Obras selectas, tomo I

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JORGE MARIO EASTMAN PRESENTACION Y COMPILACION

LOPEZ

PUMAREJO

OBRAS

SELECTAS

PRIMERA PARTE (1926 - 1937)

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COLECCION PENSADORES POLITICOS COLOMBIANOS” CAMARA DE REPRESENTANTES

BOGOTA, D.E. - Julio de 1979

© Es propiedad de la Cámara de Representantes. Fondo de Publicaciones. Impreso en Editorial Retina Ltda.

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IN D IC E PRESENTACION.—Jorge Mario E astm an..................................................................

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ALFONSO LOPEZ (por Alberto Lleras Camargo) , .......................... ......................

21

LOS ULTIMOS DIAS DE LOPEZ (por Alfonso López M ich elsen )....................

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N ota bibliográfica...............................................................................................................

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PRIMERA PARTE LA JUVENTUD RADICAL Y LOS PROBLEMAS NACIONALES (Enero 1 9 2 6 ) ...........................................................................................................................

49

EL PARTIDO LIBERAL ANTE EL MOVIMIENTO SOCIALISTA COLOM­ BIANO (Abril 1 9 2 8 ) ..............................................................................................

55

EL LIBERALISMO DEBE PREPARARSE PARA ASUMIR EL PODER (Convención Liberal, Noviembre 1 9 2 9 ) ....................................................................

63 ^

LA DEPRESIÓN ECONOMICA MUNDIAL (Septiembre 1930) . .......................

65.
DISCURSO DE POSESION (Agosto 7 de 1934).........................................................

111

EL PODER JUDICIAL (Agosto 1 9 3 4 )..........................................................................

121

LA IGLESIA Y EL CLERO (Agosto 1934).................................................................. 1 2 7

-5 -

COMUNICACIONES CRUZADAS CON LOS BANQUEROS ACREEDORES v DE COLOMBIA (Agosto-Septiembre 1934). . . .......................................· 131 \ EL GOBIERNO Y LOS PARLAMENTARIOS LIBERALES (Agosto 1934). . . 137 LOS CONFLICTOS AGRARIOS (Septiembre 1934)......................................... 139 CIRCULAR A LOS GOBERNADORES SOBRE CEDULA ELECTORAL (Octubre 1934)......................................................................................... 145

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CARTA DE ACEPTACION DE LA SUPREMA INSPECCION DE LAS ELECCIONES (Octubre 1 9 3 4 )..............................................................................

149

SOBRE INTERVENCION DE LOS GOBIERNOS SECCIONALES EN LA POLITICA LIBERAL (Noviembre 1 9 3 4 ) ..........................................................

155

EL GOBIERNO Y EL SUFRAGIO (Noviembre 1934)..............................................

163

EL GOBIERNO Y EL E JE R C IT O .............................................................................

169

MENSAJE AL CONGRESO RELATIVO AL PROTOCOLO DE RIO DE JA­ NEIRO (Diciembre 1 9 3 4 ) ......................................................................................

173

MENSAJE AL CONGRESO SOBRÉ EDUCACION NACIONAL (Diciembre 1934) .............................................................. ...................................................

181

RENUNCIA DE LOS MINISTROS Y RESPUESTA DEL PRESIDENTE LO­ PEZ (Diciembre 1 9 3 4 ) ............................... ............................................................

187

ALOCUCION DE AÑO NUEVO (Enero 1935) ..........................................................

195 ^

MENSAJE AL SENADO SOBRE EL PROTOCOLO DE RIO DE JANEIRO (Enero 1935)............................... ................... ...........................................................

199

ARBITRAJE EN UN CONFLICTO SOCIAL (Marzo 1 9 3 5 ) ....................... ...........

205

OBJECIONES A LA LEY SOBRE REGIMEN ELECTORAL (Marzo 1935). . .

215

EL GOBIERNO Y LA OPOSICION (Marzo 1935) ................................... .. ..............

221

EL GOBIERNO Y LA PROPIEDAD PRIVADA (Abril 1 9 3 5 ) .............................

227

CRITERIO SOBRE LAS EMPRESAS EXTRANJERAS (Mayo 1 9 3 5 ) ...............

231 ^

EL GOBIERNO Y LA SITUACION ECONOMICA (Entrevista con Jorge Zalamea, Julio 1 9 3 5 ) ...............................................................................................

233

LA REFORMA EDUCATIVA (Julio 1 9 3 5 ) ...............................................................

249

EL TRANSITO HACIA UNA ECONOMIA DIRIGIDA Y LA INTEGRACION NACIONAL (Entrevista con Jorge Padilla, Septiembre 1 9 3 5 )....................

257

*

MENSAJE A LAS CAMARAS SOBRE LAS SESIONES EXTRAORDINA\ RIAS DE 1935 (Noviembrel935)............................................................ 271 < SOBRE EL ALCANCE Y LA FINALIDAD DE LA LEY DE INSPECCION ELECTORAL (Noviembre 1935)........................ . ................................. 285 ALOCUCION DE AÑO NUEVO (Enero 1936)................................................

293 ^

LA TRANSFORMACION DEL TEMPERAMENTO NACIONAL (En las b o­ das de plata de “ El Tiempo” , Enero 1 9 3 6 ) ....................................................

301

LA CONFERENCIA INTERAMERICANA DE PAZ - LA LIGA DE LAS NACIONES AMERICANAS (Febrero i 9 3 6 )........................................ ..

317

MENSAJE AL CONGRESO SOBRE LA OPOSICION DEL EPISCOPADO COLOMBIANO A LA REFORMA CONSTITUCIONAL (Marzo 1 9 3 6 ) .................................. ......................................................................... ..............

321

RESPUESTA AL DIRECTORIO NACIONAL CONSERVADOR SOBRE LA REFORMA CONSTITUCIONAL (Marzo 1 9 3 6 ) ................. .........................

327

V v* v

MENSAJE AL CONGRESO SOBRE LA “PREVENCION” DEL EPISCOPA­ DO COLOMBIANO (Marzo 1 9 3 6 ) ......................................................... 3 3 7

%

DISCURSO ANTE LA MANIFESTACION DEL lo . de Mayo de 1936 ............

343

SOBRE EL FRENTE POPULAR (Septiembre 1 9 3 6 ) ......... .....................................

353 ^

CONFERENCIA INTERNACIONAL CAFETERA (Octubre 1936)....................

361

LA DEMOCRACIA Y LA DICTADURA EN AMERICA........................................

363

COMO LLEGO EL LIBERALISMO AL PODER Y CUALES HAN SIDO SUS REALIZACIONES (Noviembre 1936).............................................. .................

367 V

ALOCUCION DE AÑO NUEVO (Enero 1937)

......................................................

397

LA CONTINUIDAD DEL REGIMEN LIBERAL DEPENDE DE LA APLICA­ CION DE SUS DOCTRINAS (Entrevista en “ El Espectador” en las bo­ das de oro de este periódico, Marzo 1 9 3 7 ) .......................................................

401

DOCUMENTOS RELATIVOS A LA RENUNCIA DEL PRESIDENTE LO­ PEZ (Mayo 1937) ...................................................... ....................................

415

COOPERACION ECONOMICA MUNDIAL (Septiembre 1 9 3 7 ) ..........................

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PRESENTACION “ La C onvención N acional del Partido Liberal, al iniciar sus sesiones en el año de 1 9 2 9 , declara que cree llegada la oportu­ nidad de que el partido proceda a prepararse para asumir en un fu tu ro m uy p róxim o la dirección de los destin os nacionales y hace un solem ne llam am iento a tod os los elem en tos liberales del país para que, ante los peligros que am enazan la indepen­ dencia económ ica y p olítica, gravem ente com prom etidas por la in com petencia de los gobiernos regeneradores, aúnen to d o s sus esfuerzas con e l, fin de presentar una organización digna y capaz de recom endarse al ap oyo de la opinión ciudadana co m o reem ­ plazo necesario del partido conservador en el ejercicio del poder p ú b lico” . Proposición del delegado A lfonso L ópez en la C onvención N a­ cional del Liberalism o (noviem bre 19 ae 1 9 2 9 ).

