Paradigmas para una metaforología

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Paradigmas para una metaforología

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Paradigmas para una metaforología

Hans Blumenberg Traducción y est ú dio introductorio de Jorge Pérez de Tudela Velasco

MINIMA TROTTA

La edici ó n de esta obra ha contado con la ayuda de Goethe - Institut Inter Nationes e .V. , Bonn

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PARADIGMAS PARA UNA METAFOROLOGÍA

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directores: Julio A. Pardos y Jos é M . Cuesta Á bad

© Editorial Trotta , S . Á . , 2003

Ferraz, 55 . Telefono: Fax: E mail: http:

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28008 Madrid 91 543 03 61 91 543 14 88 trotta @ infornet . es Wwww. trotta . es

© Suhrkamp Verlag , Frankfurt

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am Main , 1997

© Jorge Pé rez de Tudela Velasco, 2003

Introducci ó n I. La metaf ó rica de la « poderosa » verdad II. Metaf ó rica de la verdad y pragmá tica del conocimiento III. Un corte transversal terminol ógico- metaf ó rico para la idea de verdad IV. La metaf ó rica de la verdad « desnuda » V. Terra incognita y « universo inacabado » como metáforas de la conducta mundana moderna VI. Metaf ó rica (orgâ nica y mecâ nica ) de fondo VII. Mito y metaf ó rica VIII.Terminologizaci ón de una metáfora: « verosimilitud » IX. Cosmologia metaforizada X . Simbólica geom é trica y metaf ó rica

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ISBN : 84 -8164- 647 4 depósito legal: M - 43.796 - 2003 impresi ó n Gráficas Laxes, S. L.

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ESTÚDIO INTRODUCTORY

Jorge Pérez de Tudela Velasco

« Desde la perspectiva de la retirada de las grandes expect ativas. ..»

( Hans Blumenberg: La legibilidad del mundo )

Se dice : mucho ha que Occidente dejó atr ás sus ensuenos. Ya con menor frecuencia se afiade : pero quizá « Occidente » no nombre otra cosa, en el fondo, que el valor de recordar, y con toda precision, que en efecto fue así ( y como lo fue, y por qu é ). Se dice tambié n : mucho ha que Occidente atisba con ironia las promesas de antaho, la plenitud de significado y la sugerencia de inmortalidad, mucho ha que Occidente ya no espera para mahana la venida del Mesías, un cuerpo glorioso, la aclaració n de todo misté rio. Ya con menor frecuencia se anade: pero quiz á la forma «Humanidad» no consista sino en eso, en esperar lo inesperado y jugar con ilusiones, así que guardémonos de creer que no ser á suicida o simplemente posible programamos un futuro sin más compana que esa fria, sin llenazó n, que proporciona la nada... A lo que de com ú n se replica : pero algo hemos perdido, algo capital e insustituible, el sentido de nuestra vida, ese estar-todo-bien que nos oriento y daba consuelo. Ya





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con menor frecuencia se inquiere a su vez en tiempo de d ú plica : y isabemos siquiera qu é era eso que, segú n decís, perdimos ? «iSabemos siquiera si queremos o podemos, de nuevo la ilusión, vivir en ese mundo banado en sentido, transparente, en el que a nada ni a nadie le cabe hurtar su esencia, el alcance de su responsabilidad ? Impulsos como los citados alimentan, qu é duda cabe, la muy diversa obra de no pocos contemporâneos (y la de más de un antiguo ) . Pero me atrevo a sugerir que son impulsos como los citados los que en especial orientan la obra imponente, elusiva, monumental— de un determinado maestro del pensamiento: aquel Hans Blumenberg, profesor de filosofia, cuya trayectoria vital arrancara en Liibeck un 13 de julio de 1920 para finalizar en Altenberg, junto a Munich, el 28 de marzo de 1996. Un autor cuya figura empieza, con mayor o menor urgê ncia, a perder entre nosotros cierta aura de reserva, por no decir de sustracci ó n . AI conjunto de su obra pertenece tambié n, y por cierto que a t ítulo mayor , ésta que el lector en lengua espahola tiene ahora entre sus manos. Con pies de paloma, en efecto, los textos y posiciones blumenberguianos comienzan a encontrar entre nosotros el lugar que a mi juicio merecen; un lugar que, sin embar 1 go, a ú n debería ser mucho m ás holgado . Crece tambié n la



1. Tó mese esta afirmació n ai pie de la letra. Que yo sepa, del vasto corpus constituido por la escritura de Blumenberg, s ólo han sido vertidos al casteliano ( por orden de aparició n ) : Die Sorge gebt iiber den Fluss, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1987 ( La inquietud que atraviesa el rio . Un ensayo sobre la met á fora, trad , de Jorge Vigil con la coiaboración de Manuel Garcia Serrano, Pen ínsula, Barcelona, 1992) ; Scbiffbrucb mit Zuscbauer. Paradigma einer Daseinsmetapber , Suhrkamp, Frankfurt a .M., 1979 ( Naufragio con espectador. Paradigma de una metá fora de la exis t ênciatrad , de Jorge Vigil, Visor , Madrid, 1995); Wirklicbkeiten in denen tuir leben, Reclam, Stuttgart, 1981 ( Las realidades en que vivimos, trad , de Pedro Madrigal, Paidós-ICE/ UAB, Barceiona-Buenos Aires-México, 1999 ) ; Die Lesbarkeit der Welt, Suhrkamp, Frankfurt a .M. , 1981 ( La legibilidad del mundo, trad , de Pedro Madrigal Devesa, Paid ós, Barcelo-

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bibliografia, esa bibliografia que a veces tildamos de secun daria, dedicada a glosar, con mayor o menor detalle, ei sentido de su production, los marcos histó rico-conceptuales en que esa production se incardina y apoya 2. Que en cam na, 2000 ) ; Das Lachen der Tbrakerin ( Eine Urgeschichte der Theorie ) , Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1987 ( La risa de la mucbacha tracia. Una protobistoria de la teoria , trad , de Teresa Rocha e Isidoro Reguera, PreTextos, Valencia, 2000 ) ; Ein mòglicbes Selbstverstàndis, Reclam , Stuttgart , 1997 ( La posibilidad de comprenderse, trad , de César Gonz á lez, Síntesis, Madrid, 2002) ; Arbeit am Mytbos, Suhrkamp, Frankfurt a. M . , 1979, 1984 (Trabajo sobre el mito , trad , de Pedro Madrigal, Paid ós, Bar celona, 2003). De todos ellos, sólo el cuarto y el último de los menciona dos forman parte de eso que pudiéramos denominar, siquiera sea por el volumen, «grandes textos» de nuestro autor. Otros que si pertenecen a esa categoria ( H õ blenausgànge [Salidas de la caverna], Suhrkamp , Frankfurt a.M., 1989 ; Die Genesis der kopernikaniscbe Welt [La gé nesis del mundo copernicano], en tres volumenes, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1975; Die Legitimitàt der Neuzeit [La legitimidad de la Edad Moderna], Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1966, 1988 ) ; Lebenszeit und Weltzeit [Tiem po vital y tiempo cósmico], Frankfurt a.M., 1986; Mattbauspassion, Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1988 ), aguardan todavia su aparició n en nues tra lengua. Ni que decir tiene que , como de costumbre , esta aseveració n , vá lida para nuestro â mbito cultura í, no lo es para el italiano, el francês o el inglês. La esfera de producció n italiana, en particular , ha ahadido recientemente a sus puntuales traducciones de los textos blumenberguia nos bá sicos una recopilació n de artículos que constituye un insustituible documento de trabajo : Andrea Borsari ( a cura di) , Hans Blumenberg. Mito, metafora, modernità , il Mulino, Bologna, 1999 ( con exhaustiva bibliografia final ). 2. Es insoslayable la menció n, en este sentido, de ia traducción recientemente ilevada a cabo por las ediciones Aifons el Magn à nim de la monografia de referencia firmada por F. J . Wetz: Hans Blumenberg zií r Einfubrung, Hamburg, Junius, 1993 ( Hans Blumenberg. La modernidad y sus metá foras, trad , de Manuel Canet, Valencia, 1996). J . E. Ruiz-Dom è nec, « Hans Blumenberg: ei pensador de la modernidad » , en Id ., Rostros de la bistoria. Veintiiin historiadores para el siglo xxi , Península, Barcelona, 2000, pp. 79-91. En un n ú mero de la revista Debats, el 57/58, correspondiente al ano 1996, Antonio Lastra se ocupó también, parcial pero memorablemente, de ia figura de Blumenberg: «Tres lecturas sobre democracia y filosofia » , pp. 146-152. Tambié n Jos é Luis Villacanas y Faustino Oncina dedicaron p áginas al filósofo de Munster en su « Introducció n» a Reinhart Koselleck/ Hans-Georg Gadamer, Historia y herme-

