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Spanish Pages [255]
Alejandro Gittaruzzn y Alejandro Eujanian
Políticas de la historia
Argentina 1800-1960
Alianza Editorial
Buenos Aires / Madrid
907.2
C attaruzza, Alejandro
CAT
P o l i ll a s de la h istoria: A rg en tin a 18G0-1SX>0 /
Alejandro C attnruzzn y Alejandro E ujanian. - 1“ ed.Bnonüs Aires: Alianza, 2003,
270 p.; 20 >: 13 om. - (Alianza Estudio; 52) ISB N 930-40-0181-5 I. Titulo. II. Eujanian. Alejandro. ■ 1. H istoriografía
Diseño de cubierta: Pablo B arragán Composición y armado: La Galera Corrección: Im /. Freiré
© Alejandro Cattnruw¡a y Alejandro C. E ujanian © Alianza Editorial, S. A.
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Printed in Argentina
ÍNDICE
In tro d u cció n ......................................................................... Prim era parte 1. El surgim iento de la crítica A leja n d ro E u ja n ia n ..................................................... 2. Paul Groussac y la crítica historiográfica A leja n d ro E u ja n ia n - ..................................................... 3. M étodo, ob jetividad y estilo en el proceso de institucionalización, 1910-1920 A leja n d ro E u ja n ia n ..................................................... Segunda parte 4. La historia y la am bigua profesión de h istoriador en la A rgen tin a de en tregu erras A leja n d ro C a tta n iza .................................................... 5. El revisionism o: itin e ra rio s de cuatTO décadas A leja n d ro C a tta ruza ....................................................
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Tercera parte 6. Por una h istoria de la historia A leja n d ro C a tta ruza .................................................... 185 7. H éroes patricios y gauchos rebeldes. Tradiciones en pugna A leja n d ro C a tta ruza y A leja n d ro E u ja n ia n ............. 217 Referencias ......................................................................... 263 Sobre los autores ................................................................ 265 7
a Liliana a Camila y a María Morena
INTRODUCCIÓN
Los artículos reunidos en este volumen se publicaron, en sus versiones originales, a lo largo de casi diez años. En ese lapso, por efecto de la continuidad de nuestras in vestigacio nes, de los debates sostenidos con otros colegas y, en las au las, con los estudiantes, fueron adquiriendo un sentido de conjunto que posibilitó casi naturalm ente su transform ación en los siete capítulos de este libro, en la que Jorge Lafforgu e, a quien agradecem os, in tervin o eficaz y am ablem ente. Son estos orígenes los que autorizan el intento de ofre cer algunas claves de lectura. N o aspiram os, por cierto, a in dicar el sentido que debe otorgarse a estos escritos, un afán siem pre im posible, sino a señalar algunos problem as que r e corren los capítulos, articulándolos, y ciertos puntos de par tida conceptuales. Uno de ellos, quizás el más evidente, es el que hace de la h istoriografía argen tin a un objeto de estudio que no se redu ce a la llam ada historia profesional. L a organización, aún im perfecta, de un sector social especializado en la in v estig a ción y la enseñanza de historia involucró la creación de ins tituciones, la producción de un tipo de rela to referid o al p a sado que se pretendía científico y la aparición de una nueva categoría ocupacional. Sin em bargo, esos procesos no pueden com prenderse si no se analizan las condiciones cu lturales y sociales que los hicieron posibles y les dieron tonos específi11
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Introducción
eos, fuera de las cuales parecen inexplicables o sencillam en te irrelevantes. Desde esta perspectiva, tos problem as de la autoridad y el poder se convierten en los enlaces mas visibles entre pro cesos ocurridos en el seno de la disciplina y el “ ex terio r” ; su análisis es uno de los ejes del libro. Aquel enlace no debe ser concebido como una anom alía, un accidente o un fenóm eno m arginal, sino como un elem ento muy firm e, constitu tivo de la propia historiografía, cuyo registro vu elve a poner en cuestión ta estabilidad de los m árgenes de la historia insti tucionalizada así como la eficacia de los m ecanism os de ex clusión que ella estableció. A su vez, los pasos iniciales de su organización se dieron, en parte, de cara a una tradición fu n dam entalm ente litera ria , que le disputaría sin em bargo el monopolio in terp reta tivo del pasado durante mucho tiem po. La especialización de los historiadores, ya en el siglo XX. fue paralela a un rela tivo extrañam iento del mundo cultural, circunstancia que varios de ellos percibieron como un proble ma de im portancia. Ese complejo de reparticiones que era el Estado, en tanto, som etió a la historia desde fines del siglo XIX a un reclam o específico: su participación en la em presa de afirm ación de una identidad colectiva nacional. El recla mo, a veces indirecto, fue integrado finalm ente por muchos historiadores a su versión de la función de la disciplina en la sociedad, y dem ostró tam bién una duración notable. A sí, otro de los problem as que se ubica en el centro de nuestro examen es el de las relaciones entre la historiografía, la po lítica y las letras, donde una de la cuestiones centrales fue la de la nación y su historia. Por otra parte, hemos analizado conflictos de diversa na turaleza que tuvieron lu gar en la h istoriografía argen tin a; consideramos que esa aproxim ación perm ite hacer visibles algunos aspectos im portantes de su funcionam iento. M ás o menos intensos, ellos asumieron la form a de debates entre m iem bros de la elite política y cultural o, y a entrado el siglo XX, entre ellos y los recién llegados. Las discusiones de M itre con V élez S arsfíeld y con Vicente López, y luego las libradas entre Groussac y los hom bres de la “nueva escuela h istóri
