Problemas Actuales De La Dialectica

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Trad. de María Esther Benítez M aría Sandoval y Agustín García Tirado

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Copyright ade la ed. castellana, Alberto Corazón, editor Plaza Mayor, 30 - Madrid

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ilienkov, kosik rossi, luporini

della volpe

problemas actuales de la

dialéctica

INTRODUCCION

1 El debate sobre problemas actuales de la dialéctica puede parecer a primera vista una cuestión sumamente especializada y propia de la contextura interna de un pensamiento concreto. Efectivamente, en el desarrollo teórico del materialismo dialéctico ha salido muchas ve­ ces a luz este problema. Pero siendo, como es, una cues­ tión propia, interna, de la metodología del materialismo dialéctico e histórico, creemos que su planteamiento excede ese horizonte. Responde, por una parte, al desafío que en el campo de la investigación de la metodología ha planteado la corriente que, en térm inos amplios, de­ nominaremos positivism o lógico, algunas de cuyas ver­ siones banalizadas han dado pie a trabajos como el de Thomas J. Blakeley sobre «La escolástica soviética», donde en el capítulo primero podemos encontrar sabro­ sas afirmaciones sobre la «artificialidad del m aterialis­ mo dialéctico». Bien es cierto y es justo mencionarlo aquí, que ese desafío no se hace sólo a la dialéctica ma­ terialista, sino también a la hegeliana, ya mediante su crítica, ya mediante su olvido en cuanto trasto inútil para el pensamiento científico. Sólo en años recientes se observa una mayor atención positiva por los problemas de la dialéctica, desde el campo de la ciencia (la obra de Havemann «Dialéctica sin dogma» es a este respec­ to ejemplar) y desde el de la filosofía (ver los análisis de Findlay en su «Reexamen de Hegel», donde muestra la cientificidad del pensamiento hegeliano). Por otra parte, el debate no se encierra en el campo de lo abstracto, sino que enlaza con e ilumina lo con­ creto. La inversión o no inversión de la dialéctica hege­ liana, las relaciones infraestructura/superestructura, la

8 validez del concepto de sobredeterminación, el huma­ nismo del joven Marx y la madurez teórica del Marx de «El capital», la pretendida «ruptura», etc., es decir, los problemas particulares en que se centra este debate general, nos abren diversas perspectivas sobre la prác­ tica histórica, la perspectiva del economismo, por un lado, con su fatalidad de las crisis periódicas y la es­ pera en los cambios infraestructurales que alteren me­ cánicamente la superestructura (planteamiento que pue­ de haber tenido vigencia a nivel teórico — mejor sería decir ideológico— durante el estalinism o, pero que no fue respetado por la práctica política e sta lin ista ), pers­ pectiva que parece resolver todos los problemas con­ cernientes a la inversión de Hegel con la sustitución del «Espíritu Absoluto» por la infraestructura económica. También la perspectiva del «humanismo» a partir de los «Manuscritos económico-filosóficos», o la crítica del hu­ manismo y del Marx hegeliano y feuerbachiano llevada a cabo por Althusser, que trata de escapar, simultánea­ mente, al economismo a partir del concepto de «sobredeterminación». Naturalmente, estas posibilidades y sus enjuiciamientos suponían y exigían una vuelta a Hegel, su relectura y su reexamen. El supuesto puede ser ejem­ plificado por Adorno, la relectura, sin nombrarla excesi­ vamente, por Lukács y Kosík. Era menester desmontar la inversión, ver si se había invertido al buen Hegel o un Hegel incorrectamente interpretado, etc. Las cuestiones se planteaban con extraordinaria rapidez, abundancia y radicalidad. ¿Son singulares, independientes, estas dos perspecti­ vas? Pensamos que no. Pensamos que si el desafío del positivism o lógico ha podido realizarse es porque, efec­ tivamente, la dialéctica ha sido descuidada, se había esclerotizado y convertido en manos de cierta filosofía oficial en un trasto inútil, no ya ideológico sino retórico. Della Volpe había analizado el problema con indudable acierto (y Suscitado una polémica en la que intervinie­ ron los más importantes filósofos italianos), pero su aportación no tuvo el eco que han conseguido las de Althusser y Godelier, las del llamado estructuralism o marxista. Es cierto, como ha declarado M. Sacristán, que «la reacción antihumanista de A lthusser es inútil para contrapesar la tradición retórica, excesiva sobre todo en

9 la falta de precisión de cierta producción francesa. Pero no hay más remedio que reconocer que, aunque el pro­ grama de Althusser es excelente, su realización sufre hasta ahora por la inveterada flojera de los filósofos fran­ ceses (no sólo marxistas, desde luego) en cuestiones de filosofía de la ciencia» \ y esta inveterada flojera en cues­ tiones de filosofía de la ciencia no nos lleva sólo al estu­ dio de tales cuestiones allí donde más y mejor se han desarrollado, sino al replanteamiento general de tal filo ­ sofía de la ciencia y de una dialéctica que nos ha cortado el camino hacia ella y que puede abrírnoslo. Varios son, pues, los temas que debemos abordar con­ cretamente. Veamos cuál es la situación y alcance del debate.

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Un punto de partida claro puede ser el de la «inver­ sión de la dialéctica hegeliana». Entre todas las cues­ tiones particulares en un principio citadas, quizá sea ésta la más clásica. Ciertamente, la ha puesto de moda Louis Althusser en su «La revolución teórica de Marx» (trad. castellana de «Pour M arx»), especialmente en los capítulos dos («Sobre el joven Marx»), tres («Contra­ dicción y sobredeterm inación»), cinco («Los manuscri­ tos de 1844 de Marx») y seis («Sobre la dialéctica ma­ terialista»), en el últim o de los cuales resume concisa­ mente la cuestión: «El problema planteado: ¿en qué consiste la «inversión» hecha por Marx de la dialéctica hegeliana?; ¿cuál es la diferencia específica que distin­ gue la dialéctica marxista de la dialéctica hegeliana?; este problema ha sido resuelto por la práctica mar­ xista, en la práctica teórica de Marx o en la práctica política de la lucha de clases. Su solución existe, por tanto, en las obras del marxismo, pero en estado prác­ tico. Se trata ahora de enunciarla bajo la forma teórica, es decir, de pasar de lo que en la mayor parte de las ’citas célebres’ es reconocimiento práctico de una existencia, a su conocimiento teórico» 2. Y entre todas las citas célebres a que A lthusser alude la más conocida es la que aparece en el epílogo a la segunda edición del tomo primero de «El capital» (fechado el 24 de enero

10 de 1873), donde se indica la necesidad de descubrir el núcleo o semilla racional que la dialéctica hegeliana encubre. Asunto éste que preocupaba ya a Marx desde los tiempos en que elaboró la «Contribución a la crí­ tica de la economía política». Mas, como decíamos, es ya casi un tema clásico. Lo toca llienkov en «La dialéctica de lo abstracto y lo concreto en 'El capital’ de Marx» (Moscú, 1960), lo aborda con su habitual rigor term inológico Galvano della Volpe en su «Rousseau y Marx», sobre todo en el apar­ tado «Para una metodología materialista de la economía y de las disciplinas morales en general», y apartados posteriores, sobre los que en seguida volveremos. Es, igualmente, el tema de Kosík al replantear la dialéctica infraestructura/superestructura, y es, por último, el su­ puesto de la polémica sobre el pape! y el lugar de! arte. De todos ellos es Della Volpe quien lo analiza, en principio, con mayor precisión y, también, quien mejor permite advertir los supuestos sobre los que el tema descansa. La dialéctica hegeliana radicaría, según el pensador italiano, en una concepción «filosófico-especulativa», mientras que la m aterialista en una concepción «filosófico-histórica o sociológico-materialista». La dia­ léctica especulativa hace abstracción de la historicidad de aquello que explica. Hegel convierte el Estado de su tiempo en la esencia de! Estado, «Marx entiende que Hegel, al proceder así, convierte en género a! estado histórico, de aquel tiem po; hace de él una esencia gene­ ralísima, poniéndose en situación de no verlo ya en cuanto tiene de peculiar, específico, y de no explicár­ noslo en su estructura y génesis (históricas). Y de no criticarlo, tam bién»3. El comprender «no consiste, como cree Hegel, en reconocer por todas partes las determ i­ naciones del concepto puro, sino en concebir la lógica específica del objeto “específico»4. Ello revela un plan­ teamiento habitual y sencillo de la cuestión: la bondad de Hegeí ‘consiste en haber descubierto la dialéctica y la contradicción; su error principal, haber deducido esa dialéctica de !a evolución del Espíritu, haber hecho de la dialéctica un instrumento metafísico o, como dice el pensador italiano, filosófico-especulativo. El planteamiento no es exclusivo de Della Volpe, lo encontramos también en llienkov. En el texto que reco­

11 gemos puede leerse como resumen de una extensa argumentación: «Según la construcción hegeliana, ningu­ na forma del movimiento de la naturaleza puede ser com­ prendida como forma concreta, como sistema histórica­ mente surgido y desarrollando de sí mismo fenómenos que ligan las interacciones internas. Toda esfera de este género adquiere una relación cualquiera con lo concre­ to sólo cuando se la puede interpretar como engendrada por el espíritu, como modo de la sustancia del espíritu. Las interrelaciones no son posibles a los ojos de Hegel más que de forma puramente ideal; sólo pueden ser planteadas por el espíritu, por el concepto... Como Marx ha mostrado, esta ilusión hegeliana se basa simplemente en el punto de vista unilateral del filósofo lógico acerca de la realidad. Hegel, como lógico ex profeso, se Inte ­ resa, por todo y sobre todo, no por la lógica de las cosas, sino por las cosas de la lógica. Desde este punto de vista, el hombre no es considerado sino como objeto de la actividad teórica lógica y el mundo exterior solamente como un objeto, como el material que trabaja esta acti­ vidad. En la lógica, esta abstracción es válida dentro de ciertos lím ites y mientras la lógica no olvide estos lí­ mites no hay nada en ella de idealista. Pero Hegel supri­ mió estos límites. No considera el pensamiento como una de las aptitudes del hombre, sino como la fuente primaria sustancial de todas las otras aptitudes huma­ nas. La aptitud de modificar prácticamente el mundo exterior es igualmente interpretada por él como una ma­ nifestación de la idea del hombre. El proceso práctico real de la transformación del mundo es la consecuencia de la manifestación de una actividad puramente espiri­ tual y, en fin de cuentas, puramente lógica, y toda la cultura material de la humanidad es el producto del pen­ samiento, un 'concepto mediatizado’, un 'otro ser' del concepto». El largo texto de llienkov se inserta en la interpre­ tación y crítica de Hegel que ha llevado a cabo la tradi­ ción filosófica universitaria. No vamos a entrar ahora a discutir si esa interpretación (y consiguiente crítica) es adecuada o no, sólo pretendemos señalar la existencia de otros caminos, de otras comprensiones que, a no dudarlo, tienen fundamental importancia en el asunto

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de la inversión de la dialéctica: contribuyen a que se­ pamos lo que se invierte. De un modo bastante tímido y fuera por completo del horizonte problemático en que aquí nos situamos, Findlay aborda la cuestión al estudiar el método dialéc­ tico, especialmente en la sección dedicada a m itigar las «objeciones a la dialéctica de Hegel». Para este estudio se apoya ante todo en la contradicción, que aprecia tan­ to a nivel de pensamiento cuánto a nivel de la realidad objetiva. «Si hay mucho peligrosamente metafórico en concebir los cambios en el mundo como si fueran mani­ festaciones entre filósofos, no puede negarse que, en todo caso, la metáfora es iluminadora; al menos mani­ fiesta la continuidad entre ¡a lucha implicada en el pen­ samiento y la lucha más amplia implicada en la existen­ cia y en la vid a » 5. Lo cual plantea la discusión en un terreno algo diferente al de llienkov y, desde luego, mu­ cho más lleno de matizaciones, matizaciones que no son obstáculo para que Findlay reconozca que la mayor debilidad de Hegel, «tanto en lo que dice acerca de su dialéctica como en lo que intenta hacer con ella, se en­ cuentra en su suposición de que la dialéctica tiene una clase de necesidad deductiva, diferente, pero afín a la de un sistema matemático, por lo cual podemos vernos forzados a seguir una única línea de razonamiento, la que culmina en ’La Idea’, y a rehacer luego el camino de vuelta a nuestro punto de origen»6. Por lo que de nuevo se vuelve al análisis del «Espíritu» y su unilateralidad, que, en opinión de Findlay, no es tan unilateral. Se tra­ taría, en el caso de este autor, de un análisis extrema­ damente lúcido y claro, pero dispuesto a no comprome­ terse, dispuesto a respetar la ambigüedad que había heredado de Spijioza y que va a originar las posteriores — y radicalmente diferentes— líneas de sus continua­ dores. Ambigüedad que el mismo Hegel no podía su­ prim ir porque era la cima de su dialéctica, la oposición no re s u e lta — aunque el filósofo afirmase su solución— entre el mundo del «Espíritu» y la realidad concreta que lo expresaba, y al expresarlo lo constituía. En este sentido, los trabajos de Adorno resultan igualmente esclarecedores y bastante más comprometi­ dos (en la acepción que dimos a este concepto). Lucha Adorno por echar abajo la imagen tradicional de Hegel

13 — imagen que proviene muchas veces de Kierkegaard, en su opinión— , el idealismo del «Espíritu Absoluto» y la concepción de un origen para todas las cosas, la concep­ ción, también, de la dialéctica como corsé en que ha de introducirse angostamente lo real: «Dialéctica no quiere decir un mero proceder del espíritu mediante el cual se sustrajese éste a su objeto (ocurre en él lite ra l­ mente lo contrario, una confrontación permanente del objeto con su propio concepto), como tampoco una v i­ sión en cuyo esquema hubiese que com prim ir la reali­ dad; la dialéctica es tan poco aficionada a la definición aislada como apta para encajar a su vez en una, cual­ quiera que sea: es un im pertérrito afanarse por obligar a que se emparejen una conciencia de la razón crítica de sí misma y la experiencia crítica de los objeto s» 7. Lo cual va a poner de m anifiesto la contradicción funda­ mental de la dialéctica hegeliana, contradicción que nos pone en el centro mismo del tema que nos ocupa: «En la objetividad de la dialéctica hegeliana, que echa abajo todo mero subjetivism o, se encierra algo de la voluntad del sujeto de saltar sobre la propia sombra: el sujetoobjeto de Hegel es un sujeto. Lo cual explica una con­ tradicción que no está resuelta, pese a la propia exigen­ cia hegeliana de consecuencia omnilateral: la de que la dialéctica del sujeto-objeto, desprovista como está de todo concepto supremo abstracto, constituya el todo y, sin embargo, se realice como vida del espíritu absoluto: la quintaesencia de lo condicionado sería lo incondicionado» 8. Es menester aclarar entonces cuál sea la interpreta­ ción del «Espíritu», punto en el que Adorno pondrá de manifiesto su originalidad y las posibilidades de la in­ versión de la dialéctica hegeliana: «... el idealismo yerra al trocar la totalidad del trabajo en su ser en sí, al subli­ mar su principio en metafísico, en actus purus del espí­ ritu, y al transfigurar tendencialmente lo creado en cada caso por los hombres, eso perecedero y limitado, junta­ mente con el trabajo mismo (que es su pena), en algo eterno y justo. Si nos estuviese perm itido especular sobre la especulación hegeliana, podríamos conjeturar que en la dilatación de! espíritu a totalidad se encuentra, cabeza abajo, el conocimiento de que e! espíritu no es ningún principio aislado, ninguna sustancia autosuficien-

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te, sino un momento del trabajo social, el que está sepa­ rado del corporal»9. Crítica (que enlaza con Della Volpe) y a la vez «inversión superadora» (que no ruptura) — para emplear palabras hegelianas que nos hacen sentirnos algo más hegelianos— , pues esta totalidad que constitu­ ye el mundo trabado por la producción, trabado en un todo «mediante el trabajo social conforme a las rela­ ciones de cambio», como dice Adorno, no elimina, sin embargo, sus partes, que tienen así un dominio propio (como escribe Marx en el prólogo llamado inédito de la «Contribución a la crítica de la economía política»), de la misma manera que el «Espíritu» no elimina sus mo­ mentos, que tienen también su dominio propio («las ca­ tegorías de particular y general — escribe Adorno en la página 67 de la obra citada— , de individuo y de sociedad han de darse por buenas tan poco como las de sujeto y objeto, de igual forma que no ha de interpretarse el pro­ ceso entre una y otra cosa como si aconteciese entre dos polos inmutables: sólo en la concreción histórica se tiene que formar la participación de ambos momentos, lo que en definitiva son») y abandonar a Hegel cuando predica la absolutez del «Espíritu», pero no antes, porque ha negado esa absolutez que afirma ahora (dado que el «Espíritu» sólo es en ¡os momentos relativos y concre­ tos, no absolutos, sólo en la «concreción histórica»). En esta hipótesis, la inversión no consistiría en la sustitución del «Espíritu» por la infraestructura económi­ ca, dejando igual todo lo demás. Por el contrario, la ex­ plicación de Adorno acentúa la importancia de otra no­ ción, la de totalidad, que abriría un nuevo camino al debate sobre problemas actuales de la dialéctica. Dicho de otra manera: al tratar de pensar aquello que se in­ vierte nos encontramos ante dos posibilidades: o bien acentuar la ircíportariciá del Espíritu Absoluto que «pro­ duce» los momentos históricos — como hicieron los hege­ lianos ortodoxos y como solía entender el materialismo vulgar— , o;.bien fijamos nuestra atención sobre la rela­ ción que los momentos mantienen, es decir, fijamos nuestra atención sobre la totalidad, siguiendo la pauta marcada por Marx en su «Contribución a la crítica de la economía política» *. * V e r el prólogo llamado inédito de la edición de la Contribu­ ció n ..., publicada en C O M U N IC A C IO N , serie B.

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Este nuevo camino empezó a ser recorrido por el Lukács de «Historia y conciencia de clase», pero pronto lo abandonó para evolucionar hacia una concepción más ortodoxa (ortodoxa para los tiempos que corrían) de las relaciones infraestructura-superestructura, especial­ mente a propósito de las superestructuras artísticas y culturales. No es de extrañar que la polémica sobre la dialéctica se instalase en este terreno, pues era un te ­ rreno que Marx había dejado abierto en su «Contribu­ ción...». Sin embargo, aunque abandonado por Lukács, ese ca­ mino iba a ser recorrido por dos autores que podemos encuadrar más o menos en el marxismo hegeliano, aun­ que uno de ellos busque siempre otro tipo de apelativos: L. Goldmann (que dice defender un «estructuralismo ge­ nético») y Karel Kosík. Lucien Goldmann aborda el problema frontalm ente en su «Investigaciones dialécticas» y, más recientemente, en «L'ldéologie allemande et les théses sur Feuerbach». En las primeras se enfrenta al marxismo economista esgrimiendo el concepto de totalidad como concepto clave y definidor del m aterialismo dialéctico, que le dife­ rencia del empirismo y la metodología basada en el em­ pirismo. En el extenso artículo citado en segundo lugar (aparecido en la revista «L’homme et la société», nú­ mero 7, 1968), al analizar las «Tesis sobre Feuerbach», afirma que en ellas «falta únicamente el concepto de totalidad para la formulación global del m aterialism o dialéctico», si bien se encaminan en este sentido, pues «desarrollando explícitamente las ideas de sujeto co­ lectivo y del carácter inseparable de la teoría y la práctica, implicando la inseparabilidad entre las cons­ tataciones y las valorizaciones y la identidad total o parcial del sujeto y del objeto, se sitúan muy cerca de la noción de Totalidad.» Pero no ha sido Goldmann quien más rigurosamente ha explicado y utilizado esa noción. A pesar de su re­ curso constante a la denominación «estructuralismo ge­ nético», a pesar de la continua mención de la «estruc­

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tura», cuando utiliza la noción en ejemplos concretos, especialmente en sus estudios de sociología de la lite ­ ratura y del jansenismo, se encuentra a medio camino entre el sociologismo y la criticada filosofía de la «con­ cepción del mundo». Ha sido Kosík quien de un modo más decidido y efectivo se ha encarado con la cuestión en su «Dialéctica de lo concreto». La noción básica es la de totalidad concreta: «... la totalidad no significa todos los hechos. Totalidad significa realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el cual puede ser com­ prendido racionalmente cualquier hecho (clase de hechos, conjunto de hechos). Reunir todos los hechos no signi­ fica aún conocer la realidad, y todos los hechos (juntos) no constituyen aún la totalidad. Los hechos son conoci­ miento de la realidad si son comprendidos como hechos de un todo dialéctico, esto es, si no son átomos inmu­ tables, indivisibles e inderivables, cuya conjunción cons­ tituye la realidad, sino que son concebidos como partes estructurales del todo. Lo concreto, o sea la totalidad, no es, por tanto, todos los hechos, el conjunto de ellos, el agrupamiento de todos los aspectos, cosas y relacio­ nes, ya que en este agrupamiento falta aún lo esencial: la totalidad y la concreción. Sin la comprensión de que la realidad es totalidad concreta que se convierte en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos, el conocimiento de la realidad concreta no pasa de ser algo místico o la incognoscible cosa en s í» 10. El texto es lo suficientemente importante como para que le prestemos atención, suscita recuerdos y anuncia propósitos y teorías que no deben ser pasadas por alto. Suscita recuerdos, primero, de la filosofía hegeliana, es­ pecialmente de las diferencias que Hegel advierte entre entendimiento y razón. El entendimiento se dedicaría a clasificar, ordenan, «corta las esquinas de nuestras ideas», ha dicho Findlay, “examina lo singular, ve la totalidad — para emplear la terminología de Kosík— como «todos los hechos», como el conjunto de hechos que, sumados, la producen. La filosofía, por el contrario, sería labor de la razón, que advierte las relaciones entre esos hechos, las asume y explica, razona a partir de sus contradic­ ciones dialécticas, advierte, pues — sigamos con la te r­ minología de Kosík— la estructura que une todos esos hechos singulares. Pero la razón no elimina la obra del

17 entendimiento, el conocimiento empírico, sino que lo asume, lo completa, de la misma manera que el pensar dialéctico asume el empirismo. Esto es sólo posible en Hegel por la existencia del «Espíritu», que advierte la totalidad, que se percibe — y simultáneamente la pro­ duce— como verdad de la totalidad. La totalidad con­ creta hegeliana está muy cerca de la estructura signifi­ cativa de Kosík, y no es de extrañar que numerosos filósofos hayan convertido a ésta en una de sus tesis principales. El ejemplo más ilustrativo quizá sea el de Marcuse en «Razón y revolución», aunque no sólo en esta obra, pues su concepción del pensamiento dialéc­ tico aparece también, por ejemplo, en «El hombre unidi­ mensional» y su crítica del positivism o lógico. Merced a la estructura significativa, Kosik escapa a la consideración vulgar de la dialéctica m aterialista como simple inversión de la simple dialéctica hegeliana antes esbozada. El filósofo es consciente de ello al escribir que «la jerarquización de la realidad conforme a un principio no teológico sólo es posible sobre la base de los grados de complejidad de la estructura y de las formas de movi­ miento de la propia realidad» u . Lo que le permite dar una explicación satisfactoria de la praxis y escapar al fatalism o del economismo. Ello posibilita un plantea­ miento radicalmente nuevo de las relaciones entre infra­ estructura y superestructura y del «dominio propio» de la superestructura, según podemos ver en la sección dedicada a «Economía y filosofía», especialmente en su demoledora crítica del «factor económico», que debe ser sustituido por la «estructura económica» I2. Pero la tesis de Kosík se instala también en el nivel de la epistemo­ logía, y con ella es posible atender al desafío que el empirismo planteaba en el terreno de la metodología, pues la dialéctica no aparece ya como un método en competencia con el científico — tal como lo ha explicado, por ejemplo, Mario Bunge— , sino como aquel que recoge los resultados de ese método científico, los resultados de la ciencia positiva, para explicar las implicaciones sig­ nificativas, la significación que posee para el conjunto de la estructura — totalidad concreta— el concreto sec­ tor estudiado. Planteamiento que se aproxima bastante al sugerido por Manuel Sacristán en su folleto polémico «Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superio­ 2 .—

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res», crítica del pensamiento empírico que es uno de los objetivos de COMUNICACION. Esta concepción permite resolver satisfactoriamente la cuestión de las relaciones existentes entre las diver­ sas ciencias y la existencia de un saber especializado. Ciertamente, no es la primera vez que, abandonados los afanes universalistas del humanismo renacentista, se pretende solucionar tan arduo problema. Respecto a io que llevamos dicho, cabe mencionar las pretensiones del economismo, que busca la fuente de unión de todos los saberes a partir de su origen común en la infraes­ tructura económica, a partir del factor económico, como dice Kosík; pero las pretensiones condujeron a afirma­ ciones bastante aberrantes en el campo de las ciencias positivas, sobre las que no creemos necesario in sistir (bastará mencionar la que se suscitó en torno a la física cuántica). Dos sombras se perciben, sin embargo, en el hori­ zonte teórico elaborado por Kosík. La primera es bas­ tante fácil de disipar, la segunda no lo parece tanto. La totalidad y los sectores, partes, elementos o como quie­ ra llamárseles no constituyen para Marx una estructura exclusivamente significativa, sino productiva. Si leemos atentamente el prólogo llamado inédito de la «Contribu­ ción...», percibiremos que la producción no se lim ita á proporcionar un sentido al derecho o las formas de go­ bierno, sino que «cada forma de producción CREA sus relaciones de derecho». Si antes decíamos que esta di­ ficultad se podía subsanar fácilm ente en el contexto de la «Dialéctica de lo concreto» es porque Kosík acude a la praxis, su dialéctica no es puramente significativa, es creadora. Pero la. .segunda sombra o dificultad parece algo más cqrnplej^,- aunque fácil de resolver en el terre­ no de lo puramente-abstracto: la jerarquía de los diversos niveles en que se estructura la totalidad concreta. No basta afirm ar que tal jerarquía es ésta o aquélla, sólo se pondrá de manifiesto en el análisis concreto de los concretos niveles, tarea en la que ahora está comprome­ tido el pensar dialéctico — única tarea que puede dar sentido a nuestro trabajo— , no sólo el de Kosík, sino también el del llamado estructuralism o marxista de A l­ thusser y Godelier.

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Si bien el filósofo checo empleaba una terminología que a primera vista puede parecer afín al estructuralism o (la «estructura significativa» no era más que una refe­ rencia a la «totalidad concreta», térm ino completamente hegeliano y nada e stru ctu ra lista ), los planteamientos de Althusser, Godelier y Balibar son notablemente dife­ rentes. El programa que Althusser se impone puede esbo­ zarse a partir de sus afirmaciones sobre la revolución teórica de Marx: «La revolución teórica de Marx con­ siste justamente en fundar sobre un nuevo elemento su pensamiento teórico liberado del antiguo elemento: el de la filosofía hegeliana y feuerbachiana» 13. Ello orienta la tarea en varias direcciones complementarias: 1.a, esbo­ zar las líneas fundamentales que definen el «antiguo ele­ mento»; 2.a, la ruptura, y 3.a, el «nuevo elemento». La primera es abordada por el filósofo francés en «La revo­ lución teórica de Marx», y tras lo escrito en los epígrafes anteriores se comprenderá que es una cuestión polémica cuya solución depende en gran manera de la perspectiva y enfoque que se tenga de la filosofía hegeliana (punto en el que centraremos el debate, dejando por ahora a un lado el de la filosofía feuerbachiana). La tercera, la dilu­ cidación del «nuevo elemento», ha sido llevado a cabo (aunque no exclusivamente) en la obra conjunta «Para leer El capital». La segunda aparece en ambas obras: la existencia de una ruptura sólo es demostrable a p artir de lo afirmado en los otros dos puntos. Veamos rápidamente cuáles son las tesis fundamentales de A lthusser a este respecto y las críticas más interesantes a que han sido sometidas. Tres textos plantean el problema en térm inos e stric­ tos y nos indican el horizonte en que su pensamiento se mueve, las metas que pretende alcanzar: El primero habla de la inversión: «Todo ocurre enton­ ces como si se adm itiera que las ¡deas heredadas de Hegel por los jóvenes intelectuales alemanes de 1840 contuvieran en sí mismas, contra sus apariencias mis­ mas, una cierta verdad tácita, velada, escondida, desvia­

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da, que el poder crítico de Marx logró hacerles confesar y reconocer después de años de esfuerzo intelectual. En el fondo, esta lógica es la que está implicada en el famoso tema de la 'inversión', de la 'puesta sobre sus pies’ de la filosofía (o de la dialéctica) hegeliana, ya que, a fin de cuentas, si no se trata sino de una inversión, de una puesta al derecho de aquello que estaba al revés, es claro que hacer variar un objeto todo entero no cam­ bia ni su naturaleza ni su contenido por la virtud de una simple rotación: ¡El hombre puesto cabeza abajo, cuando camina, al fin, sobre los pies, es el mismo hombre! Y una filosofía así invertida no puede ser considerada como algo totalmente diferente de la filosofía que se ha inver­ tido, sino a través de una metáfora teórica: en verdad, su estructura, sus problemas, el sentido de sus proble­ mas, continúan sometidos a la misma problemática *. Es a menudo esta lógica la que parece actuar en los textos del joven Marx, o que al menos se le adjudica con gusto.» El segundo habla de la superación de Hegel: «En una gran medida, el retorno de Marx a las producciones teó­ ricas inglesas y francesas del siglo XVIII es un verda­ dero retorno más acá de Hegel, a los objetos mismos en su realidad. La 'superación’ de Hegel no es, de nin­ guna manera, una ’Aufhebung’ en el sentido hegel ¡ano, es decir, el enunciado de la verdad de lo que está con­ tenido en Hegel; no es superación del error hacia la verdad; es, por el contrario, un pasar más allá de la ilu ­ sión hacia la realidad; o, m ejor dicho, mucho más que un pasar más allá de la ilusión hacia la realidad, es una disipación de la ilusión y una vuelta atrás, desde la ilu ­ sión disipada, a la realidad; el término de ’superación' ya no tiene, por lo tanto, ningún sentido.» El tercer texto/describe el mundo en que Marx se formó, trata, de sqméter a revisión el camino mismo de Marx: «... cuando se trata de Marx, este mundo es el mundo de la ideología alemana de los 30 a 40, dominado por los problemas del idealismo alemán y por lo que se denomina con un térm ino abstracto la 'descomposición de Hegel’. No es, sin duda, un mundo como cualquier otro; pero esta verdad general no basta, ya que el mun­ do de la ideología es en ese momento, sin comparación * M ás adelante nos ocuparemos de este concepto.

21 posible, el mundo más aplastado por la ideología (en el sentido e stricto ), es decir, el mundo más alejado de las realidades efectivas de la historia, el mundo más m ix ti­ ficado, más enajenado que existía entonces en la Europa de las ideologías. En este mundo nació Marx y empezó a pensar. La contingencia del comienzo de Marx es la enorme capa ideológica bajo la cual nació, esa capa aplastante de la cual supo liberarse. Tendemos demasia­ do fácilm ente a creer, justo porque se liberó de ella, que la libertad que conquistó, al precio de esfuerzos prodi­ giosos y de encuentros decisivos, estaba ya inscrita en ese mundo y que todo el problema se limitaba a re fle ­ xionar» 14. El primero de los textos, al plantear el tema de la inversión de un modo radical, se perfila como una crí­ tica del economismo ya señalado, pero encontraría cier­ tas dificultades para adaptar esta crítica a las tesis de Kosík, e incluso de ¡lienkov, con quien A lthusser coincide en algunas (contadas) ocasiones. En verdad habría que decir por el momento, y dando al texto su alcance más corto, más chato (posteriorm ente veremos su com pleji­ dad al entroncarle con el desarrollo teórico del resto del pensamiento de Althusser) que semejante noción, c riti­ cada por el filósofo francés, es una noción literal y pobre, típica de los economistas, pero no del hegelianismo con­ temporáneo (por ejemplo, Adorno, tal como ya vim os). El segundo texto plantea un asunto para el que sería necesario un estudio más detenido de la obra de Marx, especialmente de los textos preparatorios de «El ca­ pital» y las cartas escritas en esta época. En ellas pode­ mos encontrar algunas afirmaciones sobre Hegel que parecen ir contra las tesis suscritas por Althusser, pues si bien es cierto que volvió a los economistas ingleses, no lo es menos que también volvió a Hegel (como lo pone de manifiesto su prólogo llamado inédito de la «Contribución...» o cartas como la escrita a Engels el 14 de enero de 1858: «En el método de elaboración del tema hay algo que me ha prestado un gran servicio: por pura casualidad había vuelto a ojear la Lógica de Hegel (Freiligrath ha encontrado algunos libros de Hegel que habían pertenecido antes a Bakunin y me los ha enviado como regalo). Si alguna vez vuelvo a tener tiem po para este tipo de trabajo, me proporcionaré el gran placer de

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hacer accesible, en dos o tres pliegos impresos, a los hombres con sentido común el fondo racional de! mé­ todo que Hegel ha descubierto y a! mismo tiempo mix­ tificado»), y que esta vuelta no iba a ser un aconteci­ miento momentáneo lo recordó en el conocido texto de «El capital» y la puso en práctica en esta obra como la había puesto en práctica en la «Contribución...». Afirm ar «el término superación’ ya no tiene, por lo tanto, ningún sentido» parece, en principió, excesivamente rotundo, al igual que mantener la tesis de una ruptura radical. Esta es la perspectiva en que se mueve la crítica de Jorge Semprún a A lthusser cuando le rem ite a los «Grundrisse» («L’homme et la société», núm. 7, París, 1968). Sin embargo, también sería injusto hacer un Althusser maniqueo, pues el filósofo francés no niega totalm ente la presencia de Hegel. Líneas después de las citadas habla­ rá del papel de la filosofía especulativa en la formación positiva del pensamiento de Marx. Sobre este aspecto de la cuestión es fundamental la obra de Ernest Mandel «La form ation de la pensée économique de Karl Marx» (2.a ed., París, 1970), en la que estudia detenidamente los textos preparatorios de «El capital» y la evolución desde los «Manifiestos econó­ mico-filosóficos» hasta las obras de madurez de Marx. Las conclusiones de Mandel son notablemente diferen­ tes a las de Althusser. En su opinión, lo que caracteriza a los «Manuscritos» es la mezcla del pensamiento hegeliano y las nuevas ¡deas, mezcla no coherente que hace surgir contradicciones internas en el joven Marx, contra­ dicciones que, a su vez, se convierten en el m otor de la evolución posterior. La tesis althusseriana de la ruptura desconocería esta mezcla, esta contradicción interna en el pensamientó del joven Marx. Será necesario su stitu ir ruptura por transición. El planteamiento de Mandel parece más acorde con lo que habitualmente se piensa que es el proceso evolu­ tivo de un autor, pero era necesario estudiar en concreto si en el caso de Marx sucedía así. El libro de Mandel satisface plenamente cualquier deseo en este sentido. En cualquier caso, esos dos primeros textos de A l­ thusser dejan el problema abierto, o, mejor dicho, abren el problema y se insertan con toda justicia en el debate

23 que nos ocupa, orientándole hacia un análisis concreto que resulta ya ineludible. El tercer texto parece, bajo su anodina apariencia, perfilar aún más la exigencia y darle una dirección de­ terminada: así como para Hegel había sido suficiente con reflexionar, porque la verdad que él buscaba estaba inscrita en el mundo en que vivía y sólo necesitaba racionalizarlo mediante el Espíritu, Marx necesita algo más que la reflexión sobre lo dado, la elaboración de unos conceptos científicos que aparecerán con toda pre­ cisión en «El capital», pero que se esbozan ya en la «Contribución...», al decir de Althusser. La filosofía de Hegel pretende fija r el desarrollo de la realidad concreta, el desarrollo de la dialéctica es reflejo de la dialéctica histórica, etc. Por el contrario, «Marx rechaza la confu­ sión hegeliana de la identificación del objeto real y del objeto de conocimiento, del proceso real y del proceso de conocim iento»15. Aquí, los planteamientos de llienkov y Althusser se aproximan notablemente, y parece extra­ ño que el filósofo francés no aluda al ruso, como parece también extraño que no haga ninguna referencia a la metodología científica propia del pensamiento no mar­ xista, que tanto se ha ocupado de esta cuestión, recor­ dando, sin embargo, a Spinoza. Creo que éste es el punto en que deben ser rememoradas las palabras de Sacristán a propósito de la penuria epistemológica del pensamien­ to francés, y también es aquí donde el desafío del posi­ tivism o lógico alcanza su punto más álgido, pero también el momento en que tal desafío puede empezar a ser con­ testado, una vez que nos damos cuenta de nuestra inicial debilidad, tras haber tomado conciencia de este hecho, en buena parte gracias a los textos de A lthusser y a su propia debilidad. En el prim er texto, el referente a la inversión, apa­ rece un concepto sin cuya aclaración todo parece incom­ prensible, concepto central en el pensamiento de A lthus­ ser: el de problemática. Dice el autor francés que en la inversión se mantiene la misma problemática, lo cual im­ plica continuidad, mientras que en Marx hay un cambio, un salto, es decir, una ruptura. ¿Qué quiere decir cuando escribe problemática? Aclararlo no sólo nos servirá para comprender el texto {lo que ya sería bastante), sino, además, para descubrir las raíces estructuralistas o no

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estructuralistas de A lthusser y abrir un foco de investi­ gación en torno a asuntos tan conocidos como el de in­ fraestructura, superestructura, etc. Vamos a ceñirnos exclusivamente al primero. Por lo pronto, la problemática no se percibe de inme­ diato. Lo que inmediatamente percibimos es la ideología; lo que inmediatamente percibía Marx, el joven Marx, es la ideología en que a través del pensamiento especula­ tivo (hegeliano y feuerbachiano) se encontraba inserto. Sólo examinando atentamente esta ideología podremos alcanzar su unidad, es decir, el campo ideológico en que participa y la relación que mantiene con ¡a estructura y los problemas sociales que pretende aclarar. La ideolo­ gía pretende aclarar algo; su principio m otor no está en ella, sino más allá de ella (pero el teórico lo examina a su través), y ese principio motor, ese campo, le pone unas condiciones, le sirve de horizonte y lím ite, da un sentido a las manifestaciones de la ideología que se orientan así en una dirección concreta; en una palabra: constituye la unidad del campo ideológico, constituye su problemática, de la misma manera que la estructura subyacente que el etnólogo investiga y fija sirve para explicar los datos que el etnógrafo y el historiador pro­ porcionan (y que constituyen los materiales empíricos en los que el etnólogo ha de basarse para ir más allá) en las conocidas explicaciones de Lévi-Strauss lé. Pen­ semos por un momento en los temas que el joven Marx maneja, especialmente en sus «Manuscritos»: aliena­ ción, humanismo, verdadera esencia humana *, etc. La conclusión de Althusser es que este joven Marx no ha salido de la ideología en que tanto Hegel como Feuer bach se movían, y que será preciso esperar a los escri­ tos económicos (preparatorios de «El capital») para salir de tal campo y>de lá problemática que encierra, merced, fu n d a m e n ta lm e n te ,la construcción de conceptos teó­ ricos no especulativos, entre los que destaca el de «plus­ valía». Demostrar esto será la tarea de A lthusser y Balibar en «Para leer El capital». (Ahora podrá advertir el * Nuevam ente se hace necesario recordar aquí la ya citada obra de M andel, que da una visión mucho más com pleja del contenido de los M anuscritos, sim plificados esquem áticam ente en la versión de A lthusser.

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lector el engarce profundo de los dos primeros textos citados de A lthusser con el tercero.) Afirma Althusser que existen dos tipos de lectura: una lectura inmediata, a través de la cual nosotros nos limitamos a recoger las ideas expresadas por el autor en el libro, y una lectura que va más allá, una lectura, al decir de Althusser, científica, que penetra por detrás de esas ideas para advertir un campo invisible pero fun­ damental, que es resultado necesario de «la estructura del campo visible», o, dicho con térm inos menos meta­ fóricos, un intento de penetrar por detrás de lo explícito para aprehender la relación que mantiene el texto con su objeto. La lectura, dice el filósofo francés, no será ya pasividad, será producción, lo cual le perm ite mante­ ner la primacía de la práctica en todos los terrenos, in­ cluso en el «teórico». Althusser nos invita a leer «El capital» con esta perspectiva y a buscar su objeto, la constitución de un objeto científico. Pero mucho nos tememos que tras la invitación para un viaje (que se dice es) riguroso y complejo (y también las palabras con que se nos invita están dispuestas novedosamente), el viaje no va a dar mucho de sí: la diferencia entre pensamiento-de-lo-real y lo rea! (que apartaría a Marx de Hegel, pues éste identifica uno y otro; ahora bien, ¿qué pensar entonces de la tesis de Adorno?; por lo menos cabe decir que el asunto no es tan simple como A lthus­ ser lo plantea) (que apartaría igualmente a Marx de un empirismo basado en el re fle jo ), la construcción de un concepto científico (asunto debatido m últiples veces por la epistemología, debates que Althusser parece o simula ignorar, cuando son puntos de partida incluso de clási­ cos de la economía soviética, por ejemplo Preobrazhenski en su «La nueva economía» al hablar de! método de M arx), la importancia básica de la plusvalía como palabra-concepto que organiza toda la interpretación de la economía capitalista (tesis que se mantiene — pres­ cindiendo de la palabrería «filosófica», que oscurece en lugar de aclarar— en manuales tan conocidos como el de Paul M. Sweezy «Teoría del desarrollo capitalista»), etcétera. En este sentido, tras la lectura de «Para leer El capital» nos queda la sensación de que Althusser está continuamente asombrándose de asuntos para los cuales

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hace tiempo que pasó la época del asombro, o, como suele decirse en castellano, «descubre el Mediterráneo». Pero la aportación del filósofo francés se hace mucho más interesante cuando enfoca el tema que nos ocupa y analiza las relaciones de los diversos elementos de la «totalidad significativa» — empleando las hegelianas pa­ labras de Kosík— o la «estructura», en terminología althusseriana. Tres textos complementarios aclaran, me­ jo r que cualquier paráfrasis, la posición del filósofo francés y el alcance de sus tesis. «Sabemos que el todo marxista se distingue, sin con­ fusión posible, del todo hegeliano: es un todo cuya uni­ dad, lejos de ser la unidad expresiva o 'espiritual' del todo de Leibniz y Hegel, está constituida por un cierto tipo de complejidad, la unidad de un todo estructurado, implicando lo que podemos llamar niveles o instancias distintas y 'relativamente autónomas’ que coexisten en esta unidad estructural compleja, articulándose los unos con los otros según modos de determinación específicos, fijados, en última instancia, por el nivel o instancia de la economía.» « ...c ie rta s relaciones de producción imponen como condición de su propia existencia la existencia de una superestructura jurídico-política e ideológica, y que esta superestructura es necesariamente específica (puesto que es requerida en función de relaciones de producción específicas). Se ve también que otras relaciones de pro­ ducción no requieren una estructura política, sino sola­ mente una superestructura ideológica (sociedades sin clases). Por último, se ve que la naturaleza de las rela­ ciones de producción consideradas no sólo requiere o re­ quiere tal o cual forma de superestructura, sino que fija igualmente el grado de eficacia delegado a tal o cual nivel de la totalidad éociafí Sea como sea, de todas estas con­ secuencias podemos, en todo caso, extraer una conclu­ sión que concierne a las relaciones de producción: ellas remiten a las formas superestructurales, las que forman parte de las condiciones de su propia existencia. No se puede, por lo tanto, pensar las relaciones de producción en su concepto, haciendo abstracción de sus condiciones de existencia superestructurales específicas.» «Si las relaciones de producción nos aparecen de aquí en adelante como una estructura regional inscrita

27 en la estructura de la totalidad social, ella nos interesa también por su naturaleza de estructura. Aquí vemos di­ siparse el espejismo de una antropología teórica al mismo tiempo que se disipa el espejismo de un espa­ cio homogéneo de los fenómenos económicos dados. Lo económico no es solamente una región estructurada que ocupa lugar propio en la estructura del todo social, sino que en su propio lugar, en su autonomía (relativa) regio­ nal, funciona como una estructura regional, determinan­ do como tal sus elementos. Encontraremos aquí los re­ sultados de los otros estudios de esta obra; a saber: que la estructura de las relaciones de producción determina lugares y funciones que son ocupados y asumidos por agentes de la producción, que no son jamás sino los ocu­ pantes de estos lugares, en la medida en que son los portadores (Tráger) de estas funciones. Los verdaderos 'sujetos' (en el sentido de sujetos constituyentes del proceso) no son, por lo tanto, estos ocupantes ni sus funcionarios; no son, contrariamente a todas las aparien­ cias, a las 'evidencias' de lo 'dado' de la antropología ingenua, los 'individuos concretos', los 'hombres reales’, sino la definición y la distribución de estos lugares y de estas funciones. Los verdaderos 'sujetos' son estos definidores y esos distribuidores: las relaciones de pro­ ducción (y las relaciones sociales políticas e ideológi­ cas). Pero como son 'relaciones', no se deberían pensar en la categoría de sujeto. Si por ventura se tiene la ocu­ rrencia de querer reducir estas relaciones de producción a relaciones entre los hombres, es decir, a 'relaciones humanas’, se deformaría el pensamiento de Marx, que demuestra con la mayor profundidad — con la condición de aplicar una lectura verdaderamente crítica a algunas de sus escasas fórmulas ambiguas— que las relaciones de producción (al igual que las relaciones sociales polí­ ticas e ideológicas) son irreductibles a toda intersubjetividad antropológica, ya que no combinan agentes y objetos sino en una estructura específica de distribu­ ción de relaciones, de lugares y de funciones, ocupados y conducidos’ por objetos y agentes de producción» 17. Los tres textos complementarios de A lthusser van es­ calando los problemas y sobrepasando lím ites. Mientras que el primero se lim ita a fija r una diferencia admitida por el pensamiento marxista en general, el segundo su­

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pone un duro golpe para el economismo y toda forma de mecanicismo que piense en la infraestructura como realidad determinante de modo casual y directo, y el tercero excede por completo el problema de la dialéc­ tica en sí mismo y se proyecta en un horizonte teórico, social y político: el humanismo. Ciertamente, este pro­ yecto va más allá de nuestros planteamientos en el presente volumen (pasar a él supondría haber solven­ tado lo que en este volumen se' debate; primero hay que debatirlo), pero es bueno reconocerlo para que el lector pueda advertir que el problema epistemológico que el tema de la dialéctica plantea se inscribe en ámbitos no epistemológicos; no sólo se inscribe: exige esos ám­ bitos.

5 El tercero de los citados textos de Althusser puede inscribirse perfectamente en ese estructuralism o que se caracteriza por lo que un tanto retóricamente suele lla­ marse la «muerte del hombre», y saca a debate un con­ cepto ampliamente discutido, el de alienación, puesto que lo propio del humanismo marxista sería combatir por todos los medios esa alienación. Frente al humanis­ mo moralizante de corte ochocentista, la posición de Althusser y los que — con los matices de rigor— pien­ san como él parece sumamente provechosa, pero cabe poner en duda que el humanismo del que aquí se habla tenga algo que ver con aquél. El trabajo de A lthusser es el que ha obtenido mayor éxito y levantado más amplia polémica en este campo. El tema de la ruptura está involucrado directamente en el asunto actual, pues és bien sabido que los Manuscri­ tos económico-filosóficos de 1844 giran en torno a los conceptos de alienación y trabajo alienado, conceptos que ya Hegel había usado (pero en un sentido y con un contenido diversos). El corte, la ruptura, vendría a ter­ minar con estas nociones hegelianas, limpiaría el pen­ samiento de Marx de antecedentes idealistas y del huma­ nismo que parecen conllevar. Por tanto, en prim er término habrá que preguntarse: ¿utiliza Marx estos conceptos en sus obras de madurez? La respuesta del filósofo francés

29 es negativa (de ahí la importancia que se le concede a una lectura crítica de El Capital), pero en ello no coin­ cide con todos los autores. Volviendo a un autor ya citado, Mandel pone de mani­ fiesto que tales conceptos, especialmente el de aliena­ ción, aparecen en los textos de madurez de Marx, por ejemplo, y de forma contundente en el prólogo célebre de la Contribución a la crítica de la economía política y en ios Grundrisse, pero también en El Capital, donde se los encontraría a veces ligeramente modificados 1S. Aho­ ra bien, no quisiéramos reducir la cuestión a un proble­ ma de citas (aunque las citas y la crítica textual sean básicas). Basta leer los Grundrisse para observar que Marx emplea el concepto de alienación en muchas más ocasiones de las señaladas por Mandel; basta leer los capítulos 12 y 13 del prim er tomo de El Capital para advertir que la alienación late (y establece la oportuna coherencia) por debajo de toda la crítica que Marx rea­ liza. La cuestión reside, más que en este hallazgo de citas (donde Althusser llevaría la peor parte), en pre­ cisar los lím ites del concepto, pues pudiera suceder que, aun utilizándolo, prescindiera Marx de aquellas caracte­ rísticas que le hacen funcionar plenamente en los Ma­ nuscritos. Los escritos de A lthusser han tenido la virtud — una vez más— de llamar la atención y desarticular un plan­ teamiento ya tradicional. La alienación lo era — a la luz de los Manuscritos— de la naturaleza o esencia humana. Este recurso a la esencia o naturaleza humanas sí era una rémora del pensamiento hegeliano, que tenía como consecuencia, según ha señalado el filósofo francés, revalorizar el papel de la filosofía y del filósofo (ciencias de la esencia del hom bre). Pero ya en los mismos Ma­ nuscritos se procuraba circunscribir la importancia y lím ites de esta esencia y aparecía una concepción de la alienación que perdurará en obras posteriores; la alie­ nación no era de la esencia humana, sino del trabajo. El concepto clave es, entonces, trabajo alienado. La tarea del socialismo es la eliminación del trabajo alienado y, por ende, de la alienación del trabajador. Y ello no por recuperar una perdida esencia, sino como única posibi­ lidad de alcanzar una sociedad sin explotación. Esta alie­

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nación económica — pero también social, política, cultu­ ral, etc.— es el resultado de la división social del trabajo, la división clasista de la sociedad y la producción de mercancías. Estas tres causas son interdependientes en­ tre sí y forman un complejo. La desaparición de una no producirá la desaparición de la alienación, y, viceversa, la presencia de una sola — por ejemplo, la pervivencia de la producción m ercantil— indica que el trabajo alie­ nado continúa existiendo. La problemática del debate sobre la dialéctica abre nuevos temas: la necesidad de elaborar una teoría de la alienación que, como indica lo anteriormente escrito, se base sobre conceptos ya clásicos: valor de uso y de cambio, fetichism o de las mercancías, etc. *

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A ¡a vista de todo lo anterior podemos concluir que los problemas actuales de la dialéctica se mueven en varios niveles complementarios. El aspecto que destaca más claramente es el epistemológico, la condición mis­ ma de la dialéctica en su versión hegeliana y su inversión m aterialista — aspecto sobre el que versa el mayor nú­ mero de los trabajos aquí recogidos, los de llienkov, Della Volpe y Luporini— , la problemática de la filosofía como ideología y como teoría y la inserción de la dia­ léctica en esta problemática — cuestión que aborda el trabajo de Luporini sobre A lthusser— , las relaciones entre teoría y praxis — tal como son enfocadas por los artículos de Rossi y Kosík (diversos por otras tantas razones)— , que evidencian el carácter no erudito de la cuestión. De la misma manera, existen diversas orientaciones a la hora de abordar, estos problemas, desde la «orto­ doxa», un tanto ecléctica en ocasiones, de llienkov, hasta la de la llamada «escuela dellavolpiana», pasando por las matizaciones críticas de C. Luporini — bastante más riguroso que Althusser, aunque se aproxime a él en algu­ nos puntos— y el «humanismo» de Kosík. La selección de COMUNICACION tiene por objeto ofrecer un pano­ rama de los problemas y un panorama de las orienta­ ciones. COMUNICACION

NOTAS 1 Cuadernos para e l Diálogo, núm. 71-72, M adrid, 1969, pág. 14. 2 L. Althusser: La revolución teórica de M arx, Ed. Siglo X X I, M éxico, 1968 (2.a e d ic .), págs. 148-149. 3 Galvano della Volpe: Rousseau y M arx, Ed. M a rtín e z Roca, Barcelona, 1969, pág. 127. 4 C it. por Della Volpe en la pág. 128. 5 J. N. Findlay: Reexam en de Hegel, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1969, pág. 74. 6 Ibid, pág. 77. 7 T. W . Adorno: Tres estudios sobre Hegel, Ed. Taurus, M adrid, 1969, pág. 25. 8 Ibid., pág. 29. 9 Ibid., pág. 41. 10 K. Kosík: D ialéctica de lo concreto, Ed. Grijalbo, M éxico, 1967, páginas 55-56. 11 Ibid., pág. 58. 12 «La distinción entre estructura económ ica (m arxism o) y fac­ to r económico (sociologism o) constituye la prem isa necesaria para dem ostrar y com probar científicam en te el prim ado de la econom ía en la vida social. M ien tras que la teo ría de los factores según la cual un factor privilegiado — la econom ía— determ ina todos los demás (Estado, derecho, arte, política, m o ra l), soslaya el problema de cómo surge y cobra form a el todo social, o sea, la sociedad como form ación económ ica, y presupone lá existencia de esta for­ mación como un hecho ya dado, como form a exterior, o com o la esfera en la que un fac to r privilegiado determ ina todos los dem ás, la teo ría m aterialista, por el contrario, parte del concepto de que el todo social (la formación económ ico-social) es form ado y cons­ tituido por la estructura económica. La estructura económ ica crea la unidad y la conexión de todas las esferas de la vida social.» Ibid., pág. 130. «El marxism o no és un m aterialism o m ecanicista que intente reducir la conciencia social, la filosofía y el a rte a las "condiciones económicas», y cuya actividad analítica se base, p o r tanto, en el descubrim iento del núcleo terreno de las form as espirituales. Por el contrario, la dialéctica m aterialista dem uestra cómo el sujeto concretam ente histórico crea, partiendo de su propia base econó­ mica m ate ria l, las ideas correspondientes y todo un conjunto de fo r­ mas de conciencia. La conciencia no es reducida a las condiciones

32 dadas; el centro de atención lo ocupa un proceso, en el cual el sujeto concreto produce y reproduce la realidad social, al m ism o tiem po que es producido y reproducido históricam ente en ella.» Ibid., ¡pág. 139. 13 Ob. cit., pág. 37. 14 Ibid., págs. 59, 63 y 60-61, respectivam ente. 15 L. A lthu sser y E. Balibar: Para le e r «El C ap ital», Ed. Siglo X X I, M éxico , 1969, pág. 46. 16 « ... la etnografía consiste en la observación y el análisis de grupos humanos considerados en su particularidad (grupos elegi­ dos a menudo entre aquellos q ue-m ás difieren del nuestro, por ra­ zones teóricas y prácticas que no derivan en modo alguno de la naturaleza de la investigación) y que busca restitu ir, con la mayor fidelidad posible, la vida de cada uno de ellos, m ientras que la etnología utiliza de manera com parativa (y con fines que habrá que d eterm inar luego) los docum entos presentados por el etnógrafo». C. Lóvi-Strauss: A ntropología estructural, Ed. U niversitaria de Bue­ nos A ires, Buenos A ires, 1968, pág. 2. «La etnología no puede, pues, perm anecer indiferente a los procesos históricos ni a las más altas expresiones conscientes de los fenóm enos sociales. Pero si les dedica la misma atención apa­ sionada que el historiador, es para obtener, m ediante una especie de marcha regresiva, la eliminación de todo lo que deben al acon­ tecim ien to y a la reflexión. Su objetivo consiste en alcanzar, más allá de la imagen consciente y siem pre d iferen te que los hombres form an de su propio devenir, un inventario de posibilidades incons­ cientes, cuyo número no es lim itado: el repertorio de estas posibi­ lidades y las relaciones de com patibilidad o de incompatibilidad que cada una de ellas m antiene con todas las dem ás proporciona una arquitectura lógica a desarrollos históricos que pueden ser im pre­ visibles sin ser nunca arbitrarios.» Ibid., pág. 24. 17 L. A lthusser: Para le e r..., pags. 107, 192 y 194, respectiva­ m ente. 18 E. M andel, ob. cit., pág. 175.