Detrás dé esta Presentación-que no podría aspirar ala enjundia orientadora de un p r ó lo g o q u e d a toda la biografía luminosa de Alfonso López Pumarejo. Se precisa bucear hondo en la alta mar de esa existencia, digna de ser llamada representativa, para atreverse a proclamar, tras despojarnos de lo accesorio, que hemos logrado ser sus veraces intérpretes. Sin embargo, debemos presentar a los investigadores actuales y futuros lo que sobre la tierra firme de nuestra historia, documentada en publicaciones pe­ riódicas y en archivos oficiales, hemos logrado cosechar como la obra doctrina­ ria y testimonial del estadista y el pensador, del político práctico y la concien­ cia avizora porque ambas cosas fue Alfonso López en grado eminente. Es ya un lugar común afirmar que su gestión presidencial, cumplida en dos ♦ tiempos - e l primero, 1934-38; y el segundo, 1942-45, incompleto, pues volun­ tariamente dejó el cargo y lo delegó en Alberto Lleras hasta el fin del periodo—, protagonizó el salto de la nación al siglo XX. En su mensaje al Congreso¡al tér­ mino de su primera administración, en 1938, se muestra muy consciente de la trascendencia de sus resultados: . . en cuatro años se ha modificado, para bien o para mal, la organización de la República, sus instituciones y leyes; se han provocado deslizamientos en la jerarquía de las ideas; se ha cambiado el criterio social de clases enteras; se han iniciado obras ambiciosas, se han realizado otras, y al final de ellos hay quienes aseguran que el Gobierno destruyó la República y, otros, que ha crea­ do un orden nuevo”. La fórmula, “hay quienes aseguran que el Gobierno destruyó la República”, nos descubre, aludida apenas bajo el acento irónico del estadista, la corriente de oposición alimentada entonces por el reaccionarismo herido, cuyo estado de alerta se produjo sólo al mes de haberse posesionado López del mando. En efecto, en carta del 6 de septiembre de 1934, dirigida a Enrique Soto, Ruperto Aya, Ddniel Sáenz, Antonio J. Mejia, y J. Williamson, les anticipa lo que se propone realizar como reforma agraria. Con una audacia sólo comparable al realismo político que la inspira,!López quiere sálirle al paso a la protesta cam­ —9 —

pesina que esboza en cierta forma de lucha clasista una futura revolución agra­ ria, descongelar la situación de general estancamiento y romper el cuello de bo­ tella que mantenía al campo en condiciones semifeudales de producción y de vida/No se arredra ante la dureza del diagnóstico, sino que lo expresa sin tapu­ jos, para que los terratenientes más cavernarios sepan de entrada a qué atenerse con el gobierno respecto de sus ilusiones represivas. En un pasaje de la carta, escribe: “-E l gobierno está seguro de que la agitación profesional tiene su mayor acicate en las desgraciadas condiciones del campesino colombiano, y que cuan­ do ellas sean mejoradas tendrá en su poder más eficaces instrumentos para combatirla y para sostener el régimen democrático que han querido darse los colombianos ( . . . ) Una República campesina, como la nuestra, necesita leyes más justas y democráticas sobre la propiedad de la tierra, sobre su uso y sobre las relaciones entre el dueño de la tierra y el trabajador asalariado ”. f 1)

*** Pero la agraria no será la única reforma. Con seguro instinto López intuye que es preciso poner manos a la obra en todos los flancos de la anacrónica orga­ nización colombiana, y concibe un abanico de cambios estructurales. Funda­ mentalmente: 1) Agrario; 2) Constitucional; 3) Tributario; 4) Universitario; 5) Laboral; 6) Judicial; 7) De la política internacional del país. A los varios niveles del gobierno cunde el vértigo del cambio, y los jóvenes talentos de quienes el Presidente se rodea trabajan sin pausa, en una éfervescen­ cia huracanada, pues saben que en el breve lapso de cuatro años hay que rom­ perle las vértebras al atraso político y social del país y franquear la vía a las fuerzas reprimidas bajo el peso muerto de unas instituciones prácticamente co­ loniales. Tales el clima admirablemente evocado por Alberto Lleras en su alo­ cución fúnebre del 30 de noviembre de 1959: “-Pocas veces volverá a haber una tan fanática consagración al interés público, una tan inextinguible sed de creación, ni la sensación de tener el derecho, la obligación y el privilegio de re­ modelar el destino de Colombia”. Las repulsas que entre los sectores vulnerados en su egoísmo secular comen­ zaron a manifestarse, siguieron fermentando como un humor malsano en los conciliábulos de los poderosos, segregando su propia “línea” política -pues todo interés parcial busca su código y su lenguaje generalizador en el plano de la ideología-. Tal es el proceso, a medias oculto aunque activo en todo instan­ te, que va preparando las artimañas y las insidias que aflorarían durante la se­ gunda administración de López, desde sus inicios en 1942, y en cuyo periplo el amago de golpe del 10 de julio del 44, en Pasto, no fue sino un episodio al que la confusión de sus instigadores vino a convertir en simple amenaza. Por último, en 1945, faltando un año para cumplirse ese segundo período, López abandona el cargo, asediado por las mismas minorías regresivas a las que sus reformas ha­ bían resentido. Sin embargo, esta segunda administración marcó nuevos hitos

(1) —Cf. Eduardo Zuleta Angel, El Presidente López, Medellín, Ediciones Albiún, 1968, págs. 75-76.

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en nuestra evolución social De ninguna manera fue pasiva ni se resignó a la me­ ra supervivencia burocrática. Como bien lo anota Zuleta Angel: La turbulen­ cia política que caracterizó la segunda administración le ha hecho olvidar a la gente que ella fue desde el punto de vista administrativo, si no tan fecunda co­ mo la primera, si extraordinariamente constructiva ”. ( 23) Su lema, “la Revolución en Marcha”, acuñado durante la campaña de finales del gobierno de Olaya Herrera, no era pues palabrería. Gerardo Molina piensa que dicha expresión se refería a lo que habría de ser, “el comienzo de la revolu­ ción agrario-industrial, la que tenia en su favor muchos elementos para realizar­ se si el liberalismo se hubiera decidido ”. ( 3) En cuanto a la reforma laboral aunque sólo se concretaría durante la segun­ da administración, López comenzó a proponerla y a fundamentarla teóricamen­ te desde la primera. Ya en sus mensajes al Congreso en 1936 y 1937, razonaba: Profesan los empresarios evidente repugnancia por la asociación sindical, y la vienen combatiendo sin resultados, convencidos de que perjudica sus inte­ reses. Crean sindicatos patronales, introducen elementos encargados de estable­ cer diferencias entre los asociados, o solicitan que se les disuelva. Hay una mez­ cla de temor y arrogancia en los sistemas generalmente empleados con el perso­ nal obrero, que hace difícil la acción gubernamental, y al mismo tiempo, más indispensable cada día, por cuanto ya no se llega a ningún acuerdo directo sino excepcionalmente. La resistencia a reconocer a la huelga un derecho legal y el empeño en considerarla un acto subversivo, el criterio reaccionario contra las reclamaciones de los trabajadores, el deseo de que fracasen los sindicatos, son el producto de una educación rígidamente conservadora ( . . La organiza­ ción de los obreros y campesinos es una defensa instintiva de sus intereses; pero si el patrón de la fábrica o el dueño de la hacienda la juzgan una ofensa a sus derechos, la lucha quedará empeñada... Si el patrón combate el sindicato y pretende destruirlo, si a la huelga responde con la apelación a la fuerza pública, como si se tratara\de un atentado contra su propiedad, habrá lucha”. Desde el primer momento López comprendió que, en una economía en vía de actualización capitalista, había que modificar también las formas de la rela­ ción obrero-patronal, pues la fuerza de trabajo debía organizarse dándose unos sistemas de contratación y unos instrumentos jurídicos de lucha más estable, menos aleatorios. Había que propiciar el sindicalismo, que ya era un poder en el mundo, a fin de armonizar la condición obrera con las necesidades estructu­ rales de la industrialización en auge. Por ejemplo, entre 1935 y 1938, el creci­ miento industrial colombiano llegó a ser del 15 al 18°/o anual. Así, al estallar la segunda gran guerra en 1939, el país se encontraba en plena expansión indus­ trial obviamente enmarcada en la dependencia, o sea como periferia respecto de la metrópoli norteamericana. Im grandeza de López como líder de una burguesía en ascenso, consistió en haber percibido de un solo golpe de vista el complejo conjunto de la coyuntura (2) -Cf. E. Zuleta Angel, op. cit., página 100. (3) —Cf..(ierardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, t. III, pág. 102. Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 2a. ed. 1978.

intema, relacionándola simultáneamente con la perspectiva internacional, y en deducir de esa comprensión intuitiva, aparentemente sin mayores elaboraciones teóricas -aunque las generalizaciones conceptuales tampoco están ausenfes de sus conferencias ni de las entrevistas periodísticas de aquellos años-, toda una acción de gobierno. Y, lo más fascinante: sus programas en los distintos órde­ nes ( -la tierra, los impuestos, la universidad, las relaciones exteriores, el sindi­ calismo y los salarios, la justicia, e tc .-) fueron en verdad decisiones personales, · en las que tenía que vencer la resistencia casi unánime de su propia clase. Con su estilo disciplente y elíptico, que el pueblo entendió a la perfección, o poco menos, y, puede decirse, desde el primer instante, se apoyó en las incipientes clases media y obrera. En aquélla reclutó, con escasas excepciones, sus equipos ministeriales y ejecutivos en general, y a los trabajadores de la ciudad y , del campo los estimuló a organizarse para hácerse sentir en la vida nacional. — Tales concepciones no le surgieron de repente, con el acceso al poder. Las había madurado ya en 1933, a los 47 años, como lo muestran estas palabras de su discurso de aceptación de la candidatura presidencial, hablando de las re­ laciones de Colombia con el mundo exterior. “-Cuando hayamos levantado el nivel general del pueblo, hasta hacerlo comprender los motivos de orgullo que debe inspirarle su condición de colom­ bianos, nuestra política internacional tomará rumbos más certeros, y no habrá de satisfacerse con la defensa de la integridad del territorio patrio ni limitar sus aspiraciones a desarrollar paulatinamente su amistad con las grandes poten­ cias. . < Lo significativo aquí, dentro del orden de nuestros comentarios, consiste en la visión radicalmente democrática de López respecto de las posibilidades formativas y participativas de su pueblo, alque consideraba virtualmente capaz del mayor grado de conciencia política.