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ca", se inscriben en esa serie de fenómenos. Pero tam bién se' produjeron disputas de otro orden, por conseguir el reconoci m iento de algún p rivilegio en la interpretación del pasado o por obtener recursos estatales. Los esfuerzos por conquistar legitim id ad científica para ciertas lecturas de la historia a r gentina en com petencia con otras existentes, y por difu n dir las, fueron a su vez corrientes, y no sólo en torno a la figura de Rosas. Finalm ente, una la rga puja entre representaciones estatales de la historia argentina, en cuya composición tu vieron un lu gar principal los historiadores, y otras que, de modos sinuosos y fragm entarios, apelando a prácticas y m a teriales que esos profesionales no controlaban, construían los grupos populares, se desarrolló a lo largo de buena parte del período que cubre este libro. Este últim o proceso parece ratificar que la organización de im ágenes del pasado resulta, como ha señalado Baczko, escenario y objeto de luchas que las exceden. N o es entonces este un repertorio de las “grandes obras” producidas entre 1860 y 1960 ni un análisis centrado en los historiadores “ consagrados” ; tampoco el relato de los rumbos que habrían llevad o la h istoriografía argentina hacia n iveles cada vez más altos de profesionalidad, sin sobresaltos a pe sar de ciertos m om entos de crisis. A ten tos a los modos en que se organiza y funciona el mundo h istoriográfico, propo nemos en cambio una lectura que percibe dificultades, rup turas, situaciones equívocas, éxitos que no se consiguen de una vez y para siem pre, en el proceso de constitución de una h istoria profesional desafiada con constancia, y muchas ve* ces con éxito, desde fu era de sus propias instituciones. En nuestra interpretación, el debate entre M itre y López ve ate nuado su carácter fundacional; la profesionalización encara da por la “ nueva escuela” se torna im perfecta no por la com paración con otros m odelos posibles sino cotejada con el pro yecto que algunos de sus propios m iem bros bosquejaron; el revisionism o deja de aparecer como un m ovim ien to ajeno a los centros de la cultura argentin a, y encuentra un porvenir de m asas cuando, sólo en los años sesenta, se ve convertido en una nota más de la visión peronista del m undo; un pasa
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Introducción
do gaucho es apropiado, o construido, por am plios auditorios populares, inventando una tradición ajena a aquella que, centrada en los héroes patricios, el Estado proponía. A sí, la política, bajo la form a de la relación con el aparato estatal y con los partidos, las intervenciones de los hom bres de letras, las reinterpretaciones ensayadas por públicos amplios, apa recen una y otra vez analizados en los capítulos que siguen, pero no como factores del todo ajenos al proceso de profesio n a liza ro n , sino entram ados con él. Resultado, entonces, de nuestro quehacer como in vesti gadores y docentes de la universidad pública, tam bién estos trabajos exhiben, in evitab lem en te, los indicios de sus condi ciones de producción, y seguram ente lleven en ellos las hue llas de nuestras propias convicciones acerca de las tareas que nos competen como historiadores, A la vis ta de la agen da de problem as que aquí analizam os, quizá sea ocioso insis tir en que, tal como las concebimos, ellas siguen form ando parte de una em presa cultural cuyo escenario es más am plio que el de la academ ia.
PRIMERA PARTE
1. EL SURGIMIENTO DE LA CRÍTICA Alejandro Eujanian
Desde com ienzos del siglo xx el debate que protagoniza* ron Bartolom é M itre y Vicente Fidel López en los prim eros años de la década del ochenta del siglo a n terior fue concebi do como un punto de inflexión en el desarrollo de la incipien te h istoriografía argentin a, respecto del cual los historiado res consideraron necesario fija r una posición. P a ra aquellos que centraron sus ex pectativas en la profesionalización de la disciplina, M itre parecía ofrecer una altern ativa más ade cuada, fundam entalm ente, por el énfasis que había puesto durante la disputa en la crítica de documentos. A p a rtir de ese m om ento se vu lgarizó la idea de que en la polém ica se había producido el en frentam iento entre una h istoria erudi ta y una historia filosófica ajena a los requisitos de una dis ciplina científica. R equisitos que sólo retrospectivam ente y de m anera anacrónica se podían suponer consensuados h a cia 1880. Adem ás de analizar, una vez más, los tópicos sobre los cuales giró ta l polarización, es nuestra intención determ i nar el rol que la crítica cumplió en el proceso de conform a ción de un campo profesional en la h istoriogra fía a rgen tin a a p a rtir de las ú ltim as décadas del siglo XIX. Concentrarem os nuestra atención, en este capítulo, en la etapa caracterizada por la em ergencia de la crítica historiográfica en nuestro país, que abarca las polém icas que en frentaron a Bartolom é M itr e y Dalm acio V é le z S arsfield en 1864 y la que, en tre 1881-1882, opuso a B artolom é M itre y a 17
