Museo nacional de antropología de México 9789681901233, 9681901231

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Museo nacional de antropología de México
 9789681901233, 9681901231

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e losol en el exterior del Museo. Coatlinchan, Valle de México. Epoca teotihuacana.

Ignacio Bernal

MUSEO NACIONAL

DE ANTRO-

POLOGIA DE

MEXiCO

Arqueología

IAI AG.UlLAR MEXICO

colección libro film asesor tirso echeandía

fotografía de la sobrecubierta: máscara de barro, teotihuacan

fotografías del libro: femando lipkau y josé carbó 303 ilustraciones en blanco y negro y una ilustración en color

el videocassette: guión: eusebio ruvalcaba castillo foto fija: josé carbó, femando lipkau y jorge medina locutor: federico engels realización: guillermo granillo fondo musical: reproducido de las grabaciones: música indígena del noreste (museo nacional de antropología), música de huaves y mareñas (instituto nacional de antropología e historia) y encuentro de música tradicional indígena, los mayas peninsulares (fonapas e instituto nacional indigenista) producción: video nubes

derechos reservados © 1967, ignacio bemal © 1967, 1972, m. aguilar editor s.a. de c.v. av. universidad 767 méxico, 03100, d.f. tercera edición-cuarta reimpresión octubre 1990 ISBN 968-19-0123-1 impreso en méxico

el material fotográfico de la presente obra, tiene derechos reservados conforme a la ley a favor del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

IGNACIO BERNAL

El autor de este libro fue director del Museo Nacional de Antropología hasta 1977. Hoyes investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Recibió su doctorado en 1949, y fue desde 1946 profesor en esa Universidad. Ha sido también profesorhuésped o conferenciante en las universidades de Texas, Harvard, Oregón, California, la Sorbona, Londres, Roma, Madrid, Cambridge, entre otras, y ha publicado hasta la fecha mós de doscientas setenta obras entre libros, folletos, artículos y reseñas. Ha asistido como delegado a numerosos congresos científicos, y presidió el XXXV Congreso Internacional de Americanistas y la 59 y la 119 Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología. Fue presidente de la Society for American Archaeo/ogy, miembro del consejo de la American Anthropological Association y director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Es académico de número tanto de la Academia Mexicana de la Historia como d,e la de la Lengua, ambas corresponsales de la Real Española, miembro del Colegio Nacional, de la Academia de la Investigación Científica, de la Academia Nacional de Ciencias, de la Academia Britónica, de la American Academy of Arts and LeHers, de la National Acad,emy of Sciences de Washington, etc. Estó en posesión de un doctorado en Humanidades, honoris causa, de la Universidad de las Américas, en Letras Humanas de la Universidad de California (Berke/ey) y en Leyes de Sto Mary's University. Tiene el Premio Nacional de Ciencias de 1969, el Theodore Brent Award y la Medalla Drexel¡ es oficial de la Real Orden de Orange Nassau, de Holanda, de la Corona de Bélgica, de la Real Orden de Dannebrog, de Dinamarca y Comendador de la Legión de Honor de Francia, de la Orden del Mérito de Alemania y de Italia, de la Victoria Order de Inglaterra así como de las del Senegal y Yugo.eslavia. Sus ocupaciones administrativas o sus investigaciones de gabinete no 'e han impedido hacer exploraciones arqueológicas. Monte Albón, Coixtlahuaca, Noriega, San Luis, Yagu/, Mitla, Teotihuacan y recientemente Dainzu han ocupado sus "vacaciones". 9

INDICE

Introducción

pág.

1. Mesoamérica 11. Los orígenes 111. Preclásico IV. Teotihuacan . V. Los toltecas VI. Los aztecas . VII. Oaxaca. .

.

VIII. las culturas de la costa del Golfo de México. . . IX. Los mayas . .

.

X. El norte de México . XI. El Occidente

.

Diccionario-I ndice. .

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2. PLANO GENERAL DEL MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGIA 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16.

EXPLANADA DE ENTRADA PASO A DESNIVEl ESTACIONAMIENTO FUENTES FUENTE DE TLÁLOC ADMINISTRACiÓN, ESCUELA DE ANTROPOLOGíA Y SERVICIOS GENERALES N SALAS DE EXPOSICiÓN CASA TARASCA VOLADO o 10 2n PATIO CENTRAL I i' ESTANQUE O 20 ISO 100 PATIO SALA DE MÁQUINAS ENTRADA DE SERVICIO PATIO Y ESTACIONAMIENTO DE SERVICIO DEPÓSITO DE AGUA

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INTRODUCCION

Para el visitante apresurado, México es solo otra variante, otro país americano que ha heredado la civilización española y a la que ha agregado algunos rasgos "exóticos". Si se fija un poco más, notará también que España dejó, aparte de la antigua herencia latina, huellas muy claras del Colifato. Las influencias más recientes, francesa en la segunda mitad del siglo XVIII y en el siglo XIX y norteamericana hoy, tampoco pasarán desapercibidas. Pero si nuestro visitante es un poco más cuidadoso y no se concreta solo a las calles de las grandes ciudades; si visita Chiapas, Oaxaca, Veracruz o Yucatán, verá las aldeas, los valles y las sierras, notará que muchos aspectos de la cultura indígena aún persisten allí y, lo que es todavía más significativo, percibirá cómo esta cultura indígena ha permeaoo aun los rasgos aparentemente más europeos del resto de la nación. Observando los restos materiales que emergen del paisaje encontrará al lado de las vastas ruinas prehispánicas o sobre las pirámides mismas, las iglesias coloniales. Verá cómo sobre los derruidos palacios de los reyes indígenas, los prohombres del Virreinato erigieron sus mansiones. Al lado de las esculturas aztecas, mayas o zapotecas, junto a las vasijas de barro o los artefactos de piedra del mundo clásico o tolteca, surgirán a su vista los santos policromados, los hierros forjados, los muebles barrocos o los suntuosos altares dorados. Entonces llegará a una conclusión obvia y verdadera. México es el heredero de dos culturas fundamentales: la indígena, que llamará mesoamericana, y La europea en su variante española. Haber aunado dos civilizaciones y ser heredero de ellas para formar una nueva es precisamente su gloria.

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Esta doble y rica herencia hace de México un museo, un museo vivo y un gran laboratorio de antropología que es necesario estudiar en todos sus aspectos, no solo para conocer el pasado sino para entender el presente. No es, pues, de extrañar que con un día de diferencia en septiembre de 1964, el Presidente lópez Mateos haya inaugurado dos museos: el Museo Nacional de Antropología y el Museo Nacional del Virreinato. Este volumen se va a ocupar únicamente del primero, y, en realidad, solo de una parte del primero. En la planta baja del Museo, la más importante, están custodiadas las antigüedades que representan tanto las diferentes etapas por las que pasó la civilización mesoamericana como las distintas áreas en que se desarrolló. El estudio de ellas será nuestro tema. Pero que el Museo sea tan reciente, no significa que sea tan reciente el interés por las cosas indígenas; la arqueología también es una ciencia reciente, pero el interés que representa es muy antiguo. Al individuo que el siglo XVII hubiera considerado como un coleccionista de antigüedades, el siglo XVIII le llamó un anticuario. Desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días lo llamamos un arqueólogo. Así, un diletante se transforma en un profesional de una ciencia histórica, que es lo que viene a ser la arqueología. Es evidente que estamos frente a uno de los más profundos deseos del hombre: conocer su pasado, recobrar lo irrecobrable. Cuando estudia lo acaecido a base de documentos escritos, decimos que se trata de un historiador. Cuando no existen esos documentos o son demasiado escasos y los datos para entender y recobrar ese pasado se obtienen de objetos extraídos de la tierra, entonces se trata de un arqueólogo. El arqueólogo excava de manera científica y estudia sus materiales con el fin, no simplemente de clasificarlos y discutirlos estéticamente, sino de reconstruir con ellos una cultura pasada. Por ello el Museo ha puesto gran cuidado en no mostrar los objetos que posee como simples obras de arte -aunque muchas lo son evidentemente- sino como partes de una cultura, como islas que forman el mapa de la historia; vistos en su conjunto y entendidos en su tiempo, deben dar algunas luces sobre cómo fue esa época o cómo fue la gente que la vivió. Solo así la arqueología es historia y el Museo un curso de historia vista en relieve, de bulto. Nuestro conocimiento actual sobre la historia indígena y su arqueología no es el resultado exclusivo de estudios recientes. Como dijimos, el interés arranca desde muy atrás. No podemos hablar de arqueología en tiempos prehispánicos, ya que no existía la idea de estudiar los monumentos antiguos o reunir con fines 14

históricos los objetos de los antepasados. Los que se conservaron a través de generaciones eran reliquias o recuerdos gloriosos que al fin fueron enterrados en la tumba de algún personaje. Pero esto no quiere decir que el mesoamericano no tuviera un gran aprecio por la historia o cuando menos por la crónica. Así nos ha quedado un número, desgraciadamente muy reducido pero muy elocuente, de documentos en forma de manuscritos pictográficos indígenas que llamamos códices. Debieron de haber sido muy abundantes, sobre todo en algunas regiones como La Mixteca, pero no han sobrevivido sino una veintena anteriores a la Conquista. Además se conoce un número mayor, posteriores a ésta, también muy importantes y que son en muchos casos, sa'lvo en detalles, prehispánicos tanto en tema como en concepto y ejecución. Desde los días mismos de la Conquista y a todo lo largo del siglo XVI se hizo sentir la necesidad de conocer la civilización indígena. Se escribieron, ya en letra occidental, numerosas obras de valor excepcional que se refieren a la historia, la etnografía o la lingüística. Cortés, Bernal Díaz del Castillo o el Conquistador Anónimo, entre los militares, han dejado, junto a muchas otras informaciones de primera importancia, párrafos inolvidables como los que describen a Tenochtitlan o al mercado de Tlatelolco; misioneros ilustres como Fray Bernardino de Sahagún o Motolinía se interesaron profundamente en esas culturas indígenas sobre las que se había fundado la reciente Colonia. La obra del primero es seguramente uno de los documentos más extraordinarios jamás escrito; es verdaderamente el primer etnólogo de las Américas. Fray Juan de Tovar, Fray Diego Durán, Fray Jerónimo de Mendieta, Fray Diego de Landa y tantos otros escriben verdaderas historias antiguas a se ocupan de aspectos básicos de la vida indígena. Junto a ellos están los que estudian las lenguas. Recopilan numerosos vocabularios o gramáticas -"artes" era el nombre de la época- cuyo conjunto forma una notable biblioteca. Por otro lado, es claro que en la mayoría de estas obras no priva el interés fundamental en la historia antigua sino en conocer al indígena con el fin de evangelizarlo para asentar sobre bases más sólidas la Colonia naciente y asimilarlo a la Nueva España. Se trata, pues, de un doble interés -histórico y práctico-o No son por tanto documentos históricos sino documentos vivos que tratan de gente viva. Pero es evidente que cuando menos en algunos casos, y los más notables serían Sahagún y Durán, el autor se olvida de su fin inicialy se apasiona por su tema histórico. Junto a estos peninsulares que estudian y escriben, un grupo ilustre de descendientes de la nobleza indígena pone en letra europea, ya sea en 15

3. Plataforma de acceso al Museo.

náhuatl ya sea en' castellano, las historias de sus antiguos reinos. Así Ixtlilxóchitl, Chimalpahin o Tezozómoc, entre otros muchos, han dejado un acopio valiosísimo de datos. Como la mayor parte de los documentos en que se basaban -muchos de ellos códices pictográficos- han desaparecido, sus crónicas son hoy fuente primordial de nuestro conocimiento. Ellos también, como lo habían hecho Motolinía para Teotihuacan o Landa para Chichén Itzá, describen a veces ruinas o edificios aún existentes en su tiempo. Así, gracias a Ixtlilxóchitl conocemos el Palacio de Netzahualcóyotl de Texcoco, que no ha sido hallado por arqueólogos modernos. La obra -única en las Américas- de estos conquistadores, misioneros, nobles indígenas o administradores de la Colonia es de tal magnitud que todavía no se han acabado de publicar ni de editar correctamente sus numerosos manuscritos. Pero todos estos escritores del siglo XVI no hacen arqueología, y, obviamente, la situación no se prestaba para coleccionar las antigüedades indígenas. El que lo hubiera hecho en aquellos años hubiera sido acusado de venerar a los viejos dioses destronados y posiblemente se hubiera visto en problemas con el Santo Oficio. Hay numerosas menciones de objetos encontrados al azar o buscados de propósito como consecuencia de una delación o del celo particular de algún sacerdote, que fueron inmediatamente destruidos por ser cosas del Jldemonio Jl . Sea como sea, no conocemos de ningún coleccionista de antigüedades indígenas que haya seguido las huellas de lo que ya desde antes sucedía en Italia, donde papas, príncipes y grandes señores juntaban afanosamente los restos romanos o griegos que caían en sus ávidas manos. Los albores del siglo XVII señalan el fin de ese interés y de ese extraordinario grupo de hombres. Cuando, en 1615, se termina la impresión de la Historia, de Antonio de Herrera, y se publica la Monarquía Indiana, de Torquemada, los dos últimos grandes libros sobre culturas indígenas, ellos cierran el ciclo de estudios tan brillantemente iniciados en el siglo XVI. Desde esa fecha son raras las excepciones y parece como si la Colonia se encerrara en sí misma y olvidara, cuando menos desde nuestro punto de vista, a los pueblos vencidos sobre cuyos restos fue fundada. Sin embargo, durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII algunos sabios del Virreinato, como Carlos de Sigüenza y Góngora, se ocupan de las antigüedades. Boturini dice que Sigüenza hizo alguna exploraciÓn en la Pirámide del Sol de Teotihuacan, para saber si era hueca y si contenía una tumba. El propio Boturini, un italiano llegado a México como administrador de los bienes de los descendientes de Cortés, reúne un verdadero "Museo Históricd', como llama él a su colección de códices pictográficos. 17

Imprime en Madrid, en 1746, su Idea de una nueva historia general de la América Septentrional. Libro de poca importancia si no fuera por el catálogo de manuscritos que contiene. Estos, el Museo de Boturini, fueron recogidos por las autoridades virreina les y en parte perdidos en los húmedos archivos y en sus numerosos traslados posteriores. Lo que se salvó fue vendido en el siglo XIX y en su mayoría se encuentra en la Biblioteca Nacional de París. El "siglo de las luces" trae una serie de nuevas ideas que atañen directamente a nuestro tema. En primer lugar, Europa se vuelve estéticamente más ecléctica, admira el arte de China, que imita en sus muebles, y los reyes ilustrados decoran sus palacios con innumerables objetos importados de ese país o copiados en Europa misma. Más tarde, con Napoleón, vendrá la moda de lo egipcio. Algunos museos y algunos diletantes empiezan a reunir objetos americanos, más bien como curiosidades, pero así se inician las grandes colecciones de hoy. La más notable de este tiempo es la del Museo Británico, que adquiere pequeños objetos que no considera muy importantes pero que son hoy maravillas sin precio. Sin embargo, el verdadero interés viene por otros lados y se debe no a los artistas o a los estudiantes del arte, sino a los filósofos. Son los célebres Ilustrados quienes inician una nueva visión de América. El ejemplo más claro es naturalmente el de Rousseau. Piensa, como es sabido, que la civilización ha corrompido al hombre; que para encontrar al ser humano en su perfección prístina, necesitamos buscarlo allí donde no está civilizado, de donde el famoso "buen salvaje". La búsqueda de este individuo, producto de la imaginación de los Ilustrados, promueve un resurgimiento del interés por los mundos exóticos y un estímulo profundo hacia los viajes, las descripciones de costumbres y los objetos raros. Empiezan a inquietarse los espíritus por ese misterioso pasado, por esos pueblos olvidados, vivos o muertos, que yacen sumergidos o fuera de la órbita de la cultura occidental. Con Carlos 111 llega la Ilustración al trono español y muy particularmente el interés arqueológico. Como rey de Nápoles, había sido el gran animador de las búsquedas de Pompeya y ya nunca olvida su pasión anticuaria. Sv influencia se hace sentir muy claramente y se inician las primeras exploraciones americanas que, aunque muy primitivas, despertaron la curiosidad. Nos ocuparemos aquí solo de una de ellas, la de Antonio del Río, enviado a Palenque por el rey de España en 1787. Es en México la primera exploración arqueológica "oficial". A su regreso informa que con siete barretas y tres azadones no dejó "ni ventana ni puerta cerrada; ni hubo un muro divisorio.que no fuera removido; ni un cuarto, corredor, patio, torre,

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o pasaje subterráneo en el que no se efectuaran exploracionesl l • Felizmente, el capitán del Río mentía soberanamente. Tiembla uno al pensar, si fuera cierto su dicho, los destrozos sin cuento que hubiera causado en la espléndida ciudad. Carlos IV manda otro militar, el capitán Dupaix, quien, entre 1805 y 1808, hace tres grandes recorridos. ~us exploraciones tampoco pueden tomarse en serio, pero las láminas de su acompañante, Castañeda, constituyen un material valioso por mucho que haya que utilizarlo con cuidado. Entre estos dos y los otros viajeros y anticuarios del fin del Virreinato, sobresale la figura de Alejandro de Humboldt. Recorre la Nueva España, de 1803 a 1804, y estudia, directa o indirectamente, varias ruinas y una serie de objetos que se empezaban a reunir en la Real y Pontificia Universidad de México. El interés principal del célebre barón no son los monumentos antiguos, pero sú formación típicamente enciclopédica y dieciochesca hizo que incluyera también la arqueología. Aunque no las visita, describe a Xochicalco o a Mitla, además de Cholula -que sí conoció-, el Calendario Azteca y varias otras esculturas. Se lleva a Berlín una colección de objetos; entre ellos un códice que muchos años después publicaría Eduardo Seler. A Humboldt debemos el desentierro y salvamento . final de la Coatlicue. Su obra tuvo tal resonancia en Europa y particularmente en Francia y en Alemania, que probablemente de allí arranca el interés que aún subsiste en estos países en relación con la arqueología mexicana. A pesar de todo esto, es evidente que Humboldt, un espíritu tan notable, nada entendió del arte americano. liLa infancia del artell , dice siempre cuando habla de Xochicalco o de la Coatlicue. Para él, como para todo el siglo XIX, la belleza de los objetos precolombinos está en relación con su proximidad al arte occidental, cuando mucho al arte chino visto a través de un europeo. Cuanto más se parecen, mejores son. Entre los mexicanos -los primeros mexicanos- de la segunda mitad del siglo XVIII se hace sentir, por primera vez, el interés hacia el arte y la . historia antigua. Aparece en 1781 la extraordinaria Historia de México, de Francisco Javier Clavijero, y, poco después, las descripciones del Tajín y de ~ochicalco escritas por otro jesuita, el Padre Márquez. Pero la obra arqueológica más importante había de ser la de Antonio de León y Gama, que estudia dos monolitos célebres, ambos en el Museo de hoy: la Coatlicue y la Piedra del Sol, hallados en 1790 al nivelarse el Zócalo de la Ciudad de México. Por primera vez, estas imponentes piedras, en vez de ser destruidas, son conservadas por orden del Virrey Revillagigedo. Poco antes, el virrey Bucareli había mandado que todos los documentos mexicanos antiguos hasta entonces abandonados, se reúnan y se conserven en la Uni19

4. El g ra n patio centra l. En primer término la fuente invertida.

versidad. Todos estos hechos, y solo he mencionado los más sobresalientes, indican el primer aprecio por las obras de la antigüedad americana. Las postrimerías del régimen colonial corresponden al inicio, si no del Museo, sí de la idea de crear uno. Como dije, el virrey Bucareli ordenó el traslado a la Universidad de los documentos de Boturini, lo que formó la primera colección de códices más o menos utilizable por los estudiosos y no cerrada a todos. Más tarde, el virrey Revillagigedo hizo colocar también allí los monolitos hallados en el Zócalo, salvo la Piedra del Sol, que quedó al pie de un muro de la Catedral. Algo más tarde, en junio de 1808, el virrey Iturrigaray, de triste memoria, constituyó una Junta de Antigüedades que es el primer antecedente del Instituto Nacional de Antropología e Historia de hoy .. Pero, en realidad, toda esta semilla no empezó a germinar sino después de la Independencia cuando, el 18 de marzo de 1825, el Presidente Victoria ordena la formación de un Museo Nacional. El espíritu que movió todo y siguió, a través de cuántos sinsabores, tratando de crear la institución, fue Lu~as Alamán, el célebre historiador. Pero habían de pasar muchos años hasta que el 6 de julio de 1866 Maximiliano inauguró formalmente el Museo, en la calle de Moneda. Corresponde esta creación al interés que tuvo el Imperio por el mejoramiento de las comunidades indígenas y por los estudios de antropología mexicana. Estos intentos y este Museo del siglo XIX son parte de la labor considerable de numerosos estudiosos e interesados en las antigüedades. No cabe aquí reseñarla ni hablar de los numerosos viajes y recorridos, de las exploraciones de aficionados o de las importantísimas publicaciones que ocurrieron en este siglo. Aunque en los cien años anteriores a 1880 hay poco de arqueología científica, sí se sientan algunas de las bases para estudios posteriores y se crea un primer Museo. Al lado de la publicación de infinitos, importantísimos documentos, los viajes dan a conocer un gran acopio de restos materiales de las culturas muertas. Es un siglo de descubrimiento, pero no de análisis. Este análisis se inicia a partir de la penúltima década del siglo XIX. Grandes investigadores como Eduardo Seler, Alfred Maudslay, Francisco del Paso y Troncoso, Ernest Fostermann y William Holmes fundan, desde 1883, una nueva etapa del conocimiento. Con excepción de Maudslay, no hacen exploraciones de importancia, pero trabajan en libros y museos con un método minucioso y detallado, investigando completamente un tema para lograr conclusiones serias y no las fantasías usuales de su época. Para estas fechas, el Museo Nacional, ya instalado en su casona de la calle de Moneda, había progresado considerablemente. Era entonces un 21

museo general que exhibía objetos tanto de Antropología como de Historia de México y de Historia Natural. Había iniciado la publicación de sus Anales aún vivos, y ofrecía cursos en estas materias. Su aumento hizo ver la necesidad de separar del Museo las colecciones de Historia Natural, tema que ya no tenía que ver con los otros. Después de obras considerables, en agosto de 1910, en presencia del Presidente Díaz, se reabrió el Museo ya solo con las colecciones de Antropología y las de Historia de México. Estas últimas fueron separadas a su vez, para llevarlas al Castillo de Chapultepec, en 1940, con lo que el Museo quedó ya sólo dedicado a la Antropología y tomó ese nombre. La historia del arte precolombino, o, más bien dicho, la historia de su apreciación por el Occidente, ha seguido, en grandes líneas, la misma trayectoria. El arte existe, claro, hace más de 3 000 años, pero hasta muy reciente'mente no era sino una presencia física, un conjunto de objetos inapreciados por el Occidente. Los primeros objetos mexicanos conocidos en Europa, son los que formaron parte del célebre regalo que envió Cortés a Carlos V. Provenían del tesoro de Moctezuma, Emperador de México. Es cierto que causaron gran asombro a su llegada al Viejo Mundo, pero solo unas cuantas mentes superiores, algunas voces ilustres, se levantaron para clasificarlos como excepcionales objetos de arte. La más notable, la de Durero -no olvidemos que es contemporáneo de Benvenuto Cellini el gran orfebre- dice de las joyas: "También vi las cosas que le fueron traídas al Rey de la Nueva Tierra de Oro: un Sol enteramente ~e oro de toda una braza de largo; asimismo una Luna enteramente de plata del mismo tamaño; también varias curiosidades de sus armas, armaduras y proyectiles; vestidos muy extraños, mantas y toda clase de artículos raros de uso humano, todo lo cual es más bello de verse que maravilla. Estas cosas eran todas tan preciosas que estaban valuadas en cien mil florines. Pero nunca he visto en todos mis días nada que regocijara tanto a mi corazón como estas cosas. Pues vi entre ellas sorprendentes objetos de arte y me maravillé del sutil ingenio de los hombres de esas lejanas tierras. En efecto, no puedo decir bastante sobre las cosas que estaban allí frente a mí. He visto en esta ocasión toda suerte de magnificencias. Ninguno de nosotros ha visto jamás cosas tan suntuosas." Pero muy pocos habían de compartir esta opinión. Las joyas fueron fundidas y casi todo lo demás perdido en los siglos siguientes. Los estudiosos del Virreinato consideraban las esculturas horribles y solo ocasionalmente hay una palabra de alabanza cuando son más realistas, es decir, más parecidas al Ilrte occidental. Esta es la opinión que en general prevalecerá hasta muy ~'ntrado nuestr"'a siglo. Por ejemplo, en 1916, el gran antropólogo

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Manuel Gamio hizo un experimento acerca de la aceptación del antiguo arte mexicano por personas no acostumbradas a verlo. Enseñó seis obras a un grupo de observadores de reconocida cultura artística occidental, pero profanos en cuanto a la civilización precolombina. Aceptaron como arte tres objetos cuya emoción estética tenía lazos con el arte occWental por semejanza de formas, pero rechazaron los otros tres, hechos con la misma maestría, pero cargados de simbolismo indígena. Por supuesto que algunos especialistas ya tenían, desde antes, otro concepto. Así, Desiré Charnay, arqueólogo francés, se extasía, en 1882, ante el célebre dintel de Yax¿hilán y piensa "que podemos valientemente presentarlo como un objeto de arte". Hoy en día, no es necesario ningún valor para admirar, sobre su pedestal del Museo Británico, adonde Maudslay se la llevó, esta gloria del arte maya. En resumen, el trabajo anterior al siglo XX está dirigido hacia la historia, la arqueología, la etnografía, pero seguramente no hacia la estética del arte antiguo americano. Bien que mal es todavía una sombra que no se ha elevado al nivel de la conciencia. Aunque cilgunos especialistas, a partir de los primeros años de nuestro siglo, hablan ya de arte, el público no lo veía y se necesitó el gran trastorno social e ideológico que se inició con la primera guerra mundial para que las cosas cambiaran cada vez más rápidamente. Pensamos a veces que nuestra época no hace sino guerras, o bombas, o propaganda. Felizmente, tiene también, entre muchas aportaciones más positivas, la de ser la primera que -como lo ha dicho tan brillantemente Teilhard de Chardin- ha descubierto el concepto del tiempo, tan esencial en arqueología. Es la primera también que ha roto el molde estrecho de la tradición de campanario y ha· comprendido que hay otros hombres, en otras regiones no occidentales, que crearon grandes artes. Nos hemos dado cuenta, asimismo, que hay varias maneras distintas de ser verdadero, como hay varias maneras distintas de ser bello; la estética griega es una de ellas, pero también hay otras. Además, por primera vez podemos conocer, cuando menos en reproducción o fotografía, todas las artes presentes y pasadas. Esto es, naturalmente, el tema dE'l Museo Imaginario, de Malraux. Después de la Revolución se inician nuevas investigaciones, y en las últimas décadas el movimiento ha sido tan grande y han tomado parte en él tantos trabajadores que no es posible hacer aquí su historia. Ese gran movimiento, muy curiosa pero explicablemente, tiene cierto parecido con lo que sucedía en el siglo XVI. Por un lado, es un estudio académico en el que queremos recobrar lo más posible del pasado indígena. Por otro, tiene una vigencia nacional ya que, particularmente en las últimas décadas,

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5. PLANO DE LA PLANTA BAJA DEL MUSEO 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

EXPLANADA DE ENTRADA VESTíBULO SALA DE INTRODUCCiÓN EXPOSICIONES TEMPORALES AUDITORIO SERVICIOS PÚBLICOS GUARDARROPA PATIO CENTRAL ESTANQUE

10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18.

PATIO FUENTE DE TLÁLOC INTRODUCCiÓN A LA ANTROPOLOGíA SALA DE MESOAMÉRICA SALA DE LOS ORíGENES ARQUEOLOGíA PRECLÁSICA ARQUEOLOGíA DE TEOTIHUACAN ARQUEOLOGíA TOLTECA ARQUEOLOGíA AZTECA

19. ARQUEOLOGíA DE OAXACA 20. ARQUEOLOGíA DE LA REGiÓN DEL GOLFO DE MÉXICO 21. ARQUEOLOGíA MAYA 22. ARQUEOLOGíA DEL NORTE DE MÉXICO 23. ARQUEOLOGíA DEL OCCIDENTE DE MÉXICO 24. SALA DE MÁQUINAS 25. PATIO Y ESTACIONAMIENTO DE SERVICIO 26. SERVICIO SANITARIOS

estamos convencidos de la necesidad de conocer las culturas indígenas si queremos entender al México moderno. Además, una serie de ideas y aun de sentimientos involucrados en los ideales de la Revolución Mexicana, han insistido en la obligación de elevar el régimen de vida del indígena actual. Pero este deseo, con bases políticas y humanitarias, no puede realizarse fructíferamente sin un conocimiento verdadero y científico de las culturas indígenas, tanto de hoy como de ayer. En este punto se unen política, necesidad, economía y ciencia, y todo ello crea el ambiente que hizo indispensable que México demostrara en forma dramática su interés por estos temas. De este conjunto de estudios y de realidades prácticas ha nacido el nuevo Museo Nacional de Antropología que, más que ninguna otra institución imaginable, señala la importancia que el indígena tiene para México. Por ello, el Museo incluye en sus salas desde los orígenes más remotos y modestos hasta las grandes obras que marcan el apogeo de las civilizaciones indígenas, y resume lo que sobre ellas se ha averiguado, desde los días lejanos de Sahagún hasta los estudios más recientes. Asimismo, tenía que contener el Museo un corte lo más completo posible de la vida del indígena hoy en día en todos los diferentes rumbos de la República. Esta presentación de la etnografía actual remata señalando, por un lado, sus raíces históricas y, por otro, el camino para la redención de los grupos atrasados. Para lograr estos fines en una forma científicamente válida fue necesario elaborar no solo los planos de lo que debía mostrar el Museo, sino una serie de guiones concretos referentes a cada una de las culturas arqueológicas o presentes que debían tener cabida en el Museo. Después de esto era necesario acomodarlas en un orden lógico. Por ello, se llegó a la conclusión de que se necesitaba un edificio con dos pisos: el de abajo mostraría la arqueología, o sea, las culturas antiguas, y el de arriba la etnografía actual, o sea, las culturas vivas, pero tratando de que correspondieran por áreas para indicar, como si se tratara de una estratigrafía, lo antiguo abajo y lo moderno arriba, en cada región. La planeación arquitectónica así como la museográfica fueron el resultado de unos tres años de estudios. Se reunió el número suficiente de antropólogos, de museógrafos y de pedagogos para que prepararan tanto el guión general del Museo como un guión especial para cada sala. El guión general no solo se ocupó de precisar el número de salas que serían necesarias y su tamaño aproximado, sino también, con la mayor minucia, de todos los otros aspectos del Museo. Su objeto era instruir a los arquitectos sobre las necesidades del museo futuro, indicándoles lo más preci-

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6. Animales de barro. Epoca Preclásica.

7. Mictecacíhuatl, la Señora de los Infiernos. Tenochtitlan.

es de barro. Epoca Preclásica.

7. Mictecacíhuatl, la Señora de los Infiernos. Tenochtitlan.

samente posible todas las salas, departamentos y otras dependencias que se requerían. Sobre este guión, el arquitecto planeó y construyó el edificio. Tratar de enseñar en una sala especial cada núcleo indígena de los que todavía viven en México, hubiera sido imposible sin que el Museo se ampliara en forma demesurada. Por ello, las salas de Etnografía se agruparon por áreas o por afinidades culturales de diferentes grupos, sin que ninguna cultura ni pueblo importante estuviera ausente. Así, por ejemplo, los numerosos grupos mayas y mayences quedaron en dos grandes divisiones, más bien ecológicas: los de las tierras altas y los de las tierras bajas. Los múltiples grupos étnicos de Oaxaca se reunieron en una sala, así como los del norte de México, que entre todos forman otra. Algunas salas se ocupan de áreas más concentradas, como las dedicadas a la Sierra de Puebla, los cora-huichol, los tarascas de Michoacán o los totonacos de Veracruz. Los otomíes, tan dispersos, fueron reunidos, aunque en forma necesariamente algo arbitraria; lo mismo ocurrió con los huastecos. Pero antes de proceder a llevar al visitante a través de las salas del Museo y a través de ese mundo desconocido y misterioso de la vieja civilización desaparecida, sería conveniente darle una idea del edificio mismo. Tiene 44000 m2 cubiertos y 35700 m2 de áreas descubiertas que incluyen tanto el patio central como la gran plaza de acceso y algunos patios hundidos a su alrededor. En la esquina del Paseo de la Reforma, con árboles que le sirven de fondo, está la estatua colosal de un dios del agua (Fig. 1). Los edificios están separados de las calles por espacios verdes a veces ocupados por réplicas de templos o monumentos antiguos; el resto de la superficie se dedicó a estacionamiento de automóviles (Fig. 2). En esta forma el Bosque de Chapultepec hace un fondo, a través de grandes ventanales, no solo a las salas de exhibición sino a las oficinas generales, la Biblioteca y la Escuela de Antropología. Pasada la gran plaza de acceso (Fig. 3) se entra al vestíbulo central, de vastas proporciones. En el centro hay un área levantada debajo de la cual está la Sala de Orientación con una gradería desde la que puede verse un espectáculo que le prepara a uno para la visita del Museo. El espectáculo consiste en luz y sonido y una serie de maquetas y fotografías que aparecen y desaparecen en turno, ilustrando un texto narrado. Ello funciona automáticamnte y ha resultado muy atractivo; todos los visitantes desean verlo. Al lado derecho del vestíbulo hay una gran sala dedicada a exhibiciones temporales; junto a ella un Auditorio para cerca de cuatrocientas personas. Este puede utilizarse no solo para conferencias, proyecciones o películas, sino también para teatro. Encima está la Escuela de Antropología.

