Obras selectas, tomo II

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Ofertó ífeleetab SEGUNDA PARTE

C O L E C C I O N

“PENSADORES POLITICOS COLOMBIANOS” CAMARA DE REPRESENTANTES

CAMARA DE REPRESENTANTES ADALBERTO OVALLE MUÑOZ Presidente ALVARO LEIVA DURAN - CESAR PEREZ GARCIA Vicepresidentes

© Es propiedad de la Cámara de Representantes. Fondo de Publicaciones. Impreso en Editorial Retina Ltda.

JORGE MARIO EASTMAN PRESENTACION Y COMPILACION

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LOPEZ

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OBRAS

SELECTAS

SEGUNDA PARTE

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COLECCION

“PENSADORES POLITICOS COLOMBIANOS” CAMARA DE REPRESENTANTES

Bogotá, D. E. Febrero de 1980

INDICE MENSAJES ANUALES AL CONGRESO PAGINA MENSAJE AL CONGRESO EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINARIAS DE 1935 ...........................................................................

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MENSAJES AL CONGRESO EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINA­ RIAS DE 1936 . . . ................................................................................. .................................

87

MENSAJES AL CONGRESO EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINA­ RIAS DE 1 9 3 7 .................................................. . . . ..............................................................

119

MENSAJE AL CONGRESO EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINA­ RIAS DE 1 9 3 8 .................................

181

MENSAJE AL CONGRESO EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINA­ RIAS DE 1 9 4 3 ........................................................................................................................

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MENSAJE AL CONGRESO EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINA­ RIAS DE 1944..................................................................................................................'. . . .

339

MENSAJE AL CONGRESO EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINA­ RIAS DE 1945 ................................

375

DOCUMENTOS POLITICOS DISCURSO EN EL SALON OLIMPIA septiembre 3 de 1941............ .................................

393

MANIFIESTO A LOS LIBERALES septiembre 17 de 1941................................................

409

UNA INVITACION A LA UNION LIBERAL 26 de octubre de 1 9 4 1 ..............................

419

MENSAJE A LOS DIRECTORIOS LIBERALES noviembre 20 de 1941 ........................

426

ESTATUTOS DEL PARTIDO LIBERAL..............................................................................

433

DISCURSO DE POSESION EN SU SEGUNDA PRESIDENCIA agosto 7 de 1 9 4 2 . . . .

447

DOCUMENTOS RELACIONADOS CON LA LICENCIA OTORGADA AL PRESIDENTE LOPEZ EL PRESIDENTE ALFONSO LOPEZ SOLICITA LICENCIA AL SENADO no­ viembre 16 de 1943..................................................................................................................... -

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467

ÉL PRESIDENTE ALFONSO LOPEZ SOLICITA PRORROGA DE SU LICENCIA diciembre 14 de 1943 .................................... ...........................................................................

469

CABLES CRUZADOS ENTRE LOS CONGRESISTAS Y EL PRESIDENTE ALFON­ SO LOPEZ diciembre de 1943 ................................................................................................

471

COMUNICACION DEL PRESIDENTE TITULAR AL MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES SOBRE SU RETIRO enero de 1944 .............................................................

474

EL DR. LOPEZ HABLA SOBRE CANDIDATURAS PRESIDENCIALES enero de 1944 ..............................................................................................................................................

475

REGRESO DEL PRESIDENTE ALFONSO LOPEZ discurso pronunciado a su llegada a la ciudad de Barranquflla febrero 14 de 1944 .................................... .................................

476

DISCURSO DEL PRESIDENTE TITULAR ALFONSO LOPEZ A SU LLEGADA A BOGOTA, febrero 19 de 1944 .................................................................................................

488

EL PRESIDENTE LOPEZ VISITA A MEDELLIN febrero 26 de 1944 ...........................

497

MENSAJES CRUZADOS ENTRE EL PRESIDENTE LOPEZ Y LA DIRECCION NACIONAL LIBERAL CARTA DEL DIRECTORIO LIBERAL AL PRESIDENTE TITULAR marzo 3 de 1944 .....................................................

507

RESPUESTA DEL DOCTOR LOPEZ marzo de 1944 .........................................................

509

DOCUMENTOS RELACIONADOS CON LA RENUNCIA DEL DR. LOPEZ LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA CONCEDE NUEVA LICENCIA marzo 15 de 1944 .............................................................................................

523

MENSAJE DE RENUNCIA DEL DOCTOR LOPEZ, mayo 15 de 1944 ...........................

525

PROPOSICIONES APROBADAS POR EL CONGRESO mayo 15 de 1 9 4 4 .....................

559

MENSAJE EN QUE EL PRESIDENTE LOPEZ COMUNICA QUE REASUME EL PODER mayo 16 de 1 9 4 4 ....................

561

ALOCUCION DEL PRESIDENTE LOPEZ AL REASUMIR EL PODER, julio 12 de 1944 ....................................................................................................................................... ... .

564

LOS SUCESOS DE PASTO RELATADOS POR EL PRESIDENTE LOPEZ, Y OTROS DOCUMENTOS SUCESOS DE PASTO RELATADOS POR EL PRESIDENTE ALFONSO LOPEZ julio 18 de 1944...........................................................................................................................

567

CARTA DE LOS CONSERVADORES Y RESPUESTA DEL DR. ALFONSO LOPEZ julio 12 de 1944.............................................................................. .............................................

579

TELEGRAMA AL DIRECTORIO CONSERVADOR DE ANTIOQUIA agosto 25 de 1944 .............................................................................................................................................

587

DECLARACION DE LAS MAYORIAS DEL CONGRESO septiembre de 1944 ............

590

ALOCUCION DEL PRESIDENTE LOPEZ AL PUEBLO COLOMBIANO el lo . de enero de 1945..............................................................................................................................

595

MENSAJE DEL PRESIDENTE AL CONGRESO NACIONAL EN SUS SESIONES EXTRAORDINARIAS DE 1945, enero 22 de 1945 ............................................................

601

ALOCUCION DEL PRESIDENTE LOPEZ A LA TERMINACION DE LA GUERRA MUNDIAL, mayo de 1945.........................................................................................................

619

MENSAJE DEL PRESIDENTE AL CONGRESO EN SUS SESIONES EXTRAORDI­ NARIAS de 1945, junio 26 de 1945 .......................................................................................

623

MENSAJE DEL PRESIDENTE LOPEZ ANUNCIANDO SU DIMISION DE LA PRE­ SIDENCIA, julio 19 de 1945 ...................................................................................................

635

PROPUESTA INICIAL DE CREACION DEL FRENTE NACIONAL, marzo de 1956. .

641

TESTAMENTO POLITICO. El último discurso del Doctor Alfonso López, una página autobiográfica, mayo 4 de 1959 ...........................................................................................

643

EPILOGO

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA

JULIO

CESAR

TURBAY AYALAi, con ocasión del vigésimo Aniversario de la muerte

del Doctor Alfonso López Pumarejo.............................................................................................................

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MENSAJE AL CONGRESO NACIONAL EN LA INSTALACION DE SUS SESIONES ORDINARIAS DE 1935 Señores Senadores y Representantes: Son de tal manera complejas y excepcionales las circunstancias en que comienza vuestra labor legislativa, que no podría yo dejar de repa­ rar en ellas ni limitar este mensaje a los actos de la Administración, que, por otra parte, serán explicados en detalle por los Ministros del Despa­ cho en sus correspondientes Memorias. Quiero referirme más extensa­ mente a los sucesos de carácter político y social que se han venido pro­ duciendo desde la fecha en que tomé posesión de la Presidencia de la República, unos provocados, estimulados y dirigidos por la acción ofi­ cial, otros independientes de su influencia, pero todos ellos destinados a trabajar una activa transformación de nuestra vida pública, a la cual ha querido el Gobierno aplicar un criterio que somete sin reservas a vuestro examen. Al formular mis votos por el buen éxito de la misión que os corres­ ponde, quiero destacar la responsabilidad que gravita sobre la Represen­ tación Nacional en un Congreso que, como éste, es por su sola composi­ ción un acontecimiento histórico, singularmente propicio a ser mirado por la opinión con especial severidad. No podemos poner en duda que la mejor voluntad del pueblo rodea al Congreso de 1935; esto mismo, y la acumulación sobre él de innumerables aspiraciones nacionales que vo­ sotros y sólo vosotros, podéis satisfacer, hacen que tenga una gran tras­ cendencia cada nuevo acto de esta legislatura, en la que no existe el pe­ so equilibrador, moderador o simplemente obstructor de las minorías, y obráis/ por consiguiente, a nombre y representación de una gran fuerza política, que cuenta con el apoyo de la mayoría popular, pero que es observada con desconfianza, recelo u hostilidad por los grupos adversa­ rios, colocados deliberadamente al margen de la actividad parlamenta­ ria. Es cierto, sí, que tenéis una representación política parcial otorga­ da por los votos de determinado partido. Pero al jurar cumplir vuestro mandato estáis representando a la Nación entera, y en ella, a las mino­ rías que se abstuvieron en el debate electoral, y cuyos derechos, prerro­ 9

gativas ciudadanas y valor de sus opiniones, están confiados a la manera como vosotros entendáis el deber de legisladores de Colombia. Por sus características, el Congreso de 1935 es un cuerpo constitu­ yente, por cuanto antes de que cese vuestra investidura habrá corrido el tiempo que determina la Constitución para adoptar cualquier reforma de su organismo jurídico. La ausencia de la Representación conservado­ ra os deja libre el campo para examinar, discutir, modificar cualquier disposición constitucional que a juicio vuestro esté dificultando la evo­ lución de algunas concepciones jurídicas, entrabando los propósitos re­ novadores del liberalismo, embarazando la Administración Pública, ha­ ciendo estéril o difícil la acción de la justicia, complicando el juego de los Poderes Públicos, retardando el progreso colectivo, causando algún mal a los intereses de los compatriotas cuya vigilancia nos está enco­ mendada. Podéis también formar cuerpos de leyes armónicas; derogar, sin resistencia alguna, aquellas que creó un interés político que ha deja­ do de existir; revisar todo el caótico conjunto de disposiciones que cho­ can entre sí, que se repiten innecesariamente, que entorpecen la marcha de los negocios generales o québrantan la prosperidad de los privados. Está en vuestras manos establecer la justicia social, previniendo los roces y conflictos que un futuro más industrial y activo de nuestra economía provocará en las relaciones del capital y el trabajo. No hay nada que es­ cape ahora a vuestra jurisdicción o que no podáis realizar a cabalidad. El país entero está confiado discrecionalmente a vuestra sabiduría, y no creo equivocarme al aseguraros que jamás asamblea alguna en la historia colombiana tuvo más poderes, mejor ambiente, más facilidad para hacer la grandeza patria, que el Congreso que ahora comienza sus sesiones ba­ jo la celosa mirada del pueblo. Ha predominado a través de nuestra existencia un criterio de arbi­ trariedad, de actualidad oportunista, cuando se han dictado las normas fundamentales que deben regular la acción pública, y no es difícil ob­ servar que la mayor parte de nuestros cuerpos constituyentes se reunie­ ron siempre bajo presiones circunstanciales que dieron lugar a los gran­ des yerros y deliberadas injusticias que han dividido la opinión del país, precipitándola de una revolución a otra, de una oligarquía civil a la dictadura militar, de la revuelta a la represión legalista, de la violen­ cia a la organización sistemática del fraude y la mentira democrática. Unas veces los constituyentes buscaban la debilidad del Poder Ejecutivo por temor a la dictadura, encamada ya en algún caudillo ilustre; otras estaban comprometidos a asegurar una hegemonía constitucional y por desgracia hay ejemplos de aquellas en que obraban bajo la coacción de un Poder Ejecutivo que les dictaba sus términos, que los reunía con fi­ nes premeditados o que colocaba sobre el templo de las leyes el dilema de someterse o dimitir del supuesto mandato del pueblo. En cambio, señores miembros del Congreso, el momento presente es incomparable en ventajas para el legislador que sólo busque el bienestar común. Per­ mitidme que haga un breve resumen de la situación política y social -

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que existe hoy, como una contribución al estudio que habréis de ade­ lantar vosotros antes de comenzar el desempeño de vuestra soberana misión. En 1929 se inició un movimiento popular contra el régimen im­ perante en el país, movimiento anticonservador, al cual sirvió de cabeza, de instrumento de lucha, de motor sentimental el liberalismo, partido que había perdido el Poder en 1885, después de una guerra civil en la que se comprometió contra el gobernante liberal, doctor Rafael Núñez, en defensa de la Constitución expedida en Rionegro después de la revolución triunfante del General Mosquera. Apoyado y cercado por el conservatismo, el Presidente Núñez fue el agente, como había sido el iniciador, del movimiento centralista y autoritario que quedó consig­ nado en la Constitución de 1886. Pero este Estatuto que dictaron los hombres más lúcidos, brillantes y representativos del partido conser­ vador, fue _más allá dé las aspiración general de orden y unidad que se sentía en la República como consecuencia de la tumultuosa libertad establecida en Rionegro contra el peligro de la dictadura militar. Fue una Constitución de predominio, de hegemonía rígidamente presi­ dencial, para entregar el cóntrol del organismo político y administra­ tivo, sin. exceptuar el Poder Judicial, a un partido, representado por un hombre de partido. Prevaleció así el mismo concepto circunstancial y limitado de los constituyentes de Rionegro, y el mismo de los legisla­ dores de la etapa política de pugna entre bolivianos y santanderistas. Derrotado el liberalismo en la guerra civil, intentó todavía dos revueltas contra el régimen conservador; pero la máquina del Poder que se había inaugurado en el 86 era demasiado fuerte, y la oposición aca­ bó por resignarse a la más subordinada situación que haya tenido una colectividad política influyente. El Poder Ejecutivo omnímodo, el Le­ gislativo integrado en su totalidad por los miembros de la hegemonía, o con muy pequeña participación predeterminada de parlamentarios liberales, el Judicial en manos de la casta dominante y las elecciones ajustadas a leyes que decretaban la minoría permanente de la oposi­ ción, fueron modelando en el partido liberal, cruelmente sacudido por las revoluciones, un complejo de inferioridad que las generaciones veni­ das a la vida pública después de la guerra aceptaron y reforzaron. Sólo el golpe de la crisis económica, que en toda la América produjo convul­ siones y trastornos; el cansancio del país con los hombres y los errores que debía soportar sin otra alternativa que el regreso al campamento, la necesidad de un cambio que comenzaba a sentirse con la misma intensi­ dad en los sectores populares del conservatismo y del liberalismo, pudie­ ron formar una atmósfera propicia al movimiento que llevó al triunfo la candidatura presidencial del doctor Enrique Olaya Herrera en febrero de 1930, y la aceptación de ese hecho por quienes ejercían el Poder. -

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La política seguida por el anterior Presidente, de conformidad con sus compromisos, no fue liberal, sino de concentración de partidos, y dio por resultado que se aplazara por espacio de cuatro años la sensa­ ción de victoria y derrota que correspondía a cada una de nuestras dos grandes colectividades políticas dentro de su pugna tradicional. El conservatismo entero, en un principio, y más tarde un sector de este parti­ do,.tuvo participación en el Gobierno, y más que participación, una de­ cisiva influencia sobre los negocios públicos. Desde la iniciación de la campaña presidencial y en su discurso de posesión, el doctor Olaya He­ rrera advirtió, su deseo de que no se modificara el Estatuto de 1886 y, por otra parte, hasta el fin de su período presidencial contó el partido conservador con una^mayoría en las Cámaras Legislativas para negar cualquier modificación que hubiera sido presentada. Mi posición ante la opinión pública es bien diferente: yo recibí la Presidencia de la Repú­ blica con el compromiso de renovar las instituciones que fueran moldes insuficientes para una nación más desarrollada y compleja; de gobernar a nombre y en representación de un partido político; de examinar sin prevención alguna todos los problemas nacionales que hubieran sido motivo de diferencia entre las corrientes antagónicas, procurando re­ solverlas por apelación constante al plebiscito de las mayorías naciona­ les. No he adquirido ningún compromiso que me obligue a no estimular el estudio de reformas de la Constitución o de la ley. Y, por el contra­ rio, desde el Congreso anterior, el Poder Ejecutivo ha querido actuar como iniciador y colegislador en reformas del régimen de propiedad privada, de la organización del Poder Judicial y otras que ha considera­ do oportunas y convenientes. No existe, pues, en este caso el más grande obstáculo que se registra en nuestra historia institucional. El Poder Ejecutivo ve con simpatía cualquier estudio serio, ordenado, ar/mónico con la realidad colombiana, de las reformas que sea convenien­ te introducir a la Carta de 1886. Tampoco se os oculta que el Poder Ejecutivo no es ahora una ame­ naza de presión para quienes quieran renovar las bases de las relaciones entre los Poderes Públicos, y que existe una situación de tranquilidad política que no puede conducir al legislador a cometer deliberadamente errores, con el propósito de salvar resistencias o evitar peligros latentes o próximos. Ni. siquiera los Actos legislativos de 1910 tuvieron por este aspecto mejor cuna, porque aunque animaba a los miembros de la Asamblea Legislativa un generoso espíritu civil, republicano y democrá­ tico, es lo cierto que luchaban en ella con sorda vehemencia intereses políticos en crisis; y se resentía el clima nacionaLde los recientes atro­ pellos y abusos de una dictadura, para que pudieran legislar sin esa esen­ cial preocupación. Hoy no. Cualquiera de vosotros tiene completa auto­ nomía intelectual para proponer leyes o reformas constitucionales sin otras limitaciones que las que le imponga 1^ mayoría parlamentaria. El Gobierno quiere ser, más que nunca, colegislador; pero no para lograr su voluntad coactivamente, sino para discutir con vosotros todos los -

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problemas nacionales y las soluciones que tengáis para ellos. Los pro­ yectos que presente a vuestro estudio no implícárán para el Congreso obligación distinta de la de cortesía para con el Poder Ejecutivo y no serán, ni aspiran a ser más, que programas de traéajo, temas de análisis libre. De otro lado, el solo transcurso de estos cinco años ha sido sufi­ ciente para desplazar de las preocupaciones colombianas la impedimen­ ta de los conflictos de carácter filosófico y religioso que han abierto entre nuestros compatriotas las más crudas etapas de persecución, de violencia armada legal, de intolerancia y de odio. El acceso del libera­ lismo al Poder ha realizado la paradoja de devolver la tranquilidad a la conciencia· religiosa, porque ha bastado que desarrolle una política de respeto por las convicciones de todos los colombianos, para que ella sea acogida por los altos dignatarios de la Iglesia, hoy más que nunca retirados de la actividad política a la cual se vincularon por la in­ tolerancia del Poder Civil, unas veces ejercitada contra ellos, otras si­ mulando prestarles apoyo y defenderlos de peligros imaginarios. Recientes sucesos políticos han dado lugar a la valerosa afirmación por parte de las directivas conservadoras, de que el partido no es una secta confesional, aunque tenga entre sus programas primordiales la de­ fensa de la Iglesia Católica. Declaración que merece destacarse por ha­ ber sido hecha en tan difíciles circunstancias para el conservatismo,· que otra colectividad hubiera vacilado mucho en rehusar el apoyo espontá­ neo que algunos miembros del Clero parecían ofrecerle al permitir y estimular la organización de milicias católicas activas y dispuestas a in­ tervenir en la lucha política; y porque aleja la posibilidad de que, res­ petada esa Iglesia por el Poder Público, logren sus propósitos quienes pretenden satisfacer aspiraciones políticas o personales al amparo de sentimientos religiosos comunes a todos los colombianos. Múy precarias debieron ser las condiciones de la República y muy limitados sus negocios cuando se llegó a tales extremos en la lucha re­ ligiosa, en un país de unánime religión y religiosidad. Cuando volvemos los ojos a las matanzas y a la miseria que trajeron consigo las luchas entre los católicos nacionales, nos sorprendemos dé que ellas tuvieran tan frá­ gil base y que a ella hubiéramos sacrificado la prosperidad colombiana por un siglo. Frágil base, ciertamente, porque siendo la opinión colom­ biana católica, es muy fácil llegar a un acuerdo sobre las relaciones en­ tre quienes representan la Iglesia de Roma y el Poder Civil, sin que se rompa la armonía ni se quebrante en forma alguna la unidad católica de la Nación. Cuando el Clero nacional y el extranjero dejan de inter­ venir en la lucha política, ésta pierde —como ha principiado a perder­ lo ya entre nosotros— el amargo sabor pasional que le comunica el fanatismo, y se desenvuelve en cauces más libres, donde no se excluye a ningún ciudadano del supremo derecho de profesar la fe de sus ma­ yores, y no encuentra nadie al representante de la Iglesia de Cristo en la condición de ‘jefe político adversario. He aquí, señores miembros -1 3

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del Congreso, otro obstáculo que encontráis allanado, y cómo todos es­ peran de vosotros leyes que orienten la economía, que mejoren la Ad­ ministración Pública, que extiendan la educación popular, que garanti­ cen el trabajo y den seguridad al capital, pero sin que nadie tema que se repita la invasión de la ley sobre el fuero de la conciencia. Tampoco existe un agudo conflicto político capaz de desviar ei cri­ terio de un Congreso que quiera trabajar eficazmente por el bienestar común. Es verdad que estamos ahora ante una serie de hechos creados" por la política de abstención conservadora, que culmina en la ocupación por el liberalismo de las bancas que correspondían a la derecha en las Cámaras Legislativas y en las Asambleas Departamentales. Esta ocurrencia debiera haber producido en el país una intensa reacción, una conmoción extraordinaria, una inquietud general, de ser ciertas las bases que intentaron atribuirle quienes preconizaron y adelanteron la táctica de negar sistemáticamente todo concurso a la Repú­ blica liberal. Pero no creo engañarme al suponer que la opinión ha en­ tendido y apreciado los esfuerzos del Gobierno para evitar que el parti­ do conservador tomara determinaciones que lo obligaran a sustraerse de la acción política activa, y que no hay nadie que ignore que su situación actual no corresponde a las intenciones que el Presidente de la Repúbli­ ca, el Gobierno y el partido liberal han tenido con él. Es uno de mis principales propósitos realizar plenamente el movi­ miento de 1929, evitando las duras consecuencias de la reacción, y aun­ que toda lógica indica que una revolución no puede lograrse sin que se sacudan violentamente los intereses políticos o sociales que desmejoran de posición con cualquier cambio, los hechos han venido a contradecir én forma notable este principio mecánico de la política. La inquietud que se sentía en 1930 y que pareció calmarse aplazándose para 1934, ha ido desapareciendo a medida que se consolida el liberalismo en el Poder, y, lo que es más sorprendente, parece reducirse mientras menos serenidad guarda la oposición. A las invitaciones, primeramente disimu­ ladas, más tarde· turbulentas y constantes, que se han venido formulan­ do para desconocer en una u otra forma la autoridad, para hacer invivible la República, para agitar la sensibilidad colectiva y provocar dis­ turbios, responde la Nación con una tranquila expectativa, cada día más confiada en los procedimientos del régimen. El criterio que desea­ mos ver predominando gana fuerza en cuanto va siendo más comprendi­ do y la decepción que se manifestó en un principio porque el Gobierno no atacaba bruscamente los temas de nuestra controversia política tra­ dicional, se tom a en inteligente cooperación a los esfuerzos que desarro­ llamos en todos los campos para recuperar la normalidad, sobre la cual se puede construir un edificio más sólido y sencillo que el que pudiera lograrse sobre la movible violencia revolucionaria. Quisimos remover el terreno sobre el cual prosperó una democra­ cia equívoca, para hacer una auténtica democracia. Por esto el Gobierno ha dedicado la mayor parte de su tiempo en su primer año a la aplica­ _

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ción de ciertas normas esenciales en relación con el sufragio, y sepa­ rándose de todo cálculo de oportunidad o conveniencia de partido ha procurado que las elecciones sean la recta expresión de la voluntad po­ pular. Los resultados no son definitivos, ni podría jactarme de que no se haya cometido ningún delito en el proceso eleccionario, ya en la ex­ pedición de las cédulas, ya en el acto mismo de las votaciones, ya en los escrutinios parciales. Pero no creo incurrir en exageración al sostener que en ninguna otra época de nuestra historia se hizo un esfuerzo más perseverante y ambicioso por impedir que el ciudadano perdiera el de­ recho supremo de opinar sobre los destinos públicos. Aquí faltó tam­ bién al Gobierno la cooperación conservadora, porque fue decisivo fac­ tor de las dificultades de la cedulación el recelo que manifestaron los jefes de la derecha sobre las intenciones del Gobierno. Sus enardecidas reclamaciones, destinadas más a la propaganda política que a expresar la verdad de los hechos, y la consigna que pareció extenderse a lo largo del país de no dar crédito al Gobierno Nacional ni a sus agentes, y con­ siderar como una farsa el deseo de purificar el sufragio, logró, en no po­ cos casos, convencer aun a los mismos funcionarios subalternos del Po­ der Ejecutivo de que realmente podía existir el propósito de engañar a la oposición. Luchaba el Gobierno con las tradiciones de la República en todo lo que tenían ellas de más fuertes y corrompidas: contra el con­ cepto de que el fraude electoral no es un delito; que el hurto del voto no constituye un atentado contra la propiedad sino un meritorio ser­ vicio sectario; contra la creencia extendida —y muy fundada en otras épocas— de que uno es el pensamiento del Gobierno que se propaga públicamente y otro el que sólo se conoce por las circulares privadas, confidenciales o secretas. El conservatismo no supo prestar ayuda al Gobierno en esta pugna con la tradición nacional, tal vez porque no le sobraba autoridad moral para constituirse en abanderado de la pureza del sufragio. Con todo, si hubiera decidido concurrir a las elecciones, como lo quería el Gobierno, como lo quiso el partido liberal, sus repre­ sentantes estarían con vosotros librando la última jornada contra el fraude, la que se debe librar en las leyes mismas, para que no subsistan algunas extravagantes concepciones jurídicas que, como el Poder Electoral de composición política, son las causas principales de este género de delitos. Prefirió el partido conservador la abstención y la pro­ testa, como había preferido ya la abstención cuando le ofrecí tres Carteras en el Despacho Ejecutivo, como prefirió abstenerse de tener representación en las agencias departamentales del Poder Ejecutivo, como prefirió no cooperar en las ocasiones en que el Gobierno creyó conveniente acudir a la ilustración y criterio de prominentes hombres de la derecha para el desempeño de importantes cargos administrativos y diplomáticos. Pero debe tener alguna explicación el fenómeno de que el país esté tranquilo a pesar de la actitud oposicionista, la más violenta, ilimi­ tada y probablemente más ligera de los últimos tiempos. En el curso -

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de un año un partido que hasta ayer era el Gobierno, el Clero, la Justi­ cia, el Ejército, la representación popular, es decir, la más completa síntesis del Poder absoluto, deja de serlo y se sustrae sistemáticamente a toda actividad pública distinta de la agitación. En ese mismo año el liberalismo, considerado como la demagógica y turbulenta expresión de la incapacidad para el Gobierno, adquiere todas las posiciones, conquistándolas en las urnas o por cesión de sus adversarios. A pesar de la explicable1imprepai ación de muchos de sus hombres, y de que ellos mismos la confiesan cándidamente, del temperamento, de la vo­ cación oposicionista del partido, que llega al Poder después de cuaren­ ta y cinco años de combatir; de las dificultades de todo género que se acumulan espontáneamente ante el Gobierno, y las que le arrojan a su paso los conductores de la extrema derecha y la extrema izquierda; a pesar de que el criterio del Poder Ejecutivo afecta intereses de muy di­ verso orden, conmueve privilegios establecidos por largo tiempo y esti­ mula la libertad de opinión sin reserva alguna; a pesar de que el país se siente, autorizado a analizar todos sus problemas, cada día aumenta la sensación de seguridad en la nueva fuerza política que predomina, se disuelven nuevos obstáculos y se comienza a mirar el porvenir de la Na­ ción con más certidumbre. Ved, señores del Congreso, cómo los problemas políticos que te­ néis ante vosotros carecen de entidad conflictiva, y cómo está en vues­ tras manos resolverlos, disminuirlos o agigantarlos en la proporción que vosotros mismos queráis. Debo insistir, sí, en el conjunto de circunstan­ cias favorables que rodean la iniciación de vuestras labores para que po­ dáis estudiar los hechos nacionales o los fenómenos jurídicos, y adaptar los últimos a los primeros sin temor de que el Gobierno ejerza sobre vo­ sotros coacción, sin inquietud por el futuro del partido de Gobierno, respaldado por una mayoría considerable, sin recelo por acontecimien­ tos políticos extraordinarios, sin preocupación inmediata por la suce­ sión presidencial, sin conflicto religioso y sin una inquietud social o eco­ nómica que perturbe vuestras deliberaciones. ¡Cuán distinta sería la suerte de la República si los Congresos y Asambleas que le dieron en otras épocas normas constituyentes hubiesen tenido una atmósfera se­ mejante a aquella en que habrá de desarrollarse vuestra actividad! Qui­ zás guardaríamos una tradición de disposiciones constitucionales seve­ ramente seguidas, más respetadas por todos, menos reglamentarias y concretas, pero asentadas en una jurisprudencia seria, que no tuviera como la nuestra, un ejemplo para cada interpretación, varias interpre­ taciones para cada caso, y antecedentes para sostener cualquier tesis, cuando se busca un acomodo momentáneo de la ley fundamental a la realidad transitoria. Si no hubieran tenido los legisladores tal cúmulo de preocupacio­ nes inmediatas y de interés políticos de efímera actualidad cuando dis­ cutían los principios sobre los cuales debía organizarse la Nación co­ -

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lombiana, habríamos tenido más paz, menos revoluciones leguleyas. Si no se hubieran sentado a la mesa de las deliberaciones los miembros de los partidos victoriosos con sed de radicales transformaciones inútiles y de arrasar todo lo que dejaron los vencidos, aunque se demostrara palpablemente su bondad en la práctica, no habría fluctuado Colombia entre la revuelta y la reacción con tánta violencia, desarticulándose y empobreciéndose. La forma como ha llegado el liberalismo al Poder y la situación en que lo encontráis en él, os permite, señores miembros del Congreso, ser ecuánimes y justos, y mirar solamente al interés de todos vuestros compatriotas. Si se me solicitara una fórmula de trabajo para emprender el estu­ dio de las condiciones actuales de la nación, yo la daría en una sola pa­ labra: simplificar. Hace tiempo vengo expresando el temor de que padezcan los problemas nacionales de una deformación que no está en ellos mismos sino en la complejidad intelectual que solemos aplicar a su examen. Al repasar los documentos oficiales de nuestra £tapa repu­ blicana, desde las proclamas y discursos de Bolívar hasta nuestros días, los mensajes, memorias, anales parlamentarios y escritos de hombres ilustres, se sorprende el ciudadano de hoy al ver cómo desde que nació la República existía un concepto general muy claro sobre las necesida­ des más imperiosas de su desarrollo, y cómo las preocupaciones de en­ tonces apenas eran diferentes de las contemporáneas. Así se tratara de la federación o del centralismo; del régimen liberal, que dejaba técnica­ mente a la iniciativa privada la misión de desenvolver el progreso, o de la república autoritaria, que trasladaba al Estado buena parte de esa misión, cada vez que un nuevo Presidente entraba a ejercer sus funcio­ nes volvía los ojos a los mismos negocios y los analizaba con idéntico criterio que el de sus antecesores. Todos coincidieron siempre en abo­ minar de las revueltas que ensangrentaban y empobrecían la Patria; en admirar lá independencia de los tres Poderes Públicos; en propugnar por el desarrollo de vías de comercio hacia el Exterior; en desear un mejo­ ramiento de las precarias condiciones de la educación nacional; en pre­ conizar las excelencias de los gobiernos imparciales, justos y democráti­ cos; en exaltar la urgencia de dar al trabajador más derecho a participar de las pocas ventajas de la civilización colombiana. Las leyes innumera­ bles que se han dictado desde 1810 tienen todas una intención pareci­ da y se basan en las mismas aspiraciones generales. Pero alrededor de estas tesis orgánicas y ante la persistencia de las necesidades que en ellas se estudiaban, creció la fronda literaria y filosófica de un país de argu­ mentadores, y aplicamos a nuestros sencillos problemas colombianos las más audaces innovaciones que el activo pensamiento de Europa conce­ bía para conflictos de asombrosa complejidad. El liberalismo del 48 es el caso típico de la fronda intelectual sobre problemas sencillos. Cuando llega al Poder el olimpo radical, ya célebre -

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por sus campañas periodísticas y la seducción de su ideología, después 'de consignar en la Carta del 63 una utópica idea del Estado sin iniciati­ vas ni poderes —débil espectador del trabajo privado—, el doctor Murillo Toro toma posesión de la Presidencia anunciando que es preciso cons­ truir ferrocarriles y telégrafos, que la empresa particular no podría llevar a cabo. También el radicalismo se desvela por educar al pueblo, por crear normales y escuelas de enseñanza primaria, por agrandar la función del Estado, pero sin abandonar la teoría que más tarde iría a defender en los campos de batalla contra el pensamiento centralista y la tendencia estatal de Núñez. En nuestros tiempos el llamado problema educativo ha tenido tal cantidad de comentadores, apóstoles, místicos y reformadores que ya resulta tan trivial como poco técnico sostener que se necesitan escuelas y maestros para dar instrucción a todos los que no la tienen, en un pue­ blo de abrumadora proporción de analfabetas. Es la tendencia nacional a complicar, que nace, en mi opinión, de la inclinación a dar giros deli­ rantes en el camino de la idea a la realidad, por el temor de comprome­ terse en una realización discutible. El pueblo no se ha dejado engañar, sin embargo, en las especulaciones mentales de sus directores, y guarda la memoria de los que impulsaron en alguna forma su progreso mate­ rial, intelectual o moral, sin conservar siquiera el recuerdo de los filóso­ fos que le han dado nuevas y extravagantes explicaciones sobre los fe­ nómenos colombianos. Probablemente la insuficiencia de mis conocimientos me lleva a mirar con más sencillez que muchos de mis compatriotas el caso nues­ tro. Tuve ocasión de decir al Congreso pasado, al tomar posesión del alto cargo que ocupo, que en mi concepto padecíamos una crisis gene­ ral de preparación técnica que no nos permitía explotar a conciencia y económicamente las riquezas nacionales. No existe otra causa de atra­ so, no hay ninguna razón distinta para que no hayamos ejercido domi­ nio sobre vastísimos territorios, para que hayamos entregado casi todas nuestras fuentes industriales al capital extranjero, para que toda empre­ sa que prospera espontáneamente entre nosotros acabe por caer bajo el control de elementos humanos más hábiles y extraños. La Universidad es en Colombia una represa para desviar del cauce normal de nuestra actividad a las inteligencias mejor dotadas, impulsán­ dolas por caminos en donde van a sufrir los choques de una abrumadora competencia, y en donde sus energías no dan todo el rendimiento que requiere el país. La fábrica de doctores viene creando una aristocracia intelectual paupérrima, que luego se desborda sobre la administración pública, buscando subvención especial, o complicando la política con sus aspiraciones impetuosas. Mientras tanto se desprecia la educación técnica, llamada despectivamente oficio, y por cada dos o tres mil doc­ tores que proveen las facultades universitarias anualmente, no se da a las industrias, a la agricultura, a la mecánica,, un experto químico, un or­ ganizador de empresas, un constructor de maquinaria o siquiera un buen reparador.

Para quienes no son doctores y pertenecen a una clase de cierto li­ naje se abre otra ruta que, por conocida, repasada y protegida por las instituciones de crédito particular y las leyes aduaneras, les permite vi­ vir sin mayores complicaciones, sin derroche de energías intelectuales y haciendo pingües ganancias: el comercio. Los capitales que en otras partes dei mundo se comprometen en la agricultura, en la industria, en la minería, entre nosotros se acumulan con timidez en el comercio de importación, o se aplican al negocio de la ganadería, que ofrece pocos peligros y demanda escaso esfuerzo personal. Desde luego, se exige al uno y al otro rendimientos cuantiosos que basten para los lujos de una casta rica, de elevada representación social, de grandes gastos, y el con­ sumidor de productos extranjeros tiene que contribuir al prestigio y poder del comerciante, en idéntica medida a como lo hacía cuando sólo personas bien dotadas de energía emprendían la aventura de importar mercancías, por los peores caminos, con muchos riesgos y cuantiosas in­ versiones. Mientras derivan el capitalista y la clase media, buscando la línea de menor resistencia, hacia el empleo público, el comercio y^la ganade­ ría, muchas fuentes de prosperidad privada y pública están cerradas por falta de capitales y de técnicos. En primer término, la agricultura, que lanzada sistemáticamente por la producción única del café, abandonó otros renglones que deberían estar llenando necesidades urgentes del consumo doméstico. Al lado de la industria cafetera de exportación, cuyo control salió ya de manos colombianas, hay muchas otras explo­ taciones agrícolas de consumo en el mercado interno, cuyo déficit re­ carga todavía fuertemente nuestra balanza de pagos internacionales. Pe­ ro por sobre esto hay el peso muerto de varios millones de colombianos que podrían incorporarse al movimiento económico en esta clase de empresas primero como productores y también como consumidores activos, que hoy viven en las condiciones más precarias, casi desnudos, sin calzado, alimentados deficientemente de lo muy poco que produce una parcela mal cultivada; compatriotas que podrían vincularse a una intensa explotación del suelo en diversas producciones y que, al ampliar su capacidad para producir y consumir, darían vigor a todas nuestras industrias. ¿Qué está impidiendo éste que debería ser el normal desarrollo de la economía nacional? ¿Por qué continúan sin trabajo remunerador y sin consumo suficiente esos millones de colombianos? ¿Está bien que ello ocurra así, y es inmodificable esa situación? ¿Debe resignarse la Nación a que la mayor parte de sus pobladores sean tributarios del al­ cohol oficial? Yo creo que no. En mi opinión, hay que emplear los resortes del Estado que conduzcan a una nueva política, abandonando tanta empresa ilusoria, tánta especulación inútil, tánta teoría y tánta concepción imaginativa. Ante todo considero que es preciso dar una dirección nueva al crédito, forzándolo, en una vasta experiencia de intervención moderada del Estado, a servir de instrumento de una ten­ -

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dencia económica semejante. La tradición, o mejor, la rutina de los establecimientos de crédito privado y aun de cajas de crédito naciona­ les, no se podrá desviar por meras insinuaciones, ni se romperá sola pa­ ra aventurarse a proteger nuevos renglones de producción que no pa­ recen bien conocidos. Han sido necesarios muchos años para que nues­ tros bancos apoyen eficazmente al cultivador de café, y ahora vacilan en intervenir en favor de otros trabajadores agrícolas, cuando ya el país se halla extensamente comprometido en la producción de ese gra­ no. Mas la defensa aduanera contra la invasión de productos agríco­ las abre muchas perspectivas, y probablemente si el Estado ofrece el auxilio de sus facilidades a particulares que estudien y ensayen nuevas líneas de producción; si favorece los redescuentos de los bancos que secunden su política agraria; si protege al jornalero de una explotación que lo imposibilite para constituirse en un buen consumidor; si impul­ sa, procurando abaratar las manufacturas nacionales, para ponerlas al alcance del obrero y del campesino y al mismo tiempo democratiza el crédito hasta llevarlo al campesino asalariado y el pequeño agricul­ tor; si estimula al comercio en pequeña escala, que soporta hoy la competencia de la clase comercial accionista de bancos, al correr de muy pocos años provocaríamos una actividad económica que explo­ taría con provecho el mercado interno y colocaría a la República en aptitud de asegurar un mayor bienestar a sus habitantes. Poner en ac­ ción a los consumidores dándoles trabajo constante y bien pagado y productos baratos, es levantar el nivel de vida del pueblo y abrir un vasto campo de desarrollo a las industrias que hoy tienen su radio li­ mitado a una clase económica minoritaria reducida, no excesivamente rica, y, lo que es peor, poco ambiciosa. Pero todas nuestras empresas necesitan un conjunto de trabaja­ dores especializados que no existe en el país. Los promotores, orga­ nizadores y directores de ellas carecen generalmente de conocimien­ tos técnicos que no suelen adquirir sino a costa de experiencias fra­ casadas y ruinosas. Faltan químicos industriales, directores de taller, mecánicos, agrónomos, y no tenemos institutos que estén tratando de prepararlos. Las facultades universitarias producen abogados, doc­ tores en· filosofía y ciencias sociales, médicos, ingenieros y dentistas. Y esto no es suficiente. La Universidad colombiana deberá preocu­ parse muchos años por ser una escuela de trabajo más que una acade­ mia de ciencias. Es urgente ponernos al día en el manejo elemental de una civilización importada, cuyos recursos ignoramos y cuyos ins­ trumentos escapan a nuestro dominio. Mientras ello no ocurra no habrá autonomía nacional, no habrá independencia económica, no habrá soberanía. He aquí a grandes rasgos, que el Gobierno concreta­ rá en proyectos de ley, una serie de reformas sustanciales que yo os propongo, señores del Congreso, si estáis de acuerdo con las observa­ ciones que he tenido el honor de exponeros.