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E l surgimiento da la crítica
Vicente Fidel López. N u e stra hipótesis es que fren te a la au sencia de canales académ icos destinados a le g itim a r tanto las obras como a los hom bres que las ejecutaron, la crítica historiográfica se convirtió en el m edio p rivilegiad o para d i rim ir problem as vinculados a la competencia y leg itim id a d de aquellos que com partían el interés pOT dilu cidar hechos del pasado o, con m ayor ambición, desentrañar la tra m a que perm itiera develar la verdad oculta tras esos hechos. En este sentido, las polém icas nos interesan en tanto acontecim ientos a p a rtir de los cuales podemos establecer de qné modo la critica, veh icu lizad a por interm edio de la pren sa prim ero y las revistas culturales luego, se co n vertiría en un eficaz instrum ento de consagración y disciplinam iento que, a la vez que contribuía a fija r las reglas de un oficio y las prácticas que lo regía n , m odelaba la im agen de quien lo practicaba y, en cada uno de esos actos, ella m ism a se cons titu ía y au tolegitim aba. En este sentido, el problem a que es tam os tratando es el que Hayden W h ite denom ina como po líticas de la in terpretación , en tanto lo que estaba en juego en estas polém icas era la au toridad que el h istoriador recla m aba frente a las elites políticas, la sociedad y, tam bién, con respecto a aquellos cuyo campo de estudio com partía, pero fren te a los cuales intentaba afirm ar su preem inencia y sta tu s.1 Por otro lado, la actitud crítica suponía la conciencia, por parte de quien la practicaba y aun de aquel que era re tado por ella y se aven ía a deb a tir en los térm inos propues tos, respecto a p a rticipar de un oficio parcialm ente especia lizado, al que se le atribu ían ciertas reglas para su ejercicio en el marco de prácticas diferenciadas de otras áreas de la producción cultural. Dicho esto últim o, es conveniente precisar los m otivos de la periodización propuesta. U bicar nuestro cam po de re fle xión en la segunda m itad del siglo XIX, rem ite a la ausencia 1. Con respecto a esta concepción de la política de la interpre tación: White, Hayden, “La política de la interpretación histórica; disciplina y desubl imarión”, en E l contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992, p. 75.
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en la prim era m itad del siglo de una h istoriog ra fía propia mente dicha. Ya porque la nación como espacio geográfico, político e ideológico que le otorgue sentido y sirva de guía a la narración de los hechos del pasado era, en su extrem o asertivo, un destino incierto. Ya porque el conjunto de m em o rias destinadas a ju stifica r una trayectoria o los ensayos y fragm entos en los que se instrum entaba una representación del pasado no suponían por parte de sus ejecutores que tales reflexiones les otorgara el carácter de historiadores, ni mu cho menos la conciencia de encontrarse desarrollando un o fi cio particular. Ya, fin alm en te, porque el estar orientadas por el interés de exaltar virtu d es y valores propios de una civ ili dad republicana, por m edio de la evocación de un hecho o personaje determ inado, le otorgaba una funcionalidad inm e diatam ente política que obturaba la posibilidad de concebir la como una obra a la que fu era posible som eter a una críti ca rigurosa de form a, fondo e incluso de estilo.2 En la segunda m itad del siglo XIX, el surgim iento de la crítica histórica estuvo asociada a un conjunto de transfor maciones de la esfera política y cultural. En prim er lugar, la necesidad de dotar de una legitim id ad h istórica y ju ríd ica al Estado nacional, particularm ente después de Caseros, con relación a los estados provinciales y a los países lim ítrofes, contribuiría a otorgar un status social y científico a la histo riografía, al tiem po que esta ú ltim a proveía una norma de realism o tanto al pensam iento como a la acción p olítica.3 En segundo lugar, el Estado actuaba como soporte de una rear ticulación de las relaciones entre in telectu ales y poder polí tico. A n te la ausencia de un mercado consum idor de bienes
2. Qué se le podía reclamar en ese sentido al Ensayo de la his toria civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán> que por encargo de Ftivadavia el deán Gregorio Funes comenzó a publicar en 1816. Tanto el poder que la demanda como su autor pretendían la histo ria al servicio de la acción política. 3. Con relación al proceso de disciplinamiento del discurso histórico y su vínculo con el discurso político en Occidente, véase White, H., op. cit., p. 79.
