Por Una Antropologia De La Movilidad

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Marc Auge P O R U N A A N T R O P O L O G ÍA 1)H L A M O V I L I D A D

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O Mjtc AagL 200? Djicño de U colección: Sylvía Sarw

l*nro«a cátodo: ocrubre d t 20Cl~. Bonrflreu

odía definirse en tér­ minos simples, demasiado simples sin lugar a dudas. Pero, sea como fuere, hoy en día ya se encuentran obsoletos. La periferia tiene un sentido geogcáfko. pero tam­ bién político y social: así pues, periferia no es sinóni-

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mo ílc afueras, ya que, en las afueras, hay barrios ele­ gantes, de la misma manera que, en los antiguos cen­ tros de las ciudades -com o ocurre en Chicago, Marsella o París— hay barrios que podrían ser propios de la periferia. F.n las ciudades del Tercer Mundo, los barrios expuestos a la precariedad y a la pobreza -y a se erare de las favelas o de cualquier otro ti|>o— sue­ len infiltrarse en el centro de la ciudad para derruir los impedimentos que, como si se tratase de acanci* lados, les impiden entrar en los barrios ricos - donde el acceso está reservado- y acaban por inundarlos, avanzando entre los monumentos de la riqueza y del [joder como si de un océano de miseria se tratase. Sin embargo, este tipo de formas * periféricas» no son propias únicamente del Tercer Mundo: el problema de h vivienda y de la pobreza urbana existe incluso en el corazón de las megalópolis occidentales más impre­ sionantes: así como en África o en América Latina hay barrios privilegiados, directamente conectados a las redes mundiales, también hay algunas zonas no cua­ lificadas y descalificadas, en las que los individuos del Cuarto M unJo -q u e se encuentran cu un estado de perdición cada vez mayor— se refugian de ía clandes­ tinidad y de la precariedad. Por tanto, lo que se pone

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Por una antropología d t la tmnilidaJ

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"ic n cela de juicio es lo que Paul Virilio, ya en 19&4, % llamaba «una degradación de lo urbano* en su libro

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¿7 espacio critico. Esta degradación va ligada al paro, a la política de deslocalización de cieñas empresas y a la inestabilidad económica, social y geográfica que se deriva de la desestabilización general del enromo, ya que los sobresal eos de la ciudad y de la sociedad urba­ na actuales reflejan una revolución que crata de gene­ ralizarse (y, en esce sentido, de «concluir la historia»), pero de la que, a diario, percibimos la desestabili/.ación que provoca. La inestabilidad es el lado negativo de la movilidad, a la que se suele relacionar con los as|>ectos má$ dinámicos de la economía. Philippe Valsee es un geógrafo francés que locali­ zó, en algunas ciudades y sus periferias, ciertas zonas que el Instituto Geográfico Nacional había marcarlo como suelo rúscico, y se dispuso a explorarlas. Esto le llevó a recorrer eriales, zonas vacías y zonas destinadas a futuras construcciones pero que, en aquel momen­ to, estaban habitadas de un modo incivilizado, listos espacios, abandonados pero sin recuerdos y a la espe­ ta, sin proyecto conocido, reflejan la universalización del vacío, la cual ha dejado $u marca por todas partes: son, al igual que todos los terrenos cuya función aún

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está por definir y todas las zona* de chabolas, los lugares en los que reina la sombra de la universaliza­ ción, cuya gloria, por ocro laclo» se manifiesta en los edificios y en las sedes de las empresas, en los salones V ÍP de los aeropuertos y de los hoteles de lujo. De alguna manera, constituyen la forma desnuda del «no-lugar*, puesto que se trata de espacios en los que no se puede establecer ningún tipo de relación social y en los que nada indica un pasado en común y que además —a diferencia de lo que sucede en los no-luga­ res en los que se erige el triunfo de la modernidad- no están caracterizados por la comunicación, ni por la circulación, ni por el consumo. Vasset finaliza su obra Un libro blanco (Payard, 2007) con esta conclusión: «Todas las megalópolis coinciden en los márgenes y en las zonas de suelo rústico, que son las vanguardias de esta transformación; los puntos a craves de los que París, Lagos y Río anuncian la llegada de dicha trans­ formación, como agua que aún estuviera contenida en la esclusa». Así pues, lo que finalmente se pone en tela de jui­ cio -ta l y como demuestran las diferencias que pue­ den observarse en el espacio urbano, las diferenciacio­ nes que dividen el cejido social y las disfunciones que

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Por una jutrotrolm a J e ja motiltdad

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se dan en la ciudad- es el cambio en la escala de la actividad humana y la descentralización de los luga­ res en los que se lleva a cabo. Hoy en día, ya no se pueden analizar las ciudades más importantes sin tener en cuenta los equipamientos tecnológicos que las conectan a la red mundial de comunicación y de circulación, de las que dependen. Los proyectos urba­ nísticos se concillen cada vez más en relac ión con la necesidad de volver a definir las relaciones entre el interior y el exterior; es decir, que la nueva actividad urbanística también se encarga de las relaciones que se establecen con otras zonas. La red de autopistas que encuadra, rodea y, a veces, atraviesa las ciudades se traza de modo que facilite el acceso al aeropuerto y que permita que la circulación, incluso en el interior de la zona urbana y en el sentido longitudinal, pueda ser fluida. Además, suele estar reforzado por una red ferroviaria que responde a los mismos objetivos. En una ciudad como París, la red del R ER (red de trenes de cercanías) -que debe garantizar que el servicio de comunicaciones sea satisfactorio en la totalidad de la gran región parisina- ha sabido cumplir con esta misión de unir el «centro» con la « periferia». Por otro lado, el metro parisino -creado a principios del