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Al lado izquierdo del vestíbulo se hallan la tienda, el guardarropa y otros servicios, y al fondo, las oficinas generales. Encima está la Biblioteca, que tiene una gran sala de lectura muy agradable, con todas las dependencias necesarias, como Archivo Histórico, Departamento de Códices, Proyectores de Microfilm y Archivo del mismo -cuenta con unos doce millones de documentos- y el depósito de libros, en el que caben cerca de medio millón de volúmenes. En planta hundida, a la derecha, quedaron las bodegas de Arqueología, de Etnografía y de Antropología Física. Las tres son muy amplias y no solo almacenan todas las vastas reservas del Museo, sino que hay lugar para incrementos futuros. Junto a ellas están las oficinas técnicas y los laboratorios necesarios. Al lado izquierdo, los servicios escolares consisten en varios salones dedicados a preparar a los niños en su visita al Museo, en un salón de conferencias con proyector de cine y un patio hundido a través del cual se llega a una escalinata que da acceso al patio central del Museo. Esta lleva también al restaurante. Desde el vestíbulo central se entra, a través de un muro de cristal, al gran patio rodeado por las salas de exhibición. La parte delantera está cubierta por un enorme techo airoso de 82 x 84 m, recibido en su solo apoyo central, recubierto por láminas de cobre esculpidas; de arriba cae un círculo de agua que forma una fuente invertida (Fig. 4). El enorme patio abierto que sigue tiene en el centro un estanque rectangular, de poca profundidad para evitar peligro al visitante y permitir el crecimiento de plantas acuáticas que frecuentemente se cubren de flores. Dentro del estanque, sobre una plataforma, hay un enorme caracol de bronce que suena cuando se desea imitando así la manera de llamar del mundo indígena y recordando el símbolo del gran dios Quetzalcóatl. Los mur~s anteriores que rodean al patio son enteramente lisos en la planta baja y adornados con una celosía metálica en la alta. El conjunto recuerda -en términos modernos- a las fachadas mayas con su primer cuerpo generalmente de piedra lisa y el segundo íntegramente cubierto de. bajorrelieves geométricos, serpentinos o con esculturas representando hombres, animales y otros objetos. Este patio del Museo, además de bello, es importante, pues da un gran sentido de amplitud y de calma serena y sirve de salida entre cada sala. Así, el visitante puede recorrer a su antojo las salas del Museo sin necesidad de pasar de una a otra o de seguir un orden fijo. Las salas de la planta baja siguen un orden tanto histórico como por áreas (Fig. 5). Así, el ala norte del Museo -aparte de una sala de Introducción a la Antropología y de otra dedicada al conju'nto de Mesoamérica28

diap. 1

contiene la historia de los Valles Centrales desde la aparición del primer hombre hasta la cultura tolteca. La serie se inicia con una sala dedicada a las culturas precerámicas que relata la terrible lucha de los primeros emigrantes para establecerse en estas latitudes. La siguiente contiene el período preclásico, que consiste fundamentalmente en las culturas sedentarias y creadoras de los primeros monumentos, pero antes del surgimiento de la civilización (Fig. 6). La tercera sala, dedicada a la gran civilización teotihuacana, presenta el apogeo del mundo indígena en el Altiplano, y, la última, está dedicada al mundo tolteca heredero de los teotihuacdnos. La gran sala mexica contiene los restos de esta cultura. Como es la mejor conocida y la que produjo muchos de los objetos más importantes del Museo (Fig. 7), ocupa la sala más grande de todas y el lugar central. En el ala sur, las salas siguen un orden regional y están dedicadas a las culturas de Oaxaca, Veracruz, Area Maya, Norte y Occidente de México. Interiormente, cada una está organizada según una secuencia cronológica, iniciándose por lo más antiguo y terminando por lo más reciente. Así continúan el orden fundamental que se buscó para todo el Museo. Las salas de la parte alta, como ya se dijo, corresponden hasta donde es posible a las de la planta baja. Así, por ejemplo, la etnografía de Oaxaca está colocada sobre la arqueología de la misma área. Pero un orden riguroso no era posible en todas partes, ya que muchas de las salas d; arque~l~gí.

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ticos. Las lenguas mesoamericanas son muy distintas, aún pertenecen a familias separadas, de hecho a casi todas las familias del continente norteamericano; la raza presenta considerables variantes y las diferencias de medio ambiente no pueden ser mayores, por lo que las plantas sembradas o recolectadas y los animales son en parte distintos en cada región. Estos factores, y seguramente otros más, produjeron economías, organizaciones y estéti~as particulares. Unas áreas se adelantaron más que otras. Teotihuacan inventa el verdadero urbanismo; los mayas lograron un esplendor inigualado en el arte mesoamericano; los otomíes, en cambio, no llegaron muy lejos. Pero, una vez reconocidas estas diferencias, queda un saldo cultural indiscutible. En primer lugar, la base económica de todas las culturas mesoamericanas es la iriisma: la agricultura, frecuentemente con irrigación, siendo el maíz la planta fundamental. A él se unen el frijol, la calabaza, el algodón, el tabaco, el cacao y muchas otras plantas e inventos. Hasta donde el clima lo permite, en todos lados se hallan más o menos las mismas plantas cultivadas. Lo mismo sucede con los animales domésticos, que son principalmente el perro y el guajolote (Fig. 8). En todas partes se caza con armas similares, y en los lagos, ríos o mares se pesca en formas que solo cambian por las necesidades locales. Similares son también el vestido, el adorno, las deformaciones corporales, los materiales y las técnicas de construir las casas, los objetos de la vida diaria. En mayor o menor medida, según el grado de adelanto de cada área, hay una base común para la cerámica, la orfebrería, la lapidaria (Fig. 9), los objetos de concha o de madera, los textiles y el tallado de la piedra y del jade. Pueden variar dentro de límites estrechos los sistemas de enterramiento o los detalles de la vida diaria, la organización social o el desarrollo de los conocimientos, pero siempre con grandes semejanzas entre cada área. Hay pueblos opresores o pueblos oprimidos, pero la base política es similar. General es el empleo de basamentos piramidales para los templos, los tipos de juegos y deportes, la manera de medir el tiempo, y la importancia de la religión. Salvo en el occidente de México, es notable la locura de ceremonialismo con un sacerdocio organizado y un ritual muy complejo y altamente evolucionado, un panteón bien surtido de dioses y diosas, que son los mismos aunque porten nombres diferentes en cada idioma. Bastan estos ejemplos para demostrar la unidad fundamental de la civilización mesoamericana. Este concepto dé Mesoamérica como área cultural no es aceptable sino a partir de la época que presenta ya los antecedentes cla.ros del mundo civilizado que ha de seguir. En períodos anteriores a 1200 a. de C., no

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10. Mapa ilustrado de Mesoamérica.

10. Mapa -ilustrado de Mesoamérica.

podemos hablar de un área distinguible de sus vecinos y no se había iniciado la cotradición. Durante su larga historia, Mesoamérica, como toda área cultural, no tuvo la misma extensión ni por tanto las mismas fronteras. En otro lugar hemos tratado en forma provisional de señalar estos cambios; implican en términos generales un aumento casi continuo de la superárea hasta la época tolteca, para reducirse después, a consecuencia de las invasiones bárbaras. Hacia 1500 d. de c., su frontera norte (Fig. 10) -se inicia, en la desembocadura del río de Soto la Marina por el Oriente; incluye las cuencas bajas de I~s ríos Tamesí y Tamuín; de allí forma una gran curva hacia el Sur, subiendo el Moctezuma para seguir después el Lerma y la vertiente occidental de la Sierra Madre, hasta cerca de los límites actuales de Sino loa y Sonora. Por tanto, una gran parte de la República Mexicana está fuera de la antigua Mesoamérica, hecho que ha influido enormemente en toda nuestra historia. Al revés de lo que pasa en la del norte, la frontera sur abarca no solo el resto de México sino Belize, Guatemala y partes de Honduras, del Salvador y aun de Costa Rica, en una línea que va de 'la desembocadura del

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Ulúa, en Honduras, al golfo de Nicoya. Así, Copán o Tazumal son típicamente mesoamericanos. Independientemente de las muchas, enormes lagunas que existen en nuestro conocimiento, de las varias posibles reconstrucciones que se pueden hacer con los mismos datos y de las dudas aún considerables que presentan las diversas cronologías propuestas, el hecho de que sea posible un intento de historia de Mesoamérica indica el valor de este concepto y la necesidad de tratarla como una sola área cultural. La sala de Mesoamérica se hizo necesaria porque nos dimos cuenta de que, para tratar debidamente las culturas de todas las épocas o regiones arqueológicas, hubiera sido necesario en cada una repetir esos elementos que son comunes a toda el área. Esto no solo resultaría muy monótono y cansad~ para el visitante, sino innecesario y hubiera ocupado un gran espacio. Por otro lado, al despojar a las salas de estos elementos mesoamericanos comunes, necesariamente se destacaban en extremo las diferencias regionales; cada época y cada área habría parecido como enteramente inconexa a las demás, y el visitante no hubiera obtenido el concepto fundamental de que se trata de una sola civilización, por muchas que hayan sido esas diferencias regionales. Así, la sala de Mesoamérica no solo recoge los elementos comunes sino que los ilustra con piezas tomadas de todas las regiones. En ella vemos un plano general de Mesoamérica con algún rasgo simbólico de los lugares principales; una vasija en forma de calabaza sostenida por tres individuos, es ejemplo de las numerosas vasijas esqueyomorfas; la estela de Iza po y las copias de los relieves de Chalcatzingo, la cabeza espléndida de Gualupita o una escultura de La Venta indican la vieja civilización olmeca, tanto en su área metropolitana como en sus variantes regionales; figuras de Colima y otras partes del Occidente o de Veracruz, representan ese arte más sencillo; los huesos grabados de La Huasteca simbolizan otro tipo de artefactos y otra área cultural; un vaso al fresco de Teotihuacan recuerda no solo la gran metrópoli sino una de las técnicas más finas del alfarero mesoamericano. Diferentes modos de entierros están representados, así como maquetas de diversos edificios que, dentro de sus diferencias. muestran una unidad básica.

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11. El sacro labrado de Tequixquiac, Valle de México.

11 LOS ORIGEN ES

El hombre no es originario del continente americano sino que vino desde otras tierras anteriormente habitadas. Hay varias razones de peso pQra afirmar esto, principalmente el hecho de que no existieron en América ninguno de los grandes antropoides. El hombre debió pasar por el puente natural que formaban las islas del Estrecho de Behring, cuando éste podía atravesarse prácticamente a pie seco. Más tarde, los grandes hielos de la glaciación wisconsiniana empezaron a retirarse y se abrió un corredor a través de Alaska. Por él, probablemente, los primeros grupos fueron infiltrándose a lo largo de las Américas. Ellos fueron -seguramente sin saberlo- los descubridores del Nuevo Continente. Lentamente lo poblaron hasta su extremo meridional. Tal vez la tierra virgen ofreda, en contraste con Asia, las ventajas de una fauna más abundante y, por tanto, un ambiente más atractivo. Había un gran número de animales desaparecidos hoy, como el mamut, el mastodonte, el camello, el gliptodonte, el archidiskodon imperator, el milodonte, el caballo, el oso de las cavernas. No desconocemos las posibilidades de otras vías de entrada a través del Pacífico, sobre todo desde Polinesia, y, en efecto, la presencia de elementos asiáticos en América sugiere contacto, pero éste parece ser muchísimo más tardío y, en realidad, de poca importancia. Los primeros americanos se distinguen por su pronunciada dolicocefalia; eran cercanos a la raza caucasoide, o sea parecidos a los europeos primitivos. Sabemos ahora que la raza mongoloide evolucionó en Asia desde el fin del Pleistoceno, y los habitantes muy antiguos de esta región eran del tipo caucasoide arcaico. Más tarde llegaron braquicéfalos. Como dice Martínez del Río, "posteriormente alas primeras migraciones y en distintas

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fechas siguieron infiltrándose a América diversos grupos de asiáticos, diferenciados entre sí étnica y lingüísticamente, y comenzó a dominar el .tipo braquicéfalo". Aún más tarde,· empezaron a entrar los esquimales, que se quedaron en la zona alrededor del Artico. Estas diferentes migraciones y las combinaciones que produjeron formaron los tipos americanos encontrados por los europeos en el siglo XVI. Mucho se ha discutido la fecha de la primera aparición del hombre en el continente. Krieger sugi~re la de hace unos 40 000 años, basada en descubrimientos como los de Lewisville y la cueva de Friesenhahn, en Texas, los de Tule Springs, en Nevada, y varios otros. En México, los encuentros de Tequixquiac y de Valsequillo tienen una antigüedad, si bien menor, todavía muy remota. Muchos sitios en América del S.ur son también contemporáneos. Los implementos líticos de estos primeros habitantes fueron hechos solo por percusión "con la inhabilidad de la gente de esta época para aplanar y adelgazar los artefactos lo suficientemente para producir puntas de proyectil o cuchillos delgados bifaces". Hay implementos de hueso y se han encontrado restos de hogares, pero no de entierros. Tal vez pertenezca a este período tan antiguo el sacro de llama fósil que, ligeramente retocado por el primer artista de nuestro suelo, representa la cara de un animal (Fig. 11); fue encontrado en Tequixquiac en 1870. Igualmente antiguo parece ser el fragmento de proboscídeo hallado recientemente en Valsequillo, con animales, tal vez caballos, rudamente grabados en la superficie. En uno de ellos se ven unas cuatro líneas, como lanzas, encajadas en el cuerpo. Esto es un acto' mágico de práctica universal que realiza el cazador con la esperanza de atrapar a su víctima. Tiene, por tanto, un remoto parecido con el arte y simbolismo paleolíticos. Después de esa etapa inicial, dos corrientes culturales fundamentales, que en forma muy simplificada podemos llamar de cazadores de grandes animales, por un lado, y de recolectores-cazadores, por el otro, ocupaban todo el continente. En cualquiera de los dos casos, el hombre estaba totalmente sujeto a las condiciones naturales, al ambiente, a la flora y a la fauna. Por lo que se refiere solo a México, se han logrado encuentros importantes iniciados desde hace 100 años. La Revue di Anthropologie de Paris, publicaba en 1878 un artículo de E. T. Hamy que concluye: "Ia existencia de un hombre contemporáneo de los grandes proboscídeos hoy desaparecidos parece establecida de la misma manera tanto en el valle de México como en el valle del Río Grande de Santiago". Se refiere Hamy a encuentros descritos años antes por la Commission Scientiflque du Mexique que tantas cosas interesantes hizo durante los años de la Intervención Francesa y el

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Imperio. Sin embargo, estos olvidados hallazgos no habían sido hechos científicamente, por lo que cabía duda sobre su validez. No es sino en las últimas décadas cuando exploraciones controladas han demostrado, sin lugar a dudas, la contemporaneidad del hombre y los animales pleistocénicos. Ahora podemos afirmar que hace cuando menos unos 10 000 años ya vivía el hombre en estas regiones. Varios descubrimientos, a pocos kilómetros de la capital, nos permiten hacer esta afirmación. Uno de ellos, hecho en Santa Isabel Iztapan, consiste en un esqueleto de elefante que seguramente fue muerto por los hombres: una punta de obsidiana estaba aún adherida a una costilla, y varios implementos se encontraron desparramados entre los huesos (Fig. 12). Estos objetos, que servían. para matar o destazar al animal, son de una técnica comparable a la del paleolítico europeo. Aunque aquellos hallazgos del siglo XIX ya lo indicaban, en Iztapan tenemos, por primera vez en México, la certidumbre de la contemporaneidad del hombre y los animales desaparecidos. A poca distancia otro descubrimiento nos da, no al animal o los implementos, sino al hombre mismo. Un hombre que pereció tal vez durante una cacería, muerto por un elefante, o bien que quedó sepultado en el lodo del pantano. Este "primer mexicano", que conocemos como el "Hombre de Tepexpan", tenía 1.70 m de alto, aproximadamente 60 años, el cráneo mesocefálico (Fig. 13) Y la sangre probablemente del tipo A. Pertenece a la misma raza y es similar a los futuros habitantes de la región, en la época que llamamos preclásica. Ese lejano antepasado llevó, con sus compañeros, sus mujeres y sus hijos, la vida dura del cazador nómada. Fabricaba los utensilios líticos que han llegado hasta nosotros, así como objetós de materia perecedera que ignoraremos siempre. El perro, este fiel animal que, dicen, ha civilizado al hombre, no aparece sino más tarde, hacia el año 3 000 a. de C. En Valsequillo, Armenta encontró, aparte del fragmento de proboscidio ya mencionado, "artefactos, incluso un gran buril, asociados a cuando menos dos mastodontes. Geológicamente, las diversas estqciones del área de Valsequillo parecen presentar problemas similares a los de Tequixquiac y ser anteriores a la parte superior de la formación Becerra". (La formación Becerra representa aparentemente el fin del Pleistoceno.) Hacia el fin de esa larga etapa, de la que tan poco conocemos, ya sea por causa del hombre mismo y de sus implacables cacerías, ya sea por condiciones ambientales nuevas que eliminaron la posibilidad de que se alimentaran debidamente, desaparecen poco a poco los animales del Pleistoceno. La consecuencia de ello sobre el grupo de los cazadores de

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12, Reconstrucción del hallazgo de uno de los mamuts de Iztapan.

grandes mamíferos fue naturalmente tremenda. Al desaparecer su medio de vida, el dilema que se presenta no permite sino dos soluciones: morir o transformar su bas~ económica. Tal vez de este dilema viene el origen de la agricultura, aunque, claro, no directamente sino a través de períodos más bien de recolectores-cazadores. Estos siguieron casi incambiados en el norte de México, en la llamada cultura del Desierto o de América árida, donde la agricultura no surgió y los grupos, en grandes áreas, continuaron su vida básicamente nómada y recolectora hasta la llegada del europeo. En cambio, en lo que había de ser Mesoamérica, se empieza, muy modestamente al principio y a base de grupos ínfimos, a sembrar. De ninguna manera pudo ser la incipiente agricultura base suficiente para la

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alimentación, pero se había iniciado el camino que más tarde había de llevar a los pueblos agrícolas a la civilización. En sus manos inhábiles y seguramente incapaces de predecir lo que sucedería, estaba el destino de Mesoamérica. Esta época de transición durante la cual comienza una agricultura que aún no es la base principal de la alimentación, se conoce a veces como protoneolítico. Ya tenemos, gracias principalmente a dos excavaciones sensacionales, alguna idea más sólida sobre cómo fue evolucionando no solo la agricultura sino también la cultura en general, así como del desarrollo paulatino de la vida sedentaria. Los descubrimientos de McNeish han venido a proporcionar una larga secuencia que se inicia con estos primeros habitantes y sigue ~ todo lo largo del mundo indígena. Sin entrar por ahora en los estudios realizados en varias partes del país, y particularmente en los muy interesantes de la Sierra de Tamaulipas, ya que nos estamos ocupando del Altiplano Central, los principios del neolítico y el inicio de la agricultura se han encontrado sobre todo en las cuevas y sitios estudiados por McNeish en los alrededores de Tehuacán. La historia de la domesticación de las plantas y, por tanto, de la agricultura está íntimamente ligada al desarrollo y a la historia de la civilización. En ninguna parte ha existido una civilización sin agricultura; pero ésta no necesariamente conduce a la civilización. Muchos pueblos agrícolas y sedentarios no se elevaron al rango de civilizados. Es necesario mencionar, aunque sea en un simple esbozo, lo que hoy se piensa y se ha podido averiguar sobre el origen de las plantas cultivadas. De las tres que forman la trilogía básica de Mesoamérica: el maíz, el frijol y la calabaza, ya tenemos algunas indicaciones precisas en cuanto al lugar de su origen y en cuanto a la época en que el hombre empezó a domesticarlas. Es probable que el frijol y alguna de sus variantes hayan sido domesticados en el centro de México o en el Altiplano de Chiapas y Guatemala. El problema de la calabaza es más confuso, pues algunos opinan que se origina más bien en las tierras bajas, posiblemente en Centroamérica. El maíz, con mucho la planta más importante, crecía en forma salvaje en el Altiplano de México y probablemente también en el Altiplano de Chiapas-Guatemala. Por ejemplo, se ha encontrado a gran profundidad en el subsuelo de la ciudad de México. Pero es en los abrigos alrededor de Tehuacán, particularmente en Coxcatlán y San Marcos, donde se ha podido hallar en posición estratigráfica, lo que podemos llamar con cierta seguridad la historia del maíz. Es una historia extraordinaria en que vemos nivel a nivel cómo la planta, originalmente muy pequeña y que apenas 41

13. Cráneo del hombre de Tepexpan, el más antiguo encontrado hasta .ahora.

pudo haber servido para ayudar al hombre pero de ninguna manera como la base de su alimentación, va aumentando, va desarrollándose y aun va cambiando hasta convertirse en el maíz que hoy conocemos. Así, a partir del año 5000 a. de c., poco a poco fue aumentando la cantidad de productos agrícolas que obtenían los habitantes. Ya tenían un poco de maíz, calabaza de dos variedades y una pequeña cantidad de chile. Con el tiempo, hay más maíz y son mayores las mazorcas; se añade el amaranto y, posiblemente, el frijol. Para el año 3000 a. de c., ya estamos frente a agricultores que pudiéramos llamar profesionales, es decir, que la base principal de su ~ub­ sistencia es la agricultura; ya la caza y la recolección solo son incidentales. Posiblemente, desde. este momento empezaron a producir plantas híbridas y a escoger lo mejor de sus granos para las cosechas futuras. Correlacionado con este aumento continuo y cada vez más diversificado de la agricultura y, por lo tanto, de la base de subsistencia, viene un aumento también progresivo no solo del número y de la variedad de los implementos usados sino que incluso empiezan los establecimientos permanentes. Por modestos que fueran alrededor del año 3000 a. de c., se trata ya de pueblos sedentarios obligados a permanecer alrededor de sus campos de labor. Aunque en mínima cantidad, se ha recobrado algo de sus textiles y de su cestería, pero en realidad lo único que conocemos un poco más son sus implementos líticos. Aumentan y cambian los tipos de proyectiles, y podemos suponer que ya para entonces usaban el atlatl, aunque probablemente es mucho más antigua esta arma famosa que se seguirá utilizando todo a lo largo de la historia de Mesoamérica. Todavía hoy, un último descendiente de él se encuentra en ciertos sitios, como el Lago de Pátzcuaro, donde sirve para cazar patos. Hay una serie de implementos de piedra tallada en formas que se van volviendo cada vez más variadas, tejen canastas y pulen la piedra que forma metates y recipientes. Esto es particularmente importante porque parece que de estas antiguas vasijas de piedra se derivan las formas cerámicas que solo aparecerán hacia el año 2000 a. de C. A partir de 1500 a. de c., ya hay una serie de plantas híbridas domesticadas y la agricultura es la base indudable de la subsistencia. Es posible que desde este momento se haya iniciado la irrigación, con lo cual el producto de las plantas se multiplicaba.

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14. Figurillas del Preclásico Inferior. Pertenecen a la Tradición C. Valle de México.

111 PRECLASICO

Entre el principio del segundo milenio a. de C. y el advenimiento de la civilización representada· por Teotihuacan se distinguen claramente tres grandes épocas en los valles centrales. Cualquier nombre que se les dé, y generalmente se las conoce colectivamente por preclásicas, es evidente que esa división tripartita corresponde bastante bien al desarrollo de la cultura. Desde 1 700 a. de C. hasta unos mil años antes de nuestra era se desarrolla la época que llamaremos Preclásico Inferior, para seguir así la nomenclatura que ha sido utilizada en el Museo. De los sitios conocidos de esta época, los más importantes sin duda son El Arbolillo, Zacatenco y Tlatilco en su fase antigua. Tomándolos en conjunto, muestran una cultura de aldeas muy pequeñas, con densidad de población muy baja y desarrollo bastante lento. La mortalidad infantil debió de ser elevada, ya que, como lo indican los entierros recobrados, aparentemente solo una tercera parte de los niños llegaban a edad madura; aun entre los adultos es raro encontrar esqueletos de hombres o de mujeres que hayan pasado de los cincuenta años. Ya hemos visto cómo desde muchos siglos antes se había iniciado la agricultura. Para estas fechas, aunque todavía necesitaba ser suplementada con la caza y la pesca en el lago, es ya la base de la alimentación. El maíz, naturalmente la planta principal, estaba acompañada, como vimos, de la calabaza, de una gran variedad de frijoles, que son de mucha importancia alimenticia, ya que con el cacahuate remplazaban las proteínas de la carne, tan escasa, y de productos menores como el amaranto, la chía, el cacao, el chile, innumerables frutas y legumbres, como el aguacate, el jitomate, el chayote, tubérculos como el camote, yerbas de olor.

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15. Vasija con una cara felina de perfil. Tlatilco.

16. Vasija antropomorfa. Tlatilco.

15. Vasija con una cara felina de perfil. Tlatilco.

16. Vasija antropomorfa. Tlatilco.

La importancia cada vez mayor de estas aldeas del valle que llevaría a la grandeza todavía futura de Teotihuacan, se debe en gran parte a la facilidad que el lago mismo daba a la agricultura. Probablemente, ésta se desarrollaba al principio en las tierras bajas, a orillas del agua, tierras que se inuAdaban más o menos periódicamente, o en las riberas de los ríos, donde sucedía un fenómeno similar. Esta agricultura, no a base de una irrigación organizada pero sí de una irrigación que podemos llamar natural, debió producir infinitamente más que las cosechas sujetas solo a las lluvias en otras partes del país. Los granos se molían en metates a fin de obtener una harina que sirviera para preparar las tortillas. Más tarde, las legumbres secas eran trituradas en molcajetes como se hace aún hoy en día. Los metates eran de lava petrificada con' tres soportes y un reborde en los costados que permitía el ir y venir del rodillo de moler entre dichos bordes. Solo después aparecen los metates planos, como los actuales, que permiten el uso de una mano que sobresale de ambos lados, lo que facilita el trabajo. Para obtener las tortillas que aún saboreamos en pueblos y aldeas es necesario cocerlas en un comal, antiguo implemento todavía utilizado. Aparte de los metates o de los morteros para machacar las semillas, encontramos desde entonces una buena variedad de perforadores y raspadores para trabajar las pieles, puntas de proyectil, que ya existían desde antes tanto para la caza y tal vez ya para la guerra, pulidores, navajas, martilladores, hechos en piedra, en hueso, en asta de venado, en obsidiana. Seguramente hubo una gran cantidad de objetos de madera, de fibras y tal vez ya, o cuando menos muy pronto después, de algodón, que no han sobrevivido. La mayor parte de las figurillas aparecen desnudas, lo que sugiere que así anduviera la gente. La poca ropa del principio de este período fue probablemente hecha de fibras de maguey. En cambio, llevan una gran variedad de adornos: tocados bastante complicados, ya sea en forma de turbante o de otros tipos, orejeras del estilo que será permanente todo a lo largo de Mesoamérica, narigueras que cuelgan de una perforación o a través del septum de la nariz, collares, brazaletes, ajorcas y, ocasionalmente, sandalias de cuero o de fibra de palma. Se pintaban la cara y el cuerpo, y tal vez el pel!?, como seguramente lo hicieron después, y se lo amarraban con cintas tejidas. La cerámica aparece ya perfectamente lograda, aunque de formas más bien sencillas y generalmente monocroma. A diferencia de lo que va a ser característico de la Mesoamérica futura, es una cerámica más bien utilitaria, ya que rara vez se encuentran objetos que sugieran un uso ceremonial. Las

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18. Vasija con gran cuello, representando a un armadillo. Tlatilco.

figurillas de ba.rro son particularmente importantes, no l;olamente porque dan una serie de datos etnográficos y son tal vez las antecesoras de los dioses futuros, sino porque han servido, más que nada, para distinguir las diferentes etapas del preclásico. Las figurillas del período inferior son pequeñas, sólidas y hechas a manoi los rasgos de la cara se señalan por incisiones más o menos anchas, o bien añadiendo al núcleo de barro que forma el cuerpo y la cabeza pequeños fragmentos, pastillas, que indican los ojos, la nariz, la boca o cualquier otro elemento que se desea resaltar (Fig. 14).

Precisamente porque ya eran agricultores tenían que vivir en aldeas fijas, pequeñas y pobres, con casas hechas por el sistema llamado de bajareque -ramas y lodo-. No podemos hablar de urbanismo alguno y

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seguramente las chozas de entonces se colocaban al azar. Esta misma falta de reglas o de métodos se nota en los entierros. No hay nada del rigorismo futuro, no hay tumbas propiamente dichas, ya que los muertos eran enterrados simplemente en fosas sin orientación fija ni posición determinada; acostados boca arriba o boca abajo, de lado o con las rodillas dobladas sobre el pecho. Sin embargo, no solo hay entierros primarios sino secundarios, es decir, que algunos años después los huesos de los muertos fueron retirados de sus fosas y vueltos a enterrar, ya en desorden anatómico. A veces hay entierros parciales: solo incluyen el tronco o la cabeza; es posible que se trate de prisioneros de guerra y la cabeza haya sido usada como trofeo. Aunque todavía modestamente, existía la costumbre de colocar objetos con el muerto: vasijas de cerámica, implementos de piedra o de hueso, alimentos, así como muchas ofrendas que no han dejado rastro alguno. El cadáver era pintado de rojo y después envuelto en un petate; es decir,que ya hay un rito mortuorio, por primitivo que aún sea, lo cual indica no solamente un avance cultural sino una serie de creencias religiosas. Nada sabemos del idioma de estas gentes, pero sí podemos decir que eran de cabeza estrecha, bajos de cuerpo y con las características generales que los señalan como los ascendientes físicos indudables de los que habían de seguirles en épocas posteriores. Bien poco puede decirse de su organización social, excepto que era muy sencilla y tal vez parecida a la de esos grupos, particularmente en el norte de México, semisedentarios y agricultores que hasta la época de la Conquista española se quedaron al margen de la civilización. Reunidos en estas pequeñas aldeas con una organización aún democrática, ya que no hay ningún indicio de diferencia de clases, solo es posible señalar un principio de división del trabajo. No solo la división sexual, que es un producto natural, sino que la alfarería sugiere que se trata ya de trabajadores especializados, de ceramistas no necesariamente que dedicaran todo su tiempo a este arte, pero sí que lo practicaban profesionales y no cualquier miembro del grupo. No podemos hablar aún de conocimientos superiores, pero durante los prolongados siglos del Preclásico Inferior los hombres debieron encontrar muy largas las noches estrelladas. No hay gran placer en sentarse al interior de chozas oscuras. Charlando afuera en el aire fresco, tal vez en pequeños corrillos, veían desfilar los crepúsculos y las noches, la luna y las constelaciones. Poco a poco, fueron distinguiendo el ritmo del tiempo, el cambio de las estaciones y el movimiento de algunos planetas; así, lentamente, fueron acumulando los conocimientos astronómicos necesarios para construir un calendario que aparecerá algunos siglos más tarde.

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21 . Patos de barro pulido. Tlatilco.

22. Animal de T1atilco. Incompleto. Nótense las cejas almenadas.

La mUSlca, la más antigua de las artes, empieza desde entonces. Muy sencilla, se hace con sordas sonajas de barro o simples silbatos que presagian los tambores o las flautas de los siglos venideros. Hoy, los hombres son víctimas del amor que las mujeres profesan al baile, pero los primitivos adoraban este arte. Como sucede siempre en todos los pueblos, las etapas primitivas son las más largas; solo poco a poco se va acelerando el ritmo de los inventos humanos. Así, el Preclásico Inferior aparentemente no cambia para nada y permanecen fijas su vida y sus costumbres. Después del esfuerzo colosal de los hombres más antiguos para trocarse de nómadas en sedentarios y agricultores, caen durante muchos siglos en un período de calma durante el cual es difícil distiQguir adelantos concretos. Gozan con las consecuencias de su victoria, pero también se van hundiendo en el pantano de las costumbres tradicionales. Sin estímulo, el corazón late apenas. No es probablemente sino debido a una influencia exterior a los valles centrales, una influencia poderosa venida de la costa del Golfo, cuando cambia esta situación y, particularmente en Tlatileo y una serie de otros sitios, como Copileo, vamos a encontrar la nueva etapa. Durante esta nueva etapa generalmente conocida como Preclásico Medio, pero que podemos llamar olmeca por la cultura que la influye en forma tal que cambia todas las cosas, aparecen muchos nuevos rasgos, aún aparte de los olmecas. Cerámicas como el rojo sobre blanco, el café o amarillo, el rojo pulido, el negro delgado y el bayo son características. Aun cuando sigue la decoración incisa del período anterior, hay ya abundancia de bicromía. Los tipos principales de figurillas pertenecen en conjunto a la Tradición e -es decir, al conjunto de estilos de figurillas femeninas que tienen su centro y su desarrollo en la región del Altiplano de México-. Son también sólidas, hechas a mano y femeninas, pero pueden distinguirse de las anteriores . • Las casas aparentemente siguen siendo iguales, y solo modestos cimientos de piedr,! y pisos de barro -a veces de lajas- construidos sobre plataformas de tierra revestidas de piedra señalan el camino para la futura arquitectura. La población ha crecido, pero todavía es una cultura netamente aldeana. Es precisamente a este mundo aldeano donde llegan los olmecas y en ciertos sitios transforman la cultura del Altiplano. No son los únicos emigrantes, ya que otros vienen de Occidente, pero la influencia olmeca, al principio limitada a ciertos lugares, fue la más importante y la que sirvió de fermento para que estos grupos rurales dieran el paso adelante en el Preclásico Superior. Por ello, ningún sitio del Preclásico Medio es tan interesante en el Valle de México como Tlatileo; todos los demás si-

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23. Botellón · con una mano incisa y raspada en el barro. Tlatilco.