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El surgí míen lo (la la crítica
culturales y la necesidad de recurrir al empleo público como fuente de ingresos, la posesión de un saber debidam en te es pecializado le perm itía actuar sobre la realidad sin que ne cesariam ente dicha acción fuera concebida como enajenante de la independencia respecto al poder político, que la a len ta ba y justificaba. A l tiem po que el surgim iento de una esfera publica liberal burguesa constituida como espacio de discu sión sustraído a la influencia del poder e incluso crítico de sus actos contribuía a despojar a tas autoridades constitu i das del m onopolio con respecto a la evaluación de las produc ciones culturales.4 En tercer lugar, el surgim iento y consolidación de una conciencia propiam ente h is to r io g r a fía no era ajeno al proce so de constitución de la literatu ra como una esfera particu la r de la producción cultural. En la prim era m itad del sigio, la crítica litera ria estaba orientada a la valoración de la obra en función de principios extra litera rios, siendo la difusión de valores propios de un civism o republicano y la crítica al rosismo los principales objetivos que debían guiar a la lite r a tura, convirtiéndose éste en el principio organ izador de la crítica. De este modo, la literatu ra argentina dejaba de lado el principio de autonom ía de lo estético literario ya presente en un rom anticism o francés que, en más de un sentido, le ha bía servido de m odelo.5 En la segunda m itad del siglo, Juan 4. Al respecto véase Silbato, Hilda, “Ciudadanía, participación política y la formación ele una esfera pública en Buenos Aires, 1850-1880”, en Entrapazados, Revista de Historia, IV, 6, Bs. As., 1994. Sobre la relación entre el surgimiento de la opinión pública y de las instituciones que constituyeron al público como instancia de crítica estética ajeno al poder político, pero también a la mayoría, véase Chartier, Roger, Enpació público, crítica y desacralización en el siglo XV III. Los orígenes culturales de la Revolución. Francesa, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 35. 5. Particularmente en lo que se.refiere al surgimiento de una primera conciencia de escritor en el Río de la Plata, siendo Esteban Echeverría su principal exponente. Véase al respecto Myers, Jorge, “Una genealogía para el parricidio: Juan María Gutiérrez y la cons trucción de una tradición literaria”, en Entre pasados. Revista de
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M aría G u tiérrez fue quien estim uló el su rgim iento de la crí tica litera ria como una disciplina basada en la investigación y recolección de documentos que perm itieran reconstruir la historia de la literatu ra ya no en función de dichos condicio n a m ie n to s .A s i, paralelo al surgim iento de una h istoria na cional, la crítica priorizaba una lectura basada en la idea de unidad y continuidad desde la colonia al presen te — am orti guando incluso el antihispanism o como criterio de j u i c i o ofreciendo la im agen de un proceso, en el que el carácter na cional de la literatu ra se encontraba tem pranam ente expre sado en la etapa prerrevolu cion aria.7 A p a rtir de Pavón, con el surgim iento a la vid a pública de la segunda generación ro m ántica y, particularm ente después del ochenta, en el con texto del naturalism o y luego, hacia fin es de siglo, con el au ge del m odernism o, al tiem po que la literatu ra se desem ba razaba de aquel m andato, dejaba abierto el camino para la diferenciación respecto de una h istoriografía cuyo estatuto residía en asum ir aquella función que la litera tu ra com enza ba a dejar de lado. En este marco, nos proponemos entonces a n aliza r las dos polém icas más im portantes desde el punto de vista historiográfico durante el período de la organización nacional. Más estudiada la segunda que la prim era, creemos im por tante pensarlas como dos momentos de un m ism o proceso en el que podemos encontrar continuidades, pero tam bién des plazam ientos cuyo sentido será preciso in d agar con el fin de determ in ar en qué m edida la crítica h istoriográfica contribu-
Hisloria, año 3, N* 4-5, Bs. As., fines de 1993, pp. 71-72; Sarlo Sabajanes, Beatriz, Juan María Gutiérrez: historiador y crítico de nuestra literatura, Bs. As., Editonal Escuela, 1967, p. 43 y ss. 6. Gutiérrez legitima una posición que privilegia la autonomía de lo estético literario; cfr. Myers, op. cit., p. 75. Por su parte, Bea triz Sarlo lo ubica como el primero en sentar las bases de una lite ratura nacional, op. cit., p, 9. 7. En este sentido, la historia de la literatura de Gutiérrez es, a Ja vez, nacional y didáctica. Véanse Sarlo, op. cit., p. 135; Myers, J., op. cit., pp. 79-81.
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yó a la especialización de la disciplina histórica respecto de otras ramas del conocim iento, particularm ente en relación con la literatu ra; a la fijación de las reglas y prácticas del trabajo del historiador; a la definición de form as de autorrepresentación en relación con la disciplina y con su función como historiador; y fin alm en te, a consolidar un espacio pa r cialm ente diferenciado del campo político, verificando la existencia de puntos de fricción en aquellas zonas en las que códigos, conductas y prácticas se superponían.
M itre y Vélez S arsfield : interpretaciones en pugna D esarrollada en tre quien en ese momento era presiden te de la Nación y su m inistro de Hacienda hasta 1863, la po lém ica entablada en tre B artolom é M itre y D alm acio V élez Sarsfield en las páginas de la prensa rem ite desde el inicio a un espacio público acorde con las p rerrogativas de sus prota gonistas.8 El propio B artolom é M itre resume cuál es el objeto de la refutación con la que V éle z Sarsfield, desde el periódico E l N a cio n a l, pretendía poner en tela de juicio la interpretación m itrista sobre los sucesos revolucionarios, tal como éste los había presentado en su H is to ria de B elgrano, de la que en 1859 se había publicado la seguiída edición. En prim er lugar, 8, El debate se realiza en dos diarios porteños. E l Nacional, donde Vélez Sarsfield publicará, con el título de “Rectificaciones históricas”, dos artículos críticos sobre ciertas aseveraciones de M i tre en la 2® edición de la Historia de BuIgra no de 1859, respecto al papel desempeñado por los pueblos del interior en las guerras de la independencia. En tanto que las respuestas de) general Mitre, en tonces presidente de la Nación, serán publicadas en el diario N a * ción Argentina, con el título de “Estudios históricos: Belgrano y Güemes”. Luego sucederán como una segunda parte del debate dos artículos más de Véle 2 Sarsfield: “Contestación a los artículos pu blicados por el autor de la Historia de Belgrano”. A continuación y cerrando la polémica, Mitre responderá con sus “Ilustraciones com plementarias’1.