Cuando a propósito de su acción política, hemos hablado aquí de “su estilo disciplente y elíptico” - tan rápidamente asimilado por el pu eb lo a p lica m o s una expresión que no valdría para su escritura. Esta es más directa, aunque en ocasiones muestra la discreta elegancia del prosista que no desdeña las alusio­ nes cultas. Ya que, si bien es cierto que no fue nunca hombre de academia, de universidad, ni de especulaciones abstractas, leyéndole ahora nos damos cuenta de sus aptitudes para generalizar sobre los datos empíricos y descubrir la cons­ tancia de la ley en los fenómenos sociales. Esta visión de conjunto, geminamente sintética, es lo que denominamos su intuición. Sin esas dotes innatas, pe­ ro desarrolladas en su trato con los hombres, con la cultura y con la política, no hubiera sido el audaz innovador a quien reconocemos y admiramos. El realismo de todo su comportamiento se revelaba con igual vigor y contundencia en sus decisiones de jefe de partido, en sus actuaciones de estadista y en la pro­ sa de sus documentos. Juzgado ya con la suficiente perspectiva histórica, el su­ yo no era un “realismof>a secas, es decir, aquel que se agota en los límites de la eficacia y el éxito de la empresa en cada caso concreto. Era algo más que eso.

Más bien, configura un “realismo visionario ”, extraña combinación de pragma­ tismo y utopia. Como quedaría demostrado por su obra de reformador, López -fue un hombre de anticipaciones, o sea tm práctico imaginativo. Y si le encon­ tramos autoridad y grandeza por sus obras, e//o se defce a gwe éstas, habiendo isido tan perdurables, necesarias y justas, previeron el desarrollo ulterior de la 'sociedad que las había inspirado. De ahí el que, asi como en literatura latinoa­ mericana se habla de “realismo mágico” para identificar una escritura en donde “lo real maravilloso” es la tendencia predominante como visión del mundo y de la palabra que lo recrea, en política llamaremos “realismo visionario” al inusitado pragmatismo de López Pumarejo, dadas las condiciones colombianas de su tiempo. Ante la imposibilidad de adelantar aquí un estudio estilístico de la expresión escrita de López, nos resignaremos al esbozo de lo que, si acaso, podría ser el comienzo de algo análogo a semejante análisis. Y, sobre todo, para mostrar cómo en ele terreno se movía con soltura y con ingenio desde mucho tiem­ po antes de acceder a la Presidencia, citaremos tan sólo su articulo, La juven ­ tud radical y los problem as nacionales, publicado en “El Tiempo” el lo. de enero de 1926, en réplica a uno anterior de Felipe Lleras Camargo en las columnas de “La República”. Se trataba de la insurgenda del grupo intelectual de “Los Nuevos ”, o la generación de 1920 - llamada también allí por López la “generación del armisticio ”, aludiendo al término de la primera guerra mun­ dial-, contra la generación del “Centenario ”, Escasamente bordeaba la edad de los cuarenta. Pero, para “Los Nuevos”, ya no era más que un “centenarista”. Su libre formación -q u e no era la de un literato ni la de un universitario, como se sabe, pero que no por ello resultaba mediocre- se exterioriza con notable agudeza, desde las lineas iniciales de ese escrito: “-U no de los ‘nuevos’ nos anunció en días pasados desde las columnas de ‘La República’ que existe entre nosotros ‘un grupo de muchachos que no aprendieron el dolor de los irredentos ni en el humanismo de Tolstoi ni en las tragedias de Gorki, sino al contacto con la miseria autóctona- ”. “Seria indiscreto preguntar a Felipe Lleras Camargo cuántos son, cómo se llaman, dónde aprendieron los problemas económicos y sociales del país, esos muchachos a quienes él atribuye ‘una castidad de espíritu sin antecedentes en la política jorobada del trópico; pero acaso no sea inoportuno si un complaci­ do criterio autobiográfico un examen superficial de las actividades públicas de los presuntos directores intelectuales del radicalismo socialista en Colombia. La hora es propicia para toda clase de revaluaciones y pocas son más necesa­ rias que la de la posición que ocupen en la política nacional las cabezas visibles de la generación del armisticio, llamadas por sus talentos y por la época en que les toca actuar a desempeñar un papel principalísimo en esta hora de aguda transición en que el país busca afanoso energías intelectuales capaces de dirigir la revolución económica a que estamos asistiendo y encuentra al lado de los hombres de la generación del centenario, tímidos y conciliadores, a los viejos del 86 y del 79, encerrados en las actitudes mentales de su tiempo, y a los jóve­ nes del año 18, escritores y oradores de mucha promesa, a quienes todavía cau­ tiva por entero la detonación de las palabras -1 3 -

Enseguida, con ironía más punzante, se lanza a fondo: “-C on un criterio esencialmente literario, casi musical, intervienen nuestros hombres nuevos en los negocios públicos. En los libros de portada roja, que pueblan las vitrinas de las librerías de la calle 12, han aprendido el dolor de los irredentos; en las capitales de la burocracia nacional y departamental han entra­ do en contacto, al salir de la escuela, con los conflictos del capital y el trabajo; del interés colectivo tienen la visión recortada, parroquial, que ha impuesto en­ tre nosotros la escasez de medios de comunicación y de transporte. No han re­ corrido el territorio nacional; no conocen todavía nuestro organismo económi­ co; no han estudiado nuestro sistema fiscal; no han asistido a la tarea legislativa; no han tenido, en suma, ocasión de observar a fondo el medio en que viven; han leído mucho y han demostrado energía y audacia en su inquietud espiri­ tual; pero no han alcanzado aún a adquirir la preparación y la experiencia in­ dispensables a la actividad de los estadista... — Dentro de la óptica entrañable de aquella burguesía en ascenso a la cual él mismo apersonaba del modo más cabal y talentoso, increpa a esos jóvenes ro­ mánticos de la revolución anticipada: “. . . De donde viene la necesidad de que amigos interesados en que el país pueda aprovechar mejor las grandes capacidades de ellos, digamos cordialmen­ te a los muchachos de que nos habla Lleras Caipargo, que vuelvan a mirar a su derredor y fijen la vista en Colombia y oigan sus palpitaciones con un amplio criterio colombiano; que batallen por establecer aquí el imperio de la justicia, sin el uniforme de los bolcheviques ni el traje de los obreros de las grandes potencias industriales; que se preocupen por redimir a nuestro pueblo del tra­ bajo personal subsidiario y el diezmo, del peaje y el pontazgo, del jornal bajo y de la vida cara, de la escasez y del analfabetismo; que al buscar los medios pa­ ra satisfacer estas necesidades, no reconozcan autoridad de hombres, doctrinas o instituciones que deban quedar fuera dél alcance de.su crítica revaluadora". Tan pronto llega al poder, en 1934, López solicita el concurso de estos “in­ teligentes muchachos ”, los atrae hacia la administración, los compromete en la práctica de las grandes innovaciones que él representa y, al señalárselos al pue­ blo y a la propia burguesía con su índice luminoso, los dota del necesario “prestigio” para el resto de sus vidas. Ellos responden al llamado con capacidad y diligencia y, en el interior de sus corazones, lo instituyen como jefe. Pues bien: lo que aquí se encarece como su “estilo ”, no es un hecho simple­ mente formal.. En realidad, lo que implica el breve escrito antes citado, entre muchos otros salidos de su pluma, lógicos, concisos, rebosantes de advertencias casi sentenciosas, es la coherencia conceptual y verbal de una filosofía liberal universalista pero perfectamente “aterrizada”. Un esquema doctrinario que “muerde ” en la realidad cotidiana del país y que, gracias a ello, se convierte en una auténtica metodología que le permitirá a López concebir y ejecutar, las reformas de su primera administración. Si, como afirmaba Buffon, “el estilo es el hombre entero”, en ese articulo de 1926 López ya es el visionario de una realidad que era posible, aunque por entonces pareciera inimaginable para la mayoría de los políticos colombianos. —

