Mi camino 978-8497843539

He aquí el camino de un hombre. He aquí el pensamiento que se forma en el curso de este andar y que ha producido una gra

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Mi camino
 978-8497843539

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EdgarMorin MI CAMINO

I

SERIE AUTOBIOGRAFÍA

MI

CAMINO

La vida y la obra del padre del pensamiento complejo Edgar Morin conversa con Djénane .Kareh Tager ,.,.,

Edgar ,Morin -

1.---

3408

© Librairie Artheme Fayard, 2008

Diseño de cubierta: Departament� de d Ísefio de la Editorial Gedisa Traducción: Antonia García Castro Realización: Átona, SL Fotocomposición: gama, sl

Primera edición: febrero de 2010, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A.

Avenida del Tibidabo, 12, 3° 08022 Barcelona (España) . Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 Correo electrónico: [email protected] http://www.gedisa.com lSBN: 978-84-9784-353-9 Depósito legal: B. 10.899 2010 ·

'

Impreso por Romanya Valls . Verdaguer, 1·08786 Capellad�s (Barcelona) Impreso en España Printed in Spain Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma. Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, para su préstamo público en Bibliotecas Públicas; de acuerdo con lo previsto en el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad Intelectual.

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Indice 1. Luna..........................................................................................

9

2. Vidal........................................................................................

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3. Morin........................... . . . ... .......... .............. ............... ...............

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4. Dob le identidad ........... . .................... ;.....................................

63

5. Deba.tes y combates ................................................................

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6. La sociología del presente .. . .............. ..................................... 123 7. La complejidad humana......................................................... 145 8. Mi método ... ........ . .. ........... .................. .. ..... ... ............... . ......... . 163 9. El estado del mu ndo .................................\............................. 187 JO. La edu cación del futu ro... . ......... .......... . .......... ........... .

_.............

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11. La vida ... . ......... . ................... .... . ...... ..............: .......................... 233 12. La muerte .. ............... . ....... ... .. ........

······ · · ···· ···· .

. . .... . ... ............... 265

EPÍLOGO ........ ................................... .................. : ............................ .

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1

Luna Usted es el creador de lo que se ha llamado·el «pensamiento complejo», un pensamiento global, perturbador, en la medida en que implica vincular las contradicciones, intimidante en un universo que ha optado por caminos más fáciles . . . Es u n pensamiento que pretende vincular el conocimiento de las partes con el de la totalidad y el de la totalidad con el de las p artes, de acuerdo con este enunciado de Pascal : «Siendo todas las cosas causadas y causantes, ayudadas y ayudante�, :r;nediatas e inmediatas, y estando todas unidas por un lazo na­ tural e insensible que vincula las más alejadas y las más di­ versas, sostengo que es imposible conocer las partes sin cono- : cer el todo, así como conocer el todo sin conocer las partes».

Este pensamiento es fruto de su personalidad atípica, forja: . da en gran parte, como usted ha relatado, por un drama: l a· muerte de su madre cuando tenía diez años. Ese fue el cataclismo fundamental de su vida . . . .

,

Esa muerte provocó en mí u n Hiroshima interior. Aunque supe de inmediato que era irremediable, definitiva, durante· mucho . tiempo esperé el regreso de mi madre. Se llamaba Luna. Luna, diosa a la que han rendido culto varias civiliza­ ciones de la Antigüedad, · Mesopotamia, Cartago . . .. Desde en­ tonces, se me aparece cada vez que hay luna llena, hasta el día

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de hoy, hasta mi muerte, y le murmuro el canto sagrado «Cas­ ta diva», que le está dedicado en Norma. El corazón de Luna era frágil, murió de un paro cardíaco en un tren suburbano. Tenía treinta años. Ese día yo estaba en el colegio. A la salida, me estaba esperando mí tío Jo, aunque ese hecho sorprenden­ te no me alertó. Me Ílevó a su casa explicandome que mis pa­ dres se habían ido p ara hacer una cura. Era un hermoso día de primavera. Tomamos un taxi de techo descubierto, yo iba de pie, miraba los árboles en flor, hacía viento, me sentía feliz. No sospechaba nada. Dos o tres días más tarde, me llevaron a la plaza Martín Nadaud, contigua al cementerio del Pere-La­ chaise. Jugaba en el césped cuando, de repente, me topé con un par de zapatos negros. Levanté la vista. Vi un pantalón ne­ gro, una chaqueta negra, un hombre totalmente vestido de negro, mi padre. De golpe, entendí todo. Supe que mi madre había muerto, pero hice como si no entendiera. Me dijo: «No juegues en el césped, está prohibido». Respondí con un gesto malhumorado. Volvía del entierro, pero no me reveló nada.

¿No le parece que, con su silencio, es probable que su padre quisiera, como se hacía entonces, atenuar la conmoción? Usted era un niño ... .

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Sin duda, pero fue peor, porque subestimó la conciencia de un niño de nueve años. Mi tía materna, Corinne, me dijo que mi madre se había ido de viaje al cielo, que quizá volvería, to­ das esas tonterías que se les cuentan a los niños. Los odié a todos, no sólo por mentirme acerca de la muerte de mi ma­ . dre, sino también por haberme impedido despedirme de ella. Me ·quedó un odio hacia la mentira. Odié a mi tía cuando me pidió que la considerara como mi madre; odié a mi padre, que, por querer evitarme una emoción, me causó un shock del que j amás me repuse. Nunca les hablé de mi madre, se convencie­ ron de que sólo sentía indiferencia. No entendieron nada has­ ta treinta años más tarde, cuando evoqué la muerte de Luna en Autocrítica. Pero yo los quería. Sentía amor filial hacia mi padre y amaba a esa tía que ya estaba muy presente antes de la muerte de mi madre (me bañaba en su casa porque en la nuestra no teníamos bañera) y que luego se ocupó de nosotros. 10

En cambio, me negué a acompañarlos a la tumba de mi madre en los aniversarios de su muert.::. Fui por primera vez siendo adulto, con motivo del entierro de uno de mis tíos. Mi madre era mía, mi pena era mía, yo no quería compartirlas. Viví con ellos con mi secreto a cuestas. ..

·· ¿Cómo vivió las cqnsecuencias de esa desaparició.n brutal? De noche, mi madre estaba presente en mis sueños, volvía a a\}sentarse en cuanto me despertaba. Me encerraba en el baño para llorar� me sacudían sollozos mudos. Aún puedo oír la voz de mi padre: «¿Estás bien, Edgar? ¿Te duele el estómago?». Es­ peraba que se me secaran las lágrimas para salir. Él escruta­ ba mi rostro tranquilo, indiferente; le aterraba la idea de que yo no manifestara algún sentimiento, atribuía eso a mi nece­ dad. No sabía que de noche lloraba en silencio en mi cama y que todas las mañanas me despertaba desesperado porque mi madre desaparecía de mi sueño. El silencio y el disimulo res­ pecto a su muerte habían provocado en mí silencio y disimulo hacia mis seres queridos. Así fue como viví la pena más gran­ de, en una desdicha acrecentada por la soledad; la disimula­ ción y la incomprensión. Me vinculaba con mi madre a través de una canción española que a ella le gustaba mucho, «El reli­ cario». La escuchaba de manera repetitiva, casi obsesiva, has­ ta romper el resorte del fonógrafo de manivela. Entonces daba vueltas al disco con mi dedo. Me intoxicaba con esa canción cuya letra no entendía, porque no hablaba castellano en ese momento, pero sentía que se trataba de una historia de a mor y de muerte.

¿Entonces vivió ese duelo en una soledad total? ¿No compar­ tía al menos su tristeza con algún amigo? No hablaba de eso con nadie. En la escuela, me avergonza­ ba de ser huérfano. En mi curso había otros judíos, había pro­ testantes, pero yo era el único huérfano. É se era el defecto que me diferenciaba de los demás. Incluso con mis dos amigos más íntimos, nunca abordaba ese tema. Por otra parte, los niños se 11

sienten siempre más o menos culpables de la muerte de sus padres. Un día escuché a hii tía Corinne decir a sus hijos: «La tía Lunica se murió porque la hicieron sufrir mucho» . ¿Era yo quien había provocado ese sufrimiento el día en que, estando enoj ado, le había gritado: «¡Mala!»? Durante mucho tiempo sentí esa culpabilidad. ¿Luego desapareció?

No, siempre puede. volver. ¿ Cuándo pudo hablar de su madre?

La primera vez que hablé de mi madre tenía diecinueve años. Era al principio de la segunda guerra mundial, me había refugiado en Toulouse con otros estudiantes. Una amiga que trabajaba vendiendo Paris-Soir en las calles me había invitado a comer. Me inspiró confianza, hablé. Y lloré. A finales de la década de 1 980 pasé por un período de depresión, la única en mi vida. Un amigo, un psicólogo ecléctico que se convirtió en mi gurú, me pidió que lo llevara a la tumb a de mi madre en el ce­ menterio del Pere-Lachaise. Había ido una vez, ya lo dije, al� gunos años antes para el entierro de un tío materno. Lo llevé de manera casi automática, en un estado cercano al sonambu­ lismo, aunque es bastante complicado llegar hasta el lugar. Ahora bien, hace poco, un equipo de televisión mexicano que me dedicaba un documental me pidió también ir a esa tumba. Después de algunos tanteos, llegamos hasta un pequeño islote judeoespañol del cementerio, pero no logré encontrar el lugar. O sea, yo sé (inconscientemente) y no sé (concientemente) dónde está esa tumba. ¿Ese shock lo transformó a usted de manera fundamental?

Es un shock que me hizo envejecer de manera prematura, bloqueándome a la vez, paradój icamente, en un espíritu infan­ til que se ha mantenido en todas las edades. 12

...

,

·

En el fondo, ¿fue la muerte de su madre, o más bien las cir­ cunstancias que la rodearon, el hecho de que usted no pudiera despedirse, lo que lo conmocionó tan profundamente? Me despedí mucho tiempo después pero sólo en sueños. Te­ nía casi cincuenta años, había sido invitado a pasar un año en California por el Salk Institute de La Jolla. Tenía una casa grande a orillas del océano, invité a mi padre y a mi tía Corin­ ne, con quien después él se casó. No vivía con mi padre desde hacía más de treinta años. La noche anterior a su llegada tuve un sueño. Estaba en la ladera de una . colina, abajo había una estación, arriba un camino. Un autobús se detuvo, baj aron al­ gunos pasajeros y se dirigieron hacia la estación. Entre ellos, vi a mi madre. Corrí hacia ella, llegó el tren. Me abrazó, le dije adiós y se fue. Me desperté llorando, pero con un sentimiento increíble de liberación: había podido despedirme de ella aun­ que sólo fuera en sueños. Mi relación con mi padre y Corinne se tranquilizó enormemente. Hace poco volví a despedirme de mi madre, cuando me despedí en tres oportunidades de mi mujer Edwige, en el momento en que murió, al cerrar el ataúd y en el cementerio. El aspecto de «pequeña mamá» de Edwige integró a mi madre. Ahora estoy tranquilo.

Cuando usted habla de nacimiento, utiliza una expresión extraña: «Nací muerto». ¿ Qué quiere decir? Es literal, nací muerto. Cuando se casó, mi madre tenía una lesión en el corazón y le habían acm:isej ado que no tuviera hijos. Cuando quedó embarazada por primera vez, sin decirle nada a su marido, mi padre, recurrió a una mujer que la ayu­ dó a abortar. Volvió a ver a esa mujer cuando quedó embara­ zada por segunda vez, pero el aborto fracasó: siendo feto, me negué a salir. El médico le prometió a mi padre, informado de la situación, que haría todo lo posible por salvar a Luna y al niño. El parto fue un momento trágico. La vida de mi madre precisaba de mi muerte y mi vida podía provocar la suya pro­ pia. Mi madre sobrevivió al parto, pero yo nací prácticamente muerto, estrangulado por el cordón umbilical. Mi padre me contó la escena en una carta muy conmovedora que me mandó

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muchos años más tarde, el 8 de julio de 1975 , cuando cumplí· cincuenta y cuatro años. En esa carta revive esa noche en vela a partir del momento presente: describe al médico sujetándo- · me por los pies, «como a un conejo», y dándome cachetes por todas partes, en las mejillas, en el pecho, hasta que suelto el primer grito. Estábamos a salvo, mi madre y yo. Conservo de ese nacimiento un sentimiento de asfixia que a veces me vuel­ ve y que se traduce en un enorme bostezo, una suerte de ne­ cesidad de aire. Siendo niño, sólo podía hacer ese bostezo cuando nadie me miraba, entonces me escondía debajo de la mesa. ¡ El simple hecho de hablar de eso me da sensación de . ahogo! Al poco tiempo de la muerte de mi madre, al verano si­ guiente, tuve una dolencia extraña. Los médicos no lograron diagnosticarla y dijeron que era fiebre aftosa, esa enfermedad que sufren los bovinos. Tenía 41 grados de fiebre, mi tía Co­ rinne me sumergía en hielo para intentar baj arla , metía sus dedos en mi garganta para tratar de sacar la flema· que me ahogaba. Esa enfermedad fue un combate entre una parte de mí que había sido golpeada a muerte y otra parte que quería vivir. Cuando volví al colegio, las clases ya habían empezado. Recuerdo al inspector general terriblemente enojado cuando j ustifiqué mi ausencia por una fiebre aftosa: «Ah, pequeño, ¡cómo te burlas de nosotros!». El hecho de haber sobrevivido dos veces a la muerte, al nacer y tras mi «fiebre aftosa», me dio quizás esa «resiliencia» de la que habla:· Boris Cyrtilnik, que me ha dado la capacidad hasta ahora de resistir muchas si­ tuaciones difíciles.

¿ Usted s >). (N. del t.)

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esas tropas intactas desde el Extremo Oriente hacia Moscú y las puso al mando del general Jukov, uno de los pocos genera­ les competentes, ya que los otros eran en su mayoría buenos cortesanos y mediocres generales. Jukov inició su ofensiva el 5 de diciembre, Japón atacó.,,P earl Harbor el 7 de diciembre, los norteamericanos entraron en guerra con gran despliegue de medios, enviaron armas a la Unión Soviética. A principios de 1942, la esperanza cambió de campo. En Francia, la resisten­ cia comunista y gaullista se desarrolló en las ciudades y en los maquis.

En su caso, fue con los comunistas con quienes se adentró en una militancia más activa: ya no se contentó con ir a reunio­ nes, fue al terreno. ¿Cómo se convierte uno en resistente? Me dan ganas de responderle que por contaminación. En Toulouse tenía un amigo del liceo, Claude Dreyfus, que, como muchos comunistas, había estimado que el pacto germano-so­ viético, celebrado por el partido comunista francés como una victoria contra las fuerzas imperialistas, no era sino un ardid de Stalin. Dreyfus tenía tres ídolos: Jesús, Robespierre y Sta­ lin, tres encarnaciones de una misma verdad. Quería que la revolucióQ. cqnvirtiera en obligatoria la enseñanza del griego en los liceos. Preconizaba la pureza y la castidad, no bebía y no fumaba. No dudaba un solo segundo de Stalin. No cesaba de alentarme cuando yo me mostraba dubitativo. Cuando el par­ tido comunista se incorporó a la Resistencia después de junio de 194 1 y creó el Frente Nacional para integrar a los que no eran comunistas, un acólito de Claude, que tenía el apodo de Passepoil, vino a verme para pedirme que me sumara a «los patriotas en lucha contra la vil ocupación». Le dije que lo había enviado el partido comunista. Hipócritamente me respondió: «De ninguna manera. Respeto ese gran partido pero me envía el Frente Nacional». Le dije que la clandestinidad me daba mie� do. «¿Y si cayera una bomba en tu casa?» « ¡Me escondería de­ bajo de la cama!», respondí. Y él, con desprecio, se fue dicién­ dome: «Quédate debaj o de su cama» . Pude sobreponerme al miedo y a la reticencia cuando la pri­ mera contraofensiva soviética liberó Moscú y cuando Estados

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Unidos entró en la guerra. Claude seguía alentándome y empe­ cé a trabajar con él y con Passepoil haciendo pintadas en las pa­ redes de Toulouse: «¡Abajo Pétain!», « ¡Abajo Laval!», o «¡Abajo el relevo!». 1 Se trataba de pequeñas acciones que, a pesar de todo, . eran arriesgadas, ya que un grupo del otro lado -del canal que 0 hacía lo mismo había sido apresado por la policía cuando pinta­ ba, sin saberlo, la pared de una comisaría... ¡Nos divertíamos co­ mo niños! Recuerdo una noche en la que estábamos con Violette, que más tarde se convertiría· en mi esposa. Acabábamos de em­ pezar a trabajar en una pared y oímos un ruido. Todos salimos corriendo, salvo Violette, que se quedó paralizada con la brocha en la mano. Por suerte, se trataba de un borracho . .. O esa otra noche, en la que festejando nuestro reencuentro con Jacques­ Francis Rolland, amigo del liceo refugiado en Grenoble, había­ mos lanzado octavillas en las calles oscuras de Toulouse cantan­ do «La Internacional» -en voz baja, ¡desde luego!-. Rolland ya era miembro del partido, mientras que yo seguía al margen. Le gustaba decirme en un tono docto: «No basta con conocer el mar­ xismo, ¡hay que querer además a la clase obrera!».

Sin embargo, usted era antiestalinista . . . Había evolucionado, como 1 e he comentado. En un libro pu­ blicado en 1938, De la Sainte Russie a l'URSS, el sociólogo mar­ xista Georges Fried mann, con quien me relacioné en Toulou­ se, se había atrevido a hablar del culto del jefe que rodeaba a Stalin, juzgándolo necesario para soldar poblaciones tan heteró­ clitas como las que conformaban la Unión Soviética, que van desde los uzbekos a los lituanos. Para él, la aparatosa burocra­ cia soviética era fruto del retraso de la Rusia zarista . Cuando se publicó ese libro, que constituía un elogio inteligente de la Unión Soviética, fue duramente criticado por la prensa comunista. En cuanto a mí, me incitó a legitimar el comunismo. Trotsky conde­ naba a Stalin y la degeneración de la Unión Soviética, pero con­ sideraba también que ese Estado, que seguía siendo socialista l . En francés, releve. Se trata de un acuerdo entre Francia y Alemania:

se liberaba a los prisioneros de guerra a cambio de la partida hacia las em­ presas alemanas de obreros voluntarios franceses.

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en su base, podía regenerarse. Me influyó también un texto de Simone Weil que describía la implacable barbarie de la conquis­ ta romana, luego la atenuación con el tiempo de sus caracteres crueles, hasta el edicto de Caracalla, que otorga la ciudadanía romana a todos los residentes del Imperio. Simone Weil había aplicado su razonamiento al imperio hitleriano; yo lo apliqué al imperio soviético. Me decía a mí mismo que, sin duda, el estali­ nismo era bárbaro pero que, finalmente, daría nacimiento a la magnífica civilización en germen en las ideas socialistas.

¿Por qué al año siguiente dejó Toulouse, esa ciudad en la que parecía estar tan integrado?

Precisamente porque me conocían demasiado. Como judío y como aprendiz resistente. Jacques-Francis Rolland me pro­ puso que me fuera con él a Lyon, a la residencia estudiantil. Allí, me incitó a adherirme al partido comunista. Recuerdo mi primer encuentro con el responsable de los estudiantes comu. nistas, quien me dijo: «Cuando uno es el del partido, no hay familia, no hay nada. ¡La entrega es total!» . Aunque eso me aterraba, no impidió que me lanzara. Junto con razonamien­ tos que me parecían racionales, convertí la lucha clandestina en una razón existencial. En efecto, podía sobrevivir muy fácil­ mente pasando a Suiza o a España. O simplemente escondién­ dome. Pero sobrevivir no es vivir. Me daba cuenta de que a los veinte años aún no había vivido. ¡Y yo quería vivir! Y vivir signi­ ficaba para mí participar en la acción, en la Resistencia, en la lucha de la humanidad; vivir significaba arriesgar mi vida. Yo creía que el mundo iba hacia la libertad. La esperanza de liber­ tad, de fraternidad, que recorría el siglo, me había atrapado. Así fue como me sumé a las Forces Unies de la Jeunesse Patriotique («fuerzas unidas de la juventud patriótica») y par­ ticipé en la distribución de octavillas, de periódicos clandesti­ nos, en la organización de reuniones clandestinas, en la redac­ ción de una literatura resistente. También escribí una carta conminatoria de los estudiantes de Lyon al mariscal Pétain. Al mismo tiempo, seguía frecuentando las fiestas, bailando, divirtiéndome, yendo a clases de filosofía y, desde luego, se­ guía con mi lectura de Hegel. Se trataba, según la expresión 44

de Rolland, de «la concepción sintética de la vida». En un res­ taurante privado, Antoinette; · reservado a los periodistas del antiguo Paris-Soir, una suerte de nido de la Resistencia, cono­ GÍ a Camus, a Martin-Chauffer, a Jean Prévost, a Roger Sté­ phane. Recuerdo que iba allí con J acques-Francis Rolland y Victor Henri, muertos de hambre porque la comida de nuestro restaurante universitario carecía totalmente de materias gra­ sas; nos sentábamos a la mesa de Georges Szekeres, de Didier Limon y de sus compañeros y nos quedáb amos con la mirada puesta en sus platos, hasta que alguno se apiadaba y nos deja­ ba terminar su comida. Se puede añadir que, junto con mis ami­ gos, había realizado el rapto sumamente audaz de gran canti­ dad de mantequillá de ese restaurante, Antoinette. Había un pasillo que conducía del comedor hasta los baños y se desvia­ ba pasando por una mesa en la que se ponía la mantequilla, luego se volvía a desviar para conducir hasta la cocina . Un día fui al baño, Rolland corrió hasta la mantequilla; al salir yo del baño, me la pasó y se la di a Víctor, que me esperaba al inicio del pasillo. La escondió bajo su sombrero, pegada a su vientre , y salimos los tres muy dignamente. También hicimos algunas confiscaciones revolucionarias, por ejemplo en los almacenes . Mientras uno pedía un producto que el dependiente iba a bus­ car al fondo de la tienda, Víctor cortaba con una tijera uno o dos salchichones colgados del techo y yo metía las manos en un barril de margarina para sacar algunos puñados que guar­ daba en los bolsillos de mi impermeable. Compartía el dormi­ torio con Rolland en la casa de estudiantes y Víctor estaba en la habitación de enfrente. Teníamos un hervidor en el que ha­ cíamos alternativamente té y pastas que yo robaba en un super­ mercado cercano, aprovechando los momentos de distracción de las vendedoras. Era nuestro «té con pastas». Con Rolland de­ clamábamos fragmentos de Une saison en enfer y la noche ter­ minaba con una batalla de almohadones.

Más tarde, en Lyon, tuvo responsabilidades más importan­ tes... Fue e n e l verano d e 1943. Gracias a Clara Malraux, a quien conocí en Toulouse, había contactado con André Ullmann.

