Memoria Y Espanto O El Recuerdo De La Infancia

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MEMORIA Y ESPANTO O EL RECUERDO DE INFANCIA por

NÉSTOR A. BRAUNSTEIN

3SG

siglo

veintiuno editores MÉXICO ARGEN TIN A ESPAÑ A

_______________________ s ig lo xxi editores, s.a. de c.v. C E R R O D E L A G U A 248, R O M E R O DE TE R R E R O S , 04310, MÉXICO, D.F.

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G U A T E M A L A 482 4, C 1 4 2 5 B U P , B U E N O S A IR E S , A R G E N T I N A

siglo xxi de españa editores, s.a. MENÉNDEZ

BF175 B73 2008

P ID A L

3 B IS ,

28036,

M A D R ID ,

ESPAÑA

Braunstein, Néstor A. Memoria y espanto O el recuerdo de infancia / Néstor A. Braunsteiii. — México : Siglo XXI, 2008. 288 p. — (Psicología y psicoanálisis) ISBN-13: 978-968-23-2738-4 1. Psicoanálisis. I. t. II. Ser.

primera edición, 2008 primera reimpresión, 2010 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn-13: 978-968-23-2738-4 derechos reservados conforme a la lev impreso en encuadernación domingiu•/. 5 de febrero, lote 8 col. centro, ixtapaluca, .">0330 edo. de México

E l primer motor y el hilo conductor (m otto) de esta obra es una frase deJulio Cortázar: “La memoria empieza en el terror. ” j. Co r t á z a r ,

E l perseguidor y otros textos. Antología //, Buenos aires, Colihue, 1996, p. 14.

A modo de dedicatoria

TAM ARA 1

5 defebrero de 2000 Una de las obras excelsas de la im aginación del siglo que tiene apuro por ser el pasado es el viaje que hace Italo Calvino por Las ciudades invisibles. Hacia la página 23 o 24 de la edición en castellano, el via­ jero , Marco Polo, se encamina hacia la ciudad de Tamara. Cuando se aproxim a a ella siente que todo cuanto ve rem ite a la realidad de las cosas: la huella de las zarpas en la arena al tigre que pasó por ella, la nube a la posibilidad de la lluvia, el fruto al árbol que lo dio y a la semilla que en él se esconde y de la que otro árbol saldrá. Pero entra en Tamara y allí se asombra al ver que todo indica algo distinto y arbitrario, que requiere de una interpretación. Las relacio­ nes son indirectas: un tonel es la señal de la taberna, unas tenazas la del dentista; el orden y la amplitud de las casas y jardines refleja la opulencia de sus propietarios, la flacura del asno la pobreza de su dueño; la sonrisa del niño corresponde al am or de sus padres, la elegancia de la joven al buen gusto de su pretendiente. Nada es com o parece: la ciudad no se recorre, se lee, pues en ella nada hay que no simbolice otra cosa, cada detalle habrá de ser traducido porque dice lo que se ha de pensar. Tras residir un tiem po en Tamara el viajero se va, sin saber a ciencia cierta cuál es la verdadera naturaleza de la ciudad, lo que se esconde bajo esa avalancha de signos... y encuentra 1De Ficcionario de psicoanálisis, México, Siglo XXI, 2001, pp. 68-70.

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TAM ARA

entonces que las nubes no son ya nubes ni anticipan la lluvia sino que parecen danzantes, las marcas en la arena son escrituras de un calígrafo borracho, las frutas son emblemas de la anatomía masculina o fem enina. N o faltará quien diga que el viajero pre-tamarino estaba m ejor ins­ talado en la realidad y no se complicaba la vida buscando sentidos herm éticos, extraviándose en dudosas interpretaciones. N o faltará quien afirm e que al estar en esa equívoca ciudad se infiltró en él una inclinación hacia la sospecha, un hábito de indagar a las cosas simples para descifrarlas com o si de criptogramas se tratase, una inquietud, un sentimiento de ignorancia, una necesidad de asegurarse acerca de lo que parece tan natural a los habitantes de la ciudad. Pero será m ejor no decírselo al viajero que pasó por Tamara: él replicaría que su m undo es ahora infinitam ente más rico que antes, que la incertidum bre sobre la significación de lo que ve y oye le ha llevado a aguzar ojos y oídos, que su tacto recoge ahora testimonios insospechados, vibraciones sublimes, subliminales, matices imperceptibles, microtonalidades, sutilezas insondables del ánimo y del humor, insólitos men­ sajes de lo inaudible. Nietzsche y H eidegger, Kandinsky y Francis Bacon, Schoenberg y Ligeti, Musil y Eliot, Freud y Lacan, Resnais y Greenaway, son algunos de los pares de nombres que representan a Tamara. N o se pasa impu­ nem ente por sus obras. El sujeto que se somete a ellas tiene que salir de sus goznes y pasar a ver el m undo de oirá manera, de una manera otra. N o se las consume: se es consumido por ellas. Y no se puede decir lo que dicen. ¿Quién podría “contar” una escultura de Brancusi, una página de Beckett, una sequenza de Berio? Y no es porque tales producciones encierren un “m isterio”. Es porque confinan con lo que de verdad vale la pena expresar, es decir, con lo inexpresable.

1 IN T R O IT O : LO S PAPELES ÍN FIM O S

En toda elaboración psicoanalítica de una biografía se consigue esclarecer la significatividad de los recuer­ dos de la primera infancia. Y aun, por regla general, resulta que justamente el recuerdo que el analizado an­ tepone, el primero que él refiere, aquel con el cual intro­ duce su biografía, demuestra ser el más importante, el que oculta dentro de sí la llave de los armarios secretos de su vida anímica.' 1.

D E L L IB R O D E L A V ID A C U Y A S P Á G IN A S S O N R E C U E R D O S

¿De dónde, desde cuándo, cóm o, se pone en marcha la máquina de la memoria? ¿Cuál es la fidelidad, cuál la autenticidad, del prim er re­ cuerdo? ¿Es algo que en verdad sucedió o es un m ito fundador al que apelamos rescatándolo, en función de nuestros intereses presentes, de un pasado incognoscible y oscuro? ¿Qué significación tiene, que sentido puede dársele, retroactivamente, al m om ento en que com ien­ za la película de los recuerdos? ¿Cómo em erge ese prim er islote que sobresale en el océano de la amnesia infantil? ¿Cóm o puede haber un episodio que sea el prim ero si, para contarlo, uno debe decir: “recuer­ do q u e ...” y, para ello, es necesario presuponer un “yo ”, un “sujeto” del cual lo evocado sería un “predicado”? ¿No es ya ese “yo ” el resulta­ do de un recuerdo previo y establecido, de un acuerdo entre uno mis­ m o y la propia imagen, efecto ya de la memoria? ¿O es posible pensar que prim ero está el recuerdo — em brión del ser— y luego, com o una cicatriz queloide de la memoria, surge el personaje capaz de evocarlo? En tal caso, cabría decir: “M e acuerdo, luego (ergo, después) existo.” “Yo” soy aquel a quien una vez le pasó “eso” y, si no fuera por “eso” no sería quien soy; sería otro. Soy tan sólo un bloque de recuerdos (y de 1 S. Freud [1917], “Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad", Obras completas, Bue­ nos Aires, Amorrortu, 1977, vol. x v i i , p . 143. Cf., infra, p . 50. * Las traducciones están consignadas. En los más de los casos fueron cotejadas con los originales y, en caso necesario, corregidas, cuando no se indica nombre del traduc­ tor al castellano, ellas son obra y responsabilidad del autor.

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olvidos) que presumo que “m e” pertenecen. Soy la consecuencia de ciertas inciertas reminiscencias. ¿Tengo un archivo de m em oria o soy un archivo de recuerdos y des­ memorias? ¿No es en la m em oria (o en la fantasía de “tenerla”) donde reside mi enigm ática “identidad”? Explorem os esta idea: la m em oria es previa. Es fundadora del ser. Cada uno de nosotros llega a ser quien cree ser porque organiza los datos de su experiencia pasada con un m olde singular y sin maestros que enseñen cóm o recordar. D icho en claro: uno no “es quien es” porqu e “le pasó eso” sino porque ha registrado y ha entendido lo que le pasó de una determ inada manera, seleccionando, rem endando y em parchando huellas de experiencias personales con relatos ajenos. La m em oria no sería un archivo de documentos sino una construc­ ción enriquecida por la imaginación. Reciba el lector un ejem plo que 110 es ficticio: “D ebo haber tenido tres años cuando hubo un incendio en la vulcanizadora del vecino. Ése es mi prim er recuerdo: la noche, el calor, el humo, las sirenas, la asfixia, el olor del hule quemado, mi padre envolviéndom e en sábanas húmedas. Nos vimos forzados a vivir en casa de mis abuelos por dos semanas. Ciertas impresiones han quedado grabadas, más o menos vividam en­ te, con mayor o m enor exactitud, en un “alma” infantil. La niña que, por cierto, ya existía, ya hablaba, ya se contaba com o “u n o” dentro de la familia, tiene una experiencia. ¿La prim era que recuerda? D ifícil es aseverarlo, establecer en los ficheros de la m em oria una precisa cro­ nología. En este caso, eso sí, traumática. A lred ed or de los eventos de la caótica noche del incendio, la del rem oto recuerdo, ella organiza ha­ cia atrás, en retrospectiva, toda la inform ación que tenía de sí misma y de la red de relaciones en la que estaba inmersa. De esa confusión extrae una representación de quién es ella para los demás que se en­ gancha con la im agen de su rostro que le devuelve el espejo y con el recon ocim ien to de su nom bre propio y de su lugar en las redes de pa­ rentesco. El yo incipiente aporta coherencia al conjunto de su saber, reúne estos dispersos fragmentos. La niña (el niño) tiene, de ahí en más, una línea de arranque para una narración que podrá hacer en prim era persona; el traumatismo de la noche pautada p or las sirenas de los bom beros inaugura una cierta historización, un relato del cual ella es la protagonista y no sólo la repetidora de lo que otros dicen de ella. La vida es una novela, título de una película de Alain Resnais, “la vida es una novela” es el lem a subyacente a todos los Bildungsroman

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(novelas de form ación) con las que nos inundó el romanticismo y la tradición que le siguió. “La vida es una novela”, la nuestra, la suya, la que contamos y que cuentan los pacientes, sesión tras sesión, en su psicoanálisis, la que se escribe en diarios, agendas y autobiografías. En el texto de esa novela hay siempre algún m ito fundador, una pre­ historia ancestral, un relato del génesis que el sujeto no puede recor­ dar porque le viene de los labios de otros. Sobre el mito originario y sobre las huellas de experiencias innominadas se levanta la choza o el palacio de la memoria en el que alternan oscuras cavernas y salones a m edia luz. Debe haber, además, un acontecim iento prim ero, basal, que sirva de ancla para com enzar el relato de las peripecias de una existencia y de un exilio vitalicio, un exilio en el país de la memoria. E l primer recuerdo. E l recuerdo de infancia. Fantasmal, mítico. Llamamos “peripecias” a los cambios repentinos, los acontecim ien­ tos imprevistos y, en apariencia, azarosos, los accidentes, las dramá­ ticas mutaciones que se presentan en la vida de todos: las peripecias parecen obras del destino, la casualidad o la fatalidad. N o tienen que ser, por fuerza, acontecimientos excepcionales. La vida es una novela, dijimos; es, también, una aventura imprevisible. Cada existencia in­ cluye una cantidad variable de vaivenes, de vericuetos que desvían del camino, siempre sinuoso. Para empezar, la primera, la indeseada, la de haber nacido, desprendiéndose de un cuerpo fem enino. Y, luego, todas las demás, que trazan una biografía llena de misteriosos pun­ tos de silencio y de incom prensión a los que suplantamos con alguna clase de pegam ento para que no se nos descosa, para quedar cosidos, para armar y encolar los fascículos ensamblados de ese “volu m en” que entretejem os con jirones de la memoria. Somos los costureros y los encuadernadores de nuestras vidas. Con recuerdos nos vestimos... o nos disfrazamos. Se im pone aquí la imagen proustiana del libro.2 Cada ser humano es com o un libro en donde están escritas, “grabadas”, las “impresiones” de lo vivido. Lina pura tipografía. Un texto legible y traducible, gene­ ralmente abigarrado y confuso. L o desciframos com o podemos con los ojos miopes de nuestro intelecto. Flotamos entre sus jeroglíficos y buscamos las claves que se nos han perdido. Intuimos que ese libro no está sellado de una vez y para siempre; está abierto a infinitas recom po­ 2 M. Proust [1913-1927], Á la recherche du temps perdu, París, La Pléiade, Gallimard, 1969, t. ni, pp. 877 ss.

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siciones, a lecturas diversas, a técnicas apenas deliberadas que urden el pasado a partir de las urgencias del presente (tal com o sucede — bien lo sabemos— con la historia de las naciones, ese conjunto de mentiras que escriben los vencedores, la “memoria colectiva” cara a Halbwachs) El tiem po que fluye va dejando una estela de escrituras, charadas a re­ solver, piezas de un rompecabezas que admite infinidad de soluciones. Hace falta un “manual de instrucciones” para armar el puzzle.4 Pero ni al mismísimo Georges Perec se le ocurrió que el rompecabezas pudiese estar compuesto por partes blandas, maleables, dúctiles, com o los relo­ jes de Dalí. Sin embargo, así es nuestra memoria, ese gatuperio habita­ do por los prejuicios de nuestra personalidad, por los deseos de quienes nos rodearon en un comienzo, por las presiones de nuestro grupo so­ cial y por las ansiedades de nuestro tiempo histórico. ¿Quiénes somos, entonces? Arriesguemos: somos una m em oria en m ovim iento, horadada por olvidos y represiones. Un m odo de com ­ pon er la charada de nuestros precarios recuerdos y de proponerla a la mirada de los otros que tendrán — si les interesa— una difícil misión, la de refrendarla o impugnarla. ¿Y las piezas? Recuerdos de fantasías, fantasías de recuerdo. Proust,5quien más supo de esto, decía que cada uno debe cum plir con el deber de escribir el libro que lleva adentro. Y él armaba su libro con mezclas de sabores y olores, de tropezones y encuentros fugaces, de retazos de cosas vistas y oídas, en un aparen­ te desorden temporal. Proust mostró que la m em oria autobiográfica no se com padece con el esquema de una crónica de acontecim ientos sucesivos. Está tramada com o una narración discontinua donde los hilos que llevan de una peripecia a otra carecen de prem editación y concierto. Es una “m em oria involuntaria” o, para decirlo con una pa­ labra más precisa, inconsciente. Las conexiones del recuerdo son tan insólitas com o las ligaduras entre las asociaciones del paciente puesto a hablar en el diván del psicoanalista. Im pera entre ellas un oxím oron lógico y semántico, el de un libre encadenamiento. Fue el prim er descubrimiento de Freud: la memoria es discontinua. 3M. Halbwachs [ 1926], Los marcos sociales de la memoria, trad. de M. Baeza y M. Mujica, Barcelona, Anthropos, 2004 y [1950] La mémoire collective, París, Albin Michel, 1997. 4 G. Perec, La vie mode d’emploi, París, Hachette, 1978. Fascinante e imprescindible ilustración de esta metáfora del rompecabezas. (Véase infra, cap. 10.) [La vida instruc­ ciones de tiso, Barcelona, Anagrama, 1992. Trad. d e j. EscuéJ. 5 M. Proust, Á la recherche du temps perdu, París, Gallimard, La Pléiade, vol. ni, pp. 880 y 890.