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bio no haya habido aun el correspondiente debate p ú blico sobre el alcance de sus propuestas no tiene nada de extranar en un médio cultural como el nuestro., que en esto sigue aferrado a su m ás querida tradici ón de autarquia . Ello es tanto m ás lamentable cuanto que esos textos, esas posiciones, cubren un vasto campo de intereses filosóficos, historiogr áficos y de cr ítica de la cultura, en todos los cuales han efectuado contribuciones de relieve3. El nombre de Blu menberg, en efecto, se impone por sí mismo en los debates notas de F. Oncina, Paid ós-ICE/ UAB, Barcelona- Buenos Aires-M éxico, 1997, pp . 9 ss . Ai mismo gé nero introductor pertenece también ei «Pr ólogo» con que Vaieriano Bozal abre ia traducción de Realidades en las que vivimos, cit., pp . 9 - 28 En este capítulo de ia recepci ó n en castellano de Blumenberg debe mencionarse adem ás, por más que se pubiicase en otro idioma, la aportaci ó n de J . M.' Ripalda, « Hegel, Foucault, Blumenberg, Derrida. Reflexionen zur Interpretation », en He gel-Jahrbucb, 1992, pp. 349-356. También est á n disponibles en castellano ciertas observaciones de Giacomo Marramao sobre Blumenberg, contenidas en su Cielo y tierra , Genealogia de la secularización, trad , de Pedro Miguel Garcí a Fraile, Paid ós, Barcelona Buenos Aires-México, 1998 ( or. 1994) . Por último, mencionar á que en el n.° 54 de la Revista de Libros de la Fundación Cajamadrid, correspondiente a junio de 2001, Daniel Innerarity ha presentado, a cuenta de algunas de ias traducciones al castellano de nuestro autor, una ( inteligente y muy valiosa ) interpretació n comprensiva de ia filosofia metaforol ó gica de nuestro autor ( « Po é tica del saber» , pp. 30-31). También es suyo el « Pr ólogo», pp. 10-18 , de La posibilidad de comprenderse, cit. 3 . La afirmación parece válida no sólo para ia obra publicada en vida por Blumenberg, sino tambié n para la ya aparecida postumamente, así como tambié n para esa otra, al parecer nada desdenable ni cuantitativa ni cuaiitativamente, que a ú n aguarda su aparición. Recordaremos, en este sentido, que con posterioridad a la muerte de Blumenberg se han puesto en circulació n diversos textos provenientes del legado : Die Vollzàhligkeit der Sterne (Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1997) ; Begriffe in Gescbicbten (Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1998 ), Gerade nocb Klassiker. Glo ssen zu Fontane ( Hanser, Mú nchen, 1998 ) , Lebenstbemen Aus dem Nacblass (Reclam, Stuttgart, 1998 ) , Goethe zum Beispiel (Insel, Frankfurt a.M.-Leipzig, 1999 ) ... En el ano 2001, adem ás, la editorial Suhrkamp publico un denso volumen recopilatorio de más de 400 pá ginas, de cuya edició n se responsabiliza Anselm Haverkamp : Ã stbetiscbe itnd metapborologiscbe Schriften (AMS ).



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relativos a la cuestión del significado que ha de d á rsele al surgimiento de «la Modernidad », en referencia particular mente a un concepto vagamente compartido por aquellos anos, el concepto de «secularizaci ó n » (Lõ with, Schmitt ) , cuyo alcance creyó necesario combatir, ya desde su título, un muy extenso texto de nuestro autor, La legitimidad de la Modernidad . (Aparece tambi é n su nombre, por extendevenir histórico, sion , en debates relativos al sentido del s o perplejilas respuesta , nuidad su continuidad o disconti , la denomiá tico tem dades que suscite un venerable campo 4 é n su Arbeit tambi nada «filosofia de la historia » .) Figurar á am Mythos de (inicialmente) 1979, con su provocadora solicitaci ó n del dogma de la separabilidad entre mito y logos, en una discusi ó n informada sobre el papel que juegue la instancia mítica en la constitución de la conciencia, de la cultura, del vivir de los hombres. (Y tambi é n se deber ía invocar su nombre, esta vez por reducci ó n al detalle, a la hora de recordar mitos fundacionales del imaginá rio intelectual Occidental, como es no solo el caso deese mito de Prometeo cuya historia se recorre en el citado Arbeit , sino tam me no de un r » conducto hilo , bié n el « mito de la caverna « la de Salidas , à nge nos documentado ensayo, H òhlenausg caverna» ) . Se muestra, en fin, como insoslayable ejercicio de virtuoso ese recorrer los avatares de la metáfora del libro, de los cielos que se enrollan del Apocalipsis a la doble hé lice de nuestros bi ólogos, que es La legibilidad del mun do , volumen de referencia para quienquiera que se interese por la historia del comprender entendido como descifrar. Fil ósofo ante todo y pese a todo Blumenberg acumula conocimientos histó ricos, antropoló gicos, liter á rios, filol ógicos, astronómicos, musicales, teológicos; conocimientos

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4. Es más bien desde este â ngulo como aborda, por ejemplo, Vincenzo Vitiello a nuestro autor: La favola di Cadmo. La storia tra scienza e mito da Blumenberg a Vico , Laterza, Roma-Bari, 1998 . Vitiello se ha ocupado tambié n dei pensador alem á n en su Filosofia teoretica, Mondadori, Milano, 1997, pp. 192-197.

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que engarza con un arte secreto y a las veces irritante5 en cr ípticos textos nerviosos, l ú cidos, tachonados de referencias sin aparente vinculació n cuya unidad solo el lector, si es que puede, est á llamado a proyectar . Sin embargo , quizá no sea ninguno de estos aspectos de su actividad como estudioso los que hoy por hoy más han contribu ído a configurar la imagen intelectual de nuestro autor. Y para nadie es un secreto que, en cambio, si son sus proyectos « metafo rológicos», sus investigaciones sobre la (s) metáfora (s) y la funció n que ésta (s ) desempena ( n) en la vida del esp í ritu las que le granjearon y granjean - el respeto de sus pares. A lo largo de una obra que a veces se tacho de dispersa, la atenció n a la metáfora constituye en verdad un hilo con ductor , una radiació n de fondo a la que Blumenberg nunca renuncio. Ahora bien, si se preguntara por seguir con la metáfora cuá l fue el Big Bang del que esa radiació n de fondo es indicio f ósil, la respuesta es razonablemente segu ra: se trata precisamente de este texto, Paradigmas para una



metaforología, al que algú n inté rprete ha querido otorgar, en efecto, la condici ó n de aut ê ntico « manifiesto » del proyecto blumenberguiano6 . Cierto es que, en principio, todo arranca de aqui. Aun cuando inicialmente se publicase en forma de artículo , puede considerarse que se trata no solo de su primer libro, en sentido estricto, sino de aquel libro que fijar á muchos patrones de investigació n y formas de mirada a las que su autor , en lo sucesivo, habrá de mantenerse fiel . Hora es ya pues de centrar nuestra atenció n en el mismo. Que Paradigmas..., en su origen, fue una exposici ó n en p ú blico, lo ha recordado m ás tarde, nada menos que veintitr és anos más tarde, su propio autor : « Cuando yo mismo presenté, en 1958 , ante la comisi ón senatorial de la Deutsche Forschungsgemeinschaft fur begriffsgeschitliche Forschung [Sociedad Alemana de investigació n para la investigació n histó rico- conceptual] , presidida por Gadamer, el esbozo de una metaforología ...»7 . El texto se despliega pues, en el mundo presidido por Gadamer. Blumenberg tiene treinta y ocho anos, y ya no es precisamente un novato en las lides acad é micas. Semi- jud ío ( como anos más tar de se le har ía ominosamente saber ), hijo de un comercian te en arte cuya afici ó n a la fotografia habr ía de dejar huellas 8 en la perspectiva intelectual básica del pensador ) , se había







5. Por ejemplo: dispuesto como está a reconocer que nos encon tramos ante «an intellectual giant», autor de una obra que representa « one of the most ambitious, original and important intellectual achievements of our time», un comentarista como Joseph L Koerner no se priva

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de anadir, sin embargo, que sus libros, « thick, densely written, ... composed in a German prose style unmatched since Thomas Mann» , son « almost ludicrously erudite» ( « casi ridiculamente eruditos » ) : vid . « Ideas about the thing, not the thing itself: Hans Blumenberg’s style» , en el voi. 6, n.° 4 (noviembre 1993) de la revista History of the Human Sciences , pp. 1-11 ( n ú mero monogr á ficamente dedicado a nuestro autor, con artículos de D. Ingram, R. B. Pippin, B. Krajewski y otros). Sin duda , son estos caracteres de la prosa blumenberguiana , por premiada que est é , junto a no pocas declaraciones expresas de su propio autor, las que han llevado tambi é n a pensadores como Habermas, con su usual rapidez, aubicar sin m ás esa prosa entre las signadas de postmodernismo { vid . Pensamiento postmetaf ísico, version castellana de Manuel Jim énez Redondo, Taurus, Madrid, 1990 [or . 1988], pp. 241-2, 259- 60 ) . El propio Habermas, sin embargo, matiza esta afirmación, propia y ajena: «Pero tampoco las reflexiones y “ narraciones filos ó ficas ” de Blumenberg hacen desaparecer la diferencia de género. En todo momento se dejan guiar por cuestiones de verdad » { loc. cit ., p. 259 ) .

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J. L. Koerner, op. cit ., p. 6.- Cf ., en el mismo sentido», E. Prato,

e docetismo. Blumenberg e Bultmann sul mito , en Hans Blumenberg, A. Borsari (ed.), cit., p. 174, nota 20. 7. H. Blumenberg, La legibilidad del mundo , cit., p . 14 . 8 . « Mein Vater war ein Photograph von groBer Leidenschaft und m á Bigen Erfoigen. (. . . ) Die von meinem Vater ais gut befundenen Resulta te interessierten mich wenig. Was mich faszinierte, war der ProzeJS, wie aus dem Nichts etwas enstand, was vorher ganz und gar nicht dagewesen war. (...) Dafur gedieh der erste Artikel meines Credo : Ich wuBte, ich sah es vor mir, wie es bei der Erschaffung der Welt zugegangen war » [Mi padre era un fotógrafo de gran afició n y modesto êxito. ( ...) Los resultados que mi padre daba por buenos me interesaban poco. Lo que me fas cinaba era el proceso por el que algo surgia de la nada, algo que antes no estaba ah í en absoluto. (...) En compensació n se desarrolló el primer artí« Illuminismo

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formado en esa ciudad hanseática, Lú beck, que tambi é n constituy ó el marco de referencia, entre otros, de ese a é l tan proximo Thomas Mann. Segun sus propias declaraciones de 19479, había estudiado filosofia escol ástica y neoto mista en Paderborn y Frankfurt. Como es l ógico, la guerra hab ía alterado relativamente un cursus studiorum siempre atento a la filosofia medieval, y hubo de esperar hasta el fin de la misma para terminar filosofia, pero tambi é n literatura griega y germ â nica, en la Universidad de Hambur go . En este ú ltimo centro, donde tambié n tuvo ocasió n de escuchar a Bruno Snell, Ludwig Landgrebe, el antiguo ayu dante de Husserl en Friburgo, no habria dejado de orientarle por los vericuetos de una fenomenología a la que é l mismo había realizado aportaciones, y no solo editoriales, de inter és. Ya es doctor. Once anos antes, en 1947, ha presentado en Kiel su tesis, Beitrãge zum Problem der Urs priinglichkeit der mittelalterlich-scholastiscben Ontologie [Aportaciones al problema de la originariedad de la ontologia escol ástico-medieval], y en ella ha planteado una posibilidad , la de refundar la investigació n metaf ísica, a la que en el futuro ir á siendo tan poco fiel como a la concomitante asunción de una unidad y continuidad de preguntas a todo lo largo de la historia del filosofar; solo que lo ha hecho mediante la presentation de una especie de « tercera via » que, en cambio, ya parece llevar su sello : una comprensió n de la existê ncia humana en t é rminos que no son ni los de la perfecta posesión del sentido del ser propia del « iluminismo » cristiano ( o más exactamente, agustinia -

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culo de mi Credo : yo sabia, io tuve delante, qu é hab ía pasado en la creació n dei mundo] ( H. Blumenberg : Begriffe in Gescbichten, cit., pp. 7- 8 ) . 9. En el Lebenslauf induido en su Disertació n doctoral: Beitrãge zum Problem der Urspriinglichkeit der mittelalterlich-scholastiscben Ontologie [Aportaciones al problema de la originariedad de la ontologia escolástico-medieval], presentada en Kiel. Sobre ia biografia de Blumenberg, vid . el excelente texto de A. Borsari: «Introduzione», en A. Borsari (ed. ), Hans Blumenberg , cit., pp. 9-29 (con remisió n a otras fuentes bio gr áficas ).