E. ILIENKOV LA DIALECTICA DE LO ABSTRACTO Y LO CONCRETO EN «EL CAPITAL», DE MARX

El texto de E. llienkov form a parte del libro del m ism o títu lo publicado en

Moscú el año 1960. Existe una traducción

italiana

de este libro, debida a V ittorio Strada y A lb erto Sandretti lano, 1961).

(M i­

En e l m ovim iento d el pensam iento que se eleva de lo concreto a lo abstracto y de lo abstracto a lo concreto, es e s te ú ltim o m om ento e l esen­ cial para llegar a l conocim iento teórico d el mun­ do. Esta idea de M a rx encuentra su aplicación en El Capital, donde hace falta buscar e l m étodo y e l modo de exposición propiam ente m arxistas. Un exam en de la m anera en que Locke, Spinoza, Hegel, Adam Sm ith, Ricardo, concebían las rela­ ciones de lo abstracto a lo concreto, la inducción y la deducción, m uestra e l progreso científico aportado por la concepción dialéctica de M arx. Las relaciones de la lógica y d el desarrollo his­ tórico re a l se encuentran a s í aclarados.

Elevarse de lo abstracto a lo concreto En el curso de su análisis del método de la economía política, Marx formula una serie de proposiciones de un inmenso alcance filosófico. Es el caso de la tesis según la cual la única vía posible y justa que permite al pensa­ miento resolver el problema específico del conocimiento teórico del mundo que nos rodea es «elevándose de lo abstracto a lo concreto». En la concepción de Marx, lo concreto es «la unidad de la diversidad». Esta es la razón de que aparezca en ei pensamiento como proceso de síntesis, como resul­ tado, no como punto de partida, aunque sea el verdadero punto de partida de la intuición y de la representa­ ción (...). El todo, tal como aparece en el espíritu, como una totalidad pensada, es un producto del cerebro pen­ sante, que se apropia el mundo de la única forma que le es posible, según un modo que difiere de la apropiación artística, religiosa, práctico-espiritual de ese mundo» *. El método que se eleva de lo abstracto a lo concreto, donde «las determinaciones abstractas conducen a la reproducción de lo concreto por la vía del pensam iento»2, es definido por Marx como «el método científico co­ rrecto». Es un método específico que «sólo es para el pensamiento la manera de apropiarse lo concreto, de reproducirlo bajo la forma de una pensamiento con­ creto» 3. Sólo este método permite al teórico resolver su pro­ blema especial: la transformación en concepto de los datos de la intuición y de la representación. Como estas tesis son de una importancia muy parti­ cular para la inteligencia del método de El Capital, nos pararemos más detalladamente, teniendo en cuenta que

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ellas han sido, a menudo, el objeto de falsificaciones acerca de las ¡deas económicas y filosóficas de Marx. Primero hace falta recordar que Marx no entiende, en ningún caso, lo concreto como una simple imagen de la intuición viva, como la forma sensible del reflejo del objeto en la conciencia, y lo abstracto como la sola «abstracción del espíritu». Si leemos las proposiciones de Marx, citadas más arriba,.ateniéndose a una tal con­ cepción de lo abstracto y de lo concreto, que es la del empirismo estrecho y del neo-kantismo, caeremos en lo absurdo y nos encontraremos en desacuerdo total con la teoría del reflejo. Estamos en presencia de una ilusión: Marx recomendaría partir de la abstracción del espíritu como de un dato inmediato, para elevarse a la imagen de la intuición viva, como a una cosa secundaria, deri­ vada del pensamiento. Por esto cuando leemos a Marx hace falta, ante todo, cuidar que esta lectura no sea incomodada por concep­ ciones transcritas sin espíritu crítico de tratados de teoría del pensamiento premarxistas y neo-kantianos. Desde el punto de vista que Marx dio, las defini­ ciones de lo abstracto y de lo concretó, ja s proposi­ ciones citadas caracterizan justamente la dialéctica del paso de la intuición viva al pensamiento abstracto, de la intuición y la representación a lo concreto tal como ello se manifiesta en el pensamiento teórico. Marx es, ante todo, un m aterialista. En otros términos: él parte del hecho de que las abstracciones con ayuda de las cuales, por la síntesis de las cuales, el teórico reconstruye el mundo por el pensamiento, representan copias mentales de momentos particulares de la reali­ dad objetiva misma, momentos puestos en evidencia por el análisis. Dicho de otra forma, suponemos como evi­ dente que cada definición, tomada aparte, es el pro­ ducto de la generalización y del análisis de los datos inmediatos de la intuición. En este sentido (pero sola­ mente en este sentido) ella es el producto de la «re­ ducción» de lo concreto en la realidad a su expresión sintetizada y abstracta en la conciencia. En lo que concierne a las definiciones que usaba la economía política premarxista, Marx dice que ellas son todas productos del movimiento de lo concreto, dado en la representación hacia las abstracciones cada vez

39 más descamadas. Por eso Marx caracteriza el camino histórico recorrido por la economía política como un camino que parte de lo real y lo concreto y conduce primero a las «abstracciones más descarnadas», y sola­ mente después de estas abstracciones descarnadas a un sistema, a una síntesis, a una combinación de abs­ tracciones que forman una teoría. «Reducir» la plenitud concreta de la realidad a su expresión abstracta en la conciencia es, evidentemente, la condición sin la cual ninguna investigación teórica especial puede desarrollarse, ni siquiera comprometerse. Más aún, esto no es solamente «premisa», una condi­ ción prehistórica de la apropiación teórica del mundo, sino también un momento orgánico del proceso mismo de la edificación de un sistema de definiciones cientí­ ficas, es decir, de la actividad de síntesis del espíritu. Es sabido que el teórico no encuentra preparadas, a nivel de conocimiento, todas las definiciones con las cuales él forma un sistema. Su tarea no se lim ita a agrupar formalmente las frágiles abstracciones ya pre­ paradas aplicando las reglas conocidas de esta opera­ ción. Cuando él organiza un sistema de abstracciones ya preparadas, obtenidas anteriormente, hace siempre de ellas un análisis crítico; él las verifica confrontán­ dolas con los hechos y de esta misma forma recorre, en cierto modo, nuevamente el proceso que se eleva de lo abstracto en la realidad a lo concreto en el pen­ samiento. Así, de este modo, esta «subida» no es úni­ camente ni tan siquiera una «premisa» de la edificación de un sistema científico sino un momento orgánico de esta edificación misma. Las definiciones abstractas particulares, cuya sínte­ sis da «lo concreto en el pensamiento», se forma en el curso de este mismo proceso. Así, el proceso teórico que conduce al conocimiento concreto está siempre, al mismo tiempo, en cada uno de sus eslabones^ como en su conjunto, es un proceso de reducción de lo con­ creto a lo abstracto. En otros términos, se puede decir que elevarse de lo concreto a lo abstracto, por una parte, y elevarse de lo abstracto a lo concreto, por otra, son aquí dos formas que se implican mutuamente en el proceso de apropia­ ción teórica del mundo, o sea, del «pensamiento abs­

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tracto». Cada una de ellas no se realiza más que a través de su contraria, en unión con ella. La elevación de lo abstracto a lo concreto sin su contraria, la ele­ vación de lo concreto a lo abstracto se convertiría en un conjunto puramente escolástico de frágiles abstraccio­ nes ya hechas y copiadas de otra parte sin un espíritu crítico. Contrariamente, reducir lo concreto a lo abs­ tracto al azar, sin una idea general de investigación cla­ ramente concebida, sin hipótésis, no puede tampoco dar teoría y no la dará. Esto sólo dará un montón desorde­ nado de abstracciones descarnadas. Pero ¿por qué Marx, que tiene en cuenta todo esto, hace justam ente del método que consiste en «elevarse de lo abstracto a lo concreto» el único método científico posible y correcto de apropiación teórica (del reflejo) de! mundo? Es que la dialéctica (a diferencia del eclec­ ticism o) no razona según el principio «de un lado, del otro lado», sino que indica en todos los casos el lado determinante, dominante, el momento de unidad de los contrarios que es decisivo en el caso considerado. He aquí un axioma de la dialéctica. Es específico y característico del proceso de la apro­ piación teórica (a diferencia de la simple toma de con­ ciencia empírica de los hechos) que cada «abstracción», tomada por separada, se forma en el curso de! movi­ miento general de la investigación, en el movimiento hacia una concepción cada vez llena, completa (es de­ cir, concreta), del objeto. Cada generalización tomada aparte (donde la fórmula es: «de lo concreto a lo abs­ tracto») no tiene sentido en este caso sino a condición de ser una paso hacia la aprensión concreta de la rea­ lidad por un camino que se eleve del reflejo abstracto de! objeto en e^ pensamiento a su expresión cada vez más concreta ,en el,concepto. Si un acto dado de generalización no es al mismo tiempo un paso adelante en el desarrollo de la teoría, un paso que va de un conocimiento ya alcanzado a un nuevo conocimiento más completo, si ello no hace avan­ zar toda la teoría y no la enriquece de una nueva deter­ minación general (sino que sólo hace repetir lo ya conocido), este acto está, desde el punto de vista del desarrollo de la teoría, simplemente desprovisto de sentido.

41 En otros térm inos, lo «concreto» (es decir, e! movi­ miento permanente hacia una comprensión teórica cada vez más concreta) es aquí el fin específico del pensa­ miento teórico. En tanto que es un fin de tal naturaleza, lo «concreto» define como ley la manera de actuar del teórico (se trata de una acción mental naturalmente) en cada caso particular, por cada generalización tomada aparte. Desde ese punto de vista, lo «abstracto» no es el fin sino el medio del proceso teórico, y cada acto de gene­ ralización (es decir, de reducción de lo concreto a lo abstracto) aparece como un momento «desvanecedor» en el movimiento general. En el lenguaje de la dialéctica, el «momento desva­ necedor» es un momento que no tiene significación por sí mismo, aparte de otros momentos, sino solamente en ligazón con ellos, en interpretación viva con ellos, de paso. He aquí toda la cuestión. Porque Marx es un dialéc­ tico, no se lim ita a la simple constatación de! hecho que el proceso del pensamiento teórico incluye también el movimiento de ¡o concreto hacia lo abstracto y de lo abstracto hacia lo concreto, sino que pone de relieve, ante todo, la forma de movimiento del pensamiento que es lo dominante en el caso considerado y que determina el peso y la significación de la forma contraria. En la investigación teórica especializada, la forma que se eleva de lo abstracto a lo concreto es la que domina. Por eso, es la forma específica del pensamiento teórico. Naturalmente esto no significa, de ningún modo, que la otra forma esté totalm ente ausente. Esto significa pura y simplemente que la reducción de la plenitud con­ creta de los hechos a su expresión abstracta en la con­ ciencia no es ni la forma específica ni, aún menos, la determinante del reflejo teórico del mundo. El hombre come para vivir y no vive para comer. Pero hace falta estar loco para deducir de esto que el hombre tiene que v iv ir sin alimentarse; sería también absurdo acusar a este aforismo de «rebajar» el papel de !a ali­ mentación. El caso que nos ocupa es análogo. Para tom ar la absorción de la plenitud sensible concreta de los he­ chos en el seno de la abstracción por la forma principal

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y determinante de la actividad intelectual del teórico, hace falta ignorar totalm ente la ciencia. Esto no es en la ciencia más que un medio necesario para cum plir con una tarea más seria, específica, de la apropiación teórica del mundo y de la meta real de la actividad del teórico. La reproducción de lo concreto en el pensamiento es el fin que determina el peso específico y la importancia de cada acto de generalización tomado por separado. Naturalmente lo concreto én el pensamiento no es un fin en sí, no es la meta final. La teoría, tomada en su conjunto no es, pues, más que un «momento desvane­ cedor» en el proceso del cambio de las materias reales, prácticas entre el hombre y la naturaleza. De la teoría se pasa a la práctica y este caso puede ser también calificado de paso «de lo abstracto a lo concreto». La práctica no tiene ya un fin más elevado fuera de ella, ella misma plantea sus fines, es un fin en sí. Y es jus­ tamente por eso que en el curso de la elaboración de la teoría, cada paso, cada generalización, son igualmente confrontados constantemente con las indicaciones de la práctica y son devueltas a ésta como a la meta suprema de la actividad teórica. Por eso Lenin, hablando del método de El Capital, subraya uno de sus rasgos más característicos: «La verificación respectiva de los he­ chos por la práctica se hace aquí en cada etapa del análisis» 4. La relación constante de «cada paso» del análisis con la orientación del camino de la investigación cien­ tífica en su conjunto y, en fin de cuentas, con la práctica, procede de la naturaleza misma de la concepción mar­ xista de la especificación de la apropiación teórica del mundo. Cada paso del análisis, cada acto de reducción de lo concreto a jo abstracto, debe tener desde el prin­ cipio en cuenta el «todo» que encubre la representación, la intuición viva, y cuyo reflejo es la meta suprema del trabajo teórico (bien entendido solamente mientras se trate del trabajo teórico, mientras el hombre se ocupe del mundo sólo desde el plan teórico). Es aquí donde reside el sentido profundamente dia­ léctico de la tesis de Marx sobre el método que consiste en «elevarse de lo abstracto a lo concreto». Esto significa que todas las definiciones abstractas, realmente científicas y no ilusorias y vacías, no apa­

43 recen solamente en la cabeza del hombre como el re­ sultado de una reducción irreflexiva y fortuita de lo concreto a lo abstracto, sino como el resultado de la progresión sistem ática de la conciencia a lo largo del proceso regular general del desarrollo de la ciencia, de la concretización del saber existente y de la transfor­ mación crítica. No se puede presentar las cosas como si cada ciencia debiera primero pasar por una etapa de aproximación exclusivamente analítica del mundo, que sería una etapa de reducción puramente inductiva de lo concreto a lo abstracto, para solamente después que ese trabajo haya sido completamente terminado poder llegar a «reunir» ¡as abstracciones obtenidas en sistemas y «elevarse de lo abstracto a lo concreto». Cuando Marx se refiere a la historia de la economía política burguesa y subraya que desde el momento de su aparición ha tomado el camino del análisis unilateral para no comprometerse sino más tarde por un camino «científicamente correcto», no quiere decir con eso que cada ciencia contemporánea deba seguir ese ejemplo y pasar por una primera etapa puramente analítica antes de elevarse de lo abstracto a lo concreto. El método exclusivamente analítico no es una virtud que se puede recomendar como modelo de imitación. El, más bien, ha expresado la inevitable lim itación histórica de la economía política burguesa que provenía, en par­ ticular, de la ausencia de un método elaborado del pen­ samiento dialéctico. La lógica dialéctica no recomienda solamente a la ciencia contemporánea comenzar por el análisis puro y por la pura reducción de lo concreto a lo abstracto para pasar seguidamente a un síntesis tam­ bién pura, a una pura elevación de lo abstracto a lo concreto. Una vía tal no conduciría al conocimiento concreto, y si ella condujera, sería sólo después de los mismos vagabundeos sufridos por la economía política anterior a Marx. El ejemplo citado por Marx es más bien un argu­ mento en favor de la tesis de que la ciencia debe ahora, desde un principio, tom ar un camino científico correcto sin repetir los vagabundeos del siglo XVII, y utilizar el método dialéctico elevándose de lo abstracto a lo con­ creto, en el que el análisis y la síntesis están orgáni­

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camente unidos. Es un argumento en favor del deber de la ciencia de elaborar desde un principio sus defi­ niciones abstractas haciendo de cada una de ellas un paso por el camino del movimiento gradual hacia ¡a verdad correcta, hacia el conocimiento de la realidad como un todo en desarrollo. La ciencia, si ella es verdaderamente ciencia y no una simple colección de hechos y de informes, debe desde el principio reflejar su objeto y desarrollar sus definiciones de la manera que Marx ha definido como la única posible y correcta, y no conservarla «para la buena boca», para la expresión literaria de resultados ya com­ probados, como aconsejaban los revisionistas neo-kantia­ nos del tipo de Kunov, Renner y otros como ellos. Naturalmente, el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto encuentra su encarnación más pura en los trabajos de Marx, donde encontramos una exposición sistem ática de la teoría: la Contribución a la crítica de la economía política, los Grundrísse der K ritik des politischen Ekonomie y El Capital. Pero esto no significa, ni mucho menos, que la «ex­ posición» surja fundamentalmente de otro método que la «investigación», ni que la manera en que Marx llevó sus investigaciones sea directamente opuesta a la que él usó para exponer los «resultados de sus investi­ gaciones». Si ello no fuera así, el análisis de la «lógica de El Capital» no aportaría exactamente nada a la com­ prensión del método empleado por Marx para sus in­ vestigaciones, para el tratam iento de los datos de la intuición y de la representación. En ese caso, El Capital sólo sería instructivo por su manera literaria de exponer los resultados yo no por el método por el que tales resul­ tados han sido obtenidos. Haría falta, entonces, recons­ tru ir el método de investigación de Marx, no por el aná­ lisis de El Capital, sino examinando los borradores, los apuntes, los bosquejos y las consideraciones salidas de la cabeza cíe Marx en el transcurso de su toma de cono­ cimiento inmediato e inicial con los hechos económicos. Sería necesario estar de acuerdo con la afirmación vul­ gar del autor de uno de esos innumerables folletos anti­ marxistas, el teólogo J. Fetcher, que proclama: «El mé­ todo que sigue Marx en El Capital es, en su esencia, el

45 mismo que el de cualquier sabio 'burgués'.» La dialéctica no le sirvió a Marx, como él mismo declaró en el epílogo a la segunda edición de El Capital, más que como proce­ dimiento de exposición. Este procedimiento posee, apa­ rentemente, ciertas ventajas en las que no nos para­ remos aquí»5, ya que esto no tiene relación con el pro­ blema del método del conocimiento. Fetcher desvía aquí de su sentido la indicación cono­ cida de Marx de que la expresión de una teoría bajo su forma desarrollada no puede d ife rir del curso de todas (as investigaciones que la han conducido; «la diferencia formal» de la una a la otra, de la que habla Marx, no concierne, de ninguna manera, al fondo del método de pensamiento, al método de transformación en conceptos de los datos de la intuición y de la representación. Este procedimiento del análisis ha quedado el mismo, es de­ cir, dialéctico, tanto en el tratam iento prelim inar de los datos como en el curso de su elaboración definitiva, aunque, naturalmente, se haya perfeccionado a medida que se avanza hacia la creación de El Capital. La ventaja principal de ese «procedimiento de expo­ sición», lejos de tener un carácter literario y estilístico, consiste justamente en que el autor de El Capital no expone, de una manera dogmática y didáctica, los re­ sultados completos obtenidos no se sabe cómo, sino que ha realizado ante los ojos del lector todo el proceso de investigación que conduce a tales resultados. «El lector que quiera seguirme deberá decidirse a elevarse de lo singular a lo general»6, advertía Marx desde su intro­ ducción a la Contribución a la crítica de la economía política. Este método «de exposición» conduce al lector de la comprensión de los detalles particulares, de lo abstracto a un enfoque cada vez más concreto, desarro­ llado, general, de la realidad económica, a lo general como resultado de la interpretación de las particula­ ridades. Es cierto que, haciendo esto, el proceso de investiga­ ción no se encuentra reproducido en todos los detalles y desviaciones de las investigaciones que han durado más de veinticinco años, sino en los puntos esenciales en los que la propia investigación ha mostrado que al pensamiento se le ha hecho progresar hacia la com­ prensión; Marx no ha reproducido las numerosas des­

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viaciones del tema central que son inevitables en el tra­ bajo de cualquier sabio. En el transcurso de las inves­ tigaciones reales se examinan con frecuencia hechos que no tienen ligazón directa con el sujeto: en realidad, sólo su análisis puede demostrar si ellos se refieren o no al sujeto. Además, el teórico debe a cada instante volver al examen de los hechos que parecen haber sido ya estudiados a fondo. Esta investigación no es una progresión sistemática, su movimiento es complejo y enredado y progresa con vueltas hacia ella misma y desviaciones frecuentes sobre caminos laterales. La exposición definitiva no reproduce todas estas eta­ pas; gracias a esto el proceso de investigación aparece bajo su aspecto verídico, libre de eventualidades e in­ coherencias. Ella está como «enderezada» y reviste el carácter de movimiento de progresión sistem ática en concordancia con la naturaleza y con el movimiento de los hechos mismos. El pensamiento ya no pasa del aná­ lisis de un hecho al análisis del siguiente antes de haberlo efectivamente agotado; ya no hace falta volver varias veces a la misma cosa a fin de perfeccionar !o que había quedado sin terminar. Así, el «procedimiento de exposición» de El Capital no contiene otra cosa que su procedimiento de investi­ gación corregida, no arbitrariamente, sino en estricta correspondencia con las exigencias de las leyes dictadas por el propio proceso de investigación. Dicho de otra forma, el procedimiento de exposición está depurado, en este caso, de todos los momentos accesorios; él res­ ponde rigurosamente a las leyes objetivas de la inves­ tigación. Las «diferencias formales» de que habia Marx en su epílogo a la segunda edición de El Capital conciernen a otras circunstancias, en particular al hecho de que Marx personalmente haya tomado contacto con los dife­ rentes círculos del infierno capitalista de la mercancía en un orden, que no correspondía a la propia ley de su desarrollo tal como El Capital la representa. El orden en el que tal o cual aspecto de un objeto de estudio se presenta por tal o cual causa a un teórico o a la ciencia en su conjunto no corresponde a la ele­ vación de lo abstracto a lo concreto. Esta va orientada exclusivamente en función de la sucesión que corres­

47 ponde a las relaciones mutuas objetivas de diferentes momentos en la «totalidad» que hay que estudiar. Esta verdadera sucesión no está concebida de antemano. Por eso no hace falta buscar la justificación del método, que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto en la biografía científica de tal o tal teórico ni incluso en el proceso histórico del desarrollo de la ciencia. La cien­ cia, tomada en su conjunto, tampoco alcanza su verda­ dero punto de partida más que después de largas y penosas investigaciones. Por ejemplo, Marx ha llegado al análisis y a la comprensión de las relaciones econó­ micas a partir de investigaciones sobre las relaciones jurídicas y políticas entre los hombres. Para él, la esfera del derecho y de la política fue el punto de partida del estudio de la estructura del organismo social. Pero en la «exposición» de la teoría del marxismo histórico, Marx exige que se parta de la concepción de las relaciones económicas, materiales, para después ir hacia la con­ cepción del derecho y de la política. Los teóricos como Fetcher podrían declarar a este propósito que la tesis de Marx, según la cual el punto de partida de la comprensión de todos los fenómenos so­ ciales debe ser la economía y no el derecho y la política, conciernen solamente al método de exposición literaria de 1a teoría de Marx, ya que, en la «investigación», Marx y los marxistas han hecho la misma cosa que cual­ quier sabio burgués... En realidad, aunque el derecho y la política hayan sido estudiados por Marx antes de emprender las inves­ tigaciones económicas, tales cuestiones no fueron com­ prendidas científicam ente «de modo materialista» y co­ rrectamente, sino cuando él analizó la economía en sus rasgos generales. Sucede lo mismo con el enfoque de Marx en eco­ nomía política. Marx conocía las leyes del movimiento de la moneda, del beneficio y de la renta mucho antes de haber comprendido la verdadera doble naturaleza de la mercancía y del trabajo que produce esta mercancía. Pero hasta que él no comprendió la naturaleza real del valor no tuvo una concepción correcta de la moneda y de la renta. En M iseria de la filosofía él comparte toda­ vía las ilusiones de la teoría de la moneda y de la renta de Ricardo. Sólo la clara comprensión de la naturaleza

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del valor, a la cual llegó en los años cincuenta, situó la moneda y la renta en su enfoque verdadero. Hasta aquí era prácticamente imposible comprender la moneda. A comienzos de los años cincuenta, Marx consagró mucho tiempo a la comprensión de las colisiones enre­ dadas de la circulación monetaria en períodos de crisis y de «prosperidad». Estas tentativas son las que le han conducido a la conclusión de que no se podían compren­ der las leyes de la circulación- monetaria sin haber pre­ viamente elaborado en todos sus detalles el concepto del valor. Sólo después de haber hecho esto se convenció de que había compartido hasta aquí muchas de las ilusiones de Ricardo. Por esto no se puede ju stifica r el procedimiento que consiste en estudiar los hechos elevándose de ¡o abs­ tracto a lo concreto por el orden en el cual se ha des­ arrollado históricam ente el estudio de los materiales. Ese método expresa la sucesión en la cual se cristaliza en la conciencia del teórico la concepción objetiva ade­ cuada al objeto considerado, y no el orden en el que tal o cual especto de la realidad atrae, por tal o cual razón, la atención de los teóricos y cae en el campo de acción de la ciencia. Ese método expresa una ¡ey interna del desarrollo de la concepción científica que se abre camino en el curso del desarrollo histórico a través de una masa de contingencias y desviaciones, y a menudo de vías laterales, ignoradas por los mismos teóricos. Por eso, no es fácil elevarlo a la superficie del desarrollo científico (es decir, a la conciencia de los teóricos). Esta ley puede no manifestarse durante mucho tiempo en la conciencia de los teóricos, o puede aparecer bajo tal forma que no se la reconozca. Es muy frecuente, como lo subrayaba Marx, que un científico tenga una concepción enteramente fajs^ de lo‘ que hace y de la forma en que lo hace. Por eso no se-puede juzgar a un pensador acerca de la idea que se hace de sí mismo. Es mucho más im­ portante (y d ifícil) poner de relieve la significación ob­ jetiva de sus enfoques y de su papel en el proceso del desarrollo de la ciencia. Por esto, el verdadero sentido de los elementos de una biografía científica, el orden verdadero del desarrollo de las determinaciones científicas, no puede ser hallado a través de simples investigaciones biográficas. Frecuen­

49 temente, el proceso real del conocimiento científico (es decir, la progresión sistemática del pensamiento hacia la realidad concreta) difiere notablemente de! orden cronológico. En su fragmento Acerca de la dialéctica, Lenin señalaba el hecho de que para analizar la lógica del desarrollo del conocimiento, la «cronología acerca de las personas» no es obligatoria y no corresponde siem­ pre al orden real de la penetración del objeto por el pensamiento. De todo esto se deduce que todos los rasgos carac­ terísticos del método de investigación de Marx aparecen con mayor nitidez y pureza en El Capital mismo y no en los borradores, apuntes y consideraciones nacidas direc­ tamente en su cabeza durante su estudio de ¡os hechos económicos. Es aquí donde se pone al desnudo la verdadera suce­ sión de las definiciones científicas, las cuales no se re­ velaron sino gradualmente en e! curso de investigaciones previas, de las que el propio Marx no tenía siempre una clara visión. Marx gozó siempre de un vivo espíritu de lúcida autocrítica: a menudo corregía resueltamente «a posteriori» los errores y omisiones cometidos en las eta­ pas previas de su trabajo. No se puede distinguir con iodo rigor objetivo los núcleos de verdad objetiva de la forma que han revestido inicialm ente en la conciencia más que «a posteriori»; las alusiones a lo superior no pueden ser correctamente comprendidas más que cuan­ do ese superior es ya conocido. Si probamos a reconstituir el método de investiga­ ción de Marx, no de acuerdo con El Capital, sino según la masa de borradores y de bosquejos que se han con­ servado en los archivos, esto sólo serviría para com pli­ car el trabajo. De todas formas, para comprenderlos co­ rrectamente haría falta antes analizar El Capital. De otro modo no se distinguirían ni siquiera las «alusiones a lo superior». Aún más, no se comprendería absolutamente el porqué hacía falta anteponer una forma anterior y preliminar de expresión de un pensamiento a una forma ulterior como su adulteración. Haría falta entonces poner, efectivamente, las formulaciones de El Capital y su mé­ todo de desarrollo a cuenta de la exposición literaria y no a la de la profundización del pensamiento, de la com­ prensión y del método de investigación.

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(Este torpe procedimiento es empleado con obstina­ ción por los revisionistas modernos, para quienes el «marxismo auténtico» debe ser hallado en los manuscri­ tos del joven Marx y no en las obras de su madurez. Para ellos, El Capital es «una forma de expresión alterada» de las concepciones del «humanismo real» que desarrolla­ ron Marx y Engels en 1843-1844.) Por eso precisamente Lenin indicaba que para elabo­ rar la «Gran Lógica» del marxismo hizo falta mirar, sobre todo, El Capital, y que el «procedimiento de exposición» empleado por Marx en El Capital debe servir de ejemplo de aprensión dialéctica de la realidad por e! pensamien­ to, así como del estudio y de la elaboración de la dialéc­ tica en genera!. Después de estas consideraciones pre­ liminares se puede pasar a un estudio más detallado del método científico correcto de formación de las determ i­ naciones científicas y de tratam iento teórico de los datos de la intuición viva y de la representación. Recordemos solamente con este motivo, una vez más, que no se entiende solamente aquí por datos de la intui­ ción y de la representación lo que el individuo se repre­ senta personalmente bajo forma de imagen sensible. Esta sería una interpretación extremadamente estrecha y com­ pletamente falsa; esa era la interpretación de la filosofía premarxista y la de la concepción antropológica del tema del conocimiento. Marx entendía siempre por esto la masa de experiencia empírica socialmente acumulada, toda la colosal masa de nociones empíricas sum inistra­ das al teórico por los libros, los panoramas estadísticos, las revistas y los testim onios. Pero los depósitos de la memoria social conservan todos estos datos empíricos bajo una forma contraída y reducida ya a la expresión abstracta. Han sido ya expresados en lenguaje, en te r­ minología, en cifPas, en cuadros y otras formas «abstrac­ tas». La tarea específica del teórico que parte de toda esta información sobre la realidad no consiste, bien en­ tendida, en darle a esta expresión «abstracta» una forma aún más abstracta. Al contrario, comienza siempre pro­ cediendo a un análisis crítico de abstracciones del nivel empírico del conocimiento y las rehace, para seguida­ mente avanzar, criticando la estrechez y el subjetivism o de tales abstracciones y destruyendo las ilusiones que ellas contienen desde el punto de vista de la realidad en

51 su conjunto concreto. En este sentido (y sólo en este sentido), el paso del estado empírico al estado racional del conocimiento aparece también como un paso «de lo abstracto a lo concreto». Naturalmente, desde un cierto punto de vista, elevar­ se del conocimiento de forma comercial simple a la in­ teligencia de formas de la «riqueza» burguesa tan desa­ rrolladas como el interés, es también un movimiento de lo «concreto» hacia formas abstractas, del descubrimien­ to de ese secreto a la superficie de los fenómenos. Por ejemplo, el interés expresa, en su lenguaje cuantitativo impersonal, los procesos profundos más complejos de la producción capitalista. La plus-valía reviste en el interés su forma más «abstracta». Esta forma sólo puede expli­ carse partiendo de un contenido concreto. Pero esto sig­ nifica igualmente que todo momento abstracto de la realidad no encuentra su verdadera explicación más que en el sistema concreto de las condiciones que le han engendrado. Por consiguiente, el interés no es compren­ dido concretamente (científicamente) sino a fin de cuen­ tas, mientras que en la superficie de los fenómenos él se manifiesta como una gran abstracción. Como Marx formulaba estas ¡deas en el curso de una polémica contra la interpretación hegeliana del paso de lo abstracto a lo concreto, hace falta entregarse a un rápido examen de tal interpretación. El carácter materia­ lista del método de Marx aparecerá por contraste con dicha interpretación.

La concepción hegeliana de lo concreto Hegel fue el primero en concebir el desarrollo del conocimiento como un proceso histórico sometido a leyes independientes de la voluntad y de la conciencia de los hombres. El descubrió la ley de la elevación de lo abstracto a lo concreto, ley que dirige todo el curso del desarrollo de las conciencias. Descubre primero esta ley en calidad de simple cons­ tatación empírica: la cultura espiritual de la humanidad se desarrolla gradualmente. Es indiscutible que el mundo espiritual del hombre se enriquece progresivamente, que

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se vuelve más complejo y más m ultiform e, y en este sentido más completo. Pero a pesar de toda su comple­ jidad, este mundo sigue único, dirigido por las mismas leyes, y representa, pues, una verdadera unidad en la diversidad. El movimiento de lo abstracto a lo concreto aparece, sobre todo en Hegel, como la forma empírica indiscutible en la cual se realiza el proceso de edifica­ ción del «reino del espíritu». Al principio es un reino de forma simple y pobre; es decir, que es muy abstracto; conforme pasa el tiempo se complica, se enriquece y se diversifica; se vuelve más completo. No hay aquí todavía nada de dialéctico ni de idealista. El idealismo y, al mismo tiempo, la dialéctica espe­ cífica de Hegel comienzan después, cuando Hegel plan­ tea la cuestión de los resortes motores del desarrollo del reino del espíritu. Para Hegel, la naturaleza que existe fuera del espí­ ritu no se desarrolla. Ella se opone a la conciencia como un cuadro eternamente parecido a sí mismo y estancado en el tiempo. Es en la consideración activa de este cua­ dro inmóvil, de este reino, donde las cosas guardan eter­ namente las mismas relaciones entre sí, que la concien­ cia realiza su naturaleza activa. La toma de conciencia, como tal, comprende en sí misma al resorte de su propio desarrollo. El espíritu se manifiesta como lo único concreto, es decir, como el único sistema de fenómenos actuando los unos sobre los otros y transformándose los unos en los otros para desarrollarse y continuar desarrollán­ dose. En cuanto a la naturaleza, es totalm ente abstracta y metafísica por su, propia esencia: todos sus fenóme­ nos están dispuestos los unos junto a los otros, distintos los unos de los otros, «exteriores» los unos a lo otros. Según la expresión de Hegel, ella se descompone en sus momentos abstractos en cosas, objetos y procedi­ mientos distintos e independientes los unos de los otros. En el mejor de los casos, la verdadera dialéctica no hace más que reflejarse, aparecer confusamente en la naturaleza. El filósofo atribuye a la naturaleza misma la lim ita­ ción metafísica de los conocimientos de su época sobre la naturaleza. Pero allí donde las ciencias de la natura­ leza habían empezado a distinguir la dialéctica de las

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cosas en sí, él vio igualmente «alusiones» a un carácter concreto real y a una interacción dialéctica viva de los fenómenos. Es así como ve una forma imperfecta de lo concreto en la vida orgánica. Descubre una interacción viva, que une a todos los miembros de un organismo vivo en un sistema único, en el interior del cual cada miembro no tiene sentido ni existencia más que gracias a su interacción con los otros. Una mano cortada se des­ compone y deja de tener incluso la forma exterior de una mano. Ella no puede e xistir separadamente, abstrac­ tamente. Hegel ve aquí un débil parecido con el carácter concreto de lo que él considera un rasgo exclusivo del mundo del espíritu. Pero en el reino de la química, las interacciones son aún más débiles, aunque presentes todavía a títu lo de alusiones. El oxígeno, por ejemplo, puede e xistir al lado del hidrógeno sin estar forzosamente ligado a él en forma de agua. Pero en un organismo, las relaciones de este tipo son imposibles: la mano no puede e xistir separada de la cabeza; las dos sólo existen en su interacción. Una partícula que no posee más que pro­ piedades mecánicas sigue idéntica a ella misma cual­ quiera que sea la ligazón que la une con otras partículas idénticas. Privada de esta ligazón, es decir, abstracta, sigue siendo siempre la misma y no se pudre, como lo hace una mano desligada del cuerpo. El sistema hegeliano de la naturaleza es un sistema de grados, empezando por la esfera abstracta de la me­ cánica para llegar hasta la esfera relativamente concreta de la vida orgánica. La pirámide está coronada por el espíritu, en el que todo el significado se halla justamente contenido en su carácter concreto, en el intercondicionamiento mutuo absoluto de todas sus manifestaciones. ¿En qué reside la falsedad de esta construcción? Ante todo, en que recoge las representaciones histó­ ricamente limitadas de las ciencias naturales de su tie m ­ po, que no contienen todavía, efectivamente, una dialéc­ tica consciente para los caracteres absolutos de la na­ turaleza humana. El hecho de que la naturaleza en su totalidad es efectivamente un sistema único en el des­ arrollo de formas de movimiento de la materia condi­ cionándose unas a otras; el hecho de que la naturaleza en su conjunto, el hombre incluido, es un concreto obje­ tivo, este hecho es mixtificado por Hegel en su sistema,

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en el cual lo abstracto, es decir, «el mecanismo» es el descubrimiento de lo concreto espiritual. No admite concreto inmanente, es decir, condiciona­ miento recíproco de los fenómenos en el interior de una totalidad natural, a ninguna otra forma de movimiento que a la de la razón pensante. Hegel considera de la misma forma la esfera de la vida económica de la sociedad. Es, para él, la esfera «de la necesidad y de la razón», donde individuos particula­ res, separados los unos de los otros, se encuentran en interacción, cada uno no entrando en ligazón con los otros más que porque debe mantenerse justamente como único, como individuo absoluto, como átomo social par­ ticular. Aquí también es fácil subrayar que Hegel toma la lim itación metafísica de la economía política de su tiem ­ po (él conocía perfectamente los teóricos ingleses) por un rasgo de la esfera económica misma. La razón, es decir, en la terminología hegeliana, la forma abstracta de la conciencia, reina y gobierna en la esfera de la socie­ dad civil. En esta esfera, los contrarios siguen no mediatiza­ dos, inconciliables; chocan y se repelen los unos a los otros. Esta es la razón por la cual un desarrollo real es imposible. Una misma relación se reproduce eterna­ mente: la de las necesidades a su modo de satisfacción. Por eso la única forma posible de paso a lo superior, en el seno del cual todos los extremos abstractos de la esfera económica hallan su solución, es el paso a la realidad jurídica. El derecho es ese concreto supremo que se manifiesta en la esfera de la vida económica des­ compuesta en sus momentos abstractos. Aquí vemos scómo la lógica de Hegel y su concep­ ción dialéctica1, pero al mismo tiempo esencialmente idealista, de lo concreto y de lo abstracto sirve a la apo­ logía del estado de cosas existentes. Cabe examinar de más cerca la aproximación hege­ liana de la economía política. Por otra parte, es aquí —y precisamente en la manera de comprender lo con­ creto— donde aparece con claridad la oposición entre la dialéctica idealista de Hegel y la dialéctica materialista de Marx; por otra parte, un segundo hecho aparece no menos claramente: la dialéctica idealista aporta una

55 justificación al carácter metafísico del pensamiento de los clásicos de la economía burguesa (Smith, Ricardo, e tcé te ra ), y esto porque niega el carácter auténticamen­ te dialéctico del objeto mismo de la economía política, haciendo de él una esfera donde las definiciones abstrac­ tamente racionales corresponden enteramente al carác­ ter del objeto. Un hecho salta a la vista desde el principio: para esta interpretación, la esfera de la vida económica no es concreta; no es un sistema de interacciones entre los hombres y las cosas en un desarrollo histórico que pueda ser comprendido como una esfera efectivamente concreta. La economía no es más que una de las nume­ rosas manifestaciones del «espíritu concreto», es decir, una manifestación abstracta de una naturaleza del hom­ bre más elevada. Esta naturaleza «más elevada», de la cual uno de sus aspectos aparece bajo la forma de la actividad económica, no es más que la voluntad obrando según un fin, sustancia del derecho, de la vida econó­ mica, de la política y así sucesivamente. Una vez admi­ tido este punto de partida, Hegel no considera en la economía más que lo que puede ser interpretado en cali­ dad de manifestación de la voluntad racional. Por eso todas las determinaciones de la economía, todas las categorías de la vida económica — el valor, el beneficio, el salario, etc.— , se presentan como formas abstractas de la voluntad racional, como formas particu­ lares de su ser social. La razón se manifiesta en la eco­ nomía bajo una forma que no corresponde a su natura­ leza universal, sino a una sola de sus manifestaciones, unilateral y abstracta. La voluntad universal concreta no crea forma adecuada a su naturleza más que bajo el as­ pecto del derecho y del Estado. El Estado es, según He­ gel, la realidad concreta de la voluntad universal y abar­ ca todas las formas particulares y, por consiguiente, abstractas de su propia manifestación, y comprendida la economía, «sistema de necesidades». La esfera de la actividad económica de los hombres no es un sistema concreto de interacciones entre los hombres y las cosas, nacido y desarrollándose indepen­ dientemente de la voluntad y de la conciencia de los individuos. Ella no puede ser objeto de una ciencia par­ ticular y no puede ser considerada más que en el sis­

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tema de las determinaciones universales de la voluntad racional, es decir, en el interior de la filosofía del espí­ ritu, de la filosofía del derecho de Estado. Ella es, enton­ ces, una de las esferas particulares de la actividad de la razón, una forma abstracta de ia razón actuando en la historia. En cuanto m aterialista, Marx se opone a Hegel en esta cuestión. El m aterialismo le da la posibilidad de tener una visión más profunda sobre la dialéctica misma en este orden de cosas. Esto es lo más interesante. Para Marx, la esfera de las interacciones económi­ cas de los hombres es enteramente una esfera concreta de la vida social, que posee sus propias leyes de movi­ miento inmanentes. En otros términos, es relativamente independiente de todas ¡as otras formas de la actividad viva social de los hombres, y por ello es el objeto de una ciencia particular. El sistema de interacciones eco­ nómicas de los hombres hacia un desarrollo histórico y todos sus aspectos están ligados los unos a los otros por su unidad de origen. Es importante subrayar a este propósito que el sis­ tema de relaciones económicas no es sólo relativamente, sino absolutamente, autónomo e independiente de la vo­ luntad y de la conciencia de los individuos, aunque él se forme con la más activa participación de la voluntad y de la conciencia. El carácter mismo de esta participación de la voluntad consciente al proceso de formación del sistema no está determinado de antemano y del exterior por la «naturaleza del espíritu», sino una vez más por el sistema mismo de las relaciones económicas en el inte­ rior del cual se encuentran los hombres dotados de vo­ luntad y de conciencia. La voluntad y la razón son aquí modos de otra sustancia, sus manifestaciones abstrac­ tas, su producto. Todas las determinaciones de la volun­ tad y de la conciencia de los individuos, atraídos por el proceso de desarrollo del sistema económico, se deducen literalm enté del carácter del propio movimiento interno del sistema en su totalidad y son concebidos como los productos del movimiento de ese sistema. Así, desde ese punto de vista, todo se encuentra invertido y puesto cabeza abajo. Es el materialismo la causa y la condición principal del hecho de que, en la dialéctica, penetre la concepción de la economía mucho

57 más profunda y largamente que lo sería con las posicio­ nes hegelianas. Para Hegel, la categoría de lo concreto no puede ser empleada sino aquí y cuando se trata de la voluntad consciente y de sus productos. Desde el punto de vista de Marx, esta categoría capital de la dialéctica puede ser empleada de lleno por todas partes, no importa en qué esfera del ser natural y social, y ella es indepen­ diente de todo espíritu; por consiguiente, de las mani­ festaciones de la vida del espíritu mismo, es decir, del desarrollo de toda la esfera de la ciencia social, e in­ cluido el pensamiento, esfera de la lógica. Según la construcción hegeliana, ninguna forma del movimiento de la naturaleza puede ser comprendida como forma concreta, como sistema históricam ente sur­ gido y desarrollando de sí mismo fenómenos que ligan las interacciones internas. Toda esfera de este género adquiere una relación cualquiera con lo concreto sólo cuando se !a puede interpretar como engendrada por el espíritu, como modo de la sustancia del espíritu. Las interpelaciones no son posibles a los ojos de Hegel más que de forma puramente ideal; ellas sólo pueden ser planteadas por el espíritu, por el concepto. De hecho, lo concreto está indisolublemente ligado con el desarrollo, y con e! desarrollo dialéctico, «el autodesarrollo por la contradicción». Hegel ve esto últim o sólo en la conciencia y en ninguna otra parte más. De ahí la estrechez de su concepción de lo concreto, que se extiende seguidamente, con toda su estrechez, a todo el dominio de la naturaleza. La interpretación hegeliana del paso de lo abstracto a lo concreto implica, pues, toda la realidad, e incluye la naturaleza y la historia; es proceso por el cual «el espíritu se eleva» hacia sí mismo y pasa por una serie de escalones: del «mecanismo» como esfera de 1a espi­ ritualidad en su manifestación puramente abstracta hasta el espíritu absoluto, no humano, divino, que se eleva hasta sí mismo. Como tal, este espíritu es concreto por sí mismo hasta que se manifiesta de modo unilateral y abstracto bajo la forma de «mecanismo», «quimismo», «organismo». Por eso en el sistema de Hegel la «lógica pura» precede al examen filosófico de la naturaleza. Ésta aparece como una serie de escalones bajo la forma es­

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pacio-temporal. Por eso el proceso que se eleva de lo abstracto a lo concreto coincide en Hegel con el pro­ ceso que engendra el mundo por la idea lógica. Así, la ley de la creación del mundo por las fuerzas y por los medios de! pensamiento está directamente dada como ley de creación de este mundo por la fuerza creadora del concepto. Como Marx ha demostrado,, esta ilusión hegeliana se basa simplemente en el punto de vista unilateral del filósofo lógico acerca de la realidad. Hegel, como lógico ex profeso, se interesa, por todo y sobre todo, «no por la lógica de las cosas, sino por las cosas de la lógica». Desde este punto de vista, el hombre no es considerado sino como sujeto de la actividad teórica lógica, y e! mundo exterior solamente como un objeto, como e! ma­ terial que trabaja esta actividad. En la lógica, esta abs­ tracción es válida dentro de ciertos límites, y mientras que la lógica no olvide estos lím ites no hay nada en ella de idealista. Pero Hegel suprimió estos lím ites. No con­ sidera el pensamiento como una de las aptitudes del hombre, sino como la fuente prim aria sustancial de todas las otras aptitudes humanas. La aptitud de modificar prác­ ticamente el mundo exterior es igualmente interpretada por él como una manifestación de la ¡dea en el hombre. El proceso práctico real de la transformación del mundo es !a consecuencia de la manifestación de una actividad puramente espiritual y en fin de cuentas puramente lógi­ ca, y toda la cultura materia! de la humanidad es e¡ pro­ ducto del pensamiento, un «concepto mediatizado», «un otro ser» del concepto. Ahora bien, en la'realidad, la base inmediata del des­ arrollo del pensamiento no es la naturaleza como tal, sino ¡a modificación d,e la naturaleza por el hombre so­ cial, es decir, Fa práctica. Si esta base práctica objetiva del pensamiento es dada como el pensamiento en su rea­ lización objetiva, resulta de ello que el pensamiento no tiene nada ;que ver con el objeto sino aparentemente, pero en realidad él no tiene que ver sino consigo mismo, sino con su propio «otro ser». Las definiciones lógicas, es decir, las definiciones cuyo mundo exterior de los obje­ tos se debe al pensamiento, vienen a resultar las defi­ niciones absolutas y las únicas verdaderas de este mundo.

59 El punto de vista de la lógica se convierte en Hegel en punto de vista absoluto y universal. Si la naturaleza del hombre está en el pensamiento y si la naturaleza de la realidad de los objetos reside en que ella es el pro­ ducto del pensamiento, «un concepto alienado», enton­ ces la ley del desarrollo del pensamiento se convierte en la ley de desarrollo del mundo real. Por eso, «hombre» y «pensamiento en conceptos» son enteramente sinóni­ mos para Hegel, lo mismo que «mundo» y «mundo en conceptos», «mundo lógicamente comprendido». En realidad, el objeto real de la lógica de Hegel que­ da, a pesar de sus ilusiones, como el proceso de apro­ piación teórica del mundo, de reproducción del mundo por el pensamiento. En tanto que Hegel estudia este objeto, llega a verdaderos descubrimientos. Pero en la medida que toma este objeto, no por lo que él es, sino por el proceso de devenir del mundo mismo, llega a una concepción falsa no solamente del mundo, sino del pensamiento mismo. Se priva de toda posibilidad de com­ prender el proceso del pensamiento. A partir del mo­ mento en que las condiciones reales que engendran la realidad lógica se representan como sus productos y sus consecuencias, ella se encuentra suspendida en el aire o, más exactamente, «en el éter del pensamiento puro». La aparición del pensamiento y su desarrollo llegan a ser perfectamente inexplicables. Por ello Hegel se ve obli­ gado, a fin de cuentas, a interpretar la aptitud lógica para distinguir y reunir los conceptos como una especie de «don divino», como la actividad de un «concepto» des­ arrollándose de sí mismo. No menos inexplicables resul­ tan las leyes de la elevación de lo abstracto a lo con­ creto, que Hegel ha puesto en evidencia en el movi­ miento del conocimiento teórico. A la pregunta ¿por qué el movimiento posee ese movimiento y no otro?, la filo ­ sofía de Hegel da de hecho una respuesta tautológica: tal es la naturaleza original no creada (incrée) del pen­ samiento. La tautología cesa entonces de ser una simple tautología y se convierte en mentira idealista. Marx dirige sus golpes críticos sobre este punto, mostrando que en realidad no hay aquí la menor expli­ cación, y que si se da la ausencia de explicación por una explicación, esto lleva simplemente al idealismo. Rebatiendo la concepción hegeliana del pensamiento

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como creadora del mundo objetivo, Marx no rechaza la ley que Hegel puso en evidencia en el movimiento de! conocimiento teórico, aunque él le dio una falsa inter­ pretación idealista. Realmente, indica Marx, el método que se eleva de lo abstracto a lo concreto no es otra cosa que el método con la ayuda del cual el pensa­ miento humano se apropia la realidad concreta que existe fuera e independientemente de él. Como tal, este método supone, primeramente; la existencia de lo con­ creto no pensado; segundo, la actividad práctica obje­ tiva del hombre social desarrollándose independiente­ mente del pensamiento, y tercero, la forma sensible in­ mediata del reflejo de lo concreto en la conciencia, es decir, la conciencia empírica, la intuición y la represen­ tación formándose totalmente con independencia de la actividad teórica espacial y antes que ella. Dicho de otra forma, el pensamiento teórico está precedido no sola­ mente por el mundo objetivo, sino por otra forma de con­ ciencia, constituida directamente en el curso de la acti­ vidad práctica sensible, el modo práctico-espiritual de apreciación del mundo, como le llama Marx.

Los puntos de vista de Marx sobre el desarrollo del conocimiento La cuestión de las relaciones de lo abstracto y lo concreto en el pensamiento se presenta por Marx a la luz de otra cuestión más general: «¿Cómo desarrollar la ciencia?»7. La formulación misma de la cuestión supone que el desarrollo científico sea considerado como un proceso histórico natura.1. Marx fue siempre decididamente con­ trario a la concepción' izquierdista del desarrollo de la cultura espiritual que ignora todas las conquistas pre­ cedentes del pensamiento humano. En la ciencia, como en otros dorninios de la cultura espiritual, el verdadero movimiento hacia adelante se realiza siempre por la vía del desarrollo de lo válido que ha sido creado por todo el desarrollo anterior, no a partir de la «tabula rasa» de Locke, sino por una cabeza poseedora de un desarrollo teórico.