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Acababa de ser liberado con un falso Urlaubsschein de repa­ triación de un campo de prisioneros, el Stalag XI B, y estaba reclutando para el nuevo movimiento de resistencia que aca­ baba de crear junto a Michel Cailliau, sobrino de De Gaulle, Pierre Le Moigne y Philippe D echartre: el Mouvement de Ré­ sistance des Prisonniers et Déportés («movimiento de resis­ tencia de prisioneros y deportados»). Me incorporé, pero seguí ligado a los comunistas --con los que esta formación tenía vín­ culos-. Me mandaron a Grenoble para crear un movimiento regional, y luego otra vez a Lyon durante el verano de 1 942, época en que se produjeron una serie de arrestos. Había apren­ dido a identificar los automóviles negros con tracción delan­ tera, que eran los de la Gestapo, y a protegerme de los se­ guimientos. Logré un récord de velocidad un día en que me estaban siguiendo en una calle desierta; escuché que se aproxi­ maba el tranvía por una avenida adyacente, logré tomarlo en marcha y dejé atrás al hombre que me seguía. La clandestini­ dad era una improvisación permanente, tomaba muchas pre­ caucione�. A diferencia de los resistentes de los maquis, que tenían un territorio, nosotros, resistentes urbanos, éramos presa siempre acechada. Tras la detención de Roland Caillé, uno de nuestros responsables, Ullmann me dio la orden de ir a �u domicilio a buscar la maleta que contenía todo el tesoro del movimiento: falsos tampones y papeles, armas, dinero. Vivía en un tercer piso y subí las escaleras temiendo encontrarme con una ratonera de la Gestapo, como solía pasar. Llegué has­ ta la puerta, llamé al timbre, esperé mucho tiempo. Finalmen­ te, su compañera, aterrorizada, me abrió la puerta. Fue un ali­ vio para ella deshacerse de esa maleta, que escondí- bajo la �ama de mi dormitorio. Yo acababa de reclutar a un compañe­ ro 'del liceo, Joseph Récanati; era un novato y había anotado en su agenda con todas sus letras mi nombre y mi dirección. La Gestapo lo detuvo y mi primera reacción fue enviar a Vio­ lette para que recuperara la maleta en esa habitación alquila­ da que quedaba al fondb de un callejón sin salida. Tomando muchas precauciones, por supuesto, ella logró su misión. Dos días después supe que la Gestapo me había ido a buscar a esa casa, diciéndoles a los propietarios que yo era un ladrón de jo­ yas. Algunos días más tarde, mi padre, preocupado por no te­ ner noticias mías, vino a verme y lo insultaron por ser el padre

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de un ladrón. Por mi parte, escondí la maleta de los tesoros en el jardín de un compañero apodado Ubu y la recuperé más adelante para llevarla a Toulouse.

¿ Temía a la muerte? ¿Se tiene ese sentimiento cuando se está en medio de la acción? El coraje es un asunto de organización, dijo con razón Mal­ raux en L'espoir. Sin embargo, a menudo me daba miedo la posibilidad de ser torturado. Me daba miedo el dolor, más que la posibilidad de dar inform áción estando sometido al dolor. Sabía que arriesgaba mi vida, pero el miedo a ser torturado atenuaba el miedo � morir. De cualquier manera, yo sabía que había que afrontar la muerte para vivir y no sobrevivir. Hoy me pregunto si es que la muerte no me requirió en esa época.

Es una extraña reflexión ... En . dos ocasiones evité el destino fatal en circunstancias sorprendentes. La primera fue la detención de Récanati, a quien acababa de re.clutar. Se lo presenté a mi superior, André Ullmann. Yo debía acompañarlo un poco más tarde a una cita en la plaza del- museo de L;yon para que se encontrara con Henriot, seudónimo de un jefe de la Resistencia que asegura­ ba los vínculos con Londres. ¿Puede ser que André tuviera un repentino impulso de simpatía hacia Récanati? El hecho es que lo eligió para esé-0ltarlo a ese encuentro, que resultó ser . una encerrona de la, Gestapo. Los dos fueron detenidos, tortu­ rados y deportados a ·Mauthasen. Récanati murió durante la liberación del campo cuando, muerto de hambre, se abalanzó sobre las conservas nortea mericanas. André pudo volver. Nun­ ca aclaré su extraña decisión de no llevarme a ese encuentro que era importante. . El segundo episodio es aún más sorprendente. Ocurrió en París, donde me encontraba desde fines de 1943 con mi adjun­ to Jean Krazatz, un alemán, antiguo marino de Hamburgo. Jean se instaló con su falsa identidad francesa en el hotel Toullier, cerca de la Sorbona, donde yo también había vivido

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un tiempo. Le había citado eh el cementerio de Vaugirard: ¡los cementerios son ideales para ver si te están siguiendo! No vino al encuentro; supuse que había tenido algún impedimento y me fui a su hotel. Su llave no estaba en la recepción: deduj e q\le estaba e n s u habitación, que quedaba e n e l segundo piso, y e mpecé a subir las escaleras. Cuando llegué al primer piso, sentí un cansancio extraño, una inmensa pereza, incompren­ sible a . }os veinte años. La pereza era tan grande que volví a bajar las escaleras, le escribí una nota fijando otra cita para el día siguiente, se la di a la recepcionista y me fui . Más tarde supe que ella había roto la nota . Jean estaba en su dormitorio, la Gestapo lo había detenido y preparaba su ratonera. Lo tor­ turaron salvajemente y, bajo tortura, olvidó su francés y se expresó en alemán. Entonces lo liquidaron .en un sótano. Otro amigo, Pierre Le Moigne, que había sido detenido al mismo tiempo y que logró huir, me lo contó después.

¿Cómo explica usted ese cansancio que lo salvó? No me lo explico. ¿Era mi ángel guardián? Indudablemen­ te, tuve una premonición. Pero una premonición tan profunda en mi inconsciente que no tomó la forma de alerta. No fue un principio de precaución normal lo que me hizo retroceder. No tenía ninguna inquietud. Fue un desencuentro con la muerte. ¿Por qué escapé a esas dos trampas? Nuncá- logré encontrar una explicación.

Evoca a Jean con gran nostalgia. No deb(a ·de haber muchos alemanes en la Resistencia francesa . . . ·

No eran muchos, pero los había. A Jean me lo había presen­ tado Clara Malraux. Eran amantes. É l se convirtió en mi ad­ j unto. Le voy a decir una cosa: haber dado los. medios de resis­ tir a antifascistas alemanes y austriacos, como los amigos de Félix Kreisler, es uno de los grandes orgullos que tengo en mi vida. En Francia, el partido comunista, más que cualquier otro, era antialemán. Una vez más, sin habérmelo propuesto, no fui como los demás.

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¿Cómo hacía usted para desplazarse de una a otra ciudad, aparentemente con relativa facilidad? Con mis verdaderos falsos papeles. Había adoptado la iden­ tidad de un verdadero prisionero de guerra que aún estaba en Alemania, a partlr de un falso Urlaubsschein, certificado de re­ patriación de prisionero francés enferrno. André Ullmann tam­ bién había entregado estos documentos a Víctor Henri, a Jac­ . ques-Francis Rolland y a Pozzo di Borgo, que había reclutado junto conmigo. Estos Urlaubsschein, al igual que el mío, tenían el nombre de auténticos prisioneros detenidos en Alemania. Con ese documento había ido al ayuntamiento de Antibes, con Pozzo di Borgo, para obtener verdaderas cédulas de identidad, de alimentación, de tabaco . . . El falso Urlaubsschein me otorga­ ba veintinueve años y yo tenía veintidós. Pozzo di Borgo y yo, para envejecernos y no despertar las sospechas de los funciona­ rios del ayuntamiento, nos habíamos dejado crecer la barba y llevábamos sombreros blandos. Hicimos la petición por lá' ma­ ñana; los papeles iban a estar listos por la tarde, así que mata­ mos el tiempo paseando por la ciudad. Nuestras caras debían de despertar sospechas: pasamos por una comisaría y nos detu­ vieron, nos interrogaron durante más de dos horas, sobre la base de nuestra identidad real y nos soltaron con la promesa de que nos fuéramos al día siguiente a Alemania a cumplir con nuestro STO. Salimos de la comisaría y nos fuimos corr.iendo al ayuntamiento, donde nos esperaban los «verdaderos» papeles . . . Conservé hasta el final esa identidad de prisionero repatriado: Gaston Poncet. Cuando me interrogaban sobre la experiencia de los campos, yo respondía con tono trágico : «¡Alambradas, más alambradas, siempre más alambradas!». Esto tenía la yentaja de no provocar más preguntas. Por otra parte, es lo que le dije a mi vecino en un vagón­ restaurante, en el tren que nos llevó de Niza a Grenoble. En una parada, los feldgendarmes hicieron un control y sacaron del tren a unos jóvenes con caras de buenos campesinos, que quizás iban a los maquis. Me pidieron mis papeles, les di· el Urlaubsschein . «No es bueno», me dijo el joven feldgendarme. «Zehr gut», le respondí despacio. El joven feldgendarme le dio · mi Urlaubsschein a su colega, un viejo que miró y dijo que me dejaran pasar. ·

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En ese momento adop t ó el seudónimo que luego conservó, Morin. ¿Por qué eligió ese nombre ?

Desde mis inicios e n la Resistencia había dej ado de usar e l apellido Nahoum y me había puesto e l � m i m adre, Beressi . M i primer seudónimo fue Edmond, después-tuve que cambiar por razones de seguridad, y me convertí en Manin. Usaba una chaqueta de cuero gastado como la del comisario político de la película Los marinos de Cronstadt. Me presenté con esa iden­ tidad durante una reunión de camaradas resistentes en Toulo­ use. No sé si lo pronuncié mal, el hecho es que entendieron Morin y me convertí en Morin. En el Registro Civil, más ade­ lante, conservé mi apellido Nahoum: sigo siendo el hijo de mi padre. Pero le añadí Morin: soy el hijo de mis acciones, de mis obras. Durantes años no tuve problema en viajar con un pasa­ je de avión a nombre de Morin y un pasaporte que llevaba el nombre de Nahoum llamado Morin. Usted se hizo famoso in ternacionalmente con el nom b re de Edgar Morin. Su padre, q ue m urió en 1 984, ¿no lamentó que enterrara el apellido Nahoum en pos de s u personaje público ?

No le chocó que conservara mi seudónimo, él mismo se ha­ cía llamar señor Vidal. Pero creo que se alegró el día en que renuncié a gestionar jurídicamente el cambio de nombre. ¿ Cómo explica usted que durante la guerra siempre haya sa­ lido i ndemne de situaciones arriesgadas ?

Como le dije, tuve varios desencuentros con la muerte, mu­ cha suerte también. Más tarde, cuando me fui de Lyon después de que una serie de detenciones me hiciera perder todos mis contactos, volví a Toulouse con la maleta de cartón que conte­ nía los tesoros de mi movimiento de resistencia. Sabía que al baj ar del tren, antes de salir de la estación, había una barrera que daba a una calle. Le pedí a Clara Malraux que me espera­ ra allí. Fui el último en b aj ar, le pasé la m aleta por encima de la b arrera intentando no ser visto. Estuve inspirado: en la es50

tación había un control de la feldgendarmerie. Si hubiera con­ servado la maleta, es muy probable que me hubieran detenido. Me quedé en Toulouse para retomar contacto con los movi­ mientos de resistencia y el partido comunista. Pude volver a conectar con Michel Cailliau, uno de los jefes del movimiento, sobrino del general De Gaulle, un hombre intrépido, fraternal, cándido. Vino a encontrarse conmigo. Me instalé en un pueblo cercano, en Pechbonnieu, en la casa de una campesina admira­ ble, madame Robene, que escondía a clandestinos, entre ellos a Jean, el alemán que se convirtió en mi adjunto. Para llegar hasta Pechbonnieu teníamos una hora de caminata desde la parada del tranvía. Madame Robene nos hacía la comida. Para cada uno de nosotros tenía un silbido. A mí me correspondían seis silbidos. Organizamos un dispositivo con dos ·ramas: una apuntaba a los soldados alemanes para sacarles información e incitarlos a la deserción; otra a los prisioneros de guerra que trabajaban en fábricas en Alemania : les mandábamos paque­ tes de miel o de mermelada junto con octavillas, incitaciones a la evasión, directivas para el saboteo de las fábricas alema­ nas ... Con ese obj etivo, quise organizar un comité legal de ayu­ da a los prisioneros, con nombres de escritores conocidos. Cla­ ra Malraux me sugirió que consultara a Jean Paulhan, lo que hice durante un viaje a París. Paulhan me pidió que fuera a verle. a su oficina de Galli­ mard, sin importarle que hubiera una cola de autores espe­ rando ante su puerta . Subí con respeto la escalera en la que esperaban los escritores, entré en la oficina donde Jean Paul­ han estaba hablando con un autor intimidado. Le decía: «Su manuscrito es excelente, pero es demasiado largo. Hay que acortarlo, en vez de seiscientas páginas que sean ciento cin­ cuenta. Listo, le devuelvo su m anuscrito. ¿Dónde está? Espere que lo busco . . . ». «Pero maestro, maestro -le dijo el escritor-, ¡lo tiene aquí delante!» Paulhan me recibió cordialmente. La idea de un falso comité para favorecer la resistencia de los pri­ sioneros le gustó o le divirtió. Me pidió qú.e fuera a ver a un colega de Gallimard, Armand Hoog, ex prisionero, él mismo le avisó y Hogg aceptó. Cuando volví a Toulouse, preparamos muchos paquetes con octavillas que yo había hecho, un diario que contenía un editorial de Michel Cailliau e informaciones sobre los progresos de los aliados y la Resistencia.

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Una vez que el movimiento se afianzó, quise volver a París. Me fui con Jean (éramos inseparables) y lo dejé a cargo de un compañero, Schrikler. En la capital, participé en la fusión de nuestro movimiento con el de Fran9ois Mitterrand y un movi­ miento fantasma que emanaba del partido comunista. Fui uno de los responsables de la dirección tripartita para la región parisina. Me relacioné con Michel Cailliau, que' había dejado el movimiento, ya que no quería estar con Mitterrand, y había creado su propia red. Tuve el grado ficticio de comandante de las Fuerzas Francesas Combatientes, pero sólo fui homologa­ do como teniente.

Cierta cantidad de historias, de rumores contradictorios, han circulado alrededor de la incorporación de Fran9ois Mit te­ rrand a la Resistencia. ¿ Venía de la extrema derecha?

Sólo puedo hablar de lo que sé, de lo que vi, de lo que viví. Yo pertenecía al MRPGD, Mouvement de Resistance des Pri­ sonniers de Guerre et Déportés («movimiento de resistencia de prisioneros de guerra y deporta dos»). Fran9ois Mitterrand era responsable del Regroupement National des Prisonniers de Guerre («agrupamiento nacional de prisioneros de guerra»), un grupo de la Resistencia formado bajo Vichy, que había fun- . dado junto con Maurice Pinot, secretario de Estado encargado de los prisioneros de Vichy. Pinot era un patriota que protegía a los prisioneros evadidos negándose a devolverlos a Alema­ nia, contrariamente a las obligaciones de la convención de ar­ misticio. Había cobijaqo a Fran9ois Mitterrand en la zona sur después de que éste, hecho prisionero en Alemania en junio de 1 940, hubiera logrado evadirse en diciembre de 1 94 1 . No creo que Fran9ois Mitterrand haya hecho gran cosa en Vichy. La fotografía de octubre de 1 942 en la que aparece con el mariscal Pétain, que tanto conmocionó a los socialistas después de la publicación del libro de Pierre Péan,2 no significa en sí que h aya habido un sometimiento. Eso s socialistas descubrían su pasado, pero ¡todos los de mi generación conocían su pasado! 2. 1 994.

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Une jeunesse fran>. . . ·

Entiendo l a antropología no, como es habitual en la actuali­ dad, en el sentido restringido que se limita a las sociedades arcaicas, sino en el sentido amplio del siglo x1x alemán, el de una concepción que apunta a articular unas con otras las di­ versas dimensiones de lo humano (sociológica, psicológica; his­ tórica, económica, etc.) y que comprende una reflexión filosófi­ ca sobre la condición humana.

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¿ Cómo siguió esa investigación?

En El hom bre y la m uerte me había llamado la atención la importancia del imaginario de donde salieron tantos mitos. En el trabajo que siguió, El cine o el Jwm bre imaginario, publica­ do en 1 956, desarrollé mi reflexión sobre la relación entre lo real y lo imaginario: ¿cómo puede ser que otorguemos vida, personalidad y alma a imágenes animadas? ¿Cómo puede ser que nos identifiquemos y nos proyectemos en personajes de pantalla, que amemos, gocemos, suframos con ellos, sabiendo que seguimos siendo nosotros mismos? Llegué a la fórmula de la «realidad semiimaginaria del hombre». Más profundamen­ te aún, pienso que la fórmula de Heráclito «Despiertos, duer­ men» contiene una verdad inaudita para la condición humana. En 1 957, en Las stars, mi originalidad consistió en vincular unos con otros los diversos aspectos de la estrella de cine : his­ tórico, económico, fotogénico, mitológico. En este caso, también, me atrajo el mito que prácticamente diviniza a las estrellas, genera un culto, pero indiqué que se trataba de una religión atrofiada porque, a diferencia de los dioses, las estrellas son mortales. En 1 956 lancé con algunos amigos (Jean Duvignaud, luego Frarn;ois Fejto, Kostas Axelos y Pierre Fougeyrollas) la revista Arguments, que me dio la oportunidad de revisar y am­ pliar mi cultura integrando el aporte de Adorno, de Bolk y de H eidegger, entre otros, y también los desarrollos de las cien­ cias físicas y de la cosmología. Durante el período de A rgu­ ments inicié el camino que iba a conducirme a El método, por medio de Le vi{ du sujet. Este nuevo comienzo dio lugar a un proceso que consistió en repensar ininterrumpidamente, has­ ta la elaboración de El método. Se trataba efectivamente de repensar. Eso es lo que intenté durante mi convalecencia , en 1 962- 1 963, en Le vi{ du sujet, que será publicado en 1 970, desarrollar una antropo-socio-cos­ mología, ciencia global del hombre que inserte lo humano en el universo. Repensar es lo que buscaba dentro del Cresp, Centre de Recherche et d'Action Sociale et Politique, dirigido por mis amigos Cornelius Castoriadis y Claude Lefort de 1 963 a 1 965. Dentro del Cresp, j untos pero cada uno a su manera, sobrepa­ samos el pensamiento de Marx integrándolo en una constela­ ción más amplia. Luego, después de mi estancia en Plozévet, 1 50

donde, le recuerdo, quise respetar la singularidad de aquella comunidad integrándola en una amplia corriente de transfor­ mación, el doctor J acques Robin me invitó a participar en 1 966 a las reuniones mensuales de intercambio del «Grupo de los Diez», un grupo interdisciplinario que reunía a Henrj. Laborit, al cibernético Jacques Sauvan, a Joel de Rosnay, a ·Henri At­ lan y a otros representantes de las ciencias exactas, de las ciencias humanas, de las ciencias políticas. Ahí, Laborit y Sau­ van me hicieron entender que la cibernética no es la teoría me­ canicista que yo creía que era, sino un progreso complejizante que introduce la retroacción en el conocimiento. Este «Grupo de los Diez» fue para mí una verdadera caldera de cultura que me preparó para lo inesperado: la inmersión en esa otra calde­ ra de cultura extraordinaria que luego encontraré en el Salk Institute de La Jolla, en California. Una caldera de cultura insoluble del pensamiento complejo, de la antropología y de un nuevo impulso vital.

¿ Cómo pudo ser q ue fuera invitado por ese instituto, q ue es un vivero de premios Nobel fundamentalmente abocado a la biología, en circunstancias en q ue usted era sobre todo conoci­ do por sus trabajos en el ámbito de la sociología, la antropolo­ gía, la reflexión en ciencias humanas ? El Salk Institute estaba buscando a un sociólogo que pudie­ ra reflexionar sobre las implicaciones y las consecuencias so­ ciales de la biología. John Hunt, a quien había conocido en Pa­ rís, había sido nombrado administrador de ese instituto. Junto con Jacques Monod, miembro de la j unta del instituto, sugirió mi nombre a Jonas Salk. Y es así como fui invitado, en condi­ ciones excepcionales para mí, a pasar un año en una Califor­ nia en trance, lo que dio una nueva vida a mi existencia . Mi tarea fundamental consistía en cultivarme: rehice mi cultura, descubrí un universo que iba a alimentarme. Los conocimien­ tos que adquiría operaban desestructuraciones y reestructu­ raciones en mi sistema de ideas.

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En su Diario de California, 1 usted relata día a día esa estan­ cia efervescente en la q ue establece nuevas amistades, se su­ merge en la contracultura, en escritos, en encuentros en los q ue, como una crisálida, su pensam iento va a transformarse en pensamiento complejo. . . Vivía en una casa a orillas del océano con mi mujer Johan­ ne. Se reunió con nosotros mi gran amiga Alanys, indígena abenaki de Quebec, también vinieron mi padre y su mujer, que era mi tía Corinne, mis hijas Irene y Véronique, André y Evelyne Burguiere. Iba a mi oficina del Salk Institute, magní­ ficamente ubicada en un acantilado frente al Pacífico; luego, antes de almorzar, volvía a la playa y me sumergía en las olas. De noche, cenábamos con amigos en casa de Hunt, de Salk o de otros miembros de la junta del instituto, después venían los bailes y el alborozo.

¿ Y fue entonces cuando se dejó arrastrar por la ola hippie ? Ese mundo adolescente aspiraba al amor, a la armonía, a la paz. Sus dos palabras claves, lave y peace, me conmovían. Esos adolescentes californianos se resentían de todo el malestar de nuestra sociedad, todas sus carencias, y expresaban en sus comportamientos, sus communes, sus reuniones, la ·necesidad de vivir el pleno desarrollo humano. Yo iba a Sausalito, donde toda una j uventud se había instalado fuera de las normas. Cuando me reencontré en Larkspur con mi «hermana» por elec­ ción, Helene Durbin, a quien había conocido en Toulouse en 1 940, encontré una casa abierta de fraternidad y de amor. Re­ corrí en mi Chevrolet de segunda mano cientos de kilómetros para llegar a los park-in, esas reuniones de miles de jóvenes, con un sonido estridente, la música rock, las orquestas desenca­ denadas. No era un torrente de música lo que se precipitaba en mí por los oídos, era una galaxia desbordante de armonías que penetraba en mi alma, inundaba mi cuerpo, hasta llegar a los pies. Ahí había éxtasis, amor, droga, y me sentía como poseído. l . Journal de Cal ifornia, Seuil, 1 9 70. (Hay trad. cast.: nia, Editorial Fundamentos, 1 974.)

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Diario de Califor­

Al mismo tiempo, descu bre la «revolución biológica» en la década de 1 960. . .