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no), ni losde la pura facticidad del existir heideggeriano, desesperadamente «arrojado a si mismo», sino los de una existência que nunca es duena de si misma, y que trascien de lo f áctico de su relación con la realidad al saberse llamada a alcanzar, más all á de las interpretaciones recibidas, tradicionales, una experiencia del mundo con caracteres de originariedad. Tres anos más tarde, en 1950, y siempre en Kiel, ha presentado su escrito de habilitaci ó n, cuyo t ítu lo reza: Die ontologiscbe Distanz . Eine Untersucbung iiber die Krisis der Phdnomenologie Husserls [La distancia ontológica. Una investigación sobre la crisis de la fenomenologia de Husserl]. Es un trabajo que, como el anterior, nunca publicará, pero en el que ya están presentes muchos de los motivos que más tarde recorrer á n su producció n posterior, del sentido de la auto-afirmació n « moderna » de la razón a la teoria del mito y el papel histó rico -espiritual desempenado por los gnósticos10 . Presencia de motivos a la que tambié n se une la de su luego habitual tratamiento blumenerguiano (el mito, aqui, no es ya otra cosa que respuesta humana al pavor producido por la realidad; la autoafirmació n de los modernos, respuesta congruente al absolutismo teológico propiciado por el nominalismo de finales de la Edad Media; son los gnósticos los que quiebran esa unidad armó nica entre logos y k ósmos que nos lego la Antig ú edad... etc. ) . Y siendo ello así, se trata, sobre todo, del primer enfrentamiento de envergadura (faltan a ú n casi tres décadas para Lebenszeit tind Weltzeit ) con la fenomenología husserliana, su sentido y alcance, y en especial con ese concepto de « mundo de vida », Lebenswelt, que tantas veces habrá luego de acudir a su pluma . Blumenberg, en efecto, ha pasado como Ricoeur por «la escuela de la fenomenología». Y aqui, con Landgrebe y con Husserl, ha 10. Se encontrará un razonablemente exhaustivo balance de esos en A. Borsari: « L’ “ antinomia antropologica ” . Reaità, mondo e cultura in Hans Blumenberg» , en A. Borsari (ed . ), cit., pp. 341-418 , pp. 358-359 y nota 26. motivos

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aprendido entre otras cosas a leer « mundo », esa plenitud individualmente inalcanzable, en té rminos de « horizonte », y a distinguir el mundo vivencial subjetivo ( que en realidad nunca puede ser, dice, objeto, sino « destino», Gescbick ) , del mundo objetivo cient íficamente asegurado, teoricamente dominable. Ha aprendido además, y sobre todo ( nunca olvidar á esa lecció n) que, existiendo como existen « é pocas » en la relaci ó n entre el hombre y el mundo, la é poca moderna, que ha entablado esa particular relació n con las cosas que llamamos «ciê ncia », es producto del establecimiento de una peculiar « distancia ontológica » por la que el hombre, asegurando su certeza, mantiene alejada una « realidad» cuya m ás inmediata caracter ística es, leemos en la p. 38, t ò kreítton , das Ú bermãchtige (lo prepotente) . Ahora bien, con el té rmino « distancia» ha venido a comparecer lo que, para muchos inté rpretes, es uno de los té rminos, si no el t é rmino clave, de la reflexion blumenberguiana11 . Y lo cierto es que aqui se abre, junto con el ( incalculablemente fructífero ) reconocimiento de que la fenomenología, cuyo fundamento no es otro que la libertad , siempre ha prescindido en realidad de lo f áctico, aqui se abre, digo, la posibilidad de establecer una « morfologia histó rica de la distancia ontológica », formulació n que hoy ciertamente casi podr ía leerse como germen y anticipo del entero proyecto de investigación llevado a cabo por nuestro autor

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En 1958, Blumenberg no ha limitado tampoco su actividad a lo dicho. Su firma ha aparecido ya al pie de alguna entrada en el célebre RGG editado por K. Galling (Die Re ligion in Gescbichte und Gegenwart. Handworterbuch fur Theologie und Religionswissenschaft ) , y de nuevo ha dejado ahí constâ ncia de una erudición que abarca desde la gran tradición greco-escolástica a Kierkegaard, Kafka o Teilhard 11. Vid ., en este sentido, F. J. Wetz, op. cit ., pp. 80, 111 y passim; P. Behrenberg, « Blumenbergs Einspruch gegen Heidegger » : Orientierung , 54 (1990 ), n. 12, pp. 147-148.

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de Chardin 12. Más a ú n : iniciando lo que seria una continuada controvérsia con Bultmann, ha dado a la imprenta sus «Marginalien zur theologischen Logik Rudolfs Bultmann », aparecido en elPhilosopbische Rudschau de Tubin ga ( n . 2, 1954/1955, pp. 121-140 ) . Y m ás a ú n : fiel a este relativo «optimismo » filosófico de que todavia hace gala, Blumenberg se ha preguntado acuciantemente, en un trabajo sobre Kant de la misma é poca 13, si para nosotros, los hombres que viven tras el triunfo de la sentencia nietzscheana sobre la muerte de Dios y tratan de esclarecer sus propios or ígenes histó ricos, constituye o no una posibilidad todavia abierta el retorno de ese mismo Dios 14 . Pero no prosigamos esta escueta relaci ó n de aportaciones. Cierto es que se ha ocupado igualmente de Agustín, Pascal, la Patr ística, el trasfondo humanístico del copernicanismo 15, y que 12. Me refiero a la tercera edició n, esta vez en siete vol ú menes, de monumental diccionario de teologia, editado en Tubingen por J . C. B. Mohr (Paul Siebeck ) entre 1957 y 1962. La entrada a la que nos referimos es la intitulada «Autonomie und Theonomie » , v. 1, cols. 788-792. Con posterioridad a la fecha de referencia, Blumenberg apareció como redactor, siempre en la misma publicació n, de las entradas « Hylemorphismus» (v . 3, 1959. cols. 499 -500 ), «Individuation und Individualit á t» ( ibid ., cols. 720-722 ) , «Kontingenz » ( ibid , cols. 1793 - 1794 ) , «Naturalismus. 1. Naturalismus und Supranaturalismus» (v. 4, 1960, cols. 13321336 ) , « Optimismus und Pessimismus. 2. Philosophised » ( ibid ., cols. 1661-1664 ) , «Substanz » (vol. 6, 1960, cols. 456-458 ) , «Teieoiogie » ( ibid ., cols. 674-677) y «Transzendenz und Immanenz » ( ibid ., cols. 989 -997). 13 . « Kant und die Frage nach dem “ gn á digen Gott” » : Studiwn Generals , Berlin, 7 (1954 ), pp. 554-570. 14. « Die Proklamation des Todes Gottes klingt im Munde Nietzsches und im Ohr seiner Zeitgenossen triumphierend. (... ) Ob die Wiederkehr Gottes zu diesen uns aufbehalten Mõglichkeiten geh õ rt, ist dabei eine der dr á ngenden Fragen, die uns zur Erhellung unserer geschichtlichen Herkunft bewegen» [La proclamació n de la muerte de Dios resuena triunfante en la boca de Nietzsche o en el oído de sus coet â neos . (... ) Con todo, si el retorno de Dios pertenece a esas posibilidades que tenemos abiertas, es una de las preguntas perent órias que nos mueven a aclarar nuestra proveniê ncia]. 15. « Der kopernikanische Umsturz und die Weltstellung des Menschen. Fine Studie zum Zusammenhang von Naturwissenschaft und Geiseste

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ha publicado una introducció n a su propia edici ó n del De coniecturis de Nicolás de Cusa (Die Kunst der Vermutung , Bremen, 1958 ) . Pero tratamos de dibujar el perfil intelectual del expositor de los Paradigmas, y en orden a pergenar ese figura resulta tambié n de la mayor enjundia senalar que por esas fechas nuestro autor ha podido igualmente poner por escrito algunos resultados de ese constante inter és suyo por ia literatura en cuanto tal, por las obras com ú nmente llamadas « de creaci ó n » , del que seguir á dando noticia en anos posteriores. Así, las p áginas de la revista muniquesa Hochland han dado cabida a sus comentá rios sobre la novelística de Evelyn Waugh 16, Ernst Hemingway 17 o William Faulknerls, así como sobre la obra de T. S. Eliot 19, ejercicios todos de un arte de interpretaci ó n histórico-cultural que no desdena encontrar sus « paradigmas» en textos de car ácter ficcional que no siempre han formado parte del canon filos ófico tenido por ortodoxo. Algunos de esos trabajos, y otros que no se han mencionado por mor de la brevedad, encontraron cita y acogida, como podr á com probar el lector , en las propias páginas de Paradigmas , cuando éste vio la luz p ú blica dos anos m ás tarde, en el Arcbiv fur Begriffsgescbichte de Bonn (1960, pp. 7-142) , la revista dirigida por E. Rothacker, K. Gr ú nder y H. -G. Gadamer que desde mitad de la década de los cincuenta aglutino, como se sabe, los est ú dios orientados a desarrollar una Begriffsgeschichte, una « historia de los conceptos» o « historia