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Es evidente que la apropiación de los resultados del desarrollo histórico anterior no es la simple herencia de fórmulas preparadas, sino un proceso complejo de re­ examen crítico que implica la referencia de estos resul­ tados con los hechos, la vida, la práctica. Una nueva teoría, por muy revolucionaria que sea por su contenido y su alcance, nace siempre en el examen crítico de ¡as teorías anteriores. Este hecho fue subrayado en su tiem ­ po por Lenin en su lucha contra el izquierdismo del proletkult, para el cual era necesario crear la cultura prole­ taria, empujándola «directamente en la vida» después de haber rechazado como baratillo inútil todas las conquis­ tas del pensamiento humano. Cuanto más revolucionaria es una teoría, más ella es la verdadera heredera del pasado teórico, tanto más se apropia del «núcleo racional» acumulado por la cien­ cia anterior a ella. «Arreglar sus cuentas críticas» con las teorías ante­ riores no es de ninguna manera ocupación accesoria y de importancia secundaria, sino un momento necesario de la elaboración de la teoría misma. No es de modo alguno por azar que El Capital lleve como subtítulo, o más bien como segundo título, Crítica de la economía política. El análisis de los conceptos desarrollados por toda ia historia anterior de la economía política coincide orgá­ nicamente con el análisis de los hechos persistentes de la realidad económica. Esos dos aspectos de la investi­ gación científica teórica se funden en un proceso único. Ninguno de los dos es pensable o posible sin el otro. Lo mismo que el análisis crítico de los conceptos es imposible fuera del análisis de los hechos, el análisis teórico de los hechos es imposible si no se dispone de conceptos por los cuales ellos pueden ser expresados. La lógica dialéctica de Marx tiene enteramente en cuen­ ta la importancia de esta circunstancia. Por esta primera razón, la dialéctica realizó la coin­ cidencia consciente y querida del momento de la induc­ ción y del momento de la deducción, en tanto que mo­ mentos de la investigación inseparables e implicándose el uno en el otro. La vieja lógica entendía, con más o menos espíritu de consecuencia, por «inducción» el análisis de los hechos

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empíricos, el proceso de formación de las determinacio­ nes analíticas de un hecho. Por esto, la inducción pare­ cía ser el medio, si no único, a! menos fundamental, de acceder a un nuevo conocimiento. En cuanto a la deduc­ ción, se consideraba esencialmente como un proceso de análisis del concepto que establecía las distincio­ nes en el interior de éste. Como tal, aparecería sobre todo como un proceso y como una forma de explicación, de exposición de un conocimiento ya preparado, exis­ tente ya en la cabeza y no bajo ¡a forma de creación de nuevos conocimientos, de conceptos nuevos. El hombre (a condición que piense realmente los hechos) no ana­ liza los hechos empíricos con una conciencia «vacía», sino con una conciencia que se ha desarrollado en el curso de la educación. Es decir, capta siempre los hechos desde el punto de vista de tal o tal concepto. Lo quiera o no, no puede sin esto pensar activamente, comprender los hechos; en el mejor de los casos, no puede sino constatarlos activamente. Dentro de la más simple generalización, la inducción está indisolublemente ligada con la deducción: el hom­ bre expresa los hechos en conceptos, y esto significa que toda nueva definición analítica de los hechos se for­ ma al mismo tiempo como nueva determinación, más concreta, del concepto desde el punto de vista del cual él piensa estos hechos. En el caso contrario, no se forma, de ninguna manera, la determinación analítica del hecho. Quien cree expresar los hechos «absolutamente sin ¡dea preconcebida», sin ningún concepto «anteriormente admitido», no está desprovisto de ellos. Al contrario, es inevitablemente esclavo de los conceptos más vulgares y más absurdos: 0, ./ También aquí la libertad no consiste en escapar a la necesidad, sino en asimilarla conscientemente. La ver­ dadera ausencia de prevención no consiste en expresar los hechos sin el menor concepto «anteriormente admi­ tido», sino expresarlos con la ayuda de conceptos justos conscientemente asimilados. Engels ha mostrado esto magníficamente a propósito de las categorías filosóficas en su crítica del empirismo. El científico que hace gala de su «libertad» con respecto a toda categoría lógica está, por regla general, prisio-

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ñero de las más vulgares representaciones a este res­ pecto. No está en condiciones de formarlas él mismo «partiendo de los hechos»; esto sería tener la preten­ sión de realizar él completamente sólo lo que no puede lograr sino la humanidad en toda su evolución. Por ello, en realidad, él toma siempre las categorías lógicas de una filosofía. La cuestión se reduce a saber de qué filo ­ sofía: de un mal sistema que está de moda o de un sistema que representa realmente el últim o grado del desarrollo y que se basa en toda la historia de las in­ vestigaciones y de las adquisiciones del pensamiento humano. Esto no concierne, naturalmente, sólo a los concep­ tos filosóficos. Lo mismo sucede con las categorías de no importa qué ciencia. El hombre no comienza jamás a pensar «a partir del comienzo», directamente a partir de los hechos. Sin ¡deas en la cabeza no se puede perci­ bir ningún hecho, decía Pavlov. La «intuición» sin signi­ ficación y la «inducción» sin ¡dea es ficción, de la misma manera que el «pensamiento puro». El empirista que pretende pensar solamente con hechos opera en realidad siempre «principalmente con ¡deas tradicionales, con los productos en gran parte su­ perados por sus antecesores»8. Por ello, confunde fá cil­ mente la abstracción con la realidad, las ilusiones subje­ tivas con los hechos objetivos y los conceptos que los expresan con las abstracciones. Por regla general, concretiza bajo forma de determinaciones (de definiciones) los hechos de las abstracciones usuales. En consecuencia, la «inducción empírica» se realiza como proceso de concretización, de representación de los conceptos con los cuales se emprende el examen de los hechos; es decir, como deducción, como proceso de completar los conceptos iniciales con determinaciones más detalladas, obtenidas a partir de los hechos por vía de abstracción. La dialéctica m aterialista ha «abolido» la vieja oposi­ ción entre la deducción y la inducción. La deducción deja de ser un procedimiento de extracción formal de deter­ minaciones contenidas a p rio ri en un concepto y se con­ vierte en un procedimiento de desarrollo real de >los conocimientos sobre los hechos en su movimiento y su interacción interna. Esta deducción encierra orgánica­

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mente en sí misma el momento empírico; se logra pre­ cisamente por el análisis más riguroso de los hechos empíricos, por la inducción. Pero en el caso presente, las denominaciones «inducción» y «deducción» no ex­ presan nada sino una semejanza exterior y formal entre el método de la dialéctica m aterialista y los métodos correspondientes de la lógica tradicional. En efecto, esto no es ni la deducción ni la inducción, sino otra cosa que incluye en sí misma, en tanto que «momento abolido», la una y la otra. Ambas se realizan al mismo tiempo, en tanto que contrarias; implicándose recíprocamente, jus­ tamente por su interacción, crean una forma más ele­ vada de desarrollo lógico. Esta forma más elevada, que une orgánicamente en sí misma el análisis de los hechos con el análisis de los conceptos, es precisamente la forma de paso de lo abstracto a lo concreto de la que habla Marx. Es la única forma lógica de desarrollo del conocimiento que corresponde a la naturaleza real del objeto. En efecto, sólo con su ayuda lo concreto objetivo puede ser repro­ ducido en el pensamiento como realidad históricamente desarrollada. No se puede hacer de ninguna otra forma. Como tal, el método que se eleva de lo abstracto a lo concreto no puede, en ningún caso, dejar de ser un procedimiento de exposición de un conocimiento ya pre­ parado, obtenido previamente de alguna forma, como muchas veces han intentado obtener los revisionistas del marxismo, que deformaban el método de El Capital dentro del espíritu de un neo-kantismo vulgar. Es así, por ejemplo, como R. Hilferding lo interpreta. Cita un extracto de la Introducción a ¡a crítica de la economía política («el prim er paso ha reducido la pleni­ tud de la repfesentaci.ón a una determinación abstracta; con el segundo, las determinaciones abstractas condu­ cen a la reproducción de lo concreto por la vía del pen­ samiento»), y lo comenta así: «Esto muestra ya que es falso poner al mismo nivel la deducción y la inducción como fuentes equivalentes del conocimiento. La deduc­ ción es más bien un simple procedimiento de represen­ tación científica, que puede pasar efectivamente, a fin de cuentas, de lo general a la representación de lo par­ ticular, con la única condición de que la inducción le haya precedido ya en el pensamiento»9. Llamando de­

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ducción al procedimiento que se eleva de lo abstracto a lo concreto e interpretándolo de forma totalm ente unila­ teral desde el único punto de vista de su semejanza exterior con la concepción tradicional de la deducción, Hilferding le niega la dignidad de método de estudio de los hechos reales y hace de ella una simple forma de exposición sistem ática de un conocimiento preparado, que debería ser obtenido previamente por otra vía: la vía inductiva. El austro-marxista Karl Renner razona de una manera análoga en el prólogo de su Teoría de la economía capi­ talista. Reduce la esencia del método que se eleva de lo abstracto a lo concreto, empleado en El Capital, a la «manera de exposición de los filósofos alemanes», que Marx habría asimilado de su época. Esta manera, habien­ do llegado a ser, se dice, totalm ente extraña a los lec­ tores de la generación actual, Renner cree justo reem­ plazarla por otra. «No conozco ningún libro que deba su origen a una tal masa de experiencias como El Capital, de Marx — escribe Renner—-, y conozco aún menos libros cuya expresión sea, a pesar de esto, tan deductiva y abstracta»10. Por esto Renner estima útil «exponer» el contenido de la teoría de Marx de otra manera, que «parte de hechos de experiencia inmediatamente obser­ vables, los sistematiza y los eleva progresivamente al nivel de los conceptos abstractos» 17, es decir, de una manera inductiva. En este caso, piensa Renner, la expo­ sición corresponderá al método de investigación, mien­ tras que en El Capital lo contradice. El resultado es que Renner generaliza sin ningún espíritu crítico los fe­ nómenos empíricos del capitalism o contemporáneo bajo el aspecto que ellos tienen en la superficie, y a conti­ nuación da sus generalizaciones para la expresión teó­ rica de la esencia de estos fenómenos. En esta direc­ ción descubre, por ejemplo, que un obrero que compra acciones participa por ello mismo en la propiedad de los medios de producción sociales, como resultado de lo cual se realiza una «democratización» automática del capital, una «socialización» de la producción social que hace la revolución superflua. Por ello mismo, Renner hace la demostración de que no se trata solamente de una manera de exposición. En realidad, él ha reempla­

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zado el método de Marx, que es un método de estudio de los fenómenos, por la apologética. El método que se eleva de lo abstracto a lo concreto ya no puede ser interpretado como un procedimiento puramente lógico para sintetizar en un sistema único las abstracciones ya preparadas, obtenidas previamente por vía puramente analítica. La concepción según la cual el conocimiento precedería primero a un análisis «puro», en el curso del cual se elaborarían m últiples abstrac­ ciones, después a una síntesis pura, tal concepción per­ tenece al tipo de las fantasías propias de la teoría me­ tafísica del conocimiento, como la de la inducción sin deducción. Para apoyar esta concepción se da a veces como ejemplo el desarrollo de la ciencia de los siglos XVII y XVIII. Pero esto es forzar involuntariamente hechos. Hasta si nos ponemos de acuerdo que el estudio ana­ lítico de los hechos, es muy característico de este pe­ ríodo (aunque en realidad con ello se haya llegado a la síntesis, a despecho de las ilusiones de los teóricos), no hace falta, sin embargo, olvidar que éste no es el prim er grado del desarrollo científico de la humanidad y que el análisis exclusivo característico de esta época supone él mismo, como premisa, ¡a ciencia griega anti­ gua. Para la ciencia antigua, es decir, para el estado realmente inicial del desarrollo científico en Europa, es más bien la vía «sintética generalizada» de las cosas lo característico. Y si nos referimos a la historia de la metafísica de los siglos XVII y XVIII, no hay que olvidar que no es la primera, sino más bien la segunda de las grandes épocas de desarrollo del pensamiento. Pero en­ tonces es la síntesis y no el análisis la que se presenta históricam ente.como la primera etapa del tratamiento de los hechos por él pensamiento. Así, este ejemplo» prueba exactamente lo contrario de lo que se quería hacerle decir. El análisis y la síntesis son (y han sido siempre) contrarios internos del proceso del pensamiento, tan in­ separables como la deducción de la inducción. Si tal o tal época ha sobreestimado una en perjuicio de la otra, no es necesario hacer de esto una ley a la que el pensa­ miento deba obedecer en el futuro, una ley lógica, con­ forme a la cual cada ciencia debiera primero pasar por

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una etapa «puramente analítica» para en seguida, apo­ yándose en ella, pasar a una etapa sintética. Sin embargo, sobre una tal concepción se funda la idea de que el método que se eleva de lo abstracto a lo concreto no puede ser empleado sino cuando se ha terminado enteramente el proceso previo de «reducción» de ¡o concreto a lo abstracto. Este método es ante todo un procedimiento de aná­ lisis de los hechos empíricos reales. Como tal, incluye en calidad de contrario interno necesario el movimiento «inverso»; cada paso por esta vía no es otra cosa que un acto que se eleva de lo concreto dado sensible a su expresión teórica abstracta. Por esto, el proceso de ele­ vación de lo abstracto a lo concreto en el pensamiento es al mismo tiempo un movimiento, sin cesar renovado, de ¡o concreto en la intuición y la representación a lo concreto en el concepto. Las determinaciones abstractas de los hechos dados sensibles que están sintetizadas en sistemas cuando nos elevamos hacia la verdad concreta, se forman en el curso del movimiento mismo. No se encuentran en nin­ gún caso preparadas como productos de una etapa ante­ rior, que se dice es puramente analítica del conocimiento lógico. Y si existe algún sentido en la afirmación según la cual, para elevarse de lo abstracto a lo concreto, es necesario reducir de forma puramente analítica lo con­ creto empírico sensible a una expresión abstracta por su esencia y como fase anterior particular de actividad lógica en el tiempo, este sentido reside en que el exa­ men teórico de la realidad supone la presencia de un vocabulario desarrollado, de una terminología espontá­ neamente constituida, de un sistema de representación general abstracto. Esta etapa «puramente analítica» de reflejo de la realidad objetiva en la conciencia no es sino la premisa de la actividad teórica lógica y no su p ri­ mera fase. Podemos, pues, resumir. El método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto es una forma específica de acción del pensamiento y de elaboración lógica en conceptos de la intuición y de la representa­ ción. No es, en ningún caso, un procedimiento artificial, una manera de exponer los conocimientos preparados ni

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un medio forma! de reunir en sistema las abstracciones ya existentes. Es, sobre todo, la ley «natural» del des­ arrollo teórico de la humanidad, puesta en evidencia por !a filosofía, después transformada en método de desarro­ llo de la teoría conscientemente empleada. Cada generalización «inductiva» tomada aparte (cuya fórmula es: de lo concreto en la intuición a !o abstracto en el pensamiento) se realiza, en efecto, siempre en e! contexto del movimiento general del conocimiento, y en este sentido no es sino «momento que se desvanece» en la marcha del movimiento general hacia la verdad concreta. Así, pues, la elevación de lo abstracto a lo concreto en el pensamiento y la dialéctica del pensa­ miento son cosas indisolublemente ligadas. No es por azar que Lenin, después de haber cuidado­ samente recopilado la larga definición del camino de lo abstracto a lo concreto que da Hegel en la última sec­ ción de ¡a «Gran Lógica» *, la caracteriza así: «Este frag­ mento resume bastante bien, a su manera, lo que es la d ia léctica » 12. La definición citada por Lenin caracteriza justamente el proceso del pensamiento como un proceso que se eleva de lo abstracto a lo concreto: «... El conocimiento es así llevado de contenido en contenido. Esta progre­ sión se caracteriza, ante todo, por el hecho de que co­ mienza por precisiones simples, para continuar con pre­ cisiones cada vez más ricas y concretas. Esto quiere decir que e í resultado contiene su comienzo, y la evolu­ ción de éste le enriquece con una nueva precisión. Que lo general es lo que forma la base, lo que hace que la progresión no sea un simple recorrido de lo uno a lo otro. En el método absoluto, el concepto se mantiene en su otro se r;0lo general se conserva en su particula­ ridad, en el razonamiento y en la realidad. A cada nueva fase de su determinación, la masa de su contenido ante­ rior se eleva; no solamente no pierde nada del hecho de la progresión dialéctica, no deja nada detrás de ella, sino que ella lleva consigo todo lo adquirido y se recoge sobre ella misma a medida que se enriquece.» * «Ciencia de la Lógica»; suele denom inarse «Gran Lógica» para distinguirla de las partes que tratan de ella en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas.

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Las partes de la lógica de Hegel son precisamente ¡as que Lenin hace resaltar en sus resúmenes como las menos impregnadas de idealismo, y que hablan, sobre todo, del método dialéctico. «Es de subrayar que todo el capítulo sobre la 'Idea absoluta’ no menciona casi la palabra Dios (apenas una vez el concepto divino’ se menciona brevem ente); y, además — esto N. B.— , este capítulo no contiene casi ningún idealismo específico, pero tiene como sujeto esencial el método dialéctico. La suma y el resumen, la última palabra y el sentido de la lógica de Hegel, es el método dialéctico — esto es muy elocuente— . Y todavía más: en la obra más idealista de Hegel es donde hay menos idealismo y donde hay más materialismo. 'Esto es contradictorio’, pero es un hecho» Si se considera dialécticamente el proceso del cono­ cimiento, el método que se eleva de lo abstracto a ¡o concreto, de la determinación teórica general del objeto dado en la intuición y la representación a determinacio­ nes cada vez más concretas, representa la forma teó ri­ camente justa de la transformación de los hechos empí­ ricos en conceptos. Así es como lo ven Marx, en la Con­ tribución a la crítica de la economía política, y Lenin, en sus notas sobre los últim os capítulos de la Lógica de Hegel.

Ei lo

fundamento m aterialista deí paso de abstracto a lo concreto en Marx

Marx no se lim itó a dar a la ley de laelevación de io abstracto a lo concreto un fundamento teórico gene­ ral; él io aplicó a la elaboración de una ciencia concreta: la economía política. El Capital contiene la prueba práctica, concreta y desarrollada de la necesidad d ete ste método; muestra su fundamento m aterialista rea! en tanto que único método que corresponde a la dialéctica del desarrollo de la realidad objetiva. El análisis de El Capital desde el punto de vista del método de investigación que se aplica en él debe mos­ trar la esencia concreta de! método en cuestión. Enton­ ces éste aparecerá como el único capaz de conducir a la

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solución de la tarea central de la investigación científica, tal como ella se dibuja desde el punto de vista de la dialéctica m aterialista: seguir el condicionamiento recí­ proco concreto de los fenómenos que crean por su inter­ acción un sistema, que tiene un origen histórico, se des­ arrolla y manifiesta siempre nuevas formas de existen­ cia y de interacciones internas. Sería completamente erróneo no ver la necesidad de este método sino en el hecho de que la conciencia del hombre es incapaz de abarcar de un solo golpe toda la complejidad de un objeto y que necesita «elevarse» de una representación del objeto incompleta, unilateral (abs­ tracta), a un conocimiento más completo. Esto no sería una explicación, sino la simple repetición de un hecho trivia l. Que la conciencia sea efectivamente tal es evi­ dente. Pero las propiedades de la conciencia tienen ellas mismas, necesidad de una explicación m aterialista. Ade­ más, esta simple referencia a la naturaleza de la concien­ cia no nos muestra rigurosamente nada sobre el carácter específico del método que se eleva de lo abstracto a lo concreto en tanto que método de investigación cientí­ fico-teórico. La simple toma de conocimiento de un objeto, de un fenómeno o de un sistema de fenómenos se desarrolla también como un proceso de apropiación gradual y progresivo de detalles vez más nuevos; ella pasa de una representación unilateral y pobre a otra más completa (pero siempre puramente em pírica). El proceso de acumulación de los datos empíricos por medio de los cuales la realidad es percibida sin ser toda­ vía conocida transcurre también como un desarrollo de! conocimiento unilateral al conocimiento m ultilateral. El método que se eleva de lo abstracto a lo concreto no es sino un rgétodo de reflejo de la realidad concreta en el pensamiento, y no un método de creación de esta realidad por la fuerza del pensamiento, como decía Hegel. Por esto, el punto de partida y el orden de desarrollo' lógico de los conceptos, según este mé­ todo, no dependen del pensamiento, sino exclusiva­ mente, como lo ha mostrado Marx, de las relaciones en las cuales se encuentran los diferentes aspectos de un todo concreto de los unos con relación a los otros. El método de desarrollo lógico debe, por consecuencia, co­ rresponder al modo de división interna de ese método,

71 a la dialéctica de la aparición de lo concreto fuera del pensamiento; es decir, a fin de cuentas, al desarrollo histórico de este concreto, aunque, como demostrare­ mos más adelante, esta correspondencia no es simple e inerte y no concierne sino a los momentos universa­ les del desarrollo. La fórmula del materialismo en la teoría del conoci­ miento y en la lógica es exactamente la inversa de lo que hemos citado más arriba: el objeto es tal que a él no le corresponde sino tal forma de la actividad de la conciencia y no otra cualquiera; el objeto es tal que él no puede ser reflejado en la conciencia sino por este solo procedimiento. Dicho de otra manera, el problema del método de la actividad lógica cambia en investigación de la naturaleza objetiva de la realidad de los objetos y en profundizaciones de la categoría de lo «concreto», como categoría que tiene relación con el objeto y que expresa la forma universal de existencia de la realidad. Aquí también reina el principio de la coincidencia de la lógica, de la teoría del conocimiento y de la dialéctica: una cuestión que parece a primera vista puramente lógi­ ca es, en el fondo, la cuestión de las formas universales, en las cuales lo concreto objetivo se transform a y se desarrolla. No se puede dar un fundamento m aterialista a la justeza y a la necesidad del método que se eleva de lo abstracto a lo concreto sino haciendo ver las leyes uni­ versales reales, a las cuales obedece uniformemente en su devenir todo sistema concreto de fenómenos en in­ teracción (el sistema capitalista y mercantil de las rela­ ciones sociales, el sistema solar, la forma química o bio­ lógica de las interacciones, etc.). Pero aquí tropezamos de nuevo con una dificultad dialéctica ya conocida: la dialéctica interviene en la forma misma de plantear la cuestión de la dialéctica. Aparentemente, es imposible aclarar y expresar teó ri­ camente las leyes universales del devenir de algo con­ creto, sea por vía de generalización inductiva, por abs­ tracción de lo que tienen de común y de semejanza el sistema capitalista mercantil y el sistema solar, la fo r­ ma biológica de las interacciones naturales y sus fo r­ mas electromagnética, química u otra cualquiera.

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Plantear la cuestión así es fijarse una tarea absolu­ tamente irrealizable por su propia naturaleza. En efecto, el conocimiento de todos los casos de interacciones concretas en la naturaleza infinita depasa no solamente las posibilidades del autor de una obra, sino la de ¡a humanidad entera. Nosotros no estamos ante la tarea de esclarecer precisamente ¡as leyes universales del devenir de todo el sistema objetivo concreto de interac­ ciones. Dicho de otra forma, hemos vuelto a uno de los problemas «eternos» de la filosofía: ¿es posible — y si ello lo es, cómo— elaborar, sobre la base del estudio de un dominio de hechos limitado y necesariamente ter-» minado, una generalización realmente universal e in­ finita? Por suerte, la filosofía no ha intentado nunca real­ mente ¡legar a una tal concepción por vía inductiva. El desarrollo real de la ciencia y de la filosofía desde hace ya mucho tiempo ha resuelto prácticamente esta «antinomia» que no parece insoluble por principio más que cuando se la formula de manera metafísica. En efecto, la humanidad, la sea en filosofía o en cualquier otro dominio del conocimiento, ha llegado a generalizaciones y a conclusiones universales «infini­ tas», no por vía de abstracción de lo que tienen de co­ mún entre sí todos los casos posibles, sino por el aná­ lisis, aunque sea nada más de un caso típico. Bastará recordar a este propósito lo que escribió Engels en lá Dialéctica de la naturaleza: «Que poco fundada es la pretensión de la inducción de ser la única forma o al menos la predominante de! descubrimiento científico, la termodinámica da un ejemplo sorprenden­ te. La máquina de vapor ha dado la prueba más peren­ toria de que se puede poner en juego calor y obtener movimiento m ecánico/,Cien mil máquinas de vapor no lo han demostrado mejor que una sola; solamente han obligado más y más a los físicos a explicarla. Sadi Carnot ha sido el primero en ocuparse seriamente; pero no por indu'cción. Estudió la máquina de vapor, la ana­ lizó y encontró que en ella el proceso fundamental no aparece en estado puro, sino que está encubierto por toda una serie de procesos secundarios; eliminó esas circunstancias accesorias, indiferentes para el proceso principal, y construyó una máquina de vapor (una má-

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quina de gas) ideal, que, en realidad, es1tan poco reali­ zable como, por ejemplo, una línea o una superficie geométricas, pero que, a su manera, cumple el mismo servicio que esas abstracciones matemáticas. Ella repre­ senta e! proceso considerado en estado puro, indepen­ diente, no alterado» 14. No la inducción orientada hacia la investigación de una abstracción, que expresa lo que tiene de común con todos los casos particulares, sino un análisis pro­ fundo de un caso particular orientado hacia la puesta en evidencia del proceso de investigación en estado «puro», tal fue la vía de la filosofía por todas partes y siempre que ella ha realmente conducido a descubri­ mientos objetivos. Sólo las personas como Comte y Spencer han intentado tom ar la vía de la inducción y de la abstracción. Pero los resultados de sus esfuerzos fueron lo que era de esperar. La filosofía ha procurado siempre resolver los pro­ blemas específicos que son muy diferentes de los es­ fuerzos que se pueden hacer para descubrir lo que tie ­ nen abstractamente de común el cocodrilo y Júpiter o el sistema solar y la riqueza. La filosofía ha tenido siem­ pre serios problemas, en el curso de la solución de los cuales ella ha ido hacia el descubrimiento de leyes universales de todo lo que existe y la revisión del con­ tenido de las categorías. Marx, como es sabido, no ha sometido a su análi­ sis crítico el sistema hegeliano de las categorías uni­ versales comparando estas categorías con lo que la humanidad tiene de común con el núcleo de! átomo, y el uno como el otro con la estructura del gran Uni­ verso. El sistema hegeliano de las categorías ha sido su­ perado por su confrontación crítica esencialmente con un caso de desarrollo dialéctico (pero, ya aquí está toda la cuestión, un caso típ ico ): la dialéctica de las relaciones sociales de producción en uno de sus gra­ dos de desarrollo. Es la vía real la que siempre hizo evolucionar la concepción del contenido de las catego­ rías universales. El problema del análisis teórico de lo universal se reduce siempre, en realidad, al análisis de lo único desde el punto de vista de lo universal. Hace falta sola­

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mente saber distinguir en lo único lo que constituye, no la unicidad y la particularidad de un caso, sino su uni­ versalidad. Es bajo este punto de vista donde hace falta justamente disponer de la aproximación, la más consciente posible, de la abstracción y de los medios de llegar a ella. El error más ordinario de la investiga­ ción teórica consiste en tom ar por la forma universal de un hecho único lo que no tiene relación en realidad más que a un curso dado de circunstancias pasajeras en el interior de las cuales esta forma realmente uni­ versal es ofrecida a la inducción. Pero ya que se ha llegado a descubrir más comple­ tamente el contenido de una categoría tan universal como lo concreto, el problema puede y debe ser resuel­ to mediante el estudio de un caso típico de sistema de fenómenos objetivos en interacción desarrollándose dialécticamente. Un caso verdaderamente típico de sis­ tema de este género es el de las relaciones capitalistas y m ercantiles entre los hombres. Es el que nosotros to ­ maremos como caso particular inmediato de lo concre­ to en general, en el cual pueden y deben ser puestos en evidencia los contornos universales de todo concreto. Haremos apelación a otros dominios sólo cuando encon­ tremos materiales característicos por sí mismos. La elección de este material no está determinada por un capricho subjetivo o por las inclinaciones perso­ nales. Una circunstancia mucho más decisiva en su fa­ vor reside en el hecho de que ningún otro concreto ha sido aún tenido por el pensamiento con tanta plenitud. Cuando Marx se propuso la tarea de descubrir la ley general del capitalismo como tal, como sistema históri­ co determinado de producción social, no ha procedi­ do, en ningún, gnomento, por la vía de la comparación inductiva de todos Jos casos del desarrollo capitalista existente sobre el globo terrestre en su época con ex­ cepción alguna. Como dialéctico, él ha procedido de otra formá;' tomó el caso más característico y el más desarrollado, a saber, la realidad capitalista y mercantil inglesa, así como su reflejo teórico en la literatura eco­ nómica inglesa, y desarrolló una teoría económica uni­ versal fundándose principalmente en un estudio detalla­ do de este caso único. Se basó en la concepción de que las leyes univer­

75 sales del desarrollo capitalista son las mismas para to ­ dos los países, y que Inglaterra, país que llegó más lejos en la vía del desarrollo capitalista, presentaba to ­ dos los fenómenos bajo este aspecto, el más puro. Todo lo que en otros países existe en estado de alusión dé­ bil y d ifícil de distinguir, o de una tendencia que no se ha manifestado aún enteramente, o que está recu­ bierta y complicada por circunstancias exteriores acce­ sorias, estaba en Inglaterra enteramente desarrollado bajo la forma clásicamente pura. Marx no recurrió a ciertos rasgos del desarrollo capitalista de otros países más que en ciertos casos bien determinados (recurrió, por ejemplo, a numerosos rasgos del desarrollo econó­ mico del campo ruso para su análisis de la renta). Hace falta ciertamente inspirarse en las mismas con­ sideraciones cuando se plantea el problema de cate­ gorías de la dialéctica. Es, en efecto, la realidad capi­ talista y mercantil, en el desarrollo teórico de El Capital y otras obras que tienen la misma orientación (de Marx mismo y de sus mejores discípulos y sucesores, ante todo Engels y Lenin), que se nos presentan como el cuadro más desarrollado de lo concreto histórico. Ade­ más, El Capital continúa siendo un modelo insuperado de aplicación consciente del método dialéctico, de la lógica dialéctica en toda la amplitud de su contenido. Muestra a numerosas ciencias su propio futuro, contie­ ne todos los aspectos del método que no ha encontrado aún una realización tan consecuente en otras ciencias. Hace falta subrayar igualmente que la crítica construc­ tiva de las teorías anteriores, momento necesario de la elaboración teórica de los problemas científicos de una época, supone que la asimilación crítica se ejerce sobre un material teórico de buena calidad y sobre los ejem­ plos realmente superiores de concepciones teóricas existentes sobre la realidad que, en el caso dado, es el objeto de la atención del investigador. Tratando de elaborar la teoría económica, los princi­ pales adversarios teóricos, oponiéndose a los cuales Marx desarrolla su concepción de la realidad, eran los clásicos de la economía política burguesa y no los re­ presentantes contemporáneos de Marx de la economía vulgar y de la «forma universitaria de descomposición» de la teoría. Estos adversarios eran contemporáneos de

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Marx sólo en el tiempo y no desde ei punto de vista de la penetración teórica. En este sentido, ellos estaban infinitam ente por debajo de los clásicos y no represen­ taban, de ninguna manera, una oposición teórica digna de una constatación seria. En la exposición de su con­ cepción teórica de la realidad, exposición que tiene la forma de un debate serio con los clásicos, Marx se li­ mita, de paso, a poner en ridículo a teóricos como Sé­ nior, Bastiat, Mac Culloch, Roscher, etc. Cuando se trata de categorías filosóficas, la filosofía burguesa clásica queda hoy aún el único adversario vá­ lido de la filosofía del materialismo dialéctico, esto bien entendido, lejos de apartar del orden del día la lucha más despiadada contra los sistemas reaccionarios con­ temporáneos, ayuda a demostrar su vacío y su tenden­ cia a eludir miedosamente los grandes problemas filo ­ sóficos. Marx, Engels y Lenin tenían otra actitud hacia Hegel y Feuerbach que hacia Schopenhauer o Comte, Mach o Bagdanov. En su crítica vigorosa de las especulacio­ nes de los pequeños idealistas, ellos no pretendían nunca encontrar en ellos el «núcleo racional». Para destruir la argumentación sofística de los machistas, Lenin la concentra, sobre todo, en la expresión clásica, clara y fundamental, en la posición que el com­ bate había alcanzado en Berkeley y Fichte. Esto no es un procedimiento polémico, sino el medio más seguro para poner al desnudo teóricamente la esencia de una posición. De otro lado, cuando Lenin se encuentra ante el problema de una elaboración más profunda de la dialéctica materialista, él deja de lado a los machistas, estos contemporáneos teóricos de Berkeley, y vuelve al análisis crítico, de la Ciencia de la lógica de Hegel como verdadera3 cumbre del pensamiento burgués en el dominio de la concepción de leyes universales de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento humano. Así podemos resumir: es en El Capital de Marx y en el análisis de su estructura lógica donde hace falta buscar el verdadero fundamento concreto del método que se eleva de lo abstracto a lo concreto como e! único método de desarrollo lógico científicamente con­ creto y correspondiente a la dialéctica objetiva. El Capital realiza sistemáticamente la coincidencia

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de la lógica, de la teoría del conocimiento y de la dialéc­ tica, que es el rasgo distintivo del método de investiga­ ción de Marx, y la coincidencia de la inducción, del aná­ lisis y de la síntesis, que caracteriza al método que se eleva de lo abstracto a lo concreto. Vamos a examinar la cuestión primero en su expresión económica concre­ ta para pasar seguidamente a conclusiones de orden metodológico general. Hagámonos la pregunta siguiente: ¿Es posible con­ cebir teóricam ente (reproducir en un concepto) la na­ turaleza objetiva de fenómenos como la plusvalía y el beneficio si no se ha analizado anterior e independien­ temente la categoría de valor? ¿Se puede comprender la moneda si no se conocen las leyes a las cuales obe­ dece el movimiento del simple mercado? Cualquiera que haya leído El Capital y conozca la problemática de la economía política sabe que hay aquí una tarea insoluble. ¿Se puede formar el concepto (la abstracción con­ creta) de capital por vía de generalización puramente inductiva de caracteres abstractos que se observa en todos los aspectos diversos del capital? ¿Esta abstrac­ ción será científicam ente satisfactoria? ¿Expresa ella la estructura interna del capital en genera! en tanto que forma específica de la realidad económica? Basta poner la pregunta así para que la respuesta sea necesaria­ mente negativa. Una tal abstracción expresa natural­ mente lo que hay de idéntico en el capital industrial, bancario, comercial y usuario. Ella nos evita indiscuti­ blemente repeticiones. Pero aquí termina su valor de conocimiento rea!. Ella no expresa la esencia concreta de ninguna de estas formas de capital. Pero expresa también poco la esencia concreta de su ligazón re­ cíproca y de su interacción. Es precisamente por esto por lo querella se ha abstraído. Ahora bien, es la inter­ acción concreta de fenómenos concretos lo que cons­ tituye, desde el punto de vista de la dialéctica, el objeto y el fin de! pensamiento en conceptos. La significación cíe lo general es contradictoria, ha subrayado Lenin; hace de la realidad viva un cadáver, pero es, al mismo tiempo, el único grado posible para alcanzarla. Pero no es d ifícil comprender que, en el caso considerado, lo general no hace más que matar lo concreto, alejarse

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sin ser, ai mismo tiempo, un paso hacia ello. Lo ge­ neral se abstrae de lo concreto como de una cosa «que no es esencial». Una tal abstracción no expresa, ciertamente, la na­ turaleza universa! concreta del capital (de todo capital) industrial, bancario o comercial. El Capital demuestra de la forma más evidente que la naturaleza económica concreta del capital comercial — en tanto que aspecto concreto de la totalidad capi­ talista y m ercantil— no puede ser concebida en su principio y expresada por una abstracción teórica si el capital industrial no ha sido comprendido previamente en su estructura interna. El examen del capital industrial en sus determina­ ciones inmanentes corresponde a la puesta en eviden­ cia de la esencia del capital en general. Es igualmente cierto que el capital industrial no puede ser compren­ dido antes que el valor. «Es fácil concebir el tipo de beneficio cuando se conocen las leyes de la plusvalía. Por la vía inversa, no se puede concebir ni ¡o uno ni lo otro» 1S. Subrayamos que se trata de concebir (expresar en conceptos), ya que no se puede crear una abstracción del beneficio en general. En este caso, basta reducir los fenómenos observados empíricamente a una ex­ presión abstracta. Esta expresión será totalm ente sufi­ ciente para distin gu ir con seguridad los fenómenos de beneficio de otros fenómenos, para «reconocer» el be­ neficio. Cualquier patrón lo sabe hacer, ya que sabe reconocer de maravilla el beneficio de! salario, de la moneda, etc. Pero no es por esto que el patrón comprende el be­ neficio. No tiene, por otra parte, ninguna necesidad de ello. El actúá en la práctica como un partidario ins­ tin tivo de la filo s o fía positiva y de la lógica empírica. Se lim ita a dar una expresión generalizada a los fenó­ menos importantes desde su punto de vista, de! punto de vista de sús fines subjetivos, y esta expresión gene­ ralizada de los fenómenos le sirve perfectamente en la práctica del concepto, permitiéndole distinguir con seguridad el beneficio del no beneficio. Y como un ver­ dadero positivista, considera sinceramente como esco­ lástica metafísica, aislada de la sabiduría de la vida,

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todos los discursos sobre la naturaleza interna del be­ neficio, sobre la esencia de este fenómeno querido a su corazón. «Cada uno puede utilizar la moneda como moneda, sin saber qué es la moneda» 16. La inteligencia práctica y utilita ria es hostil y extra­ ña a la comprensión, como subrayaba Marx a propósito de F. List es una nota del prim er capítulo de la Contri­ bución a Ia crítica de la economía política. Para un patrón es incluso nocivo reflexionar dema­ siado acerca de la naturaleza de! beneficio. Mientras que él procura comprender, otros hombres de negocios más prudentes y prácticos se aprovechan de su parte del beneficio. Y un hombre de negocios no cambiará jamás un beneficio real por la comprensión de lo que realmente eso puede ser. Pero en la conciencia, en el pensamiento, lo impor­ tante es justamente la comprensión, la concepción. La ciencia, es decir, el pensamiento en conceptos, comien­ za sólo donde la conciencia deja de expresarse sim ple­ mente y de repetir ¡as representaciones acerca de las cosas que le han sido suministradas espontáneamente, para esforzarse en analizar de forma orientada y crítica, tanto las cosas como las representaciones que de ellas tiene. Comprender (concebir) un fenómeno significa acla­ rar su puesto y su papel en el interior del sistema concreto de fenómenos en interacción en el cual se realiza necesariamente, y aclarar justam ente las particu­ laridades gracias a las cuales este fenómeno no puede jugar más que este papel en el seno de un todo. Com­ prender un fenómeno significa aclarar su modo de apa­ rición, la «regla» según la cual esta aparición se realiza con una necesidad oculta por un conjunto concreto de condiciones; significa analizar las condiciones mismas de aparición del fenómeno. Tal es la fórmula genera! de la formulación de un concepto, de 1a comprensión (concepción). Comprender el beneficio es elucidar el carácter uni­ versa! y necesario de su aparición y de su movimiento en el interior de! sistema de la producción capitalista y m ercantil: es aclarar su papel específico en el movi­ miento total de todo el sistema en su conjunto. Por esto só!o se puede realizar un concepto concre­

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to por intermedio de un sistema complejo de abstrac­ ciones que expresa un fenómeno por el conjunto de condiciones de su aparición. La economía política como ciencia comienza histó­ ricamente sólo allí donde los fenómenos, repitiéndose muchas veces («beneficio», «salario», «interés», etc.), no solamente están fijados con la ayuda de denomina­ ciones universales comprendidas y admitidas (lo cual se produce con anterioridad a la ciencia y fuera de ella, en la conciencia de los que participan prácticamente en la producción), sino cuando son concebidas concreta­ mente por el análisis de su puesto y de su papel en un sistema. Así, comprender (expresar en un concepto) el be­ neficio es fundamentalmente imposible si la plus-valía y sus vías de aparición no han sido comprendidas pre­ via e independientemente. ¿Por qué esto es imposible? Si respondemos a esta cuestión bajo una forma teórica general, demostrare­ mos con ello ¡a necesidad real del método que se eleva de lo abstracto a lo concreto y su validez en todos los dominios del conocimiento. Examinemos, pues, la historia de la economía po­ lítica.

La inducción de Adam Smith y ¡a deducción de Ricardo. Los puntos de vista de Locke y Spinoza en economía política Las colisiones lógicas que han marcado el desarrollo de la economía política resultarán incomprensibles si no establecemos las ligazones reales entre ellas y la filosofía de su tiempo. Las categorías, con la ayuda de las cuales los economistas ingleses pensaban cons­ cientemente los hechos empíricos, tomaban sus raíces en los sistemas filosóficos de aquella época. Un hecho característico, que tuvo una profunda in­ fluencia sobre el pensamiento económico en Inglaterra, fue el ser el clásico del empirismo filosófico, John Locke, uno de los primeros teóricos de la economía política. «Los puntos de vista de Locke tienen una importan­

81 cia muy grande, pues fue él quien dio una expresión clásica a las representaciones jurídicas de la sociedad burguesa en oposición a la sociedad feudal; además, su filosofía ha servido de base a todas las representacio­ nes de la economía política inglesa ulterior» 17. Los puntos de vista de Locke fueron el eslabón in­ termedio entre el empirismo filo só fico inglés (con to ­ das sus debilidades) y la teoría naciente de la rique­ za. Por intermedio de Locke, la economía política ha adoptado los principios metodológicos fundamentales del empirismo, en particular el método exclusivamente analítico e inductivo y el punto de vista de la «reduc­ ción» de los fenómenos complejos en sus componentes simples. De todas formas, como en las ciencias naturales de la época, la práctica real del estudio de los fenómenos económicos difieren notablemente, incluso en Locke, de la teoría de! conocimiento que podía recomendar y que recomendaba, en efecto, ei empirism o consecuente. El procedimiento por el cual !os economistas teóricos fo r­ maban, en efecto, en contra de sus ilusiones unilatera­ les, las determinaciones teóricas de las cosas, no coin­ cidían con la lógica empírica inductiva. Empleando conscientemente un método unilateralmente analítico, los teóricos partían, sin darse claramente cuenta, de toda una serie de premisas teóricas que contradecían, en el fondo, los principios de su acercamiento estrecha­ mente empírico a las cosas. La lógica del empirismo puro era incapaz de elabo­ rar una vía teórica de los fenómenos de la realidad eco­ nómica, pues ésta presentaba una confusión extrema­ damente compleja de formas capitalistas burguesas y feudales de propiedad. En tales condiciones, la generalización directamente inductiva de los hechos empíricos no habría dado, en el mejor de ¡os casos, más que una descripción correcta de los resultados de la interacción de dos principios de propiedad, no solamente diferentes, sino directa­ mente opuestos. El método de Locke no hubiera permi­ tido penetrar en la «fisiología» de la propiedad privada burguesa. Se sabe que Locke mismo no se limitaba a genera­ lizar lo que él veía, sino que se detenía activamente 6.—

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en los hechos empíricos, las únicas formas y los mo­ mentos que correspondían, a su parecer, «a la natura­ leza eterna» y verdadera del hombre. En otros términos, la misma tarea de la distinción abstractamente analítica de los componentes elemen­ tales, la tarea de descomposición analítica de los he­ chos empíricos, suponía también aquí un criterio gene­ ral determinado, conforme al cual ciertas formas de la economía serían distinguidas como «auténticas», como «correspondientes a la naturaleza del hombre», y las otras serían eliminadas como «inauténticas». Esta es la representación burguesa individualista de la «natu­ raleza del hombre» que servía de criterio a todos los teóricos burgueses. Locke fue uno de los fundadores de este punto de vista. Claro está que este fundamento universal y original de la ciencia burguesa, desde el punto de vista del cual eran medidos todos los hechos empíricos, tan d ifíc il­ mente podía haber sido obtenido por inducción empí­ rica como la noción del átomo. La propiedad capitalista burguesa de la época de Locke no era la forma de propiedad universal ni dominante. No era un hecho empírico universal y la representación del proceder de la economía política burguesa no podía formarse de ella misma por generalización inductiva de todos ¡os ca­ sos y de todas las formas de propiedad «sin excepción». Consideraciones diferentes a las puramente lógicas tuvieron parte real en la formación de ese fundamento universal. Aún más, la razón social espontánea se reve­ ló más fuerte que los cánones de la lógica racional. Dicho de otra forma, la economía política se encon­ traba desde su nacimiento ante el mismo problema ló­ gico que Newtgn en su dominio: para hacer aunque sea una sola, generalización inductiva, el economista debía poseer (aunque sea inexpresada) una concepción cualquiera de la verdadera naturaleza universal (de la sustancia)” de los fenómenos considerados. Lo mismo que Newt'oñ puso como base de todas sus inducciones la noción de que las formas geométricamente determ i­ nantes de los hechos son las únicas objetivas, los eco­ nomistas han supuesto tácitamente que sólo las formas económicas que corresponden a los principios de la propiedad burguesa son las formas auténticas.

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Todas las otras formas de relaciones económicas han sido tácitamente eliminadas como fruto de ilusio­ nes subjetivas de los hombres, como formas que no corresponden a la naturaleza auténtica natural y por eso objetiva del hombre. Sólo entraron en la teoría de las determinaciones de los hechos que emanaban direc­ tamente, que se «deducían» de la naturaleza «eterna y natural» del hombre, o sea, de la naturaleza específica de la propiedad privada, del burgués. Todos los teóricos de la economía política burguesa debían, pues, partir, y partían realmente de un princi­ pio fundamental universal plenamente determinado y de una representación clara de la sustancia, de la natu­ raleza general objetiva, de los casos particulares y de las formas de la economía. Igual que en ¡as ciencias naturales, esta concepción de la sustancia no podía ser obtenida aquí por vía de inducción empírica. Pero la teoría del conocimiento de Locke guardaba precisamente silencio sobre este pun­ to decisivo: la cuestión de las vías del conocimiento de la sustancia y de la formación del principio funda­ mental universal de arranque de la ciencia. Este princi­ pio fundamental, esta concepción de la sustancia de la riqueza, los economistas (y el propio Locke) tuvie­ ron que elaborar de forma espontánea, sin tener una concepción clara sobre la forma en que ellos ¡a ob­ tenían. Pero, de una forma u otra, la economía política in­ glesa (ya en la persona de W. Petty) ha resuelto esta dificultad al descubrir esta sustancia universal de los fenómenos económicos, esta sustancia de la riqueza, en el trabajo que produce las mercancías, en el trabajo que es realizado con el fin de alienar su producto en el mercado libre. En la medida en que los economistas partían ^real­ mente de esta concepción más o menos claramente consciente, sus generalizaciones revestían un carácter teórico y se distinguían de las generalizaciones empí­ ricas a las cuales podía entregarse cualquier mercader, usurero o pequeño comerciante. Pero esto significaba que el acercamiento teórico a las cosas coincidía con la aspiración de comprender las diferentes formas par­

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ticulares de riqueza como las modificaciones de una sola y misma sustancia universal. Mas el hecho de que la economía política clásica se adhiriese a la filosofía de Locke, se manifestó en seguida bajo una forma muy demostrativa. Ello condu­ cía a que el estudio propiamente teórico de los he­ chos estuviese constantemente entremezclado con sim ­ ples reproducciones acríticas de representaciones em­ píricas. Esto se ve particularm ente claro en los trabajos de Adam Smith. El primer economista que ha expresa­ do nítidamente la noción de trabajo como sustancia universal de todos los fenómenos económicos, desarro­ lla una teoría en la cual el examen propiamente teórico de los hechos está constantemente mezclado con la me­ nos teórica de las descripciones de los datos empíri­ cos, desde el punto de vista de un hombre arrastrado a la fuerza en el proceso de producción y de acumu­ lación del valor. «Smith mismo se mueve con una gran sencillez en una contradicción constante. De una parte, sigue la ligazón interna de las categorías económicas y la es­ tructura encubierta del sistema económico burgués. De otra, yuxtapone a esto la ligazón tal como se da de for­ ma visible en los fenómenos de la concurrencia y tal como se presenta a un observador extraño a la ciencia, e igualmente a un hombre que es arrastrado práctica­ mente en el proceso de la producción burguesa e inte­ resado prácticamente en ella. Estas dos formas de com­ prender, de las cuales una penetra la ligazón interna del sistema burgués, por así decir, su fisiología, mien­ tras que la otra sólo hace describir, catalogar, contar y llevar a las determinaciones esquemáticas de los conceptos lo que se 'manifiesta exteriormente en el pro­ ceso vital, y éso bajo la forma en la cual ella se mani­ fiesta y sale al exterior, estas dos formas de compren­ der no solamente coexisten tranquilamente en Smith, sino que se enredan la una con la otra y se contradicen recíprocamente sin cesar» 18. Naturalmente, Smith no observaba esta contradic­ ción entre las dos formas de reflejar la realidad de las abstracciones. No es d ifícil por eso reconocer en él un hombre que se representa el proceso del conocí-

85 miento a la manera de Locke. La teoría del conocimien­ to de este últim o ignoraba justamente la diferencia en­ tre la abstracción teórica (el concepto) y la abstrac­ ción empírica simple, la expresión simple en el lenguaje de semejanzas y de diferencias constatadas por los sentidos. Ricardo dio un paso adelante decisivo con respecto a Adam Smith. El sentido filosófico e histórico de este paso reside, sobre todo, en que distingue por primera vez, consciente y consecuentemente, el examen propia­ mente teórico de los datos empíricos y la mera descrip­ ción del simple catálogo de los fenómenos bajo la for­ ma en la cual son directamente dados a la intuición y a la representación. Ricardo comprendía perfectamente que la ciencia tiene que trabajar con los mismos hechos empíricos que la intuición y la representación simples, pero en la ciencia los hechos deben ser examinados desde un punto de vista más elevado, desde el punto de vista de su vínculo interno. Smith no lo hacía de forma rigurosa y consecuente. Pero Ricardo lo exigía inflexiblem ente. Los puntos de vista de Ricardo sobre la naturaleza de la investigación científica recuerdan mucho más el método de Spinoza que el de Locke: también él adopta el punto de vista de la sustancia. Cada formación eco­ nómica, cada forma de riqueza, debe ser no solamente descrita, sino comprendida en tanto que modificación de una sola y misma sustancia universal. A este respecto, también Ricardo y Spinoza tienen razón ante Smith y Locke. Marx ha expresado un juicio claro y categórico sobre el papel de Ricardo en el des­ arrollo de la teoría de la economía política: «Ricardo aparece y grita a la ciencia: «¡Párate!» La base, el punto de partida de la fisiología del sistema burgués — para comprender su vínculo orgánico interno y su proceso vita l— es la definción del valor por el tiempo de trabajo. Es de aquí de donde parte Ricardo, y des­ pués obliga a la ciencia a dejar su vieja rutina y a darse cuenta de la medida en la cual las otras categorías que desarrolla y propone — las relaciones de producción y de cambio— corresponden o contradicen esta base, ese punto de partida; en general, la medida en la cual la ciencia, reflejando y reproduciendo la forma exterior

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de la manifestación de un proceso, y, puesto que esas manifestaciones mismas corresponden a la base sobre la cual reposa la ligazón interna, la fisiología real de la sociedad burguesa que forma el punto de partida de la ciencia; a darse cuenta de la forma en que se pre­ senta, en general, esta contradicción entre el movi­ miento aparente de! sistema y su movimiento real. Es aquí donde reside la gran importancia histórica de Ri­ cardo para la ciencia» 19. En otros térm inos, el punto de vista de Ricardo no consistía en reducir los fenómenos complejos a la serie de sus componentes simples, sino deducir todos los fe­ nómenos complejos de una sola sustancia simple. Esta ha obligado a Ricardo a renunciar consciente­ mente a! método de formación de las abstracciones teó­ ricas que la lógica de Locke recomendaba a la ciencia. La inducción empírica no correspondía a la teoría que se presentaba a Ricardo. Tenía que deducir las deter­ minaciones teóricas de un principio estrictam ente pen­ sado: de la concepción de la naturaleza-trabajo del valor. Si Adam Smith, en la medida en que él daba real­ mente alguna cosa más que la simple descripción de los hechos, entraba cada vez en contradicción incons­ ciente y espontánea con sus propias posiciones filosó­ ficas tomadas de Locke, y si no hacía completamente e incluso en absoluto lo que pensaba, Ricardo compren­ dió con plena conciencia la vía de la deducción teórica de las categorías. El carácter estrictam ente deductivo de su pensa­ miento se convirtió desde hace mucho tiem po en pro­ verbio de la economía política. Marx supo apreciar co­ rrectamente el sentido de esta deducción: demostró que reside en la ekpresión lógica natural lo que hace el mé­ rito decisivo del acercamiento teórico de Ricardo: su esfuerzo por comprender todas las formas de la rique­ za burguesa, sin excepción, como productos más o me­ nos complejos y alejados del trabajo productor de mer­ cancías y de valor, y todas las categorías de la economía política como modificaciones de la categoría del valor. Se distingue de Smith por su esfuerzo por examinar los hechos empíricos siempre desde el mismo punto de vista, estrictam ente fijado en las definicions del con­