24. Diversos tipos de figurillas de Tia'

guen, con pocas aportaciones exteriores, su camino propio como sucede en El Arbolillo o en Zacatenco o en Ticomán. Hasta Atoto, tan cercano a Tlatilco, es solo una aldea con la cultura típica del Valle. Tlatilco, cuyo nombre no puede ser más apropiado ya que significa "donde hay cosas ocultas", parece hoy un cementerio, pero fue un lugar de habitación. Las casas de barro solo han dejado mínimas huellas; en cambio, se han encontrado cientos de entierros, muchos de ellos extendidos, pero también otros en posiciones diferentes y a profundidades distintas. Su maravillosa cerámica tiene muchos rasgos característicos de la cultura 01meca. Encontramos la cerámica negra gruesa excavada, la negra con manchas blancas o con los bordes blancos que recuerda inmediatamente una característica de las más típicas de la cerámica olmeca, la gris y otras de menor frecuencia. Se usa el caolín, que es ajeno. al Valle y viene de la costa (Fig. 15). Las formas son extraordinariamente variadas. Aparte de las generales y frecuentes en Mesoamérica y que, por tanto, no dan una característica de época o sitio, como los cajetes semiesféricos o cónicos, hay en Tlatilco numerosos botellones a veces maravillosamente decorados (figura 16), cajetes de silueta compuesta, tecomates, vasos altos acinturados, vasijas en forma de concha o con asa estribo o con pedestal; extraordinarias son las vasijas antropomorfas que representan acróbatas (Fig. 17), Y una en forma de máscara, así como las zoomorfas que representan armadillos (Fig. 18); tlacuaches, jabalíes, pescados (Fig. 19), ranas, conejos, perros (Fig. 20) y patos (Fig. 21). Es una cerámica naturalmente modelada a mano a la que se añaden líneas o motivos por incisión o excavados que completan el dibujo o lo forman, lo que, por cierto, es una manera de escritura característica del olmeca (Fig. 22). En muchísimos casos están relacionados con el jaguar, representando en forma altamente estilizada las encías, las garras o las manchas de la piel del animal. A veces tienen otros motivos, como la serpiente de agua o manos humanas, de admirable ejecución (Fig. 23). Otras se decoran por impresión de cuerdas o textiles, punzonado y decoración de uña; parece ser el único sitio del Altiplano con abundancia de rocker-stamping. Otro tipo no frecuente, pero ya presente, es quizá un antecedente de la decoración al fresco; sobre la vasija ya cocida se coloca una delgada capa de estuco que luego se pinta. El estuco aún no existe en Tlatilco, pero la técnica de embutir los colores, generalmente rosa y verde, sugiere la técnica característica de Monte Albán 11 que tiene resabios olmecoides, donde aparece tal vez por primera vez ya plenamente lograda; otra novedad es la pintura negativa que más tarde se encuentra en muchos sitios. Las figurillas de barro de Tlatilco son de un estilo verdaderamente ex-

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27. Mujer besando a su perro. los ojos rasgados pertenecen a la Tradición D.

28.- Figuras en una cama. Estilo de Tlatilco.

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traordinario y de una abundancia notable. Casi todas son mujeres con los brazos cortos, (Fig. 24) la cintura estrecha, las piernas bulbosas y anchísimas caderas. Estos rasgos no son únicos en Tlatilco sino bastante generalizados en el Preclásico. Representan, creo, no solo un sentido de fertilidad sino un ideal estético o un claro gusto masculino. Es muy curioso ver, cómo 2000 años más tarde nos dice la historia tolteca-chichimeca, que Huémac, el último rey de Tula, "preguntó por mujeres y dijo a los nonoalcas: «Vosotros proporcionad me mujer; os ordeno que ésta sea gruesa de cáderas cuatro palmos.» Y luego le dan la mujer de cuatro palmos, pero aún no estuvo contento. «Todavía no tiene la medida -dijo a los nonoalcas-, todavía no soñ tan gruesas como quiero sus caderas, no llegan a cuatro palmos, las quiero más gruesas.»" Probablemente, las caderas de las mujeres de Tlatilco le hubieran gustado' más a Huémac que las de la mujer que le trajeron los nonoalcas. Las figurillas de Tlatilco se encuentran de pie (Fig. 25), sentadas (figura 26) o en posiciones de movimiento, como bailando. Muchas están desnudas al igual que las masculinas de La Venta. Se contentaban con llevar tocados de mil formas y pintarse el cuerpo y la cara y adornarse con joyas. Pero, a veces, llevan enaguas cortas que parecen haber sido de tela o de fibras, como las hawaianas; más que en la cintura, se detenían en las caderas. El pelo está arreglado en formas variadas y a veces pintado de rojo. Constituyen en conjunto la Tradición D, la cual, en contraste con la Tradición C, representa el estilo de caras h~manas asociado al mundo olmecoide. Los tipos característicos olmecas son tan finos y bellos (Figs. 27 y 28) en Tlatilco como sus contrapartidas en La Venta. En ocasiones, son de tal manera iguales, que no podría decirse de dónde vienen si no fueran encontrados en exploraciones. Junto a estos hay muchas figurillas no halladas en la región olmeca, como las figuras femeninas con un cuerpo y dos cabezas o dos caras en una sola cabeza; son tan modernas que recuerdan el viejo dicho, cierto en la estética aunque falso en la ciencia, de que no hay nada nuevo bajo el sol. Las figurillas masculinas son muy interesantes, no solo porque representan una directa idea olmeca (recordemos que los otros preclásicos del Altiplano no las hacían) sino porque indican toda una gama de actitudes y aun de funciones que arrojan alguna luz sobre la sociedad en Tlatilco. Así hay jugadores de pelota -que no ha habido en La Venta- y personajes misteriosos que se han clasificado como shamanes. Algunos, pienso, más bien pueden ser soldados, ya que llevan una especie de armadura. Otros, que también están protégidos por un peto sobre el pecho, tienen un alto tocado de tres pisos y la parte baja de la cara tapada por una tela. Están

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29. Figurillas sentadas, olmecas.

31. Máscara mitad de hombre vivo y mitad de calavera. Tlatilco.

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profusamente adornados con orejeras, pendientes, brazaletes y ajorcas y una larga capa cuelga a sus espaldas. En el caso que ilustramos, está el personaje sentado en una silla de cuatro pies y respaldo. Todo ello sugiere ciertos aspectos de la vida religiosa en el preclásico, cuando todavía no podemos hablar de sacerdotes sino de esa combinación más primitiva de magos y curanderos. En Tlatilco no hay aún una religión organizada, ni un sacerdocio profesional. En La Venta pudo haber verdaderos sacerdotes, mientras en Tlatilco solo eran shamanes justamente porque los olmecas ya dieron el paso hacia el urbanismo civilizado cuando Tlatilco, por muy brillantes que sean sus obras, aún no ha llegado a ese estadio. Ninguna de las figurillas (Fig. 29) representa propiamente a una divinidad, pero en variqs casos surge esa curiosa asociación de hombre y jaguar que parece el rasgo más distintivo y la esencia del culto entre los olmecas. Así, la célebre escultura de un hombre con la cabeza, los hombros, la espalda y los muslos recubiertos por una piel de jaguor (Fig. 30), encontrada en Atlihuayan, Morelos, es no solo una gran obra de arte sino en cierto modo un resumen del mundo olmeca. Fuera de esta divinización del animal más temible de sus selvas, los otros dioses mesoamericanos aún no han nacido, aunque ciertos elementos presagian su próxima aparición. Muy importantes son las máscaras mitad de vivo y mitad de muerto (Fig. 31) que sugieren esa dualidad tan básica en Mesoamérica, pero que solo entendemos en la religión más tardía. Otras máscaras, sensacionales, tienen una fuerza y un humor y una tragedia inesperados en este horizonte (Figs. 32 y 33). Tanto aquí como en Morelos, se encuentran grandes figuras huecas de barro blanco finamente acabado con caolín o de barro rojo (Fig. 34) que son tan típicas del estilo olmeca. Figuras iguales, fuera de exploración pero con procedencias bastante firmes, provienen de la región de los volcanes, Puebla y Morelos. Todas son femeninas, generalmente de brazos cortos y gruesas piernas, al estilo Tlatilco. Las caras las asemejan al tipo D. Otra característica es la frecuente aparición de individuos barbados. Pero no solo en barro se nota la intrusión olmeca en el Altiplano. Hay en Tlatilco algunas figurillas de piedra idénticas a las metropolitanas, así como /lespejos de hematita, ornamentos de jade, deformaciones craneanas, dientes limados .. ./1, que son rasgos de importación. Algunos, como cuentas de jade, orejeras o . pendientes de jade en forma de colmillo de jaguar, llegaron a sitios no olmecoides. Estos objetos, o cuando menos el material de que están hechos así como la hematita para espejos o el caolín, fueron importados de la región olmeca aunque pueden haber sido tallados localmente.

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32. Máscaras de Tlatilco. Preclásico Medio.

Los "yuguitos" de Tlatilco no se conocen en la zona metropolitana, pero sí en otros sitios olmecoides. Se han encontrado entierros con cráneos decapitados o con partes de un cuerpo humano asociados a esqueletos completos tanto de adultos como de niños, lo que sugiere la posibilidad del sacrificio humano desde fecha tan temprana. Como hemos visto, es también posible que hubiera existido entre los olmecas metropolitanos, quienes pueden haber traído esa práctica a Tlatilco. Estos parecidos evidentes se refuerzan por la cronología. Ella es un poco más segura hoy día gracias a la posibilidad de fechar restos orgánicos mediante su contenido de Carbón 14. El descubrimiento sensacional de que todo organismo pierde, a partir del día de su muerte, su contenido de carbono con un ~itmo fijo, permite, mediante un complicado procedimiento de laboratorio, saber qué proporción de carbono han perdido los restos htlllados en las exploraciones y así calcular aproximadamente el momento de su muerte como seres vivos. En este caso concreto, los restos de carbón -madera carbonizadahallados en Tlatilco han dado fechas notablemente parecidas a las obtenidas con los recogidos en La Venta. Así tenemos otra base para pensar en la contemporaneidad de los dos sitios y, por tanto, más seguridad al colocar en esta época la influencia y la colonización del Altiplano por los 01mecas. Pero aunque "Tlatilco resulta ser el centro más rico, más cosmopolita y seguramente el más importante de las culturas preclásicas del Valle de México", no está al nivel de la metrópoli. En él no hay arquitectura, ni escultura en piedra monumental, ni principios de la escritura o de organización urbana. Con todo y el esplendor de su cerámica, la belleza de sus figurillas, la aparición esporádica de jades, esculturas pequeñas en piedra o espejos, Tlatilco no llegó a ser una ciudad. Tlatilco es una colonia olmeca. Digo colonia porque las influencias son de tal claridad, de tal abundancia y están agrupadas de tal manera; que no resulta probable que se deban a comercio sino a la presencia física y permanente de olmecas. Esta presencia ¿se debe a una conquista? .Es probable, ya que de otra manera no se entiende cómo está ahí ese grupo obviamente distinto a los otros, pero no tenemos manera de demostrarlo. Mientras en muchos sitios del Altiplano la influencia olmeca es muy reducida, en Tlatilco es notable; de ahí su extraordinaria importancia y su distinción. Esto resulta algo más claro cuando vemos cómo desaparecen los elementos locales en Tlatilco para ser reemplazados por los olmecas. En resumen, los olmecas eliminaron en Tlatilco la cultura anterior ge-

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33. Máscara de Tlatilco.

34. Gran ,figura hueca de b.arro rojo . Preclásico Medio.

neral al Altiplano. Pero, con el tiempo, se fueron mezclando con la población local hasta dejar de existir como unidad, lo que explica su desaparición al fin del Preclásico Medio. Pero dejaron una huella permanente y una herencia en los pueblos posteriores. En Tlapacoya se notan algunas influencias olmecoides correspondientes probablemente al Preclásico Medio. Así, la cerámica blanca pulida lleva una decoración excavada con motivos similares a algunos de Tlatilco y a los de otros sitios olmecas de Morelos como Chalcatzingo. También aparecen aquí las "formaciones troncocónicas" características de Tlatilco. Varios objetos de jade provienen de otras regiones del Altiplano. Así¡ en la región poblana, en un sentido muy lato, se han encontrado las maravillas de Las Bocas, Jo figura humana del Museo de Puebla o el tigre de Necaxa. Merecen mención la cabeza de jade de Tenango del Valle y varias más de dudosa procedencia. Todas estas obras de arte más bien parecen tardías en la época olmeca 11 y posiblemente posteriores. Todavía en el Preclásico Superior del Altiplano se conservan una serie de elementos olmecas dispersos. Chalcatzingo está en el municipio de Jonacatepec, Morelos, al pie del Cerro de la Cantera. Hay, cuando menos, dos montículos grandes. Los pozos estratigráficos indican que el sitio va desde el preclásico hasta el postclásico. En los niveles antiguos se nota evidente influencia olmeca en la cerámica. Bordes cremosos o amarillentos con manchas negras que recuerda al gris con bordes blancos olmeca, tipo blanco laca, "decoración raspada o excavada, fondo plano, botellones", rocker sfamp, figurillas D2 y baby face, así como cuentas y orejeras de jade son elementos tanto olmeca 1 como 11. Pero lo importantísimo de Chalcatzingo son los bajorrelieves. No podemos asociarlos directamente a las excavaciones más que por su estilo, que también es indiscutiblemente olmeca, aunque, como trataré de demostrarlo, tardío. Aparte de algunos petroglifos de poca importancia, hay dos escenas grabadas en las rocas naturales del cerro. Ambas son verdaderas esculturas, aunque de bajorrelieve, y, por mucho que en una clasificación general se consideren como petroglifos en el sentido de que están en la roca viva, su calidad estética y la técnica de su tallado las separa completamente de ese tipo mucho más primitivo. Los relieves fueron descubiertos por E. Guzmán. Parte de uno de ellos estaba cubierto por una gran roca que fue volada más tarde para poder verlo completo. El primero representa un personaje sentado en un banco con una caja

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35. 'Cobeza de niño, típicamente olmeca. Fragmento.

en las manos. Su atavío ha sido ampliamente descrito. Se ha dicho que está sentado en una cueva. Pienso que podría ser la boca abierta del jaguar simboiizado por las extremidades hendidas y por el glifo con la cruz de San Andrés que está encima y que, como sabemos, representa las manchas de la piel del animal. Sea como sea, es importante señalar que se continúa la idea olmeca de figurar un individuo dentro de un nicho, sea o no boca de animal. Idea que perdurará más ampliamente en el mundo maya, pero aparentemente no en el teotihuacano. La parte superior del relieve indica nubes y lluvia y chalchihuites frecuentemente conectados con el símbolo de algo precioso como lo es la lluvia. La figura, me parece, representa más bien a un gran jefe o sacerdote que a un dios. El segundo relieve consiste en cuatro figuras humanas, ya descritas por Piña Chán. Los tres' individuos de pie llevan ropas muy parecidas, pero difieren en los tocados y uno de ellos en la máscara. Este mismo lleva en las manos un objeto distinto, y es el que está de espalda a los otros y al cautivo desnudo cuya máscara es también distinta. Posiblemente estas diferencias indiquen rangos o puestos religiosos o políticos, como tal vez ocurre en pinturas de Teotihuacan. El cautivo itifálico sugiere una ceremonia de la fecundidad que acercaría este relieve por su tema al anteriormente descrito. Pero esta forma parece poco mesoamericana. Esas máscaras impresionantes son un elemento olmecoide más que 01meca, y las veremos repetirse con frecuencia en otros sitios. Las figuras en movimiento y todo el espíritu de la escena, por ceremonial que ésta sea, sugieren un ambiente aún no hierático. Relieves similares en roca se encuentran ocasionalmente a todo lo largo de la vertiente del Pacífico hasta El Salvador. En una pequeña cañada, al norte de los montículos, encontró Guzmán un fragmento de una figura humana, que es importante porque de nuevo es de estilo 01 meca, y se parece notablemente a algunas del área metropolitana. Varios sitios de Morelos, como El Cortés, Atlihuayan y otros, pero sobre todo Gualupita (Fig. 35), tienen cerámica y figurillas olmecas. Algunas de éstas son anteriores al florecimiento olmeca, como ya hemos visto, y aún corresponden a ese horizonte generalizado del que después en la costa surgió la alta cultura. Por este motivo, no me parece que resulte útil ocuparse de sitios similares. En resumen, es evidente que en el Altiplano y en Morelos hubo una importantísima influencia del estilo olmeca principalmente, pero no exclusivamente, durante el Preclásico Medio. Esta infiuencia parece ejercerse en dos formas básicas: mediante colonias olmecas, como creo lo fueron cuando

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menos Tlatilco y Chalcatzingo y tal vez Gualupita, y mediante intercambios comerciales directos o no en otros sitios. El período que le sigue, frecuentemente llamado Preclásico Superior o formativo -formativo en el sentido del antecesor directo a la civilización que ha de venir-, conserva pocos rasgos olmecas. Pero en él se consolidan los elementos característicos de lo que será Mesoamérica. Hay un gran desarrollo en todos los órdenes correlacionado con un aumento muy considerable de la población, que se refleja en la aparición o crecimiento de numerosos sitios como Cuicuilco, Ticomán, el cerro de la Estrella, Xico y sobre todo Teotihuacan. Probablemente, entonces se inicia la agricultura en terrazas en los cerros para aumentar así la superficie útil, ya que el valle no sería sufici~nte. Pero, sobre todo, aparecen de lleno el ceremonialismó, esa locura de ceremonialismo que tanto ha de afectar a Mesoamérica y los rasgos urbanos. En el Tepalcate, arriba de Tlatilco, quedan restos de un templo; pero es tal vez en Cuicuilco, al sur del Valle de México, donde se erigieron los primeros conjuntos monumentales de piedra. El más antiguo fue un basamento de forma ovalada hecho aún íntegramente de tierra. Más tarde, se construye la llamada Pirámide de Cuicuilco, que es realmente un cono truncado de 25 m de alto formado por cuatro cuerpos unidos por una rampa y por escaleras. Es de piedras sin tallar, simplemente superpuestas, sin ninguna mezcla que las una. En su primera fase el edificio fue más pequeño y solo tuvo dos cuerpos; más tarde se añadieron los otros. Tal como lo vemos hoy no guarda sino un parecido general con su forma original, ya que una reconstrucción exacta no fue posible. Encima tenía un altar cuadrado recubierto de un techo de paja que formaba el templo propiamente hablando; de él solo quedan algunos rastros. Alrededor de este edificio central, otros templos de dimensiones más modestas inician esos conjuntos ceremoniales que encontraremos después en todas las ciudades monumentales; pero todavía no se presenta un verdadero urbanismo. Cuicuilco no es solo el primer conjunto de templos o edificios ceremoniales, sino que de allí proviene el primer dios conocido en la región: una figura del dios del Fuego que es también un Dios Viejo (Fig. 36). En una forma que Teotihuacan más tarde elaborará ampliamente y representará también en piedra, pero que a través del tiempo ha de conservar sus elementos característicos, se encuentra ya esta primera divinidad. Es un anciano sentado, encorvado, con las manos sobre las piernas y que lleva sobre la espalda un gran brasero donde se quemaba el incienso. Todavía tardarán bastante tiempo las representaciones reconocibles -para nosotrosde otros dioses, pero ya se inició con ese dios viejo -muy adecuadamente nombrado, puesto que es el más antiguo-, la tradición de dioses antropo71

37. Copa con bandas rojas sobre blanco. Preclásico Superior.

39. Cuenco con pies huecos. Ticomán, Valle de México.

38. Gran vaso blanco sobre rojo. Preclásico Sup

37. Copa con bandas rojas sobre blanco. Preclásico Superior.

39. Cuenco con pies huecos. Ticomán, Valle de México.

38. Gran vaso blanco sobre rojo. Preclásico Super"

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morfos que tanto aumentará. En Tlapacoya hay efigies de un antepasado de Tláloc. Muchos sitios del Valle y del Altiplano en general pertenecen a este período. En ellos han aparecido las cerámicas características que lo forman y las figurillas. Unas y otras señalan el fin del preclásico, ya que la etapa siguiente va a ser muy distinta. La cerámica es más bien policroma, blanca y roja sobre amarillo, a veces con grandes soportes (Figs. 37 a 39). Frecuentemente, se asocia a la decoración negativa y se presentan muchas combinaciones. Las figurillas, más planas y pulidas, reflejan a veces influencias del Occidente. Un antecedente de ella se encuentra en Tlapacoya, cuyo apogeo corresponde a esta época .. Los edificios mismos, y las bien surtidas tumbas allí descubiertas, son aún muy sencillos en comparación a los posteriores, pero tienen elementos, como escaleras con alfar,das, que han de perdurar. Todavía no aparece el estuco, sino que se recubre todo con lodo poco permanente y que necesita continuos remiendos -lo que nos recuerda los problemas de los arquitectos olmecas-. Varios tipos de cerámica, como el de decoración negativa, son también un antecedente, lo mismo que la pintura al fresco. Ya la encontramos, por ejemplo, en una vasija de tres cuerpos que procede de Tlapacoya. La forma, el barro, la decoración estriada son elementos característicos del preclásico. En cambio, la pintura colocada sobre una delgadísima capa de estuco es claramente un rasgo que corresponde al período clásico, donde se elaborará inmensamente. Pero es en Teotihuacan mismo donde el mundo del preclásico por fin despliega las velas y levanta anclas hacia mares más anchurosos. La época Teotihuacan I es la contemporánea al Preclásico Superior, y tiene numerosos rasgos similares o idénticos; construye, sin embargo, la masa inmensa de la Pirámide del Sol. La simple posibilidad de llevar a cabo obra tan colosal, indica sin lugar a dudas que se ha llegado a un grado de desarrollo económico, social y político que no existía antes. La Pirámide del Sol -y la de la Luna en cuanto a su posible contemporaneidad- no solo indica esto; señala para siempre el rumbo definitivo de Mesoamérica: el ceremonialismo intenso, la idea básica de que los hombres viven para servir a los dioses.

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40. Maqueta de Teotihuacan.

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IV TEOTIHUACAN

Al llegar a la sala dedicada a la cultura teotihuacana, el visitante entra de lleno a la gran civilización mesoamericana en su variante del Altiplano. los inicios de la gran ciudad deben colocarse hacia el siglo IV a. de C. Hacia 750 d. de C. desaparece. No cabe aquí un estudio formal de la cultura teotihuacana. Solo me ocuparé de aquellos aspectos que, a mi entender, son fundamentales y que explican su grandeza y su importancia¡ son los que, hasta donde puede el arqueólogo entender el arcano del pasado, nos dicen por qué existió esa ciudad, qué cosa es y cuál es su significado, no solo en su tiempo sino en lo que para Teotihuacan fue el futuro y que para nosotros es el presente: estamos en este Valle porque en él se edificó la ciudad de los dioses. En efecto, cuando desapareció en el siglo VIII dejó una herencia ilustre que habían de recoger los toltecas y más tarde los mexicas. las capitales de éstos se crearon no solo en la descendencia sino en el ambiente teotihuacano. De la ciudad azteca nació la ciudad virreinal¡ a través de esta cadena forjada por la historia, Teotihuacan es la antecesora directa de la capital mexicana. Es curioso, al estudiar las crónicas posteriores a la caída de Teotihuacan, observar hasta qué punto, ni los toltecas que inician y luego desarrollan un gran imperio alrededor de Tula, ni los chichimecas posteriores, ni los aztecas de Tenochtitlan, ninguno sabe nada de lo que fue Teotihuacan. Era una ciudad sumida en la leyenda, una ciudad tan grande, tan extraordinaria, tan misteriosa, que no era posible que la hubieran hecho los hombres. Entonces, suponen que la construyeron los gigantes e inventan alrededor de ella una serie de mitos, de hecho los mitos fundamentales de 75

la teogonía indígena. Es en Teotihuacan donde se crearon los dioses. Todos los dioses, aun aquellos que no existían en la religión teotihuacana. Es el lugar no solamente donde se hicieron el cielo y sus moradores, sino también el lugar donde se creó el Quinto Sol. Esto, con nuestra mentalidad occidental, nos deja bastante fríos. Pero en la mentalidad indígena el Quinto Sol es todo; es el mundo en que vivimos, es la era en que nos ha tocado nacer, es la luz, es el calor, es el germinar de-las plantas, es la vida misma. Sin el sol no hay nada. Se habían muerto cuatro soles antes de que en Teotihuacan, mediante el sacrificio no de los hombres sino de los dioses mismos, se creara el Quinto Sol que es el que nos alumbra. Esta importancia extraordinaria, única en la historia mesoamericana y única en el mito mesoamericano, se atribuye a Teotihuacan justamente por su grandeza y también por su misterio; porque no se sabía lo que significaba, no se sabía quién había vivido allí, no se sabía quiénes habían sido los constructores de esas ruinas inmensas. El mito es tan trascendental que, aun en la época azteca, en los albores de la Conquista, el propio Moctezuma va una vez al año a Teotihuacan a rendir homenaje a los dioses desconocidos, a esos dioses que ya pasaron, pero que todavía siguen siendo fundamentales en la mentalidad indígena. Tuvimos I,a suerte, en las exploraciones pasadas, de encontrar un sitio, muy modesto por cierto, donde casi seguramente el propio Moctezuma fue a rendir homenaje a los dioses de sus lejanos antepasados. En realidad, mil años de abandono no habían podido oscurecer el prestigio de la metrópoli que creó al Quinto Sol. Ahora, lo que nos interesa no es el mito, sino averiguar la historia de esta ciudad legendaria, no solo la más fastuosa de Mesoamérica, sino la más grande de toda la América indígena. Tiene 32 km 2 de extensión. A partir de la conquista española del siglo XVI, cuando el mito se transforma en curiosidad histórica, empieza la era de las investigaciones. Así vemos cómo los estudiosos del Virreinato que se ocupan de cosas indígenas, mencionan o estudian a Teotihuacan; no tienen datos fehacientes, pero está ahí el interés; Motolinía, 5ahagún, y más tarde 5igüenza, Gemelli Carreri, el viajero italiano, se ocupan de ella. Humboldt, quien pasó exactamente un año (1804 a 1805) en la ciudad de México, nunca fue a Teotihuacan. Claro que el viaje era un poco más complicado que hoy, pero aun así, nos parece extraordinario que el viajero por excelencia, no haya tenido el tiempo de pasarse siquiera un día en las ruinas de la ciudad que describe en su célebre libro. Se han hecho innumerables exploraciones. Notable entre ellas es la de Batres, iniciada en 1905, la cual, por muy criticada que pueda ser hoy día, es la primera en México en que el gobierno de la República se interesa en

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gran escala y proporciona no solo los fondos necesarios, sino toda la ayuda que ello significa. Después vienen las investigaciones de Gamio, no solamente dirigidas a la arqueología, sino a todos los temas de la antropología, y muchas otras. En los años recientes se ha llevado a cabo un vasto programa de exploraciones y restauraciones todavía inacabadas. En los mil años aproximados que dura Teotihuacan se desarrollan una serie de épocas, cada una caracterizada por distintos elementos, aunque todas sean, indudablemente, consecuencia una de otra, es decir, genéticamente relacionadas. Cualquier nombre que se les dé, y cualquier división que se quiera hacer, de todas maneras es indiscutible que tenemos una época 1, con sus subdivisiones, que representa el nacimiento de la ciudad, en la ctlal se construyen I?s dos edificios más grandes: la Pirámide de la Luna y la Pirámide del Sol. Le sigue una época 11, realmente el principio del esplendor, en la que no solamente existen estos dos monumentos y los otros que ya había antes, sino que se construye realmente la ciudad. En ella, Teotihuacan, en muchos aspectos, llega a su apogeo: tal vez no a su apogeo material, ni a su mayor tamaño, pero sí a su expansión imperial; su influencia se deja sentir a través de la mayor parte de Mesoamérica. Durante la época 111, que también podemos dividir en varias fases, se acrecienta aún más y la ciudad ocupa un área enorme. El fin de esta época ocurre cuando un acontecimiento, cuyos detalles desgraciadamente no conocemos, hace que la ciudad pierda una gran parte de su importancia. Cae su gran centro religioso, pero sobreviven las áreas de habitación. Durante la época IV vive ya de una vida prestada, en la cual solamente conserva el ímpetu de la carrera, pero no está creando nada nuevo y, por tanto, al fin de esa época la ciudad desaparece, hacia 650 d. de C. Desde luego, es evidente que se trata de una verdadera ciudad, ampliamente planificada, donde los edificios, y no solo los ceremoniales sino aun las casas de los jefes, seguían un patrón reglamentado, un orden preestablecido (Fig. 40), tal como sucede en nuestras propias ciudades: no podemos construir en medio de la calle, tenemos que alinearnos. Es exactamente lo que ocurre en Teotihuacan. El eje principal corre de Norte a Sur. Esto puede originarse en la idea de que las entradas de los templos debí'On estar orientadas al Oeste para que viesen la puesta del sol, como ocurre en el caso de la Pirámide del Sol, o al Este para recibir su primera luz. Pero, posiblemente, no sean éstos los únicos motivos, porque algunos edificios fundamentales, como la Pirámide de la Luna, no tienen esa posición, puesto que mira al Sur. En realidad, la idea de un eje norte-sur puede ser una vieja herencia olmeca. Si comparamos por un momento el plano de La Venta y el plano de Teotihuacan, con toda la diferente proporción que

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41. Estatua colosal de una diosa del Agua. Teotihuacan.

existe entre ambos, nos damos cuenta de una cosa curiosa: los dos ejes están orientados exactamente igual, ligeramente desviados de Norte a Sur. Muy posible es entonces, y no es el único motivo para suponerlo, que Teotihuacan haya heredado de los viejos olmecas de La Venta estas ideas de orientación. Pero en Teotihuacan, además del eje central -la mal llamada Calle de los Muertos- hay otra avenida que corre de Este a Oeste a la altura del Templo de Quetzalcóatl. Corta a la Calle de los Muertos en ángulo recto dejando la gran Plaza de Quetzalcóatl al centro de la intersección. Así queda la ciudad dividida en cuatro partes con un plaza y sus templos al centro. Es exactamente el plan que quince siglos más tarde adoptaría Tenochtitlan. De la misma manera que los templos, los palacios están divididos unos de otros por pequeñas calles formando verdaderas manzanas. Estas calles no son tan rigurosas, pero sí lo bastante para indicar que se trata de nuevo de algo planeado y no de edificios que surgen al azar o al deseo de cada individuo o de cada grupo que los construye. La ciudad indudablemente tiene un sentido que podríamos llamar clasista; al centro están los edificios dedicados a la religión, que es lo principal, los templos de los dioses y algunas de las casas de los sacerdotes. Inmediatamente alrededor de ellos, pero ya fuera de esta zona primera, están los palacios -desgraciadamente no sabemos exactamente de quiénes serían- que, por su tamaño, decoración y lujo, es evidente eran casas de personajes importantes en la vida de la ciudad. Eso sería la segunda sección; un tercer círculo estaría formado por las casas de los trabajadores especializados, que fueron absolutamente necesarios, pues aunque no los conocemos, implícitamente estamos seguros de que existieron para poder construir no solo la ciudad, sino todas las cosas que la ciudad contiene: arquitectos, lapidarios, escultores, ceramistas, etc. Finalmente, un poco más afuera, alrededor de todo esto, estarían las chozas de los trabajadores del campo, o sea de los agricultores, que eran naturalmente los productores directos y los que lograban cosechas suficientes para alimentar a la población básicamente improductiva. Este es el patrón general de la ciudad. Es un patrón similar al de muchas ciudades del mundo. Y no me refiero solamente al mundo occidental, sino a todos los lugares en la tierra donde han surgido ciudades. Por tanto, la vieja discusión sobre si Teotihuacan es o no una ciudad, sobre si no es simplemente un centro ceremonial al que acuden los campesinos y habitantes de los pueblos vecinos en los días de fiesta o en los días de mercado, pero que en realidad tiene muy pocos habitantes, resulta insostenible. A mi modo de ver, es el caso urbano primero y más notable en Mesoamérica.

