Pensar La Crisis Del Coronavirus Covid

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PENSAR LA CRISIS DEL CORONAVIRUS COVID-19 EMERGENCIA CIVILIZATORIA

VOLUMEN 6

INDICE PASAJES HACIA LA INCERTIDUMBRE (II). Reflexiones para un mundo postcoronavirus Repúblicas de abril. Gerardo Pisarello Después de las ruinas. Bernardo Gutiérrez Una enfermedad global. Bernard Cassen Imaginar el postcapitalismo 10 principios de la economía fundamental a aplicar tras la pandemia. Colectivo para la Economía Fundacional Luca Dobry Lo real distópico. Irene D. Castellanos La disciplina social y el cuidado de lo común: “Solo el pueblo salva al pueblo”. MIRCO Ética y empresa en una pandemia. Miquel Seguró ECOHISTORIA (IV). Solo la biodiversidad nos salvará de la pandemia La respuesta económica de Europa al coronavirus. Emilio de la Peña 1

Nuevos desafíos en tiempos de Coronavirus: Salud Digital Para que el futuro comience. Boaventura de Sousa Santos Nos jugamos la vida. Irina Martínez et al. Decrecimiento: nuevas raíces para la economía. Degrowth New Roots Collective Sociología (breve) del estado de alarma. Emmanuel Rodríguez Enseñanzas de esta crisis. Andreu Missé (Alternativas Económicas) El “comunismo” chino y el coronavirus. Branko Milanović (NUSO) Lo que la película ‘Contagio’ anticipó del Covid-19. Antonio Pineda De Shakespeare a Ionesco: ¿qué virus fue peor? Andreu Gomila Análisis existencial de la pandemia Covid19 (I). José María Manzano Callejo Análisis existencial de la pandemia Covid19 (II). José María Manzano Callejo Análisis existencial de la pandemia Covid19 (III). José María Manzano Callejo Análisis existencial de la pandemia Covid19 (IV). José María Manzano Callejo La Medicina como Religión. Giorgio Agamben ¿Y si la cuarentena fuera un regalo? Antoine Lacoste La renaturalización urbana y los aguiluchos de trapo. Ruth Toledano

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PASAJES HACIA LA INCERTIDUMBRE (II). Reflexiones para un mundo post-coronavirus Pandemias hubo muchas en la historia, comenzando por la peste negra en la Edad Media y pasando por las enfermedades que vinieron de Europa y arrasaron con la población autóctona en América en tiempos de la conquista. Se estima que entre la gripe, el sarampión y el tifus murieron entre 30 y 90 millones de personas. Más recientemente, todos evocan la gripe española (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el VIH / sida (desde la década de 1980), la gripe porcina AH1N1 (2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (coronavirus, 2015) y ahora el Covid-19. Sin embargo, nunca vivimos en estado de cuarentena global, nunca pensamos que sería tan veloz la instalación de un Estado de excepción transitorio, un Leviatán sanitario, por la vía de los Estados nacionales. En la actualidad, casi un tercio de la humanidad se halla en situación de confinamiento obligatorio. Por un lado, se cierran fronteras externas, se instalan controles internos, se expande el paradigma de la seguridad y el control, se exige el aislamiento y el distanciamiento social. Por otro lado, aquellos que hasta ayer defendían políticas de reducción del Estado hoy rearman su discurso en torno de la necesaria intervención estatal, se maldicen los programas de austeridad que golpearon de lleno la salud pública, incluso en los países del Norte global…

Foto: Juancarloscubeiro.com

Resulta difícil pensar que el mundo anterior a este año de la gran pandemia fuera un mundo «sólido», en términos de sistema económico y social. El coronavirus 3

nos arroja al gran ruedo en el cual importan sobre todo los grandes debates societales: cómo pensar la sociedad de aquí en más, cómo salir de la crisis, qué Estado necesitamos para ello; en fin, por si fuera poco, se trata de pensar el futuro civilizatorio al borde del colapso sistémico. Quisiera en este artículo contribuir a estos grandes debates, con una reflexión que propone avanzar de modo precario en algunas lecciones que nos ofrece la gran pandemia y bosquejar alguna hipótesis acerca del escenario futuro posible. La vuelta del Estado y sus ambivalencias: el Leviatán sanitario y sus dos caras

Reformulando la idea de Leviatán climático de Geoff Mann y Joel Wainwright, podemos decir que estamos hoy ante la emergencia de un Leviatán sanitario transitorio, que tiene dos rostros. Por un lado, parece haber un retorno del Estado social. Así, las medidas que se están aplicando en el mundo implican una intervención decidida del Estado, lo cual incluye desde gobiernos con Estados fuertes –Alemania y Francia– hasta gobiernos con una marcada vocación liberal, como Estados Unidos. Por ejemplo, Angela Merkel anunció un paquete de medidas sanitarias y económicas por 156.000 millones de euros, parte del cual va como fondo de rescate para autónomos sin empleados y empresas de hasta diez trabajadores; en España, las medidas movilizarán hasta 200.000 millones de euros, 20% del PIB; en Francia, Emmanuel Macron anunció ayudas por valor de 45.000 millones de euros y garantías de préstamos por 300.000 millones. La situación es de tal gravedad, ante la pérdida de empleo y los millones de desocupados que esta crisis generará, que incluso los economistas más liberales están pensando en un segundo New Deal en el marco de esta gran crisis sistémica. A mediano y largo plazo, la pregunta siempre es a qué sectores beneficiarán estas políticas. Por ejemplo, Donald Trump ya dio una señal muy clara; la llamada Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica contra el Coronavirus (CARES, por sus siglas en inglés) es un paquete de estímulos de dos billones de dólares para, entre otros objetivos, rescatar sectores sensibles de la economía, entre los cuales está la industria del fracking, una de las actividades más contaminantes y más subsidiadas por el Estado. Por otro lado, el Leviatán sanitario viene acompañado del Estado de excepción. Mucho se escribió sobre esto y no abundaremos. Basta decir que los mayores controles sociales se hacen visibles en diferentes países bajo la forma de violación de los derechos, de militarización de territorios, de represión de los sectores más vulnerables. En realidad, en los países del Sur, antes que una sociedad de vigilancia digital al estilo asiático, lo que encontramos es la expansión de un modelo de vigilancia menos sofisticado, llevado a cabo por las diferentes fuerzas de seguridad, que puede golpear aún más a los sectores más vulnerables, en nombre de la guerra contra el coronavirus.

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Colas a la entrada de un banco argentino en marzo de 2020 (foto: Ramiro Pereyra/La Voz)

Una pregunta resuena todo el tiempo: ¿hasta dónde los Estados tienen las espaldas anchas para proseguir en clave de recuperación social? Esto es algo que veremos en los próximos tiempos y a este devenir no serán ajenas las luchas sociales, esto es, los movimientos desde abajo, pero también las presiones que ejercerán desde arriba los sectores económicos más concentrados. Por otro lado, es claro que los Estados periféricos tienen muchos menos recursos, ni que hablar Argentina, a raíz de la situación de cuasi default y de desastre social en que la ha dejado el último gobierno de Mauricio Macri. Ningún país se salvará por sí solo, por más medidas de carácter progresista que implemente. Todo parece indicar que la solución es global y requiere de una reformulación radical de las relaciones Norte-Sur, en el marco de un multilateralismo democrático, que apunte a la creación de Estados nacionales en los cuales lo social, lo ambiental y lo económico aparezcan interconectados y en el centro de la agenda. Las crisis como aprendizajes para no caer en falsas soluciones

La pandemia pone de manifiesto el alcance de las desigualdades sociales y la enorme tendencia a la concentración de la riqueza que existe en el planeta. Esto no constituye una novedad, pero sí nos lleva a reflexionar sobre las salidas que han tenido otras crisis globales. En esa línea, la crisis global que aparece como el antecedente más reciente, aun si tuvo características diferentes, es la de 2008. Causada por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, la crisis fue de orden financiero y se trasladó a otras partes del mundo para convertirse en una convulsión económica de proporciones globales. También persiste como el peor recuerdo en cuanto a la resolución de una crisis, cuyas consecuencias todavía estamos viviendo. Salvo excepciones, los gobiernos organizaron salvatajes de grandes corporaciones financieras, incluyendo a los ejecutivos de estas, que emergieron al final de la crisis más ricos que nunca. Así, en términos sociales y a escala mundial, la reconfiguración fue regresiva. Suele decirse que la economía volvió a recuperarse, pero el 1% de los más ricos pegó un salto y la brecha de la desigualdad creció. Recordemos el surgimiento del 5

movimiento Occupy Wall Street, en 2011, cuyo lema era «Somos el 99%». Millones de personas perdieron sus casas en el mundo y quedaron sobreendeudados y sin empleo, la desigualdad se profundizó, los planes de ajuste y la desinversión en salud y educación se expandieron por numerosos países, algo que ilustra de manera dramática un país como Grecia, pero que se extiende a países como Italia, España e incluso Francia. En vísperas del Foro de Davos, en enero de 2020, un informe de Oxfam consignaba que de solo «2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas (60% de la población mundial)». En términos políticos globales, produjo enormes movimientos tectónicos, ilustrados por la emergencia de nuevos partidos y liderazgos autoritarios en todo el mundo: una derecha reaccionaria y autoritaria, que incluye desde el Tea Party hasta Donald Trump, desde Jair Bolsonaro hasta Scott Morrison, desde Matteo Salvini hasta Boris Johnson, entre otros.

Foto: ramgon.es

Por otro lado, si hasta hace pocos años se consideraba que América Latina marchaba a contramano del proceso de radicalización en clave derechista que hoy atraviesan parte de Europa y Estados Unidos, con sus consecuencias en términos de aumento de las desigualdades, xenofobia y antiglobalismo, hay que decir que, en los últimos tiempos, nuevos vientos ideológicos recorren la región, sobre todo luego de la emergencia de Bolsonaro en Brasil y el golpe en Bolivia. A esto hay que añadir que América Latina, si bien sobrevivió en pleno «Consenso de los Commodities» a la crisis económica y financiera de 2008 gracias al alto precio de las materias primas y la exportación a gran escala, poco logró conservar de aquel periodo de neoextractivismo de vacas gordas. En la actualidad, continúa siendo la región más desigual del mundo (20% de la población concentra 83% de 6

la riqueza), es la región donde se registra un mayor proceso de concentración y acaparamiento de tierras (gracias a la expansión de la frontera agropecuaria), además de ser la zona del mundo más peligrosa para activistas ambientales y defensores de derechos humanos (60% de los asesinatos a defensores del ambientes, cometidos en 2016 y 2017, ocurrieron en América Latina) y, por si fuera poco, es la región más insegura para las mujeres víctimas de femicidio y violencia de género. Así, la resolución de la crisis de 2008 y sus efectos negativos se hacen sentir hoy con claridad. Estas salidas, que acentuaron la concentración de la riqueza y el neoliberalismo depredador, deben funcionar hoy como un contraejemplo eficaz y convincente para apelar a propuestas innovadoras y democráticas que apunten a la igualdad y la solidaridad. Al mismo tiempo, deberían hacernos reflexionar acerca de que ni siquiera aquellos países del Sur que durante el «Consenso de los Commodities» sortearon la crisis y aprovecharon la rentabilidad extraordinaria a través de la exportación de las materias primas, utilizando las recetas del neoextractivismo, funcionaron ni pueden presentarse como la encarnación de un modelo positivo. Ocultamiento de las causas ambientales e hiperpresencia del discurso bélico

Anteriormente afirmé que la reconfiguración social, económica y política después de la crisis de 2008 fue muy negativa. Quisiera ahora detenerme un poco en las causas ambientales de la pandemia. Hoy leemos en numerosos artículos, corroborados por diferentes estudios científicos, que los virus que vienen azotando a la humanidad en los últimos tiempos están directamente asociados a la destrucción de los ecosistemas, a la deforestación y al tráfico de animales silvestres para la instalación de monocultivos. Sin embargo, pareciera que la atención sobre la pandemia en sí misma y las estrategias de control que se están desarrollando no han incorporado este núcleo central en sus discursos. Todo eso es muy preocupante. ¿Acaso alguien escuchó en el discurso de Merkel o Macron alguna alusión a la problemática ambiental que está detrás de esto? ¿Escucharon que Alberto Fernández, quien ha ganado legitimidad en las últimas semanas gracias a la férrea política preventiva y a su permanente contacto y toma de decisiones con un comité de expertos, haya hablado alguna vez de las causas socioambientales de la pandemia? Las causas socioambientales de la pandemia muestran que el enemigo no es el virus en sí mismo, sino aquello que lo ha causado. Si hay un enemigo, es este tipo de globalización depredadora y la relación instaurada entre capitalismo y naturaleza. Aunque el tópico circula por las redes sociales y los medios de comunicación, no entra en la agenda política. Esta «ceguera epistémica» – siguiendo el término de Horacio Machado Aráoz– tiene como contracara la instalación de un discurso bélico sin precedentes.

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El ejército de Corea del Sur desinfecta las calles de Seuúl (foto: Jung Yeon Je/AFP)

La proliferación de metáforas bélicas y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial atraviesan los discursos, desde Macron y Merkel hasta Trump y Xi Jinping. Algo que se repite en Alberto Fernández, quien habla constantemente del «enemigo invisible». En realidad, esta figura puede fomentar la cohesión de una sociedad frente al miedo del contagio y de la muerte, «cerrando filas ante el enemigo común», pero no contribuye a entender la raíz del problema, sino más bien a ocultarlo, además de naturalizar y avanzar en el control social sobre aquellos sectores considerados como más problemáticos (los pobres, los presos, los que desobedecen al control). El discurso bélico confunde y oculta las raíces del problema, atacando el síntoma, pero no las causas profundas, que tienen que ver con el modelo de sociedad instaurado por el capitalismo neoliberal, a través de la expansión de las fronteras de explotación y, en este marco, por la intensificación de los circuitos de intercambio con animales silvestres, que provienen de ecosistemas devastados. Por último, la fórmula bélica se asocia más al miedo que a la solidaridad y ha conllevado incluso una multiplicación de la vigilancia ante el incumplimiento de las medidas dictadas por los gobiernos para evitar los contagios. No son pocos los relatos, en Argentina así como en otros países, que dan cuenta de la asociación entre el discurso bélico y la figura del «ciudadano policía», erigido en atento vigía, dispuesto a denunciar a su vecino al menor desliz en la cuarentena. En suma, es necesario abandonar el discurso bélico y asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas en la agenda pública, lo cual ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad: la crisis climática.

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Horizontes posibles. Desde el paradigma del cuidado hasta el gran pacto ecosocial y económico

El año de la gran pandemia nos instala en una encrucijada civilizatoria. Frente a nuevos dilemas políticos y éticos, nos permite repensar la crisis económica y climática desde un nuevo ángulo, tanto en términos multiescalares (global/nacional/local) como geopolíticos (relación Norte/Sur bajo un nuevo multilateralismo). Podríamos formular el dilema de la siguiente manera. O bien vamos hacia una globalización neoliberal más autoritaria, un paso más hacia el triunfo del paradigma de la seguridad y la vigilancia digital instalado por el modelo asiático, tan bien descrito por el filósofo Byung-Chul Han, aunque menos sofisticado en el caso de nuestras sociedades periféricas del Sur global, en el marco de un «capitalismo del caos», como sostiene el analista boliviano Pablo Solón. O bien, sin caer en una visión ingenua, la crisis puede abrir paso a la posibilidad en la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como lazos sociales e internacionales; de políticas públicas orientadas a un «nuevo pacto ecosocial y económico», que aborde conjuntamente la justicia social y ambiental. Las crisis, no hay que olvidarlo, también generan procesos de «liberación cognitiva», como dice la literatura sobre acción colectiva y Doug McAdam en particular, lo cual hace posible la transformación de la conciencia de los potenciales afectados; esto es, hace posible superar el fatalismo o la inacción y torna viable y posible aquello que hasta hace poco era inimaginable. Esto supone entender que la suerte no está echada, que existen oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre. Lo peor que podría ocurrir es que nos quedemos en casa convencidos de que las cartas están marcadas y que ello nos lleve a la inacción o a la parálisis, pensando que de nada sirve tratar de influir en los procesos sociales y políticos que se abren, así como en las agendas públicas que se están instalando. Lo peor que podría suceder es que, como salida a la crisis sistémica producida por la emergencia sanitaria, se profundice «el desastre dentro del desastre», como afirma la feminista afroestadounidense KeeangaYamahtta Taylor, recuperando el concepto de Naomi Klein de «capitalismo del desastre». Hay que partir de la idea de que estamos en una situación extraordinaria, de crisis sistémica, y que el horizonte civilizatorio no está cerrado y todavía está en disputa.

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Capitalismo del desastre: el huracán Katrina, en 2005 (foto: Kelly Garbato/flickr)

En esa línea, ciertas puertas deben cerrarse (por ejemplo, no podemos aceptar una solución como la de 2008, que beneficie a los sectores más concentrados y contaminantes, ni tampoco más neoextractivismo), y otras que deben abrirse más y potenciarse (un Estado que valorice el paradigma del cuidado y la vida), tanto para pensar la salida de la crisis como para imaginar otros mundos posibles. Se trata de proponer salidas a la actual globalización, que cuestionen la actual destrucción de la naturaleza y los ecosistemas, que cuestionen una idea de sociedad y vínculos sociales marcados por el interés individual, que cuestionen la mercantilización y la falsa idea de «autonomía». En mi opinión, las bases de ese nuevo lenguaje deben ser tanto la instalación del paradigma del cuidado como marco sociocognitivo como la implementación de un gran pacto ecosocial y económico, a escala nacional y global. En primer lugar, más que nunca, se trata de valorizar el paradigma del cuidado, como venimos insistiendo desde el ecofeminismo y los feminismos populares en América Latina, así como desde la economía feminista; un paradigma relacional que implica el reconocimiento y el respeto del otro, la conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe como humanidad y nos involucra como seres sociales. Sus aportes pueden ayudarnos a repensar los vínculos entre lo humano y lo no humano, a cuestionar la noción de «autonomía» que ha generado nuestra concepción moderna del mundo y de la ciencia; a colocar en el centro nociones como la de interdependencia, reciprocidad y complementariedad. Esto significa reivindicar que aquellas tareas cotidianas ligadas al sostenimiento de la vida y su reproducción, que han sido históricamente despreciadas en el marco del capitalismo patriarcal, son tareas centrales y, más aún, configuran la cuestión ecológica por excelencia. Lejos de la idea de falsa autonomía a la que conduce el individualismo liberal, hay que 10

entender que somos seres interdependientes y abandonar las visiones antropocéntricas e instrumentales para retomar la idea de que formamos parte de un todo, con los otros, con la naturaleza. En clave de crisis civilizatoria, la interdependencia es hoy cada vez más leída en términos de ecodependencia, pues extiende la idea de cuidado y de reciprocidad hacia otros seres vivos, hacia la naturaleza. En este contexto de tragedia humanitaria a escala global, el cuidado no solo doméstico sino también sanitario como base de la sostenibilidad de la vida cobra una significación mayor. Por un lado, esto conlleva una revalorización del trabajo del personal sanitario, mujeres y hombres, médicos infectólogos, epidemiólogos, intensivistas y generalistas, enfermeros y camilleros, en fin, el conjunto de los trabajadores de la salud, que afrontan el día a día de la pandemia, con las restricciones y déficits de cada país, al tiempo que exige un abandono de la lógica mercantilista y un redireccionamiento de las inversiones del Estado en las tareas de cuidado y asistencia. Por otro lado, las voces y la experiencia del personal de la salud serán cada vez más necesarias para colocar en la agenda pública la inextricable relación que existe entre salud y ambiente, de cara al colapso climático. Nos aguardan no solo otras pandemias, sino la multiplicación de enfermedades ligadas a la contaminación y al agravamiento de la crisis climática. Hay que pensar que la medicina, pese a la profunda mercantilización de la salud a la que hemos asistido en las últimas décadas, no ha perdido su dimensión social y sanitarista, tal como podemos ver en la actualidad, y que de aquí en más se verá involucrada directamente en los grandes debates societales y, por ende, en los grandes cambios que nos aguardan y en las acciones para controlar el cambio climático, junto con sectores ecologistas, feministas, jóvenes y pueblos originarios.

Foto: Cindy Ord/Getty Images

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En Argentina, el gobierno de Alberto Fernández dio numerosas señales en relación con la importancia que otorga al cuidado como tarea y valor distintivo del nuevo gobierno. Una de ellas fue la creación del Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, así como la inclusión en el gobierno de destacadas profesionales, cuyo aporte en clave feminista atraviesa de manera transversal distintas áreas del Estado. Este gesto hacia la incorporación del feminismo como política de Estado debe traducirse también en una ampliación de la agenda pública en torno del cuidado. Es de esperar que las mujeres hoy funcionarias asuman la tarea de conectar aquello que hoy aparece obturado y ausente en el discurso público, esto es, la estrecha relación entre cuidado, salud y ambiente. En segundo lugar, esta crisis bien podría ser la oportunidad para discutir soluciones más globales, en términos de políticas públicas. Hace unos días la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), propuso un nuevo Plan Marshall que libere 2,5 billones de dólares de ayuda a los países emergentes, que implique el perdón de las deudas y un plan de emergencia en servicios de salud, así como programas sociales. La necesidad de rehacer el orden económico mundial, que impulse un jubileo de la deuda, aparece hoy como posible. Aparece también posible impulsar un ingreso ciudadano, debate que se ha reactivado al calor de una pandemia que destruye millones de puestos de trabajo, además de profundizar la precarización laboral, mediante esquemas de teletrabajo que extienden la jornada laboral. Sin embargo, es necesario pensar este New Deal no solo desde el punto de vista económico y social, sino también ecológico. Lo peor sería legislar contra el ambiente para reactivar la economía, acentuando la crisis ambiental y climática y las desigualdades Norte-Sur. Son varias las voces que ponen de manifiesto la necesidad de un Green New Deal como el lanzado por la diputada demócrata Alexandria Ocasio-Cortez en 2019. Desde Naomi Klein hasta Jeremy Rifkin, varios han retomado el tema en clave de articulación entre justicia social, justicia ambiental y justicia racial. En el contexto de esta pandemia, ha habido algunas señales. Por ejemplo, Chris Stark, jefe ejecutivo del Comité sobre Cambio Climático del Reino Unido (CCC), sostuvo que la inyección de recursos que los gobiernos deben insuflar en la economía para superar la crisis del Covid-19 debe tener en cuenta los compromisos sobre el cambio climático, esto es, el diseño de políticas y estrategias que no sean solo económicas sino también un «estímulo verde». En Estados Unidos un grupo de economistas, académicos y financistas agrupados bajo la consigna del estímulo verde (green stimulus) enviaron una carta en la que instaron al Congreso a que presione aún más para garantizar que los trabajadores estén protegidos y que las empresas puedan operar de manera sostenible para evitar las catástrofes del cambio climático, especialmente en una economía marcada por el coronavirus. Con Enrique Viale, en nuestro último libro Una brújula en tiempos de crisis climática (de próxima publicación por la editorial Siglo Veintiuno), apuntamos en esta dirección y por ello proponemos pensar en términos de un gran pacto ecosocial y económico. Sabemos que, en nuestras latitudes, el debate sobre el Green New Deal es poco conocido, por varias razones que incluyen desde las 12

urgencias económicas hasta la falta de una relación histórica con el concepto, ya que en América Latina nunca hemos tenido un New Deal, ni tampoco un Plan Marshall. En Argentina, lo más parecido a esto fue el Plan Quinquenal bajo el primer gobierno peronista, que tuvo un objetivo nacionalista y redistributivo. Sin embargo, Argentina no venía en ese entonces del desastre, tenía superávit fiscal y los precios de las exportaciones de cereales eran altos. Era un país beneficiado económicamente por la guerra europea y eso le dio al gobierno peronista una oportunidad para generar condiciones de cierta autonomía relativa, orientando su política de redistribución hacia los sectores del asalariado urbano. Así, no hay aquí un imaginario de la reconstrucción ligado al recuerdo del Plan Marshall (Europa) o el New Deal (Estados Unidos). Lo que existe es un imaginario de la concertación social, ligado al peronismo, en el cual la demanda de reparación (justicia social) continúa asociada a una idea hegemónica del crecimiento económico, que hoy puede apelar a un ideal industrializador, pero siempre de la mano del modelo extractivo exportador, por la vía eldoradista (Vaca Muerta), el agronegocio y, en menor medida, la minería a cielo abierto. La presencia de este imaginario extractivista/desarrollista poco contribuye a pensar las vías de una «transición justa» o a emprender un debate nacional en clave global del gran pacto ecosocial y económico. Antes bien, lo distorsiona y lo vuelve decididamente peligroso, en el contexto de crisis climática.

Yacimiento de Vaca Muerta (foto: latinta.com.ar)

Esto no significa que no haya narrativas emancipatorias disponibles ni utopías concretas en América Latina. No hay que olvidar que en la región existen nuevas gramáticas políticas, surgidas al calor de las resistencias locales y de los movimientos ecoterritoriales (rurales y urbanos, indígenas, campesinos y multiculturales, las recientes movilizaciones de los más jóvenes por la justicia climática ), que plantean una nueva relación entre humanos, así como entre sociedad y naturaleza, entre humano y no humano. En el nivel local se multiplican las experiencias de carácter prefigurativo y antisistémico, como la agroecología, que ha tenido una gran expansión, por ejemplo, incluso en un país 13

tan transgenizado como Argentina. Estos procesos de reterritorialización van acompañados de una narrativa político-ambiental, asociada al «buen vivir», el posdesarrollo, el posextractivismo, los derechos de la naturaleza, los bienes comunes, la ética del cuidado y la transición socioecológica justa, cuyas claves son tanto la defensa de lo común y la recreación de otro vínculo con la naturaleza como la transformación de las relaciones sociales, en clave de justicia social y ambiental. De lo que se trata es de construir una verdadera agenda nacional y global, con una batería de políticas públicas, orientadas hacia la transición justa. Esto exige sin duda no solo una profundización y debate sobre estos temas, sino también la construcción de un diálogo Norte-Sur, con quienes están pensando en un Green New Deal, a partir de una nueva redefinición del multilateralismo en clave de solidaridad e igualdad. Nadie dice que será fácil, pero tampoco es imposible. Necesitamos reconciliarnos con la naturaleza, reconstruir con ella y con nosotros mismos un vínculo de vida y no de destrucción. El debate y la instalación de una agenda de transición justa pueden convertirse en una bandera para combatir no solo el pensamiento liberal dominante, sino también la narrativa colapsista y distópica que prevalece en ciertas izquierdas y la persistente ceguera epistémica de tantos progresismos desarrollistas. La pandemia del coronavirus y la inminencia del colapso abren a un proceso de liberación cognitiva, a través del cual puede activarse no solo la imaginación política tras la necesidad de la supervivencia y el cuidado de la vida, sino también la interseccionalidad entre nuevas y viejas luchas (sociales, étnicas, feministas y ecologistas), todo lo cual puede conducirnos a las puertas de un pensamiento holístico, integral, transformador, hasta hoy negado.

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Anhelos de dignidad

Repúblicas de abril Cuando lo que se tiene enfrente es una pandemia que amenaza y enferma, es importante apelar a la alegría que solo proporcionan las empresas colectivas en defensa de lo que nos es común

Gerardo Pisarello

30/04/2020

Una mujer coloca un clave en el fusil de un soldado en Lisboa el 25 de abril de 1974. Centro de Documentação 25 de Abril (CC).

Abril es para el sur de Europa un mes republicano. En abril se proclamó, en decenas de ciudades y pueblos, la II República española. En abril fue liberada Roma del fascismo, abriendo paso al referéndum que poco después reduciría la monarquía a un fantasma del pasado. Y en abril, también, se desató la Revolución de los claveles portuguesa, mostrando que el oprobioso régimen levantado por Salazar era todo menos eterno. Estas primaveras republicanas condensan un sinfín de imágenes de mundos alternativos –cooperativos, libertarios, de justicia social y de amistad cívica– que poco antes de ellas parecían imposibles. Algunas de estas visiones se hicieron realidad y otras se frustraron. Pero todavía hoy, desde los balcones, siguen enviando señales clave para pensar con ánimo transformador estos tiempos de pandemia. Tras décadas de dictaduras y de neoliberalismo rampante, las constituciones republicanas italiana y portuguesa siguen apareciendo como un escudo social para los más vulnerables El republicanismo de abril no nació de la casualidad ni obedeció a un diseño previo elaborado en un momento de calma histórica. Fue hijo del dolor, de 15

injusticias flagrantes y de contextos internacionales convulsos. Se construyó con esos materiales, en condiciones de gran fragilidad. Y a pesar de eso, intentó levantar la mirada y plantear nuevos horizontes de futuro. El joven republicanismo de abril se implicó a fondo en llevar equipamientos sanitarios, viviendas, escuelas, bibliotecas, a zonas urbanas y rurales que nunca habían tenido acceso a ellos. Mejoró la regulación de los contratos de trabajo y amplió la participación política. También se dotó de constituciones que preveían herramientas de control público, democrático, de la economía, necesarias para hacer frente a las emergencias sociales de entonces y también a las de hoy. Por eso el republicanismo suscitó odios y concitó adhesiones que pasaron de generación en generación. Demócratas progresistas, revolucionarios, e incluso conservadores, vieron razonable que la Constitución española de 1931, la italiana de 1948 o la portuguesa de 1976, contemplaran la posibilidad de socializar la propiedad por causa de utilidad social, de intervenir industrias y empresas, de aplicar políticas fiscales progresivas, de nacionalizar servicios públicos y, en general, de subordinar la riqueza al interés general. Muchas de estas medidas no consiguieron materializarse, o lo hicieron de forma tardía e insuficiente. Pero la sola perspectiva de democratización económica que abrían las jóvenes repúblicas soliviantó contra ellas a rentistas y plutócratas de todo tipo. A pesar de eso, los adversarios del republicanismo de abril no consiguieron borrar la huella de aquellos compromisos con la democracia política y económica. Tras décadas de dictaduras y de neoliberalismo rampante, las constituciones republicanas italiana y portuguesa siguen apareciendo como un escudo social para los más vulnerables y como un cortafuegos para las políticas de austeridad y privatizadoras más agresivas. Incluso la monárquica y menguante Constitución española de 1978 contiene en su texto incrustaciones republicanas, sociales, que los movimientos vecinales, obreros y antifranquistas consiguieron salvar del naufragio. Los anhelos republicanos de aquellos meses de abril deberían inspirar una mejor protección de la vida y la salud común hoy. Consagrando los cuidados sanitarios y los servicios farmacéuticos, no como simples mercancías objeto de especulación, sino como bienes públicos accesibles a todas las personas. O recuperando lo mejor de la agenda social república: el impulso de la reforma agraria y urbana, la garantía del derecho material a la existencia, la imposición de límites a la acumulación de riqueza, o el impulso de la educación, la ciencia y el pensamiento crítico. Hoy más que ayer, este mensaje debería proyectarse a otras escalas. A la propia Europa, que no puede permitirse volver a fallar a las poblaciones del sur para congraciarse con las grandes oligarquías financieras, como ya hiciera con Grecia. Y también a Naciones Unidas, que debería ser reformada y fortalecida en clave republicana, y no debilitada como pretende Trump, con un objetivo preciso: garantizar la protección de la salud, la soberanía alimentaria, la transición energética y el respeto por la biodiversidad, en el conjunto del planeta y no solo en un país o continente privilegiados.

