nada menos que todo un hombre : novela

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DE NAMI XO

NADA MENOS QUE

TODO UN HOMBRE PQ 6¿i39 .

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ROBARTS

A NOVELA LITERARIA BUENOS AIRES Cap. 20

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Int.

23 cU.

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Presented

to the

LIBRARYo/í/ie

UNIVERSITY OF TORONJO by

JOHN SIME

Nada menos que todo un hombre

MIGUEL DE ÚNAMUNO

Nad a menosque todo un hombre NOVELA

EINTOftlAL

CU5IDAD

LA .NOVELA LITERARIA BUENOS AIRES

Del grande y queirido don Migiuel, niaesitro de juventiuld, ea novelita tan llena de calor y originalidad. TJna:niuno es n\n Unamuno, recio como una ©ncina de su tierra vasca, es calurosamente discnti'do; pero bien puede estar seguro que las nuevas generaciones de América se le dan con aanor. Sus arrestos briosos, sai perpetuo renovarse, las entusiiasma. Y no sólo abflite Unamiuno, crea también. Si en una mano empuña el garrote, lleva la olra abarro'tada de ideas que lanza a la vemtiur;!, prtiidigamente. Es un pensante creaidor de belleza: "Amor y Pedagogía", "La Vida de Don QuTjote y Sancho", "Ensayos", "Paz en la Guerra", "Niebla..." y tantos es'ta

otros libros (Mijinidiosos,

;isí

lo

atestiguan.

Nada

menos que todo

un

hombre

La fama de la hermosura de Julia estaba esparcida la comarca que ceñía a la vieja ciudad de Renada era Julia algo así como su belleza oficial, o como uu monumento más, pero viviente y fresco, entre los tesoros arquitectónicos de la capital. "Voy a Renada, decían algunos, a ver la catedral y a ver a Julia Yáñez". Había en los ojos de la hermosa como un agüero de tragedia. Su porte inquietaba a cuantos la miraban. Los viejos se entristecían al verla pasar, arrastrando tras de sí las miradas de todos, y los mozos se dormían aquella por toda ;





noche má.s tarde.

Y

ella,

consciente de su poder, sentía

pesadumbre de un porvenir fatal. Una voz muy recóndita, escapada de lo más profundo de su conciencia, parecía decirle: "¡Tu hermosura te perderá!". sobre

sí la

Y

se distraía para no oiría. El padre de la hermosura regional, don Victorino Yáñez, sujeto de muy brumosos antecedentes morales, tenía puestas en la hija todas sus últimas y definitivas esperanzas de redención económica. Era agente de negocios, y éstos; le iban de mal en peor. :Su último y supremo negocio, la última carta que le quedaba por jugar era la hija. Tenía también un hijo, pero era cosa perdida, y bacía tiempo que ignoraba su paradero. Ya no no.s queda más que Julia, solía decirle a su mujer Todo depende de cómo se nos case o de cómo



:





— 6—

MIGUEL

DE

N A M

U

ü

N

O

hace una tontería, y me temo que la haga, estamos perdidos. ¿Y a qué llamas hacer una tontería? Ya saliste tú con otra. Cuando digo que apenas si tienes sentido común, Anacleta ¡Y qué le voy a hacer, Victorino! Ilústrame tú, que eres aquí el iiuico de algún talento. 'Pues lo que aquí hace falta, ya te lo he dicho cien veces, es que vigiles a Julia y le impidas que ande eo)i esos noviazgos estúpidos, en ([ue pierden el tiempo, las proporciones y hasta la salud las rcnatenses todas. No quiero nada de reja; nada de pelar la pava; nada de no-

la casemos. Si

— — — —

.

.

.

vios estudiantinos.

— ¿Y qué —

le

voy a hacer?

a hacer? Hacerla comproider que el porvenir y el bienestar de todos nosotros, de tí y mío, y la honra, acaso, ¿lo entiendes?

^¿Qué le



vaí5

entiendo. lo entiendes! La honra, ¿lo oyes?, la honra familia depende de su casamiento. Es menester

'Sí.

lo

— ¡No, no de

la

que

se

haga

valer.

—¡¡Pobrecilla





¿Pobrccilla? TjO (|ne hace falta es (juc no (Mii])itM'e a echarse novios absurdos, y que no lea esas novelas disparatadas que lee, y (}ue no hacen sino levantarle los cascos y llenarle la cabeza de humo. '¿Pero qué quieres que haga?. Pensar con juicio, y darse cuenta de lo (|ue tiene con su hermosura, y saber aprovecharla. Pues yo, a su edad. ¡Vamos, Anacleta, no digas más necedades! No abres la boca más que para decir majaderías. Tú, a su edad... Tú, a su edad... Mira que le conocí enton-



— — —

.

.

.

ces ...

— 6—

.

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ME y O S

A DA



TODO

QUE

UN

HOMBRE

por desgracia separábanse loa padres de la hermosura para recomenzar al .siguiente día una conversación parecida. Y la pobre Julia sufría, comprendiendo toda la hórrida hondura de los cálculos de su padre. "Me quiere .vense decía, der, para salvar sus negocios comprometidos; para salvarse acaso del presidio". Y así era. Y poi- instinto de rebelión, aceptó Julia al primer ^.Sí,

.

.

.

Y





novio.





— Mira,

le dijo su madre, por Dios, hija mía. que ya sé lo que hay, y le he visto rondando la casa, y hacerte señas, y sé que recibiste una carta suya, y que

contestaste

le

.

.

— ¿.Y qué voy a

hacer mamá? ¿Vivir como una esclaque venga el sultán a quien papá

va, prisionera, hasta rae

venda

——Xo ¿No

?

digas esas cosas, hija mía he de poder tener un novio, .

.

.

como

le

tienen las

demás ?

— pero un novio formal. —¿Y cómo va a saber Sí,

es

se si es formal o no? Lo primero empezar. Para llegar a quererse^ hay que tratarse

antes.

— Quererse quererse —'Vamos, que debo esperar comprador. — Ni contigo ni con tu padre se puede. Así Yáñez. ¡Ay, día que me casé! — Es que yo no quiero tener que decir un .

.

.

.

,

.

.

al

sí.

sois los

el

lo

día.

dejaba Y ella, Julia, se atrevió, afrontándolo todo, a bajar a hablar con el primer novio a una ventana del piso bajo, en una especie de pensaba, lonja. "'Si mi padre nos sorprende así, es capaz de cualquier barbaridad conmigo. Pero, mejor; así se sabrá que S03- una víctima, que quiere espe-

Y

la

madre entonces

la

.