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Esto no quiere decir que no tuviera antecedentes. Ya los olmecas habían logrado un mundo, si no totalmente urbano, cuando menos semi-urbano; pero la verdadera ciudad compacta, dividida en grupos, por primera vez la encontramos en Teotihuacan, sobre todo en escala tan inmensa. Pero aún hay más. A mi entender, Teotihuacan es en realidad dos ciudades yuxtapuestas, o, si se quiere una definición más correcta, un centro ceremonial junto a una ciudad. El centro ceremonial gira alrededor de las dos pirámides principales y de la sección Norte de la Calle de los Muertos hasta el río de San Juan; la ciudad propia -comercial, industrial y netamente civil- va de allí al Sur, alrededor del templo de Quetzalcóatl, aunque en parte también rodea al centro ceremonial. Esta división, sugerida por la posición de los monumentos y su probable uso, resulta más probable si nos atenemos a las fechas de su desaparición. Los cómputos de Carbón 14 indican que el centro ceremonial -la ciudad religiosa- desaparece hacia el año 350 d. de c., mientras que la otra sobrevive hasta 650 d. de C. Varios otros datos, como el gran muro tardío que interrumpe la armonía, corta edificios y aparentemente rodeaba la plaza de la Pirámide del Sol, probablemente reflejen la misma situación. La planeación de la ciudad también tuvo que hacerse de acuerdo con la situación natural que allr existía. El valle donde se construyó Teotihuacan está ligeramente inclinado de Norte a Sur. Así, la Calle de los Muertos es más alta al Norte que al Sur. Está claro que las diferencias de altura no eran importantes y se resolvían mediante escalones. Pero esta inclinación fue admirablemente aprovechada, porque no soJo lograron una perspectiva más amplia, sino que establecieron así toda su red de drenajes y la manera de llevar fuera rápidamente el agua de las lluvias. Por cierto, esta diferencia de altura resulta en un curioso hecho, del que hasta hace poco nos dimos cuenta. Y es el de que las dos pirámides, la del Sol y la de la Luna, son exactamente del mismo alto; del mismo alto no en el sentido de que una y otra. sean iguales (la del Sol es mucho más grande que la de la Luna), sinó que, como la del Sol está colocada en un terreno más bajo que la de la Luna, la altura total de las dos en referencia al nivel del mar viene a ser la misrpa. Esto, por cierto, tiene una serie de implicaciones, que francamente no veo muy claras, sobre la importancia de las dos pirámides. Nosotros partimos de la base, muy occidental, de que lo más grande es lo más importante. Tal vez no fuera así en la mentalidad teotihuacana. No es posible pensar, en vista del tamaño de la ciudad y del número de habitaciones en ella existentes (aun considerando que no fueron todas habitadas al mismo tiempo), en menos de unos cien mil habitantes en el momento de su florecimiento máximo. Cien mil habitantes nos parece a

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nosotros cantidad insignificante, cuando estamos acostumbrados a ciudades de millones; pero pensemos lo que significaba en el siglo VI d. de C. No tenemos datos .para el Oriente. Ya para entonces Roma había perdido una gran parte de su población y tenía menos que Teotihuacan. Una sola ciudad de Europa era mucho mayor, Constantinopla, entonces la gran capital del imperio Bizantino. Así que en términos comparativos de tiempo y de historia, nos damos cuenta de que la metrópoli era inmensa, y, por tanto, una metrópoli llena de problemas, llena de complicaciones. Había que alimentar todos los días a esas cien mil personas. Esto nos lleva a una serie de consideraciones de orden político y económico sobre Teotihuacan que veremos más adelante. Teotihuacan, a diferen'cia, por cierto, de sus antepasados los olmecas, es una ciudad que m'ás bien aprovecha los elementos locales. No es, como La Venta, importadora, sino una ciudad que utiliza lo que tiene allí mismo; así, la mayor parte de los edificios, y casi podríamos decir el total de ellos, están construidos con elementos que se encuentran in situ. Esto tiene importancia, no solo en el sentido de la economía teotihuacana, sino en el sentido de que demuestra por qué y hasta qué punto pudo desarrollarse esa arquitectura. Es una arquitectura nueva en Mesoamérica, una arquitectura que implantó para siempre, hasta el día de la caída de Tenochtitlan en 1521, una forma de construir. Los detalles pueden variar, por supuesto, pero la esencia seguirá siendo la misma. Pirámides, templos y palacios son a base de un talud y un tablero, no de .muros rectos. Un talud, inclinado obviamente, y un tablero vertical sostenido por lajas angostas y no muy resistentes que se encontraban allí mismo. Esto no solamente causó un tipo de arquitectura, sino que le impuso limitaciones insuperables: en el momento en que se pretende hacer un tablero más grande de lo que lo hicieron los teotihuacanos, la laja no resiste y todo se cae. De aquí que, cuando se quiere lograr una altura mayor, no se hace un tablero más grande, sino una sucesión de tableros escalonados, para que cada uno esté sostenido en la forma debida. En las exploraciones últimas nos dimos cuenta hasta qué punto esto era una complicación para el arquitecto teotihuacano. Así, cuando quería hacer un gran edificio, construía un enorme talud de la altura que él deseaba, y luego lo dividía, podríamos decir artificialmente, en los tamaños que su material le permitía. Entonces, sobre un talud atrás, que es una sola línea inclinada, colocaba parte de un talud, luego un tablero, luego otro talud y luego otro tablero. Solo así podía lograr que todo aquello resistiera al tiempo. De los grandes monumentos de Teotihuacan, la Pirámide del Sol es nó solo el mayor sino también el más antiguo. Construida casi íntegramente 81

42. Jaguar de alqbastro verdoso. Teotihuacan.

de adobes con revestimiento de piedra, tiene cinco cuerpos de diferentes dimensiones y una altura de unos 64 m. Era prácticamente cuadrangular, ya que su base mide 225 x 222 m. A diferencia de lo que ocurre en otros monumentos mesoamericanos, la gran escalera que da al Poniente no es de un solo tramo sino que se interrumpe en cada cuerpo formando un desc;anso. Los escalones, limitados por anchas alfardas, tienen la huella y el peralte casi de la misma dimensión. Nada queda del templo superior. Por tres lados está rodeada la pirámide por una amplia plataforma, pero al frente, o sea al Oeste, tiene en primer lugar un edificio adosado, hoy muy deteriorado, pero que debió de tener esculturas en forma parecida a las del templo de Quetzalcóatl. Enfrente hay una vasta plaza, aunque mucho menor que la .de la Luna, con un templ~te al centro. Otra plataforma baja separa la plaza de la Calle de los Muertos. La Pirámide de la Luna, más pequeña, pero también muy antigua en la ciudad, tiene una altura de 42 m. Es más bien rectangular con aproximadamente 120 x 150 m de lado. Un gran cuerpo adosado la separa de la maravillosa plaza que se extiende a su frente yola cual desemboca la Calle de los- Muertos. Está rodeada por doce basamentos piramidales que tuvieron otros tantos templos. Esta gran pirámide y su plaza recientemente restauradas presentan mejor que nada la grandiosidad de la arquitectura teotihuacana, su sentido de equilibrio y eternidad y el sabio aprovechamiento de los espacios libres. Entre los edificios al lado oeste de la plaza está el palacio del Quetzalpapálotl (Quetzal Mariposa), que parece haber sido una habitación sacerdotal. La parte principal es el patio rodeado de columnas de piedra íntegramente talladas con figuras de frente y de perfil del dios tutelar del sitio, pintadas sobre todo en verde y rojo. Aparte de su importancia y belleza, el edificio resultó particularmente importante ya que se logró reconstruirlo íntegramente y puede verse así "de bulto" lo que fue: si no un palacio completo, cuando menos el patio de uno de estos edificios donde vivía la aristocracia teotihuac;ana. De la plaza de la pirámide de la Luna sale la gran Calle de los Muertos, que se dirige al Sur. Originalmente tuvo más de dos kilómetros de largo. A ambos lados estuvo flanqueada por basamentos piramidales con templos encima y plataformas con habitaciones. De dicha calle, que es más bien una sucesión de plazas alargadas, salen otras varias calles y se forman a sus lados otros grandes conjuntos. Pasado el río está el edificio más importante de la época 11, el llamado templo de Quetzalcóatl o Ciudadela, con sus magníficas esculturas de piedra que decoran la fachada en forma de grandes serpientes emplumadas

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43/46. Máscaras funerarias de piedra. Teotihuacan.

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cuyas cabezas alternan con mascarones del Dios "del moño en el tocado". Atrás se ven los cuerpos y los cascabeles de las serpientes y numerosos objetos marítimos, como conchas, recordando así el tema central de la religión teotihuacana: la necesidad de implorar a los dioses para que llueva con más abundancia. En la diapositiva 6 se ve parte del edificio como ha sido copiado para el Museo. Pero sobre la copia se han pintado las esculturas con los colores, lo cual naturalmente es imposible hacer sobre el que tenía original. Más tarde, se superpone a este edificio -triunfo de la arquitectura ritual- otro, cuyo gran patio está encerrado por una armoniosa combinación de plataformas y templetes. Esta segunda construcción mucho más severa, en la que se ha buscado el efecto estético a base de grandes líneas en perfecto equilibrio, parece mucho más "clásica" que la anterior. No encontramos en la evolución de la arquitectura teotihuacana el paso de sobrio a recargado, como aparece en el arte maya. En otros aspectos, como las figurillas, Teotihuacan sí sigue el orden habitual. En los alrededores del centro religioso se han explorado ya algunas de las grandes casas o palacios que, al igual que en el caso de la arquitectura monumental, habían de marcar la pauta definitiva de las construcciones para habitación en Mesoamérica. Consisten esencialmente en uno o varios patios abiertos rodeados de aposentos. Como en los basamentos piramidales o en los templos, todo está cuidadosamente estucado, y frecuentemente los muros interiores estaban pintados al fresco con motivos muy variados. La escultura teotihuacana, si no muy abundante, es de gran calidad, como la estatua colosal de la diosa del agua, Chalchiuhtlicue, de 3.19 m de alto (Fig. 47). Fue encontrada en la Plaza de la Luna, a la sombra de la pirámide de este nombre. Es un gran cubo rígido, probablemente por el período temprano en que fue hecha, rigidez que se perdió más tarde y que se podría comparar con diferentes épocas en otras artes: por ejemplo, las muchas figuras de Apolo con su sonrisa enigmática de la temprana escultura griega, en contraste con las líneas fluidas de las telas y la admirable representación de la figura humana realista de tiempos posteriores. Una enorme masa de roca, la escultura más vasta del México prehispánico -llamada popularmente Tláloc- tal vez representa otra diosa del agua que, por su gran peso, no se terminó, ni pudo acarrearse hasta que fue llevada a la entrada del Museo. Es una escultura del estilo teotihuacano y corresponde a la época 11 de la ciudad (Fig. 7). Entre las numerosas esculturas o fragmentos esculpidos de edificios hay algunos particularmente interesantes, como el gran disco con un cráneo al centro rodeado de un adorno como de papel plegado. El reverso es idéntico al anverso. Notable también es el pequeño jaguar en alabastro verdoso

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47. Máscara teotihuacana con ojos de obsidiana .

(Fig. 42) o la estela formada de cuatro secciones que aparentemente servía

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de marcador al juego de pelota. Las extraordinarias máscaras teotihuacanas esculpidas en piedra dura son realistas y no simbólicas (Figs. 43 a 46). Son retratos de personas muertas o tal vez -como en Egipto- son idealizaciones de los rostros de altos sacerdotes o príncipes. Están hechas con una mano tan segura y con una observación tan aguda, que parecen con vida estas caras en piedra, algunas con ojos incrustados de concha y obsidiana (Fig. 47). Es posible que fueran colocadas sobre el atado del muerto, ya que no podían utilizarse sobre el vivo. Para sostenerlas son los agujeros en la frente y las orejas. En La Mixteca, muchos siglos más tarde, un entierro tenía sobre la cara una máscara de madera con mosaico de turquesa. Las figuras de los dioses con atributos reconocibles, que habían empezado en Cuicuilco, ya están tcidas presentes en Teotihuacan. Claro que algunos dioses son un invento posterior, pero el viejo dios del Fuego (figura 48), Tláloc (Fig. 49), Xipe -y muchos otros-, no solo aparecen en las exploraciones de la gran ciudad sino que a veces están admirablemente representados. Una gran escultura en barro de Xipe Totec -"Nuestro Señor el DesolIado"-, encontrada en Teotihuacan, pertenece a un período muy tardío c~ando ya la ciudad estaba en decadencia. Lleva un tocado terminado en puntas como de cola de golondrina, y sobre la cara y la parte alta del cuerpo se ha puesto la piel de la víctima, parcialmente enrollada alrededor del cuello. Los adornos en los brazos, el taparrabos, las ajorcas y las sandalias son característicos del dios. La vasija que lleva en la mano está terminada en forma de garra de jaguar, forma muy característica del fin del período clásico en el Valle de Oaxaca. Estamos acostumbrados, en las monocromas ruinas indígenas de hoy, a solo ver la piedra oscurecida por los siglos; e!1 realidad, no fueron así en modo alguno. Todos los edificios estaban estucados; el estuco se dejaba blanco o pintado de vivos colores. Esto, que nos asombra y en cierto modo nos repele, es lo mismo que ocurre en todas las artes antiguas. Nos horrorizaría hoy en día que Venus tuviera los labios rojos o el cuerpo pintado color de carne. Pero si queremos reconstruir, cuando menos en la imaginación, cómo debió ser una ciudad del México prehispánico, y muy particularmente cómo debió ser Teotihuacan, tenemos que imaginárnosla llena de colores. No solo se pintaba el exterior de los edificios, sino que la gran mayoría de los muros interiores estaba recubierta de frescos, ya sea con motivos simplemente decorativos o con escenas o figuras. La pintura parece ser la última de las grandes artes en hacer su aparición. Desde tiempos 01 mecos

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48. El viejo dios del Fuego. Teotihuacan.

está la gran escultura en piedra brillantísima mente representada en IQS monolitos de La Venta, de Tres Zapotes, o de San Lorenzo¡ pero, entonces, todavía la arquitectura apenas puede llamarse un arte. Más tarde empieza a surgir y, al iniciarse el período clásico, en Teotihuacan toma sus formas definitivas. Es la pintura la más tardía, la que aparece -no en una vasija o en un pequeño objeto, sino decorando un muro entero- solamente en los albnres de la época clásica. La encontramos en algunas tumbas de Monte Albán 11, o en otros sitios modestamente representada. Después, recubre en gran cantidad los edificios teotihuacanos. Precisamente por este orden de aparición de las artes, es por lo que, hasta donde sabemos, la pintura mural jamás llega a la región del occidente de México, siempre a la zaga en relación a las otras áreps de Mesoamérica. Llega allá la escultura, más tarde se hacen edificios que ya indican una verdadera arquitectura, pero no conocemos un solo mural de esa región. En Teotihuacan, las exploraciones han encontrado una cantidad extraordinaria y sensacional de frescos murales y es indudable que todavía están "enterrados muchísimos más. Se ha discutido hasta qué punto estas pinturas que se encuentran a todo lo largo de Mesoamérica son verdaderos frescos o como se les ha llamado a veces "frescos secos". La diferencia consiste naturalmente en que en el primer caso, al igual que los frescos famosos del Renacimiento italiano, la pintura se coloca sobre la cal aún húmeda, lo que le permite absorber los pigmentos y formar una sola masa, es decir, no puede borrarse. En cambio, en el fresco seco la pintura simplemente queda sobrepuesta sobre el aplanado. Parece que en Teotihucan, cuando menos en muchos casos, se trata de verdadero fresco hecho sobre el muro aún húmedo¡ probablemente lo mismo ocurre en Bonampak y en los frescos famosos de Chichén Itzá. Por supuesto que este sistema, más perfecto por un lado, tiene para el artista un inconveniente muy grande, y es que necesita terminar su obra rápidamente cuando el muro aún está fresco, pues en cuanto se seca ya no será posible hacerlo. En otras palabras, no hay sino dos maneras de trabajar al fresco: o bien pintar a una velocidad extraordinaria, lo que naturalmente no es posible, o bien pintar cada día solamente un fragmento. Esta es casi con seguridad la forma en que se pintaban los frescos mesoamericanos. En Chichén Itzá, donde se ha hecho un estudio muy cuidadoso de ello, es evidente que así se hi:z:o¡ es decir, que los pintores se daban tareas, como- las llaman, y diariamente pintaban ese espacio. En el caso de Teotihuacan, tal vez los artistas hayan seguido otro procedimiento,o sea el de pintar todo el muro mientras aún se conservaba fresco, en un espacio que no podría pasar de un par de días, pero utilizando varios pintores a la vez, que adelantaban rápidamente. Naturalmente que esto

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presupone, aún más que en el otro caso, un modelo ya establecido, es decir, un dibujo que simplemente se va trasladando al muro y llenando de colores. Así el maestro, el artista principal, dibujaría las grandes líneas, que eran seguidas por los demás, y rápidamente corregiría los errores principales que hacían sus subordinados. Las pinturas utilizadas eran de tierra, verdaderas pinturas naturales. Algunos cronistas dicen que se usaban pinturas vegetales, pero esto es probablemente un error en lo que concierne a los frescos, y probablemente se refieren a las pinturas que se utilizaban para teñir las telas y otros materiales de este tipo, pero no para pintar los frescos. Poco sabemos de los implementos del pintor; es seguro que debió de tener algún tipo de pincel, probablemente formado por pelo o la cola de algún animal, y se han encontrado pequeños objetos que sugieren verdaderas paletas. Por lo general, una vez el mural pintado se pulía con cuidado para darle un acabado muy perfecto, generalmente brillante, y por tanto contrario a nuestra estética de hoy, en que los frescos son opacos. La pintura indígena fue básicamente dibujo hecho con líneas negras, cuyos espacios luego se rellenaban con colores planos. No usa para nada el claroscuro, ni sombrea sus figuras, ni intenta la perspectiva. Las distancias quedan sugeridas colocando más arriba los objetos que están más lejos y más abajo los objetos que están más cerca. Sin embargo, esto no es precisamente así en la mayor parte de los casos, por un motivo muy distinto del estético: el motivo de la importancia que había que dar a cada figura. Entoncés, como sucede con frecuencia en el.arte egipcio, la figura más importante es más grande y las secundarias son más chicas, sin que esto tenga nada que ver con la distancia a la que están representadas. También como en Egipto, la figura humana aparece casi siempre de perfil, aunque en Teotihuacan hay excepciones. Todo el arte es anónimo. Nuestra idea del pintor firmante de sus cuadros hubiera sido extravagante para el pintor mesoamericano. Lo mismo sucede, por cierto, en todas las artes y, de hecho, en la mayor parte de las cosas. Así; mientras nosotros y muchos otros pueblos colocamos sobre la tumba el nombre de la persona allí enterrada, esto jamás ocurre en una tumba mesoamericana, aun las más suntuosas, las más individualizadas, las que pudiéramos llamar más faraónicas, como la tumba de Palenque. No llevan para nada el nombre del personaje que las erigió. Tal vez esto sea, como en otras culturas, no solo el resultado de un rasgo general sino del sentido mismo del arte, ya que es un arte religioso, un arte que se dedica a los dioses y a implorar a los dioses. Entonces, poca importancia tiene quién haya sido el hombre que lo hizo o quién haya sido el hombre o el

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grupo de hombres que lo ordenaron; lo que importa es complacer al dios y obtener así de él los favores que se le piden. Todavía es difícil hacer una cronología de las pinturas teotihuacanas que conocemos, aunque en algunos casos, por haberse hallado en distintas posiciones estatigráficas o bien por encontrarse en edificios más antiguos o más recientes, podemos indudablemente colocarlas en diferentes períodos. Sin embargo, tomándolas en su conjunto, ya que la división cronológica es aún confusa y requiere un estudio mucho más profundo, podemos encontrar en Teotihuacan una serie de temas pictóricos o de estilos de pintar bastante distintos. En primer lugar, está lo que podríamos llamar el estilo de las grandes representaciones ofi~iales. Aquí se trata de dioses, o bien de sacerdotes, generalmente varios de ellos en fila, vestidos como los dioses. Traen complicadísimos atuendos, inmensos tocados, una gran cantidad de joyas de jade o de otras piedras finas. Indudablemente están celebrando algún acto ritual. Así, por ejemplo, de las manos de Tláloc frecuentemente salen una serie de objetos también de jade, que simbolizan la lluvia, el resultado de las oraciones que los fieles han hecho al dios de las aguas. Son casi jeroglíficos y todo tiene un sentido ritual y esotérico. Se trata de oraciones y no de arte por el arte. Pero como felizmente los pintores eran artistas, han dejado composiciones admirablemente coloreadas y equilibradas con gran sentido de línea y movimiento. Tal como sucede en los vitrales de las catedrales medievales, el arte es soro un accidente; lo fundamental es el simbolismo religioso. Hay un esfuerzo consciente por la simetría en las composiciones. Son sobrias, dignas, y, aunque generalmente muy policromas, tienen un extraordinario refinamiento de color. En Atetelco, por ejemplo, se escogió como un motivo básico una sencilla red extendida, colocando figuras del dios de la Lluvia en los huecos dejados por las mallas. Todo está pintado en rojo, pero en tres tonos: puro, mezclado con cal blanca y rebajado con agua para dar un rosa pálido. El resultado es un verdadero alarde de equilibrio de masas casi monocromas, en exquisita armonía. Las caras, las actitudes, el uso de ciertos signos convencionales para indicar, por ejemplo, la palabra o el canto, son enteramente estereotipadas; no se trata de individualismo alguno y solo se reconoce un dios de otro, o los sacerdotes de un dios y un sacerdote de otro, por el tipo de vestiduras o de adornos que llevan o por la máscara que tienen sobre la cara. En otro grupo de pinturas no aparecen figuras humanas sino exclusivamente animales, animales que por supuesto tampoco pretenden ser realistas sino tal vez nahuales de los hombres o nahuales de los dioses; jagua91

49. Vaso de jade representando a Tláloc. Estilo teotihuacano. Nanchititlán, Estado de México.

50. Vasija efigie de barro anaranjado delgado . Teotihuacan.

49. Vaso de jade representando a Tláloc. Estilo teotihuacano. Nanchititlán, Estado de México.

- . Vasija efig ie de barro anaranjado delgado. Teotih uaca n.

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res, pescados, aves, serpientes se mezclan a veces en escenas violentas, en lucha unos con los otros. A veces, al contrario, son jaguares muy pacíficos. En otros casos, la pintura se vuelve casi abstracta; ya no hay hombres, animales, ni objetos reconocibles, sino simplemente figuras creadas por la imaginación del artista; tal ve.:z; fueran comprensibles en su tiempo, pero hoy es difícil entenderlas. Algunas, evidentemente, no significaban nada, eran simples motivos decorativos, frisos u ornamentos que se colocaban ya sea como un marco alrededor de la pintura principal o, en algunos casos, como enelTemplodel Quetzalpapálotl,solos,es decir, formando el motivo principal. Pero al lado de estos frescos religiosos, de animales o abstractos, tenemos algunos ejemplos de frescos mucho más descriptivos o realistas; realistas no necesariamEtnte en cuanto a la forma de pintar sino en cuanto a la idea que preside en su creación. Dos ejemplos son particularmente ilustrativos: el de la ofrenda a los dioses y el Tlalocan de Tepantitla. El primer fresco, descubierto hace muchos años y hoy desgraciadamente desaparecido, muestra un templo a cada lado. Entre ellos hay cuando menos doce figuras de pie, sentadas o en cuclillas, que aparentemente están dedicadas a ofrecer objetos a los respectivos templos. Así, una lleva en las manos una paloma y una vasija, otras una bola de copal decorada con una pluma verde, o platos con pequeños objetos como tortillas. Los vestidos son a veces muy sencillos, el simple maxtlatl, un collar de jade y sandalias, pero otras figuras más elegantes lucen vastas enaguas que les llegan hasta el suelo con bordes crenelados, y una de ellas, particularmente, tiene algo extraordinario ya que el vestido parece cortado, es decir, con mangas y con pantalones. Aunque la reconstrucción deja mucho que desear, hay una gran abundancia de datos culturales ind~cados allí. Pero aún más interesante es el fresco del Tlalocan. Representa en general el paraíso del Dios de la Lluvia, al cual solo llegaban, de acuerdo con lós ideas indígenas, aquellos que habían muerto ahogados o como consecuencia de enfermedades adscritas al agua. No se trata, pues, de un premio -y por lo tanto nuestra palabra paraíso es incorrecta-; es un lugar de deleites adonde van algunas personas, no por sus méritos, sino por la forma en que murieron. La puerta de entrada al aposento divide la composición en dos partes. De ambos lados, arriba está una gran figura del Dios de la Lluvia muy adornada y arrojando gotas de agua; pertenece a las grandes figuras divinas que ya hemos mencionado. Pero abajo es donde aparece el estilo que estamos describiendo. Al centro, a la derecha del espectador, hay una montaña de la que sale un gran río que corre hacia ambos lados. Tanto en el agua del río como en la montaña, que es toda de agua, están na-

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dando varios hombres y se pueden ver peces, plantas y animales acuáticos. Esta montaña de agua y su río simbolizan el lujo más extraordinario en que podía pensar un teotihuacano. La falta de agua, el eterno problema del Altiplano mexicano, ya se hacía sentir naturalmente desde entonces para una sociedad fundamentalmente agrícola; un año sin lluvias era un desastre. Con seguridad a esto se debe la inmensa popularidad del Dios de la Lluvia, que vemos representado en todas partes; y aquí, en su paraíso, ¿qué podía ser más idóneo que esta abundancia. de agua? Alrededor hay numerosas figurillas, todas masculinas, jugando, deleitándose, hablando o cantando, cazando mariposas entre árboles, frutas y flores. Esta pintura es muy importante porque, más que su interés estético, representa prácticamente una filosofía, la filosofía de un pueblo muerto que no dejó nada escrito y que, por lo tanto, es tan difícil d~ recobrar. Al representar el sitio paradisíaco, el artista teotihuacano muestra lo que él considera la vida perfecta, el sitio de todos los deleites, el lugar donde se dan en abundancia todas las cosas que en la vida real son valiosas: aquí hasta las piedras son de jade. No hay una sola mujer representada ni, por tanto, el menor interés sexual, así como no hay el menor interés tampoco en la belleza del cuerpo humano. ¡Qué violento contraste con el paraíso de Mahoma, con las huríes, las comodidades, los cojines y las fuentes! En Teotihuacan es un mundo sencillo, un mundo de placeres casi infantiles, de juegos de niños. En realidad, el tema central es la exhuberancia de la naturaleza, la riqueza que produce el agua, cuya falta es la etern,a pesadilla de México, la tierra seca que hace sufrir al agricultor. Es frecuente en Teotihuacan 11 la cerámica con un baño negro muy pulido y fino, mientras que la de Teotihuacan 111 es fundamentalmente anaranjada, delgada, pulida (Fig. 50). Es general en la meseta central y aparece en Oaxaca y otros sitios contemporáneos. Los vasos cilíndricos trípodes, con tapa, son típicos y muy importantes, ya que también aparecen en Kaminaljuyú, en Oaxaca, y en otros sitios. Con cierta frecuencia, estos vasos están decorados con la técnica llamada al fresco, que modestamente había empezado en el Preclásico Superior y de la que ya nos ocupamos anteriormente. En Teotihuacan se emplearon numerosos colores, sobre todo el verde, el rojo y el amarillo en combinaciones variadas y frecuentemente muy bellas. Generalmente, representan dioses o animales más o menos conectados con el culto, todo ello rodeado de plantas o adornos diversos. Están construidas las escenas e iluminadas con tal habilidad, que seguramente los autores fueron verdaderos pintores profesionales, tal vez los mismos que decoraron los muros de la gran ciudad.

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En otros casos, la decoración es en champlevé; y fuera de lo común es el vaso de Ic;¡ diapositiva 13. Ya formada la pieza, pero antes de cocerse, le incrustaron pequeños discos de ónix. Al quemarse el barro quedaron per-. fectamente adheridos a las paredes de la vasija. Toda ella -como de hecho es frecuente en Mesoamérica- fue cubierta con cinabrio para dar ese bello color rojo. Por supuesto que todas estas piezas no pudieron ser de uso, ya que son muy frágiles las decoraciones, y solamente se emplearon para fines ceremoniales y mortuorios. Estos vasos trípodes se encuentran, más alargados pero de forma general idéntica, hasta en la zona maya. Allí por lo general la decoración -hecha con la misma técnica- varía en el sentido de tomar el estilo de la región. Sin embargo, plg~nos excepcionales en Tikal o en Kaminaljuyú son evidentes importaciones de Teotihuacan o están copiados sobre modelos teotihuacanos. Todo ello es una de las pruebas de la inmen~a expansión del estilo y de la influencia de la metrópoli del Altiplano. En esta época, se descubre en Mesoamérica el uso del molde para las figurillas y adornos, lo que, a la larga, resulta desastroso artísticamente, pues se vuelven mecánicas y producidas en serie. Las figurillas, llamadas "retrato", están llenas de vida y animación antes de que su producción en masa les haga perder su individualidad. Parecen estar siempre en movimiento, bailando, hablando, vueltas de un lado para otro, o tranquilamente sentadas sobre bancos. Casi siempre están desnudas. Cabe mencionar también las figuras articuladas, con las piernas y los brazos separados del cuerpo, pero unidos a él tal vez con hilo. ¿Fueron muñecos para jugar o fueron figuras cuyo símbolo todavía no encontramos claramente? Preciosas figurillas de jade o piedra verde son muy características y se copiaron en muchos lados (Figs. 51 y 52). La fase final, Teotihuacan IV, es excesivamente barroca, indicadora de los últimos momentos de la gran cultura. Aunque hechos desde épocas anteriores, ahora florecen los grandes braseros que representan al dios en su templo. La parte baja es hueca y todo el "edificio" es realmente la tapa del brasero. Atrás llevan un tubo, también de barro, que permite la salida del humo. Aunque todos de los muchos recobrados son distintos, hay una identidad técnica en cuanto a la manera de hacerlos y una similitud simbólica. Sobre un armazón de placas más gruesas de barro se colocan todos los adornos ya hechos -a veces en moldes- pero aún frescos. Solo al cocerse quedan adheridos al ar~azón. Por supuesto, son sumamente frágiles y a ello se debe que todos los que posee el Museo hayan sido reconstruidos; felizmente, hay muchos datos que permiten confiar en la precisión de esas reconstrucciones. Todo ello estaba pintado de vivos colores, y frecuente-

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51. Figurillas de jade. Teotihuacan.

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mente placas de mica están colocadas dentro de los adornos circulares. Al centro siempre está la cara del dios -lo que es suficiente en el arte mesoamericano para representar a la deidad entera-o Posiblemente, la cara del dios sea el fragmento que todavía conserva algo de su color, y lleva sobre la cabeza una airosa pluma cuyo movimiento contrasta bellamente con la serenidad de los rasgos de la divinidad y la geometría de sus enormes orejeras. Un objeto sin parecido conocido en Mesoamérica fue hallado en las recientes· exploraciones de La Ventilla, dentro de la antigua ciudad de Teotihuacan. Representa la vasija en cuestión a un quetzal o aguililla de barro café con decoración modelada e incisa. Pero lo extraordin~rio son los objetos añadidos al barro: una gargantilla de placas de hueso y abajo un collar de dos filas ·-falta una- de pequeños estrombos marinos¡ alrededor de la boca de la vasija una fila de pequeños caracoles completa el ornato del cuerpo. En la cabeza tiene un plumón de conchas rojas, mientras los ojos son de jade y conchas del mismo color. Motivos usados en el arte teotihuacano, desde su principio hasta su fin, en la pintura, escultura, cerámica y arquitectura, son sumamente variados: hay temas calendáricos, incluyendo el símbolo del año, usado después en los códices mixtecos¡ tambié~ numerales de puntos y barras, símbolos del planeta Venus, y glifos. Entre las formas de escritura jeroglífica encontramos ojo de ave, "la diosa 7 serpiente, tigre, turquesa, y otros, que muestran conocimiento del calen~rio y la escritura. El arte teotihuacano no es trágico como el futuro arte de los nahuas, pero tampoco tan alegre o dionisíaco como el de Tajín. Tiene un elemento de inmortalidad, de serenidad inmutable, y vive tanto en la macicez de sus Pirámides como en las espléndidas máscaras de piedra con sus perfectas caras anchas. Al fin se vuelve florido y en extremo barroco, pero en ~u apogeo es típicamente un arte clásico. Este ordenamiento, esta serenidad son notables, también, en la planificación. de la ciudad, a lo largo de un eje central. Todo esto nos muestra la riqueza extraordinaria de una ciudad como Teotihuacan¡ no solo en construcciones, sino en pintura, escultura y artes menores. Todo ello es un arte de verdaderos profesionales. Ya no se trata de la arquitectura que surge del aficionado o de pintores ocasionales. Ahora bien, el mundo del profesional que no es directamente productivo, no puede existir naturalmente sino en una sociedad bastante avanzada, que ya tiene toda una organización social y política, que permite la existencia de gentes que producen estas obras. La agricultura local era obviamente insuficiente para alimentar a toda esta población¡ las otras bases económicas, creo, eran el imperio y el co-

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52. Figurillas de jade. Teotihuacan.

los de jade. Teotihuacan.

mercio. El mundo teotihuacano de ninguna manera se confina a la ciudad; es un mundo infinitamente más grande. Es evidente que todo el conjunto del Valle de México, la mayor parte de lo que es hoy el Valle de Puebla con su capital en Cholula, y parte de la región hidalguense, cuando menos, I eran lo que podríamos llamar la zona metropolitana de Teotihuacan. En esas áreas, durante la época teotihuacana, no se encuentran objetos qUE no sean teotihuacanos. Esto no quiere decir que hayan sido necesariamentE, I hechos en Teotihuacan; quiere decir que pertenecen exactamente a la misma cultura. Pero fuera de esta área metropolitana, a través de toda Mesoamérica, encontramos objetos y restos de la cultura teotihuacana. Aquí ya no se trota del área central en la que no hay más que una cultura, sino que se trata de otras regiones en las que, sobre la cultura local o combinada con ella, existen una serie de rasgos teotihuacanos. Es esto lo que permite hablar de un Imperio Teotihuacano; un imperio en el sentido de que los teotihuacanos no se quedaron dentro de su área metropolitana, sino que salieron de ella y se impusieron sobre diferentes culturas o pueblos. Naturalmente, estos pueblos no perdieron su cultura propia sino que la adaptaron o la amalgamaron con las ideas y los productos teotihuacanos. Esto es muy claro en sitios como el Ixtépete, en Jalisco, en sitios de Veracruz como Cerro de las Mesas, clarísimo en Monte Albán y aun en la zona maya; exploraciones recientes en el Petén, en Guatemala, y sobre todo en Tikal, han demostrado no solo la presencia de objetos teotihuacanos (que podían, en último caso, aunque es difícil, haber sido llevados todos por comercio), sino de edificios teotihuacanos. Por primera vez, recientemente, se encontró en Tikal un edificio con talud y tablero, es decir, construido con un sistema totalmente ajeno al mundo maya e indudablemente de estilo teotihuacano. No quiero por eso suponer que el Imperio Teotihuacano fuera una unidad compacta y sólida, sino simplemente que hubo destacamentos o grupos teotihuacanos, pero grupos militarmente llevados, que se establecieron, poco o mucho tiempo, en todos esos sitios. La influencia, la irradiación teotihuaca na, fue tan tremenda, sobre todo alrededor del siglo 111 o IV, que no solo abarcó el total de Mesoamérica, sino que en casi todas partes dejó un sello de tal manera fuerte, que se conservó (cuando menos rastros de él) hasta el fin de la civilización indígena. Esta expansión imperial es la que permitió el comercio con casi todas las áreas de Mesoamérica, y este comercio debe de haber sido una de las más importantes bases económicas que aceleraron la expansión y lograron no solo sostener a los habitantes de la metrópoli sino permitir su aumento. Cuando desapareció el poder y empezaron a fallar las importaciones, Teotihuacan empezó a declinar.