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V’

Además esta prosa como form a, como lenguaje, ofrece la propiedad, la plas­ ticidad, la economía y el ritmo de los buenos escritores ensayisticos. Es la ex­ presión de quien ha conquistado ya un rigor en la reflexión que no requiere si­ no el apoyo de su propia lógica. Las referencias librescas que descubrimos en ella cumplen enteramente su función al servicio de unos argumentos que el au­ tor dirige a quien en ese instante obraba como vocero oficioso de una genera­ ción de intelectuales. A quienes todavía creen que al político de la revolución en marcha “todo se lo escribieron ”, les conviene comprobar en él, desde mu­ chos años antes de sus ocupaciones oficiales, el talento personalismo, nada simplista, que siempre tuvo para decir sus propias cosas, la forma que dialécti­ camente sus ideas exigían. * * *

Como presentador de unos materiales que hoy nos resultan preciosos no só­ lo para conocer el pensamiento completo de López y la jerarquía de su dirigen­ cia en una etapa clave de nuestro desarrollo, sino, además, para profundizar en el sentido propio del viraje en donde principia la modernidad colombiana, no corresponde ocuparnos en detalle de cada una de las siete reformas enunciadas antes. Empero, las reformas constitucionales de 1936 y 1945 deben quedar re­ señadas siquiera a muy grandes rasgos, puesto que al fin y al cabo el espíritu innovador de López cristalizó en ellas, asi fuese parcial e insatisfactoridmente desde su propio punto de vista, y fue alumbrando un diseño más justo y más operativo de las instituciones. Las reformas constitucionales, legales y normativas de la República Liberal, obedecen a un planteamiento orgánico que buscaba un ajuste sin fisuras del régimen democrático a las realidades sociales y económicas que pugnaban por darse su personería frente al sistemático desconocimiento, cuando no al brutal repudio, con que las encararon los gobiernos conservadores en el último quin­ quenio de la hegemonía. Los movimientos reivindicativos del proletariado urbano y de los campesinos sin tierra habían sacudido el país. La huelga de las Bananeras en 1928, y el mo­ do como fue tratada, denunciaban la incapacidad del régimen para entender la nueva situación. Paralelamente, había ya una clase empresarial cuya sofrenada pujanza se revelaría pronto en las cifras del crecimiento económico. Por ejem­ plo, entre 1930 y 1933 se crearon 842 establecimientos industriales. López comprendió tempranamente que el país entraba en otra fase históri­ ca, signada por la exteriorización dramática de la lucha de clases a escala nacio­ nal. La conceptualización jurídica del fenómeno fue adecuadamente expresada · por Juan Francisco Mújica, magistrado de la Corte Suprema de Justicia: “-.La lucha de clases, producto del sistema económico imperante ( -capitalismo, evo­ lución de la economía libre a la organizada-), es la que ha hecho surgir ía no­ ción del derecho social, el cual no es fruto de una concesión gratuita de. las cla­ ses privilegiadas, ni efecto de la práctica humillante de la caridad, sino reconoci­ miento por su parte de una realidad jurídica, arrancada a ellas por la violenta unidad de la clase dominada'\ ( 4 ) (4) —Cf. Sentencia de 25 de mayo de 1936.

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Las bases prácticas en las que López Pumarejo fundó sus reformas institucio­ nales, fueron: la Revolución en Marcha, movimiento de sustentación popular de la nueva política; el partido de gobierno, promotor del cambio; y el sindica­ lismo, presencia organizada de los trabajadores, En 1935 concretó consciente­ mente en programa el plan de reformas liberales, “-L a expresión Reforma Constitucional de 1936 -dice Gerardo Molina-, sugiere que se trata de una enmienda a la Carta que venia rigiendo, pero nosotros creemos que se trata de una Constitución nueva, aunque a ella se hayan incorporado algunos precep­ tos de 1886 ” (s) El Acto Legislativo No, 1 de 1936 estableció nuevas pautas jurídicas para la acción del Estado y otras normas de conducta política para los ciudadanos. El articulo 9 del proyecto, incorporado luego en el articulo 15 de la codificación definitiva, cambió la concepción del Estado gendarme, propia de la Constitu­ ción de 1886, por la del Estado como entidad capaz de obligar al ciudadano al cumplimiento de sus deberes sociales, Timoleón Moneada, quien como Senador desempeñó brillante papel en las discusiones del mencionado proyecto, explica el derrotero del constituyente de la época: “La función social que habrá de sus­ tituir al individualismo es la obligación que cada uno de los hombres tiene de colaborar a la solidaridad social, haciendo todo lo que tiende a robustecerla y absteniéndose de todo aquello que pueda debilitarla ” El constituyente de 1936 definió la propiedad por su función social, lo que aún sobresalta a ciertos doctrinantes, quienes quisieran desvirtuar dicho pre­ cepto “por vía de interpretación”, fórmula ésta que, en su caso, se convierte en simple eufemismo rabulesco. Según lo previsto por López, el campesino encon­ tró en este enunciado jurídico la legitimación de su trabajo que, de tal modo, llegó a ser titulo de dominio sobre predios que los latifundistas acumulaban sin preocuparse de su utilización en forma algunaJ— La definición romana de la propiedad como “suma de derechos ”, cedía así el paso a su práctica como conjunto de obligaciones para con la comunidad. Sin embargo, ello no ocurrió fácilmente, pues el artículo 10 de aquel Acto Legisla­ tivo suscitó los debates más encarnizados, (6 ) La intención de la reforma quedó consagrada en el texto del articulo 11: la intervención del Estado en la marcha de la economía se ejercerá no sólo para racionalizarla, sino además con el fin de “dar al trabajador la justa protección a que tiene derecho ”, Se trataba de introducir un factor de equilibrio en las re­ laciones obrero-patronales, Pero este giro del articulo 11, acogido en el 32 de la codificación, fue suprimido en la reforma de 1968 y reemplazado con una fórmula menos radical. (5) —Cf. G. Molina, ibídem, tomo III, página 55.* (6) —En su libro sobre la reforma constitucional de 1936, José Gnecco Mozo recuerda que el derecho de propiedad debía demostrarse primeramente por el cumplimiento de su fun­ ción social y, luego, mediante escritura publica. Y anota: “—Estas extremas teorías que no llegaron a concillarse en la discusión de la reforma, transigieron en la más extraña de las conciliaciones: no modificando ni una ni otra, sino consignando ambas fórmulas totalmen­ te y en un mismo articulado. La propiedad función social; la propiedad derecho individ u a l-” . -C f., La reforma Constitucional de 1936, p4g, 149, Bogotá, Editorial ABC, 1938.

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Otros cambios de largo alcance, aportados por la reforma de 1936, fueron: libertad de enseñanza y supresión de la orientación confesional católica en todo el sistema educativo, tal como la impusiera la Carta de 1886; nuevo marco para las relaciones del Estado y la Iglesia; el trabajo como obligación social de todo ciudadano (-precepto que, a juicio de algunos comentaristas, faculta al gobier­ no para penar la ociosidad como delito-); asistencia social para los incapacita­ dos; eliminación del voto cualificado en la elección de senadores; · Bajo el cobijo de aquella Constitución prosperaron reformas legales tan im­ portantes como: la tributaria, que estableció el impuesto directo; la agraria, que aspiraba a redistribuir la tierra y ponerla en manos de quienes la trabajan; la reforma laboral, que consolidó el sindicalismo y luego cristalizó en la funda­ mental Ley 6a. de 1945, y que, por sí sola, constituye un acontecimiento trascendente en el curso de nuestra evolución social. (7>1 Con sus fecundas iniciativas López no hizo cosa distinta de colocar el parti­ do liberal a la cabeza de las más audaces reformas de la vida colombiana. Quie­ nes proclamamos hoy un Liberalismo Social, entendemos que estamos reto­ mando el hilo perdido de ese mismo camino. Empezando por el lógico princi­ pio: La dinamización de las discrepancias ideológicas entre los partidos polí­ ticos* La propuesta de instaurar los gobiernos de partido sin hegemonías exclusi­ vistas y ávidas, pero sí con el derecho a ejecutar programas homogéneos, es el reto que ahora estamos confrontando. En la jugosa compilación que aquí se en­ trega por primera vez en los anales de nuestra historiografía política, el lector hallará las mejóres razones para apoyar esta tesis. Entre otros textos, podrá leerse el de la conferencia dictada p o t López en el Teatro Municipal el 30 de noviembre de 1936, en donde expresaba: “- A pesar de todo lo que se ha dicho o se diga sobre jos gobiernos neutrales y apolíticos, ninguno lo ha sido leal­ mente, porque sólo un criterio extraviado poruña moral equívoca puede haber sustentado una teoría tan reñida con la lógica y con la realidad. La función de gobernar es una función política, y quienes trabajan por imponer en el gobier­ no determinadas ideas, tienen el derecho y el deber de tratar de difundirías, extenderlas y sostenerlas- ”.