Sin duda. Jacques Monod me había hecho leer el manuscri­ to de El azar y la necesidad; los miembros de la junta del insti­ tuto me instruyeron respondiendo amistosamente a mis pre­ guntas y dejándome leer sus textos. Pero descubrí también, más allá de la biología, los elementos para renovar mi p.�nsamien­ to y mi visión del mundo. Así, la lectura de Ashby me procuró una primera definición de la complejidad: el grado de diversi­ dad de un sistema. Todo sistema. está constituido por distintos elementos, por ejemplo, el organismo humano, que compren­ de diversos órganos como el hígado, el corazón, el cerebro, etc . Y es la diversidad dentro de la unidad lo que constituye la complejidad. Esto me llevó a tomar conciencia del doble carác­ ter lógico propiamente complejo. El primero es que un sistema es a la vez uno (como totalidad) y múltiple (por sus elementos constitutivos); por ende conviene considerar el carácter inseparable de la idea de unidad y de la idea de diversidad. Por lo tanto, la humanidad es una, genética­ mente, anatómicamente, fisiológicamente, cerebralmente. Ahí donde hay humanidad, hay cultura, lenguaje, música. Sin em­ bargo, los individuos son muy diversos genéticamente, anató­ micamente, etc. De la misma manera, la cultura sólo se ma­ nifiesta a través de las diversas culturas, el lenguaje sólo se manifiesta a través de las diversas lenguas, la música sólo se manifiesta a través de las diversas músicas. La unidad remi­ te a lo diverso y lo diverso a la unidad, mientras que las mentes que carecen del sentido de lo complejo perciben ya sea la unidad sin la diversidad, ya sea la diversidad sin la unidad. . La segunda idea es que un sistema es a la vez más y menos que la suma de las partes. Abordaré esta paradoja cuando le hable de El método . . .

Sin duda no fue su único descubrimiento en California . . .

No, también descubrí a Gregory Bateson e incorporé algu­ nas de sus ideas, como la del double bind, el doble mandato contradictorio, su teoría del juego, su concepción de las diver-

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gencias evolutivas en Naven. Luego, en la misma línea, tras mi regreso, descubrí la teoría general de los sistemas de Ber­ talanffy y los General System Yearbooks. Pero no s6lo la teoría de los juegos de Neumann, sino también su concepción ilumi­ nadora de la diferencia entre la máquina artificial y la máqui­ na viviente. Descubrí la teoría de la información de Shannon y de Weaver, leí a Norbert Wiener. Incitado por Henri Atlan, mi último gran descubrimiento fue el pensamiento de ese magní­ fico espíritu tan poco conocido, Heinz von Foerster, que me aportó la concepción de la autoorganización, que comprende la paradoj a según la cual no puede haber autoorganización sino mediante una energía exterior. Foerster también me aportó la idea del bucle recursivo, que d�sarrollé en El método. Me llevó a repensar la lógica, lo que también hizo su amigo Gotthard · Günther. Tuve el honor de conocer a ese hombre admirable , en su guarida situada en una colina californiana salvaje, y pude invitarlo al congreso sobre «La unidad del hombre», en 1 972. Así como una abeja liba el néctar de flores diversas y maravi­ llosas, fui recogiendo mis pólenes sin cesar hasta la redacción de El método. Estando en el Salk Institute, primero pensé en elaborar un texto sobre «Sociología y biología». Pronto ese pro­ yecto estalló, todo se agitó en mi mente, hasta que de pronto . salió la palabra guía: método. .

Esa estancia californiana marcó fuertemente su vida. . Sí. En cierto sentido, me permitió born again. Fue un nuevo .n!}cimiento. Me regeneré intelectual y existencialm�nte . Fue una de mis épocas más felices.

Luego vol vió a París. . . No directamente. Primero p asamos por Japón, donde me encontré con Vera Henri, a quien había conocido siendo niña en Toulouse y que se «tatamizó» en Tokio . . . Conocí a C hibei . Nemoto, periodista en el Asahi Shimbun, que fue nuestro guía y se convirtió en un amigo para toda la vida. Hicimos escala en Camboya, donde empezaba la guerra civil, y nos quedamos un

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tiempo en Angkor, en Sien Rap; luego nos detuvimos en Ceilán de donde traje este buda en tela batik que ve en la pared. Y, por último, volvimos a París . . . Allí continuó con lo que había empezado e n La Jolla. . .

Seguía pensando e n El método, pero por distintas circuns­ tancias prolongué mi «antropología compleja» iniciada con El hombre y la m uerte. A iniciativa de Jacques Monod y de Fran­ c;ois Jacob, fundamos un centro de estudios al que primero lla­ mamos Cibaf, Centre International de Biologie et d'Anthropo­ logie Fondamentale. Philippe Daudy, cuñado del propietario de la abadía de Royaumont y responsable de sus actividades, se apasionó por nuestros trabajos y nos ofreció hospedaje: nues­ tro centro tomó entonces el nombre de Centre Royaumont pour les Sciences de l'Homme, y decidimos organizar un congreso internacional multidisciplinar, «La unidad del hombre», en el que queríamos vincular lo que separa al hombre biológico del hombre cultural. Un joven biólogo italiano delegado por Jac­ ques Monod, Massimo Piatelli-Palmarini, vino a ayudarme y coincidía con mis ideas. Agregué a la lista de los nombres que habíamos elegido en. conjunto, que procedían de las ciencias humanas, la medicina, la biología, los de Heinz von Foerster y Henri Atlan. Cuando escuchó. sus exposiciones, J acques Mo· nod regañó a Piatelli y: le reprochó, él, el «verdadero» científi­ co, ¡no haberme aconsej ado mejor! El congreso tuvo lugar en 1 972 y fue un éxito. La publica­ ción del libro La unidad del hombre no sólo sigue siendo actual sino que sigue siendó .v anguardista en muchos aspectos. Mi intervención en el co�greso se llamó «El paradigma perdido, la naturaleza humana». Serge Moscovici, autor de una bella co­ municación, me sugirió hacer un libro sobre el asunto. Sus­ pendí entonces el proyecto de El método para dedicarme a esa nueva etapa, que yo creía final, de la antropología comple­ ja. Es un libro de vinculación (reliance). Vinculé los progresos efectuados desde 1 96 1 en saberes que seguían estando separa­ dos: los progresos en la etología de los primates y, sobre todo, de los chimpancés, que mostraban que éstos estaban menos alejados de los humanos de lo que se podía pensar; los progre1 55

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sos en la prehistoria que situaban en un pasado primate muy antiguo la génesis de la humanidad; la toma en consideración de la naturaleza de las sociedades arcaicas con relación a las sociedades primates; una concepción complej a de la evolución y de la auto-eco-organización que permitía mostrar a la vez discontinuidad y continuidad entre lo humano y lo prehuma­ no, entre cultura y naturaleza. Escribí sin dificultad, a orillas del Mediterráneo, en Córcega y en el Argentario, donde Jean y Miéhele Daniel me recibieron, y el libro fue publicado en 1 973.2

¿En q ué sentido creía usted estar abordando la etapa final de la antropología compleja? Creía haber terminado con la antropología compleja y deci­ dí dedicarme a El método. Sin embargo, hacia 199 1 , al término de una redacción de El método, que creía completada con el volumen Las ideas, me di cuenta de que mis concepciones an­ tropológicas habían evolucionado y se habían enriquecido en casi veinte afios, y agregué la redacción de un tomo que creí fi­ nal, La humanidad de la humanidad, publicado en el 2 00 1 . En ese trabajo creo haber hecho cuatro aportaciones importantes. La primera es la noción de trinidad humana. Defino lo hu­ mano en y mediante una relación en ciréuito recursivo entre la especie, el individuo y la sociedad. Un circuito es recursivo cuando sus productos o sus efectos son necesarios a su produc­ ción o a su causalidad . Así, el proceso de reproducción propio de la especie produce los individuos, pfrO los individuos son necesarios para producir la especie: los.i�dividuos son, por lo tanto, producidos y productores. La soci�dad es producto de las interacciones entre individuos, pero la- sociedad, con su cul­ tura y su lenguaje, produce el carácter propiamente humano de los individuos. Por ende, e specie, individuos, sociedades se entreproducen. No existe un tercio de individuo, un tercio de sociedad, un tercio de especie, sino 1 00 por 1 00 de individuo, de sociedad y de especie. La especie está: en el individuo que está en la especie. La sociedad está en el individuo que está en la sociedad. 2. É ditions du Seuil.

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Mi segunda aportación radica en la noción de sujeto, que defino de manera novedosa. Ser sujeto contempla la autoafir­ mación de un «yo» en el centro de su mundo, de ahí el egocen­ trismo vital que puede degenerar en egoísmo, pero contempla al mismo tiempo la ,flctitud de integrarse en un «nosotros», de ahí la aptitud para. dedicarse al bien común o a los demás. Todo ocurre como si en cada individuo-sujeto hubiera dos pro­ gramas a la vez complementarios y antagónicos. Mi tercera aportación completa las concepciones dominan­ tes de Horno sap iens, de Horno faber, de Horno econornicus. El hombre está dotado de razón y ha desarrollado su racionali­ dad, pero puede incurrir en el delirio y la locura . La afecti­ vidad está presente en toda manifestación racional, como lo mostraron Damasio y Vincent, pero la invasión de afectividad que elimina cualquier razón se convierte en delirio. Así, Horno sap iens es también Horno dernens. El hombre fabrica instru­ mentos y trabaja con instrumentos, ya desde la prehistoria , pero también desde la prehistoria ha creído en la superviven­ cia o en el renacimiento de los muertos y, desde entonces, la potencia de los mitos se ha amplificado en las religiones y las ideologías. Así, Horno faber es también Horno rnythologicus. Horno econornicus, noción que nace en el siglo XVIII en Occiden­ te, significa que el ser humano se mueve por su interés perso_­ nal. A menudo, eso es cierto en nuestra sociedad, pero en todas las sociedades, inclqyendo la nu estra, hay una parte de noso­ tros que se expresa en el don y en el juego. Horno no es sola- : mente econornicus sino también ludens. Además, la realidad humana se nos presenta a la vez como prosaica y poética . Pro:­ saico es todo lo que hacemos por obligación, seguridad, sin pla cer. Poético es lo que nos realiza en el amor, la fraternidad, la . comunión, la exaltación, y que puede llegar hasta el éxtasis. · HOlderlin decía que, poéticamente, el hombre vive en la Tie­ rra. Yo diría prosaica y poéticamente. La prosa nos ayuda a sobrevivir. La poesía es la vida verdadera . Por último, muestro que podemos retomar, de una manera novedosa y complej a, la gran idea del Renacimiento que hacíá del ser humano un microcosmos dentro de un macrocosmos: el universo. Son los nuevos conocimientos biológicos, físicos y cósmicos los que nos indican que lo humano no surge solamen­ te de una evolución biológica. Por un lado, lleva en él a sus ·

·.

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hermanas-madres de los primeros seres celulares que apare­ cieron quizás hace tres mil millones de años; por otro lado, sus células están constituidas por macromoléculas, hechas por átomos, entre ellos el carbono, que es a la vez producto de una colusión entre tres núcleos de helio bajo un sol anterior al nuestro; y las partículas que constituyen esos átomos nacieron en los primeros tiempos del universo. Esto significa que nues­ tra singularidad humana conlleva toda la historia universal: somos portadores de sus características físicas, químicas, bioló­ gicas. Somos hijos del universo. Pero al mismo tiempo, estamos separados de él por nuestra cultura, nuestra mente, nuestra conciencia. Y la visión mutilada que ha prevalecido en Occi­ dente nos vuelve ajenos al universo, e incluso a los otros seres vivos. En realidad, somos portadores de una doble identidad, natural y cultural. Así, en ese libro, di a luz mi proyecto antropo-bio-cosmológico que había anunciado en 1 963 en Le vif du sujet. Claude Lévi­ Strauss decía que la meta de las ciencias humanas no es revelar al hombre sino disolverlo. Mi meta, contradictoria pero también complementaria, es revelar lo humano en toda la complejidad de su propia naturaleza. Y, al igual que en El paradigma perdi­ do, rehabilito la noción de naturaleza humana complejizándola. Su camino hacia u na antropología compleja y su camino hacia un método de la complejidad son entonces paralelos.

Son más bien dos caminos en uno. Como escribió el huma­ nista sevillano Rodrigo de Zayas «Llevar la humanidad al sa­ ber de sus propias realidades complejas es precisamente posi­ ble. No se puede afrontar lo desconocido sino a partir de ahí». ¿ Qué es lo que encontró en ese camino hacia el pensam iento complejo?

Estando cada vez más convencido de que nuestros princi­ pios y conocimientos ocultan lo que es vital conocer, elaboré los principios de un conocimiento capaz de asumir el desafío de la complejidad. El concepto de complejidad, que se me pre1 58

sentó primero de manera periférica, fue siendo cada vez más central y global, en oposición no a lo simple sino a lo simplifi­ cador. Progresivamente reconocí la simplificación en la pre­ sencia, todavía dominante en el conocimiento científico, de la reducción (de lo global a sus elementos), la disyunción (entl;e objeto y contexto, y entre conocimientos especializados) , el or­ den (el determinismo en general), la abstracción (que elimina lo concreto). Sin duda, esos principios llevaron a grandes pro­ yectos del conocimiento, pero esos progresos también aporta­ ron zonas cada vez más grandes de desconocimiento. Se me impusieron dos principios. El primero es el principio de vinculación (reliance). ¡Vincular! Vincular se convirtió en un principio cognitivo permanente: un conocimiento que aísla su objeto lo mutila y esconde su carácter esencial. Así, una infor­ mación cobra sentido dentro de un sistema de conocimiento, un acontecimiento cobra sentido en las condiciones históricas en las que aparece. El segundo principio es la insuficiencia de la ló­ gica clásica frente a las contradicciones que rechaza, de ahí la necesidad de asumir una dialéctica que vincule (una vez más, la vinculación . . . ) las contradicciones en lo que llamé una dialó­ gica. Estos dos principios van a constituir conjuntamente el núcleo del «paradigma» de conocimiento complejo que enuncia­ ré en El método. El método consiste en elaborar los instrumen­ tos conceptuales que permitan vincular los conocimientos y di­ lucidar los problemas lógicos. Desde luego, ese método debería mostrar su total utilidad en lo referido a los problemas funda­ mentales y globales, que se hallan fragmentados y desintegra­ dos por nuestro modo dominante de conocimiento. Lo q ue vale para las ideas generales . . .

Ideas generales que se vinculan con los conocimientos par­ ticulares que deben alimentarlas . Un médico generalista que no se nutre de conocimientos especializados no es un buen mé­ dico. Todas las disciplinas científicas están involucradas por las reformas que usted desea? 1 59

Sin duda. Por el efecto de la acumulación de los saberes, la ciencia se ha sectorizado, y sus tres grandes campos de conoci­ miento -la física, la biología y la ciencia del hombre- han sido aislados unos de otros. Cada uno de esos campos, a su vez, ha sido sectorizado. La cultura científica se ha convertido en una cultura de especialización, en la que cada disciplina tiende a cerrarse y se vuelve esotérica no sólo para cualquier ciudada­ no sino también para los especialistas de las otras disciplinas. Por otra parte, la ciencia ha sido edificada sobre cierta canti­ dad de pilares de certidumbre. El primero es la creencia en el orden, en la regul�ridad, en la constancia y sobre todo en el de­ terminismo absoluto. De ahí la aserción de Laplace según la cual un demonio dotado de un espíritu superior podría conocer no sólo los acontecimientos del pasado, sino sobre todo los del futu­ ro. El segundo pilar es la separabilidad: se ha estado convencido del hecho de que, para conocer mejor un objeto, basta con aislar­ lo, de manera conceptual o experimental, extrayéndolo de su me­ dio de origen y situándolo en un medio artificial. Un tercer pilar es el valor de prueba absoluta que brindan la inducción y la de­ ducción, así como el rechazo de la contradicción. En ese contexto, la complejidad queda totalmente eliminada. Como he comenta­ do, opongo al paradigma de disyunción/reducción, un paradigma de disyunción/conjunción. Aporto los principios y los instrumen­ tos de la vinculación (reliance). Por otra parte, las vinculaciones se han operado en nuevas ciencias que concentran diversa� dis­ ciplinas: la ecología, la ciencia de la Tierra, la cosmología. . .

Usted denuncia la hiperespecialización. Pero ¿es posible es­ capar a ella, dado que son tantos los saberes en cada ámbito del conocimiento? ¿El honnete homme* de ayer, dotado de una cultura universal, no es hoy en un mito? ·

Es cierto que el esfuerzo enciclopédico, el esfuerzo del hon­ nete homme hacia la cultura universal es imposible ante la * La figura del «honnete homme» (literalmente, hombre honesto) remite en Francia al siglo XVII y designa a una persona dotada de una importante

cultura general y de modaJes específicos (cortesía, humildad) que se presen­ ta a su vez como modelo de la nobleza espiritual.

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(N. del t.)

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prodigiosa multiplicación de las especializaciones y los obstáculos de la superespecialización: ya no estamos en la época del Renacimiento, en la que se afirmó la posibilidad de un hom­ bre de cultura universal. Hubo una época en la que cualquier mente cultivada podía reflexionar sobre Dios, el mundo, la na­ turaleza, la vida, la sociedad; podía formular los interrogantes filosóficos que son una necesidad de cualquier individuo, por los menos hasta que las obligaciones de la sociedad adulta la alteran. Ningún hombre, tiene usted razón, puede incorporar los múltiples datos del saber contemporáneo, que crece de ma­ nera exponencial y no puede ser asimilado por una mente hu­ mana: cada cual está limitado a un saber parcial y a los luga­ res comunes generales. Así . es como, por un lado, tenemos especialistas encerrados en su especialidad y, por otro, no-es­ pecialistas que flotan en la espuma del saber. Unos y otros es­ t�n condenados a una semicultura, a una subcultura que se convierte en determinación fundamental de nuestra condición intelectual. Los especialistas se asustan ante las ideas gene­ rales, los no-especialistas hacen intentos burlescos por resol­ ver los problemas. El conocimiento técnico está reservado a los expertos cuya competencia en un ámbito cerrado se vuelve in­ competencia cuando ese ámbito está parasitado por influen­ cias exteriores o se ve modificado por un nuevo acontecimien­ to. Cada cual, desde luego, tiene derecho a adquirir un saber especializado haciendo estudios ad hoc pero, dadas las carac­ terísticas, el sistema educativo carece de cualquier punto de vista abarcador y pertinente. La insuficiencia cuantitativa se traduce, como he dicho, por una insuficiencia cualitativa: la cultura se reduce a un humanismo abstracto, aislado, inca­ paz de fundarse en los datos fundamenfales de las ciencias nuevas. Es cierto que se puede discutir, en cualquier café, respecto a la conducta del Estado, pero ya no es posible entender lo que provoca un crac bursátil o lo que impide que esto provoque una importante crisis económica. Por otra parte, los propios econo­ mistas están divididos respecto al diagnóstico y a la política que habría que adoptar. Es un problema de vida cotidiana. Hoy, se le pide a cada uno de nosotros que creamos que nuestra ignorancia es buena, necesaria. A lo sumo, se nos brindan programas de televisión en los que especialistas nos aportan 161

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algunas lecciones entretenidas. Reacciono contra esta situa­ ción. Soy la prueba viviente de que un individuo medio hoy, si está animado por la pasión del conocimiento, si practica una estrategia respecto a los problemas fundamentales de las cien­ cias, o si mantiene despierto en él el espíritu de reflexión, pue­ de convertirse en un «honnete homme» del siglo XXI. Y si se opera la reforma educativa que yo propongo -me referiré a esto más adelante--, entonces se tendrán todos los instrumen­ tos para pensar y seremos capaces de asumir los desafíos de la complej idad, de considerar, a partir de conocimientos transdis­ ciplinarios, el cosmos, la naturaleza, lo real, lo humano. ¡ Enton­ ces será posible efectuar un verdadero Renacimiento cognitivo y cultural! ¿No aspira usted, con su idea de vinculación, a un conoci­ miento total que es imposible?

Es cierto que hay en el espíritu de la vinculación (reliance) una aspiración a la totalidad. Pero la conciencia del desorden (los avatares, las colusiones, las insuficiencias del determinis­ mo), la conciencia de las incertidumbres, la conciencia de lo inacabado del saber, la conciencia de los límites del espíritu humano son antídotos y son antagonistas para la aspiración a la totalidad. He adoptado la formulación de Adorno: «La totali­ dad es la no-verdad». O sea, hay én mí un conflicto y una com­ plementariedad entre la aspiración a la totalidad y la imposi­ bilidad de la totalidad. Tal es la vía dialógica interna propia del espíritu de complejidad.

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Mi método Su obra magna es El métvdo. Se t rata del trabajo de una vida, o casi, ya que la publicación de los seis volúmenes que comprende se extendió a lo largo de unos t reinta años, partien­ do en 1 9 77, con La naturaleza de la naturaleza, y culminando en 2004, con La ética. ¿ Cómo se emprende semejante obra ? ¿ Usted sabía desde u n principio hacia donde iba? Lo supe cuando escribí la introducción general durante el otoño de 1973. Había sido invitado por Tom Bishop, de la New York University, a dar una cl:ase sobre la complejidad en li­ teratura . Me alojaba en el piso veinticinco de una torre, en el corazón de Greenwich Village. Mis v·e ntanas daban sobre el Hudson y la estatua de la Libertad. Mi habitación estaba orientada hacia el este, sobre Brooklyn, y el sol me despertaba todos los días para catapulta�rme fuera de la cama. Tuve la alegría de coincidir con Marguerite Duras, que efectuaba su primer viaje en avión para preséntar sus películas, y de recibir a Dionys y a Solange Mascolo. E mpecé con alborozo la redac­ ción de la introducción general de El método, que imaginaba en un solo volumen dividido en cuatro capítulos: la naturaleza de la naturaleza, la vida de la vida, el devenir del devenir, y por último, el conocimiento del eonocimiento. Me sentía suma­ mente exaltado, escribía escuchando música, a veces me daba por bailar solo cuando escuchaba «Angie» de los Rolling Stones. Esa introducción general sintetizó el sentimiento que me ani­ maba: «Me sentí conectado con el patrim.onio planetario, anima-

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do por la religión de lo que vincula, el rechazo de lo que recha­ za, una solidaridad infinita, lo que Tao llama "el espíritu del valle" que recibe todas las aguas que se vierten en él». Ese sen­ timiento me acompañó durante todo mi camino . ·

¿Su amétodo» ya estaba totalmente comprendido en su in­ troducción?

