Obras escogidas en tres tomos. Tomo III [3]

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C. EENGELS OBRAS

ESCOGIDAS

TOMO 111

Editorial PROGRESO Moscú



DE LA EDITORIAL El presente volumen corresponde al tercer tomo de la última edición en ruso de las Obras Escogidas en tres tomos de C. Marx y F. Engels, preparada por el Instituto de Marxismo-Leninismo adjunto al CC del PCUS (Editorial de Literatura Política del Estado, Moscú, 1970). El texto de todos los trabajos incluidos en el presente tomo ha sido cotejado con los ori­ ginales que se guardan en Moscú en el Instituto de Marxismo-Leninismo adjunto al CC del PCUS.

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al español Editorial Progreso 1974

C. MARX

CRITICA DEL PROGRAMA DE GOTBA1

P R O L O GO DE F. E N GELSI

El manuscrito que aquí publicamos -la crítica al proyecto de programa y la carta a Bracke que la acompaña- fue enviado a Bracke en 1875, poco antes de celebrarse el Congreso de unifica­ ción de Gotha3, para que lo transmitiese a Geib, Auer, Bebel y Liebknecht y se lo devolviera luego a Marx. Como el Congreso del partido en Halle' había incluido en el orden del día la discusión del programa de Gotha, me parecía un delito hurtar por más tiempo a la publicidad este importante documento -acaso el más importante de todos- sobre el tema que iba a ponerse a discusión. Este trabajo tiene, además, otra significación de mayor alcan­ ce. En él se expone por primera vez, con claridad y firmeza, la posición de Marx frente a la tendencia trazada por Lassalle desde que se lanzó a la agitación, tanto en lo que atañe a sus principios económicos como a su táctica. El rigor implacable con que se desmenuza aquí el proyecto de programa, la inexorabilidad con que se expresan los resultados obtenidos y se ponen de relieve los errores del proyecto; todo esto,, hoy, a la vuelta de quince años, ya no puede herir a nadie. Lassa­ lleanos específicos ya sólo quedan -ruinas aisladas- en el extran­ jero, y el programa de Gotha ha sido abandonado en Halle, como absolutamente inservible, incluso por sus propios autores.

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A pesar de esto, he suprimido algunas expresiones y juicios duros sobre personas, allí donde carecían de importancia objeti­ va, y los he sustituido por puntos suspensivos. El propio Marx lo haría así, si hoy publicase el manuscrito. El lenguaje violento que a veces se advierte en él obedecía a dos circunstancias. En primer lugar, Marx y yo estábamos más estrechamente vinculados con el movimiento alemán que con ningún otro; por eso, el decisivo retro­ ceso que se manifestaba en este proyecto de programa, tepía por fuerza que afectarnos muy seriamente. En segundo lugar, noso­ tros nos encontrábamos entonces -pasados apenas dos años desde el Congreso de La Haya de la Internacional6- en pleno apogeo de la lucha contra Bakunin y sus anarquistas, que nos hacían rE!spon­ sables de todo lo que ocurría en el movimiento obrero de Alema­ nia; era, pues, de esperar que nos atribuyesen también la pater­ nidad secreta de este programa. Estas consideraciones ya no tie­ nen razón de ser hoy, y con ellas desaparece también la necesi­ dad de los pasajes en cuestión. Algunas frases han sido sustituidas también por puntos, a cau­ sa de la ley de prensa. Cuando he tenido que elegir una expresión más suave, la he puesto entre paréntesis cuadrados. Por lo demás, reproduzco literalmente el manuscrito.

Londres, 6 de enero de 1891 F. Engels

.

Publicado en la revista D ie Neue Zeit, Bd. l. N" 18, 1890-1891.

Se p u blica de acu erd o con el texto de la revista.

Traducido del a l emán.

C. !ti AR X

CARTA A W. BRACKE

Londres, 5 de mayo de 1875

Querido Bracke: Le ruego que, después de leerlas, transmita las adjuntas glosas críticas marginales al programa de coalición a Geib, Auer, Bebel y Liebknecht, para que las vean. Estoy ocupadísimo y me veo obligado a rebasar con mucho el régimen de trabajo que me ha sido prescrito por los médicos. No ha sido, pues, ninguna cdeliciu para mí, tener que escribir una tirada tan larga. Pero era necesario hacerlo, para que luego los amigos del partido a quienes van destinadas esas notas no interpreten mal los pasos que habré de dar. Me refiero a que, después de celebrado el Congreso de unifi­ cación, Engels y yo haremos pública una brsve declaración hacien­ do sa her que no estamos de acuerdo con dicho programa de princi­ pios y que nada tenemos que ver con él. Es indispensable hacerlo así, pues, en el extranjero se tiene la idea, ·absolutamente errónea, pero cuidadosamente fomentada por los enemigos del partido, de que el movimiento del llamado Partido de Eisenachª está secretamente dirigido desde aquí por nosotros. Todavía en un libro7 que ha publicado hace poco en ruso, Bakunin, por ejemplo, me hace a mí responsable, no sólo de todos los programas, etc., de ese partido, sino de todos los pasos dados por Liebknecht desde el día en que inició su cooperación con el Partido Popular8• Aparte de esto tengo el deber de no reconocer, ni siquiera mediante un silencio diplomático, un programa que es, en mi con-

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v icción, a bsolutamente ina dmisible y desmoralizador para el partido . Ca da paso de movimiento rea l vale más que una docena de progra mas. Por lo tanto , si no era posible -y las circunsta ncias del momento no lo consentía n - ir más all á del programa de E isenach , habría que ha berse limita do , simplemente , a co ncertar un acuerdo para la acción contra el enemigo común. Pero , cuando se redacta un progra ma de principios (en vez de aplazarlo ha sta el momento en que una prolonga da actuación conjunta lo p repa­ re) , se colocan ante todo el mundo los jalones por los que se m i de el nivel del movimiento del partido. Los jefes de los lassalleanos han venido a nosotros porque las circunstancias les obligaron a venir. Y si desde el primer momento se les hubiera hecho saber que no se a dmitía ningún chalaneo con los principios, ha bría n tenido que contenta rse con un programa de acción o con un plan de organización para la actuación con­ junta . E n vez de esto , se les consiente que se presenten arma dos de mandatos, y se reconocen estos mandatos como o b l igato rios, rindiéndose así a la clemencia o incfemencia de los que necesita­ ban ayuda . Y, para colmo y remate , ellos celeb ran un congreso antes del Con greso de conciliaci6n, mientras que el p ro p io partido reúne el suyo po st festum*. I n dudablemente , con esto se ha querido escamotear to da crítica y no permitir que el pro p io par t i do refle­ x ionase. Sabido es que el mero hecho de l a· unificación satisface de por sí a los obreros, pero se e quivoca quien piense que este éx ito efímero no ha costa do demasia do caro . Por lo demás, aun prescindiendo de la canonización de los artículos de fe de J.,assalle , el progra ma no vale na da . Próxi mamente , le enviaré a usted las últimas e ntregas de la edición francesa de El Capital. La marcha de la impresión se v io entorpecida largo tiempo por la prohibición del Gob ierno fra ncés. Esta semana o a comienzos de la próx i ma que da rá e l asunto termi­ nado. ¿Ha recibido usted las seis entregas anter io res? L e a gra de­ cería que me comunicase tamb ié n las seña s de Bernhard Becker, a quien tengo que enviar tamb ién las últimas e ntregas. La l ibrería del «Volksstaa t»9 o bra a su m anera . Hasta este momento , no he recib i do ni un solo ejemplar de la tira da del

Proceso de los comunistas de Co lonia**.

Saludos cordiales. S uyo ,

Carlo s Marx

• Despué1 de la fiesta, es decir, después de los acontecimientos. (N. de la Edit.) .. Se alude a la obra de Marx, Revelaciones acerca del proceso de los comu­ nistas de Colonia. (N. de la Edit.) ·

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GLOSAS MARGINALES AL PROGRAMA DEL PARTIDO OBRERO ALEMAN1

1 t. cEl trabajo es la fuente de toda riqueza y d e tod a cu ltura, y como e l tra b ajo útil sólo e s posib le dentro de la sociedad y a través de ella, todos los miembros d e la sociedad tienen igual derecho a perci­ bir el fruto í ntegro del tra bajo•.

Primera parte del párrafo: «El trabajo es la fuente de toda riquey de toda cultura». . El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso ( ique son los que verdaderamente in­ tegran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre. Esa frase se encuentra en todos los sila­ barios y sólo es cierta si se so breen tiende que el trabajo se efectúa con los correspondientes objetos e instrumentos. Pero un progra­ ma socialista no debe permitir que tales tópicos burgueses silen­ cien aquellas condiciones sin las cuales no tienen ningún sentido. Por cuanto el hombre se sitúa de antemano como propietario frente a la naturaleza, primera fuente de todos los medios y objetos de trabajo, y la trata como posesión suya, por tanto su trabajo se convierte en fuente de valores de uso, y, por consiguiente, en fuente de riqueza. Los burgueses tienen razones muy fundadas para atribuir al trabajo una fuerza creadora sobrenatura l; pues precisamente del hecho de que el trabajo está condicionado por la naturaleza se deduce que el hombre que no dispone de más pro­ piedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, de aquellos que se han adueñado de las condiciones materiales de za

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tra bajo. Y no po d rá trabajar, ni, por co nsiguiente, vivir, m ás que con su permiso . Pero dejemos la tesis tal co mo está� o mejor dicho, ta l co mo vie­ ne renqueando . ¿Qué conclusión ha bría debido saca rse de ella? E videntemente , ésta: «Como el tra bajo es la fuente de to da riqueza , nadie e n la so­ ciedad puede adquirir riqueza que no sea pro ducto del t ra bajo . Si , por ta nto , no trabaja él mismo , es que vive del t ra bajo ajeno y a d quiere también su cultura a costa del trabajo de o tros» . En vez de esto, se aña de a la primera oración una segunda mediante la locución copulativa •Y co mo», para deducir de ella, y no de la primera, la conclusión. Segunda parte del párrafo : «El tra bajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a través de ella» . Según la primera tesis, el tra bajo era la fuente de to da ri queza y de to da cultura , es decir, que s i n tra bajo, no e ra posible tampoco la existencia de una socieda d . Ahora, nos entera mos, por el contrario, de que sin la socieda d no p ue de existir e l tra ba j o «Útib . Del mismo mo do hubiera po d i do decirse que el tra bajo i nútil e incluso perjudicial a la comunidad , sólo puede con vertirse en rama industrial dentro de la sociedad , que sólo dentro de la socie­ da d se puede v ivir del ocio, etc . , etc.; e n una palabra, cop iar a quí a to do Rousseau. ¿y qué es trabajo «Útil»? No puede ser más que uno : el tra bajo que consigue el efecto útil propuesto . U n salvaje -y el hom b re es un salvaje desde el momento en que deja de ser mono - que m a ta a un animal de una pedra da , que a mo ntona frutos, etc., ejecuta un trabajo «útil» . Tercero . Co nclusi6n: «Y como el trabajo útil sólo es posible den­ tro de la sociedad y a través de ella, to dos los miembro s de la socie­ dad tienen igua l derecho a percibir el fruto i ntegro del tra­ bajo•. i Hermosa conclusión! S i el trabajo útil sólo es posible dentro de la socieda d y a través de ella, el fruto del trabajo pertenecerá a la socieda d , y el trabajador individual sólo percib i rá l a parte que no sea necesaria para sostener la «condici ón» del traba jo, que es la socieda d . En realida d , esa tesis la ha n hecho valer e n to dos l o s tiempos l os defensores de to do o rden so cial existente. E n primer lugar, vienen las pretensiones del gobierno y de todo lo que va pega do a él, pues el gobierno es el órgano de la soci�da d para el ma nte n imien­ to del or den social ; detrás de él , vienen las d istintas cl ases de propiedad p riva da , con sus pretensiones respectivas, p ues l a s d is­ tintas cla ses de propie dad priva da son las bases de la socie dad ,

Críttcti

del Programa de Go(ha

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etc. Co mo vemos, a estas frases hueras se les puede dar las vueltas y los giros que se quiera . La p ri mera y la segunda parte del párrafo sólo guardarían una cierta relación lógica redactá ndolas de la siguiente ma nera : «El trabajo sólo es fuente de riqueza y de cultura como tra­ bajo socia l », o , lo que es lo mismo , «dentro de la sociedad y a tra­ vés de ella» . Esta tesis es, indiscutiblemente, exacta , pues aunque e l tra ba­ jo del individuo a isla do (presuponiendo sus condiciones materia­ les) también puede crear va lores de uso , no puede crear ni riqueza ni cultura . Pero, igua l mente indiscutible es esta otra tesis: «En la medida en que el trabajo se desarrolla social m en te , convirt ié ndose así en fuente de riqueza y de cultura , se desarro­ llan tam b ié n la pobreza y el desamparo del obrero , y la ri queza y la cultura de los que no tra.bajan». Esta es la ley de toda la historia , hasta hoy . Así pues, en vez de los tóp icos acostumbra dos sobre «el trabajo» y «la sociedad», lo que proce día era señalar concretamente cómo , en la actual so­ cie da d cap ita lista , se dan ya , al fin , las condiciones materiales , etc. , que permi ten y obligan a los obreros a romper esa maldición social . Pero d e hecho , to do ese p árrafo , q ue e s falso l o mismo e n cuan­ to a estilo que en cuanto a contenido, no tiene más finali da d que la de inscribir como consigna en lo alto de la bandera del partido e l tópico lassa l leano del «fruto íntegro del trabajo». Volveré más a delante so bre esto del «fruto del trabajo», el « derecho iguab , etc . , ya que la misma cosa se repite luego e n forma algo diferente . 2. «En la sociedad actual, los medios de trabajo son monopolio de la clase capitalista; el estado de dependencia de la clase obrera que de esto se deriva es la causa de la miseria y de la esclavitud en todas sus formas•.

Así, «corregi da» , esta tesis, tomada de los E statutos de la I nternaciona l, es fa lsa . . E n la socieda d actual los medios de tra bajo son m ono polio de los propietarios de tierras (el monopolio de la propieda d del suelo es, i ncluso, la base del monopolio del capital) y de los cap i­ talistas. Los Esta tutos de la I nternacional no menciona n, e n el pasaje co rrespondiente , n i una n i o tra clase de monopolistas. Hablan de «los mo no po lizadores de los medios de traba jo, es decir, de las fuentes de vida». Esta a dición: «fuentes de vida» , señala cla· ra mente que el suelo está comprendido e ntre los medios de tra bajo

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E sta enmienda se introdujo porque Lassal le , por motivos que hoy son ya de todos conocidos, sólo .atacaba a l a clase capitalista , y no a los propietarios de tierras. E n I nglaterra , la mayoría de las veces el capitalista no es siquiera propieta rio del suelo sob re el que se levanta su fábrica. 3. cLa emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a p atrim o nio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colecti­ vamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo».

Donde dice «que los me dios de tra bajo se eleven a patrimonio común» , debería decir, induda ble mente , «se conviertan e n patri­ monio común» . Pero esto sólo de pasa da . ¿Qué es el «fruto del trabajo»? ¿El pro ducto del tra bajo , o su valor? Y en este último caso , ¿el valor total del pro ducto , o sólo la parte de valor que el trabajo aña de al valor de los medios de producción consumi dos? Eso del «fruto del trabajo» es una i dea vaga con l a que Las­ salle ha suplanta do conceptos económicos concretos. ¿Qué es «reparto equitativo»? ¿No afirman los burgueses que el reparto actual es « e quitati­ vo»? ¿y no es éste , en efecto , el único rep arto «e quitativo» que cabe , sobre la base del modo actual de pro ducción? ¿Acaso las relaciones económicas son regula das por los conceptos j urídicos? ¿No surgen, por el contrariD , las rela ciones j urídicas de las rela­ cio nes económicas? ¿No se forjan tam b ién los sectarios socialistas las más varia das ideas acerca del reparto «equitativo»? Para sa ber lo que aquí hay que entender por l a frase de «re­ parto e quitativo», tenemos que cotejar este párrafo con el primero . El párrafo que glosamos supone una socieda d e n l a cual los « medios de tra bajo son pa trimonio común y todo el trabajo se regula colectivamente», mientras que en el p árrafo primero vemos que «todos los miembros de la socieda d tienen igual derecho a perc i­ bir el fruto íntegro del trabajo». ¿«Todos los miembros de la socieda d»? ¿Ta mbién los que no trabaja n? ¿Dónde se queda , en tonces, el «fruto í ntegro del trabajo»? ¿o sólo los miembros de la socie dad que tra b a ja n? ¿Dónde deja­ mos, entonces, el «derecho igua l» de to dos los miembros de la sociedad? Sin emba rgo, lo de «todos los miembros de la socieda d» y «el derecho igual» no son , manifiestamente , más que frases. Lo esen­ cial del asu n to está en que , en esta socie da d comunista , to do obrero debe o btener el «fruto integro del tra bajo» lassalleano. ·

Crítica del Programa de Gotha

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To memos, en primer lugar, las pala bras «el fruto del tra ba jo1> en el sentido del produc to del tra bajo ; entonces el fruto colectivo del tra bajo será el producto social global. Pero , de a quí, hay que deducir: Primero: una parte para reponer los me d ios de producción consumi dos. Segundo: una parte suplementaria para a mpl iar la pro ducción . Tercero: el fo ndo de reserva o de seguro contra accidentes, trastornos deb i dos a calamida des, e tc. Estas de ducciones del «fruto íntegro del tra ba jo» constituyen una necesi da d económica , y s u magnitud se determina rá. según los medios y fuerzas existentes, y en parte , por medio del cálculo de p roba b i l i da des; lo que no p uede hacerse de ningún modo es ca lcularlas partiendo de la e quidad. Queda la pa rte restante del producto global, destinada a ser­ vir de medios de consumo. Pero , a n tes de que esta pa rte llegue al reparto individua l , de ella hay que deducir to davía: Primero: los gastos generales de adm inistraci6n, no concernien­ tes a la producción.

En esta parte se conseguirá , desde el primer momento , una reducción considerabilísima , en co mparación con la socieda d ac­ tua l , re ducción que irá en aumento a medida que la nueva socie­ da d se desarrolle .

Segundo: la parte que se destine a la satisfacción colectiva de las necesidades, tales como escuelas, instituciones sanitarias, etc.

Esta parte a umentará considerablemente desde el primer mo­ mento , e n comparación con l a socieda d actua l , y seguirá a u men­ tando e n la medida en que l a sociedad se desarrolle.

Tercero: los fondos de sostenimiento de las personas no capacita­

das para el trabajo , etc . ; en una palabra , lo que hoy compete a l a

lla ma da beneficencia oficial . Sólo después d e esto podemos proceder a l a «distribución» , es decir, a lo ú nico que , bajo la i nfluencia de Lassalle y con una con­ cepción estrecha , tiene presente el progra ma , es decir, a la pa rte de los medios de consu mo que se reparte entre los productores i ndividuales de la colectivida d . E l «fruto íntegro del trabajo» s e h a tra nsforma do ya , impercep­ tiblemente , en el «fruto parcial» , aunque lo que se le quite al pro­ ductor en cal idad de individuo vuelva a él , directa o indirecta­ mente , en cal i da d de miembro de la socieda d . Y a s í como s e h a eva porado l a expresión «el fruto íntegro d e l tra­ bajo», se evapora a ho ra la expresión «el fruto del tra bajo» en genera l. E n el seno de una socie dad colectivista , basa da en la pro pie­ d a d común de los medios de producción, los pro ductores no cam-

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b ian sus productos; el tra bajo inver tido en los pro ductos no se p resenta a quí , tampoco, como valor de estos productos , como una cua l i dad material , i nherente a ellos, pues a quí, por o posición a lo que sucede en la sociedad ca pital ista , los tra bajos individua­ les no forman ya parte integrante del t1·abajo común mediante un ro deo , sino directa mente . La expresión «el fruto del trabajo», ya hoy recusa ble por su ambigüedad , p ierde así to do sentido . De lo que aquí se tra ta no es de una sociedad co munista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capital ista y que, por tan to , pre­ senta to davía en todos sus aspectos , en el económico , e n el moral y en el intelectua l , el sello de la vieja sociedad de cuya e ntrañ a p rocede. Congruentemente con esto , en e l l a el pro ductor i n d ivi dual obtiene de la sociedad -después de hechas las obligadas deduc­ ciones- exacta mente lo que le ha da do . Lo que el p ro d uctor ha dado a la socieda d es su cuota individual de tra bajo . Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de l as horas de trabajo individua l; el tiempo indivi dual de tra bajo de cada productor por separa do es la pa rte de la jornada social de trabajo que tíl aporta , su participación en ella . La socieda d le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantida d de trabajo ( después de descontar lo que ha tra bajado para el fondo común) , y con este bono saca de los depósi tos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cant i d a d de tra bajo que ha 1·e ndido . La misma cuota de tra bajo que ha dado a la so ciedad bajo una fo rma, l a recibe de ésta bajo otra forma distinta . Aquí reina , evidentemente, el mismo principio q ue regula el interca mbio de mercancías, por cuanto éste es i ntercam b io de equi­ valentes. Han varia do la forma y el conteni do , por q ue bajo las nuevas cond iciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra pa rte , ahora nada puede pasar a ser pro p ie d a d del individuo , fuera de los medios indivi duales de consumo . Pero , en lo que se refiere a la distribución de éstos entre los distintos p ro ductores, rige el m ismo principio que en el interca m b io de mercancías equi­ valentes: se cambia una cantida d de trabajo, bajo una forma , por otra ca nti dad igual de tra bajo , bajo o tra forma distinta . Por eso, el derecho igual sigue siendo a qu í , en pr incipi o , el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de inte rca mbio de mercancías, el in terca mbio de equivale· n tes no se d a más que como término medio, y no en los casos i n d i vi d ua les . A pesa r de este progreso , este derecho igual sigue lleva n do im­ pl ícita una l im itación burguesa. El derecho de los pro ducto res es proporcional al tra bajo que han ren d i do; l a igual da d , aqu í , co nsis­ te en que se m i de por el mismo rasero: por el tra ba jo .

Crítica del Programa de Gotha

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Pero unos individuos son superiores física o intelec tualmente a otros y rinde n , p ues, en el m ismo tiempo , m ás tra bajo, o pueden tra bajar más tiempo ; y el tra bajo , para serv i r de medida tiene que determinarse en cuanto a d u ración o intensi dad, de o tro mo do. deja de ser una me d i d a . Este derecho igual es un derecho desigual p a ra tra bajo desigua l . No reconoce ninguna d istinción de clase, porque a qu í ca da i n d i vi duo no es más que un obrero co mo los demás; pero reconoce, tácita mente, como otros tantos p rivi leg ios natura les, las desigua les aptitudes de los i n d ividuos, y, po r co n­ siguiente , la desigual ca paci da d de re n di m i e n to . En el fondo es, p or tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El dere ­ cho sólo pue de consistir, por natura leza , en la a plicación de una medida igua l ; pero los indivi duos desigua les (y no serían distin­ tos individuois si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cua ndo que se les enfoque desde un p unto de vista igua l , siempre y cuando que se les mire solamente e n un aspecto determinado; po r ejem plo , en el caso concreto, sólo en cuanto o breros, y no se vea en ellos ninguna o tra cosa , es decir, se p rescinda de todo lo demás. Prosigamos : unos obreros están casados y o tros no; unos tiene n más h ijos que otros, etc ., etc . A igual rendimiento y , por consiguiente, a igual particip a­ ción en el fondo social de co nsumo, unos o b tienen de hecho más que otros, unos son más ricos que o tro s, etc. Para evi tar todos estos i nco nvenientes, el derecho no tendría que ser igual , sino desigual . Pero estos defectos son inevitables en l a primera fase de la socieda d comunista, tal y co mo brota de la socieda4 capita lista después de un largo y doloroso a lumbra miento . El derecho no pue de ser nunca superio r a la estructura económ ica ni a l desarro­ llo cultural de la socieda d por ella co ndiciona do . E n l a fase superior de la socieda d comunista, cuando haya desa parecido l a subordinación esclaviza dora, de los indiyiduos a la d ivisión del t ra bajo , y con ella , la o posición entre el trabajo in telectual y el tra bajo manual ; cuando el tra bajo no sea solamen­ te un medio de vi da , s i no la primera necesida d vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan tam­ bién l as fuerzas p roductivas y cor ran a chorro lleno los manantia­ les de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse total­ mente e l estrecho hori zonte del derecho burgués , y la sociedad po drá escrib i r en su bandera : i De cada cual, según su capacida d; a c a d a cual , según sus necesida des! Me he ex tendido so bre el «fruto íntegro del tra bajo» , de una parte , y de o tra , so bre «el derecho igua l» y da distribución equi­ ta tiva», p a ra demostra r en qué grave fal ta se incurre, de un lado, cua ndo se quiere volver a i m poner a nuestro pa r tido como dogmas

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ideas que, si en otro tiempo tuvieron un sentido , ho y ya no son· más que tópicos en desuso , y, de otro , cua ndo se tergi versa la con­ cepción realista -que tanto esfuerzo ha costado inculcar al par­ tido , pero que hoy está ya enraizada - con patra ñas i deológic1,1s, jurídicas y de otro género , tan en boga e ntre los demócratas y los socialistas fra nceses. Aun prescindiendo de lo que queda expuesto , es e quivoca do , e n general, tomar como esencial la llamada distribución y hacer hincapié en ella , como si fuera lo más importante . La distrib ución de los medios de co ns umo es , e n todo momento , u n corolario de la distribución de las pro p ias co ndiciones de pro­ ducción. Y esta distribución es una característica del mo do mismo de producción. Por ejemplo , el modo capi ta lista de p ro ducción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de produc­ ción les son adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo , mie ntras la m asa sólo es propietaria de la condición personal de producción , la fuer­ za de trabajo . Distribuidos de este mo do los elementos de pro duc­ ción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las condiciones materiales de pro ducción fuesen propiedad colectiva de los pro pios obreros, esto determ i­ naría , por sí solo , una distribución de l� medios de consumo distinta de la actual. E l socialismo vulgar ( y por intermedio suyo , una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas bur­ gueses a considerar y tratar la distribución como algo i n dependien­ te del modo de pro ducción, y, por ta nto , a e x poner el socialismo como una doctrina que gira principalmente e n torno a la distri­ bución. Una vez que está dilucidada , desde hace ya mucho tiempo , la verda dera relación de las cosas, ¿por. qué volver a marchar hacia atrás? 4. •La emancipación del trabajo t i en e que ser ob ra de la clase obrera, frente a la cual todas las otras clases no forman más que una masa reacciona­

ria•.

La primera estrofa está tomada del preámbulo de los Estatu­ tos de la Internaciona l , pero «corregi da». Allí se dice : «La e m a n­ cipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros m ismos» * , aquí, por el contrario , d a clase obrera& , tiene que emancipar, ¿a quién? , cal trabajo» . iEntiéndalo quien pueda! Para indemnizarnos, se nos da , a título de antistrofa , una cita lassalleana del más puro estilo : «frente a la cual (a la clase • Véase la presente edición, t . 2, pág. 14 (N. de la Edlt.)

Crítica del Programa de Gotha

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o brera) todas las otras clases no forman más que una masa rea ccio­ naria».

En el Manifiesto Comunista se dice: tDe todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía , sólo el proletariado es una clase· verdadera mente revolucionaria. Las demás clases van degenera ndo ·Y desaparecen con el desa rrollo de la gran industria ; el proleta­ . ria do , en cambio , es su producto más pecul iar&* . Aquí, se considera a la burguesía como una clase revoluciona­ ria -vehículo de la gran industria-frente a los señores feudales y a las capas medias , empeñados , a quéllos y éstas, en ma ntener posiciones sociales que fueron creadas por modos caducos de pro­ d ucción. No forman , por tanto , juntamente con la burguesía, sólo una masa reaccionaria. Por otra parte , el p roletaria do es revolucionario frente a la burguesía , porque habiendo surgido sobre la base de la gra n industria , aspira a despojar a la producción d e s u carácter capi­ tal ista , que la burguesía quiere perpet uar. Pero el Manifiesto a ñ a de que las «ca pas medias . . . se vuelven revolucionarias cuando tienen a nte sí la perspectiva de su tránsito inminente al prole­ taria do». Por tanto , desde este p unto de vista es también a bsurdo decir que frente a la clase obrera «no forman más que una masa reaccio­ nal'ia», j untamente con la b urguesía , y, a demás -por si eso fuera poco - , con los señores feudales. ¿Es q ue e n las últimas elecciones se ha grita do a los artesanos, a los pequeños industriales y a los campesinos: Frente a nosotros, no formáis, juntamente con los burgueses y los señores feudales, más q ue una masa reaccionaria? Lassa lle se sa b ía de memoria el Manifiesto Co munista, como su� devo tos se saben los eva ngel ios compuestos por él. Así, pues, cuando lo falsifica ba tan burdamente , no podía hacerlo más que para cohonestar su al ianza co n los adversarios absolutistas y feu­ da les contra la burguesía . Por lo demás, en el párrafo q ue acabamos de citar, esta senten­ cia lassallea na está tra ída por los pelos y no guarda ninguna rela­ ción con la mal digerida y «arreglada» cita de los Esta tutos de la I nternaciona l . E l traerla aquí, es sencillamente una impertinencia , q ue segura mente no le desagra dará, ni mucho menos , a l señor B is­ m a rck; una de estas impertinencias baratas en que es especial ista el Marat de Berl ín**. • Véase la presente edición, t. 1 , pág. 1 20

(N. d e l a Edit.) Por lo v isto, Hasselmann, redactor jefe de Neuer Sozial-Demokrat (•N uevo Socialdemócrata.). (N. de la Edit.) ••

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5. «La clase obrera procura, e n primer término, su emancipación dentro del marco del Estado nacional de hoy, consciente de que el resultado necesario de sus aspiraciones, comunes a los obreros de todos los paí­ ses civilizados, será la fraternización internacional de los pueblos•.

Por oposición al Manifiesto Comunista y a todo el socialismo anterior, Lassalle concebía el movim iento o b re ro desde el punto de vista nacional m ás estrecho. iY, desp ués de l a activida d de la Internacional , aún se siguen sus huellas en este ca mi no! Naturalmente, la clase obrera, para po der lucha r, tiene que organizarse como clase en su propio pa ís, y éste es la palestra i nme­ diata de sus luchas. En este sentido, su l ucha de cl ases e s nacional , no por su contenido, sino , como dice el Manifiesto Comunista, «por su forma» . Pero cel ma rco del Esta do nacional de hoy» , por ejemplo, del Imperio alemán, se halla a su vez, económica mente, «dentro del ma rco del merca do mundiab, y política mente, «dentro del marco de un sistema de Esta dos» . Cua l q uier co merciante sa be que el comercio alemán es, a l m ismo tiempo, co me rcio exterior, y el señor Bismarck debe su grandeza p recisa mente a una pol ítica internacional sui géneris . ¿y a qué reduce su internaciona l ismo el Partido O b re ro Ale­ mán? A la conciencia de que el resulta do de sus aspiraciones «será la fraternización internacional de los pueblos», una frase tom a da d e l a Liga burguesa p o r la Paz y la Liberta d1º, q ue se quiere hacer pasar como equivalente de la fraternida d i nternaciona l de las clases obreras, en su lucha común contra las clases dominantes y sus gobiernos. i De las funciones internacionales de la clase o b re ra alemana no se dice, por tanto, n i una p a l a b ra ! iY esto es lo q ue la clase obrera alemana debe contra poner a su p ro pia burguesía, que ya fra terniza contra ella con los burgueses de todos los demás países, y a la pol ítica internacional de co nspiración del señor Bis­ marckl La profesión de fe internacional ista del p rogra ma queda, e n realidad, infinitamente por debajo de la d e l partido l ibreca m b ista . También éste afirma que el resultado de sus asp iraciones será da fra ternizació n internacional de los pueblos» . Pero, además, hace a lgo por internacionalizar el comercio, y no se co ntenta, ni mucho menos, con la conciencia de que to dos los pue blos co mercian dentro de su propio país. La acción internacional de las clases o b reras no depen de, e n modo alguno, d e l a ex istencia d e l a «Asociación Internacional de los TrabajadoreS&. Esta ha sido solamente un primer intento de dota r a aquella acción de un órgano central ; un intento que, p o r el impulso que ha dado , ha tenido una eficacia perdura ble, pero que

Crítica del Programa de Gotha

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e n su primera forma histórica no podía prolonga rse después de la ca ída de la Co muna de Pa rís . La Norddeutsche de Bisma rck tenía sobrada ra zón cua ndo , para satisfacción de su dueño , proclamó que , en su nuevo programa , el Partido Obrero Alemán renegaba del internacio­ nal ismo11 . n «Partiendo de estos principios, el Partido Obrero Alemán aspira, por todos los med ios legales, a implan­ tar el Estado libre -y- la sociedad socialista; a abo­ lir el sistema del salario, con la ley de bro nce -y- la explotación bajo todas sus formas; a suprimir toda des igu ald ad social y políticat .

