dividir físicamente en segmentos sonoros, segmentos sordos y silencios. Los segmentos sonoros son los producidos por la acción de las cuerdas vocales. Cuando éstas se encuentran cerradas, bloquean el flujo de aire procedente de los pulmones, lo que causa un aumento de la presión en su cara interna, provocándose la separación de las cuerdas vocales, liberándose rápidamente el aire acumulado y disminuyendo, por tanto, la presión. Debido a su naturaleza elástica, las cuerdas vocales vuelven a cerrarse. Este ciclo se repite, con lo que tiene lugar una secuencia continuada de pulsos, con una frecuencia que depende de una serie de factores físicos característicos de cada sujeto. Esta frecuencia se conoce como frecuencia fundamental (Fo) y su inversa como período de tono. Los segmentos sordos se producen cuando la excitación no ocurre en las cuerdas vocales, sino en algún punto de la cavidad bucal. Los silencios se producen cuando dentro de una unidad natural no existe energía de la señal. El comportamiento verbal, la comunicación, requiere de hablantes (emisores) que transmitan información codificada de acuerdo con diversas reglas y de oyentes (receptores) que sean capaces de decodificar esa información y captar el mensaje. La conducta vocal de los seres humanos transmite dos tipos de mensajes. Uno de naturaleza verbal, regido por un sistema flexible de comunicación superior (lenguaje), y otro de naturaleza no verbal, que indica de forma voluntaria o involuntaria diversas características biológicas o psicológicas del emisor, de su posición social o de su estado emocional. Si el ser humano utiliza la conducta vocal para expresar los estados emocionales y transmitirlos a otros, al igual que utiliza la expresión facial, el flujo de voz, como producto acústico de la conducta vocal, caracterizado por parámetros de naturaleza 173

físico-acústica, ha de contener marcadores que porten información relacionada con la emoción y que puedan ser decodificados por sujetos de la misma población cultural y social que el emisor (Jiménez, 1986). Existen diversos parámetros acústicos que permiten estimar los diferentes estados emocionales en que se encuentra el sujeto que emite el flujo de voz. Con respecto a la expresión vocal de la emoción, los aspectos fundamentales están relacionados con la codificación y con la decodificación. En relación con la codificación, el aspecto básico es si existen patrones de expresión vocal específicos para diferentes emociones (Banse y Scherer, 1996). Hay suficiente evidencia respecto a que la emoción produce cambios en la respiración, la fonación y la articulación, que a su vez determinan, en parte, los parámetros de la señal acústica. Existen pocas dudas en relación con el hecho de que los oyentes pueden inferir el estado afectivo y la actitud del hablante a partir de esta señal. Las siguientes variables acústicas están fuertemente implicadas en la señalización emocional vocal: — El nivel, rango y contorno de la frecuencia fundamental (Fo). La Fo refleja la frecuencia de la vibración de las cuerdas vocales, siendo percibida como tono. Es el parámetro acústico que mejor discrimina el estado emocional. — La energía vocal o amplitud, percibida como intensidad de la voz. — La distribución de la energía en el espectro de frecuencias (sobre todo la energía relativa en la región de frecuencias altas, en relación con las frecuencias bajas), lo que afecta a la percepción de la cualidad de la voz o timbre. — La localización de los formantes (F, F,…, Fn) relacionados con la percepción de la articulación. — Una variedad de fenómenos temporales, incluyendo el ritmo y las pausas. Aunque la evidencia no es concluyente, existe bastante acuerdo respecto al patrón de variables acústicas característico de las emociones básicas, que se presenta a continuación. La cólera se caracteriza por un incremento en la media de Fo y en la media de energía. Otros efectos de la cólera incluyen incrementos en la energía de elevada frecuencia. La tasa de articulación generalmente aumenta. Con el miedo se espera que se produzcan elevados niveles de activación, lo que es confirmado por la evidencia que muestra incrementos en la Fo media, incrementos en el rango Fo y energía de elevada frecuencia. Los sujetos informan que se va incrementando el ritmo de articulación. En la tristeza se produce disminución en la Fo media, disminución en el rango Fo y disminución en la energía media. Disminuyen la energía de elevada frecuencia y el ritmo de articulación. Existe una fuerte evidencia respecto a que la alegría se caracteriza por un incremento en Fo medio, en el rango Fo, en la variabilidad de Fo y en la energía media. Asimismo, existe escasa evidencia respecto a que se caracteriza por un incremento en la energía de elevada frecuencia e incremento en la tasa de articulación. Respecto al disgusto, los resultados son contradictorios dependiendo del procedimiento 174

utilizado en la codificación. Si se utiliza la proyección de películas desagradables para medir el disgusto (o posiblemente el displacer), se encuentra un incremento en Fo medio. Si se produce la simulación de la emoción de disgusto por un actor, se encuentra una disminución de Fo medio. Los resultados de los análisis acústicos (Fernández-Dols y otros, 1990) ponen de manifiesto que la tristeza es la categoría emocional respecto a la cual existe una mayor cantidad de datos concordantes, caracterizándose la respuesta vocal por exhalación pasiva y fonación relajada, lo que produce sonidos prolongados con baja Fo, rango reducido y fuertes perturbaciones (como consecuencia de la flacidez de las cuerdas vocales), contornos descendentes y baja intensidad. La respuesta vocal inicial de la emoción de miedo es una profunda y repentina inhalación, seguida de un patrón respiratorio rápido y superficial, encontrándose el tracto vocal en estado de gran tensión. Los resultados acústicos son: una Fo alta y de amplio rango, fuertes perturbaciones, cambios irregulares y contorno ascendente. Con respecto a las emociones de alegría y de ira se encuentran discrepancias entre las predicciones iniciales y la evidencia empírica disponible. Para Scherer (1986), las discrepancias se deben al hecho de que las investigaciones sobre expresión vocal no han distinguido entre felicidad/placer y alegría/júbilo, por una parte, y entre irritación (coid anger) y rabia (hot anger), por otra. La información transmitida a través de las señales no verbales del habla es suficiente para permitir el reconocimiento de los estados emocionales. Respecto a la decodificación, el aspecto fundamental es si pueden los oyentes inferir la existencia de la emoción a partir de indicios vocales. Banse y Scherer (1996) han comprobado que los seres humanos podemos inferir la emoción a partir de la expresión vocal debido a la existencia de patrones acústicos diferenciales para un elevado número de emociones. En estudios realizados con técnicas de almacenamiento y de reproducción de la voz, se ha comprobado que los oyentes pueden inferir la existencia de estados afectivos y actitudes del hablante a partir de la expresión vocal. El porcentaje de aciertos generalmente alcanza el 50%, cuatro o cinco veces mayor que el correspondiente al azar (que es aproximadamente del 12%). Aunque la mayor parte de los estudios se han realizado con un número pequeño de emociones, como cólera, miedo, tristeza, alegría y disgusto, se encuentran diferencias notables en el porcentaje de aciertos con que pueden ser inferidas estas emociones, a partir de las expresiones vocales exclusivamente (Pittam y Scherer, 1993). El cuadro 9.1 pone de manifiesto el elevado grado de consistencia en la inferencia de estados emocionales a partir de la expresión vocal. CUADRO 9.1. Comparación del porcentaje de aciertos correspondiente a diversas emociones obtenido en dos estudios.

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El grado de consistencia de los resultados de las investigaciones de Van Bezooijen (1984) y de Scherer y otros (1991) es sorprendente, teniendo en cuenta que los trabajos fueron realizados en diferentes países, con diferentes lenguajes (holandés frente a alemán), con diferentes tipos de actores (aficionados frente a profesionales), con distinto material lingüístico (frases estándar frente a expresiones sin sentido) y con diferentes grupos de jueces (estudiantes frente a población general), entre otros. Banse y Scherer (1996) seleccionaron 14 emociones: (rabia (hot anger), irritación (coid anger), miedo terrorífico (panicfear), ansiedad, desesperación, tristeza, regocijo (elation), felicidad, interés, aburrimiento, culpa, orgullo, repugnancia (aversión) y desprecio), que iban a ser mostradas por 12 actores profesionales (6 mujeres y 6 hombres) de habla alemana. Como jueces que debían reconocer las emociones actuaron 12 estudiantes de psicología (9 alumnas y 3 alumnos) con una edad media de 22 años. En el estudio de reconocimiento se encontró que los jueces eran capaces de reconocer con exactitud el grupo de emociones estudiado con una probabilidad mucho mayor que la correspondiente al azar. Los resultados de la investigación de Banse y Scherer (1996) ponen de manifiesto que los jueces no basan solamente su inferencia en indicios de activación en las descripciones vocales de la emoción, sino que son capaces también de diferenciar la emoción a partir de indicios de valencia y de cualidad, independientemente del nivel de activación o intensidad. Un análisis del patrón de errores observados en la identificación revela que éste no se distribuye al azar en las diversas emociones. La rabia se confunde con la irritación y con el desprecio. El interés se confunde con más frecuencia con orgullo y alegría que con las otras emociones, en su conjunto. Las confusiones pueden ser interpretadas como indicadores de la semejanza entre categorías de emociones, en lugar de errores. Un análisis de los patrones de confusión arroja tres dimensiones: cualidad, intensidad y valencia. La cualidad de una emoción es la dimensión más obvia de semejanza. Los pares de emociones como rabia e irritación, tristeza y desesperación, ansiedad y miedo terrorífico son semejantes en cualidad y difieren sobre todo en intensidad. Los resultados parecen indicar que las confusiones dentro de estos tres pares de emociones se deben a la falta de un punto de corte bien definido entre la forma intensa y la forma débil de la emoción respectiva. Una segunda dimensión de semejanza es la intensidad. Regocijo es con 176

relativa frecuencia confundido con desesperación, con rabia y con miedo terrorífico, que difieren claramente en cualidad, pero son semejantes en intensidad. La tercera dimensión de semejanza es la valencia. Las emociones positivas son con más frecuencia confundidas con otras emociones positivas que con emociones negativas. Orgullo es más frecuentemente confundido con las emociones positivas regocijo, felicidad e interés (con un porcentaje del 39%) que con todas las emociones negativas consideradas conjuntamente (con un porcentaje del 19%). La expresión verbal de la emoción puede estar influida y limitada por diversos procesos, entre los que se encuentra la desincronía entre la emoción experimentada y la emoción comunicada verbalmente (el nivel de sinceridad en la comunicación verbal de la emoción) y la comprensión que manifiesta el sujeto de las reglas de expresión (display rules) verbal y facial. Carrera y otros (1994) han analizado las diferencias entre lo “sentido” y lo “comunicado” en dos emociones negativas: celos y tristeza. Los celos se producen como consecuencia de un miedo real o imaginario a perder una relación interpersonal valiosa. La tristeza tiene un claro referente prototípico: la muerte de un ser querido. Aunque celos y tristeza son experiencias no deseables, difieren en el grado de aceptación social que implican. El estudio se realizó con 248 sujetos: 127 (57 hombres y 70 mujeres, con una edad media de 20 años) para las situaciones de celos y 121 (62 hombres y 59 mujeres, con una edad media de 19 años) para los antecedentes de tristeza. Para la situación de celos se presentaban los siguientes términos emocionales: celos, miedos, inseguridad, azoramiento, asco, depresión, indiferencia, alegría, ira, tristeza, sorpresa, irritación, frustración, envidia, desasosiego y ansiedad. Para los antecedentes de tristeza: dolor, apatía, depresión, ira, sorpresa, miedo, pesar, nostalgia, melancolía, tristeza, conmoción, culpa, agitación, impotencia, resignación y angustia. Los resultados pusieron de manifiesto que debido a la deseabilidad social se produce un proceso de “discrepancia” cuantitativa y cualitativa entre la experiencia sentida y lo que sobre ella se comunica. En la situación de celos se reduce la intensidad en cinco categorías emocionales (celos, inseguridad, depresión, frustración, ansiedad) y se aumenta significativamente en dos (asco, indiferencia). En la situación de tristeza sólo hubo una reducción significativa en tres emociones (dolor, depresión, angustia). Además de diferencias en la intensidad emocional comunicada, se producen cambios en los términos emocionales elegidos para la comunicación. En las situaciones de celos hubo un número significativo de personas que dejaron de emplear en la conversación la categoría que habían elegido para definir la experiencia. Por el contrario, en las situaciones de tristeza, la mayoría de los sujetos utilizaron los mismos términos para definir la experiencia emocional y su comunicación, con la excepción del término “dolor”, que después de ser elegido para definir lo sentido, dejó de utilizarse en la comunicación por un 15% de los sujetos. El estudio de Carrera y otros (1994) pone de manifiesto que ante situaciones emocionales intensas no siempre los sujetos comunican sus verdaderas emociones. Los cambios cuantitativos (diferencias en la intensidad emocional comunicada) y los 177

cualitativos (cambios en los términos emocionales elegidos para la comunicación de la emoción) dependen fundamentalmente de las emociones implicadas. Existe una mayor manipulación y cambio en la comunicación de las emociones provocadas por una situación de celos que por una situación de tristeza. Debido a que buscamos que los otros tengan una imagen positiva de nosotros y al hecho de mostrar nuestra adhesión a las normas sociales, actuamos de acuerdo con las normas sociales y las limitaciones implicadas. En consecuencia, si el sujeto cree que la emoción que está experimentando o que ha experimentado no está dentro de las normas y puede tener consecuencias negativas para él o para el interlocutor, o para la relación de ambos, quizá no desee compartir la emoción con su interlocutor, no comunicando todas las emociones que experimente, o no haciéndolo en la forma exacta en la que las experimente (Zammuner, 1996). La comunicación verbal de las emociones es en alguna medida el resultado de un proceso de selección influido por el conocimiento de las reglas de manifestación (display rules) de las emociones (basadas culturalmente y específicas a la situación) y su adhesión a ellas. Las emociones experimentadas y las mostradas en relación con eventos de orgullo pueden mostrar efectos de discrepancia debido a los procesos de regulación social. Este efecto puede ser diferente en hombres y en mujeres debido a normas vinculadas a roles sexuales que dictan qué eventos son más relevantes para cada sexo (por ejemplo, relaciones interpersonales para las mujeres y eventos relacionados con el trabajo para los hombres) y las emociones que los sujetos de cada sexo pueden sentir y comunicar. La relación afectiva con el interlocutor con el que se comparte la emoción puede influenciar qué emociones serán reguladas en la comunicación y en qué forma. Zammuner (1996) pone de manifiesto que conseguir un/a nuevo/a compañero/a atractivo/a (evento compañero/a) o un buen trabajo (evento trabajo) son las situaciones de logros juzgados por los sujetos como valiosos en el ámbito personal y en el ámbito relacionado con el trabajo. Los sujetos de ambos sexos no muestran diferencias en la atribución de emociones específicas sentidas a los eventos protagonistas, excepto en el hecho de que los hombres esperan que el “evento compañero/a” elicite emociones de logro más intensas que las mujeres, mientras que las mujeres esperan que el “evento trabajo” elicite emociones de “alegría” más intensas que los hombres. Hombres y mujeres difieren en alguna medida respecto a qué emociones esperan que sean reguladas en la comunicación. Cuando los hombres comunican sobre el “evento compañero/a” no reducen la intensidad de las emociones de “logro”, mientras que las mujeres lo hacen. Cuando la conversación era sobre el “evento trabajo”, los hombres reducían la excitación experimentada más que las mujeres. Este resultado puede ser interpretado en términos de adhesión a normas relacionadas con funciones sexuales, establecidas culturalmente. Los diferentes grupos culturales (definidos por la nacionalidad, edad, sexo o por otras variables) juzgarán o evaluarán de forma diferente un evento en la medida en que se adhieren a normas culturales diferentes y a tradiciones que dictan la medida en que un evento es importante, qué emoción es probable que elicite en un sujeto y qué emociones pueden ser comunicadas con seguridad. La comunicación interpersonal de la emoción es 178

fundamentalmente un fenómeno social, influido profundamente por el conocimiento y el respeto de las connotaciones sociales y las implicaciones de las emociones. La dirección de las discrepancias obtenidas entre las emociones sentidas y las comunicadas verbalmente implica que el proceso de regulación es guiado por normas y creencias sobre las implicaciones sociales y personales de las emociones comunicadas (Zammuner, 1996). Con respecto a la comprensión que el sujeto manifiesta de las reglas de expresión verbal y facial existe suficiente evidencia a favor de que el control de las expresiones verbales puede ser comprendido mejor (o antes) que el control de las expresiones faciales. Ekman y Friesen (1975) han sugerido que los sujetos controlan mejor sus palabras que sus expresiones faciales, pudiendo ser más fácil registrar, falsificar e inhibir el lenguaje que la expresión facial porque las expresiones verbales se producen con menos rapidez y se encuentran ante un mayor control voluntario que las expresiones faciales. En consecuencia, las personas somos más responsables de aquello que decimos que de cómo miramos. Parece más probable que haya una mayor socialización para el lenguaje. Los niños pueden aprender a controlar la expresión verbal de la emoción antes que a controlar sus expresiones faciales. Gnepp y Hess (1986) han comprobado experimentalmente la hipótesis de que los niños pueden aprender a controlar la expresión verbal de la emoción antes que a controlar sus expresiones faciales en un estudio en el que participaron 144 niños, teniendo 36 sujetos (18 niños y 18 niñas) en cada uno de los siguientes grados: primer grado (edad media 6 años y 10 meses), tercer grado (edad media 8 años y 11 meses), quinto grado (edad media 10 años y 8 meses) y décimo grado (edad media 15 años y 10 meses). Los estímulos consistían en una serie de breves historias sobre niños en las que los protagonistas pueden desear regular la expresión de la emoción. Se pidió a los niños que indicaran qué diría y qué cara pondría el protagonista. La mitad de las historias fueron diseñadas para poner en juego reglas de manifestación prosocial. Estas historias presentan a personas que están actuando de una forma inapropiada o desilusionante. Los protagonistas tienen la oportunidad de proteger a otros personajes de la historia de ser heridos o perjudicados, regulando su propia manifestación de la emoción. La otra mitad fueron diseñadas para poner en juego reglas de manifestación de auto-protección. Estas historias se refieren a protagonistas que se comportan de una forma inapropiada o desilusionante. Los protagonistas tienen la oportunidad de protegerse a sí mismos del castigo o de las bromas hechas por otro personaje de la historia regulando la manifestación de la emoción. Cada uno de los temas de las ocho historias se escribió en tres versiones. En la “versión solo”, el protagonista se describe como solo en el momento en que se produce el evento cargado de afecto. En la “versión audiencia”, está en presencia de una o varias personas en el momento del evento cargado de afecto. La “versión audiencia sugerida” es la misma que la “versión audiencia”, pero con una sentencia adicional de la forma “El/la protagonista no quiere que otro personaje de la historia sepa cómo se siente el/ella”. Se utilizaron dibujos de cinco expresiones faciales (alegría, tristeza, enfado, miedo y neutral) para que los niños indicaran la cara que el 179

protagonista pondría en respuesta al evento cargado de afecto. Los resultados ponen de manifiesto que es más probable que los niños estén sometidos a mayor presión para regular su lenguaje que su apariencia física. En comparación con el feedback que los niños reciben a partir de sus sentencias verbales, el feed-back externo que reciben de sus expresiones faciales puede ser indirecto. Parece razonable suponer que los niños aprenden las reglas de manifestación facial sobre todo a través del aprendizaje observacional y de feedback indirecto, en contraste con las instrucciones directas y las consecuencias claramente etiquetadas empleadas en la enseñanza de las reglas de manifestación verbal. En consecuencia, hay que esperar que los niños aprendan las reglas de manifestación verbal antes que las reglas de manifestación facial y que empleen, en mayor medida, reglas de manifestación verbal que facial, confirmándose esto en los diferentes niveles de edad estudiados. 9.2. Expresión no verbal de la emoción Las investigaciones se han centrado fundamentalmente en dos formas de expresión no verbal: la expresión corporal y la expresión facial.

9.2.1. Expresión corporal En comparación con la investigación sobre las expresiones faciales, los estudios sobre las relaciones entre estados emocionales y el comportamiento del movimiento corporal, como movimientos de cabeza, movimientos del tronco o las posturas, son relativamente raros. Pero las emociones pueden también ser señaladas (indicadas) a través de los gestos, la postura y movimientos del tronco (Wallbott, Ricci-Bitti y Bánninger-Huber, 1986). Aunque los gestos no pueden generalmente ser utilizados para identificar por sí mismos una emoción específica, desempeñan una función importante en la expresión de estados emocionales, estando estrechamente relacionados con el grado de activación emocional. Existe un tipo específico de gestos, definidos por Ekman y Friesen en 1969 (citado en Morales y otros, 1994) como “adaptadores”, que no se producen con el propósito de comunicar algo, sino para “regular” el estado de experiencia emocional. Son gestos involuntarios que las personas utilizamos sistemáticamente en diversas situaciones de la vida diaria para conseguir autocontrol. Estos gestos, adquiridos generalmente durante la infancia como comportamientos adaptativos, son habituales en los adultos. Por otra parte, existen gestos capaces de expresar estados emocionales específicos, por ejemplo, apretar el puño y golpear con uno o ambos pies el suelo como una señal de ira o cubrirse la propia cara con la mano como signo de vergüenza. Ekman y Friesen han establecido una clara distinción entre “expresión emocional” y “gestos simbólicos y emblemas”. La expresión de una emoción no se produce fundamentalmente para comunicar algo a otros (puede tener lugar incluso cuando una persona está sola), 180

mientras que los gestos simbólicos solamente se producen cuando un sujeto está interactuando con otros, ya que este tipo de gesto se manifiesta con el propósito de enviar un mensaje. Aunque la postura (como la forma en que el cuerpo como un todo se despliega en el espacio) no es capaz, por sí misma, de expresar una emoción específica, puede contribuir a la expresión emocional en combinación con otros indicios emocionalmente expresivos. A través de alteraciones a lo largo del continuum tensión-relajación, la postura es una señal del grado de intensidad de activación emocional. Por otra parte, se han encontrado correlaciones entre tipos de postura y estados de ánimo específicos: la postura de hombros caídos de la persona abatida, la postura comprimida (hundida) de la persona triste y deprimida o la postura vertical (erguida) y muy vigilante de la persona eufórica (Wallbott, Ricci-Bitti y Bánninger-Huber, 1986). Otro aspecto muy estudiado de la expresión corporal es el espacio personal, que es un área alrededor del cuerpo que la persona siente que le pertenece, una distancia que la persona pone entre ella y los demás. Hall (citado en Worcher y Shebilske, 1995) ha observado que el espacio que las personas dejan entre sí cuando se comunican frecuentemente está en función de la naturaleza de su relación. La distancia íntima (desde aquella que permite tocarse, hasta 50 cm) se establece cuando el sujeto conforta, protege, acaricia, hace el amor o cuenta secretos a otro u otros. La distancia personal (de 50 cm a un metro) es establecida por los amigos íntimos cuando conversan o por desconocidos cuando discuten asuntos personales y es la que se guarda en reuniones sociales. La distancia social (de un metro a tres metros y medio) se emplea cuando se tratan negocios personales o en negocios más formales y en reuniones sociales. Cuando sentimos que nuestro espacio personal es invadido por otro u otros, nos sentimos incómodos y nos mostramos alerta y con frecuencia nos alejamos para recuperar el espacio apropiado. Hall encontró que además de la naturaleza de la relación existente entre los sujetos, en el establecimiento del espacio personal influyen otros factores, como la cultura, el género y la edad. Las personas en las culturas occidentales, como Estados Unidos, Canadá y Europa occidental mantienen distancias personales mayores que las personas en Latinoamérica o en Europa oriental. Los varones establecen mayores distancias cuando se relacionan entre sí que las mujeres cuando se relacionan entre ellas. Los niños establecen distancias personales menores que los adolescentes o los adultos. El espacio personal cumple varias funciones. Las personas ponemos de manifiesto nuestra atracción o rechazo mediante la distancia que establecemos. Nos acercamos a las personas que nos gustan y nos alejamos de las que nos desagradan. Por otra parte, la distancia personal está relacionada con otros tipos de lenguajes que se utilizan para comunicar emociones. Cuando estamos muy cerca de las personas podemos ver si nos están mirando, si sus cejas están fruncidas o si están sudando, pero no podremos ver sus manos y determinar en qué actitud corporal se encuentran. A medida que incrementamos la distancia, podemos observar sus gestos y actitudes corporales, pero no podremos distinguir aspectos de su cara. 181

9.2.2. Expresión facial de la emoción Una adecuada comprensión de la expresión facial de la emoción requiere de un conocimiento detenido de cuáles son los músculos implicados, de sus inserciones, de sus relaciones, de su inervación y de su acción. Por otra parte, se presentan los métodos de medida del comportamiento facial, los patrones faciales típicos de las emociones básicas, y se realiza un breve análisis respecto a la universalidad de la expresión facial de la emoción.

A) Músculos de la cabeza Los músculos de la cabeza se dividen en músculos masticadores y músculos cutáneos de la cabeza (Testut y Latarget, 1985; Spalteholz, 1976). La figura 9.2 presenta los músculos de la cabeza que tienen una función más relevante en la expresión emocional. • Músculos masticadores Los músculos masticadores son cuatro: el temporal, el masetero, el pterigoideo externo y el pterigoideo interno. — El músculo temporal (musculus temporalis). Aplanado, triangular o en abanico, ocupa la fosa temporal. Por arriba se inserta en la línea curva temporal inferior, la fosa temporal, la aponeurosis temporal y el arco cigomático (fascículo yugal). Desde aquí sus fibras se dirigen hacia la apófisis coronoides y se insertan en su cara interna, su vértice y sus dos bordes. La cara interna del músculo temporal está en relación con la fosa temporal, con los dos músculos pterigoideos y el buccinador. La cara externa, con el arco cigomático y el masetero. Está inervado por tres nervios temporales profundos (anterior, medio y posterior). Su acción es de elevador del maxilar inferior y desplaza hacia atrás al cóndilo del maxilar cuando éste ha sido llevado hacia delante por el pterigoideo externo.

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Figura 9.2. Músculos de la cabeza relevantes en la expresión emocional (tomada de la Enciclopedia médica familiar (1986): El cuerpo humano, vol. VII, p. 73)

— El músculo masetero (m. masseter). Corto, grueso, adosado a la cara externa de la rama del maxilar inferior. El fascículo superficial se extiende del borde inferior del arco cigomático al ángulo de la mandíbula. El fascículo profundo se extiende desde el arco cigomático a la cara externa de la rama ascendente. La cara interna está en relación con la rama del maxilar inferior y con el músculo buccinador, entre otros; la cara externa, con los músculos cutáneos de la cara, la arteria transversa de la cara y las ramificaciones del nervio facial. El borde superior se relaciona con el arco cigomático y el borde inferior con el ángulo maxilar. El borde anterior se relaciona con el maxilar superior, con el buccinador y con la arteria facial. El borde posterior está en relación con la rama del maxilar. Está inervado por el nervio mandibular (rama del trigémino o V par craneal). Su acción es de elevador del maxilar inferior. — El pterigoideo interno (m. pterygoideus medialis). Está situado dentro de la rama del maxilar inferior y tiene la misma disposición que el masetero. Por arriba se efectúan las inserciones en la fosa pterigoidea. Desde aquí el músculo se dirige hacia abajo, atrás y afuera, en busca de la cara interna del ángulo del maxilar, en donde termina enfrente de las inserciones del masetero. Por dentro está en relación con la faringe y por fuera con el músculo pterigoideo externo. Está inervado por el nervio pterigoideo interno y su acción es de elevador del maxilar inferior. 183

— El pterigoideo externo (m. pterygoideus lateralis). Tiene la forma de un cono, cuya base corresponde al cráneo y el vértice al cóndilo. Ocupa la fosa cigomática. El fascículo superior se inserta en la parte del ala mayor del esfenoides que forma la fosa cigomática. El fascículo inferior se inserta en la cara externa del ala externa de la apófisis pterigoides. Desde aquí los dos fascículos se unen y se insertan juntos en el cuello del cóndilo y en el menisco articular. La cara superior está en relación con la bóveda de la fosa cigomática. La cara ante-roexterna está en relación con el masetero, mientras que la cara posterointer-na está en relación con el pterigoideo interno, con los nervios lingual, dentario inferior, auricotemporal y con la arteria maxilar interna. La inervación procede del nervio pterigoideo externo. La contracción simultánea de los dos músculos pterigoideos determina la proyección hacia adelante del maxilar inferior, mientras que la contracción aislada de uno de ellos, un movimiento de lateralidad. • Músculos cutáneos de la cabeza Son músculos delgados que están estrechamente relacionados con la piel. En un sujeto adulto se dividen en cuatro grupos: — — — —

Músculos cutáneos del cráneo. Músculos de los párpados. Músculos de la nariz. Músculos de los labios.