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Por una aniropofozíg Jt }g nuAtliúad

largo del siglo, más allá de las puertas de París

ha

realizado una función notable y ahora contribuye, en lo referente al número de pasajeros -q u e ha aumenea­ do de uu modo extraordinario-, al recorrido del 1U:R. En 1

la línea 14 del metro, la Météor - l a última

que se lia construido-, moderna, automática y sin conductor, se creó, entre otros servicios, como alter­ nativa para una pane de los pasajeros del RF.R A. Aquellos que toman la línea Météor viven, en un 70% . en las afueras. Y así, de manera significativa, la línea 1 del metro -la primera en ser construida, la más anti­ gua y que, inicialmente, unía Porte de Vincennes con Porte M ailíot- se prolongó hasta la Defensa en 1992, contribuyendo, de esta manera, a reducir el número de |>asajero$ del R üR A. En el futuro, esta línea tam­ bién será automatizada. La zona de París-La Defensa, que recibe este nombre aunque abarque tres munici­ pios situados fuera de la ciudad, es el centro de nego­ cio de mayor importancia en toda Europa: en él se encuentran las empresas más relevantes, instaladas en una serie de edificios, de los que los más recientes fue­ ron construidos, siguiendo el modelo de sus homolo­ gas americanas, [>or arquitectos que gomaban de

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siglo X X y cuyo recorrido se ha ido extendiendo» a lo

Marc Augi

renombre a nivel mundial. El punto que se escogió para la edificación del afro de la Defensa corresponde a la prolongación del eje histórico que pasa por el Louvre, la Concordia y UÉcoile: de esta manera, rei­ vindica la historia de Francia y de París. Asimismo, el cencro económico de París estará, de ahora en adelan­ te, «extramuros», aunque conserve el nombre tle París. Así pues, la ciudad cambia su escala, y el metro, su función; la ciudad se descentraliza y eí metro se incorpora a otras redes de transporte. De esta manera, la organización de los transporces urbanos revela una doble tensión y una doble dificul­ tad: |>or un lado, la gran metrópolis únicamente merece recibir este nombre si jjertenece a las distintas redes mundiales or ello, la vida que se desarrolla en ella se valorará en función del flujo tpie entre y salga de la ciudad. Así pues, las transformaciones por las que ésta atraviesa estánclest inadas a asegurar este tipu de circulación y a dar una imagen acogedora y presrTgiosa, una imagen fundamentalmente concebida para el exterior, para atraer el capital, las inversiones y los turistas. Sin embargo, por otru lado, desde un punco

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Por una ¿intropolofia J t la mottitdaJ

tic vista geográfico, la ciudad se_alarga y se disloca: los «centros históricos*» habilitados para seducir tanto a los visitantes que vienen desde lejos como a los telesj>ectadurcs, sólo están habitados por una élite internacional. A su vez, la densidad de la jjoblación de las aiueras es cada vez mayor y aparecen ciudades satélite. A veces, como ocurre en Brasilia, la reparti­ ción del terreno se puede apreciar con total claridad, ya que se puede diferenciar la ciudad inicial -donde se encuentran las oficinas y donde residen las clases superioa-s—, las ciudades satélite -e n las que vive la clase m edia- y la zona de las chabola* y de instalacio­ nes de tipo precario, situada entre las otras dos y pro­ gresivamente oc upada por las clases pobres. La urbanización, pues, pone de manifiesto todas las contradicciones del sistema de la globaÜ 2ación, cuyo ideal acerca de la circulación de bienes, ideas, mensa­ jes y humanos está sometido, como bien se sabe, a relaciones determinadas por el grado de poder que se dan en el ámbito mundial. Paul Vi ribo analiza esta cuestión en

bomba informática, obra en la que

demuestra que, para el Pentágono, lo global corres­ ponde a lo que se halla en el interior del sistema mun­ dial de la economía y de la comunicación y, lo local,



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lo que no forma parte de dicho sistema. Por canto, se trata de un sistema idea! que se asimila a lo que Fnkuyama da el nombre de *acabamienco de la histo­ ria», período que se Caracteriza [>or combinar la democracia represen tari va y el mercado liberal. Sin embargo, como observó Derrida en Espectros de Al/vrx, no podemos saber con seguridad si lo que b’ukuyama entendía por «acabamiento de la historia» era un aca­ bamiento total o una simple tendencia a ello. La urba­ nización del mundo, en términos de descripción etno­ gráfica. evoca diferentes fenómenos posibles: la exten­ sión de las megalópolis, algunos arquitectos de renombre acaparando codos los proyectos arquitectó­ nicos del planeta de manera exclusiva, la transforma­ ción acelerada y espectacular del paisaje urbano de ciertos continentes (y en países como China o los Emiratos Árabes Unidos), pero también distimos tipos de desplazamiento de la población (por ejemplo, los «desplazados» de Colombia, que sé ven obligados a abandonar sus tierras en el campo y a inscalarse en la |grifería de los grandes espacios urbanos), la apari­ ción de grandes campos de alojamiento en zonas como África, el abandono del campo, la creación de espacios urbanos ex ttibifo en China, eí aumento de la