1-7-



MIGUEL

DE

U

N A M

U

N

O

cular con mi hermosura". Bajó a la ventana, y en aquella primera entrevista le contó a Enrique, un incipiente tenorio reuateuse, todas las lóbregas miserias morales de su hogar. Venía a salvarla, a redimirla. Y Enrique sintió, a pesar de su embobecimiento por la se hermosa, que le abatían los bríos. "A esta mocita, lee novelas sentimentadijo él, le da por lo trágico les". Y una vez que logró que se supiera en toda Kenada cómo la consagrada hermosura regional le había admitido a su ventana, buscó medio de desentenderse del





;

compromiso. Bien pronto lo encontró. Porque una mañana bajó Julia descompuesta, con los espléndidos ojos enrojecidos, y le dijo Ay, Enrique esto no se puede j^a tolerar esto no esto es un infierno. Mi padre se ha es casa ni familia enterado de nuestras relaciones, y está furioso. ¡Figúrate que anoche, porque me defendí, llegó a pegarme Qué bárbaro No lo sabes bien. Y dijo que te ibas a ver con él. A ver, que venga Pues no faltaba más. Mas, por lo bajo, se dijo: "Hay que acabar con esto, porque ese ogro es capaz de cualquier atrocidad, si ve que ]e van a quiatr su tesoro; y como yo no puedo sa" carle de trampas. Di, Enrique, ¿tú me quieres? ¡Vaya una pregunta ahora!...



;

;

;

— — —

!

¡

.

!

¡

.

.

— — —'Contesta, ¿me quieres? — Con todo alma y con todo cuerpo, nena — ¿Pero de veras? — Y tan de veras — ¿Estás dispuesto todo por mí? — A todo, — Pues bien, róbame, llévame. Toiemos que escaparel

i

el

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a

¡



- 8



!

NADA MENOS QUE TODO UN H MB BE nos; pero lejoü, muv lejos, adonde no pueda llegar mi padre. Repórtate, chiquilla ¡No, no; róbame; si me quieres, róbame! ¡Róbale a mi padre su tesoro, y que no pueda venderlo! ¡No quieRóbame ro ser vendida quiero ser robada Y se pusieron a concertar la huida. Poro al siguiente día, el fijado para la fuga, y cuando Julia tenía preparado su hatito de ropa, y hasta avisado secretamente el coche, Enrique no compareció. "¡Cose decía barde, más que cobarde! ¡Vil, más que vil! la pobre Julia, echada sobre la cama y mordiendo de rabia la almohada. ¡Y decía quererme! No, no me quería a mí; quería mi hermosura. ¡Y ni esto! Lo que quería es jactarse ante toda Renada de que yo, Julia Yáñez, ¡nada menos que yo!, le había aceptado por novio. Y ahora irá diciendo cómo le propuse la fuga. ¡Vil, vil, vil! ¡Vil como mi padre; vil como hombre!" Y cayó en mayor desesperación. Ya veo, hija mía, le dijo su madre, que eso ha acabado; y doy gracias a Dios por ello. Pero mira, tiene razón tu padre; si sigues así, no harás más que desacreditarte. ¿Si sigo cómo?

— —

:

!

!

;

¡

!









— — Así,

admitiendo

al

primero que



te solicite.

Adqui-

fama de coqueta y...

riste

—Y —

mejor, madre, mejor. Así acudirán más. Sobre

todo, mientras no pierda lo que Dios me ha dado. Ay, ay De la casta de tu padre, hija. Y, en efecto, poco despu('^s admitía a otro pretendiente a novio. Al cual le hizo las misiiias confidencias, y le alarmó lo mismo que a Enri([ue. Sólo que Pedro era de más recio, corazón. por los mismos pasos coiitados llegó a proponerle lo de la fuga. ¡

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Mira, Julia, le dijo Pedro. yo no iiio opongo a que nos fu£»uenios: es más, estoy oneaníado con ello, ¡fig:nrate tú! l*ero. y deiíput'S que nos hayamos fugado, ¿adonde vamos, qué liacemos?

— — ¡Xo; i

verá

í^so se

!

verá, no! Hay que verlo ahora. Yo, por hoy, y durante algún tiempo, no tengo de qué mantenerte: en mi casa sé que no nos admitirían; ¡y en cuanto a 1u padre!... De modo que, dime, ¿qué hacemos después de la fuga.' ¿.Qué? ¿No vas a volverte atrás?

eso se

lioy

— — ¿Qué hacemos? — ¿No vas a acobardarte? —¿Qué hacemos, di? —Pues. suicidarnos Julia! — ¡Tú estás — loca de desesperación, .

.

!

i

loca,



^Loca, sí;

lora

»!. Se enamoran de mi hermosura, no de mí. ¡Yo (U)y cartel!" Y lloraba amargamente. '¿Ves, hija mía, le dijo fsu madre; no lo de-

Y

— — Ya va otro — U irán eien, mamá;

ei.-i

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!

ciento,



10



sí,

hasta que encuentre

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mío,

el

me

ME

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TODO

Q U A

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BOMBE É

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que rae liberte de vosotros. ¡Querer vender-

el

!

—Eso díselo a tu padre. Y fué doña Anaeleta —Mira, hija mía, —

a llorar a su cuarto, a solas.

se

a Julia su padre, de tus dos novios, y no he tomado las medidas que debiera; pero te advierto que no voy a tolerar más tonterías de esas. Conque ya lo sabes. Pues hay más exclamó la hija con amarga sorna y mirando a los ojos de su padre en son de desafío-. ¿Y qué hay? preguntó éste, amenazador. 'Ha 3' que me ha salido otro novio

— he dejado pasar eso

— — —

le dijo, al fin,

— —

i

!

.

.

.

!

¡

—¿Otro? ¿Quién?

—¿Quién? ¿A qué no aciertas quién? —Vamos, no burles, y acaba, que me estás haciendo perder paciencia. — Pues nada menos que don Alberto Menéndez de Cabuérniga. — ¡Qué barbaridad! — exclamó madre. te

la

la

Victorino palideció, sin decir nada. Don Alberto Menéndez de Cabuérniga era un riquísimo hacendado, disoluto, caprichoso en punto a mujeres, de quien se decía que no reparaba en gastos para conseguirlas casado, y separado de su mujer. Había casado ya a dos, dotándolas espléndidamente.

Don

—¿Y qué me dices padre ¿Te callas? — Qué estás loca —No, no estoy loca ni veo visiones. Pasea rondea casa. ¿Le digo que se entienda contigo? —Me voy, porque no esto acaba mal. Y levantándose, padre se fué de casa. — ¡Pero, hija mía, hija mía! — Te digo, madre, que esto ya no parece mal; a eso.

?

¡

la

calle,

la

si

el

le

digo que era capaz de venderme a don Alberto.

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te

MIGUEL

DE

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N A M ü N

O

La voluntad de

la pobre muchacha se iba quebranComprendía que hasta una venta sería una redención. Lo esencial era salir de casa, huir de su padre, fuese como fuese.

do.