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Aussagef á higkeit und subtiler Wandlungsm õ glichkeit ist die Lichtmetapher unvergleidich. Von ihrer Anf á ngen an hat die Geschichte der Metaphysik sich dieser Eigenschaften bedient, um fur ihre letzten, gegenstandlich nicht mehr faftbaren Sachverhaite eine angemessene Verweisung zu geben . (...) Diese kurze und sicher ganz unvollstá ndige UmriB des Aussagepotentiais der Lichtmetapher soli hier nicht mit Details aufgefiilit werden, sondern es soil gezeigt werden , wie die Umformungen der Grundmetapher die Wandlungen des Welt- und Selbstverst â ndnisses indizieren » [La capacidad enunciativa y la posibilidad de sutil transformaci ó n de la metáfora de la luz carece de parangó n . Desde sus inicios, la historia de la metaf ísica se ha aprovechado de esas propiedades para dar una indicaci ó n adecuada de sus situaciones objetivas ultimas, 20.

tesgeschichte» : Stadium Generate, Berlin, 8 (1955) , pp. 637-648 ) ; « Kosmos und System . Aus der Genesis der Kopernikanischen Welt » : Stadium Generate, Berlin, 10 (1957), pp. 61-80 . 16 . « Eschatologische Ironie . Úber die Romane Evelyn Waughs» : revista citada, 46 (1953/54 ) , pp. 241-251. 17. « Die Peripetie des Mannes. Ú ber das Werk Ernst Hemingways» : rev. cit., 48 (1955/56 ) , pp. 220-233. 18 . «Mythos und Ethos Amerikas im Werk William Faulkners» : rev. cit, 50 (1957/58 ) , pp. 234- 250. 19. « Rose und Feuer . Lyrik, Kritik und Drama T. S. Eliots» : rev. cit, 49 (1956/1957) , pp. 109-126.

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conceptual » de cuya necesidad filosó fica se era, al menos desde Hegel, cada vez más consciente. Sobre ello volveremos más tarde. Preferimos destacar s ólo por ú ltimo, en el camino de reflexion que condujo a Blumenberg a la explosion de Paradigmas, el artículo, realmente fundacional, publicado en 1957 en Stadium Generate , y que llevaba por título «Licht ais Metapher der Wahrheit. Im Vorfeld der philosophischen Begriffsbildung» ( n . ° 7, pp . 432-447; ahora en AMS, pp . 139 -171) . Y es que es é l, me parece, la via real de ingreso a la problem ática de nuestro texto, con su llamada a que la floreciente investigació n histó rico-conceptual coetâ nea amplie su enfoque, habitualmente centrado en un concepto que se pondera con los instrumentos de la definició n y la intuició n plena, exclusivamente atenta a la arquitectónica de los sistemas, hasta abarcar ese insoslayable campo de lo «impensado» y lo « prepensado» , tarea de una « metaforología» filosófica, en el que desde luego no se encuentran enunciados terminol ó gicamente exactos, pero si mytbischer Trans formationen y metaphysischer Konjek turen , un campo mucho más plástico y sensible para « lo inexpresado » en el que, por ende, las metáforas, y más particularmente la Grundmetapber, la metáfora básica de la luz, se convierten en médios privilegiados de persecució n de los câ mbios hist ó ricos habidos en la metaf ísica a cuenta de las sutiles transformaciones que esa misma metáfora ha ido experimentando en la propia Historia20 . El trabajo per-

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sigue, con la apasionada erudition y la atenció n a poetas (Auden, Benn ) que ya conocemos en Blumenberg, la historia de esa met á fora por los repliegues de la cosmovisió n Occidental. Pero quiz á la tarea era ya otra, a saber, la de generalizar esa intuition. Y esa fue, en resumen , la tarea de Paradigmas, y el sentido de su programa . Paradigmas para una metaforología es, en buena medi da, un intento de contestar una pregunta que se quiere radical : ibajo qu é presupuestos pueden tener legitimidad las metáforas en el lenguaje filosófico ? El solo planteamien to de la pregunta presupone un ideal filos ófico, y tambié n histó rico-filosófico, signado por la conciencia metodol ógica cartesiana ( y tambié n husserliana ) , que hace de la precision terminológico-conceptual un ideal, el ideal episté mico, y que en consecuencia niega o rebaja la legitimidad de aquellas formas de lenguaje que, por su car á cter impreciso o traslaticio , no alcanzan todavia, o nunca podrá n alcan zar , la nitidez intelectual de un contenido mental reducible a f ó rmula. Alin éandose decididamente en contra de esa interpretation tipicamente « moderna » de la inteligê ncia, Blumenberg se inscribe pues de entrada no solo en el bando (como tantas veces se ha senalado) de los Vico y los Hamann, sino que se diria que además acepta, en un sen tido muy general, el impulso nietzscheano-heideggeriano a re- descubrir y traer a primer plano motivos no- reflexivos de largo alcance que fueron dejados en sordina, cuando no sepultados, ocultados, por la filosofia de la representation. Que el proyecto representativo, sin embargo, no pudo ni poclr á cumplir nunca sus expectativas lo demuestra, a su juicio, que pese a todos sus esfuerzos ha dejado siempre sin colonizar esos « horizontes » globales de sentido, histó rica-

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nes tensadas al máximo dei tipo « el mundo » , « la vida » , « la conciencia» o « la historia » 21 . Ahora bien, « horizontes» de ese tipo son justamente los que mal que bien tratan de vehicular los quizá verdaderos protagonistas de este texto seminal, esas « metáforas absolutas» con las que una y otra vez se intenta dar respuesta , sin conseguido, a preguntas tan objetivamente incontestables como imposibles de eliminar , toda vez que est á n ya siempre planteadas en el fon do de la exist ê ncia : preguntas por la estructura del mundo, por el todo de la realidad. La « metaforología » que aqui se inicia se pone pues al servicio de la Begriffsgeschichte tratando expresamente de atender a esa tarea que el propio Kant, en el par ágrafo 59 de la Crítica del Juicio , advirti ó que estaba pendiente : explorar la ( olvidada ) dimension simbólica (en su terminologia y en la de Cassirer ; no en la de nuestro autor ) , ese tipo de « exposició n indirecta, seg ú n una analogia » que permite referirse a objetos a los que acaso nunca pueda corresponder una intuition. Lo que as í, y a título meramente preparat ó rio, habr á sin duda de aflorar , es un sustrato pre - reflexivo de orientation , un inagotable dep ósito de «representaciones -modelo enteramente elementales » ( vid . p . 51) que pueden aflorar o no, en forma de metáfora, a la esfera expresiva, pero que si lo hacen

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Ei animal symbolicmn domina una realidad genuinamente hacié ndola reemplazar, representar ; aparta la mirada de lo que le resulta inh óspito y la pone en lo que le es familiar. Esto se muestra con la mayor evidencia cuando el juicio es totaimente incapaz de llevar a feliz té rmino su pretension de identidad , bien porque su objeto exige demasiado dei procedimiento (el “ mundo ” , la “ vida” , la “ historia ” , la “ conciencia ” ) , bien porque no bay suficiente espacio libre para el procedimiento, como en situaciones de compulsion a la action, donde lo necesario es una r ápida orientation y una dr ástica plausibiiidad » ( H. Blu menberg: « Una aproximació n antropol ógica a la actualidad de la retó rica », en Las realidades en que vivimos, cit., pp. 125-126. ) . El texto es de 1971; la intuition, la misma. 21.

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I insusceptibles de captation objetiva . ( ... ) Aqui no se trata de rellenar con detalles este breve y seguramente nada completo esbozo del potencial enunciativo de la met á fora de Ia luz, sino que hay que mostrar có mo las metamorfosis de ia metá fora b ásica son indicio de los c â mbios en la com prensión del mundo y dei yo ] ( op . cit ., pp. 432-433 ).

mente cambiantes, respecto a los cuales nos orientamos te ó rica y pr á cticamente, y que transportamos en expresio-

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proporcionan a todo un conjunto de juicios identitarios una guia de sentido, una clave com ú n de comprensión. Lo que, usando necesariamente a su vez metáforas, permite ir balizando una metaforología como la propuesta, es ese « campo » de cuyos detalles deber á n ocuparse, por su parte , las investigaciones estrictamente terminol ógicas, ese «subsuelo de impulsos que adoptan forma de imágenes» ( vid . p. 220 ) cuya extremada labilidad no impide, sino todo lo contrario, el juego de sustituciones y transformaciones hist óricas a que ese campo de lo pre - conceptual se encuentra inevitablemente sometido . Que la « verdad» de las met áforas ( absolutas) sea pues tan só lo una verdad pragm ática, histó rica, y que ia correspondiente metaforología no pueda ya considerar esas respuestas « ret óricas» a la pregunta global por « el sentido » (signifique eso lo que signifique) sino como objetos de un conocimiento a su vez histórico, de los que hoy el investigador no puede sonar en obtener la calma de una respuesta « definitiva », son consecuencias obvias de semejante planteamiento. Y de ahí que, a su vez, esas mismas metáforas tenga su propia historia, por así decir su biografia, un decurso temporal propio que parece determinar (sí, determinar, la palabra comparece más de una vez ) las opciones estrictamente intelectuales que los hombres han ido tomando en el interior de esos marcos sin parangón . Las JI met áforas absolutas traslucen, para el ojo historicamente adiestrado, « las certezas, las conjeturas, las valoraciones fundamentals y sustentadoras que regulan actitudes, expectativas, acciones y omisiones, aspiraciones e ilusiones, intereses e indiferencias de una época » ( vid . p. 63 ) ; una é poca que, desde luego, no era reflexivamente consciente de la propia metaf órica de la que se servia . Entendemos ahora, o así me gustar ía creerlo, por qué la metaforología se comprende a sí misma como ciê ncia auxiliar de la Be griffsgeschichte, de la historia conceptual. «Antes» y « por debajo de » (o «en torno a » ) las transformaciones concep tuales de superficie, está n esos usos historicamente rastrea-