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población inmigrante, que conlleva la migración de los países |>obre$ a los países ricos y que supondría una situación de tensión en las periferias que acabaría dando lugar a la formación de gu etos... Partiendo de estas hipótesis, la urbanización res­ ponde a dos as|>ectos contradictorios, pero indisociables, como las dos caras de una misma moneda: por un lado, el mundo constituye una ciudad (la metaciudad virtual a la que se refiere Virilio), una inmensa ciudad en la que sólo trabajan los mismos arquirectos y en la que existen, de forma única, algunas empresas económicas y financieras, los mismos productos... Por otro lado, esta gran ciudad constituye un mundo que reúne todas las contradicciones y conflictos del planeta, las coasecuencias de un distanciamiento cada vez mayor entre los más ricos y los más pobres, el Tercer y el Cuarto Mundos y las diversidades como, por ejemplo, las de tipo étnico o religioso. Esta dife­ renciación entre la población supone la aparición de desigualdades cada vez más acentuadas que se reflejan én la organización del espacio, como ocurre, desde El Cairo hasta Caracas, con una serie de barrios privados en los que sólo se puede penetrar si se da a conocer la identidad o en algunas ciudades de Estados Unidos,



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Por una aMrotoioír/a r un lado, la uniformidad y, por el utro, la desigualdad. Asimismo, la ciudad-mundo y 1» ciudad mundial parecen esrrcchamente ligadas la una a la oirá, aunque de manera contradictoria: la ciudad mundial representa el ideal y la ideología del sistema de la globalización, mientras que en la ciudad-mundo se manifiestan las contradicciones —o, dicho de otro modo, las tensiones históricas— que ha engendrado este sistema. Asimismo, la unión de la ciudad-mundo y de la ctudad-mundial provoca ia aparición de las zonas vacías y p rosas que trata Philippc Vassct, que no son sino el lado oculto de la universalización o, al menos, el lado que ni podemos, ni queremos, ni sabe­ mos ver.

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III La distorsión de la percepción

Las nuevas formas de urbanización han conllevado que sé multipliquen los aspectos ocultos o, dicho de otro modo, ha manipulado la |>ercepción de los ciuda­ danos. Vivimos en un mundo en el que la imagen se encarga de sancionar o favorecer a la realidad de lo reai. Así pues, la coexistencia de la ciudad mundial y de la ciudad-mundo supone, en primer lugar, que se mez­ clen las imágenes, como sucede cuando la unión de ambas realidades da lugar a zonas de vacío, totalmente inaceptables extensiones desuñadas a la industria pero que no son más que eriales, terrenos cuya función está aún por definir y que, f*>r el momento, se siguen encontrando vacíos o están ocupados ilegalmente q u c,¿in embargo, lindan con las instalaciones desti­ nadas a la universalización de la ciudad: autopistas, vías férreas o aeropuertos. Este fenómeno, que asocia

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nuevos términos que, sin ser sinónimos, se concami­ nan entre sí: el significado del uno influye en el del otro y originan nuevos miedos y conflictos en poten­ cia. Sí examinamos algunos de esios términos vere­ mos que tienen un punto en común, y es que conce­ den la mayor importancia al lenguaje espacial: de esta manera, erran una metáfora que, inevitablemente, engloba a todos los análisis y descripciones que se lle­ ven a cabo. El primer término es mlustótt, por el que, lógica­ mente, se sobrentiende que hay un interior y un exte­ rior; una escisión y una frontera. Dicha escisión y dicha frontera son de índole física cuando se trata de los con­ troles que se llevan a cabo en las fronteras nacionales, como respuesta a la presión que ejercen los inmigran­ tes de los países pobres, los cuales, al tratar de acceder a las regiones ricas del mundo, llegan a arriesgar su vida. Asimismo, existen otras fronteras y escisiones, de tipo sociológico, en lo que se refiere a aquellos que, aun viviendo en los países ricas, no gozan de esta riqueza -o , si lo hacen, es en cantidades m ínim as-, sector social en el que se encuentra una parte de los que huyeron de las zonas más pobres del mundo.

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ambas realidades, puede detectarse en la aparición de

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Por una antropolwía dt b *w\ ilidiid

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Clandt&únM y sin paptles son palabras u expresiones que designan las circunstancias pa rúen lares fn las que viven ciercas categorías de inmigrantes. Su exis­ tencia, al contrario de lo que dan a entender estos tér­ minos, se conoce de manera oficial; sin embargo, no está reconocida: si ios clandestinos se diferencian de los otros inmigrantes es, en primer lugar, porque se les deniega la existencia. No obstante, este tif>o de defi­ ciencia en io referente a la identidad se da entre todos los inmigrantes: ser un inmigrante «oficial» no garantiza completamente no caer en la clandestini­ dad: tanto los visados de turista como los permisos de residencia son limitados; asimismo, las leyes concer­ nientes a la inmigración pueden cambiar en función de la coyuntura j>olícica o económica. Kn Francia, los jóvenes que son «fruto de la inmi­ gración» son, generalmente, franceses, aunque buena liarte de ellos pertenece a la segunda categoría de excluidos los excluidos por rabones sociológicas, como son una enseñanza defectuosa o el paro. liste aspecto crea una contradicción entre ios principios que se rei­ vindican y la realidad social: la mayoría de estos jóve­ nes son franceses que, aunque hijos de inmigrantes, nacieron en Francia y, por tanto, a los 18 años son ciu-