Estos tres últimos grupos de músculos hacen posible la oclusión o la abertura de los orificios alrededor de los cuales se hallan colocados. Son además los músculos de la mímica. 1. Músculos cutáneos del cráneo. Los músculos cutáneos del cráneo son el occipital y el frontal y están unidos entre sí por la aponeurosis epicraneal. — El músculo occipital (m. occipitalis). Es un músculo cuadrangular, situado en la parte posterior de la cabeza. Por abajo se inserta en la línea occipital superior y en la apófisis mastoidea. Desde aquí se dirige hacia arriba y adelante y se inserta en el borde posterior de la aponeurosis epicraneal. Está cubierto por la piel y cubre el pericráneo. Está inervado por la rama auricular posterior del nervio facial. Su acción es de tensor de la aponeurosis epicraneal, tira de ella hacia atrás. — El músculo frontal (m. frontalis). Es un músculo cuadrangular, situado en la parte anterior de la cabeza. Por arriba se inserta en el borde anterior de la aponeurosis 184

epicraneal. Desde aquí desciende hacia el frontal. Está cubierto por la piel y cubre el pericráneo. Está inervado por la rama temporofacial del nervio facial. Su acción es de tensor de la aponeurosis epicraneal. Tira de las cejas hacia arriba y produce arrugas transversalmente en la frente. La aponeurosis epicraneal (galea aponeurótica) es una hoja fibrosa que se extiende desde el músculo frontal al músculo occipital. Forma una lámina conjuntiva que recubre la bóveda craneal y está muy fuertemente unida a la piel. Ofrece una estructura tendinosa en la que se insertan los músculos epicraneanos (frontal y occipital). 2. Músculos de los párpados. Alrededor de los párpados se encuentran el músculo orbicular y el superciliar. — El orbicular de los párpados (m. orbicularis oculi). Es un músculo aplanado que rodea el orificio palpebral a manera de anillo. Su parte interna corresponde a los párpados (zona palpebral) y su parte externa sobresale de los párpados y cubre la órbita (zona orbitaria). El orbicular se inserta en los ángulos del ojo. En el ángulo interno, por medio de un tendón formado de dos partes, el tendón directo y el tendón reflejo. El tendón directo se inserta en el labio anterior del canal nasal y el tendón reflejo en el labio posterior del canal nasal. En el ángulo externo los fascículos musculares se entrecruzan y terminan en la piel de esa zona. El orbicular está cubierto por la piel y cubre a su vez el contorno de la órbita (zona orbitaria) y el septum orbicular y las cintillas de los tarsos (zona palpebral). Está inervado por la rama temporofacial del nervio facial y su acción es la oclusión de los párpados. Tira de las cejas hacia dentro y abajo y de la piel de las mejillas hacia arriba y adentro. Posibilita la progresión de las lágrimas. — El superciliar (m. corrugator glabellae). Es un músculo corto, extendido sobre la parte interna del arco superciliar, de donde nace, dirigiéndose hacia arriba y afuera, terminando en la piel a nivel del agujero supraorbitario. Cubierto por el músculo orbicular, cubre a su vez el músculo frontal. Está inervado por el nervio facial y su acción es atraer hacia dentro y abajo la piel de la ceja. 3. Músculos de la nariz. Son el piramidal, el mirtiforme, el transverso y el dilatador de las aberturas nasales. — El músculo piramidal (m. depressor glabellae). Está situado en el dorso de la nariz. Nacido en los cartílagos laterales de la nariz y el borde inferior de los huesos propios de la nariz, se dirige hacia arriba, entra en contacto con el músculo frontal y termina en la piel. Descansa directamente sobre los huesos de la nariz. Está inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Al tirar hacia abajo de la piel que recubre la raíz nasal, ocasiona en la misma la aparición de arrugas transversales. 185

— El transverso de la nariz (m. nasalis). Es un músculo triangular adosado sobre el dorso de la nariz, donde nace. Desde aquí se dirige abajo hacia el surco del ala de la nariz y termina en la piel y en el músculo mirtiforme. Descansa directamente sobre el ala de la nariz y está inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Su acción es estrechar las aberturas nasales, atrayendo hacia arriba los tegumentos. — El mirtiforme. Pequeño músculo radiado situado por debajo de las aberturas nasales. Se inserta, abajo, en la fosita mirtiforme y de aquí se dirige arriba, para terminar en el subtabique del ala de la nariz. Descansa sobre el maxilar superior y se halla cubierto por el orbicular y la mucosa gingival. Está inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Su acción es estrechar las aberturas nasales y hacer descender el ala de la nariz. — El dilatador propio de las aberturas nasales. Es un músculo delgado, situado en la parte inferior del ala de la nariz, que se inserta en el maxilar superior y en el ala de la nariz. Está inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Su acción es dilatar las aberturas nasales. 4. Músculos de los labios. Son once. Uno rodea el orificio bucal a manera de anillo (músculo orbicular). Los otros diez, colocados a los lados, se insertan alrededor de la boca. — El orbicular de los labios (m. orbicularis oris). Es un músculo elíptico situado alrededor del orificio bucal. Se divide en dos mitades distintas: semiorbicular superior y semiorbicular inferior. El semiorbicular superior se extiende de una comisura a la otra y desde el borde libre del labio superior a la base de la nariz. El semiorbicular inferior ocupa toda la altura del labio inferior. Está formado por fibras que van de una comisura a la otra y por un fascículo de refuerzo. El orbicular se encuentra más próximo a la mucosa labial que a la piel. Por su cara profunda está en relación con las glándulas de los labios y las arterias coronarias. Está inervado por los filetes bucales superiores e inferiores del nervio facial. Su acción es ser esfínter del orificio bucal. La contracción de las zonas periféricas del orbicular frunce los labios y los proyecta hacia delante, mientras que la contracción de las zonas marginales frunce los labios y los proyecta hacia atrás. — El buccinador (m. bucinatorius). Es un músculo plano situado por detrás del orbicular y por delante del masetero. Se inserta, por detrás, en el borde alveolar de los maxilares superior e inferior y en la aponeurosis buccinato-faríngea. Por delante termina en la cara profunda de la mucosa bucal, a nivel de las comisuras. Se consideran en este músculo dos caras y dos extremidades. La cara interna se corresponde con la mucosa bucal; la cara externa, con la posterior de la rama ascendente del maxilar y con el músculo masetero, entre otros. Está inervado por los filetes bucales superiores e inferiores del nervio 186















facial. Desplaza hacia fuera la comisura bucal, cierra la abertura de la boca y comprime los labios y las mejillas sobre las hileras dentarias. Hace salir a presión el aire contenido en la cavidad bucal (toque de los instrumentos de viento). El elevador común del ala de la nariz y del labio superior (m. angularis). Es un músculo delgado, verticalmente extendido desde el ángulo interno del ojo al labio superior. Por arriba se inserta en la apófisis ascendente del maxilar superior. Por abajo, en el ala de la nariz y en el labio superior. Está cubierto por la piel y a su vez cubre algunos músculos cutáneos. Está inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Eleva el ala nasal y el surco nasolabial. El elevador propio del labio superior (m. levator labii superioris). Pequeño músculo en forma de cinta situado por fuera y por debajo del músculo elevador común del ala de la nariz y del labio superior. Por arriba se inserta en el maxilar superior y por abajo en el labio superior. Está situado entre el músculo elevador común del ala de la nariz y del labio superior y el cigomá-tico menor. Cubre el músculo canino y el orbicular de los labios. Está inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Su acción es elevar el labio superior. El canino (m. caninus). Se trata de un músculo aplanado, cuadrangular, que ocupa la fosa canina. Por arriba se inserta en la fosa canina y por abajo en la piel, cerca de la comisura. Está cubierto por el músculo elevador propio del labio superior e inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Su acción es atraer hacia arriba la comisura labial. Actuando conjuntamente, los músculos de ambos lados elevan el labio inferior y contribuyen a cerrar la boca. El cigomático menor (m. zygomaticus minor). Es un músculo alargado que se extiende desde el pómulo a la comisura. Es superficial, cubierto únicamente por la piel e inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Atrae hacia arriba y afuera la comisura de los labios. El cigomático mayor (m. zygomaticus major). Es un músculo acintado que va desde el pómulo a la comisura, por fuera del cigomático menor. Cruza el masetero y la vena facial, estando inervado por los filetes infraorbitarios del nervio facial. Atrae hacia arriba y afuera a la comisura de los labios. El risorio (m. risorius). Es un músculo triangular situado a cada lado de la cara. Por detrás se inserta en el tejido celular de la región parotidea y por delante en la comisura. Es superficial, cubierto por la piel, y descansa sobre la parótida, el masetero y el buccinador. Está inervado por los filetes bucales inferiores del nervio facial. Es el músculo de la sonrisa. Contribuye a desplazar la comisura labial hacia fuera. El triangular de los labios (m. triangularis). Músculo ancho y delgado, que va del maxilar inferior a la comisura. Por abajo se inserta en el maxilar inferior y por arriba en la comisura. Es superficial, cubierto por la piel y reviste, a su vez, al buccinador y al orbicular. Está inervado por los filetes mentonianos del nervio facial. Su acción es bajar la comisura labial. Combinando su acción los 187

músculos de ambos lados, se produce el descenso del labio superior y el cierre de la boca. — El cuadrado del mentón (m. quadratus labii mandibularis). Músculo cuadranglar, aplanado, que va desde el tercio interno de la línea oblicua externa a la piel del labio inferior. Está inervado por los filetes mentonianos del nervio facial. Baja la comisura y desplaza hacia fuera y abajo al labio inferior. — Los músculos borla del mentón (m. mentalis). Son dos músculos conoides, derecho e izquierdo, que se extienden desde el maxilar inferior a la piel del mentón. Descansan sobre el hueso y son superficiales. Están inervados por los filetes mentonianos del nervio facial. Su acción consiste en elevar y arrugar la piel del mentón.

B) Métodos de medida del comportamiento facial Se han utilizado diversos métodos para analizar el comportamiento facial: la electromiografía (EMG), sistemas objetivos de codificación y estudios de juicios. • Electromiografía (EMG) Es la forma más objetiva de medir el comportamiento facial. El registro EMG facial implica situar pequeños electrodos de superficie sobre el músculo (o grupos de músculos) implicados en el cambio de apariencia facial. Los electrodos detectan potenciales de acción muscular agregados de las fibras musculares subyacentes, considerándose que la señal filtrada, amplificada e igualada es proporcional a la intensidad de la contracción de los músculos. En la mayor parte de los estudios EMG se solicita a los sujetos que se imaginen a sí mismos en situaciones elicitadoras de emoción o se les presentan transparencias elicitadoras de emoción o vídeos mientras se realizan registros EMG a través de electrodos de superficie localizados en diversas partes de la cara. Este tipo de estudios ha puesto de manifiesto de una forma consistente que las condiciones emocionales positivas pueden ser diferenciadas de las negativas sobre la base de las respuestas EMG subyacentes. Los datos más sólidos comprueban el incremento de la actividad del músculo cigomático en condiciones estimulares agradables o de felicidad y el incrementó de la actividad del músculo corrugador en condiciones de estimulación desagradables (tristeza, ira, temor). La principal ventaja de la EMG consiste en que es muy útil en situaciones en las que deseamos evaluar el comportamiento facial encubierto (no observable), donde los otros dos métodos de medida no son aplicables. Las desventajas están relacionadas con el hecho de que es una técnica invasiva, pues la colocación de electrodos en la cara de un sujeto puede modificar directamente sus movimientos faciales. Entre otros 188

inconvenientes, se encuentra el hecho de que puede ser una técnica inoportuna (indiscreta), que centra la atención del sujeto en la cara, lo que probablemente modificará su comportamiento. Al igual que otros métodos psicofisiológicos, es una técnica relativamente costosa, puede no ser fiable y puede conllevar una elevada tasa de abandono (pérdida de sujetos) debido a errores mecánicos o eléctricos en el sistema de registro. • Sistema de codificación objetiva de las expresiones faciales observables Se basa en la identificación y medida de unidades visibles del comportamiento facial. Aunque implica juicios hechos por observadores, se diferencia de los métodos de juicio en que se trata de que los juicios sean puramente descriptivos, no interpretativos. Tres de estos métodos se han basado en la identificación de patrones de movimiento facial que se cree que están asociados a determinadas emociones que se consideran emociones universales. Ekman, Friesen y Tomkins (1971) han estructurado el Facial Affect Scoring Technique (FAST) –técnica para la puntuación de la expresión facial emocional–, que consiste en 77 descripciones de las 6 emociones básicas. Izard (1979) ha presentado el Maximally Discriminative Facial Movement Coding System (MAX) – sistema de codificación máximamente discriminativo del movimiento facial–. Izard y Dougherty (1980) han presentado el System for Identifying Affect Expression by Holistic Judgment (AFFEX) –sistema para la identificación de la expresión emocional a través de juicios globales–. Estos tres sistemas de medida se basan en estudios previos sobre la universalidad de reconocimiento de ciertas configuraciones de acciones faciales como expresiones faciales específicas y tienen diversas limitaciones, entre las que se encuentran que ninguno de ellos permite la medida de la intensidad del comportamiento ni la medida de otras acciones, a excepción de aquellas consideradas teóricamente como importantes en el momento de construir estos sistemas de medida. El MAX y el AFFEX se han desarrollado para ser empleados con párvulos (infants) y omiten muchas configuraciones que pueden ser relevantes en los estudios de niños mayores o de adultos. Ekman y Friesen (1978) han desarrollado un sistema de medida que es uno de los más utilizados y que en gran parte está influido por la aportación de Hjortsjó, un anatomista que, interesado en descubrir los cambios de apariencia visible para cada músculo, aprendió a disparar sus propios músculos faciales voluntariamente y presentó en 1969 un sistema de codificación basado en la anatomía de la musculatura facial, desarrollando una descripción precisa de los cambios en la apariencia facial derivados de la acción de cada músculo facial. Ekman y Friesen (1978), siguiendo el método de Hjortsjó, han presentado el Facial Action Coding System (FACS) –sistema de codificación de la acción facial– que trata de proporcionar un sistema comprehensivo que puede diferenciar todos los movimientos faciales que es posible distinguir visualmente. Dado que cada movimiento facial es el 189

resultado de la acción muscular, concluyen que se puede obtener un sistema comprehensivo descubriendo cómo actúa cada músculo de la cara para cambiar la apariencia visible. Con este conocimiento sería posible analizar cada movimiento facial en mínimas unidades de acción (AU), basadas anatómicamente. Estas AU, que son 44, forman la base del sistema de codificación y de medida. El cuadro 9.1 presenta algunas de las AUs, especificando su número, nombre y bases anatómicas. CUADRO 9.1. Algunas de las unidades de acción (AU) integradas en el sistema de codificación de la acción facial (FACS) de Ekman y Friesen (1978). Resumido de Ekman (1982), p. 186.

Debido a que la aplicación del FACS al comportamiento facial dinámico requiere mucho tiempo, a que necesita la presentación frecuente, a ritmo lento, de los trozos seleccionados de vídeo, a que en muchas ocasiones no se necesita una descripción 190

completa de los movimientos faciales, porque todo lo que se requiere es una descripción de las acciones, que se asume están implicadas en el comportamiento emocional, Ekman y Friesen (Ekman y O’Sullivan, 1991; Friesen y Ekman, 1984) han realizado una versión denominada Emotion Facial Action Coding System (EMFACS) –sistema de codificación de la acción facial en la emoción– que evalúa sólo las A U y las combinaciones de AU que han sido confirmadas por los resultados empíricos o por la investigación teórica como señales emocionales. Los sistemas objetivos de codificación son apropiados para estudiar aspectos implicados en la descripción o medida del comportamiento facial, más que la evaluación de la información que conlleva el comportamiento facial. • Estudios de juicios La metodología de juicio es la más ampliamente empleada en las investigaciones sobre el comportamiento facial. Los estudios de juicios son necesarios para evaluar aspectos relacionados con la información que conlleva la expresión facial, entre los que se encuentran el uso que los sujetos hacen del comportamiento facial para inferir los estados o características de otros. La técnica de estudios de juicios emplea el paradigma codificador-decodificador (mensajero-receptor). En este procedimiento, las respuestas faciales del sujeto a estímulos de la situación presumiblemente elicitadores de la emoción son fotografiadas o registradas en vídeo. Evaluadores ingenuos (receptores o decodificadores) observan estas respuestas y realizan juicios en relación con la identidad o la valencia de la condición del estímulo o la reacción emocional de los respondientes (codificadores o mensajeros). Se obtienen también medidas subjetivas de las experiencias de los codificadores y/o respuestas de su SN autónomo. Existen dos tipos principales de estudios de juicios: juicios de categoría y método de valuación. Los estudios de juicios de categoría han empleado el método de elección forzada o el método de respuesta-libre. De acuerdo con el método de elección forzada, a los jueces se les da una lista breve de categorías de respuesta y se les muestra una serie de estímulos, generalmente uno a uno, debiendo de asignar cada estímulo a una categoría de respuesta simple. Menos frecuente ha sido el empleo del método de respuesta-libre, en el que se permite a los jueces elegir libremente el término (rótulo) a aplicar, aunque es probable que esta libertad se vea limitada, indicando al sujeto qué tipo de término se requiere. El método de valuación permite a los jueces valuar en qué medida se manifiesta un número de propiedades en los estímulos faciales. Las propiedades valoradas son generalmente proporcionadas por el investigador a partir de diversas nociones teóricas. ¿Cuál de los tres principales métodos de medida hemos de emplear? Dependerá del estudio que estemos realizando. Si estamos examinando una cuestión relacionada exclusivamente con la estructura del comportamiento facial, hay que utilizar un método 191

que proporcione la medida más directa y más objetiva posible del comportamiento facial (EMG y método de evaluación objetiva). Pero si el estudio está relacionado con la información facilitada a otros sobre el comportamiento facial, se han de emplear los estudios de juicios.

C) Patrones faciales típicos de las emociones básicas Ekman y Friesen (1975,1978), utilizando sistemas de codificación de acciones faciales (que superan la imprecisión y subjetividad del método de jueces), han puesto de manifiesto la diferente conducta facial correspondiente a las seis emociones consideradas básicas, que se han presentado en el capítulo 3, poniendo de relieve la musculatura que interviene en los movimientos expresivos (característicos de dichas emociones). La figura 9.3 presenta el patrón facial correspondiente a cada una de las emociones básicas. La expresión de alegría consiste en un retraimiento oblicuo de las comisuras de los labios (sonrisa), elevación de las mejillas, que en ciertos casos puede dar lugar a unas arrugas características en la piel debajo del párpado inferior (patas de gallo), producidas por la contracción del músculo orbicular de los párpados. La expresión de ira viene definida por lo que habitualmente se denomina ceño fruncido: se produce una aproximación y un descenso de las cejas, se retrae el párpado superior y se eleva el párpado inferior. Puede observarse un rictus típico de amenaza en la boca: se estrechan los labios y con frecuencia la boca está abierta, al producirse la elevación del labio superior y el descenso de la mandíbula, mostrándose los dientes apretados. Otro aspecto de la expresión de ira es la mirada penetrante, fija. La expresión prototípica de miedo consiste en una aproximación y elevación de las cejas. Los ojos y la boca se abren como resultado de la elevación del párpado superior y un alargamiento de las comisuras de los labios, que se separan. Labios en tensión; en ocasiones la boca está abierta. La expresión de sorpresa sería similar a la de miedo, pero no se produce aproximación de las cejas, ni alargamiento de la comisura de los labios. Tiene lugar una elevación de las cejas, dispuestas en posición circular, y un estiramiento de la piel debajo de las cejas. Ojos muy abiertos, al elevarse el párpado superior y al descender el inferior. Frecuentemente la boca está abierta al descender la mandíbula. La expresión de tristeza se caracteriza por una aproximación y elevación de las cejas, un descenso de la comisura de los labios, que pueden estar temblorosos, y una elevación de la barbilla. La expresión de asco se manifiesta por elevación del labio superior, generalmente asimétrica, y por un descenso general en la parte inferior de la cara (labio inferior, mandíbula y comisuras de los labios). Se producen arrugas en la nariz y zonas próximas al labio superior, arrugas en la frente y arrugas en los párpados inferiores al elevarse las mejillas.

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Figura 9.3. Patrón facial correspondiente a cada una de las emociones básicas: alegría, ira, miedo, tristeza, asco y sorpresa (tomada de Carretié e Iglesias, 1995, p. 163).

D) Universalidad de la expresión facial de la emoción Demostrar la universalidad de la expresión facial de la emoción requiere el establecimiento de tres proposiciones que están relacionadas (Russell y Femández-Dols, 1997): a) En todos los grupos humanos se producen los mismos patrones de movimiento facial. b) Sujetos observadores de la expresión emocional en las diferentes sociedades atribuyen las mismas emociones específicas a los mismos patrones faciales universales. c) Los mismos patrones faciales son manifestaciones de las mismas emociones en todas las sociedades humanas. De acuerdo con Russell y Fernández-Dols (1997), la proposición a se ha asumido como verdadera, la proposición b ha recibido gran atención, generándose mucha investigación, mientras que la proposición c ha sido ignorada. Se requiere una evidencia 193

independiente para la proposición c, puesto que ésta no tiene que ser necesariamente cierta, incluso aunque lo sean la proposición a y la b. De las investigaciones que han establecido comparaciones transculturales, de las llevadas a cabo en recién nacidos y en personas con graves déficit sensoriales (véase Fernández-Dols, Iglesias y Mallo, 1990; Morales y otros, 1994), se puede concluir que las denominadas expresiones emocionales son parte del repertorio conductual de los seres humanos de forma probablemente innata. Queda por confirmar la cuestión de si las configuraciones faciales expresan ciertas emociones básicas y hasta qué punto la experiencia que subyace a tales expresiones es la misma y se corresponde con una emoción básica. Para Morales y otros (1994), la información al respecto hasta el momento presente ha sido poco o nada decisiva. Los estudios típicos en este campo han sido los llamados experimentos de reconocimiento, en los que la hipótesis fundamental es que los sujetos de cualquier cultura pueden identificar las expresiones faciales con ciertas emociones básicas. En consecuencia, no sólo serían universales las expresiones, sino también las emociones básicas (alegría, ira, sorpresa, miedo, asco y tristeza) que las causarían. El reconocimiento universal de las emociones implica que cualquier ser humano puede categorizar las expresiones mediante ciertos términos que denotan las mismas emociones en cualquier lenguaje. La metodología de este tipo de experimentos consiste en que se presentan las expresiones a un grupo de jueces (generalmente fotografías de expresiones simuladas por modelos), debiendo éstos decidir (escogiendo entre varias categorías, generalmente) qué emoción expresa cada rostro. Las investigaciones confirman que los sujetos de diversas culturas adscriben las emociones básicas a las expresiones. Morales y otros (1994) concluyen que los estudios sobre reconocimiento de la emoción no han proporcionado datos definitivos sobre la hipótesis fundamental del modelo neurocultural, de acuerdo con la cual existiría una identidad básica entre expresión, experiencia emocional y ciertas categorías lingüísticas. La universalidad de las expresiones emocionales no ha sido suficientemente probada.

9.2.3. Modalidades de la expresión no verbal en estados emocionales Si consideramos las frecuencias relativas de las diferentes modalidades no verbales reportadas por los sujetos en diferentes estados emocionales, se comprueba que las reacciones faciales son las mencionadas con más frecuencia, las reacciones de partes del cuerpo son mencionadas con una frecuencia media y las reacciones del cuerpo completo (posturas) son las menos citadas (véase la figura 9.4). El dominio de la expresión facial se pone de manifiesto en el hecho de que el reír/sonreír y el llorar son las reacciones reportadas más frecuentemente. En consecuencia, el más elevado porcentaje de expresión facial se ha atribuido a las emociones de alegría y tristeza. Los movimientos de partes del cuerpo son mencionados 194

con más frecuencia en el contexto de la ira. Los movimientos del cuerpo completo (posturas), aunque relativamente raros, fueron descritos con mayor frecuencia en relación con el miedo. En general, la mayor parte de las reacciones no verbales son reportadas en relación con ira y con alegría, que pueden ser descritas como “emociones activas”. Tristeza ocupa un lugar intermedio al respecto, siendo reportado el menor número de reacciones no verbales en el estado emocional de miedo. Tristeza y miedo pueden ser caracterizadas como “emociones pasivas”.

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Figura 9.4. Frecuencias relativas de la presentación de diversas modalidades de reacción no verbal en diferentes estados emocionales (a partir de Wallbott, Ricci-Bitti y Bánniger-Huber, 1986).

Por otra parte, se puede hacer una diferenciación entre las emociones en términos de la importancia del comportamiento no verbal en comparación con los síntomas fisiológicos. El empleo de un índice de dominancia del comportamiento no verbal sobre los síntomas fisiológicos (el número de reacciones no verbales dividido entre el número de síntomas fisiológicos) indica que alegría, ira y tristeza han sido experimentadas como más externalizadas y expresadas a través de comportamiento no verbal, mientras que el miedo ha sido descrito como más internalizado y expresado a través de síntomas fisiológicos (figura 9.5).

Figura 9.5. Importancia del comportamiento no verbal respecto a los síntomas fisiológicos (evaluada a través de un índice de dominancia) en diversos estados emocionales (a partir de Wallbott, Ricci-Bitti y Báninger-Huber, 1986).

Entrando en un análisis de las diferencias sexuales en el comportamiento no verbal (Wallbott, Ricci-Bitti y Bánninger-Huber, 1986), se encuentra que las mujeres informan de un mayor número de reacciones no verbales que los varones. Esto es así para las reacciones faciales, las vocales y las de movimiento corporal. Existen diferencias más pequeñas para el habla y las reacciones de movimiento de partes del cuerpo. No se encuentran diferencias significativas entre sujetos de ambos sexos en términos de síntomas fisiológicos. Aunque las mujeres informan de un número más elevado de 196

síntomas, las diferencias respecto a síntomas circulatorios, viscerales y musculares son relativamente pequeñas. Las mujeres reaccionan más a través de comportamientos no verbales que de síntomas fisiológicos en comparación con los hombres. Las mujeres son más externalizadoras que los hombres. Entre otras razones, esto puede deberse al hecho de que las reglas de manifestación de las emociones no permiten a los hombres describir sus reacciones de una forma tan detallada como a las mujeres, o al hecho de que las mujeres reaccionan de una forma más deseable, informando de aquellas reacciones que uno esperaría, por ejemplo, en los estados emocionales de alegría y de tristeza.

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PARTE IV: ÁMBITOS DE INVESTIGACIÓN

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10 ENFOQUE COGNITIVO DE LA EMOCIÓN

10.1. Desarrollos teóricos 10.1.1. Teorías de la evaluación cognitiva Las teorías de la evaluación cognitiva comparten con las teorías de la activacióncognición el énfasis en destacar la relevancia de la actividad cognitiva en la experiencia emocional, pero atribuyen diferentes funciones a la evaluación cognitiva en la producción de la emoción. La aportación teórica de Arnold (1960) se basa en una síntesis de factores cognitivos y fisiológicos en la que es relevante el concepto de “valoración” (appraisal). El sujeto evalúa, elabora cognitivamente de forma inmediata y casi involuntaria la situación ante la que se encuentra y trata de aproximarse a aquello que evalúa como “bueno” (beneficioso) o evitar lo evaluado como “malo” (peligroso) e ignorar lo evaluado como “indiferente”. La “valoración” es un complemento de la percepción y produce una tendencia afectiva a hacer algo, de forma que las emociones tendrían funciones motivacionales. La teoría de la emoción de Arnold está estrechamente vinculada con las teorías hedonistas de la motivación de incentivo, que explican la conducta afirmando que un estímulo crea un estado afectivo anticipatorio que impulsa conductas de aproximación-evitación respecto al estímulo. Arnold (1960) afirma que la emoción resulta de una secuencia de eventos que comienza con la percepción o con la “simple aprehensión de un objeto”. Antes de que se produzca la emoción, el objeto debe ser evaluado (“evaluación intuitiva”) como “bueno” o como “malo”, según sea su efecto sobre el perceptor. Este proceso de evaluación intuitiva complementa la percepción y produce una tendencia a la acción inmediata para manejar los objetos y los eventos: “Normalmente la secuencia percepción-evaluaciónemoción está tan estrechamente unida, que nuestra experiencia diaria nunca es estrictamente un conocimiento objetivo de una cosa; siempre es un conocer-y-gustar o un conocer-y-disgustar” (vol. 1, p. 177).