Por entonces compró uua deliesa en las cercanías de Renadíi una de las más ricats y espaciosas dehesas, ui] indiano, Alejandro Gómez. Xa^ie sabía bien de su origen, nadie de sus antecedentes; nadie le oyó hablar nunca ni de sus padres, ni de sus parientes, ni de su pueblo, ni de su niñez. Sabíase sólo que, «iendo muy niño, había sido llevado por sus padres a Cul)a ])rimero. y a Aléjieo después, y (|ue allí, ip:noi'ábase cómo había frajíuado una enorme fortuna, una fortuna fabulosa, hablábase de varios miles de duros, antes de ciiniiilir los treinta y cuatro años, en ((ue volvió a España, resuello fiiincarcse en ella. Decíase (pie era viudo y sin hijos, y corrían respecto a él la.s más fantásticas leytMiflas. Los (jue le trataban teníanle por hombi-e ambicioso y de vastos proyectos, muy voluntario, y muy tozudo, y muy i-eeoneentrado. Alardeaba de ple-









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veces eu que Alejandro liabló

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ésta quedóse pensativa y temblorosa. o no, aquel hombre?

a

¿La

*

¡Pobre Julia! Era terrible aquel í>u nuevo hogar, tan como el de su padre. Era libre, absolutamente libre; podía hacer en él lo que se le antojase, salir y entrar, recibir a las amigas y aun amigos que prefiriera. ¿Pero la quería o no su amo y señor? La incertidumbre del amor del hombre la tenía como presa en aquel dorado y espléndido calabozo de puerta abierta. Un rayo de sol nacientp entró en las tempestuosas tinieblas de su alma esclava, cuando se supo encinta de aquel su .señor marido. "Ahora sabré si me quiere o no", se dijo. Cuando le anunció la buena nueva, exclamó aquél Lo esperaba. Ya tengo un heredero y a quien hacer un hombre, otro hombre como yo. Le esperaba. ¿Y si no hubiera venido? preguntó ella. ¡Lnposible! Tenía que venir. ¡Tenía que tener un hijo yo, yo Pues hay muchos que se casan y no lo tienen. Otros, sí. ¡Pero yo, no! Yo tenía que tener un hijo. ¿Y por qué? ^Porque tú no podías no habérmelo dado. Y vino el hijo; pero el padre continuó tan hermético. Sólo se opuso a que la madre criara al niño. No, yo no dudo de que tengas salud y fuerzas para terrible

— — — — — — —

:



.



— 23 —

.

MIGUEL

DE

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N A

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V

N

O

ello, pero his madres (jue crían se estropean mucho, y yo no quiero que te estropees: yo quiero que te conserves joven el mayor tiempo posible. Y sólo cedió cuando el jnédico le asog^uró que, lejos (le estropearse, ganaría Julia con criar al hijo, adquiriendo lina mayor plenitud su hermosura. El padre rehusaba besar al hijo. "Con eso de los be'^uqueos no se hace más que molestarlos", decía. Alguna ve;: 1T> tomaba /«n brazos y se le quedaba mirando. ; No me preguntabas una vez por mi familia? dijo un día Alejandro a «u mujer Pues aquí la tienes. Ahora tengo ya familia, y quien me herede y continúe mi obra. Julia pensó preguntar a su marido cuál era su obra, pero no se atrevió a ello. "¡Mi obra! ¿Cuál sería la obra de aquel hombre?" Ya otra vez le oyó la "misma







.

ex})resión.

De

Ihk

jiersonas (pie

más

frecuent{n)a)i la

casa

era]i

condes de Bordaviella. sobi'c todo él, el conde, ((ue tenía negocios con Alejandro, (piien le había dado a préstamo usurario cuantiosos caudalcfs. El conde solía ir a hacerle la partida de ajedrez a Julia, aficionada a ese juego, y a deshogar en el seno de la confianza de su amiga, la mujer de su prestamista, sus infortunios donu'sticos. Porque el hogar condal de los Bordaviella era un pe(iueño inficriui, aun(]ue de pocas llaiiuis. El conde y la coiulesa ni se entendían ni m» quei-ían. Cada uno de ellos campaba por su cuenla, y ella, Ja condesa. daba cebo a la maledicencia escandalosa. Corría sien)pre una adivinanza a ella atañeder;! ";Cnál es el cirineo de tanda del conde de Borda\iclla .'" y el pobre conde iba a casa ile la hermosa Julia a liaccric ¡laríida de ajedrez y a coiisolarse de su i';'si.i ;ni;i buscan. In los

:

;

la ajena.

— 24 —

X

ADA MENOS QUE TODO

—^íQué, habrá estado también hoy preguntaba Alejandro a su mujer. —El conde ese..., conde se..., — ¡Ese! No hay más que un conde,

HOMBRE

UN el



conde ese?

¿qué conde? y un marqués, y un duque.. O para mí todos son iguales y como si fuesen uno mismo. ¡Pues sí ha estado! ^Me alegro, si eso te divierte. Es para lo que sirvo pobre mentecato. -Pues a mí me parece un hombre inteligente, y cul10, y muy bien educado, y muy simpático. Si, de los que leen novela?^. Pero, en i'in, si esto te el

— —

i'l



— distrae. —Y muy .

.

.

desgraciado.

.

.

— Bah tiene culpa — ¿Y por qué? —Por ser tan majadero. Es ¡

.

;

la

él

!

A un mequetrefe como

el

natural

conde

ese,

lo

es

que

le

muy

pasa.

natural

engañe su mujer. ¡Si eso no es un hombre! Xo se casó con semejante cosa. Por supuesto, que no se casó con él, sino con el título. ¡A mí me había de hacer una mujer lo que a ese desdichado que

!e



cómo hubo quién

le^

hace la suya.

.

!

.

Julia se quedó mirando a su marido, y de pronto, sin darse apenas cuenta de lo que decía, exclamó: ; Y si te hiciese? Si te saliese tu mujer como a él le ha salido la suya.

— —Tonterías —



Te em.y Alejandro se echó a reir peñas en sazonar nuestra vida con sal de libros. Y si es que quieres probarme dándome celos, te equivocas. Yo no soy de esos! ;A mí con esas? ¿A mí? Diviértete eu .

¡

embromar "¿Pero



al majadero de Bordaviella. será cierto que este hombre no siente celos? se decía Julia cierto que le tiene sin euida¿ Será



.



25



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N

O

el conde venga y me ronde y me corteje como está rondando y cortejando? ¿Es seguridad en mi fidelidad y cariño? ¿Es seguridad en su poder sobre

do que

me

mí? ¿Es indiferencia? ¿Me quiere

empezaba

a exasperarse.

taba torturando

el

o

no me quiere?"

Su amo y señor marido

le

Y es-

corazón.

La pobre mujer se obstinaba en provocar eelds eu marido, como piedra de toque de su querer, mas no

su lo

conseguía.

—¿Quieres venir conmigo —¿A qué? —¡Al —¿Al te? No me duelen

a

casa del conde?

te!

las tripas. Porque en mis tiempos y e'ntre los míos no se tomaba esa agua sucia más que cuando le dolían a uno las tripas. Buen provecho te haga! Y consuélale un poco al pobre conde. Allí estará también la condesa con su iíltimo amigo, el de turno. ¡Vaya una .sociedad! ¡Pero, en fin, eso viste! ¡

#

En

tanto, el conde proseguía el cerco de Julia. Finestar acongojado por sus desventuras domésticas para así excitar la compasión de su amiga, y por la coninasiión llevarla al amor, y al amor culpable. .Si, Julia, es verdad; mi casa es un infierno, un verdadero infierno, y hace usted bien en compadecerme como me compadece. Ah si nos hubiésemos conocido antes! ¡Antes de yo haberme uncido a mi tlesdicha!

gía



¡

Y

nsted ...