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que B elgrano habría calumniado a los pueblos del interior, y partí cul armen te a Salta y Tucumán al aseverar que la causa revolucionaria había a llí decaído en el año 1812 cuando se hacía cargo del E jército del N orte. En segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, que no fue el general B elgrano el que habría vuelto a encender el fuego de la revolución, no só lo por ser desconocido en esos pueblos, sino tam bién por su carácter despótico y antidem ocrático que lo hacía incapaz de encabezar partidos revolucionarios. En tercer lugar, que fu e ron los pueblos y no los jefes revolucionarios quienes dieron impulso a la m ism a, siendo los prim eros corregidos en sus errores y arrastrados hacia un destino que no soñaban. En cuarto lugar, que el general Güemes no debía ser homologado con la figu ra del caudillo, calificación que V élez Sarsfield con sideraba injuriosa, sino parangonado con B olívar o San M a r tín, en este últim o caso por su desobediencia a poner el ejér cito que comandaba al servicio de la guerra civil, decidiendo, en cambio, hacer fren te al ejército español. En quinto lugar, que las Provincias del N orte se encontraban en 1812 en con dición de resistir al ejército enemigo, como lo hicieron en 1817, aun prescindiendo de la asistencia de B elgrano.9 El problem a, tal como lo planteaba V éle z Sarsfield, se encontraba centrado en la interpretación de los hechos, y so metido al régim en de la doxa antes que a una contraprueba de carácter documental. En este sentido, lo que se hallaba en discusión era el papel desempeñado por las provincias en la gesta revolucionaria y, por añadidura, el rol de las m ism as en la definición del sentido de la nación. De este modo, B el grano y Güemes, como figu ras arquetípicas de la tensión en tre nación y provincias, representaban una tensión aun más profunda anclada en la dicotom ía entre elite dirigen te y pue blo. La intención de V éle z Sarsfield será la de sobreponer el protagonism o del segundo a las ideas y acciones del prim ero con el objetivo de contrarrestar los efectos nocivos resultan 9. Mitre, Bartolomé, “Estudios históricos, Belgrano y Güe mes”, en Obran completas, vol. XI, Bs. As., 1942, pp. 271-272. (En adelante, Mitre, B., OC, N 5 de página.)
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E l surgí mi en lo de )a crítica
tes de los postulados propuestos por M itr e en la H isto ria de Belgrcino: “ Pero ahora para crear héroes con atributos que nunca tu vieron, es preciso infam ar a los pueblos y dar el mé rito de los hechos a hom bres muy dignos por cierto; pero que lejos de a rra strar a las poblaciones con su palabra o su con ducta fueron arrastrados por ellas y obtuvieron resultados que ellos mismos no esperaban” .10 La acusación de V élez Sarsfíeld ponía en evidencia que Belgrano no era una personalidad que en ese m om ento con citara dem asiada atención pública. Pero era precisam ente en su elevación al carácter de héroe colectivo en donde residía la m ayor virtu d de la b iografía escrita por M itre. En él había hallado a una de las pocas figuras de la gesta revolucionaria que quedaba indem ne de la crítica postum a y cuyo carácter nacional radicaba en la im posibilidad de que fuese apropia do por una sola facción a diferencia del resto de las figuras que poblaban la G a lería de los hom bres célebres.11 Por otro lado, era claro que el autor de la crítica no se presuponía como un historiador sino en cambio como un hom bre público que legítim am en te d efen día una in terp reta ción a lte rn a tiva de los sucesos. Como con tra figu ra es in tere sante evalu a r e! lu ga r en el que el “h is to ria d o r” se colocaba pava su respuesta. M itre asumía a llí tres roles diferenciados por los objetivos que se im ponía en cada uno de ellos así co mo por las regla s que los regían y que, sin em bargo, apare cían representados como una totalidad carente de fisuras. Como estadista, incorporará a Sarm iento y a A lberd i al de bate como los representantes de dos escuelas históricas que han fijado su posición en este punto atribu yendo en el p ri
10. Vélez Sarsfíeld, Dalmacio, “Rectificaciones históricas: Bel grano y Güemes”, en Mitre, B-, OC, 421. 11, La primera edición fue escrita para la Galería de celebrida des argentinas: biografías de los personajes más notables del Río dv la Plata de 1857 y se tituló “Biografía de Belgrano” . Junto a ella aparecían estudios sobre San Martín, Mariano Moreno, el deán Fu nes, Bernardino Rivadavia, José Manuel García, el almirante Brown, Florencio Varela y Juan La val le.