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Figura 10.1. Formas de evaluación y su incidencia en el atontamiento (a partir de Lazarus, 1966 y Lazarus y Folkman, 1984/1986).

Lazarus comenzó a interesarse por el estudio de la emoción a partir del estudio del estrés. El estrés se produce en la relación del sujeto con el ambiente. Esta relación tiene lugar a través de dos procesos: “evaluación cognitiva” (valoración) y “afrontamiento”. La valoración cognitiva es un proceso evaluativo que determina en qué medida es estresante la relación entre el sujeto y el medio. Es un proceso que media –negocia activamente– entre las demandas, las limitaciones y los recursos ambientales, por una parte, y la jerarquía de metas y las creencias personales del sujeto, por otra. La valoración puede ser primaria (se centra en las consecuencias positivas o negativas que pueden derivarse de la situación para el sujeto) y secundaria (se centra en la capacidad del sujeto para afrontar la situación). Ambas formas de valoración interactúan entre sí, determinando el grado de estrés, así como la intensidad y el tipo de respuesta emocional (figura 10.1). El afrontamiento es considerado como un esfuerzo, a nivel cognitivo y conductual, para manejar las situaciones que sobrepasan los recursos del sujeto. Es un proceso específico para cada situación y demanda. Aunque existen estilos de afrontamiento estables, el afrontamiento depende, en gran medida, del contexto, puesto que para ser eficaz debe cambiar a lo largo del tiempo y a lo largo de las diferentes condiciones estresantes. 200

Lazarus (Folkman y Lazarus, 1988) ha creado un procedimiento de medida para evaluar el proceso de afrontamiento en diversos contextos estresantes, el Cuestionario sobre Formas de Afrontamiento (The Ways of Coping Questionnaire), que está formado por 67 ítems sobre pensamientos y acciones que el sujeto ha utilizado en su encuentro con situaciones estresantes específicas. Un entrevistador se lo puede administrar al sujeto o éste puede administrárselo a sí mismo. El afrontamiento puede estar dirigido al problema, tratando de manipularlo o alterarlo, o puede estar orientado a la emoción, intentando regular la respuesta emocional generada por el problema. Existe una interacción entre las estrategias correspondientes a ambas formas de afrontamiento, potenciándose o debilitándose una a otra. El afrontamiento influye el estrés psicológico a través de la valoración, ejerciendo ésta siempre la función de mediadora. Lazarus (1993) considera al afrontamiento como un proceso: — Complejo, que integra diversas estrategias, la mayor parte de las cuales son empleadas por las personas en cada encuentro estresante. — Depende de la valoración respecto a si se ha de hacer algo para cambiar la situación. Si la valoración indica que se ha de hacer algo, predomina el “afrontamiento centrado en el problema”. Si indica que no se puede hacer nada, predomina el “afrontamiento centrado en la emoción”. — Cuando el tipo de encuentro estresante se mantiene constante (por ejemplo, estrés relacionado con trabajo, salud o familia), mujeres y hombres manifiestan patrones de afrontamiento semejantes. — Algunas estrategias de afrontamiento son más estables que otras, a lo largo de diversos encuentros estresantes, mientras que otras están vinculadas con contextos estresantes específicos. — Las estrategias de afrontamiento cambian de un estado de encuentro estresante complejo a otro. — El afrontamiento actúa como un poderoso mediador de los resultados emocionales; los positivos están asociados con algunas estrategias de afrontamiento y los negativos con otras. — La utilidad de un patrón de afrontamiento varía con el tipo de encuentro estresante, el tipo de personalidad del sujeto y la modalidad de resultado emocional estudiado. Lo que funciona en un contexto puede ser contraproducente en otro. Las emociones son reacciones psicofisiológicas organizadas y complejas que integran evaluaciones cognitivas, impulsos a la acción y patrones de reacciones somáticas. La intensidad de la respuesta emocional está en relación directa con el grado de amenaza, derivado de la valoración primaria y en relación inversa con la capacidad de afrontamiento, surgida de la valoración secundaria. El tipo de emoción dependerá de la valoración cognitiva que realice el sujeto, así como la activación producida, que no es 201

generalizada, sino que muestra patrones específicos. La emoción específica que experimenta el sujeto depende de los pensamientos del sujeto sobre el encuentro estresante. Lazarus (1993) denomina a su teoría de la emoción “cognitiva-motivacionalrelacional” porque considera las emociones como respuestas al significado relacionado de un encuentro estresante, al sentido de una persona respecto a los costes y beneficios (lo que implica procesos motivacionales y cognitivos) en una relación concreta personaambiente. La emoción se produce por la yuxtaposición de la demanda, la limitación o el recurso ambiental, con los motivos y creencias del sujeto. El proceso de valoración media entre estos dos tipos de variables, indicando el significado de lo que está sucediendo, para el bienestar de la persona. Lazarus (1993) ha identificado dieciséis emociones, nueve negativas –producto cada una de ellas de un grupo de condiciones de vida perturbadoras e implicando diferentes prejuicios o amenazas– (ira, ansiedad, culpa, vergüenza, tristeza, envidia, recelo, disgusto, terror), cuatro positivas (felicidad, amor, orgullo, alivio) y tres que tienen una valencia mixta (esperanza, compasión, gratitud). Lazarus no presenta la emoción de gratitud en el cuadro 10.1, en la que cada emoción tiene un significado relacional diferente. En un primer momento, Lazarus defendió que la emoción era una respuesta a la cognición, causando los procesos cognitivos a las respuestas emocionales y a las operaciones de afrontamiento, para manejar la situación valorada negativamente. Posteriormente, la aportación de Lazarus (1990) destaca la no separación de cognición y emoción como dos sistemas diferentes. Entre ellas se producen transacciones diversas y procesos de causalidad bidireccional, determinando la cognición a la emoción, y la emoción a la cognición. La aportación de Lazarus, menos general que la de Arnold, ha suscitado más investigación empírica debido a sus implicaciones para la clínica. Uno de los problemas con los que se enfrenta tanto la teoría de Arnold, como la de Lazarus, es el hecho de que, aunque defienden que las emociones tienen un significado adaptativo en el funcionamiento humano, no analizan detenidamente las relaciones entre experiencia subjetiva de la emoción y cambios corporales (somáticos). CUADRO 10.1. Significado relacional de diferentes emociones (a partir de Lazarus, 1993). Emoción Ira Ansiedad Terror Culpa Vergüenza

Significado relacional Ofensa contra mí y lo mío Afrontar una amenaza incierta Peligro físico perturbador inmediato y concreto Haber transgredido un imperativo moral Fracaso en vivir de acuerdo con un yo ideal 202

Tristeza Envidia Recelo Disgusto Felicidad Orgullo Alivio Esperanza Amor Compasión

Haber experimentado una pérdida irreparable Deseo de lo que tiene otro Ofenderse por la pérdida de, o la amenaza al afecto o favor de otro Estar estrechamente vinculado a, o recibir un objeto o idea no digerible Progresar razonablemente hacia la consecución de la meta Incremento de la identidad del yo Cambio a mejor o desaparición de una condición penosa incongruente con la meta Afrontar lo peor, pero desear lo mejor Desear o participar en un afecto, que aunque no es necesario que sea recíproco, generalmente lo es Verse impulsado por el sufrimiento de otro y desear ayudarle

10.1.2. Teorías de la activación-cognición

A) Teoría del feedback visceral Schachter, influido por la teoría de la emoción de James presenta una teoría denominada del feedback visceral, que defiende (como James) que la activación fisiológica es una condición necesaria, para que se pueda producir una experiencia emocional, pero, apartándose de James, incide en que no es suficiente (véase la figura 2.2). La evidencia empírica la obtuvo en una investigación realizada con Singer, influido por el estudio realizado, casi cuarenta años antes, por Marañón, sobre la acción emotiva de la adrenalina. Schachter y Singer (1962) manipulan la activación fisiológica del sujeto por medio de una inyección de adrenalina, partiendo del supuesto de que para que se produzca la experiencia emocional se requiere un estado de activación fisiológica y un proceso cognitivo, relacionado con la búsqueda en el ambiente de un antecedente causal que posibilite interpretar ese estado de activación, puesto que éste es inespecífico (común para todas las emociones). Los resultados de esta investigación les permitieron confirmar sus predicciones, comprobando que la simple excitación fisiológica no genera emoción, produce la emoción fría, carente de cualidad subjetiva, que describió Marañón, y que la percepción de estímulos emocionales, sin activación, tampoco genera emoción. La intensidad de la activación determina la intensidad de la emoción, a nivel de experiencia y 203

de comportamiento. La atribución causal de la activación a las claves emotivas ambientales determina la cualidad o el tipo de emoción, produciéndose la conducta apropiada. La teoría de Schachter, como la de James, destaca sobre todo la experiencia emocional, sus antecedentes, y ha dominado el ámbito de la emoción durante varios años, generando gran cantidad de investigación respecto a las relaciones entre activación y cognición (Reisenzein, 1983). Una adecuada valoración de la aportación de Schachter, con independencia de las críticas que se le han hecho, debe destacar el haber unido la tradición mental y la tradición orgánica en el estudio de la emoción y el haber generado gran cantidad de investigación tendente a analizar las relaciones entre emoción y cognición. Las críticas a la teoría del feedback visceral de Schachter se han dirigido, sobre todo, a la investigación de Schachter y Singer (1962). Se ha criticado el experimento desde el punto de vista metodológico. Los intentos por replicar el experimento, utilizando el mismo procedimiento experimental o procedimientos conceptualmente similares, han fracasado. Por otra parte, existen explicaciones alternativas más parsimoniosas de los resultados. Junto a este ataque a la evidencia empírica, sobre la que Schachter sustenta su teoría, una crítica a la teoría del feedback visceral no puede pasar por alto los problemas de fondo que la teoría no resuelve respecto a los determinantes de la experiencia emocional, relacionados, por una parte, con la inducción artificial de la activación y su conceptualización y, por otra, con la definición del término cognición, que parece estar vinculado con el ámbito de la consistencia cognitiva y con el de la atribución. Debido a estas críticas, la influencia de la investigación de Schachter y Singer (1962) ha sido más teórica que empírica en opinión de Mandler (1979) y la teoría del feedback visceral ha dado paso a otras teorías cognitivas de la emoción.

B) Teoría de la discrepancia-valoración Mandler (1990) ha presentado una teoría que se centra en las representaciones y los procesos que construyen la experiencia emocional, destacando los problemas de representación, la forma en que es procesada la información relevante para la emoción y la forma en que son construidos los contenidos emocionales conscientes. Mandler coincide con Schachter en que se requiere un proceso de activación y un proceso cognitivo para que se produzca la experiencia emocional. La activación autonómica es percibida por el sujeto como una reacción orgánica inespecífica, difusa e indiferenciada y es un requisito previo que proporciona el tono emocional, viniendo la cualidad, el tipo de emoción, determinado por el significado que el sujeto conceda a la situación. El concepto de “análisis de significado de la situación” propuesto por Mandler está próximo al concepto de “valoración de la situación”. La teoría de Mandler considera la construcción de la emoción como una concatenación en la consciencia de algunos 204

esquemas cognitivos evaluativos junto a la percepción visceral. Las emociones son generalmente específicas a la situación y los estados emocionales subjetivos necesitan estar vinculados a evaluaciones cognitivas que “seleccionan” la emoción apropiada. Si Schachter y Singer (1962) inducen la activación fisiológica a través de la inyección de adrenalina, Mandler (1979) concreta cómo se produce la activación, destacando, entre los fenómenos que producen activación autonómica, a la interrupción de acciones y de planes cognitivos y a la discrepancia de información. Cuando se da una interrupción de los planes de acción, no puede producirse la “tendencia a la complección”, teniendo lugar una activación fisiológica, que puede observarse en la tensión muscular o en el incremento del ritmo cardíaco. La interrupción causa esta reacción fisiológica y cognitiva porque se produce algo contrario a la expectativa del sujeto, que prefiere experiencias predecibles y controladas. En la situación de activación, el sujeto evalúa el significado de la interrupción, produciéndose una emoción de sorpresa, frustración, alegría o de otro tipo. La activación puede ser, asimismo, causada por la discrepancia de información. Un estímulo inesperado crea activación del sistema nervioso autónomo, indicando que algo nuevo se ha producido. Esta nueva y discrepante información, que ha ido contra las expectativas del sujeto, es etiquetada por las cogniciones evaluad vas como buena o mala. La relación de las emociones con las discrepancias y los cambios en el sistema nervioso autónomo destaca su función adaptativa. Las emociones pueden servir para preparar al organismo para un más efectivo pensamiento y acción. El análisis cognitivo, que acompaña a la elevada activación del sistema nervioso autónomo, no necesita ser consciente y probablemente en raras ocasiones lo sea dada la rapidez con que se producen las respuestas. La crítica que se puede hacer a las teorías de la activación-cognición es que no se ha demostrado la existencia de una relación causal entre activación autonómica y emoción, aunque existe un gran cuerpo de datos que pone de manifiesto una correlación o concomitancia entre diversos índices de las emociones y la activación del sistema nervioso autónomo. Este tipo de teorías generalmente ignora los diversos tipos de activación cortical, que difieren de los índices de la activación del sistema nervioso autónomo.

10.1.3. Teorías del procesamiento de la información Presentamos los desarrollos teóricos aportados por Leventhal y Lang, que realizan un análisis detenido y preciso de los procesos cognitivos implicados en la génesis de la experiencia emocional.

A) Teoría perceptivo motora de Leventhal

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Leventhal (1984), en su teoría perceptivo motora, trata de presentar una teoría comprehensiva de la emoción, que adopta un marco de referencia perceptual, considerando la emoción como una experiencia real, pero privada. No puede ser observada directamente y sólo puede ser estudiada a través de indicadores (reportes verbales, respuestas instrumentales, respuestas expresivas y respuestas autonómicas). El autorreporte verbal y los métodos de respuesta relacionados con él (escalas de evaluación, listas de adjetivos…) hacen posible en mayor medida el estudio de la emoción en el sujeto adulto. Leventhal distingue tres sistemas en el procesamiento de la emoción: 1. El sistema expresivo-motor. Es innato. Los seres humanos nacemos con un programa motor central neurosensorial, que genera tanto la experiencia emocional como el comportamiento expresivo motor asociado. Leventhal coincide con Tomkins y con Izard en que la expresión facial es el más importante mecanismo expresivo motor asociado con la emoción. Existen expresiones faciales innatas específicas asociadas a estados emocionales específicos, lo que tiene una relevante función adaptativa porque constituye una forma de comunicación rápida, especialmente importante en el caso del niño que no ha alcanzado el desarrollo del lenguaje. 2. El sistema de procesamiento esquemático. Se trata de un mecanismo de memoria emocional esquemática que proporciona una representación de experiencias emocionales específicas producidas en el pasado, así como los aspectos perceptivos que determinaron esas reacciones emocionales. Las reacciones o experiencias emocionales son representadas esquemáticamente y codificadas a nivel expresivo motor, a nivel autonómico y a nivel subjetivo (Leventhal, 1984). 3. El sistema de procesamiento conceptual. Es un sistema conceptual abstracto responsable de la secuencia de procesamiento volitivo. Es un sistema de nivel superior que puede actuar sobre el procesamiento del nivel inferior. Es el responsable de las actitudes respecto a las experiencias emocionales, así como de su evaluación y control.

B) Teoría bio-informacional de imágenes emocionales Lang (1979,1984) ha presentado una teoría bio-informacional de imágenes emocionales que considera la emoción como “una disposición a la acción, definida por una estructura específica de información localizada en la memoria” (1984, p. 7). Estas estructuras de información, denominadas por Lang “prototipos de la emoción”, codifican diversos tipos de información en la memoria a largo plazo en forma de proposiciones que son organizadas como una red asociativa parecida a la propuesta por Bower. La información puede estar relacionada con estímulos o eventos que determinaron una emoción en el pasado, o con la respuesta emocional, o puede ser una información que 206

estructura el significado del estímulo y de la respuesta emocional. Los prototipos de la emoción son semejantes a programas de computador o subrutinas que al ser activadas proporcionan al sujeto información que impulsa a la acción: “la activación de un prototipo de emoción siempre incita una salida de información, se produzca o no una conducta manifiesta. La actividad eferente es el output de subrutinas motoras vinculadas a la más profunda estructura de la respuesta de información. La emoción es en sí misma una disposición a la acción (…) Las emociones están relacionadas siempre con hacer algo y la disposición, el significado y el patrón de acción, están codificados en la misma red asociativa” (Lang, 1984, p. 32). No podemos pasar por alto una importante aportación de Lang, como es la consideración de un triple sistema de respuesta en la manifestación de las emociones, formulado primero respecto al miedo y más tarde ampliado para el análisis de todo tipo de emoción: “la respuesta emocional integra tres sistemas cuantificables: verbal-cognitivo, motor-abierto y fisiológico (órganos inervados por el sistema nervioso autónomo y actividad muscular tónica)” (Lang, 1971, p. 105). El triple sistema de respuesta comprende un componente experiencial, que integra pensamientos y sentimientos subjetivos, un componente de cambios psicofisiológicos y endocrinos y un componente expresivo, la conducta manifiesta, susceptible de ser observada y registrada. Los tres sistemas de respuesta son relativamente independientes (se encuentran bajas correlaciones entre ellos), pero tienen un funcionamiento interrelacionado. El triple sistema de respuesta ha sido ampliamente aceptado (Frijda, 1986), comprobándose sus importantes implicaciones tanto en la formulación teórica de la emoción como en la evaluación y en el tratamiento psicológico. Como conclusión, podemos afirmar que las teorías del procesamiento de información aportan un sistema de síntesis emocional que genera tendencias de acción rápidas e inmediatas y que permite a estas tendencias ser mediatizadas a través de un procesamiento de información más sofisticado e integradas en emociones, que motivan conductas adaptativas.

10.1.4. Teoría emotivo-motivacional de la atribución Las teorías de la atribución analizan los diversos principios utilizados por el sujeto, al organizar y comprender las situaciones que se le presentan a diario, y pretenden explicar las causas de las acciones o de determinados efectos de una acción. Una forma de explicar un evento es saber qué lo ha causado. Atribuir es percibir, inferir la causa de algo. Las teorías del ámbito de la atribución no son teorías motivacionales propiamente dichas, sino teorías de la percepción de causas de las acciones. La explicación de la conducta, dada por las teorías propuestas en este ámbito, parte de tres supuestos:

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1. Las personas nos preguntamos por las causas de nuestra conducta y la de otros. Estamos motivados a buscar información que posibilite hacer atribuciones sobre causas y efectos. La motivación determinaría la atribución. 2. La asignación de causas a la conducta sigue ciertas reglas o principios. 3. La atribución de las causas influirá en las conductas posteriores, adquiriendo el proceso de atribución funciones motivacionales. De acuerdo con Kelley y Michela (1980), el proceso de atribución integra tres elementos que determinan tres fases (véase figura 10.2): — Antecedentes. La información sobre la conducta obtenida de diversas fuentes (creencias, motivación, circunstancias diversas) es empleada por el sujeto para inferir sus causas. — Atribuciones. Percepción de causas y explicación de la conducta. — Consecuentes. La inferencia de las causas de la conducta tiene repercusiones sobre las conductas manifiestas, sobre los afectos y las expectativas. Diversas investigaciones empíricas realizadas por Weiner y sus colaboradores (Weiner, 1979,1986) que analizan la relación entre atribución causal y motivación de logro comprueban que las personas tienden a atribuir los éxitos y los fracasos a causas diferentes, constituidas por una o varias combinaciones de cuatro determinantes fundamentales: capacidad, esfuerzo, dificultad de la tarea y suerte. Las atribuciones causales influyen en las expectativas de éxito y de fracaso, en los sentimientos de orgullo y culpabilidad y en las emociones de ansiedad y satisfacción. Cuando el fracaso se adscribe a baja habilidad o a dificultad de la tarea, la expectativa de un futuro éxito es menor que cuando se adscribe a mala suerte o falta de esfuerzo. Cuando el éxito se adscribe a buena suerte o a esfuerzo extraordinario, la expectativa de futuro éxito, en esa tarea, es menor que cuando el éxito se adscribe a elevada habilidad o a dificultad de la tarea.

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Figura 10.2. Modelo del ámbito de la atribución. Kelley y Michela 1980, p. 459 (cortesía editorial).

Las adscripciones causales de la actuación pasada influyen notablemente en las reacciones afectivas experimentadas después del éxito y del fracaso. Si la causa del éxito es la capacidad, se experimenta una reacción de competencia, y si la ausencia de capacidad lo es del fracaso, de incompetencia. Si la causa del éxito es el esfuerzo extraordinario, la reacción es de relajación; y si su ausencia lo es del fracaso, de vergüenza y culpabilidad. Si el sujeto atribuye el éxito o el fracaso a la suerte, la reacción es de sorpresa. Si el éxito se atribuye a la facilidad de la tarea, la reacción es de seguridad y esperanza. Si el fracaso se atribuye a la dificultad de la tarea, la reacción es de inseguridad (cuadro 10.2). Weiner (1986) ha realizado una interpretación de algunos fenómenos emocionales en términos atribucionales, considerando que las emociones son consecuencias postcognitivas, el resultado de las atribuciones de causalidad que se producen ante los resultados de una acción. Las cogniciones típicamente preceden y determinan las reacciones emocionales. El concepto de activación es superfluo, dado que la emoción no se produce por la percepción de cambios en el nivel de activación fisiológica. Las cogniciones antecedentes son cogniciones causales específicas a las que están unidas las emociones. Ante el resultado de un acontecimiento se produce una reacción general positiva o negativa (una “emoción primitiva”) basada en la percepción de ese resultado como éxito o fracaso (“valoración primaria”). Las cogniciones de mayor complejidad producen una experiencia emocional más diferenciada. Dependiendo del tipo de atribución se generará uno u otro tipo de emoción. 209

CUADRO 10.2. Relación entre atribuciones causales y reacciones afectivas.

Weiner ha centrado su análisis en las emociones de autoestima, ira, compasión, culpabilidad, vergüenza, gratitud y desesperación. Cuando un resultado positivo se atribuye a un determinante causal interno, se experimenta un incremento en la autoestima; cuando a este tipo de determinante se atribuye un resultado negativo, se experimenta una disminución en la autoestima. Cuando el sujeto percibe que un hecho, con resultados negativos, ha estado controlado por otros, considerando que la conducta de éstos ha sido injusta o imprudente, se produce la ira. La compasión se produce ante la falta de controlabilidad. Si, ante el fracaso, el sujeto percibe que éste se debe a falta de esfuerzo, se produce culpabilidad; si a falta de capacidad, se produce vergüenza. La gratitud a otra persona se produce cuando se percibe que el benefactor actúa voluntariamente y con propósito de ayudar. Cuando un resultado negativo se atribuye a determinantes causales estables (falta de capacidad, dificultad de la tarea), el sujeto experimenta desesperación. La figura 10.3 presenta la influencia de la evaluación secundaria de un resultado sobre la emoción experimentada. El cuadro 10.3 presenta la incidencia del resultado favorable o desfavorable de la acción y del proceso de atribución sobre el estado emocional, de acuerdo con Weiner. El cuadro 10.4 presenta la incidencia sobre el estado emocional del éxito o del fracaso según se atribuya a diferentes determinantes causales. CUADRO 10.3. Estados emocionales y auto-atribución (a partir de Weiner, Russell y 210

Lerman, 1979; Weiner y Graham, 1984 y Graham y Weiner, 1986).

* Cuando el resultado se atribuye a falta de habilidad ** Cuando el resultado se atribuye a falta de esfuerzo

CUADRO 10.4. Estados emocionales que se producen según la atribución causal de los resultados (a partir de Weiner, Russell y Lerman, 1979).

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Figura 10.3. Influencia de la evaluación sobre la emoción, de acuerdo con la teoría de Weiner (a partir de Reeve, 1992/1994).

10.2. Emoción, cognición y acción El análisis experimental de las relaciones entre emoción y cognición comenzó con la investigación de Schachter y Singer (1962). Con independencia de que la teoría no haya sido confirmada empíricamente (Leventhal y Tomarken, 1986), ha contribuido a unir las dos orientaciones adoptadas en el estudio de la emoción, la orgánica y la mental, tradicionalmente separadas. La eliminación de esta separación ha originado una importante discusión acerca del tipo de relación existente entre emoción y cognición, apareciendo nuevas concepciones de la emoción (la mayor parte de las cuales hemos presentado con anterioridad) que realizan un análisis más preciso de las cogniciones 212

implicadas en la génesis de la experiencia emocional. Se han adoptado diversas posiciones en el análisis de las relaciones entre emoción y cognición. Unos defienden la independencia de la emoción respecto a la cognición, otros defienden su dependencia, pero la mayoría, desde una postura integradora y en consonancia con los datos de la investigación y con la realidad de los hechos, mantienen que emoción y cognición son procesos interrelacionados. La publicación de Zajonc (1980) del artículo “Feeling and Thinking. Preferences need no inferences” removió las tranquilas aguas por las que discurrían las investigaciones sobre las relaciones entre emoción y cognición. Zajonc (1980) defiende que los procesos afectivos (las preferencias) no requieren procesos cognitivos previos (de reconocimiento). Emoción y cognición serían dos sistemas separados y parcialmente independientes, aunque generalmente funcionan conjuntamente. El afecto puede producirse sin necesidad de un proceso cognitivo previo, pudiendo preceder a la cognición en una cadena conductual. No es necesaria la elaboración cognitiva de la situación estimular para que ésta provoque un proceso afectivo. Lazarus ha polemizado con Zajonc, dando lugar a la conocida controversia sobre la “primacía de la emoción o la cognición”. Zajonc (1980,1984), que se mueve en el marco de la teoría del feedback facial de la emoción, incide en el aspecto fisiológico y motor y defiende la primacía de la emoción, presentando una base empírica a favor de su hipótesis de la independencia que incide en los siguientes aspectos: — Las reacciones afectivas manifiestan una primacía filogenética y ontogenética. — La existencia de estructuras neuroanatómicas separadas para el afecto y la cognición. — La no frecuente correlación entre valoración y afecto. — La inducción de estados afectivos por procesos que no son cognitivos ni perceptivos, como las drogas, hormonas y estimulación eléctrica del cerebro. Lazarus (1984) defiende un modelo puramente cognitivo y, en consecuencia, incide en el componente cognitivo de la emoción, rechazando la postura de Zajonc y defendiendo la primacía de la cognición. Sostiene que la valoración cognitiva es previa a la reacción emocional, puesto que para que el sujeto experimente una emoción debe comprender que su bienestar corre peligro. Los organismos evalúan el medio en el que se encuentran, dependiendo las emociones de las evaluaciones cognitivas previas. Para Lazarus, a diferencia de lo que mantiene Zajonc (1980), el hecho de que el significado emocional surja antes de que se conozca qué es el objeto o evento, no implica su independencia del sistema cognitivo. Lazarus (1984) ha delimitado los conceptos de emoción y de evaluación, poniendo en cuestión la evidencia empírica aportada por Zajonc (1980), en la defensa de la independencia y primacía del afecto. Se ha de destacar que aunque Zajonc sigue manteniendo su postura, Lazarus ha modificado la suya y en sus últimas formulaciones (Lazarus, 1990) rechaza la primacía y sostiene que emoción y cognición no son sistemas diferentes, produciéndose entre ellos 213

procesos de causalidad bidireccional. La posición actual de Lazarus (Lazarus, 1993) coincide con los que defienden la interrelación entre emoción y cognición, destacando la existencia de una influencia recíproca (Lewis, Sullivan y Michalson, 1984; Siegel, 1986). A nivel conceptual es difícil admitir la hipótesis de Zajonc sobre la existencia de dos sistemas separados e independientes. Con todo, la influencia de Zajonc ha sido importante, contribuyendo a la inclusión de los procesos afectivos en la psicología cognitiva. Izard mantiene una postura coincidente con la de Zajonc, defendiendo la relativa independencia entre cognición y emoción y la primacía de ésta. Mandler está en desacuerdo con Zajonc y defiende que las preferencias son juicios cognitivos, de valor, que pueden ser inconscientes. A la afirmación de Zajonc (1980), “Las preferencias no necesitan inferencias”, añade “las preferencias inconscientes no necesitan inferencias inconscientes”. Conocimiento y afecto no son sistemas separados, sino dos aspectos diferentes de una misma representación del objeto. Leventhal (1984) critica la postura de Zajonc, afirmando que “El argumento de Zajonc (1980) es solamente admisible, si la cognición se define como consciente, como pensamiento preposicional, o reconocimiento consciente. Todas las otras cogniciones, tales como la categorización perceptiva y el enriquecimiento cognitivo no consciente, son según su definición no cognitivas” (p. 281). La independencia entre emoción y cognición se observa en muy pocos casos. Uno de ellos se produce en los primeros momentos de la vida del niño, pudiendo éste tener experiencias emocionales sin experiencia cognitiva previa o subsiguiente. Respecto a la posición mantenida en un primer momento por Lazarus, defendiendo la primacía de la cognición, existe suficiente evidencia experimental sobre el hecho de que la cognición no precede sistemáticamente a la emoción. Considerar que la cognición determina la emoción puede venir explicado porque se piensa que la conducta humana está determinada, sobre todo, por una mente racional, más que por influencias irracionales (emociones o pasiones, en la terminología filosófica). Lewis, Sullivan y Michalson (1984) critican la hipótesis de la primacía de la cognición, que considera la emoción como una consecuencia de la cognición (modelo A), así como la hipótesis de la primacía de la emoción, que considera la cognición como una consecuencia de la emoción (modelo B) e inciden en que emoción y cognición son consideradas como procesos continuos e interconectados en formas altamente complejas. Consideran los modelos A y B como lineales, simples, y les critican por insuficientes. Emoción y cognición deben ser consideradas como procesos continuos e interconectados; separarlas en unidades arbitrarias produce una secuencia artificial, tanto desde el punto de vista temporal como causal. A partir de la crítica de Lewis, Sullivan y Michalson (1984) se puede establecer un modelo C (figura 10.4) que representa emoción y cognición como procesos continuos e interconectados. La interacción entre emoción y cognición, defendida por el modelo C, viene apoyada por los datos aportados por diferentes ámbitos de investigación, entre los que se encuentran:

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Figura 10.4. Modelos explicativos de las relaciones entre emoción y cognición.