— 26 —

NADA MENOS

TODO

Q UE

UN

H

— Yo mía, ¿no eso? No, no; no quería decir eso..., no! — — ¿Pues qué que usted quería

MB

O

J:

K

es

a la

i

—¿Y a

conde?

de haberse usted entregado a ese otro hom-

marido

bre, a su

decir,

es lo

—'Antes

.

.

.

me li abría entonces entregan'') usted? —¡Olí, sin duda, sin duda!. ¡Qué petulantes son ustecb'N los |i()ml)refs! usted sabe que

.

.

— — supone usted — Ya — Yo no —¿Pues quién? — ])ermite — Diga que quiera! diga. Julia? — ¡Pues diré! Lo ¿

J'.eíulantes?

se

Sí, i)etu]antes.

...

i

in-esistible.

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(jue se \n

¿]\íe

lo

^;

l)ien, se

lo

irresislibl(>

Iiabría

s¡(|ah,

a

bali!

la

es

ti

i

Los libros, los Simona, ni... perrita, o una

gatita, o

una mona! Es que más se parece. ¡Tú lo has dicho: una mona! ¡Porc, lie dejado por eso de ser tu marido? Querrás decii* que no he dejado yo por eso de ser tu mujer. ¡Claro, todo se pega i

a

lo

— —

.

.

i

-

86



NADA MENOS QUE TODO UN BOMBEE

—¿Pero de mí, por supuesto, — Claro que de

y no del michino?

ti!

—Pues ^¡

bueno, no creo que este incidente rústico té ¿Celos tú? ¿Tú? ¿Mi mujer? ¿Y de esa mona? Y en cuanto a ella, ¡la doto, y encantada! 'Claro, en teniendo dinero. Y con esa dote se casa volando, y le aporta ya al marido, con la dote, un hijo. Y si el hijo sale a su padre, que es nada menos que todo un hombre, pues el novio sale con doble ganancia.

pongíi celosa.

.

.

— —

.

.

— Calla, echó a La pobre Julia — concluyó Alejandro — que —Yo calla, calla!

:

llorar.

se

creí

el

campo



había curado la neurastenia. ¡Cuidado con empeorar! A los dos días de esto volvíanse a la corte.

*

*

Y



Julia volvió a sus congojas, y

el

conde de Borda-

Y

viella a sus visitas, aunque con más cautela. ya fué ella, Julia, la que, exasperada, empezó a prestar oídos

a las venenosas insinuaciones del amigo, pero sobre todo a hacer ostentación de la amistad ante su marido, que alguna vez se limitaba a decir.- "Habrá que volver al campo y someterte a tratamiento". Un día, en el colmo de la exasperación, asaltó Julia a su marido, diciéndole Tú no eres un hombre, Alejandro, no, no eres un



¡

hombre ¿Quién, yo?

¿Y

por qué?



37



MIGUEL

DE

—¡No, no un —Explícate. —Ya que no erefi

U

hombre, no

N A

M

N

U

O

lo eres!

importa de mí hijo que no te casaste conmigo nada más que por vanidad, por jactancia, por exhibirme, por envanecerte con mi hermoinc quieres,



nada, que nq soy para

sura, por.

ti

ni la

que no

te

madre de tu

;

.

son novelerías! ¿Por —¡Bueno, bueno; soy hombre? —Ya que no me quieres. —Bueno, ¿y qué más?... —Pero eso de que consientas que conde, Ptsas



.

qué no

.

el michiel llamas, entre aquí a todas horas. —i Quién lo consiente eres tú! ,:Pues no he de consentirlo, si es mi amante? Ya lo has oído, mi amante. ¡El michino es mi amante! Alejandro permaneció impasible mirando a su mujer. Y ésta, que esperaba un estallido del' hombre, exaltándose aun más, gritó Y qué? ¿No me matas ahora, como a la otra?

no,

como



le

.

.



— —N! ).

es verdad que maté a la otra, ni es verdad que michino sea tu amante. Estás mintiendo para provocarme. Quieres convertirme en un Ótelo. Y mi casa no efi teatro. Y si sigues así, va acabar todo ello en volverte loca y en que tengamos que encerrarte. ¿Loca ? ¿Loca yo? De remate! ¡Llegarse a creer que tiene un amante! ¡Es decir, querer hacérmelo creer! ¡Cómo si mi mujer pudiese faltarme a mí! ¡A mí! Alejandro Gómez no es ningún micliino; ¡es nada menos que todo un hombre! Y no, no conseguirás lo que buscas, no conseguirás que yo te regale los oídos con palabras de novelas y de tes danzantes o condelas. Mi caíía no es un

el

— —

'i

teatrp.

k ÁD A

MEX O S QUÉ TODO UN HOMBRE

— ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡iCobarde! — gritó ya Julia, — ¡Cobarde! —Aquí va a haber que tomar medidas — dijo

fuera de



.

el

marido.

Y

se fué.

A los dos días de esta escena, y de.spués de haberla tenido encerrada a su mujer durante ellos, Alejandro la Hamo a su despacho. La pobre Julia iba aterrada. En el despacho la esperaban, con su marido, él conde de Bordaviella y otros dos señores. Mira, Julia le dijo con terrible calma su marido. Estos dos señores son dos médicos alienistas, que vienen, a petición mía, a informar sobre tu estado para que podamos ponerte en cura. Tú no estás bien de la cabeza, y en tus ratos lúcidos debes comprenderlo



— —

así.



— —

preguntó Julia al ¿Y qué haces tú aquí, Juan? conde, sin hacer caso a su marido. dijo éste dirigiéndose a los ¿Lo ven ustedes? médicos. Persiste en su alucinación; se empeña en que este señor es.







.

¡iSí,

es

.

mi amante!

no, que lo diga



le

interrumpió

ella.



Y

si

él.

El conde miraba al suelo. dijo Alejandro al de ve usted, señor conde Bordaviella cómo persiste en su locura. Porque us-

—Ya







39



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ted no lia tenido, no ha podido tener ningiín género de esas relaciones con mi mujer... exclamó el conde. ^¡'Claro que no! añadió Alejandro volviéndose ¿Lo ven ustedes? a los médicos. 'Pero, cómo gritó Julia, ¿te atreves tú, tú, Juan, tú, mi michino, a negar que he sido tuya? El conde temblaba l^ajo la mirada fría de Alejan-

— — —

— —



dro,

y



dijo-:

—Repórtese,

señora, y vuelva en sí. Usted sabe que verdad. Usted sabe que si yo frecuentaba esta casa era como amigo de ella, tanto de su marido como de usted misma, señora, y que yo, un conde de Bordaviella, jamás afrentaría así a un amigo co-

nada de eso

mo.

es



.

—iComo



¿A mí? le interrumpió Alejandro. yo ¿A mí? ¿A Alejandro Gómez? Ningún conde puede afrentarme, ni puede mi mujer faltarme. Ya ven usteque la pobre está loca ¿iPero también, tú Juan? ¿También tú, michino? gritó ella. ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Mi ma-

des, señores,



.

.





rido te ha amenazado, y por miedo, por miedo, cobarde, cobarde, cobarde, no te atreves a decir la verdad y te prestas a esta farsa infame para declararme loca. jiCobarde, cobarde, villano! Y tú también, como mi marido. dijo Alejandro a los ¿Lo ven ustedes, señores"? .