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bles de las metáforas que Blumenberg denomina « metaf óricas de fondo », marcos ú ltimos de decisiones y conjeturas previas con los que, presos de horror vacui , completamos los espacios en blanco de nuestras retículas conceptuales, y cuyo est ú dio abre así a la esperanza de aclarar no pocos aspectos « de la autocomprensió n hist ó rica de la filosofia » ( vid . p. 165) . S ólo que, quiz á, esa investigaci ó n que aqui se inicia sea tan incompletable como el propio fondo de provision del que extraemos nuestro potencial de imágenes, nuestra capacidad imaginativa, nuestros recursos de ficció n, sino que es tesis declarada de nuestro autor, como el lector comprobar á, que no s ólo el lenguaje, sino tambié n ese fondo determina ( otra vez ) y canaliza inexorablemente todas nuestras posibilidades de que algo se nos muestre, todos nuestros caminos para entender y valorar. Es por eso, a mi juicio, por lo que una y otra vez invoca el texto la noción de «paradigma», sobre cuyo ú ltimo alcance (en especial por lo que hace a su relaci ón con el uso casi coetáneo que tiene el t é rmino en Kuhn ) alguna vez han discutido los intérpretes22. Y es que hablar de « paradigma» , en el sentido gramatical que el t é rmino tiene para los filólogos, y que Lichtenberg aplico tambié n, metaforicamente, a la historia de la ciê ncia, es justamente aqui lo apropiado. Por que cuando se ha aprendido ya, con Husserl, que la traslació n al campo hist órico de los procedimientos fenomenol ógicos hace que resulte inalcazable, en el tiempo, la

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22. Y también el propio Blumenberg, que a lo largo de los anos ha venido comentando (por cierto, que con notable falta de claridad) el concepto kuhniano de paradigma : vid . «El paradigma, gramaticalmen » Metaphern an « Beobachtungen de ) 199 ( . 195 te » , texto extra ído pp ( Archiv ftir Begriffsgeschichte, 15 [1971], n.° 2, pp. 161- 214 ), posteriormente en Wirklichkeiten..., cit., pp. 159-163 de la trad , espanola y en AMS, pp. 172-176) ; «Metaparadigma », en Begriffe in Geschichten, cit., pp . 128-129. Si no le malinterpreto, Blumenberg parece sugerir que el sentido kuhniano del té rmino no es, textualmente, distinto del de « ejemplar », y gusta de mencionar de inmediato la correspondiente noción de « paradigma » de Lichtenberg al que ( vid. texto ) él mismo parece acogerse.

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plenificació n de la mirada histó rica, no cabe perseguir tipologías cerradas, sino establecer, justamente, « paradigmas » , vale decir, « modelos» o «formas ejemplares de declinaci ó n » conforme a los cuales sea posible conjugar, a rengló n seguido, las posibilidades de variación (histórica) de otros innumerables enunciados metaf óricos; funció n para la que, por lo dem ás, apenas se encontrar á naturalmente mejor modelo que esas « metáforas absolutas» con las que, como dijimos, se reorganiza trans-conceptualmente un todo vivencial, y con arreglo a las cuales una época declina cada vez sus elementos de orientació n y de deci sion (caso particular, y por retomar el ejemplo favorito de Lichtenberg: esa «metáfora absoluta », en cuanto respuesta a la pregunta por « el puesto del hombre en el cosmos», que la Modernidad adopt ó como su modelo entitativo, y que Lichtenberg considero que deb ía convertirse en « modelo de declinació n » para cualquier tipo de actividad científica — aqui el enlace con el concepto de Kuhn). Una metaforología, pues, no la metaforología ; y, para ella, paradigmas, no el ú nico e impensable paradigma; aplicació n al subsuelo metaf ó rico, imaginai, de un «logos» del que tampoco cabe esperar ya m ás resultados que los que la propia metaforología se avenga a asignar a semejante instrumento inficionado de retó rica.

haberse sendimentado, al menos en una de sus corrientes, en el monumental, y a ú n inacabado, Historisches W òrterbucb de Philosophie auspiciado por Joachim Ritter, heredero a su vez del W õrterbuch der philosophischen Begriffe de Rudolf Eisler, del que tanto se burlara Rothacker . Anos más tarde, aunque con matices, Hans Blumenberg no parece abocado a cambiar esa opinion 23. Que, entretanto, la metaforología no haya podido lograr acomodo en el W õ rterbuch de Ritter, como se encarga de aclarar y lamen24 tar el mismo editor en su pr ólogo , obedece a la sensació n experimentada en « el círculo del editor » de que la investigation conducente a delinear esa exigida « historia de las metáforas», metáforas que tienen historia « en un sentido más radical que los conceptos» , se encontraba en un está dio preliminar que hacía poco aconsejable introdu ce en el Diccionario lo que no podr ía pasar de mera im provisation; una apreciació n con la que, serenamente , Blumenberg se manifesto de acuerdo23. No parece importarle mucho la exclusion, porque, aun cuando existan declara2S ciones más precisas que parecen matizar lo que dir é , pareceria como si el proyecto de la metaforología ya no llegase a abandonarle nunca. Dejar á atr ás Hamburgo, Kiel.

El profesor que en 1958 expone este proyecto, publicado en 1960 en el Archiv, tiene pues la pretension de servir con sus pesquisas a la causa de la « Historia concep tual », esa inquietud por hacerse cr íticamente cargo de los aspectos histó ricos de los conceptos filos óficos a la que, como se sabe, desde el siglo XVIII ven ían dedicando esfuerzos, lexicográficos o histó rico -conceptuales, tanto historiadores de la filosofia como pensadores preocupados por la dimension histó rica de la reflexion; una compleja cadena de elaboraciones, acaso iniciada en 1726 por J. G. Walch, que a través de no pocas luchas, y enfrentamientos de personalidades que poco ten ían en com ú n, parece hoy

23 . « Cuando en 1960 Erich Rothacker publicó los Paradigmas para una metaforología en su Archiv fãr Begriffsgeschichte ( «Archivo para la historia de los conceptos» ) pensaba, al igual que su autor , en una metodologia subsidiaria para aqueila historia, que por aquella é poca tomaba forma . Desde entonces no ha cambiado nada en la funció n de la metaforología, si acaso algo en su referente; ante todo, porque hay que concebir la metá fora como un caso especial de inconceptuabilidad [Unbegrifflichkeit]» (H. Blumenberg: «Aproximació n a una teoria de la inconceptuabilidad », en Naufragio. ., cit., p. 97. Este texto es uno de los más densamente te ó ricos firmados por nuestro autor) . 24. Vol. I, SchwabeVerlag, Basel-Stuttgart, 1971, pp. VIII-IX. 25. « Beobachtungen an Metaphern » , cit., pp. 161 162. 26. « Cuando en el semestre de invierno de 1978/1979 yo volvi de nuevo, en mis lecciones, a la concepció n de una metaforología...» (H. Blumenberg, La legibtlidad..., cit . , p , 16) .

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Ser á catedr ático : en Giessen, desde 1960; en Bochum, desde 1965; en Miinster, desde 1970 y hasta su jubilaci ó n en 1985. Segú n han observado no pocos inté rpretes, ir á perdiendo lentamente esa aura de «optimismo» de sus primeros tiempos, cuando primero juzgó aú n viable la metaf ísica, y luego , más tarde, declaro ( al final, justamente, de Paradigmas ) que, como « metáforica literal» que es, está llamada a ser sustituida por la emergente metaf ó rica. « Optimista » o «pesimista » , esas dos caracterizaciones ilus ó rias, su trayectoria proseguir á ahondando el surco abierto, persiguiendo esas « metáforas absolutas » en cuyo marco inobjetivable el hombre reorganiza una y otra vez sus datos. Vendr á n, rodeados muchas veces del correspondiente halo de «trabajos menores», esos «grandes textos» de los que ya arriba se ha dado noticia, en muchos de los cuales encontrar á su peculiar acomodo una u otra de esas metáforas irreducibles a compás de cuyas transformaciones se puede escribir, por cierto, la historia entera de nuestra cultura: el libro de la Naturaleza, la vida como naufragio, el copernicanismo, lo risible de Ia teoria, la auto-afirmació n moderna de la ci ê ncia y la té cnica, la caverna y sus protecciones... Tan sinuosa como torrencialmente, Blumenberg avanza sin detenerse hacia una teoria (imposible, pero no vacía ) razonablemente general de la relació n hombre/ mundo; una teoria que, exigê ncias de su propia tesis, tiende menos a « re-presentar » en abstracto que a « presentar » en concreto, mediante an écdotas e historias de apariencia menor, marginal. Me parece, sin embargo, que a través de tantas variaciones hay al menos un tema modulá ndose de continuo : la necesaria sustitució n, por parte de un « hombre » que si no hiciera eso no tendr ía manera alguna de sobrevivir, de una realidad (Wirklicbkeit ) intocable, pavorosa, indomenable, absoluta, indiferente a todo valor, por proyecciones ret óricas, constructos ficcionales con los que exorcizar nuestros miedos, darnos a nosotros mismos una ilusió n de seguridad. Que el « mito » constituye una de esas «pantallas» representativas con que filtramos, para no vernos

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aplastados por ella, una realidad inh óspita, inquietan te, insoportable en su prepot ê ncia, es ya lecci ó n anti gua 27; pero acaso lo sea menos la extension de semejante apreciación a la ciência y a la té cnica, a la ciudad y al propio mundo, a toda forma de narració n, de sueno, de imagen, de cultura o de institució n : vale decir , a cualquiera de esas «cavernas culturales» con las que esos seres dé biles que se quedan « dentro» de la caverna tratan de protegerse de las inclem ê ncias del « exterior » 28 . Somos, en verdad, seres desprotegidos, inermes en lo abierto ; para nosotros, eso que denominamos «el para íso » quedó ya siempre atr ás. Así que, aun cuando nuestra entrada en «el mundo », nuestro necesario ingreso en « la historia » , no pueda hacerse nunca sino «saliendo » de la caverna, ni siquiera habr íamos sobrevivido, se insiste, de no haber vuelto a «entrar » para refugiamos en ellas. No otro es el precio de esa visibiiidad que adquirimos cuando no ciertamente (como creían los griegos) salimos de la Tierra y sus profundidades hacia la luz, sino más bien abandonamos para vagabundear maes29 tro primer espacio de protecció n, la selva primordial . Que a su vez, e insistamos en ello, tampoco sea posible mantener la vida sin encaminar de nuevo los pasos hacia « el exterior », es sólo una manifestaci ó n del dilema caver -

27. Es la tesis que, con diversos acordes, se repite como es sabido a todo lo largo de Trabajo sobre el mito, cit . ( vid . pp. 33 [«Si una de las funciones del mito es conducir la indeterminación de lo ominoso a una concreció n de nombres y bacer de lo inhóspito e inquietante algo que nos sea familiar y accesible; ei subrayado es mío], 416 [ «De la tesis de que el propio mito como la m ás antigua elaboració n de aquellos horrores de lo desconocido y prepotente constituye una forma de actuació n conducente a la humanización del mundo...»], etc., pero especialmente la tajante declaració n de la p. 133, donde se habla de la Distanzfunktion des Mythos, de la funció n de distanciamiento del mito. ) 28. Esta es la tem á tica especialmente desarrollada , como se sab é , en H õlenausgãnge, cit ., passim . Cf . especialmente el cap. V ( « Zufluchten aus der Sichtbarkeit» ) , pp. 55 ss. 29 . H ò lenausgange, cit., p. 25.