Volví a París con esa introducción, un núcleo que contenía efectivamente de forma virtual la totalidad. Necesitaba ade­ más tiempo para dedicarme a ese trabajo e identificar los ins­ trumentos de pensamiento, las nociones que ayudan a tratar la complejidad. El punto de partida era una constatación: en nuestras escuelas, en nuestras universidades, se nos enseña a conocer cosas, pero éstas están separadas, aisladas. No se nos enseña a vincularlas, por lo tanto, no se nos enseña a afrontar nuestros problemas fundamentales, globales. O sea, tenía que elaborar un pensamiento complejo, una m anera de pensar no sólo las ciencias, no sólo la filosofía, no sólo la política, sino también la vida cotidiana, la de cada uno de nosotros. Usted concibió y dio a luz esa obra en el marto de su trabajo en el CNRS, donde fue director, luego director de investigación emérito. ¿En q ué consistía exactamente ese trabajo?

En el CNRS pude beneficiarme de un privilegio fabuloso: el ser director no tanto de investigadores, sino sobre todo de mí mismo. Dependía formalmente de la sección «Sociología», pero la institución me ofreció la extraordinaria libertad de indagar en muchos otros ámbitos a los que me llevaban mis temas de in­ vestigación, transdisciplinarios por naturaleza. En 1 960, jun­ to con Roland Barthes, trabajé con Georges Friedmann que por entonces fundaba el Centre d' Étude des Communications de Masse (Cecmas), un laboratorio dedicado al estudio de los me­ dios de comunicación, que dependía a la vez de L' École des Hau­ tes Études en Sciences Sociales y del CNRS . Algunos años des­ pués, Barthes se orientó hacia la semiología y la literatura, yo 1 64

hacia este pensamiento complejo multiforme que me habita­ ba, y nos dimos cuenta de que el nombre del laboratorio ya no correspondía a nuestras orientaciones. Le hicimos un pe­ queño putsch amistoso a Friedmann, que entendió nuestros motivos, y en 1 974 rebautizamos el centro, que dej ó de ser Cec­ mas para convertirse en Cetsa, Centre d'Études Transdiscipli­ naire, que hoy lleva mi nombre. La palabra «transdisciplinario» nos ofrecía una gran libertad y correspondía además a mis concepciones. A la muerte de Fnedmann, Barthes y yo dirigi­ mos juntos el centro, luego, cuando murió Barthes, Claude Le­ fort asumió esa codirección aportando su visión de filósofo po­ Htico. Cuando mejubilé, en 1 989, el centro se dividió, la sección política se sumó al Centro Raymond-Aron, mientras que el centro transdisciplinario, junto con sus actividades de sociolo­ gía y de antropología, agregó la dimensión de la historia para reemplazar a la política . Aquellos que yo había arrastrado conmigo siguieron ahí sus actividades de investigación. El di­ rector actual, Claude Fischler, sigue trabajando en el sentido transdisciplinario.

Ésa es la historia del Centro Edgar-Morin, en París . . . (Asentimiento mudo.) .

¿No fue el apelativo «transdisciplinario» lo que le permitió desarrollar el pensamiento complejo planteado en El método y del que daba aplicaciones prácticas en sus otras obras ? Pude inyectar mi pensamiento a través de la revista Com­ munications, que dirigí. Algunos números en especial estu­ vieron marcados por mis orientaciones, uno de ellos estuvo dedicado a la noción de crisis, otro a la de acontecimiento; en un tercer número, estructurado alrededúr del tema «el espacio perdido y el tiempo reencontrado», revisé esas dos ideas, la del tiempo, que durante una época demasiado extensa fue ignora­ do por las ciencias físicas, y la de espacio, perdido en la microfí­ sica. Por otra parte, organizaba seminarios transdiciplinarios concentrados en dos jornadas, en vez de las clases semanales o

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bimensuales que de 9ía dar, esto para poder quedarme libre el resto del tiempo. L'Ecole des Hautes Etudes toleró más o me­ nos este funcionamiento. Recuerdo haber dedicado mi último seminario al tema de la convicción. ..

A su regreso a París en 1 9 74, ¿comenzó inmediatamente la redacción del monumento q ue es El método ? Lamentablemente, no. No lograba concentrarme , mi tiem­ po estaba entrecortado, no lograba escapar a lo que veía como obligaciones, me sentía angustiado, sentía que perdía el tiem­ po. Y entonces tuve que ir a Toscana, a Figline Valdarno, a casa de mi amigo Simone de San Clemerite, para un congreso sobre la crisis del desarrollo (iya en esa época!) que había coor­ ganizado con Candido Mendes, profesor en Río. Había elegido ese lugar para evitar las aulas de las universidades o los salo­ nes de los hoteles. El lugar era magnífico, la comida y el vino elaborados por mi amigo eran exquisitos. Sin embargo, a rega­ ñadientes tomé el tren para Florencia, pensando que iba a per­ der una semana . En la estación me esperaba Idanna, la sobri­ na de Simone, que me llevó en coche hasta Figline Valdarno. Le · conté mis preocupaciones, mis dificultades. Desde la prime­ ra noche, Idanna resultó ser un ángel humano. Me dio ardor y alegría de vivir, secretamente la llamé Providencia. Me encon­ tró un lugar donde podría trabaj ar en paz, en casa de su amigo Lodovico Antinori, cerca de Bolgheri, en la Toscana marítima. Nos separamos después de dos semanas de plenitud, en el an­ dén de Turín: ella se iba a Bali, yo a París. De regreso a París, reuní mis notas, mis informes y mis li­ bros para mi partida a Bolgheri, pero aplacé el viaje porque mi padre sufrió una operación de cataratas, en el hospital Quin­ ze-Vingts. En esos días conocí en casa de mi vecina, Michele M anguin, a una mujer morena de ojos azules cuya mirada me taladró el corazón. La volví a ver al día siguiente en la puerta de mi edificio en la calle Blancs-Manteaux. Caminamos j untos hasta el hospital, le propuse que me acompañara a Toscana, me pidió un tiempo de reflexión y aceptó. Nos fuimos en Volks­ wagen con los libros, los p apeles y mi máquina de escribir. Fue mi segunda Providencia. Me aportó una combustión amorosa

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que me puso en órbita. Como para trabajar necesitaba tener ante mi mesa un bello p aisaje, el tío de Lodovico, el marqués de Incisa, me ofreció un apartamento situado en un viejo cas­ tillo en ruinas, en la cima de una colina salvaje, desde donde podía contemplar la isla de Elba y el mar. Allí, sin teléfono, trabajaba todo el día, haciendo algunas pausas para p asear por el pueblo abandonado que rodeaba el castillo. La cuidado­ ra del lugar me preparaba pastas, pan con ajo bañado en acei­ te de oliva, el marqués me traía el vino que iba ser famoso en Italia, el Sassicaia. Había dej ado de fumar porque sabía que no podría fumar menos de tres paquetes de cigarrillos por día al ritmo al que trabaj aba. Se dej a de fumar porque se tiene miedo de morir; yo tenía miedo de que muriera mi bebé antes de nacer. Chupaba madera de regaliz, luego mi amigo me ofre­ ció cocaína: ese polvo blanco me exaltaba, me permitía traba­ jar toda la noche, pero me quemaba las fosas nasales. Dejé de consumir antes de convertirme en dependiente. Luego, la fe que me animaba me sirvió de droga. Conocí durante mi redac­ ción los desalientos, los tormentos, pero también las alegrías, los entusiasmos de quien da a luz. ¿Su proyecto fue entendido, apoyado ?

No. Parecía alocado, extraño. Todavía me acuerdo de lo que me decía Franc;ois Furet: «Pero ¿por qué te metes en todas esas cosas físicas, justo cuando te está yendo bien en sociología?». ¿En Táscana escribió de un tirón el primer volumen?

Hice una primera versión del conjunto, pero no escribo de un tirón. Partía de apuntes comenzados en 1 970, que conta­ ban con informaciones, datos, citas, ideas, y de hecho sigo to­ mando apuntes cuando estoy escribiendo. Esas notas, luego las clasifico, las ventilo y establezco un plano general que lue­ go se modificará. Empiezo en una suerte de nebulosa espiral que poco a poco va tomando forma a golpe de transformaciones y de revisiones. Necesito tres o cuatro versiones sucesivas dac­ tilografiadas, modificadas, tachadas. Mi trabaj o fue facilitado 1 67

por la utilización del ordenador, en 1 986, para mi tercer volu­ men. Se trata de una gestación continua y la cristalización sólo llega al final. Como di.ce Nietzsche, «los métodos siempre llegan al final». Y esa frase es cierta en mi caso: no sólo las ideas claras llegaron al final, el método también. Antes de eso, sometí mis segundas versiones a la lectura crítica de espíritus competentes, lo que también hice para los otros volúmenes; los comentarios del matemático Victorri me obligaron a reto­ mar toda la última parte del primer volumen. Mientras tanto había entendido que el conjunto sería un libro enorme, y había decidido que la primera parte, La naturaleza de la naturaleza, constituiría el primer volumen de una serie. Terminé de escri­ birlo a finales de 1976, al pie de la montaña Sainte-Victoire, en casa de mis amigos Nughe. Ése es entonces el principio de su «discurso del método» . . .

No se trata de un discurso, ¡al contrario! Es una aventura en los conocimientos y las ignorancias del que finalmente emerge un método. El núcleo de ese primer volumen es la phy­ sis, nuestro universo material, cuyo conocimiento permite co­ nocimientos sobre la vida y sobre la humanidad. La physis, aquí, se confunde con la idea de la naturaleza de Spinoza, que ve en ella la fuente misma de la creación y de la organización. Contrariamente a los que creen que quise hacer una enciclope­ dia de las ciencias físicas, lo que quise fue extraer de cada una de ellas y luego vincular todo aquello que esclarece los proble­ mas fundamentales de nuestro universo. Al mismo tiempo, quise sacar las consecuencias de los conocimientos adquiridos durante el siglo xx en las ciencias -lo que muestra que, lejos de querer abolir las disciplinas, quería elaborar un conoci­ miento que se alimentara de sus logros-. Además, sus mismos progresos hicieron que se derrumba­ ran los principios que sostenían el edificio majestuoso de su visión del mundo. Estos principios se habían afianzado desde el siglo xvn hasta finales del siglo XIX. Se trata del orden (de­ terminismo, estabilidad, constancia, regularidad) , de la reduc­ ción (de una totalidad a sus elementos básicos), de la disyunción (entre ciencias, disciplinas, objetos, así como entre el observa1 68

dor y el objeto observado), Yo no partía de un terreno virgen sino de un terreno fisurado por una serie de brotes innovado­ res y revolucionarios. Partía de un universo que explota a par­ tir de progresos que permiten considerar un nuevo universo: eso es lo que traté de hacer. Un problema fundamental que se me había presentado era el de la necesidad de que comunicaran dos concepciones con­ tradictorias y sin embargo inseparables. Por un lado, el segun­ do principio de la termodinámica nos dice que todo está desti­ nado a la degradación y a la dispersión, lo que se observa tanto en las estrellas como en los seres vivos. Pero, por otro lado, también observamos que un proceso de organización que em­ pezó en el origen del universo prosigue y proseguirá aún. Es esa doble realidad lo que quise expresar en su unidad con mi formulación: «Es desintegrándose como nuestro universo se organiza». Más generalmente, quise vincular los procesos de orden, de desorden y de organización en un tetragrama que los · relaciona a la vez de manera complementaria y antagónica: Orden

.. Desorden

,.. Organización

� L / Intera

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ones

Así·, creo haber mostrado la inseparabilidad de esas nocio­ nes separadas . El cosmos comprende no sólo el orden de los sistemas solares y galácticos, la organización de astros por mi­ llares, sino también los choques de galaxias, los agujeros negros, las explosiones de estrellas. La evolución biológica se : efectúa mediante desarrollos inauditos de organizaciones ve­ getales y animales, pero ha conocido catástrofes, entre ellas una que destruyó la mayor parte de las especies, y la historia humana está cubierta de cadáveres de civilizaciones. En todas partes hay un diálogo entre orden, desorden y organización. Quise concebir la organización, que es una noción indispensa­ ble para el conocimiento de los núcleos, átomos, moléculas, es­ trellas, seres vivos, sociedades. ·

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Es una palabra q ue usted p refiere a la de sistema . . . Preferí hablar de organización más que de sistema para in­ sistir sobre lo que vincula la totalidad y las partes. Y esto me llevó a otorgar un lugar capital a la noción de emergencia. En efecto, la organización de un conjunto de elementos en una to­ talidad produce cualidades o propiedades que no existen en los elementos separados. Así, la organización viviente produce cualidades que no existen en las macromoléculas que la cons­ tituyen: la autorreparación, la autorreproducción, una capaci­ dad de alimentarse, una aptitud cognitiva. La totalidad es algo más que la suma de sus partes. Pero, al mismo tiempo, la totalidad es menos que la suma de sus partes, porque hay cua­ lidades o propiedades de las partes que pueden ser inhibidas por limitaciones· que surgen de la organización de la totalidad. Así, la sociedad puede inhibir la expresión de los derechos, de las aspiraciones, de los deseos de los individuos. El problema de la organización constituye la columna vertebral de La natu­ raleza de la naturaleza. Mostré que la noción de organización es en sí misma complej a (la unidad en la diversidad, la tota­ lidad más y menos que las partes) , luego me ocupé, lo que era más complejo aún, de la organización activa, como la de los astros, que es u.na suerte de autoorganización que debe con­ sumir energía para mantenerse. Abrí ese libro, en una últi­ ma parte, sobre el enriquecimiento y la modificación de conoci­ miento que aporta la conc'e pción'complej a de la naturaleza.

Es un libro sumamente atíp ico, con sus diagramas, sus cua­ dros, sus páginas ?ímpidas y otras de acceso francamente difí­ cil. ¿ Cómo fue recibido cuando se publicó ? Pude verificar en varias ocasiones que sólo interesó en pe­ ríodos de crisis. Ahora bien, en 1 977, el mundo intelectual francés estaba en crisis. Los anhelos revolucionarios se desin­ tegraban. Se descubría la realidad del Gulag soviético, el mi­ to de Mao se derrumbaba con el caso Lin Biao y el de la «banda de los cuatro». El Vietnam «libertador» invadía Camboya, donde, por otra parte, el comunismo había perpetrado una suerte de autogenocidio. La gran desilusión abarcaba al marxismo, que,

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al verse privado de esperanzas, se marchitó. Al mismo tiempo, continuaba la agonía del estructuralismo. Ese libro llegó en­ tonces en un momento de vacío intelectual. Suscitó cierto inte­ rés, lo que se expresó sobre todo en entrevistas en las que pude exponer mis ideas. Éstas empezaron a recorrer su camino, en . Francia y sobre todo llegando a diversos espíritus disemina­ dos por el mundo. Aunque los otros cuatro volúmenes fueron publicados ante el silencio total de la prensa y la indiferencia del mundo intelectual, los leyeron quienes se habían reconoci­ do en La naturaleza de la naturaleza.

En todo caso, el segundo volumen fue escrito rápidamente, ya que lo publicó tres a1ios después del primero . . . Ya había redactado u n borrador d e La vida d e l a vida, l o re­ tomé, lo trabajé y lo desarrollé, inspirándome en las ciencias biológicas que me interesaban desde El hombre y la muerte y con las cuales me familiaricé aún más en el Salk Institute, en California. Primero, debía afrontar la desaparición de la no­ ción de vida en biología molecular y genética. Frarn;ois Jacob decía con razón: «No se estudia la vida en nuestros laborato­ rios». En efecto, lo que se estudia spn interacciones molecu­ lares. Ahora bien, la noción de vida se justifica no sólo porque la organización viviente es original en el mundo físico-químico -es una auto-eco-organización cuya autonomía se alimenta de su dependencia ecológica-, sino también porque esa orga­ nización produce emergencias, cualidades y propiedades que no ex;isten en las macromoléculas ai�ladas : autorreproduc­ ción, autorreparación, . aptitud cognitiva. La vida es entonces la emergencia del conj unto de las cualidades de lo viviente. No quiero resumir ese libro que examina las condiciones de la eco-organización y las de la auto-eco-organización, pero que se interroga también acerca de lo que significa vivir para un individuo, es decir, nacer, existir, morir. Introduje la noción de sujeto, reservada al ser humano consciente, dentro de la indivi­ dualidad biológica. Defino el sujeto por una autoafirmación que comprende dos principios. Un principio egocéntrico, equi­ valente al «yo», que excluye cualquier otro individuo de su sitio subjetivo, y un principio de exclusión en un «nosotros» que pue-

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de ser el de la especie, el de la pareja, el de la sociedad. Exami­ no la doble identidad en una que es propia a cualquier indivi­ duo: la identidad genérica, el hecho de pertenecer a una estirpe, y la identidad estrictamente personal. A lo que se puede agre­ gar una tercera identidad, la de la pertenencia a una sociedad. También°me fascinó la relación a la vez absolutamente an­ tagónica y absolutamente complementaria entre la vida y la muerte. Cualquier ser individual policelular vive de la muerte de sus células y se regenera produciendo nuevas células, lo que da sentido a la formulación de Heráclito: «Vivir de muerte, morir de vida». De una manera distinta, el ciclo trófico que ali­ menta los ecosistemas es a la vez un ciclo de muerte, ya que se opera por la muerte de vegetales y animales que sirven de ali­ mento, y la propia muerte animal alimenta a gusanos e insec­ tos necrófagos, mientras que las sales minerales alimentan las raíces vegetales. Y examino finalmente las cualidades propia­ mente vivientes de todo lo que es humano.

Usted inauguró el tema de la ecqlogía, lo q ue no era común en 1 980, insistiendo en lo que llama el sometimiento de la na­ turaleza por el hombre . . . Tomé concienéia del problema ecológico en California. En 1 972, publiqué un texto, El año I de la era ecológica. Nunca dejé de volver a ese problema. En cuanto al sometl.miento, que · significa dominar/controlar sin sufrir la retroacción dei some­ tido, ha podido, en el curso de desarrollos tecnoeconórp.icos de los tiempos modernos, aplicarse al universo físico y a .1�s má­ quinas sin retroacción, pero se ha extendido al conjuntp de lo viviente, vegetal y animal. El hombre ha reemplazado las-reglas ecoorganizadoras por nuevas reglas de explotación de la natu­ raleza. Pero, en las últimas décadas, la naturaleza, es decir la biosfera, ha retroactuado sobre el sometimiento. El someti­ miento ha sometido al sometido volviéndonos dependientes de todas las degradaciones que imponemos a la biosfera. · Debe­ mos entender que el hombre forma parte de la biosfera, ya que la vida continuaría después de la extinción de la humanidad. Hay un vínculo inseparable entre Sol y Tierra, Tierra y vida, vida y humanidad . Nos vinculamos con la vida, que se vincula

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con el planeta Tierra, que se vincula con el Sol, que se vincu­ la con la Vía Láctea, que se vincula con el inmenso cosmos. Se había ignorado que si bien el hombre domina cada vez más la naturaleza, también es cada vez más dominado por ella. Es lo que quise subrayar para que se tome conciencia de los cataclismos que han de venir. >. Levanto la lápida, comienzo a salir, y en­ tonces él me dice: «No olvides tu maletín». Lo tomo. Y termina diciendo: «El duelo ha terminado» . Entonces me puse a traba­ jar en El conocimiento del conocimiento, que sería publicado en 1 986. ¿Por qué es ºnecesario conocer el conocimiento ?

Porque el conocimiento conlleva siempre un riesgo de error o de ilusión. El conocimiento perceptivo nunca es un reflejo de los fenómenos; es una traducción a partir de los estímulos que llegan a nuestros sentidos y una reconstrucción cerebral. Aho­ ra bien, cualquier traducción comprende el error, y cualquier reconstrucción comprende el riesgo de insuficiencia. Lo que vale para la percepción vale aún más para las descripciones , que s e hacen mediante p alabras e ideas, y l a s teorías. E l cono­ cimiento es el objeto más incierto del conocimiento filosófico y el objeto menos conocido del conocimiento científico. Asistimos al desarrollo de las ciencias cognitivas, pero unas hablan del cerebro, otras de la psicología, otras también de la teoría de autómatas; lo uno no está vinculado con lo otro. Mi obra, una vez más, es una obra de vinculación (reliance). Por ejemplo, dado que la mente y el cerebro son indisociables, el lenguaje neuro-quimio-eléctrico de las neurociencias no permite conce­ bir la mente, y e·l lenguaj e conceptual relativo a la mente y la conciencia no permite concebir el cerebro. Constato que no se puede establecer una continuidad entre el conocimiento del cerebro y el de la mente, pero puedo vincularlos a partir de la noción de emergencia: la mente es una emergencia que se ma­ nifiesta en la relación entre un cerebro humano, por un lado, un lenguaje y una cultura , por otro. El conocimiento, emergen­ cia última, es a la vez lo más frágil y lo más valioso. El volu­ men de El conocimiento del conocimiento comprende sólo una antropología del conocimiento. En realidad, debía abarcar lo que se presentó en el volumen siguiente, Las ideas: la ecología 1 75

de las ideas, la vida de las ideas y, lo que es el núcleo de El mé­ todo, la organización de las ideas, la que comprende el lengua­ je, la racionalidad, la lógica y la paradigmatología, potencia oculta e invisible que controla los conocimientos.

En ese libro publicado en 1 991, cuyo título completo es Las ideas, leur habitat, leur vie, leurs mreurs, leur organisation, da la impresión de que usted trata las ideas como seres vivos. . . Sí, las grandes ideas viven como los dioses . Al igual que los dioses, son producto de las mentes humanas, pero, también, al igual que los dioses, adquieren potencia y realidad. Al igual que los dioses, pueden transformarnos en víctimas o en verdu­ gos. Por lo tanto, al igual que los dioses, las ideas están dota­ das de una formidable existencia, pero esa existencia depen­ de de los humanos que las secretan. Todos los dioses y todas las ideas morirán cuando muera la humanidad. Mi conclusión al respecto es que no podemos escapar ni a los mitos ni a las ideas; que no debemos dej arnos subyugar por las ideas, sino mantener un diálogo conciente con ellas. Debemos dominar las ideas que nos dominan, y no solamente ser dominados por ellas. Las ideas, que prolonga una reflexión iniciada en El conoci­ miento del conocimiento, fue publicado cinco años después. En la medida en que estos libros forman una unidad, ¿por qué hubo un lapso de t iempo tan grande entre los dos ? Hubo una serie de problemas en 1 986. Edwige sufría crisis de asma severas que exigían su hospitalización; su m adre es­ taba enferma y ya no salía de la cama y su padrastro, el doc­ tor Albot, murió después de una terrible agonía. Al mismo tiempo, pensaba mucho en los últimos años de mi padre y esto me atormentaba. En 1 986, durante ese período, escribí un dia­ rio cuyo manuscrito, «Krisis», es confidencial. Dej é de dormir, me despertaba a las 3 o a las 4 de la madrugada, estaba inquie­ to. Luego me quedé en cama: no podía levantarme, lloraba. Mi­ chel Grappe, el marido de mi hija Véronique, que es médico,

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me prescribió moléculas que me ayudaron a sobreponerme. E s l a única depresión que tuve en m i vida. Una estancia e n Que­ bec con Edwige me devolvió la fuerza. Entonces le pregunté a mi amigo Malarewicz, psicólogo, que consulto como a un gurú cada vez que tengo dificultades internas, si debía seguir con El método, o escribir primero un libro sobre mi padre. Me aconse­ jó que escribiera sobre mi padre. En Parma, empecé entonces a escribir Vidal et les siens, que fue el primer libro escrito direc­ tamente en Macintosh; lo continué en París, entre sonrisas y lá­ grimas. El libro fue publicado en 1 989. Y pude seguir adelante con El método, con Las ideas del que le hablé. En realidad, como le dije, Las ideas debía ser la última parte de El conocimiento del conocimiento. Pero temí que el volumen fuera demasiado voluminoso. Diez años separan este cuarto volumen del quinto, La hu­ manidad de la humanidad. ¿ Un tiempo que, sin duda, le fue necesario para entrar, si puedo expresarme así, en el meollo del asunto:* el ser humano ?