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El sujeto está dividido, es múltiple; entre sus partes com o entre sus re­ cuerdos hay fronteras inestables, siempre en litigio. Antes, un precur­ sor ya había presentido la imposibilidad de la empresa autobiográfica. G oethe,6 en los albores del romanticismo, com prendía la dificultad en el m om ento de iniciar el relato de su vida. El principal d e b er de toda b io g ra fía parece ser el de representar a los h o m ­ bres en las circunstancias de su ép oc a [ . . . ] Pero, a tal fin, se requiere algo inase­ quible, a saber: que el individuo se conozca a sí p ro p io y a su siglo; a sí p ro p io

y al siglo y al q u e no quiere, y lo determ i­

en cuanto se haya m antenido él m ism o en todas las circunstancias, com o algo q ue consigo arrastra al que q uiere na

y lo fo r m a ... (cursivas m ías).

Con Freud y con Proust y con Virginia W o o lf y con los demás auto­ res que iremos revisando hemos confirm ado ese “inasequible”: a na­ die le cabe el privilegio de mantenerse siendo el mismo a lo largo del tiempo, nadie podría exponer plenamente al yo y a sus circunstanciáis. La m em oria está desgarrada por lo imposible de recordar, por lo que fue consciente y sabido en su m om ento pero no pudo ser asimilado por el sujeto y quedó separado de la urdimbre, del tejido (texto) de sus evocaciones. Eso que no empalma (que no “em bona”) 7 en el relato de la vida es el “trauma”; la m emoria de peripecias que no concilian con lo que uno pudiera llamar “p rop io ”. La m em oria es egocéntrica y pretende ser autónoma. Cuando advertimos lo que realmente sucedió, diferente de lo que hubiéramos querido, lo sentimos com o “ajeno” y, llegado el momento, diremos que lo habíamos olvidado. Hasta Freud, el olvido era una excusa válida, una manifestación de inocencia. Des­ pués de Freud uno tiene que justificarse y dar explicaciones por lo que no recuerda pues sospechamos que el olvido tiene razones y por eso puede ser culpable, que la amnesia es la huella de un conflicto y que la m em oria es una sirvienta infiel: muchas veces sirve com o coartada, com o “encubrim iento” de lo que uno prefiere no saber. Con fingida sinceridad, dice que guarda lo que en verdad ha inventado.

6 J. W. von Goethe [1811], De mi vida. Poesía y verdad, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1958, tomo ii, p. 1459. Trad. de R. Cansinos Assens. 7 “Embonar” es un precioso mexicanismo. Se relaciona (para nuestra sorpresa y para alegría del fantasma de Georges Perec) con el armado de rompecabezas, donde las piezas deben “embonar” sin forzar su articulación.

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Blanchot* destaca la importancia del olvido com o tronco del cual brotan las ramas de los recuerdos. Del mismo m odo hubiera podido decir que la m em oria es una columna hueca que se construye en tor­ no de un vacío central hecho de olvido y rechazo: A nte todo olvidar: acordarse de todo com o p o r olvido. H ay un punto p ro ­ fu n d am e n te o lvidado de d o n d e irradia tod o recuerdo. T o d o se exalta en m e­ m o ria a partir de algo q u e se olvida, detalle ínfim o, fisura m inúscula d o n d e com pletam en te tod o pasa.

U n prejuicio intuitivo nos convence de que el recuerdo puede “estar en la m em oria” o “perderse en el olvid o”. Nada más falso: el olvido es parte integrante, marco y núcleo del recuerdo, razón de la m em oria. Es com o la muerte: pertenece a la vida y es su esencia. El aforism o de Bichat (1771-1802): “La vida es el conjunto de tendencias que resisten a la m u erte” es iluminador. Si alguna vez se habló de vidamuerte para pon er en duda la oposición entre ambas y subrayar su ne­ cesaria continuidad, ahora podríam os hablar de memolvidoy proponer la rigurosa analogía entre ambas palabras compuestas diciendo: “La m em oria es el conjunto de tendencias que resisten al olvido.” Si hay pulsiones de vida que pretenden conservar al sujeto alrededor de un saber individual y colectivo que le perm iten perseverar en el ser, hay también una constante fuerza disociativa que anima un m ovim iento hacia lo inanimado, hacia la borradura de todas las diferencias, hacia el olvido necesario que traen las noches del dorm ir y el morir. Hay poderosas pulsiones tras el recuerdo y también tras su “obliteración” ( oublitération— inventaríamos un franco neologism o sin faltarle el de­ bido respeto a la diosa Etimología, m edio hermana de Mnemosyne, diosa de la m em oria y madre de las musas). P o r lo demás, ¿cómo podría subsistir un recuerdo si no es por el olvido que él integra y por el olvido que hay en su derredor? Vladim ir N abókov se pierde en la inmensidad abierta p or un m ínim o recuerdo: “ ¡Q ué pequ eñ o es el cosmos (cabría en el marsupio de un canguro), qué m ezquino e insignificante en comparación con la conciencia hu­ mana, con un solo recuerdo individual y su expresión en palabras.”9 8 M. Blanchot, El ultimo hombre, Madrid, Arena Libros, 2001, p. 94. 9 V. Nabókov [1947], ¡Habla, memoria!, México, Edivisión, 1992, p. 25. Trad. de Angélika Scherp, corregida.

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L o “inasequible” que G oethe confesaba depende de la imposibilidad de “contar de veras una historia” indicada por D errida,10 de la luz negra de la que irradia todo recuerdo de Blanchot, de la imposibili­ dad de poner a hablar a la m em oria, la de Nabókov y la de todos los demás, de la incapacidad del lenguaje para aprehender lo real que está en el centro de la más ínfim a experiencia según lo denunciara Lord Ghandos en su carta apócrifa a R oger Bacon.11 El relato está condenado al fracaso; por eso, por desafiante, es tentador. Quienes se preocupan por la subjetividad — cosa tal vez no muy frecuente en nues­ tros tiempos consagrados a la objetividad— se em peñan en una tarea de Sísifo, la de dar cuenta de sus memorias para sí y para los otros. Es evidente que gozan en la empresa autobiográfica; sólo así se entiende que se consagren a lo imposible, estremecidos por las em ociones de salir a la caza de recuerdos, sintiendo la fruición de aventurarse en un terreno donde sólo ellos pueden penetrar, excitados por los desafíos espirituales de escoger las palabras al cambiar lo que dan a ver y lo que ocultan con la simple sustitución de un adjetivo por otro, atraídos por el señuelo de la mistificación y cayendo en él, suponiendo — cosa no demostrada— que es bueno conocer y transmitir la experiencia pasada. Pretendiendo sobrevivir a la consabida muerte del yo. G énero por demás sospechoso: “■ — Pasen y oigan, señoras y señores, el apasio­ nante relato de cóm o llegué a ser quien soy.” Será el tema de nuestro último capítulo. Hay una paradoja en el funcionam iento de la memoria, entendida com o capacidad de conservar la conciencia de algo que fue y ya no es bajo la form a de un recuerdo, com o afirm ación de un cierto saber sobre algo vivido, visto u o íd o en el pasado. Se aprecia m ejor cuando el episodio en cuestión resulta doloroso o vergonzoso. U no llega a recordar... a pesar de uno mismo. El recuerdo regresa espectralmen­ te y con él la cauda de dolor y vergüenza. Para evitarlo, la conciencia intenta apartarse de este huésped poco apetecible, de este intruso, y 10 “Nunca supe contar una historia. Y como amo más que nada la recordación y la Memoria — Mnemosyne— siempre he sentido esta incapacidad como una triste fla­ queza [•••] ¿Por qué no recibí este don? A partir de esta queja, probablemente para protegerme ante ella, una sospecha surge siempre en mi pensamiento: ¿quién puede de veras contar una historia? ¿Es posible el narrar?” J. Derrida, Memorias para Paul de Man, Barcelona, Gedisa, 1989, pp. 17 y 25. Trad. de C. Gardini. 11 H. von Hoffmansthal [1903], La carta de Lord Chanclos, México, f c e , 1983. Trad. de j. GarcíaTerrés.

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a veces, no siempre, consigue disfrazarlo y hasta “olvidarlo”. El anti­ pático habitante del espíritu es condenado al ostracismo. La m em oria no qu iere saber del recuerdo que asusta o estorba. Cuando puede, si puede, lo aguanta. Si no puede, se hace víctima (¿y cóm plice?) de sus embates. Algún día nos encontraremos de frente con el “goce del recuerdo doloroso”. De todos m odos uno sabe y sabe bien lo que ha desterrado, uno prefiere “n o mentar la soga en casa del ahorcado” (qu e resulta ser uno m ism o) y escapa con angustia de aquello que evoca el antiguo do­ lor. O allí se refugia. Bien sabemos que el displacer evitado al precio de la represión regresa bajo la form a de “síntomas”, de monumentos conm em orativos de la herida. Así, malo si uno se acuerda (porqu e su fre), m alo si uno se olvida (porque, de otra manera, también su fre). L o que duele no es la conciencia; duelen lo real del golpe y de las mataduras que dejó. Duelen, sí, los recuerdos, pero debemos reco­ nocer que en ellos se oculta otra realidad: la del goce pecaminoso y trasgresor. H aber sufrido — y recordarlo— es un m érito que aspira a ser recom pensado. El mártir es un acreedor. Las palmas abren las puertas del paraíso.

2. M E M E N T O . E L SU JETO D E L A A N U N C IA C I Ó N

Freud en un principio con fiab a— demasiado, según a muchos nos pa­ rece— en que la recuperación de los recuerdos olvidados, el levanta­ m iento de la represión y la superación de la amnesia infantil, servirían para “curar” al sujeto. Para él, en ese tiem po inicial del psicoanálisis, la neurosis (la histeria en particular) significaba que el sujeto “sufría de reminiscencias” y el tratamiento analítico era un recurso para la re­ pesca de los recuerdos expulsados de la conciencia. Por eso le parecía necesario “rem endar” la memoria, crear condiciones favorables para la rem em oración y para superar las resistencias al recuerdo. La meta inicial del psicoanálisis era “hacer consciente lo inconsciente” en el seno de la sesión, bajo las condiciones favorables que se crean cuando el sujeto está “en transferencia” con un personaje de quien sabe que no podrán venirle ni enjuiciamientos ni indiscreciones. “Ahora, aquí, conm igo, puedes atreverte a recordar; es más, ése es mi deseo y desde él enuncio para ti un imperativo: ¡Haz m em oria!” Es lo que parece p rop o n er el analista al analizante cuando lo intima a decir cuanto

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le venga a la mente. “M en te” que, en la antigüedad, y muy particu­ larm ente en Dante, era apenas un sinónimo de “m em oria”.12 N o en balde persiste esa relación en la lengua italiana donde “olvidar” es dimenticare, desmentizar diríamos, si nos atreviésemos — ¿por qué no?— a inventar un neologism o en nuestra propia lengua. La amnesia es, antes aun del popular invento del Alzheim er, un rasgo distintivo de la “dem encia”. En tiempos remotos el hogar de la m em oria era el ór­ gano cordial. Por eso, conservar algo en ella es “recordar” (en el cor). En italiano, antónim o de ricordare, es scordare y el reflexivo scordarsi (aria de Mozart [K. 505]: Ch’io mi scordi di te?), o sea, dejar fuera del corazón. “ ¡Haz m em oria!” es, en latín, un imperativo que se condensa en un solo significante memento. La form a más usual de esta receta es “memento mori" (acuérdate de la m uerte) que nos recuerda una de las grandes lecciones que nos enseña Mnemosyne, hija de Gea y Urano, del cielo y de la tierra. Una lección que tendemos a olvidar: la m em o­ ria no procede desde el pasado, com o ingenuam ente creemos, sino desde el futuro. L o que no se puede olvidar es el futuro desde el cual todo recuerdo tomará su sentido o se develará com o privado de él. La muerte, por ser sabida y presentida, disuelve a la m em oria por adelantado y le marca su destino de olvido. C om o el rico a su fortuna, nadie deja este mundo llevándose sus recuerdos, su experiencia, su acumulado saber. En un recuerdo narrado la lingüística y también el psicoanálisis han distinguido al sujeto del enunciado (generalm ente “yo”, de alguien que habla en el presente y evoca una experiencia previa) y al sujeto de la enunciación, falsa e incompletamente representado por el “yo ” del enunciado, que sabe de la dificultad para circunscribir cualquier re­ cuerdo y de las necesarias falsificaciones que ese recuerdo debe sufrir para ser apalabrado y transmitido a otro en una irrepetible experiencia de diálogo. Esta distinción esencial entre enunciadoy enunciación incluye también, entre uno y otro, al sujeto del inconsciente com o médula del dis­ curso, pues el sujeto, hablando, no sabe lo que dice y dice siempre más de lo que él cree. N o me detendré en estos conceptos que pertenecen a la lingüística del discurso. Hay, sin embargo, un tercer sujeto que sí quisiera agregar a ese par de opuestos complementarios, los sujetos del 12 Rigotti.

H. Weinrich, Lete, arte e critica delVoblio, Bolonia, II Mulino, 1999, p. 9. Trad. de F.

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enunciado y de la enunciación. I .o llamaré el sujeto de la anunciación™ el que habla a partir de su muerte presentida, hecha presente, anticipada en la relación con el fantasma del otro al que destina su palabra o su escrito referidos a ese pasado “inasequible” del que arranca la autobio­ grafía de Goethe. El sujeto de la anunciación “realiza” su m em oria al ar­ ticularla en un discurso, al exhibirla en una experiencia dialéctica que no reproduce ni repite el pasado vivido sino que lo constituye como pasado al historizarlo ante un oyente. El recuerdo es construido desde el futuro que le aguarda. La vida ( bios) se edifica com o una narración (grafía — y también fonía) de sí mismo ( auto), es un Bildungsroman y la novela (román) no enuncia la verdad sino que la ofrece al trabajo de la desconstrucción, a la erosión disolvente del yo y sus pretensiones trascendentales que acabará por reducir el peñasco biográfico hasta los pulverulentos granos de arena del ser... antes de arrojarlo a la disemi­ nación final de la amnesia. Somos una memoria consciente del inexo­ rable destino de su trayecto: el olvido. ¿Cóm o podríam os conocer un recuerdo si no fuese porque hay al­ guien que nos lo cuenta? ¿Cómo podríam os tenerlo nosotros mismos si no fuese porque otro hay que lo escucha y lo rubrica con su acuerdo o su incredulidad? La m em oria es vínculo social. Es una demanda dirigida a un destinatario. N o se garantiza a sí misma. Recordar es re-presentar. Es atrapar una ausencia y volver a hacerla presente al contarla o contárnosla a nosotros mismos en nuestro “fue­ ro in tern o”. Representación en el sentido teatral de la palabra, una perfor­ mance única o repetida, pero siempre distinta y voluble, sometida a los caprichos de los intérpretes. Representación diplomática, embajadora de una autoridad lejana, nuncio del pasado que habla en representación del futuro. Nadie ignora que nuestra vida anímica está hecha por el ju e g o de las representaciones ( Vorstellungen) y que la ausencia es la con­ dición de la re-presentación, tanto cuando se trata de palabras com o de cosas. ¿Qué otra cosa, si no re-presentación (de una sombra del pa­ sado, en un escenario, secreta em bajadora), puede ser la memoria? En los siguientes capítulos aludiremos a las relaciones entrañables y los equívocos que siempre existieron entre la literatura, la filosofía, la historia, el psicoanálisis y ahora también la neurofisiología con res­ pecto a la función de la m em oria y su correlato, el olvido. Tendrem os 13 Uso la palabra “anunciación” en su sentido fuerte (AveMaña, gratia plena, Dominus tecum), el que indica una promesa, un presagio mesiánico. Volveremos sobre ello.