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V LOS TOLTECAS

Parcialmente contemporáneas de Teotihuacan, pero con una vida que se prolonga mucho más tiempo, son dos ciudades: Cholula y Xochicalco. Cholula, en Puebla, tiene, aunque en muy mal estado, la pirámide más grande jamás construida en México, y probablemente el edificio más vasto de la América precolombina. Durante todo el tiempo del apogeo de Teotihuacan, Cholula parece haber sido una especie de segunda capital, ya que el Valle de Puebla, como hemos visto, formaba parte, junto 'con el Valle de México, de la zona metropolitana del Imperio Teotihuacano. Así es que durante esta época los objetos arqueológicos en Cholula son prácticamente idénticos a los teotihuacanos aunque infinitamente menos ricos. Pero, después de la caída de Teotihuacan se inicia en Cholula una nueva etapa en la que predomina fundamentalmente la cultura mixteca. Como son pocas las diferencias esenciales entre la cultura mixteca en Cholula y la cultura mixteca en La Mixteca misma, dejaremos este tema para cuando tratemos de las culturas de Oaxaca. Xochicalco, en cambio, es muy distinto. Es también un viejo sitio habitado desde el preclásico pero que durante la época intermedia entre la caída de Teotihuacan y el apogeo de Tula toma una gran importancia. Hoy en día sus monumentos, sobre un cerro bastante elevado en el Estado de Morelos, son particularmente interesantes. Debido probablemente a su posición yola belleza de los relieves de su monumento principal, Xochicalco es una de las ciudades que primero atrajeron la atención de los Ilustrados. En la segunda mitad del siglo XVIII, en 1791, publica la Gaceta de Literatura un suplemento escrito por el célebre don José Antonio Alzate y Ramírez dedicado a una descripción de 101

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las antigüedades de Xochicalco. Todo a lo largo del siglo XIX, innumerables viajeros y estudio~os se ocupan de las ruinas, y en este siglo se han hechos numerosas exploraciones que no solo han permitido un conocimiento mucho mayor de las antigüedades de la ciudad, sino que han descubierto muchísimos nuevos monumentos. Conocida es la pirámide, pequeña pero de bellas proporciones, íntegramente cubierta con bajorrelieves en un estilo extraordinario que combina lo maya con muchos elementos del Altiplano de México. El edificio consta de dos cuerpos, con su talud, tablero y una cornisa volada; está orientado hacia et Oeste, ya que allí queda la escalinata. En los cuatro lados del primer cuerpo, e interrl!mpidos solo por la escalera, se desarrolla el motivo principal:. la serpiente emplumada, es decir, el símbolo de Quetzalcóatl; magníficas cabezas con sus penachos de plumas y fauces de lengua bífida, hacen de estas serpientes una realización notable. Muy interesantemente, entre las ondulaciones del cuerpo de los ofidios, se colocaron figuras humanas sentadas a la oriental y que son las que sugieren una cierta conexión con el mundo maya. Pero no es éste el solo interés de los bajorrelieves, sino que hay en ellos, además, una serie de jeroglíficos cuya lectura es todavía controversia!, pero que parecen indicar, entre otras cosas, un cambio del calendario. Una serie de motivos son alusivos al fuego; también se encuentran en el segundo cuerpo, aunque éste, desgraciadamente, está en muy mal estado y ha perdido una gran parte de su decoración. Además de ser un monumento dedicado a Quetzalcóatl, que como hemos visto parece ser el dios principal y que tanta importancia tuvo en el futuro, probablemente el monumento señala una reunión de sacerdotes durante la cual se hace una corrección del calendario, como sucede por· ejemplo en el célebre Altar de Copán. Otro edificio muy importante es el palacio. Debió de ser la habitación de uno o de varios grandes jefes; siguiendo el viejo sistema mesoamericano, se trata de patios rodeados por aposentos. Uno de ellos, por cierto, parece haber sido un temazcal, o sea uno de esos baños de vapor que sabemos existían en casi todas partes. El edificio no solo tiene, en términos generales, la caract.erística arquitectura civil mesoamericana sino algunos detalles que se vendrán repitiendo todo a lo largo del mundo tolteca y que encontramos hasta el fin en ciudades como Mitla y Yagul: largos c~artos angostos con dos columnas dividiendo la entrada en tres secciones. Xochicalco fue seguramente una ciudad letrada, ya que aparte de los jeroglíficos mencionados, hay un buen número de estelas con inscripciones. El Museo posee, felizménte, tres estelas recientemente encontradas, de magnífica ejecución, las cuales, gracias a que habían sido enterradas durante

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55. Bajorrelieve en la banqueta del palacio. Tula.

muchos sig los, aún conservan su pintura roja. Tienen no solo figuras de Quetzalcóatl, probablemente el Dios de Xochicalco, sino tamb ién una serie de' jeroglíficos que combinan la escritura de Oaxaca con la escritura del 'Altiplano. Muchos objetos de primera calidad han aparecido en los entierros y ofrendas de Xochicalco, pero ninguno es comparable a la cabeza de perico (Fig. 53) ~sculpida en forma genial y que enorgullecería al taller de Henry Moore. Recientemente fue hallada la soberbia vasija de alabastro con tres pies sólidos y decorada con un panel en cloisonné donde se usaron el verde, rojo, blanco, negro y amarillo. Al centro de un marco doble está un ave con el cuello apoyado sobre un jeroglífico. El cuerpo está hacia arriba y las cuatro grandes plumas de la cola rematan la composición. Es de un estilo seguro, que refleja en un pequ'eño objeto el gran avance de Xochicalco. Hay también en Xochicalco un juego de pelota con an illos, tal vez los primeros anillos aparecidos en el Altiplano, a diferencia de los juegos de pelota antiguos, que no los tenían. Este es prácticamente idéntico al juego de ' pelota en Tula y establece una contemporaneidad entre ambas ciudades. Muestra una vez más cómo Xochicalco, que en parte, como ya dijimos, fue contemporánea de Teotihuacan, sobrevive a la caída de ésta y continúa subsistiendo a lo largo de la época tolteca. Pero si su importancia arqueológica es considerable, si su sitio es particularmente bello y bien escogido y uno de los pocos defendidos que conocemos en esta región, es la historia, cuando menos la historia como la ha reconstruido Jiménez Moreno, lo más importante de Xochicalco. De allí parece venir la familia de la mujer de Mixcóatl, mujer ésta que, como veremos dentro de un momento, fue la madre del personaje más ilustre del México antiguo, Ce Acatl Topiltzin, conocido generalmente como Quetzalcóatl. La última fecha maya conocida, dentro del sistema de la cuenta larga, es del año 909 de nuestra era. Por una curiosa coincidencia es solo un año anterior a cuando hacen su irrupción en el Valle de México las hordas capitaneadas por Mixcóatl, probablemente originarias de la región de Ja-

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lisco o del Sur de Zacatecas. A estos seguidores de Mixcóatl los conocemos genéricamente con el nombre de toltecas. Salvo que correspondían a un nivel cultural más bajo, son bien desconocidas estas gentes antes de su llegada al Valle. De hecho, los únicos documentos que se refieren a esa época anterior son más bien míticos. La leyenda de los Soles dice que, habiendo muerto cuatro soles, los dioses mismos se reunieron en Teotihuacan y de su sacrificio nació el Quinto Sol, que significa la nueva humanidad. Corresponde a la familia náhuatl, que va a vivir la época histórica o postteotihuacana. La arqueología ha comprobado la idea básica del mito en el sentido de que a la llegada de estos nuevos futuros dominadores ya hacía mucho que había desaparecido la grandeza teotihuacana y ellos tienen que iniciar una nuev.a época. Los toltecas encuentran en el Valle a otros grupos que los habían precedido y que habían asimilado los restos del mundo teotihuacano. De esta combinación surge ppco a poco lo que llamamos la cultura tolteca. Mixcóatl y sus hordas se imponen y, con el tiempo, establecen una organización política. Por primera vez en la historia del centro de México, tenemos no un grupo anónimo sino un grupo concreto y, lo que es más, un jefe cuyo nombre conocemos, Mixcóatl, personaje que debió ser extraordinario y cuyas cualid~des e influencia repercuten a través de las crónicas indígenas. Con él se inicia la etapa histórica. Aparentemente, en poco tiempo Mixcóatl conquista el Valle. Establece su capital en Culhuacán, entonces una ·península del Cerro de la Estrella. Esta capital, casi rodeada por agua, no solo nos recuerda lo que después será Tenochtitlan, sino que indica la necesidad de una posición defensiva. El imperio de Mixcóatl crece rápidamente. Desborda las márgenes del Valle, conquista en la región de Toluca, en la de Teotlalpan y en Morelos. Es aquí donde en una de sus campañas, según nos dice una crónica, se encontró ante una mujer joven y hermosa que no era una tolteca: "a su encuentro salió la mujer Chimalman, que puso en el suelo su rodela, tiró sus flechas y su lanzadardos y quedó en pie desnuda sin enaguas ni camisa. Viéndola Mixcóatl, le disparó sus flechas; la primera que le disparó, nomás le pasó por encima y ella sólo se inclinó; la segunda que le disparó, le pasó junto al costado y nomás doblegó la vara; la tercera que le disparó, solamente la cogió ella con la mano; y la cuarta que le disparó, la sacó por entre las piernas. Después de haberle disparado cuatro veces, se volvió Mixcóatl y se fue. La mujer inmediatamente huyó a esconderse en la caverna de la barranca grande. Otra vez vino Mixcóatl a. aparejarse y proveerse de flechas; y otra vez fue a buscarla y a nadie ve. En seguida maltrató a las mujeres 105

s,

SU' a. En su pico, el jeroglífico de la sangre. lápida. Tula

57. Haces de flechas cruzadas sacrificio. lápida. Tula.

y símbolo de

de Cuernavaca. y dijeron las mujeres de Cuernavaca: «Busquémosla». Fueron a traerla y le dijeron: «Te busca Mixcóatl; por causa tuya maltrata a tus hermanas menores».. . Nuevamente fue Mixcóatl y otra vez ella le sale al encuentro; está de igual manera, en pie descubriendo sus vergüenzas; de igual manera puso en el suelo su rodela y sus flechas. Otra vez con repetición le dispara Mixcóatl, sin ningún resultado .. . Después que esto pasó, la toma, se echa con la mujer que era Chimalman, la que luego se empreñó." Chimalman significa "mano-escudo", nombre que evidentemente merecía la esforzada mujer que después fue la madre de Quetzalcóatl. Precisamente por este hijo nos hemos ocupado tanto de su historia. El niño, nacido en el exilio, ya que su padre Mixcóatl había muerto asesinado por uno de sus capitanes que usurpó el trono de Culhuacán, se llamó en realidad Ce Acatl Topiltzin. Siendo niño muere su madre, y entonces es recogido y educado por sus abuelos maternos, que vivían cerca de Tepoztlán. Tepoztlán pertenecía culturalmente al área de Xochicalco, donde se habían conservado -tal vez más que en ninguna parte en la región central de México- algunas de las tradiciones y parte de la cultura teotihuacana. Así, el niño tuvo la oportunidad de asimilar esta educación, muy superior a la que pudieran darle los toltecas. Con el tiempo, debido a sus grandes cualidades y al prestigio de su nacimiento, se convierte en el sumo sacerdote del dios Quetzalcóatl, y en-

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58. Lápida con jaguar sedente. Tolteca.

tonces toma¡ de acuerdo con la costumbre indígena¡ el nombre del propio dios con el cual lo conoce la historia. Por cierto¡ esto ha sido motivo de innumerables confusiones entre el dios antiguo¡ el rango sacerdotal que siempre existía y llevaba ese nombre¡ y la figura personal de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl. Mientras Quetzalcóatl crece¡ el usurpador reina en Culhuacán; pero cuando el hijo de Mixcóatl llega a hombre¡ parece que un partido legitimista lo llama a ocupar el trono de su padre. Regresa a Culhuacán. Su primer acto consiste en buscar y enterrar dignamente los restos paternos¡ en un gesto que no hubiera despreciado el pío Eneas. Sigue una batalla en la que es muerto el usurpador¡ y Quetzalcóatl se convierte en el jefe de los toltecas. Tal vez por la pr~sión ejercida por los olmecas de Cholula -los olmecas históricos-¡ que no debemos confundir con los olmecas arqueológicos¡ Quetzalcóatl decide trasladar su capital. Pasa algunos años en Tulancingo y¡ finalmente¡ en 980 se instala en Tula. Entonces se inicia un período breve¡ pero muy brillante; durante los diecinueve años de su reinado¡ Quetzalcóatl no solo edifica una ciudad grandiosa -para la que importa arquitectos¡ artistas y artesanos¡ que probablemente no existían entre los toltecas¡ todavía apenas asimilados a la gran civilización- sino que lo hizo de tal forma que la leyenda se apoderaría de esta era y haría de ella una especie de siglo de oro; en ese tiempo no solo se construyó en Tula sino que se inventa prácticamente todo. Las descripciones de crónicas posteriores nos hablan de una Tula increíble¡ con palacios que seguramente jamás existieron¡ en donde en vez de encalado había oro en planchas¡ aposentos de esmeraldas y de turquesas o de pedrería final cuartos recubiertos de plata o de conchas o de labores de pluma. Según la leyenda¡ Quetzalcóatl dio a los hombres el maíz que había robado en el reino de los muertos al viejo dios de los Infiernos. Se convierte así en el padre de la agricultura; fue también el inventor del calendario rituat no solo para medir el tiempo sino para utilizarlo en los horóscopos. Descubrió la escritura y los libros¡ la medicinal la astronomía y todo el rito ceremonial. Sabemos perfectamente que todas estas cosas existían desde mucho antes¡ desde más de mil años antes. Pero esta leyenda y esta manera de atribuir a Quetzalcóatl todos los inventos fundamentales de la civilización mesoamericana¡ indican hasta qué punto fue grande su prestigio¡ hasta qué punto los pueblos posteriores lo consideraron como el creador de todo y¡ naturalmente¡ pronto lo confundieron con el dios mismo. De aquí seguramente viene la idea de que los toltecas¡ como nos dice Sahagún¡ son los artífices¡ los que hacen las cosas bien hechas. 109

59. Láp ida con personaje reclinado y jeroglífico calendárico. Tolteca.

Todo esto lo deben, todavía en la época azteca, al prestigio inigualable de Quetzalcóatl, la figura más notable del México antiguo. Sin embargo, no todo debe haber sido paz y prosperidad en la Tula de Quetzalcóatl. Estaba formada la población no solo por sus seguidores a quienes llamamos toltecas, sino por una serie de otros grupos -internaciona lismo característico de las ciudades mesoamericanas-. Con el tiempo, es os otros grupos, al principio dominados, parecen haber tomado mayor importancia. Alguno de ellos adoraba al viejo dios Tezcatlipoca, de hecho un a antiguo dios tolteca pero en violenta oposición al dios Quetzalcóatl representante de las culturas antiguas. Una serie de leyendas nos relatan cómo poco a poco Quetzalcóatl fue perdiendo su prestigio, sobre todo como sacerdote: se le obligó a emborracharse, se le obligó a vivir con una mujer, todas cosas prohibidas al sacerdocio. Probablemente esto solo refl e ja los deseos de sus rivales de adquirir el predominio con la eliminación d el gran rey. En el año 999 logran su propósito y Quetzalcóatl sale de Tula. Son muy confusas las historias sobre lo que ocurrió después. Según algunos, el rey exiliado no solo llegó a la costa del Golfo, a un sitio cercano a lo 110

60. Chacmool. Estado de Tlaxca la . Cultura tolteco.

que es hoy Coatzacoalcos, sino que fue hasta Yucatá n y a llí fundó la segunda gran ciudad tolteca, Chichén Itzá. Los hechos no ocurrieron exactamente así, pero me refiero a la leyenda principalmente por la curiosa im. portancia futura que tomó. Quetzalcóatl, se dice, era un hombre blanco y barbado y, durante su huida, arrojaba flechas contra los á rboles, clavándolas en ellos y formando así unas cruces. Profetizó, además, q ue volvería en el año llamado 2 Acatl en el calendario indígena a conquista r de nuevo las tierras sobre las que tenía leg ítimo derecho. Cuando q uinientos años más tarde desembarca en Veracruz un hombre blanco y barbado que llevaba la cruz -y este acontecimiento ocurrió por una aso mbrosa coincide cia 'también en un año 2 Acatl- no debe de extrañarnos q ue Moctezuma se atemorizara grandemente y se convenciera de que se tra ta ba del propio Quetzalcóatl, el dios que regresaba a reclamar el trono de sus a ntepasados. Desaparecido Quetzalcóatl de Tula, siguen reinando una sucesión de soberanos oscuros. Evidentemente, bajo ellos se construye la mayor parte de la Tula arqueológica que conocemos. El último rey tolteca, Hué mac, que quiere decir "mano grande", es obligado, tras un largo reino, a refugiarse en el Cerro de Chapultepec, donde, aparentemente, después de a lgunos

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61. Estela con un guerrero. Tolteca.

62. Lápida con jaguar bailando. Tolteca.

años, se suicidó. Con esto termina la dinastía tolteca en Tula y termina el gran período de la cultura tolteca. Aunque conocemos una serie de sitios construidos o influenciados por los toltecas, los dos que mejor representan su estilo son indudablemente su capital, Tula, y la ciudad maya-tolteca de Chichén Itzá. Evidentemente, los mismos arquitectos construyeron algunos de los edificios paralelos en Tula y en Chichén¡ son tan parecidos -a veces idénticos-, que no puede ser de otra manera. La diferencia consiste en que en Chichén conservan rasgos de la arquitectura y 1a escultura mayas, mientras que en Tula conservan rasgos herederos de Teoti~uacan, en los que solo cambian las proporciones. La sala del Museo está dedicada a Tula. Veremos la otra capital al tratar del mundo maya. Indudablemente, lo más notable en Tula es su escultura, que, si bien no llega a la grandiosidad teotihuacana, contiene, sin embargo, una serie de elementos propios por demás interesantes. El arte tolteca hereda muchos rasgos de sus predecesores y crea una serie de elementos nuevos. En conjunto, no parece falso afirmar que es una continuación de las artes ya tradicionales de Mesoamérica, puesto que los elementos básicos son los mismos aunque a veces ligeramente cambiados. El elemento militar impone al sacerdocio algunas de sus ideas o formas de pensar, lo que constituye un nuevo acento del que resulta un arte religioso-militarista. Este nuevo acento habrá de perdurar hasta en Tenochtitlan, por lo que no puede extrañarnos ya que los aztecas sean, y quieran ser, herederos directos de Tula. Creo, sin embargo, que es una exageración el establecer como característica nueva el contraste violento entre grupos antiguos marcadamente religiosos y grupos toltecas y posteriores marcadamente militaristas. Ambos tienen ambas características. Como dije, es solo una cuestión de acento. Si bien la arquitectura de esta nueva época no llega a la altura de la anterior, tiene, no obstante, su fuerte personalidad y se erigieron en ella magníficos monumentos y esculturas de primer orden. Por ello nos interesa destacar las formas nuevas o muy alteradas. Los toltecas levantan vastas columnatas, mucho más amplias que las teotihuacanas, formando pórticos techados que a veces convierten en vestíbulos de acceso a la escalinata que conduce al templo superior de una pirámide, coatepantlis o recintos delimitados por un muro de serpientes, juegos de pelota con anillos y algunos otros elementos arquitectónicos. Los edificios aparecen llenos de ostentación, aunque "de hecho estas construcciones eran realizadas para impresionar, no para durar¡ teniendo la arquitectura tolteca una tendencia a la suntuosidad decorativa, más que a la espiritualidad, 113

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como se observa en los frisos decorados con serpientes emplumadas, jaguares, coyotes, guerreros, etc., cuya policromía y estilo, más bien pictográfico, las hace estáticas ... los proyectos de los arquitectos toltecas resultaron deficientes en sus técnicas constructivas, puesto que por lo general utilizaban núcleos de grandes piedras sin mortero y débiles muros de adobe, lo cual restaba solidez a los edificios y, frecuentemente, tenían que recurrir a la reparación de las estructuras". Las grandes innovaciones toltecas, sin embargo, se desarrollan más bien en el campo de la escultura. Hay que recordar que la idea occidental de la escultura aislada no es habitual en Mesoamérica, como no lo es en la mayor parte de las culturas, sino que generalmente formaba parte de un monumento o cuando menos estaba asociada a él en forma simbólica, como las estelas mayas. lo's toltecas no se apartan de esta tradición. las esculturas más características toltecas, que son una novedad inventada por ellos, ya que no se encuentran en las culturas anteriores ni parecen existir en cualquiera que haya sido su patria de origen, están todas asociadas a edificios religiosos. Construyeron, tanto en Tula como en Chichén Itzá, grandes columnas en forma de serpiente con la cabeza en el suelo y la cola volteada, como capitel para sostener la viga del dintel de entrada al templo; otras columnas son cuadradas, formadas por cuatro grandes piedras unidas por espigas. En sus lados tienen, en bajo relieve, figuras de guerreros separadas unas de otras por motivos del monstruo de la tierra. Impresionantes son los enormes atlantes de 4.60 m de alto, formados también por cuatro grandes piedras unidas por espigas (Fig. 54). Representan guerreros de bulto redondo; su tocado consiste en una banda celeste rematada por plumas de águila, todo ello sostenido por amarres que cuelgan sobre la larga cabellera. Un pectoral en forma de mariposa cubre el pecho. Bajo él se ve el nudo que ata el cinturón con que sostiene un disco solar en la espalda. Un taparrabo corto, ajorcas y tobilleras cubren la parte baja del cuerpo y las piernas. llevan sandalias adornadas con serpientes emplumadas. Con la mano derecha sostienen la tiradera, como los antiguos dioses, y en la izquierda los dardos del arma, una curva espada de madera y una bolsa para el copal. Este último rasgo indica que, amén de guerreros, son sacerdotes. Sus caras cuadradas, vacías y solemnes tienen la dureza del guerrero en la noche de la victoria; sus cuerpos, fuertes y de cortas piernas, tienen la rigidez y el hieratismo del militar que mezcla su profesión al fervor religioso. Tula abunda en bajorrelieves que adornaban los tableros de sus pirámides, o las bancas o altares frente a las cuales se hacían vistosas proce-

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siones (Fig. 55). Algunas representan largas filas de personajes pomposamente ataviados; otras son más bien lápidas incrustadas en los tableros. los hay de varios tipos. Unas alternan tigres caminando y con un collar al cuello, con águilas terribles (Fig. 56) devorando corazones humanos y, tal vez, la sangre simbolizada por un glifo milenario; o bien haces de lanzas (Fig. 57), o jaguares sentados (Fig. 58). Otras representan al hombre-pájaro-serpiente, es decir, al propio Quetzalcóatl o bien a otros dioses (Fig. 59). Un relieve en el Cerro de la Malinche, cerca de Tula, muestra al dios frente a una serpiente de plumas ondulantes que le sirve de fondo. Aunque probablemente con otro sentido básico -yen estilo tan inferior- recuerda la célebre Estela 19 de la Venta (Fig. 180). Frente a los templos quedaba la estatua reclinada del Chacmool (figura 60), otro invento tolteca. El de Chichén es estéticamente el triunfo de estas figuras, pero en Tula hay varios y son frecuentes a partir de este momento en el Altiplano; algunos son seguramente de época azteca. Tal vez el plato que lleva el dios en las manos apoyado sobre su cuerpo, serviría para recibir ofrendas. El altar al fondo de los templos, está sostenido por atlantes pequeños con las manos levantadas, como el que proviene del templo de Tlahuizcalpantecuhtli, en Tula. lleva gorro y brazaletes y profusos collares de cuentas. Su vestido, que parece como una larga camisa sin mangas' que llega hasta abajo de la rodilla, es de un material acolchonado que recuerda en su representación -aunque aquí no es el caso- el peto que llevaban los guerreros. Tan protector era, que los propios conquistadores lo usaron en cuanto lo conocieron. Estas esculturas de atlantes son una vieja herencia olmeca, pero realizada en Tula en forma muy distinta. Estaban como las otras esculturas toltecas -y las de todas partes- fuertemente policromadas. Una lápida representa un guerrero profusamente adornado; es de un estilo un tanto recargado (Fig. 61). En cambio, el tigre bailando en otro bajorrelieve (Fig. 62) es uno de los triunfos del arte tolteca. El jaguar de bulto redondo que servía de portaestandarte (Fig. 63), inicia la tradición de estos objetos rituales, y el trono formado por dos cabezas felinas muestra la importancia del personaje que sobre él se sentaba (Fig. 64). No solo son nuevos estos elementos de escultura a los que hay que añadir los anillos del juego de pelota, sino que los detalles de ellos están concebidos en forma frecuentemente distinta, aunque a veces reproducen viejos temas. Todos están mezclados con una serie de glifos que representan también en forma diversa al Sol, a Venus y a otros aspectos importantes para el historiador, ya que reflejan cosas existentes en una sociedad. Es 117

65/66. Vasijas de barro plomizo con .flguras de perros. Epoca

65/66. Vasijas de barro plomizo con figuras de perros. Epoca Tolteca.

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nueva también la forma de la diadema de los tecuhtlis, forma que se conserva hasta en los emperadores aztecas. Durante este período tienen gran éxito nuevas cerámicas como el plumbato (Figs. 65 y 66) o el anaranjado fino. Ninguno de los dos es originario de Tula. El segundo se encuentra más bien entre los maya-toltecas y en Veracruz, mientras el plomizo se fabricaba en el Soconusco. Fue grande su éxito y se le exportó a todos lados. Una vasija particularmente curiosa hecha de este material está recubierta de placas de madreperla. Representa un carnívoro de cuyas fauces abiertas sale una cara humana. Las vasijas de fabricación local son bastante modestas, pero incluyen tipos y formas nuevas. Cholula, como dijimos, en esta época inicia la producción de su bellísima cerár:nica policroma. Originaria de allí o de La Mixteca, se encuentra en toda esa región, desde este período, y ha sido hallada más tarde en Chalco y en Tenochtitlan. En esta fase, llamada Cholulteca 1, por primera vez la vieja Cholula adquiere un estilo propio y se convierte en la gran ciudad sagrada de Quetzalcóatl. Las figurillas de barro, que ya en este tiempo siempre representan dioses, son planas y casi siempre de molde, hechas en serie, muy policromadas, aunque en pintura fugitiva. Rara vez se encuentran con sus colores originales. Asimismo, la fabricación de vasijas de alabastro, de mosaicos de turquesa a base de finas placas y el empleo del cristal de roca, si no originales se utilizan mucho, desenvolviéndose, además, una serie de artes menores muy interesantes que habían de continuar hasta la Conquista. El más importante es la metalurgia, cuyo gran desarrollo es algo posterior. Aunque de menor importancia artística que los frescos clásicos, tenemos murales de esta época como los de Chichén Itzá, y el de Tamuín, en La Huasteca. Este último representa esos dioses o sacerdotes muy ataviados y muy complicados que nos recuerdan algunos códices o bajorrelieves similares a los de Tula. Tal vez los más toltecas entre los sobrevivientes sean los de Valle de Bravo.

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(no vlsibl ), T zcotlipoco y Huilzilopochtli

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VI LOS AZTECAS

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La sala azteca es, con mucho, la más grande del Museo, y tiene el lugar de honor. Esto no es un accidente. Como el Museo está en la ciudad de México y en el Bosque de Chapultepec, es normal que en él tenga preponderancia esta última cultura indígena cuyo primer asiento en el Valle fue el Cerro de Chapultepec y que más tarde fundó Tenochtitlan. Pero el motivo histórico no es el único. Es tal la cantidad y calidad de los objetos aztecas que nos han quedado, que solo en esta gran sala podía mostrarse al visitante cuando menos una buena. selección de las piezas capitales. Sobre el dintel exterior se ve una inscripción que dice: Cemanáhuac Tenochcatlalpan (todo el mundo es tierra tenochca). Se colocó allí esta inscripción imperialista precisamente porque ejemplifica algunas de las características del mundo azteca: militarismo e imperialismo. En la entrada a la sala están tres piedras fundamentales. El admirable gran jaguar de basalto (Fig. 67), cuya oquedad servía para depositar los corazones de los sacrificados, ejemplifica el terror físico y místico ante el otro mundo y ante los dioses, la intensa religiosidad, el sacrificio humano necesario para conservar en vida al Sol, la guerra y la perfección técnica del arte escultórico. La segunda pieza, pequeña, el célebre Caballero Aguila, otra obra maestra, representa no solo la grandeza militar sino los grupos superiores de la sociedad. Por ello es una cara serena la que emerge del pico abierto del ave. A la derecha está un monolito muy distinto, pero igualmente ilustrativo: el "Teocalli de la guerra sagrada". Si estéticamente no es comparable a los anteriores, su simbolismo y su significado histórico lo hacen de primera importancia. Es como una maqueta de un basamento pira mi121

68. Frente .y lado derecho de la representación simbólica del Templo de la Guerra Sagrada. Tenochtitlan.

69. lados posterior e izquierdo de la representación simbólica del Templo de la 'Guerra Sagrada. Tenochtitlan .

68. Frente y lado derecho de la representación. simbólica del Templo de la Guerra Sagrada. Tenochtitlan.

69. Lad os posterior e izquierdo de la representación simbólica del Templo de la 'Guerra Sagrada. Tenochtitla n.

dal con su templo superior. Cuatro dioses aparecen en bajorrelieve en el primer cuerpo: Tláloc y Tlahuizcalpantecuhtli a la izquierda; Xiuhtecuhtli y Xochipilli a la derecha. (Fig. 68). Arriba, al frente, se ve un disco solar flanqueado por Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, los grandes dioses terribles. A través de' todo ello se repite el símbolo del Atl-tlachinolli, la guerra sagrada. Atrás está nada menos lo que justamente llamamos el primer escudo nacional, con el águila y el nopal (Fig. 69). Ningún monumento podría ser más representativo del misticismo belicoso de los aztecas y de su papel preponderante en la historia mexicana. Así, desde el primer momento, el visitante penetra en ese mun~o azteca trágico y brillante, poderoso y efímero, cuya capital, envuelta en llamas, había de ca~r gloriosamente el 13 de agosto de 152l. Pero el principio es muy distinto. Entre los diferentes grupos semibárbaros que colaboraron en la ruina del imperio Tolteca hay uno de mínima importancia y que probablemente solo asistió como espectador, o cuando más con un papel insignificante. Son los aztecas que aparecen por primera vez en el escenario de la historia. Los datos más antiguos que poseemos sobre ellos, semi-históricos y semi-legendarios, cuentan cómo salieron de una cueva situada en una isla llamada Aztlán, de donde, por cierto, deriva su nombre de aztecas. Su verdadero nombre era el de "mexica"; de aquí el mexicano de hoy. Con el tiempo y las grandezas, se harán llamar culhllas, para indicar su descendencia tolteca, o sea civilizada. Eran, por lo pronto, una pequeña tribu dirigida por cuatro jefes sacerdotes, cuya única posesión de valor era un bulto que envolvía la estatua de un dios, hasta entonces desconocido: Huitzilopochtli. "Era su herencia rogar y rogar a quien se denominabn Huitzilopotchtli, pues que él les hablaba, les acompañaba . . ." Al triunfo de su tribu, se convertirá en el gran dios del Anáhuac. Después de largas emigraciones, se instalan en los alrededores de Tula y ahí tiene lugar un acontecimiento mitológicoastronómico que tanto había de pesar en sus destinos futuros. Según la leyenda, vivía en Tula una señora viuda, llamada Coatlicue, de conducta irreprochable, que tenía cuatrocientos (es decir, innumerables) hijos y una hija, Coyolxauhqui. Un día, al estar la piadosa mujer barriendo el templo, se encontró una bola de plumas que guardó en su seno. Pasados algunos meses notó que estaba encinta y, un poco más tarde, su hija y sus hijos se dieron cuenta de ello. Indignados, ante lo que consideraban como una ligereza de su madre, decidieron matarla. Armáronse los cuatrocientos hijos y marcharon contra la viuda. En ese momento oyó una voz dentro de ella que le decía: "no temas"; y nació un hijo grande y vigoroso arma123

do de punta en blanco como la Minerva clásica. Llevaba en las manos no solo al atlatl y el escudo, sino una nueva arma divina de efectos defInitivos: la serpiente de fuego, Xiuhcóatl, que es el rayo. Con ella, cortó la cabeza de su hermana y mató a los innumerables hermanos. Este guerrero prodigioso era nada menos que el dios Huitzilopochtli. En el mito del nacimiento de Huitzilopochtli, la viuda significaba la tierra de donde nacen todas las cosas¡ la hija es la Luna, y los cuatrocientos hijos son las estrellas que palidecen y desaparecen totalmente al levantarse el Sol, representado por el dios Huitzilopochtli. Siendo éste el dios de los aztecas, su identificación con el Sol es de primera importancia, pues los convierte en el "Pueblo del Sol", como lo ha dicho brillantemente Alfonso Caso. Serán, por lo tanto, los representantes del Sol en la Tierra y los encargados de mantenerlo en vida. Esta dignidad y esta obligación van a pesar fuertemente sobre su historia y nos explican muchos de sus episodios. Si propiamente no hay ninguna estatua de Huitzilopochtli -y más tarde nos referimos a la que tuvo en el Templo Mayor-, el Museo, en cambio, cuenta con espléndidas esculturas, tanto de su madre como de su hermana. La viuda de quien nace el dios, Coatlicue, la de la falda de serpientes, es una de las diosas de la Tierra, de esa tierra que crea primero y destruye y absorbe después todo lo que existe. Para los aztecas -y probablemente sus antecesores- es en cierto modo la madre por excelencia y desde luego la madre del Sol, de la Luna y de las estrellas, la madre de Huitzilopochtli¡ no puede extrañarnos que hayan hecho de Coatlicue una de las estatuas más notables que de ellos conocemos. Exactamente 269 años después de la toma de Tenochtitlan por Cortés, o sea el 13 de agosto de 1790, al excavar un drenaje frente al actual edificio del Departamento Central en la Plaza de la Constitución de México, fue hallada la estatua de la diosa. Llevada primero a una puerta del Palacio Virreinal, de allí fue trasladada a la Real y Pontificia Universidad por orden del virrey Revillagigedo, ya que se trata de "uno de los restos más curiosos de la antigüedad americana". Los profesores no deseaban exhibirla y la reenterraron¡ cuando pasó Humboldt por México, en 1804, hubo que sacarla nuevamente para que pudiera verla. Pero ya antes, el primer arqueólogo mexicano, Don Antonio de León y Gama, la había publicado y estudiado en su célebre libro salido a luz en 1792. Finalmente, en 1866, fue trasladada la Coatlicue, con las demás piezas que estaban en la Universidad, al Museo de Moneda de donde pasó al actual. La estatua tien 2.56 m de alto y un ancho máximo de 1.67 m. Construida de un pórfido basáltico con incrustaciones de feldespato vidrioso, está 124