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Pocas cosas podrían despertar más mi interés, señores miembros del Congreso, que el examen de la conformación actual de la Adminis­ tración Pública, para disponer que sus servicios se coordinen en una forma más científica y económica. Yo quisiera que el Congreso orde­ nara practicar inmediatamente una cuidadosa investigación en todos los organismos del Estado, encaminada a simplificar su funcionamien­ to, a hacerlo menos costoso, a determinar concretamente su misión. Sobraría advertiros que en el deseo de presentaros las principales características de la Administración, cuya estructura defectuosa sobre­ vive después de 1930, no alienta propósito alguno de requisitoria políti­ ca. La reforma administrativa en que debiéramos estar empeñados no acusa sensibles progresos. El Presidente Olaya logró dar a las funciones del Estado mayor actividad y eficacia, reduciendo notablemente su cos­ to, en las escasas épocas de normalidad que le tocaron en suerte. Pero debió afrontar situaciones internas e internacionales de gravedad excep­ cional, y, sometido por ellas a las contingencias de una improvisación permanente, no tuvo oportunidad de ensayar la sistemática sustitución de los arcaicos métodos administrativos, que han prevalecido hasta aho­ ra, en pugna con las nuevas necesidades del pueblo y del Gobierno. El hombre de Estado, o, para emplear un término menos presun­ tuoso, el político colombiano, es improvisador e intuitivo involuntaria­ mente. Hay poca justicia en reprocharle su ligereza, y sus mismos erro­ res deberían ser disculpados, considerando los elementos de que dispo­ ne para trabajar con buen éxito. Sus movimientos no obedecen a nin­ gún principio metódico; y no por falta de capacidad para estudiar los negocios públicos, sino por la imposibilidad de hacerlo con los instru­ mentos que tiene a su disposición el Estado. La realidad colombiana no está nunca ante los dirigentes del país reducida a cifras, concretada en monografías, expuesta en estadísticas. El político, pues, está forzado a proceder por tanteos, adivinando las reacciones que producirán los ac­ tos de gobierno, o dejándolas que se muestren abiertamente para cana­ lizarlas y orientarlas. Lo mismo los miembros del Poder Legislativo que los funcionarios del Ejecutivo desconocen, no ya el detalle, sino las líneas generales de la actividad nacional y las circunstancias en que se desarrolla la vida de sus compatriotas. Carecen de antecedentes históri­ cos sobre el curso de determinados factores económicos y sociales, y el conjunto de informaciones actuales no está recogido con un criterio de utilidad, ni distribuido convenientemente. Como punto de partida y comprobación de estos hechos bastaría observar que no existe un censo que nos permita saber con exactitud cuál es el número y condición de los millones de habitantes del territo­ rio patrio. En los cálculos oficiales hay que guiarse por aproximación sobre las cifras de 1918, cuya autenticidad no está garantizada, porque nadie ignora las resistencias que se presentaron al empadronamiento na­ cional, haciéndolo sospechoso a los ojos del legislador. Como conse­ cuencia de esta que pudiéramos llamar falta original, no tenemos datos -2 1

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fidedignos sobre producción y consumos en determinando momento; no podemos establecer la proporción de las razas y mezclas de la pobla­ ción, ni el nivel-tipo de vida de los colombianos; no estamos en condi­ ción de organizar técnicamente el servicio militar, ni sabemos cuántos esfuerzos y dinero se deberían emplear para hacer obligatoria la instruc­ ción pública; las vías de comunicación se desenvuelven al vaivén de la política parlamentaria, y por lo general son aventuras fiscales sin presu­ puesto fijo, que no consultan la capacidad económica de las regiones que se quisiera desarrollar; las industrias prosperan o perecen sin cono­ cer una explotación científica; la agricultura es una lotería ruinosa, y toda nueva empresa privada o pública de algunas proporciones, un jue­ go de azar sobre un país desconocido, donde el hombre se defiende de las fuerzas naturales con tan pocos auxilios y recursos como en la épo­ ca de la Colonia, sin aprovechar ninguno de los instrumentos que la ci' vilización contemporánea ha puesto a su servicio, para hacerlo más dueño de su suerte y capaz de determinar el rumbo de su propia exis­ tencia. El desorden administrativo es a la vez origen y consecuencia de ciertas fallas fundamentales. No ignoráis vosotros que no existen es­ tadísticas y archivos que merezcan tal nombre en los Despachos del Poder Ejecutivo; ni que el Congreso carece también de un cuerpo per­ manente de recopilación de informaciones y de preparación de los tra­ bajos que han de considerar los representantes del pueblo. En estas condiciones se dictan muchas leyes empíricas, cuyo peso recae sobre el Gobierno, cuando, al reglamentarlas y ponerlas en vigor, tropieza con dificultades superiores a las que tenéis vosotros para acercaros a la rea­ lidad. El colombiano es probablemente el último hombre civilizado que no tiene funciones de relación con el Estado si no las persigue espontá­ neamente. Puede burlar y burla las leyes con deliberación o por igno­ rancia. El Estado no tiene conocimiento —aunque otra cosa disponga la ley— del nacimiento, los actos civiles y la muerte de los ciudadanos; y solamente el ser Colombia todavía una nación poco poblada, garantiza en alguna forma la vigilancia y castigo de los criminales y conculcadores del derecho. Comprenderéis cómo resulta de difícil mantener el orden en un tan vasto país y hacer cumplir la voluntad de los legisladores don­ de el individuo no deja huella alguna de su conducta lícita o ilícita, sino en excepcionales casós y por especiales circunstancias. Puede decirse que el Gobierno ejerce su autoridad, aunque deficientemente, en una cuarta parte del territorio más poblado, pero escapa a su control el res­ to de la República, abandonada a la buena índole de los habitantes y sujeta a normas primitivas. La morosidad e inexactitud con que funcionan los organismos ofi­ ciales es particularmente alarmante cuando se aplica a las relaciones exteriores, convertidas por el progreso de las comunicaciones en com­ plejos negocios de intercambio económico, que siguen un proceso muy 22

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distinto del tradicional movimiento diplomático. Alrededor del ochenta por ciento de los asuntos que se ventilan en el Ministerio de Relaciones son de carácter comercial y se rozan con las facilidades o tropiezos que encuentran nuestros productos en el Exterior o con la importación de los extranjeros á Colombia. Desde que terminó la guerra europea, las principales potencias consumidoras de materias primas y de frutos tro­ picales, vienen estimulando la producción de las colonias y conviniendo cláusulas de compensación con diversos países, o cerrándoles sus adua­ nas. No estamos seguros de poder defendernos eficazmente con una po­ lítica de reciprocidad, porque no tenemos el control inteligente sobre ese movimiento comercial que se realiza como una función orgánica, que no deja rastro fijo en los registros oficiales. Y no será impertinente deciros que a pesar del interés y cooperación que se han prestado entre sí diversas oficinas públicas, no ha sido posible establecer en los últimos años el estado de la balanza internacional de pagos. Seguramente ha­ bréis observado que las cifras que se han dado a la publicidad no coinci­ den en sus renglones esenciales. Pero en lo que se refiere a la Hacienda Pública falla con más nota­ bles perjuicios la organización administrativa actual. El cuantioso volu­ men de intereses que se afectan con una resolución o decreto del Minis­ terio de Hacienda obliga a éste a obrar con una muy completa informa­ ción sobre las circunstancias económicas y sociales, y se aumentan las tribulaciones del gobernante cuando no puede determinar su criterio o dirigir su política con la certidumbre que le daría el análisis de las esta­ dísticas. La reforma tributaria que este Gobierno ha presentado a la discu­ sión pública no tiene resistencias en la conciencia ciudadana, que acep­ ta la necesidad -de hacer una más justa distribución de las cargas públi­ cas, sino en el hecho elemental de que apenas existe una organización capaz de cobrar los tributos indirectos sobre el consumo, y a la cual es­ capan los contribuyentes dueños del capital, la tierra, las herramientas de trabajó y la influencia política y social. La defensa nacional sufre asimismo las consecuencias de una pro­ longada ausencia de criterio investigador sobre las condiciones del país. El Estado Mayor, órgano natural de la preparación dentro de la paz pa­ ra cualquier emergencia bélica, no está todo lo informado que debiera sobre la capacidad humana de Colombia. Como la inmensa mayoría de los ciudadanos no ha definido su situación militar, ignora el volumen del contingente con que cuenta. Durante la última movilización pudo verse cómo el colombiano no tiene noticia alguna sobre cuál es su papel y su deber cuando la Nación lo llama bajo banderas. Pero la acción oficial se dificulta o se anula todavía más cuando busca beneficiar las industrias o la agricultura, donde la empresa priva­ da se mueve sin una orientación técnica y está expuesta a los azares de mercados cuya capacidad no podría apreciar sino por medio de estadís­ ticas desinteresadas y seguras, como deberían ser las que suministrara -

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el Gobierno. Nuestras industrias son el producto de un esfuerzo casi he­ roico, y la adaptación de ellas a circunstancias económicas, financieras y legales que varían frecuentemente, significa una pérdida de energía y de dinero que desalienta la iniciativa nacional y da cierto valor de ver­ dad al decepcionado epigrama de que nadie trabaja impunemente en Colombia. El promotor no tiene bases seguras para obrar, y generalmen­ te se aventura a organizar sus empresas corriendo el riesgo de que su buen éxito estimule una competencia ruinosa, o de que tropiezos im­ previstos o una ley inconsulta destruyan sus proyectos en pleno desen­ volvimiento. El minero criollo sigue buscando las riquezas del subsuelo con la incertidumbre y el instinto que hizo célebre al guaquero primiti­ vo; pero se cuida bien de no solicitar el consejo oficial, porque sabe que el mapa geológico colombiano sólo es exacto cuando lo levanta el capi­ tal extranjero para uso de las compañías poderosas. El agricultor con­ temporáneo se diferencia muy poco del que roturaba la tierra supersti­ ciosamente en la época de la Colonia, guiándose por prejuicios ances­ trales y aplicando reglas empíricas, y soporta con estoicismo la violencia sin control de la ley de la oferta y la demanda, que en época de buena cosecha lo coloca ante un mercado febril de bajos precios, donde el competidor, acosado por sus acreedores, vende sin limitación, y en mal año le ofrece altos precios, que no retribuyen adecuadamente los gastos de la producción. En los últimos tiempos ha sido tema de especulaciones- y debates parlamentarios la intervención del Estado en las actividades privadas. Particularmente la joven izquierda se muestra partidaria de una intensa intervención, similar a la que aconseja el socialismo, como avance de un régimen colectivista, dentro de uno individualista. Con este breve relato de la incapacidad de la Administración Pública y sus principales defec­ tos, he querido contribuir con la experiencia de un año de Gobierno a esta discusión que se me antoja un poco prematura, por lo menos en los términos absolutos en que está planteada. Las grandes potencias industriales tienen un problema de límites, de jurisdicción entre las fuerzas de un poderoso capital privado y las de un organismo estatal no menos fuerte. Ese capital logra el dominio de ciertos resortes de la vida pública, especialmente el Parlamento, con agentes suyos que solicitan una libertad incondicional para su desarro­ llo, sus especulaciones, su expansión. Las clases obreras y campesinas logran que los partidos de izquierda lleven a las Cámaras Legislativas antagonistas del capital absorbente, que, para favorecer su crecimiento, encuentra trabas en las leyes sociales de protección al trabajador. Paso a paso el Estado ha venido a asumir la representación democrática de la lucha contra el capital, por ser también la única gran fuerza organizada independientemente del crédito bancario particular, de la actividad eco­ nómica individual. _

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Es natural que en tales términos se haya generalizado en el mundo la lucha de clases, y que ella se haya venido a situar precisamente en la capacidad o derecho del Estado a intervenir como competidor del capi­ tal o como regulador de las relaciones entre éste y el trabajo. Pero entre nosotros no ocurre exactamente lo mismo. La industria, manufacturera o agrícola, está, como lo habéis visto, desvalida, quebrantada por siglos de experiencias estériles y expuesta a oscilaciones naturales de la econo­ mía a las cuales se suma la periódica desvalorización de la moneda por causa de las guerras o las crisis fiscales. El Estado ha sido voluntaria o involuntariamente un perseguidor del capital, y ha encontrado el ins­ trumento mejor de esa persecución espontánea en el derecho de emitir, ejercido directa o indirectamente. Nadie rechaza entre nosotros la intervención oficial sino técnica­ mente, como principio, como teoría. En la práctica existe una clamo­ rosa exigencia de que el Estado intervenga en todo, dirija todo, regule todo, apoye todo. El capital pretende, en la mayor parte de los casos, que no puede luchar sin un permanente amparo del Estado, y el traba­ jador está descubriendo que sólo el Gobierno puede modificar las condiciones feudales a que está sometido, porque sólo el Góbierno tie­ ne los elementos para hacerse respetar y acatar de los capitalistas inescrupulosos. Otro es el carácter de nuestro problema. El Estado es intervencionista en Colombia, y así lo desea el país. Pero no tiene ma­ nera de intervenir eficazmente, porque la máquina administrativa está llena de deficiencias, porque carece de una tradición siquiera corta de investigación sobre las circunstancias nacionales, porque, en resumen, el Estado se encuentra ante éstas tan desorientado como el propio industrial, como el desamparado agricultor, como el solitario campesi­ no, como el oprimido obrero. Discutimos con demasiada frecuencia sobre hechos sin sentido. Dividimos la opinión sobre negocios en que está de acuerdo íntimamente, y no la encauzamos hacia los puntos neurálgicos de nuestras dolencias. La Constitución y las leyes de Colombia han creado un Estado intervencionista, y para nuestra fortuna parecen haber resuelto teó­ ricamente la gran disputa contemporánea. Los poderes públicos son jurídicamente omnipotentes, y sólo cabría examinar si la distribución que se ha hecho de sus facultades está acondicionada a un concepto democrático o no; si se debe reducir el sentido cesáreo de la Carta Fundamental, que acumula sobre el Presidente de la República respon­ sabilidades excesivas; si dotamos de más autonomía a ciertos Departa­ mentos oficiales, o centralizamos todavía más el poder en otros. Pero en lo económico y antes de que creciera la influencia del capital crio­ llo como para constituirse en un poder particular frente al Estado, lo tenemos sujeto a vigilancia, a inspección, a la ley dictada por los re­ presentantes del pueblo. Con la circunstancia favorable de que su su­ jeción es voluntaria y que todos los días reclama un apoyo contractual del Estado, que sólo se le otorga con cláusulas de dominio. -

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En cambio, el mecanismo estatal para desempeñar tan privilegia­ das funciones y prestar al esfuerzo privado un apoyo efectivo, es una miserable conjunción de debilidades. Y he aquí cómo se desplaza el problema hacia otro; si, pues, está el poder en el Estado, es preciso do­ tarlo de órganos para que lo ejerza vigorosamente, con ventaja para todos; si, pues, piden su ayuda el minero, el agricultor, el banquero, el industrial y el comerciante; si todo conflicto se desvía hacia la interven­ ción del Estado, solicitada por los intereses en pugna; si los colombia­ nos no quieren sino un Estado fuerte, capaz de orientar la vida econó­ mica del pueblo recta y seguramente, es otra la misión del Congreso, y éste debe estudiar la manera de convertir un instituto burocrático lento y deficiente en un órgano vigoroso de cooperación con el capital y el trabajador, de protección a la vida, honra y bienes de los asociados. Insensiblemente derivamos en este análisis de un problema a otro, porque la misma simplicidad de los términos en que están planteadas nuestras grandes cuestiones, las traba con lógica objetiva, las hace de­ pender unas de otras y permite observar el país sintéticamente por to­ dos sus aspectos sin caer en pretenciosa disertación. La opinión del pueblo que vosotros representáis en el Congreso es, como queda dicho, partidaria del intervencionismo en la práctica, aunque a veces reniegue de él en la teoría. El Estado carece de los órganos suficientes para ejer­ cer todas las facultades que ya tiene por la Constitución, y no podría comprometerse a recargar con nuevas funciones un servicio administra­ tivo tan defectuoso. Pero sucede que atravesamos una época de dilata­ ción de nuestras fronteras físicas, económicas, espirituales, y las exi­ gencias del pueblo se agolpan sobre la mesa de las deliberaciones del Gobierno y sobre las Cámaras Legislativas en forma perentoria, desorde­ nada y compleja. Yo no me atrevería a asegurar que ésta sea una época especial de transición, porque la experiencia política me ha enseñado cómo todos los Gobiernos se inclinan a suponer que contemplan situaciones parti­ cularmente transitorias, de paso, de traslado de fenómenos hacia otra etapa nueva, de donde resultan muchas de las contradicciones y errores del Poder. Me inclino a pensar más bien que todos los tiempos son de transición, y que a cada momento perece un hecho que creíamos inmodificable, aunque le sobreviva el concepto que lo acompañaba, para ser sustituido por otro, en un proceso continuo, en el cual el gobernante es tanto más eficaz cuanto mejor pueda seguir el ritmo y la velocidad del movimiento. Esta época de transición —si así la llamáramos— debió comenzar con sus actuales características a raíz de la última guerra civil, y es, si no me engaño, la adaptación de organismos coloniales, incompletos y rígi­ dos, a una civilización importada, que trajo consigo el capital extran­ jero, el desarrollo del crédito público *y particular, las vías de comunica­ ción, las grandes alternativas de los negocios, provocadas entre nosotros no tanto por la recupercusión de lo que ocurría en otras partes del -

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mundo, como por la diferencia de velocidad entre nuestra capacidad de asimilarnos a las nuevas circunstancias, y la del progreso en los países más desarrollados. Un tractor que trabaja sobre una vasta extensión de tierra laborable en Estados Unidos, va de acuerdo con la rapidez que re­ quiere la economía americana; pero trasladado a nuestros campos pro­ duce una descompensación entre su costo de operación y su rendimien­ to en nuestro medio físico y económico. El crédito interno, que cambió sus métodos seguros y lentos, precavidos y maliciosos, para reemplazar­ los, con ayuda del crédito exterior, por una actividad vertiginosa, se encontró en repentino desacuerdo con la capacidad de trabajo a que es­ tábamos acostumbrados. El agricultor o industrial, el comerciante o el empleado que se vieron acosados por las ofertas de dinero, derrocharon el exceso de crédito en satisfacer antiguas aspiraciones de mejoramien­ to. En las obras públicas, acometidas con gran precipitación, fue preciso ocupar un número extraordinario de brazos que se sustrajeron a la agri­ cultura, pagando jornales que permitieron a los obreros trabajar sólo tres días a la semana y dedicar el resto a gastar un salario que no corría parejas con la concepción de sus necesidades y cuya inversión no co­ rrespondía al deseo de elevar las condiciones de vida, propio de una ci­ vilización más uniforme y avanzada. Por fortuna, no ocurrieron en vano estos fenómenos. Cuando fla­ queó el crédito y la prosperidad financiera se vio quebrantada, cuando las comunicaciones tejieron una red casi completa, principió a producir­ se la actividad natural, retrasada, correspondiente a la época de activi­ dad artificial. Se ampliaron las perspectivas en todo sentido. Adonde llegó una carretera, la prensa o el radio, el movimiento comercial se intensificó y comenzaron a crearse intereses entre distritos vecinos, an­ tes aislados, a intercambiarse productos, a moverse gentes de todo el país, de uno a otro lado. Las obras públicas perdieron el carácter que tenían cuando la opinión aceptaba o se inclinaba a aceptar la tesis de la obra única, la única inversión del Estado, y el Congreso se insurrec­ cionó francamente contra ella, solicitando muchas vías, acueductos, re­ presas, caminos, aeródromos, que, por la vehemencia con que se recla­ maban, parecían corresponder a una necesidad urgente nacida de im­ proviso, y no a una necesidad secular, desconocida o abandonada hasta entonces. Y n,o hay, señores miembros del Congreso, ninguna petición irra­ zonada o absurda entre las muchas que se formulan, y si se atendiera únicamente a la justicia y oportunidad de las solicitudes, no habría ma­ nera de establecer una prelación equitativa. El pueblo necesita lo que está pidiendo. Los departamentos tienen razón al pedir auxilios para construir aeródromos, o para comunicarse con sus vecinos, o para em­ prender obras de riego -y electrificación. Los Municipios no pueden dejar de tener pavimentación, acueductos, escuelas, vías fáciles, merca­ dos, edificios públicos. Pero el Estado tiene que escoger entre estas demandas con un criterio de prelación económica o social, porque el -21

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Presupuesto de rentas nacionales no corresponde a las urgencias del desarrollo material de Colombia, y porque la mayor parte de las obras que deben ejecutarse no van a explotar con rendimiento seguro una economía ya constituida, sino a desarrollar nuestras potencialidades. Hay más: Colombia es por fin, a costa de muchos despilfarros y equivocaciones, que dejaron comprometido quién sabe por cuánto tiempo su crédito, una nación unitaria.. En diez años hemos precipita­ do una situación de atraso material y creado conflictos y aspiraciones que no existieron antes. Procediendo de acuerdo con nuestros impul­ sos, sin moderación alguna, agotamos para el porvenir inmediato los recursos del crédito interno y externo. Pero hemos logrado la unifica­ ción nacional con las comunicaciones férreas y automoviliarias que ponen al ciudadano de Nariño en tres días en la capital y en seis al otro lado de la frontera venezolana; y con las áreas, que reducen a horas los días de viaje sobre ruedas. Los mercados internos comien­ zan a abrirse a productos nacionales que vienen de regiones remotas a robustecer una economía propia, independiente de los frutos de ex­ portación, y que conserva un pulso regular a pesar de bajos precios del café, que en otras épocas habrían.determinado una bancarrota ge­ neral. El país comienza a descubrirse en toda su extensión. Principia­ mos a explorar regiones legendarias, abandonadas por siglos enteros, y a medida que cada una de ellas entra en explotación, se producen nuevos fenómenos en los mercados y en los precios —fracasos parcia­ les de'empresas montadas sobre una situación antigua— y un aumento paulatino de la prosperidad general. Dentro de pocos meses el Ministerio de Obras Públicas romperá la valla de la "Cordillera Oriental sacando de su aislamiento una vastí­ sima región, donde en los primeros'tiempos de la Colonia los Padres jesuítas desistieron de fundar un imperio misionero tan rico como el del Paraguay, por la falta de recursos para combatir enfermedades que una comunicación directa con Bogotá hará fácil extirpar en lo sucesivo. ¿Qué ocurrencias provocará en nuestra economía esa expansión territo­ rial? ¿Cómo se modificarán los precios de la tierra en la cordillera y en la altiplanicie? ¿Cómo se efectuará el mercado de carnes cuando el ganado llanero pueda venir, sin sufrir mermas de peso, de Villavicencio a Bogotá en Un día, en pie o en frigoríficos? Mas estos sucesos no son para el Estado una responsabilidad que concluya al entregar al pueblo nuevas tierras o nuevas industrias, sino que simultáneamente traen‘preocupaciones administrativas y gastos que el contribuyente no está dispuesto a recibir con la misma sensación de alegría. Cuando la carretera de Bogotá a Puerto Carreño nos permita re­ correr el llano oriental en automóvil, —cosa que acontecerá en el curso de dos años, si los cálculos del Gobierno np fallan—, exigiréis que esos mil kilómetros longitudinales se encuentren jalonados con la represen­ tación de la autoridad, con cajas de crédito, con escuelas y colegios, con -

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telégrafos y radio, con aeródromos y correo aéreo, con policía y ejérci­ to con navegación fluvial y estaciones experimentales de agricultura, con servicios eficaces para luchar contra las enfermedades endémicas o epidémicas, con jueces y notarios, con funcionarios que solucionen los conflictos de la propiedad y del trabajo; en una palabra, con todos los recursos del Estado interventor y protector. Y ninguna de las obligacio­ nes que tiene el Estado en el resto del país y que cumple con deficien­ cia, habrá dejado de existir; ni tampoco el clamor de los ciudadanos contra los impuestos y contra los gastos de la administración. Este breve ejemplo ilustra concretamente cuál es el grave problema de gobierno que estamos contemplando, y cómo quisiera yo que no es­ capara a vuestra sabiduría la fórmula para dar al Estado más y mejores instrumentos de'trabajo, más dinero, más capacidad para ayudar al de­ sarrollo brusco de una Nación que tiene el afán de ponerse al día con la civilización, después de haber perdido un siglo en guerras estériles o en imponerse constituciones y normas polémicas. El presupuesto que llevará a vuestro estudio el Ministro de Hacien­ da es el resultado transaccional de una lucha entre el Estado, íjue repre­ senta las exigencias de todos los colombianos, someramente relatadas atrás, y los intereses privados, que suelen ni el platino, ni la agricultura, ni el suelo, ni aun la misma geografía física resisten a la intención deliberada y constante del hombre de someterlos a una acción sistemática de transformación y control para beneficio del mayor núme­ ro, de la sociedad entera. Lo que deberíamos estar deliberando es cómo creamos los instru­ mentos para aprovechar nuestra riqueza, para hacernos más capaces y aptos para la nueva vida, y también, como lo discuten hoy las democra­ cias en guerra, la garantía que daremos a nuestra libertades políticas y civiles para que no perezcan arrolladas por formas de gobierno que han creído incompatible la acción del Estado con la libertad de los hombres. Son los partidos los que deben tomar posiciones en esa pugna inte­ lectual, aun en lo que ella tenga de arcaica, y entre nosotros esa auténti­ ca división de la opinión pública no existe. No sabemos qué piensa el partido conservador sobre esos problemas, y hay, apenas, una vasta con­ junción involuntaria para declarar anárquicamente que todo lo que haga cualquier Gobierno, en cualquier tiempo y con cualquiera finalidad, me­ rece censura y debe negársele cooperación. Yo no soy, señores Senadores, el hombre indicado, ni por mis an­ tecedentes, ni por los innumerables compromisos que he adquirido con — 556 —

la opinión en mi larga carrera pública, ni por las resistencias que provo­ ca mi nombre, para adelantar esa empresa impostergable de rectifica­ ción de las líneas políticas nacionales, sobre otras bases, más actuales, y para los nuevos tiempos. No me siento autorizado por mi partido para realizarla, y no creo que su criterio se acomode a lo que yo pienso ni que acepte los procedimientos que serían aconsejables para emprender un gran movimiento que tiene que comenzar por enterrar, con todos los honores, el pasado difunto, siempre presente en nuestras disputas y cau­ sa fundamental de ellas. Por eso he juzgado que un debate presidencial promovido ahora, buscando para él las mejores condiciones, la máxima garantía para que la opinión se exprese libremente y con audacia, y con el ánimo de crear una nueva vida política, sin las impedimentas de la que está fracasando silenciosa o violentamente, me daría ocasión de ofrecer una última contribución a la paz pública, a la estabilidad de nuestra democracia, con mi participación en la plaza pública, en la cá­ tedra universitaria, en el periodismo, para darles un vigoroso impulso a éstas ideas, Ubre de toda sospecha de interés o ambiciones personales. Al llevar a vuestra consideración formalmente mi rehunda como Presidente de la República en el período constitucional que termina el 7 de agosto de 1946, no puedo menos de explicar hasta la saciedad, in­ curriendo en repeticiones tal vez superfluas, los motivos de mi determi­ nación, aun cuando no sea sino para que los colombianos que me han acompañado con su adhesión, los que me ofrecieron sus votos, los que me han reiterado su voluntad de que regrese al Poder, no atribuyan mi silencio a desvío, indiferencia, o incomprensión de sus sentimientos. Sólo un voto me queda por formular: El de que esta oportunidad histórica no se malbarate, no se frustre, por la tenacidad de la vida pú­ blica colombiana para guardar sus posiciones, conservar sus rencores, apacentar sus odios. Tengo ya la ingrata experiencia de la manera como se desaprovechó el primer paso de esta determinación mía, con mi reti­ ro provisional, que quiso ser, que era, la ocasión insuperable para provo­ car la transformación que el país requiere, precisamente bajo la direc­ ción de un Gobierno dispuesto, como el que más, a realizarla, convenci­ do de su utilidad, respetable como pocos en la historia del país y presi­ dido por uno de los más grandes, nobles e inteligentes hombres públicos que hayan pasado por la Presidencia de la República, el doctor Darío Echandía. La oposición no entendió el momento, no oyó las voces que la invitaban a salir de un laberinto en que viene debatiéndose sin sentido y sin finalidad positiva, y ni siquiera logró utilizar para su beneflpio, con el acrecentamiento de la buena voluntad para sus iniciativas y propósi­ tos, una hora decisiva. Prefirió seguir por la línea siniestra y cortada imprevisiblómente, del caos, que es inaceptable programa para cualquier -5 5 7



colombiano. Creó, en este intermedio, nuevos odios y fomentó otras pa­ siones y otras actividades insensatas. No quiso buscar en la reforma ins­ titucional que proponía el Gobierno el camino para civilizar la política, desaparecido, como estaba, el pretexto para su posición de combate contra mi nombre y mi Administración. No quiso estudiar un programa, también claramente presentado por el Gobierno, de colaboración nacio­ nal, que no le restaba siquiera la independencia fiscalizadora, sino la ha­ cía más autorizada y eficaz. El partido de gobierno y el Gobierno no podían hacer más, ni hablar un idioma más claro, ni levantarse más so­ bre las viejas luchas, ni tener un ánimo mejor dispuesto para realizar, en mi ausencia, los más caros propósitos políticos que he abrigado y que paradojalmente parecen imposibles de alcanzar bajo mi dirección. Pero todavía es tiempo de acometer la gran rectificación nacional que el pueblo colombiano, por encima y a un lado de las posiciones ar­ bitrarias de los partidos, espera, y que el conflicto mundial está hacien­ do inaplazable, si no queremos que el desorden, la confusión y la fuerza misma del mundo nuevo que está surgiendo de los desastres de la guerra nos arrolle y nos abata, o disminuya la importancia y el prestigio que como nación democrática tenemos derecho a ver aumentados con la victoria definitiva de los principios esenciales de nuestra organización, en la batalla internacional. Para mí es indudable que el debate presiden­ cial que seguirá a la aceptación de mi renuncia, es la oportunidad que requiere la República para hacer un histórico cambio en sus preocupa­ ciones y en su vida. Recibid, señores Senadores, el testimonio renovado de mi gratitud por la conducta generosa, nobilísima, obligante que habéis tenido para conmigo, y transmitid, como voceros del pueblo, a toda la Nación los inexpresables sentimientos que me embargan por las voces de amistad y de adhesión que me han llegado de todos los rincones del territorio pa­ trio. Os ruego que interpretéis, señores Senadores, mi renuncia con el único sentido y la única intención que tiene: la de servir mejor a Colom­ bia. Señores Senadores. ALFONSO LOPEZ Mayo 15 de 1944.

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PROPOSICIONES APROBADAS POR EL CONGRESO Senado de la República - Secretaría - Número 4. Excelentísimo señor: Bogotá, mayo 15 de 1944 Me es honroso participar a Su Excelencia que el Senado en su se­ sión de esta tarde, como respuesta al mensaje del Excelentísimo señor Presidente titular de la República, doctor Alfonso López, leído por el señor Ministro de Gobierno, aprobó la siguiente moción: “El Senado de la República,

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en acatamiento a la voluntad nacional, expresada reiteradamente, y en el ejercicio de las funciones que le confiere el artículo 91 de la Constitución. resuelve: No admitir la renuncia que ha hecho de su cargo de Presidente dé la República el doctor Alfonso López. Comuniqúese al Excelentísimo señor Presidente de la República, doctor Alfonso López; al Excelentísi­ mo señor Presidente Encargado, doctor Darío Echandía; a la honorable Corte Suprema de Justi­ cia; a los Gobernadores y a las Asambleas Departa­ mentales” . Con sentimientos de distinguida consideración y aprecio, soy de Vuestra Excelencia servidor muy atento, Julio Roberto Salazar Ferro, Presidente del Senado. A su Excelencia el señor doctor Darío Echandía, Presidente Encargado del Poder Ejecutivo. E. S. M. República de Colombia - Cámara de Representantes - Número 1. Bogotá, mayo 15 de 1944. —

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Excelentísimo señor: Tengo el honor de transcribir a Su Excelencia la siguiente proposi­ ción, aprobada por la honorable Cámara en su sesión de hoy: PROPOSICION NUMERO 1 La Cámara de Representantes, teniendo en cuenta que el Excelentísimo señor Pre­ sidente de la República ha presentado renuncia del cargo para que fue elegido el tres de mayo por los sufragantes colombianos, resuelve: lo. Hacerse intérprete de la voluntad popular, ex­ presada diariamente en el más grande plebiscito que registra la historia política del país, y pedir al señor doctor Alfonso López reasuma la Jefatura del Estado hasta el final de su período constitucio­ nal; 2o. Rechazar, como ya lo ha hecho la opinión pú­ blica, la absurda y difamatoria campaña conserva­ dora contra quien, como el Presidente López, cons­ tituye una de las más altas cifras morales de la Pa­ tria, y 3o. Aceptar que la voluntad del pueblo, manifesta­ da en forma tan categórica, implica, para quienes en el Congreso lo representan, el compromiso de dar a los programas de gobierno del Presidente Ló­ pez el más franco y decidido apoyo. Transcríbase al Excelentísimo señor Presidente Ló­ pez, al honorable Senado, y publíquese por la pren­ sa y en carteles” . Del Excelentísimo señor Presidente atento y seguro servidor, Andrés Chaustre B., Secretario General Al Excelentísimo señor Presidente titular, doctor Alfonso López E. S. C. —

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MENSAJE EN QUE EL PRESIDENTE LOPEZ COMUNICA QUE REASUME EL PODER Bogotá, 16 de mayo de 1944. Señores miembros del Congreso Nacional: He tenido el honor de recibir de manos de las comisiones especia­ les del honorable Senado y de la honorable Cámara de Representantes, las proposiciones aprobadas ayer por esos dos altos Cuerpos. El primero de ellos declara que “en acatamiento a la voluntad na­ cional, expresada reiteradamente, y en el ejercicio de las funciones que le confiere el artículo 91 de la Constitución, resuelve no admitir la re­ nuncia que ha hecho de su cargo de Presidente de la República el doctor Alfonso López”. La Cámara de Representantes, a su vez, expresa el deseo de que yo asuma la Jefatura del Estado hasta el final del período constitucional, agregando que esa moción implica el compromiso de dar a los progra­ mas del Gobierno el más franco apoyo. A las múltiples manifestaciones de la opinión nacional, se agrega la voluntad del Senado de no aceptar mi dimisión y la exigencia de la Cá­ mara de Representantes para que vuelva al Gobierno. No hay, señores miembros del Congreso; en el Mensaje en que he pre­ sentado mi dimisión, una sola palabra convencional, ni otro deseo del que fuera aceptada. La espontánea y libre decisión del Congreso sobre ellas, no es, no puede ser, un acto de cortesía, ajeno a la gravedad de los supremos representantes de la Nación, y debo entenderlo como un obli­ gante mandato. El Congreso Nacional juzga, a pesar de conocer suficien­ temente las razones expuestas por mí en sucesivas intervenciones públi­ cas, que el desenlace de la crisis provocada por mi renuncia es que yo re­ grese al desempeño del cargo para el cual fui elegido por el voto mayoritario del pueblo, y no entiendo que tenga alternativa diferente de reasu­ mirlo, como lo haré hoy mismo. No será necesario advertir al país de cuáles serán en esta nueva etapa mis propósitos como Gobernante. He dicho que es urgente intentar un gran cambio político, y he dicho también por qué hasta ahora no se ha cumplido y cómo es de inaplazable. Con una intensa y resuelta coopera­ ción del Congreso es muy improbable un fracaso de esa política. Aun corriendo el riesgo de que ella no culminara, creo que mi deber, hoy, es -5 6 1



el de poner todas mis energías, como Gobernante, al servicio de unas ideas a las cuales pensaba que podría dar un impulso más libre y eficaz desde otras posiciones de lucha. En mi concepto, hay todavía en la opinión pública una escasa prepa­ ración sobre la importancia y conveniencia de las reformas que deben venir como consecuencia lógica del desarrollo de esa política. Considero que podría contribuir a la tarea del Congreso Nacional aprovechando el tiempo que falta hasta su reunión ordinaria para explicarlas, pedir el apoyo público para ellas y crear un ambiente de asentimiento que per­ mita realizar esta evolución trascendental sin agitación, ni resistencia, ni sorpresa, ni perturbaciones. Otro tanto podrían hacer, con más eficacia, sin duda, los miembros del Congreso. Comisiones de las Cámaras que ya fueron constituidas en la Legislatura anterior, podrían entre tanto ade­ lantar el estudio concreto de las reformas institucionales y legales, que serán el material legislativo fundamental de las sesiones que comienzan el 20 de julio próximo. Teniendo en cuenta estas consideraciones, que he discutido hoy con el Presidente Encargado doctor Darío Echandía, ha parecido aconseja­ ble clausurar las sesiones extraordinariais del Congreso, evitando el ries­ go de que sin un consenso parlamentarió definido; ni acuerdo general de la opinión sobre las enmiendas que hán de someterse a su examen, el trabajo legislativo encuentre los mismos tropiezos que en otras oportu­ nidades han impedido que se exprese eln fórmulas precisas el anhelo na­ cional de cambios sustanciales. La minoría conservadora se retiró ayer sin dejar conocer su actitud sobre la determinación de la Alta Cámara. Sin embargo, no presumo que ella sea adversa alas transformaciones que la República necesita en esta hora, ni que se deba descontar por anticipado que no ofrecerá co­ laboración al estudio y eventual aprobación del programa legislativo que será presentado al próximo Congreso. Las enmiendas constitucionales y legales que yo estimo necesarias, abarcan la formación y relaciones de los tres Organos del Poder. En cuanto al Legislativo, el Gobierno propondrá la elección popular de Se­ nadores, el regreso al sistema de dietas, modificaciones al sistema de ex­ pedición del Presupuesto, la ley de incompatibilidades, reformas reglaomntarias para asegurar un eficiente trabajo del Congreso. Se presenta­ rán, además, proyectos de actos legislativos destinados a establecer cier­ tos indispensables límites para la función de las Asambleas. —

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Juzgo aconsejable también suprimir la condición constitucional que somete las leyes de intervención del Estado a una votación excepcional de la mayoría absoluta de los miembros de una y otra Cámara, haciendo prácticamente inoperante la reforma de 1936. Respecto del Organo Ejecutivo, el Gobierno habrá de proponeros ac­ tos legislativos que lo hagan más eficaz, como agente administrativo, sin que se desvirtúe su responsabilidad política ante el Congreso, pero colo­ cando en organismos especiales la dirección técnica de los nuevos nego­ cios que dentro de la complejidad de las funciones de un Gobierno, sale frecuentemente del control de los colaboradores políticos del Presiden­ te. La iniciativa, ejecución y responsabilidad del Presupuesto tendrán que ser modificadas, para asegurar una mejor ordenación de los esfuer­ zos fiscales en que deba comprometerse seriamente la Nación. Conse­ cuentemente, será necesario reformar la ley de la Contraloía General de la República, para que cualquier poder de que se desprenda el Congreso, como fiscalizador de la Administración, encuentre un límite seguro en esa agencia suya que garantice una más severa vigilancia de los gastos del Estado. El Gobierno acogerá, en líneas generales, el proyecto de reforma del Organo Judicial que estudió el Congreso de Jueces recientemente reuni­ do en Bogotá, y en cuyas decisiones colaboró el Ministro de Gobierno. Este proyecto implica el establecimiento de la carrera judicial, y la abso­ luta independencia de los Jueces, de las Asambleas políticas o del Orga­ no Ejecutivo. Considero indispensable que el Congreso dicte un estatuto de trabajo, que establezca la jurisdicción especial para sus conflictos, y organice el seguro social para hacer más fácil la carga de las prestaciones sociales y garantizar que se otorguen a todos los trabajadores del país. Otras leyes, algunas ya presentadas, como la de petróleos, y en estu­ dio actualmente por los diversos Despachos de Gobierno, harán parte del programa legislativo que, en mi sentir, deberá embargar la atención del Congreso ordinario, con la obvia excepción de los debates sobre los informes relativos a mi conducta como Gobernante, que están pendien­ tes de la decisión de la honorable Cámara. Quiero agradecer a los señores miembros del Congreso, honda y sin­ ceramente, la actitud que han adoptado conmigo, y que interpreta ca­ balmente la inagotable generosidad de la Nación Colombiana para con uno de sus servidores. Pero es claro que no pienso que la posición del Congreso Nacional obedece a sentimientos personales, que deben estar -563





excluidos de los fundamentos de cualquier determinación del Organo Legislativo, que sólo ha de mirar la conveniencia pública para tomar re­ soluciones de tan grande entidad. Bien al contrario, sé que el Congreso entiende que este acto político tiene consecuencias, y que comparte conmigo la responsabilidad de la futura acción que habrán de desarro­ llar, conjuntamente, Congreso y Gobierno. Estoy seguro de que el deseo del Congreso Nacional es el de que in­ tente la reorganización política e institucional que vengo considerando necesaria en los términos y por las razones que expuse ayer al honorable Senado extensamente. Discrepo, como allí lo expresé, de la creencia que parece abrigar el Congreso de que las circunstancias personales mías, mis condiciones y mis antecedentes, me indiquen como el ciuda­ dano que puede impulsarla desde el Gobierno y contribuir a su realiza­ ción, que, en definitiva le corresponderá al legislador. Pero me doy cuenta de que no puedo interpretar el querer del Senado y de la Cámara sino como una decisión firme de llevar a término las reformas esenciales que han sido objeto de tan larga controversia. Y de que en esas condi­ ciones mi esfuerzo se reduce, y no tendría ninguna valedera excusa para no prestar la nueva colaboración que se me pide, solamente limitada por mis deficiencias personales. Al reiteraros, señores miembros del Congreso, los sentimientos de mi gratitud por las nuevas demostraciones de respaldo que me habéis dado y por vuestra resolución de acompañar al Gobierno cuya dirección vol­ veré a ejercer, acatando vuestra voluntad, y contando con vuestro cons­ tante apoyo, formulo mis mejores votos por vuestra ventura personal. Señores miembros del Congreso, ALFONSO LOPEZ ALOCUCION DEL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA AL REASUMIR EL PODER Compatriotas: Acabo de reasumir formalmente la Presidencia de la República, que desempeñó, desde las primeras horas del 10 de julio hasta ahora, el Pri­ mer Designado a la Presidencia de la República, doctor Darío Echandía. El doctor Echandía, de acuerdo con la Constitución Nacional, asumió las funciones presidenciales inmediatamente que tuvo conocimiento de —

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que yo había sido privado de la libertad necesaria por un golpe militar, encabezado por el Coronel Diógenes Ciil.