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Si algo dejaron claro los movimientos republicanos de abril es que la peor de las pandemias es la pandemia del miedo, de la desconfianza civil y de la inhibición egoísta ante los asuntos públicos Si algo dejaron claro los movimientos republicanos de abril es que la peor de las pandemias es la pandemia del miedo, de la desconfianza civil y de la inhibición egoísta ante los asuntos públicos. Y que la única forma de superarlas es a través de la unión fraternal entre quienes se resisten a depender de un poderoso para vivir con dignidad. Precisamente por eso, aquellos movimientos democráticos de abril se trenzaron en lugares de encuentro: en comunidades campesinas, en barrios, en fábricas, en plazas. Y por eso, también, alumbraron grandes momentos de fraternidad y de sororidad. El 14 de abril, las calles de Eibar, de Barcelona, de Madrid, de Valencia, se llenaron de mujeres de todas las edades que defendían causas hasta entonces impensables: el derecho al divorcio, a condiciones de trabajo dignas, a votar, a ocupar cargos públicos que les estaban vedados. Igualmente impresionante fue el papel de las mujeres en la resistencia antifascista italiana. Las hubo de toda clase: obreras, campesinas, intelectuales. Todas partisanas, armadas y desarmadas, no creyentes e incluso católicas, como Tina Anselmi. Y lo mismo ocurrió en Portugal, donde a partir del gesto de Celeste Martins Caseiro –la camarera que entregó un clavel a un soldado– fueron centenares las que se plantaron delante de los fusiles y los tanques, mientras otras tantas ocupaban fábricas y tierras improductivas en diferentes zonas del país. Cuando lo que se tiene enfrente es una pandemia que amenaza y enferma, es importante apelar a la alegría que solo proporcionan las empresas colectivas en defensa de lo que nos es común. Los aplausos desde los balcones a médicas, enfermeros, trabajadoras de la limpieza, cajeras de supermercados, expresan ese entusiasmo. Pero también la música y los cantos con los que se ha evocado al republicanismo de abril: desde el Grândola Vila Morena en todas sus versiones – la clásica de Zeca Alfonso o la punk de Reincidentes– hasta el Bella Ciao partisano, cantado en centenares de ciudades al son de palmas, acordeones, guitarras y violines. Esta fuerza afectiva generada en el encierro está marcada por experiencias angustiantes. Pero también por otras que anuncian formas más sanas de producir, de consumir, de relacionarnos. A lo largo de estos meses, hemos vislumbrado lo que significaría salir del “progresismo fósil” y tener ciudades más respirables, ríos menos contaminados y bosques más biodiversos. También hemos constatado cómo, incluso en la peor de las emergencias, somos capaces de valiosos gestos altruistas: de cooperar para coser mascarillas, para distribuir alimentos a personas mayores, para ofrecer conciertos telemáticos gratuitos, para repartirnos los cuidados, para impulsar proyectos de ciencia abierta, compartida, o para construir respiradores en fábricas donde hasta hace dos días se montaban coches de lujo. Hay quien querría, en un contexto como el actual, reducir la condición humana al egoísmo desenfrenado, solo domesticable por vías autoritarias. Sin embargo, en miles de ciudades y pueblos de todo el mundo están teniendo lugar 17

experiencias colaborativas, de ayuda mutua, que no pueden menospreciarse. Entre otras razones, porque prefiguran, de manera acaso imperfecta, lo que el poeta y activista ecosocialista Jorge Riechmann describe bellamente como una “república de la que formen parte plantas y animales (…) una república con bóvedas de tiempo y de silencio, acogedora con la mano, con el ala, con la garra, con la naranja y la menta; una república perfumada con la agilidad del trabajo y con el sudor de los amantes”. Que esta visión, como la que nos ha legado el republicanismo de abril, forme parte del futuro, depende en gran medida de nosotros. De nuestra capacidad para salir de esta crisis con más consciencia de nuestra vulnerabilidad e interdependencia. Pero también con la voluntad decidida de hacer de este mundo un sitio más amable, menos cruel, para todos y cada uno de los que en él habitamos.

NO-LUGARES

Después de las ruinas La vida tras esta crisis no pasa por reconstruir, sino por deshacer la estructura mortal del neoliberalismo y por retejer la habitabilidad del planeta

Bernardo Gutiérrez

30/04/2020

Ruinas de la biblioteca Holland House en Londres, en 1940, tras un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial. Foto: CORBIS, publicada en 'Bibliotecas. Una historia ilustrada' (La Esfera de los Libros).

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El 15 de octubre de 1943 Bertolt Brecht pegó en su Diario de trabajo una fotografía en la que unos niños escenificaban una pieza teatral en un edificio destruido. “En las ruinas. El vodevil de los niños se presenta en el teatro al aire libre de Aldgate, Londres. Irene Yasheim, que vivía allí, representa As time goes by”, decía el pie de foto. La vida fluía entre los edificios londinenses reventados por las bombas alemanas. En aquella época, se popularizó una foto de la biblioteca de Holland House a la que un bombardeo nazi dejó sin techo. Tres personas curioseaban en las estanterías sobre los escombros, como si la guerra no hubiera pasado. Por inercia bélica o vocación autodestructiva, occidente demuestra cierta fascinación por sus ruinas. En las fotografías de Agustí Centelles de la Guerra Civil española los niños corrían entre barricadas y calles destruidas. Helen Lewitt retrató cómo los hijos del crash de 1929 jugaban en la calle de los barrios más destartalados de Nueva York. En 1946, la arquitecta inglesa Lady Allen of Hurtwood reivindicaba en su artículo ¿Por qué no utilizar así nuestras zonas bombardeadas? el uso lúdico de las ruinas frente a la construcción de columpios y toboganes: “Su paraíso es un lugar de absoluto aburrimiento para los niños, no es de extrañar que prefieran los escombros y los lugares bombardeados”. La venezolana Celeste Olalquiaga, en su deslumbrante Megalópolis, afirma que las ruinas físicas del mundo son en realidad las ruinas de una civilización que pretendía representar al mundo unilateralmente. La modernidad envejeció “dejando tras de sí los trazos polvorientos de sus quimeras”. Para describir las ruinas de la modernidad y el progreso ilustrado, Olalquiaga cuenta cómo envejecieron las estructuras de las Exposiciones Universales. La Carpa del Mañana de la Feria Mundial de Nueva York de 1964-65 se convirtió en alambres oxidados. La pista de patinaje del pabellón de Nueva York acabó cubierta de agua estancada y hierbajos. Exposiciones enteras, como la Expo’67 de Montreal, fueron desechadas. No queda de este sueño “sino los esqueletos abandonados de ciudades aéreas y ferias mundiales que languidecen esperando un futuro que nunca llegó”. Las potencias mundiales han desplegado una narrativa de guerra contra el coronavirus, que implica una reconstrucción del mundo anterior. Sin embargo, las imágenes de las ruinas previas, el juego infantil entre los escombros o las hierbas cubriendo pabellones cuestionan poéticamente esa narrativa. ¿Vale la pena reconstruir el mundo que se derrumbó? ¿No será mejor contemplar por un tiempo los escombros para ver si florecen otras formas de vida? Ójala fueran ruinas. El parón del turismo de masas devolvió a las aguas de Venecia un tono cristalino. Esa agua revitalizada nos hizo ver también lo que la oscurecía: cruceros descomunales, lanchas contaminantes, hordas de turistas depredando una ciudad sin apenas vecinos. El coronavirus nos mostró aviones viajando sin pasajeros para mantener sus plazas en los aeropuertos y pabellones de hospitales cerrados a cal y canto, porque su gestión depende de fondos buitres. El aplauso sanitario de los balcones de España reveló edificios del centro de Madrid con apenas inquilinos, donde AirBnB y el turismo ya expulsaron a sus vecinos. El parón en la circulación de mercancías desveló que los coloridos tulipanes que Holanda exporta al mundo, como explica Bruno Latour, crecen 19

bajo luz artificial antes de subir a “aviones de carga bajo una lluvia de queroseno”. Antes del coronavirus nuestras ciudades estaban surcadas por flotas de coches vacíos con licencias VTC en las que algunos millonarios invertían para justificar gastos: les salían las cuentas aunque los coches fuesen sin pasajeros. El neoliberalismo era eso: un vacío contaminando el aire (aviones) y atascando nuestras calles (coches). “¿Es útil prolongar esta forma de producir y vender este tipo de flores?”, se pregunta Bruno Latour sobre los tulipanes holandeses. ¿Por qué no cultivar flores locales en todos los países? ¿Por qué las tiendas de alimentación de barrio fueron sustituidas por cafés especializados en cup cakes? ¿Cuándo dejó el mundo de ser un lugar habitable y sostenible? El neoliberalismo era eso: un vacío contaminando el aire (aviones) y atascando nuestras calles (coches) Algunos pensadores explican este mundo-sin-nosotros que visibiliza el coronavirus como un cúmulo de “no-lugares”. El “no-lugar” conceptualizado por el antropólogo Marc Augé es un espacio de tránsito, de flujos. Si un “no-lugar” es una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado, el mundo neoliberal sería ese cúmulo de “no-lugares”. Una mirada detallada a este mundo-sin-nosotros nos devuelve un visión más desconcertante. Un aeropuerto, como criticaba en 2007 Néstor García Canclini desde el sur, puede ser un “nolugar” para el que toma un avión, pero “para quien trabaja en el aeropuerto es un lugar”. Podemos llegar a habitar los “no-lugares”, como aprendimos a jugar sobre las ruinas. Este mundo-sin-nosotros es tan inquietante porque es una suma sin sentido de estructuras, espacios y objetos que nunca han llegado a ser un lugar o que ya han dejado de ser lugares. Edificios nuevos que nunca fueron habitados. Edificios históricos vaciados por el turismo. Pistas de esquí levantadas por los millonarios del desierto. Plazas sin bancos para sentarse, convertidas en espacios de flujo-consumo. Centros comerciales con productos que llegan, dejando regueros de dióxido de carbono, desde las antípodas. El mundo-sin-nosotros es un sistema agrícola industrial que, como escribe Vandana Shiva, elimina la biodiversidad y los nutrientes de la tierra y propicia el surgimiento de pandemias. Ojalá fueran apenas “no-lugares”. Ojalá fueran ruinas. Desde los años sesenta, la teoría del arte medita sobre la construcción de lugares. Jeff Kelley, en su texto Common World, diferenciaba entre un emplazamiento y un lugar. Un emplazamiento representa las propiedades físicas de un lugar. Un lugar incluye las dimensiones prácticas, psicológicas, sociales, culturales, ceremoniales, étnicas, del emplazamiento: “Los emplazamientos son como los marcos físicos. Los lugares hacen funcionar los marcos. Los emplazamientos son como mapas o minas; los lugares son las reservas de contenido humano, como la memoria o los jardines”. Por su parte, Lucy Lippard se preguntaba si era posible que los artistas devolvieran los lugares a las gentes que hace tiempo que no los ven. Porque la tierra unida a la gente, su presencia y su ausencia, “es lo que hace resonar el paisaje”. El arte nos insinúa una verdad monstruosa: que para que exista una ruina debe existir previamente un lugar. Los restos de los emplazamientos temporales no son ruinas. Los restos del entramado físico neoliberal son algo infinitamente más inservible y abyecto. Ójala fueran ruinas, porque podríamos habitarlas. ¿Vale la 20

pena reconstruir el mundo levantado por el neoliberalismo? ¿Tiene sentido retomar la producción?

Wasteland in Rotterdam Harbour’ 2003-2018, Lara Amarcegui.

Elogio del descampado. En 2003, la artista española Lara Almarcegui recibió el encargo de una obra para el puerto de Róterdam. Almarcegui mantuvo sin urbanizar un terreno durante quince años en medio de uno de los más emblemáticos puertos del capitalismo mercantil. A Wasteland in Rotterdam Harbour 2003-2018, a diferencia de otras iniciativas que recuperan solares para la ciudadanía, no tenía un fin social. Pretendía ser apenas un descampado para que la naturaleza crease la obra a lo largo del tiempo. Las intervenciones de Almarcegui son, según la investigadora Julia Ramírez, “descampados de promisión”: “Crean reservas de naturaleza bastarda. Son un territorio para la naturaleza salvaje y la utilización humana no reglada. Un conjunto de lugares para refugiarse de la ciudad capitalista. Una tierra de promisión dispersa, frente a aquella ciudad de especuladores que no nos pertenece”. El arte hace avanzar la ruina y fluir la vida. La naturaleza se convierte en un nuevo tipo de arte radical. Después de Róterdam, Lara Almarcegui preservó descampados en Genk (20042014), Madrid (2005-2006) o Taipei (2008-2018). Los descampados son espacios de sanación para ciudades que llevan enfermas demasiado tiempo Los descampados son espacios de sanación para ciudades que llevan enfermas demasiado tiempo. Pier Paolo Pasolini reparó con precocidad la letalidad de una “nueva cultura” basada en la construcción inmobiliaria y el consumismo. Mientras lamentaba la desaparición de las luciérnagas de las ciudades, Pasolini dirigía en 1961 sus esperanzas hacia los suburbios y los descampados, hacia “los sitios sin frontera, donde se cree que acaba la ciudad, pero recomienza millones de veces, con laberintos y puentes, obras y zanjas”. Pasolini poetizaba la pulsión de vida que brota tras las cenizas: “En los desechos del mundo nace un nuevo mundo: nacen leyes nuevas donde no hay ley; nace un nuevo honor donde es honor el deshonor”. Sin embargo, ante el implacable avance de la “nueva cultura” del consumismo, Pasolini veía que la Italia de 1975 estaba más devastada que la 21

de 1945. “La destrucción es maś grave, pues estamos entre escombros de valores provocados por desastres inmobiliarios, urbanísticos, paisajísticos”, escribía poco antes de morir. ¿Qué pretenden reconstruir las potencias mundiales? ¿Será que el gran dilema de este tiempo post-pandemia es “construir o no construir”?

Billetes del futuro según Adbusters (Guerra de memes, 2012).

Una nueva estética. En el libro Guerra de Memes. La destrucción creativa de la economía neoclásica, la prestigiosa revista Adbusters esboza una nueva estética para estar en el mundo. Propone gráficamente algunos billetes del futuro. En los billetes de 20, hay hojas y juncos. En los billetes de 50, un eclipse. “El dinero del futuro no tendrá hombres famosos, logros arquitéctonicos, –escriben– ni reflejará la estética sin rostro de la ciencia moderna”. Adbusters, que pide hace décadas el fin de la “nueva cultura” consumista, sugiere billetes estampados con montañas nevadas, la migración de salmón, manadas de animales, glaciares, bosques oxigenados, junglas. Un dinero del futuro que refleje el paso de la “mentalidad antropocéntrica a la ecocéntrica, de la individual a la comunal, de la política a la espiritual, del cemento a la naturaleza”. El parón de la economía neoclásica (neoliberal) visibiliza el desastroso mundo construido. Antes de reconstruir nada, valdría la pena observar ese mundo-sinnosotros. Bruno Latour lo tiene claro: “lo último que deberíamos hacer sería replicar todo lo que hicimos antes”. Mientras presionamos a los gobiernos para que articulen un rescate ciudadano sin lógicas mercantiles o productivas –algo que ya pedía Democracia Real Ya en 2012– convendría que siguiéramos parados. ¿Qué lecciones nos brinda la actual crisis? La primera intuición, que no lección categórica, nos señala el valor de los vínculos comunitarios y de los mecanismos cooperativos. Del terremoto de 1985 de México D.F. surgieron ruinas, pero también Súper Barrio, un superhéroe que resolvía problemas cotidianos y catapultaba la solidaridad vecinal. Sobre los barrios arrasados por el neoliberalismo florecen ya grupos de apoyo mutuo, experiencias compartidas y una nueva épica de las pequeñas cosas. “En las calles de los barrios cada ser humano es un poeta, una máscara, un guerrero, un bailarín”, escribía James Agee en el documental In the Street, que realizó con la fotógrafa Helen Levitt en Nueva 22

York. Contemplemos todos los escombros del pasado. Aprendamos a jugar sobre ellos. Seamos poetas. La segunda intuición tiene que ver con esa vida animal y vegetal que ha brotado en las ciudades durante la cuarentena. El retorno de la naturaleza y ese cielo que volvemos a ver tras la disminución de la contaminación atmosférica evocan memorias urbanas subterráneas. Las propias ciudades europeas tuvieron otros ritmos. Tras el desplome del imperio romano muchas urbes permanecieron cinco siglos tomadas por la vegetación. Eran esqueletos de urbes romanas, con barrios en ruinas repletos de arados, habitados por viticultores o tejedores, envueltas en una lógica de manutención que nuestras ciudades desprecian. La diseñadora india Anab Jain, especializada en futuros especulativos, propone una política-más-allá-de-los-humanos que comience por asumir los límites del capitalismo antropocéntrico. El ser humano, escribe Jain, tiene que dejar de verse como héroe individual y empezar a reconocerse como uno ser más, uno entre muchos, humanos y no humanos. Después de eso, surgirá un nuevo tipo de política del cuidado multi-especie: “Una política-más-allá-de-los-humanos que nos permita inventar nuevas prácticas de cuidado, humildad, imaginación, interdependencia, resistencia, revuelta, reparación y duelo”. De la reconstrucción pasaríamos al cuidado, de la innovación a la resurgencia, de la producción a la reproducción de la vida. Una señal: los indígena brasileños blindaron hace semanas sus territorios y su biodiversidad para protegerse de la plaga que llega de las urbes y estilo de vida del hombre blanco. Entre la angustia e incertidumbre del coronavirus, emerge un hecho que las élites escondían: que la vida humana no perdurará en el planeta con el sistema productivo capitalista. Esta verdad asustadora insinúa que el gran dilema de nuestros tiempos no es “construir o no construir”, sino “construir o destruir”. La única alternativa es continuar destruyendo el entramado de muerte del neoliberalismo. Derribar hoteles construidos en reservas naturales, autopistas radiales privadas infrautilizadas, centros comerciales levantados sobre parques, contaminantes sistemas de cultivo, redes de transporte global de mercancías, circuitos electrónicos que comunican la especulación financiera de Nueva York, las granjas porcinas de China y los nuevos virus. Destruir, a fin de cuentas, para seguir viviendo. El 5 de abril de 1975, el artista Arman destrozó un apartamento recreado en la Gibson Gallery de Nueva York. En su obra Conscious vandalism, un happening con público, arremetió a martillazos contra muebles, jarrones, cuadros. En una fotografía célebre, Arnan golpea coléricamente con un martillo una reproducción de Corpus hypercubus de Dalí. La destrucción del mundo / arte previo era su arte. La nueva estética que necesitamos requiere una parcial destrucción del mundo existente, una selectiva coreografía de martillos y bulldozers que proteja la vida. Siempre podemos dejar que sea la propia naturaleza la que despliegue su arte radical para corroer algunas de las aberraciones construidas en el mundo. Habitar las ruinas, aprender de ellas, tejer alianzas colectivas y multi-especie. Destruir lo que pueda extinguir la vida en la tierra. Porque el mundo no necesita una reconstrucción, sino, como apunta Adbusters, un nuevo sentido de la belleza. “Si es que vamos a seguir adelante otros mil años tendremos que elaborar una 23

nueva narrativa, un nuevo guión, un nuevo tono, estilo, sentimiento, humor, una nueva estética, una nueva forma de “estar” en el mundo. Y entonces, iniciar un impulso global, una insurreción espiritual. Tendremos que usar la creatividad para destruir el viejo mundo, la vieja estética comercial y parir un nuevo sentido de la belleza”.

Una enfermedad global Bernard Cassen

03/05/2020

Una cola de personas para recibir ayuda alimentaria durante las medidas confinamiento por la pandemia del coronavirus, en Abuja, Nigeria. REUTERS / Afollabi Sotunde

La brutalidad del coronavirus, así como la rapidez con que se ha propagado en todo el planeta, pueden enfocarse a la luz de referencias históricas y culturales, junto con los estudios sobre epidemias (las gripes estacionales son, a día de hoy, las más notorias entre la ciudadanía). Estos estudios tienen en cuenta en primer lugar el número de víctimas registradas: entre 290 000 y 650 000 personas cada año según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El enfoque demográfico está presente en todo lo que se ha escrito sobre las epidemias y en especial, últimamente, sobre el ébola, el chikungunya, el SARS o el MERS. Lo mismo ocurre con el coronavirus, con la publicación diaria, país por país, del número de personas afectadas por la enfermedad en un grado u otro. 24

Las curvas que se cruzan y vuelven a cruzar en las pantallas, como envueltas en una competición macabra, no bastan para explicar el fenómeno que se está produciendo ante nosotros. Las comparaciones científicas entre Alemania e Italia, por ejemplo, dejan a la ciudadanía insatisfecha. Se necesitan puntos de referencia más dramáticos. Por eso se sacan una y otra vez a colación la peste negra –que, según los historiadores, mató a mediados de la década de 1840 a 25 millones de europeos, entre una supuesta población total de 75 millones– y la "gripe española" de 1918-1919, que causó entre 20 y 50 millones de muertes. Y así es como se les allana el camino a las teorías conspirativas más extravagantes. ¿Por qué estos perturbadores y hasta apocalípticos recordatorios? ¿Cuál es la singularidad de la actual pandemia? Pues precisamente el adecuarse a la misma definición de esta palabra, a saber, una epidemia que se extiende a todo el planeta o al menos a uno o más continentes. Una enfermedad "global", por así decirlo. Nacida en China, migró a Asia Oriental, Europa y Estados Unidos, y también se extiende desde Marruecos a Nueva Zelanda, desde Israel a Sudáfrica. No hay país que se libre de ella. Es la versión sanitaria de una globalización liberal basada en la libre circulación planetaria de capitales, bienes, servicios y, adicionalmente, personas. De modo que el facilitador ideológico implícito del coronavirus ha sido y es el librecambismo. En el mismo sentido, puede decirse que la única herramienta contra la enfermedad de que disponen los médicos hasta la fecha, el "confinamiento", es una forma de proteccionismo. Para entender por qué, en menos de un trimestre, cientos de millones de personas de los cinco continentes han quedado sojuzgados por un simple virus, debemos considerar también el momento en que estalló la pandemia. En Europa, el momento del imperativo ecológico. En los últimos dos años, hemos presenciado un considerable auge de los partidos verdes, los cuales han impuesto su agenda en el debate público. Tanto es así que la Comisión Europea, pertinaz baluarte del neoliberalismo, ha propuesto un "Green Deal" que hace suyos, aunque suavizándolos mucho, los temas predilectos de los ecologistas, basados en una abundante literatura científica. Algunos de los escenarios que plantean, especialmente sobre calentamiento global y biodiversidad, son propiamente estremecedores y sintonizan con los discursos milenaristas. El virus está contribuyendo a esta atmósfera de "fin del mundo". Y la perspectiva de una crisis financiera internacional peor que la de 2008 ciertamente no va a tranquilizar a los ciudadanos, en su futurible condición de pacientes arruinados. De ahí la cuestión que prevalece sobre cualquier otra: ¿qué fuerzas podrán hacer que se encasquille esta convergencia de problemáticas mortíferas?

El Ministerio

Imaginar el postcapitalismo Se puede y se debe soñar ambiciosamente porque el simple hecho de excitarnos por el futuro nos va a hacer querer moldearlo en las direcciones que más nos gusten 25

Luca Dobry

5/05/2020

Resumiendo, de Juan Diego Thielen. Acrílico sobre papel.

Bueno, está claro que el mundo se va al carajo. Que el virus ha demostrado que capitalismo = muerte o, al menos, = nihilismo temerario envuelto en capas de cinismo insoportable. Que no queda defensa posible de que la vida como la teníamos montada pre-virus fuese la mejor posible, en términos absolutos. Que el sistema (qué palabro) debe cambiar, o es barbarie. Aunque me decía una amiga el otro día que ella no ve tan claro que toda persona en plena o media capacidad cognitiva prefigure ideas de este tipo en relación a la situación-virus. Que quizá muchos quieren volver a la normalidad sin más, seguir con su vida. Le dije que quizá tenía razón, que seguramente tenía razón, pero la intuición, fuente poco científica pero valiosa, me dice otra cosa. Una encuesta de YouGov en Reino Unido encontró que el 91% de los encuestados no quería que las cosas volvieran a ser tal cual como antes. En Reddit acabo de leer el siguiente comentario sobre esta noticia: “It's like getting woken up from the matrix”. El New York Times está a tope con el tema deep system-change. El Zeitgeist es así: quiere imaginar vidas radicalmente distintas, porque la que conocemos se ha demostrado disfuncional. La clase política va por otro lado, claro. Nada ahí, ¡pantomima! La tele española… qué espanto. El nivel de la discusión en lo que respecta a miradas generales, reflexivas, es lamentable. He puesto las noticias de La Sexta un par de veces: parecen clips pedagógicos para niños y ancianos. Sed buenos, quedaos en casa. ¡Chhht! La peña Sopa de Wuhan ha hecho su trabajo (¿Sabéis a lo que me refiero? Ese pdf con el all-star team de la teoría crítica que ha rulado por whatsapp), pero ahora que sus argumentos dejan de ser locamente provocativos para el status quo, parecen estar algo desarmados. Años de literatura intentando convencernos de que capitalismo = mal, mal todo (mal la economía, mal el arte, mal la poesía, 26

mal el sexo, mal el género, mal la racialización, mal la desterritorialización), y ahora que está claro, pues, ¿qué proponéis? Nos falta eso. La manera de hacer conquistas duraderas es formular una premisa clara y cultivarla, hasta que sea tomada como irrefutable, y la sociedad la termine adaptando Sí, el mundo todo mal. Pero también el mundo maleable. Hay poderes muy gordos, pero ¿no vemos que al final los que ocupan esos puestos son tan miserables como nosotros? Es decir: son tan poco o mucho menos brillantes que nosotros, protegidos por edificios de costumbrismo y poder, que al final son eso: etéreos, puro aire. Son hombres blancos, mayores y algo verdes*, más bien torpes, que no lo sueltan. Pero se les puede sacar. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca acabó ganando la alcaldía de la capital catalana, so to speak. El desahuciado le ganó a La Caixa. Que luego bueno, democracia representativa es trampa y todo lo pudre, sí. Pero se aprende. Premisa = acción = victoria. Esa victoria fue producto de un momento, de una clarividencia social. Y aún en contra del aparato banquero-corporativo-mediático se habían cultivado algunas ideas que habían calado. Esta era muy clara: los bancos y sus juntas directivas de hombres blancos, mayores y algo verdes la liaron parda, hundieron el país, se despidieron enjugándose el sudor con el cheque-adéu de varios millones de euros públicos, mientras seguían pidiendo a la policía que echara, con toda violencia necesaria, a las familias deudoras de sus hogares primarios. Miles y miles cada día. Miles y miles. Suicidios, no aparecen en prensa. Pero la PAH ganó las elecciones en Madrid, Barcelona y Valencia. Queríamos algo muy básico: no echéis a la peña de su casa para luego malvenderla en masa a fondos buitre de vete a saber dónde, o para cambiarlos por turistas depredadores de todo lo que vive más de dos días. Y un poco ganamos ¿eh? Pero no ha sido hasta ahora (interesante, ¿no?), hasta este momento, que por fin ha quedado claro: no desahucios por impago (la virgencita, que se mantenga). Pero me he desviado mucho. Venía a decir. Hoy de nuevo necesitamos proposiciones positivas. Y para encontrarlas nos faltan ideas, nos falta imaginación. La manera de hacer conquistas duraderas es formular una premisa clara, como un verso de significado inconfundible, y cultivarla, hasta que sea tomada como irrefutable, y la sociedad la termine adaptando (normalmente en detrimento del extremo privilegio, claro). Cosas como; las mujeres deben poder votar o no es democracia; si no todo el mundo puede ir a la universidad no hay igualdad; si enfermo, o me quedo embarazada, y no puedo trabajar, no debería ser abandonada a mi suerte. Y así, se van erigiendo edificios de civiltà. Dado el contexto antropoceno, internet y la entropía del capitalismo obsoleto, ¿qué soñamos ahora? Me da la sensación de que estamos soñando poco, y ahora mismo es casi un deber. Porque ponte que viene una crisis económica vastísima, que podría ser. ¿Vamos a esperar sentados, mientras nuestras condiciones de vida se precarizan aún más, a que el sistema nos devuelva los trabajos que hemos perdido? ¿Verdad que no? Yo no me lo puedo imaginar, la verdad. Algo tiene que pasar. Pero… ¿qué?

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Proclamar afectos comunistas es decir: hubo un momento en que la humanidad creyó en la posibilidad de vivir compartiendo y no compitiendo, y seguimos creyendo que vale la pena articular mundos alrededor de esa idea En la esfera memética absurda abunda una lectura: reconexión consigo mismo, y después con la Tierra, en cierto grado. Self-care por un tubo. Y la naturaleza se está curando. Están muy bien ambas cosas, las comparto. Pero en última instancia no formulan nada. El mainstream está en esas, demasiado atrapados en el matrix. Algo aprecian, pero a ellos les ha funcionado hasta ahora, pues ¿qué tipo de realidades radicalmente distintas podrían imaginar, en las que su identidad (proyectada) actual se mantuviera intacta? Luego hay esta segunda capa, diciéndolo ya como un mantra: el capitalismo está roto. En el sarcasmo memético también abunda la retórica commie: “Debido a la menor polución del cielo, el espectro del comunismo puede verse asolando a Europa”. En esta estamos muchos, yo creo. Pero claro, es una posición algo frustrante, porque te dices: capitalismo obsoleto… ¿qué lo sustituye? Y ese es el quid de la cuestión: de alguna manera, está la hoja en blanco. En el vacío que deja un sistema económico que ha permeado casi hasta la última frontera de tus moléculas, ¿qué se erige? Hasta ahora la modernidad ha sido capaz de producir una grandilocuente alternativa: acabó fallando, por varias razones. Claro que comunismo leninista no. El afecto comunista es por provocar. Proclamar afectos comunistas es decir: hubo un momento en que la humanidad creyó en la posibilidad de vivir compartiendo y no compitiendo, y seguimos creyendo que vale la pena articular mundos alrededor de esa idea. Ostia, que Jorge Javier Vázquez está diciendo que “este es un programa de rojos y maricones”: ¡Hasta el Sálvame Deluxe es queer y comunista! Y apostilló: “Y el que no quiera verlo que no lo vea”. El ex-CEO de Microsoft también. No es broma. Podría convertirse en el nuevo lema: salvémonos- exijo estar deluxe y no en la mierda. Ojo que no digo que la posibilidad de erigir formas radicalmente distintas de vida sea inmediata y aguarde una conquista fácil, por el simple ímpetu de ella. Sino que sin sueños no hay dirección. Cuando uno no conoce sus sueños, es lo primero que busca, ¿no? ¿Cómo es tu mundo ideal? O siendo menos pretenciosos: con las evidencias que observas, ¿qué se te ocurre que se podría hacer mejor? Háblalo, dale vueltas, piensa en maneras de realizarlo. Empezaremos a coincidir en cosas, a hacer increíbles descubrimientos no de IA sino de IC (inteligencia colectiva≠ inteligencia artificial). Estoy seguro, vendrá esta ola de creatividad. El capitalismo tardío, lejos de lograr automatizar la producción como se había previsto que tenía que pasar hace ya muchos años ha creado un ejército de trabajos superfluos, inútiles o directamente improductivos Hace poco he descubierto a este antropólogo anarquista, David Graeber, al que echaron de Yale por radical, y ahora ejerce en la London School of Economics. Como buen anarquista, cree en la acción directa, más que en la delegación política de las voluntades populares. Le gusta decir: “Si a una región le falta agua y necesita un pozo y la autoridad local no puede o no quiere construirlo, vas y lo construyes tú, y ya veremos si intentan pararte”. Es un razonamiento que parece un poco simplista pero es eficaz. Pero me interesan sobre todo otras dos cosas 28

que dice. Bueno dice varias pero aquí quería traer dos. Una es la que expone en su último libro: Bullshit Jobs. La teoría es esta: el capitalismo tardío, lejos de lograr automatizar la producción como se había previsto que tenía que pasar hace ya muchos años, para que todos trabajáramos menos y pudiéramos dedicarnos a perseguir nuestros propios proyectos, placeres, visiones e ideas, ha creado un ejército de trabajos superfluos, inútiles o directamente improductivos, para poder seguir apoyando su narrativa emocional en la escasez y la supuesta meritocracia: el trabajo determina tu valor como miembro de la sociedad. Pero en realidad, “grandes cantidades de gente, en Norte América y Europa especialmente, se pasan su vida laboral entera realizando tareas que secretamente creen que no necesitan ser realizadas. El daño moral y espiritual que se deriva de esta situación es profundo: es una cicatriz que rasga nuestra alma colectiva. Y sin embargo, nadie habla de ello”. Más allá de los trabajos puramente productivos, como los del operario de fábrica, el basurero, la enfermera o el mecánico, un ejército entero de CEOs, managers de capital privado, lobbistas, RRPPs, servicios financieros, consultores de varios tipos, etc., aportan muy poco a lo que es la necesidad social de producir y redistribuir bienes necesarios o incluso accesorios para la vida colectiva (en este sentido, incluso un poeta aporta más que un abogado corporativo). ¿No te pasa, que piensas que el tuyo es en cierta medida un bullshit job? A mí me pasa a menudo. Déjame explicar: no digo que piense necesariamente que mi trabajo sea inútil ni que el tuyo lo sea, sino que a veces pienso en que no veo una relación clara entre el hecho de tener tantas comodidades vitales—una casa, agua corriente, calefacción, electrodomésticos de todo tipo, ropa para elegir estilo según mi humor, aviones en los que puedo viajar y portátiles sobre los que puedo trabajar—y el producto directo de mi trabajo. Es decir: ¿qué hago yo, que sea tan valioso como para merecer como retribución todas estas comodidades? Lo cierto es que este tipo de racionamiento pertenece a una lógica capitalista arcaica (o sea de manual de economía neoclásica): ‘recibo tanto como aporto a la sociedad, mediante un preciso sistema de precios, que adjudica a toda actividad su justa retribución económica’. Pero la realidad es que tengo todas estas comodidades porque los avances tecnológicos y sociales que hemos logrado lo permiten: hemos logrado erigir un sistema de bienestar en el que se da por sentado (a pesar que en los últimos veinte años esto se está poniendo en tela de juicio) que todo el mundo merece ser tratado en un hospital si enferma, o que podamos ir a la universidad aun sin recursos económicos, o que no nos puedan cortar el suministro de agua. También hemos desarrollado cosas como antibióticos y smartphones de manera tal que ya son súper baratos de producir y todos los podemos tener (sí, la cadena productiva del smartphone es infernal, desde la extracción del litio hasta las fábricas de Foxconn, pero lo que digo es: la tecnología existe y es barata, el problema son las prácticas capitalistas de acumulación y explotación que intervienen en su ciclo productivo). No se debe a mi aportación concreta, sino que en tanto que miembro de la sociedad, disfruto de las comodidades que colectivamente hemos sabido crear. La entropía del capitalismo es esto: el mundo está organizado de acuerdo a una visión obtusa, y es que la única forma de administrar las cosas de la vida son los precios, algo que es falso 29

¿Y no apreciáis esta cosa de que hoy en día, en el contexto cosmopolita—donde se da la mayor concentración de comodidades—hay este feeling de que el objetivo es lograr un ‘trabajo’ que poco tenga que ver con la producción real de los sustentos vitales? Todos (bueno, muchos, al menos en mi entorno) aspiramos ser reconocidos en última instancia como creative directors. O sea, artistas. Entes preocupados por la producción de belleza y no de materia. Es decir, ya vivimos mentalmente en este mindset de que todo está dado, y que el estadio último de la felicidad humana es poder simplemente crear, libremente. Es esto el postcapitalismo: que los avances técnicos ya deberían poder permitir que una mayor parte de la sociedad se dedique solo a hacer lo que le haga más feliz, porque no tenemos que estar todos haciendo tareas directamente útiles para el sustento material/esencial de nuestras vidas. Y ojo, porque es importante tener en cuenta que la grandísima mayoría de estos avances que mencionaba no se dieron por la motivación de una investigadora de hacerse rica con una patente: no, se dieron porque a la o las personas involucradas en este u otro descubrimiento les hacía feliz precisamente eso, encontraban la gran alineación de sus chakras vitales descubriendo la penicilina o el microprocesador o las placas fotovoltaicas. Porque se habían generado las condiciones para que estas personas pudieran hacer su propio arte (y en muchos casos, contrario a lo que la retórica imperante sobre las maravillas del capitalismo y sus avances técnicos consideran, estas condiciones fueron creadas por subvenciones públicas y no por inversiones privadas de motivación for profit). Y aquí llego a la segunda reflexión interesante que hace Graeber. Según lo ve él, su generación (boomer) es una de sueños frustrados. A principios de siglo XX ya se creía que para finales de ese siglo se habría automatizado tanto todo, que casi nadie tendría que trabajar, o trabajar muy poco. Pero no solo eso, sino que en los sesenta, los setenta y los ochenta, las proyecciones oníricas sobre la técnica y la colectividad eran grandiosas: la colonización de Marte, los monorraíles autónomos, los aviones a la velocidad del sonido, la energía limpia, los robots humanoides y sensibles producidos en masa, etc. Pero nada de eso ha pasado. Ninguna de esas cosas que le enseñaron a soñar a esa generación se han producido. En cambio, cada vez más los objetivos de la ilustración (de la ingeniería, de la medicina, de la matemática, de la intelectualidad en general) se han puesto, no al servicio de avances para el bien de la humanidad, tomada en su totalidad, sino de la declaración trimestral de beneficios de las corporaciones para las que toda esta gente trabaja –se ve por ejemplo en la universidad, que ya no es un lugar de culto del conocimiento por el conocimiento, sino que es ahora el campo de entrenamiento para la mejor y más óptima adaptación de los pupilos al mercado laboral. La entropía del capitalismo es esto: el mundo está organizado de acuerdo a una visión obtusa, y es que la única forma de administrar las cosas de la vida son los precios, algo que es falso, pues sabemos por la propia experiencia cuánto hacemos no-por-dinero. Me gusta esta reflexión de Graeber sobre los sueños frustrados del sci-fi setentero porque me hace pensar en lo siguiente: se puede y se debe soñar ambiciosamente, porque el simple hecho de excitarnos por el futuro nos va a hacer querer moldearlo en las direcciones que más nos gusten. A toda nueva realidad precede una proyección de esta.

