Políticamente incorrecto: razones y pasiones de Néstor Kirchner [1 ed.]
 9789876272681, 9876272683

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Razones y pasiones de Néstor Kirchner

POLÍTICAMENTE INCORRECTO Razones y pasiones de Néstor Kirchner

POLÍTICAMENTE INCORRECTO Razones y pasiones de Néstor Kirchner

. AL.BERTO FERNÁND~EZ

~~~ tu'{,~ie.rte Donde

A\oS .

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Barcelona. Bogotá. BucnosAires.Caracas.Madrid .México D.F. • Mon[evideo .Miami .Santiago de Chile

Fernández , Alberto Primer Kirchnerista. - 1a ed. - Buenos Aires : Ediciones B, 2011. 304 p. ; 15x23 cm. ISBN 978-987-627-268-1 l. Ensayo Polftico. J. Título CDD 320

Diseño de portada e interior: Donagh 1Matulich

Políticamente inco~rectÓ Alberto Fernándcz 1" edición © Alberto Fernándcz, 20 11 ©Ediciones B Argentina SA., 2011 Av. Paseo Colón 221, piso 6- Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina www.edicionesb.com.ar

ISBN: 978-987-627-268-1 Impreso por Printing Books, Mário Bravo 835, Avellaneda, en el mes de diciembre de 2011. Queda hecho el depósito que establece la Ley -11.723. Libro de edición argentina. No se permite la reproducción total o pascial, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la rransfonríación de este libro, ' en cualquier forma o por cualquier rJ:~edio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo "y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

A Néstor Kirchner. In memoriam.

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PRÓLOGO

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Este no es para mi tan solo un libro. Encierra un enorme significado en tanto supone el cierre de una etapa en mi propia vida. Como toda fase que concluye conlleva reflexiones y desafíos. Reflexiones que ayudan a acumular críticamente la experiencia y desafíos que asoman ante un futuro siempre impredecible. Por las circunstancias que se viven en nuestro país, no ha sido sencillo para mí determinar la fecha de su publicación. Si bien concebí la idea de escribirlo a los pocos días de dejar mi cargo en el gobierno nacional, la decisión de contar algunos episodios que involucran hechos recientes, me exigió explayarme respetando ciertas premisas que me autoimpuse. Así, quise que nada de lo aquí relatado pudiera. ser utilizado con el objeto de poner en crisis un proceso político del que fui uno de sus fundadores y al que aún hoy, marcando mis diferencias, sigo perteneciendo para el pesar de algunos. Es cierto que la historia se reescribe continuamente. En ese juego dinámico siempre asoman voces especuladoras que se apropian de los hechos como si hubieran sido sus protagonistas. En contrapartida, hay otros que sintiéndose responsables por haber estado en el centro de la escena, manipulan el pasado para poder adaptarlos a sus necesidades políticas del presente. Unos y otros acaban siempre por tergiversar la realidad. He cuidado que nada de eso ocurra en este trabajo. Haber dejado que el tiempo transcurra, ha servido finalmente para atemperar las pasiones. Con la máxima prudencia he intentado recorrer un período de nuestra historia del que he sido un actor central. He cuidado ser rico en detalles y anécdotas tratando de ilustrar mejor las circunstancias que rodearon los hechos de esta historia y he buscado no perder

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de vista el análisis reflexivo preservando el absoluto apego a los sucesos tal como verdaderamente acaecieron. Yo he sido protagonista privilegiado de un maravilloso período del cual quiero dejar testimonio. Hay en él muchísimas enseñanzas y experiencias de las que no puedo adueñarme. Pretendo mostr~r un lado del poder que muy pocos atienden y en el que transitan seres humanos que deciden sin lograr escapar a sus fortalezas y debilidades; a sus dudas y a sus convicciones. He puesto en este trabajo la mayor honestidad intelectual evitando que los ardores del presente me hicieran perder la necesaria objetividad que la labor reclama. Con todo el dolór que lleva consigo decir estas palabras, hoy Néstor Kirchner ya no está entre nosotros. Fue mi