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El Presidente Encargado, obrando con rapidez, efi/cacia y patriotismo •ejemplares, procedió inmediatamente a tomar todas las disposiciones para conjurar la revuelta. Contó desde el primer momento con la cola­ boración de los más altos Jefes militares, entre ellos, y en primer térmi­ no, con la del señor General Miguel J. Neira, Secretario del Ministerio de Guerra, encargado del Despacho por ausencia transitoria del señor General Domingo Espinel, quien se encontraba enfermo de cuidado en la base de Palanquero. Los Generales de la República presentes en Bogo­ tá, señores Carlos Vanegas, Director General de la Policía Nacional; Leopoldo Piedrahita, Rafael Pizarro y Luis Matamoros, así vieron en el Palacio Presidencial atendiendo personal e infatigablemente, durante es­ te tiempo, al restablecimiento de la paz y la represión del movimiento subversivo. El General Piedrahita se hizo cargo de la dirección de las ac­ ciones militares de Popayán a Pasto. Por su parte, el General Julio Gaitán, quien dirigía las maniobras del Sur, oportunamente avisado del gol­ pe, logró realizar la feliz separación de una gran parte de las tropas, con dirección a Cali. Ha correspondido al Ejército, como lo quería el Gobierno, restaurar la normalidad y reparar, con toda la energía y la rapidez que eran nece­ sarias, el grave perjuicio causado a la Nación por los dirigentes de un golpe de fuerza que ha servido para dar la plena prueba del vigor y la fortaleza de nuestras instituciones, asentadas en la voluntad del pueblo y en la nobleza y alto espíritu patriótico de los miembros de las fuerzas armadas. El Ejército Nacional sale engrandecido de esta emergencia, que si otro hubiera sido su desenlace, habría echado sobre él una mancha eter­ na. La Nación, que respondió unánimemente en un acto de rechazo a los propósitos de los rebeldes, demuestra así*su plena madurez política, que jamás, en este siglo y después de la dictadura de Reyes, había sido probada de una manera tan dura, tan grave y tan amarga. No puedo expresar mi admiración y mi gratitud, como Jefe del Esta­ do y como colombiano, a todos aquellos compatriotas que estuvieron cumpliendo su deber en esta hora. Es imposible individualizar lo que fue una vastísima acción de conjunto, un movimiento unánime de la opinión, un gesto solidario de la Nación entera. Sólo hay, para su propia vergüenza, excepciones en aquellos miembros indignos de las fuerzas ar­ madas que se comprometieron en esta aventura. Pero también, sin ellos, — 565 -

no habríamos tenido jamás ocasión de saber hasta dónde son fuertes, consolidadas y perdurables las instituciones que nos rigen, y la adhesión de los colombianos a los inmortales principios que fundamentan la orga­ nización nacional. Me corresponde, sí, destacar, como ya lo he hecho, la grandeza moral y la eficacia técnica del Ejército Nacional en la tarea de restablecer el orden; la actitud de la Corte Suprema de Justicia, que horas después de conocerse el atentado, sin una sola vacilación, reprobó el intento de romper el orden constitucional y que, al reconocer al Gobierno provi­ sional legítimo del Primer Designado, y ofrecerle su apoyo, se señaló co­ mo el intérprete de la conciencia tradicional de Colombia; la actitud del Excelentísimo señor Arzobispo Primado de Colombia, quien, en repre­ sentación de la Iglesia colombiana, condenó el movimiento revoluciona­ rio y recomendó a sus fieles el reconocimiento de la autoridad legítima; la de los Presidentes de las Cámaras y de la mayor parte de los miem­ bros del Congreso, expresadas pública o privadamente; la del Primer De­ signado, y, en fin, la de todos los colombianos, sin excepción alguna, que estuvieron cumpliendo su deber con serenidad y sin incertidumbre sobre el triunfo final y rápido del orden constitucional. Al encargarme de nuevo de mis funciones como Presidente de la Re­ pública, dedicaré todo mi esfuerzo al restablecimiento completo de la normalidad, para que los muy graves perjuicios que ha causado al país esta tregua en su vida institucional y jurídica, puedan ser limitados a las restricciones necesarias para defender la seguridad de la República. Pero quiero pedir a todos mis compatriotas que aprovechen esta tremenda lección que les da la experiencia para que vean cómo en la democracia no hay palabra vana, ni gesto subversivo sin importancia, ni debilidad que no cosechen, a la larga, los frutos siniestros del desorden, cuando no se entiende la libertad sino como el derecho ilimitado para amar y profesar la anarquía. Próximamente hablaré otra vez a la Nación, y continuaré mantenién­ dola informada de todas las medidas que sean necesaria consecuencia de la perturbación que nos ha sacudido. ¡Viva Colombia! Bogotá, 12 de julio de 1944.

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LOS SUCESOS DE PASTO RELATADOS POR EL PRESIDENTE ALFONSO LOPEZ

Presidencia de la República - Número 248. Bogotá, julio 18 de 1944. Al señor Coronel Germán Ocampo Comandante de la Brigada de Institutos Militares Presente. De acuerdo con la nota número 1998, de ese Comando, enviada en desarrollo del Decreto número 1640 de 1944, gustosamente hago a con­ tinuación un relato de los hechos delictuosos cometidos en la ciudad de Pasto contra la seguridad interior del Estado, y la tranquilidad del orden público, relato que certifico bajo la gravedad del juramento. “Con el fin de atender una invitación de los industriales de Antioquia, hecha por conducto del Gobernador del Departamento, doctor Al­ berto Jaramillo Sánchez, y otra del Alcalde de Medellín, doctor José Medina, tuve pensado salir con el Ministro de Gobierno, doctor Alberto Lleras Camargo, a reunirme allí con el Ministro de Hacienda y Crédito Público, doctor Gonzalo Restrepo, el miércoles 5 del presente mes. De­ seaba vivamente cambiar ideas con los elementos directivos de la indus­ tria y la agricultura antioqueñas, pero a última hora me pareció mejor viajar al Sur y aprovechar las maniobras militares que debían desarro­ llarse entre Cali e Ipiales, para volver al Departamento de Nariño y tra­ tar de crearles ambiente a varios proyectos del Gobierno que interesan particularmente a esa parte del país; entre otros, al nuevo Tratado de Comercio y Navegación que se ha venido discutiendo con el Gobierno del Ecuador. Debiendo pasar de Medellín a Manizales los Ministros Lle-

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ras y Restrepo, juzgué preferible, desde un punto de vista general, visi­ tar con el Ministro de Educación Nacional, doctor Antonio Rocha, a Cali, Popayán y Pasto, aunque había recibido también muy obligantes invitaciones de las autoridades de Manizales. Ayudó a inclinarme a diri­ girme a Nariño un mensaje del Coronel Monroy, Jefe del Estado Mayor de la 7a. Brigada, estacionada en Pasto, en el cual preguntaba al Minis­ tro de Guerra, con fecha 4 de julio, cuando llegaría yo a observar las maniobras o el desfile de las fuerzas militares, de acuerdo con el progra­ ma anunciado. Al efecto, y desde antes de haber tomado una resolu­ ción, pedí al Ministerio de Guerra que tuvieran a mi orden, en el campo de Techo, el avión Lockheed en que acostumbro viajar. El sábado, 8 de los corrientes, salí de Bogotá alrededor de las once de la mañana, y lle­ gué a Ipiales a la una de la tarde, en compañía del nuevo Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social, doctor Adán Arriaga Andrade, a quien invité en reemplazo del Ministro de Educación Nacional, doctor Rocha, y de los señores Luis Cano, Enrique Coral Velasco y Femando López Michelsen. Ivan con nosotros, además, el Teniente Coronel Al­ fonso Pinzón, Jefe de la Casa Militar del Palacio Presidencial, y el Te­ niente Ernesto Dueñas, de la Casa Militar de Palacio, como copiloto de la nave. El Mayor Rafael Valdés Tavera la comandaba. En Ipiales almorzamos en el Casino de Oficiales en compañía de los Jefes y Oficiales de las fuerzas que se encontraban en esa plaza, y des­ pués de cambiar ideas sobre la manera como podría distribuir y apro­ vechar mejor mi tiempo, decidimos volar a Tumaco y llevar con noso­ tros al doctor Alberto González Fernández, Embajador de Colombia en el Ecuador, quien había venido a Ipiales acompañando a la señora del ex-Presidente Arroyo del Río. En otro avión, viajó a Tumaco, invi­ tado por mí, el General Julio Gaitán. El domingo, 9 de julio, regresamos a Ipiales en las horas de la tarde, y en el propio campo de aviación decidimos seguir a pernoctar a Pasto. Viajábamos ahora sin don Luis Cano, quien tomó la vía de Buenaventu­ ra para Bogotá, en un hidroavión que vino de Buenaventura a Tumaco ese mismo día, ni el General Gaitán, quien volvió a su base en Cali en la máquina en que había llegado a verme. Se había incorporado a nuestra comitiva, en cambio, el Gobernador de Nariño, doctor Manuel María Montenegro, quien se había quedado en Ipiales aguardando nuestro re­ greso. Ni en Ipiales, ni en Tumaco, tuvimos ocasión de conversar sobre las maniobras militares con el General Gaitán, porque nos hospedamos en Tumaco en casas separadas, y de ese puerto salió el antes que yo, sin ha—

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berse acercado a conferenciar conmigo. El Teniente Coronel Pinzón pa­ só la noche con el General Gaitán en el hotel; pero no me dio ninguna noticia de lo que hablara con él sobre la situación de las tropas que ope­ raban en el Departamento de Nariño. El Gobernador Montenegro nos había manifestado que debíamos estar en Pasto alrededor de las 22, para que pudiéramos asistir oportu­ namente a un cocktail que tenía preparado en honor nuestro. Y a esa hora, más o menos, llegamos. Una vez cambiados los saludos de rigor, pasé con mi hijo Fernando a las habitaciones que nos tenían arregladas, con el objeto de vestirnos para salir al cocktail; pero cuando ya estába­ mos listos, entró el Gobernador Montenegro a informamos que había mucha agitación en la ciudad, que los reservistas estaban muy insubor­ dinados, y borrachos muchos de ellos; que los Oficiales habían tratado inútilmente de encerrarlos en sus cuarteles, y que como consecuencia natural de esa situación, las señoras invitadas estaban temerosas de con­ currir a la fiesta, y él había creído conveniente aplazarla. Comimos en el Hotel Niza, tranquilamente, los miembros de la co­ mitiva que he mencionado ya, y dos o tres amigos más; entre ellos, el doctor Ermínsul Cortés, Secretario de Gobierno del Departamento. In­ mediatamente después, nos retiramos a nuestras habitaciones. Al pasar por frente de la oficina del hotel, al pie de la escalera, me encontré con los Coroneles Diógenes Gil y Alberto Moya Tobar, con quienes estuve hablando algunos minutos. El Coronel Gil me preguntó a qué hora po­ dría ir a ver las tropas en la Escuela Normal, y me dejó invitado para que fuera al Casino en seguida. Convine con él que iría a las 12:30 de la mañana siguiente, después de que hubiera conferenciado con los miem­ bros de la Cámara de Comercio y la Sociedad de Agricultores. Alrededor de las 5:30 de la mañana me despertó el ruido de solda­ dos que invadían el hotel. Llamé inmediatamente a Fernando, y antes de que él se despertara dieron varios fuertes golpes en la puerta de mi departamento. Pregunté quién era, y una voz alta contestó: ¡Abra! Me levanté y caminando hacia la puerta volví a preguntar: ¿Quién es? Y nuevamente recibí la misma respuesta: ¡Abra! Abrí la puerta y el Te­ niente Coronel Luis Agudelo me dijo: “Le aviso que ha estallado en el país un movimiento militar que se ha apoderado de Pasto, Bogotá y otras ciudades, y que se ha encargado del Gobierno. Tiene usted dos ho­ ras, para resolver qué quiere hacer. Se le darán completas garantías” . Y diciendo estas palabras me dio la espalda y procedió a poner guardia en mis habitaciones. No recuerdo que me hubiera amenazado con revólver, como se ha dicho. Regresé a la alcoba y le insinué a Fernando que prin­ cipiara a vestirse y empacar su maleta de viaje. -569



Nos arreglamos, haciéndonos entretanto preguntas sobre qué esta­ ría ocurriendo realmente en el país y qué podría sucedemos personal­ mente. Desde nuestras ventanas podíamos ver el movimiento de las gen­ tes armadas que cruzaban las calles, y particularmente de las que habían sido estacionadas en la esquina del hotel. Serían las siete cuando el Cabo o Sargento encargado de la guardia entró a colocamos sendos soldados armados en cada una de las ventanas de la alcoba, para impedirnos que miráramos hacia afuera, y como si es­ to no fuese bastante, a poco pudimos observar que habían sido aposta­ dos sobre el caballete de una de las casas del otro lado de la calle, dos soldados con sus fusiles-ametralladoras apuntando hacia nosotros. No podía quedamos duda alguna de que estábamos corriendo una peligrosa aventura, en manos de una soldadesca insolente. Alrededor de las 9:30 nos dieron la voz de marcha. Salimos al co­ rredor del segundo piso del hotel, y antes de bajar las escaleras fui dete­ nido por espacio de media hora, más o menos. Parados allí pude seguir de cerca el movimiento del hotel. De un lado, el Gobernador Montene­ gro, solo, entre anonadado y sorprendido, sin saber qué pasaba: había recibido la orden de levantarse y salir conmigo, sin explicaciones. De otro, fueron apareciendo ante mis ojos, sucesivamente, los aviadores que nos habían conducido a Ipiales, primero, y en seguida el Teniente Coronel Pinzón, Jefe de la Casa Militar de Palacio, y el doctor Cortés, Secretario de Gobierno del Departamento. De pronto, reapareció el Te­ niente Coronel Agudelo y me indicó que entrásemos a la sala. Cortésmente, les pidió a cuantos allí estaban que lo dejasen hablar conmigo. Eran, si mal no recuerdo, el Coronel Julio Londoño, el Teniente Coro­ nel Pinzón y los aviadores Tavera y Dueñas. Ya solos, Agudelo me pre­ sentó una hoja de papel sellado, con una declaración escrita a máquina, la cual, más o menos, decía lo siguiente: “Ante los graves problemas que afronta el país, he decidido renunciar voluntariamente la Presiden­ cia de la República y encargar del mando al Coronel Diógenes Gil” . Al acabar de leerla le pregunté: “ ¿Para qué quieren ustedes que firme una mentira? Porque esto es una mentira, innecesaria. Yo estoy preso, a sus órdenes” . El Coronel me contestó: “Si no quiere, no la firme. Los ca­ rros están listos. Bajemos” . Y bajamos. En la calle nos aguardaban varios automóviles. En el primero, fuimos acomodados, si así puedo decirlo, Fernando y yo. Fer­ nando adelante, y yo atrás, con nuestro respectivo soldado al lado. Ade­ lante había un camión con unos treinta soldados con sus rifles monta­ dos, apuntando hacia nosotros. En el segundo carro fueron colocados el 570



Gobernador Montenegro, el Secretario Cortés y el Teniente Coronel Pinzón. A la retaguardia de este automóvil había un segundo camión cargado de soldados armados, apuntando hacia nosotros por la espalda. La mañana estaba muy despejada, como para una tan imprevista excur­ sión; y bajo las órdenes del Teniente Cuéllar emprendimos marcha hacia Popayán. Muy cerca de Buesaco hicimos alto y después de varias idas y venidas de nuestros guardianes, emprendimos el viaje de regreso; pero ahora colocado yo entre dos soldados. Dos soldados bien aleccionados para ignorar a quién llevaban preso. Alrededor de la una de la tarde atra­ vesamos rápidamente la ciudad de Pasto, en dirección a Ipiales. Bien adelante de Pasto, desviamos hacia Yacuanquer. En aquella población, reconocidamente conservadora, fuimos saludados a nuestro paso, con el grito de “ ¡Abajo los asesinos de Mamatoco!” , y otros de la misma índo­ le. La guardia, sin duda cuidadosamente aleccionada, anunciaba que me llevaba preso, procurando exaltar a las gentes de la región en contra nuestra. y

El. conductor del carro llevaba, evidentemente, instrucciones, de no ser-muy comunicativo, y yo mucho apetito, pero puras ganas de apa­ recer preguntón. Sin embargo, uno o dos kilómetros más allá de Ya­ cuanquer dije: “Con tal que no me lleven a tierra muy fría, todo está bien” . Y el chofer repuso espontáneamente: “No, señor: Consacá es tie­ rra templada” . Así supe que íbamos camino de Consacá, y esta noticia me tranquilizó mucho. En la primera oportunidad que pude hablar con Femando a solas le participé la creencia de que consideraba a los revolucionarios perdi­ dos, porque no debían estar ocupando a Popayán, puesto que nos ha­ bían hecho regresar de Buesaco; ni a Ipiales, puesto que nos llevaban pa­ ra Consacá, lejos de las tropas que comandaban los Coroneles Perdomo y Silva Plazas. A eso de las cuatro de la tarde llegamos a la hacienda de los seño­ res Buchelis, donde fuimos acogidos muy gentilmente. Los señores Buchelis nos esperaban. Don José Dolores me hizo las más amables mani­ festaciones de hospitalidad, expresando su pesar porque fuera en tales circunstancias cuando tenía el placer de recibirme en su casa. Le mani­ festé, como era natural* y muy cierto, que estábamos muy contentos de haber sido trasladados a su casa. Era, en verdad, una fortuna inesperada. Contemplando desde el corredor el volcán Galeras entré en conver­ sación con don José Dolores, y como le manifestara mi preocupación por la zozobra en que debía estar mi esposa, el señor Bucheli me dijo: —

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“No tenga cuidado. Creo que está bien. Por el radio acabo de oír que el doctor Echandía se encargó de la Presidencia de la República y declaró turbado el orden público con la previa autorización del Consejo de Es­ tado. La señora debe estar en Palacio” . No necesité más para tranquili­ zarme; pero debían regresar a Pasto los automóviles que nos habían traído a Consacá. La perspectiva mejoraba momento por momento, y la cordialidad de los señores Buchelis me pareció realmente reconfortante. No nos ha­ bíamos desayunado, ni habíamos tenido ocasión de tomar un vaso de cerveza o comer un plátano desde la hora en que apareció el Teniente Coronel Agudelo en nuestras habitaciones. Con unos huevos y un mag­ nífico café con leche quedamos en la mejor disposición de ánimo para oír las informaciones de los señores Buchelis acerca de la vieja casa de la hacienda, que fue el cuartel de sangre de Bolívar después de la batalla de Bomboná, y del volcán Galeras, y de la huerta, y de la epidemia de bartonellosis que acababa de asolar esa región. Todo parecía sonreímos; menos los soldados que se agrupaban en el patio de la casa mirándonos con ojos poco amigos. No me saludaban, ni hacían ademán alguno de reconocerme. Según me contaron en las horas de la noche, les habían asegurado que yo les tenía vendidos a los Estados Unidos, unos a $5.00 y otros a $10.00 por cabeza, y que había ido a Tumaco precisamente a visitar los buques en que deberían ser trasladados a pelear contra el Ja­ pón. Cuando sonó la hora de comer, ya habíamos visto llegar de Pasto unas camas estupendas, con enchapados de nogal, y sus correspodientes sobrecamas de seda. No podía esperar más. La comida fue muy anima­ da; comimos muy bien, y con muy buenos vinos. Pero nuestra alegría subió de punto cuando vimos llegar, media ho­ ra después, un carrro que conducía al doctor Enrique Coral Velasco, Abogado de la Presidencia de la República, y al doctor Arriaga Andrade, Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social. Arriaga había pedi­ do que se le permitiera reunirse con nosotros, y Coral Velasco había ob­ tenido permiso para ir a hacemos una rápida visita. Sobraría decir que por conducto de ellos nos enteramos de que la situación de los revolu­ cionarios de Pasto era muy precaria, y que habían logrado llegar a Bogo­ tá los Ministros de Gobierno y Hacienda, en las horas de la mañana, pro­ cedentes de Manizales. Coral Velasco regresó esa misma noche a Pasto, y Arriaga Andrade quedó con nosotros. Así terminamos el día lunes, 10 del mes en curso. El martes me levanté un poco tarde. Estuve dando vueltas en bata

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antes de vestirme. No me arreglé hasta las horas del mediodía. Se acer­ caba la hora del almuerzo cuando se me presentó el Capitán Navas con un salvoconducto del Coronel Gil, diciendo llevar instrucciones de tras­ ladarme al campo de Dos Ríos, donde debíamos encontrar un avión pa­ ra seguir a Popayán. Navas me urgió para que partiera sin demora, agre­ gándome que me pondría en libertad al pasar de Buesaco. Le observé que no podríamos llegar a Dos Ríos en tiempo para tomar ningún avión; esto es, que no alcanzaríamos a llegar con luz; y que, además, no podíamos contar con encontrar manera de comer en el camino. Sin nin­ guna resistencia de parte de Navas insistí en que debíamos almorzar an­ tes de emprender viaje. Estando ya en el comedor con el señor Bucheli y mis compañeros, salí a entrevistarme nuevamente con el Capitán Na­ vas y le pedí que me explicara cuál era la situación; particularmente la de las fuerzas de Gil respecto de las que se encontraban tanto al sur co­ mo al norte de Pasto. Navas me confirmó que Popayán estaba en poder de las fuerzas del Gobierno, y que las que yo había dejado en Ipiales y Túquerres debían estar peleando desde las horas de la mañana con las de los Coroneles Gil y Agudelo, en el paso del Guáitara. Me añadió que mi vida no estaba segura en Consacá, y que trataba de ponerme a salvo llevándome pronto a Dos Ríos. Si en Dos Ríos no encontrábamos avión, dijo, seguiríamos hasta Popayán, con los hombres que él había traído y que había dejado esperándolo en el puente del Azufral, o sin ellos. Navas me decía una y otra vez que él había visto desde la noche anterior el peligro que estábamos corriendo en Consacá, y que había prevalecido sobre el ánimo del Coronel Gil para que me mandase tras­ ladar a Popayán. Me hizo, además, una aclaración importante: que via­ jaríamos en el jeep en que él había llegado, porque no había automóvil en Pasto, y que más tarde vendrían por los doctores Arriaga, Montene­ gro y Cortés. En el jeep apenas cabíamos el chofer militar, el Capitán Navas, el Teniente Coronel Pinzón, mi hijo Fernando y yo. El jeep es un vehículo menos cómodo que el automóvil en condiciones normales; pe­ ro como carro de prisión, nos resultó más confortable. No cabían en él los soldados armados que tuvimos por compañeros en el automóvil en que viajamos el día anterior. Los señores Buchelis tuvieron una gran sorpresa al saber que salía­ mos de Consacá y deberíamos quedar en libertad al pasar de Buesaco, según lo declaraba el Capitán Navas. Los señores Bucheüs habían creí­ do, como nosotros, que permaneceríamos con ellos algunos días, y ha­ bían hecho sus preparativos de acuerdo. Cuando supieron que las fuer­ zas rebeldes de Pasto se encontraban aisladas, y sin apoyo en otras pla­ zas de la República, hasta donde llegaban nuestras informaciones, se mostraron temerosos de que pudieran ocurrir choques sangrientos, que -5 7 3



degenerasen en una guerra civil. Pero en todo momento estaban pen­ dientes de nosotros, prontos a prodigamos sus mejores cuidados y aten­ ciones. Don José Dolores y don Medardo son dos caballeros muy finos y cumplidos, que han viajado y tienen las maneras de los antiguos seño­ res. Era un placer estar en su compañía. Cuando nos separamos, veinti­ cuatro horas después de nuestro arribo a Consacá, ya se habían hecho dueños de toda nuestra gratitud y simpatía. Nos despedimos de ellos trayendo un muy grato y perdurable recuerdo. No ocurrió ningún incidente que merezca mencionarse en el tránsi­ to de Consacá hasta el sitio en que nos encontramos con el Coronel Gil, a corta distancia de Yacuanquer. En una vuelta del camino avistamos un automóvil que viajaba por el lado opuesto de una hondonada. Me pare­ ció que venía desocupado y supuse que venía en busca nuestra; pero los compañeros me observaron que traía un pasajero. Hicimos alto. Simul­ táneamente, el automóvil detuvo su marcha. Decidimos entonces seguir a su encuentro. Avanzábamos cuando el Coronel Gil se apeó de su vehículo. Nos cruzamos los saludos de rigor, dejando a 30 o 40 metros de distancia el camión militar en que viajaba nuestra escolta. El Coronel Gil llamó aparte al Teniente Coronel Pinzón, y yo me quedé conversan­ do con Femando y el Capitán Navas. Mientras Gil le daba sus explica­ ciones a Pinzón, y los términos de la propuesta que éste debía comuni­ carme,Navas me hablaba de la preocupación que había tenido por poner mi vida y la de mi hijo Femando a cubierto de cualquier riesgo, sacán­ dome de la hacienda de los señores Buchelis; y como le pidiera mayores informes sobre nuestro traslado a Dos Ríos, me mostró los apuntes que había hecho en Pasto sobre las casas de campo en el vecindario de Buesaco, en donde podíamos quedamos esa noche, en caso de necesidad. No resultaba así tan claro como se me había dicho que hubiera existido un inequívoco propósito de embarcarme ese mismo día en un avión en el aeródromo de Dos Ríos; pero Navas me reiteraba sus protes­ tas de interés por mi seguridad hasta el cansancio. Por fin me preguntó qué opinaría yo de que siguiéramos para Buesaco con el Coronel Gil, y una vez fuera del alcance del último puesto militar que las tropas rebel­ des tenían en dicha población, él le intimase entrega al Coronel Gil. No tengo para qué decir que acogí la propuesta con una obvia re­ ticencia, sin saber qué pensar de nuestra situación en ese momento. Na­ vas se me había presentado a Consacá con un salvoconducto del Coro­ nel Gil para poder pasar por Pasto y Buesaco, con rumbo a Popayán, y ahora me proponía que arrestáramos a Gil. ¿En qué misión andaba el je­ fe de la revolución, mi presunto sucesor en el mando, y qué suerte ha­ —

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bían corrido las tropas que él había destacado contra las que marchaban de Ipiales hacia Pasto?, estaba yo preguntándome cuando se acercó el Teniente Coronel Pinzón y me invitó a sentarme con él en el jeep, diz­ que para que pudiéramos hablar tranquilamente. Si mi memoria no me engaña, mi reloj marcaba las cinco y media de la tarde. No se me escapó un instante que se trataba de un paso decisivo en esta emergencia. Me negué a sentarme en el jeep y le pedí a Pinzón me dijera lo que tuviera que comunicarme. Pinzón, tímidamente, principió a explicarme que es­ tábamos como de rehenes y en peügro nuestra vida, porque Gil había perdido el control de la situación y no podía volver donde sus compañe­ ros sin llevarles noticias de un arreglo que fuera satisfactorio para todos o comprometerse con ellos hasta el fin, cualesquiera que fueran las con­ secuencias de la, lucha. El Coronel Gil, me informó Pinzón, había reuni­ do a sus Oficiales para manifestarles que el movimiento había fracasado, pero que él estaba dispuesto a declararse único responsable, y con el fin de evitar derramamiento de sangre, salía a entrevistarse conmigo y ver si yo convenía en dejarlo expatriarse con su sueldo de retiro. Los Oficia­ les, siguió informándome Pinzón, habían rechazado la propuesta de Gil, declarando, a su tumo, que se encontraban resueltos a morir peleando al lado suyo. Pero, me agregó Pinzón, el Coronel Gil cree que todo po­ dría solucionarse si él pudiera volver a Pasto con la promesa de que será nombrado Ministro de Guerra por un mes, y que no serán sancionados los Oficiales comprometidos en la rebelión. Posiblemente no me transmitió Pinzón la propuesta de Gil en estas mismas palabras, sino con otras muy semejantes, de idéntico sentido, respecto de la suerte que hubiera de aguardarles a los promotores del golpe militar; pero ese fue el tenor de la exigencia. Sin perder completa­ mente el dominio sobre m í mismo, le repuse inmediatamente al Coronel Pinzón : “ ¿Cómo se atreve usted a traerme esa propuesta?” Pinzón, des­ concertado, contestó: “Porque creí que era mi deber, señor Presidente; porque nuestra vida está en peligro” . “ ¿Y cómo pudo creer usted que era su deber comunicarme una propuesta semejante?”, le pregunté al Coronel Pinzón, y acto continuo llamé al Coronel Gil, con quien enta­ blé el siguiente diálogo; —¿Cómo es la cosa, Coronel? —Como acabo de informar al Coronel Pinzón, he ordenado regre­ sar las tropas que se habían movilizado de Pasto hacia el puente del Guáitara, para evitar un choque, por lo menos mientras conferencio con usted, pero usted no tiene idea de la situación que confrontamos. Mis compañeros están resueltos a ir a todos los extremos, si no es posible llegar a una transacción satisfactoria. Yo no he tenido otra preocupa575

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ción de la de que su vida no corra peligro. Por eso lo hice llevar a Consacá, y al tener conocimiento de que podían faltarle seguridades en ese lu­ gar, envié al Capitán Navas con el encargo de conducirlo hasta Buesaco, debidamente escoltado. Pero si no hay un arreglo yo debo volver al lado de mis compañeros. Se me ha ocurrido que si yo fuera nombrado Minis­ tro de Guerra podría buscarle una salida a esta situación. —A usted se le está olvidando que yo soy el Presidente de la Repú­ blica, le contesté en voz muy alta al Coronel. Y sin hacer pausa le agre­ gué: ¿Quiere usted decirme cómo ha podido entrarle enría cabeza que me puede hacer semejante propuesta? ¿Cree que yo puedo pasar ante el país por la vergüenza de aceptársela? Mi hijo Fernando nos interrumpió para decir: “Me dan ganas de llorar al oír estas cosas. ¡Qué propuestas tan absurdas! ¡Qué vergüenza! ¡Que pase lo que pase!...” Volviéndose hacia mí, Femando me preguntó: “Papá: ¿puedo ha­ blar contigo solo una palabra?” Y dando tres o cuatro pasos adelánte conmigo, me dijo. “ ¿Por qué no le dices al Coronel Gil que se entregue?” Pero había que aguardar a tener alguna idea de cuál era el estado de cosas en Pasto y cuál la posición de Gil, y no olvidar que la escolta que nos acompañaba permanecía en expectativa, con sus fusiles carga­ dos. Navas mostraba mucha confianza en que la escolta haría lo que él le ordenara; pero yo no sentía la misma confianza en la actitud de Na­ vas, aunque ya era para mí muy evidente que era bien distinta de la que tenía adoptada la víspera. Reanudando nuestro diálogo con Gil, éste prosiguió: —Cuando usted se entere bien de lo que ha sucedido, se conven­ cerá de que no he hecho otra'cosa que defender su vida, y se formará mejor idea de mí. He propuesto lo que parece mejor para salvar esta si­ tuación; pero si el señor Presidente tiene otra sugestión que hacer... Me indignó lo que me pareció una sin igual frescura, y mirando ca­ ra a cara al Coronel Gil, le pregunté: —¿Conque usted todavía cree tener el derecho a que yo pueda for­ marme una buena opinión de usted? ¿De un Oficial en quien hemos de­ positado la confianza del Gobierno, y me tiene en estas danzas? ¿Qué va a hacer usted si se traba una lucha entre las tropas de Pasto y las de Ipiales en la región del Guáitara? ¿Qué va a hacer usted si hay 400, 500 ó 600 muertos por causa de esta aventura sin sentido? -5 7 6

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Gil me repuso, al parecer sin medir el alcance de sus palabras: —Usted será responsable, porque yo ya he hecho lo que podía para evitarlo. —¿Cómo es eso? repliqué. El responsable es usted. Y si algo me pa­ sa a mí, también el responsable es usted. Dígame, Coronel: ¿qué le ha sucedido desde que se metió usted en esta aventura? Para pasmo nuestro, Gil confesó entonces que había estado reci­ biendo golpe tras golpe, pero todo por salvarme. No podría yo decir aquí que el Coronel Gil estuviera confundido, porque en realidad de verdad tenía la sensación de que él no se daba buena cuenta de nada, ni sabía qué hacer. Me propuso que siguiera en dirección al puente sobre el Guáitara o Popayán, ofreciendo acompañar­ me, y repitiéndome una y otra vez que ante todo procuraba verme fuera de peligro con mi hijo Femando. x En este estado de nuestra entrevista tuvimos noticia, por un Cabo o Sargento de la escolta, cuyo nombre se me escapa, de que el Cura Pá­ rroco de Yacuanquer había mandado un muchacho a avisarnos que por la radio de Pasto habían sabido que venían 800 hombres sobre dicha población. Gil y Pinzón volvieron a proponerme que emprendiéramos camino inmediatamente; pero yo decidí que fuéramos a cerciorarnos a Yacuanquer de lo que estaba ocurriendo. Al llegar a la casa cural pude oír por el radio que había una gran manifestación de apoyo al Gobierno en Medellín. Estaba hablando el Gobernador Jaramillo Sánchez. El Cura Párroco nos recibió con muchas demostraciones de respeto y deferencia. Nos invitó a sentarnos y sin aguardar a que lo hiciéramos nos ofreció café, y mientras yo lo interro­ gaba acerca de lo que había oído por la estación de Pasto, nos ofreció “un traguito” . La familia del Párroco corría presurosa de un lado a otro viendo qué podía hacer por nosotros. La noticia que nos había llevado estaba equivocada. Por la estación de radio de Pasto no habían anunciado la marcha de tropas sobre Ya­ cuanquer. Habían estado invitando al pueblo a salir a rescatarme; pero nada más. De la casa cural pasé a la Oficina Telegráfica. Lo primero que hice allí fue preguntar a la operadora con cuáles oficinas podía comunicarse. Me contestó que con Pasto y Túquerres, únicamente. Le ordené que 11a-

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mara a Túquerres y Pasto. Al Coronel Reyes, en Túquerres, y al doctor Coral Velasco en Pasto. La Oficina de Pasto no contestaba. De Túque­ rres dijeron que el Coronel Reyes no estaba en el lugar. Pedí entonces que hicieran llamar al Mayor Rosero. Contestaron que tampoco estaba en Túquerres, y le pidieron a la Telegrafista que se identificara. “No quieren creerme” , me dijo la operadora llorando, muy emocionada. “En Pasto tampoco quieren creerme que está aquí el señor Presidente” , me agregó. Pasto pidió también que la operadora se identificara, según me dijo después, porque no le reconocieron el trabajo. Ernestina Burbano, que así se llamaba la operadora, se esforzaba en vano por hacerse' creer, explicando que estaba muy emocionada porque era la primera vez que se veía en presencia del Presidente de la República, y para tranqui­ lizarse, se levantaba a cada momento y volvía unas veces con café tinto y otras con una botella de licor y media docena de copas. El Coronel Gil y el Teniente Coronel Pinzón querían a todo trance salir de Yacuanquer sin más demoras, para Túquerres o Popayán. Tanto insistió Pinzón que al fin le dije, con un ligero ademán de mal humor: “Es inútil. No me muevo hasta que no consiga comunicación con Tú­ querres o con Pasto y Bogotá. No hay objeto. Entre otras cosas, nos ex­ ponemos a que en el puente del Guáitara nos reciban a bala, si no están previamente advertidos de que vamos nosotros. Yo, como usted sabe, Coronel, acostumbro andar despacio” . Después entraron a la telegrafía Pinzón y Navas con el Coronel Gil a darme parte de que éste se había entregado prisionero y preguntarme si debían desarmarlo. El Coronel Gil se cuadró militarmente delante de mí, dijo algunas palabras, que ya no recuerdo exactamente; y el Capitán Navas pronunció otras, que tampoco recuerdo, en el sentido de que no era necesario desarmar a un militar de honor. Yo me limité a decir que todo estaba muy bien, y continué en el empeño de conseguir comunica­ ción telegráfica con Túquerres y Pasto. En Túquerres se presentó al ca­ bo de algunos minutos el Capitán Moreno, a quien pedí que hiciera avi­ sar a las tropas que ocupaban el puente sobre el río Guáitara, que allá iría un comisionado mío en el curso de una hora. En Pasto dijeron que habían mandado llamar al doctor Coral Velasco, y preguntaron si yo quería hablar con don Alfredo Montenegro. Habrían transcurrido quin­ ce minutos desde el momento de la entrega del Coronel Gil, cuando mis acompañantes volvieron a avisarme que habían llegado el Teniente Co­ ronel Agudelo y el Mayor Figueroa, en un jeep. Gil, Pinzón y Navas sa­ lieron a conversar con ellos y volvieron con la noticia de que se habían entregado prisioneros al Coronel Gil, y éste, a su vez, volvió a declarar­ se a mis órdenes. —