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m er caso todo el m érito a la “ m inoría in teligen te” y en el se gundo, al pueblo.12 F rente a estas posiciones que ju zgaba extrem as, M itre proponía una “ju sticia distrib u tiva ” consis tente en dar a cada cual el valor que tuvieron en el desarro llo de los sucesos. Así, m ientras la razón y la fu erza serían las arm as con las cuales las elites im ponían la dirección a los sucesos, el “ in stin to” del pueblo "inoculaba su varonil aliento a la revolución” . Como h istoriador y hombre de le tras, la elección del género biográfico, para un texto que ori ginalm ente estaba dedicado a form ar parte de un volumen colectivo dedicado a resaltar las virtu d es de un conjunto de hom bres célebres, lo habría condicionado no a olvidar al pueblo sino en todo caso a prescin dir de su protagonism o en el relato. Finalm ente, como político, el p riv ileg io del héroe sobre el pueblo en la narración estaría ju stificado por la in tención de despertar el sentim iento nacional que en 1858 veía am ortiguado por la división de los pueblos, dotando de ese modo a la nación de una raíz gen ea ló gica .13 El héroe ele gido venía a expresar así tanto el espíritu dem ocrático y r e publicano como el sentim iento nacional sobre el cual se asentaba la suprem acía de la nación con relación a las pro vincias y, por este camino, la de la propia Buenos A ires y de la burguesía porteña sobre el resto de los estados y burgue sías provinciales. En el marco de un Estado en proceso de organización, so metido aún a la am enaza de los poderes provinciales que trascendía el debate historiográfico, las interpretaciones en pugna reclam aban un soporte ju ríd ico que sólo los archivos, entendidos como m em oria pública del Estado, podían otor garle. Tam bién en este caso, M itre es a un tiem po historia dor y hom bre de Estado. Puesto ya en evidencia el papel que desempeña la in ter pretación del pasado como núcleo central del debate, la discu sión se desplazaba al problem a de la verdad y en consecuen cia al rol de los documentos en su doble faz constructiva y de 12. Mitre, B., OC, 276. 13. Ibíd., 363.
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m ostrativa de los argum entos en pugna. En este punto, V élez Sarsfield, al cuestionar tanto los documentos oficiales como las m em orias de los protagonistas que M itre u tilizab a co mo principal sostén de sus afirm aciones, por considerar que en ellos nunca aparece la verdad histórica,14 dejaba el cam i no abierto al autor de la H istoria de B elgrano para hacer ga la de su erudición contradiciendo cada afirm ación de su criti co con nuevos testim onios y documentos. Es precisam ente la ausencia de prueba y documentos la que descalificaba, para M itre, la interpretación de los suce sos propuesta por V éle z Sarsfield y con ella, su legitim id ad como crítico. A sí contrapondrá a esa “h istoria h ip otética” , basada en rem iniscencias vagas y recuerdos incom pletos, una historia real y positiva basada en una a m p lia base docu m ental som etida a una rigurosa critica h istórica.15 M itre dirá fin alm en te que las aseveraciones y ju icios de su oponente “ no tienen más fundam ento que su palabra anó nim a y d esau torizad a” .16 En efecto, la firm a como símbolo de autoridad constituyó la últim a arm a usada por M itre para su autoafirm ación y la descalificación de su oponente. La au sencia de firm a en los prim eros dos artículos de V élez Sars field dejaba un vacío al que M itre apelará como m ecanism o de negación al citarlo una sola vez en su respuesta y luego d irig irse a él como "ilustrado escritor” o “ escritor anónim o” . Cuando V éle z S a rsfield , en el segundo capítulo de sus “ R ec tificaciones” coloque el nombre al pie y se dirija a M itre co mo el “h istoriador de B elgrano", “ su h istoria d or” , “hábil his toriad or” , pondrá las cosas en el terreno que M itre quería ubicarse, el del historiador que con su autoridad discute con un pensador cuyo m áxim o título es el de conocedor de las co sas y los hom bres de la revolución.17 D e este modo, M itre lo 14. Vélez Sarsfield, D., op. cit., p. 416. 15. Mitre, B., OC, 273 y 291. 16. Ibíd, 17. Mitre, B., OC, 357, El segundo capítulo en lo que respecta a Vélez Sársiíeld apareció con e] título de “Contestación a los ar tículos publicados por el autor de la Historia de Belgrano, por lo
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graba sición m ites ción y
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en et debate construir su autoridad no en base a la po que ocupaba en la escena política sino dentro de los lí de una labor basada fu ndam entalm ente en la v a lo ra crítica de documentos históricos.18
Mitre y López: In animo et factis D iecisiete años después, la polém ica que entablaron Bartolom é M itre y Vicente Fidel López en tre 1881 y 1882, considerada por diversas razones como el m om ento fundacio nal de la h istoriografía argentina del siglo xx, se insertaba en un contexto social, político e h istoriográfico diverso del an terior.ia que respecta al Genera) Güemes”, en Mitre, B., OC, 442*453. 18. Dejamos de lado por el momento un aspecto sobre el cual Eduardo Hourcade ha llamado la atención al analizar los cambios que sufre el relato de Mitre al referir un mismo hecho histórico se gún sea su soporte el libro o el diario. Véase Hourcade, Eduardo, “Del diario al libro. Episodios trágicos de la revolución en la pluma de Mitre”, en Estudios Sacíales.. Revista Universitaria Semestral, año V, N- 8, Santa Fe, l s semestre de 1995, pp. 161-170. 19. Iniciada a partir de las críticas que López dirige a la Histo ria de Belgrano y de la independencia argentina, de Bartolomé Mi tre, en su introducción a la Historia de la revolución argentina. Des de sus precedentes coloniales hasta el derrocamiento de la tiranía en 1S52 (1881), tuvo por parte de su autor una respuesta inmediata. El medio elegido por B. Mitre fue la Nueva Revista de Buenos Aires, pa ra continuar luego en la sección literaria del diario La Nación. Reu nidas, fueron editadas en un volumen titulado Comprobaciones his tóricas, a propósito de la historia de Belgrano (1881), A ésta sucedió la respuesta de López, Debate histórico. Refutación a las comproba ciones históricas de la historia de Belgrano (1882, usaremos la ver sión de La Facultad, 1916), y finalmente, Nuevas comprobaciones históricas, a propósito de historia argentina (1882), Para las Com probaciones usaremos la versión de Bartolomé Mitre, Obras comple tas, vol. X, Bs. As,, 1942. Las referencias a esta última aparecerán citadas según las abreviaturas ya establecidas en la nota 9 de este capítulo.