Es que en un principio no había previsto ese volumen. Creía qu� después de El paradigma perdido era inútil volver a re­ flexionar sobre lo humano. Pero, durante la década de 1 990 me di cuenta de que mis ideas antropológicas se habían enriqueci­ do desde El paradigma perdido, en el que se había formado mi concepción complej a de lo humano, y que era bueno que El mé­ todo volviera a su punto de partida propiamente humano. En los años noventa me sentía sumamente afectado por el nuevp estado del mundo, las reformas de Gorbachov, la implo­ sión de la Unión Soviética, la guerra en Yugoslavia, también por América Latina. El tiempo que separa los volúmenes de El método fue un tiempo de trabajo subterráneo. Maduraba mis ideas en diversos libros que eran ejercicios de pensamiento complejo, por ejemplo Pensar Europa, en 1 987, o Tierra-pa­ tria, en 1 993, diagnóstico sobre la etapa actual de l a era plane­ taria y llamamiento a la toma de conciencia de la comunidad En francés «le vif du sujet», que retoma el título de u na de las obras de Edgar Morin. (N. del t.) *

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del destino terrestre. El método alimentaba esos libros que a su vez lo alimentaban. Pensar Europa y Tierra-patria fueron bien recibidos por la prensa. No es el caso de los volúmenes de El método posteriores a La naturaleza de la naturaleza. ¿ Tiene usted una explicación para esto? Esa obra no entra en las categorías etiquetadas ni en los tí­ tulos que clasifican y compartimentan. Para mí, El método es a la vez científica, filosófica y literaria, pero, para los críticos científicos, no es científica ; para los de las ciencias humanas, no es antropológica; para los críticos filosóficos, no es filosófica, y para los críticos literarios, no es literaria. Es efectivamente un monstruo, con relación a los criterios de la crítica, ya que reúne lo que se excluye mutuamente. Además, a la intelligent­ sia humanista le parece incongruente inspirarse en las cien­ cias naturales para tratar problemas humanos, y a la intelli­ gentsia científica le parece impertinente abordar los problemas científicos sin ser un especialista. Los que no me leyeron me rechazaron a priori. Unos quisieron ver un texto de vulgariza­ ción de los logros científicos, ignorando el proyecto epistemoló­ gico que me animaba; otros quisieron ver una síntesis global de todo el saber, a la manera de Hegel, ignorando que mi men­ te sistémica distaba mucho de ser sistemática, sino que dej aba un lugar ineluctable a la incertidumbre y a lo inacabado. En cambio, mis ideas emigraron. América Latina, Japón, Portugal, España, Itaii�, Grecia, China e incluso Irán, son los lugares donde El métofi,o tuvo más repercusión. A menudo, sin que yo me diera cuenta. Tomé conciencia de esto en 1 997, cuando fui invitado por una universidad de Medellín. Organi­ cé más adelante, en Río de Janeiro, un congreso latinoamerica­ no para el pensamiento complejo. Luego, en 1 999, la Unesco creó una Cátedra Itinerante «Edgar Morin» sobre el Pensamiento Complejo, con sede en la Universidad del Salvador, en Argen­ tina, que opera en América Latina. Un poco en todas p artes ha habido redes de pensamiento complejo, y acaba de crearse una Asociación Internacional del Pensamiento Complejo. En algu­ nos países se han creado institutos y diplomas de complejidad. 1 78

En México, en Hermosillo, en el estado de Sonora, se ha inten­ tado una experiencia conforme a mis concepciones y puede ser que se la lleve a Ciudad de México. 1 Entonces, hay a la vez muchas reticencias, rechazos a me­ nudo a priori, pero también hay una verdadera adhesión por parte de individuos que pertenecen a disciplinas y a profesiones muy diversas. ¿Por qué? Ocurre que mi obra responde a los anhelos, a veces inconscientes, de mentes insatisfechas por las compartimentaciones disciplinarias, inclusive de la filoso­ fía , y que aspiran a otro modo de conocimiento, a otro modo de pensamiento. Creo que formulé las verdades aún subconscien­ tes para. quienes me esperaban sin saberlo. Al encontrarme , se encontraron a sí mismos . Y ésa es mi mayor alegría. ...

El último volumen de El método, La ética, fue publicado en 2004. ¿Se puede calificar como manual mora l moderno ? ¿So­ b re qué funda usted la ética ?

No busqué fundar la ética. Quise reconocer sus fuentes , que están inscritas en lo más profundo de nuestra humanidad e incluso de nuestra animalidad: solidaridad y responsabilidad. Ahora bien, nuestra civilización tiende a agQtar la solidaridad y la responsabilidad, y nuestro problema es realimentar la éti­ ca. Pero la ética es también fundamentalmente complej a en la medida en que conlleva incertidu mbres y contradicciones. Las incertidumbres provienen del hecho de que los resultados de una acción no corresponden necesariamente a las intenciones. En cuanto se inicia, una acción deja de obedec'er a la voluntad de su autor, sufre interacciones y retroaccionés que surgen del medio en el que se desarrolla y puede inclusó ser contraprodu­ cente para su propio autor. Esto ocurre a menudo en política y desde luego en una guerra. Es lo que llamé «ecología de la ac­ ción». Así, la ética compleja no sólo considera las buenas 'in­ tenciones. Debe considerar que cualquier acción ética supone una apuesta y supone la comprensión de las condiciones en las Me acabo de enterar de que el Ministerio de Educación de México va a difundir cincuenta mil ejemplares de La téte bien faite destinados a los profesores del país. 1.

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que se opera. Si se utilizan medios innobles para realizar fines nobles, esos medios pueden perVertir los fines y sustituirlos. Las contradicciones éticas pueden surgir cuando dos impe­ rativos contradictorios se oponen en una misma conciencia. Así, la ética tribal de los beduinos comprende dos imperativos : el de la hospitalidad y el de la venganza cuando uno de los suyos ha sido asesinado. Di el ej emplo, que conocí a través de Louis Massignon, de la mujer beduina cuyo marido fue asesi­ nado durante una vendetta tribal. Al caer la noche, el asesino de su marido viene a su carpa y le pide asilo. Tiene dos deberes imperiosos: el de la hospitalidad y el de la venganza . Encuen­ tra la manera de resolver esa contradicción otorgándole al ase ­ sino la hospitalidad por la noche y, al día siguiente, l e mata en colaboración con sus hermanos. Nosotros también tenemos conflictos entre deberes contra­ dictorios, por ejemplo entre el interés de nuestra nación y el de la humanidad, o, en medicina, entre el respeto absoluto por la vida y el respeto ante la petición de un enfermo para poner término a sus sufrimientos. O bien cuando se trata de sustraer un órgano vital de una persona en estado de coma prolongado para un herido o un enfermo. ..

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¿ Cuáles son, entonces, las condiciones de una acción ética?

No puedo resumir mi libro, sólo le cito algunas ideas. El li­ bro subraya, en función de la trinidad humana individuo-so ­ ciedad-especie, tres direcciones éticas: una autoética, una éti­ ca para la sociedad, una ética para la humanidad . En la autoética, insisto en la necesidad de una cultura psíquica per­ m anente de autoexamen y de autocrítica, porque nos desco­ nocemos a nosotros mismos en profundidad y a menudo nos mentimos inconscientemente. La ética de la comprensión me parece ser una exigencia capital no sólo en la relación con el extranj ero, sino también en las relaciones con nuestros seres más próximos. La incomprensión reina a menudo en nuestras relaciones de trabajo, de vecindario, y genera estragos en las fanülias, en las relaciones entre padres e hijos. La incompren­ sión engendra desprecio, intolerancia, odio; gangrena nues­ tras vidas . 1 80

Ningún progreso es posible en las relaciones entre indivi­ duos y entre pueblos sin una regresión de las incomprensio­ nes, sin un progreso de l a comprensión. Y ésta nos pide que consideremos la complejidad de los otros en vez de reducirla a sus peores aspectos. Si llamo criminal al.,, hombre que cometió un solo crimen, elimino de golpe todos le>s actos positivos que pueden serle imputados, reduciéndolo al único crimen que co­ metió. ¿ Usted define el bien y el mal?

Sí, sabiendo que tienen una fuente común. Lo que separa y lo que vincula nacieron juntos en los orígenes de nuestro uni­ verso: en un principio, Dios y el diablo son lo mismo. Lo que se­ para -diabolus- es la fuente del mal. Lo que vincula -relian­ ce- es la fuente del bien. Por ende, el bien, para mí, es amistad y amor; que es lo que vincula. El mal es lo que separa, destruye. El mal es la crueldad del mundo y la barbarie entre los huma­ nos. La primera exigencia ética es resistir a la crueldad del mundo y luchar contra las diferentes barbaries humanas. La segunda exigencia ética procede de mi concepción de la poesía de la vida que se desarrolla en la realización de uno mismo, en la comunión, el amor, el éxtasis. Puedo formularla así: contribuir a todo lo que permita a los.humanos vivir poéti­ camente, es decir, realizar amor, fraternidad, comunión, ad­ miración, éxtasis. Por último, está lo que llamo mi «fe ética». Lo expreso al fi­ nal del libro, que constituye a su vez el libro final de El méto­ do. Ésta es entonces mi profesión de fe: «La fe ética es amor». Pero es un deber ético preservar la racionalidad en el amor. La relación amor-racionalidad debe ser un yin/yang; en todo mo­ mento uno se vincula con el otro y lo comprende en su estado original. Ese amor nos enseña a resistir a la crueldad del mun­ do, nos enseña a aceptar/rechazar este mundo. Amor es tam­ bién coraje. Nos permite vivir en la incertidumbre y la inquie­ tud. Es el remedio ante la angustia, es la respuesta ante la muerte, es consuelo. Sólo el Doctor Love puede salvar a Mister Hyde. Paracelso decía: «Toda medicina es amor». Digamos también y sobre todo: «Todo amor es medicina». El amor médi181

co nos dice: «Amen para vivir, vivan para amar. Amen lo frágil y lo perecedero, porque lo más preGiado, lo mejor, inclusive la conciencia, la belléza, el alni�, són frágiles y perecederos».

Ese libro, pub licado en 2004, no lo escrib ió a orillas del Me­ diterráneo, como los anteriores . . . Lo escribí en Hodenc-l'Évéque, e n el Oise, en la casa de campo que compramos cerca de nuestros amigos Jacques­ Francis y Flavienne Rolland. Las condiciones de redacción fueron difíciles debido al agravamiento del estado de salud de Edwige, a quien dediqué ese libro.

¿Fue bien recibido ? Lo fue sobre todo como homenaje a la proeza deportiva que significaba terminar El método, pero no tanto como reconoci­ miento a mi aportación al pensamiento.

¿Es necesario leer los seis volúmenes de El método, uno tras otro? De ninguna manera. Cada uno, en su autonomía y su sin­ gularidad, contiene la totalidad. Se puede abordar desde cual­ quier volumen.

En el fondo, ¿qué sentido le da a la palabra «método»? Parto del sentido griego original, que significa «recorrido» . Ahora bien, toda m i elaboración en seis volúmenes fue u n reco­ rrido en el que el camino se hace caminando, según los versos de Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace ca­ mino al andar».* De hecho, ese camino ha elaborado un método de la complejidad. Ese método no tiene nada que ver con lo que *

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En castellano en el texto original. (N. del t.)

se llama metodología. U na metodología define un programa de trabajo preciso y deterrritnado definitivo . Mi método pretende ayudar al espíritu para que afronte las complejidades y elabo­ re sus estrategias. De ahí mi formulación: «Ayúdate, la com­ plejidad te ayudará». El método de Descartes se acerca a una metodología, porque prescribe los procesos que hay que seguir para llegar a un conocimiento pertinente. Yo indico las exigen­ cias que hay que satisfacer para tratar las complejidades, las exigencias que comprenden tres principios que se han afirma­ do progresivamente: el principio dialógico, el principio recursi­ vo y el principio hologramático. Los tres son expresiones diver­ sas y complementari"a s del principio de vinculación (reliance) . Entonces; no desdeño de ninguna manera las disciplinas, ya que quiero vincularlas; lo que discuto es su carácter cerrado, y critico la hiperespecialización. Añado que el conocimiento es una navegación en un océano de incertidumbres entre archi­ piélagos de certidumbres. Cualquier saber complejo compren­ de una parte de incertidumbre irremediable que hay que saber reconocer y admitir. El pensamiento complejo comprende la toma de conciencia de algo que en el saber es inacabado y, más fundamentalmente, de una limitación de las posibilidades del espíritu humano. Sería vano buscar un fundamento absoluto e incuestionable. Es lo que debemos saber desde Nietzsche. Te­ nemos que eliminar la metáfora arquitectónica que necesita fundamentos para levantar un edificio. Debemos utilizar la metáfora musical en la que la sinfonía toma su impulso a par­ tir de sí misma y se construye en su propio dinamismo. Su método se funda "igualmente en las ciencias . . .

Podría retomar l a fórmula de Descartes sobre e l método que consiste en conducir bien su razón en las ciencias . Mi mé­ todo se inspira en las ciencias y las examina en las condiciones actuales de su evolución. Ahora bien, estamos en una época crítica. Como dije, los principios de simplificación que han guiado a la ciencia clásica, por fecundas que hayan sido sus aportaciones, se han vuelto cada vez más ciegos en microfísi­ ca, en termodinámica, en cosmología. Recapitulo: el principio de orden que traducía el determinismo absoluto ya no reina en 1 83

el universo. El principio de separabilidad o de disyunción se ha visto limitado en cualquier consideración · de sistema. El aislamiento del objeto, al ser extraído de su contexto natural y ubicado en un medio artificial, no vale para todo lo que está vivo. El valor de prueba absoluta, brindado por inducciones y deducciones, ha mostrado sus límites. Por último, la aparición de contradicciones ya no es necesariamente un signo de error, lo que indica la emergencia de un nuevo tipo de verdad. Diría que la disyunción y la reducción, que eliminan cual­ quier posibilidad de visión global, constituyen una barbarie del pensamiento. La ciencia clásica había disuelto el cosmos, la naturaleza, el sujeto humano. Pero el cosnios resucitó en una cosmología que surge del descubrimiento de la expansión del universo. La naturaleza resucitó junto con la ciencia ecoló­ gica. Y si el sujeto fue expulsado de la ciencia objetiva, mues­ tro que el regreso del sujeto es indispensable, aunque sólo sea porque el objeto del conocimiento está coproducido por nues­ tras proyecciones mentales sobre una realidad exterior, y por la introducción, vía traducción y reconstrucción, de esa reali­ dad exterior en nuestro espíritu. Una zona ciega dentro de la ciencia clásica había sido defi­ nida por Husserl ya en 1 930 en su conferencia sobre la crisis de la ciencia europea. Ésta desarrolló instrumentos sutiles, precisos y pertinentes para conocer el objeto, pero está despro­ vista de cualquier instrumento para conocerse a sí misma. La ciencia no tiene conocimiento del conocimiento científico, y su objetividad no es capaz de reconocer la existencia del sujeto del conocimiento. Ahora bien, así como nuestra galaxia, la Vía Láctea, posee en su centro un gigantesco agujero negro que le es invisible, la ciencia, separada de la filosofía, ha sido privada de la posibilidad de conocerse, de reflexionarse, de pensar su devenir. Y, al separarse de la ciencia, la filosofía ha perdido la fuente de conocimientos que incita y alimenta la reflexión. Ya no tiene con qué alimentar su reflexión, dado que es de los pro­ gresos de las ciencias de donde proceden todos los conocimien­ tos revolucionarios sobre el cosmos, sobre el mundo físico, so­ bre la noción de realidad, sobre la vida y, desde luego, sobre el hombre. Es por eso que necesitamos una reflexión sobre las ciencias, y hay que citar las aportaciones notables de Bache­ lard y Popper, de Kuhn, Lakatos, Holton, Feyerabend, entre

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otros. Hay que integrarl 9 s en �na «ciencia con conciencia» . E s tanto más necesario e n la medida en que la ciencia física ha generado medios de destrucción impensables y que la ciencia biológica elabora medios de manipulación inauditos. ¿ yamos bien encam inados ?

Creo que hemos entrado en los primeros tiempos de una revolución científica en el sentido de Thomas Kuhn, que cam­ bia los modelos y principios del conocimiento o paradigmas. La revolución microfísica dio lugar a una transformación de todo el universo macrofísico y cosmofísico. Las ciencias. de la Tierra, la ciencia ecológica, operaron el encuentro y la interfecundación de disciplina s separadas. Todas las ciencias avanzadas, las ciencias de la Tierra, la ecología, la microfísica, la cosmología, rompen el viejo dogma reductor de explicación por lo elemen­ tal. Tienen en común el hecho de considerar sistemas com­ plejos en los que las partes y la totalidad se entreproducen, en los que factores múltiples intervienen y se entreorganizan. En el caso de la cosmología, la complejidad está más allá de cual­ quier sistema. Tarde o temprano, el movimiento seguirá en las ciencias biológicas, ya se ha iniciado en la biología sistémica, y por últimb, lo espero, en las ciencias humanas, en las que soy el único que efectuó la reforma de los ·saberes de las disciplinas más diversas en una antropología compleja. Anuncié esa nece­ saria revolución científica en el paradigma final de La natura­ leza de la naturaleza: «Podemos entrever que una ciencia que aporte po�ibilidades de autoconocimiento, que se abra a la so­ lidaridad cosmica, que no desintegre el rostro de los seres y de los existentes, que reconozca el misterio en todas las cosas, pueda proponer un principio de acción que no ordene, sino que organice; que no manipule, sino que comunique; que no dirij a, . sino que anime». .

¿ Su método sería entonces estrictamente científico ?

No estrictamente, ya que integré la reflexión filosófica en el pensamiento complejo. Pero, sobre todo, el pensamiento com1 85

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plejo no está reservado a una casta de filósofos o de científicos. Involucra a cada persona; a cada ciudadano sometido al riesgo de error y de ilusión, incapaz de vincular conocimientos sepa­ rados, impotente ante los problemas fundamentales y globa­ les; Esto remite a nuestra vida cotidiana, a nuestras relacio­ nes con otros. Cada cual encierra en sí mismo su propia complejidad. El pensamiento complejo puede ayudar a cual­ quiera a sobreponerse a la barbarie del conocimiento que es no sólo ilusión o error, sino fragmentación y compartimentación.

¿No es una empresa desmesurada?

Me planteé una misión imposible. Pero me hubiera sido im­ posible renunciar a ella.

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El e stado del mundo A usted le gusta citar la expresión de Ernesto· Sábato «Ha­ cen falta mundiólogos» . . . Efectivamente. Porque estamos todos embarcados en la aventura histórica de la mundialización. Porque, por abun­ dantes que sean, nuestros saberes están dispersos y son fragmentarios, mientras que el estado del mundo es un nudo gor­ diano de innumerables interacciones y reacciones, un cóctel de orden y desorden. Nos hace falta una ciencia, , que sería la mundiología, para concebir y comprender el estado del mundo. .

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¿Estamos en tinieblas ? Tanto que, contrariamente al sentimiento común, es muy difícil conocer el presente. José Ortega y Gasset deéía: «No sa­ bemos lo que. nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa». Siempre es necesario cierto retraso para entender lo que pasa. Y el presente siempre se ve afectado subterráneamente por fuerzas invisibles, a veces sólo audibles para quienes tienen el oído fino. Lo que Hegel llamaba «el trabajo subterráneo del viejo topo», que logra agrietar la superficie que se · creía esta­ ble.

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Sin em bargo, tiene algunas ideas sobre el estado del mundo. Ha escrito en particular T:lerrá -patria, Para entrar en el si­ glo xx y, más recientemente, Vers l'abime . . . Sí, traté de concebir l a era planetaria. Esa noción l a tomo prestada de Heidegger, pero la trabaj o a mi manera, que es mucho más pertinente que la de los «tiempos modernos» a la que corresponde cronológicamente . Los tiempos modernos se inician con la caída de Bizanció, en 1453. La era planetaria comienza en 1492, con el descubrimiento-conquista de las Américas por Cristóbal Colón y, poco después, la navegación alrededor del globo de Vasco de Gama. La era planetaria es la historia de la dominación, de la dominación y de la explotación . de gran parte del mu�do por naciones europeas. El fin del pe­ ríodo colonial en 1 975, con el abandono por parte de Portugal de sus colonias, anuncia el nuevo período llamado globaliza­ ción. Hay que subrayar una paradoja. La Europa dominadora también fue el foco de ideas humanistas que favorecieron la emancipación de los colonizados. A partir del siglo XVI, Barto­ lomé de Las Casas hizo reconocer por la Iglesia que los ame­ rindios tenían un alma. Montaigne admitió su civilización di­ ciendo: «Llamamos bárbaros a los pueblos de otra civilización». Y subrayó, en su capítulo sobre los caníbales, que su supuesta barbarie era inferior a la de los colónizadores. Las grandes ideas emancipadoras se desárrollan durante el siglo de las Lu­ ces, luego con los principios de la Revolución francesa, sobre todo los derechos del hombre, y con las Internacionales del si­ glo xx. Y es reivindicando los derechos del hombre, el derecho de los pueblos a la autodeterminación, el derecho a la nación, como van a operarse los procesos, a veces trágicos, de la desco­ lonización.

¿Se puede vincular la era planetaria con una interdepen­ dencia creciente entre las diferentes regiones del mundo ? Sí. Los desarrollos de la era planetaria hasta fines del siglo no son sólo los de la dominación y de la emancipación (por otra parte, relativa) . Son también los de la interdependencia

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creciente entre las diversas partes del mundo. La conciencia de esa interdependenciá sé manifiesta, hacia 1 990, con la apa­ rición de la noción de globalización.