87 cepto de partida, a saber, del punto de vista de la teoría del valor-trabajo. Este punto de vista existe igualmente en Smith; por eso es un teórico. Pero no es en él, el único punto de vista, y en este asunto Ricardo se opone resueltamen­ te a Smith. En Smith, el examen teórico de los hechos (es decir, su análisis desde el punto de vista del valortrabajo) cede en cada momento el puesto a la descrip­ ción empírica. Ricardo ha sentido espontáneamente lo que podían ser los enfoques justos sobre el análisis teórico de los hechos. De ahí su tendencia al examen estricta­ mente deductivo de los hechos y de las categorías. Esta concepción de la deducción no lleva aún nada de metafísico, ni de idealista, ni de lógica formal. Ella equivale a rechazar el eclecticism o en la consideración de los hechos. Esto significa que una vez establecida la concepción de la naturaleza universal de todos los fenómenos particulares y únicos debe permanecer cons­ tante a lo largo de la investigación y sum inistrar el hilo director para la comprensión de todo fenómeno particular. En otros térm inos, en esta concepción (¡pero sólo en esta concepción!) la deducción es el sinónimo de un acercamiento realmente teórico de hechos empíricos. Se sabe que es precisamente la renuncia a las ten­ tativas de desarrollar todo el sistema de categorías eco­ nómicas a partir de un principio establecido (a partir de la teoría del valor-trabajo) el prim er signo formal de la descomposición de la escuela de Ricardo en eco­ nomía política. Es, sobre todo, contra la manera deduc­ tiva de su maestro que se levantaron los representan­ tes de la «economía vulgar» y, aún más, esta «ensalada de compilación sin sistema» que Marx pisotea desde­ ñosamente como «la forma universitaria de descompo­ sición de la teoría». No podían adm itir lo que había sido la superioridad decisiva de Ricardo como teórico, su esfuerzo por comprender cada categoría como una fo r­ ma transformada del valor, como una modificación com­ pleja del trabajo creador de mercancías. El principio de la forma «vulgar» y «universitaria» de teorización consistía en lo siguiente: si no se con­ sigue deducir la comprensión de los fenómenos reales

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de una base única común a todos (en e! caso consi­ derado, de la teoría del valor-trabajo) sin chocar en seguida con una contradicción, entonces no hace falta intentar hacerlo, es necesario introducir otro principio de explicación, otro «punto de vista». ¿Y si eso no re­ sulta? Entonces hace falta introducir un segundo, un tercer principio, tener en cuenta esto y aquello y un quinto o un décimo principio. «No se trata de contra­ dicción, sino de plenitud.» ¿El valor comercial real (el precio) de una mercan­ cía producida de forma capitalista no se explica por la cantidad de tiem po de trabajo necesario empleado para su producción? Entonces, no es menester obsti­ narse y ver las cosas de una manera unilateral. ¿Por qué no adm itir que el valor proviene no solamente de una sola fuente universal, como lo suponía Ricardo, sino de un gran número de fuentes diversas? ¿El tra­ bajo? Sí, el trabajo entre otros; pero no solamente el trabajo; no hay que subestimar el papel del capital y el de la fecundidad natural del suelo; hay que tomar también en consideración los caprichos de la moda, los azares de la demanda, la influencia de las estaciones (las botas de fie ltro cuestan más caras en invierno que en verano) y muchas otras cosas, hasta la influencia sobre la coyuntura de las modificaciones periódicas de las manchas del Sol. Marx no ha tratado ninguna ma­ nera de teorizar con mayor desprecio que a las seudoteorías «vulgares» y «universitarias». Esta forma ecléc­ tica de explicar un fenómeno complejo por una m ultitud de factores y de principios cuando no hay entre ellos ningún lazo interno representa, según la justa expresión de Marx, «la verdadera tumba de la ciencia». Aquí ya no hay nada de tporía, de ciencia, de pensamientos por conceptos. No .hay nada más que la traducción en el lenguaje doctrinario de la terminología económica, de concepciones superficiales, corrientes y su sistem ati­ zación. Keynes, que es considerado como el genio y el clá­ sico de toda ciencia oficial contemporánea del mundo capitalista, no se permite nunca hablar de «valor». A su entender, es un mito, una palabra vacía. El sólo ad­ mite como «realidad» el precio de mercado. Este es determinado por el concurso de las circunstancias y

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los factores más diversos, entre los cuales el trabajo juega un papel de décimo orden. La tasa del interés de­ pende enteramente de las emociones de los poseedo­ res del capital: es un hecho puramente psicológico. Pero esto no le basta a Keynes: «Sería, puede ser, aún más exacto llamar a la tasa del interés no un fenómeno psi­ cológico en el más alto grado, sino un fenómeno con­ vencional en el más alto grado»20. La crisis de superpro­ ducción «es la simple consecuencia de la destrucción del equilibrio delicado del optim ismo espontáneo. Para juzgar las perspectivas de las inversiones, debemos te ­ ner en consideración los nervios, la tendencia a la his­ teria e incluso los trastornos gástricos y la reacción a los cambios de tiempo de aquello de cuya actividad espontánea ellos dependen esencialm ente»21. Naturalmente, aquí ya no es cuestión ni de teoría ni de ciencia. Si la «economía vulgar» se ocupaba, sobre todo, de traducir las concepciones superficiales corrien­ tes en lenguaje doctrinario, estimando que ella elabora­ ba con esto los «conceptos», la ciencia burguesa con­ temporánea da ahora por conceptos las emociones irra­ cionales del capitalismo y su expresión escolástica. Marx ha mostrado claramente que después de Ri­ cardo, que fue su cumbre, el pensamiento burgués en economía política ha entrado en su fase de degradación. Esta degradación se esconde bajo grandes frases, lla­ mando a «un estudio lúcido inductivo y empírico» de los hechos. Oponiendo su «inducción» al «método de­ ductivo» de Ricardo, los representantes de la descom­ posición de la economía política burguesa se pronun­ cian simplemente por el eclecticism o contra la teoría. Ellos no admiten ios esfuerzos del teórico para com­ prender todas las categorías sin excepción desde el punto de vista de la teoría del valor-trabajo, pues han podido convencerse de que este punto de vista conduce inevitablemente a comprender el sistema de la econo­ mía burguesa como un sistema de antagonismo, de contradicciones insolubles. El motor de esta actitud ha­ cia Ricardo es simplemente una actitud de apología de la realidad. Ricardo no niega el momento empírico en la inves­ tigación. Considera, a! contrario, que una comprensión auténtica de los hechos empíricos dados y un em piris­

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mo auténtico (y no ecléctico) no pueden ser realizados más que si no se considera los hechos empíricos desde el punto de vista del azar, sino desde un punto de vista que posee en sí mismo un fundamento teórico. Así, obedeciendo espontáneamente a la lógica de las cosas, Ricardo llega a un punto de partida teórico que Marx debía posteriormente adm itir de forma entera­ mente consciente. Pero el hecho de que Ricardo llegue a este punto de vista de forma puramente espontánea, sin darse claramente cuenta de la dialéctica «de lo ge­ neral, de lo particular y de lo singular» con lo cual se ha enfrentado, no deja de tener consecuencias. Las concepciones filosóficas conscientes de que disponía acerca de las relaciones entre la deducción y la inducción, lo general y lo particular, la esencia y el fenómeno, etc., no estaban separadas del proceso real del conocimiento. Actuaban sobre la marcha de su in­ vestigación de una manera notable y sobre ciertos pun­ tos predeterminaban directamente el fallo de sus inves­ tigaciones. Lo que Ricardo hacía no era en absoluto la deduc­ ción en el sentido en que lo entendía la lógica metafí­ sica de su época, es decir, una deducción especulativa de los conceptos. Era sobre todo, entre sus manos, un método de expresión teórica de los hechos y de los fenómenos empíricos en su unidad interna. En tanto que tal, este método incluye la inducción empírica. Pero el hecho de que esta coincidencia de la deducción y de la inducción es puramente espontánea no deja de tener efecto. En los casos en los que se da cuenta del método con el cual estudia los hechos se ve obligado a recurrir a la concepción contemporánea de la deducción y de la inducción, la relación de lo general a lo particular, de la ley a sus formas de manifestación, etc. Y la concepción metafísica de las categorías de la lógica y de las vías de reproducción de la realidad en el pensamiento le des­ orienta en seguida. Vamos a mostrarlo en el análisis de la marcha del pensamiento de Ricardo. He aquí su método. Parte de la definición del valor por la cantidad de tiempo de trabajo como base fundamental general de todo el sistema. Pero después intenta aplicar directamente esta base funda­

91 mental a cada una de las categorías particulares para verificar si ellas están de acuerdo o no. Se esfuerza siempre por m ostrar la concordancia di­ recta de las categorías económicas con la ley del valor. Piensa que la definición general puesta por él en la base de la deducción era un concepto genérico inmediato, es decir, un concepto general abstracto que incluye los ca­ racteres directamente comunes a todos los fenómenos abarcados por él, y nada más. Las relaciones del concep­ to de valor con los conceptos de moneda, de beneficio, de renta, de salario, de interés, etc., le parecen ser relaciones genéricas entre conceptos. Según esta con­ cepción, que se basa en una comprensión metafísica de las relaciones entre lo general, lo particular y lo singu­ lar, únicamente los caracteres comunes tanto a la mo­ neda como al beneficio, a la renta y a todas las otras categorías pueden formar parte de la definición del con­ cepto de valor. En el espíritu de la misma concepción, estima que una categoría particular no es agotada por los caracteres expresados en las determinaciones del concepto general y que cada categoría particular posee, además, sus determinaciones generales de caracteres complementarios específicos que expresan justamente la particularidad de cada categoría particular. Por consiguiente, llevar cada categoría a un principio general, a la determinación de un concepto general (en el caso presente, el valor), sólo es la mitad del asunto. Esta operación permite considerar en una categoría par­ ticular solamente lo que está ya expresado bajo forma de determinación del concepto general. Pero queda por aclarar qué determinaciones contiene aún y qué expre­ san, no lo general, no lo idéntico, sino, justamente, lo distinto. Aplicada a la categoría de la economía política, esta concepción lógica se presenta así. La moneda, por ejem­ plo, como todas las otras categorías, es una forma par­ ticular del valor. Por consiguiente, ella (es decir, el di­ nero real) está sometida en su movimiento, sobre todo, a la ley del valor. Por consiguiente, la teoría del valortrabajo es inmediatamente aplicab'e a la moneda; dicho de otra forma, en la determinación teórica de la moneda deben entrar, ante todo, las determinaciones contenidas

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en el concepto de valor. Así se deduce la primera deter­ minación de la moneda. Pero está perfectamente claro que la naturaleza con­ creta de la moneda no se agota con esto. Seguidamente viene la tarea de comprender lo que es la moneda preci­ samente en tanto que* moneda. Lo que es, además del hecho de ser valor, como todo el resto, de comprender por qué ella es moneda y no simplemente valor. En este punto de la investigación cesa toda deduc­ ción. La deducción no ha perm itido ver en ¡a moneda más que las determinaciones teóricas de su naturaleza, que fueron incluidas ya anteriormente en el concepto de valor. ¿Y ahora? ¿Cómo descubrir en los fenómenos empíricos reales de la circulación monetaria las deter­ minaciones teóricas que expresaban las propiedades de la moneda, tan necesarias como las que han sido dedu­ cidas del concepto de valor? ¿Cómo leer en la moneda real las características que le pertenecen con la misma necesidad que todas las determinaciones generales de valor, pero que constituyen al mismo tiempo lo que dis­ tingue a la moneda de todas las otras formas de existen­ cia del valor? En este punto la deducción resulta imposible. Hace falta recurrir a la inducción, que tiene como meta librarse de las determinaciones que son igualmente comunes a todos los casos, sin excepción, del movimiento de la mo­ neda, es decir, los caracteres generales específicos de la moneda. Ricardo se veía obligado a actuar así. Sacaba las nuevas determinaciones teóricas de la forma monetaria por vía de inducción empírica, inmediata, distinguiendo lo que tienen abstractamente en común todos los fenó­ menos de circulación monetaria sin excepción. Generali­ zaba directamente los fenómenos del mercado del dinero, en el interior del cual" circulan simultáneamente las di­ versas formas de moneda: piezas metálicas, lingotes de oro, billetes, etc. Busca lo que la moneda metálica tiene de común con los billetes de papel, los lingotes de oro o de plata, las obligaciones bancarias, los giros, etc. Es aquí donde reside la debilidad fatal de su teoría de la moneda. En esta vía, Ricardo confunde la determinación teó­ rica de la moneda, como moneda, con aquellas de sus

93 propiedades que ella debe, de hecho, al capital, que efec­ túa a través de ella su movimiento específico, que no tiene nada de común con el fenómeno de circulación monetaria como tal. El resultado es que toma por leyes del movimiento de la moneda las de la circulación del capital bancario, y viceversa, que reduce las leyes del capital bancario a las de la simple circulación de la mo­ neda metálica. En cuanto a la moneda como fenómeno económico particular, queda incomprendida teóricam en­ te, o, más exactamente, falsamente comprendida. Ricardo sentía, él mismo, que este método no era satisfactorio. Comprendía que la inducción puramente empírica a la que estaba recurriendo en este caso no daba y no podía dar, por su esencia misma, las conclu­ siones necesarias acerca de la naturaleza de la moneda. Esta conciencia no venía de consideraciones puramente lógicas. Ricardo está en constante polémica con los di­ rectores de la banca, con los financieros, que, a su modo de entender, tratan la moneda en contra de su naturaleza. Ve en esto la causa de todas las colisiones y de todos los disturbios desagradables de la circulación monetaria. Es esto lo que le empuja a aclarar la verdadera natura­ leza de la moneda, y no razones lógicas o filosóficas. El panorama dado empíricamente de la circulación monetaria no ofrece, a primera vista, la verdadera natu­ raleza de la moneda, sino exactamente lo inverso: una forma de servirse de ella que no corresponde a su natu­ raleza. De tal forma que la inducción puramente empí­ rica, como Ricardo lo comprendía perfectamente, procura, en el mejor de los casos, una expresión generalizada de un movimiento inauténtico de la moneda y jamás el de un movimiento de dinero que corresponde a su ley de existencia. En otros términos, quería encontrar la expresión teó­ rica de un movimiento de la moneda (oro, piezas, b ille ­ tes, obligaciones, etc.) que responde directamente a las exigencias de la ley general del valor y no depende (como eso se produce en la realidad empírica) de la arbi­ trariedad, de la avidez y de los caprichos de los dirigen­ tes de los bancos. Su investigación de la verdadera na­ turaleza de la moneda tiene como fin obtener que el que maneja las finanzas no actúe más como lo hacía hasta

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entonces, sino conforme a las exigencias que derivan de !a naturaleza de la moneda. Se esfuerza en resolver este problema deduciendo las determinaciones teóricas de la moneda de la ley del valor, esta dedución es la única que puede poner de ma­ nifiesto las notas necesarias contenidas en la naturaleza misma de la moneda. Pero ya no consigue deducir los rasgos distintivos específicos de la moneda como tales, no contenidos en las determinaciones teóricas de la ley genera! del valor, sino que constituyen !a particularidad de la moneda como forma particular del valor. Ningún artificio puede extraer los rasgos específicos de la mone­ da de las determinaciones de! valor. Se quiera o no, hace falta obtenerlos no por deducción de un principio teórico general, sino por introducción puramente empírica, por abstracción de lo que es común a todas las formas de la circulación monetaria sin excluir ni la moneda metá­ lica, ni los papeles de valor, ni los billetes de ¡os bancos de Estado, etc. Por esto, ¡a concepción de ¡a moneda ha quedado como uno de los puntos más débiles de la escuela ricardiana. La deducción de Ricardo resulta en realidad pura­ mente form al; no permite desprender en un fenómeno más que lo que ya estaba contenido en las determinacio­ nes del concepto general, y la inducción es puramente empírica, puramente forma! y no teórica; la inducción for­ mal no permite abstraer de un fenómeno aquellos de sus rasgos que le pertenecen necesariamente, que son a tri­ butos de la naturaleza de! fenómeno y no han aparecido en él bajo la acción de circunstancias exteriores no relacionadas a su naturaleza. El carácter formal de la deducción se manifestó aún más en Ricarda cuando intentó reducir fenómenos como el beneficio y la plusvalía a la ley del valor. Ricardo tro­ pezó aquí con el hecho paradójico de que el beneficio puede, por una parte, ser reducido a ¡a categoría de valor, mientras qué, por otra, conserva, más allá de las deter­ minaciones generales puestas en evidencia, algo que si se intenta expresar por medio de la misma categoría del valor, se pone inmediatamente a contradecir la ley ge­ neral. Ocurre algo sim ilar con lo que se produce cuando

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se hace entrar a un llamado Caius en el campo de acción de la proposición: «todos los hombres son mortales». Advertim os que, por una parte, él entra en ella; pero, por otra parte, su particularidad individual consiste jus­ tamente en esto, sólo en esto: que ese Caius... es in­ mortal. Ricardo cayó en una situación absurda cuando inten­ tó deducir las determinaciones teóricas del beneficio par­ tiendo de la ley del valor y de relacionar directamente el beneficio con la ley del valor. Es cierto que Ricardo no notó esta contradicción, aunque él mismo la puso en evidencia. Pero los enemigos de la teoría del valor-tra­ bajo, en particular Malthus, lo vieron en seguida. Se sabe cuántos esfuerzos hicieron los partidarios de Ricardo para demostrar lo indemostrable, es decir, que esta contradicción en su sistema no existe, y que si existe no es más que por falta de rigor en las expre­ siones del maestro, de la insuficiente elaboración de su terminología, etc.; por eso puede y debe ser eliminada por medios puramente formales, cambiando denomina­ ciones, precisando definiciones, expresiones, etc. Pero son justamente esas tentativas las que han ini­ ciado el proceso de descomposición de la escuela de Ricardo, es decir, la renuncia, de hecho, a los principios de la teoría del valor-trabajo, encubierta por un acuerdo formal con ellos. Es precisamente porque la contradic­ ción lógica entre la ley general del valor y la ley de la tasa media del beneficio que manifiesta la teoría de Ricardo es una contradicción enteramente real que todas las tentativas para presentarla como inexistente o como producto de la inexactitud de ciertas expresiones o defi­ niciones no pueden conducir más que a renunciar, de hecho, a la esencia misma de la teoría y a su funda­ mento racional. El prim er indicio, y el fundamental, de la descomposi­ ción de la escuela de Ricardo es el abandono, de hecho, del esfuerzo para desarrollar todos los sistemas de cate­ gorías económicas a partir de un principio universal, la definición del trabajo creador de mercancías como sus­ tancia y fuente real de todas las otras formas de riqueza. El desarrollo de la teoría después de Ricardo ha con­ ducido simultánea y directamente a la necesidad de acla­ rar la dialéctica de las relaciones de una ley general con

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ias formas desarrolladas de su realización en particular. Por su evolución, la teoría de Ricardo ha conducido al problema de la contradicción en la esencia misma de las determinaciones del objeto de la investigación teórica. Ni Ricardo ni sus sucesores ortodoxos consiguieron re­ solver las dificultades que la dialéctica de la realidad descubre al pensamiento. AI quedar, en el fondo, metafísico, su pensamiento no podía expresar la dialéctica en los conceptos sin renunciar a sus concepciones lógi­ cas fundamentales, en particular a la concepción meta­ física del problema de las relaciones de lo abstracto y de lo concreto, de lo general y de lo particular en lo único. Como no sabe ni quiere expresar conscientemente en los conceptos la dialéctica contradictoria de las cosas, su pensamiento cae en contradicciones lógicas eviden­ tes en el interior mismo de ¡a teoría. La metafísica sólo conoce un medio para resolver las contradicciones lógi­ cas: rechazarlas del pensamiento, interpretarlas como resultado de inexactitudes de expresión, como un mal puramente subjetivo. A pesar de su aproximación espontánea justa a los hechos y de su proceso de expresión teórica, Ricardo quedó, conscientemente, en las posiciones del modo de pensar metafísico. La deducción quedó en él como antes: un procedimiento de desarrollo de los conceptos que per­ mite no considerar en un fenómeno particular más que lo que ya había en la premisa mayor, en un concepto ge­ neral de partida y en sus determinaciones; por ello mis­ mo la inducción conservaba un carácter exclusivamente empírico. No permitía poner en evidencia los rasgos de los fenómenos que le pertenecen necesariamente y fo r­ mar una abstragción /teórica que exprese los fenómenos en su forma pura y,én su contenido inmanente. La deducción y la-inducción, el análisis y la síntesis, el concepto general y el concepto que expresa una par­ ticularidad de un fenómeno, todas estas características quedaron en Ricardo como contrarias metafísicas que él nunca logró ligar las unas a las otras. La deducción siempre estuvo en él en contradicción con la generalización inductiva de los hechos; nunca pudo reunir las abstracciones analíticas en sistema, es decir, hacer la síntesis, sin tropezar con una contradic­

97 ción lógica; un concepto general (el valor) se encontró en su sistema en relación de contradicción absoluta con un concepto particular (el beneficio), y así sucesiva­ mente. Todos estos fallos han conducido, bajo los golpes del enemigo, a la descomposición de la teoría del valortrabajo y a una compilación sin sistema que sólo puede vanagloriarse de su plenitud empírica, pero queda tota l­ mente desprovista de concepción teórica de lo concre­ to real. La filosofía y la lógica de la época de Ricardo no le daban y no le podían dar ninguna indicación correcta sobre la forma de librarse de estas dificultades. Para ello era necesaria una dialéctica consciente que combi­ nara una actitud crítica revolucionaria con respecto a la realidad a un método de pensamiento que no temiera la contradicción en las definiciones de las cosas y que fuera ajena a toda apologética del estado de cosas exis­ tente. Todos los problemas convergían en uno; la ne­ cesidad de concebir el sistema de producción capitalista y mercantil como un sistema histórico concreto, que ha nacido, se desarrolla y va continuamente hacia su pérdida.

La deducción y el problema del historicismo Al concebir al mismo tiempo el objeto de su estudio, la economía capitalista y m ercantil, como un todo único coherente en todas sus manifestaciones y como un sis­ tema de relaciones de producción y de distribución que se condicionan las unas a las otras, Ricardo no concebía este sistema en su devenir histórico como un conjunto orgánico de relaciones entre los hombres y las cosas comprometidos en el proceso de producción, que tienen un pasado histórico común y que continúan su desarro­ llo juntos. Todos los m éritos del método de investigación de Ricardo se relacionan orgánicamente con el punto de vista de la sustancia, es decir, con la concepción del objeto como un todo único y coherente. Al contrario, todos los defectos de su método tienen sus raíces en 7.—

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su perfecta incomprensión de que este todo resulta de un devenir histórico. La forma capitalista y mercantil de producción le parecía la forma «natural» y eterna de toda producción. De ahí el carácter no histórico (e incluso antihistórico) de su abstracción. Si la deducción de las categorías está acompañada de una concepción no histórica del objeto al cual ayudan a reproducirse en un concepto, reviste, inevitablemente, un carácter puramente formal. No es d ifícil constatar que la deducción, por su pro­ pia forma, corresponde a una representación del desarro­ llo, es decir, del movimiento de lo que es simple, no dividido y genera! hacia lo que es complejo, dividido y particular. Pero si la realidad objetiva, que está repro­ ducida en los conceptos por vía deductiva, está conce­ bida ella misma como una cosa que no se desarrolla, como sistema eterno y natural de fenómenos en inter­ acción, entonces la deducción no será, inevitablemente, considerada más que como un procedimiento artificial de desarrollo del pensamiento. En este caso la lógica vuelve, necesariamente, al punto de vista clásicamente expresado por Descartes sobre la naturaleza de la de­ ducción. Cuando Descartes se dispone a construir su sistema del mundo y a deducir todas las formas complejas de interacción de la naturaleza del movimiento de partícu­ las materiales simples, definidas de forma exclusivamen­ te geométrica, justifica así su derecho a usar de este método: «Su naturaleza (de las cosas) es más cómodo concebirla cuando se las ve nacer poco a poco, de esa manera, que cuando se las considera hechas»22. Pero en el mismo sitio, para no entrar en conflicto abierto con la doctrina de la creación del mundo, Descartes hace una reserva característica: «Sin embargo, yo no quería in ferir de todas estas cosas que este mundo haya sido creado en la forma que yo proponía, porque es mucho más verosírpil que desde el principio Dios lo haya hecho tal y como debía ser» 2\ Es evidente para Descartes que la forma de deduc­ ción que él emplea conscientemente se aproxima pro­ fundamente a una concepción del desarrollo, de la apari­ ción y del origen de las cosas en su necesidad. Por ello se encontró ante un problema delicado: cómo conciliar

99 la deducción con la concepción según la cual el objeto es eternamente igual a sí mismo y, habiendo sido creado de una vez por Dios, no proviene de ninguna parte. Ricardo se ha encontrado en una situación análoga. Comprendía perfectamente que el movimiento deductivo del pensamiento podía por sí solo expresar los proble­ mas en su ligazón interna, pero no se podía conocer esta ligazón más que considerando la aparición gradual de diversas formas de riqueza a partir de una sustancia común a todas ellas, el trabajo productor de mercancías. Ahora bien, ¿cómo conciliar esto con la concepción se­ gún la cual el sistema burgués es natural y eterno y no puede ni nacer ni desarrollarse realmente? Ricardo concilia estas dos concepciones de naturaleza absolutamente incompatibles. Esto no puede dejar de reflejarse en su método de pensamiento y en su modo de formación de abstracciones. Si la teoría comienza a edificarse a partir de la cate­ goría de valor, para pasar luego al examen de otras cate­ gorías, ello puede justificarse por el hecho de que la categoría de valor es el concepto más general e implica el beneficio, el interés, la renta, el capital y todo lo demás; es un abstracto genérico de todos estos fenó­ menos reales, particulares y singulares. El movimiento del pensamiento de una categoría ge­ neral abstracta hacia la expresión de las particularidades de los fenómenos reales se presenta, pues, como un movimiento que se desarrolla exclusivamente en el pen­ samiento y no en la realidad. En esta realidad, todas las categorías — beneficio, capital, renta, salario, moneda, etcétera— existen simultáneamente las unas al lado de las otras, y la categoría de valor expresa So que hay de común entre ellas. El valor no existe realmente como tal más que en la cabeza que lo abstrae, como reflejo de lo que la mercancía tiene de común con la moneda, el beneficio, la renta, el salario, el capital, etc. El concepto genérico que abarca todas las categorías particulares; he aquí el valor. Ricardo razonaba así, en la línea de la lógica nomi­ nalista de su tiempo, en oposición al realismo medieval y a las representaciones creacionistas, según las cuales, por ejemplo, existe un animal en general antes que el caballo, el zorro, la vaca o la liebre, antes de las espe­

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cies particulares de los animales; este animal se trans­ forma después por «disyunción» en caballo, zorro, vaca o liebre. Según Ricardo, el valor como tal no puede e xistir más que post rem, a título de abstracción intelectual de diversos aspectos del valor, y en ningún caso ante rem, bajo forma de realidad independiente, que precede en el tiempo a la aparición de esos .aspectos particulares. Sin embargo, esos aspectos particulares del valor existen eternamente los unos al lado de los otros y no provie­ nen en ningún caso del valor, lo mismo que el caballo no proviene realmente de un animal en general. Pero la desgracia consiste en que la concepción no­ minalista del concepto general, al mismo tiempo que ataca justam ente la tesis principal del realismo medie­ val, elimina (como ella) del mundo real las cosas singu­ lares y la idea de su desarrollo real. En la medida en que Ricardo adoptaba el punto de vista de la burguesía en su concepción de la naturaleza de la economía burguesa, la concepción unilateral y su­ mamente metafísica del nominalismo en lógica le pare­ cía la más natural y la más conveniente. Sólo ha existido siempre y sólo existirán siempre los fenómenos singu­ lares pertenecientes a aspectos particulares de! valor: mercancía, moneda, capital, beneficio, renta y otros. En cuanto a! valor, es la abstracción de esos fenómenos económicos singulares y particulares, universalia post rem, y de ningún modo universalia ante rem. Por esto Ricardo no estudió el valor como tal, el valor en sí, la abstracción rigurosa del beneficio, del salario, de la renta y de la concurrencia: Después de haber formulado el concepto valor, pasó inmediatamente al examen de las categorías particulares desarrolladas y la ajajicación directa del concepto del valor a los fenómenos de beneficio, de salario, de renta, de moneda, etc. Es el más natural de los pasos lógicos si la realidad que reproduce es concebida como un sistema eterno de interacciones entre formas particulares del valor. Está claro que si se concibe el contenido del concepto gene­ ral que reposa sobre la base de todo el sistema de la teoría como la suma de caracteres abstractamente co­ munes a todos los fenómenos particulares y singulares,

101 hace falta actuar exactamente como lo hizo Ricardo. Si se concibe lo universal como la propiedad abstracta co­ mún a todos los fenómenos singulares y particulares sin excepción, en el caso del valor, si se quiere obtener su definición teórica, hace falta considerar en particular el beneficio, en particular la renta, y abstraer lo que les es común. Así es como actuó Ricardo. Y es por lo que Marx le criticó tan severamente, ya que es ahí que se expresaba la actitud antihistórica de Ricardo acerca del problema del valor y de sus aspectos. Marx veía el defecto esencial del método de inves­ tigación de Ricardo en el hecho que no estudiaba espe­ cialmente la definición teórica del valor como tal, en su dependencia más estricta del proceso de producción de la plusvalía, de la concurrencia, del beneficio, del salario y de todos los otros fenómenos. En el prim er capítulo de la obra fundamental de Ricardo no es sólo cuestión del cambio de mercancías contra mercancías (es decir, de la forma simple del valor como ta l), sino también del beneficio, del salario, del capital, de la tasa media del beneficio y de otras cosas parecidas. «Nosotros vemos que si se le acusa a Ricardo de ser demasiado abstracto, el reproche inverso será también justo: una fuerza de abstracción insuficiente, la incapa­ cidad, cuando él examina el valor de las mercancías, de olvidar el beneficio, hecho que surge ante él fuera de ¡a esfera de la concurrencia» 24. Pero esta exigencia de una plenitud objetiva de la abstracción no puede ser satisfecha si primero no se renuncia a la concepción metafísica formal del concepto universal (como simple abstracto de los fenómenos par­ ticulares y singulares a los que él se refiere) y si, se­ gundo, no se pasa al punto de vista del historicism o en la concepción (en el caso de desarrollo presente de! valor a! beneficio). Marx pide a la ciencia que conciba el sistema econó­ mico como un sistema en desarrollo y que reproduzca en el desarrollo lógico de las categorías la historia reai de la aparición y del desarrollo del sistema. Pero si esto es así, el valor como punto de partida de la concepción teórica debe ser concebido por la cien­ cia como una realidad económica objetiva, existente antes de que pudieran aparecer y existir fenómenos como

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el beneficio, el capital, el salario, la renta, etc. Por esto, las determinaciones teóricas del valor no deben obte­ nerse por abstracciones de lo que la mercancía, la mo­ neda, el capital, el beneficio, el salario y la renta tienen de común, sino por una vía completamente distinta. Se supone que todas estas cosas no existen. Ellas no han existido en toda la eternidad, sino que han aparecido en un punto cualquiera, y la ciencia debe descubrir esta aparición en su necesidad. El valor es la condición real y objetiva sin la cual ni el capital, ni la moneda, ni el resto son posibles. Las de­ terminaciones técnicas del valor como tal, no pueden ser obtenidas si no se examina una realidad econó­ mica objetiva existente antes, fuera e independiente de todos los fenómenos que se han desarrollado después, basándose en ella. Esta realidad económica objetiva, elemental, ha exis­ tido mucho antes que apareciera el capitalismo y todas las categorías que expresan su estructura. Esta realidad, es el intercam bio directo de una mercancía por otra. Hemos visto que los clásicos de la economía política han elaborado justamente el concepto general del valor, examinando esta realidad, aunque ellos no se han dado cuenta del verdadero sentido filosófico y teórico de lo que hacían. Hay que pensar que Ricardo hubiera estado muy des­ concertado si se le hubiese llamado la atención sobre el hecho que sus predecesores y él mismo ha elaborado la categoría general de su ciencia, no examinando la regla general abstracta a la cual obedecen todas las cosas que poseen un valor sin excepción, sino todo lo contrario, examinando la excepción más rara de la regla: el intercambio glirecto, sin dinero, de una mercancía por otra. , V En la medida en que han actuado así han adquirido una concepción teórica realmente objetiva del valor. Y es en la medida en que no se han atenido lo bastante rigurosamenté a los lím ites del examen de ese modo de interacción económica, totalm ente particular y extre­ madamente rara en el capitalismo desarrollado, que no pudieron comprender el valor hasta el fin. Es en esto que consiste el carácter dialéctico de la concepción de lo universal en Marx; es aquí donde

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reside la dialéctica de la concepción del modo de ela­ boración de una categoría universal del sistema de la ciencia. No es d ifícil convencerse de que una tal concepción no es posible si uno no se apoya sobre un acercamiento fundamentalmente histórico del estudio de la realidad objetiva. La deducción basada en un historicism o consciente se convierte en la única forma lógica, correspondiente al punto de vista para el cual el objeto no está listo si no ha nacido y se ha desarrollado históricam ente. «La teoría de la evolución sustrae a la inducción toda clasi­ ficación de los organismos y la reduce a la «deducción», a la descendencia — una especie está literalm ente dedu­ cida de otra al establecer su descendencia— , y es im­ posible demostrar la teoría de la evolución con la ayuda de la simple inducción, ya que es totalm ente anti-inductiva» 2S. El caballo y la vaca no provienen, naturalmente, de un «animal en general», lo mismo que la pera o la man­ zana no son los productos de la autoalienación del concepto de fruta en general. Pero no hay lugar a dudas que la vaca y el caballo, en la noche de los siglos, tuvie­ ron un antepasado común, y la manzana y la pera son también los productos de la diferenciación de una forma de fruta común. Ese antepasado común real de la vaca, del caballo, de la liebre, de! zorro y de todas las otras especies de animales actualmente vivos no existía en el seno de la razón divina o bajo, una forma de idea del animal en general, sino en la naturaleza misma, como especie completamente real y particular, que debía pro­ ducir las otras especies por vía de diferenciación. Esta forma general de animal, o, si se quiere, este animal como tal, no es en absoluto una abstracción que contiene en sí lo que las especies animales actualmente vivas tienen de común entre ellas. Este general es al mismo tiempo una especie particular que posee no so­ lamente y de tal suerte los rasgos que se conservaron en todos sus descendientes y le son comunes, sino tam­ bién los rasgos propios completamente específicos y de los cuales una parte ha sido heredada por los descen­ dientes, mientras que la otra se perdió y ha sido re­ emplazada por rasgos diferentes. Es absolutamente im­

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posible construir un modelo concreto del antepasado común del cual provienen todas las especies actualmen­ te existentes a partir de los caracteres que son inmedia­ tamente comunes a estas especies. Actuar así en biología sería emprender el mismo ca­ mino por el que Ricardo buscaba las determinaciones del valor como tal, la forma universa! del valor, supo­ niendo que estas determinaciones debían ser abstraídas del beneficio, de la renta, del capital y de todas las fo r­ mas del valor que tenía ante sus ojos. A la concepción del desarrollo como sucesión de fenómenos que toman su origen los unos en los otros se relaciona la concepción m aterialista dialéctica del pro­ ceso de deducción de categorías, del proceso que se eleva de lo abstracto a lo concreto, de lo general (que es en sí mismo un particular enteramente determinado) a lo particular (que expresa también una determinación general y necesaria del objeto). La base general de partida de un sistema de deter­ minaciones teóricas (el concepto de partida de una ciencia) expresa, desde el punto de vista de la dialéc­ tica, las determinaciones teóricas concretas de un fenó­ meno típico enteramente particular y determinado, ente­ ramente dado en la práctica sensible a la intuición em­ pírica, en la práctica social y la experiencia. La particularidad de este fenómeno reside en que él es realmente (fuera de la cabeza del teórico) el punto de partida del desarrollo del conjunto de fenómenos en interacción que se estudia, de todo este concreto que está en el caso dado, el objeto de la reproducción lógica. La ciencia debe comenzar por donde comienza la his­ toria real. E! desarrollo lógico de las determinaciones teóricas debe expresar el proceso histórico concreto de! devenir y del desarrollo del objeto. La deducción lógica no es otra cosa que la- expresión teórica del proceso del devenir histórico de lo concreto estudiado. Pero la-justa comprensión de este principio supone una vía adecuadamente concreta y de índole dialéctica en torno a ¡a naturaleza del desarrollo histórico. Este punto de extrema importancia de la lógica de Marx — la solución del problema de la relación del desarrollo cien­ tífico con el histórico (de la relación de lo lógico y de lo h is tó ric o )— debe ser examinado aparte.

NOTAS 1 M arx: Contribución a la crític a de la econom ía política, Edicio­ nes Sociales, París, 1957, págs. 165-166. (Ed. cast.: A lb erto Cora­ zón, editor, C O M U N IC A C IO N , M adrid, 1970.) 2 Ibid., pág. 165. 3 Ibid. 4 Lenin: Cuadernos filosóficos, Ediciones Sociales, París, 1955, página 202. (Ed. cast.: Ed. Política, La Habana, 1964.) 5 C hristen oder Bolschewisteñ, S tu ttgart, 1957, pág. 89. 6 M arx: C o ntrib ución ..., pág. 3. 7 V e r M arx: C o ntrib ución ..., pág. 165. 8 Engels: D ialéctica de la naturaleza, Editcions Sociales, 1952, página 141. (Ed. cast.: Edit. Grijalbo, M éxico, 1961.) 9 Hilferding: «Preparación histórica de la econom ía política de M arx», en los Problemas fundam entales de la econom ía política. 10 K. Renner: Teoría de la econom ía capitalista, trad. rusa, M os­ cú, 1926, pág. X IX . 11 Ibid. 12 Lenin: Cuadernos filosóficos, pág. 189. 13 Ibid., pág. 192. 14 Engels: D ialéctica de la naturaleza, pág. 231. 15 M arx: El Capital, Ediciones Sociales, t. I, págs. 213-214. (Edi­ ción cast.: Ed. Cartago, Buenos A ires, 1965.) 16 M arx: Teorías de la plusvalía, ed. rusa, 1936, t. III, pág. 127. (Edic. cast.: Ed. C artago, Buenos A ires, 1965.) 17 M arx: Theorien über den M eh rw e rt, I, Berlín, 1956, pág. 331. 18 Ibid., II, Berlín, 1959, pág. 156. 19 Ibid., pág. 157. 20 J. M . Keynes: Teoría general d el em pleo de la moneda, tra ­ ducción rusa, 1948, págs. 195-196. 21 Ibid., pág. 154. 22 D escartes: Discurso d el m étodo, «Los clásicos del pueblo», Ediciones Sociales, 1950, págs. 195-196. 23 Ibid. 24 M arx: Theorien über den M eh rw e rt, II, pág. 184. 25 Engels: Dialéctica de la naturaleza, pág. 230.

(Trad. de M aría Sandoval)

G, DELLA VOLPE CLAVE DE LA DIALECTICA HISTORICA

El presente es un artículo ya célebre de Della Volpe, que lo corrigió y rehízo en diversas ocasiones. La redacción definitiva es la que aparece en el volumen C rític a de la ideología contem porá­ nea, publicado tam bién en esta m ism a serie de C O M U N IC A C IO N .

»£s rechazable, en todos los aspectos, la sepa­ ración

que se hace com únm ente d el entendi­

m iento y de la razón. Cuando se estim a que el concepto está vacío de razón, se debe, a l con­ trario, considerar esto como una incapacidad de la razón para saberse reconocer en él. El con­ cepto determ inado y abstracto es la condición, o mejor, un m om ento esencial de la razón.» Hegel.

Para apreciar el método lógico-histórico, y, sin em­ bargo, dialéctico, de Marx, apuntado en la Introducción (1857) al libro Contribución a la crítica de la economía política (1958-59), intentemos volver a meditar sobre la fundamental categoría económica de la «productividad del trabajo» o «trabajo productivo», basándonos en El Capital y en la historia de las Teorías sobre la plusvalía. Si no nos equivocamos, podrá brotar al final algún resul­ tado metodológico. Para la orientación metódica genera!, resultan ya muy significativas las advertencias y «distingos» que Marx nos da en el capítulo XIV de El Capital: «Hemos estu­ diado — dice Marx— , en prim er término, el proceso de trabajo, de un modo abstracto (véase cap. V ), prescin­ diendo de sus fórmulas históricas, como una relación de! hombre con Sa naturaleza. Decíamos: «Si se observa la totalidad del proceso de trabajo desde el punto de vista de su resultado, aparecerán el medio de trabajo y el objeto de trabajo como instrumentos de la produc­ ción, y el trabajo mismo como trabajo productivo». Y en la nota 7 se añadía: «Esta característica del trabajo productivo, como se deduce desde el punto de vista del proceso simple del trabajo, no basta al proceso de la

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producción capitalista». Esto es lo que aquí tenemos que desarrollar. Siendo el proceso de trabajo una relación puramente individual, todas las funciones que posterior­ mente [es decir, históricam ente] se separan aparecen originariamente reunidas en la persona del productor mism o... Así como en el sistema natural se asocian el cerebro y la mano, así en el proceso de trabajo se aso­ cian el trabajo intelectual y el manual. Pero más tarde esta asociación se convierte en antagonismo. El pro­ ducto inmediato del productor individual se transforma en producto social, en producto común de un obrero colectivo: es decir, de un personal obrero combinado... El carácter cooperativo [ = «social»] del proceso de tra­ bajo amplia, necesariamente, el concepto de trabajo pro­ ductivo y de su agente, el obrero productivo... El con­ cepto de trabajo productivo se restringe, igualmente, aunque en otro sentido. La producción capitalista no es sólo producción de mercancías; es, ante todo, produc­ ción de plusvalía. El obrero no produce para sí, produce para el capital. Ya no bastará, pues, que produzca en ge­ neral; habrá de producir plusvalía. Y sólo aquel que produzca plusvalía para el capitalista, o que sirva al pro­ pio incremento [autovaloración] del capital se conside­ rará como obrero productivo... En el concepto de! obrero productivo no sólo va involucrada una relación entre ia actividad y el efecto ú til entre obrero y producto del trabajo, sino también una relación específica de produc­ ción social, que obedece a un régimen histórico y que convierte al obrero en medio directo para el incremento del capital. Por lo que ser obrero productivo no es preci­ samente una suerte, sino más bien una desgracia. En el libro IV de esta obra, dedicada a la historia de la teoría [ = Teoríaé sobre la plusvalía], se verá más con­ cretamente que' la eco/iomía política clásica, desde sus comienzos, considera que la producción de la plusvalía es la característica decisiva del obrero productivo. Y, por tanto, acordé con su concepto de la plusvalía, cambia fa definición del obrero productivo.» Antes de pasar a los correspondientes análisis his­ tóricos, contenidos en las Teorías sobre la plusvalía queremos llamar la atención sobre dos puntos de méto­ do en el texto anterior: primero, la negativa de Marx a lim itarse a una consideración «abstracta», es decir, «in­

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dependiente de sus formas históricas», de la categoría de la productividad del trabajo, precisamente para evi­ tar las definiciones genéricas y viciadas que él mismo ha imputado (en la Introducción, de 1857) a los econo^ mistas burgueses, los cuales, por ejemplo, explican el capital como una «general y eterna relación natural», lo cual es cierto si olvidamos el «carácter específico», es decir, histórico, que hace de un «trabajo acumulado» un «capital en sentido moderno»; o que «se imaginan a la producción [véase John Stuart M ili] como sujeta a leyes eternas, independientes de la historia, con ocasión de lo cual las relaciones burguesas [de producción] resultan interpoladas, bajo cuerda, como inmutables leyes natu­ rales de una sociedad en abstracto, en general»; y así caen continuamente en «tautologías»; segundo, la con­ siguiente obligación metódica de fundamentar toda teo­ ría (económica, en este caso) sobre la historia (tam ­ bién de la teoría), es decir, sobre un análisis históricodialéctico (como verem os), y de articularla, por ello, en abstracciones determinadas en cuanto históricas; esto es, abstracciones «científicas» y no de tipo metafísico (¡la «metafísica de la economía política»!), como las abstracciones genéricas e indeterminadas de John Stuart M ili y de otros. Veamos, pues, cómo se precisa y se justifica, en la historia de las Teorías sobre la plusvalía, aquella «defi­ nición» no «abstracta» del «trabajo productivo» (capi­ talista), de la que Marx parte en el lugar citado de El Capital. Y veamos, ante todo, cómo las definiciones del trabajo y de! obrero productivo, formuladas por la economía política clásica, varían con la alteración de los correspondientes conceptos de «plusvalía» y de «va­ lor», etc. Y, en consecuencia, cómo estas definiciones entran, más o menos necesariamente, en la constitu­ ción de la definición específica, esencial, del «trabajo productivo capitalista» a la que tiende Marx en su inda­ gación científica del presente histórico y de sus causas, y entran, según su mayor o menor adecuación, a la ex­ plicación de la génesis y del desarrollo del capitalismo moderno. Así ocurre, resumiendo el análisis histórico-dialéctico de las Teorías sobre la plusvalía, I, que las contribucio­ nes clásicas a la definición buscada — marcadas por sus

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partes contradictorias negativas, según el análisis de Marx— son las siguientes: A. Las contribuciones de los fisiócratas: 1) Los f i­ siócratas han «transferido la investigación sobre el ori­ gen de la plusvalía desde la esfera de la circulación [donde la habían mantenido los m ercantilistas] hasta la esfera de la producción inmediata», sentando «así las bases para el análisis de la, producción capitalista» y estableciendo de tal forma «el principio fundamental de que sólo es productivo el trabajo que crea una plusvalía»; y cfr. Turgot: «El agricultor (le laboureur) es la única persona cuyo trabajo produce más del salario del traba­ jo»; de donde se deduce que ios fisiócratas «refutan» y superan así el «beneficio mediante la enajenación» (de las mercancías) sostenido por el sistema m ercantilista, en el cual «la plusvalía no es más que relativa, y lo que uno gana otro ¡o pierde» (en la venta de ¡as mercancías), «basando sus teorías en la idea de que el trabajo es productivo sólo en las ramas de producción cuyos pro­ ductos, exportados al extranjero, restituyen más dinero del que han costado (o de lo que se ha debido exportar a cambio de e llos); dichos productos permitirían, pues, a un país la participación, en especial medida, en Sos pro­ ductos de las minas de oro y plata recientemente abier­ tas»; por lo cual, al final «aumentaba la tasa del bene­ ficio, no porque el obrero se hubiese hecho más pro­ ductivo, sino porque el salario absoluto (es decir, la suma de los medios de subsistencia que el obrero recibe) sufría una rebaja; todo ello «conectado con la afluencia de metales preciosos»); 2) no se puede reprochar a los fisiócratas «el habér separado, como todos sus suce­ sores, los modos objetivos de existencia del capital, como instrumentos de trabajo, materias primas, etc., de las condicionas soci’a jes en cuyo interior éstos aparecen dentro de la producción capitalista». Pero, por otra parte, la ratificación de tales contribuciones fisiócratas está condicionada por las negaciones (en los posteriores sis­ temas, desde Smith a Ricardo y a Marx) de cuanto de negativo contradictorio resulta históricamente connatu­ ral a dichas contribuciones. En primer lugar, como ob­ jeta Marx, «este sistem a... que primero explica la plusvalía con la apropiación del trabajo ajeno, y explica esta apropiación sobre la base del intercambio de mer-

113 caricias [intercam bio en el que una de las mercancías es la fuerza-trabajo o «capacidad de trabajo», según el térm ino usado aquí, en las Teorías], no concibe el valor en general como una forma del trabajo social, ni la plus­ valía como plustrabajo [lo cual es, de hecho], sino que concibe el valor como simple valor de uso, como simple materia, y la plusvalía como un simple don de la Natu­ raleza, la cual devuelve al trabajo, en vez de una dada cantidad orgánica, una cantidad mayor»; de donde «por un lado, la renta te rrito ria l — y, por tanto, la forma eco­ nómica real de la propiedad te rrito ria l— es despojada de su envoltura feudal, queda reducida a simple plusvalía, a excedente sobre el salario del trabajo; y, por otra parte, esta plusvalía, aceptándose de nuevo el punto de vista feudal, se hace derivar de la naturaleza, no de la socie­ dad, de ía relación con la tierra, no de las relaciones sociales... Todas estas son contradicciones [in te rn a s] de la producción capitalista, mientras se está abriendo el camino para salirse de la sociedad feudal..., pero [q u e ] no ha encontrado aún su forma específica»; y, en el segundo punto, Marx objeta que «el error de los f i­ siócratas consiste solamente en haber concebido la ley material de una determinada fase histórica de la sociedad [una sociedad principalmente agrícola] como ley abs­ tracta que domina uniformemente todas las formas so­ ciales», pecando al final de... antihistoricism o ilustrado. B. Las contribuciones smithianas: 1) el descubri­ miento científico de la productividad industrial moderna, de la «manufactura» (considerada «estéril» por los fis ió ­ cratas, exaltadores de la industria agrícola): «el trabajo de un obrero manufacturero añade generalmente al va­ lor de la materia prima empleada el valor de su propio sustento y el del beneficio de su patrón (Riqueza de las naciones, II, capítulo 3) 2; 2) la distinción «capitalista» entre trabajo «productivo» y trabajo «improductivo»: «Si la cantidad de alimento y vestuario que ha sido... consu­ mida por brazos improductivos [de domésticos, músicos o actores privados, etc.] se hubiera distribuido entre bra­ zos productivos [de obreros], éstos habrían reproducido el valor completo de lo consumido, ¡unto con un bene­ ficio» (ibídem ). «Con una gran claridad — subraya Marx— se define aquí como trabajador productivo a aquel que no sólo reproduce para el capitalista el valor

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íntegro de los medios de subsistencia contenidos en el salario, sino que los reproduce «junto con un beneficio». Sólo el trabajo que produce capital es un trabajo pro­ ductivo. Pero la mercancía, o el dinero, se convierte en capital por el hecho de ser cambiada directamente por la capacidad de trabajo, de ser cambiada con el único fin de ser sustituida por un trabajo mayor que el contenido en la propia mercancía... El trabajo productivo se define aquí desde el punto de vista de la producción capitalista, y A. Smith ha agotado el problema conceptualmente [M arx habla también de «diferencia específica» smithiana a este pro pó sito ]... es uno de sus mayores méritos científicos... el de haber definido el trabajo productivo como trabajo que se cambia directam ente con el capital, esto es, mediante un cambio en el que las condiciones de producción del trabajo y del valor en general, dinero o mercancías, se transforman en capital (y el trabajo se transforma en trabajo asalariado en el sentido científico del térm ino). De este modo se establece también, de manera absoluta, qué es el trabajo improductivo. Es tra­ bajo que no se cambia por capital, sino que se cambia directamente por renta... Estas definiciones no se han deducido, pues, de las características materiales del tra­ bajo..., sino de la forma social determinada, de las rela­ ciones sociales de producción en las que dicho trabajo se realiza. Un actor, por ejemplo, incluso un payaso (clown) resulta un trabajador productivo, basándose en esta de­ finición, si trabaja al servicio de un capitalista (empre­ sario) a! cual restituye más valor del que él recibe bajo la forma de salario, mientras que un sastrecillo que va a casa del capitalista a remendarle los pantalones le procura un simple valor de uso, es un trabajador im ­ productivo. El Jrabajo de! primero se cambia por ca­ pital, el del segundo por una renta. El primer trabajo crea una plusvalía; errel segundo se consume una renta». Pero, por otra parte, Marx critica severamente (basán­ dose en los conceptos antes expuestos) la posterior determinación smithiana del trabajo productivo como aquel que produce «mercancía», y del trabajo improduc­ tivo como aquel que no produce «ninguna mercancía»; «El concepto de mercancía — objeta Marx— implica tam­ bién que el trabajo se incorpore, se materialice, se rea­ lice en el propio producto... Sin embargo, la materializa­

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ción del trabajo no ha de entenderse con la misma mez­ quindad escocesa con que la concibe A. Smith. Cuando hablamos de la mercancía como materialización del tra­ bajo — en el sentido de su valor de cambio— , entende­ mos con ello únicamente un modo de existencia de la mercancía... puramente social, que no tiene nada que ver con su realidad corpórea; la mercancía está repre­ sentada como una determinada cantidad de trabajo so­ cial y de dinero. Puede ocurrir que el trabajo concreto, cuyo resultado es la mercancía, no deje en ella ningún rastro. En las mercancías producidas por las manufactu­ ras, esta huella persiste en la forma externa que queda eh la materia prima. En la agricultura, aunque la forma que han asumido las mercancías, por ejemplo, el trigo, el buey, etc., sea también un producto del trabajo huma­ no..., éste no resulta reconocible en el producto. En otro trabajo industrial, el trabajo no tiene por objeto cambiar la forma de las cosas, sino sólo el lugar en que éstas se encuentran. Por ejemplo, si una mercancía es trans­ portada desde China hasta Inglaterra, no es reconocible la huella de! trabajo en la cosa en sí... De este modo [es decir, basándose sobre la realidad corpórea y sobre la forma de la mercancía], no se puede comprender la ma­ terialización del trabajo en la mercancía. (El error se deriva, en este caso, del hecho de que una relación social se presente bajo la forma de una cosa.) Pero es ciertamente exacto que la mercancía aparece como tra­ bajo pasado, objetivado; por tanto, si no aparece en la forma de una cosa, puede aparecer solamente en la fo r­ ma de la misma capacidad de trabajo; no aparece nunca como trabajo vivo inmediatamente». Con este cave me­ todológico, Marx acepta, sin embargo, que «el trabajo productivo sería, pues, el que produce mercancías, o que directamente produce, educa, desarrolla, conserva, re­ produce la capacidad de trabajo [es decir, se trata de los servicios del médico y del instructor, etc., del obrero]», aunque Smith excluya «arbitrariamente» este últim o as­ pecto de su repertorio del trabajo productivo. Y es un documento no simplemente histórico-económico, sino un documento ya de una filosofía y de un método (m ateria­ lista-dialéctico en cuanto m aterialista-histórico): la con­ servación — a través de la negación crítica marxiana— en la economía socialista de la categoría smithiana de la

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productividad m aterial o de mercancías del trabajo pro­ ductivo, categoría que, desarrollada así, preside en la actualidad el cálculo de la renta nacional de la economía soviética y de algunas nuevas democracias 3. Categoría que, no se olvide, fue sugerida a la mente de Smith por la necesidad histórica de distinguir la productividad del trabajo industrial (entonces en su prim er impulso) de la improductividad del trabajo de los funcionarios, etc., de las residuales Cortes sem ifeudales4. Pero apresurémonos a ver el cumplimiento de la de­ finición (del trabajo productivo) así rastreada por Marx en la historia de las Teorías sobre la plusvalía. Teniendo en cuenta también la contribución ricardiana (que, en nuestro asunto, no añade gran cosa a las contribuciones smithianas; por ejemplo: «tanto la teoría como la prác­ tica de detener el trabajo en el punto en que pueda pro­ ducir, además de los medios de subsistencia del traba­ jador, un beneficio para el capitalista, aparecen en con­ traste con las leyes naturales que regulan la produc­ ción»), Marx se dispone a cerrar, en las Teorías, su de­ finición como sigue: «Así, la fuerza productiva del tra­ bajo social y las formas particulares de ésta se presen­ tan ahora como fuerzas productivas y formas del capital, del trabajo objetivado, de las reales condiciones de trabajo, las cuales, en cuanto que son una forma tal, independizada con respecto al trabajo vivo, están per­ sonificadas por el capitalista. Aquí aparece aquella inver­ sión de las relaciones, para cuya expresión ya hemos indicado, en el curso del análisis del dinero [véase Con­ tribución a la crítica de la economía política y El Capital, I, 1, sec. I, capítulo I] el térm ino fetichism o... Incluso considerando esta sencilla relación formal — la forma general de la pfoducción capitalista, que el modo de pro­ ducción capitalista 'menos desarrollado tiene en común con el más desarrollado— , los medios de producción, las condiciones reales de trabajo, materias de trabajo, ins­ trumentos^ de trabajo (y medios de subsistencia), no aparecen subsumidos bajo el obrero, sino que éste apa­ rece subsumido bajo ellos. Y por eso ellos son capital [priva do ]. El capital emplea trabajo. Dichos medios de producción no son, para el obrero, medios para producir productos, bien en la forma de medios de subsistencia inmediata, o en cuanto en la forma de como medios de

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cambio, en cuanto mercancías. Sino que él [e l obrero] es para ellos un medio, en parte para conservar su valor, en parte para incrementarlo, es decir, para aumentarlo, para absorber el plustrabajo. Y esta relación, en su ca­ rácter simple, es una inversión, una personificación de las cosas y una cosificación de las personas, pues lo que distingue esta forma [social de producción] de to ­ das las formas precedentes es el hecho de que el capi­ talista no ejerce su dominio sobre el obrero gracias a alguna cualidad personal sino sólo en cuanto es «ca­ pital»; su dominio no es más que el dominio del trabajo objetivado sobre el trabajo vivo, del producto del obrero sobre el obrero m ism o... Sólo el carácter lim itado bur­ gués, que considera las formas capitalistas de produc­ ción como las formas absolutas de ésta — es decir, como las formas naturales y eternas de la producción— puede confundir e! problema de qué es el trabajo produc­ tivo desde el punto de vista del capital, con el problema de qué trabajo es, en general, productivo». Compárese esta conclusión de las Teorías con la de! Capital (III, I, capítulo 15): «El verdadero lím ite de la producción capi­ talista es el capital mismo, es decir, que el capita! y su autovaloración aparecen como punto de partida y punto final, como motivo y fin de la producción; es decir, que la producción es sólo producción para el capital y no, al contrario Irtich um gekehrtj, que los medios de produc­ ción son 5 simples medios para una continua extensión del proceso vital para la sociedad de los productores. Los lím ites dentro de los cuales sólo pueden moverse la conservación y la autovaloración del valor-capital, que se funda sobre la expropiación y el empobrecimiento de las grandes masas de productores, dichos lím ites se en­ cuentran, pues, continuamente en contradicción [/'n Widerspruch\ con los métodos de producción que el ca­ pital debe aplicar para alcanzar su objetivo, y que persi­ guen e! aumento ¡limitado de la producción, de la pro­ ducción como fin e n sí misma, el desarrollo incondicional de las fuerzas productivas sociales del trabajo. El medio — el desarrollo incondicional de las fuerzas productivas sociales— entra continuamente en conflicto con el fin restringido, la valoración del capital existente [ = priva­ do], Así, pues, si el modo de producción capitalista es un medio histórico para el desarrollo de la fuerza produc­

118 tiva material y la creación de su correspondiente mer­ cado mundial, representa, al mismo tiempo, la constante contradicción [ der bestándige WiderspruchJ entre su ta­ rea histórica y las correspondientes relaciones sociales de producción».