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¿Y si un trabajador de cualquier empresa fuera convertido directamente en accionista de esta, cobrando por dividendo y no por salario? Imagínate el Glovo rider que empezara en 2016 y ahora fuera dueño de un 1% de sus acciones La revolución rusa empezó porque se morían de hambre y de frío pero también porque un sueño colectivista y de futuros fantásticos les ardía dentro –y malas praxis aparte, acabaron enviando un cohete a la luna. Sí, empecemos porque no echen a la gente de sus casas para dárselas a lucrar al hijo de Aznar y Botella, exijamos ya mismo la regularización de toda persona migrante que resida y trabaje ahora mismo en la península, bloqueemos el salario de todo el personal sanitario y de limpieza a niveles pre-crisis y exijamos para ellos contratos laborales fijos y seguros. Pero en el camino, vayamos soñando. Propongo: ¿y si exigiéramos que un tercio del gasto militar anual en España pasara a dedicarse a I+D? Imagínate la de cosas maravillosas que podríamos desarrollar con eso. ¿Y si exigiéramos una revisión retroactiva del expolio de Iberdrola y Repsol en los hogares españoles y en todo el mundo, y les hiciéramos ayudar a pagar el desarrollo de la transición energética, para luego declarar la energía un bien común y municipalizarla? ¿Y si legisláramos la imposibilidad de que un directivo cobre más de diez veces el salario del peor pagado de sus empleados? ¿Y si un trabajador de cualquier empresa fuera convertido directamente en accionista de esta, cobrando por dividendo y no por salario? Imagínate el Glovo rider que empezara con ellos en 2016 y ahora fuera dueño de un 1% de sus acciones. O lo mismo con Cabify, no sé. ¿Y si sentenciáramos que no está permitida la ultraespeculación sobre la vivienda primaria o el local comercial, fijando un límite del margen de beneficio que un inversor o propietario pueda obtener de esta actividad? ¿Y si el indicador de la salud de nuestra economía estuviera ligado no al PIB sino a la calidad del aire, a la (des)igualdad de la renta per cápita, y al número de homicidios machistas? Por todo esto, insisto, hacen falta nuevos sueños descabelladamente ambiciosos. Pidamos la luna, literalmente. No está dicho que con un 50% de ‘desempleo’ tuviera que quebrar el funcionamiento básico de la sociedad. No está dicho que no podamos generar nuevas y excitantes tecnologías que permitan una transición hacia un modelo productivo verde que no signifique desescalaje de las comodidades sino incluso mejora y mayor abundancia de estas. No está dicho que necesitemos un estado-nación para coordinar todo esto. Hasta ahora la mayor baza argumental de los defensores del sistema ha sido esta: ¿si no es capitalismo, entonces qué? No existe otro sistema mejor, y si lo hay dímelo tú. Pues joder, vamos a pensar en cómo responder a esta interjección. Tiene que haber mil maneras e ideas locas y sexys que se nos ocurran para redibujar nuestro mundo, y ahora es un deber, repito. Se va la economía al carajo y se va el clima al carajo: es un imperativo. A pensar, a sentir y a hacer realidades de nuestros sueños. ––––––– * Una nota: sí, hay mujeres poderosas en consejos de administración. Y no ser un hombre blanco mayor no significa por supuesto que te descalifiques como miembro de la casta privilegiada neoliberal, como tampoco pasa a la inversa: ser hombre blanco mayor no te convierte automáticamente en opresor y defensor de la desigualdad. Hay mujeres (aunque no tanto negros y jóvenes) en la Comisión Europea y en el BCE o el FMI, claro. Pero la norma sigue siendo esta: hombres 31

blancos mayores, y algo verdes. Es un edificio del patriarcado muy claro. Y mientras esta homogeneidad se mantenga, difícilmente habrá cambios. ¿O no estamos cansados de ver el mismo tipo de rostros y apariencias en estos aparatos del poder profundo? ¿Qué hay de esta movida de que los países liderados por mujeres les ha ido mucho mejor en la crisis del corona? Interesante, ¿no?

RENOVACIÓN FUNDACIONAL

10 principios de la economía fundamental a aplicar tras la pandemia Decálogo para empezar de nuevo y producir bienes y servicios esenciales para el bienestar tales como la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria, cuidados y energía

Colectivo para la Economía Fundacional

6/05/2020

Atención de casos de coronavirus. Francisco Àvia (Hospital Clinic)

“Los hombres sólo aceptan el cambio resignados por la necesidad y sólo ven la necesidad durante las crisis”, afirmaba Jean Monnet en sus Memorias en 1976. El tsunami de la Covid-19 ha hecho tambalearse todo: la globalización tal y como la entendíamos hasta ahora; las fronteras; el peso y las relaciones geopolíticas de China, Estados Unidos y Europa; las previsiones económicas para los años venideros; la cifra de desempleados en todo el mundo; los sistemas sanitarios y sociales para soportar el golpe… Todo está tocado y la sensación de 32

vulnerabilidad es absoluta. Parece claro, la economía y el sistema vigente no funcionan: el enfermo es el sistema. Ante el vértigo del día después, el Colectivo para la Economía Fundacional, un grupo de académicos multidisciplinar e internacional –en su mayoría, europeos–, ha lanzado un decálogo para empezar de nuevo y producir bienes y servicios esenciales para el bienestar tales como la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria y cuidados y la energía. Parte de dos premisas: son bienes y servicios necesarios para la vida cotidiana y toda la ciudadanía los debe poder consumir a diario, independientemente de su nivel de ingresos. Bajo el título, ¿Qué viene después de la pandemia? Diez puntos para la renovación fundacional, estas son sus propuestas a asumir después de la pandemia. Responsabilidad podría ser la palabra más común. 1. La salud debe ser entendida como una responsabilidad colectiva en la que los profesionales del sector asuman el liderazgo. Los académicos defienden que la pandemia ha dejado importantes lagunas en los sistemas de atención de la salud, en los cuales se dejó de invertir hace décadas. Según ellos, hace falta invertir en medicina preventiva, apostar por la atención de base comunitaria y pensar en términos de bienestar de las personas, no solo en las necesidades biomédicas. Señalan también que la salud pública debe prestar más atención a asuntos como la dieta, la calidad del aire y los problemas de salud mental, que deben abordarse de una forma integral. Una de las cosas positivas de esta crisis es redescubrir el papel de la salud pública en la lucha contra las enfermedades. 2. Vivienda y energía como prioridades fundamentales, tras atender la salud como un derecho humano, es necesario entrar a reformar y repensar las políticas de vivienda y energía para así también abordar la crisis ambiental que vivimos. Los gobiernos, junto con entidades sin ánimo de lucro y los propios inquilinos y propietarios, deben asumir la responsabilidad de ofertar viviendas sociales dignas, de calidad, no contaminantes (descarbonizadas) y asequibles (acorde al poder adquisitivo de la población). Hacerlo es factible con inversión y regulación. La ciudad de Berlín sería un ejemplo a seguir. El coletivo firmante aboga también porque el suministro de energía en toda Europa sea pública y comunitaria, y toman como modelo el sistema alemán Energiewende, verde y controlado por la comunidad. El coletivo firmante aboga también porque el suministro de energía en toda Europa sea pública y comunitaria, y toman como modelo el sistema alemán Energiewende 3. Modelo alimentario sostenible y de cercanía. Según los expertos, hace falta reformar el funcionamiento de la industria alimentaria para controlar a las cuatro o cinco grandes cadenas de supermercados y apoyar el suministro de alimentos sostenibles y al por menor. “El modelo de negocio de los supermercados es insostenible y frágil. Se basa en la captación de los beneficios de los proveedores mediante la amenaza perpetua del cambio de proveedor”, reza el documento, que asume que esas grandes superficies siguen siendo necesarias. Esas grandes superficies serían, según ellos, un candidato perfecto para que operasen a cambio de ciertas licencias sociales (ver punto 4).

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4. Leyes que impongan obligaciones sociales y medioambientales. Los proveedores de los servicios fundacionales –con o sin ánimo de lucro– deben aportar a esa nueva economía circular en la que todos reciben (su apuesta se puede traducir en la abolición la empleos y contratos basura o una fiscalidad responsable). El resto de corporaciones también deben entrar en este tipo de tributos sociales, muy especialmente cuando son beneficiarias de rescates, contratos oficiales o formación estatal. Parten de un modelo Quid pro quo (una cosa por otra) para proteger al consumidor y ciudadano. Se pediría así, por ejemplo, responsabilidad a los grandes supermercados en cuanto a lo salubre o no de la dieta de los ciudadanos. Igualmente, se les mediría en cuanto a su política y uso de plásticos. 5. Reforma fiscal para aumentar la capacidad impositiva de los gobiernos. Los gastos que supondrá la crisis de la Covid-19 bajo las actuales prestaciones de los gobiernos es inasumible de no subir los impuestos a las rentas más altas, especialmente a las reformas que habrá que acometer en salud y vivienda. 6. Eliminar intermediarios en los fondos de pensiones y aseguradoras para que ese monto vaya directamente a la creación de infraestructuras. La economía fundacional ofrece oportunidades de inversión estables, a largo plazo con un interés del 5%. Ese capital, que no sería gratuito, se destinaría a la construcción de infraestructuras como residencias de ancianos o redes locales de energía. Quienes firman el estudio recuerdan que esta medida no es nueva y que las empresas que invirtieron en los ferrocarriles del siglo XIX obtuvieron esos beneficios, muy lejos de los porcentajes de dos dígitos del capitalismo. Defienden que los modelos empresariales actuales sólo funcionan a expensas del abuso de terceras partes. 7. Acortar las largas y frágiles cadenas de suministro de los productos básicos fundamentales reconociendo la inutilidad de la autarquía local. “Es ridículo estar importando equipos de protección personal esenciales para los médicos desde China. Lo sensato sería contar con cadenas más cortas, regionales y no tan transaccionales, con proveedores cuya producción no se elige exclusivamente porque el precio sea mejor”, argumentan. En cuanto a los equipos más sofisticados, afirman a que la solución tiene que ser euroregional, con un pequeño número de proveedores de la UE que acepten abastecer el mercado interno sin especulación ni preferencia en el mercado nacional. En algo esencial, como la alimentación, recuerdan también que hay margen para aumentar la producción local. La política que funciona es la local y las disposiciones fundacionales se basan en los territorios, de ahí que cada ciudad, pueblo o zona rural deba elaborar un plan de transición de vida 8. Descentralización de políticas apoyadas desde la ciudadanía. La política que funciona es la local y las disposiciones fundacionales se basan en los territorios, de ahí que cada ciudad, pueblo o zona rural deba elaborar un plan de transición de vida y trabajo propio, dentro de los marcos de los Estados nacionales y de la Unión Europea. Pero esas disposiciones deben dictarse a partir las aportaciones de los ciudadanos. En ese sentido, las asambleas, jurados populares y distintas formas de expresión colectiva se constituyen como 34

herramientas esenciales para articular el funcionamiento y demandas del sistema, basado en una democracia representativa. Desde esa forma de gestión local se atiende también la emergencia climática, con cambios en la forma de vivir y trabajar, porque la vivienda, el transporte y la industria alimentaria representan más de la mitad de las emisiones y se requiere de la participación local para conciliar habitabilidad y sostenibilidad. 9. Reconstrucción de la capacidad técnica y administrativa en todos los niveles del gobierno. El pensamiento fundacional teme un Estado donde los departamentos gubernamentales combinen la retórica de las estrategias con la incapacidad de administrar de una forma efectiva y eficiente. Los académicos señalan además los graves problemas que sufren los gobiernos locales dados los recortes presupuestarios, la privatización y la subcontratación de muchas actividades. “Sin capacidad técnica y administrativa, el gobierno no puede desempeñar un papel principal en el desarrollo de programas de inversión y en el control de los servicios fundacionales, por lo que se desperdicia el dinero de los contribuyentes”, afirman. 10. Asunción de la responsabilidad sobre los sistemas fallidos de terceros países. Una vez pase la pandemia, es necesario que los países europeos acepten que deben aportar en los inadecuados sistemas fundacionales de regiones como el Oriente Medio y África septentrional. Deben emprender, apuntan, un programa tipo Marshall. No obstante, dejan claro que esa actuación ha de ser muy distinta a las intervenciones militares que se han dado en países como Libia y Siria o el neocolonialismo francés en el África subsahariana. Según los estudiosos, la inestabilidad económica y política de esas dos zonas producen cada vez más migrantes económicos y refugiados. Los muros, dicen, son inútiles. Asumir esa responsabilidad incrementa el gasto de cualquier programa fundacional, pero resulta más inteligente a largo plazo. -----------------El colectivo está integrado por: Davide Arcidiacono, Department of Sociology, Università Cattolica Sacro Cuore di Milano. Filippo Barbera, Department of Cultures, Politics & Society, Affiliate, Collegio Carlo Alberto, University of Turin David Bassens, Cosmopolis – Centre for Urban Research, Department of Geography, Free University Brussels Lavinia Bifulco, Department of Sociology and Social Research, University of Milano-Bicocca Andrew Bowman, Centre of African Studies, University of Edinburgh Massimo Bricocoli, Department of Architecture and Urban Studies, Politecnico de Milano John Buchanan, University of Sydney Business School Sandro Busso, Department of Cultures, Politics and Society, University of Torino Luca Calafati, PhD student in Urban Studies at University of Milano- Bicocca Davide Caselli, PhD student in Department of Cultures, Politics and Society, University of Torino Joselle Dagnes, Department of Cultures, Politics and Society, University of Torino Sarah de Boeck, Cosmopolis – Centre for Urban Research, Department of Geography, Free University Vrije Universiteit Brussels Joe Earle, independent researcher and CEO of Economy

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TRANSFORMACIÓN Y PROGRESO

Lo real distópico Lenguajes y usos pandémicos

Irene D. Castellanos

7/05/2020

Intervención digital en la campaña del Ministerio de Sanidad, 2020. Antonio Ferreira

Adoro las distopías. Por sus críticas a los sistemas reales y por sus dosis de fantasía que me permiten desplazarme a escenarios en los que me encanta imaginar mi probabilidad de sobrevivencia. Me planteo cómo protegería a mi familia, si me escondería, si me rebelaría contra el malvado orden opresor, si me uniría a algún bando, si huiría, si sabría luchar cuerpo a cuerpo –improbable–, si aprendería a utilizar alguna clase de arma –no muy claro–, si la usaría contra otra persona –…–. Sin embargo, las famosas ficciones distópicas sirven para el después, no para el durante. Suelen colocarse directamente tras la hecatombe o, como mucho, pasan en panorama o breve analepsis las gestas intermedias. Será porque la incertidumbre no tiene mucha épica visual, pero ¡ojo qué tensión! Pase lo que pase en unos días, unos meses, incluso unos años, despierte en una realidad completamente nueva o el dinosaurio siga ahí, todas las posibilidades con las que juego se despliegan en el campo mítico estructurado por la pandemia, cuya vigencia en el imaginario colectivo sucumbirá a la vez que la incertidumbre que lo ha fundado. Pero, para eso, falta un tiempo indeterminado. En estos instantes, el contenido, de la índole que sea, creado en dicho campo mítico responde a lo real distópico. El desconcierto impacta a tal nivel que no se dispone de un 36

lenguaje prefigurado ni de un vocabulario oportuno. No hay términos para referir de forma no subjetiva lo que no existía antes. El realismo se tiñe de distopía. Detesto el aislamiento. La incertidumbre no me permite buscar alternativas a las ilimitadas problemáticas que conjeturo en el horizonte mítico. Estrictamente, sólo dispongo de opiniones para pensar, hablar, escribir, emitir mi opinión sobre una realidad a la que no tengo acceso y que, de esta forma, no puedo saber si es real. El tinte distópico tiene base acuosa pero una gran adherencia. Si antes de la cuarentena tenía una visión sesgada, en cuarentena tengo una visión completamente parcializada. Ante el desmoronamiento de la percepción común de la realidad y la apertura a las creencias, la comunidad deja de existir para dejar sola a la individua. Yo, en mi caso. La pregunta es cuán consciente soy de esta parcialización desde donde yo miro, con las opiniones que yo elijo recibir, sin contacto con el exterior. No sé si se trata de una pregunta retórica o debo intentar responder. El confinamiento forzoso me debilita intelectualmente y me hace ser más vulnerable que nunca a las falacias, a las posverdades y a otras estrategias de dominación más discretas alimentadas por la ausencia de un lenguaje no contagiado, ausencia que desde luego no enmudece. Para hacer frente a los vacíos léxicos se desempolvan lenguajes, reutilizados, divulgados y contrargumentados con lenguajes a su vez desempolvados. Es decir, la terminología subjetiva se basa en una apropiación o reapropiación de lenguajes conformados en y para otros contextos. La dinámica es regida por leer, pensar, escribir, traducir, publicar rápido. Curioso: a pesar de la parálisis sistémica, la prisa infecta la producción intelectual. Para empeorar la situación, las apologías de bar se trasladan al soporte escrito y la comunicación social se entabla mediante un lenguaje ciberoral –nombra Paul B. Preciado– posteado en redes sociales que viraliza en las subjetividades individuales ciertos usos lingüísticos vinculados al estado de alarma. Mi intención no es buscar dardos en las palabras, sino explorar los límites del lenguaje en el campo mítico estructurado por la pandemia. Gran parte del sector intelectual de izquierdas parece desterrar de sus filas posmarxistas la crítica feminista y el uso del lenguaje inclusivo El mayor riesgo de contagio masivo lo representan los casos asintomáticos. Un contagio que se extiende sin poder identificar el foco. De forma similar tiene lugar la perpetuación subrepticia del lenguaje machista. Y el lenguaje es, siempre, un arma. Lo comparo con un caso asintomático porque no quiero referirme al vocabulario propagandístico del sector sabidamente machista, antiintelectualista y neofascista. Lo verdaderamente preocupante es que un poso machista se está generalizando en ideologías de izquierda y las prisas no justifican este uso como descuido. No se trata de erratas ni despistes por falta de revisión; se trata de falta de premeditación. Gran parte del sector intelectual de izquierdas, muy enfocado a idealizar la utopía en lo real distópico, parece desterrar de sus filas posmarxistas la crítica feminista y el uso del lenguaje inclusivo. Es decir, parece desterrar el pos-. Lo que no logro entender es a qué sistema neoliberal se presume enfrentar de esta manera. Textos y textos como, por ejemplo, el de Santiago Alba Rico y Yayo Herrero, donde utilizan el masculino genérico, pero para referirse al personal de enfermería escriben “enfermeras”, ayudando a calar en la ideología de la izquierda la feminización machista del trabajo. Un reflejo identificativo de 37

cómo el pensamiento feminista es excluido sin porqué. Como si la atención a la crisis sanitaria fuera incompatible con la urgencia de igualdad, cuando son necesariamente simultáneas. Un uso que me resulta altamente irritante, particular de quienes quieren, ya no ser o no ser, sino parecer feministas es la salpicadura inclusiva. Consiste en decir el primer vocativo en ambos géneros y después seguir en masculino acudiendo a la economía lingüística. Se puede volver a recurrir al desdoblamiento en alguna frase con el fin de recuperar el postureo. Es el uso predilecto de las portavoces del actual Gobierno. Puede que sea uno de los más peligrosos, pues lo que hace es subrayar que lo femenino, por defecto, se contiene en lo masculino, pero jamás al revés. De este modo, crea la ilusión de lenguaje inclusivo, progresista e igualitario, cuando implicita que la mujer se incluye en el mundo, los oficios, la vida del hombre. ¿Igualdad? ¿Dónde? Serias dudas surgen en el uso del lenguaje filosófico, que por el momento no parece contemplar la inclusión en ciertas estructuras arcaicas y herméticas propias de su esfera. Las grandes filósofas de nuestro tiempo, denunciantes del patriarcado y del sistema neoliberal, conservan en sus escritos formas exclusivamente masculinas. Porque para evitar deshumanizar a “la mujer” empleando “el hombre” se utiliza como recurso “la humanidad”, pero no se contemplan alternativas para referirse al “sujeto” o al “individuo”. No existen femeninos en el lenguaje filosófico. Un ejemplo de escritora feminista es Patricia Manrique, quien utiliza el femenino genérico o lo desdobla, pero el lenguaje filosófico del que se sirve es plenamente masculino. Si no se dispone de un lenguaje filosófico inclusivo hay que inventarlo, por erróneo que suene al principio, como ocurre con las formas femeninas de ciertos trabajos que tiempo atrás no eran desempeñados de manera oficial por mujeres. Lo que mina cualquier posible cambio hacia el progreso es leer “limpiadoras”, “enfermeras” y “médicos” o “patriarcado” e “individuo” en el mismo texto. María Galindo en Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir, un ejercicio propositivo en más de un sentido, exhibe todas o casi todas las innovaciones lingüísticas, formales y gráficas que surgen en la evolución hacia una sociedad feminista. Femenino genérico, desdoblamiento y masculino genérico se entrelazan con la creación de formas neutras en e y las marcas x y @ para simbolizar la presencia morfológica de ambos géneros. Lamentablemente, parece que los experimentos lingüísticos desde el feminismo se quedan relegados a hacer crítica feminista o a composiciones más artísticas o literarias, como es el caso del texto de María Galindo. Sin embargo, apremia buscar nuevos usos lingüísticos, redefinir acepciones y formar palabras nuevas. Para lograrlo, hay que superar lo normativo y perder el miedo a lo incorrecto. La lengua es un continuum. El tiempo y no la academia es quien “fija” los estándares. A mis amigas: el feminismo no está en cuarentena. Según el mito, Pandora, la primera mujer, es creada con el fin de seducir a Epimeteo y liberar todos los males para que se propaguen irremediablemente por el mundo de los hombres. Entre los males están la avaricia, la pobreza, la enfermedad y el odio inicial sin el que no habría mito. Parece que no hay demasiada inventiva en los principios elaborados por Joseph Goebbels, resumibles en individualizar a los adversarios en un único enemigo y atribuirle 38

todos los males, creando al mismo tiempo impresión de unanimidad. Este adoctrinamiento respalda culpar del origen de la pandemia a escala mundial al estilo de vida chino y del crecimiento exponencial de la epidemia española a las manifestantes del 8 de marzo. Queda feo y es políticamente incorrecto identificarse con el odio, pero ahí quedan los prejuicios, naturalizados mediante artificios oratorios cuya finalidad es influir en la voluntad subjetiva individual. Con más o menos consciencia es lo que ocurre en la esfera política al utilizar los pronombres en primera persona, masculino, plural. El uso constante de “nosotros” ensalza al estado macho, masculiniza a la población, abole simbólicamente la existencia de clases y exalta peligrosamente el sentimiento de unidad nacional. Pretender que todas las personas que habitan un territorio entren en ese “nosotros” es una medida de dominación. Como consecuencia, en el plano psicosocial, el miedo sustituye a la empatía. Este concepto, construido mediante la otredad, enmascara una postura victimista y ofensiva desencadenada por la amenazante pérdida de privilegios. Atmósfera perfecta para buscar en el saquito del rencor. Sopa de Wuhan, la antología de pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemia de Pablo Amadeo, es un gran ejemplo de cómo la hostilidad se propaga también culturalmente bajo los estados de excepción. Lo que podría haber sido un proyecto editorial interesante dedicado a recolectar comentarios diversos de la realidad actual –o no tan diversos– se ve reducido en su título desacertado y en su portada agresiva a un ataque directo a la población china. Sin un solo testimonio asiático (a este respecto me permito no contar a Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, por vivir en Berlín, escribir en alemán y pensar desde Europa), el diálogo interno que debería establecerse en la lectura dirigida de los textos no funciona –o sí, según se mire–. La réplica perfecta a la ofensa de Amadeo se encuentra en un texto publicado unas semanas antes: Contagio social, un análisis realista de la epidemia en China y de la pandemia mundial. Firmado por el colectivo Chuang, en sus páginas se demuestra la falacia que es achacar la pandemia al comercio y a la alimentación china en un mundo capitalista y globalizado. Una vez destapada la vasija y culpado a Pandora, qué mejor estrategia comunicativa contra el mal que la apropiación del lenguaje bélico, en el que además tampoco se estilan los femeninos. Al parecer hay un “enemigo” al que “nosotros” vamos a “vencer” (emoji perplejo). El uso de este tipo de retórica siempre incluye alguna forma de violencia que no se explica de ningún modo con la crisis sanitaria. La aplicación de medicina táctica es indemostrable, pues no hay zona de combate, ataques violentos ni pacientes heridas por fuego enemigo. Hay hospitales colapsados y personas enfermas por contagio. No se aplica medicina de guerra porque no se trata de víctimas de guerra. Se recurre a esta imagen por no disponer de otra capaz de ilustrar mejor el nivel de crisis al que se enfrentan en los hospitales. A lo mejor el problema es que existe un término para la medicina de combate y no para la de pandemia, que la ontología identifica la guerra con la condición humana y no la pandemia. Buscar términos eufemísticos como “catástrofe capitalista” para fomentar la lectura biopolítica y remarcar una postura ideológica tampoco lo veo necesario. En cambio, las propuestas de Patricia Manrique de utilizar “lenguaje e imaginario que promovieran la 39

inmunidad comunitaria, no a la inmunidad batallante” y la de María Galindo de fomentar la ayuda comunitaria sobre individualización y la pérdida de derechos me parecen, al menos, constructivas. El idealismo en tiempos de pandemia es un lujo geopolítico y de clase. La lucha ideológica activada entre la vasta bibliografía publicada con motivo de la pandemia aviva el populismo Conjuntamente, el uso de “nosotros” y el lenguaje bélico sedimentan una falsa creencia de igualdad batallante. La campaña “este virus lo paramos unidos” es un resumen perfecto. Sin embargo, el virus no “ataca” –como dice Judith Butler– a todas las personas por igual, sino dependiendo de la comunidad, la región y la clase social. No es debatible que las personas mal nutridas o desnutridas, sin acceso a medicamentos y sin atención sanitaria son más vulnerables a las enfermedades. Lo que ocurre es que este tipo de realidad parece ajena a los países desarrollados y afecta de forma transversal a la praxis del bienestar. Si bien la desigualdad es más radical que nunca aún dentro de cada país. Difícilmente puede existir un “nosotros”. Pero al fondo de la vasija, Pandora encontró la esperanza. El idealismo en tiempos de pandemia es un lujo geopolítico y de clase. La lucha ideológica activada entre la vasta bibliografía publicada con motivo de la pandemia aviva el populismo. De un lado, las falacias neofascistas preocupadas por salvaguardar el capital y los privilegios que de él emanan. Del otro, el intelectualismo que se vale de un lenguaje reaccionario tan rancio como la misma opresión contra la cual se rebela, aspirando a acabar con el neoliberalismo desde una postura intrasistémica. No obstante, la creencia en la caída del capitalismo es una experiencia muy satisfactoria tanto para quien la escribe como para quien la lee, no lo voy a negar. La lectura es gozosa hasta tal punto que hace pasar por alto el uso de lenguaje machista y el trasfondo de insulto a la pobreza. Hasta que algo hace clic. Como llamamiento antisistema y para desprestigiar el uso generalizado del lenguaje bélico, lundimatin publica su Monologue du virus. El virus, literariamente personificado, se dirige en primera persona a su narrataria, la humanidad, para constatar que la única guerra que existe es intrínseca a la especie humana. Después ridiculiza la sociedad del bienestar e invita a la reorganización social. Sin embargo, se opta por el masculino genérico, una vez más se feminiza la enfermería y en Monólogo del virus –traducción oficial del original francés del Grupo Coquelicot revisada por un amigo– leo “No por no tener dinero se va a dejar de comer”. Clic. Entonces me corrijo: el narratario es el individuo cuyas necesidades básicas están cubiertas y no peligran. Aunque la utopía suceda al poscapitalismo, la brecha económica sigue existiendo. Hasta el desplome la economía y la anulación de las deudas, la propiedad y los sistemas monetarios, unas personas dejan de comer antes que otras. Por lo tanto, incluso en la protoutopía poscapitalista, la sobrevivencia se jerarquiza económicamente. Para sobrevivir a la caída del sistema económico hay que tener dinero. Idealizar el día después de la pandemia implica cierta aceptación de la historia de la salvación divina

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Tras aprender a convivir con los males gracias a los consejos falaces de la esperanza, Pandora tiene una hija, Pirra, la única mujer que sobrevive al Diluvio y de quien desciende la humanidad. Idealizar el día después de la pandemia implica cierta aceptación de la historia de la salvación divina. Así, la ilusión de la caída del neoliberalismo cohesiona con las creencias religiosas apocalípticas y el vocabulario escatológico –también reflexionado por Giorgio Agamben– da lugar a la creación de miedos irracionales y supersticiones fácilmente manipulables. Según Bifo, el virus, leviatán aceleracionista, logra la parálisis que mata el sistema. Por lo tanto, no queda más que esperar. Tras la muerte del sistema, comenzará la vida. Por el contrario, como el propio Bifo reconoce, Srecko Horvat señala desde una postura más realista que el virus propicia el ambiente perfecto para la ideología neoliberal, restringiendo la libre circulación de personas y dejando impune la circulación de mercancías. Para Bifo hay dos opciones: salir de esta situación como dice Srecko Horvat o con ganas de abrazar. La segunda opción la respalda en el entorno de falsa igualdad creado por la pandemia del que ya he hablado. Recurrir a la romantización de la cuarentena no es un recurso de Bifo en exclusiva. Personalmente, veo una diferencia abismal entre potenciar la empatía como medio para derribar las desigualdades existentes y trivializar el amor como cura de todo mal sin promover cambios sociales mínimos. El romanticismo también es un producto del capital. Las posturas idealistas se valen de un pasado mítico para imaginar un futuro utópico. Al igual que la mayoría de las ficciones distópicas, critican el antes y visualizan el después, sin pasar por el durante. En la revisión antropológica de pandemias anteriores, se ve que las sociedades son obligadas a transformarse. Apostar a que esa transformación se incline hacia un lado o hacia otro es jugar con lo real distópico. Tras un tiempo indeterminado en vez de apuestas habrá que formular soluciones y el tiempo presente es el de cultivar la ideología como operadora de las futuras decisiones. La lengua, los diferentes usos y lenguajes son las herramientas para incentivar el progreso. Sin cambios lingüísticos no hay cambios ideológicos y viceversa. Como defiende Donna Haraway, las nuevas soluciones pasan por la aplicación de nuevos lenguajes. Y esta es la única revolución que puedo empezar en confinamiento.