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que comenzar por reconocer el hecho, evidente para todos, de que el sueño es tan sólo la m em oria que viene en el día de lo soñado en la noche y daremos su peso al fen óm en o universal del olvido de sueños y promesas. Porque, sí, sin duda, el olvido pesa. Porque “es absoluta­ mente imposible vivir sin olvidar.5,14 La memoria, quebradiza columna rodeada de olvido por dentro y por fuera, es la vida misma, incluso si la definim os en términos evo­ lucionistas. Cada organismo y todo en el organismo, es m em oria darwiniana — ¿qué, si no? Escribimos esta conclusión y de inm ediato nos asalta la sensación de que nuestro tema nos invade al punto de llegar a sofocarnos. Si toda materia es m em oria (valgan los ecos bergsonianos), si todo lo psíquico — en tanto que ju e g o de representaciones— es memoria, si todo es historia, si la m em oria misma viene desde el futuro, si todas nuestras obras son herederas de Mnemosyne (m adre de las musas), entonces nos encontramos ante un significante que prolifera sin límites y que, p or ser omnipresente, pierde significación. Las disciplinas que hemos invocado hablan de la m em oria y ordenan a la m em oria que hable (com o Nabókov: Speak, memoryf) pero ¿ha­ blan de lo mismo? Nos invade la sospecha de que esta hom onim ia confunde, produce un punto ciego en los exploradores del pasado. En otras palabras, que la homonimia no es sinonimia, que la m em oria no es hom ogénea, que hace falta disecarla en los diferentes discursos y calcular su valor conceptual y lingüístico reconociendo los múltiples ‘ju egos de lenguaje” en los que se utiliza el mismo vocablo. La m e­ moria es una pieza que asume mil rostros, que desbarata los rom pe­ cabezas de nuestras especulaciones a medida que los vamos armando. La m em oria de los filósofos bien pudiera no ser — seguramente no es— la m em oria de los biólogos de la mente o la de quienes evocan sus recuerdos personales o la de los historiadores. Más aún, cada uno de esos grupos de profesionales de “la m em oria” admite la polisemia del significante en su propio campo y la rodea de epítetos. Si vamos a evocar nombres propios — cosa que de a poco iremos haciendo— la reminiscencia platónica no es la mneme aristotélica, ni la hermana de la imaginación hobbesiana, ni la hacedora de la identidad lockeana, ni la Gedáchtnis hegeliana, ni la m em oria darwiniana del pasado de la especie, ni el recuerdo bergsoniano, ni la m em oria inconsciente 14 F. Nietzsche [1874], Seconde considération imtempestive, trad. de H. Albert, París, Flammarion, 1988, p. 78.

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freudiana, ni la m em oria involuntaria proustiana, ni la complementariedad entre codificación y recuperación (encodingy retrieval) de los fisiólogos cognitivistas, ni la m em oria autobiográfica de los escritores que llegan a creer que son ellos mismos los personajes a los que crean y a los que hacen hablar com o “y o ”. Significante, sólo uno: “m em o­ ria”; significados, mil y uno. Así com o señalamos la incompatibilidad de tantas “memorias” y di­ solvemos el semblante m onolítico de la homonimia, creemos válido el intento de articular los parentescos entre tantos conceptos. Nuestro m étodo será el de reflexionar sobre la teoría de la memoria y del ol­ vido y de la represión a partir de los sospechosos testimonios (¿qué testimonio no es sospechoso?) de autores que escribieron sus primeros recuerdos para poner a prueba dos hipótesis, la primera, freudiana, sobre la importancia sustantiva del prim er recuerdo en la vida de un ser humano y la segunda cortazariana, tomada a partir de un texto poco difundido del autor,15 de donde deriva el título que hemos adoptado: Memoria y espanto. Precisemos nuestro método. Tenem os un material: la letra escrita com o testimonio de la memoria. Formulemos dos suposiciones: una, que esa escritura del prim er recuerdo está impregnada por el deseo del narrador que se revela en sus intersticios; dos, que esa evocación infan­ til está de algún m odo, fantasmáticamente, presente en la obra entera del autor. Que las letras hayan llegado hasta nosotros implica que son cartas ( letters, lettres, Briefe) pues “una carta llega siempre a su destino.”16 ¿Por qué esta afirmación, de apariencia peregrina, pues todos sabemos de cartas perdidas, de e-mails que quedan flotando en el ciberespacio? Porque sólo cuando llegan al destinatario, incluso equivocado, es que ellas son cartas; no antes. ¿Quién es el destinatario? El que sabe leerlas, el que descifra los significantes, el intérprete. El deseo de la letra-carta es su interpretación. Si no, escrita no hubiera sido. Nos concentrare­ mos en breves páginas de distintos autores que pondrán a prueba el insólito dictum de Julio Cortázar: la memoria empieza en el terror. Hay una peculiaridad común al conjunto de los textos que discuti­ remos: son recuerdos tempranos escritos décadas después del suceso 15 Véase epígrafe. Una primera versión del análisis y discusión de la tesis de Cortázar apareció con el título “Un recuerdo infantil de Julio Cortázar”, en N. A. Braunstein, Ficcionario de psicoanálisis, México, Siglo XXI, 2001, pp. 1-6. 16 J. Lacan [1954], “Le Séminaire sur La lettre volée”, Écrits, Seuil, París, 1966, p. 41 [ Escritos 1, México, Siglo XXI, 1984, p. 35].

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al que aluden por autores significativos en el campo de la creación literaria o de la psicología. Mas los textos que revisaremos no se con­ sideran “importantes” en lo que se conoce com o “la obra” de sus na­ rradores. Son, las más de las veces, prófugos del volum en de las Obras completas. Más bien son párrafos desechados, notas al pie de página, m eteoritos del recuerdo, cartas que pudieron haberse “p erd id o ” o que estaban destinadas a la destrucción, expresiones surgidas acci­ dentalmente en el fragor de una entrevista periodística o televisada, “cuadernos” (com o los de Valéry, de los que no nos ocuparemos) es­ critos con nocturnidad y escalamiento, breves bocetos que hallaron su camino hacia un suplemento cultural de algún diario, evocaciones casi azarosas en m edio de una autobiografía. En suma, no son textos tras­ cendentales; son, com o los llamaba Lacan en un texto de 1958 (que poco ha sido leído y menos com entado) “des petits papiers”,17 Tomás Segovia traduce (m al) al español “papeles íntim os”.18 Esos “papelitos” no son íntimos sino, más bien, ínfimos, “ínfimos papeles”. Lacan en ese año (1958) estaba elaborando el concepto que él consideraba su ma­ yor invención: el objeto a minúscula, petit a. Un resto, un residuo de la operación significante, un cacho de garabatos alrededor del cual dan­ zan los personajes de una acción, com o sucede con “la carta robada” que el Ministro del cuento de Poe ha dejado en el lugar más visible de su estancia para que nadie pueda encontrarla y allí perm anece hasta que la audacia y el ingenio de M. Dupin la descubre y la devuelve a la reina. Encontrar la carta y hacer que com plete su trayectoria llegado a destino es trabajo de detectives. ínfimos papeles serán los indicios que fungirán com o pruebas en nuestra indagación. U n accidente buscado, pariente lejano del azar com o la mayoría de los accidentes, nos ha conducido una y otra vez hacia estos restos de escrituras a partir del prim ero, el de Cortázar. Luego, siguiendo esa pista, hemos encontrado la huella del “prim er recu erdo” en Rajuela, en la teoría entera del psicoanálisis de Freud, en ciertos sonetos y en el conjunto de la obra de Borges incluyendo a la ceguera com o parte de la obra del escritor, en la “epistem ología genética” de Piaget, en el proyecto de “vivir para contarla” de García Márquez, en las aventuras del prim er encuentro con el espejo de notables escritoras, en la len­ 17 J. Lacan [1958], ‘Jeunesse de Gide, ou la lettre etle désir”, Écrits, cit., p. 742 [ed. Siglo XXI, p. 719]. 18 En la edición en español de ese ensayo: Escritos 2, cit., p. 722.

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gua de Canetti que estaba consagrada al martirio y fue absuelta, en la disimulación del h orror de la historia por los recuerdos de Perec, en la eterna lucha de Tostoi por la libertad, en el bello y ordenado ca­ tálogo de las reminiscencias de Nabókov. En todos los casos topamos con una constante: la m em oria del espanto y también el espanto de la memoria. Infim os papeles com o los que usó Jean Delay para escribir su nota­ ble psicobiografía de los primeros veinticinco años de la vida de A n ­ dré G id e19 (cuadernos de lectura, diarios íntimos, cartas a la madre, agéndas de vizye) que encuentran en Jean Delay, el avezado psiquia­ tra, “su destinación de siem pre”.20 Tal ha sido nuestro proyecto: ha­ cernos los destinatarios y los detectives de los petits papiers sin preten­ der encontrar en ellos nuestras propias preconcepciones y prejuicios (pecado original del “psicoanálisis aplicado”), sin sacar de ellos los conejos que previam ente hemos m etido en la galera. Nuestro objetivo — dirás tú, lector sin adjetivos, si lo hemos cum plido— es el de produ­ cir una significación que no preexistía en ningún cielo inaccesible de Ideas puras o de Mem orias perfectas. Nunca olvidaremos que esos ín­ fim os papeles no trasuntan una experiencia vivida en la inocencia del am anecer de la vida, sino que son, ellos también, productos literarios. N o son la “causa” de la escritura: son un efecto, una manifestación del deseo y del proyecto literario. Cada uno es una ficción (poesía, Dichtung) ; es por eso que gozan del estatuto de la verdad ( Wahrheit) . Llegan hasta nosotros y podem os hacernos sus destinatarios porque a nosotros están dirigidos. N o son ellos el accidente; el accidente somos nosotros cuando nos cruzamos en su trayectoria.

19 J. Delay [1956-1957], Theyouth ofAndré Gide, Chicago y Londres, Univ. o f Chicago Press, 1963. Traducido al inglés y resumido por June Guicharnaud. 20 J. Lacan [1958], Écrits, cit., 1966, p. 744 [ed. Siglo XXI, p. 724],

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1. ACERCA

D E L P R IM E R R E C U E R D O , ¿ P IE D R A B A S A L D E L SUJETO?

En cierta ocasión, fuera del corpus de su obra publicada, Julio Cortázar reveló el prim er episodio vital que dejó huellas en su conciencia. Era el brote inaugural de la m emoria, la página 1, que le perm itía com en­ zar la narración de su existencia en primera persona, la inscripción de un m om ento que parecía no provenir del relato de algún otro, el m icelio del yo del que surgía el hongo de la historia individual. Valdrá para nosotros com o mito del nacimiento del deseo y de la vocación del escritor. Nadie podrá, en este caso com o en ningún otro, decidir en qué proporción el recuerdo responde a la verdad “objetiva” de lo que pasó o si es una leyenda personal, una invención “meramente subjetiva”, un emplasto cicatrizante. Lo más lógico es, por cierto, que ambas hipó­ tesis confluyan divergiendo, com o las dos aguas de un mismo techo, com o los dos sentidos de un hom ónim o. Sea com o fuere — reproduc­ ción o construcción, reminiscencia o mito— es seductora la hipótesis de que ese prim er recuerdo prefigura y lleva en sí los gérm enes de la existencia que sobrevendrá después, que es un acontecim iento en el que se podrá leer retroactivamente, a partir de lo que el sujeto llegará a ser, el sello del destino. En m edio de la confusa nada de un alma sin asideros pasaría algo, peripecia inesperada, que instauraría la vida y le daría sentido. ¡Fiat lux!, imperativo fecundante para una mente nueva, anclada de ahí en más en un lecho seguro. Es también seductora, aunque arriesgada, la hipótesis de que el recuerdo se organiza, no desde el pasado ni desde el presente sino desde el porvenir: lo que uno llega a ser no es el resultado sino, por el contrario, la causa del recuerdo. Norm alm ente son más confiables los oráculos que presagian el pasado que aquellos que anticipan el futuro. De todos modos la duda, en sí misma fecunda, subsiste: ¿Fue en verdad así o el recuerdo es una producción retroactiva que tiene el [*3l

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propósito de rubricar y confirm ar un destino ya jugado, tal com o es la n orm a en las hagiografías, las biografías de santos y héroes, pictó­ ricas de anécdotas infantiles, que muestran a esos seres excepcionales exhibiendo los atributos maravillosos que los distinguirán en sus vidas com o adultos? La m em oria no restituye lo perdido, lo proyecta hacia delante. Valéry,1ahorrando palabras, decía: “La m em oria es el p orve­ nir del pasado.” Lewis Carroll2 le hace decir a la reina de corazones que es una flaca m em oria aquella que sólo trabaja cuando mira al pasado. ¿Cóm o ubicar el prim er recuerdo en el tiem po y en el espacio si, precisamente, ese recuerdo es anterior a cualquier significación? Pa­ rece imposible a menos que se lo “enganche” entretejiéndolo con re­ cuerdos ulteriores. “Por algo que m e pasó allí mismo y a los tantos años, eso tiene que haber pasado antes, cu and o...” “Sucedió en casa de mi a b u elo ...” implica que después, necesariamente después, se supo la edad o que ese lugar era la casa del abuelo. N o hay momentos prim igenios; sólo hay reconstrucciones. Las sospechas se acumulan sobre las pretensiones de originalidad, autenticidad y originariedad. T o d o com ien zo es ulterior. El film e de nuestras vidas (nuestro prim er interrogante en esta obra) tiene su com ienzo en todas partes y, por eso mismo, en ninguna. N o hay un buen m odo de em pezar a proyec­ tarlo y, p or ser todos malos, cualquiera puede ser bueno. Por otra parte, debem os admitir que el recuerdo no es una función individual sino una construcción colectiva, que el O tro se inmiscuye siempre en él, sea aportando datos, sea censurando y torciendo la exactitud del relato según el viento de intereses no siempre claros, sea velando y deform ando las borrosas imágenes fotográficas del pasado en la im palpable superficie de la remembranza. El O tro participa en el prim er recuerdo, aunque más no sea porque, a ese episodio numinoso, incierto garante de la continuidad de una existencia, hay que contarlo en prim era persona y porque es un producto inconcebible fuera de una lengua hablada p or una comunidad. Bien sabemos, des­ de W ittgenstein, que no hay lenguaje privado. El p rop io G oethe3 encontraba que

1 P. Valéry [1936], Cahiers, París, La Pléiade, Gallimard, 1994, vol. i, p. 1256. 2 L. Garro 11 [1872], Through the looking-glass, capítulo 5: “It ’s a poor sort ofmemory that only works backward 3 J. W. von Goethe, cit., p. 1460.