— médicos. —Bueno;

— — dijo

Alejandro, diriahora, señor mío giéndose al conde, nosotros nos vamos, y dejemos que estos dos señores facultativos, a solas con mi pobre mujer, completen su reconocimiento. El conde le siguió. Y ya fuera de la estancia, le diju Alejandro:





40—

^

NADA MENOS QUE TODO UN HOMBRE



^Conque ya lo sabe usted, señor conde o mi mujer resulta loca, o les levanto a usted y a ella las tapas de los sesos. Usted escogerá. Lo que tengo que hacer es pagarle lo que le debo, para no tener más cuentas con usted. No lo que debe hacer es guardar la lengua. Conque quedamos en que mi mujer está loca de remate, y usted es un tonto de capirote. ¡Y ojo con ésta! y le

— —

:

;



enseñó una pistola.

Cuando, algo después, salían

los

médicos del despa-

cho de Alejandro, decíanse

— una — ¿Qué vamos

tremenda tragedia. ¿Y qué hacemos? hacer sino declararla loca? Por que, de otro modo, ese hombre la mata a ella y le mata a ese ^Esta es

a

desdichado conde. Pero, ¿y la conciencia profesional? La conciencia consiste en evitar un crimen mayor. ¿No sería mejor declararle loco a él, a don Alejandro? No, él no es loco: es otra cosa. Nada menos que todo un hombre, como dice él. ¡Pobre mujer! ¡Daba pena oiría! Lo que yo me temo es que acabe por volverse de veras loca. Pues con declararla tal, acaso la salvemos. Por lo menos, se la apartaría de esta casa. Y, en efecto, la declararon loca. Y con esa declaración fué encerrada por su marido en un manicomio. Toda una noche espesa, tenebrosa y fría, sin estrellas, cayó sobre el alma de la pobre Julia al verse encerrada en el manicomio. El único consuelo que le dejaban es el de que le llevaran casi a diario a su hijito para que lo viera. Tomábalo en brazos y le bañaba la carita con sus lágrimas. Y el pobrecito niño lloraba sin saber por qué.

— — — — — — —



41



MIGUEL

DE

V



N A M U N



O



le decía. ¡Si pudiese \Áy, hijo mío, hijo mío! sacarte toda la sangre de tu padre!... ¡Porque es tu

padre

Y a solas se decía la pobre mujer, sintiéndose al borde de la locura: "¿Pero no acabaré por volverme de veras loca en esta casa, y creer que no fué sino sueño y alucinación lo de mi trato con e^e infame conde? ¡Cobarde, sí, cobarde, villano! ¡Abandonarme así! ¡Dejar que me encerraran aquí! ¡El michino, si, el michino! Tiene razón mi marido. Y él, Alejandro, ¿por qué no nos mató? Ah, no! ¡Esta es más terrible venganza! ¡Matarle a ese villano michino!... No, humillarle, hacerle mentir y abandonarme. ¡Temblaba ante mi marido, sí, -temblaba ante él! ¡Ah, es que mi marido es un hombre! ¿Y por qué no me mató? ¡Ótelo me habría matado! Pero Alejandro no es Ótelo, no es tan bruto co7no Ótelo. Ótelo era un moro impetuoso, pero poco inteligente. Y Alejandro... Alejandro tiene una poderosa inteligencia al servicio de su infernal soberbia plebeya. No, e«e hombre no necesitó matar a su primera mujer: la hizo morir. Se murió ella de miedo ante él. ¡

¿Y

Y

a

mí me quiere?"

en el manicomio, dio otra vez en trillar eu corazón y su mente con el triturador dilema: "¿Me quiere o no me quiere?" Y se decía luego: "¡Yo sí que allí,

quiero! ¡Y ciegamente!" por temor a enloquecerse de veras, se fingió curada, asegurando que habían sido alucinaciones lo de su trato con el de Bordaviella. Avisáronselo al marido. Un día llamaron a Julia adonde su marido la esperaba, en un locutorio. Entró en él, y se arrojó a sus pies sollozando

le

Y

— ¡Perdóname, Alejandro, —Levántate, mujer — y

perdóname!

la levantó,



48



^

X ADA

MENOS QUE TODO UN HOMBRE

— ¡Perdóname —¿Perdonarte?

¿Pero de qué"? Si rae habían dicho que estabas ya cura..., que se te habían quitado las alucinaciones. Julia miró a la mirada fría y penetrante de su marido con terror. Con terror y con un loco cariño. Era un amor ciego, fundido con un terror no menos ciego. ^Sí, tienes razón, Alejandro, tienes razón; he estado loca, loca de remate. Y por darte celos, nada más que por darte celos, inventé aquellas cosas. Todo fué mentira. ¿Cómo iba a faltarte yo? ¿Yo? ¿A ti? ¿A ti? ¿Me erees ahora ^Una vez, Julia le dijo con voz de hielo su marido me preguntaste si era o no verdad que yo maté a mi primera mujer, y, por contestación, te pregunté yo a mi vez que si podías creerlo. ¿Y qué me dijiste? Que no, que no lo creía, que no podía creerlo Pues ahora yo te digo que no creí nunca, que no pude creer que tú te hubieses entregado al michino ese. ¿Te basta? Julia temblaba, sintiéndose al borde de la locura; de la locura de terror y de amor fundidos. añadió la pobre mujer abrazando a ¿Y ahora ahora, Alejandro, su marido y habiéndole al oído dime ¿me quieres? entonces vio en Alejandro, su pobre mujer, por vez primera, algo que nunca antes en él viera; le descubrió un fondo del alma terrible y hermética que el hombre de la fortuna guardaba celosamente sellado. Fué como si un relámpago de luz tempestuosa alumbrase por un momento el lago negro, tenebroso de aquefué que vio lla alma, haciendo relucir su sobrehaz. asomar dos lágrimas en los ojos fríos y cortantes como estalló: navajas de aquel hobre. .



— —

— —





,

¡





,

Y

Y

Y

~





U

B

V

G

I

DE

L

V

N

M



U

N

O



¡Pues no he de quererte, hija mía, pues no he de quererte! ¡Con toda el alma, y con toda la sangre, y con todas las entrañas; más que a mí mismo! Al principio cuando nos casamos, no. ¿Pero ahora? ¡Ahora sí! Ciegamente, locamente. Soy yo tuyo más que tú mía.

Y mo

besándola con furia animal, febril, encendido, cobalbuceaba: "¡Julia! ¡Julia! ¡Mi diosa! ¡Mi

loco,

todo!" Ella creyó volverse loca 6U marido.

—Ahora

al

ver desnuda

quisiera morirme, Alejandro



el

le

alma de

murmuró

reclinando la cabeza sobre su hombro. A estas palabras, el hombre pareció despertar y volver en sí como un sueño y como si se hubiese tragado con los ojos, ahora otra vez fríos y cortantes, aqueal oído,

;

Ihis do:s



lágrimas, dijo

no ha pasado, ¿eh Julia? Ya lo 8abes, pero yo no he dicho lo que he diclio... ¡Olvídalo! ^^Esto

—¿Olvidarlo?