Sobre lo del Estado d ibret , volveré más adelante. Así pues , de a quí en a dela nte , el Partido Obrero Alemán !tendrá que comulgar con la cley de bronce del salario• lassal lea­ na! Y para que esta dey• no vaya a perderse , se comete el absurdo de hablar de «abolir el sistema del salario» (lo correcto hubiera sido decir el sistema del tra bajo asalaria do) , ccon su ley de bron­ ce» . Si suprimo el trabajo asalariado , suprimo también , evidente­ mente , sus leyes, sean de cbronce» o de corcho . Lo que pasa es que la lucha de Lassalle contra el trabajo asalariado , gira casi toda ella en torno a esa llama da ley. Por tanto , para demostrar que la secta de La ssalle ha triunfa do , hay que a bolir cel sistema del sala­ rio , co n su ley de b ronce• , y no sin ella . De la cley de bronce del salario• no pertenece a Lassalle , como es sab i do , más que la expresión c de b ronce• , copia da de los cewigen, ehernen gro ssen Gesetzen» (das leyes eternas , las grandes leyes de· b ro nce») , de Goethe * . La expresión c de bróncet es la contraseña por la que los creyentes o rto doxos se reconocen . Y si a dmitimos la ley con el cuño de Lassa lle, y por tanto en el sentido lassalleano , tenemos que a dmitirla también con su fundamentación. ¿y cuál es ésta ? E s , co mo ya señaló Lange , poco después de la muerte de Lassalle , la teoría de la población de Malthus ( predicada por el pro p io La nge) . Pero , si esta teoría es exacta , la mentada ley no se po drá a bolir, por mucho que se suprima el tra bajo asalaria do , porque esta ley no regirá so la mente para el sistema del tra bajo asala ria do , sino para todo sistema social . Apoyándose precisa­ mente en esto , los economistas ha n venido demostrando , desde hace ci ncuenta a ños y aun .más, que el socialismo no puede acabar • De

la poesía d e Goethe L o D ivi no. (N. de la Edit.)

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co n la miseria , determinada por la misma naturaleza, isino sólo generalizarla, repartirla por igual sobre toda la superficie de la

sociedad! Pero todo esto no es lo f undamenta l . Aun prescindiendo plena­ mente de la falsa concepción lassa l lea na de esta ley, el retroceso verdaderamente i ndignante consiste e n lo siguiente : Después de la muerte de Lassalle, se h¡i a b ierto paso e n nuestro partido la concepción científ ica de que el sal ario no es lo que parece ser, es decir, el valor -o el precio- del trabajo , s i no sólo una forma disfrazada del valor -o del precio- de la fuerza de trabajo. Con esto , se ha echa do por la horda, de una vez para siempre , tanto la vieja concepción burguesa del sal a rio , como toda crítica dirigida hasta hoy contra esta concepción , y se ha p uesto en claro que el obrero asalariado sólo está autori zado a tra bajar para mantener su propia vida , es decir, a vivir, s i tra baja gratis durante cierto tiempo para el ca p italista (y, por ta n to , ta m b ién para los que, con é l , se embolsan la plusva l ía) ; que todo el sistema de producción capitalista gira en torno a la prolonga ción de este trabajo gratuito , alargando la jorna d a de tra bajo o desa rro l la ndo la product ividad , o sea , acentuando la tensión de la fuerza de tra­ bajo , etc. ; que , por tanto , el sistema del tra ba jo asala riado es un sistema de esclavitud , una esclavitud que se ha ce más du ra a medi­ da que se desa rrollan las fuerzas socia les pro d uctivas del tra bajo , aunque el obrero esté mejor o peor remunerado . Y cuand o esta concepción va ganando cada vez más terreno en el seno de n uestro partido , ise retrocede a los dogmas de Lassalle , a pesar de que hoy ya nadie puede ignora r que Lassalle no sab ía lo q ue e ra el salario , sino que , yendo a la zaga de los eco nomistas burgueses , to ma ba la apariencia por la esencia de la cosa! Es como si , entre esclavos que al fin han descubierto el secreto de la esclavitud y se rebelan contra ella , viniese un esclavo fa ná­ tico de las i deas anticuadas y escribiese en el program a de la rebelión: i la esclavitud debe ser a bol ida porque el susten to de los esclavos, dentro del sistema de la esclavi tud , no p uede pasa r de un cierto l ímite , sumamente bajo! E l mero hecho que los representantes de nuestro partido fue­ sen capaces de cometer un a tenta do t a n monstruoso contra una concepción tan difundida entre l a masa de l partido , prueba por s í so lo la ligereza cri mina l , la fa l ta de escrúpulos co n que se ha acomet i do la redacción de este progra ma de co m p ro m iso . En vez de la vaga frase fi nal del párra fo: «su primir to da desi­ gua l d a d social y po l ítica» , l o que debiera· haberse dicho , es q ue con J a a bolición de las diferencias de clase , desa pai;ecen por sí m ismas las desigua l da des socia les y po l í ticas que de e l l a s e manan .

·

Critica del Programa de Gotha

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111 cPara preparar el camino a la solucl6n del problema el Partido Obrero Alemán exige que se creen cooperativas de producción , con la ayuda del Estado y bajo el control democrático del pueblo trabajador. En la industria y en la agricultura, las cooperativas de prod ucción deberán l lamarse a la vida en proporciones tales que de ellas surja la orga nizaci6n socia lista de socia l,

todo trabajo•.

Después de la «ley de bronce del salario» de Lassalle , viene la pa nacea del profeta . Y se le «prepara el ca mino» de un modo d igno. La l ucha de clases existente es sustituida por una frase de perio­ d ista «el prqblema social», para cuya uolución» se «prepara el cami­ no» . La «organización socialista de todo el tra ba jo» no resulta del proceso revol ucionario de transformación de la sociedad , sino que «surge» de da ayuda del Estado» , ayuda que el Estado presta a cooperativas de producción «llamada s a la vida» por él y no por los o breros. i Esta fantasía de que con empréstitos del Estado se pue­ de construir una nueva sociedad como se construye un nuevo ferro­ ca rril es d igna de Lassallel Po r un resto de p udor , se coloca « determinadl> p erj u icio en su movimiento. El mo vimiento que ha perdido la capacida d de verse tra nsformado en las distintas formas que le son p ro p i a s , si b i e n posee aún dynamis* , no tiene ya energeia* * , y por ello se halla p a rcialmente destruido . Pero lo uno y lo otro es inconce b i bl e . E n todo caso, es i ndudable que hubo un t i e m p o e n q ue la m1tteria de nuestra isla cósmica convertía e n calor u na ca ntidad tan enorme de movi miento -hasta hoy no sabe m os de qué géne­ ro- , que de él pudieron desarrollarse los siste mas solares pertene­ cientes (segú n M adler) por lo menos a veinte mi llones de estrellas y cuya extinción gra d ual es igua lmente i nduda ble . ¿Cómo se operó esta transformación? Sabemos ta n poco c o m o sabe el padre Secchi si el futuro caput mortuum* * * de nuest ro s is t e m a solar se convertirá de nuevo, alguna vez, e n materia pri m a pa ra nuevos •

Posi b i l i da d. (N. de la Edit.) R eal i d a d . (N. de la Edit . ) • • • cCa p u t m ortu u m t : l i tera lmente , cca beza m u er t a » ; en e l sent ido figura d o , d e restos mortales, d esech os d es pué s d e l a c a l c i n ac i ó n , reacción q u í m i c a , etc . ; a q u í se tra ta d e l So l a paga d o con loii planeta!! m u ertos caí d os sobre él . (N . de la Edil . ) ••

l ntroducc i6n a «La D ialéct ica de la Na turalesa•

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sistemas solares . Pero aquí nos vemos obligados a recurrir a la ay u da del creador o a concluir que la materia prima incandescente que dio ori ge n a los sistemas solares de nuestra isla cósmica se produjo de forma natural, por transformaciones del movimiento q ue son inhe rentes por na turaleza a la materia en movimi e nto y cuyas condiciones deben, por consiguiente, ser reproduci das por la materia, aunque sea después de millones y millones de años, más o me nos accidentalmente, pero con la necesidad que es también inherente a la casualidad. Ahora es más y más admitida la posibilidad de semejante transformación. Se llega a la convicción de que el destino fi nal de los cuerpos celestes es de caer unos en otros y se calcula incluso la cantidad de calor que debe desarrollarse en tales colisiones. La a pa rición re pent ina de nuevas estrellas y el no menos repentino a u mento del brillo de estrellas hace mucho conocidas -de lo cual nos i nforma la astronomía-, pueden ser fácilmente explicados por semejantes colisiones. Además, debe tenerse en cuenta que no sólo nuestros pla netas giran alrededor del Sol y que no sólo nuestro Sol se mueve dentro de nuestra isla cósmica, sino que toda esta últi ma se mueve e n el espacio cósmico, hallándose en equilibrio te mporal relativo con las otras islas cósmicas, pues incluso el equi librio relativo de los cuerpos que flotan libremente puede existir únicame nte allí donde el movimiento está recíprocamente cond icionado ; a demás, algunos admiten que la temperatura en el espacio cósmico no es en todas partes la misma. Finalmente, sa be mos que , excepción hecha de u na porción infinitesimal, el calor de los i nnumerables soles de nuestra isla cósmica desaparece e n el espacio cósmico, tratando en vano de elevar su temperatura aunque nada más sea q ue en una millonésima de grado centígrado. ¿Qué se hace de toda esa e norme cantidad de calor? ¿Se pierde para sie mpre en su i n ten t o de calentar el espacio cósmico, cesa de existir prácticame nte y continúa existiendo sólo teórica mente en el hecho de que el espacio cósmico se ha calentado en una fracción decimal de grado, que comienza con diez o más ceros? Esta suposición niega la indestructibilidad del movimiento; ad­ mite la posibilidad de que por la caída sucesiva de los cuerpos celes­ tes unos sobre o tros, todo el movi miento mecánico existente se convertirá e n calor irra diado al espacio cósmico, merced a lo cual, a despecho de toda la «i ndestructibilidad de la fuerza., cesaría, en gene ra l , todo movi_miento. (Por cierto, aquí se ve cuán poco acertada es la ex presión i ndestruct ibilidad de la fuerza en lugar de i ndestructibilidad del movimiento .) Llegamos así a la conclu­ sión de que el calor i rradiado al espacio cósmico debe , de un modo u o t ro - llegará u n tiempo e n que las Ciencias Naturales se im- . ponga n la tarea de averiguarlo - , convertirse en otra forma del

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Ir

movimiento en la que tenga la posibilidad de concentrarse una vez más y funcionar activamente. Con ello desaparece el principal obstáculo que hoy existe para el reconocimiento de la reconversión de los soles extintos e n nebulosas i ncandescentes . Además, la sucesión eternamente reiterada de los mundos en el tiempo infinito es ú nicamente un complemento lógico a la coexis­ tencia de innumerables mundos en el espacio infi nito. Este es u n principio cuya necesidad i n d iscutible se ha visto forzado a reco nocer incluso el cerebro antiteórico del yanqui Dra per• . Este es el ciclo eterno en que se mueve la materia , u n ciclo que únicamente cierra su trayectoria e n períodos para los que nu�stro año terrestre no puede servir de unidad de medida, un ciclo en el cual el tiempo de máxi mo desarrollo, e l tiempo de la vida orgánica y, más a ú n, el tiempo de vida de los seres cons­ cientes de sí mismos y de la naturaleza , es tan parcamente medido como el espacio en que la vida y la autoconciencia e x isten ; un ciclo en el que cada forma finita de e x istencia de l a materia -lo mismo si es un sol que una nebulosa , u n individuo a nimal o u n a especie de animales, la combi nación o la disociación química­ es igualmente pasajera y en el q ue no hay nada eterno do no ser la materia en eterno mov imiento y transformaci ó n y las leyes según las cuales se mueve y se transforma . Pero , por más frecuente e i ne x orable mente que este ciclo se opere e n e l tiempo y e n el espacio, por más millones de soles y tierras que n a z can y m uera n , por más que puedan tardar en crearse en un sistema solar e i ncl us o en un solo planeta las condiciones para la vida orgánica , por más . i nnu­ merables que sean los seres orgánicos que deban surgi r y perecer antes de que se desarrollen de su medio animales con u n cerebro capaz de pensar y que encuentren por un breve plazo condiciones favorables para su vida, para ser l uego también a ni q uila dos sin piedad, tenemos la certeza de q ue la mater i a será e ternamente la misma en todas sus transformaciones , de que ninguno de sus atributos puede jamás perderse y que por ello, con la misma nece­ sidad férrea con que ha de exterminar en la Tierra su creación superior, la mente pe nsa nte, ha de volver a crearla e n a lgún otro sitio y en .otro tiempo . Escrito por F. Engels en 1 875-1 876. Publ icado por primera vez en ale­ mán y ruso en el A rchivo de Marz y Engels, 1 1 . 1 925.

Se publica de acuerdo con el manuscrito. Traducído del alemán .

• tLa multiplicidad de los mundos en el espaci o infinito lleva a la concepción de una suces ión de mundos en el tiempo infinito•. J . W. Draper, H11tory of the /ntellectual D evelopment of Europe, 1 1 , p . 325 («Historia del desarrol lo intelectual de Europu, t. 1 1 , pág. 325) . (N . de la Edit . )

F. E N G E L S

VIEJO PROLOGO PARA EL IANTII­

DÜIIRING. DIALECTICA

SOBRE L A

E l prese nte tra b a j o no es , ni mucho menos, fruto de ningú n « i mpulso i nteri o r» . Lej os de eso , mi amigo Liebknecht puede ates­ tiguar cuánto esfuerzo le costó convencerme qe la necesi dad de a na l i z a r crítica mente la novísi m a teoría socialista del señor Düh­ ri ng. U na vez resuelto a ello, no tenía más re medio que i nvest igar es t a teoría , q ue se ex pone a sí misma como el último fruto p ráctico de u n nuevo sistema filosófico, analizando por consiguiente , e n relació n co n este sistema , e l sistema mismo. M e v i , pues , obligado a se guir al señor Dühri ng por a q uel los a nchos campos , en los que tra t a de t odas las c osas posi b les y de unas cuantas más. Y así surgió t o d a u na serie de artícu los, que v ie ron la luz en el «Vor­ wartsr>39 de Lei p z i g desde comie nzos del año 1 877 y que se recoge n , o rdena d os , e n es te volu men . D os c i rcunstancias debe n excusar el q ue la crítica de un siste­ m a , t a n i ns i g n i fica n te pese a t o d a su jactancia , adopte unas pro­ p orciones t a n gra n des, i m puestas por el t ema . Por u na parte, esta crítica m e bri ndaba la ocasión para desarrollar de un modo posi­ t iv o , en los más diversos cam pos de la cie nci a , mis i deas acerca de l as cues t i o nes en l i tigio q ue e ncierran hoy un i nterés ge neral . cie ntífico o prác t i c o . Y a u nque esta obra no persigue , ni �mucho menos, el des i g n i o de o pone r un nuevo sistema al sis tema del señor D ühri ng, confío e n que la tra b a z ó n i n terna entre las i deas ex pues-

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E n gel•

tas por mí , a pesar de la diversidad de ma t e r i as t ratadas, no esca­ pará a la percepción del lector. y por otra parte, el señor D ü hring, como «cre a d o r d e siste m a• , no es u n fe nómeno aislado en la Alema ni a actual . Desde hace algún tiem po, en Alemania brotan por docenas, como las setas desp ués de la lluvia, de la noche a la mañana , los s ist e m as filosófi cos , y pr i n ci p a l me n t e los sistemas .de filosofía de la naturaleza, pa ra no h a b l ar de los innumerables sistemas nuevos de política, Eco­ nomía p o l í t i c a , etc. Y tal parece como si en la ciencia quisiera también ap licarse ese postulado del Estado moderno que supone a t odo ciudadano capaz para juzgar de todos l os problemas acerca d e los cuales se le pide el voto, o e l postulado de la Economía p o líti ca según el cual todo consumidor conoce a l d e d i ll o las mer­ cancías que necesi t a para el sustento de su v i d a . Todo el m u ndo puede escri b ir de todo, y consiste precisamente e n eso la «l i be rt a d de _la ciencia», en escri b i r con especi a l de se m b a ra z o de cosas que no se han estudiado, haciéndolo pasar como e l único método rigu­ rosamente científico. El s e ñ o r Dühri ng es , s i n e m b a rgo , uno de los ti pos más representativos de e sa rui dos a s e u d oc i e ncia que, por todas partes se coloca hoy en Ale ma n i a , a fu e r z a de c o d a zos , en pri mera f i l a y que atruena el espacio con su estre pitoso y sublime absurdo. Ruido de latón e n poesía , en filosofía , e n Economía polí­ tica , en historia; subli me absurdo e n la cátedra y e n la tribuna; ruido de latón por todas partes ; subli me · a bsurdo , que se a rro ga u na gran s u peri ori d a d y profundidad de pe nsamiento, a dife ren­ cia del simple, trivia l y v u l g ar rui d o de l a tó n de o t ros pueb l os , es el p ro d u ct o más característico y más abundante de la i ndustria i ntele ct u al ale mana , barato pero mal o , ni más ni me nos que l os demás a rtículos alemanes , sól o que , desgrac i a d a m e n t e , no f ue �e presen tado co n ju n t ame n t e con e s tos ú l ti m o s e n F i l ade l fia 'º · Hasta el soci alismo alemán, sobre todo d esde q ue el s e ñ o r Düh­ ri ng d i o el buen ejemplo, ha hech o úl t i ma men t e gra ndes progresos e n este arte del sublime absurd o ; el que, e n l a práctica , e l movi­ miento socia lde mócrata se deje i nflu i r ta n p o c o por el confus ionis­

mo de ese subli me a bsurdo, es una prue b a más de la m aravillos a

y s a na natura leza de nues tra clase o b re ra , ·e n u n p a ís e n el que,

a

excepción de las Ciencias N a turales, todo pa r e ce es tar ac tualm (lnte e nfermo . Cuando, en su discurso p ro nu nc i a d o e n el c o ngreso d e natura­ listas de Munich, N ageli afi rm a ba q ue el co n o c itn i e n to humano ja más revestiría el carác ter de la o m n i sc i e nc i a , i g n o ra b a evi den­ te m e nte los logros del señ or D ü h r i ng . E stos l o g ro s me h a n o b liga d o a mí a segui r a su autor por u na se rie de c a m pos e n l o s que , a lo s u m o , sól o he podido m o v e rme en c a l i d a d de a f i c i o n a d o . Esto se refiere p r i nc i pal m e nte a l as d i s t i ntas ram a s de la s C i e nci as N a-

Viejo

p r6logo

para

el

cA nti-D iihrtng•.

Sobre

la dialéctica

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turales , donde hasta hoy solía co nsiderarse como pecado de a rro­ ganc i as el q ue u n « profano& osase e ntrome terse ·c on su opi nión . Si n e m ba rgo , me ha animado e n cierto modo e l j u icio enunciado, t a m b i én e n Munich, por el señor W i rc h o w , al que nos referi mos más deteni d a me nte en otro lugar, de que fuera del campo de su propia especi a l i d a d . tod o na tu ral ista es sólo sem i d octo41, es decir, un profa no . Y así como tal o cu a l especia l ista se permite y no t i ene má s reme d i o que permi ti rse , de vez en cuando , pisar u n terreno colinda n te c o n el suyo , cuyos especi alistas le perdonan sus torpezas de e x pre si ó n y sus pequeñas i nexacti tudes, yo me he tomado tam­ bién la libertad de citar una serie de fe nó menos y de l e yes na tura­ les c o m o e j e m p l os demostrativos de mis ideas teóricas genera les, y confí o en q u e podré contar con la misma indulgenci a* . Los resul tados de las modernas Ciencias N aturales se imponen a todo el q ue se ocupe en cuestiones teóricas con la misma fuerza irresis­ ti b le con q u e l o s naturalistas de hoy se ven arrastrados, qu i era n o n o , a deducciones teóricas ge n era les. Y aquí se establece u na cierta c o m pensación. Pués si los teóricos son semidoctos e n el campo de la s Ciencias N aturales, por su parte, los na tu­ rali s ta s de hoy d í a no lo so n menos en el terreno teóricQ, en el terre no de l o que hasta aquí ha venido c a l i ficándose como f i losofí a . La i nv e stigació n e m p í r i c a de la naturaleza ha acumulado una masa ta n enorme de m a teri a l posit i vo de conoci miento, que la necesi d a d d e ordena rlo sistemáticamente y por su tra ba z ón interna en c a d a campo de i nvestigación es algo senc i l l a mente irrefutable . Y n o menos irrefutable es la necesidad de establecer la debida tra­ ba z ó n e n tre los d istintos campos del co noc i m i e n to . Pero con esto, las Cienc i a s N a turales e n tran en el campo teórico, donde fallan los m é todos e m p í r i cos y do nde só l o el pen sa m i ent o teórico pued e p re s t a r u n se rv ic i o . Mas el pensar teórico sólo es un don n a tural e n l o q ue a l a c a pacidad se refiere. Esta capacidad ha de ser c u l t i v a d a y desarroll ad�, y h a s t a hoy, no existe más reme­ d i o p a ra su cultivo y de sa r ro l l o que el estudio de la filosofía an terior. E l p e ns a m i e n t o teórico de tod a época , i ncluye n do , por ta n to , el de l a nuestra , es u n produc to histórico que en períodos distintos rev i s te fo rmas m u y d i s ti nt a s y asu me , por lo tanto, un contenido muy d i s ti nto . Como todas las ciencias, la ciencia del pensamiento es, por c o nsigu iente, u na c ienci a históric a , l a ciencia del desarrollo ·

• La parte d e l manuscri to d e l V iejo prólogo que va desde el com ienzo hasta aq u í v iene tachada con una línea vert ical por Engcls por haber sido ya n l i ( i z a d a l'II e l pról ogo a l a pr i m era ed i c i ón de A nti-D ührt ng. (.V . 7:le la

Eclit . )

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histórico del pensamiento humano. y e sto tiene también su impor­ tancia e n lo que a f ecta a la apl ic a c ión práctica del pensam i ento a los campos empíric os . Porque, primera mente , la teoría de las leyes del pensamiento no es, ni mucho menos, una «verda d eterna• estab l ec i da de una vez para siempre como se lo i ma gi na el espíri tu del fili steo en cuanto oye la palabra « l ó gic a». La misma lógica formal sigue siendo objeto de enc o nados debates desde Aristó teles hasta nuestros días. Y por lo que a la d i aléctica se refiere , hasta hoy sól o ha sido investigada detenidamente por d os pensadores: po r Ari stóteles y por Hegel . .Y pre c isamente la dialéctica es l a forma más i mportante del pensamiento para las modernas Ciencias N atu­ rales, ya que es la única que nos brinda la a nalogía y, por tanto, el método para explicar los procesos de desarrollo en la na tural ez a , las c o ncatena c iones en sus rasgos genera l es , y e l tránsi to de un te r re no a otro de i nvestigación. E n segundo lugar, el conocimiento del curso de desarrollo histó­ rico del pensamiento humano, de las co nc epc i o ne s que en las dife­ rentes épocas se han manifestado acerca de las conca tenaciones gene­ r a l e s del mundo exterior, es también una necesi d a d p a ra las Cien­ cias Na turales teóricas, p orque nos brinda la med i d a para a preciar l as teorías formuladas por éstas. Pero en este respec to, se nos re v el a con harta frecuencia y con colores muy viv o s el i nsuficiente cono­ cimiento de la historia de la filosofía . No p o cas veces, vemos soste­ nid a s por los naturalistas teori zantes, como si se tratase de l o s más modernos c onoci miento s , que hasta se imponen por m o d a d urante a lgún tie m p o , tesis que la f i l o s o fí a viene profesa ndo ya desde hac e varios s i glo s y que, bastantes veces, h a n si do y a filosófica mente desechadas. Es, i ndudablemente , u n gran triunfo d e la teoría me­ cánica del calor haber apoyado con nuevos testimonios y he c ho pa­ sar de nuevo a primer plano la tesis de la conservación de la ener­ gía; pero ¿acaso esta tesis hubie r a pod i d o p i:o c l a m a rse como algo tan absolu tamente nuev o si los señores físicos se hubiera n acordado de que ya habí a s i d o formulada, en su tiempo, por Descartes? Desde que la fí s ica y l a química vuelven a o perar casi exclusiva­ inen te con mo l écu l as y con á tomos, necesariamente h a tenido que a parecer de nuevo en primer plano la filosofía ato mÍstic� de la a ntigua Greci a . Pero, ¡ cuán sup e rficialmente a parece tratada, aun por los mejores de aquéllos! Así , por ej e mplo, K ekulé («Fines y a d q u i si c i o nes de la química») afi rma q ue p r o cede de Demó­ c ri to, no de Leucipo, y so sti e ne que D alton fue el pri mero que ad­ m i t ió la exi stencia de átomos elementales cu al i ta tiv a me n te dis­ ti n t o s , a los cuales asignó por vez p r i me ra disti n tos pesos, c a rac­ terí s ti cos de los d i s t i n t o s elementos, c u a nd o en D ióge nes Laercio ( X , §§ 43-44 y 61 ) puede leerse que ya E p i c uro a tri buía a l os á to­ mos d i fe rencias, no sólo de m ag n i tud y d e form a , si no ta mbién

Viejo pr6logo para

el «A nti-D ahri ngt. Sobre

Za diallctica

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de peso, es decir , que c onocía y a , a su modo , el peso y el volumen atómicos. El año 1 848 , que en Alemania no puso remate a nada, sólo impulsó · allí un viraje radical en el cam po de la filosofía. Al l a nzarse la nació n al terreno práctico, dando comienzo a la gran i ndustria y l a estafa, por un lado y, por otro, al e nor me auge que l as Ciencia s Naturales adquirieron desde entonces en Alemania, i niciado por los predicadores erra n te s y caricatu resco s como V ogt , Büchner, etc . , renegó categóricamen te de la vieja filosofía clásica a l emana , extraviada e n las arena s del viejo hegeliani sm o berlinés. El viejo hegeli a nismo berlinés se l o tenía bien merecido. Pero una nación que quiera mantenerse a la altura de la ciencia, no puede prescindir de pensamiento t e órico . Con el hegeli a ni s mo se ec hó por la bord a también a la dialéctica -precisamente en el momento en que el carácter dialéctico de los fenómenos naturales se estaba i m poniendo con una fuerza irresi s ti b le, en que, por tanto, sólo la dialéc tica de las Ciencias Naturales podía ayudar a esc al a r la m on­ taña teórica - , para e ntregarse de nuevo desamparadamente en bra zos de la vieja metafísica. Desde entonces tuvieron una gran difusión entre el público , por una parte , las vacuas reflexio nes de Scho penhauer, cortadas a la medida del fi listeo, y más tarde hasta las de un Hartmann y, por otra , el materialismo vulgar de pre dica­ dores erra ntes, de un V og t y de un Büchner. En las uni v ers ida des se h acían la competencia las más diversas especies del eclecticismo, que sólo coincidían en ser todas una mezcolanza de restos de viejas f i loso fías y en c;er todas i gualmente metafísicas. De los esc o mbros . de la fil osofí a clásica sólo se salvó un cierto neokantismo. cuya ú lti m a pala b ra era la cosa en sí eternamente i ncogno sc ible; es decir, precisam·e nte aquella parte de Kant que menos merecía ser conserv a d a . E l resultado final de todo esto fue la confusión y la algarab ía q ue hoy rei na n en el e am po del pensamien to teórico. Apenas se puede coger en la mano un libro teórico de Ciencias Naturales si n tener la i m presión de que los propios naturalistas se da n cuenta de cómo están dominados por esa alga rabía y confu­ sión y de cómo la llama d a filosofía, hoy· en curso, no puede ofre­ cerles a bsolutamen te ninguna salida. Y , en efecto, no hay otra salida ni más posibilidad de llegar a v er cl aro en eo;tos campos que retornar, b ajo una u o t ra forma, del pensar metafísico al pensar dia­ léctico. Este retorno puede operarse por disti ntos caminos. Puede im­ ponerse de un modo natura l , por la fuerza coactiva. de los propios • descubri m ientos de las Cie ncias N a turales, que no quieren seguir dejándose torturar en el viejo lecho metafísico de Procusto. Pero éste sería un proceso le nto y pe no s o, en el que habría que vencer toda una i n fi n i d a d de rozamien tos superfluos. En gran parte, ese

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F. E n 1 1 l s

proceso está ya en marcha , sobre todo e n la biologí a . Pero podría acortarse notablemente si los naturalistas teóricos se decidieran a prestar mayor atención a la filosofía dialéctica , en las formas que la historia nos brinda. Entre estas formas hay singularmente dos que podrían ser muy fructíferas para las modernas Ciencias Natu­ rales. La primera es la filosofía griega. Aquí, el pensamiento dialéc­ tico aparece todavía con una sencillez natural , sin que le estorben aún los cautivantes obstáculos* que se oponía a sí misma la meta­ física de los siglos XVI I y XVI I I -Bacon y Locke en I nglaterra ; Wolff en Alemania- y con los que se obstruía el cami no que había de llevarla de la comprensión de los detalles a la com prensión del conjunto, a concebir las concatenaciones generales. En los grie­ gos - precisamente por no haber avanzado todavía hasta la desin­ tegración y el análisis de la naturaleza - ésta se enfoca todavía como un todo, en sus rasgos generales. La trabazón general de los fenó­ menos naturales no se comprueba en detalle, sino que es, para los griegos, el resultado de la contemplación i nmedi a ta . Aquí es donde estriba la insuficiencia de la filosofía griega, la que hizo que más tarde hubiese de ceder el paso a otras concepciones. Pero es aquí , a la vez, donde radica su superioridad respecto a todos sus poste­ riores adversarios metafísicos. Si la metafísica tenía razón contra l os griegos en el detalle, en cambi o , éstos te nían razón contra la metafísica en el conjunto . He aquí una de las razones de que, en filosofía como en muchos terrenos más, nos veamos o bligados a vol­ ver los ojos muy frecuentemente hacia las hazañas de a quel pequeño puebl o, cuyo talento, dotes y actividad universales le asegu raran tal lugar en l a historia del desarrollo de la huma ni d ad co mo no puede reivindicar para sí ningún otro pueblo . Pero hay aún otra razón, y es que en las múlti ples formas de la filosofía griega se co ntienen ya en germen, en génesis, casi todas las conce pciones pos­ teriores. Por eso las Ciencias Naturale.s teóricas está n igualme nte obligadas, si quieren proseguir la historia de la génesis de sus actua­ les principios generales, a retrotraerse a los griegos. Y es te modo de ver va abriéndose paso, cada vez más resuel tamente . Cada día abundan menos los naturalistas que, operando co mo con verda­ des eternas con los despojos de la filosofía griega , por e jemplo, con la atomística, miran a los griegos por encim a del hom bro, con un desprecio baconiano, porque éstos no conocían ni nguna ciencia natural em pírica. Lo único que hay que desear es que este modo de ver progrese hasta convertirse en un conocimiento real de la filo­ sofí a griega. • cCautivantes obstáculo!) (holde H indem isse) , expresión tomada de l cielo poét ico de Heine La nueva prima vera. Prólogo . (N . de la Edt t . )

Viejo p r6logo para ll «A ntt-D ahri np. Sobre la dialict ica

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La segunda forma de la dialéctica, la que más cerca está de l os naturalistas alemanes, es la filosofía clásica alema na desde Kant hasta Hegel. Aquí , ya se ha conseguido algo desde que , ade­ más del ya me ncionado neokantismo, vuelve a estar de moda el recurrir a K ant. Desde q ue se ha descubierto que Kant es el autor de d os hipótesis geniales, sin las que no podrían dar un p aso las modernas Ciencias Naturales teóricas -la teoría de los orígenes del sistema solar, que antes se atribuía a Laplace, y la teoría de la retardació n de la rotación de la tierra a causa de las mareas­ este filósofo v olvi ó a conquistar mereci dos honores entre los natura listas. Pero q uerer estudiar la dialéctica en Kant sería un trabajo estérilmente penoso y poco fructífero desde que las obras de Hege l nos ofrece-n un amplio co mpendio de dialéctica, aunq ue desarrollado a partir de u n punto de arranque absolutame nte falso. Hoy , cua ndo, por u n lado, la reacción contra la «filosofía de la na turaleza», justificada en gran parte por ese falso punto de partida y por el i m ponente enfangamiento del hegelianismo ber­ li nés, se ha ex p andido a sus anchas y ha degenerado en simples i njurias y cuando, por o tra parte , las Ciencias Naturales han sido tan no toria mente traicionadas en sus necesidades teóricas por la me tafísica ecléc tica al uso, creemos que ya podrá volver a pronun­ ci arse a nte los naturalistas el nombre de Hegel , sin provocar con ello ese baile d.e S a n Vito , en q ue el señor Dühring es tan divertido maestro . . Ante tod o , conviene puntualizar que no tratamos, · ni mucho menos, de defe nder el punto de v ista del que arranca Hegel, según el cual el espíri tu , el pensa miento, la idea es l o origina­ ri o y el m u n d o real, sólo una co pia de la idea. Este punto de vista fue a b a ndonado ya por Feuerbach . Hoy , todos estamos conformes en que tod a ciencia, sea natural o histórica, tiene que partir de los hechos dados, y por tanto , tratándose de las Ciencias N aturales, de las diversas formas obj e tivas y dinámi­ cas d e la m a teria; en que , por consiguiente , en las Ciencias Natu­ rales teóricas las concate naciones no deben construirse e i m­ po n erse a los hechos, si no descubrirse en éstos y, una vez des­ cubiertas, demostrarse por v í a ex perimental, hasta donde sea posible. Tam poco puede hablarse de m antener en pie el contenido dog­ mático del sistema de Hegel , tal y como lo han venido predicando los hegelia nos berli neses, v iejos y jóvenes. Con el p u nto idealista de arranque se viene tambi é n a tierra el sistema construido sobre él y , por ta nto, la filosofía hegeliana de la na turaleza . Recuérdese que la polémica de los naturalistas contra Hegel, en la medida en que supiero n com prenderle acertadamente, sólo ve rs ab a sobre estos

F. E n 1 1 h

dos puntos: el punto idealista de arranq ue y la construcció n arbi­ traria de un siste ma contrario a los hechos. Descontando todo esto , queda todavía la dialéc tica hegeliana. Frente a los «gruñones, petula ntes y mediocres e pígonos que hoy ponen cátedra en la Alemania cul ta» * correspo nde a Marx el mérito de haber sido el pri mero e n poner nueva mente de relieve el olvi­ dado método dialéc tico , su e ntronque con la d i a léctica hegeliana y l as diferencias que le separan de ésta , y el haber aplicado a la par e n su El Capital este mé todo a los hechos de una ciencia empí­ rica, la Economía Polí tica . Y lo ha hecho con tanto éxito , que hasta en Alemania, la nueva escue l a econó mica sólo acierta a remontarse por enci ma del vulgar librecamb ismo co pi a ndo a Marx ( no pocas veces falsa mente) bajo e l pretex to de criticarlo . E n la dialéc tica hegeliana rei na la misma i nversió n de todos los entronques reales que en las demás ra mificaciones de su 'siste­ ma . Pero, como dice Marx : «El hecho de q ue la d i aléc tica sufra en manos de Hegel una alteración no obsta para que este - filósofo fuese el primero que supo ex poner de u n modo a m plio y consciente sus formas generales de mov imiento . Lo que ocurre es q ue en él la dialéctica aparece puesta de cabez a . N o hay más que i nvertirla, y en seguida se descubre b ajo la corteza mística la semilla racio­ nal» ** . Pero en las propias Ciencias Naturales nos e ncontra mos no pocas veces con teorías e n que las relaciones reales aparecen colocadas patas arriba, en que las i mágenes refleja s se tom a n por la forma origi nal , y es, por tanto, necesario i nvertirlas. Con frecuencia, esas teorías se entronizan durante largo tie mpo . Así aconteció, por ejempl o, con el calor, en el que durante casi dos siglos e nteros se veía una misteriosa materia especial y no u na forma d inámica de la materia corriente; sólo la teoría mecá nica del c alor vino a colocar las cosas e n su sitio. No obstante , la física , dominada por la teoría del calórico , descubrió u na serie de leyes importantísi­ mas del calor, y abrió , gracias sobre todo a Fourier y a S adi Ca r­ not42, el cauce para una concepción exacta , concepción que no tuvo m ás que i nvertir y traducir a su lenguaje las leyes descubiertas por su predecesora* * * . Y lo mismo ocurrió en la química, donde la teoría del flogisto30, sólo · después de cien años de trabajo ex peri mental, su mini stró los datos con ayuda de los cuales Lavoisier pudo des­ cubrir en el oxígeno ob tenido por Priestley el verdadero polo con•

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1 e

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ella.