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C u a n d o querernos recordar las cosas q u e en la más tierna infancia nos su­ cedieron, suele o c u rrim o s con frecu en cia que co n fu n dam os aqu ello q ue a otros hem os o íd o con lo q u e p o r efecto de la p ro p ia experiencia personal conocem os. P or lo que, sin llevar a cabo sobre ello un exacto exam en, que por otra parte a nada podría conducir, sé que vivíamos en u n a vieja casona... (cursivas m ías).

Difícil, si no imposible, es distinguir el recuerdo “real” del “induci­ d o ” y separar las “partes” correspondientes a uno y otro una vez que se han mezclado.4 La m em oria de uno se mezcla inextricablemente con la m em oria del Otro. A esta variable influencia del prójim o debe­ mos agregar lo obvio: el yo autobiográfico dista de ser un testigo fiel e imparcial. Al contrario, según el adelanto profético de Rimbaud, “Es falso decir: Yo pienso. U no debería decir: Se me piensa [...] Yo es O tro ”,5 yo no sabe y yo no quiere saber, yo construye el recuerdo con materiales heteróclitos; “y o ” trabaja para crear y hacer creíble una imagen agradable o digna de compasión, de héroe o de víctima, de engañosa nitidez o de nebulosa indefinición de elem entos esenciales. “Yo [qu e] es O tro ” participa arrojando velos egoístas sobre la histo­ ria, registrando jirones del pasado y emparchándolos con elementos traídos de otros tiempos y de otras fuentes. Cada recuerdo de la tem­ prana infancia es un patchwork, una colección interesada, reveladora (y por eso mismo muy interesante) de enmiendas y remiendos. Colaje y bricolaje. N o nos preocupa saber si la m em oria de la infancia es la correcta reproducción mental de un acontecim iento realm ente sucedido al niño — en nuestra investigación com probarem os que ni lo es ni p o ­ dría serlo. Lo que nos atrae, precisamente, es saber que el relato que recogem os es una creación de la fantasía: su verdad no es histórica — ¡qué poco interés tendría en ese caso!— , su verdad es directamente proporcional a la distorsión (propia y ajena) que se ha inyectado al acontecimiento. El Cristóbal de los ínfimos papeles carga sobre sus hombros al niño Dios de la verdad. Sólo que es otro niño, distinto de quien él cree. La memoria, según una raída metáfora, es una tela: está sometida a

4 El ejemplo más radical es el del primer recuerdo de Jean Piaget. Cf. capítulo 4. 5 A. Rimbaud [13 de mayo de 1871], carta a Georges Izambard, París, Gallimard (n rf), 1984, p. 200.

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todos los avalares de un tejido (texto) : desgarrones, desgastes, nudos, hoyos, zurcidos, bordados, remiendos, costuras hábiles o desmañadas, coloridos y desteñidos, cortes, dobleces, arrugas, hilvanes, manchas y brillos pueden ocurrir en su superficie. Las polillas del A lzheim er y la dem encia tanto com o las reparadoras manos de la costurera que pule y corrige en el texto pueden mostrar ocultando (u ocultar mos­ trando) las desnudeces, realzando así los encantos y los espantos del ser. C om o dijim os poco ha, somos lo que recordamos; somos también (y aunque nos duela) eso que olvidamos. Somos lo que no podem os saber de nosotros mismos. Tres caras y no dos caras tiene la estatua de Mnemosyne: memoria, olvido y represión. Nuestro ser de olvido y el olvido de nuestro ser no son accidentales; están programados. Las coordenadas de tiempo y espacio pueden ser, com o en el caso de Cortázar (o el de Freud o el de Borges), muy precisas. Otras veces, muchas veces, el sujeto no puede asentarlas con precisión. La mayoría de las personas, según los psicólogos que a eso se dedican, ubica su prim er recuerdo entre los dos y los cuatro años de edad. De todos mod 9 s, com o decía el escritor inglés L. P. Hartley,6 autor de The go-between, novela en la que se basó Joseph Losey para rodar un herm oso film e (E l mensajero del amor, en español): “El pasado es un país extraño. Las cosas parecen diferentes en él.” La pesquisa en el prim er recuerdo del es­ critor, psicoanalítica u otra, es, por lo tanto, una exploración más que detectivesca, más que una búsqueda de documentos e interrogación de sospechosos; es un viaje análogo a los deambulares de Livingstone y Stanley por el continente negro, una incursión en el pasado, es decir, en lo que se ha desvanecido aunque siga actuando, en lo “inasequible” (G o eth e), en lo abolido.7 En el corazón de las tinieblas. P or otra parte, si la m emoria es un tejido en donde ciertos puntos cruciales se anudan con otros aparentemente triviales pero que pue­ den asociativamente conducir a los primeros, es lógico que también sucumban al olvido esos elementos que, en sí, no conllevan ningún “p e lig ro ” y son, por sí mismos y p or su cuenta, incapaces de desencade­ nar angustia. Es comprensible que borrem os los caminos que remiten a lo traumático, lo intolerable de tales situaciones y que erijamos en su 6 L. P. Hartley [1953] The go-between. En español: El mensajero. La frase citada inicia la novela. El guión de la película es del Premio Nobel de Literatura 2005, Harold Pinter. 7 En latín abolere es “anular, destruir, hacer perder el recuerdo de” (Le Robert: Dictionnaire hislorique de la languefranfaise). Es sugerente la conexión con oblivisce de donde derivan oblio, oblivion, oubli y olvido.

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lugar una valla tranquilizadora de recuerdos anodinos, de supuestas trivialidades que desvían el impacto de lo pavoroso. También lo sabía Valéry:8 “El recuerdo es indeleble. Es el camino del recuerdo el que se p ierd e...” Se pierde, sí, y puede reaparecer, incluso pavimentado, cuando uno prueba una hum ilde galleta concoide que previamente hundió en una taza de té. Mas no sólo para alejar el espanto se activan los encubrimientos de ese falaz testigo que es la memoria. Puede darse el caso, y se da con frecuencia, en que un recuerdo arcaico está cargado de una indeci­ ble congoja, surcado por rasgos inquietantes y ominosos. Esa angustia resulta insondable para el sujeto mismo: el terror vivido en el rem oto pasado le parece absurdo pues la superficie del recuerdo se muestra com o inocua. Dicho con palabras más técnicas, no parece haber con­ gruencia entre la representación intelectual y el afecto, entre el pen­ samiento y el sentimiento. Corresponde aquí evocar a Pascal y su frase tan traficada:9 “El corazón tiene razones que la razón no com prende.” Es muy cierto: “el corazón” está plenamente involucrado en el recuer­ do pues “re-cordar” es devolver al órgano del amor, al más íntim o (Erinnerung) , lo que se ha apartado de él. La razón no com prende al corazón... porque este “corazón ” es inconsciente, si no del recuerdo en sí, por lo menos de lo que el recuerdo im plica y de las razones de su valor om inoso para el sujeto. ¿Nos atrevemos a sostener que el ce­ rebro ( mind) es el órgano de la m em oria mientras que el corazón es el órgano del recuerdo? En tal caso ratificaríamos el saber de la lengua pero, ¿qué paraguas podría protegernos de la lluvia de reproches que caería sobre nosotros desde el adusto cielo de la “ciencia”? Las apariencias engañan. ¿Cóm o sopesar el “valor” de un recuerdo infantil? En principio, debem os pensar que si un episodio, supuesta­ mente irrelevante, se salva del consabido destino de olvido que espera a los acontecimientos primerizos, es porque hay en él algo muy parti­ cular que se conserva com o enigm a y que esa singularidad del prim er recuerdo merece el cuidado de una investigación. Siendo “el prim e­ ro ” de una serie, no tendría necesariamente que ser importante, bien pudiera ser vil cobre que se engalana con los fulgores de la primicia y

8 P. Valéry [1926], cit., p. 1239. En el capítulo 6.2 (p. xx), sobre el recuerdo de Ga­ briel García Márquez, veremos que los científicos de la memoria discuten ásperamente esa cuestión. 9 B. Pascal [1670], Pensées, núm. 277.

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sería ocioso ocuparse en tallar sus facetas, en afinar sus minucias. Por su carácter “ordin ario” , por su aspecto inocuo, pareciera ser ese pobre metal pero podría, no obstante, tener el brillo del oro una vez que se le quita su pátina de musgo y nadería. Alhaja o bagatela, será el aná­ lisis del texto y no su ingenuo semblante el que decida. La decisión sobre su valor será retroactiva a una indagación ( recherche) ejercida sin prejuicios. Ya sabremos. El m ito de un origen absoluto de la m em oria personal es cautivante; sin em bargo, su concreción en un relato es una fantasía pues... pues no hay tal origen. Del origen sólo hay mitos. Sin embargo, los mitos transmiten siempre una verdad aunque no digan “la” verdad. Se pres­ tan a la interpretación. Valga com o ejem plo la historia del Génesis. La fascinación del prim er recuerdo, a la que incluso Freud se entrega, depende — m e parece— de la anulación del tiempo que está implícita en la idea de “o rigen ” . Para que algo sea prim ordial ( Ur) es necesario que no tenga pasado, pues cualquier estado anterior impugnaría su condición fundadora. Tam poco en ese “hueso”, en esa “célula germ i­ nal”, en ese huevo fecundado del ser o de la memoria, puede haber idea de futuro, de anticipación. El sujeto surgiría ex nihilo a partir de ese m om ento y sólo entonces podría aspirar a ser, a ser algo, a desear, a tener una fantasía que no sea m em oria ni percepción. ¿Quién, entre nosotros, no es sensible a la luz incandescente de los com ienzos que irradia del m ítico instante de un presente que no tiene pasado y de un futuro del que nada se sospecha? Cuando se escucha ese primer recuerdo narrado por “su propietario”, el oyente no encuentra, por lo común, nada de particular. Si se le pre­ gunta al sujeto mismo, él no consigue, en general, mucho más ni nada mejor. Pero, en lo concreto y muy a menudo, el trabzyo de desmenuzar el relato llega a resultados insospechados, a verdaderas revelaciones que confirman la aseveración de Freud sobre la “importancia sustantiva”.

2. E L E S P A N T O A U R O R A L D E J U L IO C O R T Á Z A R

Es habitual que, com o pasa en el recuerdo precoz de Cortázar, sea el otro, en este caso la madre, quien proporciona los datos inequívocos de tiem po y espacio ofreciendo “los marcos sociales de la m em oria” . Ella, si no el cuadro entero, aporta por lo menos el encuadre: Barce­ lona, 1917, años de la primera guerra mundial. Palabra materna, ge o ­

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grafía e historia confluyen, dibujan una encrucijada, y de ella despega el camino de un yo. La m em oria pide sus garantías historiográficas, presenta datos de archivo y los organiza en una narración hilada. Recuperemos a Julio Cortázar y su relato.10 Ya tenemos el marco, aportado por la madre: tres años de edad, Cataluña. El autor de Rayuela asesta de inmediato la rotunda sentencia: “La memoria empieza en el terror." Leamos bien: él no dice “m i” memoria, dice “la” m emoria y de tal m odo parece enunciar una ley general que trasciende al saber psicológico y puede que también al psicoanalítico. ¿Será el caso de todos? ¿Será siem­ pre de la angustia del abandono, de la ignorancia o de la terrible duda sobre el retorno del otro ( “■ — ¿Dónde estás, madre, por qué no aquí, junto a mí?”), el punto del que surge, rasgando la lisa superficie de la nada, una grieta que se llenará con recuerdos? ¿Se tratará acaso del terror ante lo desconocido, la derelicción, la orfandad del niño ante lo innombrable y pavoroso? La primera marca en la frágil membrana del ser sería (o es) la del desamparo ( helplesness, Hilflosigkeit, détresse, detresse). Puede que el primer recuerdo de todos sea el del propio grito provocado por la ausencia de la madre. Y lo que sigue, la sobrevivencia, sería ‘Vivir para contarla”.11 Una articulación del grito. La generalización anticipada por Cortázar, ligando m em oria y te­ rror, puede parecer excesiva. Sería fácil objetar que la mayoría 110 puede ni siquiera destacar con nitidez un prim er recuerdo en la gavi­ lla de las evocaciones infantiles y que hay muchos otros cuya m em oria inicial no es la de algo terrorífico ni tiene esa cualidad de pesadilla señalada por el escritor argentino. Otros habrá, incluso, que sosten­ gan lo contrario y evoquen el clima de bendita ternura, de calidez, de luminoso establo con la p2ya, el burro y el buey reflejando la luz que mana de los halos de las tres figuras centrales. Mas este recurso a la tranquila piedad del origen sería también capaz de inducirnos al error; Cortázar podría tener razón aun cuando los más no coincida­ mos con él cuando dice que el prim er recuerdo remite a la dislocación traumática del espíritu. Cabe la posibilidad de que hayamos “olvida­ d o ” el espanto inaugural, que no tengamos el valor de re-presentarlo y que nos consolemos suavizando la angustia prim igenia con la imagen de los regalos que nos trajeron: oro, mirra e incienso.

10 J. Cortázar, cit. epígrafe. 11 Gabriel García Márquez, véase infra, cap. 6, p. 73.

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Freud, ya en 1899,12 reveló el carácter “encubridor” de muchos re­ cuerdos infantiles (¿todos?) que se “ven” com o una cortina de im ­ presiones hipernítidas y que, cuando esas grabaciones ( recordingsf) son analizadas, resultan no ser recuerdos de acontecim ientos vividos sino fantasías obturadoras, calmantes, aplacadoras del traumatismo de ese prim er encuentro con el espanto del que Cortázar se dispone a hablar. La m em oria no funciona com o una maquinaria de relojería; ella puede ser — norm alm ente es— un alambique de destilación y también de adulteración del pasado. En el decir de Freud: “Los fal­ seamientos mném icos son tendenciosos, es decir, sirven a los fines de la represión y sustitución de impresiones chocantes o desagrada­ bles” (cit.). L o ilustraremos — en el capítulo siguiente— con su pro­ p io caso. N o ha de parecem os extraño que la m em oria obedezca al principio de placer (tal es la prim era teoría freudiana de la memoria; luego, hacia 1920, encontraremos otra) y que tendamos a “olvidar”, es decir, a protegernos, mediante un falso olvido, de las tantas ocasiones de dolor, de angustia, de vergüenza, de rabia y de im potencia que ex­ perim entam os con fuerza arrolladora, sin los suficientes mecanismos de amortiguación, en las épocas tempranas de la vida. Inerm es en el laberinto de la pequeñez. Tan escalofriante com o banal es el recuerdo evocado p or Julio Cor­ tázar. En una mañana cualquiera de su infancia, hasta entonces virgen de memorias, escucha cantar a un gallo. Escalofriante el recuerdo que repercutirá para siempre aunque la vivencia haya sido desencadena­ da p o r un acontecim iento ordinario a la luz del saber del adulto. La angustia, toda angustia, está motivada aún cuando, en un principio, no sepamos bien p or qué. Con el pasar del tiempo, retroactivamen­ te, podrá revelarse que el terror inaugural del niño se ha desplazado de un contenido urticante, “reprim ido”, a otro contenido “in ocen te”, aparentem ente alejado de la angustia. Es así com o se edifican los “re­ cuerdos encubridores” que dan refugio al corazón y descolocan a la razón. Es posible que el recuento que Cortázar se prepara a brindar sea la fuente de la m em oria de todos y que todos hayamos sufrido un impac­ to semejante, verdadero trauma del nacimiento, de un segundo naci­ m iento, al lenguaje, que pocos de nosotros nos atreveríamos a evocar 12 S. Freud [1899] “Sobre los recuerdos encubridores”, Obras completas, trad. de J. L. Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1981, vol. m, pp. 291-315.