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dadanos de pleno derecho. Asimismo, emre los 17 años y medio y los 19 pueden rechazar la nacionali­ dad francesa o, de la misma manera, pedirla de modo anticipado enta- los 1$ y los 16 años, ron el consen­ tim iento de sus padres, o entre los lecialmentc en los países en los que los hijos de la segunda generación de inmigrantes asisten a la



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escuda y viven una exj>erienda radicalmente opuesta a la de sus padres, induw en los casos en que atravie­ san por dificultades escolares. Hoy en día se habla mucho de cultura y de identi­ dad, pero se trata de dos términos que conllevan una serie de problemas cuando se combinan las conse­ cuencias de la desculcurización y del analfabetismo. Sin saber dominar la lectura ni la escritura, los niños de hoy en día no pueden llegar a comprender de dónde vienen, donde viven ni quiénes son. Por ello, están expuestos a roda clase de peligros, a la invasión de las imágenes de los medios de comunicación y a la corrupción de los mensajes de los ideólogos, a todas las corrientes, modos de alienación y de captación de cualquier movimiento. Esta situación resulta aún m is preocupante cuando se tiene en cuenta que, incluso en los países más des­ arrollados del mundo, el analfabetismo y la ignoran­ cia afectan a gran pane de la población, tal y como demuestran diversas encuestas que se realizaron en los listados Unidos, como la que llevó a cabo la National Scieucc Foundation, que reveló que la mitad de los norteamericanos no sabía que la Tierra da la vuelta al Sol en un año. Seguramente, si se realizase en Europa,

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las cifras no serían muy distintas, y lo peor es que reflejan la indiferencia de los |*xleres públicos ton relación al atentado contra los fundamentos del ideal democrático que supone e$ta realidad. 9. F.n todos los campos y desde cualquier pumo de vista, se debe desconfiar del modo imprudente con el que se emplean estos términos actuales y, aún más, cuando se utilizan deliberadamente, puesto que lo que hacen es crear la realidad que pretenden designar 0 describir. A*>í pues, una de las tareas principales de la educación nacional debería ser la de acabar con las barreras de la sociedad que impiden la instrucción de los individuos. Gracias al sistema democrático (en el que la educación es uno de los pilares principales) debería permitirse que cualquier individuo, indepen­ dientemente de sus orígenes y su sexo, perteneciera a la República, ia cual se define como «una e indivisi­ b le».. . aunque aún deba convertirse en un lugar acce­ sible para rodos. Fn la década de 1970 los barrios obreros de Francia aún representaban el resultado de una política de modernización de la situación de la vivienda que ase­ guraba la obtención de unas condiciones de igualdad

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Por una antropología cit la mw tluLtd

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en la elase obrera: en este período se aprobó una polí­ tica de carácter familiar que permitía que las familias de los inmigrantes con permiso de residencia fueran a vivir a Francia- con el objetivo de estabilizar la situa­ ción de los llamados «trabajadores inmigrantes», a) facilitar que sus familias pudieran vivir en Francia y, asimismo, que se «integrasen» en la categoría de obre­ ros franceses. Sin embargo, la situación de paro que se inició a finales de la década de 1970 cambió el orden de las cosas y afectó, en primer lugar, a los trabajado­ res inmigrantes no capacitados. F.l miedo al paro alcanzó a la clase obrera, j*>r lo que, en el interior de los barrios obreros, la mayoría de los inmigrantes representaron el «polo negativo» -al que se refirió el antropólogo Gérard AJthabe

que dio lugar a la apa­

rición de una nueva forma de racismo originada por el miedo de ser incluido en dicho polo. Hay aún otra dase de inmigrantes: los llamados «clandestinos», es decir, los que trabajan sin estar declarados y que representan todos los [>eligros de la dcslocalización one una importante diferencia en el imaginario francés y en el de otros países (por ejemplo, se relaciona la violencia con la ciudad y sus periferias)-, el terrorismo internacional y el incre­ mento del islamismo extremista (se ha hallado en Afganistán y en Irak a algunos franceses procedentes de las periferias, como Moussaoui, y se ha descubier­ to que algunos terroriscas se camuflaban en cicrcos barrios tranquilos situados a las afueras de Londres). Tras el paisaje del nuevo urbanismo, como si fuera un decorado de fondo, se perfilan algunos espectros, pero también ciertas amenazas reales. En este contexto, ajielar al respeto o al diálogo

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Pur una animboloíú] dt la mot tltdad

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entre culturas no resulta en absoluto adecuado, ya que. de hecho, no concierne ni al movimiento extre­ mista ni a las nuevas generaciones de orígenes diver­ sos que han creado o participado en. la creación de cul­ turas urbanas, carentes de cualquier tipo de referencia a una tradición anterior.