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r No quedaba nada más por hacer en Yacuanquer. Emprendimos el desfile en dirección a Túquerres, en los mismos vehículos en que había­ mos llegado, pero encabezando ahora el convoy el jeep en que viajaban Agudelo y Figueroa. Carecen de importancia para los fines de la justicia los pormeno­ res de mi regreso a Ipiales con la demora que tuvimos en Túquerres, mientras me comunicaba con Bogotá el martes 11 de este mismo mes. Es del dominio público que pernoctamos en Ipiales, muy cordialmente atendidos por todos los Oficiales que estaban alojados en el Casino de esa guarnición, y que el miércoles salí para Bogotá, en las horas del me­ diodía, con el doctor Adán Arriaga Andrade, el doctor Enrique Coral Velasco, el Teniente Coronel Pinzón y mi hijo Fernando. Volvimos en el avión Lockheed, comandado por el Mayor Valdés Tavera y trayendo como copiloto al Teniente Dueñas. Esto es cuanto puedo declarar, sin perjuicio de las aclaraciones que usted juzgue necesarias, sobre los llamados sucesos de Pasto, que investi­ ga la justicia militar. Señor Comándate, ALFONSO LOPEZ” Es fiel copia tomada de su original, a los folios 94 a 117 del cua­ derno número 1 de las diligencias investigativas relacionadas con los he­ chos sucedidos el 10 de julio de 1944, y expedida por la Secretaría del Juzgado Penal Militar de la Brigada de Institutos Militares, en Bogotá, a doce de junio de mil novecientos cuarenta y cinco. Carlos A. González B., Secretario. CARTA DE LOS CONSERVADORES Y RESPUESTA DE LOPEZ Bogotá, 12 de julio de 1944. Excelentísimo señor doctor Alfonso López, Presidente de la República, E. L. C. Los sucritos, ciudadanos colombianos, consideramos como un de­ ber patriótico el manifestar a Vuestra Excelencia que con la más firme decisión reprobamos los actos de violencia perpetrados por un grupo de Oficiales del Ejército contra la persona de Vuestra Excelencia y contra -579

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el orden institucional de la República. Al mismo tiempo estimamos en gran manera satisfactorio para el patriotismo el hecho de que el funesto intento de subversión del orden público no haya tenido sino una dura­ ción efímera, y que el Ejército mismo, gallardamente, haya vuelto por su buen nombre, como no podía menos de suceder, ya que en el senti­ miento general de los colombianos está, por fortuna, profundamente arraigado el amor a la paz y el anhelo de que jamás se interrumpa ni quebrante en nuestra Patria la honrosa tradición de civismo y de respeto a las leyes, que ha sido y es el más preciado título de orgullo para los hi­ jos de Colombia. Somos de V. E. muy atentos y respetuosos servidores, Emilio Ferrero, Esteban Jaramillo, Heliodoro Londoño, Eduardo Restrepo Sáenz, Francisco de Paula Pérez, Andrés Pombo, Julio Caro, Miguel Santamaría Caro, Gonzalo Córdoba, J. M. Marulanda, Luis E. Pombo, Eduardo Cuéllar, Pedro María Carreño, Juan Uribe Holguín, Gabriel Calle, Bernardo Pizano, Gabriel Pombo, Manuel Vicente Ortiz, José María Restrepo S., Ignacio Martínez C., Octavio Restrepo G., San­ tiago Trujillo Gómez, Bernardo Vargas, Jorge Obando Lombana, Alfre­ do García Cadena. RESPUESTA DEL PRESIDENTE LOPEZ Bogotá, 23 de julio de 1944. Señores: Con vivo agradecimiento he recibido su carta de fecha 12 del pre­ sente, en la cual me manifiestan ustedes su reprobación por los actos de violencia perpetrados por un grupo de Oficiales del Ejército contra la persona del Presidente de la Repúbüca y contra el orden constitucional. En ella encuentro también con mucha complacencia la declaración de que en el sentimiento general de los colombianos está, por fortuna, pro­ fundamente arraigado el anhelo de que jamás se interrumpa ni quebran­ te en nuestra Patria la honrosa tradición de respeto a las leyes, que ha si­ do el mejor título de orgullo para nuestros conciudadanos. No puedo dejar de advertir que los firmantes de esa carta son, con una sola excepción, miembros del partido conservador, como lo son muchos otros eminentes compatriotas que en esta emergencia, indivi­ dualmente o como miembros de diversas asociaciones, clubes, corpora­ ciones, han hecho público su categórico rechazo a los sistemas de fuerza y reiterado su adhesión al régimen democrático y a las instituciones na­ cionales. —

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Bien podría yo hacer a un lado esta consideración y asumir que to­ dos los colombianos, sin distinción de partidos o grupos, defienden la organización política de la República, que estuvo en tan grave peligro a causa de los sucesos de los últimos días. Pero juzgo que será útil expli­ car al país que la voz de ustedes se destaca, dentro de las filas del conservatismo, como excepcional, y que su mérito se dobla por cuanto tie­ ne que romper la que ya aparece como una consigna de esa colectividad, y al mismo tiempo quiebra la intransigente tradición de una política que contradice los sentimientos de civismo que ustedes comparten con la Nación entera. Con motivo de los acontecimientos de Pasto, Ibagué y Bucaramanga, el régimen constitucional de Colombia ha sido objeto de clamoroso plebiscito de los asociados bajo sus normas. En él se han expresado ya las mayorías parlamentarias, que tienen, por su número, facultad de de­ cisión en el Congreso; la Corte Suprema de Justicia y los Tribunales Su­ periores; la Iglesia, representada por el Arzobispo Primado y Arzobispos y Obispos de otras Sedes; el Ejército, que con las excepciones conocidas reafirmó su lealtad al Gobierno legítimo y la demostró, con el restable­ cimiento de la normalidad y la sujeción de los rebeldes; la Universidad y la prensa de muchas tendencias; los trabajadores organizados en sindica­ tos; y, en general, el pueblo obrero y campesino que contribuyó decisi­ vamente con su acción directa a restaurar la legalidad allí donde sufrió más grave alteraciones, haciendo una nueva e impresionante notifica­ ción a los empresarios del desorden, de que no permitirá que ellos se adueñen por sorpresa de la Administración Pública. En el campo puramente político, el partido de gobierno ha proce­ dido unánimemente con serenidad, firmeza y alto espíritu nacional. Lo mismo han hecho otros partidos y grupos de menor volumen electoral, pero de innegable ascendiente sobre importantes sectores de la opinión. En el conservatismo ha sido constante el antagonismo ideológico que había venido ocultándose por la disciplina, la abnegación o el alejamien­ to de muchos copartidarios de ustedes, y de ustedes mismos, que ejer­ cieron en la vida pública una vasta influencia por muchos años, como miembros del Gobierno, o del Congreso, o de la Magistratura, con quie­ nes llevan oficialmente la representación de la corriente tradicionalista. En diversas y gravísimas circunstancias, cuando la política de las directivas conservadoras pasó atrevidamente ciertos límites que los co­ lombianos veníamos considerando como infranqueables, se alzaron las mismas voces de reprobación que ahora escuchamos, pero que, por des-

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ventura, no fueron, con toda su responsabilidad moral, obstáculo sufi­ ciente para poner fin a la sistemática tarea de hacer invivible la Repúbli­ ca. No había para qué recordar cómo esa disidencia aparece en cada jor­ nada de la política oficial del conservatismo en los últimos.años: cuan­ do se proclama la acción intrépida, cuando se incita a la guerra civil, cuando se fomentan conspiraciones, cuando se invita al atentado perso­ nal, cuando se desarrolla un cisma religioso contra la autoridad del Su­ mo Pontífice y de su representante en Colombia, cuando se provoca la deslealtad del Ejército, y cuando toda esa campaña culmina y produce sus trágicos frutos de descomposición y desconcierto. Ni ustedes, ni los Gobiernos liberales, que han hecho los más tena­ ces esfuerzos por lograr la convivencia de los colombianos, cada uno de ellos por distintos caminos y con diferentes procedimientos, pero siem­ pre con el mismo propósito, han tenido buen éxito contra la violencia. Yo no tendría autoridad para formular a ustedes el reproche de no ha­ berse opuesto a ella por encima de toda consideración de disciplina de partido, porque creyendo que era posible buscar para la Repúbüca una vida política civilizada y vigorosa, en la cual los partidos combatieran lealmente por el predominio de sus ideas, y seguro como he estado de que las del liberalismo merecen la adhesión mayoritaria del pueblo co­ lombiano, no quise establecer desde el Gobierno ninguna diferencia en­ tre la política que desarrollaban las sucesivas directivas conservadoras. Me limité invariablemente a aceptar que había una determinada direc­ ción del conservatismo, sin averiguar los métodos a que hubiera apelado para obtener el comando, y a mantener con ella, cualquiera que fuese la posición que adoptara ante el Gobierno, las relaciones que a mi en­ tender deben existir entre éste y la oposición. Esa actitud, que el Presidente Santos no quiso modificar, robuste­ ció la autoridad de los jefes del partido conservador, les dio fuerzas sufi­ cientes para apagar las voces dé los mejores y más rectos patriotas, y así, paradojalmente, el respeto del Gobierno liberal por una gran colectivi­ dad cuyo programa era el orden, la constitucionalidad, la tradición lega­ lista del país, vino a servir Se inmunidad para que a su nombre se predi­ cara y prosperara la subversión, en condiciones que a ningún otro parti­ do, grupo, asociación e individuo se le hubiesen tolerado sin caer bajo las sanciones que señalan nuestras benévolas leyes penales. De tiempo atrás he reconocido este error político de mis dos Go­ biernos. No estoy, pues, haciendo un acto de arrepentimiento tardío, ante las consecuencias, que consideré siempre inevitables y anuncié co­ mo fatales, de la lenidad y ligereza con que todos mirábamos crecer, día -5 8 2



a día, la arrogancia de esa política antinacional. La solidaridad silencio­ sa de los conservadores con sus jefes y la resignación con que marcha­ ban detrás de una bandera de rebeldía, en busca del caos, me hizo pen­ sar que no era imposible que el mismo conservatismo, que ustedes re­ presentan auténticamente, se sintiera agraviado por cualquier reacción oficial, por justificada que fuese, contra quienes hablaban en nombre de él en la prensa y en las corporaciones públicas. Por eso las gentes, olvidando los antecedentes de esta perturba­ ción, se sienten sorprendidas al ver cómo bajo ningún Gobierno de la hegemonía conservadora fue tanta la participación de los miembros del partido liberal, ni mayor su influencia en la Administración, y sin em­ bargo, en ninguna época de nuestra historia gozó la oposición de más fueros, tuvo más ventajas, o pudo abusar de parecidas libertades para desarrollar su acción disociadora. Pero todo esto pertenece al pasado. Después de los supesos del 10 de julio la República ha sentido la conmoción que no le pudieron causar repetidas advertencias mías, ni la manera brusca y dramática como in­ tenté muchas veces precaverla contra los peligros que le preparaba la irresponsable y permanente invitación a la locura. Ahora se me dice que mi deber es impedir qüe irreflexivamente regresemos a esa agitación convencidos de que regresamos a la normalidad. Y, en efecto, no puede haber por más tiempo confusión entre tolerancia e impotencia para combatir y sancionar la delincuencia contra el orden público. No debe volver a ocurrir que los propios funcionarios del Estado, llevados a posi­ ciones de confianza como participación generosa para todos los grupos políticos y todas las capacidades en la tarea administrativa^ se^constitu^ yan en agentes remunerados de la agitación subversiva o en esp’ías de las actividades públicas y privadas de sus jefes, introduciendo la deslealtad en las oficinas del Gobierno como un procedimiento para pertuarse por el miedo a la difamación. No puede seguir sucediendo que el Estado pa­ gue, con los dineros de los contribuyentes, sueldo a los agentes de un di­ rectorio subversivo, con el pretexto de que están vigilando la función del sufragio. No debe convenirse en que la colaboración conservadora que el Gobierno solicite, teniendo en cuenta solamente las capacidades, expe­ riencia y méritos de las altas figuras intelectuales del partido tradicionalista, se haga imposible por la intimidación de quienes explotan el odio sectario como una industria política regular. No puede seguir pesando sobre la vida pública la amenaza de convertir a los servidores del Estado en inermes víctimas de la calumnia, en perseguidos sin amparo cuyas propias familias han de vivir bajo el imperio de la maledicencia y el atro­ —

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pello de los sagrados fueros de la intimidad. No es admisible que en Co­ lombia la extorsión, el ultraje anónimo, el chisme, la injuria, se utilicen libremente como armas usuales de la oposición, como si todo recurso fuera lícito y decente en la lucha política. Nuestra Patria tiene que dejar de ser la única parte del mundo civilizado en donde se hace el elogio, la defensa y la incitación al asesinato como medio recomendable para re­ solver los conflictos de los partidos políticos. Y en donde se habla de la guerra civil como otro medio legítimo de adquirir el poder, con la sola limitación de lamentar que sea imposible realizarla. Y en donde se tra­ baja metódicamente para desmoralizar al Ejército, para disolver su disci­ plina y conjurarlo a que abandone su tradición de lealtad. Menos aún puede ser Colombia el único país en donde todos estos hechos, especifi­ cados y clasificados como delitos en nuestros Códigos, puedan ejecutar­ se a plena luz del día, consagrados por la cobardía o la indiferencia, y recibidos con exaltación como pruebas de valor civil y decisión. La necesidad de reforzar la autoridad legítima dentro de una socie­ dad confundida por los excesos que he enumerado a la ligera, no es de hoy, ni la presento a ustedes como consecuencia de los sucesos de Pas­ to. Ellos han servido apenas para que la opinión nacional, al condenar­ los, declare implícita o expresamente que no quiere que sus causas per­ duren, intranquilizando periódica y regularmente al país; y menos aho­ ra, cuando ya estamos todos convencidos de que no es cierto que no produzcan efectos desastrosos los abusos de la libertad a que nos había­ mos entregado con insensata tolerancia para sus autores. Pero ya antes de estos acontecimientos yo venía pidiendo a mis compatriotas que desperteran de su despreocupada confianza y se pusieran alerta sobre los métodos políticos que por primera vez se ensayaban en la República, sospechosamente semejantes a los que iniciaron en el centro de Europa la gran catástrofe que las democracias han padecido y que están domi­ nando a costa de sangre y de inmensos sacrificios. Había un síntoma en nuestra política que me parecía particularmente funesto: el reemplazo sistemático, en las filas de la oposición, de todas las jerarquías de la in­ teligencia, de la ilustración, de la experiencia administrativa, de la recti­ tud espiritual y política por las nuevas jerarquías de la violencia y la au­ dacia, que coronaban como jefes y personeíos del partido conservador a los más agresivos soldados de las tropas de asalto, como premio a accio­ nes irresponsables y a su capacidad de difamación inmune. Ahora se ve que las cosas no podían pasar de otra manera de como ocurrieron. Y yo tengo la certidumbre de que ustedes, separados del Gobierno por dife­ rencias ideológicas, serán los primeros en aprobar que el Gobierno se proponga no permitir que lo que entienden por normalidad institucio­ -

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nal los que así prepararon esta situación, vuelva sin que la República ha­ ya modificado esencialmente su criterio y esté dispuesta a precaverse contra desórdenes como los que lamentamos, con la modificación de las leyes, si la modificación de las costumbres no resulta bastante. Por breve que sea el estado de sitio, en él tiene que meditar la Na­ ción sobre su destino futuro y sobre el uso que va a hacer de la normali­ dad republicana restaurada; y el partido conservador, el de ustedes, el de Concha y Suárez, el responsable por la suerte política de millares de nuestros compatriotas, no el autor intelectual de la acción intrépida y el caos, debe fijar, me parece a mí, su posición y trazar públicamente su derrotero. Ustedes saben que nunca quise, ni espero, ni le conviene a la Na­ ción, \xn partido conservador sumiso, gobiernista, porque el Gobierno no es conservador, ni es infalible, ni siquiera es deseable que exista una total coincidencia de puntos de vista sobre la acción administrativa, si es que alguna razón tienen de ser nuestros partidos históricos. Bien al con­ trario, me sería grato ver un conservatismo aguerrido, disputándole, con armas legítimas, la adhesión de las masas al liberalismo, y buscando abiertamente el poder por las vías normales de la democracia. No deseo luchar con una oposición desesperada y convencida de que no es capaz de recuperar el Gobierno, ni de manejarlo bien, si se lo entregan. Pero hay un aspecto esencial en que ustedes y yo —y toda la Nación, como se ha visto— no podemos menos de estar de acuerdo, y esa creo que es la base cierta de toda convivencia futura: que los partidos sean todos constitucionales y no revolucionarios, que usen los instrumentos de ac­ ción democrática, y no el golpe de estado, ni la conspiración para lograr sus fines, y que la autoridad legalmente constituida sea respetada, aun cuando se disienta de la voluntad de sus actuaciones. No puede ser que los actos de los sindicatos y corporaciones sean declarados fuera de la ley cuando no se ajustan a las normas establecidas, y tratados como sub­ versivos sus directores, pero se reserve a los jefes de los partidos de opo­ sición el derecho de preconizar, estimular' y practicar la revuelta y el atentado personal. Si el partido conservador pretende continuar una política como la que traía, sin ninguna modificación, volverá a violar las leyes, volverá a ser subversivo; pero esta vez sin que la Nación lo consienta. Al Gobierno le interesa que haya un canal para la opinión insatisfecha, un campo pa­ ra la censura a sus actividades, una competencia en el bien de la Patria y un equilibrio político que no permita el desplazamiento de nuestras lu­ chas hacia el vertical enfrentamiento de las clases sociales. No pretende intervenir esa organización, ni hacerla favorable a sus propósitos, ni dis—

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minuírla, ni amenazarla. Si no aparece nada en sustitución de lo que ante la conciencia nacional barrieron para siempre los vientos ásperos del 10 de julio, ustedes tendrán una responsabilidad ante la historia, que los hombres del Gobierno no habremos de compartir.

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Yo he hecho cuanto podía para precipitar, en plena paz, una reac­ ción favorable a los sentimientos de concordia nacional y de civilismo que habían sido sofocados por la política conservadora. Llegué a pensar que era el obstáculo para una reacomodación de las fuerzas políticas, y no vacilé en ofrecer mi renuncia, para que se buscara un nuevo campo de entendimiento básico entre nuestras grandes colectividades. Se des­ cubrió entonces que tampoco ello bastaba. Se quería el caos, y nada más que el caos. Ahora se ve claro que a quienes lo encontraron y com­ probaron que la República lo detesta y lo rechaza, es a quienes corres­ ponde retirarse de la acción pública, y permitir que se ensaye sin ellos una nueva vida, para que se experimente, sin su perturbación constante, otra forma de servir a la República desde los partidos políticos. Confío en que ustedes entenderán que no puedo hablar en estas circunstancias otro lenguaje que el de la franqueza, porque el país no quiere equívocos sobre cuestiones tan fundamentales. Creo que puedo sintetizar mi pensamiento repitiendo que considero indispensable para el equilibrio político de la Nación la existencia de los partidos tradicio­ nales, el liberal y el conservador, y que sería una aspiración insensata para un hombre de gobierno el que uno de los dos desapareciera, por sus errores o por entrar, resueltamente, al campo de la ilegalidad. Ese campo había sido traspasado por la política oficial conservadora, y juz­ go que no debe permitirse que ello ocurra de nuevo. Pienso también que el partido conservador está más auténticamente representado en sus doctrinas y sus tradiciones por quienes opinan como ustedes, que por quienes provocaron con su actividad irresponsable los sucesos que toda la República lamenta. Es mi deber no aceptar, para el futuro, que al am­ paro del respeto que me inspiran la oposición y el conservatismo se pueda alterar la paz impunemente. Creo que hay fuerzas conservadoras que pueden asumir con justo título la personería del partido conservador y de la oposición constitucional, y a ellas otorgará mi Gobierno todas las garantías que merece el ciudadano cuando discrepa honradamente de las mayorías y de los gobiernos. Creo, además, que con ellas es posible acordar grandes líneas de servicio público para las graves horas que Co­ lombia está viviendo y que serán más difíciles cuando sobrevengan los trascendentales problemas que la paz que se avecina va a plantear a to­ dos los pueblos del mundo. —

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Con todo respeto me atrevería a preguntar a ustedes si encuentran que mi deber en esta hora es diferente, si me engaño en mis apreciacio­ nes, o si no me es dable esperar que el conservatismo tenga otra políti­ ca, distinta de la que ha hecho su crisis definitiva ante la opinión nacio­ nal, que la señala como la causa, el origen, la fuente de los últimos acon­ tecimientos que han interrumpido el sosiego público. Soy de ustedes muy atento servidor y compatriota, ALFONSO LOPEZ A los señores Emilio Ferrero, Esteban Jaramillo, Heliodoro Londoño, Eduardo Restrepo Sáenz, Francisco de Paula Pérez, Andrés Pombo, Ju­ lio Caro, Miguel Santamaría Caro, Gonzalo Córdoba, J. M. Marulanda, Luis E. Pombo, Eduardo Cuéllar, Pedro María Carreño, Juan Uribe Holguín, Gabriel Calle, Bernardo Pizano, Gabriel Pombo, Manuel Vicente Ortiz, José María Restrepo S., Ignacio Martínez C., Octavio Restrepo G., Santiago Trujillo Gómez, Bernardo Vargas, Jorge Obarído Lombana y Alfredo García Cadena. E. L. C. TELEGRAMA AL DIRECTORIO CONSERVADOR DE ANTIOQUIA Bogotá, 25 de agosto de 1944. Directorio Conservador de Antioquia, Jesús María Duque D. Presiden­ te; Luis Navarro Ospina, Julián Uribe Cadavid, Luis Ospina Vásquez, Gabriel Vélez Usaza, Gustavo Correa C., Mario Velásquez Sánchez, Se­ cretario, Medellín. No resulta muy fácil para el Presidente de la República dar una adecuada respuesta a comunicaciones como la que ustedes se han servi­ do dirigirle con fecha 24 del presente mes, Es cierto que cualquier ciu­ dadano tiene el derecho y aun el deber de dirigirse a las autoridades, res­ petuosamente, cuandoquiera que desee poner de presente una queja, formular una exigencia, hacer llegar al Organo Ejecutivo una aspiración legítima, y que el Gobierno tiene la obligación de atenderlo y de expli­ car los motivos de sus determinaciones. Yo he estado siempre dispuesto a hacerlo, y más de una vez, he sabido pasar por alto las atrevidas impu­ —

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taciones y cargos que quieran hacerse al Gobierno, no sólo sobre sus ac­ tos, sino sobre sus mismas intenciones. Pero sin que sea mi ánimo el aceptar una controversia me veo forzado por ustedes a examinar su des­ pacho por algunos aspectos que seguramente no escaparon a su conside­ ración y que omitieron sin duda para no restar fuerza polémica a su es­ crito. En todo él, sólo una palabra de reprobación encuentro para el atentado contra el orden constitucional que tuvo lugar el 10 de julio en Pasto, y consignada con el objeto de poner en el mismo nivel ante los ojos del pueblo colombiano la rebelión militar con las medidas que ha venido tomando el Gobierno para remediar sus desastrosas consecuen­ cias. Para ustedes lo único grave que hay es la transitoria perturbación del orden constitucional; pero no es grave nada de lo ocurrido antes de que el Gobierno comenzara a defenderlo de un quebrantamiento irrepa­ rable; y es fácil su protesta contra los rigores de una situación que no hemos creado los jefes de la Administración Pública, y muy a regaña­ dientes la que les provoca el acontecimiento original de todas estas alte­ raciones de la normalidad. Pero hay más: es evidente que ustedes juzgan como persecución al partido conservador y a sus jefes las medidas de orden público que afec­ tan a todos los colombianos, y que no prescinden de ver con criterio político los hechos de Pasto, como una revuelta contra el partido de go­ bierno, y la represión posterior y las precauciones tomadas para evitar más graves consecuencias, como una persecución al conservatismo. El Gobierno no ha tenido ese criterio. Para él no es tremendo el antecedente de Pasto porque sea una amenaza, frustrada oportunamen­ te, contra un determinado régimen político, sino porque es, por sí solo, una amenaza a la tradición republicana del país, que crearon con esfuer­ zos conjuntos los partidos colombianos, al través de nuestra historia po­ lítica. El Gobierno no ha querido buscar en el conservatismo coautores del movimiento militar, y ha observado sin sorpresa y como un buen síntoma para la paz futura de Colombia, que el partido conservador, sus masas, sus dirigentes en la mayor parte de los Departamentos, sus inte­ lectuales más respetables fueran ajenos a la revuelta. Por desgracia no se puede decir al país, porque lo contrario está a la vista de todos los co­ lombianos, que un determinado sector de la política conservadora no hubiese estado estimulando cualquier movimiento de rebelión contra el Gobierno, y que no haya una causa política en la confusión que prendió en el ánimo de algunos Oficiales hasta llevarlos a cometer la locura del 10 de julio. No podría ocultar el Gobierno, sin faltar a la verdad, que en —

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la víspera del movimiento militar no hubiera conservadores, de la misma tendencia, que tuvieran conocimiento de que se preparaba un golpe de estas características; ni podríamos tampoco cegamos ante el hecho no­ torio de que miembros de la redacción del órgano de esa política estu­ vieran repartiendo propaganda en favor del movimiento subversivo, cuando no había sido todavía físicamente debelado por las fuerzas lea­ les, y precisamente los que buscaron asilo diplomático y que hoy mismo están viviendo en el Exterior, bajo el mismo techo del jefe conservador que se dice por ustedes perseguido. Que el movimiento culminara con el carácter de una revolución militar, y que el conservatismo en su inmensa mayoría fuera ajeno a él, puede resultar evidente; pero lo que sí es muy cierto es que no hay per­ secución contra ese partido, si no se llama persecución el imperio de medidas que el Gobierno ha juzgado necesarias para que el proceso de la justicia, por los procedimientos militares, se realice sin la intervención perniciosa de factores políticos que intenten desvirtuar la actuación de los Tribunales. Lo que ustedes piden no es la libertad de la prensa, que pretenden mostrar destruida por medidas arbitrarias, sino el restablecimiento del orden público, que concluirá forzosamente con la censura. Pero lo que piden al hablar de la restauración del orden constitucional, presentán­ dolo como desbaratado caprichosamente por el Gobierno, es ni más ni menos lo que éste desea, y en lo que está trabajando, seguramente icón más empeño que ustedes, con más eficacia y a sabiendas de que es más pesada su responsabilidad de la que a ustedes podría tocarles o hacerles efectiva la opinión pública si de cualquier manera se afectara gravemen­ te, por imprevisión y ligereza del Gobierno, la seguridad interior y exte­ rior de la República. Sólo que el Gobierno no puede olvidar, y ustedes quieren ignorarlo, que esta situación existe porque fue provocada por un golpe militar de vastas raíces y de incalculables consecuencias, y no puede, como ustedes, creer o pensar que es más perjudicial para el país que haya unos días de estado de sitio y de turbación del orden público, como está previsto por la Constitución, que el mismo movimiento sedi­ cioso que originó estos males y cuyos quebrantos a la tranquilidad pú­ blica estamos reparando con la cooperación eficaz del mismo Ejército, y sin otra finalidad que el restablecimiento total y pronto de la norma­ lidad. No tenemos ningún temor de que por los conceptos de ustedes, destinados a buscar efectos políticos clarísimos, el Gobierno aparezca transitoriamente acusado de perseguidor o de despótico o de dictatorial. -589

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No hemos dejado de comparar la magnitud de nuestra tarea y de nues­ tro deber con las obligaciones históricas de quienes han pronunciado ahora las primeras palabras de censura por la turbación del orden públi­ co cuando el Gobierno comenzó a restablecerlo con sus medidas, y ca­ llaron cuando se rompió violentamente la organización tradicional de la Nación, que nosotros tenemos el encargo de restaurar firmemente, no para cumplir con una misión política accidental, sino para responderle'a la Patria de su nombre, su prestigio internacional, su seguridad exterior, su estabilidad interna, La impaciencia porque haya otra vez normalidad institucional, Congreso, prensa libre, es muy explicable, y nosotros la compartimos, principalmente cuando entendemos que quienes la demuestran estuvie­ ron listos para jugarse la vida misma en la defensa del orden constitucio­ nal en los días oscuros de la rebelión. Pero no se,nos oculta que la res­ ponsabilidad, en estas emergencias, cuando la Constitución quiere que pase toda a los miembros del Gobierno, no se comparte, y que ella es exigible solamente a quienes no tienen el derecho de comprometer la paz pública por librarse de calificativos injustos o de recriminaciones in­ fundadas. Probablemente ustedes no están bien informados de las expli­ caciones que ha venido suministrando el Gobierno sobre cada uno de sus actos, y por eso juzgan con ánimo prevenido su conducta. Yo, en cambio, estoy dispuesto a dar las adicionales explicaciones que el país considere necesarias, y también a escuchar sin impaciencia cargos como los que ustedes me hacen y le hacen al Gobierno en su telegrama. ALFONSO LOPEZ DECLARACION DE LAS MAYORIAS DEL CONGRESO (9 de septiembre de 1944) La mayoría liberal de las Cámaras Legislativas ha estado conside­ rando atentamente los siguientes hechos, en sus reuniones.últimas: lo. La rebelión militar del 10 de julio último no se produjo dentro de un estado de normalidad para el país, sino, contrario, después de que el Gobierno Nacional había declarado el 26 de noviembre de 1943, que existía un estado de guerra con Alemania, como consecuencia de sucesi: vos actos de agresión de ese país contra Colombia. En esa ocasión el Go­ bierno afirmó que dejaba pública constancia de los hechos, y que se ha­ llaba “ colocado en la obligación de tomar las medidas necesarias para -5 9 0



defender al pueblo colombiano de la agresión externa, y para preservar su soberanía, su honor y sus derechos” . Agregó entonces: “El Gobierno no considera que esas medidas deban interrumpir ni la normalidad cons­ titucional de la República, ni la marcha ordenada y regular de sus insti­ tuciones jurídicas” . 2o. Esa declaración fue expresamente aprobada por el Senado de la República,xel cual afirmó que Alemania se hallaba en estado de beli­ gerancia contra Colombia. Otro tanto hizo la Cámara de Representan­ tes, en la misma fecha. 3o. El Gobierno, mientras se mantuvo la normalidad interna, no hizo uso de las atribuciones que le otorga el artículo 117 de la Constitu­ ción Nacional. 4o. La normalidad interna desapareció por el golpe militar del 10 de julio, y el Gobierno, en ese mismo día, declaró turbado, el orden pú­ blico. 5o. En uso de las facultades del artículo 117 de la Constitución, el Gobierno ha venido tomando prudentes, justas y eficaces disposiciones, destinadas todas ellas a la defensa de la estabilidad política nacional, al restablecimiento de la normalidad y a garantizar a la República seguri­ dad interna e internacional, puestas en grave peligro por los sucesos del 10 de julio, ocurridos dentro de las filas del Ejército Nacional. 6o. Las mayorías de las Cámaras Legislativas declararon el 19 de julio pasado que el Congreso no debería reunirse mientras subsistiera la perturbación del orden por causa de la conmoción interior. Por esta de­ cisión el Congreso no se ha reunido en sus sesiones ordinarias. 7o. La represión del alzamiento de que habla el artículo 117 de la Constitución, Nacional no podrá considerarse realizada antes de que la justicia militar haya castigado a los responsables de las acciones del 10 de julio, con los fallos de los Consejos de Guerra Verbales convocados en virtud de la turbación del orden público, y dentro de las facultades del gobierno, por el Decreto 1640 de 1944. 8o. El Congreso deberá reunirse tan pronto como las circunstan­ cias de orden público interno lo permitan; pero la perturbación del or­ den público por causa de la guerra exterior contra Colombia, adelantada de acuerdo con la declaración de las Naciones Unidas, podrá continuar para garantizar debidamente la seguridad exterior de la República. En -

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consecuencia, los decretos de carácter extraordinario dictados por el Gobierno en virtud de las atribuciones del artículo 117 de la Constitu­ ción, podrán continuar vigentes mientras subsistan las causas internacio­ nales de alteración de la normalidad jurídica. En vista de estos hechos, las mayorías liberales de las Cámaras Le­ gislativas. DECLARAN: lo. Que el Gobierno ha procedido acertadamente bajo el apremio de urgentes necesidades nacionales, al declarar perturbado el orden pú­ blico y en estado de sitio la República, y al prolongar esta situación mientras se concluyen las tareas indispensables para el tranquilo retomo a la normalidad. 2o. Que, en su concepto, la declaración del estado de beligerancia con el Reich Alemán, motivada por actos de guerra contra Colombia, hecha por el Gobierno con aprobación del Congreso el 26 de noviembre de 1943, implica que Colombia se halla en la situación jurídica de gue­ rra internacional con Alemania, y que por lo tanto el Gobierno está obligado, de acuerdo con el artículo 115, ordinal 9), de la Constitución Nacional, a proveer a la defensa de la Nación y a su seguridad exterior, haciendo uso para esta función, de las facultades extraordinarias que le confiere el artículo 117 de la Carta. 3o. Que con base en la situación jurídica descrita en los dos nume­ rales anteriores, el Gobierno debe proseguir sin dilaciones en la tarea de dictar aquellas medidas de carácter extraordinario que sean inaplazables y absolutamente necesarias para resolver los problemas económicos, fis­ cales y sociales que constituyen causas de perturbación, y cuya solución es indispensable para el restablecimiento de la tranquilidad pública y la estabilidad de las instituciones democráticas del país. 4o. Que dentro de los problemas relacionados íntimamente con la tranquilidad pública, está en primer término, en concepto de las mayo­ rías parlamentarias, el problema social, que contempla el plan de refor­ mas expuesto por el Gobierno por conducto del Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social, y cuya ejecución es urgente. 5o. Que dentro del mismo criterio son necesarias medidas del Go­ bierno, tendientes a afrontar los problemas fiscales y económicos del país. Las mayorías parlamentarias procederán a designar comisiones ple—

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namente autorizadas para estudiar con el Gobierno los demás planes que sobre estas materias proyecten los Ministros del Despacho. 6o. Que tan pronto como lo permitan los motivos de perturbación del orden público interno, que determinaron la declaración de las mayo­ rías parlamentarias, del 19 de julio de 1944, dichas mayorías concurri­ rán a instalar las Cámaras Legislativas para llenar la función a que se re­ fiere el último inciso del artículo 117 de la Constitución Nacional, pues mientras subsista el estado de guerra exterior deben continuar, de con­ formidad con dicha disposición, las facultades del Gobierno inherentes al estado de sitio, por causa de guerra internacional. 7o. Que las mayorías parlamentarias se ocuparán activamente de que el Congreso, de acuerdo con los deseos del Gobierno, estudie y re­ suelva sobre las medidas adoptadas por el Ejecutivo, bien prolongando su vigencia en leyes permanentes, o sustituyéndolas por otras que cum­ plan las mismas finalidades de orden público interno y de seguridad ex­ terior que esos decretos han buscado. Senadores; Julio César Arce, Rafael Arredondo, Diógenes Baca Gómez, Ricar­ do Bonilla Gutiérrez, José Santos Cabrera, Eduardo Camacho Gamba, Carlos César Cerón, José Vicente Combariza, Julio César Enriquez, Salustiano Fortich Villarreal, Félix Godoy, Arturo González Escobar, Sady González Bemal, Enrique González R., Jorge Gutiérrez E., Pedro Alonso Jaimes, José Jaramillo Giraldo, Mauricio Jaramillo, Joaquín Ra­ món Lafaurie, Juan Pablo Manotas, Carlos Martín Leyes, Camilo Mejía Duque, Eduardo Mejía Jaramillo, Gilberto Moreno T., José Antonio Ña­ me, Alfredo Navia, Juan Pabón Peláez, Ovidio Palmera, Jorge Regueros Peralta, Sergio Reyes Moreno, Julio Roberto Salazar Ferro, Pedro Pablo Salzedo, Carlos M. Simmonds, Rogelio A. Támara, Hernando Téllez, Jo­ sé Umaña Bemal, Adán Uribe Restrepo, Tomás Villamil, Miguel Anto­ nio Zúfiiga. Representantes; Alberto Aguilera Camacho, Alfonso Alvarez J., Abelardo Arango, Edilberto Arévalo Correal, Germán Arciniegas, Juan B. Barrios, Rafael Humberto Bemal, Alfonso Bonilla Gutiérrez, Eduardo Bossa, Luis Ca­ macho Rueda, Néstor Carlos Consuegra, Diego Luis Córdoba, Jorge Córdoba Peña, Juan Jacobo Cotes, José de la Pava, José de León Mar­ tínez, Juan Duque, Juan B. Fernández, Francisco Fidalgo Hermida, —

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Efraím Fierro Forero, Alberto Galindo, Alberto García Argüello, Sigifredo Gil Hernández, Pedro A. Gómez Cera, Benjamín Gómez Duque, Pedro Alejandro Gómez Naranjo, Guillermo Hernández Rodríguez, Gustavo Hernández Rodríguez, Blas Herrera Anzoátegui, Rafael Jaramillo B., Roberto Jimeno Collante, Jorge Lamus Girón, Emilio Lébolo de la Espriella, Alfredo López Velásquez, Alfonso Lora Camacho, Julio C. Lozada, Pedro Pablo Lozano, Arturo Llórente, Eduardo Martínez Zarama, Bernardo Medina, Juan Medina Díaz, Ismael Mejía Gómez, Carlos Mendieta, Luis Carlos Mesa, Ramón Miranda, Antonio Mondragón Guerrero, Diego Montaña Cuéllar, Alfonso Muñoz C., Antonio Ordóñez Ceballos, Miguel Angel Ortega, Alfredo Pabón Peláez, Alfonso Palacio Rudas, Angel M. Palma, Carlos Arturo Pareja, Aquileo Parga N., Alejandro Peña C., Benjamín Pérez, Pedro Pérez Sotomayor, Aníbal Prado, Moisés Prieto, Roberto Quintero Tascón, Oswaldo Rengifo, Eduardo Rengifo Villamil, Lázaro Restrepo, Diego Rivadeneira, Luis Rafael Robles, Alfonso Romero Aguirre, Ulpiano Rueda La Rotta, Ma­ rio Ruiz Camacho, Ricardo Rodríguez, Isaías Saavedra, Darío Samper, Jorge Soto Olarte, Vicente Suescün, Aurelio Tobón, Julio César Turbay, Juan José Turbay, José Demetrio Valbuena, Odilio Vargas, Adolfo León Vélez, Gilberto Vieira, José B. Vives.