—'¡Bueno, guárdatelo, —Lo callaré.

y como

si

no

lo

hubieses oído

.

— ¡Cállatelo —Me

a

ti

lo callaré,

misma! pero...

— Basta ¡

—¡Pero, por Dios, Alejandro, déjame un momento. uu momento siquiera... ¿Me quieres por mí, por mí. y aunque fue.se de otrp, o por ser yo cosa tuya?

—^Ya sistas,

Y

te he dicho que lo debes olvidar. no me insi insistes^ te dejo aquí. He venido a ca-

porque

carte, pero has de salir curada.



44



MENOS QUE TODO UN HOMBRE

y ADA

—Y ¡

Y



afirmó la mujer con curada estoy Alejandro se llevó su mujer a su casa. !

brío.

Pocos días después de liaber vuelto Julia del maniel conde de Bordaviella, no una invitación, sino un mandato de Alejandro para ir a comer a comio, recibía su casa.



le decía en una "'Como ya sabrá usté, señor conde mi mujer: ha salido del manicomio completamente curada *y como la pobre, en la época triste de su delirio, le ofendió a usted «Z'ravemente, aunque «in

carta



,

;

intención ofensiva, suponiéndole capaz de infamias de que es usted, un perfecto caballero, absolutamente incapaz, le ruega, por mi conducto, que venga pasado mañana, jueves, a acompañarnos a comer, para darle las satisfacciones que a un caballero, como es usted, se le deben. Mi mujer fie lo ruega y yo se lo ordeno. Porque si usted no viene ene día a recibir esas satisfacciones y explicaciones, sufrirá las consecuencias de ello. Y usted sabe bien de lo (jue es capaz

Alejandro Gómez". El conde de Bordaviella llegó a blorso y desencajado.

la cita pálido,

La comida transcurrió en



45



la

tem-

más

M

G

I

V

E

BE

L

U

N A M

N

U

O

lóbrega de las conversaciones. Se habló de todas las los criados delante mayores frivolidadefi entre las bromas más espesas y feroces de Alejandro. Julia le acompañaba. Después de los postres, Alejandro, di-





,

rifriéndose al criado, le dijo: "Trae el te". ¿Te? se le escapó al conde.



— —

no a



le dijo el señor de la casa—. Y que me duelan las tripas, no es para estar más tono. El te va muy bien con las satisfacciones entre

atrevía a probar el te. 'Sírveme a mí primero, Julia Y dijo el marido yo lo tomaré antes para que vea usted, señor conde, que en mi casa se puede tomar todo con confianza.





— Pero yo — No, señor conde

.

"

...

si



aunque yo- no sea un caballero, no mucho menos, no he llegado aún- a eso. Y ahora mi mujer quiere darle a usted unas explicaciones. Alejandro miró a Julia. Y ésta, lentamente, con voz fantasmática. empezó a hablar. Estaba espléndidamente hermosa. Los ojos le relucían con un brillo como de relámpago. Sus palabras fluían frías y lentas, pero se adivinaba que por debajo de ellas ardía un fuego consumidor. ^^líe hecho que mi marido le llame, señor conde dijo Julia porque tengo que darle una satisfacción por haberle ofendido gravemente. ;







,

— A mí, Julia? — ¡No me llame usted I

Julia!

Sí,

a usted.

Cuando me

puse loca, loca de amor por mi marido, buscando a toda costa asegurarme de si me quería o no, quise tomarle a usted de instrumento para excitar sus celos, en

~

46



NADA MENOS QUE TODO UN BOMBEE mi locura llegué a acucarle a usted de haberme seducido. Y esto fué un embuste, y habría sido una infamia de mi parte si yo no hubicsií estado como estab;) loca.

¿No

— —iSeíiora así,

iSí,

es

señor conde?

así,

doña Julia

Gómez

...



corrigió Alejandro. que le atribuí a usted, cuando le llamábamos mi marido y yo el michino... ¡perdónenoslo usted! —i Por perdonado"! Lo .que le atribuí entonces fué una acción villana e iní'añie, indigna de un caballero como usted... agregó Alejandro ¡Muy bien muy bien! Ae ción villana e infame, indigna de un caballero; ¡muy



de

^Lo

— —





,

l'ien



Y aun(}ue, como le repito, se )ne puede y debe ex eusar en atención a mi estado de entonces, yo quier \. fi'ni ejnbargo, que usted me perdone. ¿Me perdona? ^Sí, sí, le perdono a usted todo; les perdono a n íedes todo suspiró el conde más muerto que vi\ y ansioso de escapar cuanto antes de aquella casa. ¿A ustedes? le interrumpió Alejandjo A uii no me tiene usted nada que perdonar.





.

— — — Es verdad es verdad —Vamos, cálmese — continuó ¡

.

.

.

.

,

Tome

el

marido



,

que

le

otra taza de te. Vamos, Jusírvele otra taza al señor conde. ¿Quiere usted (iia

veo a usted agitado. lia,



en ella?

—No

—^Pues .

.

.

,

no

.

.

.

bueno, ya que mi mujer le dijo lo que tenía que decirle, y usted le ha perdonado su locura, a mí no me queda sino rogarle que siga usted honrando nuestra casa con sus visitas. IDespués de lo pasado, usted comprenderá que sería de muy mal efecto que interrumpiéramos nuestras relaciones. Y ahora que mi



47



M

I

G

E

r

DE

L

X

r

A

V



X

O

mujer está ya, gracias a mí, completaniente curada, lui corre usted ya peligro alguno con venir acá. en prueba de mi confianza en la total curación de mi mujer, ahí les dejo a ustedes dos solos, por si ella quiere decirle algo que no se atreve a decírselo delante mío, o que yo, por delicadeza, no deba oir.

Y

Y

Alejandro, dejándolos cara a cara y a cual aquella conducta. "¡Qué hombre!", pencaba ('1. el conde, y Julia: "¡Este es un se salfó

más sorprendidos de

de los dos

hombre

!"

iSiguióse Tin se atrevían

a

abrumador silencio. Julia y el conde no mirarse. El de Bordaviella miraba a la

puerta por donde saliera

—^No —

le dijo Julia,

marido.

el

— no

mire usted así; no cono-

ce usted a mi niari'do, a Alejandro. la puerta espiaiulo lo que digamos.

— ¡Qué yo!. Hasta — ¿Por qué dice usted — ¿Es que me acuerdo de sé

.

eso.

dicos on

aquella

está detrás

capaz de traer testigos.

e8

.

No

señor conde

en la

.

.

.^

cuando trajo

escena cuanto más se puede y cometió (jiie la declarasen a usted loca? horrible

d''

(pie

a

Ion

dos mé-

me humilló

infamia

de

hacer



Y así era la verdad, porque si no hubiese estado yo entonces loca no habría dicho, como dije, que era usted mi amante. .

— Pero —¿Pero .



.

.

.

((lié,

que

señor conde?

ustedes declararme a mí loco o volverme tal? ¿Es que va usted a negarme, Julia?.., ¿Efs

— ¡Doña

íjiiicren

Julia o señora de C46mez!