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IV El escándalo del turismo

Ün t i

en ruinas intenté demostrar que el espec­

táculo de )a$ ruinas nos ofrecía una visión del tiempo, pero no de la historia propiamente dicha. Y así es, puesto que las ruinas de las distintas é|*>cas se acu­ mulan y dan lugar a lo que hoy en día llamamos rui­ nas o campos de ruinas. Los constructores, por lo gene­ ral, casi siempre han edificado, uno eras otro, sobre las ruinas de sus ancestros y, en el momento en que han dejado de construir, la naturaleza ha vuelto a ejercer SuS derechos, la vegetación se ha apoderado de las pie­ dras y las ha modelado, originando excéntricas estruc­ turas, como las que podemos ver en Camboya, México o Guatemala, ün dichos lugares, et bosque, eras haber sufrido.una cala total de sus árlales, se ha retirado, vencido, a otro lugar. Pero lo que aquí se descubre es un paisaje inédito, en el que ninguno de nuestros

Por una anrrapolotia de la mmilid a J

paisaje que ha emergido de la noche de los tiempos, pero que sólo ha podido existir, en su forma actual, para nosotros. En este sentido» es una visión del tiem­ po «puro*. Este esj>ectáculo suscita la curiosidad y la fascina­ ción, |V>r lo que no resulta sorprendente que las ruinas constituyan uno de los destinos predilectos del turis­ mo de masas. Durante el pasado siglo, la alta burgue­ sía, los poetas y los pensadores contaban con el privi­ legio de poder visitar las ruinas (generalmente, se tra­ taba de las de la antigüedad grecolatina) paro meditar acerca del paso del tiempo y de la fragilidad del desti­ no humano e, inmediatamente, sentían que el esjjectáculo de las ruinas les hablaba mas de la humanidad que de la historia. Aquellos en los que el sentimiento de superioridad era mayor, como Chateaubriand, halla­ ban en ello una ocasión de ver reflejado, en las civiliza­ ciones que habían desajxirecido, lo efímero de su pro­ pia existencia. De alguna manera, iban más allá de la historia, la trascendían para meditar sobre el hombre en general, sobre el hombre genérico, con el que, durante un instante a lo largo de su meditación, caían sentirse identificados.



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antepasados ha podido vivir ni ha podido ver. Es un

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Hoy en día, esta experiencia se ha «democratiza­ do*, en el sentido de que está al alcance de la clase media de los [países más desarrollados. Pero el hecho de que esta experiencia sea posible para un mayor número de personas se suma al balance de una reali­ dad que favorece la ubicuidad y lo instantáneo y en la que ya no queda lugar para el largo viaje hacia las rui­ nas de las civilizaciones perdidas, ni para vagar por el pensamiento. En los programas que ofrecen las agen­ cias de viajes, los países parecen estar en línea recta, uno tras otro, por lo que resulta completamente posi­ ble visitarlos. Así pues, los futuros turistas dudan entre las cataratas del Niágara, la Acró|>olis, la isla de Pascua o Angkor. Así es como todas las jjosibilidades de desplanarse en el espacio y el tiempo se reúnen en una especie de museo de imágenes en el que, si bien todo es evidente, nada es más necesario. Ix>s paisajes (incluidas las ruinas) se han convenido en un producto más y se amontonan, unos sobre otros, en los catálogos o en las pantallas de las a g e n ­ cias de viajes. Por otra parte» esta acumulación va ligada a la que he empleado para tratar de definir las ruinas, aunque no concierne al mismo tipo de tempo­ ralidad. fX* hecho, el tiempo que queda reflejado en

las ruinas no informa acerca de la historia, pero hace alusión a ella; su encanto se debe, quizás, al hecho de que lo incierto de esta referencia se asimilaba a un recuerdo que pondría en contacto a cada individuo consigo mismo y con las regiones desconocidas en las que la memoria se pierde. En cuanto al trabajo exhaustivo que las agencias de viajes aparentan real izar, el sentimiento genera! es, por el contrario, el de una lista desordenada, en la que lo que se impone ya no es el lento trabajo del tiempo, sino la tiranía de un espacio planetario que ha sido recorrido de punta a punta y de cuyos lugares se ha hecho una simple enu­ meración. Más que las ruinas, lo que representarían las agencias de viajes son terrenos destinados a la construcción, pero carentes de cualquier proyecto y de coda idea de exploración espacial o temporal: da lo mismo lo que se construya en ellos, lo importante es que se haga enseguida. La idea de viaje sí que refleja­ ría las ruinas, pero unas ruinas que, tejos de evocar un tiem[>o en estado «puro», estarían conectadas con la historia contemporánea, en (a que ya no se cree en el tiempo, ilo y en día es imj*>sible que existan las rui­ nas, ya que lo que muera no dejará huella alguna, sino grabaciones, imágenes o imitaciones.