ALOCUCION DEL PRESIDENTE LOPEZ AL PUEBLO COLOMBIANO, EL lo. DE ENERO DE 1945 Compatriotas: Formulo hoy, al iniciarse un nuevo año, fervorosos votos por la sa­ lud de la Nación Colombiana. Nos esperan difíciles días, pero como tan­ tos otros, en especial los del año que termina, estoy seguro de que ha­ bremos de superarlos sin que se altere nuestro destino de pueblo libre. Por eso mi primera invocación y la más intensa es a la unión de todos los buenos hijos de la República, al olvido de toda disensión que no ten­ ga inspiraciones generosas, a la proscripción de todo interés que no se confunda con el interés nacional en el empeño común de salvar con for­ tuna esta etapa que nos separa todavía de la paz universal y de la organi­ zación del mundo sobre bases más justas, respetables y duraderas. Este año comienza para la humanidad en medio de violencias, des­ trucción y desorden, sin que la guerra, después de un lustro de desenca­ denada, parezca avecinarse a su fin. Para Colombia, vinculada por sus compromisos morales y jurídicos a la suerte definitiva de la contienda armada, y por sus relaciones internacionales a la conveniencia de una paz próxima, no será menos, sino muy probablemente más duro que los anteriores. En los últimos meses hemos venido sintiendo más adversa­ mente golpes sobre nuestra organización económica que son apenas el rebote de la desorganización de los centros de consumo y producción con los cuales hacemos nuestro comercio. Aún no nos ha llegado, pero no estamos en manera alguna inmunizados contra sus efectos, la reper­ cusión que tendrá sobre nuestra vida política el ineludible desconcierto que se extenderá sobre el planeta mientras sobreviene el nuevo acondi­ cionamiento de las vigorosas y confusas fuerzas sociales que se debaten recién libertadas en el Viejo Continente. La sola perspectiva de los obs­ táculos que tendremos necesidad de vencer nos coloca ante obligaciones nuevas, y no sería exagerado afirmar que más que en ninguna otra épo­ —595



ca, desde 1939, el año que principia puede ser para el Gobierno de deci­ siones supremas y de gravísimas responsabilidades para los buenos pa­ triotas. En 1944 hemos visto acontecimientos que creíamos definitivamen­ te apartados de nuestra existencia colec5iva por la resolución nacional de vivir en paz'y ordenadamente. Nunca antes, en el presente siglo, es­ tuvimos más cerca de la anarquía ni a menor distancia de la destrucción de nuestra tradición republicana y civil. El pueblo, el Gobierno, el Ejér­ cito, en el primer momento, y después todas las jerarquías sociales y po­ líticas, incluyendo, en el más alto grado, la Representación Nacional, no solamente se apresuraron a dominar el proditorio intento, sino que utili­ zaron esa llamada de alerta sobre la indiferencia pública, para acometer una indispensable empresa de reajuste de nuestras instituciones y nues­ tras costumbres. Hoy podemos decir, con orgullo, que el golpe de Pasto ha sido aprovechado por el patriotismo de los colombianos para detener a la Nación en el camino hacia el caos. Mirando atrás, y ante la perspectiva incierta del futuro, la obra del Congreso de 1944 se agránda y ennoblece, como un acto de previsión para la defensa adecuada de la República. Le correspondió a esa corpo­ ración comenzar la liquidación de las consecuencias funestas de la suble­ vación militar, y, al mismo tiempo, la preparación del reajuste institu­ cional que hará de nuestras leyes fundamentales estatutos eficaces para mantener la estabilidad política, única salvaguardia contra las agitacio­ nes que nadie que conozca la historia puede dejar de temer seriamente para los días venideros, como fatal participación de Colombia en los pa­ decimientos de todas las naciones, beügerantes o no, antes y después de que la guerra concluya. La enmienda constitucional recibió ya los primeros seis debates. El Gobierno convocará al Congreso en enero a sesiones extraordinarias, con el principal objeto de que reciba los cuatro restantes. Es casi seguro que antes de dos meses tan trascendental reforma de nuestras institucio­ nes y tan conveniente modificación en el funcionamiento de los Orga­ nos del Poder Público, estará en vigencia. Y es muy posible que sólo en­ tonces el pueblo colombiano aprecie a cabalidad la importancia de este proyecto, nacido de la presión de las aspiraciones colectivas, que viene a corregir la mayor parte de los abusos, deficiencias y fallas de nuestra or­ ganización política y a defender a la democracia de una lenta e insidiosa falsificación, realizada al amparo de normas inconvenientes. Pero la trascendencia de la reforma no reside únicamente en ella misma, sino en la manera como fue expedida. La Representación Nacio­ -

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nal colaboró con franco entusiasmo en su discusión, y no sería fácil de­ cir quién tuvo mayor participación en ella: si el Gobierno, que la llevó al estudio del Congreso; la mayoría liberal, que la acogió como suya, después de introducir al proyecto original esenciales modificaciones, o la minoría conservadora, que consideró su deber, por primera vez en muchos años, el de seguir paso a paso el curso de la enmienda, el de co­ laborar en todo instante a satisfacer, con un alto sentido de su responsa­ bilidad, las exigencias del pueblo conservador, proponiendo sabias recti­ ficaciones para armonizarla con los intereses de su partido. Sea cual fue­ re la interpretación posterior que se quiera dar a la conducta de los voceros de la oposición en las Cámaras Legislativas, esa labor se cumplió ya, fue buena para la Patria, y quienes en ella intervinieron merecen la gratitud pública, por haber dado valerosos pasos hacia una eventual mo­ dificación de la política colombiana, que puede hacerse imprescindible en los tiempos que vienen, si la Nación se viere abocada, como hay razo­ nes para pensarlo, a complicaciones y conflictos superiores a los que .hasta ahora hemos conocido, por causa de la guerra. De acuerdo con la enmienda, las tres ramas principales del Poder experimentarán grandes cambios. La Ejecutiva será más eficaz, y podrá adaptarse a los sistemas administrativos de los Estados modernos, por medio de organismos técnicos autónomos que respondan por la conti­ nuidad de la acción oficial, y que deslinden su función de la órbita en que se mueven, y han de moverse, en una democracia, los partidos en lucha por el predominio político. La rama Legislativa se altera radical­ mente y se depura de ciertos vicios y procedimientos que habían ido creando atmósfera propicia a su desprestigio entre el pueblo, para dejar al Cuerpo de legisladores en capacidad de resolver los problemas someti­ dos a su estudio sin apelar a la delegación de sus poderes privativos en el Gobierno. La rama Judicial quedará sobre nuevas bases, que la separan de su indeseable origen en las asambleas políticas regionales, para inde­ pendizarla y dignificarla, organizando la carrera judicial en forma que los Jueces sean las más altas autoridades morales y científicas en la apli­ cación de las leyes. Ninguna otra reforma a la Constitución de 1886 ha estado en con­ diciones de operar tan rápida y benéficamente sobre la vida pública co­ mo la que fue expedida en 1944 y habrá de ser revisada y aprobada en la Legislatura extraordinaria de 1945. El Congreso Nacional se reunirá en julio bajo el nuevo sistema, y dentro de él será preciso desarrollar las disposiciones legales que desenvuelvan y consoliden la reforma de la Carta. Habrá que legislar con un nuevo criterio sobre muchos asuntos de primordial importancia. Desde el nuevo Código Político y Municipal, —

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que aplique el principio de la diferencia entre el régimen de las diversas categorías de Municipios, que ahora quedará consagrado, hasta la carre­ ra judicial, la organización del Consejo de Estado, la creación legal del Distrito especial de Bogotá, las leyes normativas del Presupuesto Nacio­ nal y de los presupuestos departamentales, los planes de obras públicas y de fomento, el establecimiento de los Departamentos Administrativos autónomos. Una vastísima tarea de reajuste de nuestra vida política y social se impondrá como consecuencia de las reformas acordadas por el Congreso. En las próximas sesiones habrá que completar el formidable traba­ jo iniciado en la Legislatura que se clausuró el 16 de diciembre. Para el regreso total, a la normalidad institucional será preciso decidir sobre al­ gunas de las medidas que tomó el Gobierno en uso de las facultades ex­ traordinarias del estado de sitio, que será levantado tan pronto como el Congreso determine si las deroga, o las modifica, o les da su aprobación. Entre estas medidas están los proyectos de carácter social, el Código de Justicia Militar y otras disposiciones que complementan la organización y depuración de nuestras fuerzas armadas, llevada a cabo por el Gobier­ no bajo la dirección de los más altos y prestantes Jefes del Ejército. Concluido ese programa, yo habré de insistir en la Cámara de Represen­ tantes para que resuelva sobre los informes de las Comisiones que estu­ diaron la conducta oficial, y en especial la mía, a petición del Gobierno, porque solamente cuando el fallo se pronuncie, inequívocamente, se sentirá la Nación aliviada de la impedimenta que rebuscados recursos políticos vienen colocando a su paso, con el propósito de entrabar o im­ pedir la acertada discusión de sus negocios. Si algunos sectores de la oposición se empeñan en que yo aparezca como un estorbo para la mejor acción del Gobierno, entiendo que es un deber mío no permitir que se aplace por más tiempo la aclaración defi­ nitiva, todo lo rigurosa que sea necesario, de mis actuaciones oficiales, las de mis colaboradores o de todas aquellas personas a quienes la pa­ sión o el interés de causarme daño político han venido convirtiendo ar­ bitrariamente en objetivos de controversia pública y de escandalosa di­ famación. Estoy convencido de que con la ejecución de la reforma constitu­ cional y de las leyes a que me he referido atrás, se habrá iniciado un ci­ clo de importancia decisiva en nuestra historia. Habremos liquidado mu­ chas preocupaciones infundadas, habremos puesto término a muchos viejos litigios, y habremos dado bases seguras a la acción de los Poderes Públicos. Todo esto, dentro de una atmósfera de acuerdo nacional que -5 9 8 —

no ha impedido, ni impedirá a la oposición ejercer su misión fiscalizadora y que tampoco la confunda con la pasión doctrinaria o las ambicio­ nes legítimas del partido de gobierno. Antes de las elecciones que reno­ varán la Cámara de Representantes y las Asambleas Departamentales, el país se encontrará protegido contra el viento asolador de la demagogia o la violencia irreflexiva que sopla en los días que proceden a la consul­ ta popular. Podemos aspirar, y aspiraríamos los miembros del Gobier­ no, a unas elecciones garantizadas contra el fraude y la arbitrariedad, en cuanto ello dependa de la autoridad ejecutiva o de sus agentes. Y todos los colombianos deben aspirar a que de esas elecciones suija una políti­ ca más doctrinaria y menos estéril de la que ha venido convirtiendo a la Nación en una asamblea de odios desbordados y de inútiles recrimina­ ciones. Este sería el mejor prólogo para las elecciones presidenciales que en 1946 habrán de dar nuevo rumbo a las inquietudes nacionales y seña­ lar la política que el pueblo esté dispuesto a acoger y respaldar en un tiempo singularmente azaroso para Colombia. El optimismo que yo derivo de estas circunstancias favorables de­ cae cuando contemplo la situación fiscal, que en 1945 se hará mucho más estrecha, y cuyas soluciones para 1946 son hoy totalmente imprevi­ sibles. La disminución de ciertas rentas sobre las cuales echó el país el peso más grande de la contribución colectiva al Presupuesto Nacional, nos ha venido acostumbrando con una peligrosa facilidad a resolver el déficit por la apelación al crédito interno. Esos recursos extraordinarios se han podido emplear en gastos comunes de la Administración con el criterio de que el final de la guerra, que siempre se consideró más o me­ nos cercano, devolvería al Fisco las rentas perdidas, en todo su volumen anterior. Pero aun así, los gastos públicos no podrán ya ser cubiertos con los impuestos que recaudábamos en 1939. Y el final de la guerra no se ve hoy tan próximo como se suponía cuando por primera vez acudi­ mos a las emisiones de bonos de deuda interna. El gran problema de nuestro desarrollo reside precisamente en la tremenda desproporción entre los gastos públicos y las rentas, y en la dificultad de extraer de una economía incipiente, sin quebrantarla, nuevas contribuciones para mantener una Administración Pública cuyo costo crece a medida que nuevas urgencias sociales reclaman una más extensa intervención del Es­ tado y nuevos servicios. Dentro del clima actual de inflación, producida por el desequilibrio de nuestra balanza de pagos internacionales, hemos asistido sin alarma al proceso continuo de las emisiones de bonos a que ha sido necesario acudir. Pero para nadie es un misterio que el Fisco Na­ cional afrontará angustiosas circunstancias cuando el tráfico mundial se restablezca y las inversiones en papeles del Estado se reduzcan para atender a la demanda de giros sobre el Exterior. El país tiene que pre­ —

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pararse para esa emergencia y no aguardar a que se haga tarde para esta­ blecer un control que nos defienda de una crisis, como probablemente no tendría antecedentes en nuestra historia económica por el monto de los intereses comprometidos. 1945 será un año de graves alternativas, y debe ser, también, un año de concordia nacional. Para que ella sea posible, he venido ofrecien­ do la más sincera cooperación, unas veces con mi decisión de servir, otras con la de retirarme de la vida pública. No tengo en los anteceden­ tes y actos de mi Administración nada que me cohíba para realizar cual­ quier nuevo esfuerzo en vía de conseguir que la política sectaria no siga entorpeciendo absurdamente por su acción desordenada y confusa, la resolución de las grandes cuestiones que afectan a la Patria, Soücito, una vez más, la ayuda de todas las fuerzas vivas de la República para la grande y difícil misión que todavía me corresponde, por voluntad del pueblo. Vuelvo a invitar a mis compatriotas a acompañarme en un es­ pléndido acto de fe en los destinos de Colombia, al abrirse una nueva etapa que, con todos sus riesgos, puede traer en su seno las semillas de un mejor entendimiento en todos los partidos, los grupos, las tenden­ cias, con la única ambición de preservar al país de aquellos peligros que los colombianos, por sí solos, pueden evitar con su probado espíritu pú­ blico y sus sentimientos de solidaridad nacional. ALFONSO LOPEZ Barranquilla, lo. de enero de 1945.

MENSAJE AL CONGRESO NACIONAL EN SUS SESIONES EXTRAORDINARIAS DE 1945 Bogotá, 22 de enero de 1945 Señores Senadores y Representantes: Las sesiones que hoy se inician están destinadas, de manera prefe­ rente, a completar el programa legislativo del Congreso de 1944. Una sola consideración les otorgaría excepcional importancia: al concluir esa tarea, cualesquiera que sean vuestras determinaciones, el lamentable episodio de la rebelión.militar que manchó nuestra historia y alteró nuestra tradición republicana, quedará liquidado. En leyes perdurables y sabias se habrá traducido la dura experiencia de la Nación sobre las causas próximas o remotas del desastre, y se adoptarán las medidas de necesaria prevención contra sucesos semejantes. Sin que nada perturbe el regular funcionamiento de las instituciones, la opinión nacional irá a las elecciones a renovar la Cámara de Representantes y las Asambleas Departamentales. Así, el poder que el Gobierno tomó de la Constitu­ ción para contener la anarquía, vuelto a su seno, el Congreso, como re­ presentación del pueblo, empleado por él para la defensa de la Repúbli­ ca, en estrecha cooperación con el Ejecutivo, será recibido por los elec­ tores para que aprueben o rechacen inapelablemente la conducta de sus agentes y voceros en las Cámaras o en el Gobierno. Las controversias que han suscitado nuestros actos, las contradicciones insolutas, el anta­ gonismo de las fuerzas intelectuales, en un día, el día supremo de la de­ mocracia, se desatan y concluyen ante el fallo de las urnas. El noble y difícil sistema que en el severo discurso de Gettysburg quedó definido para siempre como el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pue­ blo, gracias a vuestros patrióticos empeños, y también a la manera afor­ tunada como pudimos los miembros del Gobierno Nacional recoger y utilizar la colaboración de los patriotas, no sólo estará a salvo, sino probablemente más fuerte, cuando más fortaleza necesita para las tre­ mendas pruebas del porvenir. —

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Pero al lado de esta inmediata consecuencia de la misión que os es­ tá encomendada, y que ya venís realizando con reconocida eficacia des­ de el año anterior, hay otra que va a prolongarse en el tiempo y, por qué no, a partir en dos una etapa extraordinaria de nuestra historia. Emprendisteis, en 1944, la revisión de ia Carta Fundamental. Os corresponde, en una segunda legislatura, expedir las conclusiones de vuestros debates. Al terminar estas sesiones cada uno de vosotros firma­ rá la enmienda, e implícitamente reafirmará su adhesión y fidelidad a lo que la reforma dejó intacto y conservó como patrimonio institucional de la organización política creada en 1886. Todo el oleaje tempestuoso de las pugnas doctrinarias que agita y a veces parece destrozar la vida re­ publicana del siglo XIX y de la presente centuria, viene a encontrar, por fin, su síntesis. Si no tuvieran, en sí mismas, tánta trascendencia las re­ formas que el Congreso se prepara a expedir, el solo acto de revisar la Constitución con la concurrencia de los intereses y concepciones políti­ cas más diversas, y de dar por terminada una tarea emprendida por los fundadores de la Patria, en un acuerdo general de voluntades, es bastan­ te para que estas dos últimas legislaturas pasen a la historia como mo­ mentos decisivos de nuestra vida política. De aquí en adelante, sólo con dejamos llevar de la lógica imperativa de los hechos que nosotros mis­ mos hemos creado, cesa la disputa sobre la organización fundamental de Colombia, y se desplaza hacia otros campos. Podemos aceptar, y acep­ tamos humildemente que los hombres de nuestro tiempo somos inferio­ res a los proceres de la autonomía nacional, a los profetas de las liberta­ des pública, a los caudillos civiles y a los soldados que nos antecedieron y que desfilan por la turbulenta República anterior como desmedidas figuras de la pasión o de la inteligencia. Son los creadores de la antitesis en cada una de las formas esenciales de nuestra estructura democrática. Nos ha correspondido otra misión, y la hemos logrado. La República ya está organizada sobre bases permanentes. La conciencia colombiana ha filtrado todos los excesos, ha decantado los torrentes revolucionarios, y se prepara para nuevas empresas. En medio de un mundo en convul­ sión en que todo lo que creíamos vigoroso y estable se ha vuelto peda­ zos, cuando se habla de restaurarlo de acuerdo con los principios que es­ tán consignados en nuestras instituciones, tiene que ser grato para el buen colombiano comprobar que la Nación sale con un mínimum de violencia de los peligros y las conmociones que para la humanidad for­ man su única e insoportable atmósfera. Pero no sólo grato, sino tranquilizador. En cuanto las institucio­ nes, acordadas por todos y por todos acatadas inmunicen a un país con­ tra el desorden, la arbitrariedad, la injusticia, el exceso de los poderes, —

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los colombianos tenemos derecho a ambicionar una vida política y so­ cial respetada y digna, y con suficiente resistencia contra las fuerzas de disolución que están germinando como fatales efectos de la más impla­ cable y destructora guerra del mundo. No van a ser fáciles y blandos los días que nos esperan. Pero estamos hoy mejor preparados para recibir­ los cuando el consentimiento nacional se expresa sobre las instituciones, las retoca, las declara libres de inmediata controversia, y las consolida. Sin embargo, parte importante de este esfuerzo consciente y a ve­ ces subconsciente de la Nación por poner término a sus litigios secula­ res, podría perderse si nos negáramos a darle su significación inequívoca y a derivar las consecuencias lógicas de nuestra propia acción. Hace ya tiempo que me atreví a proponer; como un motivo de examen, la tesis, para mi bien fundada, de que las tradicionales fronteras de nuestros par­ tidos políticos estaban desapareciendo y que se hacía imprescindible un nuevo alindamiento y la consiguiente redistribución de las fuerzas que dirigen o encauzan la opinión colombiana. No puede suponerse que este concepto hubiera sido presentado co­ mo simple diversión académica. Bien al contrario, fue constantemente expuesto al través de una de las más intensas y recias batallas políticas, aquella que precedió a mi segunda elección como Presidente de la Re­ pública. Entonces constituía un aserto que apenas ahora, en el debate de la reforma constitucional, ha venido a tener plena comprobación. ¿Cómo, si no, entender que subsistan los antiguos hitos, cada uno de ellos bañado por la cálida y generosa sangre de nuestras revueltas civiles, cuando es posible llegar a un acuerdo nacional sobre la organización de Colombia, por primera vez, desde la Independencia? Porque sobre ese tema vastísimo, sobre cada una de sus características y modalidades, se ha librado la lucha de los partidos, desde los primeros días de nuestra emancipación. En algunas ocasiones, como en 1910, los dos partidos concurrieron a la expedición del Acto legislativo número 3; pero sólo ahora el minoritario reclama la paternidad de la Carta enmendada, y se puede abrigar la certidumbre de que no regresaría al Poder con la aspira­ ción de derogarla. Y si ha concluido la lucha, y no por una tregua ni ar­ misticio, sino por un proceso de convicciones lentamente elaboradas en el pueblo, los partidos han de tener otra finalidad, darse otra meta, tras­ ladar sus diferencias a regiones de la inteligencia en donde hasta ahora no habían logrado desarrollar su antagonismo. ¿Se han fijado ya las nuevas fronteras, sabemos qué nos distancia políticamente a los colombianos, para este nuevo tiempo, para la época siguiente? Ahí reside, me parece a mí, una segunda cuestión que no —

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puede resolverse sin aclarar la primera. Si nuestros partidos tradiciona­ les, llamados así porque recogen toda la tradición de una lucha política, extinguida en cuanto no subsisten los motivos que la promovieron, no modifican sus conceptos tradicionales, si se aferran a ellos, nada habre­ mos hecho, y las instituciones continuarán en litigio, como en 1843, co­ mo en 1863, como en 1886. No hay, empero, un solo colombiano que de buena fe pudiera sos­ tener ese criterio. Sin ella, ha habido quienes pretenden creer que ha­ blar de la eliminación de las viejas fronteras es una invitación a la liqui­ dación de los partidos y a la formación de uno solo, que destruya la ca­ pacidad de la opinión pública para oponerse al Gobierno o a las ideas predominantes en un determinado régimen político. Pero precisamente implicaría una invitación a dar vitalidad a la lucha democrática, quitán­ dole el sabor arcaico que la hace aparecer ante el pueblo desconectada de sus problemas actuales, como una supervivencia de pasiones e instin­ tos hereditarios. Si los partidos se mantienen en sus primitivas posicio­ nes, y por consiguiente no aceptan que al cambiarlas se pueden y se de­ ben distribuir de nuevo las fuerzas humanas ante sucesos no previstos cuando se formaron, la pugna política se prolonga como un choque me­ cánico de dos tropas ciegas, repetido monótonamente, cuyo desenlace se conoce por anticipado. La democracia se envilece, la política general se hace insincera y la intolerancia y la disciplina vienen a sustituir el in­ terés intelectual de los grandes procesos en que el pueblo interviene pa­ ra decidirlos. Es muy explicable que todavía no tengamos un concepto preciso sobre cuáles son los nuevos problemas, cuáles slos conflictos que ha de resolver,en uno u otro sentido, la opinión nacional, cuáles los dilemas que pueden fijar un nuevo rumbo a los partidos y modernizar la política colombiana. Pero sí sabemos bien que ciertas diferencias radicales que desde 1810 fueron recogidas por las grandes agrupaciones políticas y que por fin constituyeron el motivo de división de nuestros compatrio­ tas en los dos partidos históricos, liberal y conservador, han desapareci­ do. Los debates de la Convención de Ocaña señalaron la iniciación del litigio doctrinario entre la libertad y la autoridad, el orden y la autono­ mía del individuo frente a los Poderes Públicos. Casi podría decirse que en ese célebre e infortunado momento sólo se dibujan tendencias, y re­ sulta arbitrario presentar a Santander como el apoderado de la demago­ gia y al Libertador como el abogado de la dictadura. Esos dos tempera­ mentos y la formidable influencia que ejercieron sobre la Nación funda—

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da bajo sus auspicios, determinaron posteriormente hechos irrevocables de donde se desprenden las divisiones que ya en 1843, tintas en sangre, aguijadas por el sacrificio de millares de granadinos, se definen y confor­ man como los actuales partidos, y se exageran en el Poder o en la re­ vuelta. Un partido carga con la representación autoritaria, el otro con la subversión libertadora. Uno quiere centralizar y fortalecer el mando en una de las ramas del Poder; el otro, diluirlo, por la federación y el pre­ dominio del Congreso. El clero tercia en la disputa y uno de los partidos se hace representante excluyen te de los sentimientos religiosos, al paso que el otro no teme enfrentarse a una Iglesia cuyos ministros participan aguerridamente en la lucha política. Y el predominio del uno o del otro, muy raras veces impuesto pacíficamente por la auténtica voluntad del pueblo, marca tanto las instituciones y las leyes como la acción del Go­ bierno o del Parlamento, con un sello sectario, que con el tiempo justi­ fica las retaliaciones. La Constitución de 1886 resulta tan inaplicable como la de 1863, dentro del clima de tormenta. Sólo en 1910, al favor de la tregua repubücana, el estatuto de Caro comienza a ejecutarse, ya reformado y redimido de su despótica rigidez original. Y en 1930 la vic­ toria electoral de una colectividad que había perdido el Poder por la violencia, y por la violencia había permanecido separada de él, abre el campo para confrontar, sin prejuicios, su nueva ideología con las necesi­ dades de un Gobierno actual, y con las experiencias de sus antecesores en la Administración. En quince años de gobierno, el liberalismo, unas veces con sagaci­ dad, otras con audacia, siempre animado por un fervoroso impulso de servicio público, aprovecha íntegramente las modalidades de la inteli­ gencia y aún el mismo temperamento de sus conductores y mandata­ rios, lleva a cabo una tarea administrativa que pone en movimiento mu­ chas energías abandonadas y realiza sistemáticamente ciertos· antiguos programas y anhelos de la opinión general de los colombianos. Reduce los que se conocieron como suyos, cuando los encuentra utópicos o ra­ dicales —al fin forjados en las decepciones de la derrota o para templar los nervios en los campamentos—, va limando sin otra arma que la per­ suasión de sus actos, las resistencias injustas, o disolviendo los vanos te­ mores que preceden a su triunfo. Resuelve también, y con grandísima fortuna, los más intrincados conflictos, como las relaciones del Estado y la Iglesia, y a pesar de que tropiezan todas sus iniciativas y propósitos con una oposición que no discrimina sus ataques ni pondera sus juicios, acaba por imponer, sin empleo alguno de coacciones indebidas, el reco­ nocimiento de la conveniencia de sus determinaciones de gobierno. No es, por ello, extraño que se hayan cancelado en estos tres lustros tántas diferencias, ni sería sorprendente que un mundo nuevo de hechos y de —

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necesidades antes desconocidas, provocara de ahora en adelante defini­ ciones doctrinarias y tácticas que no fueron motivo de la secular contro­ versia de los partidos. Yo me pregunto, cuando hablo de la redistribu­ ción de las fuerzas políticas, por qué no ha ocurrido y a en mayor grado, y cómo, sino por una deformación de nuestra democracia, un partido que así sirve los intereses de la Patria, y al cual sólo el sectarismo podría ne­ garle títulos insignes a la gratitud pública, no ha incorporado a sus filas otras masas humanas, que están satisfechas con la manera como cumple su misión, y que no pueden alegar ningún divorcio doctrinario con los prospectos que él desenvuelve en el Poder. No puede ser que los colom­ bianos de 1945 no tengamos derecho a escoger libremente nuestra posi­ ción y nuestra bandera, como sí lo tuvieron, sin limitación alguna, en los ciclos anteriores, los que abrazaron el federalismo o el centralismo, la libertad de conciencia o el estado confesional, la übertad de industria o la intervención reguladora, el librecambio o el proteccionismo, e in­ corporaron cada una de esas doctrinas en uno de los dos partidos nacio­ nales. Ni puede ser tampoco que el liberalismo y el conservatismo sólo corresponden a una fatal determinación de la sangre o a irrevocables ac­ titudes de oposición y de gobierno. Ante los grandes movimientos sociales de nuestra época, ¿qué mandato nos viene del pasado, qué resolución podemos adoptar, surgida de la experiencia de una centuria sin máquinas, sin industrias, sin acumu­ lación de capital, sin agrupaciones de trabajadores? Allí, por ejemplo, comienza a aparecer una nueva frontera; pero que ya no se levanta arti­ ficialmente entre los herederos del conservatismo que siguió a Mariano Ospina o del liberalismo de Salvador Camacho Roldán. Para quienes na­ cimos, generaciones atrás, dentro de un ambiente en el cual las figuras de los radicales y de los revolucionarios, de los regeneradores y de los au­ toritarios jefes del partido conservador ejercían una decisiva influencia, no es fácil desprendernos de él, ni impedir que se refleje en nuestras ac­ titudes el espíritu de las ardorosas polémicas anteriores. Pero esa genera­ ción ha cumplido la mayor parte de su misión, y después de ella hay una impaciencia juvenil que no se vincula ni puede vincularse a una exis­ tencia tan remota en la historia y tan ajena dentro de nuestras circuns­ tancias. Y está el pueblo, que siempre es joven, que obra en presente. Si los políticos actuales quisieran eludir una definición, pronto advertirían que las masas abominan de la confusión. Nadie puede tratar de retener­ las con los signos del pasado, por gloriosos que sean. Ni los odios de veinte guerras justificarían un minuto de vacilación sobre un problema contemporáneo. Nuestros partidos históricos, que llenan la República con el eco de sus discusiones y batallas, que la crearon y la honraron, que la engrandecieron y martirizaron, no pueden convertirse en un do­ ble muro para atajar su paso hacia el tiempo presente, en el cual le co—

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rresponde resolver, libre de preconceptos, lo que hoy afecta su suerte, y trazarse una línea de conducta hacia el futuro. Por eso, cada vez que se produzca un acuerdo nacional que borre una frontera, hay que apresurarse a reconocerlo para salir inteligente­ mente al encuentro de las nuevas contradicciones que interpretan la oposición y el Gobierno, la acción o la reacción, la tesis y antitesis, que van tejiendo la historia de los pueblos libres. Ya he dicho cómo estamos en presencia de uno de estos acuerdos, en la enmienda constitucional, que tiene a su estudio, para sus últimos cuatro debates, el Congreso que hoy inaugura sus sesiones. Acuerdo tan importante en cuanto a lo que no ha de reformarse en la Carta como en lo que se altera, para reparar vicios que la Nación había venido obser­ vando ; fallas y defectos, ya muy conocidos, de nuestras instituciones. El partido conservador había convertido en un dogma la intangibilidad de la Constitución. El liberalismo, al contrario, juzgaba que debía ser aboli­ da, sin que hubiese en la conciencia pública un criterio claro y concreto para sostener la perfección de lá obra de los nacionalistas, ni su destino. El Presidente Olaya Herrera adquirió el compromiso de defenderla en su integridad y de no facilitar su reforma. Lo cumplió estrictamente. Antes de que yo fuera elegido para sucederlo en 1934, hubo un movi­ miento liberal para promover una acción revolucionaria con la convocación de una constituyente, cuyo propósito era el de borrar hasta los ves­ tigios de la arquitectura de Caro. Mi primer Gobierno tomó la iniciativa de proponer al Congreso liberal la enmienda constitucional, y entonces se vió, fácilmente, cómo no era cierto que los voceros del liberalismo es­ tuvieran tan distanciados filosófica y jurídicamente del pensamiento original de 1886, como parecían estarlo o creerlo. La reforma de 1936 fue una refriega indecisa entre la audacia y la cautela. Solamente en lo relativo a la libertad de enseñanza y de conciencia, rompió, como se di­ jo con frase afortunada, una vértebra al Estatuto. Sin embargo, se pro­ movió desde fuera del Congreso una reacción amenazante, y se habló de desconocer el imperio de esa legislación. Se la tachó de comunista, de disolvente de la sociedad colombiana, de atea, de corruptora. Los años han pasado sobre esos debates, y de seguro hoy sentiríamos vergüenza si recordáramos cuánta energía, cuánta tinta, cuánta palabra injuriosa se derrochó para anunciar, con el idioma proceloso de nuestras peores épo­ cas, fantásticos peligros, de los cuales ni uno solo amagó seriamente so­ bre la Nación en ocho años. En las deliberaciones de 1944, en más de una ocasión oímos el injusto reproche a los constituyentes de 1936, de haber sido tímidos, e inclusive de haber retrocedido, no ya sobre sus aspiraciones sino sobre las bases de 1886. Lo cierto es que en el Congre­ so homogéneo se fue descubriendo, a medida que avanzaba el estudio,

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que no había ningún anhelo popular representado en las Cámaras, ni fuera de ellas, exigiendo imperativamente que la conformación política y la organización del Estado se sustituyeran por otras. El régimen presi­ dencial, las facultades y limitaciones del Congreso, la organización de la justicia, no fueron tocados. La reforma quedó trunca, principalmente porque el liberalismo no quiso entonces declarar que su programa no contenía esa revolución institucional, y no se contentó tampoco con ha­ cer enmiendas prácticas, exigidas, ellas sí, por la opinión nacional, pero cuya aceptación implícitamente consagraba, la bondad y eficacia de las grandes líneas del Estatuto de 1886. Siguió hablándose de reforma cons­ titucional; y un tema en el cual era evidente qué no existía una discre­ pancia sustancial de los partidos históricos, siguió sirviendo de pretexto para luchas en las cuales se fatigaron poderosas inteligencias, liberales y conservadoras. Ese episodio, justamente, es el que el Congreso de 1944 clausura, para beneficio de la República. Los partidos, en vez de embes­ tirse fieramente, entran a deliberar sin pasión y con orden, animados de idéntico propósito; tapar las brechas por donde se estaba infiltrando a nuestra democracia el desprestigio, y reparar los yerros notorios que la opinión de todas las tendencias tenía conocidos, sin comprometerse en artificiales batallas revolucionarias ni reaccionarias. Nuestros partidos pueden haber tenido momentos más sublimes, más fulgurantes luchas, más glorias retóricas o militares; pero el país, sin duda, les debe mucha gratitud por su trabajo en el Congreso de 1944, porque pocas veces obraron con un más activo y sobrio sentido de su responsabilidad, o se mostraron más resueltos a no inferirle agravio a cambio de ganar fugaces jomadas. Como sectas, probablemente proce­ dieron con ineficacia, porque cada vez que se llega a un acuerdo, dos sectarismos por lo menos se licencian; pero como instrumentos para in­ terpretar la voluntad del pueblo, cumplieron largamente con su deber. Los partidos no deben ser canales obstruidos por prejuicios anacró­ nicos, sino vías fáciles para que la opinión se manifieste y se ejecute. Los partidos no son, en la democracia, sustitutos de las religiones, ni de las academias de filosofía, ni depósitos de la revelación o de la doctrina. Son sistemas para reunir la opinión viva del pueblo sobre los hechos en cursos, sobre el futuro próximo, y si no deben ser oportunistas, tampo­ co deben ser inoportunos. Un partido que deja deslizar de lado la vida nacional, pretextando que la desprecia, o alegando que está mal condu­ cida, condena al aislamiento a una masa de ciudadanos que no puede, sin irremediables peijuicios, estar ausente de las decisiones que afectan a toda la Nación, a todas las personas, a todos los intereses. Ningún parti­ do puede presumir en una democracia que es poseedor exclusivo de la —

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verdad, o que es el depositario de la virtud, porque ningún pueblo se puede dividir, sin hacerle ofensa, en buenos y malos, en estúpidos y sa­ bios. Accidentalmente los voceros o representantes de un partido se equivocan, y es legítimo el aprovechamiento de las fallas del adversario para alcanzar la influencia de otros hombres y de otras ideas en el Go­ bierno. Pero nuestro curioso despotismo intelectual, que impone la in­ tolerancia de una parte de la Nación hacia la otra, y que al mismo tiem­ po cierra todas las puertas para que la opinión se mueva y provoque cambios en el Poder público, nos aleja más del concepto democrático de la política que nuestros propios vicios electorales, que nuestras costum­ bres cívicas aún no bien purificadas. La obra del Congreso de 1944 ha sido injuriada, pero no por buena ni por mala, sino porque fue una obra. Sus miembros han sido víctimas de agresiones incalificables porque ante un voluminoso programa de trabajo útil y necesario, lo abocaron, lo discutieron, y lo concretaron en disposiciones legislativas. Porque donde había acuerdo no inventaron un falso desacuerdo. Porque no se negaron a considerar los proyectos del Gobierno solamente porque fueran del Gobierno, sino, al contrario, re­ conociendo que las iniciativas tenían buenos fundamentos, con plena autonomía e independencia las examinaron, las adicionaron o recorta­ ron, pero les dieron forma de ley. Con idéntica pasión hubiera podido decirse, y tal vez se haya dicho, que el Gobierno salió vencido de las Cá­ maras y que hubo uña derrota cada vez que uno de los Ministros admitió que el Congreso tenía razón contra sus argumentos o sus proyectos. P^ro, entonces ocurre preguntar: ¿Cómo funciona la democracia? Si el Gobierno es un dogma y la oposición es otro dogma, si toda divergencia intelectual es un cisma, si todo reconocimiento de la verdad ajena es una traición, si todo acuerdo para definir un problema público y darlo por terminado es el abandono de una tradición, y si los partidos han de vivir machacando sombríamente sobre los hechos transformados o ex­ tintos para evitar que sus afiliados se escapen, la política carece de im­ portancia y puede llegar a carecer de inteligencia. Yo miro con alarma esta modalidad de la nuestra porque ha estado varias veces a punto de precipitar a la juventud, obligada a mantener vi­ vos odios que no comparte, y a repetir incriminaciones que no haría es­ pontáneamente, a buscarse paso hacia la realidad contemporánea por los inciertos y aventurados caminos de las tendencias revolucionarias. Y dé seguir así las cosas, quienes pretendieran estar cuidando la tradi­ ción de los partidos históricos no harían sino anticipar una nueva divi­ sión nacional, que el tiempo se encargaría de dirimir con el natural asen­ so de los jóvenes extremistas, como consecuencia del retiro a la muerte de los ancianos. —

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Para que la reforma constitucional que vais a expedir de todos sus frutos, es preciso que vuestro asentimiento a ella, aún no siendo unáni­ me, clausure el debate. Que se declare categóricamente que se ha elimi­ nado una frontera entre los partidos, porque en la realidad ha desapa­ recido, y allí no se librarán más batallas. Y que el país sienta que se ha libertado de una impedimenta, para fijar su preocupación sobre otros temas, sobre otros motivos de inquietud y aun de zozobra, y que se lle­ ve la controversia política a otro campo. Naturalmente, se corren ries­ gos con la perenne movilidad y el constante desplazamiento de las co­ rrientes de opinión pública. Es más seguro dominar feudos místicamen­ te arraigados en un suelo viejo. Si del litigio constitucional pasamos a re­ solver si deben existir o nó controles del Estado sobre las fuerzas econó­ micas o si deben o nó someterse a planificación los esfuerzos de la pro­ ducción y racionalizarse determinadas industrias, los antiguos intereses que confluyeron en los partidos y que les dieron su ser original, pueden sentirse súbitamente desligados de su compromiso de fidelidad. Es cla­ ro, también, que se pueden dividir los partidos y producirse desliza­ mientos de uno al otro. Sí. Son los riesgos propios de la vida democrá­ tica, en donde el acceso de los hombres y de las ideas al Poder depende de la adhesión popular. Es necesario repetir que la unión de los parti­ dos es un medio de actuar, no una finalidad última. La unión se produ­ ce cuando hay afinidad de ideas, se destruye cuando sobreviene la in­ compatibilidad ideológica. En las iglesias se presume la existencia de una verdad revelada, absoluta e inmutable, y la disidencia es un cisma. La actuación de los partidos es temporal y sobre sujetos relativos. Se forman por agregación de opiniones concordantes, no por actos de fe. El Gobierno tiene que actuar siempre. El partido de gobierno juega to­ dos los días su suerte, su unidad, su popularidad. Si de la actuación surge la división inexorablemente, es porque la división existe de ante­ mano; pero no actuar es muchas veces más peligroso que producir una disidencia. Es más cómodo para un partido, de gobierno o de oposición, no discutir los problemas nuevos que pueden traer una división, y man­ tenerse dentro de los temas viejos que han probado su eficacia cohesiva. Pero, ¿cuánto tiempo vive un partido así? ¿Y para qué sirve? * * *