Resistencia

La disciplina social y el cuidado de lo común: “Solo el pueblo salva al pueblo” Una reflexión sobre aquellas expresiones que circulan estos días para documentar los cambios en nuestras vidas y los riesgos e incertidumbres a los que nos enfrentamos, pero también para imaginar otros mundos posibles

MIRCO

7/05/2020 41

Fuerza y ánimo. La Boca del Logo

Nos resistimos a aceptar la advertencia de Camus de que “la peste anula el porvenir” y constantemente nos preguntamos “si volveremos al mismo tipo de vida, al mismo modelo productivo y mercado de trabajo precario, al mismo modelo de sociedad desigual” (Moreno). Nos inquieta si retornaremos a la destrucción del planeta, a la crisis como estado normal (Klein), a las democracias que se vuelven autoritarias (Laval y Dardot), a la austeridad de los recortes y las privatizaciones (Navarro), y al cierre ineficaz de fronteras, o a una poderosa vigilancia digital (Han). O si, en cambio, esta crisis sanitaria y social puede asestar un golpe letal al capitalismo (Žižek), al consumismo acelerado (Harvey), al dualismo cartesiano humano/naturaleza (Lebrón) y a nuestra destructiva movilidad (Han), que actúe como catalizador de luchas sociales existentes (Mezzadra) o para producir nuevos marcos de movilización social (Alba Rico y Herrero). Ante estas preguntas, toda respuesta resulta limitada. Aun así, durante el confinamiento, hemos hecho esta reflexión, asumiendo el reto gramsciano de reunir el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad para transformar lo que puede parecer un mal sueño en oportunidad. Este estado de excepción biopolítico, por lo tanto, no solo instala la restricción de libertades, sino que transforma nuestra forma de relacionarnos y actuar Aquí, reproducimos parte de un Diario discursivo de la cuarentena, una reflexión sobre algunas expresiones que circulan durante la pandemia, antes de que se hicieran cotidianas y perdiéramos la sensibilidad para detectarlas. Esta colección reflexiva e intuitiva, al igual que la que escribió Klemperer sobre la Lengua del Tercer Reich (LTI), refleja una búsqueda colectiva de sentido. Creemos que permite entender el potencial transformador de los discursos, que influyen en nuestra comprensión y acción ante la pandemia, y contribuye a detectar cómo distintos sectores de la sociedad responden con reflexiones y proponen 42

alternativas. El recorrido empieza con el término disciplina social, la medida impuesta institucionalmente ante la emergencia, para desembocar en lo que creemos una vía de salida propuesta desde los movimientos sociales: los cuidados. En el camino iremos desbrozando expresiones que circulan estos días para dar cuenta de los cambios en nuestra forma de vida y los riesgos e incertidumbres a que nos enfrentamos, pero también para imaginar o facilitar el porvenir de otros mundos posibles. En el siglo XVII, explica Foucault en Vigilar y Castigar, surgió una forma nueva de afrontar las enfermedades infecciosas. Hasta entonces se había luchado contra la lepra aislando y expulsando de la comunidad al leproso, mientras que para evitar los contagios de la peste negra se confinó a toda la población en casa y se vigilaron sus movimientos. Este cambio “sanitario” dio lugar a otro “político”, el nacimiento de un régimen disciplinario. ¿Podríamos estar viviendo una situación equivalente?, ¿están emergiendo o consolidándose nuevas formas de gobierno, nuevas racionalidades políticas? En realidad, la situación actual no se aleja mucho de esa forma de tratar la peste: confinamiento, compartimentalización, vigilancia absoluta y análisis de la expansión viral en la población. Sin embargo, mientras que en aquella época contravenir la prohibición de salir era castigado con pena de muerte, hoy el confinamiento se presenta por encima de todo como una responsabilidad que, mayoritariamente, se autoimpone; lo que estaría en sintonía con el paso de un régimen disciplinar a otro gubernamental, en el que los sujetos interiorizan los discursos de poder dejando que estos gobiernen su conducta. De hecho, en muchos países, el confinamiento solo ha funcionado al presentarse como un acto de solidaridad, que se autoejerce por el bien común. En el Estado español el eslogan #YoMeQuedoEnCasa se ha viralizado y el lema de la campaña del Ministerio de Sanidad ha sido “Si te proteges tú, proteges a los demás”. El Gobierno apela así a la “disciplina social”, la responsabilidad y la unidad de acción como ingredientes centrales para recuperar la nación. En pocos días, este discurso neoliberal de autocontrol, generado desde las instituciones de gobierno, ha impregnado las prácticas ciudadanas y ha trasladado la disciplina tradicionalmente ejercida por fuerzas del orden al ámbito de la responsabilidad individual, activando la autovigilancia y la vigilancia entre iguales. Para evitar que se transgreda la disciplina social nacional, la gente vigila por las redes sociales lo que hacen otras personas y reprende desde los balcones a quien sale de casa. La llamada policía de balcón o los balconazis imponen la cuarentena de una forma más eficiente que las fuerzas de orden público y las sanciones económicas (como las multas aplicando la famosa ley Mordaza). El control se ejerce así a través de una multiplicidad de nodos, y no solo desde arriba, y ahí reside el éxito de esta forma de gobierno: todos estamos realizando medidas de control social. Este estado de excepción biopolítico, por lo tanto, no solo instala la restricción de libertades, sino que transforma nuestra forma de relacionarnos y actuar, y, como nos alerta Giorgio Agamben, puede conllevar una degeneración de las relaciones entre seres humanos y preparar un terreno fértil para que afloren la apatía y el miedo al otro(a), causando un daño irreversible a nuestra capacidad afectiva hacia el prójimo. Sin embargo, ante el confinamiento, las respuestas no son unívocas, han surgido también prácticas individuales y colectivas de la ciudadanía que han reforzado los 43

vínculos y la autoorganización en pro del común. Las prácticas comunicativas (por teléfono y redes sociales) se han vuelto más afectivas o de acompañamiento, y hemos creado nuevas formas de participación social. Desde la exterioridad de los balcones han aparecido prácticas performativas que canalizan socialmente las emociones de una parte de la población: los aplausos reconocen diariamente la labor de trabajadores esenciales, mientras que las caceroladas vehiculan el descontento ante la gestión institucional de la epidemia. Los recursos culturales se han abierto al común en el confinamiento y todo el mundo comparte listas de sugerencias, juegos para los más pequeños, memes y vídeos para poner humor al aislamiento. En este escenario, en las redes sociales ha circulado un lema con excepcional poder movilizador: Solo el pueblo salva al pueblo. Los movimientos ciudadanos se han organizado para lanzar iniciativas autónomas de apoyo mutuo o releer en clave de cuidados aquellas que ya existían. De hecho, las iniciativas que están surgiendo nos ayudan a entender cómo los distintos territorios y colectivos experimentan la crisis sanitaria, social y económica derivada de la propagación de la covid-19. Es cierto que el virus invade por igual cuerpos más o menos precarizados, como apunta Butler. Sus efectos, sin embargo, operan de forma específica en cada territorio de acuerdo al acceso desigual a recursos materiales y simbólicos para hacerle frente; y nos atraviesan de forma particular según nuestra clase social, raza, género, sexualidad, edad, condición física y mental. Frente a las formas de violencia y desigualdad estructural que se intensifican en momentos de crisis, emergen alianzas interesantes entre trabajadoras, vecinos y organizaciones de base Frente a las formas de violencia y desigualdad estructural que se intensifican en momentos de crisis (precariedad laboral y habitacional, racismo institucional, violencia machista y del sistema carcelario, feminización de los trabajos reproductivos, etc.), emergen alianzas interesantes entre trabajadoras, vecinos, organizaciones de base y otros actores sociales que, como descubre Mezzadra en el contexto italiano, se articulan en torno al “cuidado de lo común”. Es el caso de la ya existente lucha por la vivienda en el Estado español y las estrategias de sindicalismo social que, ante la emergencia social actual, ha devenido en una Huelga de Alquileres bajo los lemas: “Si no cobramos, no pagamos” y “Que paguen los [fondos] buitres”, llamando a la solidaridad de quien no ha visto sus ingresos reducidos. Esta huelga forma parte del Plan de Choque Social, en respuesta al escudo social del Gobierno de España, entendido como un conjunto de medidas socioeconómicas insuficientes para paliar la crisis. La metáfora bélica y estática del escudo que protege se desplaza hacia un reconocimiento de la acción colectiva coordinada desde movimientos sociales e instituciones, y de la agencia de las afectadas por la actual crisis. Y lo mismo sucede con los movimientos de trabajadores y trabajadoras del campo, incluidas migrantes, que exigen al estado la regularización y el cumplimiento de sus derechos laborales. Todos estos movimientos convergen, además, en una defensa de una transformación ecosocialista decrecentista (Riechmann) y en impulsar alternativas postcapitalistas hacia formas de vida más sostenibles. Así, frente a la imagen de la ciudadanía que pasivamente recibe medidas asistencialistas, se

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consolida una imagen colectiva y autoorganizada en redes de apoyo mutuo y cuidados. La pandemia aparece no solo como distopía que evidencia las mutaciones del neoliberalismo y de las formas de gubernamentalidad, sino también como “un portal entre este mundo y el que está por venir” (Roy). Los cambios que conducen ineludiblemente hacia la distancia social y a una vida virtual nos reclaman que poner en marcha urgentemente formas de resistencia. Los discursos que están surgiendo abren así la posibilidad de visualizar y realizar en el presente otros mundos posibles. En este contexto, el discurso de los cuidados – pieza clave del debate ecofeminista y anticolonial contra el extractivismo y la desposesión– se expande más allá de la dimensión economicista relacionada con el reparto, la redistribución y el reconocimiento. El sostenimiento de la vida pasa entonces por construir vínculos fuera de la lógica mercantil del consumo (de personas, de cosas, de espacios, etc.), y nos conduce hacia nuevas formas de hacer política y de habitar territorios. Tal vez, como predice Han, “el virus no vencerá al capitalismo”, pero es posible que uno de sus efectos (al menos en nuestro ámbito más cercano) sea el fortalecimiento de los movimientos sociales existentes, el refuerzo de los discursos y prácticas de cuidados, y la reactivación de una parte del tejido social adormecido tras el ciclo de movilizaciones de 2011, que en este caso toman el espacio digital para autoorganizarse. Las preguntas que surgen ahora son: ¿trascenderán la pandemia estas formas de organización social? ¿Podemos extraer claves comunes de estas iniciativas que nos ayuden a pensar cómo enfrentar nuevas (y viejas) luchas sociales? -------------------------Este texto surge del intercambio de lecturas, vivencias e inquietudes durante el confinamiento en Madrid en un grupo de investigación MIRCO (Multilingüismo, Discurso y Comunicación) de la Universidad Autónoma de Madrid, en el que participaron, Lara Alonso, Marta Castillo, Paloma Elvira, Luisa Martín Rojo, Katrin Ahlgren, Camila Cárdenas, Fleur de Montbel, Noelia Fernández, Héctor Grad, Elisa Hidalgo, Adil Moustaoui, Lucia de la Presa y Anna Tudela.

Responsabilidad social

Ética y empresa en una pandemia Las decisiones que ahora se concreten afectan a la recuperación económica. Y esto no atañe solamente a los números. Va de algo más tangible: la confianza

Miquel Seguró

7/05/2020

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Un falso médico itinerante. Óleo inglés del siglo XIX. (CC BY 4.0). Wellcome Library, London

“La responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios”. La afirmación es de Milton Friedman, premio Nobel de Economía en 1976, y asesor, entre otros, de Richard Nixon, Ronald Reagan, o George W. Bush. Promotor de la Escuela de Economía de Chicago, institución que sigue atesorando premios Nobel, su nombre continúa siendo una de las referencias ideológicas de la economía de mercado. La frase, que da título al artículo que Friedman publicó en septiembre de 1970 en el New York Times, glosa la principal crítica que se esgrime a la importancia de la responsabilidad social corporativa, o de la empresa, y es una de las piedras de toque de la ética de la empresa. Una disciplina de la cual ahora, con una crisis sanitaria que traza en el horizonte su impacto en la economía, se presume que veremos plasmado su auténtico alcance. El paralelismo entre la ética y la economía de empresa con la bioética y la acción biosanitaria es, en algunos aspectos, directo. En sendos casos son el profesional biomédico y el empresario los que ponderan éticamente las acciones que emprenden. Así que no es finalidad de quien se dedica a la bioética o la ética de la empresa prescribir cómo se tienen que hacer las cosas. La función de los que se preguntan por estas cuestiones sin ser profesionales en la materia, es decir, los que no profesamos como vocación esa tarea, ha sido y es describir perspectivas, a veces más plausibles, otras menos según la casuística, que amplíen las variables a considerar. Y de paso que el profesional sienta que, primero, sus problemas en el terreno cotidiano de la acción preocupan a otros segmentos de la sociedad; y, segundo, que, aun a pesar de no estar en el fragor del día a día, se intuye la gran complejidad y contradicción de las decisiones que en ocasiones hay tomar. El momento actual no permite que la toma de decisiones sufra dilaciones. No solamente por la urgencia de los “números”, sino también porque las decisiones 46

que ahora se concreten afectan, inmediatamente, al tiempo y al espacio de la consiguiente recuperación económica. Y esto segundo no atañe solamente a los números. Va, y mucho, de algo más tangible: la confianza. Como con tantas otras cosas, hablamos de confianza y nos quedamos ahí. ¿Qué es? ¿Cómo se puede promover? ¿De qué modo podemos sostenerla? Para seguir pensando estas preguntas el controvertido sociólogo Niklas Luhmann escribió un libro así titulado que año a año adquiere mayor actualidad. Luhmann establece un nexo entre confianza y complejidad. La confianza no es la razón del mundo, admite, pero una visión estructurada del mundo no puede hacerse sin una sociedad que tenga su fundamento en la confianza. A más complejidad, y por lo tanto más incerteza, más sed de confianza. Volviendo al artículo de 1970 de Milton Friedman, leemos en uno de sus primeros parágrafos: “¿Qué significa decir que ‘la empresa’ tiene responsabilidades? Solo las personas pueden tener responsabilidades”. Puede ser verdad que exista esta antropologización, pero más cierto es que sin personas no hay empresas. Sin personas que trabajen en ellas y sin personas que les permitan retrotraer beneficios, en dependencia compartida. Y lo que tampoco parece un invento es que con menos confianza se vive peor que con más confianza, lo que afecta a la economía. La confianza, como toda palabra dada, es performativa. Se la afirma actuando. Se la valida manteniéndola. En un circuito que debería ser virtuoso, a mayor confianza prestada, mayor confianza recibida. De modo que si se construye confianza, por ejemplo haciendo todo el esfuerzo posible para mantener la seguridad y continuidad laborales, posponiendo en todo caso las decisiones más drásticas o compartiendo sus efectos, luego será más fácil propiciar, y con más legitimidad, una mayor implicación laboral por parte de todo el grupo. Alguien podrá decir que el papel todo lo aguanta, pero que en la vida empresarial, en la cotidianidad, las cosas no van así. Entre otras razones porque entran en juego las voluntades o las instituciones. Se asume la crítica, porque las cosas son, en efecto, interdependientes. Y ya se ha dicho: una reflexión ética, es decir, del “carácter” que puede tomar una acción, queda en manos de los actores hacerla o no viable. Cada empresario toma sus decisiones, como el ciudadano responde de las suyas. Y es en conciencia con la propia deliberación donde se toma partido. Pero en todo caso hay que decidir, y en última instancia apostar. Y esto no es otra cosa que hacer un voto de confianza. La cuestión es para qué.

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ECOHISTORIA (IV). Solo la biodiversidad nos salvará de la pandemia. Entrevista a Rob Wallace Durante estos meses de confinamiento por el Covid19 el biólogo evolutivo estadounidense Rob Wallace se ha hecho viral -valga la ironía- por haber publicado el libro Big Farms Make Big Flu. Dispatches on Infectious Disease, Agribusiness, and the Nature of Science (New York: Monthly Review Press, 2016, con prólogo de Mike Davis). No es la única, pero si una de las voces más claras e interesantes que se habían alzado advirtiendo de la peligrosa conexión entre agroindustria, la expansión de la frontera agroganadera mundial a expensas de ecosistemas altamente biodiversos, poblaciones indígenas y comunidades campesinas tradicionales, y el surgimiento de nuevas pandemias que ponen en serio riesgo la salud de toda la población del planeta a través de las conexiones biofísicas de todo tipo entretejidas por este capitalismo desbocado de la Segunda Globalización neoliberal. Gobiernos e instituciones internacionales no pueden alegar que se trata de un fenómeno nuevo e imprevisible, otro cisne negro que añadir a la lista de excusas: estaban avisados. La ciencia no venal, comprometida con la sostenibilidad y la vida de nuestro planeta, les había avisado. Estas semanas han corrido por las redes muchos otros testimonios que lo corroboran. Sólo por añadir uno bien poco sospechoso del honesto y declarado izquierdismo socialista que profesa Rob Wallace, vale la pena citar las palabras del virólogo alemán Christian Drosten en otra entrevista para The Guardian (traducida al castellano por diario.es). El entrevistador le pregunta: “¿Podemos afirmar a ciencia cierta que la pandemia se originó en China?”, a lo que Drosten responde: “Creo que sí. Por otra parte, no asumo que comenzara en el mercado de alimentos de Wuhan. Es más probable que comenzara donde se criara otro animal, el anfitrión intermedio.” El entrevistador pregunta: “¿Qué sabemos sobre ese anfitrión intermedio, es el «pobre pangolín», como empieza a conocerse?”. Respuesta: “Nada me hace creer que el virus pasara a través del pangolín en su camino hacia el ser humano. Hay información interesante al respecto en la literatura sobre el SARS. El virus apareció en civetas, pero también en mapaches, algo que la prensa pasó por alto. Los mapaches están en la base de una gran industria en China. Los crían en granjas y los cazan en la naturaleza. Por su piel. Si alguien me diera unos cientos de miles de dólares y acceso libre a China para encontrar el origen del virus, iría a mirar a los criaderos de mapaches.” Pregunta: “¿Será útil identificar al paciente cero, el primer humano infectado con este virus?”. Respuesta: “No, el paciente cero es alguien que con casi total certeza se contagió con un virus muy similar a alguno de los primeros que secuenciamos, de modo que no nos ayudaría a resolver el problema que tenemos ahora. No creo que se pueda argumentar que nos ayudaría a prevenir futuras pandemias de coronavirus porque la humanidad será inmune al próximo coronavirus vinculado a SARS una vez ha estado expuesta a este. Otros coronavirus implicarán una amenaza –uno de los primeros candidatos es el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio)— pero 48

para entender esa amenaza tenemos que estudiar como avanzan esos virus en los camellos de Oriente Medio”. Pregunta: «¿Es responsable la actividad humana del paso de virus de los animales al ser humano?”. Respuesta: “Los coronavirus tratan de cambiar de organismo de acogida cuando se presenta la oportunidad. A través de nuestro uso de los animales, contrario a los principios de la naturaleza, nosotros creamos esa oportunidad. Los animales de granja están en contacto con animales salvajes. El modo en que se los almacena en grandes grupos amplifica el contagio del virus entre ellos. El ser humano entra en intenso contacto con esos animales, por ejemplo, a través del consumo de carne. Eso representa una posible trayectoria de brotes de coronavirus. En Oriente Medio los camellos cuentan como animales de granja y son los animales que alojan el MERS y el coronavirus 229E que es una de las causas del resfriado común. Nuestro ganado es el huésped original del coronavirus OC43, por ejemplo.” Christian Drosten, es director de Virología del Hospital Charité en Berlín, y asesor principal del gobierno alemán de Angela Merkel sobre el coronavirus. Otros muchos especialistas nos han explicado estos días, como ya lo había hecho Rob Wallace, que el verdadero cortafuegos que nos preserva de la propagación de nuevas pandemias es la biodiversidad de los ecosistemas. Cuando un virus potencialmente peligroso para la salud humana se aloja en diversas especies que, cuando se encuentran en buen estado ecológico (y no en situaciones de estrés extremo como los mercados de fauna salvaje o la cría industrial de ganado) disponen de sus propias defensas inmunológicas diferenciadas, se produce un efecto de dilución de la capacidad mortífera de los virus y de contención de su expansión a otros huéspedes. Esa la destrucción de esos equilibrios ecosistémicos por la expansión territorial de la producción agroindustrial lo que pone en contacto aquellas cargas virales, antes confinadas a espacios biodiversos, con nuevos huéspedes animales que, conectadas a las redes de comercio mundial y de movilidad internacional de personas, crean las condiciones para que se puedan generar y expandir nuevas pandemias letales para las poblaciones humanas. Para entender a fondo lo que todo eso significa hay que salir del pensamiento reduccionista y mecanicista de unas disciplinas científicas heredadas de tiempos pasados que están quedando rápidamente obsoletas ante los nuevos retos sociales del siglo XXI, que requieren de una nueva ciencia de la sostenibilidad capaz de pensar, contabilizar y modelizar de forma interdisciplinaria todos aquellos nexos que unen la salud y el bienestar humanos con la salud de los ecosistemas de la Tierra de nuevas formas mucho más complejas, dinámicas y holísticas. Se trata de la nueva ciencia de la sostenibilidad de la vida, de todas las formas de vida, que ya existe y está avanzando a contracorriente. Pero se enfrenta a una enorme resistencia pasiva y activa de la cerrazón mono-disciplinar en todos los campos, sean éstos de ciencias o de letras, de ciencias sociales o naturales, donde sigue habiendo tantos investigadores incapaces de trabajar en equipo más allá de sus lindes mentales y departamentales, sus referencias y modelos de siempre, y su categorías o narrativas tradicionales.

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Oferta de animales en un mercado chino (foto: Weibo/bbc.com)

Uno de los muchos nuevos conceptos surgidos de la ciencia interdisciplinar de la sostenibilidad es la noción de Servicios Ecosistémicos puesta en circulación en 2005 por el primer Informe de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio. Eso que en economía, historia económica e historia agraria llamamos producción agraria, y el pensamiento economicista reductivo tiende a expresar en términos de su contribución al PIB mucho más que por sus unidades biofísicas de materia, energía o territorio, para la nueva visión que conecta nuestra alimentación y salud con la de los ecosistemas es tan solo uno de los Servicios Ecosistémicos: el de proveimiento. Pero la tierra de donde provienen esos alimentos y materias primas también proporciona, simultáneamente, otros Servicios Ecosistémicos de regulación, sostén y culturales. Entre los de regulación se cuenta el de prevención de enfermedades y epidemias a través del control muto de poblaciones que proporciona la biodiversidad. De ese nuevo enfoque se desprende que la vida humana necesita de todos los Servicios Ecosistémicos, que son complementarios y nunca pueden ser sustitutivos unos de otros. Para cualquiera que sepa algo de economía, entendiendo por tal el mainstream economics, resulta obvio el cambio de paradigma que esa simpe idea supone. Si algo hemos de aprender como investigadores y profesores universitarios que trabajamos en el campo de la historia económica y agraria, es que necesitamos urgentemente ampliar nuestra visión, y nuestras referencias, para conectar nuestras preguntas de investigación, nuestros modelos y contabilidades, y nuestros conceptos y narrativas a la nueva bioeconomía circular que comienza a abrirse camino –pese a la hostilidad y zancadillas de quienes se resisten denodadamente a ellas de todos los campos disciplinares tradicionales— en estrecho contacto con la agroecología, la economía ecológica, la ecología del paisaje, la ecología política, la ecología humana, la antropología y geografía ecológica, la historia ambiental y tantas otras disciplinas híbridas abiertas a la fecundación cruzada interdisciplinar dentro de la nueva ciencia emergente de la sostenibilidad

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Entrevista El coronavirus tiene al mundo en estado de shock. Pero, en lugar de combatir las causas estructurales de la pandemia, el Gobierno se centra en medidas de emergencia. Conversamos con Rob Wallace (*) (biólogo evolutivo) sobre los riesgos de la COVID-19, la responsabilidad del negocio agroalimentario y las soluciones sostenibles para combatir las enfermedades infecciosas. La entrevista la realizó Yaak Pabst.

Rob Wallace (foto: Soberanía alimentaria)

¿Cuán peligroso es el nuevo coronavirus? Depende del momento en que se encuentre el brote local de COVID-19: en la fase inicial, en el pico o en fase tardía. También depende de lo buena que sea la respuesta sanitaria de tu región y su demografía, depende de tu edad, de si estás en riesgo inmunológico o de tu salud, en general. Por plantear una posibilidad que hace imposible el diagnóstico: ¿tu inmunogenética, la genética subyacente a tu respuesta inmunitaria, se alinea con el virus? Así, pues, ¿todo este barullo con el virus es una simple táctica para asustar? Ciertamente, no. Al principio del brote en Wuhan, la COVID-19 estaba en una tasa de letalidad de entre el 2 y el 4%. Fuera de Wuhan, la tasa parece caer al 1%, o a menos, pero también parece alcanzar el máximo en otros sitios, aquí y allí, incluyendo a lugares como Italia y Estados Unidos. Su alcance no parece muy grande en comparación con, por ejemplo, el del síndrome respiratorio agudo grave (10%), la gripe de 1918 (5-20%), la “gripe aviar” H5N1 (60%) o, en algunos lugares, el Ébola (90%). Pero, ciertamente, supera al de la gripe estacional (0,1%). Sin embargo, el peligro no es sólo una cuestión de letalidad. Tenemos que luchar contra la denominada penetrancia o tasa de ataque comunitario: en cuánta de la población mundial ha penetrado el brote. ¿Podrías ser más concreto? La red global de viajes está en un nivel récord de conectividad. Sin vacunas o antivíricos específicos para los coronavirus ni, en este momento, ninguna inmunidad colectiva contra el virus, incluso una cepa de sólo el 1% de mortalidad puede suponer un peligro considerable. Con un período de incubación de más de dos semanas y pruebas cada vez mayores de que se da algún tipo de transmisión 51

antes de contraer la enfermedad —antes de saber que estamos infectados—, probablemente pocos lugares estarían libres de infección. Si la COVID-19 registra, digamos, una letalidad del 1% en el proceso de infección de cuatro mil millones de personas, eso serían cuarenta millones de muertos. Una proporción pequeña de un número grande puede seguir siendo un número grande. Ésas son cifras estremecedoras para un patógeno supuestamente menos virulento… Sin duda, y estamos solamente en el comienzo del brote. Es importante comprender que muchas infecciones nuevas pueden cambiar en el transcurso de la epidemia. Se puede atenuar la infecciosidad, la virulencia o ambas. Pero, por otra parte, otros brotes aumentan en virulencia. La primera ola de pandemia gripal de la primavera de 1918 fue una infección relativamente leve. Fueron la segunda y la tercera olas, de invierno de ese año y de 1919, las que mataron a millones de personas.

Entierro de víctimas del Covid-19 en una fosa común en Hart Island, Nueva York, 10 de abril de 2020 (foto: AP)

Pero los escépticos con la pandemia argumentan que el coronavirus ha infectado y matado a menos pacientes que la típica gripe estacional. ¿Qué piensas de eso? Sería el primero en celebrar que este brote se quedara en nada. Pero esos esfuerzos por negar el posible peligro de la COVID-19 citando otras enfermedades mortales, especialmente la gripe, es un recurso retórico para presentar la preocupación por el coronavirus como fuera de lugar. Así que la comparación con la gripe estacional cojea… Tiene poco sentido comparar dos patógenos en fases distintas de sus curvas epidémicas. Sí, la gripe estacional infecta a muchos millones de personas a escala mundial y mata, según cálculos de la OMS, a más de 650.000 personas al año. Sin embargo, la COVID-19 no ha hecho más que empezar su trayecto epidemiológico. Y, a diferencia de la gripe, no tenemos vacuna ni inmunidad colectiva para ralentizar la infección y proteger a las poblaciones más vulnerables. 52

Aun cuando la comparación es confundente, ambas enfermedades corresponden a virus, incluso a un grupo específico: los virus ARN. Ambas pueden causar enfermedad. Ambas afectan a la boca y la garganta y, a veces, también a los pulmones. Ambas son muy contagiosas. Ésas son similitudes superficiales, que soslayan una parte decisiva en la comparación de ambos patógenos. Sabemos mucho sobre la dinámica de la gripe. Sabemos muy poco de la COVID-19. Está llena de interrogantes. De hecho, muchas cosas de la COVID-19 son incognoscibles hasta que el brote se desarrolla plenamente. Al mismo tiempo, es importante comprender que no se trata de COVID-19 versus gripe. Se trata de COVID-19 y gripe. La aparición de múltiples infecciones susceptibles de convertirse en pandémicas y atacar conjuntamente a poblaciones debería ser la preocupación central. Has estado investigando las epidemias y sus causas durante varios años. En tu libro Big Farms Make Big Flu (Las grandes granjas producen grandes gripes) intentas establecer esas relaciones entre agricultura industrial, agricultura ecológica y epidemiología viral. ¿Cuáles son tus descubrimientos? El verdadero peligro de cada nuevo brote es la incapacidad o —mejor dicho— la negación oportunista a comprender cada nueva COVID-19 como un incidente no aislado. El incremento de la aparición de virus está estrechamente vinculado a la producción alimentaria y los beneficios de las empresas multinacionales. Cualquiera que pretenda entender por qué los virus son cada vez más peligrosos debe investigar el modelo industrial de agricultura y, más concretamente, de la producción de ganado. Actualmente, pocos Estados y pocos científicos están preparados para ello. Todo lo contrario. Cuando surgen nuevos brotes, los Gobiernos, medios de comunicación e incluso la mayor parte del establishment médico están tan centrados en cada emergencia individual que soslayan las causas estructurales que están convirtiendo, uno tras otro, a múltiples patógenos marginales en una repentina celebridad mundial. ¿De quién es la culpa? He dicho que de la agricultura industrial, pero hay que ampliar el foco. El capital encabeza, a escala mundial, la apropiación de los últimos bosques primigenios y de las tierras cultivadas por pequeños propietarios. Esas inversiones implican deforestación y desarrollo, que conducen a la aparición de enfermedades. La diversidad funcional y la complejidad que representan esas enormes extensiones de tierra se están simplificando de tal modo que patógenos previamente encerrados se están esparciendo sobre el ganado y las comunidades humanas locales. En suma, habría que considerar como principales focos de enfermedades a los centros de capital, lugares como Londres, Nueva York y Hong Kong.

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Deforestación (foto: Chris Cunning)

¿Para qué enfermedades es ése el caso? En este momento, no hay patógenos independientes del capital. Incluso los más remotos están afectados por éste, aunque sea distalmente. El Ébola, el Zika, los coronavirus, la fiebre amarilla otra vez, una miríada de gripes aviares y la peste porcina africana están entre los muchos patógenos que hacen su camino desde los interiores más remotos hasta los nudos periurbanos, capitales regionales y, últimamente, las redes globales de viajes. Desde los murciélagos de fruta en el Congo hasta matar en pocas semanas a la gente que toma el sol en Miami. ¿Cuál es el papel de las empresas multinacionales en este proceso? En este momento, el planeta Tierra es el planeta Granja, tanto en biomasa como en tierra utilizada. El negocio agroalimentario está intentando monopolizar el mercado alimentario. La práctica totalidad del proyecto neoliberal se centra en apoyar los esfuerzos de empresas sitas en los países más industrializados por robar la tierra y los recursos de los países más débiles. Como resultado de ello, muchos de esos nuevos patógenos, que antes las ecologías de bosques largamente evolucionados mantenían bajo control, ahora brotan libremente y amenazan al mundo entero. ¿Qué efectos tienen en esto los métodos de producción del negocio agroalimentario? La agricultura guiada por el capital que sustituye a las ecologías naturales ofrece los medios precisos para que los patógenos pueden evolucionar hasta convertirse en los fenotipos más virulentos e infecciosos. No podrías diseñar un sistema mejor para engendrar enfermedades mortales. 54

¿Por qué? El aumento del monocultivo genético de los animales domésticos elimina cualquier cortafuegos inmunitario que pueda haber para frenar la transmisión. Tamaños y densidades de población mayores facilitan mayores tasas de transmisión. Esas condiciones de masificación debilitan la respuesta inmunitaria. Alta producción, un componente de cualquier producción industrial, proporciona constantemente suministro renovado de material propenso, el combustible para la evolución del virus. En otras palabras, el negocio agroalimentario está tan centrado en los beneficios que la selección de un virus capaz de matar a mil millones de personas se trata como un riesgo que vale la pena correr. ¡¿Qué?! Esas empresas sólo pueden externalizar sobre cualquier otro los costes de sus operaciones epidemiológicamente temerarias. Desde los propios animales hasta los consumidores, los agricultores, las ecologías locales y los Gobiernos de todos los ámbitos. Los daños son tan grandes que, si tuviéramos que devolver esos costes a los balances de las empresas, el negocio agroalimentario, tal y como lo conocemos, se acabaría para siempre. Ninguna empresa podría soportar los costes de los daños que provoca.