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Por una antr»iwlot£a Je la movilidad

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En este punto, se podría trazar una comparación entre el turista y el etnólogo: ambos pcrtcncccn a la parte Je t mundo más favorecida, en la que es posible organizar viajes de placer o ron el objetivo de estudiar el entorno de un país extranjero. Fl que todos los hombres pudieran ser turistas o etnólogos no resulta­ ría un hecho chocante si el desplazamiento de unos no fuera un lujo, mientras que el de otros es producto del destino o de la fatalidad. Tampoco supondría ningún tipo de escándalo si todos los hombres, sin diferencia alguna, pudieran ejercer como sus propios espectado­ res. Pero éste es el escándalo que supone la etnología, puesto que, por ejemplo, hay etnólogos japoneses en África, |>ero no etnólogos africanos en Japón. Sin embargo, el tif>o de etnólogo al que aquí me refiero, en el futuro, visitará cada vez menos los países exóti­ cos, puesto que el exotismo está d e sa ire e iendo y por­ que, después de todo, tampoco constituye -s in lugar a dudas- el objeto del estudio de la etnología. Ésta le sobrevivirá; ya le sobrevive. En cuanto a los turistas, nunca han sido tantosuya que nos encontramos en la época del turismo en masa. En pocas palabras, se podría decir que la cla.se media y superior de los países ricos realiza viajes cada vez más



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ja

alejados de sus fronteras. Por íu pane, los p a ito _dcl sur ven en el turj$mo una fuenie de ingresos puesto cpie favorecen *u desarrollo, aunejue los beneficiarios directos de) turismo en estas zonas suelan ser cieñas organizaciones e individuos de los países desarrolla­ dos. Desde este punto de vista, nuestra época se cararteriza por un contraste tan sorprendente como terri­ ble, ya que los turistas suelen visitar ios países de los que los inmigrantes se ven obligados a irse, en condi­ ciones difíciles y» a veces, llegando a arriesgar su vida. Estos dos movimientos en sentido contrario son uno de los posibles síml>olas de la global i/ación liberal, de la que ya salamos que no se facilitan de la misma manera todas las formas de circulación. Al comparar al etnólogo con el turista, traro de mostrar a grandes rasgos, y |>or contraste, la origina­ lidad de la postura del etnólogo, aunque sin llegar a reducir al turista a la caricatura que se Miele hacer de é\ con tanta facilidad ya que. si bien suele ser suscep­

tible de ser caricaturizado, como individuo no se reduce, sin lugar a dudas, a la imagen que da de sí nmmo. F.l aspecto en el que el etnólogo tradicional (y con ello me refiero al que viaja para estudiar la sociedades

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«"P* os de consumo) pero, aunque se encuentre en otro lugar, siempre seguirá estando en su }>aís, ya que codo le conduce a ello: Sus compañe­ ros, los comentarios que intercambian, la comodidad que se le ofrece, la naturaleza estereotipada de las cadenas hoteleras, las películas que graba para ver más tarde, a la vuelca, y la brevedad de su estancia o de su travesía en barco. En úlcicna instancia, se queda en casa o cerca de su casa y se las arregla para reducir a los demás a una simple imagen: sólo necesita encen­ der la celevisión o visitar un parque temático. El etnólogo, }>or su parte, vive una experiencia (ocalmente distinta: para él, el perder el contacto con sus raíces no se limita a buscar un paisaje, sino que llega a poner a prueba su propia identidad con las demás o, en otras palabras, viaja fuera de sí mismo. Por otro lado, siempre se mantiene en un punto de vista externo a aquellos que se dispone a observar (ya sea un pueblo, algunas familias, el barrio de una ciu­ dad o una empresa), puesto que siempre debe, en pri­ mer lugar, justificar y explicar su presencia, negociar su estatus de otro, de extranjero. Asimismo, debe ser consciente del paj>el que se le atribuye y que le hacen

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desempeñar: en este sencido, sólo podrá emj>e;íar a comprender a los demás una vez haya reconocido el lugar que le asignan, puesro que, a diferencia del turista, no tiene el estatus extraterritorial que el nom­ bre de su club J e vacaciones o de su cadena hotelera le confieren. De esta manera, se enfrenta a una doble exterioridad: necesariamente externo al grupo que observa, trata de acercarle a él intelectual mente, abs­ trayéndose todo lo que puede de s í mismo. Así pues, ejerce lo que Levi-Strauss llamaba «la capacidad del sujeto para objetivarse indefinidamente» y, así, de alguna manera, no se sitúa entre lo cultural y lo psi­ cológico. postura que marca, de alguna manera, el final de su viaje o, más bien, la penúltima etapa del mismo, ya que la última consiste en escribir sobre el viaje. Sin embargo, incluso en este punco la diferencia entre ambas posturas es más f?equeña y sutil de lo que puede parecer, al menos en el ámbito psicológico. A veces, el turista, aunque casi siempre de manera invo­ luntaria, también se encuentra en situaciones psicoló* gicamente incómodas: basta con pensar en el síndro­ me de Stendhal (el malestar provocado por una abusi­ va visita cotidiana a las obras de arce italianas) o en los

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P$r una afttrofxJtx'/a de la mniltdad

trastornos psicológicos que suelen padecer los turistas occidentales que visitan un país como la India y que se ven obligados a (a repatriación por motivos sanita­ rios. Evidentemente, el turista no redacta un estudio acerca de la población que ha conocido pero, a veces, sus fotos, sus películas y sus postales constituyen, en su conjunto, una especie de uhra o, por lo menos, un balance de su experiencia. Por supuesto, me refiero a las experiencias turísticas cuya intensidad es |>oco habitual, puesto que la media de los turistas está ale­ jada de esta incomodidad psicológica y de este interés por crear un cestimonio de su viajes: para muchos, éste se simplifica a algunas fotos un tanto narcisiscas. Para terminar, es necesario añadir que el etnólogo, al final de su primer viaje, elabora un modelo de refle­ xión que le servirá para las siguientes experiencias (el terreno de la primera experiencia nunca se olvida) y que orientará sus futuros estudios, ya conciernan al primer terreno visitado o a otro completamente dis­ tinto. En cualquier caso, es una especie de viaje inter­ no que continúa, aunque pase por una observación minuciosa de las diferencias y los aspectos en común similares, de los contrastes y las similitudes. Llegado a e ste punto, el etnólogo se convierce en antropólogo,