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— y no por cobardía o por falta de decisión— , un trauma que nadie supo contar com o M ichel Leiris en las primeras páginas de Biffures.13 Hem os de escuchar a Cortázar antes de adherirse a su asimilación universal de la m em oria y el terror. Si fuese com o él dice, habría que buscar la razón de nuestra desmem oria en el ultraje de las fronteras de lo que podem os registrar o codificar. Esas experiencias precoces “que no caben en la cabeza” serían pavorosas por enfrentarnos con una tensión inaguantable: la de despertar sin saber a qué. El escenario de la remem branza de Cortázar es descrito así: M e hacían d o rm ir solo en u n a habitación con un ventanal desm esurado a los pies d e la c a m a ... D e la n ada em e rge un despertar al alba, veo la ventana gris com o u n a presencia desoladora, un tema de llanto [ . . . ] rectángulo grisáceo de la nada para unos ojos q u e se abrían al vacío, q u e resbalaban infinitam ente en una visión sin asidero, un n iñ o de espaldas frente al cielo desn udo (cit.).

Leem os el eco literario de esta m em oria en Rayuela:14 Me desperté y vi la luz del am anecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noch e que tuve com o un vóm ito de mí mismo, el espanto de asom ar a un nuevo día con su m ism a presentación, su indiferen cia m ecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, ab rir los ojos, persiana, el alba... Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es m onstruoso. Es inhumano (cursivas de C ortázar).

El Otro ha tomado sus disposiciones y el cuerpo del niño sólo pue­ de someterse, pasivamente, a una violencia incomprensible; no hay razones, simplemente, “me hacían dorm ir solo”. N o es necesario que diga quiénes. Es posible que sean “mis padres”, es posible que no. La indefinición de la imagen del O tro aporta su fascinación a la frase, tan simple y venturosa (en términos de poesía) com o desoladora (en tér­ minos de subjetividad): “M e hacían dorm ir solo.” El ventanal ¿cómo podría no ser desmesurado, si no hay medida común entre el cuerpo del niño y la casa de los adultos? De ese ventanal procede una luz que atraviesa ojos abiertos al vacío, vacío hacia afuera que se continúa en 18 M. Leiris [1948], “...reusement”, Biffures, La régle du jeu, París, Gallimard, La Pléiade, 2003, pp. 3-6. Cf., más adelante, capítulo 12 . 14 J. Cortázar, Rayuela, Madrid, Cátedra, 1984, cap. 67, p. 532.

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un vacío hacia adentro, en un alma que no es sino ventana, ventana abierta hacia el exterior, carente de interioridad. Ventanal del cuarto y ventana de los ojos, vacío contra vacío, niño arrojado de espaldas ante la inmensidad de un cielo sin ropajes, sin bordes, infinito y desnudo. El “dasein” (ser ahí) y el estado de “geworfen” (arrojado en el m undo), de los que habla H eidegger, no podrían expresarse m ejor que con las simples palabras de este ínfim o, atómico, recuerdo de la infancia. N o hay puntos de referencia o reparos a los cuales aferrarse; la visión resbala en un mundo de objetos indiferenciados, en un puro real siniestro e innom brable, “en una lactancia entre gatos y juguetes que sólo los demás podrían rem em orar”, es decir, en un escenario ya decorado por otros donde hay cosas que se ofrecen con sus nombres para que allí se enganche un futuro sujeto. “Yo” , que todavía no exis­ to, no podría acordarme: “sólo los dem ás”, mientras yo m e desplazo “entre gatos y juguetes” que serán pasto del olvido. El ser del niño está sum ergido en lo real. El no mira; es mirado por el ojo ciclópeo de la inmensa ventana capaz de hacerle sentir su abandono, la precariedad de su vida, la condición mortal de su infinita pequeñez frente al cielo desolador. En ese paisaje desierto donde nada significa para nadie, en ese espectral escenario de presagios, sucede algo que, de todos modos, estaba preparado, algo que no podía dejar de suceder y que es, sin em bargo, insólito e inesperado: el estallido del estupor y del vértigo, la transform ación de lo cotidiano y fam iliar en aterrador e inescru­ table. Sigamos el relato: cada matiz, cada giro del lenguzye, revela la ver­ dad de la experiencia, no la del acontecim iento — que de él nunca nada sabremos— , la de su evocación narrativa o diegética; veamos cóm o se van disponiendo sus elementos. Cortázar 110 ha dicho toda­ vía — y con razón— que ese paisaje de niño, cuarto, ventanal y cielo, estuviese el silencio. En ese páramo, ni silencio había. Y entonces cantó un gallo, si hay rec u e rd o es p o r eso, pero n o h abía noción d e gallo, no h a b ía nom en clatura tranquilizante, cóm o saber q u e eso era un gallo, ese h o rre n d o trizarse del silencio en mil pedazos, ese desgarram ien to del espacio q ue precipitaba sobre m í sus vidrios rechinantes, su prim er y más terrible roe.

El espanto en la trivialidad, vestido con los hábitos de lo habitual.

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Hem os estado tantas veces solos en una habitación, nos hemos des­ pertado, hemos visto la luz temprana entrando por la ventana, hemos oído el canto de los gallos, hemos com prendido, más pronto o más tarde, que así comenzaba un día más de nuestras vidas, es todo tan usual, que puede resultarnos asombroso tanto que Cortázar refiera este episodio mostrando su carácter terrorífico com o el que, querién­ dolo o no, pretenda él — o nosotros pretendam os— elevarlo a para­ digma del nacimiento de la memoria. ¿Por qué tendría alguien que sobresaltarse al despertar en la ma­ ñana, ver la luz y oír al gallo? La angustia, nos dice el escritor, pro­ viene de un hueco, de un vacío en el saber: “no había nomenclatu­ ra tranquilizante”. El acontecim iento, banal en sí, es siniestro por la falta de amortiguación, por la ausencia del colchón protector de la “com prensión”. Ausente la palabra, lo real no tiene asideros y deviene pavoroso. El nacimiento del espíritu. A l despertar, cada mañana, se produce el despertar a la vida, el despertar al recuerdo y a la historia. Evo­ car, com o Proust,15 el despertar inaugural y, en su caso, terrorífico, es lo que hace Cortázar. El acaba por decir que es el punto en donde comienza el acopio de sus recuerdos. Despierta de la eterna muerte anterior para entrar en la vida. Ubica así el instante en que el niño, saliendo de una lactancia que pertenece al O tro antes que a él mismo, oye el canto del gallo y queda anonadado por esa intrusión de lo real, por un grito que procede de la naturaleza y lo lleva a sentir su inde­ fensión ante lo ignoto, lo innom inado. N o pudiendo saber que eso era un gallo vivía el espanto de “ese horrendo trizarse del silencio en mil pedazos...” El silencio no prece­ día, el silencio era la consecuencia del chillido del gallo, había sido creado por la estridencia del cacareo. D el mismo m odo que un cristal perfecto que nos envolviese y del que no tendríamos la noción hasta que una piedra cayendo sobre él lo fragmentase y fuésemos heridos por sus esquirlas. Así, después de roto, surge el silencio com o dim en­ sión y com o envoltura de la existencia. El canto d el gallo no es terro rífico . En verdad, nada de lo real es atroz en sí, pues el terror es para sí, es un estado del alma. L o devastador es el d escon ocim ien to, la falta de una palabra re d en to ­ ra para esa exp erien cia. Sí. L acera y desgarra la lluvia de cristales 15 M. Proust, cit., tomo i, pp. 3-9.

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de silen cio cayendo y p erfo ra n d o la delgada ep id erm is del alma d el bebé. Si cada despertar fuese la reiteración de esta escena la vida sería in­ tolerable. El hábito y el olvido son las medicinas salvadoras que perm i­ ten la sobrevivencia. Podríamos decir que hay destinos humanos don­ de el despertar es imposible porque el ser no se libera nunca de “los vidrios rechinantes” que perforan la membrana del tímpano con “su prim er y más terrible roe”. ( Rock’n roll, ave roe,16 bebé Rocamadour, ro c-coq del niño precozm ente bilingüe.) N o es difícil entender el es­ panto de la escena; lo difícil es entender cóm o se sale del desamparo inicial, cóm o se llega a hacer de cada mañana una más en la rutina de los trabajos y los días. Cortázar cuenta cóm o pudo él salir: M i m ad re rec u e rd a que grité, q u e se levantaron y vinieron, q ue llevó horas h a cerm e dorm ir, q u e mi tentativa d e c o m p re n d e r dio solam ente eso; el canto d e un gallo b ajo la ventana, algo sim ple y casi ridículo q u e m e fue exp licad o con palabras q u e suavemente iban destruyendo la inm ensa m áq u in a del es­ panto: un gallo, su canto previo al sol, cocoricó, du érm ase mi niño, duérm ase mi bien (c it .).

La colcha de la amnesia cae sobre el episodio y éste queda com o un m anchón luminoso en el suelo, bajo el follaje, en un día soleado; parches de luz y oscuridad se instalan en la trama de los recuerdos. Cuando el pequ eñ o se eclipsa, surge otra voz, la del grande, en su lugar: “M i madre recuerda.” La reflexión trata com o puede de dis­ cernir entre la m em oria del uno y la del otro. En este punto la m e­ m oria del niño fue obnubilada p or el pánico que siguió al clamoroso estallido del silencio. Su angustia es ahora una dem anda de socorro, un grito, al cual alguien debe responder. Y ese O tro, ¿cómo podría auxiliar? ¿Qué tiene sino palabras, de qué está hecho el O tro sino de palabras, frágiles tablillas de salvación que intentan laboriosamente evitar el descalabro, dar asideros al ser en su naufragio, constituirlo com o subjetividad, perm itirle reconocerse com o “y o ” provisto de un interior y capaz de reconocer y nom brar a los objetos que lo rodean en el exterior? A l canto del gallo que siembra el horror sigue la canción de cuna 16 594.

J. Cortázar, “¡Ah, si en el silencio empollara el Roe!”, Rayuela, cit., cap. 93, p.

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que arrulla y devuelve a la suave indolencia del dormir. De un lado, la invasión de un real intempestivo, del otro, la reparación con el artilugio de una onomatopeya redentora, cocoricó, kikirikí, ahora puedes imitar tú ese canto que te lastimaba, puedes ju gar a ser tú el gallo que te amenazaba, ya no temas mi niño, mi bien. El canto encanta y asigna una pertenencia; com o objeto investido por el am or del O tro el niño es arrancado a lo real, redim ido de la angustia. Ahora es un ser capaz de memoria, una m em oria hecha, claro está, de las palabras que la lengua de ese gran O tro concede. Es ahora un polo y un almacén de recuerdos, de entrecruzamientos entre un “me pasó” y un “me contaron”, un libro en donde la página del presente evoca otras que fueron ya proyectadas y olvidadas en el cinematográfico desarrollo de instantes anteriores. Es, llega a ser, “y o ”. ¿Que una memoria, la memoria, toda: memoria nazca de la angustia? ¿No caemos en el exceso al tomar la mínima viñeta autobiográfica de Julio Cortázar com o m odelo de la form ación de la m em oria y del uso lubricante de la palabra en la génesis del sujeto? Nos inclinamos a responder que no hay exceso y, al mismo tiempo, a sugerir que esta función apaciguadora de la palabra, así com o la magnitud de la an­ gustia precedente y la relación que hay entre el frágil artefacto de los significantes y “la inmensa máquina del espanto” tiene modos y características contingentes que habría que definir en cada uno de los “m em oriosos”. La ley, que vale para todos, obliga a indagar en la experiencia singular de cada ser hablante. U n o p or uno. Permitámonos caer ahora en la tentación de una conjetura, de una improbable y fascinante conjetura: supongamos que la intensidad de las sensaciones visuales y auditivas de ese despertar y que lo desmesu­ rado de la angustia del niño pudieron haber cavado un surco que fue salvado por la intervención de los demás ( “se levantaron y vinieron, llevó horas hacerme d o rm ir”). En la grieta de ese surco pudo ger­ minar la vocación del poeta dedicado a arrimar palabras, a am onto­ narlas, a cercar lo real innombrable y amenazante para mitigar con ensalmos verbales el abandono del ser. Canto del gallo, arrullos de la madre, ritmos verbales y cadencias del niño así iniciado en la poesía. Pudo haber enloquecido, fue rescatado, inventó hermosas ficciones. Otros escritores y escritoras, que estamos dispuestos a consultar, nos animarán a sostener esta continuidad entre el espanto y la poesía que surge para evocarlo y, en lo posible, acallarlo. Pero no podem os dejar de sugerir algo más en relación con el relato del gallo de Cortá­

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zar. ¿Y si el niño no hubiese sido despertado por el canto del ave? ¿Y si el cacareo funcionase com o recuerdo encubridor de “otros ruidos” que venían, no del gallinero, 110, sino de una recámara vecina a esa en la cual lo “habían dejado solo”? ¿Es la historia entera del gallo una pantalla que recubre el pánico del niño ante otra cosa incom ­ prensible, la “escena prim aria” freudiana ( Urszené) , la de la actividad sexual de una pareja, por lo común la de los padres, que practican la inveterada costumbre del coito, totalmente oubrovsky, Fils, París, Galilée, 1977. 18 J. Derrida, Parages, cit., pp. 264-265.