Mercado de Wuhan (AP Photo/Dake Kang)

En muchos medios de comunicación se dice que el punto de arranque del coronavirus está en un “mercado alimentario exótico” en Wuhan. ¿Es eso cierto? Sí y no. Hay pruebas espaciales a favor de esa idea. El rastreo de infecciones relacionadas nos lleva al mercado mayorista de mariscos de Wuhan, donde se vendían animales salvajes. El muestreo ecológico parece ubicar en el extremo occidental el lugar donde se capturaba a los animales salvajes. Pero ¿cuán atrás y con cuánta amplitud deberíamos investigar? ¿Cuándo comenzó exactamente la situación de emergencia, en realidad? El poner el foco en el mercado soslaya los 55

orígenes de la agricultura silvestre fuera de las zonas interiores y su creciente capitalización. En conjunto, y en China, los alimentos silvestres se están convirtiendo en un sector económico más formalizado. Pero su relación con la agricultura industrial va más allá del hecho de compartir la fuente de ingresos. A medida que la producción industrial —porcina, aviar y similares— se expande hacia los bosques primigenios, ejerce presión sobre los operadores de alimentos silvestres para adentrarse más en el bosque en busca de poblaciones de recursos, lo que incrementa el punto de contacto con, y la propagación de, nuevos patógenos, incluyendo a la COVID-19. La COVID-19 no es el primer virus desarrollado en China que el Gobierno intenta ocultar. Así es, pero eso no es ninguna excepción china. Los EE UU y Europa también han servido de zonas de impacto para nuevas gripes, recientemente las H5N2 y HRNx, y sus multinacionales y proxies neocoloniales provocaron la aparición del Ébola en África occidental y del Zika en Brasil. Los funcionarios de la salud pública estadounidenses encubrieron al negocio agroalimentario durante los brotes de H1N1 (2009) y H5N2.

Covid-19 Capitalism, ilustración promocional de Big Farms make Big Flu (foto: Marxist Education Project)

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado ahora “emergencia sanitaria internacional”. ¿Es correcto ese paso? Sí. El peligro de un patógeno así es que las autoridades sanitarias no sean capaces de comprender la distribución del riesgo estadístico. No tenemos ni idea de cómo 56

puede responder el patógeno. En cuestión de semanas pasamos de un brote en un mercado a infecciones expandidas por todo el mundo. El patógeno podría agotarse. Eso sería genial. Pero no sabemos si eso pasará. Una preparación mejor aumentaría la probabilidad de reducir la velocidad de fuga del patógeno. La declaración de la OMS también es parte de lo que llamo teatro pandémico. Las organizaciones internacionales han muerto ante la inacción. Me viene a la memoria la Liga de Naciones. Las organizaciones de Naciones Unidas siempre andan preocupadas por su relevancia, poder y financiación. Pero ese accionismo también puede converger con la preparación y prevención actuales que el mundo necesita para interrumpir las cadenas de transmisión de la COVID-19. La reestructuración neoliberal del sistema de asistencia sanitaria ha empeorado tanto la investigación como la asistencia general a los pacientes, por ejemplo, en los hospitales. ¿Qué diferencias podría marcar un sistema sanitario mejor financiado para combatir el virus? Existe la terrible pero reveladora historia del empleado de una empresa de productos sanitarios que, tras regresar de China con síntomas similares a la gripe, hizo lo correcto, por su familia y su comunidad, y solicitó a un hospital local que le hiciera la prueba de COVID-19. Le preocupaba que la mínima reforma sanitaria de Obama no cubriera el coste de las pruebas. Y tenía razón. De repente se encontró con una deuda de 3.270 dólares. Una reivindicación estadounidense podría ser la promulgación de una orden de emergencia que estipule que, durante el brote de una pandemia, todas las facturas médicas relacionadas con las pruebas de infección y el tratamiento tras un positivo las pague la Administración federal. Queremos animar a la gente a que busque ayuda, en lugar de esconderse —e infectar a otros— porque no puede permitirse pagar el tratamiento. La solución evidente es un servicio nacional de salud —plenamente dotado y equipado para lidiar con este tipo de emergencias de ámbito comunitario— para que no surja nunca el ridículo problema de que se desincentive la cooperación comunitaria.

Anuncio de la disponibilidad de tests de Covid-19 en un hospital norteamericano (foto: Patrick Gorski / NurPhoto via Getty Image)

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Tan pronto como se descubre el virus en un país, los Gobiernos reaccionan con medidas autoritarias y punitivas, tales como la cuarentena obligatoria de regiones y ciudades enteras. ¿Están justificadas esas drásticas medidas? Utilizar un brote para probar lo último en control autocrático tras el brote es capitalismo del desastre descarrilado. Desde el punto de vista de la salud pública, preferiría equivocarme por exceso de confianza y compasión, que son variables epidemiológicas importantes. Sin ellas, las Administraciones pierden el apoyo de la población. El sentido de la solidaridad y el respeto común son decisivos para obtener la cooperación que necesitamos para sobrevivir juntos a esas amenazas. Las cuarentenas autoimpuestas con el correspondiente apoyo de controles por parte de brigadas vecinales entrenadas, camiones de suministro alimentario puerta a puerta, permisos de trabajo y seguro de desempleo pueden producir ese tipo de cooperación, todos estamos unidos en esto. Como quizá sepas, en Alemania, con Alianza por Alemania (AfD) tenemos de facto un partido nazi en el parlamento, con 94 escaños. La ultraderecha nazi y otros grupos, junto a políticos de AfD, utilizan la crisis del coronavirus para su agitación. Difunden informes falsos sobre el virus y exigen más medidas autoritarias al Gobierno: restricción de vuelos y suspensión de entradas de migrantes, cierre de fronteras y cuarentenas forzadas… La prohibición de viajar y el cierre de fronteras son exigencias con las que la extrema derecha quiere racializar lo que ahora son enfermedades globales. Esto, por supuesto, es un sinsentido. En este momento, como el virus está a punto de propagarse por todas partes, lo razonable es trabajar en el desarrollo del tipo de resistencia de la salud pública en que no importe quién muestre una infección y tengamos los medios para tratarle y cuidarle. Por supuesto, detengamos en primer lugar el robo de tierra al pueblo en el extranjero que provoca los éxodos y podremos evitar la aparición de patógenos.

Ganado hacinado en una granja industrial (foto:Ricardo Funari / Lineair / Greenpeace)

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¿Cuáles serían los cambios sostenibles? Para reducir la aparición de nuevos brotes de virus, la producción de alimentos tiene que cambiar radicalmente. La autonomía agrícola y un sector público robusto pueden contener los trinquetes ecológicos y las infecciones desbocadas. Introducir diversidad en el ganado y los cultivos —y la resilvestración estratégica— tanto a escala de explotaciones como regional. Permitir a los animales destinados a la alimentación que se reproduzcan in situ, para que transmitan las inmunidades que están probadas. Conectar la producción justa con la circulación justa. Ayudar a la producción agroecológica subvencionando los programas de apoyo a precios y compra por parte de los consumidores. Defender estos experimentos tanto de las obligaciones que impone la economía neoliberal a individuos y comunidades por igual y de la amenaza de la represión dirigida por el capital. ¿Qué llamamiento deberían hacer los socialistas ante la dinámica de incremento de brotes de enfermedades? El negocio agroalimentario como modo de reproducción social debe acabar para siempre, aunque sólo sea por razones de salud pública. La producción de alimentos altamente capitalizada depende de prácticas que ponen en peligro a la totalidad de la humanidad, en este caso contribuyendo a desatar una nueva pandemia letal. Deberíamos exigir la socialización de los sistemas alimentarios, de tal manera que, en primer lugar, patógenos tan peligrosos como éste no aparezcan. Eso requerirá, en primer lugar, la reintegración de la producción alimentaria en las necesidades de las comunidades rurales y prácticas agroecológicas que protejan al medio ambiente y a los agricultores, ya que cultivan nuestros alimentos. En términos generales, debemos reparar la grieta metabólica que separa a nuestras ecologías de nuestras economías. En resumidas cuentas, tenemos un planeta que ganar.

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La respuesta económica de Europa al coronavirus Alemania y Francia van a destinar el equivalente al 4,5 por ciento de su PIB a paliar los efectos de la pandemia. España, el 4 por ciento. Italia y el Reino Unido, en torno al 1,4

Emilio de la Peña

11/05/2020

La otra pandemia. Malagón

Con la llegada de la pandemia los gobiernos europeos han tenido que hacer frente a la alerta sanitaria, con mejor o peor fortuna. En unas economías que tenían limitado el gasto por orden de la Unión Europea o de los mercados, han tenido que gastar lo que cada uno pudiera. Los gobiernos dicen que lo que hiciera falta, porque queda mucho mejor. Los más necesitados, los que sufren más el ataque del virus, y también los que tienen más dificultades para aumentar ilimitadamente el gasto, miran a la Unión Europea y le exigen un plan común con el que recuperarse económicamente del desastre. Esta, la que imponía reglas y recetas ahora incumplibles, sigue pensando cuánto y cómo. ¿Cuánto se ha propuesto gastar cada país por su cuenta? El análisis completo de las cifras es complicado, porque no todos están afectados por igual, y no todos son iguales. Es difícilmente comparable la pequeña y pobre Letonia con Alemania, la riquísima Luxemburgo, pero con una población parecida a Cantabria, con España. O Portugal con Italia. Por ello, hacemos un ejercicio de comparación de las cuatro economías más grandes de la Unión e incluimos al recién divorciado Reino Unido, con población y grado de contagio del coronavirus semejante a las otras. En todos los casos, el esfuerzo económico de cada país va por dos vías. La primera, el gasto incorporado al presupuesto, en general mediante dinero a desembolsar por el Estado para sanidad, para salvaguardar empleos ahora paralizados por la crisis, ya sean de asalariados o autónomos o para ayudar a los 60

más vulnerables. También por el sistema de no cobrar o aplazar parte de los impuestos, para permitir que pequeños negocios cerrados o empresas en graves dificultades, puedan subsistir. La segunda vía es avalar los préstamos que las empresas o autónomos pidan a los bancos. Se entiende, aunque sólo teóricamente, que esos avales dan la seguridad de conseguir créditos y a bajo interés, pues el riesgo del banco es mínimo o inexistente: corre casi todo por cuenta del Estado. Lo que han hecho cada uno de los países analizados ha sido modificar los presupuestos de este año para contemplar esos nuevos compromisos de gasto. En el caso de España, el presupuesto está prorrogado desde hace dos años y por tanto más tuneado que un 600 de carreras. La fórmula ha sido crear esos compromisos de gasto mediante decretos-leyes. El Programa de Estabilidad enviado a la Comisión Europea detalla cada nueva partida, llamada gasto discrecional. Hemos incluido además los 16.000 millones de euros del Fondo No Reembolsable para las Comunidades Autónomas que no figuraba, al constituirse con posterioridad. Se compara el gasto de cada país en relación con dos cosas, su Producto Interior Bruto (PIB), es decir, su capacidad económica, y su población. Sólo así es posible sacar conclusiones claras. Los datos están extraídos de las páginas oficiales de los ministerios de Hacienda o Finanzas de cada Estado. El país que más dinero va a gastar este año es claramente Alemania. Lo es lógicamente en términos absolutos, ya que su población es casi el doble de la española, por ejemplo, y su PIB tres veces mayor. En términos relativos, el gasto es semejante al de Francia. Ambos van a destinar el equivalente al 4,5 por ciento de su Producto Interior Bruto (PIB). Ello supone dedicar 1.800 euros por habitante, en el caso de Alemania, y 1.600 euros en el de Francia. España no se queda demasiado lejos si el dinero se compara con su PIB: supone el 4 por ciento. Es decir, el esfuerzo sobre su capacidad económica no se aleja mucho del de los dos grandes. Pero sí destina bastante menos dinero si este se compara con la población: 1.000 euros por habitante, lo que indica la menor capacidad económica de nuestro país. Traducido en hechos concretos, significa, por ejemplo, que la ayuda que recibe un asalariado, mientras su trabajo está suspendido, es mayor en Alemania que en España, como es mayor su salario en tiempos de normalidad. Y así, el resto de las ayudas. Eso puede explicar que, mientras en términos de riqueza, la diferencia del gasto frente a la pandemia es pequeña entre ambos países, aplicada al número de ciudadanos es mayor. Tanto Italia como el Reino Unido han acordado destinar bastante menos dinero, al menos hasta ahora. En los dos casos representa en torno al 1,4 por ciento de su PIB. Llama la atención, teniendo en cuenta la virulencia de la pandemia en ambos países: la mayor de Europa en número de fallecidos. Con ello, Italia gastará 414 euros por persona y Gran Bretaña 510 euros.

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Donde varía más la respuesta al coronavirus es en la segunda vía de apoyo a la economía, el dinero que están dispuestos a avalar para que las pymes, autónomos y empresas en general pidan préstamos y tengan euros suficientes con los que mantener a flote sus negocios, ahora que apenas ingresan. Ese no es dinero gastado, salvo que la empresa que recibió el préstamo no lo devuelva. En esto España es el país que menos dinero avalará: el equivalente al 8 por ciento de su PIB. Y Alemania el que más, con 600.000 millones de euros, el 17 por ciento. En esta apuesta Francia, Italia y Reino Unido superan también a España. Hay algunas aclaraciones que hacer. La primera es que estas cifras no son inamovibles. No solo porque cualquiera de los gobiernos puede decidir más ayudas. Francia ya lo hizo, hasta llegar a la cantidad que aquí se da. Lo determinante es que, en casi todos los casos, lo aprobado son derechos o compromisos con los ciudadanos o las empresas y dependerá de cuántos ciudadanos o empresas las precisen o decidan acogerse a ellas para conocer la cifra final de gasto. España gastará 17.000 millones en ERTEs, la misma cantidad que destina el Estado al pago de los parados durante todo el año Por ejemplo, en el caso de España, el dinero destinado a pagar a los asalariados acogidos a los ERTEs, cuyo empleo está suspendido y por lo que cobran mientras una prestación, se calcula en 17.000 millones de euros. Si se acogen más de los estimados o el periodo de vigencia de los ERTEs es mayor del previsto, cosa bastante posible, la cantidad de dinero aumentará. Lo mismo sucede con los autónomos que reciban una ayuda por cese de actividad. No son cantidades cerradas, sino estimaciones de gasto. Eso ocurrirá también en otros países. Para calcular la dimensión de las cifras, por ejemplo, los 17.000 millones de prestación a los trabajadores con el trabajo suspendido lo son para un máximo de tres meses. Es una cantidad de dinero semejante al que destina el Estado al pago de los parados durante todo el año. Segunda aclaración. En la concesión de avales para créditos no sólo es importante la cifra en miles de millones que cada Gobierno está dispuesto a garantizar. Lo es también el sistema financiero que debe conceder los préstamos. Y no todos los países van a canalizar el crédito de la misma manera. En esto tiene también notable ventaja Alemania, lo que puede explicar la inmensa cantidad de dinero en avales. No tendría mucho sentido establecer una cifra altísima si las 62

estructuras para canalizar el dinero no dan de sí. Alemania, a diferencia de otros países, tiene un sistema bancario bipolar. Una parte es la potente banca privada, semejante a los demás países. Otra la constituye un inmenso entramado de cajas de ahorros locales o regionales, sostenidas con dinero público cuando es necesario, que son las que conceden la gran mayoría de los créditos a empresas, sobre todo pymes, y a familias. Junto a ello, dispone de un potentísimo banco público, KfW (el tercero de todo el país) creado con el Plan Marshall y capaz de llegar a todas las empresas. Sólo esta entidad ha recibido avales del Estado por 100.000 millones para hacer préstamos. En suma, Alemania, que reclamó en el seno de la UE ajustes, privatizaciones de cajas y controles externos para la banca de los otros, fue extremadamente celosa en salvaguardar su sistema financiero público frente a semejante locura. Alemania, que reclamó en la UE privatizaciones de cajas y controles para la banca de los otros, fue muy celosa en salvaguardar su sistema financiero público Tercera aclaración. Las necesidades de cada país frente a la crisis son diferentes, según las condiciones de su población. Cabría pensar que los países que tienen un porcentaje mayor de población en riesgo de pobreza o exclusión social, o que tienen más dificultades para pagar sus deudas o sus facturas de alquiler, electricidad o gas deberían destinar ahora más recursos por habitante a cubrir estas necesidades. Aunque el virus ataca a todos por igual, las consecuencias de confinamiento y parálisis económica son mayores para los que tienen peores condiciones de vida. Sin embargo, en números fríos, como los ofrecidos, ocurre lo contrario. España y en mayor medida Italia tienen más población vulnerable y menos recursos para protegerla. Pero hay que tener en cuenta que el dinero público frente a la pandemia no se reparte por igual a toda la población. Y estos países han tomado medidas y destinado recursos especialmente para estos sectores. En el caso de España, se justificaría la inmediata puesta en marcha de la Renta Básica Universal, no contabilizada lógicamente en las cifras comparadas porque aún no está aprobada. Cuarta aclaración. Las dificultades de obtener dinero con el que costear la respuesta a la pandemia son muy diversas. Esos recursos en principio se consiguen mediante impuestos y pidiendo dinero prestado en los mercados de capitales, es decir emitiendo títulos de deuda pública. En cuanto a impuestos, Francia, Italia y Alemania, por este orden, tienen más capacidad de obtener dinero porque sus tributos son mayores. España y Gran Bretaña están en la cola, su recaudación fiscal es baja. En cuanto a la posibilidad cubrir los gastos con deuda pública, es mucho mayor en el caso de Alemania, que hará las mayores emisiones desde la Segunda Guerra Mundial. El Gobierno de Berlín no tiene que pagar ahora intereses si emite un bono a 10 años, al contrario: en la última emisión del 24 de abril los inversores hubieron de pagar un interés al Estado alemán por adquirirlo. España paga últimamente muy poco por un bono igual, pero ese poco supone el 0,80 por ciento. La ventaja alemana es clara, el dinero va preferentemente allí. Italia lo tiene aún peor que España, porque su interés es del 1,8 por ciento. La decisión del Banco Central Europeo de comprar a los bancos cuantos bonos tengan de los 63

estados facilita las cosas, pero no las resuelve. El Reino Unido ha optado por el camino más directo. Pedirá el dinero al Banco de Inglaterra, que no tiene más que fabricarlo. En la UE, el Banco Central Europeo tiene prohibido prestar a los países, por mandato, digamos neoliberal. Puede prestarlo a los bancos, que lo prestan a su vez al resto, obteniendo un interés. En conclusión, en cuanto a gasto nuevo frente a la pandemia, España no difiere demasiado de Francia o Alemania y es mayor que Italia o el Reino Unido, si se compara con el PIB de cada uno. Pero el esfuerzo está en relación con la riqueza. Es más débil la capacidad de España de avalar a las pymes y autónomos, en consonancia con el sistema financiero reorganizado en la anterior crisis, de espaldas a la sociedad y al sistema productivo.

Coronavirus en positivo

Nuevos desafíos en tiempos de Coronavirus: Salud Digital

Ilustración: Verónica Montón Alegre.

Mientras seguimos en plena batalla contra esta pandemia que ha puesto en jaque a toda nuestra sociedad y sistema sanitario, observamos, atónitos, cómo todavía, parte de este mundo sigue paralizado para poner freno a este virus y no colapsar los sistemas sanitarios. Pero al mismo tiempo, vemos cómo la innovación y la tecnología siguen avanzando a pasos agigantados para ponerse al servicio de las necesidades de nuestra sociedad. De hecho, ya se oye decir que esta crisis mundial va a hacer más por la transformación digital que ningún plan estratégico. 64

El papel de la eSalud El ámbito sanitario no se queda atrás en esta carrera, y hoy, más que nunca, la Salud Digital (eSalud) está jugando un papel esencial para sobrevivir y salir de esta crisis. En este contexto Internet se ha convertido en la principal fuente información y consulta de sobre coronavirus. Conscientes de su potencial para difundir información veraz y actualiada a la población, instituciones como el Ministerio de Salud o el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) han creado en sus webs secciones específicas para la ciudanía con información sobre coronavirus. Un gran número de editores de revistas y plataformas han puesto, en abierto, su producción científica relacionada con este virus para luchar contra él.

Las redes sociales Las redes sociales también están jugando un papel esencial en salud pública. A estas alturas, ya os habréis dado cuenta que si lanzas una búsqueda sobre COVID-19 en Google, Facebook, Twitter o Instagram, aparecen entre sus principales resultados perfiles, posts o ventanas emergentes que derivan a fuentes fiables, como las del Ministerio de Sanidad. Pero a pesar de ello, las fake news inundan la red y los profesionales de la salud que están en ellas deben contribuir a conseguir una #saludsinbulos, que disminuya el miedo y las conductas poco seguras que puedan poner en riesgo la salud de la población. También están permitiendo que los profesionales de la salud compartan experiencias e información, en esta crisis en evolución continua. Tenemos decenas de imágenes en nuestra retina, difundidas por la televisión o las redes sociales, de pacientes hospitalizados por coronavirus, en aislamiento, que han podido contactar con sus familias, ayudados por sus enfermeras o médicas, mediante videollamadas realizadas con teléfonos móviles o Tablets. Incluso, madres Covid19 ingresadas y aisladas en cuidados críticos, han podido conocer a sus recién nacidos y contactar con los profesionales que cuidaban de ellos mediante estos dispositivos. Demostrando que la tecnología también puede estar al servicio de la humanización de nuestra atención. La Inteligencia Artificial está teniendo un alto impacto en este nuevo escenario, tanto en el diseño de vacunas y tratamientos médicos, como en el ámbito asistencial (sobre todo en el apoyo diagnóstico) y en la toma de decisiones públicas.

La telesalud Pero quizás, la Telesalud, el seguimiento de pacientes por teléfono o video conferencia, apoyada por el uso de aplicaciones móviles y chatbots, será el ámbito que más veremos desarrollarse en las próximas semanas. Los últimos estudios realizados antes de esta crisis, ya demostraban sus ventajas como la disminución de las estancias hospitalarias, listas de espera, desplazamientos y número de 65

consultas, lo que optimiza los recursos y proporciona una atención más centrada en el paciente. Debido a esta situación, las consultas de Atención Especializada y Primaria han realizado más visitas telemáticas que presenciales, facilitando la coordinación de los recursos, disminuyendo la saturación de pacientes y por tanto, los riesgos de contagios e incluso reduciendo los costos sanitarios. El potencial de la Salud Digital para responder de manera efectiva a las nuevas necesidades de salud queda patente, como también los nuevos retos a los que nos enfrentamos para una implementación eficiente, como mejorar las competencias digitales en salud de nuestros profesionales sanitarios y el nivel de alfabetización digital de los ciudadanos, solventar los problemas éticos relacionados con la seguridad y privacidad de los datos de salud y conseguir el reconocimiento, dentro de las estrategias de salud, de la necesidad de invertir en innovación y nuevas tecnologías para seguir "mejorando y salvando vidas".

Para que el futuro comience Boaventura de Sousa Santos Salvo algunas excepciones, los gobiernos nacionales se han dedicado exclusivamente a gestionar la crisis pandémica y los resultados varían de un país a otro. Comienzan a discutirse ciertas cuestiones generales. Disfrazamos con gráficos y estadísticas todo nuestro desconocimiento sobre la dinámica de la pandemia, sobre sus causas próximas y lejanas, sobre la eficacia relativa de las diferentes políticas de contención y mitigación. Confiamos en la ciencia y la ciencia confía en que nuestro comportamiento confirme las estadísticas. Pero tanto los científicos como nosotros sabemos que los números están forzosamente viciados. No sabemos el número exacto de infectados (debido a la falta de pruebas) ni de fallecidos (debido a la subnotificación de casos). E incluso dando crédito a los números, no nos dicen nada sobre los criterios insondables con los que el virus selecciona a sus víctimas, tantas veces respaldado por las actuales o anteriores políticas estatales. Tres preguntas serán suficientes. ¿A qué clase social pertenece y qué color de piel tiene la mayoría de los que están muriendo en Brasil? ¿Cuál es el porcentaje de inmigrantes y refugiados entre los fallecidos por el virus en Suecia? ¿No habían advertido las olas de calor de años anteriores a las autoridades de Portugal y de otros países europeos que las residencias de ancianos, tal como existen, serían una peligrosa zona de riesgo? Nos comparamos con los países más cercanos, que a veces presentan indicadores peores que los nuestros. En Europa, no se nos ocurre compararnos con Vietnam que, con 91 millones de habitantes y con una frontera de 1.281 kilómetros con China, a día de hoy no tiene ningún muerto. Actuamos en la sombra y en la oscuridad hay poco espacio para la política, especialmente para la política democrática. Esta es también la razón por la cual el 66

consenso político se vuelve más fácil, y afortunadamente es así durante la emergencia, pues lo contrario resultaría catastrófico. Basta pensar en los casos trágicos y patéticos de Estados Unidos y Brasil, donde la gestión de la crisis pandémica se ha convertido en la gestión de la crisis política. ¿Pero cuánto durará la emergencia? Por ahora, está claro que lo que llamamos pospandemia es, de hecho, el comienzo de un largo periodo de pandemia intermitente. Un periodo que ni siquiera termina con la distribución generalizada de la vacuna, ya que, si el modelo vigente de desarrollo y consumo continúa, la matriz energética actual (en resumen, el patrón civilizatorio imperante), vendrán otras pandemias, y ciertamente serán más letales. De ser así, ¿tendremos que vivir en un estado de emergencia intermitente o permanente? ¿La protección de la vida será en el futuro incompatible con la democracia? Sabemos de varios Estados asiáticos que han logrado buenos resultados confiando en la disciplina de los ciudadanos. ¿Por qué en Occidente tenemos que imponer multas para que las personas se protejan? ¿Supone esto el fracaso de nuestros sistemas educativos, de una educación centrada en la falacia del individualismo y el espíritu emprendedor, que no educa para la solidaridad y la cooperación, para los bienes comunes y para todo lo demás que constituye nuestro destino común? Decir que durante la pandemia las acciones del Estado se ejercen en la sombra significa que no se conocen todas las consecuencias de las acciones. Evidentemente se conocen algunas, y es a partir de su análisis que podemos comenzar a sospechar cuáles serán los escenarios posteriores a la pandemia. Los países que decidieron pronto el confinamiento, como Portugal, lo hicieron en general por una cuestión de principios (defensa de la vida) y por una cuestión práctica (evitar el colapso del sistema público de salud). Cuál prevalecerá lo sabremos próximamente. La cuestión es saber si la vida prevalece siempre sobre la economía o solo durante las pandemias. Durante la pandemia, el Estado ha mostrado una notable autonomía en relación con los mercados, que fueron eclipsados, y con los intereses económicos que, de repente, abrazaron (¿interesadamente?) la idea de la importancia del Estado en la regulación social. ¿Se trata solo de una tendencia fugaz? Veamos las señales. El confinamiento tiene una lógica contracorriente de modo que su duración tiene que ser limitada. Para los países que recurrieron pronto a él, la política comienza con la flexibilización del confinamiento y, con ella, el fin del consenso. Durante el confinamiento, si los números aumentaban era culpa del virus, y si los números disminuían el crédito era del Gobierno. De ahora en adelante, cualquier resultado negativo se atribuirá a las acciones del Gobierno, mientras que cualquier resultado positivo se atribuirá a la disciplina de los ciudadanos. El alcance de la disidencia dependerá de la explotación de resultados negativos por parte de la ultraderecha que en España nunca se desarmó, incluso durante la pandemia. En Portugal, la ultraderecha troikificada no solo existe, sino que de manera intrigante el canal de televisión pública continúa dándole amplio espacio. Con respecto a la relativa autonomía del Estado portugués en el próximo periodo, las señales son preocupantes. Puede que incluso tengamos que concluir que el consenso entre los órganos de poder público, saludable durante la pandemia, puede llegar a cobrar un alto precio en la pospandemia inmediata. La cuestión fundamental es la de los cambios en el modelo social y económico, cuya urgencia 67

fue expuesta con particular vehemencia durante la pandemia. Habrá cambios en la medida que el Gobierno tenga fuerza para valorar los intereses nuevos o renovados revelados por la pandemia e imponerlos a los viejos intereses de siempre. Algunos ejemplos. Durante la pandemia, se generó un gran consenso sobre la valorización del servicio nacional de salud (SNS). Este consenso se basó no solo en lo que hizo el SNS, sino también en cómo se comportó el sistema privado. Al no poder beneficiarse indebidamente de la crisis, el sistema privado se retiró a una posición que yo clasificaría como parasitaria, esperando que pase la tormenta y que el sistema de salud vuelva a caer en sus manos. Con cierta perplejidad, vemos que esto es exactamente lo que sucederá cuando la Ministra de Salud anuncia el uso del sistema privado para reducir las listas de espera en lugar de tomar medidas urgentes para fortalecer el SNS. En otras palabras, volvemos al pasado, disfrazado como beneficio a corto plazo para los ciudadanos. Por lo tanto, estamos dejando de prepararnos activamente para la próxima pandemia. El regreso de lo viejo también puede estar presente en la forma en que intentamos lidiar con TAP (Transportes Aéreos Portugueses), una intervención del Estado que en el momento de la privatización se hizo (y bien) al borde del abismo, pero que ahora podría corregirse siempre y cuando no se desperdicie la oportunidad. Otra señal inquietante es la continuidad de la lógica de los subsidios e incentivos otorgados a las industrias y servicios que alimentan el modelo actual de producción contaminante, de consumo masivo basado en transporte sin condiciones de seguridad sanitaria, energía fósil, agricultura industrial y en inmensos centros comerciales que pronto se considerarán áreas de alto riesgo si, entre tanto, no son redimensionados. Este modelo está estrechamente relacionado con el cambio climático y la inminente catástrofe ecológica que, según el último informe de la Plataforma Intergubernamental CientíficoNormativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés), están directamente relacionados con la recurrencia de pandemias En otras palabras, subsidiar el modelo actual de producción y consumo significa subsidiar la aparición de nuevas pandemias. Para no desperdiciar las oportunidades que ha creado la pandemia del coronavirus, sería necesario que el consenso político esté sujeto a la condición que la experiencia reciente nos ha enseñado: si la izquierda hace la política de la derecha, los ciudadanos concluirán, tarde o temprano, que la derecha lo hace mejor.