¿Es fundamentalmente diferente de la noción de mu ndiali­ zación ? La globalización de la década de 1 990 es la etapa actual de la mundialización propia de la era planetaria. La implosión de la Unión Soviética y la apertura al capitalismo de China y de Vietnam hacen que el mercado se haya convertido en ver­ daderamente mundial. Esa mundialidad se ve favorecida por el auge concomitante de las técnicas de comunicación -teléfo­ no, fax, correo electrónico, Internet-, que posibilitan la inme­ diata relación de un punto a otro del planeta. A través de ese proceso se acelera la occidentalización del globo, es decir, la extensión de la civilización y de las costumbres originarias de Occidente. Al mismo tiempo se opera, sin duda de manera in­ completa e incierta, una democratización, que se manifiesta en las naciones· que fueron sometidas a la ex Unión Soviética y en la misma Rusia, como también en América Latina y en al­ gunos países africanos. Hay que vincular esto con una mundialización cultural. Marx había previsto que el auge mundial del capitalismo per­ mitiría una literatura mundial. Es lo que ocurrió en la medida en que nosotros, europeos, disponemos ahora de literaturas su­ damericanas, chinas, japonesas. También se produjo el desarro­ llo de una cultura cinematográfica mundial, que comprende las aportaciones originales de las producciones coreanas, chinas, iraníes, africanas. Esta mundialización cultural reviste tres aspectos simultáneos. El primero es el de una tendencia ho­ mogeneizante que contribuye a destruir las originalidades culturales o a integrarlas banalizándolas. El segundo es el de una regeneración de ciertas culturas en su resistencia a la ho­ mogeneización, que van a beneficiarse de una audiencia afue­ ra de sus fronteras. El tercero es el de los mestizajes cultura­ les, algunos extremadamente creativos. Explico estos tres procesos con el flamenco. Ese arte del cante, de la guitarra y de la danza, que nace en Andalucía, es

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eI producto original de un rico sincretismo cultural que inte­ gra aportaciones hindúés, árabes y judías. Agonizaba a media­ dos del siglo XX, pero una nueva generación, preocupada por salvar sus raíces culturales, regeneró el flamenco bajo la con­ ducci6n de los viejos maestros, y la industria mundializada del disco comenzó a producir antologías que lo propulsaron prime­ ro en Francia y, más tarde ampliamente, hasta Japón. Simul­ táneamente se crearon tipos mestizos, flamenco-rock, flamen­ co-raí, que aportan nuevas originalidades. Así entonces, hay varias mundializaciones en la mundiali­ zación. Es al mismo tiempo una y plural. Está la m un dializa ción tecnoeconómica, la mundialización democrática y la mun­ dialización cultural, que es también una y plural. Estas tres mundializaciones en una nos embarcan en la aventura plane­ taria donde todo lo que es global interviene en lo local, donde todo lo que es local interviene en lo global, donde todo interfie­ re, interactúa y retroactúa.

Partiendo de esa visión compleja y nada simplificadora que es la suya, usted expresó en varias ocasiones sus posicio nes res­ pecto a ciertos problemas o confiictos que sacuden el planeta. Pienso, en particular, en el confiicto árabe-israelí. . . Ese conflicto, nacido d e la formación d e dos naciones e n un mismo territorio, se sitúa en una línea sísmica del globo que parte de Armenia y de Azerbaiyán y llega hasta Egipto. Allí se encuentran y se oponen Oriente y Occidente, norte y sur, ju­ daísmo, cristianismo e islam, modernidad y fundamentalismo, laicidad y religión. Y esto, en y entre esos estados recientes, de fronteras arbitrarias, donde tanto las etnias como las religio­ nes son oprimidas, donde los conflictos se entremezclan, don­ de intereses vitales se oponen unos a otros. Con la p alabra cáncer designé las consecuencias de un conflicto en el que dos pueblos afirman cada uno su derecho absoluto a la misma tie­ rra, y cuyas metástasis se expanden sobre el planeta. Digo planeta, porque todo Occidente está involucrado, Estados Uni­ dos en primer lugar, así como todo el mundo islámico.

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Usted tam bién está involucrado al haber tomado partido por la causa palestina. . .

Entre 1 998 y 2004, escribí sobre el tema cinco artículos en los que me esforcé por comprender los dos puntos de vista an­ tagónicos («Le double regard», «Le simple et le complexe» son títulos elocuentes) . Pero, como hay un dominante y un domi­ nado, un opresor y un oprimido, una extrema desigualdad de fuerzas, de víctimas y de muertes, expresé mi apoyo a los opri­ midos. ¿No olvida usted las amenazas que pesan sobre Israel ?

Al contrario, creo que, en el futuro, la radicalización de la oposición entre Israel y el mundo árabe, el desarrollo técnico y militar de este último, el eventual debilitamiento, incluso la pérdida de sostén norteamericano, llevarán a Israel al desas­ tre. Su única oportunidad es la paz. Mi experiencia de la gue­ rra de Argelia me hizo comprender que, cuando un conflicto no logra a tiempo un acuerdo se vuelve pestilente para ambas partes. No sé si esa paz será posible; la deseo fervientemente. ¿Su apoyo a la causa palestina no implica, entonces, ningún cuestionamiento de la existencia del Estado de Israel?

En Le Monde moderne et la question juive, libro que publi­ qué en el año 2006, renuevo mi punto de vista sobre el proceso actual, aclarando que abogo por el mantenimiento de Israel como nación y que deseo al mismo tiempo que sea reconocida la existencia de una nación palestina. No soy hostil a la idea sionista de Herzl, que es el derecho de los judíos que han sido perseguidos en las naciones de tener su propia nación, pero no puedo adherirme a la justificación permanente de todo lo que hace Israel. Lo que es trágico es que el sionismo haya creído que un pueblo sin tierra iba a una tierra sin pueblo: esa tierra no carecía de pueblo, había una población árabe, musulmana y cristiana en Palestina. La tragedia se desarrolló a partir de esa situación. 191

De todas formas, su artículo publicado en junio de 2002 en Le Monde, «Israel-Palestine: le cancer>>, cofirmado con Samir Nai"r y Danielle Sallenave, le significó ser considerado como traidor por algunos, e incluso ser perseguido por difamación de carácter racial . . .

E s una acusación de la que fui absuelto y desagraviado. Cuando las mentes se apasionan, cuando están dominadas por una psicología, o mejor aún, una histeria de guerra, entonces se ve traición en cualquier disensión . Mire, la histeria de gue­ rra produce el maniqueísmo, es decir, por un lado, la justifica­ ción permanente del propio campo, por otro lado, la búsqueda de un chivo expiatorio y el odio del ene.m igo. Nunca cedí y no voy a ceder j amás al odio inmundo hacia el otro. Pero sufro · precisamente de lo mismo. Ha habido en Francia un rumor anti-Morin, propagado confidencialmente, incluso en los ám­ bitos intelectuales refinados, los que a veces son capaces del peor sectarismo, que pretende que yo quiero la destrucción de Israel y que soy antisemita. Esto ha generado desprecio, insul­ tos y amenazas. Con toda evidencia, los infelices, ignorantes, fanáticos o crédulos que me acusan de esa manera no me han leído. Pero algunos de los que me han leído, y que no pueden , soportar que Israel sea criticado, quieren que yo sea antisemi­ . ta y que desee la destrucción de Israel en virtud del refrán «Muerto el perro, se acabó la rabia». ¿Sufre por eso ?

. No me gusta ser odiado, prefiero ser querido. Pero he sufrido · odios abstractos, calumnias abstractas por parte de gente que no me conoce, odios por mis ideas y sobre todo por las ideas que su odio me atribuye. No soy el único que ha sido víctima de ese tipo de odio. He visto a muchos otros ser víctimas de lo mismo, especialmente en la época de la hegemonía intelectual del partido comunista, en la que cualquier crítica contra la Unión Soviética era denunciada como remitiendo a un innoble y visceral anticomunismo. Vi en acción la reductio ad hit­ lerum, especialmente contra los trotskistas, calificados de hit­ lero-trotskistas por los estalinistas, y pienso que otros, mu1 92

chos otros, sufrieron más que yo. Esto me impide situarme como mártir único de la maldad humana . Lo que le sucedió a Jesús no le sucedió a Morin. Por lo tanto, estoy menos afectado de lo que podría haber estado. Pero le repito, para alguien a quien no le gusta ser odiado, resulta desagradable. Y lo que me preocupa es que la rinocerontitis progresa .

¿ Qué es la rinocerontitis, además de uno de esos neologis­ mos que tanto le gustan ? Me gusta crear nuevos sustantivos o nuevos verbos a partir de palabras que ya existen, para expresar mejor realidades que carecen de palabras que las nombren. En El rinoceronte, de Eugene Ionesco, un habitante de una tranquila ciudad se transforma repentinamente en rinoceronte . El contagio se pro­ paga y casi todos los habitantes se convierten en furiosos ri­ nocerontes. Este fenómeno se ha repetido varias veces en la historia: en cuanto se produce una crisis o una guerra, se de­ sencadenan nacionalismos y racismos. En 1 9 14, gran parte de los franceses y de los alemanes, por influencia del socialismo internacionalista, eran pacifistas; bastó que explotara un con­ flicto para que el nacionalismo devorara al internacionalismo y los pacifistas se volcaran en la unión sagrada y odiaran al enemigo. De µn lado y otrq, la intelligentsia se esforzó por des­ honrar al adversai:io y pretendió ser la defensora exclusiva de la civilización. Romain Rolland, que había condenando la gue­ rra fratricida, fue. insultado por a mbos campos. Muchos alemanes se transformaron en rinocerontes a partir de la gran crisis de. 1 929- 1 93 1 que llevó a Hitler al poder. Más recientemente, Yugoslavia se desgarró en una guerra frenéti­ ca, provocando odios inexpiables y crueldades insensatas. Ahí donde se instala la rinocerontitis, se es incapaz de entender al otro, de considerar su argumento visto como innoble calum­ nia, se criminaliza a l adversario, incluso a l simple contestata­ rio, se reduce al otro a lo inmundo, a la bestialidad: perro, ca­ rroña, etc. La compasión, la justificación sólo valen para uno de los campos; y los crímenes que se cometen en el propio cam­ po, a lo sumo son considerados como errores. La incapacidad de pensar la complejidad, de considerar dos verdades aparen1 93

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temente antagónicas, castiga cada vez más. Cuesta reconocer que el mal se ha propagado uri póco en todas partes, sin duda de manera despareja, y que, de la misma forma, también el bien está disperso un poco en todas partes, sin duda, también de manera despareja. El círculo infernal se agrava a partir de un tratamiento desigual, que suscita odio, que genera violen­ cia que a su vez refuerza el tratamiento desigual, supuesta­ mente justificado. Así, aunque no se trate en todos lados del mismo tipo de re­ gresión, ésta se produce en todo el mundo. La rinocerontitis progresa, mentes delicadas se transforman en bestias, escrito­ res sutiles se vuelven inquisidores implacables, eclécticos, en predicadores, y los intimidados hacen como si no tuvieran nada que ver. Al final de la obra de Ionesco, cuando todos los huma­ nos se han transformado en rinocerontes, el héroe, Bérenger, dice: «Soy el último hombre, ¡lo seguiré siendo hasta el final! ¡ No me rindo!». Trataré de ser fiel a ese ejemplo.

¿ Volvería a escribir su artículo sobre uel cáncer»? Corregiría dos o tres expresiones que, tomadas fuera de contexto, se prestan a una interpretac�ón antijudía . .

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¿ Cree en la posibilidad de un nuevo Crovoca la ofensa del otro y en el que cada cual se percibe como el ofendido. Hay que enseñar la cultura psíquica que nos hará practicar el autoexamen y la autocrítica. Tene­ mos que dar ejemplos históricos de comprensión, por ej emplo el de Montaigne y el de Bartolomé de Las Casas, que son los únicos que, en una época en la que algunos se preguntaban si los indígenas tenían un alma, pensaban que eran humanos al igual que nosotros y menos bárbaros que nosotros. La práctica de la >. En los monoteísmos, ese principio es Dios, y el misticismo se manifiesta por con­ templaciones, casi en estado de éxtasis , del ser divino, o por una comunión profunda con él. Aunque soy un hombre sin­ Dios, me impactan algunas visiones místicas: la conmovedora 253

hermana Faustina, la religiosa polaca que conversaba con Cristo y la Virgen; Sabbata1 Zevi, ese mesías judío del siglo xvn que veía realmente bandadas de ángeles. Me conmueve Teresa de Ávila, que desarrolló una relación de amor intensa, incluso en el sentido .físico de la palabra, con Jesús. Pero es la poesía mística de Juan de la Cruz la que resuena profunda­ mente en mí cuando evoca «la fuente oscura»: «Ignoro su ori­ gen, no tiene. Pero sé que . todo ser emana de ella, aunque sea de noche» . O bien, lo que muestra los límites del pensamiento: «A medida que uno se eleva, menos se entiende lo que es el nubarrón tenebroso que hace resplandecer la noche. Es por eso que incluso aquel que lo conoce sigue sin embargo sin sa­ ber, lo que sobrepasa toda ciencia». Sí, siento «místicamente» el momento en ·que el conocimiento desemboca en la ignoran­ cia, en el que el saber desemboca en el misterio. Al mismo· tiempo, estoy racionalmente convencido de que a medida que nuestra ciencia avanza, se acerca a lo incognoscible. Pero yo no nombro ese incognoscible Dios. También en este caso, uno mi demonio de la racionalidad y el del misticismo.

¿Fue un comunista racional o un místico? ' .

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Creí que mis convicciones estaban fundadas racionalmen­ té, mientras racionalizaba. Dicho de otra manera, tenía .u na visión coherente y optimista a partir de una ocultación de los datos empíricos. En el fondo, un profundo misticismo se escon­ día bajo el racionalismo, lo reconocí haciendo mi Autocrítica . Tengo que decir que no sólo en mi período comunista, sino · también después, en mi idea de Tierra-patria y mi esperanza · . en una metamorfosis de la humanidad, existe un misticismo' mesiánico. Hay quizás en mí como un legado de la ascendencia judía, un germen de mesianismo. Es el mismo mesianismo, pero aminorado y transformado, que animó a Marx, ese nieto de judeoconverso. Anunciaba la reconciliación de la humani­ dad en una suerte de fin de los tiempos, con un Apocalipsis que sería la lucha final, y un Mesías, el proletariado industrial. Sé que no hay Mesías, que no hay un fin de los tiempos. Perdí la fe en la salvación terrenal. Pero llevo en mí la esperanza in­ sensata, la búsqueda, el sueño de una armonía que atraviesa a .

·.

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la humanidad desde los tiempos históricos. Sí, estoy atravesa­ do por ese mesianismo, a.l tiempo que mantengo mi ironía ha­ cia él, es decir hacia mí. Secreto contrafuerzas de escepticismo y de racionalidad. Pero, sobre todo, invertí el sentido en un «evangelio de perdición»: «Seamos hermanos porque estamos perdidos». Se trata, por lo tanto, de un mesianismo que se ha vuelto antimesiánico sin dejar de ser mesiánico. Es un mesia­ nismo complejo . . .

¿La verdadera mística no es exclusivamente religiosa? No, el fenómeno místico no es monopolio de . las religiones clásicas, las que postulan un Dios: Existe también en las reli­ giones seculares. El culto de la nación, el amor a la patria, pue­ den suscitar estados místicos: la bandera, el himno nacional, hacen entrar a los fieles de este culto en un estado segundo de carácter místico. Los fieles de la gran religión de salvación te­ rrenal que fue el comunismo en el siglo xx conocían un estado místico cuando penetraban en el edificio sagrado en el que se reunía el Comité Central del partido, o cuando comulgaban en la palabra exaltante del dirigente, o cu ándo cantaban «La In­ ternacional». Los estados místicos existen incluso fuera de esas religiones terrenas que son la religión de la nación o la religión comunista. Son momenfos de poesía que .vuelven adorable una vida que, por otra parte, es horrible. H ay momentos místicos en nuestra vida cotidiana: en una copa de vino entre amigos, en un rostro de amor, en un paseo maravilloso como el de Jean­ Jacques Rousseau en la isla Saint-Pierre, en los bailes moder­ nos que resucitan las danzas arcaicas de la posesión. En ese sentido, ¡seamos místicos!

¿Puede el misticismo ser entendido racionalmente? Sí. El estado místico es una experiencia de no-separación. Exámenes neurológicos llevados a cabo por monjes budistas en estado de meditación han revelado que la «clave» del misti­ cismo podría ser la inhibición de los dispositivos cerebrales que mantienen la separación entre uno y el universo. La gran 255

virtud del misticismo es desterrar esa separación. La anula­ ción de la separación nos. sumerge y nos ahoga en un gran todo que es a la vez vacío y plenitud. Nos une con lo que es indeci­ ble, inconcebible, pero que es, como dice el Littré, «el principio del ser», y como dice Juan de la Cruz, «la fuente oscura». .. Esa verdad mística remite a otra verdad, que llamaría cien­ tífica, que se vincula en microfísica con la experiencia de As­ pect, y que tiene un valor general: todo lo que está separado es inseparable. Así, biológicamente, estamos separados en tanto individuos, pero, al mismo tiempo, somos inseparables de nuestra especie. Somos individuos relativamente autónomos, somos inseparables de nuestra sociedad, de la que somos mo­ mentos. En la relación amorosa nos volvemos inseparables en la separación. La relación mística es, más allá de la separa­ ción, la reunión con lo inseparable. De ahí lo que es para mí una verdad fundamental: todo lo que está separado es inse­ parable, todo lo que es inseparable se presenta, ante nuestros ojos objetivos, como separado.

Usted sería un místico racionalista ... No m e gusta l a palabra racionalista, que encierra e n l a ra­ zón. Soy racional. Sin embargo, soy místico-;racional, racional­ místico, cada uno de esos términos insuficientes remitiendo al otro. ¡La razón tiene sus límites y la mística tiene sus razones! Mi racionalidad siempre me impidió creer en un Dios revela­ do, en un Jesús que muere y que resucita, en una palabra divi­ na .dada a Moisés y a Mahoma. Nunca pude creer en una reve­ lación. Ni siquiera en el budismo, por el hecho de la creencia en la transmigración. Tampoco puedo creer en el Dios de los filósofos, como el de Descartes o de Voltaire. Soy «spinozante», en la medida en que Spinoza ha eliminado a un Dios exterior al mundo para situar la creatividad en la naturaleza.

Aunque incrédulo, le fascinan los m itos. Cuando escribí El hombre y la muerte, me di cuenta de que el mito y lo imaginario no pueden ser reducidos al rango de su256

perestructuras que pueden influenciar más o menos las estruc­ turas, siendo· sin embargo secundarias. Entendí que el mito, el rito y lo imaginario ocupan un lugar fundamental en el ser hu­ mano. Tienen su modo de existencia. Así es como los dioses tie­ nen una existencia real a través de la fe colectiva de un pue­ blo. Su potencia es tal que son capaces de pedir a sus fieles que mueran o que maten por ellos. Es decir, que somos capaces, me­ diante nuestras mentes conjugadas, de crear seres más fuertes que nosotros, aunque seamos los creadores. Seres con los cua­ les hemos establecido relaciones obsecuentes: se les rinde per­ manentemente holl).enaje, se les cubre de alabanzas y se les pide favores a cambio. Mi experiencia del candomblé brasilero me hace percibir la existencia de los orixás, esos espíritus-dio­ ses que, al ser convocados durante ceremonias, toman posesión de un fiel, lo habitan, hablan a través de su voz. La existen­ cia de los orixás es «objetiva» a partir de una subjetividad co­ mún de los fieles y gracias a los ritos. Los dioses vivirán mien­ tras los humanos crean en ellos. Pero cuando desaparezca la humanidad, los pobres dioses morirán, al igual que nosotros.

Conozco su interés, diría su fascinación, por el chamanis­ mo. ¿Se trata de brujería, de misticismo, de religión ? Quizás un poco d e todo eso. Primero, e s u n fenómeno uni­ versal en las culturas arcaicas, de Siberia al Amazonas pasan­ do por México. ¿Qué es un chamán? Es un brujo, un sanador, un hombre que comunica con los espíritus y las fuerzas de la naturaleza, pero todo. eso sólo lo puede hacer en el estado de trance suscitado por una bebida como la ayahuasca, o por un champiñón alucinógeno, o por el ritmo y el baile. Probable­ mente son ellos los que introdujeron en las sociedades arcaicas los conocimientos sobre las virtudes y los peligros de las plan­ tas, incluso de las sustancias animales. Porque si se piensa en los amerindios del Amazonas, es imposible que hayan reunido tantos conocimientos sobre una fauna y una flora extremada ­ mente variada, por el método d e las pruebas y d e los errores. El antropólogo Jeremy Narby piensa que, dado que el ADN es el lenguaje organizador común de todas las especies vivientes, los chamanes tienen acceso de una manera que para nosotros 257

resulta incomprensible, al lenguaj e natural de lo viviente y a sus múltiples combinaciones. Mi punto de vista parte de la misma constatación: los tran­ ces chamánicos comprenden visiones que llamamos alucinato­ rias pero que permiten el acceso a conocimientos. Lo desarrolla­ ré sin embargo de otra manera. En La vida de la vida, propuse la hipótesis según la cual el ecosistema es un sistema de comu­ nicaciones enmarañadas, una suerte de ordenador gigante es­ pontáneo, en el cual los individuos pueden captar todo tipo de informaciones, las cuales 1 pueden eventualmente integrarse en su patrimonio hereditario. Se s abe qu� existe una cantidad innumerable de redes de comunicaciones dentro de cada espe­ cie cuyos congéneres disponen de una gama muy variada de signos o de señales para «hablarse». A primera vista, puede parecer que esas comunicaciones están cerradas, comparti­ mentadas: el idioma de las abej as es ininteligible para los que no son abejas, y lo que es peor, una abej a india no comprende a una abeja italiana. Pero entonces ¿cómo puede ser que las flo­ res emitan olores o jugos que atraen a las abejas para que és­ tas diseminen su polen, o que la araña sepa exactamente dón­ de plantar su dardo para paralizar al enemigo? ¿Cómo explicar el saber desde el punto neurálgico íntimo de la presa? No creo que se trate de azar, ni del fruto de ensayos y errores . Postulo más bien la existencia de conexiones y de interacciones entre . los diferentes sistemas de comunicaciones; por ende, entre to­ dos los innumerables constituyentes y seres vivos de los ecosis­ temas. Sin embargo, hay enormes agujeros negros entre estas redes que, además, están opacadas, parasitadas por enormes cantidades de errores o de «ruidos» que proceden no sólo de las trampas y engaños entre antagonistas, sino también del ca­ rácter ambiguo de la cantidad de acontecimientos, así como de los límites y de las carencias cognitivas de cada uno. Pero a través de esas carencias y de esas interferencias, hay un tejido de intercomunicaciones vivo. De cualquier manera, existen transmisiones de carácter aún desconocido. En mi hipótesis , los chamanes acceden a una suerte de telepatía y, por m ediación del tejido de intercomuni­ caciones entre los seres vivos, a ciertos conocimientos sobre plantas y animales. Estoy convencido de que hay que estudiar el chamanismo no sólo como curiosidad etnográfica y no exclu258

sivamente por sus poderes curativos, sino también como la fuente más arcaica, más profunda y más misteriosa de los co­ nocimientos humanos. Usted parece obsesionado por los límites de la razón, por el m isterio. ¿ Éste no es, en el fondo, el nom bre impronunciable del Dios de la Biblia ?