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tallada en todos sus lados, aun la base donde en bajorrelieve, invisible al estar la estatua de pie, aparece el monstruo de la tierra. La escultura (Fig. 70), como dice Justino Fernández, "tiene la forma de una gran cruz, de recio tronco, cortos brazos y bien proporcionada cabeza. No extraña, pues, que los diversos elementos se compongan a base de un eje vertical, dispuestos en perfecta simetría. El tronco se divide en cuatro zonas, prácticamente de iguales proporciones, bien marcadas por horizontales a distintos niveles, cada una correspondiendo a: las piernas, la falda de serpientes, el tórax y la masa bicéfala. Y del tronco sobresalen los brazos doblados, que por los elementos de que se componen, dividen nuevamente la altura del tronco en dos partes" ... Esta asombrosa representación de Coatlicue ha sido calificada de mil maneras diversas. 5~ la ha considerado como monstruosa, repulsiva, obra de terror y espanto, y, en nuestros días, como la obra maestra de la escultura americana. Cabe a Chavero la gloria de haber sido el primero en comprender la belleza de la diosa, tan distinta y, por ello, tan incomprensible a primera vista para el arte occidental. En nuestros días, cuando ya podemos estudiar todas las artes y cuando, como dice Malraux, el conocimiento universal de estéticas tan diversas hace que "la belleza se haya convertido en uno de los enigmas mayores de nuestro tiempo", Coatlicue ha tomado el lugar que le corresponde en el vasto museo del arte mundial. Es, según J. Fernández, "la imagen más rotunda del misterio del mundo mexicano y de la belleza indígena antigua ... Hay que ver cómo su geometría tiene una solemnidad rotunda: cómo sus líneas generales y su majestuoso perfil ya dan el sentido de una obra de la más alta categoría, y de cómo sus formas se entrelazan, se eslabonan, se distinguen y se complementan en indivisible unidad". Para Toscano, en ella "lo terrible se vuelve una fuente de inusitada belleza", mientras que Vaillant piensa que no solo es "poderosa y aterradora", sino que "concentra dinámicamente los múltiples horrores del universo". Por fin, Westheim piensa que "lo terrible se transforma en lo sublime", notando en ella una calidad surrealista. Mientras la Piedra del 501 explica intelectualmente los atributos de un dios, Coatlicue exalta la admiración y el terror para simbolizar a la diosa creadora y destructora que es la Tierra. Otra figura de Coatlicue, encontrada en Coxcatlán, Distrito de Tehuacán, pero de época y estilo aztecas, lleva también la falda de serpientes entrelazadas y las terribles garras. Aquí la cara de la diosa es un cráneo y lleva en las mejillas incrustaciones de turquesa. De Coyolxauhqui, su hija decapitada, también posee el Museo una escultura de gran calidad (Fig. 71). De acuerdo con el mito, es solo una 125

cabeza de tamaño heroico, tallada en porfirita verde, que muestra los rasgos espesos y un tanto realistas de la Luna. La boca y los ojos entrecerrados señalan que la diosa está muerta, pero su cara impasible indica que sabe que ha de resucitar cada noche, para encabezar el combate contra el Sol. En sus mejillas, adornos circulares recuerdan su nombre, que significa "que tiene pintados cascabeles en la cara". Pero volvamos a la historia mexica. En Tula han convertido a su dios en Sol. Tenían ya además la anttgua promesa que guiará sus destinos: "Os digo en toda verdad que os haré señores, reyes de cuanto hay por doquiera en el mundo; y cuando seáis reyes tendréis allá innumerables, interminables, infinitos vasallos, que os pagarán tributos . . .; y todo lo veréis, puesto que ésta es en verdad mi tarea y para eso me envió aquí." Pero ni por esta transformación divina ni por esa esperanza futura había de mejorar rápidamente la situación. Así, los vemos ir de sitio en sitio, hasta que, después de 1215, llegan al Valle de México, donde siguen cambiando continuamente de residencia. En general, son mal recibidos en todas partes, y, a poco tiempo de instalados, expulsados, ya que su conducta resulta insufrible a sus vecinos. Pronto adquirieron una fama -bien merecidade pendencieros, crueles, ladrones de mujeres, falsos a su palabra. Por otro lado, en extremo valientes, "Ios mexicanos se sostuvieron únicamente mediante la guerra y despreciando la muerte", como dicen los Anales de Tlatelolco. Por fin, no sabemos bien cómo, lograron establecerse en Chapultepec, donde, gracias al valor estratégico del lugar, perma,necen bastantes años, hasta una fecha que varía entre 1299 y 1323. El cerro famoso, de gran valor estratégico, donde años después los emperadores mexicanos mandarían grabar sus retratos en la roca viva, donde edificaron una casa los virreyes españoles, donde tendrá lugar la defensa heroica de los Niños Héroes, y Maximiliano dejara un espléndido palacio, es hoy -muy justamente- el Museo de Historia Mexicana, y en el Parque está el Museo de Antropología. Aquí los mexicanos conocen los primeros años de una tranquilidad relativa. Para entonces tenían ya una cultura más completa. Habían aprendido algo de las técnicas agrícolas, aun de las más avanzadas, como la de las chinampas. En los momentos de crisis volvían a su. pobreza original, pero conocían -aunque no pudieran utilizarla- la civilización de sus vecinos. Así sabemos que ya poseían libros pintados, un calendario, fiestas cíclicas y aun construcciones de piedra, por muy rudimentarias que hayan sido. Pero Huitzilopochtli velaba, y lograba hacerlos cada vez más odiosos a sus vecinos, hasta que se forma una coalición contra los mexicas, encabeza126

da por los tepanecas y la gente de Culhuacán. Por traición, lograron los aliados que salieran los hombres de su fortificación, y mientras tanto cayeron sobre las mujeres y los niños. Con esto desmoralizaron a los mexicanos y los vencieron, llevándolos prisioneros. El jefe, Huitzilihuitl el Viejo, fue sacrificado en Culhuacán y los demás quedaron cautivos de los culhúas. Poco después de la terrible derrota de Chapultepec, Achitómetl, rey de Culhuacán, les da tierras en Tizapán con la esperanza secreta de que las innumerables serpientes de ese sitio destruyan a los mexicanos, pero irónicamente cuenta la crónica "los mexicanos se alegraron grandemente en cuanto vieron las serpientes y las asaron y cocieron todas y se las comieron". Cuando los emisarios del rey de Culhuacán le contaron esto, dijo desolado: "Ved, pues, cuan bellacos son: no os ocupéis de ellos ni les habléis." No obstante la atracción de tan deliciosos banquetes, los mexicanos no duraron mucho en Tizapán¡ su dios velaba y no les permitía establecerse en el lujo, muy relativo, de un festín de serpientes. Por conducto de Huitzilopochtli matan y desuellan a la hija del rey de Culhuacán. • La consecuencia de esta horrible historia es, naturalmente, otra guerra en la que los mexicanos son expulsados de Tizapán¡ como nadie quiere aceptarlos, se ven obligados a refugiarse en el agua, en los pantanos, a esconderse entre los juncos. Huitzilopochtli, terrible e inmutable, sigue ordenándoles todo lo que han de hacer. La vida casi acuática de esta gente en estos momentos permite a los sacerdotes del dios dar su dictado supremo, el más hábil de cuantos había pronunciado: la fundación de Tenochtitlan sobre una isla. Insignificante al principio, este acontecimiento debía tener las más grandes repercusiones sobre el futuro de México. La Crónica Mexicáyotl, en forma poética narra este episodio. Cuenta cómo, estando desterrados y sin sitio en el que colocar el templo de su dios, Huitzilopochtli se les aparece de nuevo y les ordena que sigan buscando hasta encontrar el lugar preciso que, desde el principio de los tiempos, él tiene señalado para la fundación de la capital mexicana. "Dentro del carrizal, se erguiría y lo guardaría el Huitzilopochtli y ordenó a los mexicanos. Inmediatamente vieron el ahuehuete, el sauce blanco que se alza allí y la caña y el juóco blanco y la rana y el pez blanco y la culebra blanca del agua, y luego vieron que había una cueva. En cuanto vieron esto lloraron los ancianos y dijeron: de manera que aquí es donde será, puesto que vimos lo que nos dijo y ordenó Huitzilopochtli el sacerdote." "Luego volvió a decir Huitzilopochtli: «Oíd que hay algo más que no habéis visto todavía e idos incontinenti a ver el Tenoch en el que veréis se posa alegremente el águila, la cual come y se asolea allí, por lo cual os satisfaréis, ya que 129

es donde germinó el corazón de Copil. Con nuestra flecha y escudo nos veremos con quienes nos rodean¡ a todos los que conquistaremos, apresaremos, pues allí estará nuestro poblado México, el lugar en que grita el águila, se despliega y come, el lugar en que nada el pez, el lugar en que es desgarrada la serpiente y acaecerán muchas cosas.» Y llegados al sitio vieron cuando erguida el águila sobre el nopal come alegremente desgarrando las cosas al comer y así que el águila les vio agachó muy mucho la cabeza, aunque tan solo de lejos la vieron y su nido todo él de muy variadas plumas preciosas, y vieron, asimismo esparcidas allí las cabezas de muy variados pájaros. E inmediatamente lloraron por esto los habitantes y dijeron: «Merecimos, alcanzamos nuestro deseo, puesto que hemos visto y nos hemos maravillado de donde. estará nuestra población. Vámonos y reposemos.» "Paupérrima y misérrima mente hicieron la casa de Huitzilopochtli¡ cuando erigieron el llamado oratorio era todavía pequeño, pues estando en tierra ajena cuando se vinieron a establecer entre los tulares y los carrizales de donde habían de tomar piedra o madera, puesto que eran tierras de los tepanecas así como de los texcocanos encontrándose en el lindero de los culhuacanos por todo lo cual sufrían muchísimo. Todo esto en el año «2-Casa» (1325) de que naciera Jesucristo, nuestro Salvador, fue cuando entraron, llegaron y se asentaron dentro del tular y el carrizal, dentro del agua en Tenochtitlan los ancianos mexicanos aztecas." La fundación de Tenochtitlan resulta no solo el episodio más característico de toda la historia azteca sino el que mejor nos revela su modo de ser, esa combinación de inteligencia práctica y habilidad política mezclada al fanatismo y al desdén del sufrimiento. . Hay que notar, en primer lugar, la selección aparentemente absurda, en realidad extraordinaria, que los sacerdotes hicieron del sitio en que habían de fundar su ciudad. Un pequeño islote, casi un pantano del que solo sobresalían unas rocas, rodeado de cañaverales, én el lago de Texcoco. Sitio tan poco atractivo, que ninguno de los habitantes anteriores lo habían ocupado. Los brillantes directores aztecas deben de haber comprendido el valor estratégico y político que representaba este sitio. Tratándose de una isla, la defensa era muy fácil, ya que solo podría atacársele por agua¡ pero, además, estaba colocada en los confines de tres reinos, por lo que en realidad, siendo de los tres, no era de ninguno. Daba a los nuevos pobladores una posición de relativa independencia y les permitía apoyarse en cualquiera de sus vecinos, en contra de los otros. En el transcurso del siglo siguiente habían de aprovechar a fondo esta ventajosa posición y los vamos a ver, como mercenarios de Atzcapotzalco, atacar a los demás, luego aliarse con Texcoco para vencer a los tepanecas 130

y así sucesivamente, hasta colocarse por encima de todos, librando siempre su ciudad de ataques enemigos. Desgraciadamente, no nos es posible saber hasta qué punto los jefessacerdotes que hablan a través de la boca del dios, se dan cuenta de todas estas ventajas; pero es evidente, a través de toda la historia de la peregrinación que, aunque sea confusamente, buscan un sitio similar, esa "tierra prometida" que les había ofrecido Huitzilopochtli. Por ella estaban decididos, por todos los medios, a llevar a su pueblo a la hegemonía de los valles. Con el tiempo, la isla había de presentar otra gran ventaja; ésta de tipo comercial. El sistema de transporte que prevalecía en el México antiguo era tan primitivo qu.e el hombre era el único animal de carga; la rueda no pasó de ser un juguete, ni había vehículo alguno de tracción. En estas condiciones, el transporte de mercancías, sobre todo cuando se trata de alimentar una ciudad grande, se convertía en un problema prácticamente insoluble. En cambio, una sola canoa, con poco esfuerzo, podía hacer el trabajo de muchos hombres durante varios días. Este factor constituye seguramente una de las causas del desarrollo extraordinario que pronto había de alcanzar Tenochtitlan. Otra vez el lago parece dictar los destinos mexicanos. La otra de sus armas era la austeridad y el fanatismo. No permitiendo durante siglos que la población se quedara nunca permanentemente en parte alguna, obligándola continuamente a moverse, impedían así la acumulación de riquezas, el aprovechamiento de tierras cultivadas, o la formación de costumbres de ocio y de lujo. Los hombres aztecas estaban eternamente preparados para la guerra o para el sacrificio, justamente porque tenían tan poco que perder, porque su vida estaba lejos de ser agradable. La pobreza misma del sitio escogido los obligaba continuamente a tratar de arrebatar a sus vecinos más ricos todas las cosas que ellos no tenían, y, si no podían hacerlo por la fuerza, a trabajar sin descanso para obtenerlo por comercio; así vemos, por ejemplo, que a poco de fundada su ciudad se dedicaron a reunir gran cantidad de peces, camarones, anfibios y otros productos de la laguna para permutarlos por madera o piedra con que construir el templo de su dios, aun antes que sus propias casas. Ya es tiempo de preguntarnos ¿quién es ese Huitzilopochtli que a través de siglos guía a su pueblo convirtiéndolo en un "pueblo elegido"? En las crónicas siempre aparece como el dios supremo cuya voz es escuchada con temor y reverencia por los sacerdotes. Evidentemente, se trata de un pequeño grupo, muy pequeño -tal vez no más de cuatro personas- de sacerdotes-jefes que, usando del artificio de la voz divina, guían a su 131

pueblo y forman el destino de los mexicas. Lo interesante del caso es que desde el principio de su historia se obtiene la impresión muy clara de un verdadero programa preestablecido, programa que se desarrollará a través de siglos de una concepción de gobierno brutal, pero genial, que, seguido al pie de la letra por esta pequeña, indomable élite, llevará a su pueblo a través de miles de peligros y privaciones, hasta obtener el triunfo final, el Imperio. El pueblo es -empujado, sin consideración a su cansancio ni a su hambre -inclusive las mujeres y los hijos, que se mueren-, contra todo, hacia el destino que esta élite le ha prometido. Claro que es imposible pensar en que los mismos dirigentes pudieran haber establecido y seguido este plan, casi diabólico, a través de tanto tiempo. Pero los primeros formaron el IIti po ll que fue seguido por sus descendientes hasta el fin. Huitzilopochtli habla sin descanso en todas las ocasiones importantes, como el más cruel pero también como el más hábil de los políticos. Nunca se cansa, nunca se detiene, nada le basta. Durante quí'nce generaciones, su voz temible abruma al pueblo con trágicos consejos de violencia, sin un minuto de reposo. EI'triunfo -mucho más tarde- ha de significar para Huitzilopotchli, como para todos los pueblos que triunfan brutalmente, el principio del fin. A la hora del apogeo mexica ya no oímos su voz poderosa repercutir a través de las crónicas; y es que el pequeño grupo de jefes se ha convertido en una vasta aristocracia incapaz de tener la cohesión original. El imperio y la riqueza habrán de desgastar la voluntad inquebrantable de los primeros tiempos. El momento culminante de la historia de estos sacerdotes geniales y terribles, el momento en que mejor vemos trabajar su brillante inteligencia, es justamente este de la fundación de su ciudad. Sabían que para un pueblo como ellos, solo este sitio de Tenochtitlan, despreciado por todos los demás, les daba la posibilidad de llegar al fin de sus ambiciones, de convertirse en un gran poder. Empiezan por comprender que solo si son forzados, querrán los mexicas vivir en esa isleta pantanosa. Tal vez por ello, los obligan a representar el drama que había de costar la vida a la hija de Achitómetl de Culhuacán. Entonces ya no es cuestión de escoger, ya no queda sino el lago, eterno centro de los destinos del México antiguo. Pero no bastaba la compulsión física; era necesaria la compulsión moral. Por ello, al establecerse en el lago se cumplen las profecías, ya que allí descubren, muy a su satisfacción, la famosa águila sobre el tunal, sobre la piedra, comiéndose a la serpiente en el sitio mismo donde había sido arrojado el corazón de Copil. Una vez asentados los mexicanos en su isla y construido el primer tem132

73. Piedra votivo de Tizoc. Tenochtitlan.

plo de su dios, que no fue sino un pobre edificio que desaparecerá en el esplendor futuro, comprenden que no es posible ir demasiado aprisa. Aún no son siquiera dueños del islote en que se han refugiado. Aprovechando su cualidad principal, el valor y- I.a habilidad guerrera, se convierten en mercenarios del poder más cercano a ellos, constituido en este tiempo por los tepanecas que reinan en Atzcapotzalco. Estos les imponen, además de la obligación de ayudarlos en la guerra, una serie de tributos, a veces excesivos, a cambio de su protección; para molestarlos les pedían cosas imposibles: por ejemplo, debían de llevarles patos de la laguna que pusieran huevos en el momento de ser entregados. Por tanto, los mexicanos son en parte mercenarios y en parte tributarios de los tepanecas. En 1367, siempr~ en provecho de Atzcapotzalco, destruyen a Culhuacán, el último centro de alguna importancia donde todavía, como una verdadera supervivencia histórica, reinaban gentes que se consideraban toltecas. Este evento tiene una importancia futura, ya que abría la "sucesión tolteca" que años más tarde los mexicanos reivindicarán en su provecho. En 1371, la otra fracción mexicana, los tlatelolcas, toma Teríayuca, que conquistan también para provecho de Atzcapotzalco y a expensas de los señores chichimecas de Texcoco. Cinco años más tarde, se consideran lo bastante importantes para tener un rey, como lo han hecho ya los de Tlatelolco. Entonces, con su habitual habilidad política, no lo piden a la casa reinante de Atzcapotzalco, aparentemente la más fuerte, sino que eligen a un descendiente del desposeído rey de Culhuacán. Este primer señor de los mexicanos se llamaba Acamapichtli. Elección a primera vista insignificante, pero que iba a darles un cierto derecho a reivindicar a su favor la sucesión tolteca, puesto que se considerarían de aquí en adelante como los legítimos herederos de los viejos reyes. Había de germinar esta idea y este vago derecho en forma tan fructífera, que 'cien afios más tarde los mexicanos serían dueños no solo de casi todo el Imperio Tolteca sino aun de tierras mucho más extendidas, pretendiendo ser los reivindicadores de una herencia ancestral. Pero esta gloria futura todavía está en la mente de los dioses. Por lo pronto Acamapichtli, dominado por Atzcapotzalco, se lanza a una larguísima guerra contra la gente del valle de Morelos, guerra que no debía terminar sino muchos años después de su muerte. No nos detendremos en la historia de sus sucesores inmediatos, Huitzilihuitl y Chimalpopoca, ya que no fue sino a partir de 1428-33 cuando Itzcóatl, el cuarto rey, 'logra vencer al poder principal, Atzcapotzalco, e iniciar la independencia de los mexica. Cua ndo en 1425 murió el terrible rey de Atzcapotzalco, Tezozómoc, 135

74. Base de columna con procesión de guerreros. Tenochtitlan.

quien durante su Iqrguísima vida había sojuzgado al Valle, sus hijos, bien inferiores al gran tirano, disputaron entre ellos la herencia; aprovechando esta escisión se forma una alianza entre los mexicanos y varios otros grupos. El más importante de éstos, capitaneado por Netzahualcóyotl, el famoso rey poeta, representaba a la antigua dinastía chichimeca que había reinado sobre Texcoco. Los aliados obtienen la neutralidad de algunas dé las ciudades tepanecas y logran la victoria. Netzahualcóyotl regresa a Texcoco e inicia el largo y glorioso reinado que no había de terminar sino con su muerte, en 1472. Los despojos de los vencidos tepanecas y su vasto imperio se reparten entre los tres vencedores principales: México, Texcoco,y Tacuba, que encabeza las ciudades t~panecas que habían favorecido a la alianza. En 1434, se forma la Triple Alianza, compuesta por esas tres ciudades, que deciden unirse para siempre, conquistar en común y repartirse el botín de acuerdo con un porcentaje especificado. Durante el reinado de Netzahualcóyotl y debido a su prestigio personal, la alianza funciona mal que bien; pero, a su muerte, los señores mexicanos se convierten cada vez más, ya no en miembros de una alianza sino en jefes de ella. En realidad, a la hora de la Conquista española, dos de los antiguos aliados estaban a punto de convertirse en sujetos del tercero. Con motivo de este nuevo estado de cosas en el Valle de México, las tres potencias aliadas se distribuyen los títulos y los grados: Itzcóatl, de Tenochtitlan, se adjudica el título más ilustre de todos: Culhuatecuhtli, o sea el señor de los culhúas. A primera vista, puede extrañar este nombre; pero recordemos que Culhuacán, o sea la capital de los culhúas, era el sitio donde se había conservado viva la dinastía tolteca. Por lo tanto, al adoptar este título, Itzcóatl se hace llamar señor de los toltecas y cierra en su favor la larga "guerra de la sucesión tolteca". Esto indica inmediatamente que México se considera, desde este momento, la legítima representante de la vieja cultura y la heredera, en todos los sentidos, de la gloria tolteca. Por ello es por lo que los caciques del río Grijalva, al hablar de México por primera vez ante Cortés, lo llaman Culhúa, cosa que naturalmente no pudieron entender los españoles; y, como dice Bernal Díaz, "como no sabíamos qué cosa era México ni Culhúa mal pronunciado, dejábamoslo pasar por alto". Una vez pasada la guerra tepaneca y consolidado el poder d~ México, Itzcóalt se lanza a nuevas campañas para conquistar ciudades que había vencido antes, pero por cuenta de Atzcapotzalco. Así empieza la expansión fuera de los valles centrales que tan lejos había de llevarlos. En 1440, a la muerte de Itzcóatl, sube al trono otro gran gobernante, 137

75. Lápida con jeroglífico del emperador Ahuizotl. Tenochtitl n,

76. Lápida con águila y jaguar. Azteca.

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Moctezuma 1, su sobrino, que había de reinar hasta 1469. Con este nuevo rey se consolida interiormente la posición de Tenochtitlan y, desde este momento, se constituye realmente el Imperio mexicano. Inmediatamente empiezan las conquistas que, en diferentes regiones habían de continuarse durante todo su reinado, llevándolo a Oaxaca yola costa del Golfo de México. Los totonacas, habitantes de esta última región, fueron víctimas de uno de esos episodios característicos de la historia de Tenochtitlan, en donde se mezcla la codicia, el patriotismo, la religión y una falta total del sentido de la gratitud. En efecto, entre 1450 y 1454, una gran sequía inusitadamente prolongada lleva a los mexicanos a una terrible hambre. Según cuenta una de las fuentes, hasta las bestias salieron de los montes para atacar a los hombres y en los caminos los muertos eran devorados por los b~itres. Para salvarse de esta catástrofe, los mexicanos recurren a dos procedimientos; por un lado obtienen maíz prestado de los totonacas y, por el otro, inician una era de sacrificios humanos, en proporciones hasta entonces desconocidas, para implorar el favor de los dioses. Pasada la crisis -me temo que más bien debido al maíz totonaca que a la sangre derramada-, Moctezuma I comprende que las ricas tierras de la costa son su mejor garantía contra un nuevo período de hambre, y entonces, con su gratitud proverbial, se desparraman las tropas mexicanas sobre la región costera; tras de ataques tan feroces como inesperados, conquistan toda el área, obteniendo así, en forma permanente, el granero más importante del México antiguo y en donde todavía hoy se encierra gran parte de su futuro. Los triunfos continuos y tan extensos de Moctezuma I y el terror que logró imponer entre todos, nos indican que practicaba una estrategia cuya violencia era hasta entonces desconocida. Como un verdadero alud caen las tropas mexicanas sobre los pueblos, vencen la resistencia desorganizada por lo inesperado del ataque, capturan al jefe si ello es posible, suben al templo y lo incendian. Esta es la señal de la victoria y ya no queda sino repartirse el botín, las mujeres y los prisioneros, establecer un gobierno sumiso a Tenochtitlan, fijar el tributo y marcharse hacia una nueva conquista. La época de Moctezuma I tiene, felizmente, aspectos menos trágicos, ya que al mismo tiempo que gran conquistador fue un gran constructor. Trae a un grupo de arquitectos de Chalco, que eran muy famosos. Con ellos inicia la transformación de su capital, que de una pobre ciudad de lodo va a convertir en una metrópoli de piedra. No solo se interesa en arquitectura, sino que durante su reinado se inicia un gran estilo de escultura que tiene una personalidad propia y que ha dejado algunos de los monumentos más interesantes del arte azteca.

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77 n a. Anverso y reverso de le¡ piedra commemorativa de la introducción del agua potable a Tenochtitlan, el año 7 caña, 1499, bajo el reino d e Ahuizotl.

Entre otras cosas, mandó grabar su retrato en la roca de Chapultepec, ejemplo que habían de seguir sus sucesores formando así una interesantísima galería de reyes mexicanos que, desgraciadamente, el tiempo no ha respetado y de la que solo quedan restos informes. Moctezuma, como todo buen azteca, es también un amante de las plantas y de las flores. En un rico valle de la región de Morelos manda construir un verdadero jardín botánico en el que colecciona las plantas de todos los diversos climas y las flores más raras y bellas que pudo procurarse. Sus sucesores también se habían de interesar en la botánica, y el magnífico jardín no desaparece sino hasta fines del siglo XVI; todavía en la región muestran una huerta a la que llaman "el jardín de Moctezuma". Con la instauraci~n del Imperio, la construcción de la ciudad y el establecimiento del patrón religioso, resulta muy claro que Moctezuma I es el verdadero forjador del Imperio Azteca. No inventa prácticamente nada; pero recoge en favor de su pueblo, por fin llegado al poder, la herencia milenaria de todos los que le habían precedido.

En 1469, sube al trono Axayácatl, también descendiente de Acamapichtli. Como todos los demás reyes mexicanos, se lanza a una serie de nuevas conquistas, que extienden cada vez la superficie del Imperio. Un episodio importante del gobierno de este Señor lo constituye la conquista de la ciudad rival, Tlatelolco. Aquí, desde tiempo antiguo se había formado una Ciudad-Estado que durante más de un siglo se consideraba aliada de Tenochtitlan. Aunque cada vez más dominada por ésta, conservaba cuando menos una apariencia de autonomía. Por motivos de tipo político y aun por razones personales, Axayácatl decide terminar la independencia de Tlatelolco. El rey de este lugar se había casado, indudablemente por conveniencias diplomáticas, con una hermana del Señor de México, "la pequeña piedra preciosa" a quien "le hedían grandemente los dientes, por lo cual jamás se holgaba con ella el rey de Tlatelolco". "Su marido no la estimaba en nada por ser endeble, de feo rostro, delgaducha y sin carnes y la despojaba de cuanta manta de algodón le enviaba Axayácatl dándoselas todas a sus mancebas. Sufría mucho la princesa, se la obligaba a dormir en un rincón, junto a la pared, en el sitio del metate y tan solo tenía para sí una manta burda y andrajosa ... ; su marido la alojaba en casa aparte de sus mancebas, en ningún sitio se le daba valía alguna y precisamente nunca quería el rey dormir con la princesa «pequeña piedra preciosa» y dormía solamente con sus mancebas, hembras muy garridas." 141

79. Los emperadores Tizoc y Ahuizotl haciendo sacrificio, en el día 1 caña, año 8 caña, 1487. Tenochtitlan.

No tardó en llegar a oídos de Axayácatl la triste historia de su hermana y, tomando como pretexto el insulto personal, decidió llevar a cabo lo que la ambición le dictaba: la conquista de Tlatelolco. La lucha fue difícil, ya que hasta las mujeres defendieron valerosamente su ciudad. Pero por fin debió sucumbir ante el ímpetu azteca, cuyos soldados subieron al gran templo y desde esa altura arrojaron al rey de Tlatelolco, con lo que terminó la guerra ,en 1473. Tlatelolco tenía relaciones estrechas con la gente del Valle de Toluca; tal vez por esto, a su caída, Axayácatl se dedica a la conquista de todas las ciudades de esa región. Como resultado de estas conquistas, los mexicanos se convirtieron en colindantes del gran reino tarasco. Hacia 1480, se inicia la inevitable guerra entre los dos poderes militares más importantes del momento; por primera vez la técnica de los mexicanos no dio el resultado acostumbrado y sus ejércitos fueron derrotados. A partir de entonces, se estableció entre los dos reinos rivales una curiosa situación de "guerra fría" y los dividió una "cortina de piedra", ya que ambos bandos construyeron a lo largo de la frontera una serie de puntos fortificados con carácter más bien defensivo que ofensivo. Los mexicanos trataron de rodear al enemigo conquistando toda la región de Guerrero para poder atacar a los tarascos también por el Sur; pero esta estrategia tampoco les sirvió, pues jamás lograron atravesar el río Balsas. Esta situación de jaque, tal vez debida a que al ímpetu de los soldados aztecas los tarascos oponían armas superiores, frecuentemente de bronce, continuó hasta que la Conquista española vino a alterar el equilibrio de las fuerzas. La exploración de algunas de estas fortalezas, en realidad apenas iniciada, ha permitido, sin embargo, conocer bastante del arte militar de la época. Están construidas en cerros de difícil acceso y rodeadas de uno o de varios círculos de murallas y a veces de fosos. Eran defendidas por pequeñas guarniciones de soldados, pero no formaban verdaderas poblaciones permanentes; conservaban, pues, un carácter estrictamente militar. El gobierno de Axayácatl, aparte de las guerras mencionadas, se car:acteriza por una serie de otras con las cuales el terror que infundían los soldados aztecas creció de día en día. Ya, en ese momento, está bien implantado el odio que inspiró el imperialismo azteca; odio cuyas consecuencias han de ser de primera importancia a la llegada de Cortés. Por otro lado, Axayácatl sigue la tradición de Moctezuma 1; se hace construir un gran palacio y continúa las obras magnas del Templo Mayor. De su época parece ser la gran escultura generalmente conocida con el

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80. Maqueta del Gran Templo de Tenochtitlan.

diap. 24

nombre de Calendario Azteca, y que es en realidad una piedra votivo en honor del Sol. Este monumento, de una rara perfección y de importante simbolismo, conservado hoy día en el Museo Nocional de México, no solo inicia la época de la escultura monumental azteca, sino que se ha convertido en cierto modo en un símbolo nacional. De un bloque de basalto olivino de más de 24 toneladas, en realidad solo se aprovechó una parte, ya que todo el resto quedó sin tallar. Tal vez se haya desprendido un fragmento, lo que no permitió llevar o cabo completamente la idea original. Pero el frente está completo. Al centro tiene lo cara del sol (Fig. 72). Inmediatamente alrededor aparecen dos garras de águila, emblema del astro, y que son los manos del dios rompiendo corazones y cuatro cuadr~tes que simbolizan a los cuatro soles anteriores. Es decir, que se trata del Quinto Sol. Cada' uno de los soles anteriores está asociado a un punto cardinal. Cuatro puntos numerales completan el nombre del sol y su jeroglífico: 4 olin (4 temblor) que es la fecha cuando se morirá el sol que nos alumbra. El círculo siguiente contiene los veinte jeroglíficos de los días del calendario, y más afuera se ven, en forma de grandes A, los royos del sol, el color y la luz, así como símbolos de la turquesa o jade, es decir, todo lo precioso. Finalmente, dos enormes serpientes de fuego, la xiuhcóatl de Huitzilopocthli, tienen las colas en la parte alta y las cabezas abajo. Entre las colas está el jeroglífico 13 acatl, día en que nació el sol. De los fauces abiertas de los serpientes de fuego salen las caras de dos dioses: Xiuhtecuhtli y Tonatiuh. Se trata, por tanto, del sol mismo y de sus atributos, según la cosmogonía indígena. Aparte de su significado esotérico, representa un casi increíble alarde técnico con su círculo matemáticamente dividido y la perfección de los innumerables motivos allí esculpidos. El célebre monolito permaneció oculto bajo el piso del Zócalo de México, hasta 1790. luego fue colocado en un muro exterior de la Catedral hasta 1885, año en que pasó al Museo. león y Gama hace en 1792 un estudio del monumento en su obra, primer libro de arqueología mexicana. El sucesor de Axayácatl, Tizoc, solo reina de 1481 a 1486 y, según parece, murió envenenado. Aun en tan corto plazo, logró bastantes nuevas conquistas inmortalizadas en un monumento magnífico: la Piedra de Tizoc, monolito circular de 8.28 m de circunferencia por 0.84 m de altura (figuro 73). Esta escultura, particularmente importante, combina también el culto 01 Sol y posiblemente el sacrificio con un sentido imperial. Es una de las poquísimas piezas verdaderamente históricas que conservamos. Igualmente, fue encontrado en la Plaza Mayor, en 1791. Muchos autores se han ocupado 145

81. Cabeza de serpiente. Adorno de templo. Tenochtitlan.

82. Cabeza colosal de serpiente. Azteca. Tenochtitlan.

de él, desde Gama hasta nuestros días, pero es evidente que, salvo en algunos aspectos, la explicación de Orozco y Be~r(! es correcta. La parte superior es un monumento dedicado al Sol, tal vez un cuauhxicalli. Ahora tiene una ranura muy mal hecha que va del centro a la orilla. Orozco y Berro cree que era original, ya que serviría de canal para que saliera 1" sangre del sacrificado. Me parece que no debió de ser así, pues es inexplicable que un monumento de esa calidad tuviera corte tan imperfecto, y, además, muchos cuauhxicallis no tienen canal. Es más posible que sea correcta la explicación que da Ramírez, quien relata que, según la tradición, pasó por allí, cuando empezaban a romper la piedra y ya habían horadado una canal, el canónigo Gamboa, que detuvo esa barbaridad. La piedra pasó primero a Ip Universidad -como otros monumentos- y más tarde al Museo. Tuvieron razón Ramírez y Orozco y Berro, contradiciendo las opiniones anteriores al decir que se trata de un monumento elevado para conmemorar las conquistas de Tizoc, aunque es menos seguro el hecho de que haya sido un cuauhxicalli -vaso para corazones-, ya que, como he dicho, la horadación al centro no parece original. Pero más importante, a mi entender, es la circunferencia del monolito í donde hay talladas quince escenas prácticamente iguales. En cada una, un individuo -el vencedor- toma un prisionero. En catorce escenas, la figura del vencedor es idéntica y no lleva, tal vez por ser innecesario, su nombre jeroglífico. Pero en la escena distinta el vencedor lleva el jeroglífico del emperador Tizoc, que aparece vestido como el dios Huitzilopochtli, ~o que no es de extrañar, ya que era su sumo sacerdote y por tanto podía, según la costumbre indígena, tomar no solo las vestiduras sino aun el nombre del dios. Por tanto, a Tizoc y sus conquistas se refiere el monumento, y es él quien aparece venciendo a quince pueblos distintos, aquí sí cada uno identificado con su jeroglífico preciso. Es un concepto escultural muy similar al de la famosa columna Trajana. Con el mismo sentido de un friso con escenas que representan una procesión de guerreros (Fig. 74), es una gran piedra cuadrangular. En un estilo infinitamente superior, recuerda a los frisos toltecas. Probablemente, la piedra de Tizoc fue terminada por su hermano y sucesor, Ahuizotl, tan terrible y brutal conquistador que su nombre ha llegado hasta nuestros días como símbolo de algo temido o que de continuo nos persigue o molesta. Su nombre jeroglífico de un animal acuático aparece en un bello bajorrelieve (Fig. 75). la Piedra de Tizoc es el monumento más notable, pero no el único en ese estilo "imperial" y no solo religioso. la lápida de los caballeros águilas 147

83. Almena con dos cabezas de serpiente. Tenochtitlan.

84. Cabeza de serpiente. Saliente arquitectónica. Tenochtitlan.

83. Almena con dos cabezas de serpiente. Tenochtitlan.

84. Cabeza de serpiente. Saliente arquitectónica. Tenochtitlan.

y jaguares (Fig. 76) o el basamento con la fecha 7 caña (Figs. 77 y 78) son otros ejemplos. Al año de reinar, en 1487, Ahuizotl termina la construcción del Gran Templo y decide inaugurar la obra con solemnidades hasta entonces nunca soñadas. Para ello, emprende una verdadera cacería de prisioneros y se dice que logró sacrificar 80 000 hombres, con lo que, indudablemente, el sol debió adquirir nuevas fuerzas. Parece altamente exagerado el número de víctimas que se señala; pero cualquiera que haya sido la cantidad de sacrificados, dejó un recuerdo imborrable en las memorias indígenas. Una magnífica lápida conmemora la inauguración. Lleva arriba los retratos de los dos hermanos Tizoc y Ahuizotl sangrándose las orejas con un punzón. Abajo lleva la fecha.8 acatl del calendario indígena (Fig. 79). El terror de los ejércitos o el recuerdo de los sacrificios convenció a todos los pueblos aún no sometidos, del poder de los mexicanos~ Éstos emprendieron otra campaña hacia el Sur, con la que no solo completaron sus conquistas en Oaxaca y en el Istmo sino que llegaron hasta la frontera actual de Guatemala, cayendo en. sus manos la región del Soconusco. En 1502, cuando fue elegido emperador, Moctezuma 11 tenía la reputación de un capitán valeroso que había sabido dirigir hábilmente los ejércitos, pero sobre todo la de un sacerdote profundamente conocedor de la religión, y de un hombre místico, sencillo y humilde. Los primeros diecisiete años de su reinado pasan en continuas guerras y en la sofocación de rebeliones de algunos pueblos que, desesperados por la opresión, se levantaban en armas esperando vanamente evitar el tributo que se les había impuesto. Pero Moctezuma 11 toma poca parte personal y más bien vive en la ciudad, dedicado a los placeres y a los deberes religiosos. Era un hombre profundamente supersticioso y toda su vida estaba basada en sus creencias. En 1519, Moctezuma 11 podía sentirse orgulloso de los triunfos logrados por su familia y por su pueblo. En quince generaciones, la miserable tribu que nadie deseaba se había convertido en la cabeza del Anáhuac, "el Círculo del Mundo entre los mares". Él sabía que todo esto era don del poderoso dios Huitzilopochtli y el cumplimiento de su antigua pero no olvidada promesa. Moctezuma no podía perder la fe en su dios, ya que, como consecuencia de ella, reinaba sobre un imperio del tamaño de la Italia moderna en el que se encontraban muy variadas regiones y climas. y donde habitaban muchos pueblos que hablaban múltiples idiomas distintos. Sin embargo, su comercio y su influencia llegaban todavía más lejos. En 1519 estalla, como un grito espantoso, la terrible noticia: Quetzalcóatl ha regresado. Desde el primer momento, Moctezuma sabe que su reino se ha aca149

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85. Gárgola. Represento un mono con lo boca abi

86. Gran incensario de piedra. Abajo la máscara de Macuilxóchitl-5 Flor. Azteca.

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85. Gárgola. Representa un mono con la boca abierta.