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A la luz de nuestra indagación podem os sostener que, partiendo de los recuerdos de infancia (o de cualquier otro principio arbitraria­ m ente escogido), no hay manera de distinguir a la autobiografía de la novela y que la noción de “relato” engloba a ambas. La participación de la m em oria y de la imaginación es conjunta, según sabemos des­ de Hobbes, aun cuando muchos pretendan ignorarlo. La memoria personal hace a la identidad; concedido. Pero esa identidad no es un m onum ento intocable. Es una estatua con pies de barro. Es también una cárcel en la que el sujeto está preso y de la que se escapa cada noche cuando sueña. Creo posible distinguir tres planos de la identidad personal y los tres están relacionados con la memoria. Una es la identidad en lo real, presente en cada una de nuestras células, en nuestros mapas cromosóm ico y genético. Llamémosla identidad darwiniana, conservada (es­ crita) en las moléculas de d n a . Otra es la identidad en lo simbólico, la que está en el nom bre propio y en los documentos con vocación de archivo, la m em oria del Estado y del ©opyright. Ésa es m em oria legal, forense, hegeliana o kelseniana. El “yo” y el “sujeto” son “ficciones” jurídicas, com o diría Bentham19 y luego refrendaría Nietzsche.20 Final­ m ente hay una identidad en lo imaginario, la que nos perm ite reconocer nuestro rostro al verlo en espejos y fotografías diciendo “ése soy y o ”. Es una identidad psicológica que se presenta com o una continuidad desde el nacim iento hasta la muerte a pesar de las constantes trans­ form aciones que se dan en las tres identidades: las células mueren y se sustituyen, la conciencia y la manera de ver el propio pasado van cam­ biando aun cuando el nom bre persiste, la imagen especular se transfi­ gura sin cesar por el simple colarse del tiem po a través del gollete de la clepsidra antes de ver cóm o se escurre la última gota de agua. P odría pensarse en un cuarto tipo de identidad, surgida del des­ cubrim iento del inconsciente. Sería una identidad freudiana. N o le daremos crédito ni le atribuiremos sustancialidad. Se pueden escri­ bir las memorias imaginarias y simbólicas y se puede suponer lo real de la m uerte actuando en ellas com o el final pre-escrito que está al principio y que pone en marcha el proyecto autobiográfico. Se puede recon ocer en ellas la acción deletérea de la compulsión de repetición y de la pulsión de muerte. Sin em bargo, la conclusión inequívoca es 19 J. Bentham [1817], Thetheory offictions, 2a. ed., Londres, Routledge, 1951. 20 F. Nietzsche [1886], La voluntad de poder, § 515.

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que el inconsciente no tiene ni confiere identidad pues el inconsciente es el funcionamiento disolvente de las identidades simbólica e imaginaria. Al inconsciente no se lo escribe por la sencilla razón de que es él quien escribe bajo los disfraces de la “objetividad” de los curricula y de la “subjetividad” desbocada de las almas bellas. El inconsciente, orien­ tado hacia el receptor, es el escenario de una escritura que no puede ser sino transferencial. Aun cuando el yo se desdoble y la escritura de agendas y cuadernos pudieran parecer no tener destinatario (p o r ej., los Cahiers de Valéry ya citados, los infinitos diarios de Franz Kafka y de André G ide). Escritos para la relectura eventual, son también manifestaciones del desdoblam iento del autor. El inconsciente es el principio de dispersión y de ruina de la empresa autobiográfica. U no es el escritor, otro es el lector... de sí mismo. Si contamos un sueño, “vía regia” al inconsciente según la leyenda freudiana, ese relato no deja de estar (a) firm ado por un “yo ”; es una “m em oria del sueño” donde importa, no la referencia a la vida del soñante, sino la manera en que el “trabajo del sueño” ha operado una distorsión para hacerlo “potable” y “presentable” ante el otro de la transferencia, el que escucha el relato y de quien se espera una inter­ pretación. El análisis del sueño no puede tener otra finalidad que la de perm itir al sujeto descubrirse otro que el que creía ser desmontan­ do las trampas de la identidad y de la presunta continuidad del ser. La traducción del sueño, su interpretación, es antiautobiográfica. Podría decirse que adhiere a la muy citada descalificación de Pascal del “ne­ cio proyecto de pintarse”. ¿Cuál es esa anhelada y exacta interpreta­ ción? U na que recae sobre la escena misma del relato del sueño, sobre la oculta teleología que guía al narrador que se hace oír por otro en su búsqueda de un goce del que prefiere no saber nada. N o en balde hablamos de los sueños en este m om ento de nues­ tro decurso: una autobiografía, todas las que conocemos, tiene la estructura de un sueño (o de una pesadilla). Es un menssye: revela la verdad bajo la form a de las distorsiones que la m em oria im pone al relato por el m ero hecho de ser un relato. Escuchamos y analizamos en ella sus com ponentes imaginarios y simbólicos y el análisis culmina en el des­ cubrim iento de un om bligo que comunica con lo real. ¿Lo real? Sí; lo real. El espanto del que hablara Cortázar y que fuera confirm ado por los demás testimonios de “primeros recuerdos” que hemos recogido. El grito ante la ausencia de la madre que no encuentra el consuelo de su regreso.

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¿Yla vida en la perspectiva del inconsciente? N o es una novela edicante ni de edificación (Bildungsromari). Es reconocer, com o ya lo arruntara el propio Goethe, maestro en ese arte, que la vida nos es frecida por los demás, al igual que la historia personal y al igual que 1 nom bre prop io © on el que firm a el auto®. La imagen que tenenos de la vida com o unidad es un mecanismo de puesta en escena, ma dem anda dirigida a quien podría ratificar esa imagen apelando a a presunción de identidad del otro que es el lector. El autobiógrafo ngenuo apunta al deseo del otro y le pide que — entrambos— , él r su hipócrita lector, se ratifiquen recíprocam ente. Es más, si el auor supone que al lector eso pudiese agradarle, soñará sueños para :om placerlo. ¡A qué engaños estamos expuestos por el solo hecho ie decir “yo ” y de conjugar un verbo! Las “oraciones” gramaticales ;on “oraciones” religiosas que imploran el reconocim iento del Otro. Están dirigidas al Padre Nuestro. C om o decía Nietzsche: “Tem o que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática.”21 La alienación, com o demostraron Leiris y Perec sin proponérselo, es, en lo fundamental, caer en las redes del lenguaje que condicionan lo que podem os decir. Por lo tanto, lo que no pode­ mos. Y eso que no podem os decir, lo que nos constituye, es el lenguaje y es el deseo del Otro. Inefables; aquello que, puesto que no podem os decirlo, es m ejor que callemos. O, com o decía T. W. A dorn o, com en­ tando a W ittgenstein: si no vamos a hablar de lo que no podem os, ¿de qué otra cosa podríam os hablar?22 En sus palabras: P rop ia m en te h a b lan d o , sólo pu ed e filosofarse, en general, cu ando, con la co n ciencia de su im posibilidad, se intenta, n o obstante, expresar lo inexpresa­ ble. El q u e capitula ante esto, el que n o com ien za lo im posible con la concien­ cia de su im posibilidad , m ejor será que aparte las m anos d e este oficio.

El traumatismo es el del nacimiento, sí, pero uno que no figura en el registro civil. El nacimiento al lenguzye que nos “humaniza” al “desnaturalizarnos” . La “naturaleza humana” es, antes que biológica, lenguajera; exige que vivamos en un m edio ambiente acom odado por 21 F. Nietzsche [1888], El crepúsculo de los ídolos, Madrid, Alianza de Bolsillo (467), 1973, p. 49. Trad. de Sánchez Pascual, La trad. al inglés (J. Norman) dice: “Temo que no nos hemos desembarazado de Dios porque aún tenemos fe en la gramática” The twilight of Ihe idols, Cambridge, Cambridge University Press, 2005, p. 170. 22 Th. W. Adorno [1963], cit., p. 216.

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la palabra que es siempre la del Otro. N o hubo que esperar a Freud para saberlo. Nietzsche23 ya lo sabía aunque no confesó de quién lo había aprendido. En el mismo año en que él nacía, 1844, Max Stir­ ner, hoy olvidado o recordado porque M arx y Engels lo criticaron larga y duramente en La ideología alemana (1846), publicó El Único y su propiedad,24 obra clave que es la prim era crítica explícita del lenguaje. Sin el trabajo de Stirner no sería trazable la obra de Fritz Mauthner, que desencadenó la impugnación vienesa del lenguaje que acabó por ser el explosivo dem oledor que em pleó el siglo x x contra las con­ venciones de la filosofía. Sin Stirner, ni Nietzsche ni Mauthner. Sin ellos, ni von Hofmansthal, ni Freud, ni Wittgenstein, ni Musil. Nadie antes que Stirner planteó que el acceso al lenguaje fuese traumático25 en términos que adelantan la dolorosa experiencia de Leiris cuando supo que no se podía decir ..reusement E n cuanto u n o n o pu ed e apartarse de un pensam iento, n o es u no más q u e h o m b re, es el esclavo de la lengu a, esa produ cción de los hom bres, ese tesoro del pensam ien to hum ano. L a le n g u a o “la p a lab ra” ejercen sobre nosotros la más espantosa tiranía, po rq u e con d uce contra nosotros todo un ejército d e nociones fijas. [ . . . ] Así el pensar no es mi pensar, n o es más q u e el devanar u n a m ad eja de pensam ientos, es una tarea de esclavo, d e “esclavo de las pa­ labras”.

T o d o el que es, es ése de cuyo ser está convencido, “yo ”, y tam­ bién otro. N o hay un sí-mismo ( self) que perdura en el tiempo. La identidad es un engaño producido por la m em oria que aspira a la continuidad, que se cree perm anente y desconoce que está horadada y condicionada por la represión y el olvido. Todos los hablantes pare­ cen movidos por un imperativo existencial, el de sostener el fantasma de una identidad continua y hom ogénea. Los autobiógrafos padecen también por ese mandamiento pero encuentran al mismo tiempo, para que su testimonio sea aceptable, una conm inación contraria: la de presentar lo discontinuo, quebradizo, zigzagueante que es la esen­ 23 F. Nietzsche [1873], “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, Sobre verdad y mentira, Madrid, Tecnos, 1990, pp. 15-38. 24 M. Stirner, cit. Excelente el ensayo introductorio redactado para la edición italia­ na por Roberto Calasso (1991), pp. 7-46 que, sin embargo, omite destacar este aporte que es, a mi juicio, el más trascendental de Stirner. 2B Cit., p. 382.

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cia de su historia. En la medida en que son poetas y creadores, están atraídos por la magnética tentación de fabricar su pasado, confirién­ dole form a novelesca, inventándose com o los protagonistas de los avatares de los que fueron más bien el juguete. Además, necesitan creer que, al escribir sobre el pasado, están de algún m odo recuperándolo y fiján dolo para la eternidad, que sus recuerdos encierran las llaves de su personalidad. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno re­ cuerda y cóm o la recuerda para contarla.” (García Márquez, cit.) Aun si los recuerdos fuesen “auténticos”, ellos no podrían expresar la iden­ tidad del sujeto ni garantizar la continuidad de su existencia. La com­ posición y el armado de los mismos, la selección que se debería hacer entre tantos, sería ya un trabajo de artificio, de encolar las páginas dispersas del libro de la vida. Escribía Baudelaire al com enzar Spleen: “Recuerdos tengo más que si mil años tuviese.” {J’ai plus de souvenirs que s i j ’avais mille ans.) ”26 ¿Quién podría ponerlos en un libro?

26 Ch. Baudelaire, CEuvres completes, París, Gallimard, La Pléiade, 1975, vol. i, p. 73.

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

acontecim iento 11, 23, 25, 30, 32, 33, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 196, 40, 41, 53, 57, 61, 79, 98, 106, 122, 198, 199, 200, 201, 202, 205, 206, 147, 157, 166, 194, 196, 207, 208, 212, 217, 221, 224, 225, 227, 229, 212, 215, 226, 239, 241, 259, 268 230, 231, 235, 236, 237, 238, 240, A d o r n o , T h e o d o r W . 243, 274 242, 243, 245, 246, 248, 249, 250, A gustín de H ip o n a 81, 200, 234, 250, 252, 253, 254, 255, 257, 259, 261, 253, 261 264, 266, 267, 268, 270, 272, 273 A kutagaw a, Ryunosuke 250 autor 55, 63, 6 8 , 76, 85, 8 6 , 8 8 , 103, alienación 75, 151, 200, 230, 258, 116, 125, 140, 149, 153, 156, 162, 274 167, 177, 179, 188, 189, 190, 191, Am at, N u r ia 71, 87, 92, 99, 127, 129, 192, 194, 202, 204, 206, 211, 218, 130, 131, 132, 133, 134, 135, 136, 223, 224, 225, 226, 229, 230, 232, 234, 235, 237, 243, 244, 245, 246, 137, 138 am nesia 9, 13, 16, 17, 18, 34, 41, 109, 247, 248, 249, 251, 254, 255, 256, 257, 261, 266, 267, 268, 269, 271, 173, 182, 186, 193, 208 273, 274 analista 16, 59, 173, 183, 192, 199, autorretrato 168, 189, 231, 234, 235, 203, 270 anam nesis 43, 176, 241 246, 253 A n d ré , Serge 199, 201, 224, 228, B acon, Francis 8 271 Bacon, R o ger 15 angustia 16, 26, 27, 29, 30, 33, 34, 35, Barthes, R o la n d 122 37, 42, 52, 53, 54, 65, 67, 74, 76, 95, 105, 113, 115, 117, 118, 121,Bartók, B éla 209 128, 130, 146, 155, 160, 183, 197, Bataille, G e o rg es 189, 190, 199, 202 B audelaire, Charles 103, 276 215, 217, 248 Bayard, Pierre 123, 124, 125 A n ó n im o , E l lazarillo de Tormes 177 Beauvoir, Sim one de 190 A p o llin aire, G u illau m e 220, 266 aprés-coup 107, 124, 164, 209 Beckett, Sam uel 199, 227, 250 A id iti, M atilde 160 Bellos, David 166, 179, 181, 185 Bell, Vanessa 91 Aristóteles 112, 176 Bentham , Jeremy 119, 120, 272 ausencia de la m adre 29, 117, 136, Benveniste, Em ile 229 262, 273 au to b io gra fía 18, 21, 49, 50, 73, 75, B ernh ard, T h o m as 250 Bichat, Xavier 14 79, 84, 8 6 , 87, 122, 133, 137, 140, Binet, A lfre d 263 142, 143, 144,146, 147, 148, 153, b iografía 11, 13, 97, 166, 255, 268 154, 155, 156,165, 167, 168, 170, Bioy Casares, A d o lfo 116, 117 172, 177, 178,179, 181, 185, 188,

[2 7 7 ]

278

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

B lanchot, M au rice 14, 15, 191 B on aparte, M arie 189 B orel, A d rie n 190, 199, 203 B orges, J o rge Luis 21, 26, 63, 64, 65, 6 6 , 67, 6 8 , 69, 70, 71, 80, 8 6 , 93, 95, 100, 103, 111, 113, 114, 115, 116, 117, 123, 135, 136, 158, 172, 175, 201, 212, 230, 231, 242, 244, 247, 254, 257, 261, 266 Boyd, Brian 141 Braunstein, N ésto r 20, 80, 105, 131, 224,232 B retón , A n d r é 123,190 B rin guier, Jean-G lau de 55, 58, 59, 62 B roch , H e r m á n n 193, 199, 205, 213, 218, 2 1 9 ,2 2 0 ,2 2 7 Brodsky, Joseph 142 B u ffo n , co n d e de 264 B uo n arro ti, M ich ela n g elo 150 Bush, G e o r g e W . 256 Butor, M ich el 191