A) El solapamiento entre los sistemas cerebrales que mediatizan los procesos emocionales y los procesos cognitivos La investigación en psicología animal, en psicología humana y en neurobiología pone de manifiesto que los sistemas cerebrales que mediatizan la emoción se solapan con los que mediatizan la cognición. Gray (1990) presenta datos, de estudios post-mortem del cerebro de sujetos que han padecido la enfermedad de Alzheimer y la psicosis de Korsakoff y de experimentos con animales, que ponen de manifiesto que estructuras cerebrales que mediatizan los estados emocionales están también implicadas en procesos cognitivos. La formación hipocámpica está implicada en la memoria espacial y en la memoria de trabajo. Las proyecciones colinérgicas, que van del cerebro anterior a la formación hipocámpica y al neocórtex, están implicadas en diversos aspectos de la atención y la memoria. La amígdala, en el aprendizaje asociativo. La corteza prefrontal, la cingulada y la temporal están implicadas en diversos déficit cognitivos, producidos después de la lesión del cerebro. B) La organización temporal de los procesos mentales Aylwin (1985) sostiene que para explicar las relaciones entre pensamiento (cognición) y sentimiento (componente cognitivo de la emoción) es necesario abandonar las metáforas espaciales de la mente y considerarla como de naturaleza temporal y a los 215

procesos mentales como organizados en el tiempo. Esta consideración temporal tiene diversas consecuencias, entre ellas, que es posible relacionar los fenómenos mentales con los procesos neurales, que también están organizados en el tiempo. En el cerebro, la información implica el paso de impulsos de neurona a neurona y de región a región. Las estructuras estáticas no son informativas. Asimismo, esta consideración temporal permite comprender la relación del sentimiento y el pensamiento, analogías internas de la emoción y la acción, respectivamente, como dos aspectos de la temporalidad de la mente. C) La mutua construcción de la emoción y la cognición en el proceso evolutivo En investigaciones realizadas desde una perspectiva evolutiva, Piaget (1981) ha puesto de manifiesto que inteligencia (cognición) y afectividad son indisociables una de la otra, y que la una contribuye a construir a la otra a través de una constante interacción: “El conocimiento no es causa de la afectividad en mayor medida que la afectividad lo sea del conocimiento” (p. 25). De acuerdo con Piaget, la relación evolutiva entre inteligencia y afectividad, sólo puede explicarse a través de una teoría en la que ambas sean integradas en un sistema común de estructuras mentales. En consonancia con la correspondencia estructural entre afecto e intelecto, mantiene que no hay dos desarrollos, uno cognitivo y otro afectivo, dos funciones separadas, ni dos clases de tipos de objetos y que todos los objetos son simultáneamente cognitivos y afectivos. Piaget (1962) afirma que las operaciones afectivas son isomórficas evolutivamente a las operaciones cognitivas, que explican la inteligencia. La única diferencia es que “una operación afectiva se refiere sólo a la conservación y coordinación de valores y a la reversibilidad en el ámbito de los valores, mientras que la operación intelectual se refiere a la coordinación y conservación de verificaciones o de relaciones” (p. 143). Siegel (1986) critica la dicotomía cognición-afecto como un artefacto de nuestra conceptualización y defiende un modelo integrador. La interacción entre emoción y cognición tiene una gran relevancia tanto teórica, en investigación básica, como práctica, en investigación aplicada, ya que se están estructurando técnicas de intervención que están contribuyendo a un funcionamiento armónico en el sujeto de los pensamientos y los sentimientos, y en consecuencia, más eficaz. La integración de la cognición y la emoción se hace patente en la intervención en psicología clínica. La consideración de la emoción y la cognición como dos aspectos de un mismo proceso mental ha sido puesta de manifiesto por la práctica clínica, favoreciendo esta integración la estructuración de diversas técnicas y estrategias de intervención. Entre los ámbitos de la intervención clínica que se han beneficiado de esta consideración integradora se encuentran la modificación de conducta cognitiva y la terapia racional emotiva. La modificación de conducta cognitiva parte del hecho de que el pensamiento puede constituirse en un poderoso agente de modificación del comportamiento emocional y no 216

emocional (Mahoney, 1974/1983). Ellis (1962) ha estructurado la denominada terapia racional-emotiva, un enfoque comprensivo de tratamiento psicológico que se refiere a los aspectos emocionales y conductuales de las alteraciones y enfatiza el componente cognitivo. La interacción entre emoción y cognición que acabamos de presentar está en la base de la acción. Las teorías más recientes de la emoción integran a la acción, incidiendo en que la emoción determina tendencias a la acción (Lazarus, Lang y Frijda) o en que la acción origina a la emoción (Mandler). Para Lazarus (1990), la emoción integra los impulsos a la acción, junto a la cognición y los cambios somáticos. Lang (1984) considera la emoción como una disposición a la acción. Frijda (1986) considera la experiencia emocional como conocimiento de la acción y de la tendencia a la acción y afirma que la mayor parte de la conducta emocional es intencional. Mandler (1990) destaca que la emoción surge de la interrupción de acciones o de planes de acción.

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11 LA EMOCIÓN: SUS DETERMINANTES Y SU RELACIÓN CON LA MOTIVACIÓN Y LA COGNICIÓN

11.1. Determinantes de la comprensión de la emoción 11.1.1. La estructura cognitiva de la emoción (el lenguaje de la emoción) Ortony, Clore y Collins, en su libro The Cognitive Structure of Emotions, publicado en 1988, presentan la aportación de la cognición a la emoción, incidiendo en que las emociones surgen como resultado de ciertas cogniciones o interpretaciones. Las emociones son sentimientos expresados a través del lenguaje y del autorreporte. Se ha concedido gran importancia al léxico emocional (Clore, Ortony y Foss, 1987; Ortony, Clore y Foss, 1987), que incluye diversas palabras que se refieren directamente a las emociones y otras muchas que, aunque no se refieren a emociones, están relacionadas con ellas de diversas formas. El lenguaje emocional es un aspecto central a la experiencia emocional porque, como la consciencia, es constitutivo de esa experiencia. Las palabras emocionales se refieren fundamentalmente a condiciones internas, a condiciones mentales y a aquellas condiciones relacionadas con el afecto. Ortony, Clore y Collins (1988) sostienen que la emoción se produce como resultado de la forma en que las situaciones que las inician son construidas por el que las experimenta y que ésta es determinada por la estructura, el contenido y la organización de las representaciones del conocimiento y de los procesos que operan en ellas. Tratan de explicar cómo las percepciones que las personas tienen sobre el mundo –sus construcciones– les llevan a experimentar emociones. Su teoría asume que las cogniciones son determinadas por tres aspectos del mundo: eventos, agentes y objetos, y presenta las emociones como reacciones a eventos, agentes y objetos, viniendo determinada su naturaleza específica por la forma en que la situación elicitadora sea construida. Los eventos son construcciones, interpretaciones que las personas hacen sobre las cosas que suceden. Los objetos son las cosas consideradas como tales, mientras que los agentes son cosas consideradas desde el punto de vista de su instrumentalidad actual o presunta en la causación de eventos. Los agentes, además de las personas, pueden ser 218

seres animados no humanos y objetos inanimados e, incluso, situaciones. Las emociones son consideradas como produciéndose en un proceso en cadena, que siempre empieza con una reacción fuerte, positiva o negativa, a las consecuencias de los eventos a las acciones de los agentes o a algunos aspectos o propiedades de los objetos. La reacción ante los eventos puede centrarse en las consecuencias que éstos tienen para el propio sujeto o en las que tienen para otros. La reacción ante los agentes puede centrarse en las acciones del propio sujeto, como agente, o en las acciones de otros agentes. La reacción a los objetos puede producir atracción o rechazo.

A) Reacciones a las consecuencias de los eventos Si nos centramos en las consecuencias que los eventos tienen para el propio sujeto, se pueden producir las denominadas por Ortony, Clore y Collins (1988) “emociones relacionadas con el bienestar”, “emociones relacionadas con la fortuna de otros” y “emociones basadas en el porvenir” (figura 11.1). Las “emociones relacionadas con el bienestar” son el resultado de reaccionar a los eventos, que son evaluados positiva o negativamente, en términos de sus implicaciones para las metas de la persona. Las “emociones relacionadas con sentirse bien” son estados psicológicos que surgen de la atención a los eventos en la medida que son evaluados como deseables o indeseables. Si el evento es evaluado como deseable se produce alegría (agrado sobre un evento deseable). Si el evento es evaluado como indeseable se produce pena/aflicción (desagrado sobre un evento indeseable). El principal factor que afecta a la intensidad de este tipo de emociones es el grado con que el evento en cuestión es evaluado como deseable o indeseable. En general, en la medida en que la persona ve al objeto como contribuyendo a la realización de sus metas tiende a experimentar la emoción positiva denominada alegría. En la medida en que la persona ve al objeto como interfiriendo en la realización de sus metas, tenderá a experimentar la emoción negativa denominada pena. Entre los léxicos asociados a la emoción de alegría, que constituyen un tipo de emociones o una familia, se encuentran “contento”, “eufórico”, “sentirse bien”, “alegre”, “feliz”, “jubiloso”, “agradablemente sorprendido”. Entre los léxicos asociados a la emoción de pena, se encuentran “deprimido”, “apenado”, “insatisfecho”, “sentirse mal”, “sentirse molesto”, “triste”, “infeliz”. Si por el contrario, nos centramos en las consecuencias que los eventos tienen para otros, se producen las denominadas por Ortony, Clore y Collins (1988) “emociones relacionadas con la fortuna de otros”. En este tipo de emociones, los eventos siempre están relacionados con lo que sucede a otras personas. La reacción afectiva del sujeto depende, en parte, de la presunta deseabilidad de un evento para otra persona y, en parte, de la deseabilidad de un evento desde la perspectiva del propio sujeto. La determinación de la deseabilidad para otra persona requiere que uno tenga o que haya construido al menos un modelo parcial de los planes y metas de la otra persona. 219

Figura 11.1. Reacciones emocionales a las consecuencias de los eventos (a partir de Ortony, Clore y Collins, 1988).

Las emociones relacionadas con la fortuna de otros son “feliz por” (agrado sobre un 220

evento deseable para alguien más; léxicos asociados: encantado por; agrado por), “gozarse en” (agrado sobre un evento indeseable para alguien más), “resentimiento por” (desagrado sobre un evento deseable para alguien más; léxicos asociados: Envidia, recelo), “arrepentimiento por” (desagrado sobre un evento indeseable para alguien más; léxicos asociados: compasión, triste por). Por otra parte, con frecuencia experimentamos emociones en respuesta a eventos esperados o sospechados (por ejemplo, miedo) y en respuesta a la confirmación o rechazo de tales eventos (por ejemplo, alivio). Ortony, Clore y Collins (1988) las denominan “emociones basadas en el porvenir”, siendo éstas: — Miedo (desagrado sobre la expectativa de un evento indeseable). — Esperanza (agrado sobre la expectativa de un evento deseable). — Miedos confirmados (desagrado sobre la confirmación de la expectativa de un evento no deseable). — Satisfacción (agrado sobre la confirmación de la expectativa de un evento deseable). — Alivio (agrado sobre el rechazo de la expectativa de un evento indeseable). — Desilusión/frustración (desagrado sobre el rechazo de la expectativa de un evento deseable).

B) Reacciones a las acciones de los agentes El sujeto puede evaluar sus propias acciones así como las de otros (figura 11.2). Cuando el sujeto evalúa sus propias acciones, puede experimentar emociones como elogio (aprobación de la propia acción loable) y vergüenza/autorreproche (desaprobación de la propia acción censurable). Mientras que los actos loables claramente han de ser considerados como intencionales, los actos censurables no. No hacer lo que se espera de uno puede ser censurable, incluso si el fracaso no fue intencional. La negligencia, lejos de ser aceptable como una excusa, es en sí misma censurable, aunque menos que la mala voluntad. La intención no es una precondición para la atribución de la vergüenza. Ortony, Clore y Collins (1988) emplean el término “auto-reproche” más que vergüenza porque aquél se acomoda más a un amplio rango de emociones. Por otra parte, la experiencia de “sentirse culpable” les parece muy diferente a la de vergüenza. Para sentir vergüenza, el sujeto debe de haber violado un criterio que considera importante, como ocurre con los criterios morales. Consideran los sentimientos de culpabilidad como mezclas de emociones diferentes, como vergüenza y pesar (remordimiento), acompañados, quizás, de ciertos estados cognitivos, como la creencia de que el sujeto no fue responsable, al menos técnicamente. El sujeto puede evaluar las acciones de otros, experimentando emociones de admiración (aprobación de la acción loable realizada por otro) o de reproche (desaprobación de una acción culpable realizada por otros). 221

Figura 11.2. Reacciones emocionales a las acciones de los agentes (a partir de Ortony, Clore y Collins, 1988).

C) Reacciones a las propiedades de los objetos Cuando el sujeto evalúa sus reacciones a las propiedades de los objetos, se producen las denominadas por Ortony, Clore y Collins (1988) “emociones de atracción”: amor (deseo de un objeto atractivo) y odio (rechazo de un objeto no atractivo) (figura 11.3). Las emociones de atracción son reacciones momentáneas de deseo o de rechazo y se encuentran entre las experiencias más notables que tenemos. Al mismo tiempo, parecen ser más inmediatas, más espontáneas y se ven menos afectadas por procesos cognitivos que casi todas las otras emociones, que son formas cognitivamente diferenciadas de reacciones afectivas más básicas e indiferenciadas. La variable que fundamentalmente afecta a la intensidad de las emociones de atracción es la atracción percibida del objeto, encontrándose ésta relacionada con las actitudes.

222

Figura 11.3. Reacciones emocionales a las propiedades de los objetos (a partir de Ortony, Clore y Collins, 1988).

11.1.2. Diferenciación emocional: reacciones fisiológicas y/o procesos cognitivos Un aspecto tradicionalmente importante en la investigación en emoción es la búsqueda de patrones diferenciales que sirvan para describir una emoción específica. En el momento presente no contamos con resultados concluyentes; existe evidencia experimental, tanto a favor como en contra, de patrones fisiológicos específicos a emociones. La investigación actual permite concluir que una adecuada diferenciación de las emociones está posibilitada en mayor medida por procesos cognitivos, por la experiencia emocional, que por patrones de cambios fisiológicos.

A) Los defensores de la existencia de patrones fisiológicos específicos: evidencia experimental Diversos investigadores han abogado por la existencia de un patrón de reacciones fisiológicas específico para cada emoción (cuadro 11.1). James (1884) y Lange (1885) han presentado teorías de la emoción que pueden ser consideradas como periféricas y que defienden la existencia de patrones fisiológicos 223

específicos para las diferentes emociones. William James (1890), uno de los máximos representantes del funcionalismo, fue el iniciador de la tradición psicofisiológica en el estudio de la emoción, como se ha puesto de manifiesto en el capítulo 2. Influido por Descartes, se preocupó de estudiar la experiencia emocional, los aspectos subjetivos sensibles de los cambios fisiológicos (antecedentes viscerales y somáticos) causados por la percepción de estímulos potencialmente emocionales. Diferenció entre emociones más groseras o fuertes, relacionadas con cambios corporales relativamente intensos, caracterizados por una fuerte reverberación orgánica (ira, miedo, amor, odio, alegría, vergüenza, orgullo, aflición y sus variaciones) y emociones más sutiles o tenues, que son sentimientos morales, intelectuales y estéticos, cuya reacción corporal es generalmente mucho menos intensa y la reverberación orgánica menos obvia y fuerte. James se dedicó al estudio del primer tipo de emociones, afirmando que “la emoción no es nada más que el sentimiento de un estado corporal y tiene una causa puramente corporal” (James, 1890, p. 459). CUADRO 11.1. Autores que defienden la existencia de un patrón de respuesta fisiológica específico para cada emoción.

La relevancia dada por James a los cambios orgánicos en la emoción se pone de manifiesto por el hecho de que ante la disyuntiva de seguir el sentido común, la forma natural de pensar de la época (que indicaba que en primer lugar se producía la percepción de cualquier acontecimiento que provocaba la emoción, produciendo ésta los cambios fisiológicos que constituían la expresión corporal), o romper con lo establecido, eligió esta segunda vía, modificando la cadena causal, en el sentido en que se ha indicado en el capítulo 2. ¿Cómo conoce el sujeto el estado emocional en el que se encuentra? El sentimiento de cambios fisiológicos faculta al sujeto para saber el estado emocional en el que está. James concedió relevancia a la situación estimular, al entorno físico, en la diferenciación de las emociones. Si el sujeto sabe que está reaccionando ante una situación estimular 224

potencialmente emocional para él, difícilmente se producirá confusión entre estados emocionales. James consideraba que “Los hechos mentales no pueden ser estudiados debidamente si se les separa del entorno físico del que se nutren (…) la mente y el mundo han evolucionado juntos y, en consecuencia, están compenetrados de alguna manera” (James, 1893, p. 4). La percepción del ambiente potencialmente emocional, de acuerdo con la evaluación realizada por el sujeto, desencadena la activación fisiológica y su percepción constituye el estado emocional. Lange (1885) investigó la fisiología de emociones como el miedo y la cólera y propuso que la emoción era causada por cambios corporales, fundamentalmente cambios vasomotores. La emoción sería la experiencia de cambios fisiológicos en los “músculos orgánicos” o involuntarios, sobre todo, en los que se encuentran en las paredes de los vasos sanguíneos, que constituyen el aparato vasomotor y producen vasoconstricción. La aportación de James ha influido, entre otras, en el desarrollo de las teorías del feedback somático (facial) realizado por Tomkins, Izard, Plutchik y Ekman, teorías que, bajo la influencia de la obra de Darwin La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), adoptan un enfoque evolucionista-expresivo. Las teorías del feedback somático, en comparación con las teorías de la activacióncognición o del feedback visceral, que destacan los cambios viscerales, inciden en la importancia de los cambios somáticos en la experiencia emocional y analizan la expresión facial de la emoción. El proceso emocional seguiría diversas fases: — Se percibe un estímulo y se produce una actividad neural específica a una emoción determinada. — La actividad neural produce un patrón de comportamiento expresivo motor, específico para cada estado emocional. — La percepción del feedback derivado del comportamiento expresivo motor produce la experiencia emocional. Tomkins (1983) defiende que las emociones (o los afectos, como prefiere denominarlos) son fundamentalmente respuestas faciales. La especificidad de la emoción está determinada por la especificidad de la expresión facial, viniendo la experiencia emocional determinada por el conocimiento consciente del feedback propioceptivo derivado de los cambios producidos en los músculos faciales. Izard, primero en colaboración con Tomkins y después individualmente, ha desarrollado los planteamientos teóricos de Tomkins, presentando una teoría do feedback somático, conocida como teoría diferencial de las emociones, que defiende que la emoción está integrada por tres componentes interdependientes: — La actividad neural del cerebro y del sistema nervioso somático. — La expresión facial-postural (el feedback cara-cerebro). — La experiencia subjetiva motivacional.

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El proceso emocional es iniciado por la activación neural, desencadenado por las interacciones del sujeto con el ambiente a través de la percepción o por procesos internos, como la memoria, la imaginación, la anticipación, el pensamiento los impulsos propioceptivos y la actividad endocrina. La teoría diferencial de las emociones considera los procesos autonómico-viscerales como sistemas auxiliares. El sistema hormonal glandular, el cardiovascular y el respiratorio tienen importancia en la ampliación y mantenimiento de la emoción. Sólo después de que haya sido activada una emoción y el feedback facial haya proporcionado la información para que tenga lugar una experiencia emocional llega el sujeto a ser consciente de las reacciones viscerales autonómicas (sudor en las manos, latido cardíaco…). De esta forma, las expresiones emocionales cualitativamente diferentes vienen determinadas por la retroinformación de los músculos faciales. La cualidad de la emoción está determinada por el feedback derivado de los músculos faciales. La intensidad y el mantenimiento están determinados por el funcionamiento del resto del sistema muscular y de las visceras. La experiencia emocional puede producirse sin la intervención de procesos cognitivos, puesto que precede a los procesos perceptivos y cognitivos, afirmando Izard que en la conciencia siempre existe alguna emoción que puede afectar a los procesos cognitivos que se produzcan en un momento dado, incluida la valoración. Izard diferencia diversas emociones fundamentales (interés, alegría, sorpresa, tristeza, ira, disgusto, desprecio, miedo, vergüenza, timidez y culpabilidad), que tienen aspectos neurales y experienciales distintivos y que poseen una expresión facial característica que proporciona una información inmediata y específica sobre lo que el sujeto está sintiendo. Las emociones constituyen el principal sistema motivacional humano, determinando y organizando la conducta. El mecanismo neural de la expresión y de la experiencia emocional en las emociones fundamentales es innato y la ontogénesis de la expresión está en función de procesos madurativos. Los mecanismos neurales para la percepción de las expresiones faciales son también innatos. El niño no tiene que aprender a percibir las caras humanas o a interpretar las expresiones faciales o vocales de las emociones fundamentales. Las teorías del feedback somático han realizado una valiosa aportación al considerar la emoción en el contexto de la adaptación biológica, centrándose en la influencia de la expresión facial sobre la experiencia emocional. La investigación reciente presenta evidencia correlacional que indica una asociación positiva entre expresión facial y experiencia emocional, lo que apoyaría la hipótesis del feedback facial. La evidencia experimental sobre el feedback facial, aunque es menos concluyente, tiende a apoyar la noción de que la eferencia facial desempeña una función de desencadenamiento de la experiencia subjetiva y una función de mantenimiento. Con todo, este tipo de teorías ha tenido poco impacto debido quizá al hecho de no haber explicado los procesos cognitivos implicados en la producción de la experiencia emocional. Leventhal, en su teoría perceptivo motora del procesamiento de la emoción (presentada en el capítulo 10), entre otros sistemas, destaca al sistema expresivo-motor, 226

que es innato y que genera tanto la experiencia emocional, como el comportamiento expresivo motor asociado. Leventhal coincide con Tomkins y con Izard en que la expresión facial es el más importante mecanismo expresivo motor asociado con la emoción, existiendo expresiones faciales innatas específicas asociadas a estados emocionales determinadas.

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Figura 11.4. Autoinforme sobre cambios fisiológicos correspondientes a diversas emociones (a partir de Rime y Giovannini, 1986).

Asimismo, Bower (1981), quien ha presentado una teoría de la red semántica (asociativa) de la memoria y la emoción (véase el capítulo 12), coincide con Tomkins y con Izard al defender la existencia de patrones somáticos específicos asociados a emociones concretas. Entre los datos empíricos que ponen de manifiesto la existencia de patrones diferenciales y que las diferentes emociones están acompañadas de patrones específicos de actividad fisiológica, se encuentran los siguientes. Ax (1953) diferencia entre el miedo y la ira por la ratio adrenalina-noradrenalina. Schwartz, Weinberger y Singer (1981) encuentran una elevada presión diastólica durante el estado emocional de ira, en comparación con el miedo o el estado de descanso. Ekman, Levenson y Friesen (1983) comprueban que la ira y el miedo producen un incremento del ritmo cardíaco más elevado que la felicidad. La ira produce un mayor incremento de la temperatura corporal que la felicidad y que el miedo (que produce un descenso en la temperatura). La tristeza provoca un mayor incremento en la conductancia eléctrica de la piel, que la ira, el miedo y el disgusto. Las configuraciones de ira, miedo y tristeza dan lugar a mayores incrementos en el ritmo cardíaco que la configuración de disgusto o repulsión (que produce un decremento en el ritmo cardíaco). Rime y Giovannini (1986), a partir de los datos aportados por el autoinforme sobre los cambios fisiológicos, ponen de manifiesto que los cambios faciales parecen ser los más típicos de la alegría y la tristeza. Los cambios vegetativos y los cambios musculares parecen ser los más típicos del miedo; los cambios vocales/verbales, de la ira. Los cambios corporales son comunes a alegría, miedo e ira, apareciendo menos frecuentemente en la tristeza (figura 11.4). La investigación en psicoendocrinología, aunque no ha comprobado fuertes relaciones entre una hormona específica y una emoción específica, sugiere que los corticoesteroides están implicados en el estrés, la dopamina en la ira y las monoaminas en la depresión.

B) Los detractores de la existencia de patrones fisiológicos específicos: evidencia experimental Diversos investigadores han sostenido la no existencia de un patrón de reacciones fisiológicas específico para cada emoción (cuadro 11.2). Walter B. Cannon, uno de los más grandes investigadores en fisiología, fue el iniciador de la tradición neurológica en el estudio de la emoción. La contribución de Cannon al ámbito de la emoción se concreta en la crítica realizada a las teorías presentadas por James y por Lange y en la propuesta de una formulación teórica alternativa, presentada en el capítulo 2. Cannon sostuvo que las diferencias entre los estados emocionales tenían un origen 228

en mayor medida central que periférico, surgiendo la expresión emocional de la acción de centros subcorticales y la experiencia emocional de procesos talámicos, por lo que había que buscar la cualidad de las emociones allí y no en la información que retorna de las visceras ni en la que retorna de los músculos. La descarga talámica produce simultáneamente la experiencia emocional y diversos cambios corporales o comportamiento emocional. Las críticas de Cannon (1927) a las teorías de James y de Lange influyeron en el hecho de que los cambios autonómicos y somáticos pasaran a ser considerados como concomitantes fisiológicos de la emoción, indicadores de la intensidad emocional que preparan al organismo para la acción en situaciones de emergencia. Los cambios en el sistema nervioso autónomo serían semejantes para las diferentes emociones diferirían sólo en intensidad. CUADRO 11.2. Autores que rechazan la existencia de un patrón de reacción fisiológica específico para cada emoción.