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ya que amplía su rdlexión, pero siempre dentro de un recorrido. F.sta ¡►ituación, por raneo, está muy lejos del turista que se limita a ir sumando a su lista los viajes que ha realizado, como si no fueran más que una serie de trofeos de caza, y que, cada año, ve acer­ carse e! período vacacional con el mismo entusiasmo que el año anterior. La reflexión antropológica, en cambio, es cada vez más profunda y puede llegar a sarisfarerse realizando desplazamientos cortos; es el caso de algunos de mis colegas que, al principio, han trabajado en un lugar lejano y que, m is tarde, han rea­ lizado estudios en una zona más cercana a su lugar de origen, no por cansancio o porque no tuvieran la posi­ bilidad de viajar, sino {>orquc se dieron cuenta de que éste era, realmente, el tema de sus investigaciones intelectual(?s. Por supuesto, al antropólogo también le puede gustar irse y viajar pero, entonces, forzosamente, no es su pane de etnólogo la que le induce a actuar, ya que el etnólogo, como tal. es hogareño, puesro que sabe que persigue a una irrealidad: la de un conocimiento impasible. ¿Podemos llegar a conocemos a nosotros mismos? ¿Tiene sentido esta pregunta? ¿(Conocemos a los demás? ¿Realmente podremos llegar a conocer a

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utu antropología di ¡a movilidad

aquellos a los que queremos o que nos rodean;* El etnólogo cedió un día a la tentación de creer que lie- _ m , 1 * gana a conocer a cierras personas, a algunas personas, a una emia, a una cultura. Y algo lia aprendido de ellos, ya que los conoce un poco mejor que al princi­ pio, aunque continúa sin saber cuál es exactamente la Habilidad de esce conocimienco, lo que dice de él, de los demás y de la relación recíproca que mantienen. Un día se da cuenca de que se ha pasado la vida haciéndose las mismas preguncas y de que ningún otro desplazamiento en el espacio podrá aporcarle una respuesta más clara; llega a la conclusión de que no es un explorador. Ya sólo le queda establecer un balance de las conclusiones que lia podido establecer pero, al concrario que el viajero nostálgico, las aplica al futu­ ro: a aquellos que realizarán ocros viajes y que, de un modo u ocro, las proseguirán, las modificarán y pro­ longarán su propio recorrido. Ijt primera parte de Triste trópicos lleva por título «El fin de los viajes*: todo el mundo recuerda la afir­ mación enere desengañada e irritada con la que se ini­ cia: «Odio a los viajeros y a los exploradores». Esta frase, provocadora, continúa con la enumeración de las mil situaciones penosas y las dificuicadcs que marcan

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Marc A ufé la estancia en el territorio ( |>odemos encontrar una versión aún más negra en el diario de Malinowski) y con la de los viajeros profesionales de la década de 1950 que proyectaron sus fotos en la sala Plcycl de París, al tiempo que contaban banalidades. Sin embargo, Lívi-Strauss escribió Tristes trópico*' como Micheí Leiris, Georges Balandier u otros, se sabe un escritor que f>ertenece a un género particular, que relata los hechos, describe las situaciones, analiza los comportamientos e informa de una experiencia en la que participa al mismo nivel que aquellos a los que observa. Éstos no constituyen una simple especie ani­ mal, sino que son hombres como él, cuya presencia les supone un problema —puesto que actuaría como lo que en el dominio químico lleva el nombre de reacti­ vo- y acalcaría trastornando el medio, aunque este trastorno puede resultar instructivo. Cuando el etnó­ logo se va, ni él, ni aquellos con los que ha convivido son los mismos de antes, puesto que el trabajo del etnó­ logo no consiste en una simple observación, sino que tiene una dimensión ex|jerimental. N o se hmita a observar la historia, sino que actúa en ella, aunque sólo sea al defenderse. Por otro lado, le interesa darse cuenca del cambio que él supone en el terreno en cuestión: la

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presencia del ccnólogo siempre influye en el medio

observado, aunque sólo sea por tratarse de un individuo, _ ^ * solo, que reflexiona sobre la cultura de los demás, la cual, precisamente, es completamente natural para aquellos y aquellas que están sumidos en ella, £sre es el centro de la experiencia qué vive el etnólogo, pero no podrá tratar de transmitirla hasta que la haya descrito y escrito. Por ello, el proceso de redacción constituye el linal del viaje, su objetivo y su acabamiento. El etnólo­ go se encuentra siempre de viaje, aunque trabaje en las afueras de una dudad de su país, en la medida que es un viajero de lo interno, que viaja entre dos estados aními­ cos. entre dos maneras de pensar» entre el futuro texto y el texto ya redactado, entre un antes y un después. Al contrario que el turista moderno, que es un con­ sumidor que se cree viajero, el etnólogo es un seden­ tario que se ve obligado a viajar: el turista espera que vuelvan las vacaciones para irse, mientras que el etnó­ logo sabe1 que su estancia, por larga que resulte a veces, sólo tendrá tem ido a la vuelta, momento en el que tratará de transmitirla. Si hay un punto común que comjyarten es, quizás, el encanto inherente ai hecho de conocer nuevos paisajes e individuos, aun­ que este encanto procede de una doble ilusión: la de

