Nuevos Border Argentinos

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Nuevo Sudaca Border

Tapa hecha con cartón compado a los cartoneros en la vía pública. Cortado, pintado e impreso en la cartonería “No hay cuchillo sin rosas”, Aristóbulo del Valle 666, república de La Boca, Ciudad de Buenos Aires. Primera edición en la colección Nueva Narrativa y Poesía Sudaca Border, año 2013, Buenos Aires, Argentina. Editor Responsable: Cooperativa de Trabajo grafico, editorial de reciclado Eloísa cartonera Ltda. Agradecemos al autor su cooperación autorizando la publicación de este libro Contactos y pedidos: www.eloisacartonera.com.ar/ [email protected] Tel: (011) 15-5502-1590

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Dani Umpi Niño rico con problemas ... 7 Inés Acevedo Electroman ... 17 Paseo en helicóptero ... 21 Gabriela Bejerman Una monja modelo ... 24 Leche de heroína ... 27 Fernanda Laguna El comandante E.A. ... 32 Juan Incardona Los reyes magos peronistas ... 41 Cecilia Pavón Hablemos como si no existieran más escritores que vos y yo ... 46 Fabián Casas Cinco, seis, tal vez siete años ... 52 Facundo Soto Abrazos gratis ... 66 Ramón Paz Pornosonetos ... 71 Ricardo Zelarayán Lata peinada ... 76

Ediciones Eloísa cartonera 2013

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Una jornada de trabajo en el taller de Eloísa Cartonera.

Este libro fue armado en un taller de Eloísa Cartonera realizado en el marco del Mercado de Industrias Culturales (MICA) que tuvo lugar del 11 al 14 de abril de 2013 en Tecnópolis.

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La editorial más colorinche del mundo cumple diez años Eloísa Cartonera nació en marzo de 2003. Es una cooperativa que fabrica libros hechos con tapas de cartón. La idea de nuestro proyecto consiste en comprar el cartón a los cartoneros en la calle. A este cartón, lo cortamos y lo pintamos con muchos colores, de esta forma lo convertimos en la tapa de nuestros libros. Editamos literatura latinoamericana contemporánea y de vanguardia porque nos gusta. Somos lectores, nos encantan muchos escritores que queremos dar a conocer a otros lectores. No importa mucho si esta literatura es difícil de conseguir, no la publique nadie, ni menos las grandes editoriales, sino que el lector se encuentre con ellas. ¡Que sea el libro detonador de tantas cosas, que no podemos ni queremos predecir! Eloísa Cartonera tiene un récord: es la editorial con mas amigos. Un libro barato es un acto democrático Una viejita de cien años nos preguntó una vez, ¿por qué venden los libros tan baratos?, ¿son pirateados? Los vendemos baratos porque un libro económico es un acto democrático y queremos que muchas personas puedan leerlos. Y así, vendiendo libros populares, podemos crear nuestro propio trabajo como fabricantes de libros artesanales.

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Los autores nos dan un permiso de publicación para nuestro formato en cartón, no somos dueños de ningún libro. Los únicos dueños son los autores y los lectores. El sistema del pintado de tapas es sencillo y liberador, la idea es que al pintar las tapas cada pintador lo haga como quiera. No se promueve una dirección artística o estética. Que cada trabajador - pintador se suelte, haga de cada tapa una creación propia. Que no reproduzca en estilo chorizo. Nadie decide qué es bello y qué no lo es. Cada uno puede inventar su propia belleza, su manera de expresarse a través del trabajo. Aprendimos y seguimos aprendiendo de la experiencia. Es el trabajo quien nos sugiere nuevas ideas, nuevas formas de acercarnos al libro; de relacionarnos con el mundo, de solucionar las dificultades –siempre llevando libros para ofrecer, donde sea y con cualquier excusa–; de organizarnos, de trabajar en grupo y descubrir nuestro espíritu de lucha. Es el trabajo quien nos da la alegría de editar, cortar, publicar y contar este libro y miles más que llegarán hasta todos los lectores de Latinoamérica y el Mundo. Este año cumplimos diez años. Somos los trabajadores más afortunados del mundo por pertenecer a este proyecto cartonero. ¡Gracias a todos por apoyarnos siempre! Sin ustedes, nuestros lectores y amigos, nada de esto tendría sentido. Por último y lo más importante, les presentamos en esta edición una muestra de nuestros autores más queridos, “borders” de espíritu y sentimiento, como nosotros. Eloísa cartonera, República de La Boca, abril de 2013

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Dani Umpi Niño rico con problemas

La madre de Andrés no me cae. Tiene una empleada paraguaya que se llama igual que ella, pero la apodó Olgy, para dejar en claro que es diminutiva. Es bajita. Las dos son bajitas, pero Olga es un poco más alta. También es más flaca y más desenvuelta en algunos aspectos, en algunos ambientes. Olgy es un primor porque es callada, limpita y no se va a bailar por ahí. Siempre digo que tengo una suerte bárbara de tenerla trabajando en casa, porque es paraguaya. Las peruanas son muy salideras. ¿Qué sabe Olga de peruanas? Casi tanto como yo. Nada. Olga me abre la puerta y me dice “yerá”. Le caigo bien porque le recuerdo a su primo Luis que se metió de cura hace tiempo. ¿En qué año fue? No sé. No sabe, pero tiene en su cabeza la imagen grabada del momento exacto en el que dio la noticia. Estábamos todos en casa de mi hermana, sentados afuera, en sillas plegables, viendo la ceremonia inaugural de la Olimpíadas. Dijo “me voy de cura” y se fue. Quedé como loca, todos quedamos como locos hasta el día de hoy. No sabemos nada, ni siquiera si es cierto eso del seminario. Se fue con Dios, quién sabe a dónde, nos dejó tristes, llorando. ¿Qué Olimpíadas? No sé. Las Olimpíadas se hacen cada cuatro años, eso acota bastante las posibilidades de ubicar su recuerdo en una fecha precisa, al menos en un año. No puedo acordarme el año, no fue hace mucho, había una chica cantando con un vestido enorme que se desplegaba sobre la gente. Era impresionante, parecía que los asfixiaba. Ah! Björk! Fueron las últimas Olimpíadas, entonces. ¿Qué hará? Un año, dos. Olgy no conocía Björk, le mostré unos videos y no entendía, pero se reía, le daba gracia un mono que aparecía vestido de dentista.

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Me pregunta si es china o japonesa. Le digo que es esquimal y me mira como queriéndome preguntar algo, pero queda callada y vuelve a hablar de su primo. Tenía tus orejas y tus ojos, por eso me llama la atención, porque a veces encontrás a alguien con los mismos ojos de otra persona, o con las mismas orejas, pero nunca a alguien con las orejas y los ojos a la vez. Cuando Andrés no está y tengo que esperarlo charlo con Olgy en la cocina. La ayudo a hacer ensaladas y darle un poco de alegría a ese pieza porque parece un hospital, está toda desinfectada pero no es linda. Andrés llega furioso, como si yo tuviera la culpa. Dice que la culpa es mía por no tener celular. No tiene como comunicarse cuando surge un contratiempo, un cambio de planes, un inconveniente. Queda nervioso, le corto las alas. Es gracioso que diga “me cortás las alas”. Yo no le corto nada, son sólo ideas que él se hace. Él es así, no puedo pretender que cambie ni cambiarlo por otro cortado a mi medida. Tampoco la paso tan mal con Olgy y sus ensaladas, esperándolo. Tomamos tereré, que es como el mate pero frío. Escuchamos heavy metal, porque en Paraguay el heavy metal es muy popular, no como acá. Me cuenta cosas raras. Nunca fue a las cataratas. Y eso que queda cerca de mi pueblo, pero no, no me llamaba la atención. Me cuenta cosas de su primo en las cataratas y cosas de ella ahora, en este preciso momento. Quiere irse de esa casa porque la señora Olga la trata mal y le pagan una miseria. Podría decirse que no tengo días libres. Soy como una esclava. Que yo no diga nada, que ni se me ocurra contarle a Andrés que, no es que sea malo, pero la va a mirar con malos ojos. Se va a ir a trabajar a lo del Contador Laspiur y su esposa nueva, pero no sabe cómo decirle a la señora Olga. Ya tienen todo arreglado. Es una decisión importante e irreparable, ya está tomada, ya dio el sí, no

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puede volver atrás. Su vida siempre fue así, un ir de un lado para otro porque la gente que no tiene dinero nunca tiene a dónde ir. Todo queda lejos o no vale la pena. En lo del Contador Laspiur la voy a pasar mejor. Incluso no me obligan a usar uniforme, que a mí me va y me viene, es más, prefiero usar uniforme porque no tengo mucha ropa para variar, pero sé que es un privilegio, algo bueno, buena onda. Me dan un dormitorio con frigobar y todo. De más está decir que el frigobar es un gran invento. Yo le digo que no le diga nada a los padres de Andrés y se vaya de una. Que haga como su primo. Ella asiente con la cabeza y me sirve un plato repleto de gramajo. La acompaño a un ciber y le enseño a usar la webcam. Se conecta con su novio Edgard. Se miran en la pantalla. Edgard elogia su corte de pelo y pregunta quién soy yo. Ella le explica que soy su ángel de la guarda, pero que no quede celoso porque soy puto. Él se ríe y pasa el documento para el Western Union. Se despiden y Olgy queda llorando. No le importa que la vea llorar. Afuera llueve, haciendo juego. Corremos para que se vaya la tristeza y sentir que no nos mojamos. Piso una rana. Es algo muy feo y gracioso. La rana esa ayudó a estar un poco más descontracturados. Nos encontramos con Andrés en el camino y cuando llegamos a la casa no tengo más remedio que contarle. Olgy se quiere ir, se va con el Contador Laspiur que le paga una fortuna por hacer nada, pero no le cuentes a tu madre. Andres no emite comentarios, no juzga, no protesta, nada. Se ofrece para redactar una carta. Que al menos escriba una carta para despedirse, no se va a ir así como así, de un día para otro, a mi madre le va a dar un ataque, no vamos a poder solos con la casa. Recapacita y la llama. “¡Olgy!”. Se sienta en la computadora con Olgy al lado y van armando el asunto. Parece tarea sencilla.

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Releen la carta y ya está. Los veo desde lejos, jugando con un control remoto. Focalizo en Andrés y me gusta más de lo que me gustaba. Entonces cuando terminan de imprimir la carta y Olgy se va a su dormitorio a armar su bolso, lo miro a los ojos y le doy una sonrisa. Es una sonrisa de esas que podrían detener una guerra. Él me devuelve la sonrisa con soltura, como si estuviéramos en un boliche y nos gustásemos, como si fuésemos una publicidad de desodorante. Voy hasta él y lo abrazo fuerte, fuerte, fuerte. Le doy un beso increíble y él responde. Me deja las tetillas duritas. El beso es larguísimo, tan largo que se pone a llorar. Pero no llora por el beso. Llora porque él también quiere irse, como Olgy, como el primo de Olgy. Desaparecer. Quisiera poder hacer una carta como esa, dejársela a su madre en la mesa de la cocina y desaparecer. Desaparecer. ¿Por qué? No entiendo por qué. ¿Qué problema tan grande tenés? ¿Qué te hicieron? ¿Sos adoptado? No, no es eso. Siento que no tengo libertad. Pero eso es porque estás todo el día con el teléfono celular, te llaman a cada rato, si hicieras como yo, estarías más libre. Tenés toda la libertad del mundo. No entiendo qué te pasa. Sí, no entendés. O sea, trato de entender y no puedo. Mejor nos acostamos un rato y te tranquilizás. No, no. Mejor andá a tu casa y nos vemos mañana. No te voy a dejar en este estado ni en pedo. Pero contame qué es lo que te pasa realmente. ¿Es algo que no me contaste? ¿Es grave? No es algo de ahora sino de siempre, una sensación que tengo acá. Siento que estoy preso, que no puedo desarrollarme, ser como quiero ser. ¿Y cómo querés ser? No sé explicarlo. Es como si tuviera miedo a que me descubran como soy en realidad. Estoy todo el tiempo muy pendiente de mí mismo. Pero, Andrés, eso no es un problema, todo el mundo es más o menos así. No entiendo por qué se volvió tan dramático,

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por qué la situación de Olgy lo movilizó de esa manera. Se ve a si mismo y se muere de susto. Me dice, textual, “ tengo una identidad pero no tengo una meta, me faltan referentes”. ¿Qué quiere decir con eso? No lo entiendo, es como un actor. Finjo comprensión, lo abrazo, le acaricio la espalda, pero en realidad se me fue el cariño y quiero irme. Es demasiado tonto. Estoy saliendo con un tonto. Le pido que me explique una vez más su drama, a ver si entiendo. Repite lo mismo. Lo entiendo sí, pero ¿ese es mi problema? No, es su problema. No tengo nada que ver. Es un problema ridículo. Es un niño rico con problemas. En realidad no hay problemas. Dudo en decirlo pero lo digo. Andrés, no tenés problemas, son todas cosas que te inventás porque tenés todo y no sabés de qué preocuparte. ¡No puedo creer que me digas eso! Ok, estuve mal, perdón, yo también vengo de una familia disfuncional. No es que mi familia sea disfuncional, mi familia está bien como está, pero yo quiero una vida más simple, común y corriente. Quiero irme. Es tonto, ingenuo. Piensa que todo el mundo es feliz lavando los platos, sacando la basura, haciendo la cama. Creo que lo mejor será que me vaya a mi casa. No, no te vayas, quedate conmigo. Alquilemos una película. Me voy. Por suerte paró de llover. Encuentro la parada de ómnibus y quedo pensando. Pienso en las palabras de Andrés, en lo tonto que es y en esa situación tan rara y patética. Fue un terremoto cansador. Esa escena invalidó todo lo de Olgy. Me doy cuenta que Andrés no puede estar sin ser protagonista. Me dejó como loco, disperso, saturado, todo eso en un espacio tan limitado como mi cabeza. ¡Qué fea sensación! ¿No? Imaginate, estábamos lo más bien, ayudando a alguien, besándonos con pasión hasta que vinieron esas frases inconformes, esos llantos,

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esas cosas raras. Acaba de romperse algo. Es como si se nos fuera el amor, todo el amor que guardamos, que administramos. Todo su esplendor se ha empobrecido, es bijouterie, un accesorio, un pedazo de plástico que brilla. Andrés ya no me gusta. ¡Recórcholis! Otra vez el amor se tornó en odio. A lo mejor yo también debería pensar en cambiar, en irme a algún lado. No creo que me vaya mal si cambio, si me dedico a otra cosa, me doy con otra gente, en otro lado, en las cataratas. Mal no me va a ir. No tengo nada que perder. Lo más alentador que tengo es que todo siempre me sale bien, vaya uno a saber por qué. Cada uno sabe vivir a su manera, hace lo que puede, aprende. Siempre me pasan esas cosas, ante los problemas quiero huir, ir hacia algo mejor. El futuro. Yo quería una vida con más futuro, tal vez conocer una chica y casarse, tener hijos, porque el futuro está en los niños. Pero no me gustan las chicas. Ahora Andrés no me gusta y seguramente no me guste ningún otro chico. ¿Tendré que irme de cura? El ómnibus no llega, demora. Siempre es así en los barrios residenciales. Soy el único en la parada, me siento, me levanto, camino, improviso unas elongaciones, como si hubiera hecho tres horas de bicicleta. Olgy se acerca cargando un bolsito de cuero. Está demasiado abrigada con esa campera impermeable, roja, brillante. Se sienta a mi lado en el banco y sonríe. No emite comentarios. Sólo sonríe. ¿Tenés la dirección del Contador, Olgy? Sí, tengo todo. ¿Ya llamaste por teléfono para decir que ibas? Deja de sonreír. No, no llamé. ¿Cómo que no llamaste? ¿Y cómo sabrán que llegarás? No sé... me abrirán la puerta, supongo. ¿Estás segura que te van a contratar? Duda pero responde un “sí” enérgico, voluptuoso, creíble. Me quedo más tranquilo. Por unos minutos no intercambiamos palabras. Miramos un perro