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nario, del car ácter ambivalente de la metáfora-30 . Pero acaso es que esta metáfora es realmente paradigm á tica, y en ella se expresa, como antes insinu á bamos, la misma vision de fondo que ya nos sali ó al encuentro al analizar Paradig mas : y es que, así como las metáforas «absolutas » no suponen nunca aquietamiento de la pregunta, supresió n de las inquisiciones, tampoco el tr â nsito a las « cavernas culturales» , esa «exoneración » (Entlastung ) del « realismo » del paisaje abierto, permite pensar en superaci ón ni supresió n alguna de las necesidades y cuestiones elementales que la cultura trata de satisfacer , y que está obligada a respetar31 . Así que henos otra vez enfrentados, quié n lo diria, con el hornbre : ese ser, como preferir á formul á rio Lebenszeit und Weltzeit , al que el progreso de su ciência hace cada vez más consciente de la irrestanable inconmensurabilidad entre el tiempo de su vida y el tiempo cósmico, y que cada vez se ve así más abocado a la conciencia de haber perdido ese factor inasible pero valiosísimo, el «sentido » , que en su mundo vital cotidiano se da siempre por supuesto, y tiene, justamente, caracteres de constante imperceptible e impl ícita, hechuras de incuestionabilidad. Blumenberg levanta acta de esta situació n, pero eso no supone en absoluto que comparta esos menosprecios de ci ê ncia y alabanza de artesanía al que tan acostumbrados estamos, al menos, desde el descubrimiento del ábaco. No; en esto, su postura es clara, y constantes sus declaraciones: no sólo el proceso de la ciê ncia es irreversible y beneficioso, sino que aqu élla, en

uno de sus aspectos, no hace m ás que poner de manifiesto lo que la muda realidad tiene que decir de sí. Lo que, en cambio, hallaremos en sus textos es una cada vez más firme convicci ó n de lo imposible que es ya volver atr ás, esperar un retorno de «Dios» y de « la verdad » . Por citar palabras tajantes: «La verdad como aspiració n suprema, como sumo bien que en nuestra tradici ó n se identifica en ú ltima instancia con la divinidad está ya, como argumento, muerta. No dudo de que este fenó meno tiene algo que ver con el que Nietzsche denomino miticamente la muerte de Dios» 32. Todas nuestras estrat égias para distanciamos de lo insoportable que nos angustia, todo ese dinamismo que derrochamos para establecer «significados», no conseguir á n nunca, por lo tanto, esa ú ltima erradicació n de la in quietud simbolizada por esos nombres33. Si «filosofia » , en este contexto, significa tanto como atenció n y retorno a « or ígenes » y « finales » , « nacimientos » y « muertes », el Blu menberg de la madurez habr ía dejado de ser filósofo, por cuanto es constante en é l el rechazo a considerar que tales umbrales últimos en los que enmarcar los decursos, objeto como son del «saber », lo puedan ser tambié n del « pensar » y por ende de la «creencia ». Es en H òlenausgànge , me parece, donde se expresa con mayor precision esta sutil paradoja, y por cierto que bajo la cortante decision que ya expresa la primera frase : « Einen Anfang der Zeit k õ nnen wir 32. La inquietud..., cit., trad cit., pp. 61-62. 33. «... Bedeutsamkeit... ist die Form, in der der Hintergrund des Nichts als dessen, was ã ngstet, auf Distanz gebracht worden ist, wobei die Funktion des Bedeutsamen ohne diese “ Urgeschichte ” unverstanden , obwohi gegenwá rtig, bleibt . Denn das Bediirfnis nach Bedeutsamkeit wurzelt darin, daF wir uns ais der À ngstigung nie endgultig enthoben bewuEt sind » [... la propiedad de significativo... es la forma de distanciar se del trasfondo de la nada angustiante, quedando, sin esa « historia originaria», incomprendida, pero presente, la funció n de la significació n , pues la demanda de significació n viene enraizada en el hecho de que nosotros nunca somos conscientes de haber sido liberados definitivamente de esa situació n angustiante» ] ( Trabajo sobre el mito, c /í., p. 124 ). ,

30 . « Die Dilemma der Hõ hle ist, daf 3 sich zwar in ihr leben, nicht aber der Lebensunterhalt finden láEt. Das Leben in der Hõ hle wird versorgt durch das Verlassen der H õ hle...» [El dilema de la caverna es que, ciertamente, en ella se puede vivir, pero no encontrar m édios de subsistência . Para asegurar la vida en la caverna hay que salir de ella .. . ] (.Hole nausgdnge, c /í., p. 29 ) . 31. Vid . en este sentido un texto breve, pero altamente denso : « Na chdenklichlceit» [Cavilosidad], publicado en ei n. dei 21 de noviembre de 1980 deiNeue Zurcher Zeitung , pp. 65-66 ( también en la Deutsche Akade mie fiir Sprache und Dicbtung. Jabrbucb, Heidelberg, 1980, pp. 57- 61 ) .

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nicht denken », « no podemos pensar un inicio del tiempo» (pues ya estaria, a su vez, inclu ído en el tiempo)34. Exclu ído del «sentido» , exclu ído de poder pensar el «principio» y el « final » en que la antigua tradició n clásico-cristiana deposito sus desaforadas expectativas de sentido, al sujeto blumenberguiano no le cabe pues sino lo que ya ( hemos visto que) hace: dar nombres a lo sin - nombre35 , mantenerse en la ú nica posición que le garantiza su propia supervivencia ( es a saber , a distancia de los inicios), producir una y otra vez esos « rodeos» y « digresiones» que constituyen la trama misma de la cultura, humanizació n de la vida y am paro frente a la barbarie36. Por eso, y pese a todo su , digamos, « relativismo», Blumenberg se cree finalmente capacitado para caracterizar en té rminos generales, todo lo « anti - metaf ísicamente » que se quiera, pero con sabor en

34. « Paradox ist: Wir wissen, daí? wir sterben mussen, aber wirg /tfMben es nicht, weii wir es nicht denken k õ nnen. Nicht anders und nicht weniger paradox ist , daí? wir wissen, angefangen zu haben weii angefangen worden zu sein , ohne es glauben weii nicht denken zu k õnnen [Es parad ó jico : sabemos que tenemos que morir, pero no io creemos , porque no podemos pensarlo . Iguai y no menos parad ó jico es que sabemos que hemos tenido un comienzo pues comienzo tuvo nuestro ser , sin poder creerlo al no poder pensarlo] (op. cit ., p. 11). 35. Vid. « Die Weit hat keinen Namen », en Ein mògliches Selbstverstàndnis , cit ., pp. 46-61. 36 . « S ó lo podemos existir si tomamos rodeos. Si todos fueran por ei camino m á s corto que ios dem á s, só io liegar ía uno. ( ... ) La cuitura consiste en ei hailazgo y ia disposició n, ia descripció n y el encarecimien to, la revalorizaci ó n y la recompensació n de los rodeos. Por eso tiene la cultura el aspecto, por un lado, de racionalidad deficiente ; porque, en sentido riguroso, solamente el camino m ás corto obtiene el seilo de valor de la razó n ... Ahora bien, ios rodeos son los que dan a la cultura la fun ció n de humanizar ia vida. El supuesto “ arte vital ” de los caminos m á s cortos es barbarie a través de ia consecuencia de sus exclusiones. (... ) El mundo recibe sentido merced a los rodeos en éi de la cultura. O expresado algo m ás piadosamente : el sentido del mundo resulta confirmado, exactamente como lo es el sentido de que todos esos que pueden dar rodeos no sean s ólo pocos, o s ólo uno en absoluto » ( La inquietud..., trad , cit., pp. 116-117) .











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sobre el vacuo fondo inatacable de la pared de la Nada3 íl, determinaciones de lo indeterminado (cuya forma general, nos ensena Arbeit ,.., es justamente el mito39 ) , imágenes variadamente cristalizadas que ya no pueden ser « verdades ú ltimas, ontologias o historias del ser o metaf ísicas» , sino, sencillamente, «algo interpretable que precede a otra cosa interpretable» 40, autê nticas ilusiones ópticas que hacen « como si » aprehendiesen efectivamente algo, y que el saber desvanece (aumentando así la infelicidad ) ; pero que también constituyen la ú nica via de acceso a eso que, sin ellas, seguiria siendo para nosotros «total y absolutamente í desconocido e inquietante » , ganz undgar Unbekanntes und l Unheimliches4' . El hombre, pues: un ser inquieto y dubitativo, emprendedor y hambriento, curioso y angustiado, el ú nico animal que desconfia y anda haciendo planes para alcanzar una felicidad que se le hurta... Sin el manto del sentido, ning ú n otro animal en la tierra habr á experimentado con tanta fuerza la absoluta necesidad cie encontrar un consuelo ; como que hasta eso mismo podr ía ser su definici ó n: «el ser .