Aunque la teoría de Cannon ha tenido menos relevancia que la de James, la tradición neurológica iniciada por él ha tenido una gran influencia y una amplia proyección, situando en ella sus aportaciones Papez, MacLean, Lindsley y Pribram, contribuyendo al estudio anatómico y morfológico de diversas estructuras cerebrales (centros y vías) que mediatizan el proceso emocional y al conocimiento de los cambios neuroquímicos y neurofisiológicos de la emoción. El componente de cambios neurofisiológicos y neurobioquímicos que caracteriza la activación emocional es uno de los aspectos que ha atraído el interés de los investigadores en mayor medida (Derryberry y Tucker, 1992; LeDoux, 1993). Las investigaciones ponen de relieve que tanto el sistema nervioso central como el 229

sistema nervioso periférico están implicados en la emoción (Derryberry y Tucker, 1992; LeDoux, 1993; MacLean, 1993), que la actividad en el sistema límbico (hipotálamo, amígdala, septum, hipocampo…) puede influir en todas las manifestaciones periféricas de la emoción (la experiencia subjetiva, los cambios autonómicos y los patrones de comportamiento) (Derryberry y Tucker, 1992) y que los sistemas neurotransmisores (vías de catecolamina, dopamina, norepinefrina, serotonina y acetilcolina) constituyen los sustratos químicos de las emociones (Derryberry y Tucker, 1992). A pesar de los avances en el conocimiento del sustrato neurofisiológico y neurobioquímico de las emociones, no parece una empresa fácil encontrar cambios fisiológicos identificables que correspondan a cambios de una emoción específica a otra (Schmidt-Atzert, 1981/1985; Scherer, 1993). Entre las dificultades con las que se encuentra la investigación de la diferenciación fisiológica de las emociones están el elevado fraccionamiento dentro del sistema fisiológico de respuesta, la especificidad situacional y la especificidad individual, que implican, respectivamente, que las situaciones concretas tienden a producir patrones particulares de respuesta en diferentes sujetos y que las diferentes situaciones tienden a producir un patrón característico de respuesta en un mismo sujeto. A la dificultad de encontrar patrones fisiológicos específicos a las emociones puede contribuir, asimismo, el hecho de que parece que se encuentra un efecto diferencial de la variable sexo en la reacción fisiológica emocional; los varones muestran más concomitantes fisiológicas de la emoción que las mujeres (LaFrance y Banaji, 1992). Actualmente sigue siendo válida la conclusión de Schmidt-Atzert (1981/1985) respecto a los patrones fisiológicos diferenciales cuando afirma: “En conjunto, los experimentos relativos a la fisiología diferencial parecen indicar que algunas emociones se diferencian en cuanto a sus reacciones fisiológicas correspondientes. El número de diferencias acerca de las que se ha informado es en todo caso demasiado grande como para considerarlas debidas al azar. Mas las investigaciones existentes no permiten establecer una lista de conocimientos seguros sobre la fisiología de las diversas emociones. Los resultados son, en parte, contradictorios. Tan sólo cuando surge en muchas situaciones el mismo patrón fisiológico, y éste puede ser diferenciado de otro patrón, independientemente también de la situación, puede hablarse de patrón específico de una emoción determinada. Así pues, en un experimento aislado no se comparan tan sólo emociones, sino también situaciones. Por ello, no se sabe si las diferencias halladas están determinadas por la situación, o por la emoción (…) La afirmación de que cada emoción tiene su propio patrón fisiológico reactivo ha de seguir siendo considerada como una hipótesis, que aún está por confirmar o por rechazar” (pp. 85-86). De acuerdo con Schmidt-Atzert (1981/1985), las emociones no vienen definidas por una reacción fisiológica determinada; la presencia de una emoción se confirma tan sólo mediante la información de un sentimiento subjetivo y/o la observación de un determinado comportamiento.

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C) Procesos cognitivos y diferenciación emocional En consonancia con la posición de Schmidt-Atzert (1981/1985) que acabamos de presentar, se encuentra la mostrada recientemente por Scherer (1993), quien defiende que las emociones se diferencian a nivel cognitivo, siendo difícil negar la existencia de estados diferenciados, al menos respecto al sentimiento subjetivo consciente. Esta posición es, asimismo, defendida por diversos investigadores, entre los que se encuentran Schachter, Singer y Mandler, que presentan teorías de la activacióncognición, y Amold y Lazarus, que presentan teorías de la evaluación cognitiva. Ambos tipos de teorías aparecen en el capítulo anterior. Si, como se ha puesto de manifiesto en el capítulo 2, para James la percepción de la actividad visceral determinaba la experiencia emocional, para Schachter la experiencia emocional se debe a un estado de activación fisiológica inespecífica y a una interpretación cognitiva de ese estado. Las teorías de la evaluación cognitiva comparten con las teorías de la activacióncognición el énfasis en destacar la relevancia de la actividad cognitiva en la experiencia emocional, pero atribuyen diferentes funciones a la evaluación cognitiva en la producción de la emoción. A partir de las dificultades existentes para encontrar patrones diferenciales de las emociones y de los resultados aportados por las investigaciones desarrolladas por aquellos que han adoptado modelos cognitivos en el estudio de la emoción, es razonable concluir que la diferenciación emocional parece producirse en mayor medida en relación con la cognición y la experiencia emocional. La experiencia emocional puede adoptar tres formas: conocimiento del significado de la estructura situacional (cogniciones sobre la situación y evaluaciones sobre si los resultados son deseables o rechazables), conocimiento de la activación autonómica y conocimiento de la disposición a la acción (Frijda, 1986). La cognición es un elemento de la experiencia emocional y un determinante de la respuesta emocional a través de procesos de interpretación (Schachter), de análisis de significado (Mandler) o de valoración (Arnold y Lazarus). Existe una elevada correlación entre el tipo de valoración cognitiva de la situación y la emoción experimentada, pudiendo aquélla ser considerada como un adecuado predictor del tipo de emoción que experimentará el sujeto. Lazarus y Folkman (1984/1986) defienden que la valoración cognitiva contribuye no sólo a la diferenciación de la experiencia emocional, sino también a la diferenciación psicofisiológica de las emociones. El conocimiento de la activación autonómica es un componente importante de la experiencia emocional, pero no es esencial; no constituye por sí mismo la experiencia emocional. Los experimentos sobre transferencia de la activación han demostrado que el conocimiento de la activación autonómica contribuye, al menos, a la intensidad de la experiencia emocional (aspecto general, inespecífico), pero no han demostrado que sea indispensable, por sí mismo, para la cualidad de la experiencia emocional. La investigación sobre la disminución del feedback autonómico (a través de la 231

administración de agentes beta-bloqueantes que previenen la secreción de adrenalina y reducen la respuesta autonómica) pone de manifiesto que la experiencia emocional no presupone activación autonómica y puede existir sin ella. Las correlaciones entre intensidad de la respuesta autonómica e intensidad de la experiencia emocional tienden a ser moderadas o bajas. No existe adecuada evidencia experimental para la hipótesis de que el conocimiento de la activación autonómica es un componente indispensable de la experiencia emocional, ni para la hipótesis de que cada vez que se reduce el conocimiento de la activación del sistema nervioso autónomo se reduzca necesariamente la intensidad de la experiencia emocional. La investigación sobre la función del conocimiento de la activación en la diferenciación emocional no da la razón a James. La respuesta autonómica manifiesta patrones claramente diferentes que no parecen corresponder a emociones diferentes, proporcionando una base para distinguir experiencias de excitación o calma, de tensión o relajación, de actividad o pasividad, pero no parecen proporcionar indicios suficientemente diferentes e invariables que permitan al sujeto identificar su estado como ira, miedo, alegría u otro tipo de emoción (Frijda, 1986). Las sensaciones corporales relevantes para la diferenciación emocional, corresponden en mayor medida al conocimiento de la actividad somática (musculatura facial y esquelético-motora) que al de la actividad del sistema nervioso autónomo. La experiencia emocional es una fuente de conocimiento de la tendencia a la acción y de la acción. Uno de los indicios para el conocimiento de la acción es el feedback propioceptivo proveniente de los propios movimientos, que constituye uno de los componentes principales de la experiencia emocional. Tomkins e Izard hipotetizan que las diferentes experiencias emocionales están determinadas por el feedback derivado de distintas expresiones faciales, pues mientras que la respuesta del sistema nervioso autónomo es relativamente inespecífica, los comportamientos expresivos faciales son característicos de las diversas emociones. La forma más fuerte de la hipótesis del feedback facial defiende que sin la expresión de la emoción, ésta no existiría (Tomkins, 1983). Aunque Tomkins e Izard restringen su hipótesis de la diferenciación de la cualidad de la emoción a la expresión facial, la hipótesis puede extenderse al comportamiento expresivo en general. Los resultados experimentales no son uniformes ni concluyentes. Existen datos favorables a los efectos de la inducción de la emoción y datos desfavorables. Por otra parte, se ha comprobado que no todos los estados emocionales dan lugar necesariamente a modificaciones de la expresión facial, puesto que éstas pueden ser disimuladas de manera voluntaria o involuntaria, sobre todo cuando el sujeto está con otra persona. Asimismo, el sujeto puede imaginar una situación generadora de emoción y ser capaz de sentir esa emoción, sin necesidad de expresarla (Ekman, 1985/1992). El feedback derivado de la expresión emocional no es el principal determinante de la experiencia emocional y puede que no sea una condición suficiente. Los resultados de la investigación ponen de manifiesto que el feedback derivado de la expresión emocional 232

contribuye a la experiencia emocional solamente si completa a una tendencia a la acción. 11.1.3. Reglas de manifestación emocional: la influencia social en la expresión emocional Si la expresión de las emociones ha de cumplir funciones relevantes para la supervivencia, al trasmitir una información de un sujeto a otro, se requiere que ésta sea universal, pudiendo ser las emociones diferenciadas de un modo relativamente fiable y ser identificadas por los miembros de distintas culturas. En el estudio de la universalidad de la expresión facial de las emociones, Tomkins (1980) ha tenido un papel muy relevante, que ha sido destacado por Ekman (1981) al afirmar que al proponer una teoría racional para el estudio de la cara y mostrar cómo se podría alcanzar un alto grado de conformidad entre observadores, seleccionando cuidadosamente las expresiones faciales, Tomkins influyó en el incremento de los estudios transculturales sobre la expresión facial y contribuyó decisivamente a que creciera el interés por el carácter universal de la expresión facial de la emoción. La investigación sobre la expresión facial (Ekman, 1993) confirma la universalidad de la expresión de las emociones sostenida por Darwin, existiendo una elevada evidencia favorable respecto a las emociones de alegría, ira, miedo, tristeza y desagrado y una menor evidencia a favor de sorpresa, interés y desprecio. Asimismo, la investigación comprueba la existencia de diferencias entre las distintas culturas en la expresión de las emociones (Ekman, 1993). Diferencias que traducen el efecto del contexto social en el que se manifiesta la emoción y que se observan en las denominadas “reglas de manifestación” (display rules) de las emociones. Las “reglas de manifestación” son prescripciones, culturalmente específicas, sobre quién puede manifestar qué tipo de emoción, ante quién y cuándo (Ekman, 1993). Son normas aprendidas socialmente que regulan la expresión de las emociones en su contexto social. Aunque Ekman (1993) se ha centrado en el estudio de las reglas relacionadas con la expresión facial, éstas son aplicables a otras expresiones emocionales, como el comportamiento vocal, el lenguaje corporal y el comportamiento interpersonal. El comportamiento emocional no puede ser separado del contexto social. Esto se pone de manifiesto en el hecho de que el desarrollo emocional, así como la función adaptativa del comportamiento expresivo emocional, se producen dentro de sistemas interpersonales y de contextos sociales. A lo largo del desarrollo, en el proceso de socialización, el niño establece relaciones con sus familiares, con conocidos y con extraños que influyen en la forma cómo interpreta subjetivamente sus reacciones emocionales y en las respuestas que da. La experiencia emocional de los niños es inseparable del significado sociocultural. El niño deduce sus sentimientos a partir de la percepción de las reacciones que él ha aprendido a denominar, por la influencia de otros, como “alegría”, “tristeza”… Si cuando muestra una expresión de tristeza se le dice que está triste, posteriormente él dirá que 233

está triste cuando perciba en sí mismo esta expresión facial. El comportamiento expresivo emocional tiene funciones adaptativas y de supervivencia que son inconcebibles si no es dentro de los contextos sociales correspondientes (cuadro 11.3). La influencia del contexto social en la expresión de la emoción se pone de manifiesto en procesos de disociación del estado emocional y la expresión facial, como la existencia de conductas expresivas sin estado emocional (simulación de la emoción) y la existencia de estado emocional sin conductas expresivas. CUADRO 11.3. La influencia social sobre la expresión emocional. Modulación de la expresión emocional por el contexto social 1. Disociación del estado emocional y de la expresión facial. — Existencia de conductas expresivas sin estado emocional. — Existencia de estado emocional sin conductas expresivas. 2. Falseamiento de los sentimientos e intento de transmitir un estado emocional diferente al que se encuentre el sujeto. 3. Diferencias en la expresión emocional debidas a distintas “reglas de manifestación” relacionadas con el sexo. La expresión y comunicación de la emoción pueden ser facilitadas o inhibidas por la presencia de otros dependiendo de la naturaleza del estímulo emocional y de la relación personal o social con los otros. Esta interacción entre las respuestas a un estímulo emocional específico y el contexto social puede ser considerada como una interacción entre dos formas simultáneas de comunicación, un sistema de comunicación espontáneo, con una base biológica, y un sistema de comunicación simbólica, lingüísticamente estructurado, aprendido y modelado culturalmente (Buck y otros, 1992). No todos los estados emocionales dan lugar necesariamente a modificaciones de la expresión facial. Ésta puede ser inhibida de manera voluntaria o involuntaria por el sujeto, sobre todo en presencia de otros. El sujeto puede imaginar una situación generadora de emociones y ser capaz de sentir la emoción correspondiente sin que se produzca expresión facial. El registro de la actividad eléctrica de los músculos de la cara (electromiograma facial) pone de manifiesto la existencia de contracciones musculares que difieren según el tipo de emoción experimentada, no produciéndose ninguna otra manifestación externa de la emoción. Existe evidencia de que los sujetos pueden no mostrar cambios visibles en la actividad de los músculos faciales incluso cuando informan de experiencias emocionales y manifiestan cambios en la actividad del sistema nervioso 234

autónomo. Los sujetos, en estos estudios, muestran patrones de cambios en la actividad facial, por debajo del nivel de lo visible, como pone de manifiesto el electromiograma (Tassinari y Cacioppo, 1992, para una revisión). Se puede, asimismo, producir la expresión facial de la emoción sin existir la emoción correspondiente. El sujeto puede fabricar expresiones emocionales sin experimentar emoción alguna (Ekman, 1985/1992,1993). Ekman (1985/1992) pone de relieve que “El rostro puede constituir una fuente de información valiosa (…) porque es capaz de mentir y decir la verdad (…). El rostro suele contener un doble mensaje: por un lado lo que el mentiroso quiere mostrar; por el otro, lo que quiere ocultar (…). Las expresiones auténticamente sentidas de una emoción tienen lugar a raíz de que las acciones faciales pueden producirse de forma involuntaria, sin pensarlo, ni proponérselo; las falsas, a raíz de que existe un control voluntario del semblante que permite a la gente coartar lo auténtico y presumir lo falso” (p. 128). Ekman (1985/1992,1993) concede gran importancia en la detección de la mentira; a los denominados por él “músculos fidedignos” (reliable muscles). Las expresiones faciales de alegría, ira, miedo y tristeza implican acciones musculares que la mayoría de la gente no puede controlar voluntariamente, además de acciones musculares que fácilmente puede controlar cualquiera. No todos los músculos que producen las expresiones faciales son igualmente fáciles de controlar, siendo algunos más fidedignos que otros. Ekman (1985/1992,1993) denomina “músculos fidedignos” a “aquellos de los que no puede hacerse uso para las expresiones falsas: el mentiroso no los tiene a su disposición, y como tampoco puede inhibirlos o abortarlos inmediatamente, le cuesta ocultar la acción de esos músculos al tratar de disimular una emoción real” (pp. 137138). Ekman (1985/1992) parte de la hipótesis de que “si no es posible mover deliberadamente un músculo para falsear una expresión, tampoco lo será inhibirlo para que oculte, en parte, otra” (p. 138). Hipótesis pendiente de comprobación experimental, aunque razonable, de acuerdo con la opinión dada a Ekman por diversos neurocientíficos. Los procesos de disociación del estado emocional y la expresión facial son estrategias que el sujeto puede utilizar en la interacción social. Lo que el sujeto siente (estado emocional) no tiene por qué corresponderse con lo que manifiesta de forma visible (expresión). En ocasiones, la interacción social requiere que el sujeto disimule, inhiba o controle sus sentimientos. En otras, que los falsee, intentando transmitir un estado emocional en el que no se encuentra. La influencia social se manifiesta, asimismo, en los distintos patrones de expresión emocional manifestados por mujeres y por hombres. Existen diferencias en expresión facial que pueden reflejar o no diferencias en estados emocionales. Aun cuando la experiencia emocional de los sujetos de uno y otro sexo sea comparable, pueden existir diferencias en la expresión derivadas de distintas “reglas de manifestación” relacionadas con la variable sexo que especifican qué sentimientos han de ser manifestados y en qué 235

intensidad. También puede ocurrir que la expresión observable sea relativamente independiente del nivel de emocionalidad del sujeto y que la variabilidad en la expresión sea el resultado de demandas sociales respecto al hecho de que deben existir diferencias sexuales observables. Debido a esto, entre otras causas, los estudios ponen de manifiesto que los sujetos de diferente sexo difieren más en las manifestaciones visibles de la emoción que en la intensidad de los sentimientos (Fabes y Martin, 1991), siendo las mujeres más expresivas, en general, que los hombres (Buck, Barón y Barette, 1982). Aunque el patrón de mayor expresividad femenina no parece totalmente consistente, se ha comprobado que las mujeres muestran más actividad facial electromiográfica que los hombres (Dimburg, 1988). Las mujeres tienen mayor tensión muscular facial que los hombres cuando responden a estímulos emocionales, pero la tensión muscular parece estar relacionada, en mayor medida, con diferencias sexuales en la expresividad facial que con diferencias sexuales en la respuesta del sistema nervioso autónomo y del sistema endocrino. Por otra parte, una mayor expresividad no refleja necesariamente una mayor emocionalidad. Buck y colaboradores (1974) han comprobado que las mujeres manifiestan más movimiento facial que los hombres en respuesta a estímulos evocadores de emociones, pero no han encontrado las correspondientes diferencias sexuales en la intensidad de la respuesta fisiológica. La naturaleza del contexto social en el que se produce la expresión emocional incide de forma importante en las diferencias sexuales. Aunque distintos estudios ponen de manifiesto que las mujeres informan de que lloran más que los hombres (Wallbott, 1988), parece que esto ocurre cuando las mujeres están en presencia de hombres; mientras que éstos lloran menos en presencia de aquéllas (Choti y otros, 1987). Existe evidencia respecto a que actualmente es más probable que las mujeres supriman la expresión de la ira, presumiblemente a causa de que se piensa que la ira es incompatible con la femineidad (Lemer, 1985). Las mujeres manifiestan inexpresividad en aquellas situaciones sociales en las que la reacción observable es censurable, mientras que ocurre lo contrario en los varones. 11.2. Relaciones de la motivación, la emoción y la cognición: su incidencia en la acción 11.2.1. Teoría de los sistemas motivacionales-emocionales primarios (primes) de Buck Buck ha realizado una relevante aportación que, entre otros aspectos, se centra en la estructuración de una jerarquía de los sistemas primes y en la consideración de la emoción como un dispositivo de salida.

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A) Jerarquía de los sistemas primes Buck (1985) ha propuesto una teoría de los sistemas motivacionales/emocionales primarios que sitúa a éstos en una jerarquía en orden ascendente que comienza con los reflejos y, pasando por los instintos, los impulsos primarios, los impulsos adquiridos y los afectos primarios, llega a la motivación de efectancia (dominio). Los afectos primarios son los sistemas más comúnmente asociados con la emoción e incluyen, al menos, felicidad, tristeza, miedo, ira, sorpresa y repugnancia, de acuerdo con Ekman y Friesen y con Tomkins. Los afectos primarios están basados en sistemas neurales específicos del cerebro e implican tendencias generales de respuesta en relación con el medio. Aunque la capacidad para experimentar estos afectos es innata, las circunstancias en las que se experimentan y las formas en las que se expresan implican aprendizaje. Los primes son sistemas propositivos especiales, establecidos biológicamente, que han evolucionado para servir a funciones específicas y están asociados con estructuras biológicas específicas (sistemas neuroquímicos). Los sistemas primes parecen estar organizados de una manera jerárquica en la que los sistemas filogenéticos más antiguos y los más nuevos se dan en diferentes niveles de la jerarquía (véase la figura 11.5). En los niveles inferiores se encuentran los sistemas diseñados para ejecutar funciones relativamente específicas y en los niveles superiores están los sistemas que interactúan con los sistemas propositivos generales, reflejando la experiencia del organismo en el medio. Cada prime está asociado a un sistema o sustrato fisiológico; estos sustratos son circuitos neuroquímicos que pueden ser anatómicamente distintos o estar interrelacionados unos con otros y aparecer en varios niveles del sistema nervioso.

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Figuras 11.5. Jerarquía de los sistemas motivacionales /emocionales (a partir de Buck, 1985).

La motivación es un potencial inherente en la estructura de los primes; y un potencial inherente a la estructura de los sistemas de control conductual. Se considera que los primes tienen un potencial motivacional debido a sus cualidades particulares, que se han desarrollado como respuesta a los estímulos y eventos que han resultado desafiantes en el curso de la evolución. Su función es la activación de respuestas homeostáticas, conductas expresivas y experiencias subjetivas que se han mostrado adaptativas frente a estos desafíos. La motivación es el potencial para la activación de estas respuestas, que está integrado en los primes y que es liberado por eventos desafiantes. Los primes que estos eventos desafían se hacen progresivamente más complejos y los efectos de las primeras experiencias de aprendizaje del sujeto se hacen progresivamente mayores.

B) La emoción como dispositivo de salida La emoción es un mecanismo de salida asociado con la motivación que lleva información sobre la motivación, es decir, sobre el estado de los primes. La fuente de información es el potencial motivacional, activado por un estímulo desafiante. La motivación y la emoción son diferentes aspectos de los primes, siendo la motivación el 238

potencial para la conducta inherente en la estructura neuroquímica, implicando la emoción los medios por los que ese potencial se hace realidad o se anuncia, cuando es activado por estímulos desafiantes. La relación de la motivación y la emoción desde esta perspectiva es análoga a la relación de la energía y la materia en física. Si la energía es un potencial que se manifiesta en la materia, la motivación es un potencial que se manifiesta en la emoción. Existen tres tipos de efectos que implican tres tipos diferentes de salida de los estados motivacionales/emocionales que han aparecido sucesivamente durante la evolución (figura 11.6). La emoción I está implicada en la adaptación corporal y en la homeostasis; la emoción II> en la expresión facial y en otros mecanismos de expresión externa. La emoción III, conlleva una salida cognitiva interna. Cada tipo de salida emocional está asociado, de acuerdo con el modelo de Buck (1985), con un tipo distinto de experiencia emocional subjetiva. La emoción I implica la influencia de los sistemas motivacionales/emocionales en el funcionamiento corporal a través del sistema nervioso autónomo, del endocrino y del inmunológico. El feedback interoceptivo, que constituye el elemento subjetivo del proceso de emoción I, puede ser relativamente similar para estados motivacionales/emocionales diferentes. La emoción II supone una salida externa, con el estado de los primes reflejado en la conducta expresiva manifiesta. Algunos estados motivacionales/emocionales han de ser expresados, produciéndose la comunicación entre los congéneres, dado que la supervivencia de las especies requiere la coordinación de conductas entre los sujetos, como sucede en la reprodución sexual y en el cuidado de las crías. El feedback propioceptivo, que constituye el elemento subjetivo del proceso de emoción II, debe diferir para diferentes estados motivacionales/emocionales. La emoción III es una salida cognitiva interna y directa de los primes que ha evolucionado en formas que son análogas a su salida externa. Buck (1985) sugiere que, una vez que el sistema nervioso de una especie ha evolucionado suficientemente para desarrollar los rudimentos de un sistema cognitivo general propositivo (una representación interna de la realidad), es importante que el sistema cognitivo tenga acceso al estado de los primes. Parece probable que el medio primario de diferenciación subjetiva de los estados motivacionales/emocionales sea a través del proceso de emoción ///, a través de las diferentes cualidades de experiencia emocional registrada, directamente asociada con los diferentes estados primarios.

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Figura 11.6. El dispositivo de salida: fuente, objetivo y función (a partir de Buck, 1985).

11.2.2. Un modelo integrador en motivación y emoción humana La adecuada integración de los desarrollos teóricos, producidos por una parte en el ámbito de la motivación y por otra en el de la emoción, así como la integración de las funciones de ambos procesos en la explicación de la conducta, parten del establecimiento de las diferencias existentes entre ambos constructos. Una antigua polémica respecto a la relación de la motivación y la emoción es la sustitución de uno de estos procesos por el otro. Tradicionalmente se ha tratado de destacar uno de ellos en detrimento del otro. Esta tendencia a la sustitución puede venir explicada por el hecho de que se identifica a ambos procesos psicológicos a nivel conceptual. Es muy difícil diferenciar conceptualmente entre emoción y motivación dado que ambos términos derivan de la palabra latina motus, entre cuyos significados se encuentran “movimiento”, “gesto” y “motivo”. Asimismo, la confusión puede haber derivado del hecho de que las emociones pueden tener funciones motivacionales. Izard (1977) considera el sistema emocional como un sistema motivacional primario. La experiencia emocional sería la motivación para la acción individual y la expresión facial de las emociones lo sería para la interacción social. Kleinginna y Kleinginna (1981) encuentran que un elevado porcentaje de las definiciones de la emoción relacionan a ésta con la motivación, destacando que las emociones energizan los sistemas motivacionales. 240

Aunque motivación y emoción guardan una estrecha relación, uno de estos procesos no puede ser asimilado o sustituido por el otro; ambos son necesarios y contribuyen de una manera decisiva a la explicación de la conducta. Ambos procesos son diferenciables si se consideran sus funciones. Izard (1977) ha distinguido entre impulso y emoción a partir de los siguientes aspectos: — El impulso tiene funciones limitadas, mientras que el sistema emocional tiene propiedades motivacionales más generales. Las emociones, en ausencia de impulsos, motivan conductas, mientras que los impulsos no amplificados por la emoción no motivarán el aprendizaje de nuevas respuestas o no mantendrán las existentes. — Las emociones pueden incidir poderosamente sobre el sistema motivacional, amplificando, inhibiendo o atenuando los estados de impulso, y éstos pasar inadvertidos durante períodos de emoción intensa. — La secuencia conductual del impulso sigue un patrón fijo, cíclico, comenzando con una situación de ruptura de la homeostasis, que da lugar a un incremento del impulso, que va seguido de un aumento de actividad tendente a la consecución de una meta. La respuesta consumatoria produce la reducción del impulso y el cese de la actividad. El ciclo volverá a repetirse con el incremento del impulso. La activación emocional no va seguida de un patrón fijo e irreversible de eventos. No hay respuesta consumatoria seguida de la reducción de la emoción y un decremento en la actividad relacionada con la emoción. — Las señales del impulso son más dependientes del momento que las de la emoción. La información relacionada con el impulso es eficaz sólo cuando éste es suficientemente intenso para funcionar y enviar señales. La información relacionada con el impulso es más específica, la relacionada con la emoción es más general. Ulich (1982/1985) ha establecido una diferenciación entre motivación y emoción sobre la base de que ambos conceptos pueden reflejar una forma diferente de reíadonarse la persona y el medio ambiente. La emoción es considerada como “un modo de lo que soy”, afirmando que “en este modo se manifiesta una impresión inmediata o transmitida cognitivamente y al mismo tiempo una toma de posición o un juicio intuitivo, siendo yo mismo el punto de partida y el centro de la vivencia” (p. 35). La emoción sería considerada como “conciencia del estado”; la motivación expresa, “el modo de querer hacer algo”. Las diferencias entre motivación y emoción pueden concretarse en los aspectos que se encuentran en el cuadro 11.4. CUADRO 11.4. Motivación y emoción: aspectos diferenciales. 241

Motivación

Emoción

Activada por estados internos de privación que suponen una ruptura de la homeostasis. Dirige el organismo hacia objetos naturales específicos.