*** Según queda dicho, López desatará fuerzas cuyo contragolpe histórico se revelaría bajo su segunda administración. Ellas fraguaron en una oposición des­ leal y casuística que, en determinado momento, no se detuvo ante la eventuali­ dad de un golpe de Estado: Pasto, 10 de julio de 1944.

(7) Al efecto podrá consultarse con provecho el libro de Guillermo González Charry, Dere­ cho Colectivo del Trabajo, del que existen varias ediciones.

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Había dimitido ante el Senado el 15 de mayo de aquel año. Con palabras que fluctuaban entre el reproche a sus conciudadanos y el frío análisis de una fatalidad puramente objetiva, decía en ese discurso: “-L a oposición no enten­ dió el momento, no oyó las voces que la invitaban a salir de un laberinto en que viene debatiéndose sin sentido y sin finalidad positiva, y ni siquiera logró utili­ zar para su beneficio, con el acrecimiento de la buena voluntad para sus inicia­ tivas y propósitos, una hora decisiva. Prefirió seguir por la línea siniestra y cor­ tada imprevisiblemente, del caos que es inaceptable programa para cualquier colombiano. Creó en este intermedio nuevos odios y fomentó otras pasiones y otras actividades insensatas. No quiso buscar en la Reforma Institucional que proponía el gobierno el camino para civilizar la política, desaparecido como es­ taba el pretexto para su posición de combate contra mi nombre y mi adminis­ tración. . La renuncia no le fue aceptada, y en cambio se le presionó para que la retira­ ra, mediante vistosas expresiones de respaldo. No por esto cambia la tendencia de los Hechos políticos que él venía denunciando y que se le habían tomado evidentes hasta el escándalo con el episodio de Pasto. En vista de lo cual, y con carácter supuestamente irrevocable, renuncia por segunda vez el 19 de julio de 1945. El tono de este discurso es casi idéntico al del año anterior, aunque por momentos se hace más admonitorio: “-Solamente cuando todos los colombianos se convenzan de que muchos de los instrumentos de lucha que se han usado contra mi Gobierno son mons­ truosas perversiones de la libertad de oposición, y que aplicados a otro régimen, menos vinculado a la simpatía y apoyo del pueblo, ejercerán una desastrosa in­ fluencia sobre la estabilidad social, las leyes que se dictan en defensa de la co­ munidad serán capaces de poner un dique a la anarquía. Con todo, en las postrimerías de su vida reconoció como “error99 el haber pensado que al renunciar en 1945 la situación nacional mejoraría. Pocos meses antes de su muerte, con ocasión de recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional declaró: “—Mi gran error de gobernante y de hombre público, tengo que reconocer­ lo cuando ya siento que pronto nuestra obra será entregada al fallo de la histo­ ria, fue haber creído que con mi renuncia a la Presidencia de la República y la Reforma Constitucional, pactada por los dos partidos en 1945, se cerraba nues­ tra tarea y que, sustraído el obstáculo de mi nombre, con las resistencias que había despertado en tantos años de lucha política, se consolidarían las conquis­ tas alcanzadas y se abriría una era de restauración republicana, de paz social, de organización económica, como se nos estaba ofreciendo por hombres públicos de las más contradictorias tendencias, que, por no traer el lastre de odio y ren­ cor que es el precio obligado de una intensa actividad pública, se perfilaban co­ mo los heraldos de tiempos menos tormentosos- ”. Este balance expuesto —significativamente—de cara a la juventud, en el co­ razón de la universidad que él mismo -hombre extraño a las aulas y las acade­ mias— había creado poco menos que en un gesto de demiurgo a mediados de los años treinta, deja el leve amargor de una sabiduría sin ilusiones ni encareci­ mientos. A sí se despedía de la vida, para entrar en esa historia que se cuenta en

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b s libros y se alegoriza en los mármoles, el gran protagonista de una coyuntura de privilegio: aquella en que se oyó el último crujido de nuestras vetustas es­ tructuras coloniales. Luego viajó a Londres, como embajador, y presintiendo el fin. Pues, como escribiera su hijo, el ex-Presidente, Alfonso López Michelsen: “-Ahora el negocio era la muerte y en los dias por venir se iba a poner en la tarea de esperarla, serena, sencilla y humanamente, como habían sido las cosas su yas-”. Su deceso se produjo en la capital británica el día 20 de noviembre de 1959. Había nacido en 1886. Vivió 73 años. Entonces ya podría decirse, con las pala­ bras magistrales de Alberto Lleras: “Cuando se apague el ruido marcial, se silencian las campanas, cálle el rumor de la multitud adolorida, y lo que fue la envoltura mortal de Alfonso López ba­ je al sepulcro, seguirá su época. Una nación más grande, más rica, más libre, más justa recordará con gratitud que la sirvió bien, a tiempo y con afecto sin lí­ mites ’! Mientras sus visionarias enseñanzas fructifican, y parodiando a un gran poeta ruso al cantar épicamente a su líder, damos fin a estas páginas exclamando: "Alfonso López está más vivo que todos los vivos que andan por la tierra

JORGE MARIO EASTMAN \ CAMARA DE REPRESENTANTES PRESIDENTE

Bogotá, D.E., Julio de 1979

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LA M UERTE DE ALFONSO LOPEZ

El 30 de noviembre de 1959 el Presidente Lleras pronunció el si­ guiente discurso en el entierro del doctor Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras Camargo. Compatriotas: Por la misma condición del puesto que ocupo, me corresponde ocasionalmente ser vocero de mis conciudadanos. Empero, he asumido el encargo de rendir este fúnebre tributo, con ánimo perplejo y la ma­ yor humildad. Me arredra ser, aun por un instante, la única voz de Co­ lombia —cuando mis propios sentimientos forman un atribulado tumul­ to—, para expresar la gratitud, la admiración, el amor y el respeto del pueblo, que ahora golpean sumisos y calmados en la fragilísima nave donde descansa; quien despertó hondas pasiones, conmovió los espíritus, desató recónditas potencias, vivió y 'murió en acre olor de tempestad. Los símbolos del duelo civil, los enlutados paños, los tambores a la funerala, las campanas midiendo en gotas de bronce el supremo mo­ mento del tránsito, no son, en este caso, vacíos ornamentos de nuestra aflicción. En cierta forma indefinible interpretan mejor que las palabras lo que el pueblo sentía ante la poderosa ancianidad del gran combatien­ te: orgullo nacional de su existencia. Los colombianos, amigos y adver­ sarios, en su intimidad o en los remotos confines de la República, está­ bamos orgullosos de que un hombre fuera así, como él, tan parecido a su patria y tan extraño a su tradición. Y todos, los que lo agraviaron y lo ensalzaron, lo detuvieron o lo acompañaron en su fulgurante trayec­ to, concuerdan en que por esa grieta que abre Colombia para recibirlo se van cuarenta años de grandeza y zozobras que difícilmente vivirán otras generaciones. Acida prueba para nuestra concepción de la historia de cada mo­ mento semejante al que estamos viviendo. ¿Podemos entenderla como el ansioso tropel de gentes anónimas que instintivamente van encami­ nándola hacia un iñexorable destino, que se puede medir en cifras y pre­ decir en leyes de mecánica social? Y, sin embargo, ahí está, sin poder, exánime, cuando ya de su boca no pueden salir los tremendos gritos -