Con estas ideas acepté la candidatura para un segundo período pre­ sidencial, advirtiendo que consideraba indispensable un cambio en las relaciones y modo de actuar de los partidos, si se quería afrontar con buen éxito años muy complejos de nuestra historia. Desgraciadamente no he visto logrado ese deseo, y en meses pasados lo declaré to n fran­ queza, cuando tomé la resolución de retirarme de la Presidencia, a la -

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cual no me he sentido vinculado sino por el ánimo de prestar un último servicio a mi país, como escasa retribución a la confianza que generosa­ mente han venido dispensándome mis amigos políticos. Los colombia­ nos se resistieron con espíritu optimista a examinar la seriedad de la situación que a mí juicio comenzaba a afectamos, y prevaleció en todos ellos el concepto de que Colombia era una afortunada excepción en la catástrofe militar, económica y política del mundo, y que habría de sa­ lir indemne de la crisis universal. La mayor parte de las medidas restric­ tivas y previsoras que el Gobierno comenzó a tomar, con oportunidad, en los hechos, impertinentemente sobre una conciencia desprevenida, fueron juzgadas como un torpe deseo de oponerse al enriquecimiento de los grandes industriales y de estorbar en su actividad a los hombres de trabajo. Si la guerra no se hubiera prolongado más allá de las expectativas de los mismos que estaban dirigiéndola, tal vez hubiésemos salido de es­ ta emergencia sin muchos quebrantos. Pero la guerra podía prolongarse, y la inflación proveniente del desequilibrio de la balanza de pagos in­ ternacionales acelerar el alza del costo de la vida a los extremos actua­ les, y aun peores. Podía también ocurrir que la campaña contra la infla­ ción desarrollada por los Estados Unidos y por todos los países belige­ rantes afectara el valor de nuestros artículos de exportación, por el ra­ cionamiento y la fijación de precios, y que si nosotros no seguíamos una línea semejante en la lucha contra el inflacionismo, ejerciendo la in­ tervención del Estado sobre las industrias y el comercio, la producción del café se hiciera día a día más costosa y el precio exterior continuara estacionario, como ha sucedido. Podía ocurrir, y ha ocurrido, que algu­ nas rentas descendieran y entráramos a una crisis fiscal que no pudiera ser resuelta sino con nuevos impuestos o cuantiosas operaciones de cré­ dito, y escogimos el segundo camino como el de menor resistencia, co­ mo el menos inconveniente para una economía débil que no puede ser gravada en la misma proporción que la industria norteamericana o bri­ tánica en tiempo de guerra. Podía ocurrir que los transportes comenza­ ran a flaquear por falta de vehículos, accesorios, repuestos, y parecía prudente tratar de economizarlos. Pero todo ello ocurriría y ocurrió so­ bre un país impreparado para la adversidad, seguro de que no habría de sufrirla, dispuesto a rechazar las restricciones preventivas y ajeno al esespíritu de cooperación con los Poderes Públicos y con las fuerzas eco­ nómicas competidoras en tiempos normales. Sobrevinieron múltiples desórdenes sociales y políticos, estimulados por los enemigos del Go­ bierno, como abiertas rebeliones contra la moderada intervención esta­ tal que comenzaba a ensayarse sin mucha experiencia. Los primeros síntomas de resistencia fueron interpretados por ciertos sectores políti-

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eos como el anuncio de que podía jugarse fácilmente la carta revolucio­ naria, y se jugó, abierta e irresponsablemente, comprometiendo a todas las fuerzas sociales de orden y de anarquía, y aun a las fuerzas armadas, en aventuras subversivas. Hemos hablado mucho de la gravedad que tuvo la rebelión militar del 10 de julio, y no tengo empeño en encarecerla porque sé que sólo conseguiría hacer más penosa la situación moral de los militares y civi­ les que tomaron parte activa en ella, sin que los que la desearon, la fo­ mentaron, y esperaban aprovecharla, se sientan siquiera cohibidos para aparecer defendiendo a los responsables materiales contra una mons­ truosa persecución oficial. Pero el país no estuvo, como se ha dicho, al borde del caos y de la anarquía, sino dentro de la anarquía y el caos, y se salvó a sí mismo cuando comprendió que las prevenciones que se le venían formulando no eran palabras tácticas que no correspondían a una realidad inverosímil. El pueblo, el Ejército, el Congreso de 1944, la Corte Suprema de Justicia, el partido de gobierno y grandes sectores del partido conserva­ dor, que tienen representación en los sentimientos y actitud de las minorías conservadoras del Congreso, han liquidado ese episodio, y dé él no quedará sino un doloroso recuerdo cuando estas Cámaras termi­ nen su misión histórica. Si hago ahora mención de tales hechos es por­ que constituyen una cadena inquebrantable de circunstancias adversas a la preparación adecuada de Colombia para los días que se avecinan, y si no se busca una cooperación nacional para sortear los tremendos con­ flictos que acosarán a la economía y al Fisco, a las industrias privadas y a las rentas públicas, a los transportes y al café, a los consumidores y a los productores, a los empleados y jornaleros y a los empresarios, como también a los partidos políticos, no podremos esperar un desenlace fa­ vorable para ningún colombiano, por alto o bajo que se crea colocado, por inmune que se sienta a las alternativas de la situación mundial o a los trastornos en la estabilidad política del país. Pero aparte ese cúmulo de circunstancias que impidieron en los últimos años que nuestros compatriotas adquirieran una segura con­ ciencia de los peligros que los asediaban y el deseo de hacerles frente, aun a costa de ümitaciones de su autonomía y de privaciones drásticas, la política tampoco estaba en condiciones de interpretar con acierto los signos oscuros del porvenir. No es fácil crear en las masas humanas el interés por problemas que no son bien conocidos ni por los expertos y especialistas de las grandes potencias. Ese conjunto vago de interrogan­ tes que recoge la incertidumbre del hombre de la calle ante la gran cri­ sis política, social y económica del planeta, y que se suelen denominar —

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en abstracto y latamente como los problemas de la post-guerra, no es, ni' puede ser el sustituto de las pasiones políticas aldeanas, de nuestra ve­ hemencia y de nuestra impreparación. Sería candidez proponer que los partidos colombianos se reconstituyeran a propósito de los planes que estudian los técnicos asesores de las Cancillerías aliadas. La indecisión y el vacío que siente la opinión pública se origina, tal vez, en ese estado de tránsito en que ya las viejas palabras y los antiguos conceptos han perdido su valor emocional y su atracción intelectual, por referirse a problemas pretéritos, y los nuevos sólo se presentan como amenazas in­ definidas. Todos nos damos cuenta de que en el resto del mundo han pasado acontecimientos extraordinarios que arrasaron para siempre muchas de nuestras ideas, anularon buena parte de nuestras experiencias, y nos de­ jaron, súbitamente, delante de hechos que no sabemos analizar ni dirigir cabalmente. Entendemos, también, que en el nuevo mundo que se está amasando en la contienda, no habrá la seguridad, la facilidad, la tranquilidad de los días anteriores de 1939; pero nos es muy difícil pre­ decir de dónde y cómo surgirán los peligros que intuimos y tememos. Una invitación a estudiar y resolver los problemas de la post-guerra pa­ ra los colombianos tiene que ser, forzosamente, académica, porque co­ menzamos por no saber bien que sería un problema cuando la guerra termine. Comprendemos apenas que es temerario hablar del fin de la guerra, de la paz, de la futura organización internacional, en los térmi­ nos que se aplicaban antes de 1939. En los primeros años del conflicto era corriente decir, por ejemplo, que los pueblos americanos, y entre ellos Colombia, deberían adoptar una conducta que les asegurara un puesto de relativa importancia en la conferencia de la paz. ¿Quién habla hoy de la conferencia de la paz? ¿Quién se atreve a afirmar, siquiera, que habrá una conferencia como la deVersalles, una deliberación como la que promovió Wilson, una paz discutida entre todos los pueblos beli­ gerantes —es decir, la inmensa mayoría de las naciones del globo—, en términos de responsabilidad y de igualdad para todos ellos? Ya estamos viendo, después de la invasión de Italia y Francia por los aliados y de la liberación de los pueblos oprimidos por el nazismo, que no es posible intentar la reconstrucción de Europa como la conoci­ mos, como la concebíamos hasta el momento mismo en que las tropas norteamericanas y británicas empezaron a poner en descubierto el esta­ do terrible de miseria, de destrucción y desconcierto que dejaron los in­ vasores germanos. Y si ello es así, ¿es posible que los colombianos poda­ mos hacer un solo cálculo que no sea producto de la imaginación, sobre las consecuencias del aniquilamiento del Continente europeo y sus re­ —

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percusiones directas sobre nuestra economía, y, también, necesariamen­ te, sobre nuestra política? En el siglo pasado, causas remotísimas provo­ caron en Colombia crisis agudas, y en este mismo, en 1920 y en 1929, se produjeron desajustes muy hondos como contragolpe de sucesos mundiales de poca importancia si se les compara con los que está su­ friendo la humanidad desde 1940. Es, pues, muy improbable que la política nacional pueda tomar rumbos y promover definiciones sobre los llamados problemas de la post-guerra, y que los partidos logren crear una conciencia popular so­ bre ellos. Lo único que sabemos en esta hora es que el país se acerca a una’ zona de tormenta, y que no va a salir de ella con sus ideas, con sus prejuicios actuales, ni menos aún, con sus formas económicas presentes, sin alteración alguna. Y si ello es así, Colombia va a necesitar de todas sus energías, de una vigorosa unidad y de una fuerte estabilidad política para que no la arrastren vientos desconocidos, hacia un ominoso desti­ no, ofreciendo el espectáculo de una reyerta de náufragos. Yo he dicho, en idénticos términos y por las mismas razones que he venido exponiendo, no una, sino muchas veces, que en circunstan­ cias como las que estamos viviendo, se hace precisa una amplia colabo­ ración nacional entre pueblo y Gobierno. Pero no me he limitado a ha­ blar de ella. La he buscado por muchos caminos, animado por una firme convicción de que no es otro mi deber. Puedo decir, sin jactancia, que no he ahorrado ningún esfuerzo de los que razonablemente podía inten­ tar para que esa colaboración se produjera, y cuando creí entender que yo mismo era el obstáculo que estaba deteniéndola, determiné remover­ lo. No he obrado así impulsado por un sentimiento, sino porque pe­ san en mi ánimo todas las consideraciones que ahora reitero ante voso­ tros. Para mi es claro que no subsisten entre los partidos políticos co­ lombianos, o mejor aún, en la opinión pública, las fronteras que fueron intraspasables en el siglo XIX, y desde las cuales se libraron las grandes batallas de nuestra organización como Estado y de nuestro carácter co­ mo Nación. Apenas apuntan en el horizonte las causas que van a provo­ car, ineludiblemente, la distribución de las fuerzas políticas del porve­ nir, y ya comenzamos a abocarlas con ejércitos donde una buena parte de los combatientes no sabe bien cuál es su campo ni reconoce su ban­ dera. No puede ocultársenos que los problemas que se le plantearán a Colombia próximamente, no están bajo nuestro control, ni van a surgir de nosotros mismos, sino de fenómenos externos, de convulsiones eco­ nómicas y políticas ante las cuales la República habrá de colocarse en una posición defensiva, alerta, no sometida a programas concretos, y su-

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jeta a revisiones constantes, porque ignoramos la forma, la intensidad, la dirección de las fuerzas que pueden desatarse sobre nuestro destino. Dentro de ese criterio mi Gobierno se ha propuesto, desde antes del golpe militar de Pasto, y con mayor empeño después del 10 de julio, un prospecto de definición, aclaración, consolidación y reajuste de todo aquello que pudiera considerarse como un factor más de división, como un estímulo para la anarquía intelectual y para el abandono de superio­ res obligaciones. Expedida la reforma constitucional; reorganizadas las fuerzas militares; atendidas antiguas reclamaciones de justicia social que podrían, insatisfechas, ser el fermento de una lucha de clases en horas todavía más difíciles que las actuales; establecida la responsabilidad de la imprenta para que la conciencia nacional se ahonde y purifique; crea­ das algunas defensas urgentes para una época en que las actividades eco­ nómicas se desorganizarán hasta los más imprevistos extremos, podemos decir que han quedado removidos casi todos los obstáculos que encon­ traba la nación para defenderse, unida, sin quebrantos irreparables, de la crisis o las crisis sucesivas del tiempo futuro. El Gobierno ha contado para esta tarea en el Congreso Nacional con el inteligente, perseverante y responsable apoyo de las mayorías liberales. Y halló también, contra todas las prevenciones, un ambiente de cooperación patriótica en la mi­ noría conservadora, que no sólo hizo fácil la pesada y trascendental em­ presa legislativa, sino que contribuyó a su perfeccionamiento. La cola­ boración nacional, en su forma más obvia y categórica, comenzó a im­ ponerse, desde el propio recinto de las Cámaras, no como un acuerdo pactado, ni un compromiso de ventajas recíprocas entre los partidos, si­ no como el entendimiento de que hay una obligación de solidaridad na­ cional que impide a la oposición entrabar la obra del Gobierno cuando de ello no resulta solamente un quebranto político para el partido do­ minante, sino una responsabilidad con todos los colombianos. Y tengo la esperanza que desde ese recinto se extienda, como el mandato de la hora, que nos está exigiendo una política seria, aplicada a decidir no ya qué grupos ejercen el Poder ni qué ideologías privan, sino qué puede protegerse, resguardarse, salvarse, del patrimonio común, en una situa­ ción confusa que se escapa del control de los colombianos. Pero es más: no veo quién pudiera aprovechar cualquier imprevisi­ ble desastre. La lucha esencial que habrá de librar Colombia es para pre­ servar, en el campo político, el sistema democrático, las libertades esen­ ciales de conciencia, de palabra, de imprenta, de asociación, de indus­ tria, la igualdad de oportunidades, la dignidad humana; en el social, la cooperación entre las fuerzas productoras pro oposición a la tiranía de una clase, la capitalista o la obrera; en el internacional, la autonomía de la República y la solidaridad del Continente, en la paz y en la guerra, el —

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respeto a un orden de derecho y el repudio de la guerra como solución de las controversias entre Estados o como política nacional expansioñista; en el institucional, el orden civil, el equilibrio de los Poderes y el control de sus actividades; en el económico, el desarrollo de la produc­ ción dentro de un sistema autónomo, pero intervenido por el Estado, para que cumpla una finalidad social cuando provee a una ambición individual legítima, necesaria para aumentar la riqueza pública. ¿A cuál grupo de colombianos le conviene que esas bases de nuestra asociación flaqueen, se debiliten, se destruyan o desaparezcan, así sea transitoria­ mente? A ninguno que milite en las filas de los partidos históricos, por­ que ambos tienen su pasado y su porvenir vinculado a nuestro sistema político y social. Ambos han contribuido a organizarlo. Puede haber, y hay, seguramente pequeñas colectividades de tendencia francamente re­ volucionaria que comprendiendo que no ha llegado · su hora para dar un asalto a las instituciones liberales, trabajan en la atmósfera generosa de las libertades públicas para aumentar el número de sus prosélitos, con las conversiones de los decepcionados, con los entusiasmos juveniles de los estudiantes, con la candidez de los campesinos y la inconformi­ dad de algunos sectores obreros. ¿Pero es posible considerar que los fundamentos de nuestro-orden, arraigados en la conciencia de dos par­ tidos que abarcan casi todo el electorado, sean tan débiles como para que se puedan juzgar realmente amenazados por fracciones de muy li­ mitados recursos políticos? Están amenazados, sí, en el mismo grado en que las consecuencias de la crisis fiscal, de la crisis económica o de la crisis' social que la guerra sigue empujando cada vez más cerca y más adentro de nuestra organización, provoquen la inestabilidad política. Tal vez ningún tiempo es más adecuado para estimular la revolución, pero también ninguno es más impropicio para detener o dirigir la que llegue a desencadenarse, y estoy seguro de que ningún partido suficien­ temente poderoso para intentar una aventura semejante querrá tomar la responsabilidad de alterar el orden interno, por poco que medite en sus consecuencias. Por lo que hace al Gobierno, ya he declarado que entien­ do su deber como el de procurar la cooperación de todas las fuerzas na­ cionales para ponerlas al abrigo de la tormenta, para que ninguna se pierda, aunque todas tengan que sufrir golpes y reveses. Pero esta políti­ ca debiera salir ya del terreno de las admoniciones y consejos, de las ad­ vertencias y excitaciones recíprocas, y traducirse en actos que hagan vi­ sible la solidaridad de nuestros compatriotas en esta emergencia. Com­ prendo que hay otras políticas. Y considero como una circunstancia afortunada que en pocas semanas más, el pueblo, en las elecciones, haya de ser consultado sobre la que más conviene, y tenga ocasión de escoger entre las que le recomienden los miembros del Congreso, el Gobierno, la oposición, o cualquier otro grupo. —

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Señores Senadores y Representantes: En vosotros, además del poder superior de que estáis investidos co­ mo fuentes de las leyes, confluye el de naturales directores políticos del pueblo que os otorga su mandato y su representación. En las elecciones de marzo la opinión colombiana ha de expresarse, y depende de voso­ tros inquirir cuál es su voluntad y consultar cómo entienden nuestros compatriotas el interés nacional y cómo quisieran verlo defendido en el Congreso y en el Gobierno. Como ciudadano, pero excepcionalmente colocado en el puesto de más alta responsabilidad, ha sido para mí un motivo de íntima satisfac­ ción contribuir desde el Gobierno a la realización de un programa legis­ lativo que viene a colmar las exigencias inaplazables de un reajuste de­ mocrático y al mismo tiempo me ha ofrecido oportunidad de prestar un servicio de la calidad y proporciones que ambicionaba cuando acepté el encargo de ponerme nuevamente al frente de los destinos públicos. Sólo una aspiración puedo abrigar ahora: que estas reformas institucionales se desarrollen dentro del mismo espíritu con que se expiden, y que la formidable tarea que resta al legislador para hacer el tránsito del Estatu­ to constitucional vigente al que ha de regimos, cuando esta enmienda entre en vigencia, se ejecute con el mismo cuidado patriótico y en el más extenso acuerdo posible de las diversas tendencias parlamentarias, en las sesiones ordinarias de julio, o aun antes, cuando haya concluido el proceso electoral. Por ambicioso que fuera hombre alguno con la mi­ sión que a sí mismo se trazara, ante los resultados de la que a mí me ha correspondido, no podría menos de sentirse muy orgulloso, y yo lo es­ toy. En medio de alternativas difíciles he podido vincularme a esencia­ les transformaciones de la vida de la República, y encuentro que ellas tienen una mayor aceptación de la que podría presumirse en una empre­ sa que involuntariamente ha tenido que cargar sobre sus hombros uno solo de nuestros dos grandes partidos, en casi todos sus momentos. El pueblo se dará libremente otros gobiernos, las colectividades políticas modificarán sus posiciones, otras ideas y otros hombres vendrán a reem­ plazar a los que hemos ejercido nuestro mandato, pero será retribución suficiente para -nuestra obra el que se reconozca que ha facilitado la que a ellos les toque adelantar. Señores Senadores y Representantes. ALFONSO LOPEZ

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ALOCUCION DEL PRESIDENTE LOPEZ, A LA TERMINACION DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Compatriotas: La guerra que ha impuesto más padecimientos a la humanidad, la más heroica y sangrienta de todos los tiempos, ha llegado a su término en Europa. Alemania ha capitulado a la demanda de rendición incondi­ cional que se pactó en Casablanca por los Jefes aliados, cuando la victo­ ria apenas comenzaba a clarear para los ejércitos de la democracia. La Italia fascista de Benito Mussolini cayó la primera, con sólo que los ma­ rinos de Eisenhower desembarcaran en Sicilia. Queda como último re­ ducto de la tiranía el territorio metropolitano del Japón, pues ya los mares y las islas que le sirven de camino están cediendo, una a una, bati­ das por los intrépidos soldados norteamericanos. Al volver de algunos días, que serán cortos pero duros para las tropas que todavía luchan en el Pacífico, vendrá la paz para todos los hombres de la tierra. Paz que ha sido ganada en las fuentes mismas de la guerra. Que ha significado el sacrificio de ejércitos y escuadras; de toda una generación y pueblos enteros; que ha implicado el esfuerzo de miles y miles de hombres y mujeres, en miles y miles de fábricas que doblaban o multi­ plicaban la producción para asegurar armas y provisiones a los regimien­ tos de la libertad. Que fueron derrotados muchas veces, reducidos a na­ da, perdiéndolo todo, menos la fe en la justicia, en el derecho. El mundo ha vivido una de sus más tremendas horas de prueba. Ciudades que desaparecían en una noche de asaltos aéreos, naciones asoladas en pocas semanas y con iniquidad que no ha tenido antece­ dentes en la historia. Polonia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Francia, los Balcanes, Grecia, la Rusia europea, el Mediterráneo. Desde las puertas de Moscú y Stalingrado, hasta El-Alamein y el Canal de la Mancha, términos de la barbarie y principios de la reconquista. Cinco —

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largos años de perder y resistir, descontando cada mañana el desastre de una flota, el rechazo de una expedición, la ruina de un país. Y en ca­ da insuceso militar, como lógico reflejo, un golpe a la confianza de los hombres en las normas de la democracia. Pero de la avalancha nazi, del asedio de la violencia, de tanto castigo de fuego como ha soportado el mundo en esta guerra, la democracia sale fortalecida, sin que para de­ fenderse ella o para defender a los amigos de la libertad hubiera tenido necesidad de renunciar a ninguno de sus postulados, ni de sacrificar nin­ guna de sus prácticas esenciales. Al asumir la Presidencia, en agosto de 1942, ofrecí dedicar mis es­ fuerzos de manera principal a tratar de preservar a Colombia de los es­ tragos de la guerra que amenazaba quebrantar nuestra prosperidad y de­ sajustar nuestras instituciones, precipitándolas al río revuelto de la anar­ quía. No había entonces, como no la hay ahora, nación que pudiera considerarse con razón inmune a las consecuencias de la contienda, que comenzó por cerrar los mares al tráfico internacional, iniciando en for­ ma peligrosa una aguda crisis económica, que perjudicó por igual a pro­ ductores y consumidores, y produjo, entre otras cosas, el alza del costo de la vida a niveles que nunca habíamos conocido. La calamidad de la guerra alcanzó al patrón y al obrero, al dueño de la tierra y al campesi­ no, al que contaba con recursos y al que no los tenía, afectando sus em­ presas, alterando el rumbo y el ritmo de sus preocupaciones. Y para el Estado surgió la imperiosa obligación de acudir a reparar prontamente los daños y trastornos que la guerra causaba en la actividad particular, improvisando muchas veces, equivocándose otras, o chocando con la in­ comprensión, cuando no con la ventaja que pugnaban por asegurarse determinados grupos de intereses. Hemos pasado cinco años temiéndola más cada día, viéndola acer­ carse a las aguas de nuestros mares para bloquear nuestros puertos. Cin­ co años de inseguridad, de incertidumbre, largamente dolorosos por to­ do lo que hemos visto sucumbir injustamente, pero que, por ventura, nos dejan a la postre más bienes que males, más obras que ruinas, y, so­ bre todo, más confianza en nuestras propias posibilidades. En el vaivén del conflicto mundial, hemos estado trabajando teso­ neramente y no sin éxito, por el bien de la República. La reforma cons­ titucional, ya en vía de completo desarrollo, es, cuando menos, un buen aporte a los cambios que será conveniente llevar adelante en nuestras instituciones políticas y administrativas, si realmente anhelamos entrar al futuro protegidos contra los vicios que han entrabado nuestro progre­ so. Y es, además, un hecho trascendental en la vida de los colombianos, _

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si consideramos que se obtuvo mediante espontáneo acuerdo de volun­ tades, dando una tregua a las luchas de nuestros partidos políticos, pre­ cisamente en los momentos en que soplaba con mayor violencia el hura­ cán del caos, y que será más eficaz como instrumento de orden y bienestar colectivos, en la medida en que cuente para su ejercicio con el apoyo de todos los ciudadanos. La paz, como la guerra, también cubri­ rá, en revés o fortuna, a todos los hijos de Colombia, a los de todas las clases sociales y agrupaciones políticas, parejamente, sin que haya lugar a la imposible división de unos sectores favorecidos en oposición a otros lesionados por sus consecuencias. En repetidas ocasiones he llamado a todos mis compatriotas a compartir con el Gobierno la responsabilidad de poner a la Nación a cu­ bierto de las contingencias de la guerra y de las sorpresas de la paz. El milagro de un mundo nuevo comienza a levantarse sobre las pavesas que aún arden en Europa, como los últimos rastros de la gigantesca heca­ tombe. Nuevas promociones de ideas, nuevos hechos, nuevas situacio­ nes, nuevas costumbres, nuevos instrumentos y sistemas, vendrán a reemplazar a los antiguos, que abrasó y consumió el fuego devastador de la contienda. No habrá pueblo ni hombre que pueda quedarse por fuera del nuevo círculo de acontecimientos, y menos ahora cuando nin­ gún país puede ser indiferente al desenlace de las batallas que se pierdan o se ganen más allá de sus aguas territoriales. Sobre nosotros llegará a golpear esta nueva marca de los sucesos imprevisibles, que afrontaremos con tanto mayor fortuna si nos encuen­ tra, como todavía lo espero, unidos firmemente en el propósito de supe­ rarlos. No sabría yo entender cómo en razón de las viejas querellas de partido, pueda desatenderse en estas confusas horas de la vida contem­ poránea, la invitación de mi Gobierno a consolidar las posiciones del fu­ turo. Pienso que habrán de sobramos tiempo y oportunidad para conti­ nuar cultivando los odios que nos separan, si tal fuere el deseo de quie­ nes se niegan a recibir las perentorias notificaciones del presente; pero qué corto y angustioso será, en cambio, el término de que podremos disponer para buscar el orden y el progreso entre el alud de sucesos que habrá de traemos la paz, si alcanzamos la suerte de no ser atropellados, como lo temen otras naciones mejor organizadas que la nuestra. Colombianos: Saludemos la paz en Europa con regocijo, pero también con dolor por los hombres que cayeron en su búsqueda; por los que transitaron los ásperos caminos de la guerra; por las ciudades destruidas y las na-

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ciones arrasadas; por los que saldrán a recibir la paz con los brazos muti­ lados; por los que al regresar de las trincheras no hallarán ni cosecha en su huerto, ni llama en el hogar; por los que quedaron sin hermanos ni amigos; por los que permanecerán esperando que un acuerdo, un trata­ do, les devuelva un trozo de tierra que puedan bautizar con el entraña­ ble nombre de patria! Levantemos los corazones al Todopoderoso para darle gracias por la noche que cierra y por el día que nos abre, y para rogarle, férvida­ mente, que guarde a Colombia y ampare a sus hijos! ALFONSO LOPEZ

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MENSAJE DEL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA AL CONGRESO NACIONAL (Sesiones extraordinarias de 1945) Bogotá, 26 de junio de 1945 Señores Senadores y Representantes: Ordena la Constitución que cuando por circunstancias de guerra exterior o conmoción interna fuere preciso declarar turbado el orden público, y en estado de sitio la República, una vez que la situación de anormalidad haya cesado, el Gobierno deberá reunir el Congreso para darle cuenta del ejercicio de las facultades extraordinarias de que estuvo investido. En cumplimiento de ese mandato, habéis sido convocados a las sesiones extraordinarias, durante las cuales el Gobierno pondrá una vez más a disposición vuestra todos los informes que consideréis necesa­ rios. En dos legislaturas, en la de noviembre y en la de enero, el Congre­ so ha tenido ya amplia oportunidad, no sólo de examinar los actos del Gobierno, sino también de revisar las medidas que éste juzgó convenien­ te expedir bajo el apremio de graves circunstancias, en defensa del or­ den y de las instituciones nacionales. Muchas de estas medidas merecie­ ron la aprobación de las honorables Cámaras y fueron consagradas en le­ yes o en reformas constitucionales, con las modificaciones que un más detenido estudio y la experiencia práctica de varios meses aconsejaban para darles el carácter de normas permanentes. Esta vez el Gobierno estará listo a suministrar, por intermedio de los Ministros del Despacho, las informaciones adicionales que las Cáma­ ras estimen útiles sobre los asuntos que puedan ser materia de su consi­ deración, de la propia manera como en otras ocasiones se abstuvo de ser más prolijo en sus comentarios acerca de los motivos inmediatos del es­ -

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tado de sitio, es decir, sobre el golpe de cuartel de Pasto y sobre el desa­ rrollo de los Consejos de Guerra Verbales que juzgaron a quienes figu­ raban como inicialmente comprometidos, y ello por dos razones: prime­ ra, la inconveniencia de exhibir en todas sus inquietantes dimensiones ante la opinión nacional y extranjera la aguda crisis que atravesaba nues­ tro Ejército, con sus cuadros desorganizados y con muchos de su Jefes llamados a juicio; y luego, el deseo de no alterar innecesariamente el cli­ ma de armonía y colaboración política que desde el comienzo de las se­ siones de noviembre animó a los voceros de todos los partidos, clima que brindó al Congreso y al Gobierno la oportunidad de llevar a cabo un fértil esfuerzo de reajuste institucional, acaso el más importante que registre la historia del país en mucho tiempo, el cual pudo así desarro­ llarse fuera del ambiente de amargas recriminaciones que hubiera exa­ cerbado la lucha política en esos momentos, sin ventaja alguna para na­ die; bien al contrario, en perjuicio y daño de todos los colombianos. Ahora mismo el Gobierno no está seguro de que convenga seguir una conducta distinta, dando rienda suelta a sentimientos inferiores al inte­ rés nacional, cuya defensa corresponde principalmente al partido de go­ bierno, pero que en últimas depende de la solidaridad y el cuidado de todos los grupos políticos. Muchos Senadores y Representantes compartirán conmigo la idea de que la experiencia de los meses pasados no hace sino confirmar la im­ presión de que fue prematuro el levantamiento del estado de sitio inme­ diatamente después de la expedición de las reformas legales propuestas por el Gobierno a raíz de los acontecimientos del 10 de julio. La Policía descubrió, el 10 de marzo, en el coro de la Catedral Metropolitana, un depósito de bombas explosivas; hallazgo que coincidió con varias de­ nuncias sobre la existencia de planes de índole terrorista, que no por su origen, ni por la investidura y la categoría de quienes a ellos estaban vin­ culados directa o indirectamente, ni por la desenfrenada táctica anar­ quista que se quería emplear, tienen antecedentes conocidos en la histo­ ria del país. Y como si esto no fuese bastante, a poco recibió el Gobier­ no aviso de que se fraguaba el intento sedicioso que culminó en el mo­ tín del Panóptico de Bogotá, al anochecer del 31 de mayo pasado. Son estos síntomas evidentes de que los males que parecían haber hecho crisis el 10 de julio, en Pasto, siguen amenazando la estabilidad de nuestro edificio republicano, levantado en un siglo de esfuerzo, a costa de muchos sacrificios, por la obra conjunta de los conductores ci­ viles de nuestros grandes partidos históricos. En aquéllos me apoyo pa­ ra creer que no sólo fue prematuro suspender el estado de sitio en febre­ ro, sino que tal vez fue también un grave error haber tratado de evitar o —

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de reducir la eventual influencia de un debate a fondo sobre los antece­ dentes, las consecuencias inmediatas y las responsabilidades de ese golpe militar. Lo que quiso ser una precaución en favor de la tranquilidad so­ cial, poniéndola a salvo de imprevisibles agitaciones, para capitalizar en beneficio del país la propia adversidad, puede estar ofreciendo, paradó­ jicamente, involuntario pero eficaz estímulo a tenaces y criminales ma­ niobras de la subversión. Sin embargo, estas mismas consideraciones, fundadas en hechos del dominio público y en la costumbre que el Gobierno ha ido adqui­ riendo de sorprender y debelar las actividades de este nuevo gremio de profesionales de la conspiración que parece haberse establecido en Co­ lombia, me inducen a pedir ahincadamente a las Cámaras que estudien con esmero una situación que cada día entiendo menos y que cada día encuentro más difícil de manejar con los instrumentos legales de que dispone el Gobierno y los recursos políticos de que éste puede valerse normalmente, o que en realidad tiene a su alcance, sin violentar mis ideas, ni contrariar mi temperamento, ni verme precisado a aceptar una carga superior a mis energías, que van en natural decaimiento. Observada la situación en su conjunto, podría decirse que estamos delante de una gran paradoja, cuyo enunciado encontrará increíble el espectador que no haya permanecido en contacto con nuestro medio político. Pero la persistencia en el desarrollo de los aspectos que consi­ dero más inquietantes, y más incoercibles, me hace pensar que en la en­ traña de esa paradoja actúan elementos que escapan a mi comprensión, si no a mi ingenuidad, y que, además, se hallan fuera de mi control, aun­ que según las apariencias tengo a la mano los recursos necesarios para dominarlos. Gozando el Gobierno de una extensa y profunda base de confian­ za y de prestigio en la opinión pública, no cuenta, sin embargo, con el apoyo constante de la opinión política, que es indispensable en todo tiempo, pero más todavía en las complejas circunstancias actuales, para sortear con fortuna las nuevas situaciones a que habrá de extenderse la acción oficial. Con mucha frecuencia, sin interrupción a través de los años, llegan ante los balcones del Palacio Presidencial y de las Goberna­ ciones Departamentales, manifestaciones populares de respaldo a la po­ lítica del Gobierno y la persona del Jefe del Estado. Por la oficina tele­ gráfica de la Presidencia recibo continuamente mensajes de apoyo y aplauso, que vienen de todos los rincones del país. Ricos y pobres, gen­ tes de todas nuestras clases económicas, expresan públicamente su sa­ tisfacción por las iniciativas y decisiones oficiales. Teóricamente, en una — 625 —

democracia representativa, es decir, allí donde de acuerdo con la defini­ ción clásica existe un sistema de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la estrecha y vigorosa vinculación entre los gobernantes y la opinión nacional es la mejor garantía de estabilidad política. Así ocurre en todas partes, menos en Colombia, donde sin haberse roto en ningún instante el enlace entre el Gobierno y el pueblo, hay algo que procura tenazmente obstruir su cooperación, y que consigue debilitarla cuando ella es más imperativa. La circunstancia de que la gestión admi­ nistrativa se desarrolle con provecho en sus lincamientos fundamentales, y logre realizaciones satisfactorias, no se traduce en normalidad políti­ ca, ni sirve como debiera para afianzar la posición del Gobierno. Alguna cosa, alguna persona, alguna fuerza imponderable interviene para apagar o contrarrestar el eco de los aciertos de la Administración, para amorti­ guar el ímpetu de sus empresas, para quebrantar el favor público de que ella necesita verse acompañada. Hace pocas semanas, los partidos políticos representados en el Congreso protocolizaron solemnemente su acuerdo sobre la reforma de la Constitución. El Gobierno creyó haber alcanzado un gran triunfo con esta obra de reajuste institucional, cumplida en las legislaturas anterio­ res. Hay que convenir en que significaba para Colombia un grande avan­ ce la eliminación de muchas anacrónicas diferencias ideológicas o políti­ cas, que no corresponden ya a problemas ni a preocupaciones de la ho­ ra. Una vez canceladas tantas pugnas sin arraigo en la realidad colom­ biana, yo creí posible encauzar sobre nuevas bases la controversia de los partidos. Pero cuando vinieron las elecciones de marzo, la trascendental conquista ya había sido olvidada. El debate eleccionario no versó sobre las reformas que acaban de aceptarse en febrero, ni sobre la mejor ma­ nera de darles desarrollo en lo social, en lo económico, en lo puramente jurídico. No fue siquiera aprovechado para que la opinión manifestara su preferencia entre dos programas de legislación y administración, lo cual habría tenido muy saludables efectos de clarificación política. El debate se concretó en tomo a las candidaturas. Tan embebidos estaban ya el país y el partido de gobierno en el problema de la sucesión presi­ dencial, que treinta días después de la clausura del Congreso, y diez días después de haber sido descubiertas en la Catedral de Bogotá cerca de un millar de bombas explosivas, estos dos acontecimientos se habían desdi­ bujado en la memoria pública, como si se tratara de triviales incidentes que apenas merecieran un fugaz comentario. Lo que ocurrió en marzo con las reformas constitucionales de fe­ brero, sucedió bien pronto con las leyes sociales, para citar otro caso. Ellas fueron aprobadas al término de una intensa y fragorosa controver­ -6 2 6



sia, en la cual intervinieron voceros del capital y del trabajo, y políticos de todas las tendencias; primero, sobre el Decreto 2350, dictado con el propósito de dar al orden público sólido fundamento y de cristalizar en fórmulas operantes reivindicaciones que de tiempo atrás servían de te­ ma de agitación, sin que nunca llegaran a ser consagradas en la ley; y posteriormente, sobre proyectos que las Cámaras tenían a su estudio, y que sus propios voceros y los del Gobierno explicaron detalladamente por todo el territorio. De nuevo creyó el Gobierno que había logrado eliminar una fuente de agudo antagonismo entre los partidos, y ahuyen­ tar una posibilidad de lucha entre las clases económicas, creando las pre­ misas lógicas de una duradera y fecunda paz industrial. Y lo creyó con tanto mayor razón cuanto a poco de promulgadas esas leyes se inició un movimiento de colaboración entre patronos y trabajadores, que fue to­ mando vuelo a medida que el Ministro de Trabajo recapitulaba los ante­ cedentes y fines de la política social, presentándola como un muy firme fundamento nara nuestra prosperidad futura. En lo cual no procedía el Gobierno llevado por un excesivo opti­ mismo. Ciertamente, representa un avance de mucha importancia en nuestra evolución económica, obtener que la industria cese en su resis­ tencia a las leyes sociales y se avenga a cumplirlas sin necesidad de apremio constante, y conseguir, de otra parte, que los trabajadores abandonen la tendencia beligerante a suscitar conflictos para ejercitar la disciplina sindical, o a desencadenarlos por medio de exigencias desme­ didas, que no se compadezcan con la realidad, ni con las circunstancias en que ella pugna por desenvolverse. No es una alegre presunción, sino una sencilla verdad, decir que esa atmósfera de paz social y de cooperación entre capital y trabajo estaba floreciendo cuando los industriales y los trabajadores organizados prin­ cipiaron a discutir en mesa redonda sus problemas, y anunciaron a dis­ cutir en mesa redonda sus problemas, y anunciaron su intención de laborar con entusiasmo por el incremento de la riqueza nacional. Pero entonces, también para gran sorpresa del Gobierno, resurgió, desplegada a todos los vientos, la bandera de combate contra el comunismo, y si­ multáneamente con ella sobrevino una nueva campaña de inconfundible procedencia reaccionaria contra el Gobierno. Campaña que no sólo alte­ ró el clima de solidaridad social en que el país principiaba a moverse, sino que infortunadamente abrió la puerta para el reingreso del clero a la política, y dio lugar al desconcertante espectáculo de liberales perte­ necientes a las clases acaudaladas que se echaban al campo alegremente contra el comunismo y contra el régimen, comprometiendo sus influen­ cias y recursos, sin comprender —o comprendiendo tardíamente—quié­ -