48

-

XADA

MEX

QUE TODO

O S

UX

HOMBRE



¿Es que va-wsted a negarme, señora de Gómez, que. fuese por lo que fuera, acabó usted, no ya sólo aceptando mis galanteos...; no, galanteos, no; mi amor?

— iSeñor conde — ¿Que acabó, no sólo aceptándolos, sino que era usted que provocaba y que aquello iba?... — Ya he dicho a usted, señor conde, que estaba entonces loca, y no necesito repetírselo. — ¿Va usted negarme que empezaba yo ser su amante? —Vuelvo a repetirle que estaba — No se puede estar un momento más en ésta. i

!

.

.

.

la

le

á

a

loca.

ni

¡

Adiós

El conde tendió la mano a Julia, temiendo que se la rechazaría. Pero ella se la tomó y le di.jo

— Conque

ya sabe usted lo que le ha dicho mi mariUsted puede venir acá cuando quiera, y ahora que estoy yo gracias a Dios y a Alejandro, completamente curada, curada del todo, señor conde, sería de mal efecto que usted suspendiera sus visitas. do.

— Pero Julia — ¿Qué? ¿Vuelve usted a andadas? ¿No he cho que estaba entonces loca? —A quien van a volver ustedes entre Su ma rido usted, a mí... — ¿A usted? ¿Loco a usted? No me parece fácil... —¡Claro! ¡El michino! .

.

.

las

di-

loco,

le

3^

le

es

Julia se echó a reir. Y el conde, corrido y abochornado, salió de aqnella casa decidido a no volver más

a ella.



49



MIGUEL

DE

V

N A

M

ü

N

O

Todas esas tormentas de su espíritu quebrantaron la la pobre Julia, y se puso gravemente enferma,

vida do

«ifernia de la mente. Ahora sí que parecía (pie de veras iba a enloquecer. Caía con frecuencia en delirios, en los (pie llamaba a su marido con laís más ardientes y apasionadas palabras. Y el hombre se entregaba a los transportes dolorosos de su mujer procurando calmarla. "¡Tuyo, tuyo, tuyo, sólo tuyo y nada más que tuyo!", le decía al oído, mienti-as ella, abrazada a su cue lio, se lo apretaba casi a punto de ahogarlo. La llevó a la dehesa a ver si el campo la curaba, Pero el mal la iba nuitando. Algo terrible 1(> andaba por las entrañas. Cuando el hombre de fortuna vio que la Muerte le iba a arrebatar su mujer, entró en un furor frío y persistente. Llamó a los un'jores médicos. "Todo era inútil T', le decían. ¡Sálvemela usted! le decía al médico. ¡Imposible, don Alejandro, imposible! ¡(Sálvemela usted, (sea como sea! ¡Toda mi fortuna, todos mis millones por ella, por su vida! Imposible, don Alejandro, imposible. Mi vida, mi vida ))or la suya! ¿No «abe uí>ted hacer eso de la transfusión de la sangre? Sáqueme toda la mía y désela a ella. Vamos, sáquemela. ¡Imposible, don Alejandro, imposible! ¿Cómo imposible? ¡Mi sangre, toda mi «sangre por

— — — — —



i

— —

ella



60



NADA MENOS QUE TODO UN HOMBRE



i^Sólo

Dios puede salvarla! está Dios? Nunca pensé en El.

—¿Dios? ¿Dónde

luego a Julia, su mujer, pálida, pero cada vez la hermosura de la inminente muerte, le decía

Y

más hermosa, hermosa con

— ¿Dónde

está Dios, Julia? señalándoselo con la mirada hacia arriba, poniéndosele con ellos los grandes ojos casi blancos, le dijo con hebra de voz

Y

ella,

—'¡Ahí

le

tienes!

al crucifijo, que estaba a la cabecera de la cama de su mujer, lo cogió y, apretándolo en el puño, le decía: "'Sálvamela, sálvamela y pídeme todo, todo, todo, mi fortuna toda, mi sangre toda, yo todo. to¿lo yo".

Alejandro miró

.

Julia sonreía. Aquel furor ciego de su niarido le estaba llenando de una luz dulcísima el alma. ¡Qué feliz era al cabo! ¿Y dudó nunca de que aquel hombre la quisiese

Y

?

pobre mujer iba perdiendo la vida gota a gota. Estaba marmórea y fría. Y entonces el marido se acostó con ella y la abrazó fuertemente, y quería darle todo su calor, el calor que se le escapaba a la pobre. Y la quiso dar su aliento. Estaba como loco. Y ella sonla

reía.

— Me muero, Alejandro, me muero. — ¡No, no mueres — decía — no puedes mo—¿Es que no puede morirse tu mujer? —No mi mujer no puede morirse. Antes me moriré le

te

rirte

él

,

!

;

yo.

A

ver,

que venga

la

Muerte, que venga. ¡A mí! ¡A

— 51 —

MIGUEL mí

DE

N A M V N

V

Muerte! ¡Que venga! — \Aj, Alejandro, ahora doy todo por bien cido ¡Y yo que dudé de que me quisieras —¡Y no, no quería, no! Eso de querer,

O

la

pade-

lo

!

.

.

.

!

te

dicho mil veces, Julia, son tonterías quería, no! ¡Amor..., amor! esos des, qué hablan de amor, dejan que mujeres. No, no es querer... No te

Y





.

.

.

te lo he de libros. ¡No te miserables, cobar-

se les

mueran

sus

quiero...

^¿Pues qué? preguntó con la más delgada hebra de su voz, volviendo a ser presa de su vieja congoja, Julia.

— Xo, no —y

quiero. íe. ¡Te. te. ., no hay paen secos sollozos, en sollozos que un estertor, un estertor de- pena y de amor te

labra

!

parecían

.

.

.

.

.

.

.

estalló

salvaje.

— Alejandr^) ¡

Y

en esta del triunfo.

llanuula había todo

{lé])il

júbilo

triste

el



¡Y no, no te morirás; no te puedes morir; no tiuie ro que te mueras! ¡Mátame, Julia, y vive! ¡Vamos, má-

mátame Sí, me muero.

tame,



— Y yo contigo niño, Alejandro'? — Que muera también. ;Para qué — Por Dios, por Dios, Alejandro, que estuve yo — yo, yo soy ¡

-z-¡,^

!

el

se

hj

(juiero sin

([ue

loco,

Sí,

co..., loco de

el

Julia, loco de ti...

ti,

jv-átame, llévame contigo! ~iSi pudiera. .

no,

.

mátame y

vive,



62

y sé tuya...



i

loco...

siempre

Yo, yo

¡Y

— l'ero

estás

.'

i

el

lo-

loco.