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El surgimiento ciu la critica
En prim er lugar, rem ovidos los últim os obstáculos para la d efin itiva consolidación de) Estado nacional y, al propio tiem po, fijado el consenso respecto al futuro deseado y el ca m ino que debía recorrerse para lle g a r a él por parte de la burguesía liberal, la h istoriografía otorgaba legitim id ad ju r í dica e ideológica en este debate al dejar fu era de discusión un aspecto central en 1864.2(í La tesis sobre la “preexisten cia de la nación” y, por lo tanto, la de su preem inencia sobre los estados provinciales, se convertía, no sólo en este m o m ento sino tam bién, salvo excepciones, para la h istoriogra fía posterior, en una suerte de sentido común liistoriográíico que quedaba fuera de cualquier disputa.21 20. Mauricio Tenorio, tomando como base la distinción pro puesta por Tulio Halperín Donghi entre el liberalismo argentino y mexicano en E l espejo de la historia. Problemas argentinos y pers pectivas latinoamericanas. Bs. As., Sudamericana, 1987, ubica el debate en el marco de un homogéneo consenso ideológico de los li berales argentinos propiciado por una más clara conciencia de sus intereses de clase en comparación con la burguesía mexicana. Cfr. "Bartolomé Mitre y Vicente Pide! López. El pensamiento historiográfico argentino en el siglo XIX”, en Secuencias. Revista de Histo ria y Ciencias Sociales, 16, Nueva Época, México, Instituto Mora, enero-abril de 1990, p, 120. 21. En efecto, las voces discordantes de Leandro N. Alem, en la legislatura bonaerense, y de Francisco Ramos Mejía, en El fede ralismo argentino, no por insolventes aunque tal vez sí por inopor tunas, tuvieron escasa repercusión. Al respecto: Buchbinder, Pablo, "La historiografía rioplatense y el problema de los orígenes de la nación”, en Cuadernos del CLAEH, año 19, N,J69, 2“ serie, Monte video, 1994. Por otra parte, la revisión que desde el constituciona lismo argentino de comienzos de siglo se hace respecto al rol de los caudillos y tas provincias integrándolos en et proceso de constitu ción de la nación tampoco parece invalidar la tesis sobre la preexis tencia de la nación, ni contradecir esencialmente el lugar que M i tre había juzgado necesario reconocerle a partir de 1820. Nos apo yamos en los trabajos de Chiaramonte, José Carlos y P, Buchbin der, “Provincias, caudillos, nación y la historiografía constitucionalista argentina” , en Anuario 7, Tandil, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires; Zimmermann, Eduardo y
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En segundo lugar, ninguno de los protagonistas, aun conservando cierto prestigio obtenido en batallas del pasado, ocupaba un lu ga r prom inente en la escena política. Pa rticu larm ente B artolom é M itre, quien, derrotado en 1874 y com prometido en el fru strad o levan tam ien to del gobernador de Buenos A ires Garlos Tejedor en 1880, era menos el hom bre al que el destino había otorgado el papel de organ izar el Es tado poniéndole fin a la era de las guerras civiles, que el ú l timo obstáculo para encauzar institucionalm ente el país. Por su parte, López, luego del ostracism o del que fue víctim a por parte de la opinión porteña, que vio reflejada su posición pro-urquisista en los debates en torno al acuerdo de San N i colás, tendrá por interm edio de su labor intelectual y acadé mica a p a rtir de 1868, y por los lazos que entabla con la ju ventud reform ista a tra vés de su hijo Lucio V. López, la posi bilidad de recuperar algo del p restigio perdido.22 Serán estos factores, antes que sus ideas políticas o interpretaciones historiográficas, los que contribuirán a ubicar a López en un lu gar más cómodo en la escena política que el que en ese m o mento ocupaba su oponente. El im pulso por parte de Pellegrini y Aristóbulo del Valle de lograr un subsidio destinado a auspiciar la continuación por pa rte de López de su H isto ria de la R epú blica A rgen tin a , no sólo anunciaba hacia qué lado se inclinaba ahora la balanza, sino tam bién la fuerte im b ri cación en tre poder político y campo intelectual, y la inclina ción del prim ero a entrom eterse en una disputa que hasta el momento había estado contenida en el fuero cultural, P ero esta decisión no im plicaba desde ningún punto de vista una apuesta a encontrar en López una altern ativa a la im agen del pasado que M itre había ofrecido, sino, en todo caso, a es tim ular desde el espacio político la consagración de Lóp ez coErnesto.Quesada, "La época de Rosas y el reformismo institucional del cambio de siglo'’, en La historiografía argentina e n el aiglo X X (I), Bs. As., CEAL, 1993, p. 23 y ss. 22. Lettieri, Alberto, Vicente Fidel López: La construcción hiatórico-política de un liberalismo conser vador, Bs. As., Biblos, 1995, p. 35 y ss.