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ú ltima instancia a «definició n », el modo de relacionarse positivamente, ese ser desamparado que es el hombre, con la fria potência de lo que hay. Y la respuesta es sencilla: « no entablando relaciones inmediatas con esa realidad. La j relaci ó n del hombre con lá realidad es indirecta, complica- ( da, aplazada, selectiva y, ante todo, “ metaf ó rica” . (.. . ) El j animal symbolicum domina una realidad genuinamente mortífera para él haciéndola reemplazar, representar; apar ta la mirada de lo que le resulta inh óspito y la pone en lo que le es familiar »37. Animal simb ólico, animal metaf ó rico, el hombre sobrevive proyectando, más que probablemente

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37. 38.. 39. 40. 41.

Las realidades... , trad , cit., p , 125. La legibilidad..., trad cit., pp . 17-18 . Trabajo... , cit., p. 186. La legibilidad..., trad cit., p. 18 . Holenausgànge , cit., p. 22. ,

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necesitado de consuelo » ; solo que dcó mo hacerlo ? « No cabe consolar a nadie de que se tiene que morir »42. Y sobre todo: ies compatible ese eterno perseguir el consuelo con una serena inteligê ncia del exacto funcionamiento del mecanis mo de la proyecció n ? ciNo se oponen en esto, por citar una vez m ás dos nombres de cariz simb ólico, Goethe y Nietzsche, la retina y el olfato, Weimar y el pabell ó n auditivo ? 43 Con el paso de los anos, y con el progresivo ahondar en f ó rmulas del tipo de las citadas, la prosa de Blumenberg parece complacerse cada vez más en una meditatio mortis, en el recuerdo de que la filosofia «se muestra como el arte de la resignació n » 44. Nada tiene pues de extrano que, a los ojos de muchos int é rpretes, nos encontremos sin m ás ante un típico pensador post- moderno, que celebra el funeral de los « grandes relatos» entre paseos desencantados por las salas más cerradas del museo de los ideales y un fr ívolo regocijarse con los enganos de la ret ó rica. Interpretaci ó n poten te, y cuya plausibilidad. aqui no discutiremos, pero que, desde luego, difiere profundamente de la que el propio Blu menberg ha solido suscribir . Y es que, a su juicio, ni el proyecto metaforológico ni la despedida de todo origen ( y de todo final ) supone en rigor otra cosa que una consciente aceptació n de la chatura de todo presente, de lo inevitablemente hist órico de la experiencia de los hombres. Lo pro clamo en su discurso de aceptaci ó n del pr é mio Kuno 42. La inquietud... , trad , cit., p. 129. Y en otro lugar : « :

*

Trad , cit., p. 79. Trad cit., modificada, p. 80. ,

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de su inalienable objeto, y que se separa de la ciência escol ástica, como menosprecio de ese objeto. Esta conducta inducida por la metáfora se actualiza en el uso de la metáfora, cuya implicaci ó n es docta ignorantia; este cí rculo procesual se cerciora de la suya propia en la peculiar productividad sin progreso de la metaf ó rica cusana , que no quiere «salir .» ni « ir m ás all á » de sí misma. El Cusano ha perdido ya esa fe que tuvo la alta escol ástica en la obsequiosa sub ordinació n de la l ógica a la metaf ísica; provoco a la lógica con una reticê ncia ciertamente apotropaica, vio además el pecado original en la tentació n del hombre mediante la idea del saber, en el querer ser como Dios in scientia . Bajo el senor ío de la metaf ó rica del círculo se puede captar aqui la interna unitariedad y configuració n de sentido de un estilo de exist ê ncia103. Que Kepler está influ ído , y como, por la metaf ó rica geom étrica del Cusano, lo ha probado . Manhke ( loc. cit ., pp . 129 ss ). En té rminos generates, la especulació n cosmoó gica kepleriana se caracteriza por un masivo realismo de las metá foras, que ciertamente en muchos casos le lleva como son â mbulo a nuevos puntos de vista, pero que tam 203. Puede que ia metaf ó rica circular y la idea de la coincidentia oppositorum puedan tambi é n retrotraerse historicamente a una raiz com ú n. Diez anos despu és de La docta ignorância , el Cusano compuso los Diálogos del idiota (1450 ) , entre los que se encuentran Los experimentos con la balanza. Es probable que hiciese ya tiempo que se viniese ocupando con esos experimentos mentaies; quizá se haya tropezado al respecto con las pseudo-aristotélicas Quaestiones mechanicae, en cuyo comienzo mismo el círculo es entendido como una coincid ê ncia de contr á rios, un « milagro » dei que puede derivarse otro, la eficacia de la palanca : ir á vxcov 5c xt ôv xoioúxtoy cyci x íjç alx íaç xqv à p%r]y ó K ÚK àOç . Kai xouxo cuA-óycoç aufipépr|KCv è ic pcv y à p Gaupaoicoxcpou aupPaiveiu xi Gaupaaxò v o úôcv axoTrov , Gaupaauoxaxov 5c x ò xá vayxia 4éX àÀ Xfjltov . ó õc KUICXOC; auyéoxr|Kev CK XOIOUXCú V • c úGuç yà p CK Kinoupivou xc yeyévTycai KCU í CVOVXOç , J c5v r| C() ÚGIç kaxiv mevavx í a d:ÀÀr|A.oiç (847 b 15-21) [Ei principio de ia causa de todos los fen ó menos de este tipo está en el c írculo. Y es razonable que esto ocurra así, pues no es nada raro que ocurra algo admirable a partir de algo m ás admirable, y lo m ás admirable es que los opuestos se *

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bié n le impide llevar adecuadamente a té rmino la racionalizació n de la teleología antropocéntrica que se remonta a Copérnico. La tesis heliocêntrica, que Giordano Bruno ya había superado para llegar a un universo acé ntrico, obtiene de Kepler un acento metaf ísico mucho más pronunciado que en Copé rnico; ello le lleva, ciertamente, a sus leyes del movimiento planetá rio, pero también a una dependence, a su manera pre- copernicana, de la metaf ó rica del centro del círculo. Compru é bese en un pasaje de una carta de princípios de 1618 a Wackher en Praga204: Kepler informa sobre el progreso del Harmonices mundi y explica que el efecto propiamente dicho de la armonía cósmica sólo seria perceptible en el Sol, y que se vivir ía como un espectáculo teatral : « Es creíble por tanto que haya seres vivientes mucho más nobles en el Sol, que se divierten con estos fenómenos, y que de forma natural se animan con ellos, se res vivientes semejantes al ser divino. Pues a nosotros, habitantes de la Tierra, nos circunda ú nicamente la Luna, s ólo ella está a nuestro servido... Pero el Sol está rodeado por nosotros y por todo el coro de planetas, y nosotros le servimos para, por así decirlo, constituir propiamente su familia y sus posesiones » . El propio Kepler se da cuenta de den unidos, y el círculo se compone de tales opuestos. Pues nace, sencillamente, de lo que se mueve y lo que permanece, cuyas naturaiezas son opuestas entre sí; cito por Aristó teles, Sobre las líneas indivisibles. Mecânica. Euclides: Ó ptica. Cató ptrica. Fenómenos . Madrid , 2000, p. 72, trad de Paloma Ortiz García, Gredos] . La eficacia de la balanza, que con poca fuerza domina un gran peso y que en razó n de ello es tambié n una coincid ê ncia de contr á rios, aparece en su car á cter asombroso como un fenómeno filiai del asombro aim mayor que representa el movimiento circular, pues éste proviene de la coincidentia oppositornm de reposo (centro) y movimiento (periferia ) . Sobre este principio, contradictorio en s í mismo y por ende naturalmente aberrante, descansan los efectos del arte mec â nico, « mediante el que dominamos aquello en lo que somos vencidos por la naturaleza » ( 847 a 20 s. Cita de Antifonte ; trad cit , , p . 71). 204. Johannes Kepler in seinen Brie fen , M. Caspar y W. v. Dyck (eds. ), Mú nich, 1930 , II, 99. ,

qpe este masivo realismo de las metáforas conlleva algo de pagano, cuando sigue diciendo: «Si yo fuese un pagano y no hubiese sabido nada de la doctrina cristiana, diria que en esa esfera, la más sublime del mundo, tenemos abierto un refugio nosotros y todas las almas valerosas. .. ». Este es un ideal enteramente a-copernicano; pues el hecho de que en el excê ntrico lugar ocupado en el mundo por el hombre la apariencia y el ser de las ó rbitas astrales no sean congruentes, el hecho de que los aequales illorum motus apparere nobis inaequales [iguales movimientos de aqu éllos nos parezcan desiguales], este hecho, para Cop é rnico, pertenece a la esfera, inferior y provisional, de los datos de los sentidos, que se reconducen racionalmente a la construcci ó n adecuadamente comprensible del edif í cio del mundo. Aqui está implicado el presupuesto antropol ógico de una discó rdia entre la esfera de los sentidos y la razó n, pero tambié n la astronomia queda remitida al esquema ético de la soberania de la razó n sobre la sensibilidad . La aplicació n realista que Kepler hace de la metaf ó rica del círculo le lleva a dotar metaf ísicamente al Sol de atribu tos que parecen tomados del motor inmóvil aristot élico; dotaci ón en la que ahora se suprime esa confusion teologicamente funesta, debida a la alta escolástica, entre causalidad motriz y creación: «Ahora bien, como el Sol se encuen tra en medio de los planetas, él mismo en reposo y , sin embargo, friente del movimiento, muestra la efigie de Dios Padre, del creador . Porque lo que en Dios es la creaci ón, es en el Sol el movimiento» 205. Kepler se representa la funció n motriz del Sol de tal forma que « el cuerpo del sol es circu larmente magnético en todo su alrededor, y gira sobre su eje sin abandonar su lugar, con lo que también hace girar el círculo de su fuerza. Esta fuerza no atrae a los planetas, sino que provee a su movimiento continuo .. . el magnetismo es para mi una comparaci ó n, no es en modo alguno la cosa

,

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205. Carta a Mástlin del 3 de octubre de 1595 ( op. cit ., I, p. 19 ) .