86. Gran incensario de piedra. Abajo la máscara de Macu ilxóchitl-5 Flor. Azteca.

bado; que las profecías se han cumplido; que la lucha contra un dios es imposible. Entonces sigue el único camino abierto, la única forma de oponerse a un dios: obtener la ayuda de los otros dioses y tratar de persuadir a Quetzalcóatl de que se marche. Por un lado, envía a Cortés las insignias del dios: el penacho de plumas, la máscara de oro, y los numerosos regalos con que espera convencerle. Éstos le convencen, pero precisamente de lo opuesto a lo que deseaba Moctezuma, es decir, seguir la marcha, engolosinado por el oro. Por otro lado, reúne Moctezuma a los sacerdotes y a los brujos, quienes tras largas discusiones, deciden llevar contra Cortés toda una campaña mágica que lo inmovilizará. Como era de esperarse, una tras otra, fracasaron las tretas. Los embrujos son infructosos y, sin hacer caso de la desesperación de Moctezuma, Cortés se presenta un día ante las avenidas que llevan a la capital. Este es el momento de estudiar a Tenochtitlan con alguna esperanza de entenderla, cuando la conocemos mejor, justamente en la víspera de su caída. Tenemos descripciones de conquistadores y otros documentos, así como lo recobrado por la arqueología, que nos presentan una visión fascinante, por esquemática que ella sea, de la vida de esta última capital indígena producto en realidad de 2000 años de vida urbana en Mesoamérica. Se ha considerado casi como un milagro que en unos cuantos años, en realidad en menos de un siglo, una pequeña tribu errante produjera esta ciudad indudablemente dentro de un patrón urbano muy desarrollado. En realidad, no existe tal milagro. Como sucede siempre en estos casos, para entender lo que allí pasó necesitamos saber algo de lo anterior. Necesitamos comprender cómo los aztecas no eran sino los herederos de una ya antigua tradición, cómo a través de Tula y de los pueblos sucesores inmediatos a ellos, habían ya heredado el patrón urbano de esa ruina gigantesca de Teotihuacan, que era la que por primera vez, indudablemente, había creado esta forma de vida y esta primera civilización en el Altiplano. Aunque los aztecas no fueran tal vez los descendientes físicos de aquellos primeros creadores de ciudades, sí eran sus descendientes culturales. No hacían sino aplicar a su propio caso los logros de culturas previas. Tenochtitlan-Tlatelolco, es decir, la combinación de las dos islas a las que nos referimos simplemente como Tenochtitlan, ya que fue la principal, ocupaba en 1519, en conjunto, un área de unos 13 km 2• Las islas originales eran más pequeñas, pero a base de trabajo se habían ampliado y se había logrado esa superficie, no grande por cierto. Teotihuacan fue mucho más vasta con sus 32 km 2 • ¿Cuál era la población de Tenochtitlan en 1521? Se han dado estimacio151

87. Escultura de un portaestandarte. Azteca.

nes muy distintas y es imposible afirmar ninguna cifra. No obstante, teniendo en cuenta esta superficie de 13 km?, teniendo en cuenta también el monto de los tributos que cobraba el Imperio (del que nos ocuparemos dentro de un momento), creo que difícilmente podía tener más de unos 80000 habitantes. Naturalmente, esta cifra nos parece hoy día extraordinariamente baja, nos parece casi la cifra de un pueblo, pero pensemos no en la situación de hoy sino en la del principio del siglo XVI. E·n aquel momento, solo cuatro ciudades europeas, París, Nápoles, Venecia y Milán pasaban de 100 000 habitantes, y pasaban por bien poco. Ninguna ciudad española llegaba a ese número. Sevilla, entonces la ciudad más grande, tenía 45 000 habitantes, según un censo de 1530. No debe, pues, extrañarnos que a los conquistadores espa~oles Tenochtitlan les pareciera enorme. Tampoco creo que fuera, como se ha dicho tanto, una exageración de parte de ellos, una manera de impresionar a su rey, haciéndole creer que habían conquistado ciudades gigantescas. Era realmente una ciudad gigantesca, ya que la ciudad más grande que ellos conocían tenía aproximadamente la mitad de tamaño que Tenochtitlan. Cualquiera que haya sido su tamaño, esta Venecia americana era realmente impresionante. Por todos lados se levantaban pirámides rematadas por altos templos. Entre ellos descollaba, dominándolos, la masa enorme del Templo Mayor. Así, toda la ciudad tenía un perfil piramidal y de hecho la primera mirada explicaba en cierto modo su sentido funcional, en el que el templo era a la vez el eje y también el remate. Los palacios y luego las casas iban disminuyendo en tamaño conforme se acercaban a las orillas de la laguna, donde se veían las fértiles chinampas cubiertas de flores y de vegetales. Alrededor estaba el agua y las otras islas, y, en la tierra firme, otras numerosísimas cuidades que parecían tejer una corona a la capital. Este es el espectáculo que, como nadie, nos describe Bernal Díaz del Castillo cuando dice: "y desde que vimos tantas ciudades y valles poblados en el agua y en la tierra firme otras grandes poblaciones y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba a México, nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro Amadís, por las grandes torres y edificios que tenían dentro del agua y todos de cal y canto y aún algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay mucho que ponderar en ello. No sé cómo lo cuento, ver cosas nunca oídas, ni aún soñadas como veíamos"; y prosigue "y de que vimos cosas tan admirables no sabíamos qué decir o si era verdad lo que por delante parecía que por una parte en tierra había gran153



des ciudades y en la laguna otras muchas y veíamoslo todo lleno de canoas y en la calzada muchos puentes de trecho en trecho y por delante estaba la gran ciudad de México l l • Después, cuando relata el mismo conquistador la escena extraordinaria en que Moctezuma y Cortés suben al gran templo y Moctezuma toma por la mano a Cortés y le dice "que mirase su gran ciudad y todas las demás ciudades que había dentro del agua y otros muchos pueblos alrededor de la misma laguna, en tierra, y que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí la podía ver muy mejor y así la estuvimos mirando; desde allí vimos las tres calzadas y el agua dulce que venía de Chapultepec y los puentes y tanta multitud de canoas y veíamos que de casa a casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas y veíamos cues y adoratorios a man.era de fortaleza y todas blanqueando que era cosa de admiración y las casas de azoteas. Después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto tornamos a ver la gran plaza y ante nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo y en Constantinopla, y en toda Italia y en Roma y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño y llena de tanta gente no la habían vistol l • Esta simetría, esta planificación que tanto admiró a los conquistadores (ya que, hay que recordar, las ciudades medievales poco tenían de esto) provenía fundamentalmente de una idea de organización política y social, de la división cuatripartita del grupo azteca. Así, la misma ciudad había sido dividida en cuatro barrios; Tlatelolco fue un quinto bar: io que se sumó después cuando la anexión de esta ciudad. Cada calpulli, o sea cada uno de estos barrios, contenía una cantidad variable de subdivisiones; son realmente residuos de la antigua organización ciánica, sobre la que se sobrepuso después el estado imperial. los cuatro calpu"is originales de la ciudad, una vez establecidos geográficamente, se tocaban en un punto central que era justamente el área ocupada por el gran templo, por los palacios imperiales y por los de los grandes señores. El recinto del gran templo tenía cuatro puertas, que recordaban los cuatro barrios, orientadas cada una a uno de los puntos cardinales (figura 80). De cada puerta salía una calzada que, en su recorrido, marcaba los linderos de los calpu"is. Tres de las calzadas no solo dividían la ciudad sino que continuaban sobre el lago hasta llegar a tierra firme. Eran de piedra, sostenida por hileras de estacas clavadas en el fondo del lago. Al Norte, salía la calzada que corría a lo largo de lo que es ahora la calle de Argentina y que llevaba a lo que es hoy el Santuario de Guadalupe. la caliada al Sur, arrancaba de la puerta del Aguila y se dirigía hacia Ixtapalapa (a cierta altura, esta calzada se dividía en dos formando un ramal 155

89/90. Serpientes enroscadas Cultura azteca.

que iba a Coyoacán¡ por cierto, fue ésta la que usó Cortés en su primera e'ntrada a Tenochtitlan. Hacia el Oeste, a través de la puerta llamada del Palacio Pequeño, salía la calzada a Tacuba, la única que hoy todavía conserva, cuando menos en parte, su nombre original. También se dividía en dos, en un momento dado, para llevar un ramal a Chapultepec. La cuarta calle, la que salía al Este, no atravesaba el lago, ya que por ese lado era muy ancho y solamente se detenía a la orilla de la isla. Allí estaba un embarcadero, donde se tomaban las canoas para atravesar el lago de Texcoco. En ese sitio fue donde Cortés construyó el arsenal¡ el mismo lugar en que, hasta hace poco, estaba la estación de San Lázaro. Así vemos cómo Tenochtitlan era una ciudad muy ordenada, una ciudad planificada sobre esa base cuadrangular, por cierto similar a la planificación española que tendría más tarde. Aun la irregularidad natural de las riberas de la isla había sido modificada por las mismas chinampas, de forma generalmente rectangular, que se iban construyendo paulatinamente ampliando la superficie habitable. Había empleados públicos, como el acolnahuácatl, encargados de cuidar las orillas de la isla para que el agua que se filtraba dentro de las chinampas recientes no las derrumbara, perdiéndose así la tierra y el trabajo hecho. Todo eso demuestra que Tenochtitlan de ninguna manera creció al azar, sino que, al contrario, fue objeto de gran cuidado en su planificación. Había un funcionario, el calmimilólcatl, cuyo trabajo consistía en cuidar que las casas estuvieran debidamente alineadas a lo largo de las calles o de los canales para que quedaran rectos y bien delimitados. En efecto, muchas calles no eran tales sino canales por los que naturalmente solo se podía transitar en canoas. Sin embargo, casi siempre tenían veredas a los lados para los peatones. Donde un canal cruzaba una calzada u otro canal, había puentes hechos con tablones recios. Éstos podían ser removidos con cierta facilidad en caso de peligro, y fue precisamente lo que causó la catástrofe de Cortés el día de la Noche Triste. Esta situación natural de canales y de lagos que la rodeaba (como ocurrió, por cierto, con la ciudad colonial y con la ciudad de México independiente hasta hace muy poco tiempo) hacía que Tenochtitlan fuera víctima continua de inundaciones en cuanto subía el nivel del agua de los lagos. Para impedirlas, se hicieron muchas obras¡ grandes muros -los albarradones, como les llamaban los españoles- trataban de contener las lagunas dentro de sus bordes, así como de separar el agua dulce del agua salobre. La obra principal, que se dice fue dirigida por Netzahualcóyotl, el famoso rey poeta arquitecto, logró impedir cuando menos las inundaciones más grandes. Sin embargo, el problema era de tal magnitud que no pudieron 157

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resolverlo ni las técnicas indígenas ni los tres siglos de la época colonial, y solo ahora se ha logrado impedir esas inundaciones. Tenochtitlan tenía algún manantial de agua potable, pero la del lago de Texcoco era salobre. El agua pura indudablemente no era suficiente; para aumentar el caudal se construyeron acueductos que traían el agua de afuera, es decir de la orilla de la laguna. Uno, ordenado por Moctezuma 1, venía de Chapultepec y el otro, edificado por Ahuizotl, la traía de Coyoacán. Esta última era una obra más ambiciosa; constaba de dos canales paralelos para que, en caso de tener que hacer reparaciones en uno de ellos, el otro siguiera funcionando y nunca se interrumpiera la entrada de agua pura a la ciudad. De hecho, mientras Tenochtitlan conservara en su poder los manantiales, tenía asegurada el agua potable necesaria para su población. . Por supuesto, como en toda ciudad de Mesoamérica, la mayor parte del esfuerzo y del arte se había dedicado a los templos. Había muchísimos en Tenochtitlan; los principales eran el de Tlatelolco y, sobre todo, el Templo Mayor, al centro de la ciudad. Según Sahagún, incluía setenta y ocho edificios rodeados por una muralla decorada por serpientes, el famoso Coatepantli heredado de Tula. La pirámide más alta estaba dedicada a los dioses Tláloc y Huitzilopochtli. El recinto incluía otros numerosos templos, así como el Juego de Pelota y el Calmécac, donde estudiaban los hijos de la nobleza. La gran maqueta instalada en el Museo trata de reconstruir con toda la exactitud posible este conjunto monumental que desapareció bajo la ciudad colonial. Solo quedan fragmentos de las esculturas que formaban parte de estos edificios, como las grandes cabezas de serpiente (Figs. 81 y 82), una almena (Fig. 83) y otras menores, pero de admiroble talla (Figs. 84 y 85). Asimismo, un brasero ceremonial de piedra (Fig. 86) y otros -magníficos, de barro y de gran tamaño, procedentes de Tlatelolco- recuerdan las ceremonias en los templos. A la puerta de ellos, portaestandartes de pie (Fig. 87) o sentodos (Fig. 88) sostenían el asta de la bandera, que se cambiaba cada veinte días, según el calendario ritual. Al oeste del recinto del gran templo estaba el palacio de Axayácatl, donde se alojó Cortés con sus cuatrocientos soldados. Dice eran: "unas casas grandes donde había aposentos para todos nosotros, donde tenían hechos grandes estrados y salas muy entoldadas de paramentos de la tierra para nuestro Capitán y para nosotros, otras casas de estera y unos toldillos encima y todos aquellos palacios muy lucidos y encalados y barridos y enramados, muy grande y muy hermosa casa." Sobre la misma acera, estaban los palacios de Moctezuma 1 y del Ci161

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huacóatl, segundo en importancia al Emperador. Atrás de esos edificios habíaun enorme terreno dedicado a estanques y casas de aves y de fieras, una especie de parque botánico y zoológico. La acera Sur de la plaza estaba dedicada a las casas de nobles de primera importancia y en la del lado Este se hallaba el palacio de Moctezuma 11, que tenía una extensión muy similar a la del actual Palacio Nacional que se levanta encima de aquél. También atrás había otros estanques, parques, jardines y todos los animales que tanto interesaba coleccionar al Emperador. Estos parques zoológicos tal vez fueron la causa de la extraordinaria proliferación de esculturas de animales, frecuentemente obras maestras, hallados entre las ruinas de la ciudad o en lugares cercanos. El Museo posee un bestiario que recuerda por su amplitud e importancia al del Museo Vaticano. A reserva de discutir más adelante algunos animales que se relacionan con ideas claramente religiosas, hay muchos otros enteramente naturalistas, aunque casi siempre simplificados, que no solo señalan un arte notablemente avanzado sino un conocimiento y un poder de observación de la naturaleza que no es habitual en el arte indígena. Las serpientes enroscadas tienen la flexibilidad de la carne dura del reptil (Figs. 89 a 91); el sapo (Fig. 92), el conejo (Fig. 93) o los pequeños jaguares (Fig. 94) podrían levantarse en cualquier momento, y el espléndido chapulín de carneolita roja está a punto de brincar. Pensativo y refinado es el gran perro sentado (Fig. 95); irreal y, al mismo tiempo, presente es el coyote emplumado o lanudo (Fig. 96). Este conjunto del gran templo y de los palacios imperiales debió de ocupar alrededor de medio kilómetro cuadrado, aunque es difícil establecer una cifra precisa. Parece poco si lo comparamos con la extensión, según Ixtlilxóchitl, del palacio de Netzahualcóyotl, en Texcoco; pero tal vez aquí sí tengamos una considerable exageración de parte del cronista texcocano, que siempre tiende a subrayar la grandeza de sus antepasados. Al centro de la ciudad es probable que las casas estuvieran construidas unas junto a otras como en nuestras ciudades. Los nobles y los poderosos tenían habitaciones de altos techos colocadas alrededor de uno o de varios patios cuadrados; contaban a veces hasta con cincuenta aposentos; pero cualquiera que fuese el tamaño de la casa, no había sino una puerta a la calle y ninguna ventana; la vida era enteramente hacia adentro, y los aposentos solo recibían luz a través de las puertas que daban a los patios interiores, como en las casas musulmanas. Frecuentemente, en el patio principal se levantaba un templete para las devociones particulares de los moradores. Un buen sistema de drenaje llevaba el agua hacia el exterior. 164

diap. 26

98. El dios del Aire. Escultura azteca.

99. Escultura azteca.

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101. Brasero de barro con la máscara de Tláloc. Cultura azteca.

Estas casas más importantes eran construidas íntegramente de cal y canto, con los techos planos, muy diferentes, por cierto, de los techos inclinados de los templos. Frecuentemente, unas almenas, simplemente decorativas, corrían alrededor. Sobre este techo, que formaba una terraza, podían pasarse horas de descanso contemplando la puesta del solo tal vez las estrellas en las raras noches tibias del Altiplano. Siguiendo la tradición mesoamericana, las casas eran solamente de un piso, pero en algunos casos se habla de cuartos altos construidos sobre las terrazas. Los muros estaban íntegra. mente recubiertos de estuco pintado para impermeabilizarlos y darles un acabado muy fino. En cambio, la antigua tradición de frescos murales con motivos diversos era en Tenochtitlan mucho menos frecuente de lo que fue, por ejemplo, en Teotihuacan. El mobiliario era extraordinariamente somero, como ocurre todavía en las casas indígenas. A veces, había una banca estucada que se utilizaba tanto para dormir como para sentarse en ella a la manera oriental, sillas y bancos de madera, esteras y mantas en vez de camas, arcones para guardar ropa y objetos. En algunas grandes casas los techos y los muros estaban cubiertos de telas pintadas o bordadas con dibujos muticolores a modo de tapicería, y, en algunos casos, lujosas pieles de venado o de jaguar cubrían el piso. Ya más hacia fuera, donde vivía el pU,eblo, cada casa estaba rodeada de un pequeño jardín; en él se cultivaban flores que tanto amaban los aztecas, así como plantas útiles. Estas habitaciones, más modestas, solamente tenían los cimientos de piedra; los muros eran de adobe y sostenían un techo plano formado por vigas; generalmente, un cuarto rectangular era suficiente para alojar a una familia, aunque la cocina, el granero y el baño de vapor se construían separadamente, en el jardín. Así como no puede concebirse una casa norteamericana sin un automóvil a la puerta, una casa indígena de Tenochtitlan no puede concebirse sin una canoa a la puerta. Todas parecen haber tenido la suya, y tal vez hasta más de una, ya que era el medio de transporte ineludible, no solamente a través de los canales sino para cruzar el lago. Las canoas eran muy variadas, algunas lisas y muy sencillas y otras decoradas y con las proas esculpidas. Dentro del sistema económico mesoamericano, basado en la agricultura, en las tierras del Valle nunca podría haberse cosechado lo suficiente para sostener esta ciudad. De aquí la necesidad, que ya habían tenido los predecesores de los mexicas, de lanzarse en una carrera de conquistas y de exacción de tributos. Reuniendo los datos esparcidos en los libros de tributos y en los informes posteriores, llegamos a cifras aproximadas. Cada año 169

102. Chacmool. Cultura azteca . Tenochtitlan.

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Moctezuma recibía unas la 000 toneladas de maíz, 7 800 de frijol, 6 000 de chía, y 3 000 de huautli; hay que añadir cantidades menores de granos de cacao, de chile, miel de abeja, sal y algunas cosas más; ello forma el total de los mantenimientos que el presupuesto imperial obtenía por tributos. Calculando' el consumo diario por persona, se llega a la conclusión de que con esas cantidades se podía alimentar a unos 53000 habitantes, pero difícilmente a más. Por otro lado, tenemos que pensar que este tributo, aunque sea teóricamente, no correspondía todo a Tenochtitlan sino que pdrte tenía que ir a Texcoco y a Tacuba, y aun, posiblemente, que estuviera incluido en él el tributo de Tlatelolco. De hecho, según las informaciones de 1554 -la base más importante para las noticias económicas sobre la ciudad- el monto total del tributo imperial puede calcularse en unos veinte millones de reales de plata de esa época. Claro que a esta suma hay que agregar el producto de los calpullis, el producto de las tierras de los nobles, del rey, de los templos, algunos otros tributos que percibían la nobleza, la iglesia y el propio emperador, y algunos pequeños animales domésticos, que en algo han de haber ayudado, así como lo que se obtenía del lago, que ha de haber sido más importante de lo que nos imaginamos, ya que hasta los mosquitos eran recolectados y comidos. De todas maneras, es evidente que lo que faltaba se obtenía por comercio, tanto con grupos cercanos como mediante expediciones mercantiles a tierras más distantes. Los mercados, muy lejanos a veces, que estableció Tenochtitlan, eran indispensables para satisfacer las necesidades cada vez más amplias de su población. Pe·ro esas necesidades son no solamente una consecuencia sino también una causa: para poder comerciar,es necesario tener algo que dar en cambio y debe haber alguien dispuesto o forzado a efectuar el trueque. El intercambio era imposible, puesto que Tenochtitlan, de hecho, casi nada producía; entonces, la única manera de exigir materia prima a cambio de los productos manufacturados que formaban la base del comercio era apoderarse precisamente de los productores, conquistándolos, imponer un tributo y, naturalmente, facilitar las comunicaciones. Relacionando varios documentos distintos, se puede llegar a una especie de historia económica y mercantil de Tenochtitlan, que refleja en una forma notable los acontecimientos políticos y militares de la ciudad. Así, por ejemplo, casi al fin del siglo XIV apenas si hay en el mercado plumas, y éstas de clase inferior; la ropa que allí se vende es de fibra de maguey. A principios del siglo XV aparecen pequeños jades y turquesas y ropa de algodón para los hombres. Ésta llega precisamente cuando Huitzilihuitl efectúa sus conquistas en Morelos, que es el productor de algodón.

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Pero, en realidad, es solo a partir de 1430 cuando tiene lugar el gran auge, como consecuencia naturalmente de la victoria sobre Atzcapotzalco. Desde ese momento ya se dispone de grandes cantidades de plumas de quetzal y otros pájaros raros, pieles de jaguares, jades, turquesas y joyas de oro. Ya hacia 1450, dice alguna crónica: l/estas cosas abundanl/, y, además, aparecen mantas bordadas y adornadas con plumas para los grandes señores, y las mujeres pueden adquirir faldas y huipiles bordados. Empieza también el lujo extraordinario de beber chocolate hecho con granos de cacao, que, como sabemos, era moneda. Las guerras de Ahuizotl traen nuevos productos: grandes penachos de quetzal, insignias de mosaicos de plumas, de los cuales el Museo posee uno, pieles de animales mw diversos, nuevas formas y tamaños más grand~s de joyas, escudos de mosaicos de turquesa, mantas cadp vez más elaboradas, bordadas o teñidas de los colores más difíciles de obtenerse. Los grandes señores podían lucirlas, adornadas además con tiras de papel o con pelo de conejo, y llevar en las manos abanicos de plumas de guacamaya con mangos de oro. Ya no bebían el chocolate en simples jícaras, sino que éstas eran laqueadas, y comían con cucharas de carey. Por supuesto, que aparte de esos objetos suntuarios, que de hecho solo podían ser adquiridos por la nobleza tenochca, el mercado tenía innumerables productos obtenidos también por tributo o traídos por los comerciantes cercanos para el uso diario del habitante medio de la ciudad. Si leemos la lista larguísima de objetos que se vendían en el mercado, no nos extraña que constituyera una atracción tan especial, no solamente c?mo centro de compra y venta sino bajo muchos otros órdenes. La gente venía de cerca y de lejos; a comprar, a comer, a vender, pero también a entretenerse, a arreglar asuntos, a ofrendar a los dioses, a averiguar las noticias del día, a saludar a sus amigos; el mercado era un centro sodal, el periódico de Tenochtitlan donde circulaban las noticias, los edictos, donde se anunciaban las fiestas religiosas. En este inmenso hormiguerq humano se dice que se reunían a veces hasta 60 000 personas, lo que muestra claramente la predominancia comercial de Tenochtitlan. Es difícil entender cómo podía funcionar un mercado de esta importancia solo a base de trueque. En realidad, aunque no había. moneda propiamente dicha, había ciertos objetos que la sustituían. Los principales eran las mantas, que equivaldrían a los pesos, y los granos de cacao, que funcionaban como moneda fraccionaria. Una manta, según su tamaño y calidad, valía entre sesenta y cinco y cien granos de cacao. Un buen esclavo costaba cuarenta mantas, mientras que por uno inferior solo se pagaban treinta. Esto explica la cantidad fantástica de mantas de algodón que los mexicas 177

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119. Mono. la pieza de obsidiana más importante conocida. Texcoco. Epoca azteca.

120. Máscara de obsidiana. Azteca.

121. Máscara con alto tocado. Piedra verde. Azteca.

122. Cráneo de cristal de roca. Azteca.

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Muy mesoamericanos son los dioses descendentes, bajando del cielo, por lo que se les representa con la cara abajo, los brazos a los lados y las piernas arriba (Fig. 110). Como están vistos de espalda, con la cara volteada, aparece en uno el disco que llevaban atrás los guerreros. Otro es un ave con su larga cola de plumas. Muy distinto, pero también en bajorelieve, es un dios solar, desgraciadamente incompleto, de excelente factura (Fig. 111). Aquí, siguiendo la conveniencia estética indígena, el disco solar de la espalda está colocado de lado para que pueda verse. Igualmente interesantes son varios objetos que no parecen conectarse al culto y que sugieren -por única vez en Mesoamérica- el "arte por el arte". La espléndida cabeza de un hombre trágicamente real (Fig. 112), que parece casi una másc,ara fúnebre de bulto redondo, o las otras dos cabezas, muy similares, con los ojos y los dientes incrustados (Fig. 113), recuerdan ese deseo de realismo del arte mexica. Ya hablamos de animales esculpidos en materias diferentes y cuyo uso desconocemos. Algunos son obviamente rituales, como la enhiesta serpiente con el cuerpo decorado con plumas (Fig. 114), es decir Quetzalcóatl, también representado en las otras dos maravillosas serpientes emplumadas (Figs. 115 y 116), o la cara y manos de hombre que salen de una tortuga (Fig. 117). En cambio, otros objetos sugieren que solo fueron obras de arte, lo que me parece sumamente interesante, pues es rarísimo el sentido del arte por el arte y no encuentro ningún otro producto artístico mesoamerica no que no tenga una función. Así, por ejemplo, el órgano con las raíces fuera (Fig. 118) y, sobre todo, la calabaza de diorita verde de tan extraordinaria factura, donde la piedra dura sugiere la cáscara rígida de la calabaza, pero que parece como si el artista se hubiera inspirado en un fruto ya bastante maduro donde la parte baja se ha aplanado ligeramente. Probablemente, dentro de la misma categoría deba colocarse al famoso mono en obsidiana pulida (Fig. 119), verdadero triunfo de la técnica, que logró tallar en material a la vez tan duro y tan frágil una figura del dios de la Alegría. La cola se enrosca sobre el borde de la vasija y es sostenida por las manos, como si fuera la cuerda con la que el mono sostiene un fardo a la espalda -su propio cuerpo- que es la vasija. Los finos detalles realistas se acoplan perfectamente con el concepto simbólico del animal. Otra magnífica pieza de obsidiana tallada es una máscara (Fig. 120). Ésta, como la otra de piedra verde con un alto tocado de plumas (Fig. 121), no eran máscaras para usarse por los vivos sino que se colocaban sobre el bulto del muerto antes de enterrarlo o incinerarlo. El cristal de roca fue utilizado con alguna frecuencia, aunque su rareza

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123. Caja de sacrificios. lleva los símbolos de la serpiente de fuego. Azteca .

124. Caja de piedra. Al frente un símbolo del fuego. Azteca.

125. Cuauhxicalli circular con dos ser pientes emplumadas, símbolo de Quetzalcóatl. Tenochtitlan.

126. Relieve ceremonial al fondo de un cuauhxicalli. Azteca .

127 Vasija de piedra decorado con un xicalcaliuhqui. Tenochtitlan. Azt ec(

128. Tambor con 6guila, de su pico sale el símbolo del agua y el fuego -la lucha-. Madera. Azteca.

129. Instrumento musical. Madera. Azteca.

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y su dureza no permitieron hacer muchas piezas con él. Entre las que conserva el Museo está un cráneo con una perforación que permitía suspenderlo (Fig. 122). Hay cuentas, animalitos, bezotes, orejeras y adornos de este material. En algunas áreas, su uso estaba reservado exclusivamente a la nobleza y era un símbolo de rango militar. Desde tiempos olmecas se hacían cajas de piedra, a veces con su tapa. El Museo posee una importante colección de ellas. Una representa a la Xiuhcóatl muy geometrizada (Fig. 123), recordando a la de la Piedra del Sol; en otra aparece el emblema del fuego (Fig. 124). Dos vasijas circulares, de admirable talla, muestran, la una (Fig. 125), dos terribles serpientes con las fauces abiertas y cuyas lenguas bífidas se unen al centro de la composición, mientras la otra, más sencilla por fuera, tiene en el interior un típico motivo ritual (Fig. 126). La vasija con asas y vertedera está decorada con un simple xicalcoliuhqui (Fig. 127). Una cajita mucho más pequeña es importante porque está íntegramente pintada al fresco, como tal vez lo estuvieron otras piezas donde la decoración ha desaparecido. La cajita, encontrada en el Pedregal, cerca de Tizapán, tiene al fondo el símbolo del jade rodeado de ocho puntos. Del jade crecen cuatro matas de maíz, pintadas de morado. Las mazorcas son rojas y los cabellos de la planta amarillos. Pero aún más interesante es la tapa. A cada lado, y con las cabezas hacia el centro, están cuatro tlaloques pintados de diferentes colores: amarillo para el Oriente, blanco al Sur, rojo al Poniente y azulo negro al Norte. Esta asociación de colores y puntos cardinales es característica del pensamiento indígena y, aunque con variantes, se encuentra en todos lados. Otra de las artes, la música, está representada por muchas piezas, de las cuales dos son excepcionales: un tambor de madera con una gran águila en bajorrelieve (Fig. 128) Y un teponaztle admirablemente esculpido en forma humana (Fig. 129). Relacionadas con el entierro de los siglos, ceremonia que se verificaba cada cincuenta y dos años, existe no solo la tumba de éstos (Fig. 130), rescatada entre las ruinas del Templo Mayor, sino algunos de los bultos o ataduras de años (Fig. 131). Cada caña simboliza un año. Al reunirse cincuenta y dos son amarradas, como el ~aíz muerto, y enterradas, señalando así el fin de cada siglo. Las innumerables piezas de cerámica encontradas en las exploraciones accidentales o científicas hechas en la ciudad, se han venido llamando aztecas, aunque en realidad solo lo son en el sentido de que eran usadas por este pueblo, pero su estilo, formas y motivos tienen dos raíces diversas y de ninguna manera son originales de Tenochtitlan. Muchas piezas reflejan el estilo de Cholula o de La Mixteca, como los grandes sahumadores muy deco193

130. la tumba de los siglos. Tenochfitlan.