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pekinés saliendo de un portón que se abre automáticamente en la vereda de enfrente. El perro mea en un arbolito y nos mira. “¡Pupi! ¡Vamos, pupi! ¡Entre! ¡Entre!” grita una voz. El perro le hace caso y vuelve al portón. Entra. El portón se cierra en cámara lenta. Quedamos solos. No pasan autos, no hay señales de vida. Siento la respiración de Olgy por todos lados. ¿Qué te pasa Olgy? En realidad no sé si me van a contratar. El Contador me dijo que sí, que fuera a su casa, que tenía un dormitorio con frigobar y la señora nunca estaba, pero tal vez fue una indirecta teniendo en cuenta que es conocido por su fama de picaflor. Me dio el teléfono, la dirección, el mail, todo. Me muestra un papel con esos datos anotados. El mail es tupapito@noséqué. No, Olgy, esto está todo mal. No vayas, volvamos a la casa. ¿Volver ahora? Sí, Olgy, pensalo mejor. Te acompaño. Olgy llora. Cargo con su bolso y con una tristeza tan grande en mi pecho que parece un ataque de asma. Tocamos el timbre y el portón se nos abre automáticamente como si fuéramos dos perritos. ¡Edgard me va a matar! En la cocina está Andrés con una mochila gigante en los hombros, abre la heladera, saca un frasco de yogurt y lo pone en el bolsillo de su campera. Nos mira con los ojos rojos. Se detiene en la mirada de Olgy que, de los tres, es la que tiene los ojos más sangrientos y tristes. Somos como vampiros, pero inofensivos. ¿Ud. también se va, Andrés? Andrés no le responde, mira el piso lustroso con vergüenza, como un nenito. Saca el yogurt de su bolsillo y lo vuelve a guardar en la heladera. Se saca la mochila, la deja sobre la mesa y sube las escaleras corriendo hasta su dormitorio para encerrarse con un portazo. Lo mismo hace Olgy, pero con más calma. Está muy cansada de si misma. Me quedo solo. Miro el microondas como si me hablara y decido

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prepararme un té. No hay ruidos en la casa, no hay señales de vida. Me siento a la mesa, me descalzo, pongo la mochila de Andrés en una silla como una persona minusválida. La miro. Trato de sentirme como en casa. Estoy cansado, con el cuerpo desorbitado, abombado. El silencio pesa, es como una banda de heavy metal paraguayo. No hace falta pensar para darse cuenta lo que ha ocurrido. Mi pecho sigue lleno de tristeza y seguramente estará igual mañana. Me conozco. Una noche conocí a un chico que cada vez que finalizaba la jornada arrancaba esa página de su agenda. Me impresionó mucho. Me sentí limitado como si no confiara en el destino, ni en mis propias fuerzas, o algo así. No sé por qué me acuerdo de eso, pero acaba de venir a mi mente. Me sentí apegado a algo, me sentí preso, me sentí con miedo, el miedo a darme cuenta de que en realidad no tengo fuerzas ni confío en mi destino y tampoco las cosas me salen tan bien como creo. Me desmoronaba. Me doy cuenta que siempre soy así. Es como si analizara cada movimiento que hago pero reinventándolo, atribuyéndole otras lógicas, otros motivos, como si fuera otra persona, un actor, una fantasía. Ahora me siento así. Me siento preso de mi mismo, en una casa que no es mía. Si quiero puedo irme, no volver jamás, llevarme esa mochila y desaparecer, ir directo a las cataratas, ir con Dios, llevarme el microondas y venderlo, robar todo, romper todo y desaparecer. Pero no. Quedo ahí con la taza de té mirando la mochila. Entonces llega la señora Olga, entra por la puerta principal de su casa y va directo a la cocina. Me ve y sonríe como si estuviéramos en un boliche y nos conociéramos de toda la vida. ¿Qué tal? ¿Todo bien? Bien, bien. Traje comida china. Estaba en el shopping, pasé por el cantón chino y me dije “comida china, ¿por qué no?”. Así que traje de todo. ¿Andrés

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está? ¿Ya llegó o querés que lo llame al celular? Está en su dormitorio. Decile que baje. ¡Olgy! ¡Olgy! ¡Venite con nosotros a comer comida china! ¿Estás ahí? ¿Estás durmiendo? Venite así como estás, así cenamos todos juntos. Subo las escaleras como si estuvieran llenas de ranas, miedoso. Andrés está tirado en su cama con los zapatos puestos y la cara hundida en la almohada. Se escucha la conversación de Olga y Olgy en la cocina. Olgy responde con monosílabos. Se escuchan papeles que crujen y bolsas de nylon que se arrugan. No se escucha nada más. ¡Apúrense que se enfría! Entonces Andrés me mira a los ojos, se acerca y me da un beso. Yo respondo, pero no me sale un beso, me sale algo parecido. No quiero besarlo. Quiero abrazarlo y tampoco puedo. No sé que quiere hacer él, pero se sienta en la cama, se arregla el pelo, respira hondo y se despereza. Extiende sus brazos lo más que puede. Se levanta y estira las piernas, bosteza y se rasca todo como un perro, como un viejo, como cualquier ser espontáneo. Le pregunto si va a ... y hace sí con la cabeza, afirmando algo que yo no he terminado de decir. Yo lo miro y sonrío forzadamente. Él también, pero es algo triste, como las Olimpíadas, que parecen majestuosas pero son tristes. Es como si una tela enorme nos cubriera. Se da cuenta que hay algo que se rompió. ¿para qué engañarnos? ¿Para qué fingir que todo puede suavizarse, solucionarse, recauchutarse? Ya está. Algo se rompió. Crack. La tensión se dilatará sola o hablaremos del tema en otra oportunidad, cualquier cosa. Todo podrá volver a sus carriles y continuar su inercia tranquilamente, pero lo miro a los ojos y me doy cuenta que él se da cuenta que hay algo que nunca se solucionará. Tal vez eso quede ahí escondido o vuelva a la luz en otra oportunidad, a la larga. ¿Cómo saberlo? Es algo como esos huevos de dinosaurios que quedan

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en las películas, luego de que explotan todo para extinguirlos. Siempre pasa lo mismo, queda un huevito en un sótano para hacer la segunda parte con Wynona Rider. Hay algo que quedó roto, pero igual intentamos abrazarnos, darnos cariño. Hay un gran cariño entre nosotros pero es tan grande que nos separa, no nos deja abrazarnos del todo, algo así, qué se yo...

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Inés Acevedo Electroman En una mañana tranquila estaba lavando los platos de la noche anterior. Justo cuando se sacaba los guantes de goma naranja sonó el teléfono. Volvió a ponérselos para atender. Era Javier, el electricista. Quería confirmar que venía el sábado a las diez. Suspiró, se relajó y volvió a ponerse nerviosa, cerrando los puños. ¡Qué suerte que iba a venir! Sus papás se habían ido de vacaciones y ella estaba sola en la casa, asustada porque la canilla del baño le había dado una patada y sospechando que la escalerita caracol también estaba electrificada. Por eso usaba los guantes de goma por las dudas. El sábado se quedó dormida, y recibió al electricista en pijama. Sentía que hacía un personaje un poco ridículo cuando sonriendo exageradamente le explicó el problema. El tipo subió para a revisar la pared del baño y ella puso agua para el mate. Abrió las puertas y las persianas del patio y salió para ver el sol. Qué lindo el sol, qué suerte que había venido el electricista! Salvó el agua de hervirse, y estaba al pie de la escalera, a punto de subir para llevar el mate cuando escuchó una explosión y vio un destello luminoso en el hueco de la escalerita caracol. “Señor. ¿Está bien?.” El tipo no respondió. Subió. El electricista no estaba en el pasillito ni en la habitación.”Señooooor...! Qué fue esa explosión?” En el bañito de techo de vidrio, iluminado y caluroso, vio en el lavatorio el maletín del electricista. Por primera vez en el día se miró al espejo y al ver su cara de dormida se tentó. “Claro, este está escondido por que se ha asustado de mí”, pensó. Era el momento ideal para entretenerse analizando su peinado casual, sus rasgos, mirar como se

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estiraba el músculo de su pupila marrón y descubrir las nuevas manchas de color verde que aparecían en el iris de su ojo derecho, pero una sombra le llamó la atención en el techo de vidrio, y vio que un avión pasaba por la ventana, atravesaba la palmera del patio y desaparecía atrás de la pantorrilla del electricista. “Estoy acá, midiendo la corriente, dijo el”. Ella salió a la terraza, pero desde ahí no podía verlo. Hablaron sin verse. - Acá le traigo un mate. ¿No quiere que corte la luz mejor? - No, está bien. Tengo un problema nervioso que me hace inmune a la electricidad. - Y a usted le parece que el problema ese será por la humedad? -Claro. Es por la humedad que hace contacto. Por eso la ventana y la canilla están electrificadas. Es un peligro tremendo. Bueno. Acá está el problema. ¿Llegas a ver este caño? - No, desde acá no veo nada. - Bueno, este caño está roto, hay que reinstalar la conexión. - Sí, pero eso yo no lo puedo pagar. Lo voy a hacer cuando vuelvan mis papás. Mejor hágale un arreglo temporario. El electricista hizo el arreglo temporario y se fue. El trabajo no costó casi nada, y ella se sintió muy contenta de poder decirle a sus papas lo que había que hacer cuando volvieran. Para no subir al primer piso durmió en el cuarto de huéspedes. El domingo leyó. A la tarde sintió dolor de cabeza y palpitaciones muy rápidas. Al día siguiente no se podía mover. Cuando estaba cerrando la persiana sintió un pinchazo en el corazón. Y era tan parecido a una descarga eléctrica que por un momento tuvo miedo de que toda la casa estuviera electrificada. Tomó un roimnol y se durmió. Cuando llegaron sus papás ella fue al cardiólogo para hacerse ver el corazón. El cardiólogo le gustó muchísimo. Era de estilo surfer, muy

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buenmozo. Se sintió atraida por él, y tanto, que le contó el problema que había tenido el fin de semana con la pared electrificada. A lo que el cardiólogo respondió diciendo que lo suyo no había sido un panic attack, que era probable que tuvieran que ponerle un marcapasos, le ordenó un electrocardiograma y reposo absoluto. Le contó que se iba a esquiar a Las Leñas y le dio su número de celular, por cualquier urgencia. Pasaron dos días durante los cuales soñó que un ogro la convertía en piedra. El tercero, viendo la tele en el cuarto de huéspedes se enteró de que su cardiólogo acababa de quedarse atrapado en una avalancha, mientras esquiaba en la montaña. Entonces ella tuvo una idea ¿acaso no podían localizarlo donde fuera que estuviera... por la electricidad de su celular, por ejemplo? Seguro que su cardiólogo se había llevado el celular. Por lo menos tenía que mandarle un mensaje de texto. Pero decirle qué? Lo mejor era simular que no estaba enterada de nada. Con mucho esfuerzo discó un mensaje: “soy la chica de las palpitaciones, la de la pared del baño electrificada. Si escuchas este mensaje por favor llamame al 011 4831 4796” Y después de esto se sintió muy excitada, justo estaba sola en la casa y no sabía qué hacer ni a quien llamar para consultar con alguien su plan de salvataje. Al mismo tiempo sentía que acababa de hacer algo un poco ridículo, pero no podía reírse de eso, primero por la situación, porque su cardiólogo tal vez estaba congelado en la nieve, y segundo porque si su cardiólogo estaba congelado, jamás leería el mensaje y entonces tal situación ridícula, dejarle un mensaje a alguien a punto de morir, jamás habría ocurrido. Pero lo que la ponía nerviosa era eso. Leería el mensaje el cardiólogo o no?

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Si no lo leía significaba que estaba muerto. O que tenia apagado el celular. En el fondo estaba absolutamente convencida de que el cardiólogo había recibido el mensaje, y además creía que si el cardiólogo intentaba responder el mensaje podrían detectar su señal eléctrica en la nieve porque el agua trasmitiría la electricidad! Era esto lo que la ponía tan nerviosa. Era urgente hacer algo. Pero qué. Fue a la cocina a tomar sprite y al abrir la heladera vio un imán nuevo, rojo y amarillo. Y decía: “Javier Rodríguez, electricista matriculado.” ¡Habría vuelto el electricista a arreglar el problema y ella no se había enterado? Se sirvió un vaso de Sprite. Quiso sentarte en la escalera, pero tuvo miedo de que estuviera electrificada, y entonces recordó la explosión y el destello de luz del sábado y llamo a Javier Rodríguez. - Hola? Javier? Que tal. No sé si se acuerda de mí. Eh, yo soy la chica que tenía la pared del baño electrificada, el sábado? Sí, mire, eh tengo un amigo que se quedó atrapado en una avalancha. Yo quería preguntarle una cosa, yo le quería preguntar, a ver si a usted le parece... Y efectivamente, esa misma mañana el electricista viajó en helicóptero a Las Leñas y rescató al cardiólogo enterrado en la avalancha. Y el cardiólogo volvió a Buenos Aires y le puso a su paciente un marcapasos.

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Paseo en helicóptero El joven pasó en helicóptero por ahí, y viéndola nuevamente alta, delgada, flaca, quiso raptarla. Linda, morocha, con anteojos negros, no, con anteojos de borde negro, como de Victoria Ocampo pero modernos, aunque sin anti reflex. Humilde, pero tampoco tan pobre como para no pagarlos, qué carácter tenía alguien capaz de rechazar el anti reflex sólo por cuarenta pesos de diferencia, sin que le preocupara arruinarse los ojos con las pantallas de los juegos electrónicos donde pasaba gran parte de la tarde, y también ¿en qué creería esa persona que era mejor gastar esos cuarenta pesos? ¿Sería en esa pollera, que mostraba las piernas más locas que había visto en su vida? Largas, con unos pelitos que brotaban como esos yuyos que de tan indefensos crecen imperturbables sabiendo que nadie va a venir a depredarlos, tan débiles que cuando son isleños y llueve y la marea sube el agua es casi capaz de arrancarlos, pero en vez de eso los peina y alisa contra la tierra hasta hacerlos desaparecer en el barro. La hora de la siesta había llegado, hora imperturbable de la playa, hora de salir a refrescarse. El calor rajaba la pintura del helicóptero, de las casas, de los carteles publicitarios, recordando a todos con su destrucción que estaban en una playa latinoamericana. ¿Y que hacía ella ahí parada, -oh dios mío-, comiéndose un chicle Bazooka? ¿Adonde iba? ¿Adonde? Iba a comprar los huevos para el bizcochuelo que su madre le iba a preparar en su duodécimo cumpleaños. Qué dulzura. Necesitaba verla, conocerla inmediatamente otra vez, recordar su nombre. ¿De qué sabor era el helado que se estaba comprando

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en ese mismo momento? ¡Pero si era tan joven! Tal vez a eso se debía que sus anteojos no tuvieran reflex. ¡A ella no le importaba, ni siquiera sabía que los necesitaba! ¿Cómo era capaz de comer chicle y helado al mismo tiempo, sin que el chicle se le endureciera con el frío, por ejemplo? O tal vez la pelotita del chicle se había endurecido, y ella la había olvidado a cambio de la dulzura del helado. ¿En qué parte de su boca -tal vez abajo del as encías, o cerca de la curva que precede a la muela del juicio- estaba esa pelotita? O tal vez la bolita de chicle se había preservado de congelarse gracias a la temperatura de su lengua y permanecía cálidamente abrigada en su boca. Eso necesitaba saberlo sin perdida de tiempo. Desaceleró el motor. Los pinos se volvieron mas grandes rápidamente. El destacado aterrizaje cerrándole el camino al almacén llevado a cabo con toda pericia y la discreción necesaria. Tan es así que el helicóptero no llegó a tocar tierra. Ella se acercó, trepó toscamente como una Barbie. Su pelo volaba alrededor de su cara, el pedazo de jean triangular liberado por el tajo de la pollera daba topetazos furiosos contra su morocho muslo izquierdo, todo de ella estaba volando. El joven ni sintió que se raspaba con un abrojo del zoquete de ella al calzar su cuerpo encima suyo y meterle la pija con furia, porque ella era casi fugaz, liviana como una pluma y no se resistía. Que linda, que linda que sos, le dijo él -joven rubio y fornidomientras se la cojia por segunda vez. Se la estaba dando por atrás pero veía su cara en el reflejo de los comandos de control, su perfil se agitaba cerca de la aguja de velocidad, y entre su piel achatada y el vidrio un mechón de pelo negro de basto grosor

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seguramente le estaba dejando una cicatriz momentánea. Los ojos aparecían cerrados, enseguida tuvo ganas de acabarle en la cara para verlos abrirse por primera vez bajo ese brillo. Pero ya estaba acabando, así que eso seria otra vez. La despegó de su tremenda pija y el cuerpo de ella tuvo un espasmo, después se relajó y tendía a irse hacia el volante. El helicóptero y sus vidas hubieran estado en peligro corcoveando por el aire con rumbo indefinido si no fuera por el control automático del helicóptero. El joven tenia a ella con un brazo y con el otro empezó el trabajo de controlar el regreso. Para lo cual necesitaba las dos manos, pero no quería separarse de ella. Por un momento faltó poco para que el helicóptero se estrellara contra cualquierísima cosa, porque el cuerpito de ella insistía en un relax que había triplicado el peso de sus piernas. Pero al final, como siempre, la gravedad arbitró por su cuenta, esta vez a favor del asiento de acompañante, donde ella se dejó caer, suspiró, y dijo con confianza: Dios nos va a ayudar. El helicóptero ya alcanzaba el bosque otra vez. Ya eran las cuatro pero el pueblo aun dormía. Tiempo de despedirse con besito corto antes de saltar. Esta parte a ella le gustaba mucho, y lo hacia con verdadero entusiasmo. El joven desde su asiento siempre contenía la respiración hasta ver abrirse en el aire la bolsa blanca del paracaídas. Después el helicóptero se alejó tan rápido hacia el norte que cuando ella puso los pies en la tierra ya no estaba más en el cielo.