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. Mientras que la teoria aristotélica del movimien to se estructura de forma que permite imprimir movi miento en el mundo « desde el exterior » , con lo que la for ma r egular del movimiento de la primera esfera se pierde, por degradaci ó n de la causalidad , en otros e irregulares modos, as í que, como ya había establecido Teofrasto, la efectividad del ente puro no alcanza de ninguna forma el centro del mundo, Kepler ha trasladado la causa motrix

misma »

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[causa motriz] al centro del Universo como fons et principium circidi in loco Solis [fuente y principio del círculo en íel lugar del Sol ], de modo que el movimiento irradia centr fugamente. Esta « naturalizació n » de los movimientos planet á rios conduce por vez primera de una astronomia pura mente foronómica, que ten ía que dejar correr todos los problemas mecâ nicos del mundo astral, a una f ísica celeste causal . Aqui es visible, con toda contund ê ncia, como la «conmutació n » de la perspectiva, decisiva para el ulterior proceso teó rico , la conquista de nuevas posibilidades y m édios de construcció n racional, se realizan en primer té r las leyes mino en el medio de la metaf ó rica. Para obtener nconceptualme ó n concepci fue la no de Kepler lo esencial repre esquema puro te suficiente de la gravitaci ó n, sino el sentativo de la esfera de irradiaci ó n de la fuerza motriz constituida a partir del centro, el esquema de la esfera como proyecció n del centro : superficies est ... imago centri et qua del si fulgor ab eo et via ad id [la superf ície es... imagen 207 centro y casi un fulgor del mismo y camino hacia é l] . El logro más asombroso de Kepler, el que exigia m ás valor frente a la sanció n antiqu ísima, la tarea de la forma circular como principio de construcci ó n de las ó rbitas planetarias, est á igualmente incrustada en la vision metaf órica básica : su idea del Sol como fuente de los movimientos planetá rios

le permite comprender las formas orbitales como productos de un proceso, no ya como ejemplares de un eidos . Kepler escribe208 : « Me preguntá is por qu é enseno a calcular las ecuaciones a partir de las á reas triangulares. Sin duda pensáis en mi correspondiente exposició n en el Epitome . Respuesta : porque yo me he propuesto deducir el cá lculo de la teoria de las causas naturales, así como los antiguos lo deducen de la hip ótesis de los círculos perfectos y de los movimientos uniformes en éstos. Ahora bien, la causa del retraso o la aceleraci ó n real del planeta en su camino a tra v és del éter es Ia mayor o menor distancia del planeta con respecto al Sol , la fuente del movimiento » . Aqui, Kepler ha tomado ya conciencia de la peculiaridad de principio de su método. Una órbita planetaria no es una configuración a construir eid é ticamente como forma total, no puede desarrollarse inmanentemente, sino que «se construye» a partir de elementos cuya constante es el á rea triangular que el radio Sol-planeta barre en la unidad de tiempo cada vez. La forma orbital ha llegado a ser secundaria ; no es en ella don de hay que ver lo invariable, sino en la proporció n entre distancia al Sol y camino recorrido en la unidad de tiempo. Esta separaci ó n , « mediada » por la metáfora, de la eid ética geomé trica es lo propiamente « moderno » del logro kepleriano. En la reelaboraci ón del espinoso problema de la ó r bita de Marte, Kepler procede tratando de acomodar los datos de observación de Brahe primero en un círculo, des pu és en una elipse . Cuando esto falia, se le ocurre que la diferenciaci ón eid é tica se limita a seleccionar fases polares de un proceso de transformación que se verifica de continuo, de forma que no se ha de considerar el caso singular del círculo como figura fundamental, la elipse como una figura específicamente heterogé nea, sino que el círculo ha de concebirse como caso limite de la continua disminución

206. Carta a Mástlin del 5 de marzo de 1605 (op. c/í., I, p. 222) . 207. Citado por Mahnke, op . cit ., p. 135. Remito expresamente al rico material recogido por Mahnke.

208 . Carta a Cruger del 9 de septiembre de 1624 ( loc. cit . , II, p . 206 ) .

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de la distancia focal de la elipse . Para Kepler, lo que resulta de aqui es la intuici ón metodológica de que con la comprobación de la alternativa círculo-elipse no se ha hecho nada, sino que en principio habr ía que comprobar una por una infinitas elipses, y que, como hip ó tesis, el círculo no tiene preferencia metodológica sobre una cualquiera de las hipótesis elípticas. La superaci ón de la disyunci ón eidética hizo posible la nueva perspectiva kepleriana del paradigma de la órbita de Marte. El círculo se ha convertido en el caso limite m ás improbable . Ya no tiene sentido aferrarse a la más improbable de las figuras como a la figura del « movimiento natural ». Newton recondujo las leyes de Kepler , le ídas en el modelo metaf ó rico y empiricamente verificadas, a los principios de la mecâ nica de Galileo. Que las ó rbitas planetarias, en su homogé nea fenomenalidad, surgen de factores mecânicos divergentes, centrípetos y centr ífugos, esta perspectiva, ahora formulada en té rminos puramente teó ricomatem á ticos, se convierte por su parte, en l ínea con la amplia influencia de Newton en el siglo XVIII, en una metáfora de fondo que «transparece » de multiples formas. Así, apenas cabe dudar de que la teoria de la division estatal de poderes desarrollada en El espíritu de las leyes de Montesquieu está «leída » en el « modelo» del polígono de fuerzas. En su juventud, Montesquieu había sido un entusiasta de la investigación natural, y en su obra capital se manifiesta a cada paso el influjo de representaciones me209 cânicas condensadas en metáforas . En el Estado, los factores autó nomos tienen que obrar cada uno en la direcció n de sus intereses, tareas, impulsos y, sin embargo, lograr como producto el curso estable del todo; el estado de cal -

ma perfecta - ser ía un ideal , pero la vida hist ó rica no lo per mite, y de este modo la division de poderes tiene que determinar un curso en el que el movimiento se asimila a la quietud ( ien la metaf ó rica de la Antigiiedad el círculo era la unificació n de reposo y movimiento! ) : Ces trois puissances devroient former un repos ou une inaction. Mais comme, par le mouvement nécessaire des choses, elles sont contraintes d’ aller, elles seront forcées d’ aller de concert ( XI, 6 ) [Los tres poderes permanecerían así en reposo o inacció n, pero, como por el movimiento necesario de las cosas, est á n obligados a moverse, se ver á n forzados a hacerlo de com ú n acuerdo] *. Ya la F ábula de las abejas, o vicios privados, públicos benef í cios (1714) de Mandeville, pese al revestimiento zoológico, estaba dominada por el modelo estructural newtoniano que Montesquieu reformula as í en otro lugar : il se trouve que chacun va au bien commun, croyant aller à ses intérêts particulars (III, 7) [y así resulta que cada uno se encamina al bien com ú n cuando cree obrar por sus intereses particulares] * *. Tambié n en el caso de Kant , que intento « traducir » todo lo posible la estructura inmanente del mundo f ísico de Newton en un reino moral, puede captarse el trasfondo metaf ó rico del pol ígono de fuerzas, cuando en el « cuarto principio » de sus Ideas para una historia tiniversal desde un punto de vista cosmopolita escribe: «El medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el ANTAGONISMO de las mismas en sociedad, en la medida en que ese antagonismo se convierte a la postre en la causa de un orden legal de aqu éllas» ** *. Caso de tener alguna predilecci ó n por las f ó rmulas lapidarias ( predilecci ó n que, desde luego, es principio vo-

. 209. Cf . Maria Ruchti, Raum und Bewegung irn «Esprit des Versuch einer Deutung des Stils von Montesquieu, Zurich, Diss., 1945 (valioso desde el punto de vista del acopio de materiaies, pero huérfano de recursos interpretativos).

Trad de Mercedes Blázquez y Pedro de Vega para la editorial Tecnos, Madrid, 1985, p. 113. * Trad , cit., p. 23. ** * E. Kant, Filosofia de la historia, trad , de E. Imaz, FCE, México , 1941, p. 46.

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Lois»

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luntario de este trabajo no compartir), se podría decir que procesos esenciales de la historia espiritual de la Modernidad pueden comprenderse en su homogeneidad estructu ral como derrocamientos de la metaf ó rica del círculo. Con firmaciones de ello pueden tambié n encontrarse en el hecho de que la reacció n y la protesta contra el esp í ritu de la Edad Moderna se ponen al abrigo de la metaf ó rica del círculo, renovando su vinculatividad, muy pronunciadamente, como es natural, en el caso de Nietzsche. Antes de llegar a é l, citemos todavia dos ejemplos más. La adaptació n de la especulació n teol ógica a la nueva situació n se pone de manifiesto muy donosamente en Friedrich Christoph Oetinger, quien, permutando los papeies tradicionales de la Naturaleza y de Dios, deduce ahora de las ó rbitas aproximadamente circulares de los cuerpos celestes, cuyo movimiento tendr ía que ser «propiamente » rectil íneo, una intervenci ó n de la voluntad de Dios bajo la forma de la potentia supramechanica gravitatis [potê ncia supramecánica de la gravedad] 210. Oetinger tambié n defiende la vitae rotatio [rotació n de la vida] como modelo existencial211, y 210. Inquisitio in sensum communem et rationem, Tubingen , 1753, p. 147, § 88: Quaestiones de liberrimis Dei operationibus in universo [Cuestiones acerca de las libérrimas operaciones de Dios en el universo] . Aqui se argumenta así en 2): quum corpora coelestia in orbit is circulariter moveantur, quis nisi Deus motum naturalem rectilineum in curvam urget ? ... annon potius Uberrima Dei actio est effectrix huius motus ex oppositis directionibus constantis? [Si los cuerpos celestes se mueven en ó rbitas circulares «í quié n sino Dios insta al movimiento natural rectilíneo a ia curva ?... iAcaso no efect ú a mejor la libé rrima acció n de Dios ese movimiento que las opuestas direcciones constantes ? ]. La intervenció n supramecá nica, arbitraria, de la gravitación (p. 148 ) se desactiva igualmente en su factici dad volitivo- dependiente desde el momento en que esa potentia [potê n cia] se caracteriza como constanter in mundo adbibita [de uso constante en el mundo],