2

Hemos llegado así al corazón de la «teoría», al cora­ zón de la lógica del Capital: nos ha traído hasta él la «historia» (de las Teorías sobre la plusvalía). O sea: las propias Teorías nos han identificado, científicamente, antecedentes históricos y dialécticos de la categoría económica de la productividad del trabajo, categoría de­ terminante de la sociedad capitalista del presente bur­ gués, que para Marx es «presente histórico» (mientras que — se dice en la M iseria de la filosofía— para los economistas clásicos «ha habido historia, pero ya no la hay», sino que existen sólo «las relaciones de la pro­ ducción burguesa como categorías eternas»). Con esto se ha comenzado a verificar el método lógico-histórico señalado por Marx en la Introducción de 1857 a la Contribución a la crítica de la economía polí­ tic a 6. Método que significa, para un pensamiento no dogmático, la obligación de: 1) proceder sólo según el círculo concreto-abstracto-concreto o de inducción-de­ ducción, y evitar, por tanto, el uso de los conceptos «indeterminados», «no funcionales», de «población», «di­ visión del trabajo», «valor de cambio», etc., tal como son formulados por la economía clásica, amante de «hipóstasis»; y ceñirse, en cambio, a conceptos histórica­ mente p re cisó ^ o sea «abstracciones determinadas», como las «clases» y ’ las correspondientes «relaciones so­ ciales» de producción, etc. («Pero si, una vez llegados a las abstracciones más sencillas, como la división del trabajo, el yalor de cambio, etc., rehacemos el viaje a la inversa y retornamos a la población, y esta vez no ya como una caótica noción de un todo, sino como una rica tonalidad de determinaciones y relaciones..., actuan­ do así seguimos el método correcto, en el que las defi­ niciones abstractas conducen a la reproducción de lo concreto en el curso del pensamiento»); 2) partir siem­

119 pre de ese «resultado» (de un proceso histórico) que es el presente o «concreto», conjunto de lo «genérico», o en-común-con-otras-épocas, y de lo «específico» y pro­ blemático («Ilusión» hegeliana «el considerar lo real como resultado... de un pensamiento que se mueve par­ tiendo de sí hacia sí mism o»); 3) individualizar las ra­ zones o causas del presente en esas categorías «gené­ ricas» o en-común-con-otras-épocas (por ejemplo, la ca­ tegoría «trabajo en general»), que no sean simples pre­ cedentes cronológicos del presente, sino que sean pre­ cedentes «no accidentales», esenciales, del presente y de su problemática, que sean, por tanto, verdaderos an­ tecedentes históricos — por ser antecedentes lógicos— del consiguiente presente, que es, además, productor de historia, y no simple crónica, futura mediante reali­ zación dialéctico-práctica, que veremos, de aquellas ins­ tancias teóricas suyas que concluyen y desarrollan ya — véase, por ejemplo, § 1— la historia pasada 7. Y, en fin, método dialéctico propio en cuanto — veremos— es método lógico-histórico de abstracciones determinadas s. La iniciada verificación de tal método —precisamente por medio del escorzo teórico-dinámico de las Teorías— nos ha conducido, como se ha visto, a la evidencia dialéctica de las fórmulas conclusivas del Capital, concernientes a la definición del trabajo productivo. Ahora bien, es el carácter no «abstracto», sino com­ plejo, concreto, histórico, de la definición alcanzada (en suma, su carácter de abstracción determinada), lo que es preciso reconsiderar para comprender el gran final dialéctico, al que somos conscientes de haber llegado en losttextos conclusivos del Capital, y comprender al mis­ mo tiempo la dialéctica de los antecedentes históricos recuperados ad hoc § 1). Para comprender su estructura lógica. Veamos. La definición alcanzada es propiamente la definición de la productividad del trabajo como produc­ tividad capitalista del trabajo social. Una definición his­ tórica que, aunque formulada tan sumariamente, sugiere — bajo el aspecto de su estructura lógica— la presencia de una antinomia o contradicción interna en un dado, en aquel dado fenómeno histórico (la antinomia entre el carácter privado del capital y el carácter social del tra­ bajo en la producción capitalista). Téngase presente que en los textos conclusivos antes mencionados la definición

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histórica alcanzada lleva consigo, en sus diversas formu­ laciones, tanto variantes de la contradicción interna poco ha señalada, u oposición antinómica propiamente dicha, incompuesta, de contradictorios, como también, y al mismo tiempo, variantes de la contradicción externa, de lo opuesto, que nos obliga a superar lo que es antinó­ mico y nos impone un paso a otra co sa 9. Lo que sigue es ejemplo del primer caso: «Si el modo de producción capitalista es un medio histórico para el desarrollo de la fuerza material productiva [M a rx alude a la eficiencia del trabajo productivo so cia l]... es al mismo tiempo la constante contradicción entre esta tarea histórica y las relaciones sociales de producción correspondientes»; ejemplo del segundo, lo siguiente: «...que la producción es sólo producción para el capital, y no, al contrario, que los medios de producción son simples medios para una continua extensión del proceso vital para la sociedad de los productores»: ¿Pero no es éste, acaso, ya el enun­ ciado de la necesidad dialéctica del paso histórico, real, de la sociedad capitalista de productores a una (futura) opuesta sociedad socialista de productores? De un trán­ sito que es, téngase en cuenta, un desarrollo real, en el que la segunda sociedad conserva y potencia, del capi­ talismo, la producción social, a través de la negación de su negativo contradictorio constituido por las relacio­ nes de producción privadas capitalistas 10. Adviértase, ante todo, que la demostración de la ne­ cesidad del tránsito y desarrollo histórico en cuestión no se confía nada más que al instrumento cognoscitivo, gnoseológico, que es el análisis dialéctico, en cuanto análisis que, siendo históricam ente discrim inador de con­ tradictorios — y en especial de la antinomia entre fuer­ zas productivaso sociales y relaciones de producción privadas capitalistas— puede resolver por ello dicha antinomia — o mejor dicho, complejo significado antinó­ mico— en su opuesto o contrario, igualmente histórico, que, con su negación del aspecto contradictorio negativo (las relaciones de producción capitalistas) de aquel com­ plejo significado antinómico, eo ipso se compone con — y desarrolla— el otro aspecto contradictorio, positivo (las fuerzas productivas sociales), del mismo significado antinómico. Y así sucesivamente, sin fin, según las nue­ vas antinomias históricas, reales, que el análisis dialéc-

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tico discriminará. Todo depende, pues, de la abstracción determinada, en cuanto históricam ente específica, que es el significado antinómico del que debe partir el aná­ lisis para ser resolutivo. Pero (abriendo un paréntesis), ¿no ha dicho Hegel en su apología del «concepto determinado» que la «ca­ pacidad» de las determinaciones «intelectuales» para «resolverse y pasar a su opuesto» radica en su «agu­ deza»? Sólo que Hégel, ya lo hemos visto, estaba con­ vencido, además, de la «obtusidad» constitucional de lo m últiple intelectual, que, no por virtud propia — sino por la intervención de la «razón pensante», que «agu­ diza» la «obtusa diferencia de lo diverso» en la «diferen­ cia esencial» que son las categorías o «conceptos pu­ ros» de ser, no ser, etc.— , participaría en un movimiento (ilusorio) de opuestos categoriales puros y, por lo tanto, muy genéricos y estáticos. Por otra parte, Hegel estaba muy lejos de adm itir que el principio de no contradicción (con sus aristotélicos opuestos-contradictorios, incom­ puestos los unos de los otros, o exclusivos) se refiere a la intelectualidad positiva y concreta (no sólo a la lógica form al) y en consecuencia fuera aplicable a los hechos históricos para valorar en ellos, por parte de la razón, la coherencia más o menos íntima, y resolver en ellos, dialécticamente, las antinomias inevitables de lo m últiple histórico. (Para el dogmático rechazo hegeliano del principio mencionado véase nuestra Lógica, cit., pá­ ginas 71 y sigs.). Y así Hegel perdió la últim a ocasión (la antinomicidad determinadísima de lo real) para intro­ ducirse efectivamente en el real movimiento, en la dia­ léctica histórica. Compárese ahora el siguiente párrafo de! Capital, III, 3, capítulo 49, al final: «...después de que se ha e li­ minado [nach Aufhebungl el modo de producción capi­ talista, aunque conservando [aber m it Beibehaltung] la producción social, la determinación del valor continúa dominando, en el sentido de que la regulación del tiempo de trabajo y la distribución del trabajo social entre los distintos grupos de producción, y también la contabi­ lidad relativa, se hacen más importantes que nunca»; donde se trata, en especial, del desarrollo dialéctico de la ley del valor-trabajo en la sociedad planificada so­ cialista n .

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Pero lo que más interesa notar — en la fórmula úl­ tim a de la definición dialéctica de la «productividad»— es la necesidad, en dicha fórmula, de la copresencia e incluso del recíproco condicionarse de contradicción in­ terna (en aquel fenómeno histórico dado) — o sea con­ tradicción antinómica y problemática, u oposición de contrarios incompuestos, o «contradictoriedad» propia­ mente dicha— y contradicción u oposición, digamos, del exterior, resolutiva que niega a la primera en su contra­ dictorio negativo y que, sin embargo, la conserva y desa­ rrolla en cuanto al contradictorio positivo; condiciona­ miento recíproco, repetimos, porque, de otro modo, ca­ rece de sentido aquella fórmula marxiana o, cuando me­ nos, del sentido que pretende tener: de enunciación de un necesario y lógico tránsito y desarrollo histórico de una sociedad a otra, con el relativo ritm o de negación de lo negativo (o sea, de «Aufhebung», como se ha visto antes en el capítulo 49 de El Capital, aunque Hegel no tenga nada que ver aquí, porque se trata de la negación de algo histórico y específicamente negativo) y conser­ vación de lo positivo (o sea, «Beibehaltung», ídem ut supra mutatis m utandis). En otros términos, más generales, es preciso adm itir, para salvaguardar su sentido, que aquella (típica) defini­ ción así formulada presupone y lleva a cabo la concilia­ ción e integración de los dos principios lógicos clásicos, enemigos de nacimiento, el principio francamente aris­ totélico de la m ultiplicidad y del análisis, o principio de la no contradicción, y la correspondiente figura lógica de «opuestos contradictorios, incompuestos-los-unos-de-losotros, incomposita ex invicem (Metaph. V, X, Categ. 10), y el principio platónico de la síntesis, o sea de la unidad o «comunidad de los géneros» con la correspondiente f i­ gura lógica de*una tautoheterología u «oposición compenetrativa» o dialéctica” de «mismidad» y «alteridad», etcé­ tera. (Sofista y Político). Conciliación e integración de tal naturaleza que — adviértase— es la violación del prin­ cipio de no contradicción— es decir, la inical contradic­ ción antinómica— lo que las produce, al suscitar — preci­ samente en cuanto ésta es un significado contradictorio determinado— su opuesto o contrario no menos deter­ minado, que niega y resuelve la determinada contradic­ toriedad de aquélla (¿no es acaso el determinado o

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histérico-específico concepto antinómico de «que la producción [s o c ia l] es sólo producción para el [p riva ­ do] capital» lo que provoca la oposición superadora, que suena, «y no, al contrario, que los medios de pro­ ducción son simples medios para una continua extensión de! proceso vital para la sociedad de los productores»?); restituyendo así, dialécticamente — con un desarrollo o acrecentamiento cualitativo— , la coherencia o unidad re­ querida por !a razón, violada en concreto (históricam en­ te) en la antinomia inicial. Lo cual implica: 1) que sólo si se transfiere el prin­ cipio dialéctico desde el cielo a la tierra, desde el espacio hiperuranio y metafísico, platónico y hegeliano, hasta la historicidad de aquí abajo, la dialéctica revela su validez perenne de instrumento cognoscitivo; por cuanto la irre­ misible necesidad que nuestra razón tiene de unidad real en nuestra vida se satisface sólo en la nunca interrum­ pida restitución (dialéctica) de la unidad, después de la violación del principio de no contradicción, perpetrada continuamente por los conflictos de lo diverso o m ú lti­ ple real, histórico: es decir, un diverso no «transeúnte» e ilusorio como lo diverso «creado» — en las teologías antiguas y modernas— por el Uno, o Idea, que se autodegrada en la m ultiplicidad del mundo y se recupera a sí mismo en el ciclo — de tipo plotiniano— de descensoretorno 12; 2) que, por su parte, el principio de no contra­ dicción demuestra sus germinales virtudes dialécticas sólo si se aplica (también él) al conocimiento de los fenómenos históricos; en cuanto su violación en la histo­ ricidad no significa e! estéril escándalo lógico-formal que es la indeterminadísima, abstractísima y puramente simbólica ecuación «A es no-A», sino ese escándalo ló­ gico fecundo (de dialectism o o movimiento) que es un determinadísimo histórico significado contradictorio y antinómico, suscitador por ello de su determinadísimo opuesto o contrario, que lo resuelve; 3) que, por último, dicho opuesto de un concepto contradictorio, caracteriza­ do antes, por exigencias de claridad, como opuesto o contrario «externo» (con respecto a la «interna» contra­ riedad o contradicción incompuesta que es el significado autocontradictorio de un fenómeno dado), no es más que aquel (dialéctico) tertium proscrito y desconocido, com­

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prensiblemente («tertium non datur») por el abstracismo de la lógica formal. Así, esta reconciliación de las dos lógicas clásicas — exigida por la típica definición m aterialista antes cita­ da— lleva consigo una nueva figura lógica — de un opues­ to o contrario (resolvente) de un concepto antinómico— , que significa, en definitiva, la necesidad que la (moder­ na) razón tiene de no darse por satisfecha más que con una unidad-que-sea-también-análisis ( = análisis dialéc­ tico de contradicciones); o sea, una unidad verdadera­ mente dinámica; y éste es el sentido últim o, positivo, de la obligación en que se encuentra (ya se ha visto) una razón realmente dialéctica, o historicista, de in sti­ tu ir la unidad de las cosas humanas únicamente a través de la restitución de dicha unidad de la violación en con­ creto, operada por lo diverso histórico, de! principio for­ mal de no contradicción; de ahí la relevancia de lo anti­ nómico (o triunfante diverso histórico) que solicita la propia solución de una razón adecuadamente dialéctica, como la (moderna) que rechaza lo diverso o m últiple «transeúnte» e ilusorio, del que se ocupan las teologías. Abriendo un paréntesis sobre los detalles de esa sín­ tesis m aterialista de las dos lógicas clásicas que es la figura de lo opuesto de un concepto antinómico, es pre­ ciso notar lo que sigue: 1) que esa figura, en cuanto ba­ sada sobre el análisis de determinados fenómenos o especies históricas (aut'ocontradictorias), presupone y goza de las ventajas de la crítica una-doble que es ¡a crítica aristotélica de la diairesis platónica, o clasifica­ ción «auto-heterológica», o sea, dialéctica-a priori, de géneros empíricos I3-, y la crítica marxiana de la dialécti­ ca hegeliana y sus viciadas hipóstasis 14; mientras que incorpora, tambi,én, tanto la exigencia platónica (auto­ crítica) de una dialéctica en función diairética o c la sifi­ cadora de géneros empíricos, tendente a resolver aquel problema de una «doxa veraz» al que Hegel fue sordo (véase más arriba, núm. 10), como la exigencia hege­ liana (positiva) que está sobreentendida en el criterio de la «unidad de los contrarios», o sea, de la dialéctica, como «diferencia esencial»; es decir, esencialidad de la relación (para el constituirse de la razón); 2) que, por otra parte, esa figura es inmune al abstractismo aristo­ télico de ia irrelación absoluta de los opuestos-incom-

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puestos constitutivos de la no contradicción: en cuanto con el propio rechazo del principio del «tercero excluido» ella implica una no contradicción medianamente dialéc­ tica (a diferencia de la «totalización» hegeliana, inme­ diata y dogmática, de «A es no-A») 15; mientras que ésta incorpora, sin embargo, por lo que antecede, la (positiva) exigencia aristotélica antiparmenidea del «ser [q u e ] se dice en varios sentidos», o instancia de lo «diverso» o discreto, o sea, de !a distinción y determineidad del pen­ samiento real; 3) que, en fin, esa figura demuestra que hay que transferir la satisfacción de la instancia de la coherencia o unidad del pensar — cuando se trata de! pensar real o concreto— desde la razón (puramente) ana­ lítica, bajo la que se presenta el entendimiento (en su uso) formal (tanto si se trata de ese uso, por no hablar de otros, em pírico-aristotélico con sus noemas-opuestos irrelativos, hasta el punto de resultar datos intuitivos, como de aquel otro escolástico-leibniziano con sus está­ ticas, más que abstractas, especies inteligibles y corres­ pondientes sím bolos), hay que transferirla, repetimos, a la razón dialéctica, o ratio major que, rechazado el «ter­ cero excluido», arranca de los datos conceptuales anti­ nómicos de un entendimiento no formalizado, como es el entendimiento histórico; de donde se deriva también la efectiva discursividad del pensamiento real; al cual co­ operan, juntos, el sentido-entendimiento, con lo analítico diverso conceptual, por una parte, y la razón con su sin­ tético, dialéctico, empuje de aquel diverso, por otra. Todo esto significa, en palabras pobres, que la moder­ na razón, materialista histórica después de haber sido ilum inista e idealista, pretende también ella racionalizar la historia y regular sus movimientos; pero, razón pro­ gresista (si no, ¿qué clase de razón sería?), como la ilum inista, evita, sin embargo, todo el orgullo utopista de aquélla; y respetuosa, a diferencia de la idealista, de los hechos históricos, sociales, en su materialidad y carácter concreto, se lim ita al análisis dinámico valorativo de la íntima coherencia (a la que no puede renun­ ciar sin dejar de ser ella misma) de todo hecho histórico (sea situación o institución social); análisis cuyo único criterio de valor está dado, sobreentendido, por las ne­ cesidades humanas y los problemas específicos del pre­ sente histórico, que vimos antes, o presente no va sub-

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sumido y, por tanto, anulado, bajo categorías eternas o hipóstasis; y es, consiguientemente, análisis crítico y anticonservador, que, con su incesante descubrimiento de antinomias en el seno de los hechos o fenómenos humanos del presente y pasado históricos, lleva con­ sigo ante todo la verificación de los contradictorios ne­ gativos o falsos, o sea, de especies históricas falsas por ser adversas al humano progreso desde el pasado a! presente, con sus específicos problemas del futuro; de donde brota la chispa de la oposición o contrarie­ dad resolutiva y superadora de aquellas antinomias, o mejor significados antinómicos de conjunto, mediante su negación de los aspectos negativos o falsos de dichos significados y el desarrollo de los aspectos positivos y verdaderos. Así, con su autolim itación a un análisis, no solo, pero históricam ente discriminador, de conceptos antinómicos, y por ello, superables en sus opuestos 16, la razón mate­ rialista es razón progresista eminentemente práctica, ca­ paz de mudar y transform ar el mundo; basándose preci­ samente en aquellos criterios-fines, histórico-específicos, pero determinados, y adecuados a la acción o realmente operativos, que, si es preciso decirlo, no son más que los opuestos históricos de históricos conceptos antinó­ micos. Mientras la dialéctica en su forma mística y « m ixtifi­ cada» «hegeliana» — se lamenta Marx en el Postfacio de 1873 a El Capital— «se había convertido en una moda alemana, porque parecía transfigurar [ zu verkláren] el estado de cosas existentes [con la sublimación de éste en un sistema de «conceptos puros»], la propia dialéc­ tica, «en su forma racional [m a terialista]» causa en la burguesía «despecho y horror, porque, dentro de la com­ prensión positiva de la realidad de las cosas, incluye al mismo tiempo [ zugleich auch~\ la comprensión de la negación de ésta [es decir, la comprensión de la nece­ saria negacjón de cuanto esa realidad tiene de negativo), porque considera toda forma como devenida en el flu ir del movimiento [es decir: la resuelve en el análisis dia­ lé ctico ] y, por tanto, también en su lado transitorio [o contradictorio negativo); porque nada la puede detener y ella es, por su propia esencia, crítica y revolucionaria [ kritisch und revolutionár'}. El movimiento pleno de con­

127 tradicciones [in te rn a s] de la sociedad capitalista es ad­ vertido por el burgués, hombre práctico, del modo más evidente, en las alternas peripecias del ciclo periódico que atraviesa la industria moderna, y en su punto culm i­ nante que es la crisis general... tEn conclusión, el análisis dialéctico de las contradic­ ciones históricas — cuyas más importantes implicaciones se han mostrado— es el instrumento lógico descubierto por el materialismo histórico que hace de éste una cien­ cia humana, en cuanto sociología histórico-crítica.

3 En cuanto a la tem ática social y ética, que es — distin­ ta e inseparable de la económica— el contenido de la forma metódica (dialéctica) antes expuesta, queda so­ breentendida en las anotaciones marxianas (véase antes página 20) sobre la conciencia crítico-dialéctica que hay que asumir ante el «fetichismo» de las mercancías, la personificación de las cosas y la cosificación de las per­ sonas, y, en suma, sobre esos epifenómenos morales de la productividad capitalista que se resumen en la figura sociológica materialista de la «alienación humana» de los productores en una sociedad capitalista (figura de la que tanto se habla hoy inoportunamente, retóricamente, hipó­ critamente, y con un gran éxito académico-mundano, por parte de los intelectuales burgueses, profesores, novelis­ tas, ensayistas, etc., todos ellos perfectamente «integra­ dos» en la presente sociedad, como se acostumbra a de­ cir ahora). En tal figura sociológica deberá tomar su punto de partida una teoría auténticamente moderna de la perso­ na, que ya hemos intentado en otras partes 17. Aquí baste con añadir que, de otra forma, se cae, en el mejor de los casos (véase, por ejemplo, Adam Schaff), en una «antropología» ecléctica, feuerbachiana-marxista, preñada de indigeridas reminiscencias liberales 1S. Si es cierto (como parece) que no sólo la libertad, sino el mismo ser del individuo humano depende — en la realidad— del contexto social en el que inevitablemente tiene que vivir, e incluso depende exactamente del tipo de contexto social, si libre o no (y en qué medida) de

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estratos privilegiados; y que, en suma, la «libertad» del lus naturale es hoy un m ito bien o mal entendido. Si todo esto es cierto, se debe, pues, concluir (aunque puedan horrorizarse las «almas bellas» y las «conciencias in fe li­ ces») que la persona humana no puede florecer en nin­ gún ambiente mejor que en una sociedad en la que no sólo se haya abolido la explotación capitalista del hom­ bre, sino en la que esté presente — en los hechos— una «legalidad socialista « 19 (esaiegalidad en que todo crudo motivo liberal haya sido históricam ente superado y di­ gerido) .

NOTAS 1 Karl M arx: Theorien über den M eh rw e rt, I, T e¡I, D ietz Verlag, Berlín, 1956, págs. 1-376. (Trad. cast. Ed. Cartago, Buenos A ires, 1965.) Hemos tenido presente (aunque retraduciendo aquí y allá) la reciente, buena, edición italiana de Giorgio G iorgetti: Teorie sul plus-valore, Editori Riuniti, Roma, 1961, edición que aventaja a la anterior de Elio Gontí, Ed. Einaudi, por haber seguido — en su orden histórico-dialéctico— el texto original, según la edición soviética (m odelo que sigue la de D ietz V e r la g ), y no el arreglo «crono­ lógico», arbitrario, perpetrado por Kautski: una diferencia abismal y una cuestión que m erecería estudio aparte. Hay que observar, además, a propósito de esta llamada «cuarta parte» (histórica) de El Capital, que ha sido com pletam ente olvidada en el ambi­ cioso ensayo sobre Teoría e storia n ei «C ap itale» di M arx, M i­ lán, 1960, de Jean-Claude Michaud. 2 Edición castellana: Adam Sm ith: Investigación sobre la natu­ raleza y causas de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica, M éxico, 1958. (N. del T.) 3 C fr. G. Pietranera: M arx e la storia d elle dottrine economiche, en Societá, feb rero 1955. 4 Véase la fundam ental aportación de G. Pietranera sobre La teoría del valore e dello svíluppo capitalistico in Adam o Sm ith («La teo ría del valor y del desarrollo capitalista en Adam S m ith » ), M ilán, 1961, págs. 277-278. 5 La traducción italiana ( II Capitale, III, I, pág. 306, Roma, 1954) se equivoca precisam ente en este punto clave y altera el sentido con un «non» delante de «sono», m ientras que el original pone, obviam ente, «sind». (Error corregido en la últim a edición, 1965.) 6 C fr. a este respecto, para más d etalles, nuestro Saggio sulla dialettica, en apéndice a Liberta com unista, M ilán, 1963, pági­ nas 157 y ss. Y v e r M ario Rossi, espec. La dialettica in M arx, en «Studi storici», octubre-diciem bre 1965. Y v e r tam bién, del m ism o, M a rx e la d ialettica hegeliana, II, págs. 897 y ss., Roma, 1963. (In ­ m inente edición castellana en esta misma colección.) 7 A s í, con este carácter lógico-histórico de antecedentes-consi­ guientes se explica (m a terialísticam en te) la relación pasado-presen­ te, y se funda verdaderam ente el criterio de un presente histórico (es decir, no eterno) o «presente como historia» (Lukács-Sw eezy). 9 .—

130 Lo que ha impedido a Luckás m antener firm em ente tal criterio (pese a que ha visto con agudeza algunas im plicaciones particu­ lares, por ejem plo, que la categoría smithiana del «trabajo en gene­ ral» es una abstracción que «pertenece a la esencia del capitalis­ mo»; y ver nuestro citado Saggio sulla dialettica, pág. 161, n.) es el no haberse dado cuenta de que la crítica m arxista del antihistoricism o burgués es tan radical que engloba no sólo a los econo­ m istas burgueses con sus «leyes eternas» y otras ingenuas abs­ tracciones, sino tam bién, y con no menor razón, a las abstracciones, las hipóstasis connaturales a la «dialéctica» hegeliana (véase C rí­ tica de la filo sofía hegeliana del derecho público, 1843), cosa ésta incom prensible e inaceptable para el hegelianizante Lukács, que, de hecho, cuando razona, por ejem plo, sobre «une o bjetivité qui — pensée e t com prise correctem ent jusqu'á son term e— ne doive nulle p art s ’a rre te r á une sim ple in m é d ia te té ...; qui, par conséquent peut étre saisi comme m om ent fluide, m édiateur entre le passé e t l’avenir» («una objetividad que — pensada y com prendida co­ rrectam ente hasta su térm ino— no debe, en absoluto, detenerse en una simple inm ediatez...; y que, en consecuencia, puede ser captada como m om ento fluido, m ediador entre el pasado y el fu­ turo») (H is to ire e t conscience de classe, París, 1960, pág. 200, y cfr. págs. 197-198); al razonar así no hace más que repetirnos su fe hegeliana en el triunfo de la «mediación» absoluta, de donde el «m om ento fluido» (es decir, «dialéctico »), que es sinónimo de «mediador» pacífico y soberano «entre pasado y futuro», acaba, con su soberana universalidad o ser genericidad, por parecerse cada vez más al «eterno presente» (de la autoconciencia) en que cul­ mina todo hegelianismo coherente, y no al «presente como histo­ ria» que la lógica del m aterialism o impone a Lukács. A s í, éste atribuye su propia insensibilidad a la crític a marxiana m aterialista de la dialéctica «mixtificada» y viciada que es la hegeliana, con sus abstracciones «Indeterminadas» en cuanto m etafísicas, y con sus hipótesis, en suma. Louis A lthusser impugna (en Lire le Capital, I, pág. 59) (edi­ ción castellana, Para le e r «El C apital», Ed. Siglo X X I, M éxico, 1968) la interpretación que yo doy del fragm ento marxiano de la Intro­ ducción (1857) a la Contribución a la crític a de la econom ía p olí­ tica, y que es el presupuesto sobre el que se basa la conclusión, expresada arriba, acerca del concepto de antecedentes-causas o antecedentes /óg/eo-históripos (del presente h istórico). El frag­ m ento es éste: .«S ería,,p o r lo tanto, imposible y erróneo disponer las categorías económicas en el orden en que fueron histórica­ m ente determ inantes. Su orden, en cambio, está determ inado por la relación „en que se encuentran una con otro en la moderna so­ ciedad burguesa, y este orden es exactam ente el inverso del que parece ser el orden natural o del que corresponde a la sucesión del desarrollo histórico» (curs. m ía ). Y A lthu sser dice: «La suite inm édiate du tex te de M arx ne laisse d ’ailleurs subsister aucune équivoque, puisque nous apprenons que ce débat sur la correspondance directe ou inverse des term es des deus ordres [e l cro­ nológico y el de valor lógico] n ’a ríen á voir avec le problém e analysé» («La continuación inm ediata del texto de M arx no perm ite que subsista ningún equívoco, puesto que a través de él aprende­

131 mos que e s ie debate sobre la correspondencia directa o inversa de los térm inos de los dos órganos no tien e nada que ver con el problem a analizado»), Pero la continuación inm ediata de aquel texto, que él da, está falseada y suena como sigue (trad u cid a): «No se trata de la relación que se establece históricam ente entre las relaciones económ icas...; se tra ta de su G liederung (o com ­ binación articulada) en el interior de la moderna sociedad bur­ guesa.» Ahora bien, el texto en su integridad, y en una traducción menos apresurada, es éste: «No se trata del puesto que las rela­ ciones económicas ocupan históricam ente en el sucederse [ A u fe in anderfolgs] de las diversas form as de sociedad, y, mucho menos, de su sucesión en la idea (Proudhon), que no es sino una repre­ sentación nebulosa del m ovim iento histórico, sino de su G liederung en la moderna sociedad burguesa.» Por lo tanto, el texto exacto nos dice que no se trata (precisam ente en el problem a «analizado» de la relación presente-pasado) ni de una m era sucesión crono­ lógica de las categorías económicas (en el asunto tra ta d o ), ni mucho menos de su sucesión en la Idea (según el hegelianizante Proudhon; cfr. M ise ria de la filosofía, edición castellana, Editorial Ciencia Nueva, M adrid, 1968), sino que se trata de su articulación o conexión orgánica (ver, por ejem plo, las categorías «trabajo sans phrase» o «general», y «capital») dentro de la sociedad burguesa moderna, o del presente, que presupone la distinción entre ante­ cedentes accidentales, o m eram ente cronológicos, y antecedentes no-accidentales, esenciales o lógico-históricos, o antecedentes-cau­ sas; distinción que im plica, precisam ente, la de los dos órdenes, cronológico y lógico, y la de la posibilidad de una correspondencia «inversa» de sus térm inos; distinción esta últim a cuyo alcance epistem ológico se le ha escapado a Althusser, que la infravalora. En suma, el amigo A lthu sser debe darse cuenta de que, dejando de lado todo historicism o em pírico y, sobre todo, todo dialectism o idealista, la que ahora anuncié, y no otra, es la solución marxiana al problema de la conexión del presente con el pasado: solución dialéctico-m aterialista, porque el movim iento de la conexión histó­ rica se expresa en aquella fórm ula, por ejem plo, del «trabajo sans phrase», que es, al tiem po, negativa del negativo que son los m eros antecedentes accidentales (las diversas form as circunstanciales del trabajo) y factor de conservación y desarrollo de los antecedentes no-accidentales (el trabajo como «común denom inador», de donde las «unidades» de trabajo pueden ser comparadas, adicionadas, etc.) de la productividad de la sociedad burguesa moderna, lográndose así salvar tanto lo discreto histórico (al que, sin embargo, p erte­ necen los antecedentes no-accidentales) como lo continuum de la idea o razón (que sanciona la no-accidentalidad o esencialidad de algunos antecedentes), tanto el análisis como la s íntesis; o, en fin, la marxiana «unidad m últiple» (y no resulta superfluo recordar, tam bién, cuán carente de discretez — o concretez— histórica es el m étodo «dialéctico» h eg eliano). Y cfr. para toda la cuestión nues­ tra Lógica coma scienza positiva, 1 9 5 6 2, espec. pág. 195 y n.; y ¡a cit. Liberta comunista, págs. 157 y ss. Y, por lo que se refiere a A lthusser, véase más adelante. 8 Quien conozca a Hegel sabe que él entrevio esta fundam en­ tal verdad (véase, por ejem plo, Ciencia de la Lógica, III, pág. 56,

132 trad. M oni, Bari, 1925): «El entendim iento — dice— da a sus deter­ m inaciones, m ediante la form a de la universalidad abstracta, por a sí decirlo, una dureza del ser que no tienen en la esfera cualita­ tiva [e s decir, en el m ero e m p iris m o ...]; pero con esta sim plifica­ ción al m ism o tiem po las anim a y aviva [ b eg e is te t] y las hace agudas, de modo que sólo en e s te culm en adquieren la capacidad de resolverse y pasar a su opuesto [ = la d ia lé c tic a ]» ; y tam bién (ibid., pág. 5 7 ): «Por lo tanto, es rechazable, en todos los aspec­ tos, la separación del entendim iento y de la razón, tal y como común­ m ente se hace [¡v é a s e K a n t!]. Cuando se estim a que el concepto [determ inado, intelectu al] está vacío de razón, se debe, al con­ trario, considerar esto como una incapacidad de la razón para saberse reconocer en él. El concepto determ inado y abstracto es la condición, o mejor, un m om ento esencial de la razón. Es forma animada, en la cual lo finito, m ediante la universalidad, en que se refiere a sí, se enciende en s í, se plantea como d ialéctico, y con ello es el comienzo mismo de la aparición de la razón.» Pero a tal verdad ya había renunciado cuando, por ejem plo, había declarado poco antes (ibid., págs. 54-55) que «todo concepto determ inado está en c ie rta manera vacío, por cuanto no contiene la totalidad, sino sólo una determ inación u nilateral. Incluso aunque contenga, por otra parte, un contenido concreto, por ejemplo, hombre, Es­ tado, anim al, etc., sigue siendo un concepto vacío»; y «si ahora, en el concepto puro, esta eternidad [propia de la "universalidad” tal y como la concibe H e g e l] pertenece a su naturaleza, las abs­ tractas determ inaciones de aquél [e s decir, del entendim iento] serían esencialidades eternas sólo en cuanto a su form a [e s decir, la universalidad]; pero su contenido ["c o n c re to ” ] no es adecuado a esta form a; por lo tanto no son verdades ni son más que algo caduco. Su contenido ["c o n c re to ", histórico] no es adecuado a la forma, porque no es la determ inación mism a como universal [es decir, "Concepto puro” ] , o sea, no es como totalidad de la d ife­ rencia del Concepto, o no es él mismo la form a entera; la form a del entendim iento, lim itado, es precisam ente la universalidad im­ p erfecta, es decir, abstracta», etc. En suma, el drama intelectual de Hegel, tal y como se nos evidencia aquí, radica en haberse aprestado paradójicam ente a la defensa del entendim iento, y, por lo tanto, en haberse opuesto (contra Kant y luego contra Schelling) a su separación de la razón, mediante un concepto inade­ cuado, por místiccDy, sin embargo, m enospreciador, de ese enten­ dim iento («la razón pensante — precisa en op. cit., págs. 72-73— agudiza, por así decirlo, te obtusa diferencia de lo diverso, la m era m ultiplicidad de la representación, hasta hacer de ellas la d ife­ rencia esencial, la "oposición” de "s e r" y "no s e r” », e tc .); por lo tanto, el m etafísico Hegel ha fracasado en su generoso intento de captar la función racional del intelecto y, en definitiva, de superar el ¡luminismo dem ostrando la unidad orgánica de razón e historia. A llí donde sólo el entendim iento positivo por excelencia, es decir, el entendim iento histórico, puede convertirse en función de la razón o, lo que es lo mism o, en condición sine qua non de un análisis histórico de lo real, histórico precisam ente. Tras el gran­ dioso fracaso hegeliano, que repercute gravem ente en el m ateria­ lismo «dialéctico» engelsíano, en especial, y por lo tanto en el m ar­

133 xismo escolástico, tradicional, debemos esforzarnos por llevar a térm ino la ten tativa hegeliana, con ayuda tam bién de la advertencia hegeliana reproducida antes; es decir, que ese no saberse reco­ nocer de la razón en e l concepto determ inado revela nada m enos que la incapacidad de la razón mism a. M ien tras que el sistem a hegeliano, con su «dialéctica» de abstracciones indeterm inadas o conceptos generales — verdadera dialéctica in vacuo o seudomóvil— , sirve para indicam os, desgraciadam ente, ¡que es culpa del concepto determ inado («obtuso» y «vacío») si la razón no sabe reconocerse en él! Para un análisis extenso de algunos de los textos hegelianos citados aquí, véase núm. cit. Lógica com e scienza positiva, págs. 46-47, 61-62 (y véase nota s ig u ie n te ). Téngase tam ­ bién presente, a propósito del carácter de dialéctica in vacuo propio de la hegeliana, el siguiente párrafo, muy significativo — por su despreocupación de la problem ática platónica de ¡a «doxa veraz»— , de la sección dedicada a Platón en las hegelianas Lec­ ciones de historia de la filo sofía: «Lo que entiende más de cerca Platón es que la Idea, lo en sí y p o r s í U n ive rs al..., se deben tom ar por s í m ism os..., que no se debe rep a ra r... en el sujeto, del que estas determ inaciones son predicado», etc. (véase II, pá­ gina 222, de la edición italiana al cuidado de E. Codignola y G. Sanna, Florencia, 1964. La cursiva es m ía.) Y véase Lógica cit., pá­ ginas 85-95. 9 Hay que subrayar que el térm in o «contradicción» se usa habi­ tualm ente en la literatura m arxista de modo extrem adam ente am­ biguo y confuso; sin advertir cuándo se trata de esa contradicción problem ática o problem atización, negativa, incompuesta, que es la contradicción de contradictorios o antinom ia, y cuándo, en cambio, se trata de esa contradicción resolutiva y positiva que es la contra­ dicción de opuestos o contrarios de antinom ias dadas, o m ejor, de los complejos significados antinóm icos derivantes. Y puesto que el (análisis) dialéctico consta orgánicam ente de ambas contradicciones (y no puede ser de otra m anera si la dialéctica ha de asum ir la tarea gnoseológica de la no-separación del entendim iento, con sus reales antinom ias, y de la razón, resolutiva de dichas antinom ias con su exigencia de unidad), el instrum ento dialéctico, merced a la confusión antes señalada, se inutiliza y se pierde. Naturalm ente, ello ha sido posible por culpa de la persistente influencia hegeliana, que llevaba, y lleva todavía, a reducir la dialéctica solam ente al momento resolutivo (¿y de qué?) concebido hegelianam ente como contradicción «absoluta» de opuestos unitarios ( = «diferencias esenciales» ), o sea, contrariedad de contrarios-categorías, muy ge­ néricos y estáticos y sólo g ratuitam ente com ponibles, porque tanto su diferencia como su identidad son diferencia e identidad de relata indeterm inadísim os, y por lo tanto son tam bién ellas aprioristas y dogmáticas, y no perm iten ni real, determ inada, negación, ni real, determ inada, conservación de un «contrario» por parte del otro: = razón abstracta que, por su propia incapacidad, no logra recono­ cerse en el concepto determ inado, que es trascendido, en efecto, al no ten e r en cuenta la contrariedad problem ática, incompuesta, constitutiva de lo que es — determ inadam ente— contradictorio, o sea, antinómico. 10 Véase tam bién en M . Dobb, S o viet Economic D evelopm ent

134 since 1917 («D esarrollo económico soviético hasta 1917»), Londres, 1951 2 (trad. ¡t., Roma, 1957), la representación histórica del trán­ sito en cuestión: por ejem plo, pág. 28: «Soviet econom ist have eschew ed W estern notions of capital as factor of production (w ith a specific cost attaching to its creation or ¡ts use, and a specific "y ie ld ”) and have treated it as the em bodim ent of labour (past labour; M a rx ’s ’stored up’ or ’dead’ labour) in the p articu lar form o f m aterial aids to current labour in production, and as ’costing’ the present no more than the labour necessarily devoted to its maintenance or renew al. In a socialist society these durable instruments of production lose the specific historical character which they had vvhen they w e re in prívate ownership and they become the property as w ell as the creation of society as collective w hole. The result of this emphasis has been to focus attention upon increasing the productivity of labour by augmenting and improving the stock of capital equipm ent w ith which labour works as the prim e objective of econom ic policy. The existí ng stock o f instrum ents is regarded as part of the social heritage which any given generation acquires from history, and not as a fac to r of production which has to "yield" a certain return (i. e. a return additional to the cost of its amortisation or depreciation) in order to ju s tify the "cost" th a t ¡ts crea­ tion originally involved. Accordingly, since planning attem pts to take a long v ie w and has small reason to discount the future, there is little to qualify the priority th a t is assigned to the task of equipping future decades w ith productive instrum ents more richly than the present is equipped. D ifferen ces in the incomes of nations or o f generations are regarded as derlving prim arily from the richness or poverty of this technical heritage; and to add to this technical heritage is regarded as the reasoned duty of each decade towards its successers», etc. («Los econom istas soviéticos han evitado las ideas occidentales de capital como un fac to r de producción (con un coste específico ligado a su creación o a su uso y una específica "re n ta ”) y las han tratado como la inclusión del trabajo (trabajo pasado; el marxism o, trabajo 'acumulado' o 'm uerto') en la form a especial de ayudas m ateriales al trabajo corriente, en producción, cuyo 'coste' en el momento presente no es mayor que el del trabajo, dedicado necesariam ente a su m antenim iento o renovación. Estos instrum entos duraderos de producción, en una sociedad so­ cialista, pierden el carácter histórico específico que habían tenido en el régim en de propiedad privada y se convierten en propiedad y creación de la sociedad como un conjunto colectivo. El resultado de este é n fa s is , ha sido concentrar la atención en un acrecenta­ m iento de la productividad del trabajo, aumentando y mejorando el stock de equipo del capital con el cual opera el trabajo, como prim er objetivo de una política económ ica. El stock existente de instru m en to s;es considerado como parte de la herencia social que toda generación recibe de la historia, y no como un factor de pro­ ducción que tien e que «rentar» un cierto beneficio (por ejemplo, un beneficio adicional al coste de su amortización o depreciación) con objeto de ju s tific a r el «coste» que llevaba consigo su prim itiva creación. Por consiguiente, puesto que la planificación intenta asu­ m ir amplias perspectivas y tien e pocas razones para desconfiar del futuro, hay poca base para cualificar la prioridad que debe

135 asignarse a la tarea de equipar a las futuras décadas con instru­ mentos productivos más ricos que los que equipan a la presente. Las diferencias en los ingresos de las naciones o de las generacio­ nes se consideran como derivadas en prim er lugar de la riqueza o de la pobreza de su herencia técnica; y se considera que au­ m entar esta herencia técnica constituye un deber razonable de cada década para con sus sucesores.») 11 Nos parece que el párrafo del cap. 49 no perm ite la fórm ula interpretativa de Sw eezy (The theory o f capitalist developm ent. Londres, 1949, pág. 52. Edición castellana: Teoría d el desarrollo ca­ pitalista, Fondo de Cultura Económica, M éxico, 1945): «Law of valué versus [co n tra] planning principie» («Ley del valor contra principio planificador»); ni su conclusión de que «valor y planificación son tan opuestos, y por las mismas razones, como capitalism o y socia­ lismo» (pág. 5 4 ); conclusión justa sólo en líneas muy generales. Pero tam poco perm ite verdaderam ente esto el siguiente párrafo del cap. 51, citado p or S.: «Puesto que los productores capitalistas se encuentran uno fren te al otro sólo como poseedores de m ercancías, y cada uno intenta vender su m ercancía lo más caro posible (pudiendo aparentem ente regular a placer la producción m is m a ), la ley interna se impone a s í misma sim plem ente por medio de la com­ petencia, de la recíproca presión, por medio de la cual los des­ plazam ientos se compensan recíprocam ente. La ley del valor actúa aquí sólo como ley interna, como ciega le y de naturaleza, con res­ pecto a los agentes aislados, e impone el equilibrio social de la producción en medio de sus fluctuaciones accidentales». Lo que quiere decir sólo que en el tránsito del capitalism o al socialismo la ley del valor deja de ser una ciega ley de la naturaleza y se convierte en una ley consabida, y por lo tanto en ley-guía de la producción dentro del principio del plan; y que entre valor y pla­ nificación hay sólo una diferencia de grado de desarrollo: nada de negativam ente «opuesto» o «contrario». O sea, en conclusión: la planificación socialista, una vez negado y elim inado ese contradic­ torio negativo que es el capital burgués, eo ipso conserva y desa­ rrolla el correspondiente contradictorio p ositivo que es la le y d el valor-trabajo; por ello podemos hablar de una oposición dialéctica de socialism o-capitalism o sólo en el sentido de que el socialismo es el opuesto negativo y conservador de aquella especie histórica antinóm ica o auto-contradictoria que es el capitalism o. Im precisión lógica, pues, la de Sw eezy. Que en el socialism o las leyes econó­ micas ya no son «ciegas leyes naturales» está bien visto por M . Rosental, D ie D ia le ktik in M a rx ' «Capital», Berlín, 1957, págs. 99 y siguientes; incluso insiste sobre ello, pues se trata de uno de los más gloriosos loci communes del marxism o clásico (el tránsito «del reino de la necesidad al reino de la lib e rta d » ), pero m ete en el mismo saco «ley del valor» y «ley de la com petencia», etc . Es hegelianizante tam bién, y resulta superfluo anotarlo, la «dialéctica» en R., quien se complace aún en form as engelsianas más o menos inocuas, como la siguiente, cuando se ocupa (en el cap. III) de la elaboración de la teo ría del desarrollo dialéctico en El Capital: «el desarrollo como proceso de inversión de los cambios cuantitativos en cualitativos», etc. Se encuentra alguna aguda referencia a la teo ría de M arx del valor en una econom ía socialista, en Joan Ro-

136 binsons, An Essay on m a m a n economics, Londres, 1949, págs. 23 y siguientes; aunque la autora concluya, curiosam ente, que «no hay ninguna de las im portantes ideas que M arx expresa en los té r­ minos del concepto de valor que no pueda ser expresada m ejo r sin dicho concepto». 12 En térm inos populares, más claros, menos abstrusos que las categorías plotinianas, el carácter teológico de la dialéctica hege­ liana ha sido expresado como sigue en un trozo polém ico aún vivo de Dühring, citado p o r Engels al comienzo del cap. X III (dedicado a la «D ialéctica. Negación de la negación») de su Antidühring (Edi­ ción castellana, Ciencia Nueva, M ádrid, 1967): «...observam os ex­ presam ente que para Hegel la prim era negación es la idea de la caída original, tom ada del catecism o, y la segunda, la idea de una unidad superior que conduce a la redención. ¿Cómo podría basarse la lógica de los hechos en un bufonada analógica sacada de la religión?» (la curs. es m ía ). Y v. N. del Bobbio, Da Hobbes a M arx, Nápoles, 1965, págs. 241-2. Y, a propósito de Dühring, v. n. Umanesimo positivo e emancipazione m arxista, M ilán, 1 9632 págs. 17-25. 13 La crítica aristotélica de la diairesis platónica (en A n alyt pr., I, 31, y Analyt. post., II, 5) imputa a ésta: a) postular, por una p arte, que se le conceda lo que se debe dem ostrar [com o, por ejem plo, el género « reg io»]. O sea, caer en una petición de prin­ cipio, en cuanto hace falta que sea conocida prim ero, o presupues­ ta, la naturaleza o especie del demonstrandum o detiniendum para poder escoger las diferencias «opuestas», o sea, tanto-heterológicas, del género em pírico «arte directivo» («partícipe» de los géneros supremos opuestos «mism idad» y « a lte rid a d » ); diferencias bajo una de las cuales («arte auto-directivo») debería caer la naturaleza del definiendum (el «género re g io » ); b ) concluir, por otra parte, siem pre algún predicado más general [ = a rte d ire c tiv o » ], es de­ cir, arte auto-hetero-directivo, con sus especies opuestas a priori, o sea, dogm áticam ente, inm ediatam ente unidas, es decir, indistin­ guibles, inseparables, indivisibles] que aquél en cuestión [ = «arte auto-directivo»]. Y el crítico (A ris tó te le s ), por su parte, intentó su­ p lir ese «corte», ausente aquí, de las especies m ediante sus «opuestos-incom puestos», cuya raíz prim era está en la constitucional irrelatividad de la sensación, según el em pirism o aristotélico . Pero v, más adelante y v. la cit. Lógica, etc., págs. 95-105. 14 Por ej.: «No hay que hacerle cargo alguno a Hegel porque des­ cribe el ser del Estado moderno tal cual es, sino porque da por ser d el Estado lo qué3 es» (K.- M arx , C rític a de la filosofía d el Estado de Hegel, Ed. P o lítica,'L a' Habana, 1966, pág. 104); esto es — pre­ tende decir M .— , actuando así, Hegel genericiza el Estado de aquel tiem po (de la Restauración), hace de él una esencia generalísim a, y, sin embargo, se pone en condiciones de no verlo en lo que tien e de históricam ente peculiar y específico, de no explicárnoslo ni tam ­ poco criticarlo; cae, en suma, en una tautología resultante de su propio apriorism o, es decir, de la hipóstasis del Estado de su tie m ­ po. Y véase especialm ente «Para una m etodología m aterialista», en nuestro Rousseau e M arx, Roma, 19644, págs. 145 y ss. (ed. caste­ llana: Rousseau y M arx, cit., págs. 121 y ss.) V iene aquí a cuento observar que la ten tativa de Louis A lthu sser (en Per M arx, Roma, 1967, espec. pág. 20 (ed. cast.: La revolución teórica de M arx, Edi-