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Gabriela Bejerman Una monja modelo Tuve que ir a pasear a una monja por la ciudad. Ella era joven y bonita, italiana, de nombre “Henrietta”. Era una monja modelo y venía de Milán, donde trabajaba. De la pasarela al convento, del convento a la pasarela. Iba sentada a mi lado, callada, con las manos recogidas sobre el regazo. A través de las telas rústicas que la vestían se adivinaban los largos huesos con que había ganado el corazón de los diseñadores más exquisitos del mundo. Su gracia era divina: una sonrisa entre rosa y dorado, ojos de extraordinaria timidez 100% bondadosa. No había querido sentarse atrás, pero lo adiviné sin que lo dijera. Me mostró un mapa. Ella creía que yo no hablo italiano y señaló el obelisco. A esa altura llegué a creer que era una monja mudita. Pero era una monja nudista y, sin saberlo, yo la llevaba a posar para una foto junto a miles de personas. El fotógrafo estaba en la punta del obelisco. Se asomó por la ventanita del monumento, decía “attenti, que sale el pajarito” a cada rato. La gente se enroscaba y se sentía feliz. Mi monja había dejado sus hábitos en mi auto, así que decidí probármelos. Fui colocando cada prenda y me observé en el espejito retrovisor. Una verdadera monja. Entonces pensé en toda esa gente desnuda y en dios irradiando quién sabe qué diagramas, qué halos sobre las pieles al viento como poncho. Pero la monja volvió. Yo le dije: –Hablo italiano. –Ah, ¡qué buono! –como esas personas de quienes tenemos una determinada impresión y de pronto nos desconciertan con un gesto que jamás hubiéramos asociado a ellas, me sorprendió. Me tironeó de la cofia y decidió meterse dentro del traje religioso

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conmigo. Así, según ella, nadie la notaría, como por ejemplo los paparazzi que acechaban detrás de los arbustos crecidos a base de smog. Se introdujo en la túnica. Parecíamos una chica gorda de dos cabezas, pero de perfil se veía una sola, porque hicimos un torniquete bien. Así llegamos a salvo al auto. Fuimos a un restaurant de todo por dos pesos. Nos comimos un lomo a la pimienta y una suprema maryland, lo más caro del menú, 2,40. La moza trajo platos con porciones demasiado chicas, del tamaño de un cubito de caldo al cubo. Después nos regalaron café en un dedal. Charlando descubrí que Henrietta era un ejemplo de bondad: trabajaba como mannequin sólo para darles el dinero a los pobres. Vivía con las carmelitas descalzas. Entre su comunidad había una hermana que insistía en usar tacos, en vez de nada, argumentando que de ese modo dolía más y se daba un nuevo castigo al cuerpo. La misma monja sacrificada fue quien propuso en las asambleas que Henrietta se hiciera modelo. Las demás hermanitas no pensaban mucho y pronto las convenció. Múltiples y grandes serían las ventajas, tanto a nivel terrenal como espiritual. Ya que Henrietta había sido dotada de una inigualable belleza y de una entrega sublime a Dios, su humillación la canonizaría presto: mostrar su cuerpo, atravesar a diario las frívolas obligaciones necesarias para permanecer en la cima, éstos serían los martirios de su vida. Y Henrietta soportaba bien. Seguimos hablando en italiano y pedimos pastas: ravioles de verdura con salsa de queso, sorrentinos de calabaza y muzzarella con crema de espinaca, fettucini con dados de tomate, albahaca y olivas. De postre pidió uvas negras con pestañas de vainilla. Las pinchaba con el meñique. Sus labios parecían también hechos de fruta.

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–¿Y la gula? –le pregunté. –Anorexia. Llamó a la moza, le pidió que se sentara encima de ella. Le fue poniendo porotos en el corpiño. Lo hizo durante diez minutos, aquella prenda íntima estaba a punto de estallar. Entonces sacó los colmillos como eyectados por un botón y dio el primer mordisco. La moza ahora rellenó su corpiño con aceitunas. Henrietta las mordisqueó y chupó para luego dejarlas de vuelta en el plato. Porque no las tragaba, la moza ofendida renunció y se fue a un autocine. Mi monja me pidió que la fuéramos a buscar en auto. La noche estaba muy oscura. La luna apenas brillaba, demasiado pequeña allá arriba. Nuestros reflectores iban mostrando la rapidez de las alimañas del camino. Pronto la parrilla del auto se transformó en una colmena de mariposas muertas que por la velocidad y el viento parecían aletear. Cuando hicimos una paradita técnica ella notó este espectáculo tan triste, se arrodilló, gastó una reverencia mínima. Sus ojos hicieron el trabajo. Se largaron a llorar con todo, como un chaparrón. Sus ojos eran el mejor empleado del mes, y lloraban con maestría, pidiendo al señor que les devolviera vida diva a esos insectos coloridos. Rogaba también por las almas intrigantes que, perdidas en la barrera entre el día y la noche, huyen de los espejos contra los que impactan. Esas humanas bombas que nunca terminan de explotar, llenas de orgasmos espásticos, aturdidas por la música de su propia voz. El milagro se produjo. Todo el autocine se puso de pie, el amanecer se veía en la pantalla. Salió el sol a las tres de la mañana. Las mariposas levantaron vuelo cantando. Las chicas abrazaron a las plantas. Henrietta, la moza y yo nos besamos.

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En el mar nadaba mi monjita en las vacaciones, esta foto la guardo para el final. Fui al convento con ella. Hice todo sin dejar de ser su chofer. Me gusta acompañarla a New York, París, Buenos Aires, Río, Barcelona y Pekín. Entro perfectamente en su maleta. Me hamaca hasta que me voy desdoblando, como una prenda más. Me pongo su traje de monja cuando ella se lo saca. Llevo un cuaderno con todos sus pensamientos y se los leo al azar cada mañana mientras le sirvo en una bandeja su jugo de naranja y su fustita de flagelación, que es muy suave: su piel no puede corromperse, si no los niños dejarían de comer.

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Leche de heroína Yo estaba callada en un balcón. Los pies firmemente atados. Hacía mucho calor, más de treinta grados, humedad, 99 por ciento. No sé bien cómo llegué a esa posición, aunque no era tan distinto del resto de mi vida. Ni siquiera podía preguntarme por qué disfrutaba de estar atada en un balcón. Probablemente el motivo de mi goce fuera el excesivo caldo, el jugoso calor. De pronto me escuché: gimiendo. Alguien me desataba, pero también alguien me estaba volviendo a atar a la altura de la cintura. ¿Con qué objetivo? ¿Quiénes eran? Mis preguntas terminaron cuando vi a mi ex y su nueva novia. Los reconocí porque el sol salió de pronto y les clavó un buen rayo. Ahora entendía todo: querían llevarme al Tigre, a su cabaña, de luna de miel, para que yo presenciara el arrullo de su felicidad. Ella, sobre todo, estaba convencida de que yo sufriría tanto como ella gozara. Algo en sus planes, sin embargo, la tornó inofensiva, porque esas cuerdas me favorecían a mí. Entonces me enamoré de ella. Mi ex parecía una mujer, más que nunca, llevaba un bolso de mano con pelucas y cada diez minutos se las cambiaba. Con eso quería dominar la situación. Cada uno avanzaba, resistía o era indiferente. Yo intentaba reírme pero la heroína no me dejaba. Entretanto nos insertábamos agujas, en eso había armisticio. Si incrustaban la jeringa cargada y burbujeante en la cuerda, en lugar de mi vena, se armaba un escándalo entre ellos. Mientras, yo chupaba toda la salsa sin pincharme. ¡Era un maestro! ¡Ese sábado yo era un maestro! No sabía separar los pies. Entramos a una combi, que no sé cómo consiguieron, ¿robada? Robada por un amigo quizá, un buen amigo que robe una combi para vos. Todos necesitamos

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amigos. Ese día yo presenciaba un show en mi contra planeado a base de amor y de odio. Las ventanillas no proyectaban una película mejor. Era como si los dos tuvieran revólveres de juguete pero con balas de verdad y cambiaran roles de pilotocopiloto sólo por apuntarme más. Encima querían que yo les contara historias para excitarse y demostrar así cuánta relación había entre el amor puro y el amor carnal. ¿Por qué querían hablarme a mí de eso? En los años de novios lo hicimos pocas veces, es verdad, ¿mi ex quería decirme que yo lo hacía mal? Y, ¿ella quería responder que yo nunca lo había amado? A todo esto, cada uno empezó a murmurar una oración, producto de la heroína, en que se definía el amor en silencio, pero olvidaríamos para siempre lo dicho. Era injusto que nadie escuchara a nadie, incluso si nos odiábamos, si estábamos en el espacio exterior, si no teníamos nada en común más que la ruta al río. ¡No me escucharon cuando canté en voz alta tratando de imitar a Madonna! ¡Se burlaron de mí!, pero se pusieron tristes y melancólicos porque... la canción elegida fue la que dice “till then, it will burn inside of me”, que es muy depresiva. Se dieron la mano y despacito se largaron a llorar, no atinaban siquiera a pedir que me callara. Los había embadurnado en un bloque de resina emocional y su masoquismo no me escribía un R.S.V.P. Él frenó. Estacionó el auto a un costado del camino. Los pastos crecían a la luz de la noche. Las vacas se quedaron quietas con los ojos brillantes fijos en nosotros: la combi, yo adentro, y dos personas en el techo sin poder hacer el amor. Cambié de tema. Empecé con uno de Miss Kittin. Poco a poco percibí que la camioneta se zarandeaba. Frank Sinatra había cambiado mucho desde mis primeras canciones, ahora estaba muerto y los de arriba se reían –era parte de la letra–.

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Después bajaron por una escalerita. Mi ex iba a sentarse al volante cuando ella lo detuvo: –No, bajate. Quiero que la atemos otra vez a ésta, seguro que ya se le aflojaron los lazos. ¿Queremos que siga cantando o la amordazo? Mi ex no contestó. Fue a mear al pasto y las vacas salieron corriendo. Un ternero después se acercó y empezó a lamer las gomas del auto. –¿Pensará que son las tetas de la madre? –dijo mi ex guardando su coso en los pantalones sin enfatizar su lenguaje vulgar. –Seguro –reafirmó ella su hipótesis. Pero no aguantó. Abrió la puerta de atrás. Me agarró de una cuerda en la nuca y me bajó a la fuerza. Me abrió la camisa, los botones saltaron uno a uno, tuc, tuc, tuc, tuc, tuc y me dijo: –Amamantá. Yo nunca había amamantado. ¿No es acaso feliz, la vida, cuando todavía creemos que hay muchas cosas que no hicimos por primera vez? Me sentí tan agradecida que dejé que el ternero apretara con sus dientotes mis indefensos pezones que se convirtieron por la erosión en pezones vacunos. Ya no sentía nada cuando me dijo que me pusiera en cuatro patas y además de ordenarme eso, a mi ex le gritó: –Vení y mamá. Ya. Conmigo. El ternero no se volvió loco, simplemente se puso a mirar las estrellas recostado sobre su espalda como si se estuviera rascando pero tieso, y las cuatro pezuñas se movían más que trastornadas. Mi ex y su novia estaban mamando leche de heroína. ¡Qué buena idea habías tenido! Se hacía de noche, se hacía de día, no pasaba ningún auto. A mí me habían enchufado al tanque de gasolina y con esa mezcla finalmente pudimos volver a carretear. Yo iba sentada adelante, en el medio, y ellos como tomando mate. Me

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clavaban las agujitas sólo a mí, porque les gustaba un cambio de hábito en favor de la tetina, el sabor de la leche y chupar, chupar, chupar.

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Fernanda Laguna El Comandante E.A. I Estoy en la cama con E.A. Pensando qué pensará. De repente llega G.P. con G.B. los pensamientos se me dispersan cuando ellos llegan. E.A. les toca el portero y suben. E.A. me dice que me levante pero como son mis amigos yo me quedo en remera y cola Por suerte aún no tomé mis pastillas para dormir porque los chicos llegan con muchas pilas. E.A. les ofrece cerveza pero G.B. enciende un porro. Fuman todos menos yo, que acepto la cerveza. S.B. llama por teléfono y dice que viene para el departamento. Antes de que él llegue comemos torta. G.G. llama también No! Está abajo y lo que sonó fue el portero eléctrico y pregunta si puede subir. E.A. le dice que si porque está abajo pero en realidad tiene ganas de volver con migo a la cama porque aún no nos habíamos ni tocado. Los dos tenemos esperanzas de que algo suceda antes de que llegue el día. Sube G.G. y al ratito llega S.B. G.B. propone que escribamos una novela en cinco minutos. E.A. reparte hojas a4 y G.B. saca biromes de la cartera para todos.