amigo y mi jefe político, y cuando fue Presidente tuvo la generosidad de elegirme para ocupar el cargo público de más responsabilidad y más próximo a él durante todo su gobierno. Cada palabra y cada acción suya, se impregnaron en mi para que pudiera entender mejor el arte de la construcción política y la complejidad que conlleva la administración de la cosa pública. Cuando este libro sea publicado, Cristina estará finalizando su primer mandato como Presidenta y se aprontará a asumir su segunda presidencia por decisión de los argentinos. Durante los primeros siete meses y medio de esa gestión que estará concluyendo, fui su Jefe de Gabinete de Ministros. Ella ha debido afrontar situaciones muy difíciles a lo largo de ese tiempo que la obligaron a reorganizar s~ gobierno y a elegir nuevos colaboradores para trabajar en su más estrecha confianza. A pesar de las diferencias que nos han distanciado y que han sido públicas, tengo por ella respeto por su condición política. También le reservo el afecto que uno guarda para aquél con quien alguna vez protagonizó una etapa' importante de la vida. Este trabajo que hoy concluye no hubiera sido p.osible sin el aporte de muchos que me ayudaron a hacerlo o me dieron ánimo cuando la ingratitud de algunos me desalentaban. No lo hubiera iniciado sin el impulso leal que siempre me brindaron Claudio Ferreño, Carlos Lorges, Cristian Asinelli y muchos otros compañeros de militancia. No hubiera logrado el exacto equilibrio sin el aporte siempre reflexivo de Vilma. No hubiera podido terminarlo de otro modo que no hubiera sido sustrayéndole tiempo que Estanislao merecía. No hubiera tenido la calidad gramatical que tiene, si Ana Galán no hubiera hecho su aporte con una paciencia casi infinita.

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Un nuevo gobierno se inicia y también una nueva etapa· para la Argentina. Este libro habla de lo que ya pasó. Lo que viene es parte del desafío que enfrentamos los argentinos. Como militante que soy, esos tiempos que vienen me encontrarán en el debate público y en la construcción política. Pondré en ello la pasión, dedicación y esfuerzo que Kirchner supo inyectar en mi alma. Buenos Aires, octubre de 2011

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INTRODUCCIÓN 1883

No dormí bien aquella noche. Un malestar persistente perturbó mi sueño. Hoy sé que ese desasosiego se debía a la sensación, todavía no consciente pero claramente instalada en mi ánimo, de que estaba cerrando un capítulo de mi vida sin tener certezas aún de lo que se avecinaba. En esa mezcla penumbrosa y alerta de la vigilia pude repasar lo ocurrido en cinco días interminables. O, tal vez, en cuatro meses interminables, no estoy seguro. En cualquier caso, sentía que durante mucho tiempo había estado atrapado en un debate perpetuo, casi infinito. Días o meses -da igual- en los que todos los argumentos y todas las acciones habían quedado enredados en una madeja que, al desenrollada, exhibía con crudeza que aún el más sólido de los fundamentos de las decisiones adoptadas por el gobierno había sido devorado por la confrontación y la incomprensión. La noche del 23 de julio de 2008 se cumplía el día mil ochocientos ochenta y tres de mis funciones como Jefe de Gabinete de Ministros de la N ación. Había llegado al cargo con cuarenta y cuatro años, menos kilos y menos canas, y había logrado el ínfimo récord de ser el único que en esa función acompañó a un Presidente durante todo su mandato. También, el de haber sido el Jefe de Gabinete de dos presidentes. Asumí las tareas cargado de ilusiones por cambiar la realidad agobiante que se vivía. Creí tener fuerza, vocación e ideas para colaborar con Néstor Kirchner en la construcción de una Argentina doblegada por una crisis política, económica y social que no reconocía parangón en la historia nacional. Fueron días en los que el grito "que se vayan todos" resonaba aún en los pueblos más alejados de nuestro país. La desconfianza hacia la política y los políticos era constante. El descreimiento en el sistema judicial, fundado en la existencia de una Corte