82, 89, 99, 100, 103, 106, 141, 142, 153, 162, 196, 205, 207, 208, 209, 210, 216, 236, 243, 253, 257, 272, 274 confesión 60, 132, 147, 156, 158, 159, 160, 162, 168, 205, 206, 212, 213, 217, 238 conservación de los recuerdos 60, 176, 193, 234 copyright 194, 232, 234, 272 Cortázar, Ju lio 7, 20, 21, 23, 26, 28, 29, 30’ 31, 32, 33, 34, 35, 37, 41, 51, 54, 63, 64, 76, 77, 91, 101, 105, 106, 107, 108, 109, 110, 111, 112, 117, 127, 140, 141, 150, 152, 155, 156, 165, 168, 176, 183, 273 C ran ach, Lucas, el V iejo 205, 210 c ro n o fo b ia 146 cu ad ro 28, 148, 181, 206, 215, 234, 237, 245, 246, 248 cubista 254, 267, 271 cuento 21, 37, 44, 6 6 , 75, 195, 206, 231, 237, 244, 245 cum plim iento de deseos 138

Calvino, Italo 7, 172 Canetti, Elias 22, 131, 153, 154, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 168, 170, 193 Canetti, Jacques 161 C aro ten uto , A ld o 58 Carrizo, A n to n io 6 8 C a rro ll, Lew is 24, 103 castración 169, 214, 216, 220 C ellini, B envenu to 250 c e rebro 27, 39, 41, 81, 83, 251, 253, 269 Cervantes, M ig u e l d e 130, 266 C ézann e, P au l 248 C h atea u brian d , Frangois R. 269 Christie, A g a th a 172 C h u a n g Tse 6 8 C la p aré d e, E d o u a rd 62 codificación 2 0 , 81, 82 com plejo d e E dipo 158, 204, 218, 230 co n ciencia 14, 15, 16, 23, 31, 38, 51,

dasein 32 da V inci, L e o n a rd o 38, 46 Delay, Jean 22 de M an, Paul 15, 136, 137, 248 D em ócrito 71 de M ’U zan , M ich el 173 D e rrid a , Jacques 15, 64, 115, 122, 223, 234, 237, 243, 246, 248, 256, 268, 270, 271 desam paro 29, 34, 77, 109, 110, 111, 133,155 des Foréts, Loiiis-René 183 desm entida 255 Dickens, Charles 136, 138, 139 Diderot, Denis 267 di G iovanni, N o rm a n T. 261 Dolto, Fran^oise 172 Doppelgánger 64, 111, 114, 117, 257 Dostoievski, F iodor 160

Í N D I C E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

Doubrovsky, Serge 271 D raaism a, D o u w e 253 D u c h am p , M arcel 245

279

Ferenczi, S an dor 260 ficción 22, 43, 45, 81, 100, 101, 109, 113, 115, 124, 134, 135, 137, 148, 177, 190, 212, 221, 223, 224, 226, eg o 267 235, 239, 242, 244, 245, 254 e g o g ra fía 221, 222, 226, 243, 271 filosofía 18, 237, 238, 239, 243, 275 Eliot, T h o m a s S. 8 filósofo 71, 75, 240, 242, 243, 244 e n gram a 81, 82 Flaubert, Gustave 237 Fliess, W ilh e lm 48, 54 ensayo 55, 123, 155, 190, 199, 215, 237, 244, 245, 246, 247, 264 f o r t / d a 118,233,261 ep ifan ía 79, 8 8 , 100, 106, 118, 196, fotografía 40, 100, 140, 250, 253, 254 218 ep istem ología 2 1 ,5 5 ,8 0 Fran^ois L e Lyonnais 170 Eráusserung 75 Freud, A m alia 52, 261 Erinnerung 27, 75, 122, 176 Freud, Julius 42, 47, 48, 53 espanto 20, 22, 27, 28, 29, 30, 31, 32, Freud, Philipp 51, 52, 53 33, 34, 35, 37, 42, 45, 51, 53, 54, Freud, S igm u nd 8 , 9, 12,13, 16, 21, 55, 56, 62, 63, 69, 71, 73, 77, 83, 26, 28, 30, 38, 39, 41,42, 43, 44, 91, 97, 99, 101, 106, 107, 110, 112, 45, 46, 47, 48, 49, 50,51, 52, 53, 113, 114, 115, 120, 126, 133, 140, 54, 57, 58, 59, 60, 61,62, 67, 74, 141, 146, 147, 152, 154, 165, 168, 76, 82, 98, 99, 100, 111, 114, 117, 118, 122, 124, 125, 128, 132, 144, 177, 183, 184, 186, 189, 192, 201, 147, 155, 158, 164, 172, 173, 176, 209, 211, 221, 240, 246, 262, 273 espejo 10, 21, 43, 46, 63, 6 6 , 67, 6 8 , 185, 186, 187, 189, 194, 198, 200, 202, 204, 218, 219, 228, 230, 234, 69, 8 6 , 87, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 236, 249, 252, 255, 261, 263, 275 96, 97, 98, 99, 100, 101, 102, 103, Frisch, M a x 226 104, 105, 106, 108, 109, 110, 111, función especular de la m ad re 97 112, 113, 114, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 122, 125, 130, 134, 135, G arcía Castellano, José L. 245 136, 137, 143, 189, 198, 200, 215, García M árquez, G abriel 21, 27, 29, 229, 230, 231, 235, 245, 246, 247, 43, 6 6 , 73, 74, 75, 76, 77, 78, 80, 84, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 255, 106, 125, 155, 172, 239, 244, 276 257, 258, 261, 269 estadio del espejo 99, 100, 104, 105, Gedachtnis 19, 75, 122, 176 gé n e ro (au tob io gráfic o) 113, 136, 106,200 140 exteriorización {Eráusserung) 75 Genette, G é rard 112 geworfen 32, 186 fantasm a 13, 18, 61, 62, 6 6 , 69, 79, Gide, A n d ré 22, 241, 273 97, 98, 107, 110, 122, 123, 124, goce 16, 45, 60, 73, 89, 97, 101, 113, 125, 128, 129, 132, 133, 137, 148, 124, 125, 126, 128, 131, 136, 144, 152, 162, 164, 192, 194, 219, 221, 145, 146, 147, 156, 157, 158, 162, 229, 231, 233, 237, 242, 264, 269, 196, 197, 198, 199, 201, 203, 213, 275 220, 221, 229, 273 F e d ern , Paul 218

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

;>ethe, J o h a n n W. von 13, 15, 18, 24, 26, 38, 46, 47, 48, 49, 50, 61, 111, 114, 201, 208, 234, 274 Drostiza, José 96 reenaway, M e te r 8 aeckel, Ernest 82 albwachs, M au rice 12 artley, L.P. 26 egel, G.W.F. 75, 100, 120, 122, 176, 2 0 1,24 0 eidegger, M artin 8 , 32 enri, V íc to r 263 e rn án d ez, José 187 ^terotanatofonía 235, 270, 259 =te r o tan atografía 269 iperm nesia 80, 174 istoria 15, 18, 19, 22, 23, 25, 28, 29, 33, 36, 37, 41, 43, 45, 46, 53, 54, 56, 57, 58, 76, 79, 83, 98, 101, 112, 113, 121, 124, 132, 137, 141, 148, 151, 152, 154, 155, 157, 159, 166, 169, 170, 172, 177, 178, 179, 183, 184, 186, 191, 193, 195, 196, 200, 201, 202, 205, 225, 229, 235, 236, 239, 252, 253, 254, 255, 256, 268, 274, 276 [obbes, T h o m as 60, 272 [ofm ansthal, H u g o von 15, 275 íolm es, O .W . 253 lo racio 235, 256 o r r o r 22, 34, 6 8 , 69, 112, 114, 122, 126, 155, 174, 189, 216, 223, 227, 247 u ellas m ném icas 46, 122, 186, 244

deal d el yo 96, 136 dentidad 10, 19, 49, 51, 6 8 , 85, 8 6 , 93, 96, 100, 101, 102, 118, 119, 135, 136, 142, 170, 173, 175, 178, 179, 188, 193, 194, 196, 200, 226, 229, 241, 243, 244, 246, 251, 271, 272, 273, 274, 275, 276

identificación 1 0 1 , 1 0 2 , 116, 135, 138, 178, 213, 231 im aginario 101, 126, 134, 165, 171, 230, 231, 245, 248, 268, 271, 272 inconsciente 12, 16, 17, 19, 27, 39, 40, 41, 42, 43, 45, 70, 74, 80, 87, 112, 124, 125, 126, 176, 182, 194, 200, 201, 202, 207, 220, 229, 234, 235, 236, 250, 252, 272, 273, 274 interpretación 7, 20, 28, 36, 40, 47, 48, 49, 51, 52, 58, 62, 6 8 , 114, 124, 199, 202, 227, 251, 255, 267, 273 Jou h an deau , M arcel 190 Joyce, James 65, 70, 79, 87, 8 8 , 89, 130, 141, 168, 172, 227, 266 Jung, Cari G. 58 Kafka, Franz 126, 156, 168, 170, 172, 250, 273 K ahnweiler, H e n ri 189 K andel, Ernest R. 39 Kandinsky, Vasily 8 , 245 Kant, Im m an u el 240 K oren, D aniel 164 Lacan, Jacques 8 , 20, 21, 22, 99, 104, 105, 112, 117, 124, 172, 188, 189, 198, 203, 204, 207, 227, 234, 250, 252, 255, 264 L an g, Fritz 185 Laplan ch e, Jean 172 Lashley, Karl 82 Leiris, M ichel 31, 109, 172, 183, 186, 188, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 224, 226, 227, 228, 236, 262, 263, 271, 274, 275 Lejeu n e, P h ilippe 184, 236 le n gu a 17, 21, 24, 27, 35, 40, 75, 103, 118, 129, 130, 131, 137, 149, 153,

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

154, 155, 156,157, 159, 160, 161, 162, 163, 164,165, 168, 171, 193, 197, 198, 199, 244, 275 Levinas, E m m an u el 270 Lévi-Strauss, C la u d e 191 Ligeti, G yórgy 8 lingüística 17, 83, 155 literatura 18, 89, 122, 136, 138, 142, 152, 153, 156,160, 162, 166, 171, 172, 190, 191, 192, 196, 199, 201, 206, 213, 215, 218, 224, 228, 262 localización 81 Locke, John 196, 244 Lo ew e, C ari 208 Losey, Joseph 26 Loti, P ierre 262 Lowry, M a lco lm 250 Lu ria, A lek san d r 80, 178

281

135, 137, 140, 141, 142, 143, 145, 146, 148, 149, 150, 151, 152, 155, 157, 158, 161, 164, 167, 168, 169, 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 181, 182, 183, 184, 185, 186, 187, 193, 194, 196, 201, 203, 204, 206, 207, 208, 209, 211, 212, 214, 221, 222, 223, 224, 227, 229, 231, 233, 234, 237, 238, 240, 241, 242, 244, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 259, 261, 262, 264, 268, 269, 270, 272, 273, 275 m em o ria colectiva 12,151 m em oria darw in iana 19, 82 m em oria episódica 122, 128, 249 m em oria hereditaria 82 m em oria semántica 50, 122, 176, 249 M e rleau Ponty, M aurice 190 M agris, C la u d io 263 m étodo 20, 39, 42, 165, 176, 192, M aklés, Sylvie 189 205, 222, 230, 238, 240 M ich aux, H en ri 242 M alevich, Rasim ir 245 M a n n , T h o m as 172, 233 m iedo 42, 65, 6 6 , 108, 136, 154, 155, M a n riq u e, J o rge 80, 81 157, 177, 208, 209, 210, 215, 220 Miller, H e n ry 213 M a rc o P o lo 7 Millot, Catherine 213 M arkson, David 36, 94, 95 M ilto n ,Jo h n 70 M artins, M a ria 245 m irada 12, 44, 64, 6 6 , 67, 6 8 , 70, 90, M a rx , Karl 201,275 M asson, A n d r é 189,191 91, 92, 93, 95, 97, 100, 102, 103, 105, 106, 111, 112, 113, 114, 116, Matisse, H e n ri 189 118, 119, 129, 133, 134, 135, 182, M aupassant, G u y de 125 189, 198, 205, 216, 226, 227, 237, M authner, Fritz 275 246, 247, 251, 252, 253, 254, 256, M elville, H e rm á n 123, 172 258, 261, 262, 266 m em ento 16, 17 M itterrand, Frangois 191 m em oria 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 22, 23, 24, 25, 26, 27, M nem osyne 14, 15, 17, 19, 26, 142 Moisés 74, 78, 114, 150 28, 29, 30, 31, 33, 34, 35, 36, 37, 38, M ozart, W o lfg a n g A. 17 39, 40, 41, 42, 43, 45, 46, 47, 48, 50, m uerte 14, 15, 17, 18, 33, 47, 48, 49, 51, 53, 54, 57, 60, 61, 62, 63, 6 6 , 67, 70, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81, 53, 58, 59, 78, 80, 89, 98, 100, 125, 128, 129, 131, 133, 134, 138, 141, 82, 83, 85, 8 6 , 87, 8 8 , 90, 91, 95, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 97, 98, 99, 100, 102, 105, 106, 107, 108, 109, 117, 118, 120, 122, 123, 156, 157, 158, 159, 160, 162, 164, 166, 167, 169, 173, 191, 192, 193, 124, 126, 127, 128, 129, 132, 133,

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

199, 203, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 217, 218, 220, 221, 224, 226, 227, 235, 254, 2 6 0,268, 269, 272 uerte d e la m ad re 89, 129, 133 usil, R o bert 8 , 275

75, 77, 78, 83, 92, 93, 95, 96, 134, 135, 146, 153,154, 164, 165, 173, 174, 175, 178,183, 184, 192, 193, 195, 196, 198,201, 202, 204, 213, 215, 229, 231,232, 233, 234, 237, 244, 249, 251,252, 253, 254, 256, 257, 268, 271,272, 273, 274, 275, 96, 97, 100, 101, 102, 103, 104, 108, 111, 113, 116, 122, 129, 130, 133, 134, 275 Ozick, Cynthia 244

abókov, V la d im ir 14, 15, 19, 22, 78, 91, 140, 141, 142, 143, 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 158, 168, 172, 184, 192, 193, 2 0 1 , 214, 254, 262 Pablo, san 235 acim iento 23, 30, 33, 37, 42, 47, 49, papeles ínfim os 9 , 21, 82, 108, 127, 53, 61, 8 6 , 100, 110, 128, 130, 140, 146, 149, 150, 151, 153, 155, 170, 233 pa ro d ia 250, 265, 266 184, 189, 193, 196, 252, 259, 260, Pascal, Blaise 27, 237, 238, 240, 273 264, 268, 269, 270, 272, 274 Paz, Octavio 232 arrac ión 1 0 , 12, 18, 23, 29, 37, 44, P en field , W ild e n 82 46, 79, 85, 90, 106, 113, 155, 192, Perec, G corges 12, 13, 22, 41, 80, 87, 196, 212, 224, 226, 252, 271 109, 129, 166, 167, 168, 169, 170, íassif, Jacques 199 171, 172, 173, 174, 175, 176, 177, eurocien cias 39 178, 179, 180, 181, 182, 183, 184, ieurosis 16, 203, 220 185, 186, 187, 188, 191, 192, 199, Jietzsche, Friedrich 8 , 19, 236, 244, 201, 227, 231, 240, 250, 262, 271, 268, 272, 274, 275 274, 271 ío g en t, G u ib e rt d e 250 personaje 9, 16, 44, 65, 8 6 , 93, 95, iove la 10, 11, 18, 26, 44, 87, 94, 112, 132, 133, 137, 148, 174, 175, 98, 131, 132, 133, 137, 145, 148, 188, 190, 204, 217, 225, 230, 231, 149, 153, 156, 162, 163, 167, 237, 238, 241, 252, 253, 254, 271 171, 172, 176, 177, 178, 179, 185, 190, 194, 195, 200, 203, pesadilla 29, 76, 141, 147, 186, 211, 205, 224, 225, 226, 230, 236, 259,273 241, 244, 245, 250, 251, 252, Piaget, Jean 21, 25, 55, 56, 57, 58, 59, 255, 265, 266, 271, 272, 274 60, 61, 62, 78, 132 >lvido 13, 14, 17, 18, 19, 20, 26, 27, Picasso, Pablo 189, 190 pintura 148, 191, 231, 234, 235 30, 32, 34, 36, 37, 38, 39, 40, 45, 74, 79, 81, 82, 87, 106, 109, 112, P irandello, Lu igi 65 120, 121, 127, 144, 149, 174, 186, Platón 112,248 206, 215, 275 Plon, M ichel 62 om inoso 27, 54, 106, 117 Poe, E d ga r A. 21, 126, 148 Onetti, Juan C arlos 128 poesía 22, 31, 35, 49, 81, 122, 204, O rígen es 71 213, 216, 248, 264 Dtro 17, 18, 25, 28, 29, 31, 34, 35, 41, Pontalis, Jean-Baptiste 172, 173, 174, 47, 49, 50, 54, 57, 59, 67, 70, 71, 178, 191, 203