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nes eran los únicos y verdaderos beneficiarios de esa demagógica activi­ dad. La política social del Gobierno, acogida por el Congreso, creó una atmósfera fecunda en paz social. La cruzada anti-comunista prendió de nuevo en mitad del escenario nacional la tea de la lucha de clases. Más tarde, algunos estadistas liberales promovieron la discusión so­ bre la política económica y fiscal del Gobierno, y el Ministro de Hacien­ da procedió a defender sus planes y orientaciones, no con nuevos argu­ mentos, ni con cifras desconocidas para la opinión, sino con los mismos hechos económicos que eran del dominio público, pero juzgados a la luz del cambio de perspectivas y de actitudes mentales que trajo consigo el fin de la guerra en Europa. Expuso el Ministro de Hacienda cómo del mismo modo que antes había intervenido en defensa de los consumido­ res y para contener la inflación, ahora estaba resuelto a encabezar la de­ fensa de nuestra incipiente estructura industrial, comenzando por evitar hasta donde fuera posible una contracción monetaria de efectos desas­ trosos. Pudo verse, entonces, palmariamente, que carecían de razón quienes acusaban al Gobierno de vivir cometiendo torpezas por el insa­ no prurito de limitar la libertad de comercio. Fueron las clases directo­ ras de la producción nacional, los empresarios agrícolas e industriales, y los banqueros, las propias víctimas propiciatorias de las presuntas velei­ dades marxistas del Gobierno, quienes manifestaron una inequívoca y estimulante conformidad con su política económica. Paralelamente adelantábamos el estudio de una situación presupuestal en extremo compleja y difícil, que habría sido susceptible de so­ luciones transitorias a expensas del futuro Gobierno, o de arbitrios fis­ cales de discutible conveniencia económica y social, como el de estimu­ lar sin cautela el alza de las aduanas, dando la espalda a la industria y el trabajo colombianos. Pero que ha sido resuelta con otro criterio, menos estrecho y más cuidadoso de los intereses permanentes de la Nación. El Gobierno espera llevar a vuestro examen un proyecto de presupuesto equilibrado para la vigencia próxima, que ofrece a todos los grupos polí­ ticos y a todas las fuerzas económicas garantía de prudencia y orden en los gastos. Mas cuando ya el país había sido informado de que la Hacienda Pública no estaba en vísperas del fracaso que se anunciaba, sino siguien­ do una conveniente dirección, se descubre una nueva conjura terrorista, y el jefe de la oposición conservadora revela espectacülarmente que en­ tre los industriales que han ofrecido su apoyo al Gobierno, hay quienes auxiliarían con dinero a los conspiradores. -

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En México y San Francisco la Delegación de Colombia alcanza triunfos de gran resonancia internacional, en la elaboración del Acta de Chapultepec, y en el ajuste del sistema regional americano dentro de la organización mundial de seguridad y de paz; pero el pueblo aquí no tie­ ne tiempo de apreciar las realizaciones de nuestra diplomacia, ni de aprovechar las perspectivas que ante él se abren, porque pasa sus horas leyendo partes de policía sobre movimientos sediciosos y atentados cri­ minales, o motines en los presidios, sin poder detenerse a pensar qué ocurriría entre nosotros si una buena mañana un asalto terrorista nos precipita a la anarquía. Todo esto envuelve para Colombia un crecidísimo costo de ener­ gías desgastadas en la vigilancia de' su estructura democrática, de opor­ tunidades perdidas para consolidar el progreso de las instituciones vigen­ tes, de capitales e inmigrantes alejados de nuestras costas por el temor al desorden. Día llegará en que pueda ensayarse el balance de los daños causados a la Patria en su economía, en su progreso, en la solidez de sus normas tutelares, en su prestigio, por esta estrategia de disolución moral con que se la ha venido desquiciando, desatentada e implacablemente. No es extraño que en ese naufragio de oportunidades pase inadver­ tido lo que para Colombia representa como factor de sosiego público, saber que pocos meses después de la revuelta militar de Pasto, el Ejérci­ to se ve libre del lastre de la politiquería, y reconocido como una garan­ tía de paz, de legalidad, de seguridad nacional. Para darse cuenta de que el Ejército sabe corresponder a la con­ fianza que el país le otorga, basta comparar lo sucedido el 10 de julio en Pasto con lo que ha podido observarse a través de los últimos inciden­ tes, en todos los cuales las fuerzas armadas permanecieron listas a salvaguardiar las instituciones. Por desgracia, y tal vez a causa de que el Ejér­ cito está organizado como cuerpo no deliberante, y no enarbola bande­ ras políticas de ningún género, nadie parece apreciar en lo que vale la rá­ pida y eficaz tarea que sus Jefes han llevado a cabo para restablecer en los cuarteles la disciplina y el espíritu de trabajo. Hay otros indicios no menos claros del inquietante fenómeno que vengo comentando. Se ha relajado el deseo que a raíz de las elecciones de marzo exteriorizaron los partidos políticos por conseguir la expedi­ ción de un nuevo Código Electoral, con el objeto de perfeccionar la organización de las grandes fuerzas de opinión, apartándolas de la anar­ quía en que también se ven a punto de precipitarse. Pero no sólo se ha debilitado ese empeño, sino que, además, cuando el Gobierno ha orde­ —

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nado investigar los fraudes electorales, se ha desatado una vehementísi­ ma protesta, ocasionalmente aliñada con amenazas de represaba políti­ ca, alegando que no tiene ningún propósito serio de reprimir y sancio­ nar tales delitos, ni de sanear nuestras costumbres políticas, ni de sentar las bases de una mejor inteligencia entre los partidos, sino de intervenir caprichosamente sobre el sufragio, en cumplimiento de una consigna con nombre propio. Hay en la política del régimen dos criterios, cuya aplicación parale­ la y disociadora todo lo enmaraña, desvirtuando fatalmente el sentido de la acción oficial. Las orientaciones del Gobierno se ven gradualmente acogidas por la opinión, que las halla ajustadas a las conveniencias gene­ rales y no ha tenido ocasión de confrontarlas con otras, propuestas por los críticos liberales del Gobierno, o por sus adversarios. Pero ese triun­ fo no es fácil, ni siempre oportuno, ni muchas veces útil. El fenómeno es harto conocido, y lejos de languidecer, cobra mayor fuerza todos los días. Es así como va prevaleciendo en el partido de gobierno el afán de recortar sus propios horizontes, encerrando totalmente sus actuaciones —desde el nombramiento de los pequeños funcionarios hasta la lucha contra el fraude— dentro de la estrecha órbita de las candidaturas presi­ denciales. Afán que se ve naturalmente estimulado por una oposición batalladora, que no contenta con tachar de ineficaz, torpe y deshonesta la actividad del Gobierno, pretende que nadie tiene autoridad, ni la Cor­ te Suprema de Justicia, ni el Consejo de Estado, ni el Arzobispado, y que todas esas instituciones fundamentales de nuestra sociedad, están prevaricando, violando la Constitución, faltando a la ética, por el hecho de prestar apoyo al Gobierno, o de reconocer la legalidad de sus actos. Y yendo más lejos, algunos personeros de la oposición conservadora acuden a la defensa de individuos condenados por delitos tan graves co­ mo el de sedición, y los elevan a la categoría de inocentes y martirizadas víctimas de la arbitraridad del Ejecutivo. En ausencia de entidades directivas de su partido que funcionen normalmente, muchos liberales parecen olvidar que el Gobierno está organizado para administrar con acierto y eficacia los intereses genera­ les, y no para favorecer alternativamente con su influencia o con altos empleos a los amigos de una y otra candidatura a la Presidencia de la Repúbüca. Aunque no haya seguridad para trabajar, ni paz social, ni tranquilidad religiosa, ni presupuesto equilibrado, ni fomento económi­ co, ni nada. Ninguno de esos problemas es tan importante, o tan impa­ ciente como la necesidad de resolver ahora mismo una cuestión que ha­ brá de resolverse dentro de un año. Mientras el Gobierno piensa en el Congreso, el partido de gobierno piensa en la Convención Liberal de —

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julio. Mientras el Gobierno atiende al desarrollo de la reforma constitu­ cional, el partido liberal discute la reforma de sus estatutos, y voceros autorizados del partido conservador fomentan y ensalzan la subversión, ante la complaciente expectativa de su colectividad. Mientras el Gobier­ no hace frente a la oposición, los hombres del partido de gobierno se entretienen en la disputa de las candidaturas presidenciales. Y así lo demás. El Gobierno llegó a un acuerdo con la Santa Sede sobre el estatuto que deberá regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y antes de que fuese ratificado, sobrevino un cisma en la alta je­ rarquía eclesiástica colombiana, el cual entró a formar parte de los re­ cursos políticos de la oposición conservadora. Cuando ya el régimen li­ beral creía haber coronado felizmente el esfuerzo por dar bases ciertas a la paz religiosa, el problema resurge ásperamente, pero no ya con los caracteres de latencia que en otros tiempos tuvo, sino en toda su pleni­ tud, y con la participación de colegios dirigidos por comunidades reli­ giosas que lanzan a la calle a sus alumnos y no vacilan en azuzarlos a que promuevan desórdenes, con el pretexto de combatir al comunismo, para combatir al Gobierno. Precisamente cuando imaginaba haber llega­ do por fin a la cima de la concordia religiosa, el país vuelve a caer en una nueva época de la beligerancia política del clero. Lo único que muestra alguna permanencia, o por lo menos cierta dosis de continuidad, es la subversión del criterio público. La subver­ sión promovida por todos los procedimientos, y en todos los sentidos. Es en verdad muy difícil concebir una situación más deleznable, más peligrosa o que exija de parte de la sociedad, que tan amenazados ve sus resortes vitales, una intervención más decisiva, por necesaria y enérgica. El reajuste que hace años consideré indispensable para salvar a la Nación de la tremenda crisis que veía venir, y que no tardó en presentarse, está consagrado en las instituciones, en las leyes; pero falta realizarlo en las costumbres políticas, en el criterio de los ciudadanos, en su manera de llenar las responsabilidades que les incumben individualmente, y que su­ madas constituyen el irreemplazable cimiento cimiento de la normali­ dad colombiana. Y falta asimismo ese reajuste en el espíritu del partido liberal, en su concepto del ejercicio de la función política que su predo­ minio en la Administración le asigna indeclinablemente. Un simple detalle serviría para ilustrar hasta qué punto son exactas las anteriores observaciones. Se oye decir frecuentemente, y con general asentimiento, que el Gobierno es débil y que lo que falta entre nosotros es autoridad, y decisión para hacerla respetar; pero cuando el Gobierno la ejerce, todo mundo se asusta o encoge y cambia de actitud, y la timi-

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dez o la malevolencia desatan las plumas y las lenguas contra lo que en­ tonces se denomina mano despótica, dictatorial. Para mí no hay duda de que esta situación exige nuevas disposicio­ nes legales, o la reforma de las existentes. Hay que hacerlas drásticas, más capaces de poner coto al proceso de esta insurrección progresiva contra las leyes y las autoridades que falsea todos los conceptos, invier­ te todos los valores, y halla su más típica expresión en el curioso espec­ táculo de los'presos que desde los rastrillos del Panóptico denuestan a los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia como prevaricadores. O en el hecho, todavía más diciente, de que sea permitido ocupar las tri­ bunas del Congreso para hacer la apología del asesinato político, y se alegue mañosa o descaradamente que los ciudadanos no deben su leal­ tad y su obediencia a la República, ni a la sociedad, sino a los conspira­ dores clandestinos o desembozados. La ley debe tener, en mi concepto, eficacia ineludible para reprimir estos brotes insólitos de la anarquía. La rebelión de Pasto, las bombas del coro de la Catedral Primada, el frus­ trado golpe terrorista del Jueves de Corpus, el motín del Panóptico de Bogotá, están clamando por la aplicación del Código Penal, sin contem­ placiones. Yo no quiero proppner ninguna nueva legislación al respecto. Ni creo que tuviera energía suficiente para ponerla en vigor, ni si la tuviese dejaría de faltarme voluntad de aplicarla. Debo, pues, limitarme a reco­ mendar respetuosamente al Congreso que estudie con el mayor interés la grave situación que dejo descrita brevemente. Que procure afrontarla y resolverla con la prontitud que ella reclama. La contribución que pue­ do ofreceros, señores Senadores y Representantes, como resultado de madura y tranquila reflexión, es la oportunidad de facilitar el cambio que las circunstancias están aconsejando para provocar el acuerdo polí­ tico que ha buscado inúltimente mi Gobierno. Que prosperaría proba­ blemente poniendo término a mis funciones presidenciales, si el Congre­ so quisiera considerar la posibilidad de dar otro rumbo a las cosas, en­ cargando del Gobierno a un ciudadano que pueda congregar en torno suyo a todos los grupos liberales y ser bien acogido por el partido con­ servador. Un ciudadano que tenga menos nexos con el inmediato pasa­ do del liberalismo y del país. Que no arremoline sobre su cabeza tantas resistencias, y sobre cuya vida no gravite la amenaza de un crimen político, al cual se le haya ofrecido desde el augusto recinto del Senado la gloria que algunos teólogos españoles anunciaban a los presuntos ho­ micidas de los tiranos peninsulares. Que esté libre de emulaciones y ani­ mosidades tan fuertes y persistentes. Que pueda ocupar a quienes la vi­ da ha colocado en definitiva oposición conmigo y ensayar frescas inteli­ gencias para las cuales mi dirección no tiene ya atractivos. -

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El momento es excepcionalmente propicio para examinar la con­ veniencia de una solución semejante. Nadie podrá decir que ella se pro­ pone porque nuestra economía o las finanzas nacionales se encuentran abocadas a una crisis como las que tradicionalmente determinan gran­ des conmociones políticas y cambios de régimen. A,1 contrario, el Go­ bierno se prepara para presentar el 20 de julio próximo un Presupuesto equilibrado. Y siendo, como es, indudable que durante los meses veni­ deros las rentas públicas seguirán en ascenso, son claras las perspectivas de holgura económica y fiscal. El país disfruta de una prosperidad que no se extiende únicamente a las clases acomodadas sino también a las masas obreras. De donde viene el vasto e inconmovible apoyo que con­ serva el Gobierno entre las gentes de trabajo, sea cual fuere su condición social, su filiación política, o la actividad que desplieguen los voceros de todos los matices de la oposición para ocultarlo o destruirlo. De otro lado, las conclusiones adoptadas por las Conferencias de •México y San Francisco, en materia de respeto a los tratados, despejan los horizontes internacionales de Colombia. Puede entregarse tranquila­ mente a trabajar por su engrandecimiento, sin consumir en exagerados presupuestos de guerra parte apreciable de los recursos fiscales que ne­ cesita para mejorar la salud de su pueblo, prepararlo para la lucha por la vida, dar dirección a su esfuerzo, e inclusive ofrecerles apoyo material a sus empresas. Es notorio, por último, que todos los Ministros actuales están acre­ ditados ante la opinión como funcionarios muy competentes, que han rendido una ingente tarea en el último año. Los Gobernadores también ganan constantemente prestigio ante la opinión, como funcionarios de reconocida consagración y capacidad para el servicio público. Las mismas actitudes en que se presentan los candidatos a la Presi­ dencia, son una demostración muy significativa de la simpatía con que los pueblos miran las actividades del Gobierno. Ni la oposicón conserva­ dora, ni la de importantes órganos de la prensa liberal han logrado debi­ litar el crédito de los hombres y los programas de la Administración en sus aspectos esenciales. Pero debo confesar, y lo hago tranquilamente, que no ocurre otro tanto con mi persona, ni con mis amigos. Lo tengo bien averiguado. Son muchos los buenos colombianos que aspiran a ocupar posiciones burocráticas o a cambiar las que ya tienen. La lucha que se desenvuelve entre los distintos grupos liberales, la adelantan, por una parte, los llamados “continuistas”, y por otra, los llamados “ anticontinuistas” , muchos de los cuales participaron hasta ayer o participan todavía en las tareas de la Administración. Podría decirse, si se me per­ 633

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mite expresarme así, que se trata de un lance entre continuistas en ejer­ cicio y continuistas en receso. Unos y otros dicen, eso sí, que están sus­ tancialmente de acuerdo con la política de mi Gobierno. No declaran que quieran cambiarla. No anuncian otra política. En estas condiciones, no puedo apreciar en qué grado la oportuni­ dad y la conveniencia de una sustitución de empleados justificaría hoy un cambio de Gobierno; pero juzgo que sí lo justifica la apremiante ne­ cesidad de un nuevo ambiente político que redima al país de la zozobra en que ha vivido durante los últimos meses, y que lo ampare contra los riesgos de un irreparable trastorno del orden público. Para lo cual he pensado que conviene recordaros cordialmente, señores miembros del Congreso, las declaraciones que en varias circunstancias os he presenta­ do, siempre con la misma recta intención de servir, sin sustraerme vo­ luntariamente al cumplimiento de ninguna de mis obligaciones con la Patria. En mi Mensaje del lo. de noviembre de 1944, os decía: “Yo he creído que el Congreso trabaja con más libertad y resuelve con más in­ dependencia los negocios que están a su consideración, cuando sabe, co­ mo lo sabe en este caso, que puede dar a la República el Gobierno que juzgue más aconsejable, y que no hará ofensa ni causará desengaño, ni tronchará una sola ambición en el ánimo de quien ahora ejerce la Prime­ ra Magistratura, y la ejerce solamente creyendo prestar desde esa posi­ ción un servicio, que también eventualmente podría prestar abandonán­ dola” . Formulando votos por el feliz desarrollo de vuestras labores, que­ do a vuestras órdenes. Señores Senadores y Representantes. ALFONSO LOPEZ

MENSAJE DEL PRESIDENTE LOPEZ AL CONGRESO NACIONAL, EN EL CUAL ANUNCIA SU DIMISION DE LA PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA Bogotá, 19 de julio de 1945. Señores Senadores y Representantes: Tal vez en la historia del país pocos hombres públicos han gozado de tan señaladas distinciones como el ciudadano que ocupa hoy la Pre­ sidencia de la República. Después de siete años de ejercicio del cargo más alto que pueden conferir los colombianos, y elegido dos veces para desempeñarlo, continúo recibiendo demostraciones de adhesión y prue­ bas de cooperación a mis propósitos políticos, entre los cuales están, en primer término, y siempre lo estuvieron, las voces de estímulo de las Cá­ maras Legislativas. Ahora mismo, como respuesta al Mensaje del 26 de junio, cada una de ellas me renueva su confianza. La más exigente ambi­ ción de honores tendría que declararse superada por tanta generosidad. Vosotros sabéis que yo no la tengo, y en cambio debo declarar que el pueblo colombiano ha colmado toda medida en su largueza para quien no tiene mérito distinto que el de haber querido servirlo, dentro de los límites de sus deficiencias, con buena voluntad. Nadie ha podido pensar con justicia que yo buscara un nuevo ho­ nor o que vacilara sobre los sentimientos del Congreso cuando sometí a su consideración la conveniencia de estudiar mi retiro de la Presidencia de la República. Bien al contrario: el único temor que abrigué entonces fue el de que vosotros, llevados por las mismas razones que tantas veces os han inclinado a aprobar mi conducta de Gobernante, no quisierais examinar las que yo os proponía para repetir que sería muy útil a la Na­ ción intentar un cambio de las circunstancias en que se está desenvol­ viendo su política, con el fin de que los directores de la opinión asuman —

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una nueva actitud ante las nuevas y graves responsabilidades de la hora presente y del tiempo futuro. Las observaciones formuladas por los dos Cuerpos del Congreso me obligan a insistir, muy respetuosamente, acerca de algunos de los te­ mas de mi anterior Mensaje. Me doy cuenta de que esta posición puede juzgarse impertinente; pero no he meditado tanto sobre los inconve­ nientes y ventajas de mi retiro para que mis resoluciones puedan apare­ cer, por falta de una explicación categórica, como producto de una lige­ reza y quedar sujetas a interpretaciones caprichosas. No me siento rele­ vado de volver a presentar mis razones, ni podría, tampoco, crear una si­ tuación con mi renuncia ante la cual alguien pudiera decir, sin causa al­ guna valedera, que la opinión nacional ha sido sorprendida. He dicho ya, señores Miembros del Congreso, que considero preci­ so provocar otras circunstancias políticas. Las actuales no son, en mi concepto, propicias, y cuanto menos explicables aparezcan, más perju­ diciales pueden ser sus consecuencias. En diversas oportunidades y por diferentes procedimientos, he tratado de alterar las condiciones de nues­ tra política, para crear una atmósfera de paz, de respeto a las leyes, de mayor responsabilidad en la actividad de los partidos, de mayor con­ fianza y de más estrecha colaboración nacional. Precisamente lo que me mueve a considerar indispensable mi separación del Gobierno es el hecho de no haber alcanzado mis propósitos contando con el caudaloso apoyo de las mayorías nacionales, dondequiera que ellas se manifiestan espontáneamente o están representadas por sus organismos legales. He venido llamando vuestra atención al contraste que ofrece una situación nacional sátisfactoria en lo económico, en los fiscal, en lo so­ cial, en lo militar, y una situación política cada día más confusa, man­ tenida por un permanente clima de conspiraciones contra el orden pú­ blico, que no producen ni la debida alarma ni la necesaria reacción entre un pueblo de trabajadores, al cual sólo desconcierto y miseria pueden traerle esas torpes maquinaciones. Entiendo que estáis de acuerdo con­ migo en que es urgente conjurar y liquidar todo motivo de perturbación de la normalidad republicana. Sabéis que existe un sistemático propósi­ to de fomentar malestar y zozobra. Esperáis que el Gobierno presente iniciativas legales al Congreso para poner remedio a esta deformación del ánimo político. Esto sólo debería bastarme, si yo estuviera buscan­ do, como se ha dicho, forzar la adhesión vuestra a mis opiniones para obtener leyes drásticas de represión y prevención que me permitieran, como también se ha llegado a sugerir, gobernar dictatorialmente contra la voluntad popular. No. Yo no empleo estos métodos políticos. -

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Sé que muchos de mis amigos no comparten mis preocupaciones sobre el rumbo que está tomando la Nación, y no dejo de observar que las amenazas o atentados contra el orden, lejos de suscitar la indigna­ ción del pueblo, están comenzando a formar parte del bagaje preferido de la oposición cohservadora, como armas lícitas para su acción. Si yo me empeñara en alarmar a mis compatriotas, contra su deseo de perma­ necer indiferentes, la legislación que hubiera de dictarse tendría un ca­ rácter personal de tolerancia con mis convicciones, que la haría inútil en la práctic'a y redundaría, además, en desprestigio de la autoridad le­ gislativa. Solamente cuando todos los colombianos se convenzan de que muchos de los instrumentos de lucha que se han usado contra mi Go­ bierno son mohstruosas perversiones de la libertad de oposición, y que aplicadas a otro régimen, menos vinculado a la simpatía y apoyo del pueblo, ejercerán una desastrosa influencia sobre la estabilidad social, las leyes que se dicten en defensa de lacomunidad serán capaces de po­ ner un dique seguro a la anarquía. Yo sigo creyendo que mi deber está en ayudar a mis conciudadanos a medir los peligros que aún los asechan, sin que nublen su criterio las pasiones que en una larga controversia al­ rededor de mi nombre han llegado a familiarizarlos con inusitados mé­ todos de oposición que comienzan a consagrarse como naturales expre­ siones de nuestra idiosincrasia. Cuando asumí la Presidencia por segunda vez, dije que esperaba poder servir al país con la experiencia que el mismo pueblo me había dado ocasión de adquirir en el gobierno de sus negocios, ayudándolo a defenderse, sin profundas heridas, de los desórdenes que se preveían co­ mo consecuencia de la guerra. He cumplido, en la medida de mis fuer­ zas, con esa tarea. Ni fiscal, ni económica, ni socialmente, ni en el cam­ po internacional, la República sale de la primera etapa de la guerra mal librada. Si fuera lícito hacer una comparación con otros Estados de si­ milares condiciones y características, sería fácil ver cuántos riesgos he­ mos sorteado con fortuna, y cómo fueron más eficaces muchas de las medidas adoptadas por nosotros que aquellas que estadistas de otros pueblos juzgaron acertadas para resolver problemas análogos. Pero nos basta observar cómo Colombia tiene sólidamente asentado su prestigio internacional en una política seria y adecuada a su importancia relativa dentro de la sociedad de las naciones; cómo, a pesar de tantas agitacio­ nes políticas, una paz social casi sin antecedentes en los últimos veinte años está coronando una empresa sistemática de acercamiento de las clases económicas fuertes y las subalternas; cómo, no obstante el des­ censo de algunas rentas, antes de que finalice el conflicto ya podemos pensar en equilibrar nuestros presupuestos, sin acudir de nuevo al crédi­ to interno, ni elevar más la tributación, y cómo, en fin, todos los índi-

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ces económico, están señalando una época de prosperidad que no sería extraordinaria en tiempos normales, pero que consolidada al través de esta difícil situación del mundo, tiene que estimarse como admirable, y no es, propiamente, un milagro ocurrido contra la voluntad o a despe­ cho de las torpezas del Gobierno. La tarea que yo mismo quise trazarme y para la cual mis compa­ triotas me supusieron adecuado, está, pues, prácticamente concluida, y el fallo popular sobre ella o se ha dictado o tendrá que dictarse muy pronto, libre ya de escorias pasionales y sin que se turbe por convenien­ cias políticas transitorias. A esa tarea de bien público, a la cual he dedi­ cado mis energías sin descanso, no corresponde, por desgracia, una si­ tuación política paralela. Soy el primero en reconocer que si he podido prestar un concurso oportuno a la obra administrativa de sustraer a la Nación de las repercusiones adversas del conflicto mundial, mi perma­ nencia en el Poder no ha logrado despejar la atmósfera política. Me parece evidente, como la he declarado en ocasiones anteriores, que el país debe aprovechar mi retiro de la Presidencia para que sus cla­ ses políticas rehagan libremente su alineación, sobre bases mejores y más concordantes con nuestras necesidades actuales. De todas maneras, antes del 7 de agosto de 1946, los partidos tendrían que adaptarse a nuevas circunstancias. Pero no se me escapa, sin ningún sentimiento de vanidad, que la influencia que se me atribuye, en razón de una larga y fecunda actividad política en uno de ellos, y, por natural reacción, so­ bre el otro, no le da a ninguno de los dos toda la libertad de movimien­ to que necesitan para establecer aquí condiciones más favorables y tran­ quilas, en la etapa decisiva de la post-guerra. Es más: No me queda a mí tampoco entera libertad de opinar y aconsejar lo que considero mejor para Colombia, sin que se pretenda que quiero ejercer intervención abu­ siva en la elección de mi sucesor en el mando. Las mismas ideas que has­ ta hace poco he venido exponiendo, sin perjuicio ni alarma para nadie, y que muchas veces pasaron inadvertidas para mis más empecinados censores, reiteradas ahora, se interpretan arbitrariamente como endere­ zadas a producir premeditados efectos electorales. Mi capacidad de ser­ vicio se limita, de un lado, y del otro se debilita y reduce la oportunidad de determinar el cambio que he perseguido y recomendado en las rela­ ciones de los partidos políticos colombianos. Es claro que podría resignarme a vigilar, como lo hice en 1938, el debate de la sucesión presidencial, como carga obligada de la Primera Magistratura, dispuesto a soportar la injusticia de las acusaciones de par­ cialidad que siempre se formulan al Gobierno. Pero ello llevaría implíci-

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to el compromiso de seguir defendiéndome, después de abandonar el Poder, contra quienes supongan que han sido privados de él por la ac­ ción oficial o contra quienes proceden contra el ex-Presidente y sus compañeros y colaboradores con el criterio de que han obtenido una victoria que les da el derecho de tender en el campo a sus supuestos ad­ versarios y de perseguirlos con los instrumentos de la Administración, en sus actividades públicas o privadas. Aun suponiendo que yo tuviese energías para pelear una batalla de este género, como la que ayer me comprometió a volver a la vida pública y a la Presidencia, es lo cierto que considero inconveniente para la Patria que esas situaciones se pre­ senten otra vez alrededor de mi nombre. Todavía puedo servir, desvin­ culado de las organizaciones políticas, pero con un avanzado criterio li­ beral para contemplar los problemas colombianos, como un ciudadano cualquiera, y empeñándome hasta donde me sea posible porque muchos de los principios e iniciativas que no logré hacer prevalecer en mi Go­ bierno o en mi partido se realicen bajo la dirección de los designados por el pueblo para regir los destinos nacionales. Pero no quiero que el prestigio con que el mismo pueblo ha querido exaltar mi noiribre, y que sólo a él le pertenece, siga sirviendo de pretexto para combatir una poli-, tica que desarrolló el liberalismo entero en el Gobierno y que constitu­ ye uno de sus mejores títulos para continuar dirigiéndolo. Por ventura, mi separación de la Presidencia no suscita ahora pro­ blema alguno. Coincidencialmente, el partido de gobierno, representan­ te de las mayorías nacionales que me eligieron, ha convocado una Con­ vención para el 22 de julio, y allí puede definirse el curso que esas ma­ yorías, en el Congreso y fuera de él, quieran dar a la sucesión presiden­ cial. Los Designados han renunciado. El Congreso, a la luz de mi reso­ lución, puede escoger el ciudadano que haya de reemplazarme, a quien el partido de gobierno habrá de secundar con decisión inquebrantable. La oposición, según lo han declarado sus personeros, está dispuesta a brindarle cooperación y amistoso respeto, sea quien fuere el escogido. Sobre ese ciudadano no recaerá sospecha alguna de parcialidad o de continuismo, ni nadie temerá de él que tenga otra ambición que la de preservar lá estabilidad política de la Patria. Yo entiendo este paso en beneficio de la República, que en treinta y cinco años de vida política me ha enseñado a amarla con devoción y gratitud, como el comienzo de una época desligada del pasado tormen­ toso que se descargó sobre la cabeza del Jefe del Estado. A mi sucesor, el Primer Designado, como a quien llegue después, el pueblo colombia­ no le tiene que asegurar un respaldo inequívoco, una cooperación acti­ va, y rodearlo del respeto que merece el mandatario á quien sus conciu-

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dadanos consideran el más digno de gobernarlos. El partido liberal tiene la obligación de librar a su lado las batallas de la democracia; y la oposi­ ción, ha de adelantarlas contra él dentro de los límites legales del dere­ cho a disentir, esto es, sin que los delitos contra el orden público y aun contra la propia persona del Presidente puedan perder su carácter de ta­ les, o aparejar a los responsables menores sanciones cuando sean estimu­ lados por los jefes del partido conservador. Todo lo que vosotros, señores Miembros del Congreso, habéis en­ contrado justo y acertado en mi Mensaje del 26 de junio, debe hacerse para salvaguardiar la autoridad y el orden. Está bien que de las medidas que permitirán en el porvenir un control más eficaz de la anarquía, no se aproveche un Gobierno presidido por mí; pero quiero exhortaros res­ petuosamente a poner término, con mano firme, a los escandalosos he­ chos que han venido cfonvirtiendo nuestra democracia en un torrente turbio de pasiones personalistas, que han dado pábulo a la rebelión y la conspiración periódicas. Tenemos una excelente oportunidad de dar la espalda a las situaciones absurdas en que el país está comprometido. Me atrevo a pensar que si no lo hace, no sólo la estabilidad política que des­ cansa en el predominio del actual partido de gobierno, sino toda estabi­ lidad, corre riesgo de desaparecer en breve tiempo. Ninguna satisfacción más grande me podría estar reservada que la de comprobar que la modificación de nuestro criterio se produce, y que Colombia se abre caminos de paz y de progreso con la cooperación de todos sus hijos al bienestar común. Señores Senadores y Representantes: Os ruego comedidamente que tengáis por presentada la dimisión del Presidente de la República, para el efecto de considerar la renuncia de los Designados. Cuando ellos hayan sido elegidos y no haya ninguna dificultad para proveer la suce­ sión presidencial sin inquietudes, llenaré la formalidad legal de enviar mi renuncia definitiva al honorable Senado. Recibid, con mis cordiales agradecimientos por los favores que me habéis dispensado, mis férvidos votos porque podáis procurar a los co­ lombianos bienandanza y seguridad. Señores Miembros del Congreso, ALFONSO LOPEZ

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PROPUESTA ORIGINARIA SOBRE LA CREACION DE UN FRENTE NACIONAL (Carta a la Dirección liberal de Antioquia, marzo 1956) Bogotá, marzo 2 de 1956 Señores Guillermo Mora, Presidente; Froilán Montoya, Secretario; Dirección Liberal de Antioquia - Medellín. Muy apreciados amigos: Nuevamente agradezco a ustedes su cordial invitación a asistir a las deliberaciones de la Comisión de Acción Política, que se instalará en esa capital esta tarde, a la cual concurrirán muchos de los más prestantes je­ fes del liberalismo, animados por el patriótico interés de encontrar fór­ mulas de entendimiento con el partido conservador y con el Gobierno de las Fuerzas Armadas, para devolver su sosiego al país y asegurarle su bienandanza democrática. Séame permitido repetir a ustedes que yo sigo abogando por la ex­ pedición de una reforma constitucional que dé carácter electivo al Con­ sejo de Ministros, o que extienda a este Cuerpo la representación pro­ porcional de los partidos, tomando como base la proporción en que es­ tén representados en las Cámaras del Congreso de la propia manera co­ mo los artículos 152 y 157 de nuestro estatuto fundamental consagran dicha representación proporcional en las otras dos ramas del Poder Pú­ blico. Esta reforma sería, a mi ver, la más clara, la más justa, la más ar­ mónica con el espíritu de nuestras instituciones representativas, pero hay varias otras que pueden satisfacer la necesidad de acabar con el ex­ clusivismo burocrático que ha envenenado las luchas de nuestras gran­ des corrientes políticas y entorpecido su gestión administrativa durante un siglo. —

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Vivamente me halaga que estas gestiones de la Comisión de Acción Política abran ancho cauce al debate de otras fórmulas de colaboración nacional y que hoy puedan llegar al estudio de un tan autorizado grupo de dirigentes liberales las recomendaciones de aquellos que juzguen con­ veniente proponer derroteros de acción política distintos de los preconi­ zados por quienes en Bogotá hemos tenido alguna intervención en las decisiones del partido durante los últimos años de su adversidad. Me parece que la reforma indicada atrás, expedida por una asam­ blea Constituyente a la que diera auténtico carácter nacional una ade­ cuada y prestigiosa representación de nuestras colectividades históricas, no solo facilitaría la organización de un gobierno del mismo carácter si­ no que lógicamente debería conducirlas a la negociación de arreglos de imprevistos alcances para el bienestar y progreso de la República. Las presentes circunstancias son en alto grado confusas, inciertas y difíciles, pero, en mi opinión, muy propicias para que el liberalismo rea­ firme ante el país su voluntad de trabajar en paz y en acuerdo con todas las fuerzas igualmente interesadas en la inmediata restauración del or­ den constitucional. Creo, además, que de quererlo el Gobierno, no se tropezaría con grandes obstáculos para modificar favorablemente el pa­ norama de las preocupaciones nacionales. La próxima elección presiden­ cial podría dejar de ser un tan inquietante problema como se considera en este momento. Estoy convencido de que si se crearan previamente las condiciones que sobrevendrían de la realización de los cambios y re­ formas que vengo sustentando con terca insistencia, sería posible que nuestros copartidarios se allanaran a escoger un candidato conservador inequívocamente comprometido por sus ejecutorias y promesas, a ga­ rantizamos a todos los ciudadanos el pleno goce de nuestras tradiciona­ les libertades y garantías. Me valgo de la oportunidad para presentar a los señores delegados, por el buen conducto de ustedes, un saludo muy cordial y mis mejores excusas por estar ausente de sus deliberaciones, en las cuales espero, con el emocionado entusiasmo de un viejo amigo y compañero, que nuestro partido saldrá engrandecido y vigorizado por su devoción al servicio de Colombia y su fidelidad a los principios que le conquistaron prominen­ cia en el concierto de las democracias del Continente. De ustedes amigo y servidor muy atento, ALFONSO LOPEZ”



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EL ULTIMO DISCURSO DEL DOCTOR ALFONSO LOPEZ, UNA PAGINA AUTOBIOGRAFICA Poco antes de viajar a Londres como Embajador, el doctor Alfonso López pronunció el siguiente dis­ curso, durante el homenaje que le ofreció la Uni­ versidad Nacional, al otorgarle el título de Doctor Honoris Causa. “Señor Presidente Eminentísimo señor Cardenal Señores Ministros del Despacho Señores miembros de la Consiliatura y del Consejo Académico de la Universidad, señoras, señores: No deja de ser una singular paradoja, en el ocaso de mi carrera pú­ blica, que el más alto instituto de cultura nacional me confiera un ho­ nor como el que acabáis de otorgarme a nombre de la Universidad, a la que si bien es cierto consagré mis desvelos de gobernante, no tuve la for­ tuna de concurrir en mis años mozos. Los azares y tentaciones de la onda comercial, en la que me vi comprometido prematuramente, no me permitieron adquirir una forma­ ción intelectual completa, ni adornar mi escasa cultura con aquellos atributos con que las bellas letras y las disciplinas humanísticas enrique­ cen a las mentalidades jóvenes. A través del velo de los años evoco en este día, cuando la Universi­ dad me honra con el título de Doctor Honoris Causa y me distingue con una presea tan significativa como es la Medalla del Mérito Universitario, las sombras amadas de quienes me iniciaron en el mundo de los conoci­ mientos, me ayudaron a escoger los derroteros de mi existencia o me —

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dieron la mano en el camino. Fueron ellos quienes me abrieron los ojos a la vida y guiaron mis primeros pasos en la conquista del saber. Mi recuerdo rescata ante vosotros, en primer lugar, la memoria de mi padre, Pedro A. López. Fue él quien primero tuvo entre nosotros la idea de organizar la Ciudad Universitaria, en las postrimerías del siglo pasado. Comerciante de origen modesto, recto y sencillo, emprendedor y tenaz, a él le debo lo que bien pudiera llamarse mi doctorado en co­ lombianismo. A su lado me inicié en las experiencias de la vida colom­ biana de la época y el ejemplo de sus hazañas de empresario afortunado habría de servirme por el resto de mis días. Era un colombiano como los demás, intuitivo y ambicioso, surgido de esa entraña de la clase me­ dia que tantos hombres le ha dado a la república en todos los órdenes de la actividad pública y privada. Su hogar también era un hogar como tantos otros de la provincia colombiana, una casa sencilla, sin lujos ni estrecheces, en donde mi madre había puesto las huellas de las virtudes cristianas de amor al prójimo, tolerancia y caridad. En Honda, un emporio comercial con una tradición secular, y en donde hasta entonces se había dado cita la modesta actividad económi­ ca de la república en su tráfico de exportación y de importación, se abrieron nuestros ojos asombrados a la inmensa realidad de nuestra pa­ tria mulata, mestiza y tropical, contemplada desde aquel observatorio, en la confluencia del Magdalena y el Gualí, a donde venían a surtirse de toda clase de artículos los comerciantes de los cuatro confines del país. A la orilla del Gran Río veíamos llegar las muías cargadas de café y re­ gresar trayendo sobre su lomo dócil los más heterogéneos productos manufacturados que desde Londres, Hamburgo, Amsterdam o New York despachaban, dirigidos a la aduana de Sabanilla, los corresponsales de los grandes distribuidores, como los Samper, los Vargas, Schutte, Gieseken & Cía., La Casa Inglesa, etc. Desde las burdas telas de algodón hasta los perfumes franceses y los enormes pianos de cola para los salo­ nes de la aristocracia santafereña, todo aquel comercio abigarrado pasa­ ba por Honda, recorriendo los mismos caminos de herradura que habían sido trazados desde la época de la Colonia. El sentimiento y las dimensiones de la patria nos los proporciona­ ba la remota tradición de la familia a través de los relatos domésticos. Mi madre había nacido más allá de la desembocadura del río que para los colombianos había constituido la única comunicación con el mar, en las extensas sabanas de la provincia de Valledupar y Padilla, que, Guajira de por medio, nos separaban de Venezuela. La mayor parte de sus familiares se habían quedado en aquel litoral atlántico pedazo de -6 4 4