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Suprema con "mayoría automática" que invariablemente acompañaba al poder, minaba toda decisión institucional. Peor aún: los jerarcas militares culpables del terrorismo de Estado que tUvQ lugar entre 1976 y 1983 estaban cerca de materializar un plan que les garantizaba la impunidad por sus crímenes aberrantes. En aquel mayo de 2003, cuando asumimos nuestras funciones, casi seis de cada diez argentinos eran pobres. Uno de cada cuatro compatriotas no tenía un trabajo que le proporcionara el sustento para él y su familia. Argentina, en default, 'había dejado de cumplir sus obligaciones financieras con el mundo. Las reservas monetarias solo representaban ocho mil millones de dólares. Nuestra deuda externa era equivalente al150 por ciento de nuestro Producto Bruto Interno (PBI). Mil ochocientos ochenta y tres días después, la Argentina era distinta. Habían disminuido sensiblemente la pobreza y la desocupación. Nuestra deuda externa estaba regularizada y se había vuelto sostenible económicamente. Durante cinco años logramos que nuestra economía creciera a un promedio del orden del ocho por ciento anual. Renovamos la Corte Suprema de Justicia integrando; en un proceso participativo y plural, a juristas de calidades técnicas y mor~les intachables. Y, además; pudimos romper el cerco de impunidad que los genocidas establecieron en torno a ellos. Había, claro está, muchas deudas pendientes, pero el balance era claramente positivo. A pesar de los logros, a pesar de los gigantescos cambios realizados, esa noche no podía dormir. Sentía que estábamos dilapidando una parte de lo mucho y valioso que habíamos construido durante ese tiempo. El miércoles anterior, el16 de julio de 2008, se había desarrollado un extenuante debate en el Senado Nacional. Fue la última jornada de una larga discusión parlamentaria que, en su conclusión, echó por tierra nuestra propuesta de aplicar derechos de exportación móviles sobre los gtanos. El voto "no positivo" del vicepresidente de la Nación, Julio Cobos, le infligió al gobierno una herida profunda y lo dejó sumido en una enorme confusión. Muchos sentimos que esa nueva y difícil realidad política nos señalaba un punto de inflexión, exigiéndonos otra mirada hacia el futuro, que diera cuenta de las demandas, los reclamos y los enojos que nos transmitía una parte importante de la sociedad, y que, en alguna porción no despreciable, se correspondía con nuestros votantes. Otros, muy confundidos por la coyuntura; creían que la realidad había puesto un punto final a nuestro proyecto. Finalmente, también asomaron quienes sostenían que, a partir de la crisis, los enfrentamientos debían

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profundizarse hasta la contradicción extrema, para capitalizar más voluntades, en un escenario cuya polarización debíamos forzar. Revisé una y otra vez lo sucedido y me convencí más aún de la necesidad de introducir cambios y atender la demanda social respecto de la forma de encarar nuestro gobierno. En ese repaso hacia atrás pude ver cómo se habían construido héroes entre un conjunto de opacos dirigentes rurales devenidos, repentinamente, paladines de la lucha popular; cómo, mientras cruzaba el país de este a oeste, un vicepresidente era vitoreado en cada pueblo por haber votado en contra del proyecto de la Presidenta a la que había acompañado en la fórmula presidencial nueve meses antes; vi opinadores interesados proclamando el triunfo de la República porque se había frustrado la posibilidad de aplicar mayores tributos a la renta extraordinaria provocada por el alza excepcional de los precios internacionales de los granos. Y vi cómo una gran parte de la dirigencia autodefinida como progresista, en unión con los sectores más reaccionarios de la sociedad argentina, celebraba el daño asestado al gobierno. También pude ver el enojo genuino y profundo de muchísima gente, incluso de quienes nos habían votado. Era gente que reclamaba el fin de la disputa entre el gobierno y la dirigencía rural porque deseaba la pronta recuperación de la tranquilidad alterada en los días del conflicto; gente común que llamaba la