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

283

P opper, Karl 80, 240 75, 76, 78, 79, 80, 81, 82, 83, 8 6 , 87, preconsciente 43 8 8 , 90, 91, 98, 101, 105, 106, 107, p rim er rec u e rd o 9, 10, 11, 20, 21, 25, 108, 109, 110, 112, 115, 117, 120, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 41, 42, 43, 121, 122, 123, 124, 127, 128, 129, 47, 50, 53, 59, 60, 62, 63, 70, 71, 131, 137, 141, 143, 145, 146, 147, 73, 76, 77, 78, 8 6 , 90, 91, 105, 106, 148, 149, 150, 152, 153, 155, 157, 107, 108, 115, 121, 122, 127, 128, 159, 160, 163, 164, 165, 166, 167, 141, 145, 146, 147, 150, 155, 157, 168, 169, 172, 175, 178, 180, 181, 163, 164, 165, 166, 180, 181, 184, 182, 183, 184, 185, 186, 187, 191, 185, 193, 194, 195, 196, 230, 261, 192, 193, 194, 195, 196, 198, 200, 263, 264, 266 205, 208, 209, 226, 229, 230, 233, prin cip io de placer 30, 38, 42, 45,. 241, 245, 252, 259, 260, 261, 263, 58 264, 266 pro fecía 102, 107, 110, 122, 123 recuerdo de infancia 11, 47, 50, 55, p ro so p ag n o sia 248, 249, 250, 264 73, 129, 152, 167, 168, 172, 178, prosopoclastia 189, 250 183, 184, 186, 200, 245 p ro so p o p ey a 113, 119, 122, 248 recuperación 16, 20, 41, 45, 76, 78, prosopoplastia 250 80, 82, 83, 110, 126 Proust, M arcel 11, 12, 13, 33, 43, 76, recuperación, claves p a ra la 83 78, 87, 8 8 , 102, 117, 125, 135, 172, Reik, T h e o d o r 199 R em brandt, Harrnensz 181, 182, 176, 201, 224, 225, 233, 251, 252, 254, 255, 267 232 psicoanálisis 1 1 , 16, 17, 18, 21, 22, rem iniscencia 19, 23, 38, 42, 50, 51, 38, 41, 45, 47, 55, 57, 58, 59, 61, 121, 128, 185 represión 16, 20, 26, 30, 38, 40, 42, 62, 71, 75, 76, 83, 92, 98, 99, 100, 43, 54, 87, 106, 120, 177, 185, 275 104, 137, 158, 172, 179, 185, 189, Resnais, A lain 8 , 10 192, 193, 199, 200, 201, 202, 203, 204, 206, 213, 218, 224, 227, 228, Ricoeur, P au l 41,112 R im baud, A rth u r 25 244, 251, 255, 257, 267 Robles, M arth a 78, 92, 99, 105, 106, psicología 21, 57, 58, 62, 218, 263 107, 108, 109, 110, 111, 112, 113, pulsión 58, 103, 125, 272 114, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 125, 129, 135, 136, 165 Q u e n e a u , R aym ond 170, 190 rostro 10, 48, 56, 64, 6 8 , 69, 8 6 , 90, 91, 92, 93, 101, 102, 104, 105, 113, Rabelais, F ran fo is 172, 266 115, 118, 119, 122, 133, 134, 135, Rank, O lio 257, 260 189, 207, 211, 226, 234, 235, 247, real 15, 25, 32, 33, 35, 57, 64, 69, 79, 248, 250, 265, 268, 272 8 8 , 96, 101, 179, 183, 185, 210, R oth.Joseph 225 227, 272, 273 Rothko, M a rk 245 recuerdo 9, 10, 11, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 21, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 30, R oudinesco, Élisabeth 62 Rousseau, Jean-Jacques 61, 111, 123, 32, 33, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 177, 196, 200, 226, 232, 233, 234, 44, 45, 46, 47, 50, 51, 52, 53, 54, 55, 250, 253, 256, 257, 262, 265 56, 57, 58, 60, 61, 63, 67, 6 8 , 73, 74,

>84 lussell, B ertran d, sir 240 >and, G e o rg e 262 >artre, Tean-Paul 190, 239, 252, 253, 255 Jchacter, D an iel 44, 81, 82 >chiele, E go n 232 schnitzler, A rth u r 160 ic h o e n b e rg , A r n o ld 8 , 131 Schubert, Franz 208, 212 >ebald, G e o r g e 149 íelf 196, 251, 275 üemon, R ichard 82 separación 122, 173 ;exuación / sexu ado 96, 105, 116, 118,231 Shakespeare, W illia m 130, 212, 231, 242,269 Sheridan, A la n 241 sim bólico 1 0 2,2 3 1 ,2 6 8 ,2 7 2 Simón, C la u d e 85 Sim ónides 80, 178 sinceridad 13, 182, 183, 200, 205, 218, 224, 230, 233, 236, 241, 253 soneto 67, 224, 269 Spence, D o n a ld 41 Spielrein, S abin a 58, 61, 62 Stendhal (H e n ri Beyle) 172, 204, 230 Stephen, Leslie, Sir 85, 8 6 , 8 8 , 92, 98, 109, 113 Sterne, L a u re n c e 177,22 6 ,2 5 0 ,2 6 5, 266, 267 Stirner, M a x 238, 275 Strachey, Jam es y A lix 98 S trin dberg, A ugu st 157,160 suicidio 89, 98, 127, 128, 129, 148, 154, 207, 214, 228 sujeto de la an u nciación 16, 18, 124, 125,229 sujeto de la en u nciación 17, 50, 85, 229, 233, 236 sujeto d el en u n cia d o 17, 8 6 , 2 0 0 , 229,233, 236

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

tan atofobia 2 1 0 , 226 Tolstoi, Lev 110, 111, 146, 150, 151, 152, 163, 262 transferencia 16, 183, 200, 204, 252, 273 traum a (d e l espejo) 1 1 0 , 113 traum a (d e l nacim iento) 13, 30, 31, 110,196 Trotsky, L e ó n (L e v Davidovich B ronstein) 142 Valéry, Paul 21, 24, 27, 79, 232, 273 Van G o g h , V incent 234, 237, 248 V ázquez, M aría Esther 63 verd a d 13, 18, 22, 23, 25, 28, 32, 33, 37, 39, 40, 41, 43, 45, 46, 49, 50, 57, 60, 67, 90, 112, 124, 137, 138, 145, 146, 162, 163, 173, 178, 179, 191, 192, 194, 195, 203, 204, 205, 206, 211, 218, 219, 221, 223, 224, 228, 229, 230, 234, 235, 236, 240, 251, 254, 265, 270, 273 V erhaeren , Em ile 123 V ern e,Ju les 172 vida 10, 11, 13, 14, 18, 19, 20, 22, 23, 30, 33, 39, 40, 41, 50, 51, 54, 65, 67, 79, 80, 83, 87, 88, 98, 99, 100, 107, 110, 111, 112, 118, 119, 122, 124, 125, 127, 128, 129, 133, 134, 135, 136, 137, 138, 141, 142, 143, 144, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 154, 156, 157, 158, 159, 160, 161, 165, 166, 167, 168, 169, 170, 172, 173, 175, 177, 178, 183, 185, 186, 188, 190, 191, 192, 193, 194, 198, 199, 200, 2 0 1 , 202, 204, 206, 207, 208, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 217, 218, 219, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 230, 231, 232, 233, 238, 239, 240, 242, 243, 244, 249, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 259, 260, 261, 262, 263, 264, 265, 268,

43,47,48,49, 70,71,72,75, 90,92,94,97,

285

ÍN D IC E O N O M Á S T IC O Y T E M Á T IC O

269, 270, 271, 273, 274, 276 Voltaire (Fran^ois A ro u et) 266 W a llo n , H e n r i 105 W ein rich, H a ra ld 17 Wetzler, Sim ón 41 W ild e , O scar 130, 241 Winnicott., D o n a ld W . 104, 105, 106, 1 1 1 , 116 W ittgenstein, Lu d w ig 24, 94, 240, 2 74,27 5 W o o lf, L e o n a rd 85, 98, 99 W o o lf, V irg in ia 13, 79, 85, 8 6 , 87, 8 8 ,

89, 100, 116, 232,

90, 91, 92, 93, 96, 97, 98, 99, 101, 102, 106, 109, 113, 114, 118, 123, 134, 136, 140, 192, 233, 261

yo 236, 237, 268, 270, 271, 272, 273, 275 yo ideal 95, 96, 97, 101, 136 Yourcenar, M argu erite 111, 240, 241, 242, 259, 262 Zurrí, U n ik a 172 Zweig, Stefan 160

ÍN D IC E

TAM ARA 1. IN T R O IT O : LO S PAPELES ÍN FIM O S 1 . DEL LIBRO DE I,A VIDA CUYAS PÁGINAS SON RECUERDOS, 9 2 . M E M E N T O . E L S U J E T O D E L A A N U N C I A C I Ó N , lG

2 . J U L IO C O R T Á Z A R Y E L G A L L O DEL ESPANTO 1 . ACERCA DEL PRIMER RECUERDO, ¿PIEDRA BASAL DEL SUJETO?, 2 3 2 . E L E S P A N TO A U R O R A I . D E J U L I O C O R T Á Z A R , 2 8

3 . L A M E M O R IA ES U N A R M A R IO REB O SAN TE DE FANTASM AS 1 . FREUD Y LOS ORÍGENES DE LA MEMORIA, 3 8 2 . EL RECUERDO PRIMERO NARRADO POR GOETHE Y LEÍDO POR FREUD, 4 6 3 . UNA REMINISCENCIA INFANTIL DF. SIGMUND FREUD, 5 0

4 . EL FALSO E SPA N TO DE JEAN PIAG E T 1 . SECUESTRAN A UN NIÑO EN UN PARQUE DE PARÍS, 5 5 2 . LA MEMORIA ES UN TRABAJO DE LA IMAGINACIÓN, 60

5 .

BORGES IM P L O R A L A CEG UERA I . E L YO MULTIPLICADO E N LAS LUNAS DF.L ROPERO, 6 3 2 . LOS LIBROS Y LA CEGUERA COMBATEN CONTRA LOS ESPEJOS, 68

6 . E L S U C IO M A M E L U C O D EL G ABO G A R C ÍA 1 . ¿DÓNDE SE QUEDÓ EL RECUERDO DE INFANCIA?, 7 3 2. LA RECUPERACIÓN (K E T R IE V A I) DF. LOS RECUERDOS, 7 8

7 . V IR G IN IA W O O L F : L A V E R G Ü E N ZA A N T E EL ESPEJO 1. ¿ Q U I É N L E C R E E A V I R G I N I A W O O L F ? , 8 5 2 . LA FUNCIÓN ESPECULAR DE LA MADRE, 9 7 3 . MARTHA ROBLES Y LA FOBIA AL ESPEJO: PREFERIRÍA 4. LA ESCRITURA COMO ORÁCULO, 1 2 1

NO VERME, IO5

288

ÍN D IC E

8 N U R IA A M A T: U N A G U JE R O E N E L E S P E JO

1 27

1 . POR LA VENTANA DE ENFRENTE, 1 2 7 2 . UN PUN IO Y APARTE EN LA PROPIA IMAGEN, 1 3 3

9 V L A D IM IR N A B Ó K O V ¿C Ó M O SE R ÍA E L M U N D O SIN MÍ?

14 0

1 . FELICIDADES DE LA MEMORIA INFANTIL, 140 2 . CRONOFORIA, 1 4 6

10. E L IA S C A N E T T I: L A N AVAJA E N L A L E N G U A

i 53

1 . LA LENGUA SENTENCIADA, 1 5 3 2. ESCRIBIR^) El- DESEO DF. LA MADRE, 1 6 0

1 1 . G E O R G E S P E R E C N O T IE N E R E C U E R D O S D E IN F A N C IA 16 6 1 . HISTORIA DEL HUÉRFANO QUE ERA HIJO DE SUS PALABRAS, l 6 6 2 . EL MIEDO DE OLVIDAR. LA FABRICACIÓN DE UNA MEMORIA, 1 7 7

12 . M IC H E L LE IR IS: E L A F O R T U N A D O FR A C A SO D E L A A U T O B IO G R A F ÍA ( — /... liz m e n t e !)

i 88

1 . PRESENTACIÓN DEL AUTOR, DEL NARRADOR, DEL PERSONAJE, 1 88 2 . EL DOBLE PRIMER RECUERDO: BEATITUD Y CAÍDA IN-FELIZ, 1 9 3 3. ESCRITURA AUTOBIOGRÁFICA Y PSICOANÁLISIS, 19 9 4. PRESENCIA DE LA MUERTE EN EL EMPEÑO LITERARIO DE LEIRIS, 20 6 5 . LA SEXUALIDAD ANALIZADA: MICHEL LEIRIS Y HERMANN BROCH, 2 1 $ 6. EGOGRAFÍA METÓDICA Y PERPETUACIÓN DE LA MEMORIA, 2 2 1

1 3. A U T O B IO G R A F ÍA S Y A U T O R R E T R A T O S

229

1 . DE TODO CUANTO SE ESCRIBE COMO AUTOBIOGRAFÍA, 2 2 9 2 . DISYUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA Y LA MEMORIA, 2 3 7

14 . P R O SO P O P EY A . M O D O S D E L A A U T O B IO G R A F ÍA 1 . CONTRADICCIÓN ENTRE LAS LETRAS Y LOS ESPEJOS, 24 6

246 !

2 . LA MIRADA DEL OTRO, 2 5 1

259 1 . EL MI I'O DEL NACIMIENTO DE LA MEMORIA, 2 5 9 2. MIENTRAS YO AGONIZO, 2 6 8

ÍN D IC E O N O M A S T IC O Y T E M Á T IC O

277