• ••

Véase l a presente edición , t. 2, pág. 99. (N. de la Edit.) Véase la .P resente edición, t . 2 , pag. iOO . (N. de la Edit.) La funcion C de Carnot f u e l iteralmente transforma d a en la inversa:

Sin esta inversión , nada se puede hacer con te mperatura absoluta. .

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Viejo p r6logo p ara el cAnti-Dühri np . Sobre la dialict ica

trario del i m a g i na r i o flogisto , con lo cual echó por tierra to da la

te o r í a flogística . M as con ello no se cancelaron, ni mucho menos, los resultados ex peri men tales de la f l og ís t ic a . N a d a d e eso . Lo ú nico que se h i zo fue i nvertir sus fó r m ul as , tra d uciéndolas del len­ gu aje flogístico a l a termi nologí a moderna de la química y con­ serv a nd o as í su v a l i de z . P ues bien, la relació n que guarda l a teoría del calórico con la teorí a mecánica del c alo r o la teoría del flogisto c o n la d e Lavoi­ s i e r es l a m i s m a que guarda l a d i a l éc tic a hegel iana con la d i aléc­ tica racional . Escri to F. com i e n zos de

por

E ngels en de 1 8 7 8 .

junio

P u b l icado p o r v ez a le m á n en e Marx y E ngels,

y ruso

J- 1 64 5

mayo­

rrimera e n A rch i vo de libro I l , 1925.

Se pu blica de acuerdo manuscrito. Traducido del alemán.

con

el

F. E N G E L S

E L PAPE L DEL T RABAJO EN LA T RANSFORMACION DEL MONO EN HOMBREª

El trabajo es la fuente de toda r i q ueza , a fi rm a n los es pecia­ listas en Economía Polí tica . Lo es , e n e fec t o , a la p a r q ue la natu­ raleza , proveedora de los materia les q ue él convierte en riqueza . Pero el trabajo es muchís i m o más q ue eso . Es la c ondición básica y fundamental de toda la v i d a humana . Y lo es en t a l gra d o que, hasta cierto punto, debemos dec i r q ue el t ra ba j o ha creado al propio hombre . Hace muchos centenares de m i les de a ñ os , e n u na é p oc a , aún no establecida defi ni t ivamente , d e aquel perío d o del desarrollo de la Tierra q ue l os geólogos d e no m i na n terc i ario, pro bable­ mente a fi nes de este pe ríod o , v i v í a e n a lgú n l ugar de la zona tropica l - q u i zás e n un exte nso c o n t i nente hoy d esa parec i d o en las profu ndidades. del Océano I ndico - una ra z a de monos a n­ tropomorfos extraord i nari a mente desarro l la d a . D a rw i n nos ha d a d o u na descri pción a prox i m a d a de estos a n te pasados' nuestros . Estaba n totalmente cub iertos de pel o , te ní a n barba , orejas puntiagudas, v i v í a n en los árboles y forma b a n man a das" . . Es de su poner que como c onsecuencia , a nte todo , de su gé nero de v i d a , por el que las m a nos , al t re pa r , te n í a n q ue dese m peñar func i ones d isti ntas a las de los pies , estos m o n os se fueron acostum­ b rand o a p resc i n d i r de e l las al c a m i n a r por el s u e l o y e m pezaron

El papel del tra bajo en la tra n1/ormaci6n de l mono en hombre

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a a d o p t a r más y más u na posición erecta . Fue el paso decisivo para

e l tránsi to del mono al hombre.

Todos l os monos a ntropom orfos q u e existen h o y d í a pue den perma necer e n posici ó n e recta y c a minar a poyánd ose ú n i c a mente en sus p i e s ; pe ro lo hacen sólo en caso de e x t re ma n e ces ida d y , a d e m ás , c o n s u ma torpeza . Caminan habi tua lme nte e n actitud se m ierecta , y s u m a rcha i ncl uy e el uso de las manos. La mayoría de estos mo nos a poya n en el suelo los nudil los y, encogie ndo las piernas, hace n a v a nzar e l cuerpo por entre sus la rgos brazos, como u n cojo que c a m i na con muletas . En ge ne ra l , aún hoy pode mos obse rv a r e n t re los m o nos todas las formas de t ra nsición entre la m a rcha a c u a tro patas y l a marcha en posición erecta . Pero para ni ngu n o de ellos e s t a ú l t i m a ha p asa do de ser u n recurso circu nsta nci a l . . Y p u esto q u e l a posici ó n erecta había de ser para nues tros pe l u d os a n te p as a d os pri mero una norma , y luego , una necesi dad, de a q u í se despre nde q ue por a q uel entonces la s ma nos te n ía n q u e ejec u t a r fu nci o nes c a d a vez m ás variadas. I ncl uso e ntre los m o nos e x iste ya cierta d i v isión de funciones entre los pies y las m a nos. Como hemos seña l a do más arri ba , dura nte la trepa las ma n os son u t i l i z a d as de distinta ma nera que los p ies . Las ma nos s i rve n fu nd a m e n t a l me nte para recoger y soste ner los a l i me n tos, c o m o · l o hacen ya a lg u n os m a m í feros inferiores con sus patas d e l a ntera s . Cie r tos m o nos se a yu d a n de las mr , os para construir ni dos en l os á rb oles ; y a lgu nos , como e l chi m pa ncé, l lega n a cons­ t ru i r tej a d i l los e n tre las ramas , para defe nderse de las i nclemen­ c i as del t ie m p o . La m a no les sirve para e m puñar garro tes , con los q ue se d efie n d e n de sus e nemigos, o para b o m bardear a éstos c o n fru tos y p i e d r a s . Cuando se e ncuentran en la cautividad , rea l i z a n c o n las m a nos v a rias o peraci o nes senc i l las que copia n dé los h o mbres . Pero a q u í es precisamente donde se ve cuá n gra nde es l a d istancia q ue se para la mano pri mi tiva de los mo nos, i ncluso la de l os a ntropoi des su periores , de la m a no del hombre, perfecc i o n a d a por el t ra ba j o d urante centenares de m i les de años . E l n ú mero y l a d isposici ó n ge neral de l o s huesos y de los músculos son los m i s m os e n el mono y en el hombre , pero la mano del sa lva­ j e más pri m i t i v o es c a p a z de ejecutar cen t e nares de o peraciones que n o p u e d e n ser re a l i z a d as por la mano de ni ngú n mono. Ni una sola m a no s i m iesca ha construido j a más un cuchi llo de piedra , por tosco que fuese . Por eso , las o perac i o nes , para las q ue nuestros a nte pasados fue ro n a d a pt a nd o poco a poco sus ma nos dura nte los m uchos miles de a ños q u e d u ra el período de tra nsición del m o no al hombre , só l o p u d i ero n se r , e n u n pri nc i p i o , o peraci o nes sumame nte senci­ l l as . Los s a l v ajes más pri m i tivos, i ncluso aq ue llos en los que J•

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puede presumirse el retorno a u n estado más pró x i mo a la animali­ d a d , con una dege neración física si multáne a , son, si n embargo, muy su periores a aquellos seres del período de t ra nsición. Antes de que el pri mer trozo de sí lex hubiese sido convertido e n cuchillo por la mano del hombre , debió haber pasad o un período de tiempo tan largo que , en comparación con él, el período histórico conoci­ do por nosotros resu l ta i nsignifica n te . Pero se había dado ya el paso decisivo : la mano se hizo libre y podía adquiri r ahora· cada vez más destreza y habilida d ; y esta mayor flex i bilidad ad� quirida se tra nsmitía por here ncia y se acrecía de ge neración en generación . Vemos, pues , que la mano n o e s sólo el ó rgano del trabajo; es también producto de él. Unicamente por e l trabaj o , por la adap­ tación a nuevas y nuevas o peraciones, por la t ra nsmisión here­ ditaria del perfeccionamiento especi a l así adquirido por los músculos, los ligamentos y, e n u n período más largo , también por los huesos , y por la a plicació n siempre re n ova d a de estas ha b i l i dades heredadas a funciones nuevas y cada vez m ás comple­ jas ha sido cómo la mano del hombre ha . alc a nzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar v i da , como por arte de ma­ gia , a los cuadros de R a fael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la música de Paganini . Pero la mano no era algo con ex iste ncia p ro p i a e i n depend i ente B ra únicame nte un miembro de_ un orga nismo e n te ro y suma men­ te complejo. Y lo q ue beneficiaba a la mano be nefic i a b a tam­ bién a todo el cuerpo servido por ella ; y lo be nefic i aba e n dos asp.ee t os. Primera mente , en v i rtud de la ley q ue Darwi n l lamó de la correlació n del creci miento . Según esta le y , ciert as formas de las distintas. partes de los seres orgá nicos sie mpre están liga das a de­ termi nadas formas de otras partes, que a parente me n te no tienen ni nguna relación con las primeras . Asi , todos los a ni males que posee n glóbulos rojos si n núcle.o y cuyo occ i pi ta l está articulado co n la p rimera vértebra por medio de d os có nd i los, posee n, sin excepción, glá ndulas ma marias para la a l i me ntació n de sus c rías. Así también, la pezuña hendida de ciertos ma mí fe ros va ligada por regla ge neral a la presencia de un estó mago mul tilocular adap tado a la rumia . Las m od i ficacio nes ex peri me n t a d as por ciertas formas provoca n cambios e n la forma de o tras pa rtes del organismo, sin que estemos en condic i o nes de ex plicar tal conexión . Los gatos totalme nte b la ncos y de ojos azules so n sie mpre o casi· sie m pre sordos . E l perfeccio na m i e n to gra dual de la ma n o del hombre y la adaptació n concomita nte de los pies a l a m a rch a en posición erecta re percutiero n i nduda b l e me n te, en v i rtud de dicha correlación, sob re o t ras partes del o rga nis mo. .

El papel del trabajo en la trans/ormaci6n del mono en hom bre

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S i n e m b a rgo , esta acción aú n está ta n poco estudiada que aq u í no pode mos m ás q ue señalarla e n términos ge ne ral es . M ucho más i m po rta n t e es la reacción d i recta - posi ble ele demostra r- del d esa r ro l l o de la m a no sobre el resto del o rga nismo . Co mo ya hem o s dicho , nuestros antepasados si miescos eran ani ma­ les que v i v í a n en ma n a d a s ; eviden temente , no es posi ble busca r el o ri g e n del ho mbre , el más social de lo s ani males, en unos an tepa­ sa do s i n me diatos que no v i v i e sen congregados. Con ca d a nuevo prog re so , el do m inio sobre la n a t ura l e z a , q ue co men z a ra por el desa rro l l o de l a mano , co n el trabajo , i b a a mpl i a n do los horizo n tes de l hom b re , ha ciéndole descubrir co nstantemente en los o bjetos n uev a s pro pied a d es hasta ento nces desconocidas. Por o tra pa rte , el de s a rro l l o del tra bajo , al m u l t ip l ic a r los casos de ayuda m u t u a y de a c t i v i da d co n j unta , y a l mostra r así las venta jas de esta a c t i ­ vida d c o n j un ta p a ra c a d a i n d i viduo , tenía que co ntribuir fo rzo­ sa mente a a g ru p a r aún más a los miembros de la socieda d . E n resumen , l os ho m bres e n form ac i ó n llegaron a u n punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los u n o s a los o t ros . La ne ces i d a d creó el ó rga no : la laringe poco desa rrollada del m ono se f ue trans­ fo rmando , le n ta pero firmemente , mediante modulaciones que pro ducí a n a su vez modulaciones más p e rfe ct a s , mientra s los órga­ no s de la boca a prendían poco a poco a pronunc i ar un sonido a rti­ c u la d o tra s o t ro . L a com pa ra c i ó n con los a n i m a l es nos m ue st ra que esta expl ica­ c i ó n del o rigen del l e n gua je a p a r t i r del trab a j o y con el tra bajo e s la ú n ica acerta da . Lo poco que los a nimales, i ncluso los m ás desarrollados , tienen que comunicarse los unos a los o tros puede ser t ra ns m i ti d o sin el concurso de la pa l a b ra articula da . N i ngún a n i m a l e n e s t a do sa l v a j e se siente perj udicado por su incapacida d de h a b l a r o de co mprender el le n g u a j e humano . Pero la s it ua c i ó n ca mbia por co mpleto cuando el a n i ma l ha sido domesticado por el hom b re . El conta c to c o n el hombre ha desa rrollado en el perro !· y e n el caballo un o í do tan sensi b l e a l lenguaje articul a do , que esto s a n i m al e s pueden , d entro del ma rco de s u s representaciones, l l e g a r a co m pre n d e r cual quier i d ioma . Además, pueden lle ga r a a d qu ir ir se ntim ientos desco nocidos a ntes por ellos, como so n el a pe g o al hom bre , el sentim iento de gratitud , et c . Q u i e n co nozca b i e n a esto s a ni m a les, d ifícil mente po drá esca par a la conv icci ón de que , e n m uchos caso s , esta i ncapaci da d de h ab l a r es e x p e r i ­ men ta da ahora p or ello s como un d e fecto . Desgracia damente , este defecto no tiene reme d i o , p ues sus órga nos vocales se h a ll a n demasia do especializa dos e n de t er m i n a d a dirección. Sin embargo , cuando e x i ste un ó rg a no a propia do , esta incapacidad p ued e ser s u p e ra d a den tro de ciertos l í m ites. Lo s órganos bucales de las a v e s se d i s t i nguen en forma ra dical de los del h o m b re , y , sin embar-

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go , l as a ves so n los únicos a n i ma les que pueden a pre nder a ha blar; y el a ve de voz m ás rep:ulsi va , e l loro , e s la que mejor habla . Y no i m po rt a q ue se nos objete dicié ndo no s q ue el loro no e ntiende lo que d ice . Claro está que por el solo gusto de h a b l a r y por sociabi­ l i d a d con los ho mbres el loro puede esta r re p i tiendo ho ra s y horas to do su voca bular i o . Pero , dentro del m a rco de sus rep rese ntacio­ nes, p ue de también llega r a co mprender lo que d i ce . E nseñad a un loro a deci r pa labro ta s, de m o do q ue l l egue a tener una idea de su s i gnifica c ión ( una de las distraccio nes fa vot'i tas de los mari­ neros que regresan de las zonas cál ida s) , y veré i s muy p ronto que en cuanto lo irri táis hace uso de esa s pa l a b ro ta s co n l a m isma co ­ rrección que cua l quier verdulera de Berl í n . Y lo m i smo ocurre con l a petición de golosinas . Primero el tra ba jo , l uego y con él la p a l a bra a r ticul a da , fueron los dos estímulos principa les bajo cuya influencia el ce rebro del mo no se fue tra nsformando gra d ualme nte en cere b ro huma no , q u e , a pesa r de to da su s im i l i t u d , lo supe ra consi dera b l e mente en tamaño y en p er fección . Y a medida que se desar ro l l a ba el cerebro , desarrollába nse ta mbién sus i nstrumentos más i n me d i a to s: los órga no s de los sentidos. De l a m i sma m a ne ra q ue el desa rrol lo gra d ua l del le n guaje va necesa ria mente a co m p a ñ a do del cor res­ pondiente perfecciona mie nto del ó rga no del o í do , a sí ta mbién el desa rroll o general del cerebro va l igado al p e rfecciona miento de todos los órga no s de los senti do s . La v i sta del á g u i l a tiene mu cho más a l ca nce q ue la del ho m b re , pero e l o j o h u ma no per­ cib e en las cosas muchos m á s de t a l l es que e l o j o del águila . El perro tiene un o l fa to mucho más fino q ue el ho m b re , pero no p uede ca ptar ni la centési ma parte de los o l o re s que sirven a é ste de sig­ nos para diferencia r cosas d isti ntas. Y el se n t i do del t a c to , que el mono p o see a d ura s penas en la fo rma más t o s ca y p r i m i t i va , se ha ido desa rro l l a ndo ú n icamente co n el desarro l lo de la p ro pia ma no del hombre , a través del tra ba j o . E l desa rro l lo del cerebro y de los sen t i do s a su serv icio , l a creciente cla rida d de conciencia , la ca p a c i da d de a bstra cción y de d i scern i m iento ca da vez mayo res, reaccio n a ro n a su vez so bre el tra ba jo y la pal a b ra , esti mulando más y m ás su desa rro l lo . Cuando el hom bre se se para definitiva mente del m o no , este desa nol lo no cesa ni mucho menos, sino q ue con t i núa , e n d i s tin t o g ra do y e n d i sti n ta s d i recciones entre los d istintos pue b l o s y en l a s d i feren tes época s, i n te rr u m p i do i ncl uso a veces por regresio ne s de ca rácter local o te mpo ra l , pero a va n z a ndo en su co n j unto a g¡andes pasos, co nsidera bl eme nte i m p u l sado y , a l a vez , orientado en un sen tido más p rec i so por u n nuevo e l e m ento q ue surge co n l a a p a ri c i ón del hombre acaba do : la sociedad. Segura mente hub ieron de pasar ce ntena res de m i les de a ños

·

El papel del trabajo en la transformaci6n del

mana

en hom bre

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- que en la historia de la Tierra tienen menos importancia que un segundo en la vida de un hombre* - a ntes de que la socieda d huma na surgiese de a quellas manadas de monos que trepaban por los árboles. Pero , a l fin y al ca bo , surgió. ¿y qué es lo que vo l ve­ mos a e ncontra r como signo distintivo entre la manada de monos y la socied a d huma na? O tra vez el trabajo . La manada de monos se co n te n ta ba con devo rar los ali mentos de un área que determi­ na ba n las condiciones geográficas o la resistencia de las mana das vec i n a s . Trasla d á ba se de un lugar a o tro y entabla ba luchas co n o tra s manadas para co nquistar nuevas zonas de alimentación ; pe ro era i nca p a z d e e xtraer d e estas zonas más d e lo que l a na tu­ ra l e za b uena mente le o frecía , si exceptuamos la acción i nconsciente de la m a na da , a l a bonar el suelo con sus excrementos. Cuando fuero n ocupa das todas las zonas ca paces de proporcionar alimento , e l creci mie nto de la población simiesca fue ya i mposi ble; en el mejo r de los casos el número de sus animales podía man tenerse al mismo n ivel . Pero to do s los anim.ales son unos grandes despilfa­ rra do re s de a l i mento s ; a demás, con frecuencia destruyen en germen la nueva generación de reservas alimenticias. A diferencia del ca za do r , el lobo no respeta la cab ra montés que habría de pr1>por­ cio na rle ca britos a l a ñ o siguiente; las cabras de Grecia , que devora n los •j ó ve n e s arbusto s antes d e que puedan desarrollarse , han dejado desnudas to d a s las mo ntañas del país. Esta «explotación rapaz» lleva da a ca bo p o r los a n i males desempeña un gran pa pel en la transfo rmación gra d ua l de las especies, al obl igarlas a adaptarse a unos a l i me n to s que no son los ha bituales para ellas, con lo que ca mb i a la co mposición química de su sa ngre y se modifica poco a poco to da la constitución física del anima l ; las especies ya plas­ madas desa parecen. No cabe duda de que esta ex plota ción rapaz debía l leva r a l a ra za de mono s que supera ba con ventaja a todas las dem á s en i n teligencia y ca pacida d de adaptación a util izar en la a l i mentación u n número ca da vez mayor de nuevas pla ntas y ca da vez m á s partes co mestibles de éstas , en una palabra , debía l levar a q ue l a a l i me n tación, ca da vez más varia da , a portase a l o rga n ismo nuevas y nuevas sustancias, las cuales creaban las con d iciones química s p a ra l a tra nsformación de estos monos en seres h u m,(lnos. Pero to do esto no era tra bajo en el verdadero sen­ t ido de la pa l a bra . El tra bajo comienza con la ela boración de i nstru men to s . ¿y qué so n los instrumentos más a ntiguos, si juz­ ga mos p o r l o s restos q ue nos han llega do del hombre prehis­ tórico , por e l género de vida de los p ueblos más antiguos que •

S i r W i l l i a m Thomso n , autoridad de pri mer ord en en la materia, calcu ­

ló q u e ha d e b i d o tra nscurrir p a c o más de cien m i l lanei de a1ias d es d e e l

mom en to en q u e la T i erra se e n fri ó lo su ficiente para que en ella pudi eran v i v i r las pla n tas y los a n i m a les .

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registl'll la histo ria , así como por el de l � s sa lvajes a ctuales más pri m i ti vos? So n instru mentos de caza y de pesca ; los pri meros u t i l i zados ta m b ién como armas. Pero la caza y la pesca suponen el tránsito de la a l i mentación exclusiva mente vegeta l a la a l i men­ tac i ó n m ixta , lo que significa un nuevo paso de suma importancia en la transformación del mo no en ho m bre . El consumo de carne o freció al o rganismo , en forma casi acaba da , l o s i ngre dientes más esenciales para su meta bol ismo . Con ello aco r t ó el proceso de la d igesti ón y otros procesos de la vida vege tativa del orga n ismo ( es decir, los procesos an álogos a los de l a v i da de los vege tales) , a horrando a s í tiempo , materiales y estímulos para que p udiera manifestarse acti va mente la v i da p ropiame nte a n i ma l . Y cua nto más se alejaba el ho m bre en formación del rei no vegeta l , más se elevaba so bre los a n i males. De la misma m a nera q ue el hábito a l a alimen tación m i x ta convirtió a l ga to y a l perro sa lvajes en servidores del ho mbre , así tam b ié n el h á b i to a co m binar la carne con la dieta vegeta l contrib uyó po derosamente a dar fuerza física e independencia al ho mbre en formación. Pero donde más se manifestó la influencia de la dieta cárnea fue e n el cere b ro , que recibió así en mucha mayor canti da d q ue a ntes l a s susta ncias necesarias para su alimentación y: desa rro l lo , con lo que su perfec­ cionamiento fue haciéndose m a yor y má s ráp i d o de generarJ.ón en generación . Debemos reconocer -y perdonen los señ o res vegeta­ rianos- que no ha si do sin el consumo de J a ca rne cómo el ho m bre ha l lega do a ser ho mbre ; y el hecho de q ue , en una u o tra época de la historia de to dos l o s p ueblos conoci dos, el empleo de la carne en la alimentación haya lleva do al ca nibal ismo (aún en el siglo X, los a n tepasa dos de los berl ineses, los veletabos o vil zes, solían devorar a sus progenitores) es una .cuestión q ue no tiene hoy para nosotros la menor i mporta ncia . E l consumo de carne e n la a l imentación significó dos nuevos avances de importancia decisiva : el uso del fuego y la domestica­ ción de animales. El priinero redujo aún m á s el p ro ceso de la digestión , ya que permi tía lleva r a la boca co m i da , como si d i jé­ ra mos, medio digeri da ; el segundo multipl icó las reservas de ca rne , pues a hora , a la par con la caza , ofrecía u na nuev a fuente para o btenerla en forma más regular y proporcionó , con la leche y sus derivados, un n uevo a l i mento , que 'en cuanto a com posición era por lo menos del mismo valor que la carne . Así , pues , estos dos adelantos se convi rtieron d irectamente p a ra el hom b re en n uevos medios de e ma ncipación. No podemos detenernos a quí a e xa minar e n deta lle sus consecuencias ind irecta s , a p esa r de to da la i m po rta ncia que haya n po di do tener p ara e l desarro llo del ho m bre y de l a socieda d , pues tal examen nos a pa rtaría demasia do de nuestro tema . ·

El p apel del tra bajo en la transformaci6n del mo n o en hombre

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E l ho m b re , que había aprendido a comer lo do lo co mestible , a prendió ta m b ién , de la m isma manera , a vivir en cua l quier cl i ma . S e e x te n d ió por to da la . superficie habitable de l a Tierra , siendo el único anima l ca pa z de hacerlo por propia i nicia tiva . Los demás a ni males que se ha n a da p ta do a to dos los climas -los animales do mé st icos y los insectos parásitos- no lo logra ron poi· sí solos, sino ú nica me n te siguiendo a l hombre . Y el pa so del clima u ni fo r­ . memente c á l i do de l a patria origina l a zonas más frías donde el a ñ o se divi d ía en vera no e inv ierno , creó nuevas necesidades, a l o bl igar a l hombre a busca r ha bitación y a cubrir s u cuerpo para pro tegerse del f r í o y de la humeda d. Así surgieron nueva s esferas de tra bajo y . con ellas, nuevas activida des, que fueron apartando m á s y más a l ho mbre d� los a nima les. G ra c i a s a la cooperación de la mano , de los órga nos del len­ g ua j e y del cerebro , no sólo en cada ind ividuo , sino también en la soc ie d a d , los ho mbres fueron aprendiendo a ejecutar operac iones ca d a vez m á s compl ica das, a plantea rse y a alcanzar objeti vos ca da v e z más eleva d.os. El tra bajo mi smo se diversificaba y perfec­ cionaba de generación en generación extendiéndose cada vez a nuevas a c t i v i da des. A l a caza y a l a gana dería vino a suma rse la agricultura , y más tarde el hila do y el tej i do , el trabajo de los meta les, la a l fa re ría y la navegación. Al la do del comercio y de lo s oficios a pa reciero n , finalmente , las artes y las ciencias; de las tribus sa lieton l a s naciones y los E sta dos. Se desarrollaron el De­ recho y la Pol ítica , y con ellos el reflejo fantástico de las cosas h uma nas en e l cere b ro del hombre: la religión. Frente a to d as estas creaciones, que se manifesta ba n en primer térm ino como pro ductos del cere b ro y p a recían do mina r las socieda des humanas, las p ro d ucci o ne s más mo destas, fr u to del tra bajo de la mano , quedaron relega da s a segundo plano , t anto más cuanto que en una fase muy tempra na del desarrollo de la socieda d (por ejemplo , ya en l a fa milia pri m i tiva) , la cabeza que planeaba el tra bajo era ya ca pa z de o b l iga r a manos a jena s á realizar el tra baj'? p1·oyectado por e l l a . El rápido progreso de la civili zación fue atribuido exclu­ sivamente a la cabeza , al de sa rrol l o y a la actividad del cerebro . Los hombre s se a costumbraron a explicar sus a ctos por sus pensa­ m iento s , en l ugar de buscar esta explicación en sus necesi dades ( reflej a d a s , n a tu ra l m ente , en la cabeza del hombre , que así co bra conciencia de ellas) . Así fue cómo , con el transcurso del tiempo , surg i ó e sa co ncepción i dealista del mundo que ha domina do el cerebro d e los hom bres, sobre to do desde la desaparición del mundo a n tiguo , y q ue to d a v ía lo sigue dominando hasta el pu n to de que incluso l o s na tural istas de la escuela darviniana más a ll ega dos al ma teria l i smo son aún inca paces de forma rse una i dea clara acerca del o rigen del hombre , pues esa misma in-

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fl uencia i dealista les impide ver el pa pel dese mpeña do a q uí por el tra bajo . Los animales, como ya hemos indica do de pasada , también mo d ifican con su activida d la naturaleza exterior , aunque no en el mismo grado que el hombre ; y estas mo dificaciones pro vocadas por ellos en el medio ambiente repercuten , co mo hemo s visto , . e n sus originadores, mo dificándolos a su ve z . E n l a naturaleza na da ocurre en fo rma aisla da . Cada fenómeno a fecta a otro y es, a su ve z , influencia do por éste ; y es genera l mente el o l v i do de este movimiento y de esta interacción universal lo que i m p i de a nuestros natura listas percibir con clari dad las cosas más simples. Ya hemos visto cómo las ca bras han i m pedido lá repoblación de los bosques en Grecia ; en Santa E le na , las cabra s y los cerdos desembarca dos por los primeros navegantes llegados a la i sla exterminaron casi por completo la vegetación allí existente , con lo q ue prepararon el suelo para que pudiera n multiplicarse las pla ntas l le va das más tarde por o tros navegantes y colonizado res. Pero la influencia duradera de los animales sobre la natura leza que los ro dea es co m­ pletamente i nvol untaria y constituye , por lo q ue a los ani males se refiere , un hecho accidenta l . Pero cuanto más los hombres se alejan de los animales, inás a d quiere su influe ncia sobre la natura leza el carácter de una a cción intencional y p la nea da , cuyo fin es lograr objetivos proyecta dos de a ntemano . Los · animales destrozan la vegetación de un lugar sin da rse cuenta de lo que hacen. Los hombres, en ca mbio , cua ndo destruyen la vegetación lo hacen con el fin de u tilizar la superficie que queda l i b re para sembrar cereales, plantar árboles o cultivar l a v i d , co nscientes de que la cosecha que o b tengan superará varia s veces lo sembrado por ellos. El hombre traslada de un país a o tro p l a n t a s ú t i les y ani­ males domésticos, mo dificando así la f lora y la fa una de co ntinen­ tes enteros. Más aún; las p lantas y los a n i males, culti v adas a q ué l las y criados éstos por medio de pro ce d i m ie ntos artificiales, sufren tales modificaciones bajo la influencia de la mano del ho m bre que se ·vue l ven irreconocibles. Hasta hoy día no h a n sido ha l lados aún los antepasa dos sil vestres de nuestro s cul tivos cerea­ l istas. Aún no ha sido resuelta la cuestión de sa ber cuál es el ani mal que ha da do origen a nuestros perros actua les, t a n d istintos unos de o tros, o a las actua les razas de ca bal los , ta mbién ta n nu­ merosa s. Por lo demás, de suyo se comprende que no tenemos la inten­ ción de neg·a r a los a ni ma les la facul ta d de a c t u a r e n forma pla n i­ fica da , de un mo do premedita do . Po r el contra rio , la acción planifica da existe en germen donde quiel"8 que el p ro to plasma -la a l búmina viva - e x i s t a y rea cc i o ne , es decir, rea l ice determi na­ dos movi m ientos, aunque sea n los más si m ples, en re s puesta a de-

El p ap t l dt!l

trabajo tn la tra naformaci6n del mono

tn hombrt

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termina dos estímulos del exterior. Esta reacción se produce, no diga mos ya en la célula nerviosa , sino incluso cuando aún no hay cé l ula de ninguna clase. El acto mediante el cual las plantas insectívoras se apo deran de su presa a parece ta mbién, hasta cierto punto , como un acto planea do , aunque se realice de un modo to tal mente inconsciente . La facultad de realizar actos conscientes y premed i ta do s se desarrolla en los animales en correspondencia con el desarrollo del sistema nervioso , y adquiere ya en los ma­ m íferos un nivel bastante elevado . D urante la ca za inglesa de la zo rra puede o b servarse siempre la infalibilidad con que ésta utili­ za su perfecto conocimiento del lugar para ocultarse a sus perse­ g u i do res , y lo bien que conoce y sabe aprovechar to das las ven­ tajas del terreno para despistarlos. Entre nuestros animales doméstico s , que ha n llega do a un grado más alto de desarrollo gra­ .c ia s a su co nvivencia con el hombre , pueden observarse a diario a c to s de a stucia , equiparables a los de los niños, pues lo mismo que el desa rrollo del embrión humano en el claustro materno es una repetición a brev iada de to da la historia del desarrollo físico seguido a través de millones de años por nuestros antepasados del rei no a nimal , a partir del gusano , así también el desa­ rrollo mental del niño representa una repetición, aún más a brevia da , del desarrollo intelectual de esos mismos antepa­ sa dos , en to do ca so de los menos remotos. Pero ni un solo acto pl anifica do de ningún animal ha podido imprimir en la na tura l e za el sello de su voluntad . Sólo el hombre ha po dido ·h a cerlo . R esumiendo : lo único que pueden hacer los animales es utilizar la na turaleza ex terior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella . E l hombre , en cambio , mo difica la na turaleza y la o bliga a sí a servirle , la domina. Y ésta es, en última insta ncia , la· d i ferencia esencia l que existe entre el hombre y los demás a nimales, difere ncia que , una vez más, viene a ser efecto del tra­ baj o * . S i n e mba rgo , no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victo rias so bre la naturaleza . Después de cada una de esta s v ictoria s , l a na turaleza toma su venganza . Bien es verda d que las p r i mera s consecue ncias de estas victo:tias son las previstas por noso tro s , pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, imprevistas y que , a menudo , a n u l a n l a s pri m e ra s . Lo s hombl·es que en Meso po ta m ia , Grecia , Asia Meno r y o tras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera po dían .imaginarse que , al eliminar con los bosques los centro s de acumulación y _reserva de humedad, •

Acotación al margen: c E nnoblecimien to•.