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aquilinos, cuando la pesada mano no se levantará más del inmóvil pe­ cho, y de todas las vertientes de la opinión fluye el reconocimiento de que por sí solo hizo historia, la contrarió, la dirigió, la extendió o la li­ mitó a su propia medida. Si no fue otra cosa que el oscuro agente de un proceso inevitable, que el punto de convergencia de fuerzas impersona­ les y autónomas, ¿por qué este pueblo lo consagró como su jefe, lo si­ guió cuando sus compañeros lo abandonaron, lo aprobó en lo que él mismo llamó sus errores, lo apoyó en sus dificultades y se acongoja en la orfandad cuando enmudece para siempre? Y más, que fue antagónico a todo lo que parece seducir y embrujar a las grandes masas humanas, cuyos héroes suelen ser elementales, o asu­ mir ante ellas atributos fácilmente reconocibles en la estirpe de los cau­ dillos. Pero éste no hacía una sola concesión a esa imagen. Detestaba la fuerza física en el gobierno, y fuera de él jamás apelaba a ella, ni al ha­ blar, ni al escribir, ni como alarde, ni como amenaza, y si alguna violen­ cia interna transparentaban sus palabras, nacía sólo de su agudeza y cla­ ridad, de la pungencia de las alternativas, de la decisión de los propósi­ tos intelectuales. Nunca dijo en la plaza pública o en la conversación privada lo que esperaba el interlocutor, y¿ fuera éste el pueblo exaltado por su sola presencia, o bien el amigo dispuesto a anticipar sus reacciones. Sus dis­ cursos, en ocasiones elípticos, morosos y honradamente analíticos po­ dían persuadir a sus enemigos, pero difícilmente satisfacer a una multi­ tud acalorada. En sus últimos años había logrado una gran precisión y aumentado la sobria elegancia de sus escritos, pero cada vez desconfia­ ba más del inmediato efecto de sus ideas, que, desdeñoso del tiempo, entregaba a una lenta repercusión, impropia de los sistemas directos y simples de la demagogia. Su conversación, aun cuando se trataba de dar instrucciones a sus subalternos y discípulos, era compleja, larga, cordial y, en vez de una orden, que no salió jamás de sus labios, aquellos debían derivar conclusiones. Sin alarde y sin artificio avanzaba a contrapelo de todo lo establecido, conocido, aceptado y resuelto. Había algo en su modo de pensar que producía, ante cada concepto ajeno, una instantá­ nea dicotomía,que le permitía ver él otro lado de cada cuestión con más claridad que el que parecía obvio, inmediato e irrefutable. Y aunque re­ pelía a los extraños esa modalidad de su inteligencia, no tuvo ella la ne­ gativa pedantería de los jóvenes iconoclastas, y se convirtió, con la edad, en una sabiduría profunda que le otorgó, involuntariamente, inex­ tinguible don de consejo. Pero nada a su alrededor tenía el drama del imperio, la tensión de la campaña, el vértigo de las decisiones cortantes y el coro de la obe­ diencia enceguecida. ¿Cómo, pues, quien tan poco encajaba dentro del arquetipo político tradicional, pudo, sin embargo, sustituir y suceder en el afecto de sus compatriotas, uno a uno, a los nobles mitos de la gue­ rra, de la elocuencia, de la eficacia y aun del martirio? — 22 —

Por parte alguna aparece la magia o la falacia en tan sorprendente hecho político. El fenómeno parece residir en él mismo, y se diría que es principalmente biológico. Porque otros dijeron antes que él cosas que sólo a él se le escucharon. Otros se empeñaron antes, o al tiempo con él, y se empeñarán, ya terminada su época, en batallas que él libró con agi­ lidad, con alegría, con arrollador impulso vital, sin amarga secreción de jugos rencorosos, y que sólo él culminó victoriosamente, en su dorada senectud y aquí mismo, cuando se abre paso su catafalco por entre el ancho dolor, repartido en cuota nacional voluntaria. Quienes desde la adolescencia estuvimos acompañándolo y siguiéndolo, envueltos en su legendario desorden, y no como cuerpos de. guardia, que jamás requirió ni tuvo, sentimos que no nos pertenece ni siquiera una parte de su re­ cuerdo, y vemos, con la misma satisfacción que brillaría en sus ojos hoy apagados, que quienes recibieron sus formidables· mandobles y no ahorraron cosa alguna en la lucha contra el aguerrido varón de pelea, muestran ahora con noble jactancia las cicatrices de esos encuentros y están ahí, en primera línea, sinceramente conmovidos, ante el inexora­ ble término de la sorprendente fiesta vital. Es cierto que no dio paz a sus contrincantes, como no dio tregua a sus conmilitones, pero, ¿quién puede reclamar que fue agraviado, herido de soslayo, tratado con cruel­ dad, o decir que le infirió ofensa distinta de la de pasar despectivamente por sobre sus ideas y sus razones, por la misma pasión que le inspiraban las propias? En un país de aluvión, que apenas va conformando sus estratos so­ ciales, hay mücha gente insegura, vacilante sobre su estabilidad, dispues­ ta a defenderse agresivamente de peligros imaginarios. Cada tranco que daba en la historia este caminante rotundo* era una invasión de peque­ ños feudos fortificados que concertaban alianzas inverosímiles contra el altanero unificador del interés nacional. En sus generalizaciones amplí­ simas no tomaba en cuenta los accidentes de su tránsito imp.etuoso, hasta que llegó la hora dura en que quedó solo, contra una confabula­ ción de poderes. - P El suyo fue el acceso de un hombre sin inhibiciones jurídicas o so­ ciales, sin universidad ni disciplinas, al penumbroso recinto donde la Co­ lonia exhalaba sus letales aromas, y lo que siguió fue ese abrir de venta­ nas, el torrente de aire circulando caprichosamente, las pesadas colgadu­ ras desprendiéndose del polvo centenario, las puertas derribadas y el pueblo asomándose hasta el sitio de las determinaciones. Fue también la justicia saliendo de los códigos y expedientes para medir, esta vez con ojos bien abiertos, la tierra inculta, el trabajo mal pagado, la contribu­ ción evadida, y el hondo abismo que se iba cavando entre los pocos con todo y los innumerables sin nada. 4 —■ No fue, sin embargo, este episodio semejante al de la aparición de Jackson en la Casa Blanca, seguido de una tribu de soldados, campesi­ nos y colonos hartos de la prolongación de la monarquía en las sober­ bias figuras de los fundadores y constituyentes. Lo que allá fue pasión y 23-

codicia, aquí era controversia, el estado mayor, un concilio de juriscon­ sultos y la única presa ambicionable, alguna vértebra de la Constitución. Pocas veces volverá a haber una tan fanática consagración al interés públi­ co, una tan inextinguible sed de creación, ni la sensación de tener el dere­ cho, la obligación y el privilegio de remodelar el destino de Colombia. Pero la revolución, si la había, no degeneraba en revuelta, ni la agita­ ción, que era constante, se trocaba en demagogia. Sobre esa época y esa gente presidía el más implacable adversario del caos. A cada espolazo con que hería la piel de la Nación aletargada, seguía el mandato de la rienda y la amonestación del freno. Pero el paso del pueblo por la his­ toria, aún tan responsable y reciamente conducido, ponía pavor en unos ánimos y afán de perturbación en otros. Detrás de la cosecha humana que el sembrador había hecho germinar al azar de los vientos, salieron los más audaces a amenazar, a soplar rencores, a inyectar ira y veneno, y a cobrar servicios no prestados. A la creación parecía seguir, contradic­ toriamente, la destrucción y el desconcierto. El gran cambio se había hecho, pero en vez de consolidarse e infiltrarse hasta los remotos rinco­ nes donde se agazapaba el pasado herido de muerte, el nuevo orden amenazaba tomarse en un imprevisto tumulto. La reacción acechaba esa situación, estimulaba el desorden, aplaudía jubilosa la desfiguración del movimiento. No tratemos de fijar para la inmóvil eternidad esta inquieta figura que no tendrá reposo en adelante, como no lo conoció en el pasado. Sus obras pueden congelarse y enumerarse, con destino final a los anales de la Patria. No así la llama que prendió, y que todavía arde, ni el viento que desencadenó, y que todavía sopla. Tampoco las ideas que puso a andar y pasan, ya sin él, de una generación a la otra, resisten recuento, como las batallas, los monumentos o las vías, porque siguen maduran­ do, transformándose, renaciendo, repitiéndose hasta convertirse en el lenguaje común de millones de colombianos que no podrán decir siquie­ ra de dónde las hubieron. Entre las lágrimas de quienes más lo amaron, ayudada la fúnebre marcha por las manos piadosas de quienes lo rodearon más de cerca, entre el clamor del pueblo que repitió su nombre cada vez que lo em­ bargaba el júbilo o lo cegaba la cólera o le renacía la esperanza, enterra­ mos hoy a uno de los más grandes colombianos. Sabemos, inequívoca­ mente, que fue grande porque su muerte no interrumpe ni devuelve la historia que se inició con su presencia. Cuando se apague el ruido mar­ cial, se silencien las campanas, calle el rumor de la multitud adolorida, y lo que fue la envoltura mortal de Alfonso López baje al sepulcro, se­ guirá su época. Una Nación más grande, más rica, más libre, más justa recordará con gratitud que la sirvió bien, a tiempo y con afecto sin lími­ tes.