atención, entre otras cosas, sobre la suba de los precios y la credibilidad del INDEC y que cuestionaba, al mismo tiempo, las formas que el gobierno utilizaba para realizar su labor y su construcción política. Entendí que ese malestar de un sector importante de la sociedad explicaba en parte la algarabía de muchos ante la derrota oficialista en el debate sobre las retenciones móviles. No se trataba solo de una discusión sobre la imposición de derechos de exportación; eso solo no podía explicar la dura caída de la imagen del gobierno y de la Presidenta enfrentada a los sectores de más altos ingresos del país por una cuestión tributaria. Tampoco explicaba que quienes no eran alcanzados por esos tributos estuvieran en las calles golpeando las cacerolas. Había, en mi opinión, un fuerte reclamo al gobierno, que excedía la coyuntura, y nosotros debíamos dar cuenta de ello. Néstor y Cristina tenían una mirada y una interpretación distintas y los enojaba mi vocación de revisar lo hecho y de hacer autocrítica, así como mi insistencia en introducir modificaciones en el elenco del gobierno y en la forma de afrontar el debate público. Siempre creí que en la actividad política uno debe permanecer en un alto cargo en tanto comparta, con los máximos responsables políticos,

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los objetivos buscados y los métodos de esa búsqueda. De otro modo se les quita legitimidad a los roles que se ejercen y se vulnera ética y moralmente a quien acepta esas condiciones. Con conciencia plena de nuestras diferentes miradas sobre el momento que estábamos viviendo, no creí conveniente seguir adelante como Jefe de Gabinete. Por un lado, yo hacía una lectura distinta de la de la Presidenta y, al mismo tiempo, tenía la convicción de que era necesario transitar un camino diferente del que se estaba tran·sitando. Esa noche tomé la decisión de renunciar. Supe que ya no existiría mi día mil ochocientos ochenta y cuatro como Jefe de Gabinete de Ministros y este libro, aunque entonces no pudiera ni siquiera imaginarlo, nació en aquella madrugada de inquietud insomne. Alberga instantes de mi vida que se han vuelto imborrables en mi memoria. No tiene otra aspiración que convertirse en un testimonio de un tiempo de nuestra historia reciente contado de un modo personal, aunque objetivo. En el poder solo hay gente. Hombres y mujeres. Con sus fortalezas, debilidades y miserias. Este libro no juzga. Solo cuenta cómo ocurrieron los hechos y cómo fueron las reacciones humanas ante los múltiples dilemas que los hOmbres y las mujeres enfrentan cuando acceden al lugar donde se toman las decisiones públicas. Tengo la certeza de haber participado, acompañando a N éstor Kirchner, en la construcción de un país que en mucho se parecía al de nuestros sueños jóvenes. Sé que logramos gran parte de aquello que nos propusimos alcanzar, y que, si no hicimos más, no fue por falta de ideales o de esfuerzo. Pusimos todo, sin escatimar ni el cuerpo ni el alma: compromiso, ideas, convicción, coraje y pasión. Cometimos también errores y no es mi intención disimularlos. Estas páginas intentan la escritura de ese relato, que no es una crónica, sino la narración de mi propia experiencia, la de un protagonista de aquella etapa. Inicio este recorrido con la mayor sinceridad intelectual, buscando ser fiel a lo vivido y a lo pensado, no solo porque los años transcurridos junto a Kirchner se constituyen en un periodo importante de mi vida, también porque fue un tiempo trascendente y excepcional para la vida de nuestro país. Buenos Aires, octubre de 2011

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I "-Ahí tiene a un hombre que ha conseguido lo que pocos. N o solo ha formado una orquesta sino un público. ¿No es admirable?" "Las Ménades" Julio Cortázar

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HAZ TU ME'NTE AL INVIERN.O DEL SUR

EN LA MISMA SINTONÍA POLÍTICA