Un nuevo comienzo

Nos jugamos la vida Frente a las presiones de los poderes financieros hemos de poner toda nuestra energía colectiva para ganar la batalla y que la desescalada se haga con las personas en el centro

Irina Martínez / Cristina Hernández / Sara Naila Navacerrada 12/05/2020 68

No hace tanto, aunque parezca un siglo, que el tsunami de la pandemia nos sacudió colectivamente (y seguramente nos quedan todavía algunos temporales por venir) y aprendimos de golpe algunas cuestiones que han comenzado a cambiarnos, esperemos que para siempre. Hemos descubierto que de este mal sueño no hubiéramos salido sin las manos de las sanitarias, de las cuidadoras, de las cajeras y de las limpiadoras. Esas manos que parecen nuevas, pero que arrastran numerosos callos con nombre de precariedad e invisibilidad y que siempre, y no solo ahora, son imprescindibles. Sus manos nos han dado de comer, nos han curado, cuidaron de nuestros niños y niñas, dependientes y amigos, tejieron redes de solidaridad para ayudar a las vecinas y ayudaron a luchar y a morir a nuestros abuelos y abuelas. Han puesto en riesgo la salud de los suyos aún sin saber muy bien quiénes las cuidarían si ellas enfermaban. ¡Tan invisibles son los cuidados! ¡Tan solitarios! Y sobre todo, ¡tan privados! El sistema capitalista y patriarcal nos ha hecho asumir con toda normalidad que los cuidados ha de resolverlos cada quien en su casa. Y en esta crisis del coronavirus no hemos sido capaces de aliviar el insomnio de tantas y tantas trabajadoras esenciales: ¿pongo en riesgo a la abuela llevándole al niño o voy al trabajo para poder llenar la nevera? Esta ecuación es irresoluble en solitario, porque sin comunidad no sobrevivimos, así de sencillo, así de profundo. Ahora que somos más conscientes que nunca de la importancia de los servicios públicos, es momento de su fortalecimiento y ampliación. Los servicios sociales, la sanidad, la atención domiciliaria, el apoyo a personas dependientes deben ser servicios públicos y universales. Deben ser herramientas útiles para el cuidado colectivo, para poder poner la vida en el centro. Salvar la economía no es lo mismo que salvar el capitalismo (por mucho que nos insistan hasta la saciedad para que lo repitamos como autómatas) Frente a las presiones de los poderes financieros hemos de poner toda nuestra energía colectiva para ganar la batalla y que la desescalada se haga con las personas en el centro. No se puede reactivar el ámbito productivo sin un plan de atención a menores y sin medidas que protejan a los abuelos y abuelas que son los principales apoyos de las familias. Igual es tiempo de debatir si las escuelas son la única institución que debe hacerse cargo de facilitar la conciliación familiar, o qué tipo de servicios sociales y públicos queremos. Es tiempo de pensar mecanismos comunitarios que analicen necesidades y las resuelvan desde una visión holística, en la que se tenga en cuenta la perspectiva educativa, sanitaria, de atención a las necesidades de vivienda y alimentación. No podemos seguir creando espacios públicos de espaldas a los cuidados y a las relaciones. Los horarios de trabajo nos han de dejar tiempo para vivir y cuidar a los nuestros. La organización de los espacios públicos ha de regirse bajo su lógica. 69

Por eso ahora que vienen de nuevo las voces del viejo mundo a decirnos que hay que recuperar cuanto antes la normalidad, ¿de qué normalidad hablan? ¿Aquella en la que estábamos agotando los límites del planeta con los ojos tapados y al borde del abismo? ¿Aquella en la que la economía está al servicio de unos pocos, de los de siempre? ¿Aquella en la que nuestra vida es algo totalmente secundario? Nosotras queremos una nueva normalidad, pero poniendo el foco en lo nuevo, y tenemos una propuesta muy clara, empezando por lo primero. Salvar la economía no es lo mismo que salvar el capitalismo (por mucho que nos insistan hasta la saciedad para que lo repitamos como autómatas). Porque, qué importante es saber de dónde venimos, y qué mejor que remontarnos al origen de nuestras palabras, de nuestro lenguaje. Economía, “oikonomos” en la Antigua Grecia, significaba administración del hogar, allá donde comenzaba la vida y cuyo trabajo tan pronto recayó sobre nuestras espaldas. Por eso, es necesario empezar la transformación desde nuestros hogares (aquellas que tenemos el privilegio de tenerlos) y desde lo más cotidiano, para continuar con la destrucción de un sistema, el sistema capitalista, en el que la economía está al servicio del beneficio de unos pocos. Nosotras queremos una economía que pone en el centro la vida y pone todos sus recursos para sostenerla, dando por ello valor al trabajo de cuidados. No es momento de volver a lo viejo, porque lo viejo es insostenible y se ha revelado con crudeza la fragilidad de nuestras vidas en un sistema que no las prioriza. Y cuidado, entre el nacimiento de lo viejo y la construcción de lo nuevo, prestemos mucha atención a los monstruos, que ya están al acecho. No es momento de volver a lo viejo, porque lo viejo es insostenible y se ha revelado con crudeza la fragilidad de nuestras vidas en un sistema que no las prioriza Otro mundo es posible. No parece factible, y ni siquiera deseable, que todos los cuidados que precisemos tengan que estar mercantilizados. Hay una gran parte de ellos, los ligados al afecto, al establecimiento de vínculos, sin los que no es saludable vivir, y sin los que nadie querríamos vivir. Deseamos vivir y cuidar a personas a las que queremos y nos quieren, a las que sentimos que importamos, y en este momento de vulnerabilidad colectiva que hemos vivido, hemos sentido su importancia. Los cuidados, los afectos, son el factor de protección emocional ante las situaciones críticas y lo que, a final de cuentas, da realmente sentido a nuestras vidas. Nos merecemos una sociedad que se organice poniendo lo importante en el centro. Pero aunque ya lo dijimos, lo dijeron (todas las compañeras y compañeros que nos han dejado durante esta crisis luchando hasta el final y aquellas que continúan resistiendo) y lo diremos. No nos quedamos ahí, de nada nos sirve saber y reafirmarnos. Nos necesitamos, somos absolutamente imprescindibles para el comienzo de una nueva etapa en la que nuestras vidas sean lo primero y en la que podamos aspirar a una vida digna. 70

Aprovechemos esta oportunidad histórica en la que todo se ha hecho demasiado evidente, en la que nuestras mentes han sido más conscientes, en la que hemos llorado de tristeza y de alegría, en la que hemos querido tirar la toalla y nos hemos levantado en un momento u otro, en la que hemos resistido juntas, organizadas, generando tejido de barrio, comunidad. Tenemos un enorme poder y, por ello, una gran responsabilidad. Nos hace falta más comunismo, nos hace falta más feminismo. Y no sólo es importante, es urgente, ¡porque nos jugamos la vida en ello!

Decrecimiento: nuevas raíces para la economía Re-imaginando el futuro después de la crisis del coronavirus

Degrowth New Roots Collective

13/05/2020

El único crecimiento sostenible es el decrecimiento. kamiel79

La pandemia del coronavirus se ha llevado innumerables vidas y deja paso a un futuro incierto. Mientras las personas en primera línea del sistema de salud y del abastecimiento social básico están luchando contra la propagación del virus; cuidando las personas enfermas y manteniendo el funcionamiento de 71

operaciones esenciales, una gran parte de la economía se ha estancado. Esta situación es paralizante y dolorosa para muchos, provocando miedo y ansiedad a aquellos que amamos y a las comunidades a las que pertenecemos. Aun así puede ser también un momento para que colectivamente aportemos e impulsemos nuevas ideas. La crisis desencadenada por el coronavirus ha puesto al descubierto muchas debilidades de nuestra economía capitalista obsesionada por el crecimiento como la inseguridad, sistemas de salud menoscabados por años de austeridad y la infravaloración de algunas de las profesiones más imprescindibles. Este sistema, basado en la explotación de las personas y de la naturaleza, es severamente propenso a sufrir crisis, que son de hecho consideradas normales. Aunque la economía mundial está produciendo mucho más que nunca, no se ocupa del cuidado de los seres humanos y del planeta; en su lugar la riqueza es acumulada y el planeta arrasado. Millones de niños mueren cada año por causas evitables, 820 millones de personas están desnutridas, la biodiversidad y los ecosistemas están siendo degradados, los gases de efecto invernadero continúan elevándose provocando un violento cambio climático antropogénico con aumento del nivel del mar, tormentas devastadoras e incendios incontrolables entre otros fenómenos. Durante décadas, las estrategias dominantes contra estos males han sido dejar la distribución económica mayormente a las fuerzas del mercado y atenuar la degradación ecológica a través de una economía que fuera capaz de crecer sin incrementar la presión ambiental mediante el desacoplamiento y el crecimiento verde. Esto no ha funcionado. Ahora tenemos una oportunidad para construir en base a algunas de las experiencias de la crisis del coronavirus: con nuevas formas de cooperación y solidaridad que están floreciendo, el creciente respeto y estimación generalizado de los servicios sociales esenciales como la salud pública y el trabajo de cuidados, el abastecimiento de alimentos y la gestión de desechos. La pandemia también llevó a los gobiernos a tomar acciones sin precedentes en tiempos modernos de paz, demostrando lo que es posible cuando hay voluntad para actuar: las reestructuraciones de los presupuestos, la movilización y redistribución de dinero, la rápida expansión del sistema de seguridad social y la importancia de la vivienda para las personas sin hogar. Al mismo tiempo, necesitamos estar alerta con el aumento problemático de las tendencias autoritarias con los sistemas de vigilancia masivos y tecnologías invasivas, el cierre de las fronteras, las restricciones al derecho de asamblea y la explosión de la crisis por el desastre capitalista. Debemos resistir firmemente a estas dinámicas, pero no detenernos ahí. Debemos empezar una transición hacia un tipo de sociedad radicalmente diferente. En vez de tratar desesperadamente hacer andar de nuevo la destructiva maquinaria del crecimiento sugerimos construir en base a las lecciones aprendidas y a la abundancia de iniciativas sociales y solidarias que han brotado alrededor del mundo estos meses. Al contrario de lo que sucedió después de la crisis financiera del 2008, deberíamos salvar a las personas y al planeta en lugar de rescatar las grandes corporaciones, y emerger de esta crisis con medidas de suficiencia en vez de austeridad. Nosotros, las personas signatarias de esta carta por consiguiente ofrecemos cinco principios para la recuperación de nuestra economía y la creación de una 72

sociedad justa. Para desarrollar los nuevos fundamentos de una economía que funcione para todos y todas, necesitamos: 1) Poner la vida al centro de nuestro sistema económico. En lugar del crecimiento económico y la producción de desechos, debemos poner la vida y el bienestar al centro de nuestros esfuerzos. Mientras tanto, algunos sectores de la economía, como la producción de combustibles fósiles, fuerzas militares y anuncios publicitarios, tienen que ser eliminados lo más rápido posible. Necesitamos fomentar otros como asistencia médica, educación, energías renovables y agricultura ecológica. 2) Reevaluar radicalmente cómo y qué trabajos son necesarios para una buena calidad de vida para todos. Necesitamos poner más énfasis en el trabajo de cuidados y evaluar adecuadamente las profesiones que se han probado imprescindibles durante la crisis. Trabajadores de industrias destructivas necesitan acceso a capacitación para nuevos tipos de trabajo que sean regenerativos y limpios, asegurando una transición justa. Tenemos que reducir el tiempo de trabajo e introducir esquemas de trabajo compartido. 3) Organizar a la sociedad en torno a la provisión de mercancías y servicios esenciales. Mientras necesitamos reducir el consumo excesivo y los viajes en avión, necesidades humanas básicas como el derecho a la alimentación, la vivienda y la educación tienen que estar aseguradas a través de servicios básicos universales o esquemas de ingreso básico universal. Además, un ingreso mínimo y máximo tiene que estar definido democráticamente y ser implementado. 4) Democratizar la sociedad. Esto significa permitir a todas las personas que participen en las decisiones que afecten sus vidas. En particular, significa más participación por parte de los grupos marginados de la sociedad así como la inclusión de los principios feministas dentro de las políticas y el sistema económico. El poder de las corporaciones globales y el sector financiero tiene que ser reducido drásticamente a través de la apropiación democrática y la supervisión. Los sectores relacionados a las necesidades básicas como energía, alimentación, vivienda, salud y educación necesitan ser desmercantilizados y desfinanciarizados. 5) Sistemas políticos y económicos basados en el principio de la solidaridad. Redistribución y justicia --transnacional, interseccional e intergeneracional-- deben ser la base para la reconciliación entre las actuales y futuras generaciones, grupos sociales dentro de los países así como entre los países del Sur Global y del Norte Global. El Norte Global en particular debe terminar con las formas actuales de explotación y hacer reparaciones por las pasadas. La justicia climática debe ser el principio que guíe una rápida transformación social y ecológica.

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Mientras tengamos un sistema económico que sea dependiente del crecimiento, una recesión económica será devastadora. Lo que el mundo necesita es Decrecimiento – una economía planeada pero adaptable, sostenible, y en reducción progresiva y equitativa, guiando hacia un futuro donde podamos vivir mejor con menos. La actual crisis ha sido brutal para muchos, golpeando más duro a los más vulnerables, pero esto también nos da la oportunidad para reflexionar y repensar. Esto puede hacer que nos demos cuenta de lo que es verdaderamente importante demostrando así el potencial del Decrecimiento. El Decrecimiento, como movimiento y como concepto, ha estado reflexionando sobre estos puntos desde hace más de una década y ofrece un marco consistente para repensar la sociedad basada en otros valores como la sostenibilidad, la solidaridad, la equidad, la convivencia, la democracia directa y el buen vivir. Únete a nosotros en estos debates y comparte tus ideas en Decrecimiento Viena 2020 y el Día del Decrecimiento Global --para construir juntos la salida intencional y emancipatoria de las adicciones del crecimiento. En solidaridad, Grupo de trabajo de la carta abierta: Nathan Barlow, Ekaterina Chertkovskaya, Manuel Grebenjak, Vincent Liegey, François Schneider, Tone Smith, Sam Bliss, Constanza Hepp, Max Hollweg, Christian Kerschner, Andro Rilović, Pierre Smith Khanna, Joëlle Saey-Volckrick

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Covid y clase media

Sociología (breve) del estado de alarma En la sociedad española hay un grupo especial que impone algo así como un miedo ‘dominante’, un miedo más legítimo que los otros, el miedo de los ‘instalados’, un colectivo que ha disfrutado de una biografía ‘más próspera’

Emmanuel Rodríguez

8/05/2020

Control policial durante el confinamiento.

Toda sociología de la crisis es una sociología del miedo: concretamente de aquellos con capacidad de imponer sus miedos sobre los del resto de la sociedad. El miedo es un afecto particular, explosivo. Su traducción política va desde las proyecciones fantasmáticas sobre el chivo expiatorio que refuerzan la autoridad en la comunidad, hasta la potencia que supera el temor a través de un proyecto colectivo y, con este, de un análisis más o menos racional. En el caso español, aún hoy en día, cuando se discute teatralmente sobre la necesidad del estado de alarma, cabe hacer algunas consideraciones sobre miedo y confinamiento. Para ello conviene recordar en qué estábamos hace tan solo ocho semanas. Ha existido (y existe) un miedo evidente a la enfermedad, a figurar entre los tocados y quizás entre los muertos. Pero ese miedo es diferencial: puede ser sobre uno mismo, pueden preocuparnos solo los mayores cercanos, o incluso podemos sentir algo de la fragilidad de esa humanidad que deambula de una 75

crisis a otra. También el miedo es diferente cuando quien lo experimenta es al repartidor que apura estos días para mantener su empleo o el anciano de una residencia consciente de lo que significa la enfermedad para las personas de su edad y alojadas en un lugar como ese. Con el confinamiento más duro de Europa occidental, la sociedad española ha sido unánime respecto a la necesidad del encierro. Ninguna discusión, ninguna salida de tono Por decirlo brevemente, en la sociedad española, en la sociedad europea, hay un grupo especial que impone algo así como un miedo “dominante”, un miedo más legítimo que los otros. Su legitimidad, no se debe tanto a que sea un sector de riesgo de la enfermedad (aunque por edad pueda serlo), cuanto a que es seguramente el colectivo con mayor poder dentro esa sociedad. Si se permite la generalización, la primera definición de ese segmento es generacional y se refiere, en España, a los “instalados”, un segmento social de edad imprecisa pero bien reconocible en todas partes. La importancia de ese grupo social apenas se puede esconder. Ningún otro colectivo ha disfrutado de una biografía “más próspera”, en la que las expectativas y las oportunidades hayan ido tan bien de la mano. Los miembros de este grupo viven mejor que sus padres y han vivido mejor que sus nietos. Entraron en el mercado laboral en plena expansión del empleo profesional y del empleo público, tras la primera gran ola “democratizadora” de la educación superior. Ocuparon posiciones de “responsabilidad” temprano. Profesores, médicos, periodistas, abogados que con poco más de treinta años, alcanzaron lo que a día de hoy no se obtiene (si se obtiene) a los cincuenta: ser altos funcionarios, directores de periódicos y, hasta hace nada, políticos profesionales. Se habla aquí, obvio, solo de un segmento social, no de una generación propiamente dicha. La generación “instalada” se refiere solo a las llamadas “clases medias”, a los verdaderamente posicionados. Entre los “instalados” la norma fue el empleo garantizado y con derechos. Cabe decir que a los instalados apenas les importó que se perdieran derechos sociales y laborales, siempre que no fueran los suyos y siempre que los que se perdieran fueran los de quienes venían detrás. Los “instalados” se han jubilado también antes que sus padres, y desde luego antes de lo que lo harán sus hijos. Sus pensiones no son las del mileurista. Accedieron a la propiedad inmobiliaria temprano y jugaron con ella en los dos grandes ciclos de crecimiento (siempre por la vía del ladrillo) de la democracia española: de 1985 hasta los fastos del 92, y de 1995 hasta la gran depresión de 2007. Todavía, este grupo social compone el pilar de la sociedad española: sostienen en parte a sus vástagos, mantienen importantes posiciones patrimoniales (no hay rango de edad con mayor número de rentistas que aquellos entre 60 y 75 años) y, sin duda, han sido hasta hace poco (seguramente hasta 2011), el centro de la política española, de la opinión pública y de todos los sistemas de poder y representación. Para esa generación de clase media, que es la generación del progreso, la covid ha sido algo más que un mazazo. Sin experiencia de la guerra civil, con el único “trauma” de la salida del franquismo a la democracia (por otra parte feliz) el coronavirus tiene la forma de una amenaza real y mortífera. Es la prueba de su fragilidad, no solo biológica, sino también social: la señal de que un mundo (su 76

mundo) ha tocado a su fin, aun cuando este llevara décadas desmoronándose y aunque en términos generales esta generación apenas se diera cuenta. Si se aceptan estas premisas, se puede aventurar una hipótesis: el miedo (o mejor sus miedos, pues son varios y contradictorios) ha sido el gran elemento de la gestión de esta crisis. En el miedo de la generación alfa de la sociedad española están contenidas muchas de las singularidades de la gestión sanitaria española. La primera: el consenso. Con el confinamiento más duro de Europa occidental, la sociedad española ha sido unánime respecto a la necesidad del encierro. Ninguna discusión, ninguna salida de tono a este respecto, al menos durante las primeras seis semanas. Un apunte en este sentido. En la primera gestión de la crisis sanitaria, el gobierno tuvo un protagonismo nulo, prácticamente marginal. Fue un estado de opinión creciente, una ola en ascenso, lo que exigió e impuso el encierro. Lo exigió como ley marcial, con independencia de su utilidad real, con independencia de sus consecuencias económicas, que no serán pocas. Lo exigió sobre un criterio de eficacia probado en China, sin posibilidad de revisión o discusión posible. Y lo aplicó como se aplican esos consensos sociales generalizados: por medio de los policías de balcón, de los aplausos a la violencias policiales, de la anulación de toda discusión, de la aquiescencia al casi millón de multas ya emitidas. Si el gobierno en sus primeros momentos actuó por medio de la autoridad médica y la autoridad policial es porque sabía de su debilidad y porque entendió que esta era la única autoridad legítima, la única que se quería reconocer. De acuerdo con los guardianes del capitalismo de vigilancia, Google y Apple, a partir del big data de nuestros dispositivos móviles, la sociedad española ha figurado entre las más cumplidoras de su confinamiento. Otro apunte sobre los rasgos característicos del confinamiento español, y que muestra también las escalas y las jerarquías del miedo. El encierro español ha sido el más severo de Europa, pero con particularidades: niños no, perros sí; farmacias y bancos sí, paseos no. Se podrá decir que la situación lo exigía, que la epidemia ha golpeado aquí más que en cualquier otro sitio, y que debía primar la prudencia, pero sin duda lo que ha primado ha sido la ley de una población envejecida y temerosa. Apenas se puede discutir acerca de la necesidad del distanciamiento social en una situación como esta, pero ni mucho menos el “distanciamiento social” es sinónimo de confinamiento y, obviamente, sinónimo del confinamiento español. Otra singularidad española, también europea: la centralidad del gobierno, la vuelta al Estado protector, la vieja ficción recurrente. Pocas veces se ha deseado creer en el menos evidente de los axiomas ideológicos del Estado que la “función del gobierno es la proteger a su población”, sobre todo y especialmente de aquel segmento de población legítimo: la clase media, la generación de los instalados. También pocas veces se ha discutido con tanto ardor sobre si el gobierno ha fallado en sus labores de protección, si incluso se ha convertido en un “gobierno criminal”. Conviene recordar, como siempre, que basta un vistazo a las vallas de Ceuta y Melilla para reconocer la naturaleza criminal del Estado. En cualquier caso, el gobierno ha sido convertido en el responsable absoluto: objeto de ataque o defensa, según la lógica simplista de izquierda y derecha. 77

Otra elemento pertinente. Frente a la pandemia no había nada preparado y, dadas la reacciones en los sistemas sanitarios autonómicos, no lo habría habido fuera cual fuera el color del gobierno. Quienes han salvado la situación no ha sido ni el gobierno central ni los gobiernos autonómicos: han sido una multitud de trabajadores del sector sanitario y de cuidados, la mayoría mal pagados y precarizados, que han tratado de salvar la crisis sanitaria como han podido, y que lo han hecho por vocación o por servicio público. Seamos claros: estos trabajadores han actuado a pesar del gobierno, pero también a pesar de esa misma sociedad (hecha sinónimo del sector instalado) que lleva ciega a su situación desde hace décadas; y que considerando su capacidad de análisis lo seguirá siendo... allá se hunda el servicio público de salud. El gobierno ha sido convertido en el responsable absoluto: objeto de ataque o defensa, según la lógica simplista de izquierda y derecha El miedo es un elemento de bloqueo de cualquier pregunta con un mínimo de sentido. Aquí van algunas: ¿por qué en toda Europa, y concretamente en España, no había previsión alguna respecto de esta pandemia o frente a la posibilidad repetidamente anunciada de otra pandemia: por qué se actuó unánimemente como si el virus fuera “chino”, qué clase de recuerdo imperial hace que estas sociedades no consigan toparse con su realidad de región de segunda en este mundo globalizado? ¿Por qué, no sólo en España sino en casi todos los países europeos, las residencias de ancianos (que no son las de la generación instalada, sino las de sus inmediatos mayores) convertidas en negocio privado, subcontratadas a media docena de fondos de inversión, que apenas gastan en mantenimiento y desde luego no en cuidadores y enfermeras, se han convertido en ratoneras, en verdaderas morgues de aquellos más débiles, no solo por edad, sino por razones económicas? ¿Por qué un sistema sanitario que presumía de estar entre los cinco primeros del mundo ha caído como un castillo de naipes; por qué además el desastre es mayor en Cataluña y Madrid, los dos regiones en las que la sanidad opera como un “mercado sanitario”, en beneficio de empresas privadas que gestionan buena parte del sistema público, y en las que obviamente han faltado camas, UCIs, personal? ¿Por qué Europa ha carecido de todo, suministros, EPIs, reactivos, etc., teniéndolas que importar masivamente justamente de aquel lugar objeto de la ira: China? ¿Cómo es que Madrid, Nueva York, Milán, París, Londres, Bruselas, Barcelona han sido las ciudades más golpeadas del mundo: quizás tenga algo que ver con que todas ellas sean destinos de primer orden, dispongan de grandes aeropuertos y tengan una creciente vocación turística? ¿Qué tipo de crisis ha destapado la covid: es esta la del desgaste de los sistema públicos, de unas sociedades endeudadas y proletarizadas, que escapan cada vez más al registro de esas clases medias garantizadas? ¿Qué será de la Unión Europea, el único ámbito de gobierno económico real, y de su reparto de la deuda y el gasto público entre los países del norte y del sur: cómo van a transmitir las facturas de la crisis a la poblaciones y de qué modo van a saltar los malos parches de este “gobierno de progreso”? ¿Ha sido realmente eficaz el confinamiento total; cabían otras formas menos severas de distanciamiento social y con consecuencias económicas algo menores? ¿Cuántos nuevos Sars-Cov-2 nos esperan, considerando las tres docenas de zoonosis conocidas en las últimas tres décadas, por solo citar algunas: Nipah, Ébola 78

Reston, hepatitis E, fiebre Q y toda la amenazante variedad de virus de la gripe que baila entre los humanos y el ganado que engorda en la masiva industria cárnica: H1N1 (gripe aviar), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9...? Sin duda la covid nos habla del fin de un mundo, de un mundo de certezas y seguridades. Nos devuelve, a pesar de las promesas de una vacuna temprana, al mismo lecho de la historia, donde las catástrofes se reparten “democráticamente” entre casi todas las generaciones. Pero el espejismo de que estas certezas se puedan reconstruir en una sociedad en la que se acumulan las crisis, es seguramente la peor de las aspiraciones políticas. El miedo, especialmente el miedo de los instalados que temen por primera vez, no debería gobernarnos. No debería hacerlo ni un minuto más.

Infección capitalista

Enseñanzas de esta crisis Las leyes del mercado ya no pueden ser las únicas que regulen la economía. Se imponen otras reglas basadas en la sostenibilidad y la solidaridad. El desastre aún se puede evitar

Andreu Missé (Alternativas Económicas)

8/05/2020

Bloque habilitado para atender a afectados por covid. Francisco Avia (Hospital Clinic de Barcelona)

La crisis causada por la epidemia de covid-19 nos está dando muchas lecciones. La primera es una gran dosis de humildad. Nadie había considerado que se pudiera producir una epidemia tan grave a excepción de unos pocos epidemiólogos. Tampoco habíamos imaginado que, tras los extraordinarios 79

avances científicos, la humanidad hubiera mostrado una fragilidad tan estremecedora. Meses después del estallido de la epidemia todavía ignoramos cómo curar la enfermedad, si habrá un rebrote en otoño y cuándo dispondremos de vacunas. En el mundo de la economía el desconcierto no es menor. Las instituciones internacionales no cesan de revisar sus previsiones con resultados cada vez más aterradores, sobre todo para la ocupación. La Organización Internacional del Trabajo prevé la destrucción de 230 millones de empleos. El Banco de España pronostica que la actividad económica podría retroceder hasta en un 13,6% este año. La necesidad de empresas con propósito social, respetuosas con los derechos de los trabajadores, consumidores y del medio ambiente ha pasado a ser una urgencia Esta crisis refleja que las leyes del mercado ya no pueden ser las únicas que regulen la economía. La necesidad de empresas con propósito social, respetuosas con los derechos de los trabajadores, consumidores y del medio ambiente ha pasado de ser un debate teórico a una urgencia. Asegurar la salud de los ciudadanos se ha convertido en una exigencia previa. Segunda. El Estado debe desempeñar un mayor papel para asegurar los servicios sanitarios y sociales y una economía equilibrada. Los recortes del gasto sanitario exigidos por las recetas de austeridad han sido catastróficos. Tercera. La respuesta social a la crisis revela que en la base de la sociedad se han generado unos nuevos valores. El humanismo y la solidaridad son los nuevos referentes. Médicos, enfermeras, cuidadores, científicos, trabajadores públicos y privados que arriesgan sus vidas atendiendo en primera línea a los ciudadanos son los hombres y mujeres que despiertan más admiración. En España, más del 20% de las víctimas son personal sanitario y en Italia han fallecido más de 150 médicos. Los voluntarios se multiplican en todas partes. En el Reino Unido, 750.000 personas se han ofrecido para colaborar en el Servicio Nacional de Salud, el triple de lo esperado. En España se multiplican las ofertas de personas en las plataformas de voluntarios. Cuarta. Debemos replantear el trato que damos a los mayores. La mitad de las víctimas se ha producido en las residencias de ancianos. Hay que investigar la gestión de estos centros. Se trata de una actividad que debe guiarse por criterios humanísticos y no por la ganancia. Es necesaria una reflexión más exigente sobre si nuestra sociedad asegura el respeto que merecen los ancianos. Quinta. El modelo de globalización sin límites ha sido un desastre. La externalización, por ejemplo, de la producción de mascarillas, respiradores y la materia para fabricar test a otros países han dejado indefensos a muchos Estados. Muchas empresas han quedado paralizadas por su dependencia de componentes fabricados en el exterior. Se pierden cosechas por las restricciones a la entrada de inmigrantes. Ha sido ejemplar la decisión de Portugal de regularizar a los trabajadores sin papeles. Sexta. Necesidad de una justicia fiscal y liquidar los paraísos fiscales. Los países del G-20 acordaron en 2009 luchar contra estas jurisdicciones sin lograrlo. Ahora 80

Francia ha excluido de las ayudas públicas a las compañías establecidas en paraísos fiscales. La UE debería tomar nota. Séptima. Revisar las relaciones internacionales. El virus no entiende de fronteras. Frente a la torpeza inicial de Francia y Alemania de impedir la venta de material sanitario a Italia, luego se ha visto el comportamiento ejemplar de los hospitales alemanes acogiendo a centenares de enfermos franceses. Esta crisis exige estrechar los lazos entre Estados y ciudadanos de la Unión Europea. Pero la solidaridad debe extenderse a todos los pueblos del planeta. Las fronteras y los nacionalismos son el pasado. La ONU debe adquirir un mayor protagonismo. Europa tiene que volcarse en África para evitar una hecatombe. Quizá la enseñanza principal de esta crisis es que el capitalismo que prioriza la búsqueda del beneficio es insostenible. Tenemos demasiados indicios en las tensiones sociales causadas por la desigualdad y los daños al medio ambiente. El parón económico ha mostrado que una atmósfera respirable es posible. Se imponen otras reglas basadas en la sostenibilidad y la solidaridad. El desastre aún se puede evitar.

Autoritarismo descentralizado

El “comunismo” chino y el coronavirus China se presenta ante el mundo como una nación eficaz. Sin embargo, su sistema político no respondió de manera efectiva a la amenaza de la covid 19. ¿Cuánto tiene que ver su orden político en las fallas?

Branko Milanović (NUSO)

6/05/2020

Plaza de Tiananmen, 2017. Gauthier DELECROIX

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Cuando en 1999 el filósofo político estadounidense John Rawls publicó El derecho de gentes, se pensó que serviría como una suerte de manual acerca de cómo organizar la vida política global, la convivencia entre diferentes tipos de Estados cuyas fuentes de legitimidad eran diferentes. Rawls dividió los Estados en cuatro grupos: los Estados liberales, las jerarquías consultivas, las sociedades agobiadas y los Estados fuera de la ley. (Una quinta categoría, la del «absolutismo benévolo», no tuvo incidencia en el libro). Los Estados liberales eran las democracias liberales tradicionales. Las jerarquías consultivas correspondían a países, como Marruecos o Jordania, que no son democráticos pero cuyos parlamentos surgen de elecciones y donde no hay atroces violaciones de los derechos civiles. Las «sociedades agobiadas» eran países pobres cuya pobreza les impedía convertirse en sociedades liberales (por ejemplo, Somalia). Y los Estados «fuera de la ley» no formaban parte del orden internacional establecido por Rawls. Un país que domina amplios recursos políticos e institucionales, como China, debería haberlos usado para frenar cualquier tipo de comercio de animales salvajes o en peligro de extinción El libro reflejaba en buena medida el momento unipolar de la década de 1990, no menos que la famosa tesis de Francis Fukuyama sobre el «fin de la Historia». Pero el esquema de Rawls intentaba ofrecer una representación de la coexistencia de varios sistemas políticos más realista que la ofrecida por la llamada «teoría de la paz democrática», que sostiene que la paz es posible solo entre naciones democráticas que son similares. Rawls reconocía que es improbable que el mundo esté compuesto solo por ese tipo de naciones y que, sin embargo, es necesario que las diferentes comunidades políticas encuentren algún tipo de modus vivendi. En consecuencia, consideraba que tanto las sociedades liberales como las jerarquías consultivas «se comportaban correctamente» entre sí, porque aceptaban los diferentes arreglos internos del otro sin tratar de imponer sus propias instituciones. Los «Estados fuera de la ley» quedaron, sin embargo, sin explorar. Esta es una de las principales debilidades de la clasificación de Rawls: estas sociedades no son ni siquiera sociedades, sino únicamente Estados. No obstante, sus instituciones internas representan, según Rawls, una auténtica amenaza para el resto del mundo. Vale la pena explorar este punto en el contexto del Covid-19. ¿Cuándo constituyen una amenaza de este tipo las instituciones políticas propias de un país? Efectos negativos Supongamos que uno está en contra de la injerencia en los asuntos políticos de otro pueblo, y por ende en contra de aventuras desastrosas como la búsqueda de un «cambio de régimen». En un sentido abstracto, hay que admitir que las instituciones internas de un país pueden convertirse en una «externalidad», es decir, que pueden tener impactos negativos en otros países. 82

Durante la Primera Guerra Mundial, mucha gente pensó que el poder de los militares y la aristocracia terrateniente en Alemania llevaba a que las políticas del país fueran sistemáticamente agresivas. Algunos pensaban que la Unión Soviética y su poder sobre el Comintern tenían el mismo efecto. Y la mayoría pensaba que el nacionalsocialismo era malo no solo para Alemania sino también para el mundo. Pero estos son quizás ejemplos extremos: por fortuna, no vivimos en un mundo donde se hacen presentes «externalidades» similares. No obstante, ¿tiene que asumir responsabilidad por la pandemia el sistema político chino? En muchos aspectos, sí. Más que evidente La falla más significativa fue haber permitido siquiera que se produjera la infección. Luego del episodio del coronavirus que produjo el síndrome respiratorio agudo severo (SARS, por sus siglas en inglés) de 2003, fue más que evidente que la transmisión de virus peligrosos de animales a humanos representaba un riesgo serio. Los mercados chinos al aire libre, con su mezcla de especies salvajes, fueron señalados por muchos especialistas como especialmente propicios para generar esos «saltos» de animales a humanos. Un país que domina amplios recursos políticos e institucionales, como es el caso de China, debería haberlos usado para frenar cualquier tipo de comercio de animales salvajes o en peligro de extinción. No podemos, por ejemplo, criticar a la República Democrática del Congo por el mismo tipo de negligencia en el caso de la epidemia de ébola, que surgió en el este del convulsionado país en 2018, ya que la capacidad del Estado congoleño de hacer cumplir la ley es mínima. Pero la del Estado chino es enorme, y no la utilizó. Las figuras provinciales chinas tienen gran interés en no informar sobre acontecimientos desfavorables, para no irritar al gobierno central y así poner en peligro sus propias carreras políticas La segunda falla fue el ocultamiento de la epidemia, inicialmente, por parte de las autoridades provinciales de Hubei. Aquí se trata a la vez de una característica nueva y una antigua del sistema político chino. Chenggang Xu, profesor de la Universidad de Hong Kong, la llamó «autoritarismo regionalmente descentralizado»: los gobiernos provinciales y de menor nivel tienen una considerable autonomía y sus líderes son evaluados en función de lo bien que usan esa autonomía para promover ciertos objetivos nacionales, como el crecimiento económico y la reducción de la contaminación. En consecuencia, las figuras provinciales tienen gran interés en no informar sobre acontecimientos desfavorables, para no irritar al gobierno central y así poner en peligro sus propias carreras políticas. Este no es un rasgo novedoso del sistema de gobierno chino. Como afirma Jacques Gernet en Daily Life in China on the Eve of the Mongol Invasion [La vida cotidiana en China en las vísperas de la invasión mongola] (Stanford UP, 1962), un libro sobre la China meridional bajo la dinastía Song, en el siglo XIII: «El principio subyacente a todo el sistema administrativo chino era que, por sobre todas las cosas, debía reinar la paz. No debía haber perturbaciones: aquel subprefecto que permitía que surgieran disturbios en su zona era un mal 83

administrador, y él era el culpable, sin importar cuál hubiese sido el origen del disturbio». El sistema actual no es diferente, y esto también contribuyó a la propagación descontrolada inicial de la epidemia. La pregunta entonces pasa a ser: si el sistema chino no logró responder en con eficacia a una amenaza que finalmente afectó no solo a China sino al mundo entero, ¿cuál debería ser el mejor enfoque para asegurar que esto no vuelva a ocurrir? Revisión internacional Idealmente, debería haber una revisión conjunta de las cosas que salieron mal. El error no es solo de China: Estados Unidos suspendió su investigación conjunta con China sobre virus apenas meses antes del brote. Una política permanente de expansión y restricción del financiamiento occidental de la Organización Mundial de la Salud (OMS) debilitó a esta institución y la volvió más proclive a apoyar sin cuestionamientos la perspectiva china al inicio de la crisis, incluso cuando esta resultó haber estado equivocada o haber sido engañosa. Idealmente, una comisión internacional compuesta por especialistas imparciales de diferentes áreas debería estudiar los antecedentes de la crisis y las reacciones de todos los involucrados. No debería poner a China en posición de acusada ya que no es el único país responsable de los efectos mortales de la crisis: muchos gobiernos, si no la mayoría, reaccionaron en forma muy deficiente. Pero debería poner el foco en la forma en que China manejó el origen de la crisis, con un objetivo explícito no de avergonzar o castigar a alguien sino de asegurar, en la medida de lo posible, que la situación no se repita. Por supuesto, se puede ser escéptico respecto a que algo así pase, dada la poca disposición del otro superpoder a someter cualquiera de sus acciones, ya sean militares o de otra índole, al escrutinio internacional. Esto es muy lamentable, porque las reglas internacionales parecen aplicarse solo a los actores débiles y nunca a los fuertes. No obstante, quizás China podría encontrar algún beneficio en una investigación de este tipo: podría usarla para demostrar que incluso los actores grandes y poderosos pueden respetar las reglas internacionales, lo cual quizás, al avergonzar a otros, podría contribuir a que Estados Unidos, Rusia o la Unión Europea, en alguna instancia futura similar, acepten una supervisión extranjera de alguna de sus actividades.