137 eiones Siglo X X I, M éxico, 1967, págs. 24 y ss.) de reducir la ori­ ginalidad e im portancia de la crítica marxiana de las hipóstasis hegelianas nos parece absolutam ente vana, por los siguientes motivos: 1) no puede sobrevalorarse el precedente-Feuerbach (com o hace A .) de la crítica en cuestión, por cuanto (cf. nuestro Um anesim o posi­ tivo, págs. 51-2) Feuerbach no logró v e r el térm ino últim o, el re­ sultado efectivo viciado de los procesos hegelianos, idealistas, de hipostaeización, deteniéndose en la conclusión de que «el objeto es reducido [p o r H e g e l] a determ inaciones absolutam ente abstrac­ tas, en las que no se le puede reconocer»; y que, en suma, el universal hegeliano está «vacío» (cf. el dicho kantiano: el puro con­ cepto está «vacío», la pura sensación es «cieg a»), no ya viciosa­ m ente pleno, o sea, productivo de peticiones de principio, según dice la crítica m arxiana, que por lo tanto se inscribe (dicha c rí­ tica) en el cuadro epistem ológico clásico antiidealista, o sea, aristo­ télico (v. arriba) y galileano (v. Lógica, cit., A péndice I) ; 2) en consecuencia, la crític a feuerbachiana, con su claro eco kantiano, «sigue siendo esclava de la mism a problem ática idealista», y no lo es, en absoluto, la marxiana (como cree A .), que opera, desde 1843, la «ruptura epistem ológica» (de la que A. habla m ucho), y la opera precisam ente en cuanto crítica m aterialista de la razón pura; y, por lo tanto, del carácter viciado e infecundo de todo razonam iento (a priori) que no tenga en la debida cuenta la m ultiplicidad o «m ate­ ria» o extrarracional, se infiere en hipótesis — epistem ológicam en­ te — el carácter no elim inable de la «m ateria» m ism a para los fines del conocim iento real (o de lo real) y de la acción (Lógica, cit., pá­ gina 141); 3 ), que, en fin, no hay que «desplazar» nada (para quien se interese en ello) en la «periodización» del pensam iento marxiano; desde el momento en que: a ) lo que A . llama a la ligera «el desarrollo y ampliación [p o r parte de M a rx ] de la genial c rítica a la filosofía de Hegel form ulada... por Feuerbach», se revela a una mirada atenta como la pura inversión del ángulo visual idealistacriticista de Feuerbach; b ) por lo tanto, la fecha de 1845 (-6 ), o sea, la fecha, entre otras cosas, de la c rític a de la «ideo lo g ía» alemana, no puede sustituir, como fecha de la «ruptura», a la de 1843, que es la fecha (conjetural) de la (p o stu m a)) c rític a de las hipóstasis, tanto porque esta crítica es obviam ente el presupuesto indispensable de cualquier crítica de «ideologismos» como porque la misma es tam bién, con su instancia final positiva de una «abs­ tracción determ inada», la indispensable prem isa teo rética del prag­ matismo, por así llamarlo, de las Tesis sobre Feuerbach (siem ­ pre 1845-6), Tesis que son, cierto es, «falsam ente transparentes» (como dice A .) sólo si se apoyan en la pura y sim ple Ideología alemana; y no habría que detenerse aquí (en este esbozo de es­ quema de periodización intern a) sobre la obvia influencia, tácita, pero determ inante, de la crítica de las hipóstasis en relación con las «obras de la maduración» y «de la madurez», sobre todo la M ise ria de la filosofía, la Introducción a la Contribución a la crític a de la econom ía p olítica y por fin El Capital, con su peculiar estruc­ tura histórico-dialéctica. Y véanse las conclusiones del presente escrito. (H ay que notar tam bién que las cuestiones antedichas, y las precedentes, en las páginas a las que se refieren las notas 9 y 10, así como esas mism as notas, son tratadas las más de las

138 veces, cuando lo son, siguiendo a Althusser, en la Nota Introduc­ toria de C. Luporini a la ed. it. de Pour M arx; y v., para la posición antihistorlclsta de L., el artículo de Luciano Gruppi, A propposito di m arxism o e storicism o, en «Rinascíta», Roma, 8-1-1966; y del mism o, v. una aguda c rític a a Per M arx, en «Rinascita» del 21-4-1967. 15 P. ej.: «Está expresado A y un no-A, que es el puro-otro del A; pero éste apenas se hace ve r, para desaparecer enseguida. La identidad, por ende, está expresada en esta proposición como negación de la negación. A y no-A son d iferentes y estos diferen­ tes están referidos a uno y el mismo A. Por consiguiente, la iden­ tidad se presenta aquí como esta d iferencia en una relación, o como la sim ple diferencia en los m ism os diferentes. De esto resul­ ta claro que el principio de identidad mism o, y aún más, el principio de contradicción no son sólo de naturaleza analítica, sino s in té ti­ ca, (e tc .). Ciencia de la lógica, segunda parte, Buenos A ires, Hachette, 1956, trad. Augusta y Rodolfo M ondolfo, vol. II, pág. 4 3 ). Y, para un análisis c rític o detallado de este intento veleidoso de «totalizar» la identidad y la no contradicción «dialéctizando» las meras categorías de la Identidad y D iferencia, v. n. c it. Lógica, págs. 67-74. 16 Repitámoslo, pues no vendrá mal; decimos «y por ello supe­ rables en sus opuestos» precisam ente en cuanto tales conceptos antinómicos no son abstracciones genéricas, y por lo tanto, pobres e indeterm inadas, sino h istóricam ente discriminadas y, sin em bar­ go, bien determ inadas o in telectu alm ente «agudas» (por usar en un sentido riguroso e l térm ino m etafórico hegeliano) hasta un punto tal que no pueden dejar de «pasar» a sus no menos determ inados opuestos o contrarios (puntualm ente negativos y al mismo tiem po realm ente conservadores y a c re c e n ta d o re s ). C fr. antes las notas 10 y 11. Hay que notar que en el citado ensayo, bastante intere­ sante, de M ario Rosi sobre La dialéctica, etc., queda demasiado sobreentendida quizá aquella razón peculiar de la abstracción d ete r­ m inada o científica que es, diríam os, su vocación dialéctica. De otro modo, resulta inú til derrochar tanto esfuerzo en una categoría filosófica tan extraña a la m entalidad hegeliana enragée del viejo marxism o. Al señalar precisam ente el alejam iento de quien esto escribe con respecto a G ram sci, Nicola Badaloni, tras haber puesto de relieve que por parte de G. della V., que «la polémica se dirigía exp lícitam ente contra Hegel», y que a D. V . se le había objetado que las abstracciones determ inadas «podían ser funcionales res­ pecto a una situación concreta, para no explicar el tránsito a for­ mas distintas de organización social», concluye Badaloni adm itiendo en quien esto escribe -«una integración del análisis histórico-funcional con un análisis histórico-d/a/écf/co», con el fin de «solu­ cionar» cualquier «antinomia» real (y véase su estim ulante ensayo sobre Gramjsci storícista di fro n te a l marxism o contemporáneo, en Prassi rivoluzionaria e storicism o in Gram sci, cuaderno 3 de «Crítica m arxista», Roma, 1967). El hecho que «la m editación de G. della V.» continúe «dominada por un cierto ’intelectualism o'», como opina B., puede parecer cierto con relación a G ram sci, político por voca­ ción, más que ser verdadero en sí; pues, por no hablar de otras cosas, el M an ifie s to y El C ap ital presuponen intrín secam ente no sólo la Ideología alemana y las Tesis sobre Feuerbach, sino tam bién

139 aquella inicial crítica de las hipóstasis hegelianas sin la que tanto la Ideología como las Tesis carecen de fundam ento filosófico o intelectual; como he dem ostrado anteriorm ente, según creo, a Louis Althusser. A s í, siem pre a propósito del m ayor o m enor «inteiectualism o», quien esto escribe encuentra más útil estudiar la problem ática de la «contradicción» m aterialista m ediante la com­ paración con sus precedentes en la Lógica clásica, aristotélica o platónica, además de hegeliana, m ejor que con la com paración... con las generosas m etáforas a este respecto del gran Mao-Tse-dun, a quien recurre A lthu ser (en su concepto de «surdé te rm in a tio n » ). En suma, los problemas planteados p o r M arx, ¿entran o no en la historia d el pensam iento filosófico? ¿No poseen un alcance dema­ siado profundo dentro de la historia moderna para ser de otra manera? Sobre Gram sci v. tam bién Salvatore Secchi, Spunti critici sulle 'L ettere dal carcere' di Gram sci, en «Quaderni piacentini», número 29, enero 1967. 17 Para la m oderna problem ática de la persona véanse nuestros estudios La lib e rta comunista, cit. Um anesim o positivo e emancipa­ zione m arxista, cit., y, sobre todo, Rousseau e M arx, cit.; y véase, en este libro, «Anti-Kelsen». 18 Nos referim os, en particular, al últim o escrito de Schaff, El marxism o y la persona humana, publicado en Polonia en 1965 (trad. italiana, M ilán , 1967 (trad. cast. G rijalbo, M éxico, 1967), tal como aparece en el juicio conclusivo de un crítico bastante bien intencio­ nado, Aldo Zanardo, en «L'Unitá» del 4 de abril de 1967, Roma: «Hay, por ejem plo — dice Zanardo— , una cierta disonancia entre el hecho de que se p lan tee la cuestión general de la liberación u lterior de las sociedades socialistas, y el hecho de que después no se dan indicaciones precisas acerca de la liberación, y sobre todo de la liberación p olítica, de esta sociedad. Y creem os que es una limitación el hecho de que el problem a de recuperar para el marxism o el sentido de la com plejidad de lo real y el sentido de los fin e s ... venga presentado sólo como una recuperación del prim er M arx y de Feuerbach, y no... como un positivo replantea­ m iento de la filo so fía y de la teo ría p olítica libe ra le s .» Y no podemos dejar de suscribir esta pregunta final a S.: «Pero si es necesario desarrollar el marxism o como humanismo, ¿no es por lo menos igualm ente necesario desarrollarlo como análisis de los problemas de la extensión y de la unificación de la revolución socia­ lista mundial?» (curs. m ía ). Sobre el M arx juvenil véase ahora el ensayo de Zanardo sobre La teoría della lib e rta n el pensiero giovanile di M arx, en «Studi storici», Roma, V II, núm. 1, 1965. 19 Véase en el cit. Rousseau e M arx, págs. 55-60 y 95-100, el análisis del problema de una «legalidad socialista» (y v. Socialist Humanism, An International Symposium edited by Erich Fromm, Anchor Books, Doubleday, Nueva York, 1966, págs. 425-40; trad. m ejor que la de la edición anterior, 1965. Trad. cast. Ed. Paidos, Buenos A ires, 1966. Y cfr. nota p re c e d e n te ). El análisis en cues­ tión ha sido ya (im p lícitam ente) llevado (como los demás aná­ lisis de otros problemas en el vol. cit.) según el esquem a lógico de la búsqueda de lo opuesto de un concepto antinómico, siendo la antinomia, en el caso que nos ocupa, la de igualdad (social)

140 y desigualdad (p o lític a ), y el tercero-opuesto, que constituye el engarce dialéctico resolutivo, siendo precisam ente la igualdad po­ lític a — o legalidad— socialista, con su determ inado carácter his­ tórico de restitución discrim inadora o renovatio socialista de la legalidad burguesa; y no, diversam ente, en substancia, de la res­ titución discrim inadora del parlam entarism o en los consejos popu­ lares que son los soviets, etc. Por esto, la dialéctica, o es este desarrollo de com prom isos históricos o bien es un m ito m etafísico incorregible del que hay que deshacerse.

(Trad. de M aría Esther Benítez)

CESARE LUPORINI EL CIRCULO CONCRETO-ABSTRACTO-CONCRETO

El texto de C. Luporini fue publicado originalm ente en Rinascita, el 20 de octubre de 1962, como contribución al debate entre filó ­ sofos m arxistas italianos, debate en el que tam bién participaron Galvano della Volpe, Valentino G erratana, L. G ruppi, M . Spinella, A. M assolo, etc. El debate se orientó en torno a los problemas de la dialéctica m aterialista y la relación Hegel-M arx.

Della Volpe y sus discípulos (cfr. Un contributo di studenti d e ll’Universita di Roma, «Rinascita», núm. 121) expresan su asombro ante el hecho de que también yo considero importantísima la introducción de 1857 a la Crítica de la economía política * que ha sido comentada repetidas veces por Della Volpe (últimamente en su res­ puesta en «Rinascita»), Me parece que en este asombro hay una curiosa ilusión, que, en resumidas cuentas, po­ dría reducirse a un sofisma. Dicha ilusión consiste en creer que reconocer la importancia de ese texto signi­ fica también aceptar la interpretación que de él da Della Volpe. A este respecto debo decir dos cosas. En mi opinión dicho texto es fundamental incluso en las partes que Della Volpe no ha comentado nunca; y es fundamen­ tal porque en ellas se encuentra, a mi entender, la fundamentación marxista de esa relación subjetividad-objetividad que yo considero de enorme relieve (no sólo teó ri­ co, sino práctico): esa relación por la cual — como decía al comienzo de esta discusión— El Capital, de Marx, contiene en sí — y de una manera no colateral o margi­ nal, sino estrictam ente ligada a la «crítica de la economía política»— una antropología o «filosofía del hombre» Este aspecto y su importancia se les han escapado por completo a los dellavolpianos. Y en segundo lugar, debo declarar que en lo que se refiere a las otras partes del texto a las que Della Volpe y los suyos han dedicado su atención, me parece que la interpretación que han dado de ellas está equivocada en todos los aspectos; esto es, no sólo resulta equivocada en el aspecto literal, sino también en lo que concierne a la lógica interna de * Contribución a la crític a de la econom ía política, Alberto Co­ razón, editor. Comunicación, serle B, núm. 5, M adrid, 1970.

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la posición de Marx y también en cuanto concierne a la historicidad que le es propia (este últim o problema, es­ trictam ente considerado, ni siquiera existe para los dellavolpianos, aunque existiera, y de qué manera, para el propio M arx). Es decir, me parece que entre Marx y Della Volpe se ha producido, si es lícito expresarse así, un grave qui pro quo. Y ahora examinemos, aunque sea sumariamente, cuál es, a mi modo de ver, el estado de la cuestión. Dejo a un lado el aspecto literal (que podrá ser objeto de un aná­ lisis más minucioso de las obras de Della Volpe que no es posible hacer aquí). Para Della Volpe, el párrafo El método de la economía política (naturalmente, junto con las otras partes de la «Introducción» de 1857 que se en­ lazan directamente con él) es una aplicación decisiva en su ejemplaridad de lo que él llama «el método del círculo concreto-abstracto-concreto»; es decir, de un es­ quema lógico circular que se encontraría en toda activi­ dad realmente científica, cognoscitiva de lo real, que también es siempre experimental. En sustancia, el des­ cubrim iento de Marx sería el de la conexión, por lo menos en el terreno de las ciencias sociales, de experimentalidad y de «historicidad determinada», de modo que el suyo sería un galileísm o moral; y este descubri­ miento de Marx en el terreno de las ciencias sociales no sería menos importante de lo que representó el método galileano en el campo de las ciencias físicas, y sería pro­ fundamente análogo a éste. Ahora bien, es perfectamente inútil discutir genéricamente esta posición de Della Vol­ pe (o preguntarse inmediatamente, por ejemplo, cuál es el paso desde ésa'a la «praxis revolucionaria»). Se trata más bien de ver si dicha posición nos ayuda a compren­ der el pensamiento de Marx y, en el caso que nos ocu­ pa, si corresfponde' al contenido real de este texto (esto es, la citada introducción), que se considera ejemplar en el sanjido mencionado antes.

La producción en general Pues bien, hay que decir ante todo que este famoso círculo «concreto-abstracto-concreto» no corresponde en

145 absoluto a cuanto hay de específico, de caracterizado!", en el procedimiento de Marx, y que su aplicación como clave interpretativa de aquel texto — clave que le devol­ vería conceptualmente su significado de conjunto y fun­ damental— sirve sólo para hacerlo ininteligible. Pero examinemos cómo están las cosas. Marx, rerecuerda Della Volpe, empieza examinando la categoría económica de la producción. Lo primero que pone de re­ lieve es que «cuando se habla de producción se habla siempre de producción en una determinada etapa del desarrollo social». ¿Es posible entonces — se pregunta Marx— , y en qué sentido es posible elaborar un discur­ so «en general» sobre la producción? No se trata de una pregunta retórica, académica; es una pregunta que le pone de inmediato en relación polémica con los econo­ mistas burgueses de su tiempo. Los cuales (por ejem­ plo, Stuart M ili, recuerda Marx) hacen preceder sus tra­ tados de una «parte general», precisamente la parte de­ dicada a la Producción. Sobre la base de la observación inicial parece, dice Marx, «que para hablar en general de la producción se debe seguir el proceso del desarrollo histórico en sus diversas fases o bien declarar desde el principio que uno se enfrenta con una determinada época histórica, y, por tanto, por ejemplo, con la moderna pro­ ducción burguesa» (y en efecto, éste será su tem a). Ob­ sérvese que en ambas ramas de esta disyunción está acentuada la historicidad (coherentemente con el punto de partida). Se trata de dos posibilidades que se ofrecen al discurso científico en torno a la «producción material»; la disyunción las mantiene separadas y dice que de es­ tos dos caminos ha de tomarse por lo menos uno, y en cualquier caso ningún otro. Pero Marx ha presentado la disyunción con la palabra parece, subrayada por mí. ¿Por qué? Para abrirse paso hacia una consideración mucho más profundizada (la cual, por últim o — aunque con­ viene decirlo de inmediato— conducirá a la recíproca y necesaria complementaridad de los dos cam inos). Lo cierto es que no basta con distinguir entre esas dos po­ sibilidades, porque tienen algo en común, que no es sólo la mencionada historicidad de ambas; tienen en común algo perfectamente determinado (o determ inable), que consiste precisamente en que son las «determinaciones comunes» a «todas las épocas de la producción». En base

10.—

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a ellas se construye una abstracción intelectiva (Verstánding = «que tiene un sentido», como traduce elegan­ temente C o lle tti), esto es, el concepto de producción en general. Ahora bien, esta generalidad, como todas las generalidades que tienen un contenido bien determinado, incluso aunque este contenido sea paupérrimo (y así ocu­ rre en nuestro caso, por lo que ha de presumirse, y luego se verificará, que no le ha correspondido nunca a dicho contenido una época histórica determinada de la produc­ ción), tiene para Marx una enorme importancia cie n tífi­ ca: precisamente al contrario de lo que la escuela dellavolpiana tiende a hacer creer (en este caso, como en otros de generalidades que a primera vista se presentan paupérrimas, y por eso mismo útiles a tout taire). En realidad, solamente sobre el fondo de ese concepto es posible empezar a dar relieve a lo que ha sido el des­ arrollo histórico efectivo de la producción, para caracteri­ zar sus diversas fases. Hasta aquí podremos decir que Marx ha seguido una lógica tradicional, aún difundida en sus tiempo (y que yo, al exponerlo, le he hecho seguir dicha lógica). Pero en realidad, en el discurso de Marx, aunque sea a través de alguna incertidumbre expresiva (perfectamente ex­ plicable kulturgeschichtlich), con la mencionada noción de general o universal se entrecruza casi en seguida otra que, sin excluir a la primera (aunque reduciendo su alcance), caracteriza diversamente la actividad abstrac­ tiva de la mente del hombre y los resultados de ésta. En efecto, Marx dice que aquel general (la «produc­ ción en general») no es algo simple, sino que «es él mismo algo completamente articulado que se ramifica en diferentes determinaciones». Della Volpe cita esta frase tanto en el artígulo de Rinascita, como en sus exposicio­ nes precedentes, pero lo cierto es que ni él ni sus dis­ cípulos son capaces' de dar razón de ella, debido a la escasísima confianza que tienen en la lógica moderna (a la que, en cambio, Marx, en la práctica, se anticipa). En realidad, se trata de dos concepciones muy distintas de lo universal y de su relación con lo particular; o bien, en un plano más técnico, de la relación entre la intensión de un concepto (su contenido conceptual, las notas que lo componen) y su extensión (las clases de cosas a las que puede re ferirse ). Según la Lógica de Port Royal

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(1662), que tuvo enorme influencia histórica, cuanto más aumenta la extensión de un concepto, más disminuye (esto es, se empobrece) su contenido. Ahora bien, la lógica moderna ha demostrado que esto no se verifica, que no es cierto que los conceptos científicos se empo­ brezcan en extensión cuando aumenta su contenido y v i­ ceversa 2. Al contrario: un concepto se hace más univer­ sal cuanto más se enriquece con casos especiales (es decir, cuantos más casos especiales logra abarcar). Esto ha cambiado profundamente la propia noción de activi­ dad del abstraer: ésta no consiste en ir dejando a un lado un número de notas cada vez mayor, sino en trans­ formarlas en variables (de ahí la oportunidad de los sím­ bolos en la lógica m atem ática).

La crítica de la economía clásica Della Volpe y los suyos parecen ignorar todo esto (son aún port-royalistas, podríamos decir) y no advierten que Marx se mueve de hecho ya en esta línea. Sólo mo­ viéndose en esta línea consigue dar un concepto de «producción en general» como articulación de diferentes determinaciones (correspondientes a diversos casos es­ peciales, a diversas fases históricas), y enlazarlo sobre dicha base con el concepto de «desarrollo histórico de la producción» para luego dar cuenta de éste no como un simple incremento cuantitativo, sino de manera que surja la diversidad cualitativa y la recíproca oposición de las sucesivas formaciones sociales de la historia. No es cierto, por tanto — como tiende a hacer creer la escuela de Della Volpe— que Marx contraponga de forma sim plista el concepto de «producción en general» de los economistas burgueses con el carácter siempre históricamente determinado, y, por tanto, de inexcusable particularidad, de cualquier forma concreta de «produc­ ción». Si así fuera, Marx podía salir del paso en pocas palabras. En cambio, la contraposición mencionada, que existe, es posibilitada porque Marx elabora un concepto de «producción en general» toto coelo diverso del de los economistas burgueses, como he intentado hacer notar. Lo cual le permite una radical crítica de aquéllos, que,

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como todos saben, consiste en demostrar que realizan una interpolación de las «relaciones burguesas» en la noción de «producción en general», transformándolas así en «leyes naturales eternas e independientes de la histo­ ria». Della Volpe y su escuela llaman enormemente la atención sobre dicha crítica y esto es lo único bueno que hacen. Pero, desgraciadamente, al no ser capaces de dar razón de sus fundamentos, la explican con palabras difíciles, como hipostacizaci'ón, entificación, sustantificación, apriorismos, etc. (referidas a los procedimientos mentales de los economistas burgueses clásicos); pa­ labras que tienen un escaso uso crítico, y en cualquier caso un uso no específico, en este contexto de proble­ mas, y, por tanto, los frivolizan en una genérica crítica especulativa (o aunque sea antiespeculativa, pero siem­ pre realizada con espíritu especulativo) y que, en resu­ midas cuentas, sólo sirven para impresionar a los in­ cautos.

No cambiar las cartas que hay sobre la mesa Esta falta de claridad sobre el mismo comienzo del discurso de Marx y sobre los instrumentos lógicos pre­ cisos para interpretarlo conduce a Della Volpe y a sus discípulos no sólo a la imposibilidad de leer realmente (antes de todo, en sentido filosófico) el texto en cues­ tión, sino también a resultados desastrosos que van mu­ cho más lejos. Por ejemplo, los incapacita para compren­ der porqué en el párrafo El método de la economía polí­ tica lo «simple» o lo «más simple» (resultado del aná­ lisis) no se identifica sin más y necesariamente con lo «general» y «-más general»; y también el porqué de que Marx contraponga lo'«más simple» con «lo más concre­ to» (y no inmediatamente con lo «más com plejo»); o qué es lo que significa el encuentro, cuando se da (como en el caso de la noción de «trabajo» con referencia a la sociedad burguesa) de «más simple» y «más general», y así sucesivamente. Sobre todo los pone en condiciones de no entender que el grado de generalidad de una abs­ tracción científica no tiene nada que ver con lo que Marx denomina su carácter determinado, es decir, su

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referibilidad (en el caso de las categorías económicas) a una determinada sociedad histórica, o formación histórico-social, como abstracción que expresa ciertas relacio­ nes (sean o no dominantes). Este últim o malentendido es el más grave de todos, porque sobre su base (la base de su generalización) Colletti viene luchando desde hace años una cruzada contra las tres leyes de la dialéctica enunciadas por Engels, a las que C olletti acusa de no significar nada, por demasiado generales. Como si una ley científica no fuese siempre un enun­ ciado universal (referido a clases más o menos vastas de objetos) que — una vez probada su no-contradictoriedad interna y su no-contradictoriedad con la teoría de la que forma parte— no puede ser impugnada a no ser que la sustitución de las variables contenidas en ella por constantes (esto es, con términos que describen los hechos) no verifica la propia ley. (En el caso de las tres leyes de la dialéctica, la clase de referencia es la de los hechos reales, compuesta por todos los aconteci­ mientos físicos y todos los acontecimientos sociales.) Es decir, como si una ley científica pudiera ser criticada, acusada y condenada por el delito de «exceso de gene­ ralidad». Colletti, sobre la base de una crítica tan inconsisten­ te, crea una contraposición artificiosa y puramente verba­ lista de Marx y Engels, que, entre otras cosas, es una manipulación del texto de Marx (en el «Prólogo a la se­ gunda edición» de El Capital), porque no muchas líneas más adelante del fragmento utilizado por C olletti, Marx reconoce la gran importancia de Hegel (y por eso se de­ clara «abiertamente alumno de ese gran pensador») en cuanto Hegel fue «el primero que expuso amplia y cons­ cientemente las formas generales del movimiento de la dialéctica»; cuyas «formas generales» son lo que Engels, coherentemente con la inversión m aterialista del método dialéctico, ha llamado «leyes» 3. Y Marx lo sabía y jamás desmintió a Engels, puesto que él mismo, en otros lu­ gares, utiliza idéntica denominación. Se puede estar a fa­ vor o en contra (pero hacen falta argum entos). Lo que no se debe hacer es cambiar las cartas sobre la mesa, porque en tal caso no es posible una discusión honesta.

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Una interpretación sectaria Y vayamos ahora (después de estas necesarias pre­ misas) al meollo de nuestro problema. Es decir: ¿opera en el discurso que Marx hace en tom o al «método de la economía política» un círculo lógico (o metodológico) concreto-abstracto-concreto? Y si la respuesta es positi­ va, ¿en qué medida es este operante? Ahora bien, Marx habla de dos vías, una vía que conduce, mediante el análisis, desde la representación todavía «caótica» de un concreto (por ejemplo, la «población» de un Estado) a abstracciones cada vez más sutiles; otra vía (es una vía de retom o, un «viaje hacia atrás», dice Marx) lleva de nuevo al concreto del que se había partido, pero ya no «como una caótica representación de un conjunto, sino como una totalidad rica, compuesta de muchas de­ terminaciones y relaciones»). La primera vía es per se «falsa», dice Marx, porque lleva simplemente a la «vola­ tilización» de lo «concreto representado». Es precisa tam­ bién la segunda vía, la cual resulta posible en el caso de que el anterior procedimiento de análisis haya encon­ trado puntos firm es (que quedan «fijados» y «abstraí­ dos» del pensamiento, dice M arx), es decir, haya llegado a «simples», que en el caso que nos interesa son cate­ gorías económicas, como «trabajo, dinero, valor, etc.». Con esta integración representada por la «segunda vía» se llega, dice Marx, «a la reproducción de lo concreto en el pensamiento». Sólo en este punto se alcanza pro­ piamente la ciencia, y, en el caso que nos ocupa, la cien­ cia de la economía. Pero, se dirá, entonces el círculo concreto-abstractoconcreto existfe, su método es operante... ¡Claro que existe, claro que es operante! Pero ¿dónde y cómo? Ante todo, si quisiéramos ser pedantes, se podría observar que ese círculo es más bien una espiral (pero estas me­ táforas de; círculos y espirales valen lo que valen y en cualquier caso Marx no recurre a ellas): una espiral por­ que va de lo concreto representado a lo concreto pensa­ do (conceptualmente). Un concreto — obsérvese— que tanto en el punto de partida como en el de llegada es siempre un «concreto» sólo en la mente (representado,

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pensado). Los dellavolpianos no subrayan esto, y con ra­ zón. Pero esto significa que mientras permanezcamos dentro de los límites que acabamos de ver, la referencia ai (presupuesto) concreto real sigue siendo una referen­ cia vaga, genérica, huidiza. Por ello (y no sólo por ello, naturalmente) puede nacer la ilusión «idealista» de Hege] — que Marx no sólo rechaza, sino que de alguna ma­ nera justifica — , que consiste en elim inar ese presupues­ to real y en exhibir el «concreto pensado», que la mente alcanza combinando entre sí diversamente los abstractossimples (correspondientes a «lados» y relaciones de las cosas), como el único concreto, como el propio concreto real; y, por tanto, lo real como un producto del pensa­ miento. Pero volvamos al famoso círculo. Pues bien, en la medida en que podemos considerarlo presente en el dis­ curso de Marx (esto es, en el sentido antes indicado), ¿qué es lo que describe? Este es el nudo de la cuestión. Describe el procedimiento de la ciencia burguesa (clá­ sica) de la economía, ni más ni menos. Y ello en un sentido enteramente preciso, que Marx explícita muy claramente: la primera vía es la representada por los economistas del siglo XVII, la segunda vía (que integra a la primera y la c o rrig e ), la representada por los eco­ nomistas del siglo XVIII y posteriores, hasta Marx ex­ cluido. Pero aquí interviene otra consideración que estimo de bastante importancia. Sobre la base de semejante círcu­ lo, o, por seguir más de cerca a Marx, de semejante inte­ gración de las dos vías (del concepto-representado al abstracto analítico, de este últim o al concreto-pensado), Marx reconoce a la economía burguesa clásica los carac­ teres y la dignidad de ciencia, pese a los lím ites que él ha puesto de relieve anteriormente, los cuales llevan al error de la eternización de las categorías económicas inherentes a la sociedad burguesa. Al ejercer esa crítica Marx se ponía en una relación lógica (o, mejor dicho, metodológica) de oposición y ruptura con la economía burguesa (que, naturalmente, es también una relación histórica); en cambio, al poner de relieve su carácter de ciencia Marx se pone en una relación de continuidad con ésta (que es al mismo tiempo epistemológica y, una vez más, concretamente histórica). No comprender esto

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significa no comprender siquiera la expresón «crítica de la economía política», que Marx estimaba tanto, y que no sólo constituye el títu lo de la obra de 1859, sino que se convierte en subtítulo de El Capital. Esto es, propia­ mente significa ponerse en condiciones de no compren­ der nada, o casi nada. Esto es precisamente lo que les ocurre a Della Volpe y a sus discípulos, los cuales insisten sobre el aspecto de ruptura del marxismo con la economía clásica (sobre ese aspecto de «crítica» que incluye y no excluye la con­ tinuidad, tanto epistemológica como histórica), del mis­ mo modo exacto en que insisten sólo y predominante­ mente sobre el aspecto de ruptura de Marx con Hegel, dándonos una interpretación típicamente sectaria, cerra­ da (e intelectualista) del marxismo. Y fracasan así de plano en esa historicidad propia del pensamiento de Marx (como subrayaba al principio) en la que él mismo se sitúa y reconoce, por razones no adicionales (y, por tan­ to, científicamente in sig nifican tes), sino esenciales y constitutivas de su doctrina.

El presupuesto real De todo lo que he ido exponiendo de la mejor manera posible, Della Volpe no ha entrevisto nada; y ello es cau­ sa de que se envuelva en discursos increíblemente to r­ tuosos, entretejidos con una pesada terminología «filosó­ fica» casi apropiada a la cuestión, pero de los que sólo resulta una cosa: que él (de forma enteramente involun­ taria, téngase en cuenta, porque se trata de un caso muy distinto de las m anipulaciones conscientes de Colletti a las que antes me, referí) hace decir a Marx precisa­ mente lo contrario de lo que Marx pretende significar. En efecto, Della Volpe atribuye a la metodología marxista de la economía lo que Marx presenta, en cambio, como típicamente caracterizante de la metodología de la eco­ nomía burguesa4, es decir, «el método de elevarse de lo abstracto a lo concreto» (a lo concreto pensando, recordém oslo). Por otra parte, al no ser capaz de explicar la relación histórico-epist'emológica entre «economía política» y

153 «crítica de la economía», Della Volpe — a pesar de sus esfuerzos— no puede ni siquiera dar razón de ese con­ cepto de «iniciada autocrítica de la sociedad burguesa», que es otro de los elementos con que Marx enlaza de manera continuada economía clásica y economía marxista: ya no a través de la mera comparación crítica de teorías y métodos, sino a través de la referencia a la realidad histórica en la que éstas surgen y que las con­ diciona; o sea, precisamente, al desarrollo de la sociedad burguesa c a p ita lis ta 5. Entra, pues, en escena un nuevo personaje que ya no es una teoría, sino una realidad concreta, la «sociedad burguesa». ¿Cómo llegar científicamente, o sea, de modo determinado, a dicha realidad, es decir, reconstruir, como diríamos hoy, su «modelo» (la expresión es de Badaloni) ? Este es el verdadero problema metodológico con el que se enfrenta la Introducción de 1857, y de forma especial el párrafo El método de la economía política. Ahora bien, el prim er instrumento para este fin será, para Marx, la demostración ejemplificada de la historicidad de las ca­ tegorías económicas, entendidas como abstracción de relaciones económicas concretas, existentes o existidas. Esa demostración hace nacer el problema de la relación que media entre la sucesión y conexión lógica de estas categorías y el que ha sido el desarrollo efectivo histó­ rico de la producción, sus «diversas fases». La respues­ ta de Marx a este problema hace surgir la radical dife­ rencia (aquí realmente radical; y, por fin, estamos todos de acuerdo, por lo menos sobre un punto) entre marxis­ mo y hegelianismo. Marx, sobre la base de la investiga­ ción empírica, rechaza todo paralelismo apriorista de tipo hegeliano entre un presunto desarrollo lógico-ideal y los procesos de la realidad. Esto es, se remite a la libertad de todas las combinaciones posibles (lógicamente) de las categorías económicas que hayan sido verificadas em­ píricamente por la variada realidad histórico-social. Pero, naturalmente, no por ello se convierte en un empirista (en el sentido tradicional del térm ino). Pero el problema de fondo — ligado con lo dicho has­ ta ahora, pero distinto de ello— es otro: se trata de ver la razón por la cual unas categorías económicas exis­ tentes con anterioridad (me expreso elípticamente) de manera más o menos desarrollada se disponen en el

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modelo de la sociedad capitalista con un orden distinto del que han presentado históricamente. El hecho de no haber distinguido entre los dos problemas (y pronto ve­ remos por qué no podía hacerlo) conduce a Della Volpe al ápice de su confusión. Lo obliga, entre otras cosas, a introducir distinciones suplementarias, como la distinción entre cronología e historia, que aquí no son válidas. Lo pone en condiciones, por ejemplo, de no poder siquiera iniciar un diálogo con Enzo Pa-ci, porque la respuesta que da a Paci en Rinascita no es una respuesta, ya que re­ sulta enteramente heterogénea respecto a la pregunta (referente a la relación presente-pasado).

De lo abstracto a lo abstracto Obsérvese bien: no es que Della Volpe no vea el úl­ tim o problema, que al tiempo es el problema de fondo, planteado por Marx en su obra. El lo identifica bastante bien (en Lógica como ciencia positiva). Pero por la mis­ ma razón por la cual no puede distinguirlo del preceden­ te (cuya solución es la no construibilidad apriorística de la presencia histórica de las categorías económicas) no puede entendérselas con el segundo. Esta secreta ra­ zón nos lleva más allá del presente tema porque es in­ herente de modo esencial al sistema filosófico de Della Volpe (pues éste tiene un sistema filo s ó fic o ). Se trata de la liquidación que sufre en el pensamiento de Della Volpe la categoría de la totalidad (totalidad orgánica) en cuanto categoría de uso empírico (y no especulativo), o sea, referible a nexos o hechos particulares de la realidad. Marx„ por ejemplo. no contrapone sólo la «pro­ ducción en general», que no existe jamás históricamente, como se ha visto desde el principio, con la particularidad que es siempre propia de la producción real, que se identifica incluso con la existencia (también preanunciando aquí, en cierto modo, la lógica moderna). Marx contrapone con la generalidad abstracta, y no sólo con­ ceptual, la totalidad empírica. «La producción — dice— no es solamente particular. Al contrario, es siempre un determinado organismo social que actúa dentro de una

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totalidad de ramas de producción.» He aquí en acción la categoría de la totalidad. La liquidación dellavolpiana de la categoría de la to ­ talidad se aprecia, por así decirlo, a sim ple vista tam­ bién en la intervención de Della Volpe en Rinascita cuan­ do escribe entre corchetes «totalidad = unidad». Es un método típico de Della Volpe que éste aplica no sólo a Marx; y podría definirse como método de la traslación y metamorfosis de los significados mediante corchetes insertados en los textos de los autores citados. Pero antes de concluir debemos preguntarnos: ¿Qué ha ocurrido con el círculo concreto-abstracto-concreto? Pues bien, se ha desvanecido por completo. Ya no sirve para definir el método marxista de la economía; más aún, lo falsificaría enteramente (lo cual es precisamente lo que hace la escuela de Della Volpe). El método mar­ xista de la economía es algo muy distinto y podríamos definirlo sencillamente: de lo abstracto a lo abstracto. Mega scandalon 6; pero es así. (Viceversa, ésta es, ade­ más, en general, la forma de toda teoría científica mo­ derna.) La referencia a lo concreto no está ni al princi­ pio ni en el fondo, sino que está en la referibiiidad a hechos determinados, mediante enunciados factuales, de las categorías usadas y de sus combinaciones (sea cual sea el grado de generalidad de éstas). El primer fundamento de esta referibiiidad es, en nuestro caso, el carácter siempre históricam ente determinado de las ca­ tegorías económicas. Precisamente este nuevo método de exposición es lo que Marx quiere explicar o ju stifica r en el epígrafe El método de la economía política. El pretende informar de ¡a manera en que se estructurará Para la crítica de la economía política o, bastante más orgánicamente, El Capital. Los cuales parten precisamente no de una pre­ sunta representación de lo concreto, sino de categorías económicas que suponen el trabajo precedente (distinto metodológicamente) de la economía burguesa clásica. Y parten de ahí no para llegar a una final «reproducción de ¡o no concreto», sino para construir sobre la base de una enorme investigación de hechos particulares el «modelo» abstracto (y, por lo tanto, científico) de la so­ ciedad burguesa capitalista. Por otra parte, el punto de partida no es fruto de una

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libre y arbitraria elección. Viene dictado por la realidad presupuesta que siempre se tiene a la vista. Viene dic­ tado por el hecho de que «el capital es el poder econó­ mico de la sociedad burguesa que domina todo», es decir, todas las demás relaciones económicas. Por esta razón, dicha abstracta categoría económica, el capital, es lo que constituye en la exposición científica, como dice Marx, «el punto de partida así como el punto de llegada». He acabado. Pido excusas por el cansancio al lector que haya tenido paciencia para seguirme hasta aquí. La materia no era muy fácil. Pero era menester mostrar cómo el caballo de batalla de la escuela dellavolpiana — que ha aparecido en esta discusión— , es decir, la interpretación de la obra de Marx de 1857, no es en realidad más que un caballito de madera, aunque visto­ samente enjaezado. Naturalmente, restaría aún ver cuáles son las raíces filosóficas de todo esto y cuáles las consecuencias de filosofía de la política.

NOTAS 1 He desarrollado este punto en una conferencia, «M arxism o e soggettivitá», celebrada en Varsovia, y de próxim a publicación en Zeszyty Argum entow . 2 Para la relación entre contenido y extensión de un concepto puede verse provechosam ente G. Klaus, Einführung in d ie fórm ale Logik, Berlín, 1958, págs. 160 y ss. 3 Según C o lletti (cfr. su Prefacio a E. V . Ilienkov, La dialéctica de lo abstracto y lo concreto en 'El C ap ital' de M arx, pág. X X III) la existencia de esas leyes generales «habría sido negada form al­ m ente por M arx». Salvo «raras excepciones», añade púdicam ente. Como diciendo que algunas veces M arx cae en la tentación y se contam ina de engelsism o. 4 Por otra parte, en el interior de dicho m al entendido hay que reconocer que D ella Volpe es enteram ente coherente cuando pro­ pone su te o ría del galileism o moral. D iré aún más: yo acepto esa teo ría , aunque oportunam ente modificada. La fórm ula del galileism o moral (si no quiere ser sólo una genericidad retórica) no es válida para el marxism o, que no necesita dones supererogatorios, sino pre­ cisam ente para la econom ía clásica, como puede dem ostrarse con referencias concretas de historia de las m etodologías. (N a tu ra l­ m ente, así se queda en una sugestiva m etáfora; desde el punto de vista de la exactitud histórica habría que hablar más bien de «newtonism o moral».) 5 Sólo cuando tengam os presentes todos los elem entos de la continuidad em erge en toda su fuerza (tam bién práctica y revolu­ cionaria) la oposición; la que M arx llama — con uso hegeliano y no aristotélico de la expresión— la «diferencia esencial» (en tre m ar­ xismo y econom ía c lásica). No basta: sólo partiendo de este punto puede conquistar su contenido positivo la «crítica de la econom ía», corvirtiéndose en la econom ía m arxista, en cuanto análisis del sistem a capitalista burgués. 6 axavSaXov «Graece significat offendiculum , quod in via ponitur, u t pedem illud irripingendo cadam us... Transíate ab Ecclesiasticis Scriptoribus sum itur pro suasione seu inductione alicuius ad peccandum». (A s í, Forcellini.)

(Trad. de M aría Esther Benítez)

MARIO ROSSI TEORIA Y PRAXIS

El presente trabajo de M . Rossi form a parte, al igual que e anterior de C. Luporini, de! debate entre filósofos m arxistas ita líanos llevado a cabo en las páginas de Rinascita. Apareció publ: cado originalm ente el 1 de septiem bre de 1962.

1 El debate iniciado por Cesare Luporini ha acaba­ do alejándose de sus motivos iniciales — la relación entre Hegel y Marx y la actitud de los marxistas hacia la tradición filosófica, especialmente en nuestro país— , sustituyéndolos con temas mucho más genéricos, como la oportunidad y los lím ites de una discusión entre filó ­ sofos marxistas, las diferencias de lenguaje e incluso la existencia o la inexistencia de una «escuela dellavolpiana». Temas no carentes de interés, pero con los que se corre el riesgo de no darle al lector lo que se le había prometido, y quizás de dism inuir su interés por el debate. Además, las opiniones sobre el últim o punto son tan dispares que no contribuyen, por supuesto, a aclarar las ideas del lector, ya que, por un lado, esa «escuela» es presentada como una colección de epígo­ nos que no hacen sino repetir, con menor consciencia y con mucha sabihondez, los resultados del trabajo del maestro, y por otro lado se duda de su existencia, redu­ ciéndola a un «epifenómeno desordenado e inorgánico»: pertenecerían a ella jóvenes y entusiastas repetidores, o bien algunos investigadores que trabajan, sí, pero que no están de acuerdo ni con el maestro ni entre sí.

Las «escuelas» y ios maestros Me parece que esta insuficiente caracterización de­ pende del modo en que se entiende el térm ino «escuela», siguiendo una mala costumbre, a la que nos ha habituado la enseñanza de la filosofía teorética, costumbre que íi.—

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consiste en pensar que lo más importante para un discí­ pulo es «aceptar» o no las proposiciones conclusivas de su maestro mucho antes de haber realizado el esfuerzo necesario para volver a recorrer el camino seguido por el maestro para llegar a ellas. Si «escuela» significa esto, entonces no existe la escuela de Della Volpe, por­ que los investigadores que debieran formarla mantienen a este respecto una actitud muy sui generis: nunca se han preocupado mucho de «aceptar» las conclusiones determinadas a las que el maestro llegaba y han tratado ante todo de aprender de él algo que se prestase justa­ mente a ser aprendido; es decir, no tanto conclusiones sistemáticas como informaciones textuales, análisis crí­ ticos, revalorización de determinados episodios de la historia del pensamiento; y, en segundo lugar, han es­ cuchado sus sugerencias de orden problemático, deci­ diendo ocuparse de aquellas cosas sobre las que él había demostrado que valía la pena de trabajar. Y partiendo de ahí han proseguido después por su cuenta, reunién­ dose con mayor o menor frecuencia para discutir los re­ sultados alcanzados, pero considerando siempre el acuer­ do o el desacuerdo sobre éstos como algo provisional, como es siempre provisional y susceptible de revisión el resultado determinado de quien aún continúa estu­ diando. Pero si admitimos que una «escuela» puede subsistir sobre estas, bases, más problemáticas y de método que sistemático-conclusivas (es decir, una forma moderna y no m edievalizante), entonces no se puede discutirle a la escuela o al grupo de amigos de Della Volpe una presen­ cia bastante viva en nuestra realidad cultural, e incluso una sustancia] homogeneidad de orientación en algunos puntos fundam fntales que creo vale la pena recordar. Di­ chos puntos son: 1)- Un terreno general y común de inves­ tigación, el de los presupuestos y el desarrollo del marxis­ mo, aunque con la gran diferencia de los sectores espe­ cíficos dé.trabajo que es preciso delim itar y escoger en un campo tan vasto, según los intereses y las preferen­ cias de cada uno. 2) La tendencia a reexaminar los textos y a la libre identificación de los problemas, que lleva consigo una preventiva duda metódica sobre algunos lugares comunes de la hermenéutica marxista, en espe­ cial con referencia al problema de la relación entre la

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dialéctica de Hegel y la de Marx. 3) La utilización de los resultados de uno de los momentos más importantes del trabajo crítico de Della Volpe, es decir del redescubri­ miento (pues muy buen puede llamarse así) de la Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, del joven Marx, y de la revalorización de la crítica antiapriorística contra Hegel que está contenida en él; y en especial !a reco­ gida de la crítica de los «procesos de hipostización» del apriorismo, que entrañan, por una parte, la sustantivación o subjetivación de elementos ideales y la re­ ducción de los verdaderos sujetos (los fenómenos de la realidad) a atribuciones, apariencias, «predicados» de! universal sustantivado; y, por otra parte, que este úl­ tim o, al no poder sostenerse sobre su vacuidad in­ terior, se llena con un contenido empírico inmediato, arbitrariamente disfrazado de universal (p. ej. el Estado prusiano de tiempos de Hegel, que se convierte en el Estado ut sic, en la suprema forma ideal de Estado). La utilización de esta crítica del joven Marx no se ha lim itado para Della Volpe a la recogida de este sentido inmediato, sino que ha llegado hasta su generalización teorética. El proceso de hipostización no es sólo un defec­ to o un error momentáneo; es, para el apriorismo, una necesidad. Por lo tanto, puede remontarse desde sus consecuencias erróneas hasta las premisas de la lógica idealista y c ritica r sus principios; y puesto que la lógica idealista no nace sin precedentes y no vive sin contras­ tes en la historia de la filosofía, semejante crítica de los principios del idealismo se amplía también a una crítica de los principios lógicos en general. Ahora bien, era natural que la utilización de seme­ jante trabajo por los discípulos se diversificara según las exigencias de cada uno de ellos. Y si no hay ninguno que haya podido dejar de recoger la crítica de los pro­ cesos de hipostización hegelianos por parte de Marx y hacerla propia — citando, por un elemental deber de ho­ nestidad, a quien había hablado de ella en prim er lugar— , no todos se han visto en la obligación de repetir los análisis determinados, las generalizaciones y los enla­ ces operados por Della Volpe a lo largo de toda la histo­ ria de la filosofía. Y no porque no los «aceptaran» (por otra parte, es muy d ifícil no «aceptar» que A ristóteles tenía razón contra Platón, Galileo contra Sim plicio peri­

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patético, Kant contra Leibniz, etc.), sino simplemente porque tenían que realizar otros análisis, y en lo que se refiere a las últim as tentativas en el terreno teoré­ tico, consideraban que cada uno debía asumir la tarea de sacar sus propias conclusiones.

La actitud de Marx hacia Hegel En la esfera de los análisis críticos y de las propues­ tas problemáticas han recogido un punto más de Della Volpe, un motivo que había que elaborar. La actitud decididamente antidogmática de Marx contra Hegel hacía muy poco verosím il que el método de El Capital fuera precisamente el de la dialéctica hegeliana, aunque «pues­ ta sobre sus propios pies» (porque la posición de un instrumento no cambia su estructura interna). Por lo tanto, había que buscar en qué consistía la novedad de la dialéctica de Marx comparada con la de Hegel. Della Volpe propuso volver a estudiar con este fin la Introduc­ ción a Contribución a Ia crítica de la economía política donde Marx traza las líneas generales de su método y, podemos añadir, del procedimiento científico en general. En contra de la abstracción apriorística, que parte de prin­ cipios muy generales (indemostrables, por otra parte) y adapta a ellos los concretos fenómenos que hay que explicar, y en contra del procedimiento clásico, que va desde los supuestos a las consecuencias o de las causas a los efectos, pero también en contra del procedimiento empirista que partiendo de lo particular no puede encon­ tra r nunca la verdadera legitimidad de la formulación de leyes universales, Marx propone un procedimiento más complejo que'atem pere las exigencias de la concreción factual del experimento, pero también del rigor universal de la ley..Dicho procedimiento, expresado aquí en forma «popular» y, desde luego, aproximativa, consiste en par­ tir del fenómeno presente y de los problemas actuales que éste estimula, en remontarse después a la abstrac­ ción universal, que en tal caso no se conforma ya como presupuesto gratuito o hipóstasis, sino como hipótesis científica, y, finalmente, en regresar al hecho presente aplicándole la hipótesis con función resolutiva, que re­

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sultara válida sólo después de esta verificación, si ver­ daderamente explica el hecho en sus conexiones. Nadie podrá negar el carácter sugestivo de esta in­ tuición de Marx respecto a los problemas de historia de la lógica, y nadie podrá asombrarse de que los discípulos de Della Volpe hayan acogido esta sugerencia y se hayan propuesto contribuir, cada uno por su cuenta, a la profundización de este motivo: tarea que están muy lejos de haber concluido, según ellos mismos piensan. Me parece que viene aquí muy bien otra precisión bastante urgente: la que se refiere al «método galileano», que en el curso del presente debate se ha a tri­ buido a Della Volpe y a su «escuela» como una reivin­ dicación de orden muy general, un sistema de principios que habría que ampliar y aplicar a todos los campos de la investigación teórica y moral, y también como una radical apreciación de orden histórico, como si de todo el pensamiento premarxista ellos sólo quisieran salvar a Galileo y a su método científico y posteriormente quisieran ampliar a todo el marxismo el método de Ga­ lileo. De lo cual se derivaría, obviamente, la legitimidad de toda una serie de acusaciones de dogmatismo, de abstracción, de falta de sentido de las distancias histó­ ricas, de incomprensión del desarrollo cultural, y tam­ bién la acusación final de Luporini a Della Volpe y sus discípulos de entender el «marxismo como metodolo­ gía». La verdad es que Della Volpe ha revalorizado sólo la crítica de Galileo contra los peripatéticos de su tiem ­ po, como un momento importante en la historia de la crítica de los procesos de hipostización del apriorismo, que consisten en «adaptar el edificio a la arquitectura», es decir, la realidad de los hechos naturales al sistema cosmológico, «y no viceversa». Si se quiere reducir el asunto a sus verdaderas dimensiones, resulta obvio que semejante revalorización no significa sostener que la revolución socialista tenga que hacerse con el «método galileano» ni que los análisis de El Capital sean los sig­ nos matemáticos y gemométricos con los cuales, según Galileo, «ha escrito Dios el libro de la naturaleza». Y si alguien ha hablado de «método galileano», esto no sig­ nificaba mucho más que una metáfora para indicar un método válidamente antiapriorístico del que Galileo, en

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su tiempo y dentro de los problemas de los que se ocu­ paba, ha dado un ejemplo que merece ser recordado.

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Hasta aquí los puntos de convergencia. Por lo que se refiere a las diferencias, bastará con recordar los campos específicos donde se ha cimentado cada uno de los discípulos de Della Volpe: C olletti se ha ocupado preferentemente de la lógica y de El Capital y de sus implicaciones teoréticas; Merker, de la lógica «jenesa» de Hegel y de la crítica hegeliana contra los «filósofos de la reflexión»; yo, de los presupuestos históricos del marxismo, de la filosofía ético-política de Hegel, de la historia de la escuela hegeliana y de la génesis del ma­ terialism o histórico, con especial referencia al problema de las relaciones entre teoría y praxis. Y puesto que soy, entre los discípulos de Della Volpe, el que ha acentuado más la separación entre Hegel y Marx, me parece opor­ tuno que desde este momento yo hable simplemente a títu lo personal.