En 1996 conocí a N éstor Kirchner. Fue en Buenos Aires, en una cena convocada por Eduardo Valdés, un amigo que estaba empeñado en que Kirchner y yo nos conociéramos. Kirchner viajaba casi todas las semanas a Buenos Aires por sus propias obligaciones de gobernador. Cristina era senadora nacional por Santa Cruz y pasaba varios días de la semana en la Capital. Yo no había tenido aún ocasión de cruzarme con ellos. Sabía muy poco del pensamiento de Kirchner; por entonces habían trascendido sus opiniones sobre el estado general del país, sus críticas al menemismo y también su apego a las políticas económicas de promoción que aplicaba en su provincia. A mi juicio, todo ello lo convertía en un personaje políticamente atractivo. En ese primer encuentro, ya había madurado su distanciamiento de Carlos Menem. Lo consideraba una falsa expresión del peronismo, más atento a las políticas conservadoras de Reagan y Thatcher que a las lógicas desarrollistas que Perón tanto había promovido. Comenzaba a advertir la insuficiencia de la convertibilidad para resolver las asimetrías de la economía y temía que semejante cuadro abriera paso a un proyecto político que solo profundizara la crisis. Aunque ya se hablaba de un fin de ciclo del menemismo, Kirchner no creía que De la Rúa fuera el hombre indicado para proponer un modelo alternativo. Pensaba que Duhalde, que por esos días ya tomaba distancia del gobierno menemista, estaba en condiciones de encarar un proyecto de cambio. Kirchner sabía lo que yo había hecho como Superintendente de Seguros, cargo que asumí en 1989, a comienzos de la primera presidencia de

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Menem, y al que llegué de la mano de Guido Di Tella y de Rodolfo Frigeri, dos economistas de la mayor confianza de Antonio Cafiero, vinculados a la Renovación Peronista. Y estaba al tanto de que, en el momento de la apertura del mercado, yo había sido muy cuidadoso en preservar a las empresas nacionales. También conocía mi tarea en el desarrollo de las empresas del Grupo Bapro (Banco de la Provincia de Buenos Aires), en favor de la transparencia de las organizaciones públicas y privadas, y, por supuesto, mis críticas a la administración de Menem. En aquella ocasión nos reunimos en Teatriz, ubicado en Riobamba casi esquina Arenales, un restaurante que, con el tiempo, se convirtió en parte de nuestros hábitos. Aunque nos presentamos y hablamos un poco de nuestros asuntos personales solo para iniciar la charla, dedicamos casi toda la noche a la política y la economía. Desde el inicio, los dos advertimos que teníamos muchos puntos en común. Compartíamos la idea que, aunque los mercados debían desarrollarse en un marco de razonable libertad, el Estado necesitaba arbitrar allí donde la misma libertad generaba desequilibrios. También, la necesidad de implementar con cierta urgencia diversas políticas activas ante una recesión que, aún incipiente, terminaría generando años más tarde una enorme crisis. Durante toda la cena, Kirchner se esmeró por dejarme en claro su pensamiento, profundamente racional. Yo también hice un esfuerzo por transmitirle lo que pensaba. A medida que la charla transcurría, era visible que los dos encontrábamos mutuas razones para vincularnos. Me impresionó lo que estaba haciendo en Santa Cruz, una provincia escasamente atendida por el interés porteño. Me contó que la había recibido con más de mil millones de dólares de déficit y con una huelga generalizada de los empleados estatales, y que sus primeras medidas habían apuntado a reducir los salarios, ajustar los gastos y promover las fortalezas de la provincia: hidrocarburos, turismo y desarrollo lanar. Sin embargo, no quería aparecer ante mí como un fiscalista impiadoso. Se ocupó de remarcar que, en cuanto pudo equilibrar las cuentas provinciales, reintegró a cada sueldo el importe que se le había quitado con sus respectivos intereses. Ahí advertí un sello que lo caracterizaba: no soportaba la idea de convivir con déficit fiscal. Kirchner se presentó aquella noche como un defensor de los derechos humanos, un crítico de los indultos y de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Se reía porque el mensaje que aparecía en el contestador automático de mi teléfono concluía diciendo: "Si usted ha sido indultado, corte ya, nos sentimos más tranquilos pensando que usted sigue preso".