Tiene un carácter cíclico, presentando cierta regularidad.

Activada por la presencia de eventos relacionados con la supervivencia. Si la intensidad es adecuada, posibilita la adaptación al medio físico y al medio social. No tiene un carácter cíclico, puesto que los eventos que la activan pueden producirse al azar.

La integración ha de comenzar destacando la existencia de una profusa aportación de teorías y modelos motivacionales centrados en constructos tan diversos como instinto, impulso, activación, incentivo y expectativa, que tienen un ámbito explicativo limitado. Esta profusión de modelos y constructos explicativos ha llevado a muchos a creer erróneamente que la explicación dada por un modelo puede ser invalidada y sustituida por la aportada por otros que recurren a constructos diferentes. Esta consideración errónea la manifiestan, entre otros, Cofer y Appley (1964/1976), cuando defienden la sustitución del impulso por el alertamiento, proceso estrechamente relacionado con la activación, afirmando que “el concepto de pulsión no tiene ninguna utilidad. De hecho, lo consideramos algo peor: un riesgo. No obstante, reconocemos que rechazar la pulsión sin ofrecer alternativas plausibles sería poco constructivo y hemos hecho del alertamiento, creemos, una alternativa atrayente” (p. 810). Fernández-Trespalacios, desde la psicología general, presenta una visión adecuada, afirmando que el impulso es probablemente la mejor explicación del fenómeno de la activación motivacional en el nivel de la conducta operante sensomotriz y que, a medida que subimos en la escala filogenética y tratamos de aprendizajes más complejos, el papel del impulso como activación autorregulativa decrece e incluso desaparece, pero ello no nos obliga a negar la existencia y el papel del impulso en los niveles de conducta sensomotriz. El proceso, en el ámbito de la motivación y la emoción, ha ido de lo diverso a lo simple, desde el dominio de tendencias diferenciadoras, al dominio de tendencias integradoras, buscando la unidad en la diversidad, objetivo que consideramos plausible y fructífero para la ciencia psicológica (Garrido, 1992a, 1992b, 1993). En el ámbito de la motivación, se han diferenciado tres tipos de motivos, de acuerdo con el nivel de actividad sobre el que inciden. Motivos primarios, relacionados con procesos neurofisiológicos y neuroendocrinos, motivos secundarios, relacionados con procesos socio-culturales y motivos relacionados con procesos cognitivos. En el ámbito de la emoción, se ha puesto de manifiesto que unos autores centran su análisis en la experiencia emocional, otros en los cambios neurofisiológicos y neuroendocrinos y otros en la expresión emocional. Cada investigador ha desintegrado el proceso motivacional y el proceso emocional, considerando lo que creía que era el aspecto más importante en la motivación y en la emoción. La adopción del “paradigma” como modelo conceptual (Kuhn, 1962/1977), ha contribuido a una dinámica de sustitución de modelos teóricos y constructor produciendo 242

una imagen de la psicología como una ciencia en permanente crisis, sin la integración necesaria para presentar una configuración estable. El modelo de acción humana puede ser considerado como una “tradición de investigación” (en la terminología de Laudan, 1984, quien reconoce que frecuentemente se produce la coexistencia de diferentes “programas” o de diferentes “tradiciones de investigación”), que está contribuyendo decisivamente a la integración. La acción orientada a la meta, que puede considerarse como una unidad de análisis en la psicología, integra dos tipos de actividad: la actividad cognitiva y la actividad física, destacándose en ésta, el nivel fisiológico y el nivel motor o comportamental. A partir del modelo de acción humana, de la teoría general de sistemas y del modelo analítico del sistema humano, proponemos un modelo integrador en motivación y emoción humana, que posibilita la integración en ambos ámbitos, así como, la integración de las funciones de ambos procesos psicológicos en la explicación de la conducta (cuadro 11.1). La visión que del hombre y del desarrollo y evolución de la ciencia psicológica aporta el modelo de acción humana ha sido detenidamente expuesta con anterioridad (Garrido, 1993). La teoría general de sistemas (Von Bertalanffy, 1967; Laszlo, 1975) sostiene que los sistemas vivos pueden ordenarse en una jerarquía que va de las células a los órganos, de éstos a los organismos, de éstos a los grupos y de éstos a las sociedades y que cuando se pasa de un nivel del sistema a otro superior, emergen nuevas características y capacidades conductuales. Los hallazgos obtenidos por diversas ciencias, como la biología, la fisiología (psicofisiología), la neurofisiología y la sociología (psicosociología), han contribuido a estructurar el modelo analítico del sistema humano (Ford y Ford, 1987), que considera al ser humano como un sistema auto-regulador que integra diferentes niveles: nivel de sistema celular, de sistemas orgánicos, de sistemas vegetativos, de sistemas sensoriomotores, de sistemas de activación, de sistemas cognitivos de sistemas para transacciones complejas con el ambiente social y nivel del suprasistema. El modelo integrador en motivación y emoción nos permite afirmar que: — A los diferentes niveles de la acción subyacen diferentes niveles de motivación y que los diferentes niveles de emoción están estrechamente vinculados con los niveles de actividad. — La motivación puede adoptar una de las tres formas (primaria, secundaria o cognitiva), según el nivel de actividad que deba producirse en un momento determinado, para posibilitar un adecuado funcionamiento del organismo. — La emoción es una forma de acción que integra tres niveles de actividad que se concretan en tres componentes que pueden presentarse casi simultáneamente: experiencia, cambios neurofisiológicos y neuroendocrinos y expresión emocional. — Las estructuras anatómicas que posibilitan los procesos de motivación y emoción 243

son en gran medida coincidentes, sobre todo en el nivel fisiológico. — La función de la motivación, en el nivel de actividad cognitiva, es suscitar procesos cognitivos que permitan el ajuste y la adaptación del sujeto. La función de la emoción en este nivel es que el sujeto sepa qué emoción está sintiendo, contribuyendo a la cualidad emocional. En la emoción, como ocurre con la actividad en general, el nivel cognitivo dota de significado al nivel físico. La experiencia emocional dota de significado a los cambios orgánicos (que transmiten una información al sujeto) y al comportamiento emocional (que transmite una información a otros). — La función de la motivación y de la emoción en el nivel de actividad física es en gran medida coincidente. La motivación suscita conductas (como la ingesta de alimentos, ingesta de líquidos, regulación de temperatura, evitación de situaciones estimulares peligrosas…) que hacen posible la relación-adaptación del sujeto al medio físico. Los cambios en el sistema nervioso autónomo que corresponden a la emoción en este nivel de actividad potencian al organismo para facilitar su adaptación al medio físico (reacción de emergencia de Cannon) y determinan la intensidad emocional. Mientras que la excitación del sistema reticular activador posibilita que la motivación energice la acción en los tres niveles de actividad, en la emoción la energización de la conducta la realiza el componente emocional, que corresponde al nivel de actividad física. — La función de la motivación en el nivel de actividad social es suscitar conductas (de logro, afiliación, poder, agresión) que posibiliten su adaptación y el ajuste al medio social. El componente de expresión emocional, correspondiente a este nivel de actividad permite la adaptación social, comunicando el estado emocional en que se encuentra el sujeto. CUADRO 11.5. Integración del ámbito de la motivación y de la emoción desde el modelo de acción humana.

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El modelo integrador en motivación y en emoción posibilita: a) Una adecuada consideración y análisis de los ámbitos de la motivación y la emoción. Motivación y emoción son procesos unitarios, pero con un efecto diversificado en diferentes niveles de acción y actividad. Desde este modelo, se aprecia lo erróneo de una consideración de la motivación manifestada por los que como Norman (1981) la conciben como “un complejo de cosas, algunas biológicas, otras culturales o emocionales (…) un problema derivado, compuesto de diferentes aspectos de los otros” (p. 343). Una adecuada consideración de la motivación, faculta para la diferenciación entre motivación y motivo. Si los actos expresan, concretan el efecto de la actividad, los motivos concretan el efecto de la motivación. Se puede establecer una correspondencia entre actividad integral (la acción) y motivación, así como entre acto y motivo. Si a una forma de acción subyace un tipo de motivación, a un acto subyace un motivo. Por ejemplo, las actividades que un organismo ha de desarrollar para lograr su supervivencia están favorecidas por la motivación fisiológica (homeostática). Los actos que realice estarán determinados por motivos fisiológicos: el acto de comer (ingesta de sustancias alimenticias), por el impulso de hambre; el acto de beber (ingesta de líquidos), por el impulso de sed… Esta consideración que proponemos de motivación y motivo no parece estar muy alejada del “principio de organización jerárquica de los instintos” propuesto por Tinbergen (1951), en el que diferencia entre nivel de instinto principal (en nuestra propuesta se correspondería con la acción), nivel de instinto inferior (se correspondería con la actividad) y nivel de acto consumatorio (se correspondería con el acto).

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b) La integración de diferentes modelos, teorías y constructos en el ámbito de la motivación y de la emoción, destacando la relevancia relativa de cada uno de ellos en la estructuración de su ámbito de investigación y en la explicación de la conducta. Desde el modelo integrador en motivación y emoción se hace evidente que se produce un importante sesgo cuando se presenta un determinado nivel de motivación o de emoción (el fisiológico, generalmente), como todo el ámbito de la motivación o de la emoción, imponiendo una parte al todo, con la exclusión de los demás niveles. No es razonable la sustitución de unos modelos, teorías y constructos por otros. Por el contrario, se han de considerar como perspectivas diferentes y complementarias, que pueden facilitar una mejor comprensión de la complejidad de los determinantes de la acción. Esta consideración integradora está en consonancia con el análisis del desarrollo de los ámbitos de la motivación y de la emoción, realizada, entre otros, por Leary (1990) y Weiner (1992), desde la perspectiva de las metáforas que han dominado las aportaciones científicas en una época determinada. Las metáforas, en el nivel de la teorización científica, frecuentemente sirven como herramientas heurísticas, indicando relaciones que previamente eran desconocidas o que no existían antes de la introducción de la metáfora. Una metáfora proporciona una nueva forma de comtemplar el mundo (Weiner, 1992). Weiner (1992) considera que los desarrollos teóricos y la investigación en motivación humana han estado guiados, fundamentalmente, por dos metáforas: la consideración de “el ser humano como una máquina” y la consideración de “el ser humano como Dios”. La metáfora de “el ser humano como una máquina” sostiene que el ser humano comparte diversas características de las máquinas, entre las que se encuentran: las conductas de las máquinas son involuntarias y de tipo reflejo, se realizan sin conocimiento consciente y están predeterminadas. La metáfora de “el ser humano como Dios” sostiene que el ser humano comparte diversas características que atribuimos a Dios, entre las que se encuentran: es omnisciente, todopoderoso y totalmente justo. La metáfora de “el ser humano como una máquina”, que ha dominado en el ámbito de la motivación durante el período de 1930 a 1955, aproximadamente, ha influenciado, entre otras, a las teorías psicoanalíticas, etológicas y del impulso. La metáfora de “el ser humano como Dios”, que ha dominado durante el período de 1960 a 1980, aproximadamente, ha influenciado, entre otras, a las teorías de la expectancia-valencia y a las teorías atribucionales. Teorías en las que el ser humano es considerado como tomador de decisiones y como científico. Mc Reynolds (1990) considera que las cinco metáforas básicas en motivación han sido: “las personas como máquinas”, “las personas como organismos”, “las personas como entidades naturales”, “las personas como agentes” y “las personas como marionetas”. Para Averill (1990), las cinco metáforas fundamentales en emoción han sido: “las emociones como procesos internos”, “las emociones como respuestas viscerales”, “las emociones como el componente animal de la naturaleza humana”, “las emociones como enfermedades de la mente” y “las emociones como fuerzas impulsoras”. 246

Queremos destacar que la existencia de múltiples metáforas pone de relieve la naturaleza multideterminante de la acción humana. Existen determinantes de la acción humana explicables por alguna de las metáforas que se han empleado. Quizá existan otros determinantes que están esperando nuevas metáforas que contribuyan a explicarlos.

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12 ESTADOS DE ÁNIMO Y MEMORIA

12.1. Los estados de ánimo como procesos afectivos Emociones y estados de ánimo (EA) difieren en la duración, los cambios fisiológicos y la intencionalidad. Las emociones son más breves y más intensas y conllevan más cambios fisiológicos. Los EA son más duraderos, más lentos, produciéndose de forma gradual y mucho menos diferenciada. Los EA pueden derivar de eventos medianamente agradables o desagradables, ninguno de los cuales es suficientemente intenso para producir una emoción por sí mismo, aunque de forma conjunta, determinan en el sujeto un estado generalizado de sentimiento positivo o negativo. El EA es un proceso biopsicológico que afecta a todo el sujeto, que se produce con componentes bioquímicos, psicológicos y cognitivos, así como reacciones subjetivas. La intencionalidad, junto a la duración y la intensidad, contribuye a diferenciar entre emoción y EA. Las emociones son específicas al objeto, se dirigen hacia objetos, mientras que los EA no, son generales y no focalizados. Los EA pueden desarrollarse como el residuo de una emoción específica una vez que se disipa la intensidad de la emoción. De esta forma, la causa de los EA suele estar más remota en el tiempo que la de la emoción y tiende a estar menos claramente definida por quien la experimenta. Estas características se reflejan en el uso del lenguaje, que implica referencias específicas para las emociones (decimos “tengo miedo de…”), pero no para los EA (decimos “me encuentro feliz” –en un estado de felicidad–). El carácter indiferenciado y no focalizado de los EA les confiere un valor informativo para una amplia variedad de juicios, proporcionando el contexto para la actividad cognitiva, puesto que no interrumpen el proceso regular de pensamiento. De los tres criterios (duración, cambios fisiológicos e intencionalidad), la difusividad o globalidad, relacionada con la falta de intencionalidad, es el principal criterio diferenciador de los EA (Frijda, 1993). Las emociones tienen un objeto, los EA carecen de él; son fenómenos mentales no intencionales. La difusividad de los EA puede caracterizarse por la ausencia de orientación respecto a un objeto. Los EA pueden influir en que el sujeto tienda a considerar los hechos de una forma específica. En un EA de ansiedad, casi todos los eventos son evaluados como potencialmente amenazantes o como algo que uno no es capaz de manejar. En un E A de 248

cólera, casi todos los eventos son percibidos como una frustración o una ofensa. En un EA depresivo, el mundo es considerado como carente de significado e interés. Los EA son estados difusos de preparación a la acción, tendencias a la acción sin un objeto particular. Un EA de cólera es un estado de elevada preparación para responder con cólera, con enemistad, con una respuesta crítica. El EA depresivo es frecuentemente un estado de indiferencia, de falta de energía e interés, que se caracteriza por una tendencia a evitar el contacto interpersonal. El origen de los EA es interno o externo. Pueden venir determinados por eventos significativos emocionalmente, por estímulos con carga hedónica, por condiciones organísmicas y por procesos fisiológicos. Los eventos significativos emocionalmente son capaces de inducir EA de forma directa, sin pasar por una emoción o por un episodio emocional. Ciertos agentes externos pueden influenciar los EA directamente, por ejemplo, ciertos olores parecen incrementar o debilitar un EA, incluso cuando no son detectados de forma consciente. Por otra parte, la influencia de factores internos se pone de manifiesto en el hecho de que existen variaciones circadianas, semanales y estacionales en los EA. Se sabe que el estado depresivo es un efecto secundario de diversas drogas, por ejemplo, reserpina, clomazina y antihipertensivos. Además de los factores externos e internos, diversas variables de personalidad determinan un EA. Existe suficiente evidencia experimental respecto a que las emociones y los EA positivos correlacionan con extraversión y que los afectos negativos correlacionan con neuroticismo, según son definidos por las puntuaciones del inventario de personalidad de Eysenck (Frijda, 1993). 12.2. La inducción de estados de ánimo en el laboratorio La investigación experimental de la emoción se enfrenta a una importante paradoja. El laboratorio está óptimamente equipado para un estudio detallado de los complejos patrones que integran la reacción emocional, pero los códigos deontológicos y éticos que regulan la investigación en humanos no permiten la reproducción de emociones intensas en el laboratorio, sobre todo de tipo negativo. Por otro lado, es obvio que cuando la emoción se produce en el medio natural, no se cuenta con el aparataje que haga posible su análisis. Una forma de eliminar esta paradoja es emplear muestras de sujetos que se encuentran en un estado emocional y compararlo con grupos de control (otro tipo de pacientes, o sujetos que se han recuperado de una alteración emocional, o sujetos normales), lo que es frecuente en la investigación clínica. En tales comparaciones existen potencialmente diversas variables que pueden interferir en los resultados, como la presencia o ausencia de drogadicción, psicoterapia o institucionalismo. Para realizar la investigación en la población normal, un método simple es dividir la muestra de sujetos en aquellos que de forma natural se encuentran en el estado emocional que se requiere en el momento de la prueba y aquellos que no lo están. 249

Aunque éste es un diseño experimentalmente válido, tiene el riesgo de confundir los efectos del estado y los efectos de rasgo, siendo ensombrecidos potencialmente los efectos de los estados emocionales transitorios por los de los rasgos de personalidad, que son más duraderos. Una forma de eliminar estas posibles interferencias es inducir en el laboratorio procesos afectivos, como los EA, que por sus características, presentadas en el apartado anterior, no contravienen los códigos deontológicos y éticos. En las investigaciones en el laboratorio, a través de diversos métodos (Martin, 1990) se inducen de forma temporal EA positivos (de felicidad) y/o negativos (generalmente de tristeza) (Salovey, 1992). Entre los métodos empleados se encuentran la técnica de autoafirmaciones de Velten, la sugestión posthipnótica, el recuerdo autobiográfico y la imaginación autogenerada. Asimismo, en la inducción de estados de ánimo, se ha utilizado la audición musical y la proyección de cortes de películas (cuadro 12.1). Siguiendo la técnica de Velten (Velten, 1968), la inducción de un EA depresivo o de felicidad, implica la lectura por los propios sujetos de diversas autodescripciones relacionadas con el EA específico, así como afirmaciones autorreferentes neutras para la determinación de un EA neutro. Cada grupo específico de sentencias es leído en silencio y después en voz alta por el propio sujeto, que es animado a tratar de sentir el EA sugerido por las sentencias. CUADRO 12.1. Técnicas de inducción de estados de ánimo clasificadas según el proceso en el que inciden.

La mayoría de las sentencias que se emplean en la inducción de la depresión se incluyen en dos categorías; unas sentencias están relacionadas con la autodevalua-ción (por ejemplo: “me siento desanimado e infeliz”), mientras que otras lo están con cambios somáticos, característicos de la depresión (por ejemplo: “De vez en cuando me siento tan 250

cansado y tan triste que prefiero sentarme a hacer algo”). La técnica de sugestión posthipnótica sólo puede aplicarse a aquellos sujetos a los que se hipnotiza fácilmente. Este es un importante inconveniente, puesto que sólo el 15% de los sujetos alcanza el criterio de selección (Martin, 1990), requiriéndose, por ejemplo, una muestra de 300 sujetos cuando se quiera realizar una investigación con un grupo de 50 sujetos. El empleo de esta técnica requiere instruir a los sujetos en relajarse y alcanzar un trance hipnótico. Cuando se ha logrado un trance profundo, se induce el EA apropiado (triste, feliz, encolerizado…), solicitando al sujeto que recuerde un evento emocionalmente relevante de su vida, volviendo a vivir su recuerdo en la imaginación y a experimentar la emoción asociada. Después se requiere que los sujetos experimenten esta emoción aislada (desvinculada del evento original) y que incrementen su intensidad, sin llegar a hacerse irresistible. Este estado de ánimo se mantiene durante la tarea experimental. Esta técnica ha sido empleada fundamentalmente por Bower y sus colaboradores (Bower, 1981). El empleo de la técnica de recuerdo autobiográfico (Martin, 1990) precisa pedir a los sujetos que cierren los ojos y recuerden eventos o acontecimientos autobiográficos provocadores de un EA, solicitándoles que vuelvan a experimentar lo más vivamente posible los sentimientos provocados por el evento o acontecimiento. Cuando la técnica se emplea con niños (Barlett y otros, 1982), se les pide, en primer lugar, que recuerden una experiencia que les haga sentirse feliz, o triste, y después pensar sobre esa experiencia. La técnica de imaginación autogenerada (Salovey y Singer, 1989) requiere que los sujetos oigan una grabación que les instruye en relajación, se les pide que tengan confianza y que centren su atención en las instrucciones que van a escuchar. Asimismo, se instruye a los sujetos en imaginar situaciones, hipotéticas o reales, que les hagan sentirse felices, o tristes, o en un estado de ánimo neutral. La técnica de inducción musical consiste en presentar música sugerente respecto a un EA, solicitando al sujeto que emplee la música como fondo, en su esfuerzo por conseguir pasar a un EA depresivo, de alegría o neutro. Se le explica que la música por sí misma no induce automáticamente el EA deseado y se le anima a que emplee otros medios que encuentre efectivos para pasar al EA específico. En un primer momento, en el empleo de esta técnica los sujetos podían seleccionar la pieza musical entre varias, posteriormente, las investigaciones han empleado piezas concretas para EA específicos. La técnica de graduación musical es una variación respecto a la técnica de inducción musical y consiste en que no se informa a los sujetos de que la música que van a oír puede cambiar su EA (Pignatiello y otros, 1986). Esta técnica emplea cortes de composiciones musicales que comienzan con el mismo segmento neutral y después, o bien pasan a tener un contenido gradualmente más depresivo o más feliz, o que se mantiene neutral desde el punto de vista emocional. La técnica de proyección de segmentos de películas consiste en presentar al sujeto 251

cortes de películas que han sido evaluados por sujetos de iguales características como con contenido triste, feliz o neutro desde el punto de vista emocional. Los segmentos de películas pueden elicitar diversos tipos de emociones y en la misma forma en la mayoría de los sujetos. Recientemente, Gross y Levenson (1995) han estructurado cortes de diversas películas que de una forma fiable inducen siete diferentes EA (cólera, asco, miedo, tristeza, sorpresa, diversión y contento) y el estado emocional neutro. A veces, buscando un efecto de potenciación, se emplean varios métodos de inducción de una forma conjunta, como el método de recuerdo o recolección autobiográfica (Martin, 1990) y el método de imaginación autogenerada (Salovey y Singer, 1989). El método de recuerdo autobiográfico tiene una tasa de éxito del 75% (Martin, 1990) y reduce los efectos de las demandas del experimentador y de la deseabilidad social (Scherer y otros, 1988). El método de imaginación autogenerada es más efectivo en la inducción de EA que la técnica de Velten, que es de las más empleadas, y no está tan sometido al “efecto de la demanda” como la técnica de Velten (Pignatiello y otros, 1986). Los EA de felicidad o de tristeza son persistentes sin un mantenimiento activo (Gerrod, 1991), por lo que, cuando se inducen EA en la investigación en el laboratorio, se requiere que al acabar el experimento se explique a los sujetos la manipulación a la que se les ha sometido y se les devuelva a su estado normal. Es indispensable comprobar que se ha producido el EA que se ha inducido. Sin esta evaluación, no podremos tener la seguridad de que se ha producido, o de que el sujeto está experimentando, en ese momento, las manifestaciones correspondientes. Puesto que, hasta el momento presente, no contamos con una única medida de comprobación del EA inducido (Martin, 1990), se emplean diversos tipos de inventarios, escalas y cuestionarios (Salovey y Singer, 1991). La inducción de un EA en el laboratorio puede ir seguida de cambios en varios EA, confundiendo los resultados experimentales. Es conveniente hacer la comprobación del EA inducido para dotar a la investigación de validez externa. • Críticas a la inducción de estados de ánimo en el laboratorio La investigación experimental sobre la influencia de los EA en la memoria ha sido criticada por considerar que puede producirse el efecto de “sometimiento a las características de las demandas del experimentador”, características que han sido consideradas por Orne (1962) como la suma total de los diversos indicios que transmiten una hipótesis experimental al sujeto y llegan a ser determinantes significativos de la conducta del sujeto. Entre estos indicios, se encontrarían las comunicaciones implícitas y explícitas durante el experimento, el experimentador y el ámbito del laboratorio. De acuerdo con Orne (1962), el comportamiento del sujeto en la situación experimental puede estar determinado por dos grupos de variables, las definidas tradicionalmente como variables experimentales y las características de la demanda 252

percibida de la situación experimental. En la medida en que el comportamiento del sujeto está relacionado con las características de la demanda más que con variables experimentales esas características “determinarán tanto la extensión en que el experimento puede ser replicado con una mínima modificación (…) y la extensión en que se pueden realizar generalizaciones sobre el efecto de las variables experimentales en contextos no experimentales (el problema de la validez ecológica)” (Orne, 1962, p. 779). Pero una opinión generalizada es que se han exagerado, en alguna medida, las características de la demanda. Berkowitz y Tróccoli (1986) consideran que éstas han llegado a ser un tópico cultural, una creencia ampliamente compartida que es validada por el aparente consenso entre los miembros de la comunidad científica más que por una evidencia adecuada. Afirman que el someterse a las demandas puede producirse en ocasiones, pero inciden en que los sujetos no manifiestan necesariamente el comportamiento esperado, incluso cuando son, en alguna medida, conocedores de los intereses de investigación del experimentador y cuando son conocedores de cómo muchas personas reaccionan en la situación dada. Por el contrario, los sujetos no manifiestan el comportamiento esperado si consideran a la manipulación experimental como una forma de presión que amenaza su libertad de elección. De esta forma, la reactancia puede ser una amenaza más importante a la validez interna del experimento que el someterse a las características de la demanda. Existe evidencia en contra de los efectos de las demandas del experimentador, derivada de diversos tipos de experimentos en los que se producen los efectos de los EA incluso cuando es improbable que los sujetos sepan que su conducta está siendo observada (Frost y otros, 1982). Experimentos en los que se comprueba que es improbable que los sujetos simulen los efectos de los EA que se han producido (Martin, 1990). Experimentos en los que se producen los efectos de los EA, inducidos de una forma sutil y en los que los sujetos no son conscientes de ninguna demanda del experimentador (Laird y otros, 1982). 12.3. Relación de los estados de ánimo con la memoria 12.3.1. Sistemas y organización de la memoria

A) Sistemas de memoria Existe concordancia respecto a que la memoria no es una entidad unitaria, sino un conjunto de sistemas que interactúan. Así, se diferencian tres sistemas, tipos o formas que pueden denominarse memoria sensorial, memoria a corto plazo (MCP) y memoria a largo plazo (MLP) (Ruiz-Vargas, 1991,1994; Mayor y de Vega, 1992; Baddeley, 1994a, 1995). Las memorias sensoriales o registros sensoriales (Ruiz-Vargas, 1991) son 253

almacenes de información que alargan la duración de la estimulación y que permiten tomar decisiones incluso a partir de exposiciones breves de los eventos. Las memorias sensoriales ponen de manifiesto la existencia de unas estructuras o de unos procesos que preservan el input más allá de la propia existencia del estímulo generador. Por ejemplo, cuando la melodía que estamos escuchando cesa, podemos seguir oyendo un conjunto de sonidos. Si pasamos la mano por una superficie áspera, cuando la retiramos seguimos sintiéndola. La investigación se ha centrado fundamentalmente en las memorias sensoriales visual y auditiva, siendo la memoria visual el registro sensorial que mejor se conoce. La memoria sensorial visual, denominada por Neisser (1967/1976) memoria icónica o almacén icónico, tiene una duración promedio próxima a un segundo. La memoria sensorial auditiva o memoria ecoica (Neisser, 1967/1976) tiene una duración promedio de dos segundos. La capacidad de ambos registros sensoriales es virtualmente ilimitada, pudiendo éstos retener mucha más información de la que el sujeto puede atender en un momento determinado (Ruiz-Vargas, 1991).