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g t ls

esta ban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Lo s italianos de los Alpes, que talaro n en l a s ladera s meridionales los bo:;ques de pinos, conservados con tanto celo en las la deras se p tentrionales, no tenían i dea de qu� con ello destruían la s raíces de la industria lechera en su región; y mucho meno s po d ían prever . que , al proceder así , dejaba n la mayor pa rte del año sin agua sus fuen tes de montaña , con lo que les permitía n , al llegar el perío do de las lluvias, vom itar con ta nta mayor furia sus torrentes sobre la pl a ni ci e Los que d i fundieron el cultivo de la pa ta ta e n E uropa no sa bían que con este tubé rculo farináceo d i f undían a la vez la escrofulosis. Así , a ca da paso , los hecho s nos recue rdan q u e nuestro dominio sobre la na turaleza no se pa rece e n na da a l do minio de un conquista do r sobre el pueblo conquista do , que no es el dominio de alguien situa do fuera de la na turaleza , sino que no sotros, por nuestra ca rne, nuestra sa n gre y nuestro cerebro , pertenecemos a la· naturaleza , nos encontramos en su seno , y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que , a diferenc ia de lo s demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de a p l icarlas a decua da­ mente. En efecto , ca da día a prendemos a co m prender mejor las leyes de la na turaleza y a conocer tanto los efecto s inme d ia to s co mo las consecuencias remo t a s de nuestra i n t ro misi ó n en el curso na tura l de su desarrollo . So bre to do de s p u é s de los gra n des pro­ gresos logra dos en este siglo po r las Ciencias N aturales, nos ha­ llamos en condiciones de prever, y, por ta n to , d e contro l ar ca d a v e z mejor las remo ta s consecuencias naturales de nuestro s actos e n l a p ro d ucción, por lo menos d e los más corrientes. Y cuanto más sea esto una realida d , los hom bres no 'sól o . senti rán de nuevo y en creciente grado su uni dad con la naturaleza , sino que la co mpren­ derán más, y más inconcebible será esa idea a b surda y anti na tural de la antítesis entre el e s p ír i t u y l a materia , el ho m b re y la naturaleza , el alma y el cue rpó , i dea que e m p ieza a difun dirse por Euro pa a ra í z de la deca dencia de la a n t igüe­ dad clásica y que a d quiere su máx i mo desenvo l v i m ie n to en el cristianismo . Mas, si han sido precisos m iles de años para que el ho m bre a p rendiera en cierto gra do a prever l a s remo ta s consecuencias naturales de sus acto s dirigi do s a la pro ducción , mucho más le costó a prender a ca lcu.I a r las r e m o ta s con secuenci a s sociales de esos mismos actos. Ya hemo s ha blado más arriba de la pa ta ta y de sus consecuencia s en cua nto a la d i fusión de la escrofu lo si s. Pero ¿ qué importa ncia p uede tener la escro ful osis compara da co n los efecto s que sobre las c o n di c i o n es de v i d a de las masas del p ueblo de pa íses en tero s ha tenido la re d ucción de la die ta de lo s tra baja dores a s i m p les pata tas, con el ha m b re que se e:x tendie .

El p apel del tra bajo en la transformaci6n del mo no en hombre

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en 1 847 por I rlanda a consecuencia de una enfermeda d de este t u b érculo , y que llevó a la tumba a un millón de irla ndeses que se a limentaban exclusivamente o casi exclusivamente de pa ta tas y obligó a e m i g rar allende el océano a o tros dos millones? Cua ndo los árabes apre ndieron a destilar el alcohol, ni si quiera se les o currió pensar que habían crea do una de las armas princi­ pale s co n q ue ha b ría de ser extermina da la población indígena del co nti nente a mericano , aún desconocido , en aquel entonces. Y c ua ndo Colón descub rió más tarde América , no sa bía que a la vez da ba nueva v i da a la esclavitud, desaparecida desde hacía mucho tiempo e n E uro pa , y sentaba las bases de la tra ta de negros. Los hombre s q ue en los siglos XVI I y X VI I I trabajaron pa ra crea r l a máquina d e vapor, n o sospechaban que esta ban crea ndo u n i n st rume n to que ha bría d e subvertir, más que ningún otro , las co n d i ciones sociales e n todo el mundo , y que , sobre to do en E urepa , al concentrar la riqueza en manos de una minoría y al privar de to da pro piedad a la inmensa mayoría de la po blación, ha bría de p ro p,>rcionar primero el dominio social y pol íti co a la burg uesía y p ro vocar .después la lucha de clases entre la bur­ guesía y el p roletaria do , l ucha que sólo puede terminar . con el derroca miento de la b urguesía y la abolición de todos los antago­ nismo s de clase . Pero también aquí , aprovechando una experiencia la rga , y a veces cruel , confronta n do y analizando los ma teriales p ro porcio n a d o s por la· historia , va mos a pre ndiendo poco a poco a conocer las co nsecuencias sociales,0 ind irectas y más remotas de nuestro s acto s en la pro ducció n ,. lo que nos permite ex­ tender ta mb ién a estas consecuencias nuestro do mi nio y n uestro con trol . S i n embargo , p a ra llevar a cabo �te co ntrol se re quiere algo más que el si mple conocimiento . Hace falta una revoluciÓ!l que tra nsfo rme por co mpleto el mo do de p roducción ex istente hasta hoy día y , c o n é l , el o rden social vigente . Todos los mo dos de p ro d ucción que han ex istido hasta el p resente sólo busca b a n el efecto útil del tra bajo en su forma más directa e inme d iata . No hacían el menor caso de las co nsecuencias re mo ta s , que sólo a p a recen más tarde y cuyo efecto se man ifieBta única menté g racia s a un p ro ceso de repetición y acumulación g ra d ua l . La primitiva propieda d co munal de la tierra correspondía 1 por un la do , a u n esta do de desarrollo de los hombres en el que el ho rizo n te de ésto s quedaba li mitado , por lo genera l , a las cosas m á s iume d i a t a s , y presupon ía , por o tro la do , cierto excedente de tierra s l i b res, q ue o frecía c ie rto ma rgen para neutralizar los posi bles re sul tados a d ve rsos de esta eco no mía primi tiva . Al ago­ ta rse el e x ce d e n te de tierras li bres, co me nzó la deca dencia de la pro piedad co m u na l . Todas las formas más eleva das de producción

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s

que v 1 mero n después condujero n a la di visión d e la población e n clases y , por tanto , a l antagonismo entre las clases dominantes y las clases oprimidas. E n consecuencia , los in tereses de las clases do m ina ntes se convirtiero n en el elemento p ro pulsor de la produc­ ción , en cuanto ésta no se limitaba a ma n tener b ien que mal la mísera e xistencia de los oprimidos. Do n d e e sto ha lla su expresión más acaba da es en el mo do de pro ducc i ó n ca p i t a l ista que preva­ lece hoy en la Euro pa Occidenta l . Los ca p i ta l istas i n dividuales, que do mina n la pro ducción y el ca mbio , sólo pueden o cuparse de l a utilidad más inme d iata de sus acto s . Más aún; incl uso esta misma utili d a d -por cuanto se tra ta de la utilida d de la mercancía pro ducida o ca mbiada - pasa por com p l e to a segundo plano , a pareciendo co mo único incentivo la ga n a n cia o btenida en la venta . *

*

*



La ciencia social de la burguesía , la E co no m ía Pol ítica clásica , sólo se ocupa preferentemente de a quell a s consecuencias sociales que constituyen el o bjetivo inmediato de los actos realizados por los hombres en la pro ducción y el cam b i o . E sto corresponde plenamente al régi men social cuya expresi ó n teórica es e sa c ie ncia . Por cuanto los ca p italista s p ro d ucen o ca m b i1rn con el único fin de obtener beneficios inmediatos, só l o pueden ser tenidos en cuenta , primeramente , los resu l ta do s más pró x i mo s y más inmediatos. Cuando un industrial o un comerc i a n te vende la merca ncía producida o compra da por él y o b tiene la ganancia ha bitua l , se da por sa tisfecho y no le in teresa lo m á s mínimo lo que pueda ocurrir después con esa merca ncía y su co mprado r. " Igua l ocurre con las consecuencias na tura les de esa s mismas acciones. Cuando en Cuba los planta dores espa ñoles q uemaba n l o s bosques en la s la deras de l a s monta ñ a s pa ra o btener co n la cen iza un a bono que sólo les akanzaba pa ra ferti l i zar una genera­ ción de ca fetos de alto rend imiento , i poco les importa b a que la s lluvias torrenciales de los trópico s barriesen l a c a pa vegetal del suelo , privada de l a pro tección de los á rboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnudas! Con el actua l m o do de pro d ucción , y por lo que respecta ta nto a las co nsecuencias natura le s co mo a las consecuencias sociales de los acto s rea lizados por los hom bres, lo que interesa preferentemente son sólo los p ri mero s resul tados, los m ás pa lpa bles. Y luego hasta se manifiesta e xtra ñeza de q ue las consecuencias remota s de las acciones q ue persegu ían esos fines resul ten ser muy distintas y , en la ma yoría de los casos, hasta dia metra l mente o p uestas; de que la a rmonía e ntre la o fe rt a y la dema n da se convierta e n su antípo d a , co mo nos J o de muestra

El papel del trabajo en la transformacl6n del mono en hombre

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e l curso de ca d a uno de esos ciclo s industriales d e di e z a ñ o s , y como ha po d i do convencerse de e l l o Alemania , que con el ccrac•u ha vi v i do u n pe queño prel u d io de ello ; de que la prop ieda d priva da .

b a sa da e n el tra bajo de

uno mismo se co nv i e r ta necesa ria mente ,

a l desa rro l l a rse , e n l a desposesión d e los tra baja dores de toda · p ro p ie da d , mientra s toda la r i q ue za se concentra más y más en manos de lo s que no tra ba j a n ; de que ( . . . 1* , Escrito por E n ge l s

en 1 876.

Publicado por p r i m era vez en la rev ista D ie Neue Zeit, B d . .M 44 , 1 895-1896.



Se publica d e acuerdo con e l manuscrito.

2,

Aquí se interrum pe el manuscrito .

Traducido del alem án.

(N.

de la

Edil.)

F. E N G E L S

C ARLOS

M ARX

Carlos Ma rx , el ho m bre q u e d io p o r v e z p r i m e ra u n a b a se cien­ t í fica a l so c i a l i s mo , y p o r t a n t o a to do el mo v i m i ento o b re ro de n uestro s d ías , nac i ó en T ré ver i s , e·n 1 8 1 8 . Co menzó a e st u d i a r j urisprudencia en Bonn y en Berl í n , pero pro n to se entregó exclu­ s i v a mente al est u d io de la h i sto r ia y d e la f i l o sofía , y se dis­ po n ía , en 1 842 , a ha b i l i ta rse co mo p ro f e so r de fi losofía , c u a n d o el m o v i m i e n to pol í t ico p ro d u cido después de la muerte de Fede­ r ico Gu i l l e r m o 1 1 1 o rientó s u v i da por otro ca m i no . Los ca u d i l l os de l a b urg u e sía l i beral re na na , los Ca mpha usen , Han seman n , e tc . , Rheinische h a b í a n funda do e n Colo n i a , con s u coo pera c i ó n , l a Zei t ung48; y en el o to ño d e 1842, Ma rx , c u ya críti ca de l o s de b a tes

de la Dieta p ro v i n c i a l renana ha b ía p ro d uc i do e no rme sensa c i ó n , fue co lo ca do a la ca beza del periód ico . La Rheinische Zeitung p u bl icábase , na tura l me n te , bajo la cénsura , pero ésta no podía co n ella * . El periód i co saca ba a dela n te c a s i s i e m p re los artículos q ue Je i n teresa ba p u b li c a r : se e m peza b a e c h á n do l e al c e n s o r cebo si n i mpo rta ncia p a ra que lo tachase , ha sta que , o ced ía por sí m i smo , o se v e í a o b l igado a ce der b a j o la a m e n a za de q u e al d ía

• El primer censor d e la R h e i n ische Ze i t u nl( fue el consej ero d e policía D o l leschall , e l m i smo q u e e n c i erta ocasión h a bí a tach a d o e n l a Koln ische Z e i t u n g " el a n u n c i o de la trad ucción de la D i vina Comed i a , de D a nte, por P h i lalethes (el que m ás tarde h a b í a d e ser rey I u a n de S a j o n i a ) , con es ta o b¡¡ervació n : eCon las cosas d i v i n as no se deben h acer come d ias • .

Carlos Marz

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sigu i e n te no sal d ría �l periód ico . Con diez periódicos que hubiera n ten i do la m is m a va lentía que l a R hein ische Zeitung y cuyos edito­

res se hubiesen gasta do unos cientos de táleros más en com posición se ha bría hecho i m posi ble la censura en Alema n ia ya en 1843 . Pero los p ro p ie ta rios de los periódicos a lemanes era n fil isteos mezqui no s y m ie dosos, y la Rhei n ische Zeitung batallaba sol a . Ga s ta ba a u n censor tras o tro , hasta que , por úl ti mo , se la sometió a doble censura , deb iendo pasar, después de la pri mera , por o tra nueva y definitiva rev isión del Regierungsprasiden t* . Mas ta mpoco esto basta ba . A com ie n z o s de 1 843, el go bierno declaró que no se p o d ía co n e ste periódico , y lo prohibió sin más expl icaciones. Marx ; que e ntreta nto se ha bía casado con la herma na de von West ph a l e n , e l que más tarde ha bía de ser ministro de la reacción, se tra sl a d ó a París, do nde editó co n A. Ruge los Deutsch-Franzo­ sische J ahrbücher48 , e n los que ina uguró la serie de sus escri tos socia­ lista s , co n una Crítica de la filoso/ ía hegel i a na del Derecho . Des­ pués, en col a b o ración co n F . E ngels, publicó La Sagrada Familia. Contra Bruno Bauer y consortes, crítica sa tírica de una de las últi­ m a s fo rmas e n l a s que se ha bía ex traviado el ideal ismo filosófico alemán de la é poca . E l estudio de l a Econo mía política y de la historia de la gra n Revo l uc i ó n francesa to davía le dejaba a Marx tiempo pa ra ataca r d e v e z e n cua ndo a l Gobierno prusia no ; éste s e vengó , consiguien­ do del m iniste rio Guizo t, en la primavera de 1845 -y pa rece que el media dor fue el se ñ o r Alejandro de Humboldt- , que se le ex pul­ sa se de Fra ncia48• Marx trasla dó su resi dencia a Bruselas, donde , en 1.84 7 , publ icó en lengua francesa la M iseria de la Filosof ía , crí­ tica de la F i losof ía de la Miseria, de Proudhon, y, en 1848, su D iscurso so bre el l i bre cambio. Al mismo tiempo encontró ocasión de fundar e n Bruselas una Asociación de obreros alemanes50 , co n lo q ue entró en . el terreno de la agitación práctica . Esta a d qui­ rió to davía mayor i mportancia para él a l ingresar e n 1847 , en unión de sus a m igo s políticos, en la Liga de los Comunistas, liga secreta , que llevaba ya l a rgos a ños de existencia . Toda l a estructu­ ra de esta o rganización se transformó ra dical mente; la que hasta ento nces ha b ía sido una socieda d más o menos conspirativa , se con­ v i r t i ó e n una simple o rganización de p ropaganda comunista -se­ creta tan sólo porque las circunsta ncias lo exigía n- , y fue l a primera o rga n i zación del Pa rtido Socialdemócrata Alemán . La L i ga e x i stía dondequiera que hubiese asociaciones de obrero s alema nes; en casi todas estas a sociaciones, en I nglaterra , en Bélgica , en Fra ncia y e.n Suiza , y en mucha s asociaciones de A lemania , los .

• En Prus i a , representan te del poder central en la prov incia. (N.

Edit . )

de

Za

'

F. E n 1 ' 1 1

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miembros dirigentes eran a filiados a la L iga , y la participación de ésta en el naciente movimiento obrero a lemán era muy consi­ dera ble . Además, nuestra Liga fue la primera que destacó , y lo demostró en la práctica , el ca rácter internacional de todo e l movi­ miento obrero ; contaba entre sus m iembros a ingleses, belgas, · húngaros, polacos, etc. , y organizaba , principalmente en Londres, asambleas obreras internacionales. La transformación de la Liga se efectuó en dos congresos cele­ brados en 1847 , el segundo de los cua les acordó la redacción y pu­ bl icación de los principios del partido , en un man i fiesto que habían de redactar Marx y Engels. Así surgió el Manifiesto del Partido Comunista• que apareció por vez primera en 1848, poco antes de la revolución de Febrero , y que después ha sido tra ducido a casi to dos los idiomas europeos. La Deutsche-Brüsseler-ZeitungH , en la que Marx colaboraba y en la que se ponían al desnudo implacablemente las b ienaventu­ ranzas policíacas de la patria , movió nueva mente al Gobierno prusiano a ma quinar para conseguir la expulsión de Marx , pero en vano . Mas, cuando la revolución de Febrero provocó también en Bruselas movimientos populares y parecía ser inminente en Bélgica una revolución , el Gobierno belga detuvo a Marx sin contemplaciones y lo expulsó. E ntretanto , el gob ierno provisio­ nal de Francia , por mediación de Floco n , le ha bía i nv ita do a rein­ tegrarse a París, invitación que aceptó . En París, se enfrentó ante todo con el barullo creado entre los alemanes allí residentes, por el plan de o rgan izar a los obreros alemanes de Francia en legiones arma das, para intro d ucir con ellas en Alemania la revolución y la repúbl ica . De una parte , era Alemania la que tenía que hacer por sí misma la revolución, y de otra parte , toda legión revolucionaria ex tranjera que se formase en Francia nacía delatada , por los Lamartines del gob ierno pro- · visiona!, al gobierno que se quería derribar, como ocurrió en Bélgi­ ca y en Baden . Después de la revolución de marzo , Marx se trasla d ó a Colo­ nia y fundó allí la Neue Rheinische Zeitung, que vivió desde el l de junio de 1848 hasta el 19 de mayo de 1 849 . Fue el único periódico que defendió, dentro del movim iento democrático d� la época , la posición del proletaria do , cosa que h i zo ya , en efecto , a l apoyar sin reservas a los insurrectos de j unio de 1848 en Pa rís62, lo que le va lió la deserción de casi todos los accio nistas. E n vano la Kreuz­ Zeitung63 señalaba el «Chimborazo de insolencia» * * con que la Neue ·



la

••

·

Véase Ja presente ed ición . t. 1 , págs. 1 1 0-140. (N . de la Edlt.) Chim borazo : uno de Jos p icos m ás altos de América del Sur. (N. dt

Edlt.)

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Carlos Marx

Rhein ische Zeitung a tacaba todo lo sagra do , desde el rey y el regente

del i m perio ha sta los gendarmes, y esto en una forta leza prusia na , . que tenía en tonces 8.000 ho mbres de guarnición : en vano cla ma ba el coro de filisteos l i berales rena nos , vuelto de pronto reacciona­ rio , en vano se susp.endió el estado de sitio decreta do en Colonia , en el o toño de 1 848 ; en vano el M i nisterio de J usticia del imperio denun c ia ba desde Fra ncfort al fisca l de Co lonia artículo tras ar­ · tículo , pa rn que se a bri ese proceso judicia l ; el periód ico seguía redactándose e imprimiéndose tranqui lamente, a la vista de la Di recci ó n G e neral de Seguridad, y su difusión y su fa ma crecía n con l a violencia de los ataques contra el gobierno y la burguesía . Al producirse , e n noviembre de 1 848, el golpe de Estado de Prusia, la Neue Rheinische Zeitung i ncitaba al pueblo, en la cabecera de cada nú mero , para que se negase a pagar los impuestos y contestase a la v iole ncia con la violencia . Llevado ante el J urado, en la pri­ mavera de 1 849 , por est o y � or otro artículo, el periódico salió absuelto las dos veces . Por fi n, al ser aplastadas las insurrecciones de mayo de 1 849, en Dresde y la provincia del Rinu, y al iniciarse la ca m paña prusia na contra la insurrección de Bade n-Palatinado, media n te la concentración y movilización de grandes contingentes de tro pas , el gob ierno se creyó lo bastante fuerte para suprimir por la v i olencia la Neue Rheinische Zeitung. El último número -im­ preso e n rojo - a pareció el 19 de mayo. Marx se trasladó nueva mente a París, pero pocas semanas des­ pués de la mani festación del 13 de junio de 18495& el Gobierno fra n­ cés lo colocó a nte la alternativa de trasladar su residencia a la B retañ a o salir de Fra ncia. Optó por esto último y se fue a Lon­ dres ,. donde ha vivido desde entonces si n interrupción. La te ntativa de seguir publicando la Neue Rheinische Zeitung e n forma de rev ista (en Hamburgo, e n 1850)58, hubo de ser abando­ nad a algú n tie mpo después, a nte la violencia creciente de la reacció n . I nmediatamente después del golpe de Estado de dicie m­ b re de 1 851 en Fra nc i a , Marx publicó El 18 Brumario de Luis Bona­ par te * ( Boston, 1 852; segunda edición, Ha mburgo, 1869 , poco antes de la guerra) . En 1 853, escribió las Revelaciones sobre el proceso de los comunistas en Colonia (obra i mpresa primeramente en Basi lea , más tarde e n Boston y reeditada recientemente en Leipzig) . Después de la condena de los m iembros de la Liga de los Comu­ nistas en Colonia57, Marx se retiró de la agitación política y se con- . sagró , de u na parte , por espacio de diez año� a estudiar a fondo l os ricos tesoros que e ncerraba la biblioteca del Museo Británico e n materia de Economía política , y de otra parte , a colaborar e n New-York Tribuneó8 , periódico que, hasta que estalló la guerra ·



Véase la

presen te ed ición , t .

i,

págs 408-498. (N.

dt la

Edit. )

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F.

En

g e l

s

nort eameric a na de Secesión69, no sólo publicó las correspo ndencias fi rmadas por él, sino también numerosos artículos editoriales so­ bre te mas europeos y asiáticos salidos de su plu ma . $us ataques cont ra lord Palmerston, basados en m i nuciosos estudios de docu­ mentos oficiales ingleses, fueron editados e n Lol)dres como folle­ tos de agitación. Como primer fruto de su� largos años de estudi os económicos apareció e n 1 859 la Contribución a la crítica de la Econom ía polí­ tica . Primer cuaderno (Berlín, Duncker.) Esta obra contiene la pri mera exposició n sistemática de la teoría del valor de Marx , i ncluye ndo la teoría del dinero . Dura nte la guerra italianaªº, Marx combatió desde las columnas de Das Volk61, periódico ale­ má n que se pu blicaba en Londres, el bona p9.rlism o , que por enton­ ces se teñía de liberal y se las daba de libertador de las nacionalida­ des opri midas, y la política prusia na de la é poca , q ue , bajo el man­ to de la neutralida d , procuraba pescar e n río revuelto . A propósito de esto, hubo de atacar también al sl!ñor K a rl Vogt, que por e nton­ ces hacía agitac ión en pro de la neutralidad de Alemania , más aún, de la simpatía de Alemania , por e ncargo d e l príncipe Napo­ león (Plon-Plon) y a sueldo de Luis N apoleón. Como Vogt acumu­ lase contra él las calu mnias más i nfames, i nfundadas a sabiendas, Marx le contestó en El señor Vogt (Londres , 1 860) , donde se desen­ mascara a Vogt y a los demás señ ores de la banda bona partista de seu do-demócratas, de mostra ndo con p rue b as de carácter ex ter­ no e interno que Vogt estaba sobornado por e l i m perio decembri no . A los diez años j ustos, se tuvo la confirmació n de esto ; e n la lista de las gentes a sueldo del bona partismo , d escubierta e n las Tulle­ rías e n 187062 y publicada por el gob ierno de sep tiembre63, a parecía en la let ra «V» esta partida : «Vogt : le fueron entrega dos, en agosto de 1 859 . . . 40.000 fra ncos» . Por fin, en 1 867, vio la luz e n H a mb urgo e l tomo primero de El Capital, Crítica de la Econom ía pol ítica , la obra pri ncipal de Marx , en la que se ex ponen las bases de sus i deas económico­ socialistas y los rasgos fundamentales de su crítica de la sociedad existente, del modo de producción ca pita lista y de sus consecuen­ cias. La segunda edició n de esta obra que hace época se publicó en 1 872; el autor se ocupa actualmente de la preparació n del segun­ do tomo. En tretanto, el movimiento obrero de diversos países de Europa había vuelto a fortalecerse en tal medida , que Marx pudo pensar en po ner en práctica un deseo acariciado desde hacía largo tiempo: fu nd ar u na asociación obrera que abarcase los países más adela n ta­ dos de Europa y América y q ue había de personificar, por decirl o as í , el ca rácter i nternacional del movimiento socialist � ta n to ant e los pro pios obreros como ante los burgueses y los gobiernos, pa ra

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Carlos Marz

ani mar y fortalecer al proletariado y para atemorizar a sus ene­ m igos. D i o ocasión para exponer la idea, que fue acogida con entu­ siasmo, un miti n popular celebrado en el Saint Martin's Hall de Londres, el 28 de septiembre de 1964, a favor de Polonia, que volvía a ser a plastada por Rusia. Quedó fundada así la A sociación Internacional de los Trabajadores. E n la Asamblea se eligió un Consejo Ge neral provisional , con residencia en Londres. El alma de este Co nsejo General, como de los que le siguieron hasta el Congreso de L a Haya6, fue Marx . E l redactó casi todos los docu­ mentos lanzados por el Consejo General de la I nternacional, desde el M a ni fiesto I naugural de 1 864, hasta el manifiesto sobre la gue­ rra civil de Fra ncia e n 1871 * . E x poner la actuación de Marx en la 1 nternacio na l , equ ivaldría a escribir la historia de esta misma Asociació n que, por lo demás, vive todavía en el recuerdo de los obreros de Europa. L a caída de la Comuna de París colocó a la I nternacional en u na si tuació n i mposible . Viose empujada al pri mer plano de la historia europea , en u n momento en que por todas partes tenía cort a d a la posibilidad de una acción práctica y eficaz. Los acon­ tecimie ntos que la erigían e n sé,ptima gran potencia le i mpedían, al mismo tie mpo, movilizar y poner e n acció n sus fuerzas comba­ tivas, so pena de llevar a una derrota i nfalible al movimiento obrero y de conte nerlo por varios decenios. Además, por todas partes pugna ban por colocarse e n pri mera fila ele mentos que inten­ taba n ex·p lotar, para fi nes de vanidad o de ambición personal, la fam a , que t a n súbita mente había crecido, de la Asociación, sin compre nder la verdadera si�uación de la I nternacional o sin preo­ cuparse de ella . Había que tomar una decisión heroica , y fue, como si'empre , M a rx quien la tomó y la hizo prosperar en el Congreso de La H a y a . E n u n acuerdo solemne, la I nternacional se desen­ tendió de t o d a responsabilidad por los manejos de los bakuninis­ tas , que era n el eje de aquellos elementos i nsensatos y poco lim­ pi os ; luego, a n te la i m posibilidad de cu mplir también, frente a la reacc i ó n ge nera l , las exigencias redobladas que a ella se le plan­ teaba n y de mantener e n pie su plena actividad, más que por med i o de u na serie de sacrificios, que necesariamente habrían desa ngra d o e l mov i m iento obrero , la I nternacional se retiró pro­ visi onalmente de la escena , trasladando a Norteamérica el Con­ sejo G enera l . Los aconteci m ie ntos posteriores han venido a demos­ trar cuán acert ado fue este acuerdo, tantas veces criticado por e ntonces y des pués . De una parte, quedaron cortadas de raíz, y si­ guiero n cortadas en a delante, las posibilidades de organizar e n nombre d e la I nternacional vanas i ntentonas, y de otra parte , las •

Véase

la

presente edición, t.

2 , págs. 5-13, 214-259. (N.

de la

Edit.)