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Lo escuché con toda atención. Me impresionaba su convicción acerca de lo que debía hacerse. Le confesé mi desilusión con el menemismo, mi malestar con la corrupción que traslucía ese gobierno y la frivolidad con que su dirigencia se exhibía en un tiempo en que muchos argentinos atravesaban una situación crítica. Coincidimos en nuestra preocupación por el desempleo y por cuestiones institucionales y por la corrupción imperante. Aun cuando creía que en esa administración se había avanzado en algunos aspectos importantes, como la contención inflacionaria, se habían postergado otras discusiones trascendentes del ámbito económico. Ya entonces la continuidad de la convertibilidad era incierta; se trataba de un plan que solo tenía el propósito de derrotar a la hiperinflación pero que, como modelo económico, era insuficiente, porque renunciaba a un elemento importante: la política monetaria. Estaba seguro de que todo sería más difícil en el futuro si no se implementaban acciones precisas para recuperar la moneda como herrami~nta de la economía y, así, devolverle la competitividad al sistema productivo. Recuerdo que hablamos sobre la postergación de las economías regionales mientras se concentraba la expectativa en muy pocos operadores o se fomentaban formas de cartelización en áreas trascendentes como la de sal~d y destacamos que la "desregulación" había conducido a una ausencia total de reglas y por lo tanto el Estado había dejado de arbitrar en la economía. Por eso coincidimos promover las llamadas "reformas de segunda generación", es decir, innovaciones en el Estado que permitieran colocarlo en el rol de árbitro con reglas claras para los operadores. Ello derivaría en un mejor funcionamiento de la economía. Kirchner escuchó con atención mis ideas y yo las de él. Encontrábamos fuertes coincidencias, en especial cuando destacamos la insuficiencia que evidenciaba el plan ideado por Cavallo. La sobremesa se prolongó con varios cafés de mi parte, y otras tantas tazas de té para Néstor, que siempre prefirió esa infusión. Bien pasada la medianoche, al dejar el restaurante, subí al auto de Eduardo Valdés, que no soportaba demorar un minuto más para saber cuál era la impresión que me había causado Kirchner. En realidad, no solo me había sentido cómodo en el encuentro. Había conocido a un gobernador que planteaba dos cuestiones que yo consideraba muy importantes: una posición crítica y bien diferenciada de Menem y la idea de que Duhalde podía ser una alternativa de cambio en el proceso electoral que se avecinaba. Sobre esos dos acuerdos, empezamos a amalgamar una relación estrecha, de gran confianza

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política y personal, que aunó esfuerzos y logró llevar finalmente a Kirchner hasta la misma presidencia de la Argentina.

LAS ELECCIONES DE

1999

En 1998, Duhalde me convocó para colaborar con su campaña presidencial; quería que organizara un sistema genuino de recepción de aportes. Estaba al tanto de mi trabajo en el programa ejecutado en las empresas del Grupo Bapro y ese dato reforzaba su confianza en mi desempeño. Yo lo conocía poco, hasta ese momento había tenido un trato escaso con él. El punto clave de acercamiento era su actitud crítica hacia el menemismo. La prensa de entonces trataba bien mi trayectoria. En 1991 había sido premiado como uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes de la Argentina. Mi inserción en el empresariado era muy buena, tanto que alguna vez hasta me premiaron como el mejor empresario del año en el sector asegurador. Duhalde creía que la incorporación de nuevas caras lo ayudaría a oxigenar su campaña. Además de mostrarse como el opositor más firme de Menem, contaba con la fuerza SJ.Ificiente para enfrentarlo. Era, al fin y al cabo, quien gobernaba la poderosa provincia de Buenos Aires. A pesar de ello, la ciudadanía no tenía una buena percepción de Duhalde. Los injustos cuestionamientos que recibió, imputándole vínculos con el negocio de