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Figura 12.1. Persistencia de la información EA la memoria a corto plazo (a partir de Peterson y Peterson, 1959).

El número de elementos que puede retener la MCP está en torno a 7 (Miller, 1956/1994; Baddeley, 1994b; Shiffrin y Nosofsky, 1994). Miller (1956/1994) puso de manifiesto que el número máximo de elementos que el sujeto es capaz de repetir sin ningún error después de una sola presentación, en el mismo orden en que aparecieron (pruebas de amplitud de memoria), no es mayor de 6 ó 7 dígitos o palabras no relacionadas. Ésta es la capacidad de la MCP en las personas adultas, que es menor en los niños y que varía ligeramente según el material utilizado. La persistencia temporal se encuentra entre 15 y 30 segundos, desapareciendo casi por completo después de 18 segundos, como comprobaron Peterson y Peterson (1959) en sus investigaciones sobre el olvido a corto plazo (figura 12.1). La capacidad de la MLP sería prácticamente ilimitada; la información puede durar desde minutos a años. 255

B) Organización de la memoria: independencia entre MCP y MLP Existe independencia en el funcionamiento de ambos tipos de memoria en contra de la consideración tradicional sostenida, entre otros, por Atkinson y Shiffrin (1968), quienes defen*dían la existencia de un funcionamiento serial, debiendo entrar la información primero en la MCP para ser incorporada después a una estructura más estable de MLP. La consideración que tradicionalmente se mantenía cambió a partir de la evidencia experimental aportada desde diversos ámbitos de investigación. Existe suficiente evidencia neuropsicológica que apoya la existencia de dos sistemas independientes de memoria, aunque estrechamente relacionados, una MCP y una MLP. La investigación detallada del paciente K. F. (Shallice y Warrington, 1970) ha aportado datos al respecto. Después de un accidente de tráfico que le produjo una lesión en el lóbulo parietal izquierdo, K. F. presentó una MCP notablemente deficiente a nivel verbal, mostrando una MLP normal a nivel verbal. Estos datos permitieron concluir que la información no necesita entrar en la MCP antes de llegar a la MLP porque los inputs de estos dos sistemas se disponen en paralelo (Shallice y Warrigton, 1970). Asimismo, los estudios realizados con el paciente H. M. por el cirujano William Scoville y por la psicóloga Brenda Milner apoyan la diferenciación de ambos sistemas de memoria. H. M. padecía de epilepsia severa como consecuencia de una lesión cerebral. Fue sometido a una intervención quirúrgica que consistió en la escisión bilateral de la región temporomedial y extirpación de la amígdala, el giro parahipocámpico y los dos tercios anteriores del hipocampo (Scoville y Milner, 1957). A partir de la operación, H. M. sufre una amnesia profunda que le lleva a olvidar los sucesos que le ocurren cada día. Es incapaz de aprender los nombres de las personas que le visitan a diario. No reconoce fotografías de sí mismo. Presenta una grave incapacidad para aprendizajes nuevos. Por otra parte, presenta una amplitud de dígitos normal, siendo capaz de repetir una lista de 5 ó 6 dígitos. La evidencia neuropsicológica pone de manifiesto que el paciente K. F. presenta una alteración severa de su MCP junto a un funcionamiento normal en su aprendizaje a largo plazo y el paciente H. M. presenta una ejecución intacta de su MCP y una grave alteración de su capacidad de aprendizaje a largo plazo. Ruiz-Vargas (1991) expone además una evidencia cognitiva y una evidencia que deriva de la investigación comparada. Una prueba sólida de la existencia de un sistema de memoria a corto plazo y de un sistema de memoria a largo plazo es la curva de posición serial, que es la representación gráfica de la probabilidad de recordar cada palabra, presentada a un sujeto en una lista de palabras para que las retenga y las recuerde en el orden que quiera. Esta representación se realiza en función del orden que las palabras ocupaban en la lista y se ajusta a una gráfica en forma de U (figura 12.2).

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Figura 12.2. Curva de posición serial idealizada (a partir de Ruiz-Vargas, 1991).

La curva de posición serial muestra que los sujetos recuerdan bien las palabras del principio de la lista debido al denominado efecto de primacía, aunque recuerdan mucho mejor las palabras del final de la lista debido al denominado efecto de recencia. El efecto de primacía parece deberse a una mayor repetición y a que las palabras del principio de la lista son protegidas en la MLP de posibles efectos de interferencia. El efecto de recencia o cercanía ha sido atribuido al hecho de que las palabras del final de la lista son recordadas directamente desde la MCR Ruiz-Vargas (1991) reseña las investigaciones realizadas en diversas especies de mamíferos por Kesner y Novak en 1982 y por Wright y otros en 1985, concluyendo que la disociación funcional entre la MCP y la MLP se produce en los seres humanos y en animales de otras especies (palomas y monos) y que la distinción entre estos dos sistemas de memoria se mantiene en una amplia gama de mamíferos, incluidos los humanos. Dado que uno de los aspectos fundamentales del presente capítulo es el análisis de las relaciones entre estado de ánimo (que es un proceso afectivo duradero) y memoria, se ha de pasar de un análisis general de los sistemas de memoria a la MLP. La MLP, asimismo, no es un sistema unitario, sino que debe ser considerada como 257

un sistema separable en diferentes subsistemas, integrados e interactuando en una unidad dinámica. Entre las diversas subdivisiones y diferenciaciones establecidas en la MLP, para el propósito de este capítulo, es muy útil la aportación de Squire (1992), sobre la organización de los sistemas de la MLP. Squire (1992) ha establecido una taxonomía de la MLP, distinguiendo entre memoria declarativa (explícita o proposicional) y memoria no declarativa (implícita o de procedimientos). A su vez, Squire (1992) diferencia varios componentes en cada tipo de memoria. La memoria declarativa puede ser semántica o episódica, como ya había establecido Tulving en 1972. La memoria no declarativa integra, entre sus componentes, las habilidades, el priming, el condicionamiento clásico simple y el aprendizaje no asociativo (figura 12.3).

Figura 12.3. Taxonomía de la memoria (Squire, 1992).

C) Independencia entre la memoria declarativa y la memoria no declarativa La memoria declarativa y la memoria no declarativa son de diferente tipo y distintos los conocimientos que posibilitan y los sistemas cerebrales implicados. La memoria declarativa o explícita está guiada conceptualmente y está relacionada con procesos mentales internos, como el significado extraído de un estímulo. Posibilita aprender qué. La memoria no declarativa o implícita es conocida como guiada por los datos porque es dependiente del estímulo, o de alguna parte de él que está perceptualmente presente. Posibilita aprender cómo. 258

La evidencia experimental, que se presenta más adelante, en los apartados dedicados a analizar la incidencia de los procesos afectivos sobre la memoria explícita y sobre la memoria implícita, apoya la existencia de dos sistemas de memoria. La investigación reciente está aportando datos sobre las bases neurofisiológicas de la memoria humana (Zola-Morgan y Squire, 1993; Squire y otros, 1993). El almacenamiento a largo plazo de la memoria declarativa y de la memoria no declarativa se produce en diferentes regiones cerebrales. La memoria declarativa requiere las conexiones anatómicas que posibilitan al neocórtex interactuar con el hipocampo y las estructuras relacionadas, pudiendo el neocórtex ser el almacén de la memoria declarativa. Las destrezas y los hábitos dependen de las proyecciones corticoestriadas. Es posible que el almacenamiento de información, que subyace a las destrezas y a los hábitos, se produzca en las sinapsis que tienen lugar entre las neuronas corticales y las neuronas en el neoestriado (Squire y otros, 1993). El complejo hipocámpico está implicado fundamentalmente en la memoria declarativa. Por otra parte, existen diferentes tipos de aprendizaje y recuperación de la información no declarativa (el aprendizaje de destrezas motoras y de hábitos, entre otros) que parecen ser enteramente independientes de la función hipocámpica (Squire, 1992). Aunque la función fundamental de los ganglios básales (que incluyen el núcleo caudado, el putamen, el globus pallidus y el núcleo subtalámico) es el control motor, la evidencia reciente sugiere que también tienen importantes funciones en la memoria. Los ganglios básales han sido asociados a diversas formas de memoria no declarativa, sobre todo aquellos tipos de memoria que dependen de un acto motor para su realización, que han sido denominados memoria de procedimiento (montar en bicicleta, patinar, etc.) (Tranel y Damasio, 1995). El cerebelo, otra estructura relacionada con el movimiento, interviene con los ganglios básales en diversos tipos de aprendizaje y memoria de procedimiento (Glickstein, 1993). La función de los ganglios básales y del cerebelo en la memoria no declarativa, por un lado, y el complejo hipocámpico (región temporomedial) en la memoria declarativa, por otro, son claramente independientes. La lesión de un sistema puede no tener efecto, o tener un efecto pequeño, sobre las capacidades del otro (Tranel y otros, 1994). Concretamente, la grave neuropatología producida en la región temporomedial por la enfermedad de Alzheimer puede no afectar a los ganglios básales y al cerebelo. En consecuencia, muchos pacientes con esta enfermedad siguen siendo totalmente capaces de realizar actividades motoras complejas, como bailar o jugar al golf, e incluso son capaces de adquirir nuevas destrezas motoras. Por otra parte, pacientes con una completa destrucción de la región temporomedial son capaces de aprender nuevas destrezas motoras, incluso cuando no pueden recordar dónde, cuándo o alguna otra información declarativa sobre el contexto en el que esas destrezas fueron adquiridas (Tranel y otros, 1994). La situación contraria ocurre cuando una enfermedad afecta a los ganglios basa-íes, pero deja intacto al complejo hipocámpico (región temporomedial), como en los 259

pacientes con la enfermedad de Parkinson o con la enfermedad de Huntington. El aprendizaje y la recuperación de destrezas motoras pueden estar notablemente limitados, mientras que la memoria para el conocimiento declarativo no se ve afectada. Asimismo, la lesión del cerebelo puede producir defectos en el aprendizaje motor, dejando intacta la memoria declarativa (Tranel y Damasio, 1995).

D) Diferenciación de la memoria semántica y de la memoria episódica La memoria semántica posibilita la adquisición y retención de información sobre hechos. La representación estructurada de esta información, el conocimiento semántico, modela el mundo, proporcionando al sujeto el material necesario para el pensamiento, para las operaciones cognitivas de los aspectos del mundo que están más allá del alcance de la percepción inmediata. Un ejemplo de las capacidades de la memoria semántica es la clasificación de objetos, hechos o situaciones, o sus descripciones simbólicas, en categorías conceptuales de orden superior, dependiendo de sus funciones y usos. La memoria episódica permite a los sujetos recordar su experiencia pasada personal, es decir, recordar eventos sentidos como integrados en una matriz de otros sucesos personales. El aspecto más distintivo de la memoria episódica es el tipo de conocimiento consciente que caracteriza la recolección de hechos pasados, que es único e inequívocamente diferente de los tipos de conocimiento que acompaña a las experiencias perceptivas, a la imaginación, al sueño, a la solución de problemas y a la recuperación de la información semántica (Tulving, 1991). La memoria semántica es un almacén de memoria permanente del conocimiento general del mundo, incluyendo el conocimiento de las palabras, de los conceptos y del lenguaje. La memoria episódica es un almacén personal, autobiográfico. Es la memoria experienciada personalmente. Mientras que la memoria episódica difiere esencialmente de un sujeto a otro, la memoria semántica es, en gran medida, semejante, en términos de estructura y procesos. Tulving, en 1972, empleó los términos semántico y episódico, para referirse a una memoria impersonal y a una memoria personal, respectivamente. El término semántico se refiere al recuerdo de conocimiento adquirido intelectualmente, no experimentado ni personal, sino aprendido por el estudio. El término episódico se refiere al recuerdo de experiencias vitales centradas en la propia persona.

E) Interdependencia de la memoria semántica y de la memoria episódica La idea inicial respecto a la relación entre memoria semántica y episódica era que representaban dos subsistemas paralelos de la memoria declarativa. Una hipótesis actual más razonable es que el sistema episódico es un único sistema integrado en y apoyado por la memoria semántica en alguna de sus operaciones. 260

Una hipótesis corolario es que la memoria semántica precede a la memoria episódica en el desarrollo ontogenético y en la progresión filogenética. La episódica se ha desarrollado a partir de la memoria semántica, para adquirir capacidades funcionales no poseídas por el sistema semántico, pero que ha permanecido altamente dependiente de la memoria semántica en algunas de sus operaciones. Parece que la información nueva no puede ser almacenada en la memoria episódica si la memoria semántica es totalmente disfuncional, aunque la nueva información puede ser almacenada en la memoria semántica en ausencia de un sistema episódico en funcionamiento, como presumiblemente sucede en los niños muy pequeños y en los animales inferiores, que carecen de memoria episódica (Tulving, 1991). Cuando están presentes ambos sistemas se encuentran en una continua interacción, cada uno asistiendo al otro, cada uno coexistiendo con el otro en una memoria a largo plazo unificada. Las interacciones episódicas con el mundo requieren un sistema semánticamente rico que suministre significado a la experiencia. Por otra parte, aunque no toda la información que es codificada en la memoria semántica fue una vez episódica, la mayor parte de lo almacenado en la memoria semántica ha llegado allí a través de una ruta episódica. De acuerdo con Baddeley (1995), la memoria episódica tiene diversas funciones, entre las que se encuentra el hecho de que permite recordar sucesos específicos. Gracias a ella, las informaciones procedentes de cada episodio aislado van a aumentar la memoria semántica, que es esencial para orientarse en el tiempo y en el espacio y que es importante para recordar lo que se ha hecho y lo que se ha de hacer. 12.3.2. Incidencia de los estados de ánimo sobre los diversos tipos de memoria Durante la primera mitad del siglo xx uno de los aspectos que más atrajo el interés respecto a la relación entre estados de ánimo y memoria, fue la recuperación de los recuerdos positivos, agradables, en comparación con los negativos, desagradables. Este interés fue favorecido por diversas tendencias intelectuales, entre las que se encuentra el psicoanálisis freudiano, que llevan a la consideración de que las experiencias agradables han de ser recordadas más eficazmente y durante más tiempo que las desagradables. Los avatares por los que ha pasado el estudio de la relación de la emoción y la memoria pueden encontrarse, entre otros, en Alonso (1992). En el análisis de las relaciones entre estados de ánimo y memoria, es conveniente diferenciar la incidencia de los estados de ánimo tanto sobre la memoria explícita como sobre la memoria implícita. Tradicionalmente el análisis se ha centrado casi exclusivamente en las repercusiones de los estados de ánimo sobre la memoria explícita. Sólo recientemente se ha comenzado a investigar su efecto sobre la memoria implícita. El efecto de los estados de ánimo sobre la memoria puede dar lugar a dos sesgos conocidos como memoria congruente con el estado de ánimo y memoria dependiente del estado de ánimo. 261

El efecto de memoria congruente con el estado de ánimo implica un sesgo que lleva a que el sujeto recuerde más información, cuyo contenido afectivo coincida con el estado de ánimo que presente el sujeto en la fase de recuperación. Aquellos estímulos cuyo significado afectivo se equipara con el estado emocional provocarán mayor atención, una más rápida percepción y un procesamiento más elaborado, siendo esos estímulos mejor aprendidos que los materiales neutros o incongruentes con el estado de ánimo. El efecto de memoria dependiente del estado de ánimo implica un sesgo derivado de la relación entre el estado de ánimo del sujeto en la fase de adquisición y en la de recuperación, de modo que cuando el sujeto se encuentra en el mismo estado de ánimo (feliz o triste), en ambos momentos, presenta más material en la fase de recuperación que cuando se encuentra en diferente estado emocional (triste-feliz o feliz-triste). El contenido o la valencia afectiva de la información no es relevante para el efecto de memoria dependiente del estado de ánimo, pero sí lo es para el efecto de memoria congruente con el estado de ánimo. CUADRO 12.2. Tests de medida de la memoria extrínseca. Tests directos de memoria Recuerdo Libre Conclaves

Reconocimiento

A) Estados de ánimo y memoria explícita La investigación se ha centrado casi exclusivamente en la memoria consciente (explícita), en la recolección intencional por parte del sujeto de algunos episodios previos, a través de tests de memoria explícita. En ellos los sujetos son específicamente dirigidos a la recuperación, a través de tareas de recuerdo libre, recuerdo con claves y de reconocimiento, de información, que han adquirido en una fase previa (cuadro 12.2). En las tareas de recuerdo se pide al sujeto que reproduzca el material que ha aprendido previamente. El método de recuerdo libre consiste en presentar al sujeto una lista de palabras e instruirle para que después las reproduzca en el orden que desee. El método de recuerdo con claves incorpora claves o pistas concretas para el recuerdo de una información específica. Una clave es un recordatorio seleccionado por la relación que tiene con la información que se ha de recordar, para que dirija y facilite el proceso de recuperación. La tarea de reconocimiento, como método para medir la memoria, implica que el sujeto tiene que identificar, entre varias alternativas, una información previamente presentada. Su empleo requiere presentar por escrito o verbalmente una lista de palabras 262

(ítems viejos) al sujeto en una primera fase. En una segunda fase, se presentan los “ítems viejos” junto a otras palabras (distractores o ítems nuevos). El sujeto debe indicar cuáles son los “ítems viejos”. Aunque Bower (1981) no se ha referido a la distinción entre memoria implícita explícita, al proponer su modelo explicativo del efecto de dependencia del estado de ánimo y de congruencia con el estado de ánimo, en sus investigaciones ha empleado técnicas de medida de la memoria explícita. En sus experimentos, “la memoria siempre fue evaluada a través del recuerdo libre” (Bower, 1981). Al analizar el efecto de aprendizaje dependiente del estado, concluye que “ocurre mejor con el recuerdo libre, cuando existen mínimas claves para la recuperación de los targets. El efecto se reduce notablemente cuando la memoria se evalúa con claves más adecuadas, como ocurre en los tests de recuerdo con claves o en los de reconocimiento” (Bower, 1981).

B) El modelo de red semántica, o de propagación de la activación, propuesto por Bower A comienzos de la década de 1970, desde el ámbito de la psicología cognitiva, Bower aparece como el teórico y el investigador que lidera el estudio de la influencia de la emoción en el procesamiento de información, presentando un modelo de red semántica (asociativa) de la memoria y la emoción que explica cómo el estado de ánimo o experiencia emocional (mood) afecta a los procesos de memoria, aprendizaje, libre asociación, interpretación y juicio (Bower, 1981,1992; Bower y Mayer, 1991). Las redes semánticas en inteligencia artificial son códigos representacionales. Son estructuras computacionales que representan de un modo altamente simplificado el campo de significado, dentro de una cierta parte del espacio conceptual. Se emplean para construir un modelo de las asociaciones conceptuales espontáneas (Boden, 1991/1994). Una red semántica consiste en nodos y arcos, o trazos. Los nodos representan ideas específicas, mientras que los arcos o trazos (mediante los que se puede acceder a una idea desde otra) representan varios tipos de conexiones mentales. La mayoría de los arcos o trazos tiene alguna pertinencia semántica. Los arcos o trazos semánticamente significativos pueden representar no sólo propiedades específicas, sino también cuestiones estructurales, como pertenencia a una clase, similitud, y relaciones parte-todo. El “significado” de una idea representada dentro de una red semántica es una función de su lugar en el sistema. Involucra no sólo al nodo específicamente rotulado por la idea en cuestión, sino también a todos los nodos que pueden ser alcanzados directa o indirectamente a partir de ese nodo. Los nodos están etiquetados mediante palabras que indican el concepto que representan cada uno de ellos. Los conceptos son abstracciones mentales que representan clases de objetos, conjuntos de objetos con características comunes. La activación dentro de la red semántica se propaga de un nodo a todos los nodos que estén 263

conectados con aquél, y así sucesivamente. El proceso de propagación se detiene cuando un nodo recibe activación de dos direcciones diferentes. El modelo de Bower (1981) sostiene que la memoria humana puede ser analizada en términos de una red asociativa de conceptos semánticos y esquemas que se utilizan para describir eventos. Las experiencias emocionales diferentes son representadas en la memoria como nodos o unidades específicas de emoción, estando cada nodo asociado con proposiciones que describen eventos en la vida de un sujeto, en el que se ha producido esa emoción, así como con reacciones autonómicas específicas y con comportamientos expresivos. La aportación de Bower defiende la existencia de patrones somáticos específicos asociados a emociones específicas, coincidiendo con Amold, Tomkins e Izard y diferenciándose de Schachter, que presenta un modelo de activación general. La unidad básica de pensamiento es la proposición, mientras que el proceso básico de pensamiento es la activación de una proposición y de sus conceptos. La activación presumiblemente se propaga de un concepto a otro, o de una proposición a otra, a través de enlaces asociativos que se establecen entre ellos. Se puede producir la activación de un nodo, bien presentando el patrón de estímulos correspondiente o por la activación previa de un pensamiento asociado. Bower (1981) ilustra su modelo con el siguiente ejemplo (figura 12.4). Un evento como “María me besó en un momento y en un lugar determinado”, puede ser almacenado en la memoria, como indica la figura 2.4, en términos de nuevos enlaces, entre mis conceptos previos sobre María, sobre mí mismo y sobre el besar. Los enlaces son etiquetados como S para indicar el sujeto y P para indicar el predicado de la proposición. El aprendizaje consiste en el establecimiento de estas asociaciones y en el incremento de su intensidad. Posteriormente, cuando me pregunte “¿qué hizo María”, la activación del concepto “María” propagará la activación al nodo “evento 19” y de aquí a sus trazos, determinando que el modelo recupere los otros enlaces y así recuerde que “María me besó”. La figura 12.4 representa una relación causal desde un evento a una reacción emocional de alegría. La red semántica representa el hecho de que el evento 19 ha causado el evento 20 y que éste implica un nodo para la emoción de alegría. El pensamiento emerge a través de la activación de los nodos dentro de una red semántica. La activación puede propagarse a los nodos conceptuales, emocionales y proposicionales. Los nodos emocionales pueden ser activados por muchos estímulos, por medios fisiológicos o por medios verbales simbólicos. Cuando lo son por encima de un umbral (“consciencia”), la unidad de emoción transmite la excitación a aquelíos nodos que producen el patrón de activación autonómica y el comportamiento expresivo correspondiente a la emoción. A través de la generalización de la activación, los nodos próximos son excitados. En la medida en que un estado de ánimo es más intenso, fluyen a la memoria más ideas asociadas con él. Las asociaciones entre nodos se forman durante el aprendizaje, ya que cuando se aprende un nuevo material se asocia con los nodos activos en ese momento. 264

Figura 12.4. Codificación de una proposición (María besó a mí) y una emoción causada por ella (alegría), de acuerdo con un modelo de red semántica (a partir de Bower, 1981). Los círculos inferiores, o nodos, representan conceptos preexistentes. Las líneas representan nuevas asociaciones. S = sujeto; P = predicado; R = relación y O = objeto. Se ha traducido la proposición original Mary kissed me, por María besó a mí, en lugar de María me besó, para mantener la red semántica con la configuración presentada por Bower (1981).

C) Método de inducción y procedimiento empleado por Bower Bower y sus estudiantes Steve Gilligan y Ken Monteiro comenzaron tratando de producir aprendizaje dependiente del estado afectivo en el laboratorio con mués-tras formadas por estudiantes universitarios. Empezaron induciendo estados de ánimo contrapuestos, como felicidad y tristeza, empleando la técnica de sugestión hipnótica. El empleo de esta técnica requiere que se seleccione a personas muy fáciles de hipnotizar. Después de hipnotizarles se les solicita que se sitúen en un estado de ánimo feliz o triste, imaginando o recordando una escena en la que ellas se hayan sentido enormemente felices o profundamente tristes. Con frecuencia, las escenas felices consistían en un momento de éxito personal o de estrecha relación con alguien. Las escenas tristes estaban relacionadas con fracasos personales o con la pérdida de una 265

persona querida. Los sujetos pueden regular la intensidad de sus emociones para que lleguen a ser intensas pero no insoportables, de forma que se produzcan adecuadamente los procesos de aprendizaje. Una vez que se consigue que el sujeto entre en un estado de ánimo específico, durante un minuto se la solicita que mantenga ese estado de ánimo en un nivel de intensidad, mientras realizará algunas tareas. A partir de este momento es cuando comienza propiamente el experimento. Los indicadores que le permiten a Bower (1981) concluir que se ha producido el estado de ánimo que se ha tratado de inducir son la expresión emocional y la respuesta del sistema nervioso autónomo. Cuando se induce tristeza, el sujeto manifiesta tristeza, está a punto de romper a llorar, habla lentamente y con un tono bajo. La respuesta psicogalvánica indica que su sistema nervioso autónomo está actuando como corresponde al estado de ánimo de tristeza. Bower y sus colaboradores (Bower, 1981) emplean la técnica de sugestión hipnótica, porque, entre otras, tiene la ventaja de que permite producir rápidamente casi todo tipo de emoción y variar la intensidad, pudiéndose mantener ésta durante un período prolongado (varios minutos). Pero son conscientes de diversos inconvenientes y desventajas de esta técnica. Entre ellas se encuentran el hecho de que solamente un 15% de las personas son fácilmente hipnotizables (Martin, 1990) y el que este tipo de sujetos es extraordinariamente sensible a los efectos de las demandas del experimentador, lo que complicaría la interpretación de los resultados. Bower y sus colaboradores tratan de eliminar este efecto de complicidad haciendo creer a los sujetos que el experimento está relacionado con el efecto de la hipnosis en los aspectos prosódicos de su lenguaje (su pronunciación, entonación y el patrón de pausas) o con el hecho de cómo la hipnosis afecta a los movimientos expresivos de su escritura manual. Les engañan haciéndoles creer que las tareas se emplean simplemente para hacer una prueba de su lenguaje o su escritura. Una vez terminado el experimento, Bower y sus colaboradores eliminan los estados de ánimo inducidos, llevando al sujeto a un estado normal, agradable y relajado. Asimismo, después del experimento, han comprobado el estado psicológico de algunos de los sujetos, no encontrando efectos negativos. Centrándonos en el modelo propuesto por Bower, se puede afirmar que el modelo de red semántica postula que la emoción puede influir tanto en la adquisición como en la recuperación de la información, dando cuenta de cuatro efectos, dos relacionados con el aprendizaje (aprendizaje congruente con el estado de ánimo y aprendizaje diferencial) y dos relacionados con la recuperación (recuerdo congruente con el estado de ánimo y recuerdo dependiente del estado de ánimo), presentando datos relacionados con diversos fenómenos: • El efecto de congruencia con el estado de ánimo 266

Hace referencia al hecho de que el sujeto atiende y encuentra más fácil aprender sobre eventos que concuerdan con su estado emocional. Este efecto depende de la semejanza entre el estado de ánimo y el contenido afectivo de lo que se está aprendiendo o recuperando. Respecto al efecto de congruencia se pueden considerar dos hipótesis diferentes. La primera, relacionada con el aprendizaje congruente con el estado de ánimo, que sostiene que se aprende más material de un determinado contenido afectivo cuando el sujeto se encuentra en un estado de ánimo congruente. La segunda, relacionada con la recuperación, sostiene que se recuerda más material de contenido afectivo congruente con el EA en el momento de la recuperación. En sus investigaciones, Bower ha aportado datos favorables al efecto de congruencia con el EA. Bower, Gilligan y Monteiro (1981) indujeron un EA de felicidad o de tristeza a través de la técnica de sugestión posthipnótica mientras los sujetos leían una breve historia sobre dos personajes, compañeros de estudios. Uno de ellos está feliz (todo le va bien), mientras que el otro está triste (todo le va mal). La historia describe intensamente hechos de la vida de ambos personajes, así como sus reacciones emocionales. Una vez que los sujetos experimentales terminaron de leer la historia, se les pidió que indicaran quién pensaban que era el personaje central y con quién se identificaban. Bower, Gilligan y Monteiro (1981) comprobaron que los lectores que se encontraban en un EA de felicidad se identificaban con el personaje feliz, mientras que los lectores que estaban en un EA de tristeza se identificaban con el personaje triste. Al día siguiente, encontrándose los sujetos en un EA neutro, se midió el recuerdo, confrontando el porcentaje de recuerdo de incidentes con contenido feliz y con contenido triste, lo que puso de manifiesto que los sujetos recordaban más incidentes sobre el personaje con el que se habían identificado. El porcentaje de recuerdo de incidentes con contenido feliz fue significativamente mayor en los sujetos que leyeron la historia en un EA de felicidad que los que la leyeron en un EA de tristeza. Asimismo, el porcentaje de recuerdo de incidentes con contenido triste fue significativamente mayor en los sujetos que leyeron la historia en un EA de tristeza que en los que la leyeron en un EA de alegría (figura 12.5). En otra investigación, Bower, Gilligan y Monteiro (1981) pidieron a los sujetos experimentales que leyeran algunas entrevistas psiquiátricas simuladas en las que un paciente describe brevemente diversos incidentes de su vida (felices o tristes) no relacionados. Mientras leían las entrevistas, se les indujo, a través de la sugestión posthipnótica, un EA feliz o triste. Más tarde se les pidió que recordaran la narración.