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F. E n I t l 1

con st a ntes y estrechas relaciones e ntre los partidos obreros socia­ l istas de los distintos países de mostra b a n q ue la conciencia de la i dentidad de intereses y de la solidaridad del proleta riado de todos los países, despertada por la I n ternacion a l , l lega a i mponerse aun si n el enlace de una asociació n i n ternacio na l formal que, por el momento, se había convertido en traba . Después del C ongreso de La Ha ya, Marx volvió a e ncontrar, por fin, tiempo y sosiego para reanudar sus trabajos teóricos, y es de esperar que en u n período de tiempo no muy largo pueda dar a la imprenta el segundo tomo de El Cap i tal. De los muchos e importantes descubrimientos c o n que M arx ha i nscrito su nombre en la historia de la cie nci a , sólo dos pode­ mos destacar aquí . E l pri mero es l a revolució n que ha lleva do a cabo e n toda la concepción de la historia u niversal. Hasta a q u í , toda la concep­ ción de la historia descansaba e n el supuesto de q ue las últimas causas de todas las transformaciones históricas había n de b uscarse e n los cambios que se operan e n las ideas de los hombres, y de que de todos los cambios, los más i mporta ntes, los que regía n toda la historia, eran los polí ticos. N o se pregu ntaba n de dó nde les v ienen a los hombres las i deas ni cuáles son las causas motrices de los ca mbios políticos. Sólo e n la escuela moderna de los histo­ riadores fra nceses, y en parte también de los i ngleses , se habí a impuesto la convicción de que, por lo menos desde la E dad Medi a , la causa motriz de la historia europea era la lucha de la b u rguesía en desarro llo contra la nobleza feudal por e l p oder soc i al y polí­ tico. Pues bien, M arx demostró que toda la ' hist oria de la huma­ ni dad, hasta hoy, es una historia de luchas de clases, que todas las luchas políticas, ta n variadas y co mplejas , sólo giran en torno al poder social y político de unas u otras clases social es; por parte de las clases viejas, para conserva r e l poder, y por parte de las ascendentes clases nuevas, para conquistarlo. Ahora bien, ¿q ué es lo que hace nacer y existi r a estas clases? Las condi­ ciones materiales, tangibles, en que la. sociedad de u na é poca dad a p roduce y cambia lo necesario para su suste nto. L a domina- · ció n feud al de la E dad Medi a desca nsaba e n la economía cerrada de las pequeñas comunidades campesi nas , q ue c u b rfa n por sí mismas casi todas sus necesidade s , si n acudir a pe nas al cambi o, a las que la nobleza belicosa defe ndía contra el ex terior y d aba cohesión nacional o, por lo menos, polí tica . A l surgi r las ciud a d es y con el las u na i ndustri a a rtesa na indepe n d ie n te y u n tráfi co comercia l , pri mero in terior y luego i nternac i o n a l , se desa rrolló la burguesía u rba na , y conq u istó , lucha ndo con tra la nobleza, to da­ vía e n la E dad Media , su i ncorporació n al orden feud a l , como es ta­ mento tam bién privile giado . Pero, co n el desc u b r i m ie nto de l os

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territorios no europeos, desde med iados del siglo XV, la burgue­ sí a obtuvo una zona co mercial mucho más ex tensa, y, por tanto, un nuevo acicate para su i ndustri a . La i ndustria artesa na fue despla zada en las ra mas más i mporta ntes por la ma nufactura de t i po ya fabril , y ésta, a su vez, por la gran i ndustria , que habían hecho _posible los i nventos del siglo pasado, principalme n te la máqui na de vapor, y que a su vez re percutió sobre el co mercio, desaloj a ndo, e n los países atrasados, al antiguo trabajo manual y cre a ndo, en los más adelantados, los modernos medios de co mu­ nicació n, los barcos de vapor, los ferrocarriles, el telégrafo eléctri­ co . De este modo , la burguesía iba concentrando en sus manos, cada vez más, la ri q ueza social y el poder social, aunque tardó bastante en conquistar el poder político , que estaba en manos de la nobleza y de la monarquía, a poyada en aquélla . Pe r o al llegar a cierta fase - e n Fra nci a , desde la gran Revolución-, conquistó tam­ b i é n éste y se convi rtió , a su vez, en clase dominante frente al proletaria d o y a los pequeños campesi nos . Situándose en este punto de v ista . -sie mpre y cuando que se conozca suficie ntemente la s ituació n económica de la sociedad en cada época; conoci mien­ tos de q ue , cie r ta mente, carecen e n absoluto nuestros historiado­ res profes i o nales - , se ex plican del modo más sencillo todos los fe nóme nos h istóricos, y asimismo se ex plican con la mayor sen-' cillez los co nceptos y las i deas de cada período histórico, partiendo de las condiciones econó micas de vida y de las relaciones sociales y políticas de ese período, condicionadas a su vez por aquéllas. Por pri me ra vez se erigía la historia sobre su verdadera base; el hecho p a lpable , pero totalmente desapercibido hasta entonces, de q ue e l hombre necesita e n primer término comer, beber, tener un techo y vestirse , y por tanto, trabajar, antes de poder luchar por el mando, hacer política, religión , filosofía, etc . ; este hecho palpable , pasa b a a ocupar, por fin, el lugar histó rico que por dere­ cho le correspondía . P ara la idea socialista , esta nueva concepción de la historia te nía u na i mportancia culmi na nte . Demostraba que toda la his­ tori a , hasta hoy, se ha movido en a ntagonismos y luchas de clases, que ha habido siempre clases dominantes y domi nadas, explo­ tadoras y explotadas, y que la gra n mayoría de los hombres ha estad o s ie m pre condenada a trabajar mucho y d isfrutar poco . ¿Por qué? Sencilla me nte, porq ue en todas las fases a nteriores del desenvolv i mi e n to de la huma nidad , la producció n se hallaba toda­ vía e n u n estado t a n i nci piente, que el desarrollo histórico sólo podía d isc urrir en esta forma a ntagónica y el progreso histórico estaba , e n lí neas generales, en ma nos de una pequeña mi noría privilegi a d a , mientras la gran masa se hallaba condenada a pro­ ducir , tra ba j a ndo, su mísero sustento y a acrecentar cada vez más

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la riqueza de los pri vilegiados. Pero, es ta misma concepción de la historia , que explica de un modo ta n natural y racional . el régimen de dominació n de clase v igente hasta nuestros días, que de otro modo sólo podía ex plicarse por la maldad de los hombres, lleva también a la convicción de ..¡ue con las fuerzas productivas, tan gigantescamente acrecentadas , de los tiempos modernos, desa­ pa rece , por lo menos en los países más adelantados , hasta el Y1ltimo pretexto para la d ivisión de los hombres en domina ntes y domina­ dos , ex plotadores y ex plotados ; de que la gran b u rguesía dominan­ te ha cumplido ya su misió n histórica , de que ya no es ca paz de dirigi r la sociedad y se ha convertid o i ncluso e n u n obstáculo para e l desarrollo de la producción, como lo demuestran las crisis comer­ ciales, y sobre todo el último gra n crac"6 y la de presión de la i ndus­ tria en todos los países; de que la direcció n histórica ha pasado a manos del proletariado, una clase que , por toda su situación dentro de la sociedad, sólo puede emanciparse acabando en abso­ luto con toda dominación de clase , todo avasalla m iento y toda explotación; y de que las fuerzas produc tivas de la sociedad, que crecen hasta escapárscle de las manos a la burguesía , sólo están esperando a que tome posesión de e llas el proletariado asociado, para crear un estado de cosas que permita a cada miembro de la sC1ciedad partici par no sólo e n la producció n , s ino ta mbién en la distribución y en la admi nistració n de las riq uezas sociales, y que, mediante la dirección pla nificada de toda la producción, acreciente de tal modo las fuerzas productivas de la soc ie d a d y su rendimien­ to, que se asegure a cada cual , e n proporciones c a d a vez mayores, la satisfacción de todas sus necesidades razona b les. E l segundo descubrimiento i mportante de M arx consiste en haber p uesto defi nitivamente e n claro la relaci ó n e ntre e l capital y el trabajo; en otros términos, en haber demostra d o cómo se ope­ ra , dentro de la sociedad actual, con el modo de producción capi­ talista , la explotación del obrero por el capitalista . Desde q ue la Economía política sentó la tesis de q ue el trabajo es la fue nte de toda riqueza y de todo valor, era i nevitable esta pregunt a : ¿cómo se concilia esto con el hecho de que el obrero no perciba la suma total de valor creada por su trabajo, sino que te nga q ue ceder una parte de ell a al capi ta lista? Tanto los economistas b urgueses como l os socialistas se esforzaban por dar a es ta pregunta una contes ta­ ción científica sól i da ; pero en va no, hasta q ue por fin apareció Marx con la solución. Esta solución es la siguie nte : E l actual modo de producción capitalista tiene como premisa la ex istencia de dos clases sociales: de una parte , los ca pita l istas , q ue s e halla n en pose­ sión de los medios de producció n y de sustento, y de o tra parte, los proletarios, q ue , excluidos de esta posesió n , s ó l o tienen u na mer­ ca ncía que vender: su fuerza de tra bajo, merca ncía que, por tant o,

Carlos Marz

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no tienen más remedio que vender, para entrar en posesión de los medios de sustento más i ndispensables. Pero el valor de una mer­ cancía se determina por la cantidad de trabajo socia lmente nece­ sa ri o i nvertido en su producción, y también, por tanto en su repro­ ducción; por consiguiente, el valor de la fuerza de trabajo de un hombre medio durante un día, un mes, un año, se determi na por la cantidhd de trabajo plasmada en la cantidad de medios de vida necesarios para e l :sustento de esta fuerza de irAbajo durante un día , u n mes o u n año. Supongamos que los medios de vida para u n d ía exigen seis horas de trabajo para su producción o , lo que es lo mismo, que el trabajo contenido en ellos representa una can­ tidad de trabajo de seis horas; en este caso, el valor de la fuerza de trabajo durante un día se expresará en una suma de dinero en la que se plasmen ta mbién seis horas de trabajo. Suponga mos, ade­ más, que e l capitalista para quien trabaja nuestro obrero le paga esta suma , es decir, el valor íntegro de su fuerza de trabajo. Ahora bien; si e l obrero trabaja seis horas del día para el capitalista, ha brá ree mbolsado a éste íntegramente su desembolso: seis horas de trabajo por seis horas de trabajo. Claro está que de este modo no quedaría nada para e l capitalista ; por eso éste concibe la cosa de un modo completamente distinto. Yo, dice él, no he comprado la fuerza de trabajo de este obrero por seis horas, sino por un día c o m pleto . Consiguientemente, hace que el obrero trabaje, según las c ircunstancias, 8 , 1 0, 12, 14 y más horas, de tal modo que el producto de la sépt ima, de la octava y siguientes horas es el pro­ ducto de un tra bajo no retribuido, que, por el momento, se embol­ sa el ca pitalista. Por do nde el obrero al servicio del capitalista no se li mita a re poner el valor de su fuerza de trabaj o, que se le paga , si no que, además crea u na plusva l ía que, por el momento, se a propia e l capi talista y que luego se reparte con arreglo a de­ termi nadas leyes económicas entre toda la clase capitalista. Esta plusvalía forma e l fondo básico del que emana n la renta del suelo, la gana ncia , la acumulación de capital; en una palabra , todas las riquezas consumidas o acumuladas por las c lases que no trabajan, De este modo, se comprobó que el enriquecimiento de los actuales ca pitalistas consiste en la a propiación del trabajo ajeno no retribuido, ni más ni menos que el de los esclavistas o el de los señores feudales, que explotaban el trabajo de los siervos, y q ue todas estas formas de explotación sólo se diferencian por e l disti nto modo de a propiarse el trabajo no pagado. Y con esto, se qui taba la base de todas esas retóricas hi pócritas de las clases poseedoras de que bajo el orden social vigente reinan el derecho y la justici a , la igualdad de derechos y deberes y la armonía gene­ ra l de intereses. Y la sociedad burguesa actual se desenmascaraba, no menos que las que la antecedieron, como u n estableci miento

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gra ndioso montado para la explotación de la i n mensa mayoría del pueblo por u na m inoría i nsignificante y cada vez más red uc i d a .

Estos dos i mporta ntes hechos sirve n de base al socialismo moderno, a l socialismo científico . E n el segu ndo tomo de El Cap i tal se desarrollan estos y otros descubrim i e ntos científicos no menos i mportantes relativos a l sistem a social capitalista , con . lo cual se revolucionan también los aspectos de la Economía polí­ tica q ue no se había n tocado todavía e n el primer tomo. Lo que hay q ue desear es q ue Marx pueda e ntregarlo pronto a la i m prenta. Es c r i t o por F. E n ge l s a med iados de j unio de 1877 .

Se publica d e acuerdo con el texto del almanaque.

Publ icad o en el almanaque

Traducido del alemán .

·volks-Kalender,

Brun�wick,

1878.

C. M A R X

Y

F. E N G E L S

DE LA CARTA ·CIRCULAR A A, BEDE L ,

W. LIEBKNECHT, W. BRACKE

Y

OTROS H

111. EL MANI FIESTO DE LOS T RES DE ZURICH E ntreta nto , llegó el Jahrbuch8 " de H ochberg, con el artículo Examen re trospectivo del movimiento socialista en A lemania, escrito , seg ú n me ha comunica d o el propio H ochberg, precisa me nte por los t res m i e m b ros de la Comisión de Zurich! Aquí te ne mos una crítica a uténtica de estos señ ores a todo el movi miento hasta nues­ tros d í a s , y , por consiguie nte , en la medida en que ellos d¡itermi­ na n l a l í ne a del nuevo periódico88, el progra ma auténtico del mismo. Desde e l princi pio leemos: c E l m ov im iento , cons i d erado como em inentemen te político por Lassalle - q u ien i n v i t a b a a i ncorpo rarse a él no sólo a los obreros, sino también a tod o s los d em ócra tas honrados - , y al frente del cual debían situarse los re­ presenta ntes i n d e pend ientes de la ciencia y todas las p ersonas de verdaderos sen­ t i m i e n tos h u m a n i tarios, se acha t ó baj o la d irección de J . B . von Schweitzer, red uciénd ose a una l ucha u n i la ter� l de los obreros i ndustria les por sus i nteresen.

No v oy a e x a m i nar la cuestión de si esto corresponde , y hasta qué p u n t o , a la realidad de los hechos. El reproche especial que a quí se le hace a Schwei tzer es el de haber achatado el lassallea­ nis m o , c o n s i dera d o aquí como un mov imiento burgués democrá­ t i c o-fi la n t ró p i c o , reduciéndolo al nivel de una lucha unilateral de los o b re ros i ndustri a les por sus i ntereses. Pero , en reali dad, resu l t a q ue Schweitzer acható el mov i miento, haciéndolo más pro­ fundo , al d a rle el carácter de lucha de clases de los ob reros i ndus­ triales c o ntra la burgues í a . M ás adelante se le reprocha el chaber ahuyen t a d o a la democracia b urguesa» . Pero , ¿qué tiene que hacer •

C. H ochbcrg,

E. Bernstein ,

C. A. Schramm • •

C.

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la de mocracia b urgu esa e n las filas del Partido S oc i a ldemócrata? Si la de m o c ra c ia burguesa está i n tegra d a por « perso nas ho nradas», no pu ede desear e l i ng res o e n e l P a r t i d o ; y s i a p esar de ello d esea i ngresar e n él, sólo p u ede ser para h a ce r d a ñ o . E l pa r t i d o lassa l l e a no «ha pre fe r i d o , de la m anera más unila­ teral, co nducirse como u n partido obrero» . Y lo s señores q ue escri­ b e n eso pertenece n a u n partido que se conduce del modo m ás un i la t era l como pa rt i d o o bre r o , y o c u p a n ahora en él pues t os ofi­ c i ales . Hay en esto una incompat i b i l i d a d a b s o l u t a . Si p i e n sa n , como esc r i be n , debe n aba ndonar e l p ar t i d o , o p o r l o menos , renunci ar a l os cargos q ue en él o c u pa n . S i n o lo hace n, c onfiesan con ello sus i ntenciones de a provechar su posic i ó n o fic i a l pa ra- luchar con­ tra el carácter pr o l eta r i o d e l parti d o . De este m o d o , a l d e j a r l os en sus p u es t os ofic iales, el pa rt i do se hace t ra ició n a sí m ismo. A s í pues , se gú n estos señores, e l P a r t i d o Soci a l d e mócra ta no debe ser u n pa rtido unilateralme nte o b re ro , s i n o el partido u n iversa l «de todas las personas de verda deros sent i mientos hu ma­ ni tarios& . Y para de m os t ra r l o , debe renunciar a nte todo a las groseras p as i o n es p ro let a r i as y, d iri g i d o por b u r g u e s e s c u l t o s y de sentimie ntos filan trópicos, «adquiri r gus tos fi n os» y « a p rend e r bue nos moda les» ( pág. 85) . E n t o nces , los «toscos moda les» de cier­ tos l í deres serán sustituidos por disti nguidos «moda les burgueses» { ¡ como si la i n de c orosi d a d ex terna de a q u e l l os a quie nes se a lu d e no fuese el menor de los .de fectos que se le s pue d e i m putar! ) . E n­ tonces, tampoco tardarán e n a parecer.

: «numerosos part idarios proced entes d e las cl ases c u l t i va das y poseedoras. Son estos e lementos los que deben ser atraídos a n te t od o . • . si se q u i ere que la propaga n d a a lcance éxitos ta n g i b les&. E l socia l i smo a lemán c h a a t r i b u i d o demasiad a importa ncia a la con­ q u i s t a de las masas, a la vez q ue ha descu i d a d o la pro paga n d a enérgica ( 1 ) e n tre las llamadas capas a l tas d e l a socied a d • . Pero c a l part ido a ú n le fa lt an personas q u e pueden representarlo en e l R e i chstag», y e este modo, el materialismo, bajo una u otra forma -como materialismo declarado o como deísmo-, se con­ virtió e-n-el credo de toda la juventud culta de Francia; hasta tál punto, que durante la Gran Revolución la teoría creada por los realistas ingleses sirvió de bandera teórica a los republicanos y terroristas franceses, y de ella salió el texto de la Declaración de·

los Derechos del Hombre82•

La Gran Revolución francesa fue la tercera insurrección de. la· burguesía, pero la primera que se despojó totalmente de� manto religioso, dando la batalla en el campo político abierto. Y fue también la primera que llevó realmente la batalla hasta la destrucción de uno de los dos combatientes, la aristocracia . , y el triunfo completo del otro, la burguesía. En Inglaterra, la continuidad ininterrumpida de las instituciones prerrevolucio­ narias y postrrevolucionarias y la transacción sellada entre los grandes terratenientes y los capitalistas, encontraban su expresión en la continuidad de los precedentes judiciales, así como en la respetuosa conservación de las formas legales del feudalismo. En Francia, la revolución rompió plenamente con las tradiciones del pasado, barrió los últimos vestigios del feudalismo y creó,_ a ra e l la , la prod ucc i ó n , a l i g ual que to das l a s relaci o nes eco nómi­ cas, só l o e x is t í a acceso riame nte , c o mo u n eleme n to secundario d e n tro de la «historia c u l t u ra l » . Los nuevos hechos o b ligaro n a s o me te r toda la h i st o ri a a n terior. a nue v a s i nves t igaci ones, e n t o nces se . vio que, con exce pció n d e l es t a d o pri m i t i v o , toda la his tori a a nter�or h a b í a sido la histo­ ria ele las luchas de c la ses , y q u e estas c lases soc i a les p u g na ntes e n t re sí e ra n en t odas las é p oc as fruto de las relacio nes de p ro�uc­ 'c'ió'ñ y ele c a m b i o . es dec i r , de las r e l a c io ne s económicas de. su época: q ue l a estruc t u ra eco n ó m ica de la_ so:iedad en cada é poca de la h i s toria const i t u ye , por t a n t o , l a b ase re a l cuyas pro piedades ex p l i ca n , en ú l t i ma i nsta ncia , toda la superestructura integrada . por las i ns t i t uc i o nes j u r í d i c a s y pol í t icas, a s í como por la ideo log í a re l i g iosa , fi l osófica , e tc . , de cada período histórico . He�.L _h a b í a l i b e rad o a l a co n ce pc i ó n de la historia de la metafísicá� la

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había hecho dialéctica; pero su i n terpretación �le la · historia era· esenci almente idealista . Ahora , el idealismo quedab a d esalúiclado de su ú l t i m o reducto ; d e la concepción de la histori a , sustituyéndo­ lo u na concepción materialista de la historia, con l o que se abría el camino para ex plicar la concie nci a del hombre por su existen­ cia, 'y no ésta por su conciencia , que hasta entonces era lo tradi­ cional. De este modo el socialismo no aparecía ya cor'n o el de�c_u bri­ miento casual de tal o cual i ntelecto de genio, si no como el p rO­ ducto necesario de la lucha en tre dos clases formadas histórica­ mente: el proletariado· y la burguesía . S u misión ya no era elabo­ ' iar un sistema lo más perfecto posi ble de socieda d , sino i nve�tigar .. er procesó histórico .�conómico del que forzosa men te tenían que brotar estas clases y s� conflicto, descubriendo los medios para la solución de éste e n la situación económica así crea d a . Pero el socialismo tradicional era i ncompatible con esta nueva concep­ ción materialista de la historia , ni más ni menos que la concep­ ción de la naturaleza del materialismo francés no podía avenirse con la dialéctica y las nuevas ciencias naturales. E n efecto, � ,.soci i¡._l_i sin� anterior criticaba _el modo capitalista ele producción .Jex istente y- sus· consecuencias, pero no acertaba a explicarlo, ni ' podía, por tan to, destruirlo ideológicamente ; no se le a lcanzaba más que repudiarlo, lisa y llaname n te, como malo. Cuanto más violentamente clamaba contra la explotación de la clase obrera, insepara ble de este modo de producción, menos estaba en condi­ ciones de i ndicar claramente en qué consistía y cómo nacía esta �xplotación._ Mas de lo q ue se trataba era , por u na part e , expone r ese modo capitalista de producción e n sus conex i o nes históri c as y _como necesario para una determinada época de la historia, de­ mostrando con ello t a mbién la necesida d de su caída, y, por .otra - parte, poner al desnudo su carácter interno, oculto todavía. Este s� puso �e manifiesto. con el descubrimiento de la p lusva l ía . Des­ cubrimiento que yi_nó a re velar· que el régimen ca pitalista de pro­ ducción y la explotaci ón· d�l-ofüero�-qúe de él se deriv a , tenían pór forma fundamental la apropiación de trabajo no re tribuido; que el· _capitalista , aun cuando compra la fuerza de trabajo de su obrero ­ . por todo su valor, por todo el valor que represen ta como mercan­ cía e n el merca do, saca siempre de ella más valor que lo que le paga y que esta plusvalía es, en última i nsta nci a , la suma de . valor de donde proviene la masa cad a vez mayor del capital acu­ m u la d a en manos de las clases poseedoras. El proceso de la pro­ ducción capitalist a y el de la produclrión de ca pital quedaban ex plicados. Estos dos gra ndes descubrimie ntos: )a concepción materialista de l a h istoria y la revelaci ó n del secreto de la producción capitalis-

D e l socialismo u t 6p ico al social ismo cientí fico

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.Ja , . mediante la plusvalía , se los debe mos a Marx. G racias a ellos, el socialismo se convierte e n u na ciencia, que só lo nos q ueda por desarrollar en todos sus detalles y concate naciones.

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La concepción materialista de la historia parte de la tesis de que la producción, y tras ella el cambio de sus productos, es la base de todo orden social; de que en todas las sociedades que des­ fi lan por la historia, la distribución de los productos, y j unto a ella la división social de los hombres en clases o estame n tos, es determi nada por lo que la sociedad produce y cómo lo produce y por el modo de cambiar sus productos. Según eso, las últi mas causas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas no deben buscarse e n las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna ni de la eterna justicia , sino en las tra nsformaciones operadas en el modo de producción y de cambio; han de buscarse no e n la filosof ía , s i no en la econom ía de la época de que se trata . Cuando nace en los hombres la concien-' cia de que las instituciones sociales vigentes son irracionales e i njustas, de que la razón se ha . tornado en sinrazón y la bendi­ ción en plaga * , esto no es más que un indicio de que en los méto­ dos de producción y e n las formas de cambio se han producido calladame nte transformaciones con las que ya no concuerda el orden social, cortado por el patrón de condiciones económi­ cas a n teriores . Con ello queda q ue en las nuevas relaciones de producció n han de contenerse ya -más o menos desarrolla­ dos- los medios necesarios para poner término a los males descubiertos. Y esos med ios no han de sacarse de l a cabeza de nadie, si no que es la cabeza la que tiene que descubrirlos e n los hechos materiales de la producción, tal y como los ofrece la realidad . . ¿Cuál es, e n este aspecto, la posición del dOCialismo mo ­ derno? E l o r d e n social vigente -verdad reconocida hoy por casi todo el m undo- es obra de la clase domi nante de los tiempos modernos, de la burguesía . El modo de producción ¡.. r opio de la burguesía, al que desde Marx se da el nombre de modo c a p i t a list a de produc­ ción, era i ncompatible con los priv il e gi os locales y de los esta me n­ tos, como lo era con los vínculos i nterpersonales del orden feudal. •

Edtt.)

Goethe, Fa uslo , parte I, escena I V (D espacho de Fa usto) . (N . de la

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La burguesía echó por tierra e l orden fe u d a l y levantó sobre sus rui nas el régi men de la sociedad burguesa , el i m perio de la l ibre concurre nci a , de la libertad de domicilio, de la igualdad de dere­ chos de los poseedores de las merca ncías y t a n tas o t ras maravil las burguesas más. Ahora ya podía desarrollarse l i b remente �l_ :qi._�_o � p ital ist a de producción . Y a l venir el va por y, la nueva produc­ c i ó n maqui nizada y tra nsformar la a n tigua manufactura en gran i n dustri a , las fuerzas productivas creadas y p uestas en movimien­ to bajo el m a ndo de la burguesía se desarrollaron c o n u na veloci­ d a d i naudita y en proporciones desconocidas hasta e n t o nces . Pero, del mismo modo que e n su tiempo la ma nufactura y la artesa nía, que seguía desarrollándose bajo su i nfluenci a , chocaron con las trabas feudales de los gremios, hoy la gra n i ndustria , al llegar a u n nivel d e desarrollo más alto , n o c a b e ya de ntro d e l es trecho marco en qu:e la tiene cohibida el modo c a pi talista de producc i ó n . Las nuevas fuerzas productivas desborda n ya la forma burguesa en que son explotadas1 y este conflicto e n tre las fuerzas prod uctivas y el modo de prod ucció n no es precisamente u n conflicto pla ntea­ do en las cabezas de los hombres , algo así como el c o n flicto entre el peca d o origi nal del hombre y la j usticia d i v i na , si n o que existe en la rea l i d a d , objetivamente, fuera de nosotros , i ndependiente­ mente de la voluntad o de la activi d a d de los m ismos hombres que l o han provocado . E l socialismo moderno no es más que el reflejo de este conflicto materi a l e n la mente , su proyección i deal en las cabezas , e m pezando por las de l a clase que sufre d i rectamente sus co nsecuencias: la clase o b rera . ¿ E n qué consiste este conflicto? Antes de sobrevenir la producci ó n c a pitalista , es deci r, en la E d a d M e d i a , regía c o n carácte r ge neral la pequeña producció n�� basada e n la propieda d privada del tra b a j a d o r sobre sus medios de producció n : en el ca m p o , la agricultura corría a ca rgo de peque­ ñ os la bradores, libres o sierv os; en las c i u d a des , la i ndustria. . estaba e n m a n os de los artesanos. Los medios de t ra b a j o - la tierra , !os a peros de la b ranza, el taller, las herra mie n tas- era n medios qe tra bajo i ndividual, desti na dos t a n sól o a l uso i nd i v i dual y , por ta nto, forzosa me nte, mezqui nos, d i m i nu tos, l i m i ta d os . Pero esto m ismo hacía q ue perte neciese n, por l o ge ne ra l , al propio produc­ ,tor. E. l pa pel histó rico del m o d o c a pitalist a de producción y de su porta d ora , l a burguesía, consistió precisame n te e n c oncentrar y desarrol lar estos dis persos y mezq u i nos med ios de producción, tra nsform á ndolos e n las pote ntes pala ncas de la producció n de J os tiem pos actuales. Este proceso, que v i e ne desa rrollando l a b u rguesí a desde el si gl o X V y que pasa h i stóric a me n te por las t res eta pas de la cooperación si m ple, la m a n u factu ra y la gra n in dus t ri a , apa rece m i nuciosa mente ex puesto por Marx en la secci ó n .

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Del socialismo ut6p ico al soc ialismo científico

cuarta de El Capital. Pero la bu rguesía , como asi mismo queda demostra do en d icha obra , no podía converti r esos pri m i tivos m e d i os de producción e n poderosas fuerzas productivas sin co nver­ t i rlas de medios i n d i vi duales de producció n e n medios sociales, sólo ma nejables por u na colectividad de hombres. La rueca , e l tetar manual , el marti l l o d e l herrero fueron sustituidos p o r la máquina de hilar, por el telar mecá nico, por el mart i l l o mov i d o a vapor ; e l taller i ndiv i dual cedió el puesto a l a fá brica , q ue i m pone la cooperación de cientos y mi les de obreros. Y, con los med ios de producción, se transformó la producción misma , deja nd o de ser una cadena de actos individuales para co nver tirse en una cadena de actos sociales, y los produc t os i ndividuales, e n produc­ tos sociales. El hilo, las telas, los artículos de metal que ahora salían de la fábrica era n producto del trabajo colectivo de un gra n número de obreros , por cuyas manos tenia que pasar sucesiva mente para su elaboració n . Y a na die podía decir: esto lo he hecho yo, este producto es m ío . Pero a l l í d o n de la p roducción tiene por forma cardinal esa divisi ó n social del tra b a j o cre a d a pa u latinamente , por i m pulso elemental, si n sujeción a plan alguno, la producción i mprime a los productos la forma de mercancía , cu y o i n tercambio, com pra y ven­ t a , permite a los d istin tos producto r es i ndivi duales satisfacer sus diversas necesid a des . Y esto era lo que acon tecía e n la E dad Me­ d ia . E l ca m pesino, por ejem p lo, vendía al artesano los p r oduct os de la ti erra , com p rá ndole a cambio los artículos e l abora dos e n s u taller. E n esta socieda d de prod u ctores ind ividual é s , d e producto­ res de merca ncí as, vino a i n troducirse más tarde el nuevo modo de p roducción. En med i o de aquella división espo_nt �_n ea dE)!J.r!,­ bajo s i n plan n i sistem a , que impera ba en el seno de toda la soc ie­ da d , el nuevo modo de producción i m pla ntó la d ivisión planifi­ cada del t rabajo dentro de cada fábrica : al lado de la producción i nd i vidu a l , surg ió la p r o ducci ó n social. Los productos de a m bas se v e n d í a n en el mismo merca do , y por lo tanto , a prec i os aprox i­ m a damente i guales. Pero. la organiz a ció n planificada podía más que la división espon t á nea del trabajo; las fábricas en que el tra­ baj o estaba orga n i z a d o soc i almente elaboraba n productos más baratos que los pequeños productores i ndivi duales. La produc­ c i ó n i n d i v i d u a l fue sucumbiendo poco a poco en t odos los campos, y la producció n soc i a l revolucionó todo el antiguo ·modo de p ro­ ducci ó n . S i n embargo , este ca r ácter revolucio nario suyo pasaba desa percibi do ; ta n desapercibido, que, por el contrario, se i m plan-· taba c o n la única y exclusiva fi na l i d a d de aumentar y fome nta r l a producción de mercancías . N ació d i recta m ente ligada a ciertos resortes de pro ducción e i n tercambio de merca ncías que ya v e­ n ía n lu nciona n d o : el ca pi t a l comercia l , la industria artesa na ·

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F. E n g e l s

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y el trabaj o asalariado . Y ya q ue surgía como una nueva forma de producc i ó n de mercancías, manluviéro nse e n pleno v igor

b a j o ella las formas de a propiac i ó n de la producció n de mer­ ca ncí as . E n la producció n de mercancías, tal co mo se ha bía desarro-. H a d o e n la E da d Me di a , no podía surgir el problema de a quién de bía n perte necer. los productos del trabaj o . El productor i ndi­ v i d ua l l os creaba, por lo común, co n ma terias pri mas de su ·¡:;ro ­ pje d a d , produci das no pocas veces por él mismo , co n sus pro pios medios de trabajo y ela borados con su pro p i o tra bajo ma nual o e l de su fa milia . No necesitaba , por t a n t o , a prop i árselos , pues ya era n suyos por el mero hecho de pro d ucirlos . La propiedad de los productos basábase, pues, e n el trabajo persona l . Y au n en aquellos casos e n que se em pleaba la ayuda aje na , és ta era , por lo común, cosa accesoria y recibía frecuenteme nte, a d e m ás del salario, o t ra compe nsación: el apre ndiz y e l ofici a l de los gre mios no tra­ b a j a b a n tanto por el salario y la c o m i d a c omo para apre nder y llega r a ser a lgún día maestros . Pero sobrevie ne la c o nce ntración de los medios de producción e n grandes talleres y m a nufacturas , su transformación en medios de pro d ucci ó n rea l me n te sociales. No obsta nte, estos med ios de produc C ió n y s us productos socia les era n co nsiderados como si siguiese n siend o lo q ue e ra n a ntes : med ios de producci ó n y p roductos i ndivi d uales . Y si hasta aquí el propietario de los medios de 'tra b a j o se h a b í a a propiado de los productos, porque era n, ge neralme nte , productos suyos y la ayuda ajena constituía u na exce pción, ahora el pro pie tario de los med_i ps de trabajo seguía apro p i á nd ose e l prod uc t o , a u nq ue éste ya · no · era u n produc to suyo , si no fruto exclusivo del trabajo .sibles a pri ori , pero, tanto la una como la otra requieren sin d u d a ambientes históricos muy distintos. 3) Rusia es el único país europeo en el que la ccomunidad agrícola» se mantiene a escala nacional hasta hoy día . No es una presa de u n conquistador ex tranjero , como ocurre con las I ndias Orientales. N o v ive aislada del mundo moderno. Por una parte, la propiedad común sobre la tierra le permite transformar directa y gradualmente la agricultura parcelaria e individualista en a gricul tura colectiva , y los campesinos rusos la practican ya en

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Ma

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J os prados indivisos; la configuración física del suelo ruso pro­ picia el empleo de máquinas en vasta escala; la familiaridad del campesino con las relaciones de artel· le facilita el trá nsito del trabajo parcelario al cooperativo y, finalmente, la sociedad rusa, que ha vivido tanto tiempo a su cuenta, le debe presentar los avances necesarios para ese tránsito. Por otra parte , la existencia simultánea de la producción occidental, domi na nte en el mercado mundial, le permite a R usia i ncorporar a la comunidad todos los adelantos positivos logrados por el sistema capitalista sin pasar por sus Horcas Caudinas II 3• Si los representantes de los «nuevos pilares sociales» negasen J a posibilidad teórica de la evolución de la comunidad rural moder­ na, se podría preguntarles: ¿debía R usia , lo mismo que el Occi­ dente, pasar por un largo período de incubación de la i ndustria mecánica para llegar a las máquinas, a los buques de vapor, a los ferrocarriles, etc . ? Se podría preguntarles, además, ¿cómo se las han arreglado para introducir en un abrir y cerrar de ojos todo el mecanismo de cambio (bancos, sociedades j>or accione;;, etc.), cuya elaboración le ha costado siglos al Occidente? . Existe una característica de la «comunidad agrícola• rusa que sirve de fuente de su debilidad y le es hostil en todos los sentidos. Es su aislamiento, la ausencia de ligazón e ntre la vida de una comunidad y la de otras, ese microcosmos localizado que no se encuentra por doquier como carácter i nmanente de ese tipo, pero que donde se encuentre ha hecho que sobre las comunidades surja un despotismo más o menos central. La federación de las repúbli­ cas rusas del Norte prueba que este aislamiento, que parece haber sido impuesto primitivamente por la vasta exte nsión del terri­ torio, fue consolidado en gran parte por los destinos políticos de Rusia desde la i nvasión mongola . Hoy es un obstáculo muy fácil de eliminar. Habría si mplemente q ue sustituir la sonocrr. (vólost)m, institución gubernamental, con u na asamblea de campesinos apoderados elegidos por las comunidades, que servi­ ría n de órga no económico y admi nistrativo defe nsor de sus inte­ reses. Una circunstancia muy favorable, desde e l punto de vista histórico, para la conservación de la «comuni d a d agrícola» por vía de su ulterior désarrollo, consiste en que no sólo es contempo­ ránea de la producción capitalista occidental y puede, por tanto, apropiarse los frutos si n sujetarse a su modus operand i * , si no que ha sobrevivido a la época en que el sistema capitalista se hallaba aún intact o, que lo encuentra , al contrario , en Europa Occident al, lo m ismo que en los Estados Unidos, en lucha tanto contra las •

M odo de proceder. (N. de la Edit.)