la droga, dañaron seriamente su imagen pública. Todo ello hacía que nadie lo viera como el gran rival de Menem. No evaluaban su postura crítica respecto de su ex compañero de fórmula presidencial, ni que había sido él quien había enterrado definitivamente las pretensiones reeleccionistas del riojano. Por otro lado, Duhalde había sido el primero en cuestionar el Plan de Convertibilidad y dejar al descubierto sus debilidades. Contradiciendo la conocida expresión de Menem, "estamos mal pero vamos bien", Duhalde solía decir "estamos bien pero vamos mal". Por esa vía, buscaba reflexionar sobre el agotamiento del modelo económico. Sin embargo, a aquellos cargos que pesaban sobre él se sumaba su rol de ex socio de Menem. Muchas voces "autorizadas" repetían, como una suerte de verdad revelada, que sus críticas eran una ficción con el solo propósito de garantizar la continuidad del peronismo. Duhalde era el candidato opositor más claro de Menem pero, a su vez, tenía Li desventaja de integrar la misma estructura partidaria. En el

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imaginario público se generaban muchas dudas sobre su decisión de contribuir en una genuina transformación. En ese contexto y a instancias de Alberto Iribarne, Duhalde me citó una mañana en sus oficinas de Corrientes y Junín. Luego de elogiar mi trayectoria, me reclamó colaboración para su campaña presidencial. A partir de entonces, me ocupé de hacerlo y con ello terminé vinculado políticamente con Duhalde. En mayo de 1998, Duhalde nos convocó a Alberto Iribarne -por entonces su jefe de campaña-, a Julio Bárbaro y a mí. -Estamos perdiendo mucha gente que originalmente nos votaba -nos dijo-. Muchos peronistas se están yendo detrás de "Chacha" Álvarez. Tenemos que hacer algo para parar ese drenaje de gente. Ustedes cuentan con muchos amigos cercanos al progresismo. Tienen que ayudarme a reunir a los peronistas progresistas para demostrar que también nos acompañan. La idea nos pareció razonable. Más aún: era una iniciativa que nos entusiasmaba. A muchos de nosotros nos inquietaban algunos personajes que rondaban a Duhalde, quien, además, operaba desde la fortaleza del peronismo bonaerense, una estructura anquilosada y corporativa poco interesada en los conceptos más progresistas de la política. Tanto se trasuntaba ese malestar, que varios dirigentes duhaldistas de la provincia nos miraban como a ''sapos de otro pozo" y se encargaban de hacernos sentir como los forasteros del pueblo. No entendían que el mismo Duhalde advertía la necesidad electoral de adoptar las formas propias del progresismo, en un momento social en el que todos lo reclamaban, y que el drenaje de votos a favor de "Chacha" Álvarez era una evidencia innegable. Casi inmediatamente comenzamos a reunirnos, en mis oficinas del Grupo Bapro, Alberto Iribarne, Julio Bárbaro y yo. Enseguida se sumó Jorge Argüello, un amigo con quien siempre militamos en el peronismo porteño. De allí en adelante, convocamos a los que serían parte del grupo. Cuando empezamos a trabajar, se sumaron varios compañeros que, a la condición de peronistas, le añadían el carácter de progresistas y una procedencia variada.liiguel'falento y Norberto Ivancich eran hombres del campo académico; Ignacio Chojo Ortiz y Juan Carlos Sánchez Arnaud provenían de las ciencias económicas; Mario Cámpora y Juan Pablo "Poli" Lohlé se desenvolvían con solvencia en las relaciones exteriores. Esteban Righi, un penalista de nota, se sumaba con su extraordinaria capacidad como un referente de la primavera camporista. Osear Valdovinos y