NADA MENOS QUE TODO UN HOMÉBE

—¿Yo? ¡Si no puedo ser tuyo, de Muerte! apretaba más y más, queriendo retenerla. Y Alejandro? — dime, ¿quién —Bueno, y preguntó oído Julia. — ¿Yo? ¡Xada más que tu hombre..., que tú me hecho — Alejandro la

la

eres,

al fin,

le

al

el

lias

¡

Este nombre sonó eonio un susurro de ultramuerte. como desde la ribera de la vida, cuando la barca parte por el lago tenebroso. Poco después sintió Alejandro que no tenía entre sus brazos de atleta más que un despojo. En su alma era noche cerrada y arrecida. Se levantó y quedóse mirando a la yerta y exánime hermosura. Nunca la- vio tan espléndida. Parecía bañada por la luz del alba eterna después de la última noche. Y por encima de aquel recuerdo en carne ya fría sintió pasar, como una nube de hielo, su vida toda, aquella vida que ocultó a todos, hasta a sí mismo. Y llegó a su niñez terrible y a cómo se estremecía bajo los despiadados golpes del que pasaba por su padre, y cómo maldecía de él^ y cómo una tarde, exasperado, cerró el puño, blandiéndole delante de un Cristo de la iglesia de su pueblo. Salió al fin del cuarto, cerrando tras de sí la p\y€rta. Y buscó al hijo. El pequeñuelo tenía poco más de tres años. Lo cogió el padre y se encerró con él. Empezó a besarlo con frenesí. Y el niño, que no estaba hecho a los besos de su padre, que nunca recibiera uno de él, y que acaso adivinó la salvaje pasión que los llenaba, se echó a llorar. pCalla, hijo mío, calla! ¿Me perdonas lo que voy a hacer? ¿Me perdonas? El niño callaba, mirando despavorido al padre, que buscaba en sus ojos, en su boca, en su pelo, los ojos, la





53



MIGUEL boca,

el

D

E

N Á

Ü

M

Ü

N

O

pelo de Julia.

— ¡Perdóname,

hijo mío, percjóname Se encerró un rato a arreglar su última voluntad. Luego se encerró de nuevo con su mujer, con lo que fué KU mujer. ^Mi sangre por la tuya le dijo, como si le oyera, Alejandro. La muerte te llevó. Voy a buscarte Creyó un momento ver sonreir a su mujer y que movía los ojos. Empezó a besarla frenéticamente por si







¡

así la resucitaba,

bles al oído.

a llamarla, a decirle ternezas terri-

Estaba

fría.

-Cuando más tarde tuvieron que forzar la puerta de la alcoba mortuoria, encontránronle abrazado a su mujer y blanco del frío último, desangrado y ensangrentado .



54

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Borghi, Amando.— La Italia tra due Crispí Bravo, Mario. Canciones y Poemas (edición papel



pluma)

.

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— —

— — — — — — —



57



1

.

Su

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2.50 1.50 1

.

0.20 1.

0.20 2.

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1.

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— — —



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el

llas

0.20

la

la

.

pluma)

.

20

0.20 0.20 0.20 0.40 1.

LOS POETAS



Beoquer, Gustavo Adolfo. Rimas Blrón, Lord. 'Poesías selectas Bravo, Mario.— Canciones y Poemas



58

0. 20

0.20 0.20

Búfano, Alfredo R. sías

Misa de requien y otras poe-



Caggiaiio A., Antonio. Versos populares Calou, Juan P. Poemas postumos Carducci, Josué. Nuevas Rimas Los ojos de los fantasmas .... Carrere, Emilio. Cervantes. Versos del Quijote Carriiego, Evaristo. ^Misas Hereje^s y Poemas Pos-

— — —



tumos





D'Annunzio, Gabriel. 'Poesías líricas Darío, Rubén. ^Baladas y Canciones Jiménez, Juan Ramón. Elegías puras y





^lamen•





tables

Rubén.

— El

— —

— — — Fernández Espiro.^Poesías Completas De Diego, Rafael. — Las angustias Espronceda, de. — Selección de Poesías Gabriel y Galán, M. — Nuevas castellanas Goethe. — 'Poesías líricas Guido y Spano. —^Poesías Completas Heine, Enrique. —'Poesías Herrera y Reissig, Julio. — Las lunas de oro .... Hugo, Víctor. —^Poesías Dante Alighieri. —^Poesías de Amor Mistral, Gabriela. — Selección de Poesías Machado, Manuel. —^Caprichos López, Luis C. —^De mi villorrio y Posturas difíciles Isaacs, Jorge. — Poesías completas Maturana, José de. — Las fuentes del camino .... Santos C'hocano. — Alma América Silva Valdés, Fernán.— Agua de! tiempo Stechetti, Lorenzo. — Postuma Verlaine, Paul. —'La Buena canción Carriego, Evaristo. — Poemas Postumos Carriego, Evaristo. —^Misas herejes Guerra Junqueiro. — La muerte de D. Juan Martí, José. — Versos libres Méndez, Gervasio. — Poesías completas J.

J.

Musset, Alfredo

Mármol, José.

de.

.

20

.

50

0.2" ^-20

0.20

canto errante Echeverría, Esteban. La cautiva Shakespeare, William. Sonetos Urbina, Luis G. Antología Vasseur, Armando. ^Cantos Augúrales Palma, Ricardo. Armonías Darío,

0.20 0.20 0.20 0.20 0.20

^Poesías

.

•=>

20

0.20 0.20 0.20 0.20 0.20 0.80 0.20 0.2n .

20

0.20 0.20 .

20

0.20 0.20 0.20 0.20 0.20 0.20 0.20 0.20 0.20 0.50 0.20 0.20 .

Poesías escogidas

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Arce, G.

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Guillermo.

Valencia,

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Ñervo, Amado. La amada inmóvil Guerra Junqueiro. La vejez del Padre Eeterno Ibarbourou, Juana de. Raíz Salvaje Lamartine, Alfonso. Poesías Líricas Andrade, Olegario V. Poemas ligarte, Manuel. Vendimias Juveniles Frugoni, Emilio. Poemas Montevideanos Machado, Antonio. Soledades y otros Poemas Agustini, Delmira. El Rosario de Eros

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BIBLIOTECA CIENTÍFICA Dr.— Higiene

Climent, T. R.

sexual del soltero y de

soltera Dupuy, R. Dr. la

— La vida sexual Escanciano, — La radiotelefonía vulgarizada Flammarion, Camilo. — La Ciencia Forel, Augusto Dr. — Historia de vida sexual del hombre y del matrimonio Climent. de R. Dr. — La prostitución clandestina Cournier y Bloch, Dres. — La doctrina natural Cámbara, L. Dr. — Historia de Ku'hne, Luis. — ¿Estoy sano o enfermo? tuberculoRomero, L. D. Dr. — ¿Es contagiosa sis? Sánchez de la Rivera, Dr. — Profilaxis de las enfermedades sexuales niño Sighfde, Escipión Dr. — La mujer y Sommer. Luis. — Cómo se evitan los peligros de lujuria Suárez Casan, V. Dr. — Fenómenos sexuales Taircn.s Drangs, E. Dr. — La mujer en amor y J.

J.

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Dr.— El matrimonio,

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Aimée. Enseñanza teosófica Sirlin, Lázaro Dr.— Estudios sexuales Gutiérrez Salazar, Luis. La Esterilidad Blech,

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LOS PENSADORES Un tomo

conteniendo: Los espectros, de Leónidas Andreieff; Misas herejes y otras poesías, de Evaristo Carriego; Los simples }' otros poemas, de Guerra Junqueiro; El misionero, de Almafuerte; Idilios y fantasmas, de Pío Baroja; Lilian, de Enrique Sienkiewicz, y Memorias,