131. Los años atados como cañas para ser enterrados al fin. del siglo, en el año 2 caña. Piedra. Azteca.

132. Vasija con decoración negra sobre fondo naranja. la parte más hundida es recipiente para la salsa. Aztéca.

133. Vasija de cerámica azteca.

133. Vasija de cerámica azteca.

134. Fragmento de estatua representando una o peto. Cerámica. Azteca.

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radas y policromados, las ollas de bello gálibo con decoración negra sobre un fondo rojo muy pulido, o los cráneos de barro también muy coloreados. La cerámica usual, por otro lado, aunque tan característica, tiene sus antecedentes en el período chichimeca que viene después de la caída de Tula. Así, los tipos llamados azteca I y 11 son anteriores a la fundación de Tenochtitlan y corresponden a la supremacía de Culhuacán y Tenayuca, y solo los tipos azteca 111 y IV, indudables descendientes de los anteriores, son contemporáneos a Tenochtitlan (Figs. 732 y 733). Lci nobleza azteca, que formaba un grupo tan pequeño en tiempos de Itzcóatl; empezó a ampliarse cada vez más. Tenía tierras propias y numerosos derechos que no tenía el plebeyo; de hecho, el aumento continuo de esta aristocracia disminuía indudablemente la importancia de las organizaciones tribales "":"'Ios calpullis- que congregaban a los plebeyos. Tal vez, en unas generaciones más esta división entre ambas clases hubiera sido completa y, quizá~ el calpulli mismo hubiera desaparecido, cuando menos en esa forma. De hecho, el noble no estaba sujeto a la vida colectiva, pero pagaba sus ventajas, su libertad y sus honores con una serie de obligaciones y con una vida llena de peligros. El noble tenía ante sí dos carreras principales que, por cierto, no se excluyen la una a la otra: el ejército o el sacerdocio. El propio Emperador era pontífice y jefe militar. Esta doble ocupación de la nobleza nos da la tónica del estado azteca: el militarismo teocrático. El soldado es el brazo, tal vez la cabeza, pero el sacerdote es el alma. Los militares (Fig. 734), al llegar a los grandes puestos, hallaban la gloria, compartían el botín de las victorias, aprovechaban a pueblos conquistados para que les labrasen las tierras, así como para obtener una gran cantidad de productos, y estaban imbuidos de un gran prestigio. Particularmente los caballeros águilas y tigres, que podemos Ver representados en un bajorrelieve ya mencionado o en un maravilloso plato de barro de Tlatelolco (Fig. 735), en donde de un cuerpo salían las dos cabezas. Eran realmente esos hombres de corazón de piedra que idealizó el mundo azteca. Una bien lograda escultura representa a un noble, de pie, con una mano levantada y la cara ligeramente hacia arriba. Lleva orejeras y collar anudados. No aparece la manta que cubría un hombro, pero tiene, además del braguero, una especie de faldellín abierto al frente y anudado a la cintura y que cubre hasta los muslos. Las sandalias están atadas con correas. Tanto los ojos como los dientes están incrustados con placas de nácar y obsidiana. Este noble fue tal vez un sacerdote, pues lleva las insignias del dios Xiuhtecuhtli a la espalda. Esta escultura nos indica claramente la importancia y la posición social del sacerdote. Si no tenía muchas de las ventajas otorgadas solo a la 197

135. piato ondulado con águila y jaguar unidos. Tla~elolco,

136. El macéhual. Hombre del pueblo. Azteca.

135. "iato ondulado con águila -y jaguar unidos. TI~~elolco.

136. El macéhual. Hombre del pueblo. Azteca.

nobleza militar, tenía en cambio el arma maxlma: era el representante del dios sobre la tierra. Y así como el Imperio se sobrepuso al calpulli, el sacerdote dejó de ser el pobre mago tribal y pasó a formar parte de un cuerpo organizado de profesionales de la religión, con una serie derangos y de atribuciones perfectamente deli-mitados. Los encargados del Templo Mayor, sobre todo, pertenecían indudablemente a la sociedad imperial, percibían rentas propias de tierras conquistadas y, naturalmente, de las ofrendas de los fieles. Otra fuente de poder sacerdotal era la cultura. El sacerdote guardaba casi todo el saber de Tenochtitlan: la medicina, la astronomía, los cálculos calendáricos, la escritura, la historia, la literatura y la filosofía. En la escuela de los nobles, el Calmécac, era donde los sacerdote~ enseñaban esto y, por supuesto, las leyes, el gobierno y el arte militar. Así, el alumno egresado del Calmécac, miembro de la clase noble, estaba capacitado para alcanzar los puestos elevados a los que no podía pretender, en general, la pequeña cultura que el hijo del macéhual recibía en las escuelas tribales. Algunas bellísimas esculturas tal vez representan a estos hombres de la clase inferior. Están casi desnudos (Fig. 136) -leyes suntuarias les prohibían usar las vestiduras de la nobleza-, y en un caso el hombre aparece hambriento y miserable (Fig. 137). Por encima de todos éstos se hallaba el Emperador, el soberano indiscutido, sacerdote supremo de Huitzilopochtli y gran jefe militar. Su puesto no era hereditario, sino electivo, pero de hecho la elección, desde Acamapichtli, recayó siempre dentro de la misma familia, como sucedía en el Imperio Romano-Germánico. La hábil política de los emperadores, a partir de Itzcóatl, había colocado insensiblemente, sobre todo después de la muerte de Netzahualcóyotl de Texcoco, al Señor de México por encima de los otros dos reyes de la Triple Alianza. Ya para la época de Moctezuma 11, ninguno de sus aliados trataba siquiera de igualarse a él; de hecho, él imponía el candidato ql!e deseaba para los tronos de Texcoco y de Tacuba. Asombrosas son las descripciones que tenemos de la vida de este hombre, que tuvo todo cuanto su mundo podía ofrecerle: numerosas esposas y servidores; juegos, enanos y jorobados que lo divirtieran, poetas, actores y músicos; riquezas y la veneración de sus súbditos, que lo hacían casi un dios. Un ceremonial cortesano que rivalizaba con el asiático en esplendor y despotismo fue establecido desde bastante antes. En realidad, nadie podía ignorar la grandeza del Señor de los Toltecas. Sin embargo, es notable que en la familia imperial no hubiera llegado el momento de la molici~. Moctezuma " era un buen guerrero y un fanático sacerdote, aunque, a diferencia de sus antepasados, que eran fundamentalmente hombres de acción, era un pensador, cualidad tal vez heredada de Netzahualcóyotl, su ilustre 199

.,137. El macéhuaL Hombre del pueblo. Azteca.

abuelo. A los cincuenta y dos años de edad, la actitud civilizada de este hombre lleno de humor y de distinción, su refinamiento, su generosidad y su fatalismo, le dieron esa irresolución yeso debilidad que mostró ante Cortés. Sus más notables cualidades fueron fatales a su persona y a su Imperio. Pero ni la habilidad política, ni la economía, ni la geografía explican la grandeza de Tenochtitlan. Esta religión, esta misión mesiánica de los aztecas, esta creencia en su misión, en su destino, es lo que parece haberles dado un sello distinto a los de los pueblos que los rodeaban. Si pensamos un momento en ello, veremos que todos los demás pueblos del Valle eran iguales, tenían el mismo habitat, hablaban la misma lengua, eran de la misma raza. Su organización política y social, su ceremonialismo, el alma misma de Mesoamérica, eran similares. Entonces, ¿qué es lo que había distinguido a los mexicas? No exclusivamente, pero en gran parte es ese concepto mesiánico, esa creencia profunda en la promesa de Huitzilopochtli, esa seguridad que, desde las raíces más profundas de su pasado oscuro, les inducía a creer que ellos eran los escogidos, que ellos eran el pueblo en quien el dios había puesto su fe y a quien había hecho la promesa suprema. En sus días de miseria habían pagado con infinitos dolores la promesa de un futuro glorioso. En cambio, en sus días de triunfo tenían que seguir soportando el terrible peso de conservar a su dios, al Sol, en vida. Cada tarde, cuando el sol se oculta tras las montañas del Oeste, surge la duda terrible: ¿logrará durante la noche vencer a sus enemigos? ¿Podrá luchar contra los tigres y tantos terrores 'que lo van a atacar? ¿Volverá el día a nacer mañana? Para estar seguros de que nacería de nuevo el día de mañana había que darle fuerza al sol, asegurar su triunfo sobre los enemigos. El único alimento -desgraciadamente, sobre todo para los vecinos de los aztecas- que le gustaba al sol y que le daba fuerza, era la sangre humana. Por ello, con toda lógica, la sangre era indispensable para la sobrevivencia del mundo. Pero también la necesidad más elemental de conservación y el egoísmo más obvio indicaban que había que procurarse la sangre no sacrificando aztecas, sino sacrificando a otras gentes. Porque, después de todo, los aztecas no solamente se salvaban a sí mismos, estaban salvando al resto del l'!1undo i el sol no era solo para ellos, alumbraba también a los demás. Así, hasta el rito aparentemente más cruel se justifica o, cuando menos, pretende justificarse lógicamente. Para lograr este fin la guerra era indispensable, ya que la sangre de los guerreros vencidos era la más valiosa. Entonces la guerra, necesaria como factor económico, es también necesaria como factor religioso. Con el tiempo y con las cada vez mayores conquistas y victorias, Huitzilopochtli 201

138. Escultura colosal de la Xiuhcóatl -la serpiente de fuego-, el arma mágica del dios Huitzilopochtli. Tenochtitlan.

podía realmente estar satisfecho con los torrentes de sangre extranjera vertidos en su honor. Pero, para entonces, Huitzilopochtli era tan poderoso, su templo era tan alto, que solo aceptaba reverencia; ya no aconsejaba a su pueblo. Es curiosísimo ver cómo en las crónicas, a partir del fin del siglo XV, desaparece la voz terrible del dios, que no vuelve a decir una palabra. En su templo, allá arriba, la divinidad estaba representada por una enorme estatua, hecha de masa y cubierta de joyería, que llevaba en su mano derecha la Xiuhcóatl, la serpiente de fuego, esa arma divina que aseguraba para siempre el triunfo de los ejércitos aztecas. Una de las más grandes y más bellas esculturas del Museo representa a la serpiente de fuego (Fig 138) en forma por demás surrealista. Están todos los elementos necesarios para identificarla, pero colocados, como en una pintura cubista, al gusto estético del artista que logró esta obra maestra. Con ella había nacido Huitzilopochtli y había acabado con todos sus enemigos. Así, en los días finales del sitio de Tenochtitlan, cuando todo parecía perdido, el último Emperador utilizó el último e invencible recurso. Le dieron a un joven guerrero el arma misma de Huitzilopochtli para que saliera al combate y con ella aniquilara a los españoles. El fracaso de este intento es el fin de la guerra. Cuando los españoles y sus aliados, dice el cronista texcocano, "subieron a la torre y derribaron muchos ídolos, especialmente en la capilla mayor donde estaba Huitzilopochtli, llegaron Cortés e Ixtlilxóchitl al mismo tiempo y ambos embistieron contra el ídolo; Cortés cogió la máscara de oro que tenía puesta e Ixtlilxóchitlle cortó la cabeza al que poco antes adoraba por su dios".

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139. Bajorrelieve de "danzante". Monte Albán.

VII OAXACA

El área oaxaqueña es en cierto modo una síntesis del área mesoamericana; en muchas formas es el corazón mismo de Mesoamérica. Allí encontramos todos los climas y todos los cambios de orografía y de hidrología característicos de Mesoamérica. La llanura del Pacífico, prácticamente plana, tropical y húmeda, bien irrigada, incluye no solamente la parte occidental del Estado sino también el Istmo de Tehuantepec. Las culturas que se desarrollaron en esa área son muy poco conocidas, ya que casi ninguna exploración se ha "evado a cabo en ellas; como casi no están representadas en el Museo, no es necesario considerarlas aquí. El resto del Estado es altamente montañoso. En él vivieron y viven muchos grupos, como los cuicatecos, chinantecos, mazatecos, mijes, triques o amuzgos de los que no vamos a tratar sino en forma accidental, ya que su arqueología es, como la de la costa, prácticamente desconocida y no tenemos, por tanto, elementos suficientes para estructurar, aunque sea en forma muy esquemática, una historia comprensible. Pero las dos áreas principales por su tamaño y que han sido, cuando menos en parte, exploradas son la zapoteca y la mixteca. El centro del área zapoteca lo forman los grandes valles de Oaxaca, generalmente conocidos simplemente como Valle de Oaxaca, ya que los tres se reúnen en un punto central, precisamente donde se levantó la gran ciudad de Monte Albán. Los zapotecos se extendieron también sobre partes de la Sierra de Ixtlán y llegaron en ocasiones hasta el Istmo. Pero es en el valle central de Oaxaca donde elaboraron su cultura y donde, debido a una situación particular, lograron lo que probablemente fue un verdadero Estado. Los amplios valles planos y en su mayor parte fértiles, permitieron

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un desarrollo conjunto y la creación de una unidad política y económica. En cambio La Mixteca, aún más montañosa, solo tiene muy pequeños valles rodeados de montañas tan altas y rugosas que cada valle forma prácticamente una unidad. Se desarrollan allí no un estado grande, sino una serie de pequeñas ciudades-estado. En algunos momentos de su historia, un conquistador notable pudo reunir, como en el caso de 8 Venado, todos o la mayor parte de estos valles, bajo el control político de una sola ciudad; pero, en general, forman pequeñas historias independientes, aun cuando con una cultura bastante similar. Esta distinta geografía entre el área mixteca y el área zapoteca es la que en parte explica sus diferencias y los diferentes caminos que tomaron las culturas de un pueblo y de otro. Como ya hemos dicho en un capítulo precedente, es probablemente en la región de Tehuacán donde se domesticó el maíz; cuando menos, este es el sitio donde conocemos la historia de su desarrollo y de su domesticación. El hecho de que ahora la región de Tehuacán pertenezca al Estado de Puebla no tiene relevancia antigua, ya que, por encuentros que corresponden a épocas ya cerámicas, es evidente que esta área debe colocarse dentro del ámbito general de las culturas oaxaqueñas. Así, podemos decir, sin forzar demasiado la situación, que son los lejanos antepasados de los oaxaqueños quienes, muy posiblemente, por primera vez cultivaron el maíz. No es éste su único timbre de gloria. Particularmente las exploraciones en Monte Albán, pero también en muchos otros sitios del valle, y el conocimiento que tenemos de más de doscientas ciudades o pueblos antiguos en esa región, petmiten dividir su historia, desde el momento en que ya son sedentarios y productores de cerámica hasta el momento de la Conquista, en varias etapas claramente definidas. Vamos a estudiarlas en su orden, tal y como se presentan en el Museo. La época Monte Albán 1, se inicia hacia 900 a. de c.; es por tanto contemporánea, cuando menos en parte, de la gran época olmeca. No conocemos gran cosa de la arquitectura de Monte Albán 1. Pero sí se han encontrado datos suficientes, sobre todo en el edificio llamado de "Los Danzantes", para poder decir que es todavía -como es natural- una arquitectura preteotihuacana. No han aparecido ni el talud ni el tablero, sino que se trata de grandes muros verticales hechos de piedras, sin mezcla, recubiertos por grandes losas colocadas en filas alternadas, una vertical y otra horizontal. En cada piedra está inscrita en bajorrelieve, en realidad solo en grabado, una figura de pie en posición violenta (Fig. 139). Ello les ha valido el nombre de "danzantes". Sobre estas figuras aparecen acostadas otras similares, pero mucho más pequeñas. Como dice Caso, los danzantes de esta época aparecen en "las postu-

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ras más variadas: con una pierna extendida, acostados en decúbito dorsal, con una pierna recogida, en decúbito ventral, y con las manos extendidas como si estuvieran nadando; sentados con las piernas abiertas, en cuclillas, en actitud de caminar o correr o saltar, hincados con una rodilla en tierra . sentados en el suelo a la oriental, pero con una pierna recogida". Es evidente que la postura muchas veces se adaptó a la forma de la piedra. Las caras reciben un tratamiento más elaborado y están ligeramente en relieve. Presentan características negroides con los labios y carrillos gruesos y los ojos papujados. Con frecuencia, las comisuras de la boca están hacia abajo, y no menos de nueve danzantes tienen la cabeza en forma de aguacate. Todo ello recuerda el estilo olmeca. En la mayoría de los casos están desnudos, pero llevan adornos y a veces sombreros. El s~xo masculino está indicado en forma realista en un caso; en los demás, los órganos genitales han sido reemplazados por lo que pudiera ser un tatuaje o una pintura de formas curvilíneas y floridas. Se ha sugerido que sea la sangre resultante del sexo mutilado. Vasijas de la misma época muestran o bien figuras muy similares a las de los danzantes de piedra o bien rasgos faciales o técnicas alfareras comparables (Figs. 140 y 141) o evidentemente importadas de la región olmeca; estos aspectos olmecoides de la época Monte Albán 1, forman en conjunto el complejo que he llamado "danzante", al que debe añadirse el rasgo más importante de todos: las inscripciones calendáricas o los glifos en piedra. Desde este momento aparecen en Monte Albán, en las mismas losas de los danzantes o en estelas sin figuras humanas, una serie de jeroglíficos con frecuencia acompañados de numerales que indican, sin lugar a duda, el uso de la escritura y el conocimiento del calendario. Desgraciadamente, la escritura no es legible todavía para nosotros y no sabemos, por lo tanto, lo que puedan significar esas inscripciones; pero, aun así, constituyen la escritura más antigua hasta ahora descubierta en ningún lugar de América. Como veremos al tratar de los olmecas, la escritura propiamente no aparece sino tarde en esa cultura. Por lo tanto, parece que se origina en el Valle de Oaxaca y que solo después pasa al mundo olmeca, debido a una serie de interinfluencias entre la cultura de la región de Veracruz-Tabasco y la cultura de los valles de Oaxaca. Las tumbas de la época 1 no llegan a las grandes estructuras futuras. Son simples fosas rectangulares con muros de piedra y techos de grandes lajas planas. Los muertos aparecen casi siempre acostados boca arriba, y las ofrendas son frecuentemente muy numerosas. Sin embargo, en esta sencillez de los edificios mortuorios es evidente que ya se inicia esa intensa

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140. Brasero olmecoide con el joven dios del Fuego. Oaxaca.

141. Vasija con tigre. Estilo Monte Albán 1. Martín Garabato, Veracruz.

necrofllia, esa orientación hacia el otro mundo de toda la cultura que hemos de ver mucho más desarrollada en las épocas futuras. La existencia, desde entonces, de templos y posiblemente de un alineamiento de ellos y de la organización de lo que será en la época 11 la Gran Plaza de Monte Albán, las tumbas excavadas, los danzantes y todo el complejo que representan, la escritura y el calendario, todo es ya parte del rasgo más característico de Mesoamérica: su intenso ceremonialismo. Es evidente que aunque se trate, como indudablemente así es, de la primera cultura representada en Monte Albán, de ninguna manera estamos frente a un mundo primitivo; y si bien todavía no es un mundo plenamente urbano y civilizado, ya está muy cerca de serlo. Es una situación, desde el punto de vista de la evolución, cultural, muy similar a la que encontramos entre los 01 mecos de Veracruz. Notable es la cerámica gris, tanto la de uso diario como la ceremonial (Figs. 142 y 143), muy pulida y muy fina, frecuentemente decorada con incisión o con grabado. Representa formas sencillas de vasijas o bien figuras humanas o animales, gatos, conejos y muchos otros. Es una cerámica muy libre, muy personal, que todavía está bastante lejos del rigorismo futuro y una de las más bellas jamás producidas en Mesoamérica. Las piezas son todas distintas, no simplemente porque estén hechas a mano, que es lo común entonces, sino porque hay una verdadera individualidad, un espíritu creador que preside la elaboración de cada pieza, por sencilla que sea. Junto al gris tenemos la cerámica crema, frecuentemente pintada de blanco o con un pulimento rojo muy brillante. Aparecen ya efigies de dioses (figura 144) -los primeros dioses de Mesoamérica-, pero todavía no podemos hablar de urnas en el sentido futuro. Los pocos dioses representados entonces, probablemente diez, son todos masculinos. Las únicas figuras femeninas de esta época son más bien las figurillas habituales a Mesoamérica; aunque en un estilo un poco distinto, todas presentan esa característica de anonimidad, ya que no parecen todavía representar un dios concreto, como sucederá después. Los hombres visten capas, taparrabos, ajorcas, tal vez sandalias, y llevan en la cabeza bandas, cascos y sombreros. Están representados casi todos los objetos de adorno personal característicos de Mesoamérica, así como las costumbres de pintarse la cara y el cuerpo, el tatuaje, las máscaras y las barbas postizas. Ya aparecen la mutilación dentaria y las incrustaciones de pirita. En La Mixteca solo conocemos bien un sitio contemporáneo -Monte Negro- que parece ser, además, el único lugar d(;>nde solo existe esta época, ya que fue probablemente abandonado al fin de ella. La cultura

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142. En relieve sobre la vasija, figura de Quetzalcóatl. Ocotlán. Epoca Monte Albán 1.

143. Vasija antropomorfa, estilo Monte Albán 1. Proced de Martín Garabato, Vera cruz.

de Monte Negro emparentada a Monte Albán 1, parece menos completa y menos desarrollada. Aunque algunos rasgos, como la existencia de calles y de drenajes son más avanzados en Monte Negro, no hay ni glifos, ni calendario, ni piedras incisasi las cerámicas finas son mucho más escasas. Desgraciadamente, no podemos decidir si Monte Negro representa una cultura algo anterior a Monte Albán 1, o algo posterior (aunque en ambos casos con algún período contemporáneo) o si es un sitio plenamente contemporáneo, pero con aspectos más provincianos y en general menos urbanos que Monte Albán. Estos datos sugieren fuertemente que en la época Monte Albán 1 no había diferencias básicas entre las dos áreas fundamentales de Oaxaca -las que serán más tarde mixteca y zapoteca- ni entre ninguna de las otras. Es decir, que una sola cultura cubre Oaxaca, pero en grados diferentes de intensidad. Por otro lado, los rasgos generales de ella -aunque con muchos detalles específicos propios- hacen que se relacione -con la cultura olmeca, que, como sabemos, estaba en auge en la costa atlántica, y de la que hay numerosas manifestaciones contemporáneas en sitios de Guerrero, Morelos y el Valle de México. Oaxaca, por tanto, formaba parte de esta área general. Creo podríamos considerar que las culturas de Oaxaca arrancan de este período olmeca y son olmecoides. La división en varias entidades culturales distintas y definibles aún no se manifiesta. Hacia el siglo 111 a. de c., ocurren en Monte Albán y en el Valle de Oaxaca cambios importantes. Es probable que un grupo tal vez no muy grande, sino más bien una aristocracia, llegue del área de Chiapas o aun desde el Altiplano de Guatemala, y conquiste, o en parte ocupe, el Valle de Oaxaca. Precisamente porque no parece haber sido un grupo muy numeroso no desaparecen totalmente los rasgos de la época li sobre todo los más populares, como las figurillas o algunas formas sencillas de cerámica, que se siguen haciendo idénticos. Pero, junto a ellas, aparecen numerosas innovaciones, o bien algunos de los rasgos de la época anterior se continúan, pero transformándose. Así, parece como si aquellos pequeños objetos de la vida diaria. sin importancia ceremonial y que, por lo tanto, no interesaron propiamente a esta nueva aristocracia, siguen siendo igualesi en cambio, los objetos que sí le interesaron, la arquitectura, los bajorrelieves o las piezas de cerámica ceremonial fueron cambiando, a veces bruscamente, de acuerdo con las nuevas ideas o las nuevas necesidades. No solo por este motivo es probable que se trate de un pequeño grupo conquistador y no de una verdadera migración o ·cambio de toda la cultura. En efecto, en muchos sitios del Valle, y muy especialmente en todos los más pequeños, apenas si aparecen, o no aparecen para nada, los rasgos de esta época IIi es decir, que

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144. Vasija con la cara de Cocijo, dios- de la lluvia. Moni~ Albán 1.

145. Urna de acompañante. Monte Albán, Epoca 11.

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en ellos se continúa la época 1, casi incambiada, mientras que en los centros principales, como Monte Albán, se nota más claramente la nueva influencia. Allí ha podido definirse esta segunda época. El edificio más importante de ella, en Monte Albán, es el llamado Montículo "J", tal vez un observatorio astronómico. Por su forma, en punta de flecha, por el uso posible que se le haya dado y por una serie de rasgos, se distingue claramente tanto del edificio anterior de los danzantes como de todos los edificios posteriores, ya fuertemente influenciados por Id' arquitectura teotihuacana. Las lápidas, que al igual que en la época 1, recubren el edificio de la época 11, son ya muy distintas. Aquí no se trata de figuras humanas en violento movimiento; se trata más bien de lápidas que representan hechos ~ue muy bien pudieron ser conquistas. La mayor parte de los grabados consisten en un grupo formado por una cabeza humana, generalmente hacia abajo, un jeroglífico de lugar y, a veces, otros añadidos. Parece como si las lápidas del Montículo "J" de Monte Albán señalaran verdaderos fastos triunfales en que los habitantes hubieran inscrito la lista de sus victorias. Un edificio, prácticamente idéntico pero sin esta decoración de lápidas grabadas, se ha encontrado en Caballito Blanco; es indudable que pertenece a la misma época. Durante esta época, la Gran Plaza de Monte Albán tiene ya su planificaciónfinal. Todo el piso de estuco de la plaza fue colocado entonces, como lo atestiguan las numerosas ofrendas encontradas bajo él, entre ellas la maravillosa máscara de jade que representa un murciélago. Está formada por varias piezas talladas separadamente y que se ensamblan. Por supuesto que la matriz original, tal vez de madera, ya no existe, pero no cabe duda sobre la colocación de las diferentes partes. Se sabe que se trata de un murciélago por el tragussobre la frente, c;Jpéndice característico de ese animal y, por tanto, del dios que simboliza. Se desarrolla en la época 11 un estilo un tanto ciclópeo que gusta de emplear enormes piedras de varias toneladas para formar los clinteles. Curiosamente, este gusto por lo colosal se refleja hasta en la cerámica, con la que se forman objetos y vasijas de tamaño extraordinario. Algunas, como el gran tigre ahora en el Museo, son monumentales. Está el felino sentado con una tela alrededor del cuello; cuelga anudada al frente. La cabeza está esculpida en forma que podríamos llamar realista, dentro de los cánones habituales del arte mesoamericano. Las tumbas aumentan en importancia; ya encontramos antecámaras que llevan del exterior a la cámara principal. Aparecen a veces techos angulares, es decir, en vez de estar las losas colocadas planas de muro a muro, están ahora en forma inclinada con una punta recargada en el 213

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Los pocos frescos que sobreviven, y que pertenecen principalmente al fin de la época lilA, demuestran una pintura también influenciada por la teotihuaca na. No es que sea igual -de hecho, la pintura de Monte Albán jamás llega a la altura estética o simbólica que tiene en Teotihuacan-, pero encontramos grandes parecidos, como la misma idea general, las mismas procesiones de sacerdotes pomposamente ataviados como los dioses y dirigiéndose hacia una figura central. Muchos de los vestidos son similares y, desde luego, los adornos son prácticamente los mismos; así, el sentido de las pinturas y la forma de ejecutarlas son extraordinariamente parecidos, aunque de ninguna manera se podrían confundir las de una ciudad con las de la o.t~a. Cambian también notablemente las estelas en piedra y los bajorrelieves en los edificios. Todos ellos, como el tallado del jade, tienen sin embargo más relación con el mundo maya que con el Altiplano (Fig. 152). Entre la cerámica, la más característica es la que lleva una decoración generalmente sobre barro gris, pero a veces sobre amarillo, hecha por líneas incisas, aparentemente con una variedad de motivos, pero que en realidad son todos derivados de la serpiente. Muchas de las formas traídas de Teotihuacan se vuelven locales al cambiar ligeramente. Ya para entonces está muy bien surtido el panteón zapoteco y se representan todos los dioses (Figs •. 153 a 155); conocemos cuando menos treinta de ellos, de los cuáles siete son femeninos. El estilo es sobrio, de líneas claras aunque algo convencionales y con poca imaginación creadora. Los motivos se repiten idénticos, aunque siempre están hechos con elegancia y técnicamente son perfectos. Es un arte muy profesional; las caras de las urnas muy regulares y muy serenas, a veces muy bellas, son equilibradas, y los adornos no demasiado profusos. Entre el fin de la época lilA y el principio de la siguiente, hay otro corto período de transición representado en Monte Albán por solo dos tumbas, la 103 y la 104. Son notables particularmente por las pinturas que decoran sus muros y que reproducen, como ya dijimos, en un estilo bastante distinto pero de seguro conectado, las procesiones de dioses, o, más bien dicho, las procesiones de sacerdotes vestidos como los dioses, tan características de la pintura teotihuacana. Un dintel de piedra representa también una procesión de caciques que vienen a saludar al jefe principal (Fig. 156). Con la época IIIB, que debe iniciarse alrededor del año 600 d. de c., Monte Albán llega a su apogeo. La ciudad entera parece haber sido reconstruida, y casi todos los monumentos hoy visibles, así como muchas de las inscripciones glíficas y de las tumbas, corresponden a esta época. La gran Plaza Central y los monumentos sensacionales que la rodean y que la forman estaban todos terminados más o menos como los vemos

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173. Instrumento mus ical de madera . Lleva al centro el jeroglífico del año. Emite el sonido al golpear las lengüetas superiores. Mixteco.

174. Lanzadardos de madera. Mixteca.

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caras geometrizadas de un felino, de donde se les llama "los gatos". Se combinan unos dentro de otros de tal manera, que la mi.tad está de cabeza. Tiene la importancia de recordar muy de cerca motivos animalísticos que se encuentran en la arqueología peruana. Motivos muy diversos, pero también conectados con el rito religioso, aparecen en los dos platos trípodes. Uno tiene pies terminados en cabezas de serpiente, mientras en el otro consisten en garras de jaguar. Aún está señalada la piel retráctil que cubre las uñas cuando el animal está en descanso. La exquisita copa de Zaachila, con un xicalcoliuhqui en la base y un pajarito azul arriba y blanco abajo posado en el borde, es no solo única sino uno de los objetos más finos hasta ahora recobrados. En las tumbas de Zaachila apareció por primera vez la cerámica policroma mixteca asociada a joyas de oro del mismo estilo, lo que confirmó la ya anterior suposición acerca de la contemporaneidad de estos objetos.

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Bastante diferente es la cabeza de animal que ya no tiene connotaciones religiosas, cuando menos tan aparentes, ni está minuciosamente pintada con motivos muy pequeños. Como el objeto no fue encontrado en exploraciones científicas, no es ni siquiera seguro que provenga de La Mixteca, y, en efecto, su estilo tan peculiar hace dudar sobre ello. La muerte, que ya vimos representada en un cráneo de barro que pudiera ser azteca, aparece también adosada en forma de esqueleto a otra vasija lisa de Zaachila (Fig. 175). El rasgo más importante de la cultura mixteca, sus libros pictográficos de contenido esencialmente histórico, sugieren lo mismo que hemos venido diciendo: un interés básico por la historia, o más bien por la crónica dinástica y militar de los jefes locales. Son documentos que, aparte de su perfección artística y del cuidado puesto en los innumerables detalles que contienen, están, como los edificios de Mitla o Yagul, más interesados en los hechos de los hombres que en culto de los dioses. En resumen, los elementos mencionados de la cultura mixteca nos indican que se trata de un estilo de refinado preciosismo, que se interesa más en el acabado perfecto que en la monumentalidad, y que, sin perder su profunda religiosidad, inicia en Oaxaca un interés hacia las cosas humanas. Como ya dijimos, La Mixteca, al contrario del Valle de Oaxaca, parece haber estado casi siempre dividida en una serie de pequeños estados independientes, aunque éstos compartían en un grado considerable de la misma cultura y de la misma lengua. Tal vez será posible en el futuro distinguir entre los distintos valles de la Mixteca Alta ciertas pequeñas características individuales, aunque en conjunto pertenecen a la misma cultura. Es decir, se trata de una situación muy diferente de la que prevalece en el Valle central de Oaxaca, donde toda el área tiene las mismas manifestaciones culturales. Solo cambian de acuerdo con el tamaño o la importancia de la localidad, según se trate de ciudades o de aldeas; todas ellas pasan por las mismas épocas. Variantes del estilo mixteca se difundieron durante esta época por cosí toda la actual Oaxaca. En el área chinanteca se han encontrado varios entierros y tumbas que contenían objetos característicos, como la orfebrería (Figs. 176 Y 177) Y el policromo. Hay también tumbas que, en pintura, tratan de reproducir las grecas en piedra de las tumbas de Mitla, de Xaaga o de Guiaroo. Al igual que sucedió en Chachuapan, algunas tumbas de la Chinantla son tan recientes que aparecieron a veces asociadas con cuentas de vidrio, armas u objetos de origen español, demostrando, por lo tanto, no solo que se trata de la última cultura indígena de la región, sino que sobrevivió algunos años después de la Conquista. 247

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una calle, la Calle de los Muertos en Teotihuacan. También en La Venta la línea central corre de Norte a Sur, con una desviación de 8 grados al Oeste. La· costumbre de colocar ofrendas en relación sistemática a edificios o a una línea central o a un patio, había de perdurar a través de toda la historia de Mesoa'mérica; en muchos casos lo mismo ocurre con las tumbas. Los constructores de La Venta hicieron gran uso de barros con qoe formaban los pisos y el relleno de los edificios. Sabían sacarlos limpios y de diversos colores, y, probablemente, cada fase de los cuatro períodos co~s­ tructivos utilizó un barro distinto. Tres Zapotes, San Lorenzo y los otros sitios de Río Chiquito, aunque a veces muy grandes y con muchos m9ntícuios, no parecen tener esta planificación rigurosa, sino una distribución un poco más floja pero sin perder la idea de patios con edificios alrededor. Por ello ha surgido el problema, muy discutido, de saber qué eran propiamente estos sitios olmecas: ciudades o centros ceremoniales al estilo maya. Entendemos por centro ceremonial el lugar donde habitan los jefes, sacerdotes o civiles, sus dependientes directos y tal vez algunas personas más, pero en que el grueso de la población vive en aldeas dependientes de ese centro y solo lo visitan en días festivos pa~a atender sus asuntos o cuando se les congrega allí para realizar los trabajos que impone la jerarquía. En realidad, ~n La Venta yen los otros sitios olmecas, es posible que estemos en una situación intermedia; ni es una ciudad, ni es tampoco propiamente un centro ceremonial, sino una especie de ciudad dispersa. Está colocadaentre la aldea prácticamente neolítica de donde surge y la verdadera ciudad que encontramos en Teotihuacan y mucho más tarde en Mayapán. Todo lo que lograron los constructores de estos sitios olmecas implica que los jefes disponían de un cuerpo numeroso de trabajaaores especializados, además de,los manuales, ya que estos últimos nada podrían 'haber hecho si no hubieran sido dirigidos por especialistas. Se necesitaron ingenieros que supieran cortar las canteras y extraer las piedras, transportarl