Paradojas del individualismo

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Paradojas del individualismo

IBIBLIOTECA

í DE BOLSILLO 1

VICTORIA CAMPS

Paradojas del individualismo

CRÍTICA Barcelona

Primera edición en BIBLIOTECA DE BOLSILLO: octubre de

1999

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del

copyright,

bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Diseño de la colección: Joan Batallé Ilustración de la cubierta: Magritte,

Lefils de l'homme ( 1964),

colección privada, Yorktown, Nueva York

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1993 y l 999: Victoria Camps, Barcelona 1999 de la presente edición para España y América: EDITORIAL CRÍTICA S.L., Corsega, 270, 08008 Barcelona ISBN: 84-7423-998-2 Depósito legal: B. 37.141 - 1999

1993

y

Impreso en España

1999.

-

ROMANYÁ!VALLS, S.A., Capellades (Barcelona)

A

Rosa Regás



Prólogo

((

E

1 individualismo es prop�o de las democracias», escribió hace dos siglos Tocqueville. En efecto, el individualismo es una con-

secuencia de la igualdad civil y política que producen los regímenes democráticos. Pero, para ser más exactos, a la afirmación de Tocque­ ville habría que añadir esta otra: el individualismo puede ser el mayor escollo para que la democracia sea sati.\jactoria. A medida que las !i­ hertades aumentan, que la vida privada gana terreno y el mercado se hace más competitivo, los individuos tienden a aislarse, a buscar el re­ .filJ.?io de J.?rupos cerrados y antagónicos y a defender exclLJ,sivamente sus intereses particulares. Las sociedades se atomi;:.an y es imposible af?regar a los ciudadanos en torno a un supuesto interés común. El individuo es un valor parad(�jico. En realidad, lo son todos los valores: ninf?uno asegura por sí mismo un desarrollo exento de desvíos. Los valores pueden torcerse al intentar realizarlos: ocurre con la li­ bertad, con la Íf?ualdad, con la solidaridad, todos, a poco que nos dis­ traigamos, pueden degenerar en algo no previsto e incluso contrario al ideal anunciado. No descuhro nada nuevo. Platón, en La Repúbli­

ca, advierte ya del deterioro, no sólo posible sino casi inevitable, de los mejores reJ.?Ímenes políticos. El individualismo es paradójico, pues, aunque tendemos a carac­ terizarlo despectivamente, lo cierto es que la afirmación del individuo ha sif?nificado un progreso para la humanidad. La afirmación del in­ dividuo va de la mano del reconocimiento de las libertades y de los primeros derechos humanos cuyo objetivo es defender al individuo del poder abusivo del estado. El individualismo nace con el liberalismo y

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Paradojas del individualismo

con las democracias modernas que, a diferencia de las antiguas, no se construyen sobre la idea de una comunidad política en la que sólo ca­ ben los iguales, sino sobre el reconocimiento de la soberanía del indi­ viduo en una sociedad cada vez más diversa y plural. Liberalismo, individualismo y democracia se enuncian como idea­ les abstractos que, de hecho y en la práctica, dejan mucho que desear. La realidad nunca alcanza el listón que los conceptos pregonan. De

ahí que no se hagan esperar las críticas a todos los ideales que predi­ can mucho y dan muy poco porque se contentan con ser puras fórmu­ las incapaces de transformar las deficiencias de la organización polí­ tica. El marxismo, los socialismos, el feminismo y recientemente el multiculturalismo han insistido en las mismas razanes de rechazo: la afirmación de la soberanía del individuo nunca ha valido para todos y cada uno de los individuos, muchos han quedado fuera de las preben­ das proclamadas, sólo porque pertenecen a sectores, a países, a cul­ turas menospreciadas o ignoradas por los más ricos y poderosos. A esa crítica, que no ha perdido vigencia, hay que añadirle otra. Es

la siguiente: la democracia -liberal o social: hoy casi da lo mismo­ precisa de individuos comprometidos con los principios que esa misma democracia están defendiendo. No son suficientes el Parlamento, ni la Constitución ni las leyes para que las democracias funcionen: tiene que haber, al mismo tiempo, ciudadanos dispuestos a hacer suya la cultura democrática. De no ser así, tendremos, por un lado, un ordenamiento jurídico y unas instituciones dirigidas a unos fines, mientras, por el otro, discurren formas de vida con objetivos y fines que nada tienen que ver con los anteriores. Existirá la prescripción de proteger el medio ambiente, de mantener unos servicios sociales que ayuden a los más desfavorecidos, el estado proclamará su voluntad de avanzar en la igualdad de oportunidades educativas, la Constitución recogerá dere­ chos fundamentales como el derecho de todos al trabajo. Pero los indi­ viduos, aislados o corporativamente, seguirán actuando como si nin­ guna de tales obligaciones fuera con ellos. Es el estado, la política, quien debe asumirlas. El individuo es libre para hacer con su vida lo que quiera y ocuparse sólo de sus negocios y de sus intereses. De ese malentendido derivan las paradojas del individualismo. De

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entender la soberanía del individuo como un absoluto, sin tener en cuenta que la vida en común, la necesidad de vivir en sociedad y tener en cuenta a los otros, excluye los absolutos. Todo valor tiene limitacio­ nes si, como el mismo valor proclama, tiene que serlo para todo el mun­ do, ha de hacerse extensivo a toda La humanidad. Si todos reclamamos la condición de individuos, habrá que pactar hasta dónde puede llegar el uso de la individualidad. Lo mismo hay que decir de la libertad. Los derechos políticos y los derechos sociales engendran también obliga­ ciones en los ciudadanos. La democracia es un juego no sólo basado en unas reglas de distribución del poder y de formas de representatividad; es también un juego de re.\p