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onden a la visión glolwi de un sistema mundial o, más bien, de un mundo sistematizado, de momento controlado, en materia política, económica y tecnológica, por los Estados Unidos, aunque también otras potencias aspiren a dirigirlo. Y

así es, ya que en el interior mismo del sistema

aparecen otros candidatos que pretenden volver a definir el mundo y a hacerse con el control, aun cuan­ do aparentan oponerse al sistema. Estos candidatos se definen a sí mismos como pertenecientes a los «mun­ dos*, mundos que se definen en un primer momento romo particulares y como una parte única del plane­ ta, pero que, posiblemente, aspiren a la unidad o a la hegemonía. Por ello se habla del mundo musulmán o del mudo árabe como si se estuviera tratando del fra­ caso del mundo comunista. Así pues, el término ntumfay debido a su ambiva­ lencia (ya que designa a la vez la totalidad y la dife­ rencia), refleja algo de nuestra actualidad, la cual aúna ia realidad de la globalización (es decir, las dos formas q u e adopta la universalización), las extremas



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Por una anirtíMtioiiM de La movilidad diferencias con las que nuestras antiguas ideas (cla­ ses, ideologías, alienación) recobran sentido y un sis­ tema de símbolos cuya crisis se mantiene, aunque las tecnologías de comunicación (Internet, las imágenes de vídeo y la televisión) traten de disimularlo. E! personaje de Verne Phileas Fogg podría, de vivir hoy en día, dar la vuelca al mundo en mucho menos de ochenta días, sin que cambiase el decorado (ya que se alojaría en las mismas cadenas de hoteles, de una punta a ia otra del mundo), siguiendo las mismas series de televisión, viendo y escuchando en di recto ilivt) las noticias de su país a través de la BB C News y manteniéndose permanentemente en contacto con sus amigos, ya fuera por teléfono o por internet. Podría atravesar, aun sin verlos, los mundos más diversos y más perturbados j>or la historia, puesto que la uniíbrmización de los esj>acios de consumo turístico es, desde este punto de vista, la consecuen­ cia directa de la aceleración del tiem^*). Así pues, partiendo de estas condiciones, ¿cómo imaginar la ciudad del mañana? Es cosa conocida que, hoy en día, ya no es posible imaginar una ciudad que no esté conectada con la red de las otras ciudades. Se puede decir que la «metaciu-



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dad» a la que Paul Viriiio se refiere es esta misma red. El espacio urbano, formado por el mundo-ciudad y la ciudad-mundo, los filamentos urbanos, las vías de circulación y los medios de comunicación, resulca hoy en día un espacio complejo, enmarañado, un conjun­ to de rupeuras en un fondo de continuidad, un espa­ cio en extensión en el que las fronteras se desplazan. ¿Cómo imaginarse la ciudad sin imaginarse el mundo.' La ciudad siempre ha ceñido una existencia tem ­ poral que aumentaba el valor de su existencia espa­ cial y le confería su relieve. Cuando pensamos en las grandes metrópolis de hoy en día se nos vienen diver­ sas imágenes a la cabeza, sobre todo las de las series americanas o las de algunas películas bollywooditnscs en las que se multiplican los planos aéreos y los pla­ nos de conjunto (de vistas, luces o transparencias) que nos transmiten un sentimiento de estupefacción ante el imponente esplendor del presente. Sin embar­ go, durante mucho tiempo, la ciudad ha sido una esperanza y un proyecto, un lugar que significaba, para muchos, la posibilidad de un porvenir y, al mismo tiempo, un espacio en construcción perma­ nente. Aún hoy se pueden encontrar en el cine diver-

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gntn>i>oli.ta Jt L¡ moiilidad

sas señales de esta dimensión prospectiva; en el cine, tanto en el caso de Nfurnau como en los utsfem s. la ciudad suele ser concebida y presentada como un lugar que aún está |*>r descubrirse- En cuanto a la ciudad-recuerdo, a la que recordamos o que despicrra la memoria, sufre las más distintas variaciones y resulta esencial, como sabemos por experiencia, en la relación afectiva que los ciudadanos mantienen con el lugar en el que viven. Sin embargo, la ciudadrecuerdo también responde a unas características his­ tóricas y (jolíticas: por un lado, cuenca con centros históricos y monumentos; por el otro, con los itine­ rarios de ia memoria individua) y el vagar por las calles: esta mezcla hace de la ciudad un arquetipo de Iugar en eJ que se mezclan los punros de referencia colectivos y las marcas individuales, la historia y la memoria. Así pues, la ciudad es una figura espacial del tiem­ po en la que se aúnan presente, pasado y fucuro. Es, a veces, la causa de la estupefacción y, otras, el del recuerdo o la espera, aunque, como siempre hemos sabido, en materia de ciudad y de urbanismo, la espe­ ra y el recuerdo concernían a la colectividad, al indi­ viduo y a las relaciones que los unen. El proceso de

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