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LOS ULTIMOS DIAS DE LOPEZ Por Alfonso L ópez Michelsen

Nunca había estado enfermo de cuidado. Nunca lo acompañamos al pie de su lecho en veladas de aquellas en que interminablemente se decide entre la vida y la muerte por obra de una intervención quirúrgica o de las modernas drogas, que nos hemos acostum brados llamar mila­ grosas, en razón de sus pasmosos e inesperados efectos. Sin embargo, desde la infancia, el día en que la muerte iba a privarnos de su sombra tutelar nos asediaba como la más inevitable y cruel de las hipótesis. Fue tal vez hacia fines de 1956 cuando la inminencia de un desen­ lace próximo dé, sus días fue perfilándose distintamente. No lo sospe­ chaba él mismo, pero los médicos, que, de tiempo atrás, estaban familia­ rizados con su dolencia del riñón, nos lo hicieron saber. Su vida podía durar aún tres, cuatro, quizás seis años, pero ya un proceso implacable, más irreversible que el del propio cáncer, iría intoxicando su organismo a través del riñón' esclerótico, que la ciencia, mal podía rejuvenecer. Así fue. Los primeros años, cuando su salud, que siempre había sido de hie­ rro, empezó a declinar, él se explicaba a sí mismo sus achaques como la reacción de un organismo intolerante a los antibióticos cuando la nece­ sidad lo obligaba a tomarlos. Ignoraba que una incurable infección renal minaba su salud y, hasta las últimas semanas, daba su propia versión so­ bre sus quebrantos. “No sé si te he contado —me decía—empleando un giro que le era familiar, que el médico en París me dió unos antibióticos en dosis muy altas y casi me mata. Mi organismo no los resiste. .. Es lo que a veces trata de repetirme” . En noviembre de 1958, cuando había venido a los Estados Uni­ dos1 a celebrar el arreglo de la Deuda Externa de Colombia y a repre­ sentar a la República en la Asamblea de las Naciones Unidas, yo había venido a saludarlo desde México y me sorprendió, por primera vez, ver­ lo fatigoso y taciturno. Era la época en que se quedaba súbitamente dormido en medio de un diálogo y experimentaba un cansancio físico 1) Esta obra fue escrita en la ciudad de Nueva York, en noviembre de 1960. N. del E.

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visible al ascender por una escalera medianamente empinada, como es la de la entrada del Hotel Waldorf Astoria por la Avenida Lexington, a donde íbamos frecuentemente a comer en aquellos días. Juntos paseábamos por Nueva York, y él, que nunca había sido da­ do a las reminiscencias pero que traía siempre a cuento las mismas anéc­ dotas de su juventud para ilustrar sus teorías económicas o políticas, ha­ blaba del pasado, inmediato o remoto, con una nostalgia nueva en sus labios: “Pensar que cuando llegamos aquí por primera vez con mi papá el National City Bank tenía solo diez millones de dólares de capital.. . ” “Por aquí empezaron el subterráneo, me decía, señalándome una de las estaciones de “down town” , el centro comercial de Nueva York. Antes se llegaba en tranvía hasta la oficina de Pedro A. López & Cía., en el mismo edificio en donde ahora trabaja Carvajalito, que hoy parece tan viejo, pero que en ese entonces era uno de los mejores” . “ ;Tú sabes mi cuento sobre el General Herrera?” Mil veces se lo había oído relatar, pero para no desengañarlo le pedía que me lo narrara. “Pues, iba una vez por aquí, por Broad Street, con un liberal herrerista que hacía unos minutos me había leído una carta de Colombia en la que le contaban las enormidades que el General nos endilgaba a los ci­ vilistas que lo atacábamos.. . ” Entonces yo le dije: “ ¿Usted sabe dónde estamos? Aquí es el Tesoro de los Estados Unidos. En ese otro edificio queda la Bolsa. Allí el Banco de Morgan. Esa callejuela, que parece tan modesta, es Wall Street. Aquí se juega el destino del mundo en las coti­ zaciones de los papeles, del oro, del café, del petróleo, del algodón, del trig o ... Es el centro de gravedad del universo, pero, sobre todo, de la América Latina. . . Y, ahora, dígame (y en ese momento alzaba la voz) ¿qué tiene que ver el General Herrera con todo esto? ¿En dónde figura este mundo dentro de las concepciones políticas del General Herrera?” El cuento, como la mayor parte de los suyos, no terminaba. Nadie supo nunca qué había contestado el interlocutor, pero la anécdota quedó cir­ culando en la leyenda, citada por sus contertulios habituales, que toda­ vía la traen a cuento para ilustrar el carácter parroquial de muchos epi­ sodios de la política colombiana. Otras veces se tomaba sentimental: “Te acuerdas de cómo le gus­ taban a tu mamá, las flores de Nueva York? La última vez, cuando ya estaba muy mala y vivíamos en Park Avenue, le hice llegar un ramo en el Valentines day (el día de la novia) sin tarjeta, y ella se quedó sin sa­ ber nunca quién se lo había mandado” Pero, bajo la apariencia jovial, con la costumbre que tenía de darle un trato casi juguetón a sus amigos, ya andaba herido de muerte. Al­ fonso Araújo y José Gutiérrez Gómez, compañeros suyos en la ONU, en Nueva York, y en el Comité de los 21, en Washington, me relataron des­ pués la angustia con que lo veían decaer día tras día y el temor, no por silenciado menos constante, que abrigaban de encontrarlo muerto de repente en cualquier lugar. Una noche al salir de una comida en casa de —26_

los esposos Araújo, situada en la Quinta Avenida, les asaltó a Alfonso y a Emma1 el temor de que algo le sucediera camino de su hotel, por lo inquietante de la lividez de su rostro aquel día. Por medio del teléfono se pusieron a verificar si había llegado de regreso a su hotel y preocupa­ dos por la demora empezaron a buscarlo. Una hora después, ¿uando ha­ bía comenzado a cundir la alarma llegó caminando muy lentamente y respirando con dificultad. Se había sentido mal —“achajuanado” — co­ mo él decía con una palabra de su propio léxico, tan peculiar, y se ha­ bía refugiado en una farmacia del vecindario en donde había descansa­ do por más de una hora. En otra oportunidad, tal vez el día mismo de su célebre intervención como Presidente del Comité Interamericano de los 21, cuando con tanto énfasis recabó la urgencia de una mayor ayuda económica norteamericana, para poner en marcha la “operación pana­ mericana” del Presidente del Brasil, José Gutiérrez Gómez lo notó tan agotado, cuando iba a tomar el tren de regreso de Washington a Nueva York que, en lugar de despedirse, optó por embarcarse con él en el mis­ mo vagón, sin equipaje y sin sombrero. Temía que algo le sucediera en el camino, y en efecto, a los pocos minutos, perdió el conocimiento y solo gracias a una oportuna copa de cognac, suministrada por el propio José, pudo reaccionar. Santiago Salazar me ha contado cómo ambos lo acompañaron hasta su apartamento del hotel, en donde, casi como un autómata, fue hasta la cocina y regresó con una botella de champaña y una lata de caviar, suplicándoles que se quedaran unos minutos más de­ partiendo y celebrando que ño le hubiera ocurrido nada. Al día siguien­ te volvía a la misma vida despreocupada de siempre. ¿Por qué aceptó entonces la Embajada en Londres, un año más tarde, en condiciones tan precarias de salud que a nadie podía escapár­ sele que moriría en el desempeño de su misión? Un tejido de consejas, como suele ocurrir tan frecuentemente en la política colombiana en­ vuelve esta última etapa de su vida pública sobre la cual habrá dé hacer­ se luz algún día, cuando, al escribirse una biografía suya con interés ri­ gurosamente académico, se analice, en su última faz, su pensamiento político. En esferas allegadas al Gobierno Nacional se hizo circular por algún tiempo la especie de que, desgarrado entre sus afectos, vale decir, su cariño por su hijo y por el grupo de amigos que lo acompañaban en su campaña contra la alternación, los cuales se habían contado entre sus más fieles seguidores desde los bancos de la Universidad y sus conviccio­ nes frentenaqionalistas como su adhesión al Presidente Lleras, había op­ tado por escurrir el bulto, yéndose a vivir al extranjero. No faltaron quienes en las reuniones sociales insinuaran a sus familiares la conve­ niencia de que nosotros abandonáramos nuestra campaña contra la al­ ternación para que mi padre pudiera morir tranquilo en suelo colombia­ no. Nada más inexacto. Se necesitaba no conocer su carácter, tan'redon­ damente afirmativo, para imaginárselo sacándole el cuerpo á un proble1) Dr. Alfonso Araújo y su esposa, Doña Emma Ortíz de Araújo. N. del E.