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Carlos Tomada ofrecían su visión desde el derecho del trabajo y Mario Oporto y Jorge Coscia, en su condición de cineasta, desde la cultural . Cuando Kirchner se enteró, me pidió que incorporara a\cristin~ al grupo. Para entonces, Cristina era una legisladora más conocida por su crítica al menemismo que por su vínculo conyugal con el gobernador santacruceño. Así fue que un día, conversando con Duhalde, le planteé la idea de invitar a una diputada nacional por Santa Cruz que se acercaba al perfil buscado y que sería de gran ayuda no solo por su discurso sino también porque acreditaba una excelente exposición mediática. Además, se trataba de la esposa del único gobernador que explícitamente apoyaba la candidatura presidencial de Duhalde. . La propuesta fue rápidamente aceptada. -La flaca es muy buena para eso -dijo Duhalde. Como Cristina residía en Buenos Aires por sus funciones de diputada nacional, mi relación con ella era entonces más próxima que con N éstor. Cuando se sumó a lo que sería finalmente el Grupo Calafate, comenzamos a vernos y a trabajar con frecuencia. Ya era fácil entonces advertir en Cristina a una mujer con carácter e inteligencia. Empezamos a organizar un encuentro de debate de política e ideas. Necesitábamos que trascendiera y llegara a la gente. Además de las definiciones políticas que buscábamos, debíamos encontrarle repercusión mediática; instrumentar nuestra tarea de tal modo que Duhalde pudiera exhibir que tenía tras de sí a ese grupo de dirigentes para otorgarle a la política el sentido diferencial que la sociedad demandaba. Partiendo de esa premisa, decidimos organizarnos para debatir durante dos días en presencia de un grupo de periodistas. Algo parecido a un retiro de reflexión donde todos presentarían sus ideas y los periodistas podrían escuchar los diálogos y el debate. Redactamos un temario en el que expresábamos nuestras expectativas de crecimiento de la Argentina, cuáles eran nuestros sueños no realizados y cómo pensábamos que el peronismo debía asumir semejante desafío tras diez años de régimen menemista. Cuando presenté el diseño que imaginaba para la reunión, buscaba promover una discusión de cara a la gente. Para ello, el número de asistentes debía ser necesariamente reducido, no más de 25 o 30 personas. También propuse que se hiciera durante dos días y en un lugar alejado, para articular un vínculo definido entre los asistentes. Todos estuvieron de acuerdo; la cuestión era encontrar ese lugar apartado y distinto. Fue entonces que Cristina hizo su ofrecimiento:

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-Podemos ir a Calafate. Es un lugar muy bonito y bastante alejado que está cerca de los hielos continentales. Podemos hacerlo allí -nos confirmó. Aunque no era fácil llegar hasta El Calafate, rápidamente aceptamos la invitación. Además de tratarse de un lugar de un enorme atractivo, era la única oferta con la que contábamos. Finalmente, ese sitio recóndito, escasamente conocido por nosotros, fue el que le dio el nombre al grupo.

jUNTO AL LAGO ARGENTINO

Duhalde aprobó inmediatamente la iniciativa de trasladarnos al sur. Le sugerimos que cerrara el debate con un discurso y empezamos a preparar la reunión para que generara muchas expectativas en la sociedad, tanto por los asistentes como por la organización que exhibía. La selección de los invitados fue cuidadosa. Todos aportamos nombres y así la lista fue creciendo hasta consolidarse. No resultó fácil llegar hasta ese pequeño pueblo situado a orillas del Lago Argentino, convertido entonces en un exclusivo lugar turístico. Como no había vuelos directos, volamos primero hasta Río Gallegos y desde allí hasta El Calafate en unos aviones muy pequeños que, por efecto de los fuertes vientos, convirtieron el viaje en una travesía definitivamente inolvidable. Cada asistente tenía asignada su habitación; habíamos contratado tres hoteles y los encuentros se realizaban exclusivamente en uno de ellos: Los Álamos. María y Viviana Cantero, mis secretarias de siempre, trabajaron arduamente para que no hubiera contratiempos. Juan Pablo Luque, un amigo de toda la vida, se ocupó de que el debate se desplazara por los más aceitados andariveles. Fue un encuentro al que concurrieron figuras muy reconocidas. Alejandro Dolina, especialmente invitado, no viajó aduciendo su poca simpatía por los aviones. Aun así, envió un video grabado con su ponencia en el que rescataba la necesidad de construir l!!l