Es cierto que la teología negativa abre la puerta al misterio, pero es Dios que es misterio. El misterio no es para mí la .ex- . presión de un Dios escondido. Aparta a Dios. Sin embargo, ac­ tualmente me siento atraído por el misterio. Tengo un proyec­ to de libro para el que estoy tomando apuntes que se titularía Algunos pasos hacia lo indecible, y que remite a los límites: los límites del pensamiento humano, de la razón, de la men­ te, los límites del conocimiento, los límites de lo que se puede pensar sobre el mundo, sobre la vida. Tengo ganas de acercar­ me al misterio, ¿pero hasta dónde se puede uno acercar? Sigo siendo racional, pero no soy sólo racional. La razón tie­ ne límites; la mente humana, cuyas potencialidades son mu­ cho mayores, también tiene límites. El misterio está en todas partes. f'ero cuidado: hay que distinguir lo desconocido de lo incognoscible, que remite al misterio. Y no podemos (todavía) determinar las fronteras entre lo desconocido y lo incognosci­ ble. Estoy convencido de que podemos conocer gran parte de lo desconocido. Subrayo que estamos en la prehistoria de la men­ te humana: la aventura del conocimiento nos reserva aún mu­ chas otras sorpresas. ¿Ese proyecto de libro está a vanzado ?

Lo interrumpí provisionalmente después de la muerte de Edwige. Primero tuve ganas de escribir un libro sobre ella y . . para ella . Un libro que es vital para mí. Después de la muerte de mi padre tuve la misma necesidad, muy profunda, de escri­ bir sobre él. El hecho de escribir Vidal et les siens fue beneficioso para mí. La desaparición de Edwige me hizo comunicar de una nueva manera con el misterio, lo desconocido, lo insondable. 259

La vida, el universo, ¿tienenpara usted un sentido? ¿Tiene sentido la noción de sentido? Si sentido es dirección, se sabe que el universo nació -no se sabe ni cómo ni por qué--, que se desarrolló de manera inaudita, y los astrofísicos hoy en día nos predicen su muerte por dispersión b ajo el efecto de la energía negra. Si sentido es significado, se trataría de la ejecución de un proyecto divino., o inteligente, capaz de produ­ cir la organización cada vez más complej a de la materia, luego de la vida, para llegar a la humanidad. Pero ¿por qué la mate­ ria es tan minoritaria en el universo (4 por 1 00)? ¿Por qué la vida es tan mínima, tan marginal, tan aislada en el cosmos, ya que si hubiera otras formas de vida, serían escasas? ¿Por qué tanta destrucción de especies, tanta destrucción de civilizacio­ nes? ¿Por qué todo eso estarí a destinado a la muerte? Comprendo que la organización tenga necesidad de desor­ den, que la vida tenga necesidad de muerte. Pero ¡a qué pre­ cio! No puedo creer en una intención divina que nos otorgue la libertad de hacer el bien. No puedo creer en la resurrección ni en la inmortalidad humana. No puedo creer en Teilhard de Chardin, para quien la evolución complejizadora converge ha­ cia un «punto omega» de espiritualidad. No puedo creer en una intención inteligente. ¿Quién pudiera haber tenido la inteli­ gencia de crear esa intención inteligente? Si hubiera sido tan inteligente, se las habría arreglado para que la historia del mundo no fuera tan trágica. La .tragedia significa que la muer­ te no puede. ser eludida: la humanidad está destinada a la muerte, nuestro Sol está destinado a la muerte, el universo está destinado a la muerte. No ·excluyo un significado, pero si existe, es desconocido e inacc�sible para nuestras mentes.

¿No cree usted, como dice la gnosis, que el mundo fue creado por un ser malvado, y que un Dios bueno trataría de reparar el mal? Para mí, Dios y diablo son lo mismo. En el origen están las separaciones, las divisiones (diabolus, el divisor) , pero tam­ bién las uniones, las vinculaciones, o sea, la doble presencia indivisible de los orígenes del mal y del bien. Hay una insepa260

rabilidad de lo que vincula y de lo que destruye, y esto es cierto tanto para la vida como para la humanidad. Mirado de cierta manera, nuestro mundo es el mejor de los mundos posibles; su desarrollo, su actividad, deben pagar el inevitable tributo del desorden y de la desorganización. Mirado de otra manera, es el peor inundo posible, porque conlleva la muerte, los cataclis­ mos, las destrucciones y las crueldades. Para que un m undo sea el mejor, ¿ tendría que ser el peor? É ¿ se es el sentido ?

Sí, un sentido torcido. Lo que puedo decir es que la imper­ fección es la condición de existencia del mundo. Un mundo perfecto sería inmortal e inalterable. Ahora bien, la perfección del UNO, del SER, de la NADA está fuera de este mundo. Si no hay una intención inteligente, ¿de dónde vienen el or­ den y la organización del universo ? ¿Su desarrollo complejo, sobre todo en la evolución viviente y en la evolución hu mana?

Pienso que a partir del accidente del nacimiento, se auto­ creó y se autoprodujo. Spinoza había retirado el poder creador a un Dios exterior al mundo para situarlo en el interior mismo de la naturaleza: es la naturaleza la que es creadora, y somos nosotros los que hemos creado a Dios. El gran misterio del uni­ verso es esa capacidad de organización que creó cualidades nuevas que no existían de manera separada en lo& . elementos que reúne, entre los cuales está la finalidad. No e$ la organiza­ ción la que nace de la intención, sino la intención ia que nace de la organización. Hay que reconocer, para los seres vivos, lo que J acques Monod llamó la telenomía, es decir, finalidades de supervivencia, de desarrollo y de reproducción (mientras que la teleología es la idea de una gran intención para todo el universo). Apenas se creó la vida, se crearon múltiples inten­ ciones inteligentes con voluntad de existir y de responder a los desafíos, con estrategias, capacidades de innovar. El gran mis­ terio de la vida es su capacidad creadora, que hace aparecer en un momento dado la sexualidad en las plantas y en los anima261

les. Bergson tenía razón en reconocer la evolución creadora, yo diría la creatividad evolutiva; las plantas explotaron en flores, los animales se dotaron de órganos, de ojos, de antenas, de pa­ tas, de aletas, de alas. La especie humana surgió, creó civiliza­ ciones, técnicas, pensamientos, artes. Pero no habría que olvi­ dar la evolución destructora que se tragó el 90 por 100 de las especies al final de la era secundaria y que, en la historia hu­ mana, engulló tantos formidables imperios y tantas obras de arte. Mi respuesta no suprime el misterio, lo nutre: ¿por qué apareció la organización? ¿Por qué las emergencias? Pero des­ carta las tesis providencialistas. Vuelvo a mi convicción: si el universo tiene un sentido, éste nos es desconocido, quizás incognoscible. En cuanto a la aven­ tura humana, su sentido para mí es igualmente desconocido. A nosotros nos corresponde dar un sentido a nuestras vidas buscando vivir poéticamente, en la comunión y en el amor, y resistiendo a la crueldad del mundo, de la naturaleza, de los humanos. É sa debe ser nuestra intención inteligente.

¿El hombre puede vivir sin religión ? Eso depende del sentido que se le d é a l a palabra «religión». Hay religi.ones con dioses y religiones con Dios, entre ellas las religiones de salvación, cerno el cristianismo, que ofrecen la · inmortalidad. Creo que los que no pueden creer en esas reli­ giones no son necesariamente más infelices que los que creen en ellas. Y hay religiones desprovistas de salvación, como el budismo, que preconizan la destrucción del yo y que no gene­ ran especialmente angustias. Hay religiones terrenales, como la religión del Estado-nación cori su culto, sus héroes, su pro­ pia inmortalidad; existió la religión de la salvación terrena que fue el comunismo, que suscitó una esperanza inaudita, sus mártires y sus héroes, y que se apagó al final del siglo xx. ¿Puede renacer bajo otra forma? Yo creo en otro tipo de religión, sin promesas, sin salvación, la religión de la Tierra-patria, capaz de efectuar el vínculo en­ tre nosotros y la humanidad, entre nosotros y la Tierra, entre nosotros y el universo.

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Usted fue a veces escéptico, a veces racional, a veces místico, e incluso religioso. ¿Me permite decirle que es complicado? Para usted, quizá. Para mí son las instancias fundamenta-: les que gobiernan mi pensamiento. Encuentro,.mi modelo en Pascal, salvo en lo que remite a la religión revelada. Heredó la duda de Montaigne. Desarrolló su razón en su actividad cien­ tífica. Conoció una experiencia mística. Se involucró en la des­ viación jansenista de la religión católica. Por ende, conj unta­ mente: duda, razón, fe, religión ... Todas esas instancias han sido en su pensamiento a la vez antagonistas y complementa­ rias y han producido una obra genial, Pensamientos. Yo también tengo en mente las cuatro instancias. El escep­ ticismo de mis jóvenes años sigue estando vivo. Desarrollé mi racionalidad en mis trabajos. Tengo el sentimiento místico profundo de mi destino. Y mi fe religiosa, como he dicho; es in­ segura, como en Pascal, que, al no poder fundarla en razón, la fundó en su apuesta existencial. Y estoy convencido de la apuesta existencial que comprende mi fe en la fraternidad y en la Tierra-patria. Todas estas instancias, que he llamado mis demonios, son antagónicas y complementarias. Me han hecho tal como soy, tal como dudo, tal como creo, tal como pienso. No tengo una palabra clave que haya alumbrado mi vida. Lo que guía mi vida y i;ni pensamiento es el tetrálogo: Fe

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Razón

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Duda

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Religión

¿La incertidumbre, el conflicto interior, la ausencia de sal­ vación no lo angustian? No puedo eliminar la angustia, especialmente la angustia de la muerte. Hay momentos de vacío en los que siento el vacío del mundo, de las cosas, de las pasiones. Hay momentos en que lucho y forcejeo con la angustia, sobre todo cuando me pierdo a mí mismo en inutilidades y futilidades . Pero hay mo263

mentos de plenitud. Me adhiero al mundo, a las cosas de la vida, a mi fe, y puedo a sumir mi destino mortal sin más angus­ tias que las de aquel que se cree inmortal. Porque sé lo que puede inhibir la angustia sin anularla sin embargo -porque la conciencia humana conlleva la angustia-, es el hecho de vivir plenamente la aventura humana logrando el diálogo entre razón y p asión, es el hecho de vivir la aventura del conoci­ miento. Es vivir poéticamente, o sea, conocer el deslumbramiento, el éxtasis, vivir en la curiosidad, vivir en la comunión, vivir con amor, en, por y para el amor. El amor es fuerte como la muerte, . dice el Cantar de los Cantares. No exageremos, no es tan fuerte, pero es muy fuerte. Como le he dicho, mi religión es amor y el amor es médico, como decía Paracelso.

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12 La muerte Usted tiene ochenta y siete años, pero en algunos aspectos sigue siendo un chico grande. Todo le divierte . . . No sé si todo me divierte, pero muchas cosas me gustan. Me gusta caminar con paso firme y poder seguir haciéndolo. Cuan­ do todavía había autobuses con plataforma atrás, me encantaba correr, subirme y bajarme con el autobús en m archa. Hoy, si­ go corriendo cuando veo que en mi calle se aproxima el auto­ bús, pero no es el mismo placer que con la plataforma. Tam­ bién me gustaba bajar de a dos las escaleras del metro. Ahora pienso: prudencia, porque si resbalo . . . Me encantaba conducir en París cuando no había demasiados embotellamientos en la ciudad, porque podía hacer estrategias: decidir y modificar la conducta a partir del examen simultáneo de la corta, la me- diana y la larga distancia . A corta distancia hay que tomar la fila menos densa, por ejemplo la de la derecha, pero si usted ve a mediana distancia un coche parado en esa fila, hay que cam­ biar; si se ve una manifestación a lo lej os , se cambia de trayec­ to, etc . Me gustaba mucho, pero desde hace años dejo mi coche en el estacionamiento, la ciudad tiene demasiado tráfico; soy un corredor de larga distancia, necesito ser lanzado, estar en ese estado de posesión en el que la conducta es casi automática y puedo hacer en un día mil kilómetros. Durante mucho tiempo me apasioné por el Tour de Francia. De niño, iba a ver los resultados a la entrada de un gran diario deportivo; mi interés ha ido disminuyendo en los últimos años. 265

En cambio, me gusta mucho el fútbol, que no era una de las pasiones de mi juventudi no me pierdo las copas de Europa y el Mundial. Me he convertido en amateur del rugby, del que ad­ miro las alternancias de elegancia, en las que el ataque toma la forma de un arco, y de brutalidad, en las agarradas. El _cine sigue siendo mi pasión y me gustan algunas series televisi­ vas como New York District Blues. Y la música que amo, de las canciones populares a Beethoven, no deja de embriagarme. Por último, me sorprendo cada vez más ante todo, ante nada. En realidad, me sigue sorprendiendo que haya vida, que yo esté vivo, que la vida sea la vida.

Todos los días usted consulta su correo electrónico, multi­ plica las conferencias, viaja, tiene una agenda muy cargada. ¿No tiene ganas de hacer una pausa? Sí, estoy muy ocupado. Quisiera disminuir un poco todas esas actividades. Mire, no logro siquiera leer todas esas revis­ tas que se acumulan en ese rincón, y tampoco me decido a ti­ rarlas, porque pienso que podría perderme un buen artículo. Es cierto que me intereso por demasiadas cosas. Tal vez es , tiempo de que empiece a hacer el duelo de algunas de ellas, pero no lo logro, no sé por dónde empezar. Tengo una gran cu­ riosidad, me gusta leer, me gusta el cine, me gusta el teatro, me gusta viajar. Todavía estoy muy abierto a todo lo que me aportan los sentidos, incluso gustativos: comer, beber. Me gus­ tan los pequeños placeres, me gustan también las grandes alegrías. No sé si podría vivir otra felicidad. Pero tengo mis me­ lancolías profundas, mis tristezas, mis momentos críticos. De · mi padre heredé la alegría, de mi madre la melancolía; a veces me posee el espíritu de uno, a veces el del otro. .

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¿ Quisiera modificar su ritmo de vida? ...

Desde luego, me gustaría renunciar a lo accesorio, abando­ nar lo secundario, dedicarme a lo esencial. Sé lo que es esen­ cial, el lema me fue dado por mi amigo Mauro Ceruti: «Dedi­ carme a lo que me da pasión y compasión» . Lo esencial son los 266

verdaderos a migos, son las verdaderas ternuras, es mi «mi­ sión» reformadora por el pensamiento y la educación, es mi «misión» a favor de la política de civilización. Como le he dicho, lo que para mí es esencial es una combinación de esenciales. ¿ Volvería a enamorarse ?

En mi caso, nada podrá reemplazar el amor tan profundo que me unía a Edwige . No puedo excluir nada. Conozco a viu­ dos muy afectados por la desaparición de su compañera y que, muy rápidamente, se volvieron a casar y conocieron otro tipo de amor. No es mi caso, pero fue el caso de Paul É luard o de Pierre Naville. Entiendo ese reflejo vital de no querer dejarse arrastrar por el abismo de la muerte. ¿ Sigue sintiendo deseo físico ?

Sólo responderé en presencia de mi abogado . . . No me atrevo 'a preguntarle s i se siente· viejo, porque lo sien­ to tan joven. . .

Tengo todas las edades. Soy infantil, soy adolescente, soy adulto y soy anciano. Estos cuatro estados siempre han coexis­ tido en mí, fueron . modificando sus formas, su equilibrio, pero se mantuvieron. La muerte de mi madre, cuando tenía tan solo diez años, me env�jeció prematuramente y, al mismo tiempo, me bloqueó en un estado infantil, por no decir pueril. Siendo adolescente, incluso siendo adulto, conservé mi infantilidad. ¿Y qué decir ahora, ya que la vejez permite liberar su propia infantilidad? Soy adolescente, sigo sintiendo las aspiraciones y los ardores de mi adolescencia . Fui adulto joven, cuando ejercí responsabilidades en la Resistencia, pero fui un adulto inacabado. Y de repente, la vejez . . . Si e s la edad de la sabiduría, estoy obligado a considerar que no hay sabiduría sin locura; si es la edad de la experiencia, sí, creo que he sacado lecciones de mis experiencias , pero la 267

experiencia pasada no vale necesariamente para el futuro, y no pretendo tener la experiéncia del sabio. Debo decir tam­ bién que la vejez es la edad de la senescencia. Siento la senes­ cencia cuando me inclino, estoy oxidado. JY.Ii senescencia es, por un lado, estar oxidado, y por otro lado, es mi próstata, que me obliga a levantarme dos o tres veces por la noche . Pero fuera de eso el cuerpo funciona . No, hasta ahora no he sentido la edad a nivel psicológico, ni afectivo, . ni cerebral o intelec­ tual. La edad no afecta mis actividades. El sentido, quizás ilu­ sorio, de lo que llamo mi misión, me da energías . Desde luego, tengo proyectos, entre ellos mis dos proyectos de libros , uno dedicado a Edwige, otro que se llamaría Algunos pasos hacia lo indecible. Tomo apuntes, reflexiono. Y sigo estando abierto a todo.

¿Se proyecta en el futuro? El otro día, examinando mis dientes, m i dentista m e anunció que había que hacer una serie de intervenciones. Y me pregun­ tó: «¿Se siente joven?». Le pregunté: «¿Por qué?». Me respondió que, en general, cuando anunciaba ese tipo de intervenciones a personas de mi edad, le decían que ya no valía la pena.

¿ Y usted qué le respondió ? «¡Proceda !» Doce días después de la ll).uerte de Edwige, tuve una rinofaringitis importante, no me sentía bien, anulé todas mis citas, no pude ir al recital de Yves:Simon, que me había invitado al Olympia. Al día siguiente, mis bronquios seguían afectados, sentía que todo se detenía, que todo se bloqueaba en mí. Me quedé en cama como si una parte de mí renunciara a luchar. Recordé el año que siguió a la muerte de mi madre, cuando una parte de mí abandonaba la idea de vivir. Llamé al doctor Andrieux, amigo médico, y medio serio, medio en broma, le dij e que a lo mejor era el fin. Me respondió: «Si te quieres mqrir, ¡ muérete y déjanos en paz ! Pero si quieres vivir, ¡reac­ ciona! ¿Quieres vivir?». Le respondí espontáneamente: «Quie­ ro vivir» . Una hora más tarde, me sentía tan extrañamente 2 68

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mejor que me tomé la temperatura: ya no tenía fiebre. ¿An­ drieux había despertado al Edgard que quería vivir? Usted trabaj'tt mucho. . .

Desde mi jubilación del CNRS, trabajo enormemente. La . palabra «jubilación»; de hecho, no tiene sentido para mí: sien­ do emérito, no sólo tengo el derecho sino el deber de seguir trabajando y para eso dispongo de una asistente a tiempo par­ cial. La difusión de mis escritos, de mis ideas, me generó más trabajo. Cada vez recibo más correo y un mínimo de cortesía me obliga a responder a todas las cartas, aunque sea con seis meses de - retraso. Cada vez tengo más peticiones para .tesis, investigaciones, entrevistas. Debo escribir introducciones a traducciones extranjeras de mis libros, incluso para la resu­ rrección de obras hasta ahora « malditas», como El esp íritu del tiempo.

¿Acep taría vivir o, al menos, prolongar la vida cualesquiera que sean las condiciones ?

No en las condiciones que aceptó el doctor Fausto. Pero me p arece bien que se pueda prolongar una vida" ·humana impi­ diendo las degradaciones del cuerpo y de la mente . ¡ Especial­ mente porque nos demoramos tanto tiempo en tener experien­ cia! Uno no empieza a conocerse un poco a sí mismo ante.s de los cuarenta o los cincuenta años, a reconocer entonces· los errores que ya no hay que cometer, ya sea en la vida a morosa o profesional. Es interesante poder vivir en plenitud su propia experiencia. Creo que la activación de las células m adre que duermen en nuestro organismo, al efectuar la regeneración de nuestros órganos o tejidos afectados, nos permitiría una pro­ longación de la vida quizás indefinida, pero no infinita. Ningu­ na ciencia nos hará inmortales: no escaparemos a la muerte. Siempre habrá acontecimientos, accidentes mortales. Aunque viviéramos de continuo llegará el momento en el que nuestro Sol se apagará y en el que la Tierra morirá.

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¿ Teme a la muerte?

A veces me viene el sentimiento de mi propia muerte. En ge­ neral, esto sucede bruscamente cuando me voy a dormir. Y ese sentimiento es un vacío, un gran vacío que me surge en las en­ trañas. No es tanto la muerte de mi cuerpo lo que me perturba, sino la m�erte de mi yo, el yo de la conciencia, mi ser subjetivo. ¿Está preparado para la m uerte?

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No estoy preparado aunque pueda surgir repentinamente. Tengo que ?eguir con mi obra y ella me proyecta hacia el futu­ ro. En lo que se refiere a mis ideas para reformar el pe ns a miento, la educación, tengo_ la impresión de que estamos al principio de algo, y no me gustaría morir ahora. Necesitaría realmente· algunos años más para poder realizar lo que me pa­ rece importante y que tan sólo yo, creo, puedo, al ttienos al principio, estimular. Estoy en··el camino, como lo he estado toda mi vida. Es mi destino. Sigo adelante, sigo en la bús,queda, busco, amo, vivo, gozo. Me pongo contento cuando tengo una nueva amistad, cuando un nuevo rostro me cautiva. Mi amigo Frarn;ois Fejto, de noventa años, estaba convaleciente cuando se reunía con una joven periodista que lo cautivaba . Esa mañana volvía a la alegría de vivir, y se murió en medio de una frase, con los ojos puestos en el rostro de esa joven muj er. ¿Sueña con una muerte así?

La vidente Yaguel Didier me predijo un día que viviría mu­ cho tiempo, que trabajaría hasta el final. Y que moriría de pie: golpeado, me caería al suelo . Espero que tenga razón. Prefiero esa perspectiva a la de morir acostado. Me había dicho otras cosas que se revelaron pertinentes . Por ejemplo, que tuviera cuidado con mis bronquios; algunos años más tarde tuve una tuberculosis, fue tratada durante un año y medio coft antibió­ ticos. También me anunció que tardíamente alcanzaría una gran reputación en el extranj ero. Eso empieza . . . 270

Ya rozó la m uerte. . .