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¿CIENCIA FICCIÓN?

Lo que la película ‘Contagio’ anticipó del Covid-19 Repasamos de la mano de un inmunólogo y un epidemiólogo algunos de los aspectos más importantes del filme de Steven Soderbergh para analizar todo lo que supo prever nueve años antes de la crisis sanitaria actual, pero también en qué se equivocó

Antonio Pineda

9/05/2020

Frame de la película 'Contagio'

En 2011, el periodista estadounidense Mike Ryan entrevistó a Steven Soderbergh, que acababa de estrenar Contagio. En algún momento Ryan le pregunta qué era lo más perturbador que había descubierto mientras se documentaba para su película, y Soderbergh respondió que “con cada persona que hablas te dice que ‘estamos esperando una de las grandes’”. Contagio pasó por taquilla con poca pena pero sin gran gloria a pesar de tener motivos de sobra para triunfar: una catástrofe planetaria, un director de renombre y un reparto estelar (Gwyneth Paltrow, Matt Damon, Marion Cotillard, Kate Winslet, Laurence Fishburne, Jude Law). La receta era impecable pero la mayoría de los mortales no sabíamos que lo que allí se narraba tenía menos de ficción que de realidad en potencia. La película narra la irrupción de un virus desconocido, el MEV-1, originado en Hong Kong y que pronto acabará extendiéndose al resto del mundo, desencadenando una pandemia a escala similar a la provocada por el SARS-CoV2. El pasado mes de marzo, sin embargo, Contagio había pasado del puesto 270 al número dos de las más vistas de todo el catálogo de películas online de Warner Bros, superada solo por la saga Harry Potter. Cuando la película llegó a los cines, la revista NewScientist dijo que “era difícil nombrar muchos blockbusters de Hollywood tan investidos de las realidades de la

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ciencia como Contagio”. Pero, ¿cuánto de la situación actual advirtió hace nueve años la película de Soderbergh? Parte de lo narrado en la película se inspiró en el brote de SARS del 2002-2003, un virus muy parecido al actual, de la misma familia, pero que desarrolló una capacidad de contagio menor y que tan solo causó 8.098 contagios en todo el mundo y 774 muertes. Es en este perverso equilibrio entre su capacidad de contagio y su mortalidad donde se dirime el grado de expansión de la enfermedad. El brote de virus Nipah en Malasia de 1998, por ejemplo, que también inspiró al virus de la película, registró una tasa de mortalidad de entre el 40 y el 75 por ciento, lo que frenó su expansión para desgracia de unos y fortuna de otros. Contagio acertó sin duda en el cómo y el dónde. Acertó al señalar la zoonosis y al murciélago de la fruta, gran portador de coronavirus, como origen de la pandemia. También al ubicarla en Asia. “Allí confluyen animales de diferentes especies, algunas de las cuales actúan como reservorio de virus, y al ponerse en contacto con una segunda especie, esta puede actuar como vector de transmisión. Esto pasa con la gripe todos los años: se origina en las aves, normalmente en los patos, de los patos pasa al cerdo y de ahí, al humano, transmitiéndose a todo el mundo. Es ese animal intermedio, que puede ser doméstico, el que permite la adaptación”, explica Rafael Solana, catedrático de Inmunología de la Universidad de Córdoba. Sin embargo no resulta tan verídica la precisión y la facilidad con la que los investigadores de la película consiguen ubicar al paciente cero en el personaje interpretado por Gwyneth Paltrow. “Fijar exactamente el día concreto, el enfermo y el seguimiento de la transmisión es muy difícil. A pesar de que se dice que el brote del SARS CoV-2 ocurrió unos días de principio de diciembre en este mercado de Hubei, los virólogos pueden hacer muchas estimaciones pero tener evidencias sólidas de cuál es el primer enfermo y las primeras transmisiones es muy complicado”, opina Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). El control de la información y los supuestos remedios En la película el gobierno estadounidense procura en todo momento evitar poner a disposición de la ciudadanía lo que sabe sobre el virus. Lo silencia todo hasta que la información se filtra desatando el caos. En este aspecto, Godoy es tajante: “La información tendría que ser pública y transparente, porque además buena parte de toda esa información se genera con dinero público. Es bueno que la población sepa a qué nos podemos atener, sobre todo a futuro, y que se debata públicamente cuáles son las mejores estrategias”, aunque admite que “entre la información y el alarmismo generalizado hay una línea muy fina, por muy graves que sean los problemas creo que es mejor que la población los conozca. Hay que dar información para la acción, información que ayude a que la gente actúe y se movilice”. Solana comparte opinión: “la información, cuanta más, mejor. Así podremos entender las decisiones que se tomen. Se han criticado mucho los bandazos del Gobierno pero los expertos no son dioses omniscientes. El conocimiento crece al ritmo que crece la epidemia”. 86

Jude Law interpreta a un periodista que hace el agosto con la pandemia a base de supuestas exclusivas que aspiran a demostrar que el Gobierno esconde algo Uno de los personajes más interesantes de la cinta es el interpretado por Jude Law, un periodista que hace el agosto con la pandemia a base de supuestas exclusivas que aspiran a demostrar que el Gobierno esconde algo, que él posee un remedio cuya efectividad intentan ocultar las autoridades, y que las vacunas tienen sabe dios qué efectos secundarios. A la pandemia actual no le han faltado tampoco los conspiranoicos y sus bulos. Tampoco los supuestos remedios sin fundamento científico. Maldita.es actualiza cada día los bulos relacionados con el coronavirus. Cuando se acabó de redactar este artículo, la lista sumaba un total de 500 entre “mentiras, alertas falsas y desinformaciones”. La mayoría de ellos han circulado por Whatsapp o redes sociales, pero su credibilidad se magnifica cuando es un medio de comunicación o una figura pública quienes hacen de altavoz de la idiotez de turno. “Menos mal que no me has planteado en ningún momento si esto lo ha fabricado algún laboratorio –bromea Solana–. El mejor laboratorio es el que ha creado la convivencia durante cientos de miles de años entre animales y virus”. Donald Trump, sin embargo, el mismo Trump que en 2014 afirmaba que las vacunas generaban autismo, aseguró, como quien piensa en voz alta, que el virus había sido creado en un laboratorio de Wuhan. En EEUU, podrán imaginar, la feria de los remedios estaba servida. El telepredicador Jim Bakker anunciaba en su programa la efectividad de una solución de plata coloidal para combatir el Covid-19. Alex Jones, un lunático de la extrema derecha estadounidense con alrededor de 30 millones de visitas mensuales a su web, vendía una pasta de dientes que “mataba a quemarropa a toda la familia SARS-corona”. En España también ha habido casos como el Josep Pàmies, un horticultor denunciado por vender como remedio contra el coronavirus clorito de sodio, un producto similar a la lejía utilizado para blanquear papel y tejidos. Rafael Solana aclara que “todavía no existen medicamentos recomendados para el coronavirus, pero sí existen medicamentos que están aprobados para otras enfermedades que podrían, al menos a nivel teórico, ser útiles, aunque todavía no existen ensayos clínicos que lo demuestren. Todos los medicamentos que se están probando, como la cloroquina, es por uso compasivo (medicamentos no indicados para una patología porque la alternativa es no darles nada) o por formar parte de un ensayo clínico”. Fómites, vacunas e inmunidad La cinta hace gran hincapié en los fómites (cualquier objeto carente de vida que al contaminarse con un patógeno puede transmitirlo) y el contacto físico como elementos clave del contagio, y de nuevo acierta teniendo en cuenta que cada persona se toca la cara alrededor de 500 veces al día. “El virus se transmite a través de las micropartículas de estornudos, toses, etc., que se depositan en todas las superficies y objetos. Por eso limpiar las calles con agua clorada –como pasa en la película– o los pomos y los pasamanos son cosas muy beneficiosas. De hecho algunos de los primeros estudios que se hicieron fue para ver cuánto 87

duraba el coronavirus en diferentes superficies o suspendido en el aire”, sostiene Solana. En la película la vacuna se desarrolla en cuatro meses mientras que el director general de la OMS, ya ha avisado que la vacuna tardará en llegar alrededor de 18 Quizá sea todo lo relacionado con las vacunas el aspecto de la película que más flaquea en términos de verosimilitud científica. En la película la vacuna se desarrolla en un plazo de cuatro meses mientras que el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ya ha avisado que la vacuna que frenaría la pandemia actual tardará en llegar alrededor de 18 meses. Tampoco resulta muy acertado el modo de organizar la campaña de vacunación. En la película se hace mediante sorteo. Un bombo gigante como el de la lotería cargado de bolas marcadas por día y mes designa la pauta del orden en el que se vacunará a la población. “Este sistema afortunadamente no será una realidad en nuestro mundo”, explica Godoy, quien defiende que una campaña de vacunación debe hacerse “con criterios de salud pública, atendiendo al mayor beneficio posible para el conjunto de la población y subgrupos vulnerables, es decir, cubrir a personas con mucho riesgo individual y también buscar que se genere rápidamente un inmunidad de grupo, creando así una barrera inmunitaria que evite que el virus circule a velocidad alta”. A escala internacional, la distribución de la vacuna dependerá también “de qué país la fabrique primero. Está claro que van a vacunar primero a su país, por la inversión que han hecho en desarrollarla, y luego irán viendo cómo se transmite a nuevos países. Los países del tercer mundo siempre van a estar en desventaja como pasa con cualquier medicamento”, argumenta Solana. En algún punto del filme uno de los expertos incluso plantea la posibilidad de vacunar de forma masiva a la población a través del suministro de agua potable, pero Solana descarta tajante esta alternativa como mínimamente realista. “No se puede poner en el agua y esperar que la gente beba tantos litros. Además, la posibilidad de que por vía oral desencadene una respuesta inmunológica que te vaya a permitir defenderte de un virus que está entrando por vía respiratoria es difícil”, aunque sí considera algo más plausible el hecho de que la vacuna final contra el virus de Contagio se administre por vía intranasal. “Es realista, aunque es raro. En animales hay algunas de este tipo pero en humanos hay muy poca experiencia en vacunas intranasales. Hay una vacuna de la gripe aprobada en este formato para niños a fin de evitar el miedo a la inyección, pero son cosas excepcionales. La vacuna normalmente se debe pinchar intradérmica. Es eso lo que facilita el contacto con el sistema inmunológico”, sostiene Solana. El personaje al que da vida Matt Damon, sin embargo, no parece necesitar vacuna. Pese a haber estado en contacto directo con el virus (su mujer y su hijo han muerto infectados), él no presenta sintomatología alguna. Le pregunta entonces a una de las doctoras que le atienden si podría tratarse de una inmunidad genética, pero tal cosa no existe. “La inmunidad, entendiendo por ello la memoria inmunológica de haber estado en contacto con el virus, es una propiedad que se adquiere. De hecho a los inmunólogos no nos gusta hablar de inmunidad adquirida sino de inmunidad adaptativa, es decir, la inmunidad que ya tenemos se adapta para luchar contra un agente infeccioso. No existe 88

inmunidad genética. En todo caso una persona que contrae el virus pero no presenta síntomas. Lo que sí existe es una predisposición genética a responder mejor o peor ante agentes infecciosos, pero no tiene nada que ver con la inmunidad como tal”, detalla Solana. El confinamiento y el papel de la OMS Otra de las grandes previsiones de la película fueron los llamados pasaportes de inmunidad, una medida que sin embargo la OMS rechazó y que además puso sobre la mesa un debate ético importante. A los protagonistas de la película, una vez han sido vacunados, se les coloca una pulsera con un código de barras que les permitirá moverse libremente. Sin embargo, en el caso de la emergencia sanitaria actual la OMS advirtió que todavía no había evidencia científica de que aquellos que hayan estado en contacto con la enfermedad, hayan generado anticuerpos y no presenten síntomas estén protegidos frente a una segunda infección. Además, los pasaportes de inmunidad traían consigo un debate espinoso sobre el reparto de privilegios a unos sobre otros. “No lo veo realista porque una cosa es estar inmunizado y otra que, como estoy inmunizado, tengo unos derechos que los demás no tienen. Todos deberíamos saber si estamos inmunizados o no, pero eso de que te otorguen unos derechos especiales, el estar marcado, es discriminación”, defiende Solana. Sí parece haber unanimidad entre la comunidad científica sobre el acierto de las medidas de confinamiento, que también ayudó a frenar el brote de SARS del 2002 y es una de las medidas que se toman en la película. Solana argumenta que si el confinamiento se hubiera decretado antes, “la diseminación probablemente hubiera cambiado mucho. Los contagios masivos han ido asociados a acontecimientos masivos. No fue el 8-M; fue el 1-M, el 2-M, el 3-M. Nos hubiéramos ahorrado muchas cosas, entre ellas el 8-M, pero también el mitin de Vox, un partido de fútbol, un concierto, etc. Esa ha sido la ventaja de Portugal, que al verse reflejada en el espejo de Italia y España, declararon el estado de alarma con cinco muertos”. A los protagonistas de la película, una vez han sido vacunados, se les coloca una pulsera con un código de barras que les permitirá moverse libremente Aunque Godoy matiza las bondades de extender demasiado el confinamiento. “Ya hemos visto que cerrar todo un país durante dos meses puede bajar la transmisión pero no elimina el virus. Esto lo hemos visto en China, donde sigue habiendo casos, aunque pocos. Muchas economías no están preparadas ni quizá estarían dispuestas a pagar el precio del esfuerzo de erradicar completamente el virus, si es que se puede llegar a conseguir. Si pudiéramos erradicar el virus, fantástico, pero a lo mejor nos tenemos que contentar con la mitigación para que no nos desborden los enfermos y se contagien las menos personas posibles mientras esperamos a disponer de la vacuna”, plantea. En aquella mencionada entrevista a Steven Soderbergh, el director dijo que otra de las cosas que más le había impactado descubrir fue las trabas políticas que la comunidad científica encontraba para realizar su trabajo. “No se les permite intervenir impidiendo que la gente muera. No tienen jurisdicción en ningún lugar. Tienen que ser ellos –los gobiernos– quienes te pidan que vengas. Tienes 89

que ser invitado”, protestaba Soderbergh. En la película la presencia de la OMS es importante como también lo es su reputación a nivel científico en el mundo real. Sin embargo, como denunciaba el cineasta, el organismo de la ONU tiene poca capacidad de operación más allá de sus labores de asesoramiento y orientación. “Los países deberían ser conscientes de que si quieren un organismo ejecutivo con mucha capacidad de maniobra para solucionar problemas de forma rápida, deberían dotar mucho mejor económicamente a la OMS y mejorar su capacidad legislativa. El Covid-19 ha puesto de manifiesto que en un mundo global se necesitan organismos globales capaces de responder ante problemas que van a ir mucho más rápido y van a ser mucho más difíciles de controlar que la pandemia de 1918”, defiende Godoy. ¿Y ahora qué? Con la llegada de la vacuna, la película parece zanjar el tema. Muerto el perro, se acabó la rabia. Pero los expertos apuntan que esta pandemia ha sido un aviso y que “cada cuatro o cinco años aparece una situación de este tipo con mayor o menor gravedad”, asegura Solana. Lo difícil es predecir su magnitud. La pandemia que tuvo lugar entre los años 1918 y 1920 provocó la muerte de entre 17 y 100 millones de personas en todo el mundo. Tampoco lo hizo en una única oleada, sino en tres o cuatro en total (aún existe discusión científica al respecto). Christian Drosten, asesor de Alemania, también lo planteaba hace unos días: "Me temo que seremos testigos de una segunda ola de contagios". Un escenario como el que sugiere la película en el que las cosas vuelven a donde las habíamos dejado es poco probable. Al menos en el corto y medio plazo. “Habrá cambios que aquí van a costar –explica Solana–. Yo no voy a volver a un bar en el que tengo que saltar por encima de la gente para coger mi caña de la barra. Soplar las velas de las tartas, los besos, los abrazos. Hay muchas cosas que va a costar cambiar. Esto ha servido para darnos cuenta de lo fácil que es infectarnos. Que tengan que recordarnos que hay que lavarse las manos me duele, son cosas del siglo XIX”. Final feliz a medias.

DISTOPÍAS LITERARIAS

De Shakespeare a Ionesco: ¿qué virus fue peor? Ya en el S.XVII el inglés impregnó sus obras con las plagas de su época. Años más tarde, autores como Ionesco, Sarah Kane, Samuel Beckett o Edward Bond describieron realidades que se parecían mucho a la actual

Andreu Gomila

9/05/2020

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Lady Macbeth se limpia las manos compulsivamente. Macbeth (1948), de Orson Welles

En el ápice de la carrera de William Shakespeare, entre 1603 y 1613, los teatros de Londres estuvieron cerrados 78 meses (el 60% del tiempo) debido a las numerosas plagas que azotaron la Inglaterra de la época. Entonces, escribió, entre otras, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Rey Lear y La tempestad. Aunque no fuese nunca un tema central, la enfermedad sobrevenida, inesperada, que causa miles de muertos, sobrevuela muchas de sus obras. En Macbeth, que urdió durante la epidemia de 1606, Macduff le pregunta a Ross si Escocia sigue como la dejó, a lo que el noble le responde: “Sí, pobre nación, casi con miedo de reconocerse a sí misma. No se puede llamar nuestra madre, sino nuestra tumba, donde no se ve jamás sonreír sino a quien no sabe nada: donde los suspiros, gemidos y gritos que desgarran el aire, surgen sin ser observados: donde la violenta tristeza parece un humor cualquiera: el redoble por los muertos, apenas se pregunta por quién es, y las vidas de los hombres buenos se extinguen antes que las flores que llevan en el sombrero, muriendo sin enfermedad”. Ross se refiere a la maldad de Macbeth, que no ha dejado títere con cabeza, pero los estudiosos no dudan en señalar que de lo que Shakespeare está hablando es de lo que veía por su ventana ese verano de 1606. En Timón de Atenas y en Romeo y Julieta las plagas son cruciales. En la última, por ejemplo, una epidemia coge al emisario que fray Laurence ha enviado a Romeo En Timón de Atenas y en Romeo y Julieta las plagas son cruciales. En la última, por ejemplo, una epidemia coge al emisario que fray Laurence ha enviado a Romeo para advertirle que Julieta ha falseado su muerte. La carta no llega a su destino, y el Montague decide suicidarse... Timón azota con plagas a los que le 91

han defraudado. “¡Quisiera transmitirles la peste, si pudiera cogerla para ellos!”, dice, cuando los senadores acuden a visitarlo al final de la pieza. En Rey Lear, el monarca define a su hija Goneril como “una llaga de peste, un carbúnculo en relieve en mi sangre corrupta”, clara referencia a la peste bubónica, muy presente en la infancia del Bardo. Un rinoceronte atropella a un gatito En el siglo XX la cosa cambia. ¿Quién quiere pestes cuando las guerras se han llevado vidas por millones?, podríamos pensar. Tenemos distopías, muchas, relatos atroces, pero plagas, pocas. Casi ni citadas. Hay poco pánico, terror o desolación ante el presente o el futuro próximo. Ni los personajes que Sartre cierra en su infierno de Huis clos parecen muy asustados. Más bien, se hacen preguntas sobre su vida, qué los ha llevado hasta allí. Hay una brillante excepción: los habitantes de “la ciudad de provincias” donde Ionesco sitúa su Rinoceronte caminan del menosprecio ante un paquidermo que pasa trotando por la calle al susto generalizado. La gente se está transformando en este animal enorme y cornudo (¿asiático o africano?) y los nervios, así que la plaga se acerca, están a flor de piel. De entrada, no hacen caso, piensan que no es cosa suya, como nos ha pasado a nosotros con el maldito coronavirus. Los personajes de Ionesco se engañan, porque también serán víctimas. La camarera anuncia que ha visto a un rinoceronte y el dueño del café le suelta: “¡Tú ves visiones!”. Aunque el dramaturgo acota que sabe que su empleada tiene razón. No quiere verlo. Cuando aparece otro, la parroquia resopla. Y el rinoceronte atropella a un gato. La propietaria del felino entra en el bar, le ofrecen coñac sin parar y los clientes, como tertulianos antes de la tormenta, debaten sobre estupideces. Escurren el bulto. La noticia del atropello sale en el periódico y, incluso así, continúan sin preocuparse. Daisy dice que ha leído que han localizado treinta y dos rinocerontes, a lo que Botard exclama: “¡Exageraciones!”. Hasta entonces, los acontecimientos suceden lejos a pesar de la muerte del gatito. Berenger, el protagonista de la pieza, se pelea con Jean y decide ir a su casa a visitarlo. Entonces, lentamente, observa la transformación de su amigo en paquidermo. “Me dan asco, los hombres, que no se interpongan en mi camino que los aplastaré”, le dice Jean a Berenguer, ya metamorfoseado. Más tarde, Daisy recuerda las últimas palabras de Botard: “Debemos estar de acuerdo con nuestra época”. Ella, Berenger y Dudard charlan sobre lo que está ocurriendo, sobre la expansión de este mal que convierte a las personas en rinocerontes. Son mayoría, creen, y comentan que deben hacer algo. En vano, porque pronto se dan cuenta que ya no lo son. Demasiado tarde. La pieza de Ionesco no habla de ningún virus, sino del totalitarismo, el gran mal del siglo XX. Los resistentes se atrincheran en sus casas. Están muertos de miedo. “¡Voluntad! Hay que tener voluntad”, dice Berenguer al principio del tercer acto. Berenguer será el último hombre, el único superviviente y, en el monólogo que cierra la obra, expresa su deseo de convertirse, él también, en rinoceronte, como todo el mundo. Sin embargo, es consciente de que tiene la responsabilidad de

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salvar a la especie y sale de escena con la escopeta cargada gritando: “¡No capitularé, no capitularé!”. Beckett y el mundo de después Hay quien dice que, en el fondo, las obras de Beckett son distopías puras y duras. ¿A quién esperan realmente Vladimir y Estragon? ¿Donde vive Winnie? ¿De qué hablan Clov y Hamm? Todos sus personajes célebres parecen suspendidos en el vacío sideral. Ni Mad Max fue tan lejos. El tema del irlandés es la incomunicación, pero de qué época. Porque podría tratarse del mundo que nos espera, alejados unos de otros. Ada, en Cenizas, le dice a su marido: “Estarás solo en el mundo con tu voz, no habrá otra voz más que la tuya”. Es la soledad que teme Winnie de Días felices. Vi, en Vaivén (Come and go), se hace una pregunta que ahora, confinados, todos nos hacemos: “¿No podemos hablar de los viejos tiempos? (Silencio) ¿O de qué pasó después? (Silencio) ¿Nos tomaremos de las manos a la antigua usanza?”. Antes, Ru le ha preguntado a Flo si Vi nota que ella misma ha cambiado. Son tres mujeres mayores sentadas en un banco que observan el mundo que las rodea... Al final, se dan las manos. Y Flo cierra la breve pieza diciendo: “Puedo notar los anillos”. No llevan. Have I none, Chair y The under room nos muestran ciudades donde se han abolido las relaciones sociales y donde la gente vive aterrorizada ante la llegada de extranjeros Sarah Kane fue mucho más lejos que Beckett. En su primera obra, Aniquilados (Blasted), nos presenta una escena aparentemente naturalista: el maduro Ian y la joven Cate están en una habitación de hotel. Él ejerce sobre ella un poder brutal. No sabemos qué pasa fuera, como son las calles, qué noticias salen en la tele. Hasta que un soldado irrumpe en su intimidad y todo queda destruido. “En la ciudad todo el mundo llora”, dice ella. Ha salido y vuelve con un bebé en brazos. A Ian le han sacado los ojos. “La mayoría de la gente se ha rendido”, repite ella. Ian quiere suicidarse, pero Cate intenta impedírselo. “Sé que me quieres castigar intentando que viva”, le dice él. Al final de la escena 4, Ian coge la pistola y se dispara en la boca, pero el arma está descargada. Acto seguido, Cate se percata de que el bebé ha muerto. Los dos están condenados a vivir juntos, a conllevar su sufrimiento. Así como los cuatro personajes de Ansia (Crave), obligados a soportar a la vez su dolor. “Solo nos puede salvar el amor y el amor me ha destruido”, dice A. “Nadie sobrevive a la vida”, asegura más adelante. Y C le responde: “Y nadie puede saber cómo es la noche”. Edward Bond, que influyó en el teatro de Kane, ha pensado mucho en el mundo que viene. No en las plagas que padeceremos, pero sí en el devastador camino que emprenderemos. Have I none, Chair y The under room nos muestran ciudades donde se han abolido las relaciones sociales y la memoria, se persigue la imaginación y donde la gente vive aterrorizada ante la llegada de extranjeros. ¿Les suena? En el prólogo de Have I none, escribe: “'Toda la existencia humana es ficción. Al final, la realidad natural no nos impone sus propias necesidades... La ficción es nuestra realidad porque, en última instancia, determina nuestra existencia en la sociedad. El poder de la ideología es que usa las fuerzas 93

humanizadoras (nuestros apetitos, pasiones, necesidades) que nos unen a la realidad de la naturaleza, para unirnos a sus ficciones psicóticas. Nos liberamos de estas ficciones solo usando la misma fuerza”. Ya sabemos lo que tenemos que hacer: no poner límites a la creación.

Análisis existencial de la pandemia Covid19 (I) José María Manzano Callejo

09/05/20

Friedrich Nietzsche

Para comprender una de las características básicas del enfoque existencial, es necesario aclarar que es un enfoque dinámico, es decir que dentro del ser humano hay una serie de fuerzas en conflicto, y que pensamientos, emociones y conductas son fruto de estas fuerzas en conflicto. Y cual son estas fuerzas en conflicto?. Para el paradigma existencial hay cuatro conflictos básicos: la libertad/responsabilidad, el aislamiento, la carencia de sentido vital y la muerte. Analizaremos uno a uno estos conflictos en el contexto de la pandemia COVID-19 En este artículo vamos a analizar cómo ha afectado a nuestra libertad/responsabilidad esta pandemia. En próximos artículos iremos viendo la relación entre los otros tres conflictos básicos de la existencia y la pandemia COVID 19. El concepto de libertad a lo largo de la historia ha desencadenado enconados debates y desacuerdos notables. Cojamos la definición de libertad como aquello que hace que el individuo pueda desear, elegir, actuar, y lo que es más importante para él tener la capacidad para poder hacer un cambio en cualquiera de los aspectos de su vida, basado en la toma de elecciones. 94

Hay un primer nivel básico, la restricción de libertad física en esta pandemia, el confinamiento. Este es incómodo, temporal y posiblemente se convierta en una anécdota para contar nuestros nietos a sus nietos. Pero la pérdida de libertad interior de pensamiento, de control, de pérdida de nuestra identidad de persona o de pueblo por la globalización, y sobre todo, que se resienta la responsabilidad; esta le da sentido y seguridad a nuestra existencia. Heidegger y después Sartre desarrollaron el significado de la responsabilidad en el individuo. Que ocurre cuando en una situación vital, como esta pandemia que padecemos, si se altera este binomio de libertad/responsabilidad y aparece un conflicto existencial. Como se manifiesta esto a nivel de conducta?. Básicamente en estas situaciones de conflictos graves, como las pandemias, se produce un desplazamiento de la responsabilidad individual hacia otras personas o instituciones. En su grado extremo hay individuos que niegan su responsabilidad individual y colectiva, por creer que son víctimas inocentes de los acontecimientos que otros han desencadenado, en este caso atribuir por ejemplo, todos los males de este proceso infeccioso a la mala gestión del gobierno. En esta negación de la responsabilidad estamos viendo pasear por las calles españolas en la fase 0 a muchas personas que no cumplen las exigencias del Ministerio de Sanidad para la protección personal y colectiva, con además un gesto en su cara de fatua felicidad, en donde una aparente recuperación de la libertad, debilita la responsabilidad ante esta demoledora situación. Otro aspecto fundamental en relación al binomio libertad/responsabilidad, es que hay otra forma de evitar la responsabilidad. Algunas personas entran en algo parecido a una fase de irresponsabilidad temporal, donde pasan de un comportamiento adecuado, a una conducta irresponsable, porque creen que no tienen que dar explicaciones de su conducta ni a la sociedad ni a ellos mismos. Es una fase de omnipotencia, que suele ser un mecanismo de defensa, inadecuado, para soportar la inmensa angustia que les produce la incertidumbre de la situación. Hay casos sorprendentes en que aquellos sujetos que pueden tener una mínima conciencia de sus actos irresponsables, como los que he descrito antes, y sin embargo se niegan a cambiar su conducta en aras de una falsa pérdida de planteamientos de principios. Esto debería interpretarse desde el punto de vista dinámico existencial, como una negación a reconocer su estado de angustia por la situación que está viviendo en esta infección, por el enemigo coronavirus. Otro aspecto a resaltar es la alteración en la relación de la voluntad y la responsabilidad. La voluntad es una facultad psicológica, que muestra la fuerza del yo para dirigir y mantener la línea de nuestras conductas hacia el cumplimiento de un objetivo. En principio quiero resaltar, que cuando una persona se enfrenta a una situación del calibre de la que estamos hablando, y toma una elección consciente, se está enfrentado a su responsabilidad. Como decía Sartre, la vida de un individuo está marcada por sus elecciones. Si alguien se siente asustado por sus propias elecciones tiende a transferir a otras personas o instituciones, sus propias elecciones, con una clara pérdida de una de las funciones psíquicas más propiamente humana, la voluntad. Este es un hecho evidente al que estamos asistiendo en esta pandemia. Sobre todo, observamos 95

una parálisis en muchos individuos, en este momento evolutivo de la pandemia, de su capacidad de tomar elecciones, esperando que el paternal Estado las tome por ellos, sin tener un criterio crítico, aunque sean de obligado cumplimiento. Lo cual lleva a estas personas a un estado de indefensión aprendida. En este sentido ese individuo se queja de su situación vital, sin pararse a pensar en que ha hecho él para llegar a esa situación, que es la máxima expresión de ese aprendizaje de indefensión aprendida, que en su día desarrolló Seligman, en los años sesenta del siglo pasado, en la Universidad de Pensilvania, y que definió como una conducta aprendida en la que el sujeto se comporta de una forma pasiva, con la sensación subjetiva de no poder hacer nada para cambiar una determinada situación. Para terminar con esta aproximación a la alteración de la libertad y responsabilidad en determinados individuos, en la experiencia posiblemente más impactante que ha vivido la sociedad occidental, después de la segunda guerra mundial, voy a parafrasear a Nietzsche: “Un hombre que se cree absolutamente libre, sería a nivel emocional absolutamente idiota”.