Aceptación o transformación En mi opinión, la oposición entre Hegel y Marx es la que subsiste entre una concepción de la comprensiónaceptación del mundo y una concepción de la compren­ sión-transformación de éste. Pero si las dos actitudes consiguientes son opuestas, tampoco el término com­ prensión puede3 significar lo mismo en los dos casos. Y, en efecto, la «comprensión» hegeliana es incondicionada y absolutamente teorética, y la de Marx está con­ dicionada-e íntimamente ligada con el elemento de la praxis. Para Hegel, el deber del hombre racional es com­ prender la totalidad de la verdad, porque la verdad no se deja parcializar ni dividir: «Lo verdadero es lo Entero.» Por otra parte, lo entero, que debe ser comprendido «enteramente», no puede serlo por el individuo particu­ lar y empírico. Sólo puede ser comprendido por sí mismo.

167 Lo absoluto es sujeto, y por lo tanto es objeto sólo para sí mismo. La historia del espíritu es el proceso de su autocomprensión, de la que todos los episodios de la historia — ya sea de los hechos o de la cultura— son sólo momentos o manifestaciones. En el lím ite, el pro­ ceso concluye en su autodescubrimiento filosófico, y, por lo tanto, en la filosofía hegeliana, que ha compren­ dido la verdadera esencia de toda la realidad: el espí­ ritu que se piensa a sí mismo. Coherentemente, Hegel tenía que excluir de su sistema cualquier pretensión de transform ar el mundo, «de enseñar al mundo cómo debería ser y no es». La praxis humana es un momento de la historia teorética del espíritu («la voluntad es el pensamiento») y sólo se habla de ella después de que se ha determinado, porque sólo entonces puede ser comprendida en su verdadero sentido, que es un sentido espiritual. Por ello, todos los pasajes determinados en los que Hegel trata de elementos prácticos (el trabajo en la Fenomenología, la idea práctica en la Lógica, «la elaboración de la cosa» en la Filosofía del Derecho, etc.) se resuelven regularmente en la esfera teorética. Pero en el mundo nosotros hacemos continuas expe­ riencias de lo particular, de lo determinado, de lo contras­ tante, y también esta experiencia es interna a lo entero. Por lo tanto, no basta con afirmar la totalidad: es preciso explicar las diferencias y reducirlas a ella. Pero si lo verdadero es lo entero, el principio de la separación no puede serle ajeno, sino que debe ser obra suya. Por lo tanto, su ser sujeto significa que éste es devenir, es decir, alienación y reconquista de sí, duplicación y re­ unificación, oposición y unidad, superación mediante la negación. El enfoque «especulativo» consiste justamente en no dejar la distinción ni la oposición abandonadas a sí mismas, sino en reducir la distinción real a oposición lógica y la oposición lógica a la unidad; en captar el alma común y el común destino unitario de la realidad e spiri­ tual, los diversos y los opuestos en el Uno, que se ha articulado en ellos para realizarse a sí mismo. Luporini ha escrito que «el elemento de continuidad entre Hegel y Marx» es «el reconocimiento de la obje­ tividad real de la contradicción». Naturalmente, me es imposible no disentir radicalmente de esta afirmación, porque de dicho reconocimiento se puede hablar tanto

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a propósito de Hegel como de Marx sólo con entenderlo en dos modos absolutamente distintos. Para Marx, las palabras de esta frase conservan su honesto significado común, del cual se parte para ahondar en él; para Hegel es preciso, en cambio, buscar su oculto sentido en un especial vocabulario y acaban significando lo contrario de lo que normalmente significan.

La única realidad de la contradicción La única contradicción, ante todo, no es para Hegel una pugna real de elementos distintos y autónomos, sino la duplicación de una unidad originaria, el doble aspecto de una única «realidad». Además, la «realidad» no es lo que subsiste y se derrumba ante la experiencia, no es la «existencia» común, sino sólo la racionalidad de lo en­ tero que se autodesarrolla (recuérdese la célebre pre­ cisión hegeliana del párrafo 6 de la Enciclopedia defen­ diendo la fórmula de la Filosofía del Derecho); por lo tanto, la única realidad de la contradicción es el inma­ nente nacer y componerse especulativo de la propia con­ tradicción, es la vida de lo entero que pone dentro de sí la contradicción con el único fin de superarla, o sea de englobar su inmanente auto-resolución. Y, por último, la objetividad es la extrañación de la subjetividad, el salir­ se fuera de sí de lo absoluto-sujeto para que éste pueda reconquistarse. Para Marx, al contrario, la contradicción es factual; es el contraste de elementos reales de la vida del hom­ bre en un determinado momento y en un determinado nivel de la historia de su actividad productiva; no está provocada por él autodesarrollo del todo, sino por el movi­ miento de la Fustoriáxle la propia producción; es término de constatación y de análisis determinado, con toda la distancia y el alejamiento que deben subsistir entre ésta, el objeto observado y el objeto que lo observa; por último, no se compone por sí misma, sino que hay que corregirla con una intervención práctica, revolucio­ naria, respecto a las condiciones que la han provocado. Precisamente este últim o aspecto de la intervención práctica es lo que marca la oposición diametral entre

169 las concepciones de Hegel y de Marx. Sin profundizar en su sentido, no sólo no se puede comprender a Marx, sino que además resulta imposible ninguna crítica de Hegel. Esto es, hay que reconocer que el deber del hom­ bre es sólo el de comprender la realidad en su totalidad; entonces Hegel tiene razón: la realidad no es sino pen­ samiento, pues una realidad que debe sólo y totalm ente ser comprendida, es decir, que sea sólo y totalm ente té r­ mino de comprensión, no puede dejar de reducirse total­ mente a su concepto. Y, junto a Hegel, también tiene razón Gentile: la única realidad es la del pensamiento pensante en acto. Y puesto que la realidad reducida a pensamiento y a térm ino de comprensión no puede ni debe ser modificada ■ —porque su otro es sólo la irrea­ lidad, e! no pensamiento, el mal— , también las institu­ ciones existentes, que si son reales expresan la racio­ nalidad de lo entero, deben ser comprendidas solamente en su necesidad racional, y por lo tanto han de ser con­ servadas. Por lo tanto, hay que ser reaccionarios, como lo fue Hegel, de modo muy coherente, y tanto más firm e­ mente cuanto más rigurosamente elaboraba su sistema. Salvo que se atribuyan a individuos históricos, la «racio­ nalidad» de cuyo obrar es sólo una afirmación mística, esas transformaciones que el filósofo, siempre post factum, no puede dejar de constatar. Y ésta es la peor fo r­ ma de reaccionarismo, como bien sabemos. La única refutación posible de este férreo círculo de panlogismo idealista y de conservadurismo ético es la instancia de la praxis, con tal de que ésta no se lim ite a contraponerse a la pura teoría — en cuyo caso se con­ vertiría en acción irracional, la objeción del buey a A ris­ tóteles: contra un silogismo, una cornada— , siempre que sepa ante todo insertarse como momento esencial de la propia investigación teorética, según el proceso de la ciencia moderna, que se ha convertido en operativa, de clasificatoria que era, y por lo tanto puramente contem­ plativa. La llama que yo, ser racional, contemplo con el único objeto de saber qué es, se reducirá, inevitable­ mente, a su concepto o a un sistema de conceptos. El elemento sensible ni siquiera puede proporcionarme una objeción a dicha reducción por el hecho de que «la veo», porque si se resta en la teoría, el sentido puede ser puesto en cuestión — como, por otra parte, lo ha sido,

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y de forma autorizada— . La llama no se reduce a su concepto cuando la he encendido con una serie de ope­ raciones prácticas. Más aún cuando se ha encendido por sí sola, contra mi voluntad, a consecuencia de una serie de operaciones erróneas mías; cuando ha surgido, refutando con su presencia las anticipaciones mentales e hipotéticas que yo había realizado y que no preveían su aparición. Ahora bien, el hecho de que la historia humana sea la historia de la producción económica significa preci­ samente que ésta — como sostiene Marx insistentemen­ te en La ideología alemana— no es la historia de los pensamientos humanos, como creía Stirner, sino que es la historia del sucederse y enlazarse de operaciones mentales y prácticas, historia de la praxis iluminada por la razón. Precisamente la concepción m aterialista de la historia, antes de la ya aludida delineación del método científico, demuestra que Marx ha sido realmente el primero que comprendió el carácter racional del obrar humano: un vínculo de teoría y praxis que ningún filósofo que no fuera marxista ha sido capaz de realizar en la historia del pensamiento. Y esto es comprensible porque la inserción de la praxis como momento esencial de la teoría es necesariamente recíproca a la apertura y funcionalización de la teoría hacia la praxis, no sólo teoré­ tica, sino ética, y por lo tanto la transformación de las relaciones humanas, la corrección de las contradicciones éticas identificadas por la investigación. De ahí que la concepción m aterialista de la historia no se lim ita a ser una interpretación de ésta, sino que opera el derrumba­ miento práctico de las relaciones sociales y, al mismo tiempo, el derrumbamiento práctico de sí mismo, desde interpretación de la historia a teoría revolucionaria. En este aspébto, Marx supera avant la le ttre también las concepciones posteriores que comprenderán el ca­ rácter operativo de la investigación (por ejemplo, la de Dewey), porque estas últimas se detienen en el aspecto, también teórico, de esta revalorización de la praxis, pero luego o no identifican el verdadero carácter y las verda­ deras causas de las contradicciones que se presentan en la historia (a la que, sin embargo, entienden, sustan­ cialmente, como historia de la producción), o confían en que dichas contradicciones se curen por sí solas, sin

171 el derrumbamiento de las relaciones subsistentes de la sociedad burguesa, y concluyen teorizando un «bienestar ampliamente difundido», esto es, el neocapitalismo. El análisis teórico, el aspecto de la comprensión del mun­ do, es convertido en funcional por Marx con respecto al aspecto realmente conclusivo de su transformación re­ volucionaria; y los mismos análisis de El Capital, aun­ que su finalidad específica parece lim itarlos al aspecto interpretativo, perderían gran parte de su concreción y validez no sólo si no se alinearan junto a los escritos históricos y políticos del autor del M anifestó, sino tam­ bién si no se los imaginase movidos por ese profundo impulso ético que da a las contradicciones, a las crisis, al bloque de la producción, el carácter dramático me­ diante el cual significan la explotación, el abuso por parte de las minorías y, sobre todo, el concreto, individual y vivido sufrim iento de la mayoría; de manera que las cifras de El Capital parecen realmente escritas con la sangre de los proletarios. De la legitimidad del derrumbamiento práctico de la teoría interpretativa de la historia para convertirse en teoría revolucionaria depende, en mi opinión, gran parte de la propia validez teorética del marxismo y la posibi­ lidad de defender a Marx de las opuestas acusaciones de d eterninism o y de utopismo, que serían irrefutables sin la más estrecha conexión de ambos aspectos, inter­ pretativo y deontológico-revolucionario del materialismo histórico, y sin la más rigurosa legitimidad de la con­ versión del prim er aspecto en el segundo. ¡Algo muy distinto de un «marxismo reducido a metodología»! Y si ahora nos volvemos a Hegel, no creo que pudié­ ramos sustraernos a la impresión de que se trata de una tierra que hemos dejado a nuestras espaldas y que ya está muy remota. Hegel no conoce la instancia de la praxis, ni desde el punto de vista teorético ni desde el ético. En su filosofía no hay lugar para la novedad, para lo imprevisto, para una refutación o corrección fac­ tual del puro pensamiento que lo comprende todo; y no hay futuro, porque la «filosofía no sabe de profecías». En su sistema no se enciende una llama que no haya sido pensada por el alquimista; ni siquiera la de la pró­ xima revolución liberal. Esto no significa negar los méritos históricos de

172 Hegel, que se resumen en que expresó el sentido de! pensamiento de toda una época, la cristiano-burguesa moderna, y en que desarrolló el sistema de la total comprensión del mundo hasta el últim o lím ite de las posibilidades del pensamiento: hasta un lím ite desde el que su «derrumbamiento» parece justamente una nece­ sidad natural, del estilo de la ley de la gravedad. Se dirá que se trata siempre de una positividad negativa. Pero no es un azar que este destino le caiga en suerte a quien ha teorizado con el máximo rigor sobre la dialéctica de la superación mediante la negación.

3 Pero yo creo — y también aquí hablo a títu lo pu­ ramente personal— que el marxista actual tiene mo­ tivos más urgentes que los de una pura filología para guardarse de una «hegelianización» de Marx. Porque también el marxista está expuesto a peligros, y los deri­ vados de los residuos de mentalidad hegeliana pueden coincidir — por lo menos— con otros peligros a los que no ha sabido sustraerse la reciente historia del socia­ lismo. ¿No hay quizás un parentesco — aunque no sea rígidamente causal— entre la actitud contemplativa y el fatalism o dialéctico del progresivo endurecerse de la lucha de clases, entre la sofística idealista de la con­ versión recíproca de los puestos y las violaciones prácti­ cas de la legalidad socialista, entre la teoría de los indi­ viduos históricos y el culto a la personalidad? Pero quiero que quede muy claro, y lo afirmo con !a mayor sinceridad, que no es mi intención acusar de dog­ matismo a lo g Jque,no estén de acuerdo con nosotros en este debate. Al contrario, tengo la impresión de que la máxima preocupación de Luporini es precisamente la de luchar contra una tendencia dogmática que le pa­ rece descubrir en algunos camaradas. Espero que las cosas que he dicho contribuyan a tranquilizarlo, y aquí ya no hablo a títu lo personal. Los componentes de la «escuela», desde el 1956 en adelante, han hablado muy poco entre sí de los temas más candentes de nuestro presente marxista porque preferían recogerse y aunar

173 todas sus fuerzas para poder adoptar, teórica y práctica­ mente, una actitud justa con plena conciencia. AI final, y sin haber conocido gran cosa del trabajo interno de cada uno, se han encontrado de acuerdo. Puedo citar al respecto la segunda edición revisada del Rousseau y Marx de Della Volpe y un artículo mío en Mondo nuovo sobre Estado, partido y revolución: son dos obras apa­ recidas al tiempo, sin que ninguno de los dos supiéra­ mos lo que pensaba el otro. Guardando las debidas pro­ porciones entre las ocho columnas de mi artículo y las doscientas páginas del libro de Della Volpe, nos hemos encontrado, repito, sustancialmente de acuerdo, sobre todo en lo que se refiere a la necesidad de un apoyo incondicional a los resultados del XXII Congreso sobre los temas de ¡a democracia socialista, y sobre la apre­ ciación del esfuerzo realizado por el partido comunista de la Unión Soviética para abrir estas perspectivas. Espero que en este punto Cesare Luporini pueda re­ visar algunos de sus motivos de disconformidad; y, en cualquier caso, que junto a los que le queden pueda identificar también sustanciales y profundos motivos de consenso. Tengo la impresión de que los camaradas que han seguido este debate lo necesitan.

P. S. Leo en el últim o momento la interesante inter­ vención de Enzo Paci, sobre la que me parece, de mo­ mento, que podría observar lo siguiente: 1) Que el con­ cepto de «contemporaneidad» desarrollado en el prim er párrafo tiene frecuentes analogías con motivos de la Introducción a la crítica de la economía política, pero sólo en sentido muy amplio. 2) Oportuna la distinción entre método «galileano» y «método físico-matemático». Sin embargo, nadie podrá reprocharle a Della Volpe que haya aplicado a la historia un método científico que se basa «sobre el aislamiento experimental del hecho», sea o no ésta la verdadera característica del método «gali­ leano», cuyo ámbito textual e histórico habría que pre­ cisar. 3) Que la propuesta de una dialéctica que llama­ ríamos «dúctil» o histórica, contenida en el párrafo sobre Dialéctica y ciencias sociales, y también sobre la opor­ tuna cita de Marx en el párrafo final, atestiguan una vez más la diferencia sustancial que subsiste entre la dia­

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léctica de Hegei y la de Marx, o incluso la que pueda ser propuesta por quien se acerca al marxismo. Véanse, además, a propósito de la ciencias sociales, las polémi­ cas de la «escuela» contra algunas formas de sociologismo. 4) Estoy algo perplejo en lo referente a la afir­ mación de una ciencia «desinteresada», al final, que me parece que contrasta con la exigencia del derrumba­ miento práctico y con lo que Lenin llamaba la «toma de partido» de la filosofía (y aquí coincidirían filosofía y ciencia en el materialismo histórico.) Pero sobre este punto serían necesarias ulteriores aclaraciones y una discusión más amplia. (Trad. de M aría Esther Benítez)

CESARE LUPORINI REFLEXIONES SOBRE LOUIS ALTHUSSER

Estas reflexiones criticas constituyen la introducción a la edi­ ción italiana del libro de A lthusser Pour M a rx (el títu lo castellano es La revolución teórica de M a rx ), publicada por Ed. Riuniti.

Tomando una expresión de Antonio Labriola, podría­ mos decir que pocas cosas se encuentran más lejos del pensamiento de Louis Althusser que la arcaica idea de faire le liv r e 1. Los estudios que publicamos aquí consti­ tuyen otras tantas etapas de una investigación que con­ tinúa. Ni el presupuesto sistem ático ni la voluntad de conGeptualización subyacentes a ella están en contra­ dicción con su característica fundamental: la de ser una problemática que se extiende y progresa, tomando a veces velocidad, a la manera de un esbozo topográfico trazado en parte, con blanco por rellenar, con conteni­ dos por descubrir, pero del que no se puede todavía considerar el trazado de conjunto como definitivo. Las metáforas valen lo que valen, y pobre de aquel que no sepa recogerlas apenas lanzadas, controlarlas y domi­ narlas. En este caso no hay que decir que todo enuncia­ do, toda profundización de un tema o de un problema particular puede siempre poner en discusión, parcial­ mente al menos, las líneas generales de la investigación; por otra parte, esto es lo que ocurre siempre en toda actitud científica. Si recuerdo esta noción tan evidente es para ilum i­ nar el plano sobre el cual se coloca Althusser. Este libro es una obra de filosofía, y A lthusser se distingue por un temperamento filosófico muy marcado y muy fuerte. Ve­ remos qué sentido bien definido puede tom ar en su caso esto que digo. Pero desde el comienzo existe una lec­ ción explícita, que es un rechazo: el rechazo razonado, en el interior del marxismo, de adm itir la «muerte de la filosofía». Ya se trate incluso de una muerte «crítica» y «filosófica». Pero la palabra misma de «filosofía» está teñida de ambigüedades históricas e ideológicas, y Althusser tiene 12.—

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incluso en un cierto momento la atención de evitarla, reemplazándola por la expresión, casi emocionante, de «Teoría con una mayúscula». Rasgo bien significativo. «¿Por qué la teoría?» es el título de una de las subdi­ visiones del estudio sobre la dialéctica m aterialista; pero no se puede ver en él una suerte de emblema que vale para el libro entero. ¿Por qué la teoría? Esta es la pre­ gunta que se encuentra en la base de estas interroga­ ciones y en la cual Althusser responde construyendo la teoría misma. Naturalmente, también responde por otros medios, recordando en esta ocasión el alcance y el peso de la teoría en el marxismo revolucionario (Marx, Engels, Lenin). Y ésta no es, ciertamente, de poca importancia para Althusser, no solamente en razón de la pasión polí­ tica que la aparente frialdad de tantas de sus páginas contienen sin enmascararla (pasión que se manifiesta plenamente en el prefacio, haciendo un todo con la pa­ sión intelectual), sino porque la verdad científica y filo ­ sófica es, en resumidas cuentas, la de la praxis política y revolucionaria. Ahora bien, cuando hubo necesidad de ello, esta verdad fue expresada por célebres fórmulas: «Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucio­ nario»2; o bien en el recuerdo de la existencia y de la necesidad de una «lucha teórica» junto a la lucha «eco­ nómica» y «política». Mas para que estas verdades no se conviertan en sim­ ples peticiones de principio, esclerotizadas y estériles, para degenerar (como ha ocurrido en otras ocasiones) en slogans, es preciso que la pregunta «¿Por qué la teo­ ría?» pueda recibir una respuesta específicamente teó­ rica, y Althusser, s i no me equivoco, diría: no es más que en la elaboración de esta respuesta teórica que la pregunta misma, asume de forma crítica su «significa­ ción», y se justifica, Lo que quiere decir, además, que la práctica deberá ser allí considerada directa o indi­ rectamente, a todos sus niveles y bajo todos sus aspec­ tos específicos. Ahora biert, se ha advertido (o todo ha ocurrido como si se hubiera advertido) que en el transcurso de la in­ vestigación, Althusser ha descubierto esto: en su límite superior, la «teoría» se identifica con la «filosofía», es decir, asume, despojada de sus ambigüedades (oscila­

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ción de ciencia a ideología), la función tradicional de la filosofía. Esto no es posible sino gracias a una actividad con­ ceptual (en el sentido más preciso de este adjetivo) de permanente emancipación crítica de la teoría o filosofía con relación a las ideologías; mucho más haciendo de la teoría un arma — sino contra su inevitable resur­ gimiento, en las sociedades humanas que conocemos-—, al menos contra su tendencia, sin cesar renaciente, para invadir el dominio de la ciencia, incluso para sustituirla. A quien objetase que se restituye subrepticiamente por este medio la noción de un saber neutro — en cierto modo neo-positivista— en el interior del marxismo ha­ bría que responder que no ha comprendido el sentido no ya de estas intenciones, sino de lo que A lthusser ha llegado ya a configurar; y es esto lo que hay que discu­ tir ante todo. Pero semejante acusación revelaría, a mi modo de ver, algo más. Si fuera lanzada por los mar­ xistas, sería la señal de una falta de confianza en el valor del marxismo en tanto que ciencia; y, de un modo más general, sería la negativa a creer en la posibilidad de abordar con un espíritu verdaderamente científico la investigación del mundo llamado humano (o históricosocio-humano) por todo aquello que va más allá de las técnicas de manipulación de ese mundo. Filosofía científica, pues, y en un sentido que no es ni paleo ni neopositivista (aunque determinadas ense­ ñanzas de positivism o, tomado en un sentido amplio, parezcan asim iladas); filosofía cuyo carácter rebasa la distinción no ya ideológica, sino científica, entre ciencia e ideología. Althusser ha llegado a poner esta distinción en práctica de forma inexorable, marcándose, a mi modo de ver, por tarea histórica el disipar esta enorme masa de problemas falsos o falseados que después de Korsch y el Lukács de Historia y consciencia de clase (y, por otra parte, después de Mannheim, si no después de Max Weber) sobrevive en el interior del marxismo o al mar­ gen de él. Esta práctica tiende, de una manera más general, a carcomer, a disolver los más vivaces de los «mitos ideológicos» (como, por ejemplo, el del empare­ jamiento de elementos opuestos: sujeto-objeto), que después de cerca de tres siglos ocupan la parte episte­ mológica (parte crucial en otro tiempo) de la actividad

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filosófica. El presupuesto de A lthusser es riguroso, irre­ futable, si es cierto que el pensamiento de Marx ad­ quiere su autonomía igualmente desde un punto de vista histórico con la «crítica de la ideología»; y si es cierto que la filosofía contemporánea no marxista se distingue precisamente por el hecho de eludir constantemente esta crítica — por válidos y utilizables que sean, por otra parte, los resultados obtenidos por este pensamiento, y tanto más notables cuanto que la filosofía marxista no ha sabido oponerles más que decenios de estanca­ miento— , Creo que nunca se insistirá lo suficiente sobre este aspecto: la «crítica de la ideología», la distinción entre ciencia e ideología, o más precisamente la incapa­ cidad latente de asumir y asim ilar esta distinción de otro modo que el ideológico, ha constituido hasta el presente la piedra de toque de todas las corrientes filo ­ sóficas no marxistas contemporáneas. O, para hablar en un lenguaje más noble, es el «hic Rhodus his salta» ante la cual se han visto obligados a retroceder, haciendo en general como si nada ocurriera. El presupuesto del que parte A lthusser es, pues, ri­ guroso; es, desde un punto de vista metodológico, fun­ damental. Que en su puesta en práctica — casi maniquea— , tal como aparece en los estudios que publica­ mos, subsistan muchas zonas oscuras no es cuestión de negarlo; citemos como ejemplo de «puntos oscu­ ros» el del punto de partida «científico» y «pre-científico», o entre fases históricas o problemáticamente dis­ tintas en el desarrollo de una misma disciplina cientí­ fica, o también la relación entre estos aspectos y el ideológico, tomado en sentido propio. Y el rigor del pre­ supuesto no excluye de ningún modo que falte todavía mucho para basarlo, plenamente sobre el plano teórico. Pero la aplicación tenaz de esta distinción entre cien­ cia e ideología da a la investigación de Althusser su orientación, diría que casi su tonalidad; es muy impor­ tante, a mi modo de ver, en Italia atraer la atención sobre ella. En Francia, las críticas, al menos aquellas que son favorables a la obra de Althusser, no han dejado de hacerlo. Se trata de un retorno consciente y voluntario a una rigurosa objetividad conceptual, que va contra la ilusión de una actividad filosófica, atacando directamente sus conceptos fundamentales: lo vivido, lo «conscien-

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cial», lo existencial, etc. Es una ilusión que, según nos parece, se había extendido incluso entre los marxistas después de la condena oficial, pero no siempre efectiva, del dogmatismo; ilusión que no se lim ita sólo al Occi­ dente capitalista. Desde este punto de vista pueden fijarse a la investi­ gación de A lthusser un determinado número de puntos culturales de referencia que sobrepasan ampliamente el marco del marxismo; el propio Althusser no se los ocul­ ta; por el contrario, reconoce abiertamente sus deudas. Me refiero a los impulsos recibidos de parte de los maes­ tros de la epistemología y de la historia de la ciencia moderna (y de su teoría) en Francia (Bachelard, Koyré, Cavaillés, Canguilhem), de nuevas investigaciones como las de Foucault en la Historia de la locura en la época clásica y en El nacimiento de la clínica, del freudismo, en la versión renovadora que de él propone Lacan, ver­ sión altamente estimada por Althusser. La problemática de Althusser es, indudablemente, autónoma respecto a las sugestiones, a los instrumen­ tos que encuentra entre los pensadores que hemos c i­ tado. Sin embargo, la transferencia problemática de una cultura a otra, incluso si no son extrañas una a otra, como las culturas francesa e italiana, y esto a través de una traducción, comporta necesariamente un mínimo de historicización. Esta transferencia puede abrir un debate: es necesario tener en cuenta esta circunstancia. Por otra parte, no se deben confundir las referencias cultu­ rales con las referencias teóricas propiamente dichas. No se puede, en efecto, definir estas últimas, bien sea en forma positiva o negativa, más que a partir de la pro­ blemática misma. Y en este sentido no hay, necesaria­ mente, un solo y único sistema de referencias en ¡a medida en que precisamente no se quiere confundir la historicidad de una situación cultural dada con el cuadro teorético. Ahora bien, Althusser se coloca deliberada­ mente, como lo muestra su prefacio, en una situación cultural completa, e incluso política. Poulantzas, en un estudio penetrante publicado en los Temps Modernes de mayo de 1966, fija estas referencias teoréticas; define la posición de Althusser como una oposición a una opo­ sición, la de Sartre y Lévi-Strauss. Si, como es deseable, ¡a obra de Althusser da lugar a una discusión en Italia,

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se iluminarán otras referencias, en función también de las corrientes teoréticas propias a otra tradición, referen­ cias que naturalmente habrá que someter también a un examen crítico, pero tradición tan válida como cualquier otra tradición existente. Y la relación de oposición con Sartre y Lévi-Strauss perderá una parte de su importan­ cia, no será más que circunstancia cultural. En Althusser, marxista, la identificación de Teoría (con mayúscula) y filosofía adquiere forma y sustancia (forma y sustancia que ellas solas la justifican) en la investigación de la filosofía de Marx; una investigación que también debe marcarse sus propias reglas metodo­ lógicas. No se trata de reconstruir a su antojo un Marx «filósofo», haciendo indicaciones en el conjunto de su desarrollo, como se hace abundantemente desde las pu­ blicaciones de las obras de juventud; como también lo hacen los m ilitantes marxistas pertenecientes al partido en la especie de embriaguez de estos últim os años des­ pués de la supresión, o al menos de la distensión de los frenos dogmáticos. No se trata, pues, de tal «filosofía» de Marx, compuesta arbitraria y a fin de cuentas casi siempre ecléctica, influida por las preocupaciones ac­ tuales más diversas, a veces legítimas, pero nunca cribidas y establecidas según un método crítico; una «fi­ losofía» en nombre de la cual se termina siempre se­ parando al Marx «filósofo» del Marx de la madurez, de su pensamiento científico y crítico, de la filosofía de su madurez, qué ha hecho de él «productor del conoci­ miento» esencial de la época moderna: el Marx de El Capital. En este sentido hay que interpretar, a mi modo de ver, el título de este ensayo. Pero hay también que decir ai lector italianq que el punto de partida, también el punto de equilibrio, de los estudios contenidos en este ensayo, que perm itiría tomar de él una visión de con­ junto y profunda, radioscópica por así decirlo, se en­ cuentra en otra parte. En mi opinión está en De 'El Capi­ ta l’ a la filosofía de Marx, amplio ensayo que A lthusser coloca a modo de prefacio al comienzo de la obra colec­ tiva Para leer 'El Capital' * (obra colectiva que se presen­ * Traducción castellana de M artha H am ecker. Siglo XXI Edito­ res, S. A . M éxico, 1969.

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ta con ¡a apariencia de estudios individuales). Si así fuera realmente, el lector italiano, que no dispone más que del presente ensayo Pour Marx, se encontraría momentánea­ mente con un hándicap. Sin embargo, es posible indicar desde ahora al lector una base de partida. Esta base nos la proporciona la parte titulada El problema teórico, contenida en el ensayo So­ bre el ¡oven Marx. Althusser plantea en ella algunos principios metodológicos fundamentales, y ante todo el principio de que cada ideología, si se quiere captar su «sentido», debe ser considerada en aquello que consti­ tuye su unidad: su problemática interna; que siempre, para captar el «sentido» de una «ideología singular», es preciso, antes de considerarla en su relación con la rea­ lidad de la cual es ideología (y no la verdad), ponerla en relación con el «campo ideológico existente», del que se debe entonces conocer la «sustancia» y la «es­ tructura». Pero Althusser pone sobre todo el acento sobre la «estructuración» del «campo ideológico», por­ que, para él, de esta estructuración depende la natura­ leza de los problemas y de los objetos que se encuen­ tran contenidos en este campo (la deformación propia a una ideología determinada no tiene como origen, nos recuerda Althusser, las respuestas proporcionadas por esta ideología, sino las cuestiones a las cuales se ha respondido). Es, pues, evidente que la noción de «campo ideológico» (y a este propósito es preciso siempre plan­ tearse la cuestión de su estructura y de su unidad de problemática) adquiere una importancia prim ordial. Pero si no me equivoco, para Althusser, frente a un conjunto ideológico dado — al que no quiero llamar todavía «cam­ po»— no hay que preguntarse si esta estructura y esta unidad de problemática existe: parece que para él la existencia de esta unidad, de esta estructura, fuera un dato adm itido y que la tarea a desarrollar fuera la de descubrirlo. Es éste, indudablemente, un punto a discu­ tir con la mayor atención y a confrontar, por ejemplo, con algunas de las ideas fundamentales de Gramsci, las cuales van en un sentido diferente, por lo menos en parte. Pienso en las observaciones de Gramsci a propó­ sito del sentido común-religión-filosofía, en la oposición que establece entre la filosofía «orden intelectual» y sentido común inorgánico, con las consecuencias y las

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cuestiones que esto comporta. Pero podemos proseguir aquí nuestro análisis: cualquiera que pueda ser la salida de la discusión, para que ella pueda tener lugar, la no-j ción del «campo ideológico» (estructurado) propuesta por Althusser, incluso si hay que relativizarla y rev¡sarlaf en atención a la importancia que él la da, conservará, a mi modo de ver, una función epistemológica bien de­ finida. Ahora bien, si no me equivoco, esta noción es el punto de partida de una investigación cuyo término es esta otra noción, en cierto modo sim étrica de la primera, de «campo teórico» (estructurado), que no tiene ya que ver con la «ideología», sino con la organización interna de ¡as ciencias, en cada una de sus etapas históricas. En el estudio citado, la investigación de Althusser tiende a desarrollar una doctrina epistemológica de los «cam­ pos teóricos» interiorm ente definidos — finitos— y de las «situaciones críticas» que pueden revolucionarlos. Los primeros están dominados por una regla que condiciona «la existencia misma de la ciencia», a saber: que «la ciencia no puede plantear ningún problema si no es en el terreno y en el horizonte de una estructura teórica defi­ nida». Esta estructura es idéntica a su «problemática», la cual «constituye la condición de posibilidad definida y absoluta, y por ello !a determinación absoluta de las formas de posición en todo problema en un momento considerado de la ciencia». En el interior de esta estruc­ tura se encuentra aquello que se ha convertido en visible por la estructura teórica de conjunto; pero esto «visible» conserva un «lazo orgánico» con lo que la propia estruc­ tura impide percibir (ver, «leer»). Para que este últim o elemento se copvierta a su vez en «visible» bajo forma de nuevo objeto-problema (que en este caso Althusser llama «sintom ático»)-se precisa una «transformación lí­ cita» que nazca a su vez de una «situación crítica»: cuando uñá nueva respuesta, de la que se estaba oscu­ ramente, laboriosamente próximo, por una especie de acción retroactiva transforma de un solo golpe los térm i­ nos de la cuestión de la que se había partido. Pero la conciencia de esta mutación, es decir, de la «ciencia» considerada, no es accesible más que por la reestructu­ ración (cambio de «terreno» y de «horizonte») del cam­ po problemático entero. En el prefacio al segundo libro

185 de El Capital, Engels recuerda un ejemplo célebre de tal mutación: el descubrimiento del oxígeno en el interior de la teoría flogística, que prevalecía todavía a finales del siglo XVII. «Tanto Priestley como Scheele habían producido oxí­ geno — escribe Engels— , pero sin saber lo que tenían entre manos. Fueron incapaces de apartarse de las cate­ gorías flogísticas tal como estaban establecidas. El ele­ mento que iba a derribar toda la concepción flogística y revolucionar la química permanecía entre sus manos lleno de esterilidad.» Por el contrario, el descubrimiento fue explotado por Lavoisier, que sobre esta base «examinó la química flo ­ gística entera», llegando a liquidarla y a reemplazarla por las estructuras teóricas de la química moderna; lo que Engels califica de revolución o de «inversión». Como se sabe, Engels emplea este ejemplo para dar una imagen de lo que Marx es con relación a la «eco­ nomía clásica». «Marx es a sus predecesores, en cuanto a la teoría de la plusvalía, lo que Lavoisier es a Priestley y a Schee­ le». Con las consecuencias que esto implica. Althusser puede, pues, situar bajo un patronato ilus­ tre, y en la más clásica tradición marxista, la teoría ge­ neral a la cual ha llegado retomando y reelaborando cier­ tas indicaciones de la epistemología moderna. Sobre esta base y sobre la noción de «producción de conocimiento», que deriva de ella (oponiendo a! «mito especular del conocimiento concebido como visión de un objeto dado»), Althusser reemprende por su cuenta el examen de la relación entre Marx y la «economía clá­ sica» (Smith, Ricardo), desgajándola a la vez de la idea de una lectura por Marx de los economistas (el Marx de la madurez, formidable espigador y tejedor de citas en las tramas de sus escritos), y de una simple lectura por acuerdo y desacuerdo, lectura «entre rejas», como la llama Althusser. A esta idea opone la de una «lectura de un segundo tipo», lectura «simptomática», y este pro­ cedimiento de Marx implicaría, según Althusser, una nueva teoría de la «lectura»; una lectura tal que la apa­ rición de una nueva respuesta, en potencia en el texto discutido, ejerce una acción retroactiva sobre la pre­ gunta, de la cual cambia los térm inos y, como ya hemos

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dicho, revoluciona y reestructura completamente el cam­ po de la problemática. También aquí Althusser utiliza un ejemplo clásico: la forma en la que Marx resuelve el problema de la noción de «valor del trabajo» trans­ formándola en la noción de «valor de la fuerza del tra­ bajo»: esta transformación implica la revolución y la reestructuración del campo teórico completo, operación cuyo alcance metodológico no escapa a Marx, por lo menos en una cierta medida. Cuando A lthusser propone el tema de la «filosofía marxista», declara como programa — con audacia, hay que reconocerlo— el de fundar esta filosofía en la apli­ cación del método de «lectura sintomática», que pode­ mos tomar de! propio Marx; lectura aplicada esta vez al propio Marx, al Marx de la madurez. La obra colectiva Para leer 'El C apital’ nace precisamente de esta inten­ ción; sobre el contenido y los diferentes contenidos de esta obra no expresaremos aquí ningún juicio. En el ensayo que sirve de introducción a esta última obra, A lthusser habla de un modo filosófico de «leer El Capital»; una lectura, por consiguiente, distinta de \z que puede hacer el economista, el historiador, el lógico. Pero no hay que engañarse sobre este presupuesto; no se trata de una lectura que se quiere abstracta, especu­ lativa, parcial, de una deformación deliberada de la obra. Es, por lo menos en su intención, una lectura que podría­ mos llamar radical (pero, naturalmente, ni exhaustiva ni tampoco completa, lo que sería una ilusión), en la medida en que ella no supone definido de antemano el objeto de una disciplina dada, como es el caso, por ejem­ plo, para el economista; la lectura, por el contrario, trata de «poner en cuestión el objeto específico de un estudio específico» y de'preguntar a la unidad estudio-objeto sus «títulos epistemológifcps». Me parece que esta exigencia así planteada por A l­ thusser es válida; aunque esta intención de «lectura sin­ tomática» presenta en su ejecución peligros de arbitra­ riedad y será necesario proceder con las más grandes precauciones críticas. Una tradición marxista como la italiana, que de Labriola a Gramsci ha defendido, siem­ pre con la mayor firmeza, el principio de autonomía filo ­ sófica del marxismo, y que al mismo tiempo ha atribuido un gran valor a los problemas metodológicos, no podrá

187 indudablemente negarse a esta experiencia epistemoló­ gica. Diría incluso que la tarea que se nos propone aquí me parece hoy particularmente urgente; y, desde un punto de vista teorético, previa a toda otra tarea. Que esta empresa de análisis y de reconstrucción epistemo­ lógica deba interpretarse como un estudio exhaustivo de la «filosofía marxista», como parece indicar Althusser, y a juzgar por el programa de la colección que d irig e 3, es otra cuestión, y no es éste el lugar para discutirla; además, no sería justo. Me parece, pues, que para no deformar la significa­ ción de los estudios reunidos en este volumen es pre­ ciso leerlos a la luz de estas posiciones, ulteriorm ente alcanzadas por Althusser. En este marco, por ejemplo, hay que entender el «corte epistemológico» sobre el cual A lthusser insiste tan fuertemente y en el que ve el momento de maduración en el pensamiento de Marx, el momento en el que Marx, en su investigación, se libera de Hegel, de Feuerbach y de los economistas «clási­ cos». Puede pensarse, leyendo a Althusser, que existe allí una oposición demasiado absoluta, sobre muchos puntos, entre «antes» y «después» (ideología, ciencia), una oposición poco dialéctica, en la cual la evolución no aparece más que como un elemento biográfico (intelectual-político). Pero para captar el alcance efectivo de un juicio que no sea ni superficial ni impresionista es importante no olvidar el cuadro teórico de conjunto en el cual sitúa el problema del «corte epistemológico»; el autor sitúa este cuadro teórico al final de su prefacio al presente volumen. Es en el punto de articulación del marxismo «ciencia de la historia» (m aterialism o histó­ rico) y marxismo «filosofía», donde se encuentran otras dos posibilidades: «dar cuenta de la naturaleza de las formaciones teóricas y de su historia» y, para la filosofía marxista, «dar cuenta de sí, tomándose asimismo por objeto». «El marxismo — añade Althusser— es la única filosofía que afronta teóricamente esta prueba.» En esta aplicación a sí misma, la teoría (la «filosofía marxista») permite a la vez «ver claro en Marx, distinguir la ciencia de la idealogía, pensar su diferencia en su relación histó­ rica, la discontinuidad del corte epistemológico en el continuo de un proceso histórico...». La discontinuidad (específica, la del «corte epistemológico») se convierte

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así en la propia clave de una continuidad histórica más amplia, que engloba, en lo que necesariamente les dis­ tingue y en lo que Ies une, ciencia e ideología; o bien las diferentes fases, separadas por profundas «transfor­ maciones críticas», de una misma ciencia. O bien ade­ más, añadiría yo, la incidencia de estos dos aspectos unos sobre otros. A lthusser vuelve a unir así la «filoso­ fía marxista» a los problemas.de historia de la ciencia y de historia epistemológica. El autor del ensayo, ya citado, De ’EI Capital' a la filosofía de Marx (en la obra Para leer 'El Capital’} pro­ porciona un brillante ejemplo de esta discontinuidadcontinuidad; es a propósito de la relación «Marx-economistas clásicos», y aplicando a ella los métodos, evoca­ dos más arriba, de la «lectura sintomática», del cono­ cimiento como «producción» y de la reestructuración del campo teórico. «Si Marx, concluye Althusser en un de­ terminado momento, puede ver lo que escapa a ¡a mi­ rada de Smith, es porque ya ha ocupado este nuevo terreno que, en la medida en que había producido nuevas respuestas, la antigua problemática había, sin embargo, sin saberlo, producido.» Se trata, de todas formas, de una «continuidad» en medio de una acción retroactiva (espero que Althusser no encuentre incongruente este térm ino) de la respues­ ta sobre la pregunta, con todas las consecuencias de destrucción-reestructuración de! «campo teórico». Es po­ sible que en A lthusser y su grupo se encuentre una actitud en cierto modo estática, o poco dinámica, por lo menos unilateralmente «retrospectivista», resultado de esta pretensión a no considerar más que la mutación ya cumplida, el «desplazamiento teórico», la «distancia his­ tórica» una vez ^ u e están establecidos; es posible que exista en ellos' una tendencia a eludir o a alejar en som­ bras el movimiento de avance que ha preparado estas mutaciones, y que hace posible la retroacción, el des­ plazamiento, la distancia; a prestar menos atención al mecanismo de este movimiento (para emplear, por otra parte, con cierta precaución una palabra que agrada mu­ cho a A lthusser), lo que Marx llamaba «el aire del aná­ lisis» (Gang der Analyse, en un pasaje de El Capital citado y «leído» por A lthusser); pero es éste otro de los problemas que sólo nos lim itarem os aquí a indicar.

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He tratado de evocar las líneas esenciales del cua­ dro teórico que trata Althusser; por otra parte, me he visto obligado a dejar de lado una cuestión importante: la de la relación entre el objeto del conocimiento cien­ tífico y el objeto «real». En este cuadro es preciso situar el problema unitario que — A lthusser lo sugiere en su prefacio— domina los estudios de la presente obra: «la definición de la especifidad irreductible de la teoría mar­ xista». Especifidad irreductible, sin la cual sería absolu­ tamente imposible hablar a su propósito de «corte epis­ temológico». Evidentemente es éste un problema en el cual los aspectos históricos y los aspectos teóricos se encuentran estrechamente unidos. Y resulta muy d ifícil plantearlo correctamente. El m érito de Althusser, a mi modo de ver, es haber advertido que el problema, para ser esclarecedor desde todos los puntos de vista, com­ prendido el histórico, debe ser planteado de un modo deliberadamente teórico, con completa autonomía. Y que sólo se le podrá conducir hacia una solución gracias a «el empleo de un mínimo de conceptos marxistas pro­ visionales relativos a la naturaleza de las formaciones teóricas y su historia». La escuela italiana de Della Volpe ha precedido a Althusser en esta definición del problema de ia «especificidad irreductible». A lthusser se refiere a ello, por otra parte, en su prefacio y le rinde un home­ naje caballeresco. Señala que la diferencia reside en una posición histórica diferente respecto a la interpre­ tación del desarrollo de Marx, del momento del «corte epistemológico». Esta divergencia de interpretación im ­ plicaría una profunda diferencia en la concepción de la «filosofía marxista» como en la «lectura de El Capital». Por lo que a mí respecta, en función de cuanto hemos expuesto, me parece que la diferencia es más radical. Me parece que es teórica, que afecta a los presupuestos epistemológicos y metodológicos — que Althusser, por su parte, ha sabido elaborar y hacer explícitos— . Me parece también que todos los estudios de Para leer 'El Capital’, tanto el del propio Althusser como el de sus discípulos, confirman esta idea. En todos los estudios (por ejemplo, en el de Pietranera) se encuentra una discusión cerrada de la idea de «abstracción determinada» o «histórica­ mente determinada». Esta idea es directamente tomada aparte por Althusser. Sin embargo, un punto de la discu­

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sión no me convence: el lazo establecido por Althusser entre el tipo de ideología historicista, que sería la ade­ cuada a la «abstiacción determinada», y el pensamiento de Antonio Gramsci. Desde un punto de vista histórico, pero también teo­ rético, la cuestión de la especificidad de la teoría mar­ xista (de la dialéctica marxista, etc.) presenta dos caras, por lo menos, en el terreno filosófico: la una vuelta hacia Hegel, la otra hacia Feuerbach. La primera cara de la cuestión es tradicionalmente considerada como la más importante, por otra parte justam ente; pero el estudio de Althusser trata precisamente de demostrar la gran importancia de la segunda. Si se quisiera desenmarañar la enorme madeja de cuestiones amasadas en los ú lti­ mos decenios alrededor de los escritos «de juventud» de Marx, uno de los mejores medios sería «devolver a Feuerbach lo que pertenece a Feuerbach»; y lo mismo ocurriría con todos los demás elementos procedentes de la izquierda hegeliana. importa tanto más hacerlo cuan­ to que todo lo que Marx y Engels han escrito en su madu­ rez no nos ayuda apenas; comprendiendo Ludwig Feuer­ bach y el fin de la filosofía clásica alemana. Indudable­ mente, los fundadores de la teoría no podían prever la publicación y el relanzamiento, en el siglo XX, de ios escritos de juventud de Marx, ni la batalla ideológica que iba a desencadenarse alrededor de ellos; parece que solamente ahora se comienza a salir de esta batalla, para llegar a consideraciones más objetivas y más científicas. Pero el hecho permanece, a mi modo de ver: ni Marx ni Engels, en su madurez, han reconocido su deuda teó­ rica (deuda permanente, aunque lim itada) hacia Feuer­ bach, mientras que han reconocido ampliamente la que tienen hacia Hegel. Pero no seguiré este tema porque corremos el riesgo de enredarnos en una discusión dis­ tinta. No sé si Althusser estaría de acuerdo sobre este punto; para, él, lo que ante todo importa es el «corte epistemológico» en cualquier dirección que tenga lugar filosóficamente, tanto con Hegel como con Feuerbach. Naturalmente, Hegel sigue siendo el punto de com­ paración mayor, y ello por motivos evidentes, aquellos que conciernen a la forma filosófica, ciertamente, la dia­ léctica; pero también aquellos que se refieren al con­ tenido, a los «campos» considerados, algunos de los

191 cuales son decisivos para el marxismo (problemática de la historia; problemática del Estado). Y también nosotros partimos de él con arreglo al orden tradicional. Pero no quiero resumir a Althusser. Quiero solamente hacer algunas observaciones. Althusser vuelve en distintas ocasiones, detallada­ mente y con ejemplos, sobre la diferencia irreductible, o por mejor decir sobre la heterogeneidad fundamental que para él distingue la dialéctica hegeliana de la dia­ léctica de Marx. Me parece que el punto en el que apa­ rece esta diferencia mejor es la noción de totalidad, palabra frecuentemente empleada hoy, dice Althusser, palabra «de gran consumo». Es decir, que la palabra es común a posiciones diferentes las unas de las otras, y por ello particularmente tema de confusión. «La totalidad hegeliana, escribe Althusser, es el de­ sarrollo alienado de una unidad simple, de un principio simple, momento del desarrollo de la Idea; es, pues, rigu­ rosamente hablando, el fenómeno, la manifestación de sí de este principio simple, que persiste en todas sus ma­ nifestaciones y por ello en la propia alienación, y que prepara su restauración.» De ello se sigue, añade A lthus­ ser, que todas las determinaciones, las «diferencias con­ cretas» en Hegel son negadas tanto como afirmadas. En esta totalidad opera una contradicción, ella misma simple (escisión, alienación de la unidad originaria presupuesta) y cada parte de ella es siempre pars totalis, en la me­ dida en que se refleja el todo en una relación de expre­ sividad recíproca: expresividad recíproca de la parte y del todo y de las partes entre sí. En Marx, la totalidad posee caracteres totalmente opuestos, no es el desarrollo de un todo originalmente simple; está dada en su complejidad. La unidad de esta complejidad no se delega en un principio, en una ¡dea, en una esencia, etc.; es el modo mismo de organización y de articulación de la complejidad, es decir, es una unidad de estructura. Pero no se trata de una estructura homogénea y sim étrica en sus diferentes partes, como sería el caso en un funcionalismo estructural globalista; es una estructura tal que en ella se encuentra siempre una parte (una «instancia», y, dinámicamente hablando, una «contradicción» entre las otras partes) en posición determinante, «dominante». Lo «simple», en esta estruc­

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tura en la que se manifiesta es, pues, un producto de la complejidad. Esta oposición espectacular es importante. En efecto, el tipo de totalidad que se niega (la atribuida a Hegel) es, como dice explícitamente Althusser, «un concepto perfectamente definido e individualizado en su función teórica». Y la totalidad de Marx no está menos definida. Tanto la atribuida a Hegel como la atribuida a Marx son, pues, dos concepciones posibles de un punto de vista teorético. Y la una niega a la otra en cada una de sus partes; cuando yo digo que «niega» me refiero a un no en un sentido estrictam ente lógico. En semejante estado de cosas, ¿de qué depende, pues, la elección entre las dos? A lthusser escribe muy lúcidamente: «lo que rechaza el marxismo es la preten­ sión filosófica (ideológica) de coincidir de forma exhaus­ tiva con un origen radical, cualquiera que sea su for­ ma...» La totalidad hegeliana y su modo de dinamismo que se fundan así en un principio de lo dado, según el cual toda «filosofía del origen» (que postula, por ejem­ plo, un estado de naturaleza) es rechazada en tanto que «mito ideológico». Pero a mi modo de ver es evidente que para fundar la validez de la totalidad descrita por Althusser será necesario establecer un nuevo principio positivo de verificación y de comparación con relación a lo concreto: esta «estructura dominante» de la que A lthus­ ser llega incluso a escribir que «es la condición absoluta que permite a una complejidad real ser unidad». ¿De­ muestra Althusser, en sus estudios, esta afirmación? Habrá que examinar también la forma en que Althusser presenta el problejna de la historia, la problemática de fundación del «material histórico». A lthusser ^labora, de hecho, una oposición, parte por parte, punto .por puntó, de los caracteres de la totalidad (y dialéctica) hegel-iana, y de la totalidad (y dialéctica) de Marx. Oposición especular, he dicho. ¿No estará allí el sentido y la demostración de la famosa «subversión», de la colocación sobre los pies de aquello que iba de cabeza? Sin embargo, Althusser se muestra muy hostil a esta metáfora de la subversión, de la que, ciertamente, se ha abusado mucho; ve en ella el origen de una in fi­ nidad de errores y de equivocaciones que se han creado alrededor del concepto de la dialéctica marxista. Es

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hostil a ella hasta el punto de que prefiere destruir esta metáfora en su sentido natural (ésta y otras que se habían acumulado detrás de ella), antes que estudiar y poner a prueba su sentido lógico eventual. Y al hacer esto, hay que decirlo, se facilita la tarea, y mucho. Pero hay una razón para esto, para que mire más allá de la superficie. A pesar de toda esta polémica me parece que la metáfora de la «subversión» es para A lthusser un objetivo-pretexto. Me parece que el objetivo apuntado por A lthusser es otro: el no menos célebre «nudo ra­ cional» que, según Marx, se podría extraer de la dia­ léctica hegeliana una vez que se la hubiera desemba­ razado de la «ganga mística» de la ¡dea. Indudablemente, Althusser no disimula este objetivo, pero quizá no le da toda la importancia que tiene, por lo menos respecto a las consecuencias de gran alcance, al nivel de las ca­ tegorías, que según Althusser tendría su destrucción. Hace alusión a ello en su ensayo sobre la Dialéctica materialista. Se trata de las tesis según las cuales los «conceptos hegelianos» típicos, orgánicamente unidos a la «matriz» de la dialéctica hegeliana (la «negatividad», la «negación», la «abstracción», en un sentido particular, la «superación» o Aufhebung, y naturalmente el con­ cepto ya muy controvertido de «negación de la nega­ ción») son inoperantes, «inencontrables», «reducidos al silencio», en lo «concreto de la acción y del pensamiento marxistas»; dicho de otro modo en la «práctica teórica del marxismo», sobre el terreno de la ciencia y en su «práctica política» sobre el terreno de la lucha de clase. Pese al hecho de que estos conceptos hayan sido ya utilizados, invocados en algunas batallas «ideológicas» (contra Dühring, por ejem plo), o en una «exposición general destinada a ilustrar el sentido de resultados dados». A propósito de este caso, A lthusser habla de un «margen de tolerancia teórica», expresión posiblemente un poco ambigua, pero que, a mi modo de ver, corres­ ponde a una actitud provisional. Diría que el propio Althusser sobrepasa esta actitud, por otra parte, cuando propone distinguir entre la «crítica real» hecha por los autores clásicos y la aplicación de su juicio teórico a su trabajo, no necesariamente y no siempre conforme a su crítica real. En Althusser, lo que permanece en el centro es la 13 .—