Me dio falsas citas, hasta ahora. La primera fue el día de mi nacimiento, se lo conté: nací muerto. Pero el obstetra me arrancó de ella reanimándome despué0S de media hora de ca­ chetes. La segunda cita fue la que se llevó a mi madre. Un año más tarde, una extraña fiebre aftosa me hacía morir, pero mi tía Corinne me salvó sacándome la flema de·la garganta y su­ mergiéndome en hielo. Luego, durante la ocupación, varias ve­ ces estuve a punto de ser detenido y corrí quizá peligro de muerte. Debería haber sido detenido, como le conté, el día en que iba a encontrarme con mi amigo y adjunto Jean el Ale­ mán, en su habitación del hotel Toullier, sin saber que la Ges­ tapo le había detenido y tendido una trampa. Engañé a la muerte también en 1 945. Estaba en el gobierno militar francés de Baden-Baden; con mi amigo André Mando­ uze hacía un periódico p ara las tropas francesas de ocupación. Terminamos tarde y decidimos ir a la zona norteamericana, donde los establecimientos militares desbordaban de whisky, de vituallas y de chocolate. Nos fuimos con el chófer Guéri­ neau, André Mandouze, su novia, Violette y yo; llegamos has­ ta Karlsruhe, desierta, en ruinas, nos perdimos, encontramos la carretera y seguimos. Ya era tarde. Mandouze y su novia, Violette y yo nos estábamos quedando dormidos; de repente grité «¡Para!», y me desperté de golpe. Guérineau detuvo el co­ che . Dos metros más adelante había un gigantesco barranco. Supusimos que alguno de los últimos grupos nazis había des­ plazado el cartel que señalaba el desvío. Después nos entera­ mos de que un jeep norteamericano con militares a bordo ya se había caído por el barranco. ¿ Salvados ?

No totalmente. Retomamos la ruta, ya era casi de día, pero esta vez Guérineau se quedó dormido mientras conducía. El coche se salió de la carretera y se estrelló contra un árbol. Hubo un momento inaudito de silencio y me dije: «Vaya, estoy muerto, ¡no es tan desagradable!». Y entonces empecé a escu­ char gemidos desde los asientos traseros, luego un dolor en mi 271

hombro. Pude abrir la puerta, subir la cuesta, hacer señas . . . y terminamos en un hospital vecino para personas desplazadas.

¿La muerte no vino a buscarlo ? No, pero ya a finales de la guerra tuve que deplorar la muerte de amigos queridos : Claude Dreyfus, Joseph Recanati y, estos últimos años, las muertes se suceden unas a otras, hasta la más reciente, la de mi amigo J acques-Francis Ro­ lland. Siempre quise despedirme de mis amigos. Usted sabe la importancia que tuvo para mí no haber podido decirle adiós a mi madre, algo que me persiguió toda la vida.

¿Alguna vez mató? No . . . o más bien casi. Estaba convencido de que dos compa­ ñeros de nuestro movimiento de Resistencia habían sido de­ vueltos por la Gestapo. Había hablado con Fram;ois Mitte­ rrand de la necesidad, que yo consideraba vital, ya que había habido varias detenciones, de su desaparición física. Estuvo de acuerdo, pero el desencadenamiento de la insurrección en París nos impidió llevar a cabo ese asesinato .. París estando li­ berada, me pareció inútil perseguirlos: aunque habían traicio=. nado, ya no eran peligrosos. Y con el tiempo ya no estuve tan seguro de que hubieran traicionado. También, después de la insurrección, seguí llevando mi brazalete FFI y mi fusil de caza colgado en bandolera, pero no tenía intenciones de matar a un alemán y nunca disparé una bala. Era para el show - off, como se dice hoy. En cambio, una cosa de la que estoy contento es de haber liberado discretamente a las prostitutas que me traían para raparlas, como castigo por haberse acostado con alemanes . . .

¿Para usted la muerte es u n final? Es la nada. Para mí no comprende ninguna esperanza de supervivencia o de resurrección . Es irremediable. 2 72

¿Nada le sobrevivirá ?

Mi obra, no s é durante cuánto tiempo. Y luego, algo d e mí, una suerte de ectoplasma sobrevivirá en la memoria de los que me quieren.

1,

Sin em bargo, usted habla de la presencia de Edwige . . .

«Esa presencia tan aguda que se vuelve ausencia», como dijo con tanta razón el poeta Attilio Bertolucci. Quisiera creer que sigue existiendo de alguna manera. En Brasil, vi en tres ocasio­ nes y en distintos lugares a un pequeño pájaro que caminaba elegantemente, coqueto, gracioso como ella, y pensé que era ella que se había convertido en pájaro, o que me estaba transmitien­ do un mensaje a través del pájaro. También tengo, frente a mi mesa de trabajo, una foto en la que parece que quiere decirme algo. Le hablo de noche. También le escribí todos los días duran­ te cuatro meses. Porque, extrañamente, la siento, como si mi yo arcaico creyera en la existencia de su espíritu fantasma, aun­ que mi razón no puede creer. En fin, no creo, creyendo . . . Sé que se puede vivir la casi presencia del ser amado muerto. E s lo que me dijo Renée H. de su esposo, y lo que me escribió Marine Baudrillard sobre Jean, que murió hace dos años: «Edgar que­ rido, déjame decirte que en estos momentos difíciles "nosotros" pensamos en "ustedes". No dudo que logres negociar este paso. Si Edwige ha desaparecido radicalmente de la realidad común, todavía le quedan todas las demás, todas las que su pareja ha secretado durante tantos años de complicidad. A ti te corres­ ponde, desde luego, adaptarte a su nueva forma. Pero, en esto también, puedes contar con ella. Quiérela más que nunca» . Cree en los espíritus sin creer . . .

Es una creencia universal e n la humanidad, desde l a pre­ historia, que fue más o menos inhibida por el catolicismo y el racionalismo. ¿Los espíritus que se manifiestan son secreta­ dos por la comunidad que los invoca o yerran en un universo vinculado con el nuestro? Me inclino por la primera hipótesis. 273

Es usted bastante espéCíal . . . ¡ Error! Soy u n ejemplar del tipo medio de la humanidad. Como los otros se apartan de la media, se · me ve equivocada­ mente como singular, pero soy un hombre medio en estado casi puro. ¿Por qué? Primero porque tengo una inteligencia media, sin genio particular. Luego, porque no se me impuso ninguna cultura y me forjé una cultura abierta. Soy universalista, no como el occidental que cree que es dueño de lo universal, si­ no como un occidental que es parte de un universal que lo so­ brepasa y lo comprende. Como ya le dije, sé que las culturas arcaicas, por ejemplo las de los amerindios, pueden detentar saberes, savoir-faire, artes de vivir que no tenemos, y aspiro al «encuentro entre el dar y el recibir» del que habla Senghor. Desde luego, tengo mis particularidades, pero éstas se origi­ nan en mis múltiples pertenencias. Soy occidental, pero tengo a lgunos rasgos orientales. Me he nutrido de muchas otras cul­ turas que me han abierto a la htJ.manidad. Sin duda, soy fran­ cés, soy europeo, soy mediterráneo, soy judío, soy ciudadano del mundo. Si mis genes pudieran hablar, contarían una odisea medite­ rránea que partiría del sur, del Oriente Próximo de hoy, conta­ rían su viaje por el Imperio romano, su llegada a España y a Provenza, hablarían de una partida a Italia y al Imperio oto­ mano, luego de una llegada a Francia. Esas identidades medi­ terráneas sucesivas se han unido en mí. A lo largo de este peri­ plo de dos milenios, el Mediterráneo se ha vuelto una «matria», una madre. Mis papilas son mediterráneas, mis oídos adoran el flamenco y las melopeyas orientales, y en · mi alma hay ese no sé qué que me pone en resonancia filial con su cielo, sus is­ las, sus costas, su aridez, su fertilidad. Pero, esté donde esté, en Asia, en Africa, en América, entro en una cultura, en su gastronomía, en sus ritos, sus conocimientos, su música, y eso me gusta. No siento la extranjeridad de los otros que pueden verme a mí como extranj ero, distinto a ellos. Pruebo todas las diferencias. ¿Quién soy? Soy yo, y al mismo tiempo todos los de­ más; soy todos los que he conocido, soy la humanidad. ;

274

Usted quería escribir un libro que se iba a titular Je ne suis pas des vótres («No soy de los vuestros»). ¿Por qué abandonó ese proyecto?

Porque, apenas lo empecé, entendí que había planteado mal el problema. Cuando comencé a ser reconocido, me quisieron poner en una categoría: universitario, intelectual de izquier­ das, judío. Pero sólo tengo una leve relación con esas catego­ rías. Lo esencial de mi ser está en otra parte. Mi originalidad, lo repito, es ser un individuo medio. Entendí que no es tanto mi diferencia lo que me interesa como saber quién soy. Usted. m ira la muerte con u na lucidez q ue puede resultar perturbadora. . .

Diría que l a muerte desintegra l a vida, pero que l a vida in­ tegra la muerte. Nuestro organismo se regenera reemplazando las células que mueren por células nuevas; nuestra sociedad y nuestra especie se regeneran reemplazando los individuos que mueren por generaciones nuevas. Los ecosistemas alimentan su vida de la muerte de todos los seres que los componen. Nada es más a.mbivalente que la relación vida-muerte. Cito a Herá­ clito: «Vivir de muerte, morir de vida». Pero es la muerte la que gana, al final, como decía Stalin a De Gaulle . . . . ,

.

Y su prf!p ia m uerte, ¿ la m ira usted con la misma lucidez?

El amoi:, la comunión, no pueden sobrepasar la muerte, pero le dan sentido a la vida a través y a pesar de la muerte. Mi pro­ pia muerte me inspira un himno a la vida, un himno al amor.

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Epílogo Renacimientos Durante nuestros encuentros, me ha llamado la atención una idea que vuelve a menudo en su discurso cuando evoca el hilo de su vida: la de sus «nacimientos». ¿Esos nacimientos su- · cesivos constituyen su receta de juventud? No se trata de una receta, sino de una realidad que he vivi­ do. Mi existencia, como le dije, se ha desarrollado según ciclos de diez años, cada uno de ellos generado por un nuevo naci­ miento o desencadenado por un acontecimiento exterior que tuvo efectos sobre mi persona. En 1 93 1 , la muerte de mi ma­ dre, cuando tenía diez años, me de:Struyó e incluso me catapultó hacia otra vida, con sus penas; tristezas, aspiraciones, du­ das. Algo había muerto en mí, pero nací a mí mismo, esa pena me formó. En 1 94 1 , a los veinte a:fíos, durante la guerra, elegí correr el riesgo de la muerte al entrar en la Resistencia, y en­ tré en una nueva vida. ¿Cuál ha:bi'ía sido mi destino si no hu­ biera habido guerra? Tal vez habría seguido con mis estudios de historia para ser profesor. Pero interrumpí esa formación para entrar en la escuela de la vida, llevando una existencia de vagabundeo y de experiencias que comprenden la redacción de mi primer libro y un año de desocupación. En 1 9 5 1 , a los treinta años, rompí definitivamente con el comunismo y rena­ cí al entrar al CNRS, iniciando una carrera que me otorgó la libertad de mi tiempo y de mis temas de investigación. Fue también un período de fiebre de renacimiento intelectual con la revista Arguments. El pensamiento de Marx se convirtió en 277

·

una estrella dentro dé la constelación de pensadores que me inspiraron. En 1 96 1 , a los cuarenta años, América Latina en­ tró en mi vida para siempre , y al año siguiente, transportado al Mount Sina1 Hospital de Nueva York, salí del coma, renací a mí mi�mo, decidí reconocer mis verdades y reformar mi vida escapando a la dispersión, algo que no logré. Hice una síntesis en un manuscrito, Le vi{ du sujet, luego el azar me llevó a la «sociología del presente» que ocupó el grueso de la década, hasta 1 968. De 1 969 a 1 9 7 1 empiezó en California mi gran re­ nacimiento intelectual y afectivo, desencadenado por la invi­ tación del Salk Institute de biología. Volví a encontrarme con todas mis aspiraciones existenciales y, al mismo tiempo, me nutrí de los pensamientos que dieron lugar al proyecto de El método. Y a eso me dediqué durante esa década. En 1 9 7 8, te­ niendo casi sesenta años, empecé una nueva vida con Edwige, una vida que tuvo sus dificultades, pero sobre todo alegrías y felicidades. A los setenta años, en 1 9 9 1 , el nuevo estado del mundo surgido de la implosión de la Unión Soviética y de la globalización suscitó en mí un nuevo pensamiento del que sal­ drá Tierra-patria, y luego, Vers l 'abíme?, y fue durante esa dé­ cada cuando tomó cuerpo mi idea de reforma de la educación. Por último, en el año 200 1 , a los ochenta años , me lancé a la aventura: el auge de mi misión pedagógica y la aparición de las primeras reformas en esa vía, especialmente en América Latina. No sé si un nuevo nacimiento se prepara para mis noventa años o si, por el contrario. . . ·

¿ Cada renacimiento fue un recomenzar? Dicho ae otra ma­ nera, ¿daba vuelta la página a cada nuevo ciclo? . : Los nuevos comienzos, incluso las rupturas, se efectuaron en continuidad. La continuidad, es el sentimiento permanente de las ambigüedades, de las· ambivalencias, de las contradic­ ciones. La continuidad, es la lenta gestación del pensamien­ to complejo que se forma a través de terrenos muy diversos, a partir de El hombre y la muerte, El cine o el hombre imagina­ rio, El espíritu del tiempo, Plozévet. La continuidad es la curio­ sidad siempre insatisfecha y el cuestionamiento que sigue sien­ do permanente. La continuidad es, a partir de mi Autocrítica, la 278

obsesión por la cuestión tlel error y de la ilusión. La continui­ dad es la infancia y la adolescencia conservadas hasta la vejez. La continuidad es el amor nunca agotado y la aptitud para re­ nacer y renacer . ..

Voy a adoptar su modo de pensamiento: entonces, ¿nacer y renacer serían, a la vez, su continuidad y su discontinuidad?

Sí, mi discontinuidad en la continuidad y mi continuidaq en la discontinuidad. Y quisiera insistir en la energía que produ­ ce el nuevo comienzo, evocando una vez más el primer movi­ miento de la Novena sinfonía de Beethoven, que, como dij.e, me puso los pelos ele punta (en esa época tenía mucho pelo ... ) cuando la escuché por primera vez, a los quince años, en la sala Gaveau. Hay, al principio, un estremecimiento casi impercep­ tible, anterior a cualquier origen, luego un débil llamamien­ to en dos notas, una débil respuesta, llamamiento y respuesta . se confunden, se precipitan, se fortifican y de repente estalla, con una energía inaudita, el surgimiento, la titánica construc­ ción del universo. Ese comienzo es seguido inmediatamente por un nuevo comienzo que consolida el primero y a partir del cual aparecen las ternuras, las emociones, las violencias. Y el co­ mienzo volverá varias veces durante ese movimiento, hasta el final, que es exactamente como el comienzo. Ese es el mensaje que me apropié: síempre hay que empezar, siempre hay que recomenzar. Todas las virtudes se manifiestan en los estados nacientes antes que intervengan las degradaciones: esto es vá­ · lido en el amor, ei). la política, en la revolución, es válido en to­ dos lados. ,

Usted reconoció que tenía una tendencia a la dispersión. . .

Es cierto, pero hubiera sido totalmente negativa si la hubie­ ra dejado seguir su curso. Por el contrario, durante mis naci­ mientos, siempre me volví a centrar. Mi vida intelectual estu­ vo marcada por momentos en los que me descentré y momentos en los que me centré. Me volví a centrar en 1 963, con Le vi{ du sujet, en 1 972, con El paradigma perdido, y los años siguien-

2 79

tes, los de El método, fueron un ir y venir: a veces me centré otras me dispersé.



Así fue como siguió su camino... No había camino ahí donde me aventuré. Por eso tomé como lema los versos de Antonio Machado que cito sin cesar: «Cami­ nante, no hay camino, se hace camino al andar. . . ». Sí, para mí, el camino se hace andando.

Usted es un omnívoro cultural, devora todo tipo de conoci­ mientos. ¿ Ya le han dicho que es l{na suerte de Pico della Mi­ randola? Pero el período más bello en la historia de Europa fue el Renacimiento. ¡Anuncio un nuevo Renacimiento!

Y es un rebelde, un hombre en rebelión. No; soy un bonachón. Es mi manera de ser, de pensar, de reaccionar que me pone en situación de rebelión o de revuelta. No me gusta plegarme . Sigo a Beethoven, que dijo: «Sólo me inclino ante la bondad». ·

En el fondo, ¿quién es usted? Ante todo, soy hijo. Hijo huérfano de mi madre que murió

durante mi infancia, hij o hasta los sesenta y tres años de un padre que murió en 1 984 (y, por eso, sin duda padre insufi­ ciente), hijo de mis actos que me hicieron Morin, hijo de la Tie­ rra, de la Pachamama de los incas.

_

.

Mi segunda respuesta, la repito, es que soy un ser medio y, por lo mismo, un espécimen no muy singular de la especie hu­ mana, lo que hace mi aparente singularidad. Decir que soy un ser medio quiere decir que conozco mis carencias, mis debili­ dades, mi idiotez. Por eso nunca quise edificar con mi obra mi 2 80

propia estatua. Si usted lee mis diarios publicados, como Jour­ nal d 'un livre, Une année sisyphe, Aimer, pleurer, rire, com ­ prendre, verá que destruyo m i estatua sin cesar . ..

¿ Y su estatua en México ?

La he tratado, como le dije, con distancia e ironía.

¿No se toma en serio ?

Me tomo en serio y, por eso, puedo reírme de mí mismo. A menudo estuvo usted adelantado con relación a su tiempo.

Y por eso a menudo no me han entendido y luego se ve al­ gún mérito a quien anunciaba lo que se ha convertido en evi­ dencia. Sobre este aspecto, André Breton me hizo el elogio al que he sido más sensible. Me dedicó su Manifiesto del surrea­ lismo con estas palabras: «A Edgar Morin, siempre en flecha» . Nuestra época se cuestiona fácilmente sobre el «sentido»: de . las cosas, de la vida, del universo. Usted, cuando vuelve a leer su vida, ¿le encuentra un sentido ?

El «sentido» de nuestra vida es el que elegimos entre todos los sentidos posibles y el que elaboramos durante nuestro . pro­ pio camino. El sentido de mi vida tiene dos fases. La priri1era e s la curiosidad. Hasta ahora mi curiosidad se ha mantenido despierta; el inconveniente ha sido la dispersión, pero esa cu­ riosidad me ha vuelto capaz de adquirir las ideas y los conoci­ mientos que convenían a mi necesidad de centro. La otra fas e

del «sentido» de mi vida se vincula con el amor, la amista·d, la belleza, la alegría, los sentimientos. Dar un sentido a la vida, para mí, es vivir poéticamente cultivando la fraternidad. Tal es de hecho mi «evangelio de la perdición»: estamos perdidos en el universo, no sabemos por qué estamos aquí, por qué el 281

mundo existe. Somos pobres diablos marcados por la trage­ dia, seres sufrientes embarcados en nuestro pequeño plane­ ta. ¡Tengamos un poco de compasión los unos por los otros! ¡ Seamos hermanos, no porque vayamos a ser salvados sino porque estamos perdidos ! "' i Tiene un modelo de vida?

En 1 960, en la revista Arguments, esbocé el retrato del tipo de hombre que sin ser mi modelo era mi ideal. Aquel retrato sigue siendo actual. «Ese hombre no quiere abandonar el te­ rreno de las contradicciones, es un campo de batalla en el que su equilibrio se modifica, se destruye, se reforma . Ese hombre resiste a la petrificación, se esfuerza para que en sí mismo la lucha de los contrarios sea creativa. Para él, tragedia y come­ dia, epopeya y farsa están indisolublemente presentes en cada momento. No quiere huir de lo real ni aceptarlo, pero quisiera que lo real pudiera ser algún día transfigurado. Ese hombre no odia nada ni a nadie. Siendo adulto, es a la vez muy ancia­ no, es niño y es adolescente. Siempre en formación, se obstina en buscar el más allá. Sus dos pasiones son el amor y la curio­ sidad, que brindan una energía sin fronteras . Se sabe inváli­ do, especial, pero lo que siente es la universal miseria de cada cual y no la sole d.ad.» iSu vida fue un éxito?

Odio esa palabra. Diría que no soy de los que tienen una carrera, soy de los que tienen una vida. Evtouchenko dijo con razón: «Mi manera de hacer mi propia carrera es no hacerla».

¿Ha sido una vida feliz? Feliz, infeliz, no son epítetos con los que podría designar mi vida. Conocí fugítivamente momentos de felicidad con miles deslumbramientos. Conocí grandes momentos de felicidad en encuentros de alma a alma, de cuerpo a cuerpo, de éxtasis, in282

cluyendo los éxtasis históricos como la liberación de París, las dos primeras semanas de Mayo del 68, la revolución de los cla­ veles en Lisboa, la caída del muro de Berlín. Conocí períodos de felicidad, especialmente durante la etapa de la calle Saint­ Benoít, la de California, mis períodos toscanos, el último junto a Edwige. Pero cuando la felicidad está ligada a una persona amada, su pérdida engendra pena y desdicha. Así pagué el precio de la felicidad. . Diría también que mi vida ha"sido una alternancia entre la suerte y la mala suerte . Sucedió que mi suerte secretara mi mala suerte y mi mala suerte mi suerte. Así, tuve la mala suerte de no tener trabajo en 1 949, pero eso me dio la suerte de poder escribir El hombre y la muerte en la Biblioteca Nacional, luego de entrar en el CNRS. Tuve la suerte de conocer a Ma­ rilu, luego la mala suerte de separarme de ella. Tuve la suerte de hacer lo que tenía ganas de hacer y la mala suerte de provo­ car, por eso mismo, muchas reprobaciones. Recuerde que hubo una camarilla de mandarines que quiso votar «una sanción científica» a raíz de mi libro sobre Plozévet. He tenido la suer­ te de vivir hasta mi edad y la mala suerte de perder a la n1ayo­ ría de las personas que he querido.

Sin embargo, es usted un hombre q,legre. . . Sí, pero tengo una cara melancólica, escondida, como la cara oscura de la Luna.

Será mi última pregunta: ¿cuál es su lema en la vida? Tengo catorce, si es que no me olvido de ninguno. Catorce mandamientos: ·





Lo contrario de una verdad profunda es otra verdad pro­

funda (se lo debo a Pascal y a Niels Bohr) . El mejor de los mundos es también el peor (Dios y Satán son lo mismo) . Todo l o que n o s e regenera degenera (lo que quiere décir también que nada está dado, nunca) . 283

Reír, amar, llorar; comprender. Esperarse a lo inesperado. Luchar en dos frentes. Resistir a la crueldad del mundo y a la barbarie humana� No sacrificar lo esencial a lo ur-gente, sino obedecer a la urgencia de lo esencial. Dedicarse a lo que b rinda pasión y compasión. Mantener siempre vigente la razón en la pasión y siempre presente la pasión en la razón. Mantener la rebelión en la aceptación, mantener la acep­ tación en .la rebelión (el Muss es sein, es Muss sein de Bee­ thoven) . · · Amar lo frágil y lo perecedero («Amar lo que nunca se vol­ verá a ver dos veces», Alfred de Vigny). «Pensar en aumentar lavida de sus días· más que los días de su vida» (Rita Levi-Montalcini). Renacer y renacer hasta la muerte. •





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