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ma semejante, en actitud vecina de la cobardía moral o del escapismo psicológico, tan combatido por el psicoanálisis contemporáneo. Horas antes de dejar a Colombia, cuando unos políticos impertinentes del Huila quisieron ponerlo frente al dilema de autorizar o desautorizar la polí­ tica de “La Calle” ,1 les respondió, en el que fuera su último documen­ to público, que no buscaran un tan pobre pretexto para conseguir que él excomulgara a los que no estaban matriculados en las capillas oficia­ les del partido ni disfrutaban de los derechos de ocupación electoral so­ bre determinados territorios, a que se creían acreedores ciertos políti­ cos. Otros, entre sus amigos más íntimos, atribuyen su determinación de ir a morir, que no a vivir, a Londres, a la sensación de incomodidad que le producía una situación política dentro de la cual el gobierno del Frente Nacional, que él había ayudado tan' decisivamente a constituir, lo tuviera pospuesto, sin tomar en cuenta su opinión para ninguna de sus decisiones de alta política, sin perjuicio de comprometerlo a los ojos del público y hacerlo aparecer solidario de su gestión. Tampoco corres­ ponde a la realidad de los hechos esta versión. Es cierto que después del acto de posesión del Presidente Lleras, el 7 de agosto de 1958, sólo vol­ vió a comunicarse con el Presidente en contadas ocasiones, en el curso de aquellos primeros meses de su administración, pero, en cambio, a tra­ vés del Canciller Turbay, se le mantenía informado casi cotidianamen­ te del curso de los acontecimientos. No se solicitaba su opinión por in­ termedio del Dr. Turbay, como sí lo había hecho la Junta Militar, por el mismo conducto, pero muy pocas cosas del juego político ocurrían sin que él estuviera al tanto, oportunamente. Nada obligaba al Presidente de la República a pedirle su opinión, máxime cuando el estado de su sa­ lud no le permitía desarrollar la misma actividad del año anterior, cuan­ do, en estrecha colaboración con los jefes del liberalismo y del partido conservador, había adelantado la campaña que diera el traste con la Dic­ tadura, y así lo entendía y lo aceptaba en la intimidad del hogar, como el obligado corolario de- sus achaques. Muchas veces, cuando ya pasaba la mayor parte del tiempo' en su cama de la casa de la calle 18 y sus hijos llegábamos a acompañarlo en las horas de la tarde, nos decía, entre hala­ gado y escéptico: “Turbay llamó a decir que venía más tarde. Quién sabe qué está pasando” . Y, en efecto, el Canciller, después de una serie de entrevistas con personajes de cada uno de los grupos políticos, venía a hacerle un sumario de aquella jornada, siguiendo una afectuosa tradición, ininterrumpida desde el gobierno provisional derla Junta Mili­ tar. “Me mandan a Turbay a envolatarme” , decía, con un término muy suyo, y sin ninguna amargura.

1) Periódico fundado por el Dr. Alfonso López Michelsen en 1957. N. del E.

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En realidad, estaba en la naturaleza de su mal una urgencia inapla­ zable de trasladarse de un lugar a otro, un apremio de viajar, una especie de desasosiego fisiológico, que lo obligaba a desplazarse hacia nuevos horizontes, en busca de un cambio. En las últimas semanas de su vida, ya encerrado entre las cuatro paredes de su alcoba, esta manía-locomo­ triz, se tradujo en el vicio de deambular en la noche en la residencia donde murió. Tan apremiante se hacía a sus ojos la urgencia de mover­ se, que la misma fecha en que abandonó por última vez el territorio na­ cional, en un súbito arranque de impaciencia, porque el itinerario deí viaje no se definía, había comprado simultáneamente dos pasajes de avión: uno para irse a los Llanos y otro para irse a Londres, en su afán de dejar a Bogotá a cualquier precio y en cualquier dirección·. De idén­ tica manera, la muerte lo sorprendió cuando ya había renunciado a la Embajada en Londres y se aprestaba para regresar a Colombia con la idea de establecerse en Medellín, en donde contaba con un extenso cír­ culo de amigos. La vida en Londres fue, desde el día de su llegada, un milagro de voluntad y energía por parte suya y abnegada devoción por parte de su mujer. Las noticias que nos llegaban de los amigos que acudían a visi­ tarlo en la Embajada se hacían cada vez más pesimistas y, aún para el más lego, era claro que apenas podría sobrevivir unos pocos meses a la llegada del otoño y del invierno. Cecilia1 y yo habíamos sido invitados a visitar la China Roja y la Unión Soviética a mediados de septiembre y, por carta, habíamos convenido en que de regreso pasaríamos por Lon­ dres y viajaríamos a Colombia juntos en la primera semana de noviem­ bre. Como el avión no hacía escala en Inglaterra, lo llamé por el teléfo­ no de Nueva York y me sorprendió oírlo más animado y optimista que de costumbre. Cúál no sería su sorpresa, unas horas más tarde, cuando por una alteración en la ruta de la “SAS”, le hacíamos saber, por el te­ léfono, que acabábamos de llegar a Londres y que podíamos pasar una hora juntos antes de proseguir nuestro vuelo a Praga y a Moscú. . Cuando llegamos a la casa de Wilton Crescent, que el chofer del taxi tardó mucho tiempo en encontrar, estaba en la cama,-pendiente de nuestra llegada, ansioso de aprovechar al máximo los pocos minutos de que íbamos a disponer para cambiar ideas, recogiendo y suministrando las más heterogéneas informaciones, como era su costumbre. Seguía muy interesado en la política, como si el problema de su salud fuera cuestión de poca monta, y me hablaba, con la mayor naturalidad, de sus planes para 1960, tal como si contara con un amplio crédito de vi­ da, con un número ilimitado,de días en el futuro. Comoquiera que yo no mostraba ningún entusiasmo por lo que él consideraba una nueva y posiblemente brillante intervención suya en el curso de los aconteci-

1) Doña Cecilia Caballero de López Michelsen, la esposa del autor. N. del E.

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mientos nacionales, súbitamente me preguntó: “ ¿Por qué crees im­ practicable mi regreso a la política activa?” En un arranque de realis­ mo tuve que contestarle abruptamente: “Porque nadie cree que tengas salud para llevar adelante una campaña intensa, y todos los políticos es­ tán buscando posiciones y jugando cartas con los ojos puestos en las elecciones de marzo” . Se incorporó en ese momento para ir a buscar un papel y Cecilia y yo, que no lo veíamos hacía meses, quedamos sorpren­ didos de la forma como se había adelgazado y de cómo sus piernas ex­ tenuadas podían sostener el volumen de su cuerpo. El contraste entre su estado físico y su energía espiritual se hacía aún más dramático escu­ chando aquella conversación en la cual se empeñaba en demostrarme que yo me equivocaba sobre su verdadera condición física. “ ¿Y qué dicen en Colombia? ¿Que estoy muy enfermo?” . “ Sí, que estás enfermo de cuidado” . “ ¡Pendejadas! ¡Pendejadas! Los pe­ riódicos siempre me andan inventando cosas desde hace 50 años, pero nadie les cree. El público ya está acostumbrado a ver que quieren sa­ carme del ruedo con cualquier pretexto; pero no les creen. Lo que pa­ sa es que el frío de Londres me hace daño. Sobre todo ahora que co­ mienza el invierno; pero yo no estoy malo. Pregúntaselo a Olga” .1 Y Olga, desde la entrada, nos había saludado comentando lo grave y de­ sesperado que juzgaba el estado de su salud. Religiosamente le escribí cada semana, relatándole nuestras expe­ riencias detrás de la “cortina de hierro” . No esperaba de parte suya nin­ guna respuesta, después de haberlo visto tan postrado aquella mañana en Londres. Del “Hotel de La Paz” , en Shangai, le envié un cable inqui­ riendo sobre el curso de su enfermedad. Me contestó, a los dos días, anunciándonos el éxito de una nueva transfusión de sangre y la forma­ ción del nuevo gabinete por el Presidente Lleras, al que ingresaba Jorge Enrique Gutiérrez Anzola, a quien él sabía que me ligaba una vieja amis­ tad, como Ministro de Gobierno. Fue su último cable, en una corres­ pondencia que duró 40 años, desde cuando se ausentaba en fabulosos viajes al exterior, a Europa y a los Estados Unidos, de los que regresaba cargado de juguetes, que nosotros le pedíamos en letras escritas con pa­ lotes que mamá nos enseñaba a dibujar. El 28 de octubre le hablé por el teléfono desde Moscú y el breve diálogó me dejó una penosa impresión de postración y decaimiento. Ha­ bía sido una conversación de monosílabos: “ Sí, no... Sí, no..” sin nada de la animación de otras épocas. Apenas, cuando le pregunté si quería que regresáramos a Londres inmediatamente, en vista de que se nos invitaba a permanecer algunos días más en la Unión Soviética, para estar presen­ tes en la celebración del aniversario de la Revolución de Octubre que,

1) Doña Olga Dávila de López, segunda esposa del Dr. Alfonso López Pumarejo. N. del E.

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como es sabido, corresponde al 7 de noviembre del calendario gregoria­ no, nos insinuó que nos quedáramos, para presenciar el desfile militar en la Plaza Roja. Dos días después, en Leningrado, el eco de su voz apa­ gada me atormentaba como una advertencia, así que, sin consultar si­ quiera con mi mujer, tomé la determinación