P royecto de re1p ue1ta. a la . carta de V. l. Za11ll tch

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masas trabajadoras como contra la ciencia y contra las mismas fuerzas productivas q ue e ngendra , en una palabra, lo encuentra e n u na crisis que termina rá con la eliminación del mismo, con . u n retorno de las sociedades modernas a una forma superior de un t i po «arcaico» de la propiedad y de la producción colectivas. Por supuesto, la evolución de la comunidad sería gradual y el pri mer paso sería el de colocarla en unas condiciones normales sobre su base actual. Pero le hace frente la propiedad sobre la tierra , que tiene en sus ma nos casi la mitad, y, además, la mejor parte del suelo, sin hablar ya de los domtnios del Estado. Precisamente por eso, la c o nse rvació n de la «comunidad rurab por vía de su evolución · ul terior coincide con el movimiento general de la sociedad rusa, cuya regeneración sólo es posible a ese precio. I ncluso desde el punto de vista puramente económico, Rusia puede salir de su atolladero agrícola mediante la evolución de su comunidad rural; serí a n vanos los intentos de salir de esa si tuación con ayuda del arrendamiento capitalizado al estilo i nglés, sistema contrario · a todas las condiciones rurales del país. De hacer abstracción de todas las ca la midades que deprimen en el presente la «comunidad rurab rusa y de tomar en considera­ ción nada más q ue su forma constitutiva y su ambiente histórico, se verá con toda evidencia , desde la primera mirada, que uno de sus caracteres fundamentales -la propiedad comunal sobre la tierra - forma la base natural de la producción y la apropiación colectivas. Además, la familiaridad del campesino ruso con las relaciones de artel le facilitaría el tránsito del trabajo parcelario al colectivo, q ue practica ya en cierto grado en los prados indivi. sos, e n los trabajos de avenamiento y otras empresas de interés general. Pero , para que el trabajo colectivo pueda sustituir en la a gricultura propiamente dfoha el trabajo parcelario, fuente de a propiació n privada, hacen falta dos cosas: la necesidad econó­ mica de tal tra nsformación y las condiciones materiales para l lev arla a c a b o . Cua n t o a la necesidad económica , la «com u nidad rurab la sen­ tirá t a n pronto como se vea colocada en condiciones normales, es decir, t a n pronto como se le quite el peso que gravita sobre ella y tan pronto como reciba una extensión normal de tierra para el cu l t ivo . Han pasado ya los tiempos en que la agricultura rusa n o nece sitaba más q ue tierra y agricultor parcelario pertreehad o con a peros más o menos pri m itivos . Estos tiempos han pasado con tanta más rapi dez porque la opresión del agricultor contagia y esteriliza su campo. Le hace falta ahora el trabajo colectivo organizado e n gra n escala . Además, ¿acaso el campesino, que carece de las cosas i ndispensables para el cultivo de 2 ó 3 desia-

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tinas de tierra , se verá e n u na situación mejor cuando el número de sus desiati nas se decuplique? Pero, ¿cómo conseguir los equipos, los fertilizantes, los méto­ dos agronómicos, etc. , todos los medios i mprescindibles para el trabajo colectivo? Precisamente aquí resalta la gran superioridad de la «comunidad rural» rusa e n comparación con las comuni dades a rcaicas del mismo tipo. Es la única que se ha conservado en Europa en gra n escala , a escala naciona l . Así se halla e n u n ambien­ te histórico en el que la producció n capi talista conte m poránea le ofrece todas las cond iciones de trabajo colectivo . Tiene J a posi­ bilidad de incorporarse a los adelantos positivos logrados por el sistema capi talista sin pasar por sus Horcas Cau d i nas. La confi­ guración física de la tierra rusa favorece el em pleo de las máquinas e n la agricultura organizada en vasta escala y practicada por medio del trabajo cooperativo . Cuanto a los pri meros gastos de establecimiento - i ntelectuales y materiales - , la sociedad rusa debe facilitarlos a la «comuni dad rural» , a cuenta de la cual ha vivido tanto tiempo y en la que debe buscar su «ele mento regene­ rador». La mejor prueba de que este desarrollo de la «comunidad rural» responde al rumbo histórico de nuestra época es la crisis fatal que ex perimenta la producció n capi talista e n los países europeos y americanos, en las que se ha desarrollado m ás, crisis que termi nará con la eliminación del mismo , con e l retorno de la sociedad moderna a una forma superior del tipo más arcaico: la producción y la a propiación colectivas. 4) Para poder desarrollarse , es preciso, a nte todo, vivir, y nadie ignorará que , e n el momento prese nte , la v i da de la «comunidad rural» se e ncuentra e n peligro . A fin de ex propiar a los agricul tores no es preciso echarlos de sus tierras, como se hace en I nglaterra y otros países; tampoco hay necesidad de abolir la propiedad común mediante un ukase. Que pruebe u no arrancar a los campesi nos el pro d ucto del trabajo de éstos por encima de cierta medida . A despecho de la ge ndarmería y del ejército, i no habrá manera de aferrarlos a sus campos! En los últi mos a ñ os del I m perio romano, los decurio nes prov inciales, no los campesinos, sino propietarios de tierras, huía n de sus casas, aba ndonaban sus tierras, se vendía n como esclavos, con la ú nica fi na lidad. de verse libre de una propieda d que no era más que un pretex to oficia l para estrujarlos sin pie d a d . Desde la llamada e mancipación de los campesinos, la comuni­ dad rusa se ha visto colocada por el Estado e n unas condiciones económicas a normales, y desde e ntonces éste no ha cesa do de opri ­ mirla con ayuda de las fuerzas sociales co ncentra das e n sus manos. Extenuada por las exacciones fisca les, se ha c o nvertido en una

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ma teria i nerte de fác i l explotación por el comercio, la propiedad de tierras y la usura . Esta opresión desde fuera ha desencadenado e n e l seno de la comunidad misma el conflicto de intereses ya existente y ha desarrollado rápidamente sus gérmenes de descom­ posició n . Ahora bien, eso no es todo . A cuenta de los campesi nos, el Estado ha impulsado las ramas del sistema capitalista occiden­ tal que, sin desarrollar lo más mínimo las potencias productivas de l a agricultura , son las más apropia das pa ra facil itar y precipita r el robo de sus fruto s por los intermediarios i mproductivos. De este mo do ha coa dyuvado al enri quecimiento de un nuevo parási to ca p i talista que chupa la sangre , ya de por sí escasa , de la «com u­ n idad rura l» . . . . E n una palabra , el Estado ha prestado su co ncurso a l desa­ rrollo preco z de los medios técnicos y eco nómicos más apropia dos para facilitar y precipitar la ex plotación del agricu l tor, es decir, la mayor fuerza productiva de Rusia , y para enriquecer los «nue­ vos p i l a res de la socieda d» . 5) E ste concurso de i nfluencia s destrtictivas, a menos de que no se vea a ni q uila do po r una poderosa reacción , debe l levar natura l ­ mente a la muerte d e la comuni dad rural . Pero uno se pregunta : ¿por qué todos estos intereses (incluidas las grandes industrias colocada s bajo la tutela del gobierno) , a las que co n viene tanto el esta do actual de la comunidad rura l , p o r q ué se a fa na ría n en matar la gal l ina que l e s pone huevo s de o ro ? Precisamente porque se dan cuenta de que «este esta do actual» no puede conti nuar, que , por consecuencia , el modo actual de explotación está ya fuera de moda . La miseria del agricultor ha co ntagia do la tiena , la cua l se v ue l ve estéri l . Las buenas cosechas se alterna n con los a ño s de hambre . El promedio de los diez años úl ti mos revela una producción agríco la no sola me nte estanca da , sino , a dem ás, retrógra da . En fi n , por vez primera , R usia se ve for za da a i m po rtar cereales, en lugar de ex portarlos. Por ta nto , no ha y que perder tiempo . Hay que poner fin a eso . Hay que constituir en clase media rura l la minoría más o menos acomoda da de l o s ca mpesinos y convertir la mayoría simplemente en prole­ tarios. A tal efecto , los portavoces de los .

La economía doméstica comunista , donde la mayoría, si no la totalidad de las mujeres, son de una misma gens, mientras que los hombres pertenecen a otras distintas, es la base efectiva de aquella preponderancia de las mujeres, q ue e n l os tiempos primi­ tivos estuvo difundida por todas partes y el descubri miento de la cual es el tercer mérito de Bachofen. Puedo añadir que los relatos de los v iajeros y de los misioneros acerca del excesivo trabajo con que se abruma a las m ujeres e ntre los salvajes y los bárbaros, no están de ninguna manera en contradicción con lo que acabo de de­ cir. La división del trabajo e ntre los dos sexos d epende de otras causas que nada tienen que ver con la posición de la mujer en la sociedad. Pueblos en los cuales las mujeres se ve n obligadas a tra­ bajar mucho más de lo que, según n uestras i deas, les correspo nde, tienen a menudo mucha más consideración real hacia ellas q ue nuestros europeos. La señora de la civilizac ió n , rodeada de apa­ rentes homenajes, e xtraña a todo trabajo efectivo , tiene una posi­ ción social muy inferior a la de la mujer de la barbarie , que trabaj a de firme , se ve en su pueblo concep tuada como una verdadera dama ( lady, frowa, frau = señora) y lo es efectivamente por su propia posición. Nuevas investigaciones acerca de los pueblos del Noroeste y, sobre todo , del Sur de América, que a ú n se hallan en el estadio superior del salvajismo, deberán decirnos si el matrim onio si n­ d iásmico ha remplazad o o no por completo h oy e n A mérica al matrimonio por grupos . Respecto a los sudame rica nos, se refieren tan variados ejemplos de licencia sexual , que se hace difícil admi­ tir la desaparición completa del antiguo matri monio por grupos. En todo caso , aún no han desaparecido todos sus vestigios. P or lo menos, en cuarenta tribus de la América del Norte el h ombre que se casa con la hermana m ayor tiene derecho a tomar i gua l­ mente por mujeres a todas las hermanas de ella, en cuanto llega n a l a edad requerida. Esto e s un vestigio d e la comunidad d e ma­ ridos para todo un grupo de hermanas. De los habit a ntes de la península de C alifornia ( estadio superior del salvajism o) cuenta Bancroft que tienen ciertas festividades en que se reúnen vari as «tribUS) para practicar el comercio sexual más promi scuo. C on

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toda evidenci a , son gens que en esas fiestas conservan un oscuro recuerdo del tiempo en que las mujeres de una gens tenían por maridos comunes a todos los hombres de otra, y recíp roc amente. L a m isma costumbre impera aún en Australia. En algunos pue­ b los acontece que los ancianos, los jefes y los hechiceros sacerdotes practican en provecho propio la comunidad de mujeres y m ono­ poliza n la mayor parte de éstas; pero, en cambio, durante ciertas fiestas y grandes asambleas populares están obligados a ad m itir la a ntigua posesión común y a permitir a sus mu jeres que se sola­ cen con los hombres jóvenes. Westermarck (páginas 28-29) aporta u na serie de eje m plos de saturnales periódicasu9 de es te género, e n las que recobra v igor por corto tiempo la antigua libertad del comercio sexual: e ntre los hos, los santalas, los pandchas ·y los cotaros de la I ndia, en algunos pueblos africanos, etc. Wester­ marck deduce de u n modo extraño que estos hechos co nsti tuyen restos, no del matrimonio por grupos, que él niega, sino del período del celo, que los hombres primitivos tuvieron de común con los animales. Llega m os a l cuarto gran descubrimiento de Bachofen: el de la gran d ifusión de la forma del tránsito del matrimonio por grupos a l matrimonio sindiásmico. Lo que Bachofen representa como una penitencia por la transgresión de los antiguos mandamientos de los d ioses, como u na penitencia impuesta a la muje r para com­ prar su derecho a la castidad, no es, en resumen, sino la expre­ s ión mís tica del rescate por medio del cual se libra la mujer de la antigua comunidad de maridos y ad quiere el derecho de no en­ tregarse más que a uno solo. Ese rescate consiste en dejarse poseer e n determinad o períod o : las mujeres babilónicas estaban obli­ gadas a entregarse una vez al año en el templo de Mylitta; otros pue blos del Asia Menor enviaban a sus hijas al templo de Anai tis, d o nde, du ra nte a ñ os e nteros, debían entregarse al amor libre con favoritos elegidos por ellas a ntes de que se les permitiera casarse ; en casi todos los pueblos asiáticos entre el Medite rráneo y el Ganges hay a nálogas usanzas, disfrazadas de costumbres re­ ligiosas . E l sacrificio e x p i at orio que dese mpeña el papel de res­ cate se hace cada vez más ligero con el tiempo, como lo ha hecho notar B achofen: o frenda , repetida cada a ñ o , cede e l pu es to a un sacrificio hecho · cLa una sola vez ; al heterismo d e las matronas sigue el de las j óvenes solteras; se pract ica antes d e l matrimonio , en vez de ej ercitarlo durante éste; en lugar de abandonarse a todos, sin tener derecho de elegir, la muj er ya no se entrega s ino a ciertas personas». (Derecho materno, pág. X I X .)

E n o tros pueblos no existe ese disfraz rel i gioso; en algunos -los tracios, los celtas, etc . , en la antigüedad , en gran número de a borígenes de la I ndia , en los pueblos malayos, en los insulares

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de Oceanía y entre muchos indios americanos hoy día - la s jóv enes gozan de la mayor libertad sexual hasta que contraen matrimonio. Así sucede , sobre todo, e n la América del Sur, como pueden ates­ t iguarlo cuantos han penetrado algo e n el i nterior. De una rica familia de origen indio refiere Agassiz ( Viaje por el Brasil, Bost o n y Nueva York, 1886, p ág . 266) que , habiendo conocido a la hija de la casa , preguntó por su padre , suponiendo que lo sería el marido de la madre , oficial del ejército e n campaña_contra el Paraguay; pero la madre le res pond ió sonriéndose : Nao tem pai, é filha da fortuna (no tiene padre , es hija del acaso) . «Las muj eres ind ias o mestizas hablan siem pre en este ton o , sin vergüenza ni censura , de sus h i j os ilegítimos; y esto es la regla , m i en tras que lo con­ trario parece ser la excepción . Los hijos . . . a menudo só l o conocen a su madre, porque todos los cu idados y toda la responsa b i l i d a d recaen sobre ella; nada saben acerca de su padre, y tampoco parece que la m u j er tuv iese nunca la idea de que ella o sus h i j os pudieran reclamarle la menor cosa• .

Lo que aquí parece pasmoso al hombre civil izado, es sencilla­ mente la regla en el matriarcado y e n el matri monio por grupos. En otros puebl o s , los am igos y parientes del novio o los con­ vidados a la boda ejercen con l a no via , dura nte la boda m i s ma , el derecho a d quirido por usanza inmemorial , y al no vio no le llega el turno sino el último de todos: a sí suce día en las islas Baleares y entre los augi la s a fricanos en la a nt i g ü e d ad , y así sucede aún entre los bareas en Abisin i a . En o tros, un persona je oficial , sea jefe de la tribu o de la gens, caci que , shamán, sacer­ dote o p rín c i pe , es quien representa a la co le c t i v i d a d y q u i en ejerce en la desposada el derecho de la pr i m era noche (jus primae noctis) . A pesar de to dos los esfuerzos neo rro m án ticos de coho­ nestarlo , ese jus primae noctis e x i s te hoy aún como una re l i q u ia del matri monio por grupos entre la ma yo ría de los h a b i ta n tes del territorio de Alaska ( Ba ncro ft , Tribus Nativas, 1 , 81) , entre los tahus del Norte de Méx ico (ibíd, pág. 584) y entre otros pue bl os; y ha e x ist i do durante toda la Edad Media , por lo menos e n los países de origen cél tico , donde nació d i rectamente del matri­ monio por grupos; en Aragón , por ejemplo . Al paso que en Cas­ tilla el campesino nunca fue siervo ; l a serv i d u m bre más a byec ta reinó en Aragón hasta la sentencia o b a n d o a r b i t ra l de Fernando el Ca t ó l i co de 1486 , documento do nd e se d ice : « J uzgam os y fal lamos que los señores• (senyors, barones) «suso d ichos . . . n o podrán tam poco pasar l a p � i m era noche con la m u j er q u e haya t � mado un campesino , ni tampoco podran durante la noche de bod a , d espues q u e se h u b i era acostad o en la cama la m u j er, pasar la p i ern a encima de la cama ni de la m u j er, en señ al d e su soberaní a ; tampoco podrán los susod ichos seño­ res serv irse d e las h i jas o los h i j os de los campesinos contra su voh,mtad , con y sin pagot . (Citad o , según el texto orig ! n a l en c a t a l á n , por Sugenheim , La Servidumbre, San Petersburgo , 186 1 , pag. 355 . )

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A p a rte de esto, Bachofen tiene ra zón evide nte c u a n d o a firma que e l Pª !'º de lo que é l lla m a «heterismo• o cSump/zeugung& a l a monoga mia se realizó esencia l mente gracias a las muje res. Cua nto m á s perdían la s a ntiguas relacio nes sexuales su ca ndoro so ca rácter p ri m i tivo selvático a ca usa del desarro llo de las condi­ ciones e co nómica s y , por con siguien te, a causa de la descomposi­ ción del a ntiguo comunismo y de l a densida d, cada vez mayor, de la po b l a ción, m á s envilecedoras y opresivas debiera n parecer esa s re l a c iones a l a s mujeres y con mayor fuerza debieran de a nhe l a r, como l ibera c i ón, e l derecho a la ca stidad, el derecho a l m atrimo n i o te m po ra l o definitivo con u n solo hombre. E s t e pro­ greso no p o d ía sa lir del hombre, por la sencilla razón, si n buscar o tra s, d e q ue nunca, ni a un en nuestra época, le ha pasado por las mie n te s l a idea de re n unciar a los goces del ma tri monio efec t i vo por grupos.. Sólo después de efectuado por la mujer el tránsito a l m a tri m o n io sin d i ásmico, fue cua ndo l o s ho mbres p udieron i n tro­ d uc i r l a m onoga mia estricta, por supuesto, sólo para las m uje res. La fa m i lia sind i ásmica a p a rece en el l í m i te en tre el salva j i smo y la ba 1·b a rie, las más de l a s veces en el estadio su perior del pri mero y sólo en a l guna s p a rtes en el estadio inferior de la segunda . Es la forma de fa m i lia ca ra cterística de la barbarie, co mo el ma trimo­ nio por gru pos lo es del sal va j i smo, y la mo noga mia lo es de la civil i z a c i ón. P a ra que lá fa m i l ia si ndiásmica evol ucionase hasta l lega r a u n a monoga m i a estable fueron menester causas diversas de a quéJ l a s cuya a cción hemos estudi ado hasta aquí . En la fa m ilia si n diá smica el grupo ha bía quedado ya reducido a su última unida d, a su molécula b i a tómica : a un hombre y una mujer. La selección na tura l había realizado su obra reduciendo cada vez más l a comun i d a d de los ma trimon ios; nada le quedaba ya que hacer en e ste sentido. Por ta nto, si no hubieran entrado en juego nueva s fuerzas motrices de orden social, no hubiese ha bido ninguna ra zón p a ra que de la fa milia sind i á sm ica naciera otra nueva forma de fa mil i a . P e ro entraro n e n j uego esas fuerzas motrices. Aba ndonemo s a ho ra A mérica, tierra clásica de la fa mil ia sin di ásmica . Ningún in dicio permite afirmar que en ella se haya desa rrollado una forma de fa milia más perfecta, que haya e xisti do a l l í u n a mo noga mia esta b l e en ningún t iempo ni lugar a ntes del desc ubri miento y de la con quista . Lo contrario sucedió e n el viej o m undo . A q u í la domestica c i ón de animales y la cría de ga nado h a b í a n abierto m a n antiales de ri que za desconocidos h a s t a ento nces, creando relacio nes sociales entera mente nuevas. Hasta el esta­ dio i n fe rior d e la ba rbarie, la riqueza duradera se lim ita ba poco m á s o menos a l a habitación , los vestidos, adornos prim i t i vos y los enseres necesa rios p a ra obtener y preparar los a limentos:

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la barca , las armas, los utensilios caseros más sencillos. El ali­ mento debía ser conseguido cada día nuevamente . Ahora , con sus manadas de caballos, camellos, asnos, bueyes, ca rneros, ca­ bras y cerdos, los pueblos pastores, que iban ganando terreno (los arios en el País de los Cinco R íos y en el valle del Ganges, así como en las estepas del Oxus y del Ja xartes , a la sazón mucho más espléndidamente irriga das, y los semitas en el E ufrates y el Tigris) , habían adquirido riquezas que solo necesita ban vigi­ lancia y los cuidados más primitivos para repro ducirse en una proporción cada vez mayor y suministrar a bundantísima ali­ mentación en carne y leche. Desde entonces fueron relega dos a segundo plano todos - los medios e mpleados co n anterioridad; la ca za que en otros tiempos era una necesida d , se trocó en un lujo . Pero , ¿a quién pertenecía esa nueva ri queza? No cabe duda alguna de que, en su origen, a la gens. Pero muy pro nto debió de desarrollarse la propiedad priva da de los rebaños. Es difícil decir si el autor de lo que se llama el primer libro de Moisés con­ sideraba al pa triarca Abraham propietario de sus rebaños por derecho propio , como jefe de una comunidad familiar, o en virtud de su carácter de jefe hereditario de una gens. Sea como fuere, lo cierto es que no debemos imaginárnoslo como propietario en el se ntido mo derno de la palabra . También es i ndudable que en los umbrales de la historia auténtica encontra mos ya en todas partes los rebaños como propieda d particular de los jefes de fa­ milia , con el mismo título que los pro ductos del arte de la bar­ barie , los enseres de metal, los objetos de lujo y , finalmente , el ganado humano , los esclavos. La esclavitud había sido ya inventad a . E l esclavo no tenía valor ninguno para los bárbaros del esta dio inferior. Por eso los indios americanos obraban con sus enemigos vencidos de una manera muy diferente de como se hacía en el estadio superior. Los hombres eran muertos o los ado ptaba como hermanos la tribu vencedora ; las mujeres eran toma das como esposas o a dopta­ das, con sus hijos supervivientes, de cualquier o tra forma . En este estadio , la fuerza de trabajo del hombre no p ro duce aún excedente apreciable sobre sus gastos de mantenimiento . Pero al intro­ ducirse la cría de ganado , la ela boración de los metales, el arte del tejido , y, por último , la agricultura , las cosas tomaron otro aspecto . Sobre todo desde que los rebaños pa saron definitiva­ mente a ser propieda d de la familia , con la fuerza de tra bajo pasó lo mismo que había pasado con las mujeres, tan fáciles a ntes de adquirir y que a hora tenía n ya su valor de ca mbio y se com­ pra ba n . La fa m i l ia no se multipl ica ba con tanta ra pi dez co mo el gana do . . Ahora se necesita ba n más personas para la custodia

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de éste ; p o d í a util i zarse para ello el prisionero de guerra , que , a de m á s , p o día m ul t i p l ica rse , lo m i smo que el ga na do . Co nverti das to das estas riquezas en propiedad p ri v a d a de las fa m i l i a s , y a umenta das después rápi damente , a sestaron un duro go l p e a la socie da d funda da e n el matrimonio si nd i á sm ico y en la gens b a sa d a e n el ma triarca do . El mat r i mon i o si ndiásmico hab ía i n tro d u c i d o en la fa m i l ia un el emento nuevo . J unto a la verda dera m a d re h a b ía puesto al verda dero padre , probable m e nte m á s a u tén t i co que muchos «pa dreS» de nuestros d ías. Con a rreglo a la d i v isión del tra bajo en la fa m i l i a de entonces , correspondía al hom bre procurar l a a l i mentación y los instrumento s de traba jo n ece s a r i o s para ello ; consiguientemente , era , por derecho , el p ro p ietario de dichos i ns t r umen tos y en c a so de se pa rac ió n se l o s l l e va b a c o nsigo , de igual ma nera que la mujer con serva ba sus e n seres doméstico s . Por tanto , según las costumbres de a quel la soc ie da d , el hom bre era igua l mente prop ietario del nuevo manan­ tia l de a l i me n t a c i ó n , el gana do , y más a d e lante , del nuevo inst ru­ m e n to de tra b a j o , el esclavo . Pero según la usanza de a quella lll i s rn a so c i e d a d , sus hijos no podían h e re d a r de él , porque , en cua n to a este punto , l a s cosas eran como sigue . Co n a rreglo a l derecho m aterno , es decir, mientras la descen­ dencia só l o se c o n t a b a p o r l í nea femenina , y según la primitiva ley d e here n c i a i mp era nte en la gens, los miembros de ésta here­ da b a n a l princ i p i o de su p a riente gent il fenecido . Sus bienes deb í a n que d a r , p ues, en la gens . Por efecto de su poca i mportan­ cia , e sto s bienes pasa ba n en la práctica , desde los tiempos más remo tos, a los p a rientes más próx imos, es decir, a los consanguí­ neo s por l í nea m a terna . Pero los hijos del difunto no pertenecían a su gens, sino a l a de l a ma dre ; a l principio heredaban de la ma dre , can los demás c o n sa nguíneos de ésta ; luego , probablemente fuera n sus prime ro s heredero s , pero no po dían serlo de su padre , porque no pertene cía n a su gens, en la cual debían q uedar sus b ienes. A sí , a la m uerte de l pro p ietario de rebaños, éstos pasaban en pri mer térmi no a sus hermanos y herma nas y a lo s hijos da estos ú l t i mo s o a los descen dientes de las hermanas de su madre; e n cuanto a sus p ro p io s h i jos, se veían deshere da dos. . Así pues, la s ri que z a s , a medida que iban en aumento , daban, por una p a rte , a l hombre una po sición más importante que a l a m u j e r e n l a fa m i l i a y , p o r o tra pa rte , hacían que naciera en él la aspira ci ó n de va l e rse de esta venta ja p a ra mo dificar en provecho de sus h i j o s e l o rden d e herencia establecido . Pero esto no podía hacerse m ientras perma neciera vigente l a filiación según el de­ recho m a terno . E ste ten í a que ser a bo l i do , y lo f ue E llo no re­ sultó t a n d ifíc il como hoy nos parece . Esa revol uc i ó n - una de l a s m á s p ro fu n d a s que la huma n i da d ha conoci do - no tuvo .

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necesidad de tocar ni a uno solo de los miembros vivos de la gens. Todos los miembro s de ésta p ud ie ro n seguir siendo lo que hasta e ntonces ha b ían sido . Bastó dec i d i r sencillamente que en lo veni dero los descendientes de un miembro masculino permane­ cerían en la gens, pero los de un miembro femenino saldrían de ella , pasando a la gens de su padre . Así quedaron a bolidos la filiación femenina y el derecho here d i ta rio materno , sustitu­ yéndolos la filiación mascul ina y el derecho heredita rio paterno . Nada sa bemos respecto a có mo y cuándo se p ro dujo esta revolu­ ción en los pueblos cultos, pues se remonta a los tiempos prehis­ tóriéos. Pero los datos reunidos, so bre todo por Bachofen, acerca de . los numerosos vestigios del derecho materno , demuestran plena mente que esa revolución se produjo ; y con qué facilidad se verifica , lo vemos en m uchas tri bus i ndia s do nde aca ba de efec­ tuarse o se está efectua ndo , en parte por influjo del incremento de l a s ri quezas y el cambio de género de v ida (em igración desde los bosques a las pra deras) , y en p arte por la infl uencia moral de la civili zación y de los misio neros. De ocho tl'i bus del Misurí, en seis rigen la filiación y el orden de herenc ia m a sc ul inos, y en otras dos, los femeninos. Entre lo s shawnees, los miamíes y los delawa res se ha introduci do la costum b re de dar a los hijos un nombre perteneciente a la gens pa terna , para hacerlos pasar a ésta con el fin de que puedan here d a r de su pa dre . «Casu ística innata en los ho mbres la de ca m b i a r las cosa s ca m b i a ndo sus nom bres y ha llar salidas para ro mper co n la tra d ición, sin sa l irse de ella , en to das partes do nde un i n te rés d i recto da el impulso suficiente para e l lo» (Marx) . Resultó de ahí una espa ntosa �on­ fusión , la cual sólo podía remedia rse y fue e n pa rte remediada con el paso al pa triarca do . «Esta pa rece se r l a tra nsición más n a tural» (Marx) . Acerca de lo que los especia l ista s en Derecho compara do pueden decirnos sobre el mo do de cómo se o peró esta tra nsición en los pueblos civilizados. del M undo Antiguo -casi todo son hipótesis- , véase Kovalevski , Cuadro de los orígenes Y de la evoluci6n de la familia y de la propiedad, Estocolmo , 18903 . E l derroca miento del derecho ma terno fue la gran derrota histórica del se:r;o femenino en todo el mundo . El ho mbre empuñó tam bién las riendas en la casa ; la mujer se vio degra dada , con­ vertida en la servidora , en la esclava de la lujuria del hombre , en un simple instrumento de repro d ucción. E sta baja co ndición de la mujer, que se mani fiesta so bre to do entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún eh los de los tiempo s c l ásicos, ha sido gra dua lmente retoca da , disimul a da y , e n c iertos sitios, hasta revesti da de fo rmas más sua ves, pero no , ni m ucho meno s , a bol ida. E l primer efecto del po de.r excl usi vo de los ho mbres, desde el punto y ho ra en que se fund ó , lo o b serva mos en la forma i n ter-

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m e d i a de la f a m il i a p a t ri a rca l , que surgió en a q uel mo me n to . Lo q ue ca r a cte r i z a , so b re to do , a esta familia no es la po l i ga m i a , de la cua l ha b l aremos· lue go , sino la •orga n i zación d e c i erto número d o ind iv iduos, l i b res y n o l i b res, en una fam i l i a somet i d a al poder pa terno del jefe de ést a . E n la fonna sem í t ica , ese j e (e do fam i l i a v i v e en plena poligam i a , los esclavos t i enen una mujer e h i j o s , y e l o b j e t i vo de la orga n i zación entera es cuidar d e l ganad o en una área determ inada•li•o.

Los rasgos esencia l es son la incorporación de l os esclavos y la p o t esta d pa terna ; p o r eso , l a fa m i l i a roma na es el t ip o pe rfec to de esta fo rma de fa mil ia . En su o r i gen , la pal ab ra familia no sign i fica e l i dea l , mezcla de sentimentalismos y de d i se n s i ones

do m és t i c a s , del fil i steo de nuestra época ; al principio , entre los ro m a nos, ni siqu iera se a p l ic a a la pareja c on y u ga l y a sus hijos, s i n o ta n sólo a los esclavos. Famulus q u ie re dec i r esclavo do més­ t i c o , y familia es el conj unto de los esclavos pertenecientes a u n m i smo ho m b re . E n tiempos de Ga yo la familia , id est p at r i mo n i um (es dec ir, h e re n c ia ) , se tra n smi tía a ú n por testa mento . Esta ex­ p re s ió n la i nventa ron los ro manos pa ra d esi g na r un nuevo orga­ n ismo so c i a l , cuyo j e fe tenía bajo s u poder a la mujer, a los hijos y a cierto n ú m e ro de esclavos, con la p a tr i a pote st a d romana y el d e re c h o de v i da y mu e rte so bre to dos ellos. «La p alabra no es, pues, más an tigua que el férreo sistema de fam ilia de las t r i b u s l a t i n a s , q u e n a c i ó a l in tr od u c i rs e la a g ric u ltura y la esc lav it u d · legal y d espués de la esc isión entre los itálicos arios y los griegos•m .

Y a ñ a de Marx : «La fa m ilia mo derna contiene en germen , no sólo la esclavitud (servitus) , sino t a m b i é n la se r v i d u m b re , y desde e l co m ienzo m ismo gua rda relación con las carga s en la agricul tura . E nc i e rra , in m iniature, to dos los antagonismos que se d es a r ro l la n más a delante en la sociedad y en s u E st a d o » . E sta fo rma de fa m il ia señala e l tránsito del matrimonio sin­ d i ás mico a la monogam ia . Pa ra asegurar la fidelidad d e la m ujer y, po r co nsiguiente , la p a te r n i d a d de los h ijos, a q u é l la es entre­ gada s i n reserva s al po der del hombre: cuando éste la m a ta , no h a ce más que ej ercer su derecho . Co n la fa m ilia p a tria rcal entra mos en los dominios de la his­ toria escri ta , donde la c iencia del Derecho comp ara d o nos puede presta r gra n a u x i l io . Y en efecto , esta ciencia nos ha p er m i ti do a q u í hacer i m p o r t a n te s progreso s . A .Ma x i m K o v al e v sk i de­ bemo s la i dea de que la co muni d a d fa m i l iar patriarcal (patriar­ chalische Hausgenossenschaft) , seg ú n ex iste aún entre los ser v i os y los b ú lga ro s co n el nombre d e zádruga ( que p u e d e tra ducirse poco más o menos como confraternidad) o bratstwo (fraternidad) , y bajo una fo rma mo d i fi ca da entre los orientales, ha constituido

248 el estadio de transición entre la familia de derecho materno , fruto del matrimonio por grupos, y la monogamia mo derna . Esto parece

probado , por lo menos respecto a los pueblos civilizados del Mundo Antiguo , los arios y los semitas. La zádruga de los sudeslavos constituye el mejor ejemplo , exis­ tente aún, de una comunidad familiar de esta clase . Abarca muchas generaciones de descendientes de u n m ismo padre, los cuales v iven juntos, con sus mujeres, bajo el mismo techo ; cul­ tivan sus tierras en común , se alimenta n y se visten de un fondo común y poseen en común el sobrante de los pro ductos. La comu­ nidad está sujeta a la a dministración superior del dueño de la casa (domaé in) , quien la representa a nte el mundo exterior, tiene el derecho de enajenar las cosas de poco valo r, lleva la caja y es responsable de ésta , lo mismo que de la b uena marcha de toda la hacienda . Es elegido , y no necesita para ello ser el de más edad. Las mujeres y su trabajo están bajo l a dirección de la dueña de . la casa (domaé ica) , que suele ser la mujer del domlzé in. Esta tiene también voz , a menudo decisiva , cuando se tra ta de elegir marido para las jóvenes solteras. Pero el po der supremo pertenece al consejo de familia , a la asamblea de todos los a dYltos de la comu­ nida d , hombres y mujeres. Ante esa asa mblea rinde cuenta s el domaéin, ella es quien resuelve las cuestiones de i m portancia , admi­ nistra justicia entre to dos los miembros de la comuni da d , decide las compras o ventas más importa ntes, so bre todo de tierras, etc. N o hace más de diez años que se ha proba bo la ex istencia en Rusiam de grandes comunidades familiares de esta especie; hoy todo el mundo reconoce que tieneo en las costumbres populares rusas raíces tan hondas como la obschina , o co munida d rural . Fi­ g uran en el más antiguo código ruso -la Pravda de Yaroslav - , con el mismo nombre (verv) que en las leyes de D a l macia153 ; en la s fuentes históricas polacas y checas también po demo s encontrar referencias al respecto . También entre los germanos, según Heusler (Instituciones del D erecho alemán, la unidad económica pri m i ti va no es la fa milia aislada en el sentido moderno de la pala bra , sino una comunidad fam iliar (Hausgenossenschaft) que se co mpone d e muchas generaciones con sus respectiva s familias y que además encierra m uy a menudo individuos no l ibres. La fa milia romana pertenece igua lmente a este tipo , y, deb i do a ello , el poder abso· l uto del padre sobre los demás miembros de la fa milia , por supuesto pri vados entera mente de derechos respecto a él , se ha puesto muy en duda recientemente . Com unidades fa miliares del m ismo género han debido de existir e ntre los celtas de I rlanda ; e n Francia , se han mantenido en el N i vernesa do con el nombre de parfonneries hasta la revol ución , y no se han ex tingt� i do aún en

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el Franco-Co ndado . E n los alrede dores de Louhans (Saona y Loira) se ven gra nde s caserones de labriegos, con una sa l a co mún cen tra l muy a l ta , que llega ha sta el teja do ; a l rededor se encuentra n los dormi torios, a los cua les se sube por unas escalerillas de seis a ocho peld a ño s ; ha b i ta n en esas ca sas varias ge n e rac i ones de la m i sma fa m i l i a . La comun i d a d fami l i a r , con cultivo del suelo en comú n , se menciona ya e n la I ndia por Nearco , en t iemp o de A leja n d ro Magno , y a ú n subsiste en la m i sma área , en el Penya b y en todo el N o ro este del p a ís. E l mismo Kova levski ha po d i do de mostrar su e x i stenci a en el C áucaso . E n Argelia existe aún en las c á b i l a s . Ha deb i d o ha l l a rse ha sta en A mé ri ca , donde s e cree descubrirla en las «calpulliS»m de sc r i t a s por Zurita en el anti guo México; por el contrario , Cuno w (A usland155, 1 890, n úm e ros 42-44) ha demostra do de una manera ba sta nte clara que en la época de la conqu ista ex i stía en e l Perú una especie de m a rc a (que , cosa ex tra ña , ta m b i é n se llamaba allí marca) , co n reparto periódico de las tie rra s c u l ti v a da s y , por consiguiente , con cultivo in di v idu al . E n to do ca so , la comunida d fa m i l iar patriarcal , con posesión y cul t i vo del suelo e n común, a d quiere ahora una sign i ficación muy d i ferente de la que tenía a ntes. Ya no po demos dudar del gra n p a p e l transicional q ue desempeñó , e n tre los pue b l o s ci vi­ l i za do s y o t ro s p ueblos de l a a n t i gü e d a d en el período entre la fa m i l i a de derecho m a ter no y la fa milia monógama . Más adelante hablare m o s de o tra conclusión sa c a d a por K o valevsk i , a sa ber: que l a comun i d a d fa miliar fue igual mente el estadio tra ns i t o r io de don d e sa l i ó l a co m unidad rura l o la marca , con cultivo indi­ v i du a l del suelo y repa rto , a l p ri nc i p i o peri ód i co y desp ués defi­ nitivo , d e l o s ca m p o s y pastos. Respecto a l a v i da de fa m i l ia en e l seno de estas co munida des fam i l i a re s , debe hacerse nota r q ue , por lo menos en R usia , lo s a mo s de ca sa tienen la fa ma d e a busa r mucho d e s u situación en lo que respecta a la s mujeres más jóvenes de la com un i da d , pri nci pa l mente a sus nuera s , con las que forman a menudo u n harén ; las ca nciones populares r usa s so n harto elocuentes a este respecto . Antes de pasar a la m o noga mia , a la cual da ráp i do desa rrollo el derrumb a m iento del m a tria rc a d o , digamos a l guna s palabra s de la pol iga mia y de l a po l ian d r i a . E stas dos forma s de ma tri­ monio sól o pueden ser exce pciones, artículos de l ujo de la h i sto r i a , digámoslo así , de no ser que se presenten simultánea mente e n u n m i smo pa í s , lo cua l , co mo sa bemos, no se pro duce . Pues bien; como los hom b re s e x cl u i dos de la poliga m ia no podían co nso l a rse con las mujeres deja d a s e n l i berta d por l a p oli a n d r i a , y como el nú mero de h o m b res y m u j e res, independ ientemente de las insti-

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tuciones sociales, ha seguido siendo casi igua l hasta ahora , nin­ g una de estas fo rmas del ma�rimonio fue genera lmente admitida . De hecho , la pol igamia de un ho m b re e ra , e v i dente mente , un pro­ ducto de la esclav itud , y se l i m itaba a gentes de posición elevada . En la fa milia patriarcal se m í tica , el p a t riarca m i smo y, a lo sumo , a lgunos de sus hijos v i ven co mo polígamos; los demás, se ven o bl igados a contentarse con una muje r . Así s ucede hoy aún en todo el Oriente : la pol iga mia es un p r i v i l egio de los ricos y de lo s g randes, y las mujeres so n recluta d a s , so b re to do , por la co mpra de esclavas; la masa del p uebl o es mo nóga ma . Una e x ce pc ió n parec ida es la po liandria en la I n d i a y e n el T i b et , na cida del ma trimonio por grupos, y cuyo i n te resa nte o rigen queda por e stu­ diar más a fondo . En la prácti ca . p a rece m ucho más tolerante que e l celoso régi men del harén musul m á n . E n tre los naires de la I n d ia , por lo menos, tres, cua tro o más ho m bre s, tienen una mujer co mú n ; pero cada u no de ellos pue d e te ner, en unión co n otros ho m bres, u na segunda , u na terce ra , una cua r ta mujer, y así su­ cesi va mente . Aso mbra que MacLenna n , a l descri b irlos, no haya descubierto una nueva ca tegoría de ma trimo n io -el matrimonio en club- en estos clubs co nyugales , de varios de l o s cuales puede fo rmar parte el ho mbre . Por supuesto , e l siste ma de clubs conyu­ gales no tiene que ver co n la p o l i a n dria efectiva ; por el contrario , según lo ha hecho notar ya Giraud-Teulo n , e s una forma espe­ cializa da (spezialisierte) del matrimo n io p o r grupos: los hombres viven en la poliga m ia , y l a s mujere s en l a poliandria . 4 . La familia mono gámica. N a ce d e l a fa m i l ia sindiásmica, según hemos ind ica do , en el perío do de tra nsición entre el esta dio medio y el esta dio superior de la ba rba rie ; su tri unfo definitivo es uno de los sínto ma s de la civilización n a c i e nte . Se funda en el pre do minio del ho mbre ; su fin ex p reso es el de p ro crear hijos cuya paterni da d sea indiscutible ; y esta pa ternida d indiscuti ble se exige porque los hijos, en ca l i d a d de heredero s directos, han de e n tra r un día en posesión de los b ienes de su p a d re . La fam ilia mo nogámica se d i ferencia del matrimonio s in d i ásm ico por una so l i dez mucho más gra nde de los l a zo s conyuga les, que ya no p ueden ser d isueltos por deseo de cual quiera de l a s pa rtes. Aho ra, sólo el ho m b re , co mo regla , puede ro m pe r esto s l a zo s y repud iar a su mujer. Ta mbién se le o to rga el d e recho d e i n fide l i da d conyu gal , sa n cio na d o , a l menos, por la costum b re (el Código de Na poleón se lo conce de ex presa m ente , m ientra s n o tenga la concubi na en el do micilio co nyuga llli6) , y este derecho se ejerce ca da vez má s a m p l iamente a me d i da que p rogresa l a e vo l uc i ó n social . S� la mujer se a cuerda de la s ant iguas p ráctica s se x uales y q mere reno va rlas, es castiga da más riguro sa mente que en n i n guna época a n terior .

El origen de la fa m i l i a , la prop iedad privada y el Estado

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E n tre los griego s encontramos en toda su severidad la nueva fo rma de la fa milia . M ien tras que , co mo seña la Marx , la situa­ · ción de las diosas en la m i to logía nos ha bla de un perío do a n terior, en que las mujeres ocupaban to davía una posición más l i bre y más estimada , en los tiempos heroicos vemos ya a la mujer humi­ l l a da por e l p redomi nio del ho mbre y la co mpetencia de las esclavas . Léase en la Odisea cómo Telémaco interru m pe a su ma d re y le i m pone silencio * . En Ho mero , los vencedores a placa n sus ape titos sex uales en las jóvenes captura das; los jefes elegía n pa ra sí , por turno y confo rme a su ca tegoría , las más hermosa s; sa b i do es que la ll íada en tera gira en torno a la d ispu ta sosten i d a entre Aquiles y Aga menón a causa d e una esclava . J unto a ca da héroe , más o menos i m po rta n te , Ho mero habla de la jo ven ca utiva co n l a cua l comparte su tienda y su lecho . Esas jóvenes eran ta m­ bién co n d uc i d a s a l país na tivo de los héroes, n la casa co nyuga l , como h i zo Aga menón co n Casandra * * , e n Esqu ilo ; los h i jos nacidos de esas esclavas reci ben una pequeña parte de la herencia pate rna y so n considera dos co mo hombres libres; así , Teucro es h i j o na t u ra l de Tela món , y tiene derecho a l leva r el nom b re de su p a d re . E n cua n to a la mujer legíti ma , se ex ige de e l la que tolere to d o esto y , a J a vez , guarde una castidad y una fidel idad conyuga l riguro sa s . C i erto es que la mujer griega de la época heroica es más respe tada que la del perío do civil izado ; sin embargo , pa ra el ho m b re no es, en fin de cuentas, más que la ma dre de sus hijos leg í t i mos, sus heredero s , la que go bierna la casa y vigila a las escla v a s , de quienes él tiene derecho a hacer, y hace , concubinas sie m p re q ue se le a n to j e . La existencia de la esclavitud junto a la monoga m i a , la presencia de jóvenes y bellas cautivas que pertenecen en cuerpo y a l ma al hombre, es lo que i mprime desde su o rige n u n ca rácter especí fico a la monoga mia , que sólo es mono­ ga m ia para la mujer, y no pa ra el ho mbre . E n la actual ida d , con­ se rva to davía este ca rác te r . E n cuanto a los griego s d e una época m4s reciente , debemos distinguir e n t re los dorios y los jonios. Los primeros, de los cua­ les Esparta es el ejemplo clásico , se encuentran "desde. muchos puntos de vista en relacio nes conyugales mucho más pri m itivas que las p i ntadas por Homero . En Esparta existe un ma tri mo n io sind i ásmico m o d Hic a do p o r el Estado co nfo rme a las concepciones do m i nantes a l l í y q ue co nserva muchos vestigios del matri monio por grupos. L-9. s unio nes estériles se ro mpen: e l rey Ana x á n dri des (hacia el a ño 560 a ntes de nuestra era) to mó u na segu nda mujer, sin dej a r a l a pri mera , que e ra e stéril, y sostenía dos do micilios • ••

Homero , Odisea , can t o primero. (N. d e la Edit.) Esq u i l o , Orest i a d a . A ga m enón. (N. de la Edi t.)

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conyugales; hacia la m isma época , teniendo el rey Aristón dos mujeres sin hijos, tomó otra , pero despi dió a una de las dos pri me­ ras . Además, varios hermanos podían tener una mujer común; el ho mbre que prefería la mujer de su a m i go podía participar de ella con éste ; y se estimaba decoroso p o ner la mujer propia a disposición de «un buen semental» (co mo d i ría Bismarck) , a u n cuando no fuese un conciuda dano . D e un pasaje de Plutarco en que una espartana envía a su marido un p re tendiente que la persigue con sus pro posiciones, puede incluso deducirse , según Schomann, una l i berta d de costumbres aún más grande. Por esta razón , era cosa inaudi ta el a dulterio efectivo , la infidelidad d e l a mujer a es.paldas de su mari do . Po r o tra parte , l a esclavitud do méstica era desconocida en E spa rta , por lo menos en su mejor época ; los ilo tas siervos vivían aparte , en l a s tierras de sus señores, y, por consiguiente , entre los espartanos157 era menor la tentación de sola zarse con las mujeres. Por to das esta s ra zo nes, las mujeres tenía n en Esparta una posición mucho m á s respetada que entre los o tros griegos. Las casa das espa rtanas y la flor y nata de las hetairas a tenienses son las únicas m ujeres de quienes hablan con respeto los antiguos, y de las cua les se tomaron el trabajo de recoger los dichos. Otra cosa muy diferente era lo que p a saba e ntre los jonios, para los cuales es ca ra cterístico el rég i men de Atenas. Las don­ cellas no aprendían sino a hilar, tejer y coser, a lo sumo a leer y escri bir. Práctica mente eran cautivas y sólo tenían trato con otras mujeres. Su habitación era un apose nto separa do , sito en el piso alto o detrás de la casa ; los hombres, sobre todo los ex­ traños, no entra ban fácilmente a l l í , y las mujeres se retiraban en cuanto l legaba algún visitante . Las mujeres no salían sin que las acompañase una esclava ; dentro de l a casa se veía n , literal­ mente , sometidas a vigilancia ; Aristófa nes ha bla de perros moloso s para espantar a los a dúlteros158 , y , por lo menos , en las ciuda d es a siáticas, para vigi lar a l as muj e res había e unuco s , que desde los tiempos de Hero do to se fabrica ban en Quío para com e rciar con ellos y que no sólo servían a los bárba ros , si hemo s de creer a Wachsmuth. En E urípides se designa a la muj e r como un oiku­ rema* , como algo destina do a cuidar del hogar do méstico (la pala b ra es neutra) , y , fuera de la procrea ción de los hijos, no era para el a teniense sino la cri a da princi pa l . El ho m bre tenía sus ejercicios gimnásticos y sus discusiones públ ica s , cosa s de las que esta ba excluida la mujer; a demás so l ía tene r esclavas a su disposición , y , en la época flo reciente de Atenas, una pros­ titución muy ex tensa y p rotegida , en to do caso , pqr el Estado. •

Eurípides , O mte1.

(N. de la .Edit.)

El ortgen de la famUta, la propiedad prtuada 11 el Estado

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Preci sa mente , so b re la base de esa prostitución se desa rrollaron las mujeres griegas que so bresalen del nivel general de la mujer del Mundo Antiguo por sli i ngenio y su gusto artístico , lo mismo q ue l a s espartanas so bresalen por su carácter. Pero el hecho de q ue p a ra convertirse en mujer fuese preciso se r antes heta ira , es la co ndenación más severa de la fa milia aten iense . Co n el t ra nscurso d e l tiempo , esa fa milia ateniense llegó a ser e l t i po por e l cual mo delaron sus re laciones domésticas, no sólo el resto de los jonios, sino ta mbién to dos los griegos de la metró p o l i y de las colo nias. Sin embargo , a pesar del secuestro y de la vigilanc i a , las griegas ha llaban harto a menudo ocasiones p a ra enga ñ a r a sus marido s. Estos, que se hubiera n rubo rizado de mo stra r el más pe queño a mor a sus mujeres, se recrea ban ºcon las heta i ra s en to da clase de gala nterías; pero el envileci miento de l a s m u j ere s se vengó e n los ho mbres y los envi l eció a su ve z , l l e v á n do le s hasta l a s repugnantes prácticas d e l a pede rastia y a d ashonrar a sus dioses y a sí mismos, co n el mito de Gani medes. Ta l fue el o rigen d e la monogamia ; según hemos po dido seguirla e n el p u e b lo más culto y más desarrol lado de la antigüeda d . De n inguna m a nera f u e fruto d e l a mo r sexual individua l ; con el q ue no tenía n a d a de co mún , siendo el cálculo , a hora co mo antes, el mó v i l de los m a trimonios. Fue la primera fo rma de fa milia q ue no se b a sa ba en condiciones na tura les, sino eco nómicas, y concre t a me nte en el triunfo de la pro piedad priva da so bre la p ro p i e dad común primitiva , originada espontáneamente . Prepon­ dera nc i a del ho mbre en la fa milia y procreación de h ijos que sólo pudieran ser de él y destina dos a heredar su riqueza: tales fuero n , a b ierta mente procla mados por los griegos, los únicos o b j e t i vo s de la monoga mia . Por lo demás, el ma trimonio era para ellos una c arga , un deber para con los dioses, el Estado y sus pro p io s a nteceso res , deber que se veían obliga dos a cumplir. En Atenas l a ley no sólo i mponía el matrimonio , sino que , a demás, o b l ig a b a al marido a cumpl i r un mínimum determina do de lo que se l l a m a d e be re s con y ugales. Por t a n to , l a monoga m i a no aparece de ninguna manera en la hist o r i a co mo un acuerdo entre el hombre y la mujer, y menos aún co mo la fo rma más e leva d a de matrimonio . Por el contrario , e ntra e n e scena b a j o la forma del esclavi z a miento de un sexo por el o tro , como l a procl a mación de un conflicto entre los sexos, de sco no c i do hasta e nto nces en l a prehistoria . E n un v iejo manus­ cri to i n é d i to , re dactado e n 1 846 por Marx y por m í * , encuentro esta fra se : «La primera d i v i sión del tra ba jo es la que se h i zo • C. M arx y F. E ngcls, La Ideo logra a lemana (véase la presente ed ición , t. 1 , pág. 29) , (N. de la Edit.)

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entre el ho m bre y la mujer para la procrea ción de h i jos. . Y hoy puedo a ñ a d i r: el primer a ntago n i smo de cla ses que apareció en la historia coincide con el desarro llo del a ntagonismo entre el hombre y la mujer en la monoga mia ; y la primera opresión de cla ses, con la del sexo femenino por el masculino . La monoga­ mia fue un gran progreso histórico , pero al m ismo tiempo inaugura , juntamente con la escla vitud y con las ri quezas privadas, la época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo y el b ienestar y el dei¡a­ rro l lo de unos verifícanse a ex pensas del dolor y de la represión de otros. La monogamia es la forma celula r de la sociedad Ci l'ili­ zada , en la cual podemos estud iar ya la natura leza de las co ntradic­ ciones y de los antagonismos que a l ca nzan su p leno desarrol l o en esta sociedad. La antigua libertad relativa de comercio sexual no desapareció del to do con el triunfo del matrimonio sindi ásmico , ni aún con el de la monogamia . tEl antiguo si stema conyugal , red u c i d o a m á s estrechos lími tes por la gradual desaparición de los grupos p u n a l ú a s , segu í a siendo el medio en que se desen volv í a la fam i l ia, cuyo desarro l l o frenó hasta los alb or e s de la . civ i l i zación . . . ; desapareció , por fin , con l a n u ev a form a del heterismo, que sigue a l género humano hasta en p lena civ i l i zación como una negra sombra que se cierne sobre la fam i l i a . .

Morgan entiende por heterismo el co mercio ex traconyugal , existente junto a la monogamia, de los ho m bres con mujeres no casadas, comercio carnal que , co mo se sa be , florece bajo las formas más diversas durante todo el perío do de la civilización y se transforma cada vez más en descara da p rostitución. Este heterismo desciende en línea recta del ma trimonio por grupos, del sa·crificio de su persona , mediante el cua l a d quirían las mujeres para sí el derecho a la casti da d . La entrega por dinero fue al principio un acto religioso , practicábase en el tem plo de la diosa del amor, y primitiva mente el dinero ingresa ba en las arcas del templo . Las hieródulas168 de Anaitis en A rmenia , de Afro dita en Corinto , lo mismo que las b ailarinas rel igiosas agregad a s a los templos de la I ndia, que se conocen con el no mbre de bayade­ ra s (la palabra es una corrupción del po rtugués bailadeira} , fueron las primeras prostitutas. El sacrificio de entregarse , deber de todas las mujeres en un principio , no fue ejercido más tarde sino por estas sacerdotisas, en rempl a zo de to das l a s demás. En o t!os p ueblos, el heterismo proviene de la l i berta d sexual concedida a las jóvenes antes del matrimonio ; a sí p ues, es ta m b ién un resto del matri monio por grupo s, pero que ha llegado hasta nosotr� s por o tro ca mino . Con l a diferenciació!l en la p ro p ieda� , es decir, _ e ya en el esta d io superior de la barbarie , a pa rece espora d1cament

El origen de la familia, la p rop iedad privada y el Estado

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el tra bajo a sa l a ria do junto al tra bajo de los esclavos y al mi s m o tiem po , como un correlativo necesa rio de a quél , la prosti tución profesio nal de las mujeres libres aparece junto a la entrega forzada de la s esclavas. Así pues, la herencia que el ma trimonio por grupos legó a la civilización es doble , y todo lo que la civilización p ro d uce e s también doble , ambiguo , equívoco , contra d ictorio : por un l a do , l a monoga mia , y por el o tro , el heterismo , compren­ dida su forma ex trema da , la prostitución. El heterismo es una instituc i ó n social co mo o tra cual quiera y mantiene la antigua l i b erta d sex ua l . . . en pro vecho de los hombres. De hecho no sólo tolera do , sino practicado l i bremente , sobre todo por las cla ses do m i na n t es, repru é base de pala bra . Pero en realidad, esta repro­ bación nunca va d irigida contra los ho mbres que lo practica n, sino so lamente co ntra las mujeres; a éstas se las d espre ci a y se las recha za , pa ra p rocla mar con eso una vez más, como l e y funda men­ ta l de l a socieda d , l a supremacía absoluta del hombre sobre el sexo femenin o Pero , e n l a mono ga m ia misma se de se nv uelve una segunda contra d icci ó n . J un to al marido , que a meni za su ex istencia con el heterismo , se encuentra la mujer abandonada . Y no puede exist i r un té r m ino d e una contrad icción s i n que exista el otro , co mo no se puede tener e n la mano una manzana entera después de ha berse co m i do la mita d . Sin embargo , ésta parece ha ber sido la o p i ni ó n de los hom b res hasta que las mujeres les pusieron otra cosa e n l a cabeza . Con l a monogamia aparecieron dos figuras socia l es, cons t antes y características, desconocidas hasta entonces: el perma nente a m a nte de la mujer y el marido cornudo . Los hom­ b res ha b í a n logra do la victoria sobre las mujeres, pero las vencidas se e nc a rg a ro n generosamente de coronar a los vencedores. El a d ulterio , prohi b i do y castiga do rigurosamente , pero i nde s tructi­ ble , l legó a ser una i nsti tución social irremediable , junto a la mo noga mia y al heterismo . E n el mejor de los casos, la certeza de l a pa tern i d a d de los hijos se basa ba ahora , como antes, en el co nvenc i miento moral , y para resolver la i nso l uble contradicción , el Código de Napoleón dispuso en su Artículo 31 2: .

« L ' enfa n t co nfu pendant le marlage a pour pere le mari• (cE l h i j o conce­

b i d o durante el m a trimon io t iene por padre al marido•) .

E ste e s el resul tado final de tres mil año s de monogamia . Así pues, e n los casos e n que l a familia monogámica refleja fiel men t e su ori ge n his t ó ri co y mani f iesta con clarida d el con­ flicto en tre e l ho mbre y la mujer, origina do por el dominio exclusivo del primero , tenemos un cuadro e n miniatura de las cont ra d i ccion e s y de los a n t a goni s mos en m e d io de los cuales se m ueve l a socie da d , dividida e n clases desde la civil ización ,

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sin po der resolverlos ni vencerlos. Natura l me nte , sólo hablo a qu í de los casos de monoga mia en que la vida co nyugal trans­ curre con arreglo a las prescripcio nes del carácter original de esta institució n , pero en que la mujer se rebela contra el dominio del hom b re . Que no en todos los ma tri monios ocurre así , lo sabe mejor que na die el filisteo alemán , que no sa be mandar ni en su casa n i e n el E sta do, y· cuya m ujer lleva co n p leno derecho los pantalones de que él no es digno . Mas no por eso deja de creerse m uy superior a su compañero de infortunios francés, a quien con mayor frecuencia que a él mismo le suce den cosas mucho más desagra dables. Por supuesto , la familia monogám ica no ha revesti do en todos los l uga res y tiempos la forma clásica y dura que tuvo entre los griegos. La mujer era más l ibre y más co nsidera da entre los romanos, quienes en su cal idad de futuros co nquista dores del m undo tenían de las cosas un concepto más a mp l i o , aunque menos refinado que los griegos. E l romano creía suficientemente garan­ tizada la fidel idad de su mujer por el derecho de v i da y muerte que so bre ella tenía . Ade más, la mujer po día a l l í romper el vínculo matri monial a su a rbitrio , lo mismo que el ho mbre . Pero el mayor progreso en el desenvolvimiento de la monogamia se rea lizó , indudablemente , con la entrada de los germanos en la historia , y fue así porque , dada su pobreza , parece que poi: el entonces la monogamia aún no se había desa rrollado plenamente entre ellos a partir del matrimonio sindiásmico . Sacamo s · esta conclusión basándonos e n tres c ircunstancias menciona das por Tácito : en primer lugar, j unto con la santida d del matrimonio («se contentan con una sola mujer, y las mujeres viven cerca das por su pudor•) , la poligamia estaba en vigor para los grandes y los jefes de tribu. Es ésta una situación a náloga a la de los a mericanos, e ntre quienes existía el matrimonio sindiásmico . En segundo término , la transición del derecho m aterno a l derecho paterno no había debido de realizarse sino poco antes , puesto que el hermano de la ma dre -el pariente gentil m á s próximo , según el ma triarca do - casi era tenido com o u n pariente más próximo que el propio padre , lo que tamb ién co rresponde a l punto de vista de los indios a mericanos , entre los cuales Marx , como solía decir, ha bía encontra do la clave para comprender nuestro pro pio pasa do . Y en tercer lugar, entre los germanos la s mujeres gozaban de suma consideración y ejercían una gran influencia hasta en los asuntos públicos, lo cual es dia metral mente opuesto a Ja supremacía masculina de la monoga mia . To dos éstos son p unto s en los cuales los germano s están casi por completo de acuerdo con los esparta nos, entre quienes ta mpoco hab ía desapa­ recido del to do el ma trimonio sindiás mico , según hemos visto .

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Así pues, también desde este punto de vista l lega ba con los germ anos un elemento e ntera mente nuevo que do m inó en todo el mundo . La nueva monogamia que entre las ruinas del m undo roma n o salió de la mezcla de los p ueblos, revistió la supremacía mascul ina de formas más sua ves y dio a las m ujeres una posición mucho más considerada y más libre , por lo menos a pa rente­ mente , de l o que nunca ha bía conocido la edad clásica . G r11 c ias a eso fue posible , p a rtiendo de la monoga mia -en su seno , ju n to a ella y con tra ella , segú n las circunsta ncias- , el p rogreso mora l más gra nde que le debemos: el a m o r sexual indi vidua l mo derno , desconocido anteriormente en el mundo . Pues bien; este progreso se debía con toda segurid11d a la circun�ta ncia de que los germanos vivía n a ú n ba jo el régimen de l a familia sindiásmica , y de que llevaron a la mo noga mia , en cuanto les fue posible , la posición de la m ujer correspondie n te a l a fa milia sindiásmica ; pero no se debía de ningún modo este progreso a la l egenda ria y maravillosa pureza de costumbres ingénita en los germanos , que en realidad se reduce a que en el ma trimo nio sindiásmico no se observan las agudas contradic­ ciones mo ra les pro pias de la mo noga mia. Por el co ntrario , en sus e migraciones , particularmente al Sudeste , hacia la s estepas del M a r Negro , po bla das por nómadas , los germanos decayeron prof u n d amente desde el punto de vista moral y tomaron de los nóma das , a de más del a rte de l a equitación , feos vicios co ntra na­ turales , acerca de lo cual tene mos l os expresos testi monios de Amia n o acerca de los taifalienses y de Procopio respecto a los hérulos. " Pero si l a monogamia fue , de todas las formas de familia conocida s , l a única en que pudo desarrollarse el a mor sexual mode�n o , eso no quiere decir de ningún modo que se desarrollase exclusiva mente , y ni a un de una manera prepondera nte , co mo a mor mutuo de los có nyuges. Lo excl uía la propia na turaleza de la monogamia sólida , basa da en la suprem acía del hombre . En toda s las clases históricas activa s, es decir' · en todas las clases domina ntes , el m atrimonio siguió siendo lo que había sido desde el ma tri m onio sindiásmico : un trato cerrado por los pa dres. La primera forma del a mor sex ual aparecida en la historia , el a mo r sex u a l como pasión , y por cierto co mo pasión posible para cualquier ho mbre (por lo menos , de las cl a ses dominantes) , ,como pa sión que es la fo rma superior de la atracción sex ual (lo que co n st i t uye precisa men te su ca rácter específico) , esa pri mera forma , el a m or c a ba l l eresco de la Edad Media , no fue , de ningún m o do , a mor conyugal. Muy por el contrari o , en su fo rma clásica, entre los pro venza les, marcha a toda vela hacia el adulterio , que es cant a do por sus poetas. La flor de la poesía amorosa proveo9- 1645

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. zal son l a s A lbas, en a le m án Tagelieder (ca ntos de la al borada) . P i nta n co n encend i dos co lores cómo e l ca b a l lero comparte el l echo de su a ma da , la mujer de o tro , m i e n tra s en la ca l le está a posta do un v igi l a nte que lo l l a ma a pe n a s clarea el a l ba , para que p ueda esca par sin ser visto ; la esce na de la separación es el punto cul m i na nte del poema . Los fra nceses del No rte y nuestros val ientes a l e ma nes a do p ta ro n este género de poesías, al m ismo tiempo que la ma nera caballeresca de a mo r co rrespo n diente a él , y nuestro a n t iguo Wo lfra m vo n Esche n h ach dejó so bre este sugestivo tema tres e ncanta dores Tagelieder, que prefiero a sus tres largo s poemas épicos. El ma tri mo nio de la b urguesía es de dos m o d o s , en nuestros días·. En los países catól ico s, a hora , co mo a n te s , los pa dres so n quienes pro po rcionan al joven b u rgués l a m u j e r q u e l e conviene , de lo cual resul ta natura l mente el m á s a m p l i o desa rro llo de la co n tra dicción que encierra l a monoga m i a ; · h e terismo ex uberante por pa rte del ho mbre y a d ul terio e x u be ra nte por pa rte de la mujer. Y si la Iglesia ca tól ica ha a bol i do el d i vo rc i o , es probable que sea po rque habrá reconocido que co n tra e l a dulterio , como contra l a muerte , no hay reme d io q ue va l ga . Por el contrario , en los países protesta ntes la regla ge nera l es co.nceder al hijo del burgués más o menos l i berta d p a ra busca r mujer dentro de su clase ; por ello el a m o r puede ser hasta c i e rto p unto l a base del ma trimonio , y se supone siempre , p a ra gua rda r las a pariencias, que así es, lo que está muy en correspo ndencia co n la hipocresía pro testa nte . A quí el marido no practica el heterismo tan enérgica­ me nte , y la infide l i da d de la mujer se da con menos frecuencia , pero como en to da s clases de m a trimo n i o s los seres humanos siguen siendo lo que a ntes era n , y como l o s burgueses de los pa íses protesta n tes son en su mayoría fi l i steo s , esa monogamia pro testa nte v iene a pa ra r , a u n toma ndo el térm i no medio de los mejores casos, en un a b urri miento morta l sufrido en co mún y que se l l a m a fel icidad do méstica . El mejor espejo de estos dos tipos de ma trimo n io es la novel a : la novela fra ncesa , para la ma nera catól ica ; la no vela a l e ma n a , p a ra la p ro te sta nte . En los dos casos, el ho m bre «consigue lo suyo » : en la novela alemana , el mo zo logra a la jove n ; en la novela fra ncesa , el mari do obtiene su co rna menta . ¿cuá l de los dos sa le peor l i bra do ? No siempre es posi b l e deci rlo . Po r eso el a b urri m ie nto de la no vela alemana i nsp i ra a los lecto res de l a b urguesía fra ncesa e l mismo horror que la « i n mo ra l i da d» de la novela fra ncesa i nspira al fil isteo a l emán . S i n emba rgo , en esto s ú l t i mo s tiempos, desde que «Berlín se está haciendo una c i u d a d m u n d i a l » , la no vela a le man a com ienza a tra ta r a l go menos tím ida mente el heterismo y el a dulterio , bien conoc ido s a l l í desde hace la rgo t i e m po .

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El

ortgen

de

la /a m i l ia , . la propiedad pr ! 11ada 11 el E1tado

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Pero , en ambos casos, el matrimonio se funda en la posición social de los contra yentes y, por tanto , siempre es un ma trimonio de conveniencia . También en los dos casos, este ma trimonio de co n v en ienc i a se convierte a menudo en la más vil de las p rostituciones , a veces por a m bas partes, pero mucho más ha bitual­ mente en la m ujer; ésta sólo se diferencia de la cortesa na ordinaria en que no a l qu i l a su cuerpo a ratos como una asalariada , sino que lo vende de una vez para siempre , co mo una escla va . Y a todos los m a tri mo n ios de conveniencia les viene de molde la frase de Fourier: -

cAsí como en gra m á t ica dos negaciones equiv alen a una afirmación , de igu al m anera en la m oral conyugal dos prosti tuciones equiva len a una v irtud•.

En las rel a c io nes con la mujer, el amor sexual no es ni puede ser , de hecho , una regla más que en las clases opri m i da s, es decir, en nuestros días en el proletariado , estén o no estén autori zadas ofici a l mente esa s rela ciones. Pero también desaparecen en estos casos to dos los funda mentos de la monoga mia clásica . Aquí falta po r co mpleto · J a pro pieda d , para cuya conservación y trans­ m i sión por herencia fuero n i nstituidos precisamente la monoga mia y el do m i n i o del hom bre ; y , por ello , a qu í también fa l ta todo moti vo pa ra esta b lecer la su p re m a cí a mascul ina . Más aún, fa l tan ha sta los medios de co n segu irl o : El" Derecho bu !·gués, que protege esta supre m a c ía , sólo ex i ste para las c l a ses poseedoras y para regul a r las re laciones de esta s clases co n los p ro l etari o s Eso cuesta d inero , y a causa de la pobreza del obrero , no desempeña n ingún p a pel en la actitud de éste hacia su mujer. En este caso , el papel decisivo lo desempeñan otras relaciones personales y sociales. A d e m á s , sobre todo desde que l a gra n industria ha a rranca do del hogar a la mujer para a rrojarla al mercado del trabajo y a la fábrica , convirtién d o l a ba st an te a menudo en el sostén de la ca sa , han queda do d e sp ro v i s t os de to da base los últi mos restos de la supremacía del h o m bre en el hogar del prole­ tario , excepto , q u i zás, cierta bruta l i da d para con las mujeres , muy a rra iga da desde el esta blecimiento de la monoga mia . Así pues, la fa m i l i a del proletario ya no es monogámica en el sentido estricto de la palabra , ni a1..1 n con el a mor más apasionado y la más a b soluta f i de l ida d de los cón yuges y a pesar de to das las bendiciones esp i ritua les y tempora l es posibles. Por eso , el heteris­ mo y el a dulterio , los eterno s compañeros de la monogamia , desempeña n a qu í un papel casi nulo ; la mujer ha recon quistado práctica mente el derecho de divorcio ; y cuando ya no pueden enten­ derse , los esposo s prefieren separa rse . En resumen: el matrimo nio .

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proletario es monóga mo e n el se ntido eti mológico de la palabra, pero de ningún mo do lo es en su sentido histórico . Por cierto , nuestros j urisconsul tos esti man que el . progreso de la legislación va quitando cada vez más a las mujeres todo motivo de queja . Los siste mas legislativos de los pa íses civili­ za dos mo dernos va n reconociendo más y más , en primer lugar, que el matrimonio , para tener va lidez , debe ser un contrato libremente consentido por a mbas partes, y en segundo luga r, que durante el período de convivencia matrimonial ambas partes deben tener los mismos derechos y los mismos deberes. S i estas dos condiciones se aplicaran con un espíritu de consecuen­ cia , las mujeres go zarían de todo lo que pudiera.n apetecer. Esta argumentación típica mente jurídica es exactamente la misma de que se valen los republ ica nos ra d icales burgueses para disipar los recelos de los proletarios. El contrato de trabajo se supone contrato consentido libre me nte por ambas partes. Pero se considera libremente consentido desde el momento en que la ley estatuye en el papel la igua l da d de a mbas partes. La fuerza que la diferente situación de clase da a una de las partes, la presión que esta fuerza ejerce so bre la o tra parte , la situación eco nómica real de a mbas; todo esto no le i mporta a la ley. Y mientras dura el contrato de tra bajo , se sigue suponiendo que las do s partes disfruta n de iguales derecho s, en tanto que una u otra no renuncien a ellos expresamente . Y si su situación econó­ mica concreta obliga al obrero a renuncia r hasta la última aparien­ cia de igua l dad de derechos, la ley de nuevo no tiene nada que ver con ello . Respecto al . matri monio , hasta la ley más p rogresiva se da entera mente por satisfecha desde el punto y hora en que los interesa dos han hecho inscribir formal me n te en el acta su libre consentimiento . En cuanto a lo que pa sa fuera de las bambalinas jurídicas, en la vida real , y a cómo se expresa e se consentimiento , no es ello cosa que pueda inquietar a la ley n i al legista . Y sin embargo , la más sencil l a comparación del Derecho de los disti ntos pa íses debiera mostra r al j urisconsulto lo que representa ese l i bre consenti mie nto . E n los países donde la ley asegura a los hijos la herencia de una parte de la fortuna pa terna , y donde, por consiguiente , no pueden ser deshereda dos -en Alemaniá , en los países que siguen el Derecho fra ncés, etc . - , los hijos necesitan el consentimiento de los padres p a ra co ntraer matri­ monio . E n los países donde se practica e l Derecho inglés, donde el consentimiento paterno no es una condición legal del matri­ mo nio , los padres gozan ta mbién de a bsol uta li berta d de testar, y pueden desheredar a su a n tojo a los hijos. Claro es que , a pesar de ello, y a un por ello mismo , e ntre las clases que tienen algo

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que here d a r , la li berta d para contraer matrimonio no es, de hecho , ni un ápice ma yo r en I nglaterra y en América que en Fra n c i a y e n Alema nia . No es mejor el esta do de cosas en cuanto a la igua lda d jurí­ dica del ho m b re y de la mujer en el matri monio . Su desigualda d . legal , que hemos here d a do de condiciones socia les anteriores, no e s ca usa , sino efecto , de la opresión económica de la m u j e r E n e l a ntiguo hoga r co munista , que comprendía numerosas parejas conyuga l es co n sus hijos, la dirección del h o g a r , co nfiada a l a s mujeres, era ta m b ién una i ndustria social mente tan necesaria como el c u i d a do de p ro porcionar los v íveres, cuidado que se confió a los hom bres. Las cosas cambiaron con la familia pa tria rca l y a ú n más co n l a fa m i l i a indivi dual monogámica . El go bierno del hoga r perdió su carácter público . La socieda d ya no tuvo n a d a q ue ver con ello . El gobierno del hogar se tra nsformó en· servici o privado ; la m ujer se convirtió en la criada pr in c ip a l sin to m a r ya pa rte en la producción socia l . Sólo la gra n industria de n uestro s días le ha a bierto de nuevo -aunque sólo a la prole­ taria - e l c a m i no de la p roducción social . Pero esto se ha h ec ho dé ta l suerte , que si la mujer cumple con sus deberes en el servicio p riva do de la fa milia , queda excluida de la pro d u c ción so c i a l y no p u e de ga nar n a da ; y si quiere tomar parte en la industria social y ga n a r por su cuenta , le es i m po s i b l e cumpl ir con sus deberes de fa m i l i a . Lo m i smo que en la fábrica , le a co n te ce a la m ujer e n to d as l a s ramas del tra bajo , incl uidas la medicina y la a bogacía . La fa m ilia i ndivi dual moderna se fun da en la esc l a v i tu d doméstica fran ca o más o menos di si m u l a da de l a mujer, y la socie d a d m o derna es una masa cu ya s moléculas son las fa m i l i a s i n d i vi duales. Hoy, en l a m a yoría de los casos, el ho m b re tiene que gana r los m e d ios de v i d a , que alimentar a la fa m i l i a , po r lo menos en las clases po see dora s; y e s to le da una posición p repondera n te que no necesita ser privilegiada de un m o do especi a l por la ley. E l hombre es en la familia el b u rg ué s; la mu j e r re p rese n ta en ella al p roletario . Pero en el mundo in dustria l e l ca rácter es p ec í f i c o de la opresión económica que pesa sobre el p ro l etaria do no se m a n i f ie st a en todo su rigor sino una vez suprimidos todos los privilegios l e ga l e s de l a clase de los cap i t a l i sta s y j u rí d i c a mente e s t a b l e ci d a la pl e n a ig u a l d a d de las do s clases. La re p ú b l i ca d e m o crática no suprime el ant a go n i sm o entre l a s d o s c l a ses; por el contrario , no hace más que suministrar e l terreno e n que se l leva a su término la lucha p o r reso l ver este a n tago n i smo . Y , de igua l mo do , el ca rácter p a rticular del predo­ m i nio del hom b re so b re l a m ujer. e n la fa m i l ia moderna , a sí como la ne ce si d a d y la m a nera de establecer una igua l d a d so c i a l efecti va de a m bos, no se m a n i festarán con to da nitidez sino .

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cuando el ho mbre · y la mujer tenga n , según la ley, derechos absol uta mente iguales. E nto nces se verá que la manumisión de la m ujer exige , como condición primera , le reincorporación de to do el sexo femenino a la industria socia r, lo que a su vez re quiere que se suprima la familia i n d i vidual co mo unidad eco­ nómica de la socieda d . •



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Como hemos visto , hay tres formas princi pales de ma tri monio , que corresponden apro x i mada mente a lo s tres esta d ios funda­ mentales de la evolución humana . Al salva j i smo corresponde el matrimonio por grupos; a la barba rie , el ma tri monio sindiásmi­ co; a la civilización , la monoga mia con sus co mplementos, el a dulterio y la prostitución . E ntre el ma tri mo n io si ndi ásmico y la monogamia se intercalan, en el esta dio superio r de la ba rbarie, la sujeción de las mujeres esclavas a los ho mbres y la pol iga mia . Según lo ha demostra do todo lo a ntes ex p uesto , la peculiaridad del progreso que se ma nifiesta e n esta sucesión consecutiva de formas de matrimonio consiste en que se ha i do quitan do más y más a las mujeres, pero no a los ho mbres, la l iberta d sexual del matrimonio por grupos. E n efecto , el ma trimonio por grupos sigue existiendo hoy para los hombres . Lo que es para la m ujer un cri men de gra ves co nsecuencias lega les y sociales, se conside ra muy honro so para el hombre , o a lo sumo co mo una l igera mancha moral que se lleva con gusto . Pero cuanto más se mo difica en nuestra ép oca el heteris mo a ntiguo por la pro d ucción ca pitalista de merc ancías, a la cua l se a dapta , más se tra n sforma e n prosti­ tució n descocada y más desmoralizado ra se hace su i nfluencia . Y, a decir verda d , desmo ral i za mucho más a los ho mbres que a las mujeres. La prostitución , entre las m uj eres, no degrada si no a las infel ices que caen e n sus garras y aun a éstas en un gra do mucho meno r de lo que suele creerse . En ca mbio , en vilece el carácter del sexo masculino entero . Y así es de a dvertir que el no vent a por ciento de las veces el no viazgo p ro l o ngado es una verda dera escuela preparato ria pa ra la infi del i da d conyugal. Ca mina mos en estos momentos hacia u na revolució n so cial en que las bases eco nómicas actuales de la mo noga mia desapare­ cerán ta n segura mente co mo las de la p ro stitución , co mpleme nto de a quélla : La monoga mia nació de la concentraci ó n de gran des ri quezas e n unas m ismas ma nos - l a s de u n hom bre - y del deseo de transmitir esas ri quezas po r herencia a los hijos de este hombre , excluyendo a los de cual quier o tro . Para eso era necesari� l a mo nogamia de la mujer, pero no la del hom bre ; ta nto es as1 , que la monoga m ia de la primera no ha sido el menor óbice pa ra

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ortgtn de la fa m i lia , la prop tedad privada y tl Ertado

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la pol iga mia desca ra d a u oculta del segundo . Pero la re volución soci a l i n m i ne nte , tra nsfo rmando por lo menos la inmensa ma yoría de las r i queza s dura dera s hereditarias -los medios de pro duc­ ción - en pro p ie d a d social , red ucirá al mínimum to das esa s preocu­ paciones de tra nsmisión here d i ta ria . Y ahora cabe hacer esta pregunta : ha b ie ndo naci do de ca usas económicas la monoga m ia , ¿desapa recer á cuando desa parezcan esas ca usas? Po dría responderse no sin fundamento: lejos de desa parecer, más bien se rea l i za rá plenamente a partir de ese momento . Porque con l a t ra nsformación de los medios de producción en prop ieda d soc i a l desa p a recen ta m b ién el tra bajo asalariado , el proleta riado , y , p o r consiguiente , l a necesi da d de que· se prostituya n cierto número de m ujeres que la esta dística puede ca lcula r. Desa pa rece la p rost i t ución , y en vez de decaer, la monoga mia l l ega por fi n a se r uua rea l i da d , ha sta para los ho mbres. En to do caso ; se mo d i fica rá m ucho la posición de los hombres. Pero ta m b ié n sufrirá profundos ca mbios la de las mujeres, la de todas e l l a s . En cua n to los medios de producción pasen a ser pro­ pieda d co mú n , la fa m i l ia indivi dual dejará de ser la unida d econó­ m ica de la soci e d a d . La economía do méstica se convertirá en un a sunto soc i a l ; el cuida do y la educación de los hijos, también. La socieda d cuidará con el m is mo esmero de todos los hijos, sea n legíti mo s o naturales. Así desapa recerá el temor a «las con­ secuenc i a s» , que es ho y e l má s i mportante motivo socia l -tanto desde e l punto de vista mora l como desde el punto de vista eco­ nó mico - que i m p i d e a una joven so l tera entrega rse libremente a l ho m b re a quien a m a . ¿No basta rá eso para que se desa rrollen p rogresi v a m e n te unas relaciones sexua les libres y también para ha cer a la o p i n ión públ ica menos rigorista acerca de la honra de l a s vírgenes y la deshonra de las mujeres? Y , por último , loo hemos visto que en el mundo moderno la prostitución y la mono­ ga mia , a u nque a ntagón icas, son insepara bles, como polos de un m ismo orden social? ¿Puede desa pa recer la prostitución sin arras­ t:ra r consigo a l a bismo a la monoga m ia? Ahora i nterviene u n elemento nuevo , un elemento que en la época e n que nació l a monogam ia existía a lo sumo en germen: el a mo r sex ua l i n d i v i d ua l . Antes d e l a E d a d Media no puede hablarse de que existiese a mor sex ua l i n d i v i d ua l . E s o bvio que la belleza personal , la intimida d , l a s i ncl i naciones comunes, etc . , han debido despertar e n lo s i n d i v i d uos d e sexo d i ferente el deseo de relaciones sexua­ les; que ta nto pa ra los ho m b res como p a ra las mujeres no era por com p l e to i n d i ferente co n qu ién enta blar las relaciones más intimas. Pero d e e so a nuestro a mor sexual mo derno aún media muchísima d i sta ncia . En toda la a n tigüe da d son los pa dres quie-

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nes conciertan las bodas en vez de los interesados; y éstos se confo rm a n tra nquilamente . E l poco amor conyuga l que la anti­ güeda d conoce no es una incl inación subjetiva , sino más b ien un deber objetivo ; no es l a base , sino el com plemento del matri­ monio . El a mor, en el sentido mo derno de la pala bra , no se pre­ senta en la a ntigüeda d sino fuera de la socied a d oficia l . Los pastores cuyas alegrías y pena s de a mo r nos canta n Teócrito y Moscos o Longo en su Da/nis y Cloe son simples esclavos que no tienen participación en el E sta do , esfera en que se mueve el ciuda dano l i bre . Pero fuera de l o s esclavos no encontra mos rela ciones a morosas sino como un p ro d ucto de l a desco mposición del mundo antiguo al decl inar éste ; por· cierto , son relaciones ma ntenidas con mujeres que ta mbién v i ve n fuera de la socieda d oficial , co n heta iras, es decir, con extra njera s o l i bertas: en Ate­ nas en v íspera s de su caída y en R o m a . ba jo los empera dores. Si ha bía a l l í relaciones a morosas entre ciuda da nos y ci udada­ nas l ibres, to das ellas era n mero a d ulterio . Y el a mor se x ua l , t a l co mo nosotros l o entendemo s , era u n a co sa t a n indife rente p a ra el v iejo Anacreonte , el cantor cl ásico del a m o r en la a nti­ güeda d , q ue ni si quiera le importaba el sexo mismo de l a perso na a m a da .

Nuestro a mo r sexua l difiere esencialmente del simpl e de seo sex ual , del eros de los antiguos. E n primer térm i no , supo ne la re c ip ro ci d a d en el ser amado ; desde este p unto de vista , la mujer

es en él igua l que el hombre , a l p a so es t á lejos de consulta rla siempre . E n

que en el eros antiguo se segun do término , el a mor sex ua l a l c a nza un gra do de i ntensi d a d y de duración que hace co nsi derar a las dos partes l a fa lta de relaciones íntimas y la separac ión como una gran desventura , si no l a ma yo r de todas; para po der ser el uno del o tro , no se retro cede a nte n a da y se l l ega h asta jugarse la v i da, lo cua l no suce día en la antigüe dad si no en caso de a d u l te r i o Y , p o r últi mo , nace un nuevo criterio mora l p a ra juzgar l a s relacio nes sexua les. Ya n o se pregunta so l a mente: ¿so n legí ti mas o ilegítimas? , si no ta m b ién : ¿so n hijas d e l a mo r y de un a ft>clo recí proco? Cla ro es que en l a prácti ca fe u da l o burguesa este criterio no se respeta m á s que cua lquier otro criterio mora l , pero ta mpoco menos: lo m i smo que los otros cri te rios, está reconocido en teoría , en el pa pel . Y por el momen to , no p uede ped i rse más. La E d a d Media a rra nca d e l punto en que se d etuvo l a anti ­ güeda d , con su a mor sexual en em brión , es deci r , a rranca del a d u l te r i o . Ya hemos p i n ta do el a mo r ca b a l l eresco , que engendró l o s Ta!felieder. De este a m o r , que tien de a destru i r el m a tri ­ mo n io , hasta a q uel que debe ser v i rle de b a se , h a y un largo .trecho q ue la ca ba l l ería ja más cubrió hasta el fi n . I ncl uso cua ndo pasa.

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El ortger& de la familia, la prop iedad privada y el E&tado

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de los frívolo s pueblos l a tinos a l os virtuosos alemanes, . vemo s en el Canto de los Nibelungos que Kri m h i l da , aun que en silencio está tan e n a mo ra da d e S igfrido como é ste de ella , res­ ponde sen c i lla m en te a G un t h e r , cuando éste le anuncia que l a ha p ro me t i do a un caballero , d e quien ca lla e l nombre: mo s

«No tené is necesidad de suplicarme; haré lo que me ord enáis; estoy dis­ puesta de buena voluntad , señor, a uninoe con aquel que me deis por mari d o•"' ,

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No se l e ocurre de ni ngún modo a Krimhilda l a i dea de que su a m o r pueda ser tenido en c ue n ta p a ra n a da . G un t her p i de e n matrimonio a Brunilda y E t ze l a Kri m h ild a , s i n ha berlas v i sto n u nca . De i g u a l manera Sigebant de I rlanda b usc a en Gudrun 180 a la noruega Ute , Hetel de H ege l i n gen a H i l da de I rl a nd a , y , en fi n , S igf rid o de Morlandia , Hartmut de O rma n i a y H erw i g de Se e l a n d i a p i de n los tres la mano de Gudrun ; y só l o a quí sucede que ést a se p ro n u ncia l i b rem e n t e a fa v or del último . Por lo común, la fut ura del joven pr í n ci p e e s ele gi da por los pa dres de éste si aún viven o , en caso contrario , p o r él mismo , a co n se jado por los g ra n de s feudata rios, cuya opinión , en estos casos, tiene gra n p eso . Y no puede ser de o tro modo , por su p ue sto . Para e l caballero o e l b a rón , como para el mismo p rí nc i p e , el matri monio e s un a cto p o líti co , una cuestión de a umento de poder mediante n ue v a s a l i a n z a s; el i nterés de la casa es lo que d e c i d e , y no las i n c l i na ci o ne s del i n d i v i d uo . ¿cómo p o d í a entonce s co rre s p o n de r al a mor la ú ltima pala bra e n la concerta ci ón de l m a tr i m on i o ? Lo m i smo suce d e con los b urg ue se s de los gremios en las ciuda des de la E d a d M e dia . Precisa mente sus priv ilegios protec­ t o re s , l a s cláusul a s de los regla mentos g re m i a l e s , las com pl i ca ­ das l ínea s fronteri z a s que separaban l e ga l m e n t e al b ur gué s , acá de las o t ra s c o rp o r ac i o nes g re mia l e s , a l lá de sus propios colegas de g re m io o d e sus o f icial es y a p ren d i c es , hacía n harto estrecho el c í r c u l o d e n tro de l c u a l p o día busca rse una · esposa a 1ecuada para él. Y e n e s t e co m plica do sistema , evidentemente no era su gusto pe r so n a l , sino el i nterés de la fam i l ia lo q ue deci día cuál era l a mujer q ue le convenía mejor. Así , en l o s más de l o s casos, y hasta el final de la Eda d Me d ia , el matri m o n i o s i g u i ó siendo lo que ha bía sido desde ·su origen: un tra to que n o cerra b a n l a s p a rte s i n t e re sa d a s . Al p r i n c i p i o , se venía ya casa do al m un d o , casado con todo un grupo de seres del o tro sexo . E n l a fo rma posterior del m a tri m on i o po r grupos verosí m i l me n t e ex i stían a n á l o g a s condiciones, pero co n estre­ ch a m i e n to p rogresivo del g rupo . En el matri monio sind iásmico es regla que l a s m a d re s convenga n entre s í el m a t r i m o n io de sus •

Véase Ca nto de los N i belungos, canto X. (N. de la Edit.)

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hijos; también a quí , el facto r decisivo es el deseo de que los nuevos l a zo s de parentesco ro bustezcan la posición de la joven pareja en la gens y en la tribu. Y cuando la p ro piedad privada se so brepuso a la propieda d colectiva , cuando los intereses de la tra nsmisión hereditaria hicieron nacer la preponderancia del derecho paterno y de la monoga mia , el matrimonio comenzó a depender por entero de consideraciones eco nómicas. Desaparece la forma de matrimo n io por compra : pero en esencia continúa practicándose cada vez más y más, y de modo que no sólo l a mujer t iene su precio , sino también el hombre , aunque no según sus cua l i da des personales, sino co n a rreglo a la cua ntía de sus bienes. En la práctica y desde el principio , si había alguna cosa inconce­ b i ble para las clases dominantes, era que la inclinación recíproca de los interesa dos pudiese ser la ra zón por excelencia del matri­ monio . Esto sólo pasaba en las novelas o en l a s clases oprimi das, que no conta ban para nada . Tal era la situación con que se encontró la pro d ucc ión capi­ tal ista cuando , a partir de la era de los descubrim ientos geo­ gráficos, se puso a conquistar el i mperio del m undo mediante el comercio uni versa l y la industria manufacturera . E s de suponer que este mo do de matrimonio l e co nvenía excepcionalmen te, y así era en verda d . Y , sin embargo -la i ro nía. de la historia del mundo es insonda ble - , era preci samente e l ca p italismo quien había de abrir en él la brecha decisi va . Al transfo rma r todas las cosas en mercancía s, la pro ducción ca pital ista destruyó todas las relaciones tra dicionales del pa sa do y rempla zó las costum­ bres heredadas y los derechos históricos por la co mpraventa , por el «libre• contrato . El jurisconsulto inglés H . S. Maine ha creído haber hecho un descubrimiento extraord i na rio al decir que nuestro progreso respecto a las épocas a nteriores consiste en que hemos pasado from status to contract* , es decir, de u n orden de cosas here­ dado , a otro l ibremente consentido , lo que, por ser así , quedó d icho ya en el Manifiesto Comunista* * . Pero para contratar se necesita gentes que puedan d isponer libremente de su persona , de sus acciones y de sus b ienes y que gocen de los mismos derechos. Crear esas personas «libres» e «iguales» fue precisamente una de las princi pales tareas de la producción capitalista . Aun cuando al principio esto no se hizo sino de una manera medio inconsciente y , por añadidura , bajo el d isfraz de la rel igión , a contar desde la R eforma luterana y calvinista quedó firmemente asentado el principio de que el hombre no es completamente responsable de sus acciones sino * **

D e status a contrato. (N . de la Edtt.) Véase la presente edición , t. 1, págs. 1 1 1 -1 1 6 . (N. de la Edtt.)

El origen de lt: fa milit:, la prop iedad

privada 11 el Eitado

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cuando las comete en pleno l ibre albedrío y que es un deber ético o ponerse a todo lo que constriñe a un acto inmoral. Pero, ¿cómo poner de acuerdo este principio con las prácticas usuales hasta en tonces para concertar el ma trimonio? Según el concepto burgués , el matrimonio era un contrato , una cuestión de Derecho , y , por c ierto , la más importante de todas, pues disponía del cuerpo y · del alma de dos seres humanos para toda su vida. Ver­ d a d es que, e � aquella época , el matrimonio era el concierto for­ mal de dos ��luntades; sin el «sí. de los interesados no se hacía nada . P ero harto b ien se sabí a cómo se obtenía el csi• y cuáles eran los verdaderos autores del matrimonio. Sin embargo , puesto que para todos los demás contratos se exigía la libertad real para decid irse, ¿por qué no era exigida en éste? Los jóvenes que debían ser unidos, ¿no tenían también el derecho de disponer libremen te de sí m ismos , de sus cuerpos y de sus órganos? ¿No se había puesto de moda , gracias a la caballería , el amor sexual? ¿Acaso en contra del a mor adúltero de la caballería, no era el conyugal su verdadera forma b urguesa? Pero si el deber de los esposos era amarse recí­ procamente , ¿ n o era tan deber de los amantes no casarse sino entre sí y con ninguna o tra persona? Y este derecho de los aman­ tes, ¿ n o era superior a l derecho del padre y de la madre, de los parientes y d e más casamenteros y apareadores tradicionales? D esde el momento en que el derecho al libre examen personal pene tra b a en la I glesia y en la r.eligión, ¿podía acaso detenerse ante la intolerable pretensión de la generación v ieja de disponer del cuerpo , del alma , de los b ienes de fortuna , de la ventura y de la desventura de la generación más joven? Por fuerza debían de suscitarse estas cuestiones en un tiempo q ue relaj a b a todos los a ntiguos vínculos sociales y sacudía los c im ien tos de todas las concepciones heredadas. De pront