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Colombia al cual sus hijos, sin conocerlo, no podíamos sentirnos extra­ ños. Mi padre, bogotano de cepa, había tentado fortuna en el oriente de la república estableciéndose en Cúcuta, y recordaba todavía en aquellos años de mi infancia el terremoto desolador que en la ciudad fronteriza partió en dos la historia del Estado Soberano de Santander. Al servicio de la casa de Miguel Samper e hijos había venido a establecerse en Hon­ da, como su apoderado, y allí crecimos y nos desarrollamos sentimen­ talmente engranados a los más disímiles mecanismos. El cultivo, benefi­ cio y exportación del café, no tenía secretos para quienes nos habíamos criado entre bodegas, trilladoras y depósitos. El complicado negocio de importación de manufacturas, que llegaban por el Magdalena tras una dilatada correspondencia comercial escrita personalmente por los pro­ pios importadores en la esbelta y elaborada caligrafía de entonces, em­ pezamos a conocerlo en la oficina de mi Padre, escuela superior a cual­ quier otra por el orden y método que él aplicaba a todas sus empresas. La geografía de Colombia, aprendida a través de comerciantes con nom­ bres propios que mantenían correspondencia con mi padre, adquiría ca­ racteres más reales y contornos mas precisos que los mapas que nos obligaban a estudiar en la escuela. Y, ¿por qué no decirlo?, la causa po­ lítica a la cual más tarde debía consagrar mis mejores años, la vivíamos en los discursos y programas de Uribe Uribe, en los panfletos del Indio Uribe, en los versos de Antonio José Restrepo, en los escritos de Muri11o Toro y Santiago Pérez, que los hijos de los liberales aprendíamos de memoria, en la veneración que profesaba mi padre por don Miguel Sam­ per, el Gran Ciudadano, y en el recuerdo de mi abuelo Gólgota, que tan señalado papel había desempeñado en la fundación de las Sociedades Democráticas. Los conocimientos que nunca tuve ocasión de adquirir en el orden de la cultura, hube de suplirlos, merced a mis aficiones políticas, fami­ liarizándome con las cosas de Colombia, como su comercio, su geogra­ fía, en sus ríos y en sus caminos; pero, me atrevo a pensarlo retrospecti­ vamente, más que todo, con la idiosincracia nacional encarnada integral­ mente en quien, después de haber alcanzado insospechadas cimas de prosperidad económica y conocido, luego, la más adversa fortuna, cuan­ do ya se había hecho acreedor a un merecido descanso, jamás desmintió de sus rasgos de colombiano cabal. El afán por las cuestiones del espíritu lo impulsaba a buscar para sus hijos la educación que él mismo no había podido darse, y en el ca­ mino del ponemos en manos de los mejores maestros de la época, tuve el privilegio de recibir las lecciones privadas del propio don Miguel An­ tonio Caro, del Dr. Antonio José Cadavid, de José Camacho Carrizosa, -

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del doctor Rudas, de don Lorenzo Lleras, de don José Miguel Rosales, del cabezón César Julio Rodríguez, y de muchos otros colombianos eminentes cuyo recuerdo es conservado perennemente en los anales de nuestra cultura. En el colegio de Rueda aprendí los rudimentos del bachillerato y, tal como lo debían repetir después con soma mis ocasionales contradic­ tores en la brega política, no llegué a alcanzar el título de bachiller. Lo recapitulo ahora con la nostalgia de quien siempre experimenta la au­ sencia de aquellas disciplinas que preparan a los hombres para entender mejor a su tiempo y a su medio. Si ahora la Universidad Nacional me otorga tan generosamente la Medalla del Mérito Universitario, ello se debe, y no en pequeño grado, a la preocupación que caracterizó mi actividad ciudadana, de dar a las nuevas generaciones la educación y la preparación que a m í me hicieron falta. La fundación de la Ciudad Universitaria no viene a ser así, y en úl­ timo término, sino el deseo de un colombiano que no tuvo universidad, de que todos los colombianos que se sientan inclinados al estudio en­ cuentren siempre un Estado que les brinde oportunidad de hacer una carrera. Y, si algo pude hacer en el servicio público dentro de la escasa medida de mis conocimientos, no vacilo en creer que ello obedeció prin­ cipalmente al interés por Colombia que inspiró siempre mis empresas, y a la familiaridad que, a través de la vida práctica, adquirí con lo que sue­ le llamarse en el idioma político “el país nacional” . Cuando recapitulo tantos hechos como jalonan una actividad polí­ tica de 50 años, muchos de los cuales se reputaban imposibles en su tiempo, y que tuvieron que vencer más de una vez el escepticismo de mis contemporáneos, me asombra por contraste el apoyo y la acogida que encontraron siempre entre la juventud y entre los humildes. Tan di­ fícil como ocasionalmente me fuera convencer a los poderosos para que me secundaran en empresas atrevidas de redención nacional, me fue fá­ cil, sencillo y grato despertar el entusiasmo de las gentes anónimas, por­ que ya fuera tratándose de substituir, después de 45 años, el edificio de la hegemonía conservadora o proporcionando la transformación de la vida económica, fiscal y social del país, o poniendo término con una entrevista personal con el presidente del Perú, a una guerra internacio­ nal o reconciliando, por actos unilaterales de concordia y desprendi­ miento a los que invité a mi partido, a nuestras dos parcialidades enfren­ tadas desde hacía 10 años, siempre encontré una respuesta calurosa en el pueblo colombiano y una extensa nómina de colaboradores y auxilia­ res dispuestos a prestarme el concurso de su inteligencia y de su volun­ tad. —646



Es lo que me permito afirmar, en el alegre atardecer de mi vida pú­ blica, que nada de lo que se hizo bajo mi nombre o bajo mi dirección puede atribuirse don justicia exclusivamente a mis méritos o capacida­ des, ni siquiera en parte primordial. Como las reformas que se promo­ vieron no estaban destinadas a ser creaciones eternas, obras imperecede­ ras, instituciones que sirvieran con el correr de los años de ejemplo al resto de América, que hubieran podido calificarse de originalísimas au­ dacias, sino que constituían ambiciones aplazadas del pueblo colombia­ no, anhelos expresados por muchos años, objetivos concretos que esta­ ba en las manos de cualquier conductor político alcanzar, no fue por encima de mis colaboradores ni a pesar del Congreso, como se consiguió por ejemplo, dotar a la Universidad de un nuevo estatuto y albergarla en estos edificios. Tampoco, en la promoción de la reforma agraria, de la reforma tributaria, de las leyes sociales, o de la política internacional encaminada a crear una asociación de Estados americanos intervino el presidente como un agente providencial que podía dispensarse de cola­ boradores y salir avante merced a su destreza política, sino que, por tra­ tarse de lo que eran auténticos propósitos nacionales, aun los más hu­ mildes e impreparados podían prestar una valiosa contribución. Timbre de orgullo será siempre para mí el que durante el tiempo en que fui jefe del Estado, se supiera que, desde el articulado de los pro­ yectos de ley, ninguna tarea era la obra del presidente o del jefe políti­ co, sino el fruto de trabajo de un sinnúmero de auxiliares, inquietos y fecundos, que empezaron entonces a prestarle, como lo hacen ahora, sus servicios inestimables a la república. Si en todas aquellas empresas algún mérito puedo reclamar para mí es el de no haber abrigado el te­ mor de verme censurado por equivocarme probando gentes nuevas y gentes experimentadas; gentes jóvenes y gentes de mi generación, y fun­ cionarios de las más diversas condiciones sociales. Privado casi siempre, por los azares de la lucha política, de la valiosa colaboración de medio país, que se me negó sistemáticamente, desde el día mismo en que asu­ mí por primera vez la presidencia de la república, nombrando tres mi­ nistros conservadores, sin responsabilidad política ninguna, para que así ese partido quedara en libertad de llenar sus funciones de oposición, fue sorprendentemente amplia la lista de quienes, en todos los órdenes de la actividad pública, sirvieron, con probada eficacia, a la nación. Contados en los dedos de la mano eran los ingenieros, los arquitectos o los exper­ tos en recursos naturales de que se disponía en Colombia. No se cono­ cía a un solo economista profesional, y el número de los profesionales que habían estudiado en el extranjero reflejaba los insignificantes re­ cursos económicos de que habían dispuesto las familias colombianas en la primera década del Siglo XX. Pero, dentro de las limitaciones fiscales -

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de la época y la inexperiencia general, que transformación no sufrió el país con la intervención de gentes arrancadas de las redacciones de los periódicos, como Alberto Lleras y Jorge Zalamea; del ejercicio de la profesión en provincia, como Darío Echandía, Adán Amaga Andrade, Antonio Rocha o Gerardo Molina; de la actividad privada, como Jorge Soto del Corral, Carlos Sanz de Santamaría, César García Alvarez, o íin Alvaro Díaz! Tan larga es la nómina, que apenas me atrevo a mencionar unos pocos nombres, por vía de ejemplo ante el temor de excluir a los más. Se practicaba la oposición entonces con caracteres de barbarie y de ferocidad que ojalá hayan desaparecido para siempre de nuestros anales. Quienes hoy miran con malos ojos la existencia de cualquier brote de inconformidad pregonaban la consigna de hacer invivible la república. Las vías de hecho, el atentado personal, la acción intrépida, en una pa­ labra, la violencia, que más tarde habría de dejar huella tan funesta en nuestras costumbres políticas hasta alcanzar las más bajas capas de la so­ ciedad, se abría camino en los círculos más altos y responsables. Con ra­ zón se ha dicho que la violencia no tuvo su origen en el pueblo, sino que, como filosofía y como práctica, vino desde lo alto, y, no obstante la virulencia de la oposición, que no escatimaba recurso alguno ni se de­ tenía en la selección de sus armas, se abrieron paso sin tropiezos para la paz, distintos de los que transitoriamente ocasionaban las conspiracio­ nes* y asonadas, viejos programas de adelanto nacional incrustados desde tiempo inmemorial en las plataformas de ambos partidos. Y ¿quién fue el autor de esa empresa, quién le brindó su apoyo, quién le sirvió de es­ tímulo, quién arrasó con todos los obstáculos que se interpusieron en su camino, sino ese pueblo colombiano tan generoso en brindarle estímulo a quienes le sirven de buena fe? Si la obra quedó trunca, el edificio in­ concluso y frustradas muchas esperanzas, la culpa fue de quienes no se­ guimos avanzando, y no de las masas, que, instintivamente nos reclama­ ban nuevas reformas y en ninguna circunstancia ni bajo ningún pretexto retiraron su adhesión a la obra que habíamos iniciado 16 años antes. Mi grande error de gobernante y de hombre público, tengo que re­ conocerlo, cuando ya siento que pronto nuestra obra será entregada al fallo de la historia, fue haber creído que con mi renuncia a la presiden­ cia de la república y la reforma constitucional, pactada por los dos par­ tidos en 1946, se cerraba nuestra tarea y que sustraído el obstáculo de mi nombre, con las resistencias que había despertado en tantos años de lucha política, se consolidarían las conquistas alcanzadas y se abriría una nueva era de restauración republicana, de paz social, de organiza­ ción económica, como se nos estaba ofreciendo por hombres públicos —

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de las más contradictorias tendencias que por no traer el lastre de odio y rencor que es el precio obligado de una intensa actividad pública, se perfilaban como los heraldos de tiempos menos tormentosos. Personas más avisadas que yo, creían que, con la elección de un presidente surgido de acuerdo entre ambos partidos y que iba a poder contar con la valiosa colaboración que los adversarios de mi política se habían negado a prestarme, no sólo se nacionalizarían las reformas de todo orden que para el pueblo había traído el régimen liberal, sino que la inminente lucha política por el poder que se iniciaba con la elección presidencial, se ventilaría en una nueva atmósfera, descargada de los ele­ mentos explosivos del inmediato pasado. El alud de sangre vertida por razones políticas en los 10 años posteriores, la destrucción sistemática del gobierno popular, hasta desembocar en la dictadura; la disolución moral de la administración, vinieron a desengañamos y a obligarnos a rehacer la tarea del entendimiento, bajo los auspicios de nuestros más eminentes conductores políticos y con la cooperación inteligente y ac­ tiva de la ciudadanía, cuando lo que vislumbrábamos como un sueño, se tom ó en pesadilla de lágrimas y sangre. Pero ¿cómo adivinar el desen­ lace si la lucha partidaria no se adelantaba ya contra la obra administra­ tiva y política que durante 15 años había desarrollado el régimen sino contra sus autores más conspicuos, a quienes se sindicaba por igual e in­ discriminadamente de comunistas oligarcas, de sectarios y de entreguistas, de demasiado tímidos y de faltos de audacia, y la obra cumplida por ellos había sido aceptada por la conciencia pública como benéfica, y cuantos aspiraban a reclamar los votos del electorado tenían que de­ clararse solidarios de las reformas y prometían conservar los bienes de la paz, del orden, de la estabilidad económica y social que se habían alcan­ zado? No quisiera terminar estas manifestaciones de agradecimiento al se­ ñor rector de la Universidad, a su consejo directivo y a las personas en­ cargadas de dar brillo a este agasajo con su palabra elocuente, sin expre­ sar la íntima satisfacción que me embarga al ver presidido este acto por el señor doctor Alberto Lleras Camargo, en su calidad de presidente de la república. Nadie mejor que él, a quien me ligan tantos vínculos de gratitud y de afecto, hubiera podido darle realce a esta ceremonia que interpreta la gratitud de la Universidad y de la República en general, por servicios que juntos les prestamos en el pasado. El participa necesaria­ mente de la misma emoción que embarga mi espíritu al recapitular los orígenes de la reforma universitaria y la fundación de la Ciudad Blanca y sabe lo que para mí significa que de estos claustros que en otro tiem­ po sirvieron de pretexto para una campaña política enderezada a man­ —

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char mi nombre y mi obra de gobernante, me corresponda retirarme abrumado por tantas muestras de generosidad y gallardía como de las que he sido objeto esta tarde. Qué gran recompensa para mi labor de hombre de Estado y de hombre de acción, es ver que quienes se forma­ ron a mi lado como un Alberto Lleras, un Carlos Lozano y Lozano, un Darío Echandía, apenas salidos de la juventud alcanzaron la primera magistratura, y que tantos otros entre quienes fueron mis colaboradores en las faenas administrativas, desempeñan papel de primera importancia en la actividad pública y privada del país. Es el postrer reconocimiento del pueblo colombiano por lo que ellos hicieron, por lo que representan y por lo que pueden prometer en el futuro. Bendigo la Providencia que me deparó por campo de acción este suelo fecundo y por conciudadanos a mis compatriotas. Su preocupa­ ción por los asuntos públicos, su fácil comprensión de las cuestiones po­ líticas, en el gobierno de opinión, fueron factores decisivos en el éxito de mi carrera. Con la nostalgia de mis días de brega partidista, añoro el diálogo que por tantos años mantuve con el pueblo y del que tantas en­ señanzas recíprocas derivamos constantemente. El campo político fue siempre, por excelencia, la gran universidad de Colombia en do.nde se dieron cita en siglo y medio de historia todos aquellos que ya habían si­ do ungidos con el reconocimiento público en la esfera del saber o de la acción, los humanistas, los políticos, los periodistas, los soldados, los científicos, fueron reclamados a su hora por esa gran escuela de servido­ res públicos que fueron nuestros partidos políticos. Permitidme que al recibir la señalada distinción que hoy me concedéis al menos ilustrado entre esa pléyade de hombres públicos que han servido a la república, rinda este último tributo al celo por las cosas del espíritu que ha carac­ terizado a nuestra raza, a su sentido de la justicia, a su amor por el dere­ cho y su repugnancia por la arbitrariedad, que es quizá lo que estáis enalteciendo con este acto en un hombre de Estado cuyo único mérito consistió en haber tratado de plasmar en las instituciones jurídicas las reivindicaciones seculares de una nación generosa, democrática e iguali­ taria” .

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EPILOGO Discurso pronunciado por el Presidente de la República, Julio Cé­ sar Turbay Ayala, con motivo del vigésimo Aniversario de la muerte del Dr. Alfonso López Pumarejo.

Hoy hace 20 años, en un brumoso día londinense, se apagó la exis­ tencia del más brillante de los colombianos de su tiempo, Alfonso Ló­ pez Pumarejo. La capital británica será obligado punto de referencia en la parábola vital de este gigante de la política nacional. A llí se educó a comienzos del siglo, cuando todavía estaba vivo el fuego de la larga guerra civil que arrasó a Colombia. A llí vivía cuando decidió regresar al país a invitar al liberalismo a tomarse el poder. A llí se casó en segundas nupcias con doña Olga Dávila. A llí volvió como embajador y, finalmen­ te, en dicha ciudad se interrumpió la marcha de su noble y cansado co­ razón. Desde luego, de Londres también trajo la elegancia en el porte, la serenidad y el buen humor.

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Honda es otro punto esencial en la vida del caudillo cuyo recuerdo evocamos hoy con admiración y afecto. A q u í nació el mismo año en que se promulgó la Constitución de Núñez y de Caro, que medio siglo después él iría a reformar infundiéndole el más tonificante aliento so­ cial A q u í transcurrió su infancia, aquí se inició en la vida de los nego­ cios y de aquí partió en peregrinación por el país, habiendo conocido palmo a palmo el territorio nacional. Ese conocimiento le sirvió funda­ mentalmente en sus tareas de empresario, dirigente político y gobernante. Ninguno entre sus émulos tenía la experiencia directa que Alfonso López había adquirido en sus viajes a pie, a lomo de muía o en canoa, remontando cordilleras o surcando ríos. Todo en el país le era familiar, sus caminos, sus posadas, su paisaje y su gente. López Pumarejo experimentaba el orgullo de ser un caudillo civil por oposición a los generales que habían batallado en las guerras intesti-



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ñas y estaban aureolados por la gloria o el martirio. El los respetaba co­ mo guerreros, pero los consideraba inadecuados para la conducción de la política. Nunca les desconoció su prestigio pero jamás se le ocurrió pensar que la reconquista del poder podría lograrse con los mismos per­ sonajes y banderas de Peralonso o de Palonegro. Lo urticaba la literatu­ ra de los veteranos de las guerras y prefería razonar. Sólo las ideas tie­ nen prestigio bastante, decía él, para darle un vuelco a la política. De­ finitivamente trabajaba con los materiales de la inteligencia más que con los de la emoción. Media centuria después de iniciado el gobierno conservador, López Pumarejo consideraba que al pueblo había que ofrecerle salidas para la crisis fiscal que golpeaba sobre su maltrecha economía y asomarlo a la vitrina de los grandes acontecimientos. Con dicho propósito invitó a Carlos Uribe Echeverri y a Alejandro López, dos de sus más ilustres con­ tertulios europeos, a regresar con él a Colombia a dar la gran batalla de 1930. Los prestigiosos ideólogos compartían con nuestro personaje cen­ tral la tesis de que la ocasión era propicia para el cambio de gobierno, pero consideraban que era indispensable redactar previamente el progra­ ma liberal. Alfonso López pensaba lo mismo y los invitó a que lo hicie­ ran. Ambos afirmaron qué tamaña empresa intelectual demandaba por lo menos dos años de trabajo y de consultas. Fue en ese momento cuan­ do el estratega de la victoria del año 30 les dijo, en tono burlón: qué­ dense ustedes en Londres preparando el programa, mientras yo voy y me tomo el poder. El jefe, como siempre lo llamamos quienes estuvimos cerca de él, experimentaba cierta fruición intelectual cuando relataba esta anécdota acompañada de un desorientador y sostenido ¿queee? Entiendo que to­ davía algunos brillantes y desenfocados ideólogos andan redactando el programa que dejaron inconcluso los doctores Carlos Uribe Echeverri y Alejandro López. Naturalmente como no pretendo en este discurso ensayar una bio­ grafía de la apasionante vida del insigne y visionario caudillo, apenas me ocuparé en el examen de algunos de los rasgos característicos de su ex­ cepcional personalidad. Fue sin duda alguna el más original de los pensadores y jefes libera­ les. Tenía el don de interpretar lo que el país reclamaba aproximándose a las soluciones con planteamientos bien diferentes a los del común de los llamados estadistas. Sin embargo, sus tesis eran las verdaderas y las que acababan por tornarse populares. La reconquista liberal, por ejem-652

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pío, era algo que sentían las masas, pero en cuya probabilidad no creían muchos de los jefes liberales de la época, que estaban alegremente divi­ didos entre vasquistas y valencistas. Los largos años de gobierno conser­ vador habían adormecido las energías de lucha del partido liberal y se necesitó que este banquero extraviado en la política viniera con su sen­ tido visionario a dividir en dos partes la historia democrática y republi­ cana de Colombia. Sin Alfonso López hubiera sido imposible la recon­ quista del año treinta, López, al contemplar las muchas personas que de ella se apropian, podría repetir con Kennedy que la victoria tiene cien padres mientras que la derrota es huérfana. López, que en el gobierno fue un descubridor de inteligencias y un fenomenal arquitecto de las reformas, ensayó a muchas personas y ob­ viamente no todas quedaron consagradas, pero con la nómina de las que halló aptas para el servicio del Estado, ha venido dirigiéndose el partido y gobernándose la república hasta ahora que aparecen vigorosas genera­ ciones de renuevo. No conozco a un colombiano que hayp influido tan profundamente sobre su pueblo como influyó Alfonso López. Fue gran­ de como reformador; así lo acreditan las reformas de la Constitución, de las leyes agrarias y tributarias, de las laborales y judiciales, la nueva universidad y su peculiar enfoque de la política internacional. López les enseñó a los colombianos que la disputa del poder no podía limitarse a eximir del pago de los impuestos a los triunfadores para hacer recaer la carga tributaria sobre los vencidos. Les hizo igualmente perder el miedo a los sindicatos que él estimuló y consideró siempre como elementos fundamentales del orden democrático. Tuvo, a diferencia de no pocos de sus compatriotas, ilimitada fe en Colombia y en la capacidad realiza­ dora del partido liberal que él llevó al poder y a cuyo nombre realizó to­ das las reformas. López fue un combatiente hasta los últimos días de su quebranta­ da existencia. Recuerdo bien que por la época en que yo era ministro de la Junta Militar de Gobierno que hizo el tránsito de la dictadura hacia la democracia, el presidente López recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional. Todos sus amigos estábamos interesados en el esplendor de la ceremonia y en conocer el discurso que cuidadosamente \ redactó en compañía de su hijo Alfonso. Dos o tres días antes del grado me preguntó si yo sabía si el doctor Laureano Gómez iría a asistir, pues parecía que la salud del expresidente conservador no andaba bien. Me ofrecí a preguntarle a mi colega de Ministerio, Guillermo Amaya Ram í­ rez, quien después de varias encuestas entre los miembros de la familia del doctor Gómez me comunicó con gran regocijo que tratándose de un acto consagratorio en homenaje a su amigo el doctor López, tal vez el t —

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último, aun cuando se encontraba indispuesto, él haría un esfuerzo para estar presente. Por su parte el jefe López se encontraba en tan deplorable estado de salud el día de su grado que llegó a pensar que muy probablemente tendría que comisionar a alguien para que leyera su discurso. A eso del mediodía lo visité en su casa y le participé que el doctor Laureano Gó­ mez concurriría a la ceremonia. Inmediatamente se incorporó y me di­ jo: entonces voy a ir porque quiero que Laureano oiga unas referencias que le hago en mi discurso. Yo pensé que seguramente iba a elogiarlo y que ese sería un buen día para la convivencia nacional. Ocurrió todo lo contrario. Hizo una arremetida feroz contra la política de la acción in­ trépida y contra otras muchas políticas atribuibles al caudillo conserva­ dor. Quienes ocupábamos puesto en el aula máxima de la Universidad estábamos seguros de que el caudillo de las derechas en cualquier mo­ mento se retiraría del recinto. Afortunadamente no ocurrió así. Lo oyó con atención y al terminar el discurso se acercó al doctor López y lo fe­ licitó en un acto de auténtica grandeza. Momentos después el viejo gla­ diador nos dijo: Qué les parece que me siento muy tranquilo porque lo que quería decirle a Laureano ya se lo dije. Pienso, agregó, que mi mé­ dico ahora s í va a permitirme tomar un whisky con ustedes. Otro ejemplo de sus condiciones de combatiente puede advertirse en la actitud que asumió el jefe López cuando regresó de los Estados Unidos en 1942, como candidato, por segunda vez, a la Presidencia de la República. En ese momento su candidatura no ofrecía ningún peli­ gro, era tenida por todos como la única en el partido liberal y como la más segura en el país. El presidente Santos reconoció tal hecho y auto­ rizó a todos sus ministros a asistir al banquete que se le ofrecía al doc­ tor López en el hotel Granada. Este aprovechó tan selecto auditorio para hacer un enfoque, como todos los suyos, muy original sobre la si­ tuación del país y para criticar sin muchos disimulos la gestión de go­ bierno del presidente Santos. El liberalismo se estremeció. Surgió la candidatura del doctor Carlos Arango Vélez y mientras jefes distingui­ dos, señoras de sociedad, periodistas y amigos comunes trataban de bus­ car un contacto social entre los doctores López y Santos, el primero de éstos decía: A s í es como me gusta la cosa, pues yo no quiero llegar a la Presidencia debiéndosela a Santos, sino al pueblo colombiano. Dio es­ pléndida batalla y por una gran mayoría se impuso su nombre contra el de su ilustre oponente. Lo vi siempre grande en la derrota o en el triunfo. Ni la primera lo abatía, ni el segundo perturbaba su equilibrio intelectual. La sencillez -6 5 4 -

fue la característica descollante de su vida. Cuando le daba la mano aun lotero, a un taxista, o a un campesino, como frecuentemente lo hacía, comentaba: Es lo menos que puedo hacer por unas personas que siem­ pre han estado dispuestas a ofrendar su vida en defensa de mi nombre o de mis banderas políticas. Mi jefe y maestro, muy probablemente describiéndose, sostenía que para tener un juicio certero sobre el temple del carácter, las calida­ des morales la entereza de un hombre de Estado o de un líder político, era preciso observarlo en la próspera y en la adversa fortuna. De aquí que cuando alguien se refería a la inteligencia y a las capacidades de un combatiente, él anotara que ganando casi todos son inteligentes, pero perdiendo bien pocos dan pruebas de su equilibrio emocional o de su in­ genio. El era uno de esos pocos, pues en difíciles circunstancias fue el genial estratega de dos reconquistas del poder: una en 1930 cuando vino de Londres a invitar al liberalismo a la portentosa batalla civil que culminó en el triunfo de Enrique Olaya Herrera, y otra citando ofreció en Medellín, en medio del desconcierto y del estupor de muchos, que el liberalismo, previa una reforma constitucional que le garantizara sus de­ rechos, se allanaría a votar por un primer presidente conservador. Dicha oferta desestabilizó la dictadura de Rojas Pinilla y le abrió a Alberto Lleras Camargo amplios caminos para manejar con sus características brillo y maestría la gran batalla de la reconstrucción democrática y de la segunda victoria liberal. La alianza intelectual de 40 años entre López Pumarejo y Lleras Camargo constituye el mayor aporte de bienes a la república y al partido que ambos enaltecieron y representaron en el go­ bierno. La historia necesariamente asociará estos dos nombres ilustres que la política nunca pudo dividir. Nunca fue más grande López Pumarejo que cuando apresado en Pasto, por orden de un extraviado coronel, se irguió con ejemplar deco­ ro y les hizo sentir a sus captores la majestad que él encarnaba. En nin­ gún momento se doblegó ante las amenazas de muerte. Se negó con in­ superable dignidad a firmar la renuncia que bajo innobles presiones qui­ so arrancársele y sorteó con temerario valor todos los peligros, hasta lo­ grar detener a sus propios carceleros. Mientras el presidente López se enfrentaba con serena grandeza a los perjuros, otra vez Alberto Lleras aparece al lado del jefe y con enno­ blecida voz patriótica, que todavía vibra en los oídos de su pueblo, con­ juró por la radio, uno de los más complejos atentados contra las institu­ ciones republicanas. Finalmente el doctor López, autor de tantas victo­ rias democráticas, regresó al Palacio de Nariño escoltado por el indes—

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tructible afecto de las masas y por la lealtad de las Fuerzas Armadas que estuvieron a su lado. Cuando en 1943 la oposición arreció en el Parlamento y en la prensa simultáneamente con la grave enfermedad que afectó a su prime­ ra esposa, doña María Michelsen, antes de viajar a Nueva York me dijo: No sé cuánto tiempo tenga que permanecer fuera del país, pero mien­ tras tanto usted tiene la misión de no dejar flaquear las mayorías parla­ mentarias. Con renuncia o sin renuncia mía, no dejaremos que la trai­ ción y la infamia se conviertan en método exitoso para alcanzar la Pre­ sidencia de la república. Tranquen ustedes los muchachos liberales, que el porvenir es de quienes se ganen sus soles de general en el campo de batalla. Cuando regresó a Colombia, el pueblo, su fiel y permanente aliado, inundó con su presencia todas las plazas públicas y le tributó manifesta­ ciones verdaderamente apoteósicas. Los intrépidos candidatos que cre­ yeron que el prestigio del doctor López era una cosa del pasado tuvie­ ron que reflexionar y dieron marcha atrás. El viejo y experimentado ca­ pitán retomó en sus manos el gobierno y más tarde renunció a la Presi­ dencia, haciéndole a la concordia el mayor homenaje que mandatario al­ guno le haya hecho. Fue su gran equivocación. No se reconcilió el país, ni el partido li­ beral retuvo el poder. Los dos mejores exponentes populares de una nueva Colombio,, enceguecidos por la vanidad decidieron confrontarse electoralmente, haciendo caso omiso de su tradicional adversario y el partido liberal desapareció por varios lustros del panorama político. Sin embargo, López Pumarejo, el estratega de tantas campañas victoriosas, murió experimentando la alegría de que el pueblo le hubiera confiado por una segunda vez la Presidencia de la república al mejor y más bri­ llante de sus discípulos, a Alberto Lleras Camargo. No niego que si aún viviera habría gozado mucho el triunfo de su brillante renuevo y tal vez no se hubiera incomodado, como otros, con el mío. No odió López Pumarejo a nadie en la política. Lo que no quiere decir que no combatiera las ideas que consideraba inconvenientes para el país, o que no defendiera las suyas con el vigor y la ardentía que le daban cierto aspecto felino al noble combatiente de todas las horas. No personalizó jamás sus discrepancias ni utilizó armas vedadas en sus múltiples batallas. Ninguno de sus opositores fue agredido por el descomunal caudillo en su dignidad o en su honra. No abrió heridas, ni -656



dejó cicatrices, en cambio clavó muchas banderas que todavía se des­ pliegan orgullosos sobre el vasto territorio de la patria. Este portentoso varón gozaba indescriptiblemente con el triunfo de quienes en cualquier etapa de su vida lo hubieran acompañado. Te­ nía muy buena memoria para recordar los servicios recibidos y estimaba con generosidad a quienes trataban de ascender en el escalafón político. Desde luego su estímulo estaba reservado para quienes, a su juicio, tu­ vieran condiciones que los habilitara para el servicio del Estado. La zan­ cadilla, la talanquera, “ios cabezazos” para detener legítimas aspiracio­ nes de sus conciudadanos no figuraron nunca en las consignas que lleva­ ba inscritas en sus estandartes de combate. Yo, personalmente, fui objeto de su generosidad, comenzando por el inmenso depósito de confianza que me hizo desde el propio amanecer de mi carrera pública. Pude disfrutar de su consejo y dialogar con él so­ bre la mayor variedad de temas y personas. López Pumarejo podía ser generoso porque tenía una inmensa confianza en su propio valer. La grandeza no fue nunca condición de quienes no creyeron en la suya propia. Para que se aprecien en su exacta magnitud los gestos de generosi­ dad de mi desaparecido jefe, debo relatar una de mis propias experien­ cias. En 1958, al iniciar su gobierno, el presidente Alberto Lleras Camargo me nombró su primer ministro de Relaciones Exteriores. La Asamblea de las Naciones Unidas debería reunirse un mes después. Qui­ se hacerle al doctor López el único homenaje que en ese momento p o ­ día hacerle o sea invitarlo a que fuera a la ONU presidiendo la delega­ ción colombiana que tradicionalmente ha sido presidida por el canciller. El jefe me tomó por las solapas de mi. americana, me miró fijamente y me dijo; Voy a mejorarle la propuesta. Le acepto ir pero a condición de que sea usted quien la presida. Horrorizado le respondí que ese era un imposible político y moral, pues yo no sería capaz de ocupar, donde él estuviera, ningún sitio que tuviera prelación sobre el suyo. Retom ó la palabra y me dijo: Yo tengo 72 años, he ocupado dos veces la Presiden­ cia de la república y he recibido innumerables honores de mi país y de mi partido. Para mí, agregó, es simplemente una nueva distinción;para \usted, en cambio, será una honrosa oportunidad que habrá de servirle mucho en su carrera pública. Viajamos ambos a Nueva York, trabaja­ mos sobre los temas de la agenda y me acompañó con paternal afecto a Washington a la Conferencia de Cancilleres que inició el. estudio de la Operación Panamericana, propuesta por el presidente del Brasil. Ciertamente no conozco un acto de mayor generosidad que el im­ plícito en la anécdota que a ustedes relato con gratitud y admiración. —

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¿Cómo no habría de tenerla por este varón que contrasta con la pe­ quenez de no pocos en el turbulento mundillo de la mezquindad polí­ tica? Conocedor de todas las situaciones y de los personajes que compo­ nían el elenco de nuestro quehacer político, tenía precisas opiniones de los grandes y pequeños protagonistas de los hechos. Era incisivo cuando quería serlo. Con cierta picardía política me decía refiriéndose a los que él cariñosamente llamaba los muchachos: Entiendo que uno de ellos no me quiere dizque porque yo lo traicioné. La traición consistió en que le di reportaje pero no pude darle Ministerio. Podría hacerme interminable en el relato de mis conversaciones con el jefe. Pero eso no es el objeto de esta ceremonia a la que hemos venido a rendir tributo a su memoria. A recordar al insuperable pensa­ dor político, al caudillo civil de mayor carisma, al estadista que dejó más honda huella de su paso por el gobierno, al transformador de la Constitución y de los Códigos, *a/ gobernante que penetró las dimensio­ nes sociales y pensó sin demagogia en mejorar la condición de vida de los obreros y campesinos de Colombia. No podría omitir en este relato la constante preocupación del presidente López Pumarejo por el bienestar y tecnificación de las Fuerzas Militares y de Policía. Se anticipó varias décadas a pensar en la impor­ tancia de vincular a los soldados a actividades agrícolas que arraigara a la tierra a los campesinos y los habilitara para tareas posteriores a su de­ sempeño en las milicias. Hoy esa idea se ha convertido en una auténtica realidad y los altos mandos la consideran excepcionalmente útil para la capacitación de la tropa y para los propios fines del desarrollo económi­ co y social del país. Consideró siempre que al lado de un Ejército profesional debería existir una fuerza de Policía de clara orientación civil, a cuyo amparo vi­ gilante pudiera desarrollarse normalmente la vida ciudadana. En sus dos administraciones ejecutivas probó bien su interés por dotar a Colombia de una Policía de la cual pudiera sentirse algún día tan orgulloso el país como Inglaterra o los Estados Unidos de Norteamérica se sienten de la suya. Para que este anhelo se cumpla no ahorraremos esfuerzo, sino que con honda convicción proseguiremos en dicho patriótico empeño. El gobierno nacional ha considerado que una buena manera de honrar la memoria del presidente López Pumarejo y de señalarle claras rutas de dignidad y patriotismo a las nuevas promociones policiales, es la de darle a la Escuela Nacional de Carabineros el nombre del procer cuya obra parcialmente presentamos hoy como atrayente ejemplo a las presentes y futuras generaciones de colombianos. -6 5 8 -

FE DE ERRATAS ADVERTIDAS

Página Línea Dice: 11 15 “de las” 28 14 “areas” 47 36 “gatos” 72 21 “diferente” 75 39 “públicas” 79 23 “reimplataba” 83 19 “tendrá” 84 44 “parecer” 86 14 “proosito” 109 39 “política” 118 13 “pueblos” 136 13 “fundamente” 137 20 “proponar” 137 21 “conviencia” 139 17 “apeticida” 150 5 “cuanto” 150 23 “departamentos” 155 16 “dejaron ser” 168 32 “quieres” 171 3 “el” 4 “el gobierno” 183 23 “estableció” 196 24 “expresa” 201 15 “lo” 205 209 21 “leventar” 23 “continúa” 209 212 5 “el” 216 14 “boliviana de” 221 ' 16 “mismos” 222 16 “intengible” 228 10 “mi” 231 12 “sétano” 232 24 “inemas” 235 28 “ha” 239 14 “a” 18 “disculpa” 239 245 15 “el” 250 21 “mediante” 264 25 “de” 267 19 “nueve” 274 39 “acerba” 2 “tremo” 275 41 “equitativos” 283 286 16 “fomaciones” 289 5 “grado” 293 36 “todo” 12 “la” 297 32 “deséanos” 305 23 “en” 321 340 35 “sacrificos” 341 24 “a”

Debe decir: de la aereas gastos diferencias pública reimplantaba tendré perecer propósito políticas pueblo fundadamente proponer convivencia apetecida cuando departamentales dejaron de ser quieren al al gobierno establecido expresan los levantar continúan al boliviana y de mismo intangible ni sótano internas he o disculpar al medianamente da ni de acerbía extremo equitativo formación agrado todos al deseamos a sacrificios e

346 349 353 354 369 372 379 389 395 396 397 401 411 418 420 421 441 442 445 454 456 470 475 483 493 496 499 511 516 517 519 521 531 538 547 555 562 562 590 599 602 607 608 610 615 621 628 6 ao

633 638 638

24 14 12 16 24 20 22 12 29 6 22 8 30 13 12 39 18 16 23 36 40 7 22 17 29 21 25 11 18 32 24 34 28 11 32 11 27 36 32 6 25 17 35 1 40 23 39 30 4o. lo. 16

“alidos” “nacionales” “sitemas” “intimidades” “oposión” “solamene” “pueblo” “vurulenta” ^ “elctoral” “como aseguran” “pueblo” “de” “cosas “cédula” “nocional” “espetado” “tuviese” “deben” “Samblea” “inicia” *Si ” “al” “necesita” “el” “el” “ha” “su” “tradicón” “pro” “algo “antegonicos” “encontrarlos” “ juelga” “plenado” “la” “dijo” “alas” “reglaomntarias” “contrario” “proceden” “publica” “destino” “cursos” “de” “pro” “marca” “auxiliarían” “arbitraridad” “una” “económico” “la”

aliados naciones sistema intimidadas oposición solamente pueblos virulenta electoral como lo aseguran pueblos en cosa célula nacional respetado tuviere deban asamblea inicua (suprímase) el necesite ai al he sus tradición por alto antagónicos encontrarles huelga planeado lo dio a las reglamentarias al contrario preceden publicas desatino curso dé por marea auxilian arbitrariedad unas económicos lo

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