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Figura 12.5. Porcentaje de recuerdo de incidentes con contenido feliz versus triste, de una historia leída por sujetos en un estado de ánimo feliz o triste (Bower, 1981).

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Figura 12.6. Número de incidentes con contenido feliz versus triste recordados de una historia leída en un estado de ánimo feliz o triste (Bower, 1981).

Los resultados pusieron de manifiesto que los sujetos recordaron más incidentes congruentes con su EA. Los lectores felices recordaron un número significativamente mayor de incidentes felices que tristes. Los lectores tristes recordaron un número significativamente mayor de incidentes tristes que alegres (figura 12.6). • El efecto de recuerdo dependiente del estado de ánimo Hace referencia al hecho de que es más fácil para el sujeto recordar un evento cuando se encuentra en el mismo estado de ánimo que tenía cuando se produjo el evento. Bower y colaboradores (1978), en una de sus investigaciones pioneras, obtuvieron una evidencia experimental favorable al efecto de recuerdo dependiente del estado de ánimo. Indujeron en los sujetos, a través de la técnica de sugestión posthipnótica, un EA de felicidad o de tristeza. Con objeto de poner a prueba el efecto de dependencia del estado de ánimo, los sujetos aprendieron dos listas de 16 palabras largas, una mientras 269

estaban en un EA de felicidad, la otra en un estado de tristeza. Bower y colaboradores (1978) establecieron seis condiciones experimentales. Los seis grupos de sujetos se pueden clasificar, desde el punto de vista funcional, en tres condiciones. En la condición de facilitación, los sujetos aprendieron la lista A en un EA (feliz o triste), a continuación la lista B en el EA contrario (triste o feliz) y después recordaron la lista A encontrándose en el mismo EA en el que la aprendieron. En la condición de interferencia, los sujetos aprenden la lista A en un EA (feliz o triste), a continuación la lista B en el EA contrario y después recordaron la lista A en el mismo EA en que aprendieron la lista B, siendo contrario al que tenían cuando aprendieron la lista A. En la condición de control, los sujetos aprendieron las dos listas en el mismo EA, produciéndose el recuerdo en ese EA (la mitad de los sujetos en un EA de alegría y la otra mitad en un EA de tristeza). Bower y colaboradores (1978) predijeron que los sujetos en la condición de facilitación recordarían más que los sujetos control debido a que los diferentes EA en el momento de aprendizaje de las listas A y B aíslan el efecto de las dos listas, reduciendo la interferencia de la lista B cuando tratan de recordar la lista A. Asimismo, predijeron que en la condición de interferencia, el recuerdo de la lista A se vería perjudicado debido a que el EA en el momento del recuerdo evoca la memoria de la lista B más que la de la lista A. Los resultados confirmaron ambas predicciones, produciéndose un efecto de dependencia del estado de ánimo (figura 12.7). En comparación con la línea base, que representa el resultado de los sujetos control, las líneas inclinadas indican que se produce un mejor recuerdo de los ítems que el sujeto aprendió, si se encuentra en el mismo EA que tenía entonces, mientras que se produce un peor recuerdo de los ítems que aprendió si se encuentra en un EA diferente al que tenía en la fase de aprendizaje.

270

Figura 12.7. Porcentaje de retención en función de la igualación entre el estado de ánimo del aprendizaje y del recuerdo (Bower, 1981).

• El efecto de aprendizaje diferencial Posibilita que el sujeto aprenda más material cuando se encuentra en un estado de ánimo positivo que cuando está en uno negativo. Pero los resultados de la investigación no confirman estos efectos en su totalidad (Blaney, 1986). Los datos confirman la hipótesis de congruencia con el estado de ánimo; no son concluyentes respecto al efecto de recuperación dependiente del estado de ánimo y respecto al efecto de aprendizaje diferencial.

D) Crítica al modelo de red semántica de Bower Como se acaba de poner de manifiesto, el efecto de recuperación dependiente del 271

estado de ánimo no ha sido confirmado de forma concluyente. El propio Bower (1987) ha reconocido que la recuperación dependiente del estado de ánimo es un fenómeno no confiable, con materiales aprendidos en el laboratorio. Los resultados positivos respecto al efecto de recuperación dependiente del estado de ánimo han sido proporcionados por investigaciones que han empleado un “diseño de interferencia de dos listas” de palabras (Bower y otros, 1978; Señare y otros, 1984). Pero este tipo de diseño no ha permitido la obtención de este efecto de una forma confiable, fracasando, en general, en su consecución (Bower y Mayer, 1989/1991). Diversos investigadores, empleando un “diseño de lista única” de palabras, no han encontrado este efecto (Schare, Lisman y Spear, 1984). Otros, han hallado el efecto de recuperación dependiente del estado de ánimo de forma parcial o asimétrica (Leight y Ellis, 1981), que se producía en los EA positivos, pero no en los negativos. Teasdale y Barnard (1993) sostienen que la confianza en el modelo de red semántica de Bower se ve reducida por el fracaso en replicar los resultados originales de Bower y sus colaboradores, que inicialmente proporcionaron el fundamento empírico del modelo. Los modelos de red semántica, en general, no pueden representar el conocimiento a niveles de significado más allá de la palabra o de la sentencia. Es improbable que los efectos del EA en el procesamiento de información puedan ser explicados adecuadamente por modelos simples, en los que los conceptos y eventos están representados en un único formato representacional que consiste en interconexiones entre nodos para los conceptos que codifican los eventos, estando estas representaciones automáticamente primadas o activadas por EA. Estos modelos explican los efectos emocionales en términos de activación que se difunde a través de enlaces interconectados bidireccionalmente, entre nodos emocionales y nodos de eventos y conceptos. Parece difícil, para la teoría de la propagación de la activación, explicar todas las consecuencias cognitivas de los EA. En parte, la dificultad surge del hecho de reconocer una forma de codificación para todos los tipos de información, sean reacciones corporales, conocimiento proposicional, esquemas o eventos emocionales. Muy al contrario, para explicar adecuadamente las relaciones cognitivo-afectivas, probablemente los modelos necesitan incluir tipos de representación cualitativamente diferentes, entre otras razones, para: — Ajustarse adecuadamente a la diferenciación entre recuerdo y conocimiento “caliente” o “frío”. Los recuerdos emocionales pueden ser rememorados volviendo a experimentar los sentimientos originales (“cognición caliente”) o sin sentido (“cognición fría”). El sujeto puede ser capaz de recordar que se produjo un evento emocional y muchos aspectos de él sin experimentar los sentimientos relacionados. — Permitir múltiples representaciones, funcionalmente independientes, del material relacionado en la memoria. — Atender a la necesidad de representaciones a niveles de abstracción más genéricos que los de la palabra, concepto o sentencia. 272

Se requieren modelos multirrepresentacionales que, para explicar el rango de emociones que experimentamos, así como la distinción entre emociones y conocimiento, asumen una jerarquía de códigos, que van de un nivel sensorio-motor a los niveles esquemático y conceptual más elevados. Las teorías que siguen estos modelos proporcionan un marco más flexible para pensar sobre las bases cognitivas de las reacciones emocionales, aunque hagan predicciones menos comprobables (Mathews y Mac Leod, 1994). El modelo de subsistemas cognitivos en interacción (ICS), propuesto por Barnard y Teasdale (Teasdale y Barnard, 1993), postula un conjunto de módulos interconectados, codificando cada uno de ellos un tipo diferente de información: sensorial, perceptivo, de estado corporal, proposicional e implicacional. El subsistema implicacional es el más relevante para la emoción. Los códigos proposicionales están relacionados con el conocimiento (“cognición fría”) y los códigos implicacionales están relacionados con la construcción de modelos mentales que tienen implicaciones personales (“cognición caliente”). Hay que esperar que los efectos emocionales se produzcan solamente cuando la información está codificada en relación con las implicaciones que tiene para uno y no cuando las respuestas se basan solamente en un conocimiento propositivo. El modelo de subsistemas cognitivos en interacción puede explicar alguno de los fenómenos que han creado dificultades a los modelos basados en una única red. El modelo de subsistemas cognitivos en interacción se ha de considerar más un marco de referencia para desarrollar hipótesis que una teoría estructurada.

E) Estados de ánimo, memoria implícita y memoria explícita: comparación de resultados La influencia de los EA sobre la memoria implícita se evalúa a través de tests, de tareas que no requieren que los sujetos busquen de una forma consciente o intencional el recuerdo de un material adquirido previamente. Las tareas de memoria implícita son aquellas en las que las respuestas de un sujeto pueden ser influenciadas por la exposición a una información sin que la persona sea necesariamente consciente de que ha de recordar posteriormente esa información. De acuerdo con Schacter (1987) y Richardson-Klavehn y Bjork (1988) existe un número elevado de tareas que posibilitan medir la memoria implícita (cuadro 12.3). Entre los tests de memoria implícita más empleados, se encuentran tests de conocimiento léxico (completar raíces de palabras y completar palabras fragmentadas) y tests de conocimiento perceptivo (identificación perceptiva de palabras): — Tests de completar raíces de palabras. Después la exposición a los estímulos experimentales (por ejemplo, una lista de palabras), se evalúa la memoria del sujeto solicitando a éste que complete las raíces de tres letras de diversas 273

palabras que se le presentan con la primera palabra que se le venga a la mente. Por ejemplo, después de presentarle la palabra elefante, en una lista de palabras, se le pide que escriba palabras a partir de la raíz ele-. La presencia de memoria implícita viene demostrada por el hecho de que el sujeto complete correctamente más raíces en las palabras presentadas previamente (primed) que en las no presentadas con anterioridad (unprimed). CUADRO 12.3. Tests de medida de la memoria implícita (a partir de Richardson-Klavehn y Bjork, 1988). Tests indirectos de memoria 1. Tests de conocimiento fáctico, conceptual, léxico y perceptivo 1.1. Tests de conocimiento fáctico y conceptual • Recuperación de ítems de conocimiento general • Generación de miembros de una categoría semántica • Generación de asociados a una palabra estímulo • Verificación de pertenencia a una categoría • Categorización y clasificación de estímulos 1.2. Tests de conocimiento léxico • Tareas de decisión léxica • Nombrar palabras o pronunciación • Recuperación de una palabra (generar una palabra a partir de una definición) • Completar una palabra (a partir de una raíz) • Completar palabras fragmentadas • Deletreo de homófonos presentados auditivamente 1.3. Tests de conocimiento perceptivo • Identificación perceptiva de palabras • Identificación perceptiva de imágenes fragmentadas • Identificación perceptiva de caras 2. Tests de conocimiento procedimental 2.1. Tareas de resolución de problemas 274

2.2. Tareas que requieren destreza en la actuación 3. Medidas de respuesta valorativa 4. Otras medidas de cambio comportamental — Tests de completar palabras fragmentadas. Después de presentar al sujeto diversas palabras en una lista, se le dan varias palabras completamente fragmentadas, con una única solución, para ser completadas por el sujeto. Por ejemplo, se le presenta fragmentada la palabra elefante como:

Este método de medida de la memoria está relacionado con el test de completar raíces de palabras, siendo demostrada la presencia de memoria implícita de la misma forma que en aquel. — Tests de identificación de palabras. Este método implica identificar, después de una breve exposición (por ejemplo, 30 ms), palabras que antes habían aparecido en una lista. Que el sujeto está utilizando algún proceso de memoria implícita viene indicado por el hecho de que su actuación refleja la exposición a una información previa respecto a la que el sujeto no fue instruido para recordarla. Pasando al análisis de la influencia de los EA sobre la memoria implícita, se puede decir, de acuerdo con Tobias y otros (1992), que existen argumentos a favor de esa influencia y argumentos en contra. Argumentos en contra parecen aportarlos diversos datos respecto al fenómeno de recuperación dependiente del estado de ánimo que ponen de manifiesto que el cambio en el contexto parece inducir un tipo de amnesia. En muchas formas de amnesia, la pérdida de memoria, con frecuencia, es mayor en el ámbito explícito, quedando la memoria implícita relativamente intacta. Es decir, la memoria implícita puede pervivir a los diversos EA, incluso cuando la memoria explícita no lo hace. Pero existen razones para pensar que los efectos de contexto, incluyendo los efectos del EA, se pueden observar con mayor extensión en la memoria implícita que en la memoria explícita. Graf (1989) ha comprobado que los cambios en el contexto ambiental afectan a la memoria implícita, incluso cuando no afectan a la memoria explícita. Este mismo argumento se puede aplicar a los efectos de los EA como contextos (quizá el mundo parezca más negro a la persona triste y más luminoso a la persona feliz). Como se pone de manifiesto en el cuadro 12.4, no son concluyentes los resultados de la investigación, que compara la influencia del EA sobre la memoria explícita y sobre 275

la memoria implícita. Investigación que se ha centrando casi exclusivamente en el efecto de congruencia con el estado de ánimo y que se ha realizado en sujetos que presentan depresión (Ruiz-Caballero y González, 1994; Denny y Hunt, 1992; Watkins y otros, 1992), en sujetos ansiosos (Nugent y Mineka, 1994) y en sujetos en los que se ha inducido alegría o tristeza (Tobias y Kihlstrom, 1990). Ruiz-Caballero y González (1994) han comprobado en estudiantes universitarios, clasificados como depresivos (puntuación igual o superior a 12) o no depresivos (puntuación igual o menor a 5) de acuerdo con el inventario de depresión de Beck, que tanto los sujetos depresivos, como los no depresivos muestran un sesgo de memoria congruente con el estado de ánimo en tareas de memoria explícita y de memoria implícita. Ambos grupos recuerdan un número mayor de palabras congruentes con el estado de ánimo que de palabras no congruentes. Denny y Hunt (1992) han comprobado, en dos grupos, formados por 16 sujetos depresivos y por 16 sujetos normales, a los que se presentaron dos listas, cada una de ellas formada por 12 palabras con contenido emocional positivo y por 12 palabras con contenido emocional negativo, que los sujetos depresivos recordaban significativamente más palabras con valencia negativa que con valencia positiva en la tarea de memoria explícita. Los sujetos control no depresivos mostraron el patrón contrario. Por otra parte, encontraron que en la tarea de memoria implícita no se produjo el efecto de congruencia con el estado de ánimo. Los sujetos depresivos y los no depresivos manifestaron niveles de priming equivalente de las palabras con carga emocional positiva y de las palabras con carga negativa. Watkins y otros (1992) han investigado si el efecto de memoria congruente con el estado de ánimo en depresión es función del sistema de memoria, partiendo de la lógica de que la memoria implícita depende de la intensidad de la activación (relacionada con el priming) y no de la elaboración, mientras que la memoria explícita requiere elaboración. CUADRO 12.4. Efecto de los estados de ánimo sobre memoria explícita y memoria implícita: comparación de resultados.

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* = Efecto de congruencia con el estado de ánimo. * * = Efecto de dependencia del estado de ánimo.

Watkins y otros (1992) han empleado un grupo de 17 sujetos diagnosticados como depresivos y un grupo control formado por 17 estudiantes no graduados no depresivos. Los resultados confirman el efecto de congruencia con el estado de ánimo en la memoria explícita, pero no en la memoria implícita. Como conclusión de esta investigación, parece que el efecto de la memoria congruente con el estado de ánimo, en la depresión, está relacionado con la elaboración y no con el priming. Por otra parte, el efecto de congruencia en la memoria explícita es específico a la información que es congruente con la depresión, y no a toda la información negativa, puesto que Watkins y otros (1992) no encuentran el efecto de congruencia respecto a las palabras que implican una amenaza física (que es una información negativa). Los resultados de las investigaciones de Denny y Hunt (1992), Watkins y otros (1992), Ruiz-Caballero y González (1994), entre otros, ponen de manifiesto que el efecto de congruencia con el estado de ánimo es un fenómeno sólido, en memoria explícita, en sujetos depresivos, mientras que los resultados parecen apoyar la no consecución de este efecto en memoria implícita. La ansiedad es otro proceso afectivo cuyo efecto sobre la memoria ha sido analizado. Existe evidencia de que los diferentes afectos pueden influir diferencialmente los procesos automáticos de la distribución de la atención. El EA de ansiedad lleva a un incremento de la atención para estímulos relevantes para la ansiedad. La ansiedad parece ocupar los recursos atencionales en general en mayor medida que otros afectos negativos. Los sujetos ansiosos tienden a desviar su atención hacia estímulos 277

amenazantes cuando se encuentran ante estímulos amenazantes y ante estímulos no amenazantes (Wells y Matthews, 1994). La ansiedad puede causar una disminución en la actuación debido a la diversificación de la atención, mientras que la depresión puede conseguir esto debido a una disminución de la activación o de la motivación. Elliot y Greene (1992) han comparado la actuación de sujetos depresivos y de sujetos normales en tareas de memoria explícita y en tareas de memoria implícita, comprobando que los depresivos muestran una actuación más pobre en ambos tipos de tareas. Nugent y Mineka (1994) han investigado en estudiantes no graduados el efecto del bajo grado y del elevado grado de ansiedad-rasgo en el desarrollo de tareas que requieren memoria implícita, así como en el desarrollo de tareas que requieren memoria explícita. En ninguno de los dos experimentos realizados han encontrado un sesgo en la memoria implícita para las palabras amenazantes en sujetos con elevada ansiedad-rasgo. Por contra, sí han hallado un sesgo en la memoria explícita para las palabras amenazantes en los sujetos con elevada ansiedad-rasgo, en el experimento 1, no siendo replicado este resultado en el experimento 2. A diferencia de las investigaciones que se acaban de reseñar, que analizan el efecto de la depresión y de la ansiedad sobre la memoria, que han empleado como muestras sujetos diagnosticados clínicamente como depresivos o ansiosos, la investigación de Tobias y Kihlstrom (1990) ha manipulado experimentalmente el estado afectivo de los sujetos, induciendo estados de ánimo de alegría o de tristeza. Tobias y Kihlstrom (1990) indujeron estados de ánimo de felicidad o de tristeza a través de la técnica de inducción musical, tanto en la fase de codificación como en la de recuperación. Posteriormente, presentaron a los sujetos una lista de palabras con valencia afectiva positiva, negativa o neutra. Los resultados pusieron de manifiesto que no se había producido el efecto de recuperación dependiente del estado de ánimo en la memoria explícita, pero sí en la memoria implícita. Los sujetos felices en la fase de codificación y en la de recuperación recordaron un número significativamente mayor de palabras con valencia afectiva positiva que aquellos que eran felices en la fase de codificación pero tristes en la de recuperación. Del mismo modo, los sujetos tristes en ambas fases recordaron un mayor número de palabras con valencia afectiva negativa que aquellos que estaban tristes en la fase de codificación pero felices en la de recuperación. No se encontró el efecto de dependencia del estado de ánimo para las palabras con contenido afectivo neutro. Los resultados de las investigaciones arrojan, de acuerdo con Tobías y otros (1992), una nueva luz sobre la naturaleza de las relaciones entre la memoria explícita y la memoria implícita, como dos sistemas o expresiones de la memoria. En su mayor parte, las disociaciones funcionales entre la memoria implícita y la explícita son asimétricas. Es decir, mientras que diversas variables pueden afectar a la explícita y no a la implícita, pocas variables que no afectan a la memoria explícita sí lo hacen respecto a la implícita. En ausencia de disociaciones dobles, en las que una única variable ejerce efectos opuestos sobre la memoria implícita y sobre la memoria explícita 278

(perjudicando a una de ellas y favoreciendo a la otra), la acumulación de disociaciones simples, en las que la memoria implícita es perjudicada, no viéndose afectada la memoria explícita, apoya la hipótesis de la existencia de procesos de memoria o sistemas cualitativamente diferentes, más que la existencia de meras diferencias en la dificultad de la tarea.

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Índice DERECHOS DE AUTOR ÍNDICE INTRODUCCIÓN PARTE I: DESARROLLOS TEÓRICOS Y MODELOS EXPLICATIVOS CAPÍTULO 1: DESARROLLOS TEÓRICOS EN UNA ÉPOCA PRECIENTÍFICA 1.1. René Descartes 1.1.1. Perfil humano, intelectual y científico 1.1.2. Aportación al estudio de la emoción 1.1.3. Influencias y proyección futura 1.2. Charles Darwin 1.2.1. Perfil humano, intelectual y científico 1.2.2. Aportación al estudio de la emoción 1.2.3. Influencias y proyección futura 1.2.4. Avance posibilitado por su aportación CAPÍTULO 2: DESARROLLOS TEÓRICOS EN LA ÉPOCA CIENTÍFICA 2.1. William James 2.1.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.1.2. Aportación al estudio de la emoción 2.1.3. Influencias y proyección futura 2.1.4. Avance posibilitado por su aportación 2.2. Cari G. Lange 2.3. Walter B. Cannon 2.3.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.3.2. Aportación al estudio de la emoción 2.3.3. Influencias y proyección futura 2.4. Sigmund Freud. 2.4.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.4.2. Aportación al estudio de la emoción 2.4.3. Influencias y proyección futura 2.5. John B. Watson 2.5.1. Perfil humano, intelectual y científico 298

4 5 10 13 14 14 14 15 17 20 21 21 24 27 29 29 29 30 32 34 36 37 37 38 45 49 49 50 52 52 52

2.5.2. Aportación al estudio de la emoción 2.5.3. Influencias y proyección futura 2.6. Gregorio Marañón y Posadillo 2.6.1. Perfil humano, intelectual y científico 2.6.2. Aportación al estudio de la emoción 2.6.3. Influencias y proyección futura CAPÍTULO 3: EMOCIÓN: FUNCIONALIDAD Y MECANISMOS DE REGULACIÓN DE LA ACCIÓN 3.1. Emoción: variable hipotética. Funcionalidad y conceptualización 3.2. Emoción, niveles de actividad y mecanismos de regulación de la acción

PARTE II: BASE FÍSICA DE LA EMOCIÓN, SISTEMAS IMPLICADOS CAPÍTULO 4: EL SISTEMA NEUROFISIOLÓGICO 4.1. Sistema nervioso central y emoción. 4.1.1. El sistema reticular activador 4.1.2. Elhipotálamo 4.1.3. El sistema límbico 4.2. Sistema nervioso periférico y emoción 4.2.1. Sistema nervioso sensoriomotor o somático 4.2.2. Sistema nervioso autónomo o vegetativo 4.3. Los músculos. CAPÍTULO 5: EL SISTEMA ENDOCRINO 5.1. Glándulas endocrinas: localización y funciones 5.1.1. El hipotálamo 5.1.2. La hipófisis o glándula pituitaria 5.1.3. Hormonas de la hipófisis anterior 5.1.4. Hipófisis posterior 5.1.5. Las glándulas adrenales o suprarrenales. 5.2. Regulación de la secreción de hormonas 5.3. Psiconeuroendocrinología 5.3.1. Neuroendrocrinología 5.3.2. Psicoendocrinología CAPÍTULO 6: EL SISTEMA INMUNE 6.1. Mecanismos de defensa, células y tejidos. 6.2. Psiconeuroinmunología 299

53 55 56 56 57 61 64 64 68

75 76 76 76 78 79 86 87 89 93 94 94 98 99 100 101 101 103 107 108 108 114 114 121

6.2.1. Modulación hormonal de la función inmune 6.2.2. Modulación de las respuestas endocrinas por el sistema inmune 6.3. Procesos psicológicos y sistema inmune: su incidencia en la salud y en la enfermedad 6.3.1. Cannon y la reacción de emergencia 6.3.2. Selye y el síndrome general de adaptación 6.3.3. Repercusiones de la emoción sobre la salud y la enfermedad 6.3.4. Estrés y cáncer

PARTE III: TÉCNICAS DE MEDIDA DE LA EMOCIÓN CAPÍTULO 7: MEDIDAS DE LA EXPERIENCIA EMOCIONAL 7.1. Contenidos mentales, introspección y técnicas de autoinforme 7.2. Autoinforme de la experiencia emocional CAPÍTULO 8: TÉCNICAS DE MEDIDA DEL COMPONENTE NEUROFISIOLÓGICO DE LA EMOCIÓN 8.1. Repercusiones de las emociones sobre el organismo 8.2. Técnicas de medida 8.2.1. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso sensorio-motor 8.2.2. Señales psicofisiológicas en las que interviene el sistema nervioso autónomo 8.3. Problemática de la medida neurofisiológica de la emoción CAPÍTULO 9: MEDIDAS DE LA EXPRESIÓN EMOCIONAL 9.1. Expresión sonora de la emoción 9.1.1. El aparato vocal: mecanismos generadores del sonido 9.1.2. Producto de la conducta vocal: el flujo de voz 9.2. Expresión no verbal de la emoción 9.2.1. Expresión corporal 9.2.2. Expresión facial de la emoción 9.2.3. Modalidades de la expresión no verbal en estados emocionales

PARTE IV: ÁMBITOS DE INVESTIGACIÓN CAPÍTULO 10: ENFOQUE COGNITIVO DE LA EMOCIÓN 10.1. Desarrollos teóricos. 10.1.1. Teorías de la evaluación cognitiva 10.1.2. Teorías de la activación-cognición 10.1.3. Teorías del procesamiento de la información 10.1.4. Teoría emotivo-motivacional de la atribución 300

124 124 125 126 126 131 138

143 144 144 148 156 156 158 159 162 167 169 169 169 173 180 180 182 194

198 199 199 199 203 205 207

10.2. Emoción, cognición y acción CAPÍTULO 11: LA EMOCIÓN: SUS DETERMINANTES Y SU RELACIÓN CON LA MOTIVACIÓN Y LA COGNICIÓN 11.1. Determinantes de la comprensión de la emoción 11.1.1. La estructura cognitiva de la emoción (el lenguaje de la emoción) 11.1.2. Diferenciación emocional: reacciones fisiológicas y/o procesos cognitivos 11.1.3. Reglas de manifestación emocional: la influencia social en la expresión emocional 11.2. Relaciones de la motivación, la emoción y la cognición: su incidencia en la acción. 11.2.1. Teoría de los sistemas motivacionales-emocionales primarios (primes) de Buck 11.2.2. Un modelo integrador en motivación y emoción humana CAPÍTULO 12: ESTADOS DE ÁNIMO Y MEMORIA 12.1. Los estados de ánimo como procesos afectivos 12.2. La inducción de estados de ánimo en el laboratorio 12.3. Relación de los estados de ánimo con la memoria 12.3.1. Sistemas y organización de la memoria 12.3.2. Incidencia de los estados de ánimo sobre los diversos tipos de memoria

BIBLIOGRAFÍA

212 218 218 218 223 233 236 236 240 248 248 249 253 253 261

280

301