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E l surgí míenlo de I b crítica
mo el historiador de la nación en contraposición a quien en ese m om ento era su adversario político.28 En tercer lugar, no era ahora la prensa el soporte m ate rial de la disputa ni tam poco el público al que ella in terp e la ba el sujeto que se pretendía leg itim a n te de los argum entos. L a elección del libro y la N u eva Revista de Buenos A ires des de el punto de vista de lá forma, las aproxim adam ente 1600 páginas, que en conjunto componen el debate, la m ayor eru dición, las volum inosas citas, las referen cias cruzadas y, m u chas veces, oblicuas, desde el punto de vis ta del contenido, condicionaban sus posibilidades de circulación en una opi nión pública cuyo acceso al debate suponía el p a rticipar de ciertos códigos y hábitos de lectura, propios de una discipli na que com enzaba a m ostrar rasgos de especificidad. M itre, quien había elegido para iniciar su respuesta a López una rev ista cultural a la vez que se lam entaba por deber prose g u irla en la “ sección litera ria " de L a N a ció n , ju stificaba su prim era elección por entender que el “ público selecto” por el que ella circulaba era el más adecuado para la repercusión que él esperaba para el debate.24 Por otro lado, si el m edio y la posición de los contrincan tes en el debate con V élez S arsfield refería a una tribuna pú blica, en este caso, si bien no estaba totalm ente ausente la aspiración de in terven ir en ese espacio, ella se encontraba condicionada por su participación en tanto historiadores. Si ello era así, era porque López, a d iferen cia de V élez Sarsfield , no estaba dispuesto a ceder en ningún m om ento a M i tre el lu ga r del historiador en la contienda. 23. Respecto a las diferencias políticas entre ambos historiado res y sus vínculos con las representaciones del pasado que susten taban, véase Lettíeri, A., op. cit,; Natalio Botana ve allí diseñados los que denomina dos liberalismos posibles, democrático el primero y conservador el segundo, en La libertad política y su historia, Bs. As., Sudamericana, 1991. En tanto, Mauricio Tenorio ha extrema do el paralelismo con el mundo político inglés al que el propio Ló pez hace referencia para representarlo como exponente de un “des potismo Whig con espíritu romántico”, op. cit., p. 99. 24. Mitre, B., OC, 14.
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Sin em bargo, señaladas estas diferen cias y tom ada la polémica como un enfrentam iento en tre una historia filo só fi ca o “h ip otética” , como prefiere M itre ,25 fre n te a una h isto ria en la que no se daba un paso sin el aval de los documen tos,26 carece de originalidad y no ju stifica el carácter fu nda cional que le ha atribuido la h istoriog ra fía contem poránea.27 Ambos, a su tiem po, intentaron despegarse de las consecuen cias de dicha oposición. Contra la acusación de López de que él hacía una historia carente de filosofía , M itre responderá que era precisam ente la filosofía de la historia la que le per m itía encauzar los hechos con su m oral y su estética, perm i tiendo establecer el enlace en tre los hechos, su orden sucesi vo, su sim ultaneidad y su dependencia recíproca.28 Tam poco López estaba dispuesto a ceder ante la acusación de que ha cía historia sin documentos. P o r el contrario, desde la “ In tro ducción’' in ten taría dem ostrar que era precisam ente la m ala transcripción de los documentos o los errores cometidos en la tarea de interpretación o traducción, lo que habría inducido al historiador de B elgrano a equivocaciones en la valoración de hechos y personajes del pasado. P a ra López, M itre no era más que un “ im provisador” .29 Es éste un hecho no valorado y que sin em bargo es cen 25. Mitre no acepta el ataque de López respecto a que su his toria carece de filosofía; por el contrario, destaca que sin filosofía no puede escribirse la historia, pero sin documentos no es posible escribir su filosofía. Por ello, señala que López más que historia fi losófica basa su teoría en hipótesis y conjeturas, eri OC, 330. 26. Mitre, B., OC, 15. 27. En efecto, Mitre había colocado la distinción en este terre no ya en el debate que analizamos anteriormente. Por otro lado, además de la dimensión europea de la discusión, tanto en el Brasil como en Chile, a través del debate Bello - Lastarria de 1844, la dis cusión estaba claramente planteada. Al respecto, cfr. Rivas, Ricar do, Historiadores del siglo X IX y la historia d e América, en EstudiosInvestigaciones, Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educación, U. N. de la Plata, N s 26, 1995, p. 52 y ss. 28. Mitre, B., OC, 328. 29. López, V. F., Debate histórico, op. cit., p. 39.
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