PSICOLOGÍA EN CONFINAMIENTO

Análisis existencial de la pandemia Covid 19 (II) José María Manzano Callejo

11/05/20

Tal como introduje en el primer artículo sobre esta temática, una de las características básicas del enfoque existencial, es que es un enfoque dinámico, es decir que dentro del ser humano hay una serie de fuerzas en conflicto, y que pensamientos, emociones y conductas son fruto de estas fuerzas en conflicto. Recuerdo que hay cuatro conflictos básicos en el paradigma existencial: la libertad/responsabilidad, el aislamiento, la carencia de sentido vital y la muerte. Vimos el primer conflicto en el anterior artículo. En los próximos dos artículos iremos viendo la relación entre los otros dos conflictos básicos de la existencia (carencia de sentido vital y muerte) y la pandemia COVID 19. Heidegger calificó de descubrimiento, a un proceso por el cual reconocemos que somos finitos, que debemos morir, que somos libres y que no podemos escapar de nuestra libertad. También descubrimos que el individuo está inexorablemente sólo. Cuando la motivación es escasa tiende al déficit, como puede ocurrir en una parte de la población en la situación actual de pandemia, surge el conflicto entre la existencia y el enfrentamiento a ella en soledad, y ello lleva a que se instaure la angustia

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Podemos contemplar tres tipos de aislamiento, el interpersonal, el intrapersonal y el existencial. Aquí solo contemplaremos el existencial. Podemos considerar que este aislamiento es el que acontece cuando el ser humano se enfrenta a su existencia, de la única manera que puede enfrentarse, en soledad. Algún autor lo ha definido como la soledad de actuar como padre de uno mismo, es decir en la medida que uno es responsable de su vida, uno está sólo. Para Eric Fromm, el aislamiento es el foco principal de la angustia. Que ocurre cuando en una situación vital, como esta pandemia que padecemos, se enfrentan cara a cara el aislamiento con el problema vivencial y aparece el conflicto existencial? Básicamente en estas situaciones de conflictos graves, como las pandemias, la relación que uno mantiene con su mundo sufre un estremecimiento profundo, con sentimiento de extrañeza. El sentimiento de extrañeza que aparece en el individuo se refiere algo más que a los objetos que le rodean, como casa, automóvil, deporte…Hablamos de extrañeza en el paradigma existencial, cuando otras entidades que proporcionan estructura y estabilidad, como son los valores, las reglas o la ética, quedan despojadas de su significado. La experiencia de aislamiento existencial produce un estado subjetivo de malestar. La principal defensa contra el aislamiento existencial radica precisamente en la relación con los otros, en lo interpersonal. Aunque ninguna relación puede eliminar de forma total el aislamiento, puesto que cada uno de nosotros está absolutamente solo ante su existencia, la soledad puede compartirse, de tal manera que el establecimiento de afectos con los otros alivie el dolor de ese aislamiento. Por tanto, en esta pandemia que soportamos, que nos ha llevado al aislamiento social, por razones preventivas, y dificulta por ende desarrollar afectos con los otros y nos obliga a no practicar los signos de nuestros afectos, como saludo de manos, abrazos o besos, va a contribuir a que el bálsamo quijotesco de Frierabrás, de nuestro aislamiento existencial, la interacción con el otro, no pueda actuar de la forma que lo debería hacer. Los teóricos de la motivación afirman que la motivación básica del sujeto está orientada hacia el déficit o hacia el crecimiento. Cuando la motivación es escasa tiende al déficit, como puede ocurrir en una parte de la población en la situación actual de pandemia, surge el conflicto entre la existencia y el enfrentamiento a ella en soledad, y ello lleva a que se instaure la angustia. Cuando un ser humano ha aprendido como permanecer solo con su sufrimiento ya lleva un buen trecho de su camino aprendido Si no logramos desarrollar una fuerza interna, así como el sentido de nuestro valor como personas y una firme identidad que nos permita enfrentarnos al aislamiento existencial, estaremos alejándonos del atajo más corto para llegar a controlar nuestra angustia existencial. Para Camus cuando un ser humano ha aprendido como permanecer solo con su sufrimiento ya lleva un buen trecho de su camino aprendido, y yo añadiría que solo le queda desde la óptica existencial trascenderlo al nivel relacional. Camus así mismo proclama como fórmula relacional la de no camines delante de mí puede que no te siga, no camines detrás de mí, puede que no te guie, camina junto a mí y se mi amigo.

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Es interesante el análisis de Schopenhauer, en lo que él llamó el dilema del erizo, en donde se relata un día de frío y la necesidad de varios erizos de acercarse para combatirlo. Pero sus púas hacen que se pinchen y surga el dolor. El dilema del erizo consiste en encontrar el equilibrio entre la necesidad de cercanía y el dolor que se da por un excesiva proximidad. Dilema aplicable a los grupos humanos, según este autor. Para conseguir controlar la angustia hay dos premisas básicas. La primera es conseguir que el sujeto vaya hasta el punto donde pueda elegir de una manera más libre, y la segunda afirmar que lo que sana es la relación. Compartir alivia el aislamiento existencial porque es una consecuencia de la relación. Por último, como refiere Tom Wolfe: “La soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de toda persona”.

Análisis existencial de la pandemia COVID 19 (III) José María Manzano Callejo

15/05/20

¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? (óleo de Paul Gauguin, 1897)

Tal como introduje en el primero y segundo artículo sobre esta temática, una de las características básicas del enfoque existencial, es que es un enfoque dinámico, es decir que dentro del ser humano hay una serie de fuerzas en conflicto, y que pensamientos, emociones y conductas son fruto de estas fuerzas en conflicto. Recuerdo que hay cuatro conflictos básicos en el paradigma existencial: la libertad/responsabilidad, el aislamiento, la carencia de sentido vital y la muerte. En este artículo vamos a analizar la carencia de sentido vital y su relación con la pandemia COVID 19.

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Hay una serie de preguntas que nos hacemos a diario, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿para qué y por qué tenemos que vivir? Mi hija a los doce años, un día me dijo, ¿papá si tenemos que morir para qué vivir? Vamos a plantearnos en primer lugar el problema del significado. El ser humano necesita significados como metas, valores o ideales, pero por otro lado no hay un significado absoluto. ¿Además en un mundo globalizado como en el que vivimos, que en mi opinión carece de significado, como puede una persona encontrarlo?. Significado es sentido de la vida Por tanto estamos en un mundo globalizado carente de significado, de significado cósmico. Frente a este significado debemos buscar el sentido de mi vida, lo que se ha denominado significado terrenal. Se ha considerado que dentro de la teoría de la motivación de Maslow la autorrealizacción es una potente fuente para el significado individual o terrenal. Consistiría en la lucha de cualquier persona por realizarse tirando de todos sus potenciales. Hay dentro de este paradigma una jerarquía de motivaciones básicas para la supervivencia, son las fisiológicas.

Pirámide de Maslow (Tomado de economipedia)

Y una vez satisfechas las necesidades básicas entran en juego la necesidad de satisfacer las superiores, y en el vértice de la pirámide está la autorrealización integrada por una serie de necesidades que asientan en el pensamiento, como son la meditación, el saber, la belleza, la creatividad, la armonía… Que ocurre cuando en una situación vital, como esta pandemia que padecemos, se cuestiona el significado terrenal y aparece el conflicto existencial?. Hay dos reacciones básicas, o bien se profundiza en una carencia de sentido vital previo de cada persona, o bien se buscan nuevos significados. Veamos la primera reacción. La pérdida de significado previo de cada persona, al acontecimiento de una crisis como ha sido la pandemia Covid 19, es fruto de un desarrollo personal, pero también del efecto contagio de una sociedad occidental con una pérdida de los valores de una reciente época pasada y lo que es más grave, la no creación de unos valores nuevos o una sumación de valores pasados que todavía pueden ser válidos, junto a otros nuevos, que se requieran por la 99

rápida evolución de la sociedad moderna. Con esta falta de valores y por tanto de significado terrenal, es difícil enfrentarse y gestionar a nivel emocional por cauces adaptativos una situación crítica como la que padecemos. Esto explica entre otras razones, la falta de responsabilidad individual que se observa en el comportamiento de algunas personas en esta pandemia, a pesar del freno punitivo institucional. En segundo lugar voy a analizar la posibilidad de desarrollar nuevos elementos que contribuyan a dar sentido vital, a raíz de la vivencia de estado de crisis pandémica global. El ciudadano actual del mundo occidental, sobre todo a nivel urbano e industrializado se enfrenta a la vida sin un sentido vital espiritual, que además ha perdido su conexión con el mundo de la naturaleza. Este ciudadano, que antes de esta pandemia, caminaba por ejemplo a nivel laboral, a reivindicar la jornada laboral de 30 horas y por tanto con un mayor tiempo libre, tiene quizás demasiado tiempo para pensar para plantearse preguntas desasosegantes, y muchas veces el trabajo se ha vuelto alienante por su forma y a veces por su fondo. De las investigaciones psicológicas en este campo, me gustaría mostrar los resultados de un estudio realizado en la universidad de Standford, que resalta que tienen un sentido vital positivo las personas con profundas creencias espirituales, valores de trascendencia de uno mismo, la pertenencia o colaboración con organizaciones con fines altruistas; y por último en este estudio se observa que los significados vitales varían a lo largo de la vida del individuo. Es decir, sobre estas líneas básicas, el individuo actual debe ir buscando significados a lo largo de su proceso vital. Por último, siguiendo a Luigi Pirandello, en su obra teatral seis personajes en busca de autor, en la que se nos muestra que cada personaje es autor de su propio relato. No hay ningún autor que escriba el texto de nuestra existencia.

Análisis existencial de la pandemia Covid 19 (IV) José María Manzano Callejo

León Tolstói

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Tal como introduje en el primero, segundo y tercer artículo sobre esta temática, una de las características básicas del enfoque existencial, es que es un enfoque dinámico, es decir que dentro del ser humano hay una serie de fuerzas en conflicto, y que pensamientos, emociones y conductas son fruto de estas fuerzas en conflicto. Recuerdo que hay cuatro conflictos básicos en el paradigma existencial: la libertad/responsabilidad, el aislamiento, la carencia de sentido vital y la muerte.

En este artículo vamos a analizar el conflicto de la muerte y su relación con la pandemia COVID 19. El miedo a la muerte ocupa un lugar preponderante en nuestra experiencia interna, es el pensamiento que más nos atormenta y persigue a lo largo de la existencia, siendo fuente primordial de angustia. La vida y la muerte son interdependientes, no existe una sin la otra. Una de las verdaderas más indiscutibles de la existencia es que todo se desvanece y que la desaparición de las cosas nos produce miedo. En Guerra y Paz Tolstoi refleja de forma magistral, como el enfrentamiento a la muerte puede provocar un cambio radical en la persona. El punto crucial de esta novela es cuando a Pedro el protagonista, es capturado por las tropas de Napoleón y se le condena a morir fusilado por un pelotón. Ahí es cuando el protagonista observa al ser el sexto de la fila, como van muriendo los demás, salvándose él en el último momento, a partir de este punto su vida se trasforma y empieza a tener significado, entregándose a los demás. En su obra La muerte de Ivan Illic, Tolstoi nos muestra a un Illic que a raíz de una grave enfermedad con carácter terminal, pasa de ser un funcionario gris, sin ningún propósito ni significado en su vida, a tener también propósito y significado como Pedro en Guerra y Paz, de tal manera que en sus últimos días de vida alcanza un nivel de integración con su entorno como jamás antes había tenido antes. En un estudio con una amplia muestra de pacientes con experiencias muy cercanas a la muerte, el 23% de ellos habían adquirido una conciencia clara de que la vida es corta y vale la pena vivirla, mayor responsabilidad hacia el medio ambiente, gran capacidad para disfrutar cada momento y un fuerte deseo de disfrutar de todo antes de que sea tarde. Así mismo, pacientes con cáncer avanzado, siendo conocedores de ello, sufren una trasformación muy similar a lo ocurrido con los protagonistas de Tolstoi. El miedo a morir, es un miedo absolutamente humano. Para Freud, el germen de la vida social se forma alrededor de la muerte. El ser humano forma núcleos sociales por el miedo de sentirse finito. Para Hegel, la historia de la humanidad no es otra que la narrativa que hace el hombre de la muerte. Ante esta conciencia de ser con final inexorable, los filósofos más notables del pensamiento existencial como Jasper que lo interpreta como fragilidad del ser o 101

Kierkegaard habla de temor de no ser o Heidegeer sugiere que es la imposibilidad de posibilidades posteriores. En un estudio interesante en UCLA (USA), con un grupo de estudiantes de medicina se concluyó que los estudiantes que habían perdido a su progenitores tenían más ansiedad ante la muerte y los que tenían creencias religiosas menos angustia ante este conflicto existencial. Otro aspecto de interés en los estudios existenciales de la muerte es la figura del salvador, que no es necesariamente la figura de un ser sobrenatural, a veces es un líder o una causa trascendente. Durante miles de años el ser humano ha controlado el miedo a la muerte, incluso renunciando a su libertad, por abrazar a una causa personificada o un ideal. Por tanto, es fácil extrapolar que los pacientes de COVID 19 en situación de gravedad y miedo ante la muerte, no se apartan de estas formas de comportamiento. En estos pacientes la angustia consciente ante una situación límite les aleja de las preocupaciones habituales y triviales y les lleva a una situación y una perspectiva radicalmente diferente, de tal manera que se pasa de la incertidumbre de como son las cosas a la admiración por el hecho de que sean. Y ante esta situación cuales pueden ser los puntos de apoyo para este paciente que se enfrenta a la muerte?. Uno de los pilares de apoyo más importantes es la satisfacción vital, entendida como que cuando ha habido una vida satisfactoria, el hecho de la muerte es mucho menos penoso Así sobre la satisfacción vital, Nietzsche en una de sus habituales hipérboles afirma: “Todo aquello que ha alcanzado la perfección, la madurez, busca la muerte. Lo que no ha llegado a madurar busca la vida”. Por último, siguiendo a Epicureo: “cuando tu eres, tu muerte todavía no es, cuando tu muerte sea, tu ya no estarás. Así que, para este filósofo no habrá un momento de encuentro entre la persona y su muerte, ambos se esquivan como en el juego del escondite hasta el final.

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La Medicina como Religión Giorgio Agamben

mayo 11, 2020

Que la ciencia se ha convertido en la religión de nuestro tiempo, en lo que los hombres creen, ha sido evidente desde hace mucho tiempo. En el Occidente moderno han coexistido y, hasta cierto punto, siguen coexistiendo tres grandes sistemas de creencias: el cristianismo, el capitalismo y la ciencia. En la historia de la modernidad, estas tres «religiones» se han entrelazado necesariamente varias veces, entrando en conflicto de vez en cuando y luego de diversas maneras reconciliándose, hasta llegar progresivamente a una especie de coexistencia pacífica y articulada, si no a una verdadera colaboración en nombre del interés común. El nuevo hecho es que entre la ciencia y las otras dos religiones se ha reavivado un conflicto subterráneo e implacable sin que nos demos cuenta, cuyos resultados victoriosos para la ciencia están ante nuestros ojos hoy en día y determinan de una manera sin precedentes todos los aspectos de nuestra existencia. Este conflicto no se refiere, como en el pasado, a la teoría y los principios generales, sino, por así decirlo, a la práctica cultural. De hecho, la ciencia, como toda religión, conoce diferentes formas y niveles a través de los cuales organiza y ordena su propia estructura: la elaboración de un sutil y riguroso dogma corresponde en la práctica a una esfera culta extremadamente amplia y capilar que coincide con lo que llamamos tecnología. No es de extrañar que el protagonista de esta nueva guerra de religión sea aquella parte de la ciencia en la que la dogmática es menos rigurosa y el aspecto pragmático más fuerte: la medicina, cuyo objeto inmediato es el cuerpo vivo de

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los seres humanos. Intentemos fijar las características esenciales de esta fe victoriosa con la que tendremos que contar cada vez más. 1) El primer carácter es que la medicina, al igual que el capitalismo, no necesita una dogmática especial, sino que simplemente toma prestados sus conceptos fundamentales de la biología. Sin embargo, a diferencia de la biología, articula estos conceptos en un sentido gnóstico-maniqueo, es decir, según una exasperada oposición dualista. Hay un dios o un principio maligno, la enfermedad, precisamente, cuyos agentes específicos son las bacterias y los virus, y un dios o un principio benéfico, que no es la salud, sino la curación, cuyos agentes cultos son los médicos y la terapia. Como en toda fe gnóstica, los dos principios están claramente separados, pero en la práctica se pueden contaminar y el principio benéfico y el médico que lo representa pueden equivocarse y colaborar sin darse cuenta con su enemigo, sin que esto invalide en modo alguno la realidad del dualismo y la necesidad de la adoración a través de la cual el principio benéfico libra su batalla. Y es significativo que los teólogos que deben establecer la estrategia son los representantes de una ciencia, la virología, que no tiene lugar por sí misma, pero que está en la frontera entre la biología y la medicina. 2) Si esta práctica de culto era hasta ahora, como toda liturgia, episódica y limitada en el tiempo, el fenómeno inesperado que estamos presenciando es que se ha convertido en permanente y omnipresente. Ya no se trata de tomar medicinas o someterse a exámenes médicos o cirugía cuando sea necesario: la vida entera de los seres humanos debe convertirse en el lugar de una celebración cultual ininterrumpida en todo momento. El enemigo, el virus, está siempre presente y debe ser combatido sin descanso y sin descanso posible. La religión cristiana también conocía estas tendencias totalitarias, pero sólo afectaban a unos pocos individuos, especialmente a los monjes, que elegían poner toda su existencia bajo la bandera de «rezar sin cesar». La medicina como religión retoma este precepto paulino y, al mismo tiempo, lo anula: donde antes los monjes se reunían en los conventos para rezar juntos, ahora se debe practicar el culto con asiduidad, pero manteniéndose separados y a distancia. 3) La práctica del culto ya no es libre y voluntaria, expuesta sólo a sanciones de orden espiritual, sino que debe hacerse obligatoriamente normativa. La colusión entre la religión y el poder profano no es ciertamente nueva; lo que sí es nuevo, sin embargo, es que ya no se trata, como en el caso de las herejías, de la profesión de los dogmas, sino exclusivamente de la celebración del culto. El poder profano debe asegurar que la liturgia de la religión médica, que ahora coincide con toda la vida, se observe puntualmente en la práctica. Que se trata aquí de una práctica culta y no de una necesidad científica racional es inmediatamente evidente. La causa de mortalidad más frecuente en nuestro país son, con mucho, las enfermedades cardiovasculares, y se sabe que éstas podrían reducirse si se practicara una forma de vida más sana y si se siguiera una dieta particular. Pero ningún médico había pensado nunca que esta forma de vida y de alimentación, que recomendaban a los pacientes, se convertiría en objeto de una reglamentación legal, que decretaría ex lege lo que se debe comer y cómo se debe vivir, transformando toda la existencia en una obligación de salud. Precisamente esto se ha hecho y, al menos por ahora, la gente ha aceptado como si fuera obvio 104

que renunciarían a su libertad de movimiento, trabajo, amistades, amor, relaciones sociales, creencias religiosas y políticas. Se mide aquí cómo las otras dos religiones de Occidente, la religión de Cristo y la religión del dinero, han cedido su primacía, aparentemente sin luchar, a la medicina y la ciencia. La Iglesia ha repudiado pura y simplemente sus principios, olvidando que el santo cuyo nombre ha tomado el actual pontífice abrazaba a los leprosos, que una de las obras de misericordia era visitar a los enfermos, que los sacramentos sólo pueden administrarse en presencia. El capitalismo por su parte, aunque con cierta protesta, aceptó pérdidas de productividad que nunca se había atrevido a contabilizar, probablemente con la esperanza de llegar más tarde a un acuerdo con la nueva religión, que parece dispuesta a transigir en este punto. 4) La religión médica ha recogido sin reservas del cristianismo la instancia escatológica que había dejado caer. Ya el capitalismo, secularizando el paradigma teológico de la salvación, había eliminado la idea del fin del tiempo, sustituyéndola por un estado de crisis permanente, sin redención ni fin. La Krisis es originalmente un concepto médico, que designaba en el corpus hipocrático el momento en que el médico decidía si el paciente sobreviviría a la enfermedad. Los teólogos han tomado el término para indicar el Juicio Final que tiene lugar el último día. Si se observa el estado de excepción que estamos viviendo, se diría que la religión médica combina la crisis perpetua del capitalismo con la idea cristiana de un tiempo final, de un escatón en el que la decisión extrema está siempre en marcha y el fin se precipita y se aplaza, en un intento incesante de gobernarlo, pero sin resolverlo nunca de una vez por todas. Es la religión de un mundo que se siente al final y que sin embargo es incapaz, como el médico hipocrático, de decidir si sobrevivirá o morirá. 5) Al igual que el capitalismo y a diferencia del cristianismo, la religión médica no ofrece perspectivas de salvación y redención. Por el contrario, la curación a la que aspira sólo puede ser temporal, ya que el Dios malvado, el virus, no puede ser eliminado de una vez por todas, al contrario, cambia constantemente y toma nuevas formas, presumiblemente más arriesgadas. La epidemia, como sugiere la etimología del término (demos es en griego el pueblo como cuerpo político y polemos epidemios es en Homero el nombre de la guerra civil) es ante todo un concepto político, que está a punto de convertirse en el nuevo terreno de la política mundial – o no política. Es posible, en efecto, que la epidemia que estamos experimentando sea la realización de la guerra civil mundial que, según los politólogos más cuidadosos, ha tomado el lugar de las guerras mundiales tradicionales. Todas las naciones y todos los pueblos están ahora permanentemente en guerra consigo mismos, porque el invisible y escurridizo enemigo con el que están luchando está dentro de nosotros.

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¿Y si la cuarentena fuera un regalo? Antoine Lacoste

¿H

12/05/20

as sentido alguna vez que las cosas que te divertían ya no lo hacen?

¿Has pasado alguna vez tanto tiempo con una persona que se te hace inevitable concentrarte en las pequeñas cosas que no soportas, hasta el punto de olvidar la hermosa personalidad que te atrajo en un principio? Como si el polvo hubiese cubierto el cristal de la lámpara, de tal manera que ya solo ves el polvo y no la llama que alumbraba tu vida… ¿Alguna vez has visto a un niño reír a carcajadas saltando en un charco de agua, y pensar con ternura y un poco de envidia “que lindo que es ser feliz con tan poco”? Y surge la pregunta: ¿En qué momento dejó de ser suficiente un charco de agua para ser feliz? ¿Será que con el tiempo las cosas que nos parecían increíbles al comienzo van perdiendo su stock de alegría? ¿Será que se le acaba la cera a la vela de una relación, de un pasatiempo, de un charco de agua? Tal vez con el tiempo las cosas simplemente dejan de asombrarnos, asesinadas por el fusil de la repetición y la rutina. Aquello que nos parecía maravilloso cuando niños se vuelve ordinario, lentamente entramos en la normatividad de nuestro entorno, no destacando nada especial, nada novedoso o juguetón. A medida que vamos creciendo, son cada vez menos las cosas que salen de lo ordinario, es cada vez más difícil exponerse a lo nuevo y a lo diferente, y acaba surgiendo la melancolía por los años de inocencia. ¿Acaso ser padre o madre no es una manera natural de obligarnos a volver a presenciar y recuperar esa olvidada inocencia? Si solo somos capaces de asombrarnos con lo nuevo, con lo original, con lo extraordinario, entonces cada experiencia vivida es una semilla de felicidad que germina y brilla por un tiempo, destinada a morir y extinguirse del banco de deleites potenciales. ¿No hay cierto dolor en saber que ya no nos hará sentir lo mismo? Tal vez preferimos no vivirla y gozar de imaginarla, para hacer durar el placer antes de comérselo. En este contexto un tanto negativo (lo siento), la cuarentena por la que estamos, estuvimos o estaremos atravesando podría ser considerada un regalo. Sí, un verdadero regalo. Es como si todo lo que en tu vida te parecía normal, todo lo que ya se había convertido en ordinario, todo aquello que dabas por sentado te fuera arrebatado, obligada u obligado a vivir y convivir en el calabozo de tus cuatro paredes. El virus te está regalando la oportunidad de volver a asombrarte con los detalles más pequeños, insignificantes para tu “yo” de solo hace unas semanas. Es una forma de transformar lo ordinario en extraordinario. De ver con otros ojos un mundo que había dejado de maravillarte, de apreciar las gotas de lluvia que se deslizan por tu cara, de admirar el brote que aprovechó esta calma para crecer entre dos peldaños metropolitanos, de entregarte a los brazos de un amigo o un pariente, de compartir la risa de una amiga, de vivir un beso como si fuera el primero… Gracias coronavirus por obligarnos a viajar hacia la matriz de la

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conciencia, de la cual podemos elegir renacer como niños Nietzscheanos asombrados por la existencia y gritarle “Sí” a la vida. ¿Y qué hay del surf? ¿No te arrepientes ahora de las quejas de tu ego insatisfecho, porque no era suficiente? todas las veces que caíste en el juego perverso de la mente de encontrar excusas para no ser feliz? Porque había mucho viento, mucha agua, que la marea, que el fondo, que el crowd, que la corriente, que las olas, que no te salió nada, que no tienes el nivel que te gustaría tener, etc, etc… ¿Cómo es posible que algo tan increíble como deslizar sobre el agua se vuelva insuficiente para nuestras mentes calibradas para querer siempre más? Ahora que llevamos semanas sin poder entrar al océano, tenemos la chance de poder volver como si fuera la primera vez, contentarnos con el simple hecho de estar en el agua, de reunirnos con la fuente de la vida. Y como si fuera poco, de deslizar sobre una onda creada a cientos de kilómetros que acaba su viaje en una fiesta de polvo estelar que por la misteriosa ley cósmica de la atracción conserva un orden casi divino; moléculas de agua invitándote a bailar al compás de la madre naturaleza. Volvemos a tener en nuestras manos la alegría de la primera ola, la euforia del primer tubo. Supongo que esta es una invitación a transformar lo que pareciera ser un castigo en un obsequio para nuestro ser. Y no se trata solo de volver a asombrarse por un par de días y que todo vuelva a ser tan tediosamente normal. Se trata de modificar nuestro código, de formatear nuestras mentes para no caer en la trampa del aburrimiento crónico. Transformemos nuestro mundo interior para que el exterior vuelva a conmovernos. Alguna vez has escuchado la frase “Vive cada día como si fuera el último”, a mi me parece un poco triste, que tal si al salir de nuestras cuevas mejor tratamos de vivir cada experiencia como si fuera la primera vez.

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La renaturalización urbana y los aguiluchos de trapo Ni siquiera habíamos llegado a esa nueva normalidad cuando la más vieja, la más rancia, la más caduca normalidad ha vuelto a las calles y a las redes sociales y a los medios de comunicación y ha renaturalizado su relato de odio

Ruth Toledano

20/05/2020

Qué poco dura la dicha en la casa del pobre, dice el proverbio castellano. Ya apenas crece bajo nuestros pies aquella hierba que brotó de entre cada grieta del confinamiento inicial. En aquellos primeros días, a la perplejidad ante lo que estaba sucediendo se sumó una suerte de ilusión: fue tan inédito y tajante el cambio de rutina que mucha gente se aventuró a fantasear con cambios definitivos, cambios de paradigma, de sistema, de comportamiento social, de existencia como especie. Cierto que estaban el dolor de la enfermedad y la desolación de la muerte, el temor a la ruina económica, la incertidumbre ante el futuro, pero a esa etapa de sufrimiento le sucedería una nueva era. Sería mucho mejor, por supuesto, evolutiva, transformadora. Sería una era de solidaridad que habrían afianzado las redes de ayuda mutua en los vecindarios, en los barrios, en los pueblos y en las ciudades. Una era en que la conciencia sobre el absurdo del consumismo, la inmadurez del despilfarro, la ceguera del agotamiento de recursos, sería incluso capaz de plantar cara al 108

capitalismo salvaje. Una era en la que recuperaríamos el valor perdido del silencio y la contemplación, al tiempo que desarrollaríamos de nuevo esas habilidades perdidas que nos hacen autosuficientes. (Yo monté una estantería que llevaba meses embalada en la entrada de casa, a la espera de que lo hiciera un alguien que nunca supe quién era y jamás pensé que llevaría mi nombre). Sería una era en la que ya habríamos aprendido cuáles son las prioridades y a distinguir de lo superficial lo que realmente merece la pena, en la que primarían la colaboración y el amor frente a la confrontación y el egoísmo y el abuso. Sería un mundo más sostenible, una vida más sencilla y, sin embargo, una experiencia común más elevada. (Yo no tenía la suerte de esa candidez -a la historia de la humanidad me remito- pero, empoderada con el montaje de la estantería, ajusté con destornillador otras baldas que llevaban flojas demasiado tiempo). Lo que sí fue innegable es que la ciudad de las calles desiertas, las sirenas de las ambulancias, las luces azules de los coches policiales, aquella ciudad distópica que helaba un poco la sangre, se volvió verde y frondosa. Como una gran metáfora de aquella quimera, la vegetación salió por todas las rendijas: los troncos de los árboles que no eran podados de manera obsesiva, los alcorques de donde no se arrancaban las presuntas malas hierbas, los parterres que no eran recortados al milímetro, las rejas por las que asomaron juncos, la unión entre baldosas y adoquines en la que se apretaban brotes de hierba. En los paseos con mis perros observaba extasiada el estallido asombroso de la primavera y cómo el tópico se hacía evidencia incontestable: sin el obstáculo humano, la naturaleza se abre paso. Y lo hace a toda prisa: en apenas un mes sin tráfico de coches y personas, sin ruido, sin contaminación. Fue un alivio muy profundo confirmar que eso aún puede pasar en una ciudad como Madrid, por ejemplo. A finales de abril, quizá porque arreció el viento con las tormentas, las aceras de las calles y plazas arboladas y las inmediaciones de los parques se cubrieron de una alfombra de hojas mezcladas con las pequeñas flores secas de los castaños de Indias. Cubrían el granito, desdibujando las líneas duras del cemento, suavizando el asfalto. Daba gusto ver y pisar. Había pequeñas ramas por el suelo y la hierba en los bulevares, cuajada de diminutas margaritas, estaba tan mullida que se hundían un poco los pies al caminar: hierba de verdad. Aquella renaturalización de la ciudad hacía reflexionar sobre la actividad jardinera urbana. Es un servicio prioritario porque se ocupa del cuidado de algo esencial, como son los árboles y las plantas. Pero la experiencia del confinamiento, que paralizó esa actividad, demostró que la jardinería que se practica es muy conservadora, castradora, de sometimiento de esa explosión vegetal, de control férreo de lo que escapa a la poda, la siega y el recorte, de ahogo de la libertad de expresión de la naturaleza y de un exceso de celo limpiador que destruye cierta belleza: la belleza de la alfombra de hojas. En el pasado, el otoño siempre fue representado así: con un cúmulo de hojas doradas en el suelo. Ahora se barren compulsivamente. Hay supuestas razones: los resbalones de personas mayores o los atascos en el alcantarillado. Pero evitar los resbalones de personas mayores no ha evitado que murieran a miles, abandonadas en las residencias, ni que funcione el saneamiento público ha evitado nuestro confinamiento por razones de salud. Habría que encontrar el término justo entre la intervención dominante y antiestética en la naturaleza 109

urbana y el mantenimiento razonable de la ciudad. Es importante que no se atasquen los desagües, tanto como lo es el bienestar. Y los árboles, la hierba, las flores son bienestar, salud, felicidad. La naturaleza en la ciudad aporta esa clase de felicidad colectiva que deberíamos defender como un derecho que nos es arrebatado. En cuanto el derecho a crecer de la naturaleza fue respetado, y por tanto también nuestro derecho a que así sea, la primavera demostró que también en la ciudad la vida puede ser más hermosa, mejor, y la renaturalización trajo consigo una proliferación de insectos y de abejas. Ahora todo eso, esencial, parece haber perdido importancia. Porque volvieron, sí, las oscuras golondrinas a los balcones de nuestros aplausos. Y vimos ciervos y cabras y jabalíes y toda clase de pájaros que recuperaban algo de paz y de espacio usurpado. Pero, después, volvieron también los aguiluchos. No los del aire, ojalá. Volvieron los aguiluchos negros de las banderas fascistas. En plena pandemia aún, cuando la mayoría de las personas seguía respetando las normas del confinamiento, aguantando el tirón emocional, económico, laboral, haciendo un esfuerzo insólito de sensatez, esos aguiluchos de trapo han tomado las calles como viles oportunistas, jaleados por políticos sin escrúpulos a quienes no importan ni la salud ni los muertos, los mismos políticos que hicieron negocio con la sanidad pública, los mismos políticos de los mismos partidos que talan árboles para favorecer a sus amigos empresarios del granito, los que desprecian a la ciudadanía porque se sienten clase privilegiada, maleducados, agresivos, los que ponen en peligro la salud y la paz. Ni siquiera habíamos llegado a esa nueva normalidad a la teníamos que acostumbrarnos, cuando la más vieja, la más rancia, la más caduca normalidad ha vuelto a las calles y a las redes sociales y a los medios de comunicación y ha renaturalizado su relato de odio. Si aquellas hierbas que crecían entre los adoquines mientras solo había enfermedad y silencio nos hicieron soñar con un profundo cambio, estos Atilas con capa rojigualda nos devuelven al pasado más oscuro. Por supuesto, esta pandemia no servirá para aquel cambio de paradigma, aquella era quimérica. Porque ellos solo estaban al acecho. Y por donde ellos pasan no vuelve a crecer la hierba. Mucho menos la de aquella vana ilusión. Qué poco dura la dicha en la casa del pobre.

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