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noción de «contradicción»; para esta noción, se refiere al célebre ensayo de Mao Tse Tung. Encuentra en él el «motor» de todo desarrollo a condición de concebirla de tal modo que sea siempre la fuente de «un conflicto real, una lucha real»; sin embargo, ¿cómo concebirla exenta de toda negatividad? La oposición entre dialéctica hegeliana y dialéctica marxista desemboca así, en A l­ thusser, en un intento de definir la «diferencia específica» de la contradicción en cada una de las teorías con rela­ ción a la otra. A lthusser piensa mostrar que en la prác­ tica» (teórica y política) del marxismo, la «contradicción opera bajo una forma tal que, a diferencia de lo que ocurre en Hegel, «refleja» en su interior sus propias «condiciones de existencia» (y esta contradicción ope­ rante debe ser pensable al nivel de la Teoría). La noción de «desigualdad» (y de «estructura de desigualdad»), así como los caracteres que A lthusser reúne bajo el té r­ mino de «sobre-determinación», entran entonces en jue­ go. Y, en una posición subalterna con relación a estos últim os, las nociones de «antagonismo-no antagonismo», de «desplazamiento», de «dominación», y también de otras que, para decir la verdad, no aparecen todavía suficientem ente liberadas de su origen descriptivo y metafórico, como por ejemplo la «condensación», la «fu­ sión», la «explosión» de las contradicciones. ¿Ha ganado Althusser su batalla dialéctica y marxiana contra Hegel? ¿Ha demostrado verdaderamente la «especifidad irreductible», la diferencia radical? Y se podría añadir, ¿está él mismo absolutamente libre de todo hegelianismo (por ejemplo en el empleo que hace del térm ino «reflexión» y de sus derivados)? El debate que ha tenido lugar en Francia alrededor de las ideas abortadas por A lthusser ha oscilado curio­ samente entre dos1 .polos esenciales: por una parte se ha observado que la distancia respecto a Hegel, puesta de manifiesto por Althusser (si se acepta su descripción diferencial de la totalidad y de la dialéctica m arxista), no es posiblemente tan irreductible como Althusser muestra; otros, y Sartre en particular, le han reprochado tener un espíritu cartesiano, abstracto, y no haber com­ prendido el devenir, la dialéctica-, en otros términos le han tachado de una especie de hegelofobia (Hegellosigkeit) tradicionalmente francesa. Podríamos decir que

195 se trata casi de un fenómeno de resurrección de una tendencia natural; pero no olvidemos que durante estos treinta o cuarenta últim os años ha sido justamente la cultura filosófica francesa la que ha dado una impor­ tante contribución al estudio y la interpretación de Hegel. Dejaré a un lado las cuestiones derivadas del debate a propósito de A lthusser y me lim itaré a indicarlas al lector. Estas cuestiones están, por otra parte, unidas a otras, de un alcance teorético mucho más amplio: no tanto la cuestión de saber si la descripción hecha por Althusser, de la totalidad en Marx, concebida como es­ tructura «dominante», o de la contradicción en el marxis­ mo según él, siempre compleja y desigual, es una descrip­ ción exacta; sino, más bien, la cuestión de saber si ¡a generalización homogénea y exhaustiva que hace es justa. En los estudios de A lthusser salta a prim er plano con toda nitidez una exigencia actualmente ineluctable; la de la historización de cada fase del pensamiento de Marx, prehistoria e historia del marxismo, ante todo en Marx mismo. Althusser evita la oposicón diametral entre un «Marx maduro» y un «Marx joven» vista sin discrim i­ nación. En el desarrollo del Marx joven, la adhesión a la problemática de Feuerbach, y después la ruptura con ella, adquieren una gran importancia. Ruptura que señala una época, puesto que marca el comienzo del marxismo en tanto que ciencia. Hay allí un conjunto de cuestiones a las cuales me parece que Althusser aporta esclareci­ mientos a veces decisivos, a veces por el contrario sujetos a controversia. Pero lo que ante todo cuenta es la heterogeneidad fundamental, esclarecida por Althusser, entre el antropologismo de Feuerbach y el terreno con­ quistado por el materialismo histórico. No se trata aquí de asegurar una mejor visión histórica (de historia de la ideología y de la teoría; y queda mucho que analizar a este respecto); se trata de un punto cuyas conse­ cuencias teóricas son de una gran importancia para las ciencias humanas y para su relación con el marxismo. Althusser lleva estas consecuencias al extremo en los artículos que reúne bajo el título Marxism o y humanismo y que han suscitado numerosas discusiones en Francia, sobre todo entre los comunistas. Yo creo, y debo decirlo abiertamente, que Althusser se ha equivocado al negar de

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forma polémica la existencia de un humanismo marxista, al relegar el concepto al rango de simple ideología; pero creo que es este un error fecundo, una «feliz equi­ vocación» que obliga a plantear con rigor ciertas cues­ tiones fundamentales del pensamiento revolucionario, hasta aquí dejadas en la vaguedad, cuando no han sido tratadas de forma retórica. Althusser indica un camino de investigaciones que no es posible eludir. Por otra parte, me parece que no se puede atenuar este anti-humamsmo de Althusser reduciéndole a no ser más que el rechazo de una antropología especulativa (rechazo que es el de M arx), como ha intentado ha­ cerlo Michel Simón en su intervención, por otra parte muy interesante, en la sesión del Comité Central del Partido Comunista francés, consagrada a los «proble­ mas culturales e ideológicos» en marzo de 1966. Este anti-humanismo de Althusser tiene raíces más profun­ das; tiende, en cierto modo, en el conjunto de sus posi­ ciones, al tipo de estructuralism o que profesa, que se manifiesta, digámoslo, por una tendencia a hacer desa­ parecer a! hombre en la medida de lo posible del tejido de las ciencias llamadas humanas. ¿Es allí donde reside la «fragilidad» (para utilizar una expresión de Althusser) de su posición teórica? Es imposible responder a esta cuestión con arreglo a preferencias personales o con arreglo a una opción moral, o incluso evocando el «reino de la libertad» y el impulso hacia ese «reino»; sólo se puede responder a ella por medio de un análisis espistemológico de la naturaleza, de las consecuencias de la validez de los raros principios existentes que van en el sentido del socialismo y del comunismo; por ejemplo: «a cada uno según su trabajo; a cada uno según sus necesidades».o ^ , Más arriba'me he referido a la necesidad de historizar el pensamiento de Marx en cada una de sus fases; esta necesidad debería derivarse de aquello que hemos dicho al hablar de una exigencia anti-teorética (como si hubiera una tendencia a considerar pensable una di­ solución de la teoricidad en historicidad). Lo opuesto es ¡o cierto, y me parece que la investigación de Althusser contribuye a reforzar esta verdad. No se puede histo­ rizar sin distinguir y sin «periodizar» al menos a un cierto nivel. La teoría de los «campos teóricos» y de los «cam­

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pos ideológicos», introducida por Althusser, constituye a mi modo de ver un punto de referencia no despreciable, incluso si en la aplicación que de ella hace en Marx, cierto número de elementos intrínsecos de continuidad parecen sacrificados. Las correcciones podrán realizarse ulteriorm ente, cuando el análisis muestre de qué forma se refunden esos elementos y de qué forma se trans­ forman de fase en fase, gracias a las modificaciones o a la renovación del contexto problemático en el cual se encuentran. En el estado actual de estos estudios creo que ¡a «periodicidad» del pensamiento de Marx, tal como Althusser la propone, debe ser aceptada, independien­ temente de ciertas aplicaciones que hace de ella; por ejemplo, que Marx haya nunca atravesado un período kantiano-fichtiano. Me parece que en este caso A lthus­ ser am plifica simplemente un error que se encuentra ya en Cornu: el de atribuir ciertos elementos que per­ tenecen típicamente a la disolución de¡ hegelianismo, a una pretendida influencia tardía de Fichte. Igualmente creo que no se puede aceptar la reducción extrema del hegelianismo en el joven Marx como ¡o intenta A lthus­ ser. Creo que las cosas son mucho más complejas y que la historia del movimiento del joven Hegel está aún por hacer, a pesar de los grandes m éritos de Cornu, que Althusser subraya justamente. De este modo, aceptar a títu lo de instrumento de trabajo la distribución de los «períodos», tal como la propone Althusser, no equivale a ignorar sus lím ites. La reserva más importante que se le puede hacer es ésta: los períodos definidos por A lthusser dan cumplida cuenta del proceso ideológico, crítico y teórico de Marx, en sus etapas fundamentales, pero le disocian de sus posiciones políticas. Ahora bien, como lo reconoce A l­ thusser, su progreso en el plano político, según BottigeISi, ha precedido a su evolución en el plano ideológico; por lo menos en lo que concierne al paso al comunismo revolucionario, abrazando la causa del proletariado mo­ derno, y seguidamente se ha adherido al m aterialismo histórico. Althusser dice en uno de sus textos que «hay una lectura política y una lectura teórica de los textos de juventud de Marx». Y nos pone en guardia contra la «tentación política de confundir las tomas de posición

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teóricas de Marx con sus tomas de posición política y de servirse de las segundas para legitim ar las primeras». Es ésta una distinción absolutamente justa. Pero después de haber hecho esta distinción hay que examinar el problema de su relación, las influencias recíprocas que han determinado de forma crítica el paso de una ideo­ logía a una ciencia del comunismo. No podemos lim i­ tarnos, incluso por lo que hace referencia al joven Marx, a «lecturas separadas». Pero aceptamos hacer, con Althusser, un paso a la vez. De hecho, detrás de estas «lecturas separadas» hay, desde un punto de vista metodológico, cierto número de problemas importantes, «teóricos» una vez más. En este caso es A lthusser el anti-maniqueo, es él quien se niega a oponer estos térm inos de forma rígida. Con buenos motivos «marxistas» a mi modo de ver. En efecto, subraya el carácter ideológico de la oposición que se base en la división social del trabajo manual y del trabajo intelectual. Me parece d ifícil no aceptar esta observa­ ción. A partir de ella, será preciso analizar el conjunto estructurado y jerarquizado que nos propone la episte­ mología de Althusser. Y a mi parecer, esta discusión deberá tener dos aspectos: por una parte el examen crí­ tico de esta estructuración jerarquizada (cuya cima es la teoría o filosofía, o epistemología) y planos, niveles que A lthusser distingue en ella. Por otra parte, el examen del paradigma único, generalizado, que A lthusser impone a la «práctica» en cada una de sus encamaciones, ex­ trayendo sus ejemplos de la producción material. En los estudios que forman parte de esta recopilación no aparecen explícitamente el segundo sujeto esencial de la polémica de Althusser con el humanismo: el historicismo, que por el contrario aparece en prim er plano én Para leer 'él Capital'. Pero hay que tener en cuenta la negativa de A lthusser a asim ilar el marxismo a un «históricismo», porque esta negativa, explícita o no, se en­ cuentra en la base del conjunto de sus posiciones. El m érito de A lthusser consiste en conducir su polémica no en abstracto y en genera!, sino, por el contrario, de acuerdo con una definición precisa del objeto de su crítica; y esto volviéndola a traer al esquema dialéctico hegeliano que hemos recordado más arriba. A partir de esta operación, Althusser relaciona la discusión ideoló­

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gica historicista con una problemática de la tempora­ lidad, planteando como Hegel (y contra la concepción corriente) la cuestión de los caracteres y ritm os dife­ renciales de la temporalidad según los diferentes niveles y los diferentes contextos de las actividades humanas y sociales (estructurales y superestructurales). Es esta una problemática apenas esbozada, pero de gran actua­ lidad; piénsese en la importancia que actualmente tienen en las ciencias humanas la distinción entre diacronía y sincronía, y los problemas de orientación y de métodos que se relacionan con ellas. Althusser llega a inscribirse en estas investigaciones con un carácter fuertemente crítico. El lector italiano habrá tenido una primera adver­ tencia de ello con el estudio de A lthusser Sobre el con­ cepto de historia, publicado en Crítica marxista al co­ mienzo de 1966. Es éste un conjunto de cuestiones que exigen, por parte de Althusser, un desarrollo de las presiones ulteriores, pero que debe adquirir una gran importancia en Italia, donde la tradicción «historicista» tiene un peso tan grande. Y ello tanto más cuando que, por otra parte, se puede considerar que la discusión so­ bre «historicism o y marxismo» está también abierta en Italia. Solamente quisiera señalar que el esquema hegeliano de «historicismo», propuesto por Althusser, si propiamente hablando no se debe modificar, ha de in­ sertarse en un contexto más amplio, que comprenda otras formas de historicism o. Especialmente el de Historism us y el del sociologismo alemán, weberiano en particular, que actualmente conoce una reactualización en Europa y fuera de Europa, y tiende a corregir y com­ pletar ciertas posiciones ideológicas históricas impor­ tadas, con las técnicas correspondientes, de los Estados Unidos después de la últim a guerra. Queda aún por señalar un últim o punto. Creo que las observaciones que preceden muestran claramente que la problemática de Althusser es todo menos neutra, sin perder con ello nada de su rigor. No tendría mucho sentido plantearse en un terreno abstracto, preventi­ vamente, la cuestión de saber cuáles son sus conse­ cuencias políticas en el interior de! marxismo, induda­ blemente existen, pero es preciso examinarlas caso por caso. Hay, no obstante, que poner en evidencia un ele­ mento, teórico y político a la vez, bien significativo cara

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a ciertas tendencias que vuelven de nuevo a ocupar un prim er plano en ciertos puntos del debate marxista. Se trata de la fidelidad de Althusser, permanente, la crítica leninista de toda concepción espontaneísta. Hay que elaborar, de forma teórica y crítica, la visión de clase revolucionaria si se quiere, precisamente, que llegue a ser revolucionaria. Esta visión revolucionaria tiene por fundamento, igualmente con vistas a la acción, el aná­ lisis teórico en su universalidad y no una confianza mística en una conciencia de clase supuestamente pre­ existente, que bastaría interpretar para obtener la cien­ cia revolucionaria. Me parece que en este aspecto se funda toda la investigación de Althusser, independien­ temente de toda discusión sobre su carácter exclusiva­ mente epistemológico, a la vez lím ite y fuerza de Althusser. En un plano más contigente, conviene observar que algunas críticas, de tipo áspero, están fechadas con pre­ cisión. El debate del Comité Central del Partido Comu­ nista francés, al que nos hemos referido más arriba, ha proporcionado, puede decirse, derecho de ciudadanía a las ¡deas de Althusser en tanto que térm inos de refe­ rencia para una discusión teórica interna que actual­ mente continúa. Esta introducción no pretendía ni hacer la apología de las ¡deas de Althusser (aunque el autor no pueda disim ular su simpatía intelectual por la problemática expuesta por Althusser) ni entablar una discusión de éstas. Solamente he querido ayudar a los menos adver» tidos de los lectores indicando algunas líneas funda­ mentales, los problemas más susceptibles de discusión, teniendo en cuenta tanto nuestra tradicción como nues­ tra cultura marxista. Estas páginas tienen también por objeto hacer .sentir, que no es posible pasar pura y sim ­ plemente al lado de los problemas subrayados por A l­ thusser y su equipo, ni considerarlos como simples estimulantes para la reflexión; hacer comprender que estos problemas son de una importancia tal en el con­ texto de la discusión marxista y de la discusión entre marxistas y filósofos de orientación diferente, que debe­ mos analizarlos y comprenderlos.

NOTAS 1 En francés, en el texto. 2 La fórm ula es de Lenin. 3 La colección «Teoría» se propone publicar textos y ensayos adecuados para d efinir y explorar el campo de una filo so fía conce­ bida como Teoría de la producción de los conocim ientos.

(Trad. de A. G arcía Tirado)

KAREL K0S1K

EL INDIVIDUO Y LA HISTORIA

La presente comunicación de Karel Kosík ha aparecido traducida al francés en la revista L'homme e t la société, núm. 9, París, 1968.

En contra de la práctica habitual, que nunca toma las palabras al pie de la letra ni se entretiene inútilm ente con ellas, vamos a interrogarnos a propósito de la rela­ ción entre los términos historia e individuo para deter­ minar su función específica. El individuo es individuo, pero desde el momento en que entra en contacto con la historia se convierte bien en un gran hombre, creador de la historia, bien en un simple individuo aplastado por la historia. De este modo, la historia aparece bajo un aspecto diferente, según se refiera al individuo histórico o al simple ser humano. ¿Significa esto que hay dos cla­ ses de historia, una para el individuo histórico y otra para el simple ser humano? ¿El individuo sólo es autén­ tico en la medida en que crea la historia, y ésta sólo es auténtica en la medida en que aparece como resultado de la actividad de los individuos históricos? ¿O se tra­ ta de una opinión exagerada y hay entonces que escu­ char a aquellos que subrayan los rasgos comunes entre el gran hombre y el simple individuo, aquellos que ven en la historia un proceso sobre el cual todos influyen y en el que todos pueden hacer valer sus aptitudes? ¿Qué entendemos por individuos y por historia cuando hablamos de la relación entre historia e individuo? Tal relación parece evidente y la forma de conocerla parece todavía más evidente. Si supiéramos qué es la historia y qué es el individuo, podríamos fácilm ente descubrir su relación. Este acercamiento está basado en la suposición de que el individuo y la historia son dos categorías independientes entre sí, categorías que es posible conocer separadamente para estudiar después en qué medida están ligadas una a otra. La relación entre historia e individuo se expresa por medio de concepciones contradictorias: una, afirma que la historia

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la crean los grandes individuos; ¡a otra, que la historia toma forma a partir de las fuerzas supra-individuales («el Espíritu universal» de Hegel, las «masas» de los populistas, las «fuerzas productivas» del marxismo vul­ gar). A primera vista estas dos posiciones parecen ex­ cluirse, pero, de hecho, no solamente poseen muchos puntos en común, sino que incluso se condicionan y se interpenetran, coincidiendo, especialmente, al consi­ derar la creación de la historia como un privilegio reser­ vado a ciertos agentes elegidos, bien a los grandes hombres, bien a abstracciones hipostasiadas. Según uno de estos puntos de vista, para que el hombre pueda in­ tervenir en la historia debe distinguirse no solamente de los simples individuos, sino también de aquellos que persiguen el mismo objetivo, es decir, de aquellos que quieren hacer la historia, y su grandeza histórica estará en función del grado de diferenciación que haya conse­ guido. Desde la perspectiva del gran hombre, los hom­ bres se dividen en dos categorías: la primera, que cons­ tituye la materia de la actividad histórica, incluye a la mayoría de ellos, considerada sólo como simple obje­ to de la historia; en la segunda se encuentran los indi­ viduos que aspiran a un papel histórico, y cada uno de ellos llega a convertirse por esta razón en enemigo po­ tencial del otro. Los individuos históricos forman un mundo especial: cada uno de ellos — y en cualquier dominio— está enfrentado a todo aquel que le obstacu­ lice el camino o sea capaz de hacerlo. El individuo llega a ser histórico en la medida en que su actividad particular posea un carácter general, es decir, en la medida en que de su acción se despren­ dan determinadas consecuencias generales. Y como la historia sólo existe como continuidad, corresponde a la teoría explic&rnos ’sj, en aquellos períodos carentes de grandes hombres, cuando «reina la mediocridad», la his­ toria desaparece o se detiene. Si la actividad de los grandes individuos no se inscribiese en una cierta con­ tinuidad del proceso y no fuese co-creadora de esta continuidad, no habría historia y en su lugar se instaura­ ría un caos hecho de acciones aisladas e incoherentes. Si se admite una continuidad histórica, ésta, según ¡a concepción, sería el resultado de la actividad de los grandes hombres confrontada con la generalidad de la

207 historia. El gran hombre puede oponerse verbaimente a esta generalización, lo que no le impide e xistir, ni depender de ella, ni reconocerla y convertirse en su re­ presentante consciente. A partir de este instante el in­ dividuo presenta su actividad particular como una mani­ festación directa de lo universal: es la historia misma la que se realiza en sus actos, es el Ser mismo el que se expresa por sus palabras. El gran hombre, que inter­ venía al comienzo en tanto que creador de la historia, se convierte ahora en instrumento de la historia. Esta concepción conduce, por las consecuencias que entraña, a lo que, de hecho, constituye el punto de par­ tida de la posición opuesta. Según la teoría universalis­ ta, el individuo se convierte en agente histórico si ex­ presa correctamente, por medio de su acción, las ten­ dencias o las leyes de las formaciones o de las fuerzas supraindividuales. La historia es una fuerza trascenden­ tal: el gran hombre puede acelerar su proceso o darle una coloración histórica particular, pero no puede, sin embargo, suprim ir esa fuerza, ni m odificarla en su esen­ cia. Por muy importante que sea el papel del gran hom­ bre en esta concepción, su misión presenta dos aspec­ tos verdaderamente poco envidiables: es un autómata histórico cuya actividad está basada en un cálculo fa­ vorable del conocimiento (inform ación) y de la volun­ tad (acción), que constituyen los elementos fundamen­ tales de su función; pero, desde el punto de vista de su papel histórico, las demás cualidades humanas son superfluas o subjetivas. Según esta concepción, el gran hombre, es decir, el hombre histórico, es inidentificable con el individuo desarrollado universalmente, es de­ cir, con la personalidad. Si el gran hombre llevase a cabo en la historia una función de aceleración o de colora­ ción, se podría plantear una segunda pregunta: ¿no llegará un momento en que su existencia sea inútil y esté desfasada, cuando «cualquiera» o «cualquier cosa» pueda asumir esas dos funciones más eficazmente y sin las contingencias ligadas a la existencia individual? La concepción según la cual los grandes hombres son los realizadores particulares de las leyes universales debe dar paso de una vez a la ¡dea de que esas fun­ ciones pueden ser llevadas a cabo más segura y eficaz­ mente por instituciones que, en tanto que dispositivos

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mecánicos, sólo exigen para poder funcionar individuos de valor medio. Esto confirma las predicciones de Schiller, Hólderlin y Schelling: «en semejante institución nada tiene valor sino en la medida en que pueda estar pre­ visto y calculado con exactitud. Por consiguiente, sólo triunfan en ella aquellos de personalidad poco señalada, los talentos más corrientes, las inteligencias que han recibido una educación mecánica, encaminada al control y dirección de los problemas». La lógica de la teoría de los grandes hombres desemboca en la apología de los mediocres. Un individuo puede ser grande, pero su grandeza puede no proceder de su personalidad, su espíritu o su carácter, sino reposar en el poder; estar contenida en el poder del que, por determinadas circunstancias, dispone un individuo particular y gracias al cual hace la historia. Un individuo que dispone del máximo poder puede al mismo tiempo no poseer más que un mínimo de individualidad; Hegel y Goethe estaban en lo cierto cuando prote­ gían al héroe, es decir, al gran hombre histórico, de la mirada de su ayuda de cámara. Sin embargo, el ayuda de cámara no mira al gran hombre desde el punto más bajo de la escala; su crítica no es una crítica plebeya, puesto que no se opone al héroe, sino que le comple­ menta. El héroe necesita un ayuda de cámara que pue­ da ver y hacer públicas sus debilidades humanas, por­ que así la sociedad sabe que sigue siendo humano, in­ cluso en aquellas funciones históricas más agotadoras, las de mayor responsabilidad. El gran hombre es un hé­ roe, y se distingue de los demás por sus actos, pero es también un hombre (ama las flores, juega a las cartas, se ocupa de su fam ilia, etc.), y, desde este punto de vista, no se diferencia de los demás, sigue siendo igual que los demás. Sin embargo, aquello que la mirada del ayuda de cámara transm ite — que la opinión pública, desprovista de sentido crítico, acepta como rostro hu­ mano de un gran hombre— es, en realidad, una degra­ dación de lo humano al nivel de lo anecdótico y de lo secundario: lo humano queda reducido a un conjunto de detalles biográficos secundarios o únicamente a aque­ llos aspectos que forman parte del dominio de la vida privada.

209 El ayuda de cámara pertenece al mundo del gran hombre y su mirada nunca puede, pues, ser crítica, sino, directa o indirectamente, apologética: su misión consis­ te en contar o en divulgar «la historia menor», en des­ velar la secreta vida que transcurre entre bastidores, en preparar o en denunciar las intrigas menudas. Re­ sulta fácil comprender así que lo ridículo, lo cómico, el humor y la sátira sólo existan de forma anecdótica y ocupen un segundo plano, y carezcan de cualquier impor­ tancia histórica. A l contrario, la historia forma parte de los dominios de lo serio y de lo abnegado, y los perío­ dos de felicidad sólo aparecen por esos dominios, como indica Hegel, excepcionalmente. Los ayudas de cámara pueden contar anécdotas sobre sus señores, pero sólo una mirada perteneciente a otro mundo — inaccesible a los ayudas de cámara— puede hacer evidente el ridículo de un individuo histórico y caracterizar como cómico su comportamiento. Por muy contradictorias que sean en los detalles, es­ tas concepciones son insuficientes para encontrar una solución satisfactoria al problema de la relación entre lo particular y lo general. O bien lo general es absorbido por lo particular, y entonces la historia llega no sólo a ser irracional, sino también absurda — en la medida en que cada elemento particular cobra la apariencia de lo general— , reinando en ella, por consiguiente, lo arbi­ trario y la contingencia; o bien lo particular es absorbido por lo general, y entonces los individuos son sólo me­ ros instrumentos, la historia está predeterminada y los hombres sólo la hacen en apariencia. En esta concep­ ción se manifiesta claramente una secuela de la teoría teológica, que considera la historia como un andamiaje, con ayuda del cual se construye un edificio; el anda­ miaje, caracterizado por su provisionalidad, es por su naturaleza ontológica radicalmente diferente del edificio, y, por ello, diferente de este último, a quien caracteriza la perennidad. Según la concepción de San Agustín, los «machinamenta temporalia» y los «machinae transiturae» son cualitativamente diferentes de aquello que contribuyen a construir, es decir: illud quo manet in aeternum. Si se rechazan las premisas metafísicas de esta con­ cepción, pero se conserva — aunque sea modificándola 14.—

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o disimulándola— la idea de diferencia cualitativa ontológica entre «el andamiaje» (provisional) y «el edificio» (inalterable), se podría desembocar en una concepción bastarda, con consecuencias prácticas catastróficas. El equívoco de la historia de Hegel está, al mismo tiempo, equivocado. De la excitación, del choque y del desgaste de las pasiones y los intereses particulares se despren­ de no un universal en estado puro, incontaminado de particular, sino un universal en el cual se interioriza lo particular así comprendido. Lo universal quería utilizar a lo particular como un instrumento para no ensuciarse, pero en la realización misma, por la realización misma, su engaño está engañado. No se puede separar del «edificio» de la historia el «andamiaje» con la ayuda del cual ese edificio ha sido construido. Lo particular y lo universal se inter-relacionan, y el objetivo realizado es, en un sentido, igual a la suma de los medios uti­ lizados.

Los principios de lo universal y de lo particular, por medio de los cuales se expresaba la relación entre his­ toria e individuo bajo una forma antinómica congelada, no solamente son abstracciones que no pueden cercar, contornear el carácter concreto de la historia; son tam­ bién principios falsos e imaginarios: no constituyen el punto de partida o la base (principium ) del que nace el movimiento, y por el que la realidad llega a ser expli­ cable, sino más bien grados de etapas concluidas y con­ geladas de ese mismo movimiento. Gracias al esclare­ cimiento de lase insuficiencias y de las contradicciones de estas dos ooncepciones, ha comenzado a abrirse paso cierta dialéctica en fe que la relación entre historia e individuo deja de expresarse en forma antinómica para hacerlo cómo un movimiento en el que se constituye la unidad interna de sus dos términos. Este nuevo princi­ pio es el principio del juego. La terminología del juego y del teatro se encuentra en todo estudio consagrado a la historia (por ejemplo, términos como papel, máscara, actor, perder, ganar, et­ cétera), y la idea de considerar la historia como un

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juego teatral es habitual en la filosofía clásica alema­ na, como lo demuestra este fragmento del «Sistema del idealismo trascendental» de Schelling: «Si nos represen­ tásemos la historia como un teatro, en el que cada uno de los participantes interpreta su papel con entera li­ bertad y de acuerdo con aquello que le parece bueno, sólo sería pensable una evolución racional partiendo de la suposición de que las actitudes, creaciones, etc., de cada uno son obra de una Inteligencia y de que el Poeta, cuyos elementos (d isje cti membra poetae) son los di­ versos actores, se ha fijado de antemano el éxito ob­ jetivo del todo gracias al libre juego de cada uno, del cual se desprende esa sensación de armonía y por el cual se llega finalmente a algo racional. Si, por el con­ trario, el Poeta se desentendiese de su obra, entonces sólo seríamos actores que ejecutan lo que él ha com­ puesto. Y si el Poeta no fuese independiente con res­ pecto a nosotros, pero no se manifestase ni se revelase, sino a través del juego de nuestra propia libertad — de tal suerte que él mismo no existiera sin esta libertad— , entonces seríamos los co-autores de este conjunto poé­ tico y también los inventores del particular papel que representam os»l .

En M iseria de la filosofía, Karl Marx caracteriza la concepción m aterialista de la historia como un método que estudia «la historia real, profana, de los hombres en cada siglo» y «representa a esos hombres como autores y actores a la vez de su propio drama. Pero desde el momento que representáis a esos hombres como autores y actores de su propia historia, habéis llegado, por medio de un rodeo, al verdadero punto de p artid a ...» 2. En tanto que principio que realiza la unidad entre el individuo y la historia, el juego destruye ante todo los conceptos lineales y la abstración. Gracias al juego se establece un lazo interno entre elementos heterogé­ neos. El individuo y la historia dejan de ser entidades independientes entre sí y se interrelacionan, puesto que tienen una base común. El principio de antinomia ha

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hecho de la acción sobre la historia un privilegio, sin explicar adecuadamente numerosos fenómenos, arries­ gándose a deformarlos por medio de construcciones ar­ bitrarias, rechazadas por la experiencia. Por el contra­ rio, la historia, en tanto que juego está abierta a todos y a cada uno. La historia es un juego en el que parti­ cipan las masas y los individuos, las clases y las na­ ciones, los grandes personajes y los individuos medio­ cres. Es un juego en la medida en que todos toman par­ te en ella y en la medida en que se representan todos los papeles, sin excluir a nadie. Todo es posible en la historia: lo trágico, lo cómico y lo grotesco. De este modo, y de una vez para siempre, podemos decir que la visión que transforma lo trágico en la historia en tra­ gedia de la historia, o lo cómico en la historia en co­ media de la historia, está equivocada, porque absolutiza un solo aspecto de la historia, subestimando, ade­ más, la estrecha relación existente entre los diversos aspectos particulares y la historia en tanto que en juego. Todo juego (toda obra de teatro) exige actores y espectadores; la primera condición previa de la historia en tanto que juego es la relación entre un hombre y otro, entre unos hombres y otros hombres, relación cu­ yas formas esenciales están expresadas en los modelos gramaticales (yo-tu, yo-nosotros, ellos-nosotros, etc.), y cuyo contenido concreto está determinado por la posi­ ción de cada uno en la totalidad de las condiciones y situaciones históricas y sociales (el esclavo, el capita­ lista, el papa, el revolucionario, etc.). El conjunto de relaciones entre un hombre y otro, entre un hombre y la humanidad, puede convertirse en un juego, en la medida en que se cumpla la segunda condición previas cada jugador o actor — tomando como base el encuentro o el enfrentamiento de su acción con la de los demás— debe poder, por una parte, aprender (o estar informado de) quién es el otro y quién es él mismo, y, por otra, aprender a disim ular sus proyec­ tos, a ocultar su rostro e, igualmente, a ser engañado por los demás. En el juego, la relación entre los hombres toma forma concreta como dialéctica del conocimiento y de la acción. El individuo desempeña un cierto papel histórico en el marco de sus conocimientos y de su sa­ ber. ¿Significa esto que el conocimiento es proporcional

213 a la acción y que el individuo desempeña tanto mejor su papel histórico cuanto mejor conoce o sabe cosas? La acción efectiva del individuo tiene su fundamento no solamente en la cantidad y la calidad de la información (conocimentio verdadero, conocimiento falso; informa­ ción verdadera, verosímil o dudosa), sino también so­ bre una cierta interpretación de ésta. Por esta razón, la eficacia de la acción no está y no debe estar obliga­ toriamente en función de la cantidad ni de la calidad del conocimiento; ésta es también la razón de que pue­ dan mezclarse actos irracionales en una actividad racio­ nal. La relación entre acción y conocimiento se realiza en tanto que cálculo y previsión, en tanto que anterio­ ridad, actualidad o retraso de la información y de la ac­ ción, en tanto que conflicto entre lo previsto y lo im­ previsto. La tercera condición previa de la historia en tanto que juego es la relación entre el pasado, el pre­ sente y el futuro. En la concepción metafísica de la historia, el futuro está determinado en cuanto a su pre­ sencia y a su generalidad y sólo queda abierto o incier­ to en los detalles: en esta esfera secundaria, que no puede poner en cuestión o suprim ir el sentido funda­ mental predeterminado, es donde se ejerce la actividad de los hombres, sean grandes o no. El principio del jue­ go se opone a las reglas de este determinismo metafísico, porque no considera que el futuro esté ya cons­ tituido en sus aspectos esenciales (mientras los anec­ dóticos están aún «libres»), sino que lo concibe como una apuesta y un riesgo, como una certidumbre y una ambigüedad, como una posibilidad que aparece tanto en las tendencias fundamentales, como en los detalles de la historia. El juego de la historia sólo se constituye a partir del conjunto de estas tres condiciones previas o elementos de base. La diferencia entre las concepciones de Marx y Schelling que hemos citado reside, ante todo, en el siguien­ te punto: en la concepción de Schelling la historia es, a la vez, la apariencia del juego y el juego de las apa­ riencias, mientras que, para Marx, la historia es a la vez un juego real y el juego de la realidad. Para Schelling, la historia está escrita antes de ser «jugada» por el hombre y es un juego directamente prescrito, porque sólo en el interior de semejante juego se «juega» la

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libertad de cada uno (aus dem vóllig gesetzlosen Spiel der Freiheit, das jedes freie Wesen... für sich tre ib t) y se puede constituir, finalmente, algo racional y cohe­ rente (etwas Vernünftiges und Zusam menstim mendes). Esta predeterminación de la historia transforma el juego histórico en un falso drama y rebaja a los hombres no solamente a la categoría de simples actores, sino in­ cluso a la de simples marionetas. En Marx, por el con­ trario, el juego no está determinado antes de que la his­ toria haya sido escrita, porque el curso y los resultados de ésta están contenidos en el juego mismo, es decir, resultan de la actividad histórica de los hombres. Schelling ha tenido que colocar fuera de la historia, es decir, fuera del juego, a su creador efectivo (la Providencia, el Espíritu), que garantiza la racionalidad de la historia, mientras que para Marx la racionalidad de la historia no existe si no es como racionalidad en la historia y se realiza en su lucha contra lo irracional. La historia es un drama real: su resultado, la victoria de la razón o de lo irracional, de la libertad o de la esclavitud, del pro­ greso o del oscurantismo, no se da nunca antes o fuera de la historia, sino únicamente en la historia y en el desarrollo de ésta. De este modo, el elemento incertidumbre, incalculabilidad, apertura o inacabamiento — que aparece ante los ojos del individuo activo en forma de tensión o de im previsibilidad— , es uno de los compo­ nentes integrados en la historia real. La victoria de la razón nunca se consigue definitivam ente: si ocurriera de otro modo, la historia quedaría abolida: Cada época libra un combate entre su racional y lo irracional que la ca­ racteriza; cada época pone los medios para acceder a un grado asequible de racional. Este inacabamiento de la historia confiere al presen­ te su significación verdadera en tanto que momento de elección y de decisión y, al mismo tiempo, proporciona a cada individuo su responsabilidad ante la historia. Confiar — por poco que sea— en la solución fina! del futuro es hacerse juguete de una ilusión o de una mix­ tificación. En la historia no sólo hay actores, sino tam ­ bién espectadores; el mismo individuo puede tan pron­ to participar activamente en un hecho como contentarse con observarlo. Naturalmente, existen diferencias entre los espectadores: están, por ejemplo, aquellos que han

215 jugado y perdido, aquellos que aún no han entrado en el juego y que lo observan con la intención de partici­ par algún día en él, y aquellos que son, a la vez, actores y espectadores y que, en tanto que participantes, refle­ xionan acerca del sentido del Juego. Existe, efectiva­ mente, una diferencia entre las consideraciones relacio­ nadas con el sentido del juego y las reflexiones acerca del modo de asim ilar la técnica y las reglas del juego, con objeto de que tome un sentido para aquel que lo ha comprendido como su propia suerte y como la ocasión de hacer valer sus posibilidades. ¿Puede realmente el individuo captar el sentido del juego que se desarrolla en la historia? ¿Conviene ale­ jarse de la historia para comprender lo que es; en otras palabras, es conveniente haber perdido una primera vez en la historia para descubrir su verdad? ¿O hay primero que jugar hasta el final, puesto que el sentido de la historia se manifesta ante el individuo con la muerte, ante la muerte, que se convierte en un momento p rivi­ legiado del esclarecimiento de la verdad? Doce años después del final de la Revolución francesa, Hegel es­ cribía unas notas acerca de la caída de Robespierre: [s ó lo ] «la necesidad llega, pero los elementos de la necesidad están reservados exclusivamente a los indi­ viduos. El primero es acusador y protector; el segundo, juez, y el tercero, verdugo; pero todos son necesarios». Sin embargo, la necesidad hegeliana es mixtificadora, porque introduce una apariencia de unidad allí donde existe litig io , porque disimula la significación de las in­ tervenciones individuales e identifica el juego con un juego concertado de antemano. La historia no es una necesidad en acción, sino una acción en la que se entre­ mezclan necesidad y contingencia y en la que señores y esclavos, verdugos y víctimas, son, no elementos de la necesidad, sino factores de un combate cuyo resul­ tado no está decidido de antemano y en el curso del cual m ixtificación y desm ixtificación juegan su papel. Si las víctimas no entienden el juego de los verdugos (y los acusados el de los jueces, y los herejes el de ¡os inquisidores) como un juego falso, si no se niegan a «jugar» el papel que se les ha asignado, destruyendo así el juego, nunca lo entenderán. En este caso se so­ meterán a un juego que les priva no solamente de su

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libertad, sino tam biér^de su independencia; «jugarán» su propia acción y considerarán su propia existencia con los ojos de sus compañeros de juego, expresando su capitulación y su derrota con fórmulas prescritas como: «soy un cerdo judío». Al actuar y hablar en tanto que prisioneros de los «jugadores» del campo opuesto, nunca sobrepasan el horizonte de estos últimos, y los futuros observadores podrán pensar de ellos que han «jugado» un juego convenido.

La concepción de la historia en tanto que juego permite resolver toda una serie de contradicciones, cul­ pables de la derrota de los principios antinómicos, e introduce en la relación entre historia e individuo la dinámica y la dialéctica, haciendo estallar los límites del entendimiento unidimensional y confirmando que la historia es un proceso pluridimensional; pero semejante solución del problema sigue sin ser satisfactoria. Por una parte, no es conveniente identificar la historia en tanto que juego con el juego en general, porque el jue­ go de la historia se distingue de ella en numerosos momntos determinantes. Por otra parte, el principio del juego puede servir para explicar no solamente la his­ toria, sino también el ser y la existencia del hombre. Además, se hace preciso resolver el siguiente proble­ ma: ¿en qué sentido puede convertirse el juego en prin­ cipio determinante y demostrativo de la dialéctica de la historia? En otros términos, es preciso preguntarse si, de acuerdo con este principio, la dialéctica de la historia a p a re c í de fprma entera y adecuada, y si el juego es el principio efectivo de la historia, su fuente, su origen y su fundamento. ¿El indiv.iduo sólo llega a ser histórico cuando entra en la historia o cuando es atraído hacia ella, o bien la historia sólo es consecuencia de la actividad de los in­ dividuos? De ser así, ocurriría que, al surgir la historia del caos de las acciones individuales y al definirse en tanto que legalización de una continuidad — independien­ te de cada individuo particular— , el individuo activo in­ tervendría en el origen de la historia y la historia sólo

217 se constituiría, con relación a él, a continuación. El in­ dividuo sólo es histórico en tanto que objeto de la his­ toria, es decir, en la medida en que está condicionado (determinado) por su situación en el orden del tiempo, en los contextos histórico, cultural y s o c ia l3. En segun­ do lugar, se puede decir que la historia misma apa­ rece e interviene como un objeto; es decir, en tanto que produce acciones individuales, a partir de las cuales se abre paso «el proceso objetivo, regido por leyes cognoscibles, que llamamos la h isto ria » 4. Reducir la historia a un objeto, es decir, a un proceso objetivo que posee leyes particulares y que se constituye a partir del caos de las acciones individuales — al cual vienen a añadirse o grandes individualidades, que le sirven como instrumento, o simples individuos componentes de este últim o— , equivaldría a introducir en el funda­ mento mismo de la historia un tiempo reificado. La reificación de los tiempos en la concepción de la historia se manifiesta, por una parte, de la historia escrita sobre la historia real, y, por otra, como absorción de los in­ dividuos por la historia. La historia en tanto que la cien­ cia relativa a la historia tiene como objeto los actos terminados, acabados, los acontecimientos que han te­ nido lugar. Que la historia exista como objeto de una ciencia y en la perspectiva de un historiador del pa­ sado no quiere decir que la historia efectiva tenga tam­ bién una sola dimensión temporal o que una sola di­ mensión temporal defina el tiempo concreto de la his­ toria. El acontecimiento histórico que el historiador estudia en tanto que pasado y del que, por tanto, co­ noce su desarrollo y consecuencias, se ha desarrollado de tal modo que sus consecuencias eran desconocidas para los que participaban en él y que el futuro estaba presente en su acción en tanto que proyecto, sorpresa, espera y esperanza, es decir, en tanto que inacabamiento de la historia. Las leyes que rigen los procesos objetivos de la historia son leyes (continuidades) de hechos acabados y pasados que han perdido ya su ca­ rácter activo — basado en la unidad de las tres dimen­ siones del tiempo— para reducirse a una sola dimen­ sión, la del pasado. Sus leyes no constituyen, pues, más que un cuadro general, y, en este sentido, corres­ ponden a una historia abstracta (abs-tracta), es decir,

218 a una historia que ha perdido su carácter esencial, es decir, la historicidad. Si el principio del juego ha podido poner en cuestión la metafísica de las concepciones antinómicas y desve­ lar la dialéctica de la historia ha sido porque este prin­ cipio hacía presentir que la noción del tiempo en tres dimensiones se encuentra en la misma base de la his­ toria. Los lím ites de este principio residen en el hecho de que es incapaz de dar cuenta de su descubrimiento y no puede por ello establecer que el juego mismo po­ see una estructura temporal basada en el carácter t r i­ dimensional del tiempo concreto. La relación entre historia e individuo no se encuentra solamente contenida en la pregunta: ¿qué puede hacer el individuo en la historia? Plantea igualmente el pro­ blema de qué pueda hacer la historia de (con) el indi­ viduo. ¿Tiende la historia a favorecer, gracias a su evo­ lución, el desarrollo de la personalidad o, por el contra­ rio, contribuye a la generalización del anonimato y de lo a-personal? ¿Puede acaso el individuo intervenir en la historia o bien ocurre que su posibilidad de actividad y de iniciativa sólo pueden manifestarse en beneficio de las instituciones? Marx y Lukács rechazan la ilusión romántica según la cual existirían ciertos dominios privilegiados a salvo del proceso de reificación. Esta ilusión petrifica la se­ paración de la realidad en dos; por una parte, en una esfera auténtica — pero históricamente impotente— don­ de se encuentran la poesía, la naturaleza idealizada, el amor, la infancia, la imaginación y el sueño; por otra, en una realidad reificada, en el marco de la cual se desarrollan acciones socialmente importantes. Esta ilu­ sión crea así lá apariencia de que esos dominios pri­ vilegiados escapan a la reificación y son, por consi­ guiente y automáticamente, los únicos refugios de vida auténtica. Sin embargo, como esta crítica no ligaba ló­ gicamente la historicidad al individuo, y como el descu­ brim iento filosófico más importante de Marx, la noción de praxis, era entendido más como la sustancia social exterior al individuo que como la estructura del mismo individuo y de cada individuo, el análisis de la reifica­ ción de la sociedad industrial moderna en su relación

219 con el individuo, quedaba enfrentado a consecuencias lógicas inversas de aquellas a las que apuntaba. La crítica que ha puesto de m anifiesto la desperso­ nalización y la desintegración del individuo en la socie­ dad moderna y su situación trágica entre lo posible y lo real — subrayando muy justamente que sólo la revo­ lución en tanto que acción colectiva puede ser capaz de anular la reificación— ha olvidado, sin embargo, in­ dicar lo que debía hacer el individuo mientras exista la reificación. Esta crítica ha constatado que la realidad objetiva es, para el individuo, un complejo de elementos acabados e incambiables que puede aceptar o negar, y ha concedido a una sola clase social la posibilidad de cambiar esta realidad. Es completamente exacto que el individuo no puede suprim ir esta realidad reificada, pero ello no quiere decir que, sin embargo, el individuo se defina en prim er lugar en función de la realidad reificada o que exista únicamente en tanto que objeto de un proceso reificado. Cuando se reduce el individuo a un simple objeto de la reificación, la historia se vacía de todo contenido humano para no ser más que un es­ quema abstracto. Los momentos existenciales de la pra­ xis humana, como la risa, la alegría, el miedo (y todas las formas de vida en común, cotidiana y concreta, como la amistad, el honor, el amor, la poesía) son rechaza­ dos de las acciones y acontecimientos históricos en tanto que asuntos «privados», «individuales» o «subjeti­ vos», o bien se convierten en simples instrumentos fun­ cionales, en el marco de una dependencia sim plista que hace de ellos los objetos de una manipulación (ma­ nipulación del honor, del coraje, etc.). De hecho, el hombre sólo puede e xistir como indi­ viduo, lo que no significa que cada individuo sea una personalidad, o que un individuo que se confiesa indivi­ dualista sea incapaz de v iv ir la vida de las masas. Y, del mismo modo, el carácter social del individuo no es una negación de la individualidad, por mucho que el per­ tenecer a una comunidad humana pueda ser identificado con el anonimato personal. Si el individualism o es la prioridad del individuo sobre el todo y el colectivism o la sumisión del individuo a los intereses del todo, ocu­ rre entonces que estas dos formas son idénticas en un punto, y privan las dos al individuo de la responsabili­

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dad: el individualismo, porque el hombre, en tanto que individuo, es un ser social; el colectivismo, porque el hombre, incluso en el seno de una colectividad, es un individuo. Existe una diferencia fundamental entre el hecho de que el hombre, en tanto que individuo, quede disuelto en las relaciones sociales y privado de su propia ima­ gen — de forma que las relaciones sociales hipostasiadas utilicen a los individuos anónimos y uniformados como sus instrumentos (y en este caso esta inversión aparece como la hegemonía de la sociedad todopode­ rosa sobre el individuo im potente)— y entre el hecho de que el individuo sea el sujeto de las relaciones so­ ciales y se desplace libremente como en un medio hu­ mano y humanamente digno de los hombres provistos de una imagen, es decir, de individualidades. La indi­ vidualidad del individuo no es un añadido o bien un resto racional inexplicable que permanece después de que se hayan arrancado del individuo las relaciones so­ ciales, la situación histórica, etc. Si se arrebatase a! individuo su máscara social y se le despojase de todo lo que bajo esa máscara había de individual, esta priva­ ción sólo demostraría una ausencia (de valor) de la individualidad, pero de ningún modo la no existencia de esta última. Si el individuo puede intervenir en la historia — es decir, en los procesos y en las leyes de continuidad objetivas— es porque ya es histórico, y esto por dos razones: advierte que, de hecho, es ya producto de la historia y, al mismo tiempo, potencial mente, creador de la historia. La historia no es aquello que se encuentra añadido al individuo únicamente con ocasión de su en­ trada o de su atracción hacia la historia, sino que es, en sí misma, la condición previa de la existencia de la historia, en tanto que la historia es objeto y ley de continuidad. Cada individuo se beneficia de la h istori­ cidad, que 150 es un privilegio sino un elemento consti­ tutivo de la estructura del ser del hombre, a la que llamamos praxis. Sería completamente imposible pro­ yectar la historia (en tanto que forma objetiva) y los acontecimientos históricos en la vida del hombre si el individuo no poseyese un elemento de historicidad. La historicidad no impide al hombre convertirse en la víc­

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tima de los acontecimientos o en un juguete, en el jue­ go de las condiciones sociales y de las contingencias: la historicidad no excluye la contingencia, la implica. Por la misma razón, la historicidad no significa que todos los hombres puedan ser grandes hombres ni que, en el futuro, después de suprimida la reificación, todos puedan llegar a ser grandes hombres. La historicidad del hombre no reside en la facultad de evocar el pasado, sino en el hecho de integrar en su vida individual rasgos comunes a lo humano en ge­ neral. El hombre, en tanto que praxis, se encuentra ya penetrado por la presencia de los otros (sus contem­ poráneos, precursores y sucesores) y recibe y transfor­ ma esta presencia o conquistando su independencia (y con ello su propia imagen y su personalidad) o per­ diendo su independencia, o no alcanzándola. Ser inde­ pendiente quiere decir estar de pie y no de rodillas (la posición natural del ser humano es la posición de pie y no de rodillas); en segundo lugar, equivale a po­ seer una imagen propia sin ocultarse tras una máscara tomada a otros; en tercer lugar, equivale a ser valiente y no a ser cobarde. Pero la independencia significa también, en cuarto lugar, ser capaz de retroceder con respecto a uno mismo y con respecto al mundo en el cual vivim os, significa poder salir del presente y de la inserción de este presente en la totalidad histórica, para poder distinguir en ese presente lo particular de lo general, lo contingente de lo real, lo bárbaro de lo humano, lo auténtico de lo inauténtico. La conocida disputa — ¿puede un revolucionario pri­ sionero ser libre y más libre que su carcelero?— reposa sobre un malentendido. En el fondo de ella existe una ausencia de distinción entre la libertad y la indepen­ dencia. Un revolucionario prisionero está privado de su libertad, pero puede salvaguardar su independencia. Independencia no equivale a hacer lo que hacen los demás, pero tampoco significa hacer las cosas sin te­ ner en cuenta a los demás. No significa que no se de­ penda en nada de los demás o que uno se aísle de ellos. Ser independiente equivale a tener como los de­ más una relación tal que la libertad pueda producirse en su seno, es decir, realizarse. La independencia es la historicidad: es un centro activo en el que se en­

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cuentran mezclados el pasado y el futuro; es una tota­ lización en la cual se reproduce y cobra vida en lo par­ ticular (lo individual) lo que es común a lo humano. El individuo sólo puede transform ar el mundo en colaboración con los demás. Pero tanto en el marco de una realidad reificada, como en el de la transfor­ mación de la realidad en deseo, o en el de una trans­ formación realmente revolucionaria de la realidad, cada individuo, en tanto que tal, posee la posibilidad de ex­ presar su humanidad y de conservar su dependencia. Queda claro en este contexto por qué el objeto de los cambios de estructura de la sociedad y el sentido de la praxis revolucionaria no son para Marx ni el gran escritor, ni el Estado totalitario, ni un poderoso impe­ rio, ni un pueblo elegido, ni una sociedad de masas prós­ pera, sino « ...e l desarrollo de una individualidad rica, tan universal en su producción como en su consumo, y en la cual el trabajo no tiene ya la apariencia de trabajo, sino la de pleno desarrollo de la actividad: bajo su for­ ma inmediata, la necesidad natural ha -desaparecido, porque en el lugar de la necesidad natural ha surgido la necesidad producida históricam ente»5. «...Ello equivale al libre desarrollo de las individua­ lidades. No se trata ya de reducir el tiempo de trabajo necesario con vistas a desarrollar el sobretrabajo, sino de reducir en general el trabajo necesario de la socie­ dad a un mínimo. Ahora bien, esta reducción supone que los individuos reciben una formación artística, cien­ tífica, etc., gracias al tiempo liberado y a los medios creados en beneficio de todos» 6. Academia de Ciencias, Praga.

NOTAS 1 Schelling. W erke. M unich, 1927, vol. II, pág. 602. 2 Karl M arx, M ise ria de la Filosofía. Editlons Sociales, 3 En este sentido entiende D llthey — entre otros— la dad del individuo. V e r sus Ges. Schriften, vol. V II, pág. 4 Lukács en Existencialism e ou M arxism e, París, 1948, 5 Karl M arx, Fondem ents de la critiqu e de l ’econom ie (G ru n d ris s e ). Ed. Anthropos, París, vol. I, pág. 273. 6 Ibid., vol. II, pág. 222.

pág. 124. historici­ 135. pág. 150. politique

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INDICE Introducción, Comunicación .........................................................

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7

La dialéctica de ¡o abstracto y lo concreto en *E¡ capi­ tal» de M arx, E. Ilienkov .........................................................

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33

C lave de la dialéctica histórica, G. della V o l p e .................

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107

El círculo concreto-abstracto-concreto, C. Luporinl ............

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141

Teoría y praxis, M . Rossi .........................................................

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159

Reflexiones sobre Louis Althusser, C. Luporini ...............

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175

El individuo y la historia, K. K o s í k .......................................

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203

B ib lio g r a fía ...........................................................................................

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225