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A mi no se me ocurre nada por eso pido cinco minutos más. En ese momento extra escribo lo que he leído. II Tres días después... Estoy en casa sola nadie me llama. Yo espero que suene el teléfono para salir a pasear con alguien. Espero que me llames pero sé que no sucederá lo que espero. Yo tengo que llamarte para monitorearme con vos. No tengo nada interesante para contarte ninguna escusa de nada. Sólo quiero verte una vez mas, ir a un bar fino a tomar una copita de vino y alguna otra mas. - Hola, E. ¿cómo estás? Te llamaba para ver cómo andabas. ¿Cómo fue tu semana? ¿mucho trabajo? ¿Sí? Ah...Estás muy cansado. Si, bueno... justo yo también. Sólo te llamaba para eso... Bueno ...nos vemos algún día si querés. Yo ésta semana he trabajado tanto...si, yo también estoy re cansada. Bueno, chau. Nos hablamos. Sí. un beso. Chau chau. Agotada mi única oportunidad de llamarte me voy a dar un baño de imersión. Estoy en la bañadera, le tiré medio paquete se sal gruesa al agua para relajarme y mas que un baño de sales esto parece un puchero. El agua está tibia pero hace tanto frío en el baño que no me doy cuenta. Otra vez a esperar. Tengo el teléfono a medio metro de mi mano sobre la alfombrita roja. Fantaseo el

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triiin todo el tiempo y levanto el tubo. “¿Hola?” “Chau chau” le digo. De tan buena que soy fantaseando empiezo a inventar una película... Estoy en África en una reserva en Kenia. Desde una nave espacial empiezo a recibir mensajes. Yo soy veterinaria. Hay un grupo de leones y leonas enfermos. Los análisis dieron que las criaturas han consumido algún tipo de planta venenosa. Los leones están todos desparramedos en un radio de 50 metros. El comando salvavidas bajo mis órdenes comienza a agruparlos para que podamos curarlos a todos juntos. Los arrastramos sobre mantas. Yo soy la jefa y por lo tanto soy la responsable de salvar a la manada. No tengo tiempo de concentrarme en los mensajes que recibo desde el cielo, en dos horas se habrá hecho de noche y si nos agarra la oscuridad las aves de rapiña nos comerán a todos. Primero probamos inyectarles un antidepresivo junto con un desintoxicante llamado E.P.A. para ver si reaccionan. Algunos comienzan a moverse pero el resto sigue igual. Ya casi no nos queda tiempo. No podemos transportarlos en la traffic porque es muy chica y son mas de 30 ejemplares. Se me ocurre que tal vez la nave pueda ayudar y comienzo la comunicación. - Hola, ¿Hay alguien allí? (de la doctora Jaff a la nave) - Correcto, si. Aquí el comandante E.A. (del comandante E.A. a la Dra. Jaff) - Necesitamos ayuda (de la doctora Jaff a el comandante E.A) - ¿Qué tipo de auxilio necesitan? (del comandante E.A. a la Dra. Jaff) - Necesitamos crear un campo de aislación alrededor de unos animales intoxicados ¿Tiene ese tipo de tecnología? (de la doctora Jaff a el comandante E.A.) - Tenemos un campo de radiación para 15 mts cuadrados con

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techo (del comandante E.A. a la Dra. Jaff) - ¡Genial! Tendríamos que acercar un poco mas a los leones entre sí. Deme unos minutos más. Yo le aviso cuando estén todos juntos. ¿Podría cuidarnos durante toda la noche? (de la doctora Jaff a el comandante E.A.) - Podremos quedarnos sólo hasta las siete de la mañana (del comandante E.A. a la Dra. Jaff) - ¡Excelente! Es a la hora en que sale el sol, ya estaremos a salvo de las alimañas (de la doctora Jaff a el comandante E.A.) Luego de 15 minutos ya estaban todos juntos. Nosotros en medio de las criaturas no teníamos miedo porque ya estábamos acostumbrados. Hacía mucho frío así que nos tapamos con las mantas con las que corrimos a las criaturas. Los bebés de los leones tenían hambre así que tuvimose que darles la mamadera. Usamos lo que quedaba de nuestras proviciones. Yo tenía mucho hambre pero tenía que hacerme la que no lo tenía para que el equipo no entre en la desesperación. - Comandante E.A. ya puede hacer el cono, estamos listos. Por favor que entremos todos (de la doctora Jaff a el comandante E.A.) - Ya los tengo a todos metidos en el área. Por favor cúbranse los ojos. A la cuenta de tres (del comandante E.A. a la Dra. Jaff y su equipo) - Correcto (de la doctora Jaff a el comandante E.A.) - Muchachos cúbranse los ojos que ya nos harán el cono. ( de la Dr. Jaff a su equipo de veterinarios y asistentes) - Uno, dos, y, tres. De repente comenzamos a sentir mucho calor y una vibración a la altura de la colunna y de los miembros inferiores. - Aún no abran los ojos falta unos segundas mas (del comandante E.A. a la Dra. Jaff y a su equipo de veterinarios y asistentes) Ya

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está. Abrimos los ojos y todo era divino y cálido. Acogedor. De tan fuerte que aplaudimos algunos leones se despertaron y gritaron. El eco fue muy fuerte, casi insoportable. La bondad y caballerosidad del comandante E.A. nos conmovió el corazón y algunos otros óraganos. ¿Cómo sería el Comandante E.A.? ¿Sería monstruoso o buen mozo, o tal vez de algún nuevo tipo de belleza desconocida aún para todos nosotros? Hicimos algunos comentarios con mi secretaria en voz bajita por si se escuchara desde la nave: - Me muero de ganas de conocerlo –dijo ella. - Sí, yo también. ¿Cómo podremos hacer? Si le pedimos al comandante que nos suba va a querer subir con nosotras todo el equipo- dije yo. - Esperemos a que se duerman- dijo ella. A las dos horas ya estaban todos dormidos. Con Rosario prendimos el equipo de radio bien bajito. - Hola, hola. ¿Están durmiendo allí arriba? (de la dra. Jaff a la nave) - No. Estamos tomando un trago (del comandante E.A. a la Dra. Jaff) - Mire comandante con mi secretaria tendríamos interés de conocerlo personalmente porque nos pareció muy amable. Aparte nos gustaría entregarle un presente. ¿Qué le parece? (de la dra. Jaff a el comandante E.A.) - ¡Fantástico! les mando un rayo atrapante que las suba. Diganme cuando estén listas (del comandante E.A. a la Dra. Jaff y a Rosario) - Ya lo estamos (de la dra. Jaff a el comandante E.A.) - Ok. Relájense que es absolutamente seguro (del comandante E.A. a la Dra. Jaff y a su secretaria)

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El rayo nos envolvió y subimos girando en espiral. Al llegar a la compuerta se enciende una luz y un ser muy atractivo nos da la mano. - Buenas noches. Yo soy el comandante E.A. - Buenas noches. Yo soy la doctora Jaff - Hola, yo soy la secretaria de la Doctora Jaff. Mi nombre es Rosario. - Encantado de conocerlas. Pasen por aquí que les presento al resto de la tripulación. - Si, como no. El Comandante era buenmosísimo, era parecido a un humano en un punto y en otro absolutamente diferente. Con Rosario nos quedamos totalmente enamoradas. Nos guió por los pasillos de la nave hasta que llegamos a la cámara de comando donde había otros seres parecidos a él. E.A nos presentó uno por uno a sus asistentes. La teniente J.B, el controlador de presión P.SH, el oficial a cargo de los monitores o guía de la nave A.R., la sub jefa de recursos ambientales H.T.y la artista multimedia F.L. - ¿Quieren tomar algo? Lo mas parecido a lo que ustedes denominan alcohol es el Pitreno. Tiene el mismo sabor y efecto que el Whisky. - Ay... sí ¡fantástico! –dije yo aunque el sabor del Whiskey me parecía horrible. - Mmmmm....¡Qué bebida interesante!- Dijo Rosario y también le parecía asqueroso. - ...Si no les gusta pueden dejarlo. - No, no está bárbaro. - Mmmmm ....¡qué rico! - ¿Ha qué han venido a la tierra?- pregunté yo- Porque ustedes no son terrícolas ¿No es cierto? - Usted está en lo correcto. No somos de por aquí. Somos de

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aquel planeta. ¿Ve? el que está al lado de esa estrella rosada. - ¿La que titila? - Exactamente. Nuestro planeta se llama Corredor y tiene aproximadamente el doble de tamaño que el de ustedes y la mitad de población. Solo habitamos una mitad porque es demasiado grande. Lo que estamos haciendo aquí es observar lo que ustedes hacen. Nuestra expedición está encargada de investigar las maravillas tanto del arte tanto contemporáneo como del arte antiguo, y de paso aprender un poco hacerca de lo que para ustedes es el sexo. - ¿Aha? - Mmmm ¡Qué interesante! - En nuestro planeta consumimos mucha pornografía terrícola. - Oh oh. – exclamamos las dos - ¿A qué se dedican ustedes exactamente? dijo él - Formamos parte de un equipo de salvataje de animales que están enfermos. También los protegemos de los depredadores deportivos creando trampas con sogas y bolsas... bueno, es muy largo de explicar. Yo soy la jefa del proyecto. - ...y yo soy su mano derecha.- agregó Rosario. - Mmm, suena bien. He oído hablar que algunos seres humanos tienen relaciones sexuales con animales. ¿Qué me pueden comentar al respecto? - Solo algunas personas y por lo general suele ser muy doloroso.comenté yo - Si, pero a muchas otras les gusta ver y no hacerlo ¿No es cierto?- comentó Rosario - Si. Estás en lo cierto. A mi no me gusta tanto. Porque veo a los animales como si fueran mis hijos. El comandante era muy presiso en las preguntas que nos hacía pero jamás nos dijo nada acerca del amor así que sutilmente yo

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saqué el tema. - A mi me gusta el sexo con amor. Por mas que sea de una sola noche. ¿Qué piensa usted comandante? - Yo nunca he tenido sexo como ustedes lo practican, ni con amor ni sin él. - Si quiere lo podemos practicar ¿Qué le parece? –dije yo - Sería muy bueno. Creo que ambos podremos aprender muchodijo E.A. - Bueno- respondí-, no dejemos que pase el tiempo que usted se va mañana por la mañana. Rosario ¿Qué querés hacer? - No sé... mejor yo me voy para abajo. - Bueno dale. Mejor, hazlo ahora mismo ya que tal vez te necesiten. Rob está haciendo guardia abajo. Él te puede recibir. No me demoraré mucho tiempo. Te lo prometo. - Bueno, me voy. ¿Cómo hago para bajar? - Yo la acompaño señorita dijo el asistente de E.A. Y la llevó a la cámara de desenso. El rayo la devolvió sana y salva. Abajo todos dormían mientras arriba... el baile comenzaba. No saben lo que fue. Yo no estaba muy inspirada así que el comandante dirigió la operación sexo. Yo que me hacía la experta quedé asorada de su tremenda energía, todo fue entre muy diferente y absolutamente habitual. Fisicamente era igual a un hombre cualquiera pero existían en él, como les dije, algunas diferencias de tipo magnético. Su cuerpo atraía al mío. Sin agarrarme me levantaba por el aire y me hacía caer y no sé ... me da vergüenza, prosigamos con la historia. A las seis y media nos despertamos y el me dijo que se tenía que ir volando porque se les había hecho tarde. No tuvimos tiempo de volver a hacerlo por la mañana, a mí que me gusta tanto. Nos tuvimos que despedir rápidamente. En diez minutos yo ya estaba en la tierra junto a mi equipo. Comandante E.A. me

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regaló una cadenita con medio corazón de oro. Yo me lo puse y me lo miraba y besaba a cada ratito. - Procederemos a levantar el cono de protección aislante. Les recomendamos que cierren los ojos. Contaré hasta tres. Cuando yo diga abran podrán abrirlos (del comandante E.A. al equipo de la Dra. Jaff) Uno, dos, tres... abran. Y se descomprimió el campo aislante. - Muchas gracias comandante E.A.- dije yo envolviendo la cadenita con mis dos manos-, muchas gracias. Lo recordaré.... perdón...lo recordaremos siempre (de la Dra. Jaff al comandante E.A.) - Adiós... muchas gracias. Yo también la recordaré para siempre Dra Jaff. Le prometo que volveré y estaré mas días con usted. Le prometo que sabré recordarla y que no tendré relaciones con ninguna otra terrestre (del comandante E.A. a la Dra. Jaff) Los de mi equipo se codeaban entre sí mientras yo intentaba ocultar mis lágrimas. “Chau divino” murmuré “jamás te voy a olvidar”.

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Juan Incardona Los reyes magos peronistas. 5 de enero a la noche, calor y humedad, la calle repleta de gente, de la escalera de la Unidad Básica de la calle Chilavert (artillero de Rosas, fusilado por Urquiza) aparecen las estrellas de la jornada: Fabián Cabrera, el Uruguayo y yo, quienes, disfrazados de Reyes Magos, comenzábamos la peregrinación y el reparto de juguetes. Lito, consejal y puntero corrupto que después nos traicionó con el proyecto Centro Cultural y Biblioteca para el Tanque de Celina, mostraba su cara más sonriente. La multitud de pibes se abalanzaba sobre nosotros, mientras las madres contemplaban el espectáculo desde la vereda de enfrente. El Chino, Miguelito y la Marta, tres de los pendejos más salvajes que ha visto el barrio, más interesados en hacernos la malteada que en los regalos y las golosinas que repartíamos, comenzaron a treparse a mi espalda, a propinarme toda clase de torturas y a poner en riesgo mi barba de algodón, que se despegaba a cada rato. Finalmente, subimos al camión de la Municipalidad, previa discusión con el puntero por motivos varios pero aún irrelevantes. Una vez arriba, saludamos; la gente nos vivaba con entusiasmo épico. Fabián y yo, jodiendo, empezamos a levantar los brazos del mismo modo que lo hacía el General. La respuesta era inmediata: gritos, bombos galopantes, gente enardecida. El uruguayo, o “el negro”, obviamente hizo de Baltasar. Era el favorito de los chicos. Por fin, arrancamos. Adelante se veían grupos en cada esquina, esperando a que pasemos. Alvarez, Blanco Escalada, Cnel. Domínguez, Mariquita Thompson, Giribone, Caaguazú,

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Avenida Olavarría. Allí, en la vereda de la Parroquia había un montón de pibes, y hasta los curas dehonianos, entre los cuales, dicho sea de paso, hubo dos que nos saludaron haciendo la V. Del padre Franco no nos sorprendía, ya que fue militante y compañero tercermundista de Mujica en la villa 31. (Padre Franco Festa, querido amigo, si Dios existe, ojalá te tenga en la Gloria. Lamento mucho aquella pelea que tuvimos. Me enteré que hace poco te moriste en Córdoba después de larga agonía. En la nota al final va mi homenaje con tus propios versos, cura obrero*). Por quien nos quedamos atónitos fue por el teólogo Leonardo, siempre tan conservador en su estilo y sus modos. Jamás le preguntamos nada. Después de repartir alfajores a los pibes de la Parroquia, doblamos a la izquierda hasta Avenida Cruz (hoy Martín Ugarte). Allí doblamos nuevamente, esta vez en dirección al Mercado Central, más precisamente a su periferia: Las Achiras. Lentamente bajamos la loma entre los potreros, escoltados por dos patrulleros de la Bonaerense que se caían a pedazos. Decidimos hacer una escala en la Virgencita de Luján que está en la entrada del Barrio Urquiza. En otra época, este poblado de casitas bajas y pasillos zigzagueantes se llamó Barrio Juan Manuel de Rosas, pero ese nombre lo cambiaron por Urquiza durante alguna dictadura. Tiempo después, volverían a cambiarle el nombre por Rosas, pero todos le siguen diciendo Urquiza, por costumbre. Nuevamente repartimos regalos. Venía mucha gente de los edificios, tanto de los bajitos de tres pisos, como de las viejas torres que construyó Perón, o de los edificios estrella (tienen

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forma de estrella, fueron construidos durante el gobierno de Onganía y hospedan a familias de militares, divididos en edificios según la fuerza... está el de la armada, el de los aeronáuticos, etc). Por suerte, teníamos bocha de juguetes. Terminamos la repartija; mi túnica verde acusaba un par de roturas debido a la exaltación infantil. Nos aprestamos, ahora sí, a ir a Las Achiras, así que nos subimos al camión nuevamente. Y ya estábamos listos, pero no nos movíamos... así estuvimos un rato, esperando... pero nada. “¡Nada, no arranca, loco, no arranca, y la puta madre que lo parió!” Y no arranca y no arranca. ¿Y ahora qué hacemos? A Lito se le borraba la sonrisa, empezaban los nervios y, para colmo, no paraba de llegar gente. Y no arranca... Probamos empujando entre varios, pero estaba muerto, no había caso. Lito empezó a putear al conductor que, evidentemente, no tenía la culpa. A alguien se le ocurrió que subiéramos todo a los patrulleros, pero los reyes nos negamos terminantemente, y la yuta también. Todo parecía perdido, jamás íbamos a llegar a Las Achiras. Pero... Yo estaba apoyado sobre uno de los costados del camión, algo resignado y pensando en nada, cuando, de repente, entre la multitud veo a Rober y a los escobitas, y fue un instante de inspiración nomás, un olor a rosas, una santa Evita. La idea tomó rápidamente forma en mi cabeza, así que me acerqué a Fabián y al Uruguayo y les dije lo que se me había ocurrido, en voz baja para que nadie me escuchara, especialmente el consejal. Gaspar y Baltasar se entusiasmaron inmediatamente; la Virgencita de Luján, en su ermita llena de flores, parecía de acuerdo.

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Les grito a Rober y a los escobitas y les hago señas para que se acerquen. Les pregunté sin vueltas si nos prestaban alguno de sus medios de transporte. Se miraron un momento entre ellos. Y quizás se hablaban con los ojos, porque enseguida y al mismo tiempo los tres estaban de acuerdo, y al unísono me contestaron “sí”. Se fueron corriendo al terreno de los escobitas. Lito no sabía nada todavía. A esa altura de los acontecimientos, los reyes magos actuábamos por nuestra cuenta. La noche estaba llena de estrellas, y los potreros (manzanas enteras frente a la Virgencita) repletos de grillos y bichitos de luz. Mucha expectativa. La providencia fue grande, porque no traían uno, sino dos, dos viejos carros, tirados uno por el Bambino, un caballo de blondas crines, y el otro por un mano de perro bastante mañoso. Los pusieron al lado del camión. La gente, Lito, los policías, empezaban a entender el plan de los Reyes. Nos subimos los tres al carro que tiraba el mano de perro, y en el otro (en el del Bambino) pusieron los juguetes. Con Fabián Cabrera nos peleábamos por las riendas. Acordamos tenerlas una cuadra cada uno. Empezamos a avanzar despacio, escoltados por la multitud que, espontáneamente, comenzó: “Loooos muuchachooooooos peeroniiiistas toooooodos uniiidos triunfareeeeeemos yyy como siempre dareeeeemos uuuun grito deee coorazón ¡Viivaa Peroooón!, ¡Viivaa Peroooón!...” ...en Achiras, que ya sabían que íbamos, no había una multitud, había más. Cuando nos vieron entrar en los carros, se quedaron estupefactos, fascinados, pero sólo por un momento... después, la avalancha... la barba perdida, la túnica rota...

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Se hicieron las doce. Muchas estrellas, muchos grillos, en la noche peronista.

(*) Changuito Al amanecer/ Con tu carrito/ Vas/Con afán/ Por las calles/ De la ciudad/ Changuito/ En busca/ De pan/ Vas/ A luchar/ Contra el hambre/ Y la sociedad/ De la muerte/ Vas/A buscar/ Los trozos/ En el basural./ Al atardecer/ De la ciudad/ Changuito/ Vuelves con sudor/ En tu carrito,/ Llevando/ Una flor/ De papel.// P. Franco Festa, Montevideo 1980, de Gritos y Silencios

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Cecilia Pavón Hablemos como si no existieran mas escritores que vos y yo

Hablemos como si no existieran más escritores que vos y yo como si no se hubiera publicado nunca ningún libro en la historia de la humanidad, como si los libros todavía no se hubiesen inventado, como si nosotros estuviésemos recién formando nuestras primeras letras. De repente, el concreto se derrite y las avenidas se transforman en olas de material viscoso. Miramos todo desde el piso 13 corriendo agitados por el balcón. Algunos dicen “ya pasará” “ya pasará”. Pero es el Apocalipsis, los libros no existen, es el Apocalipsis, no existe la literatura policial ni la poesía argentina. Todos los libros quedaron sumergidos en un sótano que se inundó. Inventamos nuestras primeras letras haciendo marcas en parquet con una navaja suiza.

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Es maravilloso gastar el dinero cuando lo ganas con facilidad. Como si fuera liviano, limpio, y como si estuvieras haciéndole un bien al género humano, estos veinte dólares que ahora salen de tu billetera pondrán en movimiento cientos de industrias. Desde ahora esa bufanda verde con hilos dorados viaja de la tienda a tu casa. El dinero hace que las cosas se muevan con magia por la ciudad. Cosas viajeras en valijas. Lo único importante de viajar es traer cosas. Los recuerdos son ilusiones, las cosas, la única verdad que permanece a lo largo de los años, tiempo y dinero. Cuando te mueras lo harás en tu cama, rodeada de objetos bellos y significativos, ropa de diseñadores talentosos, o libros de fotografías con hojas pesadas. La ropa cara es la única que le viene bien al cuerpo. Los libros de los poetas jóvenes alemanes son hermosos y cuestan dinero, las mecedoras de haya son hermosas y cuestan dinero, las copas de cristal, los anillos de falso brillante, el champagne. Ah, el aire en los Alpes es como hecho de champagne! A esta altura, nadie debería trabajar y todos deberían gastar; ah los dólares alpinos!. Si sacaran todo el dinero de los bancos suizos se formarían montañas de francos suizos: Quisiera tener una habitación llena de euros, desde el piso hasta el techo, entrar en la madrugada cuando está todo oscuro y pisarlos; tomaría un puñado sin mirar la cantidad y los pondría en los bolsillos de los invitados, dormiría sobre los euros como si durmiera sobre el heno de un establo. Protegida por la comunidad europea y sus monumentos.

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Querida Johanna La obra hecha con carne que originalmente consistía en 145 kilos de carne arrojados contra la pared de la galería es una obra que no se podrá hacer, la carne está muy cara. La comida se ha vuelto un objeto de lujo. Me gustaría complacer tu deseo y enviarte el video con estas imágenes para tu bienal en Lima, pero sin financiamiento esto será imposible, y no creo que esto sea posible en Buenos Aires a no ser que algún coleccionista peruano esté dispuesto a pagarlo de su bolsillo. Decíme vos si existe este coleccionista. Tengo otro proyecto que es mucho más sencillo e igual de efectivo, pero necesito saber qué pensás. Usaré fuego para mi obra. Me gustaría armar una red entre Lima y Buenos Aires para organizar una gran quema de zapatillas marca “Niké”, el mismo en día en ambas ciudades. Todos los que quieran colaborar deberían llevar ese día sus zapatillas marca “Niké” y prenderles fuego en una gran hoguera frente al obelisco en Argentina y la Plaza de Armas en Perú, o quizás la plaza San Martín, que existe en ambas ciudades. ¿Qué pensás? Sé que no tiene la plasticidad de la carne forzada hacia el muro inmaculado del cubo blanco, la carne sería una explosión de color, y también produciría asco y repulsión, que es algo que ambas buscamos. Pero la quema de zapatillas es una obra mucho más intensa. ¿No te parece? Después podríamos entregar zapatillas de tela de marcas nacionales. Con esto estaríamos haciendo un statement por la unidad latinoamericana y por la solidaridad comercial de nuestros países. Aunque en realidad no me quiero meter en las implicancias conceptuales de la obra…yo sólo la pensé como algo visual. El fuego quemando todo ese plástico, las chispas, la humarada violeta... qué se yo. Que los críticos se encarguen de analizar el sentido. Bueno, espero pronto tu respuesta, un beso, C.

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los libros

no encuentro los libros cuando los busco están dispersos están debajo de la cama están en la mesita de luz están húmedos manchados con cerveza y té costaron mucho dinero pero están rotos tengo que leerlos pero no los encuentro se perdieron entre las sábanas quedaron arriba de todo ese día teníamos que leerlos dejamos los libros en el restaurant nos robaron los libros en el subterráneo

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ciudad el otoño desciende sobre el caos (quizás emerge desde el centro de la tierra) arroja un aire tibio sobre cúpulas como cárceles y edificios como cajas de cartón quisiera regresar al momento en que era más feliz, porque hacía mis propias lámparas, y pintaba de blanco los muebles astillados cuando aún no conocía la ciudad y la imaginaba como un parque de diversiones para personas y ratas recuerdo que las ventanas de mi antiguo departamento eran hermosas, solía mirarlas como si mirara cuadros hoy me siento en su living o entro a una tienda de productos importados de tai- wan, lo mismo da él habla sobre autores & euros se ve tan tonto con su bufanda de escritor sé que no se atreve a mencionarlo, pero sueña con que lo traduzcan al francés mientras me habla miro al techo y hago como si me interesara imagino qué bello debe haber sido de adolescente, antes de meterse en esto, ¿alguna vez fue un chico que tiró piedras? ¿alguna vez se disfrazó con la ropa de su mamá, o robó algo electrónico en una mega- tienda? ¿alguna vez bebió tres botellas de tequila y pateó portones oxidados?

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Un poema trans La mañana es como una bolsa quebradiza en la que él arroja restos de droga. Las ventanas de la casa siempre presentarán los cristales rotos, una es su casa e indefectiblemente los cristales estarán siempre quebrados, como al acostarse suavemente en la cama luego del almuerzo con whisky una es un animal extraviado; otro animal, quizás un lobo, pagó las bebidas en la taberna, y ahora todo es blando, si todo se redujera a esa palabra –droga– mientras por un hueco entrara la ciudad a pedradas y se mezclara con la sangre, si siguiéramos a un oso o un lobo por la infinta red del transporte público.

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Fabián Casas Cinco, seis, tal vez siete años Para Baltazar Vega, cuando pueda leerlo. “You only have to read the lines as scribbly black, and everything shines!” Matilda Mother. Syd Barrett.

Primero hago el piso. Línea recta larga, larga. Hasta acá. Así. Así es. Esto es suelo. Donde piso yo, mamá, Sergio. Línea recta hacia allá. Listo. Ahora cielo. Grande, grande. Cielo azul, sin nubes. Cielo con sol. Hago casa. Mamá está en la casa. Sergio no. Mamá está sentada a la mesa dentro de la casa. Sergio no. Mamá camina por la casa. La casa es alta, muy alta. Como Sergio. No como yo. Mamá cocina en la cocina de la casa. Mamá lava los platos azules en la casa alta, muy alta. Mamá me quiere adentro de la casa alta. Sergio nos quiere adentro de la casa.Yo los quiero. Las ventanas de la casa están bien arriba, casi en el cielo. Arriba, muy alto. Lejos de la calle sucia. En la casa hay un recuadro. Lo hago. Así. Así. En ese recuadro vivo yo. Mamá viene todas las noches y me da un beso. Me tapa con la sábana. Todas las noches. Me duermo y mamá está ahí. Los dos estamos en el recuadro. Mamá tiene un recuadro igual donde vive con Sergio. Lo hago. Así. El recuadro está lleno de agua.Yo vivo en el agua también.Tenemos, cada uno, recuadros llenos de agua. Es para cuando la casa se caiga, es para cuando la casa se caiga. Atravesamos los largos pasillos con olor a pis. Ayer vinimos en colectivo pero yo me sofoqué y empecé a vomitar. El colectivo estaba lleno. Una mujer le decía a mamá pobrecito, pobrecito.

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Mamá no decía nada. Mamá parece enojada para los demás pero para mí no se enoja.Yo quise sacar el boleto. Después me arrepentí y me quedé callado con la plata en la mano. El colectivero me miraba y me preguntaba qué quería. Mamá me sacó la plata de la mano y se la dio al colectivero. Mamá pagó, después me agarró de la mano y dijo acá Tuti y me hizo un lugar a la ventanilla. Hacía frío y estaba el colectivo cerrado y empezó a subir gente y a moverse cada vez más y yo empecé a sentir la panza revuelta. Qué pasa Tuti, qué pasa, decía mamá. Mamá tiene una voz gruesa. La tía Susana tiene una voz linda. El doctor Lavena tiene una voz increíble. A veces me da miedo, pero no le digo nada a mamá. Por eso hoy mamá le pidió a Sergio que nos trajera con el auto. El auto es grande, verde. Así. Tiene un piso con agujeros por donde Sergio saca sus pies para poder hacerlo avanzar. Así. Mamá vino a la pieza y me despertó. Me puso la ropa y me lavó la cara. Después yo solo fui a la cocina. Estaba Sergio en la luz. La taza humeaba. A veces, por las noches, Sergio me lee Bufalito. Bufalito es un vaquero muy lindo. Vive en el lejano oeste. Hola Hombrecito, dice Sergio. Me levanta y me da un beso. Raspa. Huele a café. Mamá huele a jabón. Tomamos la leche. Mamá le pregunta a Sergio cosas de su trabajo. Si va a buscar a un hombre a donde salen y vienen los aviones, si lo va a acompañar a recorrer la ciudad. Sergio dice que el hombre es un bodrio. Me gusta esa palabra, le digo a Calaguali que la recuerde por si me la olvido. Tenemos una caja con palabras que fuimos recolectando con Calaguali: Pecado, Caniche, Hortaliza, Gusano, Torre, Corcel, Sangre, Luz negra, Esperanza. Con Esperanza pasa algo raro, es una palabra pero también es una chica de la televisión. Mamá se para. Parece siempre apurada. Veni Tuti, me dice. Lavate los dientes. Pone un banco y me sube arriba. En el baño está la

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estufa eléctrica encendida. Me sofoco. Ganas de devolver todo. Pienso en Bufalito, en como se enfrenta a los peligros de vivir en el Oeste. Mamá me da agua y me dice que me enjuague. Ayer mordiste el tocadisco otra vez, dice mamá. Te gusta la madera no. La música me da ganas de morder, digo. Tuti, no quiero que te rompas los dientes, dice mamá. Me pone la campera roja, con capucha. Hace frío Sergio, dice. Es invierno, dice Sergio. Sergio se pone el sobretodo azul que me gusta. A veces lo toco. El otro día me regaló una caja con terrones de azúcar de todos colores. Escuchame Sergio, le digo, hoy me podés traer chocolate. Lo que quieras, Hombrecito, dice Sergio mientras se adelanta y abre la puerta. Mamá grita desde el baño. Pero cómo volvió al baño. Si estaba adelante. No entiendo qué grita, pero Sergio le dice sí, no te preocupes. Escuchame Sergio vos vas a manejar no, le digo. Salimos a la calle. Hay sol y ruido. Hay viento y frío. Hay olor a puré. Sergio me alza. Escuchame Sergio, quiero caminar, le digo. No Hombrecito, no hay tiempo, me dice. Abre la puerta verde. Adentro de la puerta hay asientos blancos y olor a limón. Adelante no, dice Sergio. Adelante va mamá, dice. Escuchame Sergio, le pregunto, nos vas a pasar a buscar después del hospital. No puedo Hombrecito, tengo que trabajar. Pero en el colectivo me sofoco y devuelvo, le digo, mientras siento un calor que sube desde la panza. Entonces se toman un taxi con mamá, dice Sergio.Yo tengo que ir a buscar a un escritor al aeropuerto, donde vienen los aviones, dice Sergio. Me pongo a llorar. La voz de mamá en un costado de la cara. Por qué llora, dice. Porque quiere que los pase a buscar cuando salgan del hospital, dice Sergio. Basta Antonio, me dice. Dejo de llorar. Sergio arranca el auto. Primero despacio, después cada vez más fuerte.Yo veo cómo mueve los pies y lo hace avanzar.

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Qué dice el doctor Lavena, dice Sergio. Después hablamos, dice mamá. Pero sí o no, dice Sergio. Después hablamos, dice mamá. Escuchame mamá, el doctor Lavena sabe música, le digo. Mamá gira la cabeza. Mamá tiene una larga cabellera roja. No sé, Tuti, pero le podemos preguntar, dice. Mamá camina rápido. Me lleva alzado. Escuchame mamá, le digo, dejame caminar a mí. No, dice, no quiero que llegues agitado al consultorio del doctor Lavena. Dice: te acordás cómo te agitaste ayer y vomitaste en el colectivo y después con el doctor. Fue una verguenza. Dice: ya llegamos. Cada vez pesás más vos, eh. Pasillos largos con olor a pis. Mucha gente que se cruza entre nosotros. Ruido. Hay un motor funcionando en algún lado. Escuchame mamá, qué motor suena, digo. Motor, pregunta mamá, yo no escucho ningún motor, dice. Siento la respiración de mamá en mi cara. El cuerpo de mamá, grande, fuerte. No raspa. Hay una puerta, adentro de la puerta hay mesas, sillas y más gente. Acá también hay motor. La conocen a mamá. La saludan y me hacen un lugar. Mamá me deja sentado y se pone a hablar con una mujer que está sentada frente a una mesa. Salvo mamá, todos están sentados. Mamá, mamá, le grito. Escuchame mamá, sentate acá, le digo. Están todos sentados, le digo. Siento de nuevo al calor que sube desde la panza.Todos se rien. Me agito.Ya voy Antonio, esperá que tengo que hablar con la señora, dice mamá.Ya viene mami, me dice una viejita que está sentada al lado de otra viejita que está sentada al lado de una nena. Cuántos años tenés, Antonio, me pregunta la viejita. Le hago con las manos. En serio, dice la viejita, entonces ya vas a la escuela primaria.Te gusta la escuela, dice la viejita. El calor sube y sube, está en la garganta. A Calaguali le pasa lo mismo, él me lo dijo.Y también,cuando duerme, le duele la cabeza. No, Calaguali va, le digo. Guali, pregunta la viejita. Calaguali, le repito. Pero

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vos no vas, pregunta la viejita. La viejita de al lado le dice algo al oído. Bueno, bueno, dice la viejita. La nena me mira fijo. Me mira muy fijo.Tiene ojos negros y brillosos. Yo la miro pero entonces vuelve mamá y me alza. Vamos, Tuti. Mamá tiene olor a jabón y miel. Otra puerta más y adentro de la puerta está todo blanco y no hay sonido. Hay olor a algo. Me agito más. Mamá se va a enojar. Se va a enojar. Bufalito no tuvo miedo y domó el caballo del tío Billy, allá en el rancho de Yonapatagua. Pienso en eso y me doy fuerzas para no vomitar. Un pared muy blanca. No hay sonido.Y de golpe, de la pared, asi, así, increíble, aparece el doctor Lavena. Es como un héroe, con el pelo negro brilloso peinado hacia atrás, el guardapolvo blanco. Hola Tuti, me dice. Hoy estás más tranquilo, me dice. Mirá lo que te traje, dice. Tiene la revista de Los Titanes del Coco, en colores, como la anuncian en la tele. Qué se dice, Antonio, dice mamá. Gracias. El doctor Lavena vuela por el consultorio propulsado por unas botas de las que sale fuego, como uno de los Titanes. Igualito. La alza a mamá en brazos y la deja sobre una silla. Me alza en brazos y me pone sobre la camilla. Tuti, dice, sacate el pulovercito y la remera. Lo sé hacer. Despacio, despacio. El calor está bajando de la garganta al pecho. Estas agitado, dice el doctor Lavena. El pelo es brilloso y huele a menta. Escuchame doctor, le digo, no va doler, no. No, Tuti, cuándo te hice doler, decime, dice el doctor Lavena. Sus manos están frías, me pone el aparato en la espalda y escucha. Después lo pone en el pecho. Respirá, dice, respirá hondo, dice. Después agarra otro aparato y lo pasa por mi cuello. Está frío. Le pregunta a mamá si me despierto irritable. Irritable, le digo a calaguali que guarde esa palabra. A veces, dice mamá desde su silla. Tiene dolores de cabeza, pregunta el doctor Lavena. Hace semanas que no tiene. Acostate, Tuti, me dice. No, así no, boca

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abajo, dice. La camilla tiene olor a menta. Me pone el aparato frío por la espalda. Hay un ruido como el del autito que me trajo Sergio. Hay más inflamación, dice el doctor Lavena. No sé si me lo dice a mí o a mamá. Pero me quedo callado por las dudas. Después él y mamá pasan del otro lado de la tela que está pegada a la camilla. Hablan de algo pero no los escucho bien porque hablan muy bajo, para que yo no los escuche. Escuchame mamá, por qué hablan bajo, les digo. Antonio, estoy hablando cosas de grande con el doctor Lavena, dice mamá. Detrás de la tela está la mesa donde se sienta el doctor Lavena, como la que tiene Sergio en su pieza y donde se sienta a leer y a trabajar en sus cuentas. A veces me despierto en medio de la noche y voy al baño y Sergio está con la luz prendida, la luz chiquita que yo también tengo en mi mesita de noche y a veces también mamá está despierta con él, dándole mates. Entonces yo les pregunto qué están haciendo y mamá dice: Sergio está haciendo las cuentas.Y eso me da felicidad. Estamos los tres a salvo de los enemigos, en la fortaleza de la soledad, con el escudo de energía invisible activado y ningún enemigo puede entrar a la casa aunque sea de noche. Ahora mamá sale de detrás de la tela y tiene los ojos rojos, como si hubiera estado llorando. Tendrían que ver a mamá llorando, es un espectáculo. La otra noche nos bañamos juntos ella y yo y de golpe se puso a llorar y el agua enjabonada de la bañadera se puso salada por las lágrimas de mamá. Vamos Antonio, ponete la ropa. Una vez Sergio me puso un pullover sin nada abajo y tuve ronchas por todo el cuerpo, y picazón. Bueno, nos vemos el viernes para los análisis de sangre, dice el doctor Lavena. Y mamá casi no le contesta, sólo le hace señas con la cabeza, como hace el pájaro de los dibujitos que sube y baja picoteando la madera, pero más lenta, mamá es más lenta.

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Sergio me dijo ayer que después de la operación voy a poder ir al colegio como los demás chicos. Me preparo para cuando llegue ese momento. Salvo con mis primas, Mabel e Irene, no he hablado con muchos chicos como yo. Pero los veo por la calle, los veo en la tele, somos casi parecidos. Escuchame Sergio la operación va a doler, le pregunto. Ni te vas a dar cuenta, Hombrecito, me dice. Te duermen y cuando te despertás ya estás sano otra vez, dice. Escuchame Sergio el doctor Lavena me va a operar, le pregunto. Sí, el doctor Lavena, que te quiere mucho te va a operar y además es muy bueno operando nenitos, me dice. La otra noche soñé con el doctor Lavena, él y mamá iban caminando de la mano por el hospital. Se veían contentos. Pero esto no se lo cuento a Sergio. Hay cosas que pasan que no se las cuento a nadie. Bah, sólo las hablo con mi Calaguali. La otra noche yo y mi Calaguali hicimos cosas raras, los dos nos bajamos los calzoncillos, nos pusimos de espaldas y nos frotamos las colas. Después me vino fiebre y mamá se enojó porque me vio agitado. Pero no le dije nada de Calaguali. Después de la operación, cuando tenga que ir al colegio como todo el mundo, un día de esos, le voy a contar de mi Calaguali. Hígados y fideos. No me gusta. Pero mamá dice que tengo que ponerme fuerte. Mamá me corta el hígado. Lo corta en pedazos cuadrados, a los que vuelve a cortar hasta que son muy chiquitos. Comé todo Hombrecito, me dice. Mamá y Sergio comen hígado pero con más salsa. Escuchame mamá no puedo comer igual que ustedes, le digo. No, Tuti, porque la salsa tiene vino. El vino no deja crecer a los chicos, dice Sergio. No digas estupideces, le dice mamá. Mi viejo me decía eso, dice Sergio. Después de

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comer mamá me lleva al baño, pone el banco de madera y me hace subir encima. Mi cabeza, grande, en el espejo. Mi mamá me mima y me besa mientras me hace lavar los dientes y las manos. Quiero ver con ustedes, le digo. Un rato, dice mamá, y después te vas a dormir. Sergio está sentado en el sillón y ya prendió la tele. Escuchame Sergio, después vas a hacer las cuentas, le pregunto. No, Hombrecito, hoy trabajé mucho y estoy cansado, después de la serie nos vamos todos a dormir. El no va a ver toda la serie completa porque siempre termina acostándose muy tarde, dice mamá mientras trae almohadones para sentarse encima. Nunca le alcanzan los almohadones para sentarse encima. Mamá manda, me dice Sergio mirándome fijo. Ahí empieza, dice mamá, callensé. Mamá, te quiero, no quiero que nunca te pase nada de nada, pienso. Cuando sea grande, mamá, voy a trabajar de actor en esta serie y vos vas a estar muy contenta de mí, mamá. Otra vez Falconetti, grita mamá. Cuando aparece en la serie Falconetti las cosas se ponen mal. A mí a veces me hace llorar y mamá se enoja por dejarme ver la serie. El hermano rico y el hermano pobre son separados desde muy chicos, como si ahora alguien me separara a mí y a mi Calaguali y nunca nos volviéramos a ver. O peor, nos volvemos a ver pero no sabemos quiénes somos, no sabemos que una vez vivimos juntos y éramos hermanos.Y siempre está Falconetti siguiéndonos para lastimarnos. Falconetti es muy malo. Es, como dice la Tía Susana, la piel de Judas. Otra vez los ojos rojos de mamá. La tía Susana y ella estaban hablando en la cocina y cuando entré se quedaron calladas, las sorprendí. Falconetti anoche sorprendió al Hombre Pobre. Sergio me preguntó: pero cómo no se dió cuenta de que estaba

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Falconetti esperándolo. Es verdad, yo también estuve pensando en eso. Antonio, dice mamá, querés que la tía Susi te lleve con el tío Carlos a la Costanera. La tía Susana es la única persona –además de Sergio- con la que mamá me deja salir. Sí, digo, sí. Bueno, vamos a vestirnos que hay sol, dice mamá. Porque después empieza a hacer frío temprano. El puloversito, los vaqueros, como los de Bufalito, la campera roja con capucha. Mamá me ajusta la ropa, me la mete por dentro de los pantalones. Las medias me pican, le digo. Son ideas tuyas, me dice. Me pican, le repito. Me las saca y me pone otras. Están son lindas y no pican. Estoy listo. Me siento en la cocina con mamá y la tía Susi. Al rato llega el tío Carlos. Soy feliz. La tía Susi es como las de la tele, con los pantalones azules, ajustados. El tío Carlos es grande, patilludo. Me gustan sus zapatos altos. El auto del tío Carlos huele a chocolate. La tía Susi lo abraza mientras él maneja. El maneja igual que Sergio. Pero la tía Susi y el tío Carlos hablan más. Mamá y Sergio no hablan mucho mientras van en el auto. De a ratos, el tío Carlos se da vuelta y me dice: mirá Antonio, qué lindo día. Sí, sí, digo y no paro de mirar a las personas, los colores de la calle, los chicos como yo, los colectivos, todo es maravilloso aunque empiezo a sentir calor en el estómago. Eso empieza a subir. Entonces el tío Carlos estaciona el auto en la Costanera y bajamos. Me compran nieve y nos sentamos en un banco. Hay un montón de gente alrededor nuestro.Y adelante, con solo saltar, está el río inmenso y marrón. El río inmenso y marrón. Cuando me doy vuelta para contarles que el río es inmenso y marrón la tía Susana se está besando con el tío Carlos. Le mete la boca en la boca, se enganchan. El otro día se besaban así en la tele. Me como la nieve. Un nenito pasa con un hombre grande. El hombre lleva una caña de pescar. Van de la mano.

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El nenito me mira fijo como si yo tuviera algo que fuera de él. O como si me conociera. Tal vez nos conocemos. Cómo sé si Calaguali no lo conoce a él también. Giro la cabeza, están todavía con la boca en la boca. La tía Susana está encima del tío Carlos. Hacen un ruido raro. Pongo la vista en el río que es inmenso y marrón. El sol está brillando poderoso sobre el río. El sol tiene rayos largos que giran a toda velocidad y producen un efecto extraño en los ojos. El río se vuelve azul, el río se vuelve azul. Me doy cuenta de que el río es en verdad el mar escondido. Me quedo mirando fijo cómo el mar y el sol se besan como mi tía Susana y mi tío Carlos. Ellos hacen ruido. De golpe mi tía Susi se acerca, dejando a mi tío Carlos agitado sobre el banco en el que estamos sentados. Mi tío Carlos respira agitado como lo hago yo algunas veces. En esos casos mamá me pregunta, nerviosa: estás agitado, estás agitado. Mi tío Carlos es como un animalito vestido de hombre. Antonio, dice Susi. Qué, le pregunto. Se la volvió a encontrar, dice mi tía Susi. A quién, le digo. A la eternidad, dice mi tía Susi señalando el horizonte con el dedo. Es el sol mezclado al mar, dice. Asi que ella también sabe que el río es el mar cuando está escondido. Entonces mi tío Carlos me dice que volvamos al auto, que nos quiere llevar a un lugar encantado. Como los cuentos que me cuenta Sergio, pienso. Susi me alza y me pone en el asiento de atrás. Arrancamos. Vamos a un lugar encantado. Siento cosquillas en la barriga yen el pecho. Estamos a la par del río, que ahora, muy de apoco, vuelve a ser marrón.Y el tío Carlos está contento porque no para de cantar. Canta: tralalá, tralalá, la encontron a la eternidad, es el sol mezclado al mar.Y Susi se da vuelta y me mira y los dos nos reímos. Entonces el auto entra por un camino extraño, con muchos árboles altísimos.Ya no hay río, sólo árboles altísimos que se cruzan uno detrás de otro.Veo animales desconocidos

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que se mueven en sus copas. Hasta que bajamos por una rampa y terminamos en una playa inmensa donde hay muchos autos.Y hay gente adentro de los autos. Están unos al lado de otros. No me di cuenta porque las copas de los autos cubrían al sol pero ahora es totalmente de noche. En los otros autos hay gente que mira hacia el resplandor. El resplandor está frente a nosotros, contra el cielo estrellado. Este es un autocine al que a veces venía con mis papás, dice el tío Carlos. Te gusta, me pregunta. Le digo que sí con la cabeza. Oscureció y está haciendo frío, dice Susi. Por qué no volvemos, Carlos. Pará, pará, dice Carlos. Demos una vuelta más, dice. Arrancamos. En un auto hay unos nenitos rubios,brillantes, contra el resplandor. Sus papás están al volante, también rubios. Qué buena luna, dice Carlos. Si quiero apago las luces del auto, mirá, dice Carlos. Pará, dice Susi, manejá más despacio. Esquivamos a los demás autos y salimos de nuevo al camino de árboles. Mirá, Antonio, allá, allá, me grita Carlos. No lo puedo creer. Un inmenso tobogán donde la gente sube por unas escaleras con mantas en las manos para después tirarse sentada encima de ellas. Es el supertobogán, dice el tío Carlos. Todavía está habilitado, dice. Es como una montaña, tío, le digo. Sí, yo venía seguido acá, dice. Una vez se tiró un chico parado y se mató, me dice. Carlos, no le cuentes esas cosas al chico, le grita Susana mientras le pega con el puño en el brazo. Bueno, Tuti, la verdad no sé si eso no es un camelo, asi que no me des bola, me dice. La gente se tira y brinca a medida que cabalgan las ondas del supertobogán. Como hace Bufalito con sus caballos. Volvamos a casa que se hizo tarde y la mamá va a estar preocupada, dice Susi. Carlos, volvamos a la casa que la mamá debe estar preocupada, le repite. Después de la operación, les digo, me voy a venir a tirar al supertobogán, Claro, mi amor, me dice mi tía Susana. Pero me voy a tirar parado y no me va

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a pasar nada, le digo. No parado no, dice Susana.Carlos se ríe. Ves las ideas que le metés al chico, le dice Susana, enojada. Pero Carlos no le contesta, tiene el auto parado con el motor en marcha, y mira cómo bajan y suben los chicos corcobeando en el supertobogán. Es genial, es genial, es genial, dice mi tío Carlos. Supertobogán, pregunta Calaguali. Sí, le digo. Es genial. ¡Vengán a visitar la casa del tío Lito! ¡Es una de mis salidas preferidas con mamá! Cada mucho, mucho tiempo, mamá me dice: preparate Antonio que vamos a la casa del tío Lito.Y Calaguali me dice: ojo Antonio. Me da risa porque me dice: ojo Antonio y hace este gesto y me dice ojo Antonio que en la casa del tío Lito está escondida La yegua de La Noche. Lo dice así, con
voz seria y a mí cada vez que mi Calaguali pone esa voz en vez de darme miedo me da risa. Y mamá me pregunta: de qué te reís Tuti, pero yo no le cuento nada de mi Calaguali porque ella no está preparada para conocerlo. Tal vez despés de laoperación sí. Así que una tarde, después de comer, salimos para la casa del tío Lito con mi mochila a cuesta. Vamos en taxi. Sergio nunca nos lleva y
mamá ya no quiere que suba al colectivo. Cuando te pongas mejor, después de la operación, vamos a andar en colectivo y en subterráneo las veces que quieras. Nunca anduve en subterráneo, pero mamá y Sergio me contaron que es un tren que va por debajo de la tierra más rápido todavía de lo que se mueve Milman, uno de los Titanes del Coco. Eso es increíble. Porque Milman puede estar en muchos lados a la vez, super rápido, como cuando defendió él solo la Fortaleza de la Amistad de los ataques de los Hombres de Mármol. Es increíble

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la historia de Milman. Un día lo descubrieron tirado en la calle y nadie sabía de dónde había venido ni dónde había estado, nadie lo conocía y él apenas podía hablar, a pesar de ser ya un hombre joven.Y la gente pensaba que lo habían tenido escondido o encerrado en algún lado.Y una tarde Milman descubre que, aunque no puede recordar de dónde viene, sí siente que tiene superpoderes. En realidad todos tenemos superpoderes, eso le digo siempre a mi Calaguali, pero es difícil darse cuenta. De Los Titanes del Coco, de sus vidas, hablo con el Tío Lito cuando lo vamos a visitar.Y él hasta me regaló un video con las aventuras de ellos: Los titanes del Coco, contra los Androides Paranoicos. El tío Lito es un hombre alto, grande, grande, con una barba espesa y blanca, como Papá Noel y se ve que la quiere mucho a mamá porque mamá también lo quiere mucho a él. Si alguien te quiere, vos lo querés. Es así. Pero él me quiso primero, me dice siempre mamá cuando habla del tío Lito.Y eso es verdad porque el tío Lito nació antes que mamá y él la conoció cuando ella estaba trabajando en un negocio y para mamá el tío Lito es casi como su padre, ya que los padres de mamá están en el cielo. La casa del tío Lito es inmensa, con muchos patios que suben y bajan y escaleras con un olor intenso, como a carbón.Y cuando vamos salen a recibirnos una multitud de gatos que el tío Lito tiene en la casa. Gatos de todos los colores y tamaños.Y a veces en el patio hay un olor horrible del pis de los gatos y de la caca de los gatos y mamá se enoja con el tío Lito porque tiene todo sucio. Mamá limpia la casa del tío Lito. Con agua y jabón, con baldes y con escobas, mamá limpia la casa del tío Lito. Se pone unas botas amarillas que no le mojan los pies y que hacen juego con el sol.Y después le prepara una palangana con agua caliente y sal para que el tío Lito se lave los pies. No porque los tiene sucios, me explica él, sino porque le gusta tener los pies en agua

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caliente y sal. Toda la gente debería, Antonio, poner los pies un rato largo por día en agua caliente y sal. Porque en la planta de los pies está el secreto que nos hace funcionar.Y si la tenemos suave y cuidada, nos vamos a sentir mejor, me dice, cada vez que me le acerco cuando está con los pies en la palangana y sale junto con el vapor ese olor tan lindo que es el olor del tío Lito.

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Facundo R. Soto Abrazos gratis 1. Era el primer partido de “8”. No decía nada. Le pregunté si trabajaba con “7”, en la fábrica de purificadores de agua. Movió la cabeza diciéndome que no. Se lo veía tímido. Cuando estaba por empezar el partido nos dimos cuenta que sobraba un jugador. “8” pagó el derecho de piso y esperó en el banco de suplentes. Pero a los 20 minutos, cuando “El Capitán” salió cansado, entró él a jugar. Parecía una luz. Estiraba la pierna. Tocaba la pelota con el pie. Picaba. Se gambeteaba a un par, que se le acercaban como moscas, y avanzaba. Se mandaba por los huequitos, y paf!: la metía. Chumbaso al arco. Hizo una, dos, tres, cuatro veces la misma jugada y no lo podíamos creer. Corría concentrado y en silencio. Más allá de la retribución de algún comentario, dándonos las gracias, no soltaba ninguna palabra. La verdad es que, sólo a mí me causaba intriga su personalidad. Quería saber quién era. 2. Esa noche, cuando llegué a casa lo busqué en Facebook. Su cara me sonaba de algún lado. Lo encontré on line. Enseguida me aceptó como amigo, pero no quiso chatear. Tampoco me contestó los mensajes y se desconectó al toque. Entré a su álbum y miré las fotos: “8” de chiquito, en un campo, abrazando a una cabra.

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Otra: Yendo al colegio a caballo. Una llanura verde se extendía como un mantel de plástico. Lo conocía de algún lado, pero no podía recordar de dónde. Su cara me resultaba familiar. A la noche, cuando cerré el libro “Increíble”, de Mariano Blatt, me acordé: A “8” lo veía los sábados y domingos en Corrientes y Montevideo. Estaba con otros chicos. Llevaban carteles que decían “Abrazos gratis”. Pasaban la tarde hasta que se hacía de noche en esa esquina. Yo iba y volvía de los entrenamientos y ellos todavía estaban ahí. ¿Cómo olvidarme de un Colorado, flaquito y con ojos tristes? El fin de semana siguiente al de mi descubrimiento pasé por Corrientes, y al verlo me crucé de vereda. Transitaban cientos de personas por la avenida, pero eran pocos los que aceptaban los abrazos gratis. 3. Encontré más fotos suyas en Facebook. Me dejaron pensando. Una, donde estaba sentado con cuatro chicos y una chica en la mesa de un bar. Eran más o menos de su edad. Uno vestía de negro, con varios piercings, y cadenas que le colgaban del cuello. Parecía Marylin Manson o un chico gótico. El más grande era canoso, llevaba algo de barba y tenía pinta de ser sociólogo o profesor de filosofía. La chica tenía la cara gorda, el pelo naranja y anteojos negros arriba de la frente. Había café y gaseosas en la mesa. La de ella era Seven Light. Se veían rodajas de limón en un platito de porcelana. Traté de identificar el bar, pero no pude. Era uno clásico, más bien un bolichón o un cafetín de barrio, quizás en Almagro.

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En otra foto, “8” salía de un edificio con uno de los chicos que estaba en la anterior. Al ampliarla alcancé a leer el cartel: “Centro de Terapia Grupal”. A ésa altura de mi búsqueda de información, tenía la sensación de saber todo acerca de él. Sin embargo nunca habíamos hablado. 4. A la semana siguiente recibimos un e-mail de “8” diciendo que no podía seguir jugando con nosotros. A través del chat de Facebook pude sacarle la información de que su novio no lo dejaba entrenar más, porque descubrió que jugaba en un equipo gay. No era la primera vez que nos pasaba algo así. Mis compañeros no se preocuparon por la noticia y le restaron importancia. Intenté hacer algo para recuperarlo. Lo llamé y le dije que era importante que entrene con nosotros. Me dijo que la pasaba bien jugando, pero que tenía que elegir, y primero estaba su pareja. Cuando le pregunté cómo lo conoció, y cuánto tiempo hacía que salían, me cambió de tema. En Facebook pude leer una frase que me permitió saber un poco más: “Perdoname Martín. No lo voy a hacer más. Te lo juro”. Entendí que su novio le había prohibido jugar con nosotros. Pase el sábado y el domingo por la esquina donde solían estar, pero no lo encontré. Tampoco me animé a preguntar, a los dos chicos que estaban con los carteles, si sabían algo de él. Descubrí una foto donde “8” aparecía abrazado a un perrito. Parecía triste. Pensé que en terapia de grupo le habían sugerido que se contactara con la gente, a través de los abrazos.

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5. Le envié un e-mail proponiéndole ser su amigo. Tardó dos semanas en responderme. Nos encontramos en Avenida Córdoba y Pueyrredón, un sábado a las dos de la tarde. Después de darnos un abrazo fuimos a un bar. Me contó que tenía la necesidad de ayudar a la gente para que se sintiera bien, a cambiarle el estado de ánimo, aunque sea por un momento y alegrarle el día. Me dijo que si todos hiciéramos una acción así, la que cada uno encuentre adentro suyo, el mundo cambiaría y disfrutaríamos más de la vida. Me pareció sensato. También lo hacía feliz escuchar a Los Ramones. A medida que “8” hablaba, yo me iba encontrando a mi mismo en sus palabras. No tenía amigos en esa época. Es decir, los chicos que eran mis amigos, primero se habían acostado conmigo. Me causaba gracia en las fiestas de cumpleaños tener la casa llena de pibes y ser cómplice con todos, sin que ellos lo supieran entre sí, de que los conocía desnudos, que recordaba la medida de sus pijas, y la manera en que gozaban. Desde que había comenzado terapia, me impuse hacerme un amigo, sin que primero tenga que pasar por la cama. Me contó que su tema favorito era “Baby I love you”, y automáticamente lo canté en mi cabeza y se me despegó. Cuando quise preguntarle por qué había comenzado una terapia de grupo me detuve, y él me lo contó sin que hiciera falta que le hablara. Me dijo que se vino a vivir a Buenos Aires sin conocer a nadie, que pasó más de dos años sin tener amigos, y que cuando era chico no sabía defenderse. Tomó un trago del licuado de banana. Se limpió la espuma de la boca, con una servilleta de papel, y agregó que, ahora, lo más valioso que tenía era su pareja; y que no podía seguir dando abrazos gratis. Si su novio lo veía lo cagaba a trompadas y lo dejaba. Otra vez, como leyendo mi pensamiento me dijo: Y si, es así, hay gente que no entiende… no entiende…

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6. Pasé parte de la noche tratando de encontrar una solución al problema de “6”, pero no la encontré. Me dormí pensando que muchas veces me aparecía la respuesta en los sueños, o cuando me despertaba a la mañana. Soñé con un planeta lleno de iglesias. La gente caminaba por las calles de adoquines y otras que eran cintas gelatinosas. Había autopistas que cruzaban por el aire como cables retorcidos. Se enamoraban de personas que en ésa época no tenían diferenciación de géneros: no eran hombres, mujeres, travestis ni transexuales. Era imposible saber su sexo. Cuando pasaban por las iglesias entraban para tener sexo. Las iglesias estaban hechas para eso. Me desperté riendo. Después me acordé que había impuesto una tarea para cumplir. Quise contactarlo por Facebook, pero estaba bloqueado. Había desaparecido su perfil de la web. Nunca llegamos a intercambiar nuestros números de celulares. Di por perdido a “8”. Me colgué fumando un porro y pensando en qué sería de su vida. 7. Hace dos días, aceptando a un amigo de un amigo en Facebook, lo encontré. Tiene otro perfil y otro nombre, pero su cara sigue igual. Lo primero que hice fue entrar para ver su álbum de fotos. Me encontré con una, donde estaba en el centro de un grupo de chicos, en una sala. Me imaginé que había formado un equipo para que hagan lo que él ya no puede hacer: salir a dar abrazos, gratis.

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Ramón Paz Pornosonetos

esta negra no puede entrar a egipto porque pisa la arena y resucitan las momias milenarias y se excitan y surge como un toro el ifrascripto y digo que la negra hasta provoca demoras en el sol que no se esconde por mirarla nomás y ver adónde se va con esa risa y esa boca y las flores marchitas se levantan cuando pasa la negra peligrosa y toda la mañana brilla hermosa y le chiflan los pájaros le cantan y le duele a los prójimos el alma cuando pasa la negra ya no hay calma

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con un ojo pifiado negra mala brasileña durísima belleza sin histeria ni amagues ni tristeza azul tu peso encima azulunala sicotrópica ardiente nocturnosa sobando con aceites mi flacura maga zaina suavísima escultura caoba palpitante resbalosa mi negra pavonada embadurnada con la mota planchada toda risa mentirosa muy diabla sin camisa toda fuego en el tacto alucinada me dejaste el placer hasta en los pies y el alma y los calzones al revés

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la plaza cuando ya pasó la lluvia y adánico atravieso el paraíso y salgo ya expulsado incircunciso cantándole a esa negra nada rubia que compartió la bruma de ese telo y el brillo de su cuerpo lubricado su culo en el aceite iluminado bailando en el espacio de mi celo brasil en el calor de su gemido en su luna morocha milagrosa su risa natural y voluptuosa su oscuro carnaval bajo el vestido no hicimos el amor ni la verdad hicimos la feliz felicidad

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yo quiero reencarnar en un rapero un negro cafishioso en limusinas rodeado de esos séquitos de minas que sacuden el culo verdadero que tiemblan su platónico trasero pulposo terremoto de asesinas panteras ondulantes y divinas que paran de repente el minutero y bailan para mí en cámara lenta suavidades del ébano y la rosa quiero tener mi escolta poderosa de mujeres de labios de magenta y encarnado en el centro de ese coro quiero hacer refulgir mi diente de oro

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wanessa sonia freya paula luana en el afrocalor yo las convoco con todo el corazón bailando loco por sus risas de amor a la mañana y le ruego a mi dios que ahora bendiga la luz donde sus hijos las aguardan la hora en la que ustedes ya no tardan y llegan a la siesta y a la hormiga mulatas madres llenas de belleza acercándose al trópico del mundo redondas en lo espeso y lo fecundo llegando hasta el aroma y la cerveza hasta el hombre borracho el sol el pez sin recordarme acaso ni una vez

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Ricardo Zelarayán Lata Peinada La mula se ha detenido de pronto en la cornisa angosta. Dejar pensar a la mula empacada aunque la noche muda se vuelva espesa. ¡Ojo con darle con los talones! ¡Ni azuzarla siquiera! Con un abismo de más de mil metros, cerro abajo, uno depende de ella. Hombre que no quiere dormirse se duerme lo mismo. “¿De dónde habrá salido esa mujer parada en el marco de una puerta, con una valija de un lado y un hombre alto y flaco del otro?” Los dos lo miran fijo sin decir palabra. ¿Gritar? ¿Cómo? Ni hablar puede. Hace un esfuerzo enorme... Consigue al fin abrir los ojos y ‘ai nomás larga un alarido... El eco de la montaña lo despabila. A lo lejos relampaguea. Vuelve a verse sobre la mulita, que ahora sube lenta, seguramente, por la pendiente estrecha y pedregosa en medio de la oscuridad. Ya anda cerca del rancho de piedra. Lo huele... “Pero, ¿quién sería esa chinita de la valija y ese flaco que me miraban? ¿No será un sueño ajeno? ¿Un sueño cambiado?”, piensa el hombre. Chumbita duerme la mona. Se lo oye roncar sin verlo. La coya, arrinconada espera abierta de piernas otra embestida del boliviano. El Hombre de la Mula Empacada empuja la puerta entreabierta. Avanza a tientas, palpándose la caja de fósforos con la mano izquierda. A más del ronquido de Chumbita, otras respiraciones le dicen algo. De puro comedido se detiene en la oscuridad hasta que termina el jadeo. Recién entonces manotea una vela. La coya, que lo ha reconocido en la penumbra, se sienta en cuclillas mientras el boliviano se acomoda los pantalones. “¿Qué me dice Don Gaitán? ¿Cómo le va yendo? ¡Arrímese pues!”. Hace una seña y el boliviano, siempre de

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espaldas, sale lentamente sin saludar. El Hombre de la Mula Empacada trata de orientarse en la oscuridad, atropellando de paso botellas vacías. Junto a la coya sentada en el suelo, alcanza a ver otro cuerpo tumbado en el piso. No es Chumbita, seguro. El ronquido sigue llegando desde la cocina. El Hombre de la Mula Empacada deja de pensar. La coya me lo ha prendido de un vaso grande de chicha morada. Después, de otro y otro. Nadie lleva la cuenta. Al rato, una coyita de unos quince años se aparece cantando y meneándose en la penumbra. “Se me ha puesto grande de repente, ¿vio, don? Si gusta se la doy ahora nomás... Es muy servicial, ¿sabe?” La coyita sigue cantando, quieta, con la mirada en el suelo. Sin preocuparse si él es don Gaitán o no, el recién llegado se acomoda como puede sobre cajones que apenas ve. Vuelve a escuchar el ronquido de Chumbita y lo imagina amontonado sobre pellones pulguientos. Recuerda que más de una vez, igual que el bolivianito que salió sin saludar, él también arrinconó allí a la coya vieja, aunque ha olvidado los detalles y la ocasión. La coya grande le alcanza desde el suelo otro vaso de chicha brava... “¿Qué me lo ha traido por acá, don? ¿El ruido nomás? ¿O es que ha maliciado algo? ¡Jua, jua! ¿O se me ha equivocado de casa?” De golpe el don se pierde y entra a confundir las cosas. Un sauce crecido en la arena rala del río Grande se le entrevera con una mordedura de víbora de mucho más lejos y con la noche aquella en que un camión lo tumbó de boca en la ruta, y creyó llegar a la otra orilla de la vida. Las botellas del suelo las ve ahora en medio de la corriente del río, cuerpeándoles a las aguas bravas y a los picotazos de las piedras. En la otra arruga de la vida, el don ha ido a parar entre dos sauces. La puerta que está golpeando no es la de la casa de piedra de Chumbita, el del ronquido. Cuando le abren, alcanza apenas a ver un corredor oscuro, largo y angosto. Hasta

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que se enciende al final una lucecita lejana. “El Patrón sulfuroso debe andar por el fondo...”, susurran a coro voces sin cuerpo. Y a él lo dejan esperando entre pilas de bolsas de azúcar, sin acordarse de quién lo mandó a ver al Patrón sulfuroso ése... De pronto se ve montado en una yegua mas blanca que el azúcar. Y más arisca que una moto. Y al suelo nomás, en los pedregales. Pura ceniza, puro recuerdo, se dice después al verse en un montacargas que no puede parar. Le han dicho que el dueño de la mina de azufre le anda queriendo robar una hija, y él quiere conocerlo, nada más... Toda puñalada es corta en la inmensidad. Y al don le hacen cosquillas en las patas descalzas, con ramitos de albahaca. “¡Velay! ¡Esta coyita había sido igual a la Eva!” Es un segundo nomás. La sangre sale de adentro como siempre. La herida le va secreteando de a poco... La sangre y la bosta tienen la misma historia pareja y secreta. La mulita que se empacó al don, olvidada en la intemperie, se desparrata entre las piedras como pucho sin apagar. La tierra entera pasa hamacandose mientras el cielo parpadea. El hilo se corta. Don Gaitán vuelve a ser la sombra que pisa fuerte. Y la coyita anda vomitando lindo, transparente... Las velas encendidas caminan solas. De afuera se mete una ráfaga helada y polvorienta. Todos terminan encimados. ¡Con tanto frío! ¡Así se ha hecho la patria! Y la ráfaga trae un eco lejano que nadie oye. La mulita despatarrada al raso anda esquivándole a un cóndor. Ahora se endereza y hace polvareda hasta que el otro no ensiste. Después hasta se da el lujo de empacarse sola, sin el patrón encima. Patroncito adentro, la coya grande se llena de arrugas de golpe. ¡Ahora le toca a ella agitar en el aire flamantes patas de cabra! El Hombre de la Mula Empacada se ha caído del montón de friolentos, justo cuando la coyita se sacude del cuerpo al cumpa que consiguió embocarla, dormido y todo. Y el curupí de Maimará se pala por las dudas

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en el suelo, la plata que le robó a don Barrientos, justo cuando se estaba muriendo. La luz anda penando. La coya vieja tiesa en el piso para siempre. Y se arma una timba de vivos y muertos. Los dados caídos valen lo mismo hasta que una pata descalza apaga, una a una, las velas que quedan. Y hay dos trenzados a muerte en el suelo por billetes que no se ven. Don Gaitán sigue en la misma. La coyita se le ha abierto de piernas sin largar billetes que aprieta fuerte. Afuera, la mulita empacada se aguanta el viento blanco lo mismo que el boliviano aquel, que se fue sin saludar. La vida se acorta o se alarga sin que dependa de nadie. ¡Ojo con la memoria despareja, corta o larga, propia o ajena! A cada cual lo suyo. El bolivianito aquel volvió también sin saludar. Un cartucho de la mina era suficiente. Por las dudas se trajo dos... ¡¡¡Viva Bolivia!!! Hay muchas maneras de hacer patria sin esperar al día siguiente. El Patrón Sulfuroso se acuerda tarde de echarle sus perros negros al Hombre de la Mula Empacada. Se le hace que lo sigue esperando entre las pilas de bolsas de azúcar... ¡Qué chasco! No tanto para los perros que acaban peleándose hasta que los ladridos se apagan. La arruga de aquel tiempo se ha borrado, mal que le pese al mismísimo Patrón Sulfuroso. El Hombre de la Mula Empacada, sea don Gaitán o no, seguro que anda lo más campante en algún otro pliegue de la vida, lo mismo que aquella yegua blanca, más arisca que moto suelta. La jornada ha terminado en los socavones penumbrosos de la mina. Don Gaitán sale a la superficie con el casco puesto y la linterna sin apagar. Aspira el aire helado de la Puna y en lo que menos piensa es en aquella casa de piedrda de Chumbita. No hay quien oiga el estallido. La mula pensativa se desmorona de golpe en la intemperie y rueda entre las piedras hasta que se

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prende con los dientes de una mula rala. “O me aguantás o te como”. En esto está. .............. ..............

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Acre olor del horno de ladrillos. Humareda amarga a pocos pasos del cementerio. Más amarga que los terrones que arrojaron las palas sobre el cajón del finado. El solazo raja la tierra. La flamante viuda ya lo sabe todo. Como todo el mundo... Farfán tenía que jugarse y se jugó. Le salió mal y ya no habrá otra ocasión en la vida. Al otro le fue bien... Pero anda prófugo. Cosas de hombres, dicen hasta las mujeres, aunque no hubiera ninguna mujer en juego. La viudad de Farfán ha pedido que la dejen sola, que no la hagan llorar. Ahora tiene para andar ocho cuadras de tierra bajo el sol que quema. Dos cuadras entre la humareda del horno de ladrillos, las otras bajo la mirada atenta de los vecinos recién salidos de la siesta. Los dos están que se caen de machados. Pero los otros los empujan. Farfán se prende un momento de las ramitas de un molle para no tumbarse. Lo ayudan. El otro se tambalea sin dejar de putear al aire. Esa siesta hermosa, todos se han puesto de acuerdo al final. Nada de cuchillos. Dos garrotes iguales de algarrobo para cada uno, y una pieza grande, larga, bien oscura. Todo ha sido previsto y conseguido. Uno y otro han caído en la trampa de inocentes. Pero eso no lo piensan ellos ni nadie. El asunto se resuelve sin cobardes o con valientes a la fuerza. La amistad se oscurece hasta que la cosa entre hombres se aclare. “¡Ahora...! ¡Adentro los dos, mierda!” Y los meten a empujones, cada cual con su garrote, en la pieza oscura. “¡Trae eso que acá

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te anda estorbando!”, alcanza a oír Vilte cuando le arrancan sus Ray-Band que llevaba puestos. Y ya les cierran la puerta con violencia. Y la traban... “¡La gran puta!”, piensa Farfán recobrando algo la conciencia. Tarde sse acuerda que en esto también hay trampa. “¡Qué me hubiera costado meterme yesca en una mano y al entrar plantársela al otro en el hombro!”. Hombro que reluce en las tinieblas sirve para darle al muñeco justo en la cabeza... “¿No me la habrá hecho él a mí?”. Por las dudas, se sacude los hombros, rapidito, despacito. En un comienzo la oscuridad total. Farfán y el que no es Farfán,Vilte y el que no es Vilte, buscan olfatearse con la oreja y la nariz, conteniendo la respiración. ¡Nariz en falso! Uno huele en el otro elmismo licor que llevan los dos encima y que chuparon todos. ¡No sirve! Aguzan entonces las orejas que ya quisieran moverse para todos lados. La cosa se alarga, parece. Vilte cree oír apenas el ruidito de una alpargata de Farfán... ¡Y se larga! Lágrima, piedra quiso ser. El golpe ha dado en la pared. Farfán siente el vientito en la cara. Se orienta por él, y ¡fafff! ¡Le dio! Siente caer a Vilte y larga otro golpe casi al ras del suelo. Lo oye quejarse. “Lo tengo, lo tengo”se ilusiona, hasta que recibe un fuerte garrotazo en el hombro que lo despatarra como catre, sin voltearlo del todo. Se endereza lentamente y entra a tirar golpes para todos lados. Busca a tientas la pared. ¡Cuidado! Siente venir al otro de un salto y apunta, ¡pafff! El otro se queja. Buen indicio. ¡Si no anda por el suelo, cerca andará! Esta vez se encarniza. ¡Pafff! ¡Pafff! ¡Pom! El golpe en el suelo orienta ahora a Vilte. Farfán se aguanta a duras penas un feroz garrotazo en el cogote. ¡Todo el suelo para él ahora! ¡Y encima, flor de patada en el estómago! Aprieta los dientes pa no quejarse. Retrocede penosamente, de rodillas y dispara un garrotazo certero, pero sin fuerza, en la boca de Vilte... Y enseguida los dos se olvidan

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de todo. Uno de ellos acomete contra el otro que se repliega y no se sabe quiés es. ¡Ya están gritando los dos! Ahora, uno de ellos ha dado con todo. El otro que se queja más fuerte que nunca. ¡Lo tiene localizado! ¡Y pega, pega, pega, y sigue pegando vaya a saber cuántas veces más! ¡Pero seguro que da! No se oyen quejidos pero sigue pegando igual. ¡Qué mierda se va a quejar! ¡si ya ni siquiera respira! El vencedor tantea ahora con el piel el cuerpo inmóvil y blando en el suelo y enseguida comienza a sentir los golpes que recibió y no sintió en su momento. Le duele ferozmente la cabeza, la boca, un hombro, la espalda. Silencio total. No se oyen voces afuera. ¿Qué se han hecho los amigos? ¿Los que los metieron en este baile? Tanteando en la oscuridad, encuentra la puerta cerrada. Golpea fuete para que le abran. Nada. Nada. Ni el menor ruidito. No da más. Entra a forzar la puerta con el garrote de algarrobo que no ha soltado en ningún momento. Ahora grita, golpea duro. ¡Y meta y meta! Cuando la puerta desvencijada cede, entra de lleno la luz del sol que encandila. Ahora recién se convence de que es Farfán y no él quien ha quedado tendido en el suelo. El sol lo enceguece. Vuelve a acordarse. “¿Dónde se habrán metido los otros? ¡Que me devuelvan por lo menos mis Ray-Band!”. Pero afuera no hay alma. Nada más que el sol sobre la tierra seca del descampado y a lo lejos los pocos molles y sauces, y los cerros de siempre. Vuelve a entrar en la pieza. Recoge rápidamente el palo de Farfán. Se lleva los dos garrotes hasta un pedregal. Se cree invisible durante doscientos metros. Esconde apurado los palos entre las piedras y luego se pasa tierra arenosa por la cara. ¡Ha ganado porque tenía que ganar! ¡Con un solo ojo! Pero le arden los dos, no sólo el que ve. El Vilte encandilado se escarba ahora los bolsillos. Unos pocos pesos le alcanzan apenas para dos días. Tiene qu viajar enseguida. Se acuerda del Payo de Abra Pampa,

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que le debe favores. Hasta una muerte, dicen. Esta vez el Payo tendrá que darle una mano grande. Tuerce la izquierda, hacia la ruta, por una sendita en diagonal entre tolas y pedregones. Antes de media hora, calcula por el sol, pasa un “atahualpa” hacia el norte. La viuda de Farfán intenta dormir la siesta perdida... Mientras, repasa los Vilte que ha conocido, porque a este Vilte lo anda confundiendo. “¿Será quel que sabía pasar de vez en cuando por aquí? ¿Pero era un Vilte o un Vilca?”.

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Biografías de los autores: Fernanda Laguna nació en Buenos Aires, en 1972. Es artista plástica, curadora de arte, poeta y narradora. Fundó junto a Cecilia Pavón la galería de arte Belleza y Felicidad. Publicó muchos libros entre otros, Sueños y Pesadillas I-II y Tatuada para siempre, ambos en Belleza y Felicidad, Me encantaría que gustes de mí, (MANSALVA, 2002) Durazno Reverdeciente (Eloísa Cartonera, 2003) y Sueños y Pesadillas III-IV (Eloísa Cartonera, 2003) Fabián Casas nació en Boedo, Buenos Aires, en 1965. Periodista, poeta y narrador. Uno de los fundadores principales de la revista de poesía 18 Whiskies. Publicó entre otros Tuca (Tierra Firme, 1995) El salmón (Tierra Firme, 2001), Ocio (Tierra Firme, 2002), Oda (Tierra Firme, 2003). En Eloísa Cartonera publicó El bosque Pulenta, Casa con Diez Pinos, Matas de Pasto y la nouvelle Los veteranos del pánico, todos entre 2002 y2005. Inés Acevedo nació en Tandil, Provincia de Buenos Aires, el 9 de abril de 1983. Estudia Letras en la Universidad de Buenos Aires y enseña español a extranjeros. En 2001 publicó Ségún la Flor en la editorial Belleza y Felicidad. Cecilia Pavón nació en Mendoza, Argentina, en marzo de 1973. Es Licenciada en Letras, poeta, narradora y traductora. Publicó entre otros Un Hotel con mi nombre (Ediciones Deldiego, 2001), Virgen (Belleza y Felicidad, 2001), No me importa el amor me importa la plata, junto a Timo Berger, (Belleza y Felicidad, 2003), Ceci y Fer, (2002), Pink Punk, (Eloísa Latinoamericana, 2003), Discos Gato Gordo (Eloísa Cartonera, 2003).

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Ramón Paz nació en Buenos Aires en 1972. Publicó las novelas A las sombra de las gurisas en flor y Gente así. Tiene dos libros inéditos: Reseñas venenosas y Cuentos para cojer de parado. En Eloísa Cartonera publicó Pornosonetos, en 2003. Gabriela Bejerman nació en Buenos Aires, en 1972. Estrella rutilante de la nueva literatura argentina. Performer, cantante, poeta, narradora, diseñadora, editora, profesora de literatura, etc. Grabó un disco bajo el nombre de Gaby Vex. Publicó un sinfín de libros entre ellos: Alga, Siesta, (1999), Crin (Belleza y Felicidad, 2001) y Pendejo (Eloísa Cartonera, 2003). Ricardo Zelarayán nació en Paraná, Entre Ríos, Argentina, en 1927. Uno de los referentes más importantes de la literatura argentina de todos los tiempos. Publicó La Obsesión del Espacio, (Corregidor, 1972), La piel de Caballo (Catálogos, 1986), Roña Criolla (Tierra Firme, 1998) y Bolsas y otros (Eloísa Cartonera, 2003) Dani Umpi nació en Tacuarembó, Uruguay, en 1974, y reside en Montevideo desde 1993. Publicó: Porque nuestro amor es una esmeralda que un ladrón robó (2000), Abrázame y verás que aún en nuestro ser hay fuego que apagar (2001) y Tu arrogancia es una flor (2002), Cuestión de tamaño (2003). Eloisa Cartonera publicó su primera novela, Aún soltera (2003). Juan Diego Incardona, nació en Buenos Aires en 1971. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Fue director de la revista de arte y literatura la máquina excavadora. Actualmente dirige la revista de literatura, arte y pensamiento el interpretador. www.elinterpretador.net

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ediciones Antología Cartonera

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¡Mucho más que libros!

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algunos títulos de la colección: césar aira... Mil Gotas/El Todo que surca La Nada/El cerebro musical alan Pauls... Malarma Mario Bellatin (México)... Salón de belleza oswaldo reynoso (Perú)... Cara de ángel Gabriela Bejerman... Pendejo cucurto... Néstor vive (relato)/ 1999 (poesía) / Cuentos para chicos cumbianteros ricardo Piña... La Bicicleta ricardo Piglia... El pianista néstor Perlongher... Evita vive Haroldo de campos (Brasil)... El ángel izquierdo de la poesía Gonzalo Millán (Chile)... Seudónimos de la muerte Glauco Mattoso... Delirios líricos/ El queso del quéchua douglas diegues (Brasil)... El astronauta paraguayo enrique lihn (Chile)... La Aparición de la Virgen (y otros) dalia rosetti... Sueños y pesadillas leónidas lamborghini... Comedieta Jorge Mautner (Brasil)... Susi Martín Gambarotta... Punctum Víctor Hugo Vizcarra (Bolivia)... Borracho estaba, pero me acuerdo Manuel alemián... 23 cuentitos dani Umpi... Aun soltera Víctor Gaviria (Colombia) El rey de los espantos Paulo lemiski (Brasil)... Desastre de una idea Martín adán (Perú)... La casa de cartón cuqui... Masturbación Juan calzadilla (Venezuela)... Manual para inconformistas diana Bellessi... Crucero ecuatorial ramón Paz... Pornosonetos Fabián casas...Veteranos del pánico tomás eloy Martinez... Bazán ernesto camilli... Tachero de mi vida alberto sarlo... Pura Vida luis luchi... El obelisco cristian aliaga... Espíritu de los peones raúl Zurita (Chile)...Tu vida derrumbándose salvadora Medina onrubia... Gaby y el amor Fabián casas... Boedo Pedro lemebel... Bésame de nuevo forastero cucurto... 1999 para niños: ernesto camilli... Las casas del viento

ricardo Zelarayán... Traveseando carmen iriondo... Animalitos del cielo y del infierno Horacio Quiroga... La Tortuga gigante María José lopez... No me gustan las princesas

¡conseguílos